Gould, Stephen Jay Desde Darwin - Darwiniana
Gould, Stephen Jay Desde Darwin - Darwiniana
Gould, Stephen Jay Desde Darwin - Darwiniana
Jay Gould
Desde Darwin
Reflexiones sobre Historia Natural
HERMANN BLUME
Serie
Ciencias de la naturaleza
Dirigida por
Juan Diego Pérez
Portada:
W. W. Norton
Traducción
Antonio Resines
Producción
Juan Diego Pérez y Enrique Algara
Título original: Ever Since Darwin. Reflections in Natural History
© 1977 Stephen Jay Gould
© 1983 Hermann Blume Ediciones, Madrid
Primera edición española, 1983
ISBN: 8472142787
Prólogo .................................................................................................................................................. 5
I Darwiniana ................................................................................................................................ 10
1 El retraso de Darwin ....................................................................................................... 11
2 La transformación marítima de Darwin o cinco años a la mesa del capitán ....................... 16
3 El dilema de Darwin: La odisea de la evolución............................................................... 21
4 El entierro prematuro de Darwin ..................................................................................... 25
II La evolución del hombre............................................................................................................ 31
5 Una cuestión de grado..................................................................................................... 32
6 Los arbustos y las escaleras en la evolución del hombre................................................... 37
7 El niño como verdadero padre del hombre....................................................................... 42
8 Los bebés humanos como embriones............................................................................... 47
III Organismos extraños y ejemplares evolutivos............................................................................. 52
9 El mal llamado, mal tratado y mal comprendido alce irlandés .......................................... 53
10 La sabiduría orgánica, o por qué debe una mosca comerse a su madre desde dentro.......... 62
11 Los bambúes, las cigarras y la economía de Adam Smith................................................. 67
12 El problema de la perfección, o cómo puede una almeja engarzar un pez.......................... 72
IV Esquemas y puntuaciones en la historia de la vida ...................................................................... 78
13 El Pentágono de la vida................................................................................................... 79
14 Un héroe unicelular sin corona ........................................................................................ 84
15 ¿Es la explosión cámbrica un fraude sigmoideo?.............................................................. 89
16 La gran muerte................................................................................................................ 95
V Teorías acerca de la Tierra ......................................................................................................... 99
17 El pequeño y sucio planeta del reverendo Thomas ......................................................... 100
18 Uniformidad y catástrofe............................................................................................... 104
19 Velikovsky y las colisiones ........................................................................................... 109
20 La validación de la deriva continental............................................................................ 114
VI Tamaño y forma, desde las iglesias a los cerebros y los planetas ............................................... 120
21 Tamaño y forma............................................................................................................ 121
22 Cuantificación de la inteligencia humana....................................................................... 127
23 Historia del cerebro de los vertebrados .......................................................................... 132
24 Tamaños y superficies planetarias ................................................................................. 136
VII Ciencia y sociedad: una perspectiva histórica ........................................................................... 141
25 Héroes y botarates en las ciencias.................................................................................. 142
26 La postura hace al hombre............................................................................................. 146
27 Racismo y Recapitulación ............................................................................................. 151
28 El criminal como error de la Naturaleza, o el mono que algunos llevamos dentro ........... 157
VIII La ciencia y la política de la naturaleza humana........................................................................ 163
A Raza, Sexo y Violencia ............................................................................................................ 163
29 Razones por las que no deberíamos poner nombres a las razas humanas. ........................ 164
30 La nociencia de la naturaleza humana........................................................................... 169
31 Los argumentos racistas y el CI. .................................................................................... 174
B Sociobiología........................................................................................................................... 178
32 Potencialidades biológicas vs. determinismo biológico .................................................. 179
33 Un animal inteligente y bondadoso................................................................................ 186
Epílogo .............................................................................................................................................. 192
Bibliografía ........................................................................................................................................ 195
Para mi padre,
que me llevó a ver un Tyrannosaurus
cuando yo tenía cinco años.
Prólogo
“Cien años sin Darwin son suficientes”, refunfuñaba el notable genético H. J.
Muller en 1959. El comentario le pareció a muchos de sus oyentes un modo
singularmente poco auspicioso de festejar el centenario del Origen de las Especies, pero
nadie podía negar la verdad expresada en su frustración.
¿Por qué ha resultado Darwin tan difícil de asimilar? En el transcurso de una
década convenció a todo el mundo pensante de que la evolución había sucedido, pero su
propia teoría acerca de la selección natural jamás llegó a alcanzar gran popularidad en el
transcurso de su vida. No prevaleció hasta los años 40, e incluso hoy en día, si bien
forma el núcleo de nuestra teoría evolutiva, sigue siendo ampliamente malinterpretada,
citada erróneamente y mal aplicada. El problema no puede obedecer a la complejidad de
su estructura lógica, ya que la base de la selección natural es la simplicidad misma dos
hechos innegables y una conclusión ineluctable:
1 Los organismos varían, y estas variaciones son heredadas (al menos en parte)
por su descendencia.
2 Los organismos producen más descendencia de la que puede concebiblemente
sobrevivir.
3 Por término medio, la descendencia que varíe más intensamente en las
direcciones favorecidas por el medio ambiente sobrevivirá y se propagará. Por
lo tanto, las variaciones favorables se acumularán en las poblaciones por
selección natural.
Estas tres afirmaciones garantizan la actuación de la selección natural, pero no
garantizan (por sí mismas) el papel fundamental que Darwin le asignó. La esencia de la
teoría de Darwin yace en su convicción de que la selección natural es la fuerza creativa
de la evolución no simplemente el verdugo de los no adaptados. La selección natural
construye también a los organismos adaptados; debe elaborar la adaptación en etapas,
preservando generación tras generación la fracción favorable de un espectro de
variaciones al azar. Si la selección natural es creativa, nuestra primera afirmación acerca
de la variación debe verse complementada por dos condiciones adicionales.
En primer lugar, la variación debe producirse al azar, o al menos no con una
inclinación preferente hacia la adaptación ya que si la adaptación viene ya orientada en
Stephen Jay Gould Desde Darwin
la dirección correcta, la selección no interpreta papel creativo alguno, limitándose a
eliminar a los desafortunados individuos que no varían del modo apropiado. El
lamarckismo, con su insistencia en que los animales responden creativamente a sus
necesidades y trasmiten los caracteres adquiridos a su descendencia es una teoría no
darwiniana que plantea precisamente eso. Nuestra actual comprensión de las mutaciones
genéticas sugiere que Darwin tenía razón al mantener que la variación no va dirigida en
direcciones favorables. La evolución es una mezcla de azar y necesidad azar al nivel de
la variación, necesidad en el funcionamiento de la selección.
En segundo lugar la variación debe ser pequeña en relación con la extensión del
cambio evolutivo en la fundación de una nueva especie. Porque si las nuevas especies
surgen de repente, entonces la selección no tiene más que eliminar a los anteriores
inquilinos para hacer hueco para una mejora no elaborada por ella. Una vez más nuestra
comprensión de los mecanismos de la genética respalda el punto de vista de Darwin de
que el meollo del cambio evolutivo son las pequeñas mutaciones:
Así, la teoría aparentemente simple de Darwin no carece de sutiles complejidades
y requerimientos adicionales. No obstante, y en mi opinión, el mayor obstáculo para su
aceptación no se encuentra en la existencia de dificultad científica alguna, sino más bien
en el radical contenido filosófico del mensaje de Darwin en su desafío a toda una serie
de actitudes occidentales muy enraizadas que no estamos todavía dispuestos a
abandonar.
En primer lugar Darwin argumenta que la evolución carece de propósito. Cada
individuo lucha por incrementar la representación de sus genes en las generaciones
futuras, y eso es todo. Si el mundo exhibe orden y armonía, no es más que un resultado
incidental de la persecución por parte de cada individuo de su propio beneficio la teoría
económica de Adam Smith trasplantada a la naturaleza. En segundo lugar, Darwin
mantenía que la evolución carece de dirección; no lleva inevitablemente a organismos
superiores. Los organismos se limitan a adaptarse mejor a su entorno local y eso es
todo. La “degeneración” de un parásito es tan perfecta como los andares de una gacela.
En tercer lugar, Darwin aplicó una consistente filosofía materialista a su interpretación
de la naturaleza. La materia es la base de toda existencia; la mente, el espíritu, e incluso
Dios no son más que palabras que expresan los maravillosos resultados de la
complejidad neuronal. Thomas Hardy, haciendo de portavoz de la naturaleza, expresaba
su dolor por la afirmación de que había desaparecido todo propósito, dirección y
espíritu:
Cuando partí con el alba, el estanque,
el prado, el rebaño y el árbol solitario
parecían todos mirarme
como niños castigados y silenciosos sentados en un colegio;
Entre ellos se agita tan sólo un balbuceo
(como si otrora hubiera sido una nítida llamada pero
ahora apenas un aliento)
“¡nos preguntamos, siempre nos preguntamos, por qué
nos encontramos aquí!”.
