La Interpretacion de Los Sueños PDF

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XVII

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS[254]

Flectere si nequeo superos, acheronta movebo

1898-9 [1900]

PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

(1900)

A
L proponerme exponer la interpretación de los sueños no creo haber
trascendido los ámbitos del interés neuropatológico, pues, el examen
psicológico nos presenta el sueño como primer eslabón de una serie de
fenómenos psíquicos anormales, entre cuyos elementos subsiguientes, las fobias
histéricas y las formaciones obsesivas y delirantes, conciernen al médico por
motivos prácticos. Desde luego, como ya lo demostraremos, el sueño no puede
pretender análoga importancia práctica; pero tanto mayor es su valor teórico
como paradigma, al punto que quien no logre explicarse la génesis de las
imágenes oníricas, se esforzará en vano por comprender las fobias, las ideas
obsesivas, los delirios, y por ejercer sobre estos fenómenos un posible influjo
terapéutico.
Mas precisamente esta vinculación, a la que nuestro tema debe toda su
importancia, es también el motivo de los defectos de que adolece el presente
trabajo, pues el frecuente carácter fragmentario de su exposición corresponde a
otros tantos puntos de contacto, a cuyo nivel los problemas de la formación
onírica toman injerencia en los problemas más amplios de la psicopatología, que
no pudieron ser considerados en esta ocasión y que serán motivo de trabajos
futuros, siempre que para ello alcancen el tiempo, la energía y el nuevo material
de observación.
Además, esta publicación me ha sido dificultada por particularidades del
material que empleo para ilustrar la interpretación de los sueños. La lectura
misma del trabajo permitirá advertir por qué no podían servir para mis fines los
sueños narrados en la literatura o recogidos por personas desconocidas; debía
elegir, pues, entre mis propios sueños y los de mis pacientes en tratamiento
psicoanalítico. La utilización de este último material me fue vedada por la
circunstancia de que estos procesos oníricos sufren una complicación
inconveniente debida a la intervención de características neuróticas. Por otra
parte, la comunicación de mis propios sueños implicaba inevitablemente someter
las intimidades de mi propia vida psíquica a miradas extrañas, en medida mayor
de la que podía serme grata y de la que, en general, concierne a un autor que no
es poeta, sino hombre de ciencia. Esta circunstancia era penosa pero inevitable,
de modo que me sometí a ella para no tener que renunciar, en principio, a la
demostración de mis resultados psicológicos. Sin embargo, no pude resistir,
naturalmente, a la tentación de truncar muchas indiscreciones, omitiendo y
suplantando algunas cosas; cada vez que procedí de tal manera no puede menos
de perjudicar sensiblemente el valor de los ejemplos utilizados. Sólo me queda
expresar la esperanza de que los lectores de este trabajo comprenderán mi difícil
situación, aceptándola benévolamente, y espero, además, que todas las personas
que se sientan afectadas por los sueños comunicados no pretenderán negar la
libertad del pensamiento también a la vida onírica.

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

(1908)

E L hecho de que aun antes de completarse el primer decenio haya sido


necesario editar por segunda vez este libro de tan difícil lectura, no se lo
debo al interés de los círculos profesionales, a quienes me había dirigido con las
presentes páginas. Mis colegas de la psiquiatría no parecen haberse esforzado
por superar la extrañeza inicial que despertó mi nueva concepción del sueño; los
filósofos de profesión, por su parte, acostumbrados a dar cuenta de la vida
onírica cual si fuera un apéndice de los estados conscientes, concediéndole tan
sólo unas pocas palabras —casi siempre las mismas que usan los psiquiatras—,
no advirtieron, a todas luces, que precisamente este hilo conduce a muchas cosas
que han de provocar un profundo trastrueque de nuestras doctrinas psicológicas.
La actitud de la bibliocrítica científica sólo prometía para esta obra mía la
condena del silencio; la primera edición de este libro tampoco habría sido
agotada por el pequeño grupo de animosos prosélitos que siguen mi guía en la
aplicación médica del psicoanálisis y que interpretan sueños de acuerdo con mi
ejemplo, para utilizar estas interpretaciones en el tratamiento de los neuróticos.
En consecuencia, estoy en deuda con ese vasto circulo de personas ilustradas y
ávidas de saber cuyo apoyo es para mi una invitación a emprender otra vez, al
cabo de nueve años, esta tarea difícil y de tan múltiples aspectos fundamentales.
Me complace poder decir que hallé poco motivos para introducir
modificaciones. Aquí y allá inserté nuevo material, agregué algunos
conocimientos surgidos de mi experiencia más extensa, intenté revisiones en
unos pocos puntos; mas todo lo esencial sobre el sueño y sobre su interpretación,
así como las doctrinas psicológicas derivadas del mismo, no sufrieron cambio
alguno; por lo menos subjetivamente, han resistido la prueba del tiempo. Quien
conozca mis restantes trabajos (sobre la etiología y el mecanismo de las
psiconeurosis) sabrá que jamás hice pasar lo fragmentario por algo acabado y
que siempre me esforcé por modificar mis formulaciones de acuerdo con el
progreso de mis conocimientos; en el terreno de la vida onírica, en cambio, pude
atenerme a mis palabras originales. En los largos años de mi labor con los
problemas de las neurosis, muchas veces llegué a vacilar y en múltiples
ocasiones me encontré confundido, pero siempre recuperé mi seguridad
acudiendo a La interpretación de los sueños. Por consiguiente, mis adversarios
científicos dan muestras de instintiva prudencia al no querer seguirme
justamente en el terreno de la investigación onírica.
También el material de este libro —estos sueños propios, desvalorizados o
superados en gran parte por sucesos ulteriores, estos sueños que me sirvieron
para ilustrar las reglas de la interpretación onírica— demostró poseer, al
revisarlo, una tenacidad que se oponía a toda modificación contundente. Para mí,
este libro tiene, en efecto, una segunda importancia subjetiva que sólo alcancé a
comprender cuando lo hube concluido, al comprobar que era una parte de mi
propio análisis, que representaba mi reacción frente a la muerte de mi padre, es
decir, frente al más significativo suceso, a la más tajante pérdida en la vida de un
hombre. Al reconocerlo me sentí incapaz de borrar las huellas de tal influjo. Mas
para el lector será indiferente en qué material aprende a considerar y a interpretar
los sueños.
Cuando no me fue posible incluir en el contexto original una observación
ineludible, indiqué mediante corchetes su pertenencia a la segunda edición[255].

Berchtesgaden, verano de 1908.

PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN

1911

M IENTRAS entre las dos primeras ediciones de este libro transcurrió un


lapso de nueve años, la necesidad de una tercera edición ya se hizo notar
a poco más del primer año. Bien puedo alegrarme por este cambio; pero tal
como antes no acepté el desdén de mi obra por parte de los lectores como prueba
de su escaso valor, tampoco puedo interpretar el interés ahora manifestado como
demostración de su excelencia.
El progreso de los conocimientos científicos tampoco dejó de afectar a La
interpretación de los sueños. Cuando redacté este libro en 1899, aún no había
escrito Una teoría sexual y el análisis de las formas complejas de las
psiconeurosis todavía estaba en sus comienzos. La interpretación onírica había
de ser un recurso auxiliar que permitiera analizar psicológicamente las neurosis;
desde entonces la comprensión profundizada de éstas repercutió a su vez sobre la
concepción del sueño. La teoría misma de la interpretación onírica ha seguido
desarrollándose en un sentido que no fue destacado suficientemente en la
primera edición de este libro, pues gracias a la propia experiencia, como a los
trabajos de W. Stekel y de otros, pude prestar una consideración más justa a la
amplitud e importancia del simbolismo en el sueño, o más bien en el
pensamiento inconsciente. De tal manera, en el curso de estos años se han
acumulado muchas cosas que exigían ser consideradas. He tratado de tener en
cuenta estas novedades mediante múltiples agregados al texto e inclusión de
notas al pie. Si estas adiciones amenazan romper algunas veces el marco de la
exposición, o si en ciertas partes no fue posible llevar el texto primitivo al nivel
de nuestros actuales conocimientos, ruego se considere benévolamente tales
faltas del libro, ya que sólo son consecuencias e índices del acelerado desarrollo
que actualmente sigue nuestra ciencia.
También me atrevo a predecir en qué sentidos se apartarán de éstas las
futuras ediciones de La interpretación de los sueños —siempre que resulten
necesarias—. Por un lado habrán de perseguir una vinculación más estrecha con
el rico material de la poesía, del mito, los usos del lenguaje y el folklore; por
otro, tratarán las relaciones del sueño con las neurosis y los trastornos mentales,
aún más detenidamente de lo que aquí fue posible.
El señor Otto Rank me ha prestado grandes servicios en la selección de los
agregados y ha tomado a su exclusivo cargo la corrección de las pruebas de
imprenta. Tanto él como muchos otros que contribuyeron con colaboraciones y
rectificaciones comprometen mi gratitud.

Viena, primavera de 1911.

PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN

1914

E L año pasado (1913) el doctor A. A. Brill, de Nueva York, concluyó la


traducción inglesa de este libro (The interpretation of dreams, G. Allen &
Co., Londres).
En esta ocasión el doctor Otto Rank no sólo se encargó de las correcciones,
sino que también aportó al texto dos contribuciones propias (apéndice del
capítulo VI).

Viena, junio de 1914.

PRÓLOGO A LA QUINTA EDICIÓN


1918

E L interés por La interpretación de los sueños tampoco ha decrecido


durante la guerra mundial, planteando la necesidad de una nueva edición
aun antes de que terminara aquélla. Sin embargo, en esta edición no se pudo
considerar plenamente la nueva literatura ulterior a 1914, pues, en lo que a la
extranjera se refiere, ni siquiera llegó a conocimiento mío o del doctor Rank.
Una traducción húngara por los doctores Hollós y Ferenczi está próxima a su
publicación. En mi Introducción al psicoanálisis, editada en 1916-17 por H.
Heller, de Viena, la segunda parte, que comprende once conferencias, está
dedicada a exponer el sueño de manera más elemental y en conexión más íntima
con la teoría de las neurosis. En su conjunto estas conferencias constituyen un
resumen de La interpretación de los sueños, aunque en determinados puntos
presenten una exposición aún más minuciosa.
No pude decidirme a efectuar una reelaboración concienzuda de este libro,
que si bien lo elevaría al nivel de nuestras concepciones psicoanalíticas actuales,
destruiría, en cambio, su peculiaridad histórica. Creo que en su existencia de casi
dos decenios ha quedado cumplida su misión.

Budapest-Steinbruch, julio de 1918.

PRÓLOGO A LA SEXTA EDICIÓN

1921

L AS dificultades que actualmente aquejan a las empresas editoriales


tuvieron por consecuencia que esta nueva edición se retardara mucho más
de lo que habría correspondido a la demanda y que por vez primera sea
publicada como reimpresión fiel de la precedente. Tan sólo el índice
bibliográfico, al final del volumen, ha sido completado y ampliado por el doctor
O. Rank.
Mi presunción de que este libro habría cumplido su misión en casi dos
decenios de existencia, no ha sido, pues, confirmada. Podría decir más bien que
tiene una nueva misión que cumplir. Así como antes se trataba de ofrecer
algunas nociones sobre la esencia del sueño, ahora no es menos importante
contrarrestar los tenaces errores de interpretación a que están expuestas dichas
nociones.

Viena, abril de 1921.

PRÓLOGO A LA OCTAVA EDICIÓN

1929

E N el lapso que media entre la última, séptima edición de este libro (1922),
y la presente revisión, fueron editadas mis Obras completas por el
Internationaler Psychoanalytischer Verlag, de Viena. En éstas el segundo tomo
contiene el texto restablecido de la primera edición, mientras que todas las
adiciones ulteriores están reunidas en el tercer tomo. En cambio, las traducciones
aparecidas mientras tanto se ajustan a las publicaciones independientes de este
libro, cabiendo mencionar la francesa, de 1. Meyerson, publicada en 1926 con el
título La Science des Rêves, por la Bibliothèque de Philosophie Contemporaine;
la sueca (Drömtydning), efectuada en 1927 por John Landquist, y la castellana,
de Luis López-Ballesteros y de Torres, que constituye los tomos VI y VII de las
Obras completas. La traducción húngara, cuya inminente publicación anuncié ya
en 1918, aún no ha aparecido.
También en la presente revisión de La interpretación de los sueños he tratado
la obra esencialmente como documento histórico, introduciendo tan sólo
aquellas modificaciones que me parecían imprescindibles para el aclaramiento y
la profundizaron de mis propias opiniones. De acuerdo con esta posición, he
abandonado definitivamente el propósito de incluir en este libro la bibliografía
aparecida desde su primera edición, excluyendo, pues, las secciones
correspondientes que contenían las ediciones anteriores. Además, faltan aquí los
dos trabajos «Sueño y poesía» y «Sueño y mito» que el doctor Otto Rank aportó
a las ediciones precedentes.

Viena, diciembre de 1929.


PROLOGO PARA LA TERCERA EDICIÓN INGLESA DE «LA
INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS[256]»

1931

E N el año 1909 G. Stanley Hall me invitó a la Universidad de Clark, en


Worcester, para que pronunciara allí mis primeras conferencias sobre
psicoanálisis. El mismo año el doctor Brill publicó la primera de sus
traducciones de obras mías[257], que al poco tiempo había de ser seguida por
otras. Si el psicoanálisis desempeña hoy un papel en la vida intelectual de
Estados Unidos o si está destinado a desempeñarlo en el futuro, gran parte del
mérito deberá atribuirse a ésta y a las demás actividades del doctor Brill.
Su primera traducción de La interpretación de los sueños apareció en 1913.
Mucho ha ocurrido desde entonces en el mundo y mucho han cambiado nuestros
conceptos acerca de las neurosis. Este libro, empero, con su nueva contribución
a la psicología, que tanto sorprendió al mundo cuando fue publicado (1900),
sigue subsistiendo sin modificaciones esenciales. Aún insisto en afirmar que
contiene el más valioso de los descubrimientos que he tenido la fortuna de
realizar. Una intuición como ésta el destino puede depararla sólo una vez en la
vida de un hombre.

FREUD.

Viena, 15 de marzo de 1931.


CAPÍTULO I

LA LITERATURA CIENTÍFICA SOBRE LOS


PROBLEMAS ONÍRICOS[258]

E
N las páginas que siguen aportaré la demostración de la existencia de
una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la
cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de
sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la
actividad anímica de la vida despierta. Además, intentaré esclarecer los procesos
de los que depende la singular e impenetrable apariencia de los sueños y deducir
de dichos procesos una conclusión sobre la naturaleza de aquellas fuerzas
psíquicas de cuya acción conjunta u opuesta surge el fenómeno onírico.
Conseguido esto, daré por terminada mi exposición, pues habré llegado en ella al
punto en el que el problema de los sueños desemboca en otros más amplios,
cuya solución ha de buscarse por el examen de un distinto material.
Si comienzo por exponer aquí una visión de conjunto de la literatura
existente hasta el momento sobre los sueños y del estado científico actual de los
problemas oníricos, ello obedece a que en el curso de mi estudio no se me han de
presentar muchas ocasiones de volver sobre tales materias. La comprensión
científica de los sueños no ha realizado en más de diez siglos sino escasísimos
progresos; circunstancia tan generalmente reconocida por todos los que de este
tema se han ocupado, que me parece inútil citar aquí al detalle opiniones
aisladas. En la literatura onírica hallamos gran cantidad de sugestivas
observaciones y un rico e interesantísimo material relativo al objeto de nuestro
estudio; pero, en cambio, nada o muy poco que se refiera a la esencia de los
sueños o resuelva definitivamente el enigma que los mismos nos plantean. Como
es lógico, el conocimiento que de esas cuestiones ha pasado al núcleo general de
hombres cultos, pero no dedicados a la investigación científica, resulta aún más
incompleto.
Cuál fue la concepción que en los primeros tiempos de la Humanidad se
formaron de los sueños los pueblos primitivos, y qué influencia ejerció el
fenómeno onírico en su comprensión del mundo y del alma, son cuestiones de
tan alto interés, que sólo obligadamente y a disgusto me he decidido a excluir su
estudio del conjunto del presente trabajo y a limitarme a remitir al lector a las
conocidas obras de sir J. Lubbock, H. Spencer, E. B. Taylor y otros, añadiendo
únicamente por mi cuenta que el alcance de estos problemas y especulaciones no
podrá ofrecérsenos comprensible hasta después de haber llevado a buen término
la labor que aquí nos hemos marcado, o sea, la de «interpretación de los sueños».
Un eco de la primitiva concepción de los sueños se nos muestra
indudablemente como base en la idea que de ellos se formaban los pueblos de la
antigüedad clásica[259]. Admitían éstos que los sueños, se hallaban en relación
con el mundo de seres sobrehumanos de su mitología y traían consigo
revelaciones divinas o demoníacas, poseyendo, además, una determinada
intención muy importante con respecto al sujeto; generalmente, la de anunciarle
el porvenir. De todos modos, la extraordinaria variedad de su contenido y de la
impresión por ellos producida hacía muy difícil llegar a establecer una
concepción unitaria, y obligó a constituir múltiples diferenciaciones y
agrupaciones de los sueños, conforme a su valor y autenticidad. Naturalmente, la
opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico hubo de depender de
la importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación.
En los dos estudios que Aristóteles consagra a esta materia pasan ya los
sueños a constituir objeto de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino
demoníaca, pues la Naturaleza es demoníaca y no divina; o dicho de otro modo:
no corresponden a una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de
nuestro espíritu humano, aunque desde luego éste se relaciona a la divinidad.
Los sueños quedan así definidos como la actividad anímica del durmiente
durante el estado de reposo[260].
Aristóteles muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así,
el de que los sueños amplían los pequeños estímulos percibidos durante el estado
de reposo («una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros
miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las llamas y
sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta circunstancia la conclusión de que
los sueños pueden muy bien revelar al médico los primeros indicios de una
reciente alteración física, no advertida durante el día[261].
Los autores antiguos anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como
un producto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses, y
señalaban ya en ellos las dos corrientes contrarias que habremos de hallar
siempre en la estimación de la vida onírica. Se distinguían dos especies de
sueños: los verdaderos y valiosos, enviados al durmiente a título de advertencia
o revelación del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era
desorientar al sujeto o causar su perdición.
Gruppe (Griechische Mithologie und Religionsgeschichte, pág. 390)
reproduce una tal visión de los sueños, tomándola de Macrobio y Artemidoro:
«Dividíanse los sueños en dos clases. A la primera, influida tan sólo por el
presente (o el pasado), y falta, en cambio, de significación con respecto al
porvenir, pertenecían los ένόπνια, insomnia, que reproducen inmediatamente la
representación dada o su contraria; por ejemplo, el hambre o su satisfacción, y
los φανααματα, que amplían fantásticamente la representación dada; por
ejemplo, la pesadilla, ephialtes. La segunda era considerada como determinante
del porvenir, y en ella se incluían: 1.º, el oráculo directo, recibido en el sueño
(χοηματιμό, oraculum); 2.º la predicción de un suceso futuro (ὅραμα, visio), y
3.º, el sueño simbólico, necesidad de interpretación (ὅνειροὀ, somnium). Esta
teoría se ha mantenido en vigor durante muchos siglos».
De esta diversa estimación de los sueños surgió la necesidad de una
«interpretación onírica». Considerándolos en general como fuentes de
importantísimas revelaciones, pero no siendo posible lograr una inmediata
comprensión de todos y cada uno de ellos, ni tampoco saber si un determinado
sueño incomprensible entrañaba o no algo importante, tenía que nacer el impulso
o hallar un medio de sustituir su contenido incomprensible por otro inteligible y
pleno de sentido. Durante toda la antigüedad se consideró como máxima
autoridad en la interpretación de los sueños a Artemidoro de Dalcis, cuya
extensa obra, conservada hasta nuestros días, nos compensa de las muchas otras
del mismo contenido que se han perdido[262].
La concepción precientífica de los antiguos sobre los sueños se hallaba
seguramente de completo acuerdo con su total concepción del Universo, en la
que acostumbraban proyectar como realidad en el mundo exterior aquello que
sólo dentro de la vida anímica la poseía. Esta concepción del fenómeno onírico
tomaba, además, en cuenta la impresión que la vida despierta recibe del recuerdo
que del sueño perdura por la mañana, pues en este recuerdo aparece el sueño en
oposición al contenido psíquico restante, como algo ajeno a nosotros y
procedente de un mundo distinto. Sería, sin embargo, equivocado suponer que
esta teoría del origen sobrenatural de los sueños carece ya de partidarios en
nuestros días. Haciendo abstracción de los escritores místicos y piadosos que
obran consecuentemente, defendiendo los últimos reductos de lo sobrenatural
hasta que los procesos científicos consigan desalojarlos de ellos—, hallamos
todavía hombres de sutil ingenio, e inclinados a todo lo extraordinario, que
intentan apoyar precisamente en la insolubilidad del enigma de los sueños su fe
religiosa en la existencia y la intervención de fuerzas espirituales sobrehumanas
(Haffner). La valoración dada a la vida onírica por algunas escuelas filosóficas
—así, la de Schelling— es un claro eco del origen divino que en la antigüedad se
reconocía a los sueños. Tampoco la discusión sobre el poder adivinatorio y
revelador del porvenir atribuido a los sueños puede considerarse terminada,
pues, no obstante la inequívoca inclinación del pensamiento científico a
rechazarla hipótesis afirmativa. las tentativas de hallar una explicación
psicológica valedera para todo el considerable material reunido no han permitido
establecer aún una conclusión definitiva.
La dificultad de escribir una historia de nuestro conocimiento científico de
los problemas oníricos estriba en que, por valioso que el mismo haya llegado a
ser con respecto a algunos extremos, no ha realizado progreso alguno en
determinadas direcciones. Por otro lado, tampoco se ha conseguido establecer
una firme base de resultados indiscutibles sobre la que otros investigadores
pudieran seguir construyendo, sino que cada autor ha comenzado de nuevo y
desde el origen el estudio de los mismos problemas. De este modo, si quisiera
atenerme al orden cronológico de los autores y exponer sintéticamente las
opiniones de cada uno de ellos, tendría que renunciar a ofrecer al lector un claro
cuadro de conjunto del estado actual del conocimiento de los sueños, y, por
tanto, he preferido adaptar mi exposición a los temas y no a los autores,
indicando en el estudio de cada uno de los problemas oníricos el material que
para la solución del mismo podemos hallar en obras anteriores. Sin embargo, y
dado que no me ha sido posible dominar toda literatura existente sobre esta
materia —literatura en extremo dispersa, y que se extiende muchas veces a
objetos muy distintos—, he de rogar al lector se dé por satisfecho, con la
seguridad de que ningún hecho fundamental ni ningún punto de vista importante
dejarán de ser consignados en mi exposición.
Hasta hace poco se han visto impulsados casi todos los autores a tratar
conjuntamente el estado de reposo y de los sueños, así como a agregar al estudio
de estos últimos el de estados y fenómenos análogos, pertenecientes ya a los
dominios de la Psicopatología (alucinaciones, visiones, etc.). En cambio, en los
trabajos más modernos aparece una tendencia a seleccionar un tema restringido,
y no tomar como objeto sino uno sólo de los muchos problemas de la vida
onírica; transformación en la que quisiéramos ver una expresión del
convencimiento de que en problemas tan oscuros sólo por medio de una serie de
investigaciones de detalle puede llegarse a un esclarecimiento y a un acuerdo
definitivos. Una de tales investigaciones parciales y de naturaleza especialmente
psicológica es lo que aquí me propongo ofreceros. No habiendo tenido gran
ocasión de ocuparme del problema del estado de reposo —problema
esencialmente fisiológico, aunque en la característica de dicho estado tenga que
hallarse contenida la transformación de las condiciones de funcionamiento del
aparato anímico—, quedará desde luego descartada de mi exposición la literatura
existente sobre tal problema.
El interés científico por los problemas oníricos en sí conduce a las
interrogaciones que siguen, interdependientes en parte:
a) Relación del sueño con la vida despierta.
El ingenuo juicio del individuo despierto acepta que el sueño, aunque ya no
de origen extraterreno, sí ha raptado al durmiente a otro mundo distinto. El viejo
fisiólogo Burdach, al que debemos una concienzuda y sutil descripción de los
problemas oníricos, ha expresado esta convicción en una frase, muy citada y
conocida (pág. 474): «… nunca se repite la vida diurna, con sus trabajos y
placeres, sus alegrías y dolores; por lo contrario, tiende el sueño a libertarnos de
ella. Aun en aquellos momentos en que toda nuestra alma se halla saturada por
un objeto, en que un profundo dolor desgarra nuestra vida interior, o una labor
acapara todas nuestras fuerzas espirituales, nos da el sueño algo totalmente ajeno
a nuestra situación; no toma para sus combinaciones sino significantes
fragmentos de la realidad, o se limita a adquirir el tono de nuestro estado de
ánimo y simboliza las circunstancias reales». J. H. Fichte (1-541) habla en el
mismo sentido de sueños de complementos (Ergaenzugtraüme) y los considera
como uno de los secretos beneficiosos de la Naturaleza, autocurativa del espíritu.
Análogamente se expresa también L. Strümpell en su estudio sobre la naturaleza
y génesis de los sueños (pág. 16), obra que goza justamente de un general
renombre: «El sujeto que sueña vuelve la espalda al mundo de la conciencia
despierta…» Página 17: «En el sueño perdemos por completo la memoria con
respecto al ordenado contenido de la conciencia despierta y de su
funcionamiento normal…» Página 19: «La separación, casi desprovista de
recuerdo, que en los sueños se establece entre el alma y el contenido y el curso
regulares de la vida despierta…»
La inmensa mayoría de los autores concibe, sin embargo, la relación de
sueños con la vida despierta en una forma totalmente opuesta. Asi, Haffner (pág.
19): «Al principio continúa el sueño de la vida despierta. Nuestros sueños se
agregan siempre a las representaciones que poco antes han residido en la
conciencia, y una cuidadosa observación encontrará casi siempre el hilo que los
enlaza a los sucesos del día anterior». Weygandt (pág. 6) contradice directamente
la afirmación de Burdach antes citada, pues observa que «la mayoría de los
sueños nos conducen de nuevo a la vida ordinaria en vez de libertarnos de ella».
Maury (pág. 56) dice en una sintética fórmula: Nous rêvons de ce que nous a
avons vu dit, désiré ou fait, y Jessen, en su Psicología (1855, pág. 530),
manifiesta, algo más ampliamente: «En mayor o menor grado, el contenido de
los sueños queda siempre determinado por la personalidad individual, por la
edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el género de vida habitual del
sujeto, y por los sucesos y enseñanzas de su pasado individual».
El filósofo J. G. E. Maas (Sobre las pasiones, 1805) es quien adopta con
respecto a esta cuestión una actitud más inequívoca: «La experiencia confirma
nuestra afirmación de que el contenido más frecuente de nuestros sueños se halla
constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes
pasiones. Esto nos demuestra que nuestras pasiones tienen que poseer una
influencia sobre la génesis de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los
laureles alcanzados (quizá tan sólo en su imaginación) o por alcanzar, y el
enamorado, con el objeto de sus tiernas esperanzas… Todas las ansias o repulsas
sexuales que dormitan en nuestro corazón pueden motivar, cuando son
estimuladas por una razón cualquiera, la génesis de un sueño compuesto por las
representaciones a ellas asociadas, o la intercalación de dichas representaciones
en un sueño ya formado…» (Comunicado por Winterstein en la Zhl.für
Psychoanalyse.)
Idénticamente opinaban los antiguos sobre la relación de dependencia
existente entre el contenido del sueño y la vida. Radestock (pág. 139) nos cita el
siguiente hecho: «Cuando Jerjes, antes de su campaña contra Grecia, se veía
disuadido de sus propósitos bélicos por sus consejeros, y, en cambio, impulsado
a realizar por continuos sueños alentadores, Artabanos, el racional onirocrítico
persa, le advirtió ya acertadamente que las visiones de los sueños contenían casi
siempre lo que el sujeto pensaba en la vida despierta».
En el poema didáctico de Lucrecio titulado De rerum natura hallamos los
siguientes versos (IV, v. 959):

Et quo quisque fere studio devinctus adhaeret,


aut quibus in rebus multum summus ante moratti
atque in ea ratione fut contenta megis mens,
in somnis eadem plerumque videmur obire;
causidice causas agere et componere leges,
induperatores pugnare ac proelia obire, etc[263].

Y Cicerón (De Divinatione, II, anticipándose en muchos siglos a Maury, escribe:


Maximeque reliquiae earum rerum moventur in animis et agitantur, de quibus
vigilantes aut cogitavimus aut egirnus[264].
La manifiesta contradicción en que se hallan estas dos opiniones sobre la
relación de la vida onírica con la vida despierta parece realmente inconciliable.
Será, pues, oportuno recordar aquí las teorías de F. W. Hildebrandt (1875), según
el cual las peculiaridades del sueño no pueden ser descritas sino por medio de
«una serie de antítesis que llegan aparentemente hasta la contradicción» (pág. 8).
«La primera de estas antítesis queda constituida por la separación rigurosísima y
la indiscutible íntima dependencia que simultáneamente observamos entre los
sueños y la vida despierta. El sueño es algo totalmente ajeno a la realidad vivida
en estado de vigilancia. Podríamos decir que constituye una existencia aparte,
herméticamente encerrada en sí misma y separada de la vida real por un
infranqueable abismo. Nos aparta de la realidad; extingue en nosotros el normal
recuerdo de la misma, y nos sitúa en un mundo distinto y una historia vital por
completo diferente exenta en el fondo de todo punto de contacto con lo real…»
A continuación expone Hildebrandt cómo al dormirnos desaparece todo nuestro
ser con todas sus formas de existencia. Entonces hacemos, por ejemplo, en
sueños, un viaje a Santa Elena para ofrecer al cautivo emperador Napoleón una
excelente marca de vinos del Mosela. Somos recibidos amabilísimamente por el
desterrado, y casi sentimos que el despertar venga a interrumpir aquellas
interesantes ilusiones. Una vez despiertos comparamos la situación onírica con
la realidad. No hemos sido nunca comerciantes en vinos, ni siquiera hemos
pensado en dedicarnos a tal actividad. Tampoco hemos realizado jamás una
travesía, y si hubiéramos de emprenderla no elegiríamos seguramente Santa
Elena como fin de la misma. Napoleón no nos inspira simpatía alguna, sino, al
contrario, una patriótica aversión. Por último, cuando Bonaparte murió en el
destierro no habíamos nacido aún, y, por tanto, no existe posibilidad alguna de
suponer una relación personal. De este modo, nuestras aventuras oníricas se nos
muestran como algo ajeno a nosotros intercalando entre dos fragmentos
homogéneos y subsiguientes de nuestra vida.
«Y, sin embargo —prosigue Hildebrandt—, lo aparentemente contrario es
igualmente cierto y verdadero. Quiero decir que simultáneamente a esta
separación existe una íntima relación. Podemos incluso afirmar que, por extraño
que sea lo que el sueño nos ofrezca, ha tomado él mismo sus materiales de la
realidad y de la vida espiritual que en torno a esta realidad se desarrolla… Por
singulares que sean sus formaciones no puede hacerse independiente del mundo
real, y todas sus creaciones, tanto las más sublimes como las más ridículas,
tienen siempre que tomar su tema fundamental de aquello que en el mundo
sensorial ha aparecido ante nuestros ojos o ha encontrado en una forma
cualquiera un lugar de nuestro pensamiento despierto; esto es, de aquello que ya
hemos vivido antes exterior o interiormente».
b) El material onírico. La memoria en el sueño.
Que todo el material que compone el contenido del sueño procede, en igual
forma, de lo vivido y es, por tanto, reproducido —recordado— en el sueño, es
cosa generalmente reconocida y aceptada. Sin embargo, sería un error suponer
que basta una mera comparación del sueño con la vida despierta para evidenciar
la relación existente entre ambos. Por lo contrario, sólo después de una penosa y
atenta labor logramos descubrirla, y en toda una serie de casos consigue
permanecer oculta durante mucho tiempo. Motivo de ello es un gran número de
peculiaridades que la capacidad de recordar muestra en el sueño, y que, aunque
generalmente observadas, han escapado hasta ahora a todo esclarecimiento. Creo
interesante estudiar detenidamente tales caracteres.
Observamos, ante todo, que en el contenido del sueño aparece un material
que después, en la vida despierta, no reconoce como perteneciente a nuestros
conocimientos o a nuestra experiencia. Recordamos, desde luego, que hemos
soñado aquello, pero no recordamos haberlo vivido jamás. Así, pues, no nos
explicamos de qué fuente ha tomado el sueño sus componentes y nos inclinamos
a atribuirle una independiente capacidad productiva, hasta que con frecuencia, al
cabo de largo tiempo, vuelve un nuevo suceso a atraer a la conciencia el perdido
recuerdo de un suceso anterior, y nos descubre con ello la fuente del sueño.
Entonces tenemos que confesarnos que hemos sabido y recordado en él algo que
durante la vida despierta había sido robado a nuestra facultad de recordar[265].
Delboeuf relata un interesantísimo ejemplo de este género, constituido por
uno de sus propios sueños. En él vio el patio de su casa cubierto de nieve, y bajo
ésta halló enterradas y medio heladas dos lagartijas. Queriendo salvarles la vida,
las recogió, las calentó y las cobijó después en una rendija de la pared, donde
tenían su madriguera, introduciendo además en esta última algunas hojas de
cierto helecho que crecía sobre el muro y que él sabía ser muy gustado por los
lacértidos. En su sueño conocía incluso el nombre de dicha planta: asplénium
ruta muralis. Llegado a este punto, tomó el sueño un camino diferente, pero
después de una corta digresión tornó a las lagartijas y mostró a Delboeuf dos
nuevos animalitos de este género que habían acudido a los restos del helecho por
él cortado. Luego, mirando en torno suyo, descubrió otro par de lagartijas que se
encaminaban hacia la hendidura de la pared, y, por último, quedó cubierta la
calle entera por una procesión de lagartijas, que avanzaban todas en la misma
dirección.
El pensamiento despierto de Delboeuf no conocía sino muy pocos nombres
latinos de plantas y entre ellos se hallaba el de asplénium. Mas, con gran
asombro, comprobó que existía un helecho así llamado —el asplénium ruta
muraría— nombre que el sueño había deformado algo. No siendo posible pensar
en la coincidencia casual, resultaba para Delboeuf un misterio el origen del
conocimiento que el nombre asplénium había poseído en su sueño.
Sucedía esto en 1862. Dieciséis años después, halló Delboeuf, en casa de un
amigo suyo, un pequeño álbum con flores secas, semejantes a aquellos que en
algunas regiones de Suiza se venden como recuerdo a los extranjeros. Al verlo
sintió surgir en su memoria un lejano recuerdo; abrió el herbario y halló en él el
asplénium de su sueño, reconociendo, además, su propia letra, manuscrita en el
nombre latino escrito al pie de la página. En efecto, una hermana del amigo en
cuya casa se hallaba había visitado a Delboeuf en el curso de su viaje de bodas,
dos años antes del sueño de las lagartijas, o sea, en 1860, y le había mostrado
aquel álbum, que pensaba regalar, como recuerdo, a su hermano. Amablemente,
se prestó entonces Delboeuf a consignar en el herbario el nombre
correspondiente a cada planta, pequeño trabajo que llevó a cabo bajo la dirección
de un botánico que le fue dictando dichos nombres.
Otra de las felices casualidades que tanto interés dan a este ejemplo permitió
a Delboeuf referir un nuevo fragmento de su sueño a su correspondiente origen
olvidado. En 1877 cayó un día en sus manos una antigua colección de una
revista ilustrada, y al hojearla tropezó con un dibujo que representaba aquella
procesión de lagartijas que había visto en su sueño del año 1862. El número de la
revista era de 1861, y Delboeuf pudo recordar que en esta f echa se hallaba
suscrito a ella.
Esta libre disposición del sueño sobre recuerdos inaccesibles a la vida
despierta constituye un hecho tan singular y de tan gran importancia teórica, que
quiero atraer aún más sobre él la atención de mis lectores, por la comunicación
de otros sueños «hipermnésticos». Maury relata que durante algún tiempo se le
venía a las mientes varias veces al día la palabra Mussidan, de la que no sabía
sino que era el nombre de una ciudad francesa. Pero una noche soñó hallarse
dialogando con cierta persona que le dijo acababa de llegar de Mussidan, y
habiéndole preguntado dónde se hallaba tal ciudad, recibió la respuesta de que
Mussidan era una capital de distrito del departamento de la Dordoña. Al
despertar no dio Maury crédito alguno a la información recibida obtenida en su
sueño, pero el Diccionario geográfico le demostró la total exactitud de la misma.
En este caso se comprobó el mayor conocimiento del sueño, pero no fue
encontrada la olvidada fuente de dicho conocimiento.
Jessen relata (pág. 55) un análogo suceso onírico de la época más antigua:
«A estos sueños pertenece, entre otros, el de Escalígero el Viejo (Hennings I, c.,
pág. 300), al que, cuando se hallaba terminando un poema dedicado a los
hombres célebres de Verona, se le apareció en sueños un individuo que dijo
llamarse Brugnolo y se lamentó de haber sido olvidado en la composición.
Aunque Escalígero no recordaba haber oído jamás hablar de él, incluyó unos
versos en su honor, y tiempo después averiguó en Verona, por un hijo suyo, que
el tal Brugnolo había gozado largos años atrás en dicha ciudad un cierto
renombre como crítico».
Un sueño hipermnéstico, que se distingue por la peculiaridad de que otro
sueño posterior trajo consigo la admisión del recuerdo no reconocido al
principio, nos es relatado por el marqués D’Hervey de St. Denis (según
Vaschide, pág. 232): «Soñé una vez con una joven de cabellos dorados a la que
veía conversando con mi hermana mientras le enseñaba un bordado. En el sueño
me parecía conocerla y creía incluso haberla visto repetidas veces. Al despertar
siguió apareciéndoseme con toda precisión aquel bello rostro, pero me fue
imposible reconocerlo. Luego, al volver a conciliar el reposo, se repitió la misma
imagen onírica. En este nuevo sueño hablé ya con la rubia señora y le pregunté si
había tenido el placer de verla anteriormente en algún lado. “Ciertamente —me
respondió—; acuérdese de la playa de ‘Pornic’. Inmediatamente desperté y
recordé con toda claridad las circunstancias reales relacionadas con aquella
amable imagen onírica”».
El mismo autor (según Vaschide, pág. 233) nos relata lo siguiente:
«Un músico conocido suyo oyó una vez en sueños una melodía que le
pareció completamente nueva. Varios años después la encontró en una vieja
colección de piezas musicales, pero no pudo recordar haber tenido nunca dicha
colección entre sus manos».
En revista que, desgraciadamente, no me es accesible (Proceedings of the
Society for psychical research) ha publicado Myers una amplia serie de tales
sueños hipermnésticos. A mi juicio, todo aquel que haya dedicado alguna
atención a estas materias tiene que reconocer como un fenómeno muy corriente
éste de que el sueño testimonie poseer conocimientos y recuerdos de los que el
sujeto no tiene la menor sospecha en su vida despierta. En los trabajos
psicoanalíticos realizados con sujetos nerviosos, trabajos de los que más adelante
daré cuenta, se me presenta varias veces por semana ocasión de demostrar a los
pacientes, apoyándome en sus sueños, que conocen citas, palabras obscenas, etc.,
y que se sirven de ellas en su vida onírica, aunque luego, en estado de vigilia, las
hayan olvidado. A continuación citaré un inocente caso de hipermnesia onírica,
en el que fue posible hallar con gran facilidad la fuente de que procedía el
conocimiento accesible únicamente al sueño.
Un paciente soñó, entre otras muchas cosas, que penetraba en un café y pedía
un kontuszowka. Al relatarme su sueño me preguntó qué podía ser aquello,
respondiéndole yo que kontuszowka era el nombre de un aguardiente polaco y
que era imposible lo hubiese inventado en su sueño, pues yo lo conocía por
haberlo leído en los carteles en que profusamente era anunciado. El paciente no
quiso, en un principio, dar crédito a mi explicación, pero algunos días más tarde,
después de haber comprobado realmente en un café la existencia del licor de su
sueño, vio el nombre soñado en un anuncio fijado en una calle por la que hacía
varios meses había tenido que pasar por lo menos dos veces al día.
En mis propios sueños he podido comprobar lo mucho que el descubrimiento
de la procedencia de elementos oníricos aislados depende de la casualidad. Así,
mucho antes de pensar en escribir la presente obra, me persiguió durante varios
años la imagen de una torre de iglesia, de muy sencilla arquitectura, que no
podía recordar haber visto nunca y que después reconocí bruscamente en una
pequeña localidad situada entre Salzburgo y Reichenhall. Sucedió esto entre
1895 y 1900, y mi primer viaje por aquella línea databa de 1886. Años más
tarde, hallándome ya consagrado intensamente al estudio de los sueños, llegó a
hacérseme molesta la constante aparición de la imagen onírica de un singular
local. En una precisa relación de lugar con mi propia persona, a mi izquierda,
veía una habitación oscura en la que resaltaban varias esculturas grotescas. Un
vago y lejanísimo recuerdo al que no me decidía a dar crédito, me decía que tal
habitación constituía el acceso a una cervecería, pero no me era posible
esclarecer lo que aquella imagen onírica significaba ni tampoco de dónde
procedía. En 1907 hice un viaje a Padua, ciudad que contra mi deseo no me
había sido posible volver a visitar desde 1895. En mi primera visita había
quedado insatisfecho, pues cuando me dirigía a la iglesia de la Madonna dell’
Arena con objeto de admirar los frescos de Giotto que en ella se conservan, hube
de volver sobre mis pasos al enterarme de que por aquellos días se hallaba
cerrada. Doce años después, llegado de nuevo a Padua, pensé, ante todo,
desquitarme de aquella contrariedad y emprendí el camino que conduce a dicha
iglesia. Próximo ya a ella, a mi izquierda, y probablemente en el punto mismo en
que la vez pasada hube de dar la vuelta, descubrí el local que tantas veces se me
había aparecido en sueños, con sus grotescas esculturas. Era realmente la entrada
al jardín de un restaurante.
Una de las fuentes de las que el sueño extrae el material que reproduce, y en
parte aquel que en la actividad despierta del pensamiento no es recordado ni
utilizado, es la vida infantil. Citaré tan sólo algunos de los autores que han
observado y acentuado esta circunstancia.
Hildebrandt (pág. 23): «Ya ha sido manifestado expresamente que el sueño
vuelve a presentar ante el alma, con toda fidelidad y asombroso poder de
reproducción, procesos lejanos y hasta olvidados por el sueño, pertenecientes a
las más tempranas épocas de su vida».
Strümpell (pág. 40): «La cuestión se hace aún más interesante cuando
observamos cómo el sueño extrae de la profundidad a que las sucesivas capas de
acontecimientos posteriores han ido enterrando los recuerdos de juventud,
intactas y con toda su frescura original, las imágenes de localidades, cosas y
personas. Y esto no se limita a aquellas impresiones que adquirieron en su
nacimiento una viva conciencia o se han enlazado con intensos acontecimientos
psíquicos y retornan luego en el sueño como verdaderos recuerdos en los que la
conciencia despierta se complace. Por lo contrario, las profundidades de la
memoria onírica encierran en sí preferentemente aquellas imágenes de personas,
objetos y localidades de las épocas más tempranas, que no llegaron a adquirir
sino una escasa conciencia o ningún valor psíquico, o perdieron ambas cosas
hace ya largo tiempo, y se nos muestran, por tanto, así en el sueño como al
despertar, totalmente ajenas a nosotros, hasta que descubrimos su primitivo
origen».
Volket (pág. 119): «Muy notable es la predilección con que los sueños
acogen los recuerdos de infancia y juventud, presentándonos así,
incansablemente, cosas en las que ya no pensamos y ha largo tiempo que han
perdido para nosotros toda su importancia».
El dominio del sueño sobre el material infantil, que, como sabemos, cae en
su mayor parte en las lagunas de la capacidad consciente de recordar, da ocasión
al nacimiento de interesantes sueños hipermnésicos, de los que quiero citar
nuevamente algunos ejemplos:
Maury relata (pág. 92) que, siendo niño, fue repetidas veces desde Meaux, su
ciudad natal, a la próxima de Trilport, en la que su padre dirigía la construcción
de un puente. Muchos años después se ve en sueños jugando en las calles de
Trilport. Un hombre, vestido con una especie de uniforme, se le acerca, y Maury
le pregunta cómo se llama. El desconocido contesta que es C…, el guarda del
puente. Al despertar, dudando de la realidad de su recuerdo, interroga Maury a
una antigua criada de su casa sobre si conoció a alguna persona del indicado
nombre. «Ya lo creo —responde la criada—; así se llamaba el guarda del puente
que su padre de usted construyó en Trilport».
Un ejemplo igualmente comprobado de la precisión de los recuerdos
infantiles que aparecen en el sueño nos es relatado también por Maury, el que fue
comunicado por fin señor F., cuya infancia había transcurrido en Montbrison.
Veinticinco años después de haber abandonado dicha localidad, decidió este
individuo visitarla y saludar en ella a antiguos amigos de su familia, a los que no
había vuelto a ver. En la noche anterior a su partida soñó que había llegado al fin
de su viaje y encontraba en las inmediaciones de Montbrison a un desconocido
que le decía ser el señor T., antiguo amigo de su padre. Nuestro sujeto sabía que
de niño había conocido a una persona de dicho nombre, pero una vez despierto
no le fue posible recordar su fisonomía. Algunos días después, llegado realmente
a Montbrison, halló de nuevo el lugar en que la escena de su sueño se había
desarrollado, y que le había parecido totalmente desconocido, y encontró a un
individuo al que reconoció en el acto como el señor T. de su sueño. La persona
real se hallaba únicamente más envejecida de lo que su imagen onírica la había
mostrado.
Por mi parte, puedo relatar aquí un sueño propio, en el que la impresión que
de recordar se trataba quedó sustituida por una relación. En este sueño vi una
persona de la que durante el mismo sueño sabía que era el médico de mi lugar
natal. Su rostro no se me aparecía claramente, sino mezclado con el de uno de
mis profesores de segunda enseñanza, al que en la actualidad encuentro aún de
cuando en cuando. Al despertar me fue imposible hallar la relación que podía
enlazar a ambas personas. Habiendo preguntado a mi madre por aquel médico de
mis años infantiles, averigüe que era tuerto, y tuerto también el profesor cuya
persona se había superpuesto en mi sueño a la del médico. Treinta y ocho años
hacia que no había vuelto a ver a este último, y, que yo sepa, no he pensado
jamás en él en mi vida despierta, aunque una cicatriz que llevo en la barbilla
hubiera podido recordarme su actuación facultativa.
La afirmación de algunos autores de que en la mayoría de los sueños pueden
descubrirse elementos procedentes de los días inmediatamente anteriores, parece
querer constituir un contrapeso a la excesiva importancia del papel que en la
vida onírica desempeñan las impresiones infantiles. Robert (página 46) llega
incluso a observar que, «en general, el sueño normal no se ocupa sino de las
impresiones de los días inmediatos», y aunque comprobamos que la teoría de los
sueños edificada por este autor exige imprescindiblemente una tal repulsa de las
impresiones más antiguas y un paso al primer término de las más recientes, no
podemos dejar de reconocer que el hecho consignado por Robert es cierto, y yo
mismo lo he comprobado en mis investigaciones. Un autor americano, Nelson,
opina que en el sueño hallamos casi siempre utilizadas impresiones del día
anterior a aquél en cuya noche tuvo lugar, o de tres días antes, como si las del día
inmediato al sueño no se hallaran aún lo suficientemente debilitadas o lejanas.
Varios investigadores, que no querían poner en duda la íntima conexión del
contenido onírico con la vida despierta, han opinado que aquellas impresiones
que ocupan intensamente el pensamiento despierto, sólo pasan al sueño cuando
han sido echadas a un lado por la actividad diurna. Así sucede que en la época
inmediata al fallecimiento de una persona querida y mientras la tristeza embarga
el ánimo de los supervivientes, no suelen éstos soñar con ella (Delage). Sin
embargo, uno de los más recientes observadores, miss Hallarn, ha reunido una
serie de ejemplos contrarios, y representa en este punto los derechos de la
individualidad psicológica.
La tercera peculiaridad, y la más singular y menos comprensible de la
memoria en el sueño, se nos muestra en la selección del material reproducido,
pues se considera digno de recuerdo no lo más importante, como sucede en la
vida despierta, sino, por lo contrario, también lo más indiferente y nimio. Dejo
aquí la palabra a los autores que con mayor energía han expresado el asombro
que este hecho les causaba.
Hildebrandt (pág. 11): «Lo más singular es que el sueño no toma sus
elementos de los grandes e importantes sucesos, ni de los intereses más
poderosos y estimulantes del día anterior, sino de los detalles secundarios o, por
decirlo así, de los residuos sin valor del pretérito inmediato o lejano. La muerte
de una persona querida, que nos ha sumido en el más profundo desconsuelo, y
bajo cuya triste impresión conciliamos el reposo, se extingue en nuestra memoria
durante tal estado, hasta el momento mismo de despertar vuelve a ella con
dolorosa intensidad. En cambio, la verruga que ostentaba en la frente un
desconocido con quien tropezamos, y en el que no hemos pensado ni un solo
instante, desempeña un papel en nuestro sueño…»
Strümpell (pág. 39): «… casos en los que la disección de un sueño halla
elementos del mismo que proceden, efectivamente, de los sucesos vividos
durante el último o el penúltimo día, pero que poseían tan escasa importancia
para el pensamiento despierto, que cayeron en seguida en el olvido. Estos
sucesos suelen ser manifestaciones casualmente oídas o actos superficialmente
observados de otras personas, percepciones rápidamente olvidadas de cosas o
personas, pequeños trozos aislados de una lectura, etc».
Havelock Ellis (1889, pág. 727). «The profound emotions of waking life, the
questions and problems on which we spread our chief voluntary mental energy,
are not those which usually present themselves at once to dreamconsciousness. It
is so far as the immediate past is concerned, mostly the trifling, the incidental,
the forgotten impressions of daily life wich reappear in our dreams. The psychic
activities that are awake most intensely are those that sleep most profoundly».
Binz (pág. 45) toma estas peculiaridades de la memoria en el sueño como
ocasión de mostrar su insatisfacción ante las explicaciones del sueño, a las que él
mismo se adhiere: «El sueño natural nos plantea análogos problemas. ¿Por qué
no soñamos siempre con las impresiones mnémicas del día inmediatamente
anterior, sino que sin ningún motivo visible nos sumimos en un lejanísimo
pretérito, ya casi extinguido? ¿Por qué recibe tan frecuentemente la conciencia
en el sueño la impresión de imágenes mnémicas indiferentes, mientras que las
células cerebrales, allí donde las mismas llevan en sí las más excitables
inscripciones de lo vivido, yacen casi siempre mudas e inmóviles, aunque poco
tiempo antes las haya excitado en la vida despierta de un agudo estímulo?»
Comprendemos sin esfuerzo cómo la singular predilección de la memoria
onírica por lo indiferente, y en consecuencia poco atendido de los sucesos
diurnos, había de llevar casi siempre a la negación de la dependencia del sueño
de la vida diurna, y después, a dificultar, por lo menos en cada caso, la
demostración de la existencia de la misma. De este modo ha resultado posible
que en la estadística de sus sueños (y de los de su colaborador), formada por
miss Whiton Calkins, aparezca fijado en un 11 por 100 el número de sueños en
los que no resultaba visible una relación con la vida diurna. Hildebrandt está
seguramente en los cierto cuando afirma que si dedicásemos a cada caso tiempo
y atención suficientes, lograríamos siempre esclarecer el origen de todas las
imágenes oníricas. Claro es que a continuación califica esta labor de «tarea
penosa e ingrata, pues se trataría principalmente de rebuscar en los más
recónditos ángulos de la memoria toda clase de cosas, desprovistas del más
mínimo valor psíquico, y extraer nuevamente a la luz, sacándolas del profundo
olvido en que cayeron, quizá inmediatamente después de su aparición, toda clase
de momentos indiferentes de un lejano pretérito». Por mi parte, debo, sin
embargo, lamentar que el sutil ingenio de este autor no se decidiese a seguir el
camino que aquí se iniciaba ante él, pues le hubiera conducido en el acto al
punto central de la explicación de los sueños.
La conducta de la memoria onírica es seguramente de altísima importancia
para toda teoría general de la memoria. Nos enseña, en efecto, que «nada de
aquello que hemos poseído una vez espiritualmente puede ya perderse por
completo» (Scholz, pág. 34). O como manifiesta Delboeuf, que «toute
impression même la plus insignifiante, laisse une trace inaltérable, indéfiniment
susceptible de “reparaître au jour”»; conclusión que nos imponen asimismo otros
muchos fenómenos patológicos de la vida anímica. Esta extraordinaria capacidad
de rendimiento de la memoria en el sueño es cosa que deberemos tener siempre
presente para darnos perfecta cuenta de la contradicción en que incurren ciertas
teorías, de las que más adelante trataremos, cuando intentan explicar el absurdo
y la incoherencia de los sueños por el olvido parcial de lo que durante el día nos
es conocido.
Podía quizá ocurrírsenos reducir el fenómeno onírico en general al del
recordar, y ver en el sueño la manifestación de una actividad de reproducción no
interrumpida durante la noche y que tuviese su fin en sí misma. A esta hipótesis
se adaptarían comunicaciones como la de von Pilez, de las cuales deduce este
autor la existencia de estrechas relaciones entre el contenido del sueño y el
momento en que se desarrolla. Así, en aquel período de la noche en que nuestro
reposo es más profundo reproduciría el sueño las impresiones más lejanas o
pretéritas, y en cambio, hacia la mañana, las más recientes. Pero esta hipótesis
resulta inverosímil desde un principio, dada la forma en que el sueño actúa con
el material que de recordar se trata. Strümpell llama justificadamente la atención
sobre el hecho de que el sueño no nos muestra nunca la repetición de un suceso
vivido. Toma como punto de partida un detalle de alguno de estos sucesos, pero
representa luego una laguna, modifica la continuación o la sustituye por algo
totalmente ajeno. De este modo resulta que nunca trae consigo sino fragmentos
de reproducciones; hecho tan general y comprobado, que podemos utilizarlo
como base de una construcción teórica. Sin embargo, también aquí hallamos
excepciones en las que el sueño reproduce un suceso tan completamente como
pudiera hacerlo nuestra memoria en la vida despierta. Delboeuf relata que uno de
sus colegas de Universidad pasó en un sueño por la exacta repetición de un
accidente, del que milagrosamente había salido ileso. Calkins cita dos sueños,
cuyo contenido fue exacta reproducción de un suceso del día anterior, y por mi
parte, también hallaré oportunidad más adelante de exponer un ejemplo de
retorno onírico no modificado de un suceso de la infancia[266].
c) Estímulos y fuentes de los sueños.— Aquello que estos conceptos
significan podemos explicarlo por analogía con la idea popular de que «los
sueños vienen del estómago». En efecto, detrás de dichos conceptos se esconde
una teoría que considera a los sueños como consecuencia de una perturbación
del reposo. No hubiéramos soñado si nuestro reposo no hubiese sido perturbado
por una causa cualquiera, y el sueño es la reacción a dicha perturbación.
La discusión de las causas provocadoras de los sueños ocupa en la literatura
onírica un lugar preferente, aunque claro es que este problema no ha podido
surgir sino después de haber llegado el sueño a constituirse en objeto de la
investigación biológica. En efecto, los antiguos, que consideraban el sueño como
un mensaje divino, no necesitaban buscar para el estímulo ninguno, pues veían
su origen en la voluntad de los poderes divinos o demoniacos, y atribuían su
contenido a la intención o el conocimiento de los mismos. En cambio, para la
Ciencia se planteó en seguida la interrogación de si el estímulo provocador de
los sueños era siempre el mismo o podía variar, y paralelamente la de si la
explicación causal del fenómeno onírico corresponde a la Psicología o a la
Fisiología. La mayor parte de los autores parece aceptar que las causas de
perturbación del reposo, esto es, las fuentes de los sueños, pueden ser de muy
distinta naturaleza, y que tanto las excitaciones físicas como los sentimientos
anímicos son susceptibles de constituirse en estímulos oníricos. En la referencia
dada a una y otras de estas fuentes y en la clasificación de las mismas por orden
de su importancia como generatrices de sueño es en lo que ya difieren más las
opiniones.
La totalidad de las fuentes oníricas puede dividirse en cuatro especies;
división que ha servido también de base para clasificar los sueños:

1. Estímulo sensorial externo (objetivo).


2. Estímulo sensorial interno (subjetivo).
3. Estimulo somático interno (orgánico).
4. Fuentes de estímulo puramente psíquicas.

1. LOS ESTÍMULOS SENSORIALES EXTERNOS.— Strümpell el Joven, hijo del


filósofo del mismo nombre y autor de una obra sobre los sueños, que nos ha
servido muchas veces de guía en nuestra investigación de los problemas
oníricos, refiere las observaciones realizadas en un enfermo, que padecía una
anestesia general del tegumento externo y una parálisis de varios de los más
importantes órganos sensoriales. Este individuo se quedaba profundamente
dormido en cuanto se le aislaba por completo del mundo exterior, privándole de
los escasos medios de comunicación que aún poseía con el mismo. A una
situación semejante a la del sujeto de este experimento de Strümpell tendemos
todos cuando deseamos conciliar el reposo. Cerramos las más importantes
puertas sensoriales —los ojos— y procuramos resguardar los demás sentidos de
todo nuevo estímulo o toda modificación de los que ya actúan sobre ellos.
En esta forma es como llegamos a conciliar el reposo, aunque nunca nos sea
dado conseguir totalmente el propósito antes indicado, pues ni podemos
mantener nuestros órganos sensoriales lejos de todo estímulo ni tampoco
suprimir en absoluto su excitabilidad. El hecho de que cuando un estímulo
alcanza una cierta intensidad logra siempre hacernos despertar demuestra «que
también durante el reposo ha permanecido el alma en continua conexión con el
mundo exterior». Así, pues, los estímulos sensoriales que llegan a nosotros
durante el reposo pueden muy bien constituirse en fuentes de sueños.
De tales estímulos existe toda una amplia serie; desde los inevitables, que el
mismo estado de reposo trae consigo, o a los que tienen ocasionalmente que
permitir el acceso, hasta el casual estímulo despertador, susceptible de poner fin
al reposo o destinado a ello. Una intensa luz puede llegar a nuestros ojos; un
ruido a nuestros oídos o un olor a nuestro olfato. Asimismo podemos llevar a
cabo durante el reposo movimientos involuntarios que, dejando al descubierto
una parte de nuestro cuerpo, la expongan a una sensación de enfriamiento, o
adoptar posturas que generen sensaciones de presión o de contacto. Por último,
puede picarnos un insecto o surgir una circunstancia cualquiera que excite
simultáneamente varios de nuestros sentidos. La atenta observación de los
investigadores ha coleccionado toda una serie de sueños en los que el estímulo
comprobado al despertar coincidía con un fragmento del contenido onírico hasta
el punto de hacernos posible reconocer en dicho estímulo la fuente del sueño.
Tomándola de Jessen (pág. 527), reproduciré aquí una colección de estos
sueños imputables a estímulos sensoriales objetivos más o menos accidentales.
Todo ruido vagamente advertido provoca imágenes oníricas correspondientes; el
trueno nos sitúa en medio de una batalla, el canto de un gallo puede convertirse
en un grito de angustia y el chirriar de una puerta hacernos soñar que han
entrado ladrones en nuestra casa. Cuando nos destapamos soñamos quizá que
andamos desnudos o hemos caído al agua. Cuando nos atravesamos en la cama y
sobresalen nuestros pies de los bordes de la misma, soñamos a lo mejor que nos
hallamos al borde de un temeroso precipicio o que caemos rodando desde una
altura. Si en el transcurso de la noche llegamos a colocar casualmente nuestra
cabeza debajo de la almohada, soñaremos que sobre nosotros pende una enorme
roca, amenazando con aplastarnos. La acumulación del semen engendra sueños
voluptuosos; y los dolores locales, la idea de sufrir malos tratamientos, ser objeto
de ataques hostiles o de recibir heridas…
«Meier (Versuch einer Erklaerung des Nachtwandels, Halle, 1858, pág. 33)
soñó una vez ser atacado por varias personas que le tendían de espaldas, le
introducían por el pie, por entre el dedo gordo y el siguiente, un palo, y clavaban
luego éste en el suelo. Al despertar sintió, en efecto, que tenía una paja clavada
entre dichos dedos. Este mismo sujeto soñó, según Hennigs, 1784 (pág. 258),
que le ahorcaban una noche en que la camisa de dormir le oprimía un poco el
cuello. Hoffbauer soñó en su juventud que caía desde lo alto de un elevado
muro, y al despertar observó que, por haberse roto la cama, había caído él
realmente con el colchón al suelo… Gregory relata que una vez que al acostarse
colocó a los pies una botella con agua caliente soñó que subía al Etna y se le
hacía casi insoportable el calor que el suelo despedía. Otro individuo que se
acostó teniendo una cataplasma aplicada a la cabeza soñó ser atacado por los
indios y despojado del cuero cabelludo. Otro que se acostó teniendo puesta una
camisa húmeda creyó ser arrastrado por la impetuosa corriente de un río. Un
sujeto en el que durante la noche se inició un ataque de podagra soñó que la
Inquisición le sometía al tormento del potro (Macnish)».
La hipótesis explicativa basada en la analogía entre el estímulo y el
contenido del sujeto queda reforzada por la posibilidad de engendrar en el
durmiente, sometiéndole a determinados estímulos sensoriales, sueños
correspondientes a los mismos. Macnish y después Girón de Buzareingues han
llevado a cabo experimentos de este género. Girón «dejó una vez destapadas sus
rodillas y soñó que viajaba por la noche en una diligencia». Al relatar este sueño
añade la observación de que todos aquellos que tienen la costumbre de viajar
saben muy bien el frío que se siente en las rodillas cuando se va de noche en un
carruaje. Otra vez se acostó dejando al descubierto la parte posterior de su
cabeza y soñó que asistía a una ceremonia religiosa al aire libre. En el país en
que vivía era, en efecto, costumbre conservar siempre el sombrero puesto, salvo
en ocasiones como la de su sueño.
Maury comunica nuevas observaciones de sueños propios
experimentalmente provocados. (Una serie de otros experimentos no tuvo
resultado alguno.)
1. Le hacen cosquillas con una pluma en los labios y en la punta de la nariz.
—Sueña que es sometido a una horrible tortura, consistente en colocarle una
careta de pez y arrancársela luego violentamente con toda la piel del rostro.
2. Frotan unas tijeras contra unas tenazas de chimenea.—Oye sonar las
campanas, luego tocar a rebato y se encuentra trasladado a los días
revolucionarios de junio de 1848.
3. Le dan a oler agua de Colonia.—Se halla en El Cairo, en la tienda de Juan
María Farina. Luego siguen locas aventuras que no puede reproducir.
4. Le pellizcan ligeramente en la nuca.—Sueña que le ponen una cataplasma
y piensa en un médico que le asistió en su niñez.
5. Le acercan a la cara un hierro caliente.—Sueña que los chauffeurs[267] han
entrado en la casa y obligan a sus habitantes a revelarles dónde guardan el
dinero, acercando sus pies a las brasas de la chimenea. Luego aparece la duquesa
de Abrantes, cuyo secretario es él en su sueño.
6. Le vierten una gota de agua sobre la frente.—Está en Italia, suda
copiosamente y bebe vino blanco de Orvieto.
7. Se hace caer sobre él repetidas veces, a través de un papel rojo, la luz de
una vela.—Sueña con el tiempo, con el calor y se encuentra de nuevo en medio
de una tempestad de la que realmente fue testigo en una travesía.
D’Hervey, Weygandt y otros han realizado también experimentos de este
género.
Muchos autores han observado «la singular facilidad con que el sueño logra
entretejer en su contenido súbitas impresiones sensoriales, convirtiéndolas en el
desenlace, ya paulatinamente preparado de dicho contenido» (Hildebrandt).
«En mis años de juventud —escribe este mismo autor— acostumbraba tener
en mi alcoba un reloj despertador cuyo repique me avisase a la hora de
levantarme. Pues bien: más de cien veces sucedió que el agudo sonido del timbre
venía a adaptarse de tal manera al contenido de un sueño largo y coherente en
apariencia, que la totalidad del mismo parecía no ser sino su necesario
antecedente y hallar en él su apropiada e indispensable culminación lógica y su
fin natural».
Con un distinto propósito citaré tres de estos sueños provocados por un
estímulo que pone fin al reposo.
Volkelt (pág. 68): «Un compositor soñó que se hallaba dando clase y que al
acabar una explicación se dirigía a un alumno preguntándole: ‘¿Me has
comprendido?’ El alumno responde a voz en grito: ‘¡Oh, sí! ¡Orja!’ Incomodado
por aquella manera de gritar, le manda que baje la voz. Pero la clase entera grita
ya a coro: ‘¡Orja!’ Después: ‘¡Eurjo!’ Y, por último, ‘¡Feuerjo! (¡Fuego!)’ En este
momento despierta por fin el sujeto, oyendo realmente en la calle el grito de
‘¡Fuego!’»
Garnier (Traité des facultés de l’âme, 1865) relata que cuando se intentó
asesinar a Napoleón, haciendo estallar una máquina infernal al paso de su
carruaje, iba el emperador durmiendo y la explosión interrumpió un sueño en el
que revivía el paso del Tagliamento y oía el fragor del cañoneo austríaco. Al
despertar sobresaltado, lo hizo con la exclamación: «¡Estamos exterminados!»
Uno de los sueños de Maury ha llegado a hacerse célebre (pág. 161).
Hallándose enfermo en cama soñó con la época del terror durante la Revolución
francesa, asistió a escenas terribles y se vio conducido ante el tribunal
revolucionario, del que formaban parte Robespierre, Marat, Fourquier-Tinville y
demás tristes héroes de aquel sangriento período. Después de un largo
interrogatorio y de una serie de incidentes que no se fijaron en su memoria, fue
condenado a muerte y conducido al cadalso en medio de una inmensa multitud.
Sube al tablado, el verdugo le ata a la plancha de la guillotina, bascula ésta, cae
la cuchilla y Maury siente cómo su cabeza queda separada del tronco. En este
momento despierta presa de horrible angustia y encuentra que una de las varillas
de las cortinas de la cama ha caído sobre su garganta análogamente a la cuchilla
ejecutora.
Este sueño provocó una interesante discusión que en la Revue Philosophique
sostuvieron Le Lorrain y Egger sobre cómo y en qué forma era posible al
durmiente acumular en el corto espacio de tiempo transcurrido entre la
percepción del estímulo despertador y el despertar una cantidad aparentemente
tan considerable de contenido onírico.
En los ejemplos de este género se nos muestran los estímulos sensoriales
objetivos advertidos durante el reposo como la más comprensible y evidente de
las fuentes oníricas, circunstancia a la que se debe que sea ésta la única que ha
pasado al conocimiento vulgar. En efecto, si a un hombre culto, pero
desconocedor de la literatura científica sobre estas materias, le preguntamos
cómo nacen los sueños, nos contestará seguramente citando alguno de aquellos
casos en los que el sueño queda explicado por un estímulo sensorial objetivo
comprobado al despertar. Pero la observación científica no puede detenerse aquí
y halla motivo de nuevas interrogaciones en el hecho de que el estímulo que
durante el reposo actúa sobre los sentidos no aparece en el sueño en su forma
real, sino que es sustituido por una representación cualquiera distinta relacionada
con él en alguna forma. Pero esta relación que une el estímulo y el resultado
onírico es, según palabra de Maury, «une affinité quelconque, mais qui n’est pas
unique et exclusive» (pág. 72). Después de leer los tres sueños interruptores del
reposo que a continuación tomamos de Hildebrandt, no podemos por menos de
preguntarnos por qué el mismo estímulo provocó tres resultados oníricos tan
distintos y por qué precisamente tales tres:
(Pág. 37): «En una mañana de primavera paseo a través de los verdes campos
en dirección a un pueblo vecino, a cuyos habitantes veo dirigirse, vestidos de
fiesta y formando numerosos grupos, hacia la iglesia, con el libro de misa en la
mano. Es, en efecto, domingo, y la primera misa debe comenzar dentro de pocos
minutos. Decido asistir a ella; pero como hace mucho calor, entro, para reposar,
en el cementerio que rodea la iglesia. Mientras me dedico a leer las diversas
inscripciones funerarias oigo al campanero subir a la torre y veo en lo alto de la
misma la campanita pueblerina que habrá de anunciar dentro de poco el
comienzo del servicio divino. Durante algunos instantes la campana permanece
inmóvil, pero luego comienza a agitarse y de repente sus sones llegan a hacerse
tan agudos y claros que ponen fin a mi sueño. Al despertar oigo a mi lado el
timbre del despertador».
Otra comunicación: «Es un claro día de invierno y las calles se hallan
cubiertas por una espesa capa de nieve. Tengo que tomar parte en una excursión
en trineo, pero me veo obligado a esperar largo tiempo antes que se me anuncie
que el trineo ha llegado a mi puerta. Antes de subir a él hago mis preparativos,
poniéndome el gabán de pieles e instalando en el fondo del coche un calentador.
Por fin subo al trineo, pero el cochero no se decide a dar la señal de partida a los
caballos. Sin embargo, éstos acaban por emprender la marcha, y los cascabeles
de sus colleras, violentamente sacudidos, comienzan a sonar, pero con tal
intensidad que el cascabeleo rompe inmediatamente la tela de araña de mi sueño.
También esta vez se trataba simplemente del agudo timbre de mi despertador».
Tercer ejemplo: «Veo a mi criada avanzar por un pasillo hacia el comedor
llevando en una pila varias docenas de platos. La columna de porcelana me
parece a punto de perder el equilibrio. Ten cuidado —le advierto a la criada—,
vas a tirar todos los platos’. La criada me responde, como de costumbre, que no
me preocupe, pues ya sabe ella lo que se hace; pero su respuesta no me quita de
seguirla con una mirada inquieta. En efecto, al llegar a la puerta del comedor
tropieza, y la frágil vajilla cae, rompiéndose en mil pedazos sobre el suelo y
produciendo un gran estrépito, que se sostiene hasta hacerme advertir que se
trata de un ruido persistente, distinto del que la porcelana ocasiona al romperse y
parecido más bien al de un timbre. Al despertar compruebo que es el repique del
despertador».
El problema que plantea este error en que con respecto a la verdadera
naturaleza del estímulo sensorial objetivo incurre el alma en el sueño ha sido
resuelto por Strümpell —y casi idénticamente por Wundt— en el sentido de que
el alma se encuentra con respecto a tales estímulos, surgidos durante el estado de
reposo, en condiciones idénticas a las que presiden la formación de ilusiones.
Para que una impresión sensorial quede reconocida o exactamente interpretada
por nosotros, esto es, incluida en el grupo de recuerdos al que, según toda
nuestra experiencia anterior, pertenece, es necesario que sea suficientemente
fuerte, precisa y duradera y que, por nuestra parte, dispongamos de tiempo para
realizar la necesaria reflexión. No cumpliéndose estas condiciones, nos resulta
imposible llegar al conocimiento del objeto del que la impresión procede, y lo
que sobre esta última construimos no pasa de ser una ilusión. «Cuando alguien
va de paseo por el campo y distingue imprecisamente un objeto lejano, puede
suceder que al principio lo suponga un caballo». Visto luego el objeto desdé más
cerca, le parecerá ser una vaca echada sobre la tierra, y, por último, esta
representación se convertirá en otra distinta y ya definitiva, consistente en la de
un grupo de hombres sentados. De igual naturaleza indeterminada son las
impresiones que el alma recibe durante el estado de reposo por la actuación de
estímulos externos, y fundada en ellas, construirá ilusiones, valiéndose de la
circunstancia de que cada impresión hace surgir en mayor o menor cantidad
imágenes mnémicas, las cuales dan a la misma su valor psíquico. De cuál de los
muchos círculos mnémicos posibles son extraídas las imágenes correspondientes
y cuáles de las posibles relaciones asociativas entran aquí en juego, son
cuestiones que permanecen aun después de Strümpell, indeterminables y como
abandonadas al arbitrio de la vida anímica.
Nos hallamos aquí ante un dilema. Podemos admitir que no es factible
perseguir más allá la normatividad de la formación onírica y renunciar por tanto
a preguntar si la interpretación de la ilusión provocada por la impresión sensorial
no se encuentra sometida a otras condiciones. Pero también podemos establecer
la hipótesis de que la excitación sensorial objetiva surgida durante el reposo no
desempeña, como fuente onírica, más que un modestísimo papel y que la
selección de las imágenes mnémicas que se trata de despertar queda determinada
por otros factores. En realidad, si examinamos los sueños experimentalmente
generados de Maury, sueños que con esta intención he comunicado tan al detalle,
nos inclinamos a concluir que el experimento realizado no nos descubre
propiamente sino el origen de uno sólo de los elementos oníricos, mientras que
el contenido restante del sueño se nos muestra más bien demasiado
independiente y demasiado determinado en sus detalles para poder ser
esclarecido por la única explicación de su obligado ajuste al elemento
experimentalmente introducido.
Por último, cuando averiguamos que la misma impresión objetiva encuentra
a veces en el sueño una singularísima interpretación, ajena por completo a su
naturaleza real, llegamos incluso a dudar de la teoría de la ilusión y del poder de
las impresiones objetivas para conformar los sueños.
M. Simon refiere un sueño en el que vio varias personas gigantescas sentadas
a comer en derredor de una mesa y oyó claramente el tremendo ruido que sus
mandíbulas producían al masticar. Al despertar oyó las pisadas de un caballo que
pasaba al galope ante su ventana. Si las pisadas de un caballo despertaron en este
sueño representaciones que parecen pertenecer al círculo de recuerdos de los
viajes de Gulliver —la estancia de éste entre los gigantes de Probdingnan—, y
del virtuoso Houyhnhnms, si me arriesgo a interpretar sin la ayuda del soñador,
¿no habrá sido facilitada además la elección de este círculo de recuerdos, tan
ajenos al estímulo, por otros motivos[268]?.

2. ESTÍMULOS SENSORIALES INTERNOS (SUBJETIVOS).— A despecho de todas las


objeciones, nos vemos obligados a admitir como indiscutible la intervención
durante el reposo, y a título de estímulos oníricos, de las excitaciones sensoriales
objetivas. Mas cuando estos estímulos se nos muestran de naturaleza y
frecuencia insuficientes para explicar todas las imágenes oníricas, nos
inclinaremos a buscar fuentes distintas, aunque de análoga actuación. Ignoro qué
autor inició la idea de agregar como fuentes de sueños, a los estímulos externos,
las excitaciones internas (subjetivas); pero el hecho es que en todas las
exposiciones modernas de la etiología de los sueños se sigue esta norma. «A mi
juicio —dice Wundt (página 363)—, desempeñan también un papel esencial en
las ilusiones oníricas aquellas sensaciones subjetivas, visuales o auditivas, que
en el estado de vigilia nos son conocidas como caos luminoso del campo visual
oscuro, zumbido de oídos, etc., entre ellas especialmente las excitaciones
subjetivas de la retina, con lo que quedaría explicada la singular tendencia del
sueño a presentarnos considerables cantidades de objetos análogos e idénticos —
pájaros, mariposas, peces, cuentas de colores, flores, etc.—; en estos casos, el
polvillo luminoso del campo visual oscuro toma una forma fantástica, y los
puntos luminosos de que se compone quedan encarnados por el sueño en otras
tantas imágenes independientes que a causa de la movilidad del caos luminoso
son considerados como dotadas de movimiento. Aquí radica quizá también la
gran preferencia del sueño por las más diversas figuras zoológicas, cuya riqueza
de formas se adapta fácilmente a la especial de las imágenes luminosas y
subjetivas».
Las excitaciones sensoriales subjetivas poseen, desde luego, en calidad de
fuentes de las imágenes oníricas, la ventaja de no depender, como las objetivas,
de causalidades exteriores. Se hallan, por decirlo así, a la disposición del
esclarecimiento del sueño siempre que para ello las necesitamos. Pero, en
cambio, presentan, con respecto a las excitaciones sensoriales objetivas, el
inconveniente de que su actuación como estímulos oníricos nos resulta
susceptible —o sólo con grandes dificultades— de aquella comprobación que la
observación y el experimento nos proporcionan en las primeras.
El poder provocador de sueños de las excitaciones sensoriales subjetivas nos
es demostrado principalmente por. las llamadas alucinaciones hipnagógicas, que
han sido descritas por J. Müller como «fenómenos visuales fantásticos», y
consisten en imágenes, con frecuencia muy animadas y cambiantes, que muchos
individuos suelen percibir en el período de duermevela anterior al dormir y
pueden perdurar durante un corto espacio de tiempo después que el sujeto ha
abierto los ojos. Maury, en quien eran frecuentísimas tales alucionaciones, las
estudió cuidadosamente, y afirma su conexión y hasta su identidad con las
imágenes oníricas, teoría que sostiene también J. Müller.
Para su génesis —dice Maury— es necesaria cierta pasividad anímica, un
relajamiento de la atención (págs. 59 y sigs.). Pero basta que caigamos por un
segundo en un tal letargo para percibir, cualquiera que sea nuestra disposición de
momento, una alucinación hipnagógica, después de la cual podemos despertar,
volver a aletargarnos, percibir nuevas alucinaciones hignagógicas, y así
sucesivamente, hasta que acabamos por conciliar, ya profundamente, el reposo.
Si en estas circunstancias despertamos de nuevo al cabo de un intervalo no muy
largo, podremos comprobar, según Maury, que en nuestros sueños durante dicho
intervalo han tomado parte aquellas mismas imágenes percibidas antes como
alucinaciones hipnagógicas. Así sucedió una vez a Maury con una serie de
figuras grotescas, de rostro desencajado y extraños peinados, que, después de
importunarle antes de conciliar el reposo, se incluyeron en uno de sus sueños.
Otra vez en que, hallándose sometido a una rigurosa dieta, experimentaba una
sensación de hambre, vio hipnagógicamente un plato y una mano, armada de
tenedor, que tomaba comida con él. Luego, dormido, soñó hallarse ante una
mesa ricamente servida y oyó el ruido que los invitados producían con los
tenedores. En otra ocasión, padeciendo de una dolorosa irritación de la vista,
tuvo antes de dormirse una alucinación hipnagógica, consistente en la visión de
una serie de signos microscópicos que le era preciso ir descifrando uno tras otro
con gran esfuerzo. Una hora después, al despertar, recordó un sueño en el que
había tenido que leer trabajosamente un libro impreso en pequeñísimos
caracteres.
Análogamente a estas imágenes pueden surgir hipnagógicamente
alucinaciones objetivas de palabras, nombres, etc., que luego se repiten en el
sueño subsiguiente, constituyendo así la alucinación una especie de abertura en
la que se inician los temas principales que luego habrán de ser desarrollados.
Igual orientación que J. Müller y Maury sigue en la actualidad un moderno
observador de las alucinaciones hipnagógicas, G. Trumbull Ladd. A fuerza de
ejercitarse, llegó a poder interrumpir voluntariamente su reposo de dos a cinco
minutos después de haberlo conciliado, y sin abrir los ojos hallaba ocasión de
comparar las sensaciones de la retina, que en aquel momento desaparecían, con
las imágenes oníricas que perduraban en su recuerdo. De este modo asegura
haber logrado comprobar, en todo caso, la existencia entre aquellas sensaciones
y estas imágenes de una íntima relación, consistente en que los puntos y líneas
luminosos de la luz propia de la retina constituían como el esquema o silueteado
de las imágenes oníricas psíquicamente percibidas.
Así, un sueño en el que se vio leyendo y estudiando varias líneas de un texto
impreso en claros caracteres correspondía a una ordenación en líneas paralelas
de los puntos luminosos de la retina. O para decirlo con sus propias palabras: la
página claramente impresa que leyó en su sueño se transformó luego en un
objeto que su percepción despierta interpretó como un fragmento de una hoja
realmente impresa que para verla más precisamente desde una larga distancia la
contemplaba a través de un pequeño agujero practicado en una hoja de papel.
Ladd opina —sin disminuir la importancia de la parte central del fenómeno—
que apenas si se desarrolla en nosotros un solo sueño visual que no tenga su base
en los estados internos de excitación de la retina. Esto sucede especialmente en
aquellos sueños que surgen en nosotros al poco tiempo de conciliar el reposo en
una habitación oscura, mientras que en los sueños matutinos queda constituida la
fuente de estímulos por la luz que penetra ya en el cuarto y hasta los ojos del
durmiente.
El carácter cambiante y capaz de infinitas variaciones de la excitación de la
luz propia corresponde exactamente a la inquieta huida de imágenes que
nuestros sueños nos presentan. Si admitimos la exactitud de estas observaciones
de Ladd, no podemos por menos de considerar muy elevado el rendimiento
onírico de esta fuente de estímulo subjetiva, pues las imágenes visuales
constituyen el principal elemento de nuestros sueños. La aportación de los
restantes dominios sensoriales, incluso el auditivo, es menor y más inconstante.

3. ESTÍMULO SOMÁTICO INTERNO (ORGÁNICO).— Habiendo emprendido la


labor de buscar las fuentes oníricas dentro del organismo y no fuera de él,
habremos de recordar que casi todos nuestros órganos internos, que en estado de
salud apenas nos dan noticia de su existencia, llegan a constituir para nosotros,
durante los estados de excitación o las enfermedades, una fuente de sensaciones,
dolorosas en su mayoría, equivalentes a los estímulos de las excitaciones
dolorosas y sensitivas procedentes del exterior. Son muy antiguos conocimientos
los que, por ejemplo, inspiran a Strümpell las manifestaciones siguientes (pág.
107):
«El alma llega en el estado de reposo a una conciencia sensitiva mucho más
amplia y profunda de su encarnación que en la vida despierta, y se ve obligada a
recibir y a dejar actuar sobre ella determinadas impresiones excitantes,
procedentes de partes y alteraciones de su cuerpo de las que nada sabía en la
vida despierta».
Ya Aristóteles creía en la posibilidad de hallar en los sueños la indicación del
comienzo de una enfermedad de la que en el estado de vigilia no
experimentábamos aún el menor indicio (merced a la ampliación que el sueño
deja experimentar a las impresiones), y autores médicos de cuyas opiniones se
hallaba muy lejos el conceder a los sueños un valor profético, han aceptado esta
significación de los mismos como anunciadores de la enfermedad (cf. M. Simon,
pág. 31, y otros muchos autores más antiguos)[269].
Tampoco en la época moderna faltan ejemplos comprobados de una tal
función diagnóstica del sueño. Así, refiere Tissié, tomándolo de Artigues (Essai
sur la valeur séméiologique des rêves), el caso de una mujer de cuarenta y tres
años que durante un largo período de tiempo, en el que aparentemente gozaba de
buena salud, sufría de horribles pesadillas, y sometida a examen médico, reveló
padecer una enfermedad del corazón, a la que poco después sucumbió.
En un gran número de sujetos actúan como estímulos oníricos determinadas
perturbaciones importantes de los órganos internos. La frecuencia de los sueños
de angustia en los enfermos de corazón y pulmón ha sido generalmente
observada, y son tantos los autores que reconocen la existencia de esta relación,
que creo poder limitarme a citar aquí los nombres de algunos de ellos
(Radestock, Spitta, Maury, M. Simon, Tissié). Este último llega incluso a opinar
que los órganos enfermos imprimen al contenido del sueño un sello
característico. Los sueños de los cardíacos son, por lo general, muy cortos,
terminan en un aterrorizado despertar y su nódulo central se halla casi siempre
constituido por la muerte del sujeto en terribles circunstancias. Los enfermos de
pulmón sueñan que se asfixian, huyen angustiados de un peligro o se encuentran
en medio de una muchedumbre que los aplasta, y aparecen sujetos, en
proporción considerable, al conocido sueño de opresión, el cual ha podido
también ser provocado experimentalmente por Borner colocando al durmiente
boca abajo o cubriéndole boca y nariz. Dado un trastorno cualquiera de la
digestión, el sueño contendrá representaciones relacionadas con el sentido del
gusto. Por último, la influencia de la excitación sexual sobre el contenido de los
sueños es generalmente conocida y presta a la teoría de la génesis de los sueños
por estímulos orgánicos su más sólido apoyo.
Asimismo es indiscutible que algunos de los investigadores (Maury,
Weygandt) fueron inducidos al estudio de los problemas oníricos por la
observación de la influencia que sus propios estados patológicos ejercían sobre
el contenido de sus sueños.
De todos modos, el aumento de fuentes oníricas que de estos hechos
comprobados resulta no es tan considerable como al principio pudiéramos creer.
El sueño es un fenómeno al que están sujetos los hombres sanos —quizá sin
excepción y quizá todas las noches—, y no cuenta entre sus necesarias
condiciones la enfermedad de algún órgano. Además, lo que se trata de averiguar
no es la procedencia de determinados sueños, sino la fuente de estímulos de los
sueños corrientes de los hombres normales.
Sin embargo, a poco que avancemos por este camino, tropezamos con una
fuente que fluye con más abundancia que las anteriores y promete no agotarse
para ningún caso. Si se ha comprobado que el interior del cuerpo deviene, en
estados patológicos, una fuente de estímulos oníricos, y si aceptamos que el
alma, apartada del mundo exterior durante el reposo, puede consagrar al interior
del cuerpo una mayor atención que en el estado de vigilia, fácil nos será ya
admitir que los órganos no necesitan enfermar previamente para hacer llegar al
alma dormida excitaciones que en una forma aún ignorada pasan a constituir
imágenes oníricas. Aquello que en la vida despierta sólo por su calidad,
percibimos oscuramente como sensación general vegetativa, y a lo que, según la
opinión de los médicos, colaboran todos los sistemas orgánicos, devendría por la
noche, llegado a su máxima intensidad y actuando con todos sus componentes, la
fuente más poderosa y al mismo tiempo más común de la evocación de imágenes
oníricas. Admitido esto, sólo nos quedarían por investigar las reglas conforme a
las cuales se transforman los estímulos orgánicos en representaciones oníricas.
Esta teoría de la génesis de los sueños ha sido siempre la preferida por los
autores médicos. La oscuridad en la que para nuestro conocimiento se encuentra
envuelto en nódulo de nuestro ser, el moi splanchnique, como lo denomina
Tissié, y aquélla en que queda sumida la génesis de los sueños, se corresponden
demasiado bien para que se haya dejado de relacionarlas. La hipótesis que hace
de la sensación orgánica vegetativa la instancia formadora de los sueños
presenta, además, para los médicos, el atractivo de permitirles unir
etiológicamente los sueños y las perturbaciones mentales, fenómenos entre los
que pueden señalarse múltiples coincidencias, pues también se atribuye a
alteraciones de dicha sensación y a estímulos emanados de los órganos internos
una amplia importancia en la génesis de la psicosis. No es, pues, de extrañar que
la paternidad de la teoría de los estímulos somáticos pueda adjudicarse con igual
justicia a varios autores.
Para muchos investigadores han servido de normas las ideas desarrolladas en
1851 por el filósofo Schopenhauer. Nuestra imagen del mundo nace de un
proceso en el que nuestro intelecto vierte el metal de las impresiones que del
exterior recibe en los moldes del tiempo, el espacio y la causalidad. Los
estímulos procedentes del interior del organismo, del sistema nervioso simpático,
exteriorizan a lo más, durante el día, una influencia inconsciente sobre nuestro
estado de ánimo. En cambio, por la noche, cuando cesa el ensordecedor efecto
de las impresiones diurnas, pueden ya conseguir atención aquellas impresiones
que llegan del interior análogamente a como de noche oímos el fluir de una
fuente, imperceptible entre los ruidos del día. A estos estímulos reaccionará el
intelecto realizando su peculiar función; esto es, transformándolos en figuras
situadas dentro del tiempo y el espacio y obedientes a las normas de la
causalidad. Tal sería, pues, la génesis del fenómeno onírico. Schemer y luego
Volkelt han intentado después penetrar en la más íntima relación de los estímulos
somáticos y las imágenes oníricas, relación cuyo estudio dejaremos para el
capítulo que hemos de dedicar a las teorías de los sueños.
Después de una consecuente investigación ha derivado el psiquiatra Krauss
la génesis de los sueños, así como la de los delirios e ideas delirantes, de un
mismo elemento: de la sensación orgánicamente condicionada. Según este autor
apenas podemos pensar en una parte del organismo que no sea susceptible de
constituir el punto de partida de una imagen onírica o delirante. La sensación
orgánicamente condicionada «puede dividirse en dos series: 1.a, las de los
estados de ánimo (sensaciones generales); 2.a, la de las sensaciones específicas
inmanentes a los sistemas capitales del organismo vegetativo, sensaciones de las
que hemos distinguido cinco grupos: a), las sensaciones musculares; b), las
respiratorias; c), las gástricas; d), las sexuales; e), las periféricas» (pág. 33 del
segundo artículo).
El proceso de la génesis de las imágenes oníricas sobre la base de los
estímulos somáticos es explicado por Krauss en la forma siguiente: la sensación
provocada despierta, conforme a una ley asociativa cualquiera, una
representación afín a ella, con la que se enlaza para constituir un producto
orgánico. Mas con respecto a este producto se conduce la conciencia de una
manera distinta a la normal, pues no concede atención alguna a la sensación
misma, sino que la dedica por entero a las representaciones concomitantes,
circunstancia que, desorientando a los investigadores, les había impedido llegar
al conocimiento del verdadero estado de cosas (págs. 11 y sigs.). Krauss designa
este proceso con el nombre especial de transustanciación de las sensaciones en
imágenes oníricas (pág. 24).
La influencia de los estímulos somáticos orgánicos sobre la formación de los
sueños es casi generalmente aceptada en la actualidad. En cambio, sobre la
naturaleza de la relación existente entre ambos factores se han establecido
hipótesis muy diversas y con frecuencia harto oscuras. De la teoría de los
estímulos somáticos surge la especial labor de la interpretación onírica; esto es,
la de reducir el contenido de un sueño a los estímulos orgánicos causales, y si no
aceptamos las reglas de interpretación fijadas por Schemer, nos hallamos con
frecuencia ante el hecho embarazoso de que fuera del contenido mismo del
sueño no encontramos indicio alguno de una fuente orgánica de estímulos.
Lo que sí se ha observado es una cierta coincidencia en la interpretación de
varios sueños a los que, por retornar con casi idéntico contenido en un gran
número de personas, se ha calificado de «típicos». Son éstos los tan conocidos
sueños en que caemos desde una altura, se nos desprenden los dientes, volamos
o nos sentimos avergonzados de ir desnudos o mal vestidos. Este último sueño
procedería sencillamente de la percepción, hecha durante el reposo, de que
hemos rechazado las sábanas y yacemos desnudos sobre el lecho. El sueño de
perder los dientes es atribuido a una excitación bucal no necesariamente
patológica; y aquel otro en que volamos constituye, según Strümpell —de
acuerdo en este punto con Schemer—, la adecuada imagen elegida por el alma
para interpretar el quantum de excitación emanado de los lóbulos pulmonares en
el movimiento respiratorio cuando la sensibilidad epidérmica del tórax ha
descendido ya simultáneamente hasta la inconsciencia. Esta última circunstancia
generaría la sensación enlazada a la representación del flotar. El sueño de caer
desde una altura es ocasionado por el hecho de que, existiendo una inconsciencia
de la sensación de presión epidérmica, separamos un brazo del cuerpo o
estiramos una pierna, movimiento con el que se hace de nuevo consciente dicha
sensación, siendo este paso de la misma a la conciencia lo que toma cuerpo
psíquicamente como sueño de caída Strümpell, pág. 118). La debilidad de estos
plausibles intentos de explicación reside claramente en que, sin mayor
fundamento, arrebatan a la percepción psíquica o acumulan a ella grupos enteros
de sensaciones orgánicas, hasta lograr constituir la constelación favorable al
esclarecimiento buscado. Más adelante tendremos ocasión de volver sobre los
sueños típicos y su génesis.
M. Simon ha intentado derivar de la comparación de una serie de sueños
análogos algunas reglas relativas al influjo de las excitaciones orgánicas sobre la
determinación de sus consecuencias oníricas. Así, dice (pág. 34): «Cuando
cualquier aparato orgánico, que normalmente toma parte en la expresión de un
afecto, se encuentra durante el reposo y por una distinta causa cualquiera en
aquel estado de excitación en el que es de costumbre colocado por dicho afecto,
el sueño que en estas condiciones nace obtendrá representaciones adaptadas al
efecto de referencia».
Otra de estas reglas dice así (pág. 35): «Cuando un aparato orgánico se halla
durante el reposo en estado de actividad, excitación o perturbación, el sueño
contendrá representaciones relacionadas con el ejercicio de la función orgánica
encomendada a dicho aparato».
Mourly Void (1896) emprendió la labor de demostrar experimentalmente,
con relación a un solo punto concreto, la influencia de que la teoría de los
estímulos somáticos atribuye a éstos sobre la producción de los sueños. Con este
propósito realizó experimentos en los que, variando las posiciones de los
miembros del durmiente, comparaba luego entre sí los sueños consecutivos.
Como resultado de esta labor nos comunica las siguientes conclusiones:
1. La posición de un miembro en el sueño corresponde aproximadamente a la
que el mismo presenta en la realidad. Soñamos, pues, con un estado estático del
miembro que corresponde al real.
2. Cuando soñamos con que el movimiento de un miembro es siempre igual
a dicho movimiento, es que una de las posiciones por las que el miembro pasa al
ejecutarlo corresponde a aquélla en que realmente se halla.
3. En nuestros sueños podemos transferir a una tercera persona la posición de
uno de nuestros miembros.
4. Podemos asimismo soñar que una circunstancia cualquiera nos impide
realizar el movimiento de que se trata.
5. Uno de nuestros miembros puede tomar en el sueño la forma de un animal
o un monstruo. En este caso existirá siempre una analogía entre la forma y la
posición verdaderas y las oníricas correspondientes.
6. La posición de uno de nuestros miembros puede sugerir en el sueño
pensamientos que poseen con el mismo una relación cualquiera. Así, cuando se
trata de los dedos, soñamos con números o cálculos.
De esos resultados deduciría yo que tampoco la teoría de los estímulos
somáticos consigue suprimir por completo la contingencia de que nos parece
gozar la determinación de las imágenes oníricas.

