El Ser Humano y El Problema de La Existencia

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El ser humano y el problema de la existencia

En su relato La muerte de Ivan Ilich, el escritor ruso León Tolstoi narra los últimos días de un
viejo fiscal que, en su agonía, hace un repaso de su vida. Ivan Ilich recuerda sus estudios en la
Escuela de Jurisprudencia, sus esfuerzos por ascender socialmente y llegar al cargo de fiscal; las
horas que perdió angustiado por problemas de dinero o en reuniones hipócritas; la rutina del
trabajo diario en el tribunal; la manera en que el amor por su mujer se transformó en discusiones,
hastío y desilusión; la indiferencia de sus hijos.
Ivan Ilich se da cuenta de que, cuanto más avanzaba en su carrera y más rico se hacía, menos
sentido tenía su vida, y de que se encontraba con la gente más por interés que por amistad o
afecto.
Para encontrarle un sentido a su vida debe remontarse al pasado, a las caricias de su madre, a sus
juegos de infancia, a sus amigos de la niñez y la adolescencia.
En los momentos de crisis, en las situaciones límite, de enfermedad, de ruptura amorosa o de
pérdida de seres queridos, los seres humanos solemos preguntarnos sobre el sentido de la vida y la
muerte, sobre la relación con los demás y con el mundo. La antropología filosófica es una rama de
la filosofía que se pregunta: ¿qué es el hombre?
¿De dónde proviene? ¿Cómo comenzó el mundo? ¿Qué lugar ocupa el hombre temporal y
espacialmente en la inmensidad del universo? La palabra antropología proviene etimológicamente
de los términos griegos anthropos, que significa hombre o ser humano y logos que quiere decir
conocimiento. De manera que, la antropología filosófica se ocupa del conocimiento del ser
humano y de todo lo referente a él.
Muchas personas se plantean lo mismo que Ivan Ilich, sobre todo, en momentos críticos. Además,
esas cuestiones han sido tratadas por diversos filósofos a lo largo del tiempo.

Mitos sobre la creación del universo y del hombre

Los mitos y las religiones de todas las civilizaciones se preguntaron sobre el origen del hombre y
del mundo. Según la mitología griega, en un comienzo existía la Abertura, un vacío negro en el
que nada se podía distinguir y que se llamaba Caos. Luego apareció la Tierra, a la que los griegos
llamaban Gea. La Tierra no era un espacio oscuro como el Caos sino que tenía una forma. La
Tierra era aquello sobre lo que los dioses, los hombres y las bestias podían marchar con seguridad.
Nacido del Caos, el mundo tiene ahora un piso. Después de Caos y Gea aparece Eros, el amor
primordial. Y Tierra da a luz a dos seres muy importantes: Urano, el Cielo y sus estrellas y Ponto,
el agua.
El mundo se construye entonces a partir de tres entes: Caos, Gea y Eros, y dos entidades paridas
por Tierra, que las saca de sus profundidades, de su interior y las expulsa al exterior: Urano (el
cielo) y Ponto (el agua).
Más tarde, Urano y Tierra conciben a varios hijos, los Titanes, que no pueden salir de las
profundidades de la Tierra porque el Cielo que está sobre ella la cubre completamente. Una vez,
Cronos, uno de los Titanes que está dentro de ella y no puede ver la luz, castra a Urano. En el
momento de la castración, Urano grita, se aparta de Gea y se lanza a lo más alto del mundo,
desde donde jamás regresará. Como Urano tiene el mismo tamaño de Gea, de cualquier lugar del
mundo desde donde se alce la vista, se encontrará un pedazo equivalente de cielo.
La separación de Cielo y Tierra crea el espacio libre permitiendo el nacimiento de los seres vivos,
que tendrán un lugar donde respirar y vivir.
Los dioses son los descendientes de los Titanes, por lo tanto, de Cielo y Tierra. Es posible que los
hombres nacieran de Tierra. En los primeros tiempos de Zeus —dios que reinó sobre todos los
dioses, matando al resto de los Titanes—, los hombres eran siempre jóvenes, no conocían el
nacimiento ni la muerte, y convivían con los dioses. Después de miles de años, tal como habían
aparecido, los hombres se dormían y desaparecían. Los hombres no necesitaban trabajar, todos
los alimentos y las riquezas estaban a su disposición.

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Sin embargo, los dioses separaron los entes creados, y entonces, de los descendientes de la Noche
nacieron todos los males, la muerte, el asesinato, la mentira. Zeus reservó los males del mundo
para los mortales. Solo los dioses estaban exentos de desdichas y muerte. Los dioses ocultaban lo
que hace vivir a los hombres.

El ser humano en la Antigüedad

Concepción clásica del hombre: una visión cosmocéntrica

Esta consiste en afirmar que lo propio del hombre es su racionalidad. Su capacidad de raciocinio
es lo que los diferencia de los otros animales y lo pone por encima del resto de los seres de la
naturaleza.
Los griegos llamaban a la razón, logos, y lo consideraban parte de un logos superior, que era el
principio ordenador del universo. Y como el hombre participaba de ese logos, podía conocer el
cosmos. Pero para poder conocer las leyes que regían ese orden, debía apartarse del pensamiento
mítico.
Podemos decir que como resultado de esta concepción el pueblo griego dio a luz no sólo la
Filosofía, sino también la Democracia. Dotado de esta peculiar capacidad, el hombre estaba
llamado a reproducir ese orden cósmico en su vida cotidiana. Porque por su racionalidad el
hombre puede conocerse a sí mismo y también hallar reglas que lo ayuden a convivir con otros
hombres.
Una consecuencia de esto fueron las ciudades griegas llamadas Polis. La vida en ellas estaba
reglamentada de tal modo que todos los hombres libres y adultos participaban de las decisiones de
la ciudad Por ello es que Aristóteles define al hombre como zoon politikon (animal político). Esto
implicaba ser racional y tener la capacidad de la palabra. Ser hombre, era ser político, era
entonces formar parte de ese orden cristalizado en la vida de la polis.
Tal es la conexión de estas ideas que los griegos no consideraban hombres a quienes vivían fuera
de los muros de la ciudad.
Esta concepción clásica se reformula en la Modernidad. Luego de la Edad Media la razón deja de
ser considerada peligrosa si no estaba puesta al servicio de Dios.
Es nuevamente la luz que guía a los hombres en su búsqueda de conocimiento. Acontece lo que
Weber da en llamar la huida de los dioses de la tierra. El hombre recupera su libertad y es la
razón la que hace posible que adquiera su autonomía.
Dirá Kant «Atrévete a saber», a abandonar la minoría de edad, a pensar por vos mismo. Este es
el slogan de la Ilustración.
El hombre reivindica su vida en el mundo y lo recupera como fuente de conocimiento. Pero esta
vez es su razón el principio ordenador. El hombre es un microcosmos porque contiene en sí las
condiciones de posibilidad del conocimiento del universo.

