Fisiología de Los Sistemas Linfático e Inmunitario

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fisiología de los Sistemas

 
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El cuerpo humano tiene tres líneas de defensa contra las causas de enfermedad.
 1.  La primera línea de defensa consta de barreras externas, sobre todo la piel y las mucosas , que son
impenetrables para la mayor parte de los patógenos que diariamente asaltan el cuerpo. 
2.  La segunda línea de defensa la constituyen varios mecanismos de defensa inespecífica contra patógenos
que atraviesan la piel o las mucosas. Estas defensas incluyen leucocitos y macrófagos, proteínas
antimicrobianas, vigilancia inmunitaria, inflamación y fiebre. 
3.  La tercera línea de defensa es el sistema inmunitario , que no sólo derrota a un patógeno, sino que
deja en el cuerpo una “memoria” de él, lo que permite que se le derrote de manera tan rápida en encuentros
futuros en que el patógeno no causa enfermedad.
Los primeros dos mecanismos son de resistencia inespecífica, porque protegen por igual contra un amplio
rango de patógenos y su efectividad no depende de anteriores exposiciones. Estas defensas están presentes
desde el nacimiento. A la inmunidad se le llama defensa específica porque es resultado de la exposición
anterior a un patógeno y suele proporcionar protección futura sólo y particularmente contra éste.

Barreras externas 
La primera línea de defensa está integrada por la piel y las mucosas, que dificultan la entrada del cuerpo
extraño en los tejidos corporales por medios mecánicos. Cuando la piel se rompe por un rasguño o la
mordida de un animal, o se destruye por una quemadura, una de las preocupaciones más urgentes del
tratamiento consiste en prevenir la infección. Esto atestigua la importancia de la piel intacta en su papel de
barrera. Su superficie está compuesta sobre todo por queratina, una proteína dura que pocos patógenos
pueden penetrar. Más aún, con excepciones como las áreas axilares y púbica, es demasiado seca y muy
poco nutritiva como para dar soporte al crecimiento microbiano. Aun los microbios que se adhieren a la
epidermis se desprenden por la exfoliación de los queratinocitos muertos en la superficie. La piel también
está cubierta con diversas sustancias químicas antimicrobianas. El sudor la cubre con un manto ácido
protector (una delgada película de ácido láctico que inhibe el crecimiento bacteriano). El sudor también
contiene un péptido antibacteriano al que se le denomina dermicidina. Los queratinocitos, neutrófilos,
macrófagos y otras células también producen péptidos a los que se les denomina defensinas y catelicidinas,
que destruyen bacterias, virus y hongos. Los efectos de estas defensas mejoran con la vitamina D (calcitriol),
lo que señala los beneficios de contar con una cantidad moderada de exposición a la luz solar para la
resistencia propia a las infecciones. El tubo digestivo, las vías respiratorias y urinarias, y el aparato
reproductor están abiertos al exterior, lo que los hace vulnerables a la invasión, pero están protegidos por
mucosas. El moco atrapa a los microbios. Los organismos atrapados en el moco respiratorio son desplazados
por cilios a la faringe, allí se les traga y, más adelante, el ácido estomacal los destruye. La saliva limpia los
microbios del tubo digestivo superior, y la orina lo hace en las vías urinarias inferiores. El moco, las lágrimas
y la saliva también contienen lisozima , una enzima que destruye bacterias al disolver sus
paredes celulares . Debajo del epitelio de la piel y las mucosas se encuentra una capa de tejido areolar.
Su sustancia fundamental contiene un glucosaminoglucano gigante al que se le denomina ácido hialurónico,
que le da una consistencia viscosa. Suele ser difícil para los microbios migrar por este gel de tejido pegajoso.
Sin embargo, algunos organismos superan este obstáculo al producir una enzima llamada hialuronidasa,
que la desdobla para que adquiera una consistencia más delgada y por consiguiente, más fácil de penetrar.
La hialuronidasa se presenta en algunos venenos de serpientes y en toxinas bacterianas, y ciertos
protozoarios parásitos la producen para facilitar su invasión de los tejidos conjuntivos.
Leucocitos y macrófagos Si los microbios pasan la barrera física de la piel y las mucosas, son
atacados por fagocitos (células fagocitarias) que tienen un apetito voraz por materiales externos al cuerpo.
Los leucocitos y los macrófagos juegan papeles de importancia especial en la defensa inespecífica y en la
inmunidad específica y, por tanto, en la segunda y la tercera líneas de defensa.

Leucocitos Los cinco tipos de leucocitos se describen en el cuadro 18-6 (p. 698). A continuación se
examinan sus contribuciones a la resistencia y la inmunidad de manera más detallada.
 1.  Los neutrófilos pasan la mayor parte de su vida recorriendo los tejidos conjuntivos y matando bacterias.
Uno de sus métodos es la simple fagocitosis y digestión. El otro es un proceso más complejo que produce
una nube de sustancias químicas bactericidas. El superóxido, el peróxido de hidrógeno y el hipoclorito son
muy tóxicos; forman una zona de la muerte química alrededor del neutrófilo que destruye muchas bacterias
más de las que podría destruir con la sola fagocitosis. Por desgracia, el neutrófilo, también muere por la
acción de estas sustancias. Estos potentes agentes oxidantes también pueden dañar tejidos conjuntivos y, en
ocasiones, contribuyen a la artritis reumatoide.
2.  Los eosinófilos se encuentran sobre todo en las mucosas, y protegen contra parásitos, alergenos
(antígenos que provocan alergias) y otros enemigos. Se concentran en grandes cantidades en sitios de
alergia, inflamación o infección parasitaria. Ayudan a eliminar parásitos como la solitaria y los nematodos al
producir superóxido, peróxido de hidrógeno y varias proteínas tóxicas, como una neurotoxina. Promueven la
acción de los basófilos y los mastocito. Fagocitan y degradan complejos antígeno-anticuerpo. Por último,
secretan enzimas que degradan y limitan la acción de la histamina y otras sustancias químicas infamatorias
que, sin vigilancia, podrían causar daño tisular.
3.  Los basófilos secretan sustancias químicas que ayudan a la movilidad y la acción de otros leucocitos:
leucotrienos que activan y atraen neutrófilos y eosinófilos; el vasodilatador histamina, que aumenta el flujo
sanguíneo y acelera la entrega de leucocitos al área; y el anticoagulante heparina, que inhibe la formación de
coágulos sanguíneos que impedirían la movilidad de los leucocitos. Los mastocitos, un tipo de células de
tejido conjuntivo parecido a los basófilos, también producen estas sustancias. Los eosinófilos promueven la
acción de los basófilos y los mastocitos al estimularlos para que liberen esas secreciones.
4.  Todos los linfocitos tienen un aspecto más o menos parecido en los frotis sanguíneos, pero existen
varios tipos funcionales. Tres categorías básicas: linfocitos citolíticos naturales (NK), T y B. En la sangre
en circulación, casi 80% de los linfocitos son T, 15% son B y 5% son citolíticos naturales y citoblastos.

