To Do Chopra Jesus Impresion Final

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Jesus

Nota de autor

Este libro no trata del Jesús del Nuevo Testamento, sino del
que quedó fuera. Los autores de los evangelios no dicen nada
de la etapa conocida como "años perdidos", que comprende la
vida de Jesús entre los doce y los treinta años. En realidad,
Jesús desaparece en ese periodo, y el único episodio que
protagoniza después de su nacimiento es aquel (narrado
únicamente en el evangelio de Lucas) en el que, con doce
años, se separa de sus padres durante la Pascua en Jerusalén.
José y María de regreso a casa se dan cuenta de lo que ha
pasado. Nerviosos, vuelven sobre sus pasos y encuentran a su
hijo Yeshúa (tal es el nombre de Jesús en hebreo) en plena
discusión acerca de Dios con los sacerdotes del templo. Salvo
por esa mención excepcional, la infancia y juventud de Jesús
son casi un misterio.
Aun así, hay otro Jesús que ha quedado fuera del Nuevo
Testamento: el Jesús iluminado. En mi opinión, su ausencia ha
socavado profundamente la fe cristiana porque, por
excepcional que sea Cristo, convertirlo en el único Hijo de Dios
deja al resto de la humanidad abandonada a su suerte. Un
abismo enorme separa la santidad de Jesús de nuestra
naturaleza común y corriente. Millones de cristianos aceptan
esa división, que, en realidad, no tendría que existir. ¿Y si
Jesús quería que sus seguidores -y nosotros- alcanzáramos la
misma unidad con Dios que él alcanzó?
Mi novela se basa en la premisa de que eso era
precisamente lo que quería Jesús. Siguiendo al joven que
busca a lo largo de su camino desde Nazaret hasta convertirse
en Cristo, he trazado un mapa de la iluminación. No ha sido
necesario inventar el mapa: la iluminación ha existido en todas
las eras. El camino desde el sufrimiento y la separación a la
dicha y la unidad con Dios está bien marcado. Sitúo a Jesús en
ese sendero porque creo que él lo recorrió. De más está decir
que muchos cristianos confirmados van a discrepar, a veces
con violencia. Ellos quieren que Jesús siga siendo irrepetible, el

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Deepak Chopra

único hombre que también fue Dios. Pero si Jesús es del


mundo, como yo creo que es, su historia no puede excluir a
todos los que han llegado a la conciencia divina. En esta
novela, Jesús sigue siendo un salvador, pero no es el salvador.
Al principio, no me sentí cómodo escribiendo una novela
sobre los años perdidos. Es inconcebible plantear una nueva
escritura y, si uno decide presentar a Jesús en un tono secular,
corre el riesgo de negarle el papel sagrado que tuvo, que es
completamente real. Yo quería darles a los cristianos creyentes
-y a todos los que buscan- incluso más motivos para la
inspiración. A tal fin, hay que traer a Jesús al plano de la vida
cotidiana. Él se preocupa por la violencia y el descontento;
duda si Dios está escuchando o no; se pregunta "¿quién soy?"
con intensidad. Mi intención no era, de ningún modo,
contradecir las enseñanzas de Jesús que figuran en la Biblia,
sino más bien imaginar cómo llegó a ellas.
Entonces, ¿cómo era Jesús en su etapa de joven
inseguro y dubitativo en busca de la verdad? Yo barajé varias
posibilidades. Podría haber pretendido que se trataba de una
biografía perdida. Pero las biografías tienen que basarse en
hechos y, en este caso, conocemos pocos hechos: el nombre
de los familiares de Jesús y poco más. ¿Sabía leer Jesús?
¿Cuánto sabía de la Tora? ¿Vivía alejado de la cultura romana
o se mezclaba libremente con los colonizadores y soldados
imperiales? Nadie puede responder a esas preguntas con
certeza.
Algunos estudios recientes incluso dudan de que Jesús
fuera carpintero; algunas autoridades en la materia sostienen
que era más probable que el padre de Jesús, José, fuese
picapedrero o artesano" en general, como se llamaba en
aquella época a quienes hacían todo tipo de trabajo manual. En
todo caso, el Nuevo Testamento tampoco es biográfico: es un
argumento tendencioso de por qué un viajero carismático era
en realidad el Mesías tan esperado, y fue escrito en épocas
turbulentas, cuando otros candidatos a Mesías proclamaban su
verdad con la misma vehemencia.

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Jesus

Otra posibilidad que contemplé fue escribir una especie


de relato fantástico de tinte espiritual, dejando que mi
imaginación volara libremente. Los relatos fantásticos de ese
tipo no tienen límites, porque no hay hechos que los restrinjan.
Jesús podría haber sido un aprendiz de mago en un taller de
Efeso o haber visitado el Partenón para sentarse a los pies de
los herederos de Platón. Pero esa opción parecía una
impertinencia.
Por último, podría haber tomado al viejo y querido Jesús
de los evangelios y trabajar hacia atrás. Eso hubiera sido lo
más seguro, una especie de "joven Indiana Jones" que nos
impulsa a tomarle el gusto al héroe que, sabemos, está por
venir. Si los evangelios nos muestran a un hombre lleno de
amor, compasión, bondad y sabiduría, cabría pensar que
empezó siendo un muchacho inclinado prodigiosamente al
amor, la bondad, la compasión y la sabiduría. Con el tiempo,
esos rasgos habrían florecido hasta que llegase el día en que,
a los treinta años, más o menos, Cristo irrumpiese en escena
pidiéndole a su primo Juan que lo bautizara en el Jordán.
Estudiando todas esas posibilidades, me di cuenta de
que había quedado fuera de la Biblia más de un Jesús. Tenía
sentido, entonces, rescatar al que había sido más crucial, el
Jesús fundamental que implora ser conocido. Para mí, ese
Jesús no es una persona, sino un estado de conciencia. La
forma en que Jesús logró la unidad con Dios fue un proceso
que tuvo lugar en la mente. Visto desde la perspectiva del
Buda o los antiguos rishis ("profetas!') de la India, Jesús
alcanzó la iluminación. Ese es el tema que me ocupa
verdaderamente: un joven con el potencial de convertirse en el
salvador descubrió ese potencial y después aprendió a
ejercerlo.
Espero poder satisfacer la curiosidad más íntima de
todos los lectores. ¿Qué se siente al estar unido con Dios?
¿Podemos seguir nosotros el mismo camino que Jesús? Yo
creo que sí. Jesús fue un maestro de la conciencia elevada, no
sólo un perfecto ejemplo de ella. Les dijo a sus discípulos que

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ellos harían todo lo que él podía hacer y más. Los llamó la "luz
del mundo", el mismo término que usaba para sí. Señaló al
reino de los cielos como un estado gracia eterna, no un lugar
lejano escondido encima de las nubes.
En pocas palabras, el Jesús que quedó fuera del Nuevo
Testamento resultó ser, en muchos aspectos, el Jesús más
importante para los tiempos modernos. Su deseo de encontrar
la salvación resuena en todos los corazones. Si no fuera así, la
corta vida de un rabino, controvertido y bastante despreciado,
en la periferia de la sociedad judía del siglo I no hubiese
significado mucho. Sin embargo, como todos sabemos, ese
rabino oscuro quedó envuelto para siempre en el mito y el
simbolismo. Yo no quería que el Jesús de esta novela fuese
venerado, y mucho menos proponerlo como el Jesús definitivo.
Los hechos de esta historia son ficción pura. Pero, en un nivel
más profundo, siento, que Jesús es real porque alcancé a ver
el interior de su mente. La oportunidad de comprender, por
ínfima que sea, responde muchas plegarias. Espero que los
lectores sientan lo mismo.

Deepak Chopra,
Mayo de 2008

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Capítulo
1
El forastero de la nieve

¡Un caballo! -gritó el muchacho del templo mientras entraba


corriendo y trataba de recobrar el aliento-Rápido, ven a ver.
-¿Por qué? -pregunté sin levantar la vista. Estaba
escribiendo, como todas las mañanas. Mis garabatos nunca
salían de esa choza oscura, medio en ruinas, pero eso no tiene
importancia.
-Porque es enorme. Apresúrate, alguien podría robarlo.
-¿Antes que tú, quieres decir? -El muchacho estaba tan
exaltado que no dejaba de tirar al suelo el agua caliente del
balde que llevaba. Tenía permiso para invadir la choza y
prepararme el baño después del atardecer. Le fruncí el ceño-.
¿Y que pasó con la indiferencia?
-¿Qué? -preguntó él.
-Pensé que el sacerdote te estaba enseñando a no
exaltarte tanto.
-Eso era antes de que apareciera el caballo.

Si uno ha nacido en lo alto de estas montañas, un


caballo perdido es todo un acontecimiento. ¿De dónde vendría
aquél? Probablemente de la parte occidental del imperio,
donde crían enormes sementales negros. Los lugareños
conocían a los animales por la brújula: los elefantes vienen del
sur, donde empieza la jungla, y los camellos, del desierto del
este. En todos mis viajes, había visto uno solo de esos
monstruos grises, que son como paredes que caminan.

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Del norte, a través de los desfiladeros, venían unos


ponis pequeños, peludos, que eran muy comunes; los
comerciantes usaban ponis para llegar a las aldeas con sus
mercancías: cáñamo, seda, incienso, sal, cecina y harina, es
decir, lo imprescindible, además de la seda para adornar a una
novia en su dicha o envolver un cadáver en su desgracia.
Puse el pincel cargado de tinta en su soporte y me froté
los dedos negros.
-Va a ser mejor que dejes ese balde en el suelo antes de
que nos ahogues a los dos -dije-. Después trae mi manto.
En el exterior, una tormenta que había bajado de
repente de los altos riscos durante la noche golpeaba los
cueros estirados contra las ventanas de mi choza, dejando
otros treinta centímetros de nieve reciente. Salí y miré a mi
alrededor.
"Aquí hay algo más que un caballo", pensé.
El chico del templo no se aguantó y salió corriendo por el
sendero sin esperarme.
-¡Busca al forastero! -grité.
El chico se dio la vuelta enseguida. Yo tenía el viento a
favor y, por la altura, mis gritos se oían a gran distancia.
-¿Qué forastero? -respondió el chico.
-El que se cayó del caballo. Ve a buscarlo.
Búscalo bien y no pierdas el tiempo.

El chico del templo dudó. Prefería quedarse embobado


mirando al enorme y magnífico animal aunque buscar un
cuerpo en la nieve tenía su propio encanto. Asintió, giró en un
recodo y se perdió -de vista. Las rocas que había a ambos
lados del sendero eran tan grandes que bastaban para que un
adulto desapareciera tras ellas, con más razón un muchachito
escuálido.
Avancé despacio detrás de él, pero no por la edad. No
sé qué edad tengo -es algo que dejó de importarme hace
mucho tiempo-, pero todavía puedo moverme sin que mis
huesos rechinen.

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Jesus

Yo había predicho la presencia del misterioso forastero


dos días antes, pero no la tormenta nocturna. La nieve no lo iba
a matar, aunque sí era probable que la ráfaga de aire gélido
que venía aullando desde los picos acabara con él. Nadie que
viene de abajo espera encontrarse con semejante frío. Yo he
ayudado a los aldeanos a rescatar a los viajeros en apuros que
han tenido buena fortuna: solamente, se les ponen negros la
nariz y los dedos de los pies. Después de ser arrastrados a un
lugar protegido están entumecidos, al principio, pero empiezan
a gritar de dolor tan pronto como los hacen entrar en calor.
Todos los de mi valle tienen un enorme respeto por los
altos picos y sus peligros. Pero también veneran a las
montañas, que les recuerdan lo cerca que está el cielo. Yo no
necesito el consuelo del cielo.

Los aldeanos no volvieron a buscarme para rescatar a


nadie: les molestaba que un viejo asceta que parecía una
estatua torcida de teca pudiera caminar descalzo mientras que
ellos tenían los pies envueltos en trapos y capas de piel de
cabra. En las largas noches de invierno, apiñados unos contra
otros, debatían justamente eso, y llegaron a la conclusión de
que yo había hecho un pacto con un demonio. Como había
miles de demonios locales, sobraban algunos para cuidarme
los pies.
Bajé por el sendero hasta que oí un sonido débil y
distante en el viento, más un chillido de roedor que la voz de un
chico. Pero entendí lo que significaba. Me desvié hacia la
izquierda, de donde procedía el sonido 'y apuré el paso. Tenía
un interés personal en encontrar al forastero con vida.

Lo que encontré al llegar a la siguiente cumbre fue un


montículo en la nieve; el chico del templo lo miraba fijamente,
pero el montículo no se movía.
-He esperado a que llegaras antes de darle una patada -
dijo. Tenía en la cara esa mezcla de terror y deleite que invade
a la gente cuando cree haber descubierto un cadáver.

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-Escúchame. No le desees la muerte. No ayuda en lo


más mínimo -le advertí.
En vez de patear el montículo, el chico se arrodilló y
empezó a sacar la nieve furiosamente con las manos. El
forastero se las había arreglado para enterrarse debajo de una
capa de nieve de unos treinta centímetros, pero eso no era tan
sorprendente como otra cosa: cuando finalmente pude ver el
contorno de su cuerpo, noté que el hombre estaba de rodillas
con las manos entrecruzadas bajo el mentón. El chico no
había visto nunca a nadie en esa posición.
-¿Se quedó helado así? -preguntó.

No contesté. Al mirar el cuerpo, me impresionó que


alguien se quedara rezando a punto de morirse. La postura
también me indicó que era judío porque, más hacia el este, los
religiosos no se arrodillan para rezar, sino qué se sientan con
las piernas cruzadas.
Le dije al chico que corriera a la aldea a buscar un trineo
y él obedeció sin chistar. La verdad es que podríamos haber
llevado el cuerpo entre los dos, pero yo necesitaba estar solo.
En cuanto el muchacho del templo desapareció, acerqué la
boca a la oreja del forastero, que todavía presentaba un color
rosa vivo aunque estuviera cubierta de escarcha.
-Muévete -susurré-. Sé quién eres.

Durante un instante no pasó nada. Todo indicaba que el


forastero seguía congelado, pero no lo abracé para darle calor
con mi propio cuerpo: si ése era el visitante que yo estaba
esperando, no era necesario. Sin embargo, hice una pequeña
concesión: llamé al forastero por su nombre.
-Jesús, despierta.
La mayoría de las almas reacciona cuando uno las llama
por su nombre. Unas pocas incluso vuelven del valle de la
muerte. El forastero se movió, ligeramente al principio, apenas
lo suficiente para sacudir unos copos de nieve del pelo
enmarañado de escarcha. No era cuestión de descongelarse.

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Jesus

Los seres humanos no son como las carpas, que se pasan


todo el invierno suspendidas en el hielo y no se retuercen para
volver a la vida hasta la primavera, cuando se deshielan los
lagos. El forastero había deseado con todas sus fuerzas
quedarse completamente quieto y ahora deseaba con todas
sus fuerzas volver a moverse. Si yo hubiera dejado que el chico
presenciara la escena, él habría quedado convencido de que
yo estaba haciendo magia negra.
Jesús levantó la cabeza y miró fijamente sin
comprender. Todavía no había vuelto del todo a este mundo.
Poco a poco, empezó a distinguirme.
-¿Quién eres? -preguntó.
-No importa -respondí. Traté de ayudarle a ponerse de
pie.
Jesús se resistió.

-He venido a ver a un hombre en especial. Si no eres


ese hombre, vete. -Jesús era fuerte y fibroso, incluso después
de un viaje tan arduo y, al resistirse, me hizo retroceder. No
preguntó por su caballo. La lengua que hablaba era un griego
ordinario, del tipo que se usa en los mercados de la parte
occidental del imperio. Lo habría asimilado en sus viajes. Yo
sabía algo de griego, aprendido de los comerciantes cuando
tenía la edad del forastero, unos veinticinco años, más o
menos.
-No seas terco -dije-. He escarbado en la nieve para
sacarte. ¿Qué otra persona se iba a tomar la molestia de
hacerlo en un vulgar montículo?
Jesús seguía desconfiando.
-¿Cómo has averiguado mi nombre?
-Tu pregunta se contesta sola -dije-. El hombre que
buscas sabría tu nombre sin preguntar.

Ahora Jesús sonreía y entre los dos, a la fuerza,


estiramos sus rodillas, rígidas del frío. Se puso de pie,
tembloroso, pero enseguida cayó contra mi hombro.

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-Un momento -dijo.

En ese momento lo medí. Yo les llevaba media cabeza a


los aldeanos de la montaña y Jesús me llevaba otro tanto a mí.
Tenía la barba y el pelo muy cortos, oscuros, no estaban
recortados con cuidado sino irregulares, come los de un viajero
sin tiempo para los detalles. Los ojos castaños parecían más
oscuros de lo habitual en contraste con la piel pálida. Es decir,
pálida en comparación con los que están calcinados por el sol
en las alturas, donde todos terminan como odres de cuero.

Jesús me dejó que lo ayudara a subir a la montaña


apoyado en mi hombro, lo que me indicaba que ahora confiaba
en mí. No volvió a preguntar mi nombre, geste sutil que tomé
como señal de que lo sabía de antemano. Yo prefiero
ocultarme en el anonimato; si uno quiere la soledad absoluta,
no debe decir su nombre a nadie ni preguntárselo jamás a
ninguna otra persona. Los aldeanos no sabían mi nombre, aun
después de años de cercanía, y yo me olvidaba del de ellos tan
pronto como lo escuchaba, incluso el del muchacho del templo.
A veces le llamaba "Gato", porque su trabajo era cazar las
ratas de campo que entraban al templo atraídas por el incienso
y el aceite.
Después de medio kilómetro, Jesús se enderezó y
caminó solo. Un instante más tarde, rompió el silencio.
-He oído hablar de ti. Dicen que sabes todo.
-No, no dicen eso. Dicen que soy un torpe idiota o un
adorador del demonio. Dime la verdad. Tuviste una visión en la
que aparecía yo -Jesús parecía sorprendido-. No tienes que
ocultarme lo que sabes -dije, mirándolo a los ojos-. Yo no tengo
nada oculto. Si tienes ojos, verás.

Él asintió. Ahora la confianza entre nosotros era


absoluta. Enseguida llegamos a mi casa, azotada por el viento.
Una vez dentro, metí la mano entre las vigas del techo y bajé
un paquete envuelto en trapos sucios.

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-Té -dije-. Té de verdad, no los tallos de cebada secos


que usan en este lugar.
Puse a hervir en el brasero una tetera con nieve
derretida. Hizo un fuego humeante porque diariamente yo
usaba estiércol seco como combustible. El suelo de la choza
estaba cubierto del mismo estiércol mezclado con paja. Cada
primavera venían unas mujeres a poner una capa nueva.
Jesús se puso en cuclillas en el suelo, como un
campesino, y observó. Si yo realmente fuera tan sabio, tendría
que saber si Jesús había aprendido a sentarse así entre su
gente o en sus largos viajes. Después del aire puro del exterior,
los ojos del visitante lloraban por el humo. Descorrí uno de los
cueros secos que cubrían la ventana para que entrara un poco
de aire.
-Uno se acostumbra -admití.

No tenía intención de anotar la visita, aunque había


tenido sólo un puñado como ésa en veinte años. A simple vista,
Jesús no tenía nada de especial. Es probable que la
superstición de los ignorantes convierta en monstruos y
gigantes a quienes tienen un destino especial. La realidad es
diferente. ¿Eran los ojos de Jesús profundos como el mar y
oscuros como la eternidad? No. Para el iniciado, había algo en
su mirada que no podían expresar las palabras, pero lo mismo
pasa con una joven aldeana, pobre hasta la desesperación,
que al ver a su recién nacido por primera vez se colma de
amor. Un alma es todas las almas; nos negamos a verlo, nada
más.
Con la misma lógica, todas las palabras son palabras de
Dios. Las personas se niegan también a ver eso. Jesús
hablaba como todo el mundo, pero no todo el mundo hablaba
como Jesús, lo cual es un misterio.

Durante esa primera hora, los dos tomamos nuestro té


negro, fuerte y bien hecho en honor al visitante, y no poco

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cargado, como yo lo tomaba habitualmente. La provisión me


tenía que durar todo el invierno.
-Creo que entiendo tu problema -dije.
-¿Mi razón para venir a buscarte, quieres decir? -
preguntó Jesús.
-Es lo mismo, ¿no? Tú encontraste a Dios y no fue
suficiente. Nunca es suficiente. No hay peor hambre que el
hambre eterna.
Jesús no parecía sorprendido. El hombre a quien
buscaba hablaría así, sin hacer preguntas preliminares. Y yo ya
había visto a unos cuantos jóvenes febriles llegados a la
montaña con sus visiones, que, tras apagarse, se marcharon
muy rápido llevándose consigo sus visiones convertidas en
cenizas.
-Una cosa es encontrar a Dios -afirmé-. - Otra es
convertirse en Dios. ¿No es eso lo que quieres?
Jesús parecía asustado. A diferencia de los otros
jóvenes inquietos, él no me había encontrado por propia
voluntad, sino porque algo invisible lo había guiado, llevado de
la mano como a un niño.
-Yo no lo diría de esa manera -dijo con sobriedad.
-¿Por qué no? A estas alturas no puedes estar
preocupado por la blasfemia -me reí y me salió como un ladrido
corto, suave-. Ya te han acusado de blasfemo cientos de
veces. No te preocupes. Nadie te está vigilando. Cuando yo
cierro la puerta, hasta los dioses del lugar tienen que quedarse
afuera.
-El mío no.

Después de ese intercambio, no hablamos más. Nos


quedamos sentados en silencio mientras la tetera silbaba sobre
el brasero. El silencio no es un espacio vacío. Es la posibilidad
preñada de lo que está por nacer. El silencio es el misterio al
que yo me dedico. Silencio y luz. Así que no me costó nada
reconocer la luz que Jesús traía consigo.

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Sin embargo, había algo más. Su camino se había


trazado antes de que él -naciera. Todavía era joven y apenas
había alcanzado a ver un trecho. Pero era posible que hubiera
otro capaz de ver todo el camino sin lágrimas en los ojos. Ésa
era la razón por la que Jesús había sido guiado a través de la
tormenta de nieve: para entretejer su visión con la mía.

Se quedó dormido allí sentado, vencido por el


agotamiento. A la mañana siguiente, empezó a contarme su
historia. Mientras fluían las palabras, el frío y la oscuridad de la
choza hacían que su relato pareciera irreal. Pero eso era de
esperar: hacía tiempo que Jesús sospechaba estar viviendo en
un sueño.

Yo escuché la historia y, en mi mente, vi mucho más.


Escuchen y juzguen por ustedes mismos.

* * *

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Capítulo
2

Los dos Judas

La voz atronadora llenó el granero de piedra hasta las


vigas.
-¿Qué decisión van a tomar, hermanos? La próxima vez
que los soldados invadan su aldea, ¿van a ser como la
serpiente, que muerde cuando la pisan? ¿O como la tortuga,
que se esconde en su caparazón y reza para que no la
aplasten a pisotones?
El orador hizo una pausa; sabía que el temor dominaba
a aquellos galileos. Aunque no era más alto que aquellos que
lo escuchaban, estaba erguido, mientras que ellos estaban
encorvados como perros que esperan un latigazo. Dio una
patada en el suelo y levantó una nube de paja que
resplandeció como oro opaco a la luz del candil.
-Todos ustedes me conocen por mi reputación --dijo-.
Soy Simón, el hijo de Judas de Galilea. ¿Qué significa eso para
ustedes?
-Significa que eres un asesino -gritó una voz desde las
sombras. El granero estaba oscuro, excepto por un único candil
cubierto. Los romanos pagaban bien a sus informantes y las
reuniones secretas de los rebeldes eran delitos que se
castigaban con la muerte.
-¿Asesino? -se burló Simón-. Yo hago sacrificios
justificados.
-Tú asesinas sacerdotes -lo corrigió la misma voz.

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Deepak Chopra

Simón entrecerró los ojos para tratar de distinguir más


claramente en la oscuridad al que hablaba. Por cada diez
hombres que se animaban a entrar a escondidas en una
reunión, por lo general no había ni uno que -realmente se
uniera a la causa de los rebeldes. Esa noche, el grupo que
estaba apretujado en un granero abandonado de las afueras de
Nazaret no era muy diferente. El tono del zelote se hizo más
fuerte.
-El asesinato va en contra de la ley de Dios. Nosotros
eliminamos a los colaboracionistas. Cualquiera que colabore
con Roma es enemigo de los judíos. Los enemigos de los
judíos son enemigos de Dios. ¿Niegan eso?

Esta vez, nadie gritó nada como respuesta. Simón


despreciaba la cobardía de esos galileos, pero también los
necesitaba. Eran habitantes de aldeas remotas, acechados por
el espectro del hambre. Cuatro de cada diez niños morían
antes de cumplir los cinco años. Las familias a duras penas
tenían lo indispensable para vivir en los cerros, entre olivos
torcidos y campos de trigo resecos. Era la única existencia que
conocían.
El hombre que había llamado asesino a Simón no era
Jesús, pero Jesús estaba allí. Se encontraba de pie junto a su
hermano Santiago, que no podía esperar a unirse a los
rebeldes. Habían estado discutiendo toda la mañana sobre
asistir o no.
-Ven a escuchar, aunque sólo sea eso -le rogó Santiago-
. No tienes que hacer nada.
-Ir a sus reuniones es hacer algo -respondió Jesús.
Lo cual era cierto desde el punto de vista de los
romanos. Pero cuando Santiago amenazó con ir sin él, Jesús,
como hermano mayor, se sintió obligado a acompañarlo. El
granero de piedra era frío de noche. Olía a paja y a nidos de
rata.
Simón levantó la mano en un gesto conciliador.

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-Ya sé, lo único que quieren es vivir en paz y yo les


traigo una espada, la espada de Judas, mi padre. ¿Ustedes
nos llaman "los hombres de los puñales"? Los puñales son
sólo el principio.

Con un gesto exagerado, sacó una espada legionaria


debajo de la capa. Simón oyó gritos ahogados. Incluso bajo el
resplandor de la luz amortiguada del farol tapado se notaba
que era acero romano. La levantó en alto.
-¿Tenemos tanto miedo que ante la simple visión de un arma
del enemigo nos meamos encima? Esta espada no se le cayó
a ningún soldado. No se la olvidaron en ninguna taberna
después de una pelea de borrachos. Esta espada se ganó en
un combate mano a mano. La ganó uno de nosotros... la ganó
un judío. -Se adelantó hasta el hombre que tenía más cerca-.
Vamos, tócala, huélela. Tiene todavía la sangre del enemigo. -
Levantó la voz y miró fijamente a los hombres que estaban en
la habitación-. Que todo el mundo la toque.
Jesús intentó asir el brazo de su hermano.
-Vámonos.
-¡No! -susurró Santiago, pero en un tono faros. Ninguno
de los dos había tocado una espada en su vida. El único metal
que conocían era el azadón o el hacha y el cincel del obrero.
Ahora la espada se acercaba más aún.
-Si la tocas ahora, ¿podrás olvidar su roce alguna vez?
preguntó Jesús. Con veinte años, ya hacía cinco que se lo
consideraba un hombre, y aun así ninguno de sus hermanos le
hacía caso.

Simón miraba con satisfacción cómo pasaba el arma de


mano en mano. La espada romana era su ardid más poderoso.
Las manos ásperas podían captar, lo que las mentes simples
no. Sin embargo, no estaba diciendo la verdad: en realidad, la
espada había quedado olvidada en una taberna de Damasco y
alguien se la había vendido al movimiento clandestino. La
sangre que embadurnaba la espada era sangre de conejo, que

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él aplicaba de vez en cuando, cuan o lograba cazar uno para la


cena. Pero a estos galileos tenía que contarles algo que los
incitara. Tanto si se unían a él como si huían, recordarían la
imagen de una espada capturada, untada con sangre del
enemigo.
Jesús era uno de los que recordaba. Y eligió los
pormenores de esa noche para empezar la historia que me
relató.
El estaba de pie, nervioso, detrás del grupo. No tenía
miedo de estar allí con un rebelde zelote, pero quería que, por
su propio bien, Santiago, su impetuoso hermano menor, tuviera
miedo.
La espada había llegado hasta ellos y Santiago se la
alcanzó a Jesús.
-Tómala -susurró. La hoja, corta y roma, era más pesada
de lo que parecía, lo que revelaba que había pertenecido a un
soldado común de a pie.
Jesús había visto dagas robadas desde que era niño y,
a veces, también una funda o yelmo romanos. Robar a los
invasores garantizaba el respeto de los demás chicos. Él
sospechaba que la espada era fruto del saqueo y no un botín
de guerra.
-Tráela aquí --ordenó Simón.

Jesús no se había dado cuenta de que era el último de


la fila. Trató de pasar la espada por encima de la cabeza del
granjero que estaba delante de él.
-No, tráela tú mismo -dijo el zelote. Jesús hizo lo que
ordenaban, manteniendo la vista baja. Su intento de pasar
inadvertido había fallado-. Quiero verte después de que todos
se hayan ido-murmuró Simón en voz baja, con la mirada fija en
Jesús.
Nadie oyó exactamente lo que dijo y Santiago estaba
ansioso por averiguarlo. Jesús se negó a satisfacer su
curiosidad. El granero tenía una sola salida y Simón la bloqueó

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Jesus

en cuanto se dispersó el grupo. Su cuerpo bajo, rechoncho y


fuerte era tan imposible de franquear como una roca enorme.
-Yo los conozco -dijo Simón-. Son hijos de David. -Ese
era el tipo de elogio exagerado que funcionaba bien con los
campesinos simplones.
Pero Jesús dijo:
-Los hijos del rey no hacen reuniones secretas en un
granero. ¿Por qué nos elegiste a nosotros dos?
-Porque tengo ojos. Esos otros son judíos de nombre,
nada más, pero ustedes no.
-Puedes ver lo que quieras -dijo Jesús. Notaba a su
hermano menor cada vez más exaltado e irritado,
-En nuestra aldea hay muertes todos los día! saltó
Santiago. ¿Por qué los rebeldes no hacen algo al respecto?
-¿Qué es lo que los está matando? -preguntó Simón.
-Los romanos nos chupan la sangre con los impuestos;
ya antes de ellos casi no teníamos suficiente comida para
nosotros.
Simón sonrió. Una oportunidad. Ése era el momento que
justificaba su vida dura, clandestina. Los rebeldes siempre iban
de un lado a otro a lo largo de las tierras ocupadas de
Palestina, durmiendo en graneros o detrás de los montones de
heno. Era muy raro que un granjero alojara a un zelote: corría
el riesgo de que, como represalia, le quemaran la casa hasta
los cimientos.
-Tus preguntas son buenas -dijo Simón-. Mi padre te las
puede responder. ¿Te gustaría conocerlo? Puedo llevarte allí
esta noche.

Santiago quiso aceptar la oferta inmediatamente. El


padre de Simón, Judas de Galilea, era el alma de la rebelión.
De pelo oscuro como un oso, había venido de Gamala, una
aldea no más grande que Nazaret, de unos quinientos
habitantes como máximo. Desde que había nacido, Santiago
había visto a los zelotes levantarse de la tierra como
fantasmas, atacando en todas partes, incluso dentro del templo

19
Deepak Chopra

de Jerusalén. Pero no eran fantasmas: eran hijos del cerebro


de Judas y las armas de su voluntad.
Simón notó que el joven miraba, nervioso, a su hermano
mayor, que permanecía indiferente.
-Judas es el hombre más grande que existe, es el
sucesor de los profetas -alardeó Santiago.
El hermano mayor dijo lo que pensaba:
-¿Necesitamos otro profeta qué presagie muerte? Ese
pozo no se ha secado, se vuelve a llenar con cada generación.
-Mira a tu alrededor. Los judíos ya conocen la muerte --
dijo Simón-. No necesitamos que un profeta nos cuente eso.
Necesitamos uno que pueda liberamos: ése es mi padre. A
menos que tú sigas soñando con el mesías, que siempre llega
mañana.
El mayor no -se dejaba convencer.
-Dices que tu padre es nuestro salvador. ¿Qué clase de
salvador se vale de la destrucción para terminar con la
destrucción? --dijo.

Jesús no necesitaba explicar el sentido de sus palabras.


Los zelotes acababan de redoblar su campaña terrorista. Sus
"hombres de los puñales habían asesinado a varios sacerdotes
de alto rango en Jerusalén y ahora amenazaban con asesinar a
cualquier judío que cooperara con los romanos, incluso al más
pobre de los granjeros.
Simón extendió las manos.
-No voy a discutir con ustedes. Vengan y vean con sus
propios ojos. Mi padre está escondido en un lugar donde los
invasores nunca lo van a encontrar. Es más seguro visitarlo a él
que venir aquí.

Sentía que el más joven titubeaba, pero apenas tenía


quince años. El mayor sería la gran adquisición, si lograba
convencerlo de que se sumara a la causa.
Jesús dudó. Sabía que si rechazaba la invitación,
Santiago nunca lo iba a perdonar. Los zelotes habían dividido a

20
Jesus

la comunidad. Por cada judío que los consideraba asesinos


despiadados, había otro que los veía como héroes en la lucha
contra el opresor. Santiago se inclinaba más hacia el segundo
bando y era muy probable que si Jesús se interponía en su
camino, se escapara con tal de unirse a ellos. Por otro lado,
existía la ley. La ley de Moisés no prohibía matar al enemigo.
Había que obedecer el mandamiento de no matar, pero no
cuando se trataba de sobrevivir y ¿no estaban –los Judíos al
borde del exterminio?

Esas no eran razones suficientes para conocer al jefe de


los rebeldes. Jesús se debatía entre las dos opciones, pero no
podía abandonar a un miembro de la familia, si bien ir directo a
la boca del lobo era igual de malo. Después pronunció la frase
que más le costó en su vida:
-Soy Jesús. Éste es mi hermano Santiago. Llévanos a
donde tú quieres que vayamos.

JESÚS NO SABÍA dónde tenían escondido a Judas de


Galilea, pero cuando Simón los guió en la subida hacia -los
cerros, caminando por senderos tan estrechos que apenas se
veían a la trémula luz de la luna, no se sorprendió. Hacía -
varias generaciones que los judíos venían rebelándose y, ya
antes de eso, los densos picos escondían a los contrabandistas
y a sus botines de vino de Creta, tintes de Tiro y cualquier otra
mercancía que los romanos gravaran con impuestos
exorbitantes. Mientras caminaban, Jesús sentía el olor de los
árboles resinosos. Su fino oído podía detectar los pies que
correteaban y se detenían, alarmados, cuando los tres hombres
pasaban cerca. Las piedras sueltas dificultaban el avance.
Santiago perdía el equilibrio a cada rato y Jesús tenía que
sostenerlo cada vez que tropezaba.
Simón miraba por encima del hombro.
-¿Todo bien ahí atrás?
Santiago asentía. No le pedía que redujera el paso por
conservar el orgullo.

21
Deepak Chopra

Simón se mostraba tan seguro del camino que Jesús se


dio cuenta de que los estaban llevando, a él y a Santiago, a un
santuario permanente de los zelotes y no a uno de sus refugios
ocasionales. Eso quería decir que iban a una cueva. Los
romanos podían inspeccionar cualquier vivienda construida por
encima de la tierra: la insurrección era un asunto serio y su red
de espías y soldados era muy estrecha. Pero las cuevas eran
otra cosa, porque había una cantidad innumerable en esos
cerros y porque estaban bajo tierra.

Jesús se preguntaba si, en sus andanzas, habría


pasado por esa cueva sin descubrir jamás de qué se trataba.
En su aldea de Nazaret vivían dos tipos de personas, las de las
montañas y las de los caminos, es decir, aquellos que se
quedaban en casa y aquellos que viajaban. Quienes
sembraban trigo, cultivaban olivos o pastoreaban ovejas se
pasaban todo el día en los cerros. (Los viajeros que habían
visto los picos nevados del Líbano se habrían burlado si
hubiesen considerado montañas los cerros galileos, pero eran
elevaciones de todos modos y hacía frío en el invierno.), Desde
que Adán y Eva fueron expulsados del paraíso con lágrimas y
gemidos, la supervivencia dependía del trabajo entre el polvo.
Era lo que exigía Dios como expiación. La gente e os caminos
era una pequeña minoría, hombres que caminaban de pueblo
en pueblo, buscando cualquier trabajo que pudieran conseguir.
A menos que los romanos estuvieran construyendo una villa en
las afueras de la ciudad de Séforis, una gigantesca empresa
que generaba trabajo durante varios meses seguidos, los
tekton ambulantes se podían considerar afortunados si,
después de medio día de viaje, conseguían un trabajo de
cuatro horas.

Cuando tenía siete años, Jesús había oído que a su


padre le llamaban tekton. José lo había llevado de viaje por
primera vez, y un comerciante de Macedonia, bajo y
rechoncho, había pronunciado esa palabra al señalar una

22
Jesus

rueda de carro que estaba rota y soltar una orden cortante


antes de dar media vuelta sobre sus talones e irse. José
empezó a reparar con mucha paciencia el metal retorcido que
envolvía el eje de la rueda.

-No le caes bien a ese hombre. ¿Por qué? -preguntó


Jesús. Había confundido la palabra tekton, que significa
"artesano" en griego, con un insulto, del mismo modo que los
romanos soltaban judaeus (no podían -o no querían-
pronunciar correctamente la palabra hebrea yehudi cuando
hablaban con los judíos). José hizo que su hijo sostuviera la
rueda con firmeza.
-No vas a dejar que se caiga y nos mate a los dos,
¿verdad? -dijo.
Jesús, resuelto, negó con la cabeza y mantuvo el cuerpo
rígido hasta que notó que estaban a punto de doblarse sus
rodillas. Después, José empezó a hacer lo que hacen
eternamente los padres cuando sus hijos llegan a cierta edad:
empezó a explicarle el mundo y el lugar que ellos ocupaban en
él.
-Yo soy un artesano y, ahora, tú también. Un día
colocamos piedras, reparamos muros caídos, cortamos madera
para hacer vigas. Al día siguiente, vamos adonde nos
necesiten y, si queremos comer, aprendemos a hacer un suelo
de barro, construimos un corral de ovejas con piedras del lugar
y medimos una viga para el techo. Dios no nos dio una vida
fácil, pero nos entregó el mundo entero para que lo veamos
mientras caminamos en busca del próximo trabajo.

Jesús escuchaba y asentía. Desde que tenía memoria,


había observado a su padre, paciente y de brazos musculosos,
hacer todas esas cosas. José se levantaba antes del
amanecer y salía de la casa con la túnica remendada y el
delantal de cuero, y volvía tan tarde como fuera necesario.
Todos los artesanos vivían de esa forma y las historias que
traían consigo a su regreso pintaban la única imagen del

23
Deepak Chopra

mundo que conocían los nazarenos, a excepción de las


historias de Moisés y Abraham y sus descendientes, que
estaban en el Tanaj, las sagradas escrituras.

Como sus familiares eran gente de los caminos, Jesús


tendría que haberse sentido desconcertado con esos senderos
torcidos e iluminados por la luna, como trazados por la mano
de un escriba senil. Pero él era poco común: era tanto de las
montañas como de los caminos. Santiago, por otro lado, nunca
se había aventurado tan alto. Jadeaba con fuerza y sus ojos
escudriñaban el cielo, nerviosos, para ver si había alguna nube
que tapase la luna y sumiera los bosques en la oscuridad total.
Jesús oyó un sonido nocturno, el susurro de las alas de los
murciélagos muy cerca de sus cabezas.
-Hay un redil, más arriba, en una cueva grande --dijo.

Sin mirar hacia atrás, Simón asintió. Era habitual,


durante los meses de pastoreo, poner una pared baja de piedra
en la entrada de una cueva para encerrar a las ovejas de
noche. Jesús había oído el murmullo, el sonido nervioso de los
animales mansos que soñaban con lobos. Un instante
después, vio el redil. El sendero llevaba directamente a la
entrada de una cueva enorme, en la que brillaban unas brasas
de un tenue anaranjado en la oscuridad. Simón echó un rápido
vistazo hacia atrás para advertir a los hermanos que guardaran
silencio. Acostumbrados a las montañas, él y Jesús podían
silenciar sus pasos a voluntad, moviéndose furtivamente a
través de la maleza y las ramitas caídas. Santiago no tenía esa
habilidad, y a pesar de que sus pisadas quebraban apenas
alguna que otra pequeña ramita, el chasquido bastaba para
despertar a un pastor semidormido.

-Apresúrense -les ordenó Simón entre dientes. Si Simón


tenía miedo de los pastores que cuidaban las ovejas, entonces
no eran señuelos. Como el invierno ya ponía fin a la época de

24
Jesus

pastoreo, estaban envueltos con varios mantas, aislados del


frío y del luido de los intrusos-. Por aquí -susurró Simón.

Al principio, no se veía ningún "aquí", pero después


Jesús divisó, a través del espeso sotobosque, un segundo
acceso a la cueva. Esa entrada apenas llegaba a la rodilla; una
negrura abierta que casi no se distinguía de las tinieblas
propias de la noche. Él y Santiago se tiraron al suelo, guiados
por Simón, y entraron a rastras por la abertura. Siguieron
gateando por una superficie de tierra a lo largo de lo que
parecieron cincuenta metros, aunque era una ilusión provocada
por el espacio reducido, la oscuridad y los nervios a flor de piel.
En realidad, el pasaje se ensanchó a los veinte metros y
enseguida pudieron caminar agachados. Era una manera
espantosa de avanzar y Jesús estaba seguro de que Santiago
estaría haciendo muecas de dolor. Pero, justo en ese
momento, vieron que más adelante había una luz de antorchas
y oyeron un sonido nuevo, extraño: estaban salmodiando
plegarias.
¿Plegarias en una cueva de bandidos?
El túnel se ensanchó hasta que Jesús pudo verlos: un
grupo de judíos sentados en círculo dentro de una cueva
enorme, con las cabezas cubiertas con mantos de tejido
sencillo, que se inclinaban hacia atrás y hacia delante. Las
figuras tenían una apariencia espectral a la luz de las tenues
antorchas que, con su luz titilante, hacían resplandecer como el
agua las paredes de la cueva.
Simón captó la mirada inquisidora de Jesús.
-No es la hora establecida -dijo-. Pero no hay ley que
prohíba rezar cuando se necesita a Dios. Para nosotros,
cualquier momento es adecuado.

Ninguno de los jóvenes miró hacia ellos cuando se


acercaron. Santiago le dio un codazo a Jesús, señalando a un
viejo que estaba dentro del círculo. Judas el zelote -porque
tenía que ser él- hizo una inclinación con la cabeza a su hijo

25
Deepak Chopra

que volvía. Era delgado, con cara de halcón y la misma frente


feroz que el hijo. Estaba sentado en una alfombra burda de
camello y no llevaba ningún signo de rango; esa sencillez
denotaba su reciedumbre. Que no hubiera interrogado a Simón
le indicó a Jesús que tenía absoluta confianza en su hijo. Y que
éste hubiera corrido a arrodillarse a los pies de Judas
demostraba que Judas era venerado.
-Vengan -les indicó Judas, haciendo señas, y los dos
hermanos se acercaron. Santiago se postró inmediatamente
en el suelo de piedra. Jesús permaneció de pie. Judas lo
examinó.
-¿Por qué no estás muerto? -preguntó de golpe.
Jesús intuyó que la pregunta era una trampa, pero la
respondió. -Porque nadie quiere matarme -dijo.
Judas gruñó. Tocó a Santiago en la cabeza para que se
incorporara, después les hizo señas a los tres de que se
sentaran a su lado. El círculo de jóvenes seguía meciéndose y
rezando. Judas parecía impaciente.
-Tu respuesta no puede ser sino ingenua o maliciosa. No
tengo tiempo para ninguna de las dos posibilidades. Lo que
quiero enseñar lo tienes que aprender rápido y, si no, no lo
aprendes. ¿Has entendido? -Judas siguió hablando sin esperar
respuesta-: ¿Por qué cualquiera de nosotros está vivo? ¿Qué
hizo que los judíos, un pueblo miserable diezmado por una
conquista tras otra, pudieran sobrevivir?
-Nosotros devolvemos el golpe. Estarnos dispuestos a
morir -soltó Santiago.
Judas entrecerró los ojos.
-Piensa antes de hablar. Devolver el golpe es la forma
de morir que tienen las personas cuando el adversario las
supera en número. Los judíos han sido presa fácil en todas las
generaciones que vinieron después de Abraham. Dios nos da
abundantes recompensas por nuestra fe. Tendríamos que
haber sido exterminados hace mucho tiempo, como langostas
quemadas con antorchas en el campo. Pero no ha sido así. -
Se volvió hacia Jesús-. Dame esperanzas. ¿Tú sí piensas?

26
Jesus

-Solamente cuando es necesario -contestó Jesús.


A Judas le gustó esa respuesta, que era más un bloqueo
con espadas ligeras que una respuesta de verdad.
-Para los judíos --dijo Judas- siempre ha sido necesario
pensar. Ahora dime sin rodeos, ¿por qué no estás muerto?
En silencio, Jesús juntó las manos delante de la cara,
después las abrió, con las palmas hacia arriba.
Judas se echó a reír.
-¿Ves? -le gritó a Simón-. No deberías llamar "idiotas" a
todos. Éste es inteligente. -Después se volvió otra vez a Jesús:
Tienes razón. Tus manos me muestran un libro y así es como
nosotros, los judíos, hemos sobrevivido. Gracias al Libro.
Rápido y sin esfuerzo, Judas había captado la atención
de todos, algo que, claramente, era su fuerte. Encajaba bien
en el papel de líder de los rebeldes: la piel curtida, los ojos
feroces cuando proponía desafíos. Tenía la barba sin cortar y
dividida en dos por un grueso mechón de pelo gris.
-Mi hermano también tiene razón --dijo Jesús-. Nuestro
pueblo ha luchado por sobrevivir. No todos fueron asesinados.
-Si el Libro nos ayudó a sobrevivir, ¿qué es lo que nos
está aniquilando ahora? -preguntó Judas.
-Que nos apartamos de la ley -intervino Santiago.
Jesús agarró a Santiago por el cuello de la rústica capa
de lana.
-Vámonos.
-¡No! ¿Por qué?
Jesús sentía que los ojos de Judas, fijos en él, lo
observaban para ver cuál iba a ser su próximo movimiento. Los
jóvenes del círculo no eran estudiosos. Todos estaban
armados con un puñal bajo el talit, atado cerca del pecho.
Todos ellos eran kanaim, hombres celosos de Dios. Si no
reclutaban a Jesús, no dudarían en matarlo.
-Yo sé por qué nos trajiste aquí -le dijo a Judas.
-Para enseñarles -respondió el zelote. El tono ya no era
feroz, pero sus ojos de halcón no titubearon.

27
Deepak Chopra

-No, para amenazamos. Ahora sabemos dónde te


escondes. Tendremos que guardar el secreto si no queremos
que nos maten.

Una oleada de furia atravesó la cara de Judas. El círculo


de oración guardó un silencio cada vez más siniestro. Cuando
Judas no lograba reclutar a un rebelde, por lo general, se
ganaba un adversario. No había partes neutrales en Judea, ni
en ese momento ni nunca, probablemente. Pero Judas no
había sobrevivido todo ese tiempo sin tener la capacidad de
leer a los hombres y éste no estaba listo para ponerse en su
contra. Incluso podría resultar maleable, con el trato adecuado.
Simón se sorprendió de que su padre no dijera nada,
pero inclinó la cabeza y se puso el talit blanco. No hubo ni
siquiera un gesto seco para indicar que salieran los hermanos.
Pero el hijo sabía que su padre tendría sus razones y, sin que
se lo ordenaran, guió a Jesús y Santiago hacia la salida de la
cueva.

CUANDO LOS HERMANOS volvieron a estar cerca del


redil, Jesús le pidió a Santiago que se sacara las sandalias.
Las suelas del hermano menor estaban curtidas de andar por
los caminos, y haría menos ruido si iba descalzo. La precaución
funcionó al principio: en el aire enrarecido de la montaña, se
oía el ronquido de los pastores, que estaban dormidos con el
fuego totalmente apagado. Pero unos cien metros más
adelante, Jesús se puso tenso.
-Eso es lo que temía --dijo.
-¿Qué? -preguntó Santiago, que no había oído nada
raro.
-Nos están siguiendo. -Jesús miró al cielo. Todavía
había luna, pero pasaban unas nubecitas a toda velocidad. No
podía arriesgarse a abandonar el sendero. Se dio cuenta de
que Santiago quería correr y lo detuvo-. Es mejor esperar -dijo.
La persona que había enviado Judas a seguirlos, quienquiera
fuese, conocía el terreno demasiado bien.

28
Jesus

Los perseguidores eran casi silenciosos y cayeron sobre


ellos por sorpresa, no por atrás sino de frente: dog hombres
jóvenes, puñal en mano. Jesús todavía tenía agarrado a
Santiago del brazo y sintió que los músculos le temblaban bajo
la piel.
-No los vamos a matar. Muestren las armas si llevan
alguna --ordenó el más grande de los dos hombres.
-No tenemos -dijo Jesús.
El hombre que estaba al mando asintió.
-Entonces estiren los brazos. Tenemos que hacerles un
corte.
Jesús sabía el motivo. Los rebeldes querían marcarlos
para poder reconocerlos después. También podían valerse de
las marcas liara desatarlos a los romanos, en caso de que
éstos empezaran a dar caza a los simpatizantes de los zelotes.
-No -dijo-. Déjennos pasar.
Los dos rebeldes se miraron y estallaron en una
carcajada vulgar.
-No es una petición, muchacho -dijo el que estaba al
mando, aunque probablemente no le llevara más de uno o dos
años a Jesús-. Descubre el brazo. ¡Ahora!
A pesar de la oscuridad, Jesús vio cómo su hermano
abría los ojos a causa del miedo cuando se acercaba el puñal.
Santiago se liberó del brazo que lo sujetaba y salió corriendo.
-¡Atrápalo! -gritó el que estaba al mando.
El otro no tuvo dificultad en alcanzar a Santiago, que
Tropezó casi se cayó de bruces a escasos diez metros. El
zelote salto sobre él. Hubo un poco de lucha antes de que el
atacante apretara el filo del puñal contra la garganta de
Santiago y lo pasara suavemente trazando una media luna.
Salió una delgada línea de sangre que a la luz de la luna,
parecía negra. Santiago chilló de dolor. Sabia que lo que
seguía era el golpe de gracia.
-¡Basta!
El atacante levantó la vista. El grito no era de Jesús, sino
que procedía de una voz que venía de la oscuridad. Dudó por

29
Deepak Chopra

un segundo y entonces, -de entre las sombras, surgió la figura


de un tercer zelote.
-¿Quién les dijo que salieran del escondite? -ladró. El
hombre era mayor y más alto que los otros dos, y 1 parecía
tener autoridad sobre ellos. Lanzó una mirada furiosa y los
más jóvenes bajaron los puñales de inmediato-. ¡Lárguense!
Tan furtivamente como habían aparecido, los dos
asesinos volvieron al bosque y desaparecieron. Jesús oyó
mucho ruido de pisadas, después nada. Para entonces ya
estaba inclinado sobre Santiago que temblaba de la impresión.
-No trates de ponerte de pie todavía. Vamos qué quieto.
-Jesús arrancó un jirón de su larga prenda interior y lo envolvió
alrededor de la garganta sangrante del hermano.
-Es una línea, nada más -dijo el tercer zelote,
examinando la herida de un vistazo. No acabaron de hacer la
marca.
Jesús asintió. La herida bien podía haber sido causada
por un punzón o cincel que se le había escapado mientras
trabajaba. Cuando estuviera curada, no delataría el contacto
con los rebeldes. Pero Santiago nunca olvidaría cómo la había
conseguido. Jesús lo ayudó a incorporarse.
-Si te unes a ellos, será así todos los días --dijo en voz
baja.
A Santiago le resultó difícil oír semejante cosa en ese
momento, por eso Jesús lo mencionaba. Debía destrozar las
ilusiones que su hermano tenía con respecto a la lucha.
Para su sorpresa, el zelote alto que estaba de pie frente
a ellos se mostró de acuerdo.
-Tiene razón. Déjalo. También necesitaremos
combatientes el año que viene y dentro de cinco años. -
Hablaba con la autoridad de quien había vivido duras
experiencias.
Cuando Santiago estuvo en condiciones de ponerse de
pie, tembloroso, el zelote alto le ofreció el hombro para
ayudarlo. Jesús, reacio, dejó que los guiara en el descenso por
el sendero. Las nubecillas que se deslizaban a toda velocidad

30
Jesus

se habían reunido en una gruesa capa haciendo desaparecer


la luna. El rebelde habló poco hasta que empezaron a verse las
luces de Nazaret, no más que velas parpadeantes haciendo de
vigías en unas cuantas ventanas.
-Parecemos malas personas, ¿verdad? Aun peores de lo
que imaginabas. -Jesús no respondió-. Ten presente una sola
cosa -dijo el rebelde-. Ustedes tienen más cosas en común con
nosotros que con ellos, por muy perversos que parezcamos.
¿Lo vas a pensar?
-Tengo mis propios pensamientos -afirmó Jesús,
lacónico. Al bajar la montaña, empezó a preguntarse si todo el
ataque no había sido una puesta en escena, una forma fácil de
depositar su confianza en el que los había rescatado, cuya voz
sonaba maliciosa.
El alto zelote bloqueó el sendero. Era imponente incluso
como silueta en la oscuridad. Por su largo cabello sin cortar,
uno podría haberío confundido con un guerrero filisteo que
volvía de los tormentos de la Gehena.
-¿Y cuáles son esos pensamientos, hermano? -le
preguntó a Jesús.
-Pienso que Judas es ingenioso. Quizá tan ingenioso
que es capaz de montar una falsa emboscada, muy completa,
con alguien que viene a salvamos en el último momento y todo.
El zelote gruñó.
-Eres un tipo poco común, ¿no es cierto?
La noche no logró ocultar su cara de sorpresa. No siguió
discutiendo: ahora todos ellos sabían que el "salvador" era, en
realidad, un reclutador.
Media hora después llegaron al camino principal. Santiago
había recuperado un poco las fuerzas y ya no necesitaba
apoyarse en nadie. El zelote tocó a Jesús en el hombro.
-Fue idea de Simón. Si alguna vez vuelves, no confíes
demasiado en él. -Se volvió a Santiago-. Cuando dije que
vamos a necesitar combatientes el año que viene, hablaba en
serio. La lucha va a ser cada vez más feroz. -Santiago se fue
apresuradamente, sin mirar atrás-. Al fin y al cabo, te he

31
Deepak Chopra

resuelto el problema --dijo el zelote cuando Jesús se quedó


atrás.
-Sí. No volverá a tener la tentación.
-El único que tienta es el mal -atinó el zelote-. Y
nosotros no somos el mal.
-Entonces, ¿cómo llaman a lo que están haciendo? -
Jesús ya había empezado a bajar por el camino para alcanzar
a su hermano. El zelote se colocó a su altura.
-Yo lo llamo salvación -contestó-.De todos modos, los
mantendré alejados de ustedes. Y si tú o tu hermano tienen
algún problema, mencionen mi nombre. Todos me conocen, me
llamo Judas. El otro Judas.
Jesús ya estaba bastante lejos y apenas oyó esas
palabras. Ya no se distinguía al otro Judas en la oscuridad, ni
siquiera su silueta.

* * *

32
Jesus

Capítulo
3

Dios en el tejado

Jesús se despertó cuando sintió el olor más peligroso de


Nazaret: el humo. Saltó de la cama y corrió hacia afuera,
poniéndose la túnica y la capa. Ése no era el cálido aroma del
pan que cocinaba su madre en el hogar, sino que era acre y
fuerte, el olor del desastre.
Jesús vio las volutas negras que salían de su techo.
Habría dado el grito de alarma pero, en ese instante, vio una
escalera apoyada contra la pared. Subió con dificultad y,
cuando asomó la cabeza por encima de la línea del tejado, vio
a Isaac, el ciego de la aldea, en cuclillas junto a una pequeña
hoguera de pino que había encendido sobre la superficie chata
de barro. En una mano, Isaac sostenía un cuchillo; en la otra,
un conejillo que temblaba de terror.
-No, no hagas eso.
Al oír la voz de Jesús, el ciego volvió la cabeza.
-Necesitas un sacrificio -dijo con firmeza, levantando el
conejo-.Pedí a uno de mis hijos que lo atrapara esta mañana. -
La esposa de Isaac lo atendía fielmente por su ceguera y le
mantenía la túnica impecable y la barba larga pero cuidada, -
como la de un patriarca.
-Lo que necesito es que no se me queme la casa -
replicó Jesús, subiendo al tejado y acercándose al altar
improvisado hecho de ramitas y palitos.
Nadie sabía qué enfermedad aquejaba a Isaac. El
hombre se había quedado ciego casi de la noche a la mañana,
una calamidad para su esposa y sus dos hijos, que todavía no

33
Deepak Chopra

tenían edad suficiente para salir a recorrer los caminos. Los


chicos pastoreaban unas cuantas ovejas mientras el padre se
quedaba en casa.
Cuando Jesús trató de sacarle el conejo a Isaac de las
manos, él se resistió.
-Tú has traído problemas a esta casa. Yo sé adonde
fuiste y a quién viste.
Jesús dudó. El sacrificio era la forma habitual de aplacar
el descontento de Dios, y desde que se había quedado ciego,
Isaac estaba obsesionado con Dios. En su aflicción, había
recibido un don, la clarividencia, o al menos eso era lo que
todos creían.
-Nada de sacrificios por ahora; charlemos -pidió Jesús,
sentándose junto a Isaac que, a regañadientes, le entregó el
animal tembloroso. Jesús les dio una patada a los palitos y
ramitas ardientes, que se esparcieron y apagaron-. Tal vez
Dios tenga otros planes. Es posible que los zelotes tengan
razón. Quizá perezcamos a menos que usemos la espada.
-Dios siempre tiene planes --dijo Isaac-. Planes
misteriosos, como elegir a un pueblo y después no darle ningún
poder. ¿Quién ha podido entender eso nunca?
-Puso la voz más grave-.Por otro lado, estás tú, que casi
tienes el don. Casi tenerlo puede ser peor que no tenerlo. -
Jesús sabía que la gente decía eso de él, que era como Isaac,
pero sin la excusa de la ceguera-. ¿Qué ves? -preguntó Isaac-.
Ha pasado algo. Si yo puedo presentirlo, seguramente tú
también.
Jesús no quiso contestar. Él y Santiago habían entrado
en casa, sigilosos, después de medianoche. Aunque toda la
familia dormía en una sola habitación, nadie se despertó. Los
dos hermanos se deslizaron hacia el camastro que compartían,
un colchón de lana relleno de paja y tendido en el suelo.
Santiago, agotado a causa del miedo, se quedó don-nido
enseguida. Jesús no podía dormir. Miraba fijamente las
estrellas a través del único ventanuco abierto en la pared de la
casa de piedra.

34
Jesus

La misma idea alarmante le pasaba una y otra vez por la


cabeza. Judas -el otro Judas- no podía protegerlo. Si los
romanos querían rastrear a los simpatizantes de los rebeldes,
nadie podía detenerlos. Era necesario estar tranquilo y ser
invisible. Muy fácil. Todos ellos tenían mucha práctica en eso...
siglos de práctica.
-Bajemos -le dijo a Isaac-. Podemos comer juntos. -
María, su madre, no estaba en casa cuando lo despertó el
humo. Probablemente habría ido a buscar agua a la cisterna,
pero le habría dejado un desayuno de pan ácimo y aceitunas
machacadas.
Isaac negó con la cabeza.
-Me quedo aquí arriba. Dios está aquí.
Jesús sonrió. No importaba dónde estuviera, el ciego,
por lo general, decía entre dientes "Dios está aquí".
Eso molestaba a la gente. Jesús era uno de los pocos
que se interesaba en él.
-Dime, rabí -dijo, utilizando la palabra como elogio y no
en broma-, ¿cómo es que Dios está aquí?
Isaac extendió las manos hacia arriba.
-Siento calidez. Tengo un brillo detrás de los ojos.
¿Acaso Dios no es eso?
A Jesús no le iba a servir de nada protestar, como
cualquiera habría hecho, y decir que eso no era Dios sino el
sol. Isaac se limitaría a sonreír en secreto y a decir: "Sí, y el
sol es Dios, ¿no?".
Jesús observó cómo moría la última voluta de humo del
altar hecho trizas; dejó que el conejo corriera por el tejado, pero
éste desapareció a toda velocidad por la escalera.
-¿Por qué no estamos muertos? -dijo. Era la misma
pregunta que le había hecho Judas de Galilea en la cueva-.
¿Es por el Libro?
Isaac se encogió de hombros.
- Si pisas un hormiguero y le echas combustible para,
prenderle fuego, vas a matar a la mayoría de las hormigas.
Pero algunas siempre se escapan. Los judíos son así.

