El Ídolo de Silicio - Michael Shallis
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El Ídolo de Silicio
La “revolución” de la informática y sus
implicaciones sociales
SALVAT
Versión española de la obra The silicon idol
publicada por Oxford University Press de Londres
Escaneado: thedoctorwho1967.blogspot.com
Edición digital: Sargont (2018)
Prefacio
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Índice de capítulos
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güir que se podría diseñar uno que lo hiciera sería puro antropo-
morfismo.
Alan Turing, a quien se considera como uno de los fundadores
de la ciencia de la informática en la década de los años cuarenta,
adoptó una actitud operacional frente a estas cuestiones sobre la
inteligencia y el pensamiento: él consideraba que la prueba de la
inteligencia era una cuestión práctica, susceptible de ser definida
mediante la realización de una operación. Si efectuar ejercicios de
aritmética era una operación que podía definir de forma apropiada
la inteligencia, entonces una máquina sería inteligente si fuera
capaz de realizar tal operación. Diseñó lo que se conoce como
Turing Test (o prueba de Turing) para las máquinas que “piensan”,
basado en esta idea. Se sitúa una persona en una habitación en la
que hay dos terminales de computador: una conectada a un compu-
tador y otra vinculada a otro ser humano. Utilizando las dos termi-
nales para comunicarse, la persona que está probando el sistema
debe tratar de adivinar qué terminal está conectado al computador
y cuál a la otra persona. Se considera que el computador ha pasado
la prueba y que es capaz de “pensar” si no ha podido distinguírsele
del ser humano, a quien atribuimos la capacidad de pensar.
Existen dos problemas con este tipo de prueba. En primer, lu-
gar, se basa en una reducción del “pensamiento” a algo tan carente
de connotaciones y cualidades humanas, que podría llegar a argu-
mentarse que ya no parece pensamiento. Así, por ejemplo, la con-
ciencia personal, la experiencia o el conocimiento, no pueden ser
considerados en la prueba, a pesar que son elementos esenciales
del pensamiento humano. El otro inconveniente es la cuestión del
argumento circular, ya mencionada anteriormente: siempre es
posible imaginar una máquina capaz de contestar cualquier pre-
gunta, de superar cualquier prueba que podamos inventar; así pues,
se podría “demostrar” por simple fuerza bruta la capacidad de
pensamiento de las máquinas.
Sin embargo, el auténtico problema de la prueba de Turing re-
side en el hecho de que es necesario emplear terminales en vez de
establecer una confrontación directa. Pensar y responder preguntas
es evidentemente algo más que hacer aparecer palabras en panta-
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2. Hardware y software
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nes lógicas. Las tres puertas lógicas más elementales realizan las
operaciones lógicas Y, O, NO (and, or, not, en inglés).
La puerta que corresponde a Y da salida al 1 (presencia de se-
ñal) cuando ambas entradas son 1, es decir, 1 Y 1 da 1; de otro
modo el resultado será 0.
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3. El chip y el cambio
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5 Chip: en inglés significa astilla, brizna, pedacito, trocito. (N. del T.)
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tico, listos para ser utilizados. Incluso los más pequeños defectos
—prácticamente a nivel atómico— pueden malograr un chip, pero,
al producirse tantos en una sola plaqueta, el porcentaje de piezas
desechadas no resulta muy importante. De hecho, los avances
técnicos en la producción de chips han logrado en los últimos años
que el rendimiento de cada plaqueta sea muy alto.
Los primeros chips contenían tan sólo unos cuantos componen-
tes y servían para reemplazar ciertas partes de los circuitos elec-
trónicos. Hacia finales de la década de los sesenta los chips conte-
nían ya varios centenares de componentes; los avances técnicos
que hicieron posible esto dieron lugar a que se hablara de la inte-
gración a gran escala. Con la integración de cientos, o incluso
miles, de componentes en un chip, toda la unidad central de proce-
so podía estar contenida en una sola pastilla de silicio, dando lugar
a lo que se denominaría microprocesador. Se fabricaron chips que
contenían series de transistores y que podían ser utilizados para
almacenar datos o programas, actuando, por tanto, como memo-
rias. Estas memorias podían ser de dos tipos: ROM y RAM. Los
chips de memoria ROM (Read Only Memory = memoria de lectura
únicamente, o memoria muerta) llevan almacenados permanente-
mente instrucciones o datos; por ejemplo, pueden contener el in-
térprete de un lenguaje de alto nivel, como el BASIC. Este tipo de
memoria sólo permite la lectura de la información, pero no admite
modificaciones ni nueva información. La memoria es de carácter
permanente. En cambio, la RAM (Random Access Memory = me-
moria de acceso aleatorio) permite tanto la lectura como la escritu-
ra en las diferentes posiciones de almacenaje; acceso aleatorio
quiere decir que el computador puede dirigirse con igual facilidad
en una dirección de su memoria que en otra, puesto que la memo-
ria no tiene que ser leída de modo secuencial. La memoria de es-
critura solamente (Write Only Memory) no ha podido ser desarro-
llada con éxito hasta el presente.
