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El lunes pasado El 13 estrenó “La 1-5/18”, el esperado envío de Pol-ka, la productora de su

también gerente de programación Adrián Suar. De amplia promoción y muy comentado


estreno, la tira promedió un prometedor número de 13 puntos de rating, con picos de 15. Un
alivio para el alicaído prime time de El 13. Si bien los programas posteriores bajaron algunos
puntos, mantiene claramente encima de los 10, lo cual es un número muy bueno para una
pantalla donde los 2 dígitos se buscan como pepitas de oro en el mar Egeo.

La tira narra la historia de un barrio popular, claramente se trata de la villa 31 de retiro, las
tomas aéreas no dejan ninguna duda, y los personajes que desarrollan su vida en ese universo.
Los personajes principales son Agustina Cherri, quien es maestra y está a cargo del comedor,
Esteban Lamothe, joven sacerdote que recién llega al barrio y Gonzalo Heredia, un “nacido y
criado” en el barrio que regresa luego de un periplo no excento de conflictos que aún lo
persiguen y que no se conocen del todo. En un segundo nivel aparecen Yayo Guridi como un
“referente barrial” que consigue mercadería para el comedor, Leonor y Lali González como las
mujeres que se encargan de la cocina del comedor mencionado. Más allá de la escuela, la
iglesia y el comedor comunitario encontramos un bar propiedad del padre de Heredia, Patricio
Contreras, y un coro de bandas de varones -hasta ahora se develaron 2 – que se disputan el
negocio de la distribución de drogas en el barrio.

Por fuera de la trama que se desarrolla en el barrio, encontramos dos líneas argumentales
centradas en familias de clase media-alta, vinculadas con los personajes principales: una es la
de los hermanos y la madre, Nora Cárpena, del sacerdote; y el hijo biológico de una de las
trabajadoras del comedor, a cargo de una brillante … quien lo dio en adopción cuando estaba
recién nacido, que vive con la familia compuesta por Barbara Lombardo y Luciano Cáceres.

El primer capítulo comenzó y terminó con una toma aérea que nos mostró cuál será la mirada
que tendremos sobre el barrio: Pol-ka mira el barrio popular desde arriba y desde lejos. Esa
mirada se replica en el modo de construir los personajes donde la lengua popular aparece
forzada y sobreactuada en diálogos que retoman latiguillos fuera de contexto como si los
guionara un bot de redes sociales. En cualquier momento a alguien le van a enviar caricias
significativas.

El conflicto central que despliega la serie está centrado en grupos de varones que distribuyen
droga en el barrio y las mujeres del barrio que quieren impedir el narcomenudeo. De hecho, la
primera escena las 4 actrices principales detienen a un “correo” y le destruyen el cargamento
que portaba. Una segunda banda narco también disputa el mercado de droga al interior del
barrio. Por su parte, de su vida anterior de la que poco conocemos, Heredia mantiene un
grupo de hombres que lo persigue y con el que ya se enfrentó a tiros para liberar a su novia
secuestrada.

Este conflicto general es dirimido siempre de manera violenta. Cualquier altercado, cualquier
duda, cualquier incertidumbre se soluciona con violencia. A golpes, a tiros o con una
emboscada. Así es recibido Lamothe cuando llega al barrio, por ejemplo. Sin mediar palabra,
recibe un golpe. Esta violencia es ejercida por quienes ocupan el lugar de villanos – que se
presentan como seres viles sin matices – como quienes enfrentan a esos villanos, que también
adoptan la violencia como único lenguaje posible. Esa distribución de roles está marcada por
un único eje causal: los villanos son quienes se dedican al negocio de la droga y los justicieros
son quienes se oponen a ese negocio. En esa misma línea moral, las mujeres aparecen como
valientes y justicieras, mientras que los varones son los que se ocupan del negocio de las
drogas. El personaje de Yayo, donde la serie va a ubicar el reservorio anti política típico de las
series de Pol-ka, hace la vista gorda ante este conflicto y es el único no-alineado por el
momento.

Una serie de ficción construye un universo posible en las acciones narradas. Es cierto que no
trabaja dentro del registro de la verdad verificable, como el periodismo o el documental, pero
si el universo construido es realista esa construcción abona a la definición del sentido común,
fundamentalmente para los espectadores que son ajenos al universo construido. Escudarse en
que “es ficción” cuando se depositan todos los elementos de realismo, además de cobarde, es
bastante torpe.

En este caso, Polka construye un universo popular organizado por la comercialización de


drogas ilegales y donde la violencia aparece como el único lenguaje posible, empleado incluso
por quienes actúan con bohonomía. En otro orden de cosas, los varones se dedican a la vileza y
las mujeres quedan a cargo de las tareas de cuidado de niños, por supuesto de las taras
domésticas y del coraje justiciero. La perspectiva de género llega hasta ahí: las mujeres son
todas buenas.

Considerando los anteriores pasajes del Polka por el universo popular – particularmente “El
Puntero”, también estrenada en un año electoral – esta construcción también caricaturizada,
también estereotipada, no culpabiliza a los pobres sino que construye una indulgencia
paternalista donde los pobres son vistos desde arriba y desde muy muy lejos.

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