Recopilacion de Cuentos de Valores
Recopilacion de Cuentos de Valores
Recopilacion de Cuentos de Valores
INSTRUCCIONES: Cada semana se leerá un cuento, en total serán 10. Se marcará la actividad el día
viernes y el lunes se entregará un pequeño video de lo que aprendieron en el cuento leído. También
llenaremos semanalmente el cuadro de la pág. 192 del libro de español donde pondrán el nombre de
la lectura, autor y porque te gusto. El objetivo es mejorar la lectura y reafirmar la enseñanza de
valores.
¡Y TODOS APRENDERAN!
El árbol mágico
Publicado en Cuentos para Dormir (http://cuentosparadormir.com)
El árbol mágico
Valor Educativo
Buenos modales y educación
Cuento
Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel que
decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.
El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y por eso se dice siempre
que "por favor" y "gracias", son las palabras mágicas
El girasol tardón
Valor Educativo
Paciencia y obediencia
Cuento
Había una vez un profesor que en una de las clases entregó semillas a sus alumnos para que plantaran y
cuidaran un girasol. Uno de los niños, a quien encantaban las pipas de girasol, estaba tan emocionado
que plantó la semilla y la cuidó con esmero durante días. Cuando por fin apareció el primer brote, el niño
impaciente fue a ver a su profesor "¿puedo arrancarla ya?", le preguntó ansioso. El maestro contestó que aún
debía cuidar la planta por mucho tiempo antes de poder recoger un buen montón de pipas de un solo girasol. El
niño volvió decepcionado, pero siguió cuidando su planta. Pero cada vez estaba más impaciente, y no hacía más
que preguntar al profesor cuándo podía cortar el girasol. Y aunque éste le pidió paciencia, en cuanto el niño vio las
primeras pipas en la flor, la cortó para comerlas. Sin embargo, la planta estaba aún verde, y las pipas no se
podían comer. El niño quedó desolado: ¡tanto esfuerzo cuidando su planta para al final echarlo todo a perder por
un poco de impaciencia!. Y aún fue mayor su enfado cuando comprobó lo enormes que llegaron a ser los girasoles
de sus compañeros, así que se propuso firmemente no volver a ser tan impaciente y hacer caso al profesor. Y
además tuvo suerte, porque sus muchos amigos compartieron con él las deliciosas pipas de sus girasoles
El hada fea
Valor Educativo
Aceptarnos tal como somos
Cuento
Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más lista y amable de las hadas. Pero era
también una hada muy fea, y por mucho que se esforzaba en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos
estaban empeñados en que lo más importante de una hada tenía que ser su belleza. En la escuela de hadas no le
hacían caso, y cada vez que volaba a una misión para ayudar a un niño o cualquier otra persona en apuros, antes
de poder abrir la boca, ya la estaban chillando y gritando:
- ¡fea! ¡bicho!, ¡lárgate de aquí!.
Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había pensado hacer un encantamiento para
volverse bella; pero luego pensaba en lo que le contaba su mamá de pequeña:
- tu eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que es así por alguna razón especial...
Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a todas las hadas y magos. Nuestra
hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por
bruja. Así, pudo seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta para todas,
adornando la cueva con murciélagos, sapos y arañas, y música de lobos aullando.
Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran hechizo consiguieron encerrar a
todas las brujas en la montaña durante los siguientes 100 años.
Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la valentía y la inteligencia del hada fea. Nunca más se
volvió a considerar en aquel país la fealdad una desgracia, y cada vez que nacía alguien feo, todos se llenaban de
alegría sabiendo que tendría grandes cosas por hacer.
El elefante fotógrafo
Valor Educativo
Esfuerzo y constancia
Cuento
Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada vez que le oían decir aquello:
- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes!
- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay nada que fotografíar...
Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y aparatos con los que fabricar una
gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente todo: desde un botón que se pulsara con la trompa, hasta
un objetivo del tamaño del ojo de un elefante, y finalmente un montón de hierros para poder colgarse la cámara
sobre la cabeza.
Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para elefantes era tan grandota y
extraña que paracecía una gran y ridícula máscara, y muchos se reían tanto al verle aparecer, que el elefante
comenzó a pensar en abandonar su sueño.. Para más desgracia, parecían tener razón los que decían que no
había nada que fotografiar en aquel lugar...
Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que nadie podía dejar de reir al
verle, y usando un montón de buen humor, el elefante consiguió divertidísimas e increíbles fotos de todos los
animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso del malhumorado rino!; de esta forma se convirtió en el fotógrafo
oficial de la sabana, y de todas partes acudían los animales para sacarse una sonriente foto para el pasaporte al
zoo.
La princesa de fuego
Valor Educativo
Amor, compromiso y pasión
***
Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban
a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y
sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor
incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una
simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar
muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:
- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera,
porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más
tierno que ningún otro.
