Culturas Precolombinas (Argentina)
Culturas Precolombinas (Argentina)
Culturas Precolombinas (Argentina)
Los primeros humanos llegaron a lo que hoy conocemos como Noroeste argentino hace más de diez mil años. Esos
hombres y mujeres vivieron procesos difíciles y complejos que culminaron de modo abrupto con la conquista
iniciada en el siglo XVI con la llegada de los españoles, que rápidamente terminaron con las culturas autóctonas
independientes. Durante milenios las diferentes sociedades ocuparon múltiples ambientes, transformándolos una y
otra vez, diseñando, creando y mejorando su propio paisaje; generaron sistemas de creencias, formas de
explicación de la realidad, del universo y la naturaleza, con sus respectivos tabúes y prohibiciones que rigieron
como normas de referencia.
Estas sociedades desarrollaron sistemas de obtención de energía y producción de alimentos, viviendas y arte.
Crearon tecnologías apropiadas en cada etapa de su desarrollo, aprovecharon las posibilidades materiales que les
brindaron el medio, el paisaje y el ambiente. La región, que antiguamente abarcaba el actual sur de Bolivia, el
norte de Chile y el noroeste de la Argentina, tuvo un desarrollo sociocultural en el que el medio montañoso, los
múltiples y variados ambientes, los diferentes recursos de la naturaleza –suelos, paisaje, flora, fauna y riquezas
minerales– posibilitaron un rico intercambio de los hombres con el medio y entre ellos. No existieron aquí barreras
ecológicas infranqueables, y las montañas, tanto los Andes como las sierras, fueron un nexo para estos grupos que
encontraron los medios necesarios para su impresionante avance cultural, que desembocó en las altas culturas que
encontraron primero los conquistadores incas, y los conquistadores españoles poco después, interrumpiéndolas.
Estos pueblos no tuvieron escritura, con la sola excepción de los mayas. Nuestro conocimiento acerca del pasado
prehispánico lo obtenemos a través del estudio de sus restos materiales o de los documentos escritos por los
españoles que estuvieron en contacto con ellos. Estas evidencias, a veces de interpretación compleja, constituyen
la base de la arqueología y la etnohistoria.
El descubrimiento o la adopción de técnicas productivas de efectividad creciente les permitió mejorar la calidad de
vida y avanzar permanentemente, siempre con el desarrollo de sistemas de producción que estaban en equilibrio
con el ambiente selvático, árido o semiárido, sin deteriorar el suelo y creando su propio paisaje cultural. Estos
grupos originarios preamericanos desarrollaron técnicas eficientes para el manejo del agua que perfeccionaron con
el correr del tiempo hasta niveles asombrosos: controlaron la erosión, dominaron los principios de urbanización,
trazado de caminos y domesticación del paisaje. Diferenciaron estamentos sociales, en función del excedente
económico que les permitía el control y el manejo del ambiente. Así surgió la apropiación y la conducción del poder
por grupos que a su vez implementaron sistemas de creencias que reprodujeron y aumentaron la dominación de
unos sobre otros. Construyeron distintas explicaciones de la realidad con el fin de mantener las estructuras sociales
y los privilegios, usaron el arte en su propio provecho y fueron estableciendo las primeras sociedades
diferenciadas. La economía, las creencias y las diferencias entre los individuos quedaron demarcadas y señaladas
en los elementos materiales, que son precisamente los que hoy rescata la arqueología.
De las épocas más antiguas, la de los primeros cazadores, quedan pocos restos de materias perecederas. La
arqueología rescata en mayor proporción el material lítico, algo en hueso, y en algunas zonas secas y frías –como
la Puna y el Altoandino– se encuentran restos de cestería, textiles, cuero y escasísima madera.
En un principio se utilizó la piedra para la confección de instrumentos pequeños de corte, como cuchillos,
raspadores y raederas; de molienda, como los morteros; de instrumentos contundentes, como las manos de moler,
y otras herramientas como cepillos para curtir y ablandar los cueros o boleadoras. La piedra fue utilizada también
para fabricar adornos, como los diversos amuletos o talismanes e incluso las estéticas cuentas de collar. Con el
tiempo se la usó para la confección de grandes vasos ceremoniales, ídolos y monolitos de gran tamaño. El hueso,
las valvas de invertebrados y la madera se usaron en todas las épocas, tanto para la confección de adornos como
de instrumentos de trabajo, pero son materiales que se descomponen y desaparecen en poco tiempo por ser de
origen orgánico.
La cerámica es el material más representativo desde el momento en que su uso se generalizó, no sólo porque no
se deteriora con facilidad por factores ambientales sino también porque permite múltiples posibilidades de
expresión tanto en la forma como en la decoración de su superficie. Por ello es la expresión cultural más conocida
y estudiada en la arqueología y durante décadas sirvió como indicador cultural y de cronología.
Aunque el uso del metal fue menos intenso por el alto costo social que produce su extracción, tiene mejores
posibilidades de conservación en algunas zonas y etapas del desarrollo histórico y es indicativo de un importante
avance cultural y tecnológico.
Por último, las expresiones rupestres, tanto los grabados como las pinturas, han dejado relevantes y numerosos
testimonios con ejemplares de excepción de algunas etapas del desarrollo de estas sociedades.
Los pueblos que habitaron lo que hoy conocemos como América se caracterizaron por su diversidad y complejidad,
por un nivel de desarrollo cultural y tecnológico admirable y por su capacidad de construir y mantener un sistema
de creencias y de organización social y política que bien podría rivalizar con el de sus contemporáneos de Europa.
Los objetos y otras manifestaciones que nos legaron dan cuenta de ello. Su belleza refleja mucho más que la
vocación por lo estético: es indicativa de su progreso cultural y de la importancia del mundo simbólico en la vida
cotidiana.
Las etapas de este largo devenir podemos resumirlas de la siguiente manera. Si nos basamos en los medios de
producción o de apropiación de energía podemos diferenciar dos. La primera es aquella en que las sociedades
humanas vivieron en permanente nomadismo moviéndose en función de la caza, la pesca y la recolección de
especies. Esta etapa se denomina habitualmente precerámica o de economía extractiva. La segunda corresponde
al sedentarismo y la producción agrícola y ganadera, y se la denomina agroalfarera. A su vez, en el caso del
Noroeste argentino esta etapa se divide en cuatro períodos: Temprano o Formativo, Medio o de Integración
Regional, Tardío o de los Desarrollos Regionales e Incaico.
Los restos arqueológicos de los grupos humanos de la etapa precerámica son pocos: hay instrumentos y útiles
trabajados a percusión sobre piedra, retocados también a percusión o presión a los fines de obtener filos que
usaron los grupos cazadores en las tareas de cuereado y trozado de los animales o para el trabajo con las pieles y
los huesos. Los yacimientos precerámicos se cuentan por miles y su antigüedad –demostrada a través de diversos
análisis– se remonta a más de diez mil años antes de Cristo.
Los tiempos precerámicos pueden dividirse en dos: el Precerámico Temprano, desde antes del
10.000 al 7.000 antes de Cristo, con clima frío y húmedo caracterizado por la intensa movilidad de los grupos
humanos, y el Precerámico Tardío, entre los años 7.000 y 1.000 antes de Cristo en las áreas montañosas del
noroeste argentino, con un clima más cálido y seco, que restringió el movimiento entre zonas puntuales
constituidas en oasis por el afloramiento de napas de agua potable. Este último proceso desembocó en la
domesticación de camélidos y un semisedentarismo de los grupos humanos en los terrenos más altos. En realidad
eran pueblos que pasaron de nómadas a trashumantes y de cazadores especializados a pastores, especialmente en
la región de la Puna y el Altoandino surandino.
De los comienzos de domesticación de plantas y animales se conoce poco, por las dificultades de su conservación,
aunque sabemos que para el comienzo de la era actual existían numerosas aldeas estables de pastores y
cultivadores, que conformaron las primeras obras rudimentarias de infraestructura dedicadas a la producción
agrícola.