Hacia mediados de la década de los años setenta fue posible
construir un pequeño computador utilizando tan sólo unos pocos
chips: uno para el procesador central, que incluye la unidad aritmé-
tico-lógica; un segundo chip para interpretar las señales proceden-
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tes del teclado de entrada; y quizá otro para conectar con el moni-
tor de TV, que sería la unidad de salida. Unos cuantos chips más
podían constituir la memoria; todo el sistema podría ser montado
dentro de una caja que no ocuparía mucho más que una máquina
de escribir convencional. Una máquina de este tipo podía tener una
capacidad de procesamiento equivalente a una fracción considera-
ble de la capacidad del Chilton Atlas, y por una milésima de su
precio. Los nuevos microcomputadores ya eran rápidos, baratos y
fácilmente accesibles.
La integración a gran escala (LSI) dio paso a lo que se ha de-
nominado Very Large Scale Integration (VLSI), o integración a
muy gran escala. El año 1975 vio el nacimiento del chip de 64K:
un solo pedacito de silicio con capacidad para almacenar más de
64.000 bits de memoria o un número equivalente de componentes
para constituir un potente procesador central y su unidad aritméti-
co-lógica. Tal avance dio lugar al eslogan de «el Chilton Atlas de
bolsillo»; pero el progreso continuaba. Antes del final de la década
de los setenta ya se había fabricado el chip de un millón de bits. En
el momento de escribir estas líneas ya ha sido anunciada la pro-
ducción de chips en los que se han comprimido cuatro millones de
componentes. La figura 6 ilustra este drástico cambio que ha sido
posible gracias a los avances técnicos.
La posibilidad de integrar aún más componentes en una pastilla
de silicio no tiene tanto que ver con el espacio físico disponible del
chip, como con la habilidad de reducir todavía más los diseños
realizados por procesos fotográficos. El próximo avance tecnoló-
gico sería prescindir de la técnica fotográfica para operar sobre el
chip con un rayo de electrones. Esta técnica, que permite manipu-
lar la superficie de las plaquetas con mucho más detalle, haría
posible aumentar de cien a mil veces el número de componentes
que pueden integrarse en un chip. El rayo de electrones sería guia-
do bajo el control de un computador, y el diseño del chip estaría
programado en el computador. Así pues, el desarrollo de los
computadores contribuye a perfeccionar su propio diseño y fabri-
cación, acelerando aún más su progreso. Este tipo de avances están
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Fig. 6. Gráfico que muestra el aumento del número de componentes que pueden ser
integrados en un chip, desde 1960 hasta 1980.
Paralelamente a la integración a muy gran escala ( VLSI), se es-
tán logrando otros avances en la producción de los chips de memo-
ria. Se están introduciendo nuevos dispositivos, basados en com-
ponentes distintos a los transistores (los dispositivos de acopla-
miento de cargas, las burbujas magnéticas), que no sólo contribui-
rán a aumentar la capacidad de la memoria, sino que también re-
ducirán el tiempo de acceso a una particular dirección de almace-
namiento. No tendría sentido fabricar computadores mayores si
esto supusiera que su funcionamiento se haría más lento. Natural-
mente, la miniaturización significa normalmente mayor rapidez,
pues las señales tienen que recorrer menos distancia. La nueva
generación de dispositivos de memoria es intrínsecamente más
rápida, y se están investigando formas todavía más rápidas de
funcionamiento del computador. En última instancia, el límite de
velocidad para la transmisión de información dentro de un compu-
tador podría ser la velocidad de la luz.