Platón: dualidad y trascendencia

Los primeros hombres que filosofaron en Mileto, llamados filósofos de la naturaleza, en el siglo
VII a.C., se preguntaban por el ser y el origen de las cosas. Para ellos, había una materia primaria
o elemento de la naturaleza que había existido siempre y que estaba en todas las cosas y era el
origen de todo lo creado.
Para Tales de Mileto, ese elemento era el agua; para Anaxímenes era el aire; y para Anaximandro
el origen de todas las cosas era el apeiron o ―lo indefinido‖, una sustancia que no se podía definir
tan claramente como el aire o el agua.
Estos filósofos coinciden con Platón en que hay una ―esencia‖ en las cosas. Así, para Platón esa
esencia era eterna y divina, la del Mundo de las Formas o de las Ideas, una Idea de Hombre que
era el origen del ser humano sensible.

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Platón inaugura además, la dualidad del hombre: estar dividido en cuerpo y alma. En Fedón,
Platón relata la reacción de Sócrates cuando se lo condena a beber la cicuta, Sócrates dice que al
verdadero filósofo no le interesan —e incluso desprecia— placeres como las comidas, las bebidas,
el sexo, la adquisición de vestidos elegantes y todo aquello que sirve para satisfacer las
necesidades o embellecer el cuerpo.
Según Sócrates, la muerte permite que el alma se libere de la prisión del cuerpo. En ese sentido, el
filósofo ansía la muerte para que el alma pueda volver al Mundo Eterno y Divino de las Ideas.
Platón usa a su personaje Sócrates para exponer su pensamiento. Para Platón, la Idea de hombre
era más real que la del ser humano sensible, de carne y hueso que camina sobre la tierra. Por eso,
se dice que Platón era esencialista. Para él, el alma es de origen divino y deberá reencarnarse
hasta su purificación; solo entonces se librará de la cárcel del cuerpo. El cuerpo, para Platón, es
una carga de la cual hay que liberarse.

Aristóteles: unidad e inmanencia

Por el contrario, para Aristóteles, discípulo de Platón, el ser humano, la cosa sensible, llamada
sustancia primera (ousía) era real, tenía el estatus más alto de ontología. Esta sustancia está
compuesta de cuerpo (materia) y alma (forma), ninguno puede existir sin el otro. Por eso se dice
que su concepción es inmanentista.
Aristóteles, además, definía al hombre como animal político (zoon politikón). El término política
deriva del griego polis, que significa ciudad. En Grecia, cada ciudad era independiente de las
demás, tenía su propio gobierno y organización. Cada ciudad constituía lo que hoy llamaríamos
un Estado. De manera que el hombre, el ser humano, se diferenciaba del resto de los animales
porque era capaz de discutir y resolver los asuntos de la ciudad, para el bien común.
Pero en la Grecia antigua, no todas las personas podían reunirse en el ágora o plaza pública para
tratar asuntos políticos, solo podían hacerlo los ciudadanos que tenían estatus social y riqueza.
Los esclavos, las mujeres y los extranjeros no podían participar en política y debían ocuparse de
los asuntos domésticos. Por lo tanto, ellos no accedían al estatus de seres humanos.
En esa época y para Aristóteles, la esclavitud era considerada natural y los esclavos eran como
animales o cosas, propiedades vivientes a la manera de instrumentos útiles.

La vida y la muerte: dos concepciones

Sócrates (470-399 a.C.), maestro de Platón, fue condenado a muerte, acusado de pervertir con sus
ideas a los jóvenes. Antes de beber la cicuta pronunció estas palabras ante sus acusadores y
amigos: ―La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene
sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación, un
cambio de morada para el alma de aquí a otro lugar. Si es una ausencia de sensación y un sueño,
como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa... Pero es ya hora de
marcharnos, yo a morir, vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo
oculto para todos, excepto para el dios‖.
Para Epicuro (341-270 a.C.), el fin del hombre era el placer y la vida feliz. No había que temer a la
muerte porque la muerte era ausencia de sensación. Él escribió que ―La muerte no es real ni para
los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos,
éstos han desaparecido ya. A pesar de ello, la mayoría de la gente unas veces rehúye de la muerte
viéndola como el mayor de los males, y otros la invocan para remedio de las desgracias de la vida.
El sabio, por su parte, ni desea la vida ni rehúye el dejarla, porque para él vivir no es un mal, ni
considera que lo sea la muerte. Y así como de entre los alimentos no escoge los más abundantes,
sino los más agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino del más intenso
en placer‖. Según las anécdotas, momentos antes de morir de una indigestión, Epicuro se
sumergió en un baño de agua caliente y bebió una copa de vino puro, disfrutando así hasta del
último momento de su vida.

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El ser humano en la tradición judeo-cristiana

Para la concepción judeo-cristiana, expresada en la Biblia (vocablo que significa "los libros" y que
abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento), Dios existió siempre y creó el Cielo y la Tierra, el
universo y los seres vivos. Los hombres fueron creados a imagen y semejanza de Dios. El primer
hombre y la primera mujer, creada a partir de una costilla del hombre, fueron Adán y Eva y
habitaron el Paraíso llamado Edén junto con el Creador.
Sin embargo, los primeros seres no respetaron la prohibición de Dios de comer de un árbol del
Edén que contenía la Ciencia del Bien y del Mal. Desobedecer a Dios es pecado y por eso Adán y
Eva sufrieron la ―caída‖, es decir, la pérdida del paraíso, la inmortalidad y la gracia divina.
En la doctrina cristiana, los seres humanos recuperan la inmortalidad del alma gracias al
sacrificio de Jesucristo que murió en la tierra. A partir de entonces, el ser humano está
conformado por un cuerpo mortal y un alma inmortal. Para la tradición judeo-cristiana, el cuerpo
era el lugar del pecado; sobre todo en la Edad Media, se consideraba que los placeres corporales
ofendían particularmente a Dios. Pero, a diferencia de la tradición greco–latina, hay una
concepción monista —de ―mono‖, uno— de la naturaleza humana, no dualista.
Cuerpo y alma no son dos sustancias yuxtapuestas sino que constituyen una realidad única. El
alma no puede existir sin el cuerpo y el cuerpo no puede vivir sin el alma. Cuando el hombre
muere, el alma se separa del cuerpo; pero esa existencia es transitoria y antinatural.
Para el cristianismo, el alma volverá a su estado natural de unidad con el cuerpo en la
resurrección de la vida futura. La resurrección es tanto del cuerpo como del alma.
Uno de los pensadores cristianos más importantes de la Edad Media, considerado uno de los
Padres de la Iglesia Cristiana, fue San Agustín (354-430). Él postulaba que Aristóteles y toda la
filosofía antigua habían cometido un error fundamental: exaltar el poder de la razón como el
supremo poder del hombre. Pero, la razón, por sí sola, no conduce al camino de la verdad, la luz y
la sabiduría; sino que precisa de la fe.
Para San Agustín, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios; y en su estado original, tal
como salió de las manos de Dios era igual al Creador. Pero eso se perdió por el pecado de Adán. A
partir de entonces la razón se enturbió y necesita ser iluminada por la fe en Dios para volver a la
pureza y a la inmortalidad edénica anterior a la caída. La fe en Dios ilumina la razón y hace
posible la inteligencia.
Otro gran pensador medieval del cristianismo fue Santo Tomás de Aquino (1225- 1274). En
algunos planteos vuelve a las fuentes de la tradición aristotélica, y coincide con San Agustín en
que la razón humana es muy poderosa pero no puede hacer uso de sus poderes si no cree en Dios,
si no está guiada e iluminada por la gracia de Dios.