Este período es seguido por otro que se caracteriza por el manejo de los recursos naturales, la producción de
plantas y animales domésticos, el control de la erosión, el manejo del agua y de sistemas de almacenamiento para
los excedentes de producción.
En lo social hay sistemas de creencias que ritualizan y dividen el tiempo. A partir del período Formativo en estas
sociedades se produce un proceso acelerado de cambios que en el ámbito arqueológico se registran como restos
de aldeas, pueblos y por último establecimientos urbanos, cuyos restos son cada vez más grandes y
monumentales, todo ello como producto de un avance en el conocimiento de técnicas que perfeccionan la relación
del hombre con el ambiente, con fuertes aumentos de la producción y el excedente y con marcados ajustes en las
relaciones sociales. Esta última etapa se corta abruptamente con la conquista española.
Para explicar los restos arqueológicos de los tiempos agroalfareros, tomamos en cuenta la división en los cuatro
grandes períodos que ya mencionamos. La actividad predominante a partir del período Temprano
o Formativo es agrícola y ganadera en todas las etapas, pero en su clasificación y ordenamiento se usan
habitualmente otras denominaciones, en general basadas en estilos cerámicos, a las que se les adjudica el rango
de culturas. Para divisiones temporales mayores se toman en cuenta características de producción o lapsos entre
hitos bien conocidos arqueológicamente, como las expansiones imperiales Tiahuanaco e Inca.
El período Temprano o Formativo (900 antes de Cristo a 500 después de Cristo) abarca desde el sedentarismo
hasta la llegada de las influencias del imperio Tiahuanaco al Noroeste argentino. Se caracteriza por incluir las
primeras construcciones con mampostería de piedra y el uso generalizado de la cerámica. La mayoría de las aldeas
del período Temprano se construyeron en los valles altos, lugares apropiados para los primeros cultivos
rudimentarios. Sus asentamientos eran pequeños, conformados por construcciones arracimadas con grupos de
habitaciones de forma cilíndrico-cónica, de planta circular, ubicadas entre los espacios destinados a la siembra.
Utilizaban la piedra como mampostería para la construcción, que es un material accesible, abundante y fácil de
trabajar. Los rodados grandes eran acomodados para constituir la base de las construcciones y su agrupamiento
en forma vertical se usó para levantar las paredes y contribuyó al despiedre de las áreas de cultivo.
Las zonas de actividad humana estaban delimitadas por paredes de planta circular con un espacio destinado a los
trabajos comunitarios cotidianos, que eran compartidos por grupos familiares pequeños. Los muertos se
enterraban en los patios comunes a varias viviendas, que estaban adosadas a la pared principal que conformaba el
perímetro del mencionado patio. Las aberturas de comunicación de las viviendas daban hacia el interior de los
espacios comunes. Es probable que estuvieran organizados en clanes de tipo totémico, donde uno de ellos,
representado en grandes monolitos tallados, presidía cada grupo de casas; éstos son llamados “menhires” y en
algunos casos pueden tener varios metros de altura y estar decorados con tallas en relieve. En Catamarca son
comunes en la zona alta del departamento Paclín. En Tucumán son conocidos en la zona de Tafí del Valle. En otros
lugares la construcción de viviendas es de base circular, similares a las descriptas, pero no se registran los grandes
monumentos en piedra porque posiblemente si existieron fueron de madera. Hay además algunas diferencias: los
de Catamarca generalmente tienen sólo una cara humana tallada, en cambio los de Tafí del Valle están decorados
en toda su extensión.
En los valles bajos vinculados a los bosques chaqueños y a las yungas selváticas, el proceso se dio de manera
diferente: con el uso de plantas domésticas propias del ambiente y manteniendo un fuerte complemento de caza y
recolección. En zonas más secas y altas construyeron aldeas ubicadas cerca de las corrientes de agua permanente,
con técnicas agrícolas muy efectivas. Vivieron también en los valles altos, con terrenos de escasa pendiente, que
resultaron sumamente aptos para la siembra de tubérculos de altura sin riego artificial, trabajados a secano,
debido a un importante régimen de neblinas. Estos lugares, aunque muy altos y rodeados de cadenas montañosas,
poseen un clima benigno y protegido. Entre las culturas y estilos del período Temprano se destacan Condorhuasi,
Vaquerías, San Francisco, Ciénaga, Las Mercedes, Alamito, Candelaria, Saujil y Tebenquiche, siempre en el
Noroeste argentino.
Cultura Condorhuasi
Conocida por su excelente trabajo en cerámica, es la más llamativa del período Temprano o Formativo de
Catamarca, aunque se la ha encontrado tan lejos como San Pedro de Atacama en Chile. Posee una gran belleza
estética, con técnicas muy interesantes de elaboración y decorado. Los conocimientos actuales respecto de ella
permiten diferenciar fases por sus asociaciones y fechados. Río Diablo es la más antigua de ellas; tiene piezas en
cerámicas toscas con antiplásticos de arenas gruesas y medianas. La cocción puede ser tanto reductora como
oxidante y los colores son rojizos o negruzcos. Las formas más características son jarritos de cuerpo geoide
achatado, decorados con líneas excisas que forman rombos rellenos de puntos realizados con un instrumento romo
sobre la pasta fresca. Tienen cuello cilíndrico decorado con líneas incisas en pasta fresca que conforman motivos
identificables con figuras geométricas.
El Condorhuasi policromo es una etapa posterior y presenta extraordinarias piezas modeladas y pintadas con
esmaltes permanentes en tres colores, en los que la base es un engobe pulido de color rojo intenso y los motivos
son geométricos, conformando escalonados de color negro con reborde crema. Se encuentran también piezas rojas
lisas, blanco sobre rojo, rojo sobre blanco, o completamente negras, donde la decoración se aplica sobre un
engobe bien pulido. La pasta es siempre igual, hecha con antiplástico de arena y mica, de calidad regular. En otras
piezas hay una decoración muy especial en que el color natural de la pasta pulida contrasta con el ahumado zonal
conformando una decoración negativa. Encontramos asimismo ollitas de color gris con tonalidades marrones y
modelados que representan productos naturales, frutos como los zapallos y mates, o elementos culturales como
hachas.
Los modelados en cerámica policroma son antropomorfos, en muchos casos netamente fálicos, zooantropomorfos
o simples productos de la fantasía de los artistas. Entre los zoomorfos se destacan figuras que tienen
características morfológicas similares a cerdos de patas cortas y desproporcionadas. Las que poseen pintura de
manchas circulares de aspecto felínico llevan también modelados sobre la pieza o agregados al pastillaje,
representaciones de dientes, incisivos o grandes colmillos curvos, y tienen modelada una larga cola. Estos
“tigrillos” se encuentran de a pares en ofrendas funerarias. En algunas ocasiones se encontraron tumbas con esta
cerámica asociada a piezas pintadas en negro y rojo sobre un fondo crema pulido que corresponden a la llamada
cultura o estilo Vaquerías, intrusiva en esa área y proveniente de la selva. Sus motivos decorativos son
geométricos sobre engobe pulido, con excelentes ejemplares modelados, aunque nunca se observan pinturas
naturalistas sobre la superficie de las piezas. La antigüedad estimada para la cultura Condorhuasi es de 2.500 a
1.700 años antes del presente. Las piezas de Vaquerías en áreas de selvas han dado fechados mil años más
antiguas.
Los restos mejor estudiados de Vaquerías provienen de las tumbas Condorhuasi excavadas en cementerios del
valle de Hualfín, pero no se tiene un conocimiento acabado acerca de la sociedad que produjo estos estilos
cerámicos, de su forma de vida o de la construcción de sus viviendas, ni del tipo de asentamiento, aunque está
muy asociada a una cultura arqueológica del mismo período a la que se ha definido principalmente por los
patrones arquitectónicos, la cultura Alamito. Es probable que las culturas Alamito y Condorhuasi constituyeran un
sistema cultural que vivió durante el período Temprano, con diferencias cronológicas, entre los valles de Hualfín y
del Campo del Pucará. En este último valle se los encuentra asociados con aldeas planificadas, cuyos recintos están
construidos con paredes de mampostería en piedra o de barro batido con refuerzos de columnas levantadas con
piedras, todo ello en un ambiente ecológico diferente del que tenían en Hualfín. Restos de la cultura Condorhuasi
se encuentran en los departamentos catamarqueños de Ambato, Capital y Paclín, vinculados íntimamente con
cerámicas que corresponden a la cultura Aguada. En algunos casos están unidas y asociadas a construcciones que
responden al patrón constructivo de Alamito y en otros con sitios de paredes de piedra de las culturas del
Formativo Inferior del valle de Catamarca.
