El Peregrino - Simon Hawke
El Peregrino - Simon Hawke
El Peregrino - Simon Hawke
www.lectulandia.com - Página 2
Simon Hawke
El peregrino
Sol Oscuro. La tribu de Uno 2
ePub r1.3
epublector 05.11.13
www.lectulandia.com - Página 3
www.lectulandia.com - Página 4
Título original: The Seeker
Simon Hawke, 1994
Traducción: Genma Gallart, 1997
Ilustraciones: Brom
Retoque de portada: TaliZorah
www.lectulandia.com - Página 5
Con todo mi afecto para Rod y Shari
www.lectulandia.com - Página 6
www.lectulandia.com - Página 7
Agradecimientos
Con mi más profundo agradecimiento a Bruce y Peggy Wiley, Becky Ford, Pat
Connors, Robert M. Powers y Sandra West, Pamela Lloyd, Michel Leckband y al
personal y directivos de Acton, Dystel, Leone y Jaffe, Inc. También deseo dar las
gracias a Nancy L. Thompson del Pima Community College, y a todos mis alumnos,
por mantenerme alerta y lleno de energía. Y si olvido a alguien, la culpa la tiene la
fatiga del combate…
www.lectulandia.com - Página 8
Prólogo
Las lunas gemelas de Athas inundaban el desierto de una luz espectral a medida que
el oscuro sol se hundía en el horizonte. La temperatura descendía veloz mientras
Ryana se calentaba sentada ante la fogata, satisfecha de haber abandonado la ciudad.
No tenía de Tyr más que malos recuerdos. De jovencita, mientras crecía en el
convento villichi, había soñado con visitar la ciudad situada al pie de las Montañas
Resonantes. En aquellos tiempos en que sólo podía imaginar sus mercados
abarrotados y su seductora vida nocturna, Tyr había parecido un lugar exótico y
fascinante. Había oído relatos sobre la ciudad de labios de las sacerdotisas de más
edad, aquellas que habían realizado peregrinaciones, y había anhelado que llegara el
día en que pudiera realizar su propio peregrinaje y abandonar el convento para
conocer el mundo exterior. Ahora ya lo había conocido, y no se parecía en nada a sus
sueños juveniles.
Cuando en sus sueños infantiles había imaginado las calles atestadas y los
atractivos mercados de Tyr, lo había hecho sin los patéticos y tumefactos mendigos
que se agazapaban en el polvo y gimoteaban quejumbrosos en demanda de algunas
monedas, extendiendo suplicantes las manos mugrientas ante todo el que pasaba. Las
pintorescas imágenes de su imaginación no habían resistido el hedor a orina y a
estiércol procedente de todos los animales encerrados en la plaza del mercado, ni la
basura generada por los habitantes de la ciudad, que se limitaban a lanzar sus
desperdicios por las ventanas a las calles y callejones. Había imaginado una ciudad
de edificios magníficos e imponentes, como si toda Tyr fuera tan impresionante como
la Torre Dorada o el zigurat de Kalak, pero en lugar de ello había encontrado sobre
todo edificios de ladrillos toscamente enlucidos cubiertos de yeso agrietado y
desconchado, construcciones vetustas, macizas y de un invariable tono terroso, como
los desvencijados cuchitriles de los suburbios. Era allí donde la gente pobre de Tyr
vivía en unas condiciones sórdidas y lastimosas, apretados unos contra otros como
animales apiñados en corrales apestosos.
No había imaginado la existencia de tantas alimañas y porquería, ni las moscas y
la fetidez de la descomposición de las basuras que se pudrían en las calles, ni los
rateros, los asesinos y las vulgares prostitutas pintarrajeadas, ni tampoco las turbas
desatadas de gente desesperada atrapada en la dolorosa transición de una ciudad que
se esforzaba por pasar de la tiranía de un rey-hechicero a una forma de gobierno más
abierta y democrática. Ni se le había pasado por la cabeza que podría ir a Tyr no
como una sacerdotisa en peregrinación, sino como una joven que había roto sus
sagrados votos y huido del convento en plena noche, en pos del único hombre que
había conocido y amado; tampoco se había figurado que antes de abandonar la ciudad
aprendería lo que significaba matar.
www.lectulandia.com - Página 9
Volvió la espalda a la ciudad desdibujada en la distancia, sin arrepentirse por
haberla abandonado, y fijó la mirada en el desierto que se extendía a sus pies. Ella y
Sorak habían acampado en la cima de una loma que dominaba el valle de Tyr, justo al
este de la ciudad. Más allá de la ciudad, al oeste, las colinas se elevaban al encuentro
de las Montañas Resonantes y, al este, descendían progresivamente, rodeando el valle
casi por completo a excepción del desfiladero que se abría directamente al sur, por el
que discurría la ruta comercial que desde Tyr atravesaba los altiplanos. Las caravanas
utilizaban siempre el desfiladero, para luego dirigirse al sudoeste hacia Altaruk, o
girar al nordeste en dirección al Arroyo Plateado, antes de encaminarse al norte a
Urik, o al nordeste a Raam y Draj. Al este del oasis conocido como Arroyo Plateado,
no había otra cosa que rocoso e inhóspito desierto, un erial sin senderos conocido por
el nombre de Planicies Pedregosas que se extendía durante kilómetros hasta morir
ante las Montañas Barrera, tras las que se encontraban las ciudades de Gulg y
Nibenay.
Todas las caravanas tenían sus rutas trazadas, se dijo Ryana, en tanto que la de
ellos aún no estaba fijada. Sentada allí sola, arrebujada en su capa, la larga melena
plateada ondeando suavemente a impulsos de la brisa, la joven se preguntaba cuándo
regresaría Sorak. O más bien habría que decir «el Vagabundo», pensó, puesto que,
poco antes de abandonar el campamento, Sorak se había dormido y el Vagabundo
había hecho su aparición y tomado el control de su cuerpo. En realidad no conocía
muy bien al Vagabundo a pesar de haber estado en contacto con él muchas veces, ya
que aquel ente no era nada conversador. Era un cazador y un rastreador, una entidad
que conocía bien los bosques montañosos y el desértico altiplano.
El Vagabundo comía carne, al igual que las otras entidades que componían la
tribu interior de Sorak, y sin embargo este último, así como las villichis entre las que
se había criado, era vegetariano; era una de las muchas anomalías de su multiplicidad.
Aunque, a diferencia de ella, el joven no había nacido villichi, había crecido en su
convento y adoptado muchas de sus costumbres, y, como todas las villichis, había
jurado seguir la Disciplina del Druida y la Senda del Protector.
Ryana recordaba el día en que la venerable pyreen había llevado a Sorak al
convento, tras encontrarlo medio muerto en el desierto, donde había sido abandonado
a su suerte por su tribu, que lo había expulsado de su seno por ser mestizo. A pesar de
que las razas humanas y semihumanas de Athas se mezclaban con frecuencia, y
mestizos como semienanos, semigigantes y semielfos no eran nada insólito, Sorak era
un elfling, tal vez el único de su raza.
Elfos y halflings eran enemigos mortales, y por lo general se mataban nada más
verse. Sin embargo, de algún modo, un miembro de la raza elfa y otro de la raza
halfling se habían apareado para producir a Sorak y otorgarle las características de
ambas razas. Los halflings eran menudos, aunque fornidos, mientras que los elfos
www.lectulandia.com - Página 10
eran altos, delgados y de extremidades largas. Las dimensiones de Sorak, una mezcla
de ambas, eran similares a las de los humanos y, de hecho, a simple vista el joven
parecía totalmente humano.
Las diferencias eran pequeñas pero significativas. La larga cabellera negra era
espesa y abundante, como la melena de un halfling. Los ojos estaban hundidos y eran
muy oscuros, con una mirada inquietante y taladradora, y, al igual que a elfos y
halflings, le permitían ver en la oscuridad; poseían además el mismo brillo felino que
cobraban los ojos de los halflings cuando la luz desaparecía. Las facciones de su
rostro tenían un aspecto élfico muy marcado, con pómulos elevados y prominentes;
una nariz afilada; una barbilla estrecha, casi puntiaguda; una boca ancha y sensual,
cejas arqueadas y orejas puntiagudas. Y, como los elfos, era barbilampiño.
Pero, por extraordinario que fuese su aspecto físico, su estructura mental resultaba
aún más insólita: Sorak era una «tribu de uno». Se trataba de un estado sumamente
raro y, por lo que Ryana sabía, tan sólo las villichis lo comprendían. Sabía al menos
de dos casos acaecidos entre las villichis, aunque ambos pertenecían al pasado. Las
dos sacerdotisas afectadas habían redactado prolijos diarios, y, de niña, Ryana los
había estudiado en la biblioteca del templo para poder comprender mejor a su amigo.
Tenía sólo seis años cuando Sorak había llegado al convento villichi. Él era
aproximadamente de la misma edad, aunque no recordaba su pasado, la época
anterior a su abandono en el desierto, y por lo tanto no sabía cuántos años tenía. El
trauma de lo sucedido no tan sólo había borrado sus recuerdos sino que había
dividido su mente de tal forma que ahora poseía al menos doce personalidades
distintas, cada una con sus propios atributos característicos, entre los que destacaban
poderosos poderes paranormales.
Antes de la llegada de Sorak, jamás había vivido un miembro del sexo opuesto en
el convento villichi, ya que las villichis eran una secta femenina, no tan sólo por
elección, sino también por cuestión de nacimiento. Por otra parte, las villichis no eran
algo corriente, aunque no eran tan insólitas como las tribus de uno. Sólo hembras
humanas podían nacer villichi, aunque nadie sabía el motivo. Eran una mutación, que
se distinguía por características físicas tales como su extraordinaria altura y esbeltez,
la palidez de su piel, y sus largos cuellos y extremidades. Por lo que se refiere a sus
proporciones físicas, estaban más cerca de los elfos que de los humanos, aunque los
elfos eran aún más altos; pero lo que realmente las hacía diferentes era que nacían
con poderes paranormales ya desarrollados al máximo. En tanto que la mayoría de los
humanos y semihumanos poseían un potencial latente para al menos un poder
paranormal que, por lo general, precisaba de muchos años de adiestramiento bajo la
guía de un experto, de un maestro del Sendero, para sacarlo a la luz, las criaturas
villichis nacían con él ya en flor.
Ryana era baja para ser villichi, aunque con casi un metro ochenta y tres de
www.lectulandia.com - Página 11
estatura seguía siendo alta comparada con una humana, y sus proporciones se
acercaban más al modelo humano. Lo único que la diferenciaba era su plateada
cabellera blanca, como la de un albino. Sus ojos eran de un llamativo y brillante
verde esmeralda, y la piel tenía una palidez tal que parecía casi transparente. Como
todas las villichis, se quemaba con facilidad bajo el ardiente sol athasiano si no
tomaba precauciones.
Sus padres eran pobres y tenían ya cuatro hijos cuando ella había nacido; su vida
era pues bastante difícil sin una criatura que arrojaba los objetos domésticos de un
lado a otro con sus poderes mentales cada vez que tenía hambre o se sentía irritada.
Cuando una sacerdotisa villichi en peregrinaje apareció por su pequeña aldea, no
tuvieron el menor reparo en entregar la custodia de su fastidiosa hija con poderes
paranormales a una orden dedicada al cuidado, educación y adiestramiento de otras
como ella.
La situación de Sorak había sido diferente. No tan sólo era del sexo masculino, lo
que ya era bastante malo, sino que ni siquiera era humano, por lo que su llegada al
convento había levantado una gran y acalorada controversia. Varanna, la gran señora
de la orden, lo había aceptado porque además de ser una tribu de uno estaba dotado
de increíbles poderes paranormales, los más fuertes con los que jamás se había
encontrado. No obstante, las otras sacerdotisas habían tomado a mal en un principio
la presencia de un hombre entre ellas, y elfling además.
A pesar de que no era más que un niño, habían protestado. El sexo masculino sólo
quería dominar a la mujer, habían argumentado, y los elfos eran famosos por su
duplicidad. En cuanto a los halflings, no tan sólo eran salvajes devoradores de carne,
sino que a menudo también comían carne humana. Aun cuando Sorak no manifestara
ninguna de esas repugnantes características, las jóvenes villichis sentían que la simple
presencia de un hombre en el convento resultaría perjudicial. Sin embargo, Varanna
se había mantenido firme, insistiendo en que, aunque Sorak no había nacido villichi,
estaba no obstante dotado de extraordinarias aptitudes paranormales, como les
sucedía a todas ellas, y que era además una tribu de uno, lo que significaba que, sin
una preparación villichi para adaptarse a su extraordinaria naturaleza, estaría
condenado a una vida de sufrimiento y, finalmente, locura.
El día en que Sorak fue conducido por vez primera a la residencia donde vivía
Ryana, todas las otras sacerdotisas habían protestado con vehemencia. Sólo la
muchacha había salido en su defensa. Al recordarlo ahora, la joven no estaba segura
de poder recordar el motivo; quizá fuera porque ambos tenían más o menos la misma
edad, y Ryana no tenía a nadie más de su edad con quien pudiera hacer amistad en el
convento; quizás había sido su terquedad y rebeldía naturales las que habían
provocado que discrepara de las otras y diera la cara por el joven elfling, o tal vez
fuera porque siempre se había sentido sola y comprendiera que también él estaba
www.lectulandia.com - Página 12
solo. A lo mejor había sabido de algún modo, a un nivel totalmente intuitivo y
subconsciente, que ambos estaban destinados a estar juntos.
Parecía dolido, perdido y solo, y sintió simpatía por él. Había perdido la memoria.
No sabía ni su nombre. La gran señora lo había llamado Sorak, una palabra elfa
utilizada para describir a un nómada que siempre va solo. Aun así, Ryana se había
unido a él, y habían crecido juntos como hermanos hasta el punto de que la joven
creía comprenderlo mejor que nadie.
No obstante, existían límites a su propia comprensión, como había descubierto
aquel día, no demasiado lejano, en que había anunciado su amor a Sorak… y había
sido rechazada, porque varias de las personalidades del muchacho eran femeninas, y
no podían amar a otra mujer.
En un principio se había sentido escandalizada, y luego humillada, después
furiosa con él por no habérselo dicho nunca, y finalmente sintió pena… por él y su
soledad, por la extraordinaria y dura realidad de su existencia. Se retiró a la cámara
de meditación de la torre del templo para ordenar sus ideas, y, cuando volvió a salir,
se encontró con que el joven había abandonado el convento.
Se culpó a sí misma al principio, pensando que era ella quien lo había empujado a
partir, pero la gran señora le explicó que, si acaso, ella había sido el catalizador de
una decisión que Sorak llevaba debatiendo desde hacía bastante tiempo.
—Siempre supe que llegaría un día en que nos dejaría —había dicho la gran
señora Varanna—. Nada lo habría retenido, ni siquiera tú, Ryana. Los elfos y
halflings son nómadas. Lo llevan en la sangre. Y en Sorak hay otras fuerzas que lo
empujan, además. Hay preguntas para las que ansía hallar respuesta, y no puede
encontrar esas respuestas aquí.
—Pero no puedo creer que se haya ido sin siquiera despedirse —había respondido
Ryana.
—Es un elfling —le había recordado Varanna con una sonrisa—. Sus emociones
son distintas de las nuestras. Precisamente tú deberías saberlo bien. No puedes
esperar que actúe como un humano.
—Lo sé, pero… es sólo que… Siempre había creído…
—Comprendo —había dicho la gran señora en tono comprensivo—. Hace ya
bastante tiempo que sé lo que sientes por Sorak. Lo he leído en tus ojos. Pero la clase
de vida conyugal que tú deseas es imposible, Ryana. Sorak es un elfling y una tribu
de uno. Tú eres villichi, y las villichis no toman compañero.
—Pero no hay nada en nuestros votos que lo prohíba —había protestado ella.
—Hablando con propiedad, no, no lo hay —había convenido la gran señora—. Te
concederé que la interpretación de los votos podría muy bien discutirse en lo
referente a este tema. Pero, desde un punto de vista práctico, sería un disparate. No
podemos tener hijos. Nuestros poderes paranormales y nuestra preparación, sin
www.lectulandia.com - Página 13
mencionar nuestra constitución física, intimidarían a la mayoría de los varones. No es
por nada que la mayoría de las sacerdotisas escogen el celibato.
—Pero Sorak es diferente —había insistido Ryana, y la gran señora había alzado
la mano para impedir cualquier otro comentario.
—Sé lo que vas a decir, y no discreparé. Sus poderes paranormales son los más
fuertes con los que me haya tropezado jamás; ni siquiera yo puedo atravesar sus
impresionantes defensas. Y, puesto que es un mestizo, es posible que también sea
incapaz de tener descendencia. Sin embargo, Sorak tiene algunos problemas
específicos que tal vez no consiga superar nunca. En el mejor de los casos, no hallará
más que una forma de convivir con ellos. Su deambular por la vida será solitario,
Ryana. Comprendo que es duro para ti oír estas cosas justo ahora, y aun más duro
comprenderlas, pero todavía eres joven y tienes por delante tus mejores y más
productivos años.
»Pronto —había proseguido—, te harás cargo de las clases de adiestramiento de
la hermana Tamura, y descubrirás que se puede hallar una gran satisfacción en
moldear las mentes y cuerpos de las hermanas más jóvenes. Llegado el momento,
partirás en tu primera peregrinación en busca de otras como nosotras, y para reunir
información sobre la situación en el mundo exterior. Cuando regreses, todo ello nos
ayudará en nuestra búsqueda de un modo de enmendar todo el daño que nuestro
mundo ha padecido a manos de los profanadores. Nuestra labor aquí es una labor
sagrada y noble, y sus recompensas pueden resultar mucho mayores que los efímeros
placeres del amor.
»Sé que estas cosas son duras de escuchar cuando se es joven —había añadido
Varanna con una sonrisa indulgente—. Yo fui joven en una ocasión, de modo que lo
sé, pero el tiempo aclara las cosas, Ryana. El tiempo y la paciencia. Diste a Sorak lo
que más necesitaba: tu amistad y comprensión. Más que ninguna otra, tú lo ayudaste
a adquirir la fuerza que necesitaba para salir en busca de su destino en el mundo. Ha
llegado el momento de que él lo haga, y tú debes respetar su elección. Tienes que
dejar que se vaya.
Ryana había intentado convencerse de que la gran señora tenía razón, de que lo
mejor que podía hacer por Sorak era dejarlo marchar, pero no conseguía aceptarlo.
Hacía diez años que se conocían, desde que ambos eran unos niños, y ella jamás se
había sentido tan unida a ninguna de sus hermanas villichis como lo había estado a
Sorak. Tal vez había alimentado esperanzas absurdas en cuanto a la clase de relación
que podían tener; pero, aunque ahora estaba claro para ella que nunca serían amantes,
sabía de todos modos que el joven la quería todo lo que podría amar nunca a nadie.
Por su parte, ella no había querido nunca a nadie más; ni siquiera había conocido a
otra persona del sexo opuesto.
Las sacerdotisas habían comentado a menudo los diferentes modos en los que
www.lectulandia.com - Página 14
podía sublimarse el deseo físico. De vez en cuando, una sacerdotisa en peregrinaje
podía entregarse a los placeres de la carne, ya que ello no estaba expresamente
prohibido por sus votos, pero incluso aquellas que lo habían hecho acababan por
escoger el celibato. Los varones, decían, dejaban mucho que desear en cuanto a
compañerismo, respeto mutuo y vínculos espirituales. Ryana era aún virgen, por lo
que carecía de experiencia personal para poder juzgar, pero la deducción obvia era
que el aspecto físico del amor no era tan importante. Lo que era importante era el
vínculo que había compartido con Sorak desde la infancia. Con su partida, la
muchacha había sentido un vacío en su interior que ninguna otra cosa podía llenar.
Esa noche, cuando todo el mundo dormía, había llenado su mochila con sus pocas
pertenencias, para luego deslizarse al interior del arsenal donde las hermanas
guardaban todas las armas con las que se entrenaban. Las villichis habían seguido
siempre el principio de que el desarrollo del cuerpo era tan importante como la
preparación de la mente. Desde el momento en que llegaban al convento, las
hermanas aprendían a utilizar la espada, el bastón, la daga y la ballesta, además de
armas tales como los cahulaks, la maza y el mayal, la lanza, la hoz y el cuchillo de la
viuda. Una sacerdotisa villichi sola en peregrinación no era tan vulnerable como
parecía.
Ryana se había ceñido un espadón de hierro e introducido dos dagas en la parte
superior de cada uno de sus altos mocasines; cogió también un bastón y se colgó una
ballesta a la espalda, junto con un carcaj de saetas. Tal vez las armas no le
pertenecieran, pero había pasado una parte de su tiempo en el taller del arsenal,
haciendo arcos y flechas y trabajando en la fragua para forjar espadas y dagas de
hierro; así que, de algún modo, sentía que se había ganado cierto derecho a tenerlas.
No creía que la hermana Tamura se lo reprochara. Si alguien iba a comprenderlo, ésa
sería Tamura.
Tras esto, Ryana había saltado el muro para no alertar a la anciana portera. La
hermana Dyona no podría haberle impedido marchar, pero la joven estaba segura de
que habría intentado disuadirla e insistido para que lo discutiera primero con la gran
señora Varanna, y Ryana no estaba de humor para discutir o intentar justificar sus
acciones. Había tomado una decisión. Ahora vivía con las consecuencias de aquella
decisión, y esas consecuencias eran que no tenía ni idea de lo que le esperaba.
Todo lo que sabía era que tenían que encontrar a un hechicero conocido sólo
como «el Sabio», lo que era mucho más fácil de decir que de hacer. Casi todo el
mundo creía que el Sabio no era más que un mito, una leyenda para que el pueblo
mantuviera viva la esperanza, la esperanza de que un día el poder de los profanadores
sería derrotado, el último de los dragones eliminado, y se iniciaría el reverdecer de
Athas.
Según se contaba, el Sabio era un hechicero ermitaño, un protector embarcado en
www.lectulandia.com - Página 15
la ardua tarea de metamorfosearse en un avangion. Ryana no sabía qué era
exactamente un avangion. Nunca había existido tal ser en Athas, pero los antiguos
libros de magia hablaban de él. De todos los conjuros de metamorfosis, la
transformación en avangion era la más difícil, la más agotadora y la más peligrosa;
aparte de los peligros propios de la metamorfosis misma, existían los peligros
planteados por los profanadores, en especial los reyes-hechiceros, para quienes el
avangion significaría la peor amenaza.
La magia tenía un precio, y ese precio resultaba trágicamente visible en la
reducción de Athas a un planeta moribundo y desértico. Los templarios y sus reyes-
hechiceros afirmaban que no era su magia la que había profanado el paisaje
athasiano; insistían en que la destrucción del ecosistema se había iniciado miles de
años antes con aquellos que habían intentado controlar la naturaleza, y que a tal
devastación habían contribuido cambios en el sol, que nadie podía gobernar. Tal vez
hubiera algo de verdad en eso, pero pocos creían tales afirmaciones ya que no había
nada que los acusara de modo más convincente que la destrucción provocada por la
práctica de la magia profanadora.
Los protectores no destruían el terreno del mismo modo en que lo hacían los
profanadores, pero la mayoría de la gente no se molestaba en distinguir entre una
magia y la otra, y por lo tanto cualquier forma de magia era despreciada
universalmente por ser la causa de la devastación del planeta. Todos conocían las
leyendas, y no faltaban juglares que las repitieran. La balada de la tierra agonizante,
La endecha del Sol Oscuro, El lamento del druida y muchas otras eran canciones que
contaban cómo se había expoliado al mundo.
Hubo una época en que Athas era verde, y los vientos que soplaban sobre sus
verdes y floridas llanuras habían transportado el canto de las aves. En una ocasión,
sus espesos bosques habían abundado en caza, y las estaciones venían y se iban,
trayendo mantos de nieve virgen en el invierno y la renovación con cada primavera.
Ahora sólo existían dos estaciones, tal y como decía la gente: «verano y la otra».
Durante la mayor parte del año, el desierto athasiano ardía por el día y se tornaba
glacial por las noches, pero existían dos o tres meses durante el llamado verano en
que las noches eran lo suficientemente suaves para dormir en el exterior sin una
manta y los días traían temperaturas que recordaban el interior de un horno. Allí
donde una vez las llanuras habían sido verdes y fértiles, existían ahora yermas
planicies desérticas cubiertas tan sólo por hierbas parduscas, achaparrada
quiebrahacha y árboles pagafa, unos pocos matorrales resistentes a la sequía, y una
amplia variedad de cactos espinosos y plantas carnosas, en su mayoría letales. En
cuanto a los bosques, casi todos habían dado paso a colinas pedregosas, en las que el
viento gemía por entre los riscos con un sonido que hacía pensar en una bestia
gigantesca aullando desesperada. Únicamente en puntos aislados, como la Cordillera
www.lectulandia.com - Página 16
Boscosa de las Montañas Resonantes, existía algún indicio de cómo había sido el
mundo en una ocasión; pero, con cada año que pasaba, los bosques retrocedían un
poco más. Y lo que no moría lo destruían los profanadores.
La magia precisaba energía, y la fuente de esa energía podía ser la fuerza vital del
que lanzaba el conjuro o la de otros seres vivos como las plantas. La magia que
practicaban profanadores y protectores era en esencia la misma, pero los protectores
respetaban la vida, y lanzaban sus conjuros con prudencia para que la energía tomada
de la vida vegetal se extrajera de tal modo que permitiera una recuperación total. Los
protectores no mataban con su magia.
Los profanadores, por otra parte, practicaban la hechicería de la muerte. Cuando
un miembro de ese grupo lanzaba un conjuro, todo lo que le importaba era absorber
tanta energía como pudiera, para aumentar en todo lo posible su poder y la fuerza del
hechizo; cuando un profanador extraía energía de una planta, ésta se marchitaba y
moría, y el suelo en el que crecía quedaba totalmente yermo.
El gran atractivo de la magia profanadora era que creaba una enorme adicción,
pues permitía al hechicero aumentar su poder mucho más deprisa que aquellos que
seguían la Senda del Protector, que exigía veneración por la vida. Pero, al igual que
con cualquier droga adictiva, la ilimitada ansia de poder precisaba cada vez de dosis
mayores, y, en su implacable búsqueda de poder, el profanador finalmente alcanzaba
el límite de lo que podía absorber y contener, más allá del cual el poder acabaría por
consumirlo…
Tan sólo los reyes-hechiceros podían resistir el flujo de la energía profanadora
total, y lo conseguían gracias a la mutación. Se transformaban mediante dolorosos
rituales interminables y fases graduales de desarrollo en criaturas cuyos voraces
apetitos y capacidad de poder las convertía en las formas de vida más peligrosas del
planeta: los dragones.
Los dragones eran perversiones repugnantes, pensaba Ryana, mutaciones mágicas
que amenazaban toda la vida del planeta. Por dondequiera que pasara, un dragón
arrasaba por completo el territorio y acababa con un sinnúmero de vidas de humanos
y semihumanos que exigía como tributo.
Cuando un rey-hechicero se embarcaba en el mágico sendero de la metamorfosis
que lo transformaría en un dragón, ya no existía vuelta atrás, pues el simple hecho de
iniciar el proceso significaba dejar atrás toda posibilidad de redención. Con cada
etapa sucesiva de transformación, el hechicero cambiaba físicamente, perdiendo poco
a poco todo aspecto humano para adoptar el de un dragón. Llegado a este punto, al
profanador ya no lo preocupaba su propia humanidad o la falta de ella porque la
metamorfosis conllevaba la inmortalidad y una capacidad de poder que superaba todo
lo que el profanador hubiera experimentado hasta entonces. A un dragón no le
importaba si su propia existencia amenazaba toda la vida del planeta; su insaciable
www.lectulandia.com - Página 17
apetito podía convertir el mundo en una roca yerma y reseca incapaz de sustentar
cualquier clase de vida. Los dragones no se preocupaban por esas cosas: estaban
locos.
Únicamente existía una criatura capaz de enfrentarse al poder de un dragón, y ésa
era el avangion. O al menos eso decían las leyendas. Un avangion era la antítesis de
un dragón, una metamorfosis obtenida siguiendo la Senda del Protector. Los antiguos
libros de hechicería hablaban de él, pero jamás había existido uno en Athas, quizá
porque el proceso requería mucho más tiempo que la mutación en dragón. Según la
leyenda, el mecanismo de transformación en ese ser no lo impulsaba la absorción de
fuerza vital, y era por ese motivo que el avangion era más poderoso que sus enemigos
profanadores. Mientras que el dragón era el enemigo de la vida, el avangion era el
defensor de la vida, y poseía una poderosa afinidad con todo ser vivo, por lo que esta
criatura podía oponerse al poder de un dragón y vencerlo, y ayudar en la consecución
del reverdecimiento del mundo.
De acuerdo con la leyenda, un hombre, un protector —un hechicero ermitaño
conocido como el Sabio— se había embarcado en el arduo y solitario proceso de
metamorfosis que lo convertiría en un avangion. Como la larga, dolorosa y
extenuante mutación requeriría muchos años, el Sabio se había recluido en un
escondite secreto, donde podría concentrarse en los complicados conjuros de
metamorfosis y estar a salvo de los profanadores que intentarían detenerlo a toda
costa. Ni siquiera se conocía su nombre auténtico, de modo que ningún profanador
pudiera utilizarlo para obtener poder sobre él o deducir la localización de su
escondite.
La historia tenía innumerables variantes, según el juglar que interpretara la
canción, pero hacía ya muchos años que iba de boca en boca por el mundo y no
aparecía ningún avangion; tampoco nadie había visto nunca al Sabio ni hablado con
él ni sabía nada de él. Ryana, como la mayoría, siempre había creído que no era más
que un mito… hasta ahora.
Sorak había emprendido la búsqueda del Sabio, tanto para averiguar la verdad
sobre su pasado como para dar un propósito a su futuro, y para ello había ido en
busca primero de Lyra Al´Kali, la venerable pyreen que lo había hallado en el
desierto y conducido al convento.
Los pyreens, también llamados pacificadores, podían cambiar de aspecto y eran
poderosos maestros del Sendero, consagrados a la Disciplina del Druida y a la Senda
del Protector. Eran la raza más antigua de Athas, y, aunque sus vidas se prolongaban
durante siglos, empezaban a extinguirse. Nadie sabía cuántos quedaban, aunque se
creía que sólo sobrevivían unos pocos. Los pyreens eran nómadas, místicos que
recorrían el mundo e intentaban contrarrestar la corruptora influencia de los
profanadores, pero solían vivir apartados y evitaban el contacto tanto con humanos
www.lectulandia.com - Página 18
como con semihumanos. El día que la venerable Al´Kali había llevado a Sorak al
convento había sido la primera y la última vez que Ryana había visto un pyreen.
Una vez al año, la venerable Al´Kali peregrinaba a la cima del Diente del Dragón
con el propósito de reafirmar sus votos. Sorak la había encontrado allí, y, al contarle
ella que los jefes de la Alianza del Velo —una red clandestina de protectores que
combatían a los reyes-hechiceros— mantenían una especie de contacto con el Sabio,
el joven se había encaminado a Tyr para dar con ellos. Mientras intentaba establecer
contacto con la organización, el muchacho se había visto envuelto sin quererlo en una
intriga política destinada a derrocar al gobierno de la ciudad, descubrir a los
miembros de la Alianza del Velo y restablecer a los templarios en el poder bajo un
régimen profanador. Sorak había ayudado a desbaratar el complot y, a cambio, los
jefes de la Alianza del Velo le habían entregado un rollo de pergamino que,
afirmaban, contenía todo lo que sabían sobre el Sabio.
—Pero ¿por qué escribirlo en un pergamino? —se había preguntado Sorak en voz
alta cuando hubieron marchado—. ¿Por qué no contármelo sencillamente?
—Tal vez porque era demasiado complicado —había sugerido Ryana—, y
pensaron que podías olvidarlo si no estaba escrito.
—Pero dijeron que debía quemar esto después de leerlo —había respondido él,
meneando la cabeza—. Si tanto los preocupaba que esta información no cayera en
manos equivocadas, ¿por qué molestarse en escribirla? ¿Por qué correr el riesgo?
—Realmente resulta curioso —había asentido ella.
El elfling había roto el sello y desenrollado el pergamino.
—¿Qué dice? —había inquirido la muchacha, llena de ansiedad.
—Muy poco. Dice: «Asciende a la cima de la loma situada al oeste de la ciudad.
Espera hasta el alba. Cuando amanezca, arroja el pergamino a una hoguera. Que el
Nómada te guíe en tu búsqueda». Eso es todo —había concluido—. No tiene sentido.
—A lo mejor sí —había indicado ella—. Recuerda que los miembros de la
Alianza del Velo son hechiceros.
—¿Quieres decir que este rollo de pergamino es mágico? —se había asombrado
Sorak—. Sí, eso podría ser. O si no, me han timado y he hecho el ridículo.
—Sea como sea, lo sabremos mañana al amanecer —había manifestado Ryana.
