Contrabando en El Caribe: Comercio Ilícito Entre Franceses Y Españoles en Santo Domingo
Contrabando en El Caribe: Comercio Ilícito Entre Franceses Y Españoles en Santo Domingo
Contrabando en El Caribe: Comercio Ilícito Entre Franceses Y Españoles en Santo Domingo
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CONTRABANDO EN EL CARIBE:
COMERCIO ILÍCITO ENTRE FRANCESES
Y ESPAÑOLES EN SANTO DOMINGO
Antonio Gutiérrez Escuelero
Universidad de Alcalá de Henares
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monopolio, ponían precios abusivos a sus mercancías y rebajaban el
valor de los frutos dominicanos. No quedaba otra opción que dar
más por menos o perder todo el trabajo de un año y no disponer de
manufacturas y utensilios necesarios c).
A quienes menos podía agradar la situación era a las otras
poblaciones portuarias y del interior de la isla. El traslado de sus
productos hasta la capital, con la lejanía, el mal estado de los
caminos, etc., les suponía un aumento de los costos que luego no se
veía compensados con los precios de venta o intercambio. No
puede sorprender, pues, que fueran estas ciudades las primeras en
dedicarse al comercio ilícito. Pretendientes no les faltaban.
Holandeses, ingleses y franceses rivalizaron en ofrecer las
mercancías que deberían suministrarse desde España, y a unos
precios muy asequibles. Los colonos liispanos encontraban asi la
posibilidad de dar salida a sus excedentes de producción en
condiciones óptimas y ventajosas. Monte Christi, Bayajá y Puerto de
Plata al norte, y La Yaguana al oeste, se dedicaron a unos
intercambios en clara contravención de las leyes y ordenanzas
vigentes. Como dice Peña Batlle, nada es más libre que el comercio,
y el contrabando, más que un crimen, fue en aquellos momentos un
imperativo de las circunstancias i»).
Pero la reacción de la Corona no se íiizo esperar, y fue dramática y
drástica. Una Real Cédula decretaba la destrucción de Monte
Christi, Bayajá, Puerto Plata y La Yaguana, que fue llevada a cabo en
1605-6 por el gobernador Osorio. La Española quedaba así con un
solo puerto efectivo y real, el de Santo Domingo '^'. A consecuencia
de estos hechos, muchas familias emigraron a otras provincias
americanas: decayó el comercio y la producción de la isla de tal
modo que los comerciantes españoles, inspiradores de la idea de la
desaparición de los puertos transgresores, fueron espaciando el
envío de sus naves ante la ausencia de alicientes.
Los pocos barcos procedentes de la península que llegaban a
Santo Domingo, en vez de dar facilidades para comprar y vender,
trataban de aprovecharse de la situación intentando obtener
mayores beneficios que en épocas anteriores. El testimonio del
gobernador Francisco de Segura es revelador cuando afirmaba que:
W Gobernador Francisco de Segura al rey, Santo Domingo, 25 de agosto de 1683. A.G.I.,
Santo Domingo. 72
(5)PEÑA BATLLE: Historia, pág. 14.
|6) R O D R Í G U E Z D E M O R I Z I , E.; Relaciones históricas de Santo Domingo. Santo Domingo,
1945, vol.ll.
72
"Se están vendiendo por más altos precios que por lo pasado han
vendido ni podido vender los demás capitanes que han venido
aquí con registro, así en las mercaderías como en los vinos y
cosas comestibles; y debiendo desde el principio dar valor en
precio fijo y competente a la corambre, no lo hizo, antes la des-
preciaba, medio que creo ponía para obligar a estos pobres vasa-
llos a que la malbaratasen no queriéndola pagar si no es por muy
bajos precios. No obstante, señor, consiguió, por la desnudez de
todos, el expendio de su ropa, así de sedas como de lanas y
lienzos, a los precios que quiso por ser único y no haber querido
traer consigo otros mercaderes... ¡cuan dañoso es a esta repú-
blica y aún a todos los vecinos de la isla que venga un navio con
sólo un mercader, pues es forzoso comprarle y venderle a él, con
que vende y compra como quiere!"'''.