5.  Los monocitos son leucocitos que emigran de la sangre a tejidos conjuntivos y que se transforman en
macrófagos. Todas las células con avidez fagocítica, excepto los leucocitos, reciben la denominación
colectiva de sistema de macrófagos. Las células dendríticas se incluyen aquí aunque provienen de diferentes
citoblastos que los macrófagos y emplean endocitosis mediada por receptores en lugar de fagocitosis para
internalizar materiales externos al cuerpo. Algunos fagocitos son células viajeras y otros están fijos a un lugar
y sólo fagocitan a los patógenos que llegan hasta ellos (aunque tienen una posición estratégica para que esto
ocurra). Los macrófagos están distribuidos por los tejidos conjuntivos laxos, pero también hay formas
especializadas con ubicaciones más específicas: microglia en el sistema nervioso central, macrófagos
alveolares en los pulmones y macrófagos hepáticos en el hígado.

Proteínas antimicrobianas Varios tipos de proteínas inhiben la reproducción microbiana y proporcionan


resistencia a corto plazo, inespecífica, a las bacterias y los virus patógenos.
Interferones Cuando ciertas células (sobre todo los leucocitos) se infectan con virus, secretan proteínas
llamadas interferones. Tienen poco beneficio para la célula que los secreta, pero son como sus “últimas
palabras” lo que alerta a las células vecinas y las protege de la infección. Se fijan a los receptores de
superficie en esas células y activan sistemas de segundo mensajero dentro de ellas. Esto induce la síntesis
de docenas de proteínas antivirales que defienden a una célula por medios como desdoblar los genes virales
o evitar la replicación de los virus. Los interferones también activan linfocitos citolíticos naturales (NK) y
macrófagos, que destruyen células infectadas antes de que liberen una nube de virus recién duplicados. Los
interferones también confieren resistencia al cáncer, porque los linfocitos NK activados destruyen a las
células malignas.

Sistema de complementos El sistema de complementos es un grupo de 30 o más globulinas que hacen


importantes contribuciones a la resistencia inespecífica y a la inmunidad específica. Paul Ehrlich lo bautizó
así, de complementos, porque “completa la acción de los anticuerpos” y, por supuesto, es el medio principal
para la destrucción de patógenos en la inmunidad mediada por anticuerpos. Sin embargo, desde la época de
Ehrlich el sistema de complementos también se ha considerado importante en la defensa inespecífica. Las
proteínas complementarias se sintetizan sobre todo en el hígado. Circulan en la sangre en forma inactiva y se
activan en presencia de patógenos. El complemento activado contribuye a la destrucción de patógenos
por cuatro métodos: inflamación, limpieza inmunitaria, fagocitosis y citólisis . Hay tres de estas rutas:
las rutas clásica, alterna y de la lectina.
La ruta clásica requiere un anticuerpo para iniciarse; por lo tanto, es parte de la inmunidad específica. El
anticuerpo se fija a un antígeno en la superficie de un microbio y cambia su forma, exponiendo un par de
sitios de fijación de complementos. El complemento C1 se fija a estos sitios y dispara una cascada de
reacciones, se le denomina fijación de complementos debido a que es resultado de la unión de una cadena
de proteínas de complemento al anticuerpo.
Las rutas alterna y de la lectina no requieren anticuerpos y, por consiguiente, pertenecen a las defensas
inespecífias.
Las lectinas son proteínas plasmáticas que se fijan a carbohidratos. En la ruta de la lectina, una lectina
se fija a ciertos azúcares de la superficie de una célula microbiana y desencadena una cadena de reacciones
más que lleva a la producción de C3b. De manera directa o indirecta, los resultados finales del sistema de
complementos:
1. Inflamación. La C3a estimula a mastocitos y basófilos para que secreten histamina y otras sustancias
químicas inflamatorias. También activa y atrae neutrófilos y macrófagos, los dos agentes celulares clave
de la destrucción de patógenos en la inflamación.
2.  Limpieza inmunitaria. La C3b fija complejos Ag-Ab a eritrocitos. Como estos últimos circulan por el
hígado y el bazo, los macrófagos de estos órganos separan y destruyen los complejos Ag-Ab, dejando a
los eritrocitos ilesos. Se trata de los principales medios de limpieza de antígenos externos de la
circulación sanguínea.
3. Fagocitosis. Los neutrófilos y los macrófagos fagocitan bacterias, virus y otros patógenos. Sin embargo,
estos fagocitos no pueden internalizar microorganismos “desnudos”. La C3b los ayuda mediante la
opsonización: recubre las células microbianas para que sirvan como sitios de fijación en la unión de los
fagocitos
4. Citólisis. La C3b divide otra proteína de complemento, C5, en C5a y C5b. La C5a se une a la C3a en sus
acciones proinflamatorias, pero C5b juega un papel más importante en la destrucción de patógenos. Se
fija a la célula enemiga y luego agrega los complementos C6, C7 y C8. Este conglomerado de proteínas
(al que ahora se le denomina C5b678) sigue adelante para fijarse a 17 moléculas de complemento C9,
que forman un anillo denominado complejo de ataque de membrana. El complemento forma un agujero
en la célula de destino de hasta 10 nm de ancho. La célula ya no puede mantener la homeostasis; los
electrólitos se fugan, el agua entra con rapidez y la célula se rompe.

Vigilancia inmunitaria La vigilancia inmunitaria es un fenómeno en que los linfocitos citolíticos naturales
(NK) patrullan de manera continua el cuerpo en busca de patógenos o células anfitrionas enfermas. Atacan y
destruyen bacterias, células de órganos y tejidos trasplantados, células infectadas con virus y células
cancerosas. Después del reconocimiento de una célula enemiga, el linfocito NK se fija a ella y libera
proteínas llamadas perforinas, que se polimerizan en un anillo y crean un agujero en su membrana
plasmática. Éste es el “beso de la muerte”, porque el agujero permite un rápido flujo de agua y sales. Por sí
solo, esto puede matar a la célula de destino, pero el linfocito NK también secreta un grupo de enzimas que
degradan proteínas conocidas como granzimas. Éstas entran en el poro hecho por las perforinas, destruyen
las enzimas de la célula de destino e inducen la apoptosis (muerte celular programada).

