Ricardo Sánchez
Ricardo Sánchez
Ricardo Sánchez
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Presentación
Ricardo Sánchez Arenas nació en Pereira, el 7 de enero de 1888 y falleció en esta misma
ciudad el 20 de junio de 1946. Hijo de don Clotario Sánchez, primer bibliotecario que
recogidas en libro.
1925, con don Manuel Mejía Robledo. En 1937, la Editorial Zapata de Manizales
publicó su libro “Pereira 1875-1935”, una serie de crónicas en las que plasmó sus
recuerdos de la ciudad, a comienzos del siglo XX. El prólogo de ese volumen fue escrito
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El presente volumen reúne las crónicas que en su condición de reportero durante la
“guerra” de Colombia con el Perú, entre 1932 y 1933, envió desde el Caquetá para el
El valor literario de estas crónicas para la ciudad radica en que a través de ellas se puede
apreciar el talento de un hombre que los pereiranos han asimilado más con el oficio de
historiador, por su único libro conocido. Crónicas del Caquetá brinda muestras
fehacientes del conocimiento del género que poseía el autor, como quiera que ofrece sus
impresiones personales sobre la realidad del conflicto, sin tener que recurrir a la
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CRÓNICAS DEL CAQUETÁ
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Crónica del Caquetá
Hoy es día de todos los santos, pero para mí es de todos los diablos. Mi ropa está en
Garzón desde hace veinte días y no ha habido manera de hacerla llegar. Me tiene
deje encomendada. “Fletes difíciles” es todo lo que contesta ese bellaco. Estoy tentado
de comprar una “cusma” de indio y enfundarme en ella, porque ya me tienen jarto los
pantalones breaches, los tubos y el sombrero corcho. Todos los peones que llegan del
interior me confunden con el doctor Garcés, y me suplican que los instalen alguna parte.
He tenido que esperar en las orillas del río Hacha aguardando a que se sequen las
franelas y los calzoncillos… Para mí la guerra empezó hace dos semanas y me lleva el
diablo de envidia, sabiendo que allí no más, en Garzón, a 126 kilómetros de distancia,
mis pantalones glaxos –unos pantalones claros con los cuales tumbaría boto aquí en
la belleza de esta tierra. Nada importa que vivamos casi en pelota si hemos de seguir
oyendo los trinos de los arrendajos y la charla de las Guacamayas… Por un baño en el
río Hacha bien se pueden soportar todas las privaciones; entre sus linfas transparentes se
me pasan las horas sin sentirlas, cazando “cuchas” debajo de las piedras. Por las tardes,
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con varios amigos que aquí me he topao, bebo a grandes sorbos el soberbio paisaje del
En las noches serenas y luminosas, al claror de una luna creciente, viene a mi pieza al
abogado y poeta -más abogado que poeta-, gentil amigo que entre otras cosas toca la
flauta con rara habilidad, Carlos López Narváez, a deleitarme con tonadas que son ayes
y lamentaciones de la tierra paterna. Don Pachito, el dueño del Hotel, suele llamarme la
atención hasta tres veces por día, exigiéndome el valor de la primera quincena y yo le
digo que se espere, que estamos en guerra. Poco se preocupa por mi deuda, porque en su
poder están mi caballo y una silla cabezona que me alquilaron en Garzón y que no he
devuelto porque puede hacerme mucha falta. Aunque su propietario me ha puesto cuatro
de contestarle que he muerto ahogado en el río Hacha si sigue molestando con sus
telegramas.
Soy amigo de Miguel Piranga, comisario jefe de la tribu de los indios “Coreguajes” que
vino de las orillas del río Pessado, tripulando dos canoas y acompañados de diez nativos.
salidos, sin un tris de cejas, sin pestañas y con los ojos minúsculos; completamente
embadurnado de achote y con la enorme boca llena constantemente de coca, sus piernas
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separadas y su “cusca” mugrosa, este cacique infeliz tiene muchas semejanzas con un
toda su autoridad en un bastón de chonta que tiene sobre la parte superior clavada una
moneda de veinte centavos. Hoy tuve que obsequiarle tres tragos de aguardiente para
Doña Erbelina de Vega, sencilla mujer que ejerce el cargo de maestra de escuela en la
tribu de los coreguajes, vino con los indios y esta mañana he estado en su casa. Habla su
indios maliciosos que saben hablar castellano, pero que son egoístas en extremo y sólo
aflojan una que otra palabra a cambio de tabacos o aguardiente. La maestra que tiene
mucho ascendiente sobre ellos, les ha dicho que yo soy un investigador científico, que
próximo viaje les traigo collares y pulseras de vidrio de vistosos colores. Con esa
promesa los indios empiezan a arrimarse sin temor. Alguno me dice que le regale el
sombrero corcho; otro que le de los anteojos, el de más allá dice que él quiere el
binóculo y Miguel Pironga me ruega que le regale la máquina fotográfica. Cuando hago
mayor encanto.
reses. La sangre y los desperdicios ruedan hacia la quebrada donde los pescados, en
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emocionante lucha, se los disputan. Un bobo carga agua en barriles para los baños del
Hotel Salas y las lavadoras golpean la ropa sobre las piedras de la orilla en tanto que
silban o cantan… los arrendajos charlan en los follajes de la arboleda y yo miro hacia el
norte, indagando con el binóculo el sendero que baja, a ver si de pronto sorprendo en
En el Hotel Caquetá nos sirven por turnos como en las peluquerías. En la única mesa de
su comedor sólo caben ocho personas y los hombres, aquí como en los naufragios,
cedemos el primer puesto para que se salven las mujeres y los niños. La señorita
Cruz Roja, lo mismo que Doña Josefina de Wilson, esposa del capitán, ocupan puestos
de preferencia. El Mayo Diago, jefe militar de la Plaza, ocupa casi siempre la cabecera
de la mesa y durante las comidas nos divierte con su charla amena. El doctor Lleras, el
doctor Moreno el doctor López, el mayor Navas, el coronel Tovar y Tovar, el capitán
con dinamita, Carlos López y Alberto Mosquera, altos empleados del comando y muy
buenos “cuartos”, suelen rebuscarse con tacos que vamos a tirar al río Hacha o a la
quebrada de “La perdiz”, de cuando en cuando. Regresamos con las redes llenas y
aseguramos el mayor Diago que esos peces fueron cogidos con atarraya por expertos que
en Florencia son numerosos. El Mayor Diago, que es hombre malicioso, nos decía noche
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Deliciosa vida esta de Florencia donde el clima es sano y el ambiente es muy puro.
Mañana cuando vamos a La Tagua y nos agarren las fiebres será otro cantar. ¡Qué viva
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El detective de la selva
Era muy querido en la comarca el indio José. El roce con los blancos le permitió adquirir
Elena, oriunda de Pitalito, vivía en Florencia y la mañana que la conoció el indio José
quedó prendado de sus gracias. Elena se dejó cortejar por el indio atrevido y cierta
mañana de julio, el Capuchino Igualada los unió en matrimonio en la humilde capilla del
convento. Pasaron su luna de miel a las orillas del río Bodoquera y en su rústica cabaña
se pasaban la vida muy tranquilos, arrullados por el canto de las aves salvajes
Elena había dejado amores en Pitalito con un pariente lejano que la vio partir para
lanzó a la montaña en busca de la ingrata. Vagó por las selvas días y noches y al fin dio
con el matrimonio que vivía en santa paz. Elena estaba más esbelta y más ágil. El sol de
los trópicos había ennegrecido su piel un poco, pero las limpias aguas del Bodoquera la
mantenían fresca y apetitosa. Un guiño de ojos de la morena fue suficiente para que el
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novio comprendiera sus intenciones. Lo presentó a su marido como un hermano y el
Cierta mañana el indio José cogió la escopeta y se internó en la selva a extraer balata.
asesinato. Rudesindo -que así se llamaba el antiguo novio-, seguiría las huellas del
el cadáver lo mismo que la escopeta. Mientras tanto Elena marcharía a Florencia y diría
a las autoridades que José se había internado en la selva desde hacía tres días y que ella
verdadera muerte.
El plan se desarrolló a las mil maravillas. Rudesindo cumplió su cometido con religiosa
una espina, el machete asesino cortó de un tajo la cabeza del desdichado. Su cadáver fue
escondido junto a un árbol caído y los despojos mortales fueron cubiertos con hojas de
palmera. La escopeta quedó dentro del tronco podrido de otro árbol a varios kilómetros
colectaban las cosechas de los frutos que cultivaba el indio José y mientras el tiempo se
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Inocencio Cañate, cacique de los indios Huitotos, jamás quiso conformarse con la
desaparición de José. Sabía que el indio había trajinado la selva en todas direcciones por
más de veinte años y se le hacía muy extraño que se hubiera perdido tan de improviso.
Se puso al habla con el jefe de los indios “coreguajes”, el cacique Pironga, hechicero y
supersticioso, para que averiguara por el paradero de José por medio del bejuco Yagé.
Pironga se hizo rogar mucho, alegando que había oído cantar muchas veces en las
brebaje, y fue así como una noche, a las orillas del río Pescado, se celebró la macabra
mago de la selva, después de haber hecho apagar todas las luces y el fuego de las
todos los circunstantes se volvieran de espaldas para que la droga hiciera su efecto y
Por las comisuras de la boca del hechicero escapaban gruesos hilos de baba, hacía
muecas horribles y ajustaba las mandíbulas como una tenaza. Poco a poco se fue
cabeza...
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- Indio… muriendo… blanco… arrastrando… indio… muerto.
escondiendo… tapando.
circunstantes estaban atónitos y cuando Pironga volvió en sí dijo que nada recordaba por
reposo para contarles todo en sano juicio. Les explicó el crimen con todos sus detalles y
La pareja de asesinos había huido, pero encontraron el cadáver y la escopeta en los sitios
trágico y en la cabaña abandonada, entre mohosa vaina de cuero, rastros de sangre del
falta en una colonia penal, en tanto que la selva, la selva inmensa y traidora, sigue
indiferente.
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Mientras llega la guerra
Estamos en Florencia desde hace dos semanas, encantados de la vida, saboreando los
llegamos de los primeros, resueltos a afrontar todos los peligros. Presentamos nuestras
angustiosa espera, sin saber lo que pasa en el interior y lo que es más triste, sin saber
nada de lo que pasa en las regiones amenazadas no obstante estar tan cerca. El estado de
sitio en que vivimos nos mantiene ignorantes de todo. Nuestras cartas son abiertas en el
previamente censurado por las autoridades antes de marchar a su destino. Esta crónica la
para salir al Huila. Como nuestra espera se hace indefinida, hemos resuelto cambiar de
programa y correr una pequeña aventura mientras llega a la guerra. Preocupados con la
suerte de varios amigos manizaleños, vamos a probar suerte en las entrañas de la selva
infinita...