El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que
llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón
seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento
vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que
ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.
Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su
sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes
del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y
su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla
cariñosamente "La princesa de fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido,
resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días
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Los juguetes ordenados
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Valor Educativo
Orden y cuidado
Cuento
Érase una vez un niño que cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vió que estaba llena de juguetes,
cuentos, libros, lápices... todos perfectamente ordenados. Ese día jugó todo lo que quiso, pero se acostó sin
haberlos recogido.
Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados y en sus sitios
correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su habitación, aunque el niño no le dio
importancia. Y ocurrió lo mismo ese día y al otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a coger el primer
juguete, éste saltó de su alcance y dijo "¡No quiero jugar contigo!". El niño creía estar alucinado, pero pasó lo
mismo con cada juguete que intentó tocar, hasta que finalmente uno de los juguetes, un viejo osito de
peluche, dijo: "¿Por qué te sorprende que no queramos jugar contigo? Siempre nos dejas muy lejos de nuestro
sitio especial, que es donde estamos más cómodos y más a gustito ¿sabes lo difícil que es para los libros subir a
las estanterías, o para los lápices saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea de lo incómodo y frío que es el suelo! No
jugaremos contigo hasta que prometas dejarnos en nuestras casitas antes de dormir"
El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había estado una vez que se quedó
dormido en una silla. Entonces se dio cuenta de lo mal que había tratado a sus amigos los juguetes, así que les
pidió perdón y desde aquel día siempre acostó a sus juguetes en sus sitios favoritos antes de dormir.
Valor Educativo
Comunicación
Cuento
Había una vez un hombre que salió un día de su casa para ir al trabajo, y justo al pasar por delante de la puerta de
la casa de su vecino, sin darse cuenta se le cayó un papel importante. Su vecino, que miraba por la ventana en
ese momento, vio caer el papel, y pensó:
- ¡Qué descarado, el tío va y tira un papel para ensuciar mi puerta, disimulando descaradamente!
Pero en vez de decirle nada, planeó su venganza, y por la noche vació su papelera junto a la puerta del primer
vecino. Este estaba mirando por la ventana en ese momento y cuando recogió los papeles encontró aquel papel
tan importante que había perdido y que le había supuesto un problemón aquel día. Estaba roto en mil pedazos, y
pensó que su vecino no sólo se lo había robado, sino que además lo había roto y tirado en la puerta de su casa.
Pero no quiso decirle nada, y se puso a preparar su venganza. Esa noche llamó a una granja para hacer un
pedido de diez cerdos y cien patos, y pidió que los llevaran a la dirección de su vecino, que al día siguiente tuvo un
buen problema para tratar de librarse de los animales y sus malos olores. Pero éste, como estaba seguro de que
aquello era idea de su vecino, en cuanto se deshizo de los cerdos comenzó a planear su venganza.
Y así, uno y otro siguieron fastidiándose mutuamente, cada vez más exageradamente, y de aquel simple papelito
en la puerta llegaron a llamar a una banda de música, o una sirena de bomberos, a estrellar un camión contra la
tapia, lanzar una lluvia de piedras contra los cristales, disparar un cañón del ejército y finalmente, una
bomba-terremoto que derrumbó las casas de los dos vecinos...
Ambos acabaron en el hospital, y se pasaron una buena temporada compartiendo habitación. Al principio no se
dirigían la palabra, pero un día, cansados del silencio, comenzaron a hablar; con el tiempo, se fueron haciendo
amigos hasta que finalmente, un día se atrevieron a hablar del incidente del papel. Entonces se dieron cuenta de
que todo había sido una coincidencia, y de que si la primera vez hubieran hablado claramente, en lugar de juzgar
las malas intenciones de su vecino, se habrían dado cuenta de que todo había ocurrido por casualidad, y ahora los
dos tendrían su casa en pie...
Y así fue, hablando, como aquellos dos vecinos terminaron siendo amigos, lo que les fue de gran ayuda para
recuperarse de sus heridas y reconstruir sus maltrechas casas.
***
No había nadie en aquella playa que no hubiera oído hablar de Pinzaslocas, terror de pulgares, el cangrejo más
temido de este lado del mar. Cada año algún turista despistado se llevaba un buen pellizco que le quitaba las
ganas de volver. Tal era el miedo que provocaba en los bañistas, que a menudo se organizaban para intentar
cazarlo. Pero cada vez que creían que lo habían atrapado reaparecían los pellizcos unos días después,
demostrando que habían atrapado al cangrejo equivocado.
El caso es que Pinzaslocas solo era un cangrejo con muy mal carácter, pero muy habilidoso. Así que, en lugar de
esconderse y pasar desapercibido como hacían los demás cangrejos, él se ocultaba en la arena para preparar sus
ataques. Y es que Pinzaslocas era un poco rencoroso, porque de pequeño un niño le había pisado una pata y la
había perdido. Luego le había vuelto a crecer, pero como era un poco más pequeña que las demás, cada vez que
la miraba sentía muchísima rabia.