Fiebre La fiebre es una elevación anormal de la temperatura corporal; también se le conoce como pirexia. El
término febril significa “perteneciente a la fiebre” (p. ej., como en “ataque febril”). La fiebre se debe a
traumatismo, infecciones, reacciones medicamentosas, tumores cerebrales y varias otras causas. Debido a
las variaciones en la temperatura del cuerpo humano, no hay un criterio exacto para lo que constituye una
fiebre (una temperatura que es febril para una persona puede ser normal para otra). Suele considerarse que
la fiebre es un efecto secundario indeseable de la enfermedad, y se hacen esfuerzos por reducirla para que el
sujeto sienta mayor comodidad. Sin embargo, suele ser un mecanismo de defensa adaptativo que hace más
bien que mal. Por ejemplo, las personas con gripe se recobran con mayor rapidez y transmiten menos la
enfermedad cuando se permite que la fiebre siga su curso en lugar de usar antipiréticos (reductores de
fiebre), como el ácido acetilsalicílico. La fiebre es benéfica porque: 1) promueve la actividad del interferón, 2)
eleva el metabolismo y acelera la reparación de tejido y 3) inhibe la reproducción de bacterias y virus. Los
pirógenos exógenos (agentes productores de fiebre), como los glucolípidos de superficie de bacterias y virus,
suelen ser los responsables de iniciar la fiebre. A medida que los neutrófilos y los macrófagos atacan a esos
patógenos, secretan varios polipéptidos que actúan como pirógenos endógenos. A su vez, éstos estimulan a
las neuronas del hipotálamo anterior para elevar el punto de equilibrio para la temperatura corporal, a 39°C
(102°F), en lugar de la usual de 37°C. La prostaglandina E2 (PGE2), secretada en el hipotálamo, mejora este
efecto. El ácido acetilsalicílico y el ibuprofeno reducen la fiebre al inhibir la síntesis de prostaglandina pero,
en algunas circunstancias, el uso de ácido acetilsalicílico para controlar la fiebre puede tener consecuencias
fatales. Cuando el punto de equilibrio aumenta, una persona experimenta escalofrío para generar calor y las
arterias cutáneas se contraen para reducir la pérdida de éste. En la etapa de la fiebre a la que se le denomina
inicio, se tiene una elevación de la temperatura, pero se experimentan temblores, se siente frío y se suda al
contacto con otra persona. En la siguiente etapa, el estadio, la temperatura oscila alrededor de un punto de
equilibrio elevado durante el tiempo que el patógeno esté presente. La temperatura elevada mejora la acción
de los interferones y otras proteínas antimicrobianas, e inhibe la reproducción bacteriana. Cuando se derrota
a la infección, cesa la secreción de pirógenos y el termostato hipotalámico regresa a la normalidad. Esto
activa mecanismos de pérdida de calor, sobre todo la vasodilatación cutánea y la sudoración. La piel está
caliente y de color rojo durante esta etapa. La fase de caída de la temperatura es la denominada
defervescencia en general, crisis (sonrojo) si la temperatura cae de manera abrupta o lisis si cae con lentitud.
Aunque casi todas las fiebres son benéficas, la temperatura excesiva puede ser peligrosa porque acelera
diferentes rutas enzimáticas a diferentes grados, lo que causa discoordinación metabólica y disfunción
celular. La fiebre superior a 40.5°C puede hacer que una persona delire. Temperaturas más elevadas pueden
causar convulsiones y coma, y la fiebre de 44 a 46°C puede llevar a muerte o daño encefálico irreversible.
Inflamación La inflamación es una respuesta defensiva local ante cualquier tipo de lesión en los tejidos,
como traumatismo e infección. Sus propósitos generales son: 1) limitar la dispersión de patógenos y su
destrucción final; 2) eliminar los restos del tejido dañado, y 3) iniciar la reparación del tejido. La inflamación
se caracteriza por cuatro signos cardinales: enrojecimiento, hinchazón, calor y dolor. Algunas autoridades
añaden la dificultad para el uso como un quinto signo, pero ésta puede ocurrir o no, y cuando lo hace, casi
siempre se debe al dolor. Las palabras que terminan con el sufijo –itis denotan inflamación de órganos y
tejidos específicos: artritis, encefalitis, peritonitis, gingivitis y dermatitis. La inflamación puede ocurrir en
cualquier parte del cuerpo, pero es más común y observable en la piel, la cual está sujeta a más
traumatismos que cualquier otro órgano. Ejemplos de inflamación cutánea son el piquete de mosquito,
quemadura solar, exantema por hiedra venenosa y enrojecimiento y ampollas producidas por trabajo manual,
zapatos ajustados o quemaduras en la cocina. En la siguiente exposición se consideran los cuatro signos
cardinales y se explica la manera en que se logran los tres propósitos de la inflamación. Ésta es mediada por
varios tipos de células y sustancias químicas. Muchas de estas sustancias químicas que regulan la
inflamación y la inmunidad se encuentran en una clase a la que se le denomina citocinas (proteínas
pequeñas que sirven como red de comunicación química entre las células inmunitarias). Las citocinas suelen
actuar a corta distancia, ya sea en las células vecinas o en la misma célula que las secreta. Se trata de los
efectos paracrinos y autocrinos, respectivamente, para distinguirlos de los efectos endocrinos de las
hormonas, a larga distancia. Entre las citocinas se incluyen interferones, interleucinas, factor de necrosis
tumoral, factores quimiotácticos y otras sustancias químicas que se detallarán en las exposiciones
posteriores. La inflamación incluye tres proceso principales: movilización de las defensas corporales,
confinamiento y destrucción de patógenos, y limpieza y reparación de tejidos.
Movilización de defensas El requisito más inmediato para tratar con la lesión tisular consiste en llevar con
rapidez leucocitos defensivos al sitio del traumatismo. La manera de hacerlo es mediante la hiperemia local
(flujo de sangre superior a lo normal). Esto se logra mediante vasodilatación. Para realizar esto, ciertas
células secretan sustancias químicas vasoactivas que dilatan los vasos sanguíneos. Entre éstas se
encuentran histamina, leucotrienos y otras citocinas secretadas por basófilos, mastocitos y células dañadas
por agentes que desencadenaron la inflamación. La hiperemia no sólo produce una entrega más rápida de
leucocitos, también limpia toxinas y desperdicios metabólicos de tejido con mayor rapidez. Además de dilatar
los vasos sanguíneos locales, las sustancias químicas vasoactivas estimulan la contracción de las células
endoteliales de los capilares sanguíneos y las vénulas, lo que aumenta la separación entre ellos e incrementa
la permeabilidad capilar. Esto facilita el desplazamiento de líquido, leucocitos y proteínas plasmáticas de la
circulación sanguínea al tejido circundante. Entre los productos auxiliares que se filtran de la sangre se
encuentran complementos, anticuerpos y factores de coagulación que ayudan en el combate a los patógenos.
Las células endoteliales reclutan de manera activa a los leucocitos. En el área de la lesión, producen
moléculas de adhesión celular denominadas selectinas, que vuelven pegajosas sus membranas y estorban la
llegada de los leucocitos de la circulación sanguínea. Los leucocitos se adhieren de manera laxa a las
selectinas y con lentitud deambulan por el endotelio, cubriéndolo en ocasiones de tal manera que obstruyen
el flujo sanguíneo. A esta adhesión a la pared vascular se le conoce como marginación. Luego los leucocitos
avanzan por las hendiduras entre las células endoteliales (acción a la que se le denomina diapédesis o
emigración) e ingresan en el líquido tisular del tejido dañado. La mayor parte de la diapédesis ocurre en las
paredes de las vénulas poscapilares. Se dice que las células y las sustancias químicas que han dejado la
circulación sanguínea están extravasadas. En los casos que ya se han revisado, pueden apreciarse las bases
de los cuatro signos cardinales de la inflamación: 1) el calor se debe a la hiperemia; 2) el enrojecimiento
también se debe a la hiperemia y, en algunos casos, como en las quemaduras solares, a eritrocitos
extravasados en el tejido; 3) la hinchazón (edema) es producida por la mayor filtración de líquido de los
capilares, y 4) el dolor se debe a la lesión directa de los nervios, la presión sobre los nervios debida al edema
y la estimulación de los receptores de dolor por parte de las prostaglandinas, algunas toxinas bacterianas, así