Al anochecer ya habían llegado a la cima de la loma y acampado. Tras dormir un
rato, la muchacha se había encargado de la guardia para que Sorak pudiera dormir.
Cuando el joven cerró los ojos, el Vagabundo hizo su aparición y tomó el control; se
incorporó en silencio y se perdió en la oscuridad a grandes zancadas, los ojos
relucientes como los de un gato. Ryana sabía que Sorak estaba profundamente
dormido, replegado en sí mismo, como él lo llamaba, y que cuando despertara no
recordaría que el Vagabundo hubiera ido de caza.
Ryana se había acostumbrado a este insólito comportamiento cuando aún eran
www.lectulandia.com - Página 19
niños allá en el convento. Sorak, por respeto a las villichis que lo habían criado, no
comía carne. Sin embargo, su dieta vegetariana iba en contra tanto de su naturaleza
elfa como de la halfling, y sus otras personalidades no compartían su deseo de seguir
las costumbres villichis. A fin de evitar conflictos, su tribu interior había encontrado
este curioso método de compromiso: mientras Sorak dormía, el Vagabundo salía de
caza, y el resto de la tribu podía disfrutar de la sangre caliente de una pieza recién
abatida sin que el muchacho tuviera que participar en ello. Al despertar tendría el
estómago lleno, pero ningún recuerdo de cómo había sucedido. Lo sabría, claro; pero,
puesto que no había sido él quien había cazado y consumido la carne, su conciencia
estaría tranquila.
Desde el punto de vista de Ryana, resultaba una curiosa forma de lógica, pero al
parecer convencía a Sorak. A ella, por su parte, le importaba muy poco si el joven
comía carne o no. Era un elfling, y era algo natural en él hacerlo. En cuanto a eso, se
decía, podría argüirse que también era innato en los humanos el comer carne, y,
puesto que había quebrantado sus votos al abandonar el convento, quizá ya no tuviera
nada que perder si comía carne, aunque nunca lo había hecho. La sola idea le
repugnaba. Menos mal que la tribu interior del joven se marchaba lejos del
campamento a cazar y devorar su presa. Hizo una mueca al imaginar a Sorak
desgarrando un ensangrentado pedazo de carne cruda, aún caliente, y decidió seguir
siendo vegetariana.
Amanecía casi cuando el Vagabundo regresó. Se movía tan silenciosamente que,
incluso con sus bien adiestrados sentidos villichi, Ryana no lo oyó hasta que salió a la
luz de la fogata y se sentó en el suelo a su lado, con las piernas cruzadas. Cerró los
ojos y apoyó la cabeza sobre el pecho… y, al cabo de un instante, Sorak se despertó y
levantó los ojos hacia ella.
—¿Descansaste bien? —inquirió la muchacha con un leve tono burlón.
Él se limitó a gruñir, para inmediatamente alzar la mirada al cielo.
—Casi ha amanecido. —Introdujo la mano en su capa y sacó el rollo de
pergamino; lo desenrolló y volvió a estudiarlo—. «Cuando amanezca, arroja el
pergamino a una hoguera. Que el Nómada te guíe en tu búsqueda» —leyó.
—Parece muy sencillo —dijo ella—. Hemos ascendido a la loma y encendido una
hoguera. Dentro de poco, conoceremos el resto… lo que sea que haya que saber.
—He estado pensando en esa última parte —comentó Sorak—: «Que el Nómada
te guíe en tu búsqueda». Es un dicho corriente que a menudo se utiliza para desearnos
suerte en un viaje, pero aquí se emplea la palabra «búsqueda» en lugar de «viaje».
—Bueno, ellos sabían que tu viaje era una búsqueda —repuso Ryana
encogiéndose de hombros.
—Cierto. Pero aparte de eso, las frases escritas en el pergamino son sencillas y
directas, desprovistas de sentimiento o salutación.
www.lectulandia.com - Página 20
—¿Quieres decir que crees que significan algo más?
—Tal vez —replicó Sorak—. Parece una especie de referencia a El diario del
Nómada. La hermana Dyona me dio su ejemplar el día que abandoné el convento.
Abrió la mochila, rebuscó en ella unos instantes, y por fin sacó un pequeño libro
de aspecto corriente encuadernado en piel, cosido con tripas de animal. No era algo
que hubiera salido de las manos de las villichis, que escribían sus conocimientos
sobre pergaminos.
—¿Ves qué dedicatoria puso?
Un insignificante regalo para que te sirva de guía en tu viaje. Es un arma más sutil
que tu espada, pero no menos poderosa, a su manera. Utilízala con sabiduría.
—Un arma sutil —repitió—, para ser utilizada con sabiduría. Y ahora el
pergamino de la Alianza del Velo parece hacer referencia a ella.
—Se sabe que la Alianza del Velo hace copias del diario y las distribuye —dijo
Ryana, pensativa—. Es un libro prohibido porque cuenta la verdad sobre los
profanadores, pero ¿crees que puede haber algo más aparte de eso?
—No estoy seguro —respondió Sorak—. Lo he estado leyendo, pero quizá
merezca un estudio más cuidadoso. Es posible que contenga alguna especie de
significado oculto. —Levantó por segunda vez la mirada hacia el cielo. Empezaba a
clarear—. El sol saldrá en cualquier momento. —Volvió a enrollar el pergamino y lo
sostuvo sobre el fuego mientras lo contemplaba meditabundo—. ¿Qué crees que
sucederá cuando lo quememos?
—No lo sé —repuso ella meneando la cabeza.
—¿Y si no lo hacemos?
—Ya sabemos lo que contiene —indicó la joven—. No parece que vaya a servir
de nada conservarlo.
—Al amanecer —repitió él—. Es muy concreto en cuanto a eso. Y sobre esta
loma. En la cima, dice.
—Hemos hecho todo lo que era preciso. ¿Por qué vacilas?
—Porque lo que mi mano sostiene es mágico. Ahora estoy seguro de ello, pero
ignoro qué conjuro podemos desatar cuando lo quememos.
—Los miembros de la Alianza del Velo son protectores —le recordó ella—, así
que no será un conjuro profanador porque iría en contra de todo aquello en lo que
creen.
—Supongo que es así —asintió con la cabeza—. Pero siento recelo de todo lo
relacionado con la magia. No confío en ella.
—Entonces confía en tu instinto —replicó Ryana—. Te apoyaré cualquiera que
sea tu elección.
El muchacho levantó los ojos hacia ella y sonrió.
—No sabes cómo siento que rompieras tus votos por mí —le dijo—, pero al
www.lectulandia.com - Página 21
mismo tiempo me alegra que vinieras.
—Amanece —indicó ella, al ver que el oscuro sol asomaba por la línea del
horizonte.
—Bueno… —dijo él, y dejó caer el pergamino en el fuego.
Este se tornó rápidamente marrón y enseguida empezó a arder, pero con una
llamarada que primero era azul, luego verde y por último azul otra vez. A medida que
el papel se consumía se desprendían chispas, que saltaban sobre el fuego y se
elevaban cada vez más alto, arremolinándose en la columna de humo azulverdoso,
girando cada vez más deprisa hasta formar un embudo como el de un ondulante
remolino de arena. El embudo flotó sobre la fogata y creció, alargándose a medida
que giraba sobre sí mismo cada vez a mayor velocidad. Absorbió las llamas del
fuego, engulléndolas al interior de su vórtice, que centelleaba y chisporroteaba con
energía mágica, al tiempo que levantaba un fuerte viento que agitó sus cabellos y
capas y los cegó con una polvareda de arena y cenizas.
La columna se elevó por encima de la ahora apagada fogata, produciendo un
fuerte silbido sobre el que de improviso pareció hablar una voz, una voz profunda y
sonora que surgió de la nube azulverdosa en forma de embudo para pronunciar una
única palabra:
Nibenaaaay…
Luego el brillante embudo nebuloso se alzó del suelo y cruzó la loma a ras del
suelo, adquiriendo velocidad a medida que descendía en dirección al desierto. Se
alejó girando veloz sobre sí mismo por la meseta, en dirección este, hacia Arroyo
Plateado y las planicies desérticas situadas más allá. Ellos lo siguieron con la mirada
mientras se perdía en la distancia a tal velocidad que dejaba un rastro de luz
azulverdosa tras él, como si indicara el camino. No tardó en desaparecer, y todo
volvió a quedar en silencio.
Ambos permanecieron unos instantes mirando el punto por el que había
desaparecido, sin hablar. Por fin fue Sorak quien rompió el silencio.
—¿Lo oíste? —preguntó.
—La voz dijo «Nibenay» —respondió Ryana, asintiendo—. ¿Crees que fue el
Sabio el que habló?
—No lo sé —replicó él—. Pero se marchó hacia el este. No al sudeste, por donde
discurre la ruta comercial que va a Altaruk y de allí a Gulg y luego a Nibenay, sino
directamente hacia el este, en dirección a Arroyo Plateado y más allá.
—Entonces ésa parece ser la ruta que debemos seguir —dijo Ryana.
—Sí —asintió él—. Pero, según El diario del Nómada, esa dirección conduce a
través de las Planicies Pedregosas. No hay senderos, ni poblados o aldeas; y, lo que es
peor, no hay agua. Nada excepto un erial de rocas hasta que lleguemos a las
Montañas Barrera, que debemos cruzar si hemos de llegar a Nibenay por esa ruta. El
www.lectulandia.com - Página 22
viaje será duro… y muy peligroso.
—En ese caso, cuanto antes lo iniciemos, antes lo terminaremos —anunció
Ryana, recogiendo su mochila, su ballesta y su bastón—. ¿Pero qué haremos cuando
lleguemos a Nibenay?
—Sé lo mismo que tú; pero, si intentamos cruzar las Planicies Pedregosas, es
posible que ni siquiera lleguemos a las Montañas Barrera.
—El desierto intentó apoderarse de ti en una ocasión, y fracasó —repuso Ryana
—. ¿Por qué crees que ahora lo conseguirá?
—Bueno, quizá no lo haga —sonrió él—, pero no es sensato tentar al destino. En
cualquier caso no es necesario que ambos hagamos un viaje tan arriesgado. Podrías
regresar a Tyr y unirte a una caravana que vaya a Nibenay siguiendo la ruta comercial
que pasa por Altaruk y Gulg. Yo me reuniría contigo allí y…
—No, iremos juntos —declaró Ryana, en un tono de voz que no admitía
discusión. Se colgó la ballesta a la espalda y deslizó los brazos por las correas de la
mochila, luego, sujetando el bastón en la mano derecha, inició el descenso por la
ladera occidental. Dio unos cuantos pasos y se detuvo para mirar por encima del
hombro—. ¿Vienes?
—Tú delante, hermanita —contestó él con una mueca burlona.
www.lectulandia.com - Página 23
Capítulo 1
Viajaron hacia el este, avanzando a un ritmo regular pero sin prisas. El oasis de
Arroyo Plateado se encontraba a unos noventa kilómetros en línea recta a través del
desierto del punto donde habían acampado en la loma. Sorak calculó que necesitarían
al menos dos días para realizar el trayecto si andaban entre ocho y diez horas al día.
El ritmo llevado les permitía períodos de descanso cortos y regulares, pero no nada
que pudiera reducir su marcha.
Ryana sabía que Sorak habría ido más deprisa si hubiera viajado solo, ya que su
ascendencia elfa y halfling hacía que estuviera más adaptado a un viaje por el
desierto. Al ser villichi, la constitución de Ryana era superior a la de la mayoría de
los humanos, y su preparación en el convento le había proporcionado una excelente
base; pero, aun así, no podía igualar la capacidad natural de resistencia de Sorak. El
sol oscuro podía minar rápidamente las fuerzas de cualquier viajero, e, incluso con el
implacable calor abrasador de un verano athasiano, los elfos podían correr durante
kilómetros a velocidades que podían quebrar el corazón de cualquier humano que
intentara mantener su ritmo. En cuanto a los halflings, lo que les faltaba en estatura,
lo compensaban en fuerza bruta y aguante. En Sorak se combinaban los mejores
atributos de ambas razas.
Tal y como Ryana le había recordado, el desierto había intentado acabar con él
años atrás, y había fracasado. Un niño humano abandonado en el desierto no habría
tenido la menor esperanza de sobrevivir más allá de unas pocas horas, pero Sorak
había sobrevivido durante días sin comida ni agua hasta que lo rescataron. No
obstante, había transcurrido mucho tiempo desde entonces, y el desierto ejercía una
siniestra fascinación sobre él. Siempre pensaría en las Montañas Resonantes como su
hogar, pero era en el desierto donde había nacido… y había estado a punto de morir.
Mientras Ryana caminaba junto a él, Sorak permanecía silencioso, como si
hubiera olvidado su presencia, aunque la joven sabía que no era así; su compañero
estaba absorto en una conversación silenciosa con su tribu interior. Reconocía las
señales. En tales ocasiones, Sorak parecía muy distante y preocupado, como si se
encontrara a miles de kilómetros de distancia. Su expresión facial era neutra, pero al
mismo tiempo transmitía una curiosa impresión de vigilancia independiente. Si ella le
hubiera hablado, él habría oído o, más concretamente, la Centinela habría escuchado
y desviado la atención de Sorak hacia aquel estímulo externo. De todos modos, la
joven optó por mantener su silencio, para no interrumpir la conversación que no
podía oír.
Desde que conocía a Sorak, que era casi de toda la vida, Ryana se preguntaba qué
debía de sentir él al tener tanta gente diferente viviendo en su interior. Eran un grupo
curioso y fascinante, y a algunos los conocía bastante bien, mientras que de otros
www.lectulandia.com - Página 24
apenas si sabía nada. Y existían algunos con los que nunca había entrado en contacto.
Sorak le había dicho que él conocía al menos una docena de personalidades. Ryana
conocía sólo nueve.
Estaba el Vagabundo, que se encontraba más a gusto cuando deambulaba por los
bosques montañosos y cazaba en plena naturaleza, y que odiaba tanto la ciudad que
se había manifestado en contadas ocasiones mientras Sorak estaba en Tyr. De niños,
cuando Ryana y Sorak salían de excursión por los bosques de las Montañas
Resonantes, era siempre el Vagabundo quien ocupaba la vanguardia de la conciencia
del muchacho. Era un ser silencioso y fuerte y, por lo que ella sabía, con el único
miembro de la tribu interior de Sorak con el que parecía relacionarse era con Poesía,
cuya naturaleza juguetona e infantil capacidad de asombro compensaban el austero
pragmatismo introspectivo del Vagabundo.
Ryana había tratado a Poesía en muchas ocasiones, pero le había gustado más
cuando era niña que ahora. Mientras que Sorak y ella habían madurado, Poesía seguía
siendo infantil y, cuando salía al exterior, por lo general lo hacía para maravillarse
ante alguna flor silvestre o para cantar o tocar su flauta de madera, que Sorak
guardaba sujeta a su mochila. El instrumento era casi tan largo como el brazo del
muchacho y tallado en resistente madera azul de pagafa. Sorak no sabía tocarlo, pero
Poesía parecía poseer una habilidad innata para tocar cualquier instrumento musical
que cayera en sus manos. La joven no sabía qué edad podría tener Poesía, pero al
parecer había «nacido» después de que Sorak llegara al convento; la muchacha
suponía que no había existido antes de esa época porque Sorak había sublimado esas
cualidades en su interior. Su primera infancia debía de haber sido terrible, pensaba
Ryana, que no comprendía qué podía recuperar Sorak si conseguía recordarla.
Tampoco Eyron lo comprendía. Si Poesía era el niño que había en el interior de
Sorak, Eyron era el adulto cínico y hastiado del mundo que siempre sopesaba las
consecuencias de cualquier acción que tomaran los otros. Por cada motivo que Sorak
tuviera para hacer algo, Eyron acostumbraba aparecer con dos o tres motivos para no
hacerlo. La búsqueda del joven era uno de esos casos; Eyron había abogado por qué
Sorak siguiera ignorando su pasado. ¿Qué podía importar en realidad, había
preguntado, que Sorak averiguara de qué tribu provenía? En el mejor de los casos,
todo lo que averiguaría era qué tribu lo había desterrado. ¿En qué lo beneficiaría
saber quiénes eran sus padres? Uno era elfo; el otro halfling. ¿Existía alguna razón
acuciante para saber más? ¿Que más daba, había añadido Eyron, que Sorak no
supiera jamás las circunstancias que habían conducido a su nacimiento? A lo mejor
sus padres se habían conocido, enamorado y apareado, en contra de todas las
creencias y convenciones de sus respectivas tribus y razas; si había sido así, era
posible que a ambos los hubieran desterrado o algo peor. Por otra parte, tal vez a la
madre de Sorak la habían violado durante un ataque contra su tribu, y el joven había
www.lectulandia.com - Página 25
sido el resultado: no tan sólo un hijo no deseado, sino uno que era odioso tanto a su
madre como a su gente. Cualquiera que fuera la verdad, había insistido la entidad, no
se ganaría nada averiguándolo. Sorak había abandonado el convento, y su vida era
suya para empezar de nuevo. Podía vivir como quisiera.
Sorak no estaba de acuerdo, pues creía que jamás encontraría un significado o un
propósito a su vida hasta descubrir quién era y de dónde venía. Incluso aunque
decidiera dejar atrás su pasado, primero tendría que saber qué era lo que dejaba.
Cuando Sorak le contó a Ryana esta discusión, ella comprendió que, en cierto
modo, él había estado discutiendo consigo mismo. Había sido un debate entre dos
personalidades totalmente distintas, pero al mismo tiempo había sido una discusión
entre aspectos diferentes de la misma personalidad, aunque en el caso de Sorak esos
aspectos diferentes habían alcanzado un desarrollo completo como individuos
independientes. La Guardiana era un ejemplo excelente ya que encarnaba los
aspectos empáticos y protectores del muchacho, convertidos en una personalidad
maternal cuyo papel no sólo era proteger la tribu, sino mantener también el equilibrio
entre sus miembros.
Gracias a la lectura de los diarios de las dos sacerdotisas villichis que también
habían sido tribus de uno, Ryana había averiguado que la cooperación entre las
diferentes personalidades no era de ningún modo la regla… sino más bien lo
contrario. Las dos mujeres habían escrito que de niñas no comprendían realmente su
situación, y que a menudo habían experimentado «lapsos», como ellas los llamaban,
durante los cuales eran incapaces de recordar períodos de tiempo que iban desde
varias horas a varios días. Durante ese tiempo, una de sus otras personalidades salía
al exterior y, tras tomar el control, actuaba de un modo que solía ser totalmente
contradictorio con el comportamiento de la personalidad principal. Al principio,
ninguna de ellas era consciente de poseer otras personalidades, y, aunque estas
personalidades conocían la existencia de la principal, no siempre sabían de la
existencia de las otras. Era, a juicio de las víctimas, una existencia confusa y
aterradora.
Como había sucedido con Sorak, la instrucción recibida en el convento villichi
permitió a estas mujeres tener conciencia de la existencia de sus otras personalidades
y llegar a adaptarse a ellas. El estudio del Sendero no sólo evitó que perdieran la
razón, sino que también les abrió nuevas posibilidades de llevar unas vidas normales
y productivas.
En el caso de Sorak, la Guardiana había sido la primera en responder y la que
había servido de conducto entre el joven y los otros miembros de su tribu interior.
Esta entidad poseía los poderes de la telepatía y la telequinesia, en tanto que Sorak,
contrariamente a lo que se había pensado en un principio, no parecía poseer ningún
poder paranormal.
www.lectulandia.com - Página 26
Esta carencia había frustrado al muchacho enormemente durante sus sesiones de
adiestramiento, y, cuando esa frustración llegaba a su punto máximo, la Guardiana
asumía siempre el control. Fue la gran señora Varanna quien primero se dio cuenta de
ello y persuadió a la entidad para que se mostrara abiertamente, convenciéndola de
que no beneficiaría en nada a Sorak intentando protegerlo de la verdad sobre sí
mismo. Para Sorak, aquello había sido un momento crucial.
Debido a que la Guardiana hablaba siempre con la voz del joven, Ryana no se
había dado cuenta nunca de que era una mujer, y no averiguó la verdad sobre el sexo
de la entidad hasta el día en que confesó a Sorak que lo deseaba. No menos espantoso
fue el descubrimiento de que Sorak poseía al menos otras dos personalidades
femeninas en su interior: la Centinela, que jamás dormía y hablaba en contadas
ocasiones, y Kivara, una jovencita traviesa y maliciosa con un temperamento
sumamente curioso y abiertamente sensual. Ryana no había hablado nunca con la
Centinela, quien jamás se manifestaba al exterior, ni tampoco había conocido a
Kivara. Cuando la Guardiana aparecía, por lo general se manifestaba de tal manera
que no se producía ninguna alteración visible en la personalidad o el comportamiento
de Sorak; en cambio, por la forma en que el joven hablaba de Kivara, quedaba claro
que ésta nunca podría ser tan sutil. Ryana no era capaz de imaginar cómo podría ser
Kivara, aunque tampoco estaba muy segura de querer saberlo.
Conocía a otras tres de las personalidades que Sorak poseía. O quizás eran ellas
quienes lo poseían a él. Estaba Chillido, la entidad animal que sólo podía
comunicarse con otras criaturas salvajes, y la Sombra, una presencia enigmática,
lúgubre y aterradora que habitaba las profundidades del subconsciente de Sorak y
sólo emergía cuando la tribu se enfrentaba a algo que amenazara su supervivencia; y
finalmente existía Kether, el gran misterio en la complicada multiplicidad del elfling.
Ryana únicamente se había encontrado con Kether una vez, aunque había hablado
con Sorak de la extraña entidad en numerosas ocasiones. La vez que lo había visto,
Kether había exhibido poderes que parecían casi mágicos, aunque debían de ser
paranormales, pues Sorak no había recibido nunca enseñanzas en el terreno de la
magia. De todos modos, eso era simplemente una suposición lógica y, cuando se
trataba de Kether, Ryana no estaba muy segura de que pudiera aplicarse la lógica. Ni
siquiera Sorak sabía qué pensar de aquella entidad.
—Al contrario que los otros, Kether no forma realmente parte de la tribu interior
—le dijo Sorak al contarle ella lo que pensaba. Se mostraba nervioso mientras
intentaba explicar lo poco que comprendía sobre aquella rara y etérea entidad llamada
Kether—. Al menos, no parece serlo. Los otros conocen su existencia, pero no se
comunican con él, y no saben de dónde procede.
—Hablas como si él viniera de algún lugar fuera de ti —observó Ryana.
—Sí, lo sé. Es que eso es exactamente lo que parece.
www.lectulandia.com - Página 27
—Pero… no comprendo. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo es posible?
—Lo cierto es que no lo sé —respondió Sorak encogiéndose de hombros—. Ojalá
pudiera explicarlo mejor, pero no puedo. Fue Kether quien se manifestó cuando
agonizaba en el desierto y lanzó una llamada paranormal tan potente que alcanzó a la
venerable Al´Kali, que se encontraba en la cima del Diente del Dragón. Ni yo ni
ninguno de los otros hemos conseguido reproducir esa hazaña. No poseemos ese
poder. La gran señora Varanna siempre creyó que el poder estaba en mi interior, pero
sospecho que el poder se encuentra en realidad en Kether y que yo soy un simple
conducto por el que de vez en cuando fluye. Kether es con mucho el más fuerte de
nosotros, más poderoso incluso que la Sombra, pero sin embargo no parece formar
parte de nosotros. No lo siento dentro de mí, como me sucede con el resto.
—A lo mejor no lo sientes porque habita muy por debajo de tu nivel de
conciencia, como el núcleo infantil del que hablabas —sugirió Ryana.
—Es posible —concedió él—, aunque soy consciente de la presencia del núcleo
infantil, si bien de forma muy vaga. También noto la presencia de otros que están
profundamente enterrados y no se manifiestan… o al menos se han abstenido de salir
hasta ahora. Percibo su presencia; los noto a través de la Guardiana. Pero con Kether
la sensación es muy diferente; es algo que resulta muy difícil de describir.
—Inténtalo.
—Es… —Sacudió la cabeza—. No sé si puedo expresarlo correctamente. Existe
una profunda calidez que parece extenderse por todo mi cuerpo y una sensación de…
vértigo, aunque quizás ésa no es la palabra correcta. Es una especie de levedad, una
sensación de rotación, casi como si cayera desde una gran altura… y luego
simplemente me desvanezco. Cuando regreso, todavía existe esa sensación de gran
calidez, que permanece ahí durante un rato para luego desaparecer muy despacio. Y,
por mucho tiempo que Kether me haya poseído, por lo general no consigo recordar
nada.
—Cuando hablas de cómo se manifiestan los otros —indicó Ryana—, dices
sencillamente que ellos «salen al exterior». Pero, cuando te refieres a Kether, hablas
de haber estado poseído.
—Sí, es así como lo siento. No es como si Kether surgiera de dentro de mí, sino
como si… descendiera sobre mí.
—Pero ¿desde dónde?
—Ojalá lo supiera. Del mundo de los espíritus tal vez.
—¿Crees que Kether es un demonio?
—No, los demonios son criaturas que aparecen en las leyendas. Sabemos que no
existen, aunque sí existen los espíritus que son la esencia que anima todo ser vivo. El
Sendero nos enseña que el espíritu nunca muere realmente, que sobrevive a la muerte
corporal y se une a la aún más poderosa energía vital del universo. Se nos enseña que
www.lectulandia.com - Página 28
las apariciones son una forma menor de espíritu, entidades de la naturaleza ligadas al
plano físico. Pero los espíritus superiores existen en un plano más elevado, uno que
no percibimos porque nuestros propios espíritus aún no han subido a él.
—¿Y tú crees que Kether es un espíritu que ha encontrado la forma de tender un
puente entre esos planos a través de ti?
—Quizá. No puedo decirlo. Sólo sé que hay una sensación de bondad en Kether,
un aura de tranquilidad y fuerza. Y él no da la impresión de formar parte de mí; es
más parecido a un visitante benévolo, una fuerza externa. No lo conozco, pero
tampoco lo temo. Cuando desciende sobre mí, es como si me durmiera; luego
despierto impregnado de una sensación de calma, tranquilidad y energía. No sé
explicarlo de un modo mejor. Realmente desearía poder hacerlo.
«Lo he conocido casi toda mi vida —se dijo Ryana—, y no obstante hay facetas
en las que no lo conozco en absoluto. Aunque, bien mirado, hay facetas en las que ni
él mismo se conoce».
—Un céntimo por tus pensamientos —dijo Sorak de repente sacándola de su
ensoñación y devolviéndola al presente.
—¿No puedes leerlos? —respondió ella con una sonrisa.
—La Guardiana es la telépata de entre nosotros —repuso él con suavidad—, pero
no se permitiría leer tus pensamientos sin tu consentimiento. Al menos no creo que lo
hiciera.
—¿O sea que no estás seguro?
—Si ella creyera que era importante para el bienestar de la tribu, puede ser que lo
hiciera y no me lo dijera.
—No me asusta que la Guardiana pueda leer mis pensamientos. No tengo nada
que ocultar —dijo Ryana—. A ninguno de vosotros. En estos momentos pensaba
simplemente en lo poco que te conozco, incluso después de diez años.
—Tal vez es porque, en muchas cosas, yo no me conozco a mí mismo —contestó
Sorak, melancólico.
—Eso es exactamente lo que yo pensaba —repuso ella—. Debes de haber estado
leyendo mi mente.
—Ya te he dicho que conscientemente jamás consentiría en que…
—Sólo bromeaba, Sorak.
—Ah, ya comprendo.
—La verdad es que deberías pedir a Poesía que te prestara su sentido del humor.
Siempre has sido demasiado serio.
Ella lo había dicho a modo de broma, pero Sorak asintió, tomándolo como un
comentario totalmente serio.
—Poesía y Kivara parecen poseer todo nuestro sentido del humor. Y también
Eyron, supongo, aunque su humor es de un tipo más mordaz. Yo nunca he sabido
www.lectulandia.com - Página 29
detectar cuando alguien me hacía una broma. Ni siquiera tú. Me hace sentir… inepto.
«Partes de lo que debiera formar una personalidad completa han quedado
distribuidas entre los otros», se dijo Ryana con cierta tristeza. Cuando eran pequeños,
a menudo le había gastado bromas porque resultaba siempre una víctima muy fácil.
Se preguntó si no debería guardar sus bromas para Poesía —aunque ello pudiera
resultar agotador, ya que éste no parecía poseer en absoluto un lado serio—, o
intentar ayudar a Sorak a desarrollar la parte más alegre de su naturaleza.
—Nunca me ha parecido que fueras un inepto en nada —le contestó—.
Simplemente distinto. —Suspiró—. Es extraño. Cuando éramos más jóvenes, me
limitaba a aceptarte como eras, pero ahora me esfuerzo por comprenderte, por
comprenderos a todos, en realidad. Si hubiera hecho el esfuerzo antes, tal vez no te
habría empujado a marcharte.
—¿Crees que me empujaste a abandonar el convento? —Sorak frunció el
entrecejo y meneó la cabeza negativamente. Tenía mis propias razones para
marcharme.
—¿Puedes afirmar con franqueza que yo no fui una de esas razones? —le
preguntó directamente.
Él vaciló un instante y luego respondió:
—No, no puedo.
—He aquí la hipocresía de los elfos.
—Sólo soy elfo en parte —protestó Sorak. Entonces comprendió que ella le
estaba tomando el pelo y sonrió—. Tenía mis motivos para marcharme, es cierto,
pero tampoco quería convertirme en un motivo de aflicción para ti.
—Y así pues creaste una aflicción aun mayor marchándote —replicó ella burlona
—. Lo comprendo. Debe de ser lógica elfa.
—¿Voy a tener que soportar tus dardos durante todo este viaje?
—Sólo durante una parte de él. —Alzó la mano, el pulgar y el índice separados
apenas un centímetro—. Una pequeña parte.
—Eres casi tan mala como Poesía.
—Vaya, pues si te vas a mostrar insultante, sería mejor que te replegaras al
interior y dejaras salir a Eyron o a la Guardiana. Cualquiera de ellos podría
proporcionar una conversación más interesante.
—Estoy totalmente de acuerdo —contestó Sorak, hablando de improviso en un
tono de voz del todo diferente, uno que era más cortante, despreocupado y una pizca
irónico. Ryana se dio cuenta de que ya no era Sorak sino Eyron. El joven la había
tomado al pie de la letra. Por lo visto había decidido que estaba enojada con él, de
modo que se había replegado y permitido que Eyron se manifestara.
También su porte había sufrido un leve cambio. Su postura había pasado de
erguida y con las espaldas cuadradas a una ligeramente encorvada y de hombros
www.lectulandia.com - Página 30
hundidos. Incluso había variado el paso, con zancadas más cortas que descansaban
con fuerza en los talones. Un observador corriente no hubiera notado la diferencia,
pero Ryana era villichi y hacía tiempo que había aprendido a detectar el menor
cambio que pudiera producirse en el aspecto y comportamiento del joven. Habría
reconocido a Eyron aunque no hubiera hablado.
—Me limitaba a bromear un poco con Sorak —explicó—. En realidad no me
sentía insultada.
—Ya lo sé —contestó Eyron.
—Ya sé que tú lo sabes. Lo he dicho para que se lo hagas saber a Sorak. No era
mi intención hacer que se fuera. Me gustaría que no se mostrara tan sombrío y serio
todo el tiempo.
—Siempre será sombrío y serio —repuso el ente—. Es sombrío y serio hasta
extremos indecibles, y tú no vas a cambiarlo, Ryana. Déjalo en paz.
—¿Te gustaría que lo hiciera, verdad? —le dijo ella, airada—. Haría que el resto
de vosotros os sintierais más seguros.
—¿Seguros? —repitió Eyron—. ¿Crees que representas alguna amenaza para
nosotros?
—No lo digo exactamente en ese sentido.
—¿Ah, no? ¿Y en qué sentido ha sido, pues?
—¿Por qué has de ser siempre tan polemista? —replicó ella.
—Porque me gusta una buena discusión alguna que otra vez, igual que a ti te
gusta tomarle el pelo a Sorak de vez en cuando. No obstante, la diferencia entre
nosotros es que yo disfruto con el estímulo de un debate animado, en tanto que tú
fastidias a Sorak porque sabes que es totalmente incapaz de defenderse.
—¡Eso no es cierto! —protestó ella.
—¿No? He observado que jamás lo intentas conmigo. Me gustaría saber por qué.
—Porque gastar bromas es un pasatiempo divertido, y tu humor es todo mordaz y
amargo.
—Ah, ¿entonces lo que deseas es un humor juguetón? En ese caso, llamaré a
Poesía.
—No, aguarda…
—¿Por qué? Creía que eso era lo que querías.
—¡Deja de tergiversar mis palabras!
—Me limito a intentar que veas su significado —repuso Eyron con tono guasón
—. Si nunca tratas de provocarme a mí con tu ingenio no es porque temas que
compita contigo, sino porque no me guardas rencor, como te sucede con Sorak.
