UN FANTASMA EN El ALMACEN

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UN FANTASMA EN El ALMACEN

JFFunes

¿Sabía usted -- me dijo don Oscar, mi vecino, con un aire de gran misterio—que doña Tomaza va a cerrar
el almacén?

¿Y eso por qué? –Le contesté un tanto extrañado—El negocio se ve muy próspero y ha estado en ese lugar
por más de cincuenta años!

-Bueno, dicen por ahí que doña Tomaza ya no soporta la presencia de un fantasma que la ha estado
molestando casi todo el año.

¡Pero eso no puede ser! – le contesté—Eso no puede ser. Un señor fantasma no puede pretender cerrar el
almacén del pueblo así por así. Nos está afectando a todos.

-Tómelo con calma don René - me aconsejó mi vecino, con un aire pensativo- Un fantasma es un fantasma y
con los del más allá no hay que meterse.

-Lo siento mucho --dije—hoy mismo iré a visitar al juez y pondré una demanda en contra de este caballerito
por daños y perjuicios a la comunidad.

-¿No está hablando en serio, verdad? – me interrogó don Oscar viéndome con una cara de incredulidad, la
cual explotó después en una enorme carcajada! ¡Que gracioso! ¡Ponerle una demanda a un fantasma! ¿En
que cabeza cabe?

-Pues será en la mía – le contesté—este asunto no puede quedarse así.

Esa misma tarde entablé una demanda contra ese ser del otro mundo y el juez sin titubear un momento la dio
por aceptada y me pidió que en vista de que ningún poder material podría hacer venir al fantasma, entonces
él le haría el juicio en el mismo local del almacén.

Llegó el día señalado. El almacén estaba repleto de vecinos, quienes llegaron al lugar con las más diversas
motivaciones. Unos cuajados de incredulidad, otros decididos a divertirse y otros más musitando oraciones
en sus labios.

El señor Juez, hombre regordete, bonachón y con un fuerte ánimo de hacer justicia, llamó al fantasma y le
advirtió que en caso de desacato lo iba a juzgar en ausencia.
-¡Sepa usted señor Fantasma, que tengo jurisdicción en este caso y no tengo tiempo que perder!

Un aire frío comenzó a soplar dentro del salón y los asistentes se llenaron de expectación y de temor.
Lentamente, un caballero bajó las escaleras que daban al segundo piso y se sentó en el banquillo de los
acusados. Vestía impecablemente con un traje oscuro, una corbata exquisita y unos zapatos igualmente
negros y brillantes.

El juez estaba boquiabierto y después de salir de su asombro dijo en tono que aparentaba ser severo:

-Se le acusa de intimidación a la Sra. Tomaza y de daños y perjuicios a la comunidad. ¿Cómo se declara?

-Con voz clara y reposada, el fantasma dijo: Me declaro inocente su Señoría.

Un rumor corrió por toda la sala y sólo se terminó hasta que el juez mando a todos a callar.

-¿Por qué ha venido a molestar a los de este mundo, usted que pertenece al de los muertos?

-Sucede su Señoría que yo tengo de vivir en este lugar más de cuarenta años. Me iba a casar con la hija de los
dueños de esta casa y un terrible accidente me quitó la vida. Mi novia sufrió mucho mi pérdida y nunca dejó
de amarme.

En ese momento, los presentes se acomodaron mejor para escuchar al singular personaje.

-Decía que mi novia sufrió mucho mi partida y al verla en este mundo de dolor, yo pedí permiso para venir
a consolarla y hacerle compañía hasta que ella lo quisiera. A los treinta años el corazón le falló y para mi
alegría, se vino a este nuestro mundo que tiene más vida de la que usted cree, su Señoría.

Con gran dolor los padres le hicieron el sepelio y decidieron vender e irse del lugar.

-Pero, ¿Cuál es la razón de sus apariciones a la Sra. Tomaza? ¿Qué pretende usted? Indagó el Sr. Juez

-Bien su Señoría, resulta que los padres de mi novia vendieron la casa con todo y almacén a la señora
Tomaza y llenos de dolor se fueron del país. Doña Tomaza les pagó el almacén, pero el pago de la casa nunca
se efectuó; Por lo tanto, esta propiedad le pertenece a mi novia, la heredera legítima de sus padres.

Un rumor corrió nuevamente por toda la sala y el Juez, clavando sus ojos en la señora Tomaza, preguntó:

-¿Es eso cierto? ¿Nunca pagó usted esta casa?

Bueno… su Señoría. Ellos nunca volvieron y yo no pude pagarles.

_ ¿Y por qué quiere vender algo que no es suyo?


Vea usted, señor Juez, ya pasaron cincuenta años y yo…

-Déjeme decirle – respondió el togado, que nadie puede vender lo que no le pertenece, porque incurre en un
delito.

-“Las escrituras de la casa las tiene doña Tomaza en la caja fuerte que está empotrada en la habitación donde
duerme ella – señaló el fantasma- Y yo la he visitado para pedirle que no venda este edificio, el cual quieren
convertir, otros interesados, en una ferretería, señor Juez”.

La gente se volvió a sorprender y un murmullo sordo se escuchó por toda la casa.

-¡Que se presente la dueña! Demandó el juez, que a estas alturas estaba enérgico y lleno de determinación.

-Será posible dijo el fantasma y en ese momento una linda dama, ataviada con un largo vestido azul con
bordes color oro, bajaba lentamente las escaleras, ante la sorpresa de todos los presentes. La joven era
bellísima: sus cabellos largos y suaves, su mirada dulce, su voz delicada, su piel trigueña clara y su cuerpo
elegante.

El Juez quedó tan asombrado de su belleza que apenas pudo preguntarle el nombre.

-Me llamo Dulce Rocío , Sr. Juez – respondió con delicadeza.

-Señorita, siendo usted la dueña legítima de esta propiedad, está en su derecho de reclamarla, pero dígame, en
vista de que usted está muer… digo viviendo en la otra vida, ¿Qué quiere hacer?

-Quiero que nunca se venda esta propiedad. y con respecto a doña Tomaza, ella puede vivir aquí el tiempo
que quiera, siempre y cuando mantenga este almacén para el bien de la comunidad.

Los presentes movieron sus cabezas en señal de aprobación.

¿Qué opina usted, doña Tomaza? –Preguntó el Juez.

-Acepto su Señoría. Quiero estar en paz con mi conciencia.

-Muy bien dijo el Juez—con un tono más tranquilo—ya que todo terminó de manera amigable, entonces yo
invitó a todos, a un refresco bien frío. Diciendo esto, dio dos golpes con el mazo y cerró el juicio. Los
presentes se pararon y rápidamente rodearon al señor Fantasma y a Dulce Rocío para preguntarles de la otra
vida y qué tan bien se vive en ella. Por eso de las dudas.

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