Cultura Alamito
Se la conoce por sus patrones arquitectónicos y la distribución espacial de los poblados en zonas llanas altas, en
terrazas fluviales y fondos de valles ubicados cerca de los dos mil metros sobre el nivel del mar. A pesar de la
altura, las condiciones climáticas son benignas por la protección del cordón de cerros que rodea estos valles. Estos
elevados cerros que bordean las llanuras evitan la rigurosidad esperada a esas altitudes, y producen un régimen
especial de neblinas encajonadas que proveen de suficiente humedad a las tierras.
Los poblados Alamito son pequeños y están constituidos por cinco o seis habitaciones rodeando un espacio central
un poco hundido hacia el oeste. Presentan un montículo central y dos plataformas laterales. Llaman la atención las
piezas arqueológicas de esta cultura, especialmente las elaboradas en piedra. Se destacan vasos, morteros,
recipientes de distintos tipos y formas hechos en rocas duras o blandas, de dimensiones variables. Hallamos desde
miniaturas en forma de animales hasta grandes columnas monolíticas o menhires con figuras humanas.
Posiblemente las más conocidas sean aquellas que se denominan “suplicantes”: tallas de forma humana en actitud
de súplica o en posición forzada de enterramiento, donde la combinación y el equilibrio entre formas y volúmenes
son realmente extraordinarios. Estas piezas se encuentran en los yacimientos del final de las culturas Condorhuasi
y Alamito, en Campo del Pucará y zonas altas de la sierra de Ancasti, en los departamentos Paclín, Ambato y
Andalgalá. Los fechados ubican a Alamito entre el 200 y el 500 después de Cristo. La cerámica de ese momento
reúne distintos tipos de Condorhuasi junto con Ciénaga, otra cultura del período Temprano o Formativo que
describiremos a continuación.
Cultura Ciénaga
Se la ha considerado más tardía en el área que las anteriores, pese a que en algunos momentos interactúa con
ellas. Su arquitectura se caracteriza por el uso de la piedra tanto para sus habitaciones como para las estructuras
destinadas a la siembra. Las viviendas consistían en construcciones de planta circular agrupadas en núcleos de tres
a seis, ubicadas entre los espacios destinados al cultivo. Al igual que en las culturas anteriormente descriptas, sus
actividades cotidianas para sustento fueron principalmente agrícolas. Los sitios de habitación se vinculan con
vertientes de agua, que fueron canalizadas para distribuirla a canchones de forma circular construidos para el
cultivo. La agricultura fue tan importante como el pastoreo de camélidos, y mantuvieron un importante
complemento de la dieta con la caza y la recolección. Sus piezas cerámicas son de gran calidad. Realizaron
también buenos trabajos en piedra y metales como plata, oro y bronce. Los vasos en piedra destinados a rituales,
de las últimas fases de Ciénaga, son excepcionales, de muy buena calidad, con decoración externa en relieve
representando personajes de aspecto humano o zoomorfo. La forma de estas piezas es abombada, cilíndrica o
bicónica, con formas que recuerdan a las de piezas de Tiahuanaco, incluso con personajes humanos tallados
parecidos a los que decoran la Puerta del Sol de esta cultura boliviana.
Ciénaga es probablemente más conocida por su excelente cerámica. En las tumbas de esta cultura se han
rescatado miles de piezas enteras de excelente calidad, entre las que se destacan las de cocción reductora, de
color gris, y las decoradas por escisión. Los motivos son geométricos y figurativos. Hay también algunas de cocción
oxidante, pintadas con tinta de color morado sobre pasta naranja, y excepcionalmente algunas de color negro
sobre blanco.
En principio la decoración se caracterizó por un predominio de líneas rectas que componen motivos geométricos de
ángulos escalonados o en cuadriculados. Posteriormente, se delimitaron los motivos con líneas excisas gruesas,
con los espacios rellenados con impresión en pasta fresca de puntos ubicados al azar, realizados con un
instrumento de una sola punta o por líneas de puntos impresos con peines. También hay motivos naturalistas,
zoomorfos o antropomorfos. Los animales representados se pueden interpretar como vizcachas, monos y
camélidos, en algunos casos con caracteres felínicos, como largas colas, colmillos prominentes, garras y manchas
de jaguar. En las piezas de la cultura Ciénaga nunca constituyen escenas, y en el caso de estar agrupados no se
enfrentan. Hay piezas modeladas de aspecto felínico o figuras humanas femeninas de grandes caderas, pero no
son frecuentes, y las formas predominantes son los jarros y las jarras de cuerpo cilíndrico o de cuerpo globular con
cuello recto. En las últimas fases comienzan a usarse formas abiertas como los pucos o fuentes, que tienen una
decoración muy particular consistente en líneas formadas por pequeños círculos impresos sobre el borde. En
cuanto a las piezas decoradas, las de mayor tamaño son las urnas usadas para el entierro de párvulos; algunas
tienen forma de grandes pucos mientras que otras fueron hechas con un cuerpo globular con cuello alto. En
cerámicas toscas existe gran variedad; se destacan las enormes tinajas que posiblemente se usaron dentro de los
recintos como depósitos o contenedores. El área de dispersión de la cultura Ciénaga abarca las actuales provincias
de Catamarca y La Rioja y parte de Santiago del Estero y Tucumán; sus cerámicas también se encuentran al otro
lado de la cordillera, en San Pedro de Atacama.
La cultura Ciénaga se desarrolló en el Noroeste argentino entre el comienzo y el año 500 de nuestra era.
Cultura Candelaria. Corresponde a una larga tradición que va desde los primeros siglos de la era hasta cerca del
1.500. Se definieron varias fases. Sus restos se encuentran con mayor profusión en zonas de selva, pero también
están en Tafí del Valle en sitios de la cultura Tafí y en otros lugares de Tucumán junto con restos del
Santamariano. Poco se conoce de los patrones de asentamiento y los modos de vida de estos pueblos, pero los
museos atesoran piezas de alto valor estético, especialmente en cerámica, que indudablemente pertenecen a
Candelaria. Son de pastas finas o burdas pero siempre sumamente pesadas; las hay tanto oxidantes como
reductoras, con la representación de personajes humano-ornitomorfos, algunas veces con indicación de sexo, las
extremidades transformadas en muñones y cuerpos globulares terminados en punta con decorados en relieve por
escisiones e impresos. En algunos casos representan escenas modeladas, en otros son cuerpos de ave, incluso con
las alas y patas de tres dedos, pero con caras humanas, con representación de aros, pectorales y mutilaciones en
la piel en forma de tatuajes dibujados con sucesivos impresos de instrumentos de punta roma sobre pasta fresca.
El fondo en estas cerámicas está apenas esbozado por la impresión de un pulgar, sin bases claras o apoyos
anulares; en algunas fases tienen pinturas en la superficie externa.
