Curso de Las Cartas Catolicas
Curso de Las Cartas Catolicas
Curso de Las Cartas Catolicas
Son escritos breves que no están dirigidos a una persona o comunidad concreta,
sino a toda la Iglesia, de ahí el nombre de católicas o eclesiales. Debido a su
antigüedad, son una buena fuente de información sobre la vida de los primeros
grupos cristianos, su organización, el culto y sus planteamientos doctrinales.
Surgidas en los ambientes judeocristianos, pretenden dar respuesta al problema
de estar en el mundo sin ser del mundo. Los cristianos eran conscientes de que el
mundo tenía que recibir el mensaje de la salvación por su predicación y su
testimonio, y a la vez se sentían extraños en él por el rechazo de su anuncio. El
peligro que les amenazaba era replegarse sobre sí mismos y olvidar la misión, o
bien contemporizar con el mundo y suavizar las exigencias del evangelio para
hacerlo más aceptable. Las cartas alumbran un camino de solución, insistiendo en
la paciencia para soportar las pruebas y en la fidelidad al Señor. La fe y el
bautismo son el único camino para entrar en el reino de la luz establecido por
Cristo en su pasión, muerte y resurrección. Gracias a la salvación por él alcanzada
y mediante el Espíritu, el cristiano, hecho hijo de Dios, puede combatir por la
verdad hasta la vuelta de Jesús como juez del mundo. La vida moral se centra en
el amor a Dios y al prójimo, que une a los creyentes entre sí y con Dios como una
gran familia, en la Iglesia. El fundamento de esta fe y de este modo de vivir es la
vida y las enseñanzas de Jesús. Dada esta orientación fundamental, las cartas
liturgia, sobre todo en la eucaristía. Con esta ocasión toman forma muchos de sus
recuerdos sobre Jesús;
- los discípulos enseñan a los nuevos bautizados, recogiendo para ello los hechos y las
palabras de Jesús.
Pronto se agregan nuevos discípulos a los primeros:
Bernabé, los siete diáconos con Esteban y Felipe, sobre todo PABLO. Convertido hacia
el año 36, llevará la buena nueva al Asia Menor, Grecia..., hasta Roma. Los paganos
pueden desde entonces entrar en la iglesia sin verse obligados a hacerse judíos
previamente: es lo que se decidió en el «concilio» de Jerusalén del año 50.
Entre los años 51 y 63, Pablo escribe sus cartas a varias comunidades.
Durante este período, el judaísmo oficial va poco a poco desechando a los cristianos.
El año 70, los romanos destruyen Jerusalén. Algunos fariseos, reunidos en Yamnia (o
Yabné, al sur de Tel-Aviv), le dan una nueva vida que continúa hasta hoy.
¿Por qué se llaman católicas a estas cartas? Católico significa universal. Mientras las
cartas de san Pablo, hasta ahora vistas, tienen por destinatario una iglesia particular y
su contenido trata de temas aplicables especialmente a esa comunidad, estas cartas que
ahora veremos no tienen un destinatario particular; son dirigidas a todas las iglesias; su
mismo contenido también es universal, referido para todos.
Estas cartas no tienen carácter epistolar como las de san Pablo, sino que son como
breves exposiciones y sentencias doctrinales acompañadas de algunas normas prácticas,
con objeto de defender la pureza de la fe, amenazada por herejías propagadas en el seno
de las comunidades cristianas por falsos maestros, como ya lo había anunciado san
Pablo: “Yo sé que después de mi partida se introducirán entre vosotros lobos rapaces
que no perdonarán el rebaño, y de entre vosotros mismos surgirán hombres que
enseñarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí” (Hechos 20, 29-
30).
Las cartas católicas se llaman católicas porque están dirigidas a todos, sin limitación
geográfica. Se atribuyen a Santiago, Pedro, Judas. En ellas se anima a permanecer en la
sana doctrina y se desenmascara a los falsos maestros. También se invita a hacer vida y
obras la fe, practicando las virtudes cristianas.
La carta de Santiago es la primera entre las siete Epístolas no paulinas que, por no
señalar varias de ellas un destinatario especial, han sido llamadas genéricamente
católicas o universales, aunque en rigor la mayoría de ellas se dirige a la cristiandad de
origen judío, y las dos últimas de S. Juan tienen un encabezamiento aún más limitado.
