SOCIEDAD DEL SIGLO DE ORO Cultura y Sociedad

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Liliana Martínez Fermín

Cultura y Sociedad
Grupo 12

SOCIEDAD DEL SIGLO DE ORO

Durante los siglos XVI y XVII tuvo lugar un importante desarrollo del arte y la cultura en España. Los
reyes se convirtieron en mecenas- es decir: protectores- de arquitectos, pintores y escultores. Surgen
en este momento los más importantes literatos y autores de obras de arte en todos los campos. Por
ello se le ha dado a esta época el nombre de "Siglo de Oro". El llamado “siglo de oro” Se puede
dividir en dos periodos, el periodo renacentista y el periodo barroco, que fueron las corrientes
filosóficas, artísticas y culturales que predominaron durante el transcurso del “siglo de oro”, dándole
matices diferentes a la literatura, el arte y la cultura española.

VALORES La sociedad española siguió marcada por los valores aristocráticos y religiosos de la
mentalidad colectiva en la centuria anterior. Así, valores típicamente nobiliares como el “honor” y la
“dignidad” fueron reivindicados por todos los grupos sociales. Un ejemplo de esta mentalidad fueron
los duelos, costumbre generalizada que a veces tenía lugar por las ofensas más nimias. Cualquier
atentado al honor de un noble llevaba inmediatamente a dirimir la cuestión mediante la espada. Hubo
que esperar al siglo XVIII para que se prohibieran legalmente los duelos. Unido a lo anterior se
extendió el rechazo a los trabajos manuales, considerados “viles”, es decir, que manchaban el
“honor” y la “dignidad” de aquel quien los ejercía. Esta mentalidad se apoyaba en los múltiples
privilegios que detentaba la nobleza (exención de pagar impuestos directos, no poder ser
encarcelados por deudas, no ser torturados, ser enviados a prisiones especiales… Los privilegios
llegaban hasta el cadalso: los nobles no podían ser ahorcados y tenían el “privilegio” de morir
decapitados. Esta mentalidad llevó a que, exceptuando ciudades mercantiles como Cádiz o
Barcelona, no se pueda hablar de la existencia de una burguesía (mercaderes, fabricantes) con
mentalidad empresarial que promoviese el desarrollo económico, tal como estaba ocurriendo en
Inglaterra. Las gentes con medios económicos, en vez de hacer inversiones productivas en la
agricultura, el comercio o la artesanía, tendieron a buscar el medio de ennoblecerse, adquirir tierras y
vivir a la manera noble. Todo esto debe enmarcarse en un contexto de pesimismo y de conciencia de
la decadencia del país.

Costumbres en el Siglo de Oro

 Para desplazarse, el pueblo realizaba sus trayectos a pie o a caballo Las bellas damas
incorporaban además sillas de montar, y sólo las más adineradas eran transportadas en
carruajes por varios mozos de camino o de a pie.
 Muchas familias viajaban a Sevilla, lugar desde donde muchos maridos partían hacia las
Indias para obtener trabajo.
 Los arrieros y carreteros se encargaban de transportar mercancías con la ayuda de carros y
mulas.
 Numerosos peregrinos realizaban el Camino de Santiago
 Los bandoleros, que eran vulgares salteadores, robaban a mercaderes y peregrinos.
 Los gitanos también eran famosos por sus artes para robar
 Cuando alguien importante moría salía multitud de gente a la calle portando velas. La
multitud era seguida por los encamisados, monjes armados vestidos de luto que iban
montados a caballo y rezando en voz baja por el difunto.
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Familia

