El Síndrome Normal de La Adolescencia 2
El Síndrome Normal de La Adolescencia 2
El Síndrome Normal de La Adolescencia 2
1
2
3
4
5
estabilizada con determinado carácter y personalidad adultos. Se logra lo que Erikson 6 ha definido como una
entidad yoica, una entidad personal, y lo que Nixon7 ha denominado la autocognición
Según este último autor, la autocognición es un fenómeno esencialmente biológico y se relaciona con el
concepto de “sí mismo” (self) o sea, el símbolo que cada uno posee de su propio organismo. Entiendo que
esto se produce en realidad en todas las etapas del desarrollo y que adquiere especiales características en la
adolescencia. La idea del sí mismo o del “self” implica algo mucho más amplio en todas las etapas del
desarrollo. Es el conocimiento de la individualidad biológica y social, del ser psicofísico en su mundo
circundante que tiene características especiales en cada edad evolutiva. La consecuencia final de la
adolescencia sería un conocimiento del sí mismo como entidad biológica en el mundo, el todo biopsicosocial
de cada ser en ese momento de la vida. Al concepto del “self” como entidad psicológica, se une el
conocimiento del substrato físico y biológico de la personalidad. El cuerpo y el esquema corporal son dos
variables íntimamente interrelacionadas que no deben desconocerse en la ecuación del proceso de
definición del sí mismo y de la identidad.
Puede aceptarse que en la pubertad existan cambios físicos en tres niveles fundamentales 32 que son: un
primer nivel donde la activación de las hormonas gonadotróficas de la hipófisis anterior produce el estímulo
fisiológico necesario para la modificación sexual que ocurre en este período de la vida. En el segundo nivel
tenemos las consecuencias inmediatas de la secreción de la gonadotrofina hpofisiaria y la prosecución de la
secreción de la hormona de crecimiento de la misma hipófisis: la producción de óvulos y espermatozoides
maduros también el aumento de la secreción de las hormonas adrenocorticales como resultado de la
estimulación de la hormona adrenocorticotrófica. En el tercer nivel se encuentra el desarrollo de las
características sexuales primarias (con el agrandamiento del pene, los testículos, o el útero y la vagina) y el
desarrollo de las características sexuales secundarias (con la maduración de los pechos, la modificación de la
cintura escapularia y pelviana, el crecimiento del vello pubiano, los cambios de voz), a los que debemos
agregar las modificaciones fisiológicas del crecimiento en general y de los cambios de tamaño, peso y
proporción del cuerpo que se dan en este período vital. En nuestro medio, Schteingart 8 ha presentado una
descripción exhaustiva de lo que ocurre con las modificaciones endocrinas en este período de la vida.
El esquema corporal es una resultante inatrapsíquica de la realidad del sujeto, es decir, es la representación
mental que el sujeto tiene de su propio cuerpo como consecuencia de sus experiencias en continua
evolución. Esta noción del individuo se va estableciendo desde los primeros movimientos dinámicos de
disociación, proyección e introyección que permiten el conocimiento del “self” y del mundo exterior, es
decir, del mundo interno y del mundo externo 9. Aquí son de fundamental importancia los procesos de duelo
con respecto al cuerpo infantil perdido, que obligan a una modificación del esquema corporal y del
conocimiento físico de sí mismo en una forma muy característica de este período. Por supuesto, esto va
ocurriendo con características diferentes desde el comienzo mismo de la vida, pero cristaliza, en virtud delo
recién indicado, de una manera muy significativa y especial en la adolescencia. (Los procesos de duelo son
descritos ampliamente más adelante en este libro.)
6 Erikson, E. H. : “The problem of ego identity”. J.Am. Psychoanal. Asn.,4, pág. 56. 1956.
32
7 Nixon, R. E. : “An approach to the dinamics and growth in adolecence”.Psychiatric, 24, pág. 18. 1961. Ausubel,
D.P. : Theory of adolescent develospment. Nueva York, Grune & Stratoone, 1952.
8
9
El logro de un “autoconcepto” es lo que también Sherif y Sherif 10 llaman el yo, desde un punto de vista
psicológico no-psicoanalítico señalando que este autoconcepto se va desarrollando a medida que el sujeto
va cambiando y se va integrando con las concepciones que acerca de él mismo tienen muchas personas,
grupos e instituciones, y va asimilando todos los valores que constituyen el ambiente social.
Concomitantemente, se va formando este sentimiento de identidad como una verdadera experiencia de
“autoconocimiento”11. El psicoanálisis confirma estas ideas y también acepta que es necesario integrar todo
lo pasado, lo experienciado, lo internalizado ( y también lo desechado), con las nuevas exigencias del medio
y con las urgencias instintivistas o, si se prefiere, con las modalidades de relación objetal establecidas en el
campo dinámico de las relaciones interpersonales. El adolescente necesita darle a todo esto continuidad
dentro de la personalidad, por lo que se establece la búsqueda de un nuevo sentimiento de continuidad y
mismidad12. Para Erikson13, el problema clave de la identidad consiste en la capacidad del yo de mantener la
mismidad y la continuidad frente a un destino cambiante, y por ello la identidad no significa para este autor
un sistema interno, cerrado, impenetrable al cambio, sino más bien un proceso Psicosocial que preserva
algunos rasgos esenciales tanto en el individuo como en su sociedad.
Para Sorenson14 , la identidad es la creación de un sentimiento interno de mismidad y continuidad, una
unidad de la personalidad sentida por el individuo y reconocida por otro, que es el “saber quién soy”.
Grinberg15 dice que el sentimiento de identidad “implica la noción de un yo que se apoya esencialmente en
la continuidad y semejanza de las fantasías inconscientes referidas primordialmente a las sensaciones
corporales, a las tendencias y afectos en relación con los objetos del mundo interno y externo y a las
ansiedades correspondientes, al funcionamiento específico en calidad de intensidad de los mecanismos de
defensa y al tipo particular de identificaciones asimiladas resultantes de los procesos de introyección y
proyección”.
Ela infancia no se pasa al pleno actuar genital procreativo, sino que se atraviesa primero por lo que Erikson 41
ha llamado “la moratoria psicosexual” donde no se requieren roles específicos y se permite experimentar
con lo que la sociedad tiene para ofrecer con el fin de permitir la ulterior definición de la personalidad.
En esta búsqueda de identidad, el adolescente recurre a las situaciones que se presentan como más
favorables en el momento. Una de ellas es la de la uniformidad, que brinda seguridad y estima personal.
Ocurre aquí el proceso de doble identificación masiva, en donde todos se identifican con cada uno, y que
explica, polo menos en parte, el proceso grupal de que participa el adolescente y del que enseguida he de
ocuparme.
En ocasiones, la única solución puede ser de buscar lo que el mismo Erikson 16 ha llamado también “una
identidad negativa”, basada en identificaciones con figuras negativas pero reales. Es preferible ser alguien,
perverso, indeseable, a no ser nada. Esto constituye una de las bases del problema de las pandillas de
delincuentes, los grupos homosexuales, los adictos a las drogas etc. La realidad suele ser mezquina en
10 Sherif, M. y Sherif, C. (comps): Problems of youth: transition to adulthood in a changing world. Chicago, Aldine Publishing
Co., 1965.
11 Grinberg, L.: “El individuo frente a su identidad”. Buenos Aires, Revista de Psicoanálisis, XVIII, pág. 344,1961.
12 Erikson, E.H. : “Infancia y sociedad”. Buenos Aires. Horné, 1960.
13 Erikson, E.H. : “ Identity youth and crisis”Nueva York, W. Norton & Co. , 1968. (hay versión castellana: “Identidad, juventud y
crisis”. Buenos Aires, paidós, 1970.
14 Sorenson, R.: “Youth`s need for challenge and place in American Society; its implications for adults and adultintitution.”
Washington D.C. National Committe for children and youth Inc. 1962.
15
16
proporcionar figuras con las que pueden hacerse identificaciones positivas y entonces, en la necesidad de
tener una identidad, se recurre a ese tipo de identificación, anómalo pero concreto. Esto ocurre muchas
veces, sobre todo cuando ya hubo trastornos en la adquisición de la identidad infantil. Además cuando los
procesos de duelo por los aspectos infantiles perdidos se realizan de forma patológica, la necesidad del
logro de una identidad suele hacerse sumamente imperiosa para poder abandonar la del niño, que se sigue
manteniendo.
Grinberg17 destaca la posibilidad de la disconformidad con la personalidad adquirida y el deseo se lograr otra
por medio de la identificación proyectiva. Esta puede ser movilizada por la envidia, uno de los sentimientos
más importantes que entran en juego en las relaciones de objeto 18. Las primeras etapas del desarrollo se
caracterizan porque el bebé puede envidiar el pecho que no lo satisface y fantasear con su destrucción de
acuerdo con la teoría kleniana. Es éste un sentimiento negativo, ya que busca apoderarse del objeto y
dañarlo. Se impide así la escisión del mismo en bueno y malo y se crean situaciones confusionales 19. Sobre
esta base, los atributos masculinos o femeninos pueden llegar a ser envidiados indistintamente, y la
identidad sexual del sujeto se perturba dificultando notablemente la solución del proceso edípico
adolescente. Puede ocurrir aquí la “identificación con el agresor”, en la cual el adolescente adopta las
características de personalidad de quienes han actuado agresiva y persecutoriamente con él.
Existen también problemas de seudoidentidad, expresiones manifiestas de lo que se quisiera o pudiera ser y
que ocultan la identidad latente, la verdadera20.
Como se verá en el capítulo sobre los mecanismos de defensas predominantes en los adolescentes, la
angustia que se despierta en éstos, vinculada con el trastorno de la percepción del decurso del tiempo,
puede impulsarlos a iniciar precozmente su vida genital o a sustitutos sociales de ésta, aun antes de haber
aceptado su identidad genital, como si no pudiesen esperar a que ésta llegue. En esta premura, que puede
interpretarse como una forma maníaca de buscar la identidad adulta, es posible llegar a la adquisición de
“ideologías” que son sólo defensivas o, en muchos casos, tomadas en préstamo de los adultos, las que no
están auténticamente incorporadas al yo.
Todo lo antedicho es lo que puede llevar al adolescente a adoptar distintas identidades. Las identidades
transitorias son las adoptadas durante un cierto período, como por ejemplo el lapso de machismo en el
varón o de la precoz seducción histeroide en la niña –descripta con precisión en la novela Lolita, de
Novokof-, del adolescente “bebé” o del adolescente muy “serio, muy adulto”; las identidades ocasionales
son las que se dan frente a situaciones nuevas, como por ejemplo en el primer encuentro con una pareja, el
primer baile, etc., y las identidades circunstanciales son las que conducen a identidades parciales transitorias
que suelen confundir al adulto, sorprendido a veces ante los cambios en la conducta de un mismo
adolescente que recurre a este tipo de identidad como por ejemplo, cuando el padre ve a su hijo
adolescente, de acuerdo a como lo ven en el colegio, en el club, etc., y no como él habitualmente lo ve en su
hogar, y en su relación con él mismo.