S. Jerónimo las caracteriza diciendo que "son tan ricas en misterios como sucintas, tan
breves en palabras como largas en sentencias".
2. Estilo y estructura.
La carta de Santiago está escrita en griego esmerado, pero con reminiscencias semitas
tanto en el vocabulario como en el estilo. Vocabulario rico, rico en aliteración, rima,
frases rítmicas, palabras gancho, recurso a la diatriba. Escrito vivaz y de gran actualidad
por su exhortación práctica. Más que una carta parece una homilía o catequesis de tono
moralizante. El autor utiliza a fondo el legado de las tradiciones proféticas y
sapienciales del Antiguo Testamento, tratando de conservar dentro de la corriente
cristiana algunos valores tradicionales que él consideraba peligrosamente amenazados.
3. Destinatarios.
Escribió esta carta no mucho antes de padecer el martirio y con el objeto especial de
fortalecer a los cristianos del judaísmo que a causa de la persecución estaban en peligro
de perder la fe (cf. la introducción a la Epístola a los Hebreos). Dirígele por tanto a "las
doce tribus que están en la dispersión" (cf. 1, 1 y nota), esto es, a todos los hebreo-
cristianos dentro y fuera de Palestina (cf. Rom. 10, 18 y nota).
hacia el año 60. La dirige a las doce tribus de la dispersión, esto es, a los cristianos de
origen judío dispersos por todo el mundo grecorromano.
5. Contenidos teológicos.
Ellos son de profesión cristiana, pues creen en el Señor Jesucristo de la Gloria (2, 1),
esperan la Parusía en que recibirán el premio (5, 7-9), han sido engendrados a nueva
vida (1, 18) bajo la nueva ley de libertad (1, 25; 2, 12), y se les recomienda la unción de
los enfermos (5, 14 ss.).
La no alusión a los paganos se ve en que Santiago omite referirse a lo que S. Pablo suele
combatir en éstos: idolatría, impudicia, ebriedad (cf. I Cor. 6, 9 ss.; Gál. 5, 19 ss.). En
cambio, la Epístola insiste fuertemente contra la vana palabrería y la fe de pura fórmula
(1, 22 ss.; 2, 14 ss.), contra la maledicencia y los estragos de la lengua (3, 2 ss.; 4, 2 ss.; 5,
9), contra los falsos doctores (3, 1), el celo amargo (3, 13 ss.), los juramentos fáciles (5,
12).
6. Cuestiones selectas.
La primera carta de Pedro es el único escrito del NT que tiene el honor de ser citado
dentro del mismo canon. Efectivamente, a él se refiere la segunda carta de Pedro (2Pe
3,1). En la tradición posterior de la Iglesia este escrito petrino es citado varias veces por
Policarpo, en la carta a los Filipenses, y por Ireneo de Lyon (comienzos del siglo ni).
Esta carta es reconocida y acogida como canónica en las Iglesias de Alejandría
(Clemente, Orígenes y Atanasio) y de Africa (Tertuliano), así como en la de Palestina.
De este consenso general en favor de la canonicidad de la carta petrina en las Iglesias de
Oriente se hace portavoz Eusebio de Cesarea (Hist. Eccl. III, 3,1,4; 25,2; VI, 25,8). Por el
contrario, sigue siendo enigmática la ausencia de este escrito en el canon de Muratori,
atribuido a Hipólito romano (siglo III), y en el canon de la Iglesia siria, que excluye
incluso hasta el siglo v todas las cartas católicas. En los siglos sucesivos, como atestigua
Jerónimo, la carta de Pedro fue acogida en las Iglesias de Occidente. Una prueba de la
difusión del texto de esta carta se tiene en el P72, del siglo u!, y en los códices
mayúsculos más importantes de los siglos iv-v.
2. Estilo y estructura.
En tales circunstancias, el Apóstol Pedro escribió esta Carta desde Roma (5. 13), quizá
poco antes de la persecución de Nerón (64 d. C.). Lo hizo con el fin de alentar a los
cristianos a profundizar cada vez más su compromiso bautismal (3. 21), abandonando
definitivamente las malas costumbres (4. 3) y desmintiendo con el testimonio de su
conducta las calumnias de los paganos. De allí que la preocupación central de la Carta
sea el comportamiento cristiano, no sólo dentro de la comunidad eclesial, sino también
en relación con el mundo (2. 12; 3. 15-16; 4. 4).
