Las Grandes HEREJIAS HILAIRE BELLOC
Las Grandes HEREJIAS HILAIRE BELLOC
Las Grandes HEREJIAS HILAIRE BELLOC
Herejías
Hilaire Belloc
Contenido:
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>>HISTORIA<<
Capítulo 1
Actualmente, para la mayoría de las personas (de las que utilizan el idioma
inglés) la palabra “herejía” connota disputas pasadas y olvidadas, y
antiguos prejuicios contrarios a un examen racional. Por consiguiente, se
piensa que la herejía carece de interés contemporáneo. El interés en la
herejía está muerto porque la herejía tiene que ver con cuestiones que ya
nadie toma en serio. Se comprende que una persona puede interesarse en
una herejía por curiosidad arqueológica, pero difícilmente resulte
comprendido si llega a afirmar que la herejía ha tenido un gran efecto sobre
la Historia y sigue siendo, hoy mismo, un impulso contemporáneo viviente.
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europea porque, junto con la ortodoxia cristiana, constituye el acompañante
y el agente constante de la vida de Europa.
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documento no fue contemporáneo, que no es de la fecha que pretende ser.”
Pero aparece un nuevo y original crítico que dice: “No estoy de acuerdo.
Pienso que ocurren maravillas y también pienso que las personas dicen
mentiras.” Una persona irrumpiendo así es un hereje en relación a ese
particular sistema ortodoxo. Una vez concedida esta excepción, todo un
número de certezas negativas se vuelve inseguro.
Usted estaba seguro, por ejemplo, de que la vida de San Martín de Tours,
tal como está expuesta por un testigo contemporáneo, no pertenecía a un
testigo contemporáneo por las maravillas que relataba. Pero admitiendo el
nuevo principio, el testigo podría ser contemporáneo después de todo, y por
lo tanto puede ser aceptado como histórico si testimonia algo que no es en
modo alguno maravilloso pero que no se encuentra en ningún otro
documento.
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que la herejía origina una nueva vida propia y afecta vitalmente a la
sociedad que ataca. La razón por la cual las personas combaten la herejía
no es tan sólo, ni principalmente, conservadorismo, una devoción a la
rutina, disgusto por la perturbación de sus hábitos de pensamiento, sino
mucho más por la percepción de que la herejía – en la medida en que gane
terreno – producirá un estilo de vida y una configuración social contraria,
irritante y quizás hasta mortal para el estilo de vida y la configuración
social que producía el antiguo esquema ortodoxo.
Por ejemplo, una parte esencial de esta religión (aún siendo sólo una parte)
sostiene que el alma individual es inmortal; que la conciencia personal
sobrevive a la muerte física. Ahora bien, las personas que creen en ello
considerarán al mundo y a si mismas de cierta manera, se comportarán de
cierta forma, y serán cierto tipo de personas. Si hacen una excepción – es
decir: si recortan y extraen únicamente esta doctrina – pueden seguir
conservando todo lo demás, pero el esquema estará cambiado; el estilo de
vida, las características y todo el resto se volverán otra cosa. La persona
que está convencida de que cuando muera todo habrá terminado de una vez
para siempre, puede seguir creyendo en que Jesús de Nazareth fue
Verdadero Dios de Verdadero Dios, que Dios es trino, que la Encarnación
estuvo acompañada por un Nacimiento Virgen, que el pan y el vino se
transforman en virtud de una formula particular. Esta persona podrá recitar
una gran cantidad de oraciones cristianas y admirar y copiar a algunos
cristianos ejemplares elegidos – pero será una persona bastante diferente de
aquella otra que da por cierta la inmortalidad.
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definiciones, tenían mucho más sentido histórico y se hallaban mucho más
en contacto con la realidad que los escépticos franceses, familiares a los
lectores ingleses a través de su discípulo Gibbon.
Por ejemplo, una persona que piensa que el arrianismo es una simple
discusión semántica está dejando de ver que un mundo arriano sería mucho
más parecido a un mundo mahometano y mucho menos parecido a lo que el
mundo europeo de hecho llegó a ser. Esa persona está mucho menos en
contacto con la realidad de lo que estuvo Atanasio cuando afirmó la
importancia suprema del punto de doctrina. Aquél concilio local en París,
que volcó el fiel de la balanza en favor de la tradición trinitaria, tuvo tanto
efecto como una batalla decisiva; y el no comprender eso es ser un
mediocre historiador.
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La herejía, por lo tanto, no es un fósil. Es una materia de permanente y vital
interés para la humanidad porque está ligada a la cuestión de la religión y
sin alguna forma de religión ninguna sociedad humana ha perdurado ni
podrá perdurar jamás. Quienes piensan que la cuestión de la herejía puede
ser descuidada porque el término les suena pasado de moda y porque se
relaciona con cierta cantidad de disputas hace tiempo abandonadas, están
cometiendo el error de pensar en palabras en lugar de pensar en ideas. Es la
misma clase de error que contrasta a los Estados Unidos como “república”
con una Inglaterra “monárquica” cuando, por supuesto, el gobierno de los
Estados Unidos es esencialmente monárquico y el gobierno de Inglaterra es
esencialmente republicano y aristocrático. No tienen fin los equívocos que
surgen del empleo ambiguo de las palabras. Pero si tenemos presente al
hecho simple que un Estado, una política humana, o una cultura general,
tiene que estar inspirada por algún cuerpo de normas morales, y que no
puede haber cuerpo de normas morales sin doctrina, y si nos ponemos de
acuerdo en llamar religión a cualquier cuerpo consistente de doctrina y
moral; pues entonces aparecerá clara la importancia de la herejía como
cuestión porque la herejía no significa más que “la propuesta de
innovaciones religiosas por medio de la extracción de algo que ha
constituido la religión aceptada en algún momento dado, con el fin de
negarlo o reemplazarlo por otra doctrina extraña.”
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dividen y se subdividen, están en todas las escalas, varían de lo local a lo
general. Sus vidas se extienden desde menos de una generación hasta siglos
enteros. La mejor forma de entender la materia es seleccionando algunos
pocos ejemplos prominentes y estudiarlos para entender la gran
importancia que puede tener una herejía.
Un estudio semejante se hace más fácil por el hecho de que nuestros padres
reconocieron a la herejía por lo que era, le dieron en cada caso un nombre
en particular, la sujetaron a una definición – y, por lo tanto, a ciertos límites
– haciendo más fácil su análisis gracias justamente a dicha definición.
A esta doctrina, que ya es bastante fuerte entre nosotros y que está ganando
en fuerza y número de adherentes, no la llamamos herejía. La concebimos
tan sólo como un sistema político o económico y cuando hablamos del
comunismo nuestro vocabulario no sugiere nada teológico. Pero esto es
solamente porque nos hemos olvidado del significado de la palabra
“teológico”. El comunismo es tan una herejía como el maniqueísmo.
Implica tomar el esquema moral con el que hemos vivido, extraer del
mismo una parte en particular, negar esa parte e intentar su reemplazo por
una innovación. El comunista retiene mucho del esquema cristiano: la
igualdad humana, el derecho a la vida, y así sucesivamente. Niega tan sólo
una parte.
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consecuente por otra doctrina, a saber: la de que el matrimonio no es más
que un contrato y además un contrato rescindible.
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Capítulo 2
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ataque moderno, confusos pero ubicuos y que aún se hallan en curso, me
ocupo de sus fracasos y de las causas de esos fracasos. Concluiré
discutiendo las chances de la presente contienda por la supervivencia de la
Iglesia en la misma civilización que ella creara y que ahora la está
abandonando.
Más allá de ello, es una verdad histórica admitida y por nadie negada que
esa institución, reivindicando esa función, ha estado presente entre la
humanidad por muchos siglos. Por antagonismo o falta de conocimientos,
muchos niegan la identidad de la Iglesia Católica actual con la sociedad
cristiana original. Sin embargo nadie, por más hostil o desinformado que
sea, negará su presencia durante al menos mil trescientos o mil
cuatrocientos años.
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histórica. La reivindicación fue hecha y sigue siendo hecha, y quienes la
hacen se encuentran en una continuidad ininterrumpida con quienes la
hicieron desde el principio. Colectivamente forman ese organismo que se
llamó y se sigue llamando “La Iglesia”.
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arrianismo fue un típico ejemplo en gran escala de esa reacción contra lo
sobrenatural que, si se desarrolla a pleno, le quita a la religión todo aquello
que la hace vivir.
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infalible y que, por lo tanto, cada uno es libre de elegir su propio conjunto
de doctrinas.
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Así quedan planteados los cinco grandes movimientos antagónicos a la Fe.
El concentrar nuestra atención sobre cada uno y de a uno por vez, nos
enseña por medio de ejemplos independientes el carácter de nuestra
religión y la extraña verdad que las personas no pueden escapar de
simpatizar con ella o de odiarla.
Sin duda alguna habrá más conflictos en el futuro. Más aún: podemos estar
seguros de que esto es inevitable porque está en la naturaleza de la Iglesia
provocar la furia y el ataque del mundo. Quizás más adelante tendremos
que enfrentar a los paganos del Este o quizás, tarde o temprano, debamos
resistir el desafío de todo un nuevo sistema; vale decir, no una herejía sino
una nueva religión. Pero las clases principales de ataque parecen haber
quedado agotadas en la lista que la Historia ha presentado hasta ahora.
Hemos tenido casos de herejía, trabajando desde el exterior y formando un
mundo nuevo a su estilo, del cual el Islam constituye el gran ejemplo.
Hemos tenido casos de herejía atacando las raíces de la Fe, la Encarnación,
y especializándose en ello, de lo cual el arrianismo fue el gran ejemplo.
Tuvimos el crecimiento de un cuerpo extraño en el interior, como los
albigenses y todos sus parientes maniqueos antes y después de ellos.
Hemos tenido el ataque a la personalidad, esto es: a la unidad de la Iglesia,
con el protestantismo. Y ahora, incluso cuando el protestantismo se está
muriendo, vemos surgir y crecer todavía otra forma de conflicto: la
propuesta de catalogar de ilusión a toda afirmación trascendental. Parecería
ser que el futuro no podría contener más que una repetición de estas
formas.
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Como posdata a este preludio se me podrá preguntar por qué no incluí
ninguna mención a los cismas. Los cismas son ataques a la vida de la
Iglesia Católica tanto como lo son las herejías. El mayor cisma de todos, el
griego u ortodoxo que produjo la comunión Griega u Ortodoxa, constituye
un quebrantamiento manifiesto de nuestra fortaleza. Sin embargo, pienso
que las distintas formas de ataque a la Iglesia por la vía de doctrinas herejes
se encuentran en una categoría distinta a la de los cismas. Sin duda, un
cisma comúnmente incluye una herejía y sin duda ciertas herejías han
intentado pedir que nos reconciliemos con ellas como podríamos hacerlo
con un cisma. Pero, a pesar de que los dos males por lo común aparecen
juntos, aún así cada uno de ellos pertenece a una clase diferente y, mientras
estudiamos a uno lo mejor es eliminar al otro durante el proceso de ese
estudio.
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Capítulo 3
La Herejía Arriana
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nacen los hombres. Murió como mueren los hombres. Vivió como un
hombre y fue conocido como hombre por un grupo de íntimos compañeros
y un número muy grande de hombres y mujeres que lo siguieron, lo
escucharon y presenciaron sus acciones.
Pero, dijo la Iglesia, también fue Dios. Dios descendió sobre la tierra y
encarnó en un hombre. No fue meramente un hombre influenciado por la
Divinidad, ni tampoco una manifestación de la Divinidad bajo una
apariencia humana. Fue al mismo tiempo plenamente Dios y plenamente
Hombre. Sobre esto, la tradición central de la Iglesia nunca vaciló. Fue
dado por sentado desde el principio por quienes tienen autoridad para
hablar.
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En lo esencial, este movimiento surgió de exactamente las mismas fuentes
que las de cualquier otro movimiento racionalista desde el principio de los
tiempos hasta el presente. Surgió del deseo de visualizar en forma clara y
simple algo que está más allá del alcance de la visión y de la comprensión
humanas. Por consiguiente, a pesar de que comenzó concediéndole a
Nuestro Señor todo honor posible y toda gloria excepto la de la Divinidad
concreta, en el largo plazo hubiera conducido al unitarianismo y finalmente
al tratamiento de Nuestro Señor como un profeta y, por más exaltación que
se aplicara, como nada más que un profeta.
Todas las herejías respiran el aire de los tiempos en los que surgen y
constituyen necesariamente un reflejo de la filosofía inherente a las ideas
no-católicas predominantes al momento de su aparición. El arrianismo
también habló en los términos de su época. No comenzó, como comenzaría
hoy un movimiento similar, haciendo de Nuestro Señor un simple hombre
y nada más. Menos todavía negó lo sobrenatural como un todo. La época
en la cual surgió (durante los años alrededor del 300 DC) fue un tiempo en
el cual toda la sociedad aceptaba lo sobrenatural como algo sabido. Pero el
arrianismo se refirió a Nuestro Señor como un Agente Supremo de Dios el
Demiurgo y lo consideró como la primera y más grande de aquellas
emanaciones de la Divinidad Central mediante las cuales la filosofía de
moda por aquellos días trataba de superar la dificultad de reconciliar al
Creador infinito y simple con un universo complejo y finito.
Ahora bien, cuando hablamos de las herejías más antiguas, tenemos que
considerar sus efectos espirituales – y por lo tanto sociales – mucho más
que su mero error doctrinario, a pesar de que ese error doctrinario haya sido
la causa última de todos sus efectos espirituales y sociales. Tenemos que
hacerlo así porque, cuando una herejía ha estado muerta por mucho tiempo,
su atractivo se olvida. Al carecer ya de la experiencia directa, no existe para
nosotros el tono particular y la inconfundible impresión que esa herejía
estampó sobre la sociedad y por eso debe ser recreada de algún modo por
cualquiera que pretenda hacer verdadera Historia. Sin una explicación de
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esta clase, sería imposible hacerle entender a un católico actual de Berna, o
a un campesino de la región de Lourdes – donde el calvinismo otrora
predominante hoy está muerto – el atractivo y el carácter individual del
calvinismo tal como éste todavía sobrevive en Escocia y en sectores de los
Estados Unidos. Tenemos, pues, que reconstruir aquí esta atmósfera arriana
porque, hasta que no comprendamos su atractivo espiritual y por lo tanto
social, no podremos decir que realmente lo conocemos en absoluto.
Más allá de ello, hay que comprender el atractivo o carácter personal del
movimiento, y su efecto individual sobre la sociedad, a fin de entender su
importancia. No existe error más grande a lo largo y ancho de toda la mala
Historia que imaginar que las diferencias doctrinarias no tienen intensos
efectos sociales porque son abstractas y se hallan alejadas de las cosas
prácticas de la vida. Descríbasele a un chino actual la disputa doctrinaria de
la Reforma diciéndole que, por sobre todo, constituyó la negación de la
doctrina de la unidad de la iglesia visible y la autoridad especial de sus
funcionarios. Eso sería cierto. El chino comprendería lo que sucedió con
esta Reforma en el mismo sentido en que comprendería una enunciación
matemática. Pero, ¿le permitiría ello comprender a los hugonotes franceses
de la actualidad, el estilo prusiano de la guerra y la política, la naturaleza de
Inglaterra y su pasado desde que el puritanismo surgió en este país? ¿Le
haría comprender los Orange Lodges, [3] o los sistemas morales y políticos
de, digamos, H. G. Wells o Bernard Shaw? ¡Por supuesto que no! El
exponerle a una persona la Historia del tabaco, el darle la fórmula química
(si existiese tal cosa) de la nicotina, no implica hacerle comprender lo que
significa el aroma del tabaco ni los efectos del fumarlo. Lo mismo sucede
con el arrianismo. Describir meramente al arrianismo desde el punto de
vista doctrinario es enunciar una fórmula; no implica transmitir la cosa en
si.
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hace cuatro, pero pronto se fusionaron en una sola cabeza y en un único
emperador).
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La conversión del Emperador les aportó una gran afluencia de personas
pertenecientes a la mayoría indecisa. La mayor parte estas personas quizás
apenas si entendían esa cosa nueva a la cual estaban adhiriendo y
seguramente en su mayor parte no estaban comprometidas con ella; pero lo
nuevo había triunfado políticamente y eso les bastaba. Otros muchos
extrañaron a los antiguos dioses pero consideraron que no valía la pena
arriesgarse a defenderlos. A muchos más no les interesó en absoluto lo que
quedaba de los dioses antiguos sin que por ello sintieran un interés mayor
en las nuevas modas cristianas. Pero en medio de todo ello, subsistió una
fuerte minoría de paganos altamente inteligentes y resueltos que tenían de
su lado no solamente las tradiciones de una acaudalada clase gobernante
sino también el grueso de los mejores escritores y, por supuesto, el poder
otorgado por la memoria viva de su larga posición dominante en la
sociedad.
Y en ese mundo existió aún otro elemento, separado de todo el resto, y que
es extremadamente importante comprender: el ejército. El por qué es tan
importante que comprendamos la posición del ejército es algo que veremos
en un momento.
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reinaba una atmósfera de superioridad social por sobre el populacho y en el
cual instintivamente percibieron una oposición a la vida y a la
supervivencia de esa Iglesia. En última instancia, la Iglesia dependía y se
hallaba sostenida por las masas. Las personas de antigua tradición familiar
y fortuna hallaron al arriano más simpático y un mejor aliado de la
aristocracia que al católico ordinario.