Este tipo de “identidades” son adoptadas sucesiva y simultáneamente por los adolescentes, según las
circunstancias. Son aspectos de la identidad adolescente, que estoy describiendo, y que surgen como una de
sus características fundamentales, relacionadas con el proceso de separación –que ulteriormente podrá ser
definitiva-, de las figuras parentales, con aceptación de una identidad independiente.
17
18
19
20 Klein, M. “Envidia y gratitud”, en M. Klein y otros las emociones básicas del hombre. Buenos Aires, Nova, 1960.
Debemos tener en cuenta también que esto puede interpretarse como el resultado del manejo de las
ansiedades persecutorias, y de las capacidades autodestructivas que obligan a la fragmentación del yo y de
los objetos con lo cuales este se pone en contacto, con la consiguiente proyección al exterior de estas
imágenes amenazantes. No pocas veces se experimenta el desprendimiento como una prueba definitiva
para el yo, puesto que solo perdiendo los aspectos que resultan ya inútiles (padres infantiles persecutorios,
destruidos) se puede integrar otros nuevos dentro de la personalidad. Mientras esto se realiza, se configura
un sentimiento depresivo que precipita un anhelo de completarse que en muchos individuos produce un
“sentimiento anticipatorio de ansiedad y depresión referida al yo”, como dice Grinberg 21 , y que obliga
aferrarse a precario estados de identidad con el fin de preservarse de alteraciones muy temidas.
Según este autor, son micro depresiones y microduelos que previenen y preparan al yo ante el peligro de
depresiones más severas, como son las ocurren en los grandes cambios de personalidad y que se producen
ante acontecimientos importantes de la vida, que implican estructuraciones más permanentes y
progresivas.
En la adolescencia todo esto ocurre con una intensidad muy marcada.
La situación cambiante que significa la adolescencia obliga a reestructuraciones permanentes externas e
internas que son vividas como intrusiones dentro del equilibrio logrado en la infancia y que obligan al
adolescente, en el proceso para lograr su identidad, a tratar de refugiarse férreamente en su pasado
mientras trata también de proyectarse intensamente en el futuro.
Realiza un verdadero proceso de duelo por el cual al principio niega la perdida de sus condiciones infantiles
y tiene dificultades en aceptar las realidades más adultas que se le van imponiendo, entre las que por
supuesto, se encuentran fundamentalmente las modificaciones biológicas y morfológicas de su propio
cuerpo.
Algunos autores separan la pubertad de la adolescencia, por cuanto esta última impicaría algo más que los
cambios físicos48 pero no hay duda alguna de que estos cambios participan activamente del proceso
adolescente al punto de formar con el un todo indehiscente. El muchacho presenta el crecimiento del pelo
axilar, pubiano y facial, el cambio de voz, el incremento muscular, y el comienzo de la emisión seminal. La
niña también muestra la aparición del pelo axiliar y pubiano, la acentuación de las caderas, el desarrollo del
busto y el comienzo de la ovulación y de la menstruación 22. Todos estos cambios que se van sucediendo
crean gran preocupación. A veces la ansiedad es tan grande que surge lo que ya se ha señalado como
disconformidad con la propia identidad que se proyecta entonces al organismo. Un grupo de varones y niñas
interrogados acerca de si desearían un cambio de su aspecto físico contestó en su gran mayoría que si 23 lo
que demuestra como el adolescente vive estos cambios corporales como perturbadores. La incoordinación
muscular debido al disparejo crecimiento osteomuscular, el aspecto desmañado, la falta de similitud con los
que lo rodean en el medio familiar, despiertan en el adolescente sentimientos de extrañeza e insatisfacción.
Esto contribuye a crear ese sentimiento de “despersonalización” unido por supuesto a la elaboración
psicológica de la identidad que estoy describiendo. Aquí ciertos patrones de aspecto físico que se tratan de
imitar y de seguir en las identificaciones, y que están culturalmente determinados, no es muy acertado de
Mira y López24 en el sentido de que nuestro medio cultural se observa en torno, por ejemplo, del vello facial,
21 Grinberg, L. “El individuo frente a su identidad”. Buenos Aires, Revista de Psicoanálisis, XVIII, pág. 344, 1961. 48 Muuss,
R.E. : Teorías de la adolescencia . Buenos Aires. Paidós, 1966.
22 Ausubel, D.P. : Theory of adolescent develospment. Nueva York, Grune & Stratoone, 1952.
23 Mussen, P. H. Y Conger, J.J.: “Child development and personalty. Nueva York, Harper & bross. 1956.
24 Mira y López, E. : “Psicología evolutiva del niño y del adolescente” Buenos Aires, el Ateneo, quinta edición, 1951.
una gran preocupación. Surge lo que ese autor llama la “tricofilia” del varón y la “tricofóbia” de la
muchacha.
Estos cambios son percibidos no solo en el exterior corporal sino como una sensación general de tipo físico.
Hay como dice, Aníbal Ponce25 una verdadera cenestesia, subjetiva e inexpresable.
Los procesos de identificación que se han ido llevando a cabo en la infancia mediante la incorporación de
imágenes parentales buenas y malas, son las que permitiran una mejor elaboración de las situaciones
cambiantes que se hacen difíciles durante el período adolescente de la vida. El proceso de duelo que se
efectúa como todo proceso de duelo, necesita tiempo para ser realmente elaborado y no tener las
características de una actuación de tipo maníaco o psicópatico lo que explica que el verdadero proceso de
entrar o salir de la adolescencia sea tan largo y no siempre plenamente logrado.
La búsqueda incesante de saber que identidad adulta se va a constituir es angustiante, y las fuerzas
necesarias para superar estos microduelos y los duelos aún mayores de la vida diaria, se obtienen de las
primeras figuras introyectadas que forman la base del yo y del superyó, de este mundo interno del ser. La
integración del yo se produce por la elaboración del duelo, por parte de si mismo y de sus objetos 53. Un
buen mundo interno surge de una relación satisfactoria con los padres internalizados y de la capacidad
creadora que ellos permiten, como lo señala Arminda Aberastury 26 quien destaca que ese mundo interno,
que posibilita una buena conexión interior, una huida defensiva en la cual el adolescente mantiene y
refuerza su relación con los objetos internos y elude los externos, es el que facilita un buen reajuste
emocional y el establecimiento de la identidad adolescente.
Sobre la base de lo ya dicho, creo lógico señalar que la identidad adolescente es la que se caracteriza por el
cambio de relación del individuo, básicamente con sus padres, (me refiero a la relación con los padres
externos reales y a la relación con la figuras parentales internalizadas). Por supuesto, la separación de éstos
comienza desde el nacimiento, pero es durante la adolescencia cuando los seres humanos, como dicen
Gallager y Harris55 “quieren desesperadamente ellos mismos”. Como estos mismos autores señalan, “
luchar por alcanzar la madurez no es lo mismo que ser maduro”. En la adolescencia el individuo da un nuevo
paso para estructurarse para la preparación de la adultez. Dentro del conmtinuum de su identidad los
elementos biológicos introducen una modificación irreversible. Ya no se volvera a tener jamás el cuerpo
infantil, auque todo el proceso evolutivo esta jalonado de microduelos, aquí se inicia un duelo más evidente
y significativo, al cual acompañarán los duelos por el rol y la identidad infantiles (junto con el duelo por la
bisexualidad y por esos padres de la infancia a quienes tanto se les necesitaba y de los cuales se podía
depender.
La presencia externa, concreta, de los padres empieza a hacerse innecesaria. Ahora la separación de éstos
no solo es posible, sino ya necesaria. Las figuras parentales están internalizadas incorporadas a la
personalidad del sujeto y este puede iniciar su proceso de individuación. El volumen, la configuración y la
calidad de las figuras parentales internalizadas adecuadamente, enriquecieron al yo, reforzaron sus
mecanismos defensivos útiles, permitieron el desarrollo de sus áreas más sanas, o si se prefiere, no
psicóticas, estructuraron el superyó y lo dotaron de las necesarias características encauzadoras de la vida
sexual que comienza a exteriorizarse en la satisfacción genital, ahora biológicamente posible. El nivel
genital adulto, con características proactivas, todavía no se ha logrado plenamente (Ashley Montagu nos
25 Ponce, A. “Ambición y angustia de los adolescentes”. Buenos Aires, J.H. , Matera, 1960. 53 Erikson,
E.H. : “Culpa y depresión”. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires, Paidós, 1963.
26 Aberastury, A. “El mundo del adolescente”. Montevideo, Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 3, pág. 3, 1959. 55
Gallagher, J. R. Y Harris, H. I. “Problemas emocionales de los adolescentes” . Buenos Aires. Horné, 1966.
habla de la “esterilidad del organismo adolescente”), pero el llamado de la sexualidad a la satisfacción
genital que comenzó ya en la fase genital previa es ahora una realidad factica. Esa es otra de las situaciones
de cambio que se producen en la adolescencia y que influyen en las características de cómo es en ese
entonces la búsqueda de si mismo y de la identidad.
2. La tendencia grupal
Ya he señalado que, en su búsqueda de la identidad adolescente, el individuo, en esa etapa de la vida,
recurre como comportamiento defensivo a la búsqueda de uniformidad que puede brindar seguridad y
estima personal. Allí surge el espíritu de grupo al que tan afecto se muestra el adolescente. Hay un proceso
de sobre identificación masiva, en todos se identifican con cada uno, a veces el proceso es tan intenso que la
separación del grupo parece casi imposible y el individuo pertenece más al grupo de coetáneos que al grupo
familiar. No se puede apartarse de la “barra” ni de sus caprichos o modas. Por eso se inclina a los dictados
del grupo, en cuanto a modas, vestimenta, costumbres, preferencias de distinto tipo, etc.
En otro nivel, las actuaciones del grupo y de sus integrantes representan la oposición a las figuras parentales
y una mera activa de determinar la identidad distinta de la del medio familiar. En el grupo el individuo
adolescente encuentra un reforzamiento muy necesario para a los aspectos cambiantes del yo que se
producen en este período de la vida.
