Barrocohermenuticaymodernidad Ia
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1 author:
Ignacio Iriarte
National Scientific and Technical Research Council
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All content following this page was uploaded by Ignacio Iriarte on 07 April 2018.
Resumen
Este texto tiene dos partes. Esta primera parte describe las ideas mediante las cuales algu-
nos críticos, escritores e intelectuales del siglo xx comprendieron la literatura y la cultura
del xvii. Nuestra hipótesis es que, en este período, hay dos perspectivas para interpretar
el Barroco. Por un lado, hay autores que proponen que el Barroco retorna en la época
contemporánea; por el otro lado, hay críticos que sostienen que sus características prin-
cipales son inseparables del contexto histórico del 1600. En las conclusiones, se extraen
algunas ideas compartidas por ambos enfoques.
Palabras clave
Barroco, crítica, modernidad
Abstract:
Baroque and modernity hermeneutics I
This text has two parts. This first part describes the ideas by which some critics, writers
and intellectuals of the xx century understood the literature and culture of the xvii
century. Our hypothesis is that, in this period, there are two perspectives to interpret
the Baroque. On one hand, some authors propose that the Baroque returns in modern
times; on the other hand, there are critics who argue that its main characteristics are
inseparable from the historical context of 1600. In the conclusions we draw some ideas
shared by both approaches.
Key words
Baroque, criticism, modernity
En principio, este trabajo estaba proyectado como un único texto. Pero siguien-
do una sugerencia de sus revisores, lo desglosé, y de este modo pude ampliar los
fundamentos que sostienen su lectura. Esta primera parte tiene el propósito de
revisar algunos de los autores que se refirieron al Barroco durante el siglo xx. Se
abordan, en primer término, las lecturas que se publicaron alrededor de la Pri-
mera Guerra Mundial (Heinrich Wölfflin, Werner Weisbach, Walter Benjamin,
Eugenio D’Ors, Dámaso Alonso y Alfonso Reyes), y el texto avanza, por cierto
que fragmentariamente, hasta fines del siglo xx, refiriéndose a los trabajos de
Arnold Hauser, René Wellek, Jacques Lacan, Gilles Deleuze, José Lezama Lima,
Severo Sarduy, José Antonio Maravall, Bruce Wardropper y Víctor García de la
Concha, entre otros estudiosos.
Inicialmente, este panorama estaba proyectado como un mínimo estado
de la cuestión. Pero me pareció justificable que se convirtiera en un texto autó-
nomo porque su propósito era presentar una introducción que, basada en los
autores recién enumerados, podría dar idea de la imagen que el siglo xx se forjó
del Barroco. Según señalo en el primer apartado, durante la Primera Guerra
Mundial, época en la cual comienza a elaborarse una lectura positiva del 1600,
aparecen dos tendencias diferentes. Para utilizar conceptos sintéticos, me refiero
a la formación y consolidación de una «hipótesis del retorno» y de una «hipótesis
historicista». La primera, representada inicialmente por Wölfflin, ubica el arte
del siglo xvii como un espejo para comprender la contemporaneidad. La segun-
da, representada esta vez por Weisbach, sostiene que el Barroco es inseparable de
las características sociales, económicas, políticas y religiosas del 1600 europeo. A
lo largo del siglo xx, este deslinde teórico y crítico se afianzó a través de escrito-
res, críticos y teóricos europeos y latinoamericanos.
Estos dos tipos de lectura no deben entenderse como dos campos estric-
tamente separados. Cabe hablar, más bien, de inclinación hacia uno u otro de
los ángulos desde los cuales se puede interpretar el Barroco. Asimismo, existen
autores que, como Walter Benjamin durante la primera posguerra, ocupan un
lugar intermedio. La existencia de estos contactos sugiere que se pueden extraer
una serie de ideas en común. No quisiera dejar en suspenso esta cuestión, por-
que no se pierde nada adelantando las conclusiones. Leídos en conjunto, los
autores considerados en este texto comprenden el Barroco como la expresión de
una crisis general, crisis que a su vez constituye el nacimiento de la modernidad
y del sujeto moderno. Estas tres ideas, nacidas no sólo de los documentos sino
también de una historia autónoma de la crítica literaria, son centrales para la
imagen que el siglo xx se formó del xvii.