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manos de unos pocos, o contra el poder de los ejércitos que se encuentra en
manos de unos pocos. Por consiguiente es imaginable que el poder imperial
de Constantinopla sintiera más simpatía hacia las masas populares católicas
que hacia los intelectuales y los demás que siguieron al arrianismo. Pero, si
bien la misma existencia de un gobierno absoluto responde a la necesidad
de defender a las masas de una minoría poderosa, no debemos olvidar que
es un gobierno al que le gusta gobernar. No le gusta sentir que en el Estado
existe un rival desafiando su propio poder. No le gusta percibir que pueden
haber grandes decisiones impuestas por organizaciones diferentes a las de
su propia organización oficial. Por ello es que aún los funcionarios y
emperadores más cristianos cultivaron en el fondo de sus mentes una
simpatía potencial con el arrianismo durante el primer ciclo de vida del
movimiento arriano y por ello es que esta simpatía potencial aparece en
algunos casos como simpatía activa y públicamente declarada en favor del
arrianismo.
Y el arrianismo tuvo aún otro aliado por medio del cual casi llegó a
triunfar: el ejército.
A fin de entender qué tan poderoso fue este aliado, tenemos que apreciar
tanto lo que el Ejército Romano significó en aquellos días como la forma
en que estaba compuesto.
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El Imperio Romano fue un Estado militar. No fue un Estado civil. La vía de
acceso al poder pasaba por el ejército. La concepción de gloria y éxito, la
obtención de riqueza en muchos casos, el acceso al poder político en casi
todos los casos, todo ello dependía en aquellos días del ejército del mismo
modo en que hoy depende de préstamos financieros, especulaciones,
camándulas, manipulación de votos, caudillismos y publicaciones.
Es cierto que una cantidad de tropas germanas de fuera del Imperio fue
convertida por misioneros arrianos en un momento en el cual la alta
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sociedad era arriana. Pero esa no es la razón por la cual el ejército en su
totalidad se hizo arriano. El ejército se hizo arriano porque sintió que el
arrianismo era algo distintivo que lo hacía superior a las masas civiles, del
mismo modo en que el arrianismo era lo diferenciador que le hacía al
intelectual sentirse superior a las masas populares. Los soldados, ya fuesen
de origen bárbaro o ciudadano, sintieron simpatía por el arrianismo por la
misma razón que las antiguas familias paganas lo habían considerado con
simpatía. Así, el ejército – y especialmente el estrato de los jefes militares –
apoyó la herejía con toda su autoridad y al final el arrianismo se convirtió
en una especie de testimonio de ser alguien, un soldado, en contraposición
a no ser más que un despreciable civil. Se podría decir que surgió un
conflicto entre los jefes del ejército por un lado y los obispos católicos por
el otro. Sin duda existió una división – una distinción oficial – entre la
población católica de las ciudades, el campesinado católico de la campiña y
el casi universalmente arriano soldado; y el enorme efecto de esta
conjunción entre la nueva herejía y el ejército es lo que veremos operar en
todo lo que sigue.
Ahora que hemos visto en qué consistió el espíritu del arrianismo y qué
fuerzas tuvo a su favor, veamos cómo obtuvo su nombre.
Pienso que podemos aceptar que Arrio tuvo el efecto que logró por toda
una convergencia de fuerzas. Había una gran cantidad de ambición en él,
tal como es posible encontrar en todos los heresiarcas. Tuvo un fuerte
elemento de racionalismo. También tuvo entusiasmo por lo que creyó que
era la verdad.
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Su teoría por cierto que no constituyó un descubrimiento original propio,
pero lo hizo suyo y lo identificó con su nombre. Más allá de ello, ofreció
una tenaz resistencia a las personas por las que creía ser perseguido. Sufrió
de una gran vanidad, como casi todos los reformadores. Y encima de todo
ello hallamos una más bien delgada simplicidad o “sentido común”, que
inmediatamente agrada a las multitudes. Pero nunca hubiera alcanzado su
fama de no haber poseído cierta elocuencia y un poderoso impulso.
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Para terminar con la disputa que dividía a toda la sociedad cristiana, el
Emperador ordenó la celebración de un concilio a reunirse en el año 325
DC en la ciudad de Nicea, a cincuenta millas de la capital, sobre el lado
asiático de los estrechos. Se convocó allí a los obispos de todo el Imperio,
incluso a los de los distritos externos en dónde los misioneros habían
plantado la fe. El grueso de los participantes provino de la parte oriental del
Imperio pero el Occidente también estuvo representado y, lo que fue de
primordial importancia, arribaron delegados de la Sede Primada de Roma.
Sin su adhesión los decretos del concilio no hubieran tenido plena vigencia
ya que su presencia era requerida para darle plena validez a las decisiones.
La reacción contra la innovación de Arrio fue tan fuerte que en este
Concilio de Nicea terminó abrumado.
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De su primera y fuerte derrota en Nicea el arrianismo aprendió a hacer
compromisos en materia de formalidades, en materia de redacción de
doctrina, a fin de preservar y difundir con menos oposición su espíritu
herético. El primer conflicto se había producido por el empleo de la palabra
griega que significa “de la misma sustancia que”. Los católicos, afirmando
la plena divinidad de Nuestro Señor, insistían en el empleo de esta palabra
que implicaba que el Hijo era de la misma sustancia divina que el Padre;
que era del mismo Ser; esto es: divino. Se pensó que era suficiente
presentar esta palabra como una verificación. Los arrianos – se pensó –
siempre se rehusarían a aceptar la palabra y de este modo podrían ser
distinguidos de los ortodoxos y rechazados. [5]
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En este punto entró en combate la fuerza personal que al final obtuvo la
victoria para el catolicismo: San Atanasio. La cuestión fue decidida por la
tenacidad y perseverancia de este santo, patriarca de Alejandría, la gran
Sede Metropolitana de Egipto. San Atanasio gozaba de una posición
ventajosa desde el momento en que Alejandría era la segunda ciudad más
importante del Imperio Oriental y, como obispado, una de las primeras
cuatro del mundo. Más allá de ello gozaba de un apoyo popular que nunca
le falló y que hizo que sus enemigos vacilaran en tomar medidas extremas
contra él. Pero todo esto no hubiera sido suficiente si el hombre no hubiese
sido lo que fue.
Por el tiempo en que participó del Concilio de Nicea en el 325 era todavía
un hombre joven, probablemente de poco menos de treinta años; y sólo
participó como diácono, si bien ya su potencia y su elocuencia eran
notables. Vivió hasta los 76 o 77 años de edad falleciendo en el 373 DC y
durante la totalidad de esa larga vida sostuvo con inflexible energía la plena
doctrina católica de la Trinidad.
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Cuando Constancio murió en el 361, lo sucedió un sobrino de Constantino:
Juliano el Apóstata. Este emperador recurrió al gran cuerpo pagano
sobreviviente y estuvo cerca de reestablecer el paganismo ya que el poder
de un emperador individual en aquella época era abrumador. Pero murió en
el combate contra los persas y su sucesor – Joviano – fue definitivamente
católico.
Con frecuencia se dice que todas las herejías mueren. Esto puede ser cierto
en el muy largo plazo pero no es necesariamente así dentro de un período
dado de tiempo. Ni siquiera es cierto que el principio vital de una herejía
necesariamente pierde fuerza con el tiempo. El destino de las múltiples
herejías ha sido muy variado; y la más grande de todas – el
mahometanismo – no sólo sigue siendo vigoroso sino que es más vigoroso
que su rival cristiano en aquellos distritos que ocupó originalmente; y es
mucho más vigoroso y se halla mucho más extendido dentro de su propia
sociedad que la Iglesia Católica dentro de nuestra civilización occidental,
producto del catolicismo.
Sin embargo, el arrianismo fue una las herejías que realmente murieron. El
mismo destino le ha tocado al calvinismo en nuestros días. Esto no
significa que los efectos morales generales, o la atmósfera de la herejía,
desaparecen de entre los seres humanos. Significa que las doctrinas creadas
por la herejía ya no son creídas y de ese modo su vitalidad se pierde y por
último debe desaparecer.
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Por ejemplo, la Ginebra de hoy en día es una ciudad moralmente calvinista
a pesar de que tiene una población católica minoritaria muy cercana a la
mitad de la población total y que se vuelve a veces (según creo) levemente
mayoritaria. Pero en la Ginebra actual no hay una persona entre cien que
acepte la altamente definida teología de Calvino. La doctrina está muerta;
sus efectos sobre la sociedad sobreviven.
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cantidad de lo que podríamos llamar “derivados” o “formas secundarias”
de arrianismo.
Las personas continuaron sugiriendo que en Cristo había tan sólo una
naturaleza; una sugerencia cuya consecuencia habría sido necesariamente
la idea popular de que Cristo fue tan sólo un hombre. Cuando esto fracasó
en capturar a la maquinaria oficial – a pesar de que continuó afectando a
millones de personas – apareció otra sugerencia en cuanto a que en Cristo
había residido una sola Voluntad – no una voluntad humana y una voluntad
divina, sino una sola voluntad.
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quienes estaban cerca de la corte en detrimento de los provinciales, y con
todo el resto de los reclamos.
Lo que puso fin – no a estas sectas, por cuanto todavía existen, sino a su
importancia – fue el súbito surgimiento de esa enorme fuerza antagónica a
todo el mundo griego: el Islam; la nueva herejía mahometana proveniente
del desierto que rápidamente se convirtió en una contra-religión y en
implacable enemiga de todos los cuerpos cristianos más antiguos. La
muerte del arrianismo en el Este se produjo cuando los conquistadores
árabes convirtieron a la masa del Imperio Cristiano Oriental en un pantano.
En vista de ese desastre, aquellos cristianos que se habían mantenido
independientes vieron en la ortodoxia su única posibilidad de supervivencia
y es por ello que, en el Este, hasta los efectos secundarios del arrianismo se
extinguieron en los países libres del sojuzgamiento mahometano.
Lo usual es que se nos diga que el Imperio Occidental fue arrollado por las
tribus salvajes de los “godos” y los “visigodos”, “vándalos”, “suevos” y
“francos” que “conquistaron” esa parte del Imperio – es decir: Bretaña,
Galia y la parte civilizada de Alemania sobre el Rin y el Danubio superior,
Italia, África del Norte y España.
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El idioma oficial de toda esta región era el latín. La misa se celebraba en
latín mientras que en la mayor parte del Imperio Oriental se celebraba en
griego. Las leyes estaban escritas en latín y todos los actos administrativos
se consignaban en latín. No hubo ninguna conquista bárbara sino una
continuidad de lo que había estado sucediendo durante siglos: la
infiltración de personas desde fuera del Imperio hacia el Imperio porque,
dentro del mismo, podían acceder a las ventajas de la civilización. También
está el hecho de que el ejército, del cual dependía todo, al final estuvo casi
completamente compuesto por bárbaros reclutados. A medida en que la
sociedad se consolidó, resultó difícil administrar lugares distantes,
recolectar impuestos de sitios lejanos y llevarlos al tesoro central, o
imponer un edicto sobre regiones apartadas. Así, apareció la tendencia de
dejar cada vez más al gobierno de estas regiones en manos de los
funcionarios principales de las tribus bárbaras – es decir: en manos de sus
líderes y caudillos – quienes a esta altura ya eran soldados romanos.
Por ejemplo, cuando se hizo difícil gobernar a Italia desde tan lejos como
Constantinopla, el Emperador envió a un general para gobernar en su
nombre y, cuando este general se hizo demasiado fuerte, envió a otro
general para destituirlo. Este segundo general (Teodorico) también fue,
como todos los demás, un jefe bárbaro por nacimiento aunque su padre
había sido incorporado al servicio romano y él mismo había sido educado
en la corte del Emperador.
Y después está el caso de África del Norte, la región que hoy llamamos
Marruecos, Argelia y Túnez. Aquí, facciones rivales, todas descontentas
con el gobierno directo de Bizancio, convocaron a un grupo de soldados
eslavos que habían migrado hacia el Imperio Romano y que habían sido
incorporados como una fuerza militar. Se los llamaba vándalos y se
hicieron cargo del gobierno de la provincia, establecido en Cartago.
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Ahora bien, en materia religiosa todos estos gobiernos locales de Occidente
(el general franco y su grupo de soldados en el Norte de Francia; el
visigodo en Francia del Sur y en España; el burgundio en el sudeste de
Francia; el otro godo en Italia; el vándalo en África del Norte) se hallaban
en conflicto con el gobierno oficial del Imperio. El franco al noreste de
Francia, en lo que hoy llamamos Bélgica, todavía era pagano. Todos los
demás eran arrianos.
Lo primero, lo súbito, fue el hecho que el general de los francos que había
gobernado a Bélgica conquistó con su muy pequeña fuerza a otro general
del Norte de Francia; a un hombre cuyo distrito se hallaba ubicado al Oeste
del suyo. Ambos ejércitos eran absurdamente pequeños, de unos 4.000
hombres cada uno, y un muy buen ejemplo de lo que eran aquellos tiempos
está dado por el hecho que el ejército derrotado, después de la batalla, se
unió inmediatamente a los vencedores. También ilustra lo que era la época
el hecho que a un general romano, comandando no más de 4.000 hombres
al comienzo y tan sólo 8.000 después del primer éxito, le pareciera
perfectamente natural hacerse cargo de los impuestos administrativos, los
tribunales de justicia y todas las demás estructuras imperiales de un distrito
muy amplio. Se apoderó de la gran masa de Francia del Norte exactamente
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de la misma manera en que sus colegas, con fuerzas similares, tomaron a su
cargo la acción oficial en España, Italia y otras partes.
Ahora bien, lo que sucedió es que este general franco (cuyo nombre real
casi no conocemos porque nos ha sido transmitido en varias formas
distorsionadas pero que es más conocido como “Clovis”) era pagano; algo
excepcional y hasta escandaloso en las fuerzas militares de la época dónde
casi todas las personas importantes se habían hecho cristianas.
Pero este escándalo resultó ser una bendición inesperada para la Iglesia,
porque a Clovis, siendo pagano y no habiendo sido nunca arriano, era
posible convertirlo directamente al catolicismo, a la religión popular; y
cuando aceptó el catolicismo, inmediatamente tuvo detrás de si a toda la
fuerza de los millones de ciudadanos, al clero organizado y a los obispados
de la Iglesia. Se convirtió en el único general popular; todos los demás
estaban en conflicto con sus súbditos. Le fue fácil reclutar grandes
cantidades de hombres armados dada la simpatía popular que despertaba en
ellos. Se apoderó del gobierno de los generales arrianos del Sur,
derrotándolos con facilidad, y sus tropas se convirtieron en la mayor fuerza
militar del Imperio Occidental que hablaba en latín. No fue lo
suficientemente fuerte como para hacerse de Italia y de España, menos aún
de África, pero desplazó el centro de gravedad alejándolo de la tradición
arriana del ejército romano, una tradición que a esta altura ya no albergaba
más que pequeños grupos en vías de extinción.
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La consecuencia fue que, después de cierta demora, todos los gobiernos
arrianos de Occidente se hicieron católicos (como en el caso de España) o
bien, como sucedió en buena parte de Italia y en la totalidad del Norte de
África, fueron puestos otra vez bajo el gobierno directo del Imperio
Romano desde Bizancio.
Ésta fue la forma en que desapareció la primera de las grandes herejías que
amenazó en un momento dado con minar y destruir la totalidad de la
sociedad católica. El proceso había llevado casi 300 años y es interesante
observar que, en lo que se refiere a las doctrinas, aproximadamente esa
misma cantidad de tiempo, o algo más, fue suficiente para eliminar la
sustancia de las múltiples herejías principales de los reformadores
protestantes.
También ellos casi habían triunfado a mediados del Siglo XVI cuando
Calvino, su figura principal, casi logra trastornar a la monarquía francesa.
También ellos perdieron completamente su vitalidad hacia mediados del
Siglo XIX. Trescientos años.
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Capítulo 4
36
dicho ataque con una Fe victoriosa, la Iglesia se hallaba asegurada por
tiempo indefinido.
Era obvio que la Iglesia tendría que pelear por su vida contra elementos
externos no-cristianos, esto es: contra el paganismo. Los adoradores de la
naturaleza de la alta civilización persa en el Este nos atacarían por las
armas y tratarían de sojuzgarnos. El paganismo salvaje de las tribus
bárbaras escandinavas, germánicas, eslavas y mongoles, en el Norte y
Centro de Europa también atacarían al cristianismo tratando de destruirlo.
Las poblaciones de Bizancio continuarían haciendo desfilar concepciones
herejes como una pantalla de sus reclamos. Pero, al menos, el principal
esfuerzo de herejía había fracasado – así parecía. Su objetivo, el deshacer
una civilización católica unida, no había sido alcanzado. De allí en más no
había por qué temer que surgiera alguna herejía mayor; menos aún la
consecuente interrupción de la Cristiandad.
Para el 630 toda la Galia era católica desde hacía largo tiempo. El último de
los generales arrianos y las guarniciones en Italia y España se habían vuelto
ortodoxos. Los generales y las guarniciones de África del Norte habían sido
conquistadas por los ejércitos ortodoxos del Emperador.
37
Finalmente fueron rechazados hacia los Pirineos, pero continuaron
manteniendo toda España, excepto la región montañosa del noroeste.
Dominaron toda el África romana, incluyendo Egipto y toda Siria.
