Fisiología de Los Sistemas Linfático e Inmunitario
Fisiología de Los Sistemas Linfático e Inmunitario
Fisiología de Los Sistemas Linfático e Inmunitario
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El cuerpo humano tiene tres líneas de defensa contra las causas de enfermedad.
1. La primera línea de defensa consta de barreras externas, sobre todo la piel y las mucosas , que son
impenetrables para la mayor parte de los patógenos que diariamente asaltan el cuerpo.
2. La segunda línea de defensa la constituyen varios mecanismos de defensa inespecífica contra patógenos
que atraviesan la piel o las mucosas. Estas defensas incluyen leucocitos y macrófagos, proteínas
antimicrobianas, vigilancia inmunitaria, inflamación y fiebre.
3. La tercera línea de defensa es el sistema inmunitario , que no sólo derrota a un patógeno, sino que
deja en el cuerpo una “memoria” de él, lo que permite que se le derrote de manera tan rápida en encuentros
futuros en que el patógeno no causa enfermedad.
Los primeros dos mecanismos son de resistencia inespecífica, porque protegen por igual contra un amplio
rango de patógenos y su efectividad no depende de anteriores exposiciones. Estas defensas están presentes
desde el nacimiento. A la inmunidad se le llama defensa específica porque es resultado de la exposición
anterior a un patógeno y suele proporcionar protección futura sólo y particularmente contra éste.
Barreras externas
La primera línea de defensa está integrada por la piel y las mucosas, que dificultan la entrada del cuerpo
extraño en los tejidos corporales por medios mecánicos. Cuando la piel se rompe por un rasguño o la
mordida de un animal, o se destruye por una quemadura, una de las preocupaciones más urgentes del
tratamiento consiste en prevenir la infección. Esto atestigua la importancia de la piel intacta en su papel de
barrera. Su superficie está compuesta sobre todo por queratina, una proteína dura que pocos patógenos
pueden penetrar. Más aún, con excepciones como las áreas axilares y púbica, es demasiado seca y muy
poco nutritiva como para dar soporte al crecimiento microbiano. Aun los microbios que se adhieren a la
epidermis se desprenden por la exfoliación de los queratinocitos muertos en la superficie. La piel también
está cubierta con diversas sustancias químicas antimicrobianas. El sudor la cubre con un manto ácido
protector (una delgada película de ácido láctico que inhibe el crecimiento bacteriano). El sudor también
contiene un péptido antibacteriano al que se le denomina dermicidina. Los queratinocitos, neutrófilos,
macrófagos y otras células también producen péptidos a los que se les denomina defensinas y catelicidinas,
que destruyen bacterias, virus y hongos. Los efectos de estas defensas mejoran con la vitamina D (calcitriol),
lo que señala los beneficios de contar con una cantidad moderada de exposición a la luz solar para la
resistencia propia a las infecciones. El tubo digestivo, las vías respiratorias y urinarias, y el aparato
reproductor están abiertos al exterior, lo que los hace vulnerables a la invasión, pero están protegidos por
mucosas. El moco atrapa a los microbios. Los organismos atrapados en el moco respiratorio son desplazados
por cilios a la faringe, allí se les traga y, más adelante, el ácido estomacal los destruye. La saliva limpia los
microbios del tubo digestivo superior, y la orina lo hace en las vías urinarias inferiores. El moco, las lágrimas
y la saliva también contienen lisozima , una enzima que destruye bacterias al disolver sus
paredes celulares . Debajo del epitelio de la piel y las mucosas se encuentra una capa de tejido areolar.
Su sustancia fundamental contiene un glucosaminoglucano gigante al que se le denomina ácido hialurónico,
que le da una consistencia viscosa. Suele ser difícil para los microbios migrar por este gel de tejido pegajoso.
Sin embargo, algunos organismos superan este obstáculo al producir una enzima llamada hialuronidasa,
que la desdobla para que adquiera una consistencia más delgada y por consiguiente, más fácil de penetrar.
La hialuronidasa se presenta en algunos venenos de serpientes y en toxinas bacterianas, y ciertos
protozoarios parásitos la producen para facilitar su invasión de los tejidos conjuntivos.
