Textos Cuerpo
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Falta comprender qué es el cuerpo para mí, pues, precisamente por ser incaptable,
no pertenece a los objetos del mundo, o sea a esos objetos que conozco y utilizo; empero,
por otra parte, puesto que no puedo ser nada sin ser conciencia de lo que soy, es menester
que el cuerpo se dé de algún modo a mi conciencia. En cierto sentido, es verdad, es lo que
indican todos los utensilios que capto v lo aprehendo sin conocerlo en las indicaciones
mismas que sobre los utensilios percibo. Pero, si nos limitáramos a esta observación, no
podríamos distinguir el cuerpo del telescopio, por ejemplo, a través del cual el astrónomo
mira los planetas. En efecto: si definimos el cuerpo como punto de vista contingente sobre
el mundo, ha de reconocerse que la noción de punto de vista supone una doble relación: una
relación con las cosas sobre las cuales es punto de vista, y una relación con el observador
para el cual es punto de vista. Esta segunda relación es radicalmente diversa de la primera
cuando se trata del cuerpo-punto-de-vista; pero no se distingue verdaderamente de la
primera cuando se trata de un punto de vista en el mundo (catalejo, mirador, lupa, etc.) que
sea un instrumento objetivo distinto del cuerpo. Un paseante que contempla un panorama
desde un mirador ve tanto el mirador como el panorama: ve los árboles entre las columnas
del mirador, el techo del mirador le oculta el cielo, etc. Empero, la «distancia» entre el
mirador y él es, por definición, menor que entre sus ojos y el panorama. Y el punto de vista
puede avecinarse al cuerpo hasta casi fundirse con éste, como se ve, por ejemplo, en el caso
del catalejo, los binoculares, el monóculo, etc., que se convierten, por así decirlo, en un
órgano sensible suplementario. En el limite -y si concebimos un punto de vista absoluto- la
distancia entre éste y aquel para quien es punto de vista se aniquila. Esto significa que seria
imposible retroceder para «tomar distancia» y constituir sobre el punto de vista un punto de
vista nuevo. Esto es, precisamente, según hemos observado, lo que caracteriza al cuerpo,
instrumento que no puedo utilizar por medio de otro instrumento, punto de vista sobre el
cual no puedo ya adoptar punto de vista. Pues, en efecto, sobre la cumbre de esa colina, que
llamo precisamente un «hermoso punto de vista», tomo un punto de vista en el instante
mismo en que miro el valle, y ese punto de vista sobre el punto de vista es mi cuerpo. Pero
no podría tomar punto de vista sobre mi cuerpo sin una remisión al infinito. Sólo que, por
este hecho, el cuerpo no puede ser para mí trascendente y conocido; la conciencia
espontánea e irreflexiva no es ya conciencia del cuerpo. Sería preciso decir, más bien,
sirviéndose del verbo existir como de un transitivo, que la conciencia existe su cuerpo. Así,
la relación entre el cuerpo-punto-de-vista y las cosas es una relación objetiva, y la relación
entre conciencia y cuerpo es una relación existencial. ¿Cómo hemos de entender esta última
relación?
En primer lugar, es evidente que la conciencia no puede existir su cuerpo sino como
conciencia. Así, pues, mi cuerpo es una estructura consciente de mi conciencia. Pero,
precisamente porque es el punto de vista sobre el cual no podría haber punto de vista, no
hay, en el plano de la conciencia irreflexiva, una conciencia del cuerpo. El cuerpo
pertenece, pues, a las estructuras de la conciencia no-tética (de) sí. ¿Podemos, sin embargo,
identificarlo pura y simplemente con esa conciencia no-tética? Tampoco es posible, pues la
conciencia no-tética es conciencia (de) sí en tanto que proyecto libre hacia una posibilidad
que es suya, es decir, en tanto que ella es el fundamento de su propia nada. La conciencia
no-posicional es conciencia (del) cuerpo como de aquello que ella sobrepasa y nihiliza
haciéndose conciencia, es decir, como algo que ella es sin tener-de-serlo y por sobre lo cual
pasa para ser lo que ella tiene-de-ser. En una palabra, la conciencia (del) cuerpo es lateral y
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retrospectiva; el cuerpo es aquello de que se hace caso omiso, lo que se calla, y es, sin
embargo, aquello que ella es; la conciencia, inclusive, no es nada más que el cuerpo; el
resto es nada y silencio.