El ser humano frente al infinito

En Pensamientos, el filósofo cristiano Blaise Pascal (1623-1662) expresa su terror frente al


inmenso espacio del universo: ―¿Qué es un hombre en el infinito? (...) ¿Qué es un hombre en la
naturaleza? Una nada con respecto al infinito, un todo con respecto a la nada, un medio entre
nada y todo. Infinitamente distante de comprender los extremos, para él, el fin y el principio de
las cosas están insuperablemente escondidos en un secreto impenetrable y es igualmente incapaz
de ver la nada de donde ha sido extraído y el infinito donde está sumido‖. Sin embargo, para este
filósofo el reconocimiento de la pequeñez y la insignificancia del ser humano era también su
grandeza.
Ahora bien, ¿por qué la insignificancia de los animales es vista como natural mientras que los
humanos se sienten miserables frente a ella? Pascal encuentra la respuesta en que los seres
humanos vivieron en el Paraíso y tienen conciencia de su caída, y de haber sido anteriormente
inmortales y poseedores de la gracia de Dios. Esa conciencia es posible gracias a la razón, al
pensamiento.

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Sin embargo, Pascal coincide con San Agustín en que la razón no es suficiente sino que el hombre
precisa de la fe para explicar la realidad. La fe no puede ser explicada. De allí deriva uno de los
pensamientos más célebres de Pascal: ―El corazón tiene razones que la razón no comprende‖.

El ser humano en la Modernidad

Descartes y el ser humano como cosa que piensa

El Renacimiento, el primer período de los tiempos modernos, se caracterizó por situar al hombre
en el centro del universo (antropocentrismo). Fue una crítica al teocentrismo medieval. Este
movimiento filosófico, intelectual y artístico realzó el mundo sensible y la naturaleza. El ser
humano dudó respecto de las creencias religiosas sobre las que se sustentaba el mundo moderno.
Sin embargo, las concepciones dualistas (distinción entre cuerpo y alma), continuaron su
tradición en uno de los filósofos paradigmáticos de la Edad Moderna: René Descartes (1596-1650).
Este pensador concibe al hombre como ser que piensa. Su afirmación más conocida es Cogito, ergo
sum (Pienso, luego existo).
Descartes estaba convencido, como Platón, de la distinción entre materia
y espíritu. Para él hay dos formas de realidad o sustancias: el pensamiento
o alma y la extensión o materia. Sólo el ser humano tiene alma y el
pensamiento es totalmente libre con respecto a la materia.
El filósofo planteaba además la existencia de Dios a partir de pruebas que
consideraba veraces. La primera es que todos los seres humanos tienen la
idea de un ente perfecto o Dios. Todos pensamos alguna vez en la
existencia de un ser perfecto y superior a los demás.
Esa idea de Dios tiene que haber sido producida por algo o alguien, ya que
nada se produce de la nada. Para Descartes es evidente que la idea de un
ser perfecto no puede provenir de los seres humanos, ya que somos imperfectos, por lo tanto, tiene
que provenir de un ser perfecto.
La segunda prueba es que, si las personas tienen la idea de un ente perfecto, a ese ser no le puede
faltar nada ya que si le faltase algo sería imperfecto. Si al ente le falta existencia es imperfecto.
Por lo tanto, siguiendo el razonamiento de Descartes, el ser al que se llama Dios y se caracteriza
por la perfección tiene necesariamente existencia. Dios es una sustancia pensante infinita,
diferente del hombre que es una sustancia pensante finita, es decir, con principio y fin.

La concepción de los filósofos del derecho natural moderno

Se denomina filósofos del derecho natural o iusnaturalistas a un grupo de pensadores de los siglos
XVII y XVIII que sostenían que hay una serie de derechos naturales propios de los seres
humanos que todos poseemos. Creían fervientemente en la razón como elemento que conformaba
el universo, la naturaleza y la cultura otorgándoles armonía. Estos filósofos también fueron
denominados contractualistas porque utilizaron la metáfora del ―contrato social‖ para explicar y
legitimar el surgimiento del Estado Moderno, esto es, la formación del Estado como resultado del
acuerdo de voluntades.
El primero de ellos, el inglés Thomas Hobbes (1588-1679), después de
hacer un minucioso estudio de la fisiología, las capacidades, los sentidos,
la imaginación y la razón del hombre, llegó a la conclusión de que el ser
humano es una realidad única e indivisible compuesto exclusivamente de
partículas de materia. Y que su conciencia o alma se debe a los
movimientos de partículas minúsculas en el cerebro. No hay por lo tanto,
para Hobbes, división entre cuerpo y alma. Todo es materia que busca el
placer y huye del dolor.
Por otra parte, para Hobbes, todos los hombres son, considerados en su conjunto, iguales por
naturaleza. Señala que si bien, a primera vista, un hombre es más fuerte de cuerpo u otro más

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sagaz de entendimiento que los otros, el más débil tiene suficiente fuerza para matar al más fuerte
por medio de artimañas o uniéndose a otro; de igual manera, la inteligencia puede adquirirse a
través de experiencias.
Todos los hombres tienen en común, además, el hecho de valorar sus propios talentos y
menospreciar los de los semejantes.
Esa igualdad de los seres humanos en cuanto a su capacidad, trae como consecuencia la igualdad
de esperanza respecto del logro de sus objetivos. Esto, sumado al egoísmo, la envidia y la
ambición, también naturales del hombre, provoca que, si dos hombres desean la misma cosa y no
pueden disfrutarla ambos, se transforman en enemigos.
El hecho de que los bienes en la tierra sean limitados, pone potencialmente a cada ser humano en
una situación de deseo respecto de los bienes de otros. Como consecuencia, para Hobbes, se llega a
una situación de guerra potencial y real, una guerra de todos contra todos. El temor a la muerte y
el deseo de las cosas necesarias para una vida confortable hace que los hombres pacten entre sí
para conformar las sociedades y los Estados. Es decir que lo único que une a los hombres en
sociedad es el instinto de conservación.