Esta primera parte concluye con esa enumeración. La segunda parte del ar-
tículo (publicado en esta misma revista, a continuación), se propone reconstruir
algunos procesos históricos a partir de los cuales se conformaron esas ideas. Pero
antes de pasar a ese tema, que es el verdadero propósito de las dos partes del
presente estudio, es imprescindible empezar por el recorrido al que me acabo
de referir.
Entre las últimas décadas del siglo xix y las primeras del xx se produjeron mu-
chos de los cambios que marcarían nuestra modernidad. Las trincheras de la
Primera Guerra Mundial enterraron el viejo mundo y, con él, millones de vidas.
La Belle Epoque se agitó al ritmo del fox trot, irrumpió la democracia de masas y
las revoluciones demostraron que las utopías estaban al alcance de la mano. En
las capitales se aglutinaron grandes masas de población y aparecieron el teléfono,
el avión y los grandes transatlánticos, innovaciones que coincidieron e incluso
impulsaron las transformaciones estéticas de las vanguardias. En esta época se
presentó también, por primera vez, una visión positiva de la cultura del siglo
xvii y se consolidó para ella el nombre de Barroco. Asimismo, en los textos crí-
ticos de ese período comenzaron a deslindarse las dos perspectivas a las que me
referí anteriormente: por un lado, se propuso el Barroco como un espejo para
comprender las innovaciones estéticas y la pesadumbre de la guerra y por el otro
se lo comprendió como una expresión cultural específica del siglo xvii, pieza
clave para la conformación de la modernidad y de las tradiciones nacionales.
Discípulo de Jacob Burkhardt, Heinrich Wölfflin contribuyó a este restable-
cimiento a través de Renacimiento y Barroco (1888) y Conceptos fundamentales de
la historia del arte (1915). Propuso, con estos importantes ensayos, una lectura
innovadora, perdurable y que tuvo una profunda influencia a lo largo del siglo
xx. Como ambos ensayos abordaron las artes plásticas, inicialmente el impac-
to de Wölfflin debe restringirse a la historia del arte. Pero el crítico generalizó
muchas de sus ideas, convirtiéndolas en conceptos para describir la cultura en
términos globales.
Ejemplo de esta forma de operar es Renacimiento y Barroco. Como anuncia
el título, su propósito es describir las particularidades de los dos períodos. A fi-
nes del siglo xix, este enfoque resulta novedoso en muchos sentidos. Ante todo,
Wölfflin sostiene que el Barroco no es un apéndice decadente del Renacimiento,
como hasta entonces se había entendido, sino un período que tiene sus particula-
ridades y que, por lo tanto, merece estudiarse como una forma singular de repre-
sentación. Asimismo, propone un enfoque metodológico basado en la búsqueda
de conceptos en oposición. El eje, en este sentido, pasa por la antítesis ligereza/
gravedad. Según sintetiza en una frase, entre el Renacimiento y el Barroco se
produjo el siguiente cambio: «las formas esbeltas y sutiles del Renacimiento dan
paso a cuerpos masivos, grandes, de pesados movimientos, de marcada muscula-
tura y abundante vestimenta» (1986: 86). Pero, según ya se dijo, Wölfflin toma
esta oposición y convierte los conceptos en rasgos generales para identificar la
época. Así, la gravedad del Barroco excede la plástica, ya que opera en la religión,
el desaliento de los personajes literarios, la mesura de las relaciones sociales y la
búsqueda de la grandeza pomposa para demostrar el poder terreno y espiritual. El
historiador señala, asimismo, un importante parentesco con el arte contemporá-
neo mediante la gravedad ostentosa de la ópera de Richard Wagner.
Al igual que Wölfflin, Weisbach se ocupa de las diferencias que existen entre
el Renacimiento y el Barroco. Pero, con un método basado en la psicología, la so-
ciología y la estilística, piensa el arte como una expresión de los hombres en un pe-
ríodo histórico en particular. Si bien Weisbach no elimina del todo la idea de que
el siglo xvii puede funcionar como espejo del drama contemporáneo, al acentuar
las condiciones sociales y políticas presenta una perspectiva historicista, mediante
la cual comprende que, independientemente de las semejanzas, el Barroco tiene
características específicas que únicamente se encuentran en el 1600 europeo.