Las repetidas alusiones al Bautismo (1. 3, 22-23; 2. 2; 3. 21) hacen pensar que Pedro, al
escribir su exhortación, se inspiró en la catequesis y en la liturgia bautismal de la Iglesia
primitiva. Además, su enseñanza presenta muchos puntos de contacto con la doctrina
de Pablo. Este hecho es perfectamente explicable, ya que Silvano o Silas, el antiguo
compañero del Apóstol de los paganos (Hech. 15. 22; 18. 5), debió prestarle una amplia
colaboración en la redacción de esta Carta (5. 12).
Capítulo 1: Llamado a una vida nueva.
Capítulo 2: Llamado a una conducta cristiana.
Capítulo 3 y 4: Llamada a la caridad.
Capítulo 5: Exhortaciones.
3. Autor.
Simón Bar Jona (hijo de Jonás), el que había de ser San Pedro (Hech. 15, 14; II Pedro 1,
1), fue llamado al apostolado en los primeros días de la vida pública del Señor, quien le
dio el nombre de Cefas (en arameo Kefa), o sea, "piedra", de donde el griego Petros,
Pedro (Juan 1, 42). Vemos en Mt. 16, 17-19, cómo Jesús lo distinguió entre los otros
discípulos, haciéndolo "Príncipe de los Apóstoles" (Juan 21, 15 ss.). S. Pablo nos hace
saber que a él mismo, como Apóstol de los gentiles, Jesús le había encomendado
directamente (Gál. 1, 11 s.) el evangelizar a éstos, mientras que a Pedro, como a Santiago
y a Juan, la evangelización de los circuncisos o israelitas (Gál. 2, 7-9; cf. Sant. 1, 1 y nota).
Desde Pentecostés predicó Pedro en Jerusalén y Palestina, pero hacia el año 42 se
trasladó a "otro lugar" (Hech. 12, 17 y nota), no sin haber antes admitido al bautismo al
pagano Cornelio (Hech. 10), como el diácono Felipe lo había hecho con el "prosélito"
etíope (Hech. 8, 26 ss.). Pocos años más tarde lo encontramos nuevamente en Jerusalén,
presidiendo el Concilio de los Apóstoles (Hech. 15) y luego en Antioquía. La Escritura
no da más datos sobre él, pero la tradición nos asegura que murió mártir en Roma el
año 67, el mismo día que S. Pablo.
El texto se coloca bajo el nombre y la autoridad de Pedro de manera explícita en el
encabezamiento de la carta: "Pedro, apóstol de Jesucristo, a los emigrantes esparcidos
por el Ponto..." (lPe 1,1; cf 5,1). Este origen petrino de la carta no fue discutido hasta
comienzos del siglo pasado.
En tales circunstancias, el Apóstol Pedro escribió esta Carta desde Roma (5. 13), quizá
poco antes de la persecución de Nerón (64 d. C.). Lo hizo con el fin de alentar a los
cristianos a profundizar cada vez más su compromiso bautismal (3. 21), abandonando
definitivamente las malas costumbres (4. 3) y desmintiendo con el testimonio de su
conducta las calumnias de los paganos. De allí que la preocupación central de la Carta
sea el comportamiento cristiano, no sólo dentro de la comunidad eclesial, sino también
en relación con el mundo (2. 12; 3. 15-16; 4. 4).
Su primera Carta se considera escrita poco antes de estallar la persecución de Nerón, es
decir, cerca del año 63 (cf. II Pedro 1, 1 y nota), desde Roma a la que llama Babilonia por
la corrupción de su ambiente pagano (5, 13). Su fin es consolar principalmente a los
hebreos cristianos dispersos (1, 1) que, viviendo también en un mundo pagano, corrían
el riesgo de perder la fe. Sin embargo, varios pasajes atestiguan que su enseñanza se
extiende también a los convertidos de la gentilidad (cf. 2, 10 y nota). A los mismos
destinatarios (II Pedro 3, 1), pero extendiéndola "a todos los que han alcanzado fe" (1, 1)
va dirigida la segunda Carta, que el Apóstol escribió, según lo dice, poco antes de su
martirio (II Pedro 1, 14), de donde se calcula su fecha por los años de 64-67. "De ello se
deduce como probable que el autor escribió de Roma", quizá desde la cárcel. En las
comunidades cristianas desamparadas se habían introducido ya falsos doctores que
despreciaban las Escrituras, abusaban de la grey y, sosteniendo un concepto perverso
de la libertad cristiana, decían también que Jesús nunca volvería. Contra ésos y contra
los muchos imitadores que tendrán en todos los tiempos hasta el fin, levanta su voz el
Jefe de los Doce, para prevenir a las Iglesias presentes y futuras, siendo de notar que
mientras Pedro usa generalmente los verbos en futuro, Judas, su paralelo, se refiere ya a
ese problema como actual y apremiante (Judas 3 s.; cf. II Pedro 3, 17 y nota).