El desarrollo del chip ha transformado la informática, aunque
también ha tenido un impacto sin precedentes —en particular en
tan breve período de tiempo— sobre la sociedad y la experiencia
humana. En diez años la microrrevolución ha originado un proceso
de transformación cuyo poder y alcance aún no somos capaces de
apreciar; sus implicaciones constituyen el tema del presente libro.
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Fig. 7. Gráfico que muestra la disminución del coste (en libras y peniques) de los
componentes microelectrónicos a partir de 1960.
La figura 7 complementa el diagrama y muestra la drástica caí-
da del coste de los componentes integrados en el silicio. La com-
binación de una progresiva miniaturización y del descenso de los
costes ha conducido a un gran desarrollo de las aplicaciones del
computador. Además, el descenso de los costes no se limita úni-
camente a los chips; con la expansión del mercado y con la amor-
tización del capital invertido, todos los componentes físicos
(hardware) se han ido haciendo cada vez más baratos. Los costes
descienden a todos los niveles tecnológicos. Las calculadoras de
bolsillo, los relojes digitales e incluso los grandes computadores
experimentan una reducción efectiva de sus costes, o por una dis-
minución directa del coste o por una mejora notable del producto.
En algunos casos se dan ambos factores. El popular computador
doméstico Sinclair ZX80 fue reemplazado por el ZX81 en sólo un
año; este último modelo ha sido notablemente perfeccionado, y su
coste es un 30% inferior al del primero. Casos parecidos se dan
con todo tipo de aparatos, monitores de TV, impresoras y otros
accesorios; sin embargo, es en el campo de la multiplicación de
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man sólo las máquinas sino también el proceso del que forman
parte.
Las industrias de alta tecnología, como las fábricas de aparatos
electrónicos, están ya semiautomatizadas; la industria pesada está
comenzando el proceso de automatización, como ocurre, por
ejemplo, con la fábrica de coches Fiat de Italia. La automatización,
ya desde mucho antes de que hubiera comenzado una auténtica
automatización, se ha convertido en un tema apasionante. A partir
de la década de los años treinta, los peligros y las ventajas del
control ejercido por máquinas han sido objeto de preocupación y
polémica, a pesar de que la automatización propiamente dicha
surge a partir de los años cincuenta. En capítulos posteriores con-
sideraremos el impacto social y humano de este proceso; ahora
volveremos sobre el tema del efecto transformador del chip sobre
las demás tecnologías.
La idea del control por máquinas puede extenderse desde el
proceso industrial a cualquier otro aspecto de la tecnología. La
combinación de la capacidad de procesar información con una
serie de sensores apropiados (p. ej., termómetros, manómetros,
medidores de flujo, etc.) haría posible que las máquinas se auto-
controlasen para obtener un funcionamiento óptimo y efectuasen
sus propios diagnósticos de mantenimiento. Un coche provisto de
un chip puede regular su propio consumo de carburante ajustando
su sistema de inyección a las condiciones en que es conducido.
Mostrando en un indicador instantáneo el consumo de combusti-
ble, el coche puede “aconsejar” a su conductor que conduzca de
manera más ahorrativa. También podría controlar el estado de los
frenos y del fluido hidráulico, y “vigilar” el consumo de aceite y el
funcionamiento del sistema eléctrico, “sugiriendo” a su dueño
cuándo el coche necesita una revisión y qué partes son las que
habría que comprobar. El coche puede ser profundamente trans-
formado mediante el chip, pudiendo proporcionar al conductor una
amplia gama de información y consejos. Todavía habrá que con-
ducir el coche desde el punto A hasta el punto B, pero con el desa-
rrollo de un adecuado sistema de sensores de distancias el coche
podría activar los frenos por sí mismo si es conducido a una velo-
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5. Posibles futuros
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los delincuentes, para defender a los que tienen de los que no tie-
nen.