A fuerza de querer obtener mayores beneficios, los comerciantes
españoles obligaron a los hispanodominicanos a continuar
perseverando en el contrabando a pesar de las severas medidas
antes señaladas. La multiplicidad de ríos y caletas de la isla era
favorable para tales propósitos. Ingleses y holandeses se aproxima-
ban a las costas para descargar allí sus mercancías, o bien se inter-
naban por los cursos fluviales hasta alcanzar zonas más profundas.
En ambos casos, los habitantes de la Española no dudaron en parti-
cipar en un intercambio de géneros que beneficiaba a todos. A cam-
bio de corambre, principalmente, y de plata en otros casos, los ex-
tranjeros entregaban sus cargamentos, que en gran pártese compo-
nían de todo tipo de tejidos (seda, tafetán, bretaña, lana, etc.,), som-
breros, naipes, velas, peines, cuchillos, y otros objetos'®'.
73
Bien pronto se informó a la Corona de los inconvenientes que
resultarían de la vecindad francesa en orden a evitar el comercio
ilícito, dado el activo tráfico que mantenían con su metrópoli y la
gran cantidad de embarcaciones mercantiles que solían fondear en
Le Cap y en otras poblaciones galas de la colonia '^'. El peligro se
hizo realidad enseguida, y los franceses de Saint Domingue,
intentando sacar provecho de la tardanza en la llegada de registros a
la parte española, se ofrecieron para "todo tipo de trato y lo que
hubiereis menester a buen precio y composición" '^°'.
A partir de este momento vamos a encontrarnos con dos posturas
claras. Las autoridades insulares hispanas oponiéndose a cualquier
tipo de transacciones, y las francesas favoreciéndolas. Con ligeras
variantes será la situación que predomine durante el primer tercio
del siglo XVIII. A cambio de las mercancías que recibían de Francia,
los galos procuraron obtener la mayor cantidad posible de cueros
españoles, ya fuera trasladándose a suelo hispano, ya recibiendo en
sus ciudades a los dominicanos.
El comercio ilícito fue incrementándose con el enclave francés
vecino. En 1711 hubo que cerrar el camino llamado Chiquito así
como otras veredas que comunicaban con Santo Domingo,
pretendiendo con ello evitar el contrabando que por alií
introducían las recuas procedentes de las ciudades de Santiago y La
Vega y de la villa del Cotuí, cercanas a la colonia gala. De poco sirvió
esta medida pues los caminos cerrados fueron abiertos al poco
tiempo. Hubo que arbitrar nueva fórmula consistente en un
salvoconducto que se expedía en el castillo de San Jerónimo,
situado en el Camino Real y único permitido para circular, y que
debía ser entregado a la entrada de la capital'"'.
En 1716, sin embargo, fue necesario controlar las salidas desde
Santo Domingo hacia tierra adentro ante las sospechas de viajes a
las poblaciones francesas con ánimo de comerciar ''^'. Se ponía de
manifiesto, en definitiva, que las órdenes prohibitorias sólo
causaban esporádicos efectos, y eso que en ocasiones eran muy
(9) Testimonio de Autos sobre penetración francesa en tierras de la villa de Cotuí. (1682)
A.G.I., Santo Domingo, 72.
(10) T e s t i m o n i o d e A u t o s sobre l o s a c u e r d o s c e l e b r a d o s c o n el g o b e r n a d o r d e la c o l o n i a
f r a n c e s a (1683). A.G.I., S a n t o D o m i n g o , 92.
(11) T e s t i m o n i o d e A u t o s sobre el cierre d e l c a m i n o l l a m a d o C h i q u i t o (1711). A.G.I., S a n t o
D o m i n g o , 295.
(12) T e s t i m o n i o d e A u t o s s o b r e e l c o m e r c i o Ilícito q u e a l g u n o s f r a n c e s e s realizan e n la
c i u d a d d e S a n t i a g o (1717). A.G.I., S a n t o D o m i n g o , 254.