2) El período Medio o de Integración Regional
El período Medio o de Integración Regional (250 a 1200 después de Cristo) se caracteriza por el uso generalizado
de nuevos recursos y técnicas, posiblemente con origen en el altiplano puneño, y de otras concepciones sobre el
uso del espacio que les permitieron a estos pueblos construir su propio paisaje. La interacción con los sistemas
sociales preexistentes y los contactos e influencia de grupos de tradición diferente dieron origen a las pautas
culturales que fueron características de este nuevo período o etapa, también llamado Formativo Medio y Formativo
Superior por diferentes autores. La indudable interacción entre estos pueblos, el mejoramiento de las técnicas de
pastoreo y la selección de especies domésticas en función de sus necesidades, agregado a un notable
perfeccionamiento en el control de cuenca y de los sistemas de riego y manejo del agua de superficie y
subterránea, con estructuras arquitectónicas sumamente efectivas para frenar los procesos erosivos, el uso
racional del secano y la utilización simultánea de diferentes ambientes con la adquisición de nuevos y efectivos
sistemas de conservación y almacenaje, generaron un aumento de la producción y mejoraron la calidad de vida.
Consecuentemente, se crea e impone un nuevo sistema de creencias y mitificaciones que asegura el
mantenimiento de una organización política diferente de las anteriores. Surge una nueva sociedad con marcada
estratificación social. El consiguiente aumento del número de pobladores a su vez generó la necesidad de nuevas
tierras. La presión demográfica llevó a estos grupos a radicarse en áreas más bajas, donde encontraron las
condiciones climáticas y ambientales propicias para determinadas actividades agrícolas, que fueron posibles por la
selección y mejora de variedades de plantas domésticas adaptadas a los nuevos ambientes, con la transformación
voluntaria y responsable del paisaje requerido para la implementación de nuevas técnicas agrícolas y ganaderas.
Fueron las laderas de pendientes apropiadas y cubiertas de buenos suelos de la cara oriental de la cadena del
Ambato donde las nuevas técnicas de producción –basadas en el riego y el efectivo control de cuenca– permitieron
el crecimiento y la expansión de estos grupos, que con los adelantos tecnológicos, las nuevas y mejores
condiciones ambientales, y los métodos de producción apropiados se extendieron hasta la actual provincia de San
Juan, abarcando toda el área semiárida del Noroeste y parte de Cuyo.
En el valle central de Catamarca las nuevas condiciones climáticas menos rigurosas y los cambios en la
conformación social permitieron realizar obras de infraestructura monumentales, como terrazas de cultivo,
canchones y andenes regados por diversos métodos, tanto de desplazamiento de agua en superficie como de
elevamiento de la capa freática o incluso de captación de humedad de las neblinas por condensación en muros de
piedra. Todo ello fue estructurado y sostenido por un sistema ideológico-religioso poderoso, en un sistema de
sociedad rural estratificada que no presenta claras evidencias acerca de la existencia de ciudades capitales o
residencias de grandes señores, pero que logró asegurar durante casi mil años la estabilidad interna necesaria para
realizar obras que requirieron de una importante labor de conjunto.
Cultura Aguada
Está caracterizada arqueológicamente por restos que datan de 250 a 1200 después de Cristo. Fue llamada “cultura
Draconiana”, y su denominación actual se debe a los estudios de Alberto Rex González. Se extiende desde la Puna
al norte hasta la provincia de San Juan por el sur, con características diferentes según las áreas, y constituye una
larga tradición con marcadas diferencias temporales. Estas diferencias se presentan bastante netas entre el oeste
de Catamarca y La Rioja, la zona central de Catamarca y el este de esa provincia, y son notables en sus restos
arqueológicos, los que presentan matices o modalidades en diversos aspectos. Sin embargo, en todos los casos
hay una ideología dominante e identificable en sus manifestaciones artísticas, entre estas representaciones se
destaca una de aspecto felínico: el tigre o jaguar de Aguada.
Las representaciones demuestran la existencia de un chamanismo poderoso y el desdoblamiento de la
personalidad, merced al uso de plantas psicoactivas –como el cebil– consideradas sagradas por estos pueblos,
entre una deidad felínica y el hombre que se feliniza. Los cráneos de esqueletos humanos asociados a Aguada
presentan en muchos casos deformación tabular erecta, aunque en excavaciones recientes hemos descubierto
para diferentes sitios algunos cráneos sin deformación, y en sitios Aguada más tardíos algunas deformaciones
circulares intencionales.
Los poblados de esta cultura en muchos lugares tienen construcciones de paredes de piedra bien planificados, para
lo cual también utilizaron el barro encajonado y el adobe de diferentes formas. En el Valle de Hualfín no registran
paredes de piedra; probablemente fueron de material perecedero. En las laderas del Ambato, en cambio,
construyeron con mampostería de piedra, con lajas verticales en las caras de los muros que tienen un tercer
cuerpo de piedras pequeñas y sedimento, conformando los cimientos con estos muros de tres cuerpos. Por encima
de ellos colocaron las piedras de mampuesto generalmente canteadas, en posición horizontal, cuidando que sus
lados planos quedaran hacia el interior de los recintos conformando lienzos muy parejos. En algunas
construcciones utilizaron las paredes hechas con sedimentos húmedos encajonados y reforzados con columnas de
piedra como en la mencionada cultura Alamito, otras paredes fueron de piedras verticales en doble fila calzadas
con fragmentos más chicos unidos por mortero. Algunos tabiques internos que dividen recintos presentan adobes
colocados con sedimento arenoso húmedo y postes de madera. La construcción de los poblados responde
indudablemente a una planificación previa, según distintas funciones. Algunos de tipo ritual y religioso, como La
Rinconada en el departamento Ambato, con un gran montículo ceremonial frente a una depresión rodeada de
construcciones. Otros casos son sólo montículos, como en el departamento Capayán, o enormes estructuras
escalonadas en varios niveles, como en las cumbres del cerro Ambato.
En los bordes del salar de Pipanaco, al oeste del cordón de Ambato, son enormes sitios habitacionales como los de
La Ciudacita, Pajanco y Tuscamayo, donde las construcciones se realizaron en piedra bola, o rodados; algunas
veces son recintos rectangulares regulares, en grupos pequeños dentro de las quebradas, como ocurre en el este
de Catamarca. No está claro aún si las diferencias son temporales o funcionales o si responden a ambos aspectos.
Por el momento sabemos que los sitios del Valle de Catamarca son un poco anteriores a los de Hualfín en las
laderas del Ambato, y muy posteriores en el fondo de valle, y las cerámicas asociadas indican la presencia de
estilos como Ciénaga, Condorhuasi y Aguada.
Uno de los aspectos más sobresalientes de Aguada es el arte rupestre, que presenta algunas variantes según las
zonas en las que se lo encuentra. En el borde de la Puna, las representaciones son grabadas en las areniscas de
acantilados que están oxidados y cubiertos de pátina; al ser golpeadas, producen por contraste los motivos en
positivo como en Aguas Calientes, departamento de Belén. Estos petroglifos representan animales y escenas de
caza mezclados con imágenes del felino de Aguada. En los departamentos de Pomán y Ambato encontramos
motivos serpentiformes trabajados por la misma técnica o pintados; más al este, en cambio, sobre los cerros del
Ancasti, las técnicas son el estucado y las pinturas; se destaca la representación de figuras plenas de movimiento
en color blanco, pinturas en color naranja de animales con aspecto de camélidos y grandes felinos en blanco con
manchas naranja, amarillas o blancas. Se observan asimismo personajes humanos policromos en actitud de danza,
con sus armas o elementos rituales como hachas, lanzaderas y cabezas trofeo, y escenas completas donde los
individuos bailan en ronda alrededor de una fogata, dirigiendo bandadas de ñandúes con la ayuda de largas varas.
Se incluyen escenas zoofílicas de hombres con camélidos.
