El Intelectual y La Sociedad en Que Vive 928934 PDF
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41N ENTRALGO
con ella? ¿Qué formas ha adoptado esa tensión, desde las clara
mente “interven tivas” (Platón en Siracusa, Fichte en la Prusia
de 1808, Ortega en la España de 1930), hasta la casi “insoli
darias" de Descartes en Holanda y Kierkegaard en Copenhague?
Complementaria de la “sociología del saber”, la “sociología
del pensar y el decir” tiene todavía no transitados muchos de
sus caminos incitantes. No he de seguirlos ahora. Quiero tan
sólo —desde mi personal experiencia, en mi persoual situación—
atisbar y describir algunos de los principales relieves de ese
magno problema histórico y moral que constituye la relación
entre el intelectual y la sociedad.
Decir la verdad
sión del genio y el poder del hombre. ¿De quién de los dos era
la razón? Como lector de poesía, no puedo ocultar mi preferen
cia por Baudelaire; pero en la discrepancia ahora apuntada,
debo reconocer la ingente superioridad del grave y épico Hugo,
cuyos versos grandilocuentes se movían en la gran tradición
europea de Roger Bacon, Bossuet, Condorcet, Hegel, Augusto
Comte y, avant la lettre, Teilhard de Chardin.
Frente a la "Europa de los técnicos” —por tanto, frente
a la técnica—, la mimada irritación de los intelectuales da
expresión a una actitud anímica del orden de las que los psi
coanalistas suelen llamar “ambivalentes”. Por una parte, el
desdén del creador ante el organizador; por otra, el temor del
débil ante el fuerte, del imaginativo ante el racíonalizador, del
embriagado o entusiasta —no hay un intelectual genuino sin
cierto enthousiasmós, en el sentido primario del vocablo— ante
el frío desacralizador. Diríase que no pocos intelectuales de
nuestro tiempo piensan no poder ser supercivilizados sin dis
frazarse un poquito de primitivos. Pero lo cierto es que la téc
nica sólo embota el espíritu de aquellos que no saben o no
quieren emplearlo con denuedo y osadía, y sólo desacraliza
el mundo en la mente de quienes viven cerrando sus ojos a la
sacralidad y a la maravilla. Apartándome resueltamente de
Max Weber, y sin mengua de mi admiración por sus enormes
talentos y saberes, debo decir que ni la ciencia ni la técnica
han borrado del mundo lo sacro y lo maravilloso, al menos
para los hombres capaces de ir con sus almas más allá de la
apariencia y la superstición.
Oponer la “Europa de los intelectuales" a la “Europa de
los técnicos” es empeño semejante al de Pascal, cuando oponía
el “Dios de Abraham y de Jacob” al “Dios de los filósofos y
los sabios”. Hay un solo Dios, vivo para Abraham y fundamen
tante para los filósofos, y —en el orden de su entidad propia—
hay una sola Europa; tanto más cuanto que Europa, como todas
las realidades de carácter proyectivo o histórico, es a la vez lo
que ella actualmente es y lo que ella en el futuro puede ser.
La Europa de los políticos y de los técnicos es la Europa del
presente, y por tanto la del pasado, porque en su parte más
densa y tangible el presente histórico no consiste en otra cosa
que en pasado “realizado”. La Europa ideal o proyectada, la
Europa de la posibilidad y el ensueño, es, en cambio, la de los
40 PEDRO LAÍN ENTRALGO
Aquí y ahora