6
Stephen Jay Gould Desde Darwin
Sí, el mundo ha sido diferente ya desde Darwin. Pero no menos excitante,
constructivo o enaltecedor; ya que si no podemos encontrar un propósito en la
naturaleza, tendremos que definirlo por nosotros mismos. Darwin no era un moralista
mentecato; simplemente se resistía a cargar sobre la naturaleza todos los profundos
prejuicios del pensamiento occidental. De hecho, yo sugeriría que el verdadero espíritu
darwiniano podría aún sacar adelante nuestro mundo vacío dando el mentís a un tema
favorito de nuestra arrogancia occidental que nuestro destino es disfrutar del control y
el dominio de la tierra y su vida dado que somos el más elevado producto de un proceso
predeterminado.
En cualquier caso deberíamos llegar a un acuerdo con Darwin y para ello debemos
comprender tanto sus creencias como las implicaciones de éstas. Todos los muy
dispares ensayos de este libro están dedicados a la exploración de “esta visión de la
vida” el término acuñado por el propio Darwin para su nuevo mundo evolutivo.
Estos ensayos, escritos entre 1974 y 1977, aparecieron originalmente en mi
columna mensual de la Natural History Magazine, titulada “This View of Life” (Esta
visión de la vida). Hablan acerca de la historia geográfica y planetaria lo mismo que de
la sociedad y la política, pero van unidos (al menos en mi mente) por el hilo conductor
de la teoría evolutiva en la versión de Darwin. Soy un minorista no un erudito. Lo que
conozco de los planetas y la política yace en su intersección con la evolución biológica.
No paso por alto la chanza del periodista de que el periódico de ayer sirve para
envolver la basura de hoy. Tampoco paso por alto los desmanes cometidos en nuestros
bosques para publicar colecciones redundantes e incoherentes de ensayos; ya que, al
igual que al Lorax del Dr. Seuss, me gusta pensar que hablo en nombre de los árboles.
Más allá de la vanidad, mi única excusa para recopilar estos ensayos, yace en la
observación de que a mucha gente le gustan (y que un número igual de personas los
desprecian), y que parecen aglutinarse en torno a un tema común, la perspectiva
evolutiva de Darwin como antídoto para nuestra arrogancia cósmica.
La primera sección explora la propia teoría de Darwin, especialmente la filosofía
radical que inspiró la queja de H. J. Muller. La evolución carece de propósito, es no
progresiva y materialista. Yo abordo tan árido mensaje a través de unos cuantos
acertijos entretenidos: ¿Quién era el naturalista del Beagle? (Darwin no); ¿por qué no
utilizó Darwin el término “evolución”?; y ¿por qué esperó veintiún años antes de
publicar su teoría?
La aplicación del darwinismo a la evolución humana es el tema de la segunda
selección. En ella intento destacar tanto nuestra unicidad como nuestra unidad con las
demás criaturas. Nuestra unicidad surge del funcionamiento de procesos evolutivos
ordinarios, no de ninguna predisposición a cosas más elevadas.
En la tercera sección, exploro algunas complejas cuestiones de la teoría evolutiva
a través de su aplicación a organismos peculiares. De una parte, estos ensayos hablan de
ciervos de gigantescas cornamentas, de moscas que devoran a sus madres desde dentro,
de almejas que desarrollan un pez señuelo en su extremo posterior y de bambú que sólo
florecen una vez cada ciento veinte años. De otra parte abordan los temas de la
adaptación, la perfección y la aparente carencia de sentido.
La cuarta sección extiende la teoría evolutiva hasta una exploración de los
esquemas de la historia de la vida. No nos encontramos con una crónica de majestuosos
progresos, sino con un mundo puntuado por períodos de extinciones masivas y rápidos
orígenes entre largas etapas de relativa tranquilidad. Centro mi atención en las dos
7
Stephen Jay Gould Desde Darwin
puntuaciones más grandes la “explosión” del Cámbrico que puso en escena la mayor
parte de la vida animal compleja hace alrededor de seiscientos millones de años, y la
extinción del Pérmico que se llevó por delante a la mitad de las familias de
invertebrados marinos hace doscientos veinticinco millones de años.
De la historia de la vida paso a la historia de su morada, nuestra Tierra (sección
quinta). Discuto tanto a los héroes primitivos (Lyell) como a los herejes modernos
(Velikovsky) que se enfrentaron con la más general de todas las interrogantes ¿Tiene
alguna dirección la historia geológica?; ¿es el cambio lento y majestuoso o rápido y
cataclísmico?; ¿cómo refleja la historia de la vida la de la Tierra? Encuentro una posible
solución a algunas de estas cuestiones en la “nueva geología” de la tectónica de placas y
la deriva continental.
La sexta sección intenta abarcar un poco todo, prestando atención a lo pequeño.
Parto de un único y simple principio la influencia del tamaño en las formas de los
objetos y planteo que se aplica a un abanico asombrosamente amplio de fenómenos del
desarrollo. Incluyo la evolución de superficies planetarias, los cerebros de los
vertebrados y las diferencias características de forma que se dan entre las iglesias
medievales pequeñas y las grandes.
A algunos lectores, la séptima sección puede parecerles una ruptura de esta
secuencia. He seguido laboriosamente unos principios generales hasta sus aplicaciones
específicas, y he vuelto de nuevo a su funcionamiento en los esquemas principales de la
vida y la Tierra. En ellos, ahondo en la historia del pensamiento evolutivo, en particular
en el impacto de los criterios sociales y políticos sobre la supuestamente “objetiva”
ciencia. Pero para mí todo forma parte de la misma cosa otra espina en el costado de la
arrogancia científica con un mensaje político sobreañadido. La ciencia no es una marcha
inexorable hacia la verdad, mediatizada por la recolección de información objetiva y la
destrucción de antiguas supersticiones. Los científicos, como seres humanos normales y
corrientes, reflejan inconscientemente en sus teorías las constricciones sociales y
políticas de su época. Como miembros privilegiados de la sociedad, acaban con gran
frecuencia defendiendo las disposiciones existentes como algo biológicamente
predeterminado. Discuto el mensaje global de un oscuro debate surgido en el seno de la
embriología del siglo XVIII, los criterios de Engels acerca de la evolución humana, la
teoría de Lombroso de la criminalidad innata y una retorcida historia salida de las
catacumbas del racismo científico.
La última sección sigue con el mismo tema, pero aplicándolo a las discusiones
contemporáneas acerca de “la naturaleza humana” el mayor impacto de la teoría
evolutiva mal aplicada sobre la actual política social. La primera subsección critica,
como prejuicio político, el determinismo biológico que recientemente nos ha anegado
de monos asesinos como antecesores, de agresión y territorialidad innatas, de pasividad
femenina como algo dictado por la naturaleza, de diferencias raciales referidas al
coeficiente intelectual, etc. Planteo que no existe evidencia alguna que respalde ninguna
de estas afirmaciones y que tan sólo representan la más reciente encarnación de una
larga y triste historia dentro de la historia occidental culpar a la víctima colgándole una
etiqueta de inferioridad biológica, o utilizar “la biología como cómplice”, en palabras de
Condorcet. La segunda subsección aborda tanto mi felicidad como mi insatisfacción con
el recientemente bautizado estudio de la “sociobiología”, y su promesa de una nueva
explicación, darwiniana, de la naturaleza humana. Yo sugeriría que muchas de sus
afirmaciones específicas son especulaciones carentes de base al modo determinista, pero
encuentro de un gran Valor su explicación darwiniana del altruismo como apoyo a mi
8
Stephen Jay Gould Desde Darwin
referencia alternativa de que la herencia nos ha dotado de flexibilidad, no de una rígida
estructura social ordenada por la selección natural.
Estos ensayos han sufrido tan sólo alteraciones mínimas con respecto a su status
original de columnas de la Natural History Magazine se han corregido errores, se han
eliminado provincianismos, y la información ha sido puesta al día. He intentado
eliminar esa maldición de las colecciones de ensayos, la redundancia, pero me he
echado para atrás siempre que mi bisturí de editor amenazaba la coherencia de cualquier
ensayo individual. Por lo menos jamás utilizó dos veces la misma cita. Finalmente, me
gustaría expresar mi agradecimiento y afecto por el editor jefe Alan Ternes y por sus
correctores de pruebas Florence Edelstein y Gordon Beckhorn. Me han prestado su
apoyo en medio de una avalancha de cartas malhumoradas, y han mostrado la más
exquisita tolerancia y discreción utilizando un flexible criterio editorial. No obstante,
échenle la culpa a Alan de todos los títulos realmente pegadizos particularmente del
fraude sigmoideo del ensayo 15.
Sigmund Freud expresó tan bien como cualquier otro el impacto inextirpable de la
evolución sobre la vida y el pensamiento humanos al escribir:
La humanidad ha tenido que soportar en el transcurso del tiempo y de manos de la
ciencia, dos grandes ultrajes contra su ingenuo amor por sí misma. El primero fue
cuando se dio cuenta de que nuestra Tierra no era el centro del universo, sino tan
sólo una, mota de polvo en un sistema de mundos de una magnitud casi
inconcebible… El segundo se produjo cuando la investigación biológica privó al
hombre de su particular privilegio de haber sido especialmente creado,
relegándole a descendiente del mundo animal.