Leucocitos y macrófagos Si los microbios pasan la barrera física de la piel y las mucosas, son
atacados por fagocitos (células fagocitarias) que tienen un apetito voraz por materiales externos al cuerpo.
Los leucocitos y los macrófagos juegan papeles de importancia especial en la defensa inespecífica y en la
inmunidad específica y, por tanto, en la segunda y la tercera líneas de defensa.
Leucocitos Los cinco tipos de leucocitos se describen en el cuadro 18-6 (p. 698). A continuación se
examinan sus contribuciones a la resistencia y la inmunidad de manera más detallada.
1. Los neutrófilos pasan la mayor parte de su vida recorriendo los tejidos conjuntivos y matando bacterias.
Uno de sus métodos es la simple fagocitosis y digestión. El otro es un proceso más complejo que produce
una nube de sustancias químicas bactericidas. El superóxido, el peróxido de hidrógeno y el hipoclorito son
muy tóxicos; forman una zona de la muerte química alrededor del neutrófilo que destruye muchas bacterias
más de las que podría destruir con la sola fagocitosis. Por desgracia, el neutrófilo, también muere por la
acción de estas sustancias. Estos potentes agentes oxidantes también pueden dañar tejidos conjuntivos y, en
ocasiones, contribuyen a la artritis reumatoide.
2. Los eosinófilos se encuentran sobre todo en las mucosas, y protegen contra parásitos, alergenos
(antígenos que provocan alergias) y otros enemigos. Se concentran en grandes cantidades en sitios de
alergia, inflamación o infección parasitaria. Ayudan a eliminar parásitos como la solitaria y los nematodos al
producir superóxido, peróxido de hidrógeno y varias proteínas tóxicas, como una neurotoxina. Promueven la
acción de los basófilos y los mastocito. Fagocitan y degradan complejos antígeno-anticuerpo. Por último,
secretan enzimas que degradan y limitan la acción de la histamina y otras sustancias químicas infamatorias
que, sin vigilancia, podrían causar daño tisular.
3. Los basófilos secretan sustancias químicas que ayudan a la movilidad y la acción de otros leucocitos:
leucotrienos que activan y atraen neutrófilos y eosinófilos; el vasodilatador histamina, que aumenta el flujo
sanguíneo y acelera la entrega de leucocitos al área; y el anticoagulante heparina, que inhibe la formación de
coágulos sanguíneos que impedirían la movilidad de los leucocitos. Los mastocitos, un tipo de células de
tejido conjuntivo parecido a los basófilos, también producen estas sustancias. Los eosinófilos promueven la
acción de los basófilos y los mastocitos al estimularlos para que liberen esas secreciones.
4. Todos los linfocitos tienen un aspecto más o menos parecido en los frotis sanguíneos, pero existen
varios tipos funcionales. Tres categorías básicas: linfocitos citolíticos naturales (NK), T y B. En la sangre
en circulación, casi 80% de los linfocitos son T, 15% son B y 5% son citolíticos naturales y citoblastos.
5. Los monocitos son leucocitos que emigran de la sangre a tejidos conjuntivos y que se transforman en
macrófagos. Todas las células con avidez fagocítica, excepto los leucocitos, reciben la denominación
colectiva de sistema de macrófagos. Las células dendríticas se incluyen aquí aunque provienen de diferentes
citoblastos que los macrófagos y emplean endocitosis mediada por receptores en lugar de fagocitosis para
internalizar materiales externos al cuerpo. Algunos fagocitos son células viajeras y otros están fijos a un lugar
y sólo fagocitan a los patógenos que llegan hasta ellos (aunque tienen una posición estratégica para que esto
ocurra). Los macrófagos están distribuidos por los tejidos conjuntivos laxos, pero también hay formas
especializadas con ubicaciones más específicas: microglia en el sistema nervioso central, macrófagos
alveolares en los pulmones y macrófagos hepáticos en el hígado.