Al igual que la familia europea durante el Antiguo Régimen, la española será una familia de
escasos componentes. Los demógrafos consideran que el número de integrantes del hogar o
fuego sería cuatro. La estructura familiar era nuclear, teniendo especial desarrollo la filiación
que implica la transmisión de la propiedad a los hijos varones como podemos apreciar en los
mayorazgos o el "hereu" catalán. La exigencia de la limpieza de sangre, casi una obsesión
en el Siglo de Oro, justificará la preocupación por el linaje, multiplicándose los estatutos de
limpieza de sangre entre el siglo XV y el XVII. Para ejercer diversos oficios era imprescindible
justificar "sangre pura", sin mezcolanza de judíos o moriscos, surgiendo la figura del
castellano viejo. Para limpiar de antepasados judíos o moriscos aparecieron una legión de
linajistas que fabricaban falsas genealogías en las que demostraban la inexistencia de
sangre impura en la familia.
La muerte marcará las relaciones familiares al privar de solidez al matrimonio. Al
programarse un futuro familiar relativamente corto se condicionará la debilidad del vínculo
conyugal y resulta extraño encontrar donaciones intervivos entre los esposos mientras que la
vinculación entre hermanos y tíos se refuerza de manera significativa.
La soltería será algo extraño en España, limitado casi exclusivamente al clero. La soltería
femenina se consideró un trauma debido a la visión machista de la época al considerar que
uno de los papeles fundamentales de la mujer era la reproducción. Al contrario, la soltería
masculina acabaría idealizándose debido a la dificultad por mantenerla. Tras enviudar, lo
habitual era contraer otra vez matrimonio por lo que el miedo a la soledad parece obsesivo
en esta sociedad. La frecuencia de la muerte de los cónyuges motivará hasta tres y cuatro
matrimonios.

La mujer

En el Siglo de Oro la mujer tenía básicamente tres funciones: ordenar el trabajo doméstico,
perpetuar la especie humana y satisfacer las necesidades afectivas de su esposo. Esa es la
razón por la que el matrimonio sería un fin para la mujer. Para contraer matrimonio las
féminas debían aportar una dote cuyo valor variaba en función de las condiciones
económicas de la futura esposa. La dote sería un importante problema para algunos padres
por lo que aparecieron instituciones que dotaban a las muchachas pobres. En las clases
hidalgas numerosos matrimonios eran concertados de antemano por lo que este fenómeno
produciría fracaso matrimonial y abundancia de relaciones extramaritales. Los bastardos
serán una consecuencia de estas relaciones extramatrimoniales.
La soltería tenía un sentido peyorativo entre las mujeres de las clases medias. Esa es la
razón por la que las mujeres se preparaban casi exclusivamente para el matrimonio,
convirtiéndose en doncellas. De ella se esperaba que fuera obediente, casta, retraída,
vergonzosa y modesta. Debía ser callada y estar encerrada en casa. La mujer pasaba de
depender del padre a depender de su marido. Uno de sus escasas vías de escape será el
templo por lo que las iglesias acabarían convirtiéndose en punto de cita.
Otra de las fórmulas para escapar del aburrido hogar era taparse con una capa desde la
cabeza hasta los pies y mezclarse con el gentío de la calle.
A pesar de las limitaciones matrimoniales, el matrimonio era preferible a la soltería. Siempre
quedaba la posibilidad del adulterio, algo bastante común tanto entre hombres como entre
mujeres. Evidentemente, el tratamiento social y legal era diferente si lo cometía uno u otra. Si
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la mujer casada era sorprendida en pleno adulterio, el marido tenía la potestad de matarla en
ese momento, siempre y cuando también ejecutase al amante.
Si el marido tenía solo sospechas de adulterio, debía denunciar el caso ante los tribunales y
cuando fuera probado, los culpables eran entregados al marido para que hiciese justicia o los
dejara libres.