En el Renacimiento, según Weisbach, se impuso una actitud crítica hacia la
Iglesia. El humanismo se levantó contra la escolástica y el dogmatismo medieval.
La búsqueda ardiente de una renovación del catolicismo condujo a la Reforma
Luterana. Se impuso, asimismo, una estetización de todos los valores. Pero desde
mediados del siglo xvi se registra para Weisbach un profundo cambio en cuanto
al clima espiritual. Las luchas religiosas y el fin de la universalidad católica, las
luchas dinásticas de los soberanos y el asalto y saco de Roma por las fuerzas impe-
riales pusieron fin a la pasada confianza y amenazaron la estabilidad de los valores
esenciales. Se propagó, así, una corriente de pesimismo y, en consecuencia, «los
hombres buscaron de nuevo en su propia intimidad y en la autoridad de la Iglesia
apoyo y protección» (1948: 57). Como respuesta a esta crisis, la Iglesia definió
una nueva política cultural en el marco del Concilio de Trento (1545-1563). Para
Weisbach, Trento no fue sólo una reacción contra la Reforma, sino también una
respuesta a los conflictos espirituales surgidos del colapso del humanismo. La
Contrarreforma propuso, así, la conducción de los creyentes a los valores esen-
ciales de la cristiandad y por lo tanto buscó transformar el pesimismo en «un fin
positivo que satisficiese las necesidades espirituales» (1948: 58). Para esto, reanu-
dó la tradición dogmática de la escolástica, reforzó los elementos tradicionales
de la enseñanza de la Iglesia y se esforzó por cortar de raíz los abusos contra los
cuales había reaccionado el protestantismo. Consecuente con estas reformas, el
Concilio subordinó el arte a los fines propagandísticos de la cristiandad y de este
modo definió los rasgos característicos de la estética del Barroco.
En principio, en El origen del drama barroco alemán, Walter Benjamin per-
siguió propósitos similares. Como Weisbach, en ese texto Benjamin se esfuerza
en comprender las características históricas del período. Además, entiende que
se trata de una época, concretamente fechada, que contribuyó notablemente a la
Las creaciones literarias de estas dos épocas –afirma Benjamin- no surgen de la exis-
tencia en el ámbito de la comunidad, sino del hecho de que con la violencia de su
estilo amanerado tratan de disimular la falta de productos de valor en el terreno de
las letras. Pues, al igual que el Expresionismo, el Barroco es una época en la que una
inflexible voluntad de arte prevalece sobre la práctica artística propiamente dicha.
Así sucede en los denominados períodos de decadencia (39).
Con esto hemos llegado al punto desde el cual podremos avanzar y no hace
falta que extendamos estas glosas. Entre fines del siglo xix y principios del xx se
produjo una recuperación del Barroco. Pero a la vez se trazaron dos lineamientos
En América Latina, la hipótesis del retorno tuvo una especial fortuna. En este
sentido es importante recordar a los cubanos José Lezama Lima, Severo Sarduy
y Alejo Carpentier y al argentino Néstor Perlongher. Podemos sintetizar sus
enfoques a partir de los dos escritores mencionados en primer lugar. Ante todo,
hay que decir que Lezama Lima comenzó a publicar en los años treinta, durante
el ascenso de don Luis de Góngora en las consideraciones críticas españolas. Por
otra parte, y sobre todo a partir de sus revistas, mantuvo un intenso contacto
con los escritores hispánicos, particularmente con Juan Ramón Jiménez, pero
también con Rafael Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas y María Zambrano.
Independientemente de estas influencias, Lezama Lima desarrolló una obra sin-
gular y, por cierto que tomando en cuenta las intensas relecturas de las primeras
décadas del siglo xx, elaboró una propuesta insoslayable sobre el Barroco, sobre
todo a través de dos importantes ensayos: «Sierpe de don Luis de Góngora»
(1953) y La expresión americana (1957). Aunque ocupan un lugar menor, tam-
bién es útil recordar «Soledades habitadas por Luis Cernuda» y «Un poeta mexi-
cano del siglo xvii», ambos publicados en la revista Grafos, el primero en 1936
y el segundo en 1937.