Estaba recordando las maldades de los bañistas cuando descubrió su siguiente víctima. Era un pulgar gordísimo y
brillante, y su dueño apenas se movía. ¡Qué fácil! así podría pellizcar con todas sus fuerzas. Y recordó los pasos:
asomar, avanzar, pellizcar, soltar, retroceder y ocultarse en la arena de nuevo. ¡A por él!
Pero algo falló. Pinzaslocas se atascó en el cuarto paso. No había forma de soltar el pulgar. El pellizco fue tan
fuerte que atravesó la piel y se atascó en la carne. ¿Carne? No podía ser, no había sangre. Y Pinzaslocas lo
comprendió todo: ¡había caído en una trampa!
Pero como siempre Pinzaslocas estaba exagerando. Nadie había sido tan listo como para prepararle una trampa
con un pie falso. Era el pie falso de Vera, una niña que había perdido su pierna en un accidente cuando era
pequeña. Vera no se dio cuenta de que llevaba a Pinzaslocas colgado de su dedo hasta que salió del agua y se
puso a jugar en la arena. La niña soltó al cangrejo, pero este no escapó porque estaba muerto de miedo. Vera
descubrió entonces la pata pequeñita de Pinzaslocas y sintió pena por él, así que decidió ayudarlo, preparándole
una casita estupenda con rocas y buscándole bichitos para comer.
¡Menudo festín! Aquella niña sí sabía cuidar a un cangrejo. Era alegre, divertida y, además, lo devolvió al mar
antes de irse.
- Qué niña más agradable -pensó aquella noche- me gustaría tener tan buen carácter. Si no tuviera esta patita
corta…
Fue justo entonces cuando se dio cuenta de que a Vera no le había vuelto a crecer su pierna, y eso que los niños
no son como los cangrejos y tienen solo dos. Y aún así, era un encanto. Decididamente, podía ser un cangrejo
alegre aunque le hubieran pasado cosas malas.
El día siguiente, y todos los demás de aquel verano, Pinzaslocas atacó el pie de Vera para volver a jugar todo el
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día con ella. Juntos aprendieron a cambiar los pellizcos por cosquillas y el mal carácter por buen humor. Al final, el
cangrejo de Vera se hizo muy famoso en aquella playa aunque, eso sí, nadie sospechaba que fuera el mismísimo
Pinzaslocas. Y mejor que fuera así, porque por allí quedaban algunos que aún no habían aprendido que no es
necesario guardar rencor y tener mal carácter, por muy fuerte que un cangrejo te pellizque…
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Un enfado incontrolable
Valor Educativo
Autocontrol y buen carácter
***
Había una vez un joven príncipe que tenía un secreto que ni él mismo conocía: siendo un bebé, había sido
embrujado por un antiguo enemigo del reino. Era un hechizo muy extraño, pues su único efecto era que conseguía
enfadar al príncipe cada vez que oía una palabra secreta.
Pero aquella palabra era tan normal, y estaba tan bien elegida, que siempre había alguien que la decía. Así que el
príncipe creció con fama de enfadarse muy fácilmente, sin que nadie llegara nunca a sospechar nada.
Lo malo es que, como le pasa a todo el mundo, cuando se enfadaba terminaba metiendo la pata. Gritaba o hacía
lo primero que se le venía a la cabeza, que casi siempre era la peor de las ideas. Y eso, en alguien que mandaba
tanto, era un problema muy gordo. Sus errores causaban tantos problemas que el clamor de los habitantes del
reino se elevó con tal fuerza que… ¡salió de su propio cuento! y un montón de diminutos personajes acabaron
discutiendo con el escritor de aquella historia.
- ¿A quién se le ocurre ponernos un príncipe así? ¡Con lo bien que vivíamos antes!
- ¡Esto es injusto!
- Este escritor no tiene corazón ¡Se va a enterar de lo que es bueno!
- Ahora sabrá lo que es vivir con alguien así… ¡vivirá en nuestro reino hasta que lo arregle!
Y, entre gritos y protestas, los personajes secuestraron al escritor para llevarlo al cuento. Allí descubrió el
sorprendido escritor lo duro que era aguantar los gritos del príncipe y sus decisiones precipitadas. Porque cuanto
más se equivocaba, más se enfadaba, y más volvía a equivocarse. Intentó de todo para calmarlo, pero el hechizo
funcionaba perfectamente, y solo consiguió llevarse gritos y castigos.