Dominaron la totalidad del Mediterráneo oriental y occidental: ocuparon
sus islas, saquearon y dejaron asentamientos fortificados hasta en las costas
de Galia y de Italia. Se expandieron poderosamente más allá del Asia
Anterior, dominando la región persa. Se convirtieron en una creciente
amenaza para Constantinopla. En menos de cien años una parte sustancial
del mundo romano había caído bajo el poder de esta nueva y extraña fuerza
surgida del desierto.
Más adelante describiré el origen histórico del fenómeno, dando las fechas
de su progreso y las etapas de sus éxitos originales. Describiré su
consolidación, su creciente poder y la amenaza que representó para nuestra
civilización. Estuvo muy cerca de destruirnos. Sostuvo activamente una
batalla contra la Cristiandad por mil años y la historia de ninguna manera
ha terminado; el poder del Islam puede resurgir en cualquier momento.
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foráneo. Fue una perversión de la doctrina cristiana. Su vitalidad y su
perdurabilidad pronto le dieron la apariencia de una nueva religión, pero
aquellos que fueron contemporáneos de su surgimiento lo vieron tal cual
fue: no una negación sino una adaptación y un abuso del fenómeno
cristiano. Difirió de la mayoría de las herejías (y no de todas) en que no
surgió dentro del contexto de la Iglesia Cristiana. Para empezar, el jefe
heresiarca, Mahoma mismo, no fue – como la mayoría de los otros
heresiarcas – un hombre de cuna y doctrina católicas. Provenía de los
paganos. Pero lo que enseñó fue en lo esencial una doctrina católica sobre-
simplificada. Lo que inspiró sus convicciones fue el gran mundo católico –
sobre cuyas fronteras vivió, cuya influencia lo rodeaba y cuyos territorios
conoció por sus viajes. Provino y se mezcló con los idólatras retrógrados de
los desiertos árabes a quienes los romanos nunca creyeron que valdría la
pena conquistar.
Adoptó muy pocas de las antiguas ideas paganas que pudieron haberle sido
autóctonas dada su procedencia. Por el contrario, predicó e insistió sobre
todo un grupo de ideas que eran características de la Iglesia Católica y la
distinguían del paganismo al que había conquistado dentro de la
civilización grecorromana. De este modo, el fundamento mismo de su
enseñanza fue la doctrina católica básica de la unidad y la omnipotencia de
Dios. En lo esencial, también tomó de la doctrina católica los atributos de
Dios: la naturaleza personal, la infinita bondad, la atemporalidad, la
providencia divina, su poder creativo como origen de todas las cosas y el
sostenimiento de todas las cosas exclusivamente por su poder. El mundo de
espíritus buenos y de ángeles y de espíritus malignos en rebelión contra
Dios formó parte de la enseñanza, con un espíritu maligno principal
semejante al que la Cristiandad había reconocido. Mahoma predicó con
insistencia la doctrina católica básica relacionada con la dimensión humana
en cuanto a la inmortalidad del alma y la responsabilidad por las acciones
durante esta vida, conjuntamente con la doctrina de las consecuencias del
premio y del castigo después de la muerte.
39
católicas que enseñó) sería Nuestro Señor – y no él, Mahoma – quien
juzgaría a la humanidad. La madre de Cristo, Nuestra Señora, “la Señora
Miriam”, fue siempre para Mahoma la principal entre las mujeres. Sus
seguidores hasta recibieron de los primeros padres de la Iglesia alguna vaga
noción de su Inmaculada Concepción [7].
Pero la cuestión central, con la cual esta nueva herejía atacó mortalmente a
la tradición católica, fue la negación completa de la Encarnación.
Según Mahoma, la doctrina católica era verdadera (al menos eso parecía
decir), pero se había vuelto saturada de falsos agregados; complicada con
innecesarias adiciones humanas, incluyendo la idea de que su fundador era
divino y el crecimiento de una casta parásita de sacerdotes encerrados en
un tardío sistema fantasioso de sacramentos que sólo ellos podían
administrar. Todos esos agregados corruptos, según Mahoma, debían ser
erradicados.
Hay así una buena cantidad de cosas en común entre el entusiasmo con el
cual las enseñanzas de Mahoma atacaron al clero, la Misa y los
sacramentos, y el entusiasmo con el cual el calvinismo – la fuerza motriz
central de la Reforma – hizo lo mismo. Como todos sabemos, Mahoma con
su nueva enseñanza relajó las leyes del matrimonio – pero en la práctica
esto no afectó a la masa de sus seguidores que permaneció siendo
monógama. Hizo el divorcio lo más fácil posible, ya que la idea
sacramental del matrimonio desapareció. Insistió en la igualdad de los
hombres y, necesariamente, incluyó también ese otro factor que lo hace
similar al calvinismo: el sentido de la predestinación, el sentido de la
fatalidad; el sentido de eso que los seguidores de John Knox siempre
llamaron “los inmutables decretos de Dios”.
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En la masa de sus seguidores la enseñanza de Mahoma nunca desarrolló
una teología detallada. Tampoco se desarrolló en la propia mente de su
creador. Mahoma se contentó con aceptar del esquema católico todo
aquello que le gustó y con rechazar todo aquello que le pareció – a él y a
tantos otros de su época – demasiado complicado o demasiado misterioso
como para ser cierto. La nota distintiva de todo el asunto fue la simplicidad
y, desde el momento en que todas las herejías toman su fuerza de alguna
doctrina verdadera, el mahometanismo adquirió su fuerza de las doctrinas
católicas verdaderas que retuvo: la igualdad de todos los hombres ante
Dios; “todos los verdaderos creyentes son hermanos”. Predicó con celo e
impulsó al máximo las reivindicaciones de justicia, tanto en lo social como
en lo económico.
Ahora bien, ¿por qué esta nueva, simple y enérgica herejía tuvo ese
apabullante y súbito éxito?
Una de las respuestas es que ganó batallas. Las ganó inmediatamente, como
veremos cuando lleguemos a la Historia del fenómeno. Pero el ganar
batallas no podría haber hecho al Islam permanente, ni siquiera fuerte, si no
hubiera existido un estado de cosas que hacía esperar un mensaje semejante
facilitando su aceptación.
Frente a todo ello, el Islam representó un amplio alivio y una solución a las
tensiones. El esclavo que admitía que Mahoma era el profeta de Dios y que
la nueva enseñanza tenía, por ende, autoridad divina, cesaba de ser esclavo.
El esclavo que adoptaba el Islam era libre de allí en más. El deudor que
“aceptaba”, se libraba de sus deudas. La usura quedaba prohibida. El
41
pequeño campesino no sólo se libraba de sus deudas sino también de la
aplastantes carga de impuestos. Y por sobre todo, se podía acceder a la
justicia sin tener que comprarla a los jurisconsultos. . . En teoría al menos.
En la práctica las cosas no eran ni cercanamente tan absolutas. Más de un
converso siguió siendo deudor, muchos continuaron siendo esclavos. Pero
allí en donde el Islam conquistó, apareció un nuevo espíritu de libertad y de
alivio.
Ése es el principal factor que explica la súbita expansión del Islam después
de su primer victoria armada sobre los ejércitos y no tanto sobre los
pueblos del Imperio Oriental de habla griega. Pero esto solo no explicaría
otros dos triunfos igualmente sorprendentes. El primero de ellos fue la
42
capacidad demostrada por la nueva herejía para absorber los pueblos
asiáticos del Cercano Oriente, la Mesopotamia y las tierras montañosas
entre ésta y la India. El segundo fue la riqueza y el esplendor del Califato
(esto es: de la monarquía mahometana central) durante las generaciones
inmediatamente posteriores a la primera oleada victoriosa.
43
Ahora bien, cuando el Islam vino desde el desierto con sus primeras
furiosas cargas de caballería, reforzó poderosamente esta tendencia del
Asia a reafirmarse. La uniformidad de ánimo, que es la marca distintiva de
la sociedad asiática, respondió inmediatamente a esta nueva idea de una
muy simple y personal forma de gobierno, santificada por la religión,
gobernando con un poder teóricamente absoluto desde un único centro.
Bagdad, con el Califato una vez establecido en ella, volvió a ser justamente
lo que Babilonia había sido: la capital central de una vasta sociedad que le
marcaba el tono a todas las tierras desde las fronteras con la India hasta
Egipto y más allá.
Pero aún más espectacular que la inundación de toda el Asia Anterior con
el mahometanismo en una generación, fue la riqueza, el esplendor y la
cultura del nuevo Imperio Islámico. En aquellos siglos (la mayor parte del
VII, todo el VIII y el IX) el Islam fue la más alta civilización material de
nuestro mundo occidental. La ciudad de Constantinopla también era muy
rica y gozaba de una muy alta civilización que se irradiaba sobre las
provincias dependientes – Grecia y el borde marítimo del Egeo y las tierras
altas del Asia Menor – pero estaba focalizada en la ciudad imperial. En la
mayor parte de las regiones campesinas la cultura se hallaba en
declinación. Y esto era notoriamente así en el Oeste. Galia, Bretaña, en
algún grado Italia y el valle del Danubio recayeron en la barbarie. Estas
regiones nunca llegaron a ser completamente bárbaras, ni siquiera en el
caso de Bretaña que era la más remota; pero quedaron saqueadas,
empobrecidas y carentes de un gobierno apropiado. Desde el Siglo V hasta
principios del XI (digamos, entre 450 y 1030) se extiende el período que
llamamos “La Edad Oscura” de Europa – a pesar del experimento de
Carlomagno.
Vaya lo dicho por el mundo cristiano de aquella época en contra del cual el
Islam estaba comenzando a presionar en forma tan pesada. Había perdido a
manos del Islam la totalidad de España y ciertas islas y costas del
Mediterráneo central también. La Cristiandad estaba siendo sitiada por el
Islam. El Islam nos enfrentaba no sólo con un esplendor dominante, con
riquezas y con poder sino – y esto es más importante todavía – con un
conocimiento superior en materia de ciencias prácticas y aplicadas.
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Incluso en Constantinopla, el leer y escribir no era algo tan común como en
el mundo gobernado por el Califa.
Ahora bien ¿por qué sucedió esto? Parece inexplicable si recordamos los
liderazgos personales inciertos y mezquinos, los continuos cambios en las
dinastías locales, la base cambiante del esfuerzo mahometano. Ese esfuerzo
comenzó con el ataque de unos muy escasos miles de jinetes del desierto,
tan impulsados por su afán de saqueo como por su entusiasmo por las
nuevas doctrinas. Esas doctrinas le habían sido predicadas a un cuerpo muy
disperso de nómades que no podían presumir más que de muy pocos
centros permanentemente habitados. Se originaron en un hombre
ciertamente excepcional por la intensidad de su genio, probablemente más
que medio convencido, probablemente también un poco loco, pero que
nunca había demostrado tener habilidad constructora. Y sin embargo el
Islam conquistó.
45
Bagdad, sobre el Éufrates, y que restauró la antigua dominación de la
Mesopotamia sobre Siria, gobernando también a Egipto y a todo el mundo
mahometano – surgió ese esplendor, esa ciencia, ese poder material y esa
riqueza de la que he hablado y que deslumbró a todos sus contemporáneos.
Con lo que debemos reiterar la pregunta: ¿por qué se produjo esto?
46
beneficios al gobierno. Lo que hicieron los conquistadores árabes y sus
sucesores en la Mesopotamia fue reemplazar todo ello por un sistema
tributario simple y directo.
47
Al tema de su amenaza futura regresaré al final de estas páginas sobre el
mahometanismo.
Después de esta primera fase, cuando las herejías están con su vigor inicial
y se extienden como un incendio de persona a persona, sobreviene una
segunda fase de declinación que dura, aparentemente (de acuerdo a alguna
oscura regla), cerca de unas cinco o seis generaciones: digamos un par de
siglos o poco más. Los adherentes a la herejía se vuelven menos numerosos
y menos convencidos hasta que finalmente sólo una reducida cantidad
puede ser llamada plena y fielmente seguidora del movimiento original.
48
peligro por el descontento de una amplia mayoría indigente frente a sus
escasos amos plutocráticos. Ya no queda nadie, excepto quizás un puñado
de personas en Escocia, que realmente cree en las doctrinas que Calvino
enseñó; pero el espíritu del calvinismo sigue siendo muy fuerte en los
países que originalmente infectara y sus frutos sociales permanecen.
Ahora bien, en el caso del Islam nada de esto sucedió, excepto la primera
fase. No hubo segunda fase o gradual declinación en la cantidad y en la
convicción de sus seguidores. Por el contrario, el Islam creció en fuerza
adquiriendo más y más territorios, convirtiendo a más y más seguidores,
hasta que se estableció como una civilización bastante separada y llegó a
ser algo tan parecido a una nueva religión que la mayoría de las personas
olvidó que en su origen había sido una herejía.
Y existe una cuestión adicional en conexión con este poder del Islam. El
Islam es, aparentemente, inconvertible.
49
atrás; y aún ello fue más bien un ejemplo de cambio político que de cambio
religioso.
Ahora bien, ¿cómo se explica todo esto? ¿Por qué, de entre todas las
herejías, sólo el Islam ha de exhibir esta continua vitalidad?
Ahora bien, no creo que esa explicación sea la verdadera. Toda herejía
habla en esos términos. Toda herejía dirá que ha purificado la corrupción
de las doctrinas cristianas y que, en general, no ha hecho más que bien a la
humanidad satisfaciendo el alma humana y así sucesivamente. Y sin
embargo, todas excepto el mahometanismo se han desvanecido. ¿Por qué?
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El Islam se ha diferenciado de todas las demás herejías en dos cuestiones
principales que deben ser cuidadosamente tenidas en cuenta:
1)- No surgió dentro de la Iglesia, esto es, dentro de las fronteras de nuestra
civilización. Su heresiarca no fue un hombre originalmente católico que
condujo hacia otro lado a sus seguidores católicos mediante su novedosa
doctrina como lo hicieron Arrio y Calvino. Fue un marginal nacido pagano,
que vivió entre paganos y nunca se bautizó. Adoptó doctrinas cristianas y
las seleccionó de un modo auténticamente herético. Dejó caer aquellas que
no le convenían e insistió en las otras que sí le interesaban – lo que
constituye la característica del heresiarca – pero no lo hizo desde adentro;
su acción fue externa.
2)- Este cuerpo islámico, que atacó a la Cristiandad desde más allá de sus
fronteras y no desde adentro de ellas, continuó engrosándose
constantemente con elementos combativos del tipo más fuerte, reclutados
de la oscuridad exterior pagana.
51
Bagdad comenzaron a apoyarse en una guardia personal de guerreros
mercenarios mongoles provenientes de las estepas del Asia.
Los invasores mongoles aceptaron el Islam de buena gana; los hombres que
sirvieron como soldados mercenarios y constituyeron el poder real de los
Califas estaban bastante dispuestos a adecuarse a los simples
requerimientos del mahometanismo. No poseían una religión propia lo
suficientemente fuerte como para contrarrestar los efectos de aquellas
doctrinas del Islam las cuales, aún mutiladas como lo estaban, eran
doctrinas cristianas en lo esencial que afirmaban la unidad y la majestad de
Dios, la inmortalidad del alma y todo lo demás. Los mercenarios mongoles
se sintieron atraídos por estas doctrinas principales y las adoptaron con
facilidad. Se volvieron buenos musulmanes y, como soldados que sostenían
a los Califas, se hicieron así propagadores y sustentadores del Islam.
Cuando en el corazón de la Edad Media pareció otra vez que el Islam había
fracasado, entró en escena un nuevo contingente de soldados mongoles,
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“turcos” de nombre, y salvó nuevamente el destino del mahometanismo,
aún cuando el proceso comenzó con la más abominable destrucción de esa
civilización que el mahometanismo había preservado hasta entonces. Por
eso es que, a lo largo del conflicto de las Cruzadas, los cristianos
consideraron al enemigo como “el turco” – un nombre genérico aplicado a
muchas de estas tribus nómades. Los predicadores cristianos de las
Cruzadas, al igual que los jefes militares de los soldados y los cruzados en
sus canciones, mencionan “al turco” como el enemigo con mucha mayor
frecuencia que al mahometanismo en general.
Por lo que, en lo que sigue, describiré qué fueron las Cruzadas y por qué y
cómo fracasaron.
53
un modo confuso. Es la persona común la que de pronto se siente incómoda
y se dice a si mismo: “es posible que ésta sea la tendencia del momento,
pero no me gusta”. Es la masa de los cristianos la que siente en sus huesos
que algo está mal, aún cuando exista la dificultad de explicarlo. La
reacción, por lo general, es lenta y compleja, y por un largo tiempo
infructuosa. Pero en el largo plazo siempre ha terminado triunfando en el
caso de las herejías internas; de un modo semejante a como la salud innata
del cuerpo humano se libera de alguna infección interna.
54
maneras: asiáticos paganos nos habían entrado en el mismo corazón de las
Germanias; piratas paganos de la clase más cruel y atroz se habían
diseminado por los Mares del Norte y casi habían conseguido aniquilar la
civilización cristiana en Inglaterra hiriéndola también en el Norte de
Francia; y encima de todo eso estaba la presión del mahometanismo
proveniente del Sur y del Sudeste – una presión mucho más civilizada que
la de los asiáticos y la de los piratas escandinavos, pero amenaza al fin,
bajo la cual nuestra civilización llegó a quedar cerca de desaparecer.