Casas, mobiliario y calles en el Siglo de Oro

En el Siglo de Oro español la casa reflejará las distintas formas de parentesco existentes en
la sociedad. Aunque la familia nuclear determina residir en una vivienda nueva respecto a la
de los padres, la vieja casa sigue siendo el lugar de convivencia familiar. De esta manera, la
casa se adaptará de manera flexible a las exigencias del régimen familiar y a sus
necesidades socioeconómicas.
La mayoría de las viviendas eran propiedad de la gente que las habitaba aunque también
existían alquileres que se firmaban habitualmente en el día de San Juan. Las casas
dependían de la zona donde se ubicaban, siendo lo habitual las unifamiliares de dos o tres
plantas. La casa común tenía una entrada que daba acceso a un patio central donde en la
planta baja se disponen las estancias más utilizadas -cocinas, salones, almacenes-mientras
que en las plantas superiores estaban las habitaciones. También existían casas de vecindad,
muy parecidas a las actuales "corralas" que estaban constituidas por un gran patio central en
cuyo derredor se situaban las viviendas que solían tener dos piezas: una sala y una alcoba.
El mobiliario y el ajuar estarían en consonancia con el nivel económico y social de los
habitantes aunque los objetos no eran muy abundantes. Una mesa y algunos bancos eran
las piezas fundamentales. Las sillas apenas aparecían ya que lo habitual era sentarse sobre
el suelo o en cojines. Las camas podían ser de madera pero eran casi un escaso lujo por lo
que lo normal era dormir sobre redes que se colgaban sobre clavos o colchones tendidos en
el suelo. Las cocinas eran el centro de reunión y su ubicación era un evidente indicador
sociológico. Mientras en los barrios burgueses se ubicaban en la planta baja, en las zonas
nobiliarias se ubicaba en el primer piso. La calefacción se mejoró bastante con el uso de
braseros donde se quemaba huesos de aceituna mientras que la iluminación se obtenía
mediante lámparas de aceite o candelabros de plata o cobre.
Los nobles habitan en amplios caserones cuyo exterior es de aspecto sobrio, apareciendo
siempre en la fachada el escudo familiar tallado en piedra. Las ventanas abiertas al primer
piso están cubiertas con celosías. En su interior se encuentran tres espacios a los que se
accede en función de la familiaridad respecto a los inquilinos: el de respeto -habitación
introductoria ricamente decorado-, el de cumplimiento -a donde acceden las visitas,
dividiéndose los espacios por sexos- y el de cariño -zonas íntimas del hogar como los
dormitorios-. A pesar de la riqueza de los moradores, las casas solían carecer de cuartos de
baño y retretes, haciendo las necesidades en unos recipientes llamados "servidores" que
eran arrojados a la calle por la noche, dando origen a la famosa frase "agua va".
Esta sería una de las razones por la que la higiene en las calles brillaba por su ausencia.
Carecían de piso -hubo que esperar hasta 1658 para que en Madrid se empedraran las
plazas de Palacio y la subida del Retiro-, las aceras no existían y los portales eran utilizados
como retretes. Las calles servían como último lugar donde acababan los desperdicios de las
casas y los excrementos de sus habitantes. Esta es la razón del pregón que se lanzó en
Madrid el 23 de septiembre de 1639: "Que ninguna persona vacíe por las ventanas y
canalones de agua, ni inmundicias, ni otras cosas, sino por las puertas de las calles; en
verano las pueden vaciar a las once dadas de la noche y en invierno dadas las diez de ella;
pena de cuatro años de destierro y 20 ducados a los amos que consintieren y 100 azotes y
seis años de destierro a los criados y criadas que lo echaren y de pagar los daños que
hicieren".
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Los viajeros extranjeros consideran las calles de la Villa y Corte como las más sucias y peor
olientes del mundo, comentando Brunel que "se las perfumaba a diario con más de 100.000
libras de inmundicia". Incluso podemos afirmar que la contaminación atmosférica fue
bastante notable tal y como menciona Juanini en su tratado, donde demostraba que "el no
llegar a los viejos depende del ambiente salitroso y de las exhalaciones de vapores de los
excrementos continuos que en sus calles se arrojan y mezcladas las unas con las otras,
causan enfermedades que en breves días matan sin saber ni poder muchas veces calificar el
género de la enfermedad".