En estas últimas representaciones pintadas se repiten motivos que son comunes en la cerámica Aguada
Portezuelo, tanto en la policroma como en la negra pulido inciso. Muchos de los aleros con pinturas rupestres
tienen muros o paredes de protección en el frente, lo que permitió regularizar el piso en su interior, y algunos
fragmentos en superficie se corresponden con la Aguada Portezuelo. Se ha avanzado bastante en el conocimiento
del arte decorativo y la cerámica de Aguada. Existen numerosos tipos cerámicos entre los que merecen destacarse
algunos como los bruñidos grises, negros y marrones, que generalmente están decorados con motivos realizados
por incisión en una pasta casi seca y con un instrumento de punta fina. Los trazos, tanto de líneas rectas como
curvas, denotan una gran seguridad en el manejo del instrumento y conocimiento acabado de la técnica y el
motivo final esperado; estos motivos pueden ser tanto geométricos como figurativos. En los de tipo naturalista se
representan felinos con todos sus atributos: garras, cola, manchas y grandes colmillos. También se representan
felinos acollarados de a pares, o solos en actitud de ataque o defensa. Otros animales como llamas o alpacas se
representan en grupos que llegan a constituir escenas completas donde un hombre lleva varios animales de tiro
atados a una cuerda, o aquellas en que éstos se dibujan atados a una gran estaca. Son comunes también los loros,
cóndores y serpientes, y las fusiones de ellos. Los personajes humanos aparecen representados con vestimentas,
sombreros, cascos o máscaras felínicos que algunas veces llevan en sus manos hachas, lanzas, tiraderas o pipas;
hay variaciones según los tipos cerámicos. En los cerámicos grises comunes de Hualfín los humanos pueden estar
de frente, mientras en el tipo negro inciso de Portezuelo tienen la cabeza de perfil aunque el cuerpo se represente
de frente.
No son menos interesantes las cerámicas pintadas, que se encuentran en todos los sitios con algunas variaciones
en cuanto a su frecuencia. Entre una singular variabilidad de tipos, merecen destacarse las policromas en negro y
rojo sobre crema de los valles del oeste, o las rojo pulido y las de motivos en negro sobre rojo pulido. Hacia el
valle central se acentúa la presencia de policromos sobre fondo opaco crema o blanco, con representaciones de
círculos y óvalos divididos por líneas cruzadas que tienen puntos en el interior de los cuadrantes. También se
representan felinos y figuras humanas, pájaros y otros animales en los cuales con pocos trazos se pueden
reconocer las diferentes especies. Los colores usados son negro, rojo, marrón, naranja, bordó y ocres en varios y
distintos tonos, sobre un engobe espeso, opaco, de color casi blanco y de base calcárea. Las piezas son de formas
abiertas u ollas de cuerpo globular y cuello cilíndrico, con asas horizontales pequeñas. Estos tipos no han sido muy
bien estudiados, pero predominan los de decoración en negro sobre crema con líneas escalonadas y con la
superficie interna negra alisada, los de líneas paralelas naranja y negra alternadas con interior negro alisado, y los
de exterior negro, rojo, marrón y morado con interior negro pulido o bruñido. No son raras las piezas abiertas con
decoración interna; en esos casos generalmente los decorados son en negro sobre rojo o sobre el color natural de
la pasta pulida del interior y la mayoría de las veces representan felinos o fauces aisladas. El interior puede estar
decorado con un bruñido negro grafitado sumamente brillante.
Son abundantes también las figuras humanas modeladas que representan personajes femeninos, desnudos o
vestidos, y que suelen tener pinturas faciales y complejos tocados. Los que están vestidos son de forma
extremadamente chata, la representación de la boca es una simple hendidura y puede tener pequeñísimos labios.
Los ojos son grandes y ovales, generalmente están encuadrados por grandes cejas; las narices son prominentes,
casi carecen de mentón y las orejas –si existen– apenas se notan. Generalmente, la cara tiene un perfil
acorazonado. En cambio, las que aparecen desnudas tienen más volumen, las extremidades se representan
atrofiadas y el sexo señalado en forma apenas distinguible.
La metalurgia, especialmente del bronce, alcanzó niveles óptimos y se hicieron hachas, cinceles, agujas, discos,
pinzas, cuentas, adornos, tiaras y manoplas. Con el uso de la técnica de la cera perdida se llegaron a realizar
verdaderas maravillas artísticas con representaciones en relieve. Entre todas ellas merecen destacarse los discos
con personajes centrales, verdaderas joyas del arte Aguada en metales.
En estos momentos los fechados para Aguada de las laderas del Ambato –que hemos denominado Aguada Inicial–
son más tempranos que para Aguada Portezuelo; para los primeros hablamos de entre
1.800 y 1.550 años antes del presente, y para los últimos entre 1.000 y 850 años antes del presente.
En todo el oeste, cerca del 900 después de Cristo, la integración regional sufrió una seria crisis, no tanto ideológica
o tecnológica sino política, pues se conformaron diferentes jefaturas independientes que ocuparon los grandes
valles y sus quebradas laterales. Las culturas del período Medio o de Integración Regional desaparecen como tales
y dan lugar a la conformación de las sociedades del denominado período de los Desarrollos Regionales o Tardío,
donde predominan las construcciones de tipo defensivo, fuertes amurallados en posiciones altas y ubicados en
lugares estratégicos. Estos sitios, llamados pucará, encierran depósitos y están rodeados de múltiples muros
defensivos y otras construcciones como torres y bastiones con acumulación de piedras para honda, que evidencian
una época de beligerancia e indican una permanente lucha por el territorio y la necesidad de proteger las cosechas
y fuentes de agua.
En esta época y en el área que nos ocupa no encontramos diferencias notables en la arqueología de los grupos
humanos; viven en medios muy parecidos y utilizan el mismo sistema de producción. Probablemente existía un
idioma único, el cacan. Se han delimitado diferentes territorios y existen variaciones en algunos aspectos de las
manifestaciones artísticas de cada grupo, pero son más las semejanzas que las diferencias. Hay evidencias de una
estratificación social marcada, con surgimiento de un estamento social dominante y poderoso, que si bien surge en
el período anterior, en éste se manifestó muy intensamente, no sólo en las representaciones artísticas sino también
en las viviendas y especialmente en las sepulturas. Se desarrolló con mayor intensidad la minería en función de la
metalurgia, como productora de elementos de lujo o con fines ceremoniales y también de herramientas de uso
cotidiano en múltiples aspectos. Se construyeron numerosas y grandes obras, enormes represas, canales y campos
de terrazas de cultivo, con un sistema de cacicazgos andinos. Todo ello facilitó el surgimiento de ciudades
primarias con principios de urbanismo. La ganadería de la llama continuó perfeccionándose. Hubo mejoras en la
producción de fibras, seleccionadas por largo y espesor en función de las diversas necesidades de uso, y la
actividad textil fue intensa, con una cierta especialización en algunos grupos vinculados a diferentes actividades
como la textil y la cerámica. En la agricultura se optimizó el rendimiento de los suelos con el agregado de abonos,
y se pudieron almacenar y conservar los productos mediante silos y técnicas elaboradas para secado y
preservación. Existía un activo intercambio dentro de la región y con regiones vecinas, tanto de información como
de productos. La arquitectura evidencia cambios importantes en relación con períodos anteriores ya que se usaban
en mayor cantidad los adobes para viviendas, lo que resultaba más económico que el uso de piedras. La
construcción con mampostería de piedra logró obras descomunales, tanto en seco como con el uso de morteros.
Las paredes en muchos casos estaban revocadas y pintadas. Se advierte un principio de urbanización en la
planificación de áreas destinadas a cementerios, basurales y espacios libres para circulación y comunicación.
En general estas sociedades ocuparon la zona montañosa, fundamentalmente los piedemontes bajos que habían
sido formados poco tiempo antes por el cambio climático de esta época, cercanos a las corrientes de agua del
fondo de valle. Establecieron sus poblados en las laderas, con construcciones amuralladas sobre la cumbre de
mesetas de posición estratégica y verdaderas fortalezas en lugares de gran importancia desde donde se pudiera
controlar la captación y distribución de agua en superficie. Aunque surgieron grandes construcciones aglomeradas,
siguieron constituyendo típicas sociedades rurales, con énfasis en la producción agropecuaria. Las viviendas
estaban en áreas cercanas a los sitios de producción, algunas veces aisladas, pero cercanas entre sí, a la vista de
los pucarás o fortalezas.
