El Cuerpo
El Cuerpo
El Cuerpo
Mi cuerpo
vs.
El cuerpo de los Otros
O de cómo re-conozco a los demás
Introducción
Hasta ahora, tratamos de mirar el espacio, las cosas y los seres vivos
que habitan este mundo a través de los ojos de la percepción […].
Ahora, habría que recomenzar la misma tentativa
respecto del propio hombre.
–Maurice Merleau-Ponty, El mundo de la percepción.
El problema del cuerpo (y su relación con el alma, o con la mente1, propia o de los
demás) ha despertado en la filosofía toda una serie de planteamientos que van desde la
dualidad sustancial de Descartes hasta las propuestas de que la mente es sólo un
subproducto de la interacción del cuerpo con el medio en que se vive. El hecho de que
seamos seres racionales, y que –hasta antes de los estudios con chimpancés –se creyera, e
incluso se crea aún ahora, que somos los únicos que se expresan y comunican de manera
simbólica, presenta a la filosofía algunas de las siguientes preguntas:
1
No en todas las tradiciones filosóficas, a lo largo del tiempo, se han considerado ‘alma’ y ‘mente’ como
términos intercambiables; sin embargo, queremos acotar en este trabajo ambos términos, refiriéndolos –quizá
arbitrariamente –a aquello que piensa y siente, sea eso lo que sea. Por esta razón, cuando se encuentre
cualquiera de los dos, debe leerse justamente como haciendo referencia a lo que siente y piensa.
1
Aureliano Castillo León
El problema de las otras mentes, que es en el que nos enfocaremos en este trabajo, se
centra más en las dos últimas preguntas que hemos planteado, pero no deja completamente
de lado la pregunta sobre la relación entre la mente (o el alma) y el cuerpo. De hecho, las
dos respuestas que analizaremos con respecto a este problema están íntimamente ligadas,
cada una, a una visión particular sobre la relación que hay entre alma y cuerpo, además de
acercarnos a dos autores en quienes confluyen distintos pensamientos del siglo XIX, dando
forma a lo que podría llamarse la ontología del siglo XX. Tanto Jean-Paul Sartre como
Maurice Merleau-Ponty desarrollan sus teorías sobre la alteridad desde una formulación de
la relación que hay entre una serie de propiedades, eventos y mecanismos internos (el
alma), inmediatos con respecto al sujeto, y un montón de propiedades, eventos y
mecanismos externos (el cuerpo, los cuerpos) que pueden ser mediatos o inmediatos –
respecto al sujeto –dependiendo de si se trata del cuerpo de algo más allá de mí o del
cuerpo propio, respectivamente.
Ahora bien, la cuestión de la mediatez o inmediatez de las almas ajenas con respecto
al sujeto (que podríamos llamar observador) varía en cada una de las respuestas que hemos
de analizar; podemos incluso afirmar que en tal variación radica la distinción principal
entre las propuestas de Sartre y de Merleau-Ponty en cuanto a la alteridad se refiere.
Tenemos entonces que el problema que analizaremos es el de la intersubjetividad; el de
cómo es posible la relación entre los distintos sujetos, pero visto desde la perspectiva de la
relación entre el alma y el cuerpo de dichos sujetos.
2
Aureliano Castillo León
La visión de Sartre
Desde el punto de vista de Sartre, ninguno de nosotros tiene noción de su cuerpo tal
como ha aprendido que éste es; es decir, como el conjunto de órganos, aparatos y sistemas
fisiológicos que estamos acostumbrados a ver en los libros de texto y en las consultas
médicas. Ese conjunto fisiológico es siempre el cuerpo del otro, del mismo modo que las
partes de nuestro cuerpo son al ser tocadas (como en el ejemplo de la pierna siendo curada,
etc.) también el cuerpo del otro. El hecho de que el otro que se nos presenta cuando nuestro
cuerpo está siendo tocado seamos nosotros mismo no representa un problema para Sartre,
2
Sartre, Jean-Paul. El Ser y la Nada, p.331
3
Ídem, p.330
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Aureliano Castillo León
justamente porque cuando habla de este otro parece que no se refiere a una consciencia4,
sino más bien a lo ajeno; lo que es externo, lo que percibimos más allá de nosotros.