Mañana proseguiremos nuestro viaje al sur cabalgando los lomos de una frágil “curiara”
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alemán Otto Frank y el señor Jesús María Morales que vinieron a esta tierra en pos de
fuertes emociones. Nuestra embarcación está lista y ya está a bordo todo lo necesario
para el viaje. Llevamos café, pan, sal, anzuelos, escopetas, mañoco, drogas, tinta, papel,
etc. Mañana a los gorjeos de los “arrendajos” iniciaremos la marcha. Nuestra ruta ha
sido dibujada por el ingeniero alemán sobre un papel azul, con rayas blancas y ya nos la
sabemos de memoria. Surcamos las aguas del río Orteguaza hasta la desembocadura del
río Bodoquera sobre su margen derecha. Remontaremos la corriente de ese río, tres días,
hasta dar con los “tambes” del cacique Pironga, hechicero y supersticioso, que dizque
conoce todos los misterios y todas las virtudes del bejuco yagé. Vamos resueltos a tomar
ese brebaje indígena, sometiéndonos a todos sus macabros rituales para poder luego
discutir por la prensa con el ingeniero Rozo... Si hay algo de cierto en esa historia de
Julián Pinzón quién nos hará la propaganda. En el guayabo de la borrachera del yagé
descenderemos las aguas del río Bodoquera y seguiremos Orteguaza abajo hasta el río
río misterioso por espacio de cuatro días, hasta llegar a las cabañas de los indios
pitonisa de los montes y bruja de la comarca. Huéspedes de esa tribu beberemos sin
Adquiriremos allí resinas olorosas y aceites curativos; cortezas de árboles cuyo jugo
absorbente hace salir cabello en abundancia (se tenga Mariano Zuluaga y Chorem);
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pomadas para blanquear el cutis con las que regalaremos a Rodrigo Becerra; ungüento
para las quebrados que tendrán allá una gran “demanda”, y la raíz de cierta palmera
cuyo cocimiento es infalible para teñir canas y del cual nombraremos agente en
buscaremos las piedritas encantadas de color violeta, las cuales una vez calentadas al
sol curan los orzuelos con el simple contacto; cogeremos la “reina de la necha” y el
“congolo blanco”, la “vainilla silvestre” y la “corneta roja” cuyo olor enceguece por dos
días; la “guayaba picante”, la uva purgante, la piña negra... Compraremos arcos y birotes
nuestra tienda y estableceremos nuestro centro de operaciones. Otto lleva ciertos datos
sobre la existencia de raros animales y extrañas plantas en ese sector de selva embrujada.
Humboldt y lleva mapas en clave, donde sobresalen varias manchas rojas. Dice que
auxiliado por esos papeles penetrará a la selva como a casa propia y mostrándonos en el
mapa una figura negra en forma de anzuelo nos dice: “Aquí se encuentra la hormiga de
dos cabezas”.
Vamos con este alemán seguros y tranquilos, confiando en que si no nos empetaca el
tigre, habremos de sacar de este viaje algo de mucho provecho. Muchas veces he
pensado que este ingeniero está loco, pero me ha mostrado retratos de su mujer y sus
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hijos y ayer recibió un telegrama en que le dicen que la yegua que dejó con renguera
Nuestro compañero Morales se confesó hoy con un padre capuchino y le envió una
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De Garzón a Florencia
La situación creada con motivo de los sucesos del sur ha despertado la codicia en estas
gentes antes conformes. El flete de una buena bestia de silla a Florencia valía en agosto
de tres a cuatro pesos y hoy, por el mismo servicio piden diez y se quedan muy frescos.
Nos vemos sitiados de tal modo que preferimos comprar un caballo para proseguir
nuestro viaje, logrando de esa manera salir de Garzón donde nuestra demora se hacía
las cabalgaduras y a la llanura los primeros riscos de la Sierra. Vamos dejando atrás
patrullas de peones enganchados que van destinados a las obras públicas del sur, y de
pedazos del río Magdalena que se esconden tras de los cerros. Por un camino amplio,
ardientes llanos y a los ríos tranquilos los suceden la fresca montaña y las fuentes
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sus frutos maduros y en las modestas cabañas las gentes son sanas y laboriosas. El café y
la yuca, el plátano y la caña, los potreros de micay y los verdes maizales nos traen a la
Sin sentir el ascenso hemos llegado a lo más alto de la cordillera. Allí en el sitio
Caquetá. Las vertientes que acabamos de dejar llevan sus aguas al Magdalena mientras
que estas claras fuentes de la sierra andina las rinden al gigantesco Amazonas. Una serie
de montañas altas y azules nos sirven de morada y aún no podemos divisar la selva
el cerro próximo. Atravesamos la quebrada “Ruidosa” de agua fría y cristalina que baja
cantando por los peñascos y que son las fuentes que recibe en su recorrido antes de
llegar al valle, forma el Río Hacha, que tributa sus aguas al Orteguaza abajo de
Florencia. El ingeniero doctor Garcés que trazó este camino se hizo acreedor a la
gratitud nacional. Salvó la cordillera de una manera habilísima con un trazado muy
A lo lejos, en las largas travesías del camino, se divisan muladas que viajan hacia el sur.
Van quedando atrás Sucre, Santa Elena, El Paraíso, Córdoba, El Recluta. Al fin, a pocos
grandioso de la selva infinita. Muy cerca, a tres kilómetros, está la población pero no
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queremos arribar a ella sin saborear más y muy despacio el soberbio paisaje. A nuestra
derecha, en la próxima hondonada, el Río Hacha se desliza con fragor de tormenta. Allá
en la lejanía azul y plana, la lente de nuestro binóculo aprisiona pequeños puntos blancos
que son aguas de los inmensos ríos. Un avión rasga el cielo y atraviesa la selva en
dirección a Potosí, donde llegará en pocos minutos. Durante una hora hemos bebido la
belleza de la tarde que muere sobre el mar y acabamos al fin de descender la cuesta,
Es domingo y hay gran animación en el poblado. Se celebra una fiesta patriótica y las
casas están adornadas con banderolas de papel, el tricolor nacional se agita suavemente a
cuyo producto está destinado a aumentar el fondo de la defensa nacional. Nos instalamos
Es Florencia el principio de una gran ciudad. El ingeniero que trazó sus calles previó su
pedestal descansa el busto en bronce de Acevedo y Gómez, hay una numerosa multitud.
Bajo pintorescas toldas se han instalado mesas donde se venden para el fondo nacional
los principales artículos: cigarrillos, licores, flores, frutas, etc. En otras toldas se han
instalado cocinas para los obreros y los peones que están llegando del interior y donde se
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Hemos sido presentados a las principales autoridades del lugar. Quedamos encantados
con la simpatía de Don Manuel Cadavid, comisario especial del Caquetá; nos seduce el
trato afable, la franqueza y la energía del mayor Ángel María Diago, jefe civil y militar
toda la carga que el gobierno está entrando al Caquetá, es el ejemplo típico del
simpatía.
de las almas de este puñado de colombianos patriotas que deambulan por estas calles
anchas y húmedas que mañana nuestro gobierno convertirá en las calles limpias de una
gran ciudad.
La capital de la intendencia del Caquetá está situada en el ameno valle que forman en su
totalidad formada de casas de un solo piso, techadas con hojas de palma o astillas de
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a la población, en el extremo sur, se levanta una pintoresca loma donde el gobierno
proporciona deliciosos baños sombreados por árboles gigantescos donde gritan los
canoa Olaya Herrera, construida muy cerca de la orilla de una enorme ceiba, se balancea
suavemente sobre la corriente de las aguas tranquilas esperando a que lea condicionen
[...]
que sacan a sus mercados entre las cuales llaman la atención por su sabor delicioso y
exquisito aroma las piñas “indias” y “crespas”, plátanos enormes, naranjas jugosas,
gozaban hace apenas dos meses, esa calma lugareña que solo era interrumpida por la
gritería de las aves en las tardes sosegadas, ese tranquilo vivir de esta aldea lejana que es
la antesala de la selva, vino a ser interrumpido por el tableteo de los motores de las
naves aéreas que diariamente cruzan su cielo con el sonido de las cornetas militares y
con las charlas amenas de los transeúntes. La oscuridad de sus calles anchas a altas horas
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que portan los oficiales. Hermoso movimiento este donde solo se ven caras alegres y
Mañana proseguiremos nuestro viaje al sur, surcando frágiles piraguas pilotadas por
corriente, muy despacio, para poder perpetuar en la película de nuestra Kodak la belleza
de los paisajes ribereños. Beberemos la miel de los panales silvestres en los bohíos de
los corijones, a orillas del río Bodoquero, y remontaremos las aguas transparentes del río
Pescado, hasta dar con las cabañas de la tribu del cacique Pironga, a quien suplicaremos
que nos explique las virtudes del bejuco yagé. Desandaremos las aguas del Pescado y
seguiremos Orteguaza abajo hasta Tres Esquinas y allí a orillas del ancho y perezoso Río
de los indios en busca de resinas olorosas y bálsamos cicatrizantes para curar nuestras
Noviembre de 1932
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Crónicas del Caquetá
Eduardo Martínez, el indio más inteligente de la tribu, nos decía anoche que él conocía
ciertos parajes donde era muy abundante la caza de Quitopeyes (venados). A cambio de
tabacos y galletas, café y sal, ofrece acompañarnos y servirnos de guía. Otto, feliz,
Acordadas las condiciones y preparadas las armas y los anzuelos, nos entregamos al
sueño reparador, y muy a las cinco de la mañana, cuando gritaban los arrendajos en
hermosa canoa que gentilmente nos proporcionó Tomasito Muñoz, navegamos por el
Orteguaza hasta la desembocadura del río Bodoquero, cuyas aguas remontamos unos
Virgen del Carmen y yo voy tomando fotografías y disparándole a las ardillas. Los
bogas no hablan y solo se limitan a advertirme que no gaste las cápsulas en animales
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El río Bodoquera como todos estos ríos tiene hermosos paisajes. La selva enmarañada en
algunos trechos, junta sus follajes desde ambas orillas y la embarcación se desliza por un
enorme remolino y nos sirve de puerto el tronco de un enorme castaño caído en el río.
Con las provisiones a cuestas nos internamos en la selva inmensa, medrosa, terrible y
misteriosa. Van adelante los indios, agazapados como bandidos, imponiéndonos silencio
con sus ademanes y esquivando la maraña con rara habilidad. Llegamos a un torrente de
corriente ligera que es preciso pasar a nado. Su agua casi negra nos infunde pavura, pero
estamos resueltos a todo y no nos deberemos dejar echar los monos de los indígenas.
Virginiano Rojas, un negro brutísimo que traemos como baqueano, dándoselas de mucho
chuzo, se metió adelante y por no mojarse el fundillo dejó ahogarla la “tula” con las
pero por más esfuerzo que hacen no logran atrapar la talega de caucho que va flotando
rápida.
Como esta zona está en estado de sitio hemos resuelto fusilar a Virginiano. Para no
del alemán, se acerca a Virginiano y le regala una medalla... Los indios se nos acercan y
nos dicen que si matamos al negro nos abandonan en la selva y tenemos que resignarnos
a dejar con vida a este pedazo de animal que nos va a hacer aguantar hambre todo un
día.
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Con el incidente de la mañana seguimos desconfiados. Los indios marchan recelosos y
murmuran paso quién sabe qué siniestros planes. Todo se ha echado a perder por culpa
Cada cual coge un rumbo distinto citándonos para regresar al riachuelo de la tragedia,
tan pronto como matemos algo. A mí me tocó un sendero húmedo cargado de miasmas
acordé de “las tambochas” y eché a correr como un loco en busca de mis compañeros,
gritando recio y haciendo disparos al aire. Me respondió una voz lejana y en esa
dirección corrí mucho hasta que encontré a Virginiano encomendando su alma a Cristo
porque lo acababa de morder una culebra muy brava llamada Lyana. Chorreaba el negro
sangre de la pantorrilla y yo, que hasta ese momento no había pensado en las culebras,
obligué al pobre hombre a que me llevara a cuestas, temeroso de correr igual suerte.
consultar el reloj y tomar ciertos datos, me dijo: "la tula con las provisiones, si no ha
Chucho y los indios llegaron más tarde portando un garrapatero para justificar los tiros
que habían hecho. Fracasados en toda la línea emprendimos el regreso comiendo jificúes
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A las siete de la noche, al claror de la Monanisay (luna), llegamos al barrancón donde
tuvimos que aguardar hasta las doce de la noche, porque Tomasito Muñoz, el amable
propietario de esta finca, creyó que veníamos hartos de comer carne de monte y no nos
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Crónicas del Caquetá
diligencias para el viaje, fui a despedirme del Río Hacha, proporcionándome el último
sentó a mi lado, en la misma barbacoa, un sujeto alto en quien no puse la menor atención
por el momento, pero que después casi me come, cuando reconocí en él al señor
Castrillón, el mismo que se suicidó en Bogotá tirándose por el Salto, en octubre pasado,
suceso este del cual la prensa publicó varias fotografías y dio amplios detalles.
