Fonseca y Caldarello (2000)
Fonseca y Caldarello (2000)
Fonseca y Caldarello (2000)
Fonseca, Claudia y Caldarello, Andrea, 2000: Derechos de los más y menos humanos, en Apuntes de
investigación del CECYP Nº5, Buenos Aires año 2000
-------------------------
Resumen
Luego de muchos años de debate entre militantes de los movimientos sociales, parlamentarios y
otros miembros de la sociedad civil, Brasil tuvo una nueva Constitución aprobada en 1988. Fiel a las
tradiciones del derecho romano e inspirado en debates internacionales sobre derechos humanos, el
documento refleja altos ideales para una sociedad ideal 2: demanda la demarcación inmediata de las tierras
indígenas, así como el reconocimiento de los derechos territoriales de los descendientes de esclavos
fugitivos; proclama derechos iguales para las mujeres, protección para los ancianos, respeto al medio
ambiente. En una ratificación posterior - Estatuto del Niño y el Adolescente (ECA, 1990) - fueron
Por un lado, nos encontramos ante figuras destacadas manifestando que, aún cuando la
Constitución contenga seguramente muchas ideas excelentes, todo el mundo sabe que el país no posee los
medios para ponerlas en práctica (ver Comparato, 1998). Por otro lado, aparece la rectificación de ciertas
categorías sociales - indios, descendientes de esclavos fugitivos, mujeres, niños - perfectas para alimentar
asociaciones filantrópicas y ONGs, denominadas ahora "Tercer Sector" (Fernandes, 1994). Mucho se ha
escrito ya sobre los fraudes y los simulacros de realidad creados por los benefactores de grupos
oprimidos. El "indio hiper-real" entronizado por muchas ONGs, pareciera tener poco que ver con los
impertinentes nativos de la vida real, quienes establecen alianzas con multinacionales o cambian sus
tierras por las bagatelas del consumismo salvaje (Ramos, 1991). Lo mismo puede decirse con relación a
la folclorización de los quilombolas o al tratamiento publicitario de los chicos de la calle 3. Cuales son las
ventajas que estos grupos "subalternos" obtienen de esas coberturas mediáticas es una cuestión todavía sin
respuesta. Lo innegable, es que esos grupos ocupan un espacio considerable en el prorrateo del interés
público y en las agendas políticas dirigidas a la disminución de las injusticias sociales.
Nuestra reflexión parte de estas imágenes y su importancia en tanto componente básico de los
procesos de ciudadanía. Siguiendo una escuela de pensamiento que ve lo simbólico y lo político como
indisociables, subrayamos la importancia de los sistemas de clasificación insertos en el lenguaje que
usamos para describir (y aprehender) la realidad. Nos preguntamos sobre la acción de individuos
incuestionablemente bien intencionados que se encuentran ocultos en determinadas estructuras de
significación que no corresponden necesariamente a la realidad. En otras palabras, en este trabajo
buscamos analizar la cuestión de los derechos humanos en términos de "procesos discursivos -
epistemologías, instituciones y prácticas - que producen los sujetos políticos" e informan sus objetivos
privilegiados de acción4 (Scott, 1998: 35).
A lo largo de esta reflexión se sostiene la premisa de que los derechos humanos en su forma
abstracta y descontextualizada poco significan. Cómo esta noción es traducida en la práctica - y sus
Introducido como una reflexión sobre la naturaleza y la importancia del "frente discursivo" del
que hablamos, este artículo comienza con la descripción de un caso ejemplar - la construcción social e
histórica de la categoría "indígena". Luego, introduce otro "frente", el de la infancia y su constitución en
tanto problema social. La parte principal se concentra en el análisis de programas para la
institucionalización de niños y adolescentes en la FEBEM-RS, intentando ver cómo ciertos procesos
desencadenados por la legislación progresista terminan produciendo efectos inesperados. Su intención es
mostrar como los eventuales efectos negativos de la legislación, son muchas veces producidos por
dispositivos discursivos que escapan a la voluntad conciente de los individuos. Por último, el artículo
toma a la "infancia" como un discurso más entre aquellos que movilizan campañas de derechos humanos
y que no siempre producen los efectos deseados.
Brasilia, capital federal. En una noche de sábado, en abril de 1997, cuatro jóvenes ricos, para
librarse del aburrimiento, escogen una espantosa forma diversión: interrumpir el sueño de algún mendigo,
bañarlo en gasolina y encender un fósforo. ¿Qué espectáculo podría ser más gratificante para sus ojos,
que una figura en llamas gesticulando y girando desesperadamente, intentando en vano extinguir el
fuego? Sucede que, para desgracia de los muchachos, el "mendigo" que escogieron era un indio pataxó
recién llegado a la capital para una conmemoración especial: el Día Nacional del Indio. Y así, la historia
de estos jóvenes - que los lectores de los diarios supimos posteriormente que no era algo poco común (en
promedio, un mendigo por mes es incendiado en la mayoría de las grandes ciudades brasileñas) - terminó
mal. Confrontados por la opinión pública con la gravedad de su "broma", los muchachos esbozaron lo
que, evidentemente para ellos, era una disculpa plausible: "nosotros no sabíamos que era un indio,
pensamos que era un mendigo cualquiera".
