Padawer - Tiempo de Estudiar Tiempo de Trabajar
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Ana Padawer
Universidad de Buenos Aires – Argentina
Horizontes Antropológicos, Porto Alegre, ano 16, n. 34, p. 349-375, jul./dez. 2010
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Presentación
Las edades de la vida y, en particular, la niñez y la juventud, han sido
estudiadas desde la antropología mostrando que, como categorías sociales,
son productos históricos y socioculturales. Así se introdujo el debate sobre el
proceso vital humano entendido como una serie de estadios sucesivos deriva-
dos de la evolución biológica, determinados por ella en sus capacidades y atri-
butos. Si bien los límites entre naturaleza y cultura para entender los procesos
sociales aun continúan en cuestión, esta definición conceptual sobre la cons-
trucción social de la infancia permite actualmente analizar la incorporación de
la cría humana a la sociedad desde la problematización del tiempo como uno
de los parámetros fundamentales de la socialidad. Esto permite pensar que la
relación de los sujetos con los marcos temporales no es unívoca, y postular la
existencia de una pluralidad de repertorios temporales en las actividades coti-
dianas, la que no se ciñe necesariamente a una sucesión de etapas definidas en
sus atributos por el patrón biológico.
Para sostener esta aproximación conceptual a las edades, es necesario
detenerse en las concepciones de tiempo y sujeto implícitas al estudiar pro-
cesos sociales donde los niños son protagonistas. En la antropología, desde
el evolucionismo en adelante se estableció una noción de tiempo como dis-
tancia, por la cual el “otro” simultáneo –el hombre primitivo– era concebido
como anterior y no contemporáneo al investigador. Con sus derivaciones en
las relaciones entre ontogénesis y filogénesis, esta conceptualización se aplicó
a la infancia, donde las perspectivas evolucionistas continúan en gran medida
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La infancia y la cultura
Los estudios etnográficos de fines del siglo S XIX y principios del siglo
XX generalmente dedicaban su indagación empírica a la reconstrucción de
las culturas como totalidades, y en el estudio específico de distintos procesos
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Lo primitivo, la emotividad, la simplicidad, la estabilidad son atributos que son cuestionables desde
el debate antropológico al concepto de cultura, y son los que paradójicamente se traen para describir
un proceso de clara visibilidad empírica, ya que proviene de la esfera expresiva de la vida social. Esto
no implica que los análisis empíricos sean unidimensionales como el uso de los conceptos permitiría
anticipar. En general los estudios son sensibles a los matices, aunque muchos de ellos oscilan entre el
afán extensivo del inventario, que resulta en una descripción pintoresquista, y una más compleja como
resultado del estudio intensivo (Padawer, 2004).
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Asimismo, N. Elias (1989) constituye uno de los principales aportes a la reflexión sociológica de la
existencia de un tiempo subjetivo, individual y separado del objetivo, como producto de las sociedades
occidentales y desde el racionalismo moderno; la misma coexiste con una tendencia a determinar, medir
y diferenciar los ritmos temporales a los que tienen que someterse todos los sujetos (Varela, 1992, p. 8).
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propios del trabajo industrial.3 el número de horas por semana que los alum-
nos transcurren en las clases, la duración de las actividades de aprendizaje de
distintas materias, los ritmos de las tareas y otras dimensiones, fueron riguro-
samente definidos desde los manuales de pedagogía destinados a las escuelas
masivas (Pronovost, 2001, p. 48). En el origen de los sistemas educativos
nacionales se produce así un nuevo orden del tiempo social: el tiempo escolar,
que crea nuevas condiciones de vida para la infancia e incluso lo define como
concepto moderno, entendido como un ciclo de la vida preservado en espacios
específicos.
De este modo las imágenes modernas de la infancia y la juventud se
manifiestan como productos históricos objetivados en la atribución de espa-
cios y tiempos ad hoc para los miembros en formación: la arquitectura y el
calendario escolares son las coordenadas básicas que enmarcan la condición
de “menor”, suponiendo su segregación de los adultos. Someter a los niños
y jóvenes a la disciplina del calendario escolar supone la definición de tiem-
pos largos (años de escolaridad) y cortos (computados por el almanaque y el
reloj): estructuraciones que fueron reforzadas por discursos teóricos que pro-
venían del naturalismo pedagógico roussoniano en primer lugar, así como de
las contribuciones de la biología, la psicología y la pedagogía experimentales,
que en las últimas décadas del siglo XIX se dedicaron al estudio científico del
niño en términos de leyes de desarrollo, efectos de la fatiga en el trabajo inte-
lectual, condiciones ergonómicas del ordenamiento escolar, relaciones entre
tiempo, espacio y programas (Escolano Benito, 2000, p. 12-13).
Las aproximaciones sociológicas de Elias (1989) en su trabajo Ensayo
sobre el tiempo permiten analizar las operaciones temporales que se ejercitan
en la escuela donde se superpone a los bioritmos naturales una coacción ci-
vilizatoria, reforzando el aprendizaje de sistemas temporales que regulan la
vida infantil en distintos ámbitos. El espacio escolar puede verse así como un
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Si bien no es posible exponerlo aquí, el origen histórico de las escuelas modernas permite explicar las
características que asume la institución tal como se conoce hoy en sus dimensiones espacio-temporales.