Pero sigue en pie una dificultad de carácter cronológico, basada en una expresión
precisa del texto. Al final, el autor envía los saludos de la comunidad en la que habría
sido redactada la carta: "Os saluda la Iglesia de Babilonia, elegida por Dios lo mismo
que vosotros, y Marcos, mi hijo" (IPe 5,13). Mientras que la figura de Marcos,
colaborador en un primer tiempo de Pablo y Bernabé y conocido luego en la tradición
como secretario-intérprete de Pedro, confirmaría la tradición petrina de este escrito, la
alusión a la Iglesia "en Babilonia" desplaza la redacción del texto a la época posterior al
año 70. Efectivamente, con este apelativo simbólico tras la caída de Jerusalén los escritos
apocalípticos judíos y cristianos designan a la ciudad de Roma. Por consiguiente, el
escrito habría surgido en un período en que Pedro habría sido ya condenado a muerte
en la ciudad de Roma. En conclusión, el autor de la carta de Pedro podría ser un
cristiano anónimo de Roma, que se sirve de la tradición y autoridad de Pedro para
enviar un escrito circular a los cristianos de Asia, quienes, a su vez, se insertan en la
tradición paulina. El origen romano del texto es confirmado por las afinidades notables
con la primera carta de Clemente, que conoce y valora la tradición de los dos apóstoles
y mártires de Roma (96 d.C.). La carta existía ciertamente a finales del siglo I y era
conocida en las Iglesias del Asia Menor, dado que el autor de la segunda carta de Pedro
remite expresamente a este texto, puesto bajo la autoridad de Pedro.
Pero sigue en pie una dificultad de carácter cronológico, basada en una expresión
precisa del texto. Al final, el autor envía los saludos de la comunidad en la que habría
sido redactada la carta: "Os saluda la Iglesia de Babilonia, elegida por Dios lo mismo
que vosotros, y Marcos, mi hijo" (IPe 5,13). Mientras que la figura de Marcos,
colaborador en un primer tiempo de Pablo y Bernabé y conocido luego en la tradición
como secretario-intérprete de Pedro, confirmaría la tradición petrina de este escrito, la
alusión a la Iglesia "en Babilonia" desplaza la redacción del texto a la época posterior al
año 70. Efectivamente, con este apelativo simbólico tras la caída de Jerusalén los escritos
apocalípticos judíos y cristianos designan a la ciudad de Roma. Por consiguiente, el
escrito habría surgido en un período en que Pedro habría sido ya condenado a muerte
en la ciudad de Roma. En conclusión, el autor de la carta de Pedro podría ser un
cristiano anónimo de Roma, que se sirve de la tradición y autoridad de Pedro para
enviar un escrito circular a los cristianos de Asia, quienes, a su vez, se insertan en la
tradición paulina. El origen romano del texto es confirmado por las afinidades notables
con la primera carta de Clemente, que conoce y valora la tradición de los dos apóstoles
y mártires de Roma (96 d.C.). La carta existía ciertamente a finales del siglo I y era
conocida en las Iglesias del Asia Menor, dado que el autor de la segunda carta de Pedro
remite expresamente a este texto, puesto bajo la autoridad de Pedro.
primer éxodo, el autor invita a los destinatarios cristianos a vivir según el estilo de los
peregrinos salidos de la esclavitud del pecado, rescatados y liberados por la muerte
salvífica de Jesús, el nuevo y definitivo cordero pascual. Recogiendo un fragmento de
profesión de fe cristológica, el autor se dirige a los cristianos en estos términos: "Sabed
que habéis sido rescatados de vuestra vida estéril..., no con bienes perecederos, como el
oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, el cordero sin tacha ni defecto,
predestinado desde toda la eternidad y manifestado en los últimos tiempos por amor
hacia vosotros, los que por él creéis en Dios, el cual, habiéndole resucitado de entre los
muertos y coronado de gloria, viene a ser por lo mismo el objeto de vuestra fe y de
vuestra esperanza" (lPe 1,18.21).