4. FUENTES PSÍQUICAS DE ESTÍMULOS.— Al tratar de las relaciones del sueño


con la vida despierta, y del origen del material onírico vimos que tanto los
investigadores más antiguos como los más modernos han opinado que los
hombres sueñan con aquello de que se ocupan durante el día y les interesa en su
vida despierta. Este interés, que de la vida despierta pasa al estado de reposo,
constituye, a más de un enlace psíquico entre el sueño y la vigilia, una fuente
onírica nada despreciable, que unida a lo devenido interesante durante el reposo
—los estímulos actuales durante el mismo—, habría de bastar para explicar el
origen de todas las imágenes oníricas. Pero también hemos hallado una opinión
contraria: la de que el sueño aparta al hombre de los intereses del día y que, por
lo general, sólo soñamos con nuestras más intensas impresiones diurnas cuando
las mismas han perdido ya para la vida despierta el atractivo de la actualidad.
Resulta, pues, que conforme vamos penetrando en el análisis de la vida onírica,
se nos va imponiendo la idea de que sería equivocado establecer reglas de
carácter general.
Si la etiología de los sueños quedase totalmente esclarecida por la actuación
del interés despierto y la de los estímulos externos e internos sobrevenidos
durante el reposo, nos hallaríamos en situación de dar cuenta satisfactoria de la
procedencia de todos los elementos de un sueño, habríamos conseguido resolver
el enigma de las fuentes oníricas y no nos quedaría ya más labor que la de
delimitar en cada caso la participación de los estímulos oníricos psíquicos y
somáticos. Mas esta total solución de un sueño no ha sido nunca conseguida, y
todos aquellos que han intentado interpretar alguno han podido comprobar cómo
en todo análisis les quedaban elementos del sueño —casi siempre en número
considerable— sobre cuyo origen les era imposible dar ninguna indicación. Los
intereses diurnos no presentan, pues, como fuente onírica psíquica, todo el
alcance que nos hacía esperar la afirmación de que cada uno de nosotros
continúa en el sueño aquello que le ocupa en la vigilia.
Siendo éstas todas las fuentes oníricas conocidas, advertimos en todas las
explicaciones de los sueños contenidas en la literatura científica —exceptuando
quizá la de Schemer, que más adelante citaremos— se observa una extensa
laguna en lo referente a la derivación del material de imágenes de representación
más característico para el sueño. En esta perplejidad muestran casi todos los
autores una tendencia a reducir cuanto les es posible la participación psíquica en
la génesis de los sueños. Como clasificación principal distinguen ciertamente,
entre sueños de estímulo nervioso y sueños de asociación, fijando la
reproducción como fuente exclusiva de estos últimos (Wundt, pág. 365), pero no
logran libertarse de la duda «de si pueden o no surgir sin un estímulo físico
impulsor» (Volkelt, pág. 127). Tampoco resulta posible establecer una
característica fija del sueño de asociación: «En los sueños de asociación
propiamente dichos no puede ya hablarse de un tal nódulo firme, pues su centro
se halla también constituido por una agrupación inconexa. La vida de
representación, libertada ya, fuera de esto, de toda razón e inteligencia, no es
contenida aquí tampoco por aquellas excitaciones somáticas y psíquicas llenas
de peso, y queda de este modo abandonada a su propia arbitraria actividad y a su
caprichosa confusión» (Volkelt, página 118). Wundt intenta después minorar la
participación psíquica de la génesis de los sueños al manifestar «que los
fantasmas oníricos son considerados, quizá erróneamente, como puras
alucinaciones. Probablemente, la mayoría de las representaciones oníricas son,
en realidad, ilusiones emanadas de las leves impresiones sensoriales que no se
extinguen nunca durante el reposo» (págs. 359 y siguientes). Weygandt hace
suya esta opinión y la generaliza, afirmando, con respecto a todas las
representaciones oníricas, que la causa inmediata de las mismas se halla
constituida «por estímulos sensoriales a los que sólo después se enlazan
asociaciones reproductoras» (pág. 17). Tissié va aún más allá en la reducción de
las fuentes psíquicas de estímulos (pág. 183): Les rêves d’origine absolument
psychique n’existent pas. Y en otro lugar (pág. 6): Les pensées denos rêves nous
viennent du dehors.
Aquellos autores que, como Wundt, adoptan una posición intermedia no
olvidan advertir que en la mayoría de los sueños actúan conjuntamente estímulos
somáticos y estímulos psíquicos desconocidos o conocidos como intereses
diurnos.
Más adelante veremos cómo el enigma de la formación de los sueños puede
ser resuelto por el descubrimiento de una insospechada fuente psíquica de
estímulos. Mas por lo pronto no hemos de extrañar el exagerado valor que para
la formación de los sueños se concede a los estímulos no procedentes de la vida
anímica, pues, aparte de que son los más fáciles de descubrir y pueden ser
experimentalmente comprobados, la concepción somática de la interpretación de
los sueños corresponde en un todo a la orientación intelectual dominante hoy en
la psiquiatría. En esta ciencia constituye regla general acentuar intensamente el
dominio del cerebro sobre el organismo, pero todo lo que pudiera suponer una
independencia de la vida anímica de las alteraciones orgánicas comprobables o
una espontaneidad en sus manifestaciones asusta hoy al psiquiatra, como si su
reconocimiento hubiera de traer consigo nuevamente los tiempos del naturalismo
y de la esencia metafísica del alma. La desconfianza del psiquiatra ha colocado
al alma como bajo tutela y exige que ninguno de sus sentimientos revele la
posesión de un patrimonio propio. Pero esta conducta no demuestra sino una
escasa confianza en la solidez de la concatenación causal que se extiende entre
lo somático y lo psíquico. Incluso donde lo psíquico se revela en la investigación
como la causa primera de un fenómeno, conseguirá alguna vez un más
penetrante estudio hallar la continuación del camino que conduce hasta el
fundamento orgánico de lo anímico. Mas cuando lo psíquico haya de significar
la estación límite de nuestro conocimiento actual, no veo por qué no reconocerlo
así.
d) ¿Por qué olvidamos al despertar nuestros sueños? —Es proverbial que el
sueño se desvanece a la mañana. Ciertamente es susceptible de recuerdo, pues lo
conocemos únicamente por el que de él conservamos al despertar, pero con gran
frecuencia creemos no recordarlo sino muy incompletamente y haber olvidado la
mayor parte de su contenido. Asimismo podemos observar cómo nuestro
recuerdo de un sueño, preciso y vivo a la mañana, va perdiéndose conforme
avanza el día, hasta quedar reducido a pequeños fragmentos inconexos. Otras
muchas veces tenemos conciencia de haber soñado, pero nos es imposible
precisar el qué, y en general nos hallamos tan habituados a la experiencia de que
los sueños sucumben al olvido, que no rechazamos como absurda la posibilidad
de haber soñado, aunque al despertar no poseamos el menor recuerdo de ello.
Sin embargo, existen también sueños que muestran una extraordinaria
adherencia a la memoria del sujeto. Por mi parte, he analizado sueños de mis
pacientes que databan de veinticinco años atrás, y recuerdo con todo detalle un
sueño propio que tuve hace ya más de treinta y siete años. Todo esto es muy
singular y parece al principio incomprensible.
Strümpell es el autor que con mayor amplitud trata del olvido de los sueños,
fenómeno de indudable complejidad, pues no lo refiere a una sola causa, sino a
toda una serie de ellas.
En la motivación de este olvido intervienen, ante todo, aquellos factores que
provocan un idéntico afecto en la vida despierta. En ella solemos olvidar
rápidamente un gran número de sensaciones y percepciones a causa de la
debilidad de las mismas o por no alcanzar sino una mínima intensidad la
excitación anímica a ellas enlazada. Análogamente sucede con respecto a
muchas imágenes oníricas; olvidamos las débiles y, en cambio, recordamos otras
más enérgicas próximas a ellas. De todos modos, el factor intensidad no es
seguramente el decisivo para la conservación de las imágenes oníricas.
Strümpell y otros autores (Calkins) reconocen que a veces olvidamos
rápidamente imágenes oníricas de las que recordamos fueron muy precisas,
mientras que entre las que conservamos en nuestra memoria se encuentran otras
muchas harto vagas y desdibujadas. Por otra parte, solemos también olvidar con
facilidad, en la vida despierta, aquello que sólo una vez tenemos ocasión de
advertir, y retenemos mejor lo que nos es dado percibir repetidamente,
circunstancia que habrá de contribuir asimismo al olvido de las imágenes
oníricas, las cuales no surgen, por lo general, sino una sola vez[270].
Mayor importancia que las señaladas posee aún una tercera causa del olvido
que nos ocupa. Para que las sensaciones, representaciones, ideas, etc., alcancen
una cierta magnitud mnémica es necesario que, lejos de permanecer aisladas,
entren en conexiones y asociaciones de naturaleza adecuada. Si colocamos en un
orden arbitrario las palabras de un verso, nos será muy difícil retenerlo así en
nuestra memoria. «Bien ordenadas y en sucesión lógica, se ayudan unas palabras
a otras, y la totalidad plena de sentido es fácilmente recordada durante largo
tiempo. Lo desprovisto de sentido nos es tan difícil de retener como lo confuso o
desordenado». Ahora bien: los sueños carecen, en su mayoría, de orden y
comprensibilidad. No nos ofrecen el menor auxilio mnémico, y la rápida
dispersión de sus elementos contribuye a su inmediato olvido. Con estas
deducciones no concuerda, sin embargo, la observación de Radestock (pág. 168)
de que precisamente los sueños más extraños son los que mejor retenemos.
Todavía concede Strümpell una mayor influencia en el olvido de los sueños a
otros factores derivados de la relación de los mismos con la vida diurna. La
facilidad con que nuestra conciencia despierta los olvidos corresponde,
evidentemente, al hecho antes citado de que el fenómeno onírico no toma (casi)
nunca de la vida diurna una ordenada serie de recuerdos, sino sólo detalles
aislados, a los que separa de aquellas sus acostumbradas conexiones psíquicas,
dentro de las cuales los recordamos durante la vigilia. Falto de todo auxilio
mnémico, carece el sueño de lugar en el conjunto de series psíquicas que llenan
el alma. «El producto onírico se desprende del suelo de nuestra vida anímica y
flota en el espacio psíquico como una nube que el hálito de la vida despierta
desvanece» (pág. 87). En igual sentido actúa al despertar el total acaparamiento
de la atención por el mundo sensorial, que con su poder destruye casi la totalidad
de las imágenes oníricas, las cuales huyen ante las impresiones del nuevo día
como ante la luz del sol el resplandor de las estrellas.
Por último, hemos de atribuir el olvido de los sueños al escaso interés que en
general les concede el sujeto. Así, aquellas personas que a título de
investigadores dedican por algún tiempo su atención al fenómeno onírico sueñan
durante dicho período más que antes: esto es, recuerdan con mayor facilidad y
frecuencia sus sueños.
En esta causa del olvido se hallan contenidas las dos que Bonatelli[271] añade
a las citadas por Strümpell, o sea, que la transformación experimentada por la
sensación vegetativa general al pasar el sujeto del estado de reposo al de vigilia,
e inversamente, es desfavorable a la reproducción recíproca, y que la distinta
ordenación adoptada por el material de representaciones en el sueño hace a éste
intraducible para la conciencia despierta.
Dados todos estos motivos de olvido resulta singular —como ya lo indica
Strümpell— que en nuestro recuerdo se conserve, e pesar de todo, tanta parte de
nuestros sueños. El continuado empeño de los investigadores en sujetar a reglas
nuestro recuerdo de los mismos, equivale a una confesión de que también en esta
materia queda aún algo enigmático e inexplicable. Con todo acierto se han hecho
resaltar recientemente algunas peculiaridades del recuerdo de los sueños; por
ejemplo, la de que un sueño que al despertar creemos olvidado puede ser
recordado en el transcurso del día con ocasión de una percepción que roce
casualmente el contenido onírico olvidado (Radestock, Tissié). Sin embargo, la
posibilidad de conservar un recuerdo exacto y total del sueño sucumbe a una
objeción, que disminuye considerablemente su valor a los ojos de la crítica.
Nuestra memoria, que tanta parte del sueño deja perderse, ¿no falseará también
aquello que conserva?
Strümpell manifiesta asimismo esta duda sobre la exactitud de la
reproducción del sueño: «Puede entonces suceder con facilidad que la conciencia
despierta intercale involuntariamente en nuestro recuerdo algo ajeno al sueño, y
de este modo imaginaremos haber soñado una multitud de cosas que nuestro
sueño no contenía».
Jessen declara categóricamente (pág. 547):
«Debe, además, tenerse muy en cuenta en la investigación de sueños
coherentes y lógicos la circunstancia, poco apreciada hasta el momento, de que
nuestro recuerdo de los mismos no es casi nunca exacto, pues cuando los
evocamos en nuestra memoria los completamos involuntaria e inadvertidamente,
llenando las lagunas de las imágenes oníricas. Un sueño coherente sólo raras
veces o quizá ninguna lo es tanto como nuestra memoria nos lo muestra. Aun
para el más verídico de los hombres resulta imposible relatar un sueño singular
sin agregarle algún complemento o adorno de su cosecha. La tendencia del
espíritu humano a ver totalidades coherentes es tan considerable, que al recordar
un sueño hasta cierto punto incoherente corrige esta incoherencia de un modo
involuntario».
Las observaciones de V. Egger sobre este punto concreto parecen una
traducción de las anteriores palabras de Jessen, no obstante ser seguramente de
concepción original: … l’observation des rêves a ses difficultés spéciales et le
seul moyen d’éviter toute erreur en pareille matière est de confier au papier sans
le moinde retard ce que l’on vient d’éprouver et de remarquer, sinon l’oubli vient
vite ou total ou partiel; l’oubli total est sans gravité: mais l’oubli partiel est
perfide; car si l’on se met ensuite à raconter ce que l’on n’a pas oublié, on est
exposé à completer par l’imagination les fragments incohérents et disjoints
fournis par la mémoire…; on devient artiste à son insu, et le récit
périodiquement répété s’impose a la créance de son auteur, qui, de bonne foi, le
présente comme un fait authentique dûment établi selon les bonnes méthodes…
Idénticamente opina Spitta (pág. 338), el cual parece admitir queen la
tentativa de reproducir el sueño es cuando introducimos un orden en los
elementos oníricos laxamente asociados unos con otros, «convirtiendo la
yuxtaposición en una sucesión causal; esto es, agregando el proceso de la
conexión lógica, de que el sueño carece».
Dado que para comprobar la fidelidad de nuestra memoria no poseemos otro
control que el objeto, y éste nos falta por completo en el sueño, fenómeno que
constituye una experiencia personal y para el cual no conocemos fuente distinta
de nuestra memoria, ¿qué valor podremos dar aún a su recuerdo?
e) Las peculiaridades psicológicas del sueño.—En la discusión científica del
fenómeno onírico partimos de la hipótesis de que el mismo constituye un
resultado de nuestra propia actividad anímica; mas, sin embargo, el sueño
completo se nos muestra como algo ajeno a nosotros y cuya paternidad no
sentimos ningún deseo de reclamar. ¿De dónde procede esta impresión de que el
sueño es ajeno a nuestra alma? Después de nuestro examen de las fuentes
oníricas habremos de inclinarnos a negar se halle condicionada por el material
que pasa al contenido del sueño, pues este material es común, en su mayor parte,
a la vida onírica y a la despierta. Por tanto, podemos preguntarnos si tal
impresión no constituye una resultante de modificaciones experimentadas por
los procesos psíquicos en el sueño e intentar establecer de este modo una
característica del mismo.
Nadie ha acentuado con tanta energía la diferencia esencial entre la vida
onírica y la despierta, ni tampoco ha deducido de esta diferencia conclusiones de
tanto alcance como G. Th. Fechner en algunas observaciones de sus Elementos
de Psicofísica (pág. 520, tomo II). Opina este autor que «ni el descenso de la
vida anímica consciente por bajo del umbral principal», ni el apartamiento de la
atención de las influencias del mundo exterior son suficientes para explicar las
peculiaridades que la vida onírica presenta con relación a la despierta. Sospecha
más bien que la escena de los sueños es otra que la de la vida de
representaciones despierta. «Si la escena de la actividad psicofísica fuera la
misma durante el reposo y la vigilancia, el sueño no podría ser, a mi juicio, sino
una continuación, mantenida en un bajo grado de intensidad de la vida despierta,
y compartiría además con ella su contenido y su forma. Pero, por lo contrario, se
conduce de muy distinto modo».
No ha sido aún totalmente esclarecido lo que Fechner significaba con este
cambio de residencia de la actividad anímica, ni tampoco sé de investigador
alguno que haya seguido el camino indicado en las observaciones apuntadas. A
mi juicio, sería totalmente erróneo dar a las mismas una interpretación anatómica
en el sentido de la localización fisiológica del cerebro, o incluso con relación a la
estratificación histológica de la corteza cerebral. En cambio, revelarán un
profundo y fructífero sentido si las referimos a un aparato anímico compuesto de
varias instancias, sucesivamente intercaladas.
Otros autores se han contentado con acentuar una cualquiera de las
comprensibles peculiaridades psicológicas del sueño y convertirlas en punto de
partida de más amplias tentativas de explicación.
Se ha hecho observar acertadamente que una de las principales
peculiaridades de la vida onírica surge ya en el estado de adormecimiento
anterior al del reposo, y debe considerarse como el fenómeno inicial de este
último. Lo característico del estado de vigilia es, según Schleiermacher (pág.
351), que la actividad mental procede por conceptos y no por imágenes. En
cambio, el sueño piensa principalmente en imágenes, y puede observarse que al
aproximarnos al estado de reposo, y en la misma medida en que las actividades
voluntarias se muestran cohibidas, surgen representaciones involuntarias,
constituidas en su totalidad por imágenes. La incapacidad para aquella labor de
representación que sentimos como intencionadamente voluntaria y la aparición
de imágenes, enlazada siempre a esta dispersión, son dos caracteres que el sueño
presenta en todo caso y que habremos de reconocer en su análisis psicológico
como caracteres esenciales de la vida onírica. De las imágenes —las
alucinaciones hipnagógicas— hemos averiguado ya que son de contenido
idéntico al de las imágenes oníricas[272].
Así, pues, el sueño piensa predominantemente en imágenes visuales, aunque
no deje de laborar también con imágenes auditivas, y en menor escala con las
impresiones de los demás sentidos. Gran parte de los sueños es también
simplemente pensada o ideada (representada probablemente en consecuencia por
restos de representaciones verbales), igual a como sucede en la vida despierta.
En cambio, aquellos elementos de contenido que se conducen como imágenes, o
sea, aquéllos más semejantes a percepciones que a representaciones mnémicas,
constituyen algo característico y peculiarísimo del fenómeno onírico.
Prescindiendo de las discusiones, conocidas por todos los psiquiatras, sobre la
esencia de la alucinación, podemos decir, con la totalidad de los autores versados
en esta materia, que el sueño alucina; esto es, sustituye pensamientos por
alucinaciones. En este sentido no existe diferencia alguna entre representaciones
visuales o acústicas. Se ha observado que el recuerdo de una serie de sonidos,
que evocamos al comenzar el reposo, se transforma al comenzar a quedarnos
dormidos en la alucinación de la misma melodía, para dejar de nuevo paso a la
representación mnémica, más discreta y de distinta constitución cualitativa,
siempre que salimos de nuestro aletargamiento, cosa que puede repetirse varias
veces antes de conciliar definitivamente el reposo.
La transformación de las representaciones en alucinaciones no es la única
forma en que el sueño se desvía del pensamiento de la vida despierta al que
quizá corresponde. Con estas imágenes forma el sueño una situación, nos
muestra algo como presente, o, según expresión de Spitta (pág. 145), dramatiza
una idea. Mas para completar la característica de esta faceta de la vida onírica
habremos de añadir que al soñar —generalmente, pues las excepciones precisan
de una distinta explicación— no creemos pensar, sino experimentar, y, por tanto,
damos completo crédito a la alucinación. La crítica de que no hemos vivido o
experimentado nada, sino que lo hemos pensado en una forma especial —
soñando—, no surge hasta el despertar. Este carácter separa al sueño
propiamente dicho, sobrevenido durante el reposo, de la ensoñación diurna,
jamás confundida con la realidad.
Burdach ha concretado los caracteres hasta aquí indicados de la vida onírica
en las siguientes observaciones (pág. 476): «Entre las más esenciales
características del sueño debemos contar las siguientes: a) la actividad subjetiva
de nuestra alma aparece como objetiva, dado que la capacidad de percepción
acoge los productos de la fantasía como si de productos sensoriales se tratase…;
b) el reposo es una supresión del poder del ser, razón por la cual hallamos entre
las condiciones del mismo una cierta pasividad. Las imágenes del letargo son
condicionadas por el relajamiento del poder del ser».
Llegamos ahora a la tentativa de explicar la credulidad del alma con respecto
a las alucinaciones oníricas, las cuales sólo pueden surgir después de la
supresión de una cierta actividad del ser. Strümpell expone que el alma continúa
conduciéndose aquí normalmente y conforme a su mecanismo peculiar. Los
elementos oníricos no son en ningún modo meras representaciones, sino
verídicas y verdaderas experiencias del alma, iguales a las que en la vida
despierta surgen por mediación de los sentidos (página 34). Mientras que durante
la vigilia piensa y representa el alma en imágenes verbales y por medio del
lenguaje, en el sueño piensa y representa en verdaderas imágenes sensoriales
(pág. 35). Además, hallamos en el sueño una conciencia del espacio, pues,
análogamente a como sucede en la vigilia, quedan las imágenes y sensaciones
proyectadas en un espacio exterior (pág. 36). Habremos, pues, de confesar que el
alma se halla en el sueño, y con respecto a sus imágenes y percepciones, en
idéntica situación que durante la vida despierta (pág. 43). Si a pesar de todo
incurre en error, ello obedece a que en el estado de reposo carece del criterio que
establece una diferenciación entre las percepciones sensoriales procedentes del
exterior y las procedentes del interior.
No puede someter a sus imágenes a aquellas pruebas susceptibles de
demostrar su realidad objetiva y además desprecia la diferencia entre las
imágenes intercambiables a voluntad y aquellas otras en las que no existe tal
arbitrio. Yerra porque no puede aplicar al contenido de su sueño la ley de la
causalidad (pág. 58). En concreto, su apartamiento del mundo exterior es
también la causa de la fe que presta al mundo onírico subjetivo.
Tras de desarrollos psicológicos, en parte diferentes, llega Delboeuf a
idénticas conclusiones. Damos a los sueños crédito de realidad porque en el
estado de reposo carecemos de otras impresiones a las que compararlos, y nos
hallamos desligados del mundo exterior. Mas si creemos en la verdad de nuestras
alucinaciones, no es porque nos falte durante el reposo la posibilidad de
contrastarlas. El sueño puede mentirnos toda clase de pruebas, haciéndonos, por
ejemplo, tocar la rosa que en él vemos; mas no por esto dejamos de estar
soñando. Para Delboeuf no existe criterio alguno, fuera del hecho mismo del
despertar —y esto sólo como generalidad práctica—, que nos permita afirmar
que algo es un sueño o una realidad despierta. Al despertar y comprobar que nos
hallamos desnudos en nuestro lecho es, en efecto, cuando declaramos falso todo
lo que desde el instante en que conciliamos el reposo hemos visto (pág. 84).
Mientras dormíamos hemos creído verdaderas las imágenes oníricas a
consecuencia del hábito intelectual, siempre vigilante, de suponer un mundo
exterior, al que oponemos nuestro yo[273].
Elevado así el apartamiento del mundo exterior a la categoría de factor
determinante de los más singulares caracteres de la vida onírica, creemos
conveniente consignar unas sutiles observaciones del viejo Burdach, que arrojan
cierta luz sobre la relación del alma durmiente con el mundo exterior y son muy
apropiadas para evitarnos conceder a las anteriores deducciones más valor del
que realmente poseen: «El estado de reposo —dice Burdach— tiene por
condición el que el alma no sea excitada por estímulos sensoriales…; pero la
ausencia de tales estímulos no es tan indispensable para la conciliación del
reposo como la falta de interés por los mismos[274]. En efecto, a veces se hace
necesaria la existencia de alguna impresión sensorial, en tanto en cuanto la
misma sirve para tranquilizar el alma. Así, el molinero no duerme si no oye el
ruido producido por el funcionamiento de su molino, y aquellas personas que
como medida de precaución acostumbran dormir con luz no pueden conciliar el
reposo en una habitación oscura» (página 457).
«El alma se retira de la periferia y se aísla del mundo exterior, aunque sin
quedar falta de toda conexión con el mismo. Si no oyéramos ni sintiéramos más
que durante el estado de vigilia, y no, en cambio, durante el reposo, nada habría
que pudiera despertarlos. La permanencia de la sensación queda aún más
indiscutiblemente demostrada por el hecho de que no siempre es la energía
meramente sensorial de una impresión, sino su relación psíquica, lo que nos
despierta. Una palabra indiferente no hace despertar al durmiente, y, en cambio,
sí su nombre, murmurado en voz baja. Resulta, pues, que el alma distingue las
sensaciones durante el reposo. De este modo podemos ser despertados por la
falta de un estímulo sensorial cuando el mismo se refiere a algo importante para
la representación. Las personas que acostumbran dormir con luz despiertan al
extinguirse ésta, y el molinero, al dejar de funcionar su molino; o sea, en ambos
casos, al cesar la actividad sensorial. Esto supone que dicha actividad es
percibida, pero que no ha perturbado al alma, la cual la ha considerado como
indiferente o más bien como tranquilizadora» (págs. 460 y sigs.).
Si por nuestra parte no queremos dejar de reconocer el valor nada
despreciable de estas objeciones, habremos, sin embargo, de confesar que las
cualidades de la vida onírica examinadas hasta ahora y derivadas del
apartamiento del mundo exterior no explican por completo la singularidad de la
misma, pues en este caso habría de ser posible resolver el problema de la
interpretación onírica, transformando de nuevo las alucinaciones del sueño en
representaciones y sus situaciones en pensamientos. Ahora bien: este proceso es
el que llevamos a cabo al reproducir de memoria nuestro sueño después de
despertar, y, sin embargo, aunque consigamos efectuar totalmente o sólo en parte
tal retraducción, el sueño continúa conservando todo su misterio.
La totalidad de los autores admite sin vacilación alguna que el material de
representaciones de la vida despierta sufre en el sueño otras más profundas
modificaciones. Strümpell intenta determinar una de éstas en las siguientes
deducciones (pág. 17): «El alma pierde también con el cese de la percepción
sensorial activa y de la conciencia normal de la vida el terreno en que arraigan
sus sentimientos, deseos, intereses y actos. También aquellos estados,
sentimientos, intereses y valoraciones espirituales, enlazados en la vida despierta
a las imágenes mnémicas, sucumben a una presión obnubilante, a consecuencia
de la cual queda suprimida su conexión con las mismas; las imágenes de
percepciones de objetos, personas, localidades, sucesos y actos de la vida
despierta son reproducidos en gran número aisladamente, pero ninguna de ellas
trae consigo su valor psíquico, y privadas de él, quedan flotando en el alma,
abandonadas a sus propios medios…»
Este despojo que de su valor psíquico sufren las imágenes es atribuido
nuevamente al apartamiento del mundo exterior, y, según Strümpell, posee una
participación principal en la impresión de singularidad, con la que el sueño se
opone a la vida despierta en nuestro recuerdo.
Hemos visto antes que ya el acto de conciliar el reposo trae consigo el
renunciamiento a una de las actividades anímicas: a la guía voluntaria del curso
de las representaciones. De este modo se nos impone la hipótesis de que el
estado de reposo se extiende a las funciones anímicas, alguna de las cuales queda
quizá totalmente interrumpida. Nos hallamos, pues, ante el problema de si las
restantes siguen también este ejemplo o continúan trabajando sin perturbación, y
en este último caso, si pueden o no rendir en tales circunstancias una labor
normal. Surge aquí la teoría que explica las peculiaridades del sueño por la
degradación del rendimiento psíquico durante el reposo; hipótesis que encuentra
un apoyo en la impresión que el fenómeno onírico produce a nuestro juicio
despierto. El sueño es incoherente; une sin esfuerzo las más grandes
contradicciones; afirma cosas imposibles; prescinde de todo nuestro acervo de
conocimientos, tan importante para nuestra vida despierta, y nos muestra exentos
de toda sensibilidad, ética y moral. El individuo que en la vida despierta se
condujese como el sueño le muestra en sus situaciones sería tenido por loco, y
aquel que manifestara o comunicase cosas semejantes a las que forman el
contenido onírico nos produciría una impresión de demencia o imbecilidad. Así,
pues, creemos reflejar exactamente la realidad cuando afirmamos que la
actividad psíquica queda en el sueño reducida al mínimo, y que especialmente
las más elevadas funciones intelectuales se hallan interrumpidas o muy
perturbadas durante el mismo.
Con inhabitual unanimidad —de las excepciones ya hablaremos en otro lugar
— han preferido los autores aquellos juicios que conducían inmediatamente a
una determinada teoría o explicación de la vida onírica. Creo llegado el
momento de sustituir el resumen que hasta aquí vengo efectuando por una
transcripción de las manifestaciones de diversos autores —filósofos y médicos—
sobre los caracteres psicológicos del sueño:
Según Lemoine, la incoherencia de las imágenes oníricas es el único carácter
esencial del sueño.
Maury se adhiere a esta opinión diciendo (pág. 163):… il n’y a pas des rêves
absolument raisonnables et qui ne contiennent quelque incohérence, quelque
anachronisme, quelque absurdité.
Según Hegel (citado por Spitta), el sueño carece de toda coherencia objetiva
comprensible.
Dugas dice: Le rêve, c’est l’anarchie psychique affective et mentale, c’est le
jeu des fonctions livrées à ellesmêmes et s’exerçant sans contrôle et sans but:
dans le rêve l’esprit est un automate spirituel
Volket mismo, en cuya teoría sobre el fenómeno onírico se reconoce un fin a
la actividad psíquica durante el estado de reposo, señala, sin embargo, en los
sueños (pág. 14) «la dispersión, incoherencia y desorden de la vida de
representación, mantenida en cohesión durante la vigilia por el poder lógico del
yo central».
El absurdo de los enlaces que en el sueño se establecen entre las
representaciones fue ya acentuado por Cicerón en una forma insuperable (De
Divin., II): Nihil tarn praespostere, tarn incondite, tarn monstruose cogitari
potes, quod non possimus somniare[275].
Fechner dice (pág. 542): «Parece como si la actividad psicológica emigrase
del cerebro de un hombre de sana razón al de un loco».
Radestock (pág. 145): «En realidad, parece imposible reconocer leyes fijas
en esta loca agitación. Eludiendo la severa política de la voluntad racional, que
guía el curso de las representaciones en la vida despierta, y escapando a la
atención, logra el sueño confundirlo todo, en un desatinado juego de
calidoscopio».
Hildebrandt (pág. 45): «¡Qué maravillosas libertades se permite el sujeto de
un sueño; por ejemplo, en sus conclusiones intelectuales! ¡Con qué facilidad
subvierte los más conocidos principios de la experiencia! ¡Qué risibles
contradicciones puede soportar en el orden natural y social, hasta que la misma
exagerada tensión del disparate trae consigo el despertar! Nos parece muy
natural que el producto de tres por tres sea veinte; no nos admira en modo
alguno que un perro nos declame una composición poética; que un muerto se
dirija por su propio pie a la tumba o que una roca sobrenade en el agua, y
hacemos con toda seriedad, y penetrados de la importancia de nuestra misión, un
viaje al ducado de Bernburg o al principado de Lichtenstein para inspeccionar la
Marina de guerra de estos países, o nos enrolamos como voluntarios en los
ejércitos de Carlos XII, poco antes de la batalla de Pultava».
Binz (pág. 33), refiriéndose a la teoría onírica que de estas observaciones se
deduce, escribe: «De diez sueños, nueve por lo menos presentan un contenido
absurdo. Enlazamos en ellos objetos y personas que carecen de toda relación.
Mas al cabo de un instante, la agrupación establecida se transforma por
completo, como en un calidoscopio, haciéndose quizá aún más disparatada, y
este cambiante juego es continuado por el cerebro, incompletamente dormido,
hasta que despertamos, nos pasamos la mano por la frente y nos preguntamos si
realmente poseemos todavía la capacidad de representación e intelección
racionales».
Maury (pág. 50) refleja la relación de las imágenes oníricas con los
pensamientos de la vida despierta en una comparación muy impresionante para
los médicos: La production de ces images que chez l’homme éveillé fait le plus
souvent naître la volonté, correspond, pour l’intelligence, à ce que sont pour la
motilité certains mouvements que nous offrent la chorée et les affections
paralytiques. Por lo demás, se da en el sueño toute una série de dégradations de
la faculté pensante et raisonnante (pág. 27).
No creemos necesario consignar las manifestaciones de aquellos autores que
reproducen con respecto a las más elevadas funciones anímicas el principio de
Maury.
Según Strümpell, quedan suprimidas en el sueño —naturalmente también allí
donde el desatino no resulta evidente— todas aquellas operaciones lógicas del
alma que se basan en relaciones y conexiones (pág. 26). Según Spitta (pág. 148),
las representaciones parecen quedar emancipadas por completo de la ley de
causalidad. Radestock y otros acentúan la debilidad de la capacidad de juicio y
deducción. Según Jodl (pág. 123), no existe en el sueño crítica ninguna, ni
quedan corregidas las series de percepciones por el contenido de la conciencia
completa. Este mismo autor manifiesta: «En el sueño aparecen todas las
actividades de la conciencia, pero incompletas, cohibidas y aisladas unas de
otras». Las contradicciones en que el sueño se sitúa con respecto a nuestro
conocimiento despierto son explicadas por Stricker y otros muchos autores por
el olvido de hechos, la ausencia de relaciones lógicas entre las representaciones,
etc.
Los autores que, en general, juzgan tan desfavorablemente la labor de las
funciones psíquicas en el sueño, conceden, sin embargo, que en el mismo
perdura un resto de actividad anímica. Wundt, cuyas teorías han servido de
norma a tantos otros investigadores de los problemas oníricos, confiesa
abiertamente este hecho. Surge, pues, el problema de determinar la naturaleza y
composición de este resto de actividad anímica normal que en el sueño se
manifiesta. Casi generalmente se concede que la capacidad de reproducción —la
memoria— es lo que menos parece haber sufrido, pudiendo incluso producir
rendimientos superiores a los habituales en la vigilia, aunque una parte de los
absurdos del sueño haya de quedar explicada por la capacidad de olvido de la
vida onírica. Según Spitta, es la vida espiritual del alma lo que no queda
suprimido por el sueño y dirige el curso del mismo. Espíritu es, para este autor,
«aquella constante reunión de los sentimientos que constituye la esencia
subjetiva más íntima del hombre» (página 84).
Scholz (pág. 37) ve una de las actividades anímicas que se manifiestan en el
sueño en la transformación alegorizante de sentido a la que es sometido el
material onírico. Siebeck comprueba también en el sueño la «actividad
interpretadora complementaria» del alma (pág. 11), aplicada por ésta a toda
percepción. La conducta de nuestra más elevada función anímica —la
conciencia— en el fenómeno onírico resulta especialmente difícil de fijar. Dado
que sólo por ella sabemos algo de nuestros sueños, no podemos dudar de su
permanencia; pero Spitta opina que en el sueño sólo se conserva la conciencia y
no la autoconciencia. Delboeuf confiesa no alcanzar a comprender esta
diferenciación.
Las imágenes oníricas se enlazan incluso a revelársenos en el sueño más
conforme a las mismas leyes asociativas que las representaciones, llegando claro
y precisamente el origen de dichas leyes. Strümpell (pág. 10): «El sueño se
desarrolla, ora exclusivamente, como parece conforme a las leyes de las
representaciones puras, ora conforme a las de estímulos orgánicos, con tales
representaciones; esto es, sin que la reflexión, la inteligencia, el gusto estético y
el juicio ético intervengan para nada». Los autores cuyas opiniones
reproducimos aquí se representan la formación de los sueños aproximadamente
en la forma que sigue: la suma de los estímulos sensoriales, procedentes de las
diversas fuentes antes estudiadas, y actuantes durante el reposo, despierta ante
todo en el alma un acervo de representaciones, que se presentan en calidad de
alucinaciones (o, según Wundt, como verdaderas ilusiones, dada su procedencia
de los estímulos, externos e internos.) Estas representaciones se enlazan entre sí
según las leyes de asociación que nos son conocidas, y evocan a su vez,
conforme a las mismas reglas, una nueva serie de representaciones (imágenes).
El material total es elaborado en lo posible por el resto, aún en actividad, de las
capacidades anímicas ordenadoras y pensadoras (cf. Wundt y Weygandt). Lo que
no se ha conseguido descubrir todavía son los motivos que deciden que la
evocación de las imágenes no procedentes del exterior se realice conforme a
estas o aquellas leyes asociativas.
Se ha observado, sin embargo, repetidamente, que las asociaciones que
enlazan a las representaciones oníricas entre sí son de una peculiarísima
naturaleza y diferentes por completo de las que actúan en el pensamiento
despierto. Así, dice Volkelt (pág. 15): «Las representaciones se persiguen y se
enlazan en el sueño conforme a analogías casuales y a conexiones apenas
perceptibles. Todos los sueños se hallan entrelazados por tales asociaciones,
negligentes y lejanas». Maury concede máxima importancia a este carácter del
enlace de las representaciones, que le permite establecer una más íntima analogía
entre la vida onírica y ciertas perturbaciones mentales. Reconoce dos caracteres
principales del délire: 1.º Une action spontanée et comme automatique de
l’esprit. 2.º Une asociation vicieuse et irrégulière d’idées (pág. 126). Este mismo
autor nos refiere dos excelentes ejemplos de sueños, en los que el enlace de las
representaciones oníricas fue determinado exclusivamente por la similicadencia
de las palabras. En uno de estos sueños comenzó por emprender una
peregrinación (pélèrinage) a Jerusalén o a la Meca, y después de un sinnúmero
de aventuras llegó a casa del químico Pelletier, el cual, al cabo de una larga
conversación, le entregó una pala (pelle) de cinc, que en el fragmento onírico
siguiente se convirtió en una gran espada de combate (pág. 137). Otra vez soñó
que paseaba por una carretera, leía en los guardacantones las cifras indicadoras
de los kilómetros y se detenía después en una droguería, en la que un individuo
colocaba pesas de kilo en una gran balanza con objeto de pesarle; luego el
droguero se dirigía a él y le decía: «No está usted en París, sino en la isla de
Gilolo». En el resto de este sueño vio la flor llamada lobelia y al general López,
cuya muerte había leído recientemente en los periódicos. Por último, despertó
cuando comenzaba a jugar con otras personas en una partida de lotería[276].
Como era de esperar, esta desestimación de los rendimientos psíquicos del
sueño ha hallado también sus contradictores. Sin embargo, no parece fácil
sostener la afirmación contraria. No posee, en efecto, gran importancia que uno
de los autores que rebajan el valor de la vida onírica (Spitta, pág. 118) asegure
que los sueños son regidos por las mismas leyes psicológicas que reinan en la
vida despierta, ni tampoco que otro investigador (Dugas) manifieste que le rêve
n’est pas déraison, ni même irraison pure, mientras que ninguno de ellos se
tome el trabajo de armonizar estas opiniones con la anarquía y desorganización
psíquicas que en el sueño atribuyen a todas las funciones. En cambio, otros
autores parecen haber entrevisto que la demencia de los sueños podía no carecer
de método, no siendo quizá sino fingimiento, como la del Hamlet shakesperiano.
Estos autores tienen que haber huido de juzgar a los sueños por su apariencia, o,
de lo contrario, la que los mismos les han ofrecido ha sido muy diferente de la
que ofrecieron a los demás.
Así, Havelock Ellis (1899), sin querer detenerse en el aparente absurdo del
sueño, lo considera como an archaic world of vast emotions and imperfect
thougths, cuyo estudio podría enseñarnos a conocer fases primitivas de la vida
psíquica. J. Sully (pág. 362) representa esta misma concepción de los sueños,
pero de un modo aún más comprensivo y profundo. Sus manifestaciones son
tanto más interesantes y dignas de consideración cuanto que se trata de un
psicólogo del que sabemos se hallaba convencido, quizá como ningún otro, del
sentido oculto de los sueños. Now our dreams are a means of conserving these
succesive personalities. When asleep we go back to the old ways of looking at
things and of feeling about then, to impulses and activities which long ago
dominated us. Un pensador como Delboeuf afirma —aunque cierto es que sin
presentar prueba alguna contra las aducidas en contrario— que dans le sommeil,
hormis la perception, toutes les facultés on de l’esprit, intelligence, imagination
mémoire, volonté, moralité, restent intactes dans leur essence; seulement elles
s’appliquent à des objets imaginaires et mobiles. Le songeur est un acteur qui
joue à volonté les fous et les sages, les bourreaux et les victimes, les nains et les
géants, les démons et las anges (pág. 222). El marqués D’Hervey, que sostuvo
vivas polémicas con Maury, y cuya obra no me he podido procurar, no obstante
haberla buscado con empeño, parece haber sido quien con mayor energía ha
negado la degradación del rendimiento psíquico en el sueño. Refiriéndose a él,
dice Maury (pág. 19): M. le marquis d’Hervey, prête à l’intelligence durante le
sommeil toute sa liberté d’action et d’attention et il ne semble faire consister le
sommeil que dans l’occlusion des sens, dans leur fermenture a un monde
extérieur; en sorte que l’homme qui dort no se distingue guère, selon sa manière
de voir, de l’homme qui laisse vaguer sa pensée en se bouchant les sens; toute la
différence qui sépare alors la pensée ordinaire de celle du dormeur c’est que,
chez celui-ci, l’idée prend une forme visible, objetive et ressemble, à s’y
méprendre, à la sensation déterminée par les objets extérieurs; le souvenir revêt
l’apparence du fait présent.
Pero a continuación añade qu’il y a une différence de plus et capitale, à
savoir, que les facultés intellectuelles de l’homme endormi n’ofrent pas
l’equilibre qu’elles gardent chez l’homme eveillé.
En Vaschide, que nos facilita un más completo conocimiento del libro de
D’Hervey, encontramos que este último se pronuncia sobre la aparente
incoherencia de los sueños en la forma siguiente: L’image du rêve est la copie de
l’idée. Le principal est l’idée; la vision n’est qu’accesoire. Ceci établi, il faut
savoir suivre la marches des idées, il faut savoir analyser le tissu des rêves;
l’incohérence devient alors compréhensible, les conceptions les plus fantastiques
deviennent des faist simples et parfaitement logiques (pág. 146). Y (pág. 147):
Les rêves les plus bizarres trouvent même une explication des plus logiques
quand on sait les analyser.
J. Stärcke cita una análoga explicación, dada a la incoherencia onírica por un
antiguo autor. Wolf Davidson (1799), desconocido para mí (pág. 136): «Los
singulares saltos de nuestras representaciones oníricas tienen todos su
fundamento en la ley de la asociación; lo que sucede es que este enlace se realiza
a veces en el alma de un modo harto oscuro, resultando así que con frecuencia
creemos observar un salto de la asociación en casos en que dicho salto no
existe».
La escala de la apreciación del sueño como producto psíquico alcanza en la
literatura científica una gran amplitud. Partiendo del más profundo menosprecio,
cuya expresión ya nos es conocida, y pasando luego por la sospecha de un valor
aún no descubierto, llega hasta la exagerada estimación, que coloca al sueño
muy por encima de los rendimientos de la vida despierta. Hildebrandt, que,
como sabemos, encierra en tres antinomias las características psicológicas de la
vida onírica, reúne en la tercera de ellas los extremos de esta serie (pág. 19). Esta
tercera antinomia es la existente «entre una elevación o potenciación de la vida
anímica, que llega muchas veces hasta el virtuosismo, y una minoración y
debilitación de la misma, llevada con frecuencia por bajo del nivel de lo
humano».
«Por lo que a lo primero se refiere, ¿quién no puede confirmar, por propia
experiencia, que en las creaciones del genio del sueño se exteriorizan a veces
una profundidad y una cordialidad, una claridad de concepción, una sutileza de
observación y una prontitud de ingenio que modestamente negaríamos poseer si
nos fueran atribuidas como cualidades constantes de nuestra vida despierta? El
sueño posee una maravillosa poesía, una exacta facultad alegórica, un
humorismo incomparable y una deliciosa ironía. Contempla el mundo a una
peculiarísima luz idealizadora e intensifica el efecto de sus fenómenos con la
más profunda comprensión de la esencia fundamental de los mismos. Nos
presenta lo bello terrenal en un resplandor verdaderamente celeste; lo elevado,
en su más alta majestad; lo que, según nuestra experiencia, es temeroso, en la
forma más aterrorizante, y lo ridículo, con indescriptible comicidad; a veces nos
hallamos, aun después de despertar, tan dominados por una de estas impresiones,
que creemos no haber hallado nunca en el mundo real nada semejante».
Surge aquí la interrogación de cómo pueden referirse a un mismo objeto las
despreciativas observaciones anteriores y estas entusiásticas alabanzas. ¿No
habrán pasado inadvertidos para unos autores los sueños desatinados, y para
otros los profundos e ingeniosos? Y si existen sueños de ambas clases, que
justifican, respectivamente, ambos juicios, ¿no será ocioso buscar una
característica psicológica del sueño, y deberemos limitarnos a decir que en él es
todo posible, desde la más baja degradación de la vida anímica hasta una
elevación de la misma, desacostumbrada en la vida despierta? Mas, por cómoda
que fuera esta solución, tropieza con el inconveniente de que los esfuerzos de
todos los investigadores parecen hallarse guiados por la hipótesis de que existe
una característica de los sueños, de validez general en sus rasgos esenciales,
susceptible de resolver las contradicciones apuntadas.
Es indiscutible que los rendimientos psíquicos del sueño han hallado un más
voluntario y caluroso reconocimiento en aquel período, ya pasado, en el que los
espíritus se hallan dominados por la Filosofía y no por las ciencias exactas.
Manifestaciones, como la de Schubert, de que el sueño constituye una
emancipación del espíritu del poder de la naturaleza exterior, un desligamiento
del alma de las ligaduras de la sensualidad, y análogos juicios de Fichte, el
joven[277], y de otros autores, en los que se considera el sueño como una
elevación de la vida anímica a un más alto nivel, nos parecen hoy apenas
comprensibles. En la actualidad sólo son repetidos por los autores místicos o
piadosos[278]. La disciplina mental científica ha producido una reacción en la
apreciación del sueño. Precisamente los autores médicos son los que antes se han
inclinado a considerar muy escasa y falta de todo valor la actividad psíquica en
el sueño, mientras que los filósofos y los observadores no profesionales —
psicólogos de afición—, cuyas aportaciones a estos estudios no deben
despreciarse, han continuado sosteniendo, más en armonía con las hipótesis
populares, el valor psíquico del sueño. Aquellos que tienden a menospreciar el
rendimiento psíquico en el sueño conceden, naturalmente, la máxima
importancia etiológica a las fuentes de estímulos somáticos. En cambio, para
aquellos otros que atribuyen al alma soñadora la mayor parte de las facultades
que la misma posee en la vida despierta, desaparece toda razón de no atribuirle
también estímulos oníricos independientes.
Entre los rendimientos extraordinarios que aun después de la más
escrupulosa comparación pudiéramos inclinarnos a atribuir a la vida onírica, es
el de la memoria el más patente. En páginas anteriores detallamos ya todos los
hechos, nada raros, que así lo demuestran. En cambio, otra de las prerrogativas
de la vida onírica que con mayor frecuencia ensalzan los autores antiguos —su
facultad de franquear libremente las distancias temporales y espaciales— es,
como ya observa Hildebrant, por completo ilusoria. El sueño lo hace en forma
idéntica a como lo realiza el pensamiento despierto, y precisamente por no ser
sino una forma del pensamiento. Con respecto al tiempo, gozaría, en cambio, el
sueño de otra distinta prerrogativa, siendo independiente de su curso en un
diferente sentido. Sueños como aquél en que Maury se vio guillotinar, parecen
demostrar que el fenómeno onírico puede acumular en brevísimos instantes un
contenido de percepciones mucho mayor que el contenido de pensamientos que
nuestra actividad psíquica puede abarcar en la vida despierta. Esta deducción ha
sido, sin embargo, combatida con los más diversos argumentos. Desde los
artículos de Le Lorrain y Egger «sobre la aparente duración de los sueños» se ha
desarrollado en derredor de este problema —tan intrincado como el profundo
alcance— una interesantísima discusión, que no ha llevado aún a
esclarecimiento alguno definitivo[279].
Después de numerosas investigaciones y de la colección de sueños publicada
por Chabaneix, parece ya indiscutible que el sueño puede acoger la labor
intelectual del día y conducirla a una conclusión no alcanzada en la vida
despierta, resolviendo así problemas y dudas que preocupan al sujeto y
constituyendo una fuente de inspiración para los poetas y compositores. Pero
aunque este hecho es innegable en sí, la hipótesis construida sobre él sucumbe a
importantes objeciones[280].
Por último, el afirmado poder adivinatorio del sueño constituye otro objeto
de discusión, en la que a dudas difíciles de dominar se oponen tenaces
afirmaciones. Sin embargo, se evita negar rotundamente —y con razón— lo que
de efectivo ha sido observado en este punto, pues para toda una serie de casos
existe quizá la cercana posibilidad de una natural explicación psicológica.
0 Los sentimientos éticos en el sueño.
Por motivos que sólo después del conocimiento de mis propias
investigaciones sobre el sueño pueden resultar comprensibles, he separado del
tema de la psicología del sueño el problema parcial de si las disposiciones y
sentimientos morales de la vigilia se extienden —y hasta qué punto— a la vida
onírica. La misma contradicción que con respecto a las restantes funciones
anímicas hubimos de hallar con extrañeza en las exposiciones de los
investigadores, vuelve aquí a surgir a nuestros ojos. En efecto, con la misma
seguridad que unos muestran al afirmar que el sueño ignora en absoluto toda
aspiración moral, sostienen los otros que la naturaleza moral del hombre perdura
también en la vida onírica.
La experiencia onírica parece colocar la exactitud de la primera afirmación
por encima de toda duda: Así escribe Jessen (pág. 553): «Tampoco nos hacemos
mejores ni más virtuosos en el sueño. Más bien parece que en él calla nuestra
conciencia, pues sin compadecernos por nada ni de nadie realizamos con la
mayor indiferencia y sin remordimiento alguno los mayores crímenes».
Radestock (pág. 146): «Debe tenerse en cuenta que en el sueño emergen las
asociaciones y se enlazan las representaciones, sin que la reflexión, la
inteligencia, el gusto estético y el juicio moral puedan intervenir para nada. El
juicio es debilísimo, y predomina la indiferencia ética». Volkelt (pág. 23):
«Nadie ignora el desenfreno que la vida onírica muestra, especialmente en lo que
a la sexualidad se refiere. Del mismo modo que el sujeto se contempla en sus
sueños f alto de todo pudor y todo sentimiento ético, ve a otras personas —
incluso a las que más respeta —entregadas a actos que en su vida despierta se
espantaría de asociar a ellas».
En abierta oposición con estas manifestaciones se hallan otras, como la de
Schopenhauer, de que todos obramos y hablamos en sueños conforme a nuestro
carácter. K. Ph. Fischer[281] afirma asimismo que en los sueños se revelan los
sentimientos y aspiraciones, o afectos y pasiones subjetivos y las peculiaridades
morales del durmiente.
Haffner (pág. 25): «Salvo raras excepciones, el hombre virtuoso lo será
también en sueños. Rechazará las tentaciones y resistirá al odio, a la envidia, a la
cólera y a los demás vicios. En cambio, el hombre pecador hallará generalmente
en sus sueños aquellas imágenes que tenía ante sí en la vigilia».
Scholz (pág. 36): «Nuestros sueños entrañan algo verdadero. En ellos
reconocemos nuestro propio yo, a pesar del disfraz de elevación o rebajamiento
con el que se nos aparece. El hombre honrado no puede tampoco cometer en
sueños un delito que le deshonre, y, si lo comete, quedará espantado, como ante
algo totalmente ajeno a su naturaleza. El emperador romano que hizo ejecutar a
uno de sus súbditos, confeso de haber atentado contra él en sueños, no dejaba de
tener razón cuando se justificaba diciendo que el individuo que así soñaba tenía
que abrigar en su vida despierta análogos pensamientos. De algo que no puede
hallar lugar alguno en nuestro ánimo decimos así, muy significativamente: ‘Esto
no puede ocurrírseme ni en sueños’.»
Por el contrario, afirma Platón que los hombres mejores son aquéllos a los
que sólo en sueños se les ocurre lo que los demás hacen despiertos.
Pfaff, glosando un conocido proverbio, dice: «Cuéntame durante algún
tiempo lo que sueñas, y te diré lo que dentro de ti hay».
El pequeño escrito de Hildebrandt, del que ya se ha extraído tantas
interesantes citas, y que constituye la más perfecta y rica contribución que a la
investigación de los problemas oníricos me ha sido dado hallar en la literatura
científica, da a este tema de la moralidad de los sueños una importancia esencial.
También para Hildebrandt constituye una regla fija la de que cuanto más pura es
la vida del sujeto, más puros serán sus sueños, y cuanto más impura, más
impuros.
La naturaleza moral del hombre perdura, desde luego, en el sueño: «Pero
mientras que ningún error de cálculo, ninguna herejía científica ni ningún
anacronismo nos hiere, ni se nos hacen siquiera sospechosos, por palpables,
románticos o ridículos que respectivamente sean, distinguimos siempre lo malo;
la justicia, de la injusticia; la facultad de distinguir lo bueno de la virtud, del
vicio. Por mucho que sea lo que de nuestra personalidad despierta perdamos
durante el reposo, el “imperativo categórico” de Kant se ha constituido de tal
manera en nuestro inseparable acompañante, que ni aun en sueños llega a
abandonarnos… Este hecho no puede explicarse sino por la circunstancia de que
lo fundamental de la naturaleza humana, el ser moral, se halla demasiado
firmemente unido al hombre para participar en el juego calidoscópico, al que la
fantasía, la inteligencia, la memoria y demás facultades de igual rango sucumben
en el sueño» (págs. 45 y sigs.)
En la discusión de esta materia incurren ambos grupos de autores en
singulares desplazamientos e inconsecuencias. Lógicamente, la hipótesis de que
la personalidad moral del hombre desaparece en el sueño debiera despojar a sus
partidarios de todo interés por los sueños inmorales, permitiéndoles además
rechazarla posibilidad de exigir por ellos una responsabilidad al sujeto o
atribuirle perversos sentimientos, con la misma tranquilidad que la equivalente
de deducir, por el absurdo de los sueños, la carencia de valor de los rendimientos
intelectuales del sujeto en la vida despierta. En cambio, aquellos otros autores
para los cuales se extiende al fenómeno onírico el dominio del imperativo
categórico, deberían aceptar sin limitación alguna la responsabilidad del sujeto
con respecto a sus sueños. Habríamos, únicamente, de desearles que sueños
propios reprobables no les hicieran errar en la estimación de su propia
moralidad, tan segura con respecto a otros dominios distintos del onírico.
Mas, por lo visto, nadie sabe a punto fijo en qué medida es bueno o malo, ni
puede tampoco negar haber tenido alguna vez sueños inmorales, pues por
encima de su opuesto juicio sobre la moral onírica coinciden ambos grupos de
autores en un esfuerzo por esclarecer el origen de los sueños inmorales,
surgiendo nuevamente opiniones contradictorias, según se vea dicho origen en
las funciones de la vida psíquica o en influencias somáticamente condicionadas,
ejercidas sobre la misma. El poder coactivo de la evidencia hace, sin embargo,
coincidir a muchos defensores de la responsabilidad y de la irresponsabilidad en
el reconocimiento de una fuente psíquica especial para la inmoralidad de los
sueños.
De todos modos, aquellos investigadores que extienden a los sueños la moral
subjetiva, se guardan muy bien en aceptar la completa responsabilidad de los
sueños propios. Haffner dice (pág. 24): «No somos responsables de nuestros
sueños, porque nuestro pensamiento y nuestra voluntad quedan despojados en
ellos de la base sobre la cual posee únicamente nuestra vida verdad y realidad.
Siendo así, nada de lo que en sueños queremos o hacemos puede tenerse por
virtud o pecado». Pero el hombre es responsable de sus sueños pecadores en
tanto en cuanto los origina indirectamente, y antes de conciliar el reposo tiene,
del mismo modo que en el resto de la vigilia, el deber de purificar moralmente su
alma.
Hildebrandt ahonda mucho más en el análisis de esta mezcla de negación y
afirmación de nuestra responsabilidad con respecto al contenido moral de los
sueños. Después de indicar que la forma dramática de exposición adoptada por
el fenómeno onírico, la acumulación de los más complicados procesos reflexivos
en un brevísimo espacio de tiempo y la desvalorización y confusión —que
también reconoce— de los elementos de representación, deben tenerse en
cuenta, como circunstancias atenuantes, al juzgar el aspecto inmoral de los
sueños, confiesa que tampoco nos es posible negar en absoluto toda
responsabilidad por los pecados y faltas que en ellos cometemos.
Página 49: «Cuando queremos rechazar de un modo decidido una acusación
injusta referente a nuestros propósitos o sentimientos, solemos servirnos de la
expresión: “Eso no se me ha ocurrido ni aun en sueños.” Con esto manifestamos,
por un lado, que el dominio de los sueños es para nosotros el último por cuyo
contenido pudiera exigírselos responsabilidad, puesto que nuestros pensamientos
no poseen en él sino tan escasa y lejana conexión con nuestro verdadero ser, que
apenas pueden ya atribuírsenos; pero al sentirnos inducidos a negar también la
existencia de tales pensamientos en este dominio, confesamos al mismo tiempo
indirectamente que nuestra justificación sería incompleta ni no alcanzase
también hasta él. A mi juicio, hablamos aquí, siquiera sea inconscientemente, el
lenguaje de la verdad».
Página 52: «No podemos suponer ningún hecho onírico cuyo primer motivo
no haya cruzado antes en alguna forma a título de deseo, aspiración o
sentimiento por el alma del individuo despierto». Este primer sentimiento no lo
ha inventado el sueño; se ha limitado a copiarlo y desarrollarlo, elaborando en
forma dramática un adarme de materia histórica que halló previamente en
nosotros. Así, pues, el fenómeno onírico no hace sino poner en escena las
palabras del Apóstol: «Aquel que odia a su hermano es un homicida». Y
mientras que conscientes de nuestra energía moral podemos sonreír, al despertar,
ante el amplio cuadro perverso que nuestro sueño pecador nos ha presentado, el
nódulo originario causal no presenta faceta alguna que nos mueva a risa. Nos
sentimos, por tanto, responsables de nuestros extravíos oníricos; no en su
totalidad, pero sí en cierto tanto por ciento. «Comprendemos, en este indiscutible
sentido, la palabra de Cristo: ‘Del corazón vienen malos pensamientos’, y no
podemos casi defendernos de la convicción de que cada pecado cometido en el
sueño trae consigo para nosotros, por lo menos, un oscuro mínimo de culpa».
En los gérmenes de sentimientos reprobables que a título de tentaciones
cruzan por nuestra alma en la vigilia encuentra, pues, Hildebrandt la fuente de
inmoralidad de los sueños y no vacila en tener en cuenta estos elementos
inmorales en la estimación moral de la personalidad. Estos mismos
pensamientos y su idéntica valoración es lo que ha hecho acusarse a los santos y
a los hombres piadosos de toda época de ser los más grandes pecadores[282].
No cabe duda alguna sobre la general aparición de estas representaciones
contrastantes en la mayoría de los hombres y también con relación a dominios
distintos del ético. Pero algunas veces se les ha juzgado con menos severidad.
Así, Spitta transcribe las siguientes manifestaciones de A. Zeller (pág. 144):
«Raras veces se halla tan felizmente organizado un espíritu que posea en todo
momento un poder absoluto y no quede estorbada la continua y clara marcha de
sus pensamientos por representaciones no sólo insignificantes, sino hasta
ridículas y desatinadas. Incluso los más grandes pensadores se han lamentado de
esta inoportuna turba de representaciones, semejantes a las de los sueños, que
perturba sus más profundas reflexiones y su más seria y sagrada labor mental».
Una observación de Hildebrandt, la de que el sueño nos permite a veces
contemplar los repliegues y profundidades de nuestro ser, que durante la vigilia
quedan casi siempre ocultos a nuestros ojos, arroja más clara luz sobre la
situación psicológica de estos pensamientos de contraste.
Análoga idea expone Kant en un pasaje de su Antropología al afirmar que el
sueño tiene por función la de descubrirnos nuestras disposiciones ocultas y
revelarnos no lo que somos, sino lo que hubiéramos podido llegar a ser si
hubiéramos recibido una educación diferente. Radestock (pág. 84) reproduce
este juicio cuando dice que el sueño nos revela aquello que no queremos
confesarnos a nosotros mismos, siendo esto lo que nos impulsa a calificarlo
injustamente de mentiroso y engañador. J. E. Erdmann manifiesta: «Nunca me
ha revelado un sueño lo que de un hombre debo opinar; pero lo que de él opino y
cuáles son mis verdaderos sentimientos con respecto a él, eso sí me lo ha
mostrado más de una vez, con gran asombro mío».
En forma semejante opina J. H. Fichte: «El carácter de nuestros sueños nos
revela mucho más fielmente nuestro estado de ánimo total que el autoanálisis
durante la vigilia». Observaciones como las de Benini y Volkelt, que a
continuación transcribimos, nos hacen advertir que la emergencia de estos
impulsos, ajenos a nuestra conciencia moral, sólo es comparable a la ya conocida
disposición del sueño sobre otro material de representaciones que falta a la vida
despierta o desempeña en ella un insignificante papel. Benini: Certe nostre
inclinazioni che ci credevano soffocate e spente da un pezzo, si ridestano;
passioni vecchie e sepolte rivivono; cosa e persona a cui non pensiamo mai, ci
vengono dinazi (pág. 149). Y Volkelt: «También representaciones que se han
introducido casi inadvertidamente en la conciencia despierta y quizá no hubieran
sido sacados nunca por ella del olvido, suelen revelar al sueño su presencia en el
alma» (pág. 105). Por último, es éste el lugar de recordar que, según
Schleiermacher, ya el acto de conciliar el reposo se halla acompañado de
representaciones (imágenes) involuntarias.
En este concepto de «representaciones involuntarias» debemos incluir todo
aquel acervo de representaciones cuya emergencia —tanto en los sueños
inmorales como en los absurdos— despierta nuestra extrañeza. La única
diferencia importante que podemos señalar entre las representaciones
involuntarias referentes a la moralidad y las relativas a otros dominios es que las
primeras se revelan en oposición con nuestra restante manera de sentir, mientras
que las segundas se limitan a despertar nuestra extrañeza. Pero hasta el momento
no hemos realizado progreso ninguno que nos permita ampliar esta
diferenciación por un conocimiento más completo y profundo de sus términos.
¿Qué significación tiene la emergencia de representaciones involuntarias en
el sueño? ¿Y qué conclusiones pueden deducirse para la psicología del alma
despierta o soñadora de esta emergencia nocturna de sentimientos éticos
contrastantes? Habremos de señalar aquí una nueva diferencia de opinión y una
nueva agrupación distinta de los autores. El proceso mental de Hildebrandt y de
otros representantes de su opinión fundamental no puede ser continuado sino en
el sentido de que los sentimientos inmorales entrañan también en la vigilia un
cierto poder —cohibido, desde luego— de llegar a convertirse en actos, y que en
el estado de reposo desaparece algo que, actuando como una retención, nos había
impedido advertir este sentimiento. El sueño mostraría así, aunque no en su
totalidad, la verdadera esencia del hombre, y pertenecería a los medios de hacer
accesible a nuestro conocimiento el oculto interior del alma. Sólo partiendo de
tales hipótesis puede Hildebrandt adjudicar al sueño el papel de un consejero que
atrae nuestra atención sobre escondidas debilidades morales de nuestra alma, del
mismo modo que, según confesión de los médicos, puede anunciar a la
conciencia enfermedades físicas que hasta entonces ignorábamos nos aquejaran.
Tampoco Spitta puede guiarse por otra idea cuando señala las fuentes de
excitación que, por ejemplo, en la pubertad actúan sobre el alma, y consuela al
sujeto diciéndole que ha hecho todo lo que en su mano se hallaba cuando ha sido
virtuoso en su vida despierta y se ha esforzado en ahogar siempre los malos
pensamientos, no dejándolos madurar y convertir en actos. Conforme a esta
concepción, podríamos designar las representaciones involuntarias como
aquellas que han sido ahogadas durante el día, y habríamos de ver en
emergencia un fenómeno puramente psíquico.
Mas, según otros autores, esta última conclusión es totalmente errónea. Así,
para Jessen, las representaciones involuntarias exteriorizan, por medio de
movimientos internos, y tanto en el sueño como en la vigilia y el delirio febril o
de otro género, «el carácter de una actividad de la voluntad en reposo y de un
proceso hasta cierto punto mecánico de imágenes y representaciones» (pág.
360). Un sueño inmoral no significa, con respecto a la vida anímica del soñador,
sino que el mismo se había percatado alguna vez del contenido de
representaciones correspondiente, pero desde luego no un sentimiento anímico
propio. Determinadas manifestaciones de Maury nos inclinan a creer que
atribuye al estado onírico la facultad de fragmentar en sus componentes la
actividad anímica, en lugar de destruirla, sin sujeción a plan ninguno. Así, de los
sueños en los que traspasamos los límites de la moralidad dice: Ce sont nos
penchants qui parient et qui nous font agir, sans que la conscience nous retienne,
bien que parfois aile nous avertisse. J’ai mes défauts et mes penchants vicieux à
l’état de veille, je tâche de lutter contre eux, et il m’arrive assez souvent de n’y
pas succomber. Mais dans mes songes j’y succombe toujours ou, pour mieux
dire, j’agis par leur impulsion, sans crainte et sans remords… Evidemment, les
visions qui se déroulent devant ma pensée et qui constituent le rêve, me sont
suggérées par les incitations que je ressens et que ma volonté absente ne cherche
pas à refouler (pág. 113).
La creencia en la capacidad del sueño para revelar una disposición inmoral
del sujeto, realmente existente, pero ahogada o escondida, no puede hallar
expresión más exacta que en las siguientes palabras de Maury (pág. 115): En
rêve l’homme se révèle donc tout entier à soi même dans sa nudité et sa misère
natives. Dès qu’il suspend l’exercise de sa volonte, il devient le jouet de toutes
les passions contre lesquelles à l’état de veille la conscience, le sentiment et
honneur, la crainte nous défendent. En otro lugar halla también la frase exacta
(pág. 462): Dans le rêve, c’est surtout l’homme instinctif qui se revête…
L’homme revient, pour ainsi dire, à Fêtât de nature quand il rêve; mais moins
tes idées acquises ont pénétré dans son esprit, plus les penchants en dessaccord
avec elles conservent encore ser lui et influence dans le rêve. Como ejemplo
aduce que sus sueños le muestran con frecuencia víctima de aquella misma
superstición que con más energía ha combatido en sus escritos.
Pero el valor de todas estas ingeniosas observaciones para un conocimiento
psicológico de la vida onírica queda disminuido en Maury por su resistencia a no
ver en los fenómenos tan acertadamente observados por él sino pruebas del
automatisme psychologique, que, a su juicio, domina la vida onírica. Este
automatismo lo considera como la completa antítesis de la actividad psíquica.
En sus estudios sobre la conciencia dice Stricker: «El sueño no se compone
exclusivamente de engaños; cuando en él sentimos miedo de los ladrones, éstos
son imaginarios, pero el miedo es real». De este modo se nos advierte que el
desarrollo de afectos en el sueño no puede ser juzgado en la misma forma que el
resto del contenido onírico, y se nos plantea de nuevo el problema de qué es lo
que en los procesos psíquicos del sueño puede considerarse como real; esto es,
puede aspirar a ser incluido entre los procesos psíquicos de la vigilia.
g) Teorías oníricas y función del sueño.—Un conjunto de juicios sobre el
sueño que intente explicar, desde un determinado punto de vista, la mayor suma
posible de los caracteres observados en su investigación y fije al mismo tiempo
su situación con respecto a un más amplio campo de fenómenos, merecerá ser
calificado de teoría onírica. Las distintas teorías que de este modo puedan
establecerse se diferenciarán en el carácter que de los sueños consideren como
esencial, enlazando a él las explicaciones y relaciones constitutivas de su
contenido. No habrá de ser condición indispensable que de todas y cada una de
ellas pueda deducirse una función o utilidad del fenómeno onírico; pero
obedeciendo a nuestra acostumbrada orientación teleológica, habremos de
preferir aquellas que entrañen el conocimiento de una tal función.
Conocemos ya varias concepciones de los sueños merecedoras, en este
sentido, del nombre de teorías oníricas. Así, la antigua creencia de que los
sueños eran enviados por los dioses para dirigir los actos de los hombres
constituía una teoría completa que explicaba todo lo que en el fenómeno onírico
presenta interés. Desde que el sueño ha llegado a ser objeto de la investigación
biológica, ha surgido un número más considerable que nunca de teorías oníricas;
pero entre ellas existen algunas harto incompletas.
Renunciando a incluirlas en su absoluta totalidad, puede intentarse la
siguiente clasificación —no extremadamente rigurosa— de las teorías oníricas,
conforme a la hipótesis que sobre la magnitud y la naturaleza de la actividad
psíquica en el sueño les sirva de base.
1.º Aquellas teorías que, como la de Delboeuf, hacen perdurar en el sueño la
total actividad psíquica de la vigilia. Según ellas, el alma no duerme; su aparato
permanece intacto, pero sometida a las condiciones del estado de reposo,
distintas de las correspondientes a la vigilia, tiene que producir, aun funcionando
normalmente, rendimientos distintos. Surge aquí la duda de si estas teorías
consiguen derivar, en su totalidad de las condiciones del estado de reposo, las
diferencias que se nos muestran entre el sueño y la reflexión. Pero, además, falta
en ellas toda posibilidad de deducir la existencia de una función onírica. No nos
explican pura qué soñamos ni por qué el complicado mecanismo del aparato
anímico sigue funcionando aun después de haber sido colocado en circunstancias
para las que no se halla calculado. En esta situación, las únicas reacciones
adecuadas serían dormir sin sueños o despertar cuando sobreviniera un estímulo
perturbador; pero nunca soñar.
2.º Aquellas teorías que, por el contrario, aceptan en el sueño un descenso de
la actividad psíquica y una debilitación de la coherencia. De estas teorías se
deduce una característica psicológica del estado de reposo muy distinta de la
establecida por Delboeuf. El reposo se extiende al alma y no se limita a aislarla
por completo del mundo exterior, sino que penetra en su mecanismo, haciéndolo
temporalmente inutilizable. Si me es permitida una comparación con material
psiquiátrico, diré que las primeras teorías construyen el sueño como una
paranoia y las segundas lo convierten en el prototipo de la imbecilidad o de una
amencia.
La teoría de que en la vida onírica sólo se manifiesta una parte de la
actividad anímica paralizada por el reposo es la preferida por los autores
médicos y, en general, por el mundo científico. En tanto en cuanto ha de
suponerse un profundo interés por el esclarecimiento de los sueños, puede
considerársela como la teoría dominante. Su característica es la facilidad con que
sortea uno de los mayores peligros que se alzan ante toda explicación de los
sueños: el de estrellarse contra una de las antinomias a las que los mismos dan
cuerpo.
Considerando el fenómeno onírico como el resultado de una vigilia parcial
(«una vigilia paulatina, parcial, y al mismo tiempo, muy anómala», dice Herbart,
sobre el sueño, en su Psicología), puede explicar, por una serie de estados cada
vez más cercanos al de vigilia, toda la serie de rendimientos imperfectos del
sueño —exteriorizados en el absurdo del mismo— hasta el rendimiento mental
perfecto y totalmente concretado.
Para aquéllos a quienes ha llegado a ser indispensable la forma de exposición
fisiológica o la encuentran más científica, transcribiré aquí la descripción que
Binz hace de esta teoría (pág. 43):
«Este estado (de estupor) camina paulatinamente hacia su fin en las primeras
horas de la mañana. Las toxinas que la fatiga acumuló en la albúmina cerebral
van disminuyendo cada vez más, destruidas o arrastradas por la continua
corriente de la sangre. Algunos grupos de células, despiertos ya, comienzan a
funcionar en medio del general letargo, y ante nuestra obnubilada conciencia
surge entonces la actividad aislada de estos grupos de células, falta del control
de las demás partes del cerebro que rigen la asociación. En consecuencia, las
imágenes creadas, correspondientes generalmente a las impresiones materiales
de un próximo pasado, se agregan unas a otras sin orden ni concierto. Luego,
conforme va haciéndose mayor el número de células cerebrales despiertas, va
disminuyendo, en proporción, el destino del sueño».
Todos los fisiólogos y filósofos modernos se muestran conformes con esta
concepción del sueño como una vigilia incompleta y parcial, o cuando menos,
influidos por ella. Maury es quien más ampliamente la desarrolla, pareciendo ver
en la vigilia o el resposo estados desplazables por regiones anatómicas, aunque
de todos modos se le muestren siempre enlazadas una determinada región
anatómica y una determinada función psíquica. Pero quisiera limitarme aquí a
indicar que si la teoría de la vigilia parcial se confirmase, habría aún que realizar
una importante labor para estructurarla.
Naturalmente, no puede deducirse de esta teoría de la vida onírica una
función del sueño. Obra, pues, Binz con toda consecuencia cuando fija la
situación e importancia del fenómeno onírico en los siguientes términos (pág.
357): «Todos los hechos tienden, como vemos, a caracterizar el sueño como un
proceso somático, inútil en todo caso, y hasta patológico en muchos…»
El término «somático», referido al sueño y subrayado por el autor mismo,
nos revela la posición de Binz con respecto a varios de los problemas oníricos, y
en primer lugar a la etiología de los sueños, de la que Binz se ocupó
especialmente al investigar la génesis experimental de sueños por absorción de
materias tóxicas. Sobre este problema etiológico coinciden todas las teorías que
integran el presente grupo en la tendencia a excluir en lo posible estímulos
distintos de los somáticos, su forma más extrema sería aproximadamente la que
sigue:
Conseguido el reposo por la supresión de todo estímulo, no tendríamos
necesidad ni ocasión de soñar hasta que en las primeras horas de la mañana
pudiera reflejarse en un sueño el paulatino despertar provocado por la aparición
de nuevos estímulos. Pero sucede que nunca conseguimos mantener nuestro
reposo libre de todo estímulo, pues análogamente a los gérmenes de la vida, de
cuya inagotable emergencia se lamentaba Mefistófeles, llegan sin interrupción
hasta el sujeto estímulos de las más diversas procedencias, externos, internos y
hasta de aquellas regiones de su cuerpo a las que nunca ha prestado la menor
atención. De este estímulo queda el reposo perturbado, y el alma, sacada ora en
un punto, ora en otro, de su letargo, funciona un momento con la parte
despertada, para volver luego al reposo. Resulta, pues, que el sueño es la
reacción —totalmente superflua— a la perturbación del reposo ocasionada por el
estímulo.
Mas al designar el sueño —que de todas maneras continúa siendo un
rendimiento del órgano anímico— como un proceso somático, posee aún otro
sentido diferente. Se trata de despojarle de la dignidad de proceso psíquico. La
comparación, muy antigua y empleada, del sueño con «los sonidos que los diez
dedos de un individuo totalmente profano en música producirían en un piano,
recorriendo al azar el teclado», constituye quizá la descripción más exacta de la
apreciación que en la mayoría de los casos ha hallado el rendimiento onírico en
los representantes de las ciencias exactas. En esta concepción se convierte el
sueño en algo totalmente ininterpretable, pues no es posible que recorriendo al
azar el teclado improvise el profano en música composición alguna.
Contra esta teoría de la vigilia parcial se han elevado desde un principio
numerosas objeciones. Así, Burdach escribía en 1830: «Con la afirmación de
que el sueño es una vigilia parcial no se explican, en primer lugar, ni el reposo ni
la vigilia, y en segundo, no se dice sino que algunas fuerzas del alma actúan en
el sueño mientras otras reposan. Pero esta desigualdad tiene efecto durante la
vida…» (pág. 483).
En la teoría dominante, que ve en el sueño un proceso «somático», se apoya
una muy interesante concepción de los sueños, desarrollada por Robert en 1866
y que posee el atractivo de atribuir al fenómeno onírico una función y un
resultado útil. Toma este autor como base de su teoría dos hechos comprobados,
de los que ya tratamos al ocuparnos del material onírico: la frecuencia con que
en nuestros sueños se incluyen las impresiones diurnas más secundarias y lo
raramente que soñamos con lo que más nos ha interesado en nuestra vida diurna.
Robert afirma categóricamente: «Aquellas cosas que hemos pensado con
detenimiento y hasta asimilarlas, no se constituyen jamás en estímulos oníricos,
sino tan sólo aquellas otras que permanecen inacabadas en nuestro espíritu o sólo
lo han rozado fugitivamente» (pág. 10). «Por esta razón no podemos explicarnos
la mayoría de nuestros sueños, pues las causas que los originan son precisamente
aquellas impresiones sensoriales diurnas de las que el sujeto no ha llegado a
adquirir un suficiente conocimiento». Para que una impresión pueda llegar a
incluirse en un sueño es, por tanto, necesario que su elaboración haya quedado
perturbada o que, por ser demasiado insignificante, no haya podido aspirar
siquiera a una tal elaboración.
Robert se representa al sueño «como un proceso somático de segregación,
que llega al conocimiento nuestro al reaccionar mentalmente a él. Los sueños
son segregaciones de pensamientos ahogados en germen». «Un hombre al que
se despojase de la facultad de soñar contraería en poco tiempo una perturbación
mental, pues en su cerebro se acumularía una masa de pensamientos inacabados,
no terminados de pensar, y de impresiones insignificantes, bajo cuyo peso
quedaría ahogado aquello que a título de todo acabado hubiera de ser
incorporado a la memoria». De este modo presta el sueño a la conciencia
sobrecargada el servicio de una válvula de seguridad. Los sueños poseen una
fuerza curativa y derivativa.
Sería equivocado preguntar a Robert cómo por medio del representar onírico
puede producirse un desastre del alma, pues lo que de las dos peculiaridades del
material onírico antes citadas deduce evidentemente este autor, es que durante el
reposo se verifica en algún modo, y como proceso somático, una tal expulsión de
las impresiones carentes de valor y que el soñar no es ningún proceso psíquico
especial, sino únicamente la noticia que de dicha selección obtenemos. Pero no
es una segregación lo único que durante la noche se realiza en el alma. El mismo
Robert añade que, además, se lleva a efecto una elaboración de los estímulos del
día, y que «aquello que de la materia de pensamiento no asimilada resiste a la
segregación es reunido por cadenas de pensamientos tomados de la fantasía,
hasta formar una totalidad, e incorporado así a la memoria como una innocua
pintura de la fantasía» (pág. 23).
En total contradicción con la teoría dominante se nos muestra, en cambio, la
de Robert, por lo que respecta a las fuentes oníricas. Mientras que, según la
primera, no soñaríamos en absoluto si los estímulos externos e internos no
despertaran de continuo a nuestra alma, según la teoría de Robert, el impulso de
soñar reside en el alma misma, esto es, en su sobrecarga, que demanda una
derivación. Resulta, pues, por completo consecuente la conclusión establecida
por este autor de que las causas condicionantes del sueño, dependientes del
estado corporal del sujeto, no ocupan sino un lugar secundario, y no podrían
inducir a soñar, en ningún caso, a un espíritu en el que no existiese previamente
materia alguna para la formación de sueños, tomada de la conciencia despierta.
Debe concederse únicamente que las imágenes fantásticas que, procedentes de lo
más profundo del alma del sujeto, se desarrollan en sus sueños, pueden ser
influidas por los estímulos nerviosos (pág. 41). De este modo resulta el sueño
independiente, hasta cierto punto —según Robert—, de lo somático. No
constituye, ciertamente, un proceso psíquico, ni ocupa lugar alguno entre los
procesos de este género que se desarrollan en nuestra vida despierta; pero es un
proceso somático que se desarrolla todas las noches en el aparato de la actividad
anímica y tiene a su cargo una función: la de proteger a este aparato contra una
excesiva tensión, o, si se nos permite cambiar de comparación, la de limpiar el
alma.
Otro autor, Ives Delage, apoya su teoría en estos mismos caracteres del
sueño, que se hacen patentes en la selección del material onírico, siendo muy
instructivo observar cómo por una ligera diferencia en la comprensión de un
mismo objeto se llega a un resultado final de muy distinto alcance.
Delage comenzó por observar en sí propio, con ocasión de la muerte de una
persona querida, que no soñamos con aquello que durante el día ha ocupado
nuestro pensamiento, o únicamente soñamos con ello cuando empieza a
desvanecerse ante nuevos intereses. Sus investigaciones subsiguientes con otras
personas le confirmaron la generalidad de este hecho. Una de las observaciones
de este autor, que de confirmarse su general exactitud sería muy interesante, se
refiere a los sueños de los recién casados: S’ils ont été fortement épris, presque
jamais ils non rêvé l’un de l’autre avant le mariage ou pendant la lune de miel;
et s’ils ont rêvé d’amour c’est pour être infidèles avec quelque personne
indifférente ou odieuse. Pero, entonces, ¿con qué soñamos? Delage reconoce el
material que aparece en nuestros sueños como compuesto de fragmentos y restos
de impresiones de los últimos días y de un pretérito más lejano. Todo lo que en
nuestros sueños emerge y nos inclinamos a considerar al principio como
creación de la vida onírica se nos demuestra, en un más detenido examen, como
reproducción ignorada o souvenir inconscient. Pero este material de
representaciones muestra un carácter común: el de proceder de impresiones que
han herido más nuestros sentidos que nuestro espíritu, o de aquellas otras que
sólo un brevísimo instante consiguieron retener nuestra atención.
En esencia, son éstas las dos mismas categorías de impresiones —las
secundarias y las no terminadas— que Robert establece; pero Delage orienta
diferentemente su ruta mental, opinando que tales impresiones no devienen
susceptibles de crear un sueño por ser indiferentes, sino por no haber sido
agotadas. También las impresiones secundarias se hallan hasta cierto punto
inagotadas, y son también por su naturaleza de nuevas impresiones, autant de
ressorts tendus, que se distenderán durante el sueño. Una impresión intensa,
intencionadamente rechazada o cuya elaboración haya quedado detenida
casualmente, tendrá mucho más derecho a desempeñar un papel en el sueño que
otra más débil y casi inadvertida. La energía psíquica almacenada durante el día
a consecuencia de la represión, deviene por la noche el resorte del sueño. En éste
se exterioriza lo psíquico reprimido[283].
Desgraciadamente, las deducciones de Delage se interrumpen al llegar a este
punto, y así no puede asignar en el sueño a una actividad psíquica independiente
sino el más insignificante papel. Con esto queda agregada su concepción del
fenómeno onírico a la teoría dominante del reposo parcial del cerebro: En
somme, le rêve est le produit de la pensée errante, sans but et sans direction, se
fix ant succesivement sur les souvenirs, qui ont gardé assez d’intensité pour se
placer sur sa route et l’arrêter au passage, établissant entre eux un lien tantôt
faible et indécis tantôt plus fort et plus serré selon que l’activité actuelle du
cerveau est plus on moins abolie par le sommeil.
3.° En un tercer grupo podemos reunir aquellas teorías que adscriben al alma
soñadora la facultad de realizar determinadas funciones psíquicas que la vigilia
no puede llevar a cabo o sólo muy incompletamente. Del empleo de estas
facultades es deducida, por lo general, una función útil del sueño. A este grupo
de teorías pertenecen en su mayoría las desarrolladas por los viejos autores
psicológicos, teorías que creo innecesario exponer aquí detalladamente. Me
limitaré, pues, a mencionar la observación de Burdach de que el sueño «es
aquella actividad natural del alma que no se halla limitada por el poder de la
individualidad y no es perturbada por una conciencia de sí misma ni dirigida por
autodeterminación. sino que constituye la vitalidad contingente del punto central
sensible» (página 436).
Burdach y otros autores se representan indudablemente este libre uso de las
fuerzas propias como un estado en el que el alma se repone y acumula nuevas
energías para la labor diurna; esto es, como una especie de vacaciones psíquicas.
No es, por tanto, de extrañar que el primero cite y adopte en su obra las amables
palabras con que el poeta Novalis ensalza la labor del sueño: «Los sueños nos
protegen contra la monotonía y la vulgaridad de la existencia. En ellos descansa
y se recrea nuestra encadenada fantasía, mezclando sin orden ni concierto todas
las imágenes de la vida e interrumpiendo, con su alegre juego infantil, la
continua seriedad del hombre adulto. Sin nuestros sueños, envejeceríamos antes.
Habremos, pues, de ver en ellos, ya que no un don directo de los cielos, una
encantadora facultad y una amable compañía en nuestra peregrinación hacia el
sepulcro».
Purkinje (pág. 456) acentúa aún más intensamente la actividad tónica y
curativa del sueño: «Los sueños productivos facilitarían especialmente estas
funciones… Son ligeros juegos de la imaginación, exentos de todo enlace con
los sucesos del día. El alma no quiere mantener las tensiones de la vida
despierta, sino, por el contrario, suprimirlas y reponerse de ellas. Con este objeto
crea estados contrarios a los de la vigilia. Cura la tristeza con la alegría, los
cuidados con esperanzas e imágenes serenas y entretenidas, el odio con el amor
y la cordialidad, el temor con el valor y la confianza; suprime las dudas,
sustituyéndolas por el convencimiento y la fe, y nos presenta cumplido aquello
que nos parecía esperar o desear en vano. El reposo cura muchas heridas que la
vigilia mantenía constantemente abiertas, cerrándolas o preservándolas de
nuevas excitaciones. En este hecho reposa en parte el efecto curativo que el
tiempo ejerce sobre nuestros dolores. Todos sentimos que el reposo constituye
un beneficio para la vida anímica, y la conciencia popular no se deja arrebatar el
oscuro presentimiento de que los sueños son uno de los caminos por los que el
reposo prodiga su acción bienhechora».
La tentativa más original y de mayor alcance realizada para explicar el sueño
como una especial actividad del alma, que sólo en el estado de reposo puede
desarrollarse libremente, ha sido la emprendida por Schemer en 1861. El libro de
este autor, escrito en un estilo turbio y ampuloso y pleno de un tan cálido
entusiasmo por la materia, que si no logra arrastrar consigo al lector tiene
necesariamente que disgustarle, ofrece tan grandes dificultades a un análisis que
preferimos limitarnos a transcribir aquí las claras y sintéticas palabras en que
Volkelt condensa la teoría en él desarrollada: «Del oscuro conglomerado místico,
ampuloso y magnífico, irradia una apariencia de sentido llena de
presentimientos, pero que no nos aclara los caminos mentales del autor». Los
mismos partidarios de Schemer comparten este juicio de su obra.
Schemer no pertenece a aquellos autores que hacen continuar al alma en el
sueño el ejercicio intacto de todas sus facultades. Expone, en efecto, cómo en el
fenómeno onírico queda enervada la centralidad, la energía espontánea del yo;
cómo a consecuencia de esta descentralización quedan transformados el conocer,
el sentir, el querer y el representar, y cómo el residuo de estas fuerzas anímicas
no posee un verdadero carácter espiritual, sino únicamente el de un mecanismo.
Pero, en compensación, aquella actividad del alma a la que hemos de dar el
nombre de fantasía se eleva en el sueño, libre de todo dominio de la razón, y con
ello de toda norma, a un ilimitado imperio. Toma ciertamente sus materiales de
la memoria de la vida despierta, pero construye con ellos algo en absoluto
diferente a las formaciones de la vigilia, y se muestra en el sueño no solamente
reproductiva, sino productiva. Sus peculiaridades prestan a la vida onírica sus
especiales caracteres. Muestra una predilección por lo desmesurado, exagerado
y monstruoso; pero al mismo tiempo adquiere, por su emancipación de las
categorías mentales contrarias, una mayor agilidad y flexibilidad y se revela
finalmente sensible a los más sutiles estímulos psíquicos que determinan nuestro
estado de ánimo y a los efectos agitadores, transformando instantáneamente la
vida interior en imágenes plásticas exteriores. La fantasía onírica carece de
lenguaje abstracto; tiene que representar plásticamente aquello que quiere
expresar, y dado que de este modo no pueden los conceptos ejercer una acción
debilitante, crea imágenes de intensa y plena plasticidad. Resulta así que su
lenguaje, por claro quesea, deviene ampuloso, pesado y torpe. La impresión de
que además adolece depende especialmente de la peculiar repugnancia de la
fantasía onírica a expresar un objeto por la imagen correspondiente, y de su
preferencia a escoger otra imagen distinta, en tanto en cuanto le es factible
expresar por medio de la misma aquella parte, estado o situación que del objeto
le interesa exclusivamente representar. Ésta es la actividad simbólica de la
fantasía. Muy importante también es el hecho de que la fantasía onírica no copia
los objetos en su absoluta totalidad, sino tan sólo su contorno, aun éste con la
mayor libertad. Sus creaciones plásticas muestran de este modo algo de
inspiración genial. Pero, además, la fantasía onírica no se limita a esta mera
reproducción del objeto, sino que se ve interiormente obligada a enlazar con él,
más o menos estrechamente, el yo onírico, y crear en esta forma una acción. Así,
el sueño provocado por un estímulo visual nos hace ver, tiradas por la calle,
relucientes monedas de oro que vamos recogiendo alegremente.
El material al que la fantasía onírica aplica su actividad artística es, sobre
todo, según Schemer, el de los estímulos orgánicos, tan oscuros durante el día.
Resulta, pues, que la teoría, en exceso fantástica, de Schemer, y la quizá
demasiado tímida de Wundt y otros fisiólogos —totalmente opuestas, en general
—, vienen a coincidir por completo en lo referente a las fuentes y los estímulos
del sueño. Pero según la teoría fisiológica, la reacción anímica a los estímulos
somáticos internos se limita a la evocación de representaciones a ellos
adecuadas, las cuales llaman luego a otras en su auxilio por medio de la
asociación, pareciendo quedar terminada con esta fase la serie de los procesos
psíquicos del sueño; y, en cambio, según Schemer, los estímulos somáticos no
proporcionan al alma sino un material que la misma puede poner al servicio de
sus propósitos fantásticos; la formación de los sueños no empieza para Schemer
sino precisamente en el punto en que se agota a los ojos de los demás.
No puede, de todas maneras, considerarse congruente lo que la fantasía
onírica realiza con los estímulos somáticos. Se permite en ellos un juego burlón,
representándose, por medio de un símbolo plástico cualquiera, la fuente orgánica
de la que proceden en cada caso los estímulos. Schemer llega incluso a opinar,
sin que en ello le sigan Volkelt y otros, que la fantasía onírica posee una
determinada representación favorita para la totalidad de nuestro organismo: la
casa. Mas, para dicha de sus representaciones, no parece permanecer constante y
obligadamente ligada a esta única imagen. Por el contrario, puede emplear series
enteras de casas para designar un solo órgano. Así, largas calles para el estímulo
intestinal. Otras veces quedan representadas partes del cuerpo por detalles
aislados de una casa. Así, en el sueño provocado por el dolor de cabeza, queda
ésta representada por el techo de una habitación que el sujeto ve cubierto de
repugnantes arañas semejantes a sapos.
Fuera del simbolismo de la casa, son empleados otros objetos para
representar la parte del cuerpo de la que emana el estímulo onírico. «El pulmón
y su función anatómica encuentra su símbolo en la estufa encendida y la
corriente de aire que en ella se establece; el corazón, en cajones o cestos vacíos,
y la vejiga, en objetos redondos en forma de bolsa o sencillamente cóncavos.
»El sueño provocado por un estímulo emanado de los genitales masculinos
hace encontrar al sujeto en la calle la boquilla de un clarinete o de una pipa, o
también una piel. Los dos primeros objetos evocan aproximadamente la forma
del sexo masculino, y el último el vello del pubis. En las mujeres queda
representada oníricamente la región pubiana por un angosto patio, y la vagina,
por un estrecho sendero, blando y resbaladizo, que los atraviesa y por el que
tiene que pasar la sujeto del sueño para llevar, por ejemplo, una carta dirigida a
un hombre». (Volkelt, pág. 39.) Muy importante es la circunstancia de que al
final de un tal sueño de estímulo somático se desenmascara, por decirlo así, la
fantasía onírica, presentando en su forma real el órgano estimulador o su
función. Así, el sueño provocado por un estímulo dental termina casi siempre
con la caída o extracción de una muela o un diente que el sujeto mismo saca de
su boca.
Pero la fantasía onírica no dirige exclusivamente su atención a la forma del
órgano estimulador, sino que puede tomar asimismo la sustancia en él contenida
como objeto de la simbolización. Así, el sueño de estímulo intestinal hace andar
al sujeto por calles cubiertas de excrementos, y el de estímulo vesical le conduce
junto a una rápida corriente de agua. El sueño puede representar simbólicamente
el estímulo como tal, la naturaleza de la excitación producida y el objeto al que
tiende, o bien hace entrar al yo onírico en una relación concreta con las
simbolizaciones del estado mismo por el que atraviesa. Así sucede cuando, en
los sueños provocados por un dolor, luchamos desesperadamente con perros o
toros que nos acometen, o cuando en el sueño femenino de estímulo sexual, se
ve perseguida la durmiente por un hombre desnudo. Aparte de la enorme
variedad de la representación, hallamos en todo sueño, como fuerza central, una
actividad simbolizante de la fantasía. Volkelt intentó después penetrar en el
carácter de esta fantasía y señalar a la actividad psíquica así reconocida un
puesto concreto en un sistema filosófico. Pero su obra, muy bella y escrita con
cálido entusiasmo, resulta difícil de comprender para aquéllos a quienes una
previa preparación no ha habituado a desentrañar lo que en realidad oscuramente
presentida existe en los abstractos esquemas filosóficos.
La actividad de la fantasía simbolizante no es enlazada por Schemer a una
función útil del sueño. El alma juega soñando con los estímulos que se le
ofrecen. Pudiera incluso llegarse a suponer que juega caprichosamente con ellos.
Mas también pudiera preguntársenos si nuestro detenido examen de la teoría
onírica de Schemer, tan arbitraria como opuesta a todas las normas de la
investigación, puede resultar de algún provecho. A esto responderíamos que nos
parece injusto rechazarla sin formación de causa, pues se halla basada en las
impresiones que los sueños dejaron a un concienzudo y minucioso observador,
dotado de una gran capacidad para desentrañar oscuros problemas anímicos.
Trata, además, de un objeto que durante muchos siglos ha sido considerado por
los hombres como un enigma de amplio contenido y múltiples ramificaciones,
enigma a cuyo esclarecimiento no ha contribuido la ciencia sino intentando
negarle —en completa contradicción con el sentimiento popular— todo
contenido e importancia. Por último, queremos declarar honradamente que no
parece fácil huir de lo fantástico en la explicación de los sueños, y ya conocemos
casos en los que se llega a fantasear incluso sobre las células ganglionares. El
pasaje antes citado, de un investigador tan exacto y concienzudo como Binz, en
el que se describe cómo la aurora del despertar va extendiéndose paulatinamente
por los dormidos grupos de células de la corteza cerebral, no es menos fantástico
ni menos inverosímil que las tentativas de explicación de Schemer. Con respecto
a éstas, espero poder demostrar que entrañan algo real, aunque sólo haya sido
muy imprecisamente visto y no posea el carácter de generalidad al que debe
aspirar una teoría de los sueños. Por lo pronto, la teoría de Schemer nos señala,
mostrándose en total contraposición a la teoría médica, los extremos entre los
que oscila aún hoy en día el esclarecimiento de la vida onírica.
h) Relaciones entre el sueño y las enfermedades mentales.
Aquellos que hablan de las relaciones del sueño con las perturbaciones
mentales pueden referirse a tres cosas: 1.a A relaciones etiológicas y clínicas,
cuando un sueño representa o inicia un estado psicótico o queda como residuo
del mismo; 2.a A las transformaciones que la vida onírica sufre en los casos de
enfermedad mental; y 3.a A relaciones internas entre el sueño y la psicosis; esto
es, a analogías reveladoras de una afinidad esencial. Estas diversas relaciones
entre ambas series de fenómenos han constituido en épocas anteriores de la
Medicina —y vuelven a constituirlo actualmente— un tema favorito de los
autores médicos, como puede verse en la literatura reunida por Spitta,
Radestock, Maury y Tissié[284]. Recientemente se ha ocupado de ellas Sante de
Sanctis. Mas para los fines de nuestra exposición nos bastará con rozar esta
importante materia.
Con respecto a las relaciones clínicas y etiológicas entre el sueño y la
psicosis, quiero comunicar aquí, a título de paradigmas, las siguientes
observaciones: Hohnbaum (citado por Krauss) manifiesta haber comprobado que
la primera manifestación de la demencia había sido consecutiva en muchos casos
a un sueño angustioso y terrible, con el que se mostraba relacionada la idea
predominante de la perturbación. Sante de Sanctis publica análogas
observaciones con respecto a los paranoicos y declara en alguna de ellas al sueño
como la vraie cause déterminât de la folie. La psicosis puede surgir de una vez
con el sueño causal que entraña la idea delirante o puede desarrollarse poco a
poco por una serie de sueños a los que aún opone el sujeto un estado de duda. En
uno de los casos citados por de Sanctis subsiguieron al sueño inicial leves
ataques histéricos y más tarde un estado melancólico-angustioso. Feré (citado
por Tissié) comunica un sueño que tuvo por consecuencia una parálisis histérica.
En estas observaciones se nos presenta al sueño como etiología de la
perturbación mental, aunque con igual razón podría deducirse de ellas que la
perturbación mental se exteriorizó por vez primera en la vida onírica,
manifestándose en el sueño. En otros ejemplos contiene la vida onírica los
síntomas patológicos o permanece limitada a ella la psicosis. Así, Thomayer
llama la atención sobre determinados sueños de angustia, que deben ser
considerados como equivalentes de ataques epilépticos. Allison ha descrito casos
de locura nocturna (nocturnal insanity), en los que individuos aparentemente
sanos durante el día padecen durante la noche alucinaciones, ataques furiosos,
etc. Análogas observaciones hallamos en Sante de Sanctis (equivalente onírico
paranoico en un alcohólico, voces que acusan a la mujer de infidelidad) y en
Tissié. Este último comunica una serie de casos en los que de un sueño se
derivaron actos de carácter patológico (presunciones delirantes, impulsos
obsesivos). Guislain describe un caso en el que el reposo era sustituido por una
locura intermitente.
No cabe duda de que ha de llegar un día en que, junto a la psicología de los
sueños, ocupará a los médicos una psicopatología de los mismos.
En los casos de curación de una enfermedad mental se revela con especial
claridad el hecho singular de que siendo completamente normal la función
diurna, puede perdurar aún la psicosis en la vida onírica. Según Krauss, fue
Gregory quien primero hizo notar esta circunstancia. Macario (citado por Tissié)
cuenta de un maníaco que revivió en sueños, una semana después de su curación
la fuga de ideas y los apasionados impulsos de su enfermedad.
Sobre las transformaciones que la vida onírica experimenta en las psicosis
duraderas no se han emprendido hasta el momento sino muy escasas
investigaciones. En cambio, la íntima afinidad entre el sueño y la perturbación
mental que se revela en la amplia coincidencia de los fenómenos respectivos ha
sido estudiada desde muy temprano. Después de Maury, trató de ella Cabanis en
sus Rapports du physique et du moral, y tras él, Lélut, J. Moreau y muy
especialmente el filósofo Maine de Biran. Pero la idea de establecer una
comparación entre ambos estados es, seguramente, más antigua. En el capítulo
que dedica a este paralelo incluye Radestock una serie de citas, en las que se
señalan las analogías entre el sueño y la locura. Kant dice que «el loco es un
sujeto que sueña despierto», y Krauss define la locura como «un sueño dentro de
la vigilia de los sentidos». Schopenhauer escribe que el sueño es una demencia
corta, y la demencia, un sueño largo. Hagen define el delirio como una vida
onírica no producida por el reposo, sino por la enfermedad, y Wundt escribe en
la Fisiología psicológica: «En realidad podemos vivir en sueños todos aquellos
fenómenos que en los manicomios nos es dado observar».
Spitta enumera las coincidencias en las que se basa esta comparación en la
forma siguiente, muy análoga a la de Maury: «1.a Supresión o retraso de la
autoconciencia y, por tanto, desconocimiento del estado como tal; así, pues,
imposibilidad de experimentar asombro y falta de conciencia moral; 2.a
Percepción modificada de los órganos sensoriales: disminuida en el sueño y muy
elevada, en general, en la locura; 3.a Enlace de las representaciones entre sí,
exclusivamente conforme a las leyes de la asociación y la reproducción; así,
pues, formación automática de series y, por tanto, desproporción de las
relaciones entre las representaciones (exageraciones, fantasmas), y como
resultado de todo esto: 4.a Modificación e incluso subversión de la personalidad
y a veces de las peculiaridades del carácter (perversiones)».
Radestock agrega aún algunas analogías con relación al material: «Las
alucinaciones e ilusiones son en su mayoría visuales o acústicas. En cambio, los
sentidos del olfato y del gusto son, como en los sueños, los que menos elementos
proporcionan. En el enfermo febril surgen con el delirio, como en el sujeto de un
sueño, recuerdos de un pretérito muy lejano. El durmiente y el enfermo
recuerdan cosas que el despierto y el sano parecían haber olvidado». La analogía
entre el sueño y la psicosis adquiere su valor total cuando observamos que, como
el parecido de familia, se extiende a los gestos y hasta a determinadas
singularidades de la expresión fisonómica.
«El sueño concede al sujeto atormentado por sufrimientos físicos y morales
aquello que la realidad le negaba —bienestar y dicha—, y del mismo modo
surgen en los enfermos mentales las más rientes imágenes de felicidad, poderío,
riqueza y suntuosidad. El contenido principal del delirio se halla constituido
muchas veces por la imaginada posesión de bienes o realización de deseos, cuya
pérdida, ausencia o negación en la realidad nos dan la razón psíquica de la
locura, La madre que ha perdido un hijo querido vuelve a vivir, en su delirio,
todas las alegrías maternales; el que ha experimentado pérdidas económicas se
cree extraordinariamente rico, y la joven engañada se ve amada con infinita
ternura».
Este pasaje de Radestock es la síntesis de una sutil exposición de Griesinger
(pág. 111), que descubre con toda claridad la realización de deseos como un
carácter de la representación, común al sueño y a la psicosis. Mis propias
investigaciones me han mostrado que en esta hipótesis puede hallarse la clave de
una teoría psicológica del sueño y de la psicosis.
«El sueño y la locura se caracterizan principalmente por el barroquismo de
las asociaciones y la debilidad del juicio». En ambos fenómenos hallamos una
exagerada estimación de rendimientos anímicos propios, que nuestro juicio
normal considera insensatos; a la rápida sucesión de las representaciones
oníricas corresponde la fuga de ideas de la psicosis. En ambas falta toda medida
de tiempo. La disociación que la personalidad experimenta en la vida onírica, y
que, por ejemplo, distribuye el conocimiento del sujeto entre su yo onírico y otra
persona ajena, a la cual rectifica en el sueño al primero, es por completo
equivalente a la conocida división de la personalidad en la paranoia alucinatoria;
el sujeto del sueño oye también sus propios pensamientos, expresados por voces
ajenas. Incluso para las ideas delirantes fijas se encuentra una analogía en los
sueños patológicos de retorno periódico (rêve obsédant). Los enfermos curados
de un delirio suelen manifestar que todo el período de su dolencia se les aparece
como un sueño, a veces nada desagradable, e incluso que aun durante la
enfermedad misma sospecharon, en ocasiones, hallarse soñando, como con gran
frecuencia sucede al durmiente.
Después de todo esto no es de extrañar que Radestock concrete su opinión y
la de otros muchos autores manifestando que «la locura, anormal fenómeno
patológico, debe ser considerada como una intensificación periódica del estado
onírico normal» (pág. 228).
En la etiología, o mejor aún, en las fuentes de excitación, ha intentado fundar
Krauss, quizá más íntimamente de lo que la analogía de los fenómenos
perceptibles al exterior lo permite, la afinidad entre el sueño y la locura. El
elemento fundamental común es, según él, la sensación orgánicamente
condicionada, esto es, la sensación de los estímulos somáticos o sensación
orgánica general, constituida por aportaciones de todos los órganos (cf. Peisse,
citado por Maury, pág. 52).
La coincidencia entre el sueño y la perturbación mental, indiscutible y que se
extiende hasta detalles característicos, es uno de los más firmes sostenes de la
teoría médica en la vida onírica, según la cual el sueño no es sino un proceso
inútil y perturbador y la manifestación de una actividad anímica deprimida. Sin
embargo, no habremos de esperar que las perturbaciones mentales nos procuren
la explicación definitiva de los sueños, pues nuestro conocimiento de dichas
perturbaciones es aún muy poco satisfactorio. En cambio, es muy verosímil que
una nueva concepción de la vida onírica influya en nuestras opiniones sobre el
mecanismo interno de las perturbaciones mentales, y de este modo podemos
afirmar que al esforzarnos en esclarecer el enigma de los sueños laboramos
también en el esclarecimiento de las psicosis.