La concepción del hombre de Rousseau

Al contrario del pensamiento de Hobbes, los otros contractualistas


clásicos, John Locke (1632-1704) y Jean–Jacques Rousseau, no creían
que el ser humano fuera naturalmente egoísta ni que solo le importara
su autoconservación. En la primera parte de su Discurso sobre el origen
de la desigualdad, Rousseau afirma que el hombre era originaria y
naturalmente un animal puro y solitario que respondía a su instinto,
sin más ocupación que satisfacer sus necesidades físicas. No era bueno
ni malo y no tenía vicios ni virtudes.
En la segunda parte, Rousseau describe un estado intermedio entre la
brutalidad de los tiempos primitivos y la civilización actual, que es el
más feliz de todos, ya que los hombres gozaban libremente entre sí de
las alegrías de la relación mutua. Pero con la división del trabajo y la
propiedad privada, la igualdad natural entre los hombres desapareció
y el hombre se volvió malo a causa de los explotadores del pueblo y al robo de los ricos.
De estas premisas parte Rousseau para elaborar su otra obra: El contrato social, es decir, el pacto
entre los hombres que permita la instauración de un Estado justo que termine con las
desigualdades instituidas. Para ello es necesario un Estado o un pacto social que asegure la
asociación de todas las personas para conformar una sociedad civil, y al mismo tiempo, que el ser
humano conserve su libertad.
Para Hobbes, la libertad impulsaba al ser humano a desear abarcarlo todo y a violar la libertad
de los demás. En cambio, para Locke y Rousseau, la libertad es la voluntad de decidir y actuar
entre todos, dejando de lado los impulsos físicos y los deseos, en beneficio de la voluntad general.
La libertad civil es entonces posible, solo si es libertad moral, libertad para todos que no viola los
derechos de nadie, sino que por el contrario los defiende.
Para Rousseau, además, la piedad es un sentimiento natural del hombre que lo diferencia del
resto de los seres vivos. A la vez que modera su egoísmo, contribuye a la conservación mutua de
toda la especie. La piedad es la que moviliza al ser humano a ayudar a quien está sufriendo.

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Kant y el hombre moral

El filósofo alemán Immanuel Kant, cuyo pensamiento es modelo de la


modernidad, incluyó en el Manual que contiene sus cursos de lógica, las
cuatro preguntas fundamentales, que a su juicio debe hacerse la filosofía:
1) ¿Qué puedo saber?
2) ¿Qué debo hacer?
3) ¿Qué puedo esperar? y
4) ¿Qué es el hombre?

A la primera pregunta responde la metafísica, a la segunda la ética o moral, a la tercera, la


religión y a la cuarta, la antropología. Pero señala que todas estas disciplinas se podrían agrupar
en la antropología, es decir, que las tres primeras cuestiones convergen en la última, que es
considerada una disciplina filosófica fundamental. En la Crítica de la razón pura Kant define a la
antropología filosófica como la antropología que se ocupa de las cuestiones fundamentales del
filosofar humano.
Como Pascal, Kant se hallaba fascinado por la infinitud del universo y el lugar que tenía el
hombre en él. ―Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre y cada vez más
grandes cuanto más reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado que está sobre mi cabeza y la ley
moral que hay en mí‖, escribió.
La contemplación del cielo estrellado por medio de los sentidos hacía reflexionar a Kant sobre la
inmensidad del universo y sobre los tiempos ilimitados que marcan el movimiento de los mundos
y los sistemas. Al mismo tiempo, la innumerable multitud de mundos le hacía pensar en la
pequeñez del ser humano, en la insignificante importancia de esta criatura animal que cuando
muere debe devolver su materia al planeta del cual salió (un planeta que es apenas un punto en el
universo) después de haber consumido energía por un breve tiempo.
Para Kant, la ley moral es una ley universal que rige para todos los hombres, y que reconoce la
dignidad del ser terrenal dotado de razón, es decir, del ser humano. La ley moral diferencia a las
personas de los animales y le da un sentido a la existencia, más allá de las condiciones y los límites
materiales.

El hombre alienado

Para el filósofo alemán Karl Marx (1818-1883), el hombre, el sujeto real


de carne y hueso, es un ser perfectible, un ser que siempre tratará de
perfeccionarse y progresar. La imaginación y la creatividad del hombre
son potencialmente infinitas. Sin embargo, en el momento en el que
Marx escribe, se consolida el capitalismo y el desarrollo de las fábricas.
Los obreros que trabajan en ellas largas jornadas pasan la mayor parte
de su tiempo encerrados y privados del sol, el aire y el cariño de sus
semejantes.
Para Marx, lo que distingue al hombre de los animales es el trabajo, el
hecho y la capacidad de usar la razón y la imaginación para tomar un
objeto de la naturaleza y convertirlo en algo nuevo, es decir, crear algo. Pero, durante el
capitalismo, el hombre como obrero no produce algo nuevo, sino
que produce en serie. No produce todo el objeto, solo una parte.
Eso lo obliga a repetir durante horas y horas de la mayor parte de
su vida, el mismo movimiento rutinario. En ese sentido, el hombre
se confunde con la máquina, y por eso, una de las escenas que más
significativamente ejemplifica esta situación es una de la película
Tiempos modernos en la que Charles Chaplin está acostado sobre la
cadena de montaje o sobre el reloj. El ser humano se transforma en
un autómata, un robot domesticado útil y dócil.

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Según Marx, el ser humano, en el capitalismo, está alienado. Es decir, está ―separado de‖,
―privado de‖, privado y separado justamente de sus facultades propiamente humanas, de la
imaginación y la creación, de su voluntad y de sus deseos.
A diferencia del artesano medieval que podía verse reflejado en su obra, satisfecho de lo que había
fabricado, el obrero es desdichado en su trabajo. Crea un mundo de mercancías que no le
pertenece a él, sino al capitalista, y que son el símbolo de las personas que lo explotan. Crea
mercancías que después no podrá disfrutar ya que el salario solo le alcanza para satisfacer sus
necesidades fisiológicas. El trabajo era, como en las cárceles, trabajo forzado. Por eso, en cuanto
puede, el obrero huye del trabajo como se huye de la peste.
Según esta descripción, se llega a una situación que Marx relataba de la siguiente manera: ―En
consecuencia, el obrero no se afirma en su trabajo, sino que se niega; no se siente cómodo sino
desventurado; no despliega una libre actividad física e intelectual, sino que martiriza su cuerpo y
arruina su espíritu... El obrero solo tiene la sensación de estar consigo mismo cuando está fuera de
su trabajo, y cuando está en su trabajo, se siente fuera de sí. Está como en su casa cuando no
trabaja; cuando trabaja no se siente en su casa‖. Es decir que se siente un animal cuando hace lo
que es propio del humano: trabajar; en cambio se siente un ser humano cuando en su casa realiza
las actividades propias del animal: comer, procrear y dormir.
Marx soñaba un mundo donde los seres humanos pudieran ser felices en lo que hicieran, donde
cada uno pudiese ir y volver feliz a su trabajo y sentirse realizado.
La concepción marxista de la religión: Para Marx, no había nada que trascendiera al hombre. Es
decir, no había como en el caso de la filosofía platónica o del mundo cristiano, un Mundo de las
Ideas que era más real que el mundo sensible o un Paraíso adonde los hombres iban a vivir felices
después de la muerte. En este sentido, Marx realizó una crítica a la religión. Escribió que la
religión era el opio de los pueblos. Con ello quería significar que, así como el opio tiene un efecto
narcótico sobre los hombres, la religión también los mantenía dormidos respecto de la situación de
explotación y miseria en la que vivían.
Para Marx, el Paraíso debía realizarse en la tierra y para ello era necesario que todos los hombres
fueran iguales, dejaran de ser explotados en el trabajo y económicamente, y pudiesen desplegar
sus capacidades creativas. Cuando eso ocurriera, no haría falta que las personas se ilusionasen con
la creencia en otro mundo, ya que disfrutarían de esta vida y las religiones desaparecerían al
perder su razón de existencia.