74
severas, tal como la dictada por el gobernador Fernando Costanzó
quien dispuso que:
"Ninguna persona de cualquier calidad y condición que sea, se
atreva a tener trato ni contrato, por si ni por interpósita persona,
con extranjeros de esta Corona de cualquier nación que sean por
los puertos, ríos, caletas y demás partes de esta isla, ni puedan
sacar por las puertas de esta ciudad ni por otra cualquier parte
moneda alguna, prendas, ni joyas, ni corambres, ni otro cualquier
género que se pueda presumir que sea o pueda ser para rescates
y compras de mercaderías, sin que preceda licencia expresa de su
Señoría, ni puedan llevar cartas ni otros cualesquiera papeles
aunque sean esclavos y sus amos lo compelan a ello, ni recibir en
las casas de sus moradas, así en esta ciudad como en los bohíos
y viviendas que cada uno tiene en sus estancias y tiatos, pena de
la vida y perdimiento de todos sus bienes aplicados para la Real
Cámara de S.l\/I. a todos y cualesquiera personas que lo contrario
hicieren en que desde luego y para caso de contravención los
declara por incursos en las referidas penas. Y a los que tuvieren
noticia de los que ejecutaren semejantes tratos ilícitos y no
dieren aviso de ellos como encubridores y patrocinadores de los
referidos comercios. Y la mujer o mujeres que lo supieren y
entendieren y no hicieren lo mismo, dando cuenta a Su Señoría
(quién lo oirá en nombre de Su Magestad y guardará todosigilo),
será desterrada por diez años al presidio de la Florida o a otro de
esta América con más las penas que reserva su Señoría a su
arbitrio"''''.
Si bien dentro de la ciudad de Santo Domingo cualquier
transgresión era fácil de controlar, fuera del ámbito de sus
murallas la cuestión se tornaba más problemática. Y era
precisamente en esas poblaciones del interior de la isla donde la
ilegalidad se presentaba de forma manifiesta dada su cercanía a la
colonia francesa. El ejemplo representativo de todas ellas era
Santiago de los Caballeros.
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FAMILIAS FRANCESAS COMERCIANTES EN SANTIAGO
Era Santiago la segunda ciudad en importancia de la parte
española. Las devastaciones de 1605-6 la perjudicaron
notablemente al destruirse Puerto de Plata, lugar por donde los
santiaguinos expedían los productos de su trabajo. Alejada de
cualquier puerto, mal abastecida como el resto de las poblaciones
hispanas y debiendo hacer girar su economía en la órbita de la
capital, lo que creó no poco resentimiento hacia Santo Domingo, la
proximidad de los lugares galos se le presentaba como una tenta-
ción nada despreciable.
La documentación recoge varios casos de detenciones de
franceses que con partidas de tejidos se encontraban en Santiago
comerciando "•". El hecho más significativo sucede, no obstante, en
1718. En la pesquisa realizada a los ministros y oficiales de justicia
del año precedente, el alférez Juan Díaz Betancurt, a la pregunta de
SI se había prohibido el comercio ilícito tanto de los galos como de
los vecinos de la ciudad, respondía que "sabia que todos los
franceses que vienen a tratar los han corrido... y que solamente ha
visto en esta ciudad estar vendiendo con tienda pública a un francés
llamado Dumení'"'^'.
La noticia era importante, y más cuando, continuando con la
investigación, se averigua que en Santiago había más mercaderes
galos, en cuyas casas se vendían todo tipo de géneros algunos de
los cuales se habían expedido también a La Vega. Al objeto de
aclarar el suceso el gobernador Fernando Costanzó envió al
capitán Francisco Ximénez de Lora, que llegado a Santiago no sólo
prende a Enrique Dumení sino también a los franceses Pedro
Sabalier y Jacinto Tartarín, y al portugués IVIanuel de Brito,
embargándoles sus casas y bienes.
Se procedió, igualmente, al registro de la casa de otro francés,
Francisco de la Rosa, no hallándose ninguna mercadería. El género
comisado fué enviado a Santo Domingo salvo unas prendas de oro y
plata, pertenecientes a los vecinos de Santiago, que se encontraban
en poder de Dumení en calidad de empeños "^'.
t"" Cabildo de Santiago de los Caballeros al rey. Santiago, 1 de enero de 1715. A.G.I., Santo
Domingo, 281.
('5) Testimonio de Autos sobre el comercio ilícito que algunos franceses realizan en la
ciudad de Santiago (1717), cit. Una primera aproximación al tema la realizamos en nuestra
t^sis de Licenciatura inédita; Las relaciones hispanofrancesas en la isla Española, 1700-1746
Sevilla, 1979.
(i6)|bídem.