Leídos en conjunto, los ensayos de Lezama proponen dos ejes para com-
prender la cultura del siglo xvii. En primer lugar, en consonancia con los ho-
rizontes fijados por Weisbach, para Lezama el Barroco debe entenderse como
una de las claves para la conformación de la tradición nacional. En su caso, este
tema se incluye en los rasgos específicos de la cultura americana, continuando
en este sentido las propuestas que Pedro Henríquez Ureña había sintetizado en
Las corrientes literarias en la América Hispana (1945). Para Lezama, la clave se
encuentra en el disfrute. En «Un poeta mexicano del siglo xvii», imagina a Luis
de Sandoval y Zapata, el escritor al que se refiere en la nota, «entre los aromas
del café y el laberinto de su paladar voltario» (1981: 149). En La expresión ame-
ricana retoma este entorno gozoso y lo contrasta con las severidades que por esa
época se instalan en la mentalidad peninsular. Lezama recuerda el espléndido
ideal de vida de Carlos de Sigüenza y Góngora, tan opuesto a los apuros econó-
micos y la malograda suerte de su famoso tío cordobés. Sin utilizar el concepto,
para Lezama el Barroco de Indias es el arte vital y gozoso de la transculturación,
mientras que el peninsular demuestra las amargas notas de los tiempos finales.
Pero si por un lado comprende la cultura del siglo xvii como una expresión
histórica de la identidad americana, por el otro propone un retorno en la con-
temporaneidad. En «Soledades habitadas por Luis Cernuda» acerca, de manera
en muchos casos forzada, los versos de Góngora y los de Cernuda. Esto le permite
establecer una versión propia del Barroco. Con un tácito rechazo de La deshuma-
nización del arte de José Ortega y Gasset, Lezama defiende la vigencia de Gón-
gora, pero rechaza el mero juego verbal. Según entiende, el retorno del Barroco
únicamente tiene sentido si su retórica admirablemente compleja se utiliza para
expresar los sueños y los deseos descubiertos por Cernuda. En otros términos,
hay una vuelta a Góngora. Pero el manejo admirable del lenguaje que éste tenía
debe utilizarse para poner en palabras cuestiones como el paraíso perdido de la
infancia, el reverso onírico de la vida y el origen cosmogónico de esa segunda
naturaleza que habita el hombre y que se llama cultura. En lugar de los juegos de
palabras y las estructuras formales, Lezama plantea un Barroco sustancial.
Estas dos perspectivas (el Barroco como expresión de los significados pro-
fundos del hombre y el Barroco como eje de la identidad americana) se inte-
gran en «Sierpe de don Luis de Góngora». En ese ensayo, opone las perspectivas
poéticas de Góngora y San Juan de la Cruz. Lezama comprende a Góngora a
partir de los planteos que Dámaso Alonso había establecido en «Claridad y be-
lleza de las Soledades» (1927). En efecto, para Lezama el poeta alza los objetos
para que reciban el rayo luminoso de su incomparable capacidad metafórica.
En cambio, San Juan es un escritor de los misterios sagrados y la oscuridad. Así,
«El escándalo del aire, producido por los objetos luminosos de don Luis, vuelca
colérica el ave cetrera sobre la propia parábola de su identificación, mientras
que el disfraz aportado por San Juan, llena los sentidos de poblaciones y pla-
zas nocturnas» (1988: 80). Para Lezama, esta división significó para España la
pérdida de la gran poesía. Se trata de «un dualismo, es cierto que en una de las
formas más grandiosas alcanzadas por la cultura occidental, entre el gongorino
rayo de reencuentro y reconocimiento y las bienaventuradas aguas placenterias
de San Juan» (82). Las posibilidades contemporáneas del Barroco se encuentran
en la unión de esos dos estilos: «Será la pervivencia del barroco poético español
las posibilidades siempre contemporáneas del rayo metafórico de Góngora en-
vuelto por la noche oscura de San Juan» (82). Pero la unión sólo es posible en
territorio americano. Escribe Lezama, hablando del rayo metafórico de Góngo-
ra y la nueva naturaleza americana: «Si aquel rayo se destruyese sobre los nuevos
calendarios y máscaras, sobre las nuevas vegetativas somnolencias, Góngora hu-
biese vencido aquel irritable desgano, que parece entorpecer la suerte y riesgo
final de las Soledades» (87). Pero no se trata, como sostiene Carpentier en «Lo
barroco y lo real maravilloso», de la simple expresión de la extrañeza americana.