como la cinina bradicinina.

Contención y destrucción de patógenos Una prioridad en la infamación consiste en evitar


que los patógenos se dispersen por el cuerpo. El fibrinógeno que se filtra en el líquido
tisular se coagula en áreas adyacentes a la lesión, formando una malla pegajosa que
secuestra (encierra y aísla) bacterias y otros microbios. La heparina, el anticoagulante,
evita la coagulación en el área inmediata de la lesión, de modo que la bacteria y otros
patógenos quedan atrapados en un bolsillo líquido rodeado por una cápsula gelatinosa de
líquido coagulado. Y son atacados por anticuerpos, fagocitos y otras defensas, mientras
que las áreas circundantes de tejido coagulado evitan que escapen de este cautiverio. Los
principales enemigos de las bacterias son los neutrófilos, que se acumulan en el tejido
inflamado en el transcurso de una hora. Después de la emigración desde la circulación
sanguínea, muestran quimiotaxia: atracción a sustancias químicas (factores quimiotácticos)
como la bradicinina y los leucotrienos, que los guían al sitio de lesión o infección. A medida
que encuentran bacterias, los neutrófilos las fagocitan y digieren con avidez, y destruyen
muchas más por la explosión respiratoria descrita antes. Los neutrófilos también reclutan
macrófagos y neutrófilos adicionales al secretar citocinas, como si gritaran “¡Vengan aquí!”
para atraer refuerzos. Los macrófagos activados y los linfocitos T en el tejido inflamado
secretan citocinas conocidas como factores estimulantes de colonias, que promueven la
producción de más leucocitos (leucopoyesis) en la médula ósea roja. Después de unas
horas de iniciada la inflamación, la cifra de neutrófilos en la sangre puede subir de 4 000 y 5
000 hasta 25 000 células por μl (trastorno al que se le denomina neutrofilia). En el caso de
alergia o infección por parásitos, también puede presentarse una cifra elevada de
eosinófilos, o eosinofilia.

Limpieza y reparación de tejidos Los monocitos son agentes importantes en la limpieza y


la reparación de tejidos. Llegan de 8 a 12 horas después, emigran desde la circulación
sanguínea, y se convierten en macrófagos. Éstos engullen y destruyen bacterias, células
anfitrionas dañadas y neutrófilos muertos o a punto de morir. También actúan como células
presentadoras de antígenos que activan respuestas inmunitarias. A medida que la batalla
avanza, todos los neutrófilos y la mayor parte de los macrófagos mueren. Estas células
muertas, otros restos de tejido y el líquido tisular dan lugar al pus, un líquido amarillento
que se acumula en cavidades de tejidos conocidas como abscesos. El pus suele
absorberse, pero en ocasiones forma una ampolla entre la epidermis y la dermis y puede
liberarse cuando ésta se rompe. Los trombocitos sanguíneos y las células endoteliales en
un área de lesión secretan factor de crecimiento derivado de trombocitos, un agente que
estimula a los fibroblastos para que se multipliquen y sinteticen colágeno. Al mismo tiempo,
la hiperemia entrega oxígeno, aminoácidos y otras proteínas cuya síntesis es necesaria,
mientras que el calor del tejido infamado aumenta el metabolismo y la velocidad de la
mitosis y la reparación del tejido. La fibrina que se coagula en el tejido puede proporcionar
un esqueleto para la reconstrucción. El dolor también contribuye de manera importante a la
recuperación. Es una señal de alarma que llama la atención sobre la lesión y hace que se
limite el uso de una parte del cuerpo para que tenga oportunidad de descansar y sanar.
Aspectos generales de inmunidad específica

El sistema inmunitario consta de una gran población con células distribuidas por todo el
cuerpo, que reconocen sustancias externas y actúan para neutralizarlas y destruirlas. Dos
características que distinguen a la inmunidad de la resistencia inespecífica son:

1.Especificidad. La inmunidad se dirige contra un patógeno específico. La inmunidad ante


un patógeno no suele conferir inmunidad ante otros.

2.Memoria. Cuando se vuelve a exponer al mismo patógeno, el cuerpo reacciona con tanta
rapidez que no hay enfermedad notoria. En contraste, el tiempo de reacción para la
inflamación y otras enfermedades inespecíficas es igual de largo tanto para exposiciones
posteriores como para la inicial.

Estas propiedades de la inmunidad ya se reconocían desde el siglo V a.C. Tucídides


comentó que las personas que se recuperaban de una enfermedad a menudo se volvían
inmunes a ella, pero seguían siendo susceptibles a otras. Por ejemplo, una persona podría
ser inmune a las paperas pero susceptible a la polio.

