Eupalinos o El Arquitecto

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Arquitectura-Ecológica

FEDRO
Fui yo amigo de quien levantara aquel templo. Era Megara y se llamaba Eupalinos. Gustoso me
hablaba de su arte, y de cuanto cuidado y conocimiento requiere; hacíame comprender todo lo
que yo, al acompañarle, veía en la obra. Pero veía allí sobre todo su espíritu pasmoso.
Reconocía en él la potencia de Orfeo. Auguraba él su porvenir monumental a los acervos
informes de piedras y de vigas que yacían en derredor nuestro; aquellos materiales, al son de su
palabra, parecían ofrendados al lugar único a que les habrían asignado los destinos favorables a
la diosa. Pura maravilla eran sus pláticas con los obreros. No quedaban en las tales la menor
huella de sus arduas meditaciones de la noche. No les daba más que órdenes y números.
SÓCRATES
Es el propio estilo de Dios.
Índice
 

Eupalinos

o el Arquitecto
Paul Valéry
Explicación preliminar

Escribió Paul Valéry Eupalinos ou l'Architecte a petición de los directores de la lujosa revista, de gran
formato, Architecture.
Admite de buen grado el eminente escritor que la mayor parte de su obra es literatura de
circunstancias y que no hay deshonor para el espíritu en servir "un pedido" venido de fuera. Por lo
demás, éste no es sino un pretexto, un vencimiento, un beneficio estimulante a cuyas expensas
permanece el espíritu en libertad de satisfacer sus exigencias propias.
El tema que el escritor se imponía entraba, por otra parte, en el ámbito de preocupaciones para él
muy queridas; había publicado, en efecto, en la revista Ermitage, en 1891, Le Paradoxe sur
l'Architecte, a menudo confundida con Eupalinos.
La revista Architecture había fijado un número de páginas, y hasta el número de palabras por página,
que la obra supondría. Tampoco esas exigencias eran para desagradar a quien profesa que los
constreñimientos exteriores, sean los que fueren -limitaciones de formato y densidad, reglas de
versificación, reglas de los géneros-, no deben ser considerados jamás como obstáculos a los que
se voltea o salta con mayor o menor ingenio, sino que deben convertirse en propias condiciones del
trabajo y elementos de la edificación de la obra: "La mayor libertad nace del mayor rigor".
(Eupalinos). Este método de la utilización de las constricciones ¿no es, en realidad, una de las
principales ideas desarrolladas en Eupalinos?.
Con todo, su tema central es el que, en formas diversas, en prosa y poesía, Valéry no ha dejado de
tratar de punta a cabo de su obra: esto es, el progresivo conocimiento de sí mismo a fin de alcanzar
el máximum de conciencia. El medio que a esta potencia singular conduce es el estudio de los
fenómenos mentales; pero a condición de soslayar en la observación de su propio espíritu lo que
haya en él de particular y no consagrarse sino a las operaciones más generales: en esta tendencia
es Valéry profundamente clásico. Así, se hacía evidente que, preocupado por la idea de conciencia y
de la forma temporal que reviste el individuo llegado en sí mismo a su plena posesión, el poeta fue
alterado por el hombre del "conócete a ti mismo". En la obra de Paul Valéry, no podía dejar de
aparecer Sócrates en escena y, tras él, en perspectiva, la Grecia real, sofística y armoniosa. Porque
en Eupalinos, no de modo abstracto y didáctico, desarrolló su tema favorito, como habrá de hacerlo
en la Introduction à la Méthode de Léonard de Vinci, en 1895 o en La Soirée avec M. Teste, en 1896.
No; en Eupalinos el método no es sino un medio muy concreto de buen suceso, un beneficio de la
experiencia, una creación de medios, cuyo fin, con todo, sigue siendo el aumento gradual de
conciencia. Conocimiento y método no existirían, en efecto, sin la conciencia de saber y de escoger y
Sócrates desarrolla la idea de que la conciencia es el único elemento de resistencia al flujo del
tiempo y que la personalidad, por algunos tan querida, es un bien inferior al conocimiento de las
condiciones del espíritu, en general.

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En la espera de esa finalidad superior, hay que dedicarse a los métodos profesionales: Eupalinos
estudia apasionadamente las condiciones de la arquitectura; Tridon, constructor de buques, ante
todo se preocupa de mareas y peces, de la resistencia de las maderas, de la fuerza de las corrientes:
"Entendía que una nave debe ser, de alguna suerte, creada por el conocimiento del mar, y casi
hechura de la misma onda".
En este mismo orden de ideas, una noción muy elemental, pero ordinariamente harto descuidada,
adquiere en Eupalinos una importancia capital: la noción del medio y de la adaptación de la obra al
suyo. Para Eupalinos ese medio visible y casi tangible, a pesar de su aparente inexistencia, es el
espacio. Eupalinos dispone del espacio; utiliza la interpiedra el intermármol, y, según las
modificaciones psicológicas que provocan, clasifica los monumentos en mudos, y los que hablan y
los que cantan.
Así Eupalinos, diálogo de forma platónica, tiende a anti-platónicas concepciones. Será porque el
diálogo entre Fedro y Sócrates responde menos tal vez a una necesidad filosófica que a un modo de
interpretación psicológica. Encarna sin duda la contradicción que aparece en la personalidad misma
del autor. Fedro está enamorado de la belleza, y sus pensamientos tienden a proyectarse en obras;
su potencia creadora permanece intacta. Sócrates, por su parte busca los únicos valores eternos, y
sus pensamientos tienden a lo absoluto y el silencio, paralizando su fuerza creadora. Ahora bien, en
lo que toca a Paul Valéry, si hubiese que hacer la historia de su espíritu, se le vería oscilar sin tregua
entre la voluntad de crear y la de callarse, entre la belleza y lo eterno.

E. Noulet *

Debemos a la amabilidad de la Sra. Noulet-esposa del traductor Sr. Carner-calificado como uno de
los más agudos exégetas valeryanos, según evidencia su libro Paul Valéry (Grasset, París, 1938),
esta nota preliminar, escrita expresamente con destino a la presente edición. Para más datos sobre
la obra conjunta de Valéry remitimos a los lectores al estudio de Guillermo de Torre que antecede el
volumen de ensayos Política del Espíritu, publicado en la colección "La Pajarita de Papel" por esta
Editorial- N. del E.

Eupalinos o el arquitecto

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FEDRO

¿Que haces ahí, Sócrates? De harto tiempo acá te andaba buscando. Recorrí
nuestra pálida mansión, y no hubo sitio en que por ti no preguntara. Y todas estas
gentes te conocen, y nadie te había visto. ¿Por qué así te alejaste de las demás
sombras, y qué pensamiento recompuso tu alma desviada de las nuestras, en los
últimos hitos de este imperio transparente?

SÓCRATES

Espera. No acierto a responderte. Bien sabes que la reflexión es en los muertos


indivisible. Estamos ya demasiado simplificados para no sufrir hasta su término el
movimiento de la idea que fuere. Permite su cuerpo a los vivientes salir del
conocimiento y reingresar en él. Están compuestos de una casa más una abeja.

FEDRO

Sócrates portentoso, me callo.

SÓCRATES

Quedo reconocido a tu silencio. Al observarle rendiste el más duro sacrificio a los


dioses y a mi pensamiento. Tu curiosidad consumiste, e inmolaste a mi alma tu
impaciencia. Habla ya libremente, y si algún deseo de interrogarme persistiere en ti,
dispuesto me hallo a responderte, pues acabé de preguntarme y responderme a mí
mismo. Pero es raro que pregunta reprimida no se haya al punto devorado a sí
misma.

FEDRO

¿A qué, dime, este destierro? ¿Qué haces, de todos nosotros apartado? Alcibíades,
Zenón, Menexeno, Lisis, todos nuestros amigos, se asombran de no verte. Hablan
sin objeto, y sus sombras no emiten sino zumbidos.

SÓCRATES

Mira y escucha.

FEDRO

Nada escucho, ni veo gran cosa.

SÓCRATES

No estás acaso bastante muerto. He aquí el límite de nuestro dominio. Ante ti se


desliza un río.

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FEDRO

¡Ay! ¡Pobre Iliso!

SÓCRATES

El que aquí ves es el río del tiempo. No arroja sino las almas sobre esta ribera; mas
todo lo demás arrastra sin que le cueste fatiga.

FEDRO

Empiezo a ver algo. Pero nada distingo. Siguen mis miradas un instante a cuanto se
aleja y va a la deriva, y lo pierden sin haberlo divisado... Si no estuviera yo muerto,
náusea me daría este movimiento: tan pesaroso e irresistible me parece... O acaso
me vería obligado a imitarle, a modo de los cuerpos humanos: me dormiría para
deslizarme también.

SÓCRATES

Ese gran flujo, con todo, compuesto se halla de todas las cosas que conociste o
hubieras podido conocer. Esa faja accidentada, inmensa, que se precipita sin
espera, se lleva cuanto hay hacia la nada. En su conjunto ¡cuán deslucida está!

FEDRO

A cada instante creo que alguna forma voy a discernir; mas lo que creyera ver
nunca llega a despertar la menor semejanza en mi espíritu.

SÓCRATES

Es porque asistes al verdadero tránsito de los seres, oh tú, inmóvil en la muerte.


Vemos, desde esta purísima ribera, a todas las cosas humanas y las formas
naturales, movidas según la franca celeridad de su esencia. Somos como el que
soñare, en cuyo seno, alterados por su carrera figuras y pensamientos, los seres se
componen con sus mudanzas. Aquí todo es omisible, y a pesar de ello todo entra en
cuenta. Engendran inmenso beneficio el crimen, y las mayores virtudes desarrollan
nefastas consecuencias: el juicio no se hinca en parte alguna, la idea se trueca en
sensación ante la mirada, y cada hombre arrastra en pos de sí una encadenadura
de monstruos, compuesta inextricablemente de sus actos y las formas sucesivas de
su cuerpo. Pienso en la presencia y hábitos de los mortales, en ese manar tan
fluido, y en haber sido yo uno de ellos, afanoso de ver todas las cosas como,
precisamente, las veo ahora. Asenté a la Sabiduría en la postura eterna en que nos
hallamos. Pero desde aquí nada responde a lo que conocimos. Está la verdad frente
a nosotros, y ya nada comprendemos.

FEDRO

¿Pero desde dónde, oh Sócrates, podrá venir ese gusto de lo eterno que se señala
a las veces entre los vivientes? Tú perseguías el conocimiento. Intentan los más
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groseros preservar desesperadamente hasta los cadáveres de los muertos. Otros
erigen los templos y las tumbas, ganosos de hacerlos indestructibles. Los hombres
más avisados y de mejor inspiración quieren dar a sus pensamientos una armonía
ya cadencia que les proteja contra la alteración y a también contra el olvido.

SÓCRATES

Locura, oh Fedro; claramente lo ves. Pero sentenciaron los destinos que, entre las
cosas indispensables al linaje de los hombres, necesariamente figuraran algunos
deseos insensatos. No hubiera hombres sin el amor. Ni existiría la ciencia sin
desaforas ambiciones. ¿Y de dónde piensas que hayamos sacado la idea primera y
la energía de esos inmensos esfuerzos que levantaron tantas ilustrísimas ciudades
e inútiles monumentos, que admira la razón, ella, que hubiera sido incapaz de
concebirlos?.

FEDRO

Más la razón, con todo, anidará en alguna parte. Todo sin ella se derrocaría.

SÓCRATES

Todo

FEDRO

¿Te acuerdas de las construcciones que en el Pireo viéramos levantar?.

SÓCRATES

Sí.

FEDRO

¿De aquellas máquinas, de aquellos trabajos, de aquellas flautas que los templaban
con su música; de aquellas operaciones tan exactas, de aquellos progresos tan
misteriosos y a la vez tan claros? ¡Qué confusión al principio, que luego dijérase
adentrada en el orden! ¡Qué solidez, qué rigor nacieron entre hilos que fijaban los
aplomos, y a lo largo de esas frágiles cuerdecillas, tendidas para que las rozaran en
su encumbramiento hiladas de ladrillos!.

SÓCRATES

Guardo esa bella memoria. ¡Oh materiales! ¡Piedras bellas...! ¡Oh cómo nos
trocamos en demasiado leves!

FEDRO

¿Y de aquel templo allende las murallas, junto al altar de Bóreas, te acuerdas?

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SÓCRATES

¿El de Artemisa la Cazadora?

FEDRO

El mismo. Por allí anduvimos un día. Y sobre la Belleza discurrimos.

SÓCRATES

¡Ay!

FEDRO

Fui yo amigo de quien levantara aquel templo. Era Megara y se llamaba Eupalinos.
Gustoso me hablaba de su arte, y de cuanto cuidado y conocimiento requiere;
hacíame comprender todo lo que yo, al acompañarle, veía en la obra. Pero veía allí
sobre todo su espíritu pasmoso. Reconocía en él la potencia de Orfeo. Auguraba él
su porvenir monumental a los acervos informes de piedras y de vigas que yacían en
derredor nuestro; aquellos materiales, al son de su palabra, parecían ofrendados al
lugar único a que les habrían asignado los destinos favorables a la diosa. Pura
maravilla eran sus pláticas con los obreros. No quedaban en las tales la menor
huella de sus arduas meditaciones de la noche. No les daba más que órdenes y
números.

SÓCRATES

Es el propio estilo de Dios.

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FEDRO

Sus pláticas y la acción de los obreros se ajustaban tan felizmente que hubiérase
dicho que aquellos hombres no eran sino sus miembros. No acertarías a creer,
Sócrates, qué dicha daba a mi alma el conocimiento de empeño tan bien ordenado.
Ya de la idea del templo no separo la de su edificación. Cuando a uno de ellos veo,
veo una acción admirable, más gloriosa aún que una victoria y más contraria a la
naturaleza ruin. Destruirle y construirle, parejos son en importancia, y almas
requieren uno y otro; pero es más grato a mi espíritu construirle.- ¡Oh Eupalinos
venturosísimo!.

SÓCRATES

¡Vióse tal entusiasmo de una sombra por un fantasma! No conocí a ese Eupalinos.
¿Era pues un gran hombre? Veo que al sumo conocimiento de su arte ascendía.
¿Está aquí?.

FEDRO

Sin duda se halla entre nosotros, mas nunca en este país me le encontré.

SÓCRATES

No sé lo que él acertaría a construir. Aquí, aun los proyectos son recuerdos. Pero
pues nos vemos al solo agrado de la plática, bastante gustara de oírle.

FEDRO

Retuve más de uno de sus preceptos. No sé si te placerían; a mí me encantan.

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SÓCRATES

¿Podrías repetirme unos cuantos?

FEDRO

Oye pues. Decía muy a menudo no hay detalles en la ejecución.

SÓCRATES

Entiendo y no entiendo. Entiendo alguna cosa, incierto de que ella sea la que él
quiso decir.

FEDRO

Y yo seguro estoy de que a tu espíritu sutil no faltó su exacto discernimiento. En


alma tan clara y completa como la tuya, menester es que cobre una máxima de
práctico fuerza y extensión novísimas. Como ella sea realmente neta, y conseguida
inmediatamente del trabajo por ese acto breve del espíritu que resume su
experiencia sin dejar trecho a la divagación, resultará materia preciosa para el
filósofo; ¡lingote de oro bruto es el que te doy, orífice!

SÓCRATES

¡Orífice he sido de mis cadenas! Pero consideremos ese precepto. La eternidad de


estos parajes nos invita a no ser cicateros de palabras. Fuerza es que esta duración
infinita, no exista, o contenga todos los raciocinios posibles, a la par los verdaderos
y los falsos. Cábeme, pues, hablar sin miedo alguno a equivocarme, porque si me
equivocare daré en breve la verdad, y si ésta digo, hablaré engaños un tanto
después.
No dejarás, oh Fedro, de haber notado en las pláticas más importantes -bien se
trate de política o de los privados intereses de los ciudadanos, o hasta en las
palabras delicadas que hay que decir al amante en circunstancias decisivas-, de
haber notado, digo, el peso y alcance que recaban las menores partículas y las
menores pausas intercaladas. Y yo, que hablé tanto, con afán insaciable de
convencer, me convencí a la larga de que los argumentos más graves y las
demostraciones mejor conducidas, medrado efecto alcanzaban sin el apoyo de esos
detalles, al parecer baladíes; y de que, en cambio, razonamientos mediocres,
convenientemente asidos a palabras llenas de tacto, o doradas como coronas,
seducen por largo espacio la oreja. Esa alcahueta se halla a las puertas del espíritu.
Ella le repite lo que le agrada, y se lo repite a su antojo, acabando por hacerle creer
que está oyendo su propia voz. Lo real de un coloquio, es al cabo esa canción, ese
color de la voz, que por yerro llamamos detalles y accidentes.

FEDRO

Inmensa vuelta das, querido Sócrates, pero véote volver de lejos, con otros
ejemplos mil, y todas tus fuerzas dialécticas desplegadas.
SÓCRATES

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Fíjate asimismo en la medicina. El más diestro operador del mundo, catador, con
dedos industriosos, de la llaga, ese tal, por leves que sean sus manos, y sabias y
clarividentes; por seguro que se sienta de la demarcación de órganos y venas, de
sus relaciones y sus profundidades, sea cual fuere su certidumbre de los actos que
se propone llevar a cabo en tu carne, donde algo va a cercenar o a juntar de nuevo;
si por alguna circunstancia que descuidara, un hilo , un alfiler que emplea, una
nonada que le fuere útil para su operación, no estuviere exactamente puro o
suficientemente purificado, te matará. Hete ahí muerto...

FEDRO

¡Eso, por dicha, está obtenido! Y eso es precisamente lo que me pasó.

SÓCRATES

Hete ahí muerto, digo, hete ahí muerto, curado según todas las reglas; pues
satisfechas las exigencias todas del arte de la oportunidad, ya el pensamiento
contempla su obra con amor. Pero muerto quedas. Una hebra de seda mal
preparada trocó al saber en asesino; tal detalle, el más tenue, hizo fallar la obra de
Esculapio y de Atenea.

FEDRO

Bien lo sabía Eupalinos.

SÓCRATES

Lo propio en unos y otros dominios acaece, exceptuando el de los filósofos, cuya


gran desdicha es no ver jamás derrumbarse los universos que imaginaron, pues en
efecto, no existen.

FEDRO

Eupalinos era su precepto encarnado. Nada descuidaba. Prescribía cortar tablillas


en la propia veta de la madera, las cuales interpuestas entre la mampostería y las
vigas en ella apoyadas, impidiesen que la humedad subiese por las fibras y,
aspirada, las pudriera. Esmeros guardaba parejos para todos los puntos sensibles
del edificio. Hubiérase dicho que de su cuerpo se tratase. Durante el trabajo de la
construcción casi no abandonaba la obra. Para mí tengo que todas sus piedras
conocía. Velaba por la precisión de su talla; por lo menudo estudiaba cuantos
medios hubieren sido imaginados para evitar que las aristas sufriesen catadura
alguna o se alterase la limpieza de las junturas. Mandaba cincelar, reservar
burletes, dispones biseles en el ornato de mármol. Prodigaba la atención más
exquisita a los revoques con que hacía tratar a paredes de simple piedra.
Pero todas esas delicadezas que miraban a la duración del edificio, poco eran en
parangón con las discernidas para elaborar las emociones y vibraciones del alma
del contemplador futuro de su obra.
Preparaba a la luz un instrumento incomparable que la esparciera, toda ella
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afectada en formas inteligibles y de propiedades como de música, por el espacio en
que se mueven los mortales. Parecido a esos oradores, a esos poetas en que ahora
mismo estabas pensando, él conocía, oh Sócrates, la virtud misteriosa de las
modulaciones imperceptibles. Nadie se daba cuenta, ante una masa delicadamente
aliviada, y de tan sencilla apariencia, de ser conducido a una especie de dicha por
curvaturas insensibles, por inflexiones ínfimas y todopoderosas, y por esas hondas
combinaciones de lo regular y lo irregular, por él introducidas disimuladas, y
conseguidas tan imperiosas como indefinibles. Por ellas el espectador ambulante,
dócil a su invisible presencia, pasaba de una a otra visión y de los grandes silencios
a los murmullos de deleite, a medida que se adelantaba, retrocedía, volvía a
cercarse y vagaba por el radio de la obra, por ella movido y puro juguete de la
admiración. Es menester, decía ese varón de Megara, que mueva mi templo a los
hombres como el objeto amado les mueve.

SÓCRATES

Eso es divino. Oí querido Fedro, un dicho muy semejante y enteramente contrario.


Uno de nuestros amigos, que fuera inútil nombrar, decía de nuestro Alcibíades, de
cuerpo tan acabado: ¡Quien le ve siente volverse arquitecto...!. ¡Bien te compadezco
Fedro! Eres en este suelo más que yo infortunado. No amé yo sino lo Verdadero, a
lo que consagré mi vida; pues bien, en estos prados elíseos, aunque todavía en
sospecha de si hice bastante mal negocio, puedo seguir imaginando que algo me
resta conocer. Busco de buena gana entre las sombra, la sombra de alguna verdad.
Mas tú, de quien la sola Belleza formó los deseos y gobernó las acciones, hállaste
del todo despojado. Los cuerpos son recuerdos, las figuras se volvieron humo; y
queda esta luz tan pareja en cualquier punto, tan débil y de tan repulsiva palidez; y
la indiferencia general que ella ilumina, o mejor que impregna, sin que nada dibuje
exactamente; y esos grupos medio transparentes que constituimos con nuestros
fantasmas; y esas voces tan amortiguadas que apenas si guardamos, y que
parecen susurradas en lo denso de un vellón o en la indolencia de una bruma...
¡Bien debes de sufrir, querido Fedro! Pero, con todo, sin sufrir bastante...que ello
vedado nos está, pues vivir sería.

FEDRO

Creo a cada instante que voy a sufrir...Mas no me hables, por favor de lo que perdí.
Abandona mi memoria a sí misma. ¡Déjale su sol y sus estatuas! ¡Oh, qué contraste
me posee! Tal vez haya para los recuerdos una especie de segunda muerte que
aún no padecí. ¡Pero revivo, pero vuelvo a ver el efímero cielo! ¡Lo más bello que
existe no figura en lo eterno!.

SÓCRATES

¿Dónde, pues, lo asientas?

FEDRO

No hay cosa bella separable de la vida, y la vida es lo que muere.

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SÓCRATES

Cabe decirlo... Pero la mayor parte de las gentes mantienen no sé qué noción
inmortal de la Belleza.

FEDRO

He de decirte, Sócrates, que la belleza, según el Fedro que fui...

SÓCRATES

¿No andará Platón por estos lugares?

FEDRO

Hablo contra él.

SÓCRATES

Bien está, habla.

FEDRO

...no reside en ciertos objetos raros, ni siquiera en esos modelos que allende la
naturaleza moran, contemplados por las almas de mayor nobleza como dechados
de sus propósitos y tipos secretos de sus trabajos; cosas sagradas, a las que
convendría referirse con las mismas palabras del poeta:
¡Gloria del largo deseo, Ideas!

SÓCRATES

¿Qué poeta?

FEDRO

El muy admirable Estéfanos, que vivió tantos siglos después de nosotros. Pero a lo
que siento, la idea de esas Ideas, de quienes nuestro maravilloso Platón es padre,
resulta, con mucho, demasiado sencilla y como demasiado pura para explicar la
diversidad de las Bellezas, el cambio de preferencias en los hombres, el
decoloramiento de tantas obras puestas un día en las nubes, las creaciones de todo
punto nuevas y las resurrecciones por entero imprevisibles. ¡Y hay otras muchas
objeciones!

SÓCRATES

¿Pero cuál es tu propio pensamiento?

FEDRO

No sabría cómo asirle. Nada le encierra; todo le supone. Está en mí como yo


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mismo; obra infaliblemente; juzga, desea. Pero expresarle me fuera tan difícil como
de lo que me hace ser yo mismo, eso que conozco tan precisamente y tan poco.

SÓCRATES

Pero ya que toleran los dioses, mi querido Fedro, que prosigan nuestras pláticas en
estos infiernos, donde nada olvidamos, donde algo hemos aprendido, donde nos
hallamos trascendiendo todo lo humano, deberemos saber ahora qué es lo
verdaderamente bello, qué lo feo; que lo que conviene al hombre; qué lo que debe
maravillarle sin confundirle, poseerle sin degradarle...

FEDRO

Pues lo que sin esfuerzo le lleva por encima de su naturaleza.

SÓCRATES

¿Sin esfuerzo? ¿Por encima de su naturaleza?

FEDRO

Si.

SÓCRATES

¿Sin esfuerzo? ¿Cómo es posible? ¿Por encima de su naturaleza? ¿Qué quiere


decir esto? Pienso sin remedio en un hombre que quisiese trepar sobre sus mismos
hombros...Enfadado por esta absurda imagen, te pregunto, Fedro, cómo es para
uno posible dejar de ser uno mismo y volver a su esencia después, y cómo, sin
violencia, puede llegarse a ello.
Bien conozco que los amorosos extremos y el abuso del vino, y también la pasmosa
acción de esos vapores que las pitias respiran, nos trasladan, según dicho común,
fuera de nosotros mismos; y sé todavía mejor, por mi certísima experiencia, que
nuestras almas pueden formarse, en el propio seno del tiempo, santuarios
impenetrables a la duración, interiormente eternos, pasajeros en cuanto a la
naturaleza; donde ellas son al fin lo que conocen; donde desean lo que son ; donde
creadas se sienten por lo que aman, y le devuelven claridad por claridad y silencio
por silencio, entregándose y recibiéndose sin pedir nada a la materia del mundo ni a
las Horas. Son ya parecidas a esas calmas resplandecientes, circunscritas por las
borrascas, que sobre los mares se transportan ¿Qué somos nosotros , mientras
duran esos abismos? Suponen ellos la vida que suspenden...
Pero esos portentos, esas contemplaciones y éxtasis no aclaran a mis ojos nuestro
raro problema de la belleza. No sé vincular esos estados supremos del alma a la
presencia de un cuerpo o de algún objeto que les suscite.

FEDRO

¡Oh Sócrates, viene eso de que siempre quisieras sacarlo todo de ti mismo...!. Tú, a
quien admiro entre los hombres todos, tú, más bello en tu vida, más bello en tu
muerte, que la más bella cosa visible; gran Sócrates, adorable fealdad,
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todopoderoso pensamiento que truecas el veneno en un brebaje de inmortalidad, oh
tú que ya enfriado, y con medio cuerpo marmóreo y la otra mitad todavía con voz,
nos hablas amistosamente en lenguaje divino, deja que te diga de qué cosa tu
experiencia haya tal vez carecido.

SÓCRATES

Tardísimo es ya, sin duda, para que de ello me instruya. Pero de todos modos,
habla.

FEDRO

Una cosa, sólo una, Sócrates, te faltó. Fuiste hombre divino y acaso sin necesidad
alguna de las bellezas materiales del mundo. Apenas si las buscabas. Harto sé que
no desdeñaste la suavidad campestre, el resplandor de la ciudad, ni las aguas
vivas, ni la sombra delicada del plátano; mas para ti los tales no pasaban de
adornos remotos de tus meditaciones alrededores deliciosos de tus dudas,
emplazamiento favorable apara los pasos interiores. Lo más bello guiábate muy
lejos de él, y así veías siempre otra cosa.

SÓCRATES

El hombre y el espíritu del hombre.

FEDRO

Pero en tal caso ¿no hallaste entre los hombres a algunos cuya pasión singular por
las formas y las apariencias te sorprendiera?

SÓCRATES

Sin duda.

FEDRO

¿Y cuya inteligencia, a pesar de ello, y cuyas virtudes a otra ninguna cedieran el


paso?.

SÓCRATES

Cierto que sí.

FEDRO

¿Y les ponías tú más arriba o más abajo que los filósofos?

SÓCRATES

Según.

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FEDRO

¿Parecíate su objeto más o menos digno de búsqueda y amor que el tuyo propio?

SÓCRATES

No se trata de su objeto. No puedo pensar que exista más que un Bien Soberano.
Pero lo que me cae oscuro y difícil de comprender, es que hombres tan puros en
orden a la inteligencia precisaran formas sensibles y gracias corporales para
alcanzar su estado más subido.

FEDRO

Un día, querido Sócrates, del mismo tema hablé con mi amigo Eupalinos.
-Fedro, me dijo, cuanto más medito sobre mi arte, más le ejerzo; cuanto más pienso
y obro, más sufro y más me alegro como arquitecto; y más sentido de mí mismo
cobro, con claridad y goce cada día más ciertos.
En mis largas esperas me extravío; de nuevo doy conmigo por las sorpresas que
me causo; y mediante esos grados sucesivos de mi silencio, voy avanzando en la
edificación de mí mismo; y me acerco a una correspondencia tan exacta entre mis
anhelos y mis facultades, que me parece haber convertido la existencia que me fué
otorgada en una especie de obra humana.
A fuerza de construir, díjome sonriente, creo que acabé construyéndome a mí
mismo.

SÓCRATES

Construirse, conocerse a sí mismo, ¿serán dos actos o no?.

FEDRO

...y añadió: Sopesé la justeza de mis pensamientos, para que, claramente


engendrados por la consideración de las cosas, se trocaran, como por sí mismos,
en los actos de mi arte. Distribuí mis atenciones; volví sobre el orden de los
problemas; empecé por donde antes terminara, a fin de espaciarme algo más lejos.
Avaro soy de ensoñaciones, y como si ejecutara concibo. Jamás ya, en el espacio
informe de mi alma, vuelvo a contemplar esos edificios imaginarios, que son los
reales lo que las quimeras y gorgonas a los animales verdaderos. Mas lo que
pienso, es hacedero; y lo que hago se conforma a lo inteligible...Y además... Oye,
Fedro (seguíame diciendo); ese templecillo que levanté para Hermes, a algunos
pasos de nosotros, ¡si supieses lo que es para mí! -Donde no distingue el
transeúnte más que una elegante capilla- poquita cosa... cuatro columnas, estilo sin
aderezo- puse el recuerdo de un día claro de mi vida. ¡oh dulce metamorfosis¡ Ese
templo delicado, sin que nadie lo sepa, es imagen matemática de una moza de
Corinto a la que amé venturosamente. Fielmente reproduce sus particulares
proporciones. Para mí, el templo vive. Me devuelve lo que le di.
-Éste es pues el motivo de su gracia inexplicable, de dije. Bien se advierte en él la
presencia de una persona, la flor primera de una mujer, la armonía de una viviente
donosura. Despierta vagamente un recuerdo que no sabe llegar a su término; y ese
principio de imagen cuya perfección posees, no deja de flechar el alma y de
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confundirla. ¿Sabes que, abandonado a mis pensamientos, la comparara a un
cántico nupcial acompañado de flautas, que sintiese nacer en mí?
Eupalinos me contempló con más precisa y tierna amistad.
-¡Oh!, naciste para comprenderme. Nadie se acercó más que tú a mí demonio. Bien
quisiera confiarte todos mis secretos; pero de algunos no sabría convenientemente
platicarte, por lo mucho que se hurtan al habla; y los otros gran riesgo correrían de
tu cansancio, porque se refieren a los procedimientos y conocimientos más
especiales de mi arte. Sólo puedo decirte qué verdades, cuando no qué misterios,
venías rozando al hablarme de concierto, de cánticos y flautas con motivo de mi
templo reciente. Dime (pues tan sensible a los efectos eres de la arquitectura), si
has observado, en tus paseos por esta ciudad, que entre los edificios que la
pueblan, unos mudos son, otros hablan; y otros en fin, los más raros cantan. No es
su destino, ni siquiera una traza general, lo que a tal punto los anima, o a su silencio
los minora. Eso procede del talento de su constructor, o quizá el favor de las Musas.
-Ahora que me lo haces catar, en mi espíritu lo cato.
-Bien, Los edificios que no hablan ni cantan, sólo desdén merecen; cosas son
muertas, inferiores en jerarquía a estos montones de morrillo que vomitan los carros
de contratistas, y que al menos divierten al ojo sagaz por ese orden accidentado
que les presta su caída... En cuanto a los monumentos que de hablar no pasan, yo,
si hablan claro, les estimo. Aquí, dicen, se reúnen los mercaderes. Aquí, los jueces
deliberan. Aquí gimen cautivos. Aquí los amigos del libertinaje... (Dije entonces a
Eupalinos que había visto algunos muy notables de este último tipo. Pero él no me
oyó). Esos puestos del comercio, esos tribunales y cárceles, cuando los que les
erigen supieron acertar, del más franco lenguaje se valen. Unos visiblemente
absorben a una muchedumbre activa, sin cesar renovada; la ofrecen peristilos y
pórticos; la invitan por altas puerta y apacibles escaleras a que a formar se
encaminen, en salas vastas y bien iluminadas, sus grupos, y cedan a la
fermentación de los negocios... Mas deben las mansiones de la justicia hablar a
nuestros ojos de aquel rigor y equidad de nuestras leyes. Majestad les conviene,
como las masas muy desnudas, y a la vez la plenitud pavorosa de las murallas.
Apenas, de tarde en tarde, quiebra el silencio de esos pavimentos desiertos la
amenaza de puerta misteriosa a los tristes agüeros, en las tinieblas de ventana
angosta, de los cansados hierros que al paso de ella deniegan. Todo aquí dicta
sentencias y habla de penas. La piedra gravemente declara lo que encierra, la
pared es implacable, y esa estructura, tan conforme a la verdad, pujantemente
pregona su severo destino.

SÓCRATES

No fue mi prisión tan terrible... Paréceme que era lugar empañado y en sí mismo
diferente.

FEDRO

¿Cómo puedes decir eso?

SÓCRATES

Confieso que la consideré muy poco. No veía más que a mis amigos, la inmortalidad

15
y la muerte.

FEDRO

¡Y no estuve yo contigo!

SÓCRATES

Tampoco estaba Platón, ni Aristipo... Pero la sala se veía llena, y se me escondían


las paredes. Ponía la luz del ocaso tonos de carne en las piedras de la bóveda... En
verdad, querido Fedro, jamás tuve otra prisión que mi cuerpo. Pero vuelve a lo que
tu amigo te dijera. Creo que iba a platicarte de los edificios más preciosos, y esto
escuchar querría.

FEDRO

Bien está, proseguiré.


Eupalinos trazó también magnífica pintura de esas construcciones giganteas que en
los puertos admiramos. Avanzan hacia el mar; sus brazos, de blancor absoluto y
duro, circunscriben las dársenas dormidas cuyo sosiego protegen. Guárdanlas en
seguridad, apaciblemente saciadas de galeras, al abrigo de hirsutos cimientos de
roca y de escolleras retumbantes. Empinadas torres donde alguien vela, donde la
llama de las piñas de pino, de impenetrables noches al decurso, baila y hace riza,
dominando el largo, en la punta espumosa de los muelles... Arriesgarse a trabajos
tales, retar es al propio Neptuno. Montañas hay que echar a carretadas en las
aguas que se quiere ceñir. Hay que oponer los rudos escombras ganados a la
hondura de la tierra, a la móvil hondura del mar, y a los choques de las monótonas
caballerías que impele el viento y sobrepasa...
Esos puertos, decía mi amigo, esos puertos holgados, ¡qué claridad proponen al
espíritu! ¡Cómo sus partes desarrollan! ¡Cómo descienden hacia su labor! Pero las
maravillas propias del mar, y esa estatuaria accidental de las riberas son por los
dioses graciosamente ofrecidas al arquitecto. Todo contribuye al efecto que en las
almas producen esas nobles funciones seminaturales; la presencia del puro
horizonte, el nacimiento y la borradura de una vela, la emoción del derrame de la
tierra, el comienzo de los peligros, el umbral resplandeciente de países ignorados, y
la misma avidez de los hombres, harto pronta a mudanza en temor supersticioso
apenas ellos, obedeciéndole, ponen los pies en la nave... Estos son en verdad
teatros admirables; pero alcemos sobre los edificios del puro arte. Aunque fuese
menester bastante arduamente empeñarnos contra nosotros mismos,
abstraigámonos algún tanto de los prestigios de la vida y del goce inmediato. Lo
más bello es necesariamente tiránico...
-Mas yo dije a Eupalinos que no veía por qué deba ello ser así. Respondióme que la
verdadera belleza había llegado, precisamente, a ser tan rara como lo fuere entre
los hombres uno capaz de esforzarse contra sí mismo, esto es, de escoger cierto sí
mismo e imponérsele. Y luego dijo, volviendo a asir el hilo de oro de su
pensamiento: llego ahora a esas obras maestras enteramente debidas a alguien y
de las que te decía un momento ha que por sí mismas parece que canten.
Cuando tal dije ¿tratábase, oh Fedro, de un vocablo vano? ¿Serán palabras

16
negligentemente creadas por el discurso, que a toda prisa decoran, pero que no
toleran que se las reflexione? ¡No, Fedro, en modo alguno...! Y cuando hablaste
(hicístelo el primero, y no por tu albedrío) de música a propósito de mi templo, divina
fué la analogía que te visitó. Ese himeneo de pensamientos que se cerro por sí
mismo en tus labios, como acto distraído de tu voz; esa unión de viso fortuito, de
cosas tan diferentes, depende de una necesidad admirable, que es casi imposible
pensar en toda su profundidad, pero cuya presencia persuasiva oscuramente vino a
tu sentido. Imagina pues, pujantemente lo que sería un mortal bastante puro,
bastante razonable, bastante sutil y tenaz, armado con bastante poderío por
Minerva, para meditar hasta el extremo de su ser y, consiguientemente, hasta la
extrema realidad, esa proximidad singular de las formas visibles con los efímeros
conjuntos de sonidos sucesivos; piensa hacia qué origen íntimo universal avanzaría;
a qué meta preciosa llegara, a qué dios en su propia carne descubriera. Tal
poseerse al fin en ese estado de ambigüedad divina, si entonces discurriera levantar
quién sabe qué monumentos, cuya figura venerable y graciosa directamente
participase de la pureza del sonido musical, o debiese comunicar al alma la emoción
de un acuerdo inagotable...! Y para nosotros ¡qué goces!
-Y tú, le dije, ¿lo concibes?
-Si y no. Sí como ensueño. No como ciencia.
-¿Válente en algo esos pensamientos?
-Sí, como aguijón. Sí, como juicio. Sí, como penas... Pero no está en mi poder
encadenar, como fuera necesario, un análisis a un éxtasis. Allégome a veces a ese
poder tan preciado... Una vez estuve infinitamente cerca de cobrarle, pero sólo
como se posee durante el sueño a un objeto amado. No puedo hablarte sino de
aledaños de cosa tan magna. En cuanto ella se anuncia, querido Fedro, ya de mí
mismo difiero, como la cuerda tensa difiere de ella misma, antes suelta y sinuosa.
Soy ya muy otro de lo que soy. Todo se muestra claro, y parece fácil. Y ya mis
combinaciones prosiguen y en mi clamor se conservan. Siento que mi necesidad de
belleza, igual a mis recursos ignorados, engendra por sí sola figuras que le
satisfacen. Deseo con todo mi ser... Vienen a mí las potencias. Bien sabes que las
potencias del alma proceden extrañamente de la noche... Se adelantan, por pura
ilusión, hacia lo real. Yo las llamo, y con mi silencio las conjuro...Helas aquí,
agobiadas de claridades de error. Lo verdadero, lo falso, brillan parejamente en sus
ojos, en sus diademas. Aplástanme con sus dones, cércanme con sus alas... Fedro
¡ahí está el peligro! ¡No hay cosa más difícil en el mundo!... ¡Oh momento sumo y
desgaje capital!... Lejos de acoger tales cuales son a esos favores
sobreabundantes, misteriosos, solamente deducidos del gran deseo, ingenuamente
formados por la extrema espera de mi alma, menester es que les detenga, oh
Fedro, y que aguarden mi seña. Y habiéndoles yo conseguido por una suerte de
interrupción de mi vida (alto adorable a la duración común), todavía que me sea
dado apetezco dividir lo indivisible, y templar e interrumpir el nacimiento mismo de
las Ideas...
-¡Oh infortunado, le dije, qué piensas hacer durante un relámpago!
-Ser libre. Figuran hartas cosas, repuso él, en ese instante, están... todas; y todo
cuanto ocupa a los filósofos acaece entre la mirada que cae sobre un objeto y el
conocimiento que de ello resulta... siempre para extinguirse prematuramente.
-No te entiendo. ¿Te esfuerzas, pues en retardar tales Ideas?
-Es necesario. Impido que me satisfagan; la pura felicidad aplazo.
-¿Por qué? ¿De dónde extraes ese vigor cruel?
-Es que sobre todo me importa obtener de lo que va a ser que satisfaga con todo el

17
brío de su novedad a las exigencias razonables de lo que ha sido. ¿Cómo no he de
ser oscuro?...Oye: vi un día una gavilla de rosas, y labréla en cera. Terminada ésta,
la dejé en la arena. El Tiempo veloz redujo las rosas a la nada; y el fuego devuelve
prontamente la cera a su naturaleza informe. Pero huída ya la cera del fomentado
molde, y extraviada, el deslumbrante licor del bronce viene, en la arena endurecida,
a casarse con la hueca identidad del menor pétalo.
-Entiéndolo, Eupalinos. Este enigma es transparente; de fácil traducción el mito.
-Esas rosas que fueron frescas, y ante tus ojos parecen, ¿no son las cosas todas, y
la misma vida movediza? Esa cera que modelaste, imponiéndole tus hábiles dedos
a la par que tus ojos saqueaban las corolas y volvían a tu labor cargados de flores,
¿no es imagen de tu trabajo cotidiano, enriquecido por el comercio de tus actos con
tus observaciones nuevas? El fuego es el Tiempo mismo, que aboliría por completo
o disiparía en el vasto mundo así las rosas reales como tus rosas de cera, si tu ser
no guardase de algún modo, no sé cómo, las formas de tu experiencia y la solidez
secreta de su razón... En cuanto al bronce líquido, sin duda significa las potencias
excepcionales de tu alma y el estado tumultuoso de algo que quiere nacer. Esta
abundancia incandescente se perdería en vano calor y reverberaciones infinitas sin
que tras sí más que lingotes o irregulares sangrías dejara, como no supieses
conducirla, por canales misteriosos, al enfriamiento y distribución en las puras
matrices de tu sabiduría. Es, pues, necesario que tu ser divida, y se haga, en el
mismo instante, calor y fío, flúido y sólido, libre y sujeto, rosas, cera y fuego; matriz y
metal de Corinto.
-¡Así es exactamente! Mas ya te dije que no paso de ensayarme en ello.
-¿Cómo te gobiernas?
-Según puedo.
-Pero dime ya cómo lo ensayas.
-Sigue escuchando, pues así lo deseas. No sabría cómo esclarecerte lo que para mí
mismo no está claro... ¡Oh Fedro!, cuando compongo una morada (bien sea para los
dioses, bien para un hombre), y cuando con amor busco esa forma, estudiándome
en la creación de un objeto que la mirada alegra, que converse con el espíritu, que
con la razón armonice y las conveniencias sin cuento, rara cosa te diré, y es que me
parece que mi cuerpo asista al consejo... Déjame hablar. Ese cuerpo es un
instrumento admirable, de que los vivientes, que le tienen todos a su servicio, no
usan, según me cercioré, en su plenitud. No sacan de él sino placer y dolor y actos
indispensables, como el vivir. Ya con él se confunden, ya por algún lapso olvidan su
existencia; y ya brutos, ya espíritus puros, ignoran los vínculos universales que
contienen y de qué sustancia prodigiosa fueron hechos. Por ella, no obstante,
participan de lo que ven y de lo que tocan; piedras son, árboles son; cambian hálitos
y contactos con la materia que les engloba. Tocan, son tocados; pesan y levantan
pesos; se mueven y transportan sus virtudes y sus vicios; y cuando en el despierto
ensueño se deslizan o en el indefinido sueño, reproducen la naturaleza de las
aguas, hácense arenas y nubes.. ¡En otras ocasiones acumulan y proyectan el rayo!
Pero no acierta el alma de ellos a servirse exactamente de esa naturaleza que tan
cerca le anda y que penetra. Ya se adelanta, ya se rezaga; parece como que huya
del instante propio. De él recibe acometidas y choques que la hacen alejar hacia sí
misma, y perderse en su vacío, donde engendra humareda. Mas yo, al contrario, por
mis errores instruido, dígome a plena luz y me repito a cada aurora:
"Oh cuerpo mío, que a cada instante me recuerdas ese temperamento de las
tendencias mías, ese equilibrio de los órganos tuyos, esas justas proporciones de
tus parte, que hacen que en efecto seas y te restablecen en el seno de las cosas

18
movedizas, cuida de mi obra, enséñame sordamente las exigencias de la naturaleza
y comunícame ese arte soberano de que estás dotado, así como por él constituido:
el de sobrevivir a las estaciones y recobrarte de los azares. Otórgame que en tu
alianza halle el sentimiento de las cosas verdaderas; modera, refuerza, asegura mis
pensamientos. Por más perecedero que seas, harto menos lo serás que mis
sueños. Algo más que una fantasía, dirás; eres responsable por mis actos, y mis
errores expías: Instrumento como eres de la vida, vales para cada uno de nosotros
como único objeto que al universo se compara. La esfera cabal tiénete
irremisiblemente como centro, ¡oh cosa recíproca de la atención de todo el cielo
estrellado! Sí, por cierto, eres la medida del mundo, del que mi alma no me presenta
sino lo de afuera. Conócelo ella sin profundidad, y tan vanamente, que a las veces
le introduce por capricho en el rango de sus sueños; así, duda el sol... Engreída de
sus fabricaciones pasajeras, créese capaz de infinidad de realidades distintas, pero
tú de nuevo la reclamas como el áncora tira hacia sí la nave...
"Mejor inspirada, ya no dejará mi inteligencia de reclamarte a sí en lo porvenir, como
tú, bien lo espero, de aprovisionarla con tus presencias, con tus ejemplos, con tus
locales lazos. Porque hallamos al fin , tú y yo, el medio de unirnos y el nudo
indisoluble de nuestras diferencias: una obra hija nuestra. Obrábamos cada cual por
su lado. Vivías, y yo soñaba. Mis vastas ensoñaciones iban a dar en una impotencia
ilimitada. Pero la obra que ya en este punto quiero hacer y que no por sí misma se
hace, ojalá nos obligue a respondernos, y surja únicamente de nuestro concierto.
Mas ya es menester que ese cuerpo y ese espíritu, que esa presencia
invenciblemente actual y esa ausencia creadora que se disputan el ser y que al fin
hay que concertar; que ese finito y ese infinito que traemos, cada cual según su
naturaleza, se unan en construcción bien ordenada. Y si, gracias a los dioses,
acordadamente trabajaren, si cambiaren entre ellos conveniencia y gracia, belleza y
duración, movimientos contra líneas y números contra pensamientos, será pues por
haber descubierto su relación verdadera, su acto. ¡Que se compongan, que se
comprendan por medianería de la materia de mi arte! Las piedras y las fuerzas, los
perfiles y las masas, las luces y las sombras, los artificiosos grupos, las ilusiones de
la perspectiva y las realidades del peso, objetos son de su comercio, cuyo lucro sea
al fin esa riqueza incorruptible a la que doy por nombre Perfección".

SÓCRATES

¡Oración sin ejemplo!... Y ¡qué más!

FEDRO

Ya calló

SÓCRATES

Todo eso suena, en este lugar, extrañamente. Horros ya de cuerpo, sin duda de ello
deberemos quejarnos, y considerar la vida de que nos despojamos con la propia
mirada envidiosa con que miráramos en lo antiguo el jardín de las sombras
bienaventuradas... Ni las obras ni los deseos hasta aquí nos siguieron; pero trecho
queda para los pesares.

19
FEDRO

Eternos desdichados frecuentan esos bosquecillos...

SÓCRATES

Si con ese Eupalinos diera, todavía algunas cosas más le preguntara.

FEDRO

El más infausto ha de ser de los bienaventurados.


¿Qué le preguntarías?

SÓCRATES

Que algo más claramente se explicara sobre esos tales edificios que a su decir
"cantaban".

FEDRO

Veo que esta palabra suya no te da paz.

SÓCRATES

Palabras hay que son abejas para el espíritu. Tienen la porfía de esos insectos y
hostigan. Ésta me picó.

FEDRO

¿Y qué dice la picazón?

SÓCRATES

No deja un punto de excitarme a divagar sobre las artes. Las aproximo, las distingo;
quiero escuchar el cántico de las columnas, y figurarme en la pureza del cielo el
monumento de una melodía. Esta imaginación muy fácilmente me conduce a
agrupar a un lado la Música y la Arquitectura; y al otro las demás artes. Una pintura,
querido Fedro, no cubre más que una superficie, tal como un cuadro o una pared; y
allí objetos simula o personajes. El escultor, parecidamente, nunca más que una
parte de nuestra vista adorna. pero un templo, unido a sus alrededores, o el interior
de ese templo, forma para nosotros una especie de cumplida grandeza en que
vivimos...¡Somos, nos movemos, vivimos entonces en la obra del hombre! No hay
parte de esa triple extensión que de cuidado estudioso y reflexivo no proceda. Allí
de algún modo respiramos la voluntad y las preferencias de alguno. Nos
encontramos habidos y señoreados dentro de las proporciones que él escogiera. No
acertaremos a escaparle.

FEDRO

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Sin duda.

SÓCRATES

Pero ¿no adviertes que en otra circunstancia igual cosa nos ocurre?

FEDRO

¿Qué nos ocurre pues?

SÓCRATES

Que en una obra del hombre nos hallemos como los peces en la linfa, y que nos
bañe enteros, y vivamos en ella, y le pertenezcamos.

FEDRO

No adivino.