De esta manera, el fenómeno grupal adquiere una importancia trascendental ya que se transfiere al grupo
gran parte de la dependencia que anteriormente se mantenía con la estructura familiar y con los padres en
especial. El grupo constituye así la transición necesaria en el mundo externo para lograr la individuación
adulta. El grupo resulta útil para las disociaciones, proyecciones e identificaciones que siguen ocurriendo en
el individuo, pero con características que difieren de las infantiles. Después de pasar por la experiencia
grupal, el individuo podrá empezar a separarse de la “barra” y asumir su identidad adulta. La utilización de
los mecanismos esquizoparanoides es muy intensa durante la adolescencia, y el fenómeno grupal favorece
la instrumentación de los mismos.
Cuando en este período de la vida el individuo sufre un fracaso de personificación, producto de la necesidad
de dejar rápidamente los atributos infantiles y asumir una cantidad de obligaciones y responsabilidades para
las cuales aún no está preparado, recurre al grupo como un refuerzo para su identidad. Se ve también que
una de las luchas más despiadadas es la que se lleva a cabo en la defensa de la independencia en un
momento en que los padres desempeñan todavía un papel muy activo en la vida del individuo. Por eso es
que en el fenómeno grupal del adolescente busca un líder al cual someterse, o si no, se erige él en líder para
ejercer el poder del padre o de la madre.
Precisamente, también por los mismos mecanismos de tipo esquizoide a los que me estoy refiriendo, el
individuo siente que están ocurriendo procesos de cambio, en los cuales él no puede participar de forma
activa, y el grupo viene a solucionar entonces gran parte de sus conflictos. Sin embargo, en virtud de la
estructura esquizoide que caracteriza este fenómeno grupal, su propia personalidad puede quedar fuera de
todo el proceso que esta ocurriendo, especialmente en las esferas del pensamiento, como se verá en el
capítulo correspondiente, y el individuo se siente totalmente irresponsable por lo que ocurre a su alrededor.
Parecería que el adolescente no tuviera nada que ver con lo que hace, lo que puede explicar actitudes que
aparentemente implican una gran dependencia de los adultos pero que se contradicen inmediatamente con
demandas y pedidos de ayuda que revelan la extrema dependencia que en realidad tienen.
El fenómeno grupal facilita la conducta psicopática normal en el adolescente como se enfatizará en otros
capítulos de este texto. El acting-out motor, producto del descontrol frente a la pérdida del cuerpo infantil, se
une al acting-out afectivo, producto del descontrol del rol infantil que se está perdiendo; aparecen entonces
conductas de desafecto, de crueldad con el objeto, de indiferencia, de falta de responsabilidad, que son
típicas de la psicopatía, pero que encontramos en la adolescencia normal. Como se enfatizará luego, la
diferencia fundamental reside en que en el psicópata esta conducta es permanente y cristalizada, mientras
que en el adolescente normal es un momento circunstancial y transitorio que se somete a rectificación por la
experiencia. Por supuesto, también se dan manifestaciones de conducta neurótica o psicótica de distinta
naturaleza según las circunstancias y las condiciones internas de cada sujeto.
Al reiterar lo señalado en el capítulo 5 sobre el pensamiento en el adolescente, puedo afirmar que en el
psicópata el “cortocircuito afectivo, al eliminar el pensamiento, donde la culpa puede elaborarse, permite el
maltrato definitivo de los objetos reales y fantaseados, creando en última instancia un empobrecimiento del
yo, que trata de mantenerse irrealmente en una situación infantil de irresponsabilidad, pero con aparente
independencia. A diferencia del adolescente normal, que tiene conflictos de dependencia pero que puede
reconocer la frustración, la imposibilidad de reconocer y aceptar la frustración obliga a bloquear la culpa e
inducir al grupo a la actuación sadomasoquista sin participar de la misma. Puede hacerlo porque disocia
pensamiento de afecto y utiliza el conocimiento de las necesidades de los demás para provocar su actuación,
satisfaciendo así, indiferenciadamente en apariencia, sus propias ansiedades psicóticas. El adolescente puede,
en estas circunstancias, seguir los propósitos del psicópata, y sucumbe en la acción, ya que participa intensa y
honestamente en la misma. Es así que el conflicto de identidad en el adolescente normal adquiere en el
psicópata la modalidad de una mala fe consciente, que lo lleva a expresiones de pensamiento de tipo cruel,
desafectito, ridiculizante de los demás, como mecanismo de defensa frente a la culpa y al duelo por la infancia
perdida que no puede ser elaborada”.
3. Necesidad de intelectualizar y fantasear
La necesidad de intelectualizar y fantasear se da como una de las formas típicas del pensamiento del
adolescente. En esta obra nos referimos con mayor extensión al tema del pensamiento en esta etapa de la
vida en un capítulo especialmente dedicado al tema. Aquí tomo estos mecanismos, que pueden ser por
supuesto considerados como mecanismos defensivos, en su expresión fenoménica, y trataré de explicar
psicodinámicamente estos síntomas del síndrome de la adolescencia normal.
La necesidad que la realidad impone de renunciar al cuerpo, al rol y a los padres de la infancia, así como a la
bisexualidad que acompañaba a la identidad infantil, enfrenta al adolescente con una vivencia de fracaso o de
impotencia frente a la realidad externa. Esto obliga también al adolescente a recurrir al pensamiento para
compensar las pérdidas que ocurren dentro de sí mismo y que no puede evitar. Las elucubraciones de las
fantasías conscientes –me refiero al fantasear- y el intelectualizar, sirven como mecanismos defensivos frente
a estas situaciones de pérdida tan dolorosas.
La intelectualización y el ascetismo han sido señalados por Anna Freud 27 como manifestaciones típicas de la
adolescencia.
Esta autora nos muestra que la función del ascetismo es mantener al ello dentro de ciertos límites por medio
de prohibiciones, y la función de la intelectualización consistiría en ligar los fenómenos instintivos con
contenidos ideativos y hacerles así accesibles a la conciencia y fáciles de controlar.
La incesante fluctuación de la identidad adolescente, que se proyecta como identidad adulta en un futuro
muy próximo, adquiere caracteres que suelen ser angustiantes y que obligan a un refugio interior que es muy
característico. Es allí donde, como ya lo he indicado, el mundo infantil desempeña un papel
predominantemente que es absolutamente fundamental tener en cuenta para comprender cómo el
adolescente, frente a todos estos embates de su mundo interno cambiante y de su mundo externo
indominable y frustrante, puede salir airoso. Como lo ha señalado Arminda Aberastury 28 , sólo teniendo una
relación adecuada con objetos internos buenos y también con experiencias externas no demasiado negativas,
se puede llegar a cristalizar una personalidad satisfactoria.
Tal huida en el mundo interior permite, según esta autora, una especie de reajuste emocional, un autismo
positivo en el que se da un “incremento de la intelectualización” que lleva a la preocupación por principios
éticos, filosóficos, sociales, que no pocas veces implican un formularse un plan de vida muy distinto al que se
tenía hasta el momento y que también permite la teorización acerca de grandes reformas que pueden ocurrir
en el mundo exterior. Este mundo exterior se va diferenciando cada vez más del mundo interno y por lo tanto
sirve también para defenderse de los cambios incontrolables de este último y propio cuerpo. Surgen entonces
las grandes teorías filosóficas, los movimientos políticos, las ideas de salvar a la humanidad, etc. También es
entonces cuando el adolescente comienza a escribir versos, novelas, cuentos y se dedica a actividades
literarias, artísticas, etc.
Es preciso destacar que ésta es una explicación de ciertas manifestaciones culturales y políticas que se dan
muy habitualmente en la gran mayoría de los adolescentes. Pero no implica concluir que todas las
manifestaciones artísticas, culturales y políticas de los adolescentes tengan forzosamente este substrato, ni
que siempre respondan a situaciones conflictivas inmanejables. Quizá cabría entrar aquí a discutir toda la
27 Freud, A. “Una teoría sexual”. Obras completas. Madrid. Biblioteca Nueva. I. 1948.
28 Aberastury, A. “El mundo del adolescente”. Montevideo, Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 3, pág. 3, 1959.
problemática de la sublimación por un lado o el enfoque psicosociológico por el otro, lo que escapa a las
posibilidades del trabajo.
4. Las crisis religiosas
En cuanto a la religiosidad, fenomenológicamente se observa que el adolescente puede manifestarse como un
ateo exacerbado o como un místico muy fervoroso, como situaciones extremas. Por supuesto, entre ellas hay
una gran variedad de posiciones religiosas y cambios muy frecuentes. Es común observar que en un mismo
adolescente pasa incluso por períodos místicos o por períodos de ateísmo absoluto. Esto concuerda con toda
la situación cambiante y fluctuante de su mundo interno, al que me estoy refiriendo.
Charlotte Buhler29 ha dicho que el adolescente “quiere dudar, cavilar, quiere buscar, no decidirse...”, “y
cuando entra en esta edad difícil se pregunta quién es, qué es, para luego intentar una respuesta más o
menos adecuada a esta pregunta, interrogarse acerca de qué hacer con él, con lo que él supone que es”. La
preocupación metafísica emerge entonces con gran intensidad, y las tan frecuentes crisis religiosas no son un
mero reflejo caprichoso de lo místico, como a veces suele aparecer a los ojos de los adultos, sino intentos de
solución de la angustia que vive el yo en su búsqueda de identificaciones positivas y del enfrentamiento con el
fenómeno de la muerte definitiva de parte de su yo corporal. Además, comienza a enfrentar la separación
definitiva de los padres y también la aceptación de la posible muerte de los mismos.
Esto no explica cómo el adolescente puede llegar a tener tanta necesidad de hacer identificaciones
proyectivas con imágenes muy idealizadas, que le aseguren la continuidad de la existencia de sí mismo y de
sus padres infantiles. La figura de una divinidad, de cualquier tipo de religión, puede representar para él una
salida mágica de este tipo. Si las situaciones de frustración son muy intensas y las vivencias de pérdida
sumamente penosas, por carencias de buenas relaciones en virtud de las características de las imágenes
parentales perseguidoras internalizadas, el refugiarse en una actitud nihilista, como una aparente culminación
de un proceso de ateísmo reivindicatorio, puede ser también una actitud compensadora y defensiva.
Como muy bien lo afirma González Monclús 30: “Entre ambos extremos, misticismo exacerbado, ateísmo
racionalista, es quizá oportuno señalar entre los adolescentes una muy frecuente posición: la del entusiasmo
formal en contraposición con una indiferencia frente a los valores religiosos esenciales”. El misticismo, que
puede llegar a alcanzar niveles delirantes, y el materialismo con características nihilistas, son actitudes
extremas de una forma de desplazamiento a los intelectual religioso, de cambios concretos y reales que
ocurren a nivel corporal y en el plano de la actuación familiar-social que resultan incontrolables en ese nivel
fáctico, frente a los cuales la impotencia del adolescente es sentida por éste como absoluta.