Yo propondría que el conocimiento de esta relegación constituye también nuestra
mayor esperanza de continuidad sobre una Tierra frágil. Que pueda florecer “esta visión
de la vida” en el curso de su segundo siglo y que nos ayude a comprender tanto los
límites como las lecciones de la comprensión científica mientras nosotros, como los
prados y los árboles de Hardy, seguimos preguntándonos por qué nos encontramos aquí.
9
I Darwiniana
1 El retraso
de
Darwin
Pocos sucesos inspiran más especulaciones que las largas pausas inexplicadas en
la actividad de personas famosas. Rossini coronó una brillante carrera operística con
Guillermo Tell, después no escribió prácticamente nada en los siguientes treinta y cinco
años. Dorothy Sayers abandonó a Lord Peter Wimsey en el apogeo de su popularidad y
se volvió hacia Dios. Charles Darwin desarrolló una teoría radical de la evolución en
1838 y la publicó veintiún años más tarde, y sólo porque A. R. Wallace estaba a punto
de pisársela.
Cinco años compartidos con la naturaleza a bordo del Beagle destruyeron la fe de
Darwin en la fijeza de las especies. En julio de 1837, poco después del viaje, empezó su
primer libro de notas acerca de la “transmutación”. Convencido ya de que la evolución
era un hecho, Darwin emprendió la búsqueda de una teoría para explicar su mecanismo.
Tras muchas especulaciones preliminares y unas cuantas hipótesis que no le llevaron a
ninguna parte, tuvo su gran percepción mientras leía, para entretenerse, un trabajo
aparentemente en nada relacionado con sus preocupaciones. Posteriormente, Darwin
escribió en su autobiografía:
En octubre de 1838… leí casualmente y por entretenerme el libro de Malthus On
Population, y estando como estaba bien preparado para apreciar la lucha por la
existencia que se produce continuamente por doquiera, merced a una continuada
observación de los hábitos de los animales y las plantas, se me ocurrió de repente
que bajo estas circunstancias las variaciones favorables tenderían a verse
preservadas y las desfavorables destruidas. El resultado de esto sería la formación
de nuevas especies.
Stephen Jay Gould Desde Darwin
Darwin hacía ya mucho tiempo que venía apreciando la importancia de la
selección artificial practicada por los criadores de animales. Pero hasta que la visión de
Malthus de la aglomeración y la lucha catalizó sus pensamientos, no había sido capaz de
identificar el agente de la selección natural. Si todas las criaturas producían mucha más
descendencia que la que concebiblemente podría sobrevivir, entonces la selección
natural dirigiría la evolución bajo el simple supuesto de que los supervivientes, por
término medio, estarían mejor adaptados a las condiciones de vida dominantes.
Darwin sabía lo que había logrado. No podemos atribuir su retraso a una falta de
apreciación de la magnitud de su logro. En 1842 y una vez más en 1844, escribió
bocetos preliminares de su teoría y sus implicaciones. También dejó estrictas
instrucciones a su esposa de que publicara tan sólo aquellos dos de entre todos sus
manuscritos caso de que muriera antes de finalizar su obra principal.
¿Por qué esperó entonces más de veinte años para publicar su teoría? Es cierto que
el ritmo de nuestras vidas se ha acelerado hoy en día hasta tal punto dejando entre sus
víctimas el arte de la conversación y el juego del béisbol que podríamos confundir un
período normal de tiempo en el pasado con una buena tajada de la eternidad. Pero la
duración de la vida de un hombre es un patrón de medida constante; veinte años siguen
siendo la mitad de una carrera normal un gran fragmento de vida, incluso para los
estándares victorianos más relajados.
La biografía científica convencional es una fuente de información notablemente
equívoca acerca de los grandes pensadores. Tiende a pintarles como máquinas sencillas
y racionales que rastrean sus ideas con inquebrantable devoción bajo el influjo de un
mecanismo interior no sujeto a influencia alguna, salvo las limitaciones de los datos
objetivos. Así, Darwin esperó veinte años esto es lo que dice el argumento habitual
simplemente porque no había dado fin a su trabajo. El estaba satisfecho con su teoría;
pero las teorías son baratas. Estaba decidido a no publicar hasta que hubiera reunido un
aplastante dossier de datos en su favor, y esto lleva tiempo.
Pero las actividades de Darwin en el transcurso de los veinte años en cuestión
ponen de evidencia lo inadecuado de esta idea tradicional. En particular, dedicó nada
menos que ocho años completos a escribir cuatro grandes volúmenes dedicados a la
taxonomía de los percebes y su historia natural. Frente a este único dato, los
tradicionalistas no pueden ofrecernos más que absurdas especulaciones cosas como:
Darwin pensaba que tenía que comprender a fondo las especies antes de proclamar el
modo en que cambian; sólo podía hacer esto elaborando por sí mismo la clasificación de
un grupo difícil de organismos pero no durante ocho años, y no estando como estaba
sentado sobre la idea más revolucionaria de la historia de la biología. La valoración que
el propio Darwin hizo de los cuatro volúmenes figura en su autobiografía.
Aparte de descubrir varias formas nuevas y notables, distinguí las homologías
entre las diversas partes… y demostré la existencia, en ciertos géneros, de machos
diminutos complementarios y parásitos de los hermafroditas… No obstante, dudo
que el trabajo mereciera que le dedicara tanto tiempo.
Una cuestión tan compleja como las motivaciones del retraso de Darwin en
publicar su obra no tiene una respuesta sencilla, pero me siento seguro de una cosa: el
efecto negativo del miedo debe haber interpretado un papel en ella, al menos tan
relevante como la necesidad positiva de una mayor documentación. Entonces, ¿de qué
tenía miedo Darwin?
12
Stephen Jay Gould Desde Darwin
Cuando Darwin experimentó su súbita percepción malthusiana, tenía veintinueve
años de edad. Carecía de posición profesional, pero se había hecho acreedor a la
admiración de sus colegas por su perspicaz trabajo a bordo del Beagle. No se sentía
dispuesto a comprometer su prometedora carrera publicando una herejía que no fuera
capaz de demostrar.
¿Cuál era entonces esta herejía? La respuesta evidente es que la creencia en la
evolución de por sí. Pero esto no puede ser parte fundamental de la respuesta, ya que,
contrariamente a lo que se cree, la evolución constituía una herejía muy común durante
la primera mitad del siglo diecinueve. Era un tema amplio y abiertamente discutido que,
por supuesto, se enfrentaba con la oposición de la gran mayoría, pero que era admitido,
o al menos tenido en cuenta por la mayor parte de los grandes naturalistas.
Tal vez la respuesta se halle en una extraordinaria pareja de libros de notas que
figuran entre los primeros escritos por Darwin (véase H. E. Gruber y P. H. Barret,
Darwin on Man, para conocer el texto y amplios comentarios acerca del mismo). Estos
libros de notas denominados M y N fueron escritos en 1838 y 1839, mientras Darwin
recopilaba los cuadernos de notas sobre la transmutación que constituyeron la base de
sus bocetos de 1842 y 1844. Contienen sus ideas acerca de la filosofía, la estética, la
psicología y la antropología. Al releerlos en 1856, Darwin se refirió a ellos diciendo que
estaban “repletos de metafísica acerca de la moral”. Incluyen multitud de afirmaciones
que muestran que había adoptado, pero temía sacar a la luz, algo que percibía como
mucho más herético que la propia evolución: el materialismo filosófico el postulado de
que la materia es la base de toda existencia y de que todos los fenómenos mentales y
espirituales son sus productos secundarios. No existía idea alguna que pudiera resultar
más demoledora para las más enraizadas tradiciones del pensamiento occidental que la
afirmación de que la mente por compleja y poderosa que fuera era un producto del
cerebro. Consideremos, por ejemplo, la visión de Milton de la mente algo distinto y
superior al cuerpo que habita durante un espacio de tiempo (Il Penseroso, 1633).
Que mi lámpara, a la hora de la medianoche,
Pueda ser vista en alguna alta y solitaria torre,
Desde la que a menudo pueda observar la Osa,
Con el tres veces grande Hermes 1 , o sacar de su esfera
El espíritu de Platón, para desvelar
Qué mundos o qué vastas regiones contiene
La mente inmortal que ha abandonado
Su mansión en este rincón carnal.