Todavía con una media puesta me lancé al río huyéndole al muerto y el susto solo se me
pasó cuando el mismo señor Castrillón, de manera muy atenta, me explicó lo que había
Cervantes marcha a nadaíto de perro la diminuta figura del doctor Alfredo Lleras y el
doctor Moreno, jefe de sanidad, se consume con anteojos y saca piedrecitas del fondo
del río que se las enseña a sus compañeros como valiosos trofeos.
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Regreso a la población apesadumbrado porque mañana tengo que abandonar tantos
encantos. En la oficina de la Cruz Roja, la señorita Beatriz Restrepo discute con Alberto
Mosquera y Carlos López las condiciones para el próximo paseo. He ido allí en solicitud
enfermos que esperan turno: “Este –señalándome una niñita de 10 años- es el más
terrible caso de “Pian” que hemos visto. Tiene invadida toda la nalguita derecha y las
úlceras le bajan hasta los tobillos. Cuente eso que a ustedes los periodistas les creen más
que a nosotras”. La enfermita sonríe cuando le alargo una moneda y al estirar sus
Todo está listo para el viaje y los arrieros ya se llevaron las provisiones hasta Venecia.
Mis compañeros de viaje, Otto y Chucho, están aprontando las bestias mientras que yo
me agarro con don Pachito, el dueño del Hotel Caquetá, donde estamos comiendo,
durmiendo, bebiendo y debiendo desde hace dos semanas. No tuvo que intervenir la
Otto y Chucho, de común acuerdo, me han nombrado jefe de la expedición y por eso
debo entenderme con todos los pormenores de este delicioso viaje de aventuras. El
mayor Ángel María Diago, con toda gentileza nos proporcionó una embarcación que
está en el puerto de Venecia; don Manuel Cadavid, comisario de la intendencia, nos dio
amplios pasaportes; don Rubén Cuéllar, personero de Florencia, nos proporcionó tres
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El camino es muy pintoresco. La angosta carretera va cruzando pequeñas labranzas y
potreros enormes. A las cinco de la tarde llegamos a Venecia, donde el sargento Ramos,
jefe del resguardo; Don Ricardo Tovar, propietario de la finca y otros caballeros, nos
Virginiano, nuestro boga y guía. El potrillo es una canoíta de 10 metros de largo por
maletas, sigue despues Otto, con una larga vara sondeando el río, sigo yo con la escopeta
montada mirando a ambas orillas, viene luego Chucho leyendo La Vorágine y por
nada se les entiende, pero yo, por asustar a Chucho -ya que el alemán no se asusta por
nada-, le digo que los indios van conviniendo el modo de asesinarnos en la primera
revuelta del río, para robarnos las provisiones. Es encantador este viaje que no había
realizado antes por el miedo que me había infundido. Recuerdo que en Manizales,
Antonio Ángel decía que por aquí, en las trochas, se encontraba un tigre echado cada
media cuadra; que los caimanes se subían a las embarcaciones y que en ciertos sitios de
la selva donde no hay bejucos, había que amarrar las hamacas con culebras venenosas.
¡Solemne mentira! Esto solo es hermoso, risueño, apacible y tranquilo. Los ríos son
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mansos y cristalinos, la gente humilde y sencilla, los indios sumisos y afables, el clima
selvas, sus fieras y sus serpientes están en los centros de las montañas donde todavía no
He hablado con los colonos que viven por aquí hace más de veinte años. Me he solazado
con las fantásticas narraciones de Patricio Vargas, huilense de Altamira, que se casó con
la huitota Elena y que vive en “La montañita” desde 1912. He conversado muy largo con
el cacique Inocencio, jefe de la tribu de los Huitotos y con Miguel Piranga, capitán de
los Coreguajes. Estos hombres viejos, hijos de las selvas inmensas, sólo me han contado
las atrocidades de los peruanos en “La chorrera” y en “El encanto”; los fusilamientos de
indios en el río Igaraparaná; las violaciones de indias en “El último retiro” y lamentan
haber tenido que abandonar esas comarcas donde era muy abundante la caza solo por
miedo a los peruanos que han sido las fieras más temibles de la selva.
De las interesantes narraciones de los indios y los colonos, tengo dos anotaciones:
conocer el pescado “temblón” y sentir los efectos del bejuco yagé. El temblón dizque es
un pez negro de aletas rojas, tan electrizado que con solo tocarlo cualquier persona se va
al suelo. El yagé hace ver paraísos artificiales, palacios encantados llenos de princesas; y
sobre todo, dizque ve uno lo que estén haciendo en ese momento los familiares y amigos
donde quiera que se hallen. Yo tengo gran empeño en tomar ese amargo brebaje porque
tengo especial interés en saber cómo están los míos y sobre todo qué diablos está
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haciendo cierta morena que quedó en el interior llorando mi ausencia y cuyo recuerdo
Anoche, bajo la luna llena, fui al río a ensayar los anzuelos. Otto y Chucho, acurrucados
murmuraba a nuestros pies. La emoción del primer tirón me hizo poner los pelos de
punta porque fue muy recio y al halar la cuerda, vemos con sorpresa salir un enorme
cangrejo sujetando con sus tenazas la carnada del anzuelo. Me entró cierta maluquerita
El Salado, a orillas del río Orteguaza, al claror de la luna llena, en noviembre de 1932
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Crónicas del Caquetá
Escribimos en “El Salado”, después de dos días de navegación por el río Orteguaza, en
casa de Tomasito Muñoz, aguerrido colono de estas comarcas. Desde que salimos de
Florencia hemos sido constantemente sorprendidos con los soberbios paisajes de los ríos
ancho y cristalino; sus linfas son un inmenso espejo que van copiando los frontales de
las orillas, sus aves de vistoso plumaje y su límpido cielo. Nuestra embarcación -un
“potrillo” que gentilmente nos proporcionó el mayor Diago- va tripulado por dos indios
coreguajes y por un nativo. Tiene diez metros de largo y solo sesenta centímetros de
Hicimos un viaje muy feliz porque la embarcación quedó muy segura y porque los bogas
Venecia, donde el fuerte oleaje puso en peligro nuestro potrillo, todo ocurrió sin otro
incidente.
Nuestro compañero de viaje, Otto Franke, ingeniero alemán, gran conocedor de las
tomando notas. Se desliza el Orteguaza por entre frondosos guaduales y selva virgen. De
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trecho en trecho se presentan zonas cultivadas y viviendas humildes. Niños barrigones y
sucios se asoman a la barranca sorprendidos con nuestros gritos y nos dicen adiós
Pedro, luego donde don Cayetano Mora ceba cuatro mil cabezas de ganado. Es fría la
mañana y aún no hemos visto la cara al sol. En frente, la cordillera Maracaibo cubierta
de niebla permite ver a tramos sus lomos azules y lejanos. Muy alto pasan tres aviones
Hacienda.
Al día siguiente, montados otra vez en el potrillo de marras, continuamos nuestro viaje y
Fabricando canoas para el gobierno está instalada en esta hacienda una patrulla de indios
Huitotos al mando de Noi Puyneima, un huitoto que dice que tiene más de noventa años,
pero quien solo revela la mitad. Este hombre, amarillo como un japonés y fuerte como
un turco, es extraordinario. Nació en las selvas que bañan los ríos Mecaya y Mosella y
sus ascendientes pertenecen a las tribus de los Macaguajes y Anguajes. Vistió el traje de
Adán mientras las tribus del sur empezaron a ser víctimas de los esbirros de la casa
Arana, a comienzos de este siglo y como lograra huir con unos pocos, remonto los ríos y
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se estableció en La Montañita, en donde hoy moran manejados por el cacique Inocencio.
Noi Puyneima se llama Roberto Vargas, viste como cualquiera de nuestros campesinos
del interior, no usa nada que lo caracterice como indio y su tribu es la más civilizada de
Los compañeros de Noi Puyneima son indios jóvenes. Fornidos mocetones de veinte a
treinta años, y dos indias rollizas que han venido a acompañar a sus esposos. Todos
los Coreguajes y los Carijones que moran por aquí cerca y que llevan brazos y piernas
sujetas con cordeles, orejas y nariz perforados, cejas depiladas, cuellos cubiertos de
chaquiras y vistiendo una bata larga y mugrosa que denominan “cusma”. Todos los
Huitotos hablan castellano correctamente, son francos y locuaces y se les nota gran afán
por introducirse a la vida civilizada. Saben leer y escribir, profesan gran amor a
Colombia y todos nos han dicho que están dispuestos a marchar contra el Perú tan
Los indios han ido al monte a buscar hojas de "pui" para techar una casa que el gobierno
hace construir frente a la bocana del río Pescado. Les hemos suplicado que nos permitan
acompañarlos y aunque decían que había mucha hormiga “conga” que picaba al doctor
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Conocimos infinidad de árboles gigantescos de sonoros nombres indígenas. Nos
mostraron el bejuco yagé y el arbusto “nonuyas” de que extraen cierto tinte amarillo.
- Eso mucho malo, “jificoes” veneno cuando “Mona nisay” (luna) creciendo.
Nos mostraron la palma que produce el mejor vino la rochicara (caña agria) que emplean
como vinagre en las comidas cuando les escasea la sal, nos mostraron el rastro de los
encontramos una sola “nafea” (culebra), que dizque las hay muy enormes y son nuestra
única pesadilla.
Estamos encantados con estos huitotos, que a cambio de tabacos y anzuelos nos enseñan
para poder discutir con el Padre Igualada, y si su familia lo permite, llevaremos al indio
A toda hora dentro de la selva son las seis de la tarde. La tierra húmeda nunca ha
recibido la caricia del sol que solo llega hasta el espeso follaje de los árboles. Por todas
partes troncos podridos, hojas podridas, frutas podridas, insectos muertos, mariposas
peludas. Ríen los monos en los copos de los enormes castaños, a cuarenta metros de
altura, brincando de rama en rama y deslizándose por gigantescos bejucos. Fuerte olor
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de drogas se percibe al pie de árboles enormes cuyo nombre ignoramos. Al cortar ciertos
bejucos gotean indistintamente agua o leche. Algunos senderos trillados por los puercos
salvajes se han convertido en diminutos pozos que expiden olores nauseabundos. Por
Dice Otto que estas selvas son las mismas del Brasil. Iguales los árboles gigantescos. La
misma flora y los mismos animales. El río Orteguaza le recuerda ríos del Estado Matto
Grosso y los indios Huitotos son los mismos indios “Carajás” de esas comarcas.
Mañana haremos otra excursión a las selvas del río Bodoquero, donde según indicios
hay fuentes saladas. Estudiaremos el mesón que se descuelga hasta el río Pescado y
todos los datos que obtengamos, serán motivo para otra crónica.