Lo que nos interesa de este episodio no es tanto la violencia; esta ya se encuentra ampliamente
representada en el historial brasileño. Nombres como Carandiru, Candelária y Diadema se tornaron en los
últimos años sinónimos de la brutalidad institucionalizada contra los débiles 5. El incidente de Brasilia, es
uno de los pocos en los que tuvimos acceso a las actitudes expresadas por los ciudadanos comunes para
justificar tales barbaridades. Al presentar todo como un malentendido - como si fuese permisible, o en
todo caso menos condenable, prender fuego a un simple mendigo -, los muchachos ponen de manifiesto
un sistema de clasificación que separa a los humanos de los no humanos.
Para comprender mejor los procesos de exclusión - objetivo de este artículo - sería útil, como
preámbulo, mostrar como una categoría, en este caso "el indio", consiguió alcanzar su estatus de más
humano.
Este giro semántico termina produciendo el fenómeno que describe. En las últimas décadas del
siglo XX, con la llegada de las ONGs, de las alianzas internacionales y de la asociación de los pueblos
indígenas con la cuestión ecológica, vemos por primera vez en la historia no sólo una modesta expansión
demográfica sino también un crecimiento del número de tribus clasificadas. Pueblos indígenas apoyados
por la Constitución de 1988 redescubren ritos largamente olvidados (Rosa 1998) y aceleran sus
reivindicaciones por la demarcación de las tierras. Las visiones esencialistas que anclan la "indianidad"
-genética o culturalmente- en alguna mítica esfera precolombina parecen haber caducado. Para enfatizar
el carácter dinámico y contemporáneo de las "naciones" indígenas, la denominación actual se refiere a
"comunidades emergentes".
La literatura sobre las poblaciones indígenas nos lleva a reflexionar sobre las consecuencias de
los términos que utilizamos. Hoy merece nuestro reconocimiento el hecho de haber sido creado, gracias al
esfuerzo conjunto de antropólogos, ONGs y un buen número de líderes indígenas, un nuevo frente
discursivo para rescatar a 200 naciones indígenas del ostracismo histórico y reinstalar a sus miembros
como ciudadanos de los tiempos modernos. Resta saber lo que sucede con aquellos -la inmensa mayoría
de la población- que no fueron rebautizados.
El episodio del indio pataxó nos ayuda a poner de relieve el poder instituyente de las palabras,
esto es, la construcción social de ciertas categorías ("indios", "niños", "mendigos") en tanto más o menos
merecedoras de derechos específicos. En Brasil, nueve de cada diez violaciones de los derechos humanos
no son perpetradas contra grupos minoritarios específicos, sino contra los pobres -aquellas otras víctimas
quemadas vivas que, por ser "simples mendigos", ni siquiera aparecen en los diarios. ¿Qué tipo de frente
discursivo puede organizarse para una categoría tan desgraciada como los "pobres" y los "indigentes"?
Desde la década del ´70, investigadores del campo sociológico han dedicado su atención a la
manera en que uno u otro tipo de comportamiento acaba siendo elegido por la opinión pública como
"problema social"6, intentando comprender los procesos que definen los temas destacados -las "causas"
que, en determinada coyuntura, conmueven al público, obtienen fondos y movilizan frentes de acción.
Esta línea de análisis no niega la importancia de los temas destacados; apenas sugiere que no existe una
relación directa entre la gravedad del problema y la atención (volumen e intensidad emocional) que se le
presta. Lo que aparece - en la opinión pública- como "más urgente", depende no tanto de la "realidad"
como de prioridades mediáticas, oportunismo político y sensibilidades de clase.
¿Cómo explicar que en Recife, por ejemplo, había en 1992 nada menos que 298 trabajadores
sociales especializados en la atención de chicos de la calle para un universo de menos de 250 niños
(Hecht 1998: 152)? ¿Por qué no había proporciones semejantes de trabajadores para los chicos pobres que
viven en sus casas cuando existen fuertes señales de que son esos niños los que se encuentran más
expuestos a la violencia y la mala alimentación (Hecht 1998, Silva y Milita 1995)? ¿Por qué la prensa
internacional ofrece tanta cobertura a los escuadrones de la muerte mientras apenas menciona formas
infinitamente más comunes de violencia contra los niños tales como la tortura policial (Hecht 1998: 23)?
6 Ver Best (1990), Blumer (1971) y Conrad y Schneider (1992).
El inconveniente no está en el hecho de dar visibilidad a casos asumidos como problemáticos
-niños viviendo en la calle, el asesinato de personas indefensas… El riesgo es que la fuerte carga
emocional de estos temas mediáticos cree una cortina de humo, opacando el análisis de problemas más
generales y dificultando la posibilidad de "soluciones" consecuentes.
Rosemberg, comentando el uso mediático de datos exagerados sobre los "chicos de la calle"7
muestra claramente como esta histeria ligada a la idea del niño pobre, hace todo menos ayudar a remediar
la situación.
Comenzamos por lo tanto a sospechar que la gran preocupación demostrada globalmente por el
valor "niño" no está siempre ligada a observaciones objetivas, evaluaciones correctas de la realidad, o
campañas eficaces que redunden en un beneficio real para los niños o sus familias. Muy por el contrario,
parece existir, en ciertas situaciones, una relación inversa entre el volumen de la retórica y la eficacia de
las políticas.
7 Se trata, a propósito, de números tomados y repetidos por órganos nacionales (FEBEM) e internacionales (UNICEF).
…………………………………………………………………………………………………………………………………..