Kowai La Abuela
Kowai La Abuela
Kowai La Abuela
Kowai’,
la abuela
Te s t i m o n i o
Kowai’, la abuela
1.a edición digital, Fundación Editorial El perro y la rana, 2021
www.elperroylarana.gob.ve
www.mincultura.gob.ve
Edición y corrección
Nagdy Guevara Valecillo
Diagramación
Odalis C. Vargas B.
1998
Kowai’ la piedra abuela
ha sido arrancada de su lecho en Mapauri.
El abuelo Amoko’
ha quedado solo en su sabana
cerquita de Kako paru.
Un escultor se ha convertido en expoliador,
su asesor, un renombrado etnógrafo,
desdeña nuestra visión del mundo
asegurando que nosotros los pemon
no descendemos ni del sol ni del jaspe.
Sin embargo,
¡Mis abuelos son Wei y Kako!
Mientras,
Kowai’ yace entre otras cuatro piedras del mundo
en un lejano jardín berlinés al otro lado del océano.
Los pemon hemos batallado protestado por el secuestro.
1 N. de la E. La supresión del uso de los acentos en lengua pemón está definida por criterios
lingüísticos investigados y preferidos por la autora. En ese sentido, en este libro, el plural
de la palabra "pemon" cuando refiera a los individuos será "pemonton", donde el morfema
"ton" aporta el plural a las palabras. Sin embargo, cuando refiera a la denominación de la
lengua mantendrá el acento ortográfico.
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Los piasan conjuran sus taren
y con sus ayuk invocan sus fuerzas naturales
Pia, Makunaimö, Maichak, Örodan, Rato,
Tönkaron, Uruturu, Chirikawai, Tamökan, Marite,
Tauna, Körume, Waranapi, Urupere, Toronkan, Kanaimö…
¡Todos abogamos por su regreso!
Y la abuela Sapo kue, se revienta y reinventa
esparciendo sus hígados por toda la Gran Sabana
convertidos en piedras de fuego.
Mientras,
Mutu’k el pájaro león
lo oculta en su garganta
para que los tüponken no se lo roben.
Kaikarua y Urödan wara
discuten y transforman en piedra
a una pareja de enamorados
con ramitas de atapi’ yek.
Igual sucede con Kowai’ y Amoko’
a quienes Makunaimö ha vuelto
¡Piedra de fuego!
¡Queremos el retorno de Kowai’ nuestra abuela Kueka!
¡No queremos más coloniaje! ¡Ni despojo ni desprecio!
HJW
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Arcos y flechas contra cadenas y máquinas
¡Kara’ka! Arrancada de su lecho por una maquinaria pesada, Kowai’, como la llaman
los niños de Mapauri, es llevada cautiva hasta el otro lado del océano.
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De nuevo el golpe, una dentellada voraz, sorprendida por
el impacto siento que se rompe mi cuerpo. ¡No, peor aún!
¡Van a separar nuestros cuerpos! La horrenda máquina ex-
hala, suspira, arremete contra mí sin compasión. Desesperada
intento aferrarme a mi abuela Nonoi, mientras ella se pone
flojita ante el embate del grotesco saltamontes amarillo al
que se asemeja la máquina. Finalmente me entrego, la lucha
acaba, me han arrancado de mi abuela Tierra y del lado de
mi amado abuelo Amoko’. Estoy profundamente herida, lace-
rada, nos han violado todo derecho a permanecer abrazados,
no hay taren que nos proteja contra estas gentes a las que
no entendemos. El monstruo me carga en sus fauces y me
lleva sujeta con unas cinchas que aprisionan mi cuerpo hasta
la carretera, esa que yo jamás había visto aunque conocía su
existencia. Diminutos trozos de mi cuerpo van quedando es-
parcidos por la sabana. El animal mecánico se arrastra pesa-
damente, su traquear me marea y su humo denso me asfixia.
Luego me suelta sobre el piso metálico de la gandola que ha-
bía estado esperando paciente, inhóspita, fría. Los hombres
se hacen señas dirigiendo la operación. Esta vez quedé fir-
memente encadenada a la plataforma. ¡Supe entonces que se
trataba de un secuestro, los hombres gélidos me arrancaban
de mi mundo! Justo antes de dejarme caer suavemente en una
consciente inconsciencia e invocar a Pia, mi origen, traigo es-
tas palabras a mis ojos: “¡Abuelo Amoko’, Nonoi abuela Tierra,
Mapauri, Kako, Wei, Tanno tei, Wekta… ¡Yawachirü!”.
Supe después que nuestros hijos y nietos prepararon sus ar-
cos y flechas siguiendo al secuestrador “herr Wolfan” y a su co-
mitiva. Durante varios días y varias lunas trancaron el paso por
la carretera principal, sus rostros pintados de rojo onoto denota-
ban su enojo, de nuevo el expolio, el robo, la extracción, el des-
precio… Mientras, el abuelo Amoko’ se quedaba desolado en su
sitio, sentado en vela al lado de un enorme hueco dejado por el
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saltamontes gigante, evidencia del despojo, con un costado roto,
herido, golpeado por la maquinaria demoledora de Occidente.
Aquí sentado sabré esperar a mi amada Kowai’. No sé cuán-
tas lunas han de transcurrir. Tiempo. ¿Qué es el tiempo? Grandes
catástrofes ocurrirán consecuencia de este secuestro, las nubes car-
gadas de agua y electricidad provocarán tormentas imposibles y
harán que las montañas del norte vomiten piedras. Enek llegará
infestando las vidas de los tüponken como una plaga. Es la ven-
ganza de los Makunaimö por el secuestro de su abuela Kueka.
Mientras aquí espero…
El abuelo de Poika, paabai, gira despacio sobre las llamas una vara para la nueva caña
de pescar de su nieta; mientras, narra las historias ancestrales sobre Kowai’,
la abuela de los pemonton.
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Una vez en esas remotas tierras fue montada y encadenada
por segunda vez sobre otro camión. Así, Kowai’ se enteró de
que se encontraba en una ciudad llamada Berlín donde todo
le parecía gris, y supo de la Puerta de Brandemburgo y del
Parlamento alemán. Sorprendida y temerosa se vio instalada
junto a otras cuatro rocas de gran dimensión en el Parque
Metropolitano de Tiergarten. Sus compañeras también esta-
ban cautivas, cada una con su propia historia. “¿De dónde ven-
drán?”, se preguntaría Kowai’ en muchas ocasiones durante su
larga estadía en el parque teutón.
Desde su sitio la piedra abuela pudo contemplar un gran
bloque de mármol blanco extraído de los Montes Urales de
Rusia en la misma Europa; desde África, supo que había lle-
gado el enorme trozo de granito negro que brillaba como el
azabache que ella tan bien conocía alojado en el fondo del río
Orinoco; desde Bután en Asia, llegó una gran mole de gneis
color himalaya veteada; y por último, también se encontraban
en el extraño jardín, dos cubos gigantescos de hierro traídos
desde Oceanía, sacados de algún lugar desértico de la isla.
Kowai’ notó que entre todas formaban un gran círculo, sin
comprender muy bien cuál era su sentido. Sintió frío y sole-
dad. Pensó en su querido Amoko’.
El ideólogo del secuestro de las cinco piedras monumen-
tales fue el barón de Camponegro, quien navegando todos los
mares y ambos océanos en su velero de tres mástiles, ensambló
sobre papel la temeraria pieza de arte. El propósito de la obra
escultural según el propio barón, era que un haz invisible de
luz emanaría de cada una de las cinco rocas durante el solsticio
de verano cada año, reflejándose sobre otras cinco piedras ge-
melas dejadas cada una en su país de origen, transformándose
esa luz en energía de paz para la Tierra. Kowai’ pues, tiene
una hermana en Caracas, aunque poco se conoce sobre ella y
hay quienes aseguran que es una impostora, que no viene de
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la Gran Sabana sino de otras tierras y que fue utilizada para
experimentar el tallado sobre su dura piel de granito. De cual-
quier manera, hermana o no, ella también representa un fiel
recordatorio de esta historia de pillaje.