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Otra vez con los viejos camaradas
He vuelto a Florencia después de vagar quince días por las selvas inmensas y a lo largo
de los ríos. He aprendido con los indios “coreguajes” las suficientes palabras de su
dialecto cadencioso para poder descrestar a mis amigos. Anoche en el comedor del
Hotel Caquetá, relaté mis aventuras y todos los circunstantes me declararon campeón de
la elocuencia. Alberto Mosquera quedó muy bravo conmigo porque él, con sus célebres
mientras se atusaba su bigotico a lo Adolfo Mon__au, el cínico del cine. Carlos López
Narváez, flautista consuetudinario, abogado, poeta y gran amigo, estaba feliz porque le
El mayor Diago me prometió una carta para el Ministro de Guerra donde declararía que
yo era era “mucho buzo” y que estaba muy indicado para que me nombraran auditor
general. El señor Moreno Pérez, por encima de sus anteojos me miraba con recelo y
decía algo sobre mí al oído del médico Lleras. Al Capitán Wilson se le “iba la baba”
narración con exclamaciones de envidia. Recuerdo que cuando les narraba mi encuentro
cuerpo a cuerpo con los tigres, empuñaba las manos y se enterraba las uñas hasta hacerse
sangre. Catalina Cervantes, la graciosa Cata, me mataba los ojos de cuando en cuando
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como queriéndome decir que todo eso eran “cañas de antioqueño”. Doña Beatriz
Restrepo, alta y grave como un detective inglés, suspiraba y decía que era mucha lástima
que yo fuera casado. Don Pachito, el dueño del hotel, con el cual tengo pendientes varias
cuentas, acariciaba la mica “suruca” que cogí en las selvas, y los ordenanzas de los
No se podía dudar de lo que decía, porque allí estaban para atestiguarlo mis compañeros
de aventuras Otto Franke y Chucho, que estaban dispuestos a cruzar el dedo ante
cualquiera autoridad si llegaba el caso. Estaban allí también para ilustrar mi relato los
de venado, y por sobre todo, ese montón de cositas, la uña de la gran bestia, la
colección era más completa: de mi maleta, ante la sorpresa de todos, fui sacando
envoltorios y botellas con raíces y leches. Trozos de bejuco yagé donde están escondidas
alimento que los huevos de caviar. El cogollo de la palmera “cumare”, tierno como
mantequilla y resistente como seda. Caraña para emplastos, copaiba para píldoras, quina
para la fiebre, flores de nonuyas afrodisíacas como cantáridas, leche de “vaco”, aceíte de
seje, uvas purgantes, lacre, balata, siringa, congolos, covalonga, etc. En un papel de
seda, cuidadosamente dobladas, traía las flores de los “nirafos”, negras como terciopelo,
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atraer a las personas desdeñosas. Cuentan los indios que con unas cuantas gotas de la
infusión que resulta al hervir esas flores, suministrada al paciente en un poco de café, se
consigue la sumisión inmediata del cliente desdeñoso. Que si el paciente es hombre, las
gotas deben ser pares, es decir dos, cuatro, seis, etc., y que si es mujer, deben ser
impares, cinco, siete, nueve, etc. Cuando daba esa explicación, las muchachas solteras,
nombre no quiero hacer público, me preguntó en secreto que si no había traído las flores
del contrefómeque, es decir, las que sirven para la que la persona que las emplee se
“salga de pistoleras”. Después supe que ese señor era casado de todas cuatro y que
científica” por las principales ciudades del país, a vender “algunos específicos” y a dar
“conferencias ilustrativas” sobre la vida de las selvas. Iré vestido de indio “coreguaje”,
de tigre, como el cacique Miguel Piranga. Desde aquí y desde ahora suplico a mis
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Crónicas del Caquetá
Dejamos Florencia con honda pesadumbre, con ese dolor infinito que se experimenta
cuando nos despedimos de la mujer amada. Llevamos muy gratos recuerdos y muchas
Llevamos plasmada en nuestra memoria la belleza de sus ríos, el silencio de sus selvas,
hora de disparar el fusil contra los invasores. Vamos a Bogotá, a rogar de nuevo a las
altas autoridades que nos designen un sitio en la línea de peligro, porque no queremos
encantados del Caquetá y allá habremos de volver muy pronto. Vamos ascendiendo muy
despacio la amena pendiente, mirando hacia atrás cada momento para ver a Florencia y
para ver a la selva como si se tratara de una novia que dejáramos. Desde “El Mirador”,
antes de entrar a la montaña y último sitio de donde se divisa la selva con todos sus
encantos, damos el adiós de hoy a la tierra fecunda, donde ríe la naturaleza y canta la
vida.
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Encontramos transformado el camino que llenos de dificultades atravesamos hace
apenas cincuenta días, voladas a dinamita las piedras donde se tropezaban las cargas,
reparados los puentes de las quebradas, retirados los enormes maderos que habían caído
sobre la vía. Un individuo que regresa a pie desde Florencia, desengañado porque no
encontró el oro a paletadas y jornales elevados, nos dice que el camino lo han arreglado
solamente para que pase el Ministro de Obras Públicas. Luego supimos que el individuo
ese era un ratero desconocido, a quien tuvieron que despachar las autoridades por
pernicioso. En Santa Elena, esa noche nos informamos que la policía que allí revisa los
Caquetá pensando que allá podían poner en práctica sus habilidades rateriles.
Araujo, a quién solamente pudimos saludar de lejos porque en esos momentos llovía a
encauchados. Iba el Ministro con el ingeniero doctor Enrique Garcés y aunque para
ambos traíamos especiales encargos, nos tuvimos que limitar a gritarles adiós y desearles
buen viaje, muy recio, para que el vendaval y el fragor de la tormenta no ahogaran
nuestras voces. Trasmontamos la cordillera bajo un cielo impiadoso, pero por las
trabajadores, pudimos apreciar que la carretera se adelanta con actividad que pasma, y
que antes de dos meses habrá paso de toda clase de vehículos. Admirados de la
transformación que ha sufrido la vía, al fin hemos llegado a Garzón, donde las
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comodidades del Hotel Bolívar borran como con una esponja las penalidades de dos días
de viaje en la montaña.
Otra vez a leer prensa fresca y a sufrir con las mentiras y exageraciones de El País. Nos
sentimos obligados a desmentir tales “bolas” y creemos estar autorizados para decir la
verdad de lo que ocurre en el sur, hasta donde esa verdad no perjudique las labores que
el gobierno desarrolla en la frontera. Creemos que la prensa, toda la prensa del país, se
personas que puedan manchar a la frontera cuando llegue la hora, sin precipitar
oficial para regresar al Caquetá a prestar nuestros modestos servicios en el ramo civil, ya
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Tragedias del Caquetá
En “San Miguel del Pescado”, sede de la tribu de indios coreguajes, fue aceptada la india
Margarita con demostraciones de júbilo. Margarita venía sola por entre la selva
una nueva vida rodeada de muchas atenciones. El indio Rafael se prendó de los encantos
de Margarita y para demostrarle su amor le traía del monte flores silvestres y frutas
jugosas. Piranga como jefe de la tribu fomentó esos amores y ordenó el amaño de seis
Igualada, les dio la bendición nupcial una mañana de julio y presenció la fiesta que se
celebró en honor de la pareja, entre gritos y risas, bailes y borracheras. Esa mañana
retumbó el “magore” en todos los ámbitos de la selva anunciando a los indios dispersos
que debían cazar los “quitopeyes” (venados) para que la nueva pareja viviera feliz
No fue feliz Rafael en su matrimonio. La india Margarita le negaba sus caricias y todos
sus afanes eran para Cesáreo Calderón, indio fornido y simpático que desde tiempo atrás
la venía cortejando. Rafael entró en celos y advirtió al cacique lo que pasaba, diciéndole
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que varias veces en regiones apartadas de la selva, había sorprendido a Margarita con
Cesáreo en dulces coloquios. Que él no le había tomado cuentas al indio intruso porque
este tenía escopeta y la pelea quedaba muy desigual. Piranga reconvino a la esposa
adúltera, pero nada consiguió, porque en las tardes de verano y en las noches de luna en
las entrañas de la selva inmensa, los amantes seguían burlando la candidez del pobre
Rafael.
En mi última excursión por los ríos Orteguaza, Bodeguero y Pescado, tuve ocasión de
indio viejo, como de cincuenta años, pícaro y marrullero, que repudiado por la tribu de
San Miguel, vive en El Salado sobre el río Orteguaza, en casa del colono Tomás Muñoz.
Le tuve que regalar anzuelos y tabacos para lograr que me contara sus amores con
Margarita, historia que sintetizó en estas solas palabras: “Yo queriendo mucho
Margarita, aborreciendo mucho Rafael. Capitán no queriendo indio, pero indio citando
Margarita debajo del árbol “juchecos” cuando “monanisay” (luna) llenando. Cuando
Margarita es una India feísima que vive a doscientos metros de la tribu, en una humilde
sobre sus relaciones amorosas con Césareo, entró en cólera y se puso a llorar,
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Rafael es un pobre indio que se pasa días enteros en la tribu con los brazos cruzados,
mirando al suelo como un idiota. Solo sale de su mutismo cuando vienen a la tribu
canoa a empuñar la palanca o el canalete, con la única ilusión de ganar unos centavos
más, hasta completar el dinero suficiente para comprar una escopeta y poder disputar el
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Hablando con Ricardo Sánchez
Esta mañana estuvimos hablando con Ricardo Sánchez, que acaba de regresar de las
tierras lejanas del Putumayo. Sus formidables crónicas que él envió para El Tiempo y
para nuestro Diario fueron leídas con avidez y saboreadas por todos nuestros lectores.
Las relaciones de su correría sobre el lomo erizado del río que confunde sus aguas con el
Caquetá, límpido y puro; sus entrevistas con la india Margarita cuyos 120 años están
relataba hazañas fantásticas, todo eso queríamos oírlo de sus propios labios, porque
quizá el papel habría desfigurado la leyenda. Y Ricardo, que por encima de todo es un
exquisito conversador, nos iba relatando las proezas que nosotros no queríamos
interrumpirle, temerosos de que perdiera un hilo del cual estábamos medio lelos…
Mientras tanto escuchábamos, el ejemplar zoológico que trajo de aquellas tierras –una
mica de raza y familia desconocidas para nosotros, simples mortales que no conocemos
más micos que los inofensivos “cariblancos” que roban maíz en las sementeras de
Combia- se colgaba de la cola, tumbaba los floreros de la sala y comía galletas dulces,
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- Bueno, hombre, ¿y todo eso es verdad?
riqueza chota. Los hombres que envejecimos por estos briscos, detrás de un
vaca gorda, perdimos cuarenta y cinco años de vida. Aquello es el verdadero paraíso
- Hombre, saben más ustedes aquí que nosotros allá, a una cuarta del lugar en donde
verídicas como las de El País que no ha dicho todavía la primera verdad en un año
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- ¿Y es mucha la censura en el sur?
- Basta decirte que la mejor de mis crónicas que envié para ustedes y para El Tiempo,
titulada “Estado de sitio” fue agarrada por el mayor Diago y archivada con todo
- Pues, mi viejo, fuera de abrazar a los míos, que ya iba haciendo mucho tiempo que
no los veía, vengo comisionado por el ministerio de Guerra para levantar en estas
de los poetas, de los buñuelos, de los triquitraques y de la casa de uno y hay que
Para el efecto vengo a entenderme con la junta patriótica de cada una de estas
ciudades a fin de que recojamos entre el comercio y las personas pudientes, un óbolo
cualquiera para enviarle de regalo a los compatriotas lejanos. Verás cómo esta idea
- ¿Y qué?