Considero que en la construcción definitiva de una ideología, así como de valores éticos o morales, es preciso
que el individuo pase por algunos idealizaciones persecutorias, que las abandone por objetos idealizados
egosintónicos para luego sufrir un proceso de desidealización que permita construir nuevas y verdaderas
ideologías de vida.
5. La desubicación temporal
El pensamiento del adolescente, frente a lo temporal como a lo espacial, adquiere características muy
especiales. He desarrollado ampliamente este tema en otro trabajo 31 ; y mencionaré aquí algunas de mis
observaciones y conclusiones.
Desde el punto de vista de la conducta observable es posible que el adolescente vive con una cierta
desubicación temporal; convierte el tiempo en presente y activo como un intento de manejarlo. En cuanto a
su expresión de conducta el adolescente parecería vivir en un proceso primario con respecto a lo temporal.
Las urgencias son enormes y a veces las postergaciones son aparentemente irracionales.
Observamos aquí esas conductas que desconciertan al adulto. El padre que recrimina a su hijo que estudie
porque tiene un examen inmediato, se encuentra desconcertado frente a la respuesta del adolescente: “¡Pero
si tengo tiempo!, ¡si el examen es recién... mañana!” Es el caso, igualmente desconcertante para los adultos,
de la joven adolescente que llora angustiada frente a su padre quejándose de la actitud desconsiderada de la
madre que no contempla sus necesidades “inmediatas” de tener ese vestido nuevo para su próximo baile. En
esas circunstancias el padre trata de solidarizarse con la urgencia de su hija y comprende la necesidad del
traje nuevo para esa reunión social tan importante para ella; cuando interroga a la madre acerca del porqué
de su negativa, se encuentra sorprendido con la respuesta de que ese baile se va a efectuar dentro de... tres
meses.
En realidad, este problema debe ser estudiado, psicodinámicamente, desde la perspectiva que nos ofrece el
analizar la paulatina elaboración de las partes no discriminadas de la personalidad a medida que el sujeto va
madurando. El individuo se inicia como ser unicelular absolutamente dependiente de un medio (madre) y se
desarrolla y diferencia progresivamente. De la indiferenciación más primitiva va a la discriminación 32 que,
como ya lo hemos repetido, se da en un medio social con características determinadas.
29 Buhler. C. : “La vida psíquica del adolescente” Buenos Aires. Espasa calpé. Argentina , 1950.
30 González Monclus, E. : “Actitudes paranoides en la adolescencia”. Barcelona, Revista de psiquiatría y psicología médica, III, pág
381, 1958.
31 Knobel. M.: “Un enfoque sobre la temporalidad en el psicoanálisis de la adolescencia”. Trabajo presentado a la Asociación
Psicoanalítica Argentina, 1969.
32 Knobel. M.: “Un enfoque sobre la temporalidad en el psicoanálisis de la adolescencia”. Trabajo presentado a la Asociación
Psicoanalítica Argentina, 1969.
Siguiendo las ideas de Bion 33 y de Bleger34, acerca de la llamada parte psicótica de la personalidad, considero
que al romperse el equilibrio logrado en la latencia predomina por momentos, en el adolescente,
precisamente la parte psicótica de la personalidad.
Con ese criterio es posible considerar que la adolescencia se caracteriza por la irrupción de partes
indiscriminadas fusionadas, de la personalidad en aquellas otras más diferenciadas.
Las modificaciones biológicas y el crecimiento corporal, incontrolables, son vividos como un fenómeno
psicótico y psicotizante en el cuerpo. Las ansiedades psicóticas resultan incrementadas por la posibilidad real
de llevar a cabo las fantasías edípicas de tener un hijo con el progenitor del sexo opuesto. El cuerpo se
transforma, pues, un área en la cual confluyen exigencias biológicas y sociales y se hace así depositario de
vivencias y fantasía persecutorias, terroríficas, de carácter psicótico.
Predomina una organización sincrética con una particular percepción del mundo, una realidad especial donde
el sujeto no puede llegar a configurar contradicciones. Muchos de los eventos que el adulto puede delimitar y
discriminar son para el adolescente equiparables, equivalentes o coexistentes sin mayor dificultad. Son
verdaderas crisis de ambigüedad, que pueden considerarse como una de las expresiones de conducta más
típicas del período de la vida que nos ocupa. El tiempo, por supuesto, está entonces dotado de esa
indiscriminación que explica la conducta que ejemplificaremos anteriormente.
Considero que es durante la adolescencia que la dimensión temporal va adquiriendo lentamente
características discriminativas.
A las dificultades del adolescente para diferencias externo-interno, adulto-infantil, etc., debo agregar la
dificultad para distinguir presente-pasado-futuro. Se puede unir “el pasado y el futuro en un devoradote
presente”35, presente que tiene características no discriminadas y que por lo tanto implicaría una
temporalidad diferente, que si se aplica a ésta el concepto de Rascovsky 36 podríamos hablar de una
temporalidad maníaca, vinculada con el núcleo aglutinado de la personalidad 37 o núcleo psicótico. Como lo he
señalado, en la dimensión temporal se expresa claramente la ambigüedad del adolescente, que esta
relacionada entonces con la irrupción de la parte psicótica de la personalidad. Por eso es que creo que se
puede decir que el mismo pasaje del tiempo, cuando se vivencia, despierta culpa persecutoria y puede
movilizar conductas psicóticas38. No es casual que una entidad nosológica típica de la adolescencia, “el
síndrome de difusión de identidad”39, incluya especialmente la difusión temporal.
Llegado el individuo a la adolescencia, ya tuvo oportunidad de vivenciar parcialmente, separaciones, muerte
de objetos internos y externos, de partes del yo, y cierta limitación de lo temporal en el plano vital
(fundamentalmente en el cuerpo y en la relación interpersonalcorpórea). El transcurrir del tiempo se va
haciendo más objetivo (conceptual), adquiriéndose nociones de lapsos cronológicamente ubicados. Por eso
creo que podría hablarse de un tiempo existencial, que sería el tiempo en sí, un tiempo vivencial o
experiencial y un timepo conceptual. El tiempo vivencial y el conceptual pueden corresponder
respectivamente a los llamados tiempo rítmico y tiempo cronológico por Rolla 40.
Aceptar la pérdida de la niñez significa aceptar la muerte de una parte del yo y sus objetos para poder
ubicarlos en el pasado. En una elaboración patológica, este pasado puede amenzar con invadir al individuo,
aniquilándolo.
Como defensas, el adolescente espacializa el tiempo, para poder “manejarlo” viviendo su relación con el
mismo como con un objeto41,71. Con este tiempo-espacio-objeto puede manejarse en forma fóbica u obsesiva,
convirtiendo las situaciones psicóticas en neuróticas o psicopáticas. Si se niega el pasaje del tiempo, puede
conservarse al niño adentro del adolescente como un objeto muertovivo. Esto está relacionado con el
sentimiento de soledad tan típico de los adolescentes, que presentan esos períodos en que se encierran en
sus cuartos, se aíslan se retraen. Estos momentos de soledad suelen ser necesarios para que “afuera” puedan
quedar el tiempo pasado, el futuro y el presente, convertidos así en objetos manejables. La verdadera
capacidad de estar solo es un signo de madurez, que sólo se logra después de estas experiencias de soledad a
veces angustiantes de la adolescencia.
Mientras esto ocurre, la noción temporal del adolescente es de características fundamentalmente corporales
o rítmicas, o sea, basadas en el tiempo de comer, el de defecar, el de jugar, el de dormir, el de estudiar, etc.
Ese es el que denomino tiempo vivencial o experiencial.
33 Bion, W. R. “Differentiation of the psychotic from the non- psychotic personalities. Londres, International Journal of Psicoanalisis
38, pág. 266. 1957.
34 Bleger, : “Simbiosis y ambigüedad”. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires, Paidós, 1967.
35 Serebriany, R. : “Detención del tiempo, angustia, claustrofobia y actuación psicopática”. Buenos Aires, Revista de psicoanálisis,
XIX, 3, 1962.
36 Rascovsky, A. Y otros: “El psiquismo fetal”. Buenos Aires, Piados, 1962.
37 Bleger, : “Simbiosis y ambigüedad”. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires, Paidós, 1967.
38 Erikson, E.H. : “Culpa y depresión”. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires, Paidós, 1963.
39 Erikson, E. H. : “The problem of ego identity”. J.Am. Psychoanal. Asn.,4, pág. 56. 1956.
40 Rolla, E.H. : “El trabajo en la construcción de símbolos en la manía y la psicopatía” en A. Rascovsky y D. Libermann (comps):
Psicoanálisis de la manía y la psicopatía, Buenos Aires, H. Macchi, 1964.
41 Libermann, D. : “ Acerca de la percepción del tiempo”. Buenos Aires, Revista de psicoanálisis, XII, 3, pág, 370, 1955. 71 Rolla,
E.H. : “El tiempo como objeto en la manía”. Acta Psic. Psicol..a. lat. X, 1, pág. 44, 1964.
A medida que se van elaborando los duelos típicos de la adolescencia, la dimensión temporal adquiere otras
características. Aquí es cuando surge la conceptualización del tiempo, que implica la noción indiscriminada de
pasado, presente y futuro, con la aceptación de la muerte de los padres y la pérdida definitiva de su vínculo
con ellos, y la propia muerte.
Los primeros intentos discriminativos temporales se efectúan a nivel corporal; por ejemplo, el adolescente
afirma, refiriéndose a su pasado: “cuando era chico” , refiriéndose a su futuro: “cuando sea grande”; (“hice”,
“podré hacer”).
En los momentos de autismo y de paralización, así como de algunos de los de actuación, el adolescente tiende
a hacer una regresión hacia etapas previas a la discriminación y aceptación temporal. En dichas ocasiones
puede haber conductas de “agitación” o “actuación” 42 y procura defenderse así de la vivencia del transcurso
del tiempo. Mantenerse únicamente en el tiempo experiencial, es una forma de intentar paralizar el tiempo y
los cambios, denegar una perspectiva presente y un pasado y un futuro.
Si en el pasado del adolescente hubo una evolución y experiencias positivas, incorporando objetos buenos, la
integración y la discriminación temporal se verán facilitadas y el futuro contendrá la identificación proyectiva
de un pasado gratificante. El adolescente tendrá entonces conductas más depresivas, menos ambiguas cada
vez.