Alimentación
El pan era la base de la alimentación, y se hacía fundamentalmente de trigo y, en menor
medida, de cebada. La carne era también un alimento básico, siendo las más usadas las de
vaca, carnero o caza. La higiene y sanidad de las piezas eran controladas por las
autoridades municipales, quienes también velaban por el abastecimiento de la población. La
carne se solía guisar, aderezándola con muchas especias y condimentos. El pescado se
consumía de manera cotidiana en las áreas de litoral, siendo menor en las demás. Su
consumo se incrementaba en tiempo de Cuaresma, siendo preparado sobre todo en salazón,
para facilitar su conserva. Las verduras apenas eran consumidas, mientras que la fruta
quedaba como plato de entremés.
Normalmente sólo se hacía una comida al día. Los más pudientes la hacían formar de uno o
dos platos de carne, que en Cuaresma se sustituían por pescado y huevos, mientras que los
que tenían menos posibles comían pan y algo de carne. Los pobres debían contentarse con
ingerir los alimentos menos apreciados y, por ello, más adecuados a sus escasas
posibilidades económicas: legumbres, hortalizas, queso y aceitunas. Uno de los más
populares platos era la "olla podrida", un cocido a base de carne de cerdo en abundancia.
Lo normal era que los criados y sirvientes, muy numerosos en una época en la que el
prestigio se mide por la apariencia y en una cultura que desprecia el trabajo manual,
comieran fuera de la casa de los señores, haciéndolo en la propia o bien en establecimientos
callejeros o bodegones. Un tipo especial de sirvientes, los "paniaguados", comían en casa de
los señores, pues así se había estipulado al ser contratados.
Las comidas se hacían acompañar, cuando era posible, de un buen trago de vino, lo que
servía además de complemento para la escasa dieta. El vino estaba presente en los
desayunos, la comida y la cena, e incluso en ocasiones la ingestión de vino a dos de las
comidas. El vino corría con fruición y era un producto muy consumido; sin embargo,
afamarse como borracho estaba mal visto y era considerado un insulto y un motivo de
desprestigio. También el vino conoce de clases sociales, y así se diferencian dos tipos: el
caro o precioso y el barato u ordinario. Ambos vinos no podían ser vendidos
simultáneamente en la misma taberna, y en aquellos establecimientos que vendían el vino
caro lo normal es que se vendiese aguado, para provecho del tabernero. En las tabernas,
además, no se comía, y los parroquianos se limitaban a beber sentados en bancos o sillas.
Eran muy consumidas las bebidas refrescantes, en especial a partir del siglo XVII cuando se
impone la moda de la nieve. El hielo tiene tanta aceptación que a finales de siglo todo o casi
todo se consume helado, incluso el caldo. La nieve se fabricaba en las montañas y se
acarreaba hasta las ciudades a lomos de caballería, guardándose para su conservación en
pozos de nieve.
Sin embargo, la bebida española por excelencia fue, a partir de su llegada de tierras
americanas, el chocolate, que se consumía espeso y acompañado de tortas o bizcochos.
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Vestimenta