—Paabai, ¿pero cómo es que llevándose a Kowai’ podrá
haber paz en la Tierra, si los abuelos le contaron a Kaukau que
avizoraban el enojo de Waranapi , de Rato con sus aguas tur-
bulentas y la llegada de vientos toronkan, a causa de su ausen-
cia y porque ya no está junto a su amado Amoko’?
—Solo habrá paz cuando las piedras Kueka se junten nue-
vamente, Poika.
—¿Y es cierto que un señor muy estudiado dijo que nues-
tra historia no tenía nada que ver con la abuela Kowai’ como
nos contó Kaukau, paabai?
—Sí, mi niña, un señor de barbas largas y pequeños cris-
tales ante sus ojos, dijo que en nuestra historia no entraba la
piedra de fuego ni la abuela Kowai’ ni el abuelo Amoko’ ni Kue
la abuela Sapo, se trata de alguien que se encuentra por debajo
de la altura de nuestros ojos, es un ignorante presumido —
sentenció el abuelo.
—Paabai, cuéntanos la historia de nuestros antepasados.
¿Por qué nos llaman los hijos del sol? ¿Por qué somos la gente
de la piedra del fuego? Quisiera escucharla otra vez, abuelo.
¡Innarö, innarö!
El abuelo de Poika había terminado de quemar la corteza
de su caña y ahora se disponía a preparar una para su nieta, y
girando la delgada rama comenzó a narrar la historia que tan
bien conocía:
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Wei se levantó temprano a preparar el conuco y sembrar yuca.
Cuando quiere, navega en su curiara por el gran mar de arriba de un
ka’pia a otro, de un horizonte a otro. Pero ese día no le dieron ganas.
Wei solo se alimentaba de yuca y ocumo y por eso su piel era muy
brillante y pulida, tanto que a veces encandilaba. Ese día al terminar
su trabajo fue a darse un baño al Karrao. De pronto, sintió un cha-
poteo en el agua, pero no logró saber de qué se trataba, por eso al día
siguiente regresó calladito alcanzando ver una mujer pequeñita de
cabellos larguísimos que jugaba en las aguas oscuras. Su cuerpo pro-
tegido por la azulada cabellera se sumergió tan rápido como pudo al
darse cuenta de la presencia del sol.
Era la hija de Rato —continuó narrando paabai— dueño de
ríos y lagunas, quebradas y pozos, chorreras y cascadas, capaz de pro-
vocar remolinos y extrañas corrientes. Al otro día, Wei llegó de nuevo
muy callado a las orillas del río logrando atrapar a Tönkaron por su
larga cabellera. Ella trató de escabullirse, pero mientras más force-
jeaba, más se enredaba con el cuerpo de Wei, quien le preguntaba
quién era. La diminuta Tönkaron respondió que era una de las hijas
de Rato, el cuidador de las aguas. En seguida atraído, Wei quiso que
se quedara a vivir con él, pero ella le explicó que no era posible porque
vivía entre las aguas y Wei era habitante de la tierra y de los cielos.
Sin embargo, la muchacha al ver su tristeza le prometió ayudarlo si
la soltaba, consiguiéndole una compañera que lo quisiera. Entonces
Wei la dejó libre.
Al día siguiente llegó a su waipa una muchacha muy blanca, y
Wei le pidió que fuera a buscar agua, pero cuando la muchacha sumer-
gió la totuma en el río mojándosele las manos y los pies, poquito a poco
se fue deshaciendo. Era Tawa y estaba hecha de arcilla blanca, esa que
llamamos caolín. Mientras, Wei intrigado por su demora fue a bus-
carla, pero lo único que consiguió fue su rastro blanquecino en el agua.
Wei llamó a Tönkaron contándole lo ocurrido y al día siguiente
al regresar del conuco se encontró con una nueva muchacha de piel
muy oscura y bruñida ordenando su waipa. Para alegría de Wei ella
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sí pudo traer agua del pozo sin desvanecerse y en la tarde salieron a
quemar el monte seco de los alrededores, pero mientras la muchacha
recogía unas brazas para encender el fuego, el calor sobre su rostro
la hizo derretirse. Era Morompö y estaba hecha con cera de abejas.
Esta vez solo quedó un charco de cera derretida a los pies de Wei,
quien enfurecido llamó a Tönkaron nuevamente y enojado le dijo
que iba a secar todos los ríos, los pozos y las quebradas. Tönkaron le
prometió que no volvería a suceder y que el próximo día tendría a la
compañera que esperaba.
Al amanecer siguiente apareció una muchacha rojiza, muy bri-
llante y lisa, igual que algunas piedras del río. Llegó con una ollita
de barro entre las manos y le habló suavemente a Wei, pero él aún
estaba muy disgustado por lo que le había pasado con las otras mu-
chachas. Entonces ella molesta le dijo que si no le hablaba se iría de
vuelta a casa de Tönkaron. Wei le habló a regañadientes y le pidió
buscar agua y quemar el monte. Esta vez nadie se desvaneció ni de-
rritió y así a Wei se le fue quitando el enojo. La muchacha preparó
kachiri, ralló yuca e hizo casabe y al caer la tarde le prometió a Wei
regresar al día siguiente muy temprano, y así lo hizo. Era Kako, y
estaba hecha de jaspe. Pronto Wei le pidió que se fuera a vivir con él.
Celebrando ambos bajaron al río a bañarse y Wei fascinado pudo ver
cómo la piel de la muchacha brillaba rojiza, enamorándose más de
ella. La abrazó sintiéndola suave y dulce como la piedra que aflora en
el lecho de los ríos y en la sabana, tei pun.
Wei y Kako vivieron juntos y tuvieron varios hijos, los herma-
nos Makunaimö —continuó el abuelo:— Cuentan los ancianos, que
fueron ellos los encargados de traernos la envidia, convirtiéndose en
protagonistas, héroes y antihéroes de nuestra historia. Por eso Kowai’
es nuestra abuela. Es Kako la piedra de jaspe, la piedra de fuego,
la abuela de los pemonton. Y te digo algo más, Poika, en Mapauri
los ancianos cuentan que Kowai’ y Amoko’ fueron transformados en
una gran roca de jaspe precisamente por uno de los Makunaimö y así
también lo creen los makuxi.
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Tönkaron, la diminuta hija de Rato, dueño de todas las aguas,
quien le envía a Wei, el sol, una hermosa mujer de jaspe, Kako.
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—¿Ina na kemö? ¿Y cómo es esa historia, paabai?
Pero antes de que el abuelo de la niña pudiera responder se
escuchó un grito de saludo desde el Karrao. Por fin Kaukau y
el resto de la familia habían llegado, incluyendo a Tarikudun,
un perrito negro, buen compañero de caza. La curiara se des-
lizó suavemente quedando ajustada sobre la laja de piedra, la
aseguraron a la raíz de un gigantesco laurel que sobresalía del
barranco. La carga fue bajada y celebraron el reencuentro con
tuma y kachiri. La historia de los abuelos convertidos en piedra
de fuego quedó para el día siguiente y Poika tuvo que esperar
hasta entonces. Al bajar el sol, se contaron lo sucedido en la
travesía por el río desde sus kami. Es costumbre entre los pe-
monton contar el acontecer del día por la nochecita y con el
alba desenredar los sueños.
Los arauta despertaron al campamento con su aullar tem-
pranero. Después del baño en el río la familia se sentó alrede-
dor del tuma preparado con un aimara recién pescado, casabe
y pumui. Por fin, Poika tendría la oportunidad de conocer la
historia que había esperado.