- Pues que una vez que tenga conseguidos los mil aguinaldos con que contribuirá el
occidente, yo mismo –ya me lo prometió ese gran caballero y gran señor que es
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paqueticos muy bien distribuidos, muy cuidadosamente hechos y muy simpáticos,
tradicional encanto, mis ojos verán emocionados cómo baja Noel sobre las aguas de
aquel gran río y cómo va dejando sobre la almohada de nuestros bravos muchachos,
sardinas, toallas, máquina de afeitar, una loción cualquiera, un espejo, una “candela”,
etc.
cabeza se le mete una idea, nos venimos pensando en que realmente, el aguinaldo del
soldado y la noche buena del soldado, van a ser muy sabrosos y van a tener muchos
encantos. Tantos que quizá a esos bravos compatriotas se les va a aparecer sobre la
novia…
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Para el Día de Reyes
comandante Villar, he visto las dos cajas que contienen los 94 paquetes con regalos para
los oficiales de las guarniciones del Sur. Son paquetes iguales que contienen una
máquina de afeitar, una pasta de jabón, un tarro de polvo talco, una navaja, un yesquero,
un cepillo para los dientes, dos cajas con betún, seis paquetes de cigarrillos, una peinilla
para el pelo, varias cuchillas para máquina de afeitar, una caja de fósforos de madera y
una insignia religiosa. Las dos cajas donde se encuentran esos paquetes serán
embarcadas en un avión tan pronto como regrese el señor Ministro de Guerra y en ese
han dicho en la mañana de este día glorioso para mí, que me he hecho acreedor a ese
viaje por mi reciente labor en los departamentos del Tolima y Caldas recolectando
patria y contemplando desde lo alto las pequeñeces de la tierra. Desde esta altiplanicie
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helada hará la nave su salto milagroso, y luego de atravesar el límpido cielo del Tolima y
del Huila, cruzará los nubarrones que viven enredados en los picachos de la cordillera
oriental y reaparecerá en el cielo glorioso del Caquetá sobre la selva infinita, jadeante, el
avión se posará majestuoso sobre el campo de Corinto donde entregaré los paquetes para
los oficiales de Florencia y Venecia. Volaremos después hacia Potosí, a orillas del río
Orteguaza, y allí, después de dar un abrazo al teniente Julio Cervantes, los aguinaldos se
Vásquez Cobo, me quedaré en El Encanto, esperando a que estalle la guerra para ser de
los primeros que pisan tierra de Puerto Arturo después del bombardeo.
regiones del Sur, a lo largo de todos los ríos y llevaré orden del señor Ministro de Guerra
para visitar en avión todas las guarniciones. Como de hoy en adelante sí se puede hablar
de guerra, en este segundo viaje dejaré descansar a los “coreguajes” y a los colonos y
solo volveré a hablar de indios cuando conozca la tribu de los “atunes” en el Río de los
Engaños. Hablaré de los raudales de Araracuará que veré desde el avión cuando vaya a
La Pedrera y si bajo a la selva iré a rezar un padre nuestro, con toda devoción al raudal
de Yavaraté, al pie del gigantesco Jacarandá, donde el viejo Clemente Silva enterró los
restos de su hijo Luciano. Y si una bala peruana no determina venir a darme en toda la
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con algo de vida, con una simple hilachita de vida, he de volver a Pereira y a Manizales
a contar a mis amigos lo que ellos no vieron, lo que no quisieron ver porque les faltó el
coraje que a mí me sobraba. Estoy tan resuelto a ir a los sitios de más peligro que en esta
emergencia me transo desde hoy por una pata menos o por quedar tuerto de todos los
ojos
Y si mañana saben mis amigos que estoy tendido en una camilla, en un hospital de
sangre con media arroba de menudo afuera, pero con la hilachita de vida de que les he
hablado, sepan también que estaré pensando en mis hijos y que cada vez que pase por mi
lado la enfermera que me cuide, le cantaré este joropo que me enseñó una tarde
Alejandro Wills:
enfermerita, enfermera,
y si en la guerra me matan,
enfermerita, enfermera.
***
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Cuando una bala peruana,
no me apliques cloroformo,
enfermerita, enfermera,
***
de tu boquita de fresa,
enfermerita, enfermera,
***
Y si de la guerra vuelvo,
Enfermerita, enfermera,
en la paz recordaremos
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las tristezas de la guerra,
lloraremos de alegría,
enfermerita, enfermera.
No vayan a creer mis lectores que todo lo que les cuento en esta crónica es pura verdad.
Sucede que hoy es día de los Santos Inocentes y hay que hacer algo. Hay que decir algo.
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Predicciones para 1933
Durante mi larga estada en las selvas del Caquetá, en contacto con varias tribus de
indios, estudié detenidamente las virtudes de ciertas plantas y me hice muy sólidos
toma de la infusión que prepara del bejuco yagé, que como se sabe sirve para averiguar
con el futuro. La fórmula de “las cinco matas”, descubierta en la tribu de los indios
“quiniguas” en los Llanos del Yarí, la posee el cacique Inocencio Puyneima, capitán de
la tribu de los Huitotos en La Montañita. Piranga medio después de muchos ruegos una
credencial para el cacique Inocencio y fue así como una noche, en la desembocadura de
“La Niña María”, al claror de la luna llena, mientras que mis compañeros Otto y Chucho
con varios indios coreguaje pescaban desde las canoas del puertecito, Puyneima me
llevó en su piragua hasta un arenal desierto a orillas del Orteguaza y allí me dictó la
fórmula de “las cinco matas”. Al pronunciar ciertos nombres el cacique berriaba como
un ternero y saltaba como un mono, queriéndome meter miedo, pero desde que empezó
con sus pendejadas comprendí que todas esas maromas eran pura descrestada y que las
ejecutaba para darle importancia y solemnidad al acto y para ver si en lugar de tres pesos
porque habíamos arreglado, le aflojaba los cinco que él pedía. Los indios son muy
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pícaros y muy marrulleros. Si logran dar con un majadero lo pelan más fácil que a una
naranja mandarina.
Con todo cuidado fui anotando en mi cuaderno de apuntes todos los nombres que
Inocencio iba dictando. La fórmula que tiene muchas arandelas que no cuento se
nuestro idioma a chontaduros, achote, caña agria, caimas y mates o totumos. De todas
esas plantas en determinada cantidad, se hace una mazamorra asquerosa que después de
bien cocinada resulta un líquido espeso como aceite de pata. Para que haga mayor
al sereno, donde le dé la monanasay (luna) por espacio de ocho noches. Tiene muchas
ruedas y muchos tornillos la carajada esa, pero por el deseo de saber lo que va a pasar en
el año entrante, me resolví a empetacarme todo lo que a los indios les diera la gana. A la
octava noche, cuando la luna estaba en toda su redondez, aunque con cierta maluquerita,
me zampé ocho tragos de esa porquería. Eso sabía a una cosa entre orines y rila de
gallina, pero yo cerré los ojos y cada trago lo pasaba con un trocito de panela que Otto
me tenía listo. Por lo que pudiera suceder, Chucho, con una mica en la mano y con un
vaso de agua en la otra, me infundía ánimo dizque porque él también estaba interesado
fue entrando una especie de tontina y me eché en la hamaca ante el asombro de mis
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dormido sentí que el indio Inocencio hablaba muy recio con todos los Huitotos y vi que
varios indios descolgaban los chinchorros. Le dije a Otto que aprontara la carabina y que
si los indios intentaban huir les echara bala por la espalda. Chucho creyó que se
aproximaba mi última hora y rápidamente preparó café con hipecacuana para hacerme
tenía, saqué valor para esperar los efectos de la tal mezcolanza. Poco después dizque
especie de caneca enorme, sentado en una plataforma redonda que había en el centro y
que daba vueltas como un asiento de piano permitiéndome ver todo el interior de ese
gigantesco barril. Arañas enormes cuyas patas echaban chispas; culebras cuadradas
como una viga, sin cabeza ni cola, con algunos tramos luminosos como si tuvieran focos
encendidos en las entrañas; bocas sin dientes, ojos sin pestañas, rostros sin ojos, cabezas
peladas.
metían por las narices y los oídos. Trataba de quitármelas con patas y manos y cada que
lograba arrancar alguna alzaba una de sus puntas y abriéndola en dos como un compás,
me mentaba la mama con voz atiplada. (Seguramente cuando eso pasaba era que echaba
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letras luminosas, todas mayúsculas, un letrero que decía: Almanaque de 1933. Lo que
presentó un bulto rectangular del tamaño de una estera de chingalé y de ese cuadro se
fueron desprendiendo hojas que en el aire se volvían un cartucho y salían disparadas por
lo alto del tonel como impulsadas por un huracán. En cada hoja, antes de desprenderse,
se presentaba un número rojo luminoso, correspondiente al día del mes. Encima del
número, en letras negras, el nombre del mes y debajo del número una leyenda azul que
contenía la síntesis del acontecimiento que iba a suceder determinado día. Aquello
desaparecía casi inmediatamente y las que contenían leyendas más o menos largas se
demoraban hasta que se hubieran podido leer con despacio. El 12 de enero, por ejemplo,
seguido de la oficialidad y el Estado Mayor, entra a Leticia a los acordes del himno
nacional y en plena Plaza recibe de manos de Óscar Ordóñez el pergamino que contiene
Yo que estaré allá, capturo la primera bandera peruana que estará en la tienda de un
colombiano que capturara la primera bandera peruana. Ese mismo día, a las 7 de la
del Club Rialto y se romperá una pata. Febrero 10. Muere en la India el viejo Gandhi a
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consecuencia de la huelga del hambre impuesta desde enero. Febrero 5. En las
elecciones para diputados a las a la asamblea, triunfará el liberalismo, partido que llevará
a 9 diputados. Por Pereira irá José J Hoyos Toro. Marzo 23. Muere en Maracay el
general Juan Vicente Gómez y estallará la guerra intestina en Venezuela. Abril 18. En
La Habana asesinarán al general Machado. Ese mismo día morirá al doctor Ismael
Personas conocidas morirán Pachuribe, Luis López y Jorge Zadwanski. Junio 20.
morirá destripado por un camión. Julio 8. Muere en Bogotá Calibán, asesinado en las
oficinas de El Tiempo. El asesino será linchado por el pueblo y esa misma noche habrá
un terrible incendio en Armenia. Julio 20. Al inaugurar las sesiones ordinarias del
del estallido morirán Laureano, Aquilino y Absalón Fernández de Soto. El doctor Olaya
Herrera será llevado en hombros hasta el Palacio de la Carrera por haber salido ileso del
atentado. Julio 31. Morirá de repente en el senado el senador Méndez Méndez. Agosto
Inglaterra y Estados Unidos, por querer intervenir en ese conflicto. Septiembre 16.
huelga del hambre decretada por mil obreros sin trabajo. Noviembre 11. Morirá en
Manizales don Pedro José Mejía. Noviembre 19. En el campo de Aviación de Techo, al
Rey. Ese mismo día habrá una catástrofe en el funicular de Monserrate. Diciembre 10.
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Será nombrado Alcalde de Pereira Froilán Vanegas y Camilo Isaza se volverá loco.
