Tema 4
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XIV Y XV
Por Manolo Dominguez y Albert Maza.
El preciosismo de la arquitectura gótica en su fase radiante desembocó desde mediados del siglo
XIV y durante el siglo XV en una reinterpretación del estilo y de sus elementos arquitectónicos,
caracterizada por un exacerbado gusto por la decoración y una acusada personalidad diferente en cada
uno de los territorios europeos.
Si bien, fue inicialmente considerada de forma negativa la arquitectura tardo gótica, entendida
como una degeneración y declive de una cultura hasta la llegada del renacimiento, recientemente se
propone para el otoño de la Edad Media (Huizinga) una mirada positiva. Convive con las formas
renacentistas y, frente al periodo anterior, no ve la construcción de grandes catedrales, sino que la
arquitectura civil militar va cobrando un marcado protagonismo: lonjas, ayuntamientos, castillos y
palacios toman el protagonismo. Esta etapa se hunde en los últimos sobresaltos de la guerra de los Cien
años y del gran Cisma de Occidente, que contempla el fracaso de los estados borgoñones de Carlos el
Temerario y el despegue de las nacionalidades y las lenguas modernas, así como el triunfo del
renacimiento italiano.
Se pierde la mística de la luz en las iglesias, puesto que los muros ya no son horadados en su
totalidad y además se convierten en soportes para grandes retablos. Se acentúa el decorativismo de su
arquitectura y el espacio en el interior de la iglesia gótica tardía cambia: las cabeceras crecen de forma
desmedida, aumenta el número de capillas privadas junto a la girola, y el de mausoleos junto al altar
mayor. En numerosas Iglesias menores, sustituyen las pequeñas cabeceras altomedievales por grandes
estructuras poligonales.
En el exterior destacan torres, chapiteles, agujas y portadas muy decoradas. El gusto por la
ornamentación se refleja en elementos arquitectónicos significativos:
Las bóvedas de crucería crean formas estrelladas a base de nervios secundarios y terceletes. Caso
particular son las bóvedas de abanico inglesas, que rompen la tradicional división en tramos de
nave dando mayor unidad espacial.
Los capiteles desaparecen y el apoyo de los nervios de las bóvedas cae sin interrupción en los
soportes, unas veces en haces verticales de nervaduras y prismáticas y otras en haces de columnas
lisas.
Los arcos multiplican sus formas, como el arco carpanel, el conopial, el escarzano o el mixtilíneo.
Los muros, los vanos y los rosetones se cubren de trapacerías, que tienden a aplicarse cada vez
más como auténticas filigranas.
La decoración vegetal de yedras y frondas, con una fina y elegante factura, también es genuina.
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Bóveda de crucería estrellada Bóveda de abanico (Oxford)
Durante un tiempo se consideró que el flamígero era la consecuencia lógica de la fase anterior, pero
hoy hay que precisar que presenta notables diferencias en la concepción del espacio simbólico y de la luz
coloreada: la Iglesia deja de interpretarse como una auténtica caja de vidrio, en la que el espacio se
configura gracias a la luz irreal que producen sus vidrieras y se abandona la conexión entre espiritualidad
y estructura diáfana. El término flamígero por tanto abarca a la decoración del periodo, pero también a la
concepción del espacio arquitectónico.
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Arquitectura religiosa.
Arquitectura cortesana
Desde finales del siglo XIII, tanto los reyes de Francia como otros miembros de la familia real
desplegarán una notable actividad constructiva destinada a la remodelación o construcción de nueva
planta de sus residencias. Carlos V remodeló profundamente el Louvre de París y el Castillo de
Vincennes. Del mismo modo, miembros de la familia real crearon cortes satélites de la de París, como
ocurrió con el Duque de Berry, hermano de Carlos V, quien transformó por completo sus residencias, al
igual que el Duque de Orleans, que realizó profundas transformaciones en sus castillos. La relación entre
arquitectura y la manifestación del poder político fue imitada con rapidez por la alta aristocracia. Tal vez la
actuación más significativa sea la realizada por Jacques Coeur, funcionario real que, tras acceder a la
nobleza, construyó un majestuoso palacio en Bourges, nexo de la residencia cortesana medieval y lo que
será la renacentista.