Paabai concedió la palabra a Kaukau, el tío de Poika descri-
bió primero el poblado de Mapauri y el tanno tei, pues era di-
ferente a la selva donde se encontraban. Ellos eran kamarakoto
y vivían a los pies del Auyan tüpü en el valle de Kamarata, y
los taurepan habitan en la Gran Sabana donde morichales y
riachuelos se escurren entre lomas suaves cubiertas por una al-
fombra de hierba alta y áspera.
—El tanno tei parece la piel de una anciana —le dijo
Kaukau a la niña.
—¿Por qué, umüi? —quiso saber Poika.
—Porque Tanno tei tiene tantas cárcavas, quebradas y hon-
donadas que son como las arrugas de la Tierra, la sabana es su
piel y los cerros mesa sus hombros, así como las orillas de los
ríos son sus labios —respondió su tío.
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Es Kowai’, la abuela Kueka es de jaspe, piedra de fuego, Kako.
Tarikudun, perrito negro que acompaña a Kaukau en sus días de cacería. Es el primer
perro de los pemonton y Makunaimö lo hizo de cera negra de abejas para que lo ayudara a
comerse las espinas de pescado y los restos de las presas que se comía.
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establecido provocando la furia, no solo del padre de Kowai’
sino de uno de los Makunaimö, un piasan muy estricto y celoso con
sus costumbres, que al enterarse, iracundo decidió ir por ambos.
Para entonces, Amoko’ había llegado a la comunidad makuxi,
decidido a hablar con el padre de Kowai’ y el resto de la familia de
su amada, pero no consiguió ningún resultado favorable. Por eso
decidieron huir. Al descubrir la fuga de los jóvenes el enfurecido pa-
dre de la muchacha se lanzó a perseguirlos, pero ella también era
piasan y justo antes de la huida tomó unas agujas, recogió ceniza y
también unos huevos. Por eso, los makuxi en la carrera se puyaron
con las agujas y el camino quedó nublado a causa de las cenizas
esparcidas por Kowai’, mientras que los huevos se convirtieron en
lagunas, distanciando a los fugitivos de sus perseguidores. Como
Amoko’ sospechó que Makunaimö también les seguiría el rastro,
escogió ir por un camino diferente al mencionado.
Por otra parte, justo antes de iniciarse la persecución,
Makunaimö había llegado al poblado preguntado por Kowai’; las
gentes contaron lo ocurrido y al poderoso piasan le ardieron las en-
trañas de la rabia, sin embargo, se guardó su dolor y su ansiedad.
El celoso piasan les dijo a los makuxi que solo buscaba a los jóvenes
para ayudarlos y preguntó por dónde se habían ido, enfilando hacia
la dirección señalada. Caminó, caminó y caminó sin encontrar hue-
lla alguna. Sospechó entonces el cambio de rumbo de los enamorados
y envió al paipacho a buscar el rastro de Amoko’ y Kowai’.
Mientras tanto, los enamorados habían alcanzado la sabana
alta del Wairen dejando atrás el territorio makuxi, en trote alegre
bajaron la pendiente de un cerrito abrazados y felices, siguiendo el
cauce de las aguas cantarinas de Kako paru.
Makunaimö, por su lado, había encontrado su rastro siguiendo
el canto de paipacho, descubriendo a los jóvenes en la distancia.
Silencioso se les fue acercando, oculto entre las altas hierbas, y cuando
finalmente los tuvo a la vista, invocó un taren: “¡Desde ahora vi-
virán para siempre abrazados y jamás podrán separarse!”, el piasan
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entonces sopló tres veces al viento, hacia el este, cantando en el len-
guaje de los antiguos, quedando así, Kowai’ y Amoko’, abrazados
para siempre ante la invocación el poderoso Makunaimö.
—Y así quedaron transformados en piedra de fuego nuestros
abuelos en la sabana de Mapauri, muy cerca de Kako paru, la que
los tüponken llaman Quebrada de Jaspe —dijo el tío de Poika,
concluyendo su relato.
—El asunto es que no se debe desafiar el poder de un pia-
san como Makunaimö porque se rompe el equilibrio de la na-
turaleza —explicó el abuelo, quien silencioso había escuchado
junto a los demás todo el relato.
—Cuando uno les canta a los peces es para que la pesca sea
abundante. Cuando les canta a las ranitas es para que vengan
las lluvias, y así funciona el equilibrio de la naturaleza y, por
lo tanto, de nuestra Madre Tierra. El problema ahora, es que
desde que se llevaron a nuestra abuela, todo está desordenado
y no se sabe cuándo comienzan los tiempos de Kapui da’tai,
Konok da’tai o Tamökan da’tai —reflexionó el abuelo.
Al finalizar la historia Kaukau se quitó el collar que pendía
de su cuello colgándoselo a Poika. Se trataba de un trocito de
jaspe tallado y ensartado en una cabuyita de moriche. Atento a
la fascinación de su sobrina, le dijo:
—Con esta piedra nuestros antepasados prendieron fuego,
fabricaron sömari para rallar la yuca y tallaron hachuelas para
socavar los troncos y hacer las curiaras.
—¿Comprendes, Poika, la importancia de la piedra de
fuego? —preguntó Kaukau— Existe un lugar muy hermoso
cerca de Mapauri llamado Kako paru, como cuenta la historia.
Es una quebrada de agua cristalina que se escurre sobre una
inmensa laja de piedra de fuego bordeada por un bosquecillo
de galería y cuando el sol le llega por la mañana, la rojiza pie-
dra del lecho del río brilla como la piel de Kako, la compañera
de Wei, el sol. En estos días es un lugar muy visitado por los
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Tukui iba a todas partes con Kowai’ y Amoko’,
también los acompañaba Parantarai, el pájaro campana.
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karan que vienen desde lejos, precisamente a admirar al jaspe y
a escuchar sus relatos —Kaukau hizo una pausa dando chance
a que su sobrina absorbiera sus palabras. —Hay otro cuento
que te puede interesar, Poika, uno que habla de los hígados de
Kue, la abuela Sapo.
—¡Ina taure! —soltó la niña sonriéndole a su tío y a
Kachipiu, su primo, que se acercaba a ellos.
—Si ese tüponken insiste en decir que nosotros los pemon-
ton no tenemos nada que ver con el jaspe y que el jaspe no es
jaspe, sino algo que ellos llaman arenisca, le podemos contar a
través de esta historia nuestra forma de ver el mundo —inter-
vino Kachipiu mientras se sentaba al lado de Poika— Acabo
de estar en esa quebrada y es realmente hermosa. El efecto de
los rayos del sol sobre la piedra mojada estallaba ante mis ojos,
definitivamente los piasan pemon debieron reunirse en este lu-
gar en los tiempos de nuestros antepasados. Ciertamente, ellos
buscaban pequeñas piedras de jaspe para usarlas de muchas
maneras diferentes, como navajas de afeitar o para hacer inci-
siones en la piel de los iniciados para ser buen cazador y buen
pescador o para preparar buen kachiri y como yesca o pedernal
para encender el fuego.
Kachipiu esperó que sus palabras calaran en la niña antes
de continuar:
—Los árboles que crecen a orillas del río son de kapok2,
ceiba, y sus frutas tienen en el centro un algodón marroncito
que recubre la semilla, ese algodón es el que usamos para esta-
bilizar las cerbatanas ajustándolo en uno de sus extremos, tam-
bién sirve para arder con las chispas producidas por el jaspe,
por eso las llamamos piedras de fuego —Kachipiu hizo una
nueva pausa— Las ollas de barro donde hacemos los tuma las
pulimos con piedritas de kako gastadas por la acción del agua.
2 Kapok: Palabra de origen malayo, muy difundida en América, para designar ciertos árboles
cuyas semillas se encuentran envueltas en una especie de fibra semejante al algodón.