Los cuadernos de notas muestran que Darwin se interesaba por la filosofía y que
era consciente de sus implicaciones. Sabía que la característica fundamental que
distinguía su teoría de todas las demás doctrinas evolucionistas era su materialismo
filosófico sin paliativos. Otros evolucionistas hablaban de fuerzas vitales, historia
1. “El Oso” hace referencia a la constelación Ursa Major (La Osa Mayor) “El tres veces grande Hermes”
es Hermes Trismegisto (nombre griego de Thoth, dios egipcio de la sabiduría). Los “Libros herméticos”
supuestamente escritos por Thoth son una colección de obras metafísicas y mágicas que ejercieron una
gran influencia en la Inglaterra del siglo XVII. Algunos los equiparaban con el Antiguo Testamento como
fuente alternativa de sabiduría precristiana. Perdieron gran parte de su importancia cuando fueron
desvelados como productos de la Grecia alejandrina, pero sobreviven en varias doctrinas de los
Rosacruces y en nuestra expresión “cierre hermético”.
13
Stephen Jay Gould Desde Darwin
dirigida, aspiraciones orgánicas, y de la irreductibilidad esencial de la mente toda una
panoplia de conceptos que el cristianismo tradicional podía aceptar a modo de
compromiso, ya que permitían la intervención de un Dios cristiano que operaría a través
de la evolución en lugar de la creación. Darwin no hablaba más que de variaciones al
azar y selección natural.
En los cuadernos de notas, Darwin aplicaba resueltamente su teoría materialista de
la evolución a todos los fenómenos de la vida, incluyendo lo que él llamaba “la propia
ciudadela” la mente humana. Y si la mente carece de existencia real más allá del
cerebro, ¿puede acaso ser Dios otra cosa más que una ilusión inventada por otra ilusión?
En uno de sus libros de notas acerca de la transmutación, escribió:
Amor al efecto teístico de la organización, ¡oh tú materialista! … ¿Por qué es más
maravilloso que el pensamiento sea una secreción del cerebro que la gravedad sea
una propiedad de la materia?
No es más que por nuestra arrogancia, por nuestra admiración hacia nosotros
mismos.
Esta convicción resultaba tan herética que Darwin incluso la dejó a un lado en El
Origen de las Especies (1859), en el que se limitó a aventurar el críptico comentario de
que “se arrojará luz sobre el origen del hombre y de la historia”. Dio rienda suelta a sus
creencias tan sólo en el momento en que fue incapaz de seguir ocultándolas, en Descent
of Man (1871) y The Expression of the Emotions in Man and Animals (1872). A. R.
Wallace, el codescubridor de la selección natural, jamás fue capaz de aplicarla al
cerebro humano, al que consideraba la única contribución divina a la historia de la vida.
Y aún así, Darwin rompió con 2.000 años de filosofía y religión en el más notable
epigrama del cuaderno de notas M:
Platón dice en Phaedo que nuestras “ideas imaginarias” surgen de la preexistencia
del alma, que no son derivables de la experiencia léase monos donde pone
preexistencia.
En su comentario a los cuadernos de notas M y N, Gruber etiqueta el materialismo
como algo “por aquel entonces más ultrajante que la evolución”. Pasa a documentar la
persecución de las creencias materialistas durante finales del siglo dieciocho y
comienzos del diecinueve y concluye:
Se utilizaron métodos represivos en virtualmente todas las ramas del
conocimiento: se prohibieron conferencias, se dificultaron publicaciones, se
negaron cargos de profesorado, la prensa publicaba feroces invectivas y
ridiculizaciones. Los estudiosos y los científicos aprendieron la lección y
respondieron a las presiones a las que se veían sometidos. Aquellos que sostenían
ideas impopulares se retractaban en ocasiones de ellas, publicaban bajo el
anonimato, presentaban sus temas en versiones edulcoradas, o retrasaban su
publicación muchos años.
Darwin había experimentado esta situación directamente como subgraduado de la
Universidad de Edimburgo en 1827. Su amigo W. A. Browne leyó un trabajo con una
perspectiva materialista de la vida y la mente ante la Plinian Society. Tras largos
debates, toda referencia al trabajo de Browne, incluyendo la referencia (en el acta de la
reunión anterior) a sus intenciones de hacerlo público, fue eliminada.
Darwin aprendió su lección, dado que escribió en el cuaderno de notas M:
14
Stephen Jay Gould Desde Darwin
Para evitar poner de relieve hasta qué punto creo en el Materialismo, digamos tan
sólo que las emociones, los instintos, los grados de talento, que son hereditarios,
lo son porque el cerebro del niño se asemeja a la cepa parental.
Los materialistas más ardientes del siglo diecinueve, Marx y Engels, no tardaron
en darse cuenta de lo que había logrado Darwin y en explotar su contenido radical. En
1869, Marx le escribió a Engels acerca del Origen de Darwin:
Aunque desarrollado con el crudo estilo inglés, este es el libro que contiene las
bases de nuestra perspectiva en la historia natural.
Posteriormente, Marx le ofreció a Darwin dedicarle el segundo volumen, de Das
Kapital, pero Darwin rechazó amablemente la oferta, afirmando que no deseaba
implicar aprobación por un libro que no había leído. (He tenido ocasión de ver la copia
de Darwin del Volumen I en su biblioteca de Down House. Va dedicado por Marx que
se declara a sí mismo “sincero admirador” de Darwin. Las hojas están sin cortar.
Darwin no era un devoto admirador de la lengua germana).
Darwin era, de hecho, un revolucionario amable. No sólo retrasó largo tiempo la
publicación de su trabajo, sino que eludió de continuo toda manifestación pública acerca
de las implicaciones filosóficas de su teoría. En 1880, escribió a Karl Marx:
Tengo la impresión (correcta o incorrecta) de que los argumentos dirigidos
directamente en contra del Cristianismo y el Teísmo carecen prácticamente de
efecto sobre el público; y de que la libertad de pensamiento se verá mejor servida
por esa gradual elevación de la comprensión humana que acompaña al desarrollo
de la ciencia. Por lo tanto, siempre he evitado escribir acerca de la religión y me
he circunscrito a la ciencia.
No obstante, el contenido de su trabajo resultaba tan disruptivo para el
pensamiento tradicional occidental, que aún no hemos llegado a abarcarlo del todo. La
campaña de Arthur Koestler en contra de Darwin, por ejemplo, descansa sobre su
reticencia a aceptar el materialismo de éste y en el ardiente deseo de revestir de nuevo a
la materia viva de alguna propiedad especial (véanse The Ghost in the Machine o The
case of the Midwife Toad). Esto, tengo que confesarlo, es algo que me siento incapaz de
comprender. Tanto la maravilla como el conocimiento deben ser objeto de nuestra
mayor estima. ¿Acaso apreciaremos menos la belleza de la naturaleza porque su
armonía no esté planificada? ¿Y acaso las potencialidades de nuestra mente dejarán de
inspirarnos admiración y sobrecogimiento simplemente porque varios miles de millones
de neuronas residan dentro de nuestros cráneos?
15
2 La transformación
marítima de Darwin
o cinco años a la mesa
del capitán
Groucho Marx entusiasmaba siempre al público con preguntas tan obvias como
“¿Quién está enterrado en la tumba de Grant?”. Pero lo aparentemente obvio a menudo
puede resultar engañoso. Si no recuerdo mal, la respuesta a ¿quién dio forma a la
doctrina Monroe? es John Quincy Adams. Ante la pregunta “¿Quién era el naturalista
que iba a bordo del H. M. S. Beagle?” , la mayor parte de los biólogos responderían
“Charles Darwin”. Y estarían equivocados. No pretendo desconcertarles ya desde el
principio. Darwin iba a bordo del Beagle y efectivamente dedicó su tiempo a la Historia
Natural. Pero estaba a bordo con otros fines, y, originalmente, Robert McKormick, el
cirujano de a bordo, detentaba la posición oficial de naturalista de la expedición. He
aquí toda una historia; no solamente un puntilloso pie de página pararla historia
académica, sino un descubrimiento de no poca significación. El antropólogo J. W.
Gruber daba cuenta de la evidencia en “Who was the Beagle's Naturalist?”, escrito en
1969 para el British Journal for the History of Science. En 1975 el historiador científico
H. L. Burstyn intentó dar respuesta al corolario obvio: si Darwin no era el naturalista del
Beagle, ¿qué hacía a bordo?
No existe ningún documento que identifique de modo específico como naturalista
oficial a McKormick, pero la evidencia circunstancial resulta abrumadora. La marina
inglesa, por aquel entonces, tenía una tradición largamente establecida de cirujanos
naturalistas, y McKormick se había educado deliberadamente para ese papel. Era un
naturalista adecuado, si bien no brillante, y había desempeñado su cargo con distinción
en otros viajes, incluyendo la expedición al Antártico de Ross (18391843) para
localizar la posición del Polo Sur magnético. Más aún, Gruber ha conseguido dar con
una carta del naturalista de Edimburgo, Robert Jameson, dirigida a “mi querido Señor”,
Stephen Jay Gould Desde Darwin
repleta de consejos para el naturalista del Beagle acerca de la recogida y conservación
de especímenes. Según la idea tradicional sólo podía ir dirigida a Darwin.
Afortunadamente, en el folio original figura el nombre del destinatario de la carta. Era
McKormick.