¿Y qué será de los que voluntariamente decidan no participar,
de los que rechacen las tarjetas de crédito electrónicas y deseen
tener su dinero en efectivo? ¿Y qué ocurrirá con los que quieran
que sus hijos sean educados por personas, o pretendan hablar con
la gente cara a cara, no imagen a imagen? Y los que no deseen
tener en su casa un terminal, ¿podrán comprar, enterarse de las
noticias o participar en una votación? ¿Existirá una sociedad alter-
nativa paralela a la electrónica; una sociedad “interconectada” y
otra “desconectada”? Los futuros basados en la aplicación de estas
nuevas tecnologías, ¿significan progreso y desarrollo cultural, o
son los ingredientes de una pesadilla? En realidad, el futuro nunca
resulta como se espera; las dos alternativas que he esbozado son
sólo dos extremos. Se preconiza una sociedad interconectada y se
aspira activamente a ella, pero nadie parece preocuparse de crear
alternativas. Probablemente en el futuro se den ingredientes de
ambas posibilidades, pero nuestra preocupación ahora debería ser
el proceso de elección.
El imperativo tecnológico exige una sociedad informatizada, y
la exige a nivel mundial. Este imperativo da por sentado que el
desarrollo —tal como ha sido esbozado aquí— es la más elevada
forma de progreso y evolución social. El progreso, sin embargo, ha
de tener algún propósito, alguna meta que alcanzar; más que
“comprar progreso”, la gente debería decidir primero qué metas
quiere alcanzar y cuál es el mejor modo de alcanzarlas. Los futuros
posibles que he esbozado en este capítulo serían consecuencia del
camino por el que nos lleva la tecnología de la informática y de la
comunicación. Si se trata, o no, de las metas que quiere alcanzar la
gente no es algo que se cuestione con seriedad, así como tampoco
se analizan seriamente las posibles consecuencias. Para poder
hacer una valoración de la tecnología existente y considerar a lo
que nos podría llevar en el futuro, es necesario volver la vista hacia
el pasado. Sólo a la luz de la historia y del papel que desempeñó la
tecnología en el proceso de cambio de la sociedad, y a la luz de los
orígenes de la propia informática, puede ser juzgada la nueva tec-
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8 Royal Society of London: Una de las sociedades científicas más antiguas del
mundo Fue fundada en 1662 y actualmente sigue organizando conferencias y
administrando fondos para la investigación científica. Ser miembro de esta sociedad
es uno de los mayores honores a que puede aspirar un científico en Inglaterra.
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pueden ser contadas, de ahí que todo sea reducido a puras cantida-
des.
Sin embargo, algunos físicos —como, por ejemplo, David
Bohm— encuentran que la reducción a la pura cantidad resulta
insatisfactoria, y que la pretensión de que la física cuántica es la
teoría científica definitiva no es más que uno de los mitos moder-
nos. A pesar de todo, actualmente la idea general —presentada,
por ejemplo, en el libro de Peter Atkin, The Creation— es que
toda la biología (incluyendo la sociología y la psicología) puede
reducirse a química, que a su vez puede ser reducida a física, y
ésta, a la completamente cuantificada física cuántica. Dentro de
esta concepción, todo lo que existe se convierte en pura cantidad,
lo que, simplificado al máximo, significa código binario. Y así
como la ciencia crea un concepto intelectual, la técnica paralela-
mente manifiesta los aspectos prácticos de la tendencia hacia una
total cuantificación. El computador, basado en datos e instruccio-
nes totalmente cuantificados, sería el análogo de la física cuántica,
al operar con unidades de información (o bits) discretas.
La historia de la tecnología puede ser mirada como una serie de
pasos que conducen hacia una sustitución de las funciones huma-
nas por equivalentes mecánicos. Las primeras tecnologías, como la
de tejer o esculpir (a las que me he referido al tratar de las herra-
mientas artesanales), eran manuales, utilizaban la fuerza muscular
del hombre y estaban gobernadas por la mente humana. Estas
simples técnicas fueron extendiéndose mediante dispositivos pro-
tésicos, como la rueda y el arado, y la fuerza muscular del hombre
fue complementada por la fuerza de los animales de tiro. Sin em-
bargo, el arado tirado por bueyes seguía siendo una tecnología
sagrada vinculada a una expresión ritualista de la relación del
artesano con Dios y con la naturaleza. En la extensión de la mano
humana en la azada, y más tarde en el arado, se da una pequeña
abstracción. Un labrador que ara un campo tendrá una relación con
la tierra diferente que la que tiene el hortelano con su huerta. El
carro tirado por caballos altera la percepción de la distancia, del
espacio, haciéndola diferente de la que se tiene al caminar. Así
pues, incluso las formas de mecanización más simples reducen los
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idea; esta idea es la que dio vida a los computadores como tales.