35
Deepak Chopra

-¿Tú crees que los judíos no son más que hormigas?


-No, hay una diferencia: los que se escapan piensan que
Dios los ama más que a los otros.
Jesús esbozó una sonrisa torcida.
-Es nuestra maldición, ¿no es cierto?
Los dos sabían lo que él quería decir. Preocuparse por
los inescrutables designios de Dios era una maldición muy sutil.
Un pueblo insignificante, que de tan insignificante resultaba
patético, estaba enamorado del destino. Para un judío, nada
era casualidad, cualquier cosa podía ser una señal. No podía
caer ni un gorrión sin que alguien preguntara si era la voluntad
de Dios.
Pero la atención de Jesús se había desviado. En su
preocupación por que se incendiara la casa, no tuvo en cuenta
una cosa: se había despertado solo. Aunque su madre hubiera
ido a la cisterna y el padre hubiera salido a buscar trabajo,
¿dónde estaban sus hermanos y hermanas menores?

-Ven --dijo-. Tenemos que encontrar a mi familia. –No


hacía falta llevar a Isaac de la mano. Él podía bajar por una
escalera más rápido que Jesús.
-Tendría que habértelo dicho --dijo Isaac-. Todo el
mundo ha huido.
-¿Cómo es que nadie me despertó? -preguntó Jesús,
nervioso. El único motivo por el que hubiese huido la aldea
entera era que los soldados romanos acuartelados entraran en
Nazaret. Los mocosos de la calle hacían de vigías y corrían
para avisar a la aldea que la gran bestia, el ejército romano,
avanzaba pesadamente con sus cien pies.
-A todo el mundo le entró el pánico. A mí me hicieron
volver a buscarte -dijo Isaac.
-Y entonces, ¿por qué no me despertaste?
-No hay tiempo para hablar. Tenemos que llegar al
bosque.
Jesús tomó de la mano a Isaac y lo guió por el terreno
escabroso, corriendo tan rápido como podía el ciego. No

36
Jesus

culpaba a Isaac por haberse distraído. Dios hacía esas cosas a


las personas que tenían el don.
No iban -a llegar muy lejos si los romanos estaban en la
zona, pero Jesús conocía un lugar secreto, un hueco bajo unos
árboles caídos. Los aldeanos ' que sólo se adentraban en el
bosque para buscar combustible o refugio, se preguntaban por
qué Jesús iba a pasear por ahí y agregaban eso a su lista de
comportamientos extraños.
El hueco era suficientemente grande como para ocultar
a los dos y habían llegado justo a tiempo. La casa de José
estaba en las afueras de Nazaret, la veían desde su escondite.
Y ahora, tos soldados romanos, en escuadrones de cuatro y
cinco soldados, se dispersaban desde el centro de la aldea.
Todos llevaban antorchas.
-¿A cuántas personas se llevarán? -murmuró Isaac.
Desde la corta distancia, oía el chisporroteo de las antorchas.
-Depende de cuánto quieran asustamos -contestó Jesús
con gravedad.
Los soldados arrojaron una antorcha en una casa que
no estaba muy lejos de la de José. Aunque tenía paredes de
piedra sin pulir cementada con barro, la casa se incendió con
rapidez en cuanto echaron dentro unos trapos empapados en
aceite. Las camas de paja ardieron primero y el fuego se
extendió a las vigas bajas de madera que estaban encima.
Jesús sintió náuseas. Sin embargo, los romanos no iban
a destruir la aldea entera: necesitaban los impuestos. Incendiar
algunas casas bastaría para asustar a la gente. Ésa era una
pequeña venganza por la reunión que habían hecho en el
granero la noche anterior. El próximo paso sería llevarse a
alguien a rastras para torturarlo. Pero ése era el límite. Si las
pasiones rebeldes se encendían otra vez, los romanos
volverían, esta vez por la noche, cuando todos estuvieran
durmiendo. Unos pocos sobrevivirían al incendio, pero los
romanos estaban acostumbrados a eso. Siempre había
algunas hormigas que se las arreglaban para escapar.

37
Deepak Chopra

JESÚS NO OYO los gritos del hombre que murió. Era


Ezequías, viejo y lisiado, un patriarca debilitado. La familia no
quería irse sin él, aun en medio del pánico, pero él insistió en
correr el riesgo. Los romanos no se iban a preocupar por un
viejo. Ese día, solamente se habían incendiado tres casas
hasta los cimientos. La providencia quiso que la de Ezequías
fuese la primera. De las cenizas, sacaron un cuerpo calcinado y
lo envolvieron en una mortaja. Los lamentos distantes de las
mujeres llegaron a los oídos de Jesús. Era un momento para
que todos se reunieran a llorar la pérdida, pero él lo aprovechó
para escapar. Tenía que llevar a cabo un ritual secreto.
Sin que nadie lo notara, caminó hasta la mikve, lugar
para baños rituales que estaba en las afueras del pueblo. Allí
había un manantial natural y, hacía ya varias generaciones, se
había cavado una cisterna a su alrededor. La Tora exigía que
se quitaran las impurezas con agua, pero no en una tinaja o
lavadero llenado a mano: solamente el agua corriente y fresca
estaba en conformidad con la ley.
Jesús se acercó con cautela. Si había una mujer
dándose su baño mensual dentro de la mikve, tendría
problemas. Ese era casi exclusivamente un lugar para mujeres,
y los hombres no lo frecuentaban. El hombre recto no debía
observar el misterio del ciclo femenino ni pensar en él. Pero
todas las mujeres iban a estar en el funeral, así que Jesús
estaría seguro por unas horas.
Unos escalones esculpidos en la roca llevaban a una
pequeña cámara con forma de caja, de tamaño suficiente para
que se bañara una sola persona. Jesús se sacó la túnica y se
amarró un lienzo a la cintura. Había agua a sus pies, profunda
y clara. Incluso en la estación seca, el baño estaba siempre
lleno.
Jesús había traído un pequeño recipiente de arcilla con
aceite puro de oliva. Se lo untó en la frente y se metió en el
agua, que le llegaba a la cintura. Era fría y tonificante en
invierno, y él se sumergió rápidamente. Volvió a la superficie
con un jadeo y pronunció su plegaria en voz alta.

38
Jesus

-Dios, perdona mi trasgresión. Muéstrame mi pecado y


quítame este peso.
Vio una sombra antes de ver al hombre que la
proyectaba. Mientras se daba la vuelta, el intruso dijo:
-Yo puedo hacer mucho más por ti que él. Puedo
salvarte Jesús frunció el ceño.
-No quiero el tipo de salvación que ofreces tú.
El intruso era Judas, el zelote alto. Estaba de pie en la
plataforma donde Jesús había dejado su ropa, y en la estrecha
cámara no había sitio para dos personas: había atrapado a
Jesús en el agua.
-No te preocupes. No voy a llamar a nadie a gritos. Sé
por qué estás aquí, y no es porque te creas mujer.
-Judas hablaba en voz baja y tranquila. Se sentó sobre
la capa y la túnica para dejar claro que Jesús no iba a ningún
lado,-. Vas a tener que temblar un rato más mientras
terminamos nuestra charla. -Sin esperar respuesta, continuó-:
Estuve haciendo averiguaciones sobre ti. Todos dicen que
eres extraño, pero nosotros dos ya lo sabemos. -Sonrió y agitó
una mano. Cualquier hombre al que pescan en una mikve es
extraño. O santo. Judas entrecerró los ojos-. Pero vayamos al
grano. El mundo no se está acabando. ¿Me crees? ¿O estás
tan loco como dicen?
-Lo que creo es que me estoy congelando. Vete. Por
culpa de ustedes y de su reunión ha muerto un hombre
inocente.
-Estás mintiendo -dijo Judas, seco-. Si creyeras que la
culpa es nuestra, ¿por qué estás aquí haciendo expiación?
Crees que de alguna forma eres tú el culpable, ¿no? Que tu
pecado provocó la invasión de los soldados. Yo llamo a eso
megalomanía. -De pronto, Judas sonrió-. Y nosotros
necesitamos más de eso.
-Ya es suficiente. Muévete. -Jesús había superado la
vergüenza de que lo hubieran descubierto y estaba empezando
a enfadarse. No iba en contra de la ley que él estuviera en la
mikve. Todos, hombres y mujeres, se bailaban en las aguas

39
Deepak Chopra

que rodeaban el templo de Jerusalén antes de entrar en ese


lugar sagrado.
Intentó subir a la plataforma, pero Judas lo empujó.
-Entonces, ¿qué vamos a hacer con tus pecados? ¿Eres
uno de esos tipos raros que sienten tanta culpa que se tiene
que acabar el mundo, enteramente a causa de ellos?
Responde.
Los dos se miraron con furia. El agua cataba fría; Judas
no cedió terreno: Jesús no saldría a menos que respondiera.
-No, no creo que esté a punto de acabar el mundo. Las
personas que creen eso están desesperadas. No ven ninguna
otra salida.
-Yo sí. -Con un ademán rápido, Judas sacó m puñal
curvo de la faja. Con el poco espacio que había, el puñal
quedó -a menos de medio metro del cuerpo desnudo de Jesús.
Él retrocedió, pero Judas se inclinó hacia delante y extendió el
puñal-. Aquí tienes tu escape. ¿No es eso lo que quieres?
Apuntó la hoja hacia el otro lado y ofreció a Jesús el
mango. Jesús negó con la cabeza, recordando la espada que
había blandido Simón en el granero. Era el mismo truco barato.
-Tómala -insistió Judas-. Vas a ser otro hombre. ¿Ha
hecho Dios algo por ti? Tú piensas que quieres el perdón, pero
te estás mintiendo á ti mismo. Quieres fuerza, porque estás
harto de ser el cordero manso. ¿Para qué sirven los corderos si
no es para estar sobre el altar y esperar que les corten el
cuello?
A Jesús se le aceleré el corazón de ver el arma, y no fue
solo por la posibilidad de que Judas se la clavara. Sin saber por
qué, extendió la mano y tomó el mango del puñal. Judas
asintió con la cabeza, con una ligera sonrisa.
-Sostenlo. Siéntelo. No te pido que seas un verdugo. Te
pido que recuperes tu poder. ¿Con qué derecho te lo robaron?
De repente, el zelote se interrumpió; dio la vuelta y subió
los escalones a toda prisa. Jesús sintió que se le relajaban los
músculos. Salió del agua y se puso la ropa, todo el tiempo con

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Jesus

el puñal apretado con fuerza. Cuando salió de la mikve, Judas


estaba de pie al sol, junto a la entrada.
-Llévatela. No quiero el poder de matar --dijo Jesús.
Judas negó con la cabeza.
-¿Y qué tipo de poder quieres? ¿El poder de que te
maten? Bueno, pues te felicito. De ése tienes muchísimo.
Jesús notó que se ruborizaba. Cuando le extendió el
cuchillo, Judas lo tiró al suelo de un manotazo.
-Levántalo cuando estés listo para ser un hombre libre.
O déjalo ahí hasta que se oxide. Eso es lo que haría un
esclavo.
Judas no esperó a ver qué efecto causaba su burla. Ya
había dado media vuelta y empezaba a bajar por el sendero
pedregoso. Jesús lo observó dar de pronto un giro a la
izquierda y desaparecer entre la sombra de los pinos. Unos
instantes más tarde, ya no se le veía.
Habían llevado el cuerpo de Ezequías a la casa
mortuoria. La casa era demasiado baja y pequeña para que
entrara toda la aldea y, mientras Jesús se acercaba, los que
estaban reunidos afuera, en su mayoría chicos más jóvenes,
giraron la cabeza, pero solamente durante un segundo.
Estaban acostumbrados a Jesús que, por su costumbre de
deambular, se había ganado el apodo de "vagabundo.”
Jesús se detuvo y se quedó alejado del resto. Sobre el
techo, había algunos hombres que rezaban, entre ellos Isaac.
Los hombres se mecían y el aire estaba tiznado de la ceniza
que se habían frotado en la cara. Sin embargo, Isaac tenía los
ojos abiertos, aunque no podía ver, y el rostro hacia arriba.
Como parte de su don, Isaac podía ver cuándo se
acercaba el ángel de la muerte.
-Una cosa maravillosa, con alas ruidosas y cabeza de
halcón le dijo-. También chilla como un halcón, para que el
alma vaya hacia Dios. Las almas moribundas tienen miedo y
necesitan que les muestren el camino.
El ciego y el "vagabundo" .tenían ese tipo de
conversaciones cuando estaban solos. Ahora, la cara de Isaac

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Deepak Chopra

empezó a resplandecer. El ciego levantó los brazos en el aire.


Vio lo que vio: al único ángel con el que podían contar los
judíos cuando parecía que los demás los abandonaban. Jesús,
en cierto modo, también creía haberío visto. El aire brillaba por
encima de la casa mortuoria pero, a esas alturas del año, no
era por el calor veraniego. Todo se habría aclarado para Jesús
si hubiese podido estar tan seguro como Isaac, pero era muy
posible que sólo lo estuviera imaginando.
Lo que no formaba parte de su imaginación era el puñal
cuyo peso notó en la palma de la mano. Ya estaba harto de ser
un esclavo, y si Judas sabía adonde llevaba el camino a la
libertad, la elección resultaba clara. Jesús sabía que él nunca
podría matar pero, como había dicho el zelote, ser víctimas del
asesino era una habilidad que los judíos dominaban demasiado
bien.

* * *

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Jesus

Capítulo
4

El primer milagro

De camino a Jerusalén, los dos viajeros hablaban de


milagros.
-¿Te gustaría ser magus? -preguntó Judas, usando el
término que empleaban los romanos para referirse a quien
obraba milagros.
Jesús parecía desconcertado.
-¿Por qué?
-Va a hacer falta uno para guiar a los judíos --contestó
Judas-. Cuando todo lo demás falla, prueba con los milagros. El
primer milagro es conseguir que la gente crea en tus poderes.
-Yo no tengo poderes --dijo Jesús.
-No tienes que tenerlos de verdad. ¿Es un milagro que
leude el pan? Es un milagro si nunca lo viste antes.
Llevaban tres días de viaje y estaban a sólo un día de
distancia de la capital. Judas era autoritario y estaba lleno de
planes ambiciosos. Le ordenaba a Jesús que se quedara de
guardia mientras él dormía, a veces durante toda la noche. Se
pasaba horas sin prestar atención a su joven seguidor -era la
única manera en que veía a Jesús- y planeando lo que pasaría
cuando llegaran a Jerusalén. Después, cuando Galilea se
perdió de vista a sus espaldas, Judas se relajó un poco. El
peligro de que los capturaran era mucho menor al sur, donde el
sistema de espionaje de los romanos todavía dejaba que
desear.
-Hay algo raro en ti -dijo Judas-. Ya pudiste pasar por
magus antes; oí hablar de eso.

43
Deepak Chopra

Jesús mantuvo los ojos fijos en el suelo.


-¿Qué es lo que se dice? -Estaban atravesando a pie un
trecho de desierto donde no había más que maleza reseca por
todas partes. Judas señaló un espino solitario que estaba más
adelante-. Descansemos.
La sombra del árbol era tenue y calurosa, pero los
viajeros la aceptaron con agrado. Se pasaban un odre de agua
hecho de piel de cabra de uno a otro mientras Judas narraba
una historia que se contaba a espaldas de Jesús. María, su
madre, guardaba higos en un tarro durante el invierno para
repartirlos en primavera, durante la Pascua. Los niños de la
aldea la adoraban por eso, pero un año, cuando María abrió el
tarro, vio que dentro había moho verde. Los higos se habían
podrido, salvo dos que estaban arriba de todo.
-Dicen que encontraste a tu madre llorando y le dijiste
que invitara a los chicos de la aldea de todas formas -dijo
Judas. Miró a Jesús de repente-. ¿Es cierto? -preguntó.
Jesús esbozaba una sonrisa.
-Hasta ahora, sí.
-Cuando llegaron los chicos, tú estabas sentado junto a
la puerta. Sobre las rodillas tenías una cesta cubierta con una
servilleta. Metiste la mano bajo la servilleta y sacaste un higo
para cada uno de los niños. Ellos estaban encantados, y a ti
nunca se te acabó la fruta. Pero cualquiera que hubiera mirado
debajo de la servilleta habría visto, en todo momento, solo dos
higos, por muchos que hubieras sacado antes.
-Eso es cierto -admitió Jesús.
-Así que empezó a correr el rumor de que hubo un
milagro dijo Judas, entrecerrando los ojos-. ¿Nunca lo oíste?
-Yo tenía doce años -dijo Jesús con suavidad-. Los
muchachos de doce años tienen mucha imaginación.
-¿Y eso qué quiere decir?
Jesús dudó. Sabía que estaba a punto de alimentar la
veta del engaño en Judas. Entonces le explicó.
-A esa edad, yo me sentaba todo el tiempo a sonar y
una de las cosas con las que soñaba era con los milagros que

44
Jesus

se hacían en la época de Moisés. Me preguntaba por qué ni yo


ni nadie más que yo conociera habíamos visto jamás un
milagro. Mi madre había sacado su tarro de higos para
Pascua, como siempre.
-Y no estaban podridos -dijo Judas, que sabía muy bien
hacia dónde iba la historia.
-Hice correr el rumor de que sí -dijo Jesús-. Cuando mi
madre invitó a todos, la gente estaba confundida, pero vino de
todas formas. No es difícil poner un fondo falso en una cesta.
Dejé dos higos arriba y sacaba el resto del fondo.
Judas se echó a reír.
-¡Hiciste trampa! Yo sabía que eras un magus. Lo que
no sabía era que lo hubieras descubierto de tan joven.
-¿Te complace que haya hecho trampa? -preguntó
Jesús-.Yo me sentí importante durante unos días, pero mi
madre se enteró del rumor de los higos mohosos. No me
reprendió, aunque mi castigo fue la manera en que me miraba.
Judas ya no estaba complacido. Metía el dedo en el
suelo arenoso que estaba bajo el espino, sumido en sus
pensamientos. Cuando volvieron al camino, frunció el ceño por
unos instantes antes de decir:
-No te olvides, todavía necesitamos un hacedor de
milagros. Los judíos, son esclavos y los esclavos no tienen idea
de cómo liberarse. Lo máximo que pueden llegar a hacer es
una revuelta y las revueltas están condenadas al fracaso antes
de empezar.
Se turnaron para montar el burro que había conseguido
Judas para el largo viaje. Él le había dado a Jesús un nuevo
par de sandalias delgadas y le había advertido:
-Guárdalas para la ciudad. Tenemos que pasar
inadvertidas y tus zapatos de todos los días dicen a gritos que
eres hombre de los caminos. -Le ordenó a Jesús que se
recortara la barba para no parecer un oso escapado de las
montañas.
En las afueras de Jerusalén, el camino empedrado
estaba repleto de gente, un caos ambulante de peregrinos,

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Deepak Chopra

comerciantes, mendigos y artesanos que buscaban a Dios y la


fortuna en la capital. Jesús vio un mono por primera vez, un
caballo árabe y cabras enanas que no le llegaban a la rodilla.
Vio viajeros que tenían las orejas, el cuello y la nariz adornados
con aros, collares y otros ornamentos más exóticos. Por cada
incentivo de oro había un bandido acechando al lado del
camino con intención de arrebatarlo. Al caer la noche, cuando
Jesús se fue a dormir envuelto en una manta, se oían risas
ebrias y gritos ensordecedores. Jesús se maravillaba de pensar
que Roma era, seguramente, diez veces más desenfrenada.
-Sé qué cosa sería para mí un milagro -dijo Judas-. Si
sobrevivimos a esta misión.
-¿Sobreviviremos? -preguntó Jesús.
Era la primera vez que Judas hablaba de una misión o
sus peligros. Incluso en ese momento, los mantenía bajo un
halo de misterio diciendo:
-No te preocupes. Está todo arreglado.
Cuando las puertas de la ciudad aparecieron a la
distancia, Jesús se quedó boquiabierto. Hacía ya muchos años
que sus padres lo habían llevado al antiguo centro de fe. De
pequeño tenía la fantasía de que las puertas serían de cedro
sólido, tan enormes que el perfume de la madera se percibiría a
un kilómetro y los peregrinos verían los destellos de luz que
emitía la superficie dorada a una distancia aun mayor.
Judas lo sacudió para despertarlo de su ensueño.
-Tienes que saberlo todo -dijo, y reveló la misión en voz
baja mientras descansaban al borde del camino.
Simón el zelote los mandaba a una misión mortal:
apuñalar al sumo sacerdote del templo. Era hora, dijo, de dirigir
el terror al corazón de los colaboracionistas, no a los rabinos de
baja jerarquía sino al Sanedrín, el mismísimo tribunal supremo.
Unos días después de su encuentro en la mikve, Judas instó a
Jesús a volver al escondite de los rebeldes. Sentado en el
suelo de la cueva, Jesús escuchó en silencio mientras le daban
las órdenes.

46
Jesus

-El Sanedrín se reúne en el templo todos los días para


oír los casos. Hay veintitrés jueces en los días comunes, pero
no te preocupes por ellos. Concéntrate en el sumo sacerdote y
juez supremo--dijo Simón-. Córtale la cabeza y morirá la bestia
entera.
Judas hizo una pausa. Vio que el cuerpo de Jesús se
ponía rígido. Como cualquier provinciano, sentía reverencia por
el templo y casi no se atrevía a acercarse a cincuenta metros
de la casta sacerdotal. Atacar al sumo sacerdote no iba a ser
muy
distinto de atacar a Dios.
-¿Crees que todos los miembros del tribunal son
traidores? -preguntó Jesús en voz baja.
-Son los únicos que pueden juzgar al rey y ¿qué es
Herodes sino la puta de Roma? --dijo Judas-. Sin embargo, el
Sanedrín no hace nada.
-¿Es eso lo mismo que traicionar a Dios? -preguntó
Jesús.
-¿Qué quieres decir?
-Cuando nos conocimos, Simón dijo que hay que
respetar el Libro, lo cual significa obedecer las leyes de Dios.
¿No es eso lo que hacen estos sacerdotes y jueces?
-No los estás mirando desde el punto de vista correcto.
Judas se estaba impacientando-. Colaborar con el enemigo es
una afrenta a Dios.
-¿Y qué alternativa les queda? -dijo Jesús-. Los
sacerdotes son los judíos más destacados. Si no colaboran, los
matan. Puede que te haga enfadar, pero necesito entender. Un
sacerdote puede inclinarse ante los romanos aparentemente,
pero amar a Dios en su corazón. Todos hacemos lo mismo.
¿Qué'- nos hace menos culpables a nosotros? -Judas apenas
podía contener su irritación, pero dejó que Jesús siguiera-. Vine
contigo porque hay que hacer algo con respecto al sufrimiento
de nuestra gente. Pero, si llegara a descubrir que no eres un
hombre justo, mi ayuda solo serviría para aumentar ese
sufrimiento. ¿Me equivoco?

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Deepak Chopra

Aunque parecía a punto de estallar, la voz de Judas


permaneció inalterable.
-No puedes traicionar la misión. Yo respondí por ti. Esta
es tu prueba. Soy lo único que se interpone entre tú y lo que
van a hacer los zelotes si fallamos.
-¿Mi prueba consiste en asesinar? -preguntó Jesús.
-Escúchame. Si lo logramos sin que nos arresten, hasta
Simón y su padre. van a confiar en nosotros. Vamos a ser
tenientes y, después, capitanes.
Jesús estaba perplejo. Había mentido y se había
preparado en secreto para irse de Nazaret. No podía contar
nada a sus familiares por miedo a que los romanos los
torturasen si los capturaban. Sus movimientos furtivos se
notaron, pero también hubo un poco de suerte: la familia de
Ezequías, el viejo que había muerto quemado en el incendio,
quería ofrecer un sacrificio en el templo. Su esposa era anciana
y estaba debilitada; los hijos no podían dejar su escuálido
rebaño. Jesús se ofreció para hacer el viaje por ellos. Ellos le
agradecieron su bondad con lágrimas en los ojos; la anciana se
tiró al suelo y le abrazó los pies.
Jesús acalló la culpa y se ató un puñado de monedas en
una pequeña bolsa alrededor de la cintura: aunque la mayoría
era de cobre, representaba la mitad de sus ahorros. Se las
arregló para tranquilizar el temor de su madre y las sospechas
de su hermano. La última noche durmió a ratos, se despertó al
amanecer y dio un salto cuando la madre preguntó:
-¿ Dónde está Judas ?
Se refería al menor de los hijos de José, el que tenía
cinco años. La única hermana que estaba cerca para oírla,
Salomé, corrió a buscar al pequeño. Jesús se obligó a tomar el
desayuno, sumido en pensamientos sombríos. María no hizo
ninguna pregunta; no cruzaron ni siquiera una mirada.
Después, la familia salió a la puerta para observar a Jesús
cuando se iba; él notó los ojos en la espalda hasta que se
perdió de vista. No tuvo ocasión de despedirse del padre, que

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Jesus

había salido temprano a buscar trabajo, ni de los otros


hermanos, José y Simón, que ya no vivían en la casa.
Ahora, se volvió a Judas.
-No puedo convertirme en asesino, ni siquiera para
salvar a nuestro pueblo.
Judas hizo una mueca.
-No vas a asesinar a nadie, eso es lo mejor de todo.
Jesús sintió que le subía el color a las mejillas.
-¿De qué estás hablando? -preguntó.
-Tranquilízate. -Judas metió la mano en su bolsa y sacó
pan, aceitunas y unos trozos de cordero seco-. Come. Son las
últimas provisiones -dijo con calma.
Jesús le tiró la comida de las manos con un golpe y se
puso de pie de un salto.
-¡Yo confié en ti! -gritó-. Me tentaste con la libertad, ¿Y
ahora me llevas al pecado?
Judas se divertía con la consternación de Jesús.
-¿Y ahora qué eres? ¿Un rabino? --dijo con sequedad-.
Tú no eres quién para decir que ojo por ojo no es justicia. -
Entonces, sé tú el rabino. Dime qué es justicia. -No. Yo no
tengo un objetivo tan elevado. Lo único que tienes que hacer
es confiar en mí un día más. Antes confiaste en que yo te
salvara de los zelotes. Lo puedo hacer otra vez.
Judas examinó el pan que había tirado Jesús de un
golpe al suelo. Lo olió y lo volvió a tirar.
-Ahora vamos a pasar hambre. -Se puso de pie-. Te dije
que no vamos a matar a nadie. Solamente va a parecer que sí.
¿Vienes?
Judas levantó una ramita de zarzamora para pegarle al
burro. Jesús lo observó, mientras se preguntaba si todavía
podría escapar. Pero los dos sabían que no. Judas no iba a
poder protegerlo si abandonaban la misión.
-Está bien --dijo Jesús de mala gana-. ¿Y ahora, qué?
Judas montó en el burro y lo azuzó para que empezara a
moverse.

49
Deepak Chopra

-Vamos a obrar el primer milagro, el que va a hacer que


la gente crea en nuestros poderes.

EL TEMPLO ERA enorme y sobrecogedor, una ciudad


dentro de otra ciudad. Las paredes encerraban la única
seguridad perfecta que los judíos hubieran conocido jamás.
Cuando se congregaban allí, el mundo exterior desaparecía y,
en su lugar, se había construido b promesa de la gloria de Dios
en la Tierra. Las paredes blancas. y relucientes encandilaban la
vista; las columnatas con sombra daban paz y refugio. El
sanctasanctórum, sagrado entre lo sagrado, era la parte más
pequeña, pero la más rica porque allí el devoto estaba ante
Dios.
Alrededor del tribunal del templo había una extensa
columnata de piedra. Jesús y Judas se mezclaron entre la
multitud que se apretujaba entre cambistas y vendedores de
ofrendas. Había muy pocos que tenían dinero suficiente para
sacrificar los toros y ovejas exigidos por la ley sagrada. La
mayoría solamente podía permitirse una ofrenda menor:
tórtolas o cereales.
Jesús miró las aves que colgaban dentro de las jaulas
de mimbre. Notó la bolsa con monedas atada a la cintura y
preguntó cuánto valdría una sola tórtola. El vendedor lo miró
con desdén.
-Yo no engaño a los clientes -dijo con amargura antes de
haber dado un precio siquiera-. Si quieres un pájaro gratis,
vuélvete a la granja.
Judas tomó a Jesús del brazo, impaciente por seguir
adelante. La columnata encerraba un vasto patio donde cabían
miles de personas. Jesús siempre lo había visto repleto de
fieles arracimados. Para las personas pobres, como su familia,
la ley prescribía una visita anual para hacer una ofrenda
durante Pascua, pero José no siempre podía traerlos a todos.
Por ser el hijo mayor, Jesús había venido tres veces. Santiago,
una sola.

50
Jesus

La primera vez, cuando tenía trece años, se sintió en el


paraíso. Los olores eran embriagadores, el aire estaba cargado
de cedro y mirra. Jesús le preguntó al padre por qué no había
plantas exuberantes, como las que una vez habían adornado el
templo de Salomón, o al menos un árbol.
-Lo dejaron yermo para que simbolice el desierto que
tuvieron que cruzar los judíos para llegar a la tierra que Dios les
iba a dar -dijo José-. O tal vez represente el dolor.
Había muchas razones para sentir dolor. Dentro del
lugar más recóndito y más sagrado había una única lámpara de
aceite, hecha de oro, que remplazaba el deslumbrante
despliegue de metal precioso que una vez llenó el templo de
Salomón. Después sobrevino el desastre atroz. Los invasores
babilonios arrasaron el templo y, para aplastar el espíritu de los
judíos, destrozaron y saquearon todo lo que era sagrado. Ya no
quedó Arca de la Alianza ni restos del maná que había enviado
Dios milagrosamente mientras sus hijos erraban cuarenta años
por el desierto con Moisés. Los judíos, que ya eran pocos,
fueron diezmados; el resto, arrastrado al cautiverio en
Babilonia. Cuando por fin les permitieron volver a casa, la
marcha a Jerusalén duró meses. Pero lo primero que hicieron
todos los judíos que sobrevivieron al viaje fue unirse para
reconstruir el templo.
Era difícil olvidar esos sacrificios, a pesar de que habían
ocurrido quinientos años antes. El lugar sagrado hacía que
Jesús estuviera cada vez menos entusiasmado por la
conspiración rebelde, mientras que a Judas las mismas
imágenes le inspiraban desprecio. Alejó de un puntapié a un
muchacho que trataba de dominar a dos ovejas que había
traído el padre para el sacrificio' Los animales parecían
aterrorizados y trataban de escapar. El suelo estaba lleno de
bosta de vaca y oveja.
-¿Qué clase de pueblo somos? Míralos. Pisan estiércol
para llegar al altar. Ése es su camino de purificación -dijo con
desdén. Tomó a Jesús del brazo; era hora de reconocer el
terreno.

51
Deepak Chopra

El salón donde se reunía el Sanedrín era una estructura


separada que daba al gran patio, pero tenía otra entrada en la
parte exterior, que miraba á la ciudad, con el propósito de dar a
entender que se trataba de un tribunal religioso pero también
gozaba de autoridad civil.
-O quizá sea una advertencia de que los jueces tienen
dos caras -dijo Judas. Hizo la inspección con rapidez,
paseando su aguda mirada por cada rincón del lugar. Llevó a
Jesús a la entrada de la ciudad para asegurarse de que fuera
fácil huir, pero se sintió decepcionado porque la entrada era
pequeña y estaba atestada de solicitantes irritados que
empujaban para entrar.
Judas no preguntó ni dijo nada a Jesús. Era muy
temprano y los jueces todavía no habían llegado, así que la
cámara interior, donde se llevaban a cabo los juicios, estaba
desierta. La multitud que se amontonaba a la puerta iba a ser el
doble de numerosa en cuanto el tribunal abriera la sesión.
Judas decidió no esperar.
-Pero no hemos visto cuántos guardias habrá --dijo
Jesús.
Judas no parecía preocupado.
-Los guardias están para arrestar a la gente. No se van a
interesar por nosotros a menos que cometamos un delito.
Jesús había sido paciente y le había permitido a su
compañero mantener un aire de misterio en tomo a sus planes,
pero ya no deseaba esperar más. Se detuvo en los escalones
del templo y exigió una explicación.
-Hay algunos delitos que sólo parecen delitos -dijo
Judas, enigmático. Extendió la mano-. Vamos, dame tu
dinero.
-¿Por qué?
-Dámelo y no preguntes. ¿Qué ha pasado con tu
confianza? -Jesús retrocedió, apretando con la mano la bolsa
de monedas que tenía escondida. Cada una de las jugadas
que había hecho Judas hasta el momento era una prueba de
poder, no de confianza. Judas se dio cuenta, finalmente, de

52
Jesus

que había llegado demasiado lejos-. Te lo contaré todo, pero


no puedes echarte atrás. ¿Estás de acuerdo? -dijo.
En vez de asentir, Jesús se encogió de hombros, pero
Judas quedó satisfecho.
-No vamos a apuñalar a nadie. Vamos a ser magos y
hacer que parezca real. Nadie va a tener motivos para
arrestamos, pero los zelotes van a pensar que lo logramos.
Tengo que reconocer que es un plan brillante, de verdad. -Su
sonrisa astuta no le dio ninguna seguridad a Jesús, pero Judas
ignoró la expresión de duda-. Vamos a usar tus monedas para
comprar una jaula con tórtolas. Después te voy a arrastrar al
tribunal gritando que me las robaste. Vamos a armar un
escándalo y atacar a los jueces directamente.
-No nos van a dejar llegar tan lejos -protestó Jesús.
-Nos vamos a mover tan rápido que nadie va a
reaccionar a tiempo. Cuando los guardias echen a correr, ya
estaremos suficientemente cerca.
-¿Para qué?
-Para esto. -La sonrisa de Judas se agrandó mientras
sacaba un frasquito de vidrio lleno de un líquido amarillo
verdoso-. Es veneno. Lo voy a untar en un espino y, cuando
esté bastante cerca de un juez, le voy a raspar el brazo. No
hace falta nada más.
Jesús estaba alarmado.
-¿Así que, después de todo, vas a matar a uno de los
jueces?
-¿De un pinchazo? Por supuesto que no. Pero es un
veneno rápido y le va a provocar un ataque casi al instante.
Mientras tanto, yo hago una escena. Los guardias caerán sobre
mí. Cuando me arrastren, me voy a volver loco. Agitaré los
brazos, maldeciré al juez y provocaré la ira de Dios. En ese
momento, el veneno le va a producir convulsiones y sacudidas.
Si tenemos suerte, se caerá redondo y perderá el
conocimiento.
Aunque no se trataba de un plan brillante, a Jesús le
pereció, por lo menos, admirable. Todo el mundo quedaría

53
Deepak Chopra

paralizado por el espectáculo de la maldición de un magus que


surtía efecto ante sus propios ojos. El sacerdote se recuperaría
en cuestión de minutos, lo que los iba a salvar de ir a la cárcel.
Incluso podrían llegar a escapar si Judas hablaba con
suficiente rapidez.
Pero Jesús tenía sus dudas.
-Simón va a descubrir que no matarnos a nadie.
-¿Y qué? Digo que apuñalamos a un sacerdote y, con
todo el escándalo, no le pudimos dar en una zona vital. Nadie
me podrá contradecir.
-Pero yo pensé que sí querías matar a uno de los
sacerdotes dijo Jesús.
-No seas simple. Yo estoy usando a los zelotes, por eso
te necesito. Tú eres como yo. Te das cuenta de lo estúpidas
que son sus conspiraciones. Sólo es cuestión de tiempo para
que los romanos acaben con todos ellos. ¿Te parece que un
imperio sobrevive si tolera la rebelión?
Jesús desconfiaba. Si Judas estaba usando a los
zelotes, era muy probable que también lo estuviese utilizando a
él.
-¿Por qué tendría que hacer lo que tú dices? -preguntó.
-Porque cuando dijiste que querías que acabara el
sufrimiento en la Tierra, lo decías en serio. No como la mayoría
de estos hijos de puta. Se están pudriendo en las cuevas
desde antes de que naciera cualquiera de nosotros y, cuando
salen, los romanos los eliminan. Además, por muchos
colaboracionistas que apuñalen los rebeldes por la espalda,
¿ves que haya mejorado la vida de alguien?
Era una excelente pregunta, para la que Jesús no teñía
ninguna buena respuesta.

JUDAS PLANEÓ EL falso Milagro para la mañana


siguiente. Pasaron la noche envueltos en los mantos bajo un
viaducto. Era un lugar mugriento, apestoso; en cuanto estuvo
seguro de que Judas dormía, Jesús se puso a vagar por las
calles. El aire soplaba helado y, en cualquier momento, podía

54
Jesus

saltar un ladrón de entre las sombras, pero él tenía que pensar.


En su mente flotaban algunas de las palabras que había dicho
Judas: "Tú eres como yo
¿Era cierto? En cada callejón lateral por donde pasaba,
Jesús veía montones de sucios harapos con personas que
dormían debajo, como topos en sus madrigueras. Por las
alcantarillas corrían abiertamente las aguas residuales. De
pronto, una tos lo hizo darse la vuelta. Un chico con los pies
envueltos en arpillera se le había acercado con sigilo en la
oscuridad. El muchacho tenía demasiado miedo de los
forasteros como para hablar, pero extendía una mano huesuda,
tan pequeña como la pata de un perro callejero.
-Lo siento ---dijo Jesús entre dientes.
-¿Alguna sobra, señor? -Los ojos saltones y la piel
apergaminada de la cara del chico revelaban que estaba
desnutrido. Había tardado un instante en entender el dialecto
arameo que hablaba Jesús.
-Yo no soy tu señor --dijo Jesús con suavidad, pensando
para sus adentros: "Podría estar en tu lugar. No sé por qué no
me tocó".
En lugar de marcharse, el muchacho se enfadó.
-Estás mintiendo. Viniste aquí con comida. Todos traen
comida.
Jesús estaba a punto de decir "me la comí toda", que
era la pura verdad. En ese momento, le pareció un pecado. Se
agachó para ponerse a la altura del chico.
-¿Dónde está tu familia? ¿Tienes nombre?
El muchacho se encogió de hombros y miró para otro
lado.
De pronto, Jesús se sobresaltó. En la oscuridad, el perfil
del chico mendigo era exactamente igual al de su hermano
menor, José, uno de los dos que ya no vivían en el hogar.
Jesús metió la mano en la túnica y sacó la moneda de cobre
más pequeña que tenía en la bolsa escondida. No era dinero
suyo, pero de todas maneras se lo entregó al muchacho.

55
Deepak Chopra

Lo que recibió a cambio no fue gratitud. El chico lo


empujó con fuerza, aprovechándose de que estaba agachado.
Jesús perdió el equilibrio y, enseguida, el muchacho se lanzó
sobre él, hurgando con las manos crispadas en busca del resto
de las monedas tintineantes.
-¡Quítate de encima! -gritó Jesús. El chico era feroz y
jadeaba y gruñía como un animal mientras arañaba la piel a
Jesús.
El muchacho no podía ganarle, a un hombre y tuvo que
huir cuando Jesús se recobró de la sorpresa. Lo hizo rápido y
en silencio, con los pies harapientos. Jesús no lo persiguió.
Transcurrieron algunos minutos hasta que tuvo ganas de
levantarse porque estaba abrumado por un pesar que lo
invadía: haberse traicionado a sí mismo.
Jesús había hecho un pacto secreto consigo mismo
cuando tenía apenas la edad del mendigo. Nada lo fascinaba
sino Dios y, aun así, se prometió a sí mismo que viviría' y
trabajaría como todos los demás, porque ésa era una
obligación impuesta por Dios. Un día, como prescribía la ley, se
casaría y tendría hijos. Pero estar en el mundo no quería decir
que él tuviera que ser del mundo. Como Isaac el ciego, Jesús
podía mirar adonde nadie más podía, hacia el lugar divino. No
tenía ni idea de dónde estaba ese lugar, lo que implicaba otra
promesa: no aceptaría historias del reino de Dios, un reino
mágico sobre las nubes, provisto de un trono de marinos
blanco resplandeciente, más blanco que el que pudiera
comprar el más rico de los romanos para adornar sus baños.
Jesús no tenía ningún derecho de cuestionar las
escrituras. Ni siquiera leía ni escribía correctamente; sólo podía
poner su nombre en caracteres hebreos y latinos, reconocer el
alfabeto y formar palabras sílaba por sílaba. Pero el plan de las
escrituras era demasiado claro: había que sufrir privaciones en
este mundo para que, después de la muerte, Dios lo hiciera
entrar a uno en un palacio. En ese sentido, Jesús se sentía
igual a Judas. Se daba cuenta del motivo por el que sufrían las
personas incluso cuando ellas no lo sabían. Padecían

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Jesus

fantasías imposibles acerca del amor de Dios cuando lo único


que él expresaba, visto con brutal honestidad, era indiferencia y
desprecio.
Jesús se limpió una mancha de sangre del costado,
donde el mocoso callejero lo había arañado y, cansado, se
puso de pie. Estar en el mundo pero no formar parte de él no le
estaba dando resultado. Las lágrimas que había derramado
eran demasiadas para una persona que tendría que ser
indiferente. Judas tenía un plan para llamar la atención de la
gente y, si para conseguirlo hacía falta un falso milagro, eso era
preferible a no tener ningún plan.

* * *

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Deepak Chopra

58
Jesus

Capítulo
5

La santa

Por la mañana temprano, cuando los postigos de la


ciudad todavía estaban cerrados, Judas y Jesús se acercaron
al templo y compraron una jaula de tórtolas bajo la columnata.
Judas regateó y consiguió que el mercader sirio le cobrara un
precio aceptable, así que sobraron unas cuantas monedas, con
las que compraron pan. Era un desayuno pobre, apenas
suficiente para calmar el estómago de Jesús, que gruñía de
hambre. Comieron en cuclillas, en la calle, fuera de las puertas
del templo. Jesús se quedó en silencio y, al cabo de un rato, le
entregó a Judas la mitad del pan. Él aceptó sin darle las
gracias.
-No vas a seguir adelante con esto, ¿verdad? -Jesús
negó con la cabeza-. ¿Por qué no? ¿Porque piensas que es
ridículo? Los grandes acontecimientos empiezan así, llamando
la atención. Se puede engañar a la gente. Es más, te digo que
la gente quiere que la engañen.
Jesús no levantó la vista.
-No está bien hacerlo en el templo -murmuró.
Judas soltó una carcajada.
-¿En la casa de Dios, quieres decir? Mi truquito no le va
a molestar. Mira todo lo que ya permite. Diez veces peor que
cualquier cosa que yo pudiera imaginar.
-Aun así.
-Encontraste el momento perfecto para ser piadoso,
¿no? Judas se dio la vuelta, burlándose y levantando las
manos imitando a un rabino de aldea en sabbat-. Escúchame,
Dios. Haré lo que sea necesario para salvar a tu pueblo, menos

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Deepak Chopra

arriesgar el pellejo. ¿No sabes que hay límites? -Levantó el


pedacito de pan que le había dado Jesús y lo tiró a la calle.
Jesús se puso de pie de un salto. -Me voy.
-Nos vamos los dos -respondió Judas, con un tono frío y
duro-. La ciudad sagrada aún no ha revelado todos sus
encantos. -Agarró a Jesús por el cuello y empezó a arrastrarlo-.
No te me resistas --dijo con gravedad mientras Jesús luchaba
para soltarse-. Te voy a mostrar lo que realmente eres, un
hipócrita. Igual que el resto.
Cuando sintió que Jesús cedía, Judas lo soltó.
Caminaron juntos por una calle angosta que daba al patio del
templo. Los dos estaban enfadados, pero Judas sabía que su
joven compañero dudaba de sí mismo. Iba a tener que valerse
de esa duda para vencer los miedos de Jesús.
-Mira hacia allá -dijo, deteniéndose en mitad de la calle y
señalando con la cabeza un puesto donde un mercader de
poca monta vendía tocados y reliquias baratas-. ¿Ves a las tres
hijas que están detrás de él? No son sus hijas, son santas. Así
les llaman.

Sin fijarse si Jesús lo seguía, Judas caminó hasta el


puesto. Saludó al vendedor de reliquias, un hombre corpulento
que tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Le preguntó qué
tenía en oferta.
-Lo que quieras. La mercancía está a la vista. Echa un
vistazo.

El vendedor hizo un gesto cortante. Detrás de él, tres


mujeres cubiertas con velos, que estaban agachadas en las
sombras, se pusieron de pie. Parecían mujeres normales y
corrientes, excepto por las tobilleras de oro que se veían
debajo de las faldas unos centímetros más cortas de lo
acostumbrado. Una tras otra, se corrieron el velo y dejaron que
Judas les viera la cara por un instante. Tenían la piel pálida; se
habían puesto mucho kohl alrededor de los ojos para que, en
contraste con la palidez, tuvieran un negro seductor.

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Jesus

-¿Edad? -preguntó Judas.


-La más joven tiene doce; la del medio, quince; y la
mayor, dieciséis. -El vendedor, sin disimular su verdadera
profesión, esbozó una sonrisa empalagosa.
-Mentiroso. La mayor apenas se mostró dos segundos.
Tiene veinte como mínimo -dijo Judas-. Una vieja. -Miró por
encima del hombro. Jesús estaba varios metros más atrás y
miraba para otro lado.
El proxeneta hizo un guiño.
-Tu amigo es tímido. Dile que no hay nada de qué
preocuparse. Todas mis santas son puras. La de doce es
virgen.
Judas había oído suficiente.
-Quizá después. Dile a tu virgen que vaya con los
sacerdotes para que la veneren. Si es virgen, será de milagro.
El proxeneta no se ofendió: rió como se reiría un hombre
de mundo con otro. Hizo un gesto con la mano y las tres
mujeres, en silencio, se sumieron otra vez en las sombras.
Cuando volvió adonde estaba Jesús, Judas parecía
satisfecho.
-Qué bien, estás escandalizado. Ahora, vamos a
nuestro asunto.
Judas era lo suficientemente astuto como para dejar a
su compañero con sus propios pensamientos. Jesús pronto se
daría cuenta por sí mismo de que no podía arreglárselas sin
Judas. Los zelotes buscarían venganza si él renegaba de ellos
y, aun cuando se retirase a su habitual mundo de ensueño -
porque Judas casi no dudaba de que hubiera algo de delirio
religioso en juego-, no podía negar el peligro en que ponía a su
familia.
A esas alturas, era necesario poner a prueba la
confianza de Jesús. Cuando llegaron a las puertas del templo,
Judas le entregó la jaula de las tórtolas.
-Entra. Haz el sacrificio que prometiste. Nos
encontraremos en el recinto del tribunal dentro de una hora.

61
Deepak Chopra

Sin decir más, Judas dio media vuelta, se alejó -


desapareciendo entre la muchedumbre que se multiplicaba a
medida que avanzaba el día.
Jesús lo observó irse y quiso poder correr en la dirección
opuesta. Pero las suposiciones de Judas eran correctas. Jesús
había estado sumido en un mar de dudas toda la mañana. Se
dio cuenta de que no tenía ningún poder; sin Judas no tenía
quién lo protegiera. Con la jaula de tórtolas apretada contra el
pecho, se unió al río de devotos que atravesaban el vasto patio
blanqueado por el sol para presentar sus ofrendas en el
santuario. El santuario era un edificio más pequeño situado en
la parte de atrás del patio del templo y estaba hecho de piedras
extraídas sin usar herramientas de hierro, como exigían las
escrituras. La piedra solamente podía cortarse con piedra.
Hubiera sido digno de perdón que, enfrentados a una tarea tan
lenta y dolorosa, los antiguos constructores dejaran los bloques
con los lados ásperos, pero estaban haciendo un trabajo
sagrado y las paredes del santuario eran tan lisas que brillaban
con la luz.
La cámara interior, por el contrario, era áspera y
asfixiante como una cueva. Jesús se detuvo por un momento y
dejó que el gentío se le adelantara a empujones. Nadie podía
entrar en el recinto de los sacerdotes sin permiso, pero todos
sabían lo que guardaba el lugar sagrado. El Arca de la Alianza
estaba perdida, pero los descendientes de Abraham y Moisés
habían hecho todo lo posible para recrear el Primer Templo. El
altar mayor, la menorah titilante, el pan de la proposición, todo
dispuesto ante Dios.
Una vez, cuando tenía doce años, Jesús se había
quedado tan extasiado con esa visión que no pudo soportar la
idea de irse. Su familia se alojaba en una posada por la
Pascua. Era hora de partir, pero Jesús se había escapado con
la excusa de que quería pedir que lo llevaran en uno de los
carros que estaban al final de la larga caravana y que habían
venido de Nazaret. Cuando nadie lo veía, volvió corriendo al
templo, que a esa hora estaba desierto. Tuvo todo el lugar para

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Jesus

él solo hasta que dos ancianos sacerdotes trataron de


ahuyentarlo. Para quedarse más tiempo, se puso a hacer
preguntas. Si Dios le dio las tablas a Moisés para que duraran
eternamente, ¿cómo permitió que los gentiles las robaran?
¿Por qué el rey persa cedió mil trabajadores para reconstruir el
templo? ¿Se le apareció Dios en una visión?
Las primeras preguntas eran infantiles pero, al cabo de
un rato, Jesús empezó a confiar en los viejos sacerdotes, que
se sentían halagados de que se pusiera a prueba su
conocimiento. Confesó los dilemas que lo tenían preocupado
desde hacía mucho tiempo: si robaban o abandonaban a un
bebé judío como a Moisés, que se fue flotando por el Nilo en
una cesta, ¿sabría Dios, de todos modos, que era judío, sin
importar de dónde lo hubieran robado? Si un hombre era tan
pobre que no podía permitirse viajar al templo para hacer su
sacrificio, ¿podría expiar culpas en su corazón y ganarse el
perdón de Dios?
Los sacerdotes estaban sorprendidos y le preguntaron al
chico cómo se le habían ocurrido esas preguntas tan
complejas. Porque conocía gente a la que le habían robado a
los hijos, dijo Jesús. Y a otros que, de tan pobres, no podían
costear ni un puñado de harina de cebada para el altar. Los
sacerdotes se emocionaron y se pusieron a hablar. Una
discusión llevó a la otra; al muchacho, de extraña sabiduría, se
le permitió comer con ellos y dormir en un camastro a su lado.
Cuando José volvió sobre sus pasos y regresó al templo,
aterrado y furioso, Jesús casi no se había dado cuenta de que
habían pasado tres días.
Jesús metió la mano dentro de la jaula y sacó una
tórtola, la más blanca de las cuatro. El ave se quedó totalmente
quieta en sus manos, temblando de miedo. Jesús se puso en
la fila de los fieles que esperaban para acercarse al santuario.
Mientras avanzaban despacio, vio salir a un sacerdote, un
hombre enorme que tenía un grueso delantal de cuero sobre
las vestiduras. Del cinto sobresalía un cuchillo ensangrentado.

63
Deepak Chopra

El sacerdote le gritó a un hombre que estaba frente a la


puerta y que tiraba de un becerro; el animal estaba tan
aterrorizado que mugía y luchaba por librarse de la soga que
tenía alrededor del cuello.
-¡Lo haces entrar o te vas! -gritó el sacerdote. Despedía
un olor a sangre que asustó al becerro aún más. Con
impaciencia, el sacerdote sacó el cuchillo y lo pasó de un lado
a otro por el cuello del animal. El corte era bastante profundo
como para rasgar una arteria sin atravesarla. Empezó a correr
la sangre por el pecho del becerro, que se tambaleó, casi sin
poder mantenerse de pie-. Ya está -dijo, con una mano
extendida.
El dueño del becerro buscó algunas monedas para
darle; con la otra mano, el sacerdote sostenía el becerro, listo
para arrastrarlo al interior. El animal había dejado de chillar y
no fue difícil dominarlo. Los fieles que estaban más lejos en la
fila dejaron de protestar por el retraso. El olor de la sangre
llegaba casi al final de la fila, hasta donde estaba Jesús. Era un
olor antiguo, recordado. Jesús ya había visto el altar, con las
tripas de animales que se quemaban entre humo acre y
pedacitos de carne seleccionada, rebanadas del animal
muerto, que estaban reservados para los sacerdotes. Los
sacrificios nunca antes le habían revuelto el estómago. Ahora
salió de la fila y levantó la tórtola por encima de la cabeza.
Soltó el pájaro que, en vez de volar hacia arriba, aleteó
hacia el suelo. El miedo había debilitado tanto a la criatura que
no podía levantar vuelo. La escena hizo reír a varios hombres:
habían engañado a un campesino y le habían vendido un ave
enferma que no servía para el sacrificio. Jesús se arrodilló y
levantó otra vez a la tórtola, pero no la arrojó al aire. El ave
había dejado de moverse, de temblar, muriendo entre sus
manos.
Pero nadie se percató de ello. Otra cosa había atraído
ya la atención de todos: una anciana que estaba tratando de
meterse a empujones en la fila. Era pequeña y arrugada.
Manoseaba unas flores que había recogido en el camino y el

64
Jesus

manto se le había caído a los hombros. Aparentemente, no se


había dado cuenta de que tenía la cabeza descubierta. Unos
hombres empezaron a empujarla para sacarla de en medio;
otros la trataron de "Vieja puta", una forma de expresar lo
escandalizados que estaban ante semejante profanación del
templo.
-Déjame ayudarte, madre. ¿Son estas flores tu ofrenda?
La vieja miró a Jesús con los ojos entrecerrados. Por un
-instante, él tuvo miedo de que la mujer no estuviera en sus
cabales y le gritara. No se permitían mujeres en la fila y las
flores no eran ofrendas aceptables. Pero la agitación de ella,
que había ido en aumento, se calmó de pronto. La mujer
parpadeó como una lechuza atrapada en plena luz del día y
dijo entre dientes:
-Llévame contigo: ¡corramos! El rey me introdujo en sus
habitaciones.
-¿Qué? --dijo Jesús, desconcertado.
-¿No te han enseñado nada? -La vieja hizo un gesto
altanero con la cabeza. Cerró los ojos, como si sacara las
palabras de un pozo profundo de la memoria-. ¡Gocemos y
alegrémonos contigo, celebremos tus amores más que el vino!
-Sonrió para sí misma-. ¿Hay algo más hermoso que eso?
La fila avanzaba otra vez y trataba de empujarlos a un
lado.
-Si sacaste a esa vieja bruja de su cueva, tienes que
llevarla de vuelta -se burló uno.
-Vamos, madre, ven conmigo. -Jesús tiró con suavidad
de la manga de la mujer, mientras le cubría la cabeza con el
manto. Ella no prestaba atención al alboroto que había a su
alrededor. Con una mano huesuda, agarró fuertemente las
flores y aun así no se tambaleó. Cuando estiró la otra mano
para agarrar a Jesús, lo hizo con firmeza. Llegaron a un banco
de piedra junto a las cisternas adonde iban todas las mujeres a
purificarse antes de rendir culto.
-El Cantar de los Cantares -dijo la vieja, inclinando la
cabeza con un gesto burlón-. Eso era lo que estaba citando.

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Deepak Chopra

¿No lo has reconocido? -Jesús negó con la cabeza y ella


suspiro-. Destruyeron el templo de Salomón, pero no pueden
matar sus palabras. -Se dio un toquecito de complicidad en la
frente-. Ahora conoces mi secreto. No se lo cuentes a nadie.
Jesús sonrió. Aunque estuviera medio chiflada, la mujer
le había hecho olvidar el problema en que lo habían metido.
-¿Y cuál es ese secreto? -preguntó.
-Soy una pecadora. Sé leer. Me despedazarían si lo
supieran -murmuró, inclinándose hacia él.
Jesús no pudo ocultar la sorpresa.
-¿Quién te enseñó?
-Mi padre. Era rico pero no tuvo hijos varones. Eso le
sentó tan mal que igualmente traía maestros a casa de noche.
Aprendí a leer a la luz de las velas, como un conspirador en
una cueva. -La última parte vino acompañada por una mirada
aguda, mucho más aguda de lo que se podía esperar de una
vieja loca. Antes de que Jesús pudiera reaccionar, ella dijo-:
Dios no necesita ayuda para reconocer a los malvados.
-¿Porque son muchos? -preguntó Jesús.
Ella negó con la cabeza.
-Porque la alianza no está ahí adentro. -Señaló con la
cabeza las enormes puertas de cedro del santuario-. Dios
reconoce al justo leyendo su corazón. De entre todos, el eligió
a Noé, ¿no es cierto? En la desenfrenada Sodoma, eligió a
Lot. Los justos brillan con luz propia. Pronto va a elegir a
alguien más.
Jesús bajó la mirada hacia las manos de la vieja, que
estaban ocupadas entretejiendo las flores, en su mayoría
pequeñas rosas de color rosáceo como las silvestres que
crecían en las zanjas alrededor de la ciudad.
-¿Basta con serjusto? -preguntó con calma.
-Tiene que bastar. Los malvados siempre van a ser más,
¿no es cierto? Por muchos corderos que nazcan en primavera,
siempre habrá más lobos que se los coman. -La vieja,
pensando para sus adentros, recordó otro versículo de las

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Jesus

Escrituras-. Yo soy la rosa de Sarón, el lirio de los valles. Como


el lirio entre los espinos, así es mi amada entre las doncellas.
Había terminado el aro de rosas y, sin avisar, se lo puso
a Jesús en la cabeza. Era demasiado pequeño y le quedaba
torcido. Soltó una risita y, como suele pasar con los viejos, la
risita hizo que la anciana sonara como si fuera niña de nuevo.
-Qué bonita te queda. Como una corona.

CUANDO LOS VEINTITRÉS jueces entraron en fila en el


recinto, Judas se inclinó junto con el resto de los peticionarios.
Los miembros del Sanedrín eran hombres de gran estatura,
más aún por los tocados altos y negros y los broches de oro
que les cerraban las vestiduras. A Judas no le enfurecía tanto
la autoridad como a los zelotes. ¿Qué convertía a un hombre
en juez de otros ? Seguro que Dios no, Judas no tenía dudas
de eso.
De niño, en Jerusalén, conoció a Simeón, un amigo de
su padre que no tenía astucia para ganar dinero. Todos sentían
lástima por él y su esposa, que había perdido a dos bebés
porque tenía poca leche para amamantarlos. La gente hablaba
a sus espaldas de una maldición, pero el padre de Judas lo
llevó aparte y le explicó la verdad.
-Está medio muerta de hambre y, posiblemente,
envenenada. Simeón se escapa cuando nadie lo ve y compra
harina rancia con gorgojos y sólo Dios sabe qué más. Huesos
molidos, polvo de mármol. No pueden permitirse otra cosa.
A medida que aumentaban las penurias de Simeón, él
más amaba la Tora. Estaba cada vez más obsesionado con
tratar de descubrir qué quería Dios, porque tenía que haber
sido la voluntad de Dios la que había separado a un pobre
diablo como él de un vecino rico como el padre de Judas. En el
tercer libro de la Tora, el Levítico, había más de seiscientas
leyes como guía de vida para los justos. Simeón se quedó
medio ciego de estudiarlo a todas horas; Judas notaba el olor
del sebo de las velas que ardían en la casa de al lado después
de medianoche.