La muchacha se detuvo en seco, totalmente atónita ante sus palabras.
—¿Qué?
—¿Te sorprende? —Eyron volvió la cabeza para mirarla. Realmente, parece que
www.lectulandia.com - Página 31
te conoces aún menos de lo que Sorak se conoce a sí mismo.
—¿Qué estás diciendo? ¡Amo a Sorak y no le guardo ningún rencor! ¡Él lo sabe,
todos vosotros lo sabéis!
—¿Es eso cierto? —inquirió Eyron con una mueca irónica—. En realidad, Poesía
sabe que amas a Sorak sólo porque te ha oído decirlo, pero no comprende esa
emoción en absoluto. El Vagabundo puede saberlo o no; en cualquier caso, a él no le
importa. ¿Chillido? Chillido entendería el acto de aparearse, desde luego, pero no ese
estado más complejo que es el amor. La Centinela sabe y comprende, pero el
concepto de amor de mujer le produce inquietud. Kivara se siente excitada ante la
idea, pero por motivos relacionados con los sentidos, no con el corazón. Y la Sombra
está tan lejos del amor como la noche del día. La Guardiana sabe que amas a Sorak,
pero dudo de que discrepara conmigo en cuanto a que también sientes rencor contra
él; por lo que respecta a Kether… la verdad es que no osaría hablar por Kether,
puesto que éste no se digna hablar conmigo. No obstante, permanece el hecho de que
bajo tu amor por Sorak arde un resentimiento que no tienes el valor o la honradez de
admitir.
—¡Eso es absurdo! —se encolerizó Ryana—. ¡Si tuviera que sentir rencor por
alguien, ése serías tú, por ser siempre tan belicoso!
—Al contrario, ése es precisamente el motivo de que no estés resentida conmigo.
Yo te ofrezco una salida a tu rabia. En tu interior, estás enojada con Sorak, pero no
puedes manifestarlo. Ni siquiera eres capaz de admitírtelo a ti misma, pero está ahí,
de todos modos.
—Creía que la Guardiana era la telépata de entre vosotros —replicó la joven en
tono agrio—. ¿O es que tú también has desarrollado ese don?
—No hace falta ser telépata para ver de qué lado están tus sentimientos —dijo
Eyron—. La Guardiana te llamó egoísta en una ocasión, y la verdad es que lo eres.
No digo que sea algo malo, ¿sabes?; pero, al no admitir que tus sentimientos de enojo
y resentimiento se derivan de tus propios deseos egoístas, no haces más que empeorar
las cosas. Quizá preferirías discutir esto con la Guardiana; tal vez te lo tomarías mejor
si lo oyeras de la boca de otra hembra.
—No, tú lo empezaste, tú lo terminarás —exigió ella—. Sigue. Explícame en qué
modo mis deseos egoístas me condujeron a romper mis votos y a abandonar todo lo
que quería por Sorak.
—¡Oh, por favor! Tú no hiciste absolutamente nada por Sorak. Lo que hiciste lo
hiciste por ti, porque tú querías hacerlo. Es cierto que has nacido villichi, Ryana, pero
siempre te irritó la restrictiva vida en el convento. Siempre soñabas con correr
aventuras en el mundo exterior.
—¡Abandoné el convento porque quería estar con Sorak!
—Precisamente —dijo Eyron—, porque querías estar con Sorak. Y, puesto que él
www.lectulandia.com - Página 32
se había ido, no existía ningún motivo apremiante para que te quedaras. No
sacrificaste nada por él a lo que no hubieras renunciado de buen grado, de todos
modos.
—Muy bien… Si eso es cierto, y no he hecho más que lo que quería hacer,
entonces ¿qué motivo podría tener para estar enojada con él?
—Porque lo deseas, y sin embargo no puedes tenerlo —respondió el otro con
sencillez.
Incluso después de conocerlo durante todos aquellos años, y de haber visto cómo
cambiaban sus personalidades, le costaba escuchar aquellas palabras saliendo de sus
labios. Era Eyron el que hablaba, y no Sorak, pero era el rostro de Sorak el que ella
veía y su voz la que oía, aunque el tono fuera distinto.
—Eso ya ha quedado resuelto —repuso ella, desviando la mirada. Era difícil
sostener su mirada. La mirada de Eyron, se recordó, pero seguían siendo los ojos de
Sorak.
—¿Estás segura?
—¿Tú estabas aquí cuando lo discutimos, no es cierto?
—El mero hecho de discutir un asunto no significa que quede resuelto —replicó
él—. Creciste con Sorak, y acabaste enamorándote, a pesar de saber que él era una
tribu de uno. Creíste que podrías aceptar eso, pero sólo cuando forzaste la cuestión
Sorak te dijo que jamás podría ser, porque tres de nosotros somos hembras. Fue toda
una conmoción para ti, y Sorak tiene la culpa porque debería habértelo dicho. Ahí se
encuentra el origen de tu resentimiento, Ryana: él debería habértelo dicho. Todos
esos años, y jamás lo sospechaste siquiera, porque él te lo ocultó.
Ryana se vio forzada a admitir que era cierto. Había creído que comprendía, y era
posible que así fuera; pero, a pesar de ello, se seguía sintiendo furiosa y traicionada.
—Nunca le oculte nada —respondió ella, bajando la mirada hacia sus pies—.
Habría dado cualquier cosa por él, habría hecho incluso cualquier cosa. ¡No tenía más
que pedirlo! Sin embargo, me ocultó algo que era una parte vital de quién era y lo que
era. Si lo hubiera sabido, quizá las cosas habrían sido diferentes; quizá no me habría
permitido enamorarme de él. Quizá no me habría hecho ilusiones ni dejado que
aumentara mi esperanza… ¿Por qué, Eyron? ¿Por qué no me lo dijo?
—¿No se te ha ocurrido que podía sentir miedo? —contestó Eyron.
Ella levantó la mirada hacia él, sorprendida, y contempló el rostro de Sorak, sus
ojos que la miraban… aunque en realidad no era él.
—¿Miedo? Sorak no ha tenido nunca miedo de nada. ¿Por qué tendría que
temerme?
—Porque es un varón, y es joven, y porque ser un varón joven significa estar
inundado de inseguridades y sentimientos que uno no puede comprender del todo —
respondió Eyron—. Yo hablo por experiencia, claro. Comparto sus dudas y temores.
www.lectulandia.com - Página 33
¿De qué manera podría evitarlo?
—¿Qué dudas, qué temores?
—Dudas sobre sí mismo y su identidad —contestó él—. Y un temor a que lo
considerases menos hombre por tener facetas femeninas.
—¡Pero eso es absurdo!
—No obstante es cierto. Sorak te ama, Ryana, pero nunca podrá hacerte el amor
porque nuestras facetas femeninas no lo tolerarían. ¿Crees que eso no es una fuente
de tormento para él?
—No menos que para mí. —Lo observó con curiosidad—. ¿Qué hay de ti, Eyron?
No has dicho nada de lo que tú sientes por mí.
—Pienso en ti como en mi amiga —respondió este—. Una amiga íntima. Mi
único amigo, en realidad.
—¿Qué? ¿Es que ninguno de los otros…?
—Oh, no, no quería decir eso, eso es diferente. Quería decir mi único amigo fuera
de la tribu. Al parecer no hago amigos con facilidad.
—¿Me tolerarías tú como amante de Sorak?
—Desde luego. Yo soy hombre, y te considero mi amiga. No puedo decir que te
ame, pero sí siento algún afecto por ti. Si fuera yo solo quien tuviera que tomar la
decisión, yo y Sorak, quiero decir, no tendría objeciones. Creo que sois buenos el uno
para el otro; pero, por desgracia, hay otros a quienes tener en cuenta.
—Sí, lo sé; pero te agradezco tu sinceridad. Y tu declaración de buena voluntad.
—Oh, es más que buena voluntad, Ryana —dijo Eyron—. Siento un gran cariño
por ti. No te conozco tan bien como Sorak; de hecho a todos nos pasa lo mismo,
excepto quizás a la Guardiana. Y, aunque debo confesar que mi naturaleza no es la
más sensible al amor, creo que podría aprender a compartir el amor que Sorak siente
por ti.
—Me satisface oírlo.
—Vaya, pues, a lo mejor no soy tan polemista como crees.
—Quizá no —dijo ella sonriendo—; pero hay veces…
—… en las que te gustaría estrangularme. —Eyron terminó la frase por ella.
—Yo no iría tan lejos —replicó ella—. Aporrearte un poco, tal vez sí.
—Me alegro de tu moderación. No me considero un buen luchador.
—¡Eyron teme a una chiiica! ¡Eyron teme a una chiiica!
—¡Cállate, Poesía! —ordenó el ente, en tono molesto.
—¡La la la, la la la, la la la!
Ryana tuvo que reír ante los repentinos y rápidos cambios que pasaban por las
facciones de Sorak. Un momento era Eyron, el adulto maduro, sereno y organizado, y
al siguiente era Poesía, la criatura provocadora e incontrolable. Su expresión facial,
su porte, el lenguaje de su cuerpo, todo cambiaba bruscamente de acá para allá al
www.lectulandia.com - Página 34
manifestarse alternativamente cada una las dos diferentes personalidades.
—Me satisface ver que lo encuentras tan divertido —le dijo Eyron, irritado.
—¡La la la, la la la, la la la! —se mofó Poesía con un sonsonete agudo.
—Poesía, por favor —intervino Ryana—. Eyron y yo estábamos conversando. No
es de buena educación interrumpir a los mayores cuando hablan.
—Oh, de acueeeerdo… —replicó el ente, abatido.
—Nunca me escucha a mí como te escucha a ti —dijo Eyron, mientras la
expresión enfurruñada de Poesía era bruscamente reemplazada en el rostro de Sorak
por la expresión fastidiada de Eyron.
—Eso es porque te muestras impaciente con él —repuso Ryana—. Los niños
siempre reconocen los puntos débiles de los adultos, y se apresuran a aprovecharse de
ellos.
—Me impaciento porque le encanta fastidiarme.
—Es sólo una estratagema para llamar la atención. Si lo mimaras un poco más, no
tendría tanta necesidad de provocarte.
—Las mujeres son mejores para estas cosas.
—Quizá; pero los hombres lo harían igual de bien si se molestaran en aprender.
La mayoría olvidan muy fácilmente lo que era ser un niño.
—Sorak fue niño —protestó Eyron—, pero yo no.
—Hay algunas cosas en todos vosotros que no creo que llegue a comprender
jamás —suspiró Ryana, resignada.
—Es mejor limitarse a aceptar algunas cosas sin intentar comprenderlas —
respondió Eyron.
—Hago lo que puedo.
Siguieron conversando durante un rato mientras andaban, y eso ayudó a pasar el
rato durante el trayecto, pero Eyron se cansó pronto de la caminata y se replegó al
interior, lo que permitió que la Guardiana se manifestara. En realidad, en cierto modo
ella había estado presente todo el tiempo porque, al igual que la Centinela, nunca se
encontraba muy por debajo de la superficie. Como su nombre daba a entender, su
papel principal era el de actuar como protectora de la tribu. Era una figura fuerte y
maternal que a veces interactuaba con los otros de forma activa, y otras se contentaba
con permanecer pasiva; pero estaba siempre allí como una presencia moderadora, una
fuerza que mantenía el equilibrio en la tribu interior. Mientras ella se manifestaba,
Sorak también se encontraba allí como una presencia implícita y, si lo deseaba, podía
hablar, o simplemente limitarse a escuchar y observar mientras la Guardiana se
relacionaba con Ryana.
Cuando salían los otros al exterior, las cosas solían ser algo distintas. Si Poesía
ocupaba la palestra, Sorak y la entidad podían estar en el exterior al mismo tiempo,
como dos individuos despiertos en el mismo cuerpo; otro tanto sucedía con Sorak y la
www.lectulandia.com - Página 35
Guardiana, o con Sorak y Chillido. Pero, si se trataba de Eyron, o el Vagabundo, o
cualquiera de los otros que eran personalidades más fuertes, a menudo el muchacho
no se encontraba allí. En tales ocasiones, se desvanecía en el interior de su propio
subconsciente, y no se enteraba de lo ocurrido durante el tiempo en que una de las
entidades más fuertes había tomado el mando a menos que la Guardiana decidiera
concederle acceso a esos recuerdos. Kivara era quien parecía ocasionarle mayores
dificultades. De todas sus personalidades, era la más indisciplinada e imprevisible, y
los dos se encontraban a menudo en oposición.
Sorak le había contado que, si Kivara pudiera salirse con la suya, saldría más a
menudo al exterior, pero la Guardiana la mantenía a raya. La Guardiana era capaz de
dominar a todas las otras personalidades, incluido Sorak, a excepción hecha de
Kether y la Sombra; y estos dos se manifestaban raras veces.
Ryana había necesitado diez años para acostumbrarse a las complejidades de las
relaciones entre los miembros de la tribu interior del elfling, así que podía imaginar lo
que sentiría cualquiera que se encontrara con Sorak por vez primera, y también podía
comprender por qué éste no se molestaba en explicar su peculiar condición a los que
se cruzaban en su camino. No lograría más que asustar y desconcertar a la gente. Sin
su adiestramiento en el arte del Sendero, también él se habría sentido asustado y
desconcertado. Se preguntó si existiría algún modo de que pudiera volverse normal.
—Guardiana —dijo, sabiendo que la intimidad de sus propios pensamientos sería
respetada a menos que invitara a la entidad a leer su mente—, he estado pensando en
algo; pero, antes de que hablemos de ello, quisiera asegurarme de que no lo tomarás a
mal. No es mi deseo ofender.
—Jamás pensaría eso de ti —respondió ella—. Habla pues, y habla con
franqueza.
—¿Crees que existe alguna posibilidad de que Sorak pueda ser normal alguna
vez?
—¿Qué es normal? —quiso saber la Guardiana.
—Bueno… ya sabes lo que quiero decir: como todos los demás.
—Todos los demás no son iguales. Lo que es normal para una persona puede no
serlo para otra. Pero creo comprender lo que quieres decir. Deseas saber si Sorak
podrá ser alguna vez sólo Sorak, y no una tribu de uno.
—Sí; no es que desee que no existáis, tienes que comprenderlo. Bueno… en
cierto sentido, supongo que sí lo deseo, pero no es debido a ningún sentimiento que
tenga contra vosotros. Ninguno de vosotros. Es sólo que… si las cosas hubieran sido
diferentes…
—Comprendo —repuso la Guardiana—, y ojalá pudiera contestar tu pregunta,
pero no puedo. Va más allá del ámbito de mis conocimientos.
—Sí, claro… Supón que encontramos al Sabio —dijo Ryana—, y supón que él
www.lectulandia.com - Página 36
puede cambiar las cosas con su magia, hacer que Sorak ya no sea una tribu de uno,
sino simplemente Sorak. Si eso fuera posible… —Su voz se apagó.
—¿Cómo me lo tomaría? —La Guardiana completó el pensamiento por ella—. Si
fuera posible, supongo que dependería de cómo fuera posible.
—¿Qué quieres decir?
—Dependería del modo de conseguirlo, suponiendo que pudiera conseguirse —
replicó ella—. Ponte en mi lugar, si puedes. No eres tan sólo Ryana, sino que Ryana
es una faceta de tu personalidad; compartes cuerpo y mente con otras facetas, que son
igualmente parte de ti, aunque separadas. Digamos que has encontrado un hechicero
que puede hacerte igual que todo el mundo…, es decir, igual en el sentido que tú
utilizas. ¿No te preocuparía el modo en que fuera a hacerse?
»Si este hechicero te dijera: «Puedo convertirte en un solo ser, unir todas tus
facetas en una persona armoniosa»; bueno, en ese caso podrías estar dispuesta a
aceptar tal solución, y aceptarla ansiosa. Pero ¿y si ese mismo hechicero te dijera:
«Ryana, puedo hacer que seas como todos los demás; puedo hacer que únicamente
Ryana exista, y que todos los otros desaparezcan»? ¿Estarías entonces tan ansiosa por
aceptar tal solución?
»¿No sería lo mismo que pedirte que estuvieras de acuerdo en las muertes de
todos los otros? Y si damos por sentado, por seguir con la discusión, que tú aceptaras
esa situación, ¿cuál sería el resultado? Si todos los demás fueran entidades distintas
que constituyeran una unidad mayor, ¿qué se ganaría, y qué se perdería? ¿Si ellos
murieran, qué clase de persona quedaría? ¿Una que fuera completa? ¿O una que no
fuera más que un fragmento de un individuo equilibrado?
—Comprendo —dijo la muchacha—. En ese caso, si fuera yo la que debiera
escoger, me negaría, desde luego. Pero supón que se tratara del primer caso que
mencionaste…
—¿Unirnos a todos en una persona…, en Sorak? —inquirió la Guardiana.
—De un modo que os conservara a todos, aunque como un solo individuo en
lugar de muchos. ¿Entonces qué dirías?
—Si eso fuera posible —respondió la otra—, entonces creo que, quizá, no tendría
objeciones. Si la conversión de todos en uno junto con su conservación como una
parte de Sorak beneficiara a la tribu, sería sin duda mejor así. Pero, una vez más, hay
que considerar lo que podría ganarse y lo que podría perderse. ¿Qué sería de todos los
poderes que acumulamos como tribu? ¿Permanecerían, o se perderían? ¿Y qué
pasaría con Kether? Si Kether es, como sospechamos, un espíritu procedente de otro
plano, ¿se podría conservar su capacidad para manifestarse a través de Sorak, o
habríamos destruido para siempre ese puente?
—Sí, ésas son cosas que habría que tener en cuenta —repuso Ryana, asintiendo
—. De todos modos, no era más que especulación inútil. Tal vez ni siquiera el Sabio
www.lectulandia.com - Página 37
tenga ese poder.
—No lo sabremos hasta encontrarlo —contestó la Guardiana—. ¿Y quién sabe el
tiempo que puede necesitar esta búsqueda? Todavía hay algo más que debemos tener
en cuenta en el análisis de posibilidades. Algo que a lo mejor no has tomado en
consideración.
—¿Y es?
—Supongamos que encontrábamos al Sabio, y que él pudiera unirnos a todos en
una persona, sin perjuicio para nadie. Sorak se convertiría en la tribu, todos
fusionados en una persona que fuera, como tú dices, «normal». Y la tribu se
convertiría en Sorak. Todas las cosas que yo soy, todo lo que es Kivara y Poesía, la
Centinela y el Vagabundo y la Sombra, Chillido y Eyron y los otros, algunos de los
cuales están aún profundamente enterrados, todos se convertirían en una parte de
Sorak. ¿Qué le sucedería, entonces, al Sorak que tú conoces y amas? ¿No se
convertiría en alguien muy diferente?, ¿no dejaría de existir el Sorak que tú conoces?
Ryana siguió andando en silencio durante un rato, rumiando sus palabras, y la
Guardiana no interfirió en su meditación. Por fin, la muchacha dijo:
—Jamás había considerado la posibilidad de que Sorak pudiera cambiar de un
modo que lo hiciera totalmente distinto. Si ése fuera el caso, supongo que mis propias
ideas sobre la cuestión, mis propios sentimientos, dependerían de que tal cambio
redundara o no en su beneficio; es decir, en beneficio de todos vosotros.
—No quisiera ser dura —intervino la Guardiana—, pero considera también que
es el Sorak que conoces ahora el que te ama. Yo comprendo ese amor, y soy capaz de
compartirlo hasta cierto punto, pero yo no podría quererte del modo en que lo hace él.
Quizá sea porque soy mujer y mi naturaleza me impide amar a otra de mi sexo. Si
Sorak cambiara en la forma que estamos debatiendo, tal vez ese amor cambiaría
igualmente. Pero también debes tener en cuenta a los otros. Si bien Eyron es hombre,
piensa en ti como una amiga, no como una amante. La Centinela no te ama y jamás
podría hacerlo. Al Vagabundo le resultas indiferente, aunque no por alguna falta tuya;
simplemente el Vagabundo es el Vagabundo, y no es muy dado a tales emociones. Lo
mismo sucede con la Sombra. A Kivara la fascinan las sensaciones y experiencias
nuevas, por lo que probablemente no se negaría a una relación física contigo, pero
sería una amante voluble y despreocupada. Y están todos los otros, cuyos
sentimientos y formas de pensar contribuirían a la creación del nuevo Sorak del que
hablamos. Es posible que este nuevo Sorak ya no te amara.
—Si el cambio lo beneficiara a él —Ryana se humedeció los labios—, si os
beneficiara a todos, y lo hiciera feliz a él, yo lo aceptaría, sin importar el sufrimiento
que pudiera causarme.
—Bueno, estamos hablando de algo que a lo mejor no sucede jamás —respondió
la Guardiana—. La primera vez que hablamos de tu amor por Sorak, te llamé egoísta
www.lectulandia.com - Página 38
y te acusé de pensar sólo en ti. Fui desagradable y ahora lo lamento, porque ahora sé
que no eres nada de eso. Y lo que voy a decir lo digo no por mí, sino por tu bien.
Anhelar algo que tal vez nunca llegue es como poner los cimientos en una ciénaga.
Es más que probable que tus esperanzas se hundan en el cenagal. Sé que esto es más
fácil de decir que de hacer, pero, si pudieras intentar aprender a querer a Sorak como
un amigo, un hermano, quizás evitarías que se te parta el corazón suceda lo que
suceda en el futuro.
—Tienes razón —repuso Ryana—. Es más fácil de decir que de hacer. Ojalá no
fuera así.
Siguieron viajando durante todo el día, deteniéndose de vez en cuando a
descansar, y el viaje transcurrió, en su mayor parte, sin incidentes. A medida que
avanzaba la jornada, la temperatura fue subiendo sin pausa, y el oscuro sol athasiano
empezó a caer a plomo sobre ellos, inmisericorde. Sorak volvió a salir al exterior y la
acompañó el resto del trayecto, aunque la Guardiana le impidió recordar la última
parte de su conversación; de todos modos la conversación se fue tornando más escasa
entre ambos, a fin de conservar las energías para el largo trayecto que tenían por
delante.
Ryana no había viajado nunca por el desierto athasiano y, mientras atravesaban el
altiplano, que se extendía ante ellos aparentemente hasta el infinito, se maravillaba
ante la salvaje belleza del terreno y su sobrenatural quietud.
Siempre había considerado el desierto como un lugar vacío y desolado, pero no
era así en absoluto. Estaba lleno de vida, aunque, por fuerza, ésta había tenido que
encontrar formas de adaptarse al inhóspito clima.
El paisaje estaba salpicado de achaparrados árboles de pagafa, que crecían aquí
mucho más pequeños y más retorcidos que en el bosque y alrededor de las ciudades,
donde disponían de más agua. Aquí, en el altiplano, no crecían por encima de los tres
o cuatro metros, y sus ramas desnudas, retorcidas y sin hojas no proporcionaban la
menor sombra. Sus troncos y ramas de un tono azulverdoso les permitían fabricar
energía nutriente a partir del sol, y sus raíces se hundían profundamente en busca de
agua, extendiéndose a uno y otro lado mediante numerosas ramificaciones. Durante la
breve estación de las lluvias, cuando los monzones barrían el desierto para depositar
la preciosa agua en breves pero violentas tormentas, las ramas del árbol de pagafa
echaban unas hojas finas como agujas que creaban una especie de corona plumosa, e
incluso brotaban ramas adicionales para aprovechar el agua extra. Luego, al regresar
la casi omnipresente sequía, las hojas en forma de aguja caían y las nuevas ramas
volvían a secarse de modo que el árbol conservara la energía para el nuevo ciclo de
crecimiento.
Las hojas caían, secas en menos de un día, y formaban un manto de color orín
bajo el árbol. Estas hojas secas resultaban un excelente material para los nidos que
www.lectulandia.com - Página 39
construían los roedores del desierto, los cuales excavaban sus madrigueras debajo de
las muchas clases de cactos que crecían en el altiplano. Algunos cactos eran muy
pequeños, apenas del tamaño de un puño humano, cubiertos de una pequeña capa de
plateados alfileres que una o dos veces al año —tras las lluvias— se convertían en
flores de brillantes colores que sólo duraban un día; otros eran grandes y en forma de
tonel, tan altos como un hombre adulto y el doble de gruesos.
A los roedores les encantaba anidar entre las gruesas raíces de la base del pagafa,
y, con el tiempo, sus excavaciones mataban la planta, aunque ello tardaba varios años
en suceder. Poco a poco, el enorme árbol perdía su punto de apoyo y se desplomaba a
causa de su propio peso, y al poco tiempo ya estaba seco; se convertía entonces en
hogar temporal de kips y escarabajos, que se alimentaban de su carne pulposa antes
de que acabara de secarse. Las largas y gruesas espinas de los cactos eran cosechadas
por los antloids del desierto, cuyos obreros formaban largas hileras a través del
desierto cada vez que trasladaban las gruesas espinas hasta sus nidos para que
sirvieran de sostén a los innumerables túneles que excavaban en el reseco suelo del
desierto.
De vez en cuando, las madrigueras de los antloids eran atacadas por dragones del
desierto, uno de los grandes reptiles que habitaban el desierto athasiano. Medio
lagarto y medio serpiente, la gruesa piel del dragón, tan apreciada como armadura en
las ciudades, lo volvía impenetrable a las mandíbulas de aquellos seres. Las largas
zarpas le permitían desenterrar los nidos, y la gruesa lengua musculosa de doble
punta le concedía la capacidad de capturar a las criaturas y arrastrarlas al exterior,
donde podía triturar sus dermatoesqueletos.
Los antloids salían en tropel a combatirlo, y a veces, si la colonia era lo bastante
grande, conseguían abatir al dragón gracias al peso total de todos ellos, amontonando
sus enormes cuerpos sobre él. En el caso de que fuera el dragón quien salía triunfante,
los supervivientes se desperdigaban y abandonaban el desenterrado nido, que
entonces se convertía en hogar de los hurrums, escarabajos de alegres colores
apreciados en las ciudades por los melodiosos zumbidos que emitían, o de los renks,
grandes babosas del desierto que se alimentaban de los desechos que quedaban en el
nido abandonado.
No obstante, si los antloids conseguían vencer al dragón, se comían su cadáver,
compartiéndolo con otras formas de vida, en general con jankxes, mamíferos peludos
y chillones que construían madrigueras parecidas a ciudades, o con z´tals, altos
lagartos bípedos que vivían en rebaños pequeños en medio del desierto y ponían
huevos dentro de las madrigueras desenterradas de los antloids después de haber dado
cuenta del cadáver del dragón.
La tierra revuelta que el dragón dejaba tras él al destruir la madriguera permitía
que arraigaran las semillas de las zarzas silvestres, las cuales crecían entonces
www.lectulandia.com - Página 40
alrededor de los huevos dejados por los z´tals; los espinosos tentáculos sobresalían
del suelo y protegían así los huevos de serpientes y roedores. Toda la vida en el
desierto era muy interdependiente; aunque mutada por la devastación de los
profanadores, había surgido un nuevo equilibrio ecológico.
Ryana se preguntó cómo habría sido el desierto en la época en que Athas era aún
verde. Intentó imaginar la yerma planicie ondulante cubierta de matorrales cuando
estaba tapizada de altos pastos que se agitaban al viento, inundada de flores silvestres,
y con el canto de las aves resonando en el aire. Ese era el sueño de todo druida y de
toda villichi, de todos los protectores de todo el mundo: que algún día Athas
recobrara su verdor. Con toda probabilidad, Ryana no viviría para ver ese día. Pero, a
pesar de ello, se sentía contenta de haber dejado las montañas para ver realmente el
desierto; no el inmenso y vacío erial que parecía ser, visto desde las alturas de las
Montañas Resonantes, sino el lugar curiosamente hermoso y vital que en realidad era.
Sabía que parte de esa belleza podía ser mortal. Si los antloids, con sus tres
metros de altura, atacaban, lo que era particularmente probable en la estación en que
su reina criaba, sus temibles mandíbulas acabarían con ella en un santiamén. Las
raras y espléndidas flores de fuego que crecían en el desierto podían resultar tan
letales como hermosas eran. Aunque eran fáciles de esquivar a la luz del día debido a
que sus bancales se podían distinguir a kilómetros de distancia, podían matar a
primeras horas de la mañana si un viajero imprudente se encontraba cerca cuando las
flores en forma de bulbo se abrían. Las flores de brillante color plateado, algunas tan
grandes que tenían entre medio metro y un metro de diámetro, se abrían hacia el sol y
seguían su trayectoria en el cielo durante todo el día, absorbiendo sus rayos
vivificadores y reflejándolos a su vez en forma de mortíferos haces de energía. No era
más que el mecanismo de protección de la planta, pero la visión de aquellas
bellísimas flores abriéndose sería lo último que se vería.
Que las flores de fuego mataran no era más que una contingencia de su
adaptación para sobrevivir en un clima tan hostil, pero una flor asesina lo hacía
adrede; la flor asesina era carnívora, y su supervivencia en el desierto dependía de su
habilidad para atrapar a su presa, cosa que conseguía mediante una amplia red de
sarmientos superficiales parecidos a raíces que, a diferencia de su raíz primaria,
salían del cuerpo de la planta hasta distancias de casi quince metros. El más leve roce
en uno de estos sarmientos enviaba un impulso a los pistilos de las brillantes flores,
que inmediatamente lanzaban una lluvia de afiladas púas finas como agujas. Las púas
iban recubiertas de un veneno que producía parálisis. Una vez que la infortunada
víctima quedaba totalmente inmovilizada tanto si era animal, humanoide o humana,
la flor asesina estiraba sus zarcillos y los enrollaba alrededor de la presa. Un roedor o
un mamífero pequeños eran digeridos en cuestión de horas; en el caso de un humano,
el proceso podía durar semanas. Era una muerte horrible y dolorosa.
www.lectulandia.com - Página 41
Plantas e insectos no eran los únicos peligros del desierto. Existía una amplia
variedad de reptiles mortales, desde serpientes venenosas no mayores que el dedo de
un humano hasta los mortíferos dragones, algunas de cuyas especies podían crecer
hasta alcanzar una longitud de nueve metros y una amplitud mayor que el tronco de
un árbol de agafari bien regado. La muerte podía venir de las alturas, bajo la forma de
flotadores, criaturas con ligeros cuerpos transparentes compuestos de un protoplasma
gelatinoso y punzantes tentáculos en forma de cintas que colgaban de la parte
inferior. El simple contacto con uno de esos tentáculos podía producir una enorme y
dolorosa roncha que tardaba semanas en curar, en tanto que el contacto completo
podía resultar fatal. Y la muerte también podía venir de debajo de los pies, bajo la
forma de acechadores de las dunas, cactos arenosos o gusanos engullidores.
Los acechadores de las dunas eran formas de vida que no pertenecían ni al mundo
animal ni al vegetal, sino a un estadio intermedio, y vivían casi por completo bajo la
superficie del desierto en pozos que excavaban a medida que se desarrollaban. La
boca del acechador crecía de forma gradual y se extendía sobre la superficie, cubierta
con lo que parecía ser un estanque de cristalina agua fresca; incluso brotaban plantas
alrededor de la boca de la extraña criatura, sustentadas por la humedad que ésta
producía, lo que confería al lugar la engañosa apariencia de un pequeño oasis
acogedor. Pero acercarse a aquel estanque para beber en él era una muerte casi
segura. La boca del acechador de las dunas, accionada por una pisada sobre la blanda
membrana que se extendía justo bajo la arena, absorbería a la confiada víctima al
interior del pozo que ocupaba la criatura, para, una vez allí, ser digerida por el mismo
fluido que en un principio había parecido ser un estanque de agua.
Los cactos arenosos no eran menos letales. Al igual que el acechador de las
dunas, el cuerpo principal de la planta crecía bajo la superficie del desierto, en
especial allí donde el suelo era arenoso. Tan sólo las puntas de numerosas espinas
sobresalían por encima de la superficie, cubriendo una amplia zona; apenas asomaban
unos dos o tres centímetros, lo que hacía que fueran difíciles de descubrir. Pisar una
espina ponía en marcha una respuesta en el interior de la planta, la espina salía
disparada y se introducía en el pie de la víctima, donde su afilado garfio encontraba
un buen asidero, y la planta empezaba a chupar la sangre a su presa. Una vez
«enganchada», la única posibilidad de la victima era soltarse de la espina, o
arrancarla, pero esto no podía lograrse sin arrancar también una buena cantidad de
carne; y, si quedaba un resto de espina clavada en la víctima, había que eliminarla
para que no se produjera una infección.
Los gusanos engullidores resultaban más peligrosos aún. Un viajero observador
podía detectar las pequeñas depresiones que dejaban en la arena al pasar, pero ser
perseguido por un gusano engullidor era una perspectiva aterradora, ya que éste era
capaz de distinguir los pasos de su presa en la superficie y salir debajo de ella. Un
www.lectulandia.com - Página 42
pequeño gusano engullidor joven podía arrancar un pie o toda una pierna. Uno que
fuera adulto podía tragarse entero a un humano.