También a la imagen de Cristo, presentado como "siervo" fiel, remite el autor a los
lectores cristianos para darles la razón de la confianza y perseverancia que han de tener
en medio de las pruebas. Como caso extremo se refiere a la condición de los esclavos
cristianos sometidos a dueños perversos. Incluso en esa situación tienen que seguir los
pasos de Cristo, que permaneció fiel a Dios, realizando así el proceso salvífico: "Esta es
vuestra vocación, pues también Cristo sufrió por vosotros, y os dejó ejemplo para que
sigáis sus pasos. El, en quien no hubo pecado y en cuyos labios no se encontró engaño;
él, que siendo ultrajado no respondía con ultrajes, siendo maltratado no amenazaba,
sino que se ponía en manosdel que juzga con justicia; él, que llevó en su propio cuerpo
nuestros pecados sobre la cruz, para que muertos al pecado vivamos para la justicia..."
(lPe 2,18-24).
La lectura de este escrito, que figura bajo el nombre y la autoridad de Pedro, acogido en
el canon cristiano, es de inmediata actualidad para cada uno de los cristianos y de las
comunidades, llamados también hoy a vivir como minoría en un ambiente que es a
menudo refractario y hostil. En este contexto es sumamente urgente encontrar las raíces
teológicas y cristológicas profundas de la esperanza cristiana, que no es huida de la
realidad, sino testimonio valiente y libre de la salvación prometida y acogida en la fe.
7 Cuestiones selectas.
1.2. Durante los últimos siglos, la investigación histórica sobre Jesús ha sido dirigida
más de una vez contra el dogma cristológico. Esta actitud antidogmática no es en sí
misma, sin embargo, un postulado necesario del buen uso del método histórico-crítico.
Dentro de los límites de la investigación exegética es ciertamente legítimo reconstruir
una imagen puramente histórica de Jesús o bien -para decirlo en forma más realista-
poner en evidencia y verificar los hechos que se refieren a la existencia histórica de
Jesús.
Algunos, por el contrario, han querido presentar imágenes de Jesús eliminando los
testimonios de las comunidades primitivas, testimonios de los cuales proceden los
Evangelios. Creían, de este modo, adoptar una visión histórica completa y estricta. Pero
dichos investigadores se basan, explícita o implícitamente, en prejuicios filosóficos, más
o menos extendidos, acerca de lo que en la actualidad se espera del hombre ideal. Otros
se dejan llevar por sospechas psicológicas con respecto a la conciencia de Jesús.
1.3Las cristologías actuales deben evitar caer en tales errores, si es que quieren ser
valederas. El peligro es particularmente grande para las así llamadas «cristologías desde
abajo», en la medida en que pretenden apoyarse en investigaciones puramente
históricas. Es ciertamente legítimo tener en cuenta los investigaciones exegéticas más
recientes, pero es preciso velar del mismo modo a fin de no volver a caer en los
prejuicios de los que hemos hablado anteriormente.
2.1. Los textos del Nuevo Testamento tienen como finalidad el conocimiento cada vez
más profundo de la fe, y su aceptación. No consideran, pues, a Jesucristo en la
perspectiva del género literario de la pura historia o de la biografía en un marco, por así
decirlo, retrospectivo. La significación universal y escatológica del mensaje y de la
persona de Jesucristo exige que se sobrepasen tanto la pura evocación histórica, como
las evocaciones puramente funcionales. La noción moderna de la historia, avanzada por
algunos como en oposición con la fe, y considerada como desnuda presentación objetiva
de una realidad pasada, difiere, por lo demás, de la historia tal como la concebían los
antiguos.
2.4. La síntesis original y primitiva del Jesús terrenal y del Cristo resucitado, se
encuentra en diversas fórmulas de «confesión de fe» y de «homologías» que hacen
hincapié al mismo tiempo y con especial insistencia en su muerte y en su resurrección.