De esta manera considero que la percepción y la discriminación de lo temporal sería una de las tareas más
importantes de la adolescencia, vinculada con la elaboración de los duelos típicos de esa edad. Esto es lo que
considero permite salir de la modalidad de relación narcisista del adolescente y de la ambigüedad que
caracterizan su conducta. Cuando éste puede reconocer un pasado y formular proyectos de futuro, con
capacidad de espera y elaboración en el presente, supera gran parte de la problemática de la adolescencia 43.
Es por ello que concuerdo con Mom44 cuando señala que en todo análisis hay que prestar especial atención a
la búsqueda del tiempo, ya que la disociación y la distancia son elementos que existen en función de la
anulación del tiempo. Dice este autor que “el tiempo une, integra en una unidad, condiciona una relación
objetal con un objeto único”. Es decir, el poder conceptuar el tiempo, vivenciarlo como nexo de unión, es lo
esencial, subyacente a la integración de la identidad.
De ahí que considere que la búsqueda de la identidad adulta del adolescente esté estrechamente vinculada
con su capacidad de conceptuar el tiempo.
6. La evolución sexual desde el autoerotismo hasta la heterosexualidad
En la evolución del autoerotismo a la heterosexualidad que se observa en el adolescente, se puede describir
un oscilar permanente entre la actividad de tipo masturbatorio y los comienzos del ejercicio genital, que tiene
características especiales en esta fase del desarrollo, donde hay más un contacto genital de tipo exploratorio y
preparatorio, que la verdadera genitalidad procreativa, que sólo se da, con la correspondiente capacidad de
asumir el rol parental, recién en la adultez.
Al ir aceptando su genitalidad, el adolescente inicia la búsqueda de la pareja en forma tímida pero intensa. Es
el periodo en que comienzan los contactos superficiales, las caricias-cada vez más profundas y más íntimas-
que llenan la vida sexual del adolescente. Se estima que de los 13 a los 20 años el 88 % de los varones y el 91
% de las niñas han ya tenido este tipo de actividad sexual y que prácticamente a los 21 años el 100 % de los
muchachos ya han tenido esta experiencia45.
El enamoramiento apasionado es también un fenómeno que adquiere características singulares en la
adolescencia y que presenta todo el aspecto de los vínculos intensos pero frágiles de la relación interpersonal
adolescente. El primer episodio de enamoramiento ocurre en la adolescencia temprana y suele ser de gran
intensidad. Aparece ahí el llamado “amor a primera vista” que no solo no puede ser correspondido, sino que
incluso puede ser totalmente ignorado por la parte amada de la pareja 46, como ocurre cuando ese ser amado
es una figura idealizada, un actor de cine, una estrella del deporte, etcétera, que tiene en realidad las
características de un claro sustituto parental al que el adolescente se vincula con fantasías edípicas.
La relación genital heterosexual completa que ocurre en la adolescencia tardía es un fenómeno mucho más
frecuente de lo que habitualmente se considera en el mundo de los adultos de diferentes clases sociales.
Estos tratan de negar la genitalidad del adolescente y no solo minimizan su capacidad de relación genital
heterosexual sino que, por supuesto, la dificultan.
Se ha estimado que un 40 a un 60 % de los adolescentes realizan el acto sexual completo, de características
genitales47, que considero, tiene más un carácter exploratorio, de aprendizaje de la genitalidad, que de un
verdadero ejercicio genital adulto de tipo procreativo con las responsabilidades y placeres concomitantes.
42 Serebriany, R. : “Detención del tiempo, angustia, claustrofobia y actuación psicopática”. Buenos Aires, Revista de psicoanálisis,
XIX, 3, 1962
43 Klein, M. : “Un enfoque sobre la temporalidad en el psicoanálisis de la adolescencia”. Trabajo presentado a la Asociación
psicoanalítica Argentina, 1969.
44 Mom, M. : “Aspectos teóricos y técnicos en las fobias y en las modalidades fóbicas”. Buenos Aires, Rev. De Psicoanal. , XVII, 2,
pág. 190, 1960.
45 Reevy, W. A. : “Adolescent sexuality”, en A. Ellis y A. Abarbanel: de Enciclopedia of sexual de behavior. Nueva York, Hawthron
Books Inc, I, 1961.
46 Heming, J. : “Problems of adolescent girls”.Londres. W. Heinemann ltd. , 1960.
47 Reevy, W. A. : “Adolescent sexuality”, en A. Ellis y A. Abarbanel: de Enciclopedia of sexual de behavior. Nueva York, Hawthron
Books Inc, I, 1961.
Freud48 estableció la importancia de los cambio puberales para la reinstalación fáctica de la capacidad genital
del sujeto. Señaló, además, que los cambios biológicos de la pubertad son los que imponen la madurez sexual
al individuo, intensificandose entonces todos los procesos psicobiológicos que se viven en esa edad. Es
importante destacar que Freud había hablado de genitalidad en la infancia. Al elaborar el duelo por el cuerpo
infantil perdido que también significa la elaboración del duelo por el sexo opuesto perdidoen este proceso
evolutivo, la aceptación de la genitalidad surge con fuerza en la adolescencia, impuesta por la presencia difícil
de negar de la menstruación o de la aparición del semen. Ambas funciones fisiológicas que maduran en este
período de la vida imponen al rol genital la procreación y la definición sexual correspondiente.
La dentición marca el fin del vínculo oral con la madre. El modelo de vínculo oral es el que se va a tratar de
restablecer en la segunda mitad del primer año de vida cuando aparece la fase genital previa de Arminda
Aberastury49, 50,51. Siguiendo las ideas de esta investigadora, es posible ver cómo aparece aquí la necesidad del
tercero y la estructuración del complejo de Edipo temprano que tiene entonces características genitales y no
orales. Es en este momento cuando ocurre el descubrimiento y manipuleo de los órganos genitales y las
fantasías del establecimiento de un vínculo en un nivel genital. Estas fantasías de vínculo genital se dan con
las características de lo penetrante para lo masculino y de lo penetrado para lo femenino. Es menester
destacar que el vínculo debe restablecerse por lo tanto en el nivel de esas funciones y en consecuencia, tanto
para el hombre como para la mujer, las primeras fantasías de recuperación del vínculo originariamente
perdido pueden hacerse si se establecen sobre un modelo genital, utilizando entonces los órganos genitales,
no como instrumentos sádicos-como implicaría el seguir manteniendo el vínculo oral después de la aparición
de la dentición- sino como una posibilidad de vínculo afectivo y por lo tanto factible de ser mantenido.
Son entonces las fantasías de penetrar o de ser penetrada el modelo de vínculo que se va a mantener durante
toda la vida ulterior del sujeto, como expresión de lo masculino y lo femenino. Para ello, las figuras de la
madre y del padre son fundamentalmente escenciales. La ausencia o déficit de la figura del padre va a ser la
que va a determinar la fijación en la madre, y por lo tanto, va a ser tambien el origen de la homosexualidad,
tanto del hombre como de la mujer.
Las posibilidades de la elaboración satisfactoria en el lactante de la fase genital previa son factibles, si éste
puede masturbarse en forma no compulsiva, si de identifica y proyectivamente con los padres en coito
positivo y amaoroso, y si puede realizar actividades lúdicas52,53.
Es menester destacar que esta fase genital previa y su elaboración queda incluida entre las fases pre-
genitales, y se va a repetir después en el período fálico clásico, a los 4 o 5 años. También aquí, y siguiendo el
criterio clásico freudiano de las series complementarias, es necesario reconocer que la conducta de los padres
frente a la fase genital previa, y a toda la genitalidad infantil, influirá de forma determinante en la evolución
genital del sujeto.
Esto es precisamente lo que vemos en la adolescencia, donde la posible instrumentalización de la genitalidad,
con significados adultos, reagudiza la fantasía y experiencia pasada hasta entonces. Así podemos ver el
fenómeno de la evolución del autoerotismo a la heterosexualidad (masturbación primero, como fase genital
previa; actividad lúdica que lleva al aprendizaje –que es el aprendizaje lúdico del otro sexo a través del
toqueteo, bailes, juegos, deportes-, lo que constituye también una forma de exploración).
Cabe también aquí el problema de la curiosidad sexual, expresada en el interés por las revistas pornográficas,
tan frecuentes entre los adolescentes. El exhibicionismo y el voyerismo se manifiestan en la vestimenta, el
cabello, el tipo de bailes, etc.
En este período evolutivo la importancia de las figuras parentales reales es enorme. La escena primaria es
positiva o negativa según las experiencias primeras y la imagen psicológica que proporcionan los padres reales
externos.
Los cambios biológicos que se operan en la adolescencia producen gran ansiedad y preocupación, porque el
adolescente debe asistir pasiva e impotentemente a los mismos. La tentativa de negar la pérdida del cuerpo y
del rol infantil especialmente provocan modificaciones en el esquema corporal que se trata de nega, en la
elaboración de los procesos de duelo normales de la adolescencia.
Anna Freud ha señalado que la genitalidad determina modificaciones del yo que se ve en graves conflictos con
el ello, obligándole a recurrir a nuevos y más específicos mecanismos de defensa 54. Melanie Klein55 sostiene
que la resurgencia de libido que sigue a la latencia, refuerza las demandas del ello al mismo tiempo que las
exigencias que el superyó se incrementan. El compromiso entonces no cubre sólo al yo y al ello, sino que hace
iontervenir al superyó muy activamente. Si consideramos que en la configuración del superyó, desde el
primer momento intervienen los padres, son estas luchas con las figuras parentales mediante los procesos de
48 Freud, A. “Una teoría sexual”. Obras completas. Madrid. Biblioteca Nueva. I. 1948.
49 Aberastury, A: “La fase genital previa”. Buenos Aires; Revista de Psicoanálisis, XXI, 3, págs. 203-213, 1964.
50 Aberastury, A: “La existencia de la organización genital en el lactante”. Revista brazileira de Psicanálise, I, 1, pág. 18, 1967.
51 Aberastury, A: “La importancia de la organización genital en la iniciación del complejo de Edipo temprano”. Buenos Aires.
Revista de psicoanálisis, XXVII, 1, págs. 5-25, 1970.
52 Aberastury, A: “La fase genital previa”. Buenos Aires; Revista de Psicoanálisis, XXI, 3, págs. 203-213, 1964.
53 Aberastury, A: “La existencia de la organización genital en el lactante”. Revista brazileira de Psicanálise, I, 1, pág. 18, 1967
54 Freud, A. “Adolescence”, en R. Eissler (comps) de psicoanality study of the child. Nueva York. International University press,
XIII, 1958.
55 Klein, M. “El psicoanálisis de niños”. Buenos Aires. Horné, segunda edición, 1964.
identificación con las mismas, las que van a llevar a la cristalización final de la identidad de la adolescente,
preparándola para ser una identidad adulta.