55
persona al frente del movimiento en un famoso sermón pronunciado en
Francia a grandes multitudes que gritaron: “Dios lo quiere”. Cuerpos
irregulares comenzaron a desplazarse hacia el Oriente con el fin de
expulsar al Islam de la Tierra Santa y, llegado el momento, las levas
regulares de los grandes príncipes cristianos prepararon un esfuerzo
organizado en gran escala. Quienes hicieron votos de persistir en el
esfuerzo se pusieron la insignia de la cruz sobre sus ropas y merced a ello
la lucha terminó siendo conocida como las Cruzadas.
56
antes. Allí otro líder cruzado se hizo señor feudal y se produjo una larga
demora y un feo conflicto entre los Cruzados y el Emperador en
Constantinopla quien, naturalmente, pretendía que se le devolvieran las que
habían sido partes de sus dominios antes de la expansión del
mahometanismo mientras que los Cruzados decidieron quedarse con lo que
habían conquistado para hacerse de los beneficios y los ingresos que cada
uno podía obtener.
57
comienzos de la Historia registrada. Una cadena de poblados así dispuesta
se extendía a lo largo del borde del desierto comenzando en Aleppo en el
Norte y llegando hasta Petra, al Sur del Mar Muerto. Estaban unidos por la
gran ruta de caravanas que llega hasta Arabia del Norte y eran todos
predominantemente mahometanos por la época del esfuerzo cruzado. La
ciudad central y la más rica de la cadena, la gran marca urbana de Siria, es
Damasco. Si los primeros Cruzados hubieran tenido suficientes hombres
como para tomar Damasco, su esfuerzo hubiera sido permanentemente
exitoso. Pero sus fuerzas no alcanzaron para ello; apenas si pudieron
mantener la costa marítima de Palestina hasta el Jordán – y aún así lo
consiguieron con la ayuda de inmensas fortificaciones.
58
habiendo llegado a la ladera montañosa de Hattin – aproximadamente a un
día de marcha del objetivo – cuando fue atacado y destruido por Saladino.
59
hasta el mismo fin de la Edad Media. Pero no se produjo la recuperación de
Siria ni el repliegue de los musulmanes.
Ya antes de que se lanzaran las Cruzadas había sido rechazado hasta mitad
de camino entre los Pirineos y el Estrecho de Gibraltar y en los siguientes
cuatro a cinco siglos quedó condenado a perder cada centímetro del
territorio que había gobernado en la Península Ibérica, en lo que hoy es
España y Portugal.
60
Europa Occidental continental (y hasta las islas que le pertenecen) fueron
liberadas de la influencia mahometana durante los últimos siglos de la Edad
Media, es decir: entre el Siglo XII y XV.
Entre Egipto y los Estados barbarios (en lo que hoy llamamos Túnez,
Argelia y Marruecos) , el desierto presentaba una barrera difícil de cruzar.
El Oeste era menos árido entonces de lo que es hoy, con los italianos
tratando de revivir su prosperidad. Pero las amplias franjas de arena y
grava, con muy poca agua, siempre hicieron de esta barrera entre Egipto y
Occidente una disuasión y un obstáculo. Con todo, aún más importante que
esta barrera fue la disociación gradual entre los mahometanos occidentales
del Norte de África y la masa mahometana del Este. Por cierto que la
religión permaneció siendo la misma, al igual que los hábitos sociales y
todo lo demás. El mahometanismo del Norte de África siguió
perteneciendo al mismo mundo unificado que el mahometanismo de Siria,
Asia y Egipto del mismo modo en que, durante mucho tiempo, la
civilización cristiana en el Oeste de Europa siguió manteniéndose unida
con el mundo de Europa Central y hasta de Europa Oriental. Pero la
distancia y el hecho de que los mahometanos orientales nunca acudieron en
su ayuda, hizo que los mahometanos occidentales del Norte de África y de
España se percibiesen como algo aparte, políticamente separado de sus
hermanos orientales.
61
de los puertos de Asia Menor, de Siria y de la desembocadura del Nilo,
perdieron gradualmente el control de las comunicaciones marítimas.
Perdieron por lo tanto las islas occidentales, Sicilia, Córcega y Cerdeña, las
Baleares y hasta Malta justo en el mismo momento en que capturaban
triunfantes las islas orientales en el Mar Egeo. El único poder marítimo que
les quedó a los mahometanos en Occidente fue la activa piratería de los
marinos argelinos operando desde las lagunas de Túnez y la medianamente
protegida bahía de Argelia. (La palabra “Argelia” viene de la palabra árabe
que significa “islas”. No hubo allí un puerto propiamente dicho antes de la
conquista francesa de hace cien años atrás sino lugares de anclaje
parcialmente protegidos por una serie de rocas e islotes). Estos piratas
continuaron siendo una amenaza incluso hasta el Siglo XVII. Es interesante
mencionar que el llamado a oración mahometano fue escuchado en las
costas de Irlanda del Sur en vida de Oliver Cromwell ya que los piratas
argelinos corretearon por todos lados, no sólo en el Mediterráneo
occidental sino a lo largo de las costas del Atlántico, desde el Estrecho de
Gibraltar hasta el Canal de la Mancha. Ya no tenían la capacidad de
conquistar, pero podían saquear y tomar prisioneros para exigir su rescate.
Constantinopla fue, por lejos, la capital más rica y más grande del Mundo
Antiguo; era el antiguo centro de la civilización griega y romana y aún
después de haber perdido todo poder directo sobre Italia y aún más sobre
Francia, continuó siendo admirada como el grandioso monumento del
pasado romano. El Emperador de Constantinopla era el descendiente
directo de los Césares. Desde el punto de vista militar, esta poderosa
ciudad, sostenida por grandes masas de impuestos y por un ejército
fuertemente estructurado y disciplinado, constituía el bastión de la
Cristiandad. Mientras Constantinopla se mantuvo como ciudad cristiana,
mientras la misa se continuó celebrando en Santa Sofía, las puertas de
Europa permanecieron cerradas para el Islam. Constantinopla cayó en vida
de la misma generación que asistió a la expulsión del último gobierno
mahometano del Sur de España. Los hombres que en su madurez
marcharon y tomaron Granada con los ejércitos victoriosos de Isabel la
Católica podían recordar cómo, en su temprana niñez, habían escuchado la
terrible noticia de que Constantinopla misma había caído en manos de los
enemigos de la Iglesia.
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La caída de Constantinopla al final de la Edad Media (1453) fue tan sólo el
comienzo de otros avances mahometanos. El Islam barrió los Balcanes;
tomó posesión de todas las islas orientales del Mediterráneo, Creta, Rodas
y las demás; ocupó Grecia por completo; comenzó a presionar subiendo por
el valle del Danubio hacia el Norte, hacia las grandes llanuras; destruyó al
antiguo Reino de Hungría en la fatal batalla de Mohacs y por último,
durante el primer tercio del Siglo XVI, justo en el momento en que se
desató la tormenta de la Reforma, el Islam amenazó a Europa de un modo
directo llevando su presión al corazón del Imperio, en Viena.
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Hoy estamos acostumbrados a pensar en el mahometanismo como algo
atrasado y anquilosado, al menos en todos sus aspectos materiales. No nos
podemos imaginar una gran flota mahometana constituida por modernos
acorazados y submarinos, o un gran ejército mahometano completamente
equipado con artillería moderna, poder aéreo y todo lo demás. Pero no hace
mucho, menos de cien años antes de la Declaración de Independencia,
[****] el gobierno mahometano con centro en Constantinopla tenía mejor
artillería y mejor equipamiento militar de toda clase del que disponíamos
nosotros en Occidente. El último esfuerzo que hicieron por destruir a la
Cristiandad fue contemporáneo del fin del reinado de Carlos II de
Inglaterra, de su hermano Jacobo y del usurpador Guillermo III. Ese
esfuerzo fracasó durante los últimos años del Siglo XVII, hace apenas poco
más de doscientos años. Viena, como vimos, casi fue tomada y solamente
se salvó gracias al ejército cristiano comandado por el Rey de Polonia en
una fecha que merecería figurar entre las más notables de la Historia: el 11
de Septiembre de 1683. Pero el peligro subsistió, el Islam siguió siendo
inmensamente poderoso a pocos días de marcha de Austria y no fue sino
hasta 1697 con la gran victoria del Príncipe Eugenio en Zenta y la captura
de Belgrado que la marea realmente se revirtió – y para ése entonces ya
estábamos al final del Siglo XVII.
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nuestra utilización de los mares se incrementó en gran medida, la de ellos
disminuyó hasta que ya no tuvieron barcos de primer nivel con los cuales
podían librar batallas navales.
El proceso continuó por todo el Siglo XIX. Como resultado, todo el África
del Norte mahometano gradualmente pasó a quedar bajo control europeo;
con Marruecos como último reducto independiente en caer. Egipto cayó
bajo el control de Inglaterra. Mucho antes de eso, Grecia fue liberada, así
como los Estados de los Balcanes. Hace media vida humana atrás en todas
partes se daba por supuesto que los últimos restos del poder mahometano
en Europa desaparecerían. Inglaterra lo auxilió y salvó a Constantinopla de
ser tomada por los Rusos en 1877-78, pero el ocaso definitivo de los turcos
pareció ser tan sólo una cuestión de pocos años. Todo el mundo estuvo
esperando el fin del Islam, a este lado del Bósforo al menos; mientras que
en Siria, Asia Menor y la Mesopotamia perdía todo su vigor político y
militar. Después de la Gran Guerra (1ª Guerra Mundial N. del T.) lo que
quedaba del poder mahometano, aún en el Asia Anterior, se salvó
solamente por las violentas peleas que se dieron entre los Aliados.
¿A qué obedeció este colapso? Nunca me han dado una respuesta a esta
pregunta. No hubo una desintegración moral desde adentro; no hubo un
65
colapso intelectual; si alguien habla hoy con un estudiante egipcio o sirio
sobre cualquier tema filosófico o científico que haya estudiado, hallará que
es igual a cualquier europeo. Si el Islam hoy no tiene una ciencia física
aplicada a ninguno de sus problemas, en cuanto a armas y comunicaciones,
es porque aparentemente ha cesado de ser parte de nuestro mundo y
decididamente se ha quedado atrás respecto del mismo. De cada docena de
mahometanos que viven en el mundo actual, once son en realidad súbditos
de una potencia occidental (Escrito en 1936 – N. del T.). Parecería ser,
repito, que el gran duelo está definido.
Pasaré ahora a considerar por qué esta convicción debería haber surgido en
las mentes de ciertos observadores y viajeros tales como yo mismo. La
pregunta de “¿No podrá el Islam resurgir?” es, por cierto, una pregunta
vital.
66
permanentes, desarrolló una vida propia, y se convirtió al final en algo
semejante a una nueva religión. Tan cierto es esto que en la actualidad muy
pocas personas, aún entre las más altamente instruidas en Historia,
recuerdan la verdad que el mahometanismo en sus orígenes no fue una
nueva religión sino una herejía.
Pero ha sobrevivido por razones distintas a ellas. Todas las otras herejías
también tuvieron sus verdades así como sus falsedades y sus
extravagancias, y sin embargo murieron una detrás de la otra. La Iglesia
Católica las ha visto pasar y, a pesar de que sus nefastas consecuencias
todavía siguen entre nosotros, las herejías mismas están muertas.
67
de Bagdad hubiese quedado enteramente librado a su propia suerte; y si los
moros en Occidente no hubieran podido acceder a un continuo
reclutamiento desde el Sur.
Hemos visto como el poder político material del Islam declinó muy
rápidamente durante los Siglos XVIII y XIX. Acabamos de seguir la
historia de esa declinación. Cuando Solimán el Magnífico estaba poniendo
sitio a Viena, tenía mejor artillería, mejores energías y mejor de todo que
sus oponentes; el Islam, en el campo de batalla, aún era materialmente
superior a la Cristiandad – al menos era superior en poder de combate y en
armamento. Eso sucedía a pocos años de iniciado el Siglo XVIII. Y luego
vino la inexplicable declinación. La religión no decayó, pero su poder
político y con él su poder material declinaron asombrosamente; y en el
aspecto particular de las armas fue dónde más declinó. Cuando el padre del
Dr. Johnson, el librero, estaba instalando su negocio en Lichfield, el Gran
Turco todavía era temido como el potencial conquistador de Europa. Antes
de que el Dr. Johnson muriera ya no había ni flota ni ejército turco que
pudiera amenazar a Occidente. Menos del lapso de una vida humana
después, los mahometanos del Norte de África habían pasado a ser súbditos
de los franceses y aquellos que en ese momento eran hombres jóvenes
vivieron para ver cómo casi todo el territorio mahometano – excepto por un
fragmento decaído, gobernado desde Constantinopla – era firmemente
dominado por los gobiernos de Francia e Inglaterra.
68
los complicados instrumentos de la guerra moderna? ¿Dónde está la
maquinaria política por medio de la cual la religión del Islam puede jugar
un papel equiparable en el mundo moderno?
La idea de que el Islam puede resurgir suena fantástica – pero pienso que
esto es tan sólo porque los seres humanos están siempre poderosamente
influenciados por el pasado inmediato: hasta se podría decir que están
enceguecidos por él.
Las culturas surgen de las religiones; en última instancia, la fuerza vital que
sostiene una cultura es su filosofía, su actitud frente al universo; la
decadencia de una religión trae consigo la decadencia de la cultura que con
esa religión se corresponde – como muy claramente podemos verlo en el
quiebre actual de la Cristiandad. El funesto trabajo de la Reforma está
dando sus frutos con la disolución de nuestras doctrinas ancestrales; la
misma estructura de nuestra sociedad se está disolviendo.
69
ninguna razón en absoluto por la cual no podría aprender su nueva lección
y convertirse en un igual a nosotros en todas aquellas cosas temporales que
son las únicas que nos otorgan una superioridad sobre ella – mientras que
en la fe – somos nosotros los que nos hemos quedado atrás.
Las personas que dudan de esto se dejan engañar por una serie de indicios
provenientes del pasado inmediato. Por ejemplo, durante el Siglo XIX fue
común decir que el mahometanismo había perdido su poder político por su
doctrina del fatalismo. Pero sucede que esa doctrina estuvo en pleno vigor
cuando el poder mahometano se hallaba en su punto más alto. Si vamos al
caso, el mahometanismo no es más fatalista que el calvinismo; las dos
herejías se condicen exactamente en su exagerada insistencia sobre la
inmutabilidad de los decretos divinos.
Después de la Gran Guerra el poder turco fue restaurado por un hombre así.
Otro hombre en Arabia, de un modo igualmente súbito, se afianzó y
destruyó todos los planes elaborados para incorporar esa parte del mundo
mahometano a la esfera inglesa. Siria, que es el eslabón de conexión, la
bisagra y el pivote de todo el mundo musulmán, está dividida, sobre el
mapa y superficialmente, entre un mandato inglés y otro francés; pero
ambos poderes intrigan el uno contra el otro y son igualmente detestados
por sus súbditos mahometanos quienes se mantienen sojuzgados
precariamente sólo por la fuerza. Ha habido derramamientos de sangre bajo
el mandato francés y se repetirán [11]; mientras que bajo el mandato
británico la imposición forzada de una colonia judía extranjera sobre
Palestina ha puesto al rojo vivo la animosidad de la población árabe nativa.
70
Paralelamente una propaganda bolchevique subterránea y ubicua está
constantemente trabajando sobre Siria y el África del Norte en contra de la
dominación de los europeos sobre la población mahometana original.
Por último, hay una cuestión adicional a la cual se debería prestar atención:
la adhesión (como sea que fuere) del mundo mahometano en la India al
gobierno inglés está fundada principalmente sobre el abismo que separa a
la religión mahometana de la hindú. Cada paso hacia una mayor
independencia política de cualquiera de los dos partidos fortalece el deseo
mahometano por un renovado poder. El mahometano de la India tenderá
cada vez más a decir: “Si tengo que quedar librado a mis propias fuerzas y
no ser favorecido, como lo he sido en el pasado, por el amo europeo
extranjero en la India – a la cual otrora he gobernado – pues entonces me
apoyaré sobre el resurgimiento del Islam.” Por todas estas razones (y
muchas más que se podrían agregar) las personas con capacidad de
previsión podrían justamente concebir, o al menos considerar, el regreso
del Islam.
71
sólo se extinguieron sino que no dejaron una memoria duradera de su
acción sobre la sociedad europea.
Pero el mahometanismo – que vino mucho más tarde que el arrianismo, así
como este último fue posterior a los Apóstoles – dejó una profunda secuela
sobre la estructura política de Europa y sobre el lenguaje: hasta cierto punto
incluso sobre la ciencia.
72
mahometano detentó la mejor parte de la enseñanza académica y tuvimos
que recurrir a él para nuestra propia instrucción.
Los poblados de África del Norte y hasta los villorrios fueron rebautizados.
Los nombres de los más famosos, como por ejemplo Cartago y Cesárea,
desaparecieron. Otros surgieron en forma espontánea, tales como “Argelia”
que es un nombre derivado de la frase árabe que significa “las islas” –
siendo que el antiguo muelle de Argelia le debía parcialmente su seguridad
a una serie de islotes rocosos paralelos a la costa.
IR A CONTENIDO
73
Capítulo 5
El ataque albigense
74
Ahora bien, ¿qué es esta tendencia general o disposición que, por su
nombre más antiguo, se llamó maniquea, que se denominó albigense en la
forma más nítida que estamos por tratar, y que la Historia moderna conoce
como puritanismo? ¿Cuál es el motivo subyacente que produce herejías de
esta clase?
75
Otro camino, menos grosero pero intelectualmente igual de desdeñable, es
afirmar que el problema no existe porque todos somos parte de una cosa
muerta y sin significado detrás de la cual no hay ningún Dios creador: es
afirmar que no existe una realidad en el bien y en el mal y en la concepción
de la beatitud o de la miseria.