APÉNDICE DE 1909.

Creo necesario justificar por qué no he continuado mi exposición de la


literatura existente sobre los sueños con la publicada en el período transcurrido
desde la primera edición de la presente obra hasta el momento actual. Ignoro si
las razones que para justificar tal omisión puedo aducir parecerán suficientes al
lector; pero lo cierto es que fueron las que determinaron mi conducta. Con la
introducción que precede quedaban plenamente cumplidos los propósitos que me
llevaron a iniciar mi estudio con una exposición de la literatura onírica, y la
prosecución de este trabajo hubiera exigido una larga y penosa labor, no
compensada por utilidad ninguna real. En efecto: durante los nueve años
transcurridos a partir de la primera edición de mi libro no ha surgido ningún
punto de vista que haya traído consigo algo nuevo o valioso para la concepción
de los sueños. Mi trabajo no ha sido siquiera citado en la mayoría de las
publicaciones posteriores, y, naturalmente, donde menos interés ha despertado ha
sido entre los investigadores especializados en estas materias, los cuales han
dado un brillante ejemplo de la repugnancia propia de los hombres de ciencia a
aprender algo nuevo. Les savants ne sont pas curieux, ha dicho Anatole France,
el fino ironista. Así, pues, si en la Ciencia hay un derecho a la venganza, estaría
justificado que a mi vez despreciara la literatura aparecida después de mi libro.
Por otro lado, los pocos críticos que en los periódicos científicos se han ocupado
de mi obra han revelado tanta incomprensión, que no les puedo contestar sino
invitándolos a leerla de nuevo; o, mejor, simplemente a leerla.
En los trabajos de aquellos médicos que se han decidido a emplear la
terapéutica psicoanalítica, y en otros autores, han sido publicados e interpretados
conforme a mi procedimiento muchos sueños. Al revisar la presente edición he
incorporado a los capítulos correspondientes aquello que en tales trabajos iba
más allá de una simple confirmación de mis observaciones. Por último, un índice
bibliográfico, que al final incluyo, contiene las publicaciones más interesantes
aparecidas con posterioridad a la edición primitiva. La extensa obra de Sante de
Sanctis sobre los sueños, traducida al alemán poco después de su aparición, vio
la luz casi al mismo tiempo que mi Interpretación de los sueños; de manera que
ni yo pude tener noticia anterior de ella ni tampoco el autor italiano de la mía.
Desgraciadamente, el aplicado trabajo de Sante de Sanctis es tan pobre en ideas,
que no deja siquiera sospechar la posibilidad de los problemas por mí tratados.
No puedo mencionar sino dos obras, en las que el problema de los sueños
aparece tratado en forma análoga a la mía. Un filósofo contemporáneo, H.
Swoboda, que ha emprendido la labor de extender a lo psíquico la periodicidad
biológica en series de veintitrés a veintiocho días), descubierta por W. Fliess, ha
intentado resolver con esta clave, entre otros enigmas, el de los sueños, en un
escrito de amplia fantasía[285]. Pero asigna al fenómeno onírico una importancia
menor de la que posee, explicando su contenido por la reunión de todos aquellos
recuerdos que en la noche correspondiente completan por primera o enésima vez
uno de los períodos biológicos. Una comunicación personal del autor me hizo
suponer al principio que él mismo no trataba de defender seriamente esta teoría.
Pero parece que me he equivocado al deducir tal conclusión. Mucho más
satisfactorio para mí fue el hallazgo casual, en un lugar totalmente inesperado,
de una concepción de los sueños cuyo nódulo coincidía en absoluto con el de mi
teoría. Descartada por medio de una simple comparación de fecha toda
posibilidad de una influencia ejercida por la lectura de mi obra, debo reconocer
aquí el único caso de coincidencia de un pensador independiente con la esencia
de mi teoría de los sueños. El libro en el que se halla esta concepción de la vida
onírica se publicó en segunda edición en 1900 y ostenta el título de Fantasías de
un realista, y lleva la firma de Lynkeus[286].

APÉNDICE DE 1914.

La justificación que antecede fue descrita en 1909. Desde esta fecha han
variado mucho las cosas. Mi aportación a la interpretación de los sueños no es
omitida ya en los nuevos trabajos sobre esta materia. Pero la nueva situación me
hace imposible continuar la información precedente. La Interpretación de los
sueños ha hecho surgir toda una serie de nuevos problemas y afirmaciones, que
han sido muy diversamente discutidos, y, como es lógico, no puedo analizar los
trabajos de esta índole hasta haber desarrollado aquéllas de mis opiniones a que
los autores se refieren. De lo que en esta literatura me ha parecido más valioso
trato en los capítulos de la presente edición.
CAPÍTULO II

EL MÉTODO DE LA INTERPRETACIÓN
ONÍRICA
EJEMPLO DEL ANÁLISIS DE UN SUEÑO

E
L título dado a la presente obra revela ya a qué concepción de la vida
onírica intenta incorporarse. Me he propuesto demostrar que los sueños
son susceptibles de interpretación, y mi estudio tenderá, con exclusión de
todo otro propósito, hacia este fin, aunque claro está que en el curso de mi labor
podrán surgir accesoriamente interesantes aportaciones al esclarecimiento de los
problemas oníricos señalados en el capítulo anterior. La hipótesis de que los
sueños son interpretables me sitúa ya enfrente de la teoría onírica dominante e
incluso de todas las desarrolladas hasta el día, excepción hecha de la de
Scherner, pues «interpretar un sueño» quiere decir indicar su «sentido», o sea,
sustituirlo por algo que pueda incluirse en la concatenación de nuestros actos
psíquicos como un factor de importancia y valor equivalentes a los demás que la
integran. Pero, como ya hemos visto, las teorías científicas no dejan lugar alguno
al planteamiento de este problema de la interpretación de los sueños, no viendo
en ellos un acto anímico, sino un proceso puramente somático, cuyo desarrollo
se exterioriza en el aparato psíquico por medio de determinados signos. En
cambio, la opinión profana se ha manifestado siempre en un sentido opuesto.
Haciendo uso de su perfecto derecho a la inconsecuencia, no puede resolverse a
negar a los sueños toda significación, aunque reconoce que son incomprensibles
y absurdos, y, guiada por un oscuro presentimiento, se inclina a aceptar que
poseen un sentido, si bien oculto, a título de sustitutivos de un diferente proceso
mental. De este modo todo quedaría reducido a desentrañar acertadamente la
sustitución y penetrar así hasta el significado oculto.
En consecuencia, la opinión profana se ha preocupado siempre de
«interpretar» los sueños, intentándolo por dos procedimientos esencialmente
distintos. El primero toma el contenido de cada sueño en su totalidad y procura
sustituirlo por otro contenido, comprensible y análogo en ciertos aspectos. Es
ésta la interpretación simbólica de los sueños, que, naturalmente, fracasa en
todos aquellos que a más de incomprensibles se muestran embrollados y
confusos. La historia bíblica nos da un ejemplo de este procedimiento en la
interpretación dada por José al sueño del Faraón. Las siete vacas gordas,
sucedidas por otras siete flacas, que devoraban a las primeras, constituye una
sustitución simbólica de la predicción de siete años de hambre, que habrían de
consumir la abundancia que otros siete de prósperas cosechas produjeran en
Egipto. La mayoría de los sueños artificiales creados por los poetas se hallan
destinados a una tal interpretación, pues reproducen el pensamiento concebido
por el autor bajo un disfraz, correspondiente a los caracteres que de los sueños
nos son conocidos por experiencia personal[287]. Un resto de la antigua creencia
en la significación profética de los sueños perdura aún en la opinión popular de
que se refieren principalmente al porvenir, anticipando su contenido, y de este
modo el sentido descubierto por medio de la interpretación simbólica es
generalmente transferido a un futuro más o menos lejano.
Naturalmente, no es posible indicar norma alguna para llevar a cabo una tal
interpretación simbólica. Esta depende tan sólo del ingenio y de la inmediata
intuición del interpretador; razón por la cual pudo elevarse la interpretación por
medio de símbolos a la categoría de arte, para el que se precisaba una especial
aptitud[288]: En cambio, el segundo de los métodos populares, a que antes
aludimos, se mantiene muy lejos de semejantes aspiraciones. Pudiéramos
calificarlo de método descifrador, pues considera el sueño como una especie de
escritura secreta, en la que cada signo puede ser sustituido, mediante una clave
prefijada, por otro de significación conocida. Si, por ejemplo, hemos soñado con
una «carta» y luego con un «entierro», y consultamos una de las popularísimas
«claves de los sueños», hallaremos que debemos sustituir «carta» por «disgusto»
y «entierro» por «esponsales». A nuestro arbitrio queda después construir con las
réplicas halladas un todo coherente, que habremos también de transferir al
futuro. En el libro de Artemidoro de Dalcis[289], sobre la interpretación de los
sueños, hallamos una curiosa variante de este «método descifrador» que corrige
en cierto modo su carácter de mera traducción mecánica. Consiste tal variante en
atender no sólo el contenido del sueño, sino a la personalidad y circunstancias
del sujeto; de manera que el mismo elemento onírico tendrá para el rico, el
casado o el orador diferente significación que para el pobre, el soltero, o por
ejemplo, el comerciante. Lo esencial de este procedimiento es que la labor de
interpretación no recae sobre la totalidad del sueño, sino separadamente sobre
cada uno de los componentes de su contenido, como si el sueño fuese un
conglomerado, en el que cada fragmento exigiera una especial determinación.
Los sueños incoherentes y confusos son con seguridad los que han incitado a la
creación del método descifrador[290].
De la imposibilidad de utilizar cualquiera de los dos métodos populares
reseñados en un estudio científico de la interpretación de los sueños, no cabe
dudar un solo instante. El método simbólico es de aplicación limitada y nada
susceptible de una exposición general. En el «descifrador» dependería todo de
que pudiésemos dar crédito a la «clave» o «libro de los sueños», cosa para la que
carecemos de toda garantía. Así, pues, parece que deberemos inclinarnos a dar la
razón a los filósofos y psiquiatras y a prescindir con ellos del problema de la
interpretación onírica, considerándolo como puramente imaginario y ficticio[291].
Mas por mi parte he llegado a un mejor conocimiento. Me he visto obligado
a reconocer que se trata nuevamente de uno de aquellos casos, nada raros, en los
que una antiquísima creencia popular, hondamente arraigada, parece hallarse
más próxima a la verdad objetiva que los juicios de la ciencia moderna. Debo,
pues, afirmar que los sueños poseen realmente un significado, y que existe un
procedimiento científico de interpretación onírica, a cuyo descubrimiento me ha
conducido el proceso que sigue:
Desde hace muchos años me vengo ocupando, guiado por intenciones
terapéuticas, de la solución de ciertos productos psicopatológicos, tales como las
fobias histéricas, las representaciones obsesivas, etc. A esta labor hubo de
incitarme la importante comunicación de J. Breuer de que la solución de estos
productos, sentidos como síntomas patológicos, equivale a su supresión[292]. En
el momento en que conseguimos referir una de las tales representaciones
patológicas a los elementos que provocaron su emergencia en la vida anímica del
enfermo logramos hacerla desaparecer, quedando el sujeto libre de ella. Dada là
impotencia de nuestros restantes esfuerzos terapéuticos, y ante el enigma de
estos estados, me pareció atractivo continuar el camino iniciado por Breuer hasta
llegar a un completo esclarecimiento, no obstante, las grandes dificultades que a
ello se oponían. En otro lugar expondré detalladamente cómo la técnica del
procedimiento fue perfeccionándose hasta su forma actual, y cuáles han sido los
resultados de mi labor. La interpretación de los sueños surgió en el curso de estos
trabajos psicoanalíticos. Mis pacientes, a los que comprometía a referirme todo
lo que con respecto a un tema dado se les ocurriera, me relataban también sus
sueños, y hube de comprobar que un sueño puede hallarse incluido en la
concatenación psíquica, que puede perseguirse retrocediendo en la memoria del
sujeto a partir de la idea patológica. De aquí a considerar los sueños como
síntomas patológicos y aplicarles el método de interpretación para ellos
establecido no había más que un paso.
La realización de esta labor exige cierta preparación psíquica del enfermo.
Dos cosas perseguimos en él: una intensificación de su atención sobre sus
percepciones psíquicas y una exclusión de la crítica, con la que acostumbra
seleccionar las ideas que en él emergen. Para facilitarle concentrar toda su
atención en la labor de autoobservación es conveniente hacerle cerrar los ojos y
adoptar una postura descansada. El renunciamiento a la crítica de los productos
mentales percibidos habremos de imponérselo expresamente. Le diremos, por
tanto, que el éxito del psicoanálisis depende de que respete y comunique todo lo
que atraviese su pensamiento y no se deje llevar a retener unas ocurrencias por
creerlas insignificantes o faltas de conexión con el tema dado, y otras, por
parecerle absurdas o desatinadas. Habrá de mantenerse en una perfecta
imparcialidad con respecto a sus ocurrencias, pues la crítica que sobre las
mismas se halla habituado a ejercer es precisamente lo que le ha impedido hasta
el momento hallar la buscada solución del sueño, de la idea obsesiva, etc.
En mis trabajos psicoanalíticos he observado que la disposición de ánimo del
hombre que reflexiona es totalmente distinta de la del que observa sus procesos
psíquicos. En la reflexión entra más intensamente en juego una acción psíquica
que en la más atenta autoobservación; diferencia que se revela en la tensión
expresa la fisonomía del hombre que reflexiona, contrastando con la serenidad
mímica del autoobservador. En muchos casos tiene que existir una concentración
de la atención; pero el sujeto sumido en la reflexión ejercita, además, una crítica,
a consecuencia de la cual rechaza una parte de las ocurrencias emergentes
después de percibirlas, interrumpe otras en el acto, negándose a a seguir los
caminos que abren a su pensamiento, y reprime otras antes que hayan llegado a
la percepción, no dejándolas devenir conscientes. En cambio, el auto-observador
no tiene que realizar más esfuerzo que el de reprimir la crítica, y si lo consigue
acudirá a su conciencia una infinidad de ocurrencias, que de otro modo hubieran
permanecido inaprehensibles. Con ayuda de estos nuevos materiales,
conseguidos por su autopercepción, se nos hace posible llevar a cabo la
interpretación de las ideas patológicas y de los productos oníricos. Como vemos,
se trata de provocar un estado que tiene de común con el de adormecimiento
anterior al reposo —y seguramente también con el hipnótico— una cierta
analogía en la distribución de la energía psíquica (de la atención móvil). En el
estado de adormecimiento surgen las «representaciones involuntarias» por el
relajamiento de una cierta acción voluntaria —y seguramente también crítica—
que dejamos actuar sobre el curso de nuestras representaciones; relajamiento que
solemos atribuir a la «fatiga». Estas representaciones involuntarias emergentes
se transforman en imágenes visuales y acústicas. (Cf. las observaciones de
Schleiermacher y otros autores, incluidas en el capítulo anterior.)[293]. En el
estado que provocamos para llevar a cabo el análisis de los sueños, y de las ideas
patológicas renuncia el sujeto, intencionada y voluntariamente, a aquella
actividad crítica y emplea la energía psíquica ahorrada o parte de ella en la atenta
persecución de los pensamientos emergentes, los cuales conservan ahora su
carácter de representaciones. De este modo se convierte a las representaciones
«involuntarias» en «voluntarias».
Para muchas personas no parece ser fácil adoptar esta disposición a las
ocurrencias, «libremente emergentes» en apariencia, y renunciar a la crítica que
sobre ellas ejercen en todo otro caso. Los «pensamientos involuntarios»
acostumbran desencadenar una violentísima resistencia, que trata de impedirles
emerger. Si hemos de dar crédito a F. Schiller, nuestro gran filósofo poeta, es
también una tal disposición condición de la producción poética. En una de sus
cartas a Körner, cuidadosamente estudiadas por Otto Rank, escribe Schiller,
contestando a las quejas de su amigo sobre su falta de productividad: «El motivo
de tus quejas reside, a mi juicio, en la coerción que tu razón ejerce sobre tus
facultades imaginativas. Expresaré mi pensamiento por medio de una
comparación plástica. No parece ser provechoso para la obra creadora del alma
el que la razón examine demasiado penetrantemente, y en el mismo momento en
que llegan ante la puerta las ideas que van acudiendo. Aisladamente considerada,
puede una idea ser harto insignificante o aventurada, pero es posible que otra
posterior le haga adquirir importancia, o que uniéndose a otras, tan insulsas
como ella, forme un conjunto nada despreciable. = La razón no podrá juzgar
nada de esto si no retiene las ideas hasta poder contemplarlas unidas a las
posteriormente surgidas. En los cerebros creadores sospecho que la razón ha
retirado su vigilancia de las puertas de entrada; deja que las ideas se precipiten
pêle-mêle al interior, y entonces es cuando advierte y examina el considerable
montón que han formado. = Vosotros, los señores críticos, o como queráis
llamaros, os avergonzáis o asustáis del desvarío propio de todo creador original,
cuya mayor o menor duración distingue al artista pensador del soñador. De aquí
la esterilidad de que os quejáis. Rechazáis demasiado pronto las ideas y las
seleccionáis con excesiva severidad». (Carta del 1 de diciembre de 1788.)
Sin embargo, una adopción del estado de autoobservación exenta de crítica o,
como describe Schiller, la «supresión de la vigilancia a las puertas de la
conciencia», no es nada difícil. La mayoría de los pacientes la consiguen a la
primera indicación, y yo mismo la logro perfectamente cuando en el análisis de
fenómenos propios voy redactando por escrito mis ocurrencias. El montante de
energía, en el que de este modo se disminuye la actividad psíquica, y con el que
se puede elevar la intensidad de la autoobservación, oscila considerablemente
según el tema sobre el que la atención debe recaer.
Los primeros ensayos de aplicación de este procedimiento nos enseñan que
el objeto sobre el que hemos de concentrar nuestra atención no es el sueño en su
totalidad, sino separadamente cada uno de los elementos de su contenido. Si a un
paciente aún inexperimentado le preguntamos qué es le ocurre con respecto a un
sueño, no sabrá aprehender nada en su campo de visión espiritual. Tendremos,
pues, que presentarle el sueño fragmentariamente, y entonces producirá, con
relación a cada elemento, una serie de ocurrencias que podremos calificar de
«segundas intenciones» de aquella parte del sueño. En esta primera condición,
importantísima, se aparta ya, como vemos, nuestro procedimiento de
interpretación onírica del método popular, histórica y fabulosamente famoso, de
la interpretación por medio del simbolismo, y se acerca, en cambio, al otro de los
métodos populares, o sea, al de la «clave». Como este último constituye una
interpretación en détail y no en masse, y ve en los sueños, desde un principio,
algo complejo, un conglomerado de productos psíquicos.
En el curso de mis psicoanálisis de individuos neuróticos he llegado a
interpretar muchos millares de sueños: pero es éste un material que no quisiera
utilizar aquí para la introducción a la técnica y a la teoría de la interpretación
onírica. Aparte de la probable objeción de que se trataba de sueños de
neurópatas, que no autorizaban deducción alguna sobre los del hombre normal,
existe otra razón que me aconseja prescindir de dicho material. El tema sobre el
que tales sueños recae es siempre, naturalmente, la enfermedad del sujeto, y de
este modo habríamos de anteponer a cada análisis una extensa información
preliminar y un esclarecimiento de la esencia y condiciones etiológicas de las
psiconeurosis, cuestiones tan nuevas y singulares que desviarían nuestra atención
de los problemas oníricos. Mi propósito es, por lo contrario, crear, con la
solución de los sueños, una labor preliminar para la de los más intrincados
problemas de la psicología de la neurosis. Mas si renuncio a los sueños de los
neuróticos, que constituyen la parte principal del material por mi reunido, no
podré ya aplicar a la parte restante un severo criterio de selección. Sólo me
quedan aquellos sueños que me han sido ocasionalmente relatados por personas
de mi amistad, y los que a título de paradigmas aparecen incluidos en la
literatura de la vida onírica. Pero ninguno de tales sueños ha sido sometido al
análisis, sin lo cual no me es posible hallar su sentido.
Mi procedimiento no es tan cómodo como el del popular método
«descifrador», que traduce todo contenido onírico dado conforme a una clave
fija. Por lo contrario, sé que un mismo sueño puede presentar diferentes sentidos,
según quien lo sueñe o el estado individual al que se relacione. De este modo se
me imponen mis propios sueños como el material de que mejor puedo hacer uso
en esta exposición, pues reúne las condiciones de ser suficientemente amplio,
proceder de una persona aproximadamente normal y referirse a las más diversas
circunstancias de la vida diurna. Seguramente se me objetará que tales
«autoanálisis» carecen de una firme garantía y que en ellos queda abierto el
campo a la arbitrariedad. A mi juicio, carece esta objeción de fundamento pues
se desarrolla la auto-observación en circunstancias más favorables que las que
presiden a la observación de una persona ajena; pero aunque así no fuese,
siempre sería lícito tratar de averiguar hasta qué punto podemos avanzar en la
interpretación de los sueños por medio del autoanálisis. Muy otras son las
dificultades que se oponen a tal empresa. Habréis, en efecto, de dominar
enérgicas resistencias interiores: la comprensible aversión a comunicar
intimidades de mi vida anímica y el temor a que los extraños las interpreten
equivocadamente. Pero es preciso sobreponerse a todo esto. Tout psychologiste
—escribe Delboeuf— est obligé de faire l’aveu même de ses faiblesses s’il croit
par là jeter le jour sur quelque problème obscur. Asimismo debo esperar que el
lector habrá de sustituir la curiosidad inicial que le inspiren las indiscreciones
que me veo obligado a cometer por un interés exclusivamente orientado hacia la
comprensión de los problemas psicológicos, que de este modo quedarán
esclarecidos.
Escogeré, pues, uno de mis sueños y explicaré en él, prácticamente, mi
procedimiento de interpretación. Cada uno de estos sueños precisa de una
información preliminar. Habré de rogar al lector haga suyos, durante algún
tiempo, mis intereses y penetre atentamente conmigo en los más pequeños
detalles de mi vida, pues el descubrimiento del oculto sentido de los sueños
exige imperiosamente una tal transferencia.

INFORMACIÓN PRELIMINAR.— A principios del verano de 1895 sometí al


tratamiento psicoanalítico a una señora joven, a la que tanto yo como todos los
míos profesábamos una cariñosa amistad. La mezcla de esta relación amistosa
con la profesional constituye siempre para el médico —y mucho más para el
psicoterapeuta— un inagotable venero de inquietudes. Su interés personal
aumenta y, en cambio, disminuye su autoridad. Un fracaso puede enfriar la
antigua amistad que le une a los familiares del enfermo. En este caso terminó la
cura con un éxito parcial: la paciente quedó libre de su angustia histérica, pero
no de todos sus síntomas somáticos. No me hallaba yo por aquel entonces
completamente seguro del criterio que debía seguirse para dar un fin definitivo al
tratamiento de una histeria, y propuse a la paciente una solución que le pareció
inaceptable. Llegaba la época del veraneo, hubimos de interrumpir el tratamiento
en tal desacuerdo. Así las cosas, recibí la visita de un joven colega y buen amigo
mío que había visto a Irma —mi paciente— y a su familia en su residencia
veraniega. Al preguntarle yo cómo había encontrado a la enferma, me respondió:
«Está mejor, pero no del todo». Sé que estas palabras de mi amigo Otto, o quizá
el tono en que fueron pronunciadas, me irritaron. Creí ver en ellas el reproche de
haber prometido demasiado a la paciente, y atribuí —con razón o sin ella— la
supuesta actitud de Otto en contra mía a la influencia de los familiares de la
enferma, de los que sospechaba no ver con buenos ojos el tratamiento. De todos
modos, la penosa sensación que las palabras de Otto despertaron en mí no se me
hizo muy clara ni precisa, y me abstuve de exteriorizarla. Aquella misma tarde
redacté por escrito el historial clínico de Irma con el propósito de enviarlo —
como para justificarme— al doctor M., entonces la personalidad que solía dar el
tono en nuestro círculo. En la noche inmediata, más bien a la mañana, tuve el
siguiente sueño, que senté por escrito al despertar y que es el primero que sometí
a una minuciosa interpretación.

C) SUEÑO DEL 23-24 DE JULIO DE 1895.— En un amplio hall. Muchos


invitados, a los que recibimos. Entre ellos, Irma, a la que me acerco en seguida
para contestar, sin pérdida de momento, a su carta y reprocharle no haber
aceptado aún la «solución». Le digo: «Si todavía tienes dolores es
exclusivamente por tu culpa». Ella me responde: «¡Si supieras qué dolores siento
ahora en la garganta, el vientre y el estómago!… ¡Siento una opresión!…»
Asustado, la contemplo atentamente. Está pálida y abotagada. Pienso que quizá
me haya pasado inadvertido algo orgánico. La conduzco junto a una ventana y
me dispongo a reconocerle la garganta. Al principio se resiste un poco, como
acostumbran hacerlo en estos casos las mujeres que llevan dentadura postiza.
Pienso que no la necesita. Por fin, abre bien la boca, y veo a la derecha una gran
mancha blanca, y en otras partes, singulares escaras grisáceas, cuya forma
recuerda al de los cornetes de la nariz. Apresuradamente llamo al doctor M., que
repite y confirma el reconocimiento… El doctor M. presenta un aspecto muy
diferente al acostumbrado: está pálido, cojea y se ha afeitado la barba… Mi
amigo Otto se halla ahora a su lado, y mi amigo Leopoldo percute a Irma por
encima de la blusa y dice: «Tiene una zona de macidez abajo, a la izquierda, y
una parte de la piel, infiltrada, en el hombro izquierdo» (cosa que yo siento como
él, a pesar del vestido). M. dice: «No cabe duda, es una infección. Pero no hay
cuidado; sobrevendrá una disentería y se eliminará el veneno…» Sabemos
también inmediatamente de qué procede la infección. Nuestro amigo Otto ha
puesto recientemente a Irma, una vez que se sintió mal, una inyección con un
preparado a base de propil, propilena…, ácido propiónico…, trimetilamina (cuya
formula veo impresa en gruesos caracteres). No se ponen inyecciones de este
género tan ligeramente… Probablemente estaría además sucia la jeringuilla.
Este sueño presenta, con respecto a otros muchos, una ventaja; revela en
seguida claramente a qué sucesos del último día se halla enlazado y cuál es el
tema de que se trata.
Las noticias que Otto me dio sobre el estado de Irma y el historial clínico, en
cuya redacción trabajé hasta muy entrada la noche, han seguido ocupando mi
actividad anímica durante el reposo. Sin embargo, por la información preliminar
que antecede y por el contenido del sueño, nadie podría sospechar lo que el
mismo significa. Yo mismo no lo sé todavía. Me asombran los síntomas
patológicos de que Irma se queja en el sueño, pues no son los mismos por los
que hube de someterla a tratamiento. La desatinada idea de administrar a un
enfermo una inyección de ácido propiónico, y las palabras consoladoras del
doctor M. me mueven a risa. El sueño se muestra hacia su fin más oscuro y
comprimido que en su principio. Para averiguar su significado habré de
someterlo a un penetrante y minucioso análisis.

ANÁLISIS.— Un amplio «hall»; muchos invitados, a los que recibimos.


Durante este verano vivíamos en una villa, denominada «Bellevue», y situada
sobre una de las colinas próximas a Kahlenberg. Esta villa había sido destinada
anteriormente a casino, y tenía, por tanto, habitaciones de amplitud superior a la
corriente. Mi sueño se desarrolló hallándome en «Bellevue», y pocos días antes
del cumpleaños de mi mujer. En la tarde que le precedió había expresado mi
mujer la esperanza de que para su cumpleaños vinieran a comer con nosotros
algunos amigos, Irma entre ellos. Así, pues, mi sueño anticipa esta situación. Es
el día del cumpleaños de mi mujer, y recibimos en el gran hall de «Bellevue» a
nuestros numerosos invitados, entre los cuales se halla Irma.
Reprocho a Irma no haber aceptado aun la «solución». Le digo: «Si todavía
tienes dolores, es exclusivamente por tu culpa». Esto mismo hubiera podido
decírselo o se lo he dicho realmente en la vida despierta. Por aquel entonces
tenía yo la opinión (que luego hube de reconocer equivocada) de que mi labor
terapéutica quedaba terminada con la revelación al enfermo del oculto sentido de
sus síntomas. Que el paciente aceptara luego o no esta solución —de lo cual
depende el éxito o el fracaso del tratamiento— era cosa por la que no podía
exigírseme responsabilidad alguna. A este error, felizmente rectificado después,
le estoy, sin embargo, agradecido, pues me simplificó la existencia en una época
en la que, a pesar de mi inevitable ignorancia, debía obtener resultados curativos.
Pero en la frase que a Irma dirijo en mi sueño advierto que ante todo no quiero
ser responsable de los dolores que aún la aquejan. Si Irma tiene exclusivamente
la culpa de padecerlos todavía, no puede hacérseme responsable de ellos.
¿Habremos de buscar en esta dirección el propósito del sueño?
Irma se queja de dolores en la garganta, el vientre y el estómago, y de una
gran opresión. Los dolores de estómago pertenecían al complejo de síntomas de
mi paciente, pero no fueron nunca muy intensos. Más bien se quejaba de
sensaciones de malestar y repugnancia. La opresión o el dolor de garganta y los
dolores de vientre apenas si desempeñaban papel alguno en su enfermedad. Me
asombra, pues, la elección de síntomas realizada en mi sueño y no me es posible
hallar por el momento razón alguna determinante.
Está pálida y abotagada. Mi paciente presenta siempre, por el contrario, una
rosada coloración. Sospecho que se ha superpuesto aquí a ella una tercera
persona.
Pienso, con temor, que quizá me haya pasado inadvertida una afección
orgánica. Como fácilmente puede comprenderse, es éste un temor constante del
especialista que apenas ve enfermos distintos de los neuróticos y se halla
habituado a atribuir a la histeria un gran número de fenómenos que otros
médicos tratan como de origen orgánico. Por otro lado, se me insinúan —no sé
por qué— ciertas dudas sobre la sinceridad de mi alarma. Si los dolores de Irma
son de origen orgánico, no me hallo obligado a curarlos. Mi tratamiento no
suprime sino los dolores histéricos. Parece realmente como si desease hubiera
existido un error en el diagnóstico, pues entonces no se me podría reprochar
fracaso alguno.
La conduzco junto a una ventana y me dispongo a reconocerle la garganta.
Al principio se resiste un poco, como acostumbran hacerlo en estos casos las
mujeres que llevan dentadura postiza. Pienso que no lo necesita. No he tenido
nunca ocasión de reconocer la cavidad bucal de Irma. El suceso del sueño me
recuerda el reciente reconocimiento de una institutriz, que me había hecho al
principio una impresión de juvenil belleza, y que luego, al abrir la boca, intentó
ocultar que llevaba dentadura postiza. A este caso se enlazan otros recuerdos de
reconocimientos profesionales y de pequeños secretos, descubiertos durante
ellos para confusión de médico y enfermo. Mi pensamiento de que Irma no
necesita dentadura postiza es, en primer lugar, una galantería para con nuestra
amiga, pero sospecho que encierra aún otro significado distinto. En un atento
análisis nos damos siempre cuenta de si hemos agotado o no los pensamientos
ocultos buscados. La actitud de Irma junto a la ventana me recuerda de repente
otro suceso. Irma tiene una íntima amiga, a la que estimo altamente. Una tarde
que fui a visitarla, la encontré al lado de la ventana en la actitud que mi sueño
reproduce, y su médico, el mismo doctor M., me comunicó que al reconocerle la
garganta había descubierto una placa de carácter diftérico. La persona del doctor
M. y la placa diftérica retoman en la continuación del sueño. Recuerdo ahora que
en los últimos meses he tenido razones suficientes para sospechar que también
esta señora padece de histeria. Irma misma me lo ha revelado. Pero ¿qué es lo
que de sus síntomas conozco? Precisamente que sufre de opresión histérica de la
garganta, como la Irma de mi sueño. Así, pues, he sustituido en éste a mi
paciente por su amiga. Ahora recuerdo que he acariciado varias veces la
esperanza de que también esta señora se confiase a mis cuidados profesionales;
pero siempre he acabado por considerarlo improbable, pues es persona de
carácter muy retraído. Se resiste a la intervención médica, como Irma en mi
sueño. Otra explicación sería la de que no lo necesita, pues hasta ahora se ha
mostrado suficientemente enérgica para dominar sin auxilio ajeno sus trastornos.
Quedan ya tan sólo algunos rasgos que no me es posible adjudicar a Irma ni a su
amiga: la palidez, el abotagamiento y la dentadura postiza. Esta última despertó
en mí el recuerdo de la institutriz antes citada. A continuación se me muestra
otra persona, a la que los rasgos restantes podrían aludir. No la cuento tampoco
entre mis pacientes, ni deseo que jamás lo sea, pues se avergüenza ante mí, y no
la creo una enferma dócil. Generalmente, se halla pálida, y en temporada que
gozó de excelente salud engordó hasta parecer abotagada[294]. Por tanto, he
comparado a Irma con otras dos personas que se resistirán igualmente al
tratamiento. ¿Qué sentido puede tener el haberla sustituido por su amiga en mi
sueño? Quizá el de que deseo realmente una tal sustitución, por serme esta
señora más simpática o porque tengo una más alta idea de su inteligencia.
Resulta, en efecto, que Irma me parece ahora ininteligente por no haber aceptado
mi solución. La otra, más lista, cedería antes. Por fin abre bien la boca; la amiga
de Irma me relataría sus pensamientos con más sinceridad y menor resistencia
que aquélla[295].
En la garganta veo una mancha blanca y escaras de forma semejante a los
cornetes de la nariz. La mancha blanca me recuerda la difteria y, por tanto, a la
amiga de Irma, y, además, la grave enfermedad de mi hija mayor, hace ya cerca
de dos años, y todos los sobresaltos de aquella triste época. Las escaras que
cubren las conchas nasales aluden a una preocupación mía sobre mi propia
salud. En esta época solía tomar con frecuencia cocaína para aliviar una molesta
rinitis, y había oído decir pocos días antes que una paciente, que usaba este
mismo medio, se había provocado una extensa necrosis de la mucosa nasal. La
prescripción de la cocaína para estos casos, dada por mí en 1885, me ha atraído
severos reproches. Un querido amigo mío, muerto ya en 1885, apresuró su fin
por el abuso de este medio.
Apresuradamente llamo al doctor M., que repite el reconocimiento. Esto
correspondería sencillamente a la posición que M. ocupaba entre nosotros. Pero
«mi apresuramiento» es lo bastante singular para exigir una especial explicación.
Evoca en mí el recuerdo de un triste suceso profesional. Por la continuada
prescripción de una sustancia que por entonces se creía aún totalmente innocua
(sulfonal) provoqué una vez una grave intoxicación en una paciente, teniendo
que acudir en busca de auxilio a la mayor experiencia de mi colega el doctor M.,
más antiguo que yo en el ejercicio profesional. Otras circunstancias accesorias
prueban que es éste realmente el suceso a que en mi sueño me refiero. La
enferma, que sucumbió a la intoxicación, llevaba el mismo nombre que mi hija
mayor. Hasta el momento no se me había ocurrido pensar en ello, pero ahora se
me aparece este suceso como una represalia del Destino y como si la sustitución
de personas hubiera de proseguir aquí en un distinto sentido: esta Matilde por
aquella Matilde; ojo por ojo y diente por diente. Parece como si fuera buscando
todas aquellas ocasiones por las que me puedo reprochar una insuficiente
conciencia profesional.
El doctor M. está pálido, se ha quitado la barba y cojea. Lo que de verdad
entraña esta parte del sueño se reduce a que el doctor M. presenta a veces tan
mal aspecto, que llega a inquietar a sus amigos. Los dos caracteres restantes
deben de pertenecer a otras personas. Recuerdo ahora a mi hermano mayor,
residente en el extranjero, que llevaba el rostro afeitado y al que, si no me
equivoco, se parecía extraordinariamente el doctor M. de mi sueño. Hace
algunos días nos llegó la noticia de que un ataque de artritismo a la cadera le
hacía cojear un poco. Tiene que existir una razón que me haya hecho confundir
en mi sueño a ambas personas en una sola. Recuerdo, en efecto, que me hallo
irritado contra ambas por algún motivo: el de haber rechazado una proposición
que recientemente les hice.
Mi amigo Otto se halla ahora al lado de la enferma, y mi amigo Leopoldo la
percute y descubre una zona de macidez abajo, a la izquierda. Leopoldo es
también médico y, además, pariente de Otto. El Destino los ha convertido en
competidores, pues ejercen igual especialidad y se los compara constantemente
entre sí. Ambos han trabajado conmigo durante varios años, mientras fui director
de un consultorio público para niños neuróticos, y con gran frecuencia se
desarrollan durante esta época escenas como la que mi sueño reproduce.
Mientras yo discutía con Otto sobre el diagnóstico de un casó, había Leopoldo
reconocido de nuevo al niño y nos aportaba un inesperado dato decisivo. Entre
Otto y Leopoldo existe una fundamental diferencia de carácter[296]. El primero
sobresalía por su rapidez de concepción, mientras que el segundo era más lento,
pero también más cuidadoso y concienzudo. Si en mi sueño coloco frente a
frente a Otto y al prudente Leopoldo, ello es claramente para hacer resaltar al
segundo. Trátase de una comparación análoga a la que anteriormente efectué
entre Irma, paciente nada dócil, y su amiga, a la que tengo por más inteligente.
Advierto también ahora una de las vías sobre la que se desplaza la asociación de
pensamientos en el sueño, y que va desde la niña enferma al consultorio para
niños enfermos. La zona de macidez, abajo, a la izquierda, me hace la impresión
de corresponder en todos sus detalles a un caso en el que me admiró la
concienzuda seguridad de Leopoldo. Por otra parte, surge en mí vagamente la
idea de algo como una afección metastásica; pero pudiera también ser una
relación con la paciente que desearía sustituyera a Irma, Esta señora simula, en
efecto, y por lo que he podido observar, una tuberculosis.
Una parte de la piel, infiltrada en el hombro izquierdo. Caigo
inmediatamente en que se trata de mis propios dolores reumáticos en el hombro,
dolores que se hacen sentir siempre que permanezco en vela hasta altas horas de
la noche. La letra del sueño confirma esta interpretación, mostrándose aquí un
tanto equívoca;… cosa que ya siento como él; esto es, que siento en mi propio
cuerpo. Además, extraño los términos, nada habituales: «Una parte de la piel
infiltrada». A la frase «una infiltración posterosuperior izquierda» estamos
acostumbrados. Esta frase se referiría al pulmón, y con ello nuevamente a la
tuberculosis.
A pesar del vestido. Esto no es, desde luego, sino una interpolación
accesoria. En el consultorio acostumbrábamos, como es natural, hacer desnudar
a los niños para reconocerlos; detalle que se opone aquí a la forma en que hemos
de reconocer a nuestras pacientes adultas. De un excelente clínico solía referirse
que nunca reconoció a sus enfermas sino por encima de los vestidos; a partir de
aquí se oscurecen mis ideas, o dicho francamente, no me siento inclinado a
profundizar más en esta cuestión.
El doctor M. dice: «No cabe duda; es una infección. Pero no hay cuidado;
sobrevendrá una disentería y se eliminará el veneno». Todo esto me parece al
principio absolutamente ridículo; mas, sin embargo, habré de someterlo, como
los demás elementos del sueño, a un cuidadoso análisis. Lo que en la paciente he
hallado es una difteritis local. De la época en que mi hija estuvo enferma,
recuerdo la discusión sobre difteritis y difteria. Esta última sería la infección
general, subsiguiente a la difteritis local. Así, pues, es una tal infección general
lo que Leopoldo diagnostica al descubrir la zona de macidez, la cual hace pensar
en un foco metastásico. Pero creo que precisamente en la difteria no se presentan
jamás tales metástasis. Más bien me recuerdan una piemia.
No hay cuidado. Es ésta una frase de aliento y consuelo, que, a mi juicio, se
justifica en la forma siguiente: el fragmento onírico últimamente examinado
pretende que los dolores de la paciente proceden de una grave afección orgánica.
Sospecho que con esto no quiero sino alejar de mí toda culpa. El tratamiento
psíquico no puede ser hecho responsable de la no curación de una difteritis. De
todos modos, me avergüenza echar sobre Irma el peso de una tan grave
enfermedad no más que para quedarme libre de todo reproche, y necesitando
algo que me garantice un desenlace favorable, me parece de perlas poner las
palabras de aliento en la boca del doctor M. Pero en este punto me coloco por
encima del sueño, cosa que necesita explicación.
Mas ¿por qué es este consuelo tan desatinado?
Disenteria. Una cualquiera representación teórica lejana de que los gérmenes
patógenos pueden ser eliminados por el intestino. ¿Me propondré acaso burlarme
así de la inclinación del doctor M. a explicaciones un tanto traídas por los
cabellos y a singulares conexiones patológicas? La disentería evoca en mí otras
ideas distintas. Hace pocos meses reconocí a un joven que padecía singulares
trastornos intestinales y al que otros colegas habían tratado como un caso de
«anemia con nutrición insuficiente». Comprobé que se trataba de un histérico,
pero no quise ensayar en él mi psicoterapia, y le recomendé que hiciese un viaje
por mar. Hace pocos días recibí desde Egipto una desesperada carta de este
enfermo, en la que me comunicaba haber padecido un nuevo ataque, que el
médico había diagnosticado de disentería. Sospecho, ciertamente, que este
diagnóstico es un error de un ignorante colega, que se ha dejado engañar por una
de las simulaciones de la histeria; pero de todos modos, no puedo por menos de
reprocharme el haber expuesto a mi paciente a contraer, sobre su afección
intestinal histérica, una afección orgánica. «Disentería» suena análogamente a
«difteria», palabra que no aparece en el sueño.
Habré realmente de aceptar que con el pronóstico optimista que en mi sueño
pongo en boca del doctor M. no persigo sino burlarme de él, pues ahora recuerdo
que hace años me relató él mismo, con grandes risas, una análoga historia. Había
sido llamado a consultar con otro colega sobre un enfermo grave, y ante el
optimismo del médico de cabecera hubo de señalarle la presencia de albúmina en
la orina del paciente. «No hay cuidado —respondió el optimista—; la albúmina
se eliminará por sí sola». No cabe, pues, duda alguna de que esta parte de mi
sueño entraña una burla hacia aquellos de mis colegas ignorantes de la histeria.
Como para confirmarlo así, surge ahora en mi pensamiento la siguiente
interrogación: ¿Sabe acaso el doctor M. que los fenómenos que su paciente —la
amiga de Irma— presenta, y que hacen temer una tuberculosis, son de origen
histérico? ¿Ha descubierto la histeria o se ha dejado burlar por ella?
Mas ¿qué motivo puedo tener para tratar tan mal a un amigo? Muy sencillo.
El doctor M. está tan poco conforme como Irma misma con la «solución» por mí
propuesta. De este modo me he vengado ya en mi sueño de dos personas: de
Irma, diciéndole que si aún tenía dolores era exclusivamente por su culpa, y del
doctor M., con el desatinado pronóstico que pongo en sus labios.
Sabemos inmediatamente de qué procede la infección. Este inmediato
conocimiento en el sueño es algo muy singular. Un instante antes no sabíamos
nada, pues la infección no fue descubierta hasta el reconocimiento efectuado por
Leopoldo.
Nuestro amigo Otto ha puesto recientemente a Irma, una vez que se sintió
mal, una inyección. Otto me había referido realmente que durante su corta
estancia en casa de la familia de Irma le llamaron del hotel próximo para poner
una inyección a un individuo que se había sentido repentinamente enfermo. Las
inyecciones me recuerdan de nuevo a aquel infeliz amigo mío que se envenenó
con cocaína. Yo le había aconsejado el uso interno de esta sustancia únicamente
durante una cura de desmorfinización, pero el desdichado comenzó a ponerse
inyecciones de cocaína.
Con un preparado a base de propil…, propilena…, ácido propiónico. ¿Cómo
puede incluirse esto en mi sueño? Aquella misma tarde, después de la cual
redacté por cierto el historial clínico de Irma y tuve el sueño que ahora me
ocupa, abrió mi mujer una botella de licor, en cuya etiqueta se leía la palabra
ananás (piña)[297], y que nos había sido regalada por Otto. Tiene éste la
costumbre de aprovechar toda ocasión que para hacer un regalo pueda
presentársele; costumbre de la que es de esperar le cure algún día una mujer[298].
Destapada la botella, emanaba del licor un tal olor amílico, que me negué a
probarlo. Mi mujer propuso regalárselo a los criados; pero yo, más prudente, me
opuse, observando humanitariamente que tampoco ellos debían envenenarse. El
olor a amílico despertó en mí, sin duda, el recuerdo de la serie química: amil,
propil, metil, etc., y este recuerdo proporcionó al sueño el preparado a base de
propil. De todos modos, he realizado aquí una sustitución. He soñado con el
propil después de haber olido el amil, pero tales sustituciones se hallan quizá
permitidas precisamente en la química orgánica.
Trimetilamina. En mi sueño veo la fórmula química de esta sustancia, cosa
que testimonia de un gran esfuerzo de mi memoria, y la veo impresa en gruesos
caracteres, como si quisiera hacer resaltar su especial importancia dentro del
contexto en que se halla incluida. ¿Adónde puede llevarme la trimetilamina
sobre la cual es atraída mi atención en esta forma? A una conversación con otro
amigo[299] mío, que desde hace muchos años sabe de todos mis trabajos en
preparación como yo de los suyos. Por aquella época me había comunicado
ciertas ideas sobre una química sexual, y, entre otras, la de que la trimetilamina
le parecía constituir uno de estos productos del metabolismo sexual. Este cuerpo
me conduce, pues, a la sexualidad; esto es, a aquel factor al que adscribo la
máxima importancia en la génesis de las afecciones nerviosas, cuya curación me
propongo. Irma, mi paciente, es una joven viuda. Si me veo en la necesidad de
disculpar el mal éxito de la cura en su caso, habré seguramente de alegar este
hecho, al que sus amigos pondrían gustosos el remedio. Pero ¡observemos cuán
singularmente construido puede hallarse un sueño! La otra señora, a la que yo
quisiera tener como paciente en lugar de Irma, es también una joven viuda.
Sospecho por qué la fórmula de la trimetilamina ha adquirido tanta
importancia en el sueño. En esta palabra se acumula un gran número de cosas
harto significativas. No sólo es una alusión al poderoso factor «sexualidad», sino
también a una persona cuya aprobación recuerdo con agrado siempre que me
siento aislado en medio de una opinión hostil o indiferente a mis teorías. Y este
buen amigo mío, que tan importante papel desempeña en mi vida, ¿no habrá de
intervenir aún más en el conjunto de ideas de mi sueño? Desde luego; posee
especialísimos conocimientos sobre las afecciones que se inician en la nariz o en
las cavidades vecinas, y ha aportado a la Ciencia el descubrimiento de
singularísimas relaciones de los cornetes nasales con los órganos sexuales
femeninos. (Las tres escaras grisáceas que advierto en la garganta de Irma.) He
hecho que reconociera a esta paciente para comprobar si los dolores de estómago
que padecía podían ser de origen nasal. Pero se da el caso de que él mismo
padece una afección nasal que me inspira algún cuidado. A esta afección alude,
sin duda, la piemia, cuya duda surge en mí, asociada a la metástasis de mi sueño.
No se ponen inyecciones de este género tan ligeramente. Acuso aquí,
directamente, de ligereza a mi amigo Otto. Realmente creo haber pensado algo
análogo la tarde anterior a mi sueño, cuando me pareció ver expresado en sus
palabras o en su mirada un reproche contra mi actuación profesional con Irma.
Mis pensamientos fueron, aproximadamente, como sigue: «¡Qué fácilmente se
deja influir por otras personas, y cuán ligero es en sus juicios!» Esta parte del
sueño alude, además, a aquel difunto amigo mío, que tan ligeramente se decidió
a inyectarse cocaína. Como ya he indicado antes, al prescribirle el uso interno de
esta sustancia no pensé jamás que pudiera administrársela en inyecciones. Al
reprochar a Otto su ligereza en el empleo de ciertas sustancias químicas observo
que rozo de nuevo la historia de aquella infeliz Matilde, de la que se deduce un
análogo reproche para mí. Claramente se ve que reúno aquí ejemplos de mi
conciencia profesional, pero también de todo lo contrario.
Probablemente estaría, además, sucia la jeringuilla. Un nuevo reproche
contra Otto, pero de distinta procedencia. Ayer encontré casualmente al hijo de
una señora de ochenta y dos años, a la que administro diariamente dos
inyecciones de morfina. En la actualidad se halla veraneando, y ha llegado hasta
mí la noticia de que padece una flebitis. Inmediatamente pensé que debía tratarse
de una infección provocada por falta de limpieza de la jeringuilla. Puedo
vanagloriarme de no haber causado un solo accidente de este género en dos años
que llevo tratándola a diario. Bien es verdad que la total asepsia de la jeringuilla
constituye mi constante preocupación. En estas cosas soy siempre muy
concienzudo. La flebitis me recuerda de nuevo a mi mujer, que padeció de esta
enfermedad durante un embarazo. Después surge en mí el recuerdo de tres
situaciones análogas, de las que fueron, respectivamente, protagonistas mi mujer,
Irma y la difunta Matilde; situaciones cuya entidad es, sin duda alguna, lo que
me ha permitido sustituir entre sí a estas tres personas en mi sueño.

Aquí termina la interpretación emprendida[300]. Durante ella me ha costado


trabajo defenderme de todas las ocurrencias a las que tenía que incitarme la
comparación del sentido del sueño con las ideas que tras él se ocultaban. El
«sentido» del sueño ha surgido a mis ojos. He advertido una intención que el
sueño realiza, y que ha tenido que constituir su motivo. El sueño cumple algunos
deseos que los sucesos del día inmediatamente anterior (las noticias de Otto y la
redacción, del historial clínico) hubieron de despertar en mí. El resultado del
sueño es, en efecto, que no soy yo, sino Otto, el responsable de los dolores de
Irma. Otto me ha irritado con sus observaciones sobre la incompleta curación de
Irma, y el sueño me venga de él, volviendo en contra suya sus reproches. Al
mismo tiempo me absuelve de toda responsabilidad por el estado de Irma,
atribuyéndolo a otros factores, que expone como una serie de razonamientos, y
presenta las cosas tal y como yo desearía que fuesen en la realidad. Su contenido
es, por tanto, una realización de deseos, y su motivo, un deseo.
Todo esto resulta evidente; pero también se nos hace comprensible, desde el
punto de vista de la realización de deseos, una gran parte de los detalles del
sueño. En éste me vengo de Otto no sólo por su parcialidad en el caso de Irma —
atribuyéndole una ligereza en el ejercicio de su profesión (la inyección)—, sino
también por la mala calidad de su licor, que apestaba a amílico, y hallo una
expresión que reúne ambos reproches: una inyección con un preparado a base de
propilena. Pero aún no me doy por satisfecho, y continúo mi venganza
situándole frente a su competidor. De este modo me parece que le digo:
«Leopoldo me inspira más estimación que tú». Tampoco es Otto el único a quien
hago sentir el peso de mi cólera. Me vengo también de mi indócil paciente,
sustituyéndola por otra más inteligente y manejable. De igual modo no dejo
pasar sin protesta la contradicción del doctor M., sino que, por medio de una
transparente alusión, le expreso un juicio de que en este caso se ha conducido
como un ignorante («sobrevendrá una disentería», etc.), y apelo contra él ante
alguien en cuya ciencia fío más (ante aquel amigo mío que me habló de la
trimetilamina), en la misma forma que apelo de Irma ante su amiga, y de Otto,
ante Leopoldo. Anuladas las tres personas que me son contrarias, y sustituidas
por otras tres de mi elección, quedo libre de los reproches que no quiero haber
merecido. La falta de fundamento de estos reproches queda también amplia y
minuciosamente demostrada en mi sueño. No me cabe responsabilidad alguna de
los dolores de Irma, pues si continúa padeciéndolos es exclusivamente por su
culpa al no querer aceptar mi solución. Tales dolores son de origen orgánico, no
pueden ser curados por medio de un tratamiento psíquico, y, por tanto, nada
tengo que ver en ellos. En tercer lugar, se explican satisfactoriamente por la
viudez de Irma (¡trimetilamina!), cosa contra la cual nada me es posible hacer.
Además, han sido provocados por una imprudente inyección que Otto le
administró con una sustancia inadecuada, falta en la que jamás he incurrido. Por
último, proceden de una inyección practicada con una jeringuilla sucia, como la
flebitis de mi anciana paciente; complicación que nunca he acarreado a mis
enfermos. Advierto, ciertamente, que estas explicaciones de los padecimientos
de Irma no concuerdan entre sí, sino que se excluyen unas a otras. Toda mi
defensa —que no otra cosa constituye este sueño— recuerda vivamente la de
aquel individuo al que un vecino acusaba de haberle devuelto inservible un
caldero que le había prestado, y que rechazaba tal acusación con las siguientes
razones: «En primer lugar, le he devuelto el caldero completamente intacto;
además, el caldero estaba ya agujereado cuando me lo prestó. Por último, jamás
le he pedido prestado ningún caldero». Las razones son contradictorias, pero
bastará con que se aprecie una de ellas para declarar al individuo libre de toda
culpa.
En el sueño aparecen otros temas, cuya relación con mis descargos respecto a
la enfermedad de Irma no se muestra tan transparente: la enfermedad de mi hija
y la de una paciente de igual nombre; la toxicidad de la cocaína; la afección de
mi paciente, residente en Egipto; mis preocupaciones sobre la salud de mi mujer,
de mi hermano y del doctor M., mis propias dolencias, y el cuidado que me
inspira la afección nasal de mi amigo ausente. Pero todo ello puede reunirse en
un solo círculo de ideas, que podría rotularse: preocupaciones sobre la salud
tanto ajena como propia, y conciencia profesional. Recuerdo haber
experimentado una vaga sensación penosa cuando Otto me trajo la noticia del
estado de Irma. Del círculo de ideas que intervienen en el sueño quisiera extraer
ahora, a posteriori, la expresión que en él halla dicha fugitiva sensación. Es
como si Otto me hubiera dicho: «No tomas suficientemente en serio tus deberes
profesionales; no eres lo bastante concienzudo, y no cumples lo que prometes».
Ante este reproche se puso a mi disposición el círculo de ideas indicado para
permitirme demostrar hasta qué punto soy un fiel cumplidor de mis deberes
médicos y cuánto me intereso por la salud de mis familiares, amigos y pacientes.
En este acervo de ideas aparecen singularmente algunos recuerdos penosos, pero
todos ellos tienden más a apoyar las inculpaciones que sobre Otto acumulo que a
mi propia defensa. El conjunto de pensamientos es impersonal, pero la conexión
de este amplio material, sobre el que el sueño reposa, con el tema más
restringido del mismo, que ha dado origen a mi deseo de no ser responsable del
estado de Irma, no puede pasar inadvertida.
De todos modos, no quiero afirmar haber descubierto por completo el sentido
de este sueño ni que en su interpretación no existan lagunas. Podría aún
dedicarle más tiempo, extraer de él nuevas aclaraciones y analizar nuevos
enigmas, a cuyo planteamiento incita. Sé incluso cuáles son los puntos a partir
de los cuales podríamos perseguir nuevas series de ideas, pero consideraciones
especiales, que surgen de todo análisis de un sueño propio, me obligan a limitar
la labor de interpretación. Aquellos que se precipiten a criticar una tal reserva
pueden intentar ser más sinceros que yo. Por el momento me satisfaré con
señalar un nuevo conocimiento que nuestro análisis nos ha revelado. Siguiendo
el método de interpretación onírica aquí indicado, hallamos que el sueño tiene
realmente un sentido, y no es en modo alguno, como pretenden los
investigadores, la expresión de una actividad cerebral fragmentaria. Una vez
llevada a cabo la interpretación completa de un sueño, se nos revela éste como
una realización de deseos[301].
CAPÍTULO III

EL SUEÑO ES UNA REALIZACIÓN DE DESEOS

C
UANDO por una angosta garganta desembocamos de repente en una
altura de la que parten diversos caminos y desde la que se nos ofrece un
variado panorama en distintas direcciones, habremos de detenernos un
momento y meditar hacia dónde debemos volver primero nuestros ojos.
Análogamente nos sucede ahora, después de llevar a término la primera
interpretación onírica. Nos hallamos envueltos en la luminosidad de un súbito
descubrimiento: el sueño no es comparable a los sonidos irregulares producidos
por un instrumento musical bajo el ciego impulso de una fuerza exterior y no
bajo la mano del músico. No es desatinado, ni absurdo, ni presupone que una
parte de nuestro acervo de representaciones duerme, en tanto que otra comienza
a despertar. Es un acabado fenómeno psíquico, y precisamente una realización
de deseos; debe ser incluido en el conjunto de actos comprensibles demuestra
vida despierta y constituye el resultado de una actividad intelectual altamente
complicada. Pero en el mismo instante en que comenzamos a regocijarnos de
nuestro descubrimiento nos vemos agobiados por un cúmulo de interrogaciones.
Si, como la interpretación onírica lo demuestra, nos presenta el sueño un deseo
cumplido, ¿de dónde procede la forma singular y desorientadora en la que tal
realización de deseos queda expresada? ¿Qué transformación han sufrido las
ideas oníricas hasta constituir el sueño manifiesto, tal y como al despertar lo
recordamos? ¿En qué forma y por qué caminos se ha llevado a cabo esta
transformación? ¿De dónde procede el material cuya elaboración ha dado cuerpo
al sueño? ¿Cuál es el origen de alguna de las peculiaridades que hemos podido
observar en las ideas oníricas; por ejemplo, la de que pueden contradecirse unas
a otras? (Véase la historia del caldero, a finales del capítulo anterior.) ¿Puede el
sueño revelarnos algo sobre nuestros procesos psíquicos internos, y puede su
contenido rectificar opiniones que durante el día mantenemos? Creo conveniente
prescindir por el momento de todas estas interrogaciones y seguir un único
camino. Nuestro primer análisis nos ha revelado que el sueño nos presenta el
cumplimiento de un deseo, y ante todo habremos de investigar si es éste un
carácter general del fenómeno onírico o, por el contrario, única y casualmente
del contenido del sueño con el que hemos iniciado nuestra labor analítica (el de
la inyección de Irma); pues aun sosteniendo que todo sueño posee un sentido y
un valor psíquico, no podemos negar a priori la posibilidad de que tal sentido no
sea el mismo en todos los sueños. El primero que analizamos era una realización
de deseos; otro podrá, quizá, presentarse como la realización de un temor; el
contenido de un tercero pudiera ser una reflexión, y otros, por último, limitarse
sencillamente a reproducir un recuerdo. Nuestra labor se dirigirá, pues, en primer
lugar, a averiguar si existen o no sueños distintos de los realizados de deseos.
Fácilmente puede demostrarse que los sueños evidencian frecuentemente, sin
disfraz alguno, el carácter de realización de deseos, hasta el punto de que nos
asombra cómo el lenguaje onírico no ha encontrado comprensión hace ya mucho
tiempo. Hay, por ejemplo, un sueño, que puedo provocar siempre en mí, a
voluntad y como experimentalmente. Cuando en la cena tomo algún plato muy
salado, siento por la noche intensa sed, que llega a hacerme despertar. Pero antes
que esto suceda tengo siempre un sueño de idéntico contenido: el de que bebo
agua a grandes tragos y con todo el placer del sediento. Sin embargo, despierto
después y me veo en la necesidad de beber realmente. El estímulo de este
sencillo sueño ha sido la sed, que al despertar continúo sintiendo; sensación de la
que emana el deseo de beber. El sueño me presenta realizado este deseo,
cumpliendo, al hacerlo así, una función que se me revela en seguida. Mi reposo
es, generalmente, profundo y tranquilo, y ninguna necesidad física suele
interrumpirlo. Si soñando que bebo logro engañar mi sed, me habré evitado tener
que despertar para satisfacerla. Se trata, por tanto, de un «sueño de comodidad»
(Bequemlichkeitstraum). El sueño se sustituye a la acción, como sucede también
en la vida despierta. Desgraciadamente, mi necesidad de agua para calmar mi
sed no puede ser satisfecha por medio de un sueño, como mi sed de venganza
contra mi amigo Otto y contra el doctor M., pero en ambos casos existe una
idéntica buena voluntad por arte del fenómeno onírico.
Este mismo sueño se presentó modificado en una reciente ocasión. Antes de
conciliar el reposo, sentí ya sed y agoté el vaso de agua que había encima de mi
mesa de noche. Horas después se renovó mi sed y con ella la excitación
consiguiente. Para procurarme agua, hubiera tenido que levantarme y coger el
vaso que quedaba lleno en la mesa de noche de mi mujer. Adecuadamente a esta
circunstancia, soñé que mi mujer me dada a beber en un cacharro de forma poco
corriente, que reconocí era un vaso cinerario etrusco, traído por mí de un viaje a
Italia y que recientemente había regalado. Pero el agua sabía tan salada —
seguramente a causa de la ceniza contenida en el vaso— que desperté en el acto.
Obsérvese con qué minucioso cuidado lo dispone todo el sueño para la
mayor comodidad del sujeto. Siendo su exclusivo propósito el de realizar un
deseo, puede mostrarse absolutamente egoísta. El amor a la comodidad propia es
inconciliable con el respeto a la de otras personas. La intervención del vaso
cinerario constituye también una realización de deseos. Me disgusta no poseerlo
ya, del mismo modo que me disgusta tener que levantarme para coger el vaso de
encima de la mesilla de noche. Por su especial destinación —la de contener
cenizas— se adapta, además, al resabor salado que ha provocado en mí la sed
que habrá de acabar por despertarme[302].
Estos sueños de comodidad eran en mí muy frecuentes durante mis años
juveniles. Acostumbrado desde siempre a trabajar hasta altas horas de la noche,
me era luego muy penoso tener que despertarme temprano, y solía soñar que me
había levantado ya y estaba lavándome. Al cabo de un rato, no podía menos de
reconocer que aún me hallaba en el lecho; pero, entre tanto, había logrado
continuar durmiendo unos minutos más. Un análogo sueño de pereza,
especialmente chistoso, me ha sido comunicado por uno de mis colegas que, por
lo visto, comparte mi afición al reposo matinal.
La dueña de la pensión en que vivía tenía el encargo severísimo de
despertarle con tiempo para llegar al hospital a la hora marcada, encargo cuyo
cumplimiento no dejaba de entrañar graves dificultades. Una mañana dormía mi
colega con especial delectación, cuando la patrona le gritó desde la puerta:
«¡Levántese usted, don José, que es ya la hora de ir al hospital!» A continuación
soñó que ocupaba una de las salas del hospital, un lecho sobre el cual colgaba un
tarjetón con las palabras: «José H., cand., méd., veintidós años». Viendo esto, se
dijo en sueños: «Si estoy ya en el hospital, no tengo por qué levantarme para ir».
Y dándose la vuelta continuó durmiendo. Con su razonamiento se había
confesado sin disfraz alguno el motivo de su sueño.
He aquí otro sueño cuyo estímulo actúa también durante el reposo: una de
mis pacientes, que había tenido que someterse a una operación en la mandíbula,
operación cuyo resultado fue desgraciadamente negativo, debía llevar de
continuo, sobre la mejilla operada, un determinado aparato. Mas por las noches,
en cuanto se dormía, lo arrojaba lejos de sí. Se me pidió que le amonestara por
aquella desobediencia al consejo de los médicos, pero ante mis reproches se
disculpó la enferma, alegando que la última vez lo había hecho sin darse cuenta
y en el transcurso de un sueño. «Soñé que estaba en un palco de la Opera y que
la representación me interesaba extraordinariamente. En cambio, Carlos Meyer
se hallaba en el sanatorio y padecía horribles dolores de cabeza. Entonces me
dije que, como a mí no me dolía nada, no necesitaba ya el aparato, y lo tiré».
Este sueño de la pobre enferma parece la representación plástica de una frase
muy corriente que acude a nuestros labios en las situaciones desagradables:
«¡Vaya una diversión! ¡Como no encuentre nunca otra más agradable…!» El
sueño, solícito a los deseos de la durmiente, le proporcionaba la mejor diversión
anhelada. El Carlos Meyer al que traslada sus dolores es aquel de sus amigos que
menos simpatías le inspira.
Con igual facilidad descubrimos la realización de deseos en algunos otros de
los sueños de personas sanas por mí reunidos. Un amigo mío, que conoce mi
teoría onírica y se la ha explicado a su mujer, me dijo un día: «Mi mujer ha
soñado ayer que tenía el período. ¿Qué puede esto significar?» La respuesta es
sencilla: si la joven casada ha soñado que tenía el periodo es, indudablemente,
porque aquel mes le ha faltado o se le retrasa, y hemos de suponer que le sería
grato verse libre, aún, durante algún tiempo, de los cuidados y preocupaciones
de la maternidad. Resulta, pues, que al comunicar su sueño a su marido le
anuncia sin saberlo, de una manera delicada, su primer embarazo.
Otro amigo me escribió que su mujer había soñado que advertía en su camisa
manchas de leche; también esto es un anuncio de embarazo, pero no ya del
primero, pues el sueño realiza el deseo de la durmiente de poder criar a su
segundo hijo con más facilidad que al primero.
Una casada joven a la que una enfermedad infecciosa de un hijo suyo había
apartado durante algunas semanas de toda relación social, soñó, días después del
feliz término de la enfermedad, que se hallaba en una reunión de la que
formaban parte A. Daudet, Bourget, Prévost y otros escritores conocidos,
mostrándose todos muy amables para con ella. Daudet y Bourget aparecen en el
sueño tal y como la durmiente los conoce por retratos; en cambio, Prévost, del
que nunca ha visto ninguno, toma la figura del empleado que había venido el día
anterior a desinfectar el cuarto del enfermo y que había sido la primera persona
extraña a la casa que desde el comienzo de la enfermedad de su hijo había visto
la sociable señora. Este sueño puede quizá interpretarse, sin dejar laguna
ninguna, por el pensamiento siguiente de la sujeto: «Ya es hora de que pueda
dedicarme a algo más divertido que esta labor de enfermera».
Bastará quizá esta selección para demostrar cómo con gran frecuencia y en
las más diversas circunstancias hallamos sueños que se nos muestran
comprensibles a título de realizaciones de deseos y evidencian sin disfraz alguno
su contenido. Son éstos, en su mayor parte, sueños sencillos y cortos, que se
apartan, para descanso del investigador, de las embrolladas y exuberantes
composiciones oníricas, que han atraído casi exclusivamente la atención de los
autores. A pesar de su sencillez, merecen ser examinados con detención, pues
nos proporcionan inestimables datos sobre la vida onírica. Los sueños de forma
más sencilla habrán de ser, indudablemente, los de los niños, cuyos rendimientos
psíquicos son, con seguridad, menos complicados que los de personas adultas. A
mi juicio, la psicología infantil está llamada a prestarnos, con respecto a la
psicología del adulto, idénticos servicios que la investigación de la anatomía o el
desarrollo de los animales inferiores ha prestado para la de la estructura de
especies zoológicas superiores. Pero hasta el presente no han surgido sino muy
escasas tentativas de utilizar para tal fin la psicología infantil.
Los sueños de los niños pequeños son con frecuencia simples realizaciones
de deseos, y al contrario de los de personas adultas, muy poco interesantes. No
presentan enigma ninguno que resolver, pero poseen un valor inestimable para la
demostración de que por su última esencia significa el sueño una realización de
deseos. Los sueños de mis propios hijos me han proporcionado material
suficiente de este género.
A una excursión desde Aussee a Hallstatt,realizada durante el verano de
1896, debo dos ejemplos de estos sueños: uno, de mi hija, que tenía por entonces
ocho años y medio, y otro de uno de mis hijos, niño de cinco años y tres meses.
Como información preliminar expondré que en aquel verano vivíamos en una
casa situada sobre una colina cercana a Aussee, desde la cual se dominaba un
espléndido panorama. En los días claros se veía en último término la Dachstein,
y con ayuda de un anteojo de larga vista se divisaba la Simonyhuette, cabaña
emplazada en la cumbre de dicha montaña. Los niños habían mirado varias
veces con el anteojo, pero no sé si habían logrado ver algo. Antes de emprender
la excursión, de la que se prometían maravillas, les había dicho yo que Hallstatt
se hallaba al pie de la Dachstein. Desde Hallstatt nos dirigimos al valle de
Escher, cuyos variados panoramas entusiasmaron a los chicos. Sólo uno de ellos
—el de cinco años— parecía disgustado. Cada vez que aparecía a su vista una
nueva montaña me preguntaba si era la Dachstein, y a medida que recibía
respuestas negativas se fue desanimando, y terminó por enmudecer y rehusar
tomar parte en una pequeña ascensión que los demás hicieron para ver una
cascada. Le creí fatigado; pero a la mañana siguiente vino a contarme, rebosando
alegría, que aquella noche había subido en sueños a la Simonyhuette, y entonces
comprendí que al oírme hablar de la Dachstein, antes de la excursión, había
creído que subiríamos a esta montaña y visitaríamos la cabaña de que tanto
hablaban los que miraban por el anteojo. Luego, cuando se dio cuenta de que
nuestro itinerario era distinto, quedó defraudado y se puso de mal humor. El
sueño le compensó de su descanso. Los detalles que de él pudo darme eran, sin
embargo, muy pobres: «Para llegar a la cabaña hay que subir escaleras durante
seis horas», circunstancia de la que, sin duda, había oído hablar en alguna
ocasión.
También en la niña de ocho años y medio despertó esta excursión un deseo,
que no habiéndose realizado, tuvo que ser satisfecho por el sueño. Habíamos
llevado con nosotros a un niño de doce años, hijo de unos vecinos nuestros, que
supo conquistarse en poco tiempo todas las simpatías de la niña. A la mañana
siguiente vino ésta a contarme un sueño que había tenido: «Figúrate que he
soñado que Emilio era uno de nosotros; os llamaba “papá” y “mamá”, y dormía
con nosotros en la alcoba grande. Entonces venía mamá y echaba un puñado de
bombones, envueltos en papeles verdes y azules, debajo de las camas». Los
hermanos de la pequeña, a los que, indudablemente, no ha sido transmitido por
herencia el conocimiento de la interpretación onírica, declararon, como cualquier
investigador, que aquel sueño era un disparate. Pero la niña defendió parte del
mismo, y es muy interesante para la teoría de las neurosis saber cuál: «Que
Emilio vivía con nosotros puede ser un disparate; pero lo de los bombones, no».
Para mí era precisamente esto lo que me parecía oscuro, pero mi mujer me
proporcionó la explicación. En el camino desde la estación a casa se habían
detenido los niños ante una máquina de la que, echando una moneda, salían
bombones envueltos en brillantes papeles de colores. Mi mujer, pensando con
razón que aquel día había traído ya consigo suficientes realizaciones de deseos,
dejó la satisfacción de este último para el sueño, y ordenó a los niños que
continuaran adelante. Toda esta escena había pasado inadvertida para mí. La
parte de su sueño que mi hija aceptaba como desatinada me era, en cambio,
comprensible sin necesidad de explicación alguna. Durante la excursión había
oído cómo nuestro pequeño invitado aconsejaba, lleno de formalidad, a los niños
que esperasen hasta que llegasen el papá o la mamá. Esta sumisión interina
quedó convertida por el sueño en una adopción duradera. La ternura de mi hija
no conocía aún otras formas de la vida común que aquellas fraternales que su
sueño le mostraba: por qué los bombones eran arrojados por la mamá
precisamente debajo de las camas constituía un detalle imposible de esclarecer
sin interrogar a la niña analíticamente.
Un amigo mío me ha comunicado un sueño totalmente análogo al de mi hijo,
soñado por una niña de ocho años. Su padre la había llevado de paseo con otros
niños, y cuando se hallaban ya cerca del lugar que se habían propuesto como fin,
lo avanzado de la hora los obligó a emprender el regreso, consolándose los
infantiles excursionistas con la promesa de volver otro día con más tiempo.
Luego, en el camino, atrajo su atención un nombre, inscrito en un poste
indicador, y expresaron su deseo de ir al lugar a que correspondía; pero por la
misma razón de tiempo tuvieron que contentarse con una nueva promesa. A la
mañana siguiente, lo primero que la niña dijo a su padre fue que había soñado
que iba con él, tanto al lugar que no habían alcanzado la víspera como a aquel
otro al que después había prometido llevarlos. Su impaciencia había anticipado,
por tanto, la realización de las promesas de su padre[303].
Igualmente sincero es otro sueño que la belleza del paisaje de Aussee
provocó en otra hija mía de tres años y tres meses. Había hecho por primera vez
una travesía en bote sobre el lago, y el tiempo había pasado tan rápidamente para
ella, que al volver a tierra se echó a llorar con amargura, resistiéndose a
abandonar el bote. A la mañana siguiente me contó: «Esta noche he estado
paseando por el lago». Esperemos que la duración de este paseo nocturno la
satisficiera más.
Mi hijo mayor, que por esta época tenía ocho años, soñó ya una vez con la
realización de una fantasía. En su sueño acompañó a Aquiles en el carro de
guerra que Diomedes guiaba. La tarde anterior le había apasionado la lectura de
un libro de leyendas mitológicas, regalado a su hermana mayor.
Admitiendo que las palabras que los niños suelen pronunciar dormidos
pertenecen también al círculo de los sueños, comunicaré aquí uno de los
primeros sueños de la colección por mí reunida. Teniendo mi hija menor
diecinueve meses, hubo que someterla a dieta durante todo un día, pues había
vomitado repetidamente por la mañana. A la noche se le oyó exclamar
enérgicamente en sueños: «Ana F(r)eud, f(r)ésas, f(r)ambuesas, bollos, papilla».
La pequeña utilizaba su nombre para expresar posesión, y el menú que a
continuación detalla contiene todo lo que podía parecerle una comida deseable.
El que la fruta aparezca en él repetida constituye una rebelión contra nuestra
policía sanitaria casera, y tenía su motivo en la circunstancia, advertida
seguramente por la niña, de que la niñera había achacado su indisposición a un
excesivo consumo de fresas. Contra esta observación y sus naturales
consecuencias toma ya en sueños su desquite[304].
Si consideramos dichosa a la infancia por no conocer aún al deseo sexual,
tenemos, en cambio, que reconocer cuán rica fuente de desencanto y
renunciamiento, y con ello de génesis de sueños, constituye para ella el otro de
los dos grandes instintos vitales[305].
Expondré aquí un segundo ejemplo de este género. Un sobrino mío, de
veintidós meses, recibió el encargo de felicitarme el día de mi cumpleaños y
entregarme como regalo un cestillo de cerezas, fruta rara aún en esta época. Su
cometido le debió de parecer harto penoso de cumplir, pues, señalado el cestillo,
se limitaba a repetir: «Dent(r)o hay cerezas», sin que por nada del mundo se
decidiese a entregármelo. Obligado a ello, supo después hallar una
compensación. Hasta aquel día solía contar todas las mañanas que había soñado
con el «soldado blanco», un oficial de la Guardia imperial que le inspiró una
gran admiración un día que le vio por la calle; pero al día siguiente a mi
cumpleaños se despertó diciendo alegremente: «Ge(r)mán, comido todas las
cerezas», afirmación que no podía hallarse fundada sino en un sueño[306].
Ignoro con qué soñarán los animales. Un proverbio parece, sin embargo,
saberlo, pues pregunta: «¿Con qué sueña el ganso?», y responde: «Con el
maíz[307]». Toda la teoría que atribuye al sueño el carácter de realización de
deseos se halla contenida en estas dos frases[308].
Observamos ahora que hubiéramos llegado a nuestra teoría del sentido oculto
de los sueños por el camino más corto con sólo consultar el uso vulgar del
lenguaje. La sabiduría popular habla a veces con bastante desprecio de los
sueños, parece querer dar la razón a la Ciencia cuando juzga en un proverbio que
«los sueños son vana espuma»; mas para el lenguaje corriente es
predominantemente el sueño el benéfico realizador de deseos. «Esto no me lo
hubiera figurado ni en sueños», exclama encantado aquel que encuentra
superada por la realidad sus esperanzas.
CAPÍTULO IV