Formas de inmunidad A finales del siglo XIX, se descubrió que la inmunidad puede
transferirse de un animal a otro por medio del suero sanguíneo. Sin embargo, a mediados
del siglo XX, se hizo patente que el suero no siempre confería inmunidad; en ocasiones
sólo lo hacían los linfocitos del donador. Por lo tanto, ahora se reconocen dos tipos de
inmunidad: celular y humoral, aunque interactúan en gran medida y a menudo responden al
mismo patógeno.

La inmunidad celular (mediada por células) emplea linfocitos que atacan de manera directa
y destruyen células externas o células anfitrionas enfermas. Es un medio de limpiar el
cuerpo de patógenos que residen dentro de las células humanas (virus, bacterias, hongos y
protozoarios intracelulares) donde son inaccesibles para los anticuerpos. La inmunidad
celular también actúa contra helmintos parasitarios, células cancerosas y células de tejidos
y órganos trasplantados. La inmunidad humoral (mediada por anticuerpos) emplea
anticuerpos que no destruyen un patógeno de manera directa, sino que los marcan para
destrucción mediante mecanismos que se describen más adelante.
El término humoral se emplea por el hecho de que muchos de los anticuerpos están
disueltos en los líquidos corporales (“humores”). La inmunidad humoral es efectiva contra
virus, bacterias, hongos, protozoarios y patógenos moleculares (no celulares) extracelulares
como toxinas, venenos y alergenos. En el caso antinatural de una transfusión sanguínea no
compatible, también destruye a los eritrocitos externos. Debe tenerse en cuenta que la
inmunidad humoral sólo funciona contra las etapas extracelulares de los microorganismos
infecciosos. Cuando estos microorganismos invaden las células anfitrionas, los anticuerpos
no pueden llegar a ellos. Sin embargo, las etapas intracelulares aún son vulnerables a la
inmunidad celular, que los destruye al matar las células que las hospedan. Por
consiguiente, las inmunidades humoral y celular en ocasiones atacan a los mismos
microorganismos en diferentes puntos de su ciclo de vida.

Otras maneras de clasificar la inmunidad es mediante las comparaciones entre activa y


pasiva; natural y artificial. En la inmunidad activa, el cuerpo elabora sus propios
anticuerpos o linfocitos T contra un patógeno, mientras que en la inmunidad pasiva, el
cuerpo los adquiere de otra persona o un animal que ha desarrollado inmunidad al
patógeno. Cualquier tipo de inmunidad puede presentarse de manera natural o, para
tratamiento y prevención, puede inducirse por medios artificiales. Se reconocen cuatro tipos
de inmunidad bajo este esquema.

1. Inmunidad activa natural. Es la producción de los propios anticuerpos o linfocitos T


como resultado de la exposición natural a un antígeno.

2. Inmunidad activa artificial. Es la producción de los propios anticuerpos o linfocitos T


como resultado de la vacunación contra enfermedades como viruela, tétanos o influenza.
Una vacuna consta de patógenos muertos o atenuados (debilitados) que pueden estimular
una respuesta inmunitaria mientras causan escasa o nula incomodidad o enfermedad. En
algunos casos, se aplican dosis de refuerzo para estimular la memoria inmunitaria y
mantener un nivel elevado de protección (como los refuerzos contra el tétanos). La
vacunación ha eliminado la viruela en todo el mundo y ha reducido la incidencia de
enfermedades infantiles que amenazaban la vida, pero muchas personas siguen muriendo
de influenza y otras enfermedades que podrían prevenirse con la vacunación.

3. Inmunidad pasiva natural. Es una inmunidad temporal que se debe a la adquisición de


anticuerpos producidos por otra persona. Las únicas maneras naturales para que esto se
presente suceden cuando un feto adquiere anticuerpos de la madre a través de la placenta
antes del nacimiento, o cuando un neonato los adquiere durante la alimentación al pecho
materno.

4. Inmunidad pasiva artificial. Es una inmunidad temporal que se produce al inyectar un


suero inmunitario obtenido de otra persona o de animales (como caballos) que tienen
anticuerpos contra cierto patógeno. El suero inmunitario se usa para tratamientos de
urgencia de mordidas de serpientes, botulismo, tétanos y rabia entre otras enfermedades.
Sólo las dos formas de inmunidad activa incluyen a la memoria y, por lo tanto, proporcionan
protección futura. En general, la inmunidad pasiva dura de 2 a 3 semanas, hasta que se
degrada el anticuerpo adquirido. El resto de la explicación se basa en la inmunidad activa
natural

Antígenos

Un antígeno es cualquier molécula que activa una respuesta inmunitaria. Algunos antígenos
son moléculas libres como venenos y toxinas; otros son componentes de membranas
plasmáticas y paredes celulares bacterianas. Pequeñas moléculas universales como
glucosa y aminoácidos no son antigénicos; si lo fueran, los sistemas inmunitarios atacarían
a los nutrientes y otras moléculas esenciales para la propia supervivencia. La mayor parte
de los antígenos tienen pesos moleculares superiores a 10 000 amu y son moléculas
complejas únicas para cada individuo: proteínas, polisacáridos, glucoproteínas y
glucolípidos. Su capacidad de ser únicos le permiten al cuerpo distinguir sus propias
moléculas de las de cualquier otro individuo u organismo. El sistema inmunitario aprende a
distinguir los autoantígenos de los antígenos externos antes del nacimiento; a partir de
entonces, por lo general únicamente atacan a los antígenos que no son propios. Sólo
ciertas regiones de la molécula de un antígeno, llamadas epítopos (determinantes
antigénicos), estimulan la respuesta inmunitaria. Sin embargo, una molécula de antígeno
suele tener varios epítopos que pueden estimular la producción de diferentes anticuerpos.
Después de la primera exposición, el hapteno por sí solo puede estimular una respuesta
inmunitaria sin necesidad de fijarse a una molécula anfitriona. Muchas personas son
alérgicas a los haptenos en cosméticos, detergentes, sustancias químicas industriales,
hiedra venenosa y caspa animal. La alergia medicamentosa más común es a la penicilina:
un hapteno que se fija a las proteínas anfitrionas en individuos alérgicos, lo que crea un
complejo que se fija a mastocitos y desencadena la liberación masiva de histamina y otras
sustancias químicas inflamatorias. Esto puede causar muerte debido a choque anafiláctico.

Linfocitos Las principales células del sistema inmunitario son los linfocitos, los macrófagos
y las células dendríticas, que están concentradas de manera especial en lugares
estratégicos como los órganos linfáticos, la piel y las mucosas. Los linfocitos pertenecen a
tres clases: citolíticos naturales (NK), T y B. Ya se estudió la respuesta inespecífica de los
linfocitos citolíticos naturales (consúltese “Vigilancia inmunitaria”).