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¿Sabías eso, Poika? También nuestros abuelos preparaban los
sömari, esos rallos para la yuca utilizando esquirlas de kako e
incrustándolas en trozos de madera con pendare, lograban
unos diseños geométricos increíbles sobre la madera.
Kowai’ y Amoko’.
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Por lo menos, pensaron los hermanos, podrían comer bastante y
así lo hicieron. Al día siguiente la abuela Sapo no encontró nada en
el wayare. Así transcurrieron varios días y Kue se puso en guardia.
Acechó el wayare y descubrió que los huevitos se rajaban y de ellos
salían unos renacuajos que se comían las presas de carne y pescado.
Ella trató de atraparlos, pero enseguida se encerraban nuevamente
en sus huevos. Molesta y sin saber que se trataba de los hijos de
Kako, los increpó:
—¡Salgan de allí y muéstrense como son, no se coman la comida
y háganme un conuco!
Entonces los Makunaimö salieron de su escondite, creciendo y
disponiéndose a hacer el conuco. Cuando estuvo preparado y seco
llamaron a Kue y le pidieron los ayudara con la quema dándole
una especie de madera que no ardía, le dijeron que prendiera fuego
al centro del conuco mientras ellos hacían lo mismo por las orillas.
Pronto quedó cercada por la candela y al percatarse de su error, co-
menzó a gritarles que caería una lluvia de piedras incandescentes
sobre ellos donde sea que estuvieran. Mientras, los Makunaimö
habían echado a correr hacia el río y se encontraron con un caimán
tres narices. Con un nuevo taren se convirtieron en moscas y acer-
cándose a él hicieron que se los tragara. Una vez dentro del caimán,
Chikö y sus hermanos iban haciendo taren, invocando en qué se
convertirían las distintas partes de Kue. Así el ojo derecho de la
abuela Sapo sería la piedra del kusari y el izquierdo la piedra del
aimara. ¿Y sus hígados? preguntó uno de los hermanos a Chikö.
¡Sus hígados se convertirán en Kako!
Kachipiu hizo una breve pausa mirando a su asombrada pri-
mita y luego prosiguió:
—Entonces, ¡se escuchó un gran estallido! y Kue se reventó en
una lluvia de piedras de fuego, quedando desperdigadas por todo
Tanno tei, la Gran Sabana, en las cabeceras de ríos y dentro de
las quebradas. Al caer la tempestad de piedras el caimán se sumer-
gió y le cayeron algunas piedras encima, pero él no tuvo ningún
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problema, ni con las piedras que ahora son sus escamas ni con el
agua a pesar de que hervía, y es por eso que las piedras kako sueltan
fuego. Así dicen los abuelos. —concluyó Kachipiu.
El río transpiraba niebla, el sol se había ocultado tras las
nubes y una fina garúa había comenzado a caer, como si los
Makunaimö apagaran el fuego de la ira de Kue la abuela Sapo.
Kachipiu contempló a su primita, le encantaba la fascinación de
la niña por las narraciones sobre la vida y la historia de los suyos.
—Paabai, ümui Kaukau, Kachipiu… —dijo Poika pensa-
tiva— esta historia es para que los tüponken sepan lo que está
sucediendo y nos regresen a Kowai’ a su lugar en Mapauri en
el tanno tei. Nuestras narraciones son nuestra historia, no son
cuentos infantiles como pretenden algunos, como ese profesor
no sé qué, que dice saber de nuestro pueblo porque nos estudió
desde libros escritos en una lengua que no es la nuestra, compa-
rando a nuestra abuela Kowai’ con cuentos de hadas que no en-
tiendo, tildándonos además de mentirosos —reflexionó la niña.
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—Y hay más historias, Poika, muchas más, como la del pia-
san Kaikarua y su hermana Urödan wara quien también con-
vierte en piedra a una pareja de enamorados, igual a como les
sucedió a Kowai’ y el abuelo Amoko’, pero que en lugar de un
taren utilizó las semillas y las ramas pegajosas del atapik-yek
—respondió el abuelo.
—¿Y esa cómo es?, cuéntanosla también, paabai, ¡mientras
más historias mejor! Así el enek tüponken quizá comprenda
cómo vemos el mundo nosotros los pemonton.
—Inna Poika, inna, tienes mucha razón, esta historia la lla-
maremos Kaikarua, Urödan wara arötöpai atapik yek y dice así…
El abuelo de Poika cerró los ojos, como transportado quizá
por algún maikoi, hasta el tiempo de Kaikarua:
Un gran piasan llega a mis ojos, está a la altura de ellos, de mis
ojos. Es Kaikarua. Él encontró y aprendió todos los conocimientos
del ayuk mientras ayunaba sobre una troja en una pequeña waipa
construida por él mismo en plena selva, ayudado por su compañero
kawai, el tabaco y su jugo. En la época de los antiguos, Pia da’tai,
tiempo de los ancestros, había muchos piasan que hacían visibles
a los imawariton, y Kaikarua aprendió muy bien de ellos. Existe
una cascada donde Kaikarua tenía sus tuma de barro cocido, en los
que preparaba y calentaba su ayuk. Kaikarua visitó diariamente
ese lugar durante muchas lunas, haciéndose lavados estomacales y
obligándose a vomitar para conseguir al máximo la liviandad cor-
pórea que necesitaba en su preparación como piasan. Esa cascada es
la del sapo Pörötukü, una que está subiendo al Auyan-tepü desde
el valle de Kamarata.
Cada vez que Kaikarua iba a Pörötukü, su hermana Urödan
wara lo acompañaba hasta un cruce de caminos, desde allí ella se
iba hacia el salto Aicha, un lugar de barrancos y turbulencias. Ella
también se preparaba como piasan. Entre los pemon las muje-
res pueden ser piasan igual que los hombres desde los tiempos en
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que Wei, el sol, y Kako fueron amantes y nacieron sus hijos los
Makunaimö.
Allí en la cascada del Aicha vivía el imawari Waromareipü,
a quien Urödan wara trataba de abuelo. Durante muchas lunas
igual que Kaikarua, ella seguía el aprendizaje a través de los vómi-
tos. Pero Urödan wara no llegaba caminando al salto como persona,
sino que volaba como tukui, un tucusito pequeñito que se llama
mörö-mörö. Con el tiempo ambos hermanos se hicieron buenos
piasan, sin desistir nunca de sus sesiones de limpieza corporal, in-
giriendo los jugos que proveían los ayudadores de la selva chureta.
Fue la época en que a Kaikarua le ofrecieron una niña-mujer
para que fuera su compañera, pero al piasan no le interesaba otra
cosa que no fuera su entrenamiento. No quería que nada ni na-
die lo distrajera. Quería desarrollar sus poderes para pelear contra
Urupere, la gran culebra arcoíris que atemorizaba a los pobladores
del valle cada vez que andaban por la ruta del trueque hacia los
lados del Purpur y Uriman. No eran tiempos de unirse a ninguna
Poika espera a Kowai’ preguntándose qué podría hacer para ayudar a su regreso…
¡Hacer un libro para que los tüponken comprendan!
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mujer. Kaikarua nunca tocaría a aquella amanon y así se lo hizo
saber a Urödan wara y a la familia de la muchacha.
Sin embargo, la joven amanon vivía en la waipa de los herma-
nos y bonita como era, se enamoró de otro pemon, joven y guerrero
como ella, cosa que no molestó para nada al piasan. No había espe-
rado otra cosa, pero a su hermana no le gustó el asunto y se propuso
a resolverlo según su propio criterio. Tampoco a los hermanos de la
amanon les causó gracia, se lo habían tomado como un desplante.
Eran incapaces de comprender que un piasan no debe unirse a una
mujer mientras trabaje o se prepare para algún viaje o batalla. Ni
siquiera se debía intentar despertar a un piasan mientras dormía
en su kami, porque no regresaría jamás como ser humano, como le
ocurrió a Mörökaware, que se convirtió en el dueño de las aimaras,
unos peces que pueden alcanzar gran tamaño y que abundan en los
ríos Karrao, Cucurital, Karoni, Antawari y tantos más. Pero esa
es otra historia…
Cuando Kaikarua salía, amanon y su enamorado se achincho-
rraban en su kami abrazados, y Urödan wara los tenía precisados.