LA DEFORMACIÓN ONÍRICA

S
É desde luego que ante mi afirmación de que todo sueño es una
realización de deseos y que no existen por tanto, sino sueños optativos,
habrán de alzarse rotundas negativas. Se me objetará que la existencia de
sueños interpretables como realizaciones de deseos no es cosa nueva y ha sido
observada ya por un gran número de autores (cf. Radestock, págs. 137 y 138;
Volkelt, págs. 110 y 111; Purkinje, pág. 456; Tissié, pág. 70; M. Simón, pág. 42
—sobre los sueños de hambre del barón de Trenck durante su encarcelamiento
—; Griesinger, pág. 111)[309], pero que el negar en absoluto la posibilidad de otro
género de sueños no es sino una injustificada generalización, fácilmente
controvertible por fortuna. Existen, en efecto, muchos sueños de contenido
penoso que no muestran el menor indicio de una realización de deseos. E. V.
Hartman, el filósofo pesimista, es quien más se aleja de esta percepción de la
vida onírica. En su Filosofía de lo inconsciente escribe (segunda parte, pág.
344):
«Con los sueños pasan al estado de reposo todos los cuidados de la vida
despierta, y no, en cambio, aquello que puede reconciliar al hombre culto con la
existencia: el goce científico y artístico…» Pero también observadores menos
pesimistas han hecho resaltar la circunstancia de que en los sueños son más
frecuentes el dolor y el displacer que el placer (cf. Scholz, pág. 33; Volkelt,
página 80, y otros). Las «señoras Sarah Weed y Florence Hallam han formado
una estadística de sus sueños, y deducido de ella una expresión numérica para el
predominio del displacer en la vida onírica —un 58 por 100 de sueños penosos y
un 28,6 por 100 de sueños agradables—. Por otra parte, además de estos sueños,
que continúan durante el reposo los diversos sentimientos penosos de la vida
despierta, existen sueños de angustia, en los que esta sensación, la más terrible
de todas las displacientes, se apodera de nosotros hasta que su misma intensidad
nos hace despertar, y se da el caso de que los niños, en cuyos sueños se nos ha
mostrado la realización de deseos sin disfraz alguno, se hallan sujetos con gran
frecuencia a tales pesadillas angustiosas» (cf. las observaciones de Debacker
sobre el pavor nocturnas.)
Los sueños de angustia parecen realmente excluir la posibilidad de una
generalización del principio que los análisis incluidos en el capítulo anterior nos
llevaron a deducir, o sea, el de que los sueños son una realización de deseos, y
hasta demostrar su total absurdo. Sin embargo, no es muy difícil sustraerse a
estas objeciones, aparentemente incontrovertibles. Obsérvese tan sólo que
nuestra teoría no reposa sobre los caracteres del contenido manifiesto, sino que
se basa en el contenido ideológico que la labor de interpretación nos descubre
detrás del sueño. Confrontemos, en efecto, el contenido manifiesto con el
latente. Es cierto que existen sueños en los que el primero es penosísimo. Pero
¿se ha intentado nunca interpretar estos sueños y descubrir el contenido
ideológico latente de los mismos? Desde luego, no; y por tanto, no pueden
alcanzarnos ya las objeciones citadas, y cabe siempre la posibilidad de que
también los sueños penosos y los de angustia se revelen después de la
interpretación como realizaciones de deseos[310].
En la investigación científica resulta a veces ventajoso, cuando un problema
presenta difícil solución, acumular a él otro nuevo; del mismo modo que nos es
más fácil cascar dos nueces apretándolas una contra otra que separadamente.
Así, a la interrogación planteada de cómo los sueños penosos y los de angustia
pueden constituir realizaciones de deseos, podemos agregar, deduciéndola de las
características de la vida onírica hasta ahora examinadas, la de por qué los
sueños de contenido indiferente, que resultan ser realizaciones de deseos, no
muestran abiertamente este significado. Tomemos el sueño examinado antes con
todo detalle de la inyección de Irma; no es de carácter penoso, y la interpretación
nos lo ha revelado como una amplia realización de deseos. Mas ¿por qué precisa
de interpretación? ¿Por qué no expresa directamente su sentido? A primera vista
no nos hace tampoco la impresión de presentar realizado un deseo del durmiente,
y sólo después del análisis es cuando nos convencemos de ello. Dando a este
comportamiento del sueño, cuyos motivos ignoramos aún, el nombre de
«deformación onírica» (Traumentstellung), surge en nosotros la segunda
interrogación: ¿de dónde proviene esta deformación de los sueños?
Si para contestar a esta pregunta echamos mano a las primeras ocurrencias
que por su estímulo surgen en nuestro pensamiento, podremos proponer varias
soluciones verosímiles; por ejemplo, la de que durante el reposo no existe el
poder de crear una expresión correspondiente a las ideas del sueño. Pero el
análisis de determinados sueños nos obliga a aceptar una distinta explicación de
la deformación onírica. Para demostrarlo expondré la interpretación de otro
sueño propio; interpretación que, si bien me fuerza a cometer de nuevo multitud
de indiscreciones, compensa este sacrificio personal con un acabado
esclarecimiento del problema planteado.
Información preliminar. —En la primavera de 1897 supe que dos profesores
de nuestra Universidad me habían propuesto para el cargo de profesor
extraordinario; hecho que, a más de sorprenderme por inesperado, me causó una
viva alegría, pues suponía una prueba de estimación, independiente de toda
relación personal, por parte de dos hombres de altos merecimientos científicos.
Pero en el acto me dije que no debía fundar esperanza alguna en la propuesta de
que había sido objeto, pues durante los últimos años había hecho el Ministerio
caso omiso de todas las que le habían sido dirigidas, y muchos de mis colegas,
de más edad, y por lo menos de iguales merecimientos que yo, esperaban en
vano su promoción. Careciendo de motivos para esperar mejor suerte, decidí
resignarme a que mi nombramiento quedase sin efecto. «Después de todo —me
dije—, no soy ambicioso, y ejerzo con éxito mi actividad profesional sin
necesidad de título honorífico ninguno, aunque también es verdad que en este
caso no se trata de que las uvas estén verdes o maduras, pues lo indudable es que
se hallan fuera de mi alcance».
Así las cosas, recibí una tarde la visita de un colega, con el que me unían
vínculos de amistad, y que se contaba precisamente entre aquéllos cuya suerte
me había servido de advertencia. Candidato desde hacía mucho tiempo al
nombramiento de profesor, que hace del médico en nuestra sociedad moderna
una especie de semidiós ante los ojos de los enfermos, y menos resignado que
yo, solía visitar de cuando en cuando las oficinas del ministerio para activar la
resolución de su empeño. De una de tales visitas venía la tarde a que me refiero,
y me relató que esta vez había puesto en un aprieto al alto empleado que le
recibió, preguntándole sin ambages si el retraso de su nombramiento dependía
realmente de consideraciones confesionales. La respuesta fue que, en efecto,
dadas las corrientes de opinión dominantes, no se hallaba S. E., por el momento,
en situación, etc., etc. «Por lo menos sé ya a qué atenerme», dijo mi amigo al
final de su relato, con el cual no me había revelado nada nuevo, aunque si me
había afirmado en mi resignación, pues las consideraciones confesionales
alegadas eran también aplicables a mi caso[311].
A la madrugada siguiente a esta visita tuve un sueño de contenido y formas
singulares. Se componía de dos ideas y dos imágenes, en sucesión alternada; mas
para el fin que aquí perseguimos nos bastará con comunicar su primera mitad, o
sea, una idea y una imagen.
I.Mi amigo R. es mi tío. Siento un gran cariño por él.
II.Veo ante mí su rostro, pero algo cambiado y como alargado, resaltando con
especial precisión la rubia barba que lo encuadra. A continuación sigue la
segunda mitad del sueño, compuesta de otra idea y otra imagen, de las que
prescindo, como antes indiqué.
La interpretación de este sueño se desarrolló en la forma siguiente:
Al recordarlo por la mañana me eché a reír, exclamando: «¡Qué disparate!»
Pero no pude apartar de él mi pensamiento en todo el día, y acabé por dirigirme
los siguientes reproches: «Si cualquiera de tus enfermos tratase de rehuir la
interpretación de uno de sus sueños, tachándolo de disparatado, pensarías que
detrás de dicho sueño se escondía alguna historia desagradable, cuya percatación
intentaba evitarse. Por tanto, debes proceder contigo mismo como con un tal
enfermo procederías. Tu opinión de que este sueño es un desatino no significa
sino una resistencia interior contra la interpretación y no debes dejarte vencer
por ella. Estos pensamientos me movieron a emprender el análisis.
»R. es mi tío». ¿Qué puede esto significar? No he tenido más que un tío, mi
tío José[312], protagonista por cierto de una triste historia. Llevado por el ansia de
dinero, se dejó inducir a cometer un acto que las leyes castigan severamente y
cayó bajo el peso de las mismas. Mi padre, que por entonces (de esto hace ya
más de treinta años) encaneció del disgusto, solía decir que tío José no había
sido nunca un hombre perverso, y sí únicamente un imbécil. De este modo, al
pensar en mi sueño que mi amigo R. es mi tío José, no quiero decir otra cosa
sino que R. es un imbécil. Esto, aparte de serme muy desagradable, me parece al
principio inverosímil. Mas para confirmarlo acude el alargado rostro, encuadrado
por una cuidada barba rubia, que a continuación veo en mi sueño. Mi tío tenía
realmente cara alargada, y llevaba una hermosa barba rubia. En cambio, mi
amigo R. ha sido muy moreno; pero, como todos los hombres morenos, paga
ahora, que comienza a encanecer, el atractivo aspecto de sus años juveniles, pues
su barba va experimentando, pelo a pelo, transformaciones de color nada
estéticas, pasando primero al rojo sucio y luego al gris amarillento antes de
blanquear definitivamente. En uno de estos cambios se halla ahora la barba de
mi amigo R., y, según advierto con desagrado, también la mía. El rostro que en
sueños he visto es al mismo tiempo el de R. y el de mi tío José, como si fuese
una de aquellas fotografías en que Galton obtenía los rasgos característicos de
una familia, superponiendo en una misma placa los rostros de varios de sus
individuos. Así, pues, habré de aceptar que en mi sueño quiero, efectivamente,
decir que mi amigo R. es un imbécil, como mi tío José.
Lo que no sospecho aún es para qué habré podido establecer una tal
comparación, contra la que todo en mí se rebela, aunque he de reconocer que no
pasa de ser harto superficial, pues mi tío José era un delincuente, y R. es un
hombre de conducta intachable. Sin embargo, también él ha sufrido los rigores
de la Ley por haber atropellado a un muchacho, yendo en bicicleta. ¿Me referiré
acaso en mi sueño a este delito? Sería llevar la comparación hasta lo ridículo.
Pero recuerdo ahora una conversación mantenida hace unos días con N., otro de
mis colegas, y que versó sobre el mismo tema de la detallada en la información
preliminar. N., al que encontré en la calle, se halla también propuesto para el
cargo de profesor, y me felicitó por haber sido objeto de igual honor; felicitación
que yo rechacé, diciendo: «No sé por qué me da usted la enhorabuena
conociendo mejor que nadie, por experiencia propia, el valor de tales
propuestas». A estas palabras mías, bromeando, repuso N. : «¿Quién sabe? Yo
tengo quizá algo especial en contra mía. ¿Ignora usted acaso que fui una vez
objeto de una denuncia? Naturalmente, se trataba de una vulgar tentativa de
chantaje, y todavía me costó Dios y ayuda librar a la denunciante del castigo
merecido. Pero ¿quién me dice que en el Ministerio no toman este suceso como
pretexto para negarme el título de profesor? En cambio, a usted no tienen “pero”
que ponerle».
Con el recuerdo de esta conversación se me revela el delincuente de que
precisaba para completar la comprensión del paralelo establecido en mi sueño, y
al mismo tiempo todo el sentido y la tendencia de este último. Mi tío José —
imbécil y delincuente— representa en mi sueño a mis dos colegas, que no han
alcanzado aún el nombramiento de profesor, y por el hecho mismo de
representarlos tacha al uno de imbécil, y de delincuente al otro. Asimismo, veo
ahora con toda claridad para qué me es necesario todo esto. Si efectivamente es a
razones «confesionales» a lo que obedece el indefinido retraso de la promoción
de mis dos colegas, puedo estar seguro de que la propuesta hecha a mi favor
habrá de correr la misma suerte. Por lo contrario, si consigo atribuir a motivos
distintos, y que no pueda alcanzarme el veto opuesto a ambos por las altas
esferas oficiales, no tendré por qué perder la esperanza de ser nombrado. En este
sentido actúa, pues, mi sueño, haciendo de R. un imbécil, y de N., un
delincuente. En cambio, yo, libre de ambos reproches, no tengo ya nada común
con mis dos colegas, puedo esperar confiado mi nombramiento y me veo libre de
la objeción revelada a mi amigo R. por el alto empleado del Ministerio; objeción
que es perfectamente aplicable a mi caso.
A pesar de los esclarecimientos logrados, no puedo dar aquí por terminada la
interpretación, pues siento que falta aún mucho que explicar y sobre todo no he
conseguido todavía justificar ante mis propios ojos la ligereza con que me he
decidido a denigrar a dos de mis colegas, a los que respeto y estimo, sólo por
desembarazar de obstáculos mi camino hacia el Profesorado. Claro es que el
disgusto que tal conducta me inspira queda atenuado por mi conocimiento del
valor que debe concederse a los juicios que en nuestros sueños formamos. No
creo realmente que R. sea un imbécil, ni dudo un solo instante de la explicación
que N. me dio del enojoso asunto en que se vio envuelto, como tampoco podía
creer en realidad que Irma se hallaba gravemente enferma a causa de una
inyección de un preparado a base de propilena que Otto le había administrado.
Lo que tanto en un caso como en otro expresa mi sueño no es sino mi deseo de
que así fuese. La afirmación por medio de la cual se realiza este deseo parece
más absurda en el sueño de Irma que en el últimamente analizado, pues en éste
quedan utilizados con gran habilidad varios puntos de apoyo efectivos,
resultando así como una diestra calumnia, en la que «hay algo de verdad». En
efecto, mi amigo R. fue propuesto con el voto en contra de uno de los profesores,
y N. me proporcionó por sí mismo, inocentemente, en la conversación relatada,
material más que suficiente para denigrarle. Repito, no obstante, que me parece
necesario más amplio esclarecimiento.
Recuerdo ahora que el sueño contenía aún otro fragmento, del que hasta
ahora no me he ocupado en la interpretación. Después de ocurrírseme que R. es
mi tío, experimento en sueños un tierno cariño hacia él. ¿De dónde proviene este
sentimiento? Mi tío José no me inspiró nunca, naturalmente, cariño alguno; R.
es, desde hace años, un buen amigo mío, al que quiero y estimo, pero si me
oyera expresarle mi afecto en términos aproximadamente correspondientes al
grado que él mismo alcanza en mi sueño, quedaría con seguridad un tanto
sorprendido. Tal afecto me parece, pues, tan falso y exagerado —aunque esto
último en sentido inverso— como el juicio que sobre sus facultades intelectuales
expreso en mi sueño al fundir su personalidad con la de mi tío. Pero esta misma
circunstancia me hace entrever una posible explicación. El cariño que por R.
siento en mi sueño no pertenece al contenido latente; esto es, a los pensamientos
que se esconden detrás del sueño. Por el contrario, se halla en oposición a dicho
contenido, y es muy apropiado para encubrirse su sentido. Probablemente no es
otro su destino. Recuerdo qué enérgica resistencia se opuso en mí a la
interpretación de este sueño, y cómo fui aplazándola una y otra vez hasta la
noche siguiente, con el pretexto de que todo él no era sino un puro disparate.
Por mi experiencia psicoanalítica sé cómo han de interpretarse estos juicios
condenatorios. Su valor no es el de un conocimiento, sino tan sólo el de una
manifestación afectiva. Cuando mi hija pequeña no quiere comer una manzana
que le ofrecen afirma que está agria sin siquiera haberla probado. En aquellos
casos en que mis pacientes siguen esta conducta infantil comprendo en seguida
que se trata de una representación que quieren reprimir. Esto mismo sucede en
mi sueño. Me resisto a interpretarlo, porque la interpretación contiene algo
contra lo cual me rebelo, y que una vez efectuada aquélla, demuestra ser la
afirmación de que R. es un imbécil. El cariño que por R. siento no puedo
referirlo a las ideas latentes de mi sueño, pero sí, en cambio, a ésta, mi
resistencia. Si mi sueño, comparado con su contenido latente, aparece deformado
hasta la inversión, con respecto a este punto habré de deducir que el cariño en él
manifiesto sirve precisamente a dicha deformación; o dicho de otro modo: que la
deformación demuestra ser aquí intencionada, constituyendo un medio de
disimulación. Mis ideas latentes contienen un insulto contra R., y para evitar que
yo me dé cuenta de ello llega al contenido manifiesto todo lo contrario; esto es,
un cariñoso sentimiento hacia él.
Podía ser éste un descubrimiento de carácter general. Como hemos visto por
los ejemplos incluidos en el capítulo III, existen sueños que constituyen f raneas
realizaciones de deseos. En aquellos casos en que tal realización aparece
disfrazada e irreconocible habrá de existir una tendencia opuesta al deseo de que
se trate, y a consecuencia de ella no podría el deseo manifestarse sino encubierto
y disfrazado. La vida social nos ofrece un proceso paralelo a este que en la vida
psíquica se desarrolla, mostrándonos una análoga deformación de un acto
psíquico. En efecto, siempre que en la relación social entre dos personas se halle
una de ellas investida de cualquier poder, que imponga a la otra determinadas
precauciones en la expresión de sus pensamientos, se verá obligada esta última a
deformar sus actos psíquicos, al exteriorizarlos; o dicho de otro modo: a
disimular. La cortesía social que estamos habituados a observar cotidianamente
no es en gran parte sino tal disimulo. Asimismo, al comunicar aquí a mis lectores
las interpretaciones de mis sueños me veo forzado a llevar a cabo tales
deformaciones. De esta necesidad de disfrazar nuestro pensamiento se lamentaba
también el poeta: Lo mejor que saber puede/no te es dado decírselo a los
niños[313].
En análoga situación se encuentra el escritor político que quiere decir unas
cuantas verdades desagradables al Gobierno. Si las expresa sin disfraz alguno, la
autoridad reprimirá su exteriorización, a posteriori, si se trata de manifestaciones
verbales, o preventivamente, si han de hacerse públicas por medio de la
imprenta. De este modo el escritor, temeroso de la censura, atenuará y deformará
la expresión de sus opiniones. Según la energía y la susceptibilidad de esta
censura, se verá obligado a prescindir simplemente de algunas formas de ataque,
a hablar por medio de alusiones y no directamente o a ocultar sus juicios bajo un
disfraz, inocente en apariencia, refiriendo, por ejemplo, los actos de dos
mandarines del Celeste Imperio cuando intente publicar los dos altos personajes
de su patria. Cuanto más severa es la censura, más chistosos son con frecuencia
los medios de que el escritor se sirve para poner a sus lectores sobre la pista de la
significación verdadera de su artículo[314].
La absoluta y minuciosa coincidencia de los fenómenos de la censura con los
de la deformación onírica nos autoriza a atribuir a ambos procesos condiciones
análogas de la formación de los sueños, dos poderes psíquicos del individuo
(corrientes, sistemas), uno de los cuales forma el deseo expresado por el sueño,
mientras que el otro ejerce una censura sobre dicho deseo y le obliga de este
modo a deformar su exteriorización. Sólo nos quedaría entonces por averiguar
qué es lo que confiere a esta segunda instancia el poder mediante el cual le es
dado ejercer la censura. Si recordamos que las ideas latentes del sueño no son
conscientes antes del análisis, y, en cambio, el contenido manifiesto de ellas
emanado si es recordado como consciente, podemos sentar la hipótesis de que el
privilegio de que dicha segunda instancia goza es precisamente el del acceso a la
conciencia. Nada del primer sistema puede llegar a la conciencia sin antes pasar
por la segunda instancia, y ésta no deja pasar nada sin ejercer sobre ello sus
derechos e imponer a los elementos que aspiran a llegar a la conciencia aquellas
transformaciones que le parecen convenientes. Entrevemos aquí una
especialísima concepción de la «esencia» de la conciencia; el devenir consciente
es para nosotros un especial acto psíquico, distinto e independiente de los
procesos de inteligir o representar, y la conciencia se nos muestra como un
órgano sensorial, que percibe un contenido dado en otra parte. No es nada difícil
demostrar que la psicopatología no puede prescindir en absoluto de estas
hipótesis fundamentales, cuyo detenido estudio habremos de llevar a cabo más
adelante.
Conservando esta representación de las dos instancias psíquicas y de sus
relaciones con la conciencia, se nos muestra una analogía por completo
congruente entre la singular ternura qué en mi sueño experimento hacia mi
amigo R. —tan denigrado luego en la interpretación— y la vida política del
hombre. Supongámonos, en efecto, trasladados a un Estado en el que un rey
absoluto, muy celoso de sus prerrogativas, y una activa opinión pública luchan
entre sí. El pueblo se rebela contra un ministro que no le es grato y pide su
destitución. Entonces el monarca, con el fin de mostrar que no tiene por qué
doblegarse a la voluntad popular, hará precisamente objeto a su ministro de una
alta distinción, para la cual no existía antes el menor motivo. Del mismo modo,
si mi segunda instancia, que domina el acceso a la conciencia, distingue a mi
amigo R. con una exagerada efusión de ternura, es precisamente porque las
tendencias optativas del primer sistema quisieran denigrarle, calificándole de
imbécil, en persecución de un interés particular, del que dependen[315].
Sospechamos aquí que la interpretación onírica puede proporcionarnos,
sobre la estructura de nuestro aparato anímico, datos que hasta ahora habíamos
esperado en vano de la filosofía. Pero no queremos seguir ahora este camino,
sino que, después de haber esclarecido la deformación onírica, volvemos a
nuestro punto de partida. Nos preguntamos cómo los sueños de contenido
penoso podían ser interpretados como realizaciones de deseos, y vemos ahora
que ello es perfectamente posible cuando ha tenido efecto una deformación
onírica; esto es, cuando el contenido penoso no sirve sino de disfraz de otro
deseado. Refiriéndose a nuestras hipótesis sobre las dos instancias psíquicas,
podremos, pues, decir que los sueños penosos contienen, efectivamente, algo que
resulta penoso para la segunda instancia, pero que al mismo tiempo cumplen un
deseo de la primera. Son sueños optativos, en tanto en cuanto todo sueño parte
de la primera instancia, no actuando la segunda, con respecto al sueño, sino
defensivamente, y no con carácter creador[316]. Si nos limitamos a tener en
cuenta aquello que la segunda instancia aporta al sueño no llegaremos jamás a
comprenderlo, y permanecerán en pie todos los enigmas que los autores han
observado en el fenómeno onírico.
El análisis nos demuestra en todo caso que el sueño posee realmente un
sentido y que éste es el de una realización de deseos. Tomaré, pues, algunos
sueños de contenido penoso e intentaré su análisis. En parte son sueños de
sujetos histéricos, que exigen una larga información preliminar y nos obligan a
adentrarnos a veces en los procesos psíquicos de la histeria. Pero no me es
posible eludir estas complicaciones de mi exposición.
En el tratamiento analítico de un psiconeurótico constituyen siempre sus
sueños, como ya hubimos de indicar, uno de los temas sobre los que han de
versar las conferencias entre médico y enfermo. En ellas comunico al sujeto
todos aquellos esclarecimientos psicológicos con ayuda de los cuales he llegado
a la comprensión de los síntomas; pero estas explicaciones son siempre objeto,
por parte del enfermo, de una implacable crítica, tan minuciosa y severa como la
que de un colega pudiera yo esperar. Sin excepción alguna se niegan los
pacientes a aceptar el principio de que todos los sueños son realizaciones de
deseos, y suelen apoyar su negativa con el relato de sueños que, a su juicio,
contradicen rotundamente tal teoría. Expondré aquí algunos de ellos:
«Dice usted que todo sueño es un deseo cumplido —me expone una
ingeniosa paciente—. Pues bien: le voy a referir uno que es todo lo contrario. En
él se me niega precisamente un deseo. ¿Cómo armoniza usted esto con su
teoría?» El sueño a que la enferma alude es el siguiente:
«Quiero dar una comida, pero no dispongo sino de un poco de salmón
ahumado. Pienso en salir para comprar lo necesario, pero recuerdo que es
domingo y que las tiendas están cerradas. Intento luego telefonear a algunos
proveedores, y resulta que el teléfono no funciona. De este modo, tengo que
renunciar al deseo de dar una comida».
Como es natural, respondo a mi paciente que tan sólo el análisis puede
decidir sobre el sentido de sus sueños, aunque concedo, desde luego, que a
primera vista se muestra razonable y coherente, y parece constituir todo lo
contrario de una realización de deseos. «Pero ¿de qué material ha surgido este
sueño? Ya sabe usted que el estímulo de un sueño se halla siempre entre los
sucesos del día inmediatamente anterior».
Análisis. Su marido, un honrado y laborioso carnicero, le había dicho el día
anterior que estaba demasiado grueso e iba a comenzar una cura de
adelgazamiento. Se levantaría temprano, haría gimnasia, observaría un severo
régimen en las comidas y, sobre todo, no aceptaría ya más invitaciones a comer
fuera de su casa. A continuación relata la paciente, entre grandes risas, que un
pintor, al que su marido había conocido en el café, hubo de empeñarse en
retratarle, alegando no haber hallado nunca una cabeza tan expresiva. Pero el
buen carnicero había rechazado la proposición, diciendo al pintor, con sus rudas
maneras acostumbradas, que, sin dejar de agradecerle mucho su interés, estaba
seguro de que el más pequeño trozo del trasero de una muchacha bonita habría
de serle más agradable de pintar que toda su cabeza, por muy expresiva que
fuese. La sujeto se halla muy enamorada de su marido y gusta de embromarle de
cuando en cuando. Recientemente le ha pedido que no le traiga nunca caviar.
¿Qué significa esto?
Hace ya mucho tiempo que tiene el deseo, de tomar caviar como entremés en
las comidas, pero no quiere permitirse el gasto que ello supondría. Naturalmente,
tendría el caviar deseado en cuanto expresase su deseo a su marido. Pero, por el
contrario, le ha pedido que no se lo traiga nunca para poder seguir
embromándole con este motivo.
(Esta última razón me parece harto inconsciente. Detrás de tales
explicaciones, poco satisfactorias, suelen esconderse motivos inconfesados.
Recuérdese a los hipnotizados de Bernheim, que llevan a cabo un encargo post-
hipnótico y, preguntados luego por los motivos de su acto, no manifiestan
ignorar por qué han hecho aquello, sino que inventan un fundamento cualquiera
insuficiente. Algo análogo debe de suceder aquí con la historia del caviar.
Observo además que mi paciente se ve obligada a crearse en la vida un deseo
insatisfecho. Su sueño le muestra también realizada la negación de un deseo.
Mas ¿para qué puede precisar de un deseo insatisfecho?)
Las ocurrencias que hasta ahora han surgido en el análisis no bastan para
lograr la interpretación del sueño. Habré, pues, de procurar que la sujeto
produzca otras nuevas. Después de una corta pausa, como corresponde al
vencimiento de la resistencia, declara que ayer fue a visitar a una amiga suya de
la que se halla celosa, pues su marido la celebra siempre extraordinariamente.
Por fortuna, está muy seca y delgada y a su marido le gustan las mujeres de
formas llenas. ¿De qué habló su amiga durante la visita? Naturalmente, de su
deseo de engordar. Además, le preguntó: «¿Cuándo vuelve usted a convidarnos a
comer? En su casa se come siempre maravillosamente».
Llegado el análisis a este punto, se me muestra ya con toda claridad el
sentido del sueño y puedo explicarlo a mi paciente. «Es como si ante la pregunta
de su amiga hubiera usted pensado: “¡Cualquier día te convido yo, para que
engordes hartándote de comer a costa mía y gustes luego más a mi marido!” De
este modo, cuando a la poche siguiente sueña usted que no puede dar una
comida, no hace su sueño sino realizar su deseo de no colaborar al
redondeamiento de las formas de su amiga. La idea de que comer fuera de su
casa engorda le ha sido sugerida por el propósito que su marido le comunicó de
rehusar en adelante toda invitación de este género, como parte del régimen al
que pensaba someterse para adelgazar». Fáltanos ahora tan sólo hallar una
coincidencia cualquiera que confirme nuestra solución. Observando que el
análisis no nos ha proporcionado aún dato alguno sobre el «salmón ahumado»,
mencionado en el contenido manifiesto, pregunto a mi paciente: «¿Por qué ha
escogido usted en su sueño precisamente este pescado?» «Sin duda —me
responde— porque es el plato preferido de mi amiga». Casualmente conozco
también a esta señora y puedo confirmar que le sucede con este plato lo mismo
que a mi paciente con el caviar; esto es, que, gustándole mucho, se priva de él
por razones de economía.
Este mismo sueño es susceptible de otra interpretación más sutil, que incluso
queda hecha necesaria para una circunstancia accesoria. Tales dos
interpretaciones no se contradicen, sino que se superponen, constituyendo un
ejemplo del doble sentido habitual de los sueños y, en general, de todos los
demás productos psicopatológicos. Ya hemos visto que contemporáneamente a
este sueño, que parecía negarle un deseo, se ocupaba la sujeto en crearse, en la
realidad, un deseo no satisfecho (el caviar). También su amiga había
exteriorizado un deseo, el de engordar, y no nos admiraría que nuestra paciente
hubiera soñado que a su amiga le había sido negado un deseo. Su deseo propio
es, efectivamente, que no se realiza un deseo de su amiga. Pero, en lugar de esto,
sueña que no se le realiza a ella otro suyo. Obtendremos, pues, una nueva
interpretación si aceptamos que la sujeto no se refiere en su sueño a sí misma,
sino a su amiga, sustituyéndose a ella en el contenido manifiesto o, como
también podríamos decir, identificándose con ella.
A mi juicio es esto, en efecto, lo que ha llevado a cabo, y como signo de tal
identificación se ha creado, en la realidad, un deseo insatisfecho. Pero ¿qué
sentido tiene la identificación histérica? Para esclarecer este punto se nos hace
precisa una minuciosa exposición. La identificación es un factor importantísimo
del mecanismo de los síntomas histéricos, y constituye el medio por el que los
enfermos logran expresar en sus síntomas los estados de toda una amplia serie de
personas y no únicamente los suyos propios. De este modo sufren por todo un
conjunto de hombres y les es posible representar todos los papeles de una obra
dramática con sólo sus medios personales. Se me objetará que esto no es sino la
conocida imitación histérica, o sea, la facultad que los histéricos poseen de
imitar todos los síntomas que en otros enfermos les impresionan, facultad
equivalente a una compasión elevada hasta la reproducción. Pero con esto no se
hace sino señalar el camino recorrido por el proceso psíquico en la imitación
histérica, y no debemos olvidar que una cosa es el acto anímico y otra el camino
que el mismo sigue. El primero es algo más complicado de lo que gustamos de
representarnos la imitación de los histéricos y equivale a un proceso deductivo
inconsciente, como veremos en el siguiente ejemplo: el médico que tiene en su
clínica una enferma que presenta determinadas contracciones y advierte una
mañana que este especial síntoma histérico ha encontrado numerosas imitadoras
entre las demás ocupantes de la sala, no se admirará en modo alguno y se
limitará a decir: «La han visto durante un ataque y ahora la imitan. Es la
infección psíquica». Está bien; pero tal infección se desarrolla en la forma
siguiente: las enfermas saben, por lo general, bastante más unas de otras que el
médico sobre cada una de ellas, y se preocupan de sus asuntos respectivos,
cambiando impresiones después de la visita. Si una de ellas tiene un día un
ataque, las demás se enteran en seguida de que la causa del mismo ha sido una
carta que ha recibido de su casa, una renovación de sus disgustos amorosos, etc.
Estos hechos despiertan su compasión, y entonces se desarrolla en ellas, aunque
sin llegar a su conciencia, el siguiente proceso deductivo: «Si tales causas
provocan ataques como ése, también yo puedo tenerlos, pues tengo idénticos
motivos». Si esta conclusión fuera capaz de conciencia, conduciría quizá al
temor de padecer tales ataques; mas como tiene efecto en un distinto terreno
psíquico, conduce a la realización del síntoma temido. Así, pues, la
identificación no es una simple imitación, sino una apropiación basada en la
misma causa etiológica, expresa una equivalencia y se refiere a una comunidad
que permanece en lo inconsciente.
La identificación es utilizada casi siempre en la histeria para la expresión de
una comunidad sexual. La histérica se identifica ante todo —aunque no
exclusivamente— en sus síntomas con aquellas personas con las que ha
mantenido comercio sexual o con aquellas otras que lo mantienen con las
mismas personas que ella. Tanto en la fantasía histérica como en el sueño basta
para la identificación que el sujeto piense en relaciones sexuales, sin necesidad
de que las mismas sean reales. Así, pues, mi paciente no hace más que seguir las
reglas de los procesos intelectuales histéricos cuando expresa los celos que su
amiga le inspira (celos que reconoce injustificados), sustituyéndose a ella en el
sueño e identificándose con ella por medio de la creación de un síntoma (el
deseo prohibido). Si tenemos en cuenta la forma expresiva idiomática,
podríamos explicar el proceso en la forma que sigue: la sujeto ocupa en su sueño
el lugar de su amiga porque ésta ocupa en el ánimo de su marido el lugar que a
ella le corresponde y porque quisiera ocupar en la estimación del mismo el lugar
que aquélla ocupa[317].
De un modo más sencillo, aunque siempre conforme al mismo principio de
que la no realización de un deseo significa la realización de otro, quedó rebatida
la contradicción opuesta a mi teoría onírica por otra de mis pacientes, la más
ingeniosa de todas ellas cuyos sueños he analizado. Al día siguiente de haberle
comunicado que los sueños eran realizaciones de deseos, me relató haber soñado
aquella noche que salía de viaje con su suegra para el punto en que habían
acordado pasar juntas el verano. Sabía yo que mi paciente se había resistido con
toda energía a ir a veranear con su suegra y había logrado por fin eludir la temida
compañía alquilando, hacía pocos días, una casa de campo en un lugar muy
lejano a la residencia de aquélla. Y ahora el sueño deshacía esta solución tan
deseada. ¿Cabía una más absoluta contradicción a mi teoría de la realización de
deseos? Mas para hallar la interpretación de este sueño no había más que deducir
su consecuencia. Según él, no tenía yo razón. El deseo de la paciente era
precisamente éste: el de que yo no tuviese razón —y el sueño se lo muestra
realizado—. Pero este deseo de que yo no tuviese razón, realizado con relación
al tema de la residencia veraniega, se refería en realidad a un tema distinto y
mucho más importante. Por aquellos días había yo deducido del material que los
análisis me proporcionaban el hecho de que en un determinado período de la
vida le había sucedido algo muy importante para la adquisición de su
enfermedad, deducción que ella había rechazado por no hallar en su memoria
nada correspondiente. Al poco tiempo quedó, sin embargo, demostrado que tenía
yo razón. Su deseo de que no la tuviese, transformado en el sueño que la muestra
saliendo de veraneo en compañía de su suegra, correspondía, por tanto, al deseo
justificado de que aquellos sucesos a que yo me había referido y que aún no
habían obtenido confirmación no hubiesen sucedido jamás.
Sin análisis, solamente por una sospecha, me permití interpretar un sueño de
un amigo mío que durante ocho años había sido condiscípulo mío en segunda
enseñanza. Un día me oyó pronunciar una conferencia sobre mi nuevo
descubrimiento de que el sueño constituía una realización de deseos. Aquella
noche soñó que perdía todos sus pleitos —era abogado— y vino a relatarme su
sueño como prueba de la inexactitud de mi teoría. Por mi parte, salí del paso con
la evasiva de que no todos los pleitos se pueden ganar, pero en el fondo me dije:
«Un hombre que ha sido condiscípulo mío durante ocho años, y que estaba
siempre entre los medianos mientras yo era el primero de la clase, ¿no habrá
conservado de estos años de colegio el deseo de verme alguna vez en ridículo?»
Una muchacha joven, a la que tenía sometida al tratamiento analítico, me
relató —también como prueba de la inexactitud de mis afirmaciones— otro
sueño más sombrío: «Recordará usted —me dijo— que mi hermana no tiene ya
más que un hijo: Carlos. El mayor, Otto, se le murió cuando todavía vivía yo con
ellos. Otto era mi preferido; podía decirse que era yo quien había cuidado de él y
le había educado. Naturalmente, también quiero al pequeño, pero no tanto como
quise a su hermano. Pues bien: esta noche he soñado que Carlos había muerto, y
le veía ante mí, colocado ya en su pequeño ataúd, con las manos cruzadas y
rodeado de velas, tal y como vi a Otto, cuya muerte me causó tan profundo
dolor. ¿Qué puede significar este sueño? Usted me conoce y sabe que no soy tan
perversa como para desear que mi hermana pierda el único hijo que le queda. ¿O
querrá decir que hubiera preferido que muriera Carlos en lugar de Otto, mucho
más querido por mí?»
Esta interpretación debía desecharse, desde luego, y así se lo comuniqué a la
paciente. Una corta reflexión me reveló luego, sin necesidad de análisis, el
verdadero sentido del sueño, sentido que la sujeto aceptó y confirmó al dárselo a
conocer. Claro está que si pude prescindir del análisis fue tan sólo porque me
hallaba previamente en posesión de todos los antecedentes necesarios.
Al quedar huérfana siendo aún muy joven, se fue a vivir con una hermana
suya mucho mayor que ella, en cuya casa conoció a un hombre que impresionó
profundamente su corazón. Durante algún tiempo pareció que aquellas
relaciones, apenas manifestadas, iban a terminar en boda. Pero la hermana
estorbó este feliz desenlace, sin que hayan llegado nunca a verse claramente los
motivos que para ello pudo tener. Después de la ruptura dejó el pretendiente de
visitar la casa, y la muchacha concentró toda su ternura en el pequeño Otto.
Muerto éste, abandonó la casa de su hermana y se fue a vivir sola. Pero su
amorosa inclinación hacia el amigo de su hermana continuó viva en ella. Su
orgullo le ordenaba evitarle, pero le era imposible transferir su amor a otro de los
pretendientes que luego la solicitaron. Cuando el hombre amado, que era un
conocido literato, daba alguna conferencia, se la hallaba siempre entre los
oyentes, y no dejaba pasar ocasión alguna que de verle de lejos se le ofreciera. El
día inmediatamente anterior a su sueño me había relatado que pensaba asistir a
un concierto en el que seguramente podría gozar de la vista de su amor. Este
concierto estaba anunciado para el día mismo en que acudió a relatarme el sueño
antes detallado. Con todos estos antecedentes no era difícil hallar la
interpretación exacta del mismo. Para confirmarla pregunté a la paciente si
recordaba algún suceso acaecido después de la muerte de Otto, obteniendo en el
acto la respuesta siguiente: «Sí, el profesor (título que poseía su amado) fue a
casa de mi hermana, después de una larga ausencia, y pude verle junto a la caja
del pobre Otto». Esto era precisamente lo que yo esperaba, y mediante ello pude
ya dar por terminada la interpretación, expresándola como sigue: «Si ahora
muriese el otro niño se repetiría la misma escena. Pasaría usted el día en casa de
su hermana, el profesor iría seguramente a dar el pésame y volvería usted a verle
en situación idéntica a la de entonces. El sueño no significa sino éste su deseo de
volver a ver al hombre amado, deseo contra el cual lucha usted interiormente.
Sé, además, que lleva usted en el bolsillo el billete para el concierto de hoy. Su
sueño es, por tanto, un sueño de impaciencia, que anticipa algunas horas el
encuentro que hoy debía realizarse».
Con objeto de encubrir su deseo había escogido la sujeto una triste situación,
en la que el mismo había de quedar reprimido, pues es natural que el dolor que
experimentamos ante la pérdida de una persona querida aleje nuestro
pensamiento de nuestros amores. Sin embargo, es muy posible que tampoco en
la situación real que luego el sueño copia, esto es, cuando la muerte de Otto, al
que tanto quería, consiguiese la muchacha dominar por completo los tiernos
sentimientos que la presencia del hombre amado había de inspirarle.
Otra paciente mía, que antes de enfermar se había distinguido por su vivo
ingenio y buen humor, cualidades que aún emergían en sus ocurrencias durante
las sesiones del tratamiento, tuvo un sueño muy semejante al anterior, pero de
muy distinto sentido. En él vio, entre otras muchas cosas, a su única hija, una
muchacha de quince años muerta y metida en una caja que no tenía forma de
ataúd, sino la de aquellas que se usan para guardar objetos. Le hubiera gustado
presentarme este sueño como prueba de la inexactitud de mis teorías, pero la
detenía la sospecha de que el singular detalle de la «caja» había de indicar el
camino de otra distinta interpretación del sueño[318]. Durante el análisis recordó
que en una reunión de la que el día anterior había formado parte, recayó la
conversación sobre la palabra inglesa box y lo vario de sus significados, pues
puede traducirse por caja, palco, cajón, bofetada, etc. De otros elementos del
mismo sueño se deducía que la sujeto se había dado cuenta de la afinidad de
dicha palabra inglesa con la alemana Büchse (estuche) y había recordado que
esta última era empleada vulgarmente para designar los genitales femeninos.
Teniendo en cuenta la impresión de sus conocimientos de anatomía topográfica,
podía, por tanto, suponerse que la niña en la «caja» significaba el feto en la
matriz. Cuando le comuniqué esta explicación no negó ya que la imagen onírica
correspondía realmente a un deseo suyo. Como tantas otras mujeres jóvenes,
consideraba cada nuevo embarazo como una desgracia, y se confesaba más de
una vez el deseo de que el feto muriese antes del nacimiento. En una ocasión que
tuvo un grave disgusto con su marido, llegó a golpearse el vientre, poseída por la
cólera, para matar al hijo que en su seno llevaba. El niño muerto de su sueño era,
pues, realmente, una realización de deseos, pero de un deseo rechazado hacía ya
más de quince años. No debemos, pues, de extrañar que la realización de un
deseo tan pretérito resultase irreconocible. En el intervalo tiene que haberse
modificado mucho.
Al tratar de los sueños típicos volveremos a ocuparnos del grupo al que
pertenecen los dos últimamente consignados, cuyo contenido es la muerte de
personas queridas, y demostraremos con nuevos ejemplos que, a pesar de su
contenido indeseado, han de ser interpretados, sin excepción alguna, como
realizaciones de deseos. No un enfermo, sino un inteligentísimo jurisconsulto
conocido mío, me relató el siguiente sueño, también con la intención de
detenerme en una prematura generalización de la teoría del sueño, realizador de
deseos: «Sueño —me relata— que llego a mi casa llevando del brazo a una
señora. Un coche cerrado me espera ante la puerta. Se me acerca un señor y,
después de justificar su personalidad de agente de Policía, me invita a seguirle.
Le pido únicamente que me dé tiempo para ordenar mis asuntos. ¿Cree usted que
puedo desear ser detenido?» «Claro que no —tengo que contestarle—. Pero
¿sabe usted por qué le detenían?» «Sí; creo que por infanticidio». «¿Infanticidio?
Demasiado sabe usted que. no puede hablarse de este delito más que con
respecto a la madre que mata a su hijo recién nacido». «Exacto[319]». «¿Cuáles
son las circunstancias que rodearon su sueño? ¿Qué hizo usted la tarde antes?»
«Perdóneme usted; pero preferiría no contarlo. Se trata de algo muy personal y
delicado». «Siendo así, tendremos que renunciar a la interpretación de su
sueño». «Óigame, entonces: no he pasado la noche en mi casa, sino en la de una
señora que significa mucho para mí. Al despertar por la mañana hubo de nuevo
algo entre nosotros, y después volví a dormirme soñando entonces lo que acabo
de contarle». «¿Es una mujer casada?» «Sí». «Y, naturalmente, no querrá usted
provocar un embarazo». «No; eso podría delatarnos». «Por tanto, no practica
usted con ella el coito normal». «Tomo la precaución de retirarme antes de la
eyaculación». «¿Debo suponer que aquella noche realizó usted esta habilidad
varias veces y que, en cambio, no quedó usted por la mañana muy seguro de
haberlo conseguido?» «Pudiera ser». «Entonces su sueño es una realización de
deseos, pues le tranquiliza a usted mostrándose que no ha engendrado un hijo, o
lo que es aproximadamente lo mismo, que ha matado usted a un hijo. El proceso
deductivo que me ha llevado a esta conclusión es fácilmente evidenciable.
Recuerde usted que hace algunos días hablamos sobre la disminución de los
nacimientos y sobre la inconsecuencia que supone el haberse permitido realizar
el coito en forma que evite la fecundación, mientras que cuando la semilla y el
óvulo se han encontrado y han formado un feto es castigada severamente toda
intervención. En relación con esto recordamos también la discusión que en la
Edad Media se desarrolló sobre el momento en que el alma entraba en el feto,
pues sólo a partir de él podía hablarse de asesinato. Seguramente conoce usted
también la escalofriante poesía de Lenáu, en la que se equiparan el infanticidio y
la evitación de la fecundidad». «Precisamente he estado pensando en Lenáu, sin
saber por qué, esta misma mañana». «Sin duda, un nuevo eco de su sueño. Por
último, quiero hacerle ver a usted otra pequeña realización de deseo, accesoria,
que su sueño presenta. En él llega usted a su casa, llevando a la señora del brazo;
esto es, la trae usted a su casa en lugar de[320], como realmente ha sucedido, ir
usted a pasar la noche en la de ella. El que la realización de deseos que
constituye el nódulo del sueño se oculte bajo una apariencia tan desagradable,
obedece quizá a más de una razón. En mi estudio sobre la etiología de la
neurosis de angustia podrá usted ver que considero el coitus interruptus como
uno de los factores causales de la génesis de la angustia neurótica. No me
extrañaría, por tanto, que después de un repetido coito de este género
permaneciera usted en desagradable estado de ánimo, que pasa a su sueño como
elemento de la composición del mismo. De este malestar se sirve usted también
para ocultarse la realización de deseos. Pero lo que aún no me parece
suficientemente esclarecida es la acusación de infanticidio. ¿Cómo llega usted a
la idea de este delito, esencialmente femenino?» «Le confesaré a usted que hace
años me encontré envuelto en un asunto de este género. Tuve la culpa de que una
muchacha intentase borrar por medio del aborto las consecuencias de sus
relaciones conmigo. Desde luego, no intervine para nada en la realización de tal
propósito, pero durante mucho tiempo tuve el natural temor de que aquello
pudiera descubrirse». «Ahora queda ya todo aclarado, pues este recuerdo nos
proporciona otro motivo de que la sospecha de no haber interrumpido el coito en
el momento oportuno le fuera a usted penosa».
Esta interpretación onírica debió de impresionar vivamente a un joven
médico que la oyó relatar, pues tuvo en seguida un sueño de forma totalmente
análoga, aunque sobre distinto tema. Días antes había presentado en las oficinas
de Hacienda la declaración jurada de sus ingresos y siendo éstos aún muy
pequeños, no había razón alguna que hubiera podido impulsarle a una
ocultación. En su sueño vio a un amigo suyo que había asistido a la sesión de la
Junta de impuestos, y venía a comunicarle que todas las declaraciones habían
sido aceptadas sin reparo, pero que la suya había despertado general
desconfianza, siendo casi seguro que se le impusiera una fuerte multa por
tentativa de defraudación. Este sueño es la realización, descuidadamente
encubierta, del deseo de pasar por un médico de grandes ingresos, y recuerda la
conocida historia de aquella muchacha, a la que se aconsejaba rompiera con su
novio, hombre colérico, que seguramente la maltrataría después de casada. A
estos consejos respondió la muchacha: «¡Ojalá me pegase ya!» Su deseo de
verse casada es tan vivo, que acepta ya e incluso desea los inconvenientes que el
matrimonio habrá de traer consigo.
Reuniendo bajo el rótulo de sueños negativos de deseos
(Gegenwunschtraeume) todos los de este género, muy frecuentes que parecen
contradecir directamente mi teoría, puesto que su contenido manifiesto se halla
constituido por la negación de un deseo o por algo evidentemente indeseado,
advierto que es posible referirlos en general a dos principios, uno de los cuales
no ha sido citado nunca antes de ahora, a pesar de desempeñar, tanto en la vida
despierta del hombre como en su vida onírica, un importantísimo papel. Como
ya hemos visto, el deseo de que me equivoque es una de las fuerzas
determinantes de estos sueños que aparecen siempre en el curso del tratamiento,
cuando el enfermo entra en estado de resistencia contra mí. Al ponerle por vez
primera al corriente de mi teoría de la realización de deseos puedo también tener
la seguridad de provocar en él sueños de este género[321], y lo mismo habrá de
suceder, sin duda, con algunos de mis lectores, los cuales se negarán en sueños
un deseo sólo para que pueda realizarse el de que yo me equivoque. El último
sueño de este género que aquí voy a comunicar demuestra nuevamente lo
mismo. Una muchacha joven, que, después de penosa lucha contra su familia y
contra las autoridades médicas consultadas, había conseguido que le permitieran
continuar sometiéndose a mi tratamiento, soñó lo siguiente: «En su casa le
habían prohibido que continuara acudiendo a mi consulta. Entonces ella me
recordaba la promesa que le había hecho de seguir tratándola gratis si llegaba
este caso». Pero yo le respondía: «En cuestiones de dinero no puedo guardar
consideraciones a nadie».
No es ciertamente nada fácil descubrir aquí la realización de deseos, pero
todos estos casos entrañan, además de éste, otro enigma distinto, cuya solución
contribuye al primero. ¿De dónde proceden las palabras que el sueño pone en
mis labios? Muy sencillo; por mi parte jamás había dicho a la enferma nada
semejante, pero uno de sus hermanos tuvo una vez la amabilidad de hablar de mí
en términos análogos. El sueño quiere, por tanto, dar la razón al hermano, y este
deseo de dar la razón a su hermano no es cosa que la sujeto sienta sólo en sus
sueños, sino que constituye el secreto de su vida y el motivo de su enfermedad.
He aquí otro sueño, soñado e interpretado por un médico (August Stärcke), y
en el que a primera vista parece imposible hallar realización alguna de deseo:
«En la última falange de mi dedo índice advierto una lesión sifilítica primaria».
La claridad y coherencia de este sueño, cuyo único interrogante es lo
indeseado de su contenido, pudieran inducirnos a no someterlo a una
interpretación aparentemente innecesaria. Pero si no tememos dedicar algún
trabajo al análisis, hallaremos que «lesión primaria» (en alemán, primäraffekt)
puede equipararse a prima afectio (primer amor) y que la repugnante úlcera vista
en el sueño revela representar, según palabras del mismo Staercke,
«realizaciones de deseos cargadas de intenso afecto».
El segundo de los factores a que antes aludimos como motivadores de estos
sueños negativos de deseos es tan evidente, que, como sucede con las cosas que
más a la vista se hallan, corre el peligro de que no lo advirtamos, y éste ha sido,
en efecto, mi caso durante mucho tiempo. En la constitución sexual de muchos
hombres existe un componente masoquista, surgido por la transformación en su
contrario de los componentes agresivos sadistas. A estos hombres los
denominamos masoquistas mentales cuando no buscan el placer en el dolor
físico que se les causa, sino en las humillaciones y torturas espirituales.
Claramente se ve, sin necesidad de más amplias explicaciones, que estas
personas pueden tener sueños negativos y displacientes, sin que los mismos sean
en ellos otra cosa que realizaciones de deseos y la satisfacción de sus
inclinaciones masoquistas. He aquí uno de estos sueños:
Un joven, que en años anteriores había atormentado mucho a su hermano,
hacia el que sentía una secreta inclinación homosexual, tiene, después de pasar
por una radical transformación de carácter, el sueño siguiente, compuesto de tres
partes: I. Su hermano mayor le «hace rabiar». II. Dos adultos coquetean entre sí
con propósitos homosexuales. III. Su hermano ha vendido la empresa, cuya
dirección se reservaba él para su porvenir. Después de este último fragmento
onírico despierta, presa de los más penosos sentimientos. Sin embargo, su sueño
no es sino una realización de deseos de carácter masoquista, y podríamos
interpretarlo por las ideas siguientes: «Me estaría muy bien empleado que mi
hermano realizara ahora esa venta, en la que salgo perjudicado, para castigarme
por lo mucho que antes le atormenté».
Espero que los ejemplos y reflexiones que anteceden bastarán para mostrar
—hasta nuevas objeciones— la posibilidad de interpretar también los sueños
penosos como realizaciones de deseos. De todos modos, habré de volver más
adelante sobre este tema de los sueños displacientes. Creo asimismo que
tampoco podrá ya nadie considerar como una casualidad el hecho de que en la
interpretación de estos sueños lleguemos siempre a temas de los que no
hablamos sino a disgusto o en los que nos es desagradable pensar. El penoso
sentimiento que tales sueños despiertan es sencillamente idéntico a la
repugnancia, que tiende a apartarnos —con éxito casi siempre— de la reflexión
o discusión sobre tales temas, y que todos y cada uno de nosotros hemos de
vencer cuando nos vemos obligados a emprender una tal labor. Este sentimiento
de displacer, que retorna en el sueño, no excluye, sin embargo, la persistencia de
un deseo. Todo hombre abriga deseos que no quisiera comunicar a los demás, y
otros que ni aun quisiera confesarse a sí mismo. Por otra parte, creemos
justificado enlazar el carácter displaciente de todos estos sueños al hecho de la
deformación onírica y deducir que si se muestran deformados y aparece en ellos
disfrazada la realización de deseos hasta resultar irreconocible, es precisamente
porque existe una repugnancia o una intención represora orientadas contra el
tema del sueño o o contra el deseo que de él emana. Al agregar al conocimiento
que ya poseemos de la vida onírica todo lo que el análisis de los sueños
displacientes nos ha descubierto, habremos de transformar la fórmula en la que
antes intentamos encerrar la esencia del sueño, dándole la siguiente forma: El
sueño es la realización (disfrazada) de un deseo reprimido[322].
Sólo nos quedan ya por examinar desde este punto de vista los sueños de
angustia, los cuales constituyen un orden especial de los sueños de contenido
penoso, y cuya interpretación, como realizadores de deseos, habrá de tropezar
con la máxima resistencia por parte de los no iniciados. Pero afortunadamente
puedo dejar aquí esclarecida esta cuestión con escasas palabras. Tales sueños no
corresponden, en efecto, a una nueva faceta del problema onírico, sino al
problema general de la angustia neurótica. La angustia que en sueños sentimos
sólo aparentemente queda explicada por el contenido de los mismos. Al someter
el contenido onírico a la interpretación, advertimos que la angustia del sueño no
queda más ni mejor justificada por el contenido del sueño que, por ejemplo, la
angustia de una fobia por la representación de que esta última depende. Es, por
ejemplo, cierto que podemos caernos al asomarnos a una ventana, y que, por
tanto, debemos observar cierta prudencia al efectuarlo, pero no es comprensible
por qué en la fobia correspondiente es tan grande la angustia y persigue a los
enfermos mucho más allá de sus motivos. La misma explicación se demuestra
después, aplicable tanto a la fobia como al sueño de angustia. La angustia no está
en ambos casos sino soldada a la representación que la acompaña, y procede de
una fuente distinta.
A causa de esta íntima conexión de la angustia onírica con la neurótica tengo
que referirme aquí en la discusión de la primera a la segunda. En un cierto
estudio sobre la neurosis de angustia (Neurolog. Zentralblatt, 1895)[323] afirmé
yo que la angustia neurótica procede de la vida sexual, y corresponde a una
libido desviada de su fin, y que no ha llegado a su empleo. Esta fórmula se ha
demostrado cada día más verdadera. De ella puede deducirse el principio de que
los sueños de angustia poseen un contenido sexual, cuya libido correspondiente
ha experimentado una transformación en angustia. Más tarde tendremos ocasión
de apoyar esta afirmación con el análisis de algunos sueños de sujetos
neuróticos. Asimismo, en mis ulteriores tentativas de aproximarme a una teoría
del sueño, habré de tratar nuevamente de la condición de los sueños de angustia
y de su compatibilidad con la teoría de la realización de deseos.
CAPÍTULO V

MATERIAL Y FUENTES DE LOS SUEÑOS

A
L revelarme el análisis que el sueño de la inyección de Irma constituía
una realización de deseos, se apoderó de nosotros un vivísimo interés
por comprobar si con ello habíamos descubierto un carácter general del
fenómeno onírico, y acallamos por el momento todas aquellas otras curiosidades
científicas que en el curso de la labor de interpretación habían surgido en nuestro
ánimo. Mas ahora, una vez llegados al final del camino que en aquella ocasión
elegimos entre todos los que ante nosotros se abrían, podemos ya volver sobre
nuestros pasos y escoger un nuevo punto de partida para proseguir en un distinto
sentido nuestra exploración de los problemas del sueño, aunque de este modo
perdamos de vista por algún tiempo el tema, no agotado aún, ni mucho menos,
de la realización de deseos.
Desde que mediante la aplicación de nuestro procedimiento de interpretación
onírica nos es posible descubrir un contenido latente de los sueños, muy superior
en importancia a su contenido manifiesto, tenemos que sentirnos incitados a
examinar de nuevo uno de los problemas que el fenómeno onírico plantea, para
ver si este nuevo conocimiento puede acaso procurarnos la solución de aquellos
enigmas y contradicciones que mientras no conocíamos sino el contenido
manifiesto de los sueños nos parecían inasequibles.
En nuestro primer capítulo expusimos detalladamente los juicios de los
autores sobre la conexión de los sueños con la vida despierta y sobre la
procedencia del material onírico. Recordemos ahora aquellas tres peculiaridades
de la memoria onírica que, habiendo sido observadas por muchos, nadie había
logrado aún esclarecer. Dichas peculiaridades eran:
1.ª Que el sueño prefiere evidentemente las impresiones de los días
inmediatos anteriores (Robert, Strümpell, Hildebrandt, Weed-Hallam).
2.ª Que efectúa una selección conforme a principios diferentes de aquéllos a
los que se adapta nuestra conciencia despierta, recordando no lo esencial e
importante, sino lo accesorio y desatendido.
3.ª Que dispone de nuestras más tempranas impresiones infantiles, llegando
hasta reproducir detalles de dicha edad que nos parecen nimios y que en nuestra
vida despierta teníamos por olvidados hace ya mucho tiempo[324]. Claro es que
donde los investigadores han observado estas peculiaridades de la selección del
material onírico ha sido en el contenido manifiesto.

a) Lo reciente y lo indiferente en el sueño.

Ateniéndome a mi experiencia personal sobre la procedencia de los


elementos emergentes en el contenido onírico, habré de sentar en primer término
la afirmación de que en todo sueño puede hallarse un enlace con los
acontecimientos del día inmediatamente anterior. Cualquiera que sea el sueño
que escojamos, propio o ajeno, comprobaremos siempre la verdad de este
principio que nos proporciona en la investigación del suceso del día anterior que
ha podido constituir el estímulo de un sueño, el punto de partida del análisis del
mismo. Con gran frecuencia resulta, efectivamente, este cambio el más corto y
ventajoso para lograr la interpretación. En los dos sueños que hasta ahora hemos
sometido a más minucioso análisis (el de la inyección de Irma y el de mi tío
José) esta relación con los sucesos del día anterior aparece tan evidente que no
necesita de esclarecimiento ninguno. Mas con el fin de demostrar su generalidad
expondré una serie de ejemplos tomados de mi propia crónica onírica, aunque
sin comunicar por ahora de cada sueño más que la parte necesaria para el
descubrimiento de la fuente onírica buscada:
1. Voy de visita a una casa en la que sólo después de muchas dificultades se
me deja entrar. Mientras tanto hago esperar a una mujer.
Fuente: Conversación de la tarde anterior con una parienta mía sobre la
necesidad de esperar antes de realizar una compra que desea.
2. He escrito una monografía sobre cierta especie de plantas (indeterminada
en el sueño).
Fuente: Por la mañana había visto en el escaparate de una librería una
monografía sobre los ciclámenes.
3. Veo en la calle a dos mujeres, madre e hija. Esta última ha sido paciente
mía.
Fuente: Una paciente a la que tengo en tratamiento me ha comunicado por la
tarde las dificultades que su madre opone a la continuación del mismo.
4. Voy a la librería y me suscribo a una publicación periódica; el coste de la
suscripción es de veinte florines al año.
Fuente: Mi mujer me ha recordado la tarde anterior que le debo veinte
florines del dinero que le doy todas las semanas.
5. Recibo una carta del comité socialdemócrata, carta en la que se me
considera como miembro del mismo.
Fuente: Durante el día he recibido cartas del comité electoral liberal y de la
Unión humanitaria, de la cual soy socio.
6. Veo a un hombre sobre una escarpada roca en medio del mar. Todo ello a
la manera pictórica de Böcklin.
Fuente: Dreyfus en la isla del Diablo y noticias de parientes míos residentes
en Inglaterra, etc.
Podríamos preguntarnos si esta conexión del sueño con la vida diurna no va
nunca más allá de los sucesos del día inmediatamente anterior, o si, por el
contrario, puede extenderse a impresiones anteriores, dentro siempre de un
próximo pretérito. No es ésta cuestión de esencial importancia; pero una vez
planteada, me inclinaría a resolverla en el sentido del exclusivo privilegio del
último día anterior al sueño, o como en adelante lo denominaremos, del día del
sueño (Traumtag). Todas cuantas veces he creído hallar que la fuente de un
sueño había sido una impresión anterior al mismo en dos o tres días he podido
comprobar después, mediante un más detenido examen, que dicha impresión
había sido recordada de nuevo en el día del sueño y que, por tanto, entre el
momento del mismo y el día de la impresión se había intercalado —
precisamente en el día del sueño— una reproducción de dicha impresión,
siéndome dado hallar asimismo la ocasión reciente de la que podía haber partido
el recuerdo de la impresión más pretérita. En cambio, no he podido nunca
comprobar que entre la impresión diurna estimulante y su retomo en el sueño se
hallase intercalado un intervalo regular de importancia biológica (como primer
intervalo de este género indica H. Swoboda el de dieciocho horas)[325].
H. Ellis, que también ha dedicado suma atención a este problema, indica que
no ha podido hallar en sus sueños, a pesar de haberla buscado «con especial
cuidado», una tal periodicidad de la reproducción. A este propósito relata un
sueño en el que, trasladado a España, sale de viaje en dirección a una localidad
cuyo nombre era Daraus, Varaus o Zarauz. Al despertar le fue imposible recordar
ningún lugar de nombre parecido y dejó de ocuparse de su sueño. Pero meses
después cayó en la cuenta de que Zarauz era una estación situada entre San
Sebastián y Bilbao, línea por la que había viajado doscientos cincuenta días
antes del sueño.
Así, pues, habremos de opinar que todo sueño posee un estímulo entre los
acontecimientos del día a cuya noche corresponde y que las impresiones del
pretérito más próximo (con exclusión del día anterior a la noche del sueño) no
muestran el contenido onírico una relación diferente a la de otras impresiones
cualesquiera pertenecientes a tiempos indefinidamente más lejanos. El sueño
puede elegir su material de cualquier época de nuestra vida, por lejana que sea, a
la que, partiendo de los sucesos del día del sueño (las impresiones «recientes»),
puedan alcanzar nuestros pensamientos.
Pero ¿a qué obedece esta predilección por las impresiones recientes?
Sometiendo a más riguroso análisis uno de los sueños antes citados podremos
establecer quizá alguna hipótesis sobre este punto. Elegiré para ello el sueño de
la monografía botánica
Contenido onírico: He escrito una monografía sobre una cierta planta. Tengo
el libro ante mí y vuelvo en este momento la página por la que se hallaba abierto
y que contiene una lámina en colores. Cada ejemplar ostenta, a manera de
herbario, un espécimen disecado de la planta.
Análisis: Por la mañana he visto en el escaparate de una librería un libro
nuevo, titulado Los ciclámenes, seguramente una monografía sobre este género
de plantas.
Los ciclámenes son la flor preferida de mi mujer. Me reprocho no acordarme
sino pocas veces de traerle flores, sabiendo lo mucho que le gustan. El tema
traer flores me recuerda una historia que he relatado hace poco, en una reunión
de amigos míos, utilizándola como prueba de que el olvido constituye con gran
frecuencia la realización de un propósito de lo inconsciente y permite siempre
deducir una conclusión sobre los secretos pensamientos del olvidadizo. Una
señora joven, que se hallaba acostumbrada a recibir de su marido un hermoso
ramo de flores el día de su cumpleaños, echa de menos esta muestra de cariño en
uno de tales días y rompe a llorar amargamente. El marido no acierta a
explicarse este llanto y cuando ella le revela la causa se excusa, alegando haber
olvidado totalmente qué día era, y quiere salir en seguida a comprar las flores.
Pero la mujer continúa desconsolada, viendo en el olvido de su esposo una
prueba de que ya no ocupa ella en sus pensamientos igual lugar que antes. Mi
mujer ha encontrado hace dos días a esta señora de L., la cual le dijo que se
sentía mejor de salud y le preguntó por mí. En años anteriores había acudido a
mi consulta para someterse a tratamiento.
A estas asociaciones libres se agregan luego las que siguen: realmente he
escrito en una ocasión algo análogo a una monografía sobre una planta —un
estudio sobre la coca— que orientó la atención de K. Koller sobre la propiedad
anestésica de la cocaína. En mi trabajo se indicaba ya como posible este empleo
del citado alcaloide, pero no se estudiaba a fondo la cuestión. Con relación a este
tema se me ocurre ahora que en la mañana del día siguiente a este sueño (cuya
interpretación no tuve tiempo de emprender hasta las últimas horas de la tarde)
ocupó durante algún tiempo mi pensamiento la idea de la cocaína dentro de una
especie de fantasía diurna que mi imaginación se entretuvo en construir. Pensé,
en efecto, que si alguna vez tenía la desgracia de padecer una glaucoma, iría a
Berlín y me haría operar, en casa de un amigo mío, por un médico conocido de
él, pero al que no revelaría mi personalidad. No sabiendo quién era yo, me
hablaría de la facilidad con que, merced a la introducción de la cocaína, podía ya
llevarse a cabo tales operaciones. Por mi parte, me guardaría muy bien de revelar
que había tenido participación en dicho descubrimiento. A esta fantasía se
enlazaron pensamientos sobre lo embarazoso que es para un médico solicitar
para sí propio el auxilio profesional de otros colegas. No dándome a conocer al
oculista berlinés, podría pagarle, como otro enfermo cualquiera, sus servicios.
Después de surgir en mi memoria el recuerdo de esta ensoñación diurna, advierto
que detrás de là misma se esconde el recuerdo de un determinado suceso. Poco
tiempo después del descubrimiento de Koller padeció mi padre un glaucoma,
siendo operado por el doctor Königstein, oculista y amigo mío. El mismo doctor
Koller se encargó de efectuar la anestesia por medio de la cocaína, y al terminar
la operación nos hizo observar que para ella nos habíamos reunido las tres
personas que habíamos participado en la introducción de dicho alcaloide como
anestésico.
Mis pensamientos van ahora, continuando su curso, hasta la última vez en
que hube de recordar toda esta historia de la cocaína. Fue esto hace pocos días,
cuando leí un escrito de felicitación en el que los alumnos y ex alumnos del
laboratorio testimoniaban su agradecimiento al claustro de profesores del mismo.
Entre los títulos de gloria de la institución, se citaba el descubrimiento en ella
realizado por K. Koller de la propiedad anestésica de la cocaína. Advierto ahora,
de repente, que mi sueño se halla enlazado a un suceso de la tarde anterior.
Dialogando precisamente con el doctor Königstein sobre una cuestión que me
apasiona siempre que me ocupo de ella, le había ido acompañando hasta su casa.
En el portal tropezamos con el profesor Gärtner (jardinero) y su joven esposa,
no pudiendo yo por menos de felicitarlos por su floreciente aspecto. El profesor
Gärtner es uno de los autores del escrito a que antes me referí, y debió, sin duda,
recordármelo. También la señora de L., cuyo desencanto en el día de su
cumpleaños hube antes de relatar, fue citada, aunque con distinto motivo, en la
conversación que sostuvimos el doctor Königstein y yo.
Intentaré interpretar también las restantes determinantes del contenido
onírico. La monografía contiene un espécimen disecado de la planta, como si de
un herbario se tratara. A la idea herbario enlaza un recuerdo de mis tiempos
escolares. El director del establecimiento de enseñanza en que yo estudiaba
reunió una vez a los alumnos de las clases superiores, y los encargó de revisar y
limpiar el herbario de la casa, en el que se habían encontrado pequeñas larvas de
polilla (Buecherwurm; literalmente, gusano de los libros). Desconfiando, sin
duda, en la eficacia de mi ayuda, no se me entregaron sino muy pocas hojas, en
las que recuerdo había algunos ejemplares de plantas crucíferas. Mis
conocimientos de botánica no han sido nunca cosa mayor. Al examinarme de
esta disciplina me fue presentada también una crucífera, sin que lograse
reconocerla, y hubiera sido reprobado a no salvarme mis conocimientos teóricos.
Desde las crucíferas pasa mi pensamiento a las compuestas. En realidad, la
alcachofa es una flor de la familia de las compuestas y precisamente aquélla a la
que podría denominar mi flor preferida. Más cariñosa que yo, suele mi mujer
traerme con frecuencia esta flor del mercado.
Veo ante mí la monografía que he escrito. Tampoco esto carece de una
relación. Aquel amigo mío residente en Berlín al que antes hube de referirme, y
que posee en alto grado la facultad de imaginación plástica, me escribió ayer:
«No dejo de pensar en tu libro sobre los sueños. Lo veo terminado ante mí, y
paso sus hojas lleno de interés». Le envidio profundamente esta facultad de
visión. ¡Ojalá pudiese ver también yo mi libro terminado ante mí[326]!
La lámina en colores. —Siendo estudiante de Medicina compliqué
extraordinariamente mi trabajo por el afán de no estudiar sino en monografías. A
pesar de mis limitados medios económicos, adquirí varias importantes
publicaciones médicas, cuyas láminas en colores me encantaban. Este afán de
buscar lo completo en cada cuestión me enorgullecía. Cuando luego comencé a
publicar por mi cuenta, tuve que dibujar las láminas correspondientes a mis
trabajos, y sé que una de ellas salió tan imperfectamente, que motivó las burlas
de un benévolo colega. A esto se enlaza, no sé muy bien cómo, un muy temprano
recuerdo infantil. Mi padre tuvo un día la humorada —apenas justificable desde
el punto de vista-educativo— de entregarnos a mí y a la mayor de mis hermanas,
para que lo estropeáramos y destruyéramos a nuestro antojo, un libro con
láminas en colores. (Descripción de un viaje por Persia). Por entonces tenía yo
cinco años y mi hermana no llegaba a tres. El cuadro que formábamos mi
hermana y yo, destruyendo gozosamente el libro —al que fuimos arrancando las
hojas una por una (como a una alcachofa)—, es casi el único perteneciente a
aquella edad, del que conservo aún un recuerdo plástico. Cuando después
comencé mi vida de estudiante, se desarrolló en mí una gran afición a poseer
libros (correspondiente a la inclinación a estudiar en monografías; una afición
como las que aparecen en las ideas del sueño con respecto a los ciclámenes y a
las alcachofas). Llegué a ser un gusano de los libros[327] (cf. herbario). Desde
que hube de comenzar a reflexionar sobre mí mismo, he referido siempre esta
primera pasión de mi vida a la impresión infantil antes indicada, o, mejor dicho,
he reconocido que dicha escena infantil constituye un recuerdo encubridor de mi
posterior bibliomanía. Naturalmente, no tardó en mostrárseme que las pasiones
nos acarrean con facilidad amargos sinsabores. Teniendo diecisiete años se me
acumuló en la librería una elevada cuenta, en ocasión en la que no disponía de
medios para saldarla, y apenas me sirvió de excusa para con mi padre el buen
motivo de mis gastos. El recuerdo de este suceso de juventud me lleva en
seguida a la conversación que con mi amigo el doctor Königstein mantuve la
tarde anterior al sueño; conversación en la que tratamos también del reproche
que, como en el citado suceso juvenil, suele hacérseme ahora, de dejarme
arrastrar demasiado por mis aficiones y preferencias.
Por razones que no hacen al caso, prescindiré de continuar aquí la
interpretación de este sueño, y me limitaré a indicar el camino que a la misma
conduce. Durante la labor de análisis me ha sido recordada repetidamente mi
conversación con el doctor Königstein. Pasando revista a los temas en ella
tratados, se me hace comprensible el sentido del sueño. Todas las rutas mentales
iniciadas, o sea, las referentes a las aficiones de mi mujer y a las mías propias, a
la cocaína a las dificultades de la asistencia médica entre colegas, a mi
predilección por los estudios monográficos y mi descuido de determinadas
disciplinas, como la botánica, todo esto es continuado en la interpretación, hasta
desembocar en una cualquiera de las numerosas ramificaciones de mi diálogo
con el oculista. Mi sueño presenta nuevamente el carácter de una justificación,
de una defensa de mi derecho análogamente al de la inyección de Irma, antes
analizado. Pudiera incluso decirse que continúa el tema que en dicho sueño se
iniciaba y lo desarrolla en relación con un nuevo material surgido con
posterioridad a él. La misma forma expresiva del sueño, en apariencia
indiferente, muestra ahora un particularísimo carácter. Así como en el sueño de
Irma trato de justificarme alegando ser un médico concienzudo y aplicado, hago
constar ahora, en mi sueño, que soy el autor de un valioso y utilísimo trabajo
(sobre la cocaína), y tanto en uno como en otro caso me escudo en la alegación
correspondiente para afirmar un derecho. Es como si de los méritos expuestos
dedujese una conclusión en la forma siguiente: «… siendo así, creo que puedo
permitirme…» Pero en el ejemplo presente puedo prescindir de exponer al
detalle la interpretación, pues el propósito que me guiaba al comunicar este
sueño era tan sólo el de investigar en un caso práctico la relación del contenido
onírico con el suceso estimulador del día del sueño. Mientras no me era
conocido sino el contenido manifiesto, no se me evidenciaba más que una sola
relación del sueño con una impresión diurna; en cambio, una vez efectuado el
análisis, se me revela, en otro suceso del mismo día, una segunda fuente del
sueño. La primera de estas impresiones a las que el sueño se refiere es de
carácter indiferente, constituyendo una circunstancia accesoria: el haber visto en
el escaparate de una librería un libro cuyo título atrae fugitivamente mi atención
y cuyo contenido apenas debía interesarme. La segunda impresión posee, en
cambio, un alto valor psíquico: he dialogado con mi amigo el oculista durante
cerca de una hora, haciéndole determinadas indicaciones de gran interés para
ambos, y esta conversación ha provocado en mí la emergencia de recuerdos
acompañados de los más diversos sentimientos. Además, nuestro diálogo quedó
interrumpido, antes de terminar, por la llegada de unos amigos. ¿Qué relación
tienen entre sí y con el sueño las dos impresiones diurnas señaladas?
En el contenido manifiesto no encuentro sino una alusión a la impresión
indiferente, y de este modo queda confirmado que el sueño acoge con
preferencia en dicho contenido aquello que en la vida diurna no posee sino un
carácter secundario. Por el contrario, en la interpretación onírica nos conduce
todo al suceso importante, justificadamente estimulador. Si, como constituye la
única forma acertada, juzgo el sentido del sueño por el contenido latente que el
análisis nos ha revelado, habré llegado inopinadamente a un nuevo e importante
conocimiento. El enigma de la preferencia exclusiva del sueño por los
fragmentos sin valor de la vida diurna desaparece por completo y queda probada
la inexactitud de aquellas afirmaciones que pretende que la vida anímica de la
vigilia no continúa en el sueño, y que el mismo prodiga, en cambio, actividad
psíquica en materia insignificante. La verdad es totalmente opuesta. Aquello que
nos ha impresionado durante el día domina también las ideas del sueño, y sólo
por aquellas materias que en la vigilia han estimulado nuestro pensamiento nos
tomamos el trabajo de soñar.
La explicación más próxima de por qué sueño con la impresión diurna
indiferente, siendo otra, justificadamente estimuladora, la que ha provocado mi
sueño, es quizá la de que se trata nuevamente de un fenómeno de la deformación
onírica, proceso que antes atribuimos a un poder psíquico que reina a título de
censura. El recuerdo de la monografía sobre los ciclámenes es empleado como si
constituyese una alusión a mi diálogo con Königstein, idénticamente a como en
el sueño de la comida fracasada queda representada la amiga de la sujeto por la
alusión salmón ahumado. Fáltanos averiguar por conducto de qué elementos
intermedios puede entrar la impresión producida por la monografía en una
relación alusiva con mi conversación con el oculista, pues a primera vista nos es
imposible hallar conexión alguna de este género. En el ejemplo de la comida
fracasada queda establecida una tal relación desde el primer momento, pues el
salmón ahumado pertenece, a título de plato preferido de la amiga, al círculo de
representaciones que la persona de la misma ha de despertar en la sujeto del
sueño. Pero en nuestro nuevo ejemplo se trata de dos impresiones separadas, que
al principio no tiene nada común, sino el haber surgido en un mismo día. La
monografía me ha llamado la atención por la mañana, y la conversación se
desarrolló a finales de la tarde. La respuesta que a estos hechos nos da el análisis
es la siguiente: tales relaciones, inexistentes al principio entre las dos
impresiones, quedan establecidas subsiguientemente entre los respectivos
contenidos de representaciones. En la redacción del análisis he hecho ya resaltar
los elementos intermedios correspondientes. A la representación de la
monografía sobre los ciclámenes no habría yo enlazado, probablemente, si no
hubieran sobrevenido influencias de distinto origen, más que una sola idea: la de
que dicha flor es la preferida de mi mujer, o quizá también el recuerdo de la
historia de la señora de L., ideas que no creo hubieran bastado para provocar un
sueño.
There needs no ghost, my lord, come from the grave, To tell us this. (Hamlet.)
Pero he aquí que el análisis me recuerda que la persona que interrumpió
nuestra conversación se llamaba Gärtner (jardinero) y que hallé a su mujer
floreciente. Además, recuerdo ahora, a posteriori, que en mi conversación con
Königstein hablé también de una paciente mía que lleva el bello nombre de
Flora. Por medio de estos elementos intermedios, pertenecientes al círculo de
representaciones de la botánica, es como he debido de llevar a cabo el enlace de
los dos sucesos diurnos, el indiferente y el interesante. A continuación fueron
estableciéndose otras relaciones, siendo la primera la de la cocaína, la cual podía
unir congruente y justificadamente la persona del doctor Königstein y una
monografía botánica escrita por mí. Estas relaciones fortifican la fusión de los
dos círculos de representaciones en uno sólo, permitiendo de este modo que un
fragmento del primer suceso pudiera ser utilizado como alusión al segundo.
Sé que esta explicación será combatida y calificada de arbitraria o artificiosa.
¿Qué hubiera sucedido si no hubiéramos encontrado al profesor Gärtner
(jardinero) y a su floreciente esposa y si la paciente de que hablamos se hubiese
llamado Ana y no Flora? La respuesta es sencilla. Si estas relaciones de ideas no
hubieran existido hubieran sido elegidas otras distintas. Nada más fácil, en
efecto, que establecer relaciones de este género; los chistes, adivinanzas y
acertijos que nos hacen reír o nos entretienen en la vida diurna lo demuestran
constantemente. El dominio del chiste es limitado. Pero aún hay más; si no
hubiera sido posible establecer entre las dos impresiones del día relaciones
intermedias suficientemente eficaces, habría tomado el sueño una forma distinta;
otra cualquiera de las infinitas impresiones indiferentes que durante el día
experimentamos y olvidamos casi en el acto habría tomado para el sueño el lugar
de la «monografía» y habría entrado en conexión con el contenido de la
conversación y representado a éste en el sueño. El que ninguna otra impresión,
sino precisamente la de la monografía, fuese llamada a tomar a su cargo este
papel es señal de que era la más apropiada para el establecimiento de la
conexión. No debe admirarnos nunca, como al Juanito Listo (Hänschen Schlau),
de Lessing, «que sean sólo los ricos los que más dinero tienen».
En el proceso psicológico por medio del cual llega la impresión indiferente a
constituirse en representación de lo psíquicamente importante tiene que
parecemos todavía harto arduo y singular. En otro capítulo nos plantearemos la
labor de aproximar más a nuestra inteligencia las peculiaridades de esta
operación aparentemente incorrecta, pues, por el momento, queremos limitamos
al resultado de dicho proceso, resultado que los conocimientos deducidos de
numerosísimos análisis oníricos nos fuerzan a aceptar. Lo que del proceso
advertimos es como si mediante los indicados elementos intermedios se llevase a
cabo un desplazamiento de lo que podríamos denominar el «acento psíquico»,
hasta conseguir que representaciones débilmente provistas de intensidad
inicialmente adquieran, por apropiación de la intensidad de otras mejor provistas
al principio, una energía que las capacite para forzar el acceso a la conciencia.
Tales desplazamientos no nos admiran cuando se trata de la aplicación de
magnitudes de afecto o en general de actos motores. Que la solterona sin familia
transfiera su ternura a sus animales caseros, que el solterón se convierta en
apasionado coleccionista, que el soldado defienda hasta la muerte algo que en
realidad no es sino una seda de colores, que en las relaciones amorosas nos
colme de felicidad un apretón de manos prolongado durante un segundo o que
un pañuelo perdido produzca en Otelo un ataque de ira, son ejemplos de
desplazamientos psíquicos que nos parecen incontrovertibles. En cambio, el que
del mismo modo y conforme a los mismos principios se establezca una
conclusión sobre lo que llega a nuestra conciencia y lo que es usurpado a la
misma, esto es, sobre lo que pensamos, nos hace la impresión de algo morboso y
lo calificamos de error mental cuando lo observamos en la vida despierta.
Anticipando aquí el resultado de consideraciones que más adelante habremos de
exponer, revelaremos que el proceso psíquico que hemos reconocido en el
desplazamiento onírico se nos demostrará, ya que no patológicamente
perturbado, sí distinto de lo normal; esto es, como un proceso de naturaleza más
bien primaria.
De este modo interpretaremos la inclusión de restos de sucesos secundarios
en el contenido del sueño como un fenómeno de la deformación onírica (por
desplazamiento) y recordaremos que en este proceso deformador vimos una
consecuencia de la censura que vigila a la comunicación entre dos instancias
psíquicas. Esperamos, por tanto, que el análisis onírico nos descubra siempre la
fuente verdadera y psíquicamente importante situada en la vida diurna, cuyo
recuerdo ha desplazado su acento sobre el recuerdo indiferente. Esta concepción
nos sitúa en abierta contradicción con la teoría de Robert, inutilizable ya para
nosotros. En efecto, resulta que el hecho que quería explicar Robert no existe,
pues la hipótesis de su existencia se basa en el error que supone la no sustitución
del contenido aparente del sueño por el verdadero sentido del mismo. Pero no es
ésta la única objeción que puede oponerse a dicha teoría. Si el sueño tuviera
realmente la función de libertar nuestra memoria, por medio de una labor
psíquica especial, de las «escorias» del recuerdo diurno, el trabajo realizado
mientras dormimos sería muy superior al que pudiera significar nuestra actividad
anímica despierta. Las impresiones indiferentes del día de las que habíamos de
proteger nuestra memoria son infinitamente numerosas, y la noche entera no
bastaría para hacerlas desaparecer. Mucho más verosímil es que el olvido de las
impresiones indiferentes se realice sin intervención activa de nuestros poderes
anímicos.
No obstante, parece haber algo que nos advierte que no debemos todavía
echar a un lado sin más detenido examen las teorías de Robert. Hemos dejado
inexplicado el hecho de que una de las impresiones indiferentes del día —y
precisamente del último— proporcione siempre al contenido onírico un
elemento. Entre esta impresión y la verdadera fuente onírica en lo inconsciente
no siempre existen relaciones desde un principio, sino que, como ya hemos visto
antes, quedan establecidas después, durante la elaboración del sueño, y como
para facilitar el desplazamiento que la misma ha de llevar a cabo. Tiene, pues,
que existir una coerción que imponga el establecimiento de tales relaciones
precisamente con el impresión reciente, aunque nimia, y esta última tiene que
ser, por una cualidad particular cualquiera, apropiada para ello. En caso contrario
sería igualmente fácil que las ideas latentes desplazasen su acento sobre un
fragmento inesencial de su propio contenido de representaciones.
Los conocimientos que a continuación expongo, deducidos de mis análisis,
pueden conducirnos a una explicación satisfactoria de esta cuestión. Cuando un
día ha traído consigo dos o más sucesos capaces de provocar un sueño quedan
ambos mencionados en el mismo por una única totalidad, como si el fenómeno
onírico obedeciese a una coerción que le obligase a formar con ellos una unidad.
Ejemplo: Una tarde de verano subí a un coche del ferrocarril, en el que encontré
a dos amigos míos que no se conocían entre sí. Uno de ellos era un colega mío
de gran fama, y el otro, un miembro de una distinguida familia a la que presto mi
asistencia profesional. Aunque presenté en seguida a ambos señores, no
entablaron durante todo el largo viaje conversación seguida entre ellos, sino que
se limitaron a tomar parte en las que por separado hube yo de iniciar con cada
uno. En una de ellas rogué a mi colega que recomendase a sus amistades a un
conocido común que comenzaba por entonces el ejercicio de la Medicina. Mi
colega me observó que estaba convencido de los méritos del principiante, pero
que su insignificante figura le había de hacer más difícil el acceso a las casas de
personas distinguidas, replicándole yo que precisamente por eso se hallaba
necesitado de recomendación. Al otro de mis compañeros de viaje le pregunté
poco después por el estado de su tía —madre de una de mis pacientes—, de la
que sabía se hallaba gravemente enferma. A la noche siguiente a este viaje soñé
que aquel amigo mío para el cual había solicitado ayuda se hallaba en un
elegante salón y pronunciaba con toda la serena corrección de un acabado
hombre de mundo y ante una selecta concurrencia, en la que situé a todas las
personas distinguidas y ricas que me eran conocidas, un discurso necrológico en
memoria de la anciana tía de mi compañero de viaje, a la que mi sueño daba ya
por muerta. (Confieso francamente que no me hallaba en muy buenas relaciones
con esta señora.) Así, pues, mi sueño había hallado de nuevo conexiones entre
las dos impresiones del día y había compuesto por medio de ellas una situación
unitaria.
Sobre la base de conocimientos análogamente adquiridos por mi experiencia
en la interpretación de los sueños sentaré aquí el principio de que para la
elaboración onírica existe también una especie de fuerza mayor que la obliga a
reunir en una unidad en el sueño todas las fuentes de estímulos dadas[328]. Esta
coerción que actúa sobre la elaboración de los sueños se nos revelará en el
capítulo que a esta última consagraremos como una parte de la condensación,
otro proceso psíquico primario.
Entraremos ahora en el examen de la cuestión de si la fuente onírica a que el
análisis nos conduce tiene que ser siempre un acontecimiento externo —e
importante—, o si un suceso interior, o sea, el recuerdo de un suceso
psíquicamente importante, o un proceso mental, puede asimismo llegar a
constituirse en estímulo onírico. Los numerosos análisis realizados nos permiten
contestar a esta interrogación en sentido afirmativo. El estímulo de un sueño
puede ser un proceso interior que nuestra actividad intelectual diurna ha
actualizado. Creo es éste el momento de agrupar en un esquema las fuentes
oníricas descubiertas:
La fuente de un sueño puede ser:
1) Un suceso reciente y psíquicamente importante, representado
directamente en el sueño[329].
2) Varios sucesos recientes e importantes, que el sueño reúne en una
unidad[330].
3) Uno o varios sucesos recientes e importantes, representados en el
contenido manifiesto por la mención de un suceso contemporáneo, pero
indiferente[331].
4) Un suceso interior importante (recuerdo, proceso mental) representado
siempre en el sueño por la mención de una impresión reciente, pero
indiferente[332]. Vemos, pues, que en el contenido manifiesto de todo sueño
existe siempre un elemento que repite una expresión del día inmediatamente
anterior. Este factor, destinado a ser representado en el contenido manifiesto,
puede pertenecer al acervo de representaciones del verdadero estímulo del sueño
—como parte esencial o nimia del mismo— o proceder del círculo de ideas de
una impresión indiferente, enlazado con el del estímulo onírico por relaciones
más o menos numerosas. La aparente multiplicidad de las condiciones depende
aquí únicamente de una alternativa, esto es, de que hayan tenido o no lugar un
desplazamiento; alternativa que nos permite explicar los contrastes del fenómeno
onírico con igual facilidad que a la teoría médica el progresivo despertar de las
células cerebrales.
Observamos, además, en el esquema antes consignado que el elemento
psíquicamente importante, pero no reciente (el proceso mental o el recuerdo),
puede ser sustituido en el sueño por un elemento reciente, pero psíquicamente
indiferente, siempre que en la sustitución se acaten dos condiciones: 1.a, que el
contenido del sueño sea puesto en relación con los recientemente vividos por el
sujeto; y 2.a, que el estímulo onírico sea siempre un proceso psíquicamente
importante. En un solo caso, I), quedan cumplidas ambas condiciones por una
misma impresión. Si reflexionamos, además, que aquellas impresiones
indiferentes que son utilizadas por la elaboración del sueño mientras conservan
la propiedad de ser recientes pierden esta aptitud en cuanto envejecen un solo día
(o varios como máximo), habremos de decidirnos a suponer que la actualidad de
una impresión le da de por sí determinado valor psíquico para la formación de
sueños, valor que equivale en cierto modo al de los recuerdos o procesos
mentales saturados de afecto. Posteriores reflexiones de orden psicológico nos
permitirán adivinar en qué puede fundarse este valor de las impresiones recientes
para la formación de los sueños[333].
Secundariamente es atraída aquí nuestra atención sobre el hecho de que
durante la noche, y sin que nuestra conciencia lo advierta, pueden tener efecto
importantes transformaciones de nuestro material de recuerdos y
representaciones. El consejo de «consultar con la almohada», esto es, de dejar
pasar una noche antes de tomar decisión ninguna importante, se halla
plenamente justificado. Pero observamos que con estas consideraciones hemos
pasado de la psicología del sueño a la del estado de reposo, acto para el que aún
han de presentársenos numerosas ocasiones[334].
Existe, sin embargo, una objeción que amenaza echar por tierra estas últimas
conclusiones. Si las impresiones indiferentes sólo mientras son recientes poseen
acceso al contenido onírico, ¿cómo hallamos también en éste elementos de
tempranas épocas de nuestra vida que cuando fueron recientes carecieron, según
la expresión de Strümpell, de todo valor psíquico y debían, por tanto, hallarse
olvidados nace ya mucho tiempo elementos que no son ni recientes ni
psíquicamente importantes?
Pero apoyándonos en los resultados obtenidos en psicoanálisis de individuos
neuróticos podemos salvar por completo esta objeción. La explicación es que el
desplazamiento que sustituye el material psíquicamente importante por otro
indiferente (tanto en el sueño como en el pensamiento despierto) ha tenido ya
efecto, en estos casos, en dichas tempranas épocas, habiendo quedado fijo desde
entonces en la memoria. Tales elementos, originalmente indiferentes, no lo son
ya desde que han adquirido, por desplazamiento, el valor del material
psíquicamente importante. Aquello que en realidad ha permanecido indiferente
no puede tampoco ser reproducido en el sueño.
De las consideraciones que preceden deducirá el lector justificadamente que
no existe, a mi juicio, estímulo onírico alguno indiferente y, por tanto, tampoco
sueños inocentes. Tal es, en efecto, mi opinión, rotunda y exclusiva, salvo con
respecto a los sueños de los niños y quizá algunas breves reacciones oníricas a
sensaciones nocturnas. Fuera de estos casos, todo lo que soñamos, o se
demuestra psíquicamente importante de un modo manifiesto, o se halla
deformado y sólo podemos juzgarlo después de realizar el análisis, el cual nos
revelará siempre su importancia. El sueño no se ocupa nunca de cosas nimias, ni
nosotros consentimos que nuestro reposo quede alterado por algo que no valga la
pena[335]. Los sueños aparentemente inocentes demuestran no serlo en cuanto
nos preocupamos de interpretarlos. Siendo ésta nuevamente una afirmación
contra la que habrán de elevarse innúmeras objeciones, someteré aquí al análisis
una serie de sueños «inocentes», aprovechando al mismo tiempo la ocasión para
mostrar prácticamente la labor de la deformación onírica.
I. Una señora joven, inteligente y distinguida, pero muy reservada en su vida
de relación y hasta un tanto «agua mansa», me refirió un día: «He soñado que
llegaba tarde a la plaza y no encontraba ya nada en la carnicería ni en la
verdulería». Este sueño muestra, desde luego, un contenido inocente; pero como
el relato que de él me hace la sujeto no me parece reflejado con exactitud, le
ruego que me lo exponga con más detalle. He aquí el nuevo relato. «Va al
mercado con su cocinera, la cual lleva la cesta. El carnicero, al que piden algo,
les contesta: ‘No queda ya’, y quiere despacharle otra cosa diferente,
observando: ‘Esto también es bueno’. Ella rehúsa la oferta y se dirige al puesto
de la verdulera, la cual quiere venderle una extraña verdura atada formando
manojo y de color negro. Ella dice entonces: ‘No he visto nunca cosa semejante.
No la compro’». La conexión de este sueño con la vida diurna es facilísima de
hallar: La sujeto había llegado tarde aquella mañana al mercado y tuvo que
volver a su casa sin haber podido comprar nada. Para describir este suceso
podríamos usar la frase «la carnicería estaba cerrada». Pero, ¡calle!, ¿no es esta
frase —o mejor dicho, la contraria afirmación— una grosera locución con la que
se alude a una determinada negligencia en el vestido masculino? Por lo demás, la
sujeto no ha empleado la frase en su relato, sino que, por el contrario, ha evitado
quizá pronunciarla. Intentemos interpretar los detalles del contenido manifiesto.
Todo lo que en el sueño presenta un carácter verbal, siendo dicho u oído y no
solamente pensado —cosa que casi siempre podemos diferenciar con toda
seguridad—, procede de aquello que en la vida despierta hemos oído o dicho,
aunque la elaboración onírica, considerándolo como materia prima, lo modifique
a veces y lo desglose siempre de su contexto (presentándolo aislado)[336]. Estos
elementos verbales pueden ser tomados como punto de partida de la
interpretación. ¿De dónde proceden, pues, las palabras del carnicero? Soy yo
mismo quien las pronunció hace días, al explicar a la sujeto que en la memoria
del adulto no queda ya nada de los antiguos sucesos infantiles, pues han sido
sustituidos por «transferencias y por sueños». Soy yo, por tanto, el carnicero, y
lo que la paciente rechaza es la posibilidad de tales transferencias al presente de
ideas y sentimientos pretéritos. ¿De dónde proceden las palabras que ella
pronuncia en el sueño: No he visto nunca cosa semejante. ¡No lo compro!?
Analicemos por separado cada una de estas dos frases. No he visto nunca cosa
semejante es una exclamación que la sujeto pronunció realmente el día del sueño
riñendo a su cocinera Pero en esta ocasión había añadido: «¡Hágame el favor de
conducirse más correctamente!» Se nos evidencia aquí un desplazamiento. De
las dos frases que dirigió a su cocinera ha escogido en su sueño la que carece de
importancia, reprimiendo, en cambio, la otra —Hágame el favor de conducirse
más correctamente—, que es precisamente la que forma sentido con el contenido
onírico restante. Esta frase es la que se dirigía a alguien que se atreviese a hacer
proposiciones indecorosas y olvidase «cerrar la carnicería». La concordancia de
estas hipótesis con las alusiones que luego hallamos en la escena con la
verdulera nos demuestra que nos hallamos sobre la pista de la verdadera
interpretación. Una verdura («alargada», añade luego la sujeto) que se vende por
manojos, pero que, además, es negra, no puede ser sino una fusión, efectuada por
el sueño, de los espárragos con los rábanos negros (Rhaphanusniger). La
significación onírica del «espárrago» es ya conocida por todos aquellos que se
han ocupado algo de estas materias. Pero también de otra legumbre (schwarzer,
Rettig) parece aludir, por la analogía de su mismo nombre, con una locución de
sentido sexual (Schawarzer, rett’dich!)[337] a aquel mismo tema sexual que desde
un principio adivinamos cuando incluimos, en el relato de la paciente, la frase
«la carnicería estaba cerrada». No creo necesario revelar por completo el sentido
de este sueño; lo expuesto hasta aquí basta para demostrar que es harto
significativo y nada inocente[338] 249.
II. Otro sueño inocente de la misma persona y que constituye, en cierto
sentido, la pareja del anterior: «Su marido le pregunta: ¿No hay que mandar
afinar el piano? Ella contesta: No vale la pena. De todos modos, hay que forrar
los macillos». Nuevamente una reproducción de un suceso real del día anterior.
Su marido le hizo la pregunta consignada y ella contestó en forma análoga a
como en el sueño lo hace. Pero ¿qué significa esto último? Hablando del piano,
dice que es una caja indecente y de malos sonidos (mal tono), que su marido
poseía ya antes de casarse[339], etc. ; pero la clave de la solución nos la da la
frase: No vale la pena. Esta frase procede de una visita que la paciente hizo el
día del sueño a una amiga suya. Invitada a quitarse la chaqueta, había rehusado
diciendo: «No vale la pena. Me tengo que marchar en seguida». Al oír relatar
esta escena a la sujeto, recuerdo que el día anterior, durante la sesión de análisis,
se echó mano al pecho, al notar que se le había desabrochado un botón, como si
quisiera decir: «No mire usted, no vale la pena». La caja queda así convertida en
alusión a la caja torácica, y la interpretación del sueño nos conduce
directamente a la época del desarrollo físico de la paciente, cuando la misma
comenzó a sentirse descontenta de la delgadez de sus formas corporales. Las
expresiones «indecente» y «mal tono» nos llevan también a esta temprana época,
en cuanto recordamos la frecuencia con la que tanto en la alusión como en el
sueño suelen sustituirse los pequeños hemisferios del cuerpo femenino a otros,
más amplios, pertenecientes también al mismo.
III. Interrumpiré la serie de sueños de esta enferma para intercalar en ella un
breve sueño inocente de un joven. Sueña que ha tenido que ponerse de nuevo el
gabán de invierno, cosa terrible. El motivo de este sueño parece ser, a primera
vista, el frío que de repente había vuelto a hacer. Pero un examen más detenido
nos muestra que los dos breves fragmentos de que se compone no concuerdan
entre sí, pues el tenerse que poner un gabán de invierno, porque hace frío, no es
nada terrible. Por desgracia para la inocencia de este sueño, la primera
ocurrencia que surge en el análisis es la de que una señora había dicho en
confianza a nuestro sujeto, el día anterior, que su último hijo debía su existencia
a la rotura de un preservativo. El sujeto reconstruye ahora los pensamientos que
le sugirió esta confidencia: los preservativos finos presentan el peligro de
romperse, y los gruesos son muy molestos. Un preservativo es como un vestido
o gabán. Si a él, soltero, le ocurriese algo como lo que la señora le ha relatado,
sería «terrible». Volvamos ahora a nuestra paciente.
IV. «Mete una vela en el candelero. Pero la vela está rota y no se tiene
derecha. Las muchachas del colegio dicen que es muy desmañada; pero la
maestra la defiende diciendo que no es culpa suya».
También aquí hallamos un suceso real como motivo del sueño. El día
anterior puso una vela en un candelero, pero no estaba rota. La vela es un objeto
que excita los genitales femeninos. Rota, y no pudiéndose mantener derecha,
significa la impotencia del hombre (no es culpa suya). Pero ¿cómo es posible
que la paciente, cuidadosamente educada, pueda conocer tal empleo de la vela?
Casualmente puede indicar el origen de este conocimiento. En una excursión en
barca por el Rin, pasó junto a ellos un bote lleno de estudiantes, que con toda
tranquilidad iban cantando, a voz en grito, una canción obscena: «Cuando la
reina de S. cierra las ventanas y con una “vela de Apolo” (Apollokerze)…»[340]*
La sujeto no oyó bien o no comprendió esta última palabra, y su marido tuvo
que explicarle lo que significaba. El texto de la canción queda luego sustituido
en el contenido onírico por el inocente recuerdo de una comisión de que la
encargaron en el colegio y que llevó a cabo muy desmañadamente. Esta
sustitución queda realizada por medio de un elemento común: las ventanas
cerradas. La conexión del tema del onanismo con el de la impotencia es
suficientemente clara. El elemento «Apolo», del contenido latente, une este
sueño con otro anterior, en el que se trataba de la virginal Palas. Todo ello, como
vemos, nada inocente.
V. Para que no se crea demasiado fácil el deducir de los sueños conclusiones
sobre las verdaderas circunstancias personales del sujeto, expondré un nuevo
sueño de esta enferma, inocente también en apariencia. «He soñado algo —me
relata— lo que había hecho realmente durante el día; esto es, que metía los libros
en un pequeño baúl, que luego me costaba trabajo cerrarlo, y lo he soñado tal y
como había sucedido». En este caso, hace resaltar especialmente la sujeto la
coincidencia entre el sueño y la realidad. Todos estos juicios y observaciones
sobre el sueño pertenecen, aunque hayan creado un lugar en el pensamiento
despierto, al contenido latente, circunstancia que ya demostraremos con otros
ejemplos. La paciente nos dice, en este caso, que lo que el sueño le ha
presentado había sucedido realmente el día anterior. Nos ocuparía demasiado
lugar exponer por qué camino llegamos a la ocurrencia de recurrir al idioma
inglés como medio auxiliar de la interpretación. Baste con decir que se trata
nuevamente de una pequeña box (cf. el ejemplo de la niña en su caja, pág. 441)
que ha sido llenada hasta el punto de que nada más cabía en ella. En todos estos
sueños «inocentes» predomina singularmente el factor sexual como motivo de la
censura. Pero es éste un tema de esencial importancia que debemos dejar a un
lado por el momento.

b) Lo infantil como fuente onírica.