En Inglaterra, a partir de 1350 el uso de las bóvedas de abanico, que permiten el desarrollo de
estructuras ligeras sin arbotantes, dio lugar al llamado perpendicular style (estilo perpendicular).
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En el último cuarto del s. XIV, se utiliza este estilo en las
catedrales de Canterbury, Winchester y York, con naves centrales aún
más elevadas. A partir de aquí se perderá el impulso y las construcciones
serán más modestas.
La tendencia ya apuntada en los siglos precedentes de crear un espacio diáfano y homogéneo lleva
a la definición de la iglesia de planta de salón (hallenkirche), definida por tres naves de igual altura,
cubiertas por bóvedas nervadas de gran desarrollo. Tal vez el primer ejemplo de este prototipo de iglesia
sea la catedral de Praga, iniciada en 1344, donde trabaja el francés Mateo de Arras, que pronto es
sustituido por Peter Parler, miembro de una dinastía de arquitectos y constructores de un amplio territorio
de Europa Central y a quienes se debe la mayor parte de las obras del tardogótico alemán.
A lo largo del s. XIV Castilla vive una gran inestabilidad, mientras Aragón, por el contrario, se
encuentra en pleno esplendor económico, que se manifiesta en la construcción de edificios significativos.
Habrá que esperar a finales del S. XIV y sobre todo al s.XV para que se reanude la construcción de forma
significativa. Así, se alza la catedral de Pamplona, iniciada en 1.397, y la de Oviedo (1388), máximo
exponente del gótico flamígero.
A la Corona de Aragón llegan canteros y arquitectos del Norte de Francia, que levantan la Capilla
de los Corporales de Daroca, y la Capilla de San Agustin de la Seo de Zaragoza, entre 1417 y 1422,
dispersándose después, pero dejando las novedades de la arquitectura flamígera en la zona. La
reinterpretación del gótico en Castilla se lleva a cabo a manos de artistas extranjeros (alemanes, como los
Colonia en Burgos, o flamencos, como los Egas en Toledo) que introducen las formas tardogóticas
europeas. A estas formas tardogóticas se las denominó estilo hispano-flamenco porque se entendía que
tan importante era su composición flamígera como una tradición islámica española practicada por
artesanos de formación mudéjar.
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Catedral de Burgos Capilla del Condestable
Simón de Colonia continuó y terminó muchas de las obras emprendidas por su predecesor, y
desde luego le sucedió como el arquitecto más representativo de la escuela burgalesa. Fue un arquitecto
de gran actividad al servicio tanto del cabildo catedralicio como de la familia Velasco, Condestables de
Castilla, para los que levantó la emblemática Capilla del Condestable, pensada como panteón familiar
dentro de la catedral burgalesa (a imitación de la que en Toledo se llevó a cabo para don Álvaro de Luna).
Anticipa la propuesta de las construcciones góticas del siglo XVI, en las que se mezclan formas flamígeras
con elementos de tradición islámica, entre los que destaca la plementería calada en la bóveda de crucería,
que tiene su lejano precedente en modelos almorávides.
Hanequin de Bruselas debió de llegar a Toledo alrededor de 1440. Se le cita por primera vez en las
obras de la catedral en 1448, ya como maestro mayor. Con absoluta seguridad es el arquitecto de la
capilla funeraria de don Álvaro de Luna, en la catedral, en la que fija un modelo que fue muy divulgado.
Realiza la coronación de la torre y la puerta de los Leones, junto a Egas Cueman, Enrique Egas y Juan
Guas (en calidad de escultor), así como las portadas, capillas y obras suntuarias que ponen fin a la obra
gótica de la catedral. También en Valladolid, vinculadas al taller de Burgos, se construyen las llamadas
fachadas de tapiz, de las Iglesias de San Pablo y del colegio de San Gregorio.
Con la llegada al trono de los Reyes Católicos a finales del s. XV y durante las primeras décadas del
s. XVI, se produce la unidad de las coronas y una revolución política y económica, fundamentalmente
para Castilla, con sucesos de gran calado como la conquista de Granada y el descubrimiento de América.