- Menuda tontería hice inventando aquel hechizo solo porque yo estaba enfadado ese día. Si hubiera escrito las
palabras secretas o la forma de anularlo, ahora podría arreglarlo todo- se dijo el escritor-. Pero ya no controlo el
cuento, y mucho menos el humor del príncipe…
Y vaya si no lo hacía. Ese mismo día estaba junto al príncipe cuando le atacó su mal humor. Al buscar alguien con
quien desatar su furia se fijó en el escritor y este, muerto de miedo, solo pudo recordar las palabras de un viejo
hechizo de congelación de uno de sus cuentos. Al instante el príncipe quedó encerrado en un enorme bloque de
hielo y rápidamente el escritor fue apresado por los guardias. Estos lo dejaron allí mismo, delante del príncipe,
para que recibiera su castigo cuando el bloque se derritiera.
Pero para entonces el enfado del príncipe ya había pasado, y aquella fue la primera vez en años en que uno de
sus enfados no había provocado ningún problema. El príncipe era el primero al que molestaban las tonterías que
él mismo hacía cuando estaba enfadado, y se sintió feliz de haber descubierto una forma de evitarlas. Los
siguientes días mantuvo al escritor a su lado para que pudiera congelarlo cuando le llegaran sus enfados, y en
unas semanas él solo aprendió a controlarse para no hacer ni decir nada mientras estuviera enfadado. De esta
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forma consiguió acertar en sus decisiones y el reino volvió a ser un lugar próspero y feliz.
¿Y el escritor? Pues aunque estaba feliz siendo famoso en el nuevo reino que ahora dirigía tan bien el príncipe, se
dio cuenta de que tenía que arreglar muchas de las historias que había escrito mientras estaba enfadado. Y así
volvió a su antiguo escritorio, con la firme intención de escribir y hacer las demás cosas importantes solo cuando
estuviera de buen humor.
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***
Ramón era el tipo duro del colegio porque su papá era un tipo duro. Si alguien se atrevía a desobedecerle, se
llevaba una buena.
Hasta que llegó Víctor. Nadie diría que Víctor o su padre tuvieran pinta de duros: eran delgaduchos y sin músculo.
Pero eso dijo Víctor cuando Ramón fue a asustarle.
- Hola niño nuevo. Que sepas que aquí quien manda soy yo, que soy el tipo más duro.
- Puede que seas tú quien manda, pero aquí el tipo más duro soy yo.
Así fue como Víctor se ganó su primera paliza. La segunda llegó el día que Ramón quería robarle el bocadillo a
una niña.
- Esta niña es amiga del tipo más duro del colegio, que soy yo, y no te dará su bocadillo - fue lo último que dijo
Víctor antes de empezar a recibir golpes.
Y la tercera paliza llegó cuando fue él mismo quien no quiso darle el bocadillo.
- Los tipos duros como mi padre y yo no robamos ¿y tú quieres ser un tipo duro? - había sido su respuesta.
Víctor seguía llevándose golpes con frecuencia, pero nunca volvía la cara. Su valentía para defender a aquellos
más débiles comenzó a impresionar al resto de compañeros, y pronto se convirtió en un niño admirado. Comenzó
a ir siempre acompañado por muchos amigos, de forma que Ramón cada vez tenía menos oportunidades de
pegar a Víctor o a otros niños, y cada vez menos niños tenían miedo de Ramón. Aparecieron nuevos niños y niñas
valientes que copiaban la actitud de Víctor, y el patio del recreo se convirtió en un lugar mejor.
- ¿Y este delgaducho es el tipo duro que hace que ya no seas quien manda en el patio? ¡Eres un inútil! ¡Te voy a
dar yo para que te enteres de lo que es un tipo duro!
No era la primera vez que Ramón iba a recibir una paliza, pero sí la primera que estaba por allí el papá de Víctor
para impedirla.
- Los tipos duros como nosotros no pegamos a los niños, ¿verdad? - dijo el papá de Víctor, poniéndose en medio.
El papá de Ramón pensó en atizarle, pero observó que aquel hombrecillo delgado estaba muy seguro de lo que
decía, y que varias familias estaban allí para ponerse de su lado. Además, después de todo, tenía razón, no
parecía que pegar a los niños fuera propio de tipos duros.
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Fue entonces cuando el papá de Ramón comprendió por qué Víctor decía que su padre era un tipo duro: estaba
dispuesto a aguantar con valentía todo lo malo que le pudiera ocurrir por defender lo que era correcto. Él también
quería ser así de duro, de modo que aquel día estuvieron charlando toda la tarde y se despidieron como amigos,
habiendo aprendido que los tipos duros lo son sobre todo por dentro, porque de ahí surge su fuerza para aguantar
y luchar contra las injusticias.
Y así, gracias a un chico que no parecía muy duro, Ramón y su papá, y muchos otros, terminaron por llenar el
colegio de tipos duros, pero de los de verdad: esos capaces de aguantar lo que sea para defender lo que está
bien.
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