Darwin, pongamos fin al suspense, embarcó en el Beagle como compañero del
capitán Fitzroy. Pero, ¿por qué iba a querer un capitán británico llevar como compañero
de viaje para una travesía de cinco años a un hombre que acababa de conocer hacía un
mes? La decisión de Fitzroy debió verse determinada por dos características de los
viajes por mar de los años 1830. En primer lugar las travesías duraban muchos años,
con largos intervalos entre escalas y un contacto muy limitado por carta con los amigos
y la familia. En segundo lugar (por extraño que pueda parecerle a nuestro siglo,
psicológicamente más iluminado), la tradición naval británica dictaba que un capitán no
podía tener virtualmente ningún contacto social con ningún miembro inferior de la
cadena de mando. Hacía sus comidas solo, y únicamente se reunía con sus oficiales para
discutir asuntos del barco y para conversar del modo más formal y “correcto”.
Ahora bien, Fitzroy, cuando largó velas con Darwin a bordo tenía tan solo
veintiséis años de edad. Conocía la carga psicológica que la prolongada ausencia de
contacto humano suponía para un capitán. El anterior capitán del Beagle se había venido
abajo pegándose un tiro durante el invierno austral de 1828, su tercer año lejos del
hogar. Más aún, como afirmaba el propio Darwin en una carta a su hermana, a Fitzroy
le preocupaba “su predisposición hereditaria” a las enfermedades mentales. Su ilustre
tío, el vizconde Castlereagh “que sofocó la rebelión irlandesa de 1798 y fue secretario
del Exterior cuando la derrota de Napoleón”, se había cortado el cuello en 1822. En
efecto, Fitzroy tuvo una crisis y renunció temporalmente al mando en el transcurso del
viaje del Beagle coincidiendo con una enfermedad que tuvo a Darwin postrado en
Valparaíso.
Dado que a Fitzroy no le estaba permitido tener contacto social alguno con ningún
miembro del personal oficial del barco, tan sólo podía encontrarlo llevando consigo un
pasajero “supernumerario” por propia disposición. Pero el Almirantazgo no veía con
buenos ojos a los pasajeros particulares, ni siquiera a las esposas de los capitanes.
Embarcar a un caballero de compañía sin mayores razones estaba fuera de toda
cuestión. Fitzroy llevaba consigo otros supernumerarios entre ellos un dibujante y un
fabricante de instrumentos pero ninguno podía servirle de compañero dado que no
pertenecían a la clase social adecuada. Fitzroy era un aristócrata, y sus antepasados se
remontaban directamente al rey Carlos II. Sólo un caballero podía compartir sus
comidas y eso es precisamente lo que era Darwin, un caballero.
Pero, ¿cómo podía Fitzroy atraer a un caballero a un viaje de cinco años de
duración? Sólo ofreciéndole la oportunidad de llevar a cabo algún tipo de actividad
imposible de realizar en ningún otro sitio. ¿Y qué otra actividad podría ser ésta sino la
Historia Natural? a pesar de que el Beagle tenía ya un naturalista oficial. Por lo tanto,
Fitzroy se dedicó a buscar entre sus aristocráticos amigos algún caballero naturalista.
Era, como dice Burstyn, “una cortés ficción para explicar la presencia de su huésped y
una actividad lo suficientemente atractiva como para atraer a un caballero a bordo para
un largo viaje”. El padrino de Darwin, J. S. Henslow, lo entendió perfectamente.
Escribió a Darwin: “El Cap. F. busca un hombre (por lo que tengo entendido) más para
compañero que como simple coleccionista”. Darwin y Fitzroy se conocieron, se cayeron
bien y el pacto quedó sellado. Darwin se hizo a la mar como compañero de Fitzroy,
principalmente con el objeto de compartir su mesa a la hora de la comida, y en todas las
comidas, durante cinco largos años. Fitzroy, por añadidura, era un hombre joven y
17
Stephen Jay Gould Desde Darwin
18
Stephen Jay Gould Desde Darwin
Darwin y Fitzroy mantenían, en el mejor de los casos, una relación tensa. Tan solo
las severas restricciones de la cordialidad caballeresca y la supresión previctoriana de
las emociones mantuvieron a estos dos hombres en términos razonablemente amistosos.
Fitzroy era un ordenancista y un conservador ardoroso. Darwin era un liberal
igualmente apasionado. Darwin esquivó escrupulosamente toda discusión con Fitzroy
acerca del Acta de Reforma pendiente por aquel entonces en el Parlamento. Pero la
esclavitud les enfrentó abiertamente. Una noche, Fitzroy le dijo a Darwin que había sido
testigo de una demostración de la benevolencia de la esclavitud. Uno de los mayores
propietarios de esclavos de Brasil había reunido a sus cautivos preguntándoles si
deseaban ser libres. Como un solo hombre habían respondido que no. Cuando Darwin
cometió la temeridad de preguntarse cuál habría sido la respuesta de no haber estado
presente el propietario, Fitzroy explotó e informó a Darwin de que cualquiera que
dudara de su palabra era indigno de compartir su mesa. Darwin dejó de asistir a la mesa
del capitán y se fue a comer con los contramaestres, pero Fitzroy se volvió atrás y le
envió sus excusas formales pocos días más tarde.
Sabemos que a Darwin se le erizaban los cabellos ante las violentas opiniones de
Fitzroy. Pero era su huésped y en un sentido peculiar su subordinado, ya que en la mar
un capitán era, en tiempos de Darwin, un tirano absoluto e incuestionado. Darwin no
podía expresar su desacuerdo. Durante cinco largos años, uno de los hombres mis
brillantes de la historia guardó silencio. Ya entrado en años, Darwin recordaba en su
autobiografía: “la dificultad de vivir en buenos términos con el capitán de un barco de la
Armada se ve grandemente incrementada por el hecho de que sea prácticamente un
motín el responderle como uno le respondería cualquier otra persona; y por el temeroso
respeto con que le contemplan o le contemplaban en mis tiempos todas las personas de
a bordo.”
Ahora bien, la política conservadora no era la única pasión ideológica de Fitzroy.
La otra era la religión. Fitzroy tenía sus momentos de duda acerca de la verdad literal de
la Biblia, pero tendía a considerar a Moisés un historiador y geólogo fiable, e incluso
dedicaba un tiempo considerable a intentar calcular las dimensiones del Arca de Noé.
La idée fixe de Fitzroy, al menos más adelante en su vida, fue el “argumento del
diseño”, la creencia de que la benevolencia divina (de hecho incluso la propia existencia
de Dios) puede inferirse de la perfección de la estructura orgánica. Darwin, por su parte,
aceptaba la idea de la excelencia del diseño pero proponía una explicación natural que
difícilmente podría haber sido más contraria a las convicciones de Fitzroy. Darwin
desarrolló una teoría evolutiva basada en la variación al azar y la selección natural
impuesta por un medio ambiente exterior: una versión de la evolución rígidamente
materialista (y básicamente atea) (véase ensayo 1). Había otras muchas teorías
evolutivas en el siglo XIX que resultaban mucho más compatibles con el tipo de
cristianismo de Fitzroy. Por ejemplo, los líderes religiosos tenían muchos menos
problemas con las propuestas habituales de tendencias innatas hacia la perfección que
con la visión mecánica sin paliativos de Darwin.
¿Se vio Darwin impelido hacia esta visión filosófica en parte como respuesta a la
insistencia dogmática de Fitzroy en el argumento del diseño? Carecemos de evidencia
de que Darwin, a bordo del Beagle, fuera otra cosa que un buen cristiano. Las dudas y el
rechazo vinieron luego. A mitad de la travesía, le escribió a un amigo: “A menudo hago
conjeturas acerca de lo que será de mí: si me dejara llevar por mis deseos acabaría sin
duda siendo un clérigo de aldea.” E incluso escribió a medias con Fitzroy una solicitud
de apoyo al trabajo misional titulado, “The moral State of Tahiti” (El estado moral de
Tahití). Pero las semillas de la duda debieron quedar sembradas en las tranquilas horas
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Stephen Jay Gould Desde Darwin
de contemplación a bordo del Beagle. Y pensemos en la posición de Darwin en el barco
cenando todas las noches durante cinco años con un capitán autoritario al que no podía
contradecir, cuya actitud y visión políticas eran opuestas a todas sus creencias, y al que
básicamente no apreciaba. ¿Quién sabe qué “silenciosa alquimia” pudo producirse en el
cerebro de Darwin en el transcurso de cinco años de continuas arengas? Fitzroy bien
pudo resultar mucho más importante que los Pinzones, al menos en la inspiración
materialista y antiteística de la filosofía y la teoría evolutiva de Darwin.