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El extenso Testimonio de Autos confeccionado al respecto es un
claro ejemplo de todas nuestras opiniones expuestas anteriormente:
intenso contrabando de las poblaciones del interior de la isla ante la
falta de géneros peninsulares; contravención persistente de las
leyes prohibitivas del comercio ilícito; cercanía de la colonia
francesa con quien podía intercambiarse todo tipo de productos y
disposición de los propios franceses a comerciar con los españoles.
Del análisis del expediente podemos colegir una serie de
conclusiones muy interesantes sobre el particular.
<'7) Véase GUTIÉRREZ ESCUDERO, A.: Población y economía de Santo Domingo, 1700-1746
Sevilla, 1985 (en prensa).
(18) No puede admitirse como válida la contestación puesto que las autoridades consultadas
son Juan José de Almonte, alcalde ordinario; Miguel Pérez "ministro de justicia"; Juan
Gregorio de Betancurt, sargento; José Félix de Robles y Losada, teniente coronel, y el
escribano público José Fernández de Córdoba, es decir personas que debían de conocer
perfectamente todos los acontecimientos de la ciudad de Santiago. Testimonio de Autos
sobre el comercio ilícito que algunos franceses realizan en Santiago (1717), cit.
77
por sufrir el suceso más grave de cuantos le acaecieron en Santiago.
En efecto, ya en Santo Domingo denunció al presidente Costanzó
cómo, cuando realizaba la actividad encomendada, fue atacado, una
nochíe, por cuatro individuos que "le dieron muchos palos y once
heridas... de manera que le dejaron por muerto... y le hurtaron toda
su ropa de vestir y lo que tenía para mantenerse". '^^'.
El relato de Lara sobre este hecho es estremecedor.
Convaleciente de las heridas, de nuevo intentaron agredirle. Debe
llamar a su cuñado, vecino de La Vega, para que le llevase a esta
ciudad a fin de no perder la vida. Por la declaración del pariente nos
enteramos que Lara no dispuso en Santiago de la protección de una
escolta no obstante haberlo ordenado así el presidente Costanzó y
cómo "en todo Santiago se decía vulgarmente que a carabinazos lo
habían de matar en la cama". '^°'.
Más sorprendente, si cabe, es la conspiración de silencio urdida
alrededor del lance. No pudo descubrirse a los agresores pues ni
vecinos ni autoridades colaboraron. Interrogados los comerciantes
embargados todos tenían una coartada. Ninguno de los vecinos cu-
yas casas estaban cercanas al lugar donde Lara fue atacado vio o
escuchó algo.
El gobernador de las armas de Santiago, Pedro Morel, se
desentiende del tema bajo la excusa de no ser materia de su
competencia, y sí de las justicias ordinarias. El propio Costanzó
acusará a la Audiencia de dejar pasar el tiempo sin tomar resolución
alguna, y que la agresión a Lara se le comunicó muy tarde y restando
importancia a los hechos.
En realidad nadie pone interés en averiguar el suceso. Todo
Santiago parece proteger a los culpables, señal inequívoca, como
afirmaba Costanzó, de que semejante acción contra un delegado
gubernativo sólo podrían realizarla "personas que tuviesen muy
guardada la espalda", en connivencia, además, con las autoridades
de la ciudad.
Un último detalle muestra diáfanamente la participación de la
población de Santiago en el comercio ilícito y en su interés por
mantenerlo. El alférez Manuel Fernández de Puertoalegre se ofrece,
"instado por terceras personas y seguro de su inocencia", como
fiador para librar de la cárcel a los comerciantes acusados. Gracias
a esta fianza no se les encarceló, prohibiéndoles sólo abandonar la
(19) Ibidem.
(20) i b í d e m .
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ciudad mientras durase la investigación. La confianza resultó falsa
pues los dos principales encartados aprovecharon la libertad de
movimientos para huir. Uno, Dumení, escapó a Saint Domingue,
mientras que el otro, Brito, refugióse en el convento de Nuestra
Señora de las Mercedes, acogiéndose a la protección de la Iglesia.
En ningún momento se conoce la identidad de las personas que
impulsaron a Fernández de Puertoalegre a mediar como fiador, ni
consta que a éste se le exigiera responsabilidades tras la huida de
Dumení o el refugio de Brito, ni las autoridades santiaguinas dieron
explicaciones de cómo habían permitido que sucedieran estos
hechos. Todo ello nos delata el grado de complicidad que rodeaba a
este asunto y el cuidado puesto en no perjudicar a quienes tenían
tiendas en la ciudad, aunque fueran sin licencia y en ellas se
negociara con géneros de contrabando.