Así como durante la fase genital se establece el triángulo edípico, en la adolescencia éste se reactiva con toda
intensidad porque como la instrumentación de la genitalidad se hace factible, el individuo se ve obligado a
recurrir a mecanismos de defensa más persistentes y enérgicos.
De no hacerlo, la consumación del incesto sería posible. Esta sería la realización actualizada de la genitalidad
temprana, con la pérdida absoluta de la fuente de identificación sexual definitiva adulta. El individuo que
realizara el incesto tendría un impedimento en el proceso de individuación, ya que permanecería mantenido
en una relación genital temprana, sin posibilidad de definición sexual real. (la figura parental que permitiría el
incesto actuaría la fantasía de impedir el desprendimiento del hijo.) Ello llevaría a mantener a través de la
consumación incestuosa una relación simbiótica que, de acuerdo con lo que he estudiado con Arminda
Aberasturi, podría constituir la base de la homosexualidad tanto del hombre como de la mujer.
Es durante la adolescencia, y como aspectos de la elaboración de la situación atípica, que pueden verse
aspectos de conducta femeninos en el varón y masculinos en la niña, que son las expresiones de una
bisexualidad no resuelta.
Al ir elaborando el complejo de Edipo, en el varón aparecen idealizaciones del padre, que adquiere entonces
las características de un ser bueno y poderoso que permite visualizar los sentimientos que tiene el
adolescente hacia su padre real y que va a poder manejar en la relación adulta con el mismo. Puede
identificarse entonces con los aspectos positivos del padre, superar el temor a la castración por medio de
realizaciones y logros diversos, completar sus estudios o su aprendizaje de trabajo, aceptar sus progresos, que
son los que le mostrarán que es en realidad el mismo, el propio adolescente, el que también tiene potencia y
capacidad creativa.
En la niña ocurre algo similar, ya que al elabora su situación edípica puede aceptar la belleza de sus atributos
femeninos y también realizarse en el trabajo o en el estudio de una manera netamente femenina, aceptando
que su cuerpo no ha sido ni destruido ni vaciado, pudiendo entonces identificarse con los aspectos positivos
de su madre.
Hay por supuesto un fenómeno específico de la mujer, que es el de la menarca, vivida en nuestra cultura
como algo peligroso, dañino, y que refuerza todo tipo de fantasías persecutorias y destructivas 56,57,58. Debo
destacar, sin embargo, que este tipo de situación no es la que fatalmente se da siempre, aunque por
supuesto, en una gran proporción de niñas de nuestra cultura es dable observarlo. Cuando las fases genitales
tempranas, y la sexualidad en general son más aceptadas por los padres, y cuando éstos mantienen una
relación armoniosa, brindando entonces una imagen externa de escena primaria positiva, la aparición de la
menstruación puede ser vivida como una confirmación de la sexualidad femenina e iniciar entonces en la niña
una verdadera etapa de satisfacciones y realizaciones genitales muy positivas.
Es normal que en la adolescencia existan períodos de predominio de aspectos femeninos en el varón y
masculinos en la niña. Es necesario tener siempre el concepto de bisexualidad, y aceptar que la posición
heterosexual adulta exige un proceso de fluctuaciones y aprendizaje en ambos roles.
Es preciso tener en cuenta que el ejercicio genital procreativo sin asumir la responsabilidad consiguiente, no
es un índice de madurez genital sino más bien de serias perturbaciones en este nivel. Por lo tanto no puede
aceptarse como un logro genital el hecho de que un adolescente en tratamiento psicoterápico o
psicoanalítico haya podido establecer una relación de pareja o iniciar contactos genitales procreativos. He
podido observar matrimonios consumados por adolescentes, o por personas jóvenes con características
francamente adolescentes, que muestran una total incapacidad para asumir los roles adultos
correspondientes y que, por lo tanto, han estado condenados a un fracaso irremediable.
Spiegel59 ha señalado que la sexualidad parece actuar como una fuerza que irrumpe sobre o en el individuo en
vez de ser vivida por éste como una expresión de sí mismo. Es que la sexualidad es vivida por el adolescente
como una fuerza que se impone en su cuerpo y que le obliga a separarlo de su personalidad mediante un
mecanismo esquizoide por medio del cual, el cuerpo es algo externo y ajeno a sí mismo. Es que la sexualidad
es vivida por el adolescente como una fuerza que se impone en su cuerpo y que le obliga a separarlo de su
personalidad mediante un mecanismo esquizoide por medio del cual, el cuerpo es algo externo y ajeno a sí
mismo. He observado adolescentes que nos hablan de sus relaciones sexuales como de algo necesario no para
ellos, sino para su pene o para su vagina, o para su “salud corporal”. Y es aquí cuando recurren en realidad, a
una verdadera negación de su genitalidad. Es entonces que, al tratar de recuperar maníacamente la
bisexualidad perdida, tiene que optar por la masturbación. Esta es fundamentalmente, entonces, un intento
maníaco de mantener la bisexualidad que a veces se exterioriza por la práctica homosexual.
Se ha estimado que aproximadamente un 3% de las niñas y el 27% de los muchachos en edad adolescente
llagan a tener orgasmo como resultado de contactos homosexuales, generalmente de tipo masturbatorio 60. Es
56 Klein, M. “El psicoanálisis de niños”. Buenos Aires. Horné, segunda edición, 1964.
57 Klein y Scaziga B. : “Actitudes de preadolescentes acerca de la menstruación”. La Plata, Revistas de psicología, 2, págs. 75-79.
1965.
58 Lange, m. : “Maternidad y sexo”. Buenos Aires, paidós, 1964.
59 Spiegel, L. A. : “Identity and adolescence”, en Lorand y schneer (comps) adolescence. Nueva York. Paul Hoeber, Inc., 1961.
60 Mussen, P. H. Y Conger, J.J.: “Child development and personalty. Nueva York, Harper & bross. 1956. 91 Fenichel,
O. “Teorías psicoanalíticas de la neurosis”.Buenos Aires, Nova, 1962.
preciso destacar con Fenichel91 que las ocasionales experiencias homosexuales entre adolescentes no deben
ser consideradas patológicas siempre y cuando tengan ese aspecto de fenómeno temporario de adaptación y
no se cristalicen como conductas definitivas.
De acuerdo con mi experiencia, en la búsqueda de la definición genital el adolescente suele tener que pasar
por períodos de homosexualidad, que pueden ser la expresión de una proyección de la bisexualidad perdida y
anhelada, en otro individuo del mismo sexo. De esta manera podría el adolescente, en su fantasía, recuperar
el sexo que se está perdiendo en su proceso de identificación genital.
No deben pues alarmar a nadie las situaciones fugaces de homosexualidad que presente el adolescente, y
sobre todo aquellas que aparecen enmascaradas a través de contactos entre adolescentes del mismo sexo,
salidas, bailes, etc.
Deseo enfatizar que, como señalé antes, la falta de la figura paterna hace que tanto el varón como la mujer
queden fijados a la madre. El varón, al no tener una figura masculina con quien identificarse por déficit o
ausencia de la figura paterna, tratará de buscar esa figura toda su vida (búsqueda del pene que da potencia y
masculinidad). La niña queda fijada a la relación oral con la madre y en el contacto piel a piel, reprimiendo y
negando las posibilidades de una relación con un pene, por la inexistencia del mismo en sus tempranas
relaciones objetales.
Siguiendo entonces ideas elaboradas con Arminda Aberastury puedo decir que la raíz de la homosexualidad –
que suele darse transitoriamente como una manifestación típica de la adolescencia- es preciso buscarla en la
circunstancia de que el padre no asume sus roles o está ausente. Entonces, tanto el varón como la niña van a
ir a la homosexualidad, porque ambos quedan así obligados a mantener la bisexualidad como defensa frente
al incesto.
Tanto en esta homosexualidad normal y transitoria, como en la actividad genital previa, y la genital
preparatoria para la genitalidad procreativa, el proceso masturbatorio está presente desde la temprana
infancia hasta la adolescencia avanzada.
La actividad masturbatoria en la primera infancia tiene una finalidad exploratoria y preparatoria para la futura
aceptación de la genitalidad61.
Estas experiencias de exploración, que tienen por finalidad encontrar órganos capaces de reproducir la
relación perdida con la madre, van a ir configurando en el esquema corporal la imagen del aparato genital.
Llevarán al bebé al juicio de realidad de que su cuerpo dispone de uno solo de los términos de esa relación
perdida: la niña encuentra la vagina y el varón el pene. Cuando la niña o el varón se masturban reconstruyen
con una parte de su propio cuerpo el sexo que no tienen. Con la bipedestación, la marcha y el lenguaje, el
niño tiene nuevas fuentes de satisfacción y se amplían sus relacionasen el mundo 62. La actividad
masturbatoria disminuye entonces y se hace cada vez más creciente la actividad lúdica y las multiples
sublimaciones que surgen a esa edad.
En los distintos períodos de la vida, antes de llegar a la adultez, se mantiene la actividad masturbatoria con las
características de negación maníaca.
He podido observar que más allá de las fantasías de la escena primaria que se han descrito como típicas de la
masturbación, también existe una verdadera disociación mente-cuerpo en la que el individuo aparece como
espectador de una escena primaria que se está realizando en su propio cuerpo. Niños y adolescentes suelen
asociar con el relato de sus experiencias masturbatorias, escenas en donde el coito de los padres está siendo
visualizado por ellos.
De acuerdo con lo que estoy exponiendo, la masturbación es primero una experiencia lúdica en la cual las
fantasías edípicas son manejadas solitariamente, intentando descargar la agresividad mezclada de erotismo a
través de la misma, y aceptando la condición del tercero excluido. Es, además del intento maníaco de negar la
pérdida de la bisexualidad, parte del proceso del duelo normal de la adolescencia. Lo lúdico y preparatorio de
la infancia y la niñez se modifican en la pubertad y en la adolescencia. Aquí, la madurez genital, al dar al sujeto
la capacidad de unión en un nivel genital, y al otorgarle su capacidad procreativa, hace que las fantasías
incestuosas se incrementen lo mismo que la frustración, puesto que el individuo ya posee el instrumento
efector de la genitalidad, el cual sin embargo no puede usar (por restricciones socioculturales). Es por ello que
uno de los motivos por el cual las fantasías masturbatorias de la pubertad son mucho más destructivas y
cargadas de culpa63 que en la infancia.
Es que frente a la definición de la necesidad de la satisfacción genital se reactiva e intensifica la actividad
masturbatoria iniciada en la temprana infancia, como un intento desesperado de mantener al sujeto en la
bisexualidad. La intensidad del conflicto creada por la metamorfosis corporal y el incremento de la genitalidad
explica la intensidad de esa actitud y sus características más angustiosas en la adolescencia.