76
todopoderosa. El maniqueo reconoció tanto a un dios bueno como a un dios
malo y dispuso su mente en concordancia con esa tremenda concepción.
Pero hubo una cosa que el maniqueo de todo tipo siempre sintió y fue que
la materia pertenecía al lado malo de las cosas. A pesar de que puede haber
bastante mal de índole espiritual, aún así el bien tiene que ser
completamente espiritual. Esto es algo que se encuentra no sólo en los
primeros maniqueos, no sólo en los albigenses de la Edad Media, sino hasta
en los más modernos de los puritanos que quedan. Parece estar conectado
con el estado de ánimo maniqueo en todas sus formas. La materia está
expuesta a decaer y por lo tanto es mala. Nuestros cuerpos son malos. Sus
apetitos son malos. Esta idea se ramifica en toda clase de detalles absurdos.
El vino es malo. Prácticamente todo placer físico, o medianamente físico,
es malo y así sucesivamente. Cualquiera que lea los detalles de la historia
albigense se sorprenderá una y otra vez de la actitud singularmente
moderna de estos antiguos herejes porque descubrirá que tenían las mismas
raíces que los puritanos que todavía sobreviven tristemente entre nosotros.
77
los sacramentos católicos establecidos fueron el blanco de la ofensiva
albigense.
El Siglo XI, el período de los años entre el 1000 y el 1100, puede ser
llamado como el del despertar de Europa. Nuestra civilización justo
acababa de pasar por aterradoras pruebas. El Occidente había sido
saqueado por tropeles de piratas paganos procedentes del Norte – los, al
principio, no convertidos y más tarde sólo semi-convertidos escandinavos –
y en algunas partes el cristianismo casi se extinguió. Había sido sacudido
por los saqueadores mongoles del Este, paganos que en hordas cabalgaron
sobre Europa desde las planicies del Norte de Asia. Y había sufrido el gran
ataque mahometano sobre el Mediterráneo por el cual casi toda España
quedó ocupada, se sojuzgó permanentemente el Norte de África y Siria
quedando el Asia Menor y Constantinopla amenazadas.
78
en general a lo largo de las líneas de avance hacia el Oeste, individuos o
pequeñas comunidades que proponían y propagaban una forma nueva – y,
según ellos, purificada – de religión.
79
cátaros se fortalecieron de la misma manera en que lo hicieron también
todas las demás fuerzas que los rodeaban. Fue a principios de este Siglo
XII que el fenómeno comenzó a ser alarmante y antes de promediar el siglo
los franceses del Norte ya estaban urgiendo al papado a actuar.
El papa Eugenio envió un Legado al Sur de Francia para ver qué se podía
hacer y San Bernardo, el gran orador ortodoxo de ese vital período, predicó
contra ellos. Pero no se empleó la fuerza. No había una verdadera
organización preparada para hacerle frente a los herejes, si bien las
personas previsoras estaban demandando una acción vigorosa para que la
sociedad pudiese salvarse. Al final, el peligro se volvió alarmante. En 1163
un gran Concilio de la Iglesia, celebrado en Tours, estableció la
característica y el nombre por el cual se designaría el fenómeno. El nombre
fue el de “albigenses”, y ha quedado desde entonces.
Pero hasta ese momento no se produjo ninguna acción oficial contra los
“albigenses” y todavía se les permitió desarrollar rápidamente sus fuerzas
durante años y más años, con la esperanza de que las armas espirituales
fuesen suficientes para hacerles frente. El papado esperó contra toda
esperanza la posibilidad de encontrar una solución pacífica. El punto de
inflexión se produjo en 1167. Los albigenses, plenamente organizados ya
como una contra-Iglesia (en forma bastante similar a cómo el calvinismo se
organizaría en contra-Iglesia cuatrocientos años más tarde), celebraron un
concilio general propio en Tolouse y se hizo evidente que la mayor parte de
la pequeña nobleza – que, compuesta por Señores de poblados individuales,
constituía la masa del poder militar en el centro de Francia – se hallaba en
80
favor del movimiento. En aquellos días Europa Occidental no estaba
organizada, como lo está hoy, en grandes naciones centralizadas. Era lo que
se llama “feudal”. Señores de pequeños distritos se agrupaban bajo Señores
más poderosos y éstos, a su vez, bajo hombres muy poderosos que
constituían la autoridad en provincias unificadas pero débilmente
aglutinadas. En realidad, el verdadero soberano local era un duque de
Normandía, un conde de Tolouse, o un conde de Provenza. Le debía
honores y fidelidad al Rey de Francia, pero nada más.
Hasta qué punto esa cultura se hallaba en peligro es algo que puede verse
por los principales dogmas que se enseñaban y practicaban abiertamente.
Se abandonaron todos los sacramentos. En su lugar se adoptó un extraño
ritual, llamado “la consolación”, en el cual se profesaba que se purificaba el
alma. Se atacó la propagación de la especie; se condenó el matrimonio y
los líderes de la secta difundieron todas las extravagancias que es dado
encontrar alrededor del maniqueísmo o del puritanismo, sea dónde fuere
que éste aparezca. El vino era maléfico; la carne era maléfica; la guerra
estaba siempre absolutamente mal, del mismo modo que la pena capital.
Pero el pecado más imperdonable era la reconciliación con la Iglesia
Católica. En esto también lo albigenses se ajustaron al modelo. Todas las
herejías hacen de ello su punto principal.
81
Se hizo obvio que el fenómeno tenía que terminar en una decisión por las
armas ya que, a esta altura, el gobierno local del Sur estaba apoyando esta
nueva contra-Iglesia altamente organizada y, si la misma se hacía tan sólo
un poco más fuerte, toda nuestra civilización colapsaría ante ella. La
simplicidad de la doctrina, con su sistema dual del bien y del mal, con su
negación de la Encarnación y los principales misterios cristianos y su anti-
sacramentalismo, su denuncia de la riqueza clerical y su patrioterismo
chauvinista – todo esto comenzó a atraer a las masas en las ciudades al
igual que a los nobles. Aún así, Inocencio, por más grande que haya sido
como papa, aún vacilaba como tiende a vacilar todo estadista antes de
apelar concretamente a las armas; pero hasta él, justo antes del fin del
Siglo, insinuó la necesidad de una cruzada.
82
Todavía pueden verse las ruinas del lugar, de pié aún entre la arbolada
campiña que las rodea. Queda algo al Norte del camino principal entre
París y Chartres: un cerro abrupto, más bien aislado, en medio del paisaje.
A ese pequeño cerro aislado y fortificado le había quedado el nombre de
“el cerro fuerte” (mont fort) y Simón tomó su nombre de ese ancestral
señorío.
Esa lucha fue muy violenta. Se produjo una espantosa carnicería con el
saqueo de las ciudades, y apareció lo que el papa más había temido: el
peligro de que los motivos financieros concurriesen a envenenar el ya de
por sí horrendo asunto. Los Señores del Sur naturalmente demandarían que
las propiedades de los herejes conquistados se distribuyesen entre ellos.
Hubo aún otro intento de reconciliación, pero Raimundo de Tolouse,
probablemente desesperado por la previsión de que lo dejasen solo, se
preparó para resistir. En 1207 fue declarado fuera de la ley por la Iglesia y,
al igual que Juan, sus posesiones se le dieron por perdidas de acuerdo con
la ley feudal.
83
resultaría triunfadora. Con su victoria, colapsaría el reino de Francia y la
causa católica en Europa Occidental. Ese corto período de años fue, por lo
tanto, decisivo para el futuro. Fue entonces que una gran coalición,
conducida por el ahora despojado Juan y apoyada por los alemanes, marchó
contra el rey de Francia en el Norte y fracasó. Venciendo grandes
dificultades, el rey francés consiguió la victoria de Bouvines, cerca de Lille
(29 de Agosto de 1214). Pero ya el año anterior otra victoria decisiva de los
Señores del Norte contra los albigenses del Sur había preparado el camino.
Los nuevos aliados que vinieron en auxilio del conde de Toulouse fueron
los españoles, procedentes del lado Sur de los Pirineos, los hombres de
Aragón. Hubo una enorme hueste de ellos, conducida por su rey, el joven
Pedro de Aragón, cuñado de Raimundo de Toulouse. Un borrachín, pero
hombre de una temible energía, no era una persona incompetente al
momento de conducir una campaña. Condujo algo así como cien mil
hombres (número que incluye a auxiliares y seguidores de campamento) a
través de las montañas directamente para aliviar la situación de Toulouse.
Fue en la mañana del 13 de septiembre de 1213. Los mil hombres del lado
católico, formando con Simon a la cabeza, asistieron a misa montados
sobre sus caballos. La misa fue cantada por Santo Domingo en persona. Por
supuesto, sólo los jefes y unas pocas filas de seguidores pudieron estar
presentes en la iglesia – en la cual todos permanecieron montados – pero, a
través de las puertas abiertas, todo el resto de la pequeña fuerza pudo
observar el Sacrificio. Terminada la misa, Simón cabalgó hasta ubicarse al
frente de su pequeña banda, tomó por un rodeo hacia el Oeste y luego se
84
lanzó con una carga repentina sobre las huestes de Pedro que aún no se
habían formado adecuadamente y se hallaban mal preparadas para recibir el
choque. Los mil caballeros norteños de Simon destruyeron a sus enemigos
por completo. Las huestes aragonesas se convirtieron en una nube de
hombres en fuga, completamente divididas y no representando ya a una
fuerza combativa. Pedro mismo resultó muerto.
Muret es un nombre que siempre debería ser recordado como una de las
batallas decisivas del mundo. De haber fallado, toda la campaña hubiera
fracasado. Probablemente Bouvines nunca se hubiera librado y las
probabilidades son tales que la monarquía francesa misma hubiera
colapsado, subdividiéndose en clases feudales independientes de todo
Señor central.
Porque el país sobre el cual los albigenses mantenían su poder era el más
rico y el mejor organizado de Occidente. Poseía la más alta cultura,
dominaba el comercio del Mediterráneo Occidental con el gran puerto de
Narbona, constituía la valla de contención de todos los esfuerzos del Norte
hacia el Sur, y su ejemplo hubiera sido seguido de modo inevitable. Tal
como sucedieron las cosas, la resistencia albigense colapsó. Los norteños
ganaron su campaña y el Sur se hallaba económicamente semi-arruinado y
debilitado en su poder de intentar una revolución contra la ahora poderosa
monarquía central de París. Por ello es que Muret debería contar, junto con
Bouvines, como la fundación de esa monarquía y, con ella, de la alta Edad
Media. Muret abre y sella el Siglo XIII – el Siglo de San Luis, de Eduardo
de Inglaterra y de toda la ebullición de la cultura occidental.
85
de la enfermedad. (Es significativo que una persona que se declarara
inocente ¡sólo tenía que demostrar que estaba casada para ser absuelta! Eso
demuestra la naturaleza de la herejía.)
IR A CONTENIDO
Capítulo 6
86
toda otra herejía o movimiento hereje. Después de que las distintas
proposiciones herejes fueran condenadas, tampoco estableció (como lo hizo
al mahometanismo o el movimiento albigense) una religión separada por
encima y en contra de la antigua ortodoxia. Más bien creó una cierta
atmósfera moral, separada, que aún seguimos llamando “protestantismo”.
De hecho, produjo toda una cosecha de herejías, pero no una herejía, y su
característica fue que todas sus herejías adquirieron y prolongaron un estilo
común: ése que llamamos “protestante” hasta el día de hoy.
En esto último, a las personas modernas les resulta muy fácil equivocarse;
especialmente a las personas del mundo angloparlante. Las naciones que
conocemos quienes hablamos en inglés son, con la excepción de Irlanda,
predominantemente protestantes; y aún así albergan (con la excepción de
Gran Bretaña y África del Sur) grandes minorías católicas.
En ese mundo angloparlante (al cual está dirigido este escrito) existe una
conciencia plena de lo que fue el espíritu protestante y de lo que ha llegado
a ser en sus modificaciones actuales. Todo católico que vive en ese mundo
angloparlante conoce lo que significa el temperamento protestante del
mismo modo en que conoce el sabor de algún alimento habitual, o de una
bebida, o el aspecto de alguna vegetación familiar. En menor grado las
grandes mayorías protestantes – en Gran Bretaña esa mayoría es
abrumadora – tienen alguna idea de qué es la Iglesia Católica. Saben
mucho menos de nosotros de lo que nosotros sabemos de ellos. Eso es
natural, ya que nosotros procedemos de orígenes más antiguos, porque
somos universales mientras ellos son regionales y porque nosotros
87
sostenemos una filosofía intelectual definida mientras ellos poseen un
espíritu más bien emocional e indefinido, aunque característico.
Como he dicho, este estado mental perduró por el lapso de toda una larga
vida humana – pero su atmósfera duró mucho más. Europa no se resignó a
aceptar la desunión religiosa por el lapso de otra vida humana adicional. La
renuente decisión de sacar lo mejor del desastre no se vuelve evidente –
como veremos – hasta la Paz de Westfalia, 130 años después del primer
desafío de Lutero; y la separación completa de católicos y protestantes no
se concretó sino otros cincuenta años más tarde; aproximadamente entre
1690 y 1700.
88
A lo que se dedicaron (como ellos mismos lo formularon y como se dijo
durante un siglo y medio antes del gran alzamiento) fue a “reformar”.
Declararon su intención de purificar a la Iglesia y de restaurarla en sus
virtudes originales de llaneza y simplicidad. De diferentes maneras ( y los
distintos grupos diferían en casi todo excepto en su cada vez mayor
reacción en contra de la unidad) expresaron su intención de librarse de las
excrescencias, supersticiones y falsedades históricas siendo que de ellas,
sabe Dios, disponían de toda una multitud para atacar.
Por supuesto, a medida que transcurrió el tiempo los dos partidos tendieron
a convertirse en dos ejércitos hostiles, en dos campos separados, y por
último se produjo la separación completa. Lo que había sido la Cristiandad
unida de Occidente se quebró en dos fragmentos: uno que de allí en más
sería la cultura protestante y otro de cultura católica. A partir de allí, cada
uno de ellos se reconocería a si mismo y a su propio espíritu como algo
separado y hostil al otro. También cada uno creció asociando el nuevo
espíritu con su propia región, o nacionalidad, o ciudad-Estado: Inglaterra,
Escocia, Hamburgo, Zurich, y todos los demás.
89
protestantes. La Europa protestante perdió toda esperanza de afectar
permanentemente con su espíritu aquella otra parte de Europa que había
sido salvada para la Fe. El nuevo estado de cosas quedó establecido por los
principales tratados que terminaron con las guerras religiosas en Alemania
(a medio camino entre 1600 y 1700). Pero el conflicto continuó
esporádicamente por al menos cuarenta años más y partes de las fronteras
entre las dos regiones seguían fluctuando aún al final de ese período
adicional. Las cosas no se consolidaron en dos mundos separados sino
hasta 1688 en Inglaterra o, incluso 1715, si consideramos a la totalidad de
Europa.
La segunda fase comienza, digamos, en una fecha tan tardía como 1606 en
Inglaterra, o algunos años antes en el Continente, y no termina en una fecha
precisa pero, hablando en términos generales, llega a su fin durante los
últimos veinte años del Siglo XVII. Termina en Francia antes que en
Inglaterra. Termina entre los Estados alemanes – por agotamiento más que
por otra razón – aún antes que en Francia, pero se puede decir que la idea
de un conflicto religioso directo se estaba transformando en la idea de un
conflicto político hacia 1670, o 1680 aproximadamente. Las guerras
religiosas activas corresponden a la primera parte de esta fase. Terminaron
en Irlanda hacia mediados del Siglo XVII y en Alemania algunos años
antes; pero el fenómeno siguió siendo concebido como un asunto religioso
a una fecha tan tardía como 1688 y aún más tarde en aquellas partes en
donde el conflicto se mantuvo.
90
Otros (principalmente en el Sur) se mantendrían claramente católicos en el
futuro y en bloque.
De los Países Bajos (lo que hoy conocemos como Holanda y Bélgica), el
Norte (Holanda) sería oficialmente protestante con una gran minoría
católica mientras que el Sur (Bélgica) sería casi completamente católica
con difícilmente algún elemento protestante en absoluto.
De modo que estamos por seguir la Historia de dos épocas sucesivas que
gradualmente cambian de carácter. La primera, desde un poco antes de
1520 hasta aproximadamente 1600, es una época de debate y conflicto
universales. La segunda es una época de fuerzas claramente contrapuestas
que se vuelven tan políticas como religiosas y se definen con cada vez
mayor nitidez en dos bandos hostiles.
Cuando todo lo anterior había pasado, es decir hacia el final del Siglo XVII
– o principios del XVIII, hace más de doscientos años – se produjeron dos
nuevos procesos. Por un lado se extendió la duda y un espíritu anticatólico
dentro de la misma cultura católica. Por el otro lado, si bien en la cultura
protestante no existía una doctrina tan definida a desafiar y se produjo una
menor división interna, emergió un sentimiento cada vez más intenso en
cuanto a que las diferencias religiosas tenían que ser aceptadas. Fue un
sentimiento que, en un número cada vez mayor de individuos, creció hasta
convertirse en la convicción – en un principio secreta pero más tarde
explícita – de que en materia religiosa nada podía saberse con certeza y
que, por lo tanto, la tolerancia de todas las opiniones al respecto era la
actitud razonable a adoptar.