Aquí empieza ya a configurarse parte de la postura de Sartre con respecto a los otros.
Para Sartre, el Otro es siempre una cosa que el sujeto percibe, no una consciencia. Sin
embargo, esta cosa que es para Sartre el otro es la condición de posibilidad de síntomas
propios como la vergüenza. “Acabo de hacer un gesto desmañado o vulgar –nos dice Sartre
–: este gesto se me pega, y no lo juzgo ni lo censuro, simplemente lo vivo, […] Pero he
aquí que de pronto levanto la cabeza: alguien estaba allí y me ha visto. Me doy cuenta de
pronto de la total vulgaridad de mi gesto, y tengo vergüenza.”5
Tenemos entonces que, en el caso expuesto arriba, ante la presencia del otro nos
hacemos conscientes de nuestras propias acciones. Para Sartre, uno no puede captar más
que su propia consciencia; lo que sucede ante la presencia del otro es un efecto espejo. al
saberme visto, soy consciente de lo que hago y puedo juzgarlo, y censurarlo, ya no
simplemente vivirlo. “El prójimo es el mediador indispensable entre yo y yo mismo: tengo
vergüenza de mí tal como me aparezco al prójimo”6, explica Sartre. Así, queda claro ya que
no se trata de un encuentro entre consciencias, sino de la reflexión de la consciencia propia
ante aquella cosa observante que es el otro.
Cosificamos al otro con la mirada, más aún, con la percepción, en tanto que no
percibimos su consciencia al encontrarnos con él, sino sólo su cuerpo –tal como cuando nos
observamos a nosotros mismos en tanto cuerpo; sin embargo, ante el otro percibimos
nuestra consciencia, que se refleja en su presencia, convirtiéndose el otro en un catalizador
de ésta. Experimentamos, entonces, al otro como una suerte de espejo que nos arranca de
nuestra subjetividad; una vez que nos hacemos conscientes de nosotros mismos a través de
el otro somos conscientes de lo que él ve, es decir, de nuestro cuerpo y –por tanto –, de
nuestra objetividad. El otro nos cosifica tal como nosotros lo cosificamos a él, al vernos.
4
Ya que si lo hiciera, el tocar y el ser tocado que Sartre distingue en el ejemplo de la pierna siendo curada
harían referencia a la misma consciencia y, por lo tanto –cuando ésta fuera la mía –el otro no podría ser nadie
más que yo.
5
Sartre, Jean-Paul. Op. Cit., p. 251
6
Ibídem.
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Aureliano Castillo León
Resulta obvio en este punto que la mirada es uno de los factores de más peso en el
planteamiento que hace Sartre sobre el reconocimiento del otro. Sin embargo, antes de
hablar algo más a fondo de ella, parece pertinente –siguiendo un poco los pasos del mismo
Sartre –establecer la otra parte del re-conocimiento que hacemos del prójimo, que no se nos
aparece solamente como un objeto. En el momento en que percibimos que, al igual que
nosotros lo hacemos, el otro reconfigura la realidad en torno a sí7, éste nos aparece como
hombre, y ya no solamente como cosa.
Bien, pues pasando ahora sí al tema de la mirada, resulta también que uno de los
objetos con los que el prójimo configura su realidad soy justamente yo mismo. Mi cuerpo,
mis acciones, mi ser-para-otro –como lo llama Sartre –termina por ser un objeto más que
es percibido, que es visto por el otro. La relación intersubjetiva es, en el planteamiento
sartreano, completamente dialéctica; lo que en última instancia me revela que el otro no
puede ser solamente un objeto corporal ante mí es el hecho de que es capaz de objetivarme
al verme, puesto que me vuelvo consciente de mi para-otro al reconocer que ese otro debe
percibirme de algún modo.