Cuando voló la última hoja del gigantesco almanaque, la caneca se quedó un rato en
tinieblas, empecé a ver otro montón de pendejadas. Veía marranos con alas, caballos con
tres patas y un cacho en la frente, perros con dos cabezas, gatos con botines de soche y
sombrero coco, y ratones con cara de cristiano. Las mujeres tenían otro ojo en la frente y
colores a medida que andaban. En a caneca, donde antes estaba el telón, se fue abriendo
un hueco redondo por el que se veía un llano muy grande, lleno de fieras que venían en
dirección al tonel. Dos lempos de tigres venían adelante y luego venían leones, lobos,
osos, cocodrilos y culebras. Ya estaban los tigres arañando la caneca cuando quise huir,
pero por donde quiera que intentaba dar un paso tropezaba con alacranes enormes y
angustia me encontraba cuando Otto, lleno de temor por mis alaridos me sentó a la
fuerza y me hizo oler un pañuelo empapado en amoníaco. Al fin desperté del todo y
averigüé lo que había sucedido. Mis compañeros pensaron que yo estaba envenenado y
se pusieron a amenazar a los indios. Inocencio lleno de miedo intentó escaparse, pero
Chucho le metió dos balazos por la espalda y quedó tendido en la mitad del patio. Otros
indios, viendo al cacique muerto y a otro hecho una fiera repartiendo planazos, se
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huitoto, le dijo que me resucitara, que yo era un padre de familia muy preciso y así,
cuando la india que también tenía hijos pensó en lo solos que se quedarían mis
echó por los oídos un líquido verdoso e inmediatamente cesaron mis jadeos y patadas.
Quedé como sorombático casi hasta el amanecer y sólo a fuerza de café cerrero y
contarles lo sucedido.
Tengo muy bien apuntada la fórmula que he bautizado “sueño delicioso” y que el año
que empieza mañana, cuando se abran las oficinas del Ministerio de Industrias, haré
patentar de todas cuatro. Estoy haciendo ensayos a ver si esa porquería se puede hacer
en píldoras y da el mismo resultado. Aquí están los marranos chotos para hacer los
experimentos.
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La segunda salida.
Rivera y el olvido
Esta tarde, antes de abandonar la ciudad de Neiva, hemos ido a observar mejor y a
Ordenanza número 17 de 1929, mandó levantar para honrar la memoria de José Eustasio
Ceibas”. No pudo ser mayor nuestro desencanto. El busto, tallado en mármol blanco,
colocado sobre un modesto pedestal, a una altura de tres y medio metros, es malísimo.
El artista que ejecutó ese trabajo, sea quien fuere, o no conoció al malogrado poeta, o le
pasó lo que al pintor de la fábula, que por pintar a San Juan Bautista salió con San
Antonio. Dentro de los personajes célebres del país no encontramos ninguno a quien se
parezca, y en este caso, como en casi todos los casos, tenemos que recurrir a los Estados
Unidos, ya que hemos encontrado gran parecido con el presidente Hoover. Representa el
busto a un sujeto con cara de niño grande, de cabellera embadurnada de gomina, donde
se cuentan los dientes del peine. Al rostro anguloso de nuestro gran cantor, lo sustituyó
el artista con un rostro fresco con redondeces de balón en mejillas y barba y con boca
o la junta encargada de recibir ese trabajo, permitió que la mejor avenida de la ciudad
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Sin leyendas es monumento, nadie que lo observara adivinaría que con él se trató de
simbolizar la figura del ilustre autor de La Vorágine. Está tan lejos José Eustasio de este
sitio como está Bogotá de Leticia, nuestra amada y ultrajada aldea. Para aumentar
encargada del ornato urbano, tienen el monumento dedicado a consagrar la memoria del
más esclarecido hijo de Neiva, en el mayor abandono. El dorado de las leyendas de los
costados del mausoleo desapareció con las lluvias y apenas forzando la memoria los
admiradores de Rivera logramos adivinar los cuartetos de sus célebres sonetos inscritos
en el mármol, ayudados por las alegorías que lo adornan. En el costado occidental está el
divino cuarteto de la torcaz. "Arrurrú canta viendo la primera vislumbre, y después por
la tarde al reflejo fugaz, en la copa del guáimaro que domina la cumbre, ve llenarse las
lomas de silencio y de paz”. Adorna este costado una alegoría en alto relieve
representando a una tórtola con el buche hinchado, posado sobre las hojas de un árbol
muy parecido al yarumo blanco. El costado oriental, bajo un cielo arrebolado que
atraviesan tres garzas sobre los cocos de las palmeras, está inscrito este cuarteto:
altura, y sus flecos suspiran en un mar de ternura, cuando vienen las garzas por el cielo
sombrío". Al frente, que da al norte y hacia donde el poeta dirige su mirada escrutadora,
hay esta simple leyenda en gruesos caracteres: "El departamento del Huila a José
Eustasio Rivera. Ordenanza No. 17 de 1929". En el costado sur, hacia donde el cantor da
la espalda y hacia donde se extiende la ciudad en que se meció su cuna, no se puede leer
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mármol. La alegoría de ese lado representa un sol, un ciervo de enorme cornamenta y
varios peñascos. El monumento está rodeado por una humilde reja de hierro tocada de
Algunos intelectuales nos han informado que José Eustasio Rivera no quiso a Neiva
nunca y que siempre la miró con desprecio, pero creen que para obrar así el poeta tuvo
su ciudad lo relegaba al olvido. Quizás por eso, en algunos versos de sus cantos y en
algunos párrafos de La Vorágine hay palabras que destilan odio y que arroja sobre su
forma como colocaron el busto, dando la espalda a la ciudad que no lo quiso o no supo
comprenderlo.
Bajo la luz de la tarde que moría al pie del monumento que perpetúa la memoria del
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Risas y llanto
Hoy 14 de enero de 1933, nos cupo en suerte presenciar un cuadro que nos causó gran
sorpresa. Se trataba del entierro de un niño de tres meses, fallecido anoche de fiebre
recurrente, según nos lo ha aseverado el doctor José Dolores Rincón, médico que lo
atendió. El padre de la criatura, Jacinto Cabrera, dice que su hijo era primoroso y que
hace apenas quince días estaba bueno y sano y que iba a ser un hombre muy fuerte,
porque a esa edad ya podía con la cabeza. Jacinto Cabrera llegó de La Tagua hace dos
semanas y vino con las fiebres recurrentes que mataron a su hijo, que se contagió de
seguro cuando le dio los primeros besos y le hizo mil caricias al llegar del Sur. Como
Cabrera se hizo a fondos en el viaje a La Tagua, tuvo dinero suficiente para hacer a su
niño un entierro solemne. La solemnidad de ese entierro la vimos desfilar nosotros por
las calles de Florencia, hoy a las dos de la tarde, cuando el termómetro marcaba 30
todos los deudos correspondientes al género femenino. Cada cual lleva encendida una
vela y marcha compungida, con la cabeza baja, en tanto que el fraile canta letanías y
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Jacinto, que rasga un tiple y canta a voz en pecho bambucos tolimenses y joropos
muchacho repartiendo aguardiente cada vez que el cura hace posar la caravana para
cantar los responsos de la vigilia. No estaba en nuestros libros ceremonia tan singular y
para tomar una fotografía del para nosotros raro suceso. Las señoritas Catalina Cervantes
y Beatriz Restrepo, enfermeras de la Cruz Roja, que iban para el hospital a visitar sus
enfermos, nos acompañaron dos cuadras y nos dijeron que fuéramos hasta la iglesia, en
cuya puerta se desarrollaba lo mejor del programa. Ellas ya habían presenciado varios
entierros por el estilo y nos aseguraron que en la puerta del templo íbamos a recibir la
Sucedió así, evidentemente. Cuando la caravana hizo alto en el atrio, Jacinto con la
bandola bajo el brazo, se adelantó hasta donde estaba el misionero y le entregó el valor
último trago. Dos muchachos entraron la pequeña caja mortuoria hasta la mitad del
templo y los músicos con las mujeres se quedaron en el atrio ensayando la serenata que
debían darle al angelito antes de que se lo llevaran para el cementerio. Ya había varios
Las mujeres, más calmadas, opinaban que debían cantar “Su mercesita linda” y los
y descalzo, de sombrero alón y machete al cinto, apartado del grupo entonaba en voz alta
la siguiente copla:
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Ah bueno pa’ mi ahijado
Cuando los padres y los anfitriones estuvieron de acuerdo, marcharon en tropel hacia el
mezcolanza de canciones que no se les entendía. Cuando terminaban una canción venían
hasta el atrio a tomarse un trago y regresaban a entonar nuevos cantos y a saltar como
monos en rededor del cadáver. Así lo hicieron por tres veces consecutivas, en tanto que
hecha de los dos muchachos que entraron el cadáver y que luego lo sacaron y llevaron al
cementerio, se marcharon para la casa del muerto a seguir la juerga. Los padres iban
figura del hombre descalzo de sombrero alón que seguía cantando su copla:
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Así terminó la ceremonia del primer entierro de niño que hemos visto en el Caquetá,
ceremonia que nos llenó de infinita tristeza, porque si toda esta pelotera le hacen a un
muchachito tan chiquito, cuando se muera un hombre grande, como por ejemplo el
hombre del sombrero alón y machete al cinto que cantaba la copla, van a decretar
carnavales.
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Florencia en poco tiempo se ha transformado por completo
La vía Garzón - Florencia ha sufrido otra gran transformación en el curso de los últimos
problemas que ya están resueltos. Voladas a dinamita todas las piedras que obstruyen la
vía; arreglados los puentes, terminadas las variantes que proyectaron los ingenieros. En
pocos días más estará la vía expedita para dar paso a los tractores que ya viajan hasta
Guadalupe.
inconvenientes que hoy dificultan el viaje. Todos los agentes del gobierno en el ramo de
transportes, animados de la mejor buena voluntad, por aprovechar los quince kilómetros
que han dado al servicio entre Garzón y La Laguna, han trasladado su organización a
Guadalupe, creando por el momento algunas dificultades. El viajero que llega a Garzón
oficiales o ha de viajar por cuenta del gobierno, no encuentra bestias, porque todas las
agentes, se ven en calzas prietas para salvar esos pequeños inconvenientes. Nosotros
71
El ferrocarril Tolima - Huila tiene hoy demoras que no se justifican. Entre El Espinal y
la estación Baraya, se emplean cinco horas para recorrer una distancia menor de cien
kilómetros. Son muy mortificantes las largas paradas en las estaciones. Invaden los
coches los vendedores ambulantes ofreciendo frutas y golosinas, mientras que por las
ventanillas alargan los pordioseros sus totumas en demanda de centavos para calmar el
hambre que los tortura. Se diría que todos los ciegos del Tolima se han dado cita en
aquellas estaciones donde los viajeros, mortificados por el calor, presencian cuadros de
verdadera miseria. Se nos ocurre que modificando el actual itinerario, se podría llegar a
Neiva a las seis de la tarde, con tiempo suficiente de buscar buen alojamiento, ya que
suele presentarse con muchísima frecuencia el caso de llegar a las doce de la noche,
Entre Neiva y Garzón la carretera está prácticamente terminada, pero faltan puentes muy
fáciles de construir en algunas quebradas. Basta un simple aguacero para que el tráfico
caudal en verano, nos detuvieron cerca de cuatro horas porque había llovido la noche
anterior. Por lo demás, todo marcha bien y el entusiasmo sigue sostenido en todas las
Florencia presenta una faz perfectamente distinta a la que tenía hace apenas cuarenta
72
completo, gracias al cuidado con que la atacaron los médicos y a la labor desarrollada
más, que ya están en bodegas. Muy en breve las canoas volverán a poder de sus antiguos
de las nuevas naves, como grandes conocedores del caudal de los ríos.