Fitzroy, desde luego, se echaba la culpa cuando, ya más entrado en años, perdió la
cabeza. Empezó a considerarse el involuntario agente de la herejía de Darwin (de hecho,
lo que yo sugiero es que esto bien podría ser cierto en un sentido mucho más literal que
el que jamás imaginara Fitzroy). Surgió en él un ardiente deseo de expiar su culpa y
reafirmar la supremacía de la Biblia. En la famosa Reunión de la Iritis Asociación de
1860 (en la que Huxley le dio un revolcón al obispo “Soapy Sam” (Sam el Jabonoso)
Wilberforce), el desequilibrado Fitzroy iba de un lado a otro sosteniendo una Biblia
sobre su cabeza y gritando, “El Libro, El Libro.” Cinco años más tarde se pegó un tiro.
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3 El dilema
de Darwin:
La odisea de
la evolución
La exégesis de la evolución como concepto ha ocupado las vidas de un millar de
científicos. En este ensayo, presentó algo casi irrisoriamente limitado por comparación
una exégesis de la propia palabra. Intentaré seguir el rastro a cómo el cambio orgánico
llegó a ser llamado evolución. La historia resulta compleja y fascinante como ejercicio
de anticuario, de detección etimológica. Pero en realidad hay en juego más cosas, ya
que un antiguo uso de esta palabra ha contribuido a la malinterpretación más común, y
aún vigente entre los legos, de lo que quieren decir los científicos al hablar de
evolución.
Empecemos con una paradoja: Darwin, Lamarck y Haeckel los más grandes
evolucionistas del siglo XIX de Inglaterra, Francia y Alemania, respectivamente no
utilizaron la palabra evolución en las ediciones originales de sus grandes obras. Darwin
hablaba de “descendencia con modificación”, Lamarck de “transformismo”. Haeckel
prefería “trasmutationstheorie” o “descendenztheorie”. ¿Por qué no utilizaron el
término “evolución” y cómo adquirió su actual nombre la historia del cambio
orgánico?
Darwin eludía el término evolución como descripción de su teoría por dos
motivos. En sus tiempos, para empezar, la evolución tenía ya un significado técnicoen
biología. De hecho, describía una teoría embriológica irreconciliable con los criterios de
Darwin acerca del desarrollo orgánico.
En 1744, el biólogo alemán Albrecht von Haller había acuñado el término
evolución para la teoría de que los embriones se desarrollaban a partir de homúnculos
preformados que iban dentro del huevo o el esperma (y que, por fantástico que pueda
Stephen Jay Gould Desde Darwin
parecernos hoy en día, todas las generaciones futuras habían sido creadas en los ovarios
de Eva o en los testículos de Adán, dispuestos como las muñecas rusas, unas dentro de
otras un homúnculo en cada uno de los óvulos de Eva, un homúnculo más diminuto en
cada óvulo del homúnculo y así sucesivamente. Esta teoría de la evolución (o
preformación) tenía sus oponentes en los epigenetistas que creían que la complejidad de
la forma adulta surgía de un huevo inicialmente informe (véase el ensayo 25 para una
narración más detallada de este debate). Haller eligió el término cuidadosamente, ya
que evolvere en latín significa “desenrollar”; así, el diminuto homúnculo se desplegaba
desu alojamiento originalmente pequeño y se limitaba a crecer de tamaño en el
transcurso de su desarrollo embrionario.
No obstante, la evolución embriológica de Haller parecía excluir la descendencia
con modificación de Darwin. Si toda la historia de la raza humana estaba
preempaquetada en los ovarios de Eva, ¿cómo iba a poder la selección natural (o
ninguna otra fuerza si a eso vamos) alterar el curso predeterminado de nuestra estancia
en la tierra?
Nuestro misterio parece ir en aumento. ¿Cómo pudo transformarse el término de
Haller en algo prácticamente opuesto? Esto fue posible sólo porque la teoría de Haller
estaba ya agonizando en 1859; tras su defunción, el término que Haller había empleado
quedó disponible para otros fines.
“Evolución” como descripción de la “descendencia con modificación” de Darwin,
no deriva de un significado técnico anterior; más bien constituye una expropiación del
término vernáculo. Evolución, en tiempos de Darwin, se había convertido en una
palabra inglesa común con un significado diferente al técnico de Haller. El Oxford
English Dictionary le sigue la pista hasta un poema de H. More de 1747: “La evolución
de formas externas se despliega en el vasto espíritu del mundo.” Pero esto era un
“desplegarse” en un sentido muy diferente al buscado por Haller. Implicaba “la
aparición en sucesión ordenada de una larga serie de sucesos”, y, más importante, daba
cuerpo a un concepto de desarrollo progresivo un despliegue ordenado desde lo simple
hasta lo complejo. El O.E.D. prosigue, “el proceso de desarrollo de un estado
rudimentario a uno maduro o completo.” Así pues, el término evolución, en lengua
vernácula, estaba firmemente vinculado al concepto de progreso.
Darwin sí utilizó la palabra evolución en este sentido vernáculo de hecho es la
última palabra de su libro.
Hay grandeza en esta visión de la vida, con sus diversos poderes originalmente
alentados en unas pocas formas o en una sola; y en que, mientras este planeta ha
continuado sus ciclos de acuerdo con la ley fija de la gravitación, de un principio
tan simple, formas supremamente hermosas y maravillosas hayan evolucionado
(…y sigan haciéndolo).
Darwin decidió utilizar la palabra en este pasaje porque deseaba contrastar el flujo
del desarrollo orgánico con la fijeza de las leyes físicas como la gravitación. Pero era
una palabra que utilizaba muy rara vez, ya que rechazaba explícitamente la común
ecuación de lo qué hoy en día denominamos evolución con cualquier noción de
progreso.
En un famoso epigrama, Darwin se recordaba a sí mismo que jamás debía decir
“superior” o “inferior” al describir la estructura de los organismos.porque si una ameba
está igual de bien adaptada a su medio ambiente como lo estamos nosotros al nuestro,
22
Stephen Jay Gould Desde Darwin
¿quién tiene derecho a decidir que nosotros somos criaturas superiores? Así pues,
Darwin rechazaba la evolución como descripción de su descendencia con modificación,
tanto porque su significado técnica chocaba con sus creencias como porque se sentía
incómodo con la idea de progreso inevitable inherente a su significado vernáculo.
La evolución hizo su aparición en la lengua inglesa como sinónimo de
descendencia con modificación a través de la propaganda de Herbert Spencer, el
infatigable erudito victoriano en casi cualquier tema. La evolución era para Spencer la
ley suprema de todo desarrollo. Y para un prepotente victoriano, ¿qué otro principio
sino el progreso podía gobernar los procesos de desarrollo del universo? Así, Spencer
definió la ley universal en su First Principles, en 1862: “La evolución es una
integración de la materia y una disipación concomitante del movimiento durante la cual
la materia pasa de una homogeneidad indefinida e incoherente a una heterogeneidad
coherente y definida.”
Otros dos aspectos del trabajo de Spencer contribuyeron al establecimiento de la
evolución en su significado actual: en primer lugar, al escribir sus muy populares
Principles of Biology (18641867), Spencer utilizó conscientemente el término
“evolución” como descripción del cambio orgánico. En segundo lugar no consideraba al
progreso una capacidad intrínseca de la naturaleza, sino el resultado de una
“cooperación entre fuerzas internas y externas (ambientales)”: Este punto de vista
encajaba magníficamente con la mayor parte de los conceptos de la evolución orgánica
del siglo XIX, ya que los científicos victorianos identificaban sin problemas el cambio
orgánico con el progreso orgánico. Así pues, el término evolución estaba disponible
siempre que los científicos buscaban un término más sucinto que la descendencia con
modificación de Darwin. Y, dado que la mayor parte de los evolucionistas consideraban
el cambio orgánico como un proceso dirigido hacia un incremento en la complejidad (es
decir, hacia nosotros), su apropiación del término general de Spencer no infringió
violencia alguna a su definición.
No obstante, no deja de ser irónico que el padre de la teoría evolutiva se quedara
prácticamente solo en su insistencia en que el cambio orgánico llevaba tan solo a una
mayor adaptación y no a ningún ideal abstracto de progreso definido por la complejidad
estructural o por una creciente heterogeneidadjamás debe decirse superior e inferior. Si
hubiéramos prestado atención a la advertencia de Darwin, nos hubiéramos ahorrado
buena parte de la confusión y de los malentendidos que existen hoy en día entre los
científicos y los legos. Porque el punto de vista de Darwin ha triunfado entre los
científicos, que hace ya largo tiempo han abandonado el concepto de la necesaria
ligazón entre evolución y progreso por considerarla un prejuicio antropocéntrico de la
peor especie. No obstante, la mayor parte de los legos siguen identificando la evolución
con el progreso y definen la evolución humana no simplemente en términos de cambio,
sino como un incremento de la inteligencia, la estatura o alguna otra medida de supuesta
mejora.
En lo que bien podría ser el documento antievolutivo de mayor difusión de
nuestros tiempos, el panfleto “¿Llegó aquí el hombre por evolución o por creación?”, de
los Testigos de Jehová se proclama: “La evolución, en términos muy sencillos, significa
que la vida progresó de los organismos unicelulares a su estado más elevado, el ser
humano, por medio de una serie de cambios biológicos que tuvieron lugar enel
transcurso de millones de años… El simple cambio dentro de un tipo básico de ser vivo
no ha de ser considerado como evolución”.