Esta situación permite abordar y desarrollar sustanciales empresas constructivas no sólo por parte de la
nueva monarquía, que necesita un arte que sea capaz de expresar los nuevos valores de la institución
monárquica y la unidad de las coronas, sino también por parte de una alta aristocracia que tiene que
construir su propia entidad y su imagen de poder. Este es el estilo que recibió el nombre de isabelino
conocido también como gótico de los Reyes Católicos y actualmente tardogótico, que se caracteriza por
la complicación infinita de las nervaduras de las bóvedas, la utilización de todo tipo de arcos (el carpanel,
el conopial, el escarzano, o el mistilíneo), y la abundante decoración de finos labrados. Con los Reyes
Católicos el gótico se simplifica en estructura y se consigue una clarificación en las construcciones que
permitirá que, como expresión del poder real, se popularice y extienda a toda la Península; además, se
renueva en este estilo infinidad de iglesias menores que había sido construidas, en su inicio, en estilo
románico.
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La vitalidad del estilo tardogótico en Castilla determina que la últimas construcciones coincidan en
el tiempo con las primeras renacentistas, superponiéndose y utilizándose de manera aleatoria. En la
Castilla del siglo XVI se calificaba al tardogótico como la forma de construir a lo moderno, mientras que la
arquitectura clasicista del renacimiento italiano era denominada a la antigua o a lo romano.
En primer lugar, con él se abandona de forma definitiva la idea de castillo como residencia
señorial, erigiéndose un palacio planamente ciudadano, inserto en la trama urbana de la ciudad,
alejado de toda señal de identidad con la arquitectura fortificada (incluso carece de torres en las
esquinas).
En segundo lugar, su planta cuadrada, con patio central cuadrado, de idénticas dimensiones a la
planta de la plaza delantera que le precedía, nos habla de una preocupación por la simetría, la
proporción y la axialidad propia del renacimiento.
En tercer lugar, su fachada, con un paramento con cabezas de clavos, una riquísima galería sobre
cornisa de mocárabes y una puerta inspirada en los modelos toledanos mudéjares con un gran
escudo nobiliario, nos habla de la fusión de las formas del gótico-mudéjar toledano con las
flamígeras. En su interior, las arquerías conopiales del patio presentan una riquísima
ornamentación.
Fachada del Palacio del Infantado Patio interior Palacio del Infantado
Por otra parte, los hospitales y centros de beneficencia fueron remodelados o se crearon nuevos,
con un mayor empeño monumental. Igualmente, se construyen en este siglo XVI las últimas catedrales
góticas; 1512 es la de Salamanca, y de 1525 la de Segovia.
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1.5 El gótico manuelino en Portugal
El final de la Edad Media se puede identificar por un florecimiento de la vida urbana, con el
afianzamiento de nuevas clases profesionales y de corporaciones organizadas de oficios, por el
desmantelamiento lento y progresivo de las estructuras feudales antiguas y por la secularización de la
cultura, lo que motiva la intervención de nuevos grupos sociales en el arte y la arquitectura, y la
disminución de la influencia del clero, aunque sigue siendo decisiva.
Esta sociedad civil tendrá un papel cada vez mayor en la definición de las construcciones y,
corporativamente, como municipio, una influencia considerable en la composición de los inmuebles
religiosos y en el diseño de obras municipales.
Las nuevas oligarquías urbanas renuevan por entero la imagen de la ciudad bajomedieval, con
ambiciosos encargos de edificios civiles. La catedral ya no será de forma exclusiva el símbolo
arquitectónico de la ciudad, palacios aristocráticos y monárquicos, lonjas, ayuntamientos, hospitales,
puertas de la muralla, torres, etc., se convierten ahora en imágenes renovadas de los nuevos poderes.
En España, se construirán los hospitales de Toledo, Granada y Santiago, mientras que en Portugal
la Torre de Belem es uno de los mejores ejemplos del manuelino.
En los Países Bajos, donde se ha considerado como la expresión del orgullo ciudadano, presenta su
mayor desarrollo y riqueza. La necesidad de autorepresentación de estas prósperas clases burguesas, con
un alto sentido político de autoafirmación y autogobierno, es una de las razones de que en los Países Bajos
el tardo-gótico muestre una particular grandiosidad en sus edificios ciudadanos: ayuntamientos, lonjas,
hospitales y otras edificaciones caritativas.
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Tres fueron las construcciones que caracterizaron las ciudades flamencas de esta época: las
murallas, los hallen (lonjas destinadas a depósitos de mercancías, lugar de comercio y de reunión de
negocios) y los ayuntamientos.
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