67
Deepak Chopra

Aunque Simeón era un hombre y Judas un niño, él lo


compadecía. Las leyes de Dios eran complicadas; solamente
un tonto podía ser tan iluso como para intentar desentrañarlas.
Después, por algún milagro, el mismo Simeón que, "por
casualidad", siempre les caía en la casa cuando la sopa estaba
servida, se hizo famoso por sabio. Los pobres que no podían
permitirse el lujo de ir a consultar a un sacerdote iban a su
casa. Él les explicaba las leyes en detalle y les solucionaba los
problemas más desconcertantes. Si un judío compra un
caballo sin saber que antes fue propiedad de un romano, ¿está
profanado el caballo? Si un judío come carne de cerdo porque
se la pusieron con mala intención en la comida sin que él lo
supiera, ¿hasta qué punto es grave el pecado?
Transcurrido algún tiempo, las escasas ofrendas
permitieron que la esposa de Simeón alimentara bien a su
nuevo bebé. Un día, ella apareció con un nuevo tocado sin
agujeros. Los vecinos no podían creer ese cambio de suerte,
pero los judíos sienten más adoración por aprender que por
Dios (eso le dijo su padre), más aún si no tienen educación
alguna.
Y ahora allí estaba, Simeón el juez, entrando en el
recinto con el resto del Sanedrín. Se había convertido en
alguien ante quien Judas debía inclinarse. Mientras Simeón
tomaba asiento, Judas imaginó que las miradas de los dos se
cruzaban un instante por encima de la multitud. ¿Habría
presentido la verdad, que era él a quien había elegido Judas
para envenenar con el espino?
-Aquí estoy.
Judas estaba tan absorto que no vio a Jesús, que
estaba a su lado y tenía la jaula de las tórtolas en la mano.
Estás listo para hacer tu papel? -preguntó Judas. -Si
Dios quiere -respondió Jesús.
No era la respuesta correcta, pero tendría que bastar.
Los primeros demandantes se estaban acercando a la larga
mesa de los jueces y hacían gestos en el aire mientras gemían
sus quejas. Judas tiró a Jesús del brazo y lo empujó entre la

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Jesus

multitud mientras gritaba pidiendo justicia y agitaba la jaula de


pájaros por encima de la cabeza.
-Ayúdenme, señores. ¡Me han engañado! ¡Mi ofrenda ha
sido profanada!
Judas aullaba como un campesino mientras se inclinaba,
servil, ante los jueces, que todavía estaban a varios metros. La
multitud compacta no quería dejarlo pasar, pero Judas gritaba
más fuerte y era más insistente que ningún otro. Ponía los ojos
en blanco de una manera que alarmaba; se le juntaba espuma
en las comisuras de la boca-. ¿Lo ven? ¿Lo ven? -gritó-. Me
vendieron pájaros inmundos, llenos de enfermedades. ¡Mi hijo
está todo llagado de sólo tocarlos!
La gente retrocedió, horrorizada. Los guardias del
templo estaban demasiado lejos para alcanzar a Judas a
tiempo. Él se acercó a los jueces, hasta donde podían oírlo,
pero ellos no le prestaron atención. Con cara de aburridos,
picoteaban higos secos y aceitunas mientras descartaban con
la mano casos menores que resolvían todos los días a cientos.
Jesús se quedó atrás y vio que la predicción de Judas
de cómo iban a desarrollarse los acontecimientos había sido
astuta: logró abrirse camino y llegar tan cerca de los jueces que
no les quedó más remedio que prestarle atención. Con un
movimiento furtivo, Judas sacó el espino envenenado de la
túnica y le pinchó el cuello a Simeón. El juez, que estaba
susurrando a un colega y haciendo lo posible por no notar el
olor rancio de la multitud, casi no sintió el pinchazo. Pero el
guardia apostado detrás de él vio la rápida jugada de Judas.
-¡Eh! -gritó, acometiendo por encima del hombro de
Simeón para agarrar a Judas por el cuello. A la señal, otros
guardias se abalanzaron hacia la mesa. Judas se dejó atrapar
y empujó a Jesús hacia atrás para que no lo advirtieran.
Maldecía en voz alta mientras se lo llevaban a rastras.
-¡Hipócritas! ¡Dios nunca le haría esto a un hombre
inocente!
Simeón se encogió de hombros y tiró un tazón con
aceitunas al suelo: estaban pasadas. La gente arremolinada

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Deepak Chopra

se, empujaba; algunos se reían, la mayoría empujó aún más


para llenar el hueco que había quedado cuando Judas perdió
su puesto.
Judas esperó hasta ver que a Simeón se le hinchara el
cuello y la piel se le volviera de un lívido rojo purpúreo.
-¡Ah, Israel, me voy a vengar! -gritó.
La sincronización de Judas fue perfecta: Simeón tenía la
lengua afuera. Hizo un sonido estrangulado, como alguien que
grita mientras un garrote le aprieta la garganta, y cayó al suelo
con violentas convulsiones. La multitud estaba anonadada.
Y después vino el desastre. Otro hombre, con la cara
cubierta por una capucha negra, avanzó a empujones. Antes
de que alguien pudiera detenerlo, se inclinó sobre el juez caído.
Por un instante, se lo podía haber confundido con un sanador
misterioso, surgido de la nada, hasta que alguien gritó:
-¡Tiene un puñal!
La figura encapuchado sostuvo la hoja en el aire para
que surtiera más efecto; después se la clavó a Simeón en el
pecho. Un chorro de sangre manó con violencia hacia arriba y
empapó la túnica del asesino, que resbaló por la sangre al
ponerse de pie y casi pierde el equilibrio. Sin embargo, todo
sucedió tan rápido que nadie lo atrapó. El asesino gritó unas
pocas palabras incomprensibles (más tarde, un escriba afirmó
que se trataba de una profecía de Isaías: "Herirá la Tierra con
la vara de su boca, Y con el soplo de sus labios matará al
impío").
Finalmente, uno de los presentes pudo sacarle la
capucha al asesino y lo que se reveló hizo que Judas se
pusiera pálido.
-Son ellos -gritó--. ¡Corre!
Judas no miró a Jesús, pero, si lo hubiera hecho, habría
visto una cara tan pálida como la suya. Los dos reconocieron a
uno de los jóvenes zelotes de la cueva. Los rebeldes no
confiaban en Judas después de todo y habían enviado a un
espía para vigilarlo y completar la misión si el otro fallaba.

70
Jesus

Como el falso milagro se había producido tan poco antes


de que acuchillaran al juez, la muchedumbre se lanzó contra
Judas. Se oyeron gritos de "traidor" y "blasfemo". Pero Judas
se había dado cuenta del peligro tan rápido que él y Jesús
estaban-casi a las puertas antes de que los atraparan. Judas
se sacó de encima a los dos viejos que saltaron sobre él.
-¡Corre, corre! -gritó.
Otro hombre, mucho más fuerte que los dos ancianos,
había capturado a Jesús, que sólo pudo escapar secándose la
capa.
Tuvieron la suerte de salir corriendo por las puertas que
daban a la calle en vez de salir por las que daban al patio
interno. Dentro del edificio del templo los hubiera atrapado una
multitud de judíos. Judas se detuvo un momento para
arrancarse las marcas amuletos, cinta en la cabeza, aros, kipá-
que pudieran delatarlo. Jesús dudaba si hacer lo mismo o no.
.-¿Qué pasa? ¡No seas tonto! -gritó Judas. Tiró de la
fina cadena que llevaba Jesús al cuello. La cadena se rompió y
cayó al suelo una mezuzá de plata. Jesús se inclinó para
recogerla, pero Judas gritó que no había tiempo y se lo llevó a
empujones.
Habían perdido segundos preciosos. Un grupo de
guardias del templo había salido corriendo a la calle.
Localizaron a los fugitivos y empezaron a gritar a la multitud
que los detuviera. Pero nadie obedeció; algunos soldados
romanos qué estaban sin hacer nada empezaron a reírse y
aullar como perros que persiguen a un ciervo.
Judas arrastró a Jesús a un callejón angosto lleno de
carros de vendedores, que retrasarían a sus perseguidores,
pero no había tenido en cuenta que el portón que estaba al
final del callejón podría estar cerrado con llave. Luchó
desesperadamente con el cerrojo de hierro oxidado.
Le ordenó a Jesús que lo ayudara. Sin embargo, en vez
de golpear el portón o pedir ayuda, Jesús se quedó a un lado
sin decir palabra.

71
Deepak Chopra

-¿Qué estás pensando? ¿Que Dios quiere que nos


maten? lo acusó Judas, enfadado.
En ese momento, se abrió una puerta cercana y
apareció una mujer. Parecía imposible que fuera a hacer otra
cosa que gritar y volver corriendo al interior. Los soldados del
templo estaban en la boca del callejón, señalando a los
fugitivos y gritando obscenidades a los vendedores de fruta que
no querían salir del paso.
La mujer entendió lo que pasaba. En vez de retroceder,
señaló el interior de su casa. ¿Qué otra opción les quedaba?
Judas y Jesús aceptaron el refugio; ella cerró la puerta de un
golpe una vez que los dos entraron y pasó el cerrojo.
-Van a tardar un par de minutos en entrar -dijo ella. La
voz era de una serenidad sorprendente-. Creo que vamos a
libramos de ésta.
¿Vamos?" No había tiempo para interrogarla. Judas
asintió y la mujer los guió con rapidez por una serie de
habitaciones que daban a un corredor exterior, oscuro y casi
demasiado estrecho para que pasara un adulto. Después de
unos pocos metros, el corredor hacía una curva, y los tres se
vieron sumidos en la oscuridad total. Una ruta de
contrabandistas, supuso Judas.
Fuese eso u otra cosa, la cuestión es que el pasadizo
era tortuoso. Justo antes de llegar a la calle -casi podían ver la
luz del sol en el extremo más lejano-, se abría una puerta
escondida a la izquierda, camuflada para que pareciera que
formaba parte de la pared revocada. La mujer la empujó y la
puerta se abrió haciendo chirriar los goznes.
Lograron pasar justo a tiempo y se apretujaron en un
estrecho y sofocante armario. Judas se estremecía nervioso;
oyó las fuertes pisadas de las botas de los guardias que
pasaban de largo y corrían hacia el final del corredor; los clavos
de hierro de las botas resonaron contra el suelo de piedra
antes de desaparecer a lo lejos; después, no oyó nada más.
-Unos segundos más -susurró la mujer-. Suelen ser
astutos.

72
Jesus

Como era de esperar, pasó corriendo por la puerta un


segundo grupo de soldados: los perseguidores se habían
dividido por si les jugaban alguna pasada. Un minuto más
tardé, ese ruido también se fue apagando y se hizo el silencio
otra vez. Con cautela, la mujer abrió la puerta y atisbo a ambos
lados.
Jesús le tomó las manos para darle las gracias entre
susurros, pero ella se echó hacia atrás.
-No necesito agradecimientos, necesito ir con ustedes. -
¿Por qué? -preguntó él.
Sin embargo, Judas ya sabía porque él no había mirado
a otro lado cuando las "santas" se habían sacado el velo esa
mañana. Aquélla era la mayor de las prostitutas, la que el
proxeneta decía que tenía dieciséis años, pero que tenía,
evidentemente, mucha más edad.
-Muy bien. Puedes venir -aceptó Judas. Cuando
estuvieran a salvo, podría averiguar por qué la mujer había
decidido confiar en ellos. Era lógico que una prostituta quisiera
escapar de su proxeneta. De cualquier modo, ella conocía el
vertiginoso laberinto de barrios bajos de Jerusalén mejor que
cualquier guardia del templo.
La "santa" sin nombre no se movió de inmediato. Miró
fijamente a Jesús.
-¿Y tú? -preguntó-. ¿Puedes soportar viajar con una
puta? Él asintió, y eso fue suficiente. Ella los condujo de vuelta
por donde habían venido y después hacia el exterior, por el
callejón sin salida. Sacó una llave para abrir el portón cerrado,
y dos minutos más tarde, estaban muy lejos del templo.
Judas dejó de sentir el temblor nervioso y en sus oídos
se extinguió el zumbido de la excitación. Los tres caminaban
lentamente, en fila, por un sendero oscuro repleto de corrales.
Cabras y ovejas, indiferentes, ni siquiera les prestaron atención
cuando pasaban. Judas se dio la vuelta para mirar a Jesús,
que era el último de la fila. Él no había dicho nada en todo el
camino y había tratado a la puta con indiferencia cuando se dio
cuenta de quién era. Judas estaba un poco desconcertado y

73
Deepak Chopra

se preguntaba si eso era la pasividad del perfecto seguidor o el


hermetismo de un posible traidor.
Jesús no estaba tratando de ser enigmático. Seguía
desconcertado por la cajita plateada, de la mezuzá que Judas
le había arrancado del cuello. Estaba desolado por la pérdida.
El Libro exigía como mitzvah, o mandamiento, que en cada
hogar donde vivieran personas justas hubiera una mezuzá
clavada en la jamba del portón. Pero había surgido una nueva
costumbre entre los trabajadores que recorrían los caminos:
querían llevar la protección de Yahvé consigo a dondequiera
que fuesen. Y ahora Jesús la había perdido.
Judas se hubiera burlado de esa superstición, así que
Jesús nunca la volvió a mencionar. ¿Quién merecía la
protección de Dios? Había un juez tendido en un charco de su
propia sangre. Los zelotes sabían que tenían a dos renegados
entre sus filas, y les iban a dar caza. Por alguna razón, nada de
esto hacía que Jesús se sintiera amenazado. Era como si
pudiera ver dentro de la mezuzá, donde había una diminuta
plegaria inscrita en un pedacito de pergamino. Mientras
caminaba detrás de la "santa" por el camino de tierra, se
repetía las palabras iniciales: "Escucha, oh, Israel, el Señor es
nuestro Dios, el Señor uno es".
No había ningún otro consuelo.

* * *

74
Jesus

Capítulo
6

Desierto y adoración

Los tres fugitivos decidieron huir hacia el mar Muerto. Al


principio, Judas se negó a ir hacia el sur. Pintó un cuadro
desolador, de costas áridas y aldeas resecas por el sol.
-¿De qué piensas vivir? ¿De la sal? Los campesinos
rezan todos los años para no morirse de hambre. -Además,
afirmó que los romanos controlaban la región con mano dura.,
Reclutaban espías entre los pobres más desesperados-. Ahí no
hay movimiento clandestino de rebeldes. Nadie nos va a
ocultar. Si vamos hacia el norte, de donde vinimos,
encontraremos simpatizantes.
-Y zelotes que quieren matamos -le recordó Jesús.
-Ellos todavía no saben nada --dijo Judas-. Tal vez el
asesino que mandaron no pudo volver. Por lo que sabemos,
podría estar pudriéndose en los calabozos de Pilatos.
Los tres fugitivos estaban sentados alrededor de una
fogata en un barranco lleno de maleza que no se veía desde el
camino principal. Jerusalén quedaba ahora a un día de camino,
y Dios había sido amable. Ninguna patrulla romana había
mirado dos veces a los tres viajeros anónimos.
La santa había revelado que se llamaba María, igual que
la madre de Jesús. Hasta el momento, no había participado de
la discusión. Una mujer no habría pretendido opinar tampoco.
En cambio, había recogido ramitas para el fuego, preparado un
té amargo con hierbas silvestres en una olla que había
encontrado tirada a un lado del camino, y escuchado en
silencio.

75
Deepak Chopra

-Galilea es demasiado peligrosa -dijo ella de pronto,-.


Los espías serán mucho más numerosos en donde tiene lugar
la rebelión. Cuantos menos habitantes, mejor. -Los dos
hombres la miraron fijamente pero, en vez de echarse atrás,
María alzó la cabeza-.No soy invisible y tengo cerebro -afirmó-
Recuerden quién los sacó de la ciudad.
-Dices que tienes cerebro-explotó Judas-. ¿Cuánto
cerebro hizo falta para hacerte puta?
-El suficiente para ganar esto. -María se tanteó la túnica
y tintinearon unas monedas.
Judas se puso de pie de un salto.
-¿Tienes dinero? ¿Y por qué estamos aquí muriéndonos
de hambre como si fuéramos animales? Podemos buscar una
posada. Dámelas.
María se negó.
-Las estoy guardando para un momento de
desesperación, para cuando tengamos que pagar por nuestras
vidas. ¿Qué prefieres, una noche en una cama decente o
poder salir de la cárcel?
Judas se sumergió en un silencio resentido. Los tres
sabían que ella tenía razón.- Un día, muy pronto tal vez, podría
hacer falta sobornar a un carcelero corrupto. La cuestión era
posponer ese momento lo más posible.
Esa noche durmieron en el barranco, con la pequeña
fogata oculta entre la maleza. Como María había encontrado
un lugar alejado de los dos hombres, Judas volvió a discutir con
Jesús la idea de ir hacia el norte, a Galilea. Jesús no quiso
escucharlo. Corrió María tenía dinero, los había atendido y
había hecho la mayor parte del trabajo, el grupo no debía
dividirse, por muy descontento que estuviera Judas.
-Bueno, como tú quieras -dijo Judas-. Vigila el
campamento, yo voy a dormir.
Era más fácil aceptar que seguir discutiendo. Resultaba
demasiado peligroso prescindir de un vigía. El terreno que
rodeaba el mar Muerto era un desierto en gran parte, así que
era el refugio ideal para cualquiera que necesitara esconderse:

76
Jesus

ladrones, fugitivos de las cárceles romanas, los que evadían


impuestos y otros de semejante calaña.
Siguieron rumbo al sudeste durante varios días.
Cada noche traía consigo la necesidad de buscar un
lugar para dormir. Dos hombres y una mujer soltera que
entraban en una aldea levantaban sospechas inmediatamente.
María iba al mercado a comprar comida. Sabía ser moderada.
Por un siclo se podía alimentar a tres personas con sobras de
pescado y pan del día anterior. Los vendedores, con el ceño
fruncido, le tiraban la mercancía de mala gana y ¿después la
ahuyentaban para que no les contaminara el puesto. No
conocían el oficio de María, pero la delataba el regateo
descarado, el rastro seductor del kohl negro alrededor de los
ojos y la mirada directa.
-Que me miren -dijo-. Hasta la semana pasada, me
dedicaba a atraer miradas.
María había ansiado con todas sus fuerzas escapar de
Jerusalén y de la degradación. Pero no era la misma muchacha
campesina que cuando había llegado. Tenía las manos suaves
gracias a los ungüentos y la crema de áloe. Usaba anillos en
los pies y un minúsculo aro de oro en una oreja. Había sido
necesario hacerse publicidad.- Nunca se sabía cuándo una
mirada casual de un hombre en la calle podía llevar a la
seducción. Por ser alta y de piel clara, casi 'lechosa, las
miradas al pasar eran habituales y María tenía que armarse de
valor ante el desprecio de otras mujeres y las miradas lascivas
de los hombres.
-El resto de los comerciantes vende su mercancía -dijo-.
En mi negocio, la mercancía soy yo.
Antes de que Jesús aceptara viajar con ella fuera de los
muros de Jerusalén, hizo que María le prometiera que no iba a
venderse más. Judas dijo, rezongando, que el mero hecho de
caminar a su lado era pecado. Si vivían conforme al Libro, los
dos hombres no deberían ni siquiera comer la misma comida
que ella ni dejar que cocinara sus alimentos.

77
Deepak Chopra

María se rió.
-¿Preferirían pasar hambre que faltar a la ley? Miren a
su alrededor. No hay muchos fariseos errantes por los caminos
para atraparlos.
Mostraba una fachada de valentía, pero le preocupaba
que los dos hombres la abandonaran.
-Judas no sabe si tratarme como mujer o como leprosa -
le confió una noche a Jesús cuando estaban solos-. Si fuera
una leprosa, al menos no estaría tan tentado de tocarme. -Al
ver la mirada escandalizada de Jesús, dijo con suavidad-: Eres
el único en quien puedo depositar alguna esperanza. Tú ves la
diferencia entre el pecador y el pecado.
-Yo me uní a Judas. Somos fuertes sólo si estamos
juntos protestó Jesús.
La sonrisa de María decía que entendía cómo eran las
cosas en realidad.
-No te hagas el duro. No te sale bien. -Sin ninguna
advertencia, le tomó la mano y la sostuvo con fuerza para que
Jesús no la retirase-. ¿Qué hace que mi mano sea diferente de
la de tu madre o tu hermana? Tocar es tocar, hasta que
alguien te asusta diciendo que es pecado. -Jesús se sintió
completamente avergonzado, y María le soltó la mano-. ¿Ves?
No me atacaste. Eso quiere decir que estás dudando.
-¿Y eso qué tiene de bueno?

Ella se puso de pie.


-Hay cosas más importantes en la vida que el Libro. Eres
joven. Muy pronto lo averiguarás. -Era un comentario
condescendiente y ella se alejó sin explicarlo para lavarse la
cara en un arroyo cercano.
Pero esa noche Jesús se despertó sobresaltado bajo las
estrellas: María estaba en cuclillas a su lado y le tocaba el
brazo.
-Aquí tienes -susurró, tirándole la bolsa con dinero en las
manos-. Cuídala y devuélvemela cuando te la pida. No le digas
nada a él.

78
Jesus

-¿Por qué confías en mí? -preguntó Jesús.


-No estoy segura. A lo mejor estoy atrapada con des
ladrones. -Dejó que Jesús resolviera las cosas por su cuenta.
Unos días más tarde, Jesús habló con ella.
-Te obligaron a estar con hombres. No eres realmente
una...
María negó con la cabeza.
-No. Pasaron cosas.
Su historia era corta y violenta. Cuando había alcanzado
la mayoría de edad, la comprometieron con un joven aprendiz
de orfebre. Él estaba absorto en su trabajo, inclinado sobre una
mesa durante horas fabricando intrincados collares trenzados y
ornamentos religiosos. Un día, justo antes de la boda, los
romanos entraron en el taller y acusaron a los orfebres de
falsificar monedas, imperiales. Los dueños del taller tenían dos
opciones: entregar al grupo de culpables o dejar que se
llevaran a todos a la cárcel. Sacrificaron a Jonás, el prometido
de María, que era el más joven de los aprendices.
-No se fue con valentía -dijo María-. Se fue con lágrimas
en los ojos. Como te hubieras ido tú.
Lo dijo casi como si fuera algo digno de admiración.
Con Jonás condenado por traidor, María se volvió
demasiado peligrosa como compañía y nadie quería estar
cerca de ella. Una noche huyó a Jerusalén sin llevarse la dote,
para que la hermana menor tuviera posibilidades de casarse.
-Estaba sola, pero no pasó mucho tiempo hasta que un
rufián me descubrió y me secuestró en la calle. Me golpeó
durante un tiempo, después me puso a trabajar. No hay putas
que no sean esclavas. Eso fue hace seis meses. Estuve
observando y esperando para poder escapar. -María miró a
Jesús con curiosidad-. ¿Cómo te diste cuenta?
-Vi más allá de lo que tú querías que viera.
María no supo qué contestar.
-¿De qué están parloteando ustedes dos? -preguntó,
irritado, Judas, que volvía de inspeccionar el terreno. Pasados
unos días, los restos de pescado y el pan mohoso le habían

79
Deepak Chopra

revuelto el estómago. Pero había conseguido encontrar un


panal que goteaba, por el cual había pagado el precio de tener
picaduras en toda la cara, que ya empezaban a hincharse.
Había envuelto en la manga unas manzanas silvestres medio
arrugadas. Se puso en cuclillas en el suelo y repartió lo que
había encontrado.
-Estábamos hablando de ti -dijo María, devolviendo a
Judas la mirada de irritación-. Tienes ganas de abandonarme,
pero todavía no has encontrado el momento adecuado para
contárselo al chico. -Antes de que Jesús pudiera protestar, ella
continuó dirigiéndose a él-: ¿No sabes que eso es lo que -él
piensa de ti? ¿Que eres su chico?
-¡Ya basta! -gritó Judas. Tenía los brazos largos,
musculosos y, sin moverse del lugar donde estaba acuclillado,
los estiró y le dio unas bofetadas tan fuertes a María que la tiró
al suelo. Ella gritó y se quedó quieta, inmóvil.
Jesús se inclinó y levantó el trozo de panal que le tocaba
a ella y que se había caído en la tierra. Trató de limpiar la
superficie pegajosa con los dedos.
-Toma -dijo en voz baja, devolviéndoselo-. No valgo
tanto como para que se mueran de hambre por mí. -Se dirigió a
Judas, todavía con voz tranquila-: A ver si me refrescas la
memoria, ¿por qué te crees más respetable que ella? Tú
conspiras en cuevas con criminales. Hiciste que asesinaran a
un hombre inocente en un lugar sagrado. Tal vez seas tú quien
debería avergonzarse ante Dios.
Judas se puso rígido.
-No tienes ningún derecho. Todo lo hago por Dios.
-¿Así que tienes derecho de decir cuál es tu pecado y
cuál no? -Jesús no esperó la respuesta-. Si tú tienes ese
derecho, ella también.
Judas resopló con desprecio.
-¿Una puta sin pecado? Gracias por la lección, rabí.
Comieron en silencio y pronto se hizo hora de seguir
avanzando. Tomar un atajo entre la vegetación parecía más
seguro que arriesgarse a los caminos y bandidos. Empezaron a

80
Jesus

abrirse paso a hachazos entre la maleza espinosa y siguieron


el curso del lecho pedregoso de un arroyo, muertos de sed.
-A partir de ahora no te va a molestar más -dijo Jesús
cuando Judas estaba lejos y no lo oía.
-¿Por qué? No te creyó antes -afirmó María-. Se nota
cómo le funciona la mente: que yo sea culpable atenúa su
pecado.
-Ahora me tiene miedo --dijo Jesús.
María parecía escéptica.
-Nunca vi que un cordero ahuyentara a un lobo.
Escondo piedras bajo las enaguas por si tengo que defenderte.
Jesús sonrió con confianza.
-Ahora lo conozco. Es el tipo de hombre al que le resulta
intolerable que no lo sigan. Mi amenaza consiste en que puedo
irme.
Faltaba mucho camino por recorrer antes de que hubiera
la menor posibilidad de tener un techo amistoso sobre sus
cabezas. Los tres le escondían la cara a Dios. Por el momento,
no había nada que los diferenciara de los asesinos,
samaritanos y desesperados de la Tierra.

PRONTO DEJARON DE esconderse entre la vegetación para ir


por caminos secundarios y angostos. En el campamento, Judas
seguía dando órdenes como si dirigiera un grupo de cincuenta
rebeldes en vez de a dos exhaustos nómadas. Al caer la
noche, entregaba su cuchillo a Jesús para que cortara ramas
de pino e improvisara unas camas. Cuando Jesús volvía con
los brazos cargados, Judas examinaba con ojos críticos cada
rama y descartaba la mitad con expresión de disgusto. Del
mismo modo, escupía el agua que le alcanzaba María y se
quejaba de que era demasiado asquerosa para beber. La
mayor parte del tiempo, Judas estaba demasiado distraído para
prestar atención a ninguno de los dos. Comía mirando al suelo,
y a las preguntas directas solamente respondía "hummm";
después de eso, se ponía de pie y se iba.

81
Deepak Chopra

María se reía a sus espaldas.


-Sabes lo que está haciendo, ¿no? Está trazando
grandes planes. En su cabeza, tú y yo somos peldaños en su
camino a la grandeza. -Ella creía que Judas deliraba.
Jesús ya no buscaba más presagios y, sin embargo, se
le cruzó uno en el camino. Fue al cuarto día de haber salido de
Jerusalén. Mientras viajaban. por un profundo barranco,
levantó la mirada. Arriba se veía una piedra enorme que
parecía un anciano visto de perfil. Jesús sacudió la cabeza,
pero no porque la piedra representara la nariz y barba del viejo
con un realismo tan sorprendente. Dos días antes había visto
el mismo afloramiento: estaban vagando en círculos.
-Mira --dijo-. La piedra de Moisés.
María siguió con los ojos adonde le señalaba Jesús.
-¿Así es como la llamas? -Frunció el ceño y elevó el
tono.
Yo he visto antes esa piedra.
Judas, que siempre había llevado la delantera en el
sendero, miró por encima del hombro. Se había acostumbrado
a que Jesús y María hablaran entre ellos en voz baja. María le
lanzó una mirada acusadora, pero Jesús le apretó el brazo y
ella guardó silencio: había perdido toda confianza en Judas y
estaba impaciente; se limitaba a esperar el momento oportuno.
-Nos iremos cuando tú decidas -dijo en un susurro feroz-
. Pero no esperes tanto o vas a terminar dándote cuenta de
que yo ya me he ido.
Como buen judío, Jesús sabía que los planes de Dios
eran secretos (como los de Judas, pensó con una sonrisa) y
mientras su pueblo erraba en el desierto durante cuarenta
años, ¿qué fue lo que lo salvó? En las Escrituras se decía que
recibieron maná para alimentarse, pero Jesús se dio cuenta de
que los perdidos no vivían del pan, ni siquiera del pan divino.
Vivían de la visión de Moisés. Algo que, considerado desde
fuera, parecía no tener propósito, él lo reconocía como parte de
un designio oculto. El pueblo elegido no estaba perdido en un
desierto: estaba perdido en un enigma. Solamente a los dignos

82
Jesus

revelaba Dios la clave del enigma. Lo que significaba que


Judas no estaba delirando en lo más mínimo. Estaba tratando
de descubrir el propósito oculto de Dios. ¿Lo lograría? Jesús
no tenía forma de saberlo, pero cuando vio la curiosa piedra
por segunda vez, se dio cuenta. Dios iba a permitir que
estuvieran perdidos hasta que dejaran de estar ciegos. Ésa era
su prueba.
Nadie discutió que la verdad era que estaban caminando
en círculos. Los tres avanzaron en silencio durante toda la
jornada. El día siguiente era viernes y su primer sabbat del
viaje. Las aguas quietas del mar Muerto parecían plomo bajo el
cielo sombrío. Cuando se atenuó la luz del día, se sentaron al
borde del camino. La ley les prohibía viajar después de la
puesta del sol. De pronto, se levantó un viento del norte, un
viento huracanado y vengativo que los obligó a buscar refugio.
-¡Vengan! --gritó Judas. El aguacero los había
empapado completamente en menos de un minuto. Judas
señaló la silueta borrosa de una pequeña estructura que se
veía en la lejanía. Cuando oscureció, terminaron acurrucados
en el cobertizo de un campesino.
María sacó la comida que quedaba, además de una
vela.
-Decide tú qué hacer con esto --dijo, dirigiéndose a
Jesús. El sabbat siempre empezaba cuando la mujer de la
casa, madre o hija, encendía dos velas, o una si la familia era
muy pobre. Jesús dudó un instante, después asintió. María
puso la vela en el suelo en posición vertical. No esperó la
respuesta de Judas-. Apártate si lo consideras necesario. Es
nuestra obligación hacer esto afirmó.
María frotó el pedernal que había traído de su casa.
Pero el viento se filtraba por las grietas del cobertizo y era difícil
encender la llama. Durante varios minutos, Judas observó sus
esfuerzos sin disimular su desdén.
-Déjame a mí-gruñó, pero cuando estiró la mano hacia el
pedernal, Jesús se la quitó.
-Primero dime, ¿por qué hacemos esto? -preguntó.

83
Deepak Chopra

Judas estaba irritado.


-Hagámoslo y ya, rabí. No tendremos nada, pero al
menos podemos rezar.
Jesús negó con la cabeza.
-¿Porqué?
-¿Por qué, qué? ¿Por qué la vela? ¿Por qué el sabbat?
No seas ridículo. Es lo que hace nuestro pueblo.
-La idea del sabbat era recordar a nuestro pueblo que
somos santos.
Judas estaba a punto de sacudirle a Jesús la santidad a
golpes cuando, de repente, una fuerte ráfaga abrió la puerta
destartalada del cobertizo de par en par; golpeó a Judas en la
espalda y salpicó de lluvia fría su túnica, ya empapada. Eso no
hizo sino enfurecer más a Judas.
-¡Deja de sermonearme! -gritó. De un puntapié, tiró la
vela que tenía María en las manos y volvió a cerrar la puerta de
un golpe-. Ya no estamos dentro de la ley. Tú y esta -no se
atrevió a decir "puta" otra vez-...están viviendo en un sueño.
Despierten, y que sea rápido, porque si no vamos a terminar
todos muertos.
-No nos está dado saber la hora de nuestra muerte -dijo
Jesús-. El sabbat es nuestra vida verdadera. Detenemos todo
para acordarnos de que nunca estaremos fuera de la alianza. -
Las últimas palabras las pronunció vacilante. Le preocupaba
tener que recordarle las cosas más básicas a Judas.
La voz de Judas sonó al borde de la histeria.
-"Con un solo golpe de una espada romana, tu cabeza
se sale de la alianza. ¿Cuántas velas te van a salvar,
rabí?
-Dios nos va a salvar -replicó Jesús, firme.
-¿Por qué? ¿Porque a nadie más le importamos un
cuerno? Te lo digo yo, no les importamos.
-Porque le voy a dar un motivo para que nos salve, a
partir de este mismísimo momento.
Sin echarse atrás, Judas abandonó la discusión,
Observó con tristeza a Jesús, que gateaba en la oscuridad en

84
Jesus

busca, de la vela perdida. Cuando la encontró, María limpió la


mecha sucia y volvió a frotar el pedernal. Se encendió una
chispa y, un momento más tarde, ella se puso a rezar.
"Bendito seas, Señor, nuestro Dios, que gobiernas el universo,
nos has santificado con tus mandamientos y ordenado que
encendiéramos las luces del sabbat. Amén."
Por precaución, pronunció esas palabras entre dientes,
para sí misma. Jesús estaba arrodillado junto a ella. Esperaba
oír que Judas se marchara violentamente pero, cuando abrió
los ojos, Judas se había dejado caer en el rincón, con la
cabeza entre las manos.
-Ruach Adonai -murmuró Jesús, invocando el aliento de
Dios que sostiene al judío devoto día a día. Si Judas oyó la
bendición, no alzó la cabeza para recibirla. Era más probable
que el viento que trataba de entrar a la fuerza hubiera ahogado
las palabras.
La mañana comenzó con gritos femeninos. Los fuertes
lamentos hicieron que Jesús y Judas se despertaran
sobresaltados. Doloridos por el suelo húmedo e irritados por las
túnicas empapadas, miraron a su alrededor, confundidos. María
no estaba. Era evidente que los gritos provenían de más de
una mujer.
María entró retrocediendo en el cobertizo y les hizo
señas con la mano para que salieran.
-Hay problemas. Será mejor que vengan a ver.
Al seguirla, los hombres vieron el gran carro de un
granjero que se había salido del camino a unos cien metros.
Era de una familia que viajaba; habían soportado la tormenta
acurrucados bajo el carro. Probablemente, el burro que tiraba
de él había huido aterrorizado tras haberse soltado de las
riendas.
-¿Qué podemos hacer? -preguntó María.
Las mujeres gritaban para que volviera el animal, pero
apenas se lo veía a lo lejos, buscando pastos magros mientras
trotaba a buen paso.
-Nada --dijo Judas-. Es problema de ellos.

85
Deepak Chopra

Sus palabras estaban de acuerdo con la ley. Si por


casualidad encontraban a un gentil, éste podía volver a
enganchar el burro sin pecar. Pero como para ellos estaba
prohibido hacer ningún tipo de trabajo durante el sabbat, lo
único que podían hacer los dos hombres de la familia, que
parecían padre e hijo, era quedarse mirando.
-Iré yo -anunció Jesús-. María trató de retenerlo, pero él
ya se alejaba corriendo a través del campo. El burro era viejo y
tranquilo. Dejó que el desconocido se acercara y lo tomara de
la brida suelta. Un instante más tarde, Jesús lo trajo de vuelta.
-No pasa nada -le dijo a María, y luego se dirigió a
Judas-Escucho tus consejos. ¿No dijiste que estábamos fuera
de la ley?
Pero la familia del campesino aceptó el animal de mala
gana, y se notaba que el padre estaba casi enojado.
Jesús señaló a un cabritillo atado a la parte de atrás del
carro.
-Dámela. La sacrificaré en el próximo pueblo. -El
campesino dudó e intercambio miradas con la esposa-. Y
después recibirán la carne para comer. Se lo prometo.
En vez de disipar las sospechas del campesino, eso
pareció agravarías.
-La cabeza -la esposa del granjero rompió el tenso
silencio, v señaló a Jesús.
Jesús se tocó la frente con los dedos. Tenía un enorme
hinchazón cerca del nacimiento del pelo. Le dolía si lo tocaba,
pero no recordaba haberse lastimado.
-No es nada -dijo.
-Yo te curaré. Mi bendición va a expiar tu pecado -
insistió la mujer. María y Judas sabían que ellos no podían
armar jaleo así que, finalmente, Jesús se acostó en la parte de
atrás del carro y la familia del granjero volvió a emprender viaje.
La esposa le frotó una cataplasma en la frente. Tenía un olor
asqueroso y cuando ella le vendó la cabeza con un pedazo de
tela, Jesús hizo una mueca de dolor.
-Perdón -susurró ella, y aflojó el vendaje.

86
Jesus

Sin pedir permiso para unirse al grupo, Judas y María


caminaron detrás del carro. Mantenían una distancia
respetuosa, lo que no impidió que padre e hijo les lanzaran, de
vez en cuando, una mirada hostil de advertencia.
Jesús se incorporó y se sorprendió de ver que el mundo
le empezaba a dar vueltas. Le cayó sobre los ojos un velo de
puntitos negros, como un enjambre de mosquitos en verano.
Se dio cuenta de que estaba a punto de desmayarse cuando
ya era demasiado tarde para evitarlo. El enjambre de puntitos
se hizo más compacto y, de pronto, Jesús recordó cómo se
había lastimado: la amable la mujer del templo y la corona de
rosas con espinas que le había puesto. Le había producido un
rasguño diminuto; era la cosa que menos daño podía haberle
causado. Por un instante fugaz, vio las flores color rosa
brillante y oyó la risita de la mujer... el resto fue oscuridad.

* * *

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Deepak Chopra

88
Jesus

Capítulo
7

Preso liberado

Cuando Jesús se despertó, notó un par de manos que se


estiraban hacia él. Le estrujaban las vestiduras y lo sacudían
para que se enderezara, como quien levanta un saco de mijo.
La lluvia le golpeaba la cara y se oían voces enfadadas que
discutían. ¿Estaban incluidas en su delirio febril o eran de
verdad? Jesús trató de no prestar atención al dolor punzante
que sentía en la cabeza.
-No puedes echarlo. Mira cómo está.
-No me importa. No tiene ninguna relación con nosotros.
¡Vamos, muchacho, dale un empujón!
El granjero y su hijo ya casi habían sacado el cuerpo del
carro. El peso muerto de Jesús entorpecía la tarea. Sus
sandalias resbalaban en el suelo húmedo del carro.
Jesús estaba demasiado débil para protestar. La cabeza le
colgaba a un lado como la de una muñeca de trapo. Judas
estaba de pie en el camino, junto al carro del granjero, con la
cara lívida.
-El pecado recaerá sobre sus cabezas. ¿Es eso lo que
quieren? -gritó.
-Ya no lo llevaremos más. Ahora es todo tuyo. -La voz
del padre era dura y terca. Jesús gimió cuando las tablas
astilladas del carro le rozaron la espalda. Había estado
atontado de dolor durante tanto tiempo que ya no le importaba.
Lo que Jesús temía era perder el conocimiento otra vez y
descender a un vacío peor que cualquier tormento físico. En
esa enorme oscuridad, vio demonios de colmillos afilados que
le roían el corazón y lo arrastraban aún más hacia la oscuridad.

89
Deepak Chopra

La herida de la frente desprendía un olor espantoso- la


carne le supuraba. Recordaba vagamente que María le
despegaba el vendaje. Un pus verdoso le -rodaba por la frente
y María se alejó para que Jesús no la viera llorar. La lluvia
estaba fría y él no temblaba a pesar de estar expuesto a las
inclemencias del tiempo. Era casi placentero que lo hubieran
abandonado. Terminaría el dolor. No tendría que pensar cómo
le había fallado a su Dios.
-Esperen. ¡Maldición, les dije que esperen! Podemos
pagarles.
Jesús estaba apenas consciente para oír esas palabras.
Esta vez era la voz de una mujer: María. Jesús sintió que unos
dedos le tanteaban la cintura. Hubo un tintineo de monedas y
después las manos ásperas ¡o pusieron en el suelo.
-Esto no es gran cosa.
-Es lo que hay. ¿Quiénes son los gentiles para robamos
si los judíos pueden hacer ese trabajo? -María estaba
regateando, pero esta vez por Jesús y no por una cabeza de
pescado.
En medio de los gritos, Jesús vio un destello de luz
dorada. Era tenue y estaba muy lejos, pero se acercaba. A
pesar de la desesperación, la visión lo alegró. Jesús tenía
miedo de despertarse en la Gehena, el infierno reservado para
los que morían fuera de la ley de Dios, un lugar donde la
eternidad se medía por el paso lento de la agonía. La luz
dorada titiló y Jesús oyó una voz al oído.
-Quédate quieto. No te muevas. -Era Judas y el brillo no
era más que la luz trémula de la lámpara de aceite que tenía en
la mano. Jesús gimió-. ¿Me oíste? No hagas ni un ruido.
¿Qué estaba pasando? Jesús trató de mover la cabeza.
Estaba acostado en una habitación que tenía el aire viciado.
Había camastros de paja dispersos por el suelo de madera y
Jesús se dio cuenta de que estaba en una antigua posada que
usaban como refugio los obreros más pobres cuando estaban
de viaje. Un hombre que estaba cerca dormía bajo una manta

90
Jesus

mugrienta. Los demás estaban despiertos, en cuclillas,


guardando silencio, mirando fijamente hacia la puerta.
Cuando se dio cuenta de que María no estaba allí, Jesús
volvió a gemir. Tenía que encontrarla. Jaló a Judas del brazo,
lo que este interpretó, por error, como un intento de hablar.
Judas le mantuvo la boca cerrada con la mano y susurró, feroz:
-Los romanos. Están afuera. Si quieres seguir vivo,
finge que estás dormido.
Pero no hubo tiempo para fingir. La puerta se abrió de
un golpe y entraron dos legionarios golpeando las botas contra
el suelo y soltando barro. Los seguía un hombrecito nervioso
con un tocado judío alto y negro. Uno de los soldados señaló
hacia donde estaba Jesús.
-¿Es ése?
El hombrecito nervioso asintió y después salió corriendo.
-Muy bien. Ustedes, de pie. ¡De inmediato! -El legionario
que estaba al mando ladraba las órdenes.
Débil, Jesús se levantó con la ayuda de Judas, que
sostenía la mayor parte de su peso. Cuando se acercaron los
romanos, mantuvo la vista fija en el suelo, pero ellos pasaron
de largo. El soldado de menor rango pateó al hombre que
dormía debajo de la manta, y el hombre no se movió. El
soldado lo insultó; aun así, el cuerpo siguió sin moverse.
-Quedó tirado ahí como un perro -dijo el soldado entre
dientes. Se arrodilló y volvió a poner la manta con cuidado. La
cara del hombre estaba salpicada de manchas rojas e
inflamadas; estaba muerto hacía rato. El soldado se puso de
pie de un salto-. Mírelo, sargento. No nos dijeron que hubiera
una peste.
-¿Acaso parezco un jodido médico? Tenga lo que
tenga, ahora estamos todos en problemas. -El sargento recorrió
la habitación con la espada en alto-. Salgan todos. Están en
cuarentena. Y nada de quejarse. Estoy seguro de que ya
conocen los calabozos.
Una procesión rezongona salió despacio al callejón.
Judas arrastró a Jesús lo más lejos que pudo de los captores.

91
Deepak Chopra

-¿Y ella dónde está? -Jesús no podía pasar más tiempo


sin preguntar.
-Se ha ido.
A Jesús se le cayó el alma a los pies. Judas no tenía
nada más que decir y, unos segundos más tarde, los obligaron
a marchar al ritmo de los soldados. Entonces, el pequeño
grupo desaliñado se unió a un pelotón romano más numeroso
en la calle principal del pueblo, que consistía en una hilera de
casas de barro ruinosas y unos puestos que bordeaban el
camino. Las monedas de María les habían comprado el pasaje
hasta ese lugar antes de que el granjero los abandonara
finalmente.
Era la vergüenza lo que había llevado a Jesús a aquel
sitio. La vergüenza de un pueblo cautivo se había cerrado
sobre él como el nudo de un ahorcado y lo había hecho igual a
todos. Él había tratado de luchar por los judíos, que era lo
mismo que luchar por Dios. A cambio, obtuvo cenizas, las
mismas que se habían frotado sus antepasados en la cara
mientras se mecían hacia atrás y hacia delante, lamentándose
de su infortunio. Sintió una punzada de dolor. Miró hacia abajo
y vio que tenía los dos tobillos en carne viva, con heridas que
los rodeaban.
Una segunda punzada, esta vez mucho más fuerte, lo
hizo gemir. Y entonces vio la imagen de un zorro del desierto
atrapado en una trampa que había colocado su hermano
Santiago. La trampa era para cazar conejos, pero el zorro era
tan pequeño que había quedado atrapado en ella. Cuando
Jesús y Santiago se acercaron para liberarlo, el zorro del
desierto gruñó y cerró con fuerza las mandíbulas. Se había
pasado la noche royendo la pata atrapada y se había
destrozado el pelaje y la piel. Ahora, presa del pánico, el
animal trataba de correr y el hueso de la pata se había partido
con un crujido. Un segundo más tarde, el zorro se había ido y
había dejado tras de sí un reguero de sangre y media pata
atada a la soga. A los dos muchachos se les revolvió el
estómago.

92
Jesus

-Por lo menos puede irse corriendo a su guarida --dijo


Santiago, esperanzado. Pero Jesús sabía que el zorro iba a
morir desangrado en el camino.
Ese recuerdo no le dio ninguna esperanza. El pecado
era la soga; el zorro del desierto era él. ¿Qué había hecho él
de bueno salvo roer su propia herida? Tarde o temprano, a él y
a Judas los iban a matar y María sería la siguiente. Tenía que
haber otra salida.
Jesús bajó la cabeza y esperó su tumo para que lo
llevaran a un calabozo improvisado en las afueras del pueblo.
Sin ninguna formalidad, lanzaban a los presos en una celda
abarrotada.
-Eh, nos vamos a asfixiar aquí adentro -gritó alguien.
El sargento, que ya se estaba marchando, se encogió de
hombros.
-No estará tan abarrotada cuando alguno de ustedes
caigan muertos. -Los soldados estaban aburridos y listos para
su ración diaria de cordero seco y vino tinto, enriquecido con
licor para evitar que se echara a perder.
Judas miró fijamente el ventanuco de la celda, que
estaba alta y fuera del alcance de la mano. Después se
envolvió en sus vestiduras, se apoyó contra los otros cuerpos
acurrucados y cerró los ojos.
-Perdóname, muchacho -dijo entre dientes.
En un primer momento, el frío tonificante había revivido
a Jesús, pero el alivio no duró mucho. Jesús volvió a sentirse
afiebrado y pudo mantenerse poco tiempo de pie antes de caer
al suelo. En cuclillas, combatió el delirio. La existencia no
parecía más que una cáscara vacía. Habían vuelto los
demonios y le roían el último resto de corazón. La lucha por
seguir consciente sólo era un reflejo.
Y, sin embargo, el abismo no lo reclamó. Enseguida se
dio cuenta de que había alguien que se movía con destreza por
la celda abarrotada. Apenas veía la silueta de un hombre que
estaba acurrucada junto a un preso dormido, antes de pasar al

93
Deepak Chopra

siguiente. Un ladronzuelo no encontraría gran cosa en ese


lugar.,
El hombre se acercó. Jesús vio que le estaba
alcanzando algo, una piel de cabra.
-¿Agua, hijo mío?
Agradecido, Jesús aceptó el odre que le ofrecían y
bebió.
-¿Cuándo nos van a dejar salir? -preguntó al devolverla.
-Tú puedes irte cuando quieras. El Señor está contigo.
Selah.
-¿Qué?
El hombre se acercó más.
-Te estuvimos observando.
-¿Estuvimos?
-Sí.
El hombre siguió en cuclillas frente a Jesús, con los ojos
ocultos en la oscuridad, pero fijos en él.
-No saben ni entienden; caminan en tinieblas; son
sacudidos todos los cimientos de la tierra. -El hombre ladeó la
cabeza-. Pero tú entiendes, ¿no es cierto? -Jesús estaba
perplejo. Como la vieja del templo, el desconocido estaba
citando las Escrituras. El hombre continuó-: Dije que ustedes
son dioses, son hijos del Altísimo. -Se acercó otra vez y repitió
sus palabras-: Ustedes son dioses. Es hora de demostrarlo.
Antes de que Jesús pudiera reaccionar, el desconocido
ya estaba de espaldas y avanzaba hacia el siguiente preso
para ofrecerle agua. Jesús estiró el brazo para hacerlo volver y
lo cegó un destello de luz brillante. No era como los destellos
de dolor que había sentido antes. De hecho, el dolor se había
ido y Jesús sintió una fuerza y una lucidez extraordinarias.
Se puso de pie sin que le temblaran las piernas. O,
mejor dicho, se vio ponerse de pie, porque no estaba deseando
que su cuerpo se moviera. Las palabras que había pronunciado
el extraño parecían tener poder propio. Jesús se movió sin
esfuerzo, pasó por encima de Judas, que estaba acurrucado en

94
Jesus

el suelo de tierra, y se dirigió a la puerta. El hombre tenía


razón: era hora de demostrar algo.
"Soy el hijo del Altísimo"
La orden acudió a su mente con una certeza absoluta.
Aunque parecía que le habían echado llave, la puerta estaba
cerrada, pero no trabada. Tal vez el hombre extraño la había
forzado. Jesús empujó y la puerta se abrió de par en par. A la
salida, había antorchas colgadas en la pared y dos soldados de
vigías. Habían estado jugando a los dados en el suelo, pero se
quedaron dormidos en esa posición, dando cabezadas.
Jesús se detuvo y esperó recibir más orientación. No
pasó nada, y el corazón le dio un vuelco. ¿Tendría que correr?
¿Tendría que gritar para despertar a los otros y dirigir una
huida? En silencio, pasó junto a los guardias y percibió el
fuerte olor a licor de su aliento. Lo separaba de la calle una
segunda puerta. No estaba cerrada con llave y, un momento
más tarde, Jesús ya estaba afuera, de pie bajo las estrellas.
Se dirigió con paso firme a la salida del pueblo. No sintió
ganas de correr ni de pensar adonde iba. La región era
demasiado pobre para tener calles empedradas, así que sus
pasos no hacían ruido en el polvo.
Después de haber recorrido cierta distancia -Jesús no
podía saber cuánta-, un hombre, con el rostro oculto bajo la
capucha de la capa, salió de entre las sombras.
-Sígueme, señor. -El hombre no hablaba con un susurro
conspirador sino con autoridad. Vio que Jesús dudaba-.Te han
sacado del cautiverio. Yo puedo esconderte.
-¿Quién eres? No voy a ningún lado hasta que te vea la
cara -dijo Jesús.
El desconocido se sacó la capucha y mostró un
semblante delgado, cetrino, rodeado de una barba recortada
más parecida a la de un romano que a la de un judío.
-Llámame Querulus. Yo soy tu amigo. -Al ver a Jesús
retroceder al oír un nombre romano, el hombre dijo-: Es
peligroso que te diga mi verdadero nombre, por lo menos de
momento. Hay que tener cuidado. Ven.

95
Deepak Chopra

Los dos intercambiaron miradas cautelosas, y el hombre


se volvió a cubrir la cabeza y enfiló por un callejón angosto.
Jesús lo seguía. Había algo persuasivo en la actitud del
desconocido.
-¿Por qué me llamaste "señor"? -preguntó Jesús
mientras atravesaban callejones tan estrechos que parecían
hechos para que pasara un muchachito.
-Soy optimista. Prefiero ver lo que puede ser más que lo
que es.
Jesús negó con la cabeza.
-Entonces te has equivocado. Yo nunca voy a tener
esclavos ni dar órdenes a ningún sirviente.
-No me refería a eso, señor -dijo Querulus, riéndose
entre dientes-. Pero dejo de llamarte así si eso hace que
camines más rápido.
Evidentemente, el hombre conocía la zona. Emprendió
el camino veloz en la oscuridad, sin necesidad de brújula ni luz
de luna. Jesús empezaba a perder la sensación extraña de
estar distante y le volvía una y otra vez la imagen perturbadora
de Judas dormido en el suelo de la cárcel entre harapos
mugrientos.
-Tengo que volver -dijo.
-Vas a volver a ver a tus amigos, a los dos. Ya han
cumplido su propósito por el momento.
El desconocido de la capa agarró a Jesús del brazo.
Parecía que ya casi habían llegado a su destino. Transcurridos
unos minutos, abrió de un tirón la puerta que llevaba a una
casita idéntica a las de los alrededores, excepto que el interior
de ésta despedía una esencia cálida, picante, de sándalo.
Jesús dudó en el umbral y el desconocido esperó.
-Conozco este olor -dijo Jesús.
-Sí, lo usan los sacerdotes en el templo. Imagina lo que
costará quemar algo tan valioso todos los días. Con suficiente
oro se puede convertir en humo a Dios.
Querulus sonrió y esperó. Tuvo la suficiente paciencia
de dejar que Jesús decidiera si entrar o no. El aire nocturno

96
Jesus

estaba más fresco en ese momento, la hora antes del


amanecer. En el viaje a través del laberinto de calles, Jesús no
había notado frío. Ahora temblaba casi de la misma forma que
cuando tenía fiebre.
-Ofreces refugio y yo acepto -dijo-, pero no puedo olvidar
a los que dejé atrás. ¿Prometes llevarme de vuelta con ellos?
Querulus asintió. Jesús dio un suspiro preocupado y
atravesó el umbral con rapidez, siguiendo el aroma cálido y el
fuego prometedor que ardía despacio en el hogar, a unos
pocos metros.

JESÚS SE DESPERTÓ después de un sueño largo, profundo,


y se encontró con que el sol estaba muy alto en el este. Una
mujer joven entró en su habitación y le puso una fuente con
agua junto a la cama, al igual que hacía su madre todas las
mañanas. Jesús se lavó la cara. En el reflejo vio que la herida
de la frente había desaparecido; cuando la tocó, no notó ni
cicatriz ni molestias, como si nunca hubiese existido.
La casa era grande, tenía varias habitaciones y el suelo
no era de tierra, sino de madera. En vez de antorchas de paja,
las habitaciones estaban iluminadas por lámparas de aceite
con adornos dorados que colgaban de las paredes, y el techo
estaba abierto en el centro, como el de un atrio romano. Allí
vivía gente de buena posición. Jesús entró en la habitación
principal, donde había cuatro personas comiendo en una mesa.
Uno de ellos, Querulus, el patricio de nariz aguileña cuyo. perfil
bien podría haberse grabado en una moneda, se dio la vuelta.
El grupo había estado conversando normalmente, más como
una familia que como rebeldes. Querulus interrumpió las
preguntas de Jesús levantando un dedo en el aire.
-Todavía no. Come con nosotros. Acostúmbrate a tu
nueva vida. -Querulus hablaba con el mismo tono de autoridad
que había usado la noche anterior. Jesús se sentó a su lado y
aceptó un plato de tortas de trigo, aceitunas, higos y cordero
seco. No había tenido un desayuno semejante en toda su vida.
Querulus se rió cuando vio lo poco que se había servido-.

97
Deepak Chopra

Sírvete tranquilo. No todo el mundo se muere de hambre por


ser de Nazaret.
Jesús parecía asustado. La mención de su aldea cambió
el ambiente de la habitación y, rápidos, los otros tres que
estaban a la mesa, dos mujeres y un hombre, se
levantaron y salieron de la estancia.
-¿Tienen miedo de que los vean conmigo? -preguntó
Jesús. Querulus negó con la cabeza.
-No exactamente. Pero tenerte bajo nuestro techo es
una cuestión seria. No me mires así, no quise decir "cuestión
peligrosa". Este lugar es seguro.
Por la forma en que Querulus hacía de anfitrión, Jesús
supuso que sería el dueño de casa. El otro hombre -a lo mejor
un hermano- quizás estuviera casado con una de las mujeres, y
la otra sería la esposa de Querulus. Jesús comió en silencio
estudiando esas posibilidades. Terminó el último sorbo de su
bebida, vino endulzado con miel y mezclado con agua.
-¿Por qué me abrieron la cárcel? -preguntó.
-Una prueba, un signo, un presagio, o por ningún motivo
en especial. Tú sabes cómo piensan los judíos. ¿No les has
dado vuelta a esas cosas hasta la saciedad con tu amigo ciego,
Isaac? Jesús enarcó las cejas; Querulus le hizo una sería para
que borrara el gesto de asombro-. No estoy aquí para
sorprenderte. Nosotros conocemos a Isaac y, a través de él, te
conocimos a ti. Luego, lo único que necesitamos fue
encontrarte,.
Jesús esbozó una sonrisa irónica.
-¿Qué es lo que me hace tan valioso?
-Ya veremos, ¿no te parece? -Querulus se levantó de la
mesa-. Si estás dispuesto, tengo algo que mostrarte.
Jesús asintió. Sentía una fuerza sorprendente. No tenía
rastro de fiebre ni sentía debilidad en las extremidades. Como
su curación era parte del mismo milagro que lo había liberado
de la cárcel, no era necesario llamar la atención al respecto.
Parecía que Querulus y su gente estaban acostumbrados a los
prodigios.

98
Jesus

Los dos hombres salieron de la casa. Era casi mediodía


y la calle rebosaba de actividad. Querulus caminó rápido,
serpenteando entre carros tirados por burros y vendedores
ambulantes.
-Falta bastante todavía -comentó, y señaló a la lejanía-.
Hazme tus preguntas, pero no todas a la vez. Vamos a estar
juntos mucho tiempo.
En ese momento Jesús no tenía ninguna pregunta. Su
salvador actuaba tan seguro de sí mismo como Judas. Eso
indicaba que quería que Jesús fuese su seguidor. Y sin
embargo, lo había llamado "señor".
-Quiero ver otra vez a mi familia --dijo Jesús-. Tú sabes
cómo llegar a Nazaret. ¿Puedes encargarte de eso?
Querulus negó con la cabeza.
-Es demasiado peligroso. Se le ha dado aviso a Isaac
esta mañana. Él le dirá a tu madre que estás a salvo. ¿Es
todo? Tiene que haber más.
Habían pasado la última casa de la pequeña aldea y
estaban atravesando un campo cubierto de maleza y cebada
rala. A Jesús le pareció oír en la distancia el débil tintineo de
unas campanas.
-Estamos cerca -dijo.
-Sí. -Querulus parecía algo exasperado-. Si tú no
preguntas, voy a tener que informarte yo. No somos rebeldes ni
fanáticos. Somos una especie de observadores, pero
especiales. Observamos a través de los ojos de Dios. ¿Crees
que eso es posible? -Mientras Jesús pensaba una respuesta,
Querulus se rió-. No te engañes. Tú has estado tratando de
hacer lo mismo.
El tintineo de campanitas fue haciéndose cada vez más
fuerte y, cuando llegaron a una pequeña cuesta, Jesús vio de
dónde venía. Una pequeña procesión nupcial atravesaba un
campo que estaba delante de ellos. Los novios caminaban bajo
un dosel blanco que sostenían cuatro familiares varones. Las
campanillas del tobillo de la novia sonaban despacio mientras
ella avanzaba. Querulus los señaló con la cabeza.

99
Deepak Chopra

-Vamos hacia donde van ellos. Pero es mejor si nos


mantenemos alejados por ahora. Discreción.
No explicó por qué tenían que ser discretos. Al echar un
segundo vistazo, Jesús se dio cuenta de que en la procesión
nupcial no había invitados: sólo estaban la pareja de
prometidos y los que llevaban el dosel. ¿Por qué no había
invitados ni festejo? Tendría que esperar para ver.
Caminaron otro kilómetro bajo el sol de mediodía. Los
campos ralos se convirtieron en bosques; el cortejo nupcial se
dirigió hacia allí. Sin embargo, no se abrieron paso entre la
maleza a machetazos. Como pudo distinguir Jesús una vez
que se le acostumbraron los ojos a la penumbra del bosque,
había un sendero abierto que era fácil de seguir. Otros
cuatrocientos metros más adelante, Querulus lo tomó del brazo
para que no siguiera avanzando.
-No hay ningún ruido -dijo en voz baja-. Arrástrate hacia
adelante y observa.
El sendero había terminado sin llegar a ningún lado y el
cortejo nupcial había desaparecido. Pero no era difícil seguir
las campanillas tintineantes. Al cabo de un rato, dejaron de
sonar.
-Mira.
Querulus corrió unas ramas gruesas hacia atrás y Jesús
vio un claro entre los árboles. Los de la boda estaban
arrodillados sobre una blanda capa de hojas de pino, pero no
estaban solos. Frente a ellos había un muchacho de unos doce
o trece años, de extraño aspecto con túnica escarlata y media
docena de mezuzot alrededor del cuello. El pelo le llegaba casi
a la cintura y estaba trenzado en rodetes bien apretados.
Antes de que Jesús tuviera tiempo de asimilar lo que
veía, el chico dio un chillido y empezó a farfullar cosas sin
sentido en un tono rápido y febril. Pero no eran cosas sin
sentido, sino una plegaria confusa dicha con tanta rapidez que
las palabras salían pegadas unas a otras. Los novios también
empezaron a farfullar; sus palabras eran igual de confusas pero
más suaves.