Por el contrario, para Lezama la extrañeza vincula al hombre con eso que le es
desconocido y lo determina profundamente (lo sagrado, lo onírico, el mundo
de la infancia). Escribe en «A partir de la poesía»: «La imantación de lo desco-
nocido es por el costado americano más inmediata y deseosa. Lo desconocido
es casi nuestra única tradición» (1988: 387). En Lezama, el retorno del Barroco
es una recuperación de las capacidades retóricas de Góngora como forma de
expresar lo desconocido, las zonas sagradas que, particularmente presentes en
América, constituyen la sustancia plena del hombre y la cultura.
Sarduy propuso un segundo retorno hispanoamericano del Barroco. El es-
critor comenzó a publicar en los años ’50 y, con el triunfo de la Revolución,
alternó la poesía y el ensayo con la propaganda a favor del nuevo gobierno
surgido en 1959. A fines de ese año se marchó con una beca para estudiar
historia del arte y, por razones que nunca quedaron del todo claras, no volvió.
Instalado en Francia, trabó una relación amorosa, que duraría toda la vida, con
François Wahl, editor de Editions du Seuil y responsable de la publicación de
los Escritos de Lacan1. La obra de Sarduy es indisociable de esta trayectoria.
Sarduy toma de Lezama el gusto por la sobreabundancia y la importancia de
lo americano. Pero a la vez reinterpreta estas ideas a partir de Lacan. En sus
1. Sobre François Wahl, cf. La biografía de Elizabeth Roudinesco sobre Lacan (2005: 467-484).
El punto álgido, como se les ocurrió percibir a algunos no es Copérnico, sino más
bien Kepler, debido a que en él la cosa no gira de la misma manera: gira en elipse,
y eso ya cuestiona la función del centro. En Kepler las cosas caen hacia algo que
está en un punto de la elipse llamado foco, y, en el punto simétrico, no hay nada.
Esto ciertamente es un correctivo respecto a esa imagen de centro (56).
2. Si bien, antes de sacar Barroco, Sarduy no asistencia a las clases, o bien gracias a versiones ex-
tuvo ocasión de leer Aun (éste se editó, recién, en traoficiales, proporcionadas por apuntes o bien por
1975), pudo acceder a estas ideas a través de la las grabaciones que manejó la editorial du Seuil.
rol que juegan «las redes y circuitos del mercado hiperglobal de signos estéticos,
con sus flujos y reflujos característicos» (50).
Como se puede ver, la hipótesis del retorno tiene un desarrollo amplio y
productivo a lo largo del siglo xx. Por supuesto, los trabajos considerados no
son los únicos y, como lo demuestran los últimos textos citados, la perspectiva
continúa vigente hasta la actualidad. Pero de este mínimo recorrido se pueden
extraer algunas características comunes. Ante todo, la imagen del Barroco cam-
bia sensiblemente a lo largo del siglo. En las primeras décadas está organizada
alrededor del impresionismo y las vanguardias, las innovaciones tecnológicas y
el clima sombrío de la guerra. Hacia mediados de siglo comienza a formarse una
imagen distinta, que se corresponde con la subversión del sujeto inaugurada por
Lacan, perspectiva que se continúa hasta Deleuze. Al filo del 2000, el Barroco
comienza a aparecer como un dispositivo de lectura adecuado para comprender
la posmodernidad. Por cierto, este carácter multifacético tiende a restarle sig-
nificado al concepto, transformándolo en una palabra operativa para múltiples
propósitos. Pero a la vez no hay que perder de vista que, en el fondo, todas las
identificaciones surgidas de la hipótesis del retorno sitúan como eje la cuestión
de la crisis. Los críticos y escritores recién considerados comprenden que el siglo
xvii puede caracterizarse como una época de conmoción cultural y existencial.