Babbage amplió la idea de una máquina capaz de elaborar tablas
matemáticas hasta concebir una máquina que pudiera realizar
cualquier clase de cálculo imaginable. Su máquina analítica, el
primer concepto de computador universal, no llegó nunca a ser
construida —a pesar de que se llegaron a fabricar algunos de sus
componentes—, pero su diseño era esencialmente como el de un
computador actual, con sus unidades de entrada y salida, su “taller
de proceso” —según él lo denominó— y una memoria para alma-
cenar datos. Lo que Babbage había concebido e intentaba construir
no era sino una máquina en la que una serie de modelos abstractos
de la realidad, expresados en términos de cantidades, se materiali-
zaban en hardware y software.
Hoy día es ya bien conocida la historia de Babbage y sus dos
amores, la Máquina Analítica y Ada, condesa de Lovelace. El
romance tuvo un final triste, ya que Ada murió a la edad de treinta
y seis años, cuando la suerte abandonó a Babbage. Ella no sólo le
animó en su trabajo, sino que además lo inmortalizó en sus Notas,
a las que denominó “Observaciones sobre la Máquina Analítica del
señor Babbage”. Sin estas notas el trabajo de Charles Babbage no
hubiera llegado nunca a adquirir la importancia que alcanzó cien
años más tarde, ya que el propio Babbage no hizo ninguna anota-
ción sobre su máquina. Las partes que llegó a construir se conser-
van actualmente en los museos, aunque si no existieran las anota-
ciones de Ada apenas tendrían significado. La muerte de ella y la
incapacidad de él para construir un computador —adelantándose
un siglo a su época— hicieron que Babbage muriera en 1871 de-
cepcionado e insatisfecho. Sin embargo, la admiración que desper-
tó su reconocido genio dio lugar a una curiosa parodia de su traba-
jo y de su propio pensamiento. Babbage no fue meramente un
inventor excéntrico, sino un reputado matemático que en un mo-
mento dado llegó a ser profesor de matemáticas de la Universidad
de Cambridge y miembro de la Royal Society. Cuando murió se
extrajo su cerebro para conservarlo en un frasco de cristal; los
cirujanos de aquella época deseaban ver si su cerebro presentaba
algún síntoma físico de su genio. No se descubrió nada de particu-
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lar, pero el cerebro aún puede verse en el museo del Real Colegio
de Cirujanos de Londres. Al hombre que había concebido por
primera vez una máquina capaz de funcionar como un cerebro sin
cuerpo se le extrajo el cerebro de su cuerpo para exhibirlo —al
igual que su “taller de proceso” que nunca llegó a “pensar”— en
un museo.
Antes de que pasara medio siglo desde la muerte de Babbage
ya habían nacido cuatro hombres que harían realidad la idea de un
computador universal. Estos hombres fueron Vannevar Bush,
Konrad Zuse, Howard Aiken y Alan Turing. Naturalmente, hubo
también otros muchos que contribuyeron significativamente, tanto
en el campo teórico como en el práctico, al desarrollo de los
computadores. Bush amplió hasta el límite las técnicas mecánicas
iniciadas por Jacquard y Babbage. El analizador diferencial, que
fue construido a principios de la década de los años treinta por el
Massachusetts Institute of Technology, a pesar de que funcionaba
con electricidad, era esencialmente un aparato mecánico, compues-
to por ruedas y engranajes. Fue construido para calcular ecuacio-
nes diferenciales de cara a la resolución de problemas de balística
en las pruebas experimentales de armamento. Aunque no era un
computador propiamente dicho ni se adaptaba a las especificacio-
nes de Babbage, ni se ceñía a la definición que hemos dado en el
capítulo 2, y a pesar de que su notación era decimal y no binaria,
esta máquina puede ser considerada como uno de los primeros
computadores.
Zuse construyó una máquina que funcionaba con un sistema de
notación binaria. Su idea de utilizar simples interruptores para
representar dígitos binarios, unida a su ingenio y a sus nuevas
técnicas —pioneras en el campo de la ingeniería— hacen de él una
figura clave en las décadas de los años treinta y cuarenta. Zuse fue
un joven genio. Construyó su primera calculadora, la Z1, en la
mesa del cuarto de estar de la casa de sus padres en Alemania.