100
Jesus

El muchacho empezó a girar y agitar los brazos,


despacio al principio, después cada vez más rápido. Siguió
con el torrente de palabras. Mientras su cuerpo daba vueltas,
metió la mano entre la ropa y sacó lo que parecía una soga
negra. Pero la soga se retorció y trató de subir reptando por el
brazo del chico. Los novios dejaron de rezar; abriendo los ojos
desmesuradamente.
-Una víbora -susurró Querulus.
El muchacho no parecía asustado de la víbora
venenosa. Levantó el brazo en el aire mientras el animal se le
enroscaba alrededor. La novia se puso pálida porque previo lo
que iba a pasar. El chico dejó de dar vueltas y se le acercó con
un brillo en los ojos.
-Señor, coloca tu semilla en ésta, tu hija, para que sea
bendecida. -Con un movimiento rápido apretó la cabeza de la
víbora directamente sobre el vientre de la joven. Presionó con
fuerza y la víbora la mordió. Con un gemido ahogado, la mujer
se desmayó. El chico miró al novio y a los cuatro portadores del
dosel, que trataban de ocultar su inquietud-. No se asusten.
Dios ha convertido en miel el veneno.
La dramática escena se congeló por un instante.
Después, la novia se llevó una mano temblorosa a la cara y
reaccionó con un grito ahogado. Los hombres sintieron un
alivio inmenso. Rodearon al chico, cuya actitud ahora era
normal, incluso tímida. El novio le dio una palmada en la
espalda.
-¿Un varón? Cuando ella de a luz, ¿será un varón?
El muchacho asintió con una sonrisa confiada. La novia
ya había vuelto en sí. El novio la abrazó; alguien trajo vino para
celebrarlo.
-Ya es suficiente. Vámonos -ordenó Querulus,
empujando a Jesús para marcharse. Cuando el cortejo nupcial
ya no los podía oír, dijo-: Esto pasa todas las semanas. Son
gente simple. No se les ocurre que a las serpientes se les
puede arrancar los colmillos.

101
Deepak Chopra

-¿Qué pasa si tiene un bebé y no es varón? -preguntó


Jesús.
Querulus se encogió de hombros.
-Le echan la culpa a ella. Si tiene mala suerte, la
acusarán de adulterio y, después, le irá muy mal.
El extraño ritual resultó inquietante. Mientras salían del
bosque, Jesús preguntó:
-¿Por qué querías que viera eso?
-El muchacho. Es como tú. Falso, pero, de todas formas,
como tú.
-Eso es un disparate.
-¿Ah, sí? -Querulus se detuvo al borde de un campo y
miró hacia arriba, al sol-. Si Judas pudiera usarte de esa
forma, lo haría. Está a mitad de camino, al paso al que va.
Cuando se dé cuenta de que huiste de la cárcel y después vea
que estás entero otra vez, quién sabe qué ideas se le puedan
ocurrir. La salvación no siempre es una cuestión del alma.
Puede ser una causa, y eso es lo que él necesita con
desesperación.
Cada frase había ahondado la perplejidad de Jesús.
-Yo nunca engañaría a la gente como ha hecho ese
chico. Parece que sabes lo que quiere Judas de mí. ¿Y tú qué
quieres?
-Te lo diré. En los límites de cada sociedad, hay un
salvador esperando. Es lo que la gente ansia. Un ser
sobrenatural que haga desaparecer todo lo malo: tristeza,
enfermedad, pobreza. ¿Crees que tu propia madre no reza por
eso?
Ante la mención de su madre, Jesús se mordió el labio.
-Sigue -dijo, cortante.
-Para ser un salvador, sólo tienes que conocer dos
cosas: la naturaleza humana y los tiempos en los que vives -
afirmó Querulus.
Jesús frunció el ceño.
-Ahora suenas como Judas. No voy a permitir que
ninguno de ustedes me utilice.

102
Jesus

-Quieres decir que no lo vas a permitir después de la


primera vez, ¿verdad? ¿Y qué habría pasado si su pequeño
fraude hubiera funcionado?
Jesús desvió la mirada. La forma en que Querulus
había llegado a enterarse del milagro falso del templo era otra
pieza más del enigma mayor. ¿Por qué estaba interesado en
Jesús? ¿Qué lo había impulsado a buscar a un analfabeto
solitario de una remota aldea del norte? Querulus podía leer
las dudas en la mente de Jesús.
-Era necesario que vieras al muchacho del bosque --dijo-
. Será un farsante, pero las ansias que satisface son reales.
Las personas pobres que no tienen ni siquiera para comer
consiguen dinero para darle. El se lo entrega a su padre, que
caza las víboras y dirige el patético espectáculo. Andan
traqueteando en un carro de pueblo en pueblo. Es un negocio
en alza.
-Lo cual no tiene nada que ver con-migo -protestó Jesús.
-Tiene algo que ver con todos --contestó Querulus.
Apenas había descansado un minuto, pero fue suficiente para
alguien tan inquieto como él-. Ven. -Un instante más tarde
estaban atravesando los campos a paso vivo para volver al
pueblo.
Jesús no tenía ganas de discutir. La mitad de lo que
había dicho Querulus era cierto. Los salvadores acechaban en
las sombras en cualquier parte. No todos eran tan insolentes
como-para asumir el título de mesías. Se hacían pasar por
magos o rabinos milagrosos o senadores a través de la fe.
Jesús se había sentido fascinado por ellos cuando era un niño,
hasta que María y José le advirtieron que Dios conocía la
diferencia entre los farsantes y los que actuaban en su nombre.
Nunca le explicaron cómo sabía Dios eso y Jesús se olvidó de
preguntar. Los rabinos prodigiosos y los milagreros fueron
haciéndose cada vez menos numerosos cuando los romanos
empezaron a tomar medidas más enérgicas contra ellos y las
hacían cumplir. Consideraban que los falsos milagros formaban

103
Deepak Chopra

parte del plan de los rebeldes para ganarse a los ignorantes


campesinos judíos.
Cuando el comienzo del pueblo estuvo a la vista, Jesús
dijo: -Querulus parece un nombre raro. ¿Qué significa? -
Significa "quejoso".
-¿Eres así? -Quejarse parecía un rasgo de personalidad
que uno preferiría ocultar, no proclamar.
Querulus se encogió de hombros.
-Nos ponemos un nombre que describa el estado del
alma. Es una especie de código. Mi alma se queja por estar
atrapada en este mundo de sufrimiento. ¿La tuya no?
-Sí. -Jesús no dudó en dar una respuesta simple y
rápida-. Si me quedo, ¿me pondrán un nombre?
-Ya tienes uno: "señor". El único problema es que no te
gusta.
Jesús no contestó. Se acordaba de lo que había dicho
Querulus esa mañana sobre una vida nueva, como si él fuera
un miembro natural del grupo. ¿Sería así? Persistía el estado
mental extraño y distante que le había invadido. Jesús no tenía
ningún deseo de huir. En un mundo donde no había paz, a su
alma le importaba muy poco adonde iba él.

* * *

104
Jesus

Capítulo
8

El cuarto nombre

Los días que siguieron fueron como una iniciación silenciosa.


El grupo de Querulus quería inspeccionar al recién llegado.
Fueron a la casa, uno por uno, como animales tímidos que
salen con sigilo de sus madrigueras. Eran desconfiados, y
Jesús se preguntaba si no habría caído en otra conspiración
fantasma.
Acababa de salir de la casa un par de hermanos
nerviosos, viejos fabricantes de sandalias, cuyas manos
estaban manchadas de tanino y eran tan nudosas como el
cuero que trabajaban. Durante su visita, se habían pasado la
mitad del tiempo mirando fijamente a Jesús, como si fuera un
mono sobre una cuerda, y la otra mitad echando miradas a la
ventana.
Jesús nunca había conocido a un romano que conviviera
tan estrechamente con los judíos. Querulus todavía no había
revelado lo que quería ni lo que estaba buscando. Mientras
tanto, era distante con los que iban a la casa e, incluso,
mostraba un desprecio indiferente por ellos.
-El espíritu está dispuesto. Qué lástima que todo lo
demás sea débil -le gustaba decir.
No era muy probable que hubiera muchos patricios
como él, con una esposa judía, que se llamaba Rebeca;
Querulus se apuró a señalar que el mismo Herodes no era
judío, sino que se había casado con una judía.
-Le sirvió para su propósito y esto sirve para el mío -dijo,
negándose a dar más explicaciones. Si Rebeca tenía dudas
con respecto a ser la esposa de un romano, no las

105
Deepak Chopra

manifestaba. Se dedicaba a la casa en silencio y evitaba las


miradas inquisidoras de Jesús. Como él había sospechado,
ella compartía la casa con su hermana menor, Noemí, y su
esposo, Jacobo que, según parecía, no trabajaba. Se pasaba
todo el día encerrado en una habitación del fondo, leyendo la
Tora.
Dentro de la casa silenciosa no había ansiedad. Es
decir, a excepción de la de Jesús, que se iba todas las noches
a la cama pensando en Judas y María. Sabía que por su
cuenta no iba a poder encontrar a ninguno de los dos. Y esta
familia nunca salía, prefería vivir tras postigos cerrados y abrir
la puerta solamente para dejar entrar al flujo constante de
invitados nerviosos que venían de inspección.
-¿Quiénes son esos observadores? -volvió a preguntar
Jesús, a la espera de una respuesta más concreta. No sabía
cómo llamar al misterioso grupo, pero Querulus le había dicho
que observaban y esperaban.
-Esas personas son como arañitas que mandan
mensajes a través de la telaraña -contestó Querulus-. Nadie
sospecha de ellos. Pero los verdaderos observadores están
entre bastidores. Los vas a conocer cuando estén listos.
Nunca aparecen a menos que estén listos.
-¿Y qué hacen cuando no se les ve? -preguntó Jesús. -
Sirven a Dios.
-¿Cómo?
-Rezando día y noche para que llegue un salvador.
No se dijo nada más, pero a Jesús no le gustó estar en
el centro de una telaraña, aunque fuera por estar al servicio de
Dios. El grupo sin nombre no era una secta que él conociera,
como los zelotes o fariseos. Nadie organizaba rituales
especiales ni plegarias. Cuando él cumplía con sus propios
rituales, nadie ponía ninguna objeción. La única cosa fuera de
lo común era que Rebeca, a la que llamaban Rivka, y Noemí
hacían baños rituales tres veces al día, y que, después del
desayuno copioso que le sirvieron el día que llegó, las comidas
eran escasas y sencillas.

106
Jesus

Entonces, tan súbitamente como había empezado, el


flujo de visitantes se detuvo. Rivka entró en la habitación de
Jesús llevando en los brazos una túnica doblada. Se la
extendió en silencio.
-¿Por qué me das esto? -preguntó Jesús.
La túnica era de un tejido delicado y un blanco
impecable. Rivka dio media vuelta y se fue tan pronto él la tuvo
en sus manos. El mensaje tácito era que había pasado la
prueba. Cuando Jesús apareció en la siguiente comida con el
regalo puesto, fue evidente que Quintus estaba satisfecho: se
sirvió una copa de agua ninguno de ellos tomaba vino- y, sin
necesidad de que se lo pidieran, empezó a contar su historia.
Su verdadero nombre era Quintus Tullius, lujo único de
un ciudadano romano que había arriesgado su suerte cuando
puso el primer pie fuera de las puertas de Roma, en compañía
de su familia. El padre no dio explicación alguna de la partida
repentina. Pero su esposa, Lucilla, lloraba cuando, en medio de
la noche, tuvo que despertar a Quintus, que entonces tenía
siete años. El chico estaba confundido y asustado. Atravesaron
las calles a toda velocidad con la cara cubierta por los mantos.
Antes del amanecer llegaron al puerto de Ostia, donde
esperaba una galera con la pasarela bajada. No subió ningún
otro pasajero, y una hora más tarde, la familia Tullius estaba
apretujada en la bodega, rumbo al este.
-¿Qué ley infringió tu padre? -preguntó Jesús.
-Hizo algo peor que infringir la ley. Perdió todo el dinero
de unos inversores importantes -contestó Querulus.
La familia llegó huyendo hasta Siria, fuera del alcance de
los acreedores furiosos y sus esclavos, que no tenían más
remedio que asesinar si sus amos lo ordenaban. Cuando
Quintus creció, descubrió que su padre había especulado con
la importación de trigo de Egipto, que el cargamento se había
infestado de gorgojos y se había arruinado por completo. El
padre, que tenía enemigos, sospechaba que el grano estaba
estropeado antes de que lo cargaran para la exportación.
Cuando se instalaron en Antioquía, los enemigos verdaderos

107
Deepak Chopra

se convirtieron en imaginarios; poco a poco, el padre se volvió


un ermitaño.
-Y ahora el ermitaño eres tú -señaló Jesús.
-No, no estamos escondidos en esta casa. Estamos
esperando, pero es posible que la espera haya terminado. -
Querulus era tan enigmático como siempre, pero en vez de
quedarse callado, siguió con la historia. Al padre le fue
imposible librarse de la influencia nefasta de sus enemigos
imaginarios. Lo aquejaban dolores misteriosos y terribles; se le
inflamaban las extremidades sin razón alguna; una vez lo
encontraron en el suelo, retorciéndose a causa de un ataque.
Esos males lo obligaron a recurrir a senadores locales. Había
médicos romanos en Siria, aunque la mayoría pertenecía al
ejército, y el padre de Quintus sospechaba que lo fueran a
entregar al procónsul y lo llevaran de vuelta a Roma.
Quintus tenía nueve años cuando empezaron a aparecer
personajes sospechosos a la puerta: una mujer encorvado, con
un solo ojo, que clavaba amuletos en los dinteles; una familia
de herboristas errantes vestidos con pieles de animales y toda
suerte de adivinos que cargaban pollos enjaulados cuyas
entrañas leerían para descubrir el fatídico secreto que
ocultaban los males del padre.
Quintus se sentaba a sus pies mientras él se aferraba a
cada senador, tomaba cualquier poción repugnante y se daba
largos baños con barro traído de las riberas del Jordán o agua
de manantiales curativos de Éfeso.
-No soportaba la luz del sol, que le daba terribles
jaquecas, así que me acuerdo que vivía en una cueva con olor
a azufre, no en una casa -explicó Querulus. Hasta que llegó un
día en que se había despertado con la deslumbrante luz
matinal que entraba a raudales por la ventana de su dormitorio.
El muchacho saltó de la cama y corrió al comedor, el triclinio
revestido de mármol donde comía la familia, mes tras mes, sin
que el padre apareciera a la mesa; ahora estaba sentado
recibiendo los rayos de sol y devorando un tazón con jamón y
lentejas.

108
Jesus

Los judíos habían sido los que lo habían curado, al parecer, de


la noche a la mañana. No fue con hierbas, ni con amuletos ni
con barro, sino con plegarias para que Dios sacara al demonio
que le había poseído el cuerpo. Esta recuperación milagrosa
llegó justo a tiempo: la fortuna de la familia Tullius se había
agotado. A partir de entonces, el padre se volvió el doble de
ambicioso que antes. Trabajó hasta conseguir el
aprovisionamiento militar, haciéndose con el contrato para
alimentos básicos como cebollas, ajos y aceite de oliva.
-Ahora conocía a los judíos y podía trabajar con ellos,
que tampoco desconfiaban de él, así que no era su deber
sagrado estafarlo, como hacían con los romanos -contó
Querulus-. Lo apodaron "el gentil ungido".
Pronto compraron una villa junto al mar y mandaron a
Quintus con los mejores maestros particulares. Después, ese
verano, llegó un barco de Macedonia. Lo llevaban a puerto
cinco marinos enfermos, cuyos huesos se notaban a través de
la carne. El capitán y el resto de la tripulación estaban muertos
sobre la cubierta, sus cuerpos abandonados al sol y las
moscas. La peste se convirtió en un azote, un flagelo que dejó
las calles de Antioquía cubiertas de miles de cadáveres en el
plazo de un mes. Fue la perdición de la familia Tullius. Ante los
ojos de Quinto fallecieron primero la madre y después el padre.
Al muchacho lo envolvieron en capas de trapos empapados en
alcanfor y lo escondieron en el sótano. De algún modo,
sobrevivió.
-Mi padre no derrochó su segunda fortuna. Yo tenía
dinero y se dio por sentado que iba a embarcar de vuelta a
Roma paila vivir con mis abuelos. Pero, de pie en los muelles
de Antioquía, supe que no podía volver. Esa noche tuve un
sueño, y todo lo que siguió fue consecuencia de eso, hasta el
día de hoy -dijo Querulus.
Pasó los dedos con suavidad por la nueva túnica blanca
de Jesús. Los ojos tenían una mirada distante y, bajo el barniz
de calma patricia, palpitaba una extraña emoción que ansiaba

109
Deepak Chopra

encontrar expresión. Querulus nunca se quedaba corto con las


palabras, pero tartamudeó ligeramente.
-No... no tengo nada más que contar. El resto depende
de ti.
Esa forma de hablar desconcertante agotó la paciencia
de Jesús.
-Sé por qué no quieres contarme lo que estás ocultando
-dijo. Querulus enarcó las cejas-. Eres como los otros, los que
entran en esta casa a escondidas como ladrones. Esperas algo
de mí, pero eres muy desconfiado; tienes miedo de que, si
hablas demasiado, yo vaya a usar tus palabras para tenderte
una trampa.
-Las falsas esperanzas son la trampa -murmuró
Querulus, con el semblante oscurecido por la frustración.
-Entonces, por lo menos cuéntame tu sueño -dijo Jesús.
-Puedo hacer algo mejor que eso. Puedo mostrártelo -
contestó Querulus.
Llevó a Jesús al fondo de la casa, que era una sucesión
de pequeñas estancias añadidas con el paso del tiempo, como
las cámaras de una colonia de hormigas, y cada habitación era
más oscura y fría que la anterior. Antes, alguien había ido
construyendo a medida que nacían más niños o se mudaba
algún pariente pobre. En las últimas habitaciones, no había
ninguna ventana. Querulus había encendido una lámpara de
aceite por el can-úno, para iluminar esos recovecos negros.
-Esto se construyó, en un principio, para que se
escondieran las mujeres cuando estaban impuras -explicó
Querulus, cortante-. Cosa de bárbaros.
Se detuvo ante una puerta cerrada y buscó a tientas una
llave. Jesús esperaba que la última habitación de la conejera
fuera la más pequeña pero, cuando entraron, se encontró con
que era enorme y aireada, con una ventana de tamaño
considerable, a través de la cual descubrió un jardín secreto
con palmeras verdes, un jazmín trepador y una fuente
burbujeante.
Querulus se divirtió al verlo tan sorprendido.

110
Jesus

-Un paraíso en miniatura. Pero éste no es mi sueño. -


Esperó a que los ojos se acostumbraran a la luz y, después,
señaló una silla apoyada en una de las paredes. Estaba
cubierta con una tela de brocado-. Adelante, levántala y mira lo
que hay debajo.
Jesús jaló de un extremo de la tela, que cayó al suelo.
La silla que cubría estaba hecha de madera de sándalo tallada
y su fragancia se sumaba en el aire a la espesa dulzura del
jazmín. Sobre el asiento de terciopelo de la silla, había algo
asombroso: una corona de oro.
-¿La robaste? -susurró Jesús. La corona era idéntica a
la que había visto en las monedas que tenían grabada la efigie
de Herodes Antipas. El aro de oro era grueso y pesado, con
una hilera de joyas incrustadas. Sin embargo, si se miraba de
cerca, había un hueco en el lugar donde tendría que haber
estado la joya central.
Querulus parecía desconcertado.
-No he cometido ningún acto de traición. Es una copia.
La hice alisar a martillazos en Antioquía. Puedes tocarla si
quieres.
Aunque Jesús nunca, ni remotamente, había visto algo tan
espléndido, mantuvo por instinto las manos lejos de la corona;
la de rosas que lo había infectado era un recuerdo aleccionador
y, sin embargo, había algo más poderoso que le decía que no
la tocara.
A Querulus no pareció importarle. Levantó la corona y
frotó las incrustaciones, como si eso hiciera más vivida la
oleada de recuerdos.
-El día que me escapé del tutor encargado de llevarme de
vuelta a Roma, me deslicé entre la multitud y volví a la casa de
mis padres. En el umbral estaba sentada una vieja criada que
se retorcía las manos ante la desgracia que le había
sobrevenido, ya que ahora no tenía adonde-ir. Le prometí que
se podría quedar conmigo si conseguíamos vender alguno de
los tesoros que estaban dentro y encontrar un sitio en donde yo
pudiera ocultarme.

111
Deepak Chopra

"Esa noche dormí en un almacén sofocante de los


barrios bajos de Antioquía. Aunque mis padres habían muerto
hacía menos de un mes, yo temblaba de emoción. Sentí algo
que no se le atribuye a un romano: veneración religiosa.
No sé de dónde procedía. Lo único que recuerdo es que estaba
acostado allí con la sensación de que me iba a explotar el
cuerpo por una especie de ansiosa expectativa. El iba a venir a
buscarme. Eso es lo que me decía esa sensación interior.
"Pero no pasó nada. Después de medianoche, me
quedé dormido -durante horas o apenas minutos, no sé- hasta
que una luz me abrió los ojos. Yo estaba confundido, pero
eufórico. Salté de la cama y abrí con fuerza la ventana. Pero lo
que entró a raudales no fue la luz de Dios. En cambio, ¡se
estaba incendiando todo el barrio! La ventana abierta atrajo las
llamas y yo salté hacia atrás para que no me quemaran.
Estaba frenético y corrí hacia la puerta.
"En la oscuridad, no había notado que había un hombre
entre las sombras y que ahora me bloqueaba la vía de escape.
Antes de que pudiera gritar, dijo: "Mira otra vez". Tenía la voz
tranquila y mi pánico se disipó. Volteé hacia la ventana y la
vista se había expandido mágicamente. Veía que ardía la
ciudad entera y, más allá de eso, las llamas lamían el
horizonte. "El mundo está ardiendo", dije, sobrecogido.
"Entonces, comprendí todo de golpe. Me di la vuelta
rápidamente hacia el desconocido, que iba vestido de blanco y
llevaba una corona de oro. "¡Haz algo!", grité. Sabía con
certeza absoluta que sólo él podía salvar al mundo.
"El negó con la cabeza. "No me ha llegado la hora.
Pero unos pocos ya saber de mí. Observa y espera. Prepara el
camino."
"Emitió tal oleada de amor que corrí a abrazarlo con el
corazón más pleno de sentimiento de lo que lo había sentido
en toda mi vida hacia mis propios padres. Mis brazos nunca le
tocaron el cuerpo, sino que abrazaron el aire vacío. En ese
momento, me desperté en la cama. Bajo la influencia del
sueño, corrí a la ventana y abrí con fuerza los postigos. Fuera

112
Jesus

estaba el callejón oscuro. Sobresalté a los gatos callejeros que


se peleaban por una rata a medio comer."
El silencio descendió sobre los dos cuando Querulus
terminó su historia. Después de unos minutos en silencio,
Querulus notó algo.
-Estás temblando.
Jesús no lo negó. Se le sacudían las manos; su rostro
había perdido el color.
Con m silencio tranquilo, Querulus empujó la corona
hacia él.
-Tócala. No puedo morir sin que mi sueño se haga
realidad.
Jesús supo entonces que el regalo de la túnica blanca
era el primer paso, y ése era el segundo.
-¿Y qué pasa si tu sueño me destruye? -preguntó
débilmente.
-Eso no va a pasar. No puede pasar. -Querulus ahora
imploraba. Al ver que Jesús seguía retrocediendo, dijo-: Sabes
que el mundo está ardiendo, ¿verdad? No puedo estar
totalmente equivocado respecto a ti.
Jesús asintió en contra de su voluntad.
Al ver que su joven invitado estaba bañado en sudor,
Querulus cedió. Volvió a poner la corona sobre su almohadón y
colocó de nuevo la tela de brocado sobre la silla. Le entregó a
Jesús la lámpara de aceite para que pudiera ver el camino de
vuelta y salió de la habitación. Una hora más tarde, cuando
Jesús reapareció, no se habló del incidente.
Si la familia se dio cuenta de que todavía llevaba la
túnica blanca y lo consideró una señal, nadie hizo ningún
comentario al respecto. Al día siguiente, Jesús desapareció.

Lo único que hizo Jesús fue salir de una casa normal y


corriente a una calle sucia y de mucho movimiento. Pero, por
primera vez en su vida, estaba completamente solo. Cada cara
era la de un extraño; cada pared, una barrera secreta. No

113
Deepak Chopra

sabía el nombre del lugar ni adonde tenía que ir. Volver a


Nazaret era la elección más peligrosa.
Pero no se podía quedar más tiempo con Querulus. Eso
resultaba indudable. El anciano y arrogante romano se había
contagiado de la enfermedad de los judíos: señales y
presagios. Como no podía soportar los horrores de la vida,
buscaba mensajes divinos, un guiño de Dios que dijera
"comprendo, ya voy". De pie en el umbral, Jesús no sabía si
decir "perdón" o "te compadezco". Media calle más adelante,
se dio cuenta de lo que tendría que haberle dicho a Querulus:
"No vendrá nadie".
Jesús iba del lado de la calle donde no daba el sol,
vagabundeando entre las ruinosas casas de barro. En las
sombras, su túnica blanca y brillante no causaba tanta
impresión, pero aun así atraía las miradas de todos los que
pasaban.
El no creía en el sueño de Querulus, pero de todos
modos le había afectado. Después de su relato, se había
quedado en la habitación y había mirado durante largo rato la
silla cubierta con el brocado, que, en realidad, era una especie
de altar: allí Querulus rendía culto a sus fantasías.
Pasó el mediodía. Jesús se detuvo junto a un manantial
burbujeante y poco profundo, alrededor del cual habían
construido una cisterna.
-Si me están siguiendo, descansemos todos -habló al
aire.
Bebió un trago de agua y se sentó con la espalda
apoyada contra la cisterna. Esperaba que, si le estaban
siguiendo la -pista, los observadores vieran que tenía hambre.
Un viejo vacilante que tiraba de un burro se acercó a darle de
beber al animal. Asintió con la cabeza, quizá con cierta
intención. Jesús no podía estar seguro; el gesto fue demasiado
breve. El hombre podía haber sido uno de los tímidos visitantes
de la casa. Jesús estuvo a punto de hablarle.
Entre el sol y el hambre, se quedó dormido.
Transcurrieron varias horas hasta que lo despertó el ruido de

114
Jesus

las ruedas de un carro. El sol había descendido y los


trabajadores de los campos volvían a la protección de las
paredes del pueblo. Unos hombres recios, desnudos hasta la
cintura, se bañaban en la cisterna lanzándole miradas
desconfiadas.
-Hermano, ¿necesitas que te indiquen cómo volver al
camino? -le preguntó uno de ellos. Era una sugerencia y una
amenaza. Los músculos del hombre parecían nudos correosos
bajo la piel quemada por el sol.
-Necesito comida y un techo para pasar la noche -
contestó Jesús, amable. Al ponerse de pie, le dolieron las
articulaciones por haberse acostado contra la piedra.
-Aquí no hay nada de eso -gruñó otro hombre.
En silencio Jesús se alejó.
La hostilidad no lo sorprendía. Tan pronto había abierto
la boca, le notaron el acento, así que podía haber sido peor.
Podrían haberlo atrapado y robado la inmaculada túnica nueva
o haberlo golpeado para dejarlo inconsciente y llamado a gritos
a los guardias romanos.
Bajó la cabeza para pasar inadvertido y, al cabo de un
rato, las nubes de polvo se espesaron alrededor de sus
sandalias. Estaba llegando al camino principal. Cuando pasaba
por encima de su cabeza la sombra de un pájaro, el sol
poniente hacía que pareciera inmensa. Jesús miró hacia arriba
y vio un cuervo famélico que se acomodaba en un techo bajo.
El ave miró fijamente, con arrogancia, encorvó los hombros y
preparó sus plumas metálicas, pero no se echó a volar. Por
algún motivo, Jesús se acordó de Judas. En los últimos días,
Jesús no había pensado mucho en Judas i-li en María. Ahora,
por alguna razón que no podía precisar, se dio cuenta de que
no podía continuar en su compañía y debía seguir adelante
solo. Tal vez fuera la misma enfermedad -señales y presagios-
que los hacía tener demasiadas esperanzas, más de las que él
podría cumplir jamás. Tenía que encontrar un lugar que no
estuviera infectado y la única forma de encontrarlo era estar
solo.

115
Deepak Chopra

El olvido podía haberse tragado el resto de la historia, si


no hubiese sido por un pequeñísimo giro del destino. Con la
aldea a sus espaldas, una ráfaga de calor hizo que Jesús
levantara la cabeza. Era como si el mediodía hubiera vuelto al
atardecer. Más adelante, vio una pequeña y agitada multitud.
Había hombres que gritaban y sacudían los brazos cuando
pasaban corriendo a su lado. Una casa de la periferia de la
aldea separaba a Jesús del sol poniente. Titilaba y bailaba en
el aire y, de pronto, Jesús se dio cuenta del motivo: la casa se
estaba incendiando. La luz del sol, más fuerte, había hecho
invisibles las llamas.
Pasaron más hombres corriendo y agitando baldes de
agua. Las mujeres gemían. No había ningún pozo cerca. La
casa estaba demasiado lejos del pueblo. Alguien gritó un
nombre, después otro. Estaban tratando de localizar a la
familia que vivía en la casa; la terrible sospecha de que todavía
estaban dentro, silenciados por el calor y el humo, se hizo cada
vez mayor.
Los hombres que corrían tropezaban con Jesús y, al
pasar, lo insultaban. El había caído de rodillas en el medio del
camino, paralizado por el incendio. Por la mente le pasaban
imágenes de la casa de Nazaret a la que los romanos habían
prendido fuego y de los parientes de Isaac que habían muerto
dentro. El sueño cié Querulus estaba cobrando vida.
Pero esos pensamientos poderosos no fueron los que lo
hipnotizaron. Jesús oyó que la familia atrapada en la casa lo
llamaba.
Tan claramente como si pudiera ver a través de las
paredes de barro, ahora veteadas de hollín, divisó a una mujer
con sus dos hijas jóvenes. Estaban acurrucados en un rincón,
demasiado lejos de la ventana para correr hacia ella,
encerradas por el fuego que subía lamiendo las paredes hacia
el polvorín que era el techo de madera. Jesús oyó que gritaban
otra vez, pero no llamaban al padre, que seguramente fuera el
hombre que había tratado de correr para entrar en aquella
hoguera, pero que fue detenido por tres amigos más fuertes. El

116
Jesus

hombre lucho por liberarse, una silueta torturada contra el sol y


el fuego.
¡Jesús! ¡Jesús!"
Las mujeres atrapadas gritaban su nombre. Por un
momento, se quedó arrodillado y escuchó. Tendría que haberío
atravesado una oleada de miedo. Pero no. Jesús sabía que el
lugar que tenía que encontrar, el único que no estaba
infectado, el centro de pureza, estaba ante él.
Era el fuego.
Se puso de pie y se dirigió justo allí.
-¡Eh, deténganlo! ¿Estás loco?
Los gritos llegaron a sus oídos desde muy lejos. El fuego
ya había cobrado demasiada intensidad para que alguien
pudiera acercarse a él. Nadie pensó en detener al desconocido
como habían hecho por su propio bien, con el padre
desesperado. Jesús sonrió, no por la inminencia de la muerte
ni porque el calor le hiciera contraer los músculos faciales, sino
porque a su mente había acudido una imagen.
Vio a tres hombres en una caldera que cantaban
alabanzas a Dios. No sabía en qué libro estaban ni recordaba
mucho de aquella historia. Un rey malvado había arrojado a los
tres amigos jóvenes e inseparables a una caldera ardiente
pero, en vez de achicharrarse, estaban allí de pie, riendo y
cantando. De niño, Jesús musitaba sus nombres en voz baja
como un cántico sagrado: "Sadrac, Mesac, Abed Nego". No
era un cántico fácil para alguien de cinco años y él estaba
orgulloso de haberío aprendido bien.
Ahora lo repetía entre dientes y se preguntaba si el
sonido guiaría su alma a Nazaret por última vez antes de volar
al paraíso.
"Sadrac, Mesac, Abed Nego."
Las mujeres gritaron cuando el desconocido de la túnica
blanca y luminosa entró resuelto en el fuego que ardía con
furia. Logró atravesar la puerta principal justo antes de que se
desplomara la viga del dintel, debilitada por las paredes que se
venían abajo. Se derrumbó otra parte del tejado y, por el

117
Deepak Chopra

agujero, las llamas crecieron aún más, hacia el cielo, como


demonios liberados de su jaula.
A juzgar por lo que pasó a continuación, el joven que
salió caminando con la mujer y las hijas a salvo debajo de su
capa, como una paloma que cobija bajo las alas a los pichones
recién nacidos, no era el único que conocía la historia de la
caldera ardiente. Esa noche, la gente habló de ella en toda la
aldea, en medio de los festejos por el rescate de la familia que,
gracias a Dios, estaba aturdida pero ilesa.
En la mesa del rabino la historia se narró con asombrosa
precisión. Bajo el reinado de Nabucodonosor, capturaron a los
hijos más nobles de Israel y los llevaron a Babilonia. Daniel y
tres amigos estaban entre ellos; su destino era que los trataran
como cautivos privilegiados. Les enseñarían costumbres
extranjeras –quizá hasta los introdujeran en los misterios de los
magos- y aprenderían a adorar a un dios extranjero.
Pero cuando Nabucodonosor erigió un ídolo y decretó
que todos los habitantes de la ciudad tenían que adorarlo cada
vez que oyeran el sonido de la flauta, la cítara y la lira, los tres
amigos se negaron. El rey se puso furioso y ordenó que se
construyera especialmente una caldera para quemarlos vivos.
El día señalado, se encendió la caldera a una temperatura siete
veces más alta de lo normal, tan alta que quemó vivos a los
propios soldados que tiraron dentro a los condenados.
Al cabo de un rato, Nabucodonosor ordenó que se
abriera la puerta de la caldera pero, cuando miró en el interior,
Sadrac, Mesac y Abed Nego estaban vivos y caminaban entre
las llamas. El rey, sobrecogido, los liberó de inmediato. Todos
los de la aldea conocían esa parte, pero el rabino recordó un
detalle olvidado.
-cuando abrieron la caldera, había un cuarto hombre
dentro, pero habían metido sólo a tres. ¿Entienden? –El rabino
tomó otro largo sorbo de vino e I-lizo gestos para que la esposa
hiciera circular una vez más la bandeja con la pata de cabra
asada. Había sido un día de milagros y a Dios le agradaría que

118
Jesus

lo celebraran así-. Las Escrituras cuentan que él no era un


hombre común y corriente, sino que parecía un hijo de Dios.
Más tarde, y un poco ebrio, el rabino pidió que
desplegaran sus pergaminos y señaló el pasaje del libro de
Daniel. Se le humedecieron los ojos.
-No tengo que decirles por qué recuerdo ese detalle.
¿Les queda alguna duda de quién fue el que salió hoy del
incendio? Tres, y un cuarto. –Se sumió en un silencio
elocuente para que sus palabras quedaran flotando en el aire.
Tres, y un cuarto.
Así es como se recordó el milagro, y cuando él murió, la
historia pasó a sus hijos, y después, a los hijos de sus hijos.

* * *

119
Deepak Chopra

120
Jesus

Capítulo
9

Segundo nacimiento

Entrar en el fuego caminando había sido fácil. Su cuerpo se


mantuvo tranquilo y sólo tembló ligeramente cuando el calor fue
muy intenso. Al mirar las llamas, oyó una voz que decía "hijo
mío".
La voz parecía provenir del fuego mismo, un susurro que
lo llamaba, como el silbido de las hojas secas cuando se
queman. Siguió el susurro y, con cada paso, el calor cedía,
incluso mientras el viento revolvía su pelo en todas direcciones.
"Hijo mío." Esas dos palabras lo protegieron. Cuando
entró en el corazón del fuego, no había nada que pudiera
hacerle daño.
La mujer y sus dos hijas, acurrucados de miedo en el
rincón, se habían puesto sobre la cara los pañuelos negros de
lana para no asfixiarse. Sólo se les veían los ojos, bien abiertos
y aterrados. Jesús nunca había visto a nadie tan atemorizado
ante la proximidad de la muerte. Entonces se dio cuenta de que
le tenían miedo a él, no al fuego. La menor de las niñas se
encogió del susto cuando él la tomó en brazos.
Ella se aferró a la madre.
-No dejes que me mate -suplicó. .
La madre, vencida por el humo y el miedo, dejó que
Jesús rodeara a las tres con sus brazos. El las hizo atravesar
las llamas y, un instante después, salieron. La pequeña
multitud retrocedió; los baldes con agua cayeron al suelo. El
esposo gritó el nombre de su mujer. Ella corrió a sus brazos y
arrastró con ella a las hijas. Sin embargo, nadie hizo el más
mínimo movimiento hacia Jesús. Estaban paralizados a causa

121
Deepak Chopra

del miedo y la sorpresa. No se oían más que los sollozos del


esposo y su aturdida familia. Curiosamente, Jesús pretendía
continuar su camino, como había querido hacer antes de
divisar la casa en llamas.
Tuvo que atravesar la multitud para volver al camino.
Mantuvo la vista al frente, sin mirar a los lados. Después, el
hechizo extraño e hipnótico se rompió de golpe. La gente gritó.
Alargaron las manos para tocarlo y no había forma de
detenerlos. El se rodeó a sí mismo con los brazos para que no
le arrebataran la capa blanca de la espalda. Aquellas manos
querían capturar el milagro, arrancar un pedazo que se pudiera
guardar y atesorar.
Jesús notó que había un par de manos más rugosas que
el resto. Pertenecían a una anciana doblada y arrugada.
-¿Tienes granero? -preguntó Jesús. No tenía ni idea de
por qué la había elegido a ella. La mujer asintió-. Llévame -dijo.
Tocó con suavidad las manos de la anciana, que tenía una
asombrada expresión. Ella gritó en el dialecto local e hizo
serías a los otros para que se apartaran. Cualquiera que fuese
el significado del grito, todos retrocedieron, y ella condujo a
Jesús hacia un lugar alejado del camino. La vieja hablaba entre
dientes con incredulidad y no podía dejar de mirarse las manos.
Cruzaron un pequeño campo por un sendero angosto y, detrás
de una hilera de cipreses, se toparon con un granero pequeño.
-¿No quieres entrar en la casa? -La vieja lo estudió con
curiosidad y señaló una casa de adobe que estaba un poco
más allá del granero.
Él negó con la cabeza, entró en el granero y se
desvaneció en la sombra fresca. Ella sabía que no debía
seguirlo. Un ángel de misericordia puede convertirse de
repente en el ángel de la muerte si Dios así lo desea.
En el interior flotaba un olor acre a estiércol de oveja. Al
entrar algunas ovejas balaron. Transcurridos unos segundos,
sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y pudo ver a dos
ovejas encerradas con sus crías recién nacidas. La dueña,
prudente, quiso proteger a los corderitos unos días antes de

122
Jesus

exponerlos a la naturaleza. Jesús descubrió una escalera que


conducía a un pajar donde se almacenaba el heno que había
quedado del año anterior. Trepó hasta arriba y se acostó.
"Yo soy el hijo."
Aquellas palabras acudieron a él con claridad, sin
esfuerzo, y él las creyó, mientras sentía que los últimos rayos
dorados de la luz del día se deslizaban sobre su rostro. El sol
se ponía a través de las rendijas del combado tejado de
madera. El aire del granero estaba frío y olía a moho. Jesús se
preguntaba por qué no estaba aturdido por la sorpresa. No
había hecho nada para ser el hijo, no más de lo que hace un
bebé para provocar su nacimiento.
Pero, como un bebé, había emergido de una especie de
oscuridad invisible, y el mundo volvió a nacer con él.
Si Dios tenía alguna otra explicación, se la había
guardado para sí. Las ovejas se acercaron a un pequeño
pesebre lleno de heno fresco y empezaron a comer. Los
corderitos andaban a saltos, demasiado juguetones para
dormir. Sin embargo, Jesús se adormeció un poco porque lo
siguiente que sintió fue un golpe sordo contra la pared de
abajo. Era demasiado apagado para despertarlo, pero lo siguió
otro golpe y después, un tercero. Se dio la vuelta para ponerse
de costado y espió por una rendija de la pared. En la penumbra
azul grisáceo que precede al amanecer, lo habían encontrado
unos aldeanos, que ahora apedreaban el granero. Hubo varias
piedras más que pegaron con el mismo ruido apagado. Las
ovejas balaron, nerviosas. Jesús se despertó del todo.
Mientras bajaba por la escalera, no se preguntó con qué
ánimo lo iban a recibir. La gente sentiría júbilo y reverencia. El
milagro del día anterior les había revelado quién era él.
¿Por qué, entonces, tenían los aldeanos el ceño fruncido
cuando él alcanzó la puerta del granero? Algunos de los
hombres habían vuelto a recoger piedras y, en vez de soltarlas,
las tenían preparadas.
-¿Quién eres? -gritó uno.

123
Deepak Chopra

Jesús reconoció al trabajador enfadado que se bañaba


en la cisterna. Una de las piedras salió volando pero no dio en
el pecho de Jesús. El hombre había tirado al azar; no veía bien
en la penumbra que precede al amanecer.
-¿Quién eres? -repitió la voz, esta vez más cortante y
fuerte.
Jesús se dio la vuelta para irse. Su primer impulso
había sido correcto: tendría que ponerse en camino, no
quedarse allí. El camino era su punto de fuga, su salvación. Sin
mirar atrás, notó que los aldeanos lo seguían. Iban callados,
con adusta expresión. Era evidente que se conformaban con
que desapareciera el intruso, enviado por Dios o el diablo.
Jesús encontró el estrecho sendero que atravesaba el campo.
Caminó sin apresurarse, y el pequeño grupo lo siguió en fila
india. Resultaba extraño. Parecía una gallina con sus pollitos,
todos en hilera.
Cuando alcanzó el camino principal. Jesús no oyó a
nadie detrás de él. Los aldeanos se detuvieron y esperaron a
que se perdiera de vista. Cada paso le traía una sensación
nueva, que no era de alivio sino de una furia que invadía su
pecho.
Jesús giró abruptamente. El grupo de gente se
encontraba a diez pasos de distancia.
-¿Quién soy yo? --dijo con ira contenida-, ¡Yo soy la luz!
Dios, que había sido misericordioso el día anterior, hoy
se había convertido en travieso y caprichoso. Como el
administrador de un teatro barato, Dios hizo a un lado un
delgado velo de nubes. Si hubiera tenido unos platillos a
mano, habrían causado un efecto sensacional. El sol cayó
sobre la capa blanca de Jesús en el preciso instante en que
pronunció la palabra "luz". ¿Qué podían hacer aquellos
espectadores? Sus sospechas y mezquina irritación se
convirtieron en insignificantes minucias arrasadas por una
oleada de sobrecogimiento.
Cometieron la blasfemia al pronunciar el nombre de
Yahvé y cayeron de rodillas en la tierra. Se quedaron

124
Jesus

boquiabiertos y Jesús no pudo evitar ver otra vez la imagen de


la gallina y los pollitos.
"Tú los alimentarás."
Al igual que en el incendio, estas palabras vinieron de la
luz del sol que convertía en deslumbrantes las vestiduras de
Jesús. Él escuchó y asintió. Era tan fácil. A él le había llegado
la luz y él se la daría a ellos. Recorrió la corta distancia que lo
separaba de los aldeanos. Uno de los hombres estaba tan
aturdido que seguía empujando una piedra. Jesús se la sacó y
la tiró por el aire. Todos los ojos siguieron con la mirada la
curva que trazaba la piedra hasta que cayó al suelo, un poco
más adelante.
-Yo soy la luz. -Esta vez, Jesús lo dijo con suavidad, sin
ningún rastro de enfado. El hombre que había sostenido la
piedra empezó a llorar. Jesús tocó su hombro. Las lágrimas le
dibujaban surcos de suciedad mientras resbalaban por las
mejillas, y se le hinchaba el pecho de agitación.
Aunque le había resultado fácil entrar en el incendio, ser
el hijo y otorgar la luz, Jesús estaba confundido ahora con
respecto a la magnitud y los límites de su don. Ya no sentía la
llamada del camino. Necesitaba descubrir el significado de
todo eso y, para lograrlo, tenía que volver a la aldea.

EL PRIMER LUGAR público al que se dirigió fue la cisterna.


Era evidente que se había corrido la voz. Las mujeres que
llenaban de agua sus cántaros huyeron tan pronto lo vieron
aparecer. Los que salían a trabajar más temprano ya habían
pasado y se habían ido, pero todavía quedaba una decena de
hombres. Sin mirarlos, Jesús se quitó el manto, lo dobló
cuidadosamente y lo puso sobre el estante que había en la
pared de la cisterna (diciendo una breve plegaria para que
nadie se lo robara). Desnudo hasta la cintura, entró en el agua
y se lavó. La suciedad de dos días y el hollín del incendio se le
habían pegado a la piel.

125
Deepak Chopra

-¿Qué es lo que ven? -preguntó, sin fijar la vista en


nadie en particular-. ¿En qué soy distinto a ustedes? -La
multitud no contestó.
Uno de los mocosos callejeros que jugaban a la pelota
cerca de allí gritó:
-¡No tienes nada que hacer en este lugar!
-¿Por eso han mandado a estos hombres a
apedrearme? Jesús señaló con la cabeza al grupo de
atacantes que lo habían seguido desde las afueras del pueblo-.
¿No por un pecado ni por blasfemia, sino porque creen que soy
diferente? -El agua fresca que corría por sus brazos desnudos
le provocó un estremecimiento-. Moisés era extranjero en una
tierra extranjera. Si ustedes son sus hijos, yo también.
¿Quieren convertirme ahora en extranjero?
Todos 'seguían callados, pero Jesús sintió que su
audiencia cedía ligeramente, como la cuerda de cuero de un
arco que tiene que aflojarse o soltarse cuando se la ha tensado
durante mucho tiempo.
-¿Cómo hiciste para atravesar el fuego? -preguntó uno. -
Ningún hombre puede atravesar el fuego, pero el espíritu sí.
No tengo otra explicación --dijo Jesús.
-Mentira. Eres un mago, y la mitad de los magos está
poseída por demonios. ¿Por qué deberíamos confiar en ti? -La
muchedumbre se agitó, deseosa de expresar sus sospechas.
Jesús miró al que había hablado, un hombre bajo,
musculoso y moreno, con delantal de cuero. Un herrero. Jesús
vio que estaba enfadado y que había estado así toda la vida.
¿Qué podía decir para penetrar en su armadura? Todos los
hombres del lugar vivían detrás de una pared tan gruesa como
las antiguas murallas de la aldea. Jesús hizo una pausa y
después levantó una jarrita de arcilla; había por allí media
docena para uso público.
-¿Ven? -dijo. Recogió agua con la jarra y la levantó- Esta
agua es como el espíritu santo. -Inclinó lentamente la jarra y
dejó que el contenido le cayera sobre la cabeza-. Si dejo que el
espíritu llueva sobre mí, quedaré puro y limpio, pero dentro de

126
Jesus

media hora estará seco y evaporado. El sudor y la suciedad me


mancharán de nuevo. -Cogió la jarra, la llenó otra vez y la
sostuvo contra el pecho-. Pero si tapo esta misma agua y la
pongo en un lugar fresco, durará muchos días. Todos ustedes
saben eso. Jesús esperó a ver qué efecto tenían sus palabras.
-Explica qué quieres decir -gritó alguien, impaciente.
-El corazón es como esta jarra: llénenlo del espíritu
santo y guárdenlo en su interior. Entonces no se secará ni
evaporará. Un día se sorprenderán porque Dios conoce sus
lugares secretos. Cuando menos lo esperen, rebasará la jarra
y, entonces, atravesarán el fuego o harán lo que quieran. Nada
es imposible cuando el espíritu está lleno en nuestro interior.
Hubo algunos susurros de asombro mezclados con
algún gruñido. Jesús no les prestó atención. Salió de un salto y
se envolvió con su manto el cuerpo semidesnudo.
-Tienen derecho a saber quién soy. Soy Jesús, de
Nazaret. Uno o dos de ustedes se llamarán igual que yo. Si no
ustedes, algún hermano o primo. Pero el nombre no significa
nada. Yo voy a reaccionar al escucharlo, pero mi alma no,
porque únicamente reconoce a Dios y sólo responde a su
llamada.
Entre la multitud se difundió un suave murmullo de
aprobación que ahogó los gruñidos. Jesús sonrió para sus
adentros. Desde su nuevo nacimiento, le resultaba fácil decir la
verdad. Ni siquiera podía encontrar la parte suya que solía
tenerle miedo. Uno de los hombres más ancianos, con el
cabello más canoso que el resto y probablemente más pobre a
juzgar por los remiendos de su túnica marrón, se aproximó a él.
-Ven a mi casa. Permíteme que te dé de comer -dijo.
-¿Por qué? -preguntó Jesús.
-Porque tienes hambre -dijo el hombre-. ¿Preferirías
morir de inanición?
Jesús sonrió y le dio unos golpecitos en el hombro, que
era puro hueso.
-Iré contigo. Has venido a mí en son de paz. Démonos
un festín.

127
Deepak Chopra

-Ah, no, no esperes un festín -dijo el hombre entre


dientes y con labios temblorosos.
-Es mi deber esperar un festín, y el tuyo también. ¿De
qué otro modo querría nuestro Padre que viviéramos si de
verdad nos ama?
Los espectadores se apiñaban a su alrededor y todos
ellos oyeron lo que había dicho Jesús. Él rodeó con un brazo al
anciano y ambos caminaron por el callejón más próximo. Nadie
los siguió, salvo los mocosos callejeros, y ellos no se enteraron
de lo que pasó cuando los dos hombres desaparecieron tras la
puerta de la casucha del viejo. Sin embargo, los rumores
alimentan los milagros y muy pronto todo el pueblo estaba
convencido. El anciano había abierto la alacena, que esa
mañana sólo contenía una agrietada jarra de agua y medio pan
duro envuelto en un trapo sucio. Pero en ese momento,
apareció un auténtico banquete. Toda la gente de la aldea lo
vio como si hubiera estado allí. Comieron a través de ellos los
deliciosos dulces que caían y vaciaron el barril de vino que
había llenado el forastero.
Lo que sí es cierto es que, en vez de dormir una siesta,
esa larga tarde todos se quedaron despiertos por la excitación,
menos el propio anciano, que durmió todo el día y toda la
noche. Cuando el sol matinal rozó sus finos párpados,
descubrió -que el visitante se había ido.

ANTES DEL AMANECER, Jesús fue a las montañas a esperar.


Dios lo había elevado y llevado muy lejos, pero él conocía sus
caminos. Cada vez que Él exaltaba a un hijo de Adán, lo que
venía después era siempre lo mismo. La catástrofe, una caída,
un golpe terrible. Había elevado a Moisés al puesto más alto
(sin contar el de Lucifer), ¿con qué objeto? Su pueblo se salvó.
Llegaron al paraíso terrenal. Entre la multitud errante,
hambrienta, despreciada y exhausta, sólo a Moisés se le negó
la recompensa final.
Jesús estaba de pie en una elevación desde la que se
veía la aldea. Desde abajo subían volutas de humo de los

128
Jesus

hogares; unos pocos faroles titilaban en las ventanas


somnolientas. Moisés había muerto en la cima de una montaña
después de mirar por última Vez la tierra prometida. Aun
sabiendo que estaba condenado, alcanzó a bendecir a los hijos
de Israel, sus hijos, que lo sobré vivirían con lágrimas y-
tristeza. Después, el viejo Moisés trepo a la cumbre del Pisga
para morir solo.
-Que se haga tu voluntad, Padre -dijo Jesús en voz alta-.
Pero si me amas, entiérrame tú mismo cuando se haya hecho.
-El viento lo azotó con fuerza y le silbó en el oído-. ¿Moriré tan
lleno de pecado que renunciarás por completo a mí?
Jesús no creía que, el aire vacío lo hubiera oído. Pero
las Escrituras decían que Dios enterró a Moisés con sus
propias manos en una tumba sin nombre. Jesús miró
largamente, la maleza del desierto, que era más rala y marrón
que los fragantes pinos que él conocía en su tierra.
Notó un pequeño temblor en el ojo. Una piedra cercana
se había sacudido. No. Era una liebre. Durante todo el tiempo
en que Jesús había estado discutiendo con Dios, la pobre
criatura -tan patética, gris y escuálida que no merecía que la
llamaran liebre había quedado inmóvil, tratando de no respirar.
Finalmente, sin poder evitarlo, dejó escapar un
estremecimiento de miedo.
-Vete en paz -murmuró Jesús.
La liebre salió disparada, como impulsada por un
resorte. Le daba igual irse en paz, lo único que quería era
escapar con el pescuezo intacto.
Jesús observó las nubes de polvo que habían levantado
las patas de la liebre al golpear la tierra. A su mente acudió el
recuerdo de un día que se había sentado en una piedra a
tomar sol con Isaac. Tendría unos diez años.
-Estás callado. ¿Qué estás mirando? -preguntó el ciego.
-Una coneja. No puede decidir si escaparse o no.
La coneja, gordita, los miraba con ansiedad, tentada por
una mata de hierba dulce y primaveral.

129
Deepak Chopra

-¿Quién la persigue, un zorro o una comadreja? -


preguntó Isaac.
Hasta ese momento, el niño Jesús no había visto ningún
depredador en los alrededores. El aguzado oído de Isaac captó
algo, el chasquido de una diminuta rama tal vez. Jesús
entrecerró los ojos y miró el brillo lejano.
-Un zorro -dijo. Levantó una piedra y se la tiró a la
conejita, que salió corriendo presa del pánico. El zorro, que no
había llegado tan cerca como para lanzarse en su persecución,
emitió un aullido agudo de disgusto. Les agitó la cola peluda en
¡a cara y se fue al trote.
-Siempre de parte del inocente -señaló Isaac, con cierto
énfasis. Jesús se sorprendió.
-Estaba desprotegida -dijo.
-¿Y? -Isaac levantó las cejas-. Quieres proteger al
inocente. Te diré algo: Dios no está solamente en los conejos.
También está en los zorros. Así que tu pequeño acto de
bondad ha dejado a Dios sin comida. -Jesús se rió y le dio la
razón. Pero de todas formas se sintió herido. Isaac se daba
cuenta-. No estoy bromeando, muchacho. Me preocupo por
esas cosas todos los días. El inocente, el culpable. El cazador,
el cazado. Si Dios es justo, ¿por qué los humildes derraman su
sangre mientras que los despiadados engordan?
Isaac no dijo nada más. Era un día caluroso para ser
primavera. Levantó la mano para hacer sombra en sus
párpados ya ajados, que estaban rodeados de bolsas rojas de
piel arrugada.
-Tendríamos que ir volviendo --dijo Jesús. Trató de
tomar a Isaac del brazo, pero el ciego se resistió y mantuvo sus
ojos apagados fijos en el sol.
-La luz de Dios a veces me quema -afirmó- Esa no es
razón para escaparse de ella.
Ahora Jesús quisiera poder volver a aquel instante,
porque sabía exactamente qué decir.

130
Jesus

-No te preocupes más. El inocente y el culpable, el


cazador y el cazado. No hay necesidad de juzgarlos. Dios
quiere salvar a todos.
Jesús se dirigió de vuelta a la aldea. A la primera
persona que vio fue a un joven que clavaba una azada rota en
un campo reseco. Cuando posó la mirada en Jesús, se puso
tenso.
-En qué te puedo ayudar, rabí? -preguntó. Mantenía la
cabeza gacha y la voz baja. Se había corrido la voz por todos
lados.
-Necesito un guía -pidió Jesús-. Pero tienes que
llevarme por las calles más desiertas que conozcas. ¿Hay
lugares apartados para enfermos y moribundos? -El joven
asintió-. Vamos por ese lado, entonces. Y no te asustes, pero
tengo que ir adonde están las santas. -El joven parecía
confundido: no conocía esa jerga-. Las mujeres que caminan
con los hombres cuando Dios no mira --explicó Jesús.
Él sonrió, pero el joven se puso colorado y no pudo ni
siquiera balbucear una respuesta. Sin decir palabra, señaló el
camino hacia una pequeña abertura en el muro del pueblo. Un
rato después, avanzaban con sigilo por senderos que eran
demasiado angostos para un callejón. Todas las casas tenían
los postigos cerrados, pero Jesús oyó gemidos apagados y
sintió el hedor del vómito y la carne moribunda. Con una
bendición muda, prometió que volvería. Dejó que el joven lo
guiase y vigilase a la vuelta de cada esquina para asegurarse
de que no había nadie en la calle antes de hacerle un gesto a
Jesús para que siguiera avanzando.
La zona de los burdeles estaba cerca. Tenía un olor más
asqueroso que las calles de los moribundos, porque se
mezclaba un perfume denso y dulzón con los restos de la carne
putrefacto. El joven esperó a que Jesús lo alcanzara.
-No puedo seguir más allá -dijo. Lo había llevado a un
lugar prohibido, pero valdría la pena cuando volviera corriendo
y le contara la historia a todo el mundo.

131
Deepak Chopra

Empezó a retroceder, pero Jesús lo agarró de la nuca


por encima de sus toscas vestiduras.
-No he venido aquí a pecar -dijo.
-Claro que no, rabí. -El joven mantuvo la mirada,
discreta, hacia abajo, pero no pudo ocultar una ligera sonrisa.
-Mírame -dijo Jesús-. Si el pueblo me echa por tu culpa,
no habrá más milagros. ¿Entiendes?
Una mirada fija y tenaz apareció en los ojos del joven.
-¿Y dónde está mi milagro? -dijo, adulador.
¿Se había resumido todo en eso, en menos de un día?
Jesús le hubiera apretado aún más la ropa alrededor del cuello,
pero después comprendió: él no era dueño de hacer o
deshacer los milagros. Cerró los ojos y esperó.
A través de él fluyeron unas palabras.
-Tu abuela no morirá por ahora.. Se levantará de la
cama dentro de una semana.
Tal vez el joven abriera los ojos como platos; es posible
que le haya henchido el pecho un grito de agradecimiento.
Pero Jesús ya se había apartado y se dirigía hacia la primera
casa de la calle, que tenía la puerta pintada decorada con una
serpiente azul que se enroscaba alrededor de un palo erecto.
Un símbolo romano. Los principales clientes serían soldados y
seguramente no leían hebreo.
-¡Señor!
El joven lo llamaba, pero Jesús no se dio la vuelta.
Aunque Dios había hablado a través de él, le revolvía el
estómago hacer trueques con los milagros. Se detuvo ante la
puerta y golpeó. No abrió nadie, pero una voz femenina habló
desde adentro.
-Es demasiado temprano. Las chicas duermen. Vuelve
al mediodía.
Jesús volvió a golpear, con más fuerza y, después de
una pausa, se abrió una rendija en la puerta. Apareció una
mujer baja, con alheña en el pelo y la cara descubierta. Cuando
vio que Jesús era judío, se apuró a taparse todo menos los

132
Jesus

ojos con la manga.