Así, independientemente de que enfoquen el drama de la guerra, la subversión
del sujeto o el mercado hiperglobal, entienden que todas estas manifestaciones
responden a una crisis equiparable a la que se vivió en el siglo xvii. Si por una
parte hay una amplificación de los significados a los que la palabra puede refe-
rirse, por el otro la hipótesis del retorno no pierde nunca ese eje a partir del cual
comprende el Barroco y su vuelta en la contemporaneidad.
Dicho esto, toca ahora hacer un breve repaso por la reconstrucción históri-
ca, asunto al que nos dedicaremos a continuación.
3. Oreste Macrí distingue con una notable clari- una tesis en la cual destaca que el método de lo que
dad los usos contemporáneos del Barroco. Por otra hemos llamado el retorno tiene una importante y
parte, en las conclusiones de ese artículo presenta valiosa repercusión en los estudios sobre el siglo xvii.
ferentes, había algo que los aproximaba: «la fuente ideal, el estado psicológico del
artista, lo consciente y premeditado del esfuerzo, la religión poética», así como
también «la oscuridad no intentada por sí misma, que resulta como una necesidad
interior de ambas tentativas» (161).
Pero si inicialmente ratificó la hipótesis del retorno, Reyes fue desplazándo-
se hacia una perspectiva historicista sobre la literatura del Barroco. Desde muy
temprano bregó porque se releyeran los comentaristas del siglo xvii. En «Ne-
cesidad de volver a los comentaristas» (1920) comienza a deslindar una lectura
literaria de otra filológica. Según sostiene, la primera no necesita volver a los
significados históricos: lo que hay en Góngora «de virtud puramente lírica o de
raro hallazgo verbal no requiere notaciones históricas ni mitológicas»; pero en-
seguida afirma que si verdaderamente se quiere saber qué es lo que dijo el poeta
cordobés, es imprescindible volver a los comentaristas, porque «nadie entiende
ni podrá entender nunca, mediante los solos recursos de la sensibilidad y del
gusto, una abrumadora multitud de pasajes del Polifemo, las Soledades, el Píra-
mo y Tisbe, el Panegírico y otras cosas» (1996: 150). Esta división se profundiza
en «Sabor de Góngora» (1928). En ese texto, muy cercano a «Góngora y la lite-
ratura contemporánea», Reyes deslinda la lectura estética de la lectura erudita:
«La alusión erudita a veces aparece tan tramada con el pensamiento poético,
que si cazamos la alusión, de paso hemos dado muerte al encanto mismo de la
poesía» (1996: 192). La lectura filológica aspira a reconstruir las alusiones mi-
tológicas y el significado que las palabras tenían en el siglo xvii; en cambio, la
lectura estética se contenta con el deleite anacrónico de lo que un verso dice en
el actual estado de recepción. A partir de la década de los treinta, esta división
se afianza cada vez más.
Para rastrear los cimientos de esta perspectiva es imprescindible desviarse bre-
vemente del campo español. En el famoso e influyente «El concepto de barroco
en la investigación literaria» (1946), René Wellek impone la condición de que la
palabra «Barroco» únicamente tiene sentido si se refiere tanto al estilo como a la
ideología. Ello supone una especificación significativa. La palabra, empleada en el
sentido de Wellek, se convierte en un término técnico que designa la cultura que
se desarrolla a lo largo del siglo xvii. Por consiguiente, deja de lado los usos mo-
dernos, que sólo toman en cuenta el estilo. Asimismo, esta articulación de Wellek
abre la posibilidad de pensar un sistema que comprenda las diferentes expresiones
culturales, no sólo la literatura, sino también las artes plásticas, el urbanismo, el
pensamiento, el sistema político y las artes de la guerra.
La gran realización de este tipo de enfoques es La cultura del barroco (1975).