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El ser y la nada, Losada, Buenos Aires 1976, 4ª. ed., traducción de Juan Valmar, Cap. II, p.
416-417.
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El ser y la nada, Losada, Buenos Aires 1976, 4ª. ed., traducción de Juan Valmar, Cap. II, p.
386-387.
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El ser y la nada, Losada, Buenos Aires 1976, 4ª ed., traducción de Juan Valmar, Cap. II, p.
393-394.
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No hay que decir, pues, que nuestro cuerpo está en el espacio ni, tampoco, que está
en el tiempo. Habita el espacio y el tiempo Si mi mano ejecuta en el aire un desplazamiento
complicado, para saber su posición final no tengo que sumar los movimientos en un mismo
sentido y restar los movimientos en sentido contrario. «Todo cambio identificable llega a la
consciencia ya cargado de sus relaciones para con aquello que lo ha precedido, como en un
taxímetro la distancia ya se nos presenta transformada en chelines y peniques.» En cada
instante las posturas y los movimientos precedentes proporcionan un patrón de medida
siempre a disposición. No se trata del «recuerdo» visual o motor de la posición de la mano
en el punto de partida: unas lesiones cerebrales pueden dejar intacto el recuerdo visual a la
par que suprimiendo la consciencia del movimiento y, en cuanto al «recuerdo motor», está
claro que no podría determinar la posición presente de mi mano, si la percepción de la que
ha nacido no hubiese encerrado una consciencia absoluta del «aquí», sin la cual se nos
remitirla de recuerdo en recuerdo y nunca tendríamos una percepción actual. Así como está
necesariamente «aquí», el cuerpo existe necesariamente «ahora»; nunca puede devenir
«pasado», y si no podemos guardar, en estado de salud, el recuerdo viviente de la
enfermedad, o, en la edad adulta, el recuerdo de nuestro cuerpo de cuando éramos niños,
estas «lagunas de la memoria» no hacen sino expresar la estructura temporal de nuestro
cuerpo. A cada instante de un movimiento, el instante precedente no es ignorado, pero está
como encapsulado en el presente y la percepción presente consiste, en definitiva, en volver
a captar, apoyándose en la posición actual, la serie de posiciones anteriores que se
envuelven unas a otras. Pero la posición inminente también está envuelta en el presente y,
por ella, todas las que vendrán hasta el término del movimiento. Cada momento del
movimiento abarca toda su extensión y, en particular, el primer momento, la iniciación
cinética, inaugura la vinculación de un aquí y un allá, de un ahora y de un futuro que los
demás momentos se limitarán a desarrollar. En tanto que tengo un cuerpo y que actúo a
través del mismo en el mundo, el espacio y el tiempo no son para mí una suma de puntos
yuxtapuestos, como tampoco una infinidad de relaciones de los que mi consciencia operaría
la síntesis y en la que ella implicaría mi cuerpo; yo no estoy en el espacio y en el tiempo, no
pienso en el espacio y en el tiempo, soy del espacio y del tiempo (a l'espace et au temps) y
mi cuerpo se aplica a ellos y los abarca. La amplitud de este punto de apoyo mide el de mi
existencia; pero, de todas formas jamás puede ser total: el espacio y el tiempo que yo habito
tienen siempre, por una parte y otra, unos horizontes indeterminados que encierran otros
puntos de vista. La síntesis del tiempo, como la del espacio, está siempre por reiniciar.
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Fenomenología de la percepción, Planeta-Agostini, Barcelona 1984, traducción de Jem
Cabanes, p.156-157.