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no sólo por razones cíe negocio, sino también por otras causas. Así,
Pedro Sabalier figura en el expediente como refugiado, es decir que
habría huido de la colonia francesa por algún motivo: haber
cometido un delito, deudas, o por ser un "engagé", '^^' No serian
infrecuentes estos casos de fugas y menos aún de esclavos negros,
dado el duro trato que recibían.
Señalemos que con este tipo de negros, tras concederles la liber-
tad, fue posible la fundación en la parte española del pueblo de San
Lorenzo de los Minas*^^'.
En 1718, en Santiago, la presencia gala parecía estar muy
extendida. Al menos las tiendas, en su gran mayoría debían estaren
manos de ellos pues Lara fiabla de visitar las casas de otros
franceses, distintos de los acusados, por si guardaban mercancías.
Incluso el único portugués mencionado, f\/lanuel de Brito,
mantenía relaciones muy estrechas con Francisca David, una
francesa con hijo y casa en la ciudad.
Por lo demás, las alusiones a personas naturales de Francia que
vivían en Santiago son corrientes en la documentación. Al parecer
las familias santiaguinas con algún miembro francés, generalmente
el padre, suponían más de 530 personas, casi una quinta parte de la
población de la ciudad'^'".
¿Cómo es posible la permanencia de estos individuos en
Santiago?.
122) Los "engagés" eran jóvenes que se comprometían a servir a un amo asentado en
América, por un período de tres o cuatro años, sin recibir paga alguna, a cambio del pasaje y
del mantenimiento durante el tiempo de servidumbre Tras los años de servicio el "engagé '
quedaba en libertad y debía recibir tierras del gobierno de la colonia. Pero con frecuencia en
los tres años contraían deudas que les obligaban a continuar ligados al amo por tiempo
indefinido. No era de extrañar, pues, que cansados y sin esperanzas de poner fin a su
servidumbre huyesen a la parte española. Testimonio de Autos sobre la detención de dos
franceses. Santo Domingo, 7 de jumo de 1691, Testimonio de Autos sobre la detención de tres
franceses. Santiago, 13 de septiembre de 1692. A.G.I., Santo Domingo. 66, Véanse DEBIEN.
Gabriel: Les engagés pour les Antilles (1634-1715). París, 1952. y La sacíete coloniales aux XVII
et XVIII siécles. París, 1953, y DAVIS, Ralph: La Europa Atlántica (De los Descubrimientos a la
Industrialización). Madrid, 1976.
123) Hubo diversos tratados de devolución de negros huidos de la parte francesa, pero gran
parte quedaron en Santo Domingo. Testimonio de Autos sobre restitución de esclavos negros
huidos de la colonia francesa. Santo Domingo, 1 de diciembre de 1700. A.G.I., Santo Domingo.
249. Testimonio sobre los negros que desertan de las poblaciones francesas y pasan a
territorio español (1722). A.G.I., Santo Domingo, 303 Carta del Gobernador Pedro Zorrilla al
ley. Santo Domingo, dos de enero de 1742. A.G.I., Santo Domingo, 941. Biblioteca del Palacio
Real, Madrid. Manuscrito, 2.841.
|2<) Antonio Pichardo, alcalde mayor de Santiago, al rey Santiago, 20 de febrero de 1718
A.G.I., Santo Domingo, 295.
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Sólo podemos entenderla si contaban con el beneplácito de la
población española y la anuencia de las autoridades. Ambos grupos,
hispanos y galos, se beneficiarían mutuamente. Estos, gracias a sus
tiendas, tendrían un Intenso contacto con Saint Domingue de donde
traerían las mercancías, o servirían de intermediarios e intérpretes
en las transacciones comerciales que se realizaban con los barcos
que llegaban a los ríos y caletas de la zona española. Aquéllos
obtendrían a cambio de ganado, cueros, productos agrícolas
(tabaco, cacao, etc..) o plata, los géneros que no llegaban de España
y otros que la península no producía.
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No faltaban tampoco anís, pimienta, pólvora, aguardiente de
Francia, cueros de vacas y un peso para efectuar las medidas'^^'.