El mayor Ángel María Diago, a cuyo cargo puso el gobierno la movilización de tropas y
elementos trabaja día y noche con actividad digna del más gran elogio. Carlos López
Narváez, frente a la auditoría de guerra, es una efectiva garantía por sus amplios
sus compañeros, los doctores Alfredo Lleras Pizarro y José Dolores Rincón, tienen ya
Esperando que acabe de llegar la carga que despachamos de Garzón y que contiene los
aguinaldos para los oficiales y los soldados que están en las guarniciones del sur al
servicio del gobierno nos ocupamos en visitar sitios que nos son familiares. El Río
Hacha, con su delicioso baño del puerto, siempre concurrido; las lavadoras golpeando
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las ropas de los soldados en las mismas piedras; el bobo del Hotel Salas cargando agua
en la misma burra, y sobre las copas de los árboles frondosos de las orillas, las mismas
de un arreglo diplomático. Todos queremos avanzar más al sur, hasta Leticia, nuestra
aldea violada y hacer sonar allí nuestros clarines guerreros, en tanto que en el palo
sagrada de la patria.
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Religiosas y profanos
El segundo delicioso viaje por los ríos del sur, lo hicimos en compañía de cuatro Hermanas
nuestro caro amigo Carlos López Narváez. Nos embarcamos en Venecia, en las canoas
Leticia y Girardot, impulsadas por motor Johnson, llevando provisiones y trago para una
semana.
Nuestra circunspección se acabó a las tres horas de viaje, cuando ya nos habíamos tomado
tres “pelas” y la palabra caray, que veníamos empleando para manifestar nuestra
admiración, fue sustituida por la de “carajo”, con todas las letras y con permiso de la madre
superiora. También empleamos aquella otra palabra que lleva J inicial y que se usa mucho...
apetitosa, quedó a nuestro lado y de cuando en cuando, mientras las religiosas rezaban
pellizco a Betulia en el brazo izquierdo, caricia que se tenía que aguantar por temor al
escándalo. A los primeros pellizcos fruncía las cejas con gesto autoritario -unas cejas
enormes, juntas en la “mitad de los cachos”, donde nace la nariz- pero se fue amansando y a
los dos días ya estiraba el brazo cuando queríamos darle una tocadita... ¡Pobre Betulia!, nos
parece que llegó a La Tagua con el brazo negro desde el codo hasta el sobaco.
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En Potosí, la primera noche, comimos huevos de tortuga que nos obsequió el Capitán
Orjuela en el Casino Militar. Carlos López se comió veinte y al otro día por la noche no
había quién lo aguantará disparando gases desde su hamaca, que para desgracia nuestra
quedó a dos metros de distancia. Afortunadamente las Hermanas estaban durmiendo en casa
aparte, de lo contrario, las pobres religiosas habrían amanecido borrachas... Esa noche
hicimos una observación: para tomarnos a Leticia solo se necesita darle a Carlos López
cuarenta huevos de tortuga y echarlo adelante. Los peruanos saldrán corriendo como ratas
Estuvimos en la tribu de los indios coreguajes en San Miguel del Pescado. Desde noviembre
nuestros compañeros. Los indios no conocían Hermanas de la Caridad y les causaron gran
curiosidad las “cornetas” y los largos rosarios que tocaban y hacían sonar demostrando gran
satisfacción. El doctor Ferreira era “primerizo” y pagó el noviciado repartiendo entre los
indígenas cigarrillos, cigarros y monedas. López Narváez les tocó la flauta y nosotros
En San Antonio de Yumal, en el margen izquierda del río Orteguaza, vimos pescar un bagre
de cuatro arrobas, gordo como un cerdo cebado, de cuyo lomo principal compramos veinte
libras por un peso. En Tres Esquinas, donde se juntan los dos grandes ríos Orteguaza y
Caquetá, pasamos la tercera noche y visitamos los tambos de los indios “andoques” y
“Piruñas” que moran en la comarca. En Tres Esquinas se nos agotaron las provisiones. Nos
pasó lo que a ciertos matrimonios de campesinos en Antioquia, que se comen desde el lunes
76
el mercado de toda la semana y se ponen a chupar caña y comer guamas y churimas desde el
martes. ¡Entre López y Pablo Restrepo se zamparon en tres días la comida del viaje! Las
Curiplaya, donde compramos cuatro gallinas, plátanos y yucas. Abajo de Puerto Boy se nos
dañó el motor y allí fueron las de Dios es Cristo. Las canoas, a merced de la corriente de ese
río enorme que parece un lago, marchaban “a paso de tortuga” mientras el sol quemaba en
las espaldas. Ese día pasamos un gran susto. Las Hermanas y las domésticas se quedaron
dormidas, amodorradas por el calor y nosotros nos pusimos a jugar con los cachumbos de la
negra Betulia. El roce del arisco cabello entre nuestros dedos nos fue produciendo cierta
maluquerita y sin darnos cuenta fuimos subiendo la mano hasta apoderarnos de la sonrosada
movimiento las cornetas de las religiosas. Metimos el brazo derecho en el agua hasta el
hombro, fingiendo coger un animal que había saltado desde la canoa por encima de Betulia
y nuestra audacia tranquilizó a las Hermanas. Sin embargo, Sor Marta nos empezó a mirar
con gravedad y ordenó a mi negra que se pasara adelante, a su lado. Esa noche dormimos en
una playa.
Las religiosas durmieron en la embarcación y los hombres, dos cuadras retirados en la playa,
sobre la pura arena. Cuando fuimos a armar los anzuelos, cerca de las canoas, vimos, al
través de la tela roja que servía de rancho a la embarcación y donde ardía una lámpara de
petróleo, las siluetas de las religiosas arrodilladas rezando el rosario. “Mi negra” se lavaba
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No nos dejaron pegar los ojos Carlos López con su flauta y el doctor Ferreira con sus
alaridos de espanto. En cada ruido que venía de la vecina selva creían adivinar los gruñidos
del tigre que ya venía a “empetacarnos”. El pobre doctor se la pasó de rancho en rancho
“pidiendo cacao” y buscando amparo bajo nuestros toldillos llenos de zancudos. La mañana
siguiente, en el anzuelo de Pablo Restrepo había caído una enorme raya. Las Hermanas
estaban demacradas por la mala noche que habían pasado y las domésticas tenían los ojos en
la nuca.
Reanudada la marcha, pronto nos encontramos con una lancha que subía y con orden del
doctor Juan V. González, se trasladó a nuestras canoas el motor que traía. A las nueve de la
mañana del sexto día llegamos a La Tagua, donde nos encontramos con varios amigos y con
No había más vehículos para las religiosas que mulas de carga y enjalmas. Las resignadas
Hermanas estaban resueltas a emprender la marcha a pie por entre los lodazales de la trocha,
al día siguiente, que ya hubieran recuperado las fuerzas perdidas en el largo y penoso viaje y
inmediatamente a Caucayá, a conseguir con el Coronel Rico la orden para que las pasaran en
hidroavión. Así lo hicimos y al día siguiente pasaron por el aire sobre la selva infinita los
veinticinco kilómetros que separan los dos puertos, en el majestuoso hidroavión de guerra
número 401. Gracias a su ayuda -nos dijo en Caucayá la madre superiora-, estamos aquí
78
buenas y salvas en tanto que nos estrechaba entre sus brazos caritativos y buenos. Sus
servicios no los olvidaremos nunca -dijo la hermana Marta. Pediremos por usted en nuestras
oraciones para que siempre le vaya bien en sus negocios. Dios se lo pague, hermanita Marta.
Desde aquel día estamos reconciliados con la religión Y tenemos mucho deseo de dejarnos
crecer las barbas y tomar el hábito de los capuchinos. Pero como la cosa no está nada buena,
nos aguantamos las ganas hasta ver en qué diablos paran las peloteras con los peruanos, esos
bandidos que están escondidos allí al frente, al otro lado del hermoso río Putumayo.
A mediodía, bajo un cielo limpio y un sol de fuego, nos embarcamos en el hidroavión que
trajo a las hermanas y caímos en La Tagua a los diez minutos. Las emociones de ese vuelo y
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Se me fue el tiro por la culata
De nada me sirvieron las credenciales que me dio en Bogotá el Ministro de Guerra, hace
hoy precisamente un mes. Pensé que con esos papeles con tanto sellos y firmas tan
Amazonas. “Se me fue el tiro por la culata” y me quedé con los crespos hechos. El
mayor Boy es el amo y señor del Aviación y yo no le caí en gracia a este alemán que fue
de los que más elogió mi labor de conseguir el aguinaldo para los soldados. Cuando
bajaba el Caquetá, en Puerto Boy, mostré mis credenciales al teniente Diego Muñoz, jefe
del puerto, y me dijo que estando ausente el mayor, él no podía resolver nada, porque
había orden del Presidente de la República de no prender una sola máquina. Le hice
fuerza mostrándole las credenciales de las Hermanas de la Caridad que eran en igual
sentido, alegándole que ellas eran mujeres delicadas que iban al frente a prestar sus
servicios y que recordara que mañana u otro día, él mismo podía caer atravesado por una
bala peruana y quizás las mismas religiosas le curarían sus heridas. En fin, le eché un
discurso muy lindo y muy sentimental, pero el inflexible teniente se cerró a la banda y
no “dio astilla” por ningún lado. Más tarde, el 28 de enero, en La Tagua, tuve ocasión de
conocer al mayor Boy, a quien mis súplicas tampoco lograron convencer. Hoy vivo
admirado del Coronel Rico y muy agradecido porque fue él con su gran gentileza, quien
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Todo lo anterior sirve de preámbulo para relatarle a los lectores de El Diario las
emociones que sentí en esta “volada”, las cuales les prometí en mi crónica del 28 de
enero.
seguridad. Todo él es metálico, pintado exteriormente con una mezcla de colores raros
que lo hacen invisible a cierta altura. Para observarlo mejor me le ‘horquetié’ con
comprenderá el “tripitorio metálico” que ese aparato tiene en su interior. ¡Esas son
Círculos negros como muestras de relojes, con agujas blancas que parecen ardidas por lo
bombillos diminutos. Palancas, timbres, bandas, ruedas dentadas y más clavijas que las
que pueda tener una docena de bandolas. Cerca del lugar que me designó el piloto,
encontré una inscripción que me llamó mucho la atención y que me puso a sacar
deducciones. Sobre el blanco mate del aluminio, con lápiz de tinta, alguien puso este
letrero: “San Antonio bendito. Virgen del Rosario”. Podría jurar que las iniciales de las
palabras Antonio y Rosario, las trazó la diestra del General Amadeo Rodríguez.
Conservo una carta del ilustre militar y al cotejar las letras no me quedó la menor duda.
de echarse la bendición, invoca los nombres de sus patrones. Y hace como un santo. Yo
81
calambombos al gran arquitecto. No es para menos ese friecito que se siente en la
barriga cuando la nave mete sus “corcoviadas” a mil metros sobre los yarumos de la
selva.