-¿No me has oído?
-He venido a ver a María. Dile que salga a la puerta.
La mujer, posiblemente la encargada del burdel, empezó
a sospechar.
-Ella no está aquí; y no va a ver a nadie. No hasta el
mediodía.
-Tráela.
Jesús había sido guiado hasta el pueblo, pero no
necesitaba un mensaje divino para buscar a María en la zona
de los burdeles. Era lógico pensar que necesitaba algún medio
de subsistencia.
Pero ahora, por encima del perfume dulzón mezclado
con el hedor a podrido, él olió algo más. Una mezcla de
azafrán, comino y cilantro que le resultaba familiar porque
María llevaba un paquete de esas especias cuando huyó de
Jerusalén. A lo largo del camino, las había espolvoreado una
decena de veces sobre las cabezas de pescado y entrañas de
cordero que había comprado para la cena con sus monedas de
cobre.
-Sé que está aquí. Huelo algo.
-Nosotros también vinimos a olerlo --dijo un hombre,
enojado-. De cerca, así que, sal del camino, judío. -La voz sonó
a sus espaldas, y era de un romano. Jesús se dio la vuelta para
quedar frente a dos soldados de infantería. Estaban
despeinados y borrachos. El que había hablado le lanzó una
mirada lasciva.
La mujer les sonrió, empalagoso. Clientes habituales.
Abrió la puerta e hizo una reverencia. Sin embargo, Jesús no
se apartó.
El otro soldado se puso agresivo.

-¿No te hemos dicho que te fueras? -Llevó la mano


hasta la empuñadura de la espada que le colgaba del costado,
pero su compañero, que estaba de mejor humor, le palmeó la
espalda a Jesús.

133
Deepak Chopra

-No lo dice de verdad. Entra. Somos todos hermanos del


otro lado de esta puerta azul, ¿no?
La mujer, deseosa de evitar una pelea, metió a Jesús de
un tirón. Desprevenido, él se tambaleó en el umbral mientras
los legionarios impacientes lo empujaban por atrás. Se oía que
las chicas hablaban en voz baja en la habitación contigua,
salpicando la conversación con risitas. Incluso a la luz tenue, la
mujer veía que la cara de los soldados se ponía roja y ansiosa,
así que gritó:
-Prepárense. Desnúdense, queridas. Caballeros que
llegan temprano.
Corrió una cortina y dejó a la vista un diván bajo cubierto
con alfombras de piel de oveja. Acomodadas allí, había dos
chicas sorprendidas sin el espeso maquillaje. Soltaron chillidos
tímidos y los soldados se echaron a reír. Uno corrió al sillón y
empezó a subir la delgada túnica de una de las chicas para
verle las piernas.
A Jesús le pareció un sueño, una aparición fugaz. No se
sintió incómodo, ni siquiera cuando la escena se volvió
chabacana y las chicas estiraron los brazos para aferrarse a él.
Jesús se giró lentamente, con la sensación de ensueño de que
él era un fantasma; y entonces vio quién era: María acababa de
entrar a la habitación. Llevaba unas vestimentas toscas, con
un delantal atado a la cintura y una cuchara de madera en las
manos.
"Tú." Formó la sílaba con los labios, sin hablar.
Sin embargo, estar vestida de cocinera no le sirvió de
protección. Uno de los soldados borrachos la vio.
-¡Ésa! -gritó, apartando a un lado a la chica desnuda que
se le colgaba del cuello. Se levantó del diván tambaleándose
hacia delante, semidesnudo salvo porque todavía llevaba
puesta la ropa interior de lino, que no ocultaba su estado de
excitación. María miró hacia otro lado. No quería cruzar la
mirada con los ojos ávidos, codiciosos del soldado, y no podía
mirar a Jesús a los ojos.

134
Jesus

Jesús no había dicho nada, apenas si se había movido,


pero su presencia irritaba al romano.
-Mejor que nos dejes en paz, judío. A menos que ella
sea tu hermana, tu no tienes nada hacer aquí. -De un brusco
zarpazo, empujó a Jesús hacia la puerta.
La sensación de estar moviéndose en un sueño persistía
mientras Jesús observaba que la- mano se le transformaba en
puño y atravesaba el aire. Golpeó al soldado en la mandíbula
sin hacer ruido, pero en ese momento Jesús oyó el fuerte
crujido del hueso que se rompía. Al soldado le salió sangre a
chorros por la boca y los ojos se le iban agrandando como
platos mientras caía al suelo.
El sonido que siguió fue la voz de María.
-¡Rápido!
El otro romano bramó como un toro y se tambaleó al
ponerse de pie. Jesús alcanzó a ver el brillo del acero cuando
la espada salía de la funda. Pero María ya lo había llevado a la
calle de un tirón y corría descalza sobre piedras e inmundicias;
aunque se seguían oyendo los bramidos a sus espaldas, era
poco probable que los alcanzara un legionario desnudo que
acababa de tropezar con su compañero caído.

* * *

135
Deepak Chopra

136
Jesus

Capítulo
10

Cautivo

María seguía corriendo cuando Jesús la detuvo.


-Podemos irnos caminando -le dijo-. Están velando por
mí.
-Pero antes no. Terminaste en la cárcel -dijo ella,
mirando hacia atrás, nerviosa, en dirección al burdel-. No podía
quedarme en ese lugar. Un granjero me trajo hasta aquí en su
carro. -Se quitó el manto de la cara. Hasta ahora no los había
perseguido nadie.
-Oye y escucha lo que te digo. Están velando por mí -
repitió Jesús.
Su calma la impresionó. Hacía unos instantes había
arremetido con furia contra el romano, pero la tormenta pasó
tan pronto como se había desatado. 'Dondequiera que hubiese
estado escondiéndose, Jesús había encontrado ropas nuevas y
ya no tenía ese aire de fugitivo. María trató de que el corazón
dejara de latirle con tanto pánico. Bajó la vista para mirar la
mano derecha de Jesús, cuyos nudillos rezumaban sangre
después de haberle roto la mandíbula al romano.
-Estás sangrando -dijo.
-Un poco.
Jesús ignoré la herida. Tenía otras cosas en la cabeza,
en especial las multitudes frenéticas que pronto revolotearían a
su alrededor. Cuando llegaran a la parte principal del pueblo, él
y María no podrían caminar juntos. El tomó las manos de ella
entre las suyas.
-No tienes nada que explicar. Sé que no volviste a hacer
lo que hacías antes.

137
Deepak Chopra

María lo miró a los ojos sin apartar la mirada; no le temblaron


los labios.
-Pensé que no volvería a verte. Esperé en un escondite;
tenía demasiado miedo para buscarte. Judas es un cobarde,
así que sabía que huiría. Le di una moneda a un niño de la
calle y él corrió a vigilar los alrededores de la prisión. Me dijo
que habían levantado la cuarentena y soltado a todos. ,
-Judas no es cobarde -la corrigió Jesús-. Es astuto. Me
imagino que corrió a ocultarse bajo tierra.
María tenía una expresión amarga.
-Nos abandonó a los dos. ¿Qué más da? Me alivia que
no hayas huido con él. -Se hizo una pausa incómoda y luego
María agregó-: Has venido a buscarme. ¿Qué vas a hacer
conmigo ahora?
Jesús estaba perplejo.
-Ayudarte, ¿qué otra cosa iba a hacer?
-¿De verdad no lo sabes? -Como Jesús no contestaba,
María continuó- Ningún hombre me querrá ya. Soy como el
corazón de la manzana roída. Por lo menos debes saber eso.
Jesús apartó la mirada.
-No pienso en eso.
-Bueno, pues deberías. Ya has pasado por demasiadas
cosas para seguir siendo un muchacho. -María sonaba casi
irritada-. Cuando tú y Judas me aceptaron como compañera de
viaje, mancharon su reputación con una mujer perdida. No lo
niegues.
Jesús inclinó la cabeza.
-Tú estás fuera de la ley. Ambos lo sabemos.
-¿Y tú dónde estás, dentro de la ley? -María no esperó la
respuesta a su pregunta-. ¿Crees que soy Eva? Yo no
desobedecí. Me obligaron a perder la bendición de Dios, y
ahora cualquier hombre puede hacer conmigo lo que quiera.
Por eso pregunté qué vas a hacer conmigo.
Jesús tenía que enfrentarse a la verdad. No tenía ni idea
de por qué había tratado de encontrar a María. Jamás sería su
esposo y, por lo tanto, según los mandamientos, tenía

138
Jesus

prohibido andar en su compañía. ¿Era su conciencia la que lo


hacía negarse a dejarla ir? No, porque se había cruzado con
decenas de mujeres perdidas en el camino -mendigas,
prostitutas, enfermas y lisiadas- y no las había acogido como a
María.
-Te dije que quería ayudarte, pero eso no es todo.
Tengo la obligación de ayudarte. No sé por qué, pero no puedo
dejar que te vayas hasta que lo averigüe. Para entonces los
había visto un grupo de chiquillos de la calle, que se alejaron
corriendo y dando silbidos agudos para alertar al pueblo. Jesús
continuó con tono serio-: Quiero que sepas la verdad. Ha
faltado poco para que no volvieras a verme. Estaba a punto de
marcharme cuando pasó eso.

María no preguntó qué quería decir "eso", así que


seguramente hubiera oído hablar del milagro de la casa en
llantas. ¿Se daba cuenta de que él había cambiado de la noche
a la mañana? Era imposible que no lo viera:.
Por primera vez, ella pareció reprimir una sensación de
vergüenza.
-Deberías irte ahora --dijo, bajando la mirada.
-No.
-Te echarán si te ven conmigo.
Jesús le levantó la cabeza.
-Demasiado tarde. Dios ya me ve contigo. -María se
quedó callada y dejó que Jesús la llevara por la calle de la
mano, sin hacer caso a las miradas abiertas de los extraños
que empezaban a salir de entre las sombras de los callejones y
calles laterales-. Tú tienes que estar aquí fuera, a la luz del día
-dijo Jesús-. Antes fui débil. Tuve dudas, pero ya no las tengo.
Quédate conmigo.
Su tono de voz la desconcertó.
-Eres el primer hombre que me habla así desde...
-Desde que tu prometido fue traicionado por los romanos
la interrumpió Jesús-. Dios te vio llorar. Lo vio todo.

139
Deepak Chopra

-¿Entonces por qué me dejó? -La frase era demasiado


dolorosa de terminar. De sus ojos comenzaron a brotar
copiosas lágrimas.
-No sé qué intención tenía Dios. Toma, sécate las
mejillas o creerán que tienes motivos para avergonzarte.
María sacudió la cabeza mientras se secaba los surcos
de las lágrimas con la manga. Aunque hubiese querido hablar,
pronto habrían ahogado su voz. Por todos lados se acercaba
una muchedumbre, que se agolpaba alrededor de ambos más
rápido de lo que ella podía imaginar. Las voces gritaban "¡aquí!,
¡maestro, maestro!".
Jesús apenas tuvo tiempo de acercarse a ella y susurrarle al
oído:
-Dios te dio algo inocente que nada ni nadie puede
tocar. Ama esa parte de ti tanto como la amo yo.
La multitud se estaba llevando a Jesús tirándole de la
túnica y los brazos. Una campesina que lloraba se tiró entre
Jesús y María soltando gritos incoherentes. Ya separados, la
oleada de gente acabó de separarlos con violencia. Jesús
quedó envuelto en un torbellino y, aunque trató de mantener la
vista fija en María, ella se quedó fuera de la muchedumbre, que
la empujó a medida que se sumaba cada vez más gente.
En su temor, María vio a la turba como una bestia voraz,
dispuesta a despedazar a Jesús ante sus propios ojos. La
imagen le dio un escalofrío. Pero él no dejó que la bestia se
abalanzara sobre él. María no pudo ver cómo, pero apenas con
una mirada Jesús hizo que las manos dejaran de tirar de su
ropa. Dijo algo que no se oyó, con mucha suavidad, y una onda
recorrió la multitud calmando el aire como una brisa fresca
después de la tormenta.
Cuando se hizo el silencio y pudo hacerse oír, Jesús
dijo:
-¿Adonde me llevan? Hablen. -Nadie respondió. El
gentío sólo quería acercarse a él. Jesús dirigió la mirada al
círculo apretado de gente que estaba más cerca de él-. Incluso

140
Jesus

en la sinagoga, cuando todos quieren estar cerca de Dios, hay


sitio para ponerse de rodillas.
La gente retrocedió a empujones y se abrió un poco de
espacio alrededor de Jesús. María estaba sorprendida de
poder oírlo con tanta claridad; era asombroso, como si él
todavía estuviese susurrándole al oído. ¿Les estaría pasando
lo mismo a todos?
Jesús habló y las palabras fluyeron como si hubiera
pronunciado ese sermón "miles de veces.
-Vagué por las colinas cerca de mi aldea cuando era
niño. No sabía adonde ir. Nadie esperaba nada de mí.
Incluso creí que Dios se había olvidado de mí. ¿A quién no le
han asaltado esas preocupaciones? -Había adoptado un nuevo
tono, como si hubiese estado contando anécdotas a un amigo.
Antes de continuar, paseó la mirada por la multitud, que se
tranquilizó todavía más-. Un día estaba exhausto con tantas
preocupaciones, y mis pies tenían heridas y moretones a causa
de las piedras, así que me dejé caer en el suelo, bajo un árbol.
Sólo pretendía quedarme allí unos instantes, cuando vi un
gorrión. El pájaro revoloteó hasta posarse en la tierra y picoteó
una mata de hierba. Un segundo después, se fue revoloteando
a otra parte, y después a otra. Mis ojos no reconocían ninguna
pauta concreta, apenas el zigzag tonto de un gorrión que no iba
a ningún lado.
"De pronto, se me abrieron los ojos. ¿Cuántas
generaciones de gorriones habían vivido así? Muchas más que
las generaciones de hombres. No tenían planeado adonde ir,
pero la mano de Dios los ha guiado durante estos miles de
años. Si él puede hallar la hierba suficiente para los gorriones,
¿qué más querrá hacer por ustedes?
La multitud murmuró. Nadie les había hablado así
antes. Jesús levantó la voz.
-Les vuelvo a preguntar, ¿adonde me llevan? Si no lo
saben, entonces déjenme ir. No soy más que el gorrión de
Dios. Él seguramente quiere que yo siga errando en zigzag un
tiempo más antes de decirme qué hacer.

141
Deepak Chopra

La gente se retiró balbuceando por lo bajo pero sin


oponer resistencia; se había abierto un camino para que Jesús
pudiera salir. Tan pronto como llegó al final de ese camino, éste
se cerró a sus espaldas, y la multitud siguió los pasos de
Jesús. María quedó atrás de todos, entre los rezagados. De
pronto apareció una patrulla romana que venía en dirección a
ellos. María estaba casi segura de que no conocía a ninguno
de los soldados del burdel, pero apresuró el paso y se mezcló
con el resto de la gente.
Creyó haber oído que uno de los soldados decía:
-¿Los dispersamos, sargento?
Hubo una respuesta brusca, pero nada más. María echó
una mirada de reojo por encima del hombro. La patrulla estaba
detrás, empujando a la multitud con las armas enfundadas. Se
veían indecisos: hubiera sido inútil dispersar a una
muchedumbre que era casi diez veces más numerosa.
Al frente, Jesús caminaba con toda tranquilidad, como si
anduviese solo y sin rumbo. La multitud lo seguía, hasta que
llegaron a la entrada del mercado y se toparon con una figura
familiar. Cuando vio al hombre, la muchedumbre rugió, furiosa:
era un romano rechoncho que, envuelto en una toga sucia,
sentado en un banco, vigilaba desde su ubicación a todos los
que salían y entraban. Entre las piernas tenía una bolsa de
cuero; delante de él, una mesita a modo de escritorio.
-No te acerques a él, maestro -gritó una voz.
Jesús se dio la vuelta para ver de dónde venía.
-¿Porqué no?
-Te asaltará, ¡es un ladrón!
Jesús miró al rechoncho romano, que se parecía a los
recaudadores de impuestos que él conocía de Nazaret.
Sentados en la orilla, donde llegaban los barcos pesquemos o
situados en la entrada del mercado, su presencia era tan
predecible como la de los buitres.
-¿Ustedes desprecian a este hombre? -preguntó Jesús
sin esperar a que le respondiera el coro de abucheos-. Sé tan

142
Jesus

bien como ustedes lo que nos han hecho los romanos. Es hora
de pagarles. ¿Quién tiene una moneda?
La multitud estaba desconcertada. ¿Una moneda?
Todos esperaban que Jesús les ordenara abalanzarse sobre el
recaudador y atacarlo. Al parecer, el romano pensó lo mismo,
porque tiró, nervioso, de los cordones de su bolsa de cuero y
se metió las plumas en la manga. María miró hacia atrás; la
patrulla armada estaba cada vez más cerca, y ahora los
soldados habían desenfundado las armas.
Jesús no prestó atención al murmullo y dejó la mano
extendida hasta que alguien le dio una moneda de cobre.
-Quédense aquí.
Tenía tanto control sobre la muchedumbre que ésta se
quedó atrás mientras él se acercaba al recaudador de
impuestos, que estaba más nervioso que antes. Con un
ademán brusco, el hombre trató de apartar a Jesús.
-¿Traes mercadería para vender? Si no, no tienes que
pagar.
Jesús le mostró la moneda y habló en voz baja.
-Al parecer, Dios quiere que ambos desempeñemos los
papeles que nos corresponden.
-Lo que tu dios quiera no significa nada para mí -dijo el
hombre entre dientes.
-¿Significa algo para ti seguir vivo? -Con un ademán
elegante, Jesús dejó caer la moneda en la mesa del
recaudador. El sonido metálico hizo que la multitud rompiera en
abucheos y algo más ominoso: un bramido contenido, furioso,
contra Jesús.
-¡Fraude! ¡Hipócrita!
Jesús se dio la vuelta.
-¿Quién es hipócrita? ¿El que obedece las leyes?
-No las leyes del cesar -gritó alguien-. Dios es el único
que hace leyes para nosotros.
-Ya veo. Entonces Dios seguramente los maldiga,
porque todo el que desobedece la ley del cesar va a prisión o

143
Deepak Chopra

muere, de eso no cabe duda. Déjame preguntarte, ¿quién es el


hipócrita ahora? ¿Yo o tú? -gritó.
Se oyó un silbido agudo desde el fondo. Los soldados
romanos estaban separándose y tomando posiciones, dando
órdenes con las manos mientras pedían refuerzos. Desde su
sitio, María veía que los soldados se acercaban. ¿Por qué de
pronto quería suicidarse Jesús?
Las filas delanteras de la muchedumbre amenazaron
con desbordarse y abalanzarse sobre él, pero la mirada de
Jesús los hizo contenerse.
-¿Qué creían que haría su mesías? -gritó-. ¿Aniquilar a
los romanos con un chasquido de los dedos? -Jesús jamás
había pronunciado la palabra "mesías" antes, pero conocía los
rumores que nacen de la - desesperación. Sólo que ni al más
burdo de los magos, esos que sacan pañuelos rojos y verdes
de las orejas de los niños y los simplones, le llamaban salvador
de los judíos.
-El mesías no les lamería el culo -le contestó un hombre
gritando. Esta vez la voz no venía de entre la multitud. Un
comerciante con un mandil para herramientas dio un paso
adelante.
-Les diré la verdad -dijo Jesús con tono seguro,
sosteniéndole la mirada hostil al hombre que había gritado-. No
tienen ni idea de lo que haría el mesías. Yo tampoco. -Levantó
los ojos hacia la muchedumbre-. Pero sepan otra verdad que
ustedes han olvidado. Hay un abismo inmenso entre el reino
del cesar y el Reino de Dios. ¿Es que no se lo han dicho una y
otra vez? Los romanos ignoran las leyes de Dios, así que no
tienen más remedio que darse las suyas.
"¿Dios está ofendido? ¿Cómo puede ser? Los asuntos
terrenales no le afectan. El romano más rico de todos morirá
sin ser digno de tocar la orla de la túnica del más insignificante
de todos ustedes en el cielo. Entonces sean como Dios. Antes
de hablar de la ley, tienen que saber a qué reino pertenecen.
De lo contrario, no son ni más ni menos que unos hipócritas.

144
Jesus

Para entonces, ya había una decena de soldados


acuartelados que venían a reforzar la patrulla; se habían
colocado detrás de la multitud con escudo y espada
preparados para embestir. Jesús había insultado al emperador
y cuestionado su autoridad, razón suficiente para arremeter
contra él y apresarlo. Pero también había hecho otra cosa:
había aplacado a una muchedumbre sólo con palabras. El
sargento al mando dudó; los otros esperaban sus órdenes.
Tenían por principal objetivo rescatar al recaudador de
impuestos, pero Jesús le tocó ahora el hombro y asintió con la
cabeza. La multitud lo observaba, tensa, mientras el romano
levantaba su mesa y salía corriendo por el medio del mercado,
que estaba casi desierto. Desapareció en unos segundos y la
chispa se apagó.
-¡Dispérsense! -ordenó el sargento, con un tono lo
suficientemente alto como para que los judíos se dieran cuenta
de que sus hombres estaban allí.
María contuvo la respiración. Todavía podía encenderse
una segunda chispa. Incluso cosas menores habían provocado
disturbios. Sin embargo, salvo algunos descontentos, nadie
respondió a la amenaza implícita. Los hombres que estaban
adelante de María eran altos, pero por un instante María pudo
ver a Jesús entre los cuerpos. Tenía una expresión extraña en
la cara. Estaba sonriendo, pero los ojos mostraban tristeza y
reflexión. A medida que la multitud se dispersaba, una oleada
visible de cansancio cayó sobre Jesús, que dejó caer los
hombros de pronto. Apaciguar a la muchedumbre le había
costado más que romperle la mandíbula a un romano.
1
El poder de las palabras de Jesús había hecho temblar a
María. ¿Era pavor o esperanza? Si era lo segundo, se trataba -
de una esperanza que quizá muriera antes de nacer.

DE PRONTO LOS ROMANOS tenían que lidiar con


otros problemas además del falso mesías o pobre iluso al que
los judíos seguían esa semana. Habían asesinado a un oficial

145
Deepak Chopra

de menor rango cuando volvía a su casa caminando desde los


baños públicos: el mismo tipo de kanaim, u "hombres de los
puñales", que estaba causando problemas en el norte había
salido de entre las sombras y lo había apuñalado. Estas cosas
no solían suceder en el sur, así que cuando se produjo una
segunda muerte -esta vez, el hijo pródigo de un senador, que
se había ido exiliado a Judea para que no lo juzgaran por
asesinato en Roma-, la situación se volvió más tensa. Los
mercados estuvieron cerrados durante una semana, al igual
que los baños. En un arrebato, el gobernador de la provincia
ordenó que se apostara un guardia en la sinagoga del lugar
para que impidiera la entrada a los judíos. Entonces se levantó
una muchedumbre furiosa ante las puertas de la sinagoga. Los
guardias fueron apedreados y salieron con vida por muy poco.
Todos los judíos que tenían propiedades se encerraban
en ellas. Sólo los más pobres buscaban la ayuda de Jesús.
Pero él ya no estaba en el pueblo; había que ir a buscarlo a las
colinas, donde se retiraba a orar y dormir por las noches. Jesús
llevó a María consigo, cosa que, en circunstancias normales,
habría escandalizado a los nuevos seguidores, pero la crisis
del momento hizo que no se quejaran.
Durante varios días seguidos, contingentes de pobres
asediaron a Jesús. A todos ellos les dijo:
-¿Qué quieren que haga?
Llovieron las respuestas de inmediato. -Dirigir un
ejército.
-Enviar un terremoto.
-Invocar al ángel de la muerte, como hizo Moisés.
Nosotros podemos marcar nuestras puertas con sangre para
que el ángel sepa que somos judíos y nos perdone la vida. ¿No
era ésa la lección de la Pascua?
-Moisés no invocó nada -replicó Jesús-. Fue la voluntad
de Dios. La lección de la Pascua es que Él decide.
Cuando la muchedumbre que le suplicaba se marchó
refunfuñando, María le preguntó en privado:
-¿Podrías detener a los romanos?

146
Jesus

Jesús, que se resguardaba del sol de mediodía a la sombra de


un olivo retorcido, la miró, burlón.
-¿Acaso no has oído?
María sacudió la cabeza.
-Has dicho que fue decisión de Dios. ¿Pero no es que
Dios actúa a través de ti? Entonces, es decisión tuya también.
Jesús se dio la vuelta sin responder, pero esa tarde la
llevó al otro lado de los campos, hasta una parte más densa del
bosque. Se abrieron paso a manotazos entre la maleza, que de
pronto desembocó en un claro.
-Vi que un muchacho hacía aquí un milagro. Cumplió las
expectativas de todos. No importaba si era un milagro
verdadero o no.
Jesús parecía buscar algo a su alrededor, hasta que lo
encontró. Al principio, María no sabía qué era. Jesús agarró
algo muy similar a una rama rota y la levantó: enroscada en ella
había una víbora negra, muerta, con la cabeza aplastada.
-Esto es lo que ha quedado del milagro -dijo-. Engañaron
a la gente y después los embaucadores mataron a esta criatura
para esconder el engaño.
¿Qué conclusión se suponía que debía sacar ella de
todo eso? -Tú no eres así -dijo María.
-A menos que sea la serpiente -dijo Jesús, fijando la
vista en el reptil sin vida.
Cuando María siguió la mirada de él, cayó al suelo de
rodillas. La serpiente, con la cabeza que parecía una pasta de
huesos rotos y sangre seca, estaba trepando por la rama hacia
la mano de Jesús. Temblaba y la cabeza destrozada volvía a
tomar la forma que había tenido antes. Por la boca se asomaba
una lengua sinuosa. La serpiente silbó y Jesús soltó la rama,
con lo que el reptil se escapó por la hierba. María sintió que el
corazón le latía con fuerza.
-El Adversario -susurró.
¿De verdad era obra del diablo? Jesús no respondió,
pero no cabía duda de que su propia lección se había vuelto en

147
Deepak Chopra

su contra. Había algo que trataba de llegar a él desde más allá


de la muerte.
Pasaron muchos días sin que ninguno fuese memorable.
Jesús erraba por las montañas con aire reflexivo. María levantó
un campamento y le dejó comida y agua. Jamás lo vio tomar
ninguna de las dos cosas, pero cuando se despertaba por la
mañana, el plato y la jarra estaban vacíos.
Por fin, Jesús reapareció, pateando las piedras que
rodeaban el campamento y apagando las llamas. Quería que
volvieran a encenderse con una sola palabra: "Judas".
Algunas veces antes de que empezaran los problemas,
María creyó haberlo visto entre la multitud que seguía
incesantemente a Jesús por las calles. Pero el hombre siempre
tenía la capucha puesta y procuraba que no lo vieran cerca de
ella. Sin embargo, cuando empezaban a preguntar por ahí,
todos conocían el nombre de Judas en las calles.
-Judas quiere reclutas. Por eso no es tan precavido
como los zelotes -sugirió. Jesús. No le cabía duda alguna de
quién lideraba a los kanaim y fomentaba los asesinatos locales.
En menos de un día, los mocosos callejeros, fuente de
todo lo que se sabía sobre la clandestinidad, llevaron a Jesús y
a María a las afueras de la ciudad, más allá del cuartel romano,
y señalaron un conjunto de edificaciones anexas. Había algo
muy parecido a un granero destartalado, con corrales de ovejas
a su alrededor, que tenía una puerta trasera. Jesús golpeó y
respondió el mismísimo Judas.
-Has venido -dijo, sin el menor rastro de sorpresa. Los
dejó pasar, con los ojos fijos en María y sin mirar a Jesús. La
parte de atrás del granero tenía suelo y todas las comodidades
de una casa. Había un grupo de hombres jóvenes sentados en
círculo. Alarmados, algunos estiraron los brazos para
desenfundar las armas. Judas los detuvo-: No hay peligro. -Y
todos se quedaron expectantes por ver qué sucedía después.
-¿Te tienen ' cautivo? -preguntó Jesús. Judas quedó
desconcertado con la ironía de su voz.

148
Jesus

-Están con nosotros -dijo con dureza-. Dispuestos a


morir por Dios. ¿No, es eso lo que te ha traído aquí también?
Jesús sonrió para sus adentros, como diciendo "no has
respondido a mi pregunta". Se sentó en el suelo fuera del
círculo. María se sentó junto a él.
-¿Acaso funcionó tan bien la violencia en casa que
ahora la traes aquí? preguntó Jesús.
Judas se encogió de hombros.
-¿Qué alternativa tengo?
-Claro, es cierto. Ya probaste con los milagros.
-Probarnos -le recordó Judas-, pero parece que a uno de
nosotros le está yendo mejor.
A los ojos de María, Judas no había cambiado. Desde
que había salido de la cárcel, su pelo y barba estaban más
desaliñados, tenía la túnica rasgada y remendada sin mucho
cuidado. Mientras hablaba, Judas esquivaba los ojos de Jesús
pero se guardaba una mirada codiciosa, rápida, para María.
-Únete a mí. Yo ya empecé, y sé que tú no has perdido
la voluntad. Ahora tienes que demostrar que puedes luchar.
-¿Y si te hago caso? -preguntó Jesús, sacudiendo la
cabeza-. Entonces los dos estaríamos cautivos.
Era la segunda vez que lo provocaba así y Judas dejó
que una chispa de irritación le arrebatara la expresión confiada
de la cara.
-Nuestro pueblo está pidiendo a gritos que lo liberen. No
importa lo que digas, no puedes negar eso. Los cobardes y los
ricos seguirán escondiéndose. ¿Es ése el lado al que quieres
unirte? ¿O estás pensando en ser su líder?
-De hecho, vengo pensándolo hace varios días -dijo
Jesús tranquilo-. Y tienes razón. No puedo ser el líder de los
cobardes y los ricos.
Judas ya había abierto la boca para interrumpir, pero
este cambio repentino de tono lo sorprendió.
-¿Qué quieres decir?
-Te seguiré. Por eso he venido.

149
Deepak Chopra

Los finos labios de Judas se arrugaron con la sonrisa,


que al principio era de desconfianza. Miraba de torna alterna a
Jesús y a María. Por la expresión que tenía ella, Judas podía
ver que estaba aterrorizada.
-Lo dices en serio --dijo con cautela.
Jesús hizo una pequeña inclinación con la cabeza.
-No puedo resistirme a los deseos de mi Padre. María ya
no podía soportarlo.
-¡No! -gritó. Se habría puesto de pie de un salto, pero
Jesús se volvió y le puso una mano en el hombro.
-Eres libre -anunció-. Decide por ti misma. Te dije que
me cuidaban. ¿Crees que a ti también? -Por muy suave que
sonara su voz, las palabras la dejaron anonadada porque le
parecían una traición. Ella había supuesto que él la cuidaría,
que estaba bajo su protección. Jesús le leyó el pensamiento-.
No me puedo proteger a mí mismo, ¿cómo voy a protegerte a
ti?
María estaba consternada: lo último que quería era que
Judas oyera todo aquello. Él parecía disfrutar de la confusión.
-Yo te protegeré. Quédate. Si Jesús no te lo pide, lo haré
yo. -Los hombres jóvenes del círculo no ocultaban sus
sentimientos, entre los que se contaban la desconfianza por la
presencia de Jesús y el placer que les producía que una mujer
hubiera venido a servirlos. Judas son-rió de oreja a oreja-. No
te preocupes, puedo controlarlos.
María sintió ganas de llorar. Miraba la puerta y pensaba
en la posibilidad de salir corriendo. ¿Qué otra cosa había
estado haciendo durante meses desde que los romanos la
dejaron sin nada? Hizo un esfuerzo por acercarse lo suficiente
a Jesús y susurrarle al oído, cosa que hizo reír a los hombres
jóvenes.
-¿Qué pasará conmigo?
En los ojos de Jesús no había señal alguna de piedad. -
Sufrirás mucho más si finjo que mi camino es sencillo.
Se puso de pie y le tendió la mano a Judas. Después de
dudar por última vez, Judas la estrechó. No entendía este

150
Jesus

pacto inesperado, pero sabía que era mejor tener a Jesús


como amigo que como enemigo.
-Tú me secundarás -dijo Judas-. Nadie va a cuestionar
tu autoridad una vez que yo la anuncie.
-Salvo uno -dijo Jesús con calma. La expresión de Judas
volvió a delatar sospecha, pero antes de que pudiera decir
algo, Jesús prosiguió-: Te dije que no puedo resistirme a la
voluntad de Dios. Él me trajo aquí porque tú no estás a salvo.
El traidor que atenta contra tu vida está entre ustedes. -Jesús
no esperó la reacción de Judas-. Me uniré a ustedes mañana
después de bañarme y purificarme. Agarró a María de la mano
para marcharse-. El problema no es que los romanos ya
conozcan tus planes y hayan enviado a alguien para
aniquilarte. El problema es que creas que soy yo.
Judas no pudo evitarlo.
-¿De verdad? -gruñó.
Jesús sacudió la cabeza.
-Lo único que tienes que temer de mí es que vengo en
son de paz.

* * *

151
Deepak Chopra

152
Jesus

Capítulo
11

El primero y el último

Jesús y María se fueron caminando a paso lento del


escondite de Judas. Si las palabras de despedida de Jesús
habían causado conmoción, -las gruesas paredes de barro de
la edificación la sofocaban.
Cómo puedes venir en son de paz cuando el otro no la
quiere? -preguntó María.
-No lo sé. Mis pies caminan adonde los guían y digo
palabras que ya no me pertenecen -contestó Jesús.
Fue extraño darse cuenta de cuan cierto era lo que
había dicho. Una vez, cuando era niño, Jesús se había
quedado atrás mientras acompañaba a su padre por un
camino. Bajo la sombra de un árbol, miraba el cielo que
asomaba, moteado, por entre las hojas. José no se preocupó
porque apenas les quedaban unos quinientos metros para
llegar hasta donde tenía que hacer su próximo trabajo. El chico
cayó en una especie de sopor, pero lo despertaron unos gritos.
En el medio del camino había un pequeño grupo de
gente. Los gritos procedían del centro de la multitud y, cuando
Jesús se despertó del todo, pudo distinguir algunas palabras.
-¡Les ordeno que se arrodillen ante mí! Yo doy órdenes
a los truenos. Derribo de un soplido las obras más grandes de
cualquier rey. iTeman!
Para sorpresa de Jesús, algunos de los que estaban allí
cayeron al suelo de rodillas. Por encima de las cabezas, el niño
vio a un hombre harapiento, vestido con lo que parecían los
restos de la túnica de un rabino. Llevaba la barba larga y
oscura, y movía la cabeza hacia atrás y hacia adelante con

153
Deepak Chopra

violencia, tanto que Jesús se preguntaba cómo hacía para


mantenerla sobre los hombros.
-Dinos tu nombre, rabí --dijo uno.
El balanceo de la cabeza se intensificó.
-¡Tonto! Oír mi nombre es consumirse en el fuego.
¿Acaso no le dije eso a Moisés?
Después de unas frases más como ésa, Jesús se dio
cuenta de que el hombre hablaba como si fuese Dios. La
curiosidad lo llevó a ponerse de pie y acercarse. Giró la cabeza
tambaleante en dirección a él y Jesús sintió repugnancia: no
había visto que las mejillas del hombre estaban llenas de
rasguños y que en el pelo enmarañado tenía bosta fresca.
Por alguna razón, la presencia de Jesús provocó un
cambio perturbador. El rabí harapiento se tiró al suelo y
empezó a comer tierra. Ya no se entendía lo que decía. La
multitud se dispersó, salvo por los pocos que se quedaron de
rodillas esperando la siguiente sentencia gnómica de Dios.
Ahora, el recuerdo inquietaba a Jesús. ¿En qué se
diferenciaba de aquel hombre? No podía probar que Dios
hablaba a través de él ni que no lo hacía a través de ese
desdichado vagabundo.
Sin embargo...
Quería acudir a María y revelarle el milagro de la casa
en llamas. Ésa era la única prueba que tenía. Pero en ese
momento la banda de rebeldes de Judas irrumpió en la calle
domo una caldera en plena ebullición. Jesús y María se
escabulleron hasta perderse de vista para poder observar la
escena.
Algunos habían sacado sus cuchillos curvos, otros
llegaban a las manos con los puños cerrados. El clamor hizo
que Judas saliera a la calle. Había perdido el control sobre sus
seguidores y todos soltaban insultos y acusaciones
sospechosas contra los demás.
Judas se metió en la disputa.
-¡Lacayos, estúpidos! -gritó-. Corran a su casa con su
madre. No me importa. -Blandió un puñal frente al rebelde que

154
Jesus

tenía más cerca y éste retrocedió de inmediato-. No necesito a


ninguno de ustedes.
Los curiosos se asomaban a las puertas de todas las
casas de esa calle. Sin dejar de discutir, los rebeldes huyeron
corriendo y sus voces se perdieron, hasta que pronto volvió a
hacerse silencio.
-Ahora habrá paz --dijo Jesús-. Primero había que
ahuyentar a los avispones con humo. -Salió a la luz de entre
las sombras para que Judas pudiera verlo-. No te enfades. El
Padre te ha bendecido sin que te dieras cuenta. -Para Judas, el
tono afable de Jesús escondía una sonrisita triunfal. No podía
verla en la oscuridad, pero la simple idea lo irritaba.
-¿A qué has venido? ¿A saboteamos? -gritó Judas-.
Cuando los romanos recojan sus redes, tú no te salvarás. ¿O te
han pagado?
Jesús ignoró la provocación.
-¿Encontraste al traidor?
-¡Vete al infierno! Es todo un invento tuyo.
Jesús tampoco prestó atención a esas palabras.
-Supongo que todos sospechaban de todos.
-¿Y qué esperabas? -respondió Judas bruscamente.
-Entonces eras el líder de una conspiración de traidores.
Era sólo cuestión de tiempo hasta que uno de ellos delatara a
los otros. Eres tú el que no escapará de las redes de los
romanos. -Al oír que Jesús le decía las mismas palabras que
había usado él, Judas se acercó bufando, con los puños en
alto. Jesús sonrió-. Los guerreros de verdad no son tan
prudentes como tú. Ellos usarían un puñal, incluso ante la
mirada de todas estas personas.
Cuando terminó la gresca, ya no había ningún vecino en
la puerta, salvo los más curiosos, que levantaban los faroles
para ver qué haría Judas.
Jesús no le tenía miedo.
-Es hora de elegir y apenas tienes unos pocos minutos -
dijo, bajándole el puño.

155
Deepak Chopra

De pronto, Judas se dio cuenta del peligro que corría. En


ese mismo momento, estaban sobornando a alguien que había
presenciado la escena en la calle. Los romanos se tomaban
muy en serio las riñas callejeras, sobre todo porque cualquier
choza de barro podía esconder a un grupo de rebeldes. Judas
echó una mirada nerviosa por encima de su hombro.
-¿Por qué estás perdiendo el tiempo con él? -interrumpió
María-. Tenemos que salvamos nosotros.
Jesús sacudió la cabeza, con la mirada fija en Judas.
-¿Nos mantenemos juntos o no? Decídete.
Judas sacudió el cuerpo hacia delante con indecisión.
-Ella tiene razón. ¿De qué nos servimos uno al otro?
-Yo fui tu primer discípulo --dijo Jesús-. Adonde tú vas,
voy yo.
Judas no podía creer lo que oía.
-Ya no hay nada que seguir. Has visto cómo se
dispersaban. No queda nada que socavar, si es ése tu juego.
Jesús negó con la cabeza.
-Agradece que te hayan abandonado. Dejaron un
espacio vacío que llenará Dios si tú lo dejas entrar.
Judas estaba demasiado confundido como para pensar
si se trataba de una provocación encubierta. Salió corriendo,
temerario: sin decir palabra, se dio la vuelta y corrió en
dirección a los campos y a los bosques. Que Jesús y María
decidieran si lo seguían.
Pero María no estaba dispuesta a hacerlo.
-No podemos ir con él. Es una locura -protestó. Sabía
desde hacía mucho cómo era Judas, y la lealtad de Jesús
hacia él la irritaba y confundía. Por mucho que quisiera, los
motivos de Jesús eran imposibles de adivinar.
Sabiendo que sería inútil, María suplicó.
-Dame una buena razón por la que tú, que eres bendito,
deberías seguir a un hombre como Judas.
-Tengo que hacerlo. Mi Padre quiere que lo haga. Si ésa
es su voluntad, tú estás a salvo también.

156
Jesus

María quería admitir que Jesús se guiaba por la voluntad


de Dios, pero ése era el problema, no la solución. Un hombre
movido por Dios solamente era como una hoja en el viento o un
pájaro que salta de rama en rama. Era imposible que hubiese
un plan o una dirección visibles.
A pesar de todas las dudas, el miedo de María a los
romanos superaba cualquier otro sentimiento. Se echaron a
correr. Las sandalias resbaladizas golpeaban con fuerza contra
las piedras. Los ecos amplificaban el sonido, como si los
perseguidores estuviesen acercándose cada vez más. No era
seguro meterse en una casa a medio camino, porque Jesús
todavía no se había afianzado del todo como hacedor de
milagros.
Se unieron a Judas en las afueras del pueblo. La luna
era la única luz que había, pero Jesús no había perdido su
destreza para seguir rastros en la oscuridad. Después de un
rato, los fugitivos encontraron el campamento que había
levantado María la noche anterior. El fuego apenas encendido
seguía brillando bajo la densa capa de cenizas. Los tres
podrían calentarse un poco y comer algo antes de acostarse
entre los olivos.
Partieron el pan en silencio. A simple vista, no había
cambiado nada desde aquellos días en que erraban por los
caminos, y las jornadas anteriores bien podrían haber sido un
sueño: no había señal alguna de arrestos ni cárceles ni
milagros. -Eran tres trotamundos sentados bajo las estrellas
eternas, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
Cuando María se alejó para envolverse en una manta y
dormir, Judas dijo:
-Te conozco. Tú no eres astuto ni malicioso. No eres del
tipo que urde planes arteros. ¿Qué es lo que quieres?
-¿Acaso no haces la misma pregunta cada vez que nos
vemos? -respondió Jesús-.Tal vez la respuesta no nos haya
sido revelada a ninguno de los dos.
Judas encorvó los hombros para protegerse del frío.
Pateó las brasas para arrancarles algunas llamas más.

157
Deepak Chopra

-Necesito una respuesta más convincente que ésa.


Jesús estiró la mano y le tocó el hombro.
-Desde el momento en que nos conocimos, tú has sido
el líder. Yo acepto eso. El Padre me habla a mí y me dice que
te siga. No por mi bien, sino por el tuyo.
Judas se puso de pie de un salto, agitado.
-¿-Ves? Eso es lo que haces todo el tiempo. Dices cosas
con mansedumbre, pero de alguna manera estás detrás de mí.
Preferiría condenarme a mí mismo que recibir la salvación de tu
parte.
-¿-Incluso aunque Dios nos haya escogido a ambos para
obrar sus milagros?
-¿Ambos?
-Cuando él manda la lluvia, las gotas caen sobre todos
por igual. Tal vez éste sea el gran momento para todo su
pueblo. Pero no lo sabrás a menos que des un paso adelante
para recibir con el corazón abierto. -Antes de que Judas
pudiera contestar, Jesús puso la palma, de la mano sobre el
fuego, que revivió de inmediato, como si le hubieran tirado otro
tronco. Judas se quedó mirando, paralizado-. Las palabras de
Dios son inescrutables continuó Jesús en voz baja-. Mira bien.
Judas no necesitaba que se lo pidieran: abrió los ojos
desmesuradamente mientras las llamas parpadeaban y
parecían inclinarse en su dirección. De pronto, cayó de rodillas,
tan cerca de las llamas que la cara le empezó a sudar y se
volvió de un rojo brillante. Se quedó así un largo rato, lo
suficiente como para que, incluso días después, su cara se
pareciera mucho a las manos escaldadas de una lavandera.
Cuando el fuego se extinguió, Judas no podía hablar.
Parecía que el cuerpo se le hubiese disuelto por completo. Al
cabo de un rato, logró articular palabra.
-El fuego ha hablado -dijo. Jesús asintió y esperó.
Ambos sentían que lo que dijera Judas a continuación sería
crítico, quizá fatal-. Ha dicho que Dios me haría grande si yo
me arrepentía.

158
Jesus

Jesús habló con amabilidad, como si estuviese tratando


con un niño muerto de miedo.
-¿Te dijo cómo arrepentirte?
Judas negó con la cabeza.
-Algo que no pude entender. El primero y el último.
-Bien.
Judas lo miró, desconcertado.
-¿Sabes qué quiere decir eso?
-Quiere decir que ser el primero en este mundo es como
ser el último en el de Dios. Tú y yo luchamos por ser el primero,
y yo soy tan culpable como tú. Ahora conoces la salida.
Esfuérzate por convertirte en el último. Entrégate. ¿Cómo
vamos a descubrir la voluntad de Dios si no renunciamos a la
nuestra? -Jesús se puso de pie, procurando no tocar a Judas,
que no podía parar de temblar-. Hace frío. Has perdido la
túnica en tu huida.
Jesús se sacó la túnica blanca que había estado usando
y le envolvió los hombros a Judas.
-¿Y tú qué harás para no tener frío? -preguntó Judas.
Sonaba débil y avergonzado, pero sabía que necesitaba la
túnica para no congelarse.
-No te preocupes, hay alguien que vela por mí -contestó
Jesús-. Al parecer, yo no tengo control sobre eso. -Se alejó y
pronto desapareció en la oscuridad.
Judas no preguntó qué había querido decir. Empezaba a
ceder el temblor incontrolable que le hacía vibrar los huesos. El
fuego había sido una señal de Dios, pero eso no era lo más
extraño. Lo más extraño era que ahora Dios lo conocía, hasta
lo más profundo de su ser. El fuego lo había purificado; a partir
de ahora no podía escapar de los ojos de Dios.
Judas sintió una ola de repugnancia y humillación. Si
Dios sabía todo de él, ¿también lo sabía Jesús? La posibilidad
hizo que se le enfriaran los pensamientos. Se envolvió en la
túnica, cerca del fuego, y trató de dormir. Perdió la conciencia
casi al instante, pero se despertó sobresaltado una hora
después, con los ojos somnolientos fijos en la tajada creciente

159
Deepak Chopra

de la luna. Sin embargo, no era la luz lo que lo había


despertado, sino un ruido.
Por allí cerca merodeaba un extraño. Judas estaba a
punto de gritar "¿quién anda ahí?" cuando vio algo: una silueta
vaga, recortada contra la débil fogata. Y después otra cosa: los
ojos de la silueta, que brillaban, rojos, en la negrura.
Judas estaba paralizado de miedo, pero la silueta no se
acercó, sino que se sentó en el suelo, con los ojos brillantes
fijos en él. El demonio -¿qué otra cosa podía ser?- dijo:
-Jesús te conoce. No hay nada que se le escape.
Judas tenía la mandíbula paralizada, aunque unos
instantes después el terror cedió un poco.
-¿Quién eres tú? -preguntó con voz áspera y ronca-.
¿Qué quieres?
-Quiero glorificarse. Jesús quiere que te entregues a Dios. No
seas tonto. Entregarse es darse por vencido.
El demonio se estaba haciendo eco de las dudas que
Judas se planteaba solamente para sus adentros.
-El fuego me dijo que me salvaría -dijo.
-El fuego no tiene poder para decidir --contestó el
demonio-. Tú tienes el instinto de luchar. ¿Quién tiene derecho
a hacer que cambies? Tú eliges. Tú decides.
Judas quería gritar que elegía la salvación, pero tenía el
corazón estrujado. Dentro de él se había desatado una guerra.
Judas gimió mientras se hacía una bola compacta con todo el
cuerpo.
"Vete -suplicó en silencio-, vete."
No pasó nada. En la oscuridad y el silencio, las criaturas
nocturnas corrían a buscar de nuevo su comida en los gusanos
e insectos. La luna creciente despedía una luz de lo más tenue,
suficiente para mostrarle a Judas que estaba solo. Había oído
dos voces en una misma noche: una de esperanza, otra de
terror. Al parecer, era una maldición que no pudiese distinguir
cuál era cuál.

160
Jesus

CUANDO AMANECIÓ, empezó a ocurrir algo


desconcertante. Jesús estaba más animado y Judas más
contrariado. Que ya no hubiera rivalidad entre ambos no
apaciguaba el alma de Judas. Él había decidido por su cuenta
que caminarían por los alrededores del mar Muerto hasta
encontrar una aldea segura. Era demasiado peligroso volver al
lugar donde había estado su banda de rebeldes, y quedarse en
el desierto sólo llevaría al cansancio y el hambre.
-Si eres un verdadero discípulo, me mostrarás cómo
haces tus milagros -dijo Judas-. Dios no dejará que crezca el
servidor y no el maestro.
-Si es la voluntad de Dios -replicó Jesús, mirando al
suelo como un servidor.
Judas dio un resoplido.
-Levanta la cabeza. Si no me muestras tus milagros,
eres un fraude o mientes cuando dices que quieres seguirme.
El tiempo lo dirá.
Mientras deambulaban, Judas obligó a Jesús a hacer
todo el trabajo, cargándole la espalda con sus ropas y víveres,
ordenándole a gritos que buscara leña todas las noches y
trajera agua de manantiales escondidos en el desierto, que le
llevaba horas localizar. Cuando volvía con los cántaros de agua
sobre los hombros, Judas lo ponía a cocinar la cena. "Lo ha
convertido en mujer", pensaba María. La mayor parte de esas
tareas habían sido responsabilidad de ella antes, pero ahora
Judas la obligaba a no hacer nada mientras Jesús cumplía
todas y cada una de las órdenes sin protestar, por muy
insignificantes que fuesen. En cierto modo, semejante
despliegue de mansedumbre irritaba interiormente a Judas.
Una mañana, María encontró a Jesús solo porque Judas
había abandonado el campamento para sondear la siguiente
aldea. El saludo de partida consistía en patear las cenizas de la
fogata en la cara de Jesús, acusándolo de haber dejado que se
apagara durante la noche.
-¿De qué te ríes? -le preguntó María-. Te está
convirtiendo en su esclava.

161
Deepak Chopra

-¿Tendría que ponerme a llorar entonces? -respondió


Jesús-. Si hacer tareas de mujeres fuera motivo de
desesperación, la mitad del mundo estaría desesperada. -
Estaba arrodillado en el suelo ordenando las pocas mantas que
tenían y haciendo un bulto con los cacharros y vasijas que
llevaban consigo de campamento en campamento.
Frustrada, María tiró los cacharros al suelo de un golpe.
-Explícame de qué se trata todo esto o me voy. Prefiero
volver a ser una prostituta que quedarme a ver que te tratan así
-gritó.
Jesús recogió en silencio los cacharros de arcilla, uno de
los cuales se había roto al caer contra una piedra. Se quedó
mirando los pedazos destrozados.
-Los romperás con un cetro de hierro, los destrozarás
como a un vaso de arcilla.
-Deja de balbucear -rezongó María. Sintiendo que la
rabia cedía dentro de ella., se dejó caer al suelo junto a él.
-No estaba balbuceando, te estaba dando la explicación
que me pediste. ¿Reconoces lo que he dicho?
María levantó la barbilla.
-Sé algunas cosas. No tanto como un hombre. -Citó un
fragmento del mismo salmo-. Servid al Señor con temor;
temblando, rendidle homenaje. -Sacudió la cabeza-. ¿Es eso lo
que estás haciendo? ¿Servir a Judas por temor? ¿Acaso los
judíos no han servido al Señor de esa manera, generación tras
generación, y en qué ha terminado? Sólo ha traído más
sufrimiento, más castigo. Somos hijos del temor, salvo cuando
se produce una catástrofe y entonces el temor se convierte en
terror. Pero a ti te han otorgado el poder de cambiar eso. Lo
único que tienes que hacer es tocar a alguien. Yo lo he visto
con mis propios ojos. -María quería coger las manos de Jesús
para subrayar sus palabras, pero no se atrevió. Había
cambiado demasiado y no se parecía en nada a ningún hombre
que ella hubiera conocido.
-Si uso mi poder, la gente me tendrá miedo a mí
también. ¿Y por qué no si le temen tanto a mi Padre? -Para

162
Jesus

entonces, Jesús ya había recogido todo lo que necesitaban


para marcharse de allí ese mismo día. Se sentó en el bulto de
mantas y miró a María-. Si no sirves a Dios por temor, sólo
queda una alternativa: servirle por amor. Si quiero aprender a
hacer eso, ¿de qué vale elegir a alguien a quien ya amo, como
tú?
María se empapó de esas palabras, aunque escondió la
euforia detrás de una pregunta.
-¿Entonces eliges a alguien odioso?
Jesús sonrió.
-Judas no es odioso. Su madre siente amor por él en su
corazón.
-Tú no eres su madre. ¡Míralo! Cada día te trata peor.
-No necesitaría fe si me tratara bien, ¿no? -Jesús
levantó una puntito minúsculo de la tierra que estaba entre sus
pies-. ¿Sabes qué es esto?
María negó con la cabeza. No estaba de humor para
una lección, pero sabía que reprochárselo ya no tenía sentido.
-Es una semilla --dijo él-. No estoy seguro de qué,
podría ser de mostaza o de higo. Se parecen mucho, ambas
son manchitas diminutas y negras. -Lanzó la semilla al matorral
que crecía a unos metros-. Esa semilla podría caer sobre una
piedra o un suelo duro y demasiado árido como para que brote.
Pero nada es seguro. Podríamos pasar por aquí dentro de
unos años y encontramos con una higuera magnífica en medio
de un campo de maleza. Lo que hoy es una semilla mañana
podría alimentar a una familia entera. Yo soy esa semilla y Dios
me ha tirado entre la maleza. Pero él no me ha perdido de
vista. Caeré en tierra árida o alimentaré a las multitudes. Que lo
decida Dios.
-¿-Y ésa es la razón por la que soportas el abuso de
Judas? María sonaba menos amargada, aunque no
demasiado.
-Sí. Si Dios es digno de reverencia, es por temor o por
amor. No puedo vivir temiendo a mi propio Padre, así que elijo
el amor.

163
Deepak Chopra

CUANDO JUDAS REAPARECIÓ, anunció que la aldea


siguiente era segura. Cargaron los bultos a Jesús y
emprendieron la marcha. El día se había puesto caluroso,
como en el sur, incluso a principios de la primavera. Ninguno
de los tres dijo una sola palabra en el camino hasta que se
cruzaron con unos viajeros en el sendero angosto del desierto.
Judas reprendió a Jesús por mirar a otro lado cuando se
acercaban los desconocidos.
-Deja que te vean. Quiero saber si reconocen a su
salvador.
Ninguno de los viajeros reconoció a Jesús.
La aldea siguiente se parecía a todas las demás que ya
habían atravesado y estaba llena también de pobreza extrema
y habitantes de ojos hundidos que erraban por las calles como
actores a la espera de una obra que nunca empezaba. Los
niños que andaban por ahí mendigando seguían a los extraños
con enorme curiosidad. Judas los ignoraba a todos. Estaba
buscando algo, o a alguien.
Cuando vio a un viejo mendigo tirado contra una pared,
le sacó el fardo a Jesús de la espalda con un movimiento
brusco.
-Ven.
Tiró a Jesús del cuello de la túnica, que era basta,
marrón y demasiado grande para él. Judas se había quedado
con la blanca y le había dado la vieja a Jesús.
El mendigo oyó pasos; levantó la mirada con recelo, sin
saber si estirar la mano o encorvarse aún más por si los
extraños le daban una paliza.
-Buenos señores -gimió.
-¿Qué puede ser bueno cuando cargas semejante
aflicción? preguntó Judas, levantando la voz para que lo oyeran
en toda la calle.
-Es cierto, he estado enfermo. ¿Una limosna, señor? -El
mendigo adquirió valentía, se sacó el gorro de lana y lo
extendió delante de Judas y Jesús-. Si le dan pan a este pobre,
se lo estarán dando a Dios.

164
Jesus

Judas se puso en cuclillas junto al mendigo, que parecía


decepcionado al no oír el tintineo de las monedas. Hizo una
reverencia seca con la cabeza y Jesús se agachó del otro lado.
-Cógele la mano -ordenó.
Jesús obedeció y tomó la mano derecha del mendigo
mientras Judas le estrechaba la izquierda.
El viejo empezó a alarmarse.
-¿Qué están haciendo? -Habría gritado, pero la artritis lo
había debilitado y consumido, y ya había tenido que soportar
demasiadas fiebres. Las manos marchitas se agitaban como
pájaros caídos en las garras de los extraños.
-No tienes nada que temer, anciano --dijo Jesús.
-¿De qué sirve tu piedad? -preguntó Judas con una
dureza repentina-. Dios me ha mostrado a este pobre hombre
para que lo sanáramos. Apriétale la mano con más fuerza. Yo
rezaré. Podemos hacer esto juntos.
Clavó la mirada en Jesús, y éste se dio cuenta ahora de
por qué Judas estaba tan contento de que nadie lo reconociera
en el camino. Esta aldea era un campo virgen, un nuevo
comienzo. Si Jesús dejaba que Judas se llevara todo el crédito
por una curación, el clamor se centraría exclusivamente en él.
-¿Listo? -preguntó Judas. No hizo el menor esfuerzo por
disimular que se trataba de una prueba. Curvó los labios en
una mueca cuando apretó la mano del hombre enfermo. Era
increíble que las articulaciones nudosas del viejo no se
hubieran hecho polvo-. Te he traído a mi discípulo más querido.
No temas.
El mendigo abrió los ojos de par en par con gran
esperanza. Empezó a balbucear una oración incoherente que
armaba con versos a medias. Judas también oraba; tus
palabras eran audibles y claras.
-Señor, sólo Tú tienes el poder de sanar a éste, tu hijo.
Envíame el don de la curación, no por mí, sino para
darlo al que lo necesite.

165
Deepak Chopra

Las personas que caminaban por allí empezaron a notar


el espectáculo. Judas no abrió los ojos para ver qué estaba
haciendo Jesús.
-¿Lo sientes, padrecito? ¿Sientes el poder? -preguntó.
Algunos de los espectadores empezaron a murmurar mientras
observaban con asombro.
El viejo mendigo se estremeció
-Sí susurró con voz ronca-. Siento... algo.
María había guardado distancia, medio escondida en la
entrada de una casa, a unos cuantos metros de la escena. Vio
que Jesús soltaba la mano del anciano, se ponía de pie y
miraba a su alrededor. Al ver a María, le hizo serías para que lo
siguiera, pero no la esperó. Ella lo alcanzó cuando estaba
doblando la esquina siguiente. Llevaba con ella el bulto con las
pertenencias de los tres.
-Sabía que no ibas a curarlo. ¿Cómo ibas a hacerlo?
Era un truco -dijo.
-No es eso -respondió Jesús con tranquilidad. No miró
para atrás a ver qué estaba haciendo Judas-. Él podrá
ordenarme a mí lo que quiera, pero darle órdenes a Dios
resulta un poquito más difícil. -Sonrió- Ahora que tiene una
multitud de espectadores, me pregunto cómo hará para salir de
allí.
-Los convencerá con algún sermón, supongo.
-O tal vez Dios nos engañe a todos y cure al hombre.
Imagínate. Incluso Judas llegaría a creer si eso pasara. Si le
aguanta el corazón.
Jesús estaba de muy buen humor. Tomó los bultos que
traía María y volvió a cargárselos al hombro. Más adelante se
veía un letrero: una paloma blanca que tenía una rama de olivo
en el pico, dibujada con tiza en un tablero rústico.
-Nos quedaremos en la taberna. Judas nos encontrará
cuando termine lo suyo.
Y así fue. Evidentemente, se había librado de que la
multitud lo linchara. Al ver a Jesús y María sentados en un

166
Jesus

banco en la otra esquina de la taberna, apuró el paso y se


inclinó, 'amenazante, sobre los dos.
-Dame un motivo para que no te mate aquí y ahora. -La
cara de Judas estaba lívida de furia.
-Te concedí el milagro. Pudiste escapar sano y salvo
replicó Jesús.
-Tuve suerte. El viejo loco era un sinvergüenza. Fingía
que estaba enfermo y cuando la multitud se impacientó, levantó
los brazos y empezó a vociferar a los cuatro vientos que yo lo
había sanado. Lo único que quería el desgraciado era salir
corriendo de allí.
-Igual que tú -observó María. La broma no hizo que
Judas apartara la mirada de Jesús, que parecía más pequeño
de lo habitual sentado en un banco más bajo que el de Judas.
-Tal vez sí lo sanaste. Tal vez Dios salvó en secreto al
hombre, -dijo Jesús, sin mirar a Judas.
-¡No seas ridículo!
De pronto se oyó un grito.
-¡Judas! -Se acercó a ellos un hombre pequeño, con la
cabeza oculta por una capucha. A juzgar por la expresión de
Judas, era evidente que se trataba de uno de sus antiguos
seguidores. Judas no se alegró precisamente de verlo.
-¿Cómo me has encontrado, Micah? -gruñó.
-No importa. La cuestión es por qué tú no nos
encontraste a nosotros. -El hombre llamado Micah se sacó la
capucha. Era más viejo que los jóvenes exaltados que
integraban la banda. Tenía la tez morena y una cicatriz donde
le nacía el pelo.
Judas esquivó la pregunta indirecta.
-¿Acaso los zelotes llegaron hasta aquí? -inquirió.
Micah asintió con la cabeza.
-Incluso atrapamos a uno. Ven, y trae a tus amigos. Ya
has llamado demasiado la atención.
Se pusieron de pie para seguir al conspirador hasta una
habitación trasera. María estaba mareada.
-Enderézate -susurró Jesús, tomándola de la mano.