Brito no podía negar su participación en el comercio de
contrabando, de ahí su refugio en el convento de la Merced. El
predominio de productos franceses no es extraño. La amistad del
portugués con los galos residentes en Santiago queda evidenciada
en el Testimonio de Autos.
De alguna forma Brito conseguiría la mercancía ya fuera
directamente, o a través de intermediarios galos.
Hay una cuestión que no debemos pasar por alto. En 1693, es de-
cir veinticinco años antes, el gobernador de Santo Domingo Ignacio
Pérez Caro acusaba recibo de una R.C. de ocho de marzo de 1692
donde se le ordenaba la formación de un inventario de los productos
que anualmente eran necesarios en la isla. Caro opinaba que la
tardanza en la llegada de los registros, los escasos géneros
transportados hasta la isla y su excesivo precio eran causas directa
del contrabando, difícil de reprimir por "hallarse los vasallos de V.M.
faltos de todo género de ropa para su vestuario y el de sus familias y
sin tener salida de sus frutos". ™.
Para acabar con el comercio ilícito solicitaba el envío de un navio
cada año que transportase las mercancías comprendidas en una
relación que remitía. La lista de Pérez Caro contiene curiosamente
casi calcados los mismos artículos encontrados en casa de Brito. '^"
Queda claro cdmo no se atendieron las demandas de los
hispanodominicanos un cuarto de siglo antes.
El comiso en la vivienda de Dumení presenta aspectos
interesantísimos. En primer lugar la propia casa no pudo ser
incautada porque el francés la había cedido, mediante escritura
legal, a la cofradía del Santísimo Sacramento. En ninguno de los
embargos del resto de acusados se produce esta circunstancia. ¿Es
Dumení el único con casa propia?. Sí parece por su actividad, que
enseguida analizaremos, hombre de dinero. La cesión a la cofradía
¿fué una estratagema para no perder el dominio del edificio ante la
inminencia de la incautación? ¿Pensaría Dumení si no recuperar
•25) Testimonio de Autos sobre el comercio ¡licito que algunos franceses realizan en
Santiago (1717V cit Véase el Apéndice Documental de estp articulo
(26) Los frutos son cueros y tabacos. Caro al rey. Santo Domingo, 30 de mayo de 1693. A.G.I.,
Santo Domingo, 66.
i^'i En la relación se incluyen todo tipo de te)idos, encajes, tiilos de diversas calidades,
sedas, tafetanes, medias, sombreros, cera, canela, pimienta, clavo, vino, aguardiente, pntre
otros productos. Ibídem.
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la propiedad de la mansión al menos poder seguir viviendo en ella?.
Ignoramos los términos en que estaba redactada la escritura, los
lazos que le unían con la cofradía y si contaba en ella con amigos
influyentes, ¿Pudo ser la donación un acto caritativo?. Es posible
también, pero el oficio del galo no se presta a este tipo de
interpretaciones.
¿A qué, pues, se dedicaba Dumení?. Era prestamista joyero. Hay
en su casa, es cierto, telas (cotín y bretañas), cintas, hilos, seda,
alambre, gargantillas de corales, canela y azúcar aunque en
cantidades no excesivas. Sin embargo, sí aparecen en abundancia
toda una serie de alhajas empeñadas por los vecinos de Santiago:
tacitas, jarros, cucharas, botones, hebillas, monedas y una jicara,
todos de plata; aritos, crucecitas, cadenas, anillos, monedas,
botones de filigranas y lisos y cuentas de oro; además de varios
anillos de distintas calidades.
En total son 25 objetos perfectamente ordenados, quince de los
cuales llevaban prendidos un papel donde constaba el nombre de la
persona que los había empeñado; los diez restantes sin nominar
pudieran ser para la venta. Por desgracia el escribano no recoge los
nombres de estos vecinos endeudados, circunstancia que nos
hubiera permitido conocer a un grupo de habitantes con graves
problemas económicos, pues una de las tacitas se encontraba
hipotecada a cambio de azúcar, y una de las cruces por cacao. Así,
la función de Dumení sería doble: por un lado, prestaría dinero a
cambio de joyas o suministraría productos alimenticios y tejidos;
por otro, las vendería, tanto las propias como aquellas dejadas en
fianza cuya deuda no pudiera ser cancelada.