91
“Londres y Berlín fueron los dos pilares gemelos del dominio protestante
durante el Siglo XIX”. Y esa apreciación es correcta.
Éste sería, pues, el proceso que estamos a punto de ver. El lapso de una
vida humana ocupado por un conflicto de ideas por todas partes; otro lapso
semejante con una separación regional cada vez mayor y con un conflicto
que se vuelve cada vez más político que religioso. Luego, un Siglo – el
XVIII – de escepticismo en aumento debajo del cual las características de
las culturas protestante y católica se mantuvieron, si bien ocultas. Luego
otro siglo – el XIX – durante el cual la lucha política entre las dos culturas
fue bastante obvia y la protestante continuamente incrementó su poder a
expensas de la católica dado que ésta estuvo más dividida en su seno que la
protestante. Francia, la potencia líder de la cultura católica, fue – al menos
la mitad de ella – anticlerical en los días de Napoleón al tiempo que
Inglaterra era, tal como sigue siendo, sólidamente anticatólica.
Muchos han tomado como punto de partida al abandono de Roma por parte
del Papado y a su establecimiento en Avignon, cosa que sucedió más de
doscientos años antes del surgimiento de Lutero.
Hay algo de cierto en esta postura pero se trata de una verdad muy
imperfecta. Todo tiene una causa, y toda causa tiene otra detrás de ella y así
sucesivamente. El hecho que el Papado abandonara Roma, poco después
del 1300, debilitó por cierto la estructura de la Iglesia pero, en si, no fue
fatal. Hablando de buscar el punto de partida principal es mejor tomar esa
terrible catástrofe que fue la plaga hoy conocida como “la Muerte Negra”
(1348-50), cuarenta años después del abandono de Roma. Podría ser aún
más satisfactorio tomar como punto inicial a la apertura del gran cisma,
cerca de treinta años después de la Muerte Negra, una fecha después de la
cual por toda una generación la autoridad del mundo católico fue casi
mortalmente herida por los conflictos de papas y anti-papas, pretendientes
rivales a la suprema autoridad de la Santa Sede. De cualquier manera, antes
de la Muerte Negra de 1348-50 y antes de la apertura del cisma, hay que
comenzar con el abandono de Roma por parte de los Papas.
92
La Santa Sede, como autoridad central de la Cristiandad, hacía tiempo que
estaba involucrada en una querella mortal con el poder secular de lo que se
llamaba “El Imperio”, esto es, con los emperadores de origen germánico
que tenían una autoridad general – aunque muy complicada, variada y, con
frecuencia, sólo en las sombras – no solamente en los países de habla
alemana sino también en el Norte de Italia y el cinturón de lo que hoy es el
Este de Francia, además de los Países Bajos y algunos grupos de eslavos.
Una generación antes de que los Papas abandonaran Roma, esta querella
llegó a su culminación bajo uno de los hombres más inteligentes y más
peligrosos que jamás gobernaran a la Cristiandad – el Emperador Federico
II – cuyo poder era tanto más grande porque había heredado no sólo el
antiguo y diversificado gobierno sobre los Estados germánicos, los Países
Bajos y lo que hoy llamamos Francia Oriental, sino también el Este y el Sur
de Italia. La totalidad de Europa Central, excepto los Estados gobernados
inmediatamente por el Papa en el medio de Italia, estaba en mayor o en
menor medida bajo la sombra de Federico y sus pretensiones soberanas.
Desafió a la Iglesia y el Papado venció, con lo cual la Iglesia se salvó; pero
el Papado, como poder político, salio exhausto del conflicto.
Como sucede con tanta frecuencia, fue un tercero el que se benefició del
violento duelo de los dos actores principales. Fue el rey de Francia quien
ahora se convirtió en la potencia principal y por setenta años, esto es:
durante toda la mayor parte del Siglo XIV (de 1307 a 1377) el Papado se
convirtió en algo francés, con los Papas residiendo en Avignon (en dónde
su gran palacio subsiste al día de hoy, constituyendo un espléndido
monumento de aquél tiempo y de su significado) y siendo, después del
cambio, mayormente franceses los hombres elegidos para ocupar el cargo
de Papa.
93
común a toda la caballería cristiana. Esta tendencia también aumentó por lo
que se ha dado en llamar la Guerra de los Cien Años; y no es que durara
continuamente esa cantidad de años pero, desde la primera batalla hasta la
última se puede contabilizar casi ese lapso de tiempo.
Todos sabemos cómo fue que terminó. Finalizó con las campañas de Juana
de Arco y sus sucesores, y con el colapso definitivo de la pretensión
plantageneta. Pero, por supuesto, el conflicto había fomentado los
sentimientos nacionales y todo fortalecimiento de los ahora crecientes
sentimientos nacionales en la Cristiandad concurrían a debilitar a la antigua
religión.
94
En el medio de todo esto cayó algo mucho más importante todavía que esa
disputa y fue algo que, como ya he señalado antes, tuvo mucho que ver con
la deplorable división de la Cristiandad en naciones independientes
separadas. Este lamentable incidente fue la terrible plaga conocida como
“la Muerte Negra”. El espantoso desastre se desató en 1347 y barrió a toda
Europa de Este a Oeste. Lo asombroso es que nuestra civilización no
colapsó porque murió un tercio de la población adulta con certeza, y
probablemente más aún.
95
antes de 1347 se le hubiese preguntado a una persona: “¿Por qué tus
oraciones deben estar en latín? ¿Por qué nuestras iglesias no utilizan
nuestro propio idioma?”, la pregunta hubiese sido ridiculizada; hubiera
parecido no tener sentido. La misma pregunta formulada en 1447, hacia el
final de la Edad Media, con las lenguas vernáculas que comenzaban a
florecer, ya estaba llena de atractivo popular.
96
mundanalidad del clero oficial, vino un despertar intelectual, una
recuperación de los clásicos y en especial una recuperación del
conocimiento del griego. Esto colmó la segunda parte del Siglo XV (1450-
1500). En forma simultánea se fue extendiendo el conocimiento del mundo
físico. El mundo (como diríamos hoy) se estaba “expandiendo”. Los
europeos habían explorado el Atlántico y las costas africanas; habían
encontrado el camino a la India bordeando el Cabo de Buena Esperanza y,
antes del fin del Siglo, habían descubierto todo un nuevo mundo que más
tarde se llamaría América.
El espíritu hacia 1500-1510 era tal que cualquier incidente podía producir
un súbito alzamiento, de la misma forma en que los incidentes de una
derrota militar y el esfuerzo de tantos años de guerra produjeron la súbita
revolución bolchevique en la Rusia actual.
Esa fecha, el de la Víspera de Todos los Santos de 1517, no es tan sólo una
fecha definida para marcar el origen de la Reforma; es su verdadero
momento inicial. A partir de allí, la ola de la marea creció hasta volverse
abrumadora. Hasta ese momento las fuerzas conservadoras, por más
corruptas que fuesen, se habían sentido seguras de si mismas. Muy poco
después de ese hecho, su seguridad había desaparecido. La marea había
comenzado.
97
revolución religiosa que terminó en lo que hoy llamamos “protestantismo”.
En esa revolución, generalmente llamada “La Reforma”, se distinguen
bastante claramente dos mitades, y cada una de ellas dura
aproximadamente el lapso de una vida humana. De las mismas, la primera
fase no fue un conflicto entre dos religiones sino un conflicto dentro de una
religión; mientras que en la segunda fase comenzó a surgir una nueva
cultura religiosa diferenciada, opuesta a – y separada de – la cultura
católica.
Ahora bien, la cosa más difícil del mundo en relación con la Historia, y el
logro menos frecuente, es el de ver los acontecimientos en la forma en que
los veían los contemporáneos en lugar de verlos a través del medio
distorsivo de nuestro conocimiento posterior. Nosotros sabemos lo que
ocurrió después; los contemporáneos no lo sabían. Las mismas palabras
utilizadas para designar la actitud tomada al principio de la lucha cambian
de significado antes del final del conflicto. Así sucedió con los términos de
“católico” y “protestante”; así sucedió con la propia palabra “reforma”.
98
necesidad de una reforma. Todos estaban de acuerdo en que las cosas
habían llegado a un estado terrible y amenazaban con un futuro peor a
menos que se hiciera algo. La imperiosa necesidad de arreglar las cosas, el
clamor por ello, había estado surgiendo por más de un siglo y ahora, en la
segunda década del Siglo XVI, había emergido. La situación podría ser
comparada con la situación económica actual. Nadie digno de mención está
hoy contento con el capitalismo industrial que ha engendrado tan enormes
males. Esos males aumentan y amenazan con volverse intolerables. Todos
están de acuerdo en que tiene que haber una reforma y un cambio.
Pues bien; podríamos ponerlo del siguiente modo: nadie nacido entre los
años 1450-1500 dejaba de ver hacia el año crítico de 1517, cuando ocurrió
la explosión, que algo debía ser hecho; y en la proporción de su integridad
y conocimientos las personas estaban ansiosas de que se hiciera algo – del
mismo modo en que no existe nadie vivo actualmente, sobreviviente de la
generación de entre 1870 y 1910, que no sepa que algo drástico debe ser
hecho en la esfera económica si es que hemos de salvar a nuestra
civilización.
99
Estado socialista parcial, la salvaguarda de la pequeña propiedad (que es lo
opuesto al socialismo), el repudio del interés, la eliminación de la moneda,
el mantenimiento de los desempleados, un comunismo completo, una
reforma nacional y hasta la anarquía. Todos estos remedios, y cien más,
están siendo propuestos al por mayor, contradiciéndose entre si y
produciendo un caos de ideas.
Frente a este caos, todos los órganos del capitalismo industrial continúan
funcionando; la mayoría de ellos lidiando celosamente por preservar su
existencia. El sistema bancario, los préstamos a gran interés, la vida
proletaria, el abuso de la maquinaria y la mecanización de la sociedad –
todos estos males continúan a pesar del clamor y adoptan, cada vez más,
una actitud de terca resistencia. En forma ya sea consciente o semi-
consciente insisten en alegar que “si alguien nos altera habrá un colapso.
Las cosas pueden estar mal, pero todo parece indicar que ustedes sólo las
harán peores. El orden es la primera prioridad entre todas”, y etc. etc.
Todo esto se produjo también en lo que aquí llamo “El Tumulto”, que duró
en Europa aproximadamente desde 1517 hasta el fin del Siglo, un período
de poco más de ochenta años. Al principio todas las buenas personas con
suficiente instrucción y muchas malas personas con igualmente suficiente
instrucción, más una hueste de ignorantes y no pocos dementes, se
concentraron en los males que habían surgido dentro del sistema religioso
de la Cristiandad. Esos fueron los primeros reformadores.
Nadie puede negar que los males que provocaron la reforma en la Iglesia
tenían raíces profundas y se hallaban extendidos. Amenazaban la vida
misma de la Cristiandad. Todos los que pensaban sobre lo que estaba
sucediendo a su alrededor se daban cuenta de lo peligrosas que se habían
vuelto las cosas y qué tan grande era la necesidad de una reforma. Esos
males pueden ser clasificados como sigue:
100
carencia de conocimientos y a simple rutina. Por ejemplo, había una masa
de leyendas, la mayoría de ellas hermosas, pero algunas de ellas pueriles y
la mitad de ellas falsas, adosadas a la verdadera tradición. Había
documentos en cuya autoridad las personas confiaban y que demostraron
no ser lo que pretendían. Por ejemplo, las falsas Decretales y, en particular,
la conocida como la Donación de Constantino de la que se suponía que
había otorgado el poder temporal al Papado. Había una masa de falsas
reliquias, demostrablemente falsas, como por ejemplo (entre un millar de
otras) las falsas reliquias de Santa María Magdalena e innumerables casos
en los cuales dos o más objetos pretendían ser la misma reliquia. La lista
podría extenderse indefinidamente y el aumento del conocimiento
académico, el renovado descubrimiento del pasado, en particular el estudio
de los documentos griegos originales, y en forma destacada el Nuevo
Testamento griego, hicieron aparecer a estos males como intolerables.
101
kilómetros de distancia. Por ejemplo, para un hombre como Wolsey ( y es
sólo un ejemplo entre muchos otros) se había vuelto normal retener dos de
las principales Sedes de la Cristiandad en sus manos al mismo tiempo:
York y Winchester. Se había vuelto costumbre para hombres como
Campeggio, ilustrados, virtuosos y con una vida en todo sentido ejemplar,
el recolectar los ingresos de un obispado en Inglaterra mientras vivían en
Italia y raramente se acercaban a sus Sedes. Las cortes papales, aún cuando
sus males han sido muy exagerados, fueron ejemplos recurrentes; de los
cuales el peor fue el de la familia de Alejandro VI – un escándalo de
primera magnitud para toda la Cristiandad.
Bajo el impulso de esta universal demanda por reformas, con las pasiones
en juego – tanto las constructivas como las destructivas – podría muy bien
haber pasado que se preservara la unidad de la Cristiandad. Hubiera habido
una buena cantidad de tironeos, quizás algo de combates, pero el instinto de
unidad era tan fuerte, el “patriotismo” de la Cristiandad era una fuerza aún
tan viva por todas partes, que existieron tantas probabilidades a favor como
en contra de que termináramos restaurando a la Cristiandad e iniciando una
nueva y mejor era para nuestra civilización como resultado de purgar tanto
la mundanalidad en la jerarquía como las múltiples corrupciones contra las
cuales estaba protestando la conciencia pública.
102
padre fuera excomulgado por defraudación y después que el obispo le
confiscara a él mismo buena parte del ingreso del que gozaba, Jean Calvin
se puso a trabajar. Y fue un enorme trabajo el suyo.
Sería injusto decir que las desventuras de su familia y la amarga disputa por
dinero entre él y la jerarquía local fueron las principales fuerzas impulsoras
del ataque de Calvino. Ya estaba del lado revolucionario de la religión y,
probablemente, de cualquier manera hubiera sido una figura principal entre
aquellos que buscaban destruir a la antigua religión. Pero, más allá de sus
motivos, fue por cierto el fundador de una nueva religión. Porque fue Juan
Calvino el que estableció una contra-iglesia.
Este poderoso genio francés lanzó su palabra casi veinte años después de
que comenzara la revolución religiosa. Alrededor de esa palabra se libró la
batalla entre la Iglesia y la contra-iglesia y la destrucción de la unidad
cristiana – eso que llamamos la Reforma – se convertiría esencialmente y
por más de un siglo en el vívido esfuerzo, entusiasta como lo había sido el
Islam, dirigido a reemplazar la tradición cristiana por el nuevo credo de
103
Calvino. Actuó, como lo hacen todas las revoluciones, formando “células”.
Surgieron grupos por todo Occidente; pequeñas sociedades de personas
altamente disciplinadas, determinadas a difundir “el Evangelio”, “la
Religión” – tuvo muchos nombres. La intensidad del movimiento creció
constantemente, en especial en Francia, el país de su fundador.
104
los alemanes, que hasta ése entonces habían mantenido un equilibrio
precario entre los dos bandos, comenzaron con sus guerras religiosas que
duraron treinta años. Hacia mediados del Siglo XVII, es decir: hacia 1648-
49 las guerras religiosas en Europa terminaron en un empate.
Ahora bien, Calvino era francés. Su mentalidad atraía a otros también, por
cierto, pero primero y principalmente a sus compatriotas; y eso explica por
qué el primer estallido de violencia se produjo en suelo francés. Las
llamadas guerras de religión que estallaron en Francia fueron libradas allí
con más ferocidad que en otras partes y aún cuando cesaron, después de la
mitad de un lapso de vida lleno de horrores, lo que se produjo fue un tregua
y no una victoria. La tregua fue impuesta, parcialmente por la fatiga de los
combatientes en Francia y parcialmente por la tenacidad de la capital, Paris.
Pero fue sólo una tregua.
105
Durante ese tiempo y mientras la guerra religiosa devastaba a los franceses,
los alemanes la evitaron. El tumulto de la Reforma, en un momento dado,
produjo una revolución social en algunos Estados alemanes, pero eso
pronto fracasó y durante un siglo después de la rebelión original de Lutero,
más un largo lapso de vida después del estallido de la guerra religiosa en
Francia, los alemanes se salvaron de un conflicto bélico religioso general.
Pero hubo dos cosas que impidieron el triunfo del catolicismo alemán. La
primera de ellas fue el carácter de la familia usurpadora que en ese
momento reinaba sobre el pequeño Estado protestante de Suecia. Esta
familia produjo un genio militar de primera magnitud, el joven rey Gustavo
Adolfo. La segunda, que hizo toda la diferencia, fue el genio diplomático
de Richelieu que en aquellos días dirigía la política de Francia.
El poder español en el Sur más allá de los Pirineos (respaldado por las
nuevas riquezas de las Américas y gobernando la mitad de Italia, más el
poder del Imperio Alemán al Este, constituían las mordazas de una pinza
que amenazaban a Francia como nación. Richelieu era un cardenal católico.
Personalmente, se hallaba adscrito al lado católico de Europa; y sin
embargo fue él quien lanzó a Gustavo Adolfo, el genio militar protestante,
contra el Emperador católico alemán y sus aliados españoles, justo cuando
la victoria se hallaba al alcance de su mano.
106
Gustavo Adolfo no habrá podido imaginar el gran futuro que le esperaba
cuando aceptó el oro francés como soborno para intentar la difícil aventura
de atacar al prestigio y al poder del Emperador. Al igual que Napoleón,
Cromwell o Alejandro y casi todos los grandes capitanes de la Historia,
descubrió sus talentos a medida que avanzaba. Él mismo se debe haber
maravillado al ver lo fácil y completamente que ganaba sus campañas.