El superhombre de Nietzsche

Una de las frases más conocidas de Nietzsche es ―Dios ha muerto‖. Con


ello no se refería solamente al Dios cristiano sino también a cualquier
ente trascendente o instancia superior. Era una crítica a la religión pero
también a la filosofía occidental que señalando al Mundo de las Ideas o
al cielo, había dado la espalda al mundo real. No existía un más allá o
un Ser más allá del ser humano real de carne y hueso, por eso la filosofía
nietzcheana exalta la vida humana terrenal, la corporalidad, la
creatividad y la potencialidad, la risa, el canto y la danza, la felicidad
de la vida efímera. ―Sed fieles a la tierra‖, es el consejo nietzscheano,
―No escuchéis a aquellos que ofrecen promesas celestiales.‖
El universo es desértico y carece de dioses, el hombre está solo y por lo
tanto debe crear su propio sentido del mundo. Nietzsche ataca a los débiles, los desesperados, los
sacerdotes, a los que necesitan de un más allá; para él, todos ellos sienten aversión contra la vida.
Y les contrapone el hombre que ama poderosamente la existencia y que frente al abismo de la
nada siente todo el poder de su potencia creadora. Es el superhombre o el ultrahombre, aquellos
seres geniales que podemos ser todos y que deben destacarse. Otro de los lemas nietzscheanos es
ser únicos e irrepetibles como una obra de arte llena de belleza frente al rebaño en que parece
haberse convertido la humanidad.

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La concepción del hombre después de las guerras mundiales

El siglo XX fue uno de los más violentos de la historia de la humanidad. Luego de las dos guerras
mundiales, los genocidios, los campos de concentración y exterminio, los fascismos, los
terrorismos de Estado, la desaparición y muerte de personas en las dictaduras latinoamericanas,
los filósofos más que nunca comenzaron a preguntarse: ¿qué es el hombre? Uno de ellos, después
de la Primera Guerra Mundial y el violento asesinato de su amigo, el anarquista Gustav
Landauer, fue Martin Buber.

El Yo-Tú de Martin Buber

En su libro Yo y tú, el filósofo judío Martin Buber concibe al hombre ya no


como el ser individual del iluminismo y del mercado, sino como un ser que solo
puede pensarse en relación con los otros, desde el nacimiento hasta la muerte.
El ser humano establece básicamente dos tipos de relaciones o, dicho de otra
manera, tiene dos actitudes ante el mundo. Esta doble actitud se manifiesta
en dos pares de palabras que pronuncia: Yo–Ello y Yo–Tú.

La relación Yo–Ello o Yo-Eso es la que predomina en las sociedades


contemporáneas. El otro aparece como objeto, como una cosa más en un
mundo cosificado y mercantilizado. Es una relación que no tiene en cuenta al
otro más que para usarlo, dominarlo, controlarlo o hacer que nos escuche. El Yo–Ello está
motivado por un interés en la relación. La relación Yo–Ello es la que posibilita el mundo material
y es necesaria, pero una vida en la que predomine este tipo de relaciones no es la vida de un ser
humano.
En cambio, el par de términos Yo–Tú designa una relación de persona a persona, de sujeto a
sujeto, una relación mutua que supone el encuentro. En ese encuentro, cada una de las personas
desaparece y lo que importa es la relación, el lazo que las une. Cada una de ellas respeta y valora
los sentimientos de la otra.
Para ejemplificar los dos tipos de relaciones, Buber cuenta una anécdota de cuando era
adolescente. Mientras pasaba un verano en el campo de sus abuelos, vivió una experiencia que,
con los años, consideró esencial para explicar los orígenes de su filosofía del diálogo.
Cada vez que podía, Buber entraba en el establo para acariciar gentilmente el cuello de largo
pelambre con manchones grises de su caballo adorado. La experiencia era, para él, más que
agradable. Era un acontecimiento amistoso y profundamente conmovedor. Antes de que le diera
de comer, el caballo irguió delicadamente su maciza cabeza, movió las orejas y resopló con
suavidad, como dando una señal que solo él podía reconocer.
Sin embargo, el encuentro entre el animal y el adolescente Buber no duró mucho tiempo. En otra
ocasión, mientras lo acariciaba, Buber se sorprendió al percibir y prestar más atención a su propia
diversión y a la conciencia de su mano sobre la piel del animal que a la entrega del encuentro con
el otro. Al día siguiente, el caballo ya no irguió su cabeza cuando Martin lo acarició. El momento
mágico del encuentro se había esfumado.
Se pasó entonces de una relación Yo–Tú a una relación Yo–Ello. La relación Yo–Ello es la que se
interesa por las propias sensaciones más que por la sensación surgida de la relación con el otro.
Muchas veces, señala Buber, las relaciones entre los seres humanos comienzan siendo Yo–Tú, pero
después la rutina o suponer que se conoce totalmente al otro, hace que ya no se lo escuche y que
cada persona se repliegue sobre sí misma y se pierda la riqueza de experimentar el encuentro con
otros.
La relación Yo–Tú implica también una relación divina e inmortal. Cada encuentro que se tiene
con otro ser humano u otro ser u objeto de la naturaleza es una relación con Dios, porque, para
Buber, Dios está en todas partes. Hay chispas de Dios en todos lados.

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Para Buber es posible la relación Yo–Tú entre las personas y entre los seres humanos y toda la
naturaleza, ya sea animada como en el caso del caballo o de un árbol, o inanimada como una roca
o un trozo de mica.
En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), mientras centenares de miles de
hombres se masacraban entre sí y otros millones eran llevados a campos de concentración y
cámaras de gas, Buber se volvió a preguntar, en su libro homónimo: ¿Qué es el hombre? Y
respondía: ―El hecho fundamental de la existencia humana no es ni el individuo en cuanto tal ni
la colectividad en cuanto tal. Ambas cosas, consideradas en sí mismas,
no pasan de ser formidables abstracciones. El individuo es un hecho de la existencia en la medida
en que se edifica con vivas unidades de relación. El hecho fundamental de la existencia humana es
el hombre con el hombre. Lo que singulariza al mundo humano es, por encima de todo, que en él
ocurre entre ser y ser, algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza‖.