Hacia 1941 ya había construido la Z3, la primera calculadora elec-
tromecánica capaz de funcionar. La miopía de la política de sub-
venciones del gobierno nazi impidió que la calculadora de Zuse
fuera suficientemente desarrollada durante la Segunda Guerra
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Y prosigue:
«No podemos esperar encontrar una buena máquina-niño al primer in-
tento. Deberíamos experimentar enseñando a una de estas máquinas y ver
qué tal aprende. Después podríamos intentarlo con otra y observar si lo
hace mejor o peor. Existe una conexión obvia entre este proceso y el de la
evolución.»
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8. Computadores y trabajo
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9. Atrapado en un laberinto
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las cosas, extendiendo lo que tenemos hacia escalas cada vez ma-
yores, enredándonos en sus intrincadas redes. También resulta
paradójico que la organización social, que aumenta al crearse una
dependencia social de la tecnología, quede fuera del control social,
en el sentido de que la sociedad no elige el camino por sí misma,
sino que éste le es presentado como un fait accompli.
Cuando un sistema es diseñado e instalado en una organiza-
ción, la propia creencia en que el sistema hará simplemente aque-
llo para lo que ha sido programado es, de por sí, una amenaza que
oculta numerosos peligros. El programa no es meramente una serie
de instrucciones, sino un modelo de ciertos aspectos del mundo
real. La manera en que funciona el modelo, sus aspectos técnicos,
son asunto del programador; los resultados que produce estarán
destinados a satisfacer las necesidades del usuario. Sin embargo, el
usuario casi nunca comprenderá cómo se llega a estos resultados, y
probablemente le traerá sin cuidado; se trata sólo de una cuestión
técnica. El peligro es que, casi inevitablemente, el usuario llegará a
creer ciegamente en los resultados, haciéndose dependiente de
ellos. Cuando una organización invierte una importante cantidad
de dinero en un complejo sistema informático capaz, en efecto, de
tomar decisiones para el usuario en cuanto a que “aconseja” sobre
futuras opciones, ¿quién se atreverá a ponerlo en duda? Si el
computador dice esto y esto, y uno no va a creérselo, ¿para qué
gastarse el dinero? Cuanto más caro sea el sistema más se inclina-
rán sus usuarios a creer en él, independientemente de su falta de
conocimientos técnicos. Irónicamente, cuanto más caro y complejo
es el sistema, más probable es que sea poco manejable y que no
merezca toda confianza.
Hay varias razones para no fiarse de un sistema que proclama
producir los resultados para los que ha sido diseñado. En primer
lugar, está la cuestión básica de que su funcionamiento sea correc-
to, porque puede ocurrir que no haga lo que se le ordene. En un
sistema simple esto nunca será un problema grave, pero, como ya
hemos comentado anteriormente, según el sistema se hace más
complejo resulta más difícil comprobar que los resultados que
produce son “ciertos”. Un programa de computador diseñado para
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mayor de que las máquinas deben ser cada vez más fáciles de
manejar por el usuario (ser más “amables con el usuario”, tradu-
ciendo literalmente la expresión inglesa13); es decir, hacer que la
interacción hombre/máquina sea lo más fácil y “natural” posible.
En 1958, Herbert Simon y Allen Newell, de la Universidad de
Carnegie-Mellon, de Pittsburgh, declaraban: «Ya hay en el mundo
máquinas que piensan, que aprenden y que crean. Más aún, su
habilidad para hacer esto va aumentando rápidamente, hasta que
en un futuro ya visible la gama de problemas que puedan manejar
será de igual extensión que la gama a la que se puede aplicar la
mente humana.»
Se podría argumentar que tal afirmación no es más que propa-
ganda y que podría haber sido hecha igualmente en 1983. Quizá es
un reflejo del escaso progreso logrado en el desarrollo de la má-
quina que “piensa” en los últimos veinticinco años, pero el deseo
que en ella se expresa está a la altura de las ambiciones de los
diseñadores de las máquinas de la “quinta generación”. Al igual
que la ingeniería genética tiene como objetivo producir nuevas
especies, los investigadores de la inteligencia artificial tienen como
meta crear la máquina altamente inteligente.