Como tercera de las peculiaridades del contenido onírico, hemos señalado,


de acuerdo con todos los autores (incluso Robert), la de que en el sueño pueden
emerger impresiones de tempranas épocas de nuestra vida, de las cuales no
dispone nuestra memoria en la vigilia. Fácilmente se comprenderá que no es
nada sencillo determinar la frecuencia con que esto sucede, pues al despertar no
sabemos reconocer el origen de tales elementos de nuestros sueños. La
demostración de que se trata de impresiones de la infancia tiene, por tanto, que
realizarse de un modo objetivo, cosa también difícil, dado que sólo en muy raros
casos disponemos de los datos necesarios. A. Maury refiere, como especialmente
demostrativa, la historia de un individuo que se disponía a hacer un viaje para
visitar su ciudad natal, de la que faltaba hacía veinte años, y la noche anterior a
la partida soñó que se hallaba en un lugar desconocido y encontraba en la calle a
un señor, también desconocido, con el que entablaba conversación. Llegando
luego al fin de su viaje, comprobó que el lugar de su sueño existía realmente en
las cercanías de su ciudad natal y que el incógnito individuo era un anciano
amigo de su difunto padre. Esta circunstancia prueba que en su niñez había visto
tanto el lugar como al individuo de su sueño, el cual debe interpretarse, además,
como un sueño de impaciencia, análogo al de aquella paciente mía que pensaba
ver al hombre a quien amaba en un concierto para el que ya tenía tomados los
billetes, y el del niño al que su padre había prometido llevar de excursión a un
lugar determinado. No habiendo sometido este sueño al análisis, no nos es
posible, naturalmente, indicar los motivos por los que reprodujo, precisamente,
tales impresiones de la infancia del sujeto.
Uno de mis discípulos, que se vanagloriaba de que sólo raras veces sufrían
sus sueños los efectos de la deformación onírica, me comunicó uno en el que
había visto a su antiguo preceptor acostado con una criada que había servido en
su casa hasta que él tuvo once años. Asimismo le parecía reconocer la habitación
en que dicha escena se desarrollaba. Su hermano, al que relató este sueño, le
confirmó, con grandes risas, su completa realidad. Recordaba muy bien —pues
en la época a que el sueño se refería tenía ya seis años— que la amorosa pareja
le emborrachaba con cerveza cuando hallaba ocasión favorable a su nocturno
comercio. Nuestro sujeto, que por entonces sólo tenía tres años, no era
considerado como obstáculo, aunque dormía en la misma alcoba.
Existe aún otro caso en el que, sin necesidad de interpretación, puede
afirmarse que el sueño contiene elementos de la-infancia. Sucede esto cuando se
trata de sueños de los denominados perennes, o sea de aquellos que habiendo
sido soñados por vez primera en la infancia, retornan después, periódicamente,
en la edad adulta. Aunque no he tenido nunca tales sueños perennes, puedo citar
algunos ejemplos de este género que me ha sido dado observar. Un médico,
cercano ya a los treinta años, me refirió que en su vida onírica solía aparecérsele,
desde su más temprana infancia hasta el presente, un león amarillo, cuya figura
podía describir con todo detalle. Un día descubrió que tal imagen onírica
correspondía a un león de porcelana, perdido o roto hace muchos años, que había
habido en su casa y constituyó, según le dijo su madre, el juguete predilecto de
su más temprana niñez, cosa que él no recordaba en absoluto.
Si desde el contenido manifiesto volvemos la vista a las ideas latentes que el
análisis nos revela, comprobaremos, con asombro, que también en aquellos
sueños en que nunca se nos hubiera ocurrido sospecharlo colaboran tales sucesos
infantiles. Al mismo médico del «león amarillo» debo un ejemplo singularmente
interesante e instructivo de tal sueño. Después de leer la descripción que Nansen
escribió de su expedición polar, soñó que en medio del desierto de hielo prestaba
sus servicios profesionales al valeroso explorador, aplicándole corrientes
eléctricas para curarle unos dolores de vientre que le aquejaban. En el análisis de
este sueño recordó una anécdota de su niñez, sin la cual no sería posible
explicarlo. Teniendo tres o cuatro años, oyó una conversación sobre los viajes de
exploración (Entdeckungsreisen) y preguntó a su padre si aquello era una
enfermedad muy grave, confundiendo los viajes (Reisen) con los retortijones
(Reis sen). Las burlas de sus hermanos grabaron para siempre en su memoria el
recuerdo de este suceso.
En mi sueño de la monografía botánica se da un caso idéntico al que precede.
Al analizarlo tropiezo, en efecto, con el recuerdo infantil, conservado, de que
teniendo yo cinco años me dio mi padre un libro con láminas en colores, para
que lo destruyera a mi antojo. Se me objetará quizá que es dudoso que este
recuerdo participase realmente en la conformación del sueño, siendo más
probable que la relación con él quedase posteriormente establecida en la labor
analítica; pero la riqueza y el enlace de las asociaciones testimonian en contrario;
ciclamen-flor preferida-plato preferido-alcachofas-arrancar, como a una
alcachofa, hoja por hoja (expresión muy usada en aquel tiempo con referencia al
proyectado reparto del Imperio chino) —herbario— «gusano de los libros»
(cuyo plato preferido son los libros). Además, puedo asegurar que el último
sentido de este sueño, que no hemos expuesto, se halla en íntima relación con el
contenido de la escena infantil.
En otra serie de sueños nos enseña el análisis que el mismo deseo que ha
provocado el sueño que lo realiza procede de la vida infantil, haciéndonos ver,
con asombro, que en el sueño continúa viviendo el niño con sus impulsos
infantiles.
Proseguiré aquí el análisis de un sueño al que ya debemos interesantes
esclarecimientos: el de que mi amigo R. es mi tío. Hemos llevado la
interpretación hasta descubrir como motivo el deseo de ser nombrado profesor, y
nos explicamos el cariño del sueño por mi amigo R. como una oposición contra
el rebajamiento de mis otros dos colegas contenido en las ideas latentes.
Tratándose de un sueño propio, puedo continuar su análisis, declarándome
insatisfecho con la solución alcanzada. Sé perfectamente que en la vida despierta
hubiera sido muy distinta mi opinión sobre mis dos colegas, tan maltratados en
las ideas latentes. El poder del deseo de no compartir su suerte en lo que a la
promoción a profesor se refiere, me pareció insuficiente para esclarecer por
completo la antinomia que se patentiza entre mis juicios en la vida despierta y
los del sueño. Si mi ansia de poseer el citado título fuera realmente tan grande,
sería prueba de una ambición morbosa que no creo poseer. No sé cómo opinarían
sobre este punto aquellos que creen conocerme bien. Quizá sea realmente
ambicioso; pero, aunque así fuera, hace ya mucho tiempo que mi ambición hacia
cosas muy distintas del título de profesor.
¿De dónde procede entonces la ambición que el sueño me atribuye? Se me
ocurre ahora que una anciana campesina profetizó a mi madre que yo sería un
grande hombre. Tales profecías deben ser harto frecuentes, pues nunca faltan
madres a quienes halagar ni ancianas —campesinas o no— que, viendo pasado
su reino en el mundo, vuelven los ojos al porvenir. Supongo que la buena
profecía valdría algo a la vieja sibila. ¿Podrá acaso ser esto lo que me ha
inspirado ansia de grandeza? Pero en este momento recuerdo otra impresión de
posteriores años infantiles, más apropiada para iluminarnos sobre este punto
concreto. Un día que nos hallábamos en una cervecería del Prater, a la que solían
llevarme mis padres cuando ya tenía yo once o doce años, nos llamó la atención
un individuo que iba de mesa en mesa y por una pequeña retribución
improvisaba versos sobre el tema que se le indicara. Mis padres me enviaron a
llamarle, y el poeta, agradecido al mensajero, improvisó, antes que se le señalara
tema alguno, unos versos en los que indicó la posibilidad de que yo llegara a ser
ministro. Recuerdo bien la impresión que me causó esta segunda profecía.
Sucedió esto en la época del «Ministerio burgués», y mi padre había traído hacía
pocos días a casa los retratos de los ministros doctores Herbst, Giskra, Unger,
Berger, etc. Varios de estos ministros eran judíos, de manera que todo buen
muchacho de esta confesión podía ya decirse que llevaba la cartera de ministro
en sus portalibros. Con las impresiones de aquella época debe hallarse también
relacionado el que yo decidiese primero estudiar Derecho, no cambiando de idea
sino poco antes de comenzar el plazo de inscripción en la Universidad. La
carrera de Medicina es incompatible con la política y, por tanto, con la aspiración
de llegar a ministro. Observo ahora, volviendo a mi sueño, que el mismo me
traslada desde el insatisfecho presente a los tiempos, preñados de esperanzas, del
Ministerio burgués, y realiza, en lo que le es posible, mi deseo de entonces.
Maltratando a mis dos colegas, dignos de la mayor estimación, por el hecho de
ser judíos, pero bajo el pretexto de que el uno es imbécil y el otro delincuente,
me conduzco como si fuera el propio ministro; esto es, me pongo en el lugar que
el mismo ocupa. ¡Magnífica venganza! El ministro me niega el nombramiento de
profesor y yo le despojo de su puesto en mi sueño.
En otro caso me fue dado observar que, aunque el deseo provocador del
sueño sea contemporáneo, queda robustecido por lejanos recuerdos infantiles.
Trátase aquí de una serie de sueños cuya base común es el vivo deseo de hacer
un viaje a Roma. Por la época en que tuve estos sueños pensaba que dicho deseo
habría de quedar incumplido aún mucho tiempo, pues los días que yo podía
disponer para un viaje pertenecían a la estación en la que precisamente no debe
permanecer en Roma ningún hombre cuidadoso de su salud[341]. En estas
circunstancias soñé una noche que veía a través de la ventanilla del tren el Tiber
y el puente de Sant-Angelo; luego echaba a andar el tren en dirección contraria y
pensaba yo que tampoco aquella vez se lograba mi deseo de visitar la Ciudad
Eterna. El paisaje demi sueño correspondía a un dibujo que el día anterior había
visto fugitivamente en casa de un enfermo. En otro sueño me conduce alguien a
lo alto de una colina y me muestra Roma envuelta en niebla y tan lejana aún, que
me asombro de verla con tanta precisión. El contenido de este sueño rebasa el
espacio que aquí desearíamos concederle. En él puede reconocerse fácilmente, a
título de motivo, el deseo de «ver desde lejos la tierra de promisión». Lübeck es
la primera ciudad que he visto envuelta en niebla, y la colina de mi sueño tiene
como antecedente el Gleichenberg. En un tercer sueño me encuentro ya en
Roma, según me dice el mismo. Mas, para desencanto mío, veo ante mí un
paisaje que no tiene nada de ciudadano: un pequeño río de oscuras aguas, con
negras rocas a un lado, y al otro, extensas praderas matizadas de grandes flores
blancas. Veo a un cierto señor Zucker (azúcar), al que conozco superficialmente,
y decido preguntarle por el camino que lleva a la ciudad. Descomponiendo el
paisaje del sueño en sus elementos, las flores blancas me recuerdan a Ravena,
ciudad que conozco y que sustituyó por algún tiempo a Roma como capital de
Italia. En los pantanos de Ravena vimos bellísimos nenúfares en medio del agua
negra. El sueño hace crecer estas flores en las praderas, como nuestros narcisos
de Aussee, para evitarnos las molestias que en nuestra estancia en Ravena
teníamos que afrontar para cogerlas en medio del pantano. Las negras rocas, tan
próximas al río, recuerdan vivamente el valle del Tepl, junto a Karlsbad. Este
último nombre me da la explicación del singular fragmento de mi sueño, en el
que pregunto al señor Zucker el camino. Descubrimos aquí, en el material con el
que el sueño se halla tejido, dos de aquellas divertidas anécdotas judías que
suelen entrañar una profunda sabiduría, amarga a veces, y que con tanta
frecuencia citamos en nuestras cartas y conversaciones. En una de ellas se nos
cuenta de un judío que se introdujo sin billete en el rápido de Karlsbad.
Descubierto y expulsado, volvió a subir y volvió a ser descubierto, pero
continuó, tenazmente, su manejo, siendo objeto, a cada nueva revisión, de peores
tratos. Un conocido que le vio en una de estas ocasiones le preguntó adónde iba
y obtuvo la contestación siguiente: «Si mi constitución (física) lo resiste…, hasta
Karlsbad». Próxima a ésta reposa en mi memoria otra historieta de un judío
desconocedor del francés, al que le indujeron a preguntar en París por el camino
de la rue Richelieu. También París ha sido durante mucho tiempo objeto de mis
deseos, y la felicidad que me invadió al pisar por vez primera su suelo la
interpreté como garantía de que también se me lograrían otros deseos. El
preguntar el camino es una alusión directa a Roma, pues conocido es que «todos
los caminos llevan a Roma». El nombre Zucker (azúcar) alude nuevamente a
Karlsbad, balneario al que mandamos los médicos a nuestros enfermos de
diabetes, que es una enfermedad constitucional. La ocasión de este sueño fue la
proposición que mi amigo de Berlín[342], me había dirigido de reunimos en
Praga, aprovechando las fiestas de Semana Santa. De los temas que con él
pensaba tratar surgen nuevas relaciones con el azúcar y la diabetes.
Un cuarto sueño, muy próximo al que antecede, me traslada de nuevo a
Roma. Estoy ante una esquina y me admira el gran número de anuncios y
carteles alemanes en ella fijados. El día antes había escrito —con profética
visión— a mi amigo que Praga no debía ser una residencia muy agradable para
dos viajeros alemanes. Así, pues, mi sueño expresaba al mismo tiempo el deseo
de reunirme con mi amigo en Roma y no en una ciudad bohemia, y el de que en
Praga se observase una mayor tolerancia con respecto al uso del alemán, deseo
este último que procedía sin duda de mis tiempos de estudiante. Por otro lado,
recuerdo que en los tres primeros años de vida debí de comprender el checo,
pues he nacido en un pueblo de Moravia cuya población era eslava en su
mayoría. Unos versos infantiles checos que oí teniendo diecisiete años se
grabaron tan fácilmente en mi memoria, que todavía puedo repetirlos de corrido,
a pesar de no tener la menor idea de su significación. Vemos, pues, que tampoco
estos sueños carecen de múltiples relaciones con impresiones de mis primeros
años infantiles.
Durante mi último viaje por Italia, en el que visité, entre otros lugares, el
lago Trasimeno, se me reveló, después de haber llegado hasta el Tiber y haber
tenido que emprender, contra mi deseo, el regreso, hallándome a ochenta
kilómetros de Roma, el refuerzo que a mi anhelo de la Ciudad Eterna
proporcionaban determinadas impresiones de mi infancia. Maduraba por
aquellos días el plan de ir a Nápoles al siguiente año, sin detenerme en Roma,
cuando recordé una frase que debía de haber leído en alguno de nuestros
clásicos: «No puede decidirse quién hubo de pasear más febrilmente arriba y
abajo por su cuarto después de haber hecho el plan de marchar hacia Roma, si
Aníbal o el rector Winckelmann». En mi viaje había yo seguido las huellas de
Aníbal; como a él, me había sido imposible llegar a Roma y había tenido que
retroceder hasta Campania. Aníbal, con quien me hallaba ahora estas analogías,
fue mi héroe favorito durante mis años de Instituto, y al estudiar las guerras
púnicas, todas mis simpatías fueron para los cartagineses y no para los romanos.
Más adelante, cuando en las clases superiores fui comprendiendo las
consecuencias de pertenecer a una raza extraña al país en que se ha nacido, y me
vi en la necesidad de adoptar una actitud ante las tendencias antisemitas de mis
compañeros, se hizo aún más grande ante mis ojos la figura del guerrero semita.
Aníbal y Roma simbolizaron para mí, respectivamente, la tenacidad del pueblo
judío y la organización de la Iglesia católica. La importancia que el movimiento
antisemita ha adquirido desde entonces para nuestra vida espiritual contribuyó a
la fijación de los pensamientos y sentimientos de aquella época. El deseo de ir a
Roma llegó de este modo a convertirse, con respecto a mi vida onírica, en
encubridor y símbolo de otros varios, para cuya realización debía laborar con
toda la tenacidad y resistencia del gran Aníbal, y cuyo cumplimiento parece a
veces tan poco favorecido por el Destino como el deseo de entrar en Roma que
llenó toda la vida de aquel héroe.
Se me revela ahora el suceso de juventud que manifiesta aún su poder en
todos estos sentimientos y sueños. Tendría yo diez o doce años cuando mi padre
comenzó a llevarme consigo en sus paseos y a comunicarme en la conversación
sus opiniones sobre las cosas de este mundo. Una de estas veces, y para
demostrarme que yo había venido al mundo en mucho mejor época que él, me
relató lo siguiente: «Cuando yo era joven salí a pasear un domingo por las calles
del lugar en que tú naciste bien vestido y con una gorra nueva en la cabeza. Un
cristiano con el que me crucé me tiró de un golpe la gorra al arroyo, exclamando:
‘¡Bájate de la acera, judío!’ Y tú, ¿qué hiciste?’, pregunté entonces a mi padre.
‘Dejar la acera y recoger la gorra’, me respondió tranquilamente. No
pareciéndome muy heroica esta conducta de aquel hombre alto y robusto que me
llevaba de la mano, situé frente a la escena relatada otra que respondía mejor a
mis sentimientos: aquélla en la que Amílcar Barca[343], padre de Aníbal, hace
jurar a su hijo que tomará venganza de los romanos. Desde entonces tuvo Aníbal
un puesto en mis fantasías».
Todavía creo poder perseguir mi predilección por el general cartaginés hasta
un periodo más temprano de mi infancia, resultando así que no se trataría
nuevamente en este caso sino de la transferencia a un nuevo objeto de una
relación afectiva ya constituida. Uno de los primeros libros que cuando aprendía
a leer cayeron en mis manos fue la obra de Thiers titulada El Consulado y el
Imperio, y recuerdo que pegué en la espalda de mis soldados de madera
cartulinas con los nombres de los mariscales, siendo ya entonces Massena
(Manasés)[344] mi preferido. (Esta predilección puede explicarse también por la
circunstancia de coincidir, con cien años de diferencia, la fecha de nuestro
nacimiento.) El paso de los Alpes hace también coincidir a Napoleón con Aníbal.
El desarrollo de este ideal guerrero podría quizá perseguirse, a través de años
aún más tempranos de mi infancia, hasta los deseos de mis relaciones —tan
pronto amistosas como hostiles— con un niño un año mayor que yo habían de
despertar en el más débil de todos.
Cuando más ahondamos en el análisis de los sueños, más frecuentemente
descubrimos las huellas de sucesos infantiles que desempeñan, en el contenido
latente, el papel de fuentes oníricas.
Vimos ya que sólo muy raras veces llegan a constituir los recuerdos,
reproducidos sin modificación ni corte alguno, todo el contenido manifiesto de
un sueño. Sin embargo, existen varios ejemplos comprobados de este género de
sueños, a los que añadiré algunos más, relacionados nuevamente con escenas
infantiles. Uno de mis pacientes tuvo un sueño que constituía la completa
reproducción, apenas deformada, de un incidente de carácter sexual,
reproducción que fue reconocida en el acto como un fidelísimo recuerdo. La
huella mnémica de dicho incidente no había desaparecido por completo de la
memoria despierta del sujeto, pero si se mostraba ya un tanto borrosa y oscura, y
su vivificación constituyó un resultado de la labor analítica anterior. Cuando
tenía doce años había ido el sujeto a visitar a un compañero suyo que se hallaba
en cama, y que al hacer un movimiento, seguramente casual, mostró sus
desnudeces. Poseído por una especie de obsesión a la vista de los genitales de su
amigo, descubrió el visitante los suyos y echó mano al miembro del otro; pero al
ver que éste le miraba con disgusto y asombro se turbó extraordinariamente y
retiró su mano. Veintitrés años más tarde repitió un sueño esta escena con todos
sus detalles y hasta con los mismos matices de los sentimientos que en ella
surgieron, aunque modificándola en el sentido de adjudicar al sujeto el papel
pasivo en lugar del activo y sustituir la persona del compañero del colegio por
otra, perteneciente al presente.
Regularmente, sin embargo, no es representada la escena infantil en el sueño
sino por una alusión, y tiene que ser desarrollada y completada por medio del
análisis. La comunicación de ejemplos de este género no puede poseer gran
fuerza demostrativa, pues carecemos de toda garantía sobre la exactitud de los
sucesos infantiles correspondientes, los cuales no son reconocidos por la
memoria cuando pertenecen a épocas muy tempranas. El derecho a deducir de
sueños estos sucesos infantiles surge, durante la labor psicoanalítica, de toda una
serie de factores, cuyo testimonio conjunto parece merecedor de crédito.
Separadas de su contexto para los fines de la interpretación onírica, no harán
quizá estas referencias de sueños a sucesos infantiles sino muy escasa impresión,
sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera puedo comunicar todo el material
sobre el que la interpretación se apoya. Sin embargo, no creo que estos motivos
sean suficientes para prescindir de su exposición.
I. Todos los sueños de una de mis pacientes presentan como carácter común
el apresuramiento. Se apura (sie hetgtsich) para llegar a tiempo a alguna parte,
no perder un tren, etc. En uno de estos sueños se dispone a visitar a una amiga
suya. Su madre le aconseja que tome un coche, pero ella echa a correr y cae al
suelo una y otra vez. El análisis nos muestra en estos sueños reminiscencias de
juegos infantiles de dicho carácter (Kinderhetzereien; sabido es también que los
vieneses llaman Hetz a la confusión o el tumulto, provocados intencionadamente
para la consecución de determinados fines), y con respecto especialmente al
sueño antes detallado, el recuerdo del conocido trabalenguas infantil consistente
en pronunciar con la mayor rapidez posible, como si de una palabra se tratara, la
frase La vaca corrió hasta que se cayó (Die Kuh rannte bis sie fiel). Todos estos
inocentes juegos entre infantiles amiguitos son recordados por constituir la
sustitución de otros menos inocentes.
II. Otro sueño de una paciente distinta. «Está en una amplia habitación, llena
de diversos aparatos, que le parece corresponder a la idea que ella se forma de un
establecimiento ortopédico. Oye decir que yo no tengo tiempo y que en la sesión
de tratamiento participaron hoy otros cinco. No queriendo aceptar esta
comunidad, se niega a echarse en la cama —o lo que sea— para ella destinada y
permanece en pie en un rincón, esperando que yo diga que no es verdad. Las
otras se burlan de ella mientras tanto. Son tonterías suyas. Al mismo tiempo le
parece como si estuviera haciendo pequeños cuadrados». La primera parte de
este sueño constituye un enlace del mismo con el tratamiento psicoanalítico y la
transferencia sobre mí, siendo su segunda parte la que contiene la alusión a una
escena infantil. Ambos fragmentos quedan soldados entre sí por la mención de la
cama. El «establecimiento ortopédico» se refiere a palabras mías, en las que
comparé el tratamiento, por su duración y naturaleza, con un tratamiento
ortopédico. Asimismo le había dicho yo al principio de la cura que por el
momento no podía dedicarle mucho tiempo, pero que más adelante le dedicaría
una hora diaria. Esta circunstancia despertó en la paciente su antigua
susceptibilidad, carácter principalísimo de los niños predestinados a la histeria,
los cuales no se consideran nunca satisfechos, por mucho que sea el cariño que
se les demuestre. Mi paciente era la menor de seis hermanas (de aquí, con otras
cinco), y como tal, la preferida del padre; mas, sin embargo, le parecía que el
mismo no le dedicaba aún tiempo y atención suficiente. El esperar que yo diga
que no es verdad se deriva de los hechos siguientes: su sastre le había enviado un
vestido, y ella había entregado su importe al pequeño aprendiz que fue a
llevárselo, preguntado después a su marido si tendría que pagar nuevamente en
el caso de que aquel chiquillo perdiese el dinero. El marido, para embromarla,
contestó afirmativamente (las burlas del sueño), y ella repitió una y otra vez su
pregunta, esperando que acabase por decirle que no era verdad. A esto
corresponde, en el contenido latente, la idea de si me tendrá que pagar el doble
cuando me dedique doble tiempo, idea de carácter «roñoso» o «sucio»
(schmutzig). (La falta de limpieza en la época infantil es sustituida con gran
frecuencia en los sueños por la avaricia, siendo el adjetivo schmutzig, con su
doble significado de «roñoso» y «sucio», lo que constituye el puente entre ambas
representaciones.) Si el fragmento onírico de «esperar que yo diga que no es
verdad», etc., constituye una representación indirecta de la palabra schmutzig,
concordarán con ello el permanecer en pie en un rincón y el no querer echarse
en la cama, a título de elementos de una escena infantil en que la paciente fue
castigada a permanecer en pie en un rincón por haber ensuciado la cama,
amenazándosela, además, con que papá no la querría ya y sus hermanas se
burlarían de ella, etc. Los pequeños cuadrados aluden a una sobrinita suya que le
han enseñado la habilidad matemática de inscribir cifras, creo que en nueve
cuadrados, de manera que sumadas en cualquier dirección den 15.
III. Un sueño masculino. «Ve a dos muchachos peleándose. Por los utensilios
que en derredor de ellos advierte, deduce que son aprendices de tonelero. Uno de
ellos tiene derribado al otro. El caído lleva pendientes con piedras azules. Con el
bastón en alto, se dirige hacia el vencedor para castigarle. Pero el muchacho se
refugia al lado de una mujer que hay junto a una valla, como si de su madre se
tratase. Es una mujer de aspecto humilde y está de espaldas al durmiente. Luego
se vuelve y le dirige una mirada tan torva y feroz, que echa a correr, asustado.
Antes advierte que los párpados inferiores de la mujer, laxos y caídos, dejan
asomar la carne roja».
Este sueño ha aprovechado, con gran amplitud, triviales sucesos del día
anterior. En él vio, efectivamente, dos muchachos que reñían en la calle,
teniendo uno de ellos derribado al otro, y cuando se dirigió a ellos para
separarlos, emprendieron ambos la fuga. El elemento «aprendices de tonelero»
queda aclarado a posteriori por otro sueño en cuyo análisis empleó el sujeto la
locución «desfondar el tonel». Sobre los «pendientes con piedras azules»,
observa que son un adorno muy llevado por las prostitutas. Con esta asociación
concuerda la reminiscencia de una conocida canción en la que se trata de dos
muchachos. «El otro muchacho se llamaba María» (esto es, era una muchacha).
La mujer, en pie junto a la valla: después de la escena de la riña estuvo paseando
por la orilla del Danubio y aprovechó lo solitario de aquellos lugares para orinar
contra una valla. Continuando su paseo, encontró una mujer, ya entrada en años
y decentemente vestida, que le sonrió amable y quiso hacerle aceptar su tarjeta.
La mujer de su sueño aparece junto a la valla en actitud idéntica a la suya
cuando se puso a orinar; corresponde, pues, a la representación de una mujer
orinando, y con esta representación concuerda perfectamente la repugnante
visión de la carne roja asomando por el borde de los párpados inferiores, visión
que no puede referirse sino a la de los genitales femeninos, abiertos cuando la
mujer se pone en cuclillas para orinar. El sujeto debió de presenciar alguna vez,
en su infancia este espectáculo, y el mismo resurge ahora, en su recuerdo, bajo la
forma de «herida» o «carne viva». Su sueño reúne las dos ocasiones en que
siendo niño le fue dado contemplar los genitales de sus infantiles compañeras: al
derribarlas jugando y al orinar. En el análisis surge también el recuerdo de los
castigos o amenazas de que su padre le hizo objeto al descubrir su temprana
curiosidad sexual.
IV. Detrás del siguiente sueño de una señora mayor se esconde toda una serie
de recuerdos infantiles reunidos en una fantasía.
«Sale apresuradamente a hacer varias comisiones. Al llegar al “Graben”, se
desploma en el suelo de rodillas, como “reventada”. En derredor suyo se
arremolina un grupo de gente en el que predominan los cocheros de punto, pero
nadie la auxilia. Varias veces intenta en vano incorporarse. Por fin debe de
haberlo conseguido, pues la meten en un coche que va a llevarla a su casa. A
través de la ventanilla la arrojan una pesada cesta muy voluminosa (parecida a
una cesta de la compra)».
La sujeto de este sueño es aquella paciente que en su vida onírica es siempre
apurada, como de niña apuraba ella a las demás. La primera escena de su sueño
procede, sin duda alguna, del recuerdo de haber visto caer a un caballo en la
calle o en las carreras, accidente al que alude también la expresión «como
reventada». En años anteriores había sido la sujeto una gran amazona, y es de
suponer que en sus años infantiles sirviera también alguna vez de caballo a sus
compañeros de juego. A este tema de la «caída» pertenece su primer recuerdo
infantil, referente al hijo de su portero, muchacho de diecisiete años, que,
habiendo sufrido en la calle un ataque epiléptico, fue traído a su casa en su
coche. Ella no presenció esta escena, sino que solamente la oyó relatar; pero la
representación del ataque epiléptico y del «caído» adquirió un gran poder sobre
su fantasía e influyó después en la forma de sus ataques histéricos. Cuando una
mujer sueña que «cae», suele esto tener, casi siempre, un sentido sexual. Con
ello se convierte en una «mujer caída». En nuestro sueño resulta esta
interpretación más indudable por el lugar en que la paciente cae: el «Graben»,
plaza de Viena, conocida como mercado de la prostitución; la «cesta de la
compra» es susceptible de varias interpretaciones. En primer lugar, recuerda las
muchas «cestas» que la sujeto ha dado a sus pretendientes (expresión alemana
equivalente a la española «dar calabazas») y que luego, en una ocasión, cree
haber recibido a su vez.
Con este tema se halla también relacionado el que nadie la quiera ayudar a
levantarse, circunstancia que interpreta como un signo de desprecio. La cesta de
la compra recuerda, además, determinadas fantasías, descubiertas en el análisis,
en las que se imagina casada con persona de condición muy inferior a la suya y
tiene que ir personalmente a la compra. Por último, también puede interpretarse
la «cesta» como alusión a una sirviente. A esta representación se añaden
recuerdos infantiles referentes a una cocinera que, al ser despedida por ladrona,
cayó de rodillas, suplicante. En la época de este suceso tenía la sujeto doce años.
Recuerda también a una doncella que fue despedida por mantener relaciones
sexuales con el cochero de la casa, el cual la tomó después en matrimonio,
rehabilitándola. Este recuerdo nos da la fuente de los cocheros del sueño (en el
que se niegan, al contrario de como sucedió en la historia real recordada, a
«levantar a la mujer caída»). Queda aún por explicar el detalle de arrojar la cesta
dentro del coche, y precisamente a través de la ventanilla. Este hecho le
recuerda la facturación de los equipajes en las estaciones, el galanteo por la
ventana en su residencia campestre y triviales impresiones de su estancia en
dicha residencia, tales como la de haber visto a un caballero que desde el jardín
iba arrojando ciruelas al interior de la casa, haciéndolas penetrar por una ventana
a la que se hallaba asomada una señora, y la del miedo de su hermanita al ver
asomarse a la ventana de su cuarto a un aldeano bobo. Por último, emerge detrás
de estos recuerdos la oscura reminiscencia de una doncella que tenían en la finca
y que solía «perderse» por el campo con un criado. La sujeto tenía por entonces
diez años, y es muy posible que advirtiese alguna vez los manejos de aquellos
enamorados, los cuales fueron despedidos («facturados», «echados fuera»,
circunstancia que el sueño representa antinómicamente por la cesta «echada
dentro del coche»). A esta historia nos aproximan asimismo, en el análisis, otros
caminos. Para designar el equipaje de un criado se usa en Viena la expresión
despectiva «las siete ciruelas» (Sieben Zwetschker): «¡Coja usted sus siete
ciruelas y márchese!»
En mi colección de sueños existe un gran número de éstos, cuyo análisis nos
conduce a impresiones infantiles oscuramente recordables u olvidadas por
completo, pertenecientes, con gran frecuencia, a los tres primeros años de la vida
del sujeto. Sin embargo, sería aventurado deducir de ellos conclusiones sobre la
vida onírica en general, pues se trata de sueños de sujetos neuróticos —histéricos
especialmente—, y el papel que en ellos desempeñan las escenas infantiles
pudiera muy bien depender de la naturaleza de la neurosis y no de la escena del
fenómeno onírico. De todos modos, resulta que también en el análisis de mis
propios sueños, independiente de todo motivo terapéutico, tropiezo con igual
frecuencia, en el contenido latente, con una escena de mi niñez, o descubro que
toda una serie de sueños desemboca en los caminos que parten de un suceso
infantil. Ya he detallado varios ejemplos de este género y aún habrán de
presentárseme diversas ocasiones de comunicar algunos más. Por lo pronto, creo
que la mejor manera de terminar el examen de la cuestión que venimos
estudiando será exponer algunos sueños propios en los que aparecen
conjuntamente, como fuentes oníricas, motivos recientes y sucesos infantiles
olvidados hace ya mucho tiempo.
En una ocasión en que al regresar de un viaje hube de acostarme, fatigado y
hambriento, actuaron durante mi reposo las grandes necesidades de la vida, y
tuve el siguiente sueño: «Entro en una cocina en demanda de un plato de
Mehlspeise, plato hecho con harina, leche y huevos; literalmente, ‘manjar de
harina’. En la cocina encuentro tres mujeres. Una de ellas, que es la dueña de la
casa, da vueltas a algo entre sus manos, como si estuviese haciendo albóndigas,
y me responde que tengo que esperar hasta que acabe. Me impaciento y me
marcho, ofendido. Me pongo un gabán, pero el primero que cojo me está
demasiado largo. Al quitármelo, observo con sorpresa que está forrado de piel.
Otro que cojo después tiene un largo bordado de dibujo turco. En esto viene un
desconocido, de alargado rostro y perilla corta, y me impide ponerme el gabán,
alegando que es el suyo. Le muestro entonces que está bordado a la turca. Pero
él me pregunta: ‘¿Qué le importan a usted los (bordados, dibujos) turcos…?’ No
obstante, permanecemos juntos en buena armonía».
En el análisis de este sueño recuerdo inesperadamente la primera novela que
leí —tendría yo unos trece años—, empezándola por el final del primer tomo.
Nunca he sabido cómo se titulaba ni quién era su autor, pero, en cambio,
conservo un vivo recuerdo de su desenlace. El protagonista pierde la razón y
repite incansablemente los nombres de las tres mujeres que han significado la
mayor felicidad y la más amarga desgracia de su vida. Pelagia es uno de estos
nombres. No sé aún para qué podrá serme útil en el análisis este recuerdo. A las
tres mujeres de mi sueño se asocian ahora las tres Parcas que tejen los destinos
de los hombres, y sé que una de las tres mujeres en el sueño, la dueña de la casa
— es la madre, que da la vida al hombre, y con ella, como a mí en este ejemplo,
el primer alimento. En el seno femenino coinciden el hambre y el amor. Una
anécdota cuenta que un joven, gran admirador de la belleza femenina, exclamó
al oír ponderar la arrogancia de la nodriza que le había amamantado: «¡Lástima
no haber podido aprovechar mejor la ocasión!» De esta anécdota me suelo servir
para explicar el factor «posterioridad» en el mecanismo de las neurosis. Una de
las Parcas mueve las manos una contra otra, como si estuviese haciendo
albóndigas, ocupación singular para una Parca y que precisa de urgente
esclarecimiento. Afortunadamente, nos lo proporciona en seguida otro recuerdo
infantil aún más temprano. Teniendo yo seis años, mi madre, que procuraba ir
dándome las primeras lecciones de cosas, me dijo que estábamos hechos de
tierra y que, por ello, a la tierra habíamos de volver; cosa que me resistí a
aceptar, manifestando mi incredulidad. Entonces, para convencerme, frotó mi
madre las palmas de sus manos una contra otra, con movimiento idéntico al de
quien hace albóndigas, y me mostró las negras escamas que de este modo
quedan arrancadas de la epidermis como prueba de la tierra de que estamos
hechos. Asombrado ante esta demostración ad oculos, me rendí a la enseñanza
contenida en las palabras de mi madre, enseñanza que después había de hallar
expresada en la frase de que «todos somos deudores de una muerte a la
Naturaleza[345]». Así, pues, son verdaderamente las Parcas aquellas mujeres que
encuentro al penetrar en la cocina en busca de alimento, como acostumbraba
hacerlo de niño, cuando sentía apetito y me aconsejaba mi madre que esperase
hasta que acabara ella de preparar la comida.
Albóndigas. De por lo menos uno de los profesores a cuya clase asistí en la
Universidad, precisamente aquél al que debo mis conocimientos histológicos
(epidermis), tenía que recordar ante la palabra «albóndigas» (Knoedl) a una
persona poco grata para él, como autora de un plagio de sus obras. Cometer un
plagio, apropiarnos algo que hallamos a nuestro alcance, aunque no nos
pertenezca, son temas que conducen a la segunda parte del sueño, en la que se
me tomó por el ladrón de gabanes que durante una temporada realizó
numerosísimos hurtos de este género en los sitios de reunión pública. En el curso
del análisis se me ha venido a la pluma espontáneamente la palabra plagio, y
observo ahora que debe pertenecer también al contenido latente, pues puede
servir de puente (Bruecke) entre los diversos fragmentos del contenido
manifiesto.
La cadena de asociaciones. Pelagia (plagio) plagiostomas (tiburones)[346]
—vejiga de pescado— enlaza la vieja novela con el asunto Knoedl y con los
gabanes, que aluden indudablemente a un determinado utensilio de la técnica
sexual. (Cf. el sueño de Maury «Kilolotería», pág. 384.) Ciertamente, es este
enlace harto forzado e insensato, pero no me hubiese sido posible establecerlo
ahora, en la vigilia, si la elaboración onírica no lo hubiese establecido ya con
anterioridad. Y aún más: la palabra Brücke (puente), surgida antes en el análisis
y correspondiente, además, a un apellido que evoca en mi cariñosos
sentimientos, sirve, como si para la tendencia a constituir relaciones no hubiese
nada sagrado, para recordarme el Instituto del mismo nombre en el que pasé
horas felicísimas, consagrado al estudio y libre de todo otro deseo («Cada día
hallaréis un mayor placer en los pechos de la Sabiduría»)[347], al paso que ahora,
mientras sueño, me hallo plagado por las más urgentes necesidades.
Por último emerge el recuerdo de otro querido profesor, cuyo nombre
(Fleischl) evoca de nuevo algo comestible (Fleisch-carne), como antes Knoedl
(Knoedl-albóndigas), y además el de una triste escena en la que desempeñan un
papel las escamas epidérmicas (la madre, dueña de la casa), la demencia (la
novela) y un producto que quita el apetito: la cocaína.
De este modo podría proseguir por las laberínticas rutas mentales y
esclarecer el fragmento de mi sueño, al que aún no hemos llegado en el análisis;
pero los sacrificios personales que ello exigiría son tan grandes que me veo
obligado a silenciar el resto de mi labor de interpretación. Recogeré, pues, tan
sólo uno de los hilos susceptibles de conducirnos directamente a una de las ideas
latentes sobre las que reposa toda la embrollada madeja de este sueño. El
desconocido que me impide ponerme el gabán muestra rasgos fisonómicos muy
semejantes a los de un comerciante de Spalato en cuya tienda compró mi mujer
gran cantidad de telas turcas. Este comerciante se llamaba Popovic, nombre
sospechoso (Popo-trasero), que ya inspiró al humorista Stettenheim una
divertida observación. «Después de decirme su nombre, me estrechó la mano,
ruborizándose». Este aprovechamiento de nombre propio para un chiste es
idéntico a los que mi sueño se permite con los de Palagia. Knoedl, Brücke y
Fleichl. A este uso vicioso de los nombres propios son muy aficionados los niños
y constituye una falta de educación; pero si yo incurro en ella en mi sueño, es a
modo de venganza, pues mi propio nombre ha sido utilizado muchas veces para
tales fines. La general susceptibilidad ante estos juegos con nuestro nombre, al
que nos sentimos tan unidos como a nuestra piel, fue ya observada por Goethe
cuando Herder hizo sobre el suyo los versos:

Tú que desciendes de los dioses (Goetter), de los godos (Goten) o del


fango (Kot).
También sois polvo, imágenes de los dioses.

Advierto ahora que la digresión sobre el uso vicioso de los nombres propios no
ha sido sino una preparación de esta queja. Pero dejemos ya esto.
Las compras efectuadas en Spalato me recuerdan otras realizadas en Cattaro,
en las que me mostré demasiado económico y perdí la ocasión de adquirir
algunos bellos objetos. (Véase la anécdota del ama[348].) Una de las ideas
latentes que el hambre inspira al sueño es la siguiente: No debemos dejar
escapar nada, sino tomar aquello que a nuestro alcance hallemos, aunque al
obrar así cometamos una pequeña falta. No debemos desperdiciar ocasión
alguna, pues la vida es corta y la muerte inevitable. Mas por entrañar un sentido
sexual y no querer detenerse ante las barreras éticas, tropieza este carpe diem
con la censura y tiene que ocultarse detrás de un sueño. A este resultado
coadyuvan todas las ideas a él contrarias, el recuerdo de la época en que el
alimento espiritual me era suficiente y, por último, todas las conveniencias
opuestas y hasta la amenaza de los más variables castigos sexuales.
V. La comunicación de otro sueño precisa de una amplia información
preliminar. El día inmediatamente anterior fui en coche a la estación del Oeste
con objeto de tomar el tren que había de conducirme a Aussee, donde pensaba
pasar las vacaciones, y penetré en el andén con los viajeros del tren de Ischl, que
salía antes que el mío. Momentos después llegó el conde de Thun, que iba a
reunirse en Ischl con el emperador. A pesar de la lluvia, venía en coche abierto.
El portero del andén no le reconoció y quiso detenerle para pedirle el billete,
pero el conde le rechazó con un ademán y pasó sin darle explicación alguna.
Después de la partida del tren de Ischl hubiera debido retornar a la sala de
espera, pues no está permitida la permanencia en los andenes entre tren y tren,
pero queriendo evitarme el calor que en dicha sala reinaba, decidí infringir tal
disposición, y conseguí, no sin algún trabajo, que me dejaran donde estaba.
Como pasatiempo, me dediqué a espiar si llegaba alguien hasta el tren para
hacerse reservar el sitio, proponiéndome, si así sucedía, exigir que se me
concediese igual derecho. Mientras tanto, estuve tarareando una musiquilla que
reconocí —a otro le hubiese quizá sido imposible— como el aria de Las bodas
de Fígaro:
«Si el señor conde quiere bailar…, quiere bailar…, dígnese indicármelo y yo
tocaré».
Durante toda la tarde me había sentido de excelente humor, emprendedor y
provocativo, y había hecho blanco de mis bromas al camarero y al cochero,
supongo que sin llegar a ofenderlos. En armonía con las palabras de Fígaro y con
mi recuerdo de la comedia de Beaumarchais, que había visto representar en la
Comédie Française, barajaba los más atrevidos y revolucionarios pensamientos:
la frase sobre los grandes señores que no se han tomado sino el trabajo de nacer,
el derecho feudal que Almaviva quiere ejercitar sobre Susana, y los chistes que
nuestros malignos periodistas de oposición se permitan hacer con el nombre del
conde Thun (Thun-hacer), llamándole el conde de Nichts-thun (de «no hacer
nada»). Verdaderamente, no envidio ahora a este político. Junto al emperador le
esperan arduos trabajos y preocupaciones, mientras que a mi podría dárseme con
toda razón el nombre de conde de «no hacer nada», pues voy a gozar de mis
vacaciones y saboreo por anticipado todos los placeres que han de
proporcionarme.
En estos pensamientos me sorprendió la llegada de un individuo al que
conozco como representante del Gobierno en los exámenes de Medicina y que
por la cómoda manera que tiene de desempeñar este cargo —durmiéndose en un
sillón de tribunal examinador— ha merecido el halagüeño sobrenombre de
Regierungsbeischlaefer, Regierungsvertreter (representante del Gobierno);
(«Beischlaefer», el que duerme con alguien, el amante). «Regierung» (Gobierno)
es, en alemán, femenino; el sobrenombre «Regierungsbeischlaefer» alude, pues,
a la especial actividad desplegada por el citado funcionario en el ejercicio de su
cargo, y al mismo tiempo significa, literalmente, «el que duerme en el
Gobierno». Por su carácter oficial no paga este individuo sino medio billete, y oí
que un empleado decía a otro: «¿Dónde colocamos a este señor, que tiene un
medio billete de primera?» Yo no gozo de tal prerrogativa, y tengo que pagar
billete entero. Al señalarme luego mi sitio en el tren, lo hicieron en un vagón
que, no teniendo pasillo, carecía de retrete. Todas mis protestas fueron vanas, y
hube de consolarme proponiendo al empleado que, por lo menos, hiciera un
agujero en el suelo del coche para prevenir posibles necesidades de los viajeros.
A las dos y cuarto de la mañana desperté, en efecto, sintiendo necesidad de
orinar y habiendo tenido el siguiente sueño:
«Una multitud —reunión de estudiantes—. Un conde (el de Thun o el de
Taaffe) pronuncia un discurso. Invitado a decir algo sobre los alemanes, declara
con gesto de burla que la flor preferida de los mismos es el diente de león
(Huflattich) y se pone luego en el ojal algo como una hoja toda arrugada, o más
bien como los nervios de una hoja enrollados unos con otros. Me levanto
indignado; así, pues, me levanto indignado[349], pero al mismo tiempo me
asombra sentir tal indignación». Luego, más vagamente, continúa el sueño:
«Como si fuera un aula cuyas entradas estuviesen tomadas y hubiese que huir.
Atravieso una serie de habitaciones muy bien alhajadas —seguramente
habitaciones del Gobierno—, con muebles de color castaño y violeta, y llego por
fin a un pasillo en el que veo sentada a una mujer ya entrada en años y muy
gruesa, un ama de llaves. Intento pasar sin hablarle, pero ella debe de reconocer
que tengo derecho a salir por allí, pues me pregunta si quiero que me acompañe
con una luz. Le indico o le digo que permanezca en la escalera y me felicito de la
habilidad con que he logrado escapar a toda vigilancia. Una vez abajo encuentro
ante mí un angosto sendero de empinada cuesta, por el que echo a andar».
De nuevo vagamente: «… Como si ahora se tratase de escapar de la ciudad,
de igual manera que antes de la casa. Tomo un coche de caballo y digo al
cochero que me lleve a una estación. Luego, contestando a no sé qué objeción
que el cochero me opone, como si hubiese ya retenido sus servicios mucho
tiempo y se hallase fatigado, añado: ‘Por la vía no puedo ir con usted’. Al decir
esto me parece como si hubiera recorrido ya con el coche una distancia que se
acostumbra recorrer en ferrocarril. Las estaciones están tomadas. Reflexiono si
debo dirigirme a Krems o a Znaim, pero pienso que estará allí la Corte y me
decido por Graz u otra ciudad de nombre semejante. Luego estoy ya en el vagón,
muy parecido a un tranvía, y llevo en el ojal una cosa larga, singularmente tejida
con violetas de un color entre violeta y castaño, hecha de una materia rígida. El
singular adorno llama la atención de la gente». Aquí se interrumpe esta escena.
«De nuevo en la estación, pero acompañado esta vez por un individuo de
avanzada edad. Discurro un plan para no ser reconocido y lo veo en el acto
realizado. Pensamiento y acción son aquí simultáneos. Mi acompañante finge
que no ve por lo menos de un ojo, y yo mantengo ante él un orinal de cristal (que
hemos comprado o tenemos que comprar en la ciudad). Este orinal es de forma
análoga a la de aquellos que se usan en los hospitales para los enfermos
masculinos. Soy, pues, el enfermero de mi acompañante y tengo que darle el
orinal, porque está ciego. Si el revisor nos ve así habrá de dejarnos escapar sin la
menor sospecha. Veo plásticamente la actitud de mi acompañante y su miembro
orinado. En este momento despierto con ganas de orinar».
Todo este sueño da, en conjunto, la impresión de una fantasía, que traslada al
durmiente al año revolucionario de 1848, evocado en mi pensamiento por la
reciente celebración de su cincuentenario (1898) y por una excursión a Wachau
durante la cual estuve en Emmersdorf, localidad que creí erróneamente había
constituido el retiro de Fischhof, el leader de los estudiantes al que aluden
algunos detalles del contenido manifiesto. La asociación de pensamientos me
conduce luego a Inglaterra, a casa de mi hermano, el cual solía embromar a su
mujer llamándola Fifty years ago, título de una poesía de lord Tennyson,
acostumbrando a sus hijos a rectificarle diciendo: Fiftteen years ago. Pero esta
fantasía, enlazada a los pensamientos que mi encuentro con el conde de Thun me
había sugerido, es como una de aquellas fachadas de ciertas iglesias italianas,
que carecen de toda conexión orgánica con el edificio a que han sido
antepuestas. En cambio, se diferencia de estas fachadas en que presenta diversas
lagunas, es confusa y deja pasar a su través varios elementos del interior. La
primera situación de mi sueño se halla formada por la acumulación de varias
escenas, en las que podemos descomponerla. La provocativa actitud del conde
está tomada de un suceso real, del que fui testigo en el colegio cuando tenía
quince años. Disgustados de la ignorancia y antipatía de uno de nuestros
profesores, tramamos contra él una conspiración, a la cabeza de la cual se colocó
uno de mis condiscípulos, que por cierto parece haber tomado desde entonces
como modelo la figura de Enrique VIII de Inglaterra. Por mi parte, fui
encargado de iniciar las hostilidades, y una discusión sobre la importancia del
Danubio para Austria (¡Wachau!) nos proporcionó ocasión de declararnos en
franca rebeldía. Entre los conjurados se hallaba el único demis condiscípulos que
pertenecía a una familia aristocrática, muchacho al que por desmesurada estatura
denominábamos la «jirafa», y su actitud al ser invitado a dar explicaciones por el
profesor de lengua alemana, nuestro tirano, fue muy semejante al del conde en
mi sueño. La declaración de la flor preferida y el ponerse en el ojal algo que
tiene también que ser una flor (cosa que evoca en mí el recuerdo de unas
orquídeas que el día del sueño llevé a una señora amiga mía, y, además, el de una
rosa de Jericó) alude claramente a la escena en que Shakespeare nos muestra el
punto de partida de la guerra civil de la rosa roja y la rosa blanca[350]. La
mención de Enrique VIII en el análisis inicia el camino que conduce a esta
reminiscencia. De ella no hay mucha distancia a la de los claveles blancos y
rojos. (Entremedias se intercalaron en el desarrollo analítico dos versos, uno
alemán y otro español: «Rosa, tulipanes y claveles, —todas las flores se
marchitan—. Isabelita no llores, —que se marchitan las flores». Este último
procede también de Fígaro.) Los claveles blancos son en Viena el distintivo de
los antisemitas, y los rojos, el de los socialdemócratas. Detrás de esto surge el
recuerdo de una provocación antisemita durante un viaje en ferrocarril por el
bello país de Sajonia (anglosajones). La tercera escena que ha proporcionado
elementos para la formación de la situación inicial de mi sueño pertenece a mis
primeros años de estudiante. En una sociedad estudiantil alemana se mantenía
un debate sobre la relación de la filosofía con las ciencias naturales. Muy joven
aún y lleno de entusiasmo por las doctrinas materialistas, tercié en la discusión,
defendiendo calurosamente un punto de vista en exceso unilateral. Un colega
más reflexivo y maduro, cuyo apellido pertenece al reino zoológico y que ha
revelado más tarde una gran capacidad para organizar y dirigir multitudes, pidió
entonces la palabra y rebatió con gran energía mis argumentos. También él —
dijo— había guardado los cerdos en su juventud, pero después había retornado,
lleno de remordimientos, al hogar paterno. Al acabar su discurso me levanté
indignado (como en mi sueño), y en forma grosera (saugrob, «grosera como una
cerda») le respondí que, sabiendo que había guardado cerdos, no me asombraba
ya el tono de sus discursos. (En el sueño me asombro del entusiasmo con que
tomo la defensa de los nacionalistas alemanes.) Mis palabras provocaron gran
escándalo y se me exigió repetidamente que las retirase, pero yo me mantuve
firme. El ofendido fue lo bastante sensato para rechazar la inspiración de
provocarme en duelo, y las cosas no pasaron de aquí.
Los restantes elementos de la escena onírica proceden de estratos más
profundos. ¿Qué puede significar la elección del «diente de león» por el conde
como flor preferida de los alemanes? Veamos mis asociaciones: Diente de león
(Huflattich) — lettuce[351] — ensalada — perro de la ensalada (Salathund,
expresión de sentido equivalente a la castellana «perro del hortelano»; esto es, el
que ni come ni deja comer). Se entrevé aquí una serie de palabras insultantes:
jirafa (por la división de la palabra alemana Giraffe en Gir-affe, siendo Affe
(mono) un insulto corriente), cochino, cerda, perro. El análisis me lleva también,
a través de un nombre, a la palabra burro, y con ella a una burla sobre otro
profesor académico. Además traduzco, no sé si acertadamente, Huflattich (diente
de león) por el término francés pisse-en-lit. El conocimiento de esta palabra me
ha sido proporcionado por la lectura de una obra de Zola —Germinal—, en la
que son enviados unos niños a recoger esta planta para hacer una ensalada. El
perro —chien— contiene en su nombre una alusión por similicadencia a una de
las funciones excrementicias (chier), como pisse-en-lit a la otra (pisser). No
tardamos en reunir lo indecoroso en todos sus tres estados, pues en el mismo
Germinal —obra también revolucionaria— se describe una singularísima
competencia entre dos individuos en la producción de excreciones gaseosas
(flato)[352]. Tengo ahora que observar que el camino que a este flato o viento
había de conducirme se hallaba trazado hace ya mucho tiempo y va desde las
flores, a través del verso español de Isabelita, a Isabel y Fernando, y de aquí,
pasando por Enrique VIII y la historia de Inglaterra, al episodio de la Armada
Invencible, cuya destrucción por los vientos tempestuosos fue conmemorada en
Inglaterra con la acuñación de una medalla en la que se leía: Fflavit et dissipati
sunt. Ahora bien: estas palabras son las que yo pensaba emplear como lema
semihumorístico del capítulo «Terapia», si alguna vez llegaba el caso de exponer
ampliamente mi concepción y tratamiento de la histeria. (’Sopló y se disiparon’)
[353].

De la segunda escena de mi sueño no puedo dar aquí, por consideraciones


relativas a la censura, una tan detallada solución. En ella ocupo el lugar de una
elevada personalidad de aquella época revolucionaria que, según se dice, padecía
de incontinentia alvi; tuvo también una aventura con un Aguila (adler apellido),
etc., pero no me creo con derecho a infringir (a pesar, en el sueño) la censura, en
lo que a estas historias se refiere, aunque haya sido un consejero áulico (aula)
quien me las ha referido. La serie de habitaciones que en mi sueño atravieso
debe su estímulo al coche salón de S. E. el conde de Thun, visto desde el andén,
pero significa, como muy frecuentemente en la vida onírica, mujeres (habitación
del Gobierno: mujeres sostenidas a costa del Erario)[354]. La figura del ama de
llaves de mi sueño constituye una muestra de ingratitud hacia una anciana señora
amiga mía, persona de vivo ingenio que me dispensa siempre una grata acogida
en su casa y suele referirme interesantes anécdotas de tiempos pasados. El
ofrecimiento que me hace de acompañarme con una luz es una reminiscencia de
una encantadora aventura de Grillparzer, que este autor utilizó luego en su Hero
y Leandro («Las olas del mar y del amor»; la Armada Invencible y la tempestad)
[355].

No siéndome tampoco posible exponer en detalle el análisis de los dos


fragmentos oníricos restantes, me limitaré a consignar dos escenas infantiles a
las que el mismo nos conduce y son, realmente, lo que me ha movido a la
comunicación de este sueño. Ya sospechará el lector que lo que me obliga a
silenciar los resultados de la labor analítica es el carácter sexual del material
mediante ella descubierto. Pero no he de exigirle que se dé por satisfecho con
esta sola explicación, pues aunque no cabe discutir la necesidad de hacer ante los
demás un secreto de cosas que para nosotros mismos no lo son, también es cierto
que en el caso presente no se trata de las razones que me obligan a ocultar la
solución, sino de los motivos de la censura interior que me oculta a mí mismo el
contenido del sueño. Así, pues, añadiré que el análisis revela los tres fragmentos
de mi sueño como impertinentes jactancias, derivación o desahogo de una manía
de grandezas ha largo tiempo reprimida en mi vida despierta, pero que se atreve
a llegar con algunas ramificaciones hasta el contenido manifiesto de mi sueño
(me felicito de mi habilidad) y explica perfectamente mi estado de ánimo,
emprendedor y provocativo, de la tarde anterior al mismo. Mi jactancia se
extiende a todos los terrenos. Así, la mención de la ciudad de Graz se refiere a la
locución: ¿Cuánto cuesta Graz?, que suele usarse cuando se tiene el bolsillo
bien repleto. Aquellos de mis lectores que conozcan la insuperable descripción
que hace Rabelais de la vida y los hechos de Gargantua y de su hijo Pantagruel
descubrirán sin trabajo alguno la jactancia contenida en el primer fragmento de
mi sueño. A las dos escenas infantiles que antes prometí exponer se refiere el
material siguiente: Para mi viaje había comprado calzas nuevas de un color
castaño tirando a violeta, color que aparece varias veces en mi sueño (las
violetas, de un color entre violeta y castaño y hechas de una materia rígida: los
muebles de las habitaciones oficiales). Los niños creen que cuando se ponen
algo nuevo llaman la atención de la gente. Mis familias me relataron una vez la
siguiente escena de mi infancia, cuyo recuerdo ha quedado sustituido por el de
su relato. Teniendo yo dos años me oriné una vez en la cama, y al oírme
reprochar la falta traté de consolar a mi padre prometiendo comprarle en N. (la
ciudad más próxima) una bonita cama nueva. de color rojo. (De aquí, en el
sueño, la interpolación de que hemos comprado o tenemos que comprar el orinal
en la ciudad; hay que cumplir lo que se ha prometido.) (Obsérvese, además, la
yuxtaposición del orinal para hombres [masculino] con las calzas (también ‘baúl’
en alemán) femeninas. En esta promesa se halla contenida toda la infantil manía
de grandezas.
La importancia que para el sueño poseen las cuestiones de orden urinario del
niño nos es ya conocida por otra de las interpretaciones oníricas realizadas.
(Sueño de la pelea de los muchachos.) Los psicoanálisis de sujetos neuróticos
nos han mostrado la íntima relación de la incontinencia nocturna con la ambición
como rasgo de carácter[356].
De otro suceso infantil —perteneciente ya a mis seis o siete años— conservo
un claro recuerdo. Una noche, antes de acostarme, infringí el precepto educativo
de no realizar necesidad alguna en la alcoba de mis padres y en su presencia, y
en la reprimenda que mi padre me dirigió con este motivo afirmó que nunca
llegaría yo a ser nada. Estas palabras debieron herir vivamente mi amor propio,
pues en mis sueños aparecen de continuo alusiones a la escena correspondiente,
enlazadas casi siempre con una enumeración de mis éxitos y merecimientos,
como si quisiera decir: «¿Lo ves cómo he llegado a ser algo?» Este suceso
infantil proporciona materiales para el último cuadro de mi sueño, en el que,
como venganza, quedan invertidos los papeles. Mi anciano acompañante no es
otro que mi padre. La falta de visión de un ojo alude al glaucoma de que
padeció[357]. En mi sueño orina él ante mí como yo ante él en mi niñez. Con la
alusión al glaucoma le recuerdo la cocaína, en cuya aplicación como anestésico
—que tanto facilitó la operación a que hubo de someterse— tuve yo alguna
parte. De este modo es como si yo hubiera cumplido mi promesa. Además me
burlo de él; como está ciego tengo que alcanzarle los lentes (juego de palabras
entre Glass, cristal, lente, y Uriglas, orinal). Por último, aparecen numerosas
alusiones a mis conocimientos sobre la teoría de la histeria, de los cuales me
enorgullezco[358].
Las dos escenas infantiles expuestas se hallan, aparte de esto, enlazadas al
tema del ansia de grandeza; pero además contribuyó a evocarlas el hecho de
verme obligado a viajar en un vagón sin retrete, circunstancia que había de
prepararme a sufrir alguna molestia. Así sucedió, en efecto, pues desperté de
madrugada con la sensación correspondiente a una necesidad física. El lector se
inclinará quizá a atribuir a esta sensación el papel de estímulo del sueño, mas por
mi parte he de dar la preferencia a otra explicación diferente: la de que fueron las
ideas latentes las que provocaron en mi dicha necesidad. Mi reposo no suele ser
interrumpido nunca —y menos en tales horas de la madrugada— por una
necesidad física cualquiera, y en mis viajes no he sentido casi nunca, al despertar
antes de la hora acostumbrada, la sensación vesical de que aquí se trata. De todos
modos, es ésta una cuestión que no importa dejar indecisa.
Desde que mi experiencia en la interpretación onírica me ha demostrado que
también de aquellos sueños cuya total interpretación creemos haber conseguido
—por haber descubierto sin dificultad sus fuentes y estímulos— parten
importantes cadenas de pensamientos que llegan hasta los primeros años
infantiles del sujeto, he tenido que preguntarme si no habremos de ver en este
hecho una condición esencial del soñar. Si nos fuese permitido generalizar tal
hipótesis, diríamos que todo sueño posee, a más de un enlace con lo
crecientemente vivido, en su contenido manifiesto, una relación, en su contenido
latente, con lo vivido en las más lejanas épocas de la existencia del sujeto. De
estos sucesos primitivos puede demostrarse realmente en el análisis de la histeria
que han permanecido recientes hasta la actualidad. Pero la hipótesis apuntada no
parece fácilmente comprobable por ahora. Más adelante, al examinar esta
cuestión (capítulo VIII), retornaré sobre la probable significación de estos
sucesos de tempranas épocas infantiles con respecto a la formación de los
sueños.
De las tres peculiaridades de la memoria onírica antes apuntadas hemos
logrado esclarecer satisfactoriamente la referencia a la preferencia de lo
secundario en el contenido del sueño, haciéndola depender de la deformación
onírica. En cambio, no nos ha sido posible derivar de los motivos del sueño
ninguna de las dos restantes —la selección de lo reciente y de lo infantil—,
aunque así hayamos podido comprobar su efectividad. De ambas volveremos a
ocuparnos al tratar de la psicología del estado de reposo o con ocasión de
aquellas reflexiones que sobre la estructura del aparato anímico habremos de
exponer cuando observemos que a través de la interpretación onírica podemos
echar una ojeada, como a través de una ventana, sobre el interior de dicho
aparato.
En cambio, quiero recoger aquí, sin aplazamiento alguno, otro resultado de
los últimos análisis detallados. El sueño posee con frecuencia varios sentidos.
No sólo pueden yuxtaponerse en él —como hemos visto en algunos ejemplos—
varias realizaciones de deseos, sino que un sentido, una realización de deseos
puede encubrir a otra, hasta que debajo de todas hallamos la de un deseo de
nuestra primera infancia. También en este punto surge la interrogación de si no
será éste un carácter general de todo sueño[359].

c) Las fuentes oníricas somáticas.

Cuando intentamos despertar el interés de un hombre culto, pero profano en


estas materias, por los problemas del fenómeno onírico y le preguntamos con tal
propósito cuáles son a su juicio las fuentes de los sueños, observamos casi
siempre que el interrogado cree poseer un exacto conocimiento de una parte por
lo menos de esta cuestión. Pensará, en efecto, inmediatamente en la influencia
que las digestiones perturbadas o difíciles, la posición del durmiente y los
pequeños estímulos exteriores manifiestan ejercer la formación de los sueños, y
no parecerá sospechar que después de tener en cuenta todos estos factores quede
aún algo necesitado de esclarecimiento.
En nuestro capítulo de introducción examinamos con toda minuciosidad el
papel que la literatura científica atribuye con respecto a la formación de los
sueños a las fuentes somáticas de estímulos. Por tanto, no necesitamos ahora
sino recordar los resultados de dicha investigación. Hemos visto que se
distinguían tres clases de fuentes oníricas somáticas; los estímulos sensoriales
emanados de objetos exteriores, los estados internos de excitación, de base
exclusivamente subjetiva, y los estímulos somáticos procedentes del interior del
organismo. Observamos asimismo la predilección de los autores por las fuentes
somáticas y su tendencia a situar muy en último término las psíquicas o
excluirlas totalmente. Al examinar las pruebas aducidas en favor de las primeras,
advertimos: 1.º Que la importancia de las excitaciones objetivas de los órganos
sensoriales —Originadas en parte por estímulos casuales sobrevenidos durante el
reposo y en parte por aquellos otros que no pueden ser mantenidos a distancia de
la vida anímica durmiente— queda comprobada por numerosas observaciones y
confirmada experimentalmente. 2.º Que la función de las excitaciones
sensoriales aparece demostrada por el retorno de las imágenes hipnagógicas en
los sueños; y 3.º Que la amplia referencia efectuada de nuestras imágenes y
representaciones oníricas a un estímulo somático interno no es comprobable en
toda su extensión, pero encuentra un punto de apoyo en la influencia,
generalmente reconocida, que el estado de excitación de los órganos digestivos,
urinario y sexual ejerce sobre el contenido de nuestros sueños.
El estímulo nervioso y el estímulo corporal serían, pues, las fuentes
somáticas de los sueños; esto es, las únicas fuentes oníricas, según algunos
autores.
Pero, además de esto, hemos acogido en nuestra introducción toda una serie
de dudas referentes no tanto a la exactitud como a la suficiencia de la teoría de
los estímulos somáticos.
Por muy seguros que hubieran de sentirse los representantes de esta teoría
con respecto a los fundamentos afectivos de la misma —sobre todo en lo relativo
a los estímulos nerviosos accidentales y externos, fácilmente comprobables en el
sueño—, ninguno de ellos llegó a desconocer por completo la imposibilidad de
derivar en su totalidad de estímulos nerviosos exteriores el rico contenido de
representaciones del fenómeno onírico. Miss Mary Whiton Calkins ha
examinado desde este punto de vista durante seis semanas sus propios sueños y
los de otra persona. Sólo en un 13,2 por 100 y un 6,7 por 100, respectivamente,
pudo descubrirse una percepción sensorial externa, y únicamente dos de los
sueños investigados se demostraron derivables de sensaciones orgánicas. De este
modo nos confirma aquí la estadística lo que ya una rápida revisión de nuestra
propia experiencia nos había hecho sospechar.
Muchos investigadores se conformaron con hacer resaltar el «sueño de
estímulo nervioso», entre las demás formas oníricas, como una especie de sueño
mejor y más completamente investigada. Spitta dividía los sueños en «sueños de
estímulo nervioso» y «sueños de asociaciones»; pero claro está que una tal
solución no podía considerarse satisfactoria mientras no se hubiera conseguido
descubrir el lazo de unión entre las fuentes oníricas somáticas y el contenido de
representaciones del sueño.
Resulta, pues, que a la objeción antes señalada, relativa a la insuficiente
frecuencia con que nos es posible referir los sueños a fuentes de estímulos
exteriores, se agrega ahora la de que la admisión de dichas fuentes oníricas no
nos proporciona sino un muy incompleto esclarecimiento de cada sueño. Los
representantes de esta teoría nos son deudores de dos importantes explicaciones:
por qué la verdadera naturaleza del estímulo exterior no es nunca reconocida,
sino singularmente equivocada en el sueño (cf. los sueños del despertador,
capítulo 2), y por qué el resultado de la reacción del alma a la percepción de este
estímulo, cuya verdadera naturaleza no reconoce, puede ser tan
indeterminablemente variable. En respuesta a esta interrogación, alega
Strümpell, como ya vimos antes, que a consecuencia de su apartamiento del
mundo exterior durante el estado de reposo, no se halla el alma en situación de
dar la exacta interpretación del estímulo sensorial objetivo, sino que se ve
obligada a construir ilusiones sobre la base de la indeterminada excitación dada.
He aquí las propias palabras de Strümpell:
«Cuando durante el reposo, y por efecto de un estímulo nervioso, externo o
interno, surge en el alma y es percibido por ella un proceso psíquico cualquiera
—sensación, complejo de sensaciones, sentimiento, etc.— despierta este
proceso, tomándolas del círculo de impresiones de la vigilia que aún perduran en
el alma, imágenes sensitivas, o sea, percepciones anteriores, que aparecen
desnudas o revestidas de sus valores psíquicos correspondientes. De este modo
reúne dicho proceso en derredor suyo un número más o menos considerable de
tales imágenes, las cuales dan a la impresión procedente del estímulo nervioso su
valor psíquico. Como lo hacemos al referirnos a nuestra actividad anímica en la
vida despierta, decimos también aquí que el alma interpreta, durante el estado de
reposo, las impresiones producidas por el estímulo nervioso. Resultado de esta
interpretación es el sueño de estímulo nervioso; esto es, un sueño cuyos
elementos se hallan condicionados por el hecho de que un estímulo de dicho
género desarrolla su efecto psíquico en la vida anímica conforme a las leyes de
la reproducción».
Idéntica en todo lo esencial a esta teoría es la afirmación de Wundt, de que
las representaciones oníricas emanan, en su mayor parte, de estímulos
sensoriales —incluso de aquellos pertenecientes a la sensación vegetativa
general—, siendo, por tanto, casi siempre, ilusiones fantásticas y, sólo en su más
pequeña parte, representaciones mnémicas puras elevadas a la categoría de
alucinaciones. Para la correlación que de esta teoría resulta entre el contenido
onírico y los estímulos del sueño, encuentra Strümpell el excelente paralelo (cap.
2) de «los sonidos que los diez dedos de un individuo profano en música
producen al recorrer al azar el teclado de un piano». Conforme a este punto de
vista, no aparecería el sueño como un fenómeno anímico originado por motivos
psíquicos, sino como el resultado de un estímulo fisiológico que se manifiesta en
una sintomatología psíquica por no ser capaz de otra distinta exteriorización del
aparato sobre el que el estímulo actúa. En una análoga hipótesis se halla basada,
por ejemplo, la explicación que Meynert intentó dar de las representaciones
obsesivas por medio de la famosa comparación de la esfera del reloj, en la que
resaltan algunas cifras impresas en mayor relieve.
Por predilecta que haya llegado a ser esta teoría de los estímulos oníricos
somáticos y por atractiva que parezca, es, sin embargo, fácil descubrir su punto
débil. Todo estímulo onírico somático que durante el reposo incita al aparato
anímico a su interpretación por medio de la formación de ilusiones, puede
motivar un sinnúmero de tales tentativas de interpretación y, por tanto, alcanzar
su representación en el contenido onírico por infinitos elementos diferentes[360].
Pero la teoría de Strümpell y Wundt no nos indica motivo alguno que regule la
relación entre el estímulo externo y la representación onírica elegida para su
interpretación, dejando así inexplicada la «singular selección» que los estímulos
«llevan a cabo, con gran frecuencia, en su actividad reproductiva» (Lipps:
Hechos fundamentales de la vida onírica, pág. 170). Contra la hipótesis
fundamental de toda la teoría de la ilusión, o sea, la de que durante el reposo no
se halla el alma en situación de reconocer la verdadera naturaleza del estímulo
sensorial objetivo, se han elevado también diversas objeciones. Así, Burdach, el
viejo fisiólogo sostiene la afirmación contraria de que también durante el estado
de reposo es el alma capaz de interpretar acertadamente las impresiones
sensoriales que hasta ella llegan y reaccionar conforme a tal interpretación
exacta. En demostración de su aserto, aduce que determinadas impresiones
sensoriales, importantes para el durmiente, quedan excluidas de la general
indiferencia del mismo (la nodriza que despierta al más leve rumor del niño), y
que nuestro nombre, pronunciado en voz baja, interrumpe nuestro reposo,
mientras que otras impresiones auditivas más intensas, pero indiferentes, no
obtienen igual resultado, lo cual supone que el alma dormida sabe también
diferenciar las impresiones (cap. 2, apart, e). De estos hechos deduce Burdach
que durante el reposo no existe una incapacidad para interpretar los estímulos
sensoriales, sino una falta de interés con respecto a ellos. Los mismos
argumentos alegados por Burdach en 1830 retornan luego, sin modificación
alguna en la impugnación de la teoría de los estímulos somáticos escrita por
Lipps en 1883. Según este punto de vista, se nos muestra el alma semejante a
aquel durmiente que a la pregunta: «¿Duermes?», contesta: «No»; pero
interpelado a seguidas con la petición: «Entonces préstame diez duros», se
escuda con la evasiva: «Estoy dormido».
La insuficiencia de la teoría de los estímulos oníricos somáticos puede
todavía demostrarse por otro camino diferente. Puede, en efecto, observarse que
los estímulos externos no provocan obligadamente sueños, aunque dado el caso
de que soñemos aparezcan representados en el contenido onírico. Ante un
estímulo epidérmico o de presión sobrevenido durante el reposo, disponemos de
diversas reacciones. En primer lugar, podemos hacer caso omiso de él y ver
luego, al despertar, que hemos dormido con una pierna fuera de las sábanas o un
brazo en mala postura, sin que nada nos lo haya advertido durante la noche. La
Patología nos muestra numerosísimos casos en los que diversos estímulos
sensoriales y de movimiento intensamente excitantes, no han tenido efecto
alguno durante el reposo. En segundo lugar, podemos advertir la sensación
mientras dormimos a través de nuestro reposo, como sucede regularmente con
los estímulos dolorosos, pero sin entretejer en un sueño el dolor percibido.
Asimismo podemos despertar con objeto de poner fin al estímulo[361]. Por
último, el que el estímulo nervioso nos induzca a la formación de un sueño no es
sino una cuarta reacción posible de frecuencia igual a las otras tres. Esto último
no sucedería si el motivo de los sueños no residiese fuera de las fuentes oníricas
somáticas.
Dándose cuenta de la laguna que antes señalamos en la explicación de los
sueños por la intervención de estímulos somáticos, han intentado otros autores
—Schemer y luego Volkelt— determinar más estrictamente aquellas actividades
anímicas que, tomando como base los estímulos somáticos, hacen surgir toda la
variedad de imágenes oníricas. Situando así nuevamente la esencia de los sueños
en lo anímico y en una actividad psíquica. Schemer no se limitó a dar una
poética descripción, llena de vida, de las peculiaridades psíquicas que se
desarrollan en la formación de los sueños, sino que creía firmemente haber
descubierto el principio que rige la conducta del alma con respecto a los
estímulos que a ella se ofrecen. Desarrollando con plena contingencia su
fantasía, libre de sus trabas diurnas, tiende, según Schemer, la elaboración
onírica a representar simbólicamente la naturaleza del órgano del que se emana
el estímulo. Fórmase de este modo una especie de «clave de los sueños» que nos
permitiría deducir de las imágenes oníricas las sensaciones somáticas y los
estados orgánicos y de excitación que las han provocado. Así, la imagen onírica
de un gato es expresión de un malhumorado estado de ánimo, y el pan, con su
blanca y lisa superficie, representa, en nuestros sueños, la desnudez. El cuerpo
humano, en su totalidad, es representado por la fantasía onírica con la imagen de
una casa, y un órgano aislado, por una parte de la misma. En los «sueños de
estímulo dental» corresponden a la boca una alta galería abovedada, y al
descenso hasta el tubo digestivo, una escalera. En el «sueño de dolor de cabeza»
queda precisada la situación dominante de este órgano por la imagen de un techo
cubierto de repugnantes arañas semejantes a «sapos» (pág. 274). Para designar
un mismo órgano suele emplear el sueño diversos símbolos. El pulmón y su
actividad repiratoria quedan simbolizados por una estufa encendida y la corriente
de aire que aviva su fuego; el corazón, por cajas y cestos vacíos, y la vejiga, por
objetos redondos, en forma de bolsa, o simplemente cóncavos. Muy importante
es el hecho de que al final del sueño suele aparecer sin disfraz alguno y casi
siempre adscrito al cuerpo mismo del sujeto el órgano del que parte el estímulo o
la función a él correspondiente. Así, el «sueño de estímulo dental» termina, por
lo general, con una escena en la que el sujeto extrae de su boca una larga
«muela» (pág. 302). Esta teoría de la interpretación onírica no fue ciertamente
muy bien acogida por los demás investigadores, que la tacharon de extravagante
e incluso se negaron a reconocer lo que, a mi juicio, hay en ella de verdad. Como
puede verse, conduce a la habilitación de la interpretación de los sueños por
medio de símbolos, empleada por los antiguos, con la única diferencia de que el
sector del que ha de extraerse la interpretación queda limitado al perímetro de la
personalidad física humana. La carencia de una técnica científica de
interpretación tiene que disminuir necesariamente la capacidad de aplicación de
la teoría de Schemer. La interpretación onírica en ella basada no excluye
tampoco la arbitrariedad, tanto menos cuanto que se admite la posibilidad de que
un estímulo halle, en el contenido onírico, diversas representaciones. Así fue ya
imposible a Volkelt, continuador de las hipótesis de Schemer, comprobar la
simbolización del cuerpo humano en los sueños por medio de la imagen de la
casa. También tenía que contribuir a la no aceptación de esta teoría el hecho de
considerar la elaboración onírica como una actividad inútil y desprovista de todo
fin, asignada al alma, la cual se limitaría a fantasear sobre el estímulo dado, sin
tender, ni lejanamente siquiera, a algo semejante a una derivación o supresión
del mismo.
Existe, por último, otra objeción que conmueve gravemente la construcción
teórica de Schemer de la simbolización de estímulos somáticos por los sueños.
No faltando nunca estímulos de este género, y siendo el alma, según opinión
general, más accesible a ellos durante el reposo que en la vida despierta, no se
comprende cómo no sueña de continuo, a través de toda la noche y cada noche,
con todos los órganos. Si queremos eludir esta objeción, alegando que para
despertar la actividad onírica es necesario que de los distintos órganos —ojos,
oídos, boca, intestinos, etc.— emanen estímulos especiales, tropezaremos con la
dificultad de demostrar que tales incrementos de excitación son de carácter
objetivo, cosa que sólo en un limitado número de sueños nos resulta posible. Si
el sueño de volar constituye una simbolización del movimiento de ascenso y
descenso de los lóbulos del pulmón al respirar, debería ser soñado con mucha
mayor frecuencia, según observa ya Strümpell, o habría de advertirse durante él
una intensificación de la actividad respiratoria. Una tercera posibilidad —quizá
la más verosímil— es la de que, periódicamente, surjan motivos especiales para
consagrar atención a las sensaciones viscerales regularmente existentes. Pero
este caso nos lleva más allá de los límites de la teoría de Schemer.
El valor de las especulaciones de Schemer y Volkelt reside en precisar una
serie de caracteres del sueño necesitados de explicación y cuyo examen promete
conducirnos a nuevos conocimientos. Es perfectamente cierto que los sueños
contienen simbolizaciones de órganos y funciones somáticos, y también que el
agua indica en ellos, con frecuencia, un estímulo de origen vesical, y que los
genitales masculinos pueden ser representados por una columna, una vara
enhiesta, etc., etc. Aquellos sueños que, en oposición a la pálida policromía de
otros, muestran un extenso campo visual y vivos colores, deberán interpretarse,
con seguridad casi completa, como sueños de estímulo visual. Asimismo,
tampoco puede negarse la colaboración de la formación de ilusiones en aquellos
otros que contienen ruidos y murmullos de voces. Sueños como el de Schemer,
en el que dos filas de bellos adolescentes rubio, situados frente a frente sobre un
puente, se atacan, luchan y vuelven a sus posiciones primitivas repetidamente,
hasta que el sujeto se sienta sobre el puente y se extrae de la mandíbula una
larguísima muela, o como el análogo de Volkelt que muestra al durmiente dos
filas de cajones y termina también con la extracción de una muela, y, en general,
todas las formaciones oníricas de esta clase, de las cuales comunican ambos
autores numerosos ejemplos, no permiten condenar como ociosa invención la
teoría de Schemer sin antes investigar el nódulo de verdad que indudablemente
contiene. En caso contrario, habríamos de consagrarnos a procurar un distinto
esclarecimiento para la supuesta simbolización del presunto estímulo dental.
Nuestros análisis de sueños nos han proporcionado un importante argumento
del que aún no hemos hecho uso en la discusión de las fuentes oníricas. Si por
medio de un procedimiento que los demás investigadores no han aplicado a los
sueños por ellos examinados, conseguimos demostrar que el sueño posee un
valor propio, a título de acto psíquico, que el motivo de su formación se halla
constituido por un deseo y que el material inmediato para la constitución de su
contenido es proporcionado por los sucesos del día anterior, quedará juzgada, sin
necesidad de más amplio proceso, toda otra teoría onírica que no utilice un tan
importante instrumento de investigación y considere en consecuencia al sueño
como una reacción psíquica, inútil y enigmática a estímulos somáticos. Para no
hacer objeto a estas teorías de un tal juicio adverso, habríamos de suponer que
existían —cosa harto inverosímil— dos clases de sueños, perteneciendo
exclusivamente a una de ellas todos los examinados por los investigadores que
nos precedieron, y a la otra todos los analizados por nosotros. Descartada esta
hipótesis, no nos quedará ya más que incorporar a nuestra teoría de los sueños
los hechos en que se basa la de los estímulos oníricos somáticos.
Esta labor quedó ya iniciada cuando sentamos el principio de que la
elaboración de los sueños se halla bajo el imperio de una fuerza que la obliga a
constituir una unidad con todos los estímulos oníricos simultáneamente
existentes. Vimos entonces que cuando, como resto del día anterior, perduran dos
o más sucesos que trajeron consigo una impresión, quedan reunidos en un sueño
los deseos de ellos emanados, y también que para constituir el material del sueño
se reúnen la impresión psíquicamente valiosa y los sucesos indiferentes del día
anterior, siempre que puedan establecerse entre ambos elementos
representaciones comunicantes. El sueño se nos muestra así como una reacción a
todo lo actual simultáneamente dado en la psiquis durmiente, y la labor analítica
a que hasta ahora hemos sometido el material onírico nos lo presenta como una
colección de restos psíquicos —huellas mnémicas— a los que (por la
predilección del material reciente e infantil) hemos tenido que atribuir un
carácter psicológicamente indeterminable por el momento. No nos es nada difícil
predecir lo que sucederá cuando a estas actualidades mnémicas se agregue
durante el estado de reposo nuevo material de sensaciones. Tales estímulos
resultan asimismo importantes para el sueño por el hecho de ser actuales, y son
unidos a las demás actualidades psíquicas, proporcionando con ellas el material
para la formación del sueño. O dicho de otro modo: los estímulos sobrevenidos
durante el reposo son objeto de una elaboración que los convierte en una
realización de deseos, cuyos restantes elementos se hallan constituidos por los
restos diurnos psíquicos que ya conocemos. Esta unión no es, desde luego,
obligada, pues ya hemos visto que podemos reaccionar de varios modos a los
estímulos sobrevenidos durante el reposo; pero en aquellos casos en que se lleva
a efecto conseguimos hallar un material que constituye en el contenido del sueño
una representación de las dos clases de fuentes oníricas, las somáticas y las
psíquicas.
La acumulación de material somático a las fuentes oníricas psíquicas no
modifica en nada la esencia del sueño, el cual permanece siendo una realización
de deseos, cualquiera que sea la forma en que la expresión de la misma quede
determinada por el material actual.
La importancia y significación de los estímulos exteriores para el sueño varía
conforme a una serie de circunstancias especiales. Imagino que una acción
conjunta de los factores individuales fisiológicos y accidentales dados es lo que
decide, en cada caso, la conducta que hemos de seguir con respecto a un intenso
estímulo objetivo sobrevenido durante el reposo. Según la profundidad habitual
y accidental del reposo y la intensidad del estímulo, quedará éste reprimido de
manera a no interrumpir nuestro descanso; nos veremos obligados a despertar o
intentaremos dominar el estímulo entretejiéndolo en un sueño. Correlativamente
a la variedad de estas constelaciones se manifestarán los estímulos con mayor o
menor frecuencia en los sueños de un individuo que en los de otro. Así, por lo
que a mí respecta, gozo de tan profundo reposo y me defiendo con tal tenacidad
contra todo lo que pudiera perturbarlo, que sólo muy raras veces se mezclan en
mis sueños causas externas de excitación, al paso que los motivos de orden
psíquico me incitan fácilmente a soñar. De todos los sueños propios por mí
anotados, sólo hay realmente uno que pueda ser referido a una fuente de
estímulos objetivos (una sensación dolorosa), pero precisamente en él creemos
muy instructivo comprobar el resultado onírico del estímulo exterior.
«Voy montado en un caballo gris. Al principio monto con inseguridad y
torpeza o como si fuese en una difícil postura, distinta de la corriente. Encuentro
a mi colega el doctor P., que viene también a caballo, pero con gran arrogancia, y
viste un traje de grueso paño. Al llegar junto a mí, me hace no sé qué advertencia
(probablemente la de que voy mal montado). Pero ya voy encontrándome cada
vez mejor sobre el inteligentísimo corcel, descanso cómodamente sobre la silla y
me siento tranquilo y confiado como si estuviera en mi casa. En lugar de silla
lleva el caballo un largo almohadón que cubre por completo su lomo, desde el
cuello hasta la grupa. Con gran serenidad paso por el estrecho espacio que dejan
entre sí dos carros. Después de avanzar largo trecho por una calle, doy media
vuelta y quiero desmontar ante una pequeña capilla abierta, pero luego desmonto
realmente junto a otra que se alza poco más allá. El hotel está en la misma calle.
Podría dejar que el caballo fuera sólo hasta él, pero prefiero llevarlo de la brida.
Es como si me avergonzase de llegar allí montado. A la puerta del hotel hay un
“botones” que me enseña una tarjeta que yo mismo he encontrado y se burla de
mí. En la tarjeta hay escrito y doblemente subrayado: No comer, y después un
segundo propósito (impreciso): algo como No trabajar. A ello se añade la vaga
idea de que me hallo en una ciudad extranjera en la que no trabajo».
Nada indica, a primera vista, que este sueño haya surgido bajo la influencia,
o mejor dicho, bajo la coerción de un estímulo doloroso. Durante el día anterior
me habían hecho sufrir extraordinariamente, convirtiendo en tortura cada uno de
mis movimientos, varios furúnculos de que venía padeciendo. Uno de ellos,
situado en la raíz del escroto, había llegado a alcanzar el volumen de una
manzana y me causaba, al andar, insoportables dolores. La fatiga, la alteración
febril y la desgana consiguiente, unidas a la intensa labor que, a pesar de todo,
hube de realizar durante el día, acabaron de ensombrecer mi ánimo. En esta
situación no me hallaba ciertamente muy facultado para consagrarme a mis
ocupaciones profesionales, pero teniendo en cuenta el carácter de mi
padecimiento y la región de mi cuerpo en la que se manifestaba, existía otra
actividad para la que, sin duda alguna, me encontraba aún menos capacitado. Tal
actividad es la de montar a caballo, y precisamente es la que el sueño me
atribuye como la más enérgica negación imaginable de mi padecimiento. Ignoro
en absoluto el arte de la equitación, no sueño nunca nada que con ella se
relacione, y sólo una vez he montado en un caballo, por cierto en pelo y sin que
ello me produjera placer alguno. Pero en mi sueño monto como si no tuviera
furúnculo ninguno en el periné, o, mejor dicho, precisamente porque no quiero
tenerlo. La silla, tal y como el sueño la describe, es la cataplasma que me apliqué
al acostarme, y cuyo efecto calmante me ha permitido conciliar el reposo. Así
protegido, no he advertido, durante algunas horas, indicio ninguno de mi
padecimiento. Luego, cuando las sensaciones dolorosas comenzaron a hacerse
más vivas y amenazaron con despertarme, vino el sueño a tranquilizarme,
diciéndome: «Puedes seguir durmiendo. No tienes furúnculo ninguno, pues
montas a caballo, cosa que no es posible con un divieso en el periné». El dolor
quedó de este modo ensordecido y pude, en efecto, seguir durmiendo.
Pero aún hay más. El sueño no se ha limitado a sugerirme la inexistencia del
furúnculo, sosteniendo tenazmente una representación incompatible con el
mismo —conducta semejante a la que observamos en la demencia alucinatoria
de la madre que ha perdido un hijo[362], o en la del comerciante arruinado—,
sino que ha utilizado los caracteres de la misma sensación que niega y los de la
representación empleada con objeto de reprimirla, para enlazar a la situación
onírica los elementos actuales dados en el alma y proporcionarles un medio de
expresión. El color gris del caballo en que monto corresponde al del traje que mi
colega el doctor P. llevaba la última vez que le vi. (Un traje de color sal y
pimienta.) Los alimentos fuertemente especiados me han sido indicados como
causa de mi furunculosis más probablemente que el azúcar, en la que se piensa
también al investigar la etiología de tal enfermedad. Mi amigo P. acostumbra
mirarme con cierta arrogancia desde que me sustituyó en la confianza de una
paciente en cuyo tratamiento creía yo haber realizado grandes habilidades
(Kunststuecke) —al principio de mi sueño voy montado en una difícil postura
como un jinete que realizase habilidades ecuestres en el circo—, Kunstreiter),
pero que, en realidad, me llevó a donde quiso, como el caballo al inexperto jinete
de la conocida anécdota[363]. De este modo llega el caballo a la categoría de
símbolo de dicha paciente (en mi sueño lo encuentro muy inteligente). El
encontrarme luego a caballo «tan seguro y confiado como si estuviera en mi
casa», se refiere a la situación que yo ocupaba en casa de dicha enferma hasta
que fui sustituido por P. «Yo creí que se mantenía usted más firmemente sobre la
silla», me había dicho días antes, aludiendo a este suceso, uno de los pocos
grandes médicos de Viena que me son favorables. Por otro lado, ha sido también
una difícil habilidad continuar atendiendo a mi labor psicoterápica durante ocho
o diez horas diarias, no obstante mis dolores. Sé, sin embargo, que en tal estado
no me será posible seguir ejerciendo mi difícil actividad profesional, y el sueño
aparece colmado de lúgubres alusiones a las consecuencias de tal interrupción de
mi trabajo: No trabajar y no comer. Prosiguiendo la interpretación, veo que la
elaboración onírica ha conseguido hallar el camino que va desde la situación
optativa de montar a caballo hasta muy tempranas escenas de mi infancia (peleas
con un sobrino mío, un año mayor que yo, residente hoy en Inglaterra). Mi sueño
ha tomado, además, elementos de mis viajes a Italia, pues la calle que en él
recorro responde a impresiones visuales recibidas en Verona y en Siena.
Una interpretación más profunda me lleva a ideas latentes de carácter sexual
y me hace recordar lo que en una paciente mía, que jamás había estado en Italia,
significaban las alusiones oníricas a este bello país (gen-Italien —genitalien: vea
Italia—, genitales), recuerdo que no carece de relación con la casa en la que
presté mi asistencia facultativa antes de ser sustituido por el doctor P., y con la
región de mi cuerpo elegida por el furúnculo.
En otra ocasión me fue también posible defenderme análogamente de un
estímulo sensorial que amenazaba interrumpir mi reposo, pero esta vez fue pura
casualidad lo que me permitió descubrir la conexión del sueño con el estímulo
onírico accidental y llegar así a su compresión. Hallándome durante el verano en
un balneario del Tirol, desperté una mañana con la convicción de haber soñado
que el Papa había muerto. Todos mis esfuerzos para interpretar este sueño no
visual resultaron estériles. Como posible antecedente, no recordaba sino el de
haber leído días antes la noticia de que el Pontífice padecía ligera indisposición.
Pero en el transcurso de la mañana me preguntó mi mujer: «¿No has oído de
madrugada el formidable repique con que nos han obsequiado todas las iglesias
y capillas de los alrededores?» No recordaba haber oído nada semejante; pero mi
sueño quedaba ya explicado como reacción de mi necesidad de dormir ante el
ruido con que los piadosos tiroleses querían despertarme. Después de vengarme
de ellos con la deducción que constituye el contenido de mi sueño, proseguí
durmiendo sin interesarme en absoluto por el campaneo.
Entre los sueños hasta aquí expuestos hay algunos que podemos citar como
ejemplos de elaboración de estímulos nerviosos. Uno de ellos es aquel en que
bebo agua a grandes sorbos. En él es, aparentemente, el estímulo somático la
única fuente onírica y el deseo emanado de la sensación —la sed— el único
motivo onírico. Análogamente sucede en otros sueños sencillos, cuando el
estímulo somático basta por sí solo para formar un deseo. El sueño de la enferma
que arroja lejos de sí, en el transcurso de la noche, el aparato refrigerante que le
han mandado conservar aplicado a la mejilla, nos muestra una desacostumbrada
forma de reaccionar a estímulos dolorosos con una realización de deseos. Parece,
en efecto, como si la paciente hubiera conseguido hacerse insensible,
pasajeramente, al dolor, el cual queda transferido en su sueño a una tercera
persona[364].
Mi sueño de las tres Parcas[365] es, evidentemente, un sueño de hambre, pero
sabe retrotraer la necesidad de alimento hasta el ansia del niño por el pecho
materno y utilizar esta ansia para encubrir otra de muy distinto género, a la que
no es lícito manifestarse con tanta franqueza. El sueño del conde de Thun[366]
nos ha hecho ver por qué caminos queda enlazada una necesidad física
accidentalmente dada con los sentimientos más enérgicos, pero también más
enérgicamente reprimidos, de la vida anímica. En el caso comunicado por
Garnier, cuando el primer cónsul entreteje en su sueño bélico el ruido producido
por la máquina infernal al estallar, antes de despertar a consecuencia del mismo,
se nos muestra abiertamente la tendencia en favor de la cual se ocupa la
actividad anímica de las sensaciones surgidas durante el reposo. Un joven
abogado que se acostó pensando en un asunto importante al que se había
consagrado durante el día se condujo, oníricamente, de modo análogo al del gran
Napoleón. En su sueño ve primero a cierto señor G. Reich de Hussiatyn, que le
es conocido por intervenir en el pleito que le preocupa. Pero el elemento
Hussiatin va adquiriendo cada vez mayor importancia hasta que el sujeto
despierta y oye toser fuertemente a su mujer, enferma de un catarro bronquial
(Hussiatyn = hustein = toser.)
Comparamos ahora el citado sueño de Napoleón I, cuyo reposo solía ser muy
profundo, con el del estudiante dormilón que ante la advertencia de que ha
llegado la hora de ir al hospital sueña que ocupa una cama en una sala del mismo
y sigue durmiendo a pierna suelta, tranquilizado por el razonamiento de que si
está ya en el hospital no tiene por qué levantarse para acudir a él. Este último
ejemplo es un franco sueño de comodidad. El durmiente se confiesa sin rebozo
alguno el motivo del mismo y resuelve con ello uno de los enigmas del
fenómeno onírico. Todos los sueños son, en cierto sentido, sueños de
comodidad, pues tienden a facilitar la continuación del reposo, evitando que el
durmiente despierte. El sueño es el guardián del reposo, no su perturbador. Más
adelante justificaremos esta afirmación con respecto a los factores psíquicos que
provocan el despertar y, desde luego, podemos ya hacerlo con relación al papel
desempeñado por los estímulos exteriores objetivos. El alma puede no ocuparse
en absoluto de los estímulos sobrevenidos durante el reposo cuando la intensidad
y la significación de los mismos le permite observar esta conducta; puede utilizar
el sueño para negar dichos estímulos o disminuir su importancia, y, por último,
cuando no tiene más remedio que reconocerlos, puede buscar aquélla su
interpretación que presente la sensación actual como parte de una situación
deseada y compatible con el reposo. La sensación actual es entretejida en un
sueño, con el fin de despojarla de su realidad. Napoleón puede seguir
durmiendo: Lo que intenta perturbar su reposo no es más que un recuerdo
onírico del cañoneo de la batalla de Arcole[367].
El deseo de dormir mantenido por el yo consciente y que, con la censura
onírica[368], constituye la colaboración de dicho yo en el soñar, debe, por tanto,
ser considerado en todo caso como motivo de la formación de sueños, y todos y
cada uno de éstos son realización del mismo. Más adelante analizaremos
cuidadosamente cómo este general deseo de dormir, idéntico siempre a sí mismo
y dado en todo caso, se comporta con respecto a los demás deseos que quedan
realizados en el contenido onírico. En el deseo de dormir hemos descubierto,
además, el factor susceptible de llenar la laguna de que adolece la teoría de
Strümpell-Wundt y explicar la insuficiencia y arbitrariedad que hallamos en la
interpretación del estímulo exterior. La interpretación exacta de la que el alma
dormida es perfectamente capaz, exigiría un interés activo y con él la
interrupción del reposo. De todas las interpretaciones posibles no serán, pues,
admitidas sino aquellas que resulten compatibles con la censura que el deseo de
dormir ejerce en forma tiránica, y entre las admitidas será escogida aquella que
mejor pueda ser enlazada con los deseos que espían, en el alma, la ocasión de
realizarse. De este modo es determinado todo inequívocamente y nada queda
abandonado a la arbitrariedad. La falsa interpretación no constituye una alusión,
sino algo semejante a una evasiva. Habremos, pues, de ver en este proceso,
como antes en la sustitución por desplazamiento efectuada a los fines de la
censura onírica, una variante del proceso psíquico normal.
Cuando los estímulos nerviosos externos y los somáticos internos son lo
bastante intensos para conquistar la consideración psíquica, proporcionan —
siempre que su resultado sea un sueño y no la interrupción del reposo— una
firme base de sustentación para la formación de sueños, pues pasan a constituir,
en el contenido onírico, un nódulo para el que es buscada luego una realización
de deseos correspondientes, en forma análoga a como lo son, según vimos antes,
las representaciones intermedias entre dos estímulos oníricos psíquicos. Hasta
este punto puede, pues, afirmarse que en cierto número de sueños depende el
contenido onírico del elemento somático, e incluso resulta que en este caso
extremo es despertado, a los fines de la formación del sueño, un deseo no actual.
Pero el sueño no puede hacer otra cosa que representar un deseo como realizado
en una situación y, por tanto, se halla en cada caso ante la labor de buscar qué
deseo puede ser representado como realizado por la sensación del momento
actual, aunque el material actual dado sea de carácter penoso o doloroso, no por
ello deja de ser aprovechable para la formación de un sueño. La vida anímica
dispone también de deseos cuya realización produce displacer, cosa que a
primera vista parece contradicción, pero que se explica por la existencia de dos
instancias psíquicas y de una censura situada entre ambas.
Como ya hemos visto, existen en la vida anímica deseos reprimidos que
pertenecen al primer sistema y a cuya realización se resiste el segundo. No
quiere esto decir que tales deseos existieran antes del proceso represivo y
quedaran luego destruidos por el mismo, nada de eso; la teoría de la represión
afirma que tales deseos reprimidos existen todavía, aunque al mismo tiempo
exista también una coerción que pesa sobre ellos. La disposición psíquica para
que tales deseos reprimidos lleguen a una realización permanece conservada e
intacta. Mas cuando tal realización llega a cumplirse, el vencimiento de la
resistencia que a ello oponía el segundo sistema (capaz de conciencia) se
exterioriza como displacer. Para terminar estas consideraciones añadiremos que
cuando durante el reposo surgen sensaciones de carácter displaciente, emanadas
de fuentes somáticas, es utilizada esta constelación por la elaboración onírica
para representar —con mayor o menor severidad de la censura— un deseo hasta
entonces reprimido.
Esta circunstancia nos permite incluir en la teoría de la realización de deseos
toda una serie de sueños de angustia. Con respecto a otra variedad de estas
formaciones oníricas displacientes, aparentemente contrarias a dicha teoría,
habremos de atenernos a una explicación distinta. La angustia que en sueños
experimentamos puede ser, en efecto, de carácter psiconeurótico y proceder de
excitaciones psicosexuales, correspondiendo entonces a una libido reprimida. En
este caso, tanto la angustia como el sueño en que se manifiesta constituyen un
síntoma neurótico y habremos llegado al límite ante el que la tendencia
realizadora de deseos, del sueño, se ve obligada a detenerse. Existen también
sueños en los que la sensación de angustia posee un origen somático (por
ejemplo, la opresión respiratoria de los enfermos cardíacos o del pulmón), y en
esta circunstancia es utilizada dicha sensación para proporcionar una realización
onírica a aquellos deseos enérgicamente reprimidos que realizados en un sueño
obediente a motivos psíquicos hubieran traído consigo igual desarrollo de
angustia. No es difícil fundir en una unidad estos dos casos aparentemente
distintos. Dados dos productos psíquicos —una inclinación efectiva y un
contenido de representaciones— íntimamente ligados entre sí, puede uno de
ellos, el actual, sustituir el otro en el sueño, y de este modo tan pronto es
sustituido el contenido de representaciones reprimido por la angustia
somáticamente dada como el desarrollo de angustia por el contenido de
representaciones libertado de la represión y saturado de excitación sexual. En el
primer caso puede decirse que un afecto somáticamente dado es interpretado
psíquicamente. En el segundo aparece dado todo psíquicamente, pero el
contenido que se hallaba reprimido es sustituido fácilmente por una
interpretación somática adaptada a la angustia. Las dificultades con que
tropezamos para la inteligencia de esta cuestión tienen muy escasa relación con
el sueño, pues proceden de que con estas especulaciones rozamos los problemas
del desarrollo de angustia y de la represión.
Entre los estímulos oníricos procedentes del interior del soma que imponen
su ley a la formación de los sueños debemos contar, desde luego, el estado físico
general del sujeto. No quiere esto decir que pueda proporcionar por sí solo el
contenido onírico, pero sí que impone a las ideas latentes una selección entre el
material que ha de servir a la representación en dicho contenido, aproximando,
como adaptación a su esencia, una parte de dicho material y manteniendo a
distancia la parte restante. Además este estado general se halla enlazado desde el
día con los restos psíquicos importantes para el sueño. Este estado puede
conservarse en el sueño o ser dominado y transformado en su contrario cuando
es de carácter displaciente.
Cuando las fuentes oníricas somáticas que actúan durante el reposo —o sea
las sensaciones de dicho estado— no poseen desacostumbrada intensidad,
desempeñan, a mi juicio, en la formación de los sueños un papel análogo al de
las impresiones diurnas que han permanecido recientes, pero que son
indiferentes. Quiero decir que son utilizadas en la formación del sueño cuando
resultan apropiadas para ser unidas al contenido de representaciones de la fuente
onírica psíquica, pero únicamente en este caso. Vemos, pues, que son
consideradas como material de escaso valor, del que podemos disponer en todo
momento y que utilizamos cuando nos es necesario, mientras que un material
precioso prescribe ya por sí mismo las normas de su empleo. Sucede en esto
como cuando una persona aficionada a las joyas artísticas lleva al lapidario una
piedra rara —un ónice, por ejemplo— para que talle en él un camafeo. El
tamaño de la piedra, su color y sus aguas coadyuvarán a determinar la figura o
escena que en ella ha de ser tallada, mientras que, dado un material más amplio y
uniforme —mármol o granito—, no tiene el artista que ajustarse a normas
distintas de su espontánea inspiración. Pensando así es como únicamente resulta
comprensible que aquel contenido onírico que proporciona los estímulos
orgánicos de intensidad no superior a la ordinaria no aparezca en todo sueño y en
sueños todas las noches[369].
Para la mejor inteligencia de mi opinión sobre este punto concreto expondré
un nuevo ejemplo de sueño, retornando así, además, al tema de la interpretación
onírica. Durante todo un día me esforcé en investigar cuál podía ser el
significado de la sensación de hallarnos paralizados, no poder movernos o
terminar un acto que hemos comenzado, sensación muy próxima a la angustia y
frecuentísima en la vida onírica. A la noche inmediata tuve el siguiente sueño:
«Subo, a medio vestir, por la escalera de una casa, desde el piso bajo al principal.
Voy saltando los escalones de tres en tres y me felicito de poder subir una
escalera con tanta agilidad. De repente veo que baja a mi encuentro una criada.
Avergonzado, quiero apresurarme, pero en este momento se apodera de mí la
parálisis indicada y me resulta imposible avanzar un solo paso».
Análisis. —La situación de este sueño está tomada de la realidad cotidiana.
En mi casa de Viena ocupo dos pisos enlazados por un cuerpo de escalera. En el
inferior tengo mi consulta y mi despacho, y en el superior, mis habitaciones
particulares. Cuando termino de trabajar por las noches en el despacho tengo que
subir la escalera para llegar a mi alcoba. La misma noche de mi sueño había
realizado este trayecto en una toilette realmente algo desordenada, pues me había
quitado la corbata, el cuello y los puños. Mi sueño exagera este desorden de mis
vestidos; pero, como acostumbra hacerlo en estos casos, no determina con
precisión el grado a que el mismo se eleva. El saltar los escalones de tres en tres
es, en realidad, la forma en que suelo subir las escaleras y constituye, por otra
parte, una realización de deseos reconocida, además, como tal en el sueño, pues
la facilidad con que llevo a cabo tal ejercicio me ha tranquilizado muchas veces
sobre la marcha de mi corazón. Por último, es esta forma de subir escaleras
flagrante contradicción de la parálisis que en la segunda mitad del sueño me
acomete y me muestra —cosa que no precisaba de prueba alguna— que el
fenómeno onírico no encuentra la menor dificultad para representarse, perfecta y
totalmente realizados, actos motores. Recuérdense los sueños en que volamos.
La escalera de mi sueño no es, sin embargo, la de mi casa. Al principio no
caigo en cuál puede ser, y sólo al reconocer en la persona que baja a mi
encuentro a la criada de una anciana señora a la que visito dos veces al día para
ponerle inyecciones, me doy cuenta de que la escalera de mi sueño corresponde
a la del domicilio de dicha señora.
Mas ¿por qué razón sueño con la escalera del domicilio de mi paciente y con
la criada que ésta tiene a su servicio? El avergonzarse de ir insuficientemente
vestido es, indudablemente, un sentimiento de carácter sexual. Pero la criada con
la que sueño es más vieja que yo, regañona y nada atractiva. Recuerdo ahora que
al subir por las mañanas la escalera de su casa suele darme tos, y como no hay en
ella escupidera ninguna, me veo obligado a escupir sobre el suelo, pues opino
que la limpieza no es cuenta mía, sino de la dueña de la casa, que debe ordenar
la colocación de una escupidera. El ama de llaves de mi paciente, persona
también entrada en años y de áspero carácter, a la que no tengo por qué negar
gran amor a la limpieza, sostiene, sin embargo, sobre este punto concreto la
opinión contraria, pues espía mis actos siempre que subo la escalera, y cuando
me permito la libertad antes indicada, gruñe y protesta en voz alta y me rehúsa
luego, al encontrarse conmigo, toda muestra de cortesía y respeto. Esta actitud
fue compartida, el mismo día del sueño, por la otra criada, la cual, al salir a
abrirme la puerta, me interpeló ásperamente con la siguiente reprimenda: «El
señor doctor podía limpiarse los pies antes de entrar. Hoy ha vuelto a poner
perdida la alfombra». Es esto todo lo que puede haber motivado la inclusión de
la escalera y de la criada en mi sueño.
Entre los hechos de subir saltando la escalera y escupir en el suelo existe una
íntima relación, pues la faringitis y las perturbaciones cardíacas son el castigo
del vicio de fumar. Este vicio motiva, asimismo, que tampoco en mi casa —que
mi sueño funde en una unidad con la de mi paciente— goce yo de un renombre
de exagerada limpieza.
Dejaremos aplazada la continuación del análisis hasta que podamos exponer
el origen del sueño típico de semidesnudez, y nos limitaremos a consignar, por el
momento, como resultado de la labor analítica a que hemos sometido el sueño
últimamente expuesto, que la sensación de parálisis es despertada en nuestros
sueños siempre que resulta precisa para un determinado conjunto onírico. La
causa de tal contenido onírico no puede ser un estado especial de mi motilidad
durante el reposo, pues un momento antes acabo de subir en mi sueño las
escaleras de tres en tres, saltando ágilmente los escalones.

d) Sueños típicos.

Para interpretar un sueño ajeno es condición indispensable —y ello limita


considerablemente la aplicación práctica de nuestro método— que el sujeto
acceda a comunicarnos las ideas inconscientes que se esconden detrás del
contenido manifiesto del mismo[370]. Sin embargo, y en contraposición con la
general libertad de que todos gozamos para conformar nuestra vida onírica según
nuestras personalísimas peculiaridades, haciéndola así incomprensible a las
demás, existe cierto número de sueños que casi todos soñamos en idéntica forma
y de los que suponemos poseen en todo individuo igual significación. Estos
sueños son, además, merecedores de un especial interés por el hecho de proceder
probablemente en todos los hombres de fuentes idénticas, circunstancias que los
hace muy adecuados para proporcionarnos un amplio esclarecimiento sobre las
fuentes oníricas.
Dados estos interesantes caracteres de los sueños típicos, fundábamos
grandes esperanzas en los resultados de su interpretación por medio de nuestra
técnica analítica; pero, desgraciadamente, hemos comprobado que la labor
interpretadora tropieza en ellos con particulares dificultades. Así, aquellas
asociaciones del sujeto, que en todo otro caso nos llevan a la comprensión de su
sueño, faltan aquí en absoluto o son tan oscuras e insuficientes, que no nos
prestan ayuda ninguna.
Más adelante expondremos las causas de que tales dificultades dependen y
los medios de que nuestra técnica se vale para orillarlas, y entonces comprenderá
el lector por qué he de limitarme ahora a tratar de algunos de estos sueños típicos
dejando el estudio de los restantes para tal ocasión.

e) El sueño de avergonzamiento ante la propia desnudez.

El sueño de hallarnos desnudos o mal vestidos ante personas extrañas suele


surgir también sin que durante él experimentemos sentimiento alguno de
vergüenza o embarazo. Pero cuando nos interesa es cuando trae consigo tales
sentimientos y queremos huir o escondernos, siendo entonces atacados por
aquella singular parálisis que nos impide realizar movimiento alguno,
dejándonos impotentes para poner término a la penosa situación en que nos
hallamos. Sólo en esta forma constituye este sueño un sueño típico, aunque
dentro de ella puede el nódulo de su contenido quedar incluido en los más
diversos contextos y adornado con toda clase de agregados individuales. Lo
esencial en él es la penosa sensación —del carácter de la vergüenza— de que
nos es imposible ocultar nuestra desnudez, o, como generalmente deseamos,
emprender una precipitada fuga. No creo muy aventurado suponer que la
inmensa mayoría de mis lectores conoce por su experiencia onírica esta
desagradable situación.
En casi todos los sueños de este género queda impreciso el grado de nuestra
desnudez. Alguna vez oiremos decir al sujeto que soñó hallarse en camisa, pero
sólo en muy raros casos presenta la imagen onírica tal precisión. Por lo
contrario, suele ser tan indeterminada, que para describirla es necesario emplear
una alternativa: «Soñé que estaba en camisa o en enaguas». Asimismo, es lo más
frecuente que la intensidad de la vergüenza experimentada sea muy superior a la
que el grado de desnudez podría justificar. En los sueños de los militares queda
muchas veces sustituida la desnudez por un traje antirreglamentario. Así, sueñan
haber salido sin sable, o sin gorra, hallándose de servicio, o llevar con la
guerrera unos pantalones de paisano y encontrar en la calle a otros oficiales, etc.
Las personas ante las que nos avergonzamos suelen ser desconocidas, cuya
fisonomía permanece indeterminada. Otro carácter del sueño típico de este
género es que jamás nos hace nadie reproche alguno, ni siquiera repara en
nosotros, con motivo de aquello que tanto nos avergüenza. Por lo contrario, la
expresión de las personas que en nuestro sueño encontramos es de una absoluta
indiferencia, o, como me fue dado comprobar en un caso especialmente claro,
estirado y solemne. Todo esto da que pensar.
El avergonzado embarazo del sujeto y la indiferencia de los demás
constituyen una de aquellas contradicciones tan frecuentes en el fenómeno
onírico. A la sensación del sujeto correspondería, lógicamente, que los demás
personajes le contemplasen con asombro, se burlaran de él o se indignasen a su
vista. Esta desagradable actitud de los espectadores ha quedado, a mi juicio,
suprimida por la realización de deseos, mientras que la no menos desagradable
sensación de vergüenza ha logrado perdurar, mantenida por un poder cualquiera,
resultando así la falta de armonía que observamos entre las dos partes de este
sueño. La forma en que el mismo ha sido utilizado como base de una fábula nos
proporciona un interesante testimonio de que no se ha llegado a interpretar
acertadamente su significado, a través de su expresión deformada en parte por la
censura. La fábula a que me refiero nos es a todos conocida por la versión de
Andersen[371] y más recientemente ha sido poetizada por L. Fulda en su
Talismán. En el cuento de Andersen se nos refiere que dos falsarios ofrecen al
rey un traje cuya singularísima condición es la de ser visible únicamente para los
hombres buenos y honrados. El rey sale a la calle vestido con este invisible traje
—o sea desnudo—; pero no queriendo pasar nadie por hombre perverso y ruin
fingen todos no advertir su desnudez.
Esta última es, punto por punto, la situación de nuestro sueño. No hace falta
aventurarse mucho para suponer que del incomprensible contenido del sueño ha
partido un impulso a inventar un disfraz mediante el cual adquiera un sentido la
situación expuesta ante la memoria, quedando entonces despojada esta situación
de su significación primitiva y haciéndose susceptible de ser utilizada para fines
distintos. Ya veremos más adelante que esta equivocada interpretación del
contenido onírico por la actividad intelectual consciente de un segundo sistema
es algo muy frecuente y debe ser considerado como un factor de la conformación
definitiva de los sueños. Asimismo, habremos de ver que en la formación de
representaciones obsesivas y de fobias desempeñan principal papel análogas
interpretaciones erróneas, dentro siempre de la misma personalidad psíquica.
Con respecto a estos sueños de desnudez, podemos indicar también de dónde es
tomado el material necesario para dicha transformación de su significado. El
falsario es el sueño; el rey, el sujeto mismo, y la tendencia moralizadora revela
un oscuro conocimiento de que en el contenido latente se trata de deseos ilícitos
sacrificados a la represión. Los contextos en que tales sueños aparecen incluidos
en mis análisis de sujetos neuróticos demuestran, sin lugar a duda alguna, que se
hallan basados en un recuerdo de nuestra más temprana infancia. Sólo en esta
edad hubo una época en la que fuimos vistos desnudos, tanto por nuestros
familiares como por personas extrañas —visitantes, criadas, etc.—, sin que ello
nos causara vergüenza ninguna[372]. Asimismo, puede observarse que la propia
desnudez actúa sobre muchos niños, aun en períodos ya algo avanzados de la
infancia, como excitante. En lugar de avergonzarse, ríen a carcajadas, corren por
la habitación y se dan palmadas sobre el cuerpo hasta que su madre o la persona
a cuya guarda están encomendados les afea su proceder, tachándolos de
desvergonzados. Los niños muestran con frecuencia veleidad exhibicionista.
Rara es la aldea en que el viajero no encuentra a algún niño de dos o tres años
que levanta a su paso —y como en honor suyo— los faldones de su camiseta.
Uno de mis pacientes conservaba en su memoria consciente el recuerdo de una
escena en que, teniendo ocho años, había intentado entrar en camisa, a la hora de
acostarse, en la alcoba de su hermanita, capricho que le fue negado por la criada
que de él cuidaba. En la historia infantil de los neuróticos desempeña la
desnudez de niños de sexo opuesto al del sujeto un importantísimo papel. La
manía de los paranoicos de creerse observados cuando se visten o se desnudan
debe ser enlazada a estos sucesos infantiles. Entre los perversos existe un grupo
—el de los exhibicionistas— en el que el indicado impulso infantil ha pasado a
la categoría de obsesión.
Cuando, en la edad adulta, volvemos la vista atrás se nos aparece esta época
infantil en la que nada nos avergonzaba como un Paraíso, y en realidad el
Paraíso no es otra cosa que la fantasía colectiva de la niñez individual. Por esta
razón se hace vivir en él, desnudos, a sus moradores, sin avergonzarse uno ante
el otro, hasta que llega un momento en que despiertan la vergüenza y la angustia,
sucede la expulsión y comienza la vida sexual y la labor de civilización. A este
paraíso puede el sueño retrotraernos todas las noches. Ya indicamos antes
nuestra sospecha de que las impresiones de la primera infancia (del período
prehistórico, que alcanza hasta el final del cuarto año) demandan de por sí y
quizá sin que en ello influya para nada su contenido, una reproducción, siendo,
por tanto, su repetición una realización de deseos. Así, pues, los sueños de
desnudez son sueños exhibicionistas[373].
El nódulo del sueño exhibicionista queda constituido por la propia figura del
sujeto —no en su edad infantil, sino en la actual— y por el desorden o parvedad
de su vestido, detalle este último que, a causa de la superposición de recuerdos
posteriores o de imposiciones de la censura, queda siempre indeterminada. A
este nódulo se agregan las personas ante las cuales nos avergonzamos. No
conozco caso ninguno de que entre estas personas retornen las que realmente
presenciaron las pretéritas exhibiciones infantiles del sujeto. El sueño no es, en
efecto, casi nunca un simple recuerdo. En todas las reproducciones que el sueño,
la histeria y la neurosis obsesiva nos presentan quedan siempre omitidas aquellas
personas a las que hicimos objeto de nuestro interés sexual en nuestra infancia.
Únicamente la paranoia hace retornar a los espectadores e impone al sujeto la
más fanática convicción de su presencia, aunque los deja permanecer invisibles.
Aquello con que el sueño los sustituye —«mucha gente desconocida» que no
presta atención al espectáculo que se le ofrece— constituye la transformación,
en su contrario, del deseo del sujeto, orientado hacia la persona, familiar y
única, a la que siendo niño dedicó su desnudez, en sus exhibiciones infantiles.
Esta «gente desconocida» aparece también en muchos otros sueños e intercala en
los más diversos contextos, significando entonces «secreto», siempre como
transformación, en su contrario, de un deseo[374]. El retorno de la situación
primitiva, que, como antes indicamos, se verifica en la paranoia, queda adaptado
asimismo a esta contradicción. El sujeto tiene en ella la convicción de ser
observado, pero los que así le observan son «gente desconocida, singularmente
indeterminada».
La represión actúa también en estos sueños exhibicionistas. La penosa
sensación que durante ellos experimentamos no es sino la reacción del segundo
sistema contra el hecho de haber logrado, a pesar de todo, una representación el
contenido, por él rechazado, de la escena exhibicionista. Ésta no debía haber
sido reproducida, para evitar la sensación desagradable.
Más adelante volveremos a ocupamos de la sensación de hallarnos
paralizados, la cual sirve admirablemente en el sueño para expresar el conflicto
de la voluntad, el no. La intención consciente demanda que la exhibición prosiga
y la censura exige que se interrumpa.
Las relaciones de nuestros sueños típicos con las fábulas y otros temas de
creación poética no son ciertamente escasas ni casuales. La penetrante mirada de
un escritor ha observado en una ocasión analíticamente el proceso de
transformación de que el poeta es, en general, instrumento y ha sabido perseguir
el desarrollo de dicho proceso remontando su curso, o sea referir a un sueño la
obra poética. Aludo con esto a Gottfried Keller, en cuya obra Enrique el Verde
me ha señalado un amigo mío el siguiente pasaje: «No le deseo a usted, mi
querido Lee, que compruebe por propia experiencia cuál fue la sensación de
Ulises al surgir desnudo y cubierto de barro ante Nausicaa y sus compañeras.
¿Que cómo es posible tal comprobación? Helo aquí. Cuando lejos de nuestra
patria y de todo lo que nos es querido vagamos por tierras extrañas, vemos y
vivimos todo género de cosas, sufrimos y meditamos o nos hallamos quizá
miserables y abandonados, soñamos indefectiblemente alguna noche que nos
acercamos a nuestros lejanos lares. Los anhelados paisajes patrios aparecen ante
nosotros con esplendorosos colores, y suaves figuras amadas salen a nuestro
encuentro. Pero entonces nos damos cuenta de que llegamos destrozados,
desnudos y cubiertos de polvo. Vergüenza y angustia infinitas se apoderan de
nosotros. Intentamos cubrir nuestras desnudeces u ocultarnos, y acabamos por
despertar bañados en sudor. Mientras existan seres humanos será éste el sueño
del desgraciado al que el Destino hace vagar lejos de su patria. Vemos, pues, que
la situación de Ulises ante Nausicaa ha sido tomada por Homero de la más
profunda y eterna esencia de la Humanidad».
Ahora bien: esta eterna y más profunda esencia del hombre que todo poeta
tiende siempre a despertar en sus oyentes, se halla constituida por aquellos
impulsos y sentimientos de la vida anímica, cuyas raíces penetran en el temprano
período infantil considerado luego como prehistórico. Detrás de los deseos del
expatriado, capaces de conciencia y libres de toda objeción, se abren paso en el
sueño los deseos infantiles, reprimidos y devenidos ilícitos, razón por la cual
termina siempre en sueño de angustia este sueño que la leyenda de Nausicaa
objetiviza.
El sueño antes expuesto, en el que la agilidad de que doy pruebas al subir la
escalera se transforma a poco en la imposibilidad de hacer movimiento alguno,
es igualmente un sueño exhibicionista, pues presenta los componentes esenciales
de los de este género. Por tanto, habremos de poder referirlo a sucesos infantiles,
y el conocimiento de estos sucesos habrá de permitimos deducir hasta qué punto
la conducta de la criada con respecto a mí y el reproche que me dirige de haber
ensuciado la alfombra contribuyen a hacerla ocupar un lugar en mi sueño. No
resulta, en efecto, nada difícil llegar por este camino a un total esclarecimiento.
La labor psicoanalítica nos enseña a interpretar la contigüidad temporal como
relación objetiva. Dos ideas, faltas en apariencia de todo nexo, pero que se
suceden inmediatamente, pertenecen a una unidad que habremos de adivinar del
mismo modo que una a y una b, escritas una a continuación de otra en el orden
marcado, forman la sílaba ab y han de ser pronunciadas conjuntamente. Esto
mismo sucede con respecto a la relación de varios sueños entre sí. El citado
sueño de la escalera forma parte de una serie cuyos restantes elementos me han
revelado ya su sentido. Debe, pues, de referirse al mismo tema. Ahora bien:
dichos otros sueños tienen todos como base común mi recuerdo de una niñera a
la que estuve confiado desde el destete hasta los dos años, persona de la que
también mi memoria consciente conserva una oscura huella. Por lo que mi
madre me ha referido hace poco sobre ella, sé que era vieja y fea, pero muy
trabajadora y lista, y por las conclusiones que de mis sueños puedo deducir, ha
de admitir que no siempre se mostraba muy cariñosa conmigo, llegando a
tratarme con rudeza cuando infringía las reglas de limpieza a las que quería
acostumbrarme. La criada de mi anciana pariente, al tomar a su cargo en la
escena real antes detallada la continuación de dicha labor educativa, me da
derecho a tratarla en mi sueño como encarnación de aquella vieja niñera de mi
época prehistórica. Habremos de admitir, además, que el niño, no obstante los
malos tratos de que le hacía objeto, la distinguía con su amor[375].

f) Sueño de la muerte de personas queridas.