En ese extenso ensayo, José Antonio Maravall desplaza la idea del Barroco como
estilo y sostiene que la palabra se refiere al conglomerado de expresiones artísticas,
pensamientos y aun disposiciones sentimentales que constituyen la cultura que se
desarrolló a lo largo del siglo xvii. El volumen supera las explicaciones de la Prime-
ra Guerra, particularmente las de Wölfflin y Weisbach. En lugar de comprender
el Barroco como el resultado de un cambio motivado por un sistema autónomo
Esta tesis, aparte de que une estilo e ideología y descubre un tronco co-
mún para las diferentes expresiones culturales, le permite a Maravall establecer
rasgos particulares para España. La corona española se encontraba a la cabeza
de Europa y la necesidad de mantener el orden tradicional era en su caso más
apremiante que en las demás monarquías. A su vez, la burguesía no tenía la
suficiente fuerza como para encauzar las oleadas revolucionarias que se agitaron
durante el siglo xvii. Así, mientras que en Inglaterra y Francia la crisis dio paso
Con esto hemos dado vuelta este mínimo recorrido por la perspectiva de la
reconstrucción histórica. Si intelectuales como Deleuze, Lacan y Sarduy tomaron
el punto de vista del retorno y desde ese lugar propusieron una lectura del siglo
xvii, García de la Concha toma la palabra desde el campo opuesto para tratar de
comprender las expresiones contemporáneas. Esta simetría justifica que pasemos
a extraer algunas conclusiones.
Más bien, el retorno y la reconstrucción son dos extremos que dibujan un campo
lleno de matices. Así, entre Sarduy y Maravall se pueden situar varios autores. Den-
tro de los comentados en este texto, es importante destacar a Benjamin, Hauser,
Lezama Lima y García de la Concha. En los cuatro hay una doble consideración.
Por un lado, sostienen que el siglo xvii forma parte de la historia de la modernidad
y, por el otro, que es un período instructivo para comprender la situación estética,
cultural y aun política del presente. Como lo revelan estos autores intermedios, la
cuestión pasa por percibir la línea prioritaria en la cual cada autor se apoya para
comprender el pasado. En el caso de la hipótesis del retorno (Hauser y Lezama
Lima), la cultura del siglo xvii se entiende a partir de la idea de que muchos de sus
rasgos específicos están en condiciones de volver al presente. En el caso de la re-
construcción histórica (García de la Concha, pero también Benjamin), los autores
se basan por el contrario en la tesis de que ésta es el producto de las condiciones
sociales, económicas y aun existenciales del xvii europeo. Esto significa, por lo
tanto, que todo vínculo con el presente está supeditado a las diferencias entre las
dos épocas en cuestión.
Los puentes que trazan estos autores intermedios revelan que los dos enfoques,
si bien se apoyan en presupuestos opuestos, son indisociables. Esta inseparabilidad
pone en primer plano que ambos fueron los responsables de la conformación de
la imagen que el siglo xx se hizo de la cultura del xvii. Podemos comprender este
aspecto a partir, ya no de las diferencias, sino de las ideas por ambos compartidas.
En primer lugar, para todos los autores considerados en este texto, el Barroco
constituye la expresión de una crisis. Por cierto que este fenómeno tiene un senti-
do diferente, por ejemplo, en Maravall y Sarduy. Maravall utiliza el concepto para
comprender la época de decadencia que se abatió sobre Europa, decadencia que
concluyó con el antiguo orden y que llevó al hombre a las puertas de la sociedad
burguesa. En cambio, Sarduy entiende que la crisis se abate sobre la comprensión
del mundo. Según sostiene, lo que se quiebra es el orden mediante el cual el hom-
bre pensaba su existencia. Pero esto no quita que coincidan en que el Barroco es el
emergente cultural de una crisis epistemológica y social.