Vigilancia inmunitaria La vigilancia inmunitaria es un fenómeno en que los linfocitos citolíticos naturales
(NK) patrullan de manera continua el cuerpo en busca de patógenos o células anfitrionas enfermas. Atacan y
destruyen bacterias, células de órganos y tejidos trasplantados, células infectadas con virus y células
cancerosas. Después del reconocimiento de una célula enemiga, el linfocito NK se fija a ella y libera
proteínas llamadas perforinas, que se polimerizan en un anillo y crean un agujero en su membrana
plasmática. Éste es el “beso de la muerte”, porque el agujero permite un rápido flujo de agua y sales. Por sí
solo, esto puede matar a la célula de destino, pero el linfocito NK también secreta un grupo de enzimas que
degradan proteínas conocidas como granzimas. Éstas entran en el poro hecho por las perforinas, destruyen
las enzimas de la célula de destino e inducen la apoptosis (muerte celular programada).
Fiebre La fiebre es una elevación anormal de la temperatura corporal; también se le conoce como pirexia. El
término febril significa “perteneciente a la fiebre” (p. ej., como en “ataque febril”). La fiebre se debe a
traumatismo, infecciones, reacciones medicamentosas, tumores cerebrales y varias otras causas. Debido a
las variaciones en la temperatura del cuerpo humano, no hay un criterio exacto para lo que constituye una
fiebre (una temperatura que es febril para una persona puede ser normal para otra). Suele considerarse que
la fiebre es un efecto secundario indeseable de la enfermedad, y se hacen esfuerzos por reducirla para que el
sujeto sienta mayor comodidad. Sin embargo, suele ser un mecanismo de defensa adaptativo que hace más
bien que mal. Por ejemplo, las personas con gripe se recobran con mayor rapidez y transmiten menos la
enfermedad cuando se permite que la fiebre siga su curso en lugar de usar antipiréticos (reductores de
fiebre), como el ácido acetilsalicílico. La fiebre es benéfica porque: 1) promueve la actividad del interferón, 2)
eleva el metabolismo y acelera la reparación de tejido y 3) inhibe la reproducción de bacterias y virus. Los
pirógenos exógenos (agentes productores de fiebre), como los glucolípidos de superficie de bacterias y virus,
suelen ser los responsables de iniciar la fiebre. A medida que los neutrófilos y los macrófagos atacan a esos
patógenos, secretan varios polipéptidos que actúan como pirógenos endógenos. A su vez, éstos estimulan a
las neuronas del hipotálamo anterior para elevar el punto de equilibrio para la temperatura corporal, a 39°C
(102°F), en lugar de la usual de 37°C. La prostaglandina E2 (PGE2), secretada en el hipotálamo, mejora este
efecto. El ácido acetilsalicílico y el ibuprofeno reducen la fiebre al inhibir la síntesis de prostaglandina pero,
en algunas circunstancias, el uso de ácido acetilsalicílico para controlar la fiebre puede tener consecuencias
fatales. Cuando el punto de equilibrio aumenta, una persona experimenta escalofrío para generar calor y las
arterias cutáneas se contraen para reducir la pérdida de éste. En la etapa de la fiebre a la que se le denomina
inicio, se tiene una elevación de la temperatura, pero se experimentan temblores, se siente frío y se suda al
contacto con otra persona. En la siguiente etapa, el estadio, la temperatura oscila alrededor de un punto de
equilibrio elevado durante el tiempo que el patógeno esté presente. La temperatura elevada mejora la acción
de los interferones y otras proteínas antimicrobianas, e inhibe la reproducción bacteriana. Cuando se derrota
a la infección, cesa la secreción de pirógenos y el termostato hipotalámico regresa a la normalidad. Esto
activa mecanismos de pérdida de calor, sobre todo la vasodilatación cutánea y la sudoración. La piel está
caliente y de color rojo durante esta etapa. La fase de caída de la temperatura es la denominada
defervescencia en general, crisis (sonrojo) si la temperatura cae de manera abrupta o lisis si cae con lentitud.