Otros sueños que también hemos de considerar como típicos son aquéllos
cuyo contenido entraña la muerte de parientes queridos: padres, hermanos, hijos,
etc. Ante todo observamos que estos sueños se dividen en dos clases: aquéllos
durante los que no experimentamos dolor alguno, admirándonos al despertar
nuestra insensibilidad, y poseídos por una profunda aflicción hasta el punto de
derramar durmiendo amargas lágrimas.
Los primeros no pueden ser considerados como típicos y, por tanto, no nos
interesan de momento. Al analizarlos hallamos que significan algo muy distinto
de lo que constituye su contenido y que su función es la de encubrir cualquier
deseo diferente. Recordemos el de aquella joven que vio ante sí muerto y
colocado en el ataúd a su sobrino, el único hijo que quedaba a su hermana de dos
que había tenido. El análisis nos demostró que este sueño no significaba el deseo
de la muerte del niño, sino que encubría el de volver a ver después de larga
ausencia a una persona amada a la que en análoga situación, esto es, cuando la
muerte de su otro sobrino, había podido contemplar de cerca la sujeto, también
después de una prolongada separación. Este deseo, que constituye el verdadero
contenido del sueño, no trae consigo motivo ninguno de duelo, razón por la cual
no experimenta la sujeto durante el sentimiento alguno doloroso. Observamos
aquí que la sensación concomitante al sueño no corresponde al contenido
manifiesto, sino al latente, y que el contenido afectivo ha permanecido libre de la
deformación de que ha sido objeto el contenido de representaciones.
Muy distintos de éstos son los sueños en que aparece representada la muerte
de un pariente querido y sentimos dolorosos afectos. Su sentido es, en efecto, el
que aparece manifiesto en su contenido, o sea el deseo de que muera la persona a
que se refieren. Dado que los sentimientos de todos aquellos de mis lectores que
hayan tenido alguno de estos sueños habrán de rebelarse contra esta afirmación
mía, procuraré desarrollar su demostración con toda amplitud.
Uno de los análisis expuestos en páginas anteriores, nos reveló que los
deseos que el sueño nos muestra realizados no son siempre deseos actuales.
Pueden ser también deseos pasados, agotados, olvidados y reprimidos, a los que
sólo por su resurgimiento en el sueño hemos de atribuir una especie de
supervivencia. Tales deseos no han muerto, según nuestro concepto de la muerte,
sino que son semejantes a aquellas sombras de la Odisea, que en cuanto bebían
sangre despertaban a una cierta vida. En el sueño de la niña muerta y metida en
una caja (pág. 441) se trata de un deseo que había sido actual quince años antes y
que la sujeto confesaba ya francamente haber abrigado por entonces. No será
quizá superfluo para la mejor inteligencia de nuestra teoría de los sueños el hacer
constar aquí incidentalmente que incluso este mismo deseo se basa en un
recuerdo de la más temprana infancia. La sujeto oyó, siendo niña, aunque no le
es posible precisar el año, que, hallándose su madre embarazada de ella, deseó a
causa de serios disgustos que el ser que llevaba en su seno muriera antes de
nacer. Llegada a la edad adulta y embarazada a su vez, siguió la sujeto el
ejemplo de su madre.
Cuando alguien sueña sintiendo prof undo dolor en la muerte de su padre, su
madre o de alguno de sus hermanos, no habremos de utilizar ciertamente este
sueño como demostración de que el sujeto desea en la actualidad que dicha
persona muera. La teoría del sueño no exige tanto. Se contenta con deducir que
lo ha deseado alguna vez en su infancia. Temo, sin embargo, que esta limitación
no logre devolver la tranquilidad a aquellos que han tenido sueños de este género
y que negarán la posibilidad de haber abrigado alguna vez tales deseos con la
misma energía que ponen en afirmar su seguridad de no abrigarlos tampoco
actualmente. En consecuencia, habré de reconstituir aquí, conforme a los
testimonios que el presente ofrece a nuestra observación, una parte de la perdida
vida anímica infantil[376].
Observamos, en primer lugar, la relación de los niños con sus hermanos. No
sé por qué suponemos a priori que ha de ser cariñosísima, no obstante los
muchos ejemplos con que constantemente tropezamos de enemistad entre
hermanos adultos, enemistad de la que por lo general averiguamos que comenzó
en épocas infantiles. Pero también muchos adultos que en la actualidad muestran
gran cariño hacia sus hermanos y los auxilian y protegen con todo desinterés
vivieron con ellos durante su infancia en interrumpida hostilidad. El hermano
mayor maltrataba al menor, le acusaba ante sus padres y le quitaba sus juguetes;
el menor, por su parte, se consumía de impotente furor contra el mayor le
envidiaba o temía y sus primeros sentimientos de libertad y de conciencia de sus
derechos fueron para rebelarse contra el opresor. Los padres dicen que los niños
no congenian, pero no saben hallar razón alguna que lo justifique. No es difícil
comprobar que el carácter del niño —aun el más bueno— es muy distinto del
que nos parece deseable en el adulto. El niño es absolutamente egoísta, siente
con máxima intensidad sus necesidades y tiende a satisfacerlas sin consideración
a nadie y menos aún a los demás niños, sus competidores, entre los cuales se
hallan en primera línea sus hermanos. Mas no por ello calificamos al niño de
«criminal», sino simplemente de «malo», pues nos damos cuenta de que es tan
irresponsable ante nuestro propio juicio como lo sería ante los tribunales de
justicia. Al pensar así nos atenemos a un principio de completa equidad, pues
debemos esperar que en épocas que incluimos aún en la infancia despertarán en
el pequeño egoísta la moral y los sentimientos del altruismo, o sea, para decirlo
con palabras de Meynert, que un yo secundario vendrá a superponerse al
primario, coartándolo. Claro es que la moralidad no surge simultáneamente en
toda línea y que la duración del período amoral infantil es individualmente
distinta. Las investigaciones psicoanalíticas me han demostrado que una
aparición demasiado temprana (antes del tercer año) de la formación de
reacciones morales debe ser contada entre los factores constitutivos de la
predisposición a una ulterior neurosis. Allí donde tropezamos con una ausencia
de dicho desarrollo moral solemos hablar de «degeneración» y nos hallamos
indudablemente ante una detención o retraso del proceso evolutivo. Pero
también en aquellos casos en los que el carácter primario queda dominado por la
evolución posterior puede dicho carácter recobrar su libertad, al menos
parcialmente, por medio de la histeria. La coincidencia del llamado «carácter
histérico» con el de un niño «malo» es harto singular. En cambio, la neurosis
obsesiva corresponde a la emergencia de una supermoralidad que a título de
refuerzo y sobrecarga gravitaba sobre el carácter primario, el cual no renuncia
jamás a imponerse.
Así, pues, muchas personas que en la actualidad aman a sus hermanos y
experimentarían un profundo dolor ante su muerte, llevan en su inconsciente
deseos hostiles a ellos procedentes de épocas anteriores, y estos deseos pueden
hallar en sueños su realización. Resulta especialmente interesante observar la
conducta de los niños pequeños —de tres años o aún menores— con ocasión del
nacimiento de un hermanito. El primogénito, que ha monopolizado hasta este
momento todo el cariño y los cuidados de sus familiares, pone mala cara al oír
que la cigüeña ha traído otro niño, y luego, al serle mostrado el intruso, lo
examina con aire disgustado y exclama decididamente: «¡Yo quiero que la
cigüeña vuelva a llevárselo!»[377].
A mi juicio, se da el niño perfecta cuenta de todos los inconvenientes que la
presencia del hermanito le ha de traer consigo. De una señora a la que me unen
lazos de parentesco y que en la actualidad se lleva a maravilla con su hermana,
cuatro años más joven que ella, sé que al recibir la noticia de la llegada de otra
niña exclamó, previniéndose: «Pero ¿no tendré que darle mi gorrita encarnada?»
Si por azar se cumple cualquiera de estas prevenciones que en el ánimo de los
niños despierta el nacimiento de un hermanito, ella constituirá el punto de
partida de una duradera hostilidad. Conozco el caso de una niña de menos de tres
años que intentó ahogar en su cuna a un hermanito recién nacido, de cuya
existencia no esperaba, por lo visto, nada bueno. Queda así demostrado por esta
y otras muchas observaciones coincidentes, que los niños de esta edad pueden
experimentar ya, y muy intensamente, la pasión de los celos. Y cuando el
hermanito muere y recae de nuevo sobre el primogénito toda la ternura de, sus
familiares, ¿no es lógico que si la cigüeña vuelve a traer otro competidor surja en
el niño el deseo de que sufra igual destino para recobrar él la tranquila felicidad
de que gozó antes del nacimiento y después de la muerte del primero[378]?.
Naturalmente, esta conducta del niño con respecto a sus hermanos menores no es
en circunstancias normales sino una simple función de la diferencia de edad. Al
cabo de un cierto espacio de tiempo despiertan ya en la niña los instintos
maternales con respecto al inocente recién nacido.
De todos modos, los sentimientos de hostilidad contra los hermanos tienen
que ser durante la infancia mucho más frecuentes de lo que la poco penetrante
observación de los adultos llega a comprobar[379].
En mis propios hijos, que se sucedieron rápidamente, he desperdiciado la
ocasión de tales observaciones, falta que ahora intento reparar atendiendo con
todo interés a la tierna vida de un sobrinito mío, cuya dichosa soledad se vio
perturbada al cabo de quince meses por la aparición de una competidora. Sus
familiares me dicen que el pequeño se porta muy caballerosamente con su
hermanita, besándole la mano y acariciándola; pero he podido comprobar que
antes de cumplir los dos años ha comenzado a utilizar su naciente facultad de
expresión verbal para criticar a aquel nuevo ser, que le parece absolutamente
superfluo. Siempre que se habla de la hermanita ante él interviene en la
conversación, exclamando malhumorado: «¡Es muy pequeña!» Luego, cuando el
espléndido desarrollo de la chiquilla desmiente ya tal crítica, ha sabido hallar el
primogénito otro fundamento en que basar su juicio de que la hermanita no
merece tanta atención como se le dedica, y aprovecha toda ocasión para hacer
notar que «no tiene dientes[380]». De otra sobrinita mía recordamos todos que,
teniendo seis años, abrumó durante media hora a sus tías con la pregunta:
«¿Verdad que Lucía no puede entender aún estas cosas?» Lucía era una
hermanita suya, dos años y medio menor que ella.
En ninguna de mis enfermas he dejado de hallar sueños de este género,
correspondientes a una intensa hostilidad contra sus hermanos. Un único caso,
que pareció presentarse al principio como excepción, demostró al poco no ser
sino confirmación de la regla. Habiendo interrogado a una paciente sobre estos
extremos, recibí, para mi asombro, la respuesta de que jamás había tenido tal
sueño. Pero momentos después recordó uno que aparentemente caréela de
relación con los que nos ocupan y que había soñado por primera vez a los cuatro
años, siendo la menor de las hermanas, y luego repetidas veces. «Una multitud
de niños, entre los que se hallaban todos sus hermanos, hermanas, primos y
primas, juegan en una pradera. De repente les nacen alas, echan a volar y
desaparecen». La paciente no tenía la menor sospecha de la significación de este
sueño, mas para nosotros no resulta nada difícil reconocer en él un sueño de
muerte de todos los hermanos en la forma original escasamente influida por la
censura. Así, creo poder construir el análisis siguiente: la sujeto vivía con sus
hermanos y sus primos, con ocasión de la muerte de uno de ellos, acaecida
cuando aún no había cumplido ella cuatro años, debió de preguntar a alguno de
sus familiares qué era de los niños cuando morían. La respuesta debió de ser que
les nacían alas y se convertían en ángeles, aclaración que el sueño aprovecha,
transformando en ángeles a todos los hermanos, y lo que es más importante,
haciéndolos desaparecer. Imaginemos lo que para la pequeña significaría ser la
única superviviente de toda la familia caterva infantil. La imagen de los niños
jugando en una pradera antes de desaparecer volando se refiere, sin duda, al
revolotear de las mariposas, como si la niña hubiese seguido la misma
concatenación de ideas que llevó a los antiguos a atribuir a Psiquis alas de
mariposa.
Quizá opongan aquí algunos de mis lectores la objeción de que aun
aceptando los impulsos hostiles de los niños contra sus hermanos, no es posible
que el espíritu infantil alcance el grado de maldad que supone desear la muerte a
sus competidores, como si no hubiera más que esta máxima pena para todo
delito. Pero los que así piensan no reflexionan que el concepto de «estar muerto»
no tiene para el niño igual significación que para nosotros. El niño ignora por
completo el horror de la putrefacción, el frío del sepulcro y el terror de la nada
eterna, representaciones todas que resultan intolerables para el adulto, como nos
lo demuestran todos los mitos «del más allá». Desconoce el miedo a la muerte, y
de este modo juega con la terrible palabra amenazando a sus compañeros. «Si
haces eso otra vez te morirás, como se murió Paquito», amenaza que la madre
escucha con horror, sabiendo que más de la mitad de los nacidos no pasan de los
años infantiles. De un niño de ocho años sabemos que al volver de una visita al
Museo de Historia Natural dijo a su madre: «Te quiero tanto, que cuando mueras
mandaré que te disequen y te tendré en mi cuarto para poder verte siempre».
¡Tan distinta es de la nuestra la infantil representación de la muerte[381]!.
«Haber muerto» significa para el niño, al que se evita el espectáculo de los
sufrimientos, de la agonía, tanto como «haberse ido» y no estorbar ya a los
supervivientes, sin que establezca diferencia alguna entre las causas —viaje o
muerte— a que la ausencia pueda obedecer[382]. Cuando en los años
prehistóricos de un niño es despedida su niñera y muere a poco su madre,
quedan ambos sucesos superpuestos para su recuerdo dentro de una misma serie,
circunstancia que el análisis nos descubre en gran número de casos. La poca
intensidad con que los niños echan de menos a los ausentes ha sido comprobada,
a sus expensas, con muchas madres, que al regresar de un viaje de algunas
semanas oyen que sus hijos no han preguntado ni una sola vez por ellas. Y
cuando el viaje es a «aquella tierra ignota de la que jamás retoma ningún
viajero» los niños parecen, al principio, haber olvidado a su madre, y sólo
posteriormente comienzan a recordarla.
Así, pues, cuando el niño tiene motivos para desear la ausencia de otro
carece de toda retención que pudiese apartarla de dar a dicho deseo la forma de
la muerte de su competidor, y la reacción psíquica al sueño de deseo de muerte
prueba que, no obstante las diferencias de contenido, en el niño es tal deseo
idéntico al que en igual sentido puede abrigar el adulto.
Pero si este infantil deseo de la muerte de los hermanos queda explicado por
el egoísmo del niño, que no ve en ellos sino competidores, ¿cómo explicar igual
optación con respecto a los padres, que significan para él una inagotable fuente
de amor y cuya conservación debiera desear, aun por motivos egoístas, siendo
como son los que cuidan de satisfacer sus necesidades?
La solución de esta dificultad nos es proporcionada por la experiencia de que
los sueños de este género se refieren casi siempre, en el hombre, al padre, y en la
mujer, a la madre; esto es, al inmediato ascendiente de sexo igual al del sujeto.
No constituye esto una regla absoluta, pero sí predomina suficientemente para
impulsarnos a buscar su explicación en un factor de alcance universal[383]. En
términos generales, diríamos, pues, que sucede como si desde edad muy
temprana surgiese una preferencia sexual; esto es, como si el niño viviese en el
padre y la niña en la madre, rivales de su amor, cuya desaparición no pudiese
serles sino ventajosa.
Antes de rechazar esta idea, tachándola de monstruosa, deberán examinarse
atentamente las relaciones afectivas entre padres e hijas, comprobando la
indudable diferencia existente entre lo que la evolución civilizadora exige que
sean tales relaciones y lo que la observación cotidiana nos demuestra que en
realidad son. Aparte de entrañar más de un motivo de hostilidad, constituye
terreno abonado para la formación de deseos rechazables por la censura.
Examinaremos, en primer lugar, las relaciones entre padre e hijo. A mi juicio, el
carácter sagrado que hemos reconocido a los preceptos del Decálogo vela
nuestra facultad de percepción de la realidad, y de este modo no nos atrevemos
casi a damos cuenta de que la mayor parte de la Humanidad infringe el cuarto
mandamiento. Tanto en las capas más altas de la sociedad humana, como en las
más bajas, suele posponerse el amor filial a otros intereses. Los oscuros datos
que en la mitología y la leyenda podemos hallar sobre la época primitiva de la
sociedad humana nos dan una idea poco agradable de la plenitud de poder del
padre de la tiranía con que el mismo hacía uso de ella. Cronos devora a sus hijos
y Júpiter castra a su padre[384] y le arrebata el trono. Cuanto más ilimitado era el
poder del padre en la antigua familia, tanto más había de considerar a su hijo y
sucesor como un enemigo, y mayor había de ser la impaciencia del hijo por
alcanzar el poder de la muerte de su progenitor. Todavía en nuestra familia
burguesa suele el padre contribuir al desarrollo de los gérmenes de hostilidad
que las relaciones paterno-filiales entrañan, negando al hijo el derecho de
escoger su camino en la vida o los medios necesarios para emprenderlo. El
médico tiene frecuentísimas ocasiones de comprobar cómo el dolor causado por
la muerte del padre no basta para reprimir la satisfacción de la libertad por fin
alcanzada. Sin embargo, los restos de la potestas patris familias, muy anticuada
ya en nuestra sociedad, son celosamente guardados todavía por todos los padres,
y el poeta que coloca en primer término de su fábula la antiquísima lucha entre
padre e hijo puede estar seguro de su efecto sobre el público. Las ocasiones de
conflicto entre madre e hija surgen cuando esta última, hecha ya mujer,
encuentra en aquélla un obstáculo a su deseada libertad sexual y le recuerda, a su
vez, que para ella ha llegado ya el tiempo de renunciar a toda satisfacción de
dicho género.
Todas estas circunstancias se presentan a nuestros ojos con perfecta
evidencia. Pero como no bastan para explicarnos el hecho de que estos sueños
sean también soñados por personas sobre cuyo amor filial en la actualidad no
cabe discusión, habremos de suponer que el deseo de la muerte de los padres se
deriva también de la más temprana infancia.
Esta hipótesis queda confirmada por el análisis y sin lugar a duda alguna, con
respecto a los psiconeuróticos. Al someter a estos enfermos a la labor analítica,
descubrimos que los deseos sexuales infantiles —hasta el punto de que
hallándose en estado de germen merecen este nombre— despiertan muy
tempranamente y que la primera inclinación de la niña tiene como objeto al
padre, y la del niño, a la madre. De este modo, el inmediato ascendiente del sexo
igual al del hijo se convierte para éste en importuno rival, y ya hemos visto, al
examinar las relaciones paternas, cuán poco se necesita para que este sentimiento
conduzca al deseo de muerte. La atracción sexual actúa también, generalmente,
sobre los mismos padres, haciendo que por un rasgo natural prefiera y proteja la
madre a los varones, mientras que el padre dedica mayor ternura a las hijas,
conduciéndose en cambio ambos con igual severidad en la educación de sus
descendientes cuando el mágico poder del sexo no perturba su juicio. Los niños
se dan perfecta cuenta de tales preferencias y se rebelan contra aquel de sus
inmediatos ascendientes que los trata con mayor rigor. Para ellos, el amor de los
adultos no es sólo la satisfacción de una especial necesidad, sino también una
garantía de que su voluntad será respetada en otros órdenes diferentes. De este
modo siguen su propio instinto sexual y renuevan al mismo tiempo con ello el
estímulo que parte de los padres cuando su elección coincide con la de ellos.
La mayor parte de los signos en que se exteriorizan estas inclinaciones
infantiles suele pasar inadvertida. Algunos de tales indicios pueden observarse
aún en los niños después de los primeros años de su vida. Una niña de ocho
años, hija de un amigo mío, aprovechó una ocasión en que su madre se ausentó
de la mesa para proclamarse su sucesora, diciendo a su padre: «Ahora soy yo la
mamá. ¿No quieres más verdura, Carlos? Anda, toma un poco más». Con
especial claridad se nos muestra este fragmento de la psicología infantil en las
siguientes manifestaciones de una niña de menos de cuatro años, muy viva e
inteligente: «Mamá puede irse ya. Papá se casará conmigo. Yo quiero ser su
mujer». En la vida infantil no excluye este deseo un tierno y verdadero cariño de
la niña por su madre. Cuando el niño es acogido durante la ausencia del padre en
el lecho matrimonial y duerme al lado de su madre hasta que al regreso de su
progenitor vuelve a su alcoba, al lado de otra persona que le gusta menos, surge
en él fácilmente el deseo de que el padre se halle siempre ausente para poder
conservar sin interrupción su puesto junto a su querida mamá bonita, y el medio
de conseguir tal deseo es, naturalmente, que el padre muera, pues sabe por
experiencia que los «muertos», esto es, personas, como, por ejemplo, el abuelo,
se hallan siempre ausentes y no vuelven jamás.
Si tales observaciones de la vida infantil se adaptan sin esfuerzo a la
interpretación propuesta, no nos proporcionan, sin embargo, la total convicción
que los psicoanálisis de adultos neuróticos imponen al médico. La comunicación
de los sueños de este género es acompañada por ellos de tales preliminares y
comentarios, que su interpretación como sueños optativos se hace ineludible.
Una señora llega a mi consulta toda conturbada y llorosa. «No quiero ver más a
mi familia —me dice—. Tengo que causarles horror». A seguidas y casi sin
transición me relata un sueño cuyo significado desconoce. Lo soñó teniendo
cuatro años y su contenido es el siguiente: «Ve andar a un lince o una zorra por
encima de un tejado. Después cae algo o se cae ella del tejado abajo. Luego
sacan de casa a su madre muerta y rompe ella a llorar amargamente». Apenas
expliqué a la sujeto que su sueño tenía que significar el deseo infantil de ver
morir a su madre y que el recuerdo del mismo es lo que la inspira ahora la idea
de que tiene que causar horror a su familia, me suministró espontáneamente
material bastante para un total esclarecimiento. Siendo niña, un golfillo que
había encontrado en la calle se había burlado de ella aplicándole algunas
calificaciones zoológicas, entre las que se hallaba la de «lince», y,
posteriormente, teniendo ya tres años, había sido herida su madre por una teja
que le cayó sobre la cabeza, originándole intensa hemorragia
Durante algún tiempo he tenido ocasión de estudiar con todo detalle a una
niña que pasó por diversos estados psíquicos. En la demencia frenética con que
comenzó su enfermedad mostró una especial repulsión hacia su madre,
insultándola y golpeándola en cuanto intentaba acercarse a su lecho. En cambio,
se mostraba muy cariñosa y dócil para con su hermana, bastante mayor que ella.
A este período de excitación surgió otro más despejado, aunque algo apático y
con grandes perturbaciones del reposo, fase en la que comencé a someterla a
tratamiento y a analizar sus sueños. Gran cantidad de los mismos trataba, más o
menos encubiertamente, de la muerte de la madre. Así, asistía la sujeto al
entierro de una anciana o se reía sentada en la mesa con su hermana, ambas
vestidas de luto. El sentido de estos sueños no ofrecía la menor duda.
Conseguida luego una más firme mejoría, aparecieron diversas fobias, entre las
cuales la que más le atormentaba era la de que a su madre le había sucedido
algo, viéndose incoerciblemente impulsada a retornar a su casa, cualquiera que
fuese el lugar en que estuviese, para convencerse de que aún se hallaba con vida.
Este caso, confrontado con mi experiencia anterior en la materia, me fue
altamente instructivo, mostrándome, como traducción de un tema a varios
idiomas, diversas reacciones del aparato psíquico a la misma representación
estimuladora. En la demencia inicial, dependiente, a mi juicio, del vencimiento
de la segunda instancia psíquica por la primera, hasta entonces reprimida,
adquirió poder motor la hostilidad inconsciente contra la madre. Luego, al
comienzo de la fase pacífica, reprimida la rebelión y restablecida la censura, no
quedó accesible a dicha hostilidad para la realización del deseo de muerte en que
se concretaba, dominio distinto del de los sueños, y, por último, robustecida la
normalidad, creo, como reacción contraria histérica y fenómeno de defensa, la
excesiva preocupación con respecto a la madre. Relacionándolo con este
proceso, no nos resulta ya inexplicable el hecho de que las muchachas histéricas
manifiesten con tanta frecuencia un tan exagerado cariño a sus madres.
En otra ocasión me fue dado penetrar profundamente en la vida anímica
inconsciente de un joven al que la neurosis obsesiva hacía casi imposible la vida,
pues la preocupación de que mataba a todos los que con él se cruzaban le
impedía salir a la calle. Encerrado así en su casa, pasaba el día ordenando los
medios con que le sería posible probar la coartada en caso de ser acusado de
algún asesinato cometido en la ciudad. Excuso decir que se trataba de un hombre
de elevado sentido moral y gran cultura. El análisis —mediante el cual conseguí
una completa curación— reveló, como fundamento de esta penosa
representación obsesiva, el impulso de matar a su padre —persona de extremada
severidad—, sentido conscientemente con horror por nuestro sujeto a la edad de
siete años; pero que, naturalmente, procedía de épocas mucho más tempranas de
su infancia. Después de la dolorosa enfermedad que llevó a su padre al sepulcro,
teniendo ya el sujeto treinta y un años, surgió en él el reproche obsesivo que
adoptó la forma de la fobia antes indicada. De una persona capaz de precipitar a
su padre a un abismo, desde la cima de una montaña, ha de esperarse que no
estimará en mucho la vida de aquéllos a los que ningún lazo le une. Así, pues, lo
mejor que puede hacer es permanecer encerrado en su cuarto.
Según mi experiencia, ya muy repetida sobre estas cuestiones, desempeñan
los padres el papel principal en la vida anímica infantil de todos aquellos
individuos que más tarde enferman de psiconeurosis, y el enamoramiento del
niño por su madre y el odio hacia el padre —o viceversa, en las niñas— forman
la firme base del material de sentimientos psíquicos constituido en dicha época y
tan importante para la sintomática de la neurosis ulterior. Sin embargo, no creo
que los psiconeuróticos se diferencien en esto grandemente de los demás
humanos que han permanecido dentro de la normalidad, pues no presentan nada
que les sea exclusivo y peculiar. Lo más probable sea que sus sentimientos
amorosos y hostiles con respecto a sus padres no hagan sino presentarnos
amplificado aquello que con menor intensidad y evidencia sucede en el alma de
la mayoría de los niños, hipótesis que hemos tenido ocasión de comprobar
repetidas veces en la observación de niños normales. En apoyo de este
descubrimiento nos proporciona la antigüedad una leyenda cuya general
impresión sobre el ánimo de los hombres sólo por una análoga generalidad de la
hipótesis aquí discutida nos parece comprensible.
Aludimos con esto a la leyenda del rey Edipo y al drama de Sófocles en ella
basado. Edipo, hijo de Layo, rey de Tebas, y de Yocasta, fue abandonado al
nacer sobre el monte Citerón, pues un oráculo había predicho a su padre que el
hijo que Yocasta llevaba en su seno sería un asesino. Recogido por unos
pastores, fue llevado Edipo al rey de Corinto, que lo educó como un príncipe.
Deseoso de conocer su verdadero origen, consultó un oráculo, que le aconsejó no
volviese nunca a su patria, porque estaba destinado a dar muerte a su padre y a
casarse con su madre. No creyendo tener más patria que Corinto, se alejó de
aquella ciudad, pero en su camino encontró al rey Layo y lo mató en una disputa.
Llegado a las inmediaciones de Tebas adivinó el enigma de la Esfinge que
cerraba el camino hasta la ciudad, y los tebanos, en agradecimiento, le coronaron
rey, concediéndole la mano de Yocasta. Durante largo tiempo reinó digna y
pacíficamente, engendrando con su madre y esposa dos hijos y dos hijas, hasta
que asolada Tebas por la peste, decidieron los tebanos consultar al oráculo en
demanda del remedio. En este momento comienza la tragedia de Sófocles. Los
mensajeros traen la respuesta en que el oráculo declara que la peste cesará en el
momento en que sea expulsado del territorio nacional el matador de Layo. Mas
¿dónde hallarlo?

Pero él, ¿dónde está él?


¿Dónde hallar
la oscura huella de la antigua culpa?

La acción de la tragedia se halla constituida exclusivamente por el


descubrimiento paulatino y retardado con supremo arte —proceso comparable al
de un psicoanálisis— de que Edipo es el asesino de Layo y al mismo tiempo su
hijo y el de Yocasta. Horrorizado ante los crímenes que sin saberlo ha cometido,
Edipo se arranca los ojos y huye de su patria. La predicción del oráculo se ha
cumplido.
Edipo rey es una tragedia en la que el factor principal es el Destino. Su efecto
trágico reposa en la oposición entre la poderosa voluntad de los dioses y la vana
resistencia del hombre amenazado por la desgracia. Las enseñanzas que el
espectador, hondamente conmovido, ha de extraer de la obra con la resignación
ante los dictados de la divinidad y el reconocimiento de la propia impotencia.
Fiados en la impresión que jamás deja de producir la tragedia griega, han
intentado otros poetas de la época moderna lograr un análogo efecto dramático,
entretejiendo igual oposición en una fábula distinta. Pero los espectadores han
presenciado indiferentes cómo, a pesar de todos los esfuerzos de un protagonista
inocente, se cumplían en él una maldición o un oráculo. Todas las tragedias
posteriores, basadas en la fatalidad, han carecido de efecto sobre el público.
En cambio, el Edipo rey continúa conmoviendo al hombre moderno tan
profunda e intensamente como a los griegos contemporáneos de Sófocles, hecho
singular cuya única explicación es quizá la de que el efecto trágico de la obra
griega no reside en la oposición misma entre el destino y la voluntad humana,
sino en el peculiar carácter de la fábula en que tal oposición queda objetivizada.
Hay, sin duda, una voz interior que nos impulsa a reconocer el poder coactivo
del destino en Edipo, mientras que otras tragedias construidas sobre la misma
base nos parecen inaceptablemente arbitrarias. Y es que la leyenda del rey
tebano entraña algo que hiere en todo hombre una íntima esencia natural. Si el
destino de Edipo nos conmueve es porque habría podido ser el nuestro y porque
el oráculo ha suspendido igual maldición sobre nuestras cabezas antes que
naciéramos. Quizá nos estaba reservado a todos dirigir hacia nuestra madre
nuestro primer impulso sexual y hacia nuestro padre el primer sentimiento de
odio y el primer deseo destructor. Nuestros sueños testimonian de ello. El rey
Edipo, que ha matado a su padre y tomado a su madre en matrimonio, no es sino
la realización de nuestros deseos infantiles. Pero, más dichosos que él, nos ha
sido posible, en épocas posteriores a la infancia, y en tanto en cuanto no hemos
contraído una psiconeurosis, desviar de nuestra madre nuestros impulsos
sexuales y olvidar los celos que el padre nos inspiró. Ante aquellas personas que
han llegado a una realización de tales deseos infantiles, retrocedemos
horrorizados con toda la energía del elevado montante de represión que sobre los
mismos se ha acumulado en nosotros desde nuestra infancia. Mientras que el
poeta extrae a la luz, en el proceso de investigación que constituye el desarrollo
de su obra, la culpa de Edipo, nos obliga a una introspección en la que
descubrimos que aquellos impulsos infantiles existen todavía en nosotros,
aunque reprimidos. Y las palabras con que el coro pone fin a la obra: «…
miradle; es Edipo; — el que resolvió los intrincados enigmas y ejerció el más
alto poder; — aquél cuya felicidad ensalzaban y envidiaban todos los
ciudadanos. — ¡Vedle sumirse en las crueles olas del destino fatal!», estas
palabras hieren nuestro orgullo de adultos, que nos hace creernos lejos ya de
nuestra niñez y muy avanzados por los caminos de la sabiduría y del dominio
espiritual. Como Edipo, vivimos en la ignorancia de aquellos deseos inmorales
que la Naturaleza nos ha impuesto, y al descubrirlos quisiéramos apartar la vista
de las escenas de nuestra infancia[385].
En el texto mismo de la tragedia de Sófocles hallamos una inequívoca
indicación de que la leyenda de Edipo procede de un antiquísimo tema onírico,
en cuyo contenido se refleja esta dolorosa perturbación, a que nos venimos
refiriendo, de las relaciones filiales por los primeros impulsos de la sexualidad.
Para consolar a Edipo, ignorante aún de la verdad, pero preocupado por el
recuerdo de la predicción del oráculo, le observa Yocasta que el sueño del
incesto es soñado por muchos hombres y carece, a su juicio, de toda
significación: «Son muchos los hombres que se han visto en sueños cohabitando
con su madre. Pero aquel que no ve en ellos sino vanas fantasías soporta sin
pesadumbre la carga de la vida».
Este sueño es soñado aún, como entonces, por muchos hombres, que al
despertar lo relatan llenos de asombro e indignación. En él habremos, pues, de
ver la clave de la tragedia y el complemento al de la muerte del padre. La fábula
de Edipo es la reacción de la fantasía a estos dos sueños típicos, y así como ellos
despiertan en el adulto sentimiento de repulsa, tiene la leyenda que acoger en su
contenido el horror al delito y el castigo del delincuente, que éste se impone por
su propia mano. La ulterior conformación de dicho contenido procede
nuevamente de una equivocada elaboración secundaria, que intenta ponerlo al
servicio de un propósito teologizante (cf. el tema onírico de la exhibición,
expuesto en páginas anteriores). Pero la tentativa de armonizar la omnipotencia
divina con la responsabilidad humana tiene que fracasar aquí, como en cualquier
otro material que quiera llevarse a cabo.
Sobre base idéntica a la de Edipo rey se halla construida otra de las grandes
creaciones trágicas: el Hamlet shakesperiano. Pero la distinta forma de tratar una
misma materia nos muestra la diferencia espiritual de ambos períodos de
civilización, tan distantes uno de otro, y el progreso que a través de los siglos va
efectuando la represión en la vida espiritual de la Humanidad. En Edipo rey
queda exteriorizada y realizada, como en el sueño, la infantil fantasía optativa,
base de la tragedia. Por lo contrario, en Hamlet permanece dicha fantasía
reprimida, y sólo por los efectos coactivos que de ella emanan nos enteramos de
su existencia, situación análoga a la de la neurosis. La creación shakespeariana
nos demuestra, de este modo, la singular posibilidad de obtener un arrollador
efecto trágico, dejando en plena oscuridad el carácter del protagonista. Vemos,
desde luego, que la obra se halla basada en la vacilación de Hamlet en cumplir la
venganza que le ha sido encomendada, pero el texto no nos revela los motivos o
razones de tal indecisión, y las más diversas tentativas de interpretación no han
conseguido aún indicárnoslas. Según la opinión hoy dominante, iniciada por
Goethe, representa Hamlet aquel tipo de hombre cuya viva fuerza de acción
queda paralizada por el exuberante desarrollo de la actividad intelectual. Según
otros, ha intentado describir el poeta un carácter enfermizo, indeciso y marcado
con el sello de la neurastenia. Pero la trama de la obra demuestra que Hamlet no
debe ser considerado, en modo alguno, como una persona incapaz de toda
acción. Dos veces le vemos obrar decididamente: una de ellas, con apasionado
arrebato, cuando da la muerte al espía oculto detrás del tapiz, y otra conforme a
un plan reflexivo y hasta lleno de astucia, cuando con toda la indiferencia de los
príncipes del Renacimiento envía a la muerte a los dos cortesanos que tenían la
misión de conducirle a ella. Qué es, por tanto, lo que paraliza en la ejecución de
la empresa que el espectro de su padre le ha encomendado. Precisamente el
especial carácter de dicha misión. Hamlet puede llevarlo todo a cabo, salvo la
venganza contra el hombre que ha usurpado, en el trono y en el lecho conyugal,
el puesto de su padre, o sea contra aquel que le muestra la realización de sus
deseos infantiles. El odio que había de impulsarle a la venganza queda sustituido
en él por reproches contra sí mismo y escrúpulos de conciencia que le muestran
incurso en los mismos delitos que está llamado a castigar en el rey Claudio. De
estas consideraciones, con las que no hemos hecho sino traducir a lo consciente
lo que en el alma del protagonista tiene que permanecer inconsciente,
deduciremos que lo que en Hamlet hemos de ver es un histérico, deducción que
queda confirmada por su repulsión sexual, exteriorizada en su diálogo con
Ofelia. Esta repulsión sexual es la misma que a partir del Hamlet va
apoderándose, cada vez más por entero, del alma del poeta, hasta culminar en
Timón de Atenas. La vida anímica de Hamlet no es otra que la del propio
Shakespeare. De la obra de Jorge Brandès sobre este autor (1896) tomo el dato
de que Hamlet fue escrito a raíz de la muerte del padre del poeta (1601); esto es,
en medio del dolor que tal pérdida había de causar al hijo y, por tanto, de la
reviviscencia de los sentimientos infantiles del mismo con respecto a su padre.
Conocido es también que el hijo de Shakespeare, muerto en edad temprana,
llevaba el nombre de Hamnet (idéntico al de Hamlet). Así como Hamlet trata de
la relación del hijo con sus padres, Macbeth, escrito poco después, desarrolla el
tema de la esterilidad. Del mismo modo que el sueño y en general todo síntoma
neurótico es susceptible de una superinterpretación e incluso precisa de ella para
su completa inteligencia, así también toda verdadera creación poética debe de
haber surgido de más de un motivo y un impulso en el alma del poeta y permitir,
por tanto, más de una interpretación. Lo que aquí hemos intentado es,
únicamente, la interpretación del más profundo estrato de sentimientos del alma
del poeta creador[386].
No puedo abandonar el tema de los sueños típicos de la muerte de parientes
queridos sin aclarar aún más, con algunas indicaciones, su importancia para la
teoría de los sueños. Se da en ellos el caso, nada común, de que la idea onírica
formada por el deseo reprimido escapa a toda censura y aparece inmodificada en
el contenido manifiesto. Este hecho tiene que ser facilitado por circunstancias
especiales. Hay, en efecto, dos factores que lo favorecen: en primer lugar, no
existe deseo alguno del que nos creamos más lejanos. Opinamos que «ni siquiera
en sueños podría ocurrírsenos» desear cosa semejante, y de este modo resulta
que la censura no se halla preparada a tal monstruosidad, análogamente a como
las leyes de Solón no sabían encontrar un castigo proporcionado al delito del
parricidio. Pero, además, el deseo reprimido e insospechado recibe con gran
frecuencia en estos casos el apoyo de un resto diurno relativo a las
preocupaciones que durante la vigilia hemos abrigado con respecto a la vida de
personas que nos son queridas. Esta preocupación no puede llegar a incluirse en
un sueño sirviéndose del deseo de igual sentido, el cual puede, a su vez,
disfrazarse bajo la apariencia de la preocupación que nos ha embargado durante
el día. Aquellos que opinan que el proceso es mucho más sencillo y que no
hacemos sino continuar, durante la noche y en sueños, lo que nos ha preocupado
durante el día, habrán de dejar los sueños de muerte de personas queridas fuera
de toda relación con el esclarecimiento del fenómeno onírico y conservar sin
resolver, superfluamente, un enigma fácil de desentrañar.
Resulta también muy instructivo perseguir la relación de estos sueños con los
de angustia. En los de la muerte de personas queridas ha hallado el deseo
reprimido un camino por el que poder eludir la censura y la deformación por ella
impuesta. Siempre que esto se verifica en un sueño experimentamos durante el
mismo, como fenómeno concomitante, sensaciones dolorosas. Correlativamente,
sólo se produce el sueño de angustia cuando la censura es vencida total o
parcialmente y, por otro lado, la preexistencia de angustia como sensación actual
emanada de fuentes somáticas facilita el vencimiento de la censura. De este
modo vemos ya claramente la tendencia en favor de la cual labora la censura
imponiendo la deformación, tendencia que no es sino la de impedir el desarrollo
de angustia o de otra forma cualquiera de afecto penoso.
En páginas que anteceden traté del egoísmo del alma infantil, y quiero
reanudar aquí el examen de este tema para demostrar que los sueños han
conservado también este carácter. Todos, sin excepción, son egoístas y en todos
aparece el amado yo, aunque oculto bajo el disfraz. Los deseos que en ellos
quedan realizados son siempre deseos de dicho yo, y cuando el sueño nos parece
obedecer a un interés por otra persona, ello no es sino una engañosa apariencia.
Someteré aquí al análisis algunos sueños que parecen contradecir esta
afirmación.
I. Un niño de menos de cuatro años relata el siguiente sueño: «Ha visto una
gran fuente que contenía un gran pedazo de carne asada. De repente se lo comía
alguien, de una sola vez y sin cortar. Pero él no veía quién era la persona que se
lo había comido[387]».
¿Quién podrá ser el individuo con cuyo copioso almuerzo sueña el niño? Los
sucesos del día del sueño nos proporcionarán, sin duda, el esclarecimiento
deseado. El sujeto se halla hace algunos días, por prescripción facultativa, a dieta
láctea. Pero la tarde anterior había sido malo y le fue impuesto el castigo de
acostarse sin siquiera tomar la leche. Ya en otra ocasión había sido sometido a
una análoga cura de ayuno, resistiéndola muy valientemente, sin intentar siquiera
que le levantasen el castigo confesando su hambre. La educación comienza ya a
actuar sobre él, revelándose en el principio de deformación que su sueño
presenta. No cabe duda que la persona que en su sueño almuerza tan a
satisfacción, y precisamente carne asada, es él mismo. Pero como sabe que le
está prohibido, no se atreve a hacer lo que los niños hambrientos hacen en
sueños (cf. el sueño de mi hija Ana); esto es, darse un espléndido banquete, y el
invitado permanece anónimo.
II. Sueño ver en el escaparate de una librería un tomo nuevo de una
colección cuyas publicaciones suelo adquirir siempre (monografías artísticas o
históricas). Este tomo inicia una nueva serie titulada: «Oradores (o discursos)
famosos» y ostenta en la portada el nombre del doctor Lecher.
El análisis me demuestra desde el primer momento lo inverosímil de que
pueda ocuparme, efectivamente, en sueños, la personalidad del doctor Lecher,
famoso por la resistencia que demostró hablando hora tras hora en el Parlamento
alemán, durante una campaña obstruccionista. La verdad es que hace algunos
días se ha aumentado el número de pacientes que tengo sometidos al tratamiento
psíquico y me veo obligado a hablar durante nueve o diez horas diarias. Soy yo,
por tanto, el resistente orador.
III. En otra ocasión sueño que un profesor de nuestra Universidad, conocido
mío, me dice: Mi hijo, el miope. A estas palabras se enlaza un diálogo compuesto
de breves frases. Pero luego sigue un tercer fragmento onírico, en el que
aparezco yo con mis hijos. En el contenido latente, el profesor M. y su hijo no
son sino maniquíes que encubren mi propia persona y la de mi hijo mayor. Sobre
este sueño habremos de volver más adelante, con motivo de otra de sus
peculiaridades.
IV. El siguiente sueño nos da un ejemplo de sentimientos ruines y egoístas,
ocultos bajo la apariencia de una tierna solicitud.
«Mi amigo Otto tiene mala cara. Su tez ha tomado un tinte oscuro, y los ojos
parecen querer salírsele de las órbitas».
Otto es nuestro médico de cabecera. No tengo la menor esperanza de saldar
jamás mi deuda de gratitud para con él, pues vela hace ya muchos años por la
salud de mis hijos, los ha asistido siempre con éxito y aprovecha además
cualquier ocasión que se presenta para colmarlos de regalos. La tarde anterior al
sueño que nos ocupa había venido a visitarnos, observando mi mujer que parecía
hallarse fatigado y deprimido. Aquella misma noche le atribuye mi sueño dos de
los síntomas característicos de la enfermedad de Basedow. Aquellos que se
niegan a aceptar mis reglas de interpretación no verán en este sueño sino una
continuación de los cuidados que el mal aspecto de mi amigo me había inspirado
en la vigilia. Pero una tal interpretación contradiría los principios de que el
sueño es una realización de deseos y accesible tan sólo a sentimientos egoístas.
Además, habríamos de invitar a sus partidarios a explicarnos por qué la
enfermedad que temo aqueje a mi amigo es precisamente el bocio exolftálmico,
diagnóstico para el que no ofrece su aspecto real el más pequeño punto de
apoyo. En cambio, mi análisis me proporciona el material siguiente, derivado de
un suceso acaecido seis años antes. Varios amigos, entre ellos el profesor R.,
atravesábamos en carruaje el bosque de N., distante algunas horas de nuestra
residencia veraniega. Era ya noche cerrada, y el cochero, que había abusado de
la bebida, nos hizo volcar en una pendiente, sin grave daño para nuestras
personas, pero obligándonos a pernoctar en una vecina hostería, donde la noticia
del accidente nos atrajo el interés de los demás viajeros. Un caballero, que
mostraba algunos de los signos característicos del morbus Basedowi —tez
oscura y ojos saltones, como Otto en mi sueño—, se puso por completo a nuestra
disposición, preguntándonos en qué podía sernos útil. El profesor R., con su
acostumbrada sequedad, le respondió: «Por mí, lo único que puede usted hacer
es prestarme una camisa de dormir». Pero la generosidad del amable auxiliador
no debía de llegar a tanto, pues alegando que no le era posible acceder a la
petición del profesor, se alejó de nuestro lado.
En la continuación del análisis se me ocurre (aunque sin grandes seguridades
sobre la exactitud de tal conocimiento) que Basedow no es sólo el nombre de un
médico, sino también el de un famoso pedagogo. Mi amigo Otto es la persona a
quien he rogado que, en caso de sucederme alguna desgracia, vele por la
educación física de mis hijos, especialmente durante la pubertad (de aquí la
camisa de dormir). Atribuyéndole luego, en el sueño, los síntomas patológicos
de nuestro generoso auxiliador, es como si quisiera decir: «Si me sucede algo, le
tendrán tan sin cuidado mis hijos como nosotros en aquella ocasión al barón de
L., no obstante sus amables ofrecimientos». Pero el nódulo egoísta de este sueño
tenía que quedar encubierto de alguna manera[388].
Mas ¿dónde se halla aquí la realización de deseos? Desde luego no en la
venganza contra mi amigo Otto, cuyo destino es, por lo visto, que yo le maltrate
en mis sueños, sino en la siguiente relación: representando a Otto en mi sueño
por la persona del barón de L., he identificado mi propia persona con la de otro;
esto es, con la del profesor R., pues demando algo de Otto, como el profesor del
barón, en aquella circunstancia. El profesor R. ha seguido, como yo,
independientemente su camino, y sólo después de largos años ha alcanzado un
título que merecía desde mucho antes. Así, pues, deseo nuevamente, en este
sueño, el título de profesor. Incluso este «después de largos años» es una
realización de deseos, pues indica que vivo lo suficiente para guiar a mis hijos a
través de los escollos de la pubertad.

g) Otros sueños típicos[389].

No tengo experiencia personal de otros sueños típicos en los que el soñante


se encuentra volando en el aire con el acompañamiento de un sentimiento de
agrado o de angustia, por lo que todo lo que diga sobre el particular se deriva de
los psicoanálisis. Por la información así obtenida debo concluir que también
estos sueños reproducen impresiones infantiles; relatan aquellos juegos de
movimiento de tanto atractivo para los niños. No existe un tío que no le haya
mostrado a un niño volar alrededor de la pieza cogiéndolo entre sus brazos, o
que no haya jugado dejándolo caer súbitamente al estar cabalgando en su rodilla
y extender de improviso la pierna, o levantándolo en vilo y repentinamente
simular dejarlo caer. Los niños gozan con tales experiencias y no se cansan de
pedir su repetición, particularmente si ellas les producen un cierto susto o
vértigo. Años después se repiten tales escenas en los sueños; pero dejando aparte
las manos que los sujetaban, por lo que flotan o caen sin tener apoyo. El placer
derivado por los niños en juegos por el estilo (columpio y balancín) es por todos
conocido, y cuando ven acrobacias en un circo se reactiva la memoria de dichos
juegos[390]. Ataques histéricos en niños (varones) a veces no son sino meras
reproducciones de tales acrobacias, llevadas a cabo con suma destreza. No es
infrecuente que suceda en estos juegos de movimiento, aunque inocentes en sí,
que den lugar a sensaciones sexuales (ver nota 339 de la pág. 585 en este
volumen). El retozar de los niños (’hetzen’), usando un término que
corrientemente describe tales actividades, es lo que se repite en los sueños de
volar, caer, vértigo, etc., en tanto que el sentimiento placentero a ellas enlazado
se transforma en angustia. Muy a menudo, como toda madre lo sabe, el retozar
de los niños lleva a terminar en riñas y lágrimas.
Por tanto, tengo bases como para rechazar la teoría que los sueños de volar y
caer son producidos por el estado de nuestras sensaciones táctiles o de
movimiento pulmonar o algo por el estilo. Por mi parte, pienso que tales
sensaciones son en sí reproducidas como una parte del recuerdo al que el sueño
retrocede, es decir, son una parte del contenido del sueño pero no su fuente. Sin
embargo, no puedo dejar de reconocer mi incapacidad de ofrecer una explicación
completa de este tipo de sueños. Mis conocimientos me han abandonado al
llegar a este punto. Debo, sin embargo, insistir en la afirmación general que
todas las sensaciones motoras y táctiles en acción en estos sueños típicos,
emergen de inmediato cada vez que haya una razón psíquica para hacer uso de
ellas y que puedan ser descartadas al no ser necesitadas. Soy también de la
opinión que la relación entre tales sueños y las experiencias infantiles se han
establecido con seguridad por los hechos obtenidos en los análisis de
psiconeuróticos. Sin embargo, no soy capaz de decir que otros significados
pueden relacionarse con dichas sensaciones a lo largo de la vida —diferentes
significados, tal vez para cada caso individual a pesar de la apariencia típica de
estos sueños, y tendría sumo agrado en poder llenar el vacío con un análisis
cuidadoso de claros ejemplos. Si alguien se sorprende que pese a la frecuencia
de sueños de volar, caer o sacarse un diente, me esté quejando de la falta de
material, debo decir que yo mismo no he tenido sueños así desde que empezó mi
interés por la interpretación onírica. Los sueños de neuróticos, de los que me he
aprovechado, no siempre se pueden interpretar, al menos en muchos casos, como
para revelar el total significado oculto. Una fuerza particular, que tuvo que ver
con el origen y construcción de la neurosis, llega a actuar una vez más al tratar
de resolverla, lo que nos impide interpretar estos sueños hasta su último secreto.

h) El sueño de examen.

Todo aquel que ha terminado con el examen de grado sus estudios de


bachillerato puede testimoniar de la tenacidad con que le persigue el sueño de
angustia de que va a ser suspendido y tendrá que repetir el curso, etc. Para el
poseedor de un título académico se sustituye este sueño típico por el de que tiene
que presentarse al examen de doctorado, sueño durante el cual se objeta en vano
que hace ya muchos años que obtuvo el deseado título y se halla ejerciendo la
profesión correspondiente. En estos sueños es el recuerdo de los castigos que en
nuestra infancia merecieron nuestras faltas lo que revive en nosotros y viene a
enlazarse a los dos puntos culminantes de nuestros estudios, al dies irae, dies illa
de los rigurosos exámenes. El «miedo de examen» de los neuróticos halla
también un incremento en la citada angustia infantil. Terminados nuestros
estudios, no es ya de nuestros padres, preceptores o maestros, de quienes hemos
de esperar el castigo a nuestras faltas, sino de la inexorable concatenación causal
de la vida, la cual toma a su cargo continuar nuestra educación, y entonces es
cuando soñamos con los exámenes —¿y quién no ha dudado de su éxito?—
siempre que tememos que algo nos salga mal en castigo a no haber obrado bien
o no haber puesto los medios suficientes para la consecución de un fin deseado;
esto es, siempre que sentimos pesar sobre nosotros una responsabilidad.
A una interesante observación de un colega, conocedor de estas cuestiones,
debo un más amplio esclarecimiento de tales sueños, pues me llamó la atención
sobre el hecho, por él comprobado, de que el sueño de tener que doctorarse
nuevamente era siempre soñado por personas que habían salido triunfantes de
dicho examen y nunca por aquellas otras que en él habían sido suspensas. Estos
sueños de angustia, que suelen presentarse cuando al día siguiente ha de
resolverse algo importante para nosotros, habrían, pues, buscado en el pretérito
una ocasión en que la angustia se demostró injustificada y quedó contradicha por
el éxito. Tendríamos aquí un singular ejemplo de interpretación errónea del
contenido onírico por la instancia despierta. La objeción interpretada como
rebelión contra el sueño: «Pero ¡si ya tengo el título!», etc., sería, en realidad, un
aliento proporcionado por el mismo: «No temas; recuerda el miedo que sentiste
antes del examen de doctorado y recuerda que nada malo te pasó. Hoy tienes ya
tu título», etc. Resulta, pues, que la angustia que atribuíamos al sueño procedía
de los restos diurnos. Esta explicación se ha demostrado cierta en todos los
sueños de este género, propios y ajenos, que he podido investigar. La medicina
legal, asignatura en la que fui suspenso, no me ha ocupado jamás en sueños,
mientras que muchas veces he soñado examinarme de Botánica, Zoología y
Química, disciplinas en las que mi miedo al examen estaba muy justificado, pero
que aprobé por especial favor del Destino o del examinador. Entre las
asignaturas de segunda enseñanza escogen siempre mis sueños la Historia,
disciplina en la que rayé a gran altura, pero sólo porque mi amable profesor —el
tuerto de otro sueño (pág. 358)— se dio cuenta de que al devolverle el programa
había hecho con la uña una señal, junto a la segunda pregunta, para advertirle
que no insistiera mucho sobre ella. Uno de mis pacientes, que aprobó el examen
de doctorado y fue luego suspendido en la Audiencia Militar, me ha confirmado
que sueña muchas veces con el primer examen y jamás con el último (se trataba
de W. Stekel).
Los sueños de examen presentan, para la interpretación, aquella dificultad
que antes señalamos como característica de los sueños típicos. El material de
asociaciones que el sujeto pone a nuestra disposición rara vez resulta suficiente,
y de este modo, sólo por la reunión y comparación de numerosos ejemplos nos
es posible llegar a la inteligencia de estos sueños. Recientemente experimenté en
un análisis la segura impresión de que la frase: «Pero ¡si ya eres doctor!», etc.,
no se limita a encubrir una intención alentadora, sino que entraña también un
reproche: «Tienes ya muchos años y has avanzado mucho en la vida; mas, a
pesar de ello, sigues haciendo bobadas y niñerías». El contenido latente de esos
sueños correspondería, pues, a una mezcla de autocrítica y aliento, y siendo así,
no podremos extrañar que el reproche de seguir cometiendo «bobadas» y
«niñerías» se refiera, en los ejemplos últimamente analizados, a la repetición de
actos sexuales, contra los que hay algo que se opone en nosotros. W. Stekel, que
adelantó la primera interpretación de un sueño de examen (‘Matura’), era de la
opinión que habitualmente se relacionaban con tests sexuales y con madurez
sexual. Mi experiencia ha confirmado a menudo este punto de vista.
CAPÍTULO VI

LA ELABORACIÓN ONÍRICA

T
ODAS las tentativas realizadas hasta el día para solucionar los
problemas oníricos se enlazaban directamente al contenido manifiesto,
esforzándose por extraer de él la interpretación o fundamentar en él,
cuando renunciaban a hallar sentido alguno interpretable, su juicio sobre el
fenómeno objeto de nuestro estudio. Somos, pues, los primeros en partir de un
diferente punto inicial. Para nosotros se interpola, en efecto, entre el contenido
onírico y los resultados de nuestra observación un nuevo material psíquico: el
contenido latente o ideas latentes del sueño que nuestro procedimiento analítico
nos lleva a descubrir. De este contenido latente y no del manifiesto es del que
desarrollamos la solución del sueño. Así, pues, se nos presenta también una
nueva labor que no se planteaba a los autores anteriores: la de investigar las
relaciones del contenido manifiesto con las ideas latentes y averiguar por qué
proceso ha surgido de estas últimas aquel primero.
Las ideas latentes y el contenido manifiesto se nos muestran como dos
versiones del mismo contenido, en dos idiomas distintos, o, mejor dicho, el
contenido manifiesto se nos aparece como una versión de las ideas latentes a una
distinta forma expresiva, cuyos signos y reglas de construcción hemos de
aprender por la comparación del original con la traducción. Las ideas latentes
nos resultan perfectamente comprensibles en cuanto las descubrimos. En
cambio, el contenido manifiesto nos es dado como un jeroglífico, para cuya
solución habremos de traducir cada uno de sus signos al lenguaje de las ideas
latentes. Incurriríamos, desde luego, en error si quisiéramos leer tales signos
dándoles el valor de imágenes pictóricas y no de caracteres de una escritura
jeroglífica. Supongamos que tenemos ante nosotros un jeroglífico cualquiera de
los muchos que se publican como pasatiempo. En él vemos una casa sobre cuyo
tejado descansa una barca, y luego, a continuación, una letra y una figura
humana, sin cabeza, corriendo desesperadamente, etc. Ante estas imágenes
podríamos expresar la crítica de que tanto su yuxtaposición como su presencia
aislada son absurdas e insensatas, pues las barcas no anclan nunca sobre los
tejados y un hombre decapitado es incapaz de correr. Asimismo, esta última
figura resulta más grande que la casa, y si el conjunto ha de representar un
paisaje, sobran las letras, que jamás hemos visto surgir espontáneamente en la
Naturaleza. Pero estas objeciones dependen de que formamos sobre el jeroglífico
un juicio equivocado. Así, pues, habremos de prescindir de ellas y adaptarnos al
verdadero carácter de aquél, esforzándose en sustituir cada imagen por una
silaba o una palabra susceptibles de ser representadas por ella. La yuxtaposición
de las palabras que así reuniremos no carecerá ya de sentido, sino que podrá
constituir incluso una bellísima sentencia. Pues bien: el sueño es exactamente
uno de estos jeroglíficos, y nuestros predecesores en la interpretación onírica han
incurrido en la falta de considerar el jeroglífico como una composición pictórica.
De este modo no tenía más remedio que parecerles insensato y sin valor alguno.

A) La labor de condensación.

Lo primero que la comparación del contenido manifiesto con las ideas


latentes evidencia al investigador es que ha tenido efecto una magna labor de
condensación. El sueño es conciso, pobre y lacónico en comparación con la
amplitud y la riqueza de las ideas latentes. Su relación escrita ocupa apenas
media página. En cambio, la del análisis en el cual se hallan contenidas las ideas
latentes ocupa seis, ocho o doce veces más espacio. Esta proporción es muy
variable, y por lo que hasta el momento hemos podido comprobar, no influye
para nada en el sentido de los sueños correspondientes. Generalmente se estima
muy por debajo el montante de la comprensión que ha tenido efecto, pues se
consideran las ideas latentes descubiertas como la totalidad del material dado,
siendo así que no constituyen sino una parte del mismo y que, prosiguiendo el
análisis, podemos hallar todavía nuevas series de ideas que se ocultaban detrás
del sueño. Ya indicamos antes que jamás podemos estar seguros de haber
agotado la interpretación de un sueño. Aunque la solución obtenida nos parezca
completa y satisfactoria, queda siempre la posibilidad de que el mismo sueño
haya servido también de exteriorización a otro sentido más. Así, pues, el
montante de condensación es —en términos rigurosos— indeterminable. Contra
el aserto de que la desproporción entre contenido manifiesto e ideas latentes nos
fuerza a deducir que en la elaboración onírica ha tenido efecto una amplia
condensación del material psíquico, podría elevarse una objeción, a primera vista
muy plausible. Pudiera, en efecto, alegarse la impresión que con tanta frecuencia
experimentamos de haber soñado muchas cosas a través de toda la noche y haber
olvidado después la mayor parte. De este modo el sueño que al despertar
recordamos no sería sino un resto de la total elaboración onírica, la cual,
recordada por entero, presentaría una amplitud igual a la de las ideas latentes.
Hay aquí una parte de verdad, pues la observación de que cuando más fielmente
nos es dado reproducir un sueño es cuando intentamos recordarlo
inmediatamente después de despertar, mientras que conforme avanza el día va
haciéndose su recuerdo cada vez más vago e incompleto, es rigurosamente
cierta. Pero, por otro lado, podemos comprobar que el sentimiento de haber
soñado mucho más de lo que podemos reproducir reposa muchas veces en una
ilusión, cuyo origen aclararemos más adelante. Además, la hipótesis de una
condensación en la elaboración onírica no queda contradicha en modo alguno
por la posibilidad del olvido de los sueños, pues resulta demostrada por las
masas de representaciones pertenecientes a cada uno de los fragmentos oníricos
conservados. Lo que sucede cuando realmente ha sido olvidada una gran parte
del sueño es que tal olvido nos cierra el acceso a una nueva serie de ideas
latentes, pues nada justifica la suposición de que los fragmentos oníricos
olvidados no se habrían referido sino a aquellas ideas que ya conocemos por el
análisis de los conservados[391].
Ante la extraordinaria cantidad de ocurrencias que el análisis aporta con
respecto a cada elemento del contenido onírico surgirá en nuestros lectores la
duda de si podemos considerar como perteneciente a las ideas latentes todo
aquello que a posteriori se nos ocurre durante la labor analítica; esto es, si
debemos suponer que todas estas ideas se hallaban ya en actividad durante el
reposo y contribuyeron a la elaboración del sueño, o si no es mucho más
verosímil que durante dicha labor surjan nuevas asociaciones de ideas que no
tomaron parte alguna en la constitución del mismo. Sólo condicionalmente
podemos agregarnos a esta duda. Es, desde luego, cierto que durante el análisis
surgen por primera vez algunas asociaciones, pero siempre nos es dado
comprobar que tales nuevas conexiones sólo se establecen entre ideas que se
hallaban ya enlazadas de otra manera en el contenido latente. Las nuevas
conexiones no son sino contactos o corto circuitos facilitados por la existencia de
otros caminos de enlace más profundos. Con respecto a la mayor parte de las
masas de ideas descubiertas en el análisis, nos vemos obligados a reconocer que
han actuado ya en la elaboración del sueño; pues cuando hemos seguido una
cadena de tales pensamientos, que parecen exentos de todo nexo con dicha
elaboración, tropezamos bruscamente con una idea que se halla representada en
el sueño, es indispensable para la elaboración del mismo y no resulta accesible
sino por la persecución de dicha serie de pensamientos, ajena en apariencia a la
formación del producto onírico. Recuérdese a este respecto el sueño de la
monografía botánica, que se nos muestra como el resultado de una asombrosa
condensación, aunque no hemos comunicado su análisis sino fragmentariamente.
Pero entonces, ¿cómo hemos de representarnos el estado psíquico que
durante el reposo precede al soñar? Las ideas latentes, ¿aparecen dadas en
conjunto o son recorridas de un modo sucesivo? ¿No podrá ser también que,
partiendo de diversos centros, se constituyan varias cadenas de ideas
simultáneas, que luego se unan en un punto dado? A mi juicio, no tenemos
necesidad ninguna de crearnos una representación plástica del estado psíquico en
la elaboración onírica. Bastará con no olvidar que se trata del pensamiento
inconsciente y que el proceso puede ser muy distinto del que percibíamos en
nosotros en la reflexión voluntaria acompañada de conciencia.
De todos modos, el hecho es que la elaboración onírica reposa sobre una
condensación permanente inquebrantable. Ahora bien: ¿cómo se lleva a cabo tal
condensación?
Si reflexionamos que de las ideas latentes halladas sólo una minoría queda
representada en el sueño por uno de sus elementos de representación, habríamos
de concluir que la condensación se verifica por exclusión, no siendo así el sueño
una fiel traducción o una proyección, punto por punto, de las ideas latentes, sino
una reproducción harto incompleta y llena de lagunas de las mismas. Este juicio
es, sin embargo, como pronto veremos, harto equivocado. Pero tomémoslo al
principio como base y continuemos preguntándonos: si al contenido manifiesto
no llegan sino pocos elementos de las ideas latentes, ¿qué condiciones
determinan la selección de las mismas?
Para contestar a esta interrogación examinaremos aquellos elementos del
contenido manifiesto que tienen que haber cumplido tales condiciones. El
material mejor para esta investigación será, sin duda, un sueño en cuya
elaboración haya tenido efecto una condensación particularmente enérgica.
Elegiremos el de la monografía botánica, expuesto antes del capítulo V (pág. 448
del presente volumen).
Sueño de la monografía botánica. Contenido manifiesto: «He escrito una
monografía sobre una especie (indeterminada) de plantas. Tengo el libro ante mí
y vuelvo en este momento la página por la que se hallaba abierto y que contiene
una lámina en colores. Cada ejemplar ostenta, a manera de herbario, un
espécimen disecado de la planta».
El elemento más evidente de este sueño es la monografía botánica. Como ya
indicamos, procede de las impresiones del día del sueño, pues la tarde anterior al
mismo había visto realmente en el escaparate de un librero una monografía sobre
los ciclámenes. El contenido manifiesto omite mencionar esta especie y
conservar tan sólo la monografía y su relación con la Botánica. La «monografía
botánica» demuestra en seguida su relación con mi estudio sobre la cocaína, y
de esta última se dirige la asociación de ideas, por un lado, al escrito redactado
con motivo del aniversario de un laboratorio y a determinados hechos
relacionados con tal institución, y por otro, a mi amigo el oculista doctor
Koenigstein, que participó en la aplicación de la cocaína como anestésico. A la
persona del doctor Koenigstein se enlazan, además, el recuerdo del interrumpido
diálogo que sostuve con él la tarde anterior y los diversos pensamientos sobre el
pago de los servicios médicos entre colegas. Esta conversación es el verdadero
estímulo onírico actual. La monografía sobre los ciclámenes es también una
actualidad, pero de naturaleza indiferente. Resulta, pues, que la «monografía
botánica» del sueño se demuestra como un elemento común intermedio entre
ambos sucesos diurnos, tomado sin modificación alguna de la impresión
indiferente y enlazado con el suceso psíquicamente importante por amplísimos
enlaces de asociaciones.
Pero no sólo la representación compuesta monografía botánica, sino también
aisladamente cada uno de sus elementos, botánica y monografía, van
profundizando más y más, por medio de múltiples asociaciones, en la madeja de
ideas latentes. Al elemento botánica pertenecen los recuerdos relativos a la
persona del profesor Gaertner (jardinero), a su floreciente mujer, a aquella
paciente mía cuyo nombre era Flora y la señora de la que relaté la historia de las
flores olvidadas. El elemento Gaertner me conduce nuevamente al laboratorio y
a la conversación con Koenigstein, a la que pertenece asimismo la mención de
mis dos pacientes. De la señora de las flores parte un camino mental hasta las
flores preferidas de mi mujer, punto en el que converge también otro camino
cuyo punto de partida es el título de la monografía vista en la vigilia. El
elemento «botánica» recuerda, además, el episodio del herbario y un examen de
mi época universitaria, y un nuevo tema tratado en mi conversación con el
oculista —el de mis aficiones— se enlaza por mediación de la alcachofa, a la
que humorísticamente llamo mi flor preferida, a la concatenación de ideas por
parte de las flores olvidadas. Detrás del elemento «alcachofa» se esconde, en
primer lugar, el recuerdo de Italia, y en segundo, el de una escena infantil que
inició mis relaciones, tan íntimas luego, con los libros. Así, pues, botánica es un
verdadero foco de convergencia, en el que se reúnen para el sueño numerosas
series de ideas, cuyo enlace quedó efectuado en mi conversación con
Koenigstein. Nos hallamos aquí en medio de una fábrica de pensamientos en la
que, como en una obra maestra de hilandería y según los famosos versos, se
«entrecruzan mil y mil hilos, / van y vienen las lanzaderas, / manan
invisiblemente las hebras / y un único movimiento establece mil enlaces».
(Goethe: ‘Faust’.)
El elemento «monografía» del sueño procede a su vez de dos temas: lo
unilateral de mis estudios y lo costoso de mis aficiones.
De este primer examen sacamos la impresión de que los elementos
«monografía» y «botánica» han sido acogidos en el contenido manifiesto por ser
los que presentan más considerable número de contactos con la mayoría de las
ideas latentes, constituyendo así puntos de convergencia en los que van a
reunirse muchas de tales ideas; esto es, por entrañar con respecto a la
interpretación una multiplicidad de significaciones. Expresando en forma
distinta el hecho en que basamos esta explicación, podemos decir que cada uno
de los elementos del contenido manifiesto demuestra hallarse superdeterminado
y múltiplemente representado en las ideas latentes.
Investigando la emergencia de los demás elementos del sueño en las ideas
latentes realizamos aún nuevos descubrimientos. La lámina en colores contenida
en la página por la que abro el libro se refiere (véase el análisis) a un nuevo
tema, la crítica de mis obras por mis colegas; a otro ya representado en el sueño,
mis aficiones, y al recuerdo infantil de la destrucción de un libro que tenía
láminas de colores. El espécimen disecado de la planta se refiere al suceso del
herbario escolar y hace resaltar este recuerdo con especial energía. Veo, pues, de
qué género es la relación entre el contenido manifiesto y las ideas latentes: no
sólo se hallan múltiplemente determinados los elementos del sueño por las ideas
latentes, sino que cada una de éstas se halla asimismo representada en el sueño
por varios elementos. De un elemento del sueño conduce el camino de
asociación a varias ideas latentes y de una idea latente, a varios elementos del
sueño. Así, pues, la elaboración no se verifica suministrando cada una de las
ideas latentes o cada grupo por ellas formando una abreviatura destinada al
contenido del sueño —como los habitantes de una nación eligen diputados que
los representen en Cortes—, sino que la completa totalidad de las ideas latentes
es sometida a cierta elaboración conforme a la cual los elementos más firmes y
eficazmente sustentados quedan situados en primer término para su acceso al
contenido manifiesto, procedimiento análogo al de elección por listas
electorales. Cualquiera que sea el sueño que sometamos a esta disección,
confirmaremos los mismos principios; esto es, que los elementos del contenido
manifiesto quedan constituidos a expensas de la totalidad de las ideas latentes y
cada uno de ellos se muestra múltiplemente determinado con relación a dichas
ideas.
No es seguramente ocioso demostrar prácticamente esta relación entre
contenido manifiesto e ideas latentes con un nuevo ejemplo, caracterizado por la
complicada trama de las relaciones recíprocas. Este sueño procede de un
enfermo de claustrofobia (miedo a los espacios cerrados) al que tuve sometido a
tratamiento. El título que doy a su ingeniosísima construcción onírica se halla
plenamente justificado, como el lector verá más adelante.
I. Un bello sueño. —«Acompañado por un nutrido grupo de gente, entra en
la calle de X, en la cual hay una modesta posada (dato inexacto en la realidad).
En las habitaciones de esta posada se está verificando una representación teatral,
y él es tan pronto espectador como actor. Al final tienen todos que cambiarse de
traje para volver a la ciudad. A este fin se designa a parte del personal las
habitaciones del piso bajo y a la otra las del primero. Los de arriba se incomodan
porque los de abajo no han acabado todavía y no pueden ellos bajar. Su hermano
está arriba; él, abajo, y se incomoda con aquél porque le da tanta prisa (toda esta
parte, oscura en el sueño). Además, ya al llegar estaban distribuidas las
habitaciones y determinado quién había de estar arriba y quién abajo. Luego
camina solitario por la cuesta arriba que la calle X forma en dirección a la ciudad
y anda tan difícil y trabajosamente, que apenas avanza. Un caballero anciano se
une a él e insulta al rey de Italia. Próximo ya al final de la pendiente comienza a
andar con mayor facilidad».
La fatiga al andar fue tan clara en el sueño, que todavía, al despertar, dudó el
sujeto por algunos momentos si se trataba de un sueño o de una realidad.
Si nos atenemos al contenido manifiesto, no presenta este sueño nada que
merezca nuestro interés. Contra lo regular, comenzaré la interpretación por el
fragmento que el sujeto manifiesta ha sido el más claro y preciso.
La fatiga soñada y probablemente sentida en el sueño, esto es, la disnea al
subir la cuesta, es uno de los síntomas que el sujeto mostró realmente hace
algunos años y fue atribuido por entonces, con otros fenómenos, a una
tuberculosis (simulada probablemente por la histeria). Conocemos ya, por
nuestro estudio de los sueños exhibicionistas, esta sensación de parálisis,
peculiar al fenómeno onírico, y volvemos a comprobar aquí que es utilizada
como un material disponible en todo momento para los fines de otra cualquier
representación. El fragmento onírico que describe cómo la subida se hacía muy
trabajosa al principio y fácil, en cambio, al final de la pendiente me recordó, al
escuchar el relato de este sueño, la conocida y magistral introducción de la Safo,
de Alfonso Daudet. Un joven sube una escalera llevando en brazos a su amada.
Al principio no siente apenas el peso del adorado cuerpo, pero conforme va
subiendo va haciéndose más pesada la carga, hasta resultarle intolerable. Esta
escena resume la narración de Daudet, en la cual se propone el poeta advertir a la
juventud de los peligros de prodigar seria inclinación a mujeres de baja
extracción y dudoso pasado[392]. Aunque sabía que mi paciente había mantenido,
y roto poco tiempo antes, relaciones amorosas con una actriz, no esperaba yo
que mi espontánea interpretación se demostrase acertada. Además, la escena de
Safo se desarrollaba en sentido inverso a la del sueño, pues en éste es la subida
penosa al principio y luego fácil, mientras que para el símbolo de la novela es
necesario que aquello que al principio parece ligero resulte luego una pesada
carga. Para mi sorpresa, observó el paciente que tal interpretación se adaptaba
muy bien al contenido de la obra que la noche anterior había visto representar en
el teatro. Dicha obra se titulaba En derredor de Viena y desarrollaba la vida de
una muchacha de origen humilde que, lanzada a la vida galante, subía a capas
más altas de la sociedad por sus relaciones con hombres aristócratas, pero
acababa descendiendo cada vez más bajo. El argumento de esta obra le había
recordado otra, titulada De escalón en escalón, en cuyos carteles anunciadores se
ostentaba una escalera de varios escalones.
La interpretación de este sueño continuó luego en la forma siguiente: En la
calle X había vivido la actriz con la que últimamente había mantenido
relaciones. En dicha calle no hay posada ninguna. Pero una vez que el sujeto
había pasado parte del verano en Viena se alojó (descendió ‘abgestregen’) en un
hotel cercano. Al abandonarlo, dijo al cochero: «Después de todo, no está mal
este hotel. Por lo menos no hay en él pulgas ni chinches» (ésta era, además, una
de sus fobias). A lo cual respondió el cochero: «No sé cómo se le ha ocurrido a
usted venir a parar aquí. Más que un hotel es una posada».
Al elemento «posada» se enlaza en seguida el recuerdo de unos versos de
Uhland: «Hace poco fui invitado —por un amable posadero». El posadero de
estos versos es un manzano.
Otra cita continúa luego la concatenación de ideas: «Fausto, bailando con la
joven: Tuve una vez un bello sueño; / veía un manzano, / en el que relucían dos
bellas manzanas; / me atrajeron y subí a cogerlas. / La bella: mucho os gustan
las manzanas / desde los tiempos del Paraíso; / y siento una gran alegría / de que
también las haya en mi jardín». (Goethe: ‘Faust’.)
No puede abrigarme la menor duda sobre aquello a que se alude con el
manzano y las manzanas. Un bello busto era uno de los encantos con los que la
actriz había encadenado al sujeto.
El conjunto de este análisis justificaba plenamente la sospecha de que el
sueño se retrotraía a una impresión infantil y que, siendo así, tenía que referirse a
la nodriza del sujeto, el cual se halla próximo a los treinta años. Para el niño es,
efectivamente, el seno de su nodriza la posada donde se alimenta. Tanto la
nodriza como Safo constituyen en el sueño alusiones a la mujer amada y
recientemente abandonada.
En el contenido manifiesto aparece también el hermano (mayor) del
paciente. Éste se halla abajo y aquél arriba, circunstancia que constituye, de
nuevo, una inversión de las circunstancias reales, pues me es conocido que el
hermano ha perdido su posición social, conservándola, en cambio, mi paciente.
En la reproducción del contenido manifiesto eludió el sujeto una expresión muy
corriente —«Mi hermano estaba arriba y yo par terre»—, que hubiera
transparentado en demasía, aunque inversamente, la situación real, pues decimos
que una persona está par terre cuando ha perdido fortuna y posición; esto es,
cuando podemos decir también de ella que ha descendido. El hecho de que en
esta parte del sueño quede algo representado en forma invertida tiene que poseer
un sentido, y tal inversión ha de mostrarse extensiva a otra distinta relación entre
las ideas latentes y el contenido manifiesto. El examen de la última parte del
sueño en la que la «subida» muestra el carácter inverso al de la escena de Safo,
nos indica claramente cuál es dicha inversión: en Safo lleva el hombre en sus
brazos a la mujer ligada a él por relaciones sexuales. Así, pues, en las ideas
latentes se trata, a la inversa, de una mujer que lleva al hombre, y dado que esto
no puede suceder sino en la infancia, se referirán dichas ideas a la nodriza que
lleva en brazos a la criatura y para la cual constituye la crianza del pequeño ser
una pesada carga. De este modo representa el sueño a Safo y a la nodriza por
medio de un mismo elemento.
Así como el nombre de Safo no fue escogido por el poeta sin un propósito
alusivo a una costumbre lesbiana, también los fragmentos del sueño que
muestran personas ocupadas arriba y abajo se refieren a fantasías de contenido
sexual que ocupan la imaginación del sujeto y que a título de impulsos sexuales
reprimidos no carecen de relación con su neurosis. La interpretación misma no
nos revela que tales elementos latentes así representados en el sueño sean, en
efecto, fantasías y no recuerdos de hechos reales, pues se limita a
proporcionarnos un contenido ideológico y deja a nuestro cargo el fijar un valor
real. Los sucesos reales y los fantásticos aparecen aquí —y no sólo aquí, sino
también en la creación de productos psíquicos de mayor importancia que el
sueño— como equivalentes al principio. La mucha gente significa, como ya
indicamos, secreto. El hermano no es sino el representante, incluido en la escena
infantil, por un «fantasear retrospectivo» de todos los ulteriores competidores
amorosos. Por último, el episodio del caballero que insulta al rey de Italia se
relaciona de nuevo por el intermedio de un suceso reciente, pero indiferente en
sí, con el acceso de personas de baja extracción a círculos elevados de la
sociedad. Es como si a la advertencia que Daudet dirige a los jóvenes hubiera de
yuxtaponerse otra análoga dirigida al niño de pecho[393].
II. El sueño del escarabajo de Mayo. Contenido onírico: Como segundo
ejemplo para el estudio de la condensación en la elaboración onírica, comunicaré
aquí el análisis parcial de otro sueño que debo a una señora, ya de edad madura,
sometida a tratamiento psicoanalítico. Correlativamente a los graves estados de
angustia que padecía, contenían sus sueños un amplísimo material de ideas
sexuales, cuya revelación la sorprendió y atemorizó al principio. No siéndome
posible comunicar el análisis completo, parece el material onírico dividirse en
varios grupos sin conexión visible.
«Recuerda que tiene encerrados en una caja dos coleópteros (Maikaefer) a
los que habrá de dar libertad si no quiere que se ahoguen. Al abrir la caja ve que
los dos insectos se hallan muy deprimidos. Por fin, vuela uno a través de la
ventana abierta; pero el otro queda machacado contra una de las hojas de la
misma al cerrarla ella, obedeciendo a la indicación que alguien le hace en tal
sentido (manifestaciones de repugnancia)».
Análisis: Su marido se halla de viaje. Junto a ella, en el lecho conyugal,
duerme su hija, muchacha de catorce años. Esta última le advirtió, al acostarse,
que había caído una polilla en el vaso de agua; pero ella no se preocupó de
sacarla, y al verla por la mañana lamenta la muerte del pobre animalito. En un
libro que leyó por la noche se cuenta cómo unos niños arrojan un gato en un
caldero de agua hirviendo y se describen las convulsiones de la infeliz víctima.
Éstas son las dos impresiones, indiferentes en sí, que motivan el sueño. A
continuación pasa al tema de la crueldad para con los animales. Su hija mostró
en alto grado este defecto durante un verano que pasaron en el campo. Se dedicó
a formar una colección de mariposas y le pidió arsénico para matarlas. Una
mariposa de gran tamaño se le escapó un día de las manos y revoloteó largo rato
por la habitación con el cuerpo traspasado por un alfiler. Otra vez se le murieron
de hambre unos gusanos que guardaba para observar cómo iban formando el
capullo. Esta misma niña solía entretenerse, en años aún más tiernos, arrancando
a los coleópteros y a las mariposas las alas y las patas. Afortunadamente se ha
corregido ya de estas tendencias crueles y hoy se horrorizaría de tales actos.
Esta contraposición entre los crueles sentimientos anteriores de su hija y la
actual bondad de la misma ocupa largo rato su pensamiento y le recuerda otra, la
que suele existir entre el aspecto exterior de las personas y su condición moral.
Así, el aristócrata que seduce y abandona a una infeliz muchacha y el obrero de
nobles y elevados pensamientos. El carácter de una persona no puede deducirse
de su aspecto exterior. ¿Quién podría conocer por su aspecto los deseos sexuales
que a ella la atormentaban?
En la misma época durante la cual se dedicaba su hija a coleccionar
mariposas se halla toda la región invadida por una plaga del coleóptero
melolontha vulgaris (Maikaefer —literalmente, coleóptero de mayo—), y los
chicos se dedicaban a combatirla, machacándolos sin piedad. Por entonces vio
también a un hombre que cogía estos insectos, les arrancaba las alas y se los
comía. Ella nació y se casó en el mes de mayo. Tres días después de su boda
escribió a sus padres una carta diciéndoles que era muy feliz. Pero, la verdad, era
todo lo contrario.
Durante la tarde anterior al sueño había estado revisando cartas antiguas y
había leído, a los suyos, varias de ellas, serias unas y cómicas otras. Entre estas
últimas se halla una, altamente ridícula, de un profesor de piano que le había
hecho la corte de muchacha. Luego leyó otra de un aristocrático
pretendiente[394].
Se reprocha no haber podido impedir que una de sus hijas leyese un libro,
poco recomendable, de Maupassant[395].
El arsénico que su hija le pidió en la ocasión indicada le recuerda las
píldoras de arsénico que devuelven las energías juveniles al duque de Mora, en
El Nabab, de Daudet.
Al elemento «dar libertad» asocia el recuerdo de un pasaje de La flauta
mágica: «No puedo forzarte a amar, / pero no te devolveré la libertad».
A los coleópteros (Maikaefer), las palabras de Kaetchen[396]: «Estás
enamorado como un coleóptero».
En el intermedio recuerda una cita de Tannhäuser: «Porque, poseído por
perverso deseo…»
Vive preocupada y ansiosa, pensando en su marido ausente. El miedo de que
pueda sucederle algo se exterioriza en numerosas fantasías diurnas. Poco antes
había expresado en sus pensamientos inconscientes, durante el análisis, una
queja sobre su avejentamiento. La idea optativa que este sueño encubre quedará
transparentada con el dato de que varios días antes del sueño sobresaltó y
horrorizó a la sujeto el imperativo ahórcate, que dirigido a su marido surgió de
improviso en su pensamiento mientras se hallaba realizando sus ocupaciones de
ama de casa. Posteriormente se averiguó que algunas horas antes había leído que
los ahorcados experimentan en el momento de morir una enérgica erección. Así,
pues, el deseo de dicha erección era lo que, bajo tal disfraz atemorizante,
resurgía de la represión. El imperativo ahórcate significaba tanto como el de
«procúrate una erección a cualquier precio». Las píldoras de arsénico del doctor
Jenkins, en El Nabab, pertenecen a este círculo de ideas. La paciente sabía
también que el más enérgico afrodisiaco, la cantaridina, se prepara machacando
los cuerpos de unos coleópteros. Tal es el sentido al que tiende la parte principal
del contenido manifiesto.
El abrir y cerrar la ventana es una causa constante de discusiones con su
marido. Este acostumbra dormir con las ventanas cerradas. Ella, en cambio,
prefiere que permanezcan abiertas.
En los tres sueños cuya comunicación antecede ha hecho resaltar,
subrayándolos, aquellos elementos del contenido manifiesto que retornan en las
ideas latentes, mostrando así, evidentemente, la múltiple relación de los mismos.
Pero dado que en ninguno de estos sueños se ha llevado a término el análisis,
creemos conveniente realizar igual labor en un sueño cuyo análisis hallamos
comunicado más minuciosamente, demostrando en él la superdeterminación de
su contenido. Con este objeto elegiremos el sueño de la inyección de Irma,
ejemplo en el que reconocemos sin esfuerzo que la labor de condensación se
sirve, en la elaboración del sueño, de más de un único medio.
El personaje principal del contenido del sueño es Irma, mi paciente, que
aparece en él con su fisonomía real y, por tanto, se representa al principio a sí
misma. Pero ya su colocación, al reconocerla yo junto a la ventana, está tomada
de un recuerdo referente a otra persona, aquella señora a la que, según me
revelan las ideas latentes, quisiera yo tener como paciente en lugar de Irma. Por
el hecho de padecer ésta una difteritis, enfermedad que me recuerda la de mi hija
mayor, pasa a representar a ésta, detrás de la cual, y enlazada con ella por la
igualdad de nombre, se esconde la persona de una paciente muerta por
intoxicación. En el subsiguiente curso del sueño cambia la significación de la
personalidad de Irma (sin que su imagen onírica varíe), transformándose en uno
de los niños a los que reconocíamos en la consulta pública de nuestra clínica,
ocasión en la que demuestran mis dos amigos la diferencia de sus capacidades
intelectuales. El paso de una a otra significación quedó, sin duda, facilitado por
la representación de mi hija en edad infantil. Por la resistencia que opone a abrir
bien la boca, se convierte la misma Irma en alusión a otra señora reconocida por
mí una vez, y luego, dentro del mismo contexto, a mi propia mujer. En las
alteraciones patológicas que compruebo en su garganta hallo, además, alusiones
a toda una serie de otras personas.
Todas estas personas con las que tropiezo al perseguir el elemento «Irma» no
entran corporalmente en el sueño, sino que se esconden detrás de la persona
onírica «Irma», que queda constituida de este modo como una imagen colectiva
con rasgos contradictorios. Por mi atribución a Irma de todos aquellos recuerdos
míos referentes a aquellas otras personas sacrificadas en el proceso de
condensación, queda convertida en representante de las mismas.
La constitución de tal persona colectiva, para los fines de la condensación
onírica, puede llevarse también a cabo fundiendo en una imagen onírica los
rasgos actuales de dos o más personas. De este modo es como ha surgido el
doctor M. de mi sueño. Este personaje lleva el nombre del doctor M. y habla y
actúa como él, pero su aspecto físico y sus padecimientos corresponden a otra
persona: a mi hermano mayor. Un único rasgo, la palidez, se halla doblemente
determinado, siendo común en la realidad a ambas personas. Un análogo
personaje mixto es el doctor R. en el sueño de mi amigo, que es mi tío. Pero en
este caso ha quedado constituida la imagen onírica de un tercer modo diferente.
No he reunido rasgos físicos del uno con otros del otro, disminuyendo así la
imagen mnémica de cada uno en determinados detalles, sino que he puesto en
práctica el procedimiento seguido por Galton para lograr sus retratos de familia;
esto es, proyectar ambas imágenes una sobre otra, con lo cual resaltan,
acentuados, los rasgos comunes y se destruyen los diferentes, apareciendo sólo
vagamente en la imagen. De este modo resalta, acentuada, como rasgo común en
la vaga fisonomía formada por superposición de las dos personas diferentes, la
barba rubia, detalle que contiene, además, una alusión a mi padre y a mí mismo,
facilitada por la relación al encanecimiento.
La constitución de personas colectivas y mixtas es uno de los principales
medios de que se sirve la condensación onírica. No tardaremos en tener ocasión
de ocuparnos nuevamente de ella en relación con otras cuestiones.
La asociación «disentería» en el sueño de la inyección se halla también
múltiplemente determinada: de una parte, por similicadencia parafásica con
«difteria» (Dysenterie-Diphaérie), y de otra, por la relación con el paciente
enviado por mí a Egipto y cuya histeria logra burlar al médico.
La mención de la propilena en el sueño se demuestra también como un
interesante caso de condensación. Lo que las ideas latentes contenían no era
propilena, sino amilena. Pudiera creerse que no ha tenido aquí efecto, en la
elaboración del sueño, más que un sencillo desplazamiento. Así, es, en efecto;
pero este desplazamiento se halla al servicio de los fines de la condensación,
como lo prueba el siguiente apéndice que aquí agregamos al análisis de este
sueño. Deteniendo mi atención un momento más en la palabra propilena, se me
ocurre que es similicadente a propileos (Propylen-Propiläen). Con esta palabra
se alude no solamente a Atenas, sino también a Munich. A esta última ciudad fui
un año antes de mi sueño, con ocasión de una grave enfermedad de mi amigo. La
intervención de este último en mi sueño se hace luego indiscutible por la
emergencia del elemento trimetilamina, que surge poco después de propilena.
Paso por alto la singular circunstancia de que tanto aquí como en otros
lugares del análisis son utilizadas para la conexión de ideas como equivalentes
asociaciones de los más diversos valores, y cedo a la tentación de representarme
plásticamente el proceso de la sustitución de la amilena del contenido latente por
la propilena del contenido manifiesto.
Supongamos separados, pero enlazados por la contraposición, el grupo de
representaciones de mi amigo Otto, que no me comprende, me niega la razón y
me regala un licor que huele a amilena, y el de mi amigo Wilhelm, que me
comprende, me daría la razón y al que debo tantos valiosos datos, entre ellos
algunos interesantísimos sobre el quimismo de los procesos sexuales.
Lo que del grupo de Otto ha de despertar particularmente mi atención se
halla determinado por los sucesos recientes provocadores del sueño. La amilena
pertenece a estos elementos sobresalientes, predestinados a pasar al contenido
manifiesto. El amplio grupo de representaciones Wilhelm es precisamente
animado por la contraposición con el grupo Otto y en él quedan acentuados los
elementos que recuerdan los ya citados en este último. En mi sueño recurro a
una persona que ha despertado mi desagrado ante otra que puedo oponerla a
voluntad, y hago que mi amigo responda punto por punto a mi contradictor. De
este modo, la amilena de Otto despierta también en el otro grupo recuerdos
pertenecientes al círculo de la Química, y la trimetilamina, apoyada por varios
lados, llega al contenido manifiesto. También amilena podía llegar inmodificada
a dicho contenido, pero sucumbe a la actuación del grupo Wilhelm, siendo
buscado en toda el área mnémica que este nombre ocupa un elemento que pueda
proporcionar doble determinación para amilena. Cercana a amilena se halla para
la asociación propilena, y desde el grupo Wilhelm sale a su encuentro Munich
con los Propileos. En propilena-propileos se encuentran ambos círculos de
representaciones, y entonces llega este elemento intermedio, como por una
especie de transacción, al contenido manifiesto. Se ha creado aquí una especie de
elemento común intermedio que permite una múltiple determinación. Vemos así
palpablemente que la determinación múltiple tiene que facilitar el acceso al
contenido manifiesto. Para la formación de este producto intermedio se ha
llevado a cabo un desplazamiento de la atención desde lo realmente pensado a
un elemento próximo en la asociación.
El estudio del sueño de la inyección presenta ya más claramente a nuestros
ojos los procesos de condensación que tienen efecto en la elaboración onírica.
Hemos podido reconocer, como peculiaridades de la labor de condensación de
selección de los elementos repetidamente emergentes en las ideas latentes, la
formación de nuevas unidades (personas colectivas y productos mixtos) y la
constitución de elementos comunes intermedios. ¿Para qué sirve la condensación
y qué es lo que la impulsa? Son interrogaciones que nos plantearemos cuando
emprendamos el estudio en conjunto de los procesos psíquicos que se verifican
en la elaboración de los sueños. Por ahora nos contentaremos con dejar
establecida la condensación onírica como una singular relación entre las ideas
latentes y el contenido manifiesto de los sueños.
La labor de condensación del sueño se hace más que nunca evidente cuando
toma objetos palabras y nombres. Las palabras son tratadas con frecuencia por el
sueño como si fueran cosas, y sufren entonces iguales uniones, desplazamientos,
sustituciones y condensaciones que las representaciones de cosas. Resultado de
estos sueños es la creación de formaciones verbales singularísimas y a veces
muy cómicas.