Podemos observar una gradación en las construcciones que demarca la diferencia social interna. En efecto, en
estas poblaciones amuralladas vivieron los miembros de estamentos de mayor nivel, ya que constituyeron
verdaderos señoríos autosuficientes. Tuvieron un avanzado conocimiento de las técnicas de control de cuenca,
realizaron numerosos muros de contención de derrumbes y perfeccionaron los sistemas de cultivo en terrenos con
pendientes pronunciadas, dejando claras evidencias de un manejo de la hidráulica que se manifestó en múltiples
tomas de agua con sus respectivos canales y represas, cuyos restos llegaron hasta nuestros días en excelente
estado de conservación. Sembraban maíz, zapallo, papas y ajíes; criaron llamas y recolectaron algarrobo, chañar,
mistol, pata, ají del campo, molle y piquillín. Enterraban a los párvulos en urnas de cerámica de calidad, cocidas en
atmósfera oxidante. Las urnas tenían una clara división: una parte inferior con forma de puco, un cuerpo
ensanchado y un cuello, aunque en algunas el cuerpo y cuello se unen en un solo segmento de la pieza sin división
clara. Trabajaron bien los metales –principalmente el bronce–, la madera, los textiles y la cestería. Conocieron y
manejaron diferentes técnicas de construcción y de uso del espacio, que se manifiesta en los restos de sus
asentamientos. También hay variación en las formas y los decorados de las piezas cerámicas, aunque la evidencia
de interacción permanente que mantuvieron entre ellos ha quedado claramente plasmada en muchas ollas;
algunas tienen formas correspondientes a una cultura arqueológica y decorados que caracterizan a otra.
Quizá el rasgo más sobresaliente de este período esté dado por el éxito de su estrategia de adaptación y la
efectividad de sus sistemas de producción. La ruptura de la unidad política en el oeste derivó en muchos pequeños
grupos independientes que definieron su territorio en las grandes depresiones como la de Hualfín, Abaucán y Santa
María, cada una con sus valles aledaños. En lo cultural se manifestaron de distintas formas desde el punto de vista
del arte y la decoración, sin que entre ellos existiera ningún tipo de barrera ecológica infranqueable. Tuvieron en
común los sistemas de producción desarrollados en función de un ambiente similar con tradiciones compartidas y
son tantas las semejanzas que los conquistadores creyeron que constituían un mismo grupo, al que denominaron
diaguitas o calchaquíes. Este período de Desarrollos Regionales o Tardío abarca desde alrededor del año 900 y
llega hasta la dominación incaica en el siglo XV, con diferencias en su patrimonio arqueológico que permite
clasificar distintas culturas.
Siempre se presentaron dudas respecto de esta cultura, si bien tiene características compartidas con el Tardío o de
los Desarrollos Regionales en cuanto a sus patrones de enterramiento en urnas y el uso del mismo ambiente de
piedemontes bajo. La pasta de algunas de estas piezas es de gran calidad, con componentes finos que en algunos
momentos hicieron considerarla del período Medio o de un momento de transición entre el Medio y el Tardío. Las
piezas más características son las urnas para enterratorios de párvulos, altas, con cuello largo, que puede tener un
labio evertido. Van cubiertas por grandes pucos muy profundos, que en algunos casos también cumplen la función
de urnas. Comparten con las urnas santamarianas una clara división en dos partes producida por franjas verticales
lisas, o pintadas con líneas que pueden encerrar alineamientos verticales de círculos o rosetas. Las viviendas San
José tienen forma de cerradura, con un pasillo de entrada que da a recintos circulares construidos en mampostería
de piedras canteadas. Estos recintos de vivienda están entre campos de cultivo en los piedemontes, asociados a
tumbas de planta circular con paredes de piedra que contienen las urnas.
Se caracteriza por los restos arqueológicos que se encuentran principalmente en los valles de Yokavil y El Cajón en
Catamarca, y otros como el valle Calchaquí en Salta y el de Tafí en Tucumán. Los elementos más significativos del
estilo santamariano son las urnas para entierro de párvulos, que están compuestas por un cuerpo globular con
cuello generalmente más largo que el cuerpo y el borde volcado hacia afuera. Las asas, siempre de a pares, se
encuentran sobre la parte baja del cuerpo y son horizontales, con una perforación que permite trasladar las urnas
con la boca hacia abajo; el apoyo de las urnas es anular, el fondo cóncavo y la decoración puede ser pintada o
plástica y pintada. La decoración pintada está compuesta de dos o tres colores: una base crema opaca en forma
de baño sobre la que se aplican los otros colores: negro y bordó. En las últimas fases se usan sólo dos de estos
colores, negro y crema en las urnas, mientras que los pucos que las cubren pueden seguir teniendo decoración
tricolor. Excepcionalmente se encuentran urnas sin pintura en las últimas fases de su desarrollo, o urnas con
decoración en negro sobre rojo, que pueden tener trazos excisos profundos pintados de negro; estos casos están
asociados a restos arqueológicos incaicos como en Fuerte Quemado.
Las urnas santamarianas se han clasificado en dos grandes grupos por los colores usados en la decoración, y en
seis diferentes fases de desarrollo. De acuerdo con las asociaciones sabemos que las tricolores no están vinculadas
siempre a elementos incaicos y pueden tener decoración modelada en relieve positivo al pastillaje, que representan
manos teniendo un puco a la altura de la unión del cuerpo con el cuello. En estas primeras fases se puede ver la
separación del cuerpo en dos partes, un puco y un cuerpo, que entre ellos presentan una zona deprimida. La
decoración a veces no respeta esta separación, sobre todo en las tres primeras fases, mientras que en las
siguientes se decoran por separado el cuello, el cuerpo y la parte baja de éste. La zona del borde que queda por
dentro de la urna está decorada con una simple línea negra o con guardas geométricas negras sobre la pasta
natural y en algunos casos con motivos zoomorfos.
Estas urnas se encuentran en cementerios organizados, con numerosos entierros de niños, desde neonatos hasta
un año y medio de edad o algunas pocas veces más grandes. Predominan los muy pequeños, lo que ha hecho
pensar en abortos espontáneos que se pueden haber producido por problemas de hipotiroidismo o hipertiroidismo
en las madres debido a la carencia de yodo en el agua. Entre las ollas de uso cotidiano son comunes las globulares
sin decoración, las globulares con decoración de rostros humanos por agregado de cerámica al pastillaje, todas
ellas sin pintura, algunas decoradas con impresos sobre la superficie o agregados de pasta fresca que se cubrieron
de impresiones. Hay ollas de gran tamaño con una sola asa, pucos de diferentes tamaños, grandes ollas toscas con
cuello recto y cuerpo globular, elaboradas con una pasta de poca calidad pero con buena terminación de
superficie. También merece destacarse la existencia de morteros comunales y conanas en rocas de grano fino;
elementos en bronce o cobre como pinzas, cinceles, agujas y discos; instrumentos en hueso como espátulas,
punzones, leznas, botones o cuentas, y pequeños instrumentos musicales en cerámica y estatuillas toscas. Hay un
uso bastante generalizado del bronce que se encuentra en forma de elementos elaborados, como hachas, cinceles,
pulseras y los muy conocidos discos de gran belleza estética, donde se representan personajes, generalmente de a
dos, que también se encuentran en pinturas de cerámicas incaicas. Posiblemente estos discos pertenezcan a la
última época previa y contemporánea a la conquista incaica.
La construcción de sus poblados sobre los piedemontes se realizó con piedra rodada y en las partes altas de los
cerros con lajas canteadas. Allí las paredes fueron reforzadas con largas lajas clavadas en sentido vertical sobre la
cara de los muros que dan hacia la pendiente. Tuvieron sistemas de riego por superficie con canales, control de
torrentes y represas de gran tamaño, de hasta diez mil metros cúbicos.
Son comunes los grandes sitios del Tardío. Llaman la atención los morteros comunales en rocas grandes, fijas en el
terreno, con cantidades variables de hoyos de diversos tamaños, desde algunas de diez a doce centímetros de
profundidad y diámetro respectivamente, hasta otras con más de setenta centímetros de profundidad y cincuenta
de diámetro. Estos morteros están ubicados de dos formas diferentes: unos cercanos o adosados a las viviendas,
pequeños y seguramente destinados a moler semillas, y otros muy grandes en rocas en las quebradas cerca de las
corrientes temporarias de agua, posiblemente destinados a la molienda de rocas para la obtención de minerales o
a modo de “trampas para oro”, como las llaman los mineros actuales.