Ahora bien, cualquiera que lea solamente la Historia militar externa, con su
primer capítulo de violenta guerra religiosa francesa y su segundo capítulo
de violenta guerra religiosa alemana, pasaría por alto el carácter de todo el
fenómeno ya que conocería tan sólo cada batalla, a cada estadista principal
y a cada guerrero. Porque debajo de esa gran cuestión existió otro factor
que no fue ni doctrinario, ni dinástico, ni internacional sino moral. Fue ese
factor el que provocó los combates, impuso la paz y decidió la tendencia
religiosa final de las diversas comunidades. Está reconocido por los
historiadores pero nunca se lo enfatiza suficientemente. Ese factor fue el de
la codicia.
107
una quinta parte de todas las rentas europeas) para toda clase de
establecimientos educacionales, desde pequeñas escuelas locales hasta los
grandes colegios de las universidades. Había otros fondos para hospitales,
otros para gremios (esto es: asociaciones profesiones de artesanos,
mercaderes y dueños de negocios), otros para misas y santuarios. Toda esta
propiedad corporativa estaba, o bien directamente conectada con la Iglesia
Católica, o bien tan bajo su patrocinio que quedaba en peligro de ser
saqueada cada vez que la Iglesia Católica se veía amenazada.
108
dispensa por la falta de edad. Tomaban las ganancias de monasterios al por
mayor para proveer el ingreso a laicos, colocando un locum tenens para que
hiciera el trabajo del abad y pagándole un sueldo mezquino mientras el
grueso del beneficio iba de por vida a manos del laico que lo había
acaparado.
Después de la mitad del Siglo XVII, Europa fue testigo del triunfo de un
ejército conducido por una oficialidad puritana en Inglaterra, el triunfo de
los protestantes alemanes – gracias a la ayuda de Francia bajo el cardenal
Richelieu – en su esfuerzo por librarse del control católico del Emperador,
y el triunfo de los rebeldes holandeses contra la España católica. Europa se
desplomó, exhausta de la lucha puramente religiosa. Las guerras de religión
habían finalizado; terminaron en tablas: ninguno de los bandos había
ganado. El conflicto religioso prosiguió en algunos islotes. Así, Inglaterra
109
trató de matar a la Irlanda católica y Francia a los hugonotes franceses.
Pero para 1700 estaba claro que no surgirían más guerras nacionales de
religión.
De allí en más se tomó por dado que nuestra civilización tendría que
continuar dividida. Tendría que haber una cultura protestante lado a lado de
una cultura católica. Las personas no pudieron perder la memoria del
grandioso pasado; no se convirtieron rápidamente en lo que desde entonces
nos hemos convertido – en naciones creciendo con indiferencia por la
unidad de la civilización europea – pero la antigua unidad moral emergente
de nuestro catolicismo universal terminó destruida.
La Iglesia Ortodoxa Griega del Este cesó de contar. Rusia no había surgido
aún como potencia y en todas las demás partes los cristianos griegos se
hallaban dominados y sojuzgados por musulmanes, de modo que el único
mapa a considerar en 1650 era uno conteniendo a Polonia en el Este y al
Atlántico en el Oeste.
110
el Sur, y con frecuencia los habitantes de una ciudad se hallaban divididos
en materia religiosa.
Los Países Bajos se dividieron en dos. Las provincias norteñas (que hoy
conocemos como Holanda) habían adquirido su independencia de su
soberano original, el rey de España, y – en gran medida como protesta
contra el poder español – se habían proclamado oficialmente protestantes.
Su gobierno fue protestante y el efecto político de Holanda en Europa fue
protestante; pero es un gran error – aunque muy común – creer que toda la
población holandesa es protestante. Holanda siempre tuvo una minoría
católica muy grande y en la actualidad, de la población cristiana – que es la
población que se declara como tal – más del 40% y más bien apenas menos
de la mitad se compone de católicos.
111
probablemente, como ya hemos visto, fueron menos del 14% pero más del
10% de la nación), en todo caso, una minoría mucho más importante por su
riqueza y posición social que por su número. Los protestantes en Francia
también fueron importantes porque no se hallaban confinados a un distrito
sino diseminados por todo el territorio. Por ejemplo Dieppe, el puerto en el
Norte, siguió siendo una ciudad fuertemente protestante. También lo fue La
Rochelle, el puerto sobre el Atlántico; y del mismo modo lo fueron
prósperas ciudades sureñas como Montpelier y Nimes. Gran parte de la
banca y del comercio de Francia permaneció en manos protestantes.
A pesar de todo, la antigua raíz católica en Inglaterra fue tan fuerte que
hubo constantes conversiones, especialmente en las clases altas. Por cerca
de los siguientes cuarenta años pareció que una sólida y muy considerable
minoría de católicos podría sobrevivir en Inglaterra tal como lo había hecho
en Holanda.
112
1650 éstas estaban en posesión, o bien de renegados, o bien de aventureros
protestantes de Gran Bretaña a quienes ahora los originales propietarios
debían pagar una renta, o para los cuales tenían que trabajar por un salario.
Desde este momento en adelante – es decir: desde mediados del Siglo XVII
– cuando en otras partes a lo largo de Europa se había llegado a un
compromiso en materia de religión, en Irlanda el catolicismo fue
perseguido de la manera más violenta y de una forma que se fue haciendo
peor a medida en que transcurría el tiempo. Todo el poder, casi
completamente todas las tierras, y la mayor parte de la riqueza líquida de
Irlanda no sólo se hallaban en manos protestantes sino de personas
determinadas a destruir el catolicismo. Durante mucho tiempo pareció
como si Irlanda constituyese una prueba; como si la destrucción de la
Iglesia Católica en Irlanda iría a ser un símbolo del triunfo del
protestantismo y de la declinación de la Fe. Esa destrucción casi fue
lograda – pero no se completó.
Ése fue el mapa de Europa tal como quedó dibujado después de las guerras
de religión.
113
mundo invisible al cual no conocemos de un modo tan completo ni de la
misma manera”.
Mientras tanto, a pesar de que las personas no se dieron cuenta de ello por
mucho tiempo, ciertos resultados del éxito que el protestantismo había
logrado, su establecimiento y su atrincheramiento en contra de la antigua
religión, todo ello estaba trabajando debajo de la superficie y pronto
aparecería claramente a la luz. La cultura protestante, aún a pesar de que
por toda una generación siguió siendo numéricamente mucho menor que la
cultura católica, y hasta bastante más pobre, tenía más vitalidad. Había
comenzado con una revolución religiosa y el fervor de la revolución
perduró y la inspiró. Había roto antiguas tradiciones y lazos que habían
formado la estructura de la sociedad católica durante siglos enteros. El
tejido social de Europa se disolvió en la cultura protestante de un modo
más completo que en la católica, y esta disolución liberó energías que el
catolicismo había refrenado, especialmente la energía de la competencia.
114
También las interpretaciones tendieron a ser más libres en la cultura
protestante que en la católica porque los protestantes no tenían una
autoridad unitaria en materia de doctrina. Esto, que en el largo plazo estaba
condenado a llevar al quiebre de la filosofía y de todo pensamiento sólido,
tuvo unos primeros efectos estimulantes y revitalizadores.
115
divididas mientras que en la cultura protestante la diferencia de opinión y el
escepticismo eran lugares comunes. Allí, las personas daban esas
divergencias por sentado y las mismas conducían cada vez menos a
animosidades personales o a divisiones civiles.
Quizás algo más de ciento cincuenta años atrás, pero hace menos de
doscientos – digamos que entre 1760 y 1770 – a cualquier observador de
nuestra civilización le hubiera quedado claro que estábamos ingresando en
un período en el cual el lado anticatólico de las dos mitades en que la
Cristiandad se había dividido estaba por convertirse en el sector principal;
que la cultura protestante estaba a punto de obtener la hegemonía y la
retendría, quizás, por largo tiempo. De hecho, no sólo la retuvo sino que
aumentó su poder por algo así como cien años. Luego – pero no antes de
llegar a nuestros tiempos – declinó.
Algo que tendría un gran efecto fue que la flota británica se hizo por lejos
más poderosa que cualquier otra y, bajo su protección, el comercio inglés y
el control inglés sobre el Este crecieron en forma constante. Por tierra,
Prusia comenzó a ganar batallas y campañas. Estos éxitos prusianos no
fueron continuos pero fundaron una tradición continua y su rey-soldado,
Federico II, fue ciertamente uno de los grandes capitanes de la Historia.
Austria, esto es: el poder del Emperador católico entre los alemanes, vio
disminuida su fuerza. Lo mismo sucedió con el extenso Imperio Español
que, por aquél tiempo, incluía la mayor parte de la América poblada.
116
de algo espiritual que estaba teniendo lugar en el interior. La Fe se estaba
quebrando.
Tengamos en cuenta que, si bien hoy podemos ver las fuerzas que se
hallaban actuando en el Siglo XVIII, las personas de aquella época no las
veían. Inglaterra, mediante su poder naval, había logrado el control de la
India; Prusia se había establecido como un fuerte poder; pero nadie preveía
que Inglaterra y Prusia le harían sombra a la Cristiandad. India produciría
la riqueza y el poder para quienes la explotaran y, con ella como base, se
establecería el poder bancario y comercial sobre el Este. Prusia iría a
absorber a los alemanes y a convulsionar a Europa.
117
Al final del Siglo XVIII y a principios del XIX se produjeron las guerras
revolucionarias y las napoleónicas. También éstas aumentaron la fuerza del
protestantismo y debilitaron aún más a la cultura católica. Lo hicieron
indirectamente, y las cuestiones inmediatas fueron tanto más excitantes y
tuvieron que ver tanto más directamente con la vida de las personas que
este último y profundo efecto fue poco apreciado.
Hasta el día de hoy son pocos los historiadores que evalúan la derrota de
Napoleón en términos de las culturas contrastantes de Europa. La
Revolución Francesa fue un movimiento anticlerical y Napoleón, que la
heredó, no fue un católico creyente y practicante. No regresó a la Fe sino
hasta hallarse en su lecho de muerte. Tampoco, a pesar de su genio,
percibió claramente que las diferencias religiosas constituyen la raíz de las
diferencias culturales ya que toda la generación a la cual perteneció no
tenía el concepto de ese profundo y universal discernimiento.
118
Francia cayó en una serie incesante de experimentos políticos y fracasos en
la base de los cuales estaba la profunda división religiosa de los franceses.
No hubo una Italia unificada y los esfuerzos que se hicieron para crearla
fueron anticatólicos. Más aún, una de las ironías más ridículas de la
Historia es que la gran potencia en la que Italia se ha convertido hoy surgió
en gran medida por la simpatía que la Europa protestante manifestó por las
rebeliones italianas originales contra el rey católico de Nápoles y contra la
autoridad de los Estados Papales.
Italia estaba ahora unida pero era débil y menospreciada. España y Portugal
habían declinado, al parecer más allá de toda esperanza de recobrarse. Con
Francia desgarrada por su conflicto religioso y teniendo la peor clase de
políticos profesionales, con el sol de Austria en el ocaso, con Prusia en
plena carrera, con los Estados Unidos recuperándose de su guerra civil y
más poderosos y coherentes que nunca – convirtiéndose rápidamente en el
país más rico del mundo y con una población en igual de rápida expansión
– pareció caerse de maduro que la cultura católica sería directamente
119
barrida del mapa. La cultura protestante se había convertido en el líder
manifiesto de la civilización blanca.
120
como la cosa más grande del mundo; y, sin embargo, había recibido su
herida mortal en Holanda más de una generación antes y después de Rocroi
(1643) estaba desangrándose lentamente.
Es difícil fijar una fecha para estas cosas pero una regla universal dice que,
en la duda entre dos fechas, debe preferirse la más temprana a la más
tardía.
Cualesquiera que fuesen las causas y sean cuales fueren las fechas a fijar
(con seguridad entre 1885 y 1904) lo cierto es que la marea estaba
cambiando. No estaba cambiando hacia el restablecimiento de la cultura
católica como la líder de Europa, menos aún hacia el restablecimiento de la
Iglesia Católica como el espíritu universal de esa cultura; pero las ideas y
las cosas que habían convertido a la cultura opuesta en todopoderosa
estaban decayendo. Esta declinación moderna de la hegemonía protestante
y su continuidad en una amenaza completamente nueva – y en una nueva
reacción católica contra esa amenaza – es lo que describiré a continuación.
Sea cual fuere la fecha que le asignemos a la cumbre del poder en la cultura
protestante, sea que digamos que su decadencia comenzó en una fecha tan
temprana como 1890 o que no puede ser fijada antes de 1904, [18] no hay
duda que después de esta fecha – en otras palabras: durante los primeros
años del Siglo XX – la supremacía de la cultura protestante se hallaba
socavada.
121
estaba siendo estrangulado en su raíz – en sus raíces espirituales – con lo
que los frutos materiales de ese árbol estaban empezando a secarse.
Esto puede no parecer mucho, dado que las clases más ricas constituyen
una pequeña minoría; pero éstas influenciaron a las universidades y, por lo
tanto, a la literatura y a la filosofía de su generación. Mientras una
generación antes cualquiera hubiera dicho que el catolicismo jamás
volvería a aparecer en la Universidad de París, ahora ya se veían signos de
que volvía a ser tomado muy en serio. En todo esto, el gran Papa León XIII
desempeñó un papel principal, secundado por quien más tarde se
convertiría en el Cardenal Mercier. Santo Tomás fue rehabilitado y la
Universidad de Lovaina se convirtió en el foco de una energía intelectual
que se irradió a través de toda Europa Occidental.
122
Aún así y lo repito, todo esto tuvo una importancia menor frente al
decaimiento interno de la cultura protestante. La cultura católica siguió
estando dividida; no había signos de que retornaría a su gran papel del
pasado, y – a pesar de que tanto las semillas del resurgimiento irlandés
como del polaco habían sido sembradas (el primero de ellos a través de la
muy importante recuperación de las tierras por parte del campesinado
irlandés) – nadie hubiera podido predecir el fortalecimiento integral de la
cultura católica en toda nuestra civilización. De hecho, la mayoría hoy
tampoco puede percibir ese fortalecimiento.
Hubo grandes conversos, como que siempre los ha habido. Hubo, lo que es
más significativo aún, grupos enteros de personas muy eminentes, tales
como Brunetière en Francia, que congeniaron cada vez menos con el
ateísmo y el agnosticismo pasados de moda y quienes, sin declararse
católicos, simpatizaron claramente con el sector católico. Pero todos ellos
no ejercieron influencia sobre la corriente principal. Lo que realmente
produjo el cambio fue la gran debilidad interna de la cultura protestante
como algo opuesto a la católica. Fue este decaimiento de los oponentes de
la Iglesia lo que comenzó a transformar a Europa y a preparar a las
personas para otro gran cambio adicional al cual llamaré (tanto como para
darle un nombre y poder estudiarlo más adelante) “la fase moderna”.
123
ilógicamente por cierto) a la doctrina católica de la inspiración escritural.
La Iglesia Católica había declarado que esa gran masa de folklore judío,
poesía e Historia popular tradicional, ese cuerpo de registros de la Iglesia
Temprana que llamamos el Nuevo Testamento, se hallaban divinamente
inspirados. El protestantismo (como todos sabemos) volvió esta misma
doctrina de la Iglesia en contra de la Iglesia misma y apeló a la Biblia en
contra de la autoridad católica.
124
El protestantismo había producido la libre competencia permitiendo la
usura y destruyendo las antiguas salvaguardas que protegían las
propiedades del hombre pequeño: el gremio y la asociación local.
125
vanagloriaba de su dependencia del instinto y hasta de la buena suerte. No
hubo frase más común en labios de los ingleses protestantes que aquella de:
“No somos una nación lógica”. Cada grupo protestante se convirtió en “el
país de Dios”, en el favorito de Dios – y de alguna manera u otra se suponía
que terminaría siendo hegemónico sin tomarse el trabajo de pensar un
esquema para su propia conducta.
En el largo plazo no hay nada más fatal para un individuo o para una gran
sociedad que esta ciega dependencia de una buena suerte garantizada y un
descuido igualmente ciego de los procesos racionales. Es algo que le abre
la puerta a cualquier extravagancia, sea material o espiritual; a
concepciones de dominio universal, al poder mundial y a cosas similares
que, en sus efectos, constituyen venenos mortales.
Pero cabe destacar que este colapso del antiguo fenómeno anticatólico, la
cultura protestante, no presenta signos de ser suplantado por la hegemonía
de la cultura católica. No hay señales todavía de una reacción tendiente a
126
restablecer el dominio de las ideas católicas; a restaurar plenamente la
única Fe que puede salvar a Europa y a toda nuestra civilización.
Cuando nos libramos de un mal, casi siempre sucede que nos encontramos
frente a otro de cuya existencia hasta ese momento no habíamos
sospechado. Eso es lo que sucede ahora con el derrumbe de la hegemonía
protestante. Estamos ingresando a una nueva fase – “la Fase Moderna”,
según la he llamado – en la cual la Iglesia Eterna enfrenta problemas muy
diferentes. Un enemigo muy diferente amenazará la existencia de esta
Iglesia y la salvación del mundo que depende de ella. En qué consiste esa
fase moderna es lo que intentaré analizar a continuación.