Tampoco eran éstos los únicos peligros del desierto. Allá en el templo villichi,
Ryana había estudiado todas las formas de vida que habitaban Athas, y los
depredadores del desierto habían llenado todo un montón de pergaminos. Las
Montañas Resonantes no carecían de peligros, pero no podían ni compararse con lo
que guardaba el desierto. Era un lugar de quietud y belleza etérea, pero también
prometía la muerte al imprudente. Durante el día, un viajero alerta, bien versado en
los peligros del desierto podía tomar medidas para evitarlos; por la noche, los
peligros se multiplicaban al despertarse los depredadores nocturnos.
Y la noche se acercaba rápidamente.
www.lectulandia.com - Página 43
Capítulo 2
A medida que descendía por el cielo, el sol proyectaba una luz casi irreal sobre el
desierto, inundándolo de un resplandor ambarino y anaranjado. Con el anochecer, el
llameante cielo athasiano adquirió un tono rojo sangre, que poco a poco se fue
tornando carmesí oscuro cuando las dos lunas gemelas, Ral y Guthay, iniciaron su
peregrinaje por los cielos. Sorak y Ryana acamparon bajo un viejo árbol de pagafa;
sus tres troncos azulverdosos se alzaban desde la base y se bifurcaban en retorcidas
ramas desnudas, y, en cuanto empezó a escasear la luz, partieron algunas de sus
ramas más pequeñas para encender una fogata. Las briznas de hierba seca que
arrancaron del suelo se encendieron con facilidad bajo las chispas de sus pedernales,
y muy pronto un buen fuego crepitaba en la pequeña depresión que habían cavado
para la hoguera.
Ryana bebió frugalmente de su odre, a pesar de la sed que sentía. La larga travesía
le había dejado una gran sensación de sequedad, pero el agua tenía que durar hasta
que llegaran al oasis de Arroyo Plateado, que se encontraba al menos a otro día de
viaje en dirección este. Sorak tomó apenas unos sorbos de su odre, y pareció que
tenía suficiente. Ryana envidió su capacidad elfling para arreglárselas con menos
agua, y recordó con melancolía el arroyo cercano al convento, donde el agua fluía
desde las cimas de las montañas y caía en cascada sobre las rocas del lecho fluvial.
Era agua dulce, fría y buena para beber, y pensó con cariño en todas las veces que
ella y sus hermanas habían descendido corriendo hasta la laguna después de una
sesión de entrenamiento con las armas, se habían despojado de sus ropas y
jugueteado en la estimulante piscina. Entonces ella lo consideraba como algo normal,
y ahora le parecía un lujo increíble poder bañarse cada día y beber hasta hartarse.
En aquellas ocasiones, Sorak siempre se había alejado de las demás para
descender un poco más río abajo siguiendo la orilla hasta un lugar donde las aguas
fluían por encima de enormes rocas planas situadas en medio del lecho del río. Se
acomodaba en el lugar de costumbre sobre la roca mayor y se sentaba con las piernas
cruzadas en medio del agua dando la espalda al grupo de la laguna, que se encontraba
a poca distancia río arriba. El sonido del agua lo ahogaba todo excepto algún que otro
grito alegre emitido por las hermanas que jugaban en la laguna, y él permanecía allí
sentado a solas, la mirada fija a lo lejos o vuelta hacia el agua a las rocas más
pequeñas del fondo. Ryana había aprendido a no acompañarlo en tales ocasiones, ya
que a menudo parecía necesitar estar solo. Solo para sentarse y meditar.
Al principio, cuando eran pequeños, Sorak acostumbraba unirse a las hermanas en
sus juegos en el estanque; pero, al ir creciendo estas, empezó a alejarse por su cuenta.
Ryana solía preguntarse si ello se debía a que la creciente percepción de su naturaleza
masculina hacía que le resultara incómodo juguetear desnudo con las otras.
www.lectulandia.com - Página 44
A medida que crecía y empezaba a tener conciencia de su propia sexualidad
femenina, Ryana contemplaba a menudo los cuerpos de las otras hermanas y los
comparaba con el suyo, que siempre le había parecido inadecuado. Las otras eran más
altas y más delgadas, con extremidades más vigorosas y cuellos más elegantes. Todas
parecían hermosas. Comparada con ellas, sus proporciones resultaban achaparradas y
poco atractivas; sus pechos y caderas eran más voluminosos, el torso más corto, y las
piernas, aunque largas según los cánones humanos, parecían demasiado cortas
comparadas con las de ellas. Y los cabellos de sus hermanas resultaban mucho más
hermosos que los suyos. La mayoría de las villichis nacían con una espesa melena
roja, bien del color del fuego o de un rojo oscuro con reflejos más claros, por lo que
su plateada cabellera parecía deslustrada en comparación.
Miraba a las otras hermanas y se preguntaba si Sorak las encontraba tan hermosas
como le parecían a ella. A lo mejor, se decía, el joven había empezado a ausentarse de
sus juegos porque su naturaleza masculina hacía que las contemplara en la misma
forma en que ella, llevada por su propia naturaleza femenina en desarrollo, lo
contemplaba a él.
Claro está que ella no sabía entonces que la naturaleza de Sorak era mucho más
compleja que eso. Ignoraba que varias de sus personalidades eran femeninas. Ahora
sabía que, cuando se había alejado para meditar a solas, lo había hecho preocupado
por cuestiones no de la carne sino de identidad. Cada vez más, a medida que crecía,
se había sentido atormentado por preguntas sin respuesta. ¿Quién era él? ¿Qué era su
tribu? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Cómo había nacido él?
La apremiante necesidad que tenía de averiguar las respuestas a aquellas
preguntas era lo que lo había empujado a abandonar el convento y embarcarse en la
búsqueda del Sabio. Pero ¿quién sabía el tiempo que duraría esta búsqueda? Athas
era un mundo inmenso con muchos lugares secretos, y el Sabio podía encontrarse en
cualquier sitio.
Durante años, muchos más de los que ellos tenían, los profanadores también
habían buscado al Sabio sin éxito, y ellos poseían su poderosa magia profanadora
para ayudarlos en su investigación. ¿Sin magia, podrían ellos tener más éxito?
—No me puedo sacar de la cabeza la idea de que hay algo más en El diario del
Nómada que simples consejos a los viajeros —dijo Sorak sentado con las piernas
cruzadas en el suelo frente al fuego. Las llamas apenas daban luz suficiente para leer,
pero, con sus ojos de elfling, el joven no tenía dificultades para descifrar las palabras
—. Escucha esto —anunció, y empezó a leer un párrafo del diario en voz alta.
www.lectulandia.com - Página 45
sediento mundo, pero todas son poderosas y dignas de respeto.
Existe otro grupo de personas que se autodenominan «los druidas» y que,
al menos según la mayoría de los informes, están considerados como clérigos.
Los druidas se caracterizan por no rendir homenaje a una única fuerza
elemental, sino que más bien se esfuerzan por defender la moribunda fuerza
vital de Athas. Sirven a la naturaleza y al equilibrio planetario. Mucha gente
la considera una causa perdida, pero ningún druida admitirá jamás tal cosa.
En algunas ciudades, se glorifica al rey-hechicero como si fuera una
especie de ser inmortal. De hecho, muchos de tales gobernantes son capaces
de otorgar poderes mágicos a los templarios que les sirven. ¿Están éstos
realmente al nivel de las fuerzas elementales veneradas por los clérigos? Yo
no lo creo.
www.lectulandia.com - Página 46
—. Pero sospecho que no es así. Piensa: aquí nos habla del tema de la magia clerical.
También menciona a los druidas. Bien, los dos hemos sido adiestrados en la
Disciplina del Druida, y sabemos que para la magia clerical los elementos aire y tierra
son mucho más valiosos que el fuego. Las plantas necesitan aire y tierra para crecer,
y agua, desde luego, pero no necesitan fuego. Más bien lo contrario; el fuego es el
enemigo de todo lo que crece. Además la magia clerical, en especial la de los druidas,
no se obtiene principalmente del fuego. Se saca más bien de la tierra.
—Eso es cierto —concedió la muchacha.
—Así pues, ¿por qué, en una sección del diario dedicada a describir la magia
clerical, dice él que el fuego posee más influencia que la tierra y el aire? Tal vez tenga
más influencia en las vidas de las personas, pero no en esa magia. Existen muchos
más clérigos que rinden homenaje a las fuerzas elementales del aire y la tierra que al
fuego.
—Sin embargo hay algunos que lo hacen —observó Ryana—. En especial entre
los enanos.
—Pero ¿se consagran al fuego o al sol? —preguntó Sorak.
—En realidad al sol —respondió ella con un encogimiento de hombros—. Pero
eso es la misma cosa, ¿no?
—¿Lo es? En ese caso, ¿por qué no lo dice? Incluso aunque lo fuera, hay muchos
menos sacerdotes solares que aquellos consagrados al aire y la tierra. La gran
mayoría veneran la tierra, y luego el aire. Pero en este párrafo sobre magia, donde
habla de druidas en particular, también habla del fuego como algo más influyente que
la tierra y el aire. O, al menos, eso es lo que parece decir aquí. Y ningún druida
venera el fuego.
—Ningún druida venera una única fuerza elemental —repuso Ryana—. Eso sí lo
dice.
—Sí, sí que lo dice —siguió Sorak—. Así pues, ¿por qué parece decir que el
fuego y el agua son más influyentes que la tierra y el aire para la magia clerical?
—No lo sé.
—Considera también esto —dijo él—. Continúa diciendo que a los reyes-
hechiceros se los glorifica como si fueran seres inmortales.
—Bueno, son inmortales —afirmó ella—; su magia profanadora hace que lo sean,
en especial una vez que han iniciado la metamorfosis en dragón.
—Pero no dice que sean inmortales —insistió él—. Dice que se les glorifica como
si fueran inmortales; lo que nos está diciendo es que no son inmortales, que aunque
pueden vivir eternamente gracias al poder de su magia, se les puede matar con
facilidad.
»Y toma en cuenta además las palabras que escoge cuando escribe lo siguiente:
«… muchos de tales gobernantes son capaces de otorgar poderes mágicos a los
www.lectulandia.com - Página 47
templarios que les sirven. ¿Están éstos realmente al nivel de las fuerzas elementales
veneradas por los clérigos? Yo no lo creo». En apariencia, parece como si el Nómada
estuviera diciendo aquí que los reyes-hechiceros no son tan poderosos como las
fuerzas elementales veneradas por los clérigos. O a lo mejor quiere decir que sus
templarios no son tan poderosos. Pero, desde luego, todo el mundo sabe eso. Tanto si
se es templario como rey-hechicero, nadie es más poderoso que una fuerza elemental;
así que, ¿por qué molestarse en decirlo?
—¿Piensas entonces que no es eso lo que está diciendo? —inquirió Ryana.
—Léelo con atención —dijo Sorak, pasándole el diario.
La muchacha forzó la vista para ver las páginas a la luz de la hoguera y leyó el
pasaje una vez, luego otra y por fin una tercera. La cuarta lectura la hizo en voz alta:
«De hecho, muchos de tales gobernantes son capaces de otorgar poderes mágicos a
los templarios que les sirven. ¿Están éstos realmente al nivel de las fuerzas
elementales veneradas por los clérigos? Yo no lo creo».
—Deténte ahí —indicó el elfling—. Ahora mira esa última frase otra vez. Cuando
utiliza la palabra «estos», ¿a quién se refiere? ¿O, más específicamente, a qué?
—¿A qué? —repitió ella con el ceño fruncido. Y entonces comprendió—: ¡Ahh!
¡A qué, no a quién! ¡No se refiere a los templarios, sino a los poderes mágicos que se
les confieren!
—Exacto —dijo Sorak—. En la forma en que está escrito, el significado podría
tomarse de las dos maneras; pero, si se refiere a que los gobernantes no están al nivel
de las fuerzas elementales, se limita a manifestar lo evidente, ya que los reyes-
hechiceros utilizan esas fuerzas elementales para obtener su poder, como hace
cualquier otro iniciado. Leído de la otra manera, sin embargo, parece sugerir que se
pueden utilizar las fuerzas elementales para derrotar a los poderes conferidos a los
templarios; y, en particular, el Nómada llama nuestra atención sobre el elemento del
fuego. Cita la influencia del agua en nuestro sediento mundo simplemente para
ocultar el mensaje.
—Pero ¿estás seguro de que es eso lo que quiere decir?
—Cuanto más lo pienso, más seguro me siento —respondió Sorak—. Recuerda
nuestro entrenamiento con las armas allá en el convento. ¿Te acuerdas de lo pesado
que parecía al principio y lo inútil que considerábamos la repetida práctica de las
figuras, la continua ejecución de las mismas series de movimientos?
—Sí. ¡Teníamos tantas ganas de empezar a combatir uno contra otro! —respondió
ella con una sonrisa.
—Pero ahora sabemos que aquella práctica incesante de las figuras inculcó esos
movimientos en nuestras mentes y cuerpos de modo que, cuando llegaba el momento
de pelear, eran realizados de forma automática y ejecutados a la perfección sin
siquiera pensar en lo que hacíamos. Cuando la hermana Dyona me entregó este
www.lectulandia.com - Página 48
diario, me lo dedicó con las palabras, «un arma más sutil que tu espada, pero no
menos poderosa, a su manera». Y ahora creo que por fin comprendo. El diario del
Nómada es, a su manera, muy parecido a una figura de combate. Leerlo una o dos
veces permite familiarizarse con los movimientos básicos; pero, al leerlo
repetidamente, una y otra vez, se percibe su estructura, se comprende su auténtico
contenido. Es una guía, Ryana, y muy subversiva. En apariencia, se trata de una guía
de Athas; pero, en su significado más profundo, es una guía de la lucha contra los
profanadores. No es de extrañar que se haya prohibido su distribución, y que los
reyes-hechiceros hayan puesto recompensa a la cabeza del Nómada, quienquiera que
pueda ser.
—¿Crees que aún vive?
—Quizá no. El diario apareció por primera vez hace muchos años; nadie parece
estar muy seguro de cuándo o cómo. La Alianza del Velo saca copias de él con sumo
esmero y las distribuye en secreto. Está claro que el Nómada era un protector y tal
vez un miembro de la cúpula de la Alianza.
—Me pregunto si alguna vez lo averiguaremos —repuso Ryana, echando más
leña al fuego. La madera de pagafa ardía despacio y proporcionaba un agradable
calorcillo contra el frío de la noche. A lo lejos, sonó el aullido de algún animal, y el
sonido hizo que un escalofrío recorriera la espalda de la joven.
—Pareces cansada —dijo Sorak—. Deberías comer algo. Necesitarás todas tus
fuerzas mañana por la mañana. Aún tenemos un largo trecho por recorrer.
La muchacha abrió su mochila y sacó su bolsa de víveres: piñones de los bosques
de las Montañas Resonantes, semillas de kory, las comestibles y suculentas hojas del
loto de hierbabuena, y dulce fruta seca del árbol jumbala. Le ofreció la bolsa, pero él
negó con la cabeza.
—Come —le indicó—. Yo no tengo hambre ahora.
Ella comprendió que se refería a que comería más tarde, cuando el Vagabundo
saliera de caza, y por lo tanto no insistió.
—Dormiré un rato ahora —anunció el joven—, y luego montaré guardia para que
puedas descansar. —Dejó caer la cabeza sobre el pecho y cerró los ojos; al cabo de un
instante, el Vagabundo los abrió y se incorporó olfateando el aire. Sin una palabra,
dio media vuelta y se alejó bajo la luz de la luna, moviéndose sin efectuar el menor
ruido. Al poco rato ya había desaparecido de la vista.
Ryana se quedó sola, sentada junto al fuego. Ahora que Sorak se había ido, se
sintió de improviso más vulnerable y desprotegida. Ral y Guthay proyectaban una luz
espectral sobre el desierto que se extendía fuera del círculo de luz de la hoguera, y las
sombras parecían tener vida. Soplaba una fresca brisa, y el silencio era sólo
interrumpido de vez en cuando por el grito lejano de alguna bestia salvaje. No tenía
ni idea de lo cercanas que podían estar las criaturas que oía, ya que en el desierto el
www.lectulandia.com - Página 49
sonido recorría distancias enormes.
Suspiró y mascó sus provisiones, aunque comió frugalmente, a pesar de estar muy
hambrienta. La comida tenía que durar bastante tiempo, dado que no había forma de
saber lo que podrían encontrar en su viaje o en el oasis para complementar sus
víveres. Incluso podía llegar a verse obligada a comer carne, se dijo. La idea hizo que
su boca esbozara una mueca de repugnancia; pero era una posibilidad que debía
considerar muy seriamente. Ya no era una sacerdotisa. ¿O lo era? Hablando con
propiedad, había violado sus votos al abandonar el convento, pero eso no hacía que
dejara de ser villichi. Y nada en lo que creía había cambiado realmente.
¿Había dejado de formar parte de la hermandad? No había oído nunca que se
hubiera expulsado a una villichi. ¿Qué habría dicho Varanna? ¿Cómo habrían
reaccionado sus hermanas? ¿Qué habrían pensado al enterarse de que había huido?
¿La tendrían en mal concepto, o intentarían comprender? Las echaba de menos a
todas. Echaba en falta el compañerismo y la reconfortante rutina de la vida en el
convento. Había sido una vida agradable. ¿Podría regresar alguna vez? ¿Y querría
hacerlo?
No tenía ninguna intención de abandonar a Sorak, pero, con el Vagabundo de caza
por ahí en plena noche, se sentía de improviso muy sola y perdida, a pesar de saber
que no tardaría en regresar. Pero ¿y si no regresaba? ¿Y si le sucedía algo? Podían
sucederle muchas cosas a un viajero solo en medio del desierto, en especial por la
noche, y ninguna agradable. Sorak era un elfling y estaba naturalmente adaptado a
este territorio salvaje, a pesar de haber crecido en los bosques de las Montañas
Resonantes; pero, aun así, no era invulnerable.
Apartó la idea de su cabeza. Los peligros del desierto no eran la única amenaza a
la que deberían enfrentarse durante su periplo. Si la experiencia vivida en Tyr podía
servir de punto de referencia, arrostrarían mayores peligros en las ciudades, en
Nibenay y dondequiera que la ruta los condujera desde allí. Era inútil insistir en esas
cosas. Intentó sumirse en un estado de calma meditativa, tranquila y sin embargo
alerta a todo lo que la rodeaba, tal y como le habían enseñado. Estaba muy cansada y
ansiaba el momento en que el Vagabundo regresara de cazar, para así poder dormir un
poco.
«Intenta no pensar en dormir —se dijo—. Relájate y encuentra el centro de tu
esencia. Quédate quieta y abre tus sentidos a todo lo que te rodea. Conviértete en una
parte de la gélida quietud de la noche en el desierto». Existían muchas formas de
descansar, pensó, y el sueño no era más que una. «No, ahora no debes pensar en
dormir…».
Abrió los ojos de repente, despertándose sobresaltada. Parecía como si no hubiera
transcurrido más que un instante, pero el fuego se había ido consumiendo y estaba
casi apagado. Se había dormido, después de todo. Pero ¿durante cuánto tiempo? Y
www.lectulandia.com - Página 50
¿qué la había despertado? Permaneció silenciosa e inmóvil, conteniendo el impulso
de arrojar más leña al fuego. Había oído algo. Pero ¿qué había sido? Todo parecía
tranquilo ahora, pero notaba un hormigueo detrás del cuello, una inquieta sensación
de que algo no iba bien. Miró a su alrededor en busca de cualquier señal de
movimiento, alerta al menor sonido. Más allá de la hoguera casi apagada, en la noche
iluminada por la luz de las lunas gemelas, no consiguió distinguir otra cosa que
sombras. Y entonces una de aquellas sombras se movió.
www.lectulandia.com - Página 51
caliente descendiendo por su garganta.
Aunque los otros estaban hambrientos, guardaban silencio dentro del cuerpo que
todos compartían. No molestaban al Vagabundo ni se inmiscuían en sus
pensamientos, y él por su parte era consciente de su presencia, aunque vagamente,
porque callaban y guardaban las distancias. Era él el cazador de entre ellos, maestro
en el arte de identificar cualquier imagen, sonido y olor de la naturaleza, versado en
el seguimiento y acecho, experto en matar deprisa y con eficacia. Todos querían
compartir el sabor de la carne recién cazada… todos excepto Sorak, que dormiría
durante toda la caza y el interludio de la comida y despertaría sin recordar nada. Los
otros aguardaban con tensa expectación.
Aunque el Vagabundo estaba a la vanguardia de su conciencia corporativa,
aquellos de ellos que estaban despiertos participaban de sus percepciones y
experiencias. No todas las entidades que componían la compleja criatura llamada
Sorak compartían la vigilia aquella noche. Poesía dormía, pues prefería la luz del día
para estar despierto y así observar con infantil satisfacción lo que Sorak y los otros
hacían, y salir al exterior de vez en cuando para cantar o silbar cuando los otros
sentían necesidad de su carácter alegre. La temible entidad conocida como la Sombra
también dormía, y los otros temían deambular por las profundidades de la esencia de
Sorak donde ésta dormitaba. Era como una enorme bestia en hibernación, casi
siempre dormida, aunque a veces despertaba para observar como una criatura al
acecho en su cueva, que sólo se manifestaba cuando era necesario liberar el lado
siniestro de la naturaleza de Sorak.
Más abajo, en lo más profundo de la psiquis de Sorak, dormía un ser que ninguno
de los otros conocía realmente, ya que esta entidad nunca despertaba. Todos conocían
su existencia, pero sólo en el sentido de que sabían que se encontraba allí, envuelta en
capas de protectores bloqueos mentales. Se trataba del Niño Interior, la parte más
vulnerable de todos ellos, aquella de la que todos habían surgido. El Niño era el
progenitor de los hombres y mujeres en que se habían convertido, pues los había dado
a luz diez años atrás en el desierto athasiano, cuando la pequeña y asustada criatura
que era había sido desterrada por su tribu para morir en el desierto ignoto. En un
último grito desgarrador de abyecto terror, aquel niño había dado a luz a todos ellos y
había huido de algo que ya no podía soportar. Ahora dormía, en las profundidades del
refugio que se había construido para sí, acurrucado en un sueño parecido a la muerte.
Y, en cierto modo, quizás, era una especie de muerte. Era probable que el Niño
Interior no despertara jamás. Y, si lo hacía, ninguno de los otros sabía qué sería de
ellos.
La Guardiana recelaba. Todos habían nacido cuando el Niño había huido de la
vida de vigilia, que se había convertido en una pesadilla. Ahora el Niño dormía. Si
despertaba otra vez, podría muy bien ser el final de todos ellos, quizás incluso de
www.lectulandia.com - Página 52
Sorak. Sorak, en cierto sentido, no era el Niño crecido. El joven era el primario,
porque así era el acuerdo al que habían llegado entre ellos, un pacto que había sido
necesario para preservar la cordura general; pero también él había nacido después del
hecho, después de que el Niño se durmiera. Si el Niño Interior despertaba, existía la
posibilidad —la Guardiana no sabía hasta qué punto era ello probable— de que se
integrara con el muchacho, y tal vez también con algunos de ellos. Pero existía
asimismo la posibilidad de que Sorak, como el resto de ellos, dejara de existir, y que
el cuerpo que todos compartían regresara al Niño que había sido antes; no en una
forma física, sino mental. La Guardiana meditaba sobre ello a menudo, y se sentía
intrigada.
Kivara no tenía tales preocupaciones. A ella le encantaba la noche, y a menudo
efectuaba cortas siestas durante el día para poder mantenerse despierta por la noche,
en especial cuando el Vagabundo tomaba las riendas y salía de caza. Kivara no era
cazadora. Era puramente una criatura de los sentidos, traviesa y curiosa, una jovencita
astuta que carecía de la capacidad de reconocer cualquier límite. Si hubiera podido
actuar con total libertad, se habría entregado a todo placer sensual que se le
presentara, o habría explorado cualquier nueva experiencia fascinadora que se cruzara
en su camino, sin tener en cuenta los riesgos. En ese sentido, podía resultar peligrosa,
ya que, si los otros no la vigilaban, podía ponerlos en peligro a todos… y luego huir,
regresando al interior para dejar que otro cargara con la responsabilidad de
salvaguardar su bienestar.
Aquella noche, sin embargo, Kivara tenía suficiente con permanecer despierta y
observar, sentir y escuchar. A través de los aguzados sentidos del Vagabundo, la
noche le llegaba llena de animación, y ella no tenía intención de inmiscuirse, en parte
porque carecía de esa capacidad. El Vagabundo era mucho más fuerte y, si ella
hubiera realizado tal intento, se habría limitado a hacerla a un lado con violencia y
devolverla al interior, de la misma forma en que espantaría a una molesta mosca del
desierto o se quitaría de los pantalones de un capirotazo a una pulga de la arena. Pero
Kivara no sentía ningún deseo de salir al exterior cuando el Vagabundo se
manifestaba porque a través de él podía experimentar placeres sensuales con mucha
más claridad que cuando era ella la que tomaba las riendas. Y además, claro está,
estaba hambrienta, y nadie comería hasta que la entidad hubiera cazado.
Eyron se limitaba a esperar… impaciente como siempre. Deseaba que el
Vagabundo se diera prisa y les encontrara alguna pieza. Nunca conseguía entender
por qué se demoraba tanto. Su naturaleza irónicamente cínica y pesimista lo hacía
preocuparse pensando que, tal vez, aquella noche el Vagabundo fracasaría en su caza
y tendrían que soportar un día más de Sorak y su comida de druidas. Eso exasperaba
a Eyron. Aquellas sacerdotisas estúpidas habían embrollado el pensamiento del
muchacho. El chico era mitad elfo y mitad halfling; y tanto los unos como los otros
www.lectulandia.com - Página 53
comían carne.
Eyron prefería la suya cruda y recién cazada, pero cualquier carne serviría en
lugar del forraje que Sorak comía durante el día. ¿Para qué necesitaba semillas y fruta
y hojas de loto? ¡Eso era una dieta para un kank, no para un elfling! Cada vez que
estaban en una ciudad y Sorak pasaba ante un puesto donde vendían carne guisada,
Eyron la olía y empezaba a salivar. A veces, el mismo Sorak empezaba a salivar
impulsado por el hambre del otro, y Eyron percibía la irritación del primario y se
retiraba precipitadamente, enfurruñado. Deseó que el Vagabundo no tardara mucho.
Quería alimentarse e irse a dormir con la panza llena.
El Vagabundo sintió la impaciencia de Eyron, pero no le prestó atención. Casi
nunca prestaba demasiada atención a aquella entidad porque los pensamientos que
ésta tenía eran insustanciales y no le interesaban. Eyron no sabía cazar, no sabía
seguir un rastro, no era capaz de oler la caza, ni era lo bastante observador para
detectar sus movimientos entre la maleza del desierto. No podía oír nada excepto el
sonido de su propia voz, de la que se sentía desmesuradamente orgulloso. Eyron,
pensaba el Vagabundo, era una criatura estúpida. Él prefería mucho más la compañía
de Poesía, que también era estúpido, pero de una forma agradable. Durante el día,
cuando el Vagabundo salía al exterior, a menudo dejaba que Poesía saliera con él y
entonara una alegre canción que él escuchaba mientras seguía un rastro. Pero
escuchar a Eyron era una pérdida de tiempo, se dijo el Vagabundo. Eyron percibió el
pensamiento y muy ofendido se mantuvo en silencio.
Mientras andaba, el Vagabundo mantenía la vista fija en el suelo a su alrededor en
busca de señales de caza. Su visión nocturna era tan aguda como la de un gato
montes, y de improviso descubrió algo; el Vagabundo se arrodilló para examinar unas
débiles marcas en el suelo que habrían pasado inadvertidas a cualquiera de los otros.
Eran los arañazos producidos por el paso de un erdland, una enorme ave del desierto
incapaz de volar que andaba erguida sobre dos largas y fuertes patas terminadas en
afiladas garras. El Vagabundo sabía que los erdlands estaban emparentados con los
erdlus, que corrían en libertad por el altiplano, pero a los que también criaban los
pastores del desierto para venderlos en los mercados de las ciudades. Los erdlus eran
muy apreciados por los habitantes de las ciudades, en especial por sus huevos, aunque
a menudo también se consumía su carne. Un erdlu salvaje podía resultar difícil de
atrapar, ya que se espantaban con facilidad y podían correr a gran velocidad. Sin
embargo, al ser aves de mayor tamaño, los erdlands no eran tan veloces. Y, si bien sus
huevos no eran tan sabrosos como los de los erdlus, su carne podía resultar una cena
satisfactoria; un erdland podía suministrar un festín, bastante carne para llenar varios
estómagos hasta reventar, y aún dejar sobras suficientes para que pudieran comer los
carroñeros del desierto. No obstante, aunque un erdland no se moviera tan deprisa
como su pariente de menor tamaño, abatir uno planteaba otras dificultades.
www.lectulandia.com - Página 54
Un erdland adulto medía unos cinco metros de altura y pesaba casi una tonelada.
Sus fuertes patas lanzaban patadas mortales, y sus zarpas infligían graves heridas. Por
otra parte, un ave adulta, como lo era ésta a juzgar por su rastro, poseía un gran pico
cuneiforme, al contrario que los animales jóvenes, cuyos picos eran pequeños y no
tan peligrosos; un erdland adulto picaba con tanta fuerza que podía destrozar un
hueso, y un mordisco de su poderoso pico podía arrancar una mano de cuajo.
El Vagabundo estudió con atención el terreno alrededor del rastro. Los erdlands
salvajes acostumbraban vagar en rebaños, pero éste parecía solo, y el rastro era
reciente. El Vagabundo regresó junto al rastro y empezó a seguirlo, buscando indicios
que pudieran decirle si el animal estaba herido. Pocos metros más allá, encontró lo
que buscaba: al ave le faltaba parte de una zarpa; no era suficiente para incapacitarla,
pero sí para aminorar su velocidad e impedir que corriera junto al resto del rebaño.
Esta había quedado rezagada, si bien no por ello sería presa fácil.
El Vagabundo siguió el rastro, avanzando deprisa pero sin hacer ruido mientras
iba tras su presa. De cuando en cuando, casi como un animal, se detenía y olfateaba el
aire, para evitar tropezar de improviso con el ave y alertarla de su presencia. Por fin,
tras seguir el rastro durante quizás un kilómetro o más, percibió su olor. Los sentidos
de un humano no habrían sido lo bastante finos para captarlo, pero el Vagabundo olió
el leve olor almizclero de la criatura en el viento. Calculó rápidamente de dónde
soplaba la brisa para asegurarse de que se encontraba a favor del viento, y luego
avanzó agachado iniciando el acecho.
Tras recorrer tal vez un cuarto de kilómetro, lo oyó. Se movía despacio, y las
patas producían débiles ruidos sordos que habrían sido inaudibles para oídos
humanos, pero no para los del Vagabundo. Este volvió a comprobar el terreno.
Aunque no había señales de otros depredadores, se tomó el tiempo necesario para
confirmar que ninguna otra criatura iba también tras su presa. Los erdlands eran lo
bastante grandes para que sólo se atrevieran a atacarlos las criaturas nocturnas de
mayor tamaño y ferocidad, pero no sería inteligente centrarse tan sólo en la pieza a
mano y descuidar a otro depredador que pudiera acecharla. Eso podía conducir a una
sorpresa desagradable, y competir con otro animal por la presa no sólo sería
peligroso, sino un modo seguro de dar al erdland tiempo suficiente para escapar.
El Vagabundo notó la ansiedad de los otros pero no hizo el menor caso. Un buen
cazador nunca se precipitaba. Se acercó con cautela y muy despacio a su presa. Poco
a poco, redujo la distancia entre él y la enorme ave. Tenía sus buenos cuatro metros
de altura, con un largo cuello sinuoso y un enorme cuerpo redondeado del que
surgían sus fuertes patas como si fueran zancos. El escamoso collar, que el animal
hinchaba y dilataba al atacar para que su cabeza resultara mayor y más temible,
estaba doblado sobre sí mismo mientras la criatura avanzaba con lentitud,
escudriñando el terreno frente a ella en busca de comida. El Vagabundo se agachó al
www.lectulandia.com - Página 55
máximo y con suma paciencia empezó a describir un círculo por detrás, teniendo
buen cuidado de no hacer el menor ruido, y haciendo caso omiso del tenso
nerviosismo de los otros para evitar que nada lo distrajera. Sus movimientos eran
ágiles y felinos mientras se acercaba a cuatro patas, deteniéndose de vez en cuando
para comprobar el viento y asegurarse de que no había cambiado.
Se necesitaba una paciencia infinita, ya que el menor sonido podía poner sobre
aviso a su presa. El más leve chasquido de una rama seca de algún matorral enano del
desierto, el más ligero crujido del pie sobre las piedras, un cambio repentino de la
brisa… y el ave se enteraría de su presencia en un instante y o bien huiría o se
volvería y atacaría. Un erdland resultaba de lo más peligroso cuando uno se lo
encontraba de frente.