Una vez que un colega me remitió un trabajo suyo en el que, a mi juicio, se


concedía valor exagerado a un moderno descubrimiento fisiológico y, sobre
todo, se trataba de él en términos harto ampulosos, soñé a la noche siguiente una
frase que indudablemente se refería a dicho trabajo. Esta frase era: «Es éste un
estilo verdaderamente norekdal». La solución de este producto verbal me resultó
al principio difícil. No cabía duda de que se había formado en calidad de parodia
de superlativos tales como «colosal» y «piramidal», pero no era fácil adivinar de
dónde procedía. Por fin quedó dividido este monstruo verbal en los nombres
Nora y Ekdal, que son los de dos personajes de dos conocidas obras de Ibsen.
Poco tiempo antes había leído un artículo periodístico sobre Ibsen, original del
mismo autor, cuya última obra criticaba en mi sueño.

II

Una de mis pacientes me comunicaba un breve sueño, que termina en una


desatinada combinación verbal. Se encuentra con su marido en una fiesta
campesina y dice: «Esto acabará en un Maistollmütz general». Al decir esto,
tiene en el sueño la oscura idea de que aquella palabra es el nombre de un plato
en cuya composición entra la harina de maíz (mais), una especie de polenta. El
análisis divide la palabra en mais (maíz) -toll (loco)-mannstoll (ninfómana) y
Olmütz (nombre de una ciudad), palabras todas que la sujeto reconoció como
restos de una conversación de sobremesa con sus familiares. Detrás de la palabra
mais se esconde, a más de una alusión a una exposición recientemente
inaugurada, las palabras siguientes: Meissen (una porcelana de Meissen que
representaba un pájaro), Miss (la institutriz de sus parientes había partido para
Olmütz), mies (que en el argot humorístico judío significa «malo»). Una larga
concatenación de ideas y asociaciones partía de cada una de las silabas del
ininteligible compuesto verbal.

III

Un joven a cuya casa ha acudido un conocido suyo a última hora de la tarde


para dejarle una tarjeta, sueña aquella noche lo siguiente: un operario espera
hasta última hora de la tarde para arreglar el timbre. Después que se ha
marchado sigue éste sin sonar continuadamente y sí solo a golpes. Un criado
vuelve a traer al operario, y él dice: «Es curioso que también aquellas personas
que, en general, son tutelrein no entiendan el manejo de estas cosas».
El indiferente estímulo del sueño no justifica, como se ve, sino un solo
elemento del contenido. Además, si ha llegado a constituirse en tal estímulo ha
sido únicamente por agregarse a un suceso anterior, indiferente también, pero
que la fantasía del sujeto adornó, dándole así importancia. Siendo todavía
muchacho y viviendo con su padre, tiró al suelo un vaso de agua, que al
traspasar los hilos del timbre lo hizo sonar continuadamente. Si el sonar
continuadamente corresponde al mojarse, el «sonar a golpes» será utilizado para
representar la caída de gotas de un líquido. La palabra tutelrein se divide en tres
direcciones distintas; indica así tres de las materias representadas en las ideas
latentes; Tutel significa, en primer lugar, tutela, cúratela, y es, además, una
denominación vulgar del pecho femenino. La sílaba restante rein (limpio) se
agrega a las primeras sílabas de Zimmertelegraph (timbre) para formar
Zimmerrein, palabra que alude al agua vertida sobre el suelo y presta analogías
con un apellido de la familia del sujeto[397].

IV

En un largo y confuso sueño propio, cuyo centro era aparentemente un viaje


por mar, sucedía que la primera escala era Hearsing y la siguiente Fliess. Este
último nombre es el apellido demi amigo de B…, por cuya causa he realizado
frecuentes viajes. Pero Hearsing es un nombre compuesto de la desinencia ing,
común a gran cantidad de lugares próximos a Viena: Hiezing, Liesing, Moedling
(cuyo antiguo nombre fue Medelit, meaedeliciae, o sea meine Freud), y la
palabra inglesa hearsay, equivalente a calumnia. Esta palabra se relaciona con el
estímulo onírico indiferente del día, una poesía del semanario humorístico
Fliegende Blaetter. Relacionando la desinencia ing con el apellido Fliess
obtenemos Vlissingen, nombre real del puerto en que desembarca mi hermano
cuando viene a visitarnos desde Inglaterra. El nombre inglés de Vlissinge es
Flushing, que en dicho idioma significa ruborizarse, y me recuerda a una
paciente que padece de miedo a ruborizarse y una reciente publicación de
Bechterew sobre esta neurosis, publicación cuya lectura me ha sido harto
desagradable.

En otra ocasión tuve un sueño compuesto de dos fragmentos separados. El


primero es la palabra Autodidasker, precisamente recordada, y el segundo
coincide fielmente con una fantasía breve e inocente edificada pocos días antes y
cuyo contenido era el de que cuando viera al profesor N. habría de decirle: «El
paciente sobre cuyo estado le consume últimamente no padece en realidad sino
una neurosis, como usted ya suponía». El neologismo Autodidasker habrá, pues,
de cumplir dos condiciones: la de entrañar o representar un sentido comprimido
y la de que dicho sentido se halle relacionado con mi propósito diurno de dar el
profesor N. la citada satisfacción.
Autodidasker resulta fácilmente divisible en autor, autodidacta y Lasker,
elemento este último al que viene a agregarse el nombre de Lasalle. Las primeras
de estas palabras conducen al motivo del sueño, importante esta vez. Había
traído a mi mujer varias obras de un autor amigo de mi hermano (J. J. David) y
que, como después he sabido, nació en el mismo lugar que yo. Una tarde me
habló de la profunda impresión que le había producido una de estas obras, en la
que se describía la triste historia de un talento malogrado, y nuestra conversación
recayó después sobre las dotes intelectuales de nuestros hijos. Influida por la
reciente lectura, expresó mi mujer su preocupación con respecto al porvenir de
los niños, tranquilizándola yo con la observación de que precisamente los
peligros a que se refería podían ser alejados por la educación. Por la noche
continuaron ocupándome estos pensamientos, medité a mi vez sobre aquello que
preocupaba a mi mujer y entretejí con ello muy diversas ideas. Unas
manifestaciones que el poeta había hecho a mi hermano sobre el matrimonio
indicaron a mis pensamientos un nuevo camino que podía conducir a lo
representado por mi sueño. Este camino me llevó hasta Breslau, ciudad en la que
se había casado una señora muy amiga nuestra. Con respecto a la preocupación
de la posibilidad de malograr una vida a causa de una mujer o de las mujeres,
preocupación que constituía el nódulo de mi sueño, encontré los ejemplos de
Lasker y Lasalle, que me permitieron representar simultáneamente los dos
géneros de tal influencia desgraciada de la mujer[398]. El cherchez la femme, en
el que pueden sintetizarse estos pensamientos, me lleva, aunque en distinto
sentido, a mi hermano Alejandro, aún soltero. Advierto entonces que Alex, como
solemos llamarle familiarmente, suena como una transposición del nombre
Lasker y que este factor tiene que haber contribuido a comunicar a mis
pensamientos la dirección del rodeo emprendido pasando por Breslau.
Este juego de palabras y sílabas a que aquí me dedico entraña todavía otro
sentido. Constituye, en efecto, una representación del deseo de ver fundar a mi
hermano una dichosa vida de familia. Esta sustitución se verifica en la forma
siguiente: en la novela L’œuvre, a la que había de hallarse muy próximo el
contenido de mis ideas latentes, describe el poeta en un pasaje episódico su
propia felicidad familiar y se presenta él mismo bajo el nombre de Sandoz. Para
construir este seudónimo siguió seguramente este camino: Zola, leído a la
inversa (como suelen los niños hacer muchas veces a guisa de entretenimiento),
da Aloz. Esto resultaba demasiado transparente y, por tanto, sustituyó la sílaba
«al», que inicia también el nombre Alejandro, por la tercera sílaba —sand— del
mismo nombre, resultando así Sandoz. De un modo análogo surgió, pues, mi
Autodidasker.
Mi fantasía de que digo al profesor N. que el enfermo por ambos examinado
no padece sino una neurosis ha llegado al sueño del siguiente modo: poco
tiempo antes del verano vino a mi consulta un paciente cuya enfermedad me fue
imposible diagnosticar. Padecía una grave alteración orgánica, probablemente
medular, pero sin que pudiera afirmarse con seguridad. Hubiera sido muy
tentador diagnosticar una neurosis, con lo cual habrían quedado resueltas todas
las dificultades; pero el paciente negó en absoluto toda posible etiología sexual,
sin la cual no reconozco jamás la existencia de una neurosis. En mi
incertidumbre, acudí a aquel médico, que me inspira (y no es a mí solo) mayor
veneración y ante cuya autoridad me doblego más fácilmente. Oyó mis dudas,
las conceptuó justificadas y opinó después: «Continúe usted observando al
sujeto. Es seguramente un neurótico». Sabiendo que este ilustre médico no
comparte mis opiniones sobre la etiología de las neurosis, me abstuve de
contradecirle, fundándome en las declaraciones del paciente, pero no dejé de
expresarle mi incredulidad. Días después comuniqué al enfermo que no sabía
qué hacer con él y le aconsejé que viera a otro médico. Mas, para mi sorpresa,
comenzó a pedirme perdón por haberme mentido, alegando lo había hecho por
vergüenza, y me reveló toda la parte de etiología sexual que yo esperaba y me
era precisa para diagnosticar una neurosis. Por un lado, fue esto una satisfacción
para mí, mas por otro me avergonzaba un tanto, pues tenía que confesarme que
mi colega había visto las cosas con más claridad que yo, sin dejarse engañar por
las manifestaciones del enfermo. Por tanto, me propuse decirle en cuanto le viese
que tenía razón, habiendo sido yo el equivocado.
Esto último es precisamente lo que hago en mi sueño. Pero ¿qué realización
de deseos puede haber en él si reconozco que estoy equivocado? Precisamente es
éste mi deseo: el de que mis temores o los de mi mujer, que hago míos en las
ideas latentes, sean equivocados. El tema a que se refiere en el sueño el acierto o
la equivocación no se halla muy lejano de lo que realmente posee un interés en
las ideas latentes, pues está constituido por la misma alternativa entre las dos
perturbaciones que puede originar la mujer, o, mejor dicho, la vida sexual, esto
es, la perturbación orgánica o la funcional, la parálisis tabética o la neurosis. Con
esta última se relaciona algo laxamente el desdichado fin de Lassalle.
Si el profesor N. desempeña un papel en este sueño —muy coherente y de
una gran transparencia ante una interpretación cuidadosa— no es sólo por esta
analogía y por mi deseo de equivocarme, ni tampoco por sus relaciones con
Breslau y con la familia de nuestra amiga allí casada, sino por el siguiente
pequeño suceso, relacionado con mi consulta con él. Después de darme su
opinión sobre el asunto profesional que a su casa me había conducido, pasó a
interesarse por mis asuntos personales. «¿Cuántos hijos tiene usted?» «Seis».
«¿Varones o hembras?» «Tres y tres. Mis hijos constituyen todo mi orgullo y
todas mis riquezas». «Cuidado, pues. Las muchachas son fáciles de educar, pero
con los varones suele uno tropezar con más dificultades». A estas palabras objeté
yo que hasta el momento se mostraban muy dóciles; pero este diagnóstico sobre
el porvenir de mis hijos me agradaba tan poco como el anterior sobre la
enfermedad de mi paciente. Estas dos impresiones quedaron, pues, unidas por la
antigüedad, y al acoger en mi sueño la historia de la neurosis quedó sustituida
por ella la frase sobre la educación de los hijos, la cual se halla más íntimamente
relacionada con las ideas latentes, dado que presenta una firme conexión con los
temores posteriormente expresados por mi mujer. De este modo, mi propio
temor de que N. pueda acertar con su observación sobre las dificultades de la
educación de los hijos varones encuentra acceso a mi sueño escondiéndose
detrás de la representación de mi deseo de que tales temores míos sean
equivocados. Esta fantasía sirve, sin modificación alguna, para la representación
de los dos miembros opuestos de la alternativa.

VI

Marcinowski[399]: «Esta madrugada he realizado, hallándome en un estado


intermedio entre el sueño y el despertar, una interesante condensación verbal. En
el curso de una gran cantidad de fragmentos oníricos apenas recordables tropecé
con una palabra que vi ante mí como medio escrita y medio impresa. Esta
palabra era erzefilisch y pertenecía a una frase que pasó a mi memoria
consciente totalmente aislada y fuera de todo contexto: “Eso actúa erzefilisch
sobre el sentimiento sexual.” Al momento me di cuenta de que como realmente
debía decirse era erzieherisch (educativamente), pero todavía vacilé un par de
veces, pensando si no sería más exacto erzifilisch. En este momento se me vino a
las mientes la palabra sífilis y, todavía medio dormido, atormenté mi cerebro
comenzando a analizar cómo podía este concepto pasar a mi sueño careciendo
yo personal y profesionalmente de todo punto de contacto con tal enfermedad. A
continuación se me ocurrió la palabra erzaehlerisch (de “erzaehlen”, relatar),
asociación que aclara la segunda sílaba de la formación verbal y me recuerda
que ayer tarde fui inducido por nuestra institutriz (Erzieherin) a hablar sobre el
problema de la prostitución y para actuar educativamente (erzieherisch) sobre su
vida sentimental, no muy normalmente desarrollada; le di el libro de Hesse
titulado Sobre la prostitución después de referirle (erzaehlen) algo relativo a
estas cuestiones. Al llegar aquí veo claramente que la palabra sífilis no debe ser
tomada en su sentido literal, sino en el de veneno, relacionándola, naturalmente,
con la vida sexual. La frase de mi sueño queda, pues, traducida en la siguiente
forma, perfectamente lógica: Con mi relato (Erzaehlung) he querido actuar
educativamente (erzieherisch) sobre la vida sentimental de mi institutriz
(Erzieherin), pero al mismo tiempo abrigo el temor de que mis palabras puedan
actuar sobre ella como un veneno. Erzefilisch — erzae — (erzieh) —
(erzifilisch)».
Los productos verbales del sueño son muy semejantes a los de la paranoia,
que aparecen también en la histeria y en las representaciones obsesivas. Los
juegos verbales en que los niños tratan las palabras como objetos, inventando
nuevos idiomas y artificiales palabras compuestas, constituyen en este punto la
fuente común para el sueño y para las psiconeurosis.
El análisis de los desatinados productos verbales construidos por el sueño es
particularmente apropiado para demostrar la función condensadora de la
elaboración onírica. De los escasos ejemplos aquí comunicados no deberá
deducir el lector que un tal material sólo muy raras veces o incluso
excepcionalmente llega a ofrecerse a la observación. Por lo contrario, es
frecuentísimo, pero a causa de la dependencia de la interpretación onírica del
tratamiento psicoanalítico son muy pocos los análisis que se anotan y pueden
comunicarse, y la mayoría de estos últimos no resultan comprensibles sino para
personas conocedoras de la patología de las neurosis. A estos análisis
inaccesibles al lector profano pertenece el de un sueño del doctor v. Karpinska
(Int., Zeitschr. f. Psychoanalyse, II, 1914), que contiene la insensata formación
verbal svingum elvi. Asimismo es digna de mención la emergencia en el sueño
de una palabra que no carece de sentido, pero que despojada del que le es propio
reúne diversas otras significaciones, con respecto a las cuales se conduce como
una palabra «falta de sentido». Tal es el caso del sueño de la «categoría», soñado
por un niño de diez años y comunicado por V. Tausk. En él «categoría» significa
el aparato genital femenino, y categorizar, orinar.
Allí donde en el sueño aparecen discursos orales perfectamente diferenciados
como tales de las ideas se comprueba siempre el principio de que la oración
onírica procede de discursos recordados existentes entre el material del sueño. El
texto de estos discursos es conservado fielmente unas veces y otras ligeramente
desplazada su expresión. Con frecuencia queda compuesta la oración onírica por
diversos recuerdos, permaneciendo entonces invariado el texto y modificado, en
cambio, el sentido. Tales discursos no sirven con frecuencia sino de alusión a un
suceso en el que fueron pronunciadas las frases recordadas[400].

B) El proceso de desplazamiento.
Al reunir los ejemplos de condensación onírica antes expuestos, hubimos de
advertir la existencia de otra relación no menos importante. Observamos, en
efecto, que los elementos que se nos revelan como componentes esenciales del
contenido manifiesto están muy lejos de desempeñar igual papel en las ideas
latentes. E inversamente, aquello que se nos muestra sin lugar a dudas como el
contenido esencial de dichas ideas puede muy bien no aparecer representado en
el sueño. Hállase éste como diferentemente centrado, ordenándose su contenido
en derredor de elementos distintos de los que en las ideas latentes aparecen como
centro. Así, en el sueño de la monografía botánica, el centro del contenido
manifiesto es, sin disputa, el elemento «botánico», mientras que en las ideas
latentes se trata de los conflictos y complicaciones resultantes de la asistencia
médica entre colegas, y luego, del reproche de dejarme arrastrar demasiado por
mis aficiones, hasta el punto de realizar excesivos sacrificios para satisfacerlas,
careciendo el elemento «botánica» de todo puesto en este nódulo de las ideas
latentes y hallándose, en todo caso, lejanamente enlazado a él por antítesis, dado
que la Botánica no pudo contarse nunca entre mis aficiones. El nódulo del
«sueño de Safo» antes relatado está constituido por el subir y bajar, el estar
arriba y abajo, mientras que las ideas latentes tratan de los peligros del comercio
sexual con personas de baja condición, de manera que sólo uno de los elementos
latentes aparece incluido en el contenido manifiesto, en el que toma una
injustificada expresión. En el sueño de los coleópteros, cuyo tema es la relación
de la sexualidad con la crueldad, pasa también al contenido manifiesto uno de
los factores latentes —la crueldad—, pero formando parte de un tema distinto y
sin conexión alguna con lo sexual; esto es, arrancado de su contexto primitivo y
convertido así en algo ajeno a él. En el sueño del amigo que es mi tío, la barba
rubia, centro del contenido manifiesto, no muestra relación alguna de sentido
con los deseos de grandeza que vimos constituían el nódulo de las ideas latentes.
Tales sueños nos dan una impresión de desplazamiento. Contrastando con estos
elementos, el sueño de la inyección de Irma nos muestra que los elementos
oníricos pueden también conservar, a través de la elaboración del sueño, el
puesto que ocupaban en las ideas latentes. El descubrimiento de esta nueva
relación, de significado totalmente inconsciente, entre las ideas latentes y el
contenido manifiesto no puede por menos de despertar, al principio, nuestro
asombro. Cuando en un proceso psíquico de la vida normal descubrimos que una
representación determinada ha sido elegida entre varias y ha alcanzado una
especial vivacidad para la conciencia solemos considerar este resultado como
prueba de que la representación victoriosa posee un valor psíquico
particularmente elevado (un cierto grado de interés). Pero advertimos ahora que
este valor de los distintos elementos de las ideas latentes no permanece
conservado —o no es tenido en cuenta— en la elaboración onírica. De cuáles
son los elementos más valiosos de las ideas latentes no cabe dudar un solo
instante, pues nuestro juicio nos lo indica inmediatamente.
Ahora bien: estos elementos esenciales, acentuados por un intenso interés,
pueden ser tratados en la elaboración onírica como si poseyeran un menor valor,
y, en su lugar, pasan al contenido manifiesto otros que poseían seguramente
menos valor en las ideas latentes. Experimentamos en un principio la impresión
de que la intensidad psíquica[401] de las representaciones carece de toda
significación para la selección onírica, rigiéndose ésta únicamente por la
determinación, más o menos multilateral de las mismas. Pudiera creerse que al
sueño manifiesto no pasa aquello que posee mayor importancia en las ideas
latentes, sino tan sólo lo que en ellas se halla múltiplemente determinado.
Pero esta hipótesis no facilita en lo más mínimo la inteligencia de la
formación de los sueños, pues nos resistiremos a creer, en un principio, que los
dos factores indicados —la determinación múltiple y el valor intrínseco—
puedan actuar sino en un mismo sentido sobre la selección onírica, y juzgamos
que aquellas representaciones que en el contenido latente poseen la máxima
importancia habrán de ser también las que con mayor frecuencia retornen en él,
dado que constituyen a manera de centros de los que parten las diversas ideas
latentes.
Y, sin embargo, puede el sueño rechazar estos elementos intensamente
acentuados y multilateralmente sustentados y acoger, en su contenido, otros que
no poseen sino la última de tales dos cualidades.
Para resolver esta dificultad recordaremos otra de las impresiones que
experimentamos al investigar la superdeterminación del contenido manifiesto.
No nos extrañaría que algunos de nuestros lectores hubiesen juzgado ya en dicha
ocasión que la superdeterminación de los elementos del sueño no constituía
ningún descubrimiento de importancia, sino algo natural y esperado. En efecto,
puesto que en el análisis se parte de dichos elementos y se anotan todas las
asociaciones que el sujeto enlaza a cada uno de ellos, no es maravilla ninguna
que en el material de ideas así reunido retornen los mismos con especial
frecuencia. Rechazando desde luego este juicio expondré aquí algo a primera
vista muy análogo: entre las ideas que el análisis nos descubre, hallamos algunas
muy lejanas al nódulo del sueño y que se comportan como interpolaciones
artificiales encaminadas a un determinado fin. Fácilmente descubrimos éste.
Tales ideas establecen un enlace, a veces harto forzoso y rebuscado, entre el
contenido manifiesto y el latente, y si en el análisis excluyésemos estos
elementos, nos encontraríamos con que faltaba a los elementos del sueño no ya
una superdeterminación, sino una determinación suficiente por las ideas latentes.
Llegamos de este modo a la conclusión de que la múltiple determinación,
decisiva para la selección onírica, no es siempre un factor primario de la
elaboración del sueño, sino con frecuencia un resultado secundario de un poder
psíquico que aún desconocemos. De todos modos tiene que ser muy importante
para el paso de los diversos elementos al sueño, pues podemos observar que
cuando no surge espontáneamente y sin ayuda alguna del material onírico es
laboriosamente constituida.
Habremos de pensar, por tanto, que en la elaboración onírica se exterioriza
un poder psíquico que despoja de su intensidad a los elementos de elevado valor
psíquico, y crea, además, por la superdeterminación de otros elementos menos
valiosos, nuevos valores, que pasan entonces al contenido manifiesto. Cuando
así sucede habrán tenido efecto, en la formación del sueño, una transferencia y
un desplazamiento de las intensidades psíquicas de los diversos elementos,
procesos de los que parece ser resultado la diferencia observable entre el texto
del contenido manifiesto y el del latente. El proceso que así suponemos
constituye precisamente la parte esencial de la elaboración de los sueños y le
damos el nombre de desplazamiento. El desplazamiento y la condensación son
los dos obreros a cuya actividad hemos de atribuir principalmente la
conformación de los sueños.
No es, a mi juicio, nada difícil reconocer el poder psíquico que se exterioriza
en los hechos del desplazamiento. Resultado de este proceso es que el contenido
manifiesto no se muestra igual al nódulo de las ideas latentes, no reproduciendo
el sueño sino una deformación del deseo onírico inconsciente. Pero la
deformación onírica nos es ya conocida y la hemos referido a la censura que una
instancia psíquica ejerce sobre otra en la vida mental; y el desplazamiento
constituye uno de los medios principales para la consecución de dicha
deformación. Isfacit cuiprofuit[402]. Podemos, pues, suponer que el
desplazamiento nace por la influencia de dicha censura, o sea de la defensa
endopsíquica[403].
En subsiguientes investigaciones nos ocuparemos del desarrollo e influencia
recíproca de los procesos de desplazamiento, condensación y
superdeterminación dentro de la formación de los sueños, y señalaremos cuál es
el factor dominante y cuál el accesorio. Por el momento nos limitaremos a
indicar una segunda condición que deben cumplir los elementos que pasan al
contenido manifiesto; la de hallarse libres de la censura de la resistencia. Con el
desplazamiento contaremos ya en adelante, para la interpretación onírica, como
un hecho, indiscutible.

C) Los medios de representación del sueño.

Hemos descubierto hasta aquí que en la transformación del material


ideológico latente en contenido manifiesto del sueño actúan dos factores
principales: la condensación y el desplazamiento oníricos. Prosiguiendo nuestra
investigación, habremos de agregar a ellos dos nuevas condiciones que ejercen
una indudable influencia sobre la selección del material constitutivo de dicho
contenido manifiesto. Pero previamente, y aun a riesgo de que parezca que
hacemos un alto en nuestro camino, creo conveniente echar una primera ojeada
sobre los procesos que se desarrollan en la interpretación onírica. No se me
oculta que el mejor procedimiento para esclarecer por completo tal labor
interpretadora y poner su eficacia a cubierto de posibles objeciones, sería tomar
como ejemplo un sueño determinado, desarrollar su interpretación en la forma en
que lo hicimos con el sueño de la inyección de Irma (página 412), y una vez
reunidas las ideas latentes descubiertas, reconstruir, partiendo de ellas, la
formación del sueño, o sea completar el análisis de los sueños con una síntesis
de los mismos. Es ésta una labor que he realizado más de una vez para mi propia
enseñanza, pero no me es posible emprenderla aquí por impedírmelo numerosas
consideraciones referentes al material psíquico y que todos mis lectores habrán
de comprender y aprobar sin dificultad. Para el análisis no suponen estas
consideraciones un tan grave obstáculo, pues la labor analítica puede quedar
incompleta y conservar, sin embargo, todo su valor con tal que nos permita
penetrar algo en la trama del sueño. En cambio, la síntesis tiene que ser completa
si ha de poseer algún valor convincente. Ahora bien: sólo de sueños de personas
totalmente desconocidas al público lector me habría de ser posible dar una tal
síntesis completa. Pero dado que esta posibilidad no me es ofrecida sino por
pacientes neuróticos, habré de aplazar esta parte de la representación del sueño
hasta que más adelante hayamos avanzado en el esclarecimiento de las neurosis
lo suficiente para volver sobre este tema[404].
Por mis tentativas de reconstruir sintéticamente un sueño partiendo de las
ideas latentes, sé que el material descubierto en la interpretación es de muy
diferente valor. Hállase constituido, en parte, por las ideas latentes esenciales,
que de este modo sustituyen al sueño y bastarían por sí solas para constituir su
completa sustitución, si no existiese la censura. El resto de dicho material suele
considerarse como poco importante, no concediéndose tampoco valor a la
afirmación de que todas estas ideas han participado en la formación del sueño,
pues entre ellas pueden más bien encontrarse ocurrencias enlazadas o sucesos
posteriores al mismo, acaecidos entre el momento de su desarrollo y el de la
interpretación. Esta parte del material descubierto comprende todos los caminos
de enlace que han conducido desde el contenido manifiesto hasta las ideas
latentes, y también aquellas asociaciones intermediarias y de aproximación, por
medio de las cuales hemos llegado en la labor de interpretación al conocimiento
de dichos caminos.
Por el momento no nos interesan sino las ideas latentes esenciales, las cuales
revelan ser casi siempre un complejo de ideas y recuerdos de complicadísima
estructura y con todos los caracteres de los procesos mentales de la vigilia, que
nos son conocidos. Con gran frecuencia son concatenaciones de ideas que parten
de diversos centros, pero que no carecen de puntos de contacto y casi
regularmente aparece junto a un proceso mental su reflejo contradictorio, unido a
él por asociaciones de contraste.
Los diversos componentes de esta complicada formación muestran
naturalmente las más variadas relaciones lógicas entre sí, constituyendo el
primer término y el último divagaciones y aclaraciones, condiciones,
demostraciones y objeciones. Cuando la masa total de estas ideas latentes es
sometida luego a la presión de la elaboración onírica, bajo cuyos efectos quedan
los diversos fragmentos subvertidos desmenuzados y soldados, como los
témpanos de hielo a la deriva, surge la interrogación de cuál ha sido el destino de
los lazos lógicos que hasta entonces había mantenido la cohesión del conjunto.
¿Qué representación alcanzan en el sueño los términos «sí, porque, tan, aunque,
o… o…» y todas las demás conjunciones sin las cuales nos es imposible
comprender una oración o un discurso?
La primera respuesta a esta interrogación es la de que el sueño no dispone de
medio alguno para representar estas relaciones lógicas de las ideas latentes entre
sí. La mayor parte de las veces deja a un lado todas las conjunciones señaladas y
toma únicamente para elaborarlo el contenido objetivo de las ideas latentes. A
cargo de la interpretación queda después la labor de reconstruir la coherencia
que la elaboración onírica ha destruido.
La falta de esta capacidad de expresión debe depender del material psíquico
con el que el sueño es elaborado. A una análoga limitación se hallan sometidas
las artes plásticas, comparadas con la poesía, que puede servirse de la palabra, y
también en ellas depende tal impotencia del material por medio de cuya
elaboración tienden a exteriorizar algo. Antes que la pintura llegase al
conocimiento de sus leyes de expresión, se esforzaba en compensar esta
desventaja haciendo salir de la boca de sus personajes filacterias en las que
constaban escritas las frases que el pintor desesperaba de poder exteriorizar con
la expresión de sus figuras.
Quizá se nos presente aquí la objeción de que no es exacto que el sueño
renuncie a la representación de las relaciones lógicas, pues existen algunos en
los que se desarrollan las más complicadas operaciones mentales, y en los que se
demuestra y se contradice, se sutiliza y se compara, del mismo modo que en el
pensamiento despierto. Pero también aquí nos engaña una falsa apariencia.
Cuando emprendemos la interpretación de tales sueños, averiguamos que todo
ello es material onírico y no representación de una labor intelectual en el sueño.
Lo que el aparente pensar del sueño reproduce es el contenido de las ideas
latentes y no las relaciones de dichas ideas entre sí, en cuya fijación es en lo que
consiste el pensamiento. Más adelante expondré algunos ejemplos que ilustrarán
estas afirmaciones. Lo que desde luego es fácilmente comparable es que todos
los discursos orales que en el sueño aparecen (y son expresamente calificados de
tales por el sujeto) son siempre reproducciones exactas o sólo ligeramente
modificadas de discursos reales, cuyo recuerdo forma parte del material onírico.
El discurso no es con frecuencia sino una alusión a un suceso contenido en las
ideas latentes, siendo muy otro el sentido del sueño.
De todos modos, no he de discutir que en la formación de los sueños
interviene también una labor intelectual crítica que no se limita a repetir
materiales de los productos oníricos. Al final de estas consideraciones habré de
esclarecer la influencia de este factor y entonces veremos que tal labor
intelectual no es provocada por las ideas latentes, sino por el sueño mismo, ya
constituido en cierto modo.
Queda, pues, fijado, por el momento, que las relaciones lógicas de las ideas
latentes entre sí no encuentran en el sueño una representación especial. Allí
donde el sueño muestra, por ejemplo, una contradicción, lo que existe es una
oposición contra el sueño mismo, o una contradicción surgida del contenido de
una de las ideas latentes. Sólo de una manera muy indirecta corresponde una
contradicción en el sueño a una contradicción entre las ideas latentes.
Pero así como la pintura ha conseguido representar de un modo distinto al
primitivo de la filacteria, la intención, por lo menos, de lo que sus figuras
habrían de expresar en palabras —ternura, amenaza, consejo, etc.—, también
posee el sueño la posibilidad de atender a algunas de las relaciones lógicas de
sus ideas latentes por medio de una apropiada modificación de la peculiar
representación onírica. Puede comprobarse que esta facultad varía mucho en los
diversos sueños. Mientras que unos prescinden por completo del enlace lógico
de sus materiales, intentan otros modificarlo lo más completamente posible. El
sueño se aleja en este punto muy diversamente del texto que le es ofrecido para
su elaboración, comportándose asimismo de un modo igualmente variable con
respecto a la relación temporal de las ideas latentes cuando en lo inconsciente
existe establecida una tal relación (cf. el sueño de la inyección de Irma).
Mas ¿con qué medios consigue la elaboración del sueño indicar tales
relaciones del material onírico, difícilmente representables? Intentaremos
enumerarlos.
En primer lugar, rinde su tributo a la innegable coherencia de todos los
elementos del contenido latente, reuniéndolos en una síntesis, situación o
proceso. Reproduce la coherencia lógica como simultaneidad, y obrando así,
procede como el pintor que al representar en un cuadro la Escuela de Atenas o el
Parnaso reúne en su obra a un grupo de filósofos o poetas que realmente no se
encontraron nunca juntos en un atrio o sobre una montaña, como el artista nos lo
muestra, pero que constituyen, para nuestro pensamiento, una comunidad.
Es éste el procedimiento general de representación del sueño. Así, siempre
que nos muestra dos elementos próximos uno a otro, nos indica con ello la
existencia de una íntima conexión entre los que a ellos corresponden en las ideas
latentes. Sucede aquí lo que en nuestro sistema de escritura: cuando escribimos
ab indicamos que las dos letras han de ser pronunciadas como una sola silaba;
mas si vemos escrito primero a y luego b después de un espacio libre, lo
consideraremos como indicación de que a es la última letra de una palabra y b la
primera de otra. Comprobamos, pues, que las combinaciones oníricas no se
constituyen con elementos totalmente arbitrarios y heterogéneos del material del
sueño, sino con aquellos que también se hallan íntimamente ligados en las ideas
latentes.
Para representar las relaciones causales dispone el sueño de dos
procedimientos que en esencia vienen a ser la misma cosa. La forma de
representación más corriente, cuando, por ejemplo, presentan las ideas latentes el
siguiente contenido: «A causa de tales o cuales cosas tuvo que suceder esto o lo
otro», consiste en incluir la frase accesoria como sueño preliminar y agregar a
ella, como sueño principal, la frase principal. El orden de sucesión puede
también ser el inverso, pero la frase principal corresponde siempre a la parte más
ampliamente desarrollada.
A una de mis pacientes debo un bello ejemplo de tal representación de la
casualidad en un sueño que más adelante comunicaré en su totalidad.
Componíase este sueño de un corto preludio y un amplio sueño sucesivo, muy
centrado, al que podríamos dar el título de «Por la flor». El sueño preliminar fue
como sigue: «Va a la cocina, en la que se hallan las dos criadas, y las regaña por
no haber terminado de hacer ‘ese poco de comida’. Mientras tanto, ve una gran
cantidad de groseros utensilios de cocina puestos boca abajo a escurrir y
formando un montón. Las dos criadas van por agua. Para ello tienen que meterse
en un río que llega hasta la casa o entra en el patio».
A continuación se desarrolla el sueño principal, que comienza en la siguiente
forma: «La sujeto baja desde un elevado lugar, avanzando por una singular
pasarela, y se regocija de que sus vestidos no queden enganchados en ningún
sitio…» El sueño preliminar se refiere a la casa paterna de la sujeto. Las palabras
que ésta dirige a las criadas las ha debido de oír, sin duda, a su madre en ocasión
análoga. El montón de bastos utensilios de cocina procede del recuerdo de la
cacharrería que existía establecida en la misma casa. La segunda parte del primer
sueño contiene una alusión al padre de la sujeto, el cual acostumbraba
interesarse demasiado por las criadas, y que murió a consecuencia de una
enfermedad contraída en una inundación; la casa se hallaba situada a orillas de
un río. Así, pues, el pensamiento que se oculta detrás del sueño preliminar es el
siguiente: «Por proceder yo de una tan humilde e insatisfactoria condición…» El
sueño principal recoge este mismo pensamiento y lo expresa en una forma
modificada por la realización de deseos: soy de elevada procedencia. En
realidad, pues, por ser de tan baja procedencia, ha sido ésta mi vida.
Por lo que hasta ahora he podido ver, la división de un sueño en dos partes
desiguales no significa siempre la existencia de una relación causal entre las
ideas correspondientes a cada una de las mismas. Con gran frecuencia, parece
como si en ambos sueños fuese representado el mismo material desde dos
diferentes puntos de vista. Esto es lo que sucede seguramente en aquellas series
de sueños sucesivos de una misma noche, que terminan en una polución, y a
través de los cuales va conquistándose la necesidad somática, una expresión cada
vez más clara. Puede también suceder que los dos sueños proceden de centros
distintos del material onírico, cruzándose sus contenidos, de manera que uno de
ellos presenta como centro aquello que en el otro actúa como indicación, y
recíprocamente. En cambio, existen otros casos en los que la división en un
breve sueño preliminar y un más extenso sueño ulterior significa realmente la
existencia de una relación causal entre ambos fragmentos. El segundo
procedimiento de representación a que antes nos referimos es puesto en práctica
cuando el material dado presenta una menor amplitud, y consiste en que una
imagen onírica —de una persona o de una cosa— queda transformada en otra.
Pero sólo cuando vemos desarrollarse en el sueño esta transformación es cuando
podemos afirmar la existencia de la relación causal, y no, en cambio, cuando
observamos simplemente que en lugar de una imagen ha surgido otra. Dijimos
antes que los dos procedimientos empleados por el sueño para representar la
relación causal venían a ser, en el fondo, una misma cosa. Ambos representan,
efectivamente, la causación por una sucesión. El primero, por la sucesión de los
sueños, y el segundo, por la transformación inmediata de una imagen en otra. De
todos modos, lo general es que la relación causal no obtenga representación
especial alguna, quedando envuelto en la obligada sucesión de los elementos del
proceso onírico.
La alternativa «o… o» (o esto o aquello) no encuentra representación
ninguna en el sueño, el cual acostumbra acoger todos los elementos que la
componen, despojándolos de su carácter alternativo. El sueño de la inyección de
Irma nos da un clásico ejemplo de esta conducta del fenómeno onírico. El
contenido de las ideas latentes de este sueño es como sigue: no soy responsable
de que Irma no experimente mejoría alguna en sus sufrimientos; ello depende o
de su resistencia a aceptar mi solución o de las desfavorables circunstancias
sexuales en que vive (y que no me es posible modificar) o de que su enfermedad
no es de naturaleza histérica, sino orgánica. Pero el sueño realiza todas estas
posibilidades, casi incompatibles, e incluso no vacila en añadir a ellas otras más,
tomándolas del deseo onírico. La alternativa hemos tenido, pues, que
introducirla nosotros en el conjunto de las ideas latentes después de la
interpretación.
Así, pues, allí donde el sujeto del sueño introduce en el relato del mismo una
alternativa: era un jardín o una habitación, etc., no muestra el sueño tal
alternativa, sino simplemente una yuxtaposición, y lo que al introducir la
alternativa queremos significar en nuestro relato del sueño es la vaguedad e
imprecisión de un elemento del mismo. La regla de interpretación aplicable a
este caso consiste en situar en un mismo plano los diversos miembros de la
aparente alternativa y unirlos con la conjunción copulativa «y». Veamos un
ejemplo: después de esperar en vano durante algún tiempo que un amigo mío me
comunicase las señas de su hospedaje en Italia, sueño recibir un telegrama en el
que me las indica, viéndolas yo impresas en tinta azul sobre la blanca cinta
telegráfica. La primera palabra aparece muy borrosa y puede ser:

o vía
o villa, la segunda palabra, clara, es Sezerno.
o incluso (casa).

La segunda palabra, de sonido italiano y que me recuerda nuestras


discusiones etimológicas, expresa también mi enfado por haberme mantenido
oculto mi amigo su paradero durante tanto tiempo. Cada uno de los miembros de
la terna propuesta para la primera palabra se revela en el análisis como un punto
de partida, independiente e igualmente justificado, de la concatenación de ideas.
En la noche anterior al entierro de mi padre sueño ver un anuncio impreso —
semejante a los que en las salas de espera de las estaciones recuerdan la
prohibición de fumar—, en el que se lee la frase siguiente:

Se ruega cerrar los ojos.

O esta otra:

Se ruega cerrar un ojo.

Esta alternativa la podemos representar así:


Cada uno de los dos textos posee un sentido particular y nos lleva, en la
interpretación, por caminos que le son peculiares. Para el entierro y los funerales
de mi padre había yo elegido el ceremonial más sencillo posible, pues sabía
cuáles eran sus ideas sobre este punto. Pero otras personas de mi familia no
estaban conformes conmigo y opinaban que tan puritana sencillez había de
avergonzarnos ante los concurrentes al duelo. Por esta razón, ruega uno de los
textos del sueño «que se cierre un ojo», o sea, según el sentido de esta frase
familiar, que seamos indulgentes para con las debilidades de los demás. El
significado de la vaguedad que al relatar el sueño describimos con una
alternativa resulta aquí fácilmente comprensible. La elaboración onírica no ha
conseguido hallar un texto único, pero de doble sentido, para la expresión de las
ideas latentes, y de este modo se separan ya en el contenido manifiesto las dos
principales series de ideas.
Las alternativas, difícilmente representables, quedan también expresadas, en
algunos casos, por la división del sueño en dos partes de igual amplitud.
La conducta del sueño con respecto a la antítesis y la contradicción es
altamente singular. De la contradicción prescinde en absoluto, como si para él no
existiese el «no», y reúnen en una unidad las antítesis o las representa con ella.
Asimismo se toma la libertad de representar un elemento cualquiera por el deseo
contrario a él, resultando que, al enfrentarnos con un elemento capaz de ser
contrario, no podemos saber nunca, al principio, si se halla contenido positiva o
negativamente en las ideas latentes[405]. En uno de los ejemplos últimamente
citados, cuyo fragmento preliminar interpretamos («por proceder de tan humilde
condición»), desciende la sujeto por unas singulares pasarelas, llevando en la
(«las flores de la muchacha», en ‘des Mädchens Blüten’, de Goethe) representa,
sujeto son la figura del ángel que en las pinturas de la Anunciación aparece ante
(la Virgen la sujeto se llama María) con una vara de azucenas en la mano, y el
recuerdo de las niñas vestidas de blanco que acompañan a la procesión de
Corpus Christi por las calles tapizadas de verdes ramas, habremos de deducir
que la florida rama de su sueño constituye, sin duda alguna, una alusión a la
inocencia sexual. Pero tal rama aparece cuajada de flores encarnadas, muy
semejante a camelias. La combinación del sueño muestra que al llegar la sujeto
al final de su descenso se han deshojado ya casi todas las flores. Luego siguen
claras alusiones al período. De este modo, la misma rama, llevada como una vara
de azucenas y como por una muchacha inocente, es, simultáneamente, una
alusión a la «dama de las camelias», que, como es sabido, se adornaba siempre
con una de estas flores, blanca de ordinario y roja durante los días del período.
La florida rama mano una rama florida. Dado que las asociaciones que a esta
imagen enlaza la pues, al mismo tiempo la inocencia sexual y su antítesis. Y este
mismo sueño, que expresa la alegría de la sujeto por haber conseguido
conservarse inmaculada en su camino, deja también transparentarse en algunos
lugares (como en el deshojarse de las flores) un pensamiento contrario: el de
haberse hecho culpable de diversos pecados contra la pureza (durante su
infancia). En el análisis de este sueño nos es fácil diferenciar claramente ambos
procesos mentales, de los cuales el satisfactorio y consolador parece ser más
superficial, y, en cambio, más profundo el que entraña un reproche. Ambos son
radicalmente opuestos, y sus elementos iguales, pero contrarios, han quedado
representados en el sueño por los mismos factores.
Tan sólo una de las relaciones lógicas —la de analogía, coincidencia o
contacto— aparece acomodable a los mecanismos de la formación onírica,
pudiendo así quedar representada en el sueño por medios mucho más numerosos
y diversos que ninguna otra[406]. Las coincidencias o analogías existentes en el
sueño constituyen los primeros puntos de apoyo de la formación de los sueños, y
una parte nada insignificante de la elaboración onírica consiste en crear nuevas
coincidencias de este género cuando las existencias no pueden pasar al sueño por
oponerse a ello la resistencia de la censura. La tendencia a la condensación,
característica de la elaboración onírica, presta también su ayuda para la
representación de la relación de analogía.
La analogía, la coincidencia y la comunidad son representadas generalmente
por el sueño mediante la síntesis, en una unidad, de los elementos que las
componen. Cuando esta unidad no existe de antemano en el material del sueño,
es creada al efecto. En el primer caso, hablamos de identificación, y en el
segundo, de formación mixta. La identificación es utilizada cuando se trata de
personas, y la formación mixta, cuando los elementos que han de ser fundidos en
una unidad son objetos. No obstante, también quedan constituidas formaciones
mixtas de personas. Del mismo modo que éstas, son tratados con frecuencia por
el sueño los lugares.
La identificación consiste en que sólo una de las personas enlazadas por una
comunidad pasa a ser representada en el contenido manifiesto, quedando las
restantes como reprimidas para el sueño. Pero en el sueño, esta persona que
encubre las otras entra tanto en aquellas relaciones y situaciones que le son
propias como en las correspondientes a cada una de las demás. Cuando la
formación mixta se extiende a las personas muestra ya la imagen onírica rasgos
que pertenecen a las personas por ella representadas, pero que no les son
comunes, quedando así determinada, por la reunión de tales rasgos, una nueva
unidad, una persona mixta. Esta mezcla puede realizarse de muy varios modos.
La persona onírica puede llevar el nombre de una de aquéllas a las que
representa —y en este caso «sabemos» en el sueño de qué persona se trata, en
una forma análoga a nuestro «saber» en la vida despierta—, presentando, en
cambio, los rasgos visuales de otra, o también puede aparecer compuesta la
imagen onírica de rasgos pertenecientes a ambas personas. La participación de la
segunda persona puede asimismo quedar representada, en lugar de por rasgos
visuales, por los ademanes que se atribuyen a la primera, las palabras que se
colocan en sus labios o la situación en que se la incluye. En este último caso,
comienza a borrarse la definida diferencia existente entre identificación y
formación mixta. Pero también puede suceder que fracase la formación de tal
persona mixta y entonces es atribuida la escena del sueño a una de las personas,
y la otra —generalmente más importante— aparece a su lado, pero sin intervenir
para nada en la acción y realizando mero acto de presencia. Al relatar tales
sueños dice, por ejemplo, el sujeto: «Mi madre estaba también presente»
(Stekel). Tales elementos del contenido manifiesto pueden entonces compararse
a los determinativos de la escritura jeroglífica, signos no destinados a la
pronunciación, sino a determinar a otros.
La comunidad que justifica y, por tanto, crea la unificación de las dos
personas, puede hallarse o no representada en el sueño. Lo general es que la
identificación o la formación de persona mixta sirva precisamente para ahorrar la
representación de dicha comunidad. Así, en lugar de repetir: A es enemigo mío y
B también, construimos en el sueño una persona mixta con las de A y B o nos
representamos a A en un acto que caracteriza a B. La persona onírica así
constituida se nos muestra en el sueño dentro de una nueva relación cualquiera, y
la circunstancia de representar a A como B nos da derecho a incluir, en el lugar
correspondiente de la interpretación, aquello que es común a ambas, o sea su
hostilidad hacia mí. De este modo conseguimos con frecuencia una
extraordinaria condensación del contenido onírico, pues podemos ahorrarnos la
representación de circunstancias complicadísimas enlazadas a una persona
cuando hallamos otra que participa también en ellas, pero en un grado mucho
menor. Fácilmente se ve hasta qué punto puede servir también esta identificación
para eludir la censura de la resistencia, que tan duras condiciones impone a la
elaboración de los sueños. Así, cuando lo que repugna a la censura reposa
precisamente en aquellas representaciones enlazadas, dentro del material onírico,
a una de las personas y hallamos otra que, encontrándose también en relación
con el material rechazado, lo está tan sólo con una parte del mismo. El contacto
en los puntos no libres de censura nos da derecho a constituir una persona mixta,
caracterizada, en ambas direcciones, por rasgos indiferentes. Esta persona mixta
y de identificación resulta entonces apropiada, por estar libre de censura, para
pasar al contenido manifiesto, y de este modo habremos satisfecho, mediante el
empleo de la condensación, las exigencias de la instancia censora.
Cuando en el contenido manifiesto de un sueño hallamos representada una
comunidad de las dos personas, habremos de interpretarlo como una indicación
de la existencia de otra comunidad oculta, cuya representación no ha sido
permitida por la censura. En estos casos ha tenido efecto, en cierto modo, un
desplazamiento de la comunidad en favor de la representabilidad. Del hecho de
sernos mostrada la persona mixta en el sueño, con un elemento común
indiferente, debemos deducir la existencia de otra comunidad, nada indiferente
esta vez en las ideas latentes.
La identificación o la formación de personas mixtas sirve, por tanto, en el
sueño para diversos fines: 1.º Para la representación de una comunidad de las
dos personas. 2.º Para la representación de una comunidad desplazada. 3.º Para
expresar una comunidad simplemente deseada. Dado que el deseo de que entre
dos personas exista o quede establecida una comunidad coincide frecuentemente
con un intercambio de las mismas, es expresado también en el sueño tal deseo
por medio de la identificación. En el sueño de la inyección de Irma deseo
cambiar a esta paciente por otra; esto es, deseo que otra persona llegue a
incluirse, como Irma, en el número de mis pacientes. El sueño atiende este
deseo, mostrándome una persona que se llama Irma, pero que es sometida a un
reconocimiento médico en circunstancias correspondientes exclusivamente a la
otra. En el sueño del amigo, que es mi tío, queda constituido este intercambio en
centro del sueño y me identifico con el ministro, tratando y juzgando tan
adversamente como él a mis colegas.
Sin excepción alguna, he podido comprobar que en todo sueño interviene la
propia persona del sujeto. Los sueños son absolutamente egoístas. Cuando en el
contenido manifiesto no aparece nuestro yo y sí únicamente una persona extraña,
podemos aceptar sin la menor vacilación que se ha ocultado por identificación
detrás de dicha persona y habremos de agregarlo al sueño. En cambio, otras
veces que nuestro yo aparece en el contenido manifiesto, la situación en que se
nos muestra incluido nos indica que detrás de él se esconde por identificación
otra persona. Con esto nos advierte el sueño que en la interpretación deberemos
transferir a nosotros algo referente a dicha otra persona y que nos es común con
ella. Hay, por último, sueños en los que nuestro yo aparece entre otras personas,
las cuales revelan ser, una vez solucionada la identificación, otras tantas
representaciones suyas. Al interpretar estos casos habremos de enlazar a nuestro
yo deduciendo de tales identificaciones determinadas representaciones a las que
la censura ha puesto el veto. Así, pues, podemos representar múltiplemente
nuestro yo en el sueño, directamente una vez, y otras mediante su identificación
con personas distintas. Por medio de unas cuantas identificaciones de este género
puede obtenerse la condensación de un abundantísimo material[407].
Las identificaciones de lugares de nombre determinado son aún más sencillas
de solucionar que las de personas, pues falta en ellas la perturbación que siempre
introducen en el sueño las poderosas energías del yo. En uno de mis sueños de
Roma (véase página 465) sé que me encuentro en esta ciudad, pero me asombra
ver en una esquina numerosos carteles anunciadores redactados en alemán. Esta
última imagen constituye una realización de deseos, a la que asocio en seguida
Praga. El deseo en sí procede de un juvenil periodo de nacionalismo. Días antes
de este sueño me había propuesto un amigo mío encontramos en Praga. La
identificación de Roma y Praga se explica, pues, por una comunidad deseada.
Quisiera reunirme con mi amigo en Roma mejor que en Praga, e intercambiar
estas ciudades para nuestro encuentro.
La posibilidad de crear formaciones mixtas es uno de los factores que más
contribuyen a dar el sueño su frecuente carácter fantástico, pues con tales
formaciones pasan al contenido manifiesto elementos que no pudieron ser jamás
objetos de percepción. El proceso psíquico correspondiente a la formación mixta
en el sueño es, evidentemente, el mismo que se desarrolla en el estado de vigilia,
cuando nos imaginamos un centauro o un dragón. La única diferencia consiste
en que la creación fantástica de la vigilia se rige por la impresión que nos
proponemos produzca su resultado, mientras que la formación mixta del sueño
queda determinada por un factor exterior a la conformación; esto es, por la
comunidad existente en las ideas latentes. La formación mixta onírica puede ser
constituida de diversos modos. En su composición más desprovista de arte
aparecen representadas únicamente las cualidades de uno de los objetos, y esta
representación se nos muestra acompañada de la convicción de que se refiere, al
mismo tiempo, a otro objeto, Una técnica más cuidadosa reúne los rasgos de
ambos objetos en una nueva imagen, utilizando para ello, hábilmente, las
analogías que los mismos pueden poseer en la realidad. La nueva creación puede
resultar totalmente absurda o constituir, por el contrario, una bella fantasía,
según las condiciones del material y el ingenio que presidía a la fusión. Cuando
los objetos que han de ser condensados en una unidad son demasiado
heterogéneos, se limita frecuentemente la elaboración onírica a crear un
producto mixto con un nódulo preciso, al que se agregan determinantes más
borrosas. En estos casos ha fracasado la síntesis en una sola imagen, y las dos
representaciones se superponen, engendrando algo semejante a una lucha entre
dos imágenes visuales. Si intentamos representarnos gráficamente la formación
de un concepto sobre la base de imágenes de percepción, obtendremos una
imagen análoga.
Los sueños se muestran, como era de esperar, plagados de tales formaciones
mixtas. En los ejemplos analizados hasta aquí hemos señalado ya algunas, a las
que ahora agregaremos varias más. El sueño últimamente expuesto, que describe
la vida de la paciente, «con la flor» o «desflorada», nos muestra al yo onírico,
llevando en la mano una florida rama, que, según averiguamos ya, significa, al
mismo tiempo, inocencia y culpabilidad sexuales. Dicha rama recuerda, además,
por la distribución de las flores, a las de los cerezos en flor, y las flores,
aisladamente consideradas, son camelias. Por último, rama y flores, tomadas en
conjunto, dan la impresión de una planta exótica. Las ideas latentes nos revelan
la comunidad existente entre los diversos elementos de esta formación mixta. La
rama florida está constituida como un compuesto de alusiones a los regalos que
movieron a la sujeto, o debieron moverla, amostrarse complaciente. Así, en su
infancia, las cerezas, y en años posteriores, una planta de camelias. Lo exótico es
una alusión a un naturalista que había viajado mucho y pretendido un tiempo a la
sujeto, regalándole en una ocasión un dibujo de una planta. Otra paciente creó en
un sueño un lugar intermedio entre las casetas de los baños de mar, las garitas
en que suele hallarse instalado el retrete en las casas campesinas y los
sotabancos de nuestras viviendas ciudadanas. Los primeros elementos tienen
común relación con la desnudez, y por su unificación con el tercero habremos de
concluir que también el sotabanco de la casa en que la paciente vivió de niña fue
testigo de escenas de dicho género. Un individuo creó en sueños de dos lugares
—mi gabinete de consulta y el local público en el que conoció a su mujer— una
localidad mixta. (La comunidad entre los dos elementos de esta formación mixta
queda proporcionada por la palabra Kur (cura y corte). A mi gabinete de consulta
acudía el sujeto a someterse a una «cura», como antes acudía al otro local a
hacer la «corte» a la mujer a la que más tarde hizo su esposa.) Una muchacha a
la que su hermano ha prometido traerle caviar sueña que dicho hermano tiene
ambas piernas cubiertas de granitos, negros como los huevecillos del caviar y de
la misma forma y tamaño. Los elementos contagio en sentido moral y el
recuerdo de una erupción que padeció en su infancia y sembró sus piernas de
puntitos rojos, en lugar de negros, se han unido aquí con los huevecillos de
caviar para formar un nuevo concepto, el de aquello que ha recibido de su
hermano («que su hermano le ha contagiado»). En un sueño comunicado por
Ferenczi hallamos una formación mixta compuesta por la persona de un médico
y un caballo, imagen que además lleva puesta una camisa de dormir. El análisis
reveló la comunidad existente entre estos elementos después de demostrar que la
camisa de dormir constituía una alusión al padre de la sujeto en una escena de la
infancia de esta última. En los tres casos se trataba de objetos de su curiosidad
sexual. Siendo niña, la había llevado varias veces su niñera a una yeguada
militar, lugar en el que tuvo ocasión de satisfacer su curiosidad sexual, aún no
coartada.
He afirmado antes que el sueño carece de medios para representar la relación
de antítesis u oposición —el «no»—, y voy ahora a contradecir, por vez primera,
tal aserto. Una parte de los casos que hemos de considerar como de «antítesis» y
podríamos colocar bajo la rúbrica de inversamente o por el contrario, alcanza su
representación en el sueño del modo siguiente, que casi podríamos calificar de
chistoso. El «inversamente» no llega de por sí al contenido manifiesto, sino que
exterioriza su existencia en el material con la inversión —como a posteriori—
de un fragmento del contenido manifiesto, relacionado con él por motivos
distintos. Este proceso es más fácil de ilustrar que de describir. En el bello sueño
«de arriba abajo», descrito anteriormente, la representación onírica del subir
muestra la inversión de la escena de Safo, que constituye su modelo en las ideas
latentes. En el sueño la subida es penosa al principio y luego fácil, al revés de lo
que sucede en dicha escena de la novela de Daudet. Los términos «arriba» y
«abajo» referidos al hermano del sujeto son también representados inversamente
en el sueño, y todas estas circunstanciar indican la existencia de una relación
contradictoria o antitética entre dos fragmentos del material de ideas latentes,
relación consistente, según vimos, en que la fantasía infantil del sujeto le
mostraba llevado en brazos de su nodriza, inversamente a como en la novela
llega el protagonista en brazos a su amada. También mi sueño del ataque de
Goethe contra M. entraña una tal inversión, que hemos de deshacer para
conseguir interpretarlo. Su contenido manifiesto expone que Goethe ha hecho
objeto de un violentísimo ataque literario a un joven escritor, el señor M. La
realidad, tal y como se halla contenida en las ideas latentes, es que un amigo
mío, hombre de reconocido talento, ha sido atacado por un joven escritor nada
conocido. En este sueño establezco un cálculo tomado como punto de partida al
año de la muerte de Goethe; en la realidad partía el cálculo del año en que nació
el paralítico. La idea dominante del material onírico resulta ser mi oposición a
que se trate a Goethe como a un demente, y el sueño me dice: «Lo que sucede es
todo lo contrario; si no alcanzas a comprender este libro, el imbécil eres tú y no
el autor». En todos estos sueños de inversión parece además hallarse contenida
una relación a un sentimiento despectivo («volver la espalda a alguien»); así, en
el sueño de Safo, con respecto al hermano del sujeto. Es, por último, digna de
mención la frecuencia con que tales inversiones aparecen en los sueños
provocados por sentimientos homosexuales reprimidos.
La inversión o transformación de un elemento es su contrario en uno de los
medios de representación que el sueño emplea con mayor frecuencia, por serle
de múltiple utilidad, sirviendo, en primer lugar, para dar cuerpo a la realización
de deseos, contraria a un determinado elemento de las ideas latentes. La
expresión «¡Ojalá hubiera sido al revés!», es, con frecuencia, la que mejor
traduce la reacción del yo contra un recuerdo penoso. Pero cuando la inversión
se nos muestra más valiosa es cuando la consideramos desde el punto de vista de
la censura, pues crea una considerable deformación de los elementos que de
representar se trata, hasta el punto de paralizar, al principio, toda tentativa de
comprensión del sueño. Por tanto, cuando un sueño nos rehúsa tenazmente su
sentido, deberemos intentar la inversión de determinados fragmentos de su
contenido, operación con la cual queda todo aclarado en el acto muchas veces.
A más de la inversión del contenido, habremos también de tener en cuenta la
de la sucesión en el tiempo. La deformación onírica emplea, en efecto, con
frecuencia, la técnica consistente en representar, al principio del sueño, el
desenlace del suceso o la conclusión del proceso mental, y, al final del mismo,
las causas del primero o las premisas del segundo. Aquellos que no tengan en
cuenta este medio técnico de la deformación onírica permanecerán perplejos ante
la labor de interpretación[408].
Suele incluso suceder que en algunos casos no conseguimos descubrir el
sentido del sueño hasta después de haber llevado a efecto, en el contenido
manifiesto, la inversión de múltiples y muy diversas relaciones. De este modo se
esconde, por ejemplo, en el sueño de un neurótico obsesivo, el recuerdo de su
deseo infantil de la muerte de su temido padre, detrás de las siguientes palabras:
Su padre le regaña porque vuelve muy tarde a casa. Pero los datos obtenidos con
anterioridad en el tratamiento y las ocurrencias del sujeto demuestran que la idea
primitiva es la de que se halla enfadado con su padre, y que para él siempre
volvía éste a casa demasiado temprano (demasiado pronto). Hubiera preferido
que no hubiera vuelto, deseo idéntico al de su muerte. (Véase página 502).
Siendo niño se había hecho culpable el sujeto de una agresión sexual a otra
persona durante una larga ausencia de su padre, y había sido amenazado con las
palabras: «¡Ya verás cuando vuelva tu papá!»
Si queremos proseguir aún más allá las relaciones entre el contenido
manifiesto y las ideas latentes tomaremos como el mejor punto de partida el
sueño mismo y nos plantearemos la interrogación de cuál es, con relación a las
ideas latentes, el significado de determinados caracteres formales de la
representación onírica. A estos caracteres formales, que tienen que despertar
nuestra atención al examinar el sueño, pertenecen ante todo las diferencias de
intensidad sensorial de los distintos productos oníricos y las de claridad de los
diversos fragmentos de un sueño o de sueños enteros Comparados entre sí. Las
diferencias de intensidad de los diversos productos oníricos forman toda una
escala, que va desde una agudeza de impresión que nos inclinaríamos a colocar
por cima de la realidad —aunque claro está que sin garantías— hasta una
enfadosa vaguedad, que declaramos característica del sueño, por no ser
comparable exactamente a ninguno de los grados de precisión que tenemos lugar
de percibir en los objetos de la realidad.
Acostumbradamente calificamos también de «fugitiva» la impresión que de
un borroso objeto onírico recibimos, mientras que de los objetos oníricos más
precisos opinamos que han permitido una más larga percepción. Surge aquí la
interrogación de cuáles son las condiciones del material onírico a las que
obedecen estas diferencias de vitalidad de los diversos trozos del contenido
manifiesto.
Habremos de rebatir ante todo algunas hipótesis que parecen imponerse a
este respecto. Dado que en el material onírico pueden hallarse incluidas, desde
luego, sensaciones reales percibidas durante el reposo, se supondrá,
probablemente, que estas sensaciones o los elementos oníricos de ellas derivados
se significan, en el contenido manifiesto, por una especial intensidad; o
inversamente, que aquello que en el sueño muestra una especial intensidad podrá
ser referido a dichas sensaciones reales. Ahora bien: mi experiencia no me ha
confirmado jamás estas hipótesis. No es exacto que aquellos elementos del sueño
que son derivados de sensaciones percibidas durante el reposo (estímulos
nerviosos) se distingan, por su mayor intensidad, de los que proceden de
recuerdos. El factor realidad carece de toda influencia sobre la determinación de
la intensidad de las imágenes oníricas.
Podría también suponerse que la intensidad sensorial (vivacidad) de las
diversas imágenes oníricas se hallaba en relación con la intensidad psíquica de
los elementos correspondientes en las ideas latentes. En estas últimas, la
intensidad coincide con el valor psíquico, y los elementos más intensos no son
otros que los más importantes, los cuales constituyen el nódulo. Ahora bien:
sabemos que precisamente la mayor parte de estos elementos no consiguen
pasar, por impedírselo la censura, al contenido manifiesto. Sin embargo, podría
ser que aquéllos más próximos derivados suyos, que los representan, mostrasen
en el sueño un más alto grado de intensidad, sin que por ello tuvieran que
constituir el centro de la representación onírica. Pero también esta sospecha
queda destruida por la observación comparativa del sueño y el material onírico.
La intensidad de los elementos del primero no tiene nada que ver con la de los
que constituyen el segundo, y entre el material onírico y el sueño tiene,
efectivamente lugar una completa transmutación de todos los valores psíquicos.
Un elemento fugitivamente animado y encubierto por imágenes más intensas, es
muchas veces el único que descubrimos, constituye un derivado directo de
aquello que en las ideas latentes dominaba en absoluto.
La intensidad de los elementos del sueño aparece determinada en otra forma
distinta y por los factores independientes entre sí. En primer lugar advertimos sin
esfuerzo la especial intensidad con la que se nos muestran representados en el
sueño aquellos elementos en los que se exterioriza la realización de deseos, y en
segundo, nos descubre el análisis que aquellos elementos que aparecen dotados
de una vitalidad son a la vez los que constituyen el punto de partida de un más
amplio número de rutas mentales y los mejor determinados. Este principio,
empíricamente establecido, puede ser formulado en los siguientes términos: los
elementos que mayor intensidad muestran en el sueño son aquéllos cuya
formación ha exigido una mayor labor de condensación. Esta condición y la
anteriormente señalada de la realización de deseos habrán de poder ser
encerradas en una única fórmula.
El problema al que las precedentes consideraciones se refieren, o sea el de
las causas de la mayor o menor intensidad o precisión de los diversos elementos
del sueño, no debe ser confundido con el que plantea la distinta claridad de
sueños enteros o fragmentados, lo contrario de precisión es vaguedad; en el
segundo, confusión. Sin embargo, es innegable que las cualidades ascendentes y
descendentes de ambas escalas se presentan en mutua correspondencia. Aquellos
fragmentos de un sueño que muestran una mayor claridad contienen, en su
mayor parte, elementos intensos, y por el contrario, un sueño oscuro se halla
constituido por muy escasos elementos intensos. Pero el problema planteado por
la escala que se extiende desde lo aparentemente claro hasta lo impreciso y
confuso es mucho más complicado que el de las oscilaciones de la vivacidad de
los elementos del sueño, y por razones que más adelante expondremos, no nos es
posible someterlo todavía a discusión. En algunos casos observamos, no sin
sorpresa, que la impresión de claridad o imprecisión producida por un sueño no
depende en absoluto del proceso de su constitución, sino que procede del
material onírico, a título de componente del mismo.
Así, recuerdo un sueño que me pareció, al despertar, tan especialmente bien
constituido, coherente y claro, que antes de disipar por completo en mí el
aturdimiento del reposo, me propuse establecer una nueva categoría de sueños
no sometidos a los mecanismos de la condensación y el desplazamiento, y que
habrían de calificarse de «fantasía durante el reposo». Pero un más detenido
examen me demostró que ese sueño poco común presentaba en su constitución
las mismas fisuras y soluciones de continuidad que otro cualquiera, con lo cual
hube de renunciar a la categoría de las fantasías oníricas[409]. Su contenido era
que yo exponía a mi amigo Fliess una difícil teoría de la bisexualidad,
constituida al cabo de trabajosas investigaciones, y la fuerza realizadora de
deseos hacia que dicha teoría (que, por lo demás, no era comunicada en el sueño)
nos pareciese clara y sin lagunas. Así, pues, aquello que yo había considerado
como un juicio sobre el sueño completo era una parte, y precisamente la
esencial, del contenido onírico. La elaboración onírica parecía extenderse, en
este caso, a los comienzos del pensamiento despierto y me ofrecía como juicio
sobre el sueño aquella parte del material onírico cuya exacta representación no le
había sido dado conseguir en el mismo. Análogo a éste es el caso de una
paciente mía que, hallándose sometida al tratamiento psicoanalítico, se resistió a
relatarme un sueño, cuyo análisis había de formar parte del mismo, alegando que
«era demasiado impreciso y confuso». Por último, entre repetidas protestas de la
insegura vaguedad de las representaciones oníricas, relató que su sueño le había
presentado varias personas —ella misma, su marido y su padre—, siendo como
si ella no hubiese sabido si su marido era su padre o quién era su padre o algo
parecido. La comparación de este sueño con las ocurrencias de la sujeto durante
la sesión demostró, sin lugar a dudas, que se trataba de la vulgar historia de una
criada que había tenido que confesar hallarse embarazada y a la que se
expresaban dudas sobre «quién sería el padre» (del esperado hijo)[410]. La
oscuridad que el sueño mostraba era, pues, también en este caso, una parte del
material que hubo de provocarlo, y esta parte quedaba representada en la forma
misma del sueño. La forma del sueño o del soñar es utilizada con sorprendente
frecuencia para la representación del contenido encubierto.
Las glosas del sueño, esto es, las observaciones aparentemente inocentes
sobre el mismo, tienden con frecuencia a ocultar, con el mayor refinamiento, un
fragmento de lo soñado, aunque lo que en realidad hagan es revelarlo. Así,
cuando un sujeto dice: «Al llegar aquí se borra (se limpia) el sueño», y descubre
luego el análisis una reminiscencia infantil de haber espiado a una persona que
se limpiaba después de defecar. Y en este otro caso, que precisa de una más
amplia comunicación. Un joven tiene un claro sueño, que le recuerda una
fantasía infantil de la cual ha conservado conciencia. Se encuentra por la noche
en un hotel y, equivocándose de habitación, sorprende a una señora ya madura y
a sus dos hijas, que se están desnudando para acostarse. Al llegar a este punto de
su relato dice el sujeto: «Aquí presenta el sueño varios huecos, como si faltase
algo, y luego prosigue con la aparición en el cuarto de un hombre que quiere
expulsarme y con el que tengo que luchar». Después de inútiles esfuerzos del
sujeto por recordar el contenido y la intención de la fantasía infantil, a la que su
sueño alude abiertamente, advertimos que dicho contenido resulta dado en sus
propias manifestaciones sobre el fragmento onírico impreciso. Los huecos se
refieren a los genitales de las mujeres que se desnudan para acostarse, y la frase
como si faltara algo describe el carácter principal del órgano sexual femenino.
En sus arios infantiles ardía el sujeto en curiosidad por ver unos genitales
femeninos, y se inclinaba aún a la teoría sexual infantil que atribuye a la mujer la
posesión de un miembro viril.
Una análoga reminiscencia revistió parecida forma en otro sujeto: «Sueño
que entro con la señorita de K. en el restaurante del parque; luego sigue una
parte oscura, una interrupción…; después me encuentro en la sala de una casa
de prostitución, en la que veo a dos o tres mujeres, una de ellas en camisa y
pantalones».
Análisis. —La señorita de K. es la hija de un antiguo jefe suyo, y como el
mismo sujeto indica, una persona sustitutiva de su hermana. No ha tenido sino
muy pocas ocasiones de hablar con ella; pero una vez entablaron una
conversación en la que «reconocieron» su diferencia de sexo, como si se
hubieran dicho: «Yo soy un hombre y tú una mujer». En el restaurante de su
sueño no ha estado sino una sola vez, acompañando a la hermana de su cuñado,
muchacha que le es por completo indiferente. Otra vez acompañó a tres señoras
hasta la entrada del mismo. Dichas tres señoras eran su hermana, su cuñada y la
citada hermana de su cuñado, indiferentes las tres para él, pero pertenecientes a
la serie de la hermana. Sólo rarísimas veces —dos o tres en toda su vida— ha
entrado en una casa de prostitución.
La interpretación se apoyó en la parte oscura o la interrupción del sueño, y
confirmó que, siendo niño, había sido llevado el sujeto por su curiosidad a
contemplar, aunque sólo muy raras veces, los genitales de su hermana. Algunos
días después surgió en él el recuerdo consciente del reprobable acto a que el
sueño aludía.
Todos los sueños de una misma noche pertenecen, por lo que a su contenido
respecta, a la misma totalidad, y tanto su división en varios fragmentos como la
agrupación y el número de los mismos son muy significativos y deben ser
considerados como una parte de la exteriorización de las ideas latentes. Esta
interpretación de sueños constituidos por varios fragmentos principales o, en
general, de aquellos que pertenecen a una misma noche, no debemos olvidar
tampoco la posibilidad de que tales sueños sucesivos y diferentes posean la
misma significación y expresen los mismos sentimientos por medio de un
distinto material. El primero de tales sueños homólogos suele ser entonces, muy
frecuentemente, el más deformado y tímido, y el segundo se muestra más
atrevido y claro.
Ya el sueño bíblico de las espigas y las vacas, soñado por el faraón e
interpretado por José, perteneció a esta clase. Josef o la expone más
detalladamente que en la Biblia (Antigüedades judías, tomo II, caps. 5 y 6).
Después de relatar el primer, sueño, dice el rey: «A continuación de este primer
sueño desperté intranquilo y medité qué es lo que podía significar, pero luego
volví a quedarme dormido y tuve otro sueño mucho más extraño, que me
produjo aún más espanto y confusión». Al terminar de escuchar el relato del
faraón dice José: «Tu sueño, ¡oh rey!, es, en apariencia, doble, pero sus dos
visiones poseen una misma significación».
En su Beitrag zur Psychologie des Geruechtes[411], refiere Jung cómo un
disfrazado sueño erótico de una colegiala fue comprendido y reproducido en
diversas variantes por sus compañeras sin necesidad de interpretación ninguna, y
observa, con relación a estos relatos de sueño, «que el pensamiento final de una
larga serie de imágenes oníricas contiene exactamente aquello mismo que ya se
intentó representar en la primera imagen de la serie. La censura rechaza el
complejo durante el mayor tiempo posible por medio de encubrimientos
simbólicos, desplazamientos, transformaciones en materia inocente, etc.,
renovados de continuo» lugar (cit., pág. 434). Schemer conoció perfectamente
esta peculiaridad de la representación onírica y la describe, al desarrollar su
teoría de los estímulos orgánicos, como una ley especial (pág. 399): «Por último,
observa la fantasía en todas las formaciones oníricas emanadas de determinados
estímulos nerviosos la ley general de no pintar al principio del sueño sino las
más lejanas y libres alusiones al objeto estimulante y, en cambio, al final, cuando
se agota el material pictórico, representa clara y desnudamente el estímulo
mismo o, correlativamente, el órgano que a él corresponde o su función, con lo
cual acaba el sueño revelando por sí mismo su motivo orgánico…»
En su trabajo Un sueño que se interpreta a sí mismo, nos da Otto Rank una
amplia confirmación de esta ley de Schemer. El sueño que en él nos comunica se
compuso de dos fragmentos oníricos soñados una misma noche por una
muchacha y terminado el segundo con un orgasmo. Este último permitió una
detalladísima interpretación del sueño total sin recurrir para nada a la ayuda de la
sujeto, y la abundancia de relaciones entre dos contenidos de ambos fragmentos
oníricos mostró que el primero expresaba, aunque más tímidamente, lo mismo
que el segundo, de manera qué éste, el de la polución, contribuyó al total
esclarecimiento del primero. Muy justificativamente ha tomado Rank este caso
como punto de partida para el estudio de la significación de los sueños de
polución con respecto a la teoría de los sueños en general.
Mi experiencia personal me ha demostrado, sin embargo, que no siempre nos
llegamos a hallar en situación de interpretar la claridad o confusión de los sueños
como seguridad o duda en el material onírico. Más adelante habremos de señalar,
en la elaboración onírica, el factor, no mencionado hasta ahora, de cuya
actuación depende especialmente esta escala de cualidades del sueño.
Algunos sueños, en los que se mantiene durante cierto tiempo una
determinada situación o decoración, aparecen cortados por interrupciones que
son descritas en su relato con las palabras siguientes: «Parece luego como si al
mismo tiempo fuera un lugar distinto y allí sucede esto y lo otro». Aquello que
de este modo interrumpe la acción principal del sueño, la cual puede continuar
después al cabo de un intervalo, resulta ser, en las ideas latentes, un elemento
accesorio; por ejemplo, un pensamiento intercalado. La condicionalidad dada en
las ideas latentes es representada en el sueño por simultaneidad (si-cuando).
¿Cuál es el significado de la sensación de no poder moverse, frecuentísima
en el sueño y tan cercana a la angustia? Queremos andar y permanecemos como
clavados en un sitio; queremos hacer algo y se nos oponen continuos obstáculos.
El tren echa a andar y no podemos alcanzarlo; vamos a levantar la mano para
vengar una ofensa y no lo conseguimos, etc. Al examinar los sueños
exhibicionistas tropezamos ya con esta sensación, mas no intentamos
profundizar seriamente en su sentido. Es muy cómodo, pero también muy
insuficiente, responder que durante el reposo existe una parálisis motora que se
hace notar al durmiente por dicha sensación; pues, de ser así, habríamos de
preguntarnos cómo es que no soñamos de continuo con tales movimientos
estorbados. Debemos, pues, suponer que tal sensación, susceptible siempre a
surgir durante el reposo, obedece a determinados fines de la representación y no
es despertada sino cuando el material onírico precisa de ella para una
determinada exteriorización.
La imposibilidad de realizar algo no aparece siempre en el sueño como
sensación, sino también, simplemente, como parte del contenido manifiesto. La
comunicación de un ejemplo de este género ha de contribuir al esclarecimiento
del proceso onírico discutido. Expondré, pues, muy abreviadamente, un sueño en
el que aparezco acusado de falta de honradez: «La escena representa una mezcla
de sanatorio particular y varios otros locales. Se presenta un criado y me invita a
seguirle para ser objeto de un registro. En el sueño sé que se ha echado algo de
menos y que el registro obedece a la sospecha de que soy yo quien se ha
apropiado lo que falta. El análisis nos muestra que el concepto registro debe ser
tomado en doble sentido e incluye también el registro (reconocimiento) médico.
Penetrado de mi inocencia y consciente de mi autoridad de médico de cabecera y
consejero en aquella casa, sigo tranquilamente al criado. Ante una puerta nos
recibe otro, que dice, señalándome: ‘¡Cómo me trae usted a este señor, que es
una persona decente!’ Sin que el criado me acompañe ya, paso a un amplio salón
en el que se hallan instaladas diversas máquinas y que me recuerda una cámara
de tormento con sus infernales torturas. Atado a uno de los potros veo a uno de
mis colegas, que, contra lo que. era de esperar, no repara atención ninguna en mi.
Resulta que ahora puedo ya irme (puedo ya andar). Pero no encuentro mi
sombrero y no puedo irme (no puedo andar)».
La realización de deseos de este sueño es evidentemente la de ser reconocido
como persona honorable y poder irme. Por tanto, debe existir en las ideas
latentes un amplio material contrario a dicha realización. El poder marcharme es
señal de que ha sido absuelto y, por tanto, si el sueño trae consigo, al terminar,
un incidente que me lo impide, no ha de ser muy aventurado concluir que por
medio de este rasgo se exterioriza dicho material contrario, reprimido. Así, pues,
el no encontrar el sombrero significa que no soy un hombre honrado. La
imposibilidad de realizar algo en el sueño es una expresión de la contradicción,
un «no», y, por tanto, habremos de rectificar nuevamente nuestra anterior
afirmación de que el sueño no puede expresar el «no[412]».
En otros sueños en los que la imposibilidad de realizar el movimiento no
aparece ya tan sólo como situación, sino como sensación, queda expresada por la
sensación de parálisis la misma contradicción, pero más enérgicamente, como
una voluntad a la que se opone la voluntad contraria. Así, pues, la sensación de
parálisis representa un conflicto de la voluntad. Más adelante veremos que
precisamente la parálisis motora durante el reposo es una de las condiciones
fundamentales del proceso psíquico que se desarrolla en el curso del sueño. El
impulso transferido a las vías motoras no es otra cosa que la voluntad y nuestra
seguridad de que en el reposo habremos de sentir como coartado dicho impulso
hace que todo este proceso sea apropiadísimo para la representación del querer y
del no que al mismo se opone. Después de mi explicación de la angustia, se
comprende fácilmente que la sensación de coerción de la voluntad se nos
muestre tan próxima a dicho estado y se enlace con él tan frecuentemente en el
sueño. La angustia es un impulso libidinoso que parte de lo inconsciente y es
coartado por lo preconsciente[413]. Por tanto, en aquellos sueños o fragmentos
del sueño en los que la sensación de parálisis aparece acompañada de angustia,
tiene que tratarse de una volición que fue susceptible alguna vez de desarrollar
libido, o sea de un impulso sexual.
Más adelante discutiremos lo que significa el juicio «Estoy soñando» o «Esto
no es más que un sueño», que con tanta frecuencia surge en nosotros mientras
soñamos, y examinaremos a qué poder psíquico hemos de atribuirlo. Adelantaré
únicamente que su objeto es rebajar el valor de lo soñado. El problema de qué es
lo expresado cuando un cierto contenido es calificado de «soñado» en el sueño
mismo; esto es, el problema del «sueño en el sueño», ha sido resuelto en un
análogo sentido por W. Stekel, mediante el análisis de varios ejemplos
convincentes. El calificar de «soñada» una parte de un sueño dentro del sueño
mismo, tiene por objeto rebasar nuevamente su valor y despojarla de su realidad.
Aquello que al final de un «sueño en el sueño» continuamos soñando es lo que el
deseo onírico quiere sustituir a la extinguida realidad. Podemos, pues, admitir
que lo soñado contiene la representación de la realidad, el recuerdo verdadero y,
por lo contrario, el sueño subsiguiente no entraña sino la representación de lo
meramente deseado por el sujeto. Así, pues, la inclusión de determinado
contenido en un «sueño en el sueño» habrá de considerarse equivalente al deseo
de que lo calificado así de sueño no hubiese sucedido. O dicho de otro modo:
cuando un determinado suceso es situado en un sueño por la elaboración onírica
misma, podemos considerar este hecho como la más decisiva confirmación de su
realidad y su más enérgica afirmación. La elaboración onírica emplea el soñar
mismo como una forma de repulsa y confirma así la teoría de que el sueño es
una realización de deseos.

D) El cuidado de la representabilidad.

La investigación de cómo representa el sueño las relaciones dadas entre las


ideas latentes ha constituido hasta aquí nuestro principal objeto: más, sin
embargo, nos hemos extendido en varias ocasiones a considerar el problema de
cuáles son las transformaciones que la constitución de los sueños impone, en
general, al material onírico. Sabemos ya que este material, despojado de casi
todas sus relaciones, experimenta una comprensión, en tanto que la acción
simultánea de desplazamiento de intensidad entre sus elementos le impone una
transmutación de su valor psíquico. Los desplazamientos que hasta ahora hemos
examinado demostraron ser sustituciones de una representación determinada por
otra asociativamente contigua a ella y se revelaron como muy útiles para la
condensación, permitiendo que en lugar de dos elementos pasase al contenido
manifiesto uno sólo intermedio común entre ellos. Pero el proceso de
desplazamiento puede también revestir una forma distinta que aún no hemos
mencionado y que, según nos muestra el análisis, se manifiesta en una permuta
de la expresión verbal de las ideas correspondientes. Trátase siempre del mismo
proceso —un desplazamiento a lo largo de una cadena de asociaciones—, pero
desarrollado en esferas diferentes, y su resultado es que en el primer caso queda
constituido un elemento por otro, y en el segundo, cambia un elemento su
expresión verbal por otra distinta.
Este segundo género del desplazamiento que se desarrolla en la formación de
los sueños presenta, desde luego, un gran interés teórico y es, además,
particularmente apropiado para esclarecer la apariencia de fantástico absurdo con
la que el sueño se disfraza. El desplazamiento se realiza siempre en el sentido de
sustituir una expresión incolora y abstracta de las ideas latentes por otra plástica
y concreta. No es difícil comprender la utilidad y con ella el propósito de esta
sustitución. Lo plástico es susceptible de representación en el sueño y puede ser
incluido en una situación, en tanto que la expresión abstracta ofrecería a la
representación onírica dificultades análogas a las que hallaríamos al querer
ilustrar un artículo de fondo de un diario político. Pero tal cambio de expresión
no favorece únicamente la representatividad, sino que resulta también ventajoso
para la condensación y la censura. Una vez que la idea latente abstractamente
expresada e inutilizable en esta forma es trasladada a un lenguaje político, se
producen más fácilmente que antes, entre tal idea en su nueva forma expresiva y
el restante material onírico, aquellos contactos e identidades de que la
elaboración precisa, hasta el punto de crearlos cuando no los encuentra ciados de
antemano, pues los términos concretos son en todo idioma y a consecuencia de
su desarrollo más ricos en conexiones que los abstractos. Podemos, pues,
representarnos que gran parte de aquella labor intermedia que en la formación de
los sueños tiende a reducir las diversas ideas latentes a una expresión unitaria y
breve en lo posible queda realizada en esta forma por medio de una adecuada
modificación verbal de los distintos elementos latentes. Aquella idea cuya
expresión hubiera de permanecer invariada por una razón cualquiera ejercería
una influencia de distribución y selección sobre las posibilidades de expresión de
la otra, y esto quizá desde un principio, como sucede en la labor del poeta. Los
versos consonantes de una composición rimada han de satisfacer dos
condiciones: expresar el sentido que les corresponda y hallar para él una
expresión que contenga la rima. Las mejores poesías son aquéllas en las que no
se advierte la intención de hallar la rima, habiendo escogido de antemano ambos
pensamientos por inducción recíproca una expresión verbal, que mediante una
ligera elaboración ulterior haga surgir la consonancia.
La permuta de la expresión verbal favorece en algunos casos la condensación
onírica por un camino aún más corto, hallando un giro equívoco susceptible de
proporcionar expresión a más de una de las ideas latentes. De este modo resulta
aprovechable para la elaboración de los sueños todo el sector del chiste verbal.
Esta gran importancia que la palabra nos revela poseer para la formación de los
sueños no es cosa que deba asombrarnos. La palabra, como punto de
convergencia de múltiples representaciones, es, por decirlo así, un equívoco
predestinado, y las neurosis (fobias, representaciones obsesivas) aprovechan, con
igual buena voluntad que el sueño, las ventajas que la misma les ofrece para la
condensación y el disfraz[414]. No es difícil demostrar que el desplazamiento de
la expresión resulta también favorable al disfraz de los sueños, pues siempre
induce en error el que una palabra de doble sentido sustituya a dos de uno solo, y
la sustitución de la tímida forma expresiva cotidiana por otra, plástica, detiene
nuestra comprensión, sobre todo cuando, como sucede en el sueño, no hay nada
que nos indique si los elementos dados han de ser interpretados literalmente o en
un sentido indirecto, ni si por mediación de giros usuales intercalados al material
del sueño. Ante la interpretación de un elemento onírico es, en general, dudoso:
a) Si debe ser tomado en sentido positivo o negativo (relación antinómica).
b) Si debe ser interpretado históricamente (como reminiscencia).
c) Simbólicamente.
d) O si debemos utilizar, para nuestra interpretación, su sentido literal.
A pesar de esta multiplicidad de sentidos, puede decirse que las
representaciones de la elaboración onírica, que no pretenden ser comprendidas,
no plantean al traductor mayores dificultades que los antiguos jeroglíficos a sus
lectores.
En el presente trabajo hemos expuesto ya repetidos ejemplos de
representaciones oníricas, enlazadas únicamente por el doble sentido de la
expresión («La boca se abre bien», en el sueño de la inyección de Irma. «No
puedo irme (andar) todavía», en el últimamente citado, etc.). Comunicaré ahora
un sueño en cuyo análisis desempeña un papel más importante la representación
plástica de las ideas abstractas. La diferencia entre esta interpretación onírica y la
que se realiza por medio del simbolismo, como en la antigüedad, puede
determinarse con toda precisión. En la interpretación simbólica, la clave de la
simbolización es elegida por el interpretador, mientras que en nuestros casos de
disfraz idiomático, son tales claves generalmente conocidas y aparecen dadas
por una fija costumbre del lenguaje. Disponiendo en la ocasión precisa de la
ocurrencia exacta, se hace posible interpretar total o fragmentariamente estos
sueños sin recurrir para nada al sujeto.
Una señora amiga mía tiene el siguiente sueño: «Está en la ópera. Se
representa una obra de Wagner que ha durado hasta las siete y cuarto de la
mañana. El patio de butacas está lleno de mesas en las que comen y beben los
espectadores. A una de ellas se halla sentado, con su mujer, un primo suyo, que
acaba de regresar del viaje de novios. Junto a ellos, un aristócrata. De éste se
sabe que la recién casada se lo ha traído de su viaje, franca y abiertamente, como
quien se trae un sombrero o un recuerdo de los lugares visitados. En el centro del
patio de butacas se alza una alta torre que sustenta una plataforma rodeada de
una verja de hierro. Allí arriba, el director de orquesta, cuyo rostro es el de Hans
Richter, corre sin descanso de un lado para otro detrás de la verja, suda
copiosamente y dirige a los músicos, agrupados abajo en derredor de la base de
la torre. La sujeto está sentada en un palco con una amiga (conocida mía). Su
hermana menor quiere alcanzarle desde el patio de butacas un gran pedazo de
carbón, alegando que no había sabido que iba a durar tanto tiempo y se helaba
ahora miserablemente. (Como si durante la larga representación tuviera que ser
alimentada la calefacción de los palcos.)»
Se trata, como puede verse, de un sueño harto desatinado, aunque bien
concretado en una situación. Sus dos mayores absurdos son la torre que se alza
en medio del patio de butacas y desde cuya cima dirige el músico la orquesta, y
el trozo de carbón que la hermana de la sujeto alcanza a ésta. Intencionadamente,
no sometí este caso al análisis en la forma acostumbrada, y con sólo cierto
conocimiento de las circunstancias personales de la sujeto del sueño me fue
posible interpretar fragmentos aislados del mismo. Me era sabido que la sujeto
había sentido una extraordinaria inclinación hacia un músico, cuya carrera hubo
de quedar prematuramente interrumpida por una enfermedad mental. Me decidí,
pues, a interpretar literalmente la torre. De ello resulta que el hombre al que ella
hubiera querido ver en el lugar de Hans Richter se halla en una muy elevada
posición como expresión considerada como un producto mixto por oposición. Su
basamento representa la grandeza del hombre al que los pensamientos de la
sujeto se refieren, y la verja de su parte superior, detrás de la cual corre el mismo
de un lado para otro, como un prisionero o un animal enjaulado (alusión al
nombre del desdichado enfermo)[415], su triste destino ulterior. «Narrenturm»
(literalmente, «torre de locos») sería quizá la palabra en que hubieran podido
reunirse los dos pensamientos.
Después de haber descubierto de este modo la forma de representación
elegida por el sueño, podría intentarse solucionar, mediante la misma clave, el
segundo absurdo; esto es, el carbón que la hermana le alcanza. «Carbón» tenía
que significar «amor secreto».

Ningún fuego ni carbón ninguno


quema tan ardientemente
como el amor secreto,
del que nadie sabe nada.

(Canción popular alemana.)

Tanto ella como su amiga se habían quedado sentadas (giro alemán ‘Sitzen
geblieben’ de sentido equivalente al castellano «quedarse para vestir imágenes»).
La hermana menor, que tiene aún probabilidades de casarse, le alcanza el carbón
«porque no había sabido que iba a durar tanto tiempo». El sueño no nos dice el
qué. En un relato completaríamos nosotros la frase, agregando: la
representación; pero en el sueño tenemos que atender a la expresión verbal en sí
y reconocerla como de doble sentido, añadiendo: «su soltería». La interpretación
«amor secreto» queda entonces confirmada por la mención del primo de la
durmiente, que se halla con su mujer en el patio de butacas, y por las públicas
relaciones amorosas atribuidas a la recién casada. Las antinomias entre amor
secreto y amor público, entre el ardor de la sujeto y la frialdad de la joven
esposa, constituyen el elemento dominante de todo el sueño. En los dos términos
de estas antinomias encontramos, además, a una «persona de elevada posición»
como expresión intermedia entre el aristócrata y el músico, en el que se
fundaban justificadamente grandes esperanzas.
Las observaciones que anteceden nos descubren, por fin, un tercer factor,
cuya participación en la transformación de las ideas latentes en contenido
manifiesto debe estimarse harto importante. Este factor es el cuidado de la
representabilidad por medio del material psíquico peculiar de que el sueño se
sirve, o sea casi siempre por medio de imágenes visuales. Entre las diversas
conexiones accesorias a las ideas latentes esenciales, será preferida aquella que
permita una representación visual y la elaboración onírica no rehuirá el trabajo
de fundir primero en una distinta forma verbal —por desacostumbrada que ésta
sea— la idea abstracta irrepresentable plásticamente, si con ello ha de conseguir
darle una representación y poner término al ahogo psicológico del pensamiento
obstruido. Este vaciado del contenido ideológico en otra forma distinta puede
también ponerse simultáneamente al servicio de la labor de condensación y crear
conexiones, que de otro modo no existirían, con una idea diferente, la cual puede
a su vez haber cambiado de antemano su forma expresiva en favor del mismo
propósito.
Herbert Silberer ha indicado un excelente procedimiento para observar
directamente la transformación de ideas en imágenes que tiene efecto en la
formación de los sueños, y estudiar así aisladamente este factor de la elaboración
onírica. Cuando hallándose fatigado y adormecido se imponía un esfuerzo
mental, le sucedía con frecuencia que la idea buscada se le escapaba y surgía, en
cambio, una imagen en la que podía reconocer una sustitución de la misma.
Silberer da a esta sustitución el calificativo —no muy apropiado— de
«autosimbólica». Quiero reproducir aquí alguno de los ejemplos citados por este
autor, ejemplos sobre los cuales habré de retornar más adelante, a causa de
determinadas cualidades de los fenómenos en ellos observados:
Ejemplo número 1. Pienso en que tengo que suavizar el estilo, un poco
áspero, de algunos párrafos de un artículo.
Símbolo. —Me veo cepillando un trozo de madera.
Ejemplo número 5. Intento hacerme presente el objeto de ciertos estudios
metafísicos, que me propongo emprender.
A mi juicio, la utilidad de tales estudios consiste en que la investigación de
las causas finales va abriendo camino al investigar hasta formas de conciencia o
capas de existencia cada vez más elevadas.
Símbolo. —Introduzco un largo cuchillo por debajo de una tarta como para
servirme un pedazo.
Interpretación. —Mi movimiento con el cuchillo significa el «abrirse
camino» de que en mi pensamiento se trata… La base en que este símbolo se
funda es la siguiente: en la mesa suelo encargarme alguna vez de cortar y servir a
los demás una tarta, utilizando para ello un largo cuchillo flexible, cosa que
requiere cierto cuidado. Sobre todo, resulta difícil extraer limpiamente los
pedazos una vez cortados, y el cuchillo tiene que ser exactamente introducido
por debajo de cada uno de ellos (el lento «abrirse paso» para llegar a los
fundamentos). Pero aún entraña la imagen más amplio simbolismo. La tarta del
símbolo era de aquellas que se hallan compuestas de varias capas de hojaldre,
alternando con otras de dulce, o sea una tarta en la que el cuchillo tiene que
penetrar al cortarla a través de diferentes capas (las capas de la conciencia y el
pensamiento).
Ejemplo número 9. Pierdo el hilo de mis pensamientos en un determinado
proceso mental. Me esfuerzo en volverlo a hallar, pero tengo que reconocer que
el punto de enlace se me ha escapado por completo.
Símbolo. —Un párrafo escrito al que faltan las últimas líneas.
Conociendo el papel que en la vida mental de los hombres cultos
desempeñan los chistes, citas, poesías y proverbios, no ha de extrañarnos que
para la representación de las ideas latentes sean utilizados con gran frecuencia
disfraces de este género. ¿Qué representan, por ejemplo, en un sueño varios
carros cargados cada uno con una legumbre diferente? No es difícil adivinar que
tal imagen expresa el deseo contrario al significado de la frase hecha Kraut und
Rueben que entraña la idea de «revoltijo» y significa, por tanto, «desorden», me
sorprende que este sueño me ha sido comunicado sólo una vez[416]. Sólo para
escasas materias se ha formado un simbolismo onírico de validez general sobre
la base de sustituciones de palabras y alusiones generalmente conocidas. La
mayor parte de este simbolismo es, además, común al sueño, a la psiconeurosis,
a las leyendas y los usos populares.
Un más detenido examen de esta cuestión nos fuerza a reconocer que la
elaboración onírica no realiza con este género de sustituciones nada original.
Para la consecución de su fin —la representabilidad exenta de censura, en este
caso— no hace sino seguir los caminos que encuentra ya trazados de antemano
en el pensamiento inconsciente, prefiriendo aquellas transformaciones del
material reprimido, que pueden llegar también a hacerse conscientes a título de
chistes y alusiones, y de las que aparecen colmadas todas las fantasías de los
neuróticos. De este modo se nos hacen comprensibles las interpretaciones
oníricas de Scherner, cuyo nódulo de verdad defendimos ya en otro lugar de este
libro. Las fantasías sobre el propio cuerpo del sujeto no son, en modo alguno,
privativas ni siquiera características del sueño. Mis análisis me han demostrado,
por el contrario, que constituyen un proceso general del pensamiento
inconsciente de los neuróticos y se derivan de la curiosidad sexual, cuyo objeto
son para el joven o la muchacha los órganos genitales, tanto los del propio sexo
como los del contrario. Pero, como ya lo hacen resaltar muy acertadamente
Scherner y Volkelt, no es la casa el único círculo de representaciones que el
sueño y las fantasías inconscientes de la neurosis utilizan para la simbolización
del cuerpo. Conozco, desde luego, pacientes que han conservado el simbolismo
arquitectónico del cuerpo y de los genitales (el interés sexual sobrepasa con
exceso el terreno de los genitales exteriores), y para los cuales las columnas y los
pilares representan las piernas (como en el Cantar de los cantares); cada puerta,
una de las aberturas del cuerpo («agujero»); las cañerías, el aparato vesical, etc.
Pero también el círculo de representaciones de la vida vegetal o el de la cocina
son empleados para el encubrimiento de imágenes sexuales[417]. En el primero
de estos círculos de representaciones hallamos elaborados ya por los usos del
idioma un precipitado de metáforas de la fantasía, procedentes de las épocas más
antiguas (la «viña» del Señor, la «semilla», el «jardín de la doncella» en el
Cantar de los cantares). Por medio de alusiones, aparentemente inocentes, a las
faenas culinarias pueden también pensarse y soñarse las más repulsivas e íntimas
particularidades de la vida sexual, y la sintomática de la histeria se hace
ininterpretable si olvidamos que el simbolismo sexual puede ocultarse, mejor
que en ningún otro lado, detrás de lo cotidiano e insignificante. El que un niño
neurótico no pueda ver la sangre o la carne cruda o vomite a la vista de los
huevos o de los fideos, y el enorme incremento que toma en el adulto neurótico
el natural temor que al hombre normal inspiran los reptiles; todo ello posee un
sentido sexual, y al servirse de tales disfraces no hace la neurosis más que seguir
los caminos hollados por la humanidad entera en antiguos períodos de
civilización, caminos que, bajo una ligera capa de tierra acumulada por los
siglos, continúan aún existiendo hoy día, como lo prueban los usos del lenguaje,
las supersticiones y las costumbres.
Añadiré aquí el «sueño de las flores», del que ya tratamos en páginas
precedentes, subrayando en su redacción todo lo que debe interpretarse como
sexual. Este bello sueño cesó de gustar a la paciente una vez interpretado.
a) Sueño preliminar: «Va a la cocina, en la que se hallan las dos criadas, y las
regaña por no haber terminado aún de hacer “ese poco de comida”. Mientras
tanto, ve gran cantidad de groseros utensilios de cocina puestos boca abajo a
escurrir y formando un montón». Agregación posterior: «Las dos criadas van por
agua. Para ello tienen que meterse en un río que llega hasta la casa o entra en el
patio[418]».
b) Sueño principal[419]: «Baja de una altura[420] por encima de una singular
pasarela, que es como un seto de mimbres entretejidos formando pequeños
cuadrados[421]. No constituye esto, precisamente, un camino, y la sujeto avanza
preocupada de encontrar sitio en que afirmar sus pies, pero al mismo tiempo
muy contenta de ver que sus vestidos no quedan enganchados en ningún sitio y
puede conservar así un aspecto decente[422]. En la mano lleva una gran
rama[423], como de un árbol, con flores rojas[424] y muy frondosa. En el sueño
cree la sujeto que son flores de cerezo, pero parecen más bien camelias, aunque
éstas no crecen en un árbol. La rama muestra primero una de estas flores, luego
dos y luego otra vez una[425]. Al llegar abajo se han deshojado ya casi por
completo. En esto se ve a un criado que se diría está peinando a un árbol
parecido, pues arranca de él con una madera gruesos mechones de pelo que
cuelgan de su tronco como si fuera musgo. Otros trabajadores han cortado de un
jardín ramas semejantes a la suya y las han tirado a la calle. La gente que pasa
las recoge. Ella pregunta si aquello está bien hecho y si también ella puede coger
una[426]. En el jardín ve a un joven (un extranjero conocido suyo) y se dirige a él,
preguntándole cómo podrán trasplantarse tales ramas a su propio jardín[427]. El
joven la abraza, pero ella se resiste y le pregunta cómo se le ocurre pensar que
puede abrazarla así. Él dice que no es ninguna falta y que está permitido. Se
declara dispuesto a ir con ella al otro jardín para enseñarla cómo se hace el
trasplante, y le dice algo que ella no comprende: Me faltan, además, tres metros
—luego dice ella: metros cuadrados— o tres brazas de fondo. Es como si
quisiera exigir algo de ella a cambio de su anuencia, como si tuviera la intención
de compensarse en su jardín o burlar alguna ley y aprovecharse sin causarle a
ella ningún perjuicio[428]. No sabe si luego le enseña él realmente algo».
Este sueño que yo he adelantado para mostrar sus elementos simbólicos, se
le puede describir como biográfico. Sueños así ocurren frecuentemente durante
el psicoanálisis, pero tal vez escasamente fuera de él[429].
Poseo, naturalmente, material sobrado de este género, pero su comunicación
nos haría adentrarnos demasiado en la discusión de las circunstancias de las
neurosis. Baste decir que todo nos lleva a la misma conclusión: la de que no
necesitamos admitir en la elaboración onírica especial actividad simbolizante del
alma, pues el sueño se sirve de simbolizaciones que ya se hallan contenidas en el
pensamiento inconsciente, dado que por escapar a la censura satisfacen, tanto
por su representabilidad como ampliamente, tales simbolizaciones todas las
exigencias de la formación de los sueños.