La banalidad del mal

En 1961, The New Yorker, uno de los diarios más importantes de los
Estados Unidos, contrató a la filósofa estadounidense-alemana
Hannah Arendt para cubrir el juicio del criminal nazi fugitivo Adolf
Eichmann. Había sido capturado en la Argentina por el servicio secreto
israelí y fue trasladado a Jerusalén donde se lo juzgó, condenó y
finalmente, ejecutó.
Las notas periodísticas de Arendt fueron publicadas más tarde en el
libro Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal.
Arendt retrató a Eichmann como una persona común, como un ser
humano igual a quienes había perseguido y exterminado, que no pudo
reflexionar acerca de la naturaleza criminal de sus acciones,
considerando semejantes a sus víctimas. Eichmann no era un monstruo sino una persona común y
corriente que repetía frases hechas y se presentaba como un ciudadano respetuoso de la ley. La
forma de pensar del criminal nazi representaba para Arendt lo que ella denominó banalidad del
mal, es decir, el hecho de que el mal (tal como siempre se lo había pensado en Occidente y tal
como se desprendía de las acciones realizadas por Eichmann) había perdido toda profundidad,
todo carácter extraordinario y se había
transformado en algo banal, es decir, común y
corriente, ―normal‖.
Sostiene Arendt que la aparición de estos
criminales ―irreflexivos‖ (que no pueden ver en
sus víctimas a sus iguales y que necesitan
quitarles toda dignidad para degradarlas,
torturarlas y exterminarlas) y de los campos de
concentración y exterminio, sólo fue posible en
sociedades en las que, como las actuales, los
hombres se habían tornado superfluos. La condición de superfluo supone la falta de
espontaneidad, la conversión de las personas en máquinas, la alienación del hombre como la
describía Marx: la animalidad de ese ser humano despojado de toda imaginación y creatividad.

El sujeto posmoderno

Michel Foucault, uno de los filósofos franceses más influyentes de la segunda


parte del siglo XX, consideraba que el sujeto moderno es una construcción
social. A partir de lo que Foucault llamaba saber o criterios de verdad propios
de cada época histórica y de los aparatos de encierro paradigmáticos de la
modernidad (escuelas, cárceles y fábricas), la sociedad burguesa procura
construir sujetos uniformes y obedientes.

Filosofía- Unidad N°2- La pregunta por el hombre- Inst. El Obraje- Prof. Maximiliano Sliakonis Página 10
El saber está relacionado con los enunciados que se consideran verdaderos en cada época
histórica. Así, por ejemplo, cuando Galileo Galilei enunció su teoría de que la tierra giraba
alrededor del sol, y no al revés, tuvo que desdecirse de su afirmación para no ser quemado en la
hoguera por la Inquisición, como Giordano Bruno. Su verdad no coincidía con el saber ni con la
verdad de esa época, en la cual el saber o la verdad eran principalmente de carácter religioso. El
saber siempre está relacionado con el poder, con aquellos sectores beneficiados por las relaciones
de poder.
Desde el siglo XVII, a partir del modelo de la cárcel, comienzan a consolidarse la escuela, el
hospital, la prisión y la fábrica donde transcurre la mayor parte de la vida de las personas en los
siglos siguientes. Las sociedades modernas se vuelven, según Foucault, vigiladoras y
disciplinarias. Desde la escuela, el primer aparato de encierro, se vigila al niño para sujetar sus
fuerzas y su imaginación, para que no se diferencie de los demás. Se controlan sus movimientos
para que sea útil, dócil y productivo al sistema capitalista. Se lo prepara para que obedezca al
ritmo de las campanadas como luego tendrá que obedecer al ritmo de las sirenas.
Se modela su cuerpo y se cincela su corazón. En el tiempo histórico del capitalismo, se trata de
vigilar qué hace el sujeto con su tiempo, porque hay que prepararlo para que produzca. Es decir,
según Foucault, la escuela constituye, de alguna manera, la preparación para el mundo de la
fábrica. Y las anormalidades serán subsanadas ya sea en el hospital o en la cárcel.
Este filósofo propone una estética de la existencia como forma de resistir a las sociedades
normalizadoras. Como lo hizo Nietzsche. Esto es, hacer de cada vida una obra de arte. Que cada
día sea diferente de los demás, pleno de belleza, y que los seres humanos no seamos rutinarios ni
parecidos los unos a los otros.

El hombre es el ser mortal

Las tumbas más antiguas que se conocen tienen más de 40000años y


corresponden al hombre de Neandertal. Diversas formas de ubicar al
muerto en ellas, y la colocación de diversos objetos (alimentos, armas,
etc.) dan cuenta d ela preocupación del hombre por la muerte. El ser
humano se angustia ante la presencia de la muerte; la siente como un
problema que afecta y condiciona su vida.
El filósofo español Fernando Savater señala que la conciencia de la
muerte es lo que distingue al hombre de los demás animales. De algún modo, sólo los seres
humanos son mortales pues son los únicos que saben que van a morir. Ser mortal, según este
autor, es saberse mortal.
La muerte es para el ser humano algo mucho más significativo que un fin biológico. La muerte no
es algo que se encuentra solamente en el futuro, sino que es algo que nos preocupa y que está
presente en nuestras vidas. Y porque sabemos que vamos a morir, también sabemos que estamos
vivos.
Las plantas y los animales no están vivos en el mismo sentido en el que estamos nosotros.
Nosotros, además de vivir, pensamos en la manera en cómo nos conviene vivir. Pensamos en
nuestra vida porque la certeza de la muerte es lo que hace que la vida sea tan importante, más
allá de un instinto de conservación. Todas las tareas y empeños de nuestra vida son formas de
resistencia ante la muerte.

Unidad y dualidad

La complejidad de lo humano ha sido pensada de múltiples formas. Estas pueden clasificarse


según el criterio de unidad o dualidad, que señala la relación existente entre su aspecto material,
corpóreo y su aspecto inmaterial, espiritual.
Las posiciones van desde pensar que lo único que existe es el pensamiento y que todo lo que
consideramos materia es un producto de nuestra capacidad de pensar e imaginar, como es el caso

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de Malebranche; hasta sostener que lo único que existe es materia, y que el pensamiento no es
más que el resultado de cálculos de adición y sustracción, y que las acciones humanas no son más
que movimientos generados por fuerzas de atracción y repulsión, como el caso de Hobbes.
El hombre para los griegos era un compuesto de alma y cuerpo. El cuerpo mortal era la cárcel del
alma, que inmortal padecía estar atrapada en un mundo imperfecto y corruptible. El cuerpo era
la ocasión, el medio para reconocer en este mundo, la perfección del mundo olvidado.
También la tradición judeo-cristiana reeditó esta postura. Pero esta vez el alma, en vez de
pertenecer al mundo de las ideas, retornaría junto a su dios creador.
Pero será Descartes quien eternizará el dualismo. A diferencia de los griegos, el cuerpo será
pensado ahora como el límite de la individualidad, que será irrebasable. Recordemos que para los
griegos el hombre formaba parte de un orden cósmico y que era considerado hombre cuando sus
iguales lo reconocían como tal.