Su arquitectura se caracterizó fundamentalmente por grandes muros de piedra conformados por paredes de
rodados de tamaños que van desde quince centímetros hasta casi un metro de diámetro, con un relleno entre ellas
de rodados menores, grava y, en algunos casos, restos de basura. En algunos casos, estos muros se adosan unos
a otros componiendo paredes de hasta más de cuatro metros de espesor. En sus últimas fases, poco antes de la
ocupación incaica, constituyeron asentamientos, donde varios núcleos de viviendas se encuentran unidos por
canales y senderos, con pequeñas áreas abiertas carentes de construcciones, entre los que pueden considerarse
barrios diferentes. Un buen ejemplo de ello lo constituye el Fuerte Quemado de Yokavil, al pie del cerro de la
Ventanita, donde encontramos siete sectores diferentes unidos por canales y senderos.
Cultura Belén
Los grupos humanos que dejaron restos de la cultura Belén vivieron en los valles de Hualfín, Abaucán, el Bolsón de
Andalgalá y el borde del salar de Pipanaco, aunque con la conquista incaica fueron trasladados a otras áreas para
trabajar en el sistema de mita, por lo que se encuentran asociados a restos incaicos en lugares lejanos como
Antofagasta de la Sierra. No es una cultura muy conocida. En un primer momento construyeron grandes casas
pozo, con materiales perecederos; más adelante se los encuentra en poblados de paredes de piedra. Se distinguen
por el trabajo del bronce, del que se conservan muy buenas obras como los platos o discos, además de cinceles y
hachas, campanas, cencerros, pulseras, pinzas, agujas y todo tipo de adornos.
El elemento más conocido de esta cultura es la cerámica funeraria, sus urnas, que se componen de las mismas
partes que las santamarianas sólo que las proporciones varían: los cuellos no son más largos que el cuerpo, la
pintura es predominantemente en color negro que compone los motivos sobre un engobe rojo, aunque puede
existir algún decorado en negro sobre crema, en agregados como caras antropomorfas con trenzas al pastillaje,
que se encuentran en urnas de cuello volcado hacia afuera, o pueden tener puntos crema entre decorado negro
sobre rojo.
El decorado puede ser geométrico, constituido por cuadriculados de cuadros alternados, o zoomorfo,
representando ofidios con decorado geométrico sobre el cuerpo y cabezas dobles, quirquinchos, aves o extraños
armadillos de cuello largo u otros que semejan reptiles de cuerpo muy ancho. Las urnas se encuentran en las
tumbas tapadas con pucos que están decorados de la misma manera por fuera y por dentro. Se plantean para
Belén tres fases, de las cuales las dos últimas están en asociación con restos incaicos. De esta cultura se
recuperaron también mates pirograbados y cestas tejidas de gran calidad y con símbolos, algunas con motivos
decorativos pintados y otras con entrecruzado de fibras teñidas de origen vegetal o animal. También hay esteras
de vegetales y tejidos de muy buena calidad con combinación de colores negro, marrón, rojo y verde, con motivos
que pueden ser geométricos o naturalistas.
4) El período Incaico
Todo el sistema de organización sociopolítico local cambió abruptamente con la llegada de los incas provenientes
de Perú y con su ocupación efectiva del territorio hacia 1480. Éste es el último período indígena independiente del
Noroeste argentino. El Imperio Incaico irrumpió en el siglo XV, no sabemos con exactitud la fecha, pero
posiblemente mucho antes de lo que creíamos puesto que los fechados, tanto en nuestro país como en Chile,
muestran la presencia incaica casi un siglo antes que lo estipulado hasta ahora por el análisis de los documentos
escritos en la primera época de ocupación española. El estado incaico ocupó el territorio del oeste catamarqueño y
riojano, construyó numerosos sitios de distinta magnitud, estableciendo el pucará de Aconquija y la Tambería de
Chilecito en La Rioja como las dos fortalezas más grandes de la frontera sur del imperio, además de muchos
establecimientos de menor tamaño que cumplieron diferentes funciones. No hay evidencias de la ocupación incaica
en el valle central de Catamarca ni de la zona este. Suponemos que en estas áreas los grupos que se habían
adaptado desde el período de Integración Regional se mantuvieron vigentes y no alcanzaron a ser conquistados
por el imperio, que por lo demás nunca se interesó demasiado por lugares carentes de los minerales de oro, plata
y cobre.
La irrupción incaica en la zona, como en el resto del actual territorio argentino, se produjo en forma violenta y
rápida. Ocuparon todo el oeste de Catamarca y La Rioja y en el corto lapso que gobernaron y administraron la
zona. Construyeron o modificaron gran cantidad de vías de comunicación, tanto las principales de sentido norte-sur
como las secundarias de interconexión. Sus instalaciones, que están en relación con los caminos, fueron de varios
tipos según estuvieran en el interior de la zona conquistada o en los bordes. Además, la actividad principal de cada
sitio también le dio una característica y una forma de construcción especial. Así, se distinguen por la función los
sitios de habitación (kanchas), sitios en relación con el transporte (tampus), sitios en relación con las
comunicaciones (chasquihuasi); fortalezas interiores, las grandes de frontera como los pucarás de Aconquija y
Tambería de Chilecito, y los sitios rituales de altura como Volcán Galán o el nevado de Aconquija, de culto como
Shincal, de observación solar como los Intihuatana, o de vivienda, elaboración de manufacturas y redistribución
como Watungasta, Hualfín, nevado de Aconquija o Punta de Balasto.
La construcción incaica se realizó, según la zona de que se trate, con mampostería de piedra, de adobes o una
combinación de ambas. La forma de acomodación de las piedras cambia en los establecimientos nuevos que se
construyen para ello, y emplea la doble fila de piedras apoyadas con sedimentos húmedos o con mampostería de
adobes, en ambos casos con cubierta interna de revoques pintados. En los grandes sitios ceremoniales se usan a
veces piedras canteadas o con toscos arreglos para que calcen mejor, pero la sillería, si es que aparece, es de poca
calidad y en la mayor parte de los sitios se emplean las técnicas locales de construcción, con patrones de
distribución y forma de plantas que imponen los conquistadores incaicos.
En algunos sitios, como en el pucará de Aconquija, se emplean distintos y numerosos sistemas de acomodación de
los mampuestos y de formas de extracción, de preparación y de ensamblado. Encontramos también sistemas
superpuestos, en la misma obra y en diferentes muros, a veces de un mismo recinto o muralla, lo que indicaría la
participación de grupos humanos que conocen distintos sistemas de construcción y los emplean en función de
tributar al imperio. En el caso antes mencionado del pucará de Aconquija, las murallas están construidas en
paneles independientes llamadas chutas, de tres a cinco metros de longitud, con formas de acomodación y piedras
de tipos muy variados, desde lajas puestas en forma vertical hasta las horizontales, pasando por todos los ángulos
posibles hasta el uso único de cantos rodados o mezcla de cantos rodados y lajas.
Hay algunas características propias de la construcción incaica que le dan una personalidad bien definida, como los
nichos ciegos en las paredes, las salidas para agua, los vanos de puertas y ventanas, y las troneras de formas
trapezoidales, las escaleras, los recintos que rodean grandes rocas fijas o los muros adosados como refuerzo. La
pared de lajas pegadas con barro, los recintos perimetrales y las construcciones sobre el camino imperial también
son habituales. Sus sitios se caracterizan además por la presencia de los depósitos comunales collcas y por obras
de infraestructura destinadas al control de aluviones, al manejo de cuencas o a la captación de agua y distribución
en superficie, aunque también usaron las capas subterráneas para regar por capilaridad en chacras hundidas. La
metalurgia es importante y posiblemente fueran el oro y la plata los metales que provocaron la mayor parte de las
conquistas, a fines de asegurar el aprovisionamiento y el control de las fuentes de materia prima, aunque también
la necesidad de mano de obra y las fibras finas como la vicuña pueden haber tenido importancia para controlar
algunas áreas. Es sintomático que no se registran sitios incaicos donde no existían estos productos.