En definitiva, que de los hechos analizados podemos extraer
conclusiones interesantes para comprender cómo era la vida en las
poblaciones del interior de Santo Domingo y qué consecuencias
tuvo para la isla, en especial respecto al comercio de contrabando,
la presencia francesa en su parte occidental. Es una muestra tam-
bién de la rivalidad entre las ciudades de Santo Domingo y Santiago,
deseosa ésta de no depender de aquélla, sobre todo en materia
económica, y cuyo punto más culminante acaeció en 1720-21,
(igualmente en tiempo de Costanzó), con los famosos "Tumultos de
Santiago" o "Rebelión de los cuatro capitanes", suceso que
enfrentó a los santiaguinos con el gobernador. Durante varios días
no se aceptaron las órdenes dimanadas desde la capital y a punto se
estuvo de provocar gn auténtico cisma si las ciudades de La Vega,
83
Cotuí y Azua hubieran secundado el movimiento, como se pretendió.
¿Motivo del conflicto?, el intento del presidente Costanzó de vigilar
más estrechamente algunos puntos fronterizos de la jurisdicción de
Santiago por donde, según informes, se traficaba con la colonia
francesa'^*.
Las divergencias alcanzarán igualmente a las autoridades
encargadas de hacer cumplir la legislación vigente sobre
contrabando. Mientras José Félix de Robles, alcalde de Santiago,
escribía a Felipe V pidiéndole permitiese a los franceses asentados
en su ciudad comerciar libremente con los españoles con sólo la
imposición de los derechos preceptivos '^', el oidor de la Audiencia
Simón Belenguer informaba al rey que:
"Esta isla Española no parece provincia de la América por la
inobservancia de Reales Cédulas y leyes prohibitivas del co-
mercio con extranjeros, pues no cesan ya por las poblaciones
francesas, a donde desde la ciudad de Santiago, villas de Guaba y
Azua se transporta la corambre y ganado, y se introducen los
géneros de mercadurías, siendo el mayor perjuicio que de estos
bastimentos se proveen en el Guarico los navios y embarcaciones
francesas y con ellos nos hacen las hostilidades que pueden y se
experimentan en Pensacola y Missisipí y otras partes, ya por las
costas, ya por este puerto arribando frecuentes embarcaciones de
este trato".''"'
Dos puntos de vista opuestos que reflejan con claridad las
tendencias que predominarán en el comercio y economía
dominicanas durante todo el siglo XVIII''"
(28) Véase A.G.I., Santo Domingo, 303, íntegramente dedicado al tema. GUTIÉRREZ:
Población y economía.
(M> Robles al rey. Santiago, 15 de julio de 1720. A.G.I., Santo Domingo. 295.
(30) Belenguer al rey. Santo Domingo, 2 de marzo de 1720. A.G.I., Santo Dommgo, 253.
P'D Véanse GUTIÉRREZ ESCUDERO: Población y economía y SEVILLA SOLER, Rosario:
Santo Domingo Tierra de Frontera, 1750-1800. Sevilla, 1980.
84
APÉNDICE DOCUMENTAL
AUTO Y OBEDECIMIENTO
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ítem. Una pieza de holandilla azul.
ítem. Setenta varas de rúan, con más tres varas y media.
ítem. Otra pieza de rúan con principio y fin y firmado del señor
juez.
ítem. Dos pedazos de brin con cuarenta y seis varas españolas,
ítem. Otro pedazo de brin con noventa y tres varas españolas.
ítem. Unos pedazos de crudo con ciento y quince varas españo-
las.
ítem. Veinticinco varas de cotín de Guinea,
ítem. Un pedazo de rúan con ochenta y cinco varas españolas,
ítem. Un pedazo de lienzo de París con veinte y tres varas
españolas.
ítem. Otro pedazo de lienzo de París con siete varas españolas,
ítem. Seis cordovanes negros y cinco blancos,
ítem. Un real de plata en cuartos.
ítem. Cuatro piezas de picote y dos pedazos, el uno con once
varas y el otro con diez y media.
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— ítem. Más seis piecesillas de cintas de hiladillo blancas.
— Itenn. Once onzas de cintas de todos los colores.
— ítem. Dos libras de pimienta.
— ítem. Cuatro libras de anís.
— ítem. Dos pelucas y tres papeles de polvos de ellas.