«Pero me detendré más bien a considerar aquí los pensamientos que se me presentaban antes por sí
mismos en mi espíritu y que no me eran inspirados sino por mi propia naturaleza, cuando me aplicaba
a considerar mi ser. Consideraba, por lo pronto, que tenía un rostro, manos, brazos, y toda esta
máquina compuesta de hueso y de carne, tal como se presenta en un cadáver, que yo designaba con el
nombre de cuerpo. (…)Yo no soy, pues, hablando con precisión, más que una cosa que piensa, es
decir, un espíritu, un entendimiento o una razón.» René Descartes, Meditaciones Metafísicas

Además de extremar la heterogeneidad de los elementos que componen lo humano, y de asignar


las desventajas al cuerpo, éste es reducido sólo a extensión. El cuerpo no es racional. Se tiene, se
posee un cuerpo y es considerado la parte menos humana del hombre.
Así el cuerpo en la modernidad es abandonado al campo de las ciencias que estudian los cuerpos
físicos. El cuerpo no se necesita para pensar. El alma en él es algo así como un fantasma en una
máquina.
Más allá de los modos de pensar esta relación, podemos afirmar que el hombre es indiscernible del
cuerpo, que es el que le otorga sensibilidad y su posibilidad de existencia en un mundo también
material.
Marcel afirmará «No poseo un cuerpo, soy un cuerpo». No puedo ser sin él, no puedo vivir el
mundo sin él. Para Arendt el cuerpo es el modo de identificación, sabemos quiénes somos porque
somos un todo (cuerpo y pensamiento fundidos en una sola identidad).
Para Sartre, sin el cuerpo, sin el rostro, sin los ojos que hacen posible la mirada, el hombre no
existiría. Vivir es vivir un cuerpo.

Necesidad y Libertad

La Antropología Científica tiene como objetivo poder explicar el fenómeno de lo humano. Poder
establecer las causas de su origen y poder formular leyes que válidas para todo tiempo y lugar,
nos ayuden a predecir sus actos: a esto se llama determinismo.
Esto es coherente con el afán científico: la búsqueda de la verdad, de una verdad y la confianza de
que es posible descubrirla. Una vez establecidas las causas de lo humano, será posible establecer
con rigurosidad las consecuencias de ello, sus efectos se darán de manera necesaria.
El hombre es estudiado como un cuerpo más de la naturaleza. Sus acciones son explicadas como
se explica la caída de los cuerpos: una vez establecidas las condiciones iniciales, no hay lugar para
excepciones.
Pero esta proyección del modelo científico-mecanicista sobre la vida de los hombres es
inapropiada. Aunque no es exclusividad del modelo científico el cuestionamiento del libre
albedrío. También la concepción judeo-cristiana pone en tela de juicio la libertad humana,
afirmando que el hombre está sometido a un orden superior y que forma parte de un plan divino
trazado previamente.
El hombre no debe ser explicado (por lo menos, no exclusivamente). El hombre también debe ser
comprendido. Esto implica captar el sentido de sus actos. Comprender que el hombre no es

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predecible, porque el hombre es dueño de sus actos y cada uno de ellos es un completo acto de
creación libre.

Si le damos a dos hombres un hacha y los dejamos solos en el bosque: ¿harán lo mismo? ¿Quién
puede predecir con seguridad qué hará cada uno? Tendrá que tenerse en cuenta cuál fue su
pasado, su historia de vida. Pero, si son gemelos que han recibido la misma educación, ¿harán
exactamente lo mismo?
Sin duda, hay aspectos de la vida humana que están sometidos a las leyes de la naturaleza, ya que
posee un cuerpo que participa de ella. Pero su realidad es mucho más compleja e insondable que el
mundo físico.
Por ello es que la Antropología Filosófica no busca la verdad, sino poder hallar el sentido de las
acciones, es decir, comprenderlas dentro de un flujo temporal, ver su pasado, y cómo se orientan y
dirigen hacia el futuro.
Será siempre, el de la libertad, una solución particular relativa a tiempo y espacio, propias y
resultado de un sistema de ideas.

Esencia y Existencia

La esencia en el sentido más tradicional es aquello que hace a una cosa ser lo que esa cosa es o sea
aquello sin lo cual esa cosas no sería lo que es. La respuesta a la pregunta acerca de qué es algo
encierra la esencia de ese algo, aquello en que ese algo consiste.
La esencia expresada de manera correcta es la definición.
La existencia se distingue de la esencia, como el hecho de que esa cosa sea se distingue de la
naturaleza de una cosa. La existencia parece algo así como un plus que se añade a la esencia, una
especie de complemento mediante el cual la cosa llega a ser real.
Así contrapuestos, la esencia se presenta como lo abstracto frente a la existencia que se daría
como algo más real y concreto. No podemos concebir la existencia de algo sin pensar en ese algo
como existente, pero podemos concebir la esencia de una cosa que no existe.
En el pensamiento contemporáneo se designa con esencialismo a aquellas teorías filosóficas que
afirman el primado de la esencia (ya porque consideren éstas que la esencia es previa a la
existencia, o porque en todo caso reduzcan ésta a aquella).
En el caso de la pregunta por el hombre, trata de buscar la naturaleza del hombre, la
característica que lo defina de una vez y para siempre, una definición de lo que el hombre sea,
válida para todo tiempo y lugar.
Busca descubrir una estructura fija, objetiva, permanente e inmutable, aquello que todos los
hombres tengan en común y que nos sirva para reconocer qué es un hombre y que no lo es.
Max Scheler en El puesto del hombre en el cosmos, se opone a la concepción cientificista del hombre.
En este trabajo afirma que en los seres vivos es posible establecer cuatro grados de desarrollo.
El primer grado es el impulso afectivo, sin conciencia, propio de las plantas. El segundo grado es
el instinto. El tercer grado es la memoria asociativa, manifestada en una inteligencia práctica,
presente en los mamíferos superiores.
El último grado, es lo que Scheler llama espíritu, y que está en el hombre. No implica una
diferencia de grado, sino que es una diferencia esencial. El espíritu es lo que diferencia al hombre
de los animales
Las características del espíritu son la libertad, que lo convierte en un ser moral y la objetividad,
que lo hace capaz de conocer el mundo y a sí mismo. Pero la consecuencia más significativa es que
tener espíritu, hace al hombre un ser religioso.
Scheler nos dice que ser hombre es tener espíritu, es ser capaz de un pensamiento religioso. Esto
pone al hombre en un lugar de privilegio en el cosmos.
Ernst Cassirer en su libro Antropología Filosófica trataba lo específico del hombre como el
resultado de procesos de adaptación a su medio ambiente. El hombre (al igual que el resto de los
animales) responde a los estímulos del medio y así descubrió que es capaz de un sistema de