23
Stephen Jay Gould Desde Darwin
24
4 El entierro
prematuro
de Darwin
En una de las múltiples versiones cinematográficas de A Christmas Carol,
Ebenezer Scrooge se encuentra a un digno caballero sentado en un descansillo al subir
las escaleras para visitar a su socio agonizante, Jacob Marley. “¿Es usted el médico?”,
pregunta Scrooge. “No”, responde el otro, “soy el de las pompas fúnebres; nuestro
negocio es extremadamente competitivo”. El enloquecido mundo de los intelectuales
debe ir pisándole los talones, y pocos sucesos atraen más la atención que la proclama de
que han muerto ideas populares. La teoría de Darwin de la selección natural ha venido
siendo un candidato perenne para el enterramiento. Tom Bethell protagonizó el último
velatorio con un trabajo titulado “Darwin's Mistake” (El error de Darwin) (Harper's,
febrero 1976): “La teoría de Darwin, en mi opinión, está al borde del colapso… La
selección natural fue silenciosamente abandonada, incluso por sus más ardientes
defensores, hace ya algunos años.” Primera noticia. Y yo, aunque ostento con cierto
orgullo la etiqueta de darwiniano, no me encuentro entre los defensores más ardorosos
de la selección natural. Recuerdo la famosa respuesta de Mark Twain a una necrológica
prematura: “Las noticias acerca de mi muerte han sido grandemente exageradas.”
El argumento de Bethell tiene un sonido peculiar para la mayor parte de los
científicos. Estamos dispuestos en todo momento a ver caer una teoría bajo el impacto
de datos nuevos, pero no esperamos ver derrumbarse una teoría grandiosa y de gran
influencia por culpa de un error de lógica en su formulación. Virtualmente, la totalidad
de los científicos empíricos tienen un toque de filisteos. Los científicos tienden a pasar
por alto la filosofía académica como actividad sin objeto. Cualquier persona inteligente
puede pensar con lógica por medio de la intuición. No obstante, Bethell no aporta dato
alguno al sellar el ataúd de la selección natural, tan sólo cita un error de razonamiento
por parte de Darwin: “Darwin cometió un error lo suficientemente serio como para
Stephen Jay Gould Desde Darwin
minar su teoría. Y ese error tan sólo ha sido reconocido como tal hace muy poco
tiempo… En un momento dado de su argumentación, Darwin se equivocó.”
Aunque pretendo refutar las afirmaciones de Bethell, deploro también la reticencia
de los científicos a explorar la estructura lógica de los razonamientos que se les
presentan. Buena parte de lo que pasa por ser teoría evolutiva es algo tan falto de
contenido como afirma Bethell. Muchas grandes teorías se sostienen por medio de
cadenas de dudosas metáforas y analogías. Bethell ha identificado correctamente la
basura que rodea la teoría evolutiva. Pero diferimos en un aspecto fundamental: para
Bethell, la teoría darwiniana está podrida hasta lo más hondo; yo encuentro en ella una
perla de valor incalculable.
La selección natural es el concepto básico de la teoría darwiniana, los más
adaptados sobreviven y distribuyen sus características favorecidas entre las poblaciones.
La selección natural viene definida por la frase de Spencer “supervivencia del más
apto”, pero ¿qué significa en realidad esta famosa frase? ¿Quiénes son los más aptos?
¿Y cómo se define esa “aptitud”? A menudo se puede leer que la adaptación no es más
que el “éxito reproductivo diferencial” la producción de más descendientes vivos que
otros miembros de la población que compiten en la misma arena. ¡Alto!, grita Bethell,
como otros muchos han hecho antes que él. Esta formulación define la adaptación
exclusivamente en términos de supervivencia. La frase crucial de la selección natural
significa tan sólo “Supervivencia de los que sobreviven” una vacua tautología. (Una
tautología es una frase como por ejemplo “mi padre es un hombre”, que no contiene
en el predicado (“un hombre”) información alguna que no se inherente al sujeto (“mi
padre”). Las tautologías constituyen unas definiciones magníficas, pero no sirven como
afirmaciones, científicas verificables no puede haber nada que verificar en una
afirmación que es, por definición, cierta.)
Pero, ¿cómo pudo Darwin cometer semejante error, monumental y estúpido?
Incluso sus críticos más acerbos jamás le han acusado de estupidez congénita.
Obviamente, Darwin tuvo que intentar definir la adaptación de modo diferente
encontrar un criterio de adaptación independiente de la mera supervivencia. En efecto,
Darwin propuso un criterio diferente, pero Bethell argumenta correctamente que para
establecerlo tuvo que recurrir a la analogía, una estrategia que resulta peligrosa y
escurridiza: Uno podría imaginarse que el primer capítulo de un libro tan revolucionario
como El origen de las especies trataría de cuestiones cósmicas y preocupaciones
generales. No es así. Darwin dedica la mayor parte de sus primeras cuarenta páginas a
la “selección artificial” de caracteres deseados por parte de los criadores de animales.
Porque aquí no cabe duda de que opera un criterio independiente. El colombófilo sabe
lo que quiere. Los más aptos no son definidos por el hecho de su supervivencia. Más
bien, se les permite sobrevivir porque poseen unas características deseadas.
El principio de la selección natural depende de la validez de la analogía con la
selección artificial. Debemos ser capaces, igual que el colombófilo, de identificar al
mejor adaptado a priori, no a través de su subsiguiente supervivencia. Pero la naturaleza
no es un criador de animales; la historia de la vida no está regulada por ningún propósito
predeterminado. En la naturaleza, cualesquiera que sean las características que posean
los sobrevivientes, deberán ser consideradas como “más evolucionadas”; en la selección
artificial, las características “superiores” están definidas aun antes de que comience la
crianza. Los evolucionistas más modernos, argumenta Bethell, reconocieron la
inadecuación de la analogía de Darwin y redefinieron la “adaptación” como simple
supervivencia. Pero no se dieron cuenta de que habían minado la estructura lógica del
postulado fundamental daDarwin. La naturaleza no ofrece ningún criterio
26
Stephen Jay Gould Desde Darwin
independiente para valorar el grado de adaptación; por lo tanto, la selección natural es
tautológica.
Bethell pasa de aquí a exponer dos importantes corolarios de su razonamiento
principal. En primer lugar, la adaptación significa tan sólo supervivencia; entonces,
¿cómo puede la selección natural ser una fuerza “creativa”, como insisten los
darwinianos? La selección natural tan sólo puede decirnos cómo “un determinado tipo
de animal se convirtió gradualmente en otro”: En segundo lugar, ¿por qué estaban
Darwin y otros eminentes victorianos tan seguros de que la insensata naturaleza podía
ser comparada con la selección consciente por parte de los criadores? Bethell argumenta
que el clima, cultural del capitalismo industrial triunfante había definido todo cambio
como inherentemente progresista. La mera supervivencia en la naturaleza no podía ser
más que para bien: “Empieza a dar la impresión de que lo que realmente descubrió
Darwin no fue más que la propensión victoriana a creer en el progreso”.
En mi opinión, Darwin estaba en lo cierto y Bethell y sus colegas se equivocan:
pueden utilizarse criterios de adaptación distintos al de la supervivencia para aplicarlos
a la naturaleza, y han venido siendo utilizados de manera regular por los evolucionistas.
Pero permítaseme admitir antes de nada que la crítica de Bethell es aplicable a gran
parte de la literatura técnica dedicada a la teoría evolutiva, especialmente a los
tratamientos matemáticos abstractos que consideran la evolución una mera alteración
numérica, no un cambio cualitativo. Estos estudios, efectivamente, valoran la
adaptación exclusivamente en términos de supervivencia diferencial. ¿Qué otra cosa
puede hacerse con modelos abstractos que siguen la pista al hipotético éxito de los
genes A y B en poblaciones que tan sólo existen en las bobinas de las computadoras? La
naturaleza, no obstante, no se limita a los cálculos de los genéticos teóricos. En la
naturaleza, la “superioridad” de A sobre B se verá expresada en términos de
supervivencia diferencial, pero no viene definida por ella o al menos más vale que no
sea así, ya que esto significaría el triunfo dé Bethell et al y la derrota de Darwin.
Mi defensa de Darwin no es ni sorprendente, ni novedosa, ni profunda. Me limito
a aseverar, que Darwin tenía justificadas razones para establecer la analogía entre la
selección natural y la cría de animales. En la selección artificial, los deseos del criador
representan un “cambio en el medio ambiente” de una población. En este nuevo
entorno, ciertas características son superiores a priori (sobreviven y se extienden por
elección de nuestro., criador, pero esto es el resultado de su adaptación, no una
definición de ella). En la naturaleza, la evolución darwiniana constituye también una
respuesta a los cambios en el medio ambiente. Y ahora el punto crucial: determinadas
características morfológicas, sicológicas y de comportamiento deberían ser superiores a
priori como diseños para la vida en nuevos entornos. Estas características confieren
adaptación según el criterio de buen diseño del ingeniero, no por el dato empírico de su
supervivencia y dispersión. Las temperaturas descendieron antes de que el mamut
lanudo desarrollara su capa de pelo.