Linfocitos T La historia de la vida de un linfocito T abarca, en esencia, tres etapas y tres


estaciones anatómicas en el cuerpo. Se puede pensar, de manera muy general, en estas
etapas como “nacimiento”, “entrenamiento” o maduración y, por último, “despliegue” en
lugares donde realizan su función inmunitaria. Los linfocitos T “nacen” en la médula ósea
roja como descendientes de los citoblastos hematopoyéticos. Nuevos linfocitos T entran en
la circulación sanguínea y viajan al timo: la “escuela” donde maduran para convertirse en
linfocitos T funcionales por completo. En la corteza tímica, las células epiteliales reticulares
(RE) secretan hormonas que estimulan a los linfocitos T para que desarrollen receptores de
antígenos de superficie. Con los receptores en su lugar, los linfocitos T son ahora
inmunocompetentes, capaces de reconocer los antígenos que les presentan las células
presentadoras de antígeno (APC). Las células RE prueban entonces a estas células al
presentarles antígenos propios. Hay dos maneras de “reprobar”: 1) mostrar incapacidad
para reconocer las células RE (de manera específica, sus proteínas del MHC, que se
describen más adelante) o 2) reaccionar a los antígenos propios. La incapacidad para
reconocer las proteínas del MHC significaría que el linfocito T no podría reconocer un
ataque externo al cuerpo, pero reaccionaría ante los autoantígenos, lo que significa que los
linfocitos T atacarían a los propios tejidos. De cualquier manera, debe eliminarse a los
linfocitos T que no pasan la prueba (proceso al que se le denomina selección negativa).
Hay dos formas de selección negativa: 1) eliminación clonal, en que mueren los linfocitos T
autorreactivos, y los macrófagos los fagocitan, y 2) anergia, en que permanecen vivos pero
sin capacidad para responder. La selección negativa deja al cuerpo en un estado de
autotolerancia en que los linfocitos sobrevivientes, activos, responden sólo a antígenos
externos, no a los propios. Los linfocitos T pasan la prueba si reconocen a las células
epiteliales reticulares (RE) pero no reaccionan con fuerza a los autoantígenos. Ahora se
“gradúan” para unirse a la fuerza de trabajo del sistema inmunitario. Sólo 2% de los
linfocitos T pasa su examen de graduación y avanza a la médula del timo, donde es
sometido a selección positiva: se multiplica y forma clones de linfocitos T idénticos,
programados para responder a un antígeno determinado. Estas células, que son
inmunocompetentes pero aún no han encontrado al “enemigo” (antígenos externos),
constituyen el conjunto de linfocitos indiferenciados. Los linfocitos indiferenciados dejan el
timo y se dispersan, colonizando tejidos y órganos linfáticos por todos lados (médula ósea,
ganglios linfáticos, amígdalas, etc.). Ahora ya están listos para presentar la batalla.

Linfocitos B Otro grupo de citoblastos fetales permanece en la médula ósea para


diferenciarse en linfocitos B. Los que responden a los autoantígenos son sometidos a
anergia o eliminación clonal, de manera muy parecida a los linfocitos T autorreactivos. Por
otra parte, los linfocitos tolerantes a los autoantígenos pasan a producir receptores de
superficie para los antígenos, se dividen y producen clones de linfocitos B
inmunocompetentes. Estos linfocitos se dispersan por el cuerpo, colonizando los mismos
órganos que los linfocitos T. Son abundantes en los ganglios linfáticos, el bazo, la médula
ósea y las mucosas.

Células presentadoras de antígenos Aunque la función de los linfocitos T consiste en


reconocer y atacar antígenos externos, no suelen reconocer esos antígenos por su cuenta.
Requieren la ayuda de células presentadoras de antígenos (APC, por sus siglas en inglés).
Además de sus otras funciones, células dendríticas, macrófagos, células reticulares y
linfocitos B funcionan como APC.
La función de las APC depende de una familia de genes del cromosoma 6 a los que se les
denomina complejo principal de histocompatibilidad (MHC, por sus siglas en inglés). Estos
genes codifican proteínas del MHC (proteínas en la superficie de una APC que tienen la
forma de pan para hotdog con una muesca elongada para la “salchicha” del antígeno
externo). Las proteínas del MHC tienen una estructura única para cada persona, excepto
para los gemelos idénticos. Actúan como “identificaciones” que indican que cada célula del
cuerpo pertenece a éste. Cuando una APC encuentra un antígeno, lo internaliza mediante
endocitosis, lo digiere en fragmentos moleculares y despliega los fragmentos relevantes
(sus epítopos) en las muescas de las proteínas del MHC. A estos pasos se les denomina
procesamiento de antígenos. Los linfocitos T viajeros inspeccionan de manera regular las
APC en busca de antígenos desplegados. Si una APC despliega un autoantígeno, los
linfocitos T lo pasan por alto pero si despliega un antígeno que no es propio, inician un
ataque. Así, las APC alertan al sistema inmunitario de la presencia de antígenos externos.
La clave para el éxito en la defensa está en movilizar rápidamente células inmunitarias
contra él. Con tantos tipos de células que intervienen en la inmunidad, no resulta
sorprendente que se requieran mensajeros químicos para coordinar sus actividades. Los
linfocitos y las APC se comunican entre sí mediante citocinas denominadas interleucinas
(señales químicas de un leucocito, o un leucocito derivado a otro).

INMUNIDAD CELULAR

La inmunidad celular (mediada por células) es una forma de defensa específica en que los
linfocitos T atacan de manera directa y destruyen células enfermas o externas; y el sistema
inmunitario recuerda los antígenos de esos invasores y evita que causen enfermedades en
el futuro. La inmunidad celular emplea cuatro clases de linfocitos T:
1. Los linfocitos T citotóxicos (TC) son los “efectores” de la inmunidad celular que realizan
el ataque sobre las células externas.
2. Los linfocitos T cooperadores (TH) promueven la acción de los linfocitos TC además de
tener papeles clave en la inmunidad humoral y la resistencia inespecífica. Todos los demás
linfocitos T sólo intervienen en la inmunidad celular. 3. Los linfocitos T reguladores (TR), o
T-regs, limitan la respuesta inmunitaria al inhibir la multiplicación y secreción de citocinas
por parte de otros linfocitos T. Aún no se comprende bien su función; al parecer, son muy
importantes en la prevención de las enfermedades autoinmunitarias.