IR A CONTENIDO
Capítulo 7
La Fase Moderna
Sabemos, por supuesto, que la Iglesia Católica no puede ser destruida. Pero
lo que no sabemos es la medida del área en la cual habrá de sobrevivir. No
conocemos su poder para revivir ni el poder del enemigo para empujarla
más y más hacia atrás hasta sus últimas defensas, hasta que parezca que el
127
Anticristo ha llegado y estemos a punto de decidir la cuestión final. De tal
envergadura es la lucha ante la cual se halla el mundo.
128
La verdad se está volviendo cada día más obvia y dentro de unos pocos
años será universalmente admitida. Al ataque moderno no le he puesto la
denominación de “Anticristo”, aunque en mi fuero interno creo que ése
sería el término adecuado. No le he puesto ese nombre porque, por el
momento, parecería exagerado. Pero el nombre no importa. Sea que lo
llamemos “Ataque Moderno” o “Anticristo”, es la misma cosa: hay una
clara cuestión establecida entre el mantenimiento de la moral, la tradición y
la autoridad católicas por un lado, y el esfuerzo activo orientado a
destruirlas por el otro. El ataque moderno no nos tolerará. Tenemos que
intentar destruirlo porque es el enemigo, totalmente equipado y apasionado,
de la Verdad por la cual viven los seres humanos. El duelo es a muerte.
Una persona subiendo una montaña puede estar al mismo nivel que otro
bajándola; pero ambos caminan por sendas diferentes y tienen destinos
finales distintos. Nuestro mundo, al salir del antiguo paganismo de Grecia y
de Roma para dirigirse hacia la consumación de la Cristiandad y de la
civilización católica de la que todos derivamos, es la negación propiamente
dicha del mismo mundo que abandona la luz de su religión ancestral y se
desliza hacia atrás para llegar a la oscuridad.
129
Para empezar, hallamos que es, al mismo tiempo, materialista y
supersticioso.
Podemos dejar por sentado, pues, que el nuevo avance contra la Iglesia – en
lo que quizás resulte ser el avance final contra ella siendo que constituye el
único enemigo moderno relevante – es fundamentalmente materialista. Lo
es en la lectura que hace de la Historia y, por sobre todo, en sus propuestas
de reforma social.
130
derrota final; porque hasta ahora la razón siempre ha vencido a sus
opositores y el hombre domina a las bestias en virtud de su razón.
Pero existe (como descubrieron los más grandes entre los antiguos griegos)
cierta indisoluble Trinidad constituida por la Verdad, la Belleza y la
Bondad. No se puede negar o atacar a una de ellas sin, simultáneamente,
negar o atacar a las otras dos. En consecuencia, con el avance de este nuevo
y tremendo enemigo de la Fe y de toda la civilización que la Fe produce, lo
que se viene no es tan sólo un desprecio por la belleza sino un odio hacia
ella; e inmediatamente después, pisándole los talones, aparece el desprecio
y el odio a la virtud.
Los tontos menos malos, los menos viciosos conversos que ha hecho el
enemigo, hablan vagamente de “reajustes”, de “un nuevo mundo” y de un
“nuevo orden”; pero no comienzan diciéndonos – como por razones
elementales deberían hacerlo – sobre qué principios habrá de levantarse
este nuevo orden. No definen el fin que tienen en vista.
131
Esa cosa está ante nuestras puertas. En última instancia, por supuesto,
constituye la consecuencia del quiebre original de la Cristiandad por la
Reforma. Comenzó con la negación de una autoridad central y terminó
diciéndole al hombre que es autosuficiente instaurando por todas partes
grandes ídolos para que fuesen adorados como dioses.
No es tan sólo por el lado comunista que esto aparece; lo hace también en
las organizaciones que se oponen al comunismo; en las razas y naciones en
dónde la fuerza bruta está colocada en el lugar de Dios. Aquí también se
instauran ídolos a los cuales se les ofrecen espantosos sacrificios humanos.
También en estos lugares se niega la justicia y el correcto orden de las
cosas.
Pero existen ciertas fuerzas que están a su favor y que pueden conducir,
después de todo, a una reacción que podría hacer resurgir el poder de la
Iglesia sobre la humanidad.
132
como la propia imagen del ser humano arrojada al universo; como un
fantasma y no como una realidad.
Entre sus muchas sabias declaraciones, el Papa actual [*4*] pronunció una
frase cuyo profundo sentido fue por demás notable en su momento y, desde
entonces, ha sido poderosamente confirmado por los acontecimientos. Lo
que dijo fue que, mientras que en el pasado la negación de Dios había
estado confinada a un número comparativamente reducido de intelectuales,
esa negación ahora ha ganado a las multitudes y se halla actuando en todas
partes como una fuerza social.
133
capitalismo industrial que trabaja con máquinas y que contrasta con la
producción agrícola. Lo repito: a fin de que la discusión tenga sentido en
absoluto tenemos que tener nuestros términos claramente definidos.
134
le ordena y, cuando su condición no es la de una minoría, ni siquiera la de
una minoría limitada sino virtualmente la de la totalidad de la población, a
excepción de una comparativamente pequeña clase capitalista, la
proporción de la libertad real en su vida se reduce por cierto. No obstante,
legalmente, sigue estando allí. El empleado todavía no ha caído en la
condición de esclavo aún en las comunidades más altamente
industrializadas. Su status legal sigue siendo el de un ciudadano. En teoría
sigue siendo una persona libre que ha convenido por contrato con otra
persona el realizar cierta cantidad de trabajo por una cierta cantidad de
salario. La persona que firma contrato y paga puede obtener, como puede
no obtener, un beneficio con ello. La persona que firma contrato y trabaja
puede recibir en forma de salario un valor equivalente, o un valor no
equivalente, al valor del trabajo que realiza. Pero, técnicamente, ambos son
libres.
Esta primera forma del mal social producida por el espíritu moderno es más
bien una tendencia a la esclavitud que la esclavitud misma. Si se quiere, se
la puede llamar semi-esclavitud allí en dónde está relacionada con enormes
empresas, grandes fábricas, corporaciones monopólicas, etc. Pero sigue no
siendo una esclavitud total.
Estos son los primeros frutos del Ataque Moderno en el aspecto social; los
primeros que aparecen en la región de la estructura social. Antes de que se
135
fundara la Iglesia veníamos de un sistema social pagano en el cual la
esclavitud estaba por todas partes, en el que toda la estructura de la
sociedad descansaba sobre la institución de la esclavitud. Con la pérdida de
la Fe estamos volviendo a esa institución de nuevo.
Para hallar cuales pueden ser estos efectos, tenemos una guía. Podemos
considerar cómo las personas de nuestra sangre se las arreglaron antes de
que la Iglesia creara a la Cristiandad. Lo que descubrimos de modo
principal es lo siguiente:
136
lo hagan como parte de toda una actitud mental en la que estas cosas se dan
por sentadas.
Hoy en día la razón está desacreditada por todas partes. El antiguo proceso
de convicción por medio de argumentos y pruebas ha sido reemplazado por
la afirmación reiterativa; y casi todos los términos que otrora fueron la
gloria de la razón conllevan ahora una atmósfera de desprecio.
137
Véase, por ejemplo, lo que ha sucedido con la palabra “lógica”, con la
palabra “controversia”. Nótense frases populares tales como: “Nadie se ha
convencido todavía mediante argumentos”; o bien: “Se puede demostrar
cualquier cosa”; o bien: “Todo eso podrá estar muy bien según la lógica
pero en la práctica es muy diferente”. El idioma corriente de las personas se
está saturando con expresiones que en todas partes muestran una
connotación de desprecio por la utilización de la inteligencia.
138
El Ataque Moderno está mucho más avanzado de lo que generalmente se
aprecia. Siempre es así con los grandes movimientos de la Historia de la
humanidad. Es otro caso más de un “desfase temporal”. Un poder que se
encuentra en la víspera de la victoria parece estar tan sólo a medio camino
de su objetivo – incluso puede parecer que está en condiciones todavía
controlables. Un poder en la plena primavera de sus energías iniciales
aparece ante sus contemporáneos como un pequeño y precario
experimento.
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final. También es posible que haya una docena más por venir, o cien más.
Pero ataques a la Iglesia Católica siempre habrá y nunca la disputa entre las
personas conocerá una unidad completa, ni la paz y la alta nobleza a través
de una completa victoria de la Fe. Porque si eso fuese posible, el mundo no
sería lo que es y Jesucristo no habría confrontado con el mundo.
Pero aún cuando no en forma total, en lo esencial uno de los dos destinos
tiene que concretarse: o bien una victoria católica o bien una victoria anti-
cristiana. El Ataque Moderno es tan universal y se mueve con tanta rapidez
que las personas muy jóvenes de hoy seguramente vivirán para ver algo así
como una decisión en esta gran batalla.
El fallecido Robert Hugh Benson escribió dos libros, notables cada uno de
ellos, y ambos previendo posibilidades opuestas. En el primero de ellos –
“El Señor del Mundo” – presenta el cuadro de una Iglesia reducida a una
banda trashumante, como regresando a sus orígenes, el Papa a la cabeza de
los Doce, y una conclusión al día del Juicio Final. En el segundo libro,
avizora la restauración plena del organismo católico, con nuestra
civilización restablecida, reforzada, asentada una vez más y revestida de su
mentalidad correcta, porque en esa nueva cultura – aún cuando llena de
imperfecciones humanas – la Iglesia habrá recuperado su liderazgo entre
las personas e ilustrará al espíritu de la sociedad otra vez con equilibrios y
con belleza.
¿Cuales son los argumentos a esgrimir por cualquiera de las dos partes?
¿Sobre qué bases deberíamos afirmarnos para establecer una tendencia en
un sentido o en otro?
140
mundo acerca de nosotros, y eso unido a la pérdida de aquellas facultades
mediante las cuales las personas podrían apreciar el significado del
catolicismo y favorecer su salvación. El nivel cultural, incluyendo el
sentido del pasado, está disminuyendo visiblemente. Con cada década ese
nivel es más bajo que en la década pasada. En esa declinación, la tradición
se está interrumpiendo y diluyendo como la nieve al final del invierno;
grandes fragmentos se caen en distintos momentos para disolverse y
desaparecer.
141
entendían (aún odiándolo) a ese nuevo fenómeno que era la Iglesia, que
había crecido entre ellos y que estaba a punto de desplazarlos. Pero los
católicos que suplantarían a los paganos comprendieron cada vez menos al
estilo pagano; descuidaron sus obras de arte y tomaron sus dioses por
demonios. Así en la actualidad la antigua religión de los paganos es
respetada pero ignorada.
Aquellas naciones que por tradición son anti-católicas, que otrora fueron
protestantes y ahora ya no tienen tradiciones establecidas, han estado en
auge por tan largo tiempo que consideran a sus opositores católicos como
definitivamente derrotados. Y aquellas naciones que retuvieron la cultura
católica se hallan ahora ya en la tercera generación de educación social
anti-católica. Sus instituciones podrán tolerar a la Iglesia, pero nunca en
una alianza activa con ella y con frecuencia en aguda hostilidad.
A juzgar por todos los paralelos de la Historia y por las leyes generales que
gobiernan el surgimiento y la caída de los organismos, se podría concluir
en que ha terminado el papel activo del catolicismo en los asuntos del
mundo; que en el futuro, quizás en un futuro cercano, el catolicismo habrá
de perecer.
Ahora bien, por el otro lado, existen consideraciones menos obvias pero
que llaman fuertemente la atención de los que piensan y que son versados
en las cuestiones del pasado y poseen experiencia en cuestiones
relacionadas con la naturaleza humana.
142
completo del Islam. La agresión del bárbaro, la de los piratas del Norte, la
de las hordas mongoles, llevaron a la Cristiandad al borde de la
destrucción. Y, sin embargo, los piratas del Norte fueron contenidos,
derrotados y bautizados a la fuerza. La barbarie de los nómadas del Este
fue eventualmente derrotada; en forma muy tardía pero no tan tarde como
para que no fuese posible salvar lo que podía ser salvado. El movimiento
que se llamó la Contrarreforma enfrentó el avance hasta entonces triunfal
de los herejes del Siglo XVI. Incluso el racionalismo del Siglo XVIII fue,
en su momento y lugar, controlado y rechazado. Es cierto que engendró
algo peor, algo de lo cual ahora padecemos. Pero hubo una reacción contra
él y esa reacción bastó para mantener viva a la Iglesia y hasta para que
recuperara elementos de poder que se creían perdidos para siempre.
Además, destaquemos este punto por demás interesante: las mentes más
vigorosas, más agudas y más sensibles de nuestro tiempo se están
inclinando claramente hacia el lado católico.
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nótese que por cada uno que abiertamente admite su conversión hay al
menos diez que se inclinan hacia el estilo católico, que prefieren la filosofía
católica y sus logros, pero que se resisten a aceptar los pesados sacrificios
involucrados en una declaración pública.
Las filas están formadas como para una batalla y, si bien la clara división
arriba señalada no significa que triunfará uno u otro de los antagonistas, sí
significa que, por fin, ha quedado definida una cuestión concreta y en
materia de cuestiones concretas tanto una causa buena como una mala
tienen mejores probabilidades de triunfar que en una confusión.
Aún las personas más desorientadas, o las más ignorantes, cuando hablan
de “iglesias” usan hoy un lenguaje que suena a hueco. La última generación
podía hablar, al menos en los países protestantes, de “las iglesias”. La
generación actual ya no puede. No hay varias iglesias; hay una sola. Es la
Iglesia Católica de un lado y su mortal enemigo del otro. Las listas están
cerradas.
De este modo nos hallamos ante el más tremendo de los interrogantes que
hasta ahora se le ha presentado al intelecto humano. Estamos ante una
encrucijada de la cual depende todo el futuro de nuestra raza.
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Notas
145
Todo el proceso abarca una larga vida humana entera: más de ochenta
años.
[5] Fue la famosa “guerra por una letra”. La letra i “. Los seguidores de
Arrio utilizaron la palabra “homoiusius” para indicar que Cristo había
sido “semejante” a Dios mientras que la ortodoxia empleaba el término
“homousius” para indicar “de la misma naturaleza” que Dios. Siendo
“usia” un concepto que significa “sustancia”, los herejes afirmaban que
Cristo había sido de una sustancia semejante pero no de la misma
sustancia que Dios. (N. del T.)
[7] Fue basándose sobre este hecho que ciertos escritores franceses
opuestos a la Iglesia dedujeron ese enorme desacierto que la Inmaculada
Concepción nos habría llegado de fuentes mahometanas. Gibbon, por
supuesto, copia a sus maestros en esto – como siempre lo hace – y repite el
absurdo en su “Decadencia y Caída”.
[9] En realidad, ambas veces Europa se salvó más por la muerte del
caudillo de los invasores que por la derrota de sus ejércitos. En la batalla
de los Campos Cataláunicos Atila no fue derrotado sino apenas obligado a
retroceder. Prueba de ello es que, al año siguiente, arrasó Aquilea y
obligó a Valentiniano a huir de Rávena. Se retiró solamente luego de
entrevistarse con el papa León I. Dos años más tarde, en el 453 Atila
moría y su imperio se desmembraba por las disputas entre sus sucesores.
Con los mongoles pasó algo similar. En 1241, la muerte de Ugedei Khan
(el tercer hijo de Gengis Khan) paralizó el avance mongol sobre Europa.
Los mongoles volvieron al Este a disputar la sucesión de su Imperio. (N.
del T.)
[10] Lo era cuando el autor escribió este libro (N. del T.)
[12] Quizás vale la pena resaltar una vez más que esta evaluación sobre el
Islam fue escrita por Hilaire Belloc ¡en Marzo de 1936! (N. del E.)
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[13] Toda la Alemania del Sur fue afectada por la civilización romana en
algún grado y el valle del Rin de un modo muy intenso y completo. Pero el
civilizar finalmente a los alemanes como conjunto, incluyendo el Norte y a
los hombres del Elba, fue, a principios de la Edad Media, el trabajo de
misionarios católicos; principalmente ingleses e irlandeses.
[14] El tamaño de esta minoría en las distintas fechas – 1625, 1660, 1685
– es discutible. Además se produce una confusión por el empleo de
palabras similares para cosas diferentes. Si hablamos de la minoría
inglesa que era activamente católica en cuanto a tradición pero que no
concordaba plenamente con las posturas papales, es decir: personas que
se hubieran considerado a si mismas más bien católicas que protestantes,
tenemos seguramente a la mitad de la población a la muerte de Isabel pero
sólo un octavo al momento del exilio de Jacobo II, ochenta y cinco años
más tarde. Si nos referimos a todos los que hubieran aceptado sin
hostilidad un regreso a la antigua religión tenemos, aún a fines de 1688,
un cuerpo social mucho más grande. Es difícil estimarlo porque las
personas no dejan registros de sus más ambiguas opiniones, pero no es
una gran exageración sostener que, a esa fecha, una de cada cuatro
personas se hallaba en esa situación en Inglaterra. He dado mis
argumentos para ello en mi libro sobre Jacobo II.
[16] Una minoría hasta los últimos años de Isabel, pero después de 1606
una creciente mayoría se opuso a la fe porque, para esa época, la
oposición a la fe se había identificado con el patriotismo.
[18] 1904 fue el año del cambio diplomático mediante el cual Inglaterra
abandonó su larga alianza con la Prusia protestante y comenzó, con
mucho recelo y a regañadientes, a apoyar a Francia.
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valiéndole ello más tarde el sobrenombre de “el Manco de Lepanto”. (N.
del E.)
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