167
Deepak Chopra

Después de pasar la habitación trasera y atravesar un


corredor, Micah les mostró el camino hacia el sótano.
A medida que bajaban las escaleras, sus ojos se iban
acostumbrando a la luz que proporcionaban unas antorchas
humeantes en manos de dos hombres. Sobresaltados, los dos
empujaron sus armas.
Micah levantó una mano. Aparentemente era el jefe,
porque los dos guardias le obedecieron de inmediato. Micah se
volvió hacia Judas.
-Tengo noticias de Simón. Estábamos preocupados por
ti -dijo-. Después nos enteramos por alguien de Jerusalén que
habías fallado en tu misión. Simón estaba decepcionado. Muy
decepcionado.
Jesús echó un vistazo a Judas, que no demostraba
emoción alguna. En circunstancias normales, la amenaza
velada de Micah habría sido una condena a muerte. Pero
Judas tenía la vista fija en algo. En la oscuridad del sótano,
había un hombre con los ojos vendados, atado de pies y
manos, y el cuerpo estirado sobre una mesa. Los pequeños
regueros de sangre seca delataban que lo habían torturado.
El ruido de las voces hizo que emitiera un gemido sordo.
El hombre trató de hablar, pero solo salieron sonidos
incomprensibles.
Uno de los guardias se acercó.
-Si nos hubieras dicho lo que queríamos saber, todavía
tendrías lengua --dijo, dándole un golpe con la palma de la
mano.
La víctima, que había levantado la cabeza, la dejó caer
en la mesa de nuevo. Se calló, probablemente desmayado. En
el torso tenía retazos de vestimenta militar, junto con una
insignia.
-Un funcionario. Han apresado a un funcionario -dijo
Judas. Miró a Micah, al parecer sin miedo. Pero Jesús
presentía que Micah era el peor. Su fanatismo significaba más
para él que su propia vida. Judas preguntó-: ¿Por qué no
pidieron rescate?

168
Jesus

-Es un enviado especial del procónsul, Poncio Pilato. En


Roma saben su nombre. El mes que viene encontrarán su
cabeza en un callejón. Tenemos que sembrar el miedo entre
ellos, no sólo entre nuestros propios sacerdotes y
colaboradores judíos. -Los dos guardias gruñeron en señal de
que aprobaban la táctica de Micah. Su líder esbozó una
sonrisa-. Pero aún quedan cuestiones por resolver, ¿no es así,
Judas? Tú fallaste. -Se acercó a Judas hasta que
prácticamente le rozó la cara.
-Yo no, éste -Judas señaló a Jesús. En ese momento,
María abrió la boca para gritar, pero Jesús la agarró del brazo y
se lo apretó justo a tiempo. Judas continuó-: Tú, Micah, no
estabas en el consejo. Simón me mandó a poner a prueba el
coraje de un nuevo recluta que, llegado el momento, no pudo
pasar la prueba.
Micah lo miró con expresión desconfiada.
-¿Por qué no te deshiciste de él? Mejor muerto que
cobarde.
-Soy muy bueno -dijo Judas-. Sentí el impulso de darle
una segunda oportunidad. No tendría que haberío hecho.
Incluso con la amenaza de muerte que pesaba sobre él, Judas
conservó la tranquilidad-. Suplicó por su vida y yo le dije que lo
pondría a prueba una vez más.
Judas sacó su puñal y lo levantó en el aire.
-Dejen que sea él quien mate al romano. Ustedes ya han
hecho suficiente y el prisionero está listo para morir.
Micah se mostraba escéptico, pero Judas se dio la
vuelta rápidamente para encararse a Jesús y ponerle el puñal
en la mano.
-Adelante, mata al enemigo. No reparará el hecho de
que no hayas pasado la prueba, pero por lo menos sabremos
hasta qué punto eres leal. -Jesús sacó la mano, pero Judas la
agarró y lo obligó a empuñar el arma con fuerza-. Dijiste que
Dios había acudido en mi ayuda hoy. Veamos si hace lo mismo
contigo.
Jesús sostuvo la mirada de Judas sin apartar la suya.

169
Deepak Chopra

-Así será.
Micah sacudió la cabeza. .
No es gran cosa rematar a uno que está medio muerto
ya. Por primera vez, Judas se puso pálido. Habría tratado de
poner en práctica una estrategia desesperada, pero Micah
tenía más que decir-. La otra opción es que yo mate al nuevo
recluta. -Lanzó una mirada lasciva a María-. Y como su
adorable acompañante ahora conoce todo, también tendríamos
que terminar con ella. ¿Sabes cómo le llamo a eso, Judas? -
Judas negó con la cabeza. Lío. Tengo un cadáver del que
deshacerme y dos más ya es un lío.
Judas no contestó. Él, Jesús y María estaban en manos
de un sádico. Micah tenía el control absoluto, y ellos no podían
hacer otra cosa que seguirle el juego macabro.
Micah se acercó a Jesús.
-Está bien, mátalo. No será una verdadera prueba de
lealtad, pero considerémoslo una libertad condicional.
-Blandió su propio puñal-. Claro que no todos salen vivos
de eso.
El prisionero ensangrentado volvió a gemir. Su cuerpo
luchaba contra las ataduras: sabía qué le esperaba. Jesús se
acercó. Puso la punta del puñal justo sobre el corazón del
romano.
-¡No! -gritó María.
-¿Qué quieres que haga? ¿Oponer resistencia a cita
maldad? -preguntó Jesús.
-Sí, tienes que hacerlo. Podemos morir juntos.
María comenzó a sollozar. Los conspiradores estaban
preparados para correr hacia ella. Jesús siguió hablando como
si ellos dos fuesen los únicos en la habitación.
-Si Dios hubiese querido destruir el mal, habría puesto
fin al mundo. Pero no lo hizo. Por el contrario, nos ofreció una
alianza de paz.
Nadie sabe lo que sucedió después, salvo que de pronto
el romano moribundo se sentó y levantó los brazos. Más tarde,
Micah juró que Jesús había cortado las cuerdas en la oscuridad

170
Jesus

del sótano, aunque nadie lo vio. Sin embargo, el soldado se


liberó, abrió los ojos y miro a Jesús, transfigurado.
-Estoy listo -gimió. Aunque le faltaba la lengua, las
palabras eran claras. Los asesinos no salían de su asombro y
cuando contaron la historia, mucho tiempo después, siempre
hacían hincapié en este detalle.
Jesús puso la mano en la cabeza del prisionero.
-Que la gracia del Padre esté contigo -dijo en voz baja.
-¿Qué padre? -preguntó, mientras le caían lágrimas por
las mejillas.
-El que te envió aquí y ahora te lleva a casa.
Jesús puso el puñal en las manos del prisionero con
delicadeza, para que la hoja no le cortara. Lo colocó con la
empuñadura hacia arriba. Cualquiera hubiera dicho que
parecía una de esas cruces a las que los romanos ataban a los
rebeldes judíos condenados cuando querían hacer una
demostración pública de las-muertes. El prisionero, que ya
había visto mucho más que crucifixiones, se quedó mirando el
puñal.
-¿Por qué? -farfulló.
-Porque el torturado y el torturador son iguales a los ojos
de Dios -respondió Jesús. Las palabras no eran suyas;
pasaban a través de él y, como el prisionero, Jesús sintió un
escalofrío al ver la cruz que formaba el puñal.
En su estado casi de delirio, el prisionero pensó que le
ofrecían la salida noble. Le temblaban las manos cuando
acercó la punta del arma al corazón. Los zelotes se quedaron
en su sitio sin moverse, esperando el suicidio.
-No -dijo Jesús, apartando el arma del pecho del
prisionero-. Estás llamado a irte. -Levantó la mano y el
prisionero dio un grito ahogado que le resonó en la garganta.
Se desplomó; el puñal se le cayó de las manos haciendo un
ruido metálico en el suelo-. Ya está --dijo Jesús-. Está hecho.
Nadie trató de detenerlo cuando se acercó a María y la
cogió de la mano. Ambos se dirigieron hacia la escalera

171
Deepak Chopra

angosta que llevaba a la taberna. Pero Judas se interpuso en


su camino.
-¿Envías a un romano al cielo? -gritó-. No eres ningún
mesías, ¡eres un desquiciado!
De pronto, los tres zelotes recuperaron el habla.
-¿Mesías? -repitió Micah, clavando la vista en Judas.
Quizá tuviera a dos desquiciados en sus manos.
Jesús sacudió la cabeza.
-Dios se ha compadecido de alguien a quien tú
condenaste. Eso te deja una posibilidad terrible: tal vez el
mesías sí ha venido a la tierra, pero está aquí para salvar a los
romanos también.
Aquellas palabras blasfemas dejaron atónitos a los
zelotes, que durante unos segundos permanecieron inmóviles.
Jesús apartó a Judas de su camino y guió a María de la mano
escaleras arriba. Se oía ruido de festejos y alcohol en el piso
superior. Jesús y María casi chocaron con un barril de vino en
el último escalón, pero desaparecieron enseguida.

* * *

172
Jesus

Capítulo
12

Pureza de espíritu

Cuando volvieron a entrar en el bullicio de la taberna, Jesús


notó que María estaba impresionada por la muerte del
prisionero. Temblaba sólo de pensar que podían atacarlos
antes de que lograran escapar.
-Nadie nos ha visto bajar al sótano -dijo Jesús, tratando
de mantener la voz serena y tranquila-. Tenemos que salir por
el frente. Paso a paso, un pie delante del otro, despacio. -Se
aferró al brazo de María-. Los zelotes no pueden correr detrás
nosotros. Saben lo que pasará si los descubren con el cadáver
de un romano.
Algunos de los presentes los miraron cuando los dos
cruzaron la estancia oscura y llena de humo. El humo procedía
de una chimenea situada en la esquina donde se estaban
asando unas patas de cordero. Bajo el vaho grasoso, las caras
de los borrachos tenían un aspecto siniestro.
Pero nadie levantó la mano para detenerlos, y unos
minutos después estaban fuera. El brillo de la luz del sol no fue
ningún alivio para María: el temblor en su estómago casi la
obligó a doblarse en dos. Jesús vio que del otro lado del
callejón había una entrada amplia con suelo de adoquines en
lugar de tierra, señal de que allí vivía un mercader adinerado.
Llevó a María hasta la entrada, donde ella se desplomó en el
suelo.
Durante un buen rato no pudo hacer otra cosa que
abrazarla. No llamaban mucho la atención porque la gente
estaba acostumbrada a las pequeñas escenas de miseria en

173
Deepak Chopra

las calles. Cuando Jesús creyó que se había calmado, le


preguntó con suavidad:
-¿Has visto morir a alguien alguna vez?
María negó con la cabeza.
-No de ese modo. -Respiró con ritmo entrecortado.
Jesús apartó la mirada. Cuidar de María le había
proporcionado algunos momentos durante los cuales se
olvidaba de sí mismo. Ahora, en cambio, sintió una oleada de
desesperanza. En su mente había estado siguiendo la voluntad
de Dios. Pero Dios no huía, y eso era lo único que había
estado haciendo él desde la primera noche en que pisó la
cueva de los zelotes.
-Me siento perdido -murmuró-. La piedad de Dios fue
para un gentil que odia y persigue a los judíos. Pero yo no he
mostrado piedad alguna, así que, ¿en qué me convierte eso?
-No. -María lo abrazó con más desesperación-. La duda
nos destruirá a los dos.
Jesús recordó la hoja del puñal apretada entre las
manos del soldado romano moribundo y su extraño parecido
con una cruz. No era el fracaso lo que lo desesperaba, sino la
premonición de algo impensable, un acto que ningún padre que
amase a su hijo dejaría que sucediera.
De pronto, el abrazo de María empezó a asfixiarlo.
Fuesen cuales fuesen los padecimientos que Dios tenía
previstos para él, Jesús debía enfrentarse a ellos solo. Se soltó
de los brazos de María y se puso de pie.
-No estás a salvo conmigo. Voy a buscar la manera de
que vuelvas a Jerusalén. -María podría haberle suplicado que
no la abandonara. Sabía muy bien que, hasta el momento, su
papel había consistido en llorar y huir. La idea la avergonzó y la
hizo sentir exhausta. Se cubrió la cabeza con su manto. Los
curiosos que pasaban por allí empezaban a fijarse en la
escena. Jesús volvió a agacharse y la miró a los ojos-. No te he
traído más que desgracias. No deberíamos perder la fe. ¿Qué
más puede salvamos?

174
Jesus

A María le quedaba una sola respuesta, un secreto que


había estado guardando durante demasiado tiempo. Levantó la
cabeza, miró a Jesús directamente a los ojos con, ardor y sus
labios empezaron a besarlo. La sorpresa de él y la fuerza de la
pasión de ella hicieron que Jesús retrocediera, haciéndole casi
perder el equilibrio.
-Ámame -suplicó María, y sus palabras sonaron como un
gemido. Volvió a apretar sus labios contra los de el.
Jesús sintió un torrente de excitación sexual. Jamás en
su vida había besado así a una mujer. No se echó atrás: no
tenía nada más que perder; no podía fingir que era demasiado
santo y puro. Vio que María estaba expectante. Ella no se
había entregado tanto a la pasión como para perder los
instintos. En unos instantes sabría si tenía alguna oportunidad
con Jesús como amante. La fe no era sino fe en él.
Nos equivocamos cuando pensamos que la infinidad de
Dios en cierto modo, más grande que el universo. La infinidad
es más grande que lo más grande de todo, pero también más
pequeña que lo más pequeño de todo. La intervención divina
puede ocurrir en una fracción de segundo, entre la inhalación y
la exhalación. Entre un beso y una respuesta.
La excitación que crecía en el cuerpo de Jesús llegó al
corazón, donde tuvo, un efecto inesperado: la pasión se
transformó en luz. Su corazón se inundó de un resplandor
blanco que no extinguió su amor por María, sino que explotó y
destruyo todos los límites. Jesús se sintió sobrecogido por una
ola de dicha que envolvía todo lo que lo rodeaba. María jadeó,
y él supo que la impulsaba el mismo misterio.
"Eres lo que más amo."
Las palabras procedían de la misma fuente que lo había
conducido a la casa en llamas, pero esta vez los envolvía a
ambos. Jesús sintió un alivio enorme. La ley de Moisés manda
a todos los hombres contraer matrimonio. Jesús había sufrido
por eso, pero ahora se dio cuenta de que podía cumplir la ley
de otra manera: contrayendo matrimonio a través de Dios.

175
Deepak Chopra

Jesús miró a María a los ojos. ¿Había oído ella las


palabras? ¿Había sentido que la luz le invadía el cuerpo, lo
disolvía, como si de pronto el cuerpo se convirtiera en espíritu?
La mirada de María se dulcificó y perdió todo rastro de
desesperación. Ella se echó atrás y hubiera querido hablar,
peto en ese momento sucedió otra cosa.
Los cubrió la sombra de un hombre. La sintieron antes
de verla, un velo frío que no dejaba pasar el sol. En ese
momento, Jesús se encontraba en un dilema. Quería aferrarse
a María en su dicha comparada, hechizo por el cual habría
sacrificado cualquier cosa. Pero la sombra del hombre
significaba algo fatídico y Jesús lo supo tan pronto lo vio. El
extraño habló mientras su cara seguía recortada contra la luz
del sol.
-Señor.
Jesús pensó en la primera persona que se había dirigido
a él con ese apelativo. ¿Acaso Querulus se las había arreglado
para encontrarlo? Jesús soltó a María, que se quedó
agachada en la entrada de la casa, y se puso de pie. El
extraño se inclinó para ayudarlo y entonces Jesús vio que el
rostro era más oscuro y redondeado que el del viejo aristócrata
romano.
Eso no impidió que Jesús diera la misma respuesta que
le había dado a Querulus esa primera noche.
-No soy el señor de nadie -masculló entre dientes.
-O eres el de todos.
Cuando lo vio de cerca, Jesús se percató de que el
hombre era un judío vestido con el mismo tipo de túnica blanca
que le había dado Querulus a él. Tenía un tono sobrio, casi
solemne, y no apartaba los ojos de Jesús.
-Estás por encima de todo lo que yo pueda comprender,
y aun así, eres todo lo que siempre he querido. No puedo
siquiera imaginármelo. -El extraño sonaba avergonzado e
inseguro, como si hubiese practicado esas palabras cien veces,
pero se daba cuenta ahora de que no las pronunciaba en el

176
Jesus

momento adecuado. Jesús se echó atrás y el extraño agregó


con rapidez-: Sé que no me he equivocado. Ven.
Aunque había dejado que lo ayudara, a levantarse,
Jesús rechazó las manos del extraño, grandes y ásperas,
cuando éste se las tendió. Antes de que pudiera darse la vuelta
para ayudar a María, el extraño la levantó también. Ella había
perdido las fuerzas, así que era como levantar un peso muerto.
-¿Por qué debería ir contigo? -Jesús estaba seguro de
que uno de los observadores había salido de entre las sombras
para buscarlo, como había predicho Querulus.
-Me han enviado a darte un mensaje, pero a ti te han
enviado a dar un mensaje al mundo entero -respondió el
extraño-. ¿Has oído hablar de nosotros?
-Sí.
-Entonces sabes que esperamos tu venida desde hace
mucho tiempo.
-¿Cómo? -El tono de Jesús era precavido.
-Primero por señales y presagios. Las estrellas nos
contaron parte de la historia; también lo hicieron los profetas. Y
Dios nos contó el resto.
-No deberían confiar en las señales, los profetas
hablaron hace cientos de años.
-Ya lo sé. -La reticencia de las respuestas de Jesús no
desalentó al extraño, cuyas emociones siguieron creciendo una
vez desatadas-. Encontrarte realmente supera todo lo que
podría haber imaginado. He venido solo, pero toda mi
comunidad ha orado porque llegara este momento.
-Lo siento, te has confundido.
El extraño dio un paso atrás, perplejo.
-No es cierto.
-¿Por qué no? -Crees que eres el único judío que no ha
encontrado al mesías? -Ya se había esfumado el último rastro
de dicha; no quedaba resplandor alguno en su corazón-. Sé lo
que quiere decir engañarse a uno mismo.
María se había recuperado bastante como para sentir
vergüenza por la escena íntima en, la que se había entrometido

177
Deepak Chopra

el extraño. Se acomodó la túnica y trató de peinarse el pelo


enmarañado con los dedos.
-Vamos -le susurró a Jesús.
El extraño la oyó.
-No, no deben irse. -Se interpuso en el camino, mientras
sus ojos estudiaban la cara de Jesús con ansiedad-. ¿Es que
no lo entiendes? ¿Tú, de todas las personas posibles, no lo
entiendes? El tuyo no es el sendero de la felicidad.
"Despreciado y rechazado entre los hombres, sometido a
dolores, acostumbrado al sufrimiento."
Los tres conocían las palabras del profeta Isaías, pero
Jesús cuestionó su significado.
-Que me desprecien no me convierte en el elegido.
Déjanos pasar. -Esperó. No quería empujar al extraño, pero no
iba a esperar mucho tiempo más.
Mordiéndose el labio, el extraño insistió en su postura.
-Jamás esperé que fuera así masculló, buscando las
palabras correctas para persuadirlos. No tenía más opción que
dejarlos pasar. Jesús agarró de la mano a María para darle
seguridad; ambos volvieron a la calle.
Habían caminado apenas unos metros cuando oyeron
de nuevo la voz del extraño.
-Le tienes miedo a la muerte, como el resto de nosotros.
Jesús giró la cabeza, la mirada fija.
-Sí.
-¿Tanto miedo tienes que condenarías al resto de
nosotros? ¿Tanto miedo que convertirlas a todos nuestros
profetas en mentirosos?
María notó que Jesús dudaba; le apretó el brazo con
más fuerza.
-No lo escuches. No vamos a volver.
Jesús trató de obedecerle. Siguió caminando, pero las
provocaciones del observador lo perseguían.
-¿Debería derrumbarse Jerusalén porque tú tiemblas?
Dime, los demás querrán saber. Muéstranos que hemos sido
unos estúpidos al creer. ¿Eso te haría feliz?

178
Jesus

El extraño los seguía a gritos. Entonces Jesús sintió que


María le soltaba la mano.
-¿Le crees?
Jesús la miró. Sin que ella hablara, sus ojos le decían:
"Ya te has ido, y ambos lo sabemos".
Jesús estiró la mano para volver a tomar la de ella, pero
era demasiado tarde. María estaba corriendo. Había recogido
su túnica para que no se le enredara y las piernas desnudas
hacían que pareciera una gacela pálida que huía en el desierto
de un león voraz. Detrás de Jesús, el extraño permanecía en
silencio, mirando la escena hasta que María desapareció al
doblar una esquina angosta y sinuosa. El hombre había
provocado a Jesús hasta convencerlo de que cayera en su red,
pero por el momento el control que ejercía sobre él era tan
frágil que podía romperse con solo tocarlo.

Resulto QUE EL nombre del mensajero era Tobías. Traía dos


animales consigo, un buen caballo, fuerte, con montura, y un
burro atado detrás y cargado con sacos de comida y
mercancías varias, que, aparentemente, vendía por el camino.
-Llevo viajando mucho tiempo para encontrarte --dijo-.
Tenía que mantenerme de alguna manera.
A Jesús le dio a elegir qué animal montar. Jesús jamás
había visto a un judío montar un caballo, sólo a los romanos, y
mucho menos sabía qué hacer en la montura. Trepó al lomo
del burro y colgó los sacos a ambos lados. En el camino, la
imagen de los dos compañeros arrancaba la sonrisa de otros
viajeros: uno de los hombres, erguido sobre un caballo bien
cuidado y musculoso; el otro, encorvado sobre un burro de
lomo arqueado que se paraba a un lado del camino cada vez
que veía una mata prometedora de hierba verde.
Ninguno de los dos hablaba. Estaban sumidos en
diferentes estados de ánimo, pero guardaban silencio. Los
pensamientos de Jesús seguían volviendo a María y a
sensación de la mano de ella cuando soltaba la suya. Tobías,
por su parte, no podía creer que las antiguas profecías se

179
Deepak Chopra

hubiesen hecho realidad. La primera noche, cuando estaban


sentados ante una hoguera, Jesús rompió el silencio.
-¿Es un hombre el mesías? -preguntó, con la mirada fija
en las llamas-. ¿O puede desobedecer la ley sin que lo
castiguen?
¿-Cómo? -Tobías no podría haberse sorprendido más.
-Si es un hombre -dijo Jesús-, debo casarse. Esa es la
ley de nuestros padres. Pero, ¿qué pasa si Dios no lo deja? -
Tobías no sabía qué contestar. Jesús bajó la voz y miró a su
acompañante-. ¿Qué dices? ¿Aprendieron algo los
observadores en todos sus años de oración?
Tobías dudó.
-Sólo el mesías sabe lo que dice y hace.
-Entonces no es un hombre. Yo nunca satisfice a una
mujer. Las mujeres son un misterio para mí. Yo mismo soy un
misterio para mí. ¿Es eso lo que quiere tu gente, alguien que
esté más confundido que ellos?
Tobías se puso de pie de un salto, con la expresión
temerosa. -¿Cómo puedes preguntarme semejantes cosas? -
No lo sé.
Jesús dijo esas palabras con simpleza, pero puso más
nervioso al observador. Iba de un lado a otro, y la llama titilante
lo hacía parecer un fantasma de color anaranjado brillante que
ondulaba con las sombras negras.
-No es justo que me pongas a prueba así.
-¿Por qué no? Dijiste que estabas seguro de que no te
habías equivocado.
-Estoy seguro.
Jesús se rió.
-Pues no lo parece. Siéntate, vamos. Ya entiendo.
Con cierta reticencia, Tobías aceptó volver al tronco que
habían arrastrado hasta la fogata. No quería hablar; por el
contrario, se entretuvo con los platos, limpiándolos con un
pedazo de tela y volviendo a colocarlos en una de las alforjas.
Tras echar leña al fue-o para que ardiera Inda la noche y los
dos se acurrucaron en sus mantas de dormir, Tobías preguntó:

180
Jesus

-¿Qué es lo que entiendes?


-Ustedes no quieren un mesías, sino un ídolo.
-Eso no es cierto. -Tobías contestó demasiado rápido.
Desde los cuatro o cinco años conocía la ley que prohibía los
ídolos.
Jesús ignoró la negación.
-Un !dolo puede adorarse en un estante. No trae
problemas. Nunca tiene dudas, así que puedes atrapar a Dios
en la jaula de tus propias fantasías. ¿Qué mejor que eso? -
Tobías se acurrucó más en su manta y dio una respuesta
amortiguada-. ¿Qué has dicho? -preguntó Jesús.
Tobías asomó la cabeza.
-He dicho que voy a llevarte con los demás. Esa es mi
misión. No tengo por qué entenderte.
-No creo que puedas evitar tratar de entenderme. -Ya
veremos.
Tobías se quedó conforme con esa cortante refutación y
volvió a meter la cabeza en el capullo de lana. A la mañana
siguiente, se mostró hosco; hizo ruido con las ollas y las
sartenes e incluso rompió un tazón. Tenía poco más que decir
cuando volvieron a emprender el camino.
Jesús también se mostraba inquieto. Había hecho una
referencia velada a María, preguntándose de verdad qué
pensaba Tobías. ¿Cuáles eran sus deberes como hombre
ahora que Dios había cambiado todo? Tal vez los que se
habían pasado la vida orando por la llegada del mesías
supieran más de él que él mismo.
El terreno seguía siendo desértico y se elevaba hacia las
montañas de color marrón cubiertas de hierba marchita. Así
que al día siguiente fue una sorpresa que el caballo y el burro
llegaran a una elevación desde la que se veía, abajo, una
extensión de jardines verdes como si hubieran sido dispuestos
en un mosaico. Bajo el sol cegador, el verde parecía una
esmeralda que refulgía en el barro. Los jardines estaban vacíos
y Jesús preguntó dónde estaba la gente de Tobías.

181
Deepak Chopra

-Nos bañamos antes de la comida del mediodía y


oramos hasta dos horas antes de que se ponga el sol. -Tobías
se había acostumbrado a dar respuestas cortas, secas, y nada
más. Mientras bajaban las curvas pronunciadas que llevaban al
oasis, Jesús reconoció que la secta que estaba a punto de
conocer podían ser nada más y nada menos que los esenios.
Los esenios eran ermitaños, tenían fama de ser la secta más
secreta de toda Judea. En Galilea eran desconocidos y bien
podrían haber sido míticos. En el lugar donde vivían, los
alrededores del mar Muerto, tenían por morada las cuevas y
enclaves de las laderas, y rara vez iban a Jerusalén, ni siquiera
en las festividades.
Al ver el hogar, Tobías se irguió en la montura.
-Sabrán que venimos. -Como los zelotes, los esenius
hacían guardia, y Jesús oyó un sonido agudo, como un silbido,
que no era de una codorniz ni de un faisán ni de ninguna otra
ave. ¿Eran los esenios tan desconfiados como los zelotes?
¿Tan iracundos? La preocupación más urgente era qué iba a
pasar cuando Jesús se presentara ante ellos. Tobías contestó
antes de que Jesús pudiera preguntar-. Han preparado un
banquete para ti.
-¿No lleva tiempo eso? Apenas nos asomamos por la
cuesta -dijo Jesús.
-¿Qué tipo de observadores seríamos si tuviéramos que
usar los ojos? -Los esenios habían aprendido a confiar en sí
mismos, aunque sólo fuera, eso. Cuando Tobías avistó el hogar
por primera vez, parecieron disiparse las dudas sobre el premio
que traía a su gente.
Mientras se acercaban a los verdes jardines, empezaron
a aparecer unas figuras. Escondidas a la sombra de un pinar
había unas casas aisladas, hechas de piedra y argamasa, y
más refinadas que las chozas de barro de los pueblos por los
que habían pasado. Al principio, los esenios tenían un aspecto
fantasmal, y salían a la luz vestidos con túnicas blancas
resplandecientes, la misma vestimenta para hombres, mujeres
y niños.

182
Jesus

-Yo tenía una túnica como ésa -señaló Jesús.


-Lo sabemos. Es lo que te unió a nosotros. Te daremos
una nueva después de que te bañes y descanses. -Tobías era
el centro de atención tanto como Jesús. La manera en que se
sentaba, erguido y orgulloso, significaba que había cumplido su
misión. Traer al mesías era como capturar un águila sin más
herramienta que las manos. La gente observaba a Jesús con
lágrimas en los ojos. Hubieran gritado aleluyas, pensaba Jesús,
salvo que se lo impedía cierto sentido arraigado de la dignidad.
Las madres les tapaban la cara a los hijos más pequeños con
las faldas para que los gritos emocionados no insultaran al
invitado.
El sendero terminaba en una enorme casa de reunión o
sinagoga. Frente a ella esperaba una hilera de ancianos, todos
con barba gris o incluso blanca. Antes de que Jesús pudiera
bajarse del burro, se le acercaron y le tocaron los pies. El
último de los suplicantes fue el más anciano, que murmuró:
-Que no nos abandones nunca.
"Amén."
Cientos de voces dijeron esa palabra al unísono, en
forma de plegaria, creando un murmullo suave, sobrenatural,
en el aire. Jesús se dio la vuelta y vio a toda la comunidad de
pie detrás de él. ¿Quiénes eran esas personas? Todavía no lo
sabía, pero no eran como los demás, como los aldeanos, que
se ponían histéricos cuando se enteraban de quién era él y le
agarraban las vestiduras como si fuesen aves de carroña y
quisieran arrancarle el pellejo. Los esenios eran casi
silenciosos y agachaban la cabeza como una reverencia a
medio hacer.
"Glorificado seas."
Esas palabras volvieron a llenar el aire de un murmullo
sobrenatural.,¿Venían de los esenios o de más arriba? Tobías
llevó a Jesús al salón de reuniones; los ancianos se apartaron
para dejarle paso, en señal de respeto. Cuando Jesús entró,
vio una habitación simple y vacía con paredes encaladas y
altos ventanales. Parecía una sinagoga, pero no había

183
Deepak Chopra

manuscritos ni altar. A excepción de unos bancos bajos de


madera dispuestos en hileras, todo el espacio estaba dedicado
a unos cuadros que llenaban todas las paredes.
Todas las pinturas lo mostraban a él e incluían escenas
de su vida, tanto pasadas como futuras.
Tobías se dio la vuelta, percibiendo que Jesús se había
quedado atrás.
-Ahora sabes por qué-no era imposible encontrarte.
Jesús casi no oyó lo que dijo- percibía los latidos del
corazón en los oídos. Reconocía las escenas de su vida en
Nazaret: en el taller cortando piedra con su padre, sentado en
círculo con sus hermanos y hermanas mientras el rabino leía
historias del éxodo de Egipto. Pero otras imágenes no le
resultaban familiares. Lo pintaban sentado en un trono entre las
nubes y entrando en Jerusalén a lomos de burro mientras la
gente tiraba hojas de palma delante de él.
Nadie los había seguido hasta el interior. Querían que
Jesús viera el espectáculo en privado, que reaccionara sin que
nadie estuviese presente.
-¿De dónde han salido? -Jesús sonó ronco, pero su
rostro casi no revelaba reacción alguna.
-Nadie lo sabe -contestó Tobías. Jesús lo miró
desconcertado-. El primero apareció cuando yo era niño,
demasiado niño para recordarlo. -Señaló un cuadro que estaba
en la esquina opuesta. Jesús alcanzó a reconocer a José y
María, envueltos en ropas gruesas de invierno. Ella estaba
dando de mamar a un recién nacido, aunque el entorno no se
parecía al hogar que había conocido Jesús. Era más bien un
granero o un establo. En el fondo se veían unas siluetas
indefinidas de vacas y ovejas. -Sus padres nunca habían
hablado de un lugar como ése.
-¿Quieres decir que no los pintó una mano humana?
Tobías asintió con la cabeza.
-Todos los inviernos, en el día más corto del año,
aparece uno nuevo. Nuestros ancianos tuvieron una visión en
la que les decían que construyeran esta estancia con paredes

184
Jesus

blancas y desnudas. No se les reveló nada más. Como somos


esenios, obedecimos. No tenernos otro fin en la vida. Durante
muchos años la finalidad de este lugar fue un secreto. Nos
dijeron que lo mantuviéramos cerrado, hasta que un día
tuvimos otra visión. Y encontramos esto.
Señaló uno de los altos ventanales, no un cuadro. Jesús
entrecerró los ojos para protegerse de los rayos de sol, llenos e
motas de polvo luminosas, danzarinas. Justo debajo del
ventanal, se distinguían unas palabras escritas en letras
negras, en hebreo: "Luz del mundo".
-El resto llegó muy rápido -dijo Tobías. Cuando Jesús
miró a su alrededor, vio que cada ventana tenía su propia
inscripción. "Mesías." "Ungido." "Cordero de Dios." "Rey de
reyes." Todos los judíos las conocían porque las habían
pronunciado los profetas-. Así que ya ves, las señales y los
presagios no eran difíciles de interpretar. Tendríamos que
haber sido ciegos para no verlos. -Tobías no dejaba de sonreír.
En cierta medida, le alegraba poder sorprender a Jesús.
Jesús se acercó al cuadro en el que estaban María y
José en el establo; pasó los dedos suavemente por el
dobladillo de la túnica rústica de lana de la madre. Era muy
realista: ella la había usado todos los inviernos.
-Tu gente es pura de espíritu -dijo Jesús-. Por eso
llegaron estos cuadros a ustedes. -El martilleo de los oídos
había cesado. Jesús recorrió el salón con la mirada y se detuvo
en cada escena. Había un pedazo de pared cubierto con una
sábana de lino, que escondía una imagen. ¿Por qué está
tapado ése?
Tobías se encogió de hombros.
-Es el último que apareció. Vinimos al salón como
siempre, el día más corto del año. Pero esta vez fue distinto.
La imagen no mostraba al mesías.
-¿Y a quién mostraba? Quiero ver.
-Claro. -Con algo de duda, Tobías se acercó al cuadro y
tiró de la sábana, que se desprendió de los ganchos que la

185
Deepak Chopra

sostenían-. No entendimos qué pasó -dijo-: ni siquiera está


terminado.
El cuadro mostraba solamente una colina baja y
desértico bajo un cielo nublado. Podría haber sido cualquier
colina de Judea y aparentemente no encajaba con los demás
cuadros.'La mano invisible que lo había pintado se había
detenido en seco, aunque cuando Jesús se acercó, pudo
distinguir, apenas, la vaga silueta de algo. Había tres cruces
en la cima de la colina, dibujadas con trazos casi
imperceptibles.
-¿Hicimos bien en cubrirlo? -preguntó Tobías.
Jesús se había puesto pálido.
-Déjenlo destapado. Sé por qué está sin terminar.
-¿Por qué?
-Porque tengo que terminarlo yo.

* * *

186
Jesus

Capitulo
13

Viajero

El día en que Jesús anunció que se iba, la noticia corrió como


reguero de pólvora. Los esenios habían estado cinco años
esperando su partida. Jesús no tenía pensado quedarse.
¿Acaso no estaba escrito que el salvador conquistaría
Jerusalén y entraría, triunfante, en el templo? También era el
día en que los esenios verían justificada su existencia. En el
mundo exterior, no le importaban a nadie. Mientras que todos
los judíos oraban por el mesías, los esenios eran demasiado
extremos. Eran tan puros que jamás se casaban. Practicaban
el celibato para expiar la desobediencia de Adán y Eva, y los
recién llegados tenían que servir a la secta durante diez años
antes de que el grupo los aceptara.
Ahora, por fin, los esenios tendrían su recompensa. En
la mente de cada uno de ellos, Dios conocía cada detalle del
enorme sacrificio que hacían.
-Marcharemos al templo detrás de ti -declaró Tobías-.
No somos guerreros, no tenemos armas, pero eso no
importará, ¿verdad? -Se imaginaba que los soldados romanos
iban a caer como hileras de trigo en un sembrado cuando
Jesús levantara la mano.
Jesús sacudió la cabeza y dijo que iría solo.
Tobías estaba preocupado.
-Sé que no vas a fracasar -tartamudeó. Pero, ¿no iba a
llevar ejército alguno? Todas las profecías decían que el
mesías era un guerrero. ¿Qué más podría ser? La violencia
está entretejida en las Escrituras como si fuera un hilo
sangriento, desde la maldición de la serpiente que lanzó Dios y

187
Deepak Chopra

la marca de Caín en el libro del Génesis. A lo largo de la


historia de los israelitas, entre los castigos de Dios y las
batallas constantes por la supervivencia, el mundo ha estado
lleno de violencia-. ¿Puedo acompañarte yo, por lo menos? -
preguntó Tobías.
-Tienes curiosidad por verme derribar las fortificaciones
romanas. ¿Tocando el shofar, tal vez?
Tobías parecía esperanzado.
-Tenemos uno. Puedes llevártelo. -Desde que el cuerno
de carnero había logrado la victoria en Jericó, hacía varios
siglos ya, el shofar había formado parte de las festividades.
Jesús dio una palmadita a Tobías en el hombro.
-Puedes venir. De todos los que están aquí, el que se lo
merece eres tú. Pero yo busco lo que no se puede buscar. Y
cuando lo encuentre, tú no lo verás. El viento es incluso más
visible que lo que busco.
Tobías sonrió.
-Pero uno puede sentir el viento e ir adonde el viento
quiere que uno vaya.
Los preparativos se hicieron rápido y con gran
entusiasmo. Sujetaron las provisiones a un burro de carga y
ataron al animal a la parte trasera de un carro. Jesús se negó
a llevar nada que fuese más elaborado o lujoso que eso, y
cuando los más ancianos sugirieron que cargara un alijo de
puñales y armadura, él no les hizo caso. Los que corrían más
rápido subieron a las montañas para reunir a los otros esenios
que vivían lejos del centro de Qumrán. Mientras se
congregaban en el altiplano donde se encontraba Qumrán, a
un kilómetro y medio del mar Muerto, los recién llegados se
veían demasiado pálidos para ser habitantes del desierto. Pero
muchos de los hombres de más edad dedicaban sus días a
copiar escrituras a la luz de las velas en casas o cuevas
oscuras. Incluso después de medio día de viaje, parpadeaban
al ver el sol como búhos nerviosos.
Jesús observaba todo con una indiferencia que nadie se
explicaba. Fue al banquete que daban en su honor, pero

188
Jesus

cuando se sentó a la cabecera de la mesa casi no bebió de la


copa de vino y partió el pan con aire distraído. Al día siguiente,
reunió a tantas personas en el salón de reuniones como
cabían: llenó los bancos y ocupó cada centímetro cuadrado de
espacio libre. Era un mediodía de pleno verano; casi no se
podía respirar. Jesús conocía prácticamente todas las caras.
¿No había vivido acaso entre los esenios durante cinco años?
Había enseñado en todas las comunidades, compartido
banquetes con los rabíes y analizado con ellos hasta la parte
más insignificante de la ley y el midrash.
Jesús les dijo que las escrituras verdaderas no estaban
en los manuscritos de la Tora.
-Si Dios es omnipresente, debemos averiguar por qué es
tan difícil verlo -había dicho una vez cuando alguien lo encontró
en cuclillas en un campo, absorto con algo que había' visto en
el suelo. Era el nido de una alondra, escondido entre la hierba.
Tenía una nidada nueva dentro, y los polluelos ciegos habían
confundido la sombra de Jesús con la de la madre. Abrían los
picos enormes y rosados, llorando y bamboleando la cabeza a
la espera de la comida.
Esos momentos sombríos no eran muy frecuentes.
Jesús trajo más dicha a los esenios que la que habían
conocido hasta ese momento.. Dejó atónitos a los rabíes
afirmando que la creación de Dios seguía siendo tan pura
como el día en que apareció el Edén. Para él, la caída no
existía.
-Miren las aves del cielo y los lirios del campo -decía-.
¿Qué mandamiento desobedecen? -Como parte de sus
enseñanzas, sostenía que la inocencia era la cercanía respecto
de Dios y que todas las criaturas eran inocentes desde su
creación.
-Eva hizo que Dios se enfureciera y así perdimos la
inocencia -insistían los rabíes.
Jesús sonreía.

189
Deepak Chopra

-Las mujeres tienen poderes misteriosos, pero dudo que


puedan destruir lo que creó Dios. Simplemente nos caímos en
el barro, y el barro se va con agua.
Los jabíes no estaban convencidos; nadie tiene derecho
a contradecir la Tora. Pero la gente común creía en Jesús y
amaba sus enseñanzas. Por fuera, Jesús era, evidentemente,
el mismo hombre joven que apareció por primera vez en medio
de los esenios, pero Dios lo había hecho cambiar muchísimo
por dentro; había construido un pilar de fortaleza a partir de un
arbolito inmaduro.
Jesús paseó la mirada por la concurrencia, esperando
que se hiciera el silencio, antes de decir:
¿Los he decepcionado? Seguramente sí. De lo
Contrario, habría sido Dios el que falló, y eso es imposible, - De
la multitud surgió un murmullo confundido. Nadie esperaba que
empezara su sermón de esa manera-. No oigo ninguna
respuesta. Si he satisfecho sus expectativas, entonces están
todos salvados, ¿verdad? Los judíos se sienten realizados.
¿Es eso lo que quieren que crea?
¿Se trataba de una prueba? La confusión era
generalizada; se oían gritos atribulados.
-Señor, explícanos qué quieres decir.
Jesús levantó la mano para llamar al silencio.
-Ustedes quieren que venza a sus enemigos y devuelva
la tierra a Dios. No puedo hacer nada si no me contestan a
una sola pregunta. ¿Por qué me necesitan ¿ mí? ¿Por qué no
han alcanzado ya la salvación? Que alguien me conteste.
Tobías, que estaba sentado en la hilera del medio, sintió
que el corazón le latía con fuerza. Quería ponerse de pie de un
salto, pero uno de los ancianos se le adelantó.
El viejo titubeó al hablar, tratando de esconder su
disgusto.
-Señor, los judíos no se pueden salvar a sí mismos Los
romanos retienen nuestras tierras por la fuerza; nos cobran
impuestos convirtiéndonos en miserables. Miles de rebeldes

190
Jesus

han muerto y, como represalia, sus familias han sido


asesinadas. Tú sabes todo eso.
Jesús asintió.
-Dios también lo sabe. Entonces, ¿por qué no ha hecho
nada?
El anciano carraspeo. Había aprendido a someterse a la
sabiduría del joven maestro, pero otra cosa era que lo
interrogaran como a un niño en la escuela.
-Dios ha esperado a que expiáramos nuestros pecados -
dijo, estirando el brazo con un ademán para señalar a todos los
fieles-. Todos los que están aquí se han unido en un gran acto
de expiación. Todos nuestros años de pureza tienen ese
cometido: ganar la misericordia de Dios.
Jesús frunció el ceño.
-No parece que hayan ganado mucha misericordia.
¿Qué tienen, en realidad? Espinacas mezcladas con tierra para
comer, unas cuantas ovejas escuálidas medio muertas de
hambre por no tener más que matorrales. A muchos pecadores
se les ha dado mucho más.
La multitud estaba azorada. Lo último que esperaban de
Jesús era que los tratara con desdén. Aunque Jesús no los
estaba humillando. Hasta hacía un mes, se mezclaba con los
esenios como uno más, pero una noche, mientras caminaba
por los olivares, pasó algo. Al principio, no parecía importante.
Jesús miró la luna por entre las ramas enmarañadas del olivo
más antiguo. Las ramas parecían una red y la luna era un pez
brillante atrapado en ella, listo para que lo arrastraran hasta la
costa.
De pronto, Jesús sintió una punzada en el corazón. Se
quedó mirando: la imagen se volvió amenazante, porque Jesús
supo que los esenios fracasarían. Su pureza no los salvaría.
Estaban atrapados como la luna. Ninguna secta diminuta podía
expiar todos los pecados del pasado. Pasarían generaciones
enteras y los judíos seguirían siendo esclavos. Su única
esperanza seguía siendo un secreto.

191
Deepak Chopra

Jesús supo dos cosas en ese momento: tenía que irse


para desentrañar ese secreto y no podía permitir que los
esenios lo siguieran por si fracasaba.
Se armó de valor para enfrentarse a la consternación de
su audiencia.
-Dios lo ve todo. Detrás de la mansedumbre se esconde
la arrogancia y detrás de la pureza, el orgullo -afirmo-. Ustedes
se equivocan al creer que podrían liberarse de todos sus
pecados y el peor error que han cometido ha sido creer que yo
puedo salvar a Israel. -Jesús ignoró las demostraciones de
sorpresa que ahora se estaban convirtiendo en
manifestaciones de enojo-. He venido como su amigo -
continuó, levantando la voz- y no me voy a ir como enemigo
suyo. Pero si esperan que derribe de un grito los muros de
Jerusalén como hizo Josué con los de Jericó, se están
engañando a ustedes mismos.
Los hombres se pusieron de pie a gritos; las mujeres
empezaron a llorar. Tobías fue uno de los pocos que se
quedaron en su sitio, con la cabeza inclinada y orando para
que el maestro tuviera algún fin secreto en mente.
-¿Ahora se vuelven contra mí, tan rápido? -añadió
Jesús-. ¿El amor que me tenían se convierte en odio por unas
cuantas palabras de reprimenda? -Jesús, que estaba junto a un
altar lleno de frutas exóticas y ornamentos de oro puestos allí
en señal de reverencia hacia él, barrió la mesa de un manotazo
y tiró los brazaletes y amuletos de metal al suelo. Se subió al
altar, extendió ambos brazos y se puso a gritar para que lo
oyeran por encima del bullicio-. ¡Siéntense! ¡Cálmense!
Muchos estaban demasiado irritados para escucharlo,
pero las mujeres y los hombres que no habían perdido la calma
los convencieron de que volvieran a sentarse. Jesús habló y
apagó con su voz el murmullo furioso y las quejas.
-No me voy por mí, sino por ustedes -dijo-. Lo único que
siempre han querido de mí es que salve a los judíos. Pero es
imposible salvar a los judíos mientras el mundo sea lo que es

192
Jesus

ahora. Necesitamos un mundo nuevo, nada más ni nada


menos.
Nadie comprendió lo que quería decir, aunque en esas
palabras había un tono de esperanza que apaciguó a la
multitud.
-¿Cómo vas a traer ese mundo nuevo, señor? -preguntó
alguien.
-No lo sé. Sólo sé que no puedo ser lo que ustedes han
imaginado. No soy un guerrero y no puedo defenderlos de los
opresores. -Jesús bajó la cabeza. Su tono manso conmovió a
todos, por muy molestos que estuvieran.
Tobías se puso de pie, incapaz de seguir en silencio.
-No fuimos nosotros quienes rompimos la alianza.
Nosotros hemos tratado de honrar a Dios de todo corazón.
Hemos obedecido sus mandamientos, nos hemos arrepentido
de todos los pecados, incluso de los más pequeños. -Se oyó un
murmullo de aprobación en el salón,
Jesús contestó lentamente.
-Ustedes son las personas más puras que he conocido.
Dios los ama por eso, pero eso no significa que los vaya a
salvar.
-¿Qué quieres decir? ¿Que no hay bondad que le
satisfaga?
Jesús negó con la cabeza.
-Dios es más que bondad: es un misterio.
-¿Y tú no lo has resuelto?
-Todavía no. Pero estoy más cerca que el día en que
llegué.
El aire estaba cargado de un gemido sordo. Tobías miró
a su alrededor.
-No puedes dejamos así, desesperados. Nosotros te
acogimos como nuestro maestro. Enséñanos.
Jesús sacudió la cabeza.
-Déjame ir. Olvídate de que estuve aquí. -Se bajó de la
mesa de un salto y se dirigió hacia la puerta. Las mujeres
empezaron a llorar de nuevo; los hombres se desplomaban al

193
Deepak Chopra

suelo con las manos en la cabeza. Un día que había


comenzado como un festejo terminaba en llanto y desconsuelo.
Tobías alcanzó a Jesús.
-Mira lo que estás haciendo. Vuelve. Sin ti, no
tendremos esperanza alguna.
-Tranquilízate, Tobías, nadie tiene la culpa de esto. -A
pesar de la confusión que había creado, Jesús parecía más
sereno que nunca-. Trae el carro. Nos vamos de inmediato. -
Tobías endureció la mandíbula y se negó a moverse. Con un
tono más amable, Jesús dijo-. Es lo mejor. Dios puede hablar y
aun así provocar llanto. Tú lo sabes muy bien.
Si Tobías manifestó alguna reacción, no tuvo tiempo de
demostrarla porque se dio la vuelta demasiado rápido. Caminó
hacia el pinar donde descansaban los animales a la sombra y,
unos instantes después volvió con el carro y el burro de carga.
Jesús se subió al carro, donde habían cargado dos corderos
por si se acababan las provisiones. Tobías hizo restallar el
látigo sobre la mula que tiraba de la carreta. Cuando se
alejaban, vieron las telas de colores que colgaban de los
árboles, como anticipo de la ovación del mesías en su camino a
Jerusalén.
-Los corderos balaban, afligidos, porque sentían que se
los llevaban lejos de su hogar. Jesús les susurró un rato largo
al oído para que se calmaran, pero no miró ni dirigió la palabra
a Tobías. No quería que se diera cuenta de lo mucho que le
había costado pronunciar ese sermón brutal.
Esa noche, exhaustos de orar, los esenios se
dispersaron. Algunos estaban tan agotados que tendieron las
mantas en el suelo del salón y se tiraron a dormir allí. La
mayoría recogió sus pertenencias y emprendió el camino de
regreso a su hogar, aislado en el medio de las montañas. El
clima era de tristeza y desamparo. La noche pasó tan rápido
como vino. A la mañana siguiente, cuando se despertaron, los
que habían dormido en el salón de reuniones se encontraron
con que los cuadros habían desaparecido, y el revoque se veía
tan fresco y blanco como el primer día.

194
Jesus

DESPUÉS DE ABANDONAR a los esenios, Jesús


bordeó el Jordán, por lo que Tobías tenía esperanzas de que
entrara en Jerusalén después de todo, o por lo menos se
dirigiera a su hogar, en Galilea.
-¿No quieres ver a tu madre y despedirte de ella? -
preguntó. Sin darse la vuelta para mirar, Jesús replicó,
cortante: -Mi madre sabe dónde estoy.
Lo peor que podía pasar era que Jesús se dirigiera a la
famosa Ruta de la Seda, que iba del Nilo hasta los oscuros
confines del Oriente. Desde que era un niño Tobías había oído
hablar de las fantásticas cortesanas a las que transportaban en
literas cubiertas con mantos de oro, princesas convertidas en
prostitutas para el deleite de los emperadores romanos. Sus
camellos llevaban cencerros de plata y el aroma a rosas y
ámbar gris se percibía una hora antes de que las cortesanas
llegasen a destino. Por esa ruta viajaban trenes de especias de
kilómetros y kilómetros de largo y la seda, de los colores del
arco iris, que supuestamente escupían los gusanos, tenía el
tacto de la lana más suave de cordero cortada en capas tan
finas que se podía ver la luna A través de ella. La Ruta de la
Seda llevaba al olvido.
Pero al tercer día, Tobías se dio cuenta de que habían
tomado la ruta hacia Siria, una de las más peligrosas de
Palestina por los traficantes y forajidos enmascarados. El la
había recorrido en sus viajes, hacía años, mientras buscaba a
Jesús. Cada kilómetro había sido un suplicio. Jesús estaba
tranquilo y nunca preguntaba nada a los comerciantes con los
que se cruzaban. Cada vez que llegaban a un cruce, asentía
en silencio para señalar el camino, que quería tomar. A esas
alturas, Damasco estaba apenas a dos días de viaje.
Esa noche, en el campamento, Tobías se desahogó.
-Estás olvidándote de nuestra gente -dijo, removiendo
las cenizas con un palito, abatido.

195
Deepak Chopra

-Que no es lo mismo que olvidarse de Dios -contestó


Jesús. Reflexionó por un instante-. ¿Crees que hay un Dios
para los judíos y otros para los demás?
Tobías negó con la cabeza.
-Conozco tus enseñanzas. Hay un solo Dios para todos.
Pero, ¿no lo han rechazado los gentiles? Ellos han decidido
apartarse de la ley. Los judíos no. Por eso somos el pueblo
elegido.
Jesús no respondió. Ya habían tenido la misma
discusión muchas veces. De todos modos, no era la teología lo
que había amargado a Tobías. A la mañana siguiente, Jesús le
sacó las riendas de las manos.
-Deberías volver. Deja la carga y llévate el burro. -¿Yo
solo? Es muy peligroso -protestó Tobías. Jesús parecía
decidido.
-Pronto te encontrarás con caravanas que vayan hacia el
Sur. Únete a ellas. -Los lugares desconocidos que había
después de Damasco bien podrían haber quedado en el
infierno por lo que sabía Tobías de ellos.
Cuando se subió a la parte trasera del carro, testarudo
como era, y se agachó en el suelo cubierto de paja, Jesús no
dijo nada, al principio.
-No deberías haber soltado a esos corderos -gruñó
Tobías- Alguien o algo se los va a comer. Y para eso los
hubiéramos comido nosotros.
Una hora más tarde, se detuvieron junto a un arroyo
lleno de barro para que la mula y el burro tomaran algo de
agua, y Jesús dijo:
-Yo puedo proteger tu alma. Lo sé mejor que tú. Pero no
puedo proteger tu cuerpo. Tú tienes que estar entre los judíos.
Por muy mal que estén las cosas con los romanos, los esenios
han encontrado un refugio.
Tobías se río con amargura.
-¿Así que me aconsejas que salve mi cuerpo y pierda mi
alma? ¿Es ésa tu enseñanza final?

196
Jesus

Esta era la forma sarcástica que tenía Tobías de


negarse a dejar a Jesús. También fue lo último que dijo antes
de que los atacaran los ladrones. Eran seis -probablemente, un
clan de sirios empobrecidos que se aprovechaban de los
viajeros porque era la única manera de ganarse la vida-,
escondidos en el espesor de la maleza que crecía a orillas del
arroyo. Se abalanzaron sobre ellos dando alaridos feroces,
blandiendo largos puñales de hoja curva. Tobías tuvo una
única oportunidad de salvarse. Se puso de pie, gritando y
sacudiendo las manos en el aire.
-¡Deténganse, deténganse!
Metió la mano en su faja y sacó una pequeña bolsa con
dinero que llevaba escondida, pero los bandidos creyeron que
estaba sacando una daga. El más joven de ellos, tirador
experimentado, le arrojó una lanza corta y rudimentaria
terminada a martillazos en acero. Tobías enarcó las cejas en
un gesto de sorpresa cuando la punta se le incrustó en la
garganta. Soltó un gorgoteo ahogado de sangre y cayó al
suelo, inmóvil. Los ojos quedaron mirando al cielo.
Los sirios se gritaban unos a otros en el dialecto local.
Uno se arrodilló junto al cuerpo de Tobías y le sacó la bolsa
con el dinero. Pareció desilusionarse un poco al no encontrar el
arma, pero el bandido más alto, que al parecer era su hermano
mayor, le dio una patada al cuerpo en señal de desdén ante el
remordimiento del otro. Acercó la cara a la de Jesús a la fuerza
y gritó algo ininteligible. Al ver que Jesús no respondía y tenía
la mirada fija hacia arriba, los bandidos soltaron unas
carcajadas burlonas.
El mayor, que había golpeado a Tobías, estiró la mano
para arrancarle la faja a Jesús esperando encontrar más
dinero. Pero en aquel momento Jesús lo miró a los ojos.
-No -dijo con suavidad.
El bandido lanzó una mirada socarrona a su brazo, que
empezó a temblar visiblemente. No estaba paralizado, pero
tenía que haber pasado otra cosa que sólo el bandido detectó,
porque retrocedió de un salto mientras maldecía entre dientes.

197
Deepak Chopra

Los otros bandidos se quedaron quietos. Después de una


pausa, el mayor se volvió hacia ellos y les gritó con furia. Siguió
una discusión, en la que todos señalaban mucho a Jesús y
blandían los puñales en dirección a él. Estaba claro que los
otros querían robarle y matarlo, y los confundía que su líder, el
más sanguinario del grupo, no los dejara.
Jesús no prestaba atención. Se arrodilló junto a Tobías y
le habló.
-Alégrate de que fuese rápido. Te hubiera enfadado
mucho pensar que nadie dirá el kaddish para ti.
El lugar estaba demasiado lejos y era demasiado
desolado para los rituales; ni siquiera había una herramienta
adecuada con la que cavar una tumba. Jesús se sacó la
vestidura blanca y cubrió con ella el cuerpo de Tobías para
protegerlo del sol. Pero no dijo las oraciones de lamento que
exigía el ritual del kaddish.
-Te libero de tus ataduras terrenales -susurró-. Ve a mi
Padre con regocijo.
Jesús no miró hacia atrás. Por el silencio que había a
sus espaldas, sabía que los bandidos se habían ido valiéndose
de sus destrezas furtivas para no hacer ruido alguno. Ni
importaba si habían escapado o vuelto a esconderse. Jesús
sostuvo la mano en alto y bendijo el cadáver. Ya sin alma, no
era más que una cáscara. Jesús miró el carro y la mula y el
burro; los dos animales estaban asustados por el estallido de
violencia y el olor de la sangre en el aire, así que se habían
quedado cerca del abrevadero, moviendo las orejas para
detectar si seguía habiendo peligro.
Jesús se acercó a ellos y les sacó los arneses; luego
tomó la carga que llevaba el burro y la dejó en el suelo. A partir
de ahora, seguiría a pie. Se sentó unos instantes bajo una
palmera a beber agua del odre que llevaban consigo. Sonrió
para sus adentros. El misterio lo hacía avanzar y parecía
funcionar exclusivamente a capricho. Uno creería que el
mesías conocía el camino, pero de hecho Jesús tenía la mente

198
Jesus

en blanco. Era como si Dios quisiese que recorriera un sendero


donde no había sendero.
Cuando el sol dejó su ardiente zenit, Jesús se cargó el
odre al hombro y se puso de, pie. Saludó a Tobías con la
cabeza antes de marcharse. Cualquier otra persona hubiese
sentido curiosidad al ver las manchas de sangre de la vestidura
blanca que cubría el cadáver, y no por morbosidad. ¿Cómo se
explicaba que un hombre con una herida en la garganta
sangrara, horas después de su muerte, por las palmas de
ambas manos, la frente y un tajo profundo en el costado
derecho? Pero Jesús se alejó sin preguntar.