Molesta se transformó tukui y fue en busca de kurun, el zamuro,
por los lados de la cascada del Aicha. Kurun le preguntó en qué
podía ayudarla y ella le pidió una rama del árbol atapik. El kurun
le contestó que debía prepararse y vomitar muchas veces antes de
entregarle la ramita de atapik y así lo hizo. Finalmente, la piasan
consiguió de Kurun la rama que buscaba y voló como tucusito hasta
la waipa de su hermano, donde los enamorados estaban en su kami
despreocupados, porque Kaikarua se encontraba en la cascada del
Pörötukü ocupado con sus ayudadores.
Urödan wara transformada en tukui revoloteaba sin ser no-
tada sobre el kami de los desprevenidos novios soltando su ramita
de atapik sobre sus cuerpos. Lo sucedido después hizo que quedaran
unidos para siempre. El atapik los pegó con su sangre resinosa y
comenzó a picarles el cuerpo de manera insoportable. Ambos roda-
ron tratando de despegarse, pero mientras más lo intentaban más
38
quedaban pegados luego de que la mamá de Kaikarua los descolgara
y con todo y kami los lanzara hacia el fondo de un barranco. Con
el calor de Wei, el sol, quedaron en uno solo, sudando un aceite ne-
gro y viscoso, unidos como una sola gran piedra. Cuentan que hace
mucho tiempo reventó un rayo sobre la roca del atapik y la rajó en
dos trozos. Hoy, un árbol atapik yek crece desde la raja de esa os-
cura roca, abrazándola con sus raíces para que los enamorados no se
escapen jamás.
Mientras, Kaikarua había terminado de cantar con los imawa-
riton y regresó a su waipa donde su madre le había colgado en el
centro un gran kami de algodón muy blanco. Los piasan no de-
ben acostarse en un chinchorro usado y sin lavar, dicen los abuelos,
debe estar como la claridad del alba. Había sido Kaikarua quien
pidió descolgar el chinchorro de los enamorados en su dormitar de
piasan, le molestaba el ruido de los dos muchachos tratando de se-
pararse acosados por el ardor de la resina de atapik. Fue así como
la madre de Kaikarua se llevó el kami con los novios hasta la orilla
del barranco sin saber que Urödan wara les había echado la rama
del atapik yek.
No transcurrió mucho tiempo antes de que los hermanos de la
amanon aparecieran invitando a Kaikarua a su waipa. Le ofre-
cieron kachiri, comida y bailes. El piasan aceptó la invitación, pero
sospechaba de ellos. Urödan wara le había ofrecido otra niña-mu-
jer, la hermanita menor de la que ahora era parte de la piedra del
atapik, pero Kaikarua, que conocía sus intenciones, se retiró nue-
vamente hacia el Purpur. Preparó su wayare, tomó su wöronka,
su kewei y entonando un cantar llamando a los imawariton su fue
contento por la selva del Aicha.
Kaikarua llegó anunciando su llegada a la laja de Purpur,
donde desde siempre se reunían a bailar los imawariton. Allí dio
vueltas y más vueltas junto con sus hermanas las kumaras y sus her-
manos los kavanarü, imawariton que en ese tiempo se veían como
gente. Por su parte, los hermanos de la amanon armados con arcos
39
y flechas no habían dejado de buscarlo, por el nuevo desplante. En
la distancia distinguieron al piasan bailando entre lo que parecía
ser mucha gente. Pero cuando alcanzaron la cima del cerro donde
estaba la laja ya no había nadie. Los imawariton, como toron que
40
eran, se llevaron volando a su amigo Kaikarua para protegerlo de
los hermanos de la amanon. Mientras, Urödan wara se fue a vivir
en el corazón de Enwarapaimö y cuando alguien camina cerca de
ese lugar se puede escuchar el canto de una piasan que nunca logra
poner los pies en la tierra, porque ella siempre será mörö-mörö,
pero esa historia también es otra…
Paabai guardó silencio, los demás esperaron a que el an-
ciano saliera de su trance como hacedor de cuentos. Respiró
hondamente observando sonreído a su nieta diciéndole:
—Mañana habrá más historias, existen tantas que tardaría
muchas lunas en contártelas todas, mi niña… Hay la que narra
cómo Kako Epotorü, el dueño de la piedra del fuego, estalla en
pedazos cubriendo la sabana de pedernal, igual que Kue. Y hay
otra, en la que se cuenta sobre Mutu’k, el hermoso pájaro león,
ese que tiene las plumitas más largas de su cola como cha-
muscadas y que en su pecho tiene unas de color negro humo
a tanto guardar el fuego, y es que él es en realidad el que cuida
el fuego ocultándolo en su garganta, hasta un día en que los
hermanos Makunaimö lograron quitárselo después de muchas
peripecias, y fue así como conseguimos fuego por primera vez
los pemonton.
Y amaneció… Y Poika se acurrucó en el kami de su abuelo.
Él la abrazó y ella le dijo bajito en la oreja:
—Paabai, cuéntame la historia de cómo cuidaba el fuego
Mutu’k. ¿Sí?
Paabai le respondió con una sonrisa:
—¿Sabes, Poika?
—¿Au?
—Toda esta historia de nosotros debería ser escrita en la
lengua de los tüponken para que se conozca…
Poika pasó el resto del día imaginando cómo Kowai’ se
echaba de nuevo al lado del abuelo Amoko’ en la sabana de
Mapauri y que entre ambos lograban que los peces volvieran
41
a remontar los ríos y las ranitas cantaran llamando la lluvia
que atraía a los bachacos y a las termitas que tanto le gusta-
ban mezcladas con el kumachi. La pequeña quería hacer algo
que ayudara a regresar a su ancestral Kowai’ a su hogar en la
sabana. Quería que el anciano Amoko’ no estuviera más tiempo
solo sin su amada compañera; y por eso fue que escribió y di-
bujó esta historia.
Varias lunas después de que Poika contara la historia de
Kowai’, su abuela Kueka, pudo verla de nuevo en su lugar junto
al abuelo Amoko’. Ella y Kachipiu fueron a visitar a sus hermanos
en Mapauri, ¡y coincidieron justo el día de su gran recibimiento!
Poika
43
Tiergarten , Berlín, año 2020
47
Un camión se aproxima, su cabina es del color turquesa
de algunos pozos de mi añorada sabana. La grúa también se
acerca buscando posicionar sobre de mí su brazo terminado
en polea. Después de mucho esfuerzo los obreros han logrado
engancharme pasando unas cinchas naranja fosforescente por
debajo de mi cuerpo ajustándolas fuertemente; así pues, ¡es un
traslado inminente! ¡Me voy! ¿Será que voy a regresar? No lo
puedo creer. ¿Será que finalmente mis nietos, mis hijos, Pia y
su energía lograron mi vuelta? Siento el ronquido de los mo-
tores a diesel, su olor perfora mi ser cada vez que exhalan su
humo espeso, una garúa pertinaz nos acompaña durante toda
la tediosa operación. Enganchada de la polea soy levantada del
suelo arenoso de Tiergarten, muy despacio, pronto quedo sus-
pendida, ¡nokoi-nokoi! y quedo balanceándome como curiara
en río, miro hacia abajo y solo veo la huella dejada por mi peso
y un espacio vacío entre las otras piedras. Las compadezco, me
pregunto qué va a ser de ellas, cada una representa un con-
tinente, por lo menos eso fue lo que le escuché a mi captor
mientras era entrevistado hace veintidós terribles años del
sol, cuando yo era apenas una recién llegada. Eso quiere decir,
que el continente americano no tendrá piedra que la simbo-
lice. Que busquen alguna más al norte en casa mis hermanos
lakota, ¡a ver si los dejan! Ellos hoy pelean para evitar el paso
de un intempestivo oleoducto, mientras Leonard el peletero,
sigue preso en una horrible cárcel donde lleva cuarenta y ocho
años haciendo su danza del sol.