7
Ídem, p. 283
8
Ídem, p. 284
5
Aureliano Castillo León
El Cuerpo de Merleau-Ponty
9
Merleau, Ponty, Maurice. El Mundo de la Percepción. p. 50
10
Ibídem.
11
Ídem, p. 51
12
Ídem, p. 53
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Aureliano Castillo León
espíritu”13. Es más tarde, ya empezado este aprendizaje, que el conocimiento de uno mismo
se completa con todo lo que la cultura abona al proceso. El factor cultural, finalmente, es lo
que termina de dar al sujeto las herramientas para conocerse en su intimidad. Para Merleau-
Ponty toda posibilidad de conocernos nos viene de fuera; el sujeto se construye sólo desde
el mundo que lo rodea, participando de él. Tenemos entonces que en el caso de la propuesta
de Merleau-Ponty, el hombre tiene acceso directo al espíritu del otro a través del cuerpo de
éste, que no se presenta nunca como un mero objeto. Resulta entonces que la
intersubjetividad es aquí no un resultado, sino una condición de posibilidad de la
construcción del sujeto; primero se entra en contacto con el prójimo, luego con el interior
de uno mismo.
13
Ídem, p. 54
14
Ibídem.
7
Aureliano Castillo León
Esto último cobra mucha relevancia en la propuesta de Merleau-Ponty toda vez que
éste pone también sobre la mesa que –en este reconocimiento del espíritu propio y ajeno
que se expresa a través de los cuerpos –el ser humano encuentra calma ante el riesgo
indudable que le presentan la vida y el mundo externo, con los que la humanidad se
relaciona con constante tensión. La intersubjetividad se revela así, además de cómo la
condición de posibilidad de la subjetividad interior, como compañía… o más bien, como
empatía; una suerte de reconocimiento de que no sólo el otro piensa y siente lo que su
cuerpo expresa, sino que también yo expreso mis emociones y pensamientos a través del
cuerpo.
15
Ídem, pp. 54 y 55
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Aureliano Castillo León
Conclusiones
Otro punto en común es que, tanto para Sartre como para Merleau-Ponty, la relación
con el otro es necesaria; a pesar de las diferencias en los planteamientos de cada uno, la
intersubjetividad no es entendida por ninguno de los dos como algo opcional. Al contrario,
la relación entre subjetividades es, de un modo u otro, ineludible.
Sin embargo, mientras que para Sartre la relación entre los sujetos se da sólo gracias a
que cada uno se percibe a sí mismo como sujeto, pero percibe al otro como a un objeto que
a su vez está percibiendo, Merleau-Ponty no considera necesario el movimiento dialéctico
de la intersubjetividad sartreana y más bien plantea que es directamente gracias al cuerpo
que el espíritu del otro se nos revela. Más aún, si no fuera por este revelársenos del espíritu
del prójimo, no podríamos empezar siquiera a reconocer el espíritu propio.
Un punto más –para cerrar el presente trabajo –en el que ambos autores difieren es el
de la tensión que se genera entre los sujetos; mientras que para Merleau-Ponty esta tensión
proviene del mundo exterior y es aliviada mediante la intersubjetividad, para Sartre la
tensión es co-sustancial a la relación entre dos seres que no pueden más que objetivarse el
uno al otro y reconocerse a sí mismos como objetivados, como siendo vistos precisamente
por ese otro que ha llegado a irrumpir en su realidad y se ha apropiado de ella, más aún que
los ha vuelto un objeto más de una realidad que no es ya la suya sino justamente la del otro.
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Aureliano Castillo León / Problemas de Ética/ Bibliografía
Bibliografía
Principal:
–Sartre, Jean-Paul, El Ser y la Nada. Ed. Altaya, Grandes Obras del Pensamiento.
Barcelona, 1993.
Secundaria:
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