¿Por qué agita tanto esta cuestión a los evolucionistas? De acuerdo, Darwin estaba
en lo cierto: la superioridad de diseño en un medio ambiente cambiante es un criterio de
adaptación independiente. ¿Y qué? ¿Acaso había propuesto alguien seriamente que los
pobremente diseñados triunfarían? En efecto, muchos lo hicieron: En tiempos de
Darwin, muchas teorías evolutivas rivales aseveraban que los más adaptados (mejor
diseñados) tenían que desaparecer. Una idea popular la teoría de los ciclos vitales de
las razas iba encabezada por el anterior ocupante del puesto que ocupo yo ahora, el
gran paleontólogo americano Alpheus Hyatt. Hyatt afirmaba que los linajes evolutivos,
del mismo, modo que los individuos, tenían ciclos de juventud, madurez, ancianidad y
27
Stephen Jay Gould Desde Darwin
muerte (extinción). El declive y la extinción van programados en la historia de las
especies. Al ceder el puesto la madurez a la ancianidad, los individuos mejor diseñados
perecen, y las criaturas renqueantes y deformadas de la ancianidad filética ocupan su
lugar. Otra idea antidarwiniana, la teoría de la ortogénesis, mantenía que determinadas
tendencias, una vez iniciadas, no podían ser detenidas, a pesar de que llevaran
necesariamente a la extinción a causa de un diseño cada vez más deficiente. Muchos
evolucionistas del siglo XIX (tal vez la mayoría) mantenían que los alces irlandeses se
habían extinguido por su incapacidad de detener el crecimiento evolutivo del tamaño de
sus cornamentas (véase ensayo 9); por lo tanto, murieron atrapados entre los árboles o
hundidos de cabeza (literalmente) en los lodazales. Del mismo modo, la desaparición de
los “tigres” de dientes de sable era a menudo atribuida a un crecimiento tan
desmesurado de los caninos que los pobres felinos no podían abrir las mandíbulas
suficientemente como para usarlos.
Así pues, no es cierto, como afirma Bethell, que toda característica propia del
superviviente deba ser considerada como más adaptada. “La supervivencia del más
apto” no es una tautología. Tampoco es la única lectura imaginable o razonable del
registro evolutivo. Es posible ponerla a prueba. Tuvo rivales que fracasaron bajo el peso
de la evidencia en su contra y de las cambiantes actitudes acerca de la naturaleza de la
vida. Tiene rivales que podrían tener éxito, al menos en cuanto a poner un límite a su
alcance.
Si yo estoy en lo cierto, cómo puede Bethell afirmar: “Darwin, en mi opinión, está
a punto de ser descartado, pero tal vez, en deferencia al viejo y venerable caballero, que
descansa cómodamente, en la Abadía de Westminster junto a Sir Isaac Newton, esto
está llevándose a cabo tan discreta y suavemente como es posible y con un mínimo de
publicidad”. Me temo que Bethell no ha sido del todo justo en su informe acerca de la
opinión dominante actualmente. Cita a los pelmazos C. H. Waddington y H. J. Muller
como si fueran el epítome de un consenso. Jamás menciona a los principales
seleccionistas de nuestra generación E.O. Wilson o D. Janzen, por ejemplo. Y cita a los
arquitectos del neodarwinismo Dobzhansky, Simpson, Mayr y J. Huxley tan sólo para
ridiculizar sus metáforas acerca de la “creatividad” de la selección natural. (No pretendo
decir que el darwinismo debiera ser atesorado y mimado por el hecho de que aún sea
popular; yo soy lo suficientemente pelmazo también como para creer que un consenso
acrítico es un claro indicio de inminentes problemas. Me limito a dar cuenta de que,
para bien o para mal, el darwinismo sigue vivo y floreciendo, a pesar de la necrológica
de Bethell.)
Pero ¿por qué fue comparada la selección natural con un compositor por
Dobzhansky; con un poeta por Simpson; con un escultor por Mayr; y también, nada
menos que con Shakespeare por Julian Huxley? No pienso defender semejante selección
de metáforas, pero sí su intención, a saber, ilustrar la esencia del darwinismo la
creatividad de la selección natural. La selección natural ocupa un lugar en todas las
teorías antidarwinianas que conozco. Ocupa el papel negativo del verdugo, del ejecutor
de los inadaptados (mientras que los adaptados surgen por mecanismos tan no
darwinianos como la herencia de caracteres adquiridos o la inducción directa de
variaciones favorables por el medio ambiente). La esencia del darwinismo yace en su
afirmación de que la selección natural crea a los adaptados. La variación es ubicua y
fortuita en su orientación. Aporta la materia prima y nada más: La selección natural
dirige el curso del cambio evolutivo. Preserva las variantes favorables y construye la
adaptación gradualmente. De hecho, dado que los artistas dan forma a sus creaciones a
partir de la materia prima de las notas, las palabras y la piedra, las metáforas no me
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Stephen Jay Gould Desde Darwin
llaman la atención por ser especialmente inadecuadas. Dado que Bethell no acepta un
criterio de adaptación independiente de la mera supervivencia, difícilmente podría
conceder un papel creativo a la selección natural.
Según Bethell, el concepto de Darwin de la selección natural como fuerza creativa
no puede ser otra cosa que una ilusión creada y favorecida por el clima social y político
de su tiempo. En pleno apogeo del optimismo victoriano en la Inglaterra imperial, el
cambio parecía ser inherentemente progresista; ¿por qué entonces no identificar la
supervivencia en la naturaleza con una creciente adaptación en el sentido no tautológico
de un diseño mejorado?
Yo soy un convencido defensor del argumento general de que la “verdad” tal y
como es predicada por los científicos, a menudo no resulta ser más que prejuicios
inspirados por las creencias políticas y sociales del momento. He dedicado varios
ensayos a este tema porque creo que sirve para “desmitificar” la práctica de la ciencia
mostrando su similitud a toda actividad creativa humana. Pero la verdad de un
razonamiento general no da validez á cualquier aplicación específica del mismo, y yo
mantengo que la aplicación hecha por Bethell adolece de una grave falta de
información.
Darwin hizo dos cosas muy distintas: convenció al mundo científico de que la
evolución había tenido lugar y propuso como su mecanismo la teoría de la selección
natural. Estoy perfectamente dispuesto a admitir que la habitual identificación de la
evolución con el progreso hacía más digerible la afirmación primera de Darwin a sus
contemporáneos. Pero Darwin fracasó en su segunda empresa en el transcurso de su
propia vida. La teoría de la selección natural no triunfó hasta los años 1940. Su
impopularidad en la época victoriana obedeció, a mi modo de ver, a su rechazó del
progreso cómo algo inherente al funcionamiento de la evolución. La selección natural es
una teoría sobre la adaptación local a las alteraciones del medio ambiente. No propone
principio perfeccionador alguno, ninguna garantía de una mejora generalizada; en pocas
palabras, no propone ninguna razón para su aprobación general en un clima político
favorecedor del progreso innato en la naturaleza.
El criterio independiente de adaptación de Darwin es, efectivamente, el de “diseño
mejorado”, pero no “mejorado” en el sentido cósmico que era favorecido por Gran
Bretaña en sus tiempos. Para Darwin, mejorado significaba tan sólo “mejor diseñado
para un entorno inmediato, local”. Los entornos locales cambian constantemente: se
vuelven más fríos o más calurosos, más húmedos o más secos, más herbosos o más
boscosos. La evolución por selección natural no es más que el seguimiento de estos
cambiantes entornos por una preservación diferencial de los organismos mejor
diseñados para vivir en ellos: el pelo de un mamut no es progresista en ningún sentido
cósmico. La selección natural puede producir una tendencia que nos tiente a pensar en
un progreso más general el incremento en el tamaño del cerebro caracteriza, en efecto,
la evolución de un grupo tras otro de mamíferos (véase ensayo 23). Pero los cerebros
grandes tienen su utilidad en los medios ambientes locales; no señalan tendencias
intrínsecas hacia estados más elevados. Y Darwin disfrutaba demostrando que la
adaptación local a menudo producía la “degeneración” en el diseño –la simplificación
anatómica de los parásitos por ejemplo.
Si la selección natural no es una doctrina del progreso, entonces su popularidad no
puede ser reflejo de las políticas que invoca Bethell. Si la teoría de la selección natural
contiene un criterio independiente de adaptación, entonces no es tautológica. Yo
mantengo, tal vez inocentemente, que su actual y persistente popularidad debe tener
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Stephen Jay Gould Desde Darwin
algo que ver con su éxito en la explicación de la información, admitidamente
incompleta, que poseemos hoy en día acerca de la evolución. Sospecho que tenemos
aún Charles Darwin para rato.
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