Aunque casi todas las fiebres son benéficas, la temperatura excesiva puede ser peligrosa porque acelera
diferentes rutas enzimáticas a diferentes grados, lo que causa discoordinación metabólica y disfunción
celular. La fiebre superior a 40.5°C puede hacer que una persona delire. Temperaturas más elevadas pueden
causar convulsiones y coma, y la fiebre de 44 a 46°C puede llevar a muerte o daño encefálico irreversible.
Inflamación La inflamación es una respuesta defensiva local ante cualquier tipo de lesión en los tejidos,
como traumatismo e infección. Sus propósitos generales son: 1) limitar la dispersión de patógenos y su
destrucción final; 2) eliminar los restos del tejido dañado, y 3) iniciar la reparación del tejido. La inflamación
se caracteriza por cuatro signos cardinales: enrojecimiento, hinchazón, calor y dolor. Algunas autoridades
añaden la dificultad para el uso como un quinto signo, pero ésta puede ocurrir o no, y cuando lo hace, casi
siempre se debe al dolor. Las palabras que terminan con el sufijo –itis denotan inflamación de órganos y
tejidos específicos: artritis, encefalitis, peritonitis, gingivitis y dermatitis. La inflamación puede ocurrir en
cualquier parte del cuerpo, pero es más común y observable en la piel, la cual está sujeta a más
traumatismos que cualquier otro órgano. Ejemplos de inflamación cutánea son el piquete de mosquito,
quemadura solar, exantema por hiedra venenosa y enrojecimiento y ampollas producidas por trabajo manual,
zapatos ajustados o quemaduras en la cocina. En la siguiente exposición se consideran los cuatro signos
cardinales y se explica la manera en que se logran los tres propósitos de la inflamación. Ésta es mediada por
varios tipos de células y sustancias químicas. Muchas de estas sustancias químicas que regulan la
inflamación y la inmunidad se encuentran en una clase a la que se le denomina citocinas (proteínas
pequeñas que sirven como red de comunicación química entre las células inmunitarias). Las citocinas suelen
actuar a corta distancia, ya sea en las células vecinas o en la misma célula que las secreta. Se trata de los
efectos paracrinos y autocrinos, respectivamente, para distinguirlos de los efectos endocrinos de las
hormonas, a larga distancia. Entre las citocinas se incluyen interferones, interleucinas, factor de necrosis
tumoral, factores quimiotácticos y otras sustancias químicas que se detallarán en las exposiciones
posteriores. La inflamación incluye tres proceso principales: movilización de las defensas corporales,
confinamiento y destrucción de patógenos, y limpieza y reparación de tejidos.
Movilización de defensas El requisito más inmediato para tratar con la lesión tisular consiste en llevar con
rapidez leucocitos defensivos al sitio del traumatismo. La manera de hacerlo es mediante la hiperemia local
(flujo de sangre superior a lo normal). Esto se logra mediante vasodilatación. Para realizar esto, ciertas
células secretan sustancias químicas vasoactivas que dilatan los vasos sanguíneos. Entre éstas se
encuentran histamina, leucotrienos y otras citocinas secretadas por basófilos, mastocitos y células dañadas
por agentes que desencadenaron la inflamación. La hiperemia no sólo produce una entrega más rápida de
leucocitos, también limpia toxinas y desperdicios metabólicos de tejido con mayor rapidez. Además de dilatar
los vasos sanguíneos locales, las sustancias químicas vasoactivas estimulan la contracción de las células
endoteliales de los capilares sanguíneos y las vénulas, lo que aumenta la separación entre ellos e incrementa
la permeabilidad capilar. Esto facilita el desplazamiento de líquido, leucocitos y proteínas plasmáticas de la
circulación sanguínea al tejido circundante. Entre los productos auxiliares que se filtran de la sangre se
encuentran complementos, anticuerpos y factores de coagulación que ayudan en el combate a los patógenos.