El Vagabundo avanzó despacio, acortando distancias gradualmente entre él y su
presa, que seguía sin advertir su presencia a pesar de que él había conseguido
acercarse hasta quedar a sólo tres o cuatro metros de ella. Estaba casi lo bastante
cerca, pero aún no, aún no lo suficiente. Quería asegurarse.
Sólo dos o tres metros ahora. Si el pájaro se volvía, no podría evitar verlo. La luz
de las lunas sobre el desierto hacía que destacara con claridad, y sólo su sigilo y el
hecho de mantenerse justo detrás de su presa le habían permitido acercarse tanto.
De improviso el ave se detuvo en seco y elevó alarmada la cabeza mientras erguía
el cuello.
Fue entonces cuando el Vagabundo atacó.
Con una rapidez igualada tan sólo por la de un elfo, se incorporó, dio tres
zancadas a toda velocidad, y saltó. Aterrizó sobre el lomo en el mismo instante en
que el ave emprendía la huida, y apretó las piernas con fuerza alrededor del cuerpo a
la vez que se asía a su cuello con ambas manos.
La criatura lanzó un grito agudo y saltó hacia adelante, brincando con fuerza
sobre las poderosas patas en un intento de quitárselo de encima, en tanto que al
mismo tiempo el collar se hinchaba al máximo y el fuerte y musculoso cuello se
retorcía entre sus manos. El Vagabundo se aferró con todas sus energías mientras el
ave intentaba torcer la cabeza y picotearlo. Un golpe de aquel potente pico
cuneiforme podía partirle el cráneo. El Vagabundo resistió los esfuerzos del ave para
girar la cabeza, y se sujetó con fuerza, apretando las piernas, mientras el erdland
saltaba de un lado a otro frenético, intentando desmontarlo.
El animal lo intentó todo para soltarse. Lanzó al frente el largo cuello para lanzar
a su atacante hacia adelante y hacerle perder el equilibrio de modo que pudiera
arrojarlo al suelo, pero el Vagabundo se mantuvo firme y tiró hacia atrás, impidiendo
que el ave estirara por completo el cuello. Por un instante, el erdland luchó contra su
tirón; luego cedió de improviso y dejó que el tirón llevara el cuello hacia atrás. El
Vagabundo estuvo a punto de perder el equilibrio, pero consiguió sujetarse.
www.lectulandia.com - Página 56
La criatura saltaba de una pata a la otra, haciendo lo imposible para desmontarlo,
y el Vagabundo sentía arder sus músculos por el esfuerzo de intentar seguir aferrado.
El ave torció la cabeza primero a un lado, luego al otro, pero él no se soltó. Cuando el
animal volvió a echar el cuello bruscamente hacia atrás una vez más para intentar
derribarlo, él se dejó llevar por el movimiento y utilizó la oportunidad para deslizar
las manos con rapidez cuello arriba hasta debajo del hinchado collar del erdland, en el
preciso punto en que el cráneo se unía al cuello.
El pájaro chilló mientras él intentaba doblarle la cabeza hacia arriba y atrás; los
saltos del ave redoblaron, pero el Vagabundo no se soltó. La criatura intentó estirar el
cuello hacia adelante otra vez, pero él luchó con todas sus fuerzas para impedirlo, al
tiempo que forzaba la cabeza hacia arriba hasta que el pico del ave apuntó
directamente al cielo. El pico cuneiforme chasqueó impotente y el animal chilló
cuando él forzó la cabeza aún más atrás, los músculos de sus brazos tensos y a punto
de estallar. Y, por fin, el cuello se partió.
El pájaro se desplomó como una piedra y chocó con fuerza contra el suelo,
mientras el Vagabundo saltaba lejos, aterrizaba violentamente y gateaba para alejarse
de sus patas, que se debatieron por unos instantes antes de que el animal quedara
totalmente inmóvil. Las demás entidades estaban entusiasmadas. El Vagabundo se
incorporó y desenvainó el cuchillo de caza.
Se inclinó y, levantando una de las largas patas del ave, desgarró la parte más
blanda del vientre. La sangre corrió a borbotones, y su olor resultaba embriagador. La
entidad echó hacia atrás la cabeza y lanzó un grito triunfal. Los otros sintieron su
alegría y sensación de logro, el cumplimiento de su propósito, y lo celebraron con él.
Luego empezaron a comer.
El Vagabundo no se apresuró mientras se encaminaba de regreso al lugar donde
habían acampado. Todos habían comido hasta hartarse y dejado atrás lo suficiente
para satisfacer una horda de carroñeros. Nada se desperdiciaría. Sólo los huesos de la
enorme ave quedarían para blanquearse despacio bajo el sol del desierto, una vez que
sus escamas se hubieran secado y desperdigado con el viento. Tras una cacería
afortunada, al Vagabundo le gustaba andar y sentir la noche, saborear sus sonidos y
olores, abrir su espíritu a la inmensidad del desierto.
A diferencia del amparo del bosque en las Montañas Resonantes, donde gozaba
del dosel de hojas sobre su cabeza y sentía la proximidad de los árboles, los altiplanos
eran amplios y al descubierto, una llanura desértica aparentemente infinita que se
extendía más allá de donde alcanzaba la vista. El Vagabundo sentía una fuerte
afinidad con el bosque, pues éste era y sería siempre su hogar, pero el desierto poseía
su propia belleza dulce y salvaje. Era como si él se sintiera a sí mismo expandiéndose
en un desesperado intento de llenarlo con su presencia. El bosque era acogedor y
confortable, pero aquí, aquí tenía espacio para respirar. Existía una clase de soledad
www.lectulandia.com - Página 57
diferente allí en el altiplano; una soledad que lo llenaba con una sensación de la
inmensidad del mundo cruel en el que vivía, de su majestad. A pesar de la desolación
del desierto, éste poseía una especie de serenidad que infundía una sensación de paz.
Podía ser un lugar brutal, peligroso e implacable donde la violencia golpeaba de
improviso al incauto, pero para aquel que no se enfrentaba a él y que era capaz de
aceptar su forma de ser podía resultar un lugar de transformación.
El Niño había estado a punto de morir en el desierto en una ocasión, muchos años
atrás. Pero, en lugar de ello, la tribu había nacido allí, y ahora había regresado y
aprendido cómo sobrevivir en él. Y en los altiplanos de Athas la supervivencia no era
ninguna tontería. El Vagabundo meditaba sobre todo esto mientras regresaba al
campamento.
Se detuvo de repente. Todos sus sentidos se habían agudizado y concentrado. A
poco ya sabía qué era lo que le había alertado, y empezó a correr, a toda velocidad, de
vuelta al campamento.
Ryana estiró el brazo rápidamente para coger su ballesta, pero, durante el breve
instante en que apartó los ojos, la sombra desapareció. Poniéndose de rodillas tensó el
arco e insertó una de las saetas de su carcaj; luego sujetó la ballesta frente a ella, lista
para alzarla al momento, en tanto que sus ojos escudriñaban la zona circundante. Tal
vez sólo había sido su imaginación, pero estaba segura de haber visto moverse alguna
cosa allí fuera; fuera lo que fuera la sombra, parecía haberse perdido en la noche.
Ryana se humedeció los labios, que de repente notaba muy secos; ansiaba que
Sorak regresara. Permaneció totalmente inmóvil, alerta, el arco listo, los oídos
aguzados para percibir el menor sonido. A lo lejos, resonó el grito de algún animal.
Algo que cazaba, o era cazado. Sonaba muy lejano. Deseó arrojar un poco más de
leña al fuego, que estaba ya casi apagado, pero no se decidía a bajar la ballesta.
¿Podría haber sido sólo una triquiñuela de la luz de las lunas? La fría brisa nocturna
agitó su larga melena mientras permanecía agazapada y esperando, escuchando con
atención. ¿Era eso algo que se movía, o sólo el viento, susurrando entre los
matorrales?
Durante lo que pareció una eternidad, Ryana se quedó inmóvil, la ballesta
preparada. No se veía ninguna señal de movimiento fuera del campamento, y ahora
no oía más que el susurro del viento por entre los pastos resecos del desierto y las
ramas de pagafa sobre su cabeza. La hoguera estaba casi apagada del todo. Soltó el
aire, dándose cuenta de repente de que había estado conteniendo la respiración, dejó
la ballesta en el suelo, y estiró el brazo para coger unas cuantas ramas que echar a la
fogata.
Una sombra cayó sobre ella de improviso, y sintió cómo unos fuertes brazos la
rodeaban desde atrás.
www.lectulandia.com - Página 58
Con un grito, alzó los brazos y se escabulló de su atacante; luego rodó y lanzó una
veloz patada hacia atrás con una pierna. Sintió cómo el pie chocaba con algo y
escuchó un sordo gruñido cuando alguien o algo cayó al suelo; entonces se incorporó
con una voltereta para enfrentarse a lo que la había atacado.
Las ramas secas que había arrojado al fuego prendieron de improviso, y
distinguió lo que en un principio parecía un hombre levantándose. Era muy alto y
fornido, con espaldas anchas, cintura estrecha, larga melena oscura y facciones
enjutas; pero las proporciones no parecían correctas.
Con aquellos brazos y piernas desmesuradamente largos, semejaba casi un villichi
masculino, aunque, claro está, eso era imposible. Advirtió que sus orejas eran
puntiagudas y pensó que se trataba de un elfo, y entonces vio sus manos cuando las
alzó frente a él, los dedos curvados como zarpas. Las manos eran muy grandes, más
del doble del tamaño de unas manos humanas normales, y los dedos eran al menos el
triple de largos. Estos últimos parecían ensancharse en las puntas, y entonces, de
repente, comprendió lo que eran: ventosas. Con un escalofrío involuntario, se dio
cuenta de a qué se enfrentaba. No era un hombre ni un elfo. Era un thrax.
En algún momento, debía de haber sido humano, pero ya no lo era. Era una
criatura infame creada por otra como ella. Los primeros thraxes habían sido
abominaciones creadas por la magia profanadora a modo de plaga que lanzar contra
sus enemigos; pero ni los profanadores habían podido controlarlos. Se volvieron
salvajes y huyeron al desierto, donde atacaban por sorpresa a los viajeros.
Transformándose en sombras, los thraxes se acercaban sigilosamente a sus
desprevenidas víctimas y luego se materializaban a su espalda, las sujetaban con sus
fuertes brazos y fijaban las ventosas para absorber toda el agua de sus cuerpos.
Infligían tal dolor que por lo general sus víctimas ni siquiera podían resistirse, y
morían de una forma horrible, convertidas en cadáveres deshidratados.
Ryana no sabía de nadie que hubiera sobrevivido al ataque de un thrax. Aun
cuando la víctima consiguiera soltarse, el contacto con aquellas ventosas hacía que la
repugnante magia que había creado a estas vampíricas criaturas pasara a la víctima y,
con el tiempo, aparecía un nuevo thrax. La mágica mutación se iniciaba con un
escozor en manos y pies, luego en brazos y piernas a medida que los huesos se iban
alargando. El dolor aumentaba, extendiéndose por todo el cuerpo, y luego la piel de
las puntas de los dedos se resquebrajaba y empezaba a sangrar a medida que brotaban
las ventosas de la carne. Al mismo tiempo, aparecía una sed terrible, una sed que, en
un principio, podía saciarse chupando los fluidos de pequeños mamíferos. Pero la sed
aumentaba, eliminando toda cordura, y sólo una víctima que fuera humanoide o
humana podía facilitar suficientes fluidos corporales para saciarla… aunque por poco
tiempo.
La arrugada boca del thrax se retorcía sedienta, mientras la repugnante criatura
www.lectulandia.com - Página 59
permanecía agazapada al otro lado de la hoguera frente a ella, con los largos dedos
terminados en ventosas extendidos y agitándose obscenos.
Ryana sabía que sólo existía una posibilidad de escapar a la muerte, o a un destino
peor aún que la muerte, y ésta era asestar un golpe mortal mientras el ser mantenía su
forma sólida. La ballesta estaba fuera de su alcance, al otro lado del fuego. La espada
seguía en su vaina de cuero, junto a la mochila donde ella la había dejado. No tenía
más que sus cuchillos. Con un veloz movimiento, bajó la mano y sacó una de las
armas de la parte superior de su alto mocasín y, en un rápido ademán, la arrojó contra
la criatura. El thrax se transformó al momento en sombra, y la hoja lo atravesó
inofensiva, y fue a dar contra uno de los gruesos troncos del árbol de pagafa, donde
se clavó. El repugnante thrax volvió a materializarse mientras se agachaba, listo para
saltar.
Sin apartar los ojos de la criatura, Ryana volvió a inclinarse veloz y sacó el otro
cuchillo de la bota; sostuvo el largo estilete frente a ella y se agazapó ligeramente, los
pies bien separados. El thrax vio el segundo cuchillo y vaciló. En ese instante de
momentánea vacilación, Ryana proyectó el poder de su mente y, con sus poderes
paranormales, lanzó las ramas que ardían en el fuego directamente al rostro del thrax.
El ser retrocedió de forma instintiva y alzó las manos, y Ryana se lanzó sobre él. Pero
la criatura se recuperó rápidamente, mucho más deprisa de lo que la joven había
previsto, y, mientras ella lo acuchillaba, él se convirtió en sombra.
La sombra dio un salto atrás, lejos de ella, y el thrax volvió a materializarse, más
cauteloso esta vez, y comenzó a dar vueltas a su alrededor vigilándola con atención.
Hizo una o dos fintas hacia ella, en un intento de obligarla a lanzar el cuchillo, pero
Ryana ya sabía que eso no funcionaría. En su lugar, sacó otro cuchillo, el largo de
hoja ancha de la funda sujeta a su cinturón. Estas armas eran las únicas que le
quedaban, junto con sus poderes paranormales y su ingenio. El thrax sabía ahora que
ella no era presa fácil, una mujer solitaria que caería víctima de su propio terror. Pero
la criatura estaba sedienta, y ella era la única bebida disponible en muchos kilómetros
a la redonda.
Empezaron a girar cautelosos, sin que ninguno tomara la iniciativa de atacar. El
thrax intentó conseguir que la joven lanzara una de las armas, pero ella resistió la
tentación, permaneciendo alerta a cualquier oportunidad de atacar, aunque cada vez
que hacía un movimiento hacia la mortífera criatura, ésta se convertía en sombra otra
vez y se desvanecía, en un intento de mezclarse entre las otras sombras y caer sobre
ella por detrás. Ryana no podía permitir que su vigilancia se relajara ni un instante,
porque ese instante resultaría fatal.
Era consciente de que no podría resistir indefinidamente. Más tarde o más
temprano, el thrax la engañaría y se deslizaría a su espalda en forma de sombra, o su
sed lo impulsaría a un ataque frontal directo, bajo la forma de sombra, y la envolvería
www.lectulandia.com - Página 60
con sus espectrales apéndices para luego materializarse en su mortífera forma.
Acababa de pasar esa idea por su cabeza, cuando el thrax se transformó en
sombra y saltó sobre ella. En lugar de retroceder, como él había esperado, Ryana
corrió a su encuentro y atravesó a la criatura en su fantasmal estado antes de que
pudiera materializar las manos sobre ella. La muchacha contuvo las náuseas que la
asaltaron mientras se abría paso a través de la sombra y se sentía empapada por su
repugnante gelidez. Una vez al otro lado, se volvió para enfrentarse otra vez al thrax
que volvía a materializarse, demasiado tarde para atraparla, pero listo para un nuevo
intento. ¿Cuánto tiempo podría aguantar esto? El tiempo favorecía al ser. Ella estaba
cansada, y su adversario lo sabía. Un desliz, un paso en falso, y todo habría
terminado.
Sus posiciones ahora eran casi idénticas a las que habían ocupado durante el
primer ataque del thrax. La ballesta seguía fuera de su alcance, al igual que la espada,
y no podía perder tiempo yendo a buscarlas.
Pero ella era villichi, educada en el Sendero, y era sólo eso, si es que había algo,
lo que le confería una ventaja. Mientras vigilaba al thrax, sin apartar la mirada de él
ni por un segundo, proyectó el poder de su mente y lo concentró en el cuchillo que
había arrojado antes, incrustado ahora en el árbol de pagafa. Muy despacio, el arma
empezó a soltarse detrás del thrax. Al percibir que se liberaba, la joven mantuvo la
concentración en el cuchillo, y al mismo tiempo lanzó uno de los otros cuchillos que
sujetaba. El thrax se transformó rápidamente en sombra y la hoja lo atravesó
inofensiva; cuando volvió a adoptar forma sólida, Ryana lanzó veloz el segundo
cuchillo, sin dejar de mantener sus poderes paranormales fijos en el cuchillo que
estaba liberando del tronco de pagafa.
El thrax volvió a adoptar el aspecto de sombra, y el segundo cuchillo lo atravesó,
y ahora, al verla desarmada, la criatura se materializó una vez más, lista para atacar. A
su espalda, el cuchillo incrustado en el árbol de pagafa acabó de soltarse, giró sobre sí
mismo, y salió despedido al frente, dirigido por la energía paranormal, para clavarse
en la espalda de la criatura, justo entre los omóplatos.
El thrax aulló y volvió a transformarse en sombra, por lo que el cuchillo clavado
en su espalda cayó al suelo; pero, en ese instante, Ryana dirigió su concentración a la
espada, que descansaba a los pies del árbol de pagafa, junto a su mochila. La hoja de
hierro saltó de su vaina y voló sobre el fuego con la empuñadura por delante,
directamente a la mano tendida de la joven.
En cuanto el ser volvió a adoptar su forma normal, Ryana se hizo a un lado a toda
velocidad y, blandiendo la espada, describió un amplio arco que decapitó a la criatura
de un solo tajo. Esta cayó al suelo, con un chorro de oscura sangre borboteando por el
cuello, y la cabeza seccionada rodó hasta la hoguera. El largo y grasiento cabello se
encendió, y el olor de carne quemada inundó la nariz de la muchacha, que retrocedió
www.lectulandia.com - Página 61
a punto de vomitar.
De improviso, sintió otra vez aquel hormigueo en la parte posterior del cuello y
giró en redondo, la espada tendida ante ella. El Vagabundo se encontraba allí inmóvil,
contemplándola con expresión ecuánime. La joven suspiró llena de alivio y, agotada,
bajó el arma.
La entidad se adelantó y bajó los ojos hacia el cuerpo decapitado de la criatura,
cuya sangre teñía la arena.
—Thrax —se limitó a decir. Luego la miró a ella y asintió con aprobación. Sin
otra palabra, se encaminó hacia la hoguera, donde ardía la cabeza del thrax, cuya
carne carbonizada despedía un olor nauseabundo al consumirse. Tras arrojar un poco
más de leña, el Vagabundo se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, apoyó la
cabeza sobre el pecho, y se durmió. Al cabo de un instante, la cabeza volvió a alzarse
y Sorak la miró.
—Parece que has tenido una noche movida —comentó—. Puedes dormir ahora, si
quieres. Yo montaré guardia hasta el amanecer.
—¿Cuándo regresaste? —preguntó ella, la respiración entrecortada aún por el
esfuerzo realizado.
—Acabo de despertar.
—Me refería al Vagabundo.
—Ah. Un momento, se lo preguntaré. —Su rostro adoptó una expresión
preocupada y lejana por unos instantes; luego su atención volvió a dirigirse a ella—.
Al parecer llegó poco antes de que matases al thrax —dijo.
—¿Y no se le ocurrió ayudarme? —inquirió ella asombrada.
—Parecías tener la situación controlada. No quiso interferir en tu cacería.
—¿En mi cacería? —repitió ella, incrédula—. ¡Luchaba por salvar la vida!
—Con éxito, por lo que parece —repuso Sorak, echando una ojeada al cuerpo
decapitado del thrax.
—¡Maldita sea, Sorak! ¡Podrías haberme ayudado!
—Ryana —dijo él en tono de disculpa—, perdona, pero yo dormía durante todo
ese episodio.
La joven dejó caer los hombros con un suspiro y arrojó la espada al suelo junto a
él.
—Muy bien —replicó, con una mueca—. Por supuesto.
—Estás enojada conmigo.
—No —su voz tenía un toque de resignación—, ¡pero desde luego me gustaría
decirle cuatro verdades al Vagabundo!
—Adelante, si eso hace que te sientas mejor. Te oirá.
—Oh, ¿de que serviría? —contestó ella, dejándose caer al suelo a su lado—. Lo
más probable es que sólo le produjera perplejidad.
www.lectulandia.com - Página 62
—Me temo que eso es cierto —asintió Sorak—. Pero de todos modos, si sirve de
algo…
—Limítate a ir a recoger mis cuchillos —respondió ella, acurrucándose en el
suelo y cubriéndose con su capa—. Estoy cansada, y todo lo que deseo es dormir.
Apoyó la cabeza en la mochila y cerró los ojos. No recordaba haberse sentido
nunca tan cansada. Cuando volvió a abrir los ojos, ya había amanecido.
www.lectulandia.com - Página 63
Capítulo 3
Con Sorak de centinela, el resto de la noche transcurrió sin incidentes, y Ryana
despertó poco después del amanecer, sintiéndose más descansada pero aún agotada y
dolorida. Cuando abrió los ojos y se sentó en el suelo, descubrió que el cuerpo del
thrax había desaparecido y, por un momento, le pasó por la cabeza la terrible idea de
que una de las personalidades más carnívoras del muchacho se lo había comido.
—Anoche lo arrastré hasta esos matorrales enanos de ahí —dijo el joven como si
hubiera leído sus pensamientos—. No creí que te resultase una visión muy agradable
encontrarte con eso nada más abrir los ojos. Los escarabajos carroñeros ya se habían
puesto manos a la obra.
La muchacha suspiró para sí aliviada.
—Chillaste esta noche mientras dormías —comentó él.
—Soñé con el thrax —asintió ella, reprimiendo un escalofrío—. No fue un sueño
muy agradable.
—Es comprensible, teniendo en cuenta las circunstancias —repuso Sorak—. No
obstante, ¿cuántas personas pueden jactarse de haber vencido a un thrax sin ayuda?
Te defendiste muy bien, hermanita. Tamura estaría orgullosa de ti.
La muchacha pensó en su instructora en el uso de las armas allá en el convento y
se alegró de que Tamura hubiera sido una supervisora tan implacable. Ryana la había
maldecido en más de una ocasión, pero ahora la bendecía. De no haber sido por la
preparación recibida de Tamura, habría sido su cadáver el que estaría tendido entre
los matorrales.
—Aún nos queda un largo trecho —anunció Sorak, recogiendo sus cosas.
Tenía un aspecto extraordinariamente descansado, y Ryana le envidió no sólo sus
asombrosos poderes elfling de resistencia, sino también su capacidad para replegarse
y dormir mientras una de sus otras personalidades tomaba el control de su cuerpo. No
deseaba cambiarse por él, pero se veía forzada a admitir que ser como era le
proporcionaba ciertas extraordinarias ventajas.
—¿Cuánto crees que hemos recorrido? —le preguntó.
—Yo calcularía que algo más que la mitad del camino hasta el arroyo —
respondió—. El thrax no se habría alejado demasiado del sendero. Les gusta
permanecer cerca de las rutas de las caravanas y estar al acecho por si aparecen
rezagados vulnerables. Creo que llegaremos al camino antes del mediodía. El viaje
debería resultar más fácil después de eso.
—Bien, eso me parece estupendo —dijo ella, recogiendo también sus
pertenencias.
—Recogí tus cuchillos anoche, tal como me pediste —indicó Sorak con una
sonrisa, recordando su brusca orden de que fuera a recogérselos. Le entregó las
www.lectulandia.com - Página 64
armas.
—Gracias.
—Tuve que buscar un poco para encontrar éste —explicó, al devolverle uno de
los estiletes—. Me sorprendió lo lejos que había llegado. Tienes un brazo muy
potente.
—El miedo da fuerzas —respondió ella con ironía.
—¿Estabas asustada?
—Sí; y mucho.
—Pero no permitiste que el miedo te paralizara —observó él—. Eso es bueno.
Has sido una buena alumna. Pocas cosas pueden resultar más aterradoras que un
thrax.
—Bueno, pues sean las que sean esas pocas cosas, puedo pasar muy bien sin
encontrármelas.
Se echaron las mochilas a la espalda y se encaminaron hacia el este, en dirección
al sol naciente, avanzando a un paso regular pero cómodo. Ryana estaba en
excelentes condiciones físicas, pero aún le dolían las piernas por la caminata del día
anterior. El combate con el thrax también la había agotado, y sentía los efectos no
sólo del esfuerzo de la noche anterior, sino también de la tensión nerviosa padecida.
Se dio cuenta de que Sorak reducía el paso un poco, para evitar que tuviera que
esforzarse para mantener el ritmo. «Hago que se retrase», se dijo. El elfling habría
podido muy bien ganar el doble de tiempo de haber corrido. Pero sabía que, si lo
hacía, ella no conseguiría mantenerse a su altura.
—Siento no poder andar más deprisa —se disculpó la joven, sintiéndose
terriblemente inútil.
—No hay prisa —replicó Sorak—. Nadie nos persigue. Tenemos todo el tiempo
del mundo para llegar a Nibenay. Respecto a eso, ni siquiera sabemos qué hemos de
hacer cuando lleguemos ahí.
—Intentar establecer contacto con la Alianza del Velo —dijo ella—. Eso parece
lo más lógico.
—Quizá, pero no será fácil —repuso él—. A los forasteros siempre se los mira
con suspicacia en las ciudades. Recuerdo cómo fue en Tyr. Ninguno de los dos hemos
estado nunca en Nibenay, y, al contrario de Tyr, Nibenay sigue gobernada por un
profanador. Los templarios del Rey Espectro controlarán todo el poder de la ciudad, y
tendrán innumerables informadores. Tendremos que ser muy prudentes en nuestras
averiguaciones.
—Conocemos los signos necesarios para establecer contacto con la Alianza del
Velo —indicó Ryana.
—Sí, pero sin duda los templarios también los conocen. Me temo que eso no será
suficiente. Mucho antes de que demos con la Alianza en Nibenay, ellos darán con
www.lectulandia.com - Página 65
nosotros, lo que significa que también los templarios estarán enterados de nuestra
presencia. En una ciudad gobernada por un profanador, la Alianza del Velo querrá
formarse una opinión de nosotros antes de intentar establecer contacto. De algún
modo tendremos que dar prueba de nuestras aptitudes.
—En ese caso tendremos sencillamente que evaluar nuestras oportunidades a
medida que vayan apareciendo —replicó ella—. Hacer cualquier otra clase de planes
en este punto no serviría de gran cosa. Recuerda que aún tenemos que llegar allí de
una pieza.
—Tras ver cómo te ocupaste de ese thrax, no me siento demasiado preocupado a
ese respecto —repuso él con una sonrisa.
—Yo me preocuparía aún menos si no nos quedara tanto por andar —dijo Ryana
en tono seco.
—¿Preferirías ir montada? —inquirió el joven.
Ella lo miró sorprendida. Se mostraba siempre tan serio, que resultaba inusitado
en él que le tomara el pelo.
—No has estado prestando mucha atención —explicó Sorak, y señaló el suelo
frente a ellos—. Había pensado que serías más observadora.
La muchacha bajó la mirada hacia el lugar indicado.
—¡Un rastro de kank!
—Llevamos siguiéndolo desde hace una hora —dijo Sorak—. En alguna parte
delante de nosotros hay un pequeño rebaño de kanks. Este rastro es reciente.
Deberíamos divisarlos dentro de poco.
—¿Cuántos crees que hay?
—A juzgar por los rastros, yo diría que al menos una docena o más.
—No hemos visto señales de ningún campamento de pastores —observó ella.
—No, lo que significa que estos kanks son salvajes. Se han mantenido bastante
juntos mientras avanzaban, de modo que no se trata de un grupo en busca de forraje.
Se han separado de un rebaño mayor para crear una colmena y buscan un lugar donde
construirla.
—Eso significa que tienen una reina en condiciones de reproducirse —señaló
Ryana.
—Sí, una reina joven, diría yo, porque el rebaño es aún bastante pequeño.
—Entonces los soldados serán bastante agresivos. —Lo miró dubitativa—.
¿Crees que podrás manejarlos?
—Yo no podría, pero Chillido tal vez sí.
—¿Tal vez? —preguntó inquieta.
—Chillido no se ha enfrentado nunca a kanks salvajes —explicó él, encogiéndose
de hombros—, sólo a los domesticados que crían los pastores.
—Y nunca se ha enfrentado a kanks soldados salvajes defendiendo a una joven
www.lectulandia.com - Página 66
reina que va a criar —añadió Ryana—. ¿Crees que será capaz de hacerlo?
—Sólo existe un modo de saberlo. Los kanks no se mueven muy deprisa.
—Tampoco yo, comparada contigo.
—¿Prefieres andar, entonces?
La muchacha aspiró profundamente y soltó el aire con fuerza.
—Las sacerdotisas villichis siempre andan cuando salen de peregrinaje. Pero,
bien mirado, yo ya no soy una sacerdotisa. Sería agradable cabalgar hasta Nibenay.
—Bien, en ese caso tendremos que averiguar qué puede hacer Chillido —decidió
Sorak.
Al poco rato, coronaron una pequeña elevación y avistaron los kanks; aunque los
oyeron antes de verlos, pues sus enormes mandíbulas producían sonidos parecidos al
entrechocar de bastones. Habría unas trece o catorce criaturas, esparcidas a lo largo
de una zona pequeña, y sus relucientes dermatoesqueletos quitinosos de color negro
centelleaban oscuramente bajo la luz del sol. Por lo general, los kanks eran insectos
dóciles, lo que, dado su gran tamaño, era una suerte. Los adultos llegaban a alcanzar
dos metros y medio de longitud y una altura de hasta metro veinte, con un peso que
oscilaba entre los ciento doce y los ciento cincuenta kilos. Sus cuerpos segmentados
constaban de una enorme cabeza triangular, un tórax ovalado y un bulboso abdomen
redondeado, todo lo cual estaba recubierto de un resistente dermatoesqueleto
quitinoso. Sus seis patas de múltiples articulaciones surgían del tórax, y cada pata
terminaba en una poderosa zarpa, que permitía al kank sujetarse a superficies o presas
irregulares.
Los kanks eran criaturas omnívoras, pero no solían atacar a las personas. Se
alimentaban de forraje, o subsistían a base de pequeños mamíferos y reptiles del
desierto. La excepción se producía cuando se ponían en marcha para establecer una
nueva colmena y los acompañaba una reina fértil. En una colonia establecida, la reina
permanecía en el interior de la colmena, atendida por los kanks productores de
comida, que siempre permanecían dentro de la colmena o cerca de ella, y por los
soldados, cuya misión era dar protección a los productores de comida y a la reina.
Una joven reina fértil acostumbraba tener el mismo tamaño que los soldados, que
eran más pequeños que los productores de comida y poseían pinzas mayores. Pero,
una vez creada la colmena, la reina se instalaba de forma permanente en su nido en la
gran cámara central de la colmena, donde era alimentada a todas horas hasta que
alcanzaba la madurez y un tamaño tres veces mayor al original. Era entonces cuando
empezaba a poner huevos, en grupos de veinte a cincuenta, y continuaba poniéndolos
de forma cíclica hasta el día de su muerte, como una simple máquina reproductora.
Los productores de comida alimentaban las crías con una miel verde que ellos
mismos producían. Los glóbulos de miel, del tamaño de un melón, estaban
recubiertos por una gruesa membrana y crecían en la parte exterior de sus
www.lectulandia.com - Página 67
abdómenes. La miel de kank era muy dulce y alimenticia, y se la consideraba una
importante fuente de alimento en las ciudades y poblados de Athas, lo que era uno de
los motivos por los que los pastores criaban kanks en los altiplanos. Los animales
criados así también podían adiestrarse como bestias de carga, y se llegaba a pagar un
alto precio por ellos en los mercados de las ciudades. Los pastores también vendían
sus dermatoesqueletos para ser utilizados en la confección de armaduras baratas; la
armadura de kank era funcional, pero demasiado quebradiza para soportar muchos
daños, y había que reemplazarla con frecuencia. Por todas estas razones, los kanks se
habían convertido en una parte vital de la economía de Athas.
Por otra parte, los kanks salvajes, aunque dóciles en su mayoría, podían resultar
peligrosos cuando emigraban para fundar una nueva colmena. Con su joven reina
expuesta y vulnerable, los kanks soldados se tornaban muy agresivos y atacaban
cualquier cosa que osara acercarse al rebaño. Estas criaturas tenían muchos enemigos
naturales, como dragones, erdlus, pterraxes, thrikreens y antloids, que se abatían
sobre sus colmenas en voraces enjambres. Como consecuencia, los kanks soldados
atacaban siempre juntos, en tanto que los productores de comida se amontonaban
alrededor de su reina para protegerla con sus cuerpos. Si un grupo de humanos se
tropezaba por casualidad con un rebaño de kanks migratorios, también ellos serían
atacados, y las poderosas pinzas de los soldados no tan sólo podían desgarrar la carne
y partir en dos una extremidad, sino que inyectaban además un veneno paralizante.