El vértigo me agobia. Estoy completamente en el aire, mi
cuerpo se balancea peligrosamente, si caigo quedaré destro-
zada, hecha añicos, a pesar de ser dueña de una increíble dureza
soy frágil ante los golpes; pero los obreros corren en mi auxi-
lio, logrando detener mi balanceo con sus manos enfundadas
en gruesos guantes de trabajo. La grúa gira, su potente brazo
me levanta aún más, avanzo medio acostada presa de la camisa
48
de fuerza que son las cinchas hacia la plataforma del camión
turquesa… Ahora estoy sobre ella, el vértigo me sigue abra-
zando, a duras penas puedo observar el encofrado de madera
que supongo será mi lecho durante el viaje, se los agradezco
en silencio, ya estoy suficientemente maltratada, porque este
resplandeciente brillo que hoy llevo, lacera mis sentidos conti-
nuamente. El tal “herr Wolfan” me torturó por demás al raspar
mi cuerpo casi por completo; según su criterio y el de sus pai-
sanos, mi piel rugosa, áspera al tacto, de tonos rosáceos y visos
oscuros casi negros, nunca podrían ser agradables a su vista;
además, yo debía reflejar los rayos del sol igual. Se nota que
estos señores nunca han visitado Kako paru, en esa quebrada sí
que brilla uno, con el palmo de agua que corre sobre su lecho
que es de jaspe como yo, hacia media mañana los rayos del sol
hacen que brille intensamente ¡haciendo que parezca de fuego!
Además, muchas manos sin escrúpulos me han rayado, escri-
biendo barbaridades… ¡Y se atreven a llamar a mis hijos sal-
vajes! Me pregunto si me permitirían llevarme de recuerdo un
trocito de la carroza que corona la Puerta de Brandenburgo…
Prontamente estuve instalada en el camión, no pude ni si-
quiera despedirme de mis compañeras de cautiverio. Todo su-
cedió tan rápido...
Una vez iniciado el recorrido por la autopista hasta el
puerto de Hamburgo me adormecí con el ronroneo del motor.
Horas después sentí de nuevo cómo las cinchas y las cadenas
me aprisionaban el cuerpo impidiéndome respirar con liber-
tad, me estaban embarcando, pero solo cuando me vi sobre
el casco del carguero, acostada sobre un armazón construido
especialmente para mi frágil cuerpo, liberada de la tensión
de mis amarras, tuve la certeza de que regresaría a mi sa-
bana junto al abuelo Amoko’. No era factible que me hicieran
abordar un barco a un nuevo lugar desconocido, debía ser a
mi tanno tei, a mi Gran Sabana junto a Amoko’; sin embargo,
49
la duda me asalta, estos tüponken creen que solo soy una gran
piedra que no entiende lo que dicen, ¡los muy tontos no saben
que soy Kowai’, la abuela de todos los pemonton! Finalmente,
logré escuchar a los marinos decir que navegaríamos por lo
menos cuarenta días con sus noches, antes de arribar al puerto
de Guanta. ¡Guanta! ¡Eso queda en el oriente venezolano!
¡Sí, definitivamente me enviaban de regreso a casa! No sabría
cómo transmitir la emoción que me embarga en este mo-
mento, mezcla de alegría, ¡auchin! y felicidad.
El clima y el mar nos favorecen, de todas formas las co-
rrientes marinas siempre conducen a las naos hasta costas
americanas, así llegaron los primeros hombres acorazados con
su carcaj de hierro.
Aquí sentado espero a mi amada Kowai’. No sé cuántas lunas
han de transcurrir. ¿Qué es el tiempo? Grandes catástrofes han
ocurrido consecuencia del kara’ka da’tai, tiempo del secuestro. Las
nubes cargadas de agua y electricidad provocaron tormentas impo-
sibles e hicieron que las montañas del norte vomiten piedras y tierra
lavada. Los incendios se tragan nuestra selva amazónica, Enek
llegó infestando las vidas de los tüponken como una plaga. Es la
venganza de los Makunaimö por el secuestro de su abuela Kueka.
Mientras aquí presiento el regreso de mi amada Kowai’…
De nuevo mis amarras me abrazan fuerte, me cuelgan y me
descuelgan, me encuentro en la más absoluta oscuridad, y es
que estoy encerrada en una especie de gigantesca caja de ma-
dera. Poco a poco me ubican sobre la plataforma de otra gan-
dola anchi-larga. Sin embargo, el clima es cálido y la calidez
no proviene solamente del sol, sino del palabreo de las gentes
que se arremolinan en el puerto curiosas ante mi presencia, del
graznido de las gaviotas, de los estibadores que dan la orden de
acomodarme con cuidado en mi último transporte. Me espera
50
un largo recorrido por carretera pero, ¡no me importa! ¡Por fin
voy a llegar al lado de mi amado Amoko’! ¡Regreso a Mapauri!
Rodamos lentamente por la carretera que conduce al sur
del Orinoco, puedo sentir la vibración que producen las ruedas
sobre el asfalto, no puedo esperar a llegar y descubrir los ros-
tros de mis hijos y nietos del sol.
Chillan los frenos de la gandola. Mi transporte por fin se
detiene resoplando. Alcanzo a escuchar una algarabía familiar y
entre varios abren mi celda de madera dejándome descubierta
ante la hermosura de la Gran Sabana, un momento inolvidable
e infinito transcurrió, Amoko’ me vio desde su lecho sonrién-
dome. Hombres, mujeres, niños y niñas, comenzaron a bailar y
a cantar a mi alrededor. Muchos eran hijos e hijas a los que yo
nunca había visto, había un buen grupo tüponken, todos estaban
contentos celebrando mi llegada con satisfacción. Mi reunión
con el abuelo significa el regreso del equilibrio de la naturaleza,
significa la paz en el planeta, significa la unión de los pueblos…
¡Kowai’ yawachirü! Enapo pö yewik ¡Regresaste!
Maimü dapon
Glosario3
Aicha: Río que baja por el estribo sur del Auyantepui formando el
salto Aicha wena, afluente del río Akanan. Aicha tei se llama la sabana
irrigada por este río.
Aimara*(Macrodón trahirá): Pez que alcanza gran tamaño y abunda
en los ríos de la cuenca del Caroní. Los pemonton lo aprecian mucho
por su carne.
3 Este glosario se construyó con base en lo aprendido entre los pemonton durante los viajes
realizados a distintas comunidades de la Gran Sabana, Kamarata y Kanaimö. Las palabras
con asterisco fueron consultadas en el Diccionario pemón de Fr. Cesáreo de Armellada y Fr.
Mariano Gutiérrez Salazar (ver bibliografía).
51
Akawaio*: Se denomina así a un pueblo caribe afín al pemón, que
habita en el lado de la República Cooperativista de Guyana, en la
región del Esequibo.
Amanon: Joven agraciada, buenamoza.
Arauta: Araguato.
Arötöpai: Equivalente a la conjunción “y” del español.
Atapik*: Especie de árbol cuyas pequeñas frutas son pegajosas.
Atapi-chi: pegarse, abrazarse, agarrarse.
¡Au!: ¡Qué!
Auchin: Contentura, alegría, felicidad.
Auyan: Auyantepui. Cerro mesa que forma parte del Macizo Guaya-
nés conocido por que sobre él se forma el salto de agua más alto del
mundo: el Körepa kupa wena (Salto Ángel). En pemón Audan tepü.
Ayuk: Ayudador principal del piasan.