Las células endoteliales reclutan de manera activa a los leucocitos. En el área de la lesión, producen
moléculas de adhesión celular denominadas selectinas, que vuelven pegajosas sus membranas y estorban la
llegada de los leucocitos de la circulación sanguínea. Los leucocitos se adhieren de manera laxa a las
selectinas y con lentitud deambulan por el endotelio, cubriéndolo en ocasiones de tal manera que obstruyen
el flujo sanguíneo. A esta adhesión a la pared vascular se le conoce como marginación. Luego los leucocitos
avanzan por las hendiduras entre las células endoteliales (acción a la que se le denomina diapédesis o
emigración) e ingresan en el líquido tisular del tejido dañado. La mayor parte de la diapédesis ocurre en las
paredes de las vénulas poscapilares. Se dice que las células y las sustancias químicas que han dejado la
circulación sanguínea están extravasadas. En los casos que ya se han revisado, pueden apreciarse las bases
de los cuatro signos cardinales de la inflamación: 1) el calor se debe a la hiperemia; 2) el enrojecimiento
también se debe a la hiperemia y, en algunos casos, como en las quemaduras solares, a eritrocitos
extravasados en el tejido; 3) la hinchazón (edema) es producida por la mayor filtración de líquido de los
capilares, y 4) el dolor se debe a la lesión directa de los nervios, la presión sobre los nervios debida al edema
y la estimulación de los receptores de dolor por parte de las prostaglandinas, algunas toxinas bacterianas, así
El sistema inmunitario consta de una gran población con células distribuidas por todo el
cuerpo, que reconocen sustancias externas y actúan para neutralizarlas y destruirlas. Dos
características que distinguen a la inmunidad de la resistencia inespecífica son:
2.Memoria. Cuando se vuelve a exponer al mismo patógeno, el cuerpo reacciona con tanta
rapidez que no hay enfermedad notoria. En contraste, el tiempo de reacción para la
inflamación y otras enfermedades inespecíficas es igual de largo tanto para exposiciones
posteriores como para la inicial.
Formas de inmunidad A finales del siglo XIX, se descubrió que la inmunidad puede
transferirse de un animal a otro por medio del suero sanguíneo. Sin embargo, a mediados
del siglo XX, se hizo patente que el suero no siempre confería inmunidad; en ocasiones
sólo lo hacían los linfocitos del donador. Por lo tanto, ahora se reconocen dos tipos de
inmunidad: celular y humoral, aunque interactúan en gran medida y a menudo responden al
mismo patógeno.
La inmunidad celular (mediada por células) emplea linfocitos que atacan de manera directa
y destruyen células externas o células anfitrionas enfermas. Es un medio de limpiar el
cuerpo de patógenos que residen dentro de las células humanas (virus, bacterias, hongos y
protozoarios intracelulares) donde son inaccesibles para los anticuerpos. La inmunidad
celular también actúa contra helmintos parasitarios, células cancerosas y células de tejidos
y órganos trasplantados. La inmunidad humoral (mediada por anticuerpos) emplea
anticuerpos que no destruyen un patógeno de manera directa, sino que los marcan para
destrucción mediante mecanismos que se describen más adelante.
El término humoral se emplea por el hecho de que muchos de los anticuerpos están
disueltos en los líquidos corporales (“humores”). La inmunidad humoral es efectiva contra
virus, bacterias, hongos, protozoarios y patógenos moleculares (no celulares) extracelulares
como toxinas, venenos y alergenos. En el caso antinatural de una transfusión sanguínea no
compatible, también destruye a los eritrocitos externos. Debe tenerse en cuenta que la
inmunidad humoral sólo funciona contra las etapas extracelulares de los microorganismos
infecciosos. Cuando estos microorganismos invaden las células anfitrionas, los anticuerpos
no pueden llegar a ellos. Sin embargo, las etapas intracelulares aún son vulnerables a la
inmunidad celular, que los destruye al matar las células que las hospedan. Por
consiguiente, las inmunidades humoral y celular en ocasiones atacan a los mismos
microorganismos en diferentes puntos de su ciclo de vida.