EL CAMINO INFINITO que llevaba al este fluía como un


río seco lleno de humanidad. Ninguno de los que lo transitaba
podía adivinar quién era Jesús. No llevaba mercancías ni
camellos, así que no era un mercader. Tampoco cargaba con
ninguna tienda como los nómadas y no se detenía a los lados
del camino a orar como los monjes. No usaba reliquias
sagradas como los peregrinos. Además, los peregrinos tenían
un destino en mente. Jesús se topó con uno, un persa que se
dirigía al oeste pero había tenido que desviarse del camino
principal.
-¿Qué buscas, hermano? -preguntó el persa.
-A mí mismo -dijo Jesús.
El persa se rió.
-¿Cómo sabes que no te dejaste en casa?
-No lo sé.
Iban caminando por un terreno de una belleza inusual,
una estepa verde y ondulante que se deshacía en flores
silvestres del amarillo más brillante, como soles caídos a la
tierra. El persa vendía piedras.
-¿Para la construcción? -preguntó Jesús.
-No -contestó el persa, y abrió un cuadrado de seda
cruda para mostrarle el lapislázuli más brillante que Jesús
jamás había visto, de un azul más intenso que el mar Tirio.
Sólo había un lugar en el mundo conocido de donde podían

199
Deepak Chopra

proceder esas piedras: el persa señaló al sudeste, hacia un


lugar muy lejano. Su familia había ido vuelto caminando
durante diez generaciones por la gran ruta, hacia el este y el
oeste, para enriquecerse con un puñado de piedras azules.
-Soy rico, no tengo necesidad de seguir vendiendo -
afirmó el persa-, pero he oído hablar de la Gran Madre, de
Éfeso, que tiene mil senos. Quiero arrodillarme ante ella.
-¿Por qué? -preguntó Jesús.
-Porque no quiero morir antes de encontrar Dios.
-¿Cómo sabes que no lo dejaste en casa?
Al persa le causó gracia el comentario, además de
curiosidad; se bajó del caballo y caminó junto a Jesús el resto
del día. Calculaba que el viajero solitario era judío pero Jesús
no lo afirmó ni lo negó.
-Si no quieres decírmelo, por lo menos dime por qué te
fuiste -insistió el persa.
-Es difícil de explicar. No estoy huyendo de nada no
estoy yendo hacia nada. Si Dios está en todas partes es
imposible perderlo como es imposible también encontrarlo. Y
aun así, debo viajar.
El persa, que no era ningún idiota, dijo:
-O has pensado mucho sobre este asunto o eres un
tonto.
Jesús sonrió.
-Un tonto habría querido jugar con una de tus hermosas
piedras azules. En el lugar de donde vengo, nadie puede
entenderme- Me han adorado y me han despreciado.
Sin previo aviso, Jesús se desvió del camino y se dirigió
hacia un grupo particularmente brillante de flores silvestres. El
persa se detuvo, sin saber qué hacer. Valía la pena pasar
algunas horas de charla para matar el aburrimiento del viaje (él
sabía por experiencia que este tramo del camino, de tres
meses de duración, era apenas una parte del todo, que se
extendía hasta el fin del mundo), pero no ser arrastrado por los
delirios de un loco. De todos modos, esperó.

200
Jesus

Media hora después, Jesús volvió y retomó la caminata


como si nunca se hubiese desviado.
-Sé adonde tienes que ir -dijo el persa. Le divirtió la
expresión de sorpresa de Jesús-. Tardarás varios meses
continuó-, pero cuando llegues a la tierra de los caballos,
donde miles de ellos pastan en libertad, gira hacia el sur. El
mundo es una joroba, y llegarás al punto más alto si te diriges
al Sur. Empieza a subir. Eso es lo que tienes que hacer.
-¿Y cómo lo sabes? -preguntó Jesús.
El persa levantó las manos.
-No es lo que crees, no soy ningún oráculo. Pero tú te
pareces a otros que he conocido. Se llaman "locos por Dios" y
vienen de esas montañas. Tienes que subir muy alto, tanto que
te faltará el aire. La nieve te cegará hasta que creas que la
muerte es apenas otro nombre para la blancura infinita. La
gente normal se vuelve loca si se queda ahí demasiado, pero
algunos se vuelven "locos por Dios", que es otra cosa. -Se
encogió de hombros-. Si les crees.
Una hora después, llegaron a un punto donde el camino
se bifurcaba, y el persa tomó el lado que llevaba a las minas de
lapislázuli. Jesús siguió por el camino principal. A decir verdad,
el extraño le había dado una pista valiosa: quizá Jesús
estuviera loco por Dios, si eso significaba que lo consumía lo
divino hasta que todo lo demás se reducía a cenizas.
Durante meses y meses, una mano invisible había
atendido a las necesidades de Jesús. Cuando tenía hambre,
aparecía comida. Por lo general, eso ocurría como por
casualidad: Jesús se encontraba con un campamento
abandonado donde habían dejado, sin darse cuenta, una
hogaza, o a un animal silvestre se le caía una pata del cordero
que había cazado en una zanja. Jesús comía el pan y asaba el
cordero, dando gracias a Dios mientras lo hacía.
Pero Dios había dejado de guiarlo. Jesús ya no oía
palabras en su cabeza, y mucho menos la dirección que debía
seguir orientándolo en su viaje. Se sentó en un claro de cedros
oscuros, aromáticos, a meditar sobre ese cambio. No se sentía

201
Deepak Chopra

abandonado ni solo. ¿Acaso Dios le estaba pidiendo algo que


él no había visto? No recibió respuesta alguna, así que llegó a
la conclusión de que seguramente seguía un misterio tan
grande que carecía de voz, algo tan inefable que incluso la
zarza ardiente que se le había aparecido a Moisés era
demasiado rudimentaria. Aun así, estaba agradecido por las
indicaciones que le había dado el persa. Tal vez fuera hora de
oír la voz de Dios en todas las voces. ¿O acaso era eso lo más
absurdo que se le había ocurrido?
Al cabo de unos días, Jesús empezó a seguir a los
nómadas por praderas interminables. En sus carretas con
cubierta de cuero, los nómadas surcaban como piratas esas
olas verdes donde corrían miles de ponis salvajes y peludos.
Los nómadas venían del este. Jesús nunca aprendió más que
unas pocas palabras de su lengua nasal, que sonaba como un
cántico. Ellos gesticulaban para darle a entender que subiera a
la parte trasera de su carreta, donde había mujeres y niños
silenciosos amontonados con pollos y ovejas. Jesús observaba
con curiosidad las caras redondas de las mujeres, untadas con
lanolina para darles brillo. Suponía que era una marca de
belleza.
Transcurridas varias semanas, el grupo itinerante
encontró una aldea. Los hombres se volvieron violentos de
repente, encendieron antorchas y empezaron a correr por toda
la aldea dando alaridos. Al verlos, los aldeanos huyeron sin
oponer la menor resistencia. Los nómadas saquearon todo lo
que encontraron a su paso: velas, joyas, sebo, pieles. Mataron
al ganado y lo despiezaron ahí mismo. Con la misma
indiferencia, asesinaban a cualquier hombre o niño que
encontraran escondido entre los pastizales.
Jesús estaba horrorizado. Pronunció una bendición en
silencio por los muertos, a quienes los nómadas despojaron de
adornos y cosas útiles como pantalones de cuero. No tenían
motivo para enterrar los cuerpos, así que los tiraban entre las
vísceras y otras partes inútiles de los animales sacrificados.
Jesús vio que unos hombres se acercaban a la carreta y

202
Jesus

ataban a ella un cordero destetado y dos temeros, animales


que podían engordar en el camino y matar más adelante.
Ninguno de los hombres miró a Jesús dos veces.
Jesús no les tenía miedo, a pesar de las manos
ensangrentadas, que les habían dejado marcas rojas en la
boca y la frente por habérselas pasado por la cara durante la
tarea bochornosa del día, pero se preguntaba por qué no lo
habían matado a él. La caravana volvió a ponerse en marcha.
En la parte trasera de la carreta, las mujeres miraban a Jesús
sin inmutarse, mientras examinaban el botín del pillaje
acurrucados entre la paja.
Entonces comprendió. Había un círculo de paz a su
alrededor. Ya no tenía nada que perder, y eso lo hacía
invisible. Era el viento dentro del viento. Qué extraño que Dios
hubiera obrado ese cambio, sin que nadie lo viera, en silencio.
Si quería, Jesús sabía que podía recorrer la faz de la Tierra en
un estado de bendición permanente.
Sin embargo, no podía. Estar bendito en un mundo
maldito sería insoportable. En el fondo, él lo sabía, y cuando
finalmente se acabaron las praderas, Jesús abandonó la
caravana en un magnífico caballo negro que le entregaron los
nómadas como regalo de despedida. Jesús se dirigió al sur
como le había indicado el persa y llegó a la cima del mundo.
Empezó a escalar y, cuando alcanzó la parte inhóspita donde
la vegetación se marchitaba hasta convertirse en hierba de un
centímetro de alto, Dios dejó de darle comida. Jesús continuó
adelante. Pasado el límite de las nieves perpetuas
desaparecían incluso los pastos secos, y Jesús se sumergió en
la blancura despiadada que había predicho el persa. La única
señal que le daba Dios de que continuase era que no se moría
congelado, a pesar del frío que le calaba los huesos.
Finalmente, tras una semana de cabalgar y caminar, a
Jesús lo detuvo un puño invisible en forma de una enorme
tormenta de nieve que se desató al ponerse el sol.
Hacía días que Jesús vagaba por las montañas y, si no
se había vuelto loco ni muerto de hambre, tampoco estaba

203
Deepak Chopra

"loco por Dios". La nieve empezó a amontonarse en los


ventisqueros, que se transformaban en dunas blancas con la
acción del viento huracanado. Jesús no podía encender fuego;
no había luna en el cielo.
Soltó a su caballo, dándole una palmada en el flanco
para que el animal se alejara al trote; quizá sobreviviera por su
cuenta. La blancura cegadora de la nieve se volvía sofocante
de día, negra de noche. Cuando los ventisqueros le llegaron al
pecho, Jesús sacudió los brazos como un nadador atrapado en
una ola monstruosa.
Pero pronto estuvo exhausto. Sin posibilidades de
escapar, se arrodilló y empezó a orar. Hundiendo el mentón en
el pecho evitaba que los copos de nieve le taparan la nariz.
Los minutos se transformaron en horas, o al menos le
dio la sensación de que así era, y el peso de la nieve
compactada terminó por enterrarlo.
Y así fue como lo encontré, gracias al muchacho del
templo, que vio una extraña montura en la nieve a la mañana
siguiente.

* * *

204
Jesus

Capítulo
14

La apuesta

Jesús tardó cuatro días en relatar la historia que he contado yo


hasta aquí. Para entonces, ya había aprendido a preparar té
casi tan bien como yo (prestaba atención y, a partir del
segundo día, empezó a hacerlo más suave). De hecho,
aprendió a hacer de todo. Aunque en realidad no era mucho.
Todas las comidas eran iguales e implicaban el mismo ritual:
amontonar estiércol seco para encender el fuego en el hogar
de piedra; hervir agua en una olla con-la nieve que se
acumulaba en la puerta; cuando el agua estaba hirviendo,
poner algunas tiras de carne seca de la que colgaba de las
vigas del techo; agregar un puñado de mijo (sacarle primero los
gorgojos) y dejar que hirviera todo hasta que se hubiese
formado una masa pegajosa.
Medida en ollas de mijo pegajoso y cecina, la historia de
la vida de Jesús había sumado veintitrés. Yo había escuchado
sin mostrar reacción alguna mientras él hablaba; cerraba los
ojos, pero nunca me dormí.
Comimos la vigésimo tercera olla y Jesús se puso de pie
para buscar más té diciendo:
-¿Te ha enseñado esto algo sobre mí?
Yo me encogí de hombros.
-Sabía todo lo que precisaba saber de ti antes de que
empezaras a hablar. Y a ti, ¿te ha enseñado algo el viaje? Ésa
es la cuestión.
Jesús sonrió.
-Aprendí cosas raras. Al principio, era alguien que
buscaba, pero todo lo que encontraba se hacía polvo en mi

205
Deepak Chopra

boca. Después Dios hizo milagros a través de mí, pero yo no


tuve nada que ver con ellos.
-¿Y ahora?
-Ahora me he desvanecido. Casi no puedo encontrarme.
-¿Es tan malo eso?-pregunté.
Jesús dudó.
-¿Puedo serte sincero? Pensé que Dios me elevaría.
Su semblante hubiera hecho reír a algunos y a otros les
hubiera dado pena.
-La elevación viene cuando ya no queda nada de ti que
el mundo pueda coger -afirmé-. Ten paciencia. Dios ya te ha
borrado. Apenas distingo una mancha. -Yo jugueteaba con una
sarta de cuentas que llevaba al cuello, sin levantar la vista para
ver si Jesús estaba sorprendido-. Cuando te vi por primera vez,
pensé en un animal común en estas montañas, la liebre
variable.
Jesús se rió.
-Nunca he visto una liebre variable.
-La liebre variable es marrón en verano cuando la nieve
se derrite. Se mezcla con las piedras y la tierra para que los
zorros no puedan verla. Después se vuelve blanca en invierno
cuando vienen las tormentas de nieve. Pero hay un lobo que
también se vuelve tan blanco como la liebre, así que la liebre
sigue estando en peligro, y la lucha continúa.
Jesús dejó la teterita de hierro en medio de los dos. -No
entiendo.
-Ya entenderás.
De pronto, empecé a dar manotazos al aire como si
estuviera tratando de espantar unas moscas. Jesús preguntó
qué hacía.
-Alejo a los demonios -contesté-. Usa los ojos.
Al principio, Jesús no comprendió de qué estaba
hablando. Pero si entrecerraba los ojos, detectaba algo que
resultaba casi invisible: unas sombras fugaces en los rayos de
sol que entraban por el vidrio roto de la ventana.
-¿Te atormentan? -preguntó.

206
Jesus

-Todo lo contrario. Me aman; no pueden estar lejos de


mí. ¡Fuera! -Incliné la cabeza en un gesto burlón-. ¿Y tú? ¿Te
ha dado Dios el don de los demonios?
-Nunca pensé que fueran un don. ¿Conoces a Job?
preguntó Jesús. Negué con la cabeza-. Según las escrituras de
mi pueblo, Dios y el diablo hicieron una apuesta. Buscaron a
un hombre llamado Job que creía en Dios con todo su corazón.
Job vivía en perfecta rectitud y honradez en la tierra de luz. El
demonio apostó a Dios que podía volver a cualquiera en contra
de él, incluso a Job.
-Ah -murmuré-. ¿Y tú crees que ese Dios es benévolo?
No voy a preguntar quién ganó.
-¿Porque ya lo sabes? -dijo Jesús.
-No, porque la apuesta sigue en pie, sólo que esta vez
se trata de ti.
Jesús me miró mientras yo tomaba el té. Había seguido
un misterio hasta el final, y el final era una choza miserable en
un campo desolado de piedra sepultado bajo la nieve. ¿Quién
era yo, a todo esto? Era muy fácil adivinar las dudas que
asaltaban a Jesús.
-No importa quién soy. Tú quieres que Dios gane la
apuesta, ¿no? -dije.
-Sí.
-Bueno, tiene muy pocas probabilidades de ganar. De
hecho, no tiene ninguna: ¿Más té?
Jesús sacudió la cabeza.
-¿Por qué ninguna? ¿Acaso los judíos están malditos
por toda la eternidad? -Pensó en la marca de Caín y trató de
sacarse la imagen de la cabeza.
-Ese diablo del que hablas, ¿cómo se llama?
-Satanás. Le apodamos el Adversario.
Asentí con la cabeza varias veces.
-Eso lo dice todo. Tú quieres que no haya más
sufrimiento humano. Quieres un mundo basado en la pureza y
la virtud. Dios ha oído tus plegarias: te dio milagros; te impartió
fuerza y verdad. Así que, ¿qué te detiene? No una maldición.

207
Deepak Chopra

Te topaste con tu adversario, alguien que va a seguir


empujando a los seres humanos en la dirección contraria por
mucho que tú trates de llevarlos hacia Dios. -Hice una pausa y
di un manotazo fuerte al aire; la nube de diablillos voladores se
estaba acercando demasiado-. Saben que estoy hablando de
ellos -expliqué-. Los demonios son eternos. Ese Satanás no se
irá nunca y, mientras esté, las probabilidades de que Dios gane
la apuesta son nulas.
-¿Porqué?
-Porque los seres humanos no son eternos. Él tiene
tiempo de liquidarlos uno por uno.
Jesús agachó la cabeza. Este viejo había expresado lo
que él más temía.
-Tenía dos personas muy cercanas a mí, un hombre con
la valentía necesaria para salvar a los judíos y una mujer que
quería entregarse por amor a mí. ¿Era obra de Satanás?
-¿De quién si no? -pregunté-. El hombre estaba celoso
de ti y la mujer quería poseerte. Los demonios ciegan a las
personas para que no vean la luz, incluso cuando tienen la luz
frente a ellas.
-Ella estaba muy cerca de mí -murmuró Jesús-. En ella
veía a madre y esposa al mismo tiempo. Veía a todas las
mujeres. ¿Cómo puede ser que eso esté mal?
-Entonces busca la manera de casarte con todas las
mujeres -dije-. En tu camino, eso será posible. Cuando el amor
de una sola mujer sea el mismo que el de Dios, reconocerás la
divinidad de las mujeres. -Me puse de pie de un salto-. Veamos
si podemos encontrar una de esas liebres de las que te hablé.
Jesús estaba desconcertado, pero no opuso resistencia:
sabía que era su función someterse al misterio que se le había
puesto en el camino. Por el momento, era yo el que encamaba
el misterio y hablaba con su voz.
Nos envolvimos en pieles de animales y salimos al frío
glacial. El día estaba clarísimo, por lo que la nieve brillaba con
un resplandor punzante. Jesús bajó la vista, se tapó los ojos
con la mano y siguió mis pisadas mientras yo tomaba la

208
Jesus

delantera. Marchamos por la nieve nueva que había dejado la


tormenta hasta que yo me detuve de pronto y me llevé un dedo
a los labios.
-Shhh. -Me quedé helado, sin moverme, un minuto
largísimo; después avancé arrastrándome, tratando de no
hacer crujir la nieve con las suelas-. Ahí --dije, señalando hacia
delante-. Nos acercamos mucho a una, un macho grande. ¿Lo
ves?
Jesús miró hacia donde yo le señalaba, pero los campos de
nieve eran tan blancos que los ojos se le rebelaron y
empezaron a inundarse de azul: tenía las retinas cansadas.
-No veo nada -aseguró.
-¿Estás seguro?
Jesús se esforzó, pero con la intensidad de la luz era
demasiado doloroso mantener los ojos abiertos más de unos
segundos. Jesús no podía creer que yo siguiera mirando.
-Muy bien -dije-. Cierra los ojos. Déjalos descansar. No
quiero tener que llevarte a casa de la mano. -Jesús se acurrucó
con los ojos cerrados y se tapó la cara con ambas manos. Poco
a poco, el brillo azul se fue desvaneciendo. Jesús sentía que yo
estaba arrodillado a su lado-. Ésta ha sido una excelente
lección -afirmé, satisfecho.
-¿Una lección sobre qué?
-Sobre ti. No podías ver la liebre porque era blanco
sobre blanco. La gente no te puede ver a ti porque eres Dios
sobre Dios. Todo el mundo brilla con una luz divina, tanto que
ciega a todos y nadie puede ver a Dios cuando aparece en
persona.
Jesús se sacó las manos de los ojos.
-No digas eso. Ningún hombre puede ser Dios. Para mi
pueblo, es sacrilegio decir semejante cosa.
La reprimenda no me molestó; al contrario, me hizo reír.
-¿Qué estás diciendo? ¿Que Dios debe obedecer las reglas de
personas que ni siquiera pueden verlo?

209
Deepak Chopra

-Creí que habías dicho que estaban ciegos de verlo en


todas partes. -Jesús notó que empezaba a dolerle mucho la
cabeza; se labia quitado la mano de los ojos demasiado rápido.
-He dicho la verdad. La gente no sabe que ve a Dios en
todas partes. Piensa que ve árboles y montañas y nubes. Eso
es lo que hace la ceguera: esconde la realidad detrás de un
velo. -Me puse de pie-. Espantaste a la liebre, así que
volvamos a casa.
Jesús no protestó. Sería un alivio volver a la choza, que
estaba cálida y oscura y ayudaría a que se le pasara el dolor
de cabeza. Pero mientras volvíamos, su mente seguía
quejándose por algo.
-Tienes que dejar de llamarme Dios.
-De acuerdo. Dentro de poco no será necesario.
-¿Por qué?
Me giré para mirarlo; mi respiración se condensaba en el
aire gélido y se escarchaba en mis mejillas.
-Estás destinado a ser más grande que Dios.
Reconócelo. De nada sirve esconderse.
-¿Qué? -Jesús estaba realmente impresionado-. Voy a
escuchar tus lecciones y tratar de descifrar tus acertijos, pero
no si son una locura.
Ignoré aquella objeción.
-Tú quieres cambiar el mundo. Lo dijiste tú mismo. Dios
se conformó con crearlo. Él no interfiere. Así que si quieres ser
el gran reformista, tienes que aspirar a ser más grande que
Dios.
Jesús parecía desconcertado. Mi lógica tenía sentido, y
yo sin duda estaba satisfecho con ella. Tarareé para mis
adentros durante todo el camino de vuelta. Jesús no tuvo otra
opción más que seguirme. La ventisca había tapado las huellas
que bajaban por la pendiente y, de todos modos, si se iba
ahora, corría dos riesgos: no descubrir nunca cómo había
logrado yo que los demonios me amaran y encontrar la muerte
segura de vagar sin rumbo en la blancura donde nacen los
"locos por Dios".

210
Jesus

ESA NOCHE, JESÚS Comió su plato de mijo en


silencio. Yo, que amo la soledad mucho más que la compañía,
lo observaba sin decir palabra. También sabía que Jesús
estaba preocupado por lo que se había dicho. La choza era tan
pequeña que teníamos que dormir los dos en el suelo, uno al
lado del otro, casi hombro con hombro. Nos quedamos boca
arriba, mirando al cielo, los dos conscientes de que el otro
estaba despierto.
Pasada la medianoche, en un momento, Jesús dijo: -
¿Por qué te viniste a vivir aquí?
-No tenía otra opción. Era eso o suicidarme. -Yo estaba
lleno de sorpresas, y ésta la dije como si nada-. Incluso me
traje una navaja, por si tenía que hacerlo de todas formas' Está
por allí.
-Señalé un armario situado en la esquina. Jesús no pudo
verlo porque la habitación estaba completamente oscura.
-¿Por qué suicidarse? -preguntó.
-Porque yo era como Job y como tú. Miraba alrededor y
todo el mundo parecía estar librando una guerra entre Dios y
los demonios. La gente iba tambaleándose a ciegas entre el
placer y el dolor. Clamaban por Dios a gritos cuando Dios
estaba en todas partes. ¿Qué sentido tiene vivir en un mundo
así si no puedes cambiarlo?
-Pero no te suicidaste.
Me reí en la oscuridad.
-No. Abandoné esa estúpida idea la primera semana.
Con el frío maldito que hacía, pensé que suicidarme sería un
favor, y era demasiado miserable para hacerle un favor a nadie.
Jesús volvió la cabeza en dirección a mí.
-¿Soy yo tan extraño como tú? -¿No puedes adivinarlo
solo?
Los dos nos reímos. Después, Jesús dijo:
-Así que si no te suicidaste, tienes que haber cambiado
el mundo.
-Sí, claro.

211
Deepak Chopra

-¿Cómo?
-Igual que lo vas a cambiar tú. Y no pasará mucho
tiempo antes de mostrártelo. ¿Cuántos, años viviste con los
esenios, cinco? Podrás cambiar el mundo en cinco segundos,
una vez que sepas la verdad..
-¿Cual seria esa verdad?
La verdad que voy a decirte -dije- no significaría nada
para un hombre común y corriente. Tú no te das cuenta, pero
eres el más raro entre los raros. Naciste solamente para servir
a Dios, pero eso no es lo que te hace raro. Ha habido otros,
muchos otros, que solo querían servir a Dios. Tú, sin embargo,
eres como una pluma parada de lado. No es necesario
empujarte: puedo hacer que te caigas con un simple soplido.
Jesús estaba tendido allí, en el suelo duro, envuelto en
una gruesa piel de cabra, pero- aun así más frío de lo que
jamás hubiese imaginado. La oscuridad era tan intensa como la
de tina cueva. Los sentidos de Jesús no detectaban más que la
voz baja de un anciano que le hablaba casi al oído. ¿Podía ser
ese realmente el escenario de una revelación? Jesús esperó.
Antes de que yo pudiera pronunciar otra palabra, la
puerta se abrió con estrépito. Asustado, Jesús se incorporó.
La luna brillaba sobre los campos de nieve. Contra esa luz
fantasmagórica se recortaba una figura.
-No te asustes -dije. Yo estaba relajado y confiado-. Es
de esperar.
-¿Quién es? -susurró Jesús. La figura no hablaba ni se
movía; parecía vagamente humana, pero no cabía duda de que
no lo era.
-Tu adversario está preocupado -dije-. Quiere
detenerme.
Por un instante, a Jesús se le vino a la mente la imagen
de una liebre blanca y un zorro blanco que se abalanzaba
sobre ella: la liebre trataba de escapar de las fauces del zorro
pero éste la degollaba. Inmediatamente, se dio cuenta de que
ya no había nadie en la puerta y de que la figura misteriosa
estaba en el interior de la choza. Una nube ocultó la luna por

212
Jesus

un instante. Ahora la única manera de detectar la presencia


del intruso era escuchar el sonido apenas perceptible de sus
pasos.
"¿Debería tener miedo?", se preguntó Jesús. Yo
contesté.
-No si eres quien creo que eres. -Levanté la voz-. Tú
deberías escuchar también, así aprendes. -Sentimos un fuerte
rugido cerca de donde estábamos acostados, y la choza se
llenó de un olor fétido. Jesús sintió que una oleada de pavor
helado le golpeaba de lleno en el pecho. Estaba temblando,
pero sabía que yo le había puesto la mano en el hombro-.
Tranquilo. Ignóralo y escucha. Ya sabes que Dios está en
todas partes, pero no has dado el paso siguiente, y por eso has
errado sin rumbo por la faz de la Tierra hasta que me
encontraste a mí. Yo estoy aquí para darte la sabiduría que te
liberará de una vez por todas. Si está en todas partes, Dios
también está en ti. Si está en ti, entonces tú estás en todas
partes. ¿Comprendes?
Jesús temblaba como si estuviera teniendo un ataque
terrible; mis palabras habían calado hondo. Él ya no me oía a
mí. Pero sí oyó a alguien. La voz de Dios, que había estado
ausente durante muchos meses, ahora volvía, sólo que esta
vez también era la voz de Jesús: las dos se fusionaban de tal
manera que era imposible distinguir una de la otra.
-No puedes cambiar el mundo mientras seas una
persona. Siendo hombre, nunca escaparás de la guerra entre
él bien y el mal.
Ante aquellas palabras el intruso rugió con tono
amenazador, y Jesús vio dos ojos que brillaban, rojos, en la
oscuridad. Pero la amenaza fue inútil. La voz continuó.
-Sólo alguien que conoce la realidad más allá del bien y
del mal puede conocerme a mí. Yo soy todas las cosas, sin
división. Este Satanás quiere que creas que él gobierna un
lugar donde yo no estoy, pero incluso él está hecho de Dios.
Los ojos rojos, brillantes, se acercaron aún más, y cuando
estuvieron sobre Jesús, lanzaron fuego.

213
Deepak Chopra

-El Adversario no quiere que nadie sepa esto porque, de


ser así, se quedaría sin poder -continuó la voz-. Apenas puede
reconocerlo él mismo. Si él es Dios, no existe la guerra entre
nosotros, pero él vive de la guerra.
De pronto, el intruso lanzó un alarido ensordecedor que
hizo temblar las paredes de la choza. Las mejillas de Jesús
estaban bañadas de lágrimas.
-El golpe final debe venir de ti. No se puede enseñar:
sólo se descubre en el interior. Sigue escuchando -le susurré al
oído.
Con algo de dificultad, Jesús recobró el control. La voz
esperó y luego dijo:
-Sólo quien puede ver los demonios como parte de Dios
es libre. El bien y el mal se disuelven. Se cae el velo y lo único
que se ve es la luz divina: dentro, fuera, en todas partes. La
imagen de un cadáver putrefacto se vuelve tan bendita como la
de un arco iris. No hay más realidad que la luz, y tú eres esa
luz. Tu alma es el alma del mundo entero. En tu resurrección
estará la resurrección del mundo entero.
Mientras la voz hablaba, Jesús contenía la respiración
sin darse cuenta. Ahora soltó todo el aire de un solo suspiro,
un suspiro largísimo. Misteriosamente, a medida que salía de
los pulmones de Jesús, el aire era reemplazado por un
resplandor cálido. Fue una sensación extraña. Parecía que se
le desinflaba todo el cuerpo, pero cuando miró hacia dentro,
Jesús vio lo que estaba pasando en realidad. Lo estaban
abandonando todas las experiencias que había tenido hasta
ese momento. Vio cómo salía flotando una nube de recuerdos,
como si fuesen millones de pájaros que se alejaban volando de
un árbol al amanecer.
-Deja que se vayan todos. Deja de buscar. Es la única
manera de encontrarte a ti mismo -volví a susurrarle.
Esto abrió las compuertas interiores. Jesús vio que los
ojos rojos y brillantes se dirigían a la puerta. Sin saber por qué,
se levantó de un salto y los siguió. Yo no lo detuve. Los ojos se
fueron alejando de la choza. ¿Realmente eran los ojos de

214
Jesus

Satanás o no eran más que los de un fantasma? Lo que sintió


Jesús después fue una ráfaga de aire gélido en el cuerpo
desnudo. Estaba descalzo en la nieve congelada y los talones
se le hundían en la gruesa capa de nieve. El campo estaba tan
blanco que la luz de la luna parecía venir de abajo tanto como
de arriba.
"Déjame verte."
Jesús trató de que su pensamiento alcanzara al
Adversario. Los ojos rojos se volvieron a hacia él, y empezó a
cobrar forma un cuerpo misterioso. Jesús siguió corriendo con
los brazos abiertos para abrazar la figura.
Pero la aparición se desvaneció, y Jesús terminó
abrazando una nube de humo. Se inclinó, sin aire, exhausto y
con punzadas de dolor en las costillas. La luz fantasmagórica
de la luna le hacía sentir que estaba flotando en el aire. Sólo el
frío helado debajo de sus pies le decía que seguía en la Tierra.

DURANTE VARIOS DÍAS, Jesús estuvo acostado casi


como muerto, pero sudando de fiebre. Cuando volvió a abrir
los ojos, se sentía débil y agotado.
-Inhalaste el humo del demonio -dije con calma-. No pudo
hacerte daño, pero dejó su hedor. -Le puse una compresa de
hierbas y nieve compacta en la frente.
Jesús se sentó con debilidad.
-No parece que me ame como te aman los demonios a
ti.
-Todavía no. Satanás tiene más que perder que un
pequeño demonio. Te evitará un tiempo, pero tarde o temprano
van a volver a encontrarse.
Cuando la fiebre desapareció por completo, a Jesús le
costó mucho darse cuenta de que hubiera cambiado algo. En
realidad, se sentía vacío, como si Dios lo hubiese abandonado,
una vez más, para que se las arreglara solo.
Yo seguí con mi rutina diaria, y Jesús trataba de ir a la
par. Pero su corazón estaba en otra parte; él estaba
impaciente. Habían ocurrido cosas extraordinarias en la choza:

215
Deepak Chopra

a Jesús no le cabía duda alguna. ¿Por qué, entonces, estaba


hastiado y preparado para partir?
-Una vez que develas el misterio, todo se vuelve
bastante monótono -dije-. Sé lo que se siente.
Jesús me pidió que se lo explicara. Estábamos sentados
en el umbral, bajo el tenue calor del sol. La primavera estaba
cerca. Los vastos campos de nieve eran del mismo blanco
resplandeciente, pero el goteo constante de los carámbanos
que colgaban del alero indicaba la presencia de una nueva
calidez.
-Para conocer a Dios, debes convertirte en Dios -le
expliqué-. La gente no quiere que le digan eso porque no
coincide con su fantasía de que Dios está sentado lejos, sobre
las nubes. Pero ser Dios no significa que uno haya creado el
universo. Fue Dios el que hizo eso. Él creó el tiempo con la
eternidad, él hizo los cielos y la tierra con un pedacito de su
mente. Cuando digo que te has convertido en Dios, me refiero
a que sabes de qué estás hecho. -Sonreí-. Por suerte, yo lo
descubrí antes de convertirme en esta vara vieja y marchita.
Ésa fue la última charla que tuvimos sobre el tema, o
casi la última. Unos días después, metí un poco de carne seca
y mijo en un saco de cuero.
-Toma -dije cuando Jesús volvió de asearse en la nieve.
Él asintió con la cabeza. No había más preparativos que hacer.
Jesús podía irse cuando quisiera, pero yo le sugerí que
compartiéramos un último té.
Pasé las manos por encima de la tetera. Esta vez no
estaba espantando ningún demonio.
-¿Ves este vapor? -pregunté-. No parece el agua de la
tetera, y mucho menos la nieve que reuní para hervir. Tampoco
parece un río ni -la lluvia ni el mar. Pero las apariencias
engañan. Vapor, hielo y agua son la misma cosa. Saber eso es
estar libre de ignorancia.
Jesús entendía, pero estaba atribulado.
-Todavía me siento como siempre, como yo. ¿Por qué?
Me encogí de hombros.

216
Jesus

-¿Quién dijo que ser Dios era emocionante?


Jesús sonrió.
-Vamos, habla en serio.
-¿Quién dijo que Dios es serio? Hay un universo entero
que cuidar. Dios tiene que reírse para soportamos. -Pero yo
sabía que Jesús ansiaba una respuesta, así que continué-:
Todo conocimiento es limitado. Un hecho, por muy cierto que
sea, apenas socava el vasto campo de la ignorancia. Tú
llegaste a mí queriendo conocer toda la verdad. Y ahora la
conoces, pero tu conocimiento es nuevo. Deja que madure. Y
pase lo que pase, o todo es milagro o nada lo es.
En ese momento, reapareció el muchacho del templo. La
última tormenta de nieve casi había sepultado la aldea, explicó.
No había podido llegar hasta la choza hasta ahora.
-El sacerdote y yo rezamos por ti -dijo, agradecido de
que yo estuviera vivo todavía. Incluso para esa región
inhóspita, el frío había sido terrible.
-¿Por qué rezaste? -Sonreí-. ¿Temías por mi alma? Te
dije que me había olvidado de traerla. Era demasiado pesada,
y necesitaba espacio en mi morral para otras cosas.
Al chico no le gustaba que le tomaran el pelo.
-Quería que, si te morías, fueras al cielo. Si estabas
vivo, unas oraciones de más no iban a venir mal. Eso dijo el
sacerdote.
Le di las gracias y le puse una monedita en la mano para
cubrir el costo del incienso. Después, le dije que acompañara
al forastero a la aldea y valle abajo hasta donde hiciera falta
para que llegara a donde no hubiese nieve y el camino fuera
visible.
Jesús partió sin ceremonias. El muchacho del templo
había estado encerrado durante días, así que ahora no podía
dejar de correr por el sendero, que no era más que un surco en
la nieve. Jesús no se despidió ni miró hacia atrás en dirección
a la choza. Era imposible que yo estuviese mirando desde el
umbral.

217
Deepak Chopra

Jesús no supuso que el chico se hubiese dado cuenta,


pero cuando pudieron divisar la aldea, el muchacho le preguntó
por qué no se había despedido del viejo.
-Sólo digo adiós cuando me voy -dijo Jesús-. Pero no
tengo adonde ir ni de donde irme. Antes sí, pero ya no.
El pequeño se encogió de hombros; supuso que el
forastero hablaba así por la falta de oxígeno. O tal vez se
hubiese vuelto "loco por Dios". El sacerdote le había dicho que
eso pasaba.
Unas horas después llegaron a una grieta, entre las
piedras por donde se filtraba el sol. Allí la nieve estaba
derretida, con lo que se podía ver el camino de montaña.
-Baja la pendiente. No puedes perderte -le indicó el
muchacho a Jesús.
Jesús asintió con la cabeza, le dio las gracias y
emprendió el camino solo. El chico se quedó observándolo
unos minutos antes de que el sendero descendiera hasta
perderse de vista. El forastero no había hablado mucho
mientras bajaban por la montaña. El muchacho le preguntó
cómo se llamaba, pero la respuesta no tenía sentido: Alfa y
Omega no eran nombres propios y, aunque lo fuesen, eran
dos, no uno.

* * *

218
Jesus

Capítulo
15

Luz del mundo

Cuando Jesús se marchó de mi choza, lo único que


pude hacer fue observar desde lejos. Existen muchas versiones
sobre qué fue de él. Les contaré lo que yo vi.
Dos viajeros a caballo bordearon el Jordán, que se
asemejaba a una serpiente sinuosa en medio del desierto. Se
dirigían al norte, desde Jerusalén a Tiberíades, la vulgar capital
donde vivía Herodes en impotente decadencia. Herodes no era
realmente un rey sino un títere real.
-Mira, allí abajo. ¿Qué pasa? -dijo el romano, un soldado
veterano de la caballería llamado Linus. Según él, descendía
de una familia de senadores, pero de hecho había nacido en
las alcantarillas de Ostia, donde el Tíber desemboca en el mar
llevándose las aguas residuales del puerto consigo.
El judío, que se había quedado rezagado con el calor del
día, se puso a la par.
-¿Dónde? -preguntó.
Linus señaló río arriba, hacia un cruce formado por una
depresión entre las formaciones rocosas marrones y veteadas
que delimitaban el Jordán, un sitio muy apropiado para vadear
el río con el ganado.
Linus, que era delgado y estaba curtido por las batallas,
frunció el ceño.
-¿Hay problemas? -preguntó.
En la mano derecha, siempre preparada para luchar,
llevaba un guantelete de cuero cosido con tachuelas de hierro.
Su mano señaló a un grupo de aldeanos que se habían reunido

219
Deepak Chopra

en el vado pero no estaban cruzando ni llevaban ganado


alguno para pastar.
-No son los rebeldes; sería absurdo aquí, a plena luz del
día -contestó el judío-. Además, la mitad son mujeres y niños.
El judío, que resultó ser Judas, sonrió en secreto para
sus adentros. Linus detestaba el hecho de que algunos
despreciables campesinos durmieran en su saucedal. Había
otros a lo largo del río, pero éste era su preferido para robarle a
Herodes.
Una vez al mes, Linus y Judas tenían que llevar el tesoro
a Tiberíades para pagar el tributo mensual a Herodes. La
mayoría procedía de gente que les cambiaba el tesoro por
dinero en el templo, y Caifás le había ordenado a Judas que lo
vigilara. Pero los romanos, siempre desconfiados, insistían en
enviar a uno de los suyos acompañando a Judas para asegurar
una mayor protección.
Judas había hecho ese viaje muchas veces, y el ritual
era siempre el mismo. Cuando divisaba el vado, Linus
bostezaba y anunciaba que quería dormir una siesta en el
saucedal. Judas accedía y dejaba los ojos cerrados el tiempo
suficiente para que el romano robara un puñado de monedas
de plata de las alforjas. Caifás lo dejaba pasar desapercibido
porque consideraba que era un precio necesario, hasta cierto
punto.
-Trata de que comparta contigo su comisión -decía-. -Lo
añadiremos al envío del mes que viene.
Pero a Judas le importaban poco esas cosas. Había
tardado lo mejor de los últimos cinco años en ganarse la
confianza de los funcionarios del tesoro del templo. De cierta
manera perversa, le enorgullecía haber podido infiltrarse tanto
siendo un rebelde fugitivo. Casi todos sus compatriotas de la
banda de Simón habían sido asesinados en las redadas como
represalia contra los rebeldes. Judas estaba seguro de que los
zelotes estaban condenados.

220
Jesus

-Vamos -dijo-. Hay ranas en el barro. ¿Ustedes, los


romanos, no creen que las ranas vienen del infierno? Tal vez
la entrada esté cerca.
-¿-Ranas? -preguntó Linus, entrecerrando los ojos-.
¿Por qué te burlas de mí? -Entonces vio a un grupo de
aldeanos en el agua-. ¿Por qué se están bailando aquí?
preguntó- Pensé que ustedes tenían sitios especiales para eso.
-La mikve -balbuceó Judas-. No lo sé. -Judas sabía más
de lo que aparentaba. Había oído hablar de esa nueva práctica
de bañarse al aire libre, el bautismo, que había empezado en
secreto en las cuevas y cisternas de las montañas pero en los
últimos tiempos se hacía más abiertamente-. Lo hacen para
expiar sus pecados, para purificarse -explicó.
-¿Y por qué no pagan una multa en el templo como todo
el mundo? -gruñó Linus, haciendo un ademán desdeñoso-. No
me lo expliques. Nadie entiende a los judíos, y mucho menos
un judío.
-Es cierto -asintió Judas. Esperó que Linus se calmara
para decir-: ¿Por qué no vas tú delante? Mi caballo está
agotado. Me quedaré un rato aquí para que beba agua.
Linus estuvo tentado. Podía robar más dinero si se
quedaba solo, pero tenía el presentimiento de que podría
tratarse de una cuestión política. Eran cada vez más los judíos
que trataban de librarse de sus pecados por el agua
preparándose para la llegada de un general mítico que lideraría
el ataque a Jerusalén. Pero, ¿qué podía hacer un solo,
soldado (y un judío que no era muy leal que digamos) contra
veinte o treinta campesinos, aunque no tuvieran navajas
escondieras en las túnicas?
-¿Estás seguro de que vas a estar bien? -preguntó.
-Un judío entre judíos: estaré mejor que si vienes
conmigo.
Linus tiró de las riendas para que el caballo hiciera un
gran círculo alrededor de los que se estaban bautizando. El
que parecía dirigir, metido hasta la cintura en el río, parecía un
salvaje vestido con pieles sin curtir y la barba enmarañada.

221
Deepak Chopra

Agarró a un niño pequeño por la nuca y le sumergió la cabeza


en el agua. El pequeño salió resoplando y sonriendo.
-Animales mugrientos -murmuró Linus.
Judas estaba a punto de desmontar cuando se dio
cuenta de que se dirigía hacia él un hombre que estaba
sentado muy cerca, bajo los árboles. Del pelo y la barba
todavía le chorreaba agua del Jordán.
¿Cuánto tiempo había pasado? Eso no importaba:
Judas hubiera reconocido a Jesús incluso en la oscuridad.
-No te molestes en bajar -dijo Jesús-. Sigue a caballo y
yo caminaré a tu lado.
Judas volvió a acomodarse en la montura. Echó una mirada al
grupo que había acompañado hasta entonces a Jesús, a la
sombra. Se encontraban todos arrodillados haciendo
reverencias en dirección a él.
-Veo que las cosas te han salido bien -dijo Judas con
tono seco.
-Y tú pudiste huir de tus amigos los asesinos. -Judas
asintió con la cabeza. Su caballo negro emprendió la marcha,
lentamente, y al avanzar levantó polvo con los cascos. Jesús
apoyó su mano sobre el lomo del animal, acompasando el paso
al suyo. No había rastro alguno de recriminación en los ojos de
Jesús, y a Judas tampoco le importaba: había pasado
demasiado tiempo.
-¿Eres tú quien los bautiza?
-No, no soy yo -contestó Jesús-, es mi primo. La gente lo
considera santo, y algunos lo llaman "mesías".
Judas esbozó una sonrisita.
-Bonito negocio familiar.
Jesús mantuvo la vista baja, fija en la tierra.
-No nos hemos encontrado por casualidad. Tenía que
hablar contigo.
-¿Por qué? Ya no soy una amenaza para ti -dijo Judas
bruscamente, sorprendido de la ira que delataba su voz.
-Una vez te ofrecí la salvación, pero tú no la quisiste. -
Jesús hablaba con suavidad, como un viejo amigo que retorna

222
Jesus

una conversación-. Sé por qué me diste la espalda. Dentro de ti


se estaba librando una batalla, que aún no se ha definido.
Judas se puso tenso.
-Ni lo intentes. Vuelve con los tontos que creen en ti.
-¿Cómo sabes que no eres uno de ellos? -Aunque Jesús
hablaba con tono amable, Judas sintió en el pecho que lo
invadía una oleada de hostilidad que procedía de un rincón
oscuro y le perforaba el corazón como si fuese una garra-. Esa
batalla debe terminar, Judas. Ya no queda tiempo. Te está
acosando la muerte. Acéptame, y yo te salvaré. Pero tiene
que ser ahora -instó Jesús.
Judas se quedó mudo. El dolor que sentía en el pecho
se volvía más intenso: podía tratarse de un hechizo de Jesús
para asustarlo y así- convencerlo de que se rindiera. O de
Linus. Quizás Linus le hubiese puesto una tintura venenosa
para no tener que seguir compartiendo su botín. Judas se puso
pálido y se desplomó en la montura, sin poder moverse.
Cuando reaccionó, se dio cuenta de que Jesús le había
puesto la mano en el pecho. La garra empezó a ceder y el
dolor se fue aliviando de a poco.
-No me crees -dijo Jesús-. Mira detrás de nosotros.
Pero cuando se dio la vuelta, lo único que Judas pudo
ver fue una polvareda arremolinada a unos cuantos metros de
distancia. Era algo que se veía con frecuencia en el desierto,
una pequeña columna llena de ramas y hojas, pero inofensiva.
-No es nada-dijo Judas. Sabía que Jesús tenía poderes,
y levantar viento bien podía ser uno.
-No comprendes. Es ahora cuando se vuelve peligroso
advirtió Jesús, con los ojos clavados en el remolino. El viento
cobró fuerza de pronto y la columna se elevó y empezó a
avanzar hacia ellos. En cuestión de segundos, el viento se
convirtió vendaval y el caballo de Judas se puso nervioso. Al
animal le ardían los ojos y los ollares por la arena que
arrastraba la tormenta. Jesús tuvo que gritar para que Judas lo
oyera-. ¡Escúchame, Judas! Yo te amo, y tú debes aceptarme.

223
Deepak Chopra

La urgencia de esas palabras sorprendió a Judas, pero


un antiguo desprecio se adueñó de su voz.
-¿Todavía con esos misterios? No es más que viento,
ya pasará. -En ese momento, oyeron otro ruido: un alarido
horroroso que procedía del interior del torbellino. Presa del
pánico, el caballo tiró a Judas al suelo. Judas cayó y quedó
cegado por la arena-. ¡Maldito seas! -gritó. Dio un manotazo
desesperado tratando de recuperar las riendas del caballo pero
no encontró más, que aire. El animal ya había desaparecido,
sumido en la tormenta opaca, como un caballo místico que se
evapora con el hechizo de un mago.
Para entonces, la columna de arena ya medía unos diez
metros de altura. Jesús ayudó a Judas a ponerse de pie.
-Satanás no tiene derecho a llevarte -le gritó al oído-.
Entrega tu alma a Dios, acéptame.
Incluso ante la amenaza de la muerte, Judas continuaba
desafiante. Abrió la boca para decir "no" cuando, de pronto,
Jesús se irguió con los brazos extendidos a ambos lados. Las
manos empezaron a brillarle, primero en un pequeño punto del
centro de la palma. Era como una vela que brillaba desde el
interior de una lámpara de aceite. De repente, la marca se puso
blanca y, en cuestión de segundos, salió de ella un rayo de luz.
-Yo soy el Elegido. Dios no se ha olvidado de ti. Ven -
dijo Jesús con suavidad.
Judas cayó de bruces al suelo. Había oído las palabras
con toda nitidez, a pesar del viento huracanado y el silbido
extraño de la polvareda.
-Acepto -gimió, y se desmayó.
Jesús no trató de hacerle volver en sí. La columna de
arena había ganado la fuerza y volumen como para levantar a
un caballo en el aire. Jesús dio media vuelta, caminó
directamente hacia el remolino sin balancearse siquiera y se
metió dentro. En el centro había una calma inquietante. Jesús
miró a su alrededor. Levantó las manos con tranquilidad. La
luz que emitían tembló y se hizo más tenue.

224
Jesus

-¡Apágalas! -gritó-. Te reto a que las apagues. -La luz


dejó de titilar y volvió a brillar con fuerza. El remolino
endemoniado rugió, y aparecieron dos ojos rojos en el caos
que giraba sin parar. Alrededor de ellos se formó una silueta
vaga que podría haber sido casi humana, tal como había
sucedido en el primer encuentro de Jesús con el Adversario-.
Vamos, atrévete -repitió Jesús-. ¿Acaso no estás aquí para
eso, para extinguir la luz del mundo?
Pero Satanás no podía hacer eso, ni tampoco derribar a
Jesús. De la silueta oscura salió una voz socarrona.
-Me inclino ante ti, maestro. Sólo quiero complacerte.
-¿Cómo puede complacerme un demonio? -preguntó
Jesús.
"Mira por encima de tu hombro."
Jesús lo hizo. La densa nube de arena se había
transformado. Era como si Jesús estuviera suspendido en el
aire, montado en un águila, y toda Palestina se extendiera
debajo de él. Vio el mar de Galilea que centelleaba como un
zafiro azul al sol, rodeado por colinas y campos verdes.
"Es tuyo."

Jesús sacudió la cabeza.


-¿De qué me sirve la inmundicia? No veo nada real. -
Sintió una oleada de confusión que procedía de la figura
borrosa, cubierta de polvo-. ¿Todavía crees que eres real? -
preguntó. Levantó la palma de las manos y la luz se volvió más
intensa-. ¿Qué más me puedes ofrecer?
-Puedo mostrarte cómo hacer pan con las piedras. Nadie
volverá a morirse de hambre. Podrás alimentar a las multitudes.
-¿De qué sirve la vida cuando les robas el alma a las
personas? -preguntó Jesús.
De pronto, el paisaje cambió. Jesús se encontró en la
torrecilla más alta del templo de Jerusalén. La vista a la plaza
daba vértigo. Los peregrinos y devotos deambulaban por allí
como manchitas; ninguno miraba hacia arriba.

225
Deepak Chopra

"Te tiraré de esta altura y morirás. ¿Te parece lo


suficientemente real? ¿O esperas que Dios te salve?"
-Mi Padre no desperdiciaría su tiempo. Si me tiraras ante
un cuadro de una manada de leones, ¿necesitaría que alguien
me salvara?
Jesús volvió a levantar las manos, y la luz salió
disparada con tanta fuerza que empujó a Satanás hacia atrás.
La calma inquietante del ojo de la tormenta se desvaneció
hasta convertirse en un ruido ensordecedor.
-¡Renuncia a tu orgullo y a tu arrogancia -gritó Jesús- o
la luz de Dios te destruirá!
La columna de arena se retorcía con furia, como una
serpiente que ha quedado atrapada por el cogote. Jesús cerró
los ojos y empezó a imaginar el mundo. Primero, evocó la
aldea de Nazaret y, a medida que iba divisando cada casa, las
llenaba una por una con la luz blanca de sus manos.
-Que esta luz ahuyente todo lo irreal -oró- Que se
disuelvan las ilusiones de Satanás.
Las paredes de barro y los patios de tierra de Nazaret
empezaron a brillar desde el interior. Jesús pasó a las colinas
que la circundaban y, a medida que veía los pinos y olivares,
los iba llenando de luz hasta que brillaban.
"¿Qué estás haciendo?"
Jesús no respondió. En su mente, el proceso iba
acelerándose y ampliándose en círculos más grandes. Vio toda
la región de Galilea y la llenó de luz. Se estaba anulando la
vieja apuesta por el alma de Job. Y no era por algo que Jesús
hubiese dicho o hecho; ni por algún milagro para deslumbrar a
los incrédulos. El ya estaba más allá de todo eso. El secreto
fundamental residía en sus manos.
Cuando un ser humano no es más que luz pura, la
irrealidad se hace añicos. Jesús estaba propagando la luz a
todas partes, mirando todo lo que había en el mundo y
reemplazando las ilusiones con Dios. Llevaba tiempo, pero él
quería ser minucioso. Cuando terminó, el Adversario suplicaba

226
Jesus

piedad: la luz lo había acorralado en el último rinconcito de la


creación.
El trabajo estaba terminado. Jesús había tardado
cuarenta días y cuarenta noches. Se puso de pie. El poder del
Adversario había disminuido enormemente, pero el demonio no
se había rendido.
"Es sólo temporal. Los hombres volverán a recordarme."
Jesús sacudió la cabeza.
-Te recordarán las cáscaras de los hombres, pero sus
almas están a salvo para toda la eternidad. La apuesta está
ganada. Jesús se arrodilló junto a lo poco que quedaba de
Satanás-. ¿No te preguntas por qué no te he matado? -Con
una sonrisa, dijo-: Te estoy salvando para el día en que me
ames. Ya llegará. ,
El demonio de polvo se desvaneció con un último bufido.
Cuando Jesús se dio la vuelta, vio el cuerpo inmóvil de Judas
tendido en el suelo, justo donde había caído. A pesar de todo
lo que había pasado, Jesús había vuelto al mismo lugar.
Durante cuarenta días, Dios había mantenido a Judas con vida
y, con un ligero roce de Jesús, se incorporó de un salto. No
tenía ni idea de que había pasado más de un minuto.
-Te he protegido --dijo Jesús-, ahora puedes seguirme.
Judas pestañeó, desconcertado.
-¿Quién eres tú? -preguntó, aturdido. -Soy Jesús, tu
señor.
Judas se puso de pie tambaleando.
-Aléjate. No conozco a ningún Jesús, y nadie me puede
esclavizar.
Si no hubiese estado tan apabullado, Judas le habría
dado un golpe. Tenía el puro cerrado ya y los ojos le brillaban,
amenazadores.
Y entonces Jesús comprendió. Satanás no podía hacerle
daño, pero sí podía nublar la vista de todo el mundo y borrarles
los recuerdos. Un último truco del ilusionista. Jesús levantó las
manos para correr el velo que cubría la mente de Judas.

227
Deepak Chopra

Tambaleante como estaba, Judas alzó los puños para


protegerse de un posible ataque.
Jesús dudó.
-Está bien -dijo con tranquilidad-. Si me sigues, tiene que
ser porque me amas por tu propia voluntad.
- ¿Amarte? Habrás perdido la razón, forastero.
Jesús bajó las manos.
-Vete en paz -dijo-. Eso es todo lo que puedo hacer por
poner fin a tu guerra.
De pronto, Judas se sintió débil y perdido. Detrás de él,
oyó el ruido de cascos al galope. En un recodo del camino
apareció Linus al trote, con el caballo de Judas atado a una
cuerda.
-Enséñale a cabalgar a un judío -dijo el romano con
sorna. Si este caballo se hubiese escapado, el sargento de
caballería te lo habría hecho pagar con tu propio pellejo.
Judas asintió con la cabeza. Seguramente se había
desmayado cuando el caballo lo tiró de la montura. ¿Y el
forastero que había perdido la razón? Judas se dio la vuelta,
pero detrás de él el camino estaba vacío y el silencio del
bosque flotaba en el aire cálido, inmóvil.

JACOBO EL TEJEDOR era uno de los mejores de


Magdala, pero cuando un viejo se casa con una muchacha
joven, la dignidad se va volando por la ventana. Jacobo sabía
que la gente se reía de él a sus espaldas, pero a él no le
importaba. En el otoño de su vida, Dios le había traído
consuelo.
-María --dijo Jacobo. No tenía que gritar mucho para
que su voz se oyera por sobre el tableteo de la lanzadera
cuando corría por el telar. Apareció su esposa, sacudiéndose
harina del pelo. Tenía las mejillas manchadas de blanco; era
día de hornear. ¿Puedo molestarle, querida mía? Más añil; me
queda poco.
María asintió con la cabeza.

228
Jesus

-Iré corriendo a casa del tintorero. -Se limpió las manos


con un trapo y fue en busca de su manto.
Desde que había regresado a su pueblo natal, la gente
casi no la reconocía. Se quedaba callada de pronto, incluso en
medio del mercado público. Se cubría la cara más de lo
necesario para una mujer casada y si un joven la miraba de
cierta manera, ella lo fulminaba con la mirada.
Por lo general, tenía una excusa para ir sola a casa del
tintorera en busca de hilo, porque Elías era apuesto y soltero.
Jacobo sabía cuál era el problema: su joven esposa era más
sensible que él a los chismes.
-Es lógico -le decía él, agarrándole las manos para darle
seguridad-. Un corderito es más tierno que un camero viejo.
Los dedos de Jacobo estaban encallecidos por los años
empleados en hacer correr la lanzadera, y María se estremecía
cuando él la tocaba. Pero eso también era lógico, pensaba
Jacobo: la piel de María era demasiado suave para la de él,
que parecía una lija.
María salió con rapidez y tomó un atajo. La casa del
tintorera estaba a apenas dos calles de distancia, pero la gente
miraba por la ventana y, como ella tenía que buscar hilo dos
veces por semana, los ojos burlones la quemaban cuando
pasaba. Había un camino trasero por entre los corrales que
tenían los aldeanos detrás de las casas.

Cuando llegó a la puerta trasera de Elías, le tembló la


mano sobre el pestillo. En parte, se detuvo para inhalar el rico
perfume de las tinturas, en especial el aroma mantecoso del
azafrán, del que el tintorera extraía un color parecido al hilo de
oro. Pero había otro motivo, y ese motivo la hacía temblar.
Elías sintió la presencia de María en la habitación. de
teñido antes de verla a ella. María se acercó por atrás, muy
sigilosamente. El aire estaba turbio por las cubas de hierbas y
flores silvestres en ebullición. Un tintorera de pueblo no podía
costear tintes minerales como el lapislázuli y el cobalto: su azul
venía del añil, y en ese momento Elías levantaba una masa de

229
Deepak Chopra

hilo recién teñido de la cuba. Mientras lo llevaba al tendedero,


se le chorreó el torso, desnudo hasta la cintura, de vetas azul
violáceo.
Entonces la vio.
-Tú. Un minuto.
Ese siempre era el momento más humillante para María,
pero no por mojigatería. Había estado con suficientes hombres
como para que se le borrase todo rastro de puritanismo. Pero
Elías la hacía esperar antes de abrazarla. No bastaba con que
estuviera engañando a su esposo: tenían que recordarle, una y
otra vez, que el más atractivo era el tintorera, no ella.
María dio media vuelta y entró sola en el dormitorio. Se
sacó la túnica y se acomodó en la cama baja. Tenía un colchón
muy bueno, ya que la tintorera sabía elegir la lana. Era lo
suficientemente sensual como para llenar el colchón con la
lana más fina de cordero. En momentos de placer, cuando
estaba tan excitada que se olvidaba de la vergüenza, María
adoraba la sensación suave que le producía en la espalda y los
hombros.

Elías estaba de pie en la puerta limpiándose el pecho


para sacarse la mancha. María le preguntó por qué sonreía.
-Suele ser el hombre el que tiene miedo de que le quede
colorete o perfume. Pero en nuestro caso, eres tú. ¿Cómo
explicarías los labios azules a tu esposo?

Como muchos jóvenes apuestos, Elías sabía lo que


valía, pero no era egoísta. Mostraba una necesidad real por
María y se tomaba su tiempo para amarla. Le besaba los
pechos y, si tenía tiempo, incluso sacaba una vieja copia del
Cantar de los Cantares y le leía poesía. Para María, algunos de
aquellos gestos tiernos significaban mucho cuando él se los
ofrecía; pero ninguno importaba después.

Dio la casualidad de que Elías se había olvidado de


limpiarse unas gotas de tinte de la barba y María se levantó con

230
Jesus

añil en el cuello, del lado donde él había apoyado la cabeza


durante la práctica amorosa. El se dio cuenta y le limpió la
mancha con los dedos húmedos»
-Mírame -dijo, tratando de asegurarse de que se hubiera
ido por completo el azul.
-No quiero.
-¿Por qué no? -María no contestó y se escapó de sus
brazos para vestirse, Elías lanzó una risita suave-. Qué chica
extraña. No tenías que casarte con él para empezar. Vivir con
una manzana silvestre no te saca el gusto por las cerezas a
punto.
De pronto, se oyó un golpe fuerte en la puerta delantera.
Elías corrió las cortinas. Su semblante se ensombreció.
-¿Quién es? -preguntó María, que de inmediato se puso
tan nerviosa como él.
-Cuatro hombres. Corre atrás, yo me aseguraré de que
salgas sin que te vean.

