Mono
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Mono
Una caricatura de Charles Darwin como un simio publicada en The Hornet, una revista satírica.
Fuente: Wikimedia
Y en realidad, no solo Darwin jamás propuso que los humanos descienden de los monos, sino que
la misma idea es errónea. Por algún motivo, 150 años después, la obra del padre de la teoría de la
evolución ha perdurado como una de las más incomprendidas de la historia de la ciencia.
Basta para ello con evocar otras ideas que popularmente se asocian a sus trabajos: los famosos pinzones
de Darwin no inspiraron la teoría desarrollada en El origen de las especies; de hecho, ni siquiera
aparecen mencionados en ella. Solo en libros posteriores el naturalista analizó en detalle las aves de las
Galápagos, pero más los sinsontes que los pinzones. Es más: a muchos les sorprenderá saber que el
sustantivo “evolución” no aparece mencionado ni una sola vez en las primeras ediciones de El origen
de las especies. Darwin hablaba simplemente de “variación”, y solo al final la palabra con la que se
cierra el libro es el verbo “evolucionar”.
La obra de Huxley se adelantó en ocho años a la de Darwin, si bien en ella el autor no hacía sino
aplicar al ser humano los principios descubiertos antes por su colega, extendiendo la idea que
cerraba El origen de las especies según la cual múltiples formas de vida habían aparecido a partir de
una o unas pocas. Su implicación en relación al ser humano, que en su volumen anterior Darwin había
dejado aparcada con la sugerencia de que “se arrojará luz sobre el origen del hombre y su historia”, era
sin embargo ya más que evidente.
Ilustración que compara los esqueletos de varios simios con los del
hombre. Portada de Evidence as to Man’s Place in Nature.
Fuente: Wikimedia
Así, El origen del hombre se consideró entonces una
intervención tardía en este terreno, cuando el problema de la
evolución humana ya era tema de amplia discusión. Pero tanto
la obra de Huxley como la de Darwin dejaban claro cuál era el
concepto: humanos y otros primates descendían de un
“progenitor común”, de “alguna forma inferior”, no los primeros de los segundos. La confusión ha
llegado hasta nuestros días, llevando a muchas personas a creer que los simios como los chimpancés,
orangutanes o gorilas son proyectos humanos frustrados, como especies que se quedaron a medias en
su evolución —El planeta de los simios— y no progresaron más; una visión del todo equivocada, ya
que tanto ellos como nosotros hemos recorrido caminos evolutivos de la misma duración, aunque
divergentes. Un estudio encontró que, de hecho, hay más genes que han pasado una selección natural
positiva en el genoma del chimpancé que en el humano, por lo que técnicamente podría decirse que
ellos han evolucionado más.
A este concepto erróneo del resto de los primates como humanos en fase de construcción ha
contribuido un desafortunado dibujo mil veces repetido y que muestra a distintos homininos caminando
en fila por detrás del ser humano. La ilustración, llamada March of Progress o The Road to Homo
sapiens, fue originalmente creada en 1965 para Life Nature Library por el artista Rudolph Zallinger,
aunque tuvo sus precursores: el libro de Huxley incluía un dibujo de los esqueletos de varios primates,
pero sin otro ánimo que el comparativo, y en 1889 la novela de Mark Twain Un yanqui en la corte del
rey Arturo publicó en una de sus ediciones un dibujo de animales gradualmente transformados en
humanos, con el título “Evolución”.
En realidad, y aunque El origen del hombre haya perdurado como el libro en el que Darwin estableció
el vínculo entre humanos y otros primates, su propósito no era aportar una idea ya entonces aceptada
por la ciencia. En su lugar, el naturalista analizaba este parentesco evolutivo a través del prisma de la
selección sexual, una hipótesis que no había podido desarrollar por completo en El origen de las
especies, y según la cual ciertas variaciones no se transmitían a la descendencia porque ofrecieran una
ventaja de cara a la supervivencia, sino a la reproducción. El clásico ejemplo darwiniano son las
plumas del macho del pavo real, que atraen a las hembras cuanto más grandes y llamativas. En el caso
de los humanos, Darwin proponía numerosos ejemplos posibles de selección sexual, como la belleza
física, la barba o el escaso vello corporal del hombre en comparación con los monos.