Con Rom 1, 3ss, citemos, entre otros, el texto de 1Cor 15, 3-4: «Os he transmitido en
primer lugar lo que yo mismo he recibido: que Cristo ha muerto por nuestros pecados,
según los Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras». Estos textos establecen una conexión auténtica entre una historia individual
y la significación por siempre duradera de Jesús. Presentan en un nudo la «historia de la
esencia» de Jesucristo. Esta síntesis constituye ejemplo y modelo para toda auténtica
cristología.
2.7. El Espíritu Santo, que ha revelado a Jesús como Cristo, comunica a los fieles la vida
mismo del Dios trinitario. Suscita y vivifica la fe en Jesús como Hijo de Dios exaltado en
la gloria y presente, a la vez, en la historia humana.
hasta la misma capital del Imperio, Roma, y según algunas tradiciones, hasta los
confines del Occidente entonces conocido, Hispania. La Iglesia, después de un largo y
complejo proceso, declaró canónicas las catorce cartas, aunque esto sólo se produjo de
una forma clara y expresa a partir del siglo IV. Esta inclusión en el canon bíblico
suponía la declaración de la convicción de la Iglesia de que habían sido inspiradas por
Dios y, por tanto, eran normativas, autoritativas para la fe y las costumbres.
La importancia de un estudio serio de estas cartas radica aquí: la Iglesia reconoce que
Dios se ha servido de ellas para transmitirnos algo suyo, revelado, y el Espíritu Santo es
garante de que con ellas esto se ha hecho fielmente. Por tanto, lo que ahí encontramos,
al igual que en el resto del Nuevo Testamento, no es sólo un conjunto de verdades que
hay que creer, sino también un camino de salvación. Para llegar a estos contenidos, que
es el objeto principal de esta asignatura, debemos, pues, estudiar y entender las
diferentes fases del proceso en el que, de diferentes modos, han intervenido Dios y el
hombre, para dar origen a estos escritos. Nos centraremos aquí en los siguientes puntos:
1. Qué documentos estudiar y por qué: es la parte que llamaremos el "canon paulino".
Se trata de estudiar en primer lugar los motivos que originaron el paso de la tradición
oral sobre Jesús y su evangelio a la escrita. El estadio en que nos centraremos es el
tercero de los descritos por Dei Verbum 19 para el caso de los Evangelios: primero
Jesús, con sus obras y sus palabras, nos enseñó lo necesario para nuestra salvación;
después de la Ascensión, los Apóstoles lo predicaron; por último, lo autores sagrados lo
pusieron por escrito:
La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos
Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo
de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos,
hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la
ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado, con
aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos
gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron
los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de
palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de
las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos
comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su
memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos
oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que
nos enseñan (cfr. Lc 1,2-4).
Como veremos, el caso del resto de los escritos del Nuevo Testamento es análogo, con la
peculiaridad de que las cartas atribuidas a San Pablo podemos definirlas como un
“comentario” fiel al Evangelio. Es precisamente por esto por lo que muy pronto
empezaron a gozar de gran estima entre las iglesias —ya en el tercer cuarto del siglo I
d.C., y no sólo entre los autores ortodoxos— e incluso a ser usadas de una forma
autoritativa. Entre los factores que nos ayudan a explicar su inclusión en el “canon
neotestamentario”, con lo que ello implica, nos fijaremos sobre todo en su transmisión
“textual” —número, orden, texto griego— y en su transmisión como “colección”, siendo
separadas de otros escritos, los apócrifos, también atribuidos al apóstol.
2. Una vez que se ha determinado cuáles son las cartas, se debe proceder a su lectura
personal y pausada. En ellas encontramos muchos datos que, junto a los que nos
proporciona la fuente paralela más importante, el libro de los Hechos de los Apóstoles,
nos servirán para reconstruir la historia que hay detrás de estos documentos, incluida la
vida del apóstol Pablo. Para ello haremos uso también de fuentes extrabíblicas que nos
ayuden a comprender mejor la geografía, la historia, la sociedad, la cultura y las
religiones del siglo I de nuestra era en el Imperio Romano y en el mundo judío. Con este
contexto delimitado podremos volver a las cartas, y hacer una segunda lectura más
provechosa, y entenderlas de una forma más parecida a como debieron entenderlas los
primeros destinatarios.