La apariencia física fue un elemento determinante de las relaciones sociales durante el Siglo
de oro. En este sentido, el vestido jugaba un papel fundamental, pues a simple vista permitía
establecer una clasificación de los individuos y juzgar su posición social y económica.
En general, el color más usado era el negro, sobre todo entre los hombres, pues acentuaba
el aspecto de seriedad que la mentalidad de la época requería. Se usó durante todo el
período, excepto un corto lapso de tiempo durante el reinado de Felipe III en el que gustaron
más los colores vivos. El hombre se vestía con un jubón, que le cubría desde cabeza hasta
cintura, o llevaba un "coleto", un pespunte sin mangas, a modo de chaleco, sin aberturas,
habitualmente fabricado en piel, con un forro interior y una rígida armadura de ballenas, que
hacía las veces de defensa contra cualquier ataque por daga o puñal. Por encima de estas
prendas, el caballero portaba la "ropilla", una vestidura corta con mangas, ceñida sobre los
hombros formando pliegues. Sobre las piernas se llevaban las "calzas", pantalones ajustados
que primero fueron enteros y después se dividieron en dos piezas, medias y muslos, o
muslos de calzas. Más tarde las calzas se sustituyen por medias de seda negra o hilo,
sujetas con ligas, que tapan otras medias blancas interiores. Otras veces, los muslos y las
mangas de la ropilla se adornaban con cuchilladas, que dejaban ver la ropa interior blanca.
Los varones más humildes vestían calzones largos, no muy ajustados, que podían estar
cortados por la rodilla. Completaba su vestimenta una camisa de lienzo, una capa y un
sombrero de alas anchas y caídas, que servía para realizar un ceremonioso y complicado
saludo. Los zapatos estaban hechos en piel, generalmente de color negro, atado con amplios
lazos. Para el campo o los viajes, la bota de ante es el complemento más usado. Las clases
populares usan alpargatas.
Un adorno esencial son los cuellos, gruesas "lechuguillas" que cubren totalmente la garganta
y que no eran precisamente cómodas de llevar. Espada y capa, para quien podía
permitírselo, denotaban hidalguía.
La moda femenina también dejaba ver la clase social a la que pertenecía el sujeto. Las
mujeres humildes vestían faldas largas y lisas, sin adornos, combinadas con blusas o
camisas sencillas. Normalmente se llevaba una pañoleta que cubría los hombros y se
anudaba sobre el pecho. En épocas de frío, un manto de paño o lana proporcionaba algo de
calor. Entre las mujeres de clase noble, el "guardainfante" fue la prenda que más se usó.
Consistía éste en un armazón hecho de varillas, aros, cuerdas y ballenas, que daban forma
de campana a la enagua. Importado de Flandes, su uso atendía no sólo a cuestiones
estéticas sino que también se usaba para proteger o disimular el embarazo, lo que
provocaba no pocos escándalos. La complicación de la prenda se acrecentó con los años,
llegando a adquirir un volumen tal que las mujeres que lo llevaban debían entrar de lado por
las puertas, al no poder hacerlo de frente. El abultamiento acentuaba el contraste con el talle,
muy ceñido, y el pecho, ceñidísimo por el corsé. En el siglo XVII, los escotes se fueron
haciendo cada vez más pronunciados, hasta que fueron prohibidos excepto para las
prostitutas, que debían ganarse el sustento con su cuerpo. Los vestidos eran siempre largos,
llegando a cubrir los pies.
El pie femenino es, en la España del Siglo de Oro, el último reducto a ceder por la dama ante
el galanteo del caballero. Gustan los pies pequeños y gráciles, que se ocultan en "chapines",
una especie de chanclas muy elevadas con suela de madera y forradas de cordobán. Su
misión era doble: ocultaban el pie en su interior y protegían a los zapatos del barro y la
suciedad de la calle.
El maquillaje fue usado con largueza; tanta, que voces como las de Vives, Laguna o fray Luis
de León se alzaron contra el ocultamiento y la artificiosidad que, según su gusto, denotaban
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los rostros femeninos. Coloretes, afeites, emplastos, etc. Cubren desde la parte inferior de