4. Los linfocitos T de memoria (TM) descienden de los TC y son responsables de la


memoria en la inmunidad celular.

A los linfocitos TC también se les conoce como T8, CD8 o CD8+ porque tienen una
glucoproteína de superficie llamada CD8. Los linfocitos TH y TR también reciben el nombre
de CD4 (CD proviene de cluster of differentiation, grupo de diferenciación, un sistema de
clasificación para muchas moléculas de la superficie celular). Estas glucoproteínas también
son moléculas de adhesión celular las cuales permiten que los linfocitos T se fijen a otras
células en los casos que se describen un poco más adelante. Las inmunidades celular y
humoral se presentan en tres etapas que deben considerarse como reconocimiento, ataque
y memoria (o las “tres R de la inmunidad”: reconoce, reacciona y recuerda).

Reconocimiento La fase de reconocimiento tiene dos aspectos: presentación del antígeno y


activación del linfocito T. Presentación de antígeno Cuando una célula presentadora de
antígenos (APC) encuentra y procesa un antígeno, por lo general migra al ganglio linfático
más cercano y lo despliega a los linfocitos T. Los linfocitos citotóxicos y T cooperadores
patrullan los ganglios linfáticos y otros tejidos como si “buscaran problemas”. Cuando
encuentran una célula que despliega un antígeno en una proteína del MHC (MHCP), inician
una respuesta inmunitaria. Los linfocitos T responden a dos clases de MHCP: 1. Las
proteínas del MHC-I se presentan en todas las células nucleadas del cuerpo (no en los
eritrocitos). La célula produce estas proteínas de manera constante, y se les transporta a la
membrana plasmática. En su camino, recogen pequeños péptidos del citoplasma y los
despliegan una vez que están instaladas en la membrana. Si los péptidos son
autoantígenos normales, no desencadenan una respuesta del linfocito T. Sin embargo, si
son proteínas víricas o antígenos anormales elaboradas por células cancerosas, sí la
desencadenan. En este caso, el complejo AgMHCP es como una marca en la célula
anfitriona que dice: “Estoy enferma, mátame”. Así, se destruye a las células infectadas o
cancerosas antes de que dañen más al cuerpo. 2. Las proteínas del MHC-II (también
denominadas antígenos de leucocitos humanos, HLA) se presentan en las APC y
únicamente despliegan antígenos externos. Los linfocitos TC sólo responden a las
proteínas del MHC-I y los TH sólo a las MHC-II

Activación de los linfocitos T.. Empieza cuando una célula TC o TH se une a una MHCP
que despliega un epítopo que resulta reconocible para el linfocito T. Antes de que la
respuesta avance más, el linfocito T debe unirse a otra proteína de la APC, relacionada con
las interleucinas. En cierto sentido, es como si el linfocito T tuviera que comprobar dos
veces para qué se ha fjado a una APC que despliega un antígeno externo. Este proceso de
señalización, al que se le denomina coestimulación, ayuda a asegurar que el sistema
inmunitario no lance un ataque en ausencia de un enemigo, lo que podría volverse contra el
propio cuerpo, causando lesiones. Cuando la coestimulación es adecuada, activa el
proceso de selección clonal: el linfocito T se ve sujeto a repetidas mitosis, lo que da lugar a
un clon de linfocitos T idénticos, programados contra el mismo epítopo. Algunos clones de
linfocitos se vuelven efectores que lanzan el ataque inmunitario, y algunos se vuelven
linfocitos T de memoria.

Ataque Los linfocitos T cooperadores y citotóxicos desempeñan diferentes papeles en la


fase de ataque. Los linfocitos T cooperadores (TH) son necesarios para la mayor parte de
las respuestas inmunitarias. Su papel es de coordinación central en las inmunidades
humoral y celular (fi gura 21.23). Cuando un linfocito TH reconoce un complejo Ag-MHCP,
secreta interleucinas que ejercen tres efectos: 1) atraen neutrófilos y linfocitos citolíticos
naturales; 2) atraen macrófagos, estimulan su actividad fagocítica y los inhiben para que no
abandonen el área, y 3) estimulan la mitosis y maduración de linfocitos T y B. Los
citotóxicos (TC) son los únicos linfocitos T que atacan de manera directa y matan a otras
células. Cuando un linfocito TC reconoce un complejo de antígeno y proteína del MHC-1 en
una célula enferma o externa, se “ancla” a esa célula, le asesta un disparo letal de
sustancias químicas que la destruyen y sigue en busca de otras células enemigas, mientras
las sustancias químicas hacen su trabajo. Entre estas sustancias se encuentran:

• Perforina y granzimas, que matan a la célula de destino.

• Interferones, que inhiben la replicación vírica, y reclutan y activan macrófagos, entre otros
efectos.

• Factor de necrosis tumoral (TNF), que ayuda en la activación de macrófagos y mata


células cancerosas. A medida que los linfocitos T cooperadores reclutan a una cantidad
creciente de células, la respuesta inmunitaria ejerce una fuerza superior contra los
patógenos. La respuesta primaria, vista en la primera exposición a un patógeno en
particular, alcanza su máximo en casi una semana y luego declina poco a poco.
Memoria A la respuesta primaria le sigue la memoria inmunitaria. Después de la selección
clonal, algunos linfocitos T se vuelven “de memoria”. Estos linfocitos tienen una vida larga y
son mucho más cuantiosos que los linfocitos T indiferenciados. Aparte de su abundancia,
también requieren menos pasos para su activación y, por lo tanto, responden a los
antígenos con mayor rapidez. Después de la reexposición al mismo patógeno en una etapa
posterior de la vida, los linfocitos de memoria montan un rápido ataque al que se le llama
respuesta de memoria de linfocitos T. Esta respuesta que ahorra tiempo destruye un
patógeno tan rápido que no se percibe enfermedad alguna (es decir, la persona es inmune
a la enfermedad).
INMUNIDAD HUMORAL

La inmunidad humoral es un método más indirecto de defensa que la celular. En lugar de


atacar de manera directa a las células enemigas, los linfocitos B de la inmunidad humoral
producen anticuerpos que se fijan a antígenos y los marcan para que se les destruya por
otros medios. No obstante, al igual que la inmunidad celular, la humoral funciona en tres
etapas: reconocimiento, ataque y memoria.