En este delicioso viaje fueron mis compañeros dos brasileros que los cogió la trifulca en
el alto Putumayo a bordo de las lanchas Emmita y Sinchi Roca. Han permanecido
embotellados cinco meses y venían a La Tagua a esperar la expedición aérea que los
llevara a su tierra. Ninguno de los dos había volado y me parece que ambos llegaron sin
lombrices y con las ‘termópilas’ en la nuca. Santos Junior que no se motilaba desde
agosto pasado, perdió el sombrero al ‘primer hervor’. Todos los pelos de la cabeza se le
funcionan las ametralladoras. Pinto Riveiro llegó a La Tagua con los pantalones mojados
Antioquia, que era un par de escaleras con encerados y una máquina Singer en los
cabriolas desde la Víbora hasta Santana en la ciudad del general Pinto. No niego que al
mirar por las ventanillas o por el hueco lanzabombas, sentía cierta carrasperita en el
espinazo y los entresijos se me volvían nudos y que al llegar a La Tagua pedí al doctor
82
Comentando las emociones del vuelo con los brasileros, me decía Riveiro: “Eu nao tive
meido. O aparato muito boa. Muito seguro". Puede que dijera la verdad Pinto Riveiro,
pero a mí me dejó mucho que pensar el mojadito de los pantalones. En cambio Santos
Junior sí fue franco: "O navío desgracao. Eu tive mio coracao moito oprimido. Eu nao
acuatizaba en el puerto, que por la Virgen me llevara siquiera hasta Tres Esquinas que
era de mucha necesidad, me tuve que transar por embarcarme la lancha Caquetá y subir
los ríos durante ocho mortales días. Pero aquí estoy bueno y salvo, como llegaron las
Hermanas a Caucayá. Y muy contento porque por aquí huele a pólvora y suenan
cornetas a cada momento y se ven soldados que hacen el servicio nocturno con rifle y
bayoneta calada. Aunque estoy asegurado y protegido contra todos los riesgos, porque
para algo han de servir el abrazo de la Madre María Cecilia y las oraciones de la
hermana Marta, siempre es bueno evitar y echarme otra salidita al interior... La semana
entrante sigo para Bogotá y después para Pereira. Por allá les caigo.
83
TEXTOS SOBRE
RICARDO SÁNCHEZ
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Ricardo Sánchez A.
Si hay algo difícil en esta profesión del periodismo, es escribir sobre hombres o hechos
por los cuales se siente un gran afecto, un vínculo estrechísimo, una amistad cordial. Tal
caso nos sucede a nosotros ahora cuando estamos contemplando la realidad de la muerte
casa por lazos añejos, como que recordamos que tocó a Ricardo Sánchez escribir el
Escritor admirable, he aquí el concepto que siempre se mereció Ricardo Sánchez. Pero
había en su vida un aspecto superior al del escritor. Era uno de los conversadores más
gratos de cuantos hayamos escuchado en la vida. Su relato era ameno como el discurrir
de una fuente. Su anecdotario era rico como un tesoro de piratas. Su memoria tenía la
frescura de la niñez. Oírlo era embelesarse. Sixto Mejía que sin duda alguna también
poseía cabalidad este arte difícil, decía que para él no había un rato más exquisito en la
vida, que aquel en que Ricardo Sánchez evocaba los hombres y los tiempos idos, y de
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Amigo magnífico, Ricardo Sánchez tenía el don de adivinar aquellas naturales angustias
que son de rigor en la vida de todos los hombres y él -que poseía una larga experiencia
cuando no tenía más que un chiste, con la sal que él sabía poner en todos los sucesos,
aún en aquellos de máxima gravedad, calmaba la aflicción de quien pedía una voz de
consuelo. Porque Ricardo Sánchez, a pesar de todos aquellos grandes tormentos con que
viajaba otra vez en busca de gentes a quienes llevar su palabra amistosa y a quienes
Pero quienes bien le conocimos podemos afirmar que al irse de la vida, se fue alegrando
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Perdona, Ricardo
Pequeña jornada han cumplido los punteros con su fardo de instantes desde el momento
acogedor en que te quedaste dormido, pero largo ha sido el derrotero de las añoranzas
Tu figura, larga como tu generosidad amistosa y flaca como tus pobres ambiciones
Sencillo y bueno, valeroso y honrado, noble y amigo, tatuaste sobre la historia grata de
A mí, por ejemplo, me parece que ayer iniciaste un nuevo cuento, permanezco atento a
tu palabra sin eco, y pendiente -como un gamín curioso- del hilo sorpresivo que inicia la
leyenda sin fin, desde tus ojos sin luz y desde el púlpito seco de tus labios sin expresión
ni movimiento.
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Apenas diez ladrillos con cal y arena sirven como letra inicial a la crónica insondable
que desde ayer iniciaste; su cuadrado gris, como gótica mayúscula de misal que
Hoy declina otra tarde pero hay una copa vacía en la mente de las mesas del café
familiar que tantas veces nos acogiera como una ermita laica.
Prosigue tu relato, amigo largo y flaco, y que nuestro corazón siga atento a la fábula que
ayer empezaste, cuando con un recio golpe de ausencia pusiste punto final a la crónica
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Ricardo Sánchez Arenas
Por la puerta que se cierra para no abrirse nunca, acaba de salir en viaje hacia la vida
eterna este viejo querido, turista del Ideal. Ya no veremos, por las calles y plazas y cafés
y teatros, su silueta magra que copiara la del insigne manchego de la triste figura.
insuperable que evocara con ojos llenos de nostalgia las costas brasileras o la tristeza de
la manigua que cantó Rivera. Ya no oiremos más los relatos de la vida bohemia vivida
en la capital con el maestro Rendón y Castillo, con Bayona Posada y Barrera Parra, con
Luis A. Calvo y Nieto Caballero y cien artistas más del lápiz y del verso, de la música y
momento cívico que prestara su nombre para ser coronado como Rey de los feos, o que
cariños.
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Ricardo Sánchez era uno de los exponentes más autorizados de la cultura de Pereira.
conversación siempre amena. Como gran lector que era, tenía conocimientos generales
de arte y literatura y recitaba con exquisita propiedad versos selectos o trozos escogidos
de buena prosa.
Conoció los mejores espectáculos teatrales al mismo tiempo que los bajos circos y las
Vivió en el dolor por sus enfermedades y sus ambiciones no realizadas y fue siempre un
niño ante el dolor ajeno. Por sobre todas sus virtudes, estaba la de ser un gran padre y un
gran amigo. De puertas hacia dentro estaba en su hogar como en un templo hecho todo
amor y devoción para sus hijos. Fuera de él pertenecía por completo a sus amigos. Se va
Ricardo y con él se entierra a uno de los pereiranos ciento por ciento, que mejor supieron
En la mesa del café, sus contertulios notaremos siempre que falta una copa y sobra un
90
Para su hermano Don Martín y para sus hijos e hijas son especialmente estas frases con
las cuales he querido hacer un sencillo y cordial recordatorio del padre, el hermano y el
Ya lo veo llegar a la puerta del Cielo, averiguando al Santo portero por sus viejos
amigos y contertulios; y para identificarse guachaquiará un par de daos entre sus manos
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Ricardo Sánchez A.
de sus protagonistas. A fuerza de escribir día a día la nota necrológica de los muertos
Pero hay ocasiones en que somos casi niños y en que el alma recoge y compendia lo
mejor de sus más íntimas emociones, para volcarlas sobre el papel de hielo en donde el
hombre del periodismo quema, hora tras hora, su pasión interior. Ocasiones como esta
cuando la realidad nos empuja a tener que escribir sobre un hecho tan desgarrador como
queridos que nos arrancan a nuestra propia miseria y nos convierten en actores de un
Un frío sacudimiento envolvió nuestro corazón cuando ayer en las horas postreras
entregamos a la tierra pereirana, esa que él amó con delirio, en la cual sentó un día ya
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lejano su planta de caminante sin rumbo, en esa que vio tantos y tan bellos amaneceres y
a cuya sombra ayer cerró sus ojos para siempre el cuerpo yacente del amigo muerto. Le
cuyo amparo unió su vida a la de una dama ilustre, ya también desaparecida y bajo cuyo
regazo amoroso nacieron sus hijos y vio crecer generaciones pereiranas que tal vez no
Ricardo Sánchez cantó a Pereira con lo mejor de sus galas intelectuales. Nadie como él
supo interpretar con tanta galanura nuestras costumbres, nuestra historia, nuestra vida.
En Pereira nada era un misterio para Ricardo Sánchez que conoció la ciudad en sus
albores y que la vio también convertida en este emporio de primicias y de riquezas que
En su libro Pereira hizo un compendio lo más completo posible de cuanto fue grato al
corazón de los pereiranos en las épocas pretéritas. Él quiso legarle a Pereira esa obra
como tributo de su agradecimiento para con la tierra que él hizo suya por el afecto
entrañable y por el amor inconmensurable de sus hijos. En en ese libro figuran los
Cuando se escriba la historia de Pereira en todas sus fases, se tendrá que acudir a esa
obra como indeficiente libro de consulta sobre hechos y anécdotas que tuvieron su época
y que en ella vivieron seres amados que ya también duermen el sueño eterno pero que
93
están vinculados por el recuerdo a la vida de la ciudad por su noble apostolado y por su
generosa contribución a crear esta mística de civismo y de progreso que es nervio vital
Las cenizas adoradas de Ricardo Sánchez han sido recogidas amorosamente en nuestro
huerto, al lado de las de su esposa, como un santuario erigido por el respeto y el cariño
de los pereiranos para un varón y una matrona que hicieron para la ciudad un venerado
lugar en su corazón. Nosotros que supimos cuánto amó Ricardo Sánchez a Pereira, que
Pero quedan los hijos para prolongar en el tiempo y en el espacio la herencia moral que
llevan en su nombre y que es legado del gran ciudadano, del gran Pereirano, del gran
jefe de hogar, que se ha ido de nuestro lado después de una vida atormentada por el
dolor y por la angustia de la carne. Séale buena la tierra pereirana que el amó
entrañablemente y leve el peso de las rosas y de las lágrimas que diariamente regaremos
sobre su tumba. Santuario venerado a donde iremos siempre los pereiranos a beber la
savia del civismo, allí donde duerme para siempre uno que era paladín del civismo, gran
capitán de la ciudad y timonero de un hogar ilustre al cual llevamos con estas breves
frases la voz entrecortada por la emoción para expresarle el dolor nuestro y el dolor de la
ciudad.
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Palabras en memoria de Ricardo Sánchez
La muerte de Ricardo Sánchez, ocurrida hace tres días en la ciudad de Pereira, es algo
que ha producido una pena íntima y callada. La personalidad de aquel hombre fue de
aquellas que han de durar en el recuerdo. Era de las que sirven de guión para fijar las
su idealismo.
Ante la tumba de Ricardo Sánchez, puede decirse con entera propiedad que Pereira ha
perdido una parte muy considerable de sí misma. Aquel hombre encarnaba su espíritu
ni empresario con empresas, ni poseedor, en fin de materiales bienes, Ricardo era, sin
perspicaz y despabilado.
Sin haber hecho nunca un negocio brillante, su visión de los negocios era penetrante y
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Y las tenía. El éxito de los demás era por eso para él una comprobación indirecta de su
infatigable. Buen lector de buenas cosas, lo era de verdad. Tenía un sentido crítico que
daba siempre en el blanco. Y del mismo modo que sabía de qué modo se habían
invertido cien mil pesos para ganar cincuenta mil pesos en un año, podía predecir hasta
defendió la vida que tanto amaba con heroísmos, sin desmayo, sin flaqueza, sin
abandonar su sonrisa morena de hombre feo y cordial y bondadoso. Por años y años se
libró de la asechanza tremenda de los más acerbos males hasta caer vencido por uno
Si algún día pudiera yo escribir la novela de Ricardo Sánchez, habría de titularla con
este título universal y vago, que sin embargo puede acendrar el significado de esta bella
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