los ojos hasta las orejas, cuello, escote y manos, tanto de nobles damas como de sencillas
mujeres. Los labios se abrillantaban con ceras y la piel se blanqueaba con solimán, pues la
piel morena o tostada daba a entender que el individuo trabajaba y no llevaba una vida
ociosa y regalada, como era el ideal de vida. Perfumes y aguas (de azahar, cordobesa o de
rosas) se usaban con abundancia, para disimular los olores.
Las joyas, siempre que fuera posible, completaban el panorama de la vestimenta. Los
anteojos fueron muy usados, así como otros complementos, lo que levantó críticas a la
ostentación y el derroche. Guantes cortos y abrochados a las muñecas y medias cortas de
seda cruda completaban la vestimenta femenina.

El Clero

Fue un estamento numeroso, que destacaba especialmente por su poder económico. Sin
embargo, en su seno también podían observar claras diferencias de situación jerárquica. Así,
mientras que el alto clero se codeaba con la alta nobleza y la monarquía, algunos sacerdotes
apenas poseían recursos muy limitados. La sede eclesiástica de Toledo fue la más rica de
España, alcanzando unos 200.000 ducados de renta.
El número de clérigos fue alto, si bien no tanto como a veces se ha querido ver. Ya en la
época algunos pensadores denunciaron lo pernicioso de mantener un número tan alto de
clérigos. Lo cierto es que desde la Contrarreforma se fomentó la ordenación de sacerdotes,
alcanzándose a finales del XVI el número de 100.000. El Concilio de Trento promocionó el
papel del clero secular frente al regular, fomentando la figura del párroco y convirtiendo al
obispo en la máxima autoridad en materia eclesiástica. El motivo de ello es atajar a los
díscolos monasterios y conventos, cuyo control se quiere asumir desde Roma. Así, se
establece una reestructuración de las órdenes religiosas, suprimiendo algunas y refundiendo
otras. El monacato femenino crecerá hasta igualarse con el masculino, cuyo número ha
experimentado un vertiginoso descenso.
Fomentados por Roma, los clérigos aumentan como lo hace también su capacidad
económica y de intervención en la vida cotidiana. Controlan la educación, la beneficencia, el
régimen festivo, y poco a poco ser convierte en una referencia de primer orden en la vida de
las localidades. La Contrarreforma intenta así evitar el peligro que supone la desviación de la
doctrina, de la que hace una interpretación rígida y rigurosa. La moral se estrechó hasta
límites hasta entonces no conocidos, y el control de los párrocos sobre las conductas ajenas
se hizo cada vez más visible, reconviniendo especialmente aquéllas que atentaban contra la
castidad y el recato sexual. El galanteo de monjas, por ejemplo, fue una actividad muy
perseguida.
El control del clero de la vida cotidiana se hizo de manera programada. Desde Trento se
dieron instrucciones para que el párroco local ordenara y administrara la vida de la
comunidad, no sólo en los aspectos eclesiásticos. A partir de entonces se le considera
responsable de la educación moral y espiritual de sus feligreses, y debe anotar y estar
presentes en todos los acontecimientos relevantes de la vida cotidiana: bautismos,
defunciones, bodas, fiestas, misas dominicales y diarias, etc. La iglesia se convierte así en
reguladora y centro de la vida diaria, centralizando en su edificio y en la figura del párroco la
administración de la fe y la religión. Así, la misa sólo puede oficiarse en la iglesia, que deberá
tener unas determinadas características. El rito se regula en tiempo y forma, y los
comparecientes han de adecuarse a unas normas concretas en cuanto a su comportamiento.
Se impone un nuevo misal y un breviario romano, en aras de lograr una uniformidad que
hasta entonces no era la norma. Sin embargo, se trata de un proceso lento, tardándose más
de cincuenta años en conseguir la uniformización del culto. Además, la prohibición constante
de trabajar en domingo indica que era una práctica repetida.
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Fiestas y Diversión