Aunque estos insectos no cazaban humanoides ni humanos, cualquiera que
hubiera sido mordido por un soldado kank sería considerado como carroña y
arrastrado hasta el núcleo principal del rebaño para ser utilizado como alimento. Los
kanks no se movían muy deprisa, y comían de forma pausada, por lo que verse
paralizado y devorado vivo por esos seres era un proceso que podía tardar horas, en
especial si el rebaño era pequeño. Ryana lo consideró una perspectiva a todas luces
desagradable.
Los kanks veían muy mal y carecían de olfato, pero eran terriblemente sensibles
al movimiento y a las vibraciones en el suelo, y podían detectar una débil pisada en la
arena del desierto a cientos de metros de distancia. Los halflings, que eran capaces de
recorrer el desierto sin producir el menor sonido, conseguían llegar a pocos metros de
un kank sin ser detectados, pero Ryana sabía que ni siquiera con su preparación
villichi podría pisar con tanta suavidad. Estos kanks habían detectado su presencia
cuando se encontraban a poco menos de doscientos metros de distancia, y los
soldados se mostraron inmediatamente muy excitados.
—Quizá será mejor que esperes aquí —aconsejó Sorak, haciéndole un gesto para
que permaneciera donde estaba.
—¿Y dejar que te enfrentes a ellos solo? —protestó la joven, aunque en ese
momento no sentía demasiadas ganas de acercarse más.
www.lectulandia.com - Página 68
—No seré yo quien se enfrente a ellos, sino Chillido —replicó él—. Y, si Chillido
resulta incapaz de ocuparse de ellos, recuerda que puedo correr más rápido que tú.
—Eso no lo discutiré —repuso ella—. Pero, si se acercan lo suficiente, tal vez no
quede tiempo para huir.
—Motivo por el que pienso permanecer bien alejado de ellos hasta que
descubramos si responden a Chillido. La tribu es fuerte, pero su orgullo no le
impedirá huir si es necesario. Si nos separásemos, rodéalos manteniéndote bien
alejada de ellos y dirígete al este. El Vagabundo seguirá tu rastro.
Dicho esto, se encaminó hacia ellos con zancadas regulares, mientras la capa
ondeaba a su espalda a impulsos del viento del desierto.
—¡Buena suerte! —lo despidió ella—. ¡Ten cuidado!
Al ver que se aproximaba, los kanks actuaron como un ejército enemigo: los
soldados se adelantaron en masa para interponerse entre Sorak y los productores de
comida, apiñados alrededor de su reina. Las criaturas empezaron a chasquear las
mandíbulas entre sí con rapidez en señal de advertencia, con un sonido que recordaba
el de un niño arrastrando un palo sobre una verja, sólo que mucho más potente.
Sorak aminoró el paso a medida que se acercaba. Ryana observó cómo la postura
de su cuerpo variaba sutilmente y comprendió que Chillido había hecho su aparición.
Lo había visto suceder otras veces y por lo tanto reconoció las señales, aunque la
mayoría de la gente no habría notado ninguna diferencia en el elfling; sus
movimientos variaron levemente, y su porte también cambió, aunque no de un modo
espectacular. Sin embargo, para el ojo experto, Sorak había empezado a moverse de
un modo más animal. Sus andares se tornaron más gráciles, la pisada más ligera, todo
su cuerpo adoptó una actitud sinuosa. Al principio había algo felino en sus
movimientos, pero súbitamente esa actitud sufrió un cambio, esta vez de un modo
más evidente.
A medida que Chillido se aproximaba a los kanks soldados, sus movimientos se
volvieron espasmódicos y exagerados; se encorvó al frente y dobló los brazos, con
los codos hacia afuera y las palmas planas mirando al suelo. Empezó a mover los
brazos arriba y abajo en aquella curiosa postura angular, mientras Ryana lo
observaba, completamente desorientada sobre lo que estaba haciendo. Parecía como
si efectuara una especie de extraña danza ritual, casi como si quisiera imitar la forma
en que se movía una araña, u otra cosa… Y entonces comprendió: Chillido exhibía el
comportamiento de un kank. Oyó unos curiosos sonidos que surgían de su garganta, y
comprendió que imitaba los sonidos producidos por las mandíbulas de una de tales
criaturas, tan fielmente como su anatomía elfling se lo permitía.
Los kanks soldados, que habían estado avanzando hacia él veloces, se detuvieron
de improviso, vacilantes. Chillido también se detuvo. Ryana vio cómo las enormes
cabezas de las criaturas giraban de acá para allá desconcertadas, y contuvo la
www.lectulandia.com - Página 69
respiración, observando con intensa fascinación.
Los kanks tenían ante sí algo que a todas luces no era uno de ellos, y sin embargo
sus movimientos eran totalmente los de un kank. Los sonidos que surgían de su
garganta no eran idénticos a los que ellos emitían, pero su pauta era parecida y, en
lugar de ser una veloz señal desafiante, se trataba de una tranquila indicación de
reconocimiento.
Ryana vio cómo varios de los kanks soldados avanzaban otra vez, y luego se
detenían y retrocedían un poco. Chillido permaneció clavado en su puesto. La joven
contempló cómo movía las piernas arriba y abajo, arriba y abajo una y otra vez de un
modo estrafalario y espasmódico, como si realizara una especie de zapateado en el
que los brazos estaban sincronizados con el movimiento de las piernas. No tenía la
más mínima idea de lo que su amigo hacía, pero resultaba fascinante. Luego, en tanto
que ella observaba atónita, varias de las criaturas empezaron a realizar movimientos
parecidos, moviendo las patas multiarticuladas arriba y abajo una y otra vez, como si
corrieran sin moverse del lugar. Parecía que imitaran a Chillido.
Uno de ellos realizó una serie de curiosos zapateados, y luego se detuvo.
Enseguida, Chillido dio una serie de golpes en el suelo con los pies y se detuvo.
Acto seguido varios de los otros kanks hicieron lo mismo, y Chillido volvió a repetir
los movimientos, turnándose unos y otros en aquella curiosa danza.
Mientras observaba, absorta por completo en la grotesca pantomima, Ryana
comprendió de repente qué era lo que hacían: se estaban comunicando mediante las
vibraciones producidas por los golpes de sus patas en el suelo. Había visto kanks
criados en cautividad, encerrados en corrales, que hacían gestos parecidos en los
mercados de animales de Tyr, y en su momento sólo había pensado que las criaturas
estaban inquietas por culpa de su encierro en lugares tan pequeños, pero ahora
comprendía que era la forma en que hablaban entre ellas. Chillido y los kanks
soldados estaban conversando.
Mientras seguía con su vigilancia, la actitud agresiva de los soldados cambió de
forma notable. Los veloces sonidos en forma de traqueteos y chasquidos se apagaron
y varios de ellos dieron media vuelta y regresaron junto a los productores de comida
y la reina. Los que se quedaron se dieron la vuelta de modo que ya no miraban a
Chillido y empezaron su zapateado. «Lo están discutiendo entre ellos», se dijo Ryana,
maravillada.
Estaba segura de que ningún otro humano había contemplado nunca antes una
conversación entre un hombre y un animal como aquella. Los tratantes con poderes
paranormales podían controlar a los kanks, y se podía entrenar a los kanks criados en
cautividad para que respondieran a los bastones de manejo, pero nadie había hablado
jamás con uno de ellos.
Al cabo de un rato, varios de los soldados que habían vuelto junto a la reina
www.lectulandia.com - Página 70
regresaron, trayendo con ellos a uno de los kanks productores de comida. Ryana lo
reconoció desde lejos porque era algo mayor que los soldados, con un abdomen
mayor y más redondo. Tuvo lugar otra sesión de pantomima zapateada, y luego
Chillido dio la vuelta y empezó a andar hacia ella. El productor de comida lo siguió
como una mascota siguiendo a su amo, en tanto que los otros animales regresaban
junto a su reina. Ryana no había visto nunca algo semejante. Con anterioridad ya
había contemplado cómo Chillido se comunicaba con animales, pero nunca con algo
parecido a un kank. A medida que se acercaba a ella, la entidad se fue irguiendo, y su
paso se alteró un poco. Fue Sorak quien llegó junto a ella, sonriente, con el productor
de comida pegado a sus talones.
—Os aguarda vuestra montura, mi señora —anunció con una cómica reverencia.
—Si no lo hubiera visto, no lo habría creído —dijo ella, sacudiendo la cabeza con
asombro—. ¿Qué les… dijo Chillido?
—Ah, en cuanto a eso, les explicó más o menos que lo acompañaba una joven
reina fértil y que no tenía ningún productor de comida que lo ayudara a cuidar de ella.
Los kanks no se comunican exactamente como nosotros, pero, en esencia, eso fue lo
que se dijo.
—¿Y ellos se limitaron a entregarte uno de sus productores? —Ryana no podía
creerlo.
—Bueno, «dar» no sería exactamente la palabra apropiada —repuso él—. A los
kanks soldados los motiva el instinto de proteger a una reina fértil; y lo mismo sucede
con los productores de comida. Reconocieron en Chillido a otro kank soldado,
aunque uno bastante peculiar, desde luego, y, si bien sus respuestas primarias iban
encaminadas a proteger a su propia reina, la idea de otra reina con un único soldado
para protegerla y cuidar de ella les pareció del todo incorrecta. En una colonia con
dos reinas fértiles, los soldados y los productores de comida se dividen para
asegurarse de que ambas soberanas reciben la protección y cuidados necesarios, y,
cuando la reina más joven empieza a madurar, la colonia se divide, como sucedió con
esta, y algunos de ellos parten con la reina más joven para construir otra colmena. La
situación que les planteó Chillido activó esa respuesta instintiva. Al mismo tiempo,
no obstante, y debido a que este rebaño era bastante pequeño, todos los soldados se
sentían muy motivados a permanecer con su propia reina, por lo que se llegó a un
compromiso. La segunda reina, es decir tú, poseía ya un soldado, es decir Chillido,
pero no productor de comida, de modo que este productor se vino con nosotros para
ayudarnos a empezar nuestra colmena.
Ella se limitó a mirarlo fijamente; luego desvió los ojos hacia el kank, que
esperaba paciente detrás de él, antes de volver a fijarlos en el joven.
—Pero yo no soy una reina fértil —protestó—. Y tú no eres un kank soldado.
—Este cree que lo somos —respondió él con un encogimiento de hombros.
www.lectulandia.com - Página 71
La muchacha se humedeció los labios, nerviosa, mientras volvía a clavar los ojos
en el animal.
—Pero yo no puedo imitar a un kank, como lo hace Chillido —replicó—. Este
animal sin duda puede ver la diferencia.
—La verdad es que no puede ver gran cosa en general —dijo Sorak—. Los kanks
ven muy mal, en especial los productores de comida. En cualquier caso, tampoco
importa. Este kank nos ha aceptado como congéneres. El vínculo por el que se rigen
ya se ha creado, y los kanks no se cuestionan estas cosas. No son muy inteligentes.
—Entonces, ¿no me hará daño? —preguntó ella, dudando todavía.
—Ni se le ocurriría hacerte daño. Cree que eres una reina. Si este productor de
comida hiciera otra cosa que cuidar de ti, iría en contra de todos los años de
evolución kank.
—¿A qué te refieres con «cuidar de mí»?
—A facilitarte alimento —repuso Sorak, indicando los membranosos globos en
forma de vejiga que recubrían el abdomen del animal—. Puedes cabalgar hasta
Nibenay y hartarte de beber miel de kank. —Se llevó las puntas de los dedos a la
frente e inclinó la cabeza en un saludo—. Es lo mínimo que podía hacer por tan
valerosa exterminadora de thraxes.
Ryana sonrió. Pero siguió contemplando al kank con cierto recelo.
—Las reinas no cabalgan sobre los productores —dijo—. ¿Dejará éste que lo
monte?
—Los humildes productores de comida no hacen preguntas a sus reinas; se
limitan a servirles —respondió Sorak—. Aparte de lo cual, mientras veníamos hacia
aquí, Chillido estableció un vínculo paranormal con este kank. Habría sido peligroso
intentarlo con todos ellos, en especial con los soldados en ese estado de nerviosismo,
pero controlar a éste no supondrá ninguna dificultad ahora. Será tan dócil como uno
criado por un pastor, pero estará más unido a nosotros.
Se acercó al animal y le dio varias palmadas sobre el quitinoso tórax. La criatura
se agachó sobre el suelo, y Sorak tendió su mano a Ryana. Esta echó una indecisa
ojeada a las mandíbulas del animal, más pequeñas que las de un soldado pero de
aspecto no menos intimidatorio; luego colocó el pie en una de las estrías de la
armadura del ser, se alzó, y le pasó la pierna por encima del tórax. Sorak montó
detrás de ella. El caparazón redondeado del kank resultaba una percha firme, lisa y
ligeramente resbaladiza; pero, una vez que se hubo relajado y que hubo acomodado
su peso entre las redondeadas estrías del lomo, Ryana descubrió que el paseo
resultaba bastante cómodo. Y desde luego era mucho mejor que andar. El kank se
alzó sobre sus patas, giró y empezó a avanzar, dirigiéndose directamente hacia el este
en una ruta diagonal que lo alejaba de su antiguo rebaño.
Los andares de sus seis patas resultaban extraordinariamente uniformes, con tan
www.lectulandia.com - Página 72
sólo un leve movimiento ondulante, y Ryana no tuvo problemas para acostumbrarse.
Esto sí era viajar por el desierto con toda comodidad, y cabalgar sobre el kank tenía la
ventaja añadida de reducir algunos de los peligros a que podrían haberse enfrentado.
Ahora se encontraban del todo fuera del alcance de serpientes a las que podrían haber
pisado sin darse cuenta, y los gusanos engullidores ya no representarían un riesgo. No
había muchos de esos gusanos que fueran tan grandes como para engullir a un kank
entero, y, de todos modos, tampoco comían kanks. Las gigantescas hormigas
acorazadas del desierto no eran comestibles para los gusanos engullidores. La
sensibilidad de los kanks hacia las vibraciones del suelo eliminaba también de forma
total cualquier peligro potencial por parte de los acechadores de las dunas u otras
criaturas que acechaban justo bajo la superficie de la arena suelta, aunque esta zona
de los altiplanos era en su mayor parte duro terreno desértico cubierto de maleza. De
todos modos, el kank detectaría la proximidad de un peligro mucho antes de que
pudieran hacerlo ellos.
Mientras continuaban con su gradual descenso por el terreno suavemente
ondulado, empezaron a tener lugar cambios sutiles en el territorio. La vegetación a
base de matorrales fue tornándose más escasa, y empezaron a verse más zonas de
terreno abrasadas por el sol. Los aislados grupos de árboles de pagafa se volvieron,
también, menos frecuentes y a la vez más achaparrados y retorcidos que los que
habían visto antes. El terreno se tornó más llano, y el panorama que se extendía ante
ellos resultaba tan despejado que hacía que Ryana se sintiera muy aislada y expuesta.
Se encontraban ahora en el corazón de los altiplanos, y las Montañas Resonantes, que
se alzaban en la distancia a su espalda, parecían muy lejanas.
La joven sentía una inquietante aprensión a medida que avanzaban. Durante
kilómetros, hasta donde alcanzaba su vista, no se veía ni una sola señal, y, con la
ciudad de Tyr muy lejos detrás de ellos en el valle, no se veían indicios de
civilización. Eso, en sí mismo, no preocupaba a Ryana tanto como lo despejado del
inmenso terreno. Al haberse criado en las Montañas Resonantes, nunca había estado
rodeada de civilización. Sin embargo existía el convento, y eso era su hogar, y los
altos y espesos bosques de las montañas ofrecían una tranquilizadora intimidad. Aquí,
en este terreno, se sentía de improviso como si fuera a la deriva por un enorme mar
seco. Nada de lo que había conocido la había preparado para la irritante experiencia
de ver hasta tan lejos… y no divisar nada mirara donde mirara.
A su alrededor, los altiplanos se extendían hasta el infinito, una vista panorámica
interrumpida únicamente a lo lejos en dirección este por una desigual línea tenue,
apenas perceptible, de tonalidad grisácea. Contemplaba todo lo que se podía ver de
las Montañas Barrera, que se encontraban en el otro extremo de los altiplanos y más
allá de las cuales estaba su punto de destino, Nibenay. «Todo ese trecho —pensaba
con una clara sensación de inquietud—, todavía hemos de recorrer todo ese
www.lectulandia.com - Página 73
trecho…».
Pero el desierto no estaba vacío. Muy al contrario. Cuando se cansó de
contemplar la inmensa planicie que tenía al frente, empezó a prestar atención al
terreno más próximo, observando más de cerca el desierto situado a sus pies. Era un
territorio áspero, inhóspito, pero rebosaba vida, vida que no descubrió hasta que se
concentró en ella.
Que aquí pudiera crecer algo parecía un milagro, pero los años habían
desarrollado vida vegetal capaz de crecer en el desierto. Aún no era verano, pero se
aproximaba la corta y violenta estación de las lluvias, y, anticipándose a ella, las
flores silvestres del desierto ya habían empezado a florecer para poder depositar sus
semillas durante el breve tiempo que habría humedad en la superficie. Las flores eran,
en su mayoría, diminutas e invisibles a cierta distancia, pero de cerca ponían toques
de color minúsculos pero aun así espectaculares. La enredadera uña, dispersa y
trepadora, resplandecía con un vivo azul celeste, y las silvestres lunas del desierto
desarrollaban capullos amarillos en forma de globo que casi parecían refulgir. El
achaparrado matorral de falso agafari, que apenas crecía hasta la altura de la rodilla,
florecía con pequeños racimos de finas y ligeras flores rosas que parecían tan
delicadas como cristales de hielo, y en algunas variedades las flores eran de un vivo
carmesí. El zarzal nómada, un pequeño matorral que no alcanzaba más allá del medio
metro de altura, proyectaba largas enredaderas hirsutas que recogían la humedad del
aire de la mañana y crecían sobre la superficie hasta encontrar un asidero en suelo
más suelto. Entonces echaban raíces, y se formaban nuevas plantas en tanto que la
planta originaria moría. Ahora que se acercaba la primavera, el zarzal nómada
florecía con los cardos en forma de matorral de deslumbrante color naranja a los que
debía su nombre.
De lejos, el desierto parecía llano y monótono, un inmenso lugar vacío y
desolado. Sin embargo, contemplado con más atención, poseía una impresionante
belleza. La resistente y dispersa vegetación que aquí crecía, almacenando humedad
para aguantar durante largos períodos de tiempo en sus ampliamente ramificadas
raíces y carnosos cuerpos, sustentaba a toda una variedad de pequeños insectos y
roedores del desierto, quienes por su parte alimentaban reptiles y mamíferos de
mayor tamaño y depredadores aéreos como el tajaplumas, que se dejaban llevar por
las corrientes cálidas del desierto. Era un lugar sumamente distinto de los bosques de
las Montañas Resonantes en los que Ryana se había criado, pero, a pesar de que
parecía otro mundo, estaba tan lleno de vida como aquel.
Durante un buen rato mientras cabalgaban, Sorak permaneció callado; como iba
sentado detrás de ella sobre el lomo del kank, la joven pensó en un principio que
estaba absorto en conversación con su tribu interior. Cuando ya llevaba mucho rato
en silencio, la muchacha se volvió para mirarlo y vio que contemplaba el paisaje con
www.lectulandia.com - Página 74
calma; la expresión de su rostro era vigilante, no vagamente distante, como sucedía
cuando estaba ocupado en una charla interna con sus otras personalidades. Sin
embargo, aun así parecía preocupado.
—Estaba pensando —le dijo él al ver que se volvía para mirarlo.
—¿En qué?
—Resulta extraño estar aquí. Yo nací aquí, en alguna parte del desierto, y es
también aquí donde estuve a punto de morir.
—¿Piensas en tus padres?
Él asintió con expresión distraída.
—Me preguntaba quiénes serían, si todavía viven, y qué fue de ellos. Me
preguntaba si fui arrojado al desierto porque mi tribu no me aceptaba, o porque mi
madre no me aceptaba. Si fue por lo primero, ¿compartió mi madre mi destino? Y, si
fue por lo segundo, ¿se deshacía acaso de mí de la única forma en que podía
mantener su posición en la tribu? Pensamientos como ese, y otros, se han apoderado
de mí hoy. Debe de ser el desierto, que produce un extraño efecto sobre la gente.
—Lo he observado —repuso ella—. También tiene un curioso efecto sobre mí,
aunque quizá no el mismo que en tu caso.
—¿Qué sentimientos te produce?
Ryana meditó unos segundos antes de contestar.
—Hace que me sienta muy poca cosa —dijo por fin—. Hasta que llegamos aquí,
no creo que jamás se me hubiera ocurrido el lugar tan inmenso que es nuestro mundo
y lo insignificantes que somos en comparación. Es a la vez una sensación alarmante,
en cierta medida. Toda esta espaciosidad y lejanía… y, sin embargo, al mismo tiempo
comunica una sensación de cuál es el lugar apropiado de uno en el esquema de las
cosas.
Sorak asintió.
—Allá en Tyr, cuando trabajaba en la casa de juego, a menudo venían los pastores
del desierto a distraerse después de haber vendido sus bestias a los comerciantes en el
mercado. Tenían un dicho sobre los altiplanos. Acostumbraban decir: «La distancia se
te mete en los ojos». Nunca comprendí del todo lo que querían decir hasta ahora. A
pesar de todas las diversiones que la ciudad les ofrecía, a pesar de que era una vida
mucho más cómoda y conveniente, nunca se quedaban mucho tiempo. Siempre
estaban ansiosos por regresar al desierto.
»La ciudad, decían, los hacía sentirse «encerrados». Ahora comprendo a qué se
referían. La distancia en el desierto se te mete en los ojos. Te acostumbras a su
inmensidad, a sus espacios abiertos, y acabas sintiendo que tienes espacio para
respirar. Las ciudades están atestadas, y uno se convierte en parte de la multitud.
Aquí, se tiene una sensación más definida de uno mismo. —Sonrió—. O de todos los
que son uno mismo, como sucede en mi caso. No te quedas enredado en los ritmos
www.lectulandia.com - Página 75
frenéticos de la ciudad. El espíritu encuentra su propia cadencia. Aquí fuera, en el
enorme silencio, con tan sólo el suave susurro del viento para romper la quietud, el
propio espíritu parece abrirse. Por muchos peligros que existan aquí, el desierto
proporciona una sensación de claridad y paz.
—Eso ha sido todo un discurso —dijo ella, contemplándolo con asombro—. Eres
siempre tan parco en tus palabras y tan conciso… Sin embargo eso resultó incluso…
poético. Un bardo no lo habría cantado mejor.
—A lo mejor hay algo de bardo en mí, también. —Sorak hizo una mueca burlona
—. O tal vez sólo sea mi sangre elfling que se anima al estar en su ambiente natural.
—Se encogió de hombros—. ¿Quién puede decirlo? Sólo sé que me siento
curiosamente contento aquí. Los bosques de las Montañas Resonantes son mi hogar,
y aun así de algún modo tengo la sensación de que es a este sitio al que pertenezco.
—Quizás es así.
—Eso no lo sé aún —replicó él—. Sé que siento una afinidad con estos espacios
abiertos, y con la tranquila soledad que ofrecen… lo que, desde luego, no quiere decir
que no agradezca tu compañía. Pero, al mismo tiempo, nunca sabré realmente adónde
pertenezco hasta que no sepa la historia de mi pasado.
Cabalgaron en silencio después de eso, cada uno absorto en sus propios
pensamientos. Ryana se preguntaba si Sorak averiguaría alguna vez la verdad sobre
su pasado; y, si lo hacía, ¿cómo lo cambiaría eso? ¿Saldría en busca de la tribu de la
que provenía, de aquellos que lo habían desterrado? Y, si los encontraba, ¿que haría?
Cuando Sorak localizara por fin al misterioso iniciado conocido como «el Sabio», si
es que lo conseguía, ¿le concedería el misterioso mago solitario su deseo? Y, si así
era, ¿cuál sería el precio? ¿Y qué sucedería si estuviera condenado al fracaso en su
búsqueda? Los profanadores llevaban buscando al misterioso protector tanto tiempo
como los bardos llevaban cantando sobre él. ¿Sería capaz, Sorak, sin magia que lo
ayudara en su misión, de tener éxito allí donde poderosos reyes-hechiceros habían
fracasado?
¿Durante cuánto tiempo, se decía también Ryana, buscaría Sorak antes de darse
por vencido? El muchacho había anhelado descubrir la verdad sobre su origen desde
que ella lo conocía, y nunca había sido persona que se desanimara con facilidad.
Deseó que tuvieran éxito, por él, sin importar el mucho tiempo que durara su
búsqueda. No era la vida que ella había esperado cuando se dio cuenta de su amor por
Sorak, pero al menos estaban juntos, compartiendo todo aquello que era posible que
compartieran; sin duda ella hubiera ansiado más, pero se daba por satisfecha con lo
que tenía.
Sorak, por otra parte, jamás se sentiría satisfecho hasta encontrar las respuestas a
las preguntas que lo habían atormentado desde la infancia. Nibenay estaba aún muy
lejos, y no era más que el próximo destino en su investigación. No existía modo de
www.lectulandia.com - Página 76
saber adónde los conduciría el sendero a partir de allí… si es que conducía a alguna
parte.
Ambos eran seguidores declarados de la Senda del Protector, y, aunque Ryana
había renunciado a su juramento como sacerdotisa villichi, el juramento hecho como
protectora lo mantendría hasta el día de su muerte. Ella y Sorak eran dos protectores
que se encaminaban a los dominios de un profanador, el reino del temido Rey
Espectro. Las puertas de Nibenay se abrirían fácilmente para admitirlos, pero volver a
salir podía resultar más difícil.
Montados en el kank iban más deprisa que a pie, y al mediodía ya habían llegado
al punto donde la ruta de las caravanas de Tyr surgía del sudoeste para cruzarse con
su camino. El viaje resultó más fácil desde ese punto, al seguir el ancho sendero
desgastado y de tierra dura.
Poesía se manifestó durante un rato y cantó una canción, una de las que las
hermanas solían cantar cuando trabajaban en equipo en el convento. Ryana se unió a
él, feliz de rememorar viejos tiempos, y Poesía cambió el tono al instante para
armonizar con ella. La joven era consciente de no ser, como mucho, más que una
cantante mediana, pero la voz de la entidad era preciosa. A Sorak no le gustaba
cantar. Su temperamento era demasiado sombrío para ello, y consideraba que su voz
dejaba mucho que desear, pero Poesía, utilizando la misma garganta que Sorak,
carecía de tales inhibiciones y dejaba que su voz se elevara sin impedimentos. El ente
fue lo bastante diestro como para armonizar con ella de tal forma que ambos sonaban
bien, y Ryana se sintió más animada a medida que iba cantando. Incluso el kank
pareció responder y adaptó el paso al ritmo de la canción.
Cuando terminaron, la muchacha lanzó una carcajada de alegría. El desierto
parecía ahora un lugar mucho menos opresivo, y sus preocupaciones se habían
esfumado, aunque fuera sólo por el momento. Al inicio del día, con la inmensidad del
desierto extendiéndose ante ellos, Ryana se había sentido intimidada: sola, pequeña e
insignificante. Ahora, tras haber contemplado el desierto a través de los ojos de
Sorak, ya no se sentía empequeñecida. Se permitió aspirar el seco aire del desierto y
sentir cómo la inundaba con su tranquilidad. Se notaba maravillosamente libre y
disfrutaba de los amplios espacios abiertos de los altiplanos, estimulada ahora por sus
interminables vistas, en lugar de sentirse amedrentada como antes. Quizá no fuera
más que una consecuencia retardada de su batalla con el thrax, de haberse enfrentado
a su miedo y haberlo vencido; quizá fuera el suave movimiento ondulante lo que la
había inducido a un sosegado estado de receptividad; quizá fuera la alegría de cantar,
o tal vez fueran todas esas cosas juntas… o algo más, algo indefinible. Pero el
desierto se la había ganado. Se sentía en paz con él y consigo misma.
El oscuro sol se hundía por el horizonte cuando descubrieron un oasis a lo lejos,
señalado por altas y desgarbadas palmeras del desierto y enormes árboles de pagafa
www.lectulandia.com - Página 77
desperdigados; sus anchas y majestuosas copas, exuberantes y tupidas, se recortaban
en negro sobre el cielo anaranjado. Se acercaban al Arroyo Plateado.
—Tendremos compañía en el oasis —anunció Sorak.
Ella levantó la mirada hacia él, enarcando las cejas.
El joven sonrió e indicó con el dedo el sendero delante de ellos.
—Has vuelto a estar absorta, y no prestabas atención. Una caravana ha pasado por
aquí no hace mucho. Las marcas están frescas.
—No es muy amable por tu parte regañarme por no detectar tales cosas —
protestó ella—, cuando tú puedes dejarte llevar por tus pensamientos todo lo que
quieras mientras la Centinela lo controla todo.
—Cierto —reconoció él—. Esa es, desde luego, una ventaja muy injusta. Me
disculpo.
—Resultará agradable ver a otra gente —comentó la joven—. La caravana
transportará víveres, y podemos hacer trueque con miel de kank para reponer nuestras
provisiones.
—Yo pensaba más en tener noticias sobre Nibenay.
—Pero esta caravana está en la ruta procedente de Tyr —indicó Ryana.
—O puede venir de Altaruk, lo que significa que podría haberse originado en
Gulg. En cualquier caso, los comerciantes tienen amplios intereses, y sus caravanas
se mueven por todas partes. Los conductores conocerán las últimas noticias de otras
ciudades.
A medida que el sol se ponía y ellos se acercaban más, les llegaron sones
musicales procedentes del arroyo, y el olor de carne cocinada. Su montura empezó a
apresurar el paso al percibir la presencia de los kanks domésticos utilizados por la
caravana para transportar la carga. Al advertir cómo el kank aumentaba su velocidad,
Ryana recordó lo que Sorak había dicho sobre que los kanks eran criaturas «lentas»;
quizá lo fueran para un elfling, que podía correr como el viento, pero la muchacha se
alegraba ahora de haber permanecido apartada mientras Chillido se adelantaba al
encuentro de los kank soldados salvajes. Jamás habría podido dejar atrás a aquellas
bestias si éstas se hubieran lanzado en su persecución.
Pronto consiguieron distinguir las figuras de personas que se movían allá delante
y vieron las llamas de sus fogatas. Nada más aproximarse, los mercenarios
contratados para proteger la caravana y sus valiosas mercancías se adelantaron para ir
a su encuentro. Parecían cautelosos, y tenían motivos. Por lo que sabían, Sorak y
Ryana podían ser los exploradores de una cuadrilla de ladrones. Se sabía de bandas
de saqueadores que se infiltraban en las caravanas haciéndose pasar por simples
peregrinos o viajeros. Lo cierto era que Sorak había hecho fracasar una treta parecida
en Tyr, y había salvado a una de las caravanas de un importante comerciante de la
emboscada de una banda de salteadores de las Montañas Mekillot. También se sabía
www.lectulandia.com - Página 78
que las tribus de elfos nómadas atacaban a veces las caravanas, por lo que los
mercenarios encargados de protegerlas no corrían riesgos.
—¡Deteneos donde estáis e identificaos! —les gritó uno de los mercenarios
cuando se acercaron más.
—No somos más que dos peregrinos que se dirigen a Nibenay —respondió Sorak
deteniendo el kank.
—Desmontad, pues, y adelantaos —ordenó el mercenario. El resto permaneció
con las armas preparadas, alertas a cualquier señal de engaño.
Ryana observó que se habían desperdigado y no sólo los observaban a ellos, sino
al sendero a su espalda y en todas direcciones en caso de que su llegada estuviera
pensada como una distracción para un ataque por parte de un contingente armado.
Estos hombres estaban bien adiestrados, se dijo, pero desde luego era lo natural. Las
acaudaladas casas comerciales podían muy bien permitirse contratar a los mejores
mercenarios. Los comerciantes dependían de las caravanas para su subsistencia, y no
escatimaban en gastos cuando se trataba de protegerlas.
Las caravanas se encuadraban en una de dos categorías básicas: veloces y lentas.