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[...] Desde el momento en que veo, es preciso que la visión (como tan bien indica el
doble sentido de la palabra) vaya acompañada de una visión complementaria o de otra
visión: yo mismo visto por fuera, tal como me vería otro, instalado en medio de lo visible,
mirándolo a él desde cierto punto. No examinemos de momento hasta dónde llega esta
identidad entre el vidente y lo visible, ni si tenemos una experiencia plena de ella o si le
falta algo y, en este caso, qué es lo que le falta. Basta con advertir por ahora que el que ve
sólo puede poseer lo visible si lo visible lo posee a él, si es visible, si, con arreglo a lo
prescrito por la articulación entre la mirada y las cosas, es una de las entidades visibles,
capaz, por una singular inflexión, de verlas, siendo una de ellas.
Se comprende entonces por qué vemos las cosas en sí mismas, en su sitio, según su
ser, que es mucho más que su ser-percibido, y, al mismo tiempo, estamos separados de ellas
por todo el espesor de la mirada y el cuerpo: y es porque esta distancia no es lo contrario de
aquella proximidad, está íntimamente armonizada con ella, es su sinónimo. Porque este
espesor de carne constituye la visibilidad de la cosa y la corporeidad del vidente; no es un
obstáculo entre ambos, sino su medio de comunicación. Por la misma razón me hallo en el
centro de lo visible y estoy lejos de ello; porque lo visible es espeso y, porque es espeso,
está naturalmente destinado a ser visto por un cuerpo. Lo que hay de indefinible en el quale,
en el color, no es más que un modo breve, perentorio, de ofrecer en un solo algo, en un solo
tono de ser, visiones pasadas y visiones futuras apiñadas. Yo, que veo, tengo también mi
profundidad, ya que estoy adosado a lo visible que veo y que sé muy bien que me envuelve
por detrás. El espesor del cuerpo, lejos de rivalizar con el del mundo, es, por el contrario, el
único medio que tengo para ir hasta el corazón de las cosas, convirtiéndome en mundo y
convirtiéndolas a ellas en carne.
El cuerpo interpuesto no es cosa, material intersticial, tejido conjuntivo, sino
sensible para sí, lo cual no equivale al siguiente absurdo: color que se ve a sí mismo,
superficie que se toca a sí misma, sino a la siguiente paradoja: un conjunto de colores y
superficies habitados por un tacto, una visión, por tanto sensible ejemplar, que ofrece a
quien lo ocupa y siente modo de sentir cuanto se le parece fuera; de forma que, preso como
está en el tejido de las cosas, lo atrae todo hacia sí, se lo incorpora, y, con el mismo
movimiento, comunica a las cosas que encierra esa identidad sin superposición, esa
diferencia sin contradicción, esa distancia entre el fuera y el dentro, que constituyen su
secreto natal [Podemos decir que percibimos las cosas mismas, que somos el mundo que se
piensa, o que el mundo está en el corazón de nuestra carne. En todo caso, una vez
reconocida una relación cuerpo-mundo, hay ramificación de mi cuerpo y ramificación del
mundo y correspondencia entre su interior y mi exterior, entre mi interior y su exterior]. El
cuerpo nos une directamente con las cosas por su propia ontogénesis, soldando uno a otro
los dos esbozos de que se compone, sus dos labios: la masa sensible que es él y la masa de
lo sensible en que nace por segregación y a la que, en tanto que vidente, permanece abierto.