Pero también tiene aquí la masturbación la finalidad exploratoria, de aprendizaje y preparatoria para la futura
genitalidad procreativa.
61 Aberastury, A. y Knobel, M. : “La masturbación y los mecanismos maníacos”. Montevideo, Revista Uruguaya de psicoanálisis,
VIII, 3, pág. 209, 1966.
62 Aberastury, A. : “La dentición, la marcha y el lenguaje en relación con la posición depresiva”. Buenos Aires, Revista de
psicoanálisis, XV, ½, pág. 41, 1958.
63 Aberastury, A. y Knobel, M. : “La masturbación y los mecanismos maníacos”. Montevideo, Revista Uruguaya de psicoanálisis,
VIII, 3, pág. 209, 1966.
Es posible resumir lo expuesto diciendo que la masturbación, le permite al individuo en esta etapa de su vida,
pasar por la etapa esquizo-paranoide de supertonalidad, considerar a sus genitales como ajenos a sí mismo,
tratar de recuperarlos e integrarlos, y finalmente realizar el proceso depresivo a través de una angustia,
primero persecutoria y luego depresiva, e integrar sus genitales a todo el concepto de sí mismo, formando
realmente una identidad genital adulta con capacidad procreativa, independencia real y capacidad de formar
una pareja estable en su propio espacio y en su propio mundo.
Es decir, habrá llegado el individuo a la genitalidad procreativa.
En este sentido, y siguiendo en parte a Erikson 64, es posible definir la genitalidad adulta como el pleno
ejercicio de la capacidad libidinal de un sujeto, mediante la puesta en juego de los elementos remanentes de
todas las etapas de maduración psicosexual, con la culminación en el nivel genital, con otro sujeto del sexo
opuesto y con la aceptación implícita de la capacidad de procrear, siempre que las condiciones
socioeconómicas de la realidad externa lo permitan, integrando así una constelación familia, con los roles
adultos correspondientes65.
7. Actitud social reivindicatoria
En parte me he referido a esto cuando he hablado del fenómeno grupal. Hay, por supuesto, otras muchas
características de estas actitudes combativas y reivindicatorias del adolescente a las que he hecho reiteradas
referencias y que lógicamente necesitarían estudiarse con más detalle 66,67,68. Es importante destacar que fue
precisamente un fenómeno social, el desarrollo de la delincuencia juvenil en los Estados Unidos de América
del Norte, en que influyó grandemente para que se hicieran estudios más extensos y prolijos acerca de la
adolescencia 69.
No todo el proceso de la adolescencia depende del adolescente mismo, como una unidad aislada en un
mundo donde no existiera. No hay duda alguna de que la constelación familiar es la primera expresión de la
sociedad que influye y determina gran parte de la conducta de los adolescentes.
La misma situación edípica que viven los adolescentes, la viven los mismos progenitores del mismo. La
aparición de la instrumentación de la genitalidad, como una realidad concreta en la vida del adolescente,
también es percibida por los padres de éste. Es sabido que muchos padres se angustian y atemorizan frente al
crecimiento de sus hijos, reviviendo sus propias situaciones edípicas conflictivas. No son ajenos los padres a
las ansiedades que despierta la genitalidad de sus hijos y el desprendimiento de los mismos, y los celos que
esto implica.
Así se provoca lo que Stone y Chuch 70 han denominado muy adecuadamente la situación de “ambivalencia
dual”, ya que la misma situación ambivalente que presentan los hijos separándose de los padres, la presentan
éstos al ver que aquéllos se alejan. Si a ello unimos los mecanismos proyectivos y esquizo-paranoides típicos
del adolescente y la reacción de la sociedad en la que el adolescente se mueve, podemos ver que es toda la
sociedad la que interviene muy activamente en la situación conflictiva del adolescente.
Sería sin duda una grave sobresimplificación del problema de la adolescencia, el atribuir todas las
características del adolescente a su cambio psicobiológico, como si todo esto no estuviese ocurriendo en un
ámbito social. Las primeras identificaciones son las que se hacen con las figuras parentales, pero no hay duda
alguna de que el medio en que se vive determina nuevas posibilidades de identificación, futuras aceptaciones
de identificaciones parciales e incorporación de una gran cantidad de pautas socioculturales y económicas
que no es posible minimizar. La ulterior aceptación de la identidad es forzosamente determinada por un
condicionamiento entre individuo y medio que es preciso reconocer.
Creo, con otros autores, que hay bases comunes a todas las sociedades que están determinadas por la propia
condición humana y por los conflictos naturales de los individuos humanos. En el intento vital que presenta el
individuo para identificarse con sus figuras parentales, y tratar luego de superarlas en la realidad de su
existencia, el adolescente presenta una conducta que es el resultado final de una estabilidad biológica y
psíquica, de la urgencia de las disposiciones cambiantes de relación objetal y de la vitalidad de los conflictos
inconscientes. Estos últimos están moldeados sobre la sociedad en que el individuo vive 71. La cultura modifica
enormemente las características exteriores del proceso, aunque las dinámicas intrínsecas del ser humano
sigan siendo las mismas. Creo que los estudios antropológicos muestran variedades de manifestaciones de
vida en común del ser humano, que por supuesto, en la adolescencia, se marcan con rasgos sobresalientes,
pero que de ninguna manera implican una negación de las características básicas y fundamentales que son las
que se pueden describir en el adolescente. Lo aquí descripto como básico psicodinámico-biológico del
individuo se exterioriza de diferentes maneras de acuerdo con los patrones culturales. De acuerdo con mi
64 Erikson, E. H. : “The problem of ego identity”. J.Am. Psychoanal. Asn.,4, pág. 56. 1956.
65 Knobel, M. “Psicología de la adolescencia”. La Plata. Revista de la Universidad de La Plata, 16. págs. 55, 1962.
66 Knobel, M. “Psicología de la adolescencia”. La Plata. Revista de la Universidad de La Plata, 16. págs. 55, 1962.
67 Knobel, M. “Youth in Argentina”, en J.H. Masserman (comp.): A transcultural psychiatric approach. nueva York, Grune &
Stratton, 1969.
68 Klein, M. : “la adolescencia y su psicopatología social”. Buenos Aires, Revista de medicina Psicosomática Argentina, VI, 14, págs.
29-47, 1969.
69 Chess, S. : “Introducción a la psiquiatría infantil”. Buenos Aires, paidós, 1967.
70 Stone, L. J. Y Church, J. : “Niñez y adolescencia”. Buenos Aire, Horné, 1959.
71 Muensternberger. W. : “The adolescen in society”, Lorand y Scheer (comps). : “Adolescence”. Nueva York, Paul B. Hoeber Inc.
1961.
pensamiento, el comprender los patrones culturales puede ser sumamente importante para determinar
ciertas pautas exteriores de manejo de la adolescencia, pero el comprender la adolescencia en sí misma es
esencial para que estas pautas culturales puedan ser modificadas y utilizadas adecuadamente cuando el
adolescente claudica en la patología. La adolescencia es recibida predominantemente en forma hostil por el
mundo de los adultos en virtud de las situaciones conflictivas edípicas a las que ya he hecho referencia. Se
crean “estereotipos” 72, con los que se trata de definir, caracterizar, señalar, aunque en realidad creo yo, se
busca aislar fóbicamente a los adolescentes del mundo de los adultos.
No es una simple casualidad que la entrada a la pubertad esté tan señalada en casi todas las culturas. Los
llamados ritos de iniciación son muy diversos, aunque tienen fundamentalmente siempre la misma base: la
rivalidad que los padres del mismo sexo sienten al tener que aceptar como a sus iguales –y posteriormente
incluso admitir la posibilidad de ser reemplazados por los mismos-, a sus hijos, que así se identifican con ellos
73
. La sociedad es la que se hace cargo del conflicto edípico y tiende a imponer su solución, a veces d una
manera sumamente cruel, lo que ya refleja esa situación de ambivalencia dual a la que me he referido y al
antagonismo que los padres sienten hacía sus hijos.
No creo que éste sea un simple fenómeno de estudio antropológico que pueda reflejar una curiosidad
histórica con referencia a culturas primitivas. Nuestra propia sociedad puede ser tan cruel como la más
incivilizada de las culturas arcaicas que conocemos. Es muy conocida la rigidez de algunos padres, las
formalidades que exigen a la conducta de sus hijos adolescentes, las limitaciones brutales que se suelen
imponer, la ocultación maliciosa que se hace de la aparición de la sexualidad, el tabú de la menarca, las
negaciones de tipo “moralista” que contribuyen a reforzar las ansiedades paranoides de los adolescentes.
También es conocida la contradicción de nuestra sociedad contemporánea, donde las posibilidades materiales
para el ser humano son enormes, especialmente en los llamados países de afluencia, y donde sin embargo,
todo se le hace prácticamente imposible al adolescente. Podemos sentarnos frente a la pantalla de un
televisor en nuestro propio hogar y ver lo que pasa en los países más alejados y en las sociedades más
desconocidas. Podemos así reconocer la falacia de nuestras costumbres y podemos intentar modificarlas.
El fenómeno de la subcultura adolescente se expande y se contagia como un signo de “rebelión”. En realidad,
creo que se trata de identificaciones cruzadas y masivas, que ocurren como necesidad de defensa yoica en
este período de la vida, mediante la cual el sujeto va desprendiéndose de situaciones infantiles y viendo al
mismo tiempo como peligrosas e indefinida su entrada al mundo de los adultos.
La actitud social reivindicatoria del adolescente se hace prácticamente imprescindible.
La sociedad, aun manejaba de diferente manera y con distintos criterios socioeconómicos, impone
restricciones a la vida del adolescente. El adolescente, con su pujanza, con su actividad, con la fuerza
reestructuradota de su personalidad, trata de modificar la sociedad, que por otra parte, está volviendo
constantemente modificaciones intensas. Teniendo con- ciencia de la transpolación que significa lo que
afirmo, es posible decir que se crea un malestar de tipo paranoide en el mundo adulto que se siente
amenazando por los jóvenes que van a ocupar ese lugar y que, por lo tanto, son reactivamente desplazados.
El adulto proyecta en el joven su propia incapacidad por controlar lo que está ocurriendo sociopolíticamente a
su alrededor y trata entonces de desubicar al adolescente. Veamos que muchas veces las oportunidades para
los adolescentes capaces están muy restringidas y en no pocas oportunidades el adolescente tiene que
adaptarse, sometiéndose a las necesidades que el mundo adulto le impone. Parecería que a veces, como lo
dice Sullivan74, el adolescente tuviera que descubrir que sólo puede progresar en el comercio o la industria
mediante una paciente y sistemática adaptación a los dictados de los débiles mentales, y señala cómo el
triunfo de la mediocridad y la estupidez humana, brindan un cierto grado de “comodidad” cuya única salida
es a veces encontrada en las gestas “heroicas” del crimen y de la delincuencia.