Reconocimiento Un linfocito B inmunocompetente tiene miles de receptores de superficie


para un antígeno. La activación de un linfocito B inicia cuando un antígeno se fija a varios
de estos receptores, los une e introduce en la célula por endocitosis mediada por receptor.
Una razón por la que estas moléculas no son antagónicas es que resultan demasiado
pequeñas para vincular varios receptores. Después de la endocitosis, el linfocito B procesa
(digiere) el antígeno, vincula algunos epítopos a sus proteínas del MHC-II y los despliega
en la superficie de la célula. En general, la respuesta del linfocito B se detiene a menos que
un linfocito T cooperador se fije a este complejo Ag-MHCP. (Algunos linfocitos B son
activados de manera directa por antígenos sin ayuda de un linfocito TH.) Cuando un
linfocito TH se fija a un complejo, secreta interleucinas que activan al linfocito B. Esto
desencadena la mitosis de linfocitos B por selección clonal, lo que da lugar a un batallón de
linfocitos B idénticos programados contra ese antígeno. La mayor parte de las células
clonales se diferencian en células plasmáticas. Son más grandes que los linfocitos B y
contienen una cantidad abundante de retículo endoplásmico. Las células plasmáticas se
desarrollan sobre todo en los centros germinales de los folículos en los ganglios linfáticos.
Casi 10% de ellas permanecen en los ganglios, pero el resto sale de ellos, se aloja en la
médula ósea y cualquier otro lugar, y produce anticuerpos hasta su muerte. Una célula
plasmática secreta anticuerpos a una velocidad notable de 2 000 moléculas por segundo
durante los 4 a 5 días que dura su vida. Estos anticuerpos viajan por el cuerpo en la sangre
y otros líquidos corporales. La primera vez que una persona se expone a un antígeno
particular, sus células plasmáticas producen una clase de anticuerpo a la que se le
denomina IgM. En exposiciones posteriores al mismo antígeno, producen IgG.

Ataque Los anticuerpos también llamados inmunoglobulinas (Ig), los anticuerpos son
gammaglobulinas defensivas que se encuentran en el plasma sanguíneo, los líquidos
tisulares, las secreciones corporales y algunas membranas leucocíticas.

Hay cinco clases de anticuerpos: IgA, IgD, IgE, IgG e IgM, por las estructuras de sus
regiones C (alfa, delta, épsilon, gamma y mu). IgD, IgE e IgG son monómeros. La IgG es
muy importante en la inmunidad del neonato porque cruza la placenta con relativa facilidad.
Por consiguiente, transfiere inmunidad de la madre al feto. Además, un lactante adquiere
alguna IgA de la madre a través de la leche de ésta y del calostro (el líquido secretado
durante los 2 o 3 primeros días de alimentación al pecho materno). Se cree que el sistema
inmunitario humano es capaz de producir por lo menos 10 000 millones, y quizá hasta un
billón, de anticuerpos diferentes.

Una vez liberados por una célula plasmática, los anticuerpos sólo usan cuatro mecanismos
para generar antígenos inofensivos:

1. Neutralización. Sólo ciertas regiones de un antígeno son patógenas (p. ej., las partes de
una molécula de toxina o un virus que permite que esos agentes se fijen a células
humanas. Los anticuerpos pueden neutralizar un antígeno al enmascarar esas regiones
activas.

2. Fijación de complementos. Los anticuerpos IgM e IgG se fijan a células enemigas y


cambian su forma, exponiendo sus sitios de fijación de complementos. Esto inicia la fijación
de complementos a la superficie de células enemigas y lleva a inflamación, fagocitosis,
limpieza inmunitaria y citólisis. La fijación de complementos es el mecanismo primario de
defensa contra células externas como bacterias y eritrocitos no compatibles. Opsoniza
bacterias y facilita su fagocitosis para ingerirlas y destruirlas.

3. La aglutinación ya se describió en la exposición de los tipos sanguíneos ABO y Rh. Es


efectiva no sólo en las transfusiones de sangre no compatible, sino, sobre todo, como
defensa contra las bacterias. Una molécula de anticuerpo tiene de 2 a 10 sitios de fijación;
por consiguiente, puede fijarse a moléculas de antígeno de dos o más células enemigas a
la vez y unirlas. Esto inmoviliza a los microbios y las moléculas de antígeno y evita que se
dispersen por los tejidos.

4. La precipitación es un proceso similar en que los anticuerpos vinculan moléculas de


antígeno (no células completas). Esto crea complejos Ag-Ab que son demasiado grandes
como para permanecer disueltos en una solución. Estos complejos se eliminan mediante
limpieza inmunitaria o la acción fagocitaria de los eosinófilos en los tejidos conjuntivos.
Obsérvese que los anticuerpos no destruyen de manera directa un antígeno en ninguno de
estos mecanismos. Los tornan inofensivos al enmascarar sus sitios patógenos o
aglutinarlos, y los marcan para que los destruyan otros agentes, como complementos,
macrófagos o eosinófilos.

Memoria Cuando una persona queda expuesta por primera vez a un antígeno determinado,
a la reacción inmunitaria que le sigue se le denomina respuesta primaria. La aparición de
los anticuerpos protectores demora de 3 a 6 días, mientras que los linfocitos B
indiferenciados se multiplican y diferencian en células plasmáticas. A medida que éstas
empiezan a secretar anticuerpos, la cifra de anticuerpos (concentración en el plasma
sanguíneo) empieza a elevarse. Las IgM aparecen primero, alcanzan un máximo casi a los
10 días y declinan pronto, pero incluso la cifra de IgG declina a una baja concentración en
un mes. Sin embargo, la respuesta primaria deja una memoria inmunitaria del antígeno.
Durante la selección clonal, algunos miembros del clon se vuelven linfocitos B de memoria,
se encuentran sobre todo en los centros germinales de los ganglios linfáticos, generan una
respuesta secundaria o anamnésica muy rápida si hay una nueva exposición al mismo
antígeno. Las células plasmáticas se forman en horas, de modo que la cifra de IgG
aumenta de manera abrupta y alcanza un máximo en unos cuantos días. La respuesta es
tan rápida que el antígeno tiene poca oportunidad de ejercer un efecto notorio en el cuerpo,
y no se produce enfermedad alguna. También se secreta una baja concentración de IgM y
declina con rapidez, pero las IgG permanecen elevadas durante semanas o años,
confiriendo protección perdurable. Sin embargo, la memoria no dura tanto en la inmunidad
humoral como en la celular. Debe recordarse que estos dos procesos suelen ocurrir de
manera simultánea y se unen a la inflamación para efectuar un ataque de tres pinzas sobre
el mismo patógeno.

- Kenneth s. Saladin. 2013 Anatomía y fisiología. La unidad entre forma y función. México.
Editorial Mc Graw Hill. pag 822-842

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