1365 El Gran Concurso de Pasteles
1365 El Gran Concurso de Pasteles
1365 El Gran Concurso de Pasteles
Érase una vez un rey llamado Tragón que estaba tan gordo y era tan
goloso que tenía empleados a trece pasteleros, el jefe, que se llamaba
Mazapán y doce ayudantes. Los ayudantes de Don Mazapán eran
expertos en su oficio, y confeccionaban toda clase de tartas, pasteles
y bollos a cuál más rico.
Los pasteleros, lo mismo que los dulces que preparaban, eran de
distintos tamaños, Don Mazapán era grandote como una enorme tarta
de bodas, los otros doce eran cada uno un poco menor que el anterior,
en formación, parecían un juego de moldes de repostería.
El más pequeño se llamaba Peladilla, y era tan diminuto, que habrían
podido meterlo dentro de un brazo de gitano, cosa que ocurría a
veces, pues lo cierto es que sus compañeros lo trataban con muy poca
consideración.
-¡Jo, jo, jo, mira que eres pequeñajo!- se burlaba Don Mazapán
cuando se tomaba un respiro en sus quehaceres –El día menos
pensado acabarás en el horno.
No pasaba un solo día sin que sus compañeros se mofaran de
Peladilla, lo cual le hacía sentirse muy desgraciado, pero lejos de
desanimarse, siempre se proponía lo mismo.
-Más tarde o más temprano, les demostraré que soy tan bueno como
ellos.
Un día, el rey Tragón recibió una carta que lo puso furioso. Colorado
como un tomate, empezó a gritar más fuerte que de costumbre.
-¿Dónde están mis criados?
Apocado y Timurato entraron apresuradamente.
-¿Conocéis a mi gran enemigo el rey Gruñón?
-Sí majestad
-¿Y sabéis lo que se le ha ocurrido ahora?
-No majestad
-¡Imbéciles, estúpidos!- exclamó el rey Tragón agitando la carata
adelante de sus narices.
-Pues dice Gruñón, que Bizcocho su pastelero, hace los mejores
pasteles del mundo, asegura que son mejores que los nuestros, y
propone que celebremos un concurso para ver quién gana.
-¿Qué clase de concurso majestad?- preguntaron Apocado y
Timurato.
-¿Seréis idiotas?
Tragón propinó a sus criados un par de coscorrones que los dejó
alelados.
-Un concurso de pasteles, ¿qué va a ser? El vencedor, será el
cocinero que elabore el pastel más exquisito del mundo. ¡Que venga
enseguida Mazapán!
El rey comunicó a su pastelero la noticia y le ordenó:
-¡Ponte manos a la obra inmediatamente!, Bizcocho y sus ayudantes
se presentarán aquí dentro de una semana con sus pasteles.
-¿Una semana majestad?
Tragón puso una manaza sobre el hombro del pastelero sonriendo
pérfidamente y respondió:
-¡Una semana, ja, ja, ja Mazapán! ¡Y como perdáis el concurso tú y tus
ayudantes, mandaré que os corten la cabeza! ¡Entendido!
Don Mazapán fue a la cocina a contar a sus ayudantes la terrible
noticia, se quedaron todos muy preocupados, sobre todo Peladilla,
pero como de costumbre, nadie le hizo caso.
Muy pronto, la cocina se convirtió en un gran centro de ajetreo
amenizado por el ruido de cucharas, platos y rodillos para amasar. El
inmenso horno permanecía encendido día y noche.
Unos cocineros hicieron unos pasteles con forma de castillo, otros con
forma de animales o de barcos. Peladilla no tuvo imaginación, pues
hizo un pastel vulgar y corriente, redondo y pequeño que colocó en
una bandeja blanca y lisa.
Don Mazapán se hubiera puesto furioso si llega a verlo, pero como
andaba tan atareado no se fijó.
Por fin, llegó el gran día, y el rey Gruñón y sus pasteleros llegaron en
una enorme carroza y descargaron sus maravillosos pasteles sobre
una mesa larga que ocupaba todo un lado del patio.
¡Qué extraordinario espectáculo!, había pasteles de pescado, de
carne, de verduras y de frutas. Pasteles presentados en forma de
palacios, dragones, carrozas y tronos. El rey Gruñón y su pastelero
Bizcocho se paseaban arriba y abajo sonriendo satisfechos.
Tragón observaba a sus rivales desde una ventana de palacio lleno de
indignación, haciendo rechinar los dientes y colorado como un tomate.
Miró enfurecido la mesa que había al otro lado del patio, donde
Mazapán y sus ayudantes disponían sus pasteles.
Los pasteleros temblaban de tal modo que por poco dejan caer las
bandejas. No muy lejos se hallaba Cara de Palo, el verdugo del rey
afilando su hacha.