En segundo término, y de manera correspondiente, todos los autores comen-
tados en este texto consideran que esta crisis del siglo xvii constituye el nacimiento
de la modernidad. Y esta segunda idea cambia si se la contempla desde el punto de
vista del retorno o si se lo hace desde la perspectiva de la reconstrucción. Así, para
Wölfflin la dinámica moderna del arte nace de la ruptura de la estética del Renaci-
miento por parte de la pintura barroca. En cambio, para autores como Weisbach,
Maravall o Wardropper, el siglo xvii constituye el comienzo de la modernidad
porque en esa época surgieron varios conflictos que, si bien en su realización con-
creta inicial son inseparables del 1600, se convierten en algunos de los nudos
problemáticos del proceso histórico hasta la actualidad. Pero nuevamente, como
sucede con el concepto de «crisis», esto no invalida que ambos enfoques sostengan
la idea de que en ese período se asistió al nacimiento de un tiempo nuevo, en el
cual todavía estaríamos involucrados.
En tercer lugar, todos los autores considerados en este trabajo sostienen que
en ese período surgió el hombre moderno. Para recuperar los aportes de Lacan al
tema, el sujeto del Barroco se concibe como un sujeto escindido. Por supuesto,
en su formulación radical esta idea únicamente se encuentra en Lacan y Sarduy.
Pero en los otros autores ésta también aparece bajo la idea de que el hombre del
Barroco es un hombre fuertemente limitado por cuestiones externas a su voluntad.
Así lo podemos ver, ante todo, en Hauser. En Hauser hay una clara comprensión
de que el hombre del siglo xvii se percibe limitado por órdenes que están más allá
de su voluntad: la inaccesibilidad de lo sagrado, el surgimiento de una economía
capitalista y el descentramiento del mundo a través de la revolución copernicana.
Benjamin propone otro tanto al referirse al fin de la escatología cristiana. En igual
sentido, Lezama Lima funda su literatura en el vínculo del hombre con un espacio
inaccesible de lo sagrado. Weisbach plantea algo similar mediante la reconstrucción
del Barroco como una respuesta a los límites críticos ante los que se encontró la
confianza renacentista. Wölfflin, con su historia del arte sin artistas, supone la idea
de que, parafraseando a Lacan, el pintor es pintado por la pintura. Esta concepción
también se encuentra en los críticos y escritores que, desde mediados de siglo, plan-
tearon una reconstrucción histórica del Barroco. Maravall y Wardropper observan
que lo característico de la crisis del xvii es que el hombre se ha dado cuenta de la
dramática conmoción en la que vive. Hay, por primera vez, una conciencia de que
el mundo no es como debería. Esa diferencia entre la realidad concreta y los ideales
inspirará por cierto las revoluciones. Pero no deja de ser la constatación de que en
el mundo existe una frontera entre lo que es y lo que debería ser. En fin, en García
de la Concha el Barroco puso por primera vez en juego la idea de que las palabras
siempre dicen mucho más de lo que parecen. Pueden apuntar a un orden sagrado
o desenvolverse en un mar de evocaciones sensoriales, pero en cualquier caso cons-
tituyen una frontera entre un orden inexpresable y esta realidad cotidiana.
En suma, a partir de los textos comentados en este trabajo se pueden extraer
cinco ideas: 1) el Barroco es un espejo del presente; 2) el Barroco es una de las
claves para la conformación de las tradiciones nacionales; 3) el Barroco constituye
el nacimiento crítico de la modernidad; 4) el Barroco es la expresión de una cri-
sis; 5) el Barroco es el nacimiento del sujeto escindido de la modernidad. Como
vimos, las dos primeras dividen aguas, pero hay matices y a la vez existen autores
(los primeros trabajos de Reyes y Alonso, los textos de Lezama Lima, Weisbach,
Benjamin, Hauser y García de la Concha) que se sitúan en una zona intermedia.
Independientemente de estas diferencias teóricas, lo cierto es que estas ideas son
claves para la imagen que el siglo xx se formó del Barroco.
Pero lo más importante es que estos conceptos no son verdades descubiertas
tras el olvido al que se había condenado la cultura del 1600. Más bien habría
que entenderlos como ejes de interpretación que, tras una compleja elaboración,
se convirtieron en las herramientas intelectuales mediante las cuales el siglo xx
cinceló lo que podríamos considerar su Barroco. Así podemos verlo, en primer
lugar, en las consideraciones sobre el espejo de la historia y los planteos sobre la
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