E) La representación simbólica en el sueño. Nuevos sueños típicos.

Una vez familiarizados con el extensísimo empleo del simbolismo para la


representación del material sexual en el sueño, surge en nosotros la interrogación
de si muchos de tales símbolos no poseerán siempre, como ciertos signos de la
taquigrafía, una significación fija, y nos sentimos tentados de componer una
nueva «clave de los sueños». Pero hemos de observar que este simbolismo no
pertenece exclusivamente al sueño, sino que es característico del representar
inconsciente, en especial del popular, y se nos muestra en el folklore, los mitos,
las fábulas, los modismos, los proverbios y los chistes corrientes de un pueblo,
mucho más amplia y completamente aún que en el sueño. Así, pues, para dedicar
al símbolo toda la atención que su importancia merece y discutir los numerosos
problemas inherentes a su concepto, problemas no resueltos aún en su mayor
parte, habríamos de traspasar considerablemente el tema de la interpretación
onírica[430]. Por tanto, nos limitaremos a indicar que si bien la representación
simbólica es, desde luego, una representación indirecta, hay múltiples indicios
que nos advierten de la conveniencia de no incluirla entre las demás
representaciones de este género sin una previa diferenciación basada en la clara
inteligencia de aquello que se nos insinúa como peculiarísimo a ella. En toda una
serie de casos descubrimos a primera vista la comunidad existente entre el
símbolo y el elemento por él representado. Otros, en cambio, mantienen oculta
tal comunidad, y entonces nos resulta enigmática la elección del símbolo. Pero
precisamente éstos son los que han de esclarecer el último sentido de la relación
simbólica, pues indican que la misma es de naturaleza genesíaca. Aquello que en
la actualidad se nos muestra enlazado por una relación simbólica se hallaba
probablemente unido en épocas primitivas por una identidad de concepto y de
expresión verbal[431]. La relación simbólica parece ser un resto y un signo de
antigua identidad. Puede asimismo observarse que la comunidad de símbolos
traspasa en muchos casos la comunidad del idioma, como ya lo afirmó Schubert
en 1814[432]. Algunos símbolos son tan antiguos como el idioma; otros, en
cambio, son de creación actual (por ejemplo, el dirigible, el zepelín).
El sueño utiliza, como ya indicamos, este simbolismo para la representación
disfrazada de sus ideas latentes. Entre los símbolos así utilizados hay,
ciertamente, muchos que entrañan siempre, o casi siempre, la misma
significación. Recuérdese ahora la singular plasticidad del material psíquico. Un
símbolo incluido en el contenido manifiesto debe ser interpretado con frecuencia
en su sentido propio y no simbólicamente. En cambio, puede también suceder
que, basándose en un material mnémico especial, se arrogue un sujeto el derecho
de utilizar como símbolo sexual algo que no suele nunca recibir tal empleo.
Asimismo, cuando el sujeto puede elegir entre varios símbolos para representar
cierto contenido, se decidirá por aquel que entrañe, además, relaciones objetivas
con su restante material ideológico y permite, por tanto, una motivación
individual, a más de la típica.
Las modernas investigaciones sobre los sueños han probado
indiscutiblemente la existencia del simbolismo onírico —el mismo H. Ellis
confiesa que es imposible negarla—; pero hemos de reconocer que esta
circunstancia dificulta en grado sumo la interpretación. La técnica interpretativa,
basada en las asociaciones libres del sujeto, se demuestra, en efecto, ineficaz
para la solución de los elementos simbólicos del contenido manifiesto. Por otro
lado, obvias razones de crítica científica nos impiden entregarnos al arbitrio del
interpretador, volviendo a la técnica empleada en la antigüedad y renovada hoy,
según parece, en las libres interpretaciones de Stekel. Así, pues, los elementos
simbólicos del contenido manifiesto nos obligan a emplear una técnica
combinada que se apoya, por un lado, en las asociaciones del sujeto, y completa,
por otro, la interpretación con el conocimiento que el interpretador posee del
simbolismo. Para eludir todo reproche de arbitrariedad en la interpretación tiene
que coincidir una gran prudencia crítica en la solución de los símbolos, con un
cuidadoso estudio de los mismos en ejemplos de sueños particularmente
transparentes. Las inseguridades inherentes aún a nuestra actividad de
onirocríticos provienen, en parte, de la insuficiencia actual de nuestros
conocimientos —insuficiencia que podrá desaparecer ante nuevos progresos de
la investigación— y dependen, por lo demás, de ciertas cualidades de los
mismos símbolos oníricos. Estos poseen, con frecuencia, múltiples sentidos y su
significación exacta depende en cada caso, como sucede con los signos de la
escritura china, del contexto en el que se hallan incluidos. A esta multiplicidad
de sentidos de los símbolos vienen a agregarse la multiplicidad de
interpretaciones de que el sueño es susceptible y su facultad de representar por
medio de un mismo contenido diversos impulsos optativos y formaciones
ideológicas de naturaleza muy diferente.
Después de estas limitaciones y reservas expondré la significación de
algunos símbolos. El emperador y la emperatriz o el rey y la reina representan
casi siempre a los padres del sujeto, y este mismo queda simbolizado por el
príncipe o la princesa. La misma alta autoridad que al emperador o al rey suele
ser concedida a hombres de relevante personalidad, apareciendo así Goethe en
muchos sueños como símbolo paterno (Hitschmann). Todos los objetos
alargados —bastones, troncos de árboles, sombrillas y paraguas (estos últimos
por la semejanza que al abrirlos presenta con la erección)— y todas las armas
largas y agudas —cuchillos, puñales, picas— son representaciones del órgano
genital masculino. Otro frecuente símbolo del mismo, menos comprensible, es la
lima de las uñas (quizá por su acción de frotar). Los estuches, cajas, cajones y
estufas corresponden al útero, como también las cuevas, los barcos y toda clase
de recipientes. Las habitaciones son casi siempre en el sueño mujeres, y la
descripción de sus diversas entradas y salidas suele confirmar esta
interpretación[433]. Dado esto se comprenderá la importancia de que la
habitación del sueño aparezca «abierta» o «cerrada» (cf. el sueño de Dora, en mi
Fragmento del análisis de una histeria). No creemos preciso indicar
expresamente cuál es la llave que abre la habitación. Este simbolismo de la
cerradura y la llave ha sido utilizado con malicioso ingenio por Uhland en el
«lied» del Conde de Eberstein. El sueño de huir a través de una serie de
habitaciones representa el sujeto en un burdel o un harem. Pero según ha
demostrado H. Sachs con la comunicación de varios acabados ejemplos, también
es utilizado este sueño para la representación del matrimonio (antítesis). Cuando
el sujeto sueña con dos habitaciones que antes eran una sola, o ve dividida en
dos una habitación conocida, o inversamente, encierra su sueño una interesante
relación con la investigación sexual infantil. Durante cierto periodo de la
infancia supone, en efecto, el niño que el órgano genital femenino se halla
confundido con el ano (la teoría de la cloaca), y sólo más tarde averigua que esta
región del cuerpo comprende dos cavidades distintas y orificios separados. Los
escalones, escalas y escaleras y el subir o bajar por éstas son representaciones
simbólicas del acto sexual[434]. Las paredes o muros lisos por los que trepamos
en sueños y las fachadas de casas por las que nos descolgamos —a veces con
intensa sensación de angustia— corresponden a cuerpos humanos en pie y
reproducen probablemente en el sueño el recuerdo del trepar infantil por las
piernas de los padres y guardadores. Los muros «lisos» son hombres. En la
angustia que sentimos soñando nos agarramos muchas veces a los «salientes» de
las casas por cuya fachada descendemos. Las mesas, las mesas puestas para
comer y las tablas son también mujeres, quizá por la antítesis de su lisura con las
redondeces del cuerpo femenino. La «madera» parece ser, en general, y
correlativamente a sus relaciones lingüísticas, una representante de la «materia»
femenina. Siendo «mesa y cama» lo que objetivamente constituye el
matrimonio, reemplaza en el sueño muchas veces la primera a la segunda,
quedando sustituidas en lo posible las representaciones del complejo sexual por
las del complejo de alimentación. Entre las prendas del vestir puede interpretarse
con frecuencia el sombrero femenino como un seguro símbolo de los genitales
masculinos. Lo mismo sucede con el abrigo. En los sueños de los hombres
encontramos muchas veces la corbata como símbolo del pene, no sólo por colgar
por delante y ser prenda característica del hombre, sino porque puede ser elegida
a capricho, cosa que la naturaleza no nos permite hacer con respecto al miembro
simbolizado[435]. Las personas que emplean este símbolo en sus sueños dan gran
importancia a las corbatas en su vestido y poseen verdaderas colecciones de
ellas. Todas las complicadas maquinarias y aparatos de los sueños son,
probablemente, genitales —casi siempre masculinos—, en cuya descripción
muestra el simbolismo onírico tan inagotable riqueza como chistoso ingenio. Las
armas y herramientas más diversas —arados, martillos, pistolas, revólveres,
puñales, sables, etc.— son también empleadas como símbolos del miembro
masculino. Asimismo muchos de los paisajes que vemos en sueños, sobre todo
aquellos que muestran puentes o montañas cubiertas de bosques, pueden ser
reconocidos fácilmente como descripciones de los órganos genitales.
Marcinoswski ha llevado a cabo el experimento de hacer dibujar a varias
personas los paisajes y locales que habían visto en sueños. Tales dibujos
patentizan la diferencia que existe en el sueño entre la significación manifiesta y
la latente. A primera vista semejan, en efecto, planos, cartas geográficas, etc.;
pero atentamente examinados, se revelan como representantes del cuerpo
humano, de los genitales, etc., y sólo una vez descubierta ésta su significación es
cuando facilitan la inteligencia del sueño correspondiente (cf. los estudios de
Prister sobre criptografía). Cuando el sueño nos presenta neologismos
incomprensibles deberemos pensar también en una fusión de elementos de
significado sexual. Los niños (los pequeños) suelen también constituir un
símbolo de los órganos genitales correlativamente a la costumbre corriente —
tanto en las mujeres como en los hombres— de dar al órgano sexual el cariñoso
apelativo de «mi pequeño». Jugar con un niño pequeño o pegarle, etc., son con
frecuencia representaciones oníricas de la masturbación. La calvicie, el cortarse
el pelo, la extracción o caída de una muela y la decapitación son utilizadas para
representar simbólicamente la castración. Cuando uno de los usuales símbolos
del pene aparece pluralmente en el sueño debemos interpretarlo como un medio
preventivo contra la castración. Tal es también el significado de la imagen
onírica de una lagartija —animal cuyo rabo crece nuevamente después de
cortado (véase el sueño de las lagartijas, cap. 2, apartado b)—. Varios de los
animales empleados en la mitología y en el folklore como símbolos de los
genitales desempeñan también en el sueño este papel. Así, el pez, el caracol, el
gato, el ratón (a causa del vello de los genitales) y, sobre todo, la serpiente,
símbolo el más importante del miembro viril. Los animales pequeños y los
parásitos representan a los niños de poco tiempo; por ejemplo, a los hermanitos
cuyo nacimiento viene a perturbar la hegemonía del primogénito. El hallarse
invadido por insectos parásitos es con frecuencia símbolo del embarazo. Como
un recentísimo símbolo onírico del miembro viril citaremos el globo dirigible,
justificado tanto por su relación con el vuelo como por su forma alargada. Stekel
cita en sus estudios acompañándola de ejemplos, toda una serie de todos los
símbolos, en parte no contrastados aún suficientemente. Los trabajos de este
autor, y en particular su libro El lenguaje de los sueños, contienen una riquísima
colección de soluciones de símbolos, muchas de las cuales han sido agudamente
adivinadas y han demostrado luego ser exactas. Así, las contenidas en el capítulo
sobre el simbolismo de la muerte. Pero la defectuosa crítica del autor y su
tendencia a generalizar a toda costa hacen que otras de sus interpretaciones sean
dudosas o francamente inaprovechables, de suerte que es necesario recomendar
la mayor prudencia en la aceptación de sus conclusiones. Habré, pues, de
limitarme a hacer resaltar aquí un escaso número de ejemplos.
Derecha e izquierda deben ser siempre interpretadas —según Stekel— en un
sentido ético. El camino de la derecha (el camino derecho) significa siempre el
camino del Derecho, y, en cambio, el izquierdo, el del delito. De este modo
puede el segundo representar la homosexualidad, el incesto y la perversión, y el
primero, el matrimonio y el comercio sexual con una mujer, etc. Todo esto
considerado siempre desde el punto de vista de la moral individual del soñador
(l. c., página 466). Los parientes, en general, desempeñan casi siempre en el
sueño el papel de genitales (pág. 473). Por mi parte, no he comprobado esta
afirmación sino con respecto al hijo, a la hija y a la hermana menor, o sea dentro
del sector de aplicación del «pequeño». En cambio, hemos reconocido, en
ejemplos indubitables, que las hermanas son símbolo de los senos y los
hermanos el de otros hemisferios más voluminosos. El no alcanzar un coche que
parte sin nosotros es interpretado por Stekel como representación del sentimiento
que el sujeto experimenta ante la diferencia de su edad con la de una persona
deseada (pág. 479). El equipaje con el que viajamos es la carga de pecados que
nos abruma (ibíd.). Pero precisamente esta imagen se demuestra también con
frecuencia como un innegable símbolo de los propios genitales. Stekel ha
atribuido, asimismo, significaciones simbólicas fijas a los números que a veces
surgen en nuestros sueños; pero estas interpretaciones no nos parecen ni muy
seguras ni de una validez general, aunque tengan que ser reconocidas como
verosímiles en muchos casos. Sin embargo, el número tres es un comprobado
símbolo de los genitales masculinos. Una de las generalizaciones establecidas
por Stekel se refiere a la significación de doble sentido de los símbolos genitales.
«¡Cuáles serán los símbolos que —por poco que la fantasía lo permita— no
puedan ser empleados tanto en el sentido masculino como en el femenino!» La
frase intercalada disminuye, desde luego, la seguridad de la afirmación, pues
sucede precisamente que no siempre permite la fantasía tal empleo distinto. De
todos modos, no creo innecesario hacer constar que, según mi experiencia en la
materia, la afirmación general de Stekel queda rotundamente contradicha por la
existencia de una gran diversidad. A más de aquellos símbolos que tan pronto
representan los genitales masculinos como los femeninos, hay otros que
corresponden predominantemente o casi de un modo exclusivo a un solo sexo, y
otros de los que sólo es conocida la significación masculina o la femenina. La
fantasía no permite, en efecto, el empleo de objetos y armas duros y alargados
como símbolos de los genitales femeninos, ni el de huecos (estuches, cajas,
cajones, etc.) como símbolos de los masculinos.
Es innegable que la tendencia del sueño y de las fantasías inconscientes a
emplear bisexualmente los símbolos sexuales revela un rasgo arcaico, dado que
la infancia desconoce la diferencia de los genitales y atribuye los mismos a
ambos sexos.
Los genitales pueden también ser representados en el sueño por otras partes
del cuerpo: el miembro viril por la mano o el pie, y el orificio genital femenino
por la boca, el oído y hasta el ojo. Las secreciones del cuerpo humano —el
moco, las lágrimas, la orina, el semen, etc.— pueden sustituirse entre sí en el
sueño. Esta última afirmación de W. Stekel, acertada en conjunto, ha sido
exactamente restringida por la observación de R. Reitler (Int. Zeitscher, f. Psych.,
I, 1913), de que generalmente se trata de la sustitución de una secreción
importante —el semen, por ejemplo— por otra indiferente.
Estas indicaciones, muy insuficientes, bastarán, por lo menos, para incitar a
otros investigadores a una más cuidadosa labor de colección[436]. En mis
Lecciones introductorias al psicoanálisis[437] va incluida una más amplia
exposición del simbolismo onírico.
Añadiré aquí algunos ejemplos del empleo de tales símbolos en los sueños,
ejemplos que demostrarán cuán imposible es llegar a la interpretación de un
sueño sin tener en cuenta el simbolismo y cuán imperiosamente se nos impone la
existencia del mismo en muchos casos. Pero al mismo tiempo quiero advertir
expresamente que no es tampoco posible limitar la traducción de los sueños a la
de los símbolos, prescindiendo de la técnica del aprovechamiento de las
ocurrencias del sujeto. Ambas técnicas de la interpretación onírica tienen que
completarse entre sí; pero tanto práctica como teóricamente pertenece el lugar
principal al procedimiento primeramente descrito que atribuye la importancia
decisiva a las manifestaciones del sujeto, sirviéndose de la traducción de los
símbolos como medio auxiliar.
1. El sombrero como símbolo del hombre (de los genitales masculinos)[438]
(1911).
(Fragmento del sueño de una mujer joven, agorafóbica a consecuencia del
temor a la seducción.)
Es verano y salgo de paseo por las calles. Llevo puesto un sombrero de paja
de forma singular, curvado su centro hacia arriba y pendientes los lados (al llegar
aquí se detiene un momento la sujeto como si vacilase en continuar su
descripción) de manera que uno de ellos cuelga más bajo que el otro. Me siento
alegre y segura, y al pasar junto a un grupo de jóvenes oficiales pienso: «Todos
vosotros no podéis nada contra mí».
En el análisis, al ver que la sujeto no asocia nada al sombrero de su sueño, le
digo: «El sombrero es, quizá, una representación de los genitales masculinos,
con su parte central erecta y las dos partes laterales colgando».
Intencionadamente me abstengo de interpretar el detalle de la desigual altura a la
que cuelgan los lados del sombrero, aunque precisamente la determinación de
semejantes detalles es la que señala el camino a la interpretación. Luego, añado:
«Su sueño le indica que, poseyendo un marido con unos genitales tan
espléndidos, no tiene usted por qué sentir miedo de los oficiales; esto es, desear
nada de ellos, pues sus fantasías, en las que se imagina usted arrastrada por la
tentación, son lo que le impide salir de casa sin alguien que la acompañe y por
quien se sienta protegida». Fundándome en material distinto, le había dado ya
repetidas veces esta misma explicación de su angustia.
La actitud de la paciente después de esta interpretación es interesantísima.
Retira su descripción del sombrero y pretende no haber dicho que los lados
pendían desigualmente. Pero yo estoy demasiado seguro de haber oído bien para
dejarme inducir a error y me mantengo firme. Entonces permanece algún tiempo
en silencio y encuentra luego ánimos para preguntarme por qué tendrá su marido
un testículo más colgante que otro y si les sucede lo mismo a todos los hombres.
Con esto queda esclarecido el singular detalle del sombrero y obligada la
paciente a aceptar la interpretación en su totalidad.
El sombrero me era conocido como símbolo onírico desde mucho antes de
este caso. Por otros ejemplos menos transparentes creo poder aceptar que
también es susceptible de representar los genitales femeninos[439].
2. Los niños (los pequeños), como símbolo de los genitales.—El ser
atropellado es un símbolo del coito (1911).
(Otro sueño de la misma paciente agorafóbica.)
«Su madre manda salir a su hija pequeña para que tenga que ir sola. Luego
va ella con su madre en el tren y ve a su pequeña adelantarse hacia la vía y
colocarse sobre los rieles, de modo que ha de ser forzosamente atropellada. Se
oyen crujir los huesos (la sujeto experimenta aquí una sensación desagradable,
pero no espanto ni terror). Después mira hacia atrás por la ventanilla, para
observar si se ven los pedazos, y reprocha a su madre haber dejado marchar sola
a la pequeña».
Análisis. —No es fácil dar aquí una interpretación completa de este sueño,
pues forma, con otros varios, un ciclo onírico y no puede ser comprendido sino
en relación con ellos, dada la imposibilidad de reunir de otro modo el material
necesario para el esclarecimiento del simbolismo. La paciente opina primero que
el viaje en ferrocarril debe ser interpretado históricamente como alusión a su
partida de un sanatorio de enfermos nerviosos, de cuyo director se había
enamorado. Su madre fue a buscarla, y el médico las despidió en la estación,
regalándole un gran ramo de flores. A ella le resultó muy desagradable que su
madre fuera testigo de aquella atención. Aparece, pues, aquí la madre como
obstáculo a sus aspiraciones amorosas, papel que la severa señora había
desempeñado realmente durante la adolescencia de su hija. La asociación
siguiente se refiere a la frase «… después mira hacia atrás, para observar si se
ven los pedazos…» En la fachada del sueño teníamos, naturalmente, que pensar
en los pedazos de su hijita atropellada y destrozada. Pero la asociación aparece
orientada en un sentido muy distinto. La sujeto recuerda una ocasión en la que
vio a su padre, desnudo y vuelto de espaldas a ella, en el cuarto de baño. Este
recuerdo la conduce a hablar de las diferencias sexuales y observa que los
genitales masculinos resultan visibles aun hallándose la persona vuelta de
espaldas, mientras que los femeninos, no. En conexión con esto interpreta por sí
misma que «los pequeños» son los genitales y su «pequeña» (su hija, de cuatro
años de edad), sus propios genitales. Reprocha a su madre el haberle exigido que
viviese como si no tuviera genitales y vuelve a hallar este reproche en la frase
inicial del sueño: «Su madre manda salir a su hija pequeña para que tenga que ir
sola». En su fantasía, el ir sola por la calle significa no tener marido ni relación
sexual alguna (coire = ir juntos), abstinencia a la que ella se resiste. Según
propia confesión, su madre se manifestó celosa de ella en su adolescencia por la
predilección que el padre le demostraba.
Otro sueño de la misma noche, en el que la sujeto se identificó con su
hermano, nos da más profunda interpretación del anterior. De muchacha había
sido un poco marimacho y había oído decir repetidas veces que había nacido
chica por equivocación. Tal identificación con su hermano nos hace ya ver
claramente cómo los «pequeños» significan los genitales. La madre amenaza a
su hermano (a ella) con la castración, la cual no puede ser sino un castigo por el
vicio de jugar con el propio miembro, y por medio de esta circunstancia nos
muestra, además, la identificación que la sujeto se masturbó también de niña,
cosa de la que no ha conservado recuerdo sino con relación a su hermano. El
segundo sueño nos revela, asimismo, que en aquella época debió de adquirir un
temprano conocimiento, olvidado después, de las características del órgano
sexual masculino y alude al mismo tiempo a la infantil teoría sexual de que las
niñas no son sino niños castrados. Al exponerle yo esta opinión infantil,
confirma la sujeto mi hipótesis de que su sueño alude a ella, recordando la
anécdota siguiente: El niño: «¿Es que te lo han cortado?» La niña: «No; he sido
siempre así».
El mandar fuera a la pequeña, a los genitales, en el primer sueño, se refiere,
pues, también a la amenaza de castración. Por último, reprocha a su madre el no
haberla parido chico.
En este sueño no aparece patente que el ser atropellado simbolice el
comercio sexual, y no sería posible concluirlo de él si no lo supiéramos ya por
otros muchos casos más evidentes.
3. Representación de los genitales por edificios, escaleras y fosos (1911).
(Sueño de un joven coartado por el complejo del padre.)
«Pasea con su padre por un lugar que seguramente es el Práter, pues se ve la
rotonda, y delante de ella, un pequeño edificio anejo, al que se halla amarrado un
globo medio deshinchado. Su padre le interroga sobre la utilidad de todo
aquello, pregunta que le asombra, pero a la cual da, sin embargo, la explicación
pedida. Llegan después a un patio sobre cuyo suelo se extiende una gran plancha
de hojalata. El padre quiere arrancar un pedazo de ella, pero antes mira en
derredor suyo para cerciorarse de que nadie puede verle. El sujeto le dice
entonces que basta con prevenir al guarda para poder arrancar todo lo que se
quiera. Partiendo de este patio desciende una escalera a un foso, cuyas paredes
se hallan acolchadas en la misma forma que las cabinas telefónicas. Al extremo
de este foso comienza una larga plataforma, después de la cual hay otro foso
idéntico…»
Análisis. —Este sujeto pertenecía a un tipo de enfermo cuyo tratamiento
terapéutico resulta dificilísimo, pues, no ofreciendo al principio resistencia
ninguna al análisis, se hacen luego, en cierto estudio de la misma,
completamente inasequibles.
El sueño que antecede fue interpretado por él casi en su totalidad. «La
rotonda —dijo— representa mis órganos genitales, y el globo cautivo que se
encuentra ante ella no es otra cosa que mi pene, cuya facultad de erección ha
disminuido desde hace algún tiempo». O más exactamente traducido: la rotonda
es la región anal —que el niño considera generalmente como parte integrante del
aparato genital—, y el pequeño anejo que ante esta rotonda se alza y al que se
halla sujeto el globo cautivo representa los genitales. En el sueño le pregunta su
padre qué es lo que todo aquello significa; esto es, cuáles son el objeto y la
función de los órganos genitales. Sin temor a equivocarnos, podemos invertir la
situación y admitir así que es el hijo quien realmente interroga. No habiendo el
sujeto planteado nunca en la vida real tal pregunta a su padre, debe considerarse
esta idea latente del sueño como un deseo a tomarla condicionalmente; esto es,
en la forma que sigue: «Si yo hubiera solicitado de mi padre una información
sobre las cuestiones sexuales…» Más adelante hallaremos la continuación y el
desarrollo de esta idea.
El patio sobre cuyo suelo se halla extendida la plancha de hojalata no debe
ser considerado, en esencia, como un símbolo, pues procede de un recuerdo del
local en que el padre ejercía su comercio. Por discreción he sustituido por
«hojalata» el artículo en que realmente comercia el padre, sin cambiar en nada
más el texto del sueño. El sujeto, que ha comenzado a ayudar al padre en sus
negocios, ha visto con gran repugnancia desde el primer día lo incorrecto de
algunos de los procedimientos en los que reposa gran parte del beneficio
obtenido. Así, pues, podemos dar a la idea que antes dejamos interrumpida la
continuación siguiente: («Si yo hubiera preguntado a mi padre, me hubiera
engañado como engaña a sus clientes».)
El deseo del padre de arrancar un pedazo de la plancha de hojalata pudiera
ser representación de su falta de honradez comercial; pero el mismo sujeto del
sueño nos da otra explicación distinta, revelándonos que es un símbolo del
onanismo. Esta interpretación coincide con nuestro conocimiento de los
símbolos; pero, además, está perfectamente de acuerdo con ella el hecho de que
el secreto en que se han de realizar las prácticas masturbadoras queda expresado
por la idea antitética (puede arrancar abiertamente lo que quiera). Tampoco
extrañamos ver al hijo atribuir al padre el onanismo, del mismo modo que le ha
atribuido la interrogación de la primera escena del sueño. El foso acolchado es
interpretado por el sujeto como una representación de la vagina, con sus suaves y
blancas paredes, interpretación a la que nuestro conocimiento de los símbolos
nos permite añadir que el descenso al foso significa, como en otros casos, la
realización del coito.
La circunstancia de hallarse el primer foso seguido de una larga plataforma,
al final de la cual hay otro nuevo foso, nos la explica el sujeto por un detalle
biográfico. Después de haber tenido frecuentes relaciones sexuales, se halla
privado de ellas por inhibiciones patológicas que le impiden realizar el coito y
espera que el tratamiento a que se ha sometido le devuelva su perdido vigor.
Hacia su final se hace el sueño más impreciso, induciéndonos a sospechar la
influencia, ya desde su segunda escena, de un nuevo tema, al que se refiere el
comercio del padre, su poco escrupuloso proceder y la vagina representada por
la primera fosa, todo lo cual nos mueve a suponer una relación con la madre del
sujeto[440].
4. Simbolización de los genitales masculinos por personas y de los femeninos
por un paisaje (1911).
(Sueño de una mujer perteneciente a la clase popular, casada con un agente
de Policía.—Comunicado por B. Dattner.)
«… Alguien se introdujo entonces en la casa y, llena de angustia, llamo a un
agente de Policía. Pero éste, de acuerdo con dos ladrones, había entrado en una
iglesia[441], a la que daba acceso una pequeña escalinata[442]. Detrás de la iglesia
había una montaña[443], cubierta en su cima de espeso bosque[444]. El agente de
Policía llevaba casco, gola y capote[445]. Su barba era poblada y negra. Los dos
vagabundos que tranquilamente le acompañaban llevaban a la cintura unos
delantales abiertos en forma de sacos[446]. De la iglesia a la montaña se extendía
un camino bordeado de matorrales, que se iban haciendo cada vez más espesos,
hasta convertirse en un verdadero bosque al llegar a la cima».
5. Sueños de castración soñados por sujetos infantiles (1919).
a) Un niño de tres años y cinco meses que ha recibido con visible disgusto la
noticia del regreso de su padre, después de una larga ausencia, despierta una
mañana muy excitado y repitiendo sin cesar la pregunta: «¿Por qué llevaba papá
su cabeza en un plato? Esta noche llevaba papá su cabeza en un plato».
b) Un estudiante, enfermo hoy de una grave neurosis obsesiva, recuerda que
a los seis años tuvo repetidas veces el sueño siguiente: va a la peluquería a
cortarse el pelo. De pronto aparece una mujer de alta estatura y severo rostro y le
corta la cabeza. En esta mujer reconoce a su madre.
6. Simbolismo urinario (1914).
El dibujo reproducido a continuación y titulado Sueño de la niñera francesa
procede de una serie de ellos que Ferenczi halló en una revista humorística
húngara (Fidibusz) y reconoció como muy apropiado para ilustrar la teoría de los
sueños. O. Rank lo ha utilizado ya en su trabajo sobre la acumulación de
símbolos en los sueños provocados por un estímulo exterior que acaba por
interrumpir nuestro reposo (pág. 99).
Hasta la última viñeta, que muestra el despertar de la niñera a consecuencia
de los gritos del niño, no descubrimos que las siete anteriores representan las
fases de un sueño. La primera reconoce el estímulo que ha de interrumpir el
reposo. El niño siente una necesidad y solicita la ayuda correspondiente. Pero el
sueño cambia el lugar de la acción, sustituyendo la alcoba por un paseo. En la
segunda viñeta, la sujeto ha arrimado al niño a una columna; el niño orina —y
ella puede, por tanto, continuar durmiendo—. Pero el estímulo despertador no
cesa; antes bien, se hace más fuerte; el niño, al ver que no le hacen caso, chilla
con más energía. Cuanto mayor es la energía con la que reclama el despertar y la
ayuda de la niñera, más seguramente hace ver a ésta su sueño que todo se halla
en orden y que no tiene necesidad de interrumpir su reposo, amplificando el
símbolo en proporción a la intensidad del estímulo despertador. La liquida
corriente que el niño emana se hace cada vez mayor. En la cuarta viñeta navega
ya sobre ella un bote; luego, una góndola, un barco velero y, por último, un gran
vapor. La lucha entre la imperiosa tenacidad de dormir y el infatigable estímulo
despertador queda descrita en el dibujo de la página anterior por el gracioso
artista.
7. Un sueño de escaleras (1911).
(Comunicado e interpretado por Otto Rank.)
Al mismo colega que me comunicó el sueño de estímulo dental que más
adelante expondremos debo el relato del siguiente sueño de polución,
análogamente transparente:
«Corro escaleras abajo detrás de una niña para castigarla por algo que me ha
hecho. Al final de la escalera la detiene alguien (¿una persona adulta femenina?).
La cojo y no sé si le llego a pegar, pues de repente me encuentro en mitad de la
escalera, donde (como si flotara en el aire) realizo el coito con la muchacha. En
realidad no es un coito completo, sino que me limito a frotar mi pene contra sus
genitales exteriores, apareciéndoseme con extraordinaria claridad tanto esto
como la cabeza de la muchacha, vuelta e inclinada hacia un lado. Mientras tanto,
veo colgando a mi izquierda y por encima de mí (también como en el aire) dos
cuadritos que representan un paisaje, una casa entre verdes árboles. El más
pequeño de tales cuadros muestra en el ángulo inferior, donde el pintor debía
haber colocado su firma, mi propio nombre, como si me estuviera dedicado
como regalo por mi cumpleaños. De los dos cuadritos cuelga, además, una
tarjeta, en la que se lee que hay también cuadros aún más baratos (después me
veo muy imprecisamente como acostado en una cama situada en un descansillo
de la escalera). Al llegar aquí despierto con una sensación de humedad,
provocada por la polución».
Interpretación. —La tarde inmediatamente anterior al sueño había estado el
sujeto en una librería y se entretuvo mirando unos cuadros que representaban
motivos pictóricos análogos a los de su sueño. Un cuadrito muy pequeño le
gustó más que los restantes y se aproximó para ver el nombre del pintor, que le
resultó por completo desconocido.
Aquella misma tarde oyó contar de una criada nacida en Bohemia que,
hablando de un hijo natural que había tenido, se vanagloriaba de que «se lo
habían hecho en la escalera». Extrañado el sujeto ante una circunstancia tan poco
corriente, inquirió detalles de la historia y supo que la criada de referencia había
ido un día con su novio a casa de sus padres y, no habiendo encontrado ocasión
de realizar allí el coito, lo había realizado, a la salida, en medio de la oscura
escalera. Modificando entonces el sujeto la frase corrientemente usada para
expresar que un vino ha sido falsificado y no procede de los viñedos que su
marca indica, dijo en tono humorístico que aquel niño «había nacido en la
escalera de la cueva».
Estas conexiones con sucesos diurnos, que aparecen representadas en el
sueño, son espontáneamente reproducidas por el sujeto. Pero al mismo tiempo
reproduce también, con igual facilidad, un fragmento de un recuerdo infantil que
ha sido asimismo utilizado por el sueño. La escalera que éste le muestra es la de
la casa en que pasó la mayor parte de su infancia y en la que trabó su primer
conocimiento con los problemas sexuales. Uno de sus juegos consistía en dejarse
resbalar, con otros niños de su edad, a horcajadas sobre el pasamanos, ejercicio
que despertaba en él excitación sexual. En su sueño baja igualmente la escalera
con enorme rapidez; tanta, que, como dice al relatarlo, no toca los escalones,
sino que bajaba «volando» y «resbalando». Este comienzo del sueño parece
representar el factor excitación sexual de dicho suceso infantil. En tales escaleras
y en la casa a la que correspondían había el sujeto jugado de niño con sus
compañeros a juegos violentos (luchas, guerras, etc.) de encubierto carácter
sexual, en los que hubo de hallar una satisfacción de este género, lograda en
forma análoga a la del sueño.
Conociendo por las investigaciones de Freud sobre el simbolismo sexual (cf.
Zentralblattf. Ps., A, número 1, página 2) que las escaleras y el subir o bajar por
ellas simbolizan casi siempre, en los sueños, el coito, se nos hace este sueño por
completo transparente. Su fuerza impulsadora es, como nos lo muestra la
polución a que da origen, de naturaleza puramente libidinosa. En el estado de
reposo, despierta la excitación sexual (representada en el sueño por el rápido
bajar o resbalar por la escalera), cuyo matiz sádico, basado en los juegos
violentos del sujeto cuando niño, queda indicado en la persecución y el abuso de
la niña. La excitación libidinosa va tomando incremento e impulsa a la acción
sexual (representada en el sueño por los actos de apoderarse de la niña y
conducirla a la mitad de la escalera). Hasta aquí sería el sueño un puro símbolo
sexual, y como tal, nada transparente para los interpretadores poco
experimentados. Pero esta satisfacción simbólica que había salvaguardado hasta
entonces la tranquilidad del reposo, no basta a la intensísima excitación
libidinosa. La excitación conduce al orgasmo, quedando así evidenciado todo el
simbolismo de la escalera como una representación del coito. Este sueño parece
confirmar, con especial claridad, la opinión freudiana de que el aprovechamiento
sexual de dicho simbolismo rítmico de ambos actos, pues el sujeto manifiesta en
su relato que el ritmo de su acto sexual con la niña constituyó el elemento más
claro y preciso de su sueño.
Hemos de hacer todavía una observación sobre los dos cuadros del sueño
que, aparte de su significación real, posean, en sentido simbólico, la de
«mujeres» (Weibsbild, literalmente «imagen de mujer»), y por extensión
corriente, «mujer», cosa que resulta ya del hecho de tratarse de uno grande y otro
pequeño, como en el contenido manifiesto, de una mujer (adulta) y una niña
(«una pequeña»). El que haya también cuadros más baratos conduce al complejo
de las prostitutas, como, por otro lado, el nombre de pila del sujeto y la idea de
que le han regalado el cuadro por el día de su cumpleaños (Geburtstag,
literalmente, «día del nacimiento»), al complejo de los padres (nacido en la
escalera, creado en el coito).
La imprecisa escena final, en la que el sujeto se ve acostado en una cama
situada en el descansillo de la escalera y siente humedad, parece aludir,
retrocediendo más allá del onanismo infantil, a períodos más tempranos de la
infancia del sujeto y tener, probablemente, como modelo escenas análogamente
placenteras en las que quedó mojada la cama.
8. Un sueño de escaleras, modificado (1911).
Hago a un paciente mío, un abstinente gravemente enfermo, cuya fantasía se
halla fijada a su madre y que ha soñado varias veces ir subiendo una escalera en
su compañía, la advertencia de que una masturbación mesurada le sería
probablemente menos perjudicial que su forzada abstinencia. La influencia de
este consejo mío provoca el sueño siguiente:
«Su profesor de piano le reprocha que descuide su práctica de dicho
instrumento y no ejercite los estudios de Moscheles ni el Gradus ad Parnassum,
de Clementi».
Con referencia a este sueño observa el sujeto que el Gradus es asimismo una
escalera y que el teclado lo es también, puesto que contiene una escala.
Puede decirse que no hay ningún círculo de representaciones que rehúse la
simbolización de hechos sexuales.
9. La sensación de realidad y la representación de la repetición (1919).
Un individuo de treinta y cinco años relata un sueño que recuerda
perfectamente, no obstante haberlo soñado —según cree— cuando tenía cuatro
años: El notario en cuyo estudio se hallaba depositado el testamento de su padre
—al que perdió cuando tenía tres años— trajo dos hermosas peras, de las cuales
le dieron a él una para comer. La otra quedó sobre el alféizar de la ventana. El
sujeto despertó con el convencimiento de la realidad de lo soñado y pidió
tenazmente a su madre la otra pera, que estaba sobre el alféizar de la ventana. La
madre se echó a reír ante el absurdo convencimiento del niño.
Análisis. —El notario era un anciano de carácter jovial, y cree recordar el
sujeto que en una ocasión le trajo realmente unas peras. El alféizar de la ventana
era tal y como lo vio en su sueño. Con esto terminan sus ocurrencias y
asociaciones con respecto al mismo, agregando únicamente que su madre le
había relatado, poco tiempo antes, otro sueño, en el que, viendo dos pájaros
posados sobre su cabeza, esperaba que se decidirían a emprender de nuevo el
vuelo; pero en lugar de hacerlo así, volaba uno de ellos hasta su boca y chupaba
de ella con el pico.
La falta de ocurrencia del sujeto nos da el derecho de intentar la
interpretación por sustitución de símbolos. Las dos peras —pommes ou poires—
son los pechos de la madre, que le ha amamantado. El alféizar es la curva
saliente del seno, análogamente a los balcones en los sueños que nos presentan
cosas. Su sensación de realidad al despertar está justificada, pues la madre le ha
amamantado realmente, e incluso mucho más tiempo del acostumbrado, y el
niño cree que aún le daría el pecho si se lo pidiera. El sueño puede, pues,
traducirse en la forma siguiente: «Mamá, dame (enséñame) otra vez el pecho del
que antes mamaba». El «antes» es representado por el acto de comerse una de
las peras, y el «otra vez» por la petición de la otra. La repetición temporal de un
acto se convierte siempre, en el sueño, en la multiplicación del número de un
objeto.
Es, naturalmente, harto singular que el simbolismo desempeñe ya un papel
en el sueño de un niño de cuatro años; pero esta circunstancia, lejos de constituir
una excepción, es regla general. Puede decirse que el soñador dispone ya desde
un principio del simbolismo.
El siguiente recuerdo, exento de toda influencia, de una señora de veintisiete
años, nos muestra cuán tempranamente se sirve el hombre, aun fuera de la vida
onírica, de la representación simbólica: no ha cumplido aún los cuatro años. La
niñera la lleva al retrete, en unión de su hermano, once meses menor que ella, y
de una primita de edad intermedia entre las de ambos, con el fin de que todos
ellos hagan sus necesidades antes de salir a paseo. Ella, como la mayor de los
tres, se sienta en el retrete, y los otros dos, en orinales. Entonces pregunta a su
primita: «¿Tienes tú también un portamonedas? Walter tiene un choricito, y yo
un portamonedas». Respuesta de la primita: «Sí; yo tengo también un
portamonedas».
La niña ha oído toda la conversación y la relata, riéndose, a la madre, la cual
regaña a los niños con gran enfado.
Intercalamos aquí un sueño cuyo precioso simbolismo permitió interpretarlo
sin recurrir apenas a la ayuda de la sujeto.
10. Aportación al problema del simbolismo en los sueños de personas
sanas[447] (1914).
Una de las objeciones más frecuentemente expuestas por los adversarios del
psicoanálisis —y últimamente también por Havelock Ellis[448]— es la de que el
simbolismo constituye, quizá, un producto de la psiquis neurótica, pero no existe
en los individuos normales. Mas la investigación psicoanalítica no conoce
diferencias de principio y sí únicamente cuantitativas entre la vida anímica
normal y la neurótica, y el análisis de los sueños, en los que sea normal o
neurótico el sujeto, actúan del mismo modo los complejos reprimidos, muestran
la completa identidad, tanto de los mecanismos como del simbolismo.
Puede incluso afirmarse que los sueños de los normales contienen con
frecuencia un simbolismo mucho más sencillo, transparente y característico que
los de personas neuróticas, en los cuales es mucho más atormentado, oscuro y
difícil de interpretar, a causa de la más severa y enérgica actuación de la censura
y de la más amplia deformación onírica resultante. El sueño que a continuación
comunicamos servirá para ilustrar este hecho. Procede de una muchacha no
neurótica, honestísima y de carácter más bien serio y retraído. En el curso de la
conversación averiguo que está prometida, pero que hay ciertos obstáculos que
se oponen, por el momento, a la celebración de su matrimonio y habrán,
seguramente, de retrasarlo. Espontáneamente me relata el sueño que sigue:
I arrange the centre of a table with flowers for a birthday («Arreglo con
flores el centro de una mesa para una fiesta de cumpleaños».) A preguntas mías
responde que en el sueño se hallaba como en su casa natal (que ahora no posee)
y experimenta una sensación de felicidad.
El simbolismo «popular» me permite interpretar para mí el sueño. Trátase de
la expresión de sus deseos de novia. La mesa con el centro de flores es un
símbolo de la sujeto misma y de los genitales. La sujeto representa realizados sus
deseos para el futuro, ocupándose ya con la idea del nacimiento de un hijo
(Geburtstag, «cumpleaños», o literalmente «día del nacimiento»). Por tanto,
tiene que haberse celebrado la boda hace ya algún tiempo.
Le hago observar que la expresión the centre of the table es muy poco usual,
reconociéndolo ella; pero, naturalmente, no puedo seguir interrogándola de un
modo directo. Evité con todo cuidado sugerirle la significación de los símbolos y
me limité a preguntarle lo que se le ocurría con respecto a cada uno de los
fragmentos del sueño. Su carácter retraído y poco comunicativo cedió el paso,
durante el análisis, a un gran interés por la interpretación y a una espontánea
franqueza. A mi pregunta de cuáles habían sido las flores de su sueño, respondió
primero: Expensive flowers; one has to pay for them. («Flores caras, por las que
hay que pagar».) Y luego, que eran lilies of the valley, violets and pinks or
carnations («lirios del valle, violetas y claveles»). Supuse que la palabra lirio
aparecía en este sueño con su significado popular de símbolo de la castidad, y la
sujeto confirmó esta hipótesis asociando a lilie, purity (pureza). Valley, el valle,
es un frecuente símbolo onírico femenino, y de este modo, la reunión de ambos
símbolos en el nombre de una flor se convierte en un símbolo onírico, destinado
a acentuar su preciosa virginidad —expensive flowers, one has to pay for them—
y a expresar la esperanza de que el hombre al que se halla prometida sabrá
estimar su valor. La observación expensive flowers, etc., tiene, como más
adelante veremos, una distinta significación con respecto a cada uno de los tres
símbolos florales.
Sentando una hipótesis que al principio me incliné a juzgar atrevida en
exceso, intenté buscar el sentido secreto de las violets, aparentemente tan
asexuales, en una relación inconsciente con la palabra francesa viol (violación).
Mas, para mi sorpresa, asoció la sujeto la palabra inglesa violate (violar), de
idéntico sentido. La gran analogía causal de las palabras violet (violeta) y violate
(violar) —que sólo se distinguen en la pronunciación por una diferencia de
acento en la última sílaba— es utilizada por el sueño para expresar, «por medio
de la flor», la idea de la violencia de la desfloración (palabra empleada asimismo
por el simbolismo de las flores) y quizá también un rasgo masoquista de la
muchacha. Tenemos aquí un interesante ejemplo de los «puentes de palabras»
por los que atraviesan los caminos hacia lo inconsciente. El one has to pay for
them significa la vida, con lo cual podrá la sujeto pagar el convertirse en mujer y
madre.
Con respecto a los pinks (claveles), que la sujeto denomina también
carnations, pienso en la relación de esta palabra con lo «carnal». Pero lo que a
esta palabra asocia ella es colour (color), añadiendo que su prometido le había
regalado con frecuencia y en grandes cantidades tales flores. Al final de la
conversación me confiesa de pronto, espontáneamente, no haberme dicho antes
la verdad, pues lo que hubo de asociar a carnations no fue colour, sino
incarnation (encarnación). Esta palabra es la que yo había esperado que
asociase. De todos modos, tampoco puede considerarse muy lejana la asociación
colour, pues se halla determinada por la significación de carnation (color de la
carne), o sea por el mismo complejo. La insinceridad de la sujeto nos muestra
que es en este punto en el que la resistencia era mayor, correlativamente a una
mayor transparencia del simbolismo y a una máxima intensidad de la lucha que
en torno a este tema fálico se desarrolla entre la libido y la represión. La
observación de que su prometido le ha regalado muy frecuentemente tales flores
constituye, con la doble significación de carnation, una nueva indicación del
sentido fálico de las mismas en el sueño. La ocasión (cumpleaños) en que es
hecho el regalo sirve para expresar la idea del regalo sexual y correspondencia al
mismo. La sujeto regala su virginidad y espera, en correspondencia, una rica
vida de amor. El expensive flowers, one has to pay for them, podría tener
también aquí una significación realmente financiera. El simbolismo floral del
sueño contiene, pues, el símbolo virginal femenino, el masculino y la relación a
la desfloración violenta. Indicaremos de paso que el simbolismo floral sexual,
extraordinariamente extendido, simboliza los órganos sexuales humanos con las
flores, que son los órganos sexuales de las plantas. El regalarse flores, tan
acostumbrado entre los que se aman, tiene, quizá, en general, esta significación
inconsciente.
La fiesta de cumpleaños que en su sueño prepara la sujeto significa el
nacimiento de un niño. De este modo se identifica ella con su prometido y la
representa preparándola para un nacimiento; esto es, realizando con ella el coito.
La idea latente podría, pues, ser ésta: si yo fuera él, no esperaría, sino que
desfloraría a la novia sin consultarla, violentándola. A esta idea alude el violate,
quedando así de manifiesto el componente sádico de la libido.
En un más profundo estrato del sueño, el I arrange, etc., podría tener
también una significación autoerótica, o sea infantil.
La sujeto tiene en su sueño un concepto de su cuerpo sólo en sueños posible.
Se ve, en efecto, plana como una mesa, y esta circunstancia motiva una mayor
acentuación del precioso valor del centre (en otra ocasión lo denomina a center
piece of flowers), o sea de su virginidad. La horizontalidad de la mesa pudo
también aportar un elemento al símbolo. La gran concentración de este sueño, en
el que nada sobra, siendo cada palabra un símbolo, merece especialísima
mención.
Posteriormente aporta la sujeto un nuevo elemento del sueño: I decorate the
flowers with green crinkled paper («Adorno las flores con papel verde rizado»),
y añade que este papel era el llamado fane v paper (papel de fantasía), con el que
se suelen revestir las macetas ordinarias. Luego prosigue: To hide untidy things;
whatever was to be seen, which was not pretty to eye; these is a gap, a little
space in the flowers. O sea: «Para ocultar cosas sucias que no son nada
agradables a la vista; una hendidura, un pequeño espacio entre las flores». The
paper looks like velvet or moss («El papel parece terciopelo o musgo»). A
decorate asocia decorum (decoro), como yo esperaba. Al color verde asocia
hope (esperanza), nueva relación al embarazo. En esta parte del sueño no domina
la identificación con el prometido, sino que se imponen ideas de pudor y
sinceridad. Se arregla para él y se confiesa sus defectos físicos, de los que se
avergüenza y que intenta corregir. Las asociaciones «terciopelo» y «musgo»
prueban que se trata de las «crines pubis».
El sueño es una expresión de ideas que apenas conoce el pensamiento
despierto de la sujeto. Ideas cuyo tema es el amor sexual y sus órganos. Es
«preparada para un día de nacimiento» (cumpleaños), o sea objeto del coito;
expresa su temor a la desfloración y, quizá, también el dolor acentuado de placer;
se confiesa sus defectos corporales y los compensa y supera por la
superestimación del valor de su virginidad. Su pudor excusa la naciente
sensualidad, pretendiendo que el objeto de la misma es el niño. Al mismo tiempo
quedan también expresadas otras reflexiones materiales, ajenas al sentimiento
amoroso. El afecto de este sencillo sueño —la sensación de felicidad— muestra
que han hallado satisfacción en él enérgicos complejos sentimentales.
Ferenczi (1917) ha hecho observar, muy acertadamente, con cuánta facilidad
dejan adivinar el sentido de los símbolos y el del sueño total casos como este
último, en los que el sujeto no puede siquiera sospechar las ideas que constituyen
el contenido latente[449].
El análisis que a continuación exponemos de un sueño de una personalidad
histórica contemporánea es incluido aquí por aparecer en él clarísimamente
caracterizado como símbolo fálico, merced a la agregación de una determinante,
un objeto apropiado ya de por sí para la representación del miembro masculino.
El «infinito alargamiento» de una fusta no puede significar fácilmente cosa
distinta de la erección. Este sueño constituye, además, un acabado ejemplo de
cómo son representadas por material sexual infantil ideas graves y lejanas de lo
sexual.
11. Un sueño de Bismarck. (Doctor Hanns Sachs.) (1919.)
En sus Pensamientos y recuerdos comunica Bismarck una carta dirigida por
él al emperador Guillermo I, con fecha 18 de diciembre de 1881, de la que
tomamos el siguiente párrafo:
«Lo que V. M. me escribe me anima a relatarle un sueño que tuve en la
primavera de 1863, cuando la gravedad de la situación política había llegado a su
punto máximo y no se vislumbraba salida ninguna practicable. Así las cosas,
soñé una noche —y a la mañana siguiente comuniqué mi sueño a mi mujer y a
otras personas— que iba a caballo por una angosta senda alpina, bordeada a la
derecha por un abismo y a la izquierda por una roca perpendicular. La senda fue
haciéndose cada vez más estrecha, hasta el punto de que el caballo se negó a
seguir adelante, resultando también imposible, por falta de sitio, dar la vuelta o
apearme. En este apuro, golpeé con la fusta que empuñaba en mi mano izquierda
la roca vertical y lisa, invocando el nombre de Dios. La fusta se alargó
infinitamente, cayó la roca y apareció ante mis ojos un amplio camino, al fondo
del cual se extendía un bello paisaje de colinas y bosques, semejante al de
Bohemia, por el que avanzaba un ejército prusiano con sus banderas
desplegadas. Al mismo tiempo surgió en mí el pensamiento de cómo podría
comunicar rápidamente tal suceso a V. M. Este sueño, del que desperté contento
y fortificado, llegó luego a cumplirse».
La acción que el sueño desarrolla aparece dividida en dos partes. En la
primera llega a encontrarse el soñador en un grave aprieto, del que es luego
salvado, en la segunda, de un modo milagroso. El apurado trance en que el sueño
presenta al jinete y a su montura es una deformación onírica fácilmente
reconocible de la crítica situación del hombre de Estado, la cual debió pesar
especialmente sobre el ánimo de Bismarck al reflexionar, la tarde anterior al
sueño, sobre los graves problemas que la política le planteaba por aquellas
fechas. Con la misma imagen utilizada como representación por el sueño,
describe Bismarck en el párrafo antes copiado de su carta al emperador («no se
vislumbra salida ninguna practicable») su apurada situación, prueba de que
dicho giro le era usual. Este sueño nos presenta, además, un acabado ejemplo del
«fenómeno funcional» de Silberer. Los procesos que se desarrollan en el ánimo
del sujeto, cuyas tentativas de solución tropiezan todas con obstáculos
insuperables, pero que no puede ni debe, sin embargo, apartar su espíritu de la
reflexión sobre los problemas planteados, quedan exactamente representados por
el jinete, que no puede avanzar ni volver atrás. El orgullo que le prohíbe ceder y
renunciar a sus proyectos se manifiesta en el sueño por medio de las palabras
«imposible dar la vuelta o apearme».
Por su continua y dura labor, puesta constantemente al servicio del bien
ajeno, podía Bismarck compararse al caballo, cosa que hizo, en efecto, repetidas
veces, por ejemplo, en la conocida frase: «Un buen caballo muere ensillado».
Así explicada, la frase «el caballo se negó a seguir adelante» no significa sino
que el sujeto, fatigadísimo, experimentaba la necesidad de apartarse de los
cuidados de la actualidad, o, dicho de otro modo, que se hallaba en vías de
libertarse de las cadenas del principio de la realidad por medio del reposo y del
sueño. La realización de deseos, tan enérgicamente lograda en la segunda parte,
queda ya preludiada en la primera con las palabras «senda alpina». Por aquellos
días tenía ya Bismarck el proyecto de pasar sus próximas vacaciones en los
Alpes —en Gastein—. El sueño que allí le trasladaba le libertaba, pues, por
completo de todos los abrumadores negocios del Estado.
En la segunda parte muestra el sueño doblemente realizados los deseos del
sujeto, una vez franca y comprensiblemente, y otra, simultánea, en forma
simbólica. Simbólicamente, por la desaparición del obstáculo, en lugar del cual
le muestra un amplio camino, o sea la salida buscada, en su forma más cómoda;
abiertamente, por la vista del ejército prusiano en marcha. Para el
esclarecimiento de esta prof ética visión no es preciso establecer conexiones
místicas; basta con la teoría freudiana de la realización de deseos. Bismarck
ansiaba ya, como la mejor solución de los conflictos internos de Prusia, una
guerra victoriosa con Austria. Mostrándole al ejército prusiano en marcha a
través de Bohemia, o sea del territorio enemigo, le presenta su sueño la
realización de tal deseo, conforme al postulado de Freud. Desde el punto de vista
individual, la única circunstancia importante es la de que el sujeto del sueño no
se contentó en este caso con la realización onírica, sino que supo conquistar la
real. Un detalle que ha de llamar necesariamente la atención de todo conocedor
de la técnica de interpretación psicoanalítica es el de la fusta que se «alarga
infinitamente». La fusta, el bastón, la pica y otros muchos objetos de este género
son corrientes símbolos fálicos. Pero cuando además se atribuye a la fusta la
cualidad más singular del falo, esto es, la de dilatarse, no podemos abrigar ya la
menor duda. La exageración del fenómeno hasta el «infinito» parece
corresponder a una concepción infantil del mismo. El empuñar la fusta es una
clara alusión al onanismo referido, naturalmente, no a las circunstancias actuales
del sujeto, sino a épocas muy pretéritas de su infancia. Nos resulta en este caso
muy valiosa la interpretación hallada por el doctor Stekel de que la izquierda
significa en el sueño el delito, o sea en el caso presente, la masturbación infantil
practicada contra una expresa prohibición. Entre éste más profundo estrato
infantil y el más superficial, constituido por el tema de los planes diurnos del
hombre de Estado, descubrimos aún otro, intermedio y relacionado con los dos.
Todo el proceso de la salvación conseguida con la ayuda de Dios, golpeando la
roca, recuerda evidentemente una escena bíblica, aquélla en que Moisés salva a
su pueblo de la sed haciendo brotar agua de una peña al golpe de su vara.
Bismarck, perteneciente a una piadosa familia protestante, familiarizada con los
textos bíblicos, tenía que conocer tal escena, y por aquellos días de conflicto
podía muy bien compararse con Moisés, pues ha puesto, como él, todas sus
energías al servicio de su pueblo y se ve también recompensado con el odio, la
ingratitud y la rebelión. Esta circunstancia hubo de facilitar el enlace de sus
deseos actuales con el citado pasaje de la Biblia, el cual contiene, por otro lado,
algunos detalles muy susceptibles de ser utilizados en la fantasía masturbadora.
Contraviniendo el mandato de Dios, empuña Moisés la vara, y esta
desobediencia es castigada por el Señor con el anuncio de que morirá sin pisar la
tierra de promisión, La desobediencia a la prohibición de empuñar la vara —
inequívocamente fálica en el sueño—, la producción de un líquido por el acto de
golpear con ella y la amenaza de muerte: he aquí reunidos todos los factores de
la masturbación infantil. Muy interesante es en este caso la elaboración que ha
soldado, por medio del pasaje bíblico, tales dos imágenes, heterogéneas,
procedente una de ellas de la psiquis del genial hombre de Estado, y la otra de
los impulsos de la primitiva alma infantil, logrando, además, borrar todos los
factores displacientes. La circunstancia de que el empuñar la vara es un acto
prohibido y rebelde queda indicada simbólicamente por el hecho de ser realizado
dicho acto con la mano izquierda. Pero en el sueño manifiesto acompaña al
mismo la invocación a Dios, como para rechazar lo más ostensiblemente posible
toda idea de ilicitud. De las dos predicciones que Dios hace de Moisés, la de que
dará vista a la tierra prometida y la de que no llegará a pisarla, queda claramente
representada la realización de la primera (vista de un paisaje de colinas y
bosques), y, en cambio, la otra, en extremo displaciente, no es siquiera
mencionada. El agua ha sido suprimida, sin duda, por la elaboración secundaria,
que aspiraba a la unificación de esta escena con la precedente y queda sustituida
por la disgregación de la roca misma.
El final de una fantasía onanista infantil, en la que aparece representado el
tema de la prohibición, ha de ser, a nuestro juicio, el deseo de que las personas a
cuya autoridad se halla sometido el niño no averigüen nada de lo sucedido. En el
sueño se muestra representado este deseo por su contrario, el de comunicarlo en
seguida al rey. Pero esta inversión se armoniza perfectamente y sin esfuerzo
alguno con la fantasía victoriosa contenida en el estrato más superficial de las
ideas latentes y en una parte del contenido manifiesto. Tales sueños de victoria y
avasallamiento son con frecuencia encubridores de deseos eróticos de conquista.
Algunos rasgos de éste (por ejemplo, el obstáculo que se opone el avance del
sujeto y desaparece después del empleo de la fusta, «que se alarga
infinitamente», quedando sustituido por un amplio camino) indicarían algo
semejante, pero no son suficientes para concluir la existencia de una orientación
ideológica y optativa determinada de todo el sueño. Éste nos ofrece, desde luego,
un acabado modelo de deformación onírica perfectamente conseguida.
Lo que decía provocar displacer es elaborado de tal manera que permanece
totalmente encubierto por la trama tejida sobre ello, quedando así evitado el
desarrollo de angustia. Constituye, pues, este sueño un caso ideal de realización
de deseos, conseguida hasta el último extremo sin despertar en absoluto la
suspicacia de la censura, resultando así comprensible que el sujeto despertara de
él contento y fortificado.
Cerraremos esta serie de ejemplos con el sueño siguiente:
12. Sueño de un químico (1909).
El sujeto es un joven químico que trataba de sustituir por el comercio sexual
normal con una mujer sus costumbres onanistas.
Información preliminar. —El día inmediatamente anterior al sueño ha estado
explicando a un estudiante la reacción de Grignard, por medio de la cual puede
convertirse el magnesio, bajo la acción catalítica del yodo, en éter absolutamente
puro. Realizado este mismo experimento, se produjo dos días antes una
explosión, de la que resultó con quemaduras en las manos uno de los asistentes.
Sueño. —I. Tiene que hacer un compuesto de fenol, magnesio y bromo. Ve
clarísimamente todos los aparatos dispuestos para el experimento, pero ha
sustituido el magnesio por su propia persona. Se halla en un estado
singularmente vacilante y no cesa de repetirse: «Esto va bien, mis pies
comienzan ya a disolverse, mis rodillas se ablandan». Luego se palpa los pies,
saca (no sabe cómo) sus piernas del alambique y dice: «Esto no puede ser. Pero,
sí; está bien hecho». Al llegar aquí despierta parcialmente y se repite el sueño
porque quiere contármelo. Siente ya miedo de lo que habrá de solucionar[450] su
interpretación; experimenta durante este intervalo, en el que permanece medio
despierto, una gran excitación y repite sin cesar: «Fenil, fenil…»
II. Se encuentra con toda su familia en (…ing) y está citado con cierta señora
a las once y media, pero cuando se despierta es ya esta hora. Se dice: «Ya es
tarde; cuando llegue allí serán más de las doce y media». Luego ve a su familia
sentada a la mesa, y con particular precisión a su madre y a la criada, que trae la
sopera. Entonces se dice: «Bueno; si vamos a comer, no puedo irme».
Análisis. —Está seguro de que ya el primer sueño se halla relacionado con la
señora de la cita. (Fue soñado la noche inmediatamente anterior a esta cita.) El
estudiante al que explicó la reacción de Grignard es un sujeto repulsivo. Durante
el experimento hubo de decirle: «Eso no va bien», al ver que el magnesio
permanecía aún intacto, y el interpelado respondió: «No, no va bien», como si
todo aquello le tuviese sin cuidado. Este estudiante es él mismo, tan indiferente a
su propio análisis como aquél a su síntesis. En cambio, la persona que lleva a
cabo en el sueño la operación química no es él, soy yo, presentado bajo sus
apariencias. ¡Cuán repulsivo debe parecerme por su indiferencia hacia el
resultado del tratamiento!
También es él, por otro lado, aquello con lo que se hace el análisis (síntesis).
Se trata del éxito de la cura. Las piernas que aparecen en el sueño le recuerdan
una impresión de anoche. Encontró en el salón de baile a una señora a la que
quiere conquistar, y bailando con ella, la apretó tanto contra él, que una de las
veces no pudo ella reprimir un grito. Pero cuando luego cesó en su presión
contra las piernas de su pareja, sintió que ésta le apretaba a su vez, pegándose a
sus muslos hasta por encima de la rodilla; esto es, a la parte de su cuerpo
mencionada en el sueño. En esta situación es, pues, la mujer el magnesio de la
retorta, con el que, por fin, marchan bien las cosas. El sujeto es femenino con
respecto a mí y viril con respecto a la mujer. Puesto que con la señora le va bien,
también le irá bien en la cura a que está sometido. El palparse y el
reblandecimiento que comprueba en sus rodillas aluden al onanismo y
corresponden a su fatiga de la víspera. La cita se hallaba fijada realmente a las
once y media. Su deseo de no despertarse a tiempo para permanecer junto a los
objetos sexuales domésticos (la masturbación) corresponde a su resistencia.
Con respecto a la repetición de la palabra fenil, manifiesta lo siguiente:
«Todos estos radicales en il me han gustado siempre mucho y son de un
comodísimo empleo: Bencil, acetil, etc». Esto no nos da luz ninguna, pero
cuando le propongo el radical Schlemihl se echa a reír y me relata que durante el
verano ha leído un libro de Prévost, en uno de cuyos capítulos, titulado «Les
exclus de /’amour», se hablaba, efectivamente, de los schlemihliés y se los
describía en forma que le hizo exclamar: «¡Éste es mi caso!» El no acudir a la
cita hubiera sido también una schlemihlada[451].
Parece ser que el simbolismo onírico sexual ha encontrado ya una
confirmación experimental directa. En 1912, y a instancias de H. Swoboda,
realizó K. Schrötter, doctor en Filosofía, el experimento de provocar, por medio
de la sugestión en personas profundamente hipnotizadas, sueños cuyo contenido
les marcaba de antemano. Cuando la sugestión entrañaba el mandato de soñar
con el comercio sexual normal o anormal, cumplía el sueño este mandato
sustituyendo el material sexual por los símbolos ya descubiertos en la
interpretación onírica psicoanalítica.
Así, habiéndose sugerido a una sujeto, como tema onírico, el comercio
homosexual con una amiga suya, apareció ésta en el sueño llevando en la mano
una vieja maleta que mostraba pegado un cartelito con las palabras «Sólo para
señoras». La sujeto no tenía la menor noticia del simbolismo de los sueños ni de
la interpretación onírica. Desgraciadamente, el suicidio del doctor Schrötter,
sobrevenido a poco de comenzadas estas importantes investigaciones, nos
impide determinar su alcance. De ellas ha quedado únicamente un trabajo
publicado en la Zentralblatt für Psychoanalyse.
Hallazgos similares fueron publicados por Roffenstein en 1923. Ciertos
experimentos efectuados por Betlheim y Hartmann (1924) son del mayor interés,
puesto que ellos no usaron la hipnosis. Estos experimentadores relataron chistes
de un marcado carácter sexual a enfermos con el síndrome de Korsakoff y
observaron las distorsiones que aparecían cuando se les pedía reproducir esas
anécdotas a estos pacientes con tales estados confusionales.
Encontraron que aquellos símbolos familiares a nosotros en la interpretación
de los sueños hacían su aparición (ejemplo: subir escaleras, apuñalar o disparar
como símbolos de cópula, cortaplumas y cigarrillos como símbolos de pene).
Los autores le dieron especial realce a la aparición del símbolo de la escalera, ya
que, como bien observan ellos, ningún deseo consciente distorsionador podía
haber llegado a un símbolo de este tipo[452].
Una vez que hemos dedicado al simbolismo onírico toda la atención que
merece, podemos continuar ocupándonos de los sueños típicos, cuyo examen
interrumpimos en páginas anteriores (véase página 559). Me parece justificado
dividir, grosso modo, estos sueños en dos clases: aquellos que poseen realmente
siempre el mismo sentido y aquellos otros que, no obstante presentar el mismo o
análogo contenido, son susceptibles de las más diversas interpretaciones. De los
pertenecientes a la clase primera hemos estudiado ya detenidamente el sueño de
examen (véase página 514).
Por la analogía de su impresión afectiva pueden ser agregados los sueños en
los que perdemos el tren a los de examen, agregación que su esclarecimiento
justifica luego plenamente. Son, en efecto, sueños que tienden a mitigar otro
sentimiento de angustia experimentado durante el reposo, el miedo a morir.
«Partir» es uno de los símbolos más frecuentes y explicables de la muerte. El
sueño nos dice entonces, consolándonos: «Tranquilízate, no morirás» (no
partirás), del mismo modo que el sueño de examen nos serenaba, diciendo: «No
temas; tampoco esta vez te sucederá nada». La dificultad con que tropieza
nuestra comprensión de estas dos clases de sueños procede de hallarse ligada la
sensación de angustia precisamente a la expresión del consuelo.
El sentido de los sueños de estímulo dental, sueños que he tenido numerosas
ocasiones de analizar, se me ocultó durante mucho tiempo, pues para mi sorpresa
tropezaba siempre su interpretación con resistencias intensísimas.
Por último, se me impuso la evidencia de que en los sujetos masculinos era
el placer onanista de la pubertad lo que constituía la fuerza provocadora de estos
sueños. Analizaré aquí dos de ellos, uno de los cuales es, al mismo tiempo, un
«sueño de vuelo». Ambos proceden de la misma persona, un joven de tendencias
homosexuales muy enérgicas, aunque coartadas en la vida real. (Ambos de
1909.)
«Se encuentra presenciando una representación de Fidelio, en el patio de
butacas de la Opera, al lado de la persona que le es muy simpática y cuya
amistad quisiera conquistar. De repente echa a volar oblicuamente por encima
del patio de butacas hasta el final del mismo, se lleva luego la mano a la boca y
se arranca dos muelas».
El sujeto describe su vuelo diciendo que fue como si le hubieran tirado o
arrojado (geworfen) al aire. Tratándose de una representación de Fidelio, hemos
de pensar en los versos:

Aquel que ha conquistado una hermosa mujer.


Pero la conquista de una mujer —por hermosa que fuese— no entra en los
deseos del sujeto. Con éstos se hallarán más de acuerdo los versos que vienen a
continuación: Aquel que ha acertado en la gran tirada/de ser el amigo de un
amigo[453]… (Wurf.).
El sueño contiene esta tirada[454] y no sólo como realización de deseos, pues
detrás de ella se esconde también el amargo recuerdo de otras veces que fracasó
el sujeto en sus demandas de amistad, siendo rechazado (hinausgeworfen =
«arrojado fuera»), y el temor a que le suceda lo mismo con el joven a cuyo lado
asiste a la representación de Fidelio. Avergonzado, añade luego la confesión de
que una vez que un amigo le hizo objeto de un desprecio se masturbó dos veces
seguidas poseído por la excitación sexual que despertó en él la añoranza de la
amistad perdida.
Sueño segundo. —«Dos profesores de Universidad conocidos suyos me
sustituyen en su tratamiento. Uno de ellos le hace algo en el miembro. El otro le
golpea la boca con una barra de hierro, arrancándole los dientes. Luego le
vendan con cuatro pañuelos de seda».
No cabe dudar del sentido sexual de este sueño. Los pañuelos de seda
corresponden a una identificación con un homosexual conocido suyo. El sujeto,
que no ha realizado jamás el coito, ni ha buscado tampoco, en la vida real, el
comercio sexual con personas de su propio sexo, se representa el comercio
sexual conforme al modelo de la masturbación a la que se entregó en su
pubertad.
A mi juicio, también las frecuentes modificaciones del sueño típico de
estímulo dental, por ejemplo, la de ser una tercera persona quien extrae una
muela al sujeto, etc., se nos hacen comprensibles mientras la misma
explicación[455].
De todos modos, no deja de parecer enigmático que el «estímulo dental»
pueda llegar a entrañar tal significado. Haremos observar aquí la tan frecuente
transferencia de abajo arriba que encontramos puesta al servicio de la represión
sexual y mediante la cual pueden llegar a realizarse en la histeria localizándose
en partes del cuerpo exentas de toda objeción sensaciones e intenciones que
debían desarrollarse en los genitales. Un caso de esta transferencia se nos ofrece
cuando dentro del simbolismo del pensamiento inconsciente quedan sustituidos
los genitales por el rostro. Los usos del lenguaje contribuyen a ello con palabras
aplicables a dos diferentes partes del cuerpo (carrillos, labios). La nariz es hecha
equivalente al pene en muchas alusiones; la vegetación capilar próxima a ambos
miembros completa la analogía. Sólo los dientes y muelas se hallan fuera de toda
posibilidad de comparación, y precisamente esta circunstancia, que contrasta con
el paralelismo antes detallado, es lo que bajo el empuje de la represión sexual los
hace apropiados para los finos de la representación.
No pretendo afirmar que la interpretación de los sueños de estímulo dental
como sueños onanistas, justificada, sin duda alguna, haya llegado a ser por
completo transparente[456]. Me limito a exponer todos los datos que para su
esclarecimiento he hallado hasta aquí, conviniendo en que aún queda bastante
por explicar. En nuestro país existe una grosera expresión para designar el acto
de la masturbación: «arrancarse una[457]». No puedo decir de dónde procede esta
expresión ni cuál es el simbolismo en que se basa, pero las «muelas», parecen
muy apropiadas para representarla.
Dado que los sueños de la extracción o caída de una muela son interpretados
por la creencia popular como anuncio de la muerte de un pariente, mientras que
el psicoanálisis no les concede tal significación, sino todo lo más en el sentido
paródico arriba indicado, intercalaremos aquí un «sueño de estímulo dental» que
nos ha sido comunicado por Otto Rank:
«Un colega que desde hace algún tiempo ha comenzado a interesarse por los
problemas de la interpretación onírica me comunica el siguiente caso de “sueño
de estímulo dental”:
»Soñé hace poco que estaba en casa del dentista, el cual me horadaba una de
las últimas muelas de la mandíbula inferior; pero tanto y tanto trabajaba en ella
que acaba por dejármela inservible. Entonces coge la llave y me saca la muela,
asombrándome la facilidad con que realiza la extracción. Luego me dice que no
me importe, pues no es esta muela la que estaba curándome, y la deposita
encima de la mesa, donde queda dividida en varias capas. (Antes compruebo que
se trata de un incisivo de la mandíbula superior.) Me levanto del sillón, lleno de
curiosidad, y acercándome a la mesa, dirijo una pregunta médica al dentista, el
cual me contesta que aquello se relaciona con la pubertad, y que sólo antes de la
misma, o tratándose de una mujer en el momento de tener un hijo, pueden
extraerse las muelas tan fácilmente. Mientras tanto separa los diversos
fragmentos en que ha quedado dividida la muela y los machaca (pulveriza) con
un instrumento. Observo después (medio despierto ya) que mi sueño ha sido
acompañado de una polución, pero no me es posible situar ésta en un
determinado punto del mismo. Lo más probable me parece que tuviera efecto en
el momento de extraerme la muela.
»Continúo luego soñando algo que no me es posible recordar ahora y que
termina con que dejo en algún lado (probablemente en el guardarropa del
dentista) el sombrero y el traje, confiando en que ya me los enviarán después, y
vestido tan sólo con el abrigo, me apresuro para alcanzar todavía un tren que está
a punto de salir. En efecto, consigo saltar en el último momento al vagón de cola,
donde ya había alguien. Sin embargo, no me es posible penetrar en el coche y
tengo que dejarme llevar por el tren, agarrado a la parte exterior, en una violenta
postura que por fin logro rectificar, después de varias tentativas. Atravesamos así
un gran túnel y al hacerlo nos cruzamos con dos trenes, que pasan a través del
nuestro como si éste constituyera el túnel. Luego miro a través de la ventanilla
de un vagón como desde el exterior».
Para la interpretación de este sueño poseemos los siguientes sucesos y
pensamientos del día inmediatamente anterior:
a) Hace, en efecto, algunos días que padezco continuos dolores en la muela
de la mandíbula inferior, que es horadada en el sueño, y voy a casa del dentista,
el cual está tardando realmente en curarla más tiempo del que yo quisiera.
Habiendo acudido a él la mañana anterior al sueño para ver si lograba acabar con
los dolores que tanto me molestaban, me propuso extraerme otra muela de la
misma quijada, que era probablemente la que me hacía sufrir. Tratábase de una
de las del juicio, que se hallaba en vías de romper. Con tal motivo dirigí al
dentista una pregunta, remitiéndome a su conciencia médica.
b) Aquella tarde tuve que disculpar mi mal humor ante una señora,
atribuyéndolo, como era cierto, a mi dolor de muelas. A esto siguió una
conversación, en la que dicha persona me contó que le daba miedo hacerse
extraer la raíz de una muela cuya corona tenía destrozada. Creía que la
extracción de los colmillos era especialmente difícil y dolorosa, aunque, por otro
lado, le había dicho una amiga que tratándose, como era su caso, de un colmillo
de la mandíbula superior, resultaba más fácil. Esta misma amiga le había contado
también que una vez le habían extraído equivocadamente una muela sana, suceso
que aumentó su miedo a la necesaria operación. Luego me preguntó si los
colmillos eran los dientes llamados caninos y qué sabía médicamente sobre ellos.
Por mi parte, le hablé del carácter supersticioso de todas las opiniones a que
antes se había referido, aunque concediéndole que algunas de tales creencias
populares encerraban un nódulo de verdad. A propósito de esto me citó la señora
un proverbio muy antiguo y generalizado, según ella: Cuando una mujer
embarazada tiene dolor de muelas es señal de que parirá un niño.
c) Este proverbio me interesó por recordarme la interpretación freudiana de
los sueños de estímulo dental como sueños onanistas, dado que relaciona en
cierto modo las muelas con los genitales masculinos (Un niño), y aquella misma
tarde releí las páginas correspondientes de La interpretación de los sueños. A
ellas pertenecen las observaciones siguientes, cuya influencia sobre mi sueño
resulta tan fácilmente reconocible como la de los dos sucesos antes relatados:
«Por último, se me impuso la evidencia de que en los sujetos masculinos era el
placer onanista de la pubertad lo que constituía la fuerza provocadora de estos
sueños». «A mi juicio, también las frecuentes modificaciones del sueño típico de
estímulo dental —por ejemplo, la de ser una tercera persona la que extrae una
muela al sujeto, etc.— se hacen comprensibles mediante la misma explicación».
«Haremos observar aquí la tan frecuente transferencia de abajo arriba (en el
sueño presente, también de la mandíbula inferior a la superior) que encontramos
puesta al servicio de la represión sexual, y mediante la cual pueden llegar a
realizarse en la histeria, localizándose en partes del cuerpo exentas de toda
objeción, sensaciones e intenciones que debían desarrollarse en los genitales».
En nuestro país existe una grosera expresión para designar el acto de la
masturbación: ‘Sich einen ausreissen’, ‘sich einen nerunterreissen’ (‘arrancarse
una’). Esta expresión me era ya conocida en mis tempranos años juveniles como
designación del onanismo. Partiendo de este punto, no será difícil para el
intérprete onírico experimentado encontrar el acceso al material infantil en que
puede hallarse basado mi sueño. Citaré únicamente todavía que la facilidad con
que en el mismo se desprende la muela, que después de extraída se convierte en
un incisivo de la mandíbula superior, me recuerda una vez que en mi infancia me
arranqué yo mismo, fácilmente y sin dolor, un incisivo de la mandíbula superior,
ya muy vacilante y próximo a caerse. Esta anécdota, presente aún en mi
memoria con todos sus detalles, corresponde a aquella misma temprana época en
la que se sitúan mis primeras tentativas conscientes de masturbación (recuerdo
encubridor).
La cita que hace Freud de una comunicación de C. G. Jung, según la cual los
sueños de estímulo dental soñados por mujeres poseen la significación de sueños
de nacimiento, y la creencia popular antes citada sobre el sentido del dolor de
muelas de las embarazadas, han motivado en mi sueño la oposición del sentido
femenino al masculino (pubertad). Con relación a esto recuerdo un sueño
anterior que tuve pocos días después de haberme dado de alta, en otra ocasión, el
dentista, y en el que se me desprendían las coronas de oro que me acababa de
colocar en varias muelas, accidente que me causaba gran indignación, sin duda
por dolerme aún el considerable desembolso realizado. Este sueño se me hace
ahora comprensible, relacionándolo con cierto suceso, como alabanza de las
ventajas materiales de la masturbación frente al amor objetivo, mucho más
desventajoso siempre desde el punto de vista económico (coronas de oro; la
«corona» es la unidad monetaria austriaca) (N. del T.), y creo que las frases de la
citada señora sobre la significación del dolor de muelas en las embarazadas fue
lo que volvió a despertar en mí estos pensamientos.
Hasta aquí llega la comunicación, suficientemente luminosa y libre, a juicio,
de toda objeción, del colega sujeto de este sueño. Añadiremos únicamente por
nuestra cuenta una indicación sobre el probable sentido del segundo fragmento
onírico, aunque pasando por los puentes verbales: Muela (tirar-tren; arrancar-
viajar) —Zahn [ziehen-Zug; Zahn-reissen (reisen)]— representa tanto el paso
del soñador desde la masturbación al comercio sexual (túnel a través del cual
atraviesan los trenes en distintas direcciones), transición realizada no sin ciertas
dificultades, como los peligros del mismo (embarazo, abrigo-preservativo).
Desde el punto de vista teórico, nos parece este caso doblemente interesante.
Ante todo, confirma la afirmación freudiana de que la eyaculación sobreviene en
el momento de ser extraída la muela en el sueño. La polución tiene que ser
considerada siempre como una satisfacción onanista conseguida sin el auxilio de
excitaciones mecánicas. Pero, además, en el caso que nos ocupa, la satisfacción
lograda por medio de la polución no responde, como de costumbre, a un objeto,
siquiera sea sólo imaginativo, sino que carece de él en absoluto, siendo, por
tanto, puramente autoerótica, o mostrando, a lo más, un matiz homosexual
(dentista).
El segundo punto, que creo interesante hacer resaltar, es el que sigue: Podría
objetarse que es innecesario todo empeño en aplicar a este caso la teoría de
Freud, dado que los sucesos del día anterior bastan por sí solos para hacer
comprensible el contenido del sueño. La visita al dentista, la conversación con la
señora y la lectura de La interpretación de los sueños explican suficientemente
que el sujeto, molestado aun durante el reposo por el dolor de muelas, produjese
el sueño relatado, incluso, si se quiere, con el fin de adormecer el dolor que
perturba su reposo (por medio de la representación de la extracción de la muela
dolorida, acompañada de un simultáneo adormecimiento de la temida sensación
de dolor por el desarrollo de la libido). Pero no puede defenderse seriamente la
hipótesis de que la lectura de las explicaciones de Freud haya podido establecer
o siquiera reavivar en el sujeto la relación de la extracción de la muela con el
acto de la masturbación, si dicha relación no se hallase constituida de antemano
hace ya mucho tiempo, como el mismo sujeto lo confiesa («arrancarse una»). La
incredulidad con que el sujeto manifiesta haber recibido las afirmaciones de
Freud sobre la significación típica de los sueños de estímulo dental al leerlas por
vez primera, incredulidad que despertó en él el deseo de comprobar si tal
significación se extendía a todos los sueños de este género, es lo que dio vida, a
más de su diálogo con la señora, a tal relación. El sueño le ofrece la
confirmación deseada, por lo menos en lo que respecta a su propia persona, y le
muestra al mismo tiempo el motivo de su incredulidad, constituyendo de este
modo la realización de un deseo: el de convencerse del alcance y solidez de la
teoría freudiana.
Al segundo grupo de sueños típicos pertenecen aquéllos en los que volamos,
flotamos, caemos, nadamos, etc[458]., sueños para los que no puede señalarse un
sentido general, pues significan en cada caso algo distinto, pero cuyo material de
sensaciones procede siempre de la misma fuente.
De los datos obtenidos en los psicoanálisis hemos de concluir que también
estos sueños repiten impresiones de la infancia, refiriéndose a los juegos de
movimiento tan atractivos para los niños. Todos hemos jugado a hacer volar a
nuestros hijos o sobrinos o hemos fingido dejarlos caer cuando los teníamos en
nuestros brazos o cabalgando sobre nuestras rodillas. Los niños gustan mucho de
esta clase de juegos y piden, incansables, su repetición, sobre todo cuando va
mezclado a ellos una sensación de sobresalto o vértigo.
En años posteriores se procura el sujeto tal repetición en el sueño, pero
suprime en él los brazos que de niño le sostenían y flota o cae así libremente.
Conocida es también la predilección de los niños por los juegos de columpiarse
y balancearse, juego cuyo recuerdo es reavivado más tarde por los ejercicios de
los artistas de circo. En muchos adolescentes no consiste luego la crisis histérica
sino en la reproducción de tales ejercicios, que realizan, por cierto con gran
destreza, durante la misma. Estos juegos de movimiento, inocentes en sí,
provocan, con frecuencia, sensaciones sexuales[459]. Los sueños en que volamos,
caemos, sentimos vértigo, etc., reproducen su agitación, pero transforman en
angustia las indicadas sensaciones de placer.
Podemos, pues, rechazar muy fundadamente la teoría que atribuye a nuestras
sensaciones epidérmicas durante el reposo y a las emanadas del movimiento
respiratorio, etc., la producción de los sueños de volar y caer. Vemos, en efecto,
que también tales sensaciones son reproducidas tomándolas de nuestra memoria,
y forman, por tanto, parte del contenido del sueño, en lugar de constituir fuentes
del mismo.
Este material de sensaciones de movimiento homogéneo y procedente de una
misma fuente, es utilizado para la representación de las más diversas ideas
latentes. Los sueños de volar o flotar —placenteros en su mayoría— reclaman
interpretaciones muy distintas, peculiarísimas en algunos sujetos y de naturaleza
típica en otros. Una de mis pacientes solía soñar con gran frecuencia que flotaba
a una cierta altura por encima de la calle sin tocar el suelo. La sujeto era de muy
poca estatura y repugnaba todas aquellas impurezas que el comercio sexual trae
consigo. Su sueño realizaba sus dos deseos, separando sus pies del suelo y
haciendo sobresalir su cabeza en elevadas regiones. En otros sujetos el sueño de
volar constituía la realización del deseo, expresado en una conocida poesía, de
ser un pájaro y poder volar hacia el amado. Otras, por último, se compensaban
convirtiéndose por la noche en ángeles, de que nadie les dirigiera tan amoroso
calificativo durante el día. La íntima conexión del vuelo con la imagen del pájaro
explica que los sueños de volar soñados por sujetos masculinos, posean casi
siempre una significación groseramente sexual. Tampoco nos sorprenderá el oír
decir al sujeto alguna vez que se sentía orgullosísimo durante el sueño, de su
nueva facultad.
El doctor Paul Federn (Viena) ha expuesto[460] la atractiva hipótesis de que
gran parte de los sueños de volar son sueños de erección, dado que este
fenómeno tan singular y que tan de continuo preocupa a la fantasía humana tiene
que hacernos la impresión de una excepción de la ley de gravedad. (Compárense
los falos alados de la antigüedad.)
Es curioso que Mourly Void, investigador de gran timidez y contrario a toda
interpretación, coincida aquí con nosotros en el sentido erótico asignado a los
sueños de volar o flotar, manifestando que el erotismo es su «motivo principal»,
y alegando, en apoyo de tal aserto, la intensa sensación vibratoria del cuerpo que
acompaña a estos sueños y la frecuente conexión de los mismos con erecciones y
poluciones.
Los sueños en que caemos muestran muchas veces un carácter angustioso.
Cuando el sujeto es femenino no presenta su interpretación la menor dificultad,
pues aceptan siempre el sentido simbólico corriente de la caída, o sea la entrega
a una tentación erótica. Pero esto no agota las fuentes infantiles del sueño de
caída; casi todos los niños han caído alguna vez, siendo levantados y acariciados
o hasta acogidos en el lecho de sus guardadores cuando la caída fue por la noche
y desde su cama.
Aquellas personas que tienen frecuentemente el sueño de estar nadando y se
abren camino en él por entre las olas, experimentando una sensación agradable,
etc., suelen haber tenido de niños la arraigada costumbre de orinarse en la cama,
y renuevan en tales sueños un placer al que han aprendido a renunciar hace ya
mucho tiempo. En ejemplos subsiguientes veremos a qué representación se
prestan fácilmente estos sueños.
Como fundamento de la prohibición de jugar con fuego, suele decirse a los
niños que así lo hacen que se orinarán por la noche en la cama. Esta
circunstancia justifica nuestra interpretación de los sueños de fuego, que
hallamos también basados en la enuresis nocturna de los años infantiles. En mi
estudio Fragmento del análisis de una histeria (1905)[461] he expuesto él análisis
y la síntesis completas de un sueno de fuego perteneciente al historial clínico de
la sujeto y he mostrado cuáles son los sentimientos de la edad adulta para cuya
representación es utilizado este material infantil.
Si para incluir a un determinado género de los sueños en la categoría de los
«típicos» consideramos suficiente el frecuente retorno del mismo contenido
manifiesto en sujetos distintos, podremos citar aún toda una serie de ellos. Así, el
de avanzar a través de estrechas callejas, el de ladrones nocturnos, con el que se
relacionan las medidas de precaución adoptadas por los nerviosos al acostarse, el
de escapar a través de una serie de habitaciones, de huir perseguidos por
animales furiosos (toros, caballos) o bien amenazados con cuchillos, puñales o
lanzas, etc.
Estos dos últimos sueños son característicos de los individuos que padecen
de angustia, y sería muy interesante una investigación especial del material por
ellos utilizado. En su lugar expondré aquí dos observaciones, advirtiendo
previamente que no se refieren de un modo exclusivo a los sueños típicos.

I
Cuando más nos ocupamos de la interpretación de los sueños, más obligados
nos vemos a reconocer que la mayoría de los soñados por sujetos adultos
elaboran un material sexual y dan expresión a deseos eróticos. Sólo aquellos
investigadores que analizan verdaderamente los sueños, esto es, los que penetran
desde el contenido manifiesto hasta el latente, pueden formarse un juicio sobre
esta cuestión, nunca aquellos otros que se limitan a examinar el contenido
manifiesto (por ejemplo, Näcke en sus trabajos sobre los sueños sexuales).
Afirmaremos, pues, desde ahora, que este hecho no constituye sorpresa ninguna
para nosotros, sino que coincide perfectamente con los fundamentos de nuestra
explicación de los sueños. Ningún instinto ha tenido que soportar, desde la
infancia, tantas represiones como el instinto sexual en todos sus numerosos
componentes[462], y de ningún otro perduran tantos y tan intensos deseos
inconscientes, que actúan luego durante el estado de reposo provocando sueños.
En la interpretación onírica no deberá, pues, olvidarse nunca esta importancia de
los complejos sexuales, aunque, naturalmente, sin exagerarla hasta la
exclusividad.
Una cuidadosa interpretación nos permitirá reconocer muchos sueños como
bisexuales, o sea susceptibles de una segunda solución en la que realizan
tendencias homosexuales, contrarias a la actividad sexual normal del sujeto. Pero
el que todos los sueños hayan de ser interpretados bisexualmente, como
pretenden W. Stekel[463] y Alf. Adler[464], me parece una generalización tan
indemostrable como inverosímil. No puede olvidarse que existen numerosos
sueños que satisfacen necesidades distintas de las eróticas. Así, los de hambre,
sed, comodidad, etc. También las análogas afirmaciones de que detrás de todo
sueño se descubre «la cláusula de la muerte» (Stekel) y que todo sueño muestra
una «progresión desde la línea femenina a la masculina» (Adler) me parecen
transgredir los límites de lo permitido a la interpretación onírica. La afirmación
de que todos los sueños reclaman una interpretación sexual, que tanta oposición
ha despertado y en derredor de la cual han surgido tantas polémicas, es ajena a
mí y no aparece en ninguna de las seis ediciones publicadas hasta ahora de La
interpretación de los sueños, hallándose, en cambio, visiblemente contradicha
por varios pasajes de la misma.
Lo que sí hemos afirmado y podríamos confirmar con numerosos ejemplos a
más de los ya expuestos, es que los sueños de apariencia singularmente inocente
dan cuerpo casi siempre a groseros deseos eróticos. Asimismo muchos sueños de
aspecto indiferente, en los que a primera vista no observamos nada de particular,
quedan referidos, después del análisis, a impulsos optativos indudablemente
sexuales y a veces de naturaleza inesperada. Nadie supondría, por ejemplo, antes
de la interpretación, que el sueño siguiente encerrase un deseo sexual. «Entre dos
magníficos palacios —relata el sujeto— y un poco hacia el fondo, hay una casita
cuyas puertas están cerradas. Mi mujer me conduce por el trozo de calle que va
hasta la casita y empuja la puerta. Entonces penetro yo rápida y fácilmente en el
interior de un estrecho patio en cuesta arriba».
Toda persona algo experimentada en la traducción de sueños recordará en
seguida que el penetrar en espacios estrechos y el abrir puertas son símbolos
sexuales muy corrientes, y reconocerá sin esfuerzo este sueño como la
representación de una tentativa de coito more ferarum entre dos magníficos
palacios (entre las nalgas del cuerpo femenino). El patio en cuesta arriba es,
naturalmente, la vagina y el auxilio que en el sueño presta al sujeto su mujer nos
fuerza a la interpretación de que en realidad es sólo la consideración que la
misma merece lo que le retiene de intentar con ella la realización del coito.
Informaciones posteriores nos muestran que el mismo día del sueño había
entrado a servir en casa del sujeto una criada joven que le había agradado,
dándole, además, la impresión de que no habría de negarse a tal intento. La
casita entre los dos palacios es una reminiscencia del Hradshin, de Praga, y
alude, al mismo tiempo, a la criada de referencia, natural de dicha ciudad.

II

Cuando hago resaltar ante mis pacientes la frecuencia del sueño de Edipo, en
el que realiza el sujeto el coito con su propia madre, suelen contestarme que no
recuerdan haber tenido nunca tal sueño, pero inmediatamente surge en ellos el
recuerdo de otro, irreconocible e indiferente, que han soñado repetidas veces, y
el análisis muestra que se trata de un sueño del mismo contenido; esto es, de un
sueño de Edipo. Podemos afirmar que los sueños de este género que se presentan
bajo un disfraz cualquiera son infinitamente más frecuentes que los sinceros, o
sea aquellos que muestran directamente al sujeto en comercio sexual con su
madre[465].
Existen sueños de paisajes o localidades en los que aparece, además,
intensamente acentuada, la seguridad de habernos encontrado ya otra vez en
aquellos lugares. (Este déjà vu posee una especial significación-1914.) El lugar
de que en ellos se trata es siempre el órgano genital materno. Realmente, de
ningún otro lugar podemos afirmar con tanta seguridad «habernos encontrado ya
en él». Una sola vez ha llegado a hacérseme difícil esta interpretación ante el
sueño en que un neurótico obsesivo visitaba una vivienda en la que ya había
estado dos veces. Pero hube de recordar que algún tiempo antes me había
relatado este paciente que una noche que su madre le acogió en su lecho,
teniendo él seis años, aprovechó la ocasión para introducir un dedo en los
genitales de la durmiente.
Un gran número de sueños, con frecuencia angustiosos, cuyo contenido es el
avanzar a través de estrechísimos espacios o hallarnos sumergidos en el agua,
aparecen basados en fantasías referentes a la vida intrauterina —la permanencia
en el seno materno y el nacimiento—. Reproduciré aquí uno de estos sueños,
soñado por un joven, el cual aprovecha en su fantasía la ocasión que le ofrece su
situación para espiar un coito de sus padres.
«Se encuentra en un profundo foso, en el que se abre una ventana como en el
túnel de Semmering. A través de ella ve al principio un paisaje desierto y
compone luego en él un cuadro, que resulta, en el acto, presente. Este cuadro
representa una tierra de labor profundamente removida por el arado, y el
hermoso ambiente, la idea de trabajo aplicado y los terrenos negroazules, le
producen una impresión de serena belleza. Después ve abierto ante él una
Pedagogía… y se asombra de que se conceda en ella tanta atención a los
sentimientos sexuales (del niño), cosa que le hace pensar en mí».
He aquí un bello sueño de agua, soñado por una paciente mía y que fue
objeto de un particular aprovechamiento en la cura:
«Se encuentra en su residencia veraniega, junto al lago de…, y se arroja al
agua oscura allí donde la pálida luna se refleja en ella».
Los sueños de este género son sueños de nacimiento y llegamos a su
interpretación invirtiendo el hecho comunicado en el contenido manifiesto, o sea
en lugar de arrojarse al agua, salir del agua; esto es, ser parido[466]. El lugar del
que se nace queda reconocido en cuanto pensamos en el caprichoso sentido que
en francés se da a la lune. La pálida luna es el blanco trasero del que el niño
supone haber salido. ¿Mas, qué puede significar el que la paciente desee «nacer»
en su residencia veraniega? Interrogada, me responde sin vacilar: «¿Acaso el
tratamiento no me ha dejado como si hubiera nacido de nuevo?» De este modo
se convierte el sueño en una invitación a continuar el tratamiento en su
residencia estival, o sea a visitarla allí. Por último, contiene, quizá, también, una
tímida indicación de su deseo de ser madre[467].
De un trabajo de E. Jones tomamos el siguiente sueño de nacimiento y su
interpretación: «La sujeto se hallaba a la orilla del mar vigilando a un niño —al
parecer, su hijo— que andaba por el agua. Poco a poco va el niño entrando mar
adentro y metiéndose más en el agua, hasta no dejar fuera sino la cabeza, que la
sujeto ve moverse de arriba abajo sobre la superficie. Luego se transforma la
escena en el hall, lleno de gente, de un hotel. Su marido la abandona y ella entra
en conversación con un desconocido».
La segunda mitad del sueño se reveló sin dificultad, en el análisis, como la
representación de los hechos de abandonar a su marido y entrar en relaciones
íntimas con una tercera persona. La primera constituía una clara fantasía del
nacimiento. Tanto en los sueños como en la mitología queda representada la
salida del niño del líquido amniótico por un acto contrario, o sea por su
inmersión en el agua. Conocidos ejemplos de esta representación son, entre otros
muchos, los nacimientos de Adonis, Osiris, Moisés y Baco. La emersión e
inmersión de la cabeza del niño, en el sueño, recuerdan inmediatamