Eupalinos o El Arquitecto
Eupalinos o El Arquitecto
Eupalinos o El Arquitecto
FEDRO
Fui yo amigo de quien levantara aquel templo. Era Megara y se llamaba Eupalinos. Gustoso me
hablaba de su arte, y de cuanto cuidado y conocimiento requiere; hacíame comprender todo lo
que yo, al acompañarle, veía en la obra. Pero veía allí sobre todo su espíritu pasmoso.
Reconocía en él la potencia de Orfeo. Auguraba él su porvenir monumental a los acervos
informes de piedras y de vigas que yacían en derredor nuestro; aquellos materiales, al son de su
palabra, parecían ofrendados al lugar único a que les habrían asignado los destinos favorables a
la diosa. Pura maravilla eran sus pláticas con los obreros. No quedaban en las tales la menor
huella de sus arduas meditaciones de la noche. No les daba más que órdenes y números.
SÓCRATES
Es el propio estilo de Dios.
Índice
Eupalinos
o el Arquitecto
Paul Valéry
Explicación preliminar
Escribió Paul Valéry Eupalinos ou l'Architecte a petición de los directores de la lujosa revista, de gran
formato, Architecture.
Admite de buen grado el eminente escritor que la mayor parte de su obra es literatura de
circunstancias y que no hay deshonor para el espíritu en servir "un pedido" venido de fuera. Por lo
demás, éste no es sino un pretexto, un vencimiento, un beneficio estimulante a cuyas expensas
permanece el espíritu en libertad de satisfacer sus exigencias propias.
El tema que el escritor se imponía entraba, por otra parte, en el ámbito de preocupaciones para él
muy queridas; había publicado, en efecto, en la revista Ermitage, en 1891, Le Paradoxe sur
l'Architecte, a menudo confundida con Eupalinos.
La revista Architecture había fijado un número de páginas, y hasta el número de palabras por página,
que la obra supondría. Tampoco esas exigencias eran para desagradar a quien profesa que los
constreñimientos exteriores, sean los que fueren -limitaciones de formato y densidad, reglas de
versificación, reglas de los géneros-, no deben ser considerados jamás como obstáculos a los que
se voltea o salta con mayor o menor ingenio, sino que deben convertirse en propias condiciones del
trabajo y elementos de la edificación de la obra: "La mayor libertad nace del mayor rigor".
(Eupalinos). Este método de la utilización de las constricciones ¿no es, en realidad, una de las
principales ideas desarrolladas en Eupalinos?.
Con todo, su tema central es el que, en formas diversas, en prosa y poesía, Valéry no ha dejado de
tratar de punta a cabo de su obra: esto es, el progresivo conocimiento de sí mismo a fin de alcanzar
el máximum de conciencia. El medio que a esta potencia singular conduce es el estudio de los
fenómenos mentales; pero a condición de soslayar en la observación de su propio espíritu lo que
haya en él de particular y no consagrarse sino a las operaciones más generales: en esta tendencia
es Valéry profundamente clásico. Así, se hacía evidente que, preocupado por la idea de conciencia y
de la forma temporal que reviste el individuo llegado en sí mismo a su plena posesión, el poeta fue
alterado por el hombre del "conócete a ti mismo". En la obra de Paul Valéry, no podía dejar de
aparecer Sócrates en escena y, tras él, en perspectiva, la Grecia real, sofística y armoniosa. Porque
en Eupalinos, no de modo abstracto y didáctico, desarrolló su tema favorito, como habrá de hacerlo
en la Introduction à la Méthode de Léonard de Vinci, en 1895 o en La Soirée avec M. Teste, en 1896.
No; en Eupalinos el método no es sino un medio muy concreto de buen suceso, un beneficio de la
experiencia, una creación de medios, cuyo fin, con todo, sigue siendo el aumento gradual de
conciencia. Conocimiento y método no existirían, en efecto, sin la conciencia de saber y de escoger y
Sócrates desarrolla la idea de que la conciencia es el único elemento de resistencia al flujo del
tiempo y que la personalidad, por algunos tan querida, es un bien inferior al conocimiento de las
condiciones del espíritu, en general.
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En la espera de esa finalidad superior, hay que dedicarse a los métodos profesionales: Eupalinos
estudia apasionadamente las condiciones de la arquitectura; Tridon, constructor de buques, ante
todo se preocupa de mareas y peces, de la resistencia de las maderas, de la fuerza de las corrientes:
"Entendía que una nave debe ser, de alguna suerte, creada por el conocimiento del mar, y casi
hechura de la misma onda".
En este mismo orden de ideas, una noción muy elemental, pero ordinariamente harto descuidada,
adquiere en Eupalinos una importancia capital: la noción del medio y de la adaptación de la obra al
suyo. Para Eupalinos ese medio visible y casi tangible, a pesar de su aparente inexistencia, es el
espacio. Eupalinos dispone del espacio; utiliza la interpiedra el intermármol, y, según las
modificaciones psicológicas que provocan, clasifica los monumentos en mudos, y los que hablan y
los que cantan.
Así Eupalinos, diálogo de forma platónica, tiende a anti-platónicas concepciones. Será porque el
diálogo entre Fedro y Sócrates responde menos tal vez a una necesidad filosófica que a un modo de
interpretación psicológica. Encarna sin duda la contradicción que aparece en la personalidad misma
del autor. Fedro está enamorado de la belleza, y sus pensamientos tienden a proyectarse en obras;
su potencia creadora permanece intacta. Sócrates, por su parte busca los únicos valores eternos, y
sus pensamientos tienden a lo absoluto y el silencio, paralizando su fuerza creadora. Ahora bien, en
lo que toca a Paul Valéry, si hubiese que hacer la historia de su espíritu, se le vería oscilar sin tregua
entre la voluntad de crear y la de callarse, entre la belleza y lo eterno.
E. Noulet *
Debemos a la amabilidad de la Sra. Noulet-esposa del traductor Sr. Carner-calificado como uno de
los más agudos exégetas valeryanos, según evidencia su libro Paul Valéry (Grasset, París, 1938),
esta nota preliminar, escrita expresamente con destino a la presente edición. Para más datos sobre
la obra conjunta de Valéry remitimos a los lectores al estudio de Guillermo de Torre que antecede el
volumen de ensayos Política del Espíritu, publicado en la colección "La Pajarita de Papel" por esta
Editorial- N. del E.
Eupalinos o el arquitecto
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FEDRO
¿Que haces ahí, Sócrates? De harto tiempo acá te andaba buscando. Recorrí
nuestra pálida mansión, y no hubo sitio en que por ti no preguntara. Y todas estas
gentes te conocen, y nadie te había visto. ¿Por qué así te alejaste de las demás
sombras, y qué pensamiento recompuso tu alma desviada de las nuestras, en los
últimos hitos de este imperio transparente?
SÓCRATES
FEDRO
SÓCRATES
FEDRO
¿A qué, dime, este destierro? ¿Qué haces, de todos nosotros apartado? Alcibíades,
Zenón, Menexeno, Lisis, todos nuestros amigos, se asombran de no verte. Hablan
sin objeto, y sus sombras no emiten sino zumbidos.
SÓCRATES
Mira y escucha.
FEDRO
SÓCRATES
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FEDRO
SÓCRATES
El que aquí ves es el río del tiempo. No arroja sino las almas sobre esta ribera; mas
todo lo demás arrastra sin que le cueste fatiga.
FEDRO
Empiezo a ver algo. Pero nada distingo. Siguen mis miradas un instante a cuanto se
aleja y va a la deriva, y lo pierden sin haberlo divisado... Si no estuviera yo muerto,
náusea me daría este movimiento: tan pesaroso e irresistible me parece... O acaso
me vería obligado a imitarle, a modo de los cuerpos humanos: me dormiría para
deslizarme también.
SÓCRATES
Ese gran flujo, con todo, compuesto se halla de todas las cosas que conociste o
hubieras podido conocer. Esa faja accidentada, inmensa, que se precipita sin
espera, se lleva cuanto hay hacia la nada. En su conjunto ¡cuán deslucida está!
FEDRO
A cada instante creo que alguna forma voy a discernir; mas lo que creyera ver
nunca llega a despertar la menor semejanza en mi espíritu.
SÓCRATES
FEDRO
¿Pero desde dónde, oh Sócrates, podrá venir ese gusto de lo eterno que se señala
a las veces entre los vivientes? Tú perseguías el conocimiento. Intentan los más
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groseros preservar desesperadamente hasta los cadáveres de los muertos. Otros
erigen los templos y las tumbas, ganosos de hacerlos indestructibles. Los hombres
más avisados y de mejor inspiración quieren dar a sus pensamientos una armonía
ya cadencia que les proteja contra la alteración y a también contra el olvido.
SÓCRATES
Locura, oh Fedro; claramente lo ves. Pero sentenciaron los destinos que, entre las
cosas indispensables al linaje de los hombres, necesariamente figuraran algunos
deseos insensatos. No hubiera hombres sin el amor. Ni existiría la ciencia sin
desaforas ambiciones. ¿Y de dónde piensas que hayamos sacado la idea primera y
la energía de esos inmensos esfuerzos que levantaron tantas ilustrísimas ciudades
e inútiles monumentos, que admira la razón, ella, que hubiera sido incapaz de
concebirlos?.
FEDRO
Más la razón, con todo, anidará en alguna parte. Todo sin ella se derrocaría.
SÓCRATES
Todo
FEDRO
SÓCRATES
Sí.
FEDRO
¿De aquellas máquinas, de aquellos trabajos, de aquellas flautas que los templaban
con su música; de aquellas operaciones tan exactas, de aquellos progresos tan
misteriosos y a la vez tan claros? ¡Qué confusión al principio, que luego dijérase
adentrada en el orden! ¡Qué solidez, qué rigor nacieron entre hilos que fijaban los
aplomos, y a lo largo de esas frágiles cuerdecillas, tendidas para que las rozaran en
su encumbramiento hiladas de ladrillos!.
SÓCRATES
Guardo esa bella memoria. ¡Oh materiales! ¡Piedras bellas...! ¡Oh cómo nos
trocamos en demasiado leves!
FEDRO
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SÓCRATES
FEDRO
SÓCRATES
¡Ay!
FEDRO
Fui yo amigo de quien levantara aquel templo. Era Megara y se llamaba Eupalinos.
Gustoso me hablaba de su arte, y de cuanto cuidado y conocimiento requiere;
hacíame comprender todo lo que yo, al acompañarle, veía en la obra. Pero veía allí
sobre todo su espíritu pasmoso. Reconocía en él la potencia de Orfeo. Auguraba él
su porvenir monumental a los acervos informes de piedras y de vigas que yacían en
derredor nuestro; aquellos materiales, al son de su palabra, parecían ofrendados al
lugar único a que les habrían asignado los destinos favorables a la diosa. Pura
maravilla eran sus pláticas con los obreros. No quedaban en las tales la menor
huella de sus arduas meditaciones de la noche. No les daba más que órdenes y
números.
SÓCRATES
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FEDRO
Sus pláticas y la acción de los obreros se ajustaban tan felizmente que hubiérase
dicho que aquellos hombres no eran sino sus miembros. No acertarías a creer,
Sócrates, qué dicha daba a mi alma el conocimiento de empeño tan bien ordenado.
Ya de la idea del templo no separo la de su edificación. Cuando a uno de ellos veo,
veo una acción admirable, más gloriosa aún que una victoria y más contraria a la
naturaleza ruin. Destruirle y construirle, parejos son en importancia, y almas
requieren uno y otro; pero es más grato a mi espíritu construirle.- ¡Oh Eupalinos
venturosísimo!.
SÓCRATES
¡Vióse tal entusiasmo de una sombra por un fantasma! No conocí a ese Eupalinos.
¿Era pues un gran hombre? Veo que al sumo conocimiento de su arte ascendía.
¿Está aquí?.
FEDRO
Sin duda se halla entre nosotros, mas nunca en este país me le encontré.
SÓCRATES
No sé lo que él acertaría a construir. Aquí, aun los proyectos son recuerdos. Pero
pues nos vemos al solo agrado de la plática, bastante gustara de oírle.
FEDRO
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SÓCRATES
FEDRO
SÓCRATES
Entiendo y no entiendo. Entiendo alguna cosa, incierto de que ella sea la que él
quiso decir.
FEDRO
SÓCRATES
FEDRO
Inmensa vuelta das, querido Sócrates, pero véote volver de lejos, con otros
ejemplos mil, y todas tus fuerzas dialécticas desplegadas.
SÓCRATES
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Fíjate asimismo en la medicina. El más diestro operador del mundo, catador, con
dedos industriosos, de la llaga, ese tal, por leves que sean sus manos, y sabias y
clarividentes; por seguro que se sienta de la demarcación de órganos y venas, de
sus relaciones y sus profundidades, sea cual fuere su certidumbre de los actos que
se propone llevar a cabo en tu carne, donde algo va a cercenar o a juntar de nuevo;
si por alguna circunstancia que descuidara, un hilo , un alfiler que emplea, una
nonada que le fuere útil para su operación, no estuviere exactamente puro o
suficientemente purificado, te matará. Hete ahí muerto...
FEDRO
SÓCRATES
Hete ahí muerto, digo, hete ahí muerto, curado según todas las reglas; pues
satisfechas las exigencias todas del arte de la oportunidad, ya el pensamiento
contempla su obra con amor. Pero muerto quedas. Una hebra de seda mal
preparada trocó al saber en asesino; tal detalle, el más tenue, hizo fallar la obra de
Esculapio y de Atenea.
FEDRO
SÓCRATES
FEDRO
SÓCRATES
FEDRO
Creo a cada instante que voy a sufrir...Mas no me hables, por favor de lo que perdí.
Abandona mi memoria a sí misma. ¡Déjale su sol y sus estatuas! ¡Oh, qué contraste
me posee! Tal vez haya para los recuerdos una especie de segunda muerte que
aún no padecí. ¡Pero revivo, pero vuelvo a ver el efímero cielo! ¡Lo más bello que
existe no figura en lo eterno!.
SÓCRATES
FEDRO
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SÓCRATES
Cabe decirlo... Pero la mayor parte de las gentes mantienen no sé qué noción
inmortal de la Belleza.
FEDRO
SÓCRATES
FEDRO
SÓCRATES
FEDRO
...no reside en ciertos objetos raros, ni siquiera en esos modelos que allende la
naturaleza moran, contemplados por las almas de mayor nobleza como dechados
de sus propósitos y tipos secretos de sus trabajos; cosas sagradas, a las que
convendría referirse con las mismas palabras del poeta:
¡Gloria del largo deseo, Ideas!
SÓCRATES
¿Qué poeta?
FEDRO
El muy admirable Estéfanos, que vivió tantos siglos después de nosotros. Pero a lo
que siento, la idea de esas Ideas, de quienes nuestro maravilloso Platón es padre,
resulta, con mucho, demasiado sencilla y como demasiado pura para explicar la
diversidad de las Bellezas, el cambio de preferencias en los hombres, el
decoloramiento de tantas obras puestas un día en las nubes, las creaciones de todo
punto nuevas y las resurrecciones por entero imprevisibles. ¡Y hay otras muchas
objeciones!
SÓCRATES
FEDRO
SÓCRATES
Pero ya que toleran los dioses, mi querido Fedro, que prosigan nuestras pláticas en
estos infiernos, donde nada olvidamos, donde algo hemos aprendido, donde nos
hallamos trascendiendo todo lo humano, deberemos saber ahora qué es lo
verdaderamente bello, qué lo feo; que lo que conviene al hombre; qué lo que debe
maravillarle sin confundirle, poseerle sin degradarle...
FEDRO
SÓCRATES
FEDRO
Si.
SÓCRATES
FEDRO
¡Oh Sócrates, viene eso de que siempre quisieras sacarlo todo de ti mismo...!. Tú, a
quien admiro entre los hombres todos, tú, más bello en tu vida, más bello en tu
muerte, que la más bella cosa visible; gran Sócrates, adorable fealdad,
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todopoderoso pensamiento que truecas el veneno en un brebaje de inmortalidad, oh
tú que ya enfriado, y con medio cuerpo marmóreo y la otra mitad todavía con voz,
nos hablas amistosamente en lenguaje divino, deja que te diga de qué cosa tu
experiencia haya tal vez carecido.
SÓCRATES
Tardísimo es ya, sin duda, para que de ello me instruya. Pero de todos modos,
habla.
FEDRO
Una cosa, sólo una, Sócrates, te faltó. Fuiste hombre divino y acaso sin necesidad
alguna de las bellezas materiales del mundo. Apenas si las buscabas. Harto sé que
no desdeñaste la suavidad campestre, el resplandor de la ciudad, ni las aguas
vivas, ni la sombra delicada del plátano; mas para ti los tales no pasaban de
adornos remotos de tus meditaciones alrededores deliciosos de tus dudas,
emplazamiento favorable apara los pasos interiores. Lo más bello guiábate muy
lejos de él, y así veías siempre otra cosa.
SÓCRATES
FEDRO
Pero en tal caso ¿no hallaste entre los hombres a algunos cuya pasión singular por
las formas y las apariencias te sorprendiera?
SÓCRATES
Sin duda.
FEDRO
SÓCRATES
FEDRO
SÓCRATES
Según.
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FEDRO
¿Parecíate su objeto más o menos digno de búsqueda y amor que el tuyo propio?
SÓCRATES
No se trata de su objeto. No puedo pensar que exista más que un Bien Soberano.
Pero lo que me cae oscuro y difícil de comprender, es que hombres tan puros en
orden a la inteligencia precisaran formas sensibles y gracias corporales para
alcanzar su estado más subido.
FEDRO
Un día, querido Sócrates, del mismo tema hablé con mi amigo Eupalinos.
-Fedro, me dijo, cuanto más medito sobre mi arte, más le ejerzo; cuanto más pienso
y obro, más sufro y más me alegro como arquitecto; y más sentido de mí mismo
cobro, con claridad y goce cada día más ciertos.
En mis largas esperas me extravío; de nuevo doy conmigo por las sorpresas que
me causo; y mediante esos grados sucesivos de mi silencio, voy avanzando en la
edificación de mí mismo; y me acerco a una correspondencia tan exacta entre mis
anhelos y mis facultades, que me parece haber convertido la existencia que me fué
otorgada en una especie de obra humana.
A fuerza de construir, díjome sonriente, creo que acabé construyéndome a mí
mismo.
SÓCRATES
FEDRO
SÓCRATES
No fue mi prisión tan terrible... Paréceme que era lugar empañado y en sí mismo
diferente.
FEDRO
SÓCRATES
Confieso que la consideré muy poco. No veía más que a mis amigos, la inmortalidad
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y la muerte.
FEDRO
¡Y no estuve yo contigo!
SÓCRATES
FEDRO
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negligentemente creadas por el discurso, que a toda prisa decoran, pero que no
toleran que se las reflexione? ¡No, Fedro, en modo alguno...! Y cuando hablaste
(hicístelo el primero, y no por tu albedrío) de música a propósito de mi templo, divina
fué la analogía que te visitó. Ese himeneo de pensamientos que se cerro por sí
mismo en tus labios, como acto distraído de tu voz; esa unión de viso fortuito, de
cosas tan diferentes, depende de una necesidad admirable, que es casi imposible
pensar en toda su profundidad, pero cuya presencia persuasiva oscuramente vino a
tu sentido. Imagina pues, pujantemente lo que sería un mortal bastante puro,
bastante razonable, bastante sutil y tenaz, armado con bastante poderío por
Minerva, para meditar hasta el extremo de su ser y, consiguientemente, hasta la
extrema realidad, esa proximidad singular de las formas visibles con los efímeros
conjuntos de sonidos sucesivos; piensa hacia qué origen íntimo universal avanzaría;
a qué meta preciosa llegara, a qué dios en su propia carne descubriera. Tal
poseerse al fin en ese estado de ambigüedad divina, si entonces discurriera levantar
quién sabe qué monumentos, cuya figura venerable y graciosa directamente
participase de la pureza del sonido musical, o debiese comunicar al alma la emoción
de un acuerdo inagotable...! Y para nosotros ¡qué goces!
-Y tú, le dije, ¿lo concibes?
-Si y no. Sí como ensueño. No como ciencia.
-¿Válente en algo esos pensamientos?
-Sí, como aguijón. Sí, como juicio. Sí, como penas... Pero no está en mi poder
encadenar, como fuera necesario, un análisis a un éxtasis. Allégome a veces a ese
poder tan preciado... Una vez estuve infinitamente cerca de cobrarle, pero sólo
como se posee durante el sueño a un objeto amado. No puedo hablarte sino de
aledaños de cosa tan magna. En cuanto ella se anuncia, querido Fedro, ya de mí
mismo difiero, como la cuerda tensa difiere de ella misma, antes suelta y sinuosa.
Soy ya muy otro de lo que soy. Todo se muestra claro, y parece fácil. Y ya mis
combinaciones prosiguen y en mi clamor se conservan. Siento que mi necesidad de
belleza, igual a mis recursos ignorados, engendra por sí sola figuras que le
satisfacen. Deseo con todo mi ser... Vienen a mí las potencias. Bien sabes que las
potencias del alma proceden extrañamente de la noche... Se adelantan, por pura
ilusión, hacia lo real. Yo las llamo, y con mi silencio las conjuro...Helas aquí,
agobiadas de claridades de error. Lo verdadero, lo falso, brillan parejamente en sus
ojos, en sus diademas. Aplástanme con sus dones, cércanme con sus alas... Fedro
¡ahí está el peligro! ¡No hay cosa más difícil en el mundo!... ¡Oh momento sumo y
desgaje capital!... Lejos de acoger tales cuales son a esos favores
sobreabundantes, misteriosos, solamente deducidos del gran deseo, ingenuamente
formados por la extrema espera de mi alma, menester es que les detenga, oh
Fedro, y que aguarden mi seña. Y habiéndoles yo conseguido por una suerte de
interrupción de mi vida (alto adorable a la duración común), todavía que me sea
dado apetezco dividir lo indivisible, y templar e interrumpir el nacimiento mismo de
las Ideas...
-¡Oh infortunado, le dije, qué piensas hacer durante un relámpago!
-Ser libre. Figuran hartas cosas, repuso él, en ese instante, están... todas; y todo
cuanto ocupa a los filósofos acaece entre la mirada que cae sobre un objeto y el
conocimiento que de ello resulta... siempre para extinguirse prematuramente.
-No te entiendo. ¿Te esfuerzas, pues en retardar tales Ideas?
-Es necesario. Impido que me satisfagan; la pura felicidad aplazo.
-¿Por qué? ¿De dónde extraes ese vigor cruel?
-Es que sobre todo me importa obtener de lo que va a ser que satisfaga con todo el
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brío de su novedad a las exigencias razonables de lo que ha sido. ¿Cómo no he de
ser oscuro?...Oye: vi un día una gavilla de rosas, y labréla en cera. Terminada ésta,
la dejé en la arena. El Tiempo veloz redujo las rosas a la nada; y el fuego devuelve
prontamente la cera a su naturaleza informe. Pero huída ya la cera del fomentado
molde, y extraviada, el deslumbrante licor del bronce viene, en la arena endurecida,
a casarse con la hueca identidad del menor pétalo.
-Entiéndolo, Eupalinos. Este enigma es transparente; de fácil traducción el mito.
-Esas rosas que fueron frescas, y ante tus ojos parecen, ¿no son las cosas todas, y
la misma vida movediza? Esa cera que modelaste, imponiéndole tus hábiles dedos
a la par que tus ojos saqueaban las corolas y volvían a tu labor cargados de flores,
¿no es imagen de tu trabajo cotidiano, enriquecido por el comercio de tus actos con
tus observaciones nuevas? El fuego es el Tiempo mismo, que aboliría por completo
o disiparía en el vasto mundo así las rosas reales como tus rosas de cera, si tu ser
no guardase de algún modo, no sé cómo, las formas de tu experiencia y la solidez
secreta de su razón... En cuanto al bronce líquido, sin duda significa las potencias
excepcionales de tu alma y el estado tumultuoso de algo que quiere nacer. Esta
abundancia incandescente se perdería en vano calor y reverberaciones infinitas sin
que tras sí más que lingotes o irregulares sangrías dejara, como no supieses
conducirla, por canales misteriosos, al enfriamiento y distribución en las puras
matrices de tu sabiduría. Es, pues, necesario que tu ser divida, y se haga, en el
mismo instante, calor y fío, flúido y sólido, libre y sujeto, rosas, cera y fuego; matriz y
metal de Corinto.
-¡Así es exactamente! Mas ya te dije que no paso de ensayarme en ello.
-¿Cómo te gobiernas?
-Según puedo.
-Pero dime ya cómo lo ensayas.
-Sigue escuchando, pues así lo deseas. No sabría cómo esclarecerte lo que para mí
mismo no está claro... ¡Oh Fedro!, cuando compongo una morada (bien sea para los
dioses, bien para un hombre), y cuando con amor busco esa forma, estudiándome
en la creación de un objeto que la mirada alegra, que converse con el espíritu, que
con la razón armonice y las conveniencias sin cuento, rara cosa te diré, y es que me
parece que mi cuerpo asista al consejo... Déjame hablar. Ese cuerpo es un
instrumento admirable, de que los vivientes, que le tienen todos a su servicio, no
usan, según me cercioré, en su plenitud. No sacan de él sino placer y dolor y actos
indispensables, como el vivir. Ya con él se confunden, ya por algún lapso olvidan su
existencia; y ya brutos, ya espíritus puros, ignoran los vínculos universales que
contienen y de qué sustancia prodigiosa fueron hechos. Por ella, no obstante,
participan de lo que ven y de lo que tocan; piedras son, árboles son; cambian hálitos
y contactos con la materia que les engloba. Tocan, son tocados; pesan y levantan
pesos; se mueven y transportan sus virtudes y sus vicios; y cuando en el despierto
ensueño se deslizan o en el indefinido sueño, reproducen la naturaleza de las
aguas, hácense arenas y nubes.. ¡En otras ocasiones acumulan y proyectan el rayo!
Pero no acierta el alma de ellos a servirse exactamente de esa naturaleza que tan
cerca le anda y que penetra. Ya se adelanta, ya se rezaga; parece como que huya
del instante propio. De él recibe acometidas y choques que la hacen alejar hacia sí
misma, y perderse en su vacío, donde engendra humareda. Mas yo, al contrario, por
mis errores instruido, dígome a plena luz y me repito a cada aurora:
"Oh cuerpo mío, que a cada instante me recuerdas ese temperamento de las
tendencias mías, ese equilibrio de los órganos tuyos, esas justas proporciones de
tus parte, que hacen que en efecto seas y te restablecen en el seno de las cosas
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movedizas, cuida de mi obra, enséñame sordamente las exigencias de la naturaleza
y comunícame ese arte soberano de que estás dotado, así como por él constituido:
el de sobrevivir a las estaciones y recobrarte de los azares. Otórgame que en tu
alianza halle el sentimiento de las cosas verdaderas; modera, refuerza, asegura mis
pensamientos. Por más perecedero que seas, harto menos lo serás que mis
sueños. Algo más que una fantasía, dirás; eres responsable por mis actos, y mis
errores expías: Instrumento como eres de la vida, vales para cada uno de nosotros
como único objeto que al universo se compara. La esfera cabal tiénete
irremisiblemente como centro, ¡oh cosa recíproca de la atención de todo el cielo
estrellado! Sí, por cierto, eres la medida del mundo, del que mi alma no me presenta
sino lo de afuera. Conócelo ella sin profundidad, y tan vanamente, que a las veces
le introduce por capricho en el rango de sus sueños; así, duda el sol... Engreída de
sus fabricaciones pasajeras, créese capaz de infinidad de realidades distintas, pero
tú de nuevo la reclamas como el áncora tira hacia sí la nave...
"Mejor inspirada, ya no dejará mi inteligencia de reclamarte a sí en lo porvenir, como
tú, bien lo espero, de aprovisionarla con tus presencias, con tus ejemplos, con tus
locales lazos. Porque hallamos al fin , tú y yo, el medio de unirnos y el nudo
indisoluble de nuestras diferencias: una obra hija nuestra. Obrábamos cada cual por
su lado. Vivías, y yo soñaba. Mis vastas ensoñaciones iban a dar en una impotencia
ilimitada. Pero la obra que ya en este punto quiero hacer y que no por sí misma se
hace, ojalá nos obligue a respondernos, y surja únicamente de nuestro concierto.
Mas ya es menester que ese cuerpo y ese espíritu, que esa presencia
invenciblemente actual y esa ausencia creadora que se disputan el ser y que al fin
hay que concertar; que ese finito y ese infinito que traemos, cada cual según su
naturaleza, se unan en construcción bien ordenada. Y si, gracias a los dioses,
acordadamente trabajaren, si cambiaren entre ellos conveniencia y gracia, belleza y
duración, movimientos contra líneas y números contra pensamientos, será pues por
haber descubierto su relación verdadera, su acto. ¡Que se compongan, que se
comprendan por medianería de la materia de mi arte! Las piedras y las fuerzas, los
perfiles y las masas, las luces y las sombras, los artificiosos grupos, las ilusiones de
la perspectiva y las realidades del peso, objetos son de su comercio, cuyo lucro sea
al fin esa riqueza incorruptible a la que doy por nombre Perfección".
SÓCRATES
FEDRO
Ya calló
SÓCRATES
Todo eso suena, en este lugar, extrañamente. Horros ya de cuerpo, sin duda de ello
deberemos quejarnos, y considerar la vida de que nos despojamos con la propia
mirada envidiosa con que miráramos en lo antiguo el jardín de las sombras
bienaventuradas... Ni las obras ni los deseos hasta aquí nos siguieron; pero trecho
queda para los pesares.
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FEDRO
SÓCRATES
FEDRO
SÓCRATES
Que algo más claramente se explicara sobre esos tales edificios que a su decir
"cantaban".
FEDRO
SÓCRATES
Palabras hay que son abejas para el espíritu. Tienen la porfía de esos insectos y
hostigan. Ésta me picó.
FEDRO
SÓCRATES
No deja un punto de excitarme a divagar sobre las artes. Las aproximo, las distingo;
quiero escuchar el cántico de las columnas, y figurarme en la pureza del cielo el
monumento de una melodía. Esta imaginación muy fácilmente me conduce a
agrupar a un lado la Música y la Arquitectura; y al otro las demás artes. Una pintura,
querido Fedro, no cubre más que una superficie, tal como un cuadro o una pared; y
allí objetos simula o personajes. El escultor, parecidamente, nunca más que una
parte de nuestra vista adorna. pero un templo, unido a sus alrededores, o el interior
de ese templo, forma para nosotros una especie de cumplida grandeza en que
vivimos...¡Somos, nos movemos, vivimos entonces en la obra del hombre! No hay
parte de esa triple extensión que de cuidado estudioso y reflexivo no proceda. Allí
de algún modo respiramos la voluntad y las preferencias de alguno. Nos
encontramos habidos y señoreados dentro de las proporciones que él escogiera. No
acertaremos a escaparle.
FEDRO
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Sin duda.
SÓCRATES
Pero ¿no adviertes que en otra circunstancia igual cosa nos ocurre?
FEDRO
SÓCRATES
Que en una obra del hombre nos hallemos como los peces en la linfa, y que nos
bañe enteros, y vivamos en ella, y le pertenezcamos.
FEDRO
No adivino.
SÓCRATES
FEDRO
Si por cierto. Y hasta observé que hallarse en tal recinto y en tal universo creado por
los sonidos, acá y acullá, era estar fuera de sí mismo...
SÓCRATES
21
FEDRO
SÓCRATES
Toda esta movilidad forma, pues como un sólido. Existir parece en sí misma, como
templo levantado en derredor de tu alma; puedes salir de él y alejarte; puedes volver
a entrar por nueva puerta....
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Hay, pues, dos artes que encierran al hombre en el hombre, o mejor, que encierran
al ser en su obra, y al alma en sus actos y en las producciones de sus actos, como
nuestro cuerpo antiguo tan encerrado estaba en las creaciones de sus ojos, y de
vista circundado. Mediante dos artes se rodea, de dos suertes, de leyes y
voluntades interiores, figuradas en una u otra materia, la piedra o el aire.
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Bien veo que la Música y la Arquitectura tienen ambas con nosotros tal profundo
parentesco.
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Pues si una y otra tan directamente se tratan con nosotros, sin medianerías, ¿no
sostendrán entre sí mismas relaciones de particular sencillez?
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Exactamente; y bien dices: sin medianerías. Porque los objetos visibles, que
recaban prendas de las demás artes y de la poesía: flores, árboles seres vivientes
(y aún los inmortales), una vez puestos en obra por el artista, no dejan de ser lo que
son y de mezclar su naturaleza y su propio sentido, al propósito de quien los emplea
para expresar su voluntad. Así el pintor que desea que cierto paraje de su cuadro
venga a ser de color verde, pone allí un árbol; y con ello dice algo más que lo que al
principio decir quisiera. A su obra añade todas las ideas que se derivan de la idea
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de un árbol, y no puede limitarse a lo que ya bastara. No puede separar el color de
algún ser.
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Tienen las suyas, por cierto, mas que residen, de alguna suerte, en lo presente.
Hácense un cuerpo bello contemplar en sí mismo, y nos ofrece un momento
admirable: detalle es de la naturaleza que por milagro detuvo el artista. Pero la
Música y la Arquitectura nos hacen pensar en lo harto distinto de ellas mismas;
hállanse en medio de este mundo como monumentos de otro; o acaso como
ejemplos, en uno y otro lado esparcidos, de una estructura y duración que no son
las de los seres, sino las de las formas y las leyes. Se las diría consagradas a
recordarnos directamente, una, la formación del universo, y la otra, el orden y
estabilidad de él; invocan las construcciones del espíritu, y su libertad que busca
este orden de mil modos le reconstituye; y descuidan, pues, las apariencias
particulares que de ordinario ocupan al mundo y al espíritu: plantas, animales y
gentes... Es más, alguna vez noté, mientras oía la música, con atención igual a su
complejidad, que ya no percibía, por así decirlo, los sonidos de los instrumentos
como sensaciones de mis oídos. Desmemorióme la propia sinfonía de mi sentido
auditivo; dudábanse tan pronto y tan exactamente en virtudes animadas o en
universales aventuras, o, todavía, en combinaciones abstractas, que no sostuve ya
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el conocimiento de ese intermediario sensible, el sonido.
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Quieres decir, ¿no es esto?, que la estatua hace pensar en la estatua, pero que la
música no hace pensar en la música, ni una construcción en construcción distinta.
Por ello, si llevas razón, puede una fachada cantar. Pero me pregunto en vano
¿cómo serán hacederos efectos tan singulares?
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