Antígenos
Un antígeno es cualquier molécula que activa una respuesta inmunitaria. Algunos antígenos
son moléculas libres como venenos y toxinas; otros son componentes de membranas
plasmáticas y paredes celulares bacterianas. Pequeñas moléculas universales como
glucosa y aminoácidos no son antigénicos; si lo fueran, los sistemas inmunitarios atacarían
a los nutrientes y otras moléculas esenciales para la propia supervivencia. La mayor parte
de los antígenos tienen pesos moleculares superiores a 10 000 amu y son moléculas
complejas únicas para cada individuo: proteínas, polisacáridos, glucoproteínas y
glucolípidos. Su capacidad de ser únicos le permiten al cuerpo distinguir sus propias
moléculas de las de cualquier otro individuo u organismo. El sistema inmunitario aprende a
distinguir los autoantígenos de los antígenos externos antes del nacimiento; a partir de
entonces, por lo general únicamente atacan a los antígenos que no son propios. Sólo
ciertas regiones de la molécula de un antígeno, llamadas epítopos (determinantes
antigénicos), estimulan la respuesta inmunitaria. Sin embargo, una molécula de antígeno
suele tener varios epítopos que pueden estimular la producción de diferentes anticuerpos.
Después de la primera exposición, el hapteno por sí solo puede estimular una respuesta
inmunitaria sin necesidad de fijarse a una molécula anfitriona. Muchas personas son
alérgicas a los haptenos en cosméticos, detergentes, sustancias químicas industriales,
hiedra venenosa y caspa animal. La alergia medicamentosa más común es a la penicilina:
un hapteno que se fija a las proteínas anfitrionas en individuos alérgicos, lo que crea un
complejo que se fija a mastocitos y desencadena la liberación masiva de histamina y otras
sustancias químicas inflamatorias. Esto puede causar muerte debido a choque anafiláctico.
Linfocitos Las principales células del sistema inmunitario son los linfocitos, los macrófagos
y las células dendríticas, que están concentradas de manera especial en lugares
estratégicos como los órganos linfáticos, la piel y las mucosas. Los linfocitos pertenecen a
tres clases: citolíticos naturales (NK), T y B. Ya se estudió la respuesta inespecífica de los
linfocitos citolíticos naturales (consúltese “Vigilancia inmunitaria”).
INMUNIDAD CELULAR
La inmunidad celular (mediada por células) es una forma de defensa específica en que los
linfocitos T atacan de manera directa y destruyen células enfermas o externas; y el sistema
inmunitario recuerda los antígenos de esos invasores y evita que causen enfermedades en
el futuro. La inmunidad celular emplea cuatro clases de linfocitos T:
1. Los linfocitos T citotóxicos (TC) son los “efectores” de la inmunidad celular que realizan
el ataque sobre las células externas.
2. Los linfocitos T cooperadores (TH) promueven la acción de los linfocitos TC además de
tener papeles clave en la inmunidad humoral y la resistencia inespecífica. Todos los demás
linfocitos T sólo intervienen en la inmunidad celular. 3. Los linfocitos T reguladores (TR), o
T-regs, limitan la respuesta inmunitaria al inhibir la multiplicación y secreción de citocinas
por parte de otros linfocitos T. Aún no se comprende bien su función; al parecer, son muy
importantes en la prevención de las enfermedades autoinmunitarias.
A los linfocitos TC también se les conoce como T8, CD8 o CD8+ porque tienen una
glucoproteína de superficie llamada CD8. Los linfocitos TH y TR también reciben el nombre
de CD4 (CD proviene de cluster of differentiation, grupo de diferenciación, un sistema de
clasificación para muchas moléculas de la superficie celular). Estas glucoproteínas también
son moléculas de adhesión celular las cuales permiten que los linfocitos T se fijen a otras
células en los casos que se describen un poco más adelante. Las inmunidades celular y
humoral se presentan en tres etapas que deben considerarse como reconocimiento, ataque
y memoria (o las “tres R de la inmunidad”: reconoce, reacciona y recuerda).