Las ventajas de una caravana veloz, como era el caso de esta, era que los trayectos
requerían menos tiempo, y por lo tanto resultaban más provechosos. Se vendían
literas a los pasajeros que viajaban de una ciudad a otra, y los precios por lo general
incluían el alquiler de un kank manso como montura así como las necesidades básicas
como comida y agua durante todo el viaje. Una litera de primera clase en una
caravana ofrecía unos cuantos lujos más, pero a cambio de una cantidad extra, claro
está. Las caravanas lentas solían ir mucho más cargadas y, puesto que su poca
velocidad las hacía más vulnerables a un ataque, utilizaban enormes carromatos
blindados arrastrados por lagartos mekillots. A excepción de los mercenarios de
escolta y de los conductores de los carromatos, toda la caravana iba metida dentro de
los inmensos recintos blindados. Esta práctica tenía sus propias ventajas y
desventajas. Era una forma lenta y descansada de viajar, ya que los pasajeros se
limitaban a permanecer dentro de los carromatos; pero, al mismo tiempo, la
temperatura dentro de dichos carromatos enseguida se tornaba insoportablemente
bochornosa no obstante las portillas de ventilación, y los habitáculos, con frecuencia
exiguos, no resultaban muy convenientes para aquellos cuyo olfato se ofendía con
facilidad. Debido a que los mekillots eran criaturas enormes, lentas y de
temperamento perezoso, a los conductores no les gustaba detenerse, y los períodos de
descanso eran pocos y espaciados.
Además, los gigantescos mekillots eran difíciles de controlar. Incluso sus
preparadores con poderes paranormales desaparecían a veces entre sus fauces si por
un descuido acertaban a ponerse al alcance de las largas lenguas de estos animales.
La mayoría de los viajeros preferían pues reservar pasaje en las caravanas rápidas,
www.lectulandia.com - Página 79
aunque ello significara verse expuestos a los elementos durante todo el viaje.
Al acercarse al capitán mercenario, Sorak y Ryana distinguieron mejor al grupo, y
los mercenarios también pudieron estudiarlos con más detenimiento. Se trataba de un
grupo variado de personas, compuesto en su mayoría por humanos, con unos pocos
mestizos semihumanos. Todos iban bien armados y mostraban estar en plenas
facultades físicas. Ryana sabía que este grupo no era todo el contingente; algunos
estarían apostados en piquetes de vigilancia alrededor del perímetro del oasis,
mientras que otros estarían o bien custodiando las mercancías de la caravana contra
potenciales pasajeros de dedos largos o descansando en el campamento.
Se trataba de una caravana grande, compuesta no sólo de una comitiva de kanks
cargados y de aquellos utilizados como monturas, sino de una cierta cantidad de
carruajes parcialmente cerrados tirados por uno o dos kanks sujetos por arneses. Esto
significaba que había personajes importantes viajando con la caravana.
Las sospechas de Ryana se confirmaron cuando miró más allá de los mercenarios
hacia el campamento del oasis y vio varias tiendas grandes y acogedoras levantadas
bajo las palmeras, con guardas apostados en el exterior. Mientras miraba en dirección
a las tiendas, un hombre ataviado con una túnica salió de una de ellas, les dirigió una
rápida mirada, y echó a andar con paso tranquilo hacia donde se encontraban. Un
grupo de guardas formó filas a su lado.
—Luces una hermosa espada, peregrino —dijo el capitán de la guardia de
mercenarios, estudiando a Sorak con atención.
—Incluso un peregrino debe protegerse —respondió Sorak.
—Esa parece una señora medida de protección —replicó el capitán mercenario
desviando rápidamente de nuevo la mirada hacia el arma—. A juzgar por la forma de
la vaina, parece ser una espada bastante especial.
Sí que lo era, se dijo Ryana; y, si el capitán mercenario hubiera sido un elfo y no
un humano, podría haber reconocido en ella a Galdra, la legendaria espada de los
antiguos reyes elfos.
—¿Puedo verla? —inquirió el capitán.
Sorak acercó la mano a la empuñadura, pero vaciló ligeramente al ver que los
otros mercenarios se ponían en guardia. Desenvainó a Galdra con lentitud. Su visión
provocó una reacción inmediata entre los mercenarios.
—¡Acero! —exclamó el capitán, contemplando asombrado la afilada hoja curva
—. Debe de valer una fortuna. ¿Se puede saber para qué quiere un simple peregrino
un arma así?
—Fue un regalo de una muy sabia y vieja amiga —respondió el joven.
—¿De veras? ¿Y quién era esa amiga?
—La gran señora Varanna del convento villichi.
También esto provocó una reacción de gran interés entre los mercenarios, que
www.lectulandia.com - Página 80
empezaron a murmurar entre ellos.
—¡Callaos! —ordenó su capitán, y al instante fue obedecido. El hombre no había
apartado la mirada de Sorak ni un momento—. Las villichis son una orden femenina
—dijo—. Es un hecho bien sabido que las sacerdotisas no admiten varones en su
convento.
—No obstante, Sorak se crio allí —intervino Ryana.
—¿Sorak? —El hombre de la túnica apareció detrás del capitán mercenario. Los
guardas que lo acompañaban apoyaron levemente las manos sobre los pomos de sus
espadas de hoja de obsidiana—. Conozco ese nombre. ¿No eres tú aquel cuyo aviso
evitó el ataque a la reciente caravana procedente de Tyr?
—Lo soy.
—Sería muy beneficioso para él afirmar eso, tanto si es cierto como si no —
protestó el capitán—. ¿Cómo sabéis que es él?
—Hay una forma de saberlo —respondió el hombre de la túnica. Y, volviéndose a
Sorak, dijo—. ¿Serías tan amable de echar hacia atrás la capucha de tu capa?
Sorak envainó la espada e hizo lo que se le pedía. Al ver sus facciones, y sus
orejas puntiagudas, se produjeron de nuevo excitados murmullos entre los
mercenarios.
—¡Un elfo! —chilló uno de ellos.
—No, no es lo bastante alto —dijo otro.
—Un semielfo, entonces.
—Ninguna de las dos cosas —replicó el hombre de la túnica—. Es un elfling.
—¿Un elfling? —El capitán frunció el entrecejo.
—Parte elfo y parte halfling —contestó el otro.
—Pero no existe tal cosa, mi señor —protestó el capitán—. Todo el mundo sabe
que elfos y halflings son enemigos mortales.
—Sin embargo, eso es lo que él es —insistió el hombre de la túnica—. Y es quien
afirma ser. Nos hemos visto antes.
—Estabas en La Araña de Cristal —dijo Sorak, situando de repente al hombre.
—Y perdí mucho, como bien recuerdo —repuso el hombre sonriendo—. Pero mis
pérdidas habrían sido mucho mayores si no hubieras descubierto al fullero que me
estaba timando. No te critico por no recordarme al instante. Tú, por otra parte,
resultas más memorable. —Se volvió hacia el jefe mercenario—. El elfling es amigo
de los comerciantes, capitán. Además, por mucho que respeto tu habilidad en el
combate, no creo que desearas cruzar tu espada con la suya. He visto lo que puede
hacer. En realidad, incluso toda esta compañía se vería apurada contra estos dos, ¿o es
que no has advertido que su compañera es una sacerdotisa villichi?
El capitán, cuya atención había estado fija en Sorak, contempló a Ryana con más
detenimiento.
www.lectulandia.com - Página 81
—Solicito vuestro perdón, señora —dijo, inclinando la cabeza en una pequeña
reverencia respetuosa—. Y el tuyo, elfling. Si lord Ankhor habla en vuestro favor,
entonces mi espada está a vuestro servicio. Permitid que os escolte personalmente
hasta el campamento. —Chasqueó los dedos en dirección a uno de los otros hombres
—. Ocúpate del kank.
Uno de los mercenarios se apresuró a adelantarse para obedecer, pero Sorak lo
sujetó por el brazo al pasar por su lado.
—Yo no haría eso, si fuera tú —advirtió.
—Puedo manejar a ese animal estúpido —dijo el mercenario con presunción,
soltándose y avanzando hacia el kank, para, acto seguido, dar un salto atrás con un
alarido de sorpresa, justo a tiempo de evitar el ataque de las pinzas del kank.
—Te lo advertí —observó Sorak—. Este kank es salvaje.
—¿Salvaje? —farfulló el otro, sorprendido.
Sorak dejó, que Chillido saliera al exterior por un momento, el tiempo suficiente
para lanzar una orden mental al kank para que se uniera a sus otros congéneres en la
recua. En tanto que el enorme escarabajo se alejaba hacia los kanks domesticados,
Sorak volvió a tomar el mando y dijo:
—Limítate a encargarte de que coloquen comida cerca de él. Pero advierte a los
conductores que se mantengan apartados.
—Estás lleno de sorpresas —comentó lord Ankhor—. Ven. Te invito a mi tienda.
Y, claro está, la invitación os incluye también a vos, sacerdotisa.
—¿Perteneces a la casa de Ankhor, entonces? —inquirió Sorak.
—Yo soy la casa de Ankhor —respondió su anfitrión mientras se encaminaban de
vuelta a su tienda, escoltados por dos guardas mercenarios y su capitán—. Mi padre,
lord Ankhor el Viejo, es el patriarca de nuestra firma, pero su salud no es muy buena
y es muy anciano. Llevo dirigiendo todos los asuntos de la empresa desde hace dos
años, y tenía una pequeña fortuna en mercancías en esa caravana que salvaste de los
salteadores. No me enteré de ello hasta después de haberte conocido en La Araña de
Cristal. Hubiera deseado tener la oportunidad de mostrar mi gratitud, pero para
entonces ya habías abandonado la ciudad. Y la dejaste toda alborotada, podría añadir.
—¿Alborotada?
—La gente no dejaba de hablar sobre cómo habías desbaratado los planes de los
templarios para hacerse con el control de la ciudad. Pasará mucho tiempo antes de
que se olviden de ti en Tyr. Todos hablan de Sorak, el nómada. Creo que has creado el
principio de una leyenda.
—¿Así que abandonasteis Tyr después que nosotros? —dijo Ryana con el
entrecejo fruncido—. ¿Cómo es pues que la caravana fue más deprisa que nosotros, y
por una ruta más larga?
—Porque esta caravana no procede de Tyr —contestó lord Ankhor—. Viene de
www.lectulandia.com - Página 82
Gulg pasando por Altaruk y va ahora de camino a Urik. Yo cabalgué para
encontrarme con ella en el arroyo, con parte de este grupo de mercenarios como
escolta. Esto que veis ahí son mis carruajes. Hice que los diseñaran especialmente
para mí. Son ligeros y construidos para ser veloces. En estos tiempos hay que
moverse deprisa para dejar atrás a la competencia.
—¿Tienes negocios en Urik? —intervino Sorak—. ¿No resulta eso peligroso
estos días?
—¿Lo dices porque el rey Hamanu codicia Tyr? —inquirió su anfitrión. Lord
Ankhor hizo un gesto con la mano como para descartar tal idea—. Los comerciantes
no acostumbramos meternos en asuntos de política. Y Hamanu no puede permitirse
dejar que consideraciones políticas interfieran con el comercio. Su economía depende
de nuestras empresas. Tenemos un viejo dicho en el gremio: «Más tarde o más
temprano, todo el mundo hace negocios con todo el mundo». Incluso en época de
guerra, las empresas prosperan. En algunas cosas, somos más poderosos que los
reyes. Claro está que nos guardamos mucho de decirlo.
Mientras atravesaban el campamento, las personas reunidas en torno a las fogatas
se volvían para mirarlos. El apuesto y joven lord Ankhor, con sus hermosos ropajes
bordados, resultaba una presencia imponente, pero Ryana se dio cuenta de que en
realidad eran ella y Sorak quienes atraían la atención. La mayoría de los reunidos
alrededor de las hogueras eran empleados de la firma comercial, mercenarios
veteranos y encallecidos conductores de caravanas, pero también había pasajeros en
el largo viaje, y encontrar a otros viajeros en medio del desierto, en especial dos
personas viajando solas, era un acontecimiento fuera de lo corriente.
Ryana, por su parte, intentaba no hacer caso de sus miradas fisgonas.
Arrugaba la nariz ante el olor a carne de animal asada que brotaba de los
espetones colocados sobre el fuego; pero, al mismo tiempo, descubrió con cierta
sorpresa que éste le despertaba el apetito.
Llegaron ante la espaciosa tienda de lord Ankhor, mucho mayor que algunas de
las casas de las barriadas de Tyr, y uno de los centinelas apartó el faldón de la entrada
para que pudieran pasar. El interior de la tienda estaba dividido en dos aposentos,
separados por un bello tapiz colgado entre ambos. La sección exterior albergaba una
mesa y algunas sillas junto con lámparas, material de escribir y el libro mayor en
rollos de pergamino.
—Mi oficina ambulante, tal y como es —explicó Ankhor, conduciéndolos hacia
el aposento mayor situado en la parte posterior de la tienda. Apartó a un lado el tapiz
—. Por favor, entrad y poneos cómodos. Estábamos a punto de cenar. Nos honraríais
si os unieseis a nosotros.
Nada más pasar al otro lado del faldón del tapiz que Ankhor sostenía a un lado,
Sorak y Ryana se detuvieron en seco y contemplaron sorprendidos lo que tenían
www.lectulandia.com - Página 83
delante. La parte posterior de la tienda era mucho mayor que la antecámara delantera,
y el suelo estaba cubierto de elegantes y gruesas alfombras drajianas delicadamente
bordadas. Varios braseros encendidos dispuestos alrededor de la estancia despedían
un cálido e íntimo resplandor, en tanto que el humo que producían desaparecía en
espiral por un respiradero abierto en el techo de la tienda. De los braseros surgía el
dulce olor acre de flores luna ardiendo, que no sólo servía para perfumar el ambiente
en la tienda, sino también para mantener alejados a insectos molestos. Por todo el
interior había esparcidos cómodos almohadones, deliciosamente bordados, y también
junto a la larga mesa baja del centro, que se alzaba apenas unos treinta centímetros
del suelo de la tienda. La mesa estaba cubierta de una colección de platos que habrían
podido rivalizar con los que se servían en el palacio de un rey-hechicero. Había
botellas de vino, garrafas de agua, jarras de miel de kank y marmitas de humeante té
caliente hecho con hierbas del desierto. Estaba claro que a lord Ankhor le gustaba
viajar con considerable lujo. No obstante, a pesar de la opulencia del entorno, fueron
los otros ocupantes de la estancia lo que atrajo inmediatamente su atención. Sentados
sobre cojines ante la mesa había dos hombres y una mujer.
Uno de los hombres era bastante más viejo que los otros, con una cabellera gris
que le llegaba hasta los hombros y una luenga aunque bien cuidada barba. El rostro,
de aspecto demacrado, estaba surcado de arrugas, pero los brillantes ojos azules eran
vigilantes y enérgicos en su mirada. Iba vestido con una túnica tan magnífica como la
de Ankhor, aunque mucho menos llamativa, y sobre la cabeza lucía una fina diadema
de plata batida, grabada con el símbolo de la casa de Ankhor.
El otro hombre era mucho más joven, entre los veinte y los veinticinco años, de
cabellos oscuros que le llegaban por debajo de los hombros, y un pequeño y bien
cuidado estrecho bigote negro acompañado de una perilla, cultivados sin duda para
parecer mayor. Vestía un chaleco de piel de erdlu sobre el pecho desnudo y
musculoso, muñequeras a juego, pantalones rayados de suave piel de kirre y botas
altas. Sus joyas, si no lo hacía su porte, lo revelaban como un joven de considerable
categoría social, como también lo demostraba la daga adornada con piedras preciosas
que llevaba al cinto.
Pero la mujer era la más llamativa de los tres. Era joven, aproximadamente de la
misma edad que Ryana, y muy rubia, de largos cabellos dorados extremadamente
finos que le caían como una cascada por los hombros. Los ojos eran de un
sorprendente tono añil, y la belleza de su rostro iba a la par con la perfección de su
cuerpo. Apenas si llevaba ropa, a excepción de un corpiño de delicada seda azul
adornado con ceñidores de oro y una falda a juego que descansaba muy baja sobre las
amplias caderas e iba abierta por ambos costados, permitiendo la máxima libertad de
movimientos y revelando las largas y exquisitas piernas. Sus pies desnudos eran finos
y limpios, sin señales de callos, y los delicados tobillos estaban ceñidos por pulseras
www.lectulandia.com - Página 84
de oro, igual que sus muñecas y brazos.
—Esta noche tenemos invitados a cenar, amigos míos —anunció lord Ankhor—.
Permitid que os presente a Sorak el Nómada, de quien ya os he hablado, y a su
compañera la sacerdotisa… perdonad, señora, pero tontamente descuidé preguntar
vuestro nombre.
—Ryana.
—La sacerdotisa Ryana —siguió Ankhor, dedicándole una leve reverencia—. Mis
disculpas. Dejad que os presente a Lyanus, administrador de cuentas de la casa de
Ankhor… —El hombre de más edad les dedicó una inclinación de cabeza mientras
Ankhor proseguía con las presentaciones— …el vizconde Torian, de la principal
familia noble de Gulg… —el barbudo joven moreno agradeció sus inclinaciones con
un gesto apenas perceptible de la cabeza—… y por último, aunque en absoluto
menos importante, su alteza, la princesa Korahna, hija menor de la más joven de las
reinas consortes de su muy real majestad, el Rey Espectro de Nibenay.
www.lectulandia.com - Página 85
Capítulo 4
Impresionante como era el grupo allí reunido, la última presentación dejó a Ryana sin
respiración. ¡Una princesa real de Nibenay, e hija de un rey-hechicero, viajando en
una caravana comercial! Resultaba totalmente inaudito. Los miembros de las casas
reales athasianas abandonaban muy pocas veces sus opulentos y bien protegidos
recintos palaciegos, y aún menos sus ciudades, y encontrar a esta delicada y mimada
flor de la nobleza en un largo viaje con una caravana a través de todo lo ancho de los
altiplanos athasianos carecía por completo de precedentes. Su presencia allí no sólo
resultaba escandalosa, sino que también rompía con todas las tradiciones, y Ryana era
incapaz de imaginar un motivo que hubiera conducido hasta allí a la princesa, y
mucho menos que su familia lo hubiera permitido.
—Por favor, sentaos y uníos a nosotros —indicó lord Ankhor.
Totalmente sorprendida y aturdida, Ryana iba a aceptar la invitación, pero Sorak
habló y rompió el hechizo.
—Mis más sinceras disculpas, lord Ankhor. No es mi intención ofender tu
generosa hospitalidad, pero mis votos me impiden compartir el pan con un
profanador. —Evitó mirar a la princesa, pero quedaba claro para todos los presentes
que era a ella a quien se refería.
Ryana contuvo la respiración. Sus propios votos, desde luego, también le
impedían aceptar la hospitalidad de un profanador, aunque se recordó que ya había
comprometido sus votos como sacerdotisa villichi al abandonar el convento sin el
permiso de la señora Varanna. Sorak no había tomado los votos villichis, pero ambos
habían jurado seguir la Disciplina del Druida y la Senda del Protector, y éstos eran
votos que Ryana estaba decidida a no romper. No obstante, al hablar así, Sorak había
lanzado un insulto indescriptible contra la casa real de Nibenay. Era una ofensa
imperdonable.
De modo sorprendente, el vizconde Torian lanzó una risita.
—Vaya, el elfling desde luego demuestra tener valor… se lo concedo.
Claro, se dijo Ryana, no era su familia la que había sido insultada. Las familias de
Gulg, como las de otras ciudades, eran simples aristócratas, no realeza; y, si algunos
de ellos estudiaban o practicaban las artes profanadoras, sabían muy bien que les
convenía mantenerlo en secreto. Miró a la princesa para ver qué respondía, esperando
un ataque de furia y la exigencia de que se le entregara la irrespetuosa lengua de
Sorak, si no su vida. En lugar de ello, la princesa la dejó aún más estupefacta.
—Lord Ankhor conoce demasiado bien las complejidades de la diplomacia y las
relaciones sociales para cometer el error de invitar a seguidores del Sendero a
compartir el pan con una profanadora —dijo ella con aire congraciador, la voz tan
sedosa como sus delicadas y reveladoras ropas—. Sin duda os habréis estado
www.lectulandia.com - Página 86
preguntando qué hace una princesa de Nibenay viajando en una caravana. Lo cierto
es que he sido exiliada de mi tierra natal por cometer la imperdonable ofensa de jurar
seguir la Disciplina del Druida. No romperéis vuestros votos si compartís nuestra
mesa, porque también yo soy una discípula.
—¿Vos? —se extrañó Ryana—. ¡Pero sois la hija de un rey-hechicero! ¿Cómo es
eso posible?
—Mi madre me dio a luz cuando era muy joven —replicó la princesa Korahna—,
y su disposición era tal que no quería molestarse en educar una criatura. La verdad es
que eso es habitual en las familias reales, según he sabido. A mí me entregaron a un
aya para que me criara, una de las templarias de palacio, y esta, rompiendo con la
tradición, me enseñó a leer. Aunque los templarios trabajan para los profanadores,
guardan en sus bibliotecas copias de los escritos de los protectores, para mejor
comprender su oposición. A los trece años, encontré algunos de esos escritos en su
biblioteca y empecé a estudiarlos en secreto, por curiosidad al principio, aunque al
final me convertí.
—Pero el juramento de la Senda del Protector debe tomarlo un protector —indicó
Ryana, fascinada.
—Y así fue —respondió la otra—. Me había aficionado a disfrazarme y a
escabullirme fuera de los terrenos de palacio entrada la noche con la esperanza de
encontrar un mentor para mis estudios, y conseguí entrar en contacto con la Alianza
del Velo. Tras su sorpresa inicial al averiguar mi identidad, se dieron cuenta
enseguida de la importancia de tener como miembro a la hija convertida de un rey-
hechicero. De todos modos, tenían sus suspicacias, y tardé mucho en ganarme su
confianza. Con el tiempo, comprendieron que era sincera y me tomaron juramento.
»Sin embargo, mi madre descubrió de forma fortuita mi vida secreta. Por
haberme enseñado a leer, ejecutaron a mi aya templaria. Cuando me enteré, hice
planes para renunciar públicamente a mi familia y declararme como protectora; pero,
antes de que pudiera hacerlo, mi madre me hizo arrestar y me exilió de la ciudad.
—¿Y vuestro padre? —inquirió Sorak—. ¿Cuál fue su respuesta?
—No lo sé —respondió Korahna—. Estoy segura de que mi madre ni se lo ha
dicho; pero, en cuanto se hayan enterado de lo que me ha sucedido, no dudo que los
miembros de la Alianza del Velo lo harán público. El rey de Nibenay no se ocupa
mucho de su familia últimamente, pero acabará por enterarse. No envidio a mi madre
cuando lo descubra.
—¿Adónde iréis ahora? —quiso saber Ryana.
—A donde lord Ankhor considere oportuno conducirme —respondió ella con
sencillez—. Por decirlo así, él es mi carcelero mientras dure este viaje.
—Vamos, alteza, me hacéis una gran injusticia. Sabéis que no es así —protestó
Ankhor—. Daréis a nuestros invitados una impresión errónea. —Volviéndose hacia
www.lectulandia.com - Página 87
Sorak y Ryana, explicó—: La casa de Ankhor fue contratada, a través de
intermediarios, por la reina consorte en persona para escoltar a su hija en este viaje y
darle protección. No soy en absoluto su carcelero y, como podéis ver si miráis a
vuestro alrededor, esto no se parece en nada a una celda.
—¿No temes lo que el Rey Espectro pueda hacer cuando averigüe que estás
involucrado? —preguntó Sorak.
—No he cometido ningún crimen —repuso él, limitándose a encogerse de
hombros—. En realidad, no tuve elección en este asunto. La casa de Ankhor no
estaba en posición de rechazar un encargo de una de las reinas consortes. Eso habría
sido un terrible insulto a la casa real de Nibenay. Por lo que sé, yo no hice otra cosa
que actuar de acuerdo con los deseos del Rey Espectro, transmitidos a través de su
reina más joven.
—¡Sabéis muy bien que no es así! —exclamó Korahna.
—¿Ah, pero en realidad lo sé eso, alteza? —replicó Ankhor—. Mis
representantes en Nibenay aceptaron de buena fe en nombre de nuestra casa el
encargo de vuestra madre, la reina consorte. Se les indicó que se os condujera sana y
salva a Gulg y que recibierais una litera de primera en esta caravana. El vizconde
Torian en persona decidió escoltaros, como prueba de los muchos años de relaciones
entre su familia y nuestra empresa. Yo, por mi parte, acabo de veros por primera vez.
—Y sabéis cómo están las cosas, porque os lo he dicho —dijo la princesa.
—También me habéis dicho que sois una protectora declarada y una exiliada de
vuestro reino como resultado —respondió el otro con calma—. En tales
circunstancias, sin duda no se me podría culpar por pensar que ésos fueron los deseos
de vuestro padre.
—Como ya he dicho, lord Ankhor está muy familiarizado con las complejidades
de la diplomacia —observó Korahna—. En especial cuando se trata de volver esas
habilidades en su favor. Imagino que mi madre pagó bien a la casa de Ankhor.
—Espléndidamente —intervino el vizconde Torian—. No comprendo el motivo
de vuestra amargura, alteza. No hay duda de que vuestra madre temía lo que el Rey
Espectro pudiera hacer cuando se enterara de vuestra traición, porque así es, sin duda,
como lo consideraría. El primer instinto de una madre es proteger a su hijo.
Simplemente quiso poneros a salvo.
—Y por lo tanto arrojó mi destino al viento —dijo ella con amargura.
—Con todo el debido respeto, alteza —replicó el vizconde Torian—, eso lo
hicisteis vos misma cuando entrasteis en contacto con la Alianza del Velo. En
Nibenay, como sucede también en Gulg, es un crimen que se castiga con la muerte.
Vos misma os pusisteis la soga alrededor del cuello. Deberíais estar agradecida a
vuestra madre, ya que fue ella quien os salvó la vida. ¿O creísteis que vuestro padre
se limitaría a cerrar los ojos ante tales actividades por parte de su hija? El Rey
www.lectulandia.com - Página 88
Espectro tiene más hijos de sus muchas consortes que sirvientes toda mi familia.
Dudo que la pérdida de una hija díscola, en particular una que se ha convertido en
causa de profunda vergüenza para la casa real, pudiera afectarlo mucho.
Ryana seguía la conversación fascinada. Sorak se limitaba a permanecer en
silencio, escuchando con lo que parecía una actitud ensimismada, aunque la
muchacha tenía la firme sospecha de que no se limitaba tan sólo a escuchar. Sin duda,
permitía que la Guardiana sondeara las mentes de Ankhor, Torian y Korahna para que
él pudiera averiguar la verdad. Lo que realmente la asombraba, no obstante, era la
actitud desenvuelta de Ankhor sobre todo aquello. No parecía preocuparle ni un ápice
que aquella discusión se desarrollara ante ellos. «Pero, bien mirado —se dijo—, ¿por
qué tendría que estarlo? Su posición es segura. Su firma ha aceptado un encargo de la
reina consorte. Rechazarlo hubiera sido un insulto». Tal y como iban las cosas, tenía
razón. Él o Torian y sus representantes realmente no habían tenido elección. Y, si se
ponía en duda su conducta, no necesitaba preocuparse de que ellos atestiguaran;
ambos eran protectores, y sabían cuál sería su destino si caían en manos de un rey
profanador.
—¿Hemos de hablar de asuntos tan deprimentes? —protestó Ankhor—. No
conseguiremos más que aburrir a nuestros invitados. Venid, tenemos una cena
deliciosa que nos aguarda, y el vino es de una cosecha excelente. Disfrutemos un
poco.
—Desde luego —asintió Torian. Se volvió hacia Sorak—. Así que tú fuiste quien
desbarató el complot de los salteadores para saquear la caravana procedente de Tyr.
Estoy ansioso por conocer todos los detalles de esa historia.
—Hay poco que contar —respondió Sorak—. Simplemente tropecé con la
conspiración e informé de mi descubrimiento al Consejo de Asesores de Tyr.
—Sin duda hay más que eso —dijo Torian. Dirigió una mirada a Ryana—.
Sospecho, sacerdotisa, que vuestro amigo se muestra muy modesto.
—Nunca ha sido muy buen conversador —replicó ella.
—Un rasgo admirable —concedió el otro—. Aunque hace que la conversación
resulte un poco unilateral a la hora de cenar. ¿Qué hay de vos? ¿Adónde os dirigís en
vuestro peregrinaje?
Ryana vaciló levemente y dirigió una rápida mirada a la princesa, que se había
sumido en un hosco silencio.
—Nibenay —respondió por fin.
Al oír esto, Korahna alzó los ojos unos instantes, pero enseguida volvió a desviar
la mirada.
—¿De verdad? Es un largo viaje —comentó Torian—. Es una lástima que no
podamos alojaros. Esta caravana va de camino a Urik.
—Eso nos ha dicho lord Ankhor —dijo ella—. Sin embargo, os agradecemos
www.lectulandia.com - Página 89
vuestra hospitalidad. Reanudaremos nuestro viaje por la mañana.
—Nibenay es mucho menos hospitalaria con los protectores que la casa de
Ankhor —advirtió Torian.
—Muy cierto —coincidió lord Ankhor—, pero las sacerdotisas villichis no
practican la magia y, aunque su orden está dedicada a la Disciplina del Druida, no
interfieren en cuestiones políticas. Lo que quiere decir, señora, que, si bien es posible
que no os encontréis con una efusiva bienvenida allí, es poco probable que se os
moleste.
Ryana no se molestó en explicarle que en realidad no realizaba ningún
peregrinaje, al menos, no en la forma que él pensaba, y que al ir en busca del Sabio se
habían embarcado en una misión que era ciertamente muy «política».
—Me sorprende que hayáis elegido la ruta septentrional alrededor de las
montañas —comentó Torian—. La ruta meridional, pasando por Altaruk y Gulg,
habría sido más corta.
—La ruta a través de las Planicies Pedregosas y por encima de las Montañas
Barrera será aún más corta —dijo ella.
Ankhor y Torian se irguieron en sus asientos y la contemplaron con asombro.
—¿Planeáis cruzar las planicies? —inquirió Ankhor—. Con todo respeto, señora,
eso sería muy imprudente.
—Sería peor que imprudente —interpuso Torian—. Sería cosa de locos.
—Lo que mi amigo quiere decir… —empezó su anfitrión, en un esfuerzo por
suavizar los comentarios de Torian, pero el noble lo interrumpió.
—He dicho exactamente lo que quería decir. —Miró a Sorak—. Si tienes
intención de llevar a la sacerdotisa a través de las planicies, vas a llevarla a la muerte.
Ningún hombre que haya intentado cruzar ese territorio ha vivido para contar su
historia.
—Pero yo no soy un hombre, milord —dijo Ryana—. Y tampoco mi amigo. Él es
un elfling.
—No ponemos en duda vuestras habilidades, señora —intervino lord Ankhor—.
Es bien sabido que a las sacerdotisas de la orden villichi se las entrena desde la
infancia para enfrentarse a todo tipo de adversidades, y Sorak aquí presente, sin
ninguna duda, es muy capaz y posee grandes poderes de resistencia. Pero considerad
el terreno que pensáis cruzar. No existe territorio más accidentado y peligroso en todo
Athas que las Planicies Pedregosas. No encontraréis alimento ni para vosotros ni para
vuestra montura. No hay agua. El terreno es rocoso y difícil de cruzar, por lo que es
imposible avanzar deprisa. Durante el día, el sol cuece las planicies hasta que el calor
asa los pies a través de los zapatos. Y eso sin mencionar los depredadores que
acechan allí.
—Y si por algún milagro conseguís sobrevivir a las planicies, necesitaréis cruzar
www.lectulandia.com - Página 90
las montañas hasta el otro lado —añadió Torian—. Y os lo dice alguien que ha
viajado por esa cordillera: no es una travesía fácil. Ni segura tampoco. Claro está que,
si intentáis cruzar las planicies, no tenéis que preocuparos por cruzar las montañas
sanos y salvos. Nunca llegaréis vivos a ellas.
—Tiene razón —dijo Ankhor—. Sobre el mapa, es cierto que el viaje puede
parecer mucho más corto, pero un mapa no cuenta todo lo que hay detrás. Y nadie ha
levantado un plano de ese lugar. Os insto, con todas mis fuerzas, a que lo
reconsideréis.
Ryana hizo intención de responder, pero Sorak habló primero:
—Sin duda, tú y lord Torian estáis mucho más familiarizados con el terreno en
estas regiones que nosotros, y os agradecemos la advertencia. ¿Qué ruta nos
aconsejaríais que tomásemos?
Ryana le dirigió una mirada de sorpresa, pero no dijo nada.
—Bien, desde aquí, tanto si viajáis por la ruta septentrional como por la
meridional, la distancia es más o menos la misma —indicó Ankhor—. No obstante, si
tomáis la ruta meridional, podríais deteneros en Altaruk y descansar unos días hasta
que reanudaseis vuestro viaje. La población de Altaruk es la sede de nuestro imperio
mercantil. Mencionad mi nombre y encontraréis una cálida acogida en la casa de mi
padre durante todo el tiempo que deseéis quedaros.
—Y podéis interrumpir de nuevo vuestro viaje en Gulg —dijo Torian—, donde
también seríais bien recibidos en la finca de mi familia.
—Los dos sois amables y generosos —repuso Sorak—. Tomaremos la ruta
meridional, entonces, y seguiremos vuestras sugerencias.