Sonaron unas trompetas, el rey Tragón entró en la plaza y se inclinó
ante el rey Gruñón. Este correspondió a la reverencia, pero sonriendo
despectivamente.
Acto seguido, ambos monarcas se acercaron primero a una mesa y
luego a la otra para probar cada uno de los pasteles. La muchedumbre
guardaba silencio, a Don Mazapán y sus ayudantes les dio el
tembleque.
Apocado y Timurato miraban por detrás de una columna, a todo esto,
Cara de Palo seguía afilando su hacha sin pestañear. Lentamente,
Gruñón empezó a sonreír y Tragón frunció el ceño, no había la menor
duda, Don Bizcocho y sus ayudantes habían hecho los mejores
pasteles.
A Don Mazapán se le cayó el alma a los pies, lo mismo que a sus
ayudantes, miraron temerosos a Cara de Palo, que acariciaba con su
mugriento pulgar la hoja del hacha para cerciorarse de que estaba
bien afilada.
-¡Tú ganas Gruñón- dijo Tragón lleno de rabia –pero antes de que te
vayas, quiero mostrarte algo…la ejecución de todos mis pasteleros.
Gruñón rio cínicamente y dijo:
-En fin, si insistes
-¡Tú serás el primero Mazapán!
Pobre Mazapán, el obeso pastelero se arrodilló y cerró los ojos, Cara
de Palo levantó el hacha, pero en aquel preciso momento, se oyó un
extraño ruido que provenía de la mesa donde los hombres del rey
Tragón habían dispuesto sus pasteles.
El ruido no procedía de los grandes pasteles con forma de castillo o de
animal o de barco, sino de un pastelillo vulgar y corriente que había
sobre una bandeja blanca y lisa.
-Esperad un momento- dijo el pastel –Don Bizcocho no ha ganado
todavía, el pastel más extraordinario soy yo, porque se hablar.
-¡Oooh!- exclamó la muchedumbre
¡Ohoo!, dijeron Tragón y Mazapán
-¡Ahhh!- exclamó Bizcocho.
-¡Bah!- dijo con desprecio el rey Gruñón
Cara de Palo, el verdugo, se quedó inmóvil mirando a todos con
indignación. El pastelillo siguió hablando sin parar hasta que el rey
Tragón, cuando se hubo recuperado de su asombro, dijo muy
satisfecho:
-¡Vamos a ver Gruñón! ¿Puede alguno de tus pasteleros hacer un
pastel que sepa hablar?
Gruñón le miró con cara de pocos amigos, luego se volvió hacia Don
Bizcocho y preguntó entre dientes:
-¿Sabemos nosotros hacer un pastel que hable?
-Perdón, ¿cómo decís?
-¿Qué si sabemos hacer un pastel que hable?
-Pues…esto…mh…el caso…mm…no podemos…no sé si…
-¿Qué no lo sabes?- gritó Gruñón –¡Pues deberías saberlo!
Y con esto, propinó a su pastelero jefe el coscorrón más imponente
que jamás se había visto en el palacio del rey Tragón.
La muchedumbre soltó una carcajada y Tragón rio tan fuerte, que casi
se cae de espaldas sobre los pasteles.
Gruñón y sus pasteleros cargaron la carreta de nuevo y se marcharon
confundidos de vergüenza. El rey Tragón permitió a Don Mazapán que
le besara la mano, como quien dispensa un favor especial.
-¡Enhorabuena Mazapán, te felicito!, pero dime mh, ¿cuál de tus
ayudantes hizo el pastel que habla?, también dejaré que bese mi
mano.
-Me temo que no lo sé majestad- dijo Mazapán mirando a los once
ayudantes que estaban a la vista. Todos sacudieron la cabeza y se
encogieron de hombros.
-¡Es un milagro!- exclamó Tragón –pero no importa, no importa,
sentémonos ahora mismo y disfrutemos de este magnífico festín. Pero
antes, llévate el pastel que habla a la cocina y guárdalo en lugar
seguro, quizá vuelva a sernos útil algún día.
Don Mazapán se llevó el misterioso pastel a la cocina y lo guardó en la
despensa mientras este, dale que dale, seguía hablando sin cesar.
Los pasteleros pasaron una tarde de gran alegría y celebraron su
triunfo junto al monarca.
Tanto se divirtieron, que ninguno notó que Peladilla llegó al último, y
tomó asiento en un extremo de la mesa. Tenía el pelo lleno de harina,
y su chaqueta chorreaba miel, pero parecía más contento que unas
pascuas, y a nadie, ni al rey ni a Don Mazapán, ni a ninguno de los
otros once pasteleros, se les ocurrió preguntarle dónde se había
metido.
Se sentía feliz por haber triunfado él solito y al mismo tiempo, poder
pasar desapercibido.