— ítem. Cinco pesos en plata.
— ítem. Unas conchas de espada de plata, que pesaron veinte
onzas, con su puño y pomo.
— ítem. Un pedazo de morles crudo con trece varas.
— ítem. Diez pañitos rayados de azul y blanco.
— ítem. Cinco piezas de picote de lana.
— ítem. Tres pañitos de arrayado de azul y blanco.
— ítem. Otros tres pañitos de lo mismo.
— ítem. Una pieza de holanda número tres anas veinte, (sic)
— ítem. Una pieza de bretaña angosta con cinco anas.
— ítem. Un barril de pólvora con veinte y dos libras.
— ítem. Un libro en blanco.
— ítem. Un peso con la cruz de hierro y balanzas de palo.
— ítem. Dos barriles de aguardiente de Francia.
— ítem. Diez y nueve cordovanes blancos y negros.
87
— Cinco pedazos de gasa entre su ropa de vestir, que tuvieron
varas españolas, diez y siete y media.
— ítem. Un pedacito de raso de yerva (sic) de listado con nueve
varas.
Y no hallando otros más bienes que inventariar, su merced el
señor juez de ésta causa los entregó en depósito en el señor
Teniente Coronel D. José Félix de Robles y Losada, quien se entregó
de ello y se constituyó por depositario. Y lo firmó con el dicho señor
juez, siendo testigos D. Cristóbal de Moya Peláez, el sargento Juan
Gregorio y Miguel Pérez, ministro de justicia, vecinos de esta ciudad,
por ante mí el escribano. Doy fé. D. Francisco Ximénez de Lora. D.
José Félix. Ante mi, José Fernández de Córdoba, escribano público.
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— Ítem. Una crucecita de oro con su rótulo en la misma forma.
— ítem. Un anillo con una piedra rosada y su rótulo.
— ítem. Una crucecita de oro con su rótulo.
— ítem. Otra en la misma forma.
— ítem. Otra con su Cristo y su rótulo del dueño.
— ítem. Una vuelta de cadena que pesará ocho castellanos.
— ítem. Un anillo de oro con su rótulo.
— ítem. Otro anillito con una piedra blanca en la misma forma.
— ítem. Otra cruz con su Cristo y su rótulo.
— ítem. Cuatro mancornas de botones de plata pequeños.
— ítem. Dos castellanos de oro en polvo.
— ítem. Unas hebillitas de plata.
— ítem. Un anillito con una piedra blanca.
— ítem. Dos coyundas de botoncitos de oro de filigrana.
— ítem. Dos coyundas de botones de oro lisos.
— Ítem. Cuatro cuentas de oro amelonadas.
— ítem. Una jicara de coco con su boquilla de plata.
— Ítem. Una taleguita con cuarenta y cinco pesos en plata, con un
papelito dentro que está en poder del señor juez.
— ítem. Doce pesos en cuartos.
— ítem. Dos barrilitos de dos arrobas de azúcar.
— Ítem. No se embargó la casa por cuanto yo, el escribano, decla-
ré ser de la Cofradía del Santísimo Sacramento, porque por
ante mi otorgó escritura de ella a su favor.
Y no habiendo más bienes que inventariar, el dicho señor juez
pasó a depositar los bienes inventariados en el señor Teniente
Coronel D. José Félix de Robles y Losada, quien se entregó de todo
ello y se dio por entregado y se constituyó por depositario, y se
obligó a su seguro con su persona y bienes. Y lo firmó con dicho
señor juez de esta causa siendo testigos Miguel Pérez, ministro de
justicia, Juan de Ledesma y el sargento Juan Gregorio de Betancur,
por ante mí, que de ello doy fé. D. Francisco Ximénez de Lora. D.
José Félix. Ante mí, José Fernández de Córdoba, escribano público.
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capitán general de esta isla Española, dijo que se les notifique a
Enrique Dumení, a Pedro Sabalier, a Jacinto Tartarín y a Manuel de
Brito, no salgan de esta ciudad hasta tanto que haya orden de su
señoría para ello, teniendo a esta ciudad por cárcel. Así, dicho señor
comisario lo proveyó, mandó y firmó por ante mí el escribano
público. Doy fé. D. Francisco Ximénez de Lora. Ante mí, José
Fernández de Córdoba, escribano público.
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