[...] entre los dos «lados» de nuestro cuerpo, el cuerpo como sensible y el cuerpo como
sintiente -lo que hemos llamado alguna vez cuerpo objetivo y cuerpo fenoménico- hay, más
que una distancia, el abismo que separa el En Sí del Para Sí. Existe el problema, y no lo
eludiremos, de cómo el sintiente sensible puede ser también pensado. Pero aquí, cuando de
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lo que se trata es de formar nuestros primeros conceptos evitando en lo posible los escollos
clásicos, no hay razón para que tomemos en cuenta las dificultades que pueden presentar
cuando se los confronta con un cognito que está todavía por revisar. ¿Tenemos o no un
cuerpo, es decir no un objeto permanente de pensamiento, sino una carne que sufre cuando
está herida y unas manos que tocan? Ya sabemos que las manos no bastan para tocar, pero
decidir, por este único motivo, que nuestras manos no tocan, y relegarlas al mundo de los
objetos y los instrumentos, sería aceptar la bifurcación de sujeto y objeto, renunciar de
antemano a entender lo sensible y a valernos de sus luces. Creemos, por el contrario, que
hay que cogerle la palabra para empezar. Decíamos que nuestro cuerpo es un ser de dos
hojas: por un lado, cosa entre las cosas, y, por otro, el que las ve y las toca. Decíamos,
porque es evidente, que reúne en sí estas dos propiedades, y que su doble pertenencia al
orden del «sujeto» y al del «objeto» nos revela relaciones totalmente insospechadas entre
ambos órdenes. Si el cuerpo tiene esta doble referencia, no puede ser por mera e
incomprensible casualidad. Nos descubre que cada una llama a la otra. Porque, si bien el
cuerpo es cosa entre las cosas, es, en cierto sentido, más fuerte y más profundo que ellas, y
eso, decíamos, porque es cosa, lo cual significa que se destaca entre ellas y, en la medida en
que lo hace, se destaca de ellas. No es simplemente cosa vista de hecho (yo no veo mi
espalda), es visible por derecho, entra en el campo de una visión a un tiempo ineluctable y
diferida. Recíprocamente, si toca y ve, no es porque tiene delante los seres visibles como
objetos: están a su alrededor, llegan hasta a invadir su recinto, están en él, tapizan sus
miradas y sus manos por dentro y por fuera. Si los toca y los ve, es únicamente porque,
siendo de su misma familia, visible y tangible como ellos, se vale de su ser como de un
medio para participar del de ellos, porque cada uno es arquetipo para el otro y porque el
cuerpo pertenece al orden de las cosas así como el mundo es carne universal. Ni siquiera
hace falta decir, como acabamos de hacerlo, que el cuerpo se compone de dos hojas, una de
las cuales, la de lo «sensible», es solidaria del resto del mundo; no hay en él dos hojas o dos
capas; fundamentalmente no es sólo cosa vista, ni sólo vidente; es la Visibilidad dispersa
unas veces, concentrada otras, y, como tal, no está en el mundo, no encierra su visión del
mundo como dentro de un recinto cerrado: ve el mundo mismo, el mundo de todos, sin
tener que salirse fuera, porque todo él, sus manos y sus ojos, no es más que aquella
referencia a una visibilidad y a una tangibilidad-patrón de todos los seres visibles y
tangibles, que tienen en él su semejanza y cuyo testimonio recoge por la magia que es el ver
y el tocar mismos. [...]
La carne no es materia, no es espíritu, no es substancia. Para designarla haría falta el
viejo término «elemento», en el sentido en que se emplea para hablar del agua, del aire, de
la tierra y del fuego, es decir, en el sentido de una cosa general, a mitad de camino entre el
individuo espacio-temporal y la idea, especie de principio encarnado que introduce un
estilo de ser dondequiera que haya una simple parcela suya. La carne es, en este sentido, un
elemento del Ser. No hecho o suma de hechos, aunque sí adherente al lugar y al ahora.
Mucho más, inauguración del donde y del cuando, posibilidad y exigencia del hecho, en
una palabra, facticidad, lo que hace que un hecho sea hecho. Y juntamente con ello, lo que
hace que tenga sentido, que los hechos parcelarios se dispongan alrededor de un «algo».
[...]
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Lo visible y lo invisible, Seix Barral, Barcelona 1970, p.168-172, 174.
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Fenomenología de la percepción, Planeta-Agostini, Barcelona 1984, traducción de Jem
Cabanes, p.108-110.
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Fenomenología de la percepción, Planeta-Agostini, Barcelona 1984, traducción de Jem
Cabanes, p.215.