Ayu’ yek; Árbol cuya corteza utilizan los piasan para preparar infu-
siones y lograr claridad en sus viajes de consulta. Con las hojas tier-
nas del ayuk se hacen manojos acompañando cantos e imitaciones
de sonidos de la naturaleza en la oscuridad.
Azabache: Madera fosilizada de color negro que se encuentra en el
lecho del río Orinoco. Frecuentemente empleada en tallas y usada
para la buena suerte.
Casabe: En pemón ekei. Tortas de gran tamaño elaboradas con hari-
na de yuca amarga. Forman parte de la dieta de los pemonton.
Conuco: Porción de tierra que se siembra para el sustento familiar.
Curiara: Embarcación fabricada de un solo tronco de árbol, por
ejemplo el laurel.
Chikö: Nigua, especie de pulga que instala sus huevos en una bolsa
bajo la piel, sobre todo de las partes blandas de los dedos de los pies.
/ Nombre del menor de los hermanos Makunaimö; se dice que era el
más astuto y audaz, el más inventador.
Chirikawai: Legendario guerrero que se convirtió en varias constela-
ciones, la más recurrente es la Cruz del Sur, vista desde la Gran Sabana.
52
Chureta: Selva, floresta; referido también a la vegetación espesa de
la montaña o que rodea los tepuyes.
Da’tai*: En el tiempo de, época, temporada.
Enapo pö: Regresar, retornar, volver.
Enek*: Bicho, animal dañino, enfermedad; extranjero.
Enwarapaimö: Tepü al sur del valle de Kamarata, en donde, según
cuentan los abuelos, vivió un gran lagarto de piel rugosa llamado
Enwarak, luego petrificado por un piasan.
Epotorü: Padre, señor. Dueño mítico de las aguas, del jaspe, de la
selva, de los barrancos, de los truenos, etcétera. También potori.
Gneis: Roca metamórfica pizarrosa, de grano grueso, compuesta por
feldespato, cuarzo, biotita y plagioclasas.
Iken: Lugar a donde iban los pemonton a realizar trueque por ma-
chetes, anzuelos, pólvora y escopetas. Hoy conocido como Guyana.
Ina: Sí.
Ina na kemö: ¿No será así? ¿Así será? ¿Es así?
Innarö: Otra vez, cuéntalo de nuevo, repítelo.
Iwarkarimö: Casa del gran mono. Tepuy del sector oriental del par-
que.
Iweiwa: Estrella brillante.
Kako: Piedra de jaspe. Roca calcedonia formada por cuarzo crista-
lizado y sílice amorfo; es opaco, de grano fino y casi siempre se en-
cuentra de color marrón rojizo. Se considera una piedra semipreciosa
y se usa en joyería y decoración. Es llamada por los pemonton “piedra
de fuego”.
Kachipiu: Pájaro pequeño con copete, “corre-por-el-suelo”.
Kachiri: Bebida de yuca fermentada con batata.
Kama: Río que baja desde Kama tepü, uno de los siete tepuyes del
sector oriental del parque y que se observa desde la Troncal 10.
Kamarakoto: Pemón habitante del valle de Kamarata y sus alre-
dedores.
53
Kamarata: Valle ubicado al sur del Auyantepui dentro del Parque
Nacional Canaima.
Kami: Chinchorro tejido de algodón por los pemonton.
Ka’pia*: Horizonte, “pie del cielo”.
Kapui: Luna.
Kara’ka*: Arrancar de cuajo, desarraigar.
Karan: Visitante, persona que va de paso. Turista.
Karrao: Río que forma la laguna de Kuyarimpa (Canaima).
Kaukau: Gato montés. Jaguarundi.
Kavanarü: Gallito de las rocas.
Kewei: Sonajero hecho con uñas de báquiro o danta y semillas.
Kökowai’: Abuelita, con cariño, con reverencia. También Kowai’.
Köko: Abuela. Piedra de jaspe. Riachuelo que nace sobre la cima del
Roraima tepuy.
Konok: Lluvia.
Kue*: Especie de sapo. / Onomatopeya de respirar, hincharse.
Kueka: Nombre de la piedra abuela.
Kumachi: Picante cuya base es el jugo exprimido de la yuca amarga,
después de hervido durante más de cuatro horas al que se le agrega
ají picante. Se lo encuentra también mezclado con termitas, bacha-
cos o pescados tostados.
Kumara: Gavilán cola de tijera.
Kumarakapai: San Francisco de Yuruani. Es el poblado pemón
más grande dentro del sector oriental del Parque Nacional Canai-
ma, localizado a orilla de la Troncal 10, única vía que comunica a
Venezuela con Brasil cruzando la Gran Sabana. / Laguna de los
gavilanes cola de tijera.
Kupa (Kupai): Laguna, pozo profundo.
Maikoi: En ocasiones se consideran seres etéreos protectores de la
selva; sin embargo, se habla de un grupo que habita la selva sin man-
tener contacto con el resto de los pemonton, llamados pichaukok, ma-
yikoyi o maikoi.
54
Maimü*: Voz, palabra, mandato.
Maimü dapon*: Asiento de las palabras; libro.
Makuxi: Pueblo pemón que habita el norte del estado de Roraima
en Brasil, es fronterizo con Venezuela.
Mapauri: Comunidad pemón taurepan ubicada cerca de la Troncal
10. Lugar donde se origina esta historia y de donde fue extraída la
piedra Kueka. Río afluente del Kukenan.
Matawi: Conocido también como Kukenan, es otro de los siete te-
puyes del sector oriental del parque. Se puede ver fácilmente desde
la Troncal 10, junto a los otros seis tepuyes: Kama, Traamen, Iru,
Wadaka Pia Pö, Iwarkarimö, y Roraima (su hermano gemelo).
Mörökaware: Piasan que quedó convertido en el padre de todos
los peces.
Mörok: pez.
Morompö: Cera muy oscura de una especie de abeja.
Mörö-mörö: El más pequeño de los tucusitos.
Mutu’k: Pájaro león, dicen los abuelos que producía fuego al carraspear.
Non: Tierra.
Nonoi: Abuela. Madre Tierra.
Paabai: Papá, aunque con frecuencia se utiliza queriendo decir abuelo.
Paipacho: Pájaro minero. Dicen que donde canta se encuentra oro.
Parantarai (Procnias vociferans): Pájaro campanero.
Parichara: Baile pemón en el que los paricharaton (bailadores) usan
largas faldas hechas con hojas de moriche y se adornan con plumas.
Se acompañan soplando el wöronka, especie de aerófono fabricado
de yagrumo. Suele bailarse al mismo tiempo que la danza del tukui,
en ruedas concéntricas, el parichara por dentro y el tukui por fuera.
Paru: Quebrada, rabín, riachuelo.
Pemón: Gente, persona. Pueblo de la nación caribe que habita dentro
del Parque Nacional Canaima y sus alrededores, al sureste del estado
Bolívar. Se subdividen en arekuna, kamarakoto y taurepan en Vene-
55
zuela, se entienden bien con los makuxi en Brasil y los akawaio en
Guyana, básicamente hablan el mismo idioma con algunas variantes.
Pendare yek: Árbol de pega. Savia pegajosa que exuda dicho árbol.
Pia: Origen. Ancestralidad.
Pia da’tai: Tiempo originario, tiempo de los ancestros.
Poika: Pájaro negro pequeño con círculos blancos alrededor de los
ojos.
Pörötukü: Especie de sapo.
Pumui: Ají picante machacado.
Purpur: Lugar entre Kamarata y Uriman siguiendo el antiguo ca-
mino de los indios.
Rato: Dueño de todas las aguas en la historia pemón.
Sakorope: Bravo, bravura. Iracundo.
Sömari: Rallo para la yuca fabricado de madera y trozos diminutos
de jaspe afilado, incrustados y pegados con peraman.
