MANEJO DE EMOCIONES - para Padres

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MANEJO DE EMOCIONES.

Todos los padres nos preocupamos porque nuestros hijos aprendan correctamente a controlar sus
emociones. Después de todo, las emociones mal gestionadas nos pueden meter en problemas y
sacarnos del camino de la razón. Sin embargo, poner límites al comportamiento de nuestros hijos
no significa que tengamos que poner límites a lo que sienten. De hecho, cuando no permitimos que
nuestro hijo se disguste estamos, sin darnos cuenta, poniéndole más difícil que aprenda a manejar
sus emociones.

La realidad es que no podemos impedir que nuestros hijos se contraríen, se lo permitamos o no. Es
decir, decirle a un niño que no llore no va a evitar su disgusto, simplemente le va a transmitir el
mensaje de que hay algo malo o vergonzoso en esa emoción y que tiene que frenarla y
esconderla. Además, cuando los seres humanos reprimimos nuestras emociones, estas pasan al
subconsciente y aparecen cuando el niño menos se lo espera, totalmente fuera de control.

Este ‘fuera de control’ que tanto asusta a los padres no está provocado porque los padres
permitamos que los niños expresen sus emociones, sino porque cuando quieren expresarlas,
sienten que no pueden. Negar las emociones o culpabilizarnos por sentirlas no nos ayuda, pero sin
embargo estos 7 trucos sí pueden regular las emociones de tus hijos de forma adecuada:

1. Somos su modelo de conducta

Eso significa que nosotros, como padres, debemos resistirnos a nuestras propias rabietas, y no
dejarnos llevar por nuestras ganas de gritarles. En lugar de eso, es mejor que nos demos un
momento para contar hasta diez y tranquilizarnos. Tenemos que intentar tomarnos las cosas con
calma y responsabilizarnos de cómo expresamos nuestras emociones; después de todo, los niños
aprenden de nosotros. Si gritamos, aprenderán a gritar, pero si hablamos desde el respeto,
aprenderán a hablar con respeto.

Esto no significa que reprimas tus emociones, ya que esto, como hemos indicado antes, solo
conseguiría hacerlas más difíciles de controlar. Significa que intentes manejar esas emociones
desde la observación, la identificación de lo que te pasa y la tolerancia a lo que sientes, pero sin
llevarlo a cabo hasta las últimas consecuencias. Cada vez que lo practiques, estarás fortaleciendo
los sistemas neuronales que controlan tus emociones, que es exactamente lo que tratamos de
conseguir con nuestros hijos. Es una tarea que nos llevará toda la vida, por lo que no te agobies si
no lo consigues a la primera ¡y sigue trabajándolo!

2. Hablamos de nuestros sentimientos

Investigaciones y estudios han descubierto que los niños aumentan su inteligencia emocional
cuando compartimos con ellos nuestros sentimientos, aceptamos los suyos y hablamos en voz alta
sobre los de otras personas. También es importante enseñarles palabras para expresar sus
emociones, puesto que esto pone nombre a su experiencia y les ayuda a entender a otras
personas. Sin embargo, etiquetar emociones mientras estamos enfadados solo hará que nuestros
hijos se sientan analizados, lo que provocará que sea más difícil trabajar las emociones. En ese
momento, lo mejor es la aceptación y, cuando el ambiente se haya calmado, hablar de lo que ha
pasado sin crítica ni juicio, sino buscando la empatía y enseñándoles que perder los estribos no es
forma de solucionar las cosas.

controlar emociones

3. Priorizamos la conexión con ellos

Sabemos que los bebés crean patrones neuronales para calmarse con sus padres, pero ¿sabíais
que los niños más mayores también necesitan conectarse con nosotros para regular sus
emociones? Cuando te des cuenta de que tus hijos están fuera de sí, lo mejor que puedes hacer
(después de calmarte tú mismo), es intentar reconectar con ellos. Si los niños sienten que estamos
de su lado, incluso cuando tenemos que decirles que no, estarán más por la labor de cooperar; por
lo que cuanto más conectados estemos con ellos, mejor se comportarán.

4. Aceptamos sus sentimientos, incluso cuando son inadecuados. Cuando la empatía se convierte
en nuestra respuesta habitual, nuestros hijos aprenden que las emociones pueden no hacerte
sentir bien, pero no son peligrosas. Así, aprenden a aceptarlas y procesarlas según aparecen en
lugar de reprimirlas. Saben que alguien les escucha y entiende, así que no tienen que gritar para
llamar la atención. Sentirse apoyados les ayudará a entender que pueden pasar por momentos
complicados emocionalmente, pero que tal y como esos sentimientos han llegado, se irán; y esto
les ayudará a ser resilientes.

5. Guiamos su comportamiento sin castigarlos

Azotes, castigos de cara a la pared o hacerles pasar vergüenza no enseñan a los niños a manejar
sus emociones, sino que les dan el mensaje de que esas emociones son las que les llevaron a
portarse mal y son malas. Eso les hará tratar de reprimirlas, por lo que su carga emocional se
llenará de malos sentimientos. Por eso, los castigos consiguen muchas veces lo contrario de lo que
pretenden, llevando a los niños a comportarse peor. En lugar de castigarlos, ayuda a tus hijos a
comportarse correctamente con amor.

6. Ponemos límites cuando sea necesario

Tus hijos no son capaces todavía de tomar sus propias decisiones en la vida y, cuando estén
enfadados, harán y dirán cosas de las que luego se arrepentirán. Por supuesto, eso no significa
que sean malas personas, sino que no han sido capaces de controlar sus emociones. No es el
momento de decirles que son maleducados, sino de mostrarnos compasivos y permitirles que se
expresen y muestren los miedos que les han llevado a comportarse de ese modo. Si se sienten
seguros y apoyados, podrán vivir libremente lo que sienten y se desprenderán del malestar y la
rabia.

7. Actuamos como adultos

Cuando no somos capaces de tomar las riendas de nuestro hogar, poner límites apropiados y
mantener una actitud positiva, los niños no se sienten seguros. Aunque no san conscientes, les
preocupa que no seamos capaces de hacernos cargo de sus necesidades emocionales, por lo que
empiezan a intentar hacerlo por ellos mismos. Se vuelven mandones y exigentes y, lo que es peor,
dejan de acudir a nosotros cuando están tristes o tienen miedo porque no confían en que seamos
capaces de lidiar con su vulnerabilidad. Por eso, se ponen a la defensiva y son incapaces de
relajarse y abordar retos adecuados a su edad, como los conflictos con otros niños o probar cosas
nuevas. Para hacer frente a estas actitudes, debemos comprometernos a ser padres generosos,
que imponen límites desde la empatía y la inteligencia emocional.

De este modo, los niños aprenden que las emociones no son malas, sino que son parte de la
riqueza del ser humano y debemos atravesarlas para que puedan cambiar, ninguna se queda para
siempre. Normalmente no podemos elegir lo que sentimos, pero sí cómo lo afrontamos.

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