Activación de los linfocitos T.. Empieza cuando una célula TC o TH se une a una MHCP
que despliega un epítopo que resulta reconocible para el linfocito T. Antes de que la
respuesta avance más, el linfocito T debe unirse a otra proteína de la APC, relacionada con
las interleucinas. En cierto sentido, es como si el linfocito T tuviera que comprobar dos
veces para qué se ha fjado a una APC que despliega un antígeno externo. Este proceso de
señalización, al que se le denomina coestimulación, ayuda a asegurar que el sistema
inmunitario no lance un ataque en ausencia de un enemigo, lo que podría volverse contra el
propio cuerpo, causando lesiones. Cuando la coestimulación es adecuada, activa el
proceso de selección clonal: el linfocito T se ve sujeto a repetidas mitosis, lo que da lugar a
un clon de linfocitos T idénticos, programados contra el mismo epítopo. Algunos clones de
linfocitos se vuelven efectores que lanzan el ataque inmunitario, y algunos se vuelven
linfocitos T de memoria.
• Interferones, que inhiben la replicación vírica, y reclutan y activan macrófagos, entre otros
efectos.
Ataque Los anticuerpos también llamados inmunoglobulinas (Ig), los anticuerpos son
gammaglobulinas defensivas que se encuentran en el plasma sanguíneo, los líquidos
tisulares, las secreciones corporales y algunas membranas leucocíticas.
Hay cinco clases de anticuerpos: IgA, IgD, IgE, IgG e IgM, por las estructuras de sus
regiones C (alfa, delta, épsilon, gamma y mu). IgD, IgE e IgG son monómeros. La IgG es
muy importante en la inmunidad del neonato porque cruza la placenta con relativa facilidad.
Por consiguiente, transfiere inmunidad de la madre al feto. Además, un lactante adquiere
alguna IgA de la madre a través de la leche de ésta y del calostro (el líquido secretado
durante los 2 o 3 primeros días de alimentación al pecho materno). Se cree que el sistema
inmunitario humano es capaz de producir por lo menos 10 000 millones, y quizá hasta un
billón, de anticuerpos diferentes.
Una vez liberados por una célula plasmática, los anticuerpos sólo usan cuatro mecanismos
para generar antígenos inofensivos:
1. Neutralización. Sólo ciertas regiones de un antígeno son patógenas (p. ej., las partes de
una molécula de toxina o un virus que permite que esos agentes se fijen a células
humanas. Los anticuerpos pueden neutralizar un antígeno al enmascarar esas regiones
activas.
Memoria Cuando una persona queda expuesta por primera vez a un antígeno determinado,
a la reacción inmunitaria que le sigue se le denomina respuesta primaria. La aparición de
los anticuerpos protectores demora de 3 a 6 días, mientras que los linfocitos B
indiferenciados se multiplican y diferencian en células plasmáticas. A medida que éstas
empiezan a secretar anticuerpos, la cifra de anticuerpos (concentración en el plasma
sanguíneo) empieza a elevarse. Las IgM aparecen primero, alcanzan un máximo casi a los
10 días y declinan pronto, pero incluso la cifra de IgG declina a una baja concentración en
un mes. Sin embargo, la respuesta primaria deja una memoria inmunitaria del antígeno.
Durante la selección clonal, algunos miembros del clon se vuelven linfocitos B de memoria,
se encuentran sobre todo en los centros germinales de los ganglios linfáticos, generan una
respuesta secundaria o anamnésica muy rápida si hay una nueva exposición al mismo
antígeno. Las células plasmáticas se forman en horas, de modo que la cifra de IgG
aumenta de manera abrupta y alcanza un máximo en unos cuantos días. La respuesta es
tan rápida que el antígeno tiene poca oportunidad de ejercer un efecto notorio en el cuerpo,
y no se produce enfermedad alguna. También se secreta una baja concentración de IgM y
declina con rapidez, pero las IgG permanecen elevadas durante semanas o años,
confiriendo protección perdurable. Sin embargo, la memoria no dura tanto en la inmunidad
humoral como en la celular. Debe recordarse que estos dos procesos suelen ocurrir de
manera simultánea y se unen a la inflamación para efectuar un ataque de tres pinzas sobre
el mismo patógeno.
- Kenneth s. Saladin. 2013 Anatomía y fisiología. La unidad entre forma y función. México.
Editorial Mc Graw Hill. pag 822-842