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símbolos. Es el lenguaje un sistema simbólico que se encuentra mediando la relación del hombre
con el mundo y con los otros hombres.
En un intento por completar la definición clásica del hombre como un ser racional, Cassirer
propone pensarlo como un animal simbólico. Es que la definición de racional es insuficiente para
expresar toda la originalidad de la existencia humana. El hombre es capaz de ciencia, de religión,
de arte, de cultura y todos estos quehaceres humanos, tienen en común ser expresados en sistemas
de símbolos. Porque el hombre ha quebrado su relación directa con el mundo, y, estas prácticas,
son una instancia de mediación entre él y el universo.
El término existencialismo alude a aquellas concepciones filosóficas contemporáneas que
sostienen que la existencia es anterior a la esencia, entendiendo que la existencia es únicamente
humana.
Existir deriva del latín ex-sistere, sistere significa mantenerse, estar colocado y ex designa la
procedencia, el afuera. Para Kierkegaard (como para casi todos los existencialistas) la existencia
designa al individuo concreto y único, no como algo acabado, sino como una tarea a realizar.
Para Heidegger el rasgo fundamental del hombre es su ser abierto, el hombre es apertura. El
hombre no necesita entrar en relación con el mundo: es esa relación. El hombre es ser-en-el-
mundo.
La existencia para Heidegger es ese ser-fuera-de-sí que es la existencia humana, el ser un
proyecto, una X vacía, el estar inacabado, ese estar siempre por hacerse, estar abierto a un
mundo.
Al igual que Sartre, piensa que el hombre es un ser arrojado en el mundo que lo precede, en un
tiempo y lugar que no elige, pero vive en un mar de posibilidades que lo hacen irremediablemente
libre. El hombre comienza por no ser nada. Es proyecto, flecha disparada en el flujo temporal. No
puede detenerse, ni volver atrás. No permanece inmóvil, es siempre distinto.
El hombre no tiene naturaleza, no tiene esencia, empieza por no ser nada. El hombre nace siendo
nada, lo único que tiene es la existencia y debe en la vida lograr su esencia. Para el existencialista,
la existencia precede a la esencia. El hombre debe inventarse a sí mismo. Su único carácter es el
de la libertad.
Como contrapartida a esta indeterminación, a esta extrema libertad, el hombre es también el
único responsable de lo que haga con su vida. Esta conciencia de libertad y ante la obligación de
hacerse a cada paso, generan en el hombre el sentimiento de angustia.
Es la conciencia del desamparo, del vacío, de la responsabilidad de tener que decidir qué hombre
queremos ser. Ya no hay destino que nos libere de tomar decisiones, ni de responsabilidades. El
hombre se da su esencia en cada caso.

Persona

La palabra hombre sugiere un conjunto de imágenes, de rasgos


y caracteres morfológicos, que no sólo se apartan del concepto
animal, sino que lo oponen a éste.
Ser humano expresa una unidad entre instancias interiores y
exteriores, psicobiológicas y suprasíquicas. Pero al igual que
hombre, ser humano, hace referencia a la pertenencia a un
especie. Señalan lo que tenemos en común, lo que nos hace
iguales, casi siempre referido a propiedades observables.
La palabra individuo tiene origen latino, proviene del término
griego átomon, que significa, lo indivisible. Históricamente adquiere relevancia en la Modernidad,
cuando se piensa en el hombre como un microcosmos, autosuficiente, una unidad independiente,
dotada de razón y de libertad y de autodeterminación.
El problema con la expresión individuo, es que es extremadamente monádica. En su acepción el
otro y el mundo quedan fuera de consideración. No expresa ninguna instancia de apertura, ni de
relación. Es una herencia de una visión fisicalista del hombre, en la que se pensaba la vida como

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un juego de fuerzas, donde los hombres se relacionaban según sus movimientos de atracción y de
repulsión.
La cuestión queda salvada cuando se comienza a hablar de persona, ocasión en la que se ven
todas las limitaciones de la pregunta original. Persona, proviene del latín y significa máscara de
teatro.
En tanto hombre o ser humano se es miembro de la especie, el hombre participa del ámbito
natural; pero en tanto persona, participa del ámbito cultural.

La noción de persona, implica tres notas que la caracterizan y se relacionan entre sí:

1. Singularidad: a diferencia de la expresión de hombre, que expresa lo que los seres humanos
tienen en común, persona, designa lo que tienen de único. La persona siempre es en
situación, siempre es persona para alguien, frente a alguien, junto a alguien y la manera en
que esto se da, será siempre irrepetible. Y puede ser único porque no tiene una esencia que
lo determine (aunque sí tiene condicionamientos históricos, socio-culturales que limitan
sus posibilidades, pero no son un destino absoluto).
2. Autonomía: la persona es libre, en tanto es principio de sus acciones. Tiene la facultad de
decidir sobre sus actos y, en consecuencia, debe ser responsable de ellos. Y en su accionar
libre se irá afirmando como persona, desplegando en el transcurso de su vida sus
posibilidades.
3. Apertura: esta característica tiene dos aspectos:
- La persona y su modo de ser inacabado: la apertura es esta ausencia de cierre de la vida humana,
siempre a punto de realizarse, siempre por hacerse, por llevarse a cabo. La vida como un proyecto
permanente.
- La persona y su modo de ser abierto: vive en relación consigo misma, con los otros y con el
mundo, y esto la constituye como tal. El solipsismo enajena y aísla. La persona es en un mundo,
existe en el mundo, es el mundo.

ACTIVIDADES

« ¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una persona que se encuentra en el límite del hambre, la
respuesta será comida. Si dirigimos la misma pregunta a alguien que tiene frío, la respuesta será calor. Y si
preguntamos a una persona que se siente sola, la respuesta seguramente será estar con otras personas.
Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que todo el mundo necesite? Los filósofos opinan que
sí. Opinan que el ser humano no vive sólo de pan. Es evidente que todo el mundo necesita comer. Todo el mundo
necesita también amor y cuidados. Pero aún hay algo más que todo el mundo necesita. Necesitamos encontrar una
respuesta a quién somos y por qué vivimos.»

Jostein Gaarder, El mundo de Sofía

1. ¿Puede considerarse importante la pregunta por el hombre? ¿Por qué?

2. Después de haber compartido el pensamiento de diversos filósofos, ¿qué fue lo que más te
llamó la atención? ¿Por qué?

3. Lee atentamente y responde: ¿Qué respuesta da cada filósofo a la pregunta por el hombre?
¿A qué postura antropológica corresponde?

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5. Imagina que se somete a juicio al Esencialismo. Vos sos el abogado defensor:
- ¿Qué ventajas del Esencialismo usarías como defensa?
- ¿Qué desventajas del Esencialismo no confesarías al jurado?
- ¿Qué filósofo esencialista usarías como testigo? ¿Por qué?

6. Imagina que te sometes a juicio al Existencialismo. Vos sos el abogado defensor:


- ¿Qué ventajas del Existencialismo usarías como defensa?
- ¿Qué desventajas del Existencialismo no confesarías al jurado?
- ¿Qué filósofo existencialista usarías como testigo? ¿Por qué?

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