SÓCRATES

¡Cómo! ¿Jamás al asistir a alguna festividad solemne lo probaste, o al tomar tu


parte en un banquete, mientras la orquesta llenaba la sala de sonidos y fantasmas?
¿No te parecía entonces que al espacio primitivo reemplazaba un espacio inteligible
y tornadizo; o, mejor, que el propio tiempo te rodeaba por todas partes? ¿No vivías
en móvil edificio, sin tregua renovado y reconstruido en sí mismo, sin límite
consagrado a las transformaciones de un alma que fuera el alma de la extensión?
¿No era aquélla una plenitud cambiante, análoga a una llama continua, que
esclarecía y acaloraba a todo tu ser por incesante combustión de recuerdos, de
presentimientos, de pesares y presagios, y de una infinidad de emociones sin causa
precisa? Y esos momentos y sus ornatos; y esas danzas y danzante, y esas
estatuas sin cuerpo ni rostro (empero tan delicadamente dibujadas), ¿no parecían
rodearte a ti, esclavo de la general presencia de la Música? Y ¿no estabas tú
encerrado con esa producción inagotable de prestigios, y sin más remedio que estar
como una pitia en su estancia de humo?

FEDRO

Si por cierto. Y hasta observé que hallarse en tal recinto y en tal universo creado por
los sonidos, acá y acullá, era estar fuera de sí mismo...

SÓCRATES

¡Y todavía más! ¿No sentiste esa movilidad como inmóvil, relativamente a tu


pensamiento, más móvil todavía? ¿No consideraste por instantes, y como
ajenamente a ti, aquel edificio de apariciones, de transiciones, de conflictos y de
eventos indefinibles, como algo más de que es posible distraerse y a que es posible
volver, como por camino para encontrarlo casi igual?

21
FEDRO

Confieso que, sin saber de ello, me había acaecido desprenderme de la música, y


dejarla, en cierto modo, donde estaba... Me distraigo a partir de ella misma que a tal
me invita. Luego a su seno me devuelvo.

SÓCRATES

Toda esta movilidad forma, pues como un sólido. Existir parece en sí misma, como
templo levantado en derredor de tu alma; puedes salir de él y alejarte; puedes volver
a entrar por nueva puerta....

FEDRO

Exacto es. Y lo que es más, nunca por igual puerta se regresa.

SÓCRATES

Hay, pues, dos artes que encierran al hombre en el hombre, o mejor, que encierran
al ser en su obra, y al alma en sus actos y en las producciones de sus actos, como
nuestro cuerpo antiguo tan encerrado estaba en las creaciones de sus ojos, y de
vista circundado. Mediante dos artes se rodea, de dos suertes, de leyes y
voluntades interiores, figuradas en una u otra materia, la piedra o el aire.

FEDRO

Bien veo que la Música y la Arquitectura tienen ambas con nosotros tal profundo
parentesco.

SÓCRATES

Ocupan entreambas la totalidad de un sentido. No escapamos a una de ellas sino


mediante una sección interior; y a la otra sino mediante movimientos. Y llena cada
una nuestro conocimiento, nuestro espacio, de verdades artificiales y de objetos
esencialmente humanos.

FEDRO

Pues si una y otra tan directamente se tratan con nosotros, sin medianerías, ¿no
sostendrán entre sí mismas relaciones de particular sencillez?

SÓCRATES

Exactamente; y bien dices: sin medianerías. Porque los objetos visibles, que
recaban prendas de las demás artes y de la poesía: flores, árboles seres vivientes
(y aún los inmortales), una vez puestos en obra por el artista, no dejan de ser lo que
son y de mezclar su naturaleza y su propio sentido, al propósito de quien los emplea
para expresar su voluntad. Así el pintor que desea que cierto paraje de su cuadro
venga a ser de color verde, pone allí un árbol; y con ello dice algo más que lo que al
principio decir quisiera. A su obra añade todas las ideas que se derivan de la idea
22
de un árbol, y no puede limitarse a lo que ya bastara. No puede separar el color de
algún ser.

FEDRO

Tal es el provecho, tal la desventaja de la sumisión a los objetos reales; no lo habrá


que no fuera para el hombre una pluralidad de cosas, y no puede entrar en
pluralidad de utilidades diferentes para sus actos... Lo que del pintor dices me hace
pensar también en esos niños a los que pide el pedagogo que razonen sobre
Aquiles y la tortuga, y hallen cuánto tiempo necesita un héroe para alcanzar a un
animal tardío. En vez de echar fuera de su espíritu la fábula, y de no dar sino con
los números y sus relaciones aritméticas, imaginan, por una parte, los alados pies;
por otra, la quedada tortuga; se casan con los dos seres, uno en pos del otro; en
uno piensan y después en otro; y creando así dos tiempos y dos espacios
incomunicables, jamás llegan al estado en que disipados Aquiles y la tortuga y el
tiempo mismo y la celeridad, sólo números existan e igualdades de números.

SÓCRATES

Mas las artes de que hablamos deben, al contrario, valiéndose de números y de


relaciones de ellos, engendrar en nosotros no una fábula, sino esa oculta potencia
que las fábulas todas inventara. Elevan ellos el alma hasta el tono creador, y
hácenla sonora y fecunda. Responde ella a la armonía material y pura que ellos le
comunican, con abundancia inagotable de explicaciones y mitos a que sin esfuerzo
da vida; y crea, mediante esa emoción invencible que formas calculadas y justos
intervalos le imponen una infinidad de causas imaginarias que le hacen vivir mil
vidas maravillosamente prontas y fundidas en una.

FEDRO

La pintura y la poesía de esa virtud carecen.

SÓCRATES

Tienen las suyas, por cierto, mas que residen, de alguna suerte, en lo presente.
Hácense un cuerpo bello contemplar en sí mismo, y nos ofrece un momento
admirable: detalle es de la naturaleza que por milagro detuvo el artista. Pero la
Música y la Arquitectura nos hacen pensar en lo harto distinto de ellas mismas;
hállanse en medio de este mundo como monumentos de otro; o acaso como
ejemplos, en uno y otro lado esparcidos, de una estructura y duración que no son
las de los seres, sino las de las formas y las leyes. Se las diría consagradas a
recordarnos directamente, una, la formación del universo, y la otra, el orden y
estabilidad de él; invocan las construcciones del espíritu, y su libertad que busca
este orden de mil modos le reconstituye; y descuidan, pues, las apariencias
particulares que de ordinario ocupan al mundo y al espíritu: plantas, animales y
gentes... Es más, alguna vez noté, mientras oía la música, con atención igual a su
complejidad, que ya no percibía, por así decirlo, los sonidos de los instrumentos
como sensaciones de mis oídos. Desmemorióme la propia sinfonía de mi sentido
auditivo; dudábanse tan pronto y tan exactamente en virtudes animadas o en
universales aventuras, o, todavía, en combinaciones abstractas, que no sostuve ya
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el conocimiento de ese intermediario sensible, el sonido.

FEDRO

Quieres decir, ¿no es esto?, que la estatua hace pensar en la estatua, pero que la
música no hace pensar en la música, ni una construcción en construcción distinta.
Por ello, si llevas razón, puede una fachada cantar. Pero me pregunto en vano
¿cómo serán hacederos efectos tan singulares?

SÓCRATES

Paréceme que ya lo descubrimos.

FEDRO

No tengo de ello sino confuso sentimiento.

SÓCRATES

¿Qué dijimos? Imponer a la piedra, comunicar al aire formas inteligibles; no imitar


sino lo menos posible, he aquí lo común a las dos artes.

FEDRO

Si, esta negación les es común.

SÓCRATES

Pero producir, al contrario, objetos esencialmente humanos; usar medios sensibles


que no sean semejanzas de sensibles cosas, y dobles de los seres conocidos.

FEDRO

La pintura y la poesía de esa virtud carecen.

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