En la medida en que el adolescente no encuentre el camino adecuado para su expresión vital y la aceptación
de una posibilidad de realización, no podrá ser un adulto satisfecho. La tecnificación de la sociedad, el
dominio de un mundo adulto incomprensible y exigente, la burocratización de las posibilidades de empleo, las
exigencias de una industrialización mal canalizadas y una economía mal dirigida, crean una división de clases
absurda e ilógica que el individuo trata de superar mediante crisis violentas, que pueden compararse con
verdaderas actitudes de tipo psicopático de la adolescencia (aquí me refiero específicamente a un mecanismo
útil por lo inevitable). Muchas otras veces, frente a estas vicisitudes, la reacción de la adolescencia aunque
violenta, puede adoptar la forma de una reestructuración yoica revolucionaria, conducente a una liberación
de ese superyo social cruel y limitante. Es entonces la parte sana de la sociedad la que se refugia en el
baluarte de una adolescencia activa, que canaliza las lógicas reivindicaciones que la misma sociedad necesita
para un futuro mejor.
Como psicoanalista pienso que para poder comprender algunos de estos cambios, debemos tener en cuenta
las dinámicas psicológicas, que están determinadas no solamente por las realidades socioeconómicas del
mundo en que se vive, sino también por las necesidades psicológicas de una adolescencia que se prolonga en
72 Anthony, E. J.: “The reaction of adults to adolescents and their behavior”. En: G. Caplan y S. Lebovici, Psychiatric approaches to
adolescence. Amsterdam, Excerpta Medica Foundation, 1966.
73 Muensterberger, W.: “The Adolescent in Society”, en Lorand y Scheer (Comps.) : Adolescence. Nueva York, Paul B. Hoeber Inc.,
1961.
74 Sullivan, H. S.: Schizophrenia as a human process. Nueva York, W. W. Norton, 1962. {Hay versión castellana: la esquizofrenia
como un proceso humano. México, Herrero, 1964.
lo que antes era una adultez serena, y que hoy no puede ser sino una inquietud, una inestabilidad, una
sensación de fracaso que debe tratar de superarse de cualquier manera y a cualquier precio.
La juventud revolucionaria del mundo, y la nuestra en especial, tiene en sí el sentimiento místico de la
necesidad del cambio social. Lo que puede explicarse como el manejo omnipotente del mundo que necesita
lucubrar el adolescente como compensación, encuentra en la realidad social frustrante una imagen especular
de su superyo cruel y restrictivo. Las partes sanas de su yo se ponen al servicio de un ideal que permite
modificar estas estructuras sociales colectivas y surgen así grandes movimientos de contenido valedero y
noble para el futuro de la humanidad. El peligro reside en que mediante el mismo mecanismo se pueden
canalizar a ciertos jóvenes hacia empresas y aventuras destructivas, perniciosas y patológicamente
reivindicatorias.
Es decir, las actitudes reivindicatorias y de reforma social del adolescente pueden ser la cristalización en la
acción de lo que ha ocurrido ya en el pensamiento. Las intelectualizaciones, fantasías conscientes,
necesidades del yo fluctuante que se refuerza en el yo grupal, hacen que se trasforme el pensamiento activo,
en verdadera acción social, política, cultural, esta elaboración del proceso de la adolescencia que considero
tan fundamental en todo el desarrollo evolutivo del individuo.
Frente al adolescente individual, es necesario no olvidar que gran parte de la oposición que se vive por parte
de los padres, es trasladada al campo social. Además, gran parte de la frustración que significa hacer el duelo
por los padres de la infancia, se proyecta en el mundo eterno. De esta manera el adolescente siente que no es
él quien cambia, quien abandona su cuerpo y su rol infantil, sino que son sus padres y la sociedad los que se
niegan a seguir funcionado como padres infantiles que tienen con él actitudes de cuidado y protección
ilimitados. Descarga entonces contra ellos su odio y su envidia y desarrolla actitudes destructivas. Si puede
elaborar bien los duelos correspondientes y reconocer la sensación de fracaso, podrá introducirse en el
mundo de los adultos con ideas reconstructivas, modificadoras en un sentido positivo de la realidad social y
tendientes a que cuando ejerza su identidad adulta pueda encontrarse en un mundo realmente mejor. Insisto
que cuando hablo d adaptación, aceptación o reconocimiento no me refiero al sometimiento, sino a la
inteligente posibilidad de una relación objetal no masoquista.
75 Spiegel, L. A.: “Identity and adolescence”, en Lorand y Schneer (comps): Adolescence. Nueva York, Paul Hoeber, Inc., 1961.
No son ajenos los padres a las ansiedades que despiertan la genitalidad y el desprendimiento real, y a los celos
que esto implica en los hijos y en ellos mismos. La revolución de la sexualidad depende en gran parte de cómo
los mismos padres acepten los conflictos y el desprendimiento que los hijos de una manera u otra pueden
expresar. Ya m he referido al concepto de ambivalencia dual que es menester reiterar aquí para entender el
difícil proceso de separación entre padres e hijos adolescentes.
Muchas veces los padres niegan el crecimiento de los hijos y los hijos viven a los padres con las características
persecutorias más acentuadas.
Esto ocurre especialmente sí la fase genital previa se ha desarrollado con dificultades y las figuras de los
padres combinados, la escena primaria, ha tenido y tiene caracteres de indiferenciación y de persecución. Si la
figura de los padres aparece con roles bien definidos, en una unión amorosa y creativa, la escena primaria
disminuye sus aspectos persecutorios y se convierte en el modelo del vinculo genital que el adolescente
buscará realmente.
La presencia internalizada de buenas imágenes parentales, con roles bien definidos, y una escena primaria
amorosa y creativa, permitirá una buena separación de los padres, un desprendimiento útil, y facilitará al
adolescente el pasaje a la madurez, para el ejercicio de la genitalidad n un plano adulto.
Por otro lado, figuras parentales no muy estables ni bien definidas en sus roles, pueden aparecer ante el
adolescente como desvalorizadas y obligarlo a buscar identificaciones con personalidades más consistentes y
firmes, por lo menos en un sentido compensatorio o idealizado. En esos momentos la identificación con ídolos
d distinto tipo, cinematográficos, deportivos, etc., es muy frecuente. En ocasiones pueden identificarse de
tipo psicopático, en donde por medio de la identificación introyectiva el adolescente comienza a actuar los
roles que atribuye al personaje con el cual se identifico.
En virtud de la necesidad de negar las fantasías genitales, y la posibilidad de realización edípica, los
mecanismos esquizoparanoides suelen ser intensos. Gran parte de la relación con los padres esta disociada y
éstos son vividos entonces como figuras o muy buenas, lo que por supuesto depende fundamentalmente de
cómo han sido introyectadas estas figuras en las etapas pregenitales, entre las que incluimos la fase genital
previa. Las identificaciones se hacen entonces con sustitutos parentales en los cuales pueden proyectarse
cargas libidinales, especialmente en sus aspectos idealizados, lo que permite la negación de la fantasía edípica
subyacente. Es así como aparecen relaciones fantaseadas con maestros, héroes reales e imaginarios,
compañeros mayores, que adquieren características parentales, y pueden empezar a establecer relaciones
que en ese momento satisfacen más.
La disociación esquizoide del adolescente es un fenómeno normal y natural que es preciso aprender a
reconocer para comprender algunas de sus características. La ubicación social de este fenómeno puede hacer
que se entienda con mucho más claridad la base fundamental común que presenta determinada
característica cultural, en un cierto medio geográfico y tradicional.
Sólo se observara una variación externa de la forma de expresión de un fenómeno básico psicológico que s el
que describo en este momento.
10. Constantes fluctuantes del humor y del estado de ánimo
En mi primer trabajo sobre este tema 76 he señalado y enfatizado cómo los fenómenos de “depresión” y
“duelo” acompañan el proceso idetificatorio de la adolescencia. Un sentimiento básico de ansiedad y
depresión acompañarán permanentemente como substrato a la adolescencia.
La cantidad y la calidad de la elaboración de los duelos de la adolescencia determinarán la mayor o menor
intensidad de esta expresión y de estos sentimientos.
En el proceso de fluctuaciones dolorosas permanentes, la realidad no siempre satisface las aspiraciones del
individuo, es decir, sus necesidades instintivas básicas, o su modalidad específica de relación objetal en su
propio campo dinámico. El yo realiza intentos de conexión placentera –a veces displacentera-, nirvánica con el
mundo, que no siempre se logra, y la sensación de fracaso frente a esta búsqueda de satisfacciones puede ser
muy intensa y obligar al individuo a refugiarse en sí mismo. He ahí el repliegue autista 77que es tan singular del
adolescente y que puede dar origen a ese “sentimiento de soledad” tan característico de esa típica situación
de “frustración y desaliento” y de ese “aburrimiento” que “suele ser un signo distintivo del adolescente” 78. El
adolescente se refugia en sí mismo y en el mundo interno que ha ido formando durante su infancia
preparándose para la acción y, a diferencia del psicópata, del neurótico o del psicótico, elabora y reconsidera
constantemente sus vivencias y sus fracasos. Como ejemplo típico de lo contrario podemos tomar al
psicópata, que siente la necesidad de actuar directamente por lo penoso que se le hace enfrentar
depresivamente todas estas situaciones de su mundo interno.
La intensidad y frecuencia de los procesos de introyeción y proyección pueden obligar al adolescente a
realizar rápidas modificaciones de su estado de ánimo ya que se ve de pronto sumergido en las desesperanzas
más profundas o, cuando elabora y supera los duelos, puede proyectarse en una elección que muchas veces
suele ser desmedida.
76 knobel, M.: “Psicología de la adolescencia”. La Plata, Revista de la Universidad de La Plata, 16. pág. 55, 1962.
77 Klein, M. : “Un enfoque sobre la temporalidad en el psicoanálisis de la adolescencia”. Trabajo presentado a la Asociación
psicoanalítica Argentina, 1969.
78 Campo , A.: “El pensamiento y la culpa en la personalidad psicopática”. Trabajo presentado en la Asociación Psicoanalítica
Argentina, 1963.
Los cambios de humor son típicos de la adolescencia y es preciso sobre la base de los mecanismos de
proyección y de duelo por la pérdida de objetos que ya he descrito; al fallar estos intentos de elaboración,
tales cambios de humor pueden aparecer como microcrisis maníacodepresivas.