La máquina ultra inteligente (UIM = Ultra Intelligent Machine)
fue postulada por primera vez por Jack Good, que trabajó con
Michie bajo la dirección de Alan Turing en el proyecto del Colos-
sus, en Bletchley Park. La UIM no es más que una extensión de la
idea de una máquina tan inteligente como el ser humano. Si puede
construirse una máquina así, argumenta Good, con un poco más de
esfuerzo se podrá también fabricar una máquina más inteligente
que los seres humanos. La UIM, por definición, sería capaz de
llevar a cabo cualquier actividad intelectual, superando —al menos
por cierto margen— a cualquier persona. Naturalmente, una vez
construida, esta máquina sería capaz de diseñar otras máquinas
más inteligentes aún, y este proceso podría continuar hasta que los
hombres vivieran «en los intersticios de incomprensibles organis-
13 User friendly.
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bía: «En los últimos años muchos psicólogos han dado por senta-
do... que el hombre y el computador son meramente dos especies
de un género más abstracto denominado “sistema procesador de
información”.» K. M. Colby, J. B. Watt y J. P, Gilbert, reconside-
rando el papel de los programas de computador en la psicología,
dicen: «Un psicoterapeuta humano puede ser visto como un proce-
sador de información que toma decisiones de acuerdo a una serie
de reglas, que están claramente orientadas hacia unas metas a corto
o largo plazo.» Tales actitudes nos conducen a la idea de fabricar
máquinas capaces de “tratar” un número de pacientes diez veces
superior al que puede ser tratado actualmente, de manera que los
defectos que presenta hoy día la organización de la psicoterapia
pueden ser “resueltos” por el computador. Ni siquiera se conside-
ran otras alternativas, puesto que la máquina puede “resolver” el
problema. Pero tal solución es una solución técnica, y el problema
humano real que subyace a las necesidades de los pacientes nunca
llega a ser analizado; ni siquiera se toma en consideración. El
problema es visto meramente como una cuestión de “número”, por
lo que no resulta sorprendente que las personas sean reclasificadas
de una manera inhumana. Consideremos lo que expone el científi-
co informático Herbert A. Simon en su libro The Sciences of the
Artificial 14:
«Una hormiga, considerada como un sistema que se comporta de
cierta manera, es bastante simple. La aparente complejidad del entorno
en el que se encuentra... la verdad o la falsedad de esta hipótesis debería
ser independiente de que en una visión más microscópica las hormigas
sean sistemas complejos o simples. A nivel celular o molecular se puede
demostrar que las hormigas son complejas, pero los detalles microscópi-
cos de su entorno interno pueden ser bastante irrelevantes en relación con
su comportamiento hacia el entorno exterior. Precisamente por esto es por
lo que un autómata, a pesar de ser completamente diferente a nivel mi-
croscópico, podría, sin embargo, simular el comportamiento global de la
hormiga...
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Pero ¿es que la gente pide esta clase de servicio? ¿Es que la
gente ya no quiere relacionarse con otros seres humanos? ¿Cómo
examinar los artículos por televisión, a no ser que sean tan unifor-
mes y estén tan empaquetados que esto ya no importe? La tecnolo-
gía, ¿pondrá este servicio a disposición de todos o sólo a la de
aquellos que puedan permitírselo? ¿Deseamos permitírnoslo?
Estas preguntas son sólo unas cuantas de las que se me vienen a la
cabeza al leer este anuncio. Cuando el anuncio es analizado plan-
teando preguntas de este tipo, podemos ver qué lejos está la nueva
tecnología de proporcionar una respuesta a las necesidades reales
de la gente. Otro tipo de propaganda intenta vendemos la idea de
que la tecnología informática “cuida de nosotros”, asumiendo el
papel de una gran madre; una tecnología solícita, bondadosa, que
puede hacer por nosotros lo que no seamos capaces de hacer por
nosotros mismos. Incluso se ha llegado a proclamar que la tecno-
logía nos proporciona una “mejor comprensión de cómo hemos de
cuidar a la gente”, cuando, de hecho, la realidad es que aparta a las
personas de puestos desde los que pueden ayudar a los demás, que
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tra tecnología, que crea dependencia, puesto que nos hemos hecho
dependientes de ella. La propaganda menciona toda una gama de
aparatos domésticos —congeladores, tostadoras, lavaplatos— y
comenta «desde luego que sería posible vivir sin todas estas cosas,
pero la vida no sería tan fácil ni tan agradable». Yo no tengo con-
gelador, ni tostadora, ni lavaplatos, y sin embargo llevo una vida
agradable y, en realidad, muy fácil. Pero, ¿es el significado de la
vida ser “fácil y agradable”? ¿Es eso todo lo que exige la condi-
ción humana? ¿No debería ser la vida rica en experiencias, plena
de significado y a veces dolorosa? ¿Es nuestro principal deber
eliminar todo dolor del mundo? Si la naturaleza origina dolor, es
quizá porque el dolor tiene su función, y no es sólo algo que debe-
ría erradicarse. Y de todas formas, nuestros calmantes —
tostadoras, televisión, computadores— no eliminan realmente el
dolor, sino que se limitan a desviar nuestra atención hacia alguna
otra cosa. El dolor es algo que afecta a otras personas, algo que
sólo habría que experimentar indirectamente, a través de la infor-
mación de la tecnología. Ya no somos capaces de reconocer el
dolor espiritual, el alma afligida, a pesar de que nosotros sufrimos
más que ningún otro de esta enfermedad. El suicidio de Turing fue
un síntoma de esto; el grado de depresión, soledad, desesperación
y frustración que se manifiesta en las sociedades “avanzadas” es
indicio de un malestar espiritual que tratamos de curar aumentando
la dosis del veneno que lo causa.