La Contrarreforma acentuó el papel que ya de por si desempeñaba la religión en la vida


cotidiana de los siglos anteriores. El miedo a la desviación y la heterodoxia produjo un afán
por aumentar la presencia de la Iglesia y la religión católica en la mayor cantidad posible de
actividades. Las fiestas fueron uno de los vehículos de expresión de la nueva ideología
contrarreformista, pues su carácter público y participativo podía servir para acercar al común
las directrices de Trento. Especialmente fomentada fue la festividad del Corpus. También se
celebraban con solemnidad las procesiones de la Asunción, la Inmaculada Concepción,
Cuaresma y Semana Santa, con especial fijación en jueves y Viernes Santo y Domingo de
Ramos.
De Trento surgieron también fiestas nuevas, como el Ángel Custodio (29 de septiembre de
1609), o bien se elevó el rango de otras, como San José (inicialmente el 2 de marzo).
Para extender la religiosidad y uniformizar las devociones se multiplicó el tráfico de reliquias
y se emprendió una campaña febril por lograr nuevas beatificaciones y canonizaciones, al
punto que, en un mismo año, 1622, fueron canonizados santa Teresa de Jesús, san Ignacio
de Loyola y san Francisco Javier.
Los cambios fueron también estéticos. La iconografía religiosa, la mejor manera de hacer
llegar información al pueblo iletrado, se expandió por los templos, ocupando todos sus
rincones. La moral del clero y feligresía se controló algo más instalando nuevos
confesionarios que evitaban el contacto físico entre penitente y confesor, mientras que
nuevas devociones ahondaban de hondo sentimiento religioso se extendían por la geografía
española y ganaban rápidamente adeptos.
La lucha por normativizar el rito llevó a la Iglesia a perseguir determinados cultos o
devociones, tenidos por paganos. Así, se censuraron algunos ritos relacionados con los
ciclos agrícolas o propiciatorios, como las procesiones en petición de lluvia o contra
epidemias; ritos ancestrales, como los "goigs" catalanes, fueron prohibidos. Fiestas
tradicionales como los toros, los bailes de máscaras y el Carnaval fueron objeto de censura,
en especial el último, suprimido en Cataluña en enero de 1641. Sin embargo, si bien estas
manifestaciones populares de religiosidad y festividad no eran bien vistas, la actitud del
poder (Iglesia-Estado) fue tolerante, por cuanto su arraigo era fuerte y podían servir como vía
de escape en momentos de tensión social. La tendencia fue a absorber estas
manifestaciones en el ceremonial católico, si bien algunos de sus extremos, como la
superstición, fueron duramente atacados.
Frente a las festividades y celebraciones religiosas, otro tipo de acontecimientos rompían la
linealidad de la vida cotidiana. El gusto por lo festivo se plasmaba en bailes, juegos, torneos,
representaciones teatrales y, ya se ha dicho, las corridas de toros.
El gusto por el baile era general y tan alta la pasión por su disfrute que, contra algunas voces
críticas, a veces se practicaba en el umbral de los templos, como el de los "seises" de
Sevilla.
El teatro fue otra de las actividades más populares, multiplicándose el número de compañías
que venían de fuera, especialmente de Italia. Fenómeno urbano por excelencia, gustaba por
igual a ricos que a pobres y el número de teatros y corrales aumentó constantemente. Estos
últimos fueron en principio patios interiores de viviendas en los que se improvisaban un
escenario y localidades. Con el paso de los años y su popularización, los corrales de
comedias se fueron haciendo cada vez más complejos y grandes, distinguiéndose en ellos
distintas zonas según sus ocupantes. Así, las mujeres debían sentarse en la "cazuela", un
palco corrido frente al escenario; los clérigos se acomodaban en la "tertulia"; los nobles en
los "palcos", las localidades más caras, en los que sí estaba permitida la presencia de
mujeres, algunas reservadas para las autoridades.
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El éxito de las representaciones hizo que se pasara de representar comedias sólo en festivos
a hacerlo a diario, con el beneplácito eclesiástico. Eso sí, se cerraba el Miércoles de Ceniza y
no se abría hasta pasado Pascua. La función comenzaba a las dos o las tres de la tarde en
invierno y las tres o las cuatro en verano. Un toldo resguardaba del sol, mientras que la lluvia
hacía imposible la representación. El espectáculo duraba dos horas y media o tres, debiendo
obligatoriamente concluir antes de ocultarse el sol, por razones de moralidad y orden público.
La función comenzaba haciendo callar al público, normalmente con una "loa" que pedía el
favor del respetable e intentaba ponerlo del lado de la compañía. Le seguía el primer acto, en
el que los actores ponían al público en situación con sus declamaciones, intentando con ello
suplir la pobreza de los escenarios. Las pausas eran mínimas, intentando entretener al
público de manera constante y evitando el vacío de la escena. El espacio entre el primer y el
segundo acto se llenaba con un "entremés", y entre los dos últimos actos se intercalaba un
baile o una jácara cantada. El fin de la representación se realizaba mediante una
"mojiganga", actuación repleta de música, baile y alegría bulliciosa.
Las obras se mantenían generalmente uno o dos días en cartel, siendo excepcional que lo
hicieran cinco.
Las corridas de toros contaron también con el favor popular, si bien su origen es aristocrático.
Realizadas a caballo, Felipe IV contribuyó a su difusión, al asistir a todos los festejos que se
realizaban en Madrid. El toreo a pie, poco extendido, se consideraba actividad de las clases
bajas.
El coso madrileño era la Plaza Mayor, destinándose los balcones a la corte y personalidades
y ocupando el pueblo llano graderías debidamente instaladas.

La Marginación Social

Los esclavos ocupaban el más ínfimo lugar en la escala social y su número fue notable. Ya
presentes los esclavos negros desde mucho tiempo atrás, a partir de la conquista de
Granada por los Reyes Católicos muchos moriscos pasaron a engrosar las filas de la
esclavitud. Tras reconquistar Málaga, su población fue considerada esclava y vendida como
tal. También fueron esclavizados muchos canarios, debido a su condición de infieles. La
conquista americana no supuso, sin embargo, la llegada de esclavos indígenas, por cuanto
desde el principio algunas voces, como Las Casas, se alzaron en contra de ésta práctica. En
consecuencia, la mirada se volvió contra los africanos, reactivando un comercio que ya venía
desempeñándose desde tiempo atrás.
La condición de esclavo suponía la privación total de derechos, que recaían sobre el amo. La
moral cristiana, sin embargo, no hacía frecuente que a un amo matase a su esclavo -lo que
sin duda sería contraproducente en términos económicos-, si bien sí podían darse palizas y
malos tratos. Algunos viajeros extranjeros señalan una cierta dulcificación del trato hacia el
esclavo, como por ejemplo la práctica normal de casarse con una esclava por parte de un
amo o la obtención de la libertad por parte de los hijos habidos del matrimonio.
Otra clase de marginados son los indigentes, sin duda castigados por la crisis económica y la
inflexibilidad de las estructuras sociales.

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