—Vaya, eso es un alivio —suspiró Ankhor—. Sólo pensar que si Torian no os
hubiera preguntado por vuestra ruta… Mejor será no pensar en lo que pudiera haber
ocurrido.
—Ha sido una suerte para nosotros, pues, haberte encontrado —dijo Sorak—.
Cualquier deuda que creyeras tener conmigo, puedes considerarla saldada.
—Excelente. —Ankhor les dedicó una sonrisa—. Me encanta cuando las cuentas
cuadran. ¿Pensáis partir con las primeras luces del día, entonces?
—Sí. Puesto que vamos a tomar una ruta más larga, lo mejor será que empecemos
temprano —confirmó Sorak.
—Bueno, yo no soy de los madrugadores —repuso su anfitrión—, de modo que
no me ofenderé si ya os habéis ido cuando me despierte. Nos despediremos esta
noche, pues, y me ocuparé de que os preparen mochilas con provisiones. ¿Puedo
ofreceros una de mis tiendas para que descanséis esta noche?
—Gracias —contestó el joven—, pero ya habéis sido suficientemente amable. Es
una noche cálida, y preferimos dormir bajo las estrellas, al estilo druida.
Acamparemos en el otro extremo del arroyo, donde nuestra temprana partida no
www.lectulandia.com - Página 91
molestará a los demás.
—Como deseéis. Y ahora, Torian, realmente tengo que contarte cómo nuestro
amigo, aquí presente, me salvó de perder hasta la camisa con un fullero
diabólicamente listo en una casa de juego de Tyr conocida como La Araña de
Cristal…
En cuanto abandonaron la tienda de lord Ankhor, con las provisiones que éste les
había hecho preparar, rodearon el estanque del oasis para dirigirse a la zona donde
estaban atados los kanks. Ryana dirigió una rápida mirada a Sorak y dijo:
—No fuiste muy sincero con nuestro anfitrión. ¿Acaso la Guardiana descubrió
que no era de fiar?
—Descubrí que lord Ankhor sólo mira por sus propios intereses —respondió la
Guardiana, manifestándose para responder directamente a su pregunta.
—¿Y el vizconde Torian?
—El vizconde Torian posee una gran seguridad en sí mismo —repuso la
Guardiana—. Había previsto la posibilidad de que se sondearan sus pensamientos,
aunque esperaba que fueras tú quien los sondeara. La telepatía no es una de tus
aptitudes, claro está, pero Torian sabía que a veces las villichis cuentan con la
telepatía entre sus poderes paranormales. No sabía si era así en tu caso, pero estaba
preparado para tal eventualidad.
—¿Quieres decir que pudo protegerse? —inquirió Ryana.
—Muy al contrario —respondió la entidad—. Mantuvo sus pensamientos
desprotegidos para demostrar su confianza y exhibir su franqueza. Un joven muy
interesante. Pocas personas se sienten tan seguras de sí mismas.
—¿Y qué encontraste cuando leíste sus pensamientos?
—Egoísmo y un orgullo nacido de un sentido de su propia valía, a la vez que un
fuerte sentido patriótico por su ciudad. Torian es un hombre ambicioso, pero sabe
cómo templar esa ambición con una fuerte dosis de sentido práctico y realismo. En la
princesa Korahna, ha visto una valiosa oportunidad. Ese es el motivo por el que
decidió escoltarla personalmente en este viaje.
—¿Qué clase de oportunidad?
—Las ciudades de Gulg y Nibenay mantienen una antigua rivalidad, en parte
originada por un conflicto sobre los recursos de las Montañas Barrera, y en parte
como resultado de la antipatía entre sus respectivos gobernantes. Si Torian se casara
con Korahna, tendría a una princesa de la casa real de Nibenay para fortalecer su
posición no sólo en Gulg, sino también en Nibenay. En el pasado, el Rey Espectro no
ha permitido que vivieran los hijos varones que le daban sus esposas, para asegurarse
de que ninguno pudiera poner jamás en peligro su trono. En cuanto a sus hijas,
cuando alcanzaban la edad que Korahna tiene ahora, las enviaba a engrosar las filas
de sus templarias. Torian sabe que desde que el Rey Espectro se embarcó en su
www.lectulandia.com - Página 92
metamorfosis en dragón, ha dejado de mostrar interés por sus esposas. Después de
Korahna ya no engendrará a ninguna otra criatura. Si Korahna tiene un hijo varón con
Torian, éste será el único heredero legítimo del trono de Nibenay.
—Comprendo —dijo Ryana—. ¿Y qué hay de la princesa? ¿O es que sus deseos
no cuentan en los planes de Torian?
Se inclinaron para llenar los odres en el estanque del oasis.
—Torian está seguro de poder conquistar a la princesa haciendo que llegue a
sentir que depende de él. Es una perita en dulce que ha ido a caer en su mano
extendida. Nunca antes había abandonado el hogar, y ahora su propia madre la ha
exiliado. El aya que la crio ha sido ejecutada, y ella ha quedado separada de sus
amigos de la Alianza. No tiene a nadie. Torian intenta aprovecharse de eso para
insinuarse en sus afectos. Una vez que lo haya conseguido, planea casarse con ella y
regresar con ella a Gulg, con la esperanza de que le dé un hijo con el que reclamar la
sucesión al trono de Nibenay.
—¿Y qué pasa con los votos que ha hecho Korahna como protectora?
—Eso no constituye ningún impedimento para él —siguió la Guardiana—.
Sospecha que quizá no es más que una imprudencia juvenil; pero, si no es así, es algo
que puede aprovechar en beneficio propio. Un sucesor al trono criado como un
protector obtendría un rápido apoyo por parte de los oprimidos súbditos del Rey
Espectro. Y tal heredero recibiría, también, el respaldo de la Alianza del Velo.
—Sí, ya lo comprendo —asintió Ryana—. El vizconde Torian es realmente
ambicioso. Inteligente, también.
—Y totalmente sin escrúpulos —añadió la Guardiana—. Torian no siente
simpatía ni por protectores ni por profanadores. Seguiría cualquier camino que le
ofreciera mayores ventajas. A Torian sólo le importa Torian.
—Pobre Korahna —se apiadó la joven—. Aunque se ha criado entre grandes
lujos, sigo sintiendo pena por ella. Parece que ni las princesas son inmunes a las
maquinaciones de hombres ambiciosos.
Mientras se encaminaban hacia un grupo de palmeras donde pasarían la noche,
Sorak volvió a tomar el control.
—Korahna no tiene intención de convertirse en un peón de la partida de Torian.
Es perspicaz, y conoce cuáles son sus intenciones.
—¿Qué hará?
—Escapar —contestó Sorak—. De hecho, planea hacerlo esta noche.
—Pero ¿cómo? —inquirió Ryana—. ¿Adónde iría, aquí en medio del desierto?
—Con nosotros, a través de las Planicies Pedregosas.
—¿Qué? —exclamó Ryana incrédula.
—Torian jamás sospecharía que una princesa criada entre algodones planeara
escapar al desierto —explicó Sorak—. No hay más que dos guardas a la entrada de su
www.lectulandia.com - Página 93
tienda. La joven planea abrirse paso por la parte trasera y reunirse con nosotros esta
noche.
—¿Qué le hace pensar que la llevaremos con nosotros?
—Somos protectores como ella —dijo Sorak—. No puede creer que vayamos a
negarnos, especialmente después de haber visto cuál es la situación. E, incluso
aunque nos negáramos, ella podría acusarnos de intentar secuestrarla.
—En ese caso debemos partir al instante —indicó Ryana, recogiendo sus cosas.
—No —repuso Sorak—. Esperaremos y la llevaremos con nosotros.
Ryana lo miró atónita.
—¿Te has vuelto loco? ¡Los mercenarios de Ankhor irían tras nosotros
inmediatamente!
—Pero nos buscarían en la ruta meridional, hacia Altaruk. Después de molestarse
tanto en contarnos los peligros a los que nos enfrentaríamos si intentáramos cruzar las
Planicies Pedregosas, jamás se les ocurriría que hemos seguido ese camino, en
especial con la princesa.
—¡Esto es una locura! —protestó Ryana—. Esa mimada flor de palacio no
sobreviviría a una travesía por las planicies. No hará más que retrasarnos, y sin duda
agobiarnos con sus quejas a cada paso que dé.
—Pensaba que sentías lástima por ella.
—Quizá, pero estaría mucho mejor con Torian que con nosotros en un viaje por
ese territorio. ¿De qué nos servirá llevarla con nosotros? ¿O es que te ha encandilado
su belleza?
—Los celos no son propios de ti, Ryana —observó Sorak—. Si yo pudiera
prendarme de alguna mujer, esa mujer serías tú. Pero sabes que eso jamás podrá ser,
por mucho que yo lo desee. No es la belleza de Korahna lo que deseo, sino sus
conexiones con la Alianza del Velo en Nibenay. Ella podría facilitarnos en gran
medida nuestra tarea.
—Así que en lugar de ser un peón de Torian, lo sería nuestro.
—Eso, también, resulta injusto —repuso Sorak—. Ella ansía regresar a casa, a sus
amigos de la Alianza, los únicos amigos que ha conocido nunca. Ellos pueden
protegerla y proporcionarle un hogar. Nosotros la conduciremos hasta ellos. A
cambio, pediremos tan sólo ser presentados. Es un intercambio justo, y nadie
resultará utilizado.
Ryana aspiró profundamente y exhaló luego el aire con un sonoro suspiro.
—No puedo enfrentarme a tu lógica —dijo—. Pero no me hace ninguna gracia la
idea de arrastrar a una princesa mimada por las Planicies Pedregosas. El viaje ya sería
bastante peligroso sin ella.
—Cierto —asintió Sorak—; pero, dejando aparte el hecho de que llevarla con
nosotros servirá a nuestras intenciones, sabes tan bien como yo que es lo que hay que
www.lectulandia.com - Página 94
hacer. Mimada o no, consentida o no, princesa o no, ella es también una protectora
como nosotros, y no podemos hacer oídos sordos a su solicitud de ayuda.
—No, no podemos —admitió la muchacha de mala gana—. Ella también lo sabe.
Pero ¿y si la atrapan cuando intenta escapar?
—Entonces no podemos hacer nada. Es ella quien debe intentar conseguir
escapar. Después de eso, tendrá muchas oportunidades de poner a prueba su
compromiso con su juramento como protectora. Esperaremos hasta una hora antes de
amanecer. Si no se ha reunido con nosotros para entonces, nos pondremos en marcha.
Túmbate y descansa un poco. La Centinela montará guardia.
No tuvieron que esperar mucho. Las hogueras fueron perdiendo intensidad a
medida que la caravana se acomodaba a pasar la noche, y el silencio descendió sobre
el oasis. Poco después de medianoche, Sorak despertó a Ryana apretándole
suavemente el brazo con la mano. La joven abrió los ojos al instante, y se incorporó a
toda velocidad; vio que él se llevaba un dedo a los labios. Al poco rato, oyó el sordo
sonido de suaves pisadas que se acercaban. Una figura borrosa y encogida dentro de
una capa oscura cruzaba el terreno, examinando la zona con atención.
—Korahna —llamó Sorak en voz baja, cuando ella se acercó más.
La figura se detuvo unos segundos; luego los vio y se dirigió con paso rápido
hacia el grupo de palmeras.
—¿Me esperabais? —inquirió, sorprendida. Una expresión de repentina
comprensión recorrió sus encapuchadas facciones—. Claro —siguió, mirando a
Ryana—, leíste mis pensamientos.
—No debemos perder tiempo —intervino Sorak, antes de que Ryana pudiera
corregirla—. Hemos de marcharnos al momento. Iré en busca del kank. —Se alejó
veloz en la oscuridad.
—Os estoy profundamente agradecida por vuestra ayuda —dijo Korahna—. Y
puedo comprender el motivo de la prisa. Los mercenarios de Ankhor nos perseguirán
cuando sepan que he huido.
Ryana no contestó. Se limitó a contemplar a la princesa, que no había traído nada
con ella en lo referente a provisiones, ni siquiera un odre de agua. La daga cubierta de
piedras preciosas que llevaba en la cintura era a todas luces más un adorno que un
arma ofensiva. Dudaba incluso de que la muchacha supiera cómo utilizarla. La joven
llevaba una capa ligera y el mismo vestido sedoso que luciera durante la cena, y se
cubría los delicados pies con un simple par de sandalias muy finas. Andando por el
desierto, aquellas sandalias no habrían durado ni un día. En las planicies, quedarían
hechas pedazos en un instante. No necesitaban aquella carga añadida. Tal vez Sorak
tuviera razón y la princesa les fuera de utilidad para entrar en contacto con la Alianza
cuando llegaran a Nibenay; pero, contemplándola, Ryana tenía serias dudas de que
Korahna sobreviviera al viaje. Resultaría una enorme carga para ellos.
www.lectulandia.com - Página 95
Sorak regresó enseguida con el kank siguiéndolo a poca distancia. Se escuchó un
ruido sordo y algo aterrizó sobre el polvo a los pies de Korahna.
—Ponte esto —indicó Sorak.
La princesa miró al suelo y vio un par de gruesos mocasines de piel ante sus pies.
—Esas sandalias endebles no durarían ni una hora en el desierto —explicó el
joven—. Le quité éstos a un guarda que vigilaba las bestias de carga. Para cuando lo
descubran, atado y amordazado, ya estaremos lejos.
Korahna levantó los ojos hacia Sorak contemplándolo incrédula.
—¿Esperas que me ponga el calzado de un guarda de caravana? —exclamó con
repugnancia—. ¿Después de que sus mugrientos pies lo hayan ensuciado?
—Los encontrarás preferibles a ir descalza por las planicies —replicó el joven.
—¿Las planicies? Pero… yo creía… ¡Supongo que no seguiréis aún con la idea
de ir por ese camino!
—Si tomamos la ruta del sur, los mercenarios nos atraparán al mediodía, como
muy tarde —explicó Sorak—. De esta forma, tenemos una posibilidad de esquivarlos.
—Pero… ¡nadie ha cruzado jamás las planicies y ha sobrevivido!
—En ese caso seremos los primeros —dijo Sorak—. O te puedes quedar aquí con
Torian, casarte con él, y darle un hijo para que pueda reclamar el trono de Nibenay.
Tú eliges. Pero has de decidirlo ahora. Nos vamos.
Una expresión de pánico apareció en los ojos de Korahna.
—¡Esperad! ¡Al menos dadme tiempo a que me ate estos mocasines!
Se agachó, se quitó las sandalias, las ató a su cinturón de argollas de oro, y,
arrugando la nariz, procedió a atarse el calzado que Sorak había cogido al guarda. El
elfling había empezado a alejarse con el kank. Ryana se quedó unos instantes
mirando a la princesa y luego lo siguió. Al poco rato, Korahna llegó corriendo para
atraparlos, y juntos se alejaron del oasis en dirección este.
—¿No vamos a montar? —preguntó la princesa.
—Cuando estemos a cierta distancia del arroyo —dijo Sorak—. Entretanto,
manteneos sobre el terreno suelto y arenoso. El viento cubrirá nuestras huellas por
completo en una hora más o menos, y para entonces deberíamos haber llegado a los
límites de las planicies. Evita pisar las plantas, no sea que rompas una rama que
pueda descubrir nuestras huellas a un rastreador.
—Estos mocasines son demasiado grandes —se quejó Korahna.
—¿Los ataste bien? —inquirió Sorak.
—Sí, pero ¿y si se me hacen ampollas en los talones?
—Entonces tendrás que andar de puntillas —respondió él.
—¿Cómo te atreves a utilizar ese tono conmigo? ¡Te dirigirás a mí llamándome
alteza!
—¿Por qué? No soy súbdito tuyo.
www.lectulandia.com - Página 96
—¡Pero yo soy una princesa!
—Una que carece de reino por el momento —le recordó Sorak—. Yo no soy
Torian, y no tengo ninguna apremiante necesidad de buscar favores contigo.
Recuerda que fuiste tú quien vino a pedirnos un favor. Te lo hemos concedido porque
hiciste juramento como protectora. Para mí, eso es todo lo que importa.
—¿Qué he hecho para que me trate con tanta grosería? —preguntó Korahna
volviéndose hacia Ryana.
—Te has convertido en una carga innecesaria para nosotros —contestó esta—. Y
una fuente de molestias, además. Si yo fuera tú, dejaría de quejarme y guardaría mis
energías. Necesitarás todas las que tengas para el viaje que nos espera.
La princesa contempló a Ryana con expresión desvalida, sorprendida al no
encontrar apoyo en otra mujer, y una que, además, era una protectora. Calló y siguió
andando detrás de ellos, teniendo buen cuidado de mirar por dónde pisaba, para no
dejar plantas rotas que delataran su rastro, tal y como Sorak le había advertido.
No pasó mucho rato antes de que empezara a rezagarse. Sorak aflojó un poco el
paso, pero no se detuvo a esperarla. Ryana empezó a sentirse más y más impaciente.
Torian no era ningún estúpido, y los mercenarios de Ankhor conocían su oficio. Sin
duda, habría buenos rastreadores entre ellos y, aunque seguramente darían por
sentado que habían tomado el camino del sur en dirección a Altaruk, era probable que
no tardaran en comprender su error.
Sin embargo, incluso unos mercenarios vacilarían en seguirlos al interior de las
tierras yermas, de modo que cuanto antes llegaran a ellas, más a salvo estarían. A
salvo de persecuciones, se recordó la sacerdotisa, porque existiría muy poca
seguridad para ellos en aquel lugar.
Tras poco más de una hora, ya habían alcanzado los bordes de las planicies,
donde el terreno se iba tornando poco a poco más irregular y accidentado. Aún tenían
al menos cuatro horas hasta que amaneciera. Ryana echó una ojeada a su espalda para
ver cómo le iba a la princesa. No muy bien. Mientras apresuraba el paso para
alcanzarlos, Korahna vio de repente cómo Ryana tomaba su ballesta y encajaba una
saeta en ella. La princesa se detuvo en seco, y sus ojos se abrieron de par en par al ver
cómo Ryana tensaba el arco y lo levantaba, todo en un grácil gesto.
—¿Qué haces? ¡No! ¡No lo hagas!
La saeta silbó en el aire, pasó a pocos centímetros de la cabeza de la joven
mientras ésta chillaba y, con un ruido sordo, se clavó en algo situado justo detrás de
ella. Korahna se volvió a tiempo de ver cómo un dragón de tamaño medio se
desplomaba sobre un costado, la saeta de la ballesta de Ryana hundida
profundamente en el cerebro. El animal, de casi dos metros de longitud y con un
cuerpo tan grueso como el de un hombre, se retorció sobre el pedregoso suelo,
mientras la cola chasqueaba a su espalda en un involuntario movimiento agónico.
www.lectulandia.com - Página 97
Korahna lanzó un grito y se apartó horrorizada de la criatura, cubriéndose la cara con
las manos.
—Si no se me hubiera ocurrido volver la cabeza, ése habría sido vuestro fin,
alteza —dijo Ryana, recalcando el título en tono sarcástico—. Intenta mantenerte a
nuestra altura, ¿quieres?
—¡Esa bestia horrible! —exclamó la princesa—. ¡Me salvaste la vida!
—¿Podemos seguir ya? —inquirió Sorak.
Observó que Korahna cojeaba ligeramente al acercarse. Los mocasines eran
gruesos pero sus delicados pies evidentemente no estaban acostumbrados a la tarea de
andar por el desierto. Se agachó ante ella y le desató el mocasín izquierdo. La
muchacha apoyó ligeramente una mano sobre su hombro para no perder el equilibrio
mientras él le levantaba el pie izquierdo para examinarlo. Tenía una enorme ampolla
en el talón que se había reventado. Debía de dolerle bastante, pero aun así la
muchacha no se había quejado ni una sola vez.
—Quizá sea mejor que vayas montada durante un rato —le dijo el elfling
mientras volvía a atarle el calzado—. Examinaré el pie más tarde por si la herida se
infectara, pero es mejor no detenernos ahora.
Korahna contempló al kank con nerviosismo.
—Nunca he montado en un kank —anunció—. Torian tenía un carruaje para mí…
—Ryana —indicó Sorak—, súbela detrás de ti.
Ryana montó en el animal y luego ayudó a Korahna a subir.
—Limítate a acomodar tu peso y a sujetarte a mi cintura hasta que te acostumbres
al movimiento —aconsejó. Miró a Sorak—. ¿Y tú?
—De nada sirve sobrecargar al kank —respondió este—. Iré a pie. El kank no
puede andar deprisa en este terreno abrupto y no me costará nada mantenerme a
vuestra altura.
Siguieron adelante. El suelo se tornó más irregular y rocoso a medida que
viajaban, dirigiéndose al este y más al interior de las planicies. El kank no avanzaba
mucho más deprisa de lo que lo habían hecho ellos hasta el momento. El gigantesco
escarabajo tenía que andar con mucho cuidado sobre el terreno cubierto de piedras,
que no hacía más que empeorar. En algún momento de un pasado remoto de Athas,
un glaciar debía de haber cruzado el desierto hasta detenerse allí, y había depositado
las rocas que había arrancado del suelo durante su lento avance. Al poco rato,
moverse en línea recta resultó ya imposible, y tuvieron que zigzaguear entre las rocas
como una serpiente.
Ryana tuvo que reconocer que la princesa se portaba muy bien. Había esperado
quejas y gimoteos sin fin, pero Korahna no decía ni una palabra, a pesar de que el pie
debía de dolerle mucho, y de que su redondeado trasero, más acostumbrado a los
blandos almohadones de las literas y a los mullidos lechos que al duro y estriado
www.lectulandia.com - Página 98
caparazón del tórax de un kank, debía de sentirse bastante dolorido. No pasó mucho
tiempo antes de que el cielo empezara a iluminarse con la aparición de los primeros
rayos del sol en el horizonte.
—¿Cuánto tiempo puede faltar para que descubran que no estás, suponiendo que
no te hubieran echado en falta durante la noche? —preguntó Ryana.
—Nunca se me ha molestado después de que me retirara a mi tienda —repuso
Korahna—. Torian dio órdenes estrictas en este sentido. Y Ankhor, como él mismo
dijo, no es muy madrugador. No obstante, los conductores de la caravana estaban
bien despiertos y ocupados en sus fogatas para cuando yo me había vestido y unido al
resto. Torian venía siempre a comprobar que estaba levantada, aunque se limitaba a
llamarme desde fuera de la tienda. Y eso era probablemente dos horas después del
amanecer.
—En ese caso aún nos quedan unas pocas horas antes de que descubran que te
has ido —dijo Ryana, calculando mentalmente—. Si damos por supuesto que monten
una rápida persecución y envíen a un grupo a la ruta meridional en un intento de
alcanzarnos, eso debería añadir quizás unas pocas horas más antes de que
comprendan su error. No es probable que la caravana se ponga en marcha sin ti, de
modo que esperarán junto al arroyo hasta que el grupo de búsqueda haya regresado.
Eso añadirá unas cuantas horas más. Con suerte, les llevaremos casi todo un día de
delantera si es que deciden seguirnos al interior de las planicies.
—¿Crees que lo harán? —inquirió Korahna.
—A lo mejor no; pero, si yo fuera Torian, lo haría. Eres demasiado valiosa para él
para abandonar con tanta facilidad, y me dio la impresión de que era un hombre
ambicioso y decidido.
—Sabía lo que él quería —explicó Korahna—. Y jamás se lo habría dado.
—Entonces, cuando se hubiera cansado de utilizar la paciencia, lo habría tomado
por la fuerza —dijo Ryana—. Eso es lo que los hombres hacen. Al menos, eso es lo
que he oído.
—Sorak parece diferente —comentó la princesa, observándolo mientras andaba
por delante de ellas.
—Eso es porque él es diferente —repuso Ryana.
—¿No es tu pareja?
—Las villichis no tomamos pareja.
—Y sin embargo lo amas.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Puedo percibirlo en tu voz cuando hablas de él. Y lo veo en tus ojos cuando lo
miras. Yo seré joven, pero soy una mujer, y una mujer conoce estas cosas. No he
llevado una vida tan recluida como podrías suponer. Al menos, no en los últimos
años.
www.lectulandia.com - Página 99
—Sorak es como mi hermano. Crecimos juntos.
—No lo miras como si fuera tu hermano.
—Y si así fuera, ¿a ti qué te importa? —inquirió Ryana con brusquedad.
—No es algo que me importe —dijo la otra con suavidad—. Sólo intentaba
conoceros mejor. No era mi intención ofender.
Ryana no contestó.
—¿Qué he hecho para caerte mal? —quiso saber Korahna.
—No eres tanto tú como lo que eres —respondió Ryana.
—¿Una princesa, una aristócrata?
—Una mujer que jamás ha aprendido a cuidar de sí misma —replicó la
sacerdotisa—. Alguien que ha vivido ociosa y entre lujos refinados toda su vida,
cuyas comodidades se han pagado con el esfuerzo de otros, sus deseos y necesidades
cubiertos a expensas de otros menos afortunados que ella.
—Eso es muy cierto —asintió Korahna—, y no obstante mi destino no lo elegí
yo. No podía evitar nacer donde nací. No escogí ni a mi padre ni a mi madre. Y,
durante gran parte de mi vida, no sabía cómo vivían otras personas; creía que todo el
mundo vivía más o menos como yo. Tenía quince años cuando puse los pies fuera del
recinto de palacio por primera vez, y lo hice a hurtadillas, con gran riesgo para mí.
Cuando vi la forma en que realmente vivía la mayoría de la gente, me sentí
profundamente afectada y con ganas de llorar. Nunca había creído… Supe entonces
que las cosas no eran como debían ser en Nibenay y juré que, si estaba en mis manos
cambiarlas, haría todo lo posible por intentarlo. Pero sabía que no estaba demasiado
bien equipada para ese esfuerzo. A ese respecto, tú eres más afortunada que yo.
—¿Yo? —dijo Ryana—. ¿Más afortunada que tú?
—Daría cualquier cosa por haber nacido con tus habilidades —repuso Korahna
—. Las villichis habitan en las Montañas Resonantes, ¿no es así?
—Sí.
—Vivir en libertad en las montañas, pasear por el bosque y sentarse junto a un río
a escuchar cómo el agua corre sobre las piedras… No he visto nunca un río, sólo un
arroyo en un oasis. No me enseñaron nada sobre el país o los animales salvajes.
Jamás se me enseñó a cocinar, coser o tejer; tales cosas están por debajo de la
dignidad de una princesa, me dijeron, aunque me hubiera encantado aprenderlas. Y, si
una princesa no sabe siquiera cocinar o coser, desde luego es incapaz también de
luchar. Mi cuerpo es blando y débil, mientras que el tuyo es fuerte y firme. Ni
siquiera podría tensar esa ballesta que manejas con tanta pericia, y es probable que no
tuviera fuerzas suficientes para levantar esa espada tuya. Desprecio la vida que he
llevado y envidio la tuya. Me cambiaría contigo en un instante. ¿Correrías tú tanto a
ocupar mi lugar?
Ryana tardó unos instantes en responder, estudiando a su compañera.
Cuando el sol empezó a hundirse por el horizonte, Sorak decidió hacer una breve
parada. Había que alimentar al kank, y a ellos también les vendría bien algo de
alimento. Ryana parecía agotada y Korahna totalmente exhausta. Ayudó a ambas a
bajar del lomo del gigantesco escarabajo, y éstas prácticamente se dejaron caer de
espaldas contra una enorme roca. Les entregó el odre de agua y, tras advertirles que
bebieran con moderación, las vigiló para asegurarse de que no sucumbían a la
tentación de beber a grandes tragos.
—Bueno, al menos ya no hace tanto calor —musitó Ryana con una triste sonrisa.
El cuarto día de su viaje por las planicies se quedaron sin comida. Habían alargado
sus provisiones todo lo posible, dándole la mayor parte al kank, que tenía un apetito
voraz y no podía sobrevivir únicamente de su miel; mientras que ellos se alimentaban
sólo del dulce alimento, del que apenas quedaban ya algunos glóbulos. No obstante,
el animal necesitaba complementar su dieta con forraje y, como no crecía nada en
aquel lugar, acabaron por darle a él el resto de la miel, pero ni siquiera eso era
suficiente. Al quinto día, la criatura empezó a debilitarse. Sin embargo, eso no era lo
peor: también se habían quedado sin agua.
Ryana se sentía totalmente seca, y podía imaginar muy bien cómo se sentiría la
princesa, quien no había dicho una palabra desde hacía horas, limitándose a aferrarse
débilmente a Ryana, con los brazos alrededor de su cintura y la cabeza apoyada en la
espalda. Ryana observó que incluso Sorak mostraba los efectos de todo aquel
padecimiento. Al menos ella y Korahna habían podido dormir durante el viaje. Se
habían turnado para ello, una sujetando a la otra para evitar que cayera, mientras que
el kank se había limitado a seguir dócilmente a Sorak.
El elfling había ido a pie durante todo el viaje y, aunque se había replegado a
dormir mientras el Vagabundo o Chillido se hacían cargo, el cuerpo que todos
compartían no había dormido ni descansado, a excepción de las breves pausas que
realizaban. Ryana podía advertir por el porte de Sorak, cada vez que salía a la
superficie para hacerse cargo otra vez de su cuerpo, que el joven sentía los efectos
físicos de tanto esfuerzo. Su constitución elfling podía resistir un castigo mayor que
el que era capaz de soportar un humano, pero incluso él se sentía cansado ahora.
Ryana notó cómo las manos de Korahna se aflojaban y se volvió justo a tiempo
de sujetarla antes de que cayera.
—¡Sorak! —gritó.
Él se detuvo y se volvió; la contempló agotado.
—Korahna se ha desmayado —explicó ella.
—Suéltala —indicó él, regresando junto al kank.
Tomó a la princesa en sus brazos cuando Ryana la bajó con cuidado del lomo del
animal, tras lo cual la joven desmontó para colocarse junto a él y ayudarlo a
depositarla con suavidad sobre el suelo.
—Jamás creí que llegaría viva tan lejos —comentó la muchacha—. Yo apenas si
puedo mantenerme en pie.
—Fui muy egoísta al traerla con nosotros —asintió Sorak—. Habría estado mejor
con Torian.
—Ella dijo que prefería morir —repuso Ryana.
—¡Nos perderemos para siempre en este laberinto de roca! —se quejó Rovik.
—No haremos tal cosa —replicó Torian—. He observado el camino, y el rastro
pasa por aquí. Lo que es más, no pueden llevarnos más de una hora o dos de
delantera, como mucho. Estas huellas de kank están todavía frescas. Fueron en
dirección a ese fuego que vimos anoche.
—Pero ahora ya no hay fuego —dijo Rovik—. Lo que fuera, se ha consumido. Ya
no hay un faro que nos guíe.
—No, pero está a punto de amanecer, y el rastro resultará más fácil de seguir —
repuso Torian—. Dame otra antorcha.
—Esa era la última —contestó el otro—. Las restantes se fueron con nuestras
provisiones y aquellos desertores miserables.
—Ya me ocuparé de ellos cuando regresemos —aseguró el noble, arrojando los
restos chisporroteantes de la última antorcha al suelo con enojo.
—¿Qué pueden haber encontrado que arda aquí? —inquirió uno de los
mercenarios.
Sorak había decidido no esperar. Atacaría esta noche. En tres días más como máximo,
Torian llegaría a Gulg; y, cuanto más cerca estuviera de su ciudad, más a su favor
estarían las cosas. El aristócrata había realizado un gran esfuerzo para estar fuera de
las planicies al anochecer; él y sus hombres estarían cansados, y eso favorecía a
Sorak. No obstante, Torian también lo sabía, y por lo tanto esperaría un intento de
rescate. La única posibilidad que tenía el elfling de conseguirlo era llevar a cabo el
rescate de un modo que Torian no esperase.
Se retiró al interior ligeramente y dejó que Chillido se manifestara. Este nunca
hablaba si no era a los animales, y, si conocía el lenguaje de humanos, elfos o
halflings, jamás había dado señal de ello. Pero Chillido sabía cómo entrar en contacto
con las bestias. En las contadas ocasiones en que se manifestaba, prefería la compañía
de los animales y les hablaba sólo a ellos, nunca a ninguno de los otros miembros de
la tribu. Aquella entidad era más animal que humanoide, pero poseía la astucia de un
Desde lo alto de las colinas situadas a los pies de las Montañas Barrera, las planicies
se extendían hacia el horizonte occidental, como si se tratara de un mar infinito de
piedras desmenuzadas. Los tres viajeros se encontraban sobre un promontorio, un
risco de piedra que se alargaba como la proa de un barco sobre el desierto erial
situado a sus pies. Detrás de ellos, los árboles salpicaban las laderas, volviéndose más
numerosos a medida que se alzaban las montañas. Parecía casi un territorio
desconocido ahora.
—¿Es posible que hayamos atravesado todo eso? —se asombró Korahna,
observando desde el risco mientras el sol se ponía lentamente tras ellos, haciendo que