La cerámica incaica en la zona se caracteriza por la imposición imperial de la forma y en algunos casos de la pasta,
así como también los motivos de la decoración, mientras que las técnicas de elaboración, acabado, terminación de
las superficies, baños y pinturas son locales. Las formas decoradas características son los platos pato, cerámicas
planas con forma de plato de bordes levemente levantados, pintadas en el interior que llevan por asa una cabeza
de pato modelada y en el extremo opuesto pequeños mamelones que representan la cola; los aríbalos y
aribaloides, que son botellones de cuerpo globular y cuello estrecho que pueden tener apoyo anular o cónico, con
borde evertido, generalmente decorados del lado interno con una guarda geométrica; las ollas globulares con pie
de compotera que se caracterizan por un apoyo único bicónico, macizo, que no existía en el área antes de la
conquista incaica; las asas son en forma de oreja, verticales y alargadas, o en forma de uso, macizas y pequeñas,
y finalmente la decoración en negro sobre rojo se diferencia de las locales como Famabalasto y Belén. El fondo
rojo de las incaicas es opaco y en ese caso rojizo pálido, o rojo brillante con marcas de pulido; en ambos casos la
pintura negra colocada por encima es de buena calidad y cubre perfectamente pero carece de cuerpo, lo que no
ocurre en las anteriores Famabalasto. Los motivos incaicos son muchos pero los elementos que los componen
pocos: líneas curvas finas, líneas rectas finas y puntos. Éstos se combinan para componer motivos donde los
espacios rodeados de líneas rectas se rellenan con otras entrecruzadas para componer enrejados de cuadriculados
romboidales. Las líneas curvas pueden componer caras o rellenarse de la manera anteriormente mencionada. No
es raro encontrar motivos antropomorfos o zoomorfos pintados en negro sobre el fondo rojo, en estos casos son
individuales y no componen escenas. En unos pocos ejemplares se encuentran piezas decoradas por series de
triángulos negros y rojos sobre crema o motivos fitomórficos parecidos a los del área chilena.
En negro sobre crema opaco existen dos tipos de decoración. Uno se encuentra sobre las grandes ollas globulares,
en las que se pintan personajes con líneas anchas, que tienen representada una especie de coraza con cabeza
triangular y extremidades inferiores similares a las de un pájaro; las corazas tienen motivos ofídicos de a pares en
el centro, ubicadas en forma inversa, una con la cabeza hacia arriba y la otra hacia abajo. Estos motivos cubren el
cuello de las grandes ollas usadas para depósito, en tanto en el cuerpo los motivos son geométricos, generalmente
triángulos rellenados con círculos o circunferencias en el interior. La cerámica negra sobre crema fina de pequeños
pucos con un cuellito está confeccionada con la misma pasta que los aríbalos y decorada con motivos ondulantes a
veces de aspecto ornitomorfo, otras fitomorfo, o con motivos geométricos rellenos en espacios entre líneas con
cuadriculado romboidal de líneas cruzadas, diferente de los ajedrezados que se ven en Santa María o en Belén.
Otro tipo de decoración es el incaico rojo sobre blanco, muy similar al estilo Averías de Santiago del Estero, que se
encuentra en jarritas globulares de asa en oreja con cuello estrecho y corto, de borde evertido.
En algunos recintos de habitación hay ollas decoradas sin pintura, con motivos plásticos, producidos por agregado
de tiras de pasta en forma de herradura, con impresiones de uñas verticales respecto del eje de la tira o con
pellizcados que tienen encima impresos de uñas o cinceles.
Otras culturas
Además de las culturas que acabamos de reseñar, merecen destacarse las siguientes:
La cultura Las Mercedes es parecida a Ciénaga; con piezas grises excisas, pucos u ollitas que pueden tener varios
cuerpos y otras cubiertas de una capa roja pulida intensa con pasta que contiene tiesto molido como antiplástico, o
negra también con antiplástico de tiesto molido. Las asas santiagueñas son de dos formas principales: chatas con
una concavidad superior en forma de oreja horizontal, o de forma cónica remachada en pared de la pieza.
Asociadas a éstas hay piezas de la tradición tricolor Vaquerías que en su mayoría cumplieron la función de urnas
funerarias.
En algunos sitios de Catamarca y Tucumán se encuentran piezas que originalmente son chaqueñas, como las que
se denominan Averías, pintadas en rojo y negro sobre crema, o rojo sobre crema en el interior de los pucos, con el
color negro en una línea ecuatorial externa, y otra cerámica en negro sobre rojo pulido denominada Famabalasto.
Las que son de color negro tienen motivos que semejan manos, conformadas por triángulos unidos con líneas finas
de los que salen otras líneas que parecen dedos. Estas piezas tienen asas planas como las de Santiago del Estero,
y tanto las decoradas en negro sobre rojo como las tricolores tienen en muchos casos fondos anulares
conformados por un rodete agregado a la parte inferior de la pieza. Esas piezas se encuentran asociadas a sitios
incaicos en el oeste de Catamarca y a sitios coloniales en el valle central; sólo en el este, bajando de la sierra de
Ancasti, se encuentran esos estilos cerámicos en estado puro.
La cultura o estilo Yokavil-Averías está representada en los sitios del Tardío, incaico y colonial de Catamarca. Su
origen debe rastrearse en la región Chaqueña. Se caracteriza por una pasta muy elaborada con cocción que le da
un color rojo en las superficies externa e interna, con el interior en color gris plomo. Hay piezas de varias formas,
entre las cuales se destacan los pucos profundos y abombados, decorados en colores crema, rojo y negro, y con
figuras geométricas en el exterior y en el interior. La representación puede estar dividida en dos o cuatro campos
con imágenes de búhos, que pueden ser tanto naturalistas como estilizaciones donde la forma real se reemplaza
por líneas o círculos que constituyen sólo el pico, las alas o los ojos que tanto llaman la atención en esta especie.
Ambas superficies se cubren con un engobe crema con los motivos en rojo.
En sitios incaicos o coloniales de la provincia de Catamarca a estos colores se agrega el negro bordeando los
motivos o en la parte exterior de los pucos con una línea horizontal.
Sus fechados van desde el 800 en el área chaqueña hasta el 1700 en la zona cordillerana y litoraleña, donde
fueron trasladados por los conquistadores incas o españoles.
La cultura de los ribereños plásticos o de Goya-Malabrigo es característica de las zonas litorales de los grandes ríos
mesopotámicos y de la costa del Río de la Plata. Su cerámica es de confección tosca, con decoración
principalmente plástica con motivos geométricos sobre la superficie externa, producidos en la pasta fresca por el
arrastre y presión de una pequeña espátula que da como resultado líneas escalonadas en bajo relieve. En esta
cultura se destacan unos artefactos –llamados “campanas” por su forma– que tienen una gran abertura en la base
y que a veces se cierran hacia arriba con una o varias aberturas pequeñas, con la característica especial de
decoración plástica por agregado de pasta o al pastillaje de grandes apéndices con forma de loros o papagayos
modelados con precisión y naturalismo. Estas piezas se han interpretado como elementos para mantener brasas
encendidas o también como incensarios utilizados en ceremonias mágico-religiosas.
En la región de Pampa-Patagonia los grupos humanos continuaron durante milenios como cazadores, pero
sufrieron grandes cambios en su sistema con la introducción del caballo y la entrada de los araucanos desde el
oeste en el siglo XVIII. Una gran parte de la población fue “araucanizada” y transformada en pastores de caballos
que se mantuvieron independientes y manteniendo sus sistemas de creencias y costumbres hasta finales del siglo
XIX, aunque introdujeron elementos foráneos.
URNA HUALFÍN