Remonota: Región de sabanas del río Branco en el estado de Rorai-
ma frontera de Brasil con Venezuela.
Roroimö: Roraima tepuy, uno de los siete tepuyes del sector oriental
del parque. También conocido como Madre de Todas las Aguas o
Gran Verde Azulado.
Tamökan: Constelación de Las Pléyades. Época en que salen los
bachacos, los peces remontan los ríos y llegan los aguaceros.
Tamökan da’tai: Tiempo en que aparece la constelación Tamökan.
Tanno tei: Gran Sabana.
Taren: Especie de invocación practicada por los piasan para proteger o
dañar a través de su propia energía con la ayuda de plantas o sin ellas.
Tarikudun*: Es el primer perro que aparece en la historia pemón.
Fue moldeado por Makunaimö con cera de abejas para que limpiara
el piso de su casa de la espinas de pescado que él iba dejando.
Taurepan: Pemón habitante del sur de la Gran Sabana, tomando
como lindero con los arekuna, el río Kama.
56
Tawa: Caolín, especie de arcilla blanca que abunda en la región. Es
empleada por los chinos desde épocas milenarias en la fabricación
de cerámicas.
Tei: Extensión amplia de sabana.
Tei pun: Gran Sabana para los pemonton taurepan.
Tepü / tüpü: Tepuy. Formación de roca granítica en forma de meseta
que abunda en la región de Guayana.
Tönkaron: Hija de Rato, dueño de las aguas, en la historia pemón.
Toronkan: Viento muy fuerte al que los pemonton llaman tum-
bapájaros.
Tukui: Tucusito, picaflor. También es un baile pemón en el que se
utilizan el sambura, tambor de dos parches, y el kewei.
Tuma: Comida preparada en una olla de barro. Cualquier presa de
cacería o pescado hervido con ají picante y sal, se acompaña con
casabe y kumachi.
Tüponken: Así se le dice al criollo. Persona que va vestida, o como
decían los frailes capuchinos: “el con vestido”.
Umüi: Tío.
Uriman: Afluente del río Caroní. Poblado conocido por sus antiguos
placeres diamantíferos, establecido al margen derecho del río y a tres
días a pie de Kamarata.
Wadaka pia pö: Uno de los siete tepuyes del sector oriental del par-
que, visible desde la Troncal 10. Árbol de la vida; en torno a este
giran varias historias de la cosmovisión pemón.
Wai: Partícula que indica reverencia; ejemplo: kokowai, abuela.
Waipa: Vivienda redonda u ovalada con techo de palma.
Wakaparu (Morpho): Mariposa azul de gran tamaño que anda cerca
de los ríos en cierta época del año.
Wayare (Akai): Especie de morral de carga, tejido de tirite o bejuco
que se usa en la espalda y se ajusta en la frente con una tira.
Wei: Sol.
Wekta: Lugar de los cerros para los pemonton arekuna.
57
Wena/Vena: Salto de agua, cascada en pemón kamarakoto. En tau-
repan es meru, para los kamarakoto, meru es raudal, rápido, chorrera.
Wöronka: Especie de aerófono fabricado de yagrumo.
Yarikü: Flor.
Yariküton: Plural de flores.
Yawachirü: Cariño, querido(a), mi amor, mi cariño, referido sobre
todo a personas y lugares.
Yek: Árbol en término general; ejemplo: atapi’ yek.
Yewik: Casa.
Yure: Pronombre personal “yo”.
58
Desde la visión de Occidente
En 1942,
los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en
América,
descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado,
descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo
y a un dios de otro cielo,
y que ese dios había inventado la culpa y lo vestido,
y había mandado que fuera quemado vivo
quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja.
Eduardo Galeano
59
Tökororimö, furia de las piedras
Kuipaderü, furia de los árboles
Sakororimö, furia de las fieras
Yepö, vengan…
Ahora la abuela Kueka regresó
¡Iyapankadakö! ¡Apacígüense!, ordenó nuestra abuela.
Lino Figueroa
60
Historia de un secuestro
62
de Etnología de la Universidad de Leipzig y relacionado con
el artista plástico Wolfgang von Schwarzenfeld, como su ase-
sor, en el afán de defender el proyecto Global Stones. Fue por
la indignación ante sus afirmaciones eurocentristas, que inten-
tamos encontrar un lenguaje diferente, decolonizado/decolo-
nizador, en donde la abuela Kueka es la protagonista, ya que
el profesor Bruno Illius preparó un alegato sobre el supuesto
significado —o no significado— de la piedra abuela Kueka
para los pemonton, descalificando y despreciando su cosmo-
visión, su cultura, de la que se jacta haber estudiado a fondo,
además de haber visitado la Gran Sabana en más de una oca-
sión. El grupo pemón Gran Sabana Roca Kako Paru2 alzó una
denuncia por las redes dejando en evidencia al etnógrafo, en
un ejemplo de auténtica antropofagia cultural útil para com-
prender el grado de menosprecio del Viejo Continente.
La afirmación de Illius que a continuación citamos aparece
completa en la web3 y entre otras cosas dice textualmente:
(…) además, busqué en la literatura para una historia que podría
pertenecer a la piedra (s), es decir, he leído todas las compilacio-
nes publicadas de la mitología pemón.
Los resultados resumidos, la piedra no tiene nada que ver con la
mitología o la religión de la etnia Pemón. La piedra es no es una
petrificación o encarnación de un ancestro de este grupo étnico.
Las historias de Film14 son simplemente inventados (sic) y no
tienen nada que ver con esta piedra en particular. Los mitos sobre
63
el origen de la etnia Pemón y la de sus antepasados son diferentes
de la historia contada. (Illius, 2012)
64
Y seguimos leyendo aún más y descubrimos la historia de
la piedra abuela Kueka narrada por Melchor Flores, quien en
los tiempos del “secuestro” era itesak de Mapauri, es decir, ca-
pitán comunal. En esa historia se cuenta el origen de la piedra
abuela y se repite la transformación en piedra de una joven pa-
reja ante la envidia y los celos de un poderoso piasan llamado
Makunaimö, quien aprovecha la transgresión de los jóvenes
enamorados de sus normas culturales y los petrifica.
A diferencia del profesor Bruno Illius y del escultor
Wolfgang von Schwarzenfeld, nosotros sí podemos sumergir-
nos en un mundo de jaspe.
65
Global Stone
67
expuestas en Berlín, Alemania. (…) Todas las rocas han sido ins-
critas, talladas y pulidas.
68
la historia de la piedra abuela Kueka como parte de la cosmo-
visión de un pueblo originario caribe como lo es el pemón? Y
por otra parte sería interesante saber, ¿cuál es la historia de las
otras cuatro piedras?
Los pemonton se preguntan, y nosotros también, cómo va
a generar paz para el mundo un conjunto de rocas cuando por
lo menos una de ellas, fue sacada violentamente de su lugar de
origen y en contra de la voluntad de un pueblo. No en vano,
dicen los ancianos pemonton que la vaguada ocurrida en di-
ciembre de 1999 fue producto del secuestro de la abuela Kueka.
La Tierra está molesta por tal saqueo y si de energías positivas
se trata, no las tiene todas consigo este personaje expoliador.
69
Abuela, roca o leyenda
7 Kara’ ka: Arrancar de cuajo, desarraigar. (ver Diccionario pemón, Fr. Cesáreo de Armellada)
77
Cronología de la extracción ilegal
de la piedra abuela Kueka
(1998 - 2020)
89
Referencias bibliográficas
93
Maimüyen: quienes hablan (1996 – 2020)
96
Índice
Maimü dapon 51
Glosario 51
Historia de un secuestro 61
Entre la “armonía del conquistador”
y el “salvaje indio caribe” 61
Global Stone 67
El proyecto escultórico de un teutón 67
Kara’ ka da’tai 77
¡Tres veces patrimonio! 77
Referencias bibliográficas 91