La progresiva creación de leyes que regulaban la incorporación de los niños al trabajo industrial, así
como el desarrollo del denominado “sentimiento de infancia” (Ariès, 1987, p. 178), entre otros procesos,
llevaron a un crecimiento de instituciones destinadas a la educación de las jóvenes generaciones, en las
que la duración de la jornada escolar así como otras dimensiones de la tradición monástica, se articularán
progresivamente con la regulación de tiempos de trabajo y descanso propias del medio industrial. Estas
fuentes se aplicaron como tecnología educativa para los modelos prevalecientes, tanto el mutuo como el
simultáneo.
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El denominado “conocimiento general”, con el que suele contraponerse el conocimiento situado, es aso-
ciado a representaciones abstractas y descontextualización, pero las representaciones abstractas tienen
significado en un contexto, y son en si mismas adquiridas en circunstancias especificas. Por otra parte, es
importante tener en cuenta que la idea de “comunidades de práctica” en las que se ocupan posiciones de
centro y periferia, supone asimismo que estos procesos involucran relaciones de poder y hegemonía; la
participación completa implica un dominio cercano del conocimiento o prácticas colectivas para los cua-
les debe haber grados de adquisición atribuibles-accesibles a los novatos, no obstante lo cual el carácter
periférico alude a un acceso progresivo a fuentes de entendimiento a través del involucramiento creciente
(Lave; Wenger, 2007, p. 33-37).
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Al igual que Rogoff et al. (1993), Lave y Wenger (2007, p. 48-49) retoman en estas ideas sobre el apren-
dizaje en sus dimensiones individuales y estructurales de los estudios inspirados en la noción de zona de
desarrollo próximo de Vygotsky, en distintas vertientes; así como el concepto de agencia de Giddens.
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El poblamiento de la región por parte de los campesinos se vincula al proceso de extensión de fronteras
producido en las últimas décadas del siglo XIX, cuando comenzó en el territorio de Misiones un proceso
de colonización organizada principalmente por el Estado, la que se realizó sobre las tierras remanen-
tes de una venta masiva a 40 grandes compradores. Este proceso de colonización organizada desde el
Estado se extendió hasta casi la mitad del siglo XX, coexistiendo con otra de carácter espontáneo que se
desarrolló asociada a las explotaciones forestales, que permitían el usufructo de los terrenos luego de la
extracción de la madera. Hasta 1930, los colonos se dedicaron exclusivamente a la producción de yerba
mate, incorporando sucesivamente el tung, el tabaco y el té, producciones que se dieron simultáneamente
a la explotación forestal, primero de especies nativas y luego de exóticas. De esta forma se conformó
durante el siglo XX una sociedad agraria misionera compuesta por el ocupante o campesino (agricultor
familiar con 1 a 10 hectáreas, de origen criollo o inmigrante brasilero y paraguayo); el colono (con 25
a 50 hectáreas, en su mayoría de origen inmigrante del norte y este europeos); el estanciero (productor
generalmente ganadero, con terrenos entre 100 y 1.000 has) y el latifundista extractivista (Bartolomé, L.,
2000; Jaume et al., 1989; Otero, 2008).
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En Argentina, las poblaciones mbyà-guaraní se concentran en la provincia de Misiones, llegando ac-
tualmente a 4.083 personas de acuerdo a la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas elaborada
por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC, [s.d.]); si bien estos valores son sujeto de
controversias, constituyen un parámetro mínimo de referencia, dada la escasa información al respecto.
La ocupación guaraní del actual territorio misionero es antigua: los datos históricos permiten sostener
que en el comienzo del siglo XVI vivían un auge geográfico y demográfico, con una población con dos
millones o más. Su población se extendía por el delta del río de la Plata en los actuales territorios de
Argentina y Uruguay, los litorales de Santa Catarina y Paraná, Curitiba y Mato Grosso do Sul en Brasil,
y ampliamente en el actual territorio de Paraguay. Desde los primeros contactos con los europeos hacia
1513, la población disminuyó vertiginosamente por la introducción de vectores infecto-contagiosos,
guerras regionales y la esclavitud (Noelli 2004, p. 17). Los guaraníes, base cultural, lingüística y de-
mográfica de la población indígena contemporánea de la región, incluyen cuatro parcialidades: Mbya,
Pai-Taviterá, Avá-Chiripá y Aché-Guayakí. Se considera que los mbyà actuales son los descendientes
de aquellos indígenas que lograron permanecer al margen del experimento colonial desarrollado por los
jesuitas entre los siglos XVI y XVIII, a través de la constitución de pequeñas comunidades refugiadas
en la selva que supusieron la construcción de una identificación social definida por la confrontación y
el contraste con el mundo de los extranjeros, primero blancos y luego de sus descendientes mestizos
(Bartolomé, M., 2004). Posteriormente, el establecimiento de los mbyà en el actual territorio argentino
se definió en interrelación al avance de las fronteras de poblamiento de la sociedad nacional durante
el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, provocando con el tiempo una progresiva dispersión y
desgranamiento de las aldeas, aunque es posible en algunas jefaturas reconocer un acatamiento político
a una autoridad distante (Gorosito, 1993).
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Referencias
ARIÈS, P. El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Madrid: Taurus,
1987.
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FABIAN, J. Time and other: how anthropology makes it’s object. New York:
Columbia University Press, 1983.
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enfants (and their caretakers). Anthropology Quarterly, v. 77, n. 3, p. 121-132,
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