Cuando observamos otras sociedades “primitivas” y lo que
ellas aprecian y valoran, descubrimos que nuestra cultura desprecia
sus creencias, sus rituales, sus mitos y los verdaderos dioses a los
que adoran, tachándolos de “supersticiones”; e incluso intentamos
curarlos de sus acientíficas, anticuadas, conservadoras y primitivas
costumbres, ofreciéndoles precisamente aquello que nos impide a
nosotros tener lo que ellos tienen. Intentamos sustituir sus ídolos
reales por nuestros ídolos falsos, creyendo que nuestra parodia de
la verdad es superior a su visión.
Son los pueblos pobres, subdesarrollados y “primitivos” de este
mundo los que de algún modo sufrirán más bajo el imperialismo
de la tecnología de la información; aunque, en cierto modo, tam-
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bién serán los que sufran menos. Ciertamente los países pobres
sufren actualmente debido a que Occidente les ha mostrado una
vida rica y materialista que ha sido obtenida a sus expensas; y ellos
no podrán nunca aspirar a alcanzar unos niveles de vida como Jos
de Europa o Estados Unidos. La tecnología de la informática au-
mentará el abismo que separa a los ricos y los pobres, tanto a nivel
nacional como individual. Deberían ser abiertamente retiradas las
falsas promesas y esperanzas que les hemos estado ofreciendo.
Debería permitirse que los países subdesarrollados hicieran su
propia elección en lugar de tener que aceptar la nuestra, las tecno-
logías que les hemos impuesto. Pero sufrirán menos que nosotros
si descubren su propio camino, si resuelven sus propios problemas
y asumen la responsabilidad de sí mismos, respetando una orienta-
ción más espiritual hacia la vida. Rechazando una tecnología y un
estilo de vida ajeno a sus tradiciones ganarán mucho más que lo
que puedan esperar alcanzar siguiendo las huellas de Occidente
por un camino que rápidamente se convierte en una resbaladiza
pendiente. Y si esto es cierto para los países no occidentalizados y
para los pueblos pobres del mundo, también lo es para los pobres
de nuestra propia sociedad; y no sólo para los pobres.
La tecnología de la informática no sólo es flexible, sino que
además es “limpia”. La microtecnología consume muy poca ener-
gía, apenas requiere materias primas (aunque los innumerables
productos que se supone que elaborarán las fábricas robotizadas
consumirán enormes cantidades) y no causa contaminación. Esto
es lo que se proclama. Y sin embargo, como en cualquier discusión
sobre este tema, el objeto de la discusión se limita a los niveles
cuantificables de la realidad. Nunca se mencionan, en relación con
la microtecnología, los efectos espirituales que puede tener el que
nos rodeemos de una red electrónica de artificialidad. La ausencia
de una contaminación física es contrarrestada por una contamina-
ción inmaterial, por una contaminación de la mente y el espíritu. Y
será inevitable que aparezcan las manifestaciones físicas de esta
enfermedad.
Cuando el profesor Newell hablaba de “encantamiento” estaba
redefiniendo el mundo. Se estaba refiriendo a un encantamiento
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