Los hombres que estaban en la entrada habían visto que


se abrían las cortinas, así que golpearon con más insistencia.
Elías no se detuvo para ponerse la ropa: agarró a María de la
mano, la arrastró hasta la parte de atrás de la casa y abrió la
puerta de un manotazo. Pero los vigilantes del pueblo no
actuaban de improviso: tenían todo planificado de antemano y
había otros cuatro, con el ceño fruncido y armados con palos,
en el patio trasero junto al corral de las ovejas.
Sin decir palabra, agarraron a María y se la llevaron a
rastras de la casa.
-¡No! - gritó Elías.
Los hombres ni --siquiera se preocuparon por el amante
desnudo. Se llevaron a María mientras Elías se quedaba
mirando. Transcurrido un instante, él cerró la puerta y volvió al
interior.

No había un muro específico para lapidar a los


delincuentes' como habría habido en Jerusalén. Sin embargo,

231
Deepak Chopra

los ocho hombres tenían en mente un lugar: un lateral de un


molino abandonado. Fue todo un espectáculo obligar a María
a avanzar por la calle. Ella no lloraba ni bajaba la cabeza, ni
siquiera cuando los aldeanos se unieron a la procesión y.
empezaron a silbarle y maldecirla. Alguien corrió a buscar a
Jacobo, el, esposo agraviado, pero la muchedumbre se
impacientó cuando vio que él no venía.
Todos los hombres habían agarrado una piedra y la
habrían atacado sin pensarlo, dos veces. -María no podía
mirarlos; se hundió en el suelo, entumecida y temblorosa.
Qué están haciendo, hermanos?

Todos giraron la cabeza y María no pudo evitar levantar


la vista. Vio a Jesús pero no mostró señal alguna de
reconocerlo.
-Estamos haciendo justicia -le dijo un anciano al
forastero.
-¿Por qué?
-La han encontrado cometiendo adulterio. Todavía tenía
las huellas del pecado frescas sobre su piel. -El anciano miro a
Jesús con recelo: habría sido incómodo que resultase ser un
espía romano.
-El rabino nos ha dado permiso -gritó alguien entre la
muchedumbre, cosa que era mentira, con la esperanza de que
el forastero reflexionara.
-Pero el rabino no está aquí -señaló Jesús, que tenía la
mirada fija en los hombres y no miraba a María-. ¿Por qué
motivo? -Como nadie respondía, continuó--: ¿Será porque
matar también es pecado? Estoy entre judíos, ¿cierto?
-Vete. Nosotros tenemos razón -gritó otro.
-Si tienen razón, permítanme que les entregue una
piedra más grande. -Jesús se agachó y cogió una piedra con
bordes irregulares dos veces más grande que su mano-. El que
esté libre de pecado, que tire la primera piedra. No tiene nada
que temer del Padre, porque nuestro Dios sólo castiga a los
culpables. -Sostuvo la piedra en alto-. ¿Y bien?

232
Jesus

Nerviosos, los hombres se miraron unos a otros. Jesús


dejó caer la piedra, que resonó contra el montón reunido para
la ejecución.

-Voy a hacer un trato con ustedes -dijo Jesús. Se dirigió


hacia María, se agachó y le dio la mano para que se pusiera de
pie-. Esta mujer no volverá a cometer pecado. Si alguno de
ustedes ve la más mínima mancha en ella a partir de hoy,
vendré yo mismo y me encargaré de imponer el castigo.
La vergüenza había reemplazado en gran parte la ira de
la multitud, pero ahora se oían murmullos.
-No puedes prometer semejante cosa -declaró el
anciano. -Lo prometo no sólo por ella, sino por todos ustedes.
¿Acaso no está escrito que alguien vendrá para llevarse los
pecados de todos ustedes? Quizá sea hora de creerlo.
La muchedumbre empezó a susurrar.
-¿Cómo puedes decir que eres el mesías? -preguntó el
anciano con desconfianza.
-¿Qué esperaban? ¿Un gigante que bajase en una
carroza de fuego? -contestó Jesús-. En otro tiempo, yo también
esperaba algo semejante. -María lo miraba fijamente con el
mismo desconcierto que Judas. Trató de soltarse, pero Jesús
le habló en secreto al oído-: Tú quisiste poseerme con tu amor,
¿no te acuerdas? -Ella empezó a temblar.
-¿Qué eres tú de esta prostituta? --quiso saber el
anciano-. Ella tiene esposo, y lo ha injuriado enormemente.
-Soy su esposo del alma y a mí jamás me ha injuriado -
dijo Jesús. Mientras atravesaba la muchedumbre con María de
la mano, Jesús miraba a ambos lados-. Traigo buenas nuevas
de Dios, suficientes como para llenar el mundo. Pero primero
tengo que llevar a esta mujer a que se purifique.
María se encontraba aturdida; sólo era consciente de
que no los seguían. Unos minutos después, pasó ante la casa
de Jacobo el tejedor, que tenía las puertas y los postigos
cerrados. Jesús vio que ella la miraba, Y le dijo:

233
Deepak Chopra

-Deja vida atrás. El Señor ha preparado el camino antes


que yo. No bastó para tranquilizarla. Pronto se encontraron
lejos del pueblo. Al borde del camino corría un arroyo; María
podría lavarse y quitarse el polvo y las lágrimas de la cara-. Y
esa última mancha azul -dijo Jesús con una sonrisa.

María se sonrojó de vergüenza, pero cuando se arrodilló


junto al agua y se mojó la cara, se quitó mucho más que el
polvo y las lágrimas. Alrededor de su reflejo brilló un
resplandor como el sol del mediodía mientras Jesús sostenía
una mano sobre ella. Con un grito ahogado, María se dio vuelta
rápidamente. Durante una milésima de segundo, se formó un
halo sobre Jesús, pero el resplandor desapareció enseguida.
Atemorizada, María apenas pudo susurrar: -¿Quién
eres? '
-Aquel al que el mundo espera. Pero he venido a ti
primero. -¿Por qué?
-Porque sé qué te purificará y te liberará de pecado para
siempre.
Lo lógico hubiera sido que María derramara más
lágrimas, de alivio y gratitud O, por lo menos, como
consecuencia del susto. Pero María no lloró. Llena de asombro
y paz, preguntó:
-¿Qué me has hecho?
-Hoy te he dado nueva vida -replicó é con suavidad

María lo vería repetir la misma bendición una y otra vez,


desde ese momento hasta que llegara el final. Un final terrible,
pero ella no podía preverlo. Muchas veces le tocó a ella ayudar
a ponerse de pie a las personas aturdidas a quienes Jesús les
imponía su mano.
-¿Qué ha pasado? -balbuceaban aquellos que
encontraban las palabras. La mayoría no podía.
-El ha matado a la persona que eras para que pueda
nacer quien eres de verdad.

234
Jesus

Era una buena respuesta, aunque los discípulos que


dedicaban horas a memorizar lo que decía Jesús la pasaran
por alto. Pero rara vez importaban las palabras. Jesús había
abierto una ventana a la eternidad, y María miró por esa
ventana durante el resto de su vida.

LAS NOTICIAS DE la ejecución tardaron días en llegar a


Nazaret, así que la aldea durmió pacíficamente un tiempo más.
La semana de Pascua trajo consigo un banquete que duró
media noche. Para sorpresa de todos, Isaac el ciego se levantó
de su lecho de enfermo para estar presente. Su hija menor,
Abra, lo llevó de la mano. Aunque Isaac no podía ver los
decorados -sedas satinadas, tapices y estandartes preciosos
guardados en arcones de cedro todo el año o mesas que
crujían bajo las torres de dulces-, tenía un recuerdo vivido de
años anteriores.
-¿-Todo esto por el ángel de la muerte? -preguntó. Abra
estaba avergonzada.
-Dios salvó a los judíos del ángel de la muerte y nos
sacó de Egipto. Ya lo sabes --dijo ella, mirando a los otros
invitados como para excusarse-. Espero que sepan disculparle,
es muy anciano.
-Y estoy enfermo, no te olvides -agregó Isaac
alegremente-. Anciano y enfermo.
Abra bebió copiosamente en el banquete y se quedó
dormida en una silla antes del amanecer. Las otras hijas de
Isaac ya estaban durmiendo, en casa. Isaac le dio las gracias
a Dios por proporcionarle el momento adecuado para escapar.
Con su bastón, salió sigilosamente y caminó dando golpecitos
hasta que llegó a las afueras del pueblo, donde empezaban los
perfumados bosques de pinos.
El anciano se sintió menos seguro allí, al dejar atrás la
última casa de la aldea. ¿Qué camino quería el Señor que
tomara? Una ligera brisa le acarició la mejilla derecha, señal de
que tenía que doblar a la izquierda. Isaac volvió a dar gracias
a Dios. Giró, tropezó con unas piedras y casi se cayó en dos

235
Deepak Chopra

ocasiones; luego se detuvo y esperó con paciencia otra señal


divina. No oyó ninguna, y después, con la agudeza de los
ciegos, percibió que había alguien cerca.
-¿Jesús? -balbuceó. Su última enfermedad lo había
dejado tan débil y demacrado que su estado era preocupante.
No tenía fuerzas para seguir.
-Aquí estoy --dijo Jesús.
-Anoche soñé contigo -comentó Isaac, tanteando
delante de él para ver dónde se encontraba Jesús.
-Mejor no me toques -pidió Jesús-. Todavía no.
-Ah. -Isaac comprendió. En su sueño aparecía todo
claramente. La corona, la sangre que se deslizaba por la frente
de Jesús. El peso aplastante sobre sus hombros y la multitud
que lo abucheaba y se burlaba de él. Cuando se despertó esa
mañana, Isaac estaba temblando. Apenas pudo contenerse y
no desatarse echándose a llorar delante de Abra.
Pero Jesús no parecía triste, así que Isaac tampoco
quería estarlo.
-Te dije que tenías el don. Tal vez más que yo.
Dejaremos que Dios lo decida -afirmó.
Isaac sintió una bocanada de aire tibio en la mejilla, que
le trajo una sensación dulcísima, una mezcla de inocencia
infantil con dicha maternal: no se podía describir una sin la otra.
Entonces el anciano no pudo contener las lágrimas, y las
dejó fluir sin vergüenza alguna.
-¿Moriré yo también hoy?
-No creo que eso sea posible, a menos que yo haya
muerto. Yo no he muerto -dijo Jesús-. Nadie volverá a morirse
jamás.
Isaac respiró hondo.
-Eso es bueno.
Empezaron a pesarle las extremidades y se cayó al
suelo. Las piedras parecían tan suaves como una pluma. Tenía
los ojos llenos de una nueva sensación. ¿Era eso lo que
llamaban luz? La única luz que había conocido él estaba en los
sueños. Esta luz era mucho más vibrante: se estremecía de

236
Jesus

vida. Isaac estaba deslumbrado con la luz del día. Levantó la


vista y se encontró con Jesús, de pie frente a él con una túnica
blanca y una expresión llena de compasión. No podía hablar.

-Dios te ha abierto los ojos para que veas un misterio


explicó Jesús-. He caminado por la tierra como el hijo del
hombre, y él está sufriendo en este preciso instante. Los
discípulos lloran al pie de la cruz. Los romanos lo abuchean y
torturan.
-Lo he visto -dijo Isaac-. Ha sido horrible.
Jesús negó con la cabeza.
-No fue más que un sueño para mí. No vengo a ti como
el hijo del hombre, sino como el Hijo de Dios. Así que
regocíjate.
Isaac quería con todas sus fuerzas creer en las palabras
de Jesús.
-Creerás antes que el resto. ¿No has dicho siempre que
Dios está en todo? -preguntó Jesús.
-Cierto. Incluso aunque fueras un demonio perverso al
que han enviado para tentarme, tienes que ser Dios.
-Soy el mesías, Jacobo. La larga espera del mundo ha
terminado. Y la tuya también.
De pronto, la diferencia entre la luz del día y la figura de
Jesús se difuminó. Su resplandor era gozoso e insoportable al
mismo tiempo.
Entonces Isaac sintió que Jesús lo levantaba en sus
brazos como a un niño. El viejo estaba ciego de nuevo.
-¿Vendrás conmigo? -preguntó Jesús-. Quiero que nos
encontremos con nuestro Padre.
Isaac se sintió más cansado que nunca. No podía reunir
las fuerzas para decir que sí. Pero seguramente lo hiciera,
porque el aliento cálido de Jesús le cubrió la cara como una
bendición y entonces... silencio.
Cuando Abra se despertó de su sueño ebrio, sintió una
punzada de culpa, seguida de la esperanza desesperada de
que sus hermanas se hubiesen llevado al padre a casa. Pero el

237
Deepak Chopra

grupo de búsqueda que encontró el cuerpo de Isaac en el


bosque ya volvía a Nazaret con el cadáver envuelto en una
mortaja. Cuando salía, Abra oyó que las mujeres lloraban a
gritos.
Se le llenaron los ojos de lágrimas y empezó a orar por
el difunto, pero no lloró. Isaac estaba viejo y enfermo; Dios
había tenido piedad de él. Abra alcanzó la procesión y tocó la
mortaja. Su blancura le trajo paz. La ciudad de Dios tenía que
ser así de blanca.
Empezó a llenársela de dolor el corazón, pero no por
eso cedió la paz. Después de todo, el mesías no tardaría en
llegar. Eso decían todos en Nazaret, y Abra era de las que
creían.

238
Jesus

Epílogo

Como sabrán, los aldeanos son muy supersticiosos con


respecto a mí. Ellos piensan que soy una especie de mago
negro y yo los considero una verdadera molestia, por lo que
guardamos las distancias. Con el tiempo, la mayoría se olvidó
de mí. Me convertí en una especie de árbol retorcido que
sobrevive en una cima azotada por el viento, otro pino chueco
que se mantiene en pie por pura rebeldía.
Así que al muchacho del templo -que ya ha alcanzado la
edad suficiente para él sacerdocio- le asombró que yo
desapareciera. Una mañana de primavera, subió como pudo
hasta la choza con un montón de leña y se encontró con la
puerta abierta de par en par. Seguramente llevaba abierta
bastante tiempo, a juzgar por cómo había desordenado el
viento mis escasas pertenencias y puesto mi silla patas arriba.
Nadie volvió a verme.
Más abajo, en el lugar donde la gente de las montañas
nunca se anima a ir, las caravanas se hicieron más numerosas
cuando pasaron las tormentas de invierno. Yo había bajado
caminando y me había puesto al lado del camino, a observar.
Un día, paró un carro y se bajó de él un viajero. El hombre
caminó unos cuantos pasos y se arrodilló. En las manos
llevaba una crucecita de madera.
Esperé unos minutos antes de decir:
-Yo lo conocí.
El viajante volvió la cabeza para mirarme.
-¿Cómo? Soy el primer discípulo que viene por aquí.
Me encogí de hombros.
-Aun así.
Hice un gesto para se acercara a mí: estaba preparando
té en el brasero. El viajero aceptó, por algo más que cortesía, y
empezó a hablar. Había sido discípulo de Jesús casi desde el

239
Deepak Chopra

principio. De su boca salían palabras entusiastas sobre el


mesías, sobre las conversiones milagrosas que se extendían
como reguero de pólvora. Muchos habían visto al Cristo
resucitado, dijo. La emoción de su relato entusiasmaba tanto al
viajero, llamado
Tomás, que se olvidó de tomar el té.
Cuando se lo señalé, Tomás sonrió casi para sus
adentros. -No sólo de té vive el hombre.
Le pregunté por Judas. Tomás se asombró de que yo,
que parecía más consumido que un mono viejo, conociera el
nombre de Judas. Sacudió la cabeza.
-Un traidor y un demonio que merecía terminar en la
horca. -Cosa que Judas se había encargado de hacer, él
mismo, después de darle la espalda a Caifás en su propia cara-
. Se ahorcó en un árbol que estaba en plena floración -contó
Tomás-, y de la noche a la mañana las flores blancas se tiñeron
de un rojo sangre.
Asentí con la cabeza.
-Así que Judas será maldito y tú bendito. Bien. -Hace
falta vicio para que la virtud sea agradable. Tomás me miró con
desconfianza.
-Es verdad -insistió-. Puse la mano en las heridas de
Jesús cuando se levantó de entre los muertos, y eso también
es verdad.
Empecé a apagar el fuego del brasero, que soltó un
humo sucio y con olor a estiércol.
-La verdad es tan misteriosa como Dios.
En aquel momento, el conductor del carro le gritó a
Tomás; se habían quedado muy rezagados de la caravana.
Tomás se puso de pie con reticencia: quería probar de nuevo
conmigo.
-¿Seguirías a mi señor si yo demostrara que se levantó
de entre los muertos?
-No --contesté yo-. Lo sigo porque tengo que hacerlo.
Tomás se quedó perplejo, pero esperó junto al carro
mientras yo recogía" brasero y mi morral. Podría haber viajado

240
Jesus

en el carro con él, pero yo insistí en caminar detrás. Atravesé


tormentas despiadadas, sufrí los insultos y pedradas de los
niños que seguían a Tomás cada vez que se iba de una aldea,
bebí agua sucia de un trapo empapado en barro cuando
encontramos un pozo que al final estaba seco.
¿Adonde íbamos? No pregunté ni me importaba. Le
debía eso a Jesús. Yo lo había desafiado a que cambiara el
mundo y él lo había hecho. La luz nos precedía adonde
fuésemos. Yo me quedaba dormido mirando las estrellas, que
parecían agujeritos diminutos hacia otro mundo. A veces iba
hasta la línea brillante trazada entre este mundo y aquél. Allí
me encontraba con Jesús. No hablábamos nunca, sino que
nos bañábamos en el resplandor que vence todas las ilusiones.
No le comentaba a Tomás esos viajes. Él me hubiera
creído, aunque jamás hubiera creído que Jesús siempre venía
con Judas.
-Eres un alma grande -le decía yo a Judas-. Estuviste
dispuesto a hacer de villano en la Tierra. Has de amar
muchísimo a Jesús.
Judas era humilde para los elogios y se limitaba a decir:
-La Tierra es hija de Dios. ¿Cómo no iba a ayudar a un
niño? -Entre nosotros, estaba claro que sin Judas no podría
haber existido esa cosa nueva llamada cristianismo.
Por supuesto, hace mucho que dejó de ser algo nuevo.
A veces, al árbol donde se ahorca alguien se le llama "árbol de
Judas"; Tomás es Tomás el bendito. Todo eso era necesario.
¿Para qué? Para el momento en la vida de toda alma cuando
se cae el velo y, debajo de todo espectáculo de riqueza y
pobreza, salud y enfermedad, vida y muerte, la creación canta
una sola palabra: "hosanna".

241
Deepak Chopra

242
Jesus

Guía para el lector


15

Jesús y el camino a la iluminación

El relato ha terminado y, hacia el final, Jesús ya ha alcanzado


la iluminación: ve a Dios como una luz pura que anima cada
rincón de la creación. Así como el Jesús del Nuevo
Testamento llama a sus discípulos, incluso a Judas, "la luz del
mundo", el Jesús de esta novela ve a Dios hasta en el hombre
que ha de traicionarlo. Nada puede quedar excluido de Dios, ni
siquiera el mal, en la forma de Satanás.
¿Así se sentía Jesús realmente? ¿Así se convirtió en el
mesías? Muchos lectores dirán que no, y con razón. Para ellos,
cristianos creyentes (o no), Jesús es estático: no tuvo
problemas ni evolucionó. Nació divino en un establo de Belén y
siguió siendo así durante el resto de su vida.

El Jesús estático se aparta de la experiencia humana y,


si eso lo hace único -el único Hijo de Dios-, también crea una
brecha. Esa brecha ha sido imposible de zanjar durante dos mil
años. Millones de personas han adorado a Cristo sin haber
experimentado transformación alguna. A excepción de un
puñado -de santos, el cristianismo no ha convertido a los
creyentes en la "luz del mundo", aunque claramente Jesús
pretendía que eso ocurriera, de la misma forma que pretendía
que el Reino de Dios descendiera a la tierra durante sus años
de vida. Al igual que Buda y todos los demás iluminados,
Jesús quería que sus seguidores también llegaran a la
iluminación.
El único modo de seguir las enseñanzas de Cristo es
alcanzar su propio estado de conciencia. En mi opinión,

243
Deepak Chopra

alcanzar la conciencia de Cristo significa recorrer el mismo


camino que é transitó hacia la iluminación. Por ese motivo, el
Jesús de esta novela se enfrenta con dudas y contradicciones
cotidianas. Se pregunta por qué Dios deja que el mal gane
continuamente; no se siente apto para cambiar a otras
personas; se debate entre el amor por los hombres y las
mujeres y el amor divino. Dicho de otra manera, Jesús se
propone resolver los misterios más profundos de la vida: ése es
el principal motivo por, el cual no es estático, como suele
parecer en la versión bíblica.
¿Una enseñanza imposible?
Entiendo perfectamente que los cristianos confirmados
se toman las enseñanzas de la iglesia con seriedad y que les
moleste el hecho de que otros cuestionen la imagen que ellos
tienen de Jesús. Sin embargo, el Jesús del Nuevo Testamento
ya plantea enormes contradicciones. Trata de ponerte en el
lugar de una persona del siglo I -no necesariamente judía- que
jamás ha oído hablar de Jesús hasta que un día pasa junto a
una gran multitud que se ha congregado al pie de una montaña
para escuchar a un predicador itinerante. Por pura curiosidad,
te quedas a escuchar también.

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos


es el reino de los cielos.
Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán
consolados.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la
tierra.
MATEO 5, 3-5

Detengámonos aquí. Por mucho que tratemos, es casi


imposible escuchar el Sermón de la Montaña con inocencia.
Cada palabra ha sido absorbida por completo en la cultura de
Occidente, se ha mantenido durante demasiado tiempo como
una promesa y un ideal.

244
Jesus

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos


verán a Dios.
Bienaventurados los pacíficos., porque ellos serán
llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la
justicia, porque suyo es el reino de los cielos.
MATEO 5, 8-1 0

Por muy hermosas que sean estas palabras, pensemos


en lo fácil que resulta olvidarlas. Los pobres de espíritu no
parecen muy bienaventurados que digamos; más que nada,
son ignorados, si no malditos. Los millones de afligidos no
encuentran consuelo. La Tierra parece de los más ricos y
carentes de escrúpulos.
Hay algo perturbador en un evangelio que nunca se
cumplió o, si eso suena demasiado duro, un evangelio que
exige más de la naturaleza humana de lo que estamos
dispuestos a dar. El Sermón de la Montaña sigue dando
muchas otras enseñanzas impracticables, por ejemplo:
"Ustedes han oído que se dijo: 'Ojo por ojo, diente por diente'.
Pero yo les digo: no hagas frente al malvado" (Mateo 5, 38-39).
¿-Es, aunque sea remotamente, posible obedecer ese
mandamiento? ¿Qué hay de la necesidad de combatir el mal
en nombre del bien? Todo, desde el control criminal en
las,"guerras buenas", se basa en la premisa de que hay que
oponer resistencia al mal. A continuación de esa cita del
sermón viene la famosa frase de Jesús según la cual hay que
poner la otra mejilla, lo que lleva a improbabilidades incluso
mayores: "Al contrario, si alguno te abofetea en la mejilla
derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera litigar contigo
y quitarte la túnica, déjale también el manto; y si alguno te
fuerza a caminar una milla, ve con él dos. Da a quien te pida, y
no vuelvas la espalda al que desee pedirte prestado" (Mateo 5,
39-42).
Como consejo para la existencia material, el sermón es
en extremo desconcertante. Jesús les dice a quienes lo

245
Deepak Chopra

escuchan que no planifiquen para el futuro ni ahorren dinero:


"No acumulen riquezas en este mundo, donde la polilla y la
herrumbre las destruyen, y donde los ladrones penetran y las
roban; acumulen tesoros en el cielo" (Mateo 6, 19-20).
Literalmente, Cristo incluso pide a sus seguidores que no se
ganen la vida: "Por eso les digo: no se inquieten por su vida,
por lo que han de comer y de beber; ni por su cuerpo, qué han
de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más
que la ropa? Miren cómo las aves del cielo no siembran, ni
siegan, ni encierran en graneros, y sin embargo, el Padre
celestial las alimente.. ¿No valen ustedes más que ellas?"
(Mateo 6, 25-26).
La tendencia general del sermón es contradecir nuestros
instintos sobre la manera en que debemos vivir en el mundo.
¿Por qué Jesús quería que fuéramos contra la naturaleza
humana? Yo no creo que quisiera eso. Por el contrario, él
quería que nos transformáramos, es decir, que fuéramos más
allá del yo más bajo y sus necesidades impulsadas por el ego.
El Sermón de la Montaña y casi todas las enseñanzas del
Nuevo Testamento apuntan a una existencia superior que sólo
se materializa en el conocimiento de Dios, un estado de
conciencia en unión con lo divino.
En cuanto a la fe, el cristianismo le dio la espalda a una
llamada muy radical a la transformación. La ética protestante
del trabajo contradice descaradamente la enseñanza de Jesús
de no planificar de antemano ni preocuparse por el futuro. Si el
catolicismo está tentado de sentirse complacido porque los
protestantes desobedecen a Cristo, ¿cómo hacen para vivir con
las líneas más famosas del sermón? "Ustedes han oído que se
dijo: 'Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo'. Pero yo les
digo: amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen,
para que sean hijos de su Padre que está en los cielos" (Mateo
5, 43-45). Si el catolicismo se hubiera tomado eso a pecho, la
historia mundial no habría conocido ni la inquisición ni las
cruzadas.

246
Jesus

Lo de amar al, enemigo me recuerda una historia de la


segunda guerra mundial que siempre me emociona hasta las
lágrimas. Los nazis hicieron prisioneros a monjas y monjes
jesuitas y los enviaron a los campos de concentración, junto a
los judíos, gitanos y homosexuales. Una de las monjas fue
sometida al horror y perversión de los experimentos médicos
asociados con el doctor Josef Mengele, el temido "ángel de la
muerte" de Auschwitz. Quien se ocupaba de las torturas era
una mujer, una de las enfermeras de Mengele. Víctima del
sufrimiento extremo, la monja sabía que estaba a punto de
morir y, como último acto, se sacó el rosario del cuello. Se lo
dio a la enfermera, que, desconfiada, retrocedió y le preguntó
qué estaba haciendo. La monja respondió: "Es un regalo.
Acéptelo, junto a mi bendición". Esas fueron sus últimas
palabras antes de morir.
Ella fue un ejemplo vivo de "no hacer frente al malvado"
y, en pocas palabras, nos dice que las principales enseñanzas
de Jesús dependen de una conciencia superior. Pocos podrían
responder con compasión a la maldad profunda, intencionada,
a menos que, como en el caso de esta monja, la compasión se
hubiera convertido en parte de nuestra naturaleza. Además,
esa compasión debe reemplazar todo lo que no sea
compasivo, esos instintos que nos obligan a resistir y maldecir
la maldad y luchar contra ella cuando toca nuestra vida.
Jesús fue el producto de la transformación y quería que
los demás también lo fueran. Sin ese proceso, sus enseñanzas
no son solamente radicales, sino impracticables (a menos,
claro, en esos momentos privilegiados cuando nos
encontramos actuando con más amabilidad, más cariño y
menos egoísmo de lo habitual).
Entonces, ¿cuál es el camino que trazó Jesús? Hay
partes que ya nos resultan familiares. Jesús les dijo a sus
discípulos que oraran. Les pidió que confiaran en Dios. Debían
tener fe para obrar milagros. Su actitud hacia el mundo sería de
paz y amor. Millones de cristianos siguen tratando de vivir
según esos preceptos; aun así, tiene que faltar algo crucial,

247
Deepak Chopra

porque no vemos que se haya producido una transformación a


gran escala en la naturaleza humana de los cristianos. Los
cristianos parecen tan inclinados como el resto de nosotros a
ser poco cariñosos, violentos, egoístas e intolerantes, con la
diferencia de que están tentados de usar su religión para
justificar su comportamiento. (En eso no están solos: todas las
religiones organizadas crean una ética que disfraza las
flaquezas humanas con una retórica de pretendida superioridad
moral.)

La clave que falta

El camino que trazó Jesús esconde mucho más, y gran


parte pasa inadvertida porque su enseñanza no se ha visto a la
luz de una conciencia superior. Entrar en el Reino de Dios no
quiere decir esperar la muerte y luego unirse a Dios, sino que
es un acontecimiento interno aquí y ahora por el cual la
naturaleza humana se convierte en algo más elevado. El
Sermón de la Montaña apunta a un mundo transformado que
depende de que cada persona siga los consejos de Jesús.
Volverse hacia dentro suena familiar -todas las tradiciones
espirituales lo exigen-, pero, ¿qué hacemos cuando llegamos
ahí dentro? Ésa es la clave que falta. En líneas generales, el
proceso de transformación sigue siendo el mismo que cuando
Jesús estaba vivo.

Paso 1.-
Cambiar de percepción. El Sermón de la Montaña se extiende
a lo largo de tres capítulos del evangelio de Mateo y toca varios
temas. Sin embargo, en todo el sermón, Jesús vuelve una y
otra vez al mismo principio general: la realidad de Dios es lo
contrario de la realidad material. Por eso los mansos recibirán
la Tierra, por eso no hay que resistir al mal, por eso tenemos
que amar a nuestros enemigos. Hace falta un cambio de
percepción para ver eso, el mismo cambio que hizo Jesús para
llegar a la unidad con Dios.

248
Jesus

Paso 2.-
La Providencia de Dios es para todos. Cuando dice que los
primeros serán los últimos, Jesús no se refiere al mundo
material, sino a la acción de gracias. La piedad, como la lluvia,
es para los justos y los injustos por igual. Las aves del cielo y
los lirios del campo no son humanos, pero se benefician de la
Providencia y, si pensamos que tenemos que luchar para
sobrevivir, no conocemos a Dios. Al estar en todas partes, Dios
se hace sentir en todas partes (de más está decir que "él" y
"ella" son intercambiables cuando hablamos de Dios y que
ambos son inadecuados para describir lo divino, que no tiene
género).

Paso 3.-
Ir más allá de las apariencias. El enemigo parece ser tu
enemigo, pero, a los ojos de Dios, el enemigo y uno están
unidos por el amor. Para darse cuenta de esa igualdad divina,
uno debe ver más allá de las burdas apariencias. El sermón
apunta constantemente al nivel, del alma, lejos de lo físico.

Paso 4.-
Aceptar el amor de Dios. Todo el tiempo, Jesús busca dar a
sus seguidores la seguridad de que no están solos ni
abandonados. No tienen que pelear por satisfacer las
necesidades de la vida porque son personas amadas. Como
hijos de Dios, no se les puede negar nada.

Paso 5.-
Ver con los ojos del alma. Para vivir de otra manera, hay que
aprovechar las oportunidades de cambiar. Ver el mundo a
través de viejas expectativas y creencias no hace más que
reforzar la falsedad. De un plumazo, Jesús descarta todas las
opiniones recibidas, aun cuando fueron dadas a los hombres
como las leyes de Moisés. Él quiere que veamos con otro tipo
de atención, un tipo de atención que viene del alma.

249
Deepak Chopra

Con palabras como "percepción" y "atención", estoy poniendo


énfasis en la manera en que cambia la realidad no sólo por las
acciones que ocurren en el mundo material, sino por las
acciones que tienen lugar en el interior. Cuando Jesús predicó
que el reino de los cielos está en el interior, se refería a la
mente (o conciencia). Cuando predicó que nadie puede servir
a dos señores, sino que debe elegir entre Dios y Mammón,
quería decir que las cosas del mundo material -riqueza,
estatus, familia, poder y posesiones- son completamente
diferentes de las del espíritu.
El Nuevo Testamento no fija una manera sistemática de
entrar en el reino de los cielos, por lo que tenemos que recurrir
a la gran sabiduría tradicional, tanto oriental como occidental,
para llenar las lagunas. En casi todas las tradiciones, e
implícitamente en el cristianismo, la realidad está dividida en
tres niveles: el material, el espiritual y el divino.
El mundo material es el ámbito del cuerpo y de todas las
cosas físicas. Aquí, damos al cesar lo que es del cesar; es
decir, pagamos el precio, cualquiera que sea, de la existencia
diaria. Como este nivel de la realidad está dominado por el
deseo de las buenas cosas en la vida, la búsqueda de dinero,
estatus, poder y posesiones, nos pone al servicio de un dios
falso, simbolizado por Mammón.
El Reino de Dios es el mundo espiritual, donde todo lo
que se aplica al mundo material se pone patas arriba. La
realización no es una meta lejana, sino algo dado. Los hechos
se rigen por leyes espirituales, y ya no existen las limitaciones
físicas. A veces Jesús llama a este nivel de realidad el cielo y
dedica mucho tiempo a convencer a la gente de las
recompensas que brinda. En el cielo, todos serán amados; el
trabajo incesante tendrá fin; hay un banquete ya preparado
para los pobres y débiles. En el cielo, se borran todas las
desigualdades porque ya nadie es persona: todos son almas.
Dios, o el Absoluto, es el origen de la realidad.
Trasciende el mundo material pero, al ser infinito e ¡limitado, el
Absoluto también va más allá del cielo. Cristo describe una

250
Jesus

"paz que sobrepasa todo entendimiento", es decir, que ni


siquiera la mente puede llegar ahí; la realidad de Dios es
inconcebible.
Los tres niveles se intercalan entre sí. El mundo
material, el Reino de Dios y Dios mismo están presentes en
este mismísimo momento en uno y fuera de uno. Creer que
uno existe sólo en el mundo material es un tremendo error, que
Jesús vino a corregir. Él ofreció la salvación, que abre la puerta
a las dos dimensiones que faltan en la vida: el mundo espiritual
y el origen de la realidad. La razón por la que Jesús hace que
eso parezca tan fácil ("Llamen y se les abrirá la puerta") es que
las dos dimensiones siempre estuvieron aquí. Sólo que
nosotros nos equivocamos al creer que no.
La salvación tiene un beneficio práctico. Cuando uno se
da cuenta de que el mundo material está bajo el control de
Dios, deja de luchar contra los obstáculos que pone la vida.
Resulta que el mundo material no es la causa de nada: es el
efecto. Recibe sus señales del ámbito espiritual. Cada uno de
nosotros recibe impulsos del alma, y nuestros pensamientos y
acciones existen para llevar esos impulsos a la práctica. Como
lo hacemos de manera imperfecta, la vida se vuelve una
mezcla de placer y dolor. El alma sólo quiere lo bueno para
nosotros, pero eso únicamente podría ocurrir si el Reino de
Dios viniera a la Tierra, precisamente aquello a lo que aspiraba
Jesús.
Aunque los tres niveles de la realidad están siempre
presentes, las personas tienen que elevarse a un estado de
conciencia superior para abarcar los tres. Cuando Jesús dijo
"el Padre y YO somos uno", señaló que para él era lógico ver
todo al mismo tiempo. ¿Qué veía Jesús? Una especie de
cascada que empezaba con Dios, caía hasta el reino de los
cielos y, después de filtrarse por el alma, llegaba a su destino
final, en el mundo material.
Para que se entienda mejor, tomemos por ejemplo la
felicidad. La mayoría de las personas cree que las cosas
externas dan felicidad o por lo menos la desencadenan. Un

251
Deepak Chopra

automóvil nuevo sin abolladuras nos hace más felices que un


viejo cacharro con las puertas hundidas. A más dinero, más
felicidad por el placer que el dinero puede comprar. El placer
constante, aunque inalcanzable, sería un estado perfecto.
Sin embargo, Jesús nos enseñó que la felicidad en la
Tierra es un burdo reflejo de la felicidad espiritual. La felicidad
va perdiendo intensidad cuanto más nos alejamos de Dios.
Dios es pura dicha, una especie de éxtasis infinito que nada
puede disminuir ni modificar. Esa dicha pura va cayendo como
cascada hasta el reino de los cielos, donde el alma también es
estática, y los creyentes de hoy siguen practicándolas. Hacer
buenas obras y ser caritativo van más allá del egoísmo. Rezar
por que se solucione un problema equivale a entregárselo a
Dios y, así, va más allá de nuestros propios esfuerzos. La vida
de un monje sacrifica todas las preocupaciones materiales,
yendo más allá de toda gratificación que pudiera satisfacer el
ego y su infinito caudal de deseos.
Sin embargo, dudo que Jesús haya tenido en mente
formas tan limitadas de trascender, porque ninguna de ellas
altera la realidad. Dios se esconde como detrás de un velo. No
habla, así que está oculto por los pensamientos que ocupan
nuestra mente, que nunca dejan de hablar. Entonces, la
trascendencia significa superar los cinco sentidos y la actividad
constante de la mente. Aquí es donde se divide el mundo
espiritual, ya que Occidente, con la fuerte influencia del
cristianismo, prefiere la contemplación de la naturaleza divina
de Dios, mientras que Oriente, con el legado de las antiguas
tradiciones espirituales de la India, se inclina por la meditación.
No obstante, no tiene por qué haber una diferencia tan
ante entre estos dos modos de trascender. Tanto en la
meditación como en la contemplación, la mente hace dos
cosas: se tranquiliza y amplía más allá de los límites cotidianos.
Eso se logra tomando un pensamiento o una imagen y dejando
que la mente experimente estados cada vez más exaltados de
sí misma. En la meditación mántrica, por ejemplo, el sonido del
mantra se va volviendo cada vez más suave hasta que deja

252
Jesus

lugar al silencio. En la contemplación cristiana de una imagen,


digamos, el sagrado corazón de María, la imagen también se
desvanece y adquiere un significado emocional muy sutil. La
meditación tiende a ser más abstracta', ya que el mantra no
tiene significado, mientras que la contemplación se centra en el
amor, la compasión, el perdón o alguna otra característica de
Dios.
A mucha gente le sirve una forma de meditación menos
abstracta, como la siguiente, que se centra en el corazón.
Siéntate, quieto, con los ojos cerrados. Deja que la atención
vaya al centro del pecho y, sin hacer ningún esfuerzo, que la
mente se concentre en el corazón. Es probable que surjan
sentimientos e imágenes y, cuando eso pase, trata con
delicadeza de volver la atención al pecho. No fuerces nada; no
te resistas a ninguna emoción ni sensación que pueda surgir.
(Evita tratar de imaginarte el órgano del corazón o detectar los
latidos: no estamos hablando de eso, sino de un centro sutil de
energía.)
Al principio, este tipo de meditación no llevará al silencio
y quizá ni siquiera a la tranquilidad. Todo depende del estado
del corazón, el centro, que en la mayoría de las personas
alberga muchos conflictos. Van a resurgir recuerdos ocultos;
querrán salir emociones reprimidas. Deja que suceda. La
experiencia no tardará en cambiar cuando te contactos con el
corazón como centro de afecto y amor. Cuando entras en el
corazón, lo que buscas es la sensibilidad. Cuanto más sensible
es la experiencia de la meditación, más cerca llegarás al
silencio. Con el tiempo, sin embargo, también trascenderás el
silencio y se abrirá la puerta a una presencia invisible. Esa
presencia no está muerta; por el contrario, está más que viva, y
cuanto más te sientes con ella, más expresará los atributos de
Dios. El amor y el afecto son sólo dos. Además, Dios es
fuerte, poderoso, sabio, infinito, eterno y sin principio ni origen.
Tu meta consiste en encontrar el origen de todas esas
cualidades dentro de ti y, a la larga, llegar a encarnarías.

253
Deepak Chopra

Las semillas de la vida terrenal se plantan en el cielo

Si uno ya estaba en unidad con Dios -el final del viaje


espiritual-, quedarse sentado, inmóvil, dentro del pro-pió ser
sería la realización plena, no porque uno se haya escapado de
este mundo en un globo aerostático, sino porque el Absoluto,
por ser el origen de todo, contiene la realización de todos los
deseos. Cuando el padrenuestro dice "tuyo es el reino, el
poder y la gloria", las palabras indican el lugar de donde
proviene toda la energía, la dicha y la creatividad.
Pero la trascendencia tiene muchas gradaciones y nos
permite experimentar el nivel sutil de la realidad, el plano del
alma. A diferencia del nivel del Absoluto o Dios, en este nivel
de conciencia hay imágenes, pensamientos y sensaciones que
pertenecen directamente a la vida cotidiana. Enamorarse a
primera vista, por ejemplo, es como una transmisión directa
desde este reino sutil, así como conocer de pronto la verdad de
una situación o encontrar, de la nada, una solución brillante a
un problema pero hay que disminuir la dicha de Dios para que
la experimenten los seres humanos. Así, la felicidad que mana
del alma se vuelve condicional. Cuando la dicha de Dios llega
al final del viaje en el plano material, creemos por error que la
felicidad va y viene. Parece frágil y propensa a cambiar.
Podemos perder la felicidad cuando las cosas que nos rodean
salen mal y ya no percibimos su verdadero origen.

El viaje a casa

Como tenía los ojos abiertos al origen de todo, Jesús


veía la realidad tal cual es: una manifestación constante de
Dios. ¿Por qué algo es verdadero, o bello o poderoso? Porque
Dios contiene la Verdad, la, Belleza y el Poder. De poco sirve
saber esto intelectualmente. La experiencia lo es todo y, por lo
tanto, Jesús ofrecía esas experiencias una y otra vez. Obraba
milagros para mostrar lo incorpóreo que era en realidad el

254
Jesus

mundo. No se cansaba de invertir las reglas de la vida con el


propósito de que la gente supiera lo que era el cielo.
Aun así, todas sus enseñanzas estaban puestas al
servicio de un objetivo primordial: encontrar el camino de
regreso a casa. Para sus primeros seguidores judíos, la historia
espiritual de los seres humanos había sido un largo exilio.
Adán y Eva fueron desterrados del paraíso. Los hijos de Israel
estuvieron exiliados en Egipto y cautivos en Babilonia. Sin
embargo, todas esas catástrofes eran simbólicas:
representaban olvidarse del alma y apartarse de la divinidad En
términos más simples, Jesús ofrecía el cielo como hogar y a
Dios como el Padre que da un banquete porque está feliz de
que todos sus hijos pródigos regresen a casa.
Jesús sabía que los hijos perdidos de Dios no
encontrarían el camino a casa con una dosis de metafísica, así
que se puso e ejemplo de alguien que era completamente
físico y espiritual a la vez: la unión de Dios, el alma y un ser
humano mortal en uno solo. Jesús no se limitó a traer la luz de
Dios a la Tierra; él mismo era la luz. ("Si no les molestara tanto
a los cristianos, le llamaría gurú, que en sánscrito quiere decir
'que disipa la oscuridad"'). Cuando Jesús proclamó que nadie
podía entrar en el Reino de Dios si no era a través de él, no se
refería a una persona histórica aislada nacida en Nazaret en el
año 1 de la era cristiana. Todos los usos de "yo" que hizo
Jesús en los evangelios deben interpretarse como Dios, alma y
ser humano, no porque Jesús fuera único, sino porque la
realidad en sí funde a los tres. (Así, cuando dijo "antes de que
Abraham naciera, Yo soy", Cristo señalaba, a su manera, la
eternidad como su origen fundamental.)
Ahora tenemos una idea mucho más clara del camino
que recorrió Jesús y el que quiere que recorramos nosotros.
Nuestra meta consiste en alejamos del plano material, dejar
que nos guíe el alma y, en última instancia, volver a unimos con
nuestro origen, que es Dios. Renunciar al mundo, en el sentido
de dejar de perder tiempo con él, no tiene nada que ver con
ese camino, como tampoco tiene nada que ver la piedad ni vivir

255
Deepak Chopra

una vida religiosa con ostentación para parecer mejores que


los que no lo hacen. Jesús se reía de esas apariencias y
rechazaba a la casta de sacerdotes profesionales que eran los
fariseos y los saduceos, a los que tildaba de hipócritas porque
conocían todos los detalles de la letra de la ley divina pero
nada de su espíritu. Por no mencionar que, como todos los
sacerdotes, los fariseos ganaban más estatus y poder
manteniendo a la gente alejada de la salvación. Proteger su
posición privilegiada significaba más que mostrarle a alguien el
camino que podía recorrer por sí solo sin recurrir a las
autoridades religiosas.
Yo creo que el diagnóstico de Jesús, que ahora tiene
dos mil años, es tan válido hoy como siempre. Encontrar el
camino de regreso a casa es el centro de la existencia
espiritual; es más, de a existencia misma. Entonces, ¿cómo
lidiamos con la separación que nos hace sentir abandonados
por Dios y aislados de nuestras propias almas?

Trascendiendo encontramos a Dios

Jesús enseñó a sus discípulos que si encontraban


primero a Dios, encontrarían todo lo demás. Ese es el indicio
más claro de que Jesús no apuntaba a una figura paterna
sentada en un trono, sino al origen de la realidad. Ese origen
no se puede encontrar con los cinco sentidos ni traer a la
conciencia como si fuese un recuerdo. El único camino es el de
la trascendencia, es decir, "ir más allá".
Según la tradición cristiana, hay muchas formas de ir
más allá, cuando han fracasado otras maneras de resolverlo.
Esos no son más que ejemplos aislados. El reino sutil en
su totalidad está en cada uno de nosotros. Aquí, las
cosas más deseables de la vida amor, creatividad,
verdad, belleza y poder- están plantadas en forma de semillas,
esperando crecer una vez que entren en el mundo físico. Para
despertar a esas semillas, uno puede practicar la acción sutil,
es decir, la acción al nivel del alma. Quizá eso suene esotérico,

256
Jesus

pero piensa en cualquier cosa que busques con avidez y que


traiga plenitud y un sentido de alegría y felicidad y verás que
tiene los siguientes elementos:
* Amor y entusiasmo
* Optimismo
* Deseo de -alcanzar una meta
* Atención centrada
* Inmunidad ante las distracciones
* Energía espontánea
* Sentido e realización
* Ausencia de resistencia, tanto dentro como fuera
Podemos llevar esas cualidades a cualquier objeto de
deseo: la búsqueda de la persona amada, el preciado proyecto
de investigación del científico, el sueño del jardinero de cultivar
las mejores rosas del país. Ninguna de esas actividades
empieza en el plano físico, sino que empiezan como semillas
en la mente. Por otro lado, las actividades que no continuamos,
que nos aburren fácilmente o que carecen de impulso
suficiente para llegar a algo son como semillas improductivas.
No basta con recibir una señal del alma: hay que cultivarla e
integrarla a nuestra vida.
Estamos hablando de acciones sutiles. Puedes
aplicarlas a tu viaje espiritual con la misma facilidad con que las
aplicas a tus seres queridos, tu carrera o la final del mundial de
fútbol, si es el caso. El camino cristiano se puede planificar en
forma de acciones sutiles que no son esotéricas, sino más
sencillas de entender que los conceptos religiosos tradicionales
tales como la gracia y la fe.
Amor y entusiasmo. Encuentra lo que es digno de
amar en Jesús o, si prefieres, en María y los santos. Ábrete a la
posibilidad de que Dios te ame, de que estás en este mundo
para tener todo lo que puede dar un padre amoroso. Aunque tu
realidad presente no admita la aceptación incondicional de esta
actitud, abre una ventana. El amor es más que un sentimiento
que va y viene; es un aspecto permanente de tu propio ser, que
empieza en el origen. Estás destinado a participar en el amor

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Deepak Chopra

porque participas en ti mismo. Ten esa visión en mente. Valora


las cosas más hermosas de tu vida, sean cuales sean, como
expresiones de amor, dones que te son dados a través de la
gracia, no por casualidad ni buena suerte ni porque hayas
trabajado mucho para conseguirlos.
Alinéate con la visión de Dios como un árbol cargado de
frutos que inclina sus ramas para ofrecerte algunos a ti. 0
piensa que Dios es el sol oculto detrás de las nubes. No tienes
que trabajar para encontrar el sol; lo único que tienes que
hacer es esperar a que se disipen las nubes. Con esta visión
en mente, es mucho más fácil ser entusiasta en la vida, porque
de pronto lo desconocido ya no es aterrador, sino una región,
de- donde vendrá la próxima cosa buena.
Optimismo. Sé positivo en cuanto a tus expectativas.
No tienen que ser solamente un estado de ánimo y no deberían
convertirse en fantasía. Ten en cuenta que, en el nivel del
alma, las semillas de la plenitud son infinitas. Por otro lado, las
malas semillas vienen del pasado, engendradas por la-
memoria. Recordamos que nos hicieron daño y decepcionaron
y, manteniéndonos ligados a esos malos recuerdos, seguimos-
repitiéndolos. El pasado planta malas semillas; la mente las -
alimenta con miedo e ira.
El optimismo sé centra en las buenas semillas, así las
alienta a que broten. En sentido estricto, no me refiero al
pensamiento positivo. En el pensamiento positivo, hay que
sacudir iodos los resultados negativos hasta que salga algo
bueno. En realidad, las malas semillas dan malos frutos, pero
una vez que uno se enfrenta a un resultado que duele o
decepciona, se aleja de él y se centra en la semilla de la
situación que sigue, que puede ser buena. Nadie es perfecto
en esto. En todos germinan malas semillas junte con las
buenas. No obstante, con una actitud optimista, uno se
recuerda a sí mismo que tiene que inclinarse por las buenas, y
ese cambio de atención tiene un efecto poderoso. (Una vez me
presentaron a un genio matemático y le pregunté cómo era
pensar con su nivel de inteligencia. Para mi sorpresa, me dijo

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Jesus

que él casi nunca pensaba. Me pregunté cómo hacia,


entonces, para que se le ocurrieran esas soluciones tan
intrincadas a los problemas matemáticos. Él contestó: "Pido la
respuesta y espero que esté bien. Cuando no estoy haciendo
eso, mi mente está generalmente quieta".)
Deseo de alcanzar una meta. Muchas personas
espirituales desconfían del deseo -cuando no lo condenan-,
pero el deseo puede funcionar a favor de uno en el camino
espiritual. Para eso debe estar centrado, así que tienes que
tener una meta en mente. (Como me dijo una vez un gurú, "el
viento no puede ayudar a las velas si no eliges una dirección
hacia donde ir.") Hay demasiadas personas que quieren estar
llenas de la luz (es decir, quieren sentir amor, placer, plenitud y
cercanía respecto de Dios) sin dar una dirección a esas
cualidades. Dios siempre va de un lado para otro, porque no es
más que otra palabra para nombrar la creatividad infinita. La
génesis tiene lugar en todo momento.
Si quieres tener éxito en el plano espiritual, prepárate
para ir de un lado a otro. El sabio indio J. Krishnamurti expresó
esta idea con gran hermosura cuando dijo que la verdadera
meditación sucede veinticuatro horas al día. Lo que quería
decir es que uno debería dedicar las horas de vigilia a la acción
sutil, a buscar la manera más elevada de alcanzar cualquier
meta. La meditación no es éxtasis. El deseo silencioso, íntimo,
tiene un poder enorme, en especial el poder de la intención.
Enfoca tu mente hacia una meta y mantén la concentración,
pidiendo que la realidad se despliegue de la manera más
satisfactoria. Después, relájate y observa qué pasa. Entregar
incluso un deseo ínfimo a Dios te permite aprender que la
plenitud no necesariamente depende de una lucha impulsada
por el ego. Para la mayoría de nosotros, es bueno parar por lo
menos una vez al día y resistir conscientemente la necesidad
de interferir. Aléjate de la situación -puede ser cualquier cosa
respecto a la cual sientas resistencia y obstáculos y fíjate si la
conciencia superior puede darte una solución espontánea. Una
vez que hayas logrado tus primeras victorias, usar la misma

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Deepak Chopra

técnica no te costará nada y, con el tiempo, se transformará en


una forma de vida.
Atención centrada. Por derecho propio, sin ningún
deseo en mente, la atención centrada es una de las fuerzas
más poderosas de la mente. Es el fertilizante que hace brotar
las semillas del alma. "Semilla" no es más que un recuerdo
verbal; de lo que hablamos en realidad es del potencial de que
un impulso sutil salte al mundo físico y empiece a crecer. Antes
de que surja cualquier trozo de materia -un árbol, una casa,
una nube o una cadena montañosa-, los átomos existen como
potencia pura. Ese estado invisible, inmóvil, después "entra en
calor" hasta convertirse en vibraciones leves, y esas
vibraciones adquieren dimensiones físicas. (En física, el paso
de una partícula invisible o "virtual" a un electrón visible se
conoce como el "colapso de la función de onda", proceso
básico por el cual se manifiesta el universo visible,
desapareciendo y volviendo a aparecer miles de veces por
segundo.)
Lo mismo se aplica a los acontecimientos futuros de tu
vida. Hay un número infinito de hechos que son pura potencia.
Desde esa reserva ¡limitada, sólo un determinado número de
posibilidades llega al estadio de semilla, que es una vibración.
Están esperando entre bastidores para salir al mundo físico.
Eso pasa cuando diriges tus pensamientos hacia una
posibilidad y dices: "Sí, te elijo a ti". Todo lo que ha adquirido
importancia para ti en la vida ha seguido ese camino de
transformación de la potencia invisible al hecho en su máxima
expresión. Por lo tanto, cuanto más centrada la atención, más
hábil serás para activar las posibilidades que no se ven
(habilidad conocida en la tradición india del yoga con el nombre
de "concentración en un solo punto").
Inmunidad ante las distracciones. Una segunda
habilidad que va de la mano de la atención centrada es la de
no distraerse. Cuando estás enamorado, la destreza viene con
bastante naturalidad. No sólo quieres dedicar todos y cada uno
de tus pensamientos a tu ser amado, sino que el mundo

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Jesus

exterior se vuelve neutro y poco interesante. Evitar las


distracciones no cuesta nada. En las cuestiones espirituales, la
principal distracción es el ego. Al estar enraizado en el mundo
físico, el ego deambula por todas partes, consumido por
deseos efímeros. Va de un lado para el otro, llevado por el
miedo y la expectativa. Se pierde en fantasías y alberga
resentimientos de raíces profundas.
Nunca está de más subrayar la capacidad del ego de
llamar la atención. Después de todo, el mundo físico es infinito
en su diversidad; los cinco sentidos nunca dejan de traer agua
nueva al molino. Es imposible convencer al ego de que no se
deje llevar por sus exigencias constantes de atención, placer,
egocentrismo, éxito y victoria; por eso, de nada servirá oponer
resistencia. Se trata de un adversario al que hay que hacer
desaparecer poco a poco. ¿Y cómo se logra? Con la
satisfacción más elevada de la paz interior, el amor, la calma y
la plenitud, que no necesita ir detrás de objetos del mundo
físico. Sólo la transformación apacigua el ego y lo pone en su
lugar. La mejor actitud que se puede adoptar mientras se
desarrolla este proceso es la paciencia, porque poco a poco, a
medida que vayas experimentando la transformación, el ego irá
perdiendo fuerza. Ten presente que "yo, mi y mío" no son las
únicas formas de ver la vida. Puedes sentirte realizado
viviendo más allá del ego y eso es lo que pasará con el tiempo.
Energía espontánea. La espiritualidad no tiene que ver
con tratar; tiene que ver con lo que los budistas llaman "no
hacer". Jesús expresó la misma idea cuando predicó que la
vida no es algo por lo que haya que preocuparse. El famoso
pasaje del Sermón de la Montaña sobre las aves del cielo y los
lirios del campo era un ejemplo de -cómo se revela la
naturaleza espontáneamente. La vida fluye; se despliega sin
necesidad de luchar. La energía viene sin esfuerzo.
De niño, arrastrabas los pies cuando ibas al dentista y te
agotabas si te asignaban tareas que no eran de tu agrado,
como cortar el césped. Pero cuando jugabas, tenías energía
¡limitada. Jesús tiene ese último estado en mente. Quiere que

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Deepak Chopra

la gente deje de preocuparse y luchar, porque ésas son las


peores formas de estar en el mundo: la lucha viene de la
separación, la falta de capacidad para dejar que la Providencia
haga lo que quiera. Así, cuando sientas energía espontánea -y
no hasta entonces-, enfréntate a los desafíos de la vida. Si, por
el contrario, te sientes aburrido, agotado, exhausto, estresado o
simplemente con poco entusiasmo, detente y repón energías.
En este sentido, la forma espiritual de vida también es la más
práctica, porque se vale de la fuente de energía espontánea.
Si tienes el valor de vivir la vida que quieres, mucho mejor.
Sentido de realización. Quizá sea parte de la ética
protestante del trabajo posponer la gratificación, y la fábula de
Esopo augura penurias para la cigarra y fortuna para la
hormiga. Pero Jesús tenía una visión diametralmente opuesta.
La vida no espera la plenitud de mañana. Expresa la plenitud
de hoy. En el estado de separación, esto suena a delirio. Por lo
tanto, como recordatorio de que la manera que exige el mundo
no es la misma de Dios, resiste el impulso de controlar,
planificar, posponer y acaparar.
Todas esas actividades hacen que el tiempo se
convierta en tu enemigo. Dios es eterno, y tú también. Lo
eterno no espera nada. No se resigna a lo aburrido de hoy con
la esperanza de un mañana prometedor. Habría que
aprovechar todas las oportunidades de satisfacción. Cuando,
ves algo hermoso, valóralo. Cuando sientes un impulso
amoroso, dile algo a la persona que amas. Sé generoso todas
y cada una de las veces que puedas. No reprimas ningún
impulso bueno.- Tal vez temas excedente y desperdiciar
demasiado, pero esos sentimientos nacen del miedo. En la
realidad de Dios, cuanto más des de ti -en forma de
sentimientos, generosidad, expresión personal bondad,
creatividad y amor-, tanto más recibirás.
Ausencia de resistencia, tanto dentro como fuera. Y
después está el Adversario. Tienes que tener en cuenta esas
fuerzas invisibles que se resisten a Dios, que niegan la
realización y extinguen el amor. No hay necesidad de atribuir

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Jesus

esos obstáculos al demonio ni a un destino maligno. La verdad


es que los seres humanos están enredados en el dramatismo
del bien y el mal, la luz y la oscuridad. La oposición alimenta la
creación, hay que reconocerlo. Pero reconocerlo es muy
distinto de sentirse obligado a combatir la oscuridad, ya sea-
interior o exterior. Somos tan adictos a la: lucha, no mencionar
la guerra y- la 'Violencia, que apenas registramos la -
enseñanza de -Jesús, que-dice "no enfrenten al malvado"-. Sin
embargo, el mal presenta-una resistencia enorme; es inútil
adoptar la misma táctica.
En todos los casos, la actitud espiritual es aceptar y
decir sí. Las semillas del -alma crecen en direcciones
misteriosas. No se puede saber con anticipación cuándo un
obstáculo, pasajero viene por bien futuro. La frase "todo - pasa
por algo" -.es un buen recordatorio -de eso. Y, no obstante, el
dolor y la., angustia no son aceptables; no tendrías que
resignarte a que te nieguen eso que deseas con todas tus
fuerzas. Por lo tanto, decir sí y no oponer resistencia no se
pueden tomar como reglas inquebrantables. De más está
aclarar que, en último caso, esas reglas se olvidan, y surgen
esas situaciones en las que la gente pelea, lucha y práctica la
Violencia. Y cuando se vence al mal, por muy pasajera que sea
la victoria prevalece algo bueno, quizá Dios.
Aun así la manera elevada de vivir es no oponer
resistencia, ver si se puede buscar una alternativa pacífica. Eso
lleva a una guía general que resume gran parte de lo anterior.
En cualquier situación, cuando te encuentres actuando de
cierta manera, observa lo que está pasando y hazte estas tres
preguntas:
¿Me siento realizado y feliz actuando de esta manera?
¿Me resulta fácil actuar así?
¿Me ha dado los resultados que esperaba?
Por simples que suenen, estas preguntas encierran gran
parte de las enseñanzas de Jesús. Dios pretende que nuestra
vida avance sin complicaciones; quiere que experimentemos la

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Deepak Chopra

realización plena; pretende que las semillas del alma florezcan


con la misma naturalidad que la hierba del campo.
En distintos momentos evalúa tu existencia con el mismo
parámetro. La vida es demasiado compleja para dominar una
situación cada vez. El futuro se despliega demasiado
inesperadamente como para que haya un ensayo. Así que
tienes que desarrollar la capacidad para vivir aquí y ahora, y la
capacidad más grande viene del nivel del alma. La realidad cae
como una cascada desde lo divino a lo terrenal y, a pesar de
eso, por algún milagro, incluso lo terrenal es divino. El mismo
milagro trae alegría al valle de las lágrimas e inmortalidad a la
sombra de la muerte. No es fácil sacar uno del otro. Entonces,
constantemente necesitamos maestros inspirados como Jesús.
Sería una pena que nos mostraran tan sublime verdad y que
nosotros no la aprovecháramos en todo momento.

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