4. El último pasó, al que va dirigido todo lo que hemos visto antes, hace referencia al
mensaje o teología que hay detrás de las cartas. Como veremos, muchos de estos
documentos son respuesta a circunstancias concretas de una época y de un lugar; sin
embargo, con ellos Pablo nos ha transmitido toda una visión teológica de la obra
redentora de Jesucristo y de sus consecuencias en el hombre. Aquí es precisamente
donde encontraremos ese núcleo de revelación que Dios ha querido transmitirnos y que
el Espíritu Santo ha garantizado que nos llegue fielmente. Y todo ello a través de
circunstancias y palabras humanas que, por otro lado, constituyen un excelente primer
comentario al Evangelio de Jesucristo. Como veremos, Pablo supo profundizar en este
mensaje para después transmitirlo fielmente, con toda su fuerza y con sus implicaciones
caras a la vida del hombre.
1. Canonicidad: El primer autor que menciona esta carta y la reconoce como escrito
canónico, es orígenes Eusebio la clasifica entre los antilegómenos y afirma que no es
auténtica. El concilio de Laodicea, hacia el año 360), la incluye entre los escritos
canónicos. Tan solo en Hilario, Ambrosio y el español Prisciliano reconocen esta carta
como escrito canónico.
El significado de la palabra “canon”: ‘Canon’ viene del griego kanwn, y significa vara o
medida. Los antiguos usaban varas para medir cosas y para establecer la rectitud de las
cosas. Llegó a significar una norma o regla (algo ideal o recto; véase el uso de kanwn en
Gal. 6.16), o una lista (una medida). Aplicada al NT, la palabra habla de la lista
normativa de los libros del NT. ¿Cuántos libros pertenecen al NT? Los personajes del
NT y los escritores del NT eran conscientes de que Dios estaba revelándose en su época
y hasta a través de ellos (p.ej., Mc 1,15, 2Cor 6,2, 1Tes 2,13, 2Pe 3,16). Los apóstoles
exhortaban a que leyeran sus cartas en las reuniones de los creyentes (p. ej. Col. 4,16).
1Tim 5,18 cita Lc 10,7 como Escritura con Dt. 25,4. Algunos libros canónicos no
aparecían en algunas de las listas: hebreos, Santiago, 2Pedro, 2 y 3 Juan, Judas y
Apocalipsis. La presencia de estos libros en un canon significa que el canon en sí es una
clave interpretativa para dichos libros. Las Escrituras como colección limitan y añaden a
las posibilidades de interpretación de cada libro. Cada libro significa más porque hay
un juego intertextual entre los libros. Y cada libro significa menos, porque la
interpretación del libro es limitada por el acuerdo de los demás libros. Brevard Childs,
con su idea del criticismo canónico, ha renovado interés en la interpretación canónica
dentro de círculos eruditos.
3. Estilo y estructura:
La Segunda Carta de San Pedro nos presenta a Jesucristo nuestra fortaleza, para poder
conocerlo viviendo su misma vida en nosotros. La Primera Carta era para alentar a los
creyentes que tenían terribles persecuciones y sufrimientos provocados desde fuera de
la Iglesia, por las persecuciones de los emperadores Romanos. Esta Segunda Carta es
todavía más importante, es para advertirnos de los horrorosos peligros que nos vienen
desde dentro de la Iglesia, y cómo superarlos. La Primera fue la Epístola de los mártires
de los primeros tiempos, y de la Iglesia perseguida de todos los siglos… esta segunda es
todavía más trascendental: Es la Epístola de los tiempos postreros, de nuestros días,
donde miles de herejías nacen dentro de la Iglesia, y viven amparándose en la Biblia y
en el mismo Cristo… En la Primera abundaban las palabras sufrimiento y gloria, en ésta
abundan las palabras conocimiento vivido, porque es la forma de vencer las herejías.
Esta Carta es el testamento último de San Pedro, la escribió antes de morir (1,14). En ella
ejerce los ministerios de pastor y confirmador de la fe que Jesús le encomendó en Juan
21,15-17 y Lc 22,32. Y sobre todo el ministerio de infalibilidad que el mismo Cristo le
ofreció en Mt. 16,19. Es la Carta de la fe y la esperanza, que nos describe este cuerpo
como una tienda de campaña pasajera (1,13), donde habitamos temporalmente hasta la
Parusía, la Segunda Venida del Señor, que será cierta con seguridad absoluta (3,8-13). El
Esquema de la Carta: 1- La vida cristiana verdadera (Capítulo 1). 2- Falsos profetas, con
falsas sectas, que seguirán muchos (Capítulo 2). 3- La Parusía, la gloriosa y aterradora
Segunda venida de Cristo (Capítulo 3). Por otra parte, podemos ver otra propuesta
como: Saludo, 1, 1-2. I. Exhortaciones iniciales y razón de las mismas, 1, 3-21. II. Aviso
contra los herejes, libertinos,2, 1-22. III. Reflexiones sobre los motivos de que no se haya
producido aun la Parusía, y sobre la certeza de su llegada, 3, 1-13.
Una fecha posible como dentro de unos límites razonables, serían los últimos años del
siglo I o los primeros del siglo II. Esta segunda carta de S. Pedro es (como lo fue la
segunda de Pablo a Timoteo) el testamento del Príncipe de los Apóstoles, pues fue
escrita poco antes de su martirio (v. 14) probablemente desde la cárcel de Roma entre
los años 64 y 67. Los destinatarios son todas las comunidades cristianas del Asia Menor
o sea que su auditorio no es tan limitado a los judío-cristianos como el de Santiago (cf.
Sant. 1, 1).
San Pedro nos pone por delante, desde el principio de la primera Epístola hasta el fin de
la segunda, el misterio del futuro retorno de nuestro Señor Jesucristo como el tema de
meditación por excelencia para transformar nuestras almas en la fe, el amor y la
esperanza (cf. Sant. 5, 7 ss.; y Jud. 20 y notas). "La principal enseñanza dogmática de la
II Pedro —dice Pirot— consiste incontestablemente en la certidumbre de la Parusía y,
en consecuencia, de las retribuciones que la acompañarán (1, 11 y 19; 3, 4-5). En función
de esta espera es como debe entenderse la alternativa entre la virtud cristiana y la
licencia de los "burladores" (2, 1-2 y 19).
6. Contenidos teológicos:
7. Cuestiones selectas:
La carta de Judas es uno de los escritos más breves del NT, ya que sólo tiene 25
versículos en un solo capítulo. Este hecho explica quizá en parte el escaso interés y el
poco conocimiento que ha tenido este texto en la historia de la exégesis hasta nuestros
días. Pero la autoridad espiritual del remitente, "Judas, siervo de Jesucristo, hermano de
Santiago", y la fuerza incisiva de su estilo, así como la proposición del mensaje en forma
esencial, lo recomiendan a la atención de los lectores cristianos.
La carta de Judas, que forma parte actualmente del grupo de las siete epístolas católicas,
es conocida y acogida como canónica en Roma ya en el siglo H (canon de Muratori,
hacia el año 180). Es además conocida como texto canónico por Clemente de Alejandría
y por Orígenes, a pesar de que existen algunas dudas sobre su canonicidad. Eusebio de
Cesarea la coloca entre los escritos "discutidos", pero señala que muchas iglesias
conocen la carta de Judas y la leen (Hist. Eccl. II, 23,25; III, 25,3). En la Iglesia africana,
Tertuliáno la considera canónica y es reconocida como tal por el concilio de Cartago y
por san Agustín. En las Iglesias de Siria (Antioquía) se observan algunas dudas e
incertidumbres sobre su canonicidad. Las razones de esta perplejidad se deben en parte
al recurso que se hace en nuestro escrito a los textos apócrifos judíos. Pero están
contrapesadas por la autoridad del remitente, que se presenta como un personaje
importante de la primera tradición cristiana.
3. Situación Vital:
El escrito, puesto bajo el nombre y la autoridad de Judas, se presenta como una carta en
su forma externa. El estilo es el de un discurso o predicación de exhortación, pero con
fuertes acentos de carácter profético apocalíptico. El escrito de Judas se distingue por el
uso —citas, alusiones, expresiones— características del AT, interpretadas en clave
actualizante y tipológica (Jds 5.7.11). Aparecen algunas afinidades y semejanzas con los
escritos del NT, en particular con la carta de Santiago y las cartas pastorales. A su vez,
es un hecho único y excepcional no sólo la referencia implícita a textos apócrifos judíos,
sino la cita explícita de uno de estos apócrifos: 1 Henoc 1,9/Jds 14-15; cf Asunción de
Moisés/ Jds 9; Testamentos de los 12 patriarcas/ Jds 6-7.
5. Estructura y Mensaje:
6. Mensaje Teológico-Espiritual:
Bibliografía