Sociedad y Cultura - I
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Cultura y sociedad
8. Cultura y civilización
La palabra civilización ha tenido un itinerario paralelo al de cultura.
También la palabra civilización (del latín civilis, propio del ciudadano)
tuvo en principio carácter elitista; significaba proceso de refinamiento
del individuo, con más énfasis en los convencionalismos sociales que la
de cultura. De acuerdo con Kant, “llegamos a ser cultos a través del arte
y de la ciencia, llegamos a ser civilizados por diversos convencionalis-
mos sociales y refinamientos”. Incluso, su utilización ha sido objeto de
mayor arbitrariedad, ya que al fundamentarse el concepto de civi-
lización en la preferencia que se otorga a ciertos valores, a determi-
nadas formas particulares de actividad, o de experiencia humana, se
privilegia a los pueblos que los poseen. De esta manera, encontramos
en algunos autores la afirmación de que la única verdadera y propia
forma de civilización es la del Occidente cristiano, porque sólo entre
los pueblos del Occidente cristiano han gozado la religión, el arte y la
cien- cia del favor más relevante, salvo etapas relativamente breves.
Además de esta arraigada conceptualización eurocéntrica, notables
historiadores y también sociólogos emplean el concepto de
civilización contra- poniéndolo en cierto modo al de cultura. Por
ejemplo, algunos autores alemanes identifican la civilización con el
progreso material y técnico, mientras que conciben la cultura como el
acervo espiritual; otros al con- trario, así Barth propone limitar el
término cultura a los aspectos tec- nológicos, “al dominio del hombre
sobre la naturaleza” y emplear el de civilización para hacer referencia
a la modificación de los instintos humanos por la sociedad, “al
dominio del hombre sobre sí mismo”. Tönies y Alfred Weber,
seguidos por los americanos McIber y Merton definían la civilización —
casi exactamente al contrario— como “un cuer- po de conocimientos
prácticos e intelectuales y de una colección de medios técnicos para
controlar la naturaleza”, mientras a la cultura le asignaban “la
configuración de valores y de principios ideales norma- tivos”. Así,
pues, la inexactitud y arbitrariedad en el empleo de ambos términos
han dado lugar a graves errores e imprecisiones en el estudio y la
concepción del desarrollo de las sociedades humanas, hasta en autores
tan conspicuos como Spengler, Toynbee, Alfred Weber, Merton,
McIber, entre otros. En el vocabulario de Spengler la palabra civiliza-
ción tiene sentido de consumación, es el epílogo de la cultura, la
rigidez que sucede a la capacidad creadora, la muerte que sigue a la
vida.
Si, como ya lo hemos expresado reiteradas veces, usamos
apropiadamente la noción de cultura para referirnos a todas las formas
de la vida social, civilización vendrá a ser entonces un aspecto, una
forma o un período de la cultura. En efecto, el empleo antropológico
del término civilización se refiere al estadio o etapa de la cultura que
alcanzan algunas sociedades en su desarrollo histórico con la aparición
de la ciudad. En términos muy concretos se define civilización como la
cultura urbanizada. El concepto se refiere, pues, a un grado complejo
de relaciones sociales y al adelanto que traen consigo la especialización
del trabajo, la organización social y política y demás condiciones de la
vida urbana, esto es, la cultura de las ciudades.
Todos sabemos lo que es una ciudad, y podríamos referirnos a la
ciudad como al lugar de considerables dimensiones donde se congrega
una población relativamente densa de modo más o menos permanente,
en donde se realiza la vida social y familiar usual, y se llevan a cabo
ocupaciones y actividades económicas. Pero una aldea grande podría
también acogerse a esta definición; sin embargo, son formas de asen-
tamiento substancialmente diferentes (véase capítulo VII: 8 Aldeas y
ciu- dades). Lo significativo de la ciudad no es tanto su tamaño o el
número de personas que habitan en ella, no se podría establecer el
límite para llamarla ciudad y no aldea. El carácter realmente urbano de
un asen- tamiento humano radica en dos condiciones esenciales: 1) En
la ciudad no se produce alimentos y 2) La ciudad es un asentamiento
planificado y ordenado en función del control social, económico,
ideológico y político de la colectividad.
El hecho de que en la ciudad no se produzcan alimentos significa
que sus habitantes dedican su tiempo a otras ocupaciones, es decir, a la
especialización en distintos campos de actividad social, como son el
gobierno, el culto y la religión, la producción de útiles y otros bienes,
el arte, el intercambio y la redistribución de bienes, etc., lo cual deter-
mina un mayor grado de complejidad de la cultura. Todo esto requiere,
naturalmente, de un soporte campesino de producción de alimentos
que garantice su estabilidad. Las ciudades, puesto que con ellas se ori-
gina la civilización, le confieren sus características: una producción de
excedentes capaz de sustentar a una población orgánicamente estable-
cida; un sistema de control y de redistribución de los excedentes; una
estructura social marcadamente estratificada y un sistema político
centralizado que no es otro que el Estado. Así, la ciudad es un fenó-
meno paralelo y concomitante al Estado: donde hay ciudad hay Estado,
y ambos caracterizan a la civilización. Pero, si bien la ciudad es condi-
ción necesaria para que una cultura alcance el nivel de civilización, hay
que aclarar que las civilizaciones tienen, de hecho, sus comienzos antes
de que aparezcan las ciudades (es así que se utiliza la denominación de
“civilizaciones primitivas”), pero las ciudades tienen que aparecer
en sus últimas etapas, de lo contrario no les podríamos llamar civiliza-
ciones.
Gordon Childe considera como características de la civilización,
además de las ciudades y las grandes poblaciones, la existencia de je-
rarquías y divisiones sociales internas, el conocimiento de la escritura,
el desarrollo de las matemáticas, las artes, las ciencias y la vida
política. Este es un ejemplo de cómo en el concepto de civilización
están implí- citos las instituciones, descubrimientos o modelos
culturales con los que un autor califica la cualidad de civilización.
Estamos de acuerdo con el insigne arqueólogo y prehistoriador inglés
en que las ciudades, las grandes poblaciones, la existencia de
jerarquías y divisiones sociales
internas y las instituciones caracterizan a la civilización, lo mismo puede
decirse de las manifestaciones artísticas y de la vida política, no así de
las matemáticas ni de la escritura, que son indudablemente creaciones
culturales de las más significativas y trascendentales de las civilizaciones
del Viejo Mundo. No obstante, ni la escritura ni las matemáticas, ni la
economía monetaria y de mercado fueron desarrolladas en América, al
menos en la forma que tuvieron en el Viejo Mundo, pese a que algunos
historiadores siguen empeñados en encontrarlas. Esto no significa, por
cierto, que las civilizaciones mesoamericana y andina no alcanzaron el
nivel de civilización. La verdad es que ni la escritura, ni la economía de
mercado, ni la moneda, ni las matemáticas, en la forma en que se desa-
rrollaron en el Viejo Mundo, son requisitos indispensables para el desa-
rrollo de toda civilización. Son sistemas sobre los que se ha desplega-
do la civilización occidental, tomándolos y adecuándolos de otras civi-
lizaciones, y es cierto que le han traído muchas ventajas, pero no se
agota en ellos la inventiva humana. Hay muchos otros mecanismos que
permiten alcanzar a las sociedades complejos grados de cultura, como
fueron las originales y eficaces formas de organización social andina. Su
preocupación y cuidado en la transmisión de ideas y conceptos combi-
nada o integrada a otros sistemas de cuenta y de registro, incluso sus
formas de ritual, les permitieron también el desarrollo de tecnologías
como la hidráulica, la agrícola, la textil o la metalúrgica, tan funciona-
les e ingeniosas que no tienen parangón en el mundo antiguo.
Comúnmente las ciudades se han desarrollado a partir de un núcleo
poblacional originario, determinado por las características ambientales
de la región donde están o han estado asentadas y configuradas por el
grado de progreso tecnológico de sus pobladores. Con el tiempo han
crecido y se han adecuado a las exigencias de su población y a la
inter- acción dialéctica con su entorno, tanto natural como humano. El
desa- rrollo de las ciudades tiende a ser una ampliación del esquema
inicial del poblamiento (villorrio o aldea) y, por lo general, el punto de
parti- da ha sido un centro religioso. Pero el desarrollo de la
civilización supone una ruptura con el pasado, en términos reales una
revolución. Y este fenómeno fue resultado de dos factores
determinantes: el aumen- to de la densidad poblacional y el cambio en
el modo de subsistencia. A este cambio trascendental y revolucionario
en el desarrollo de la humanidad se le ha denominado “revolución
neolítica”, la cual signifi- ca que de consumidor —cazador, pescador
o recolector— el hombre se convirtió en productor de sus propias
fuentes de alimentos, mediante el conocimiento y ejercicio de la
agricultura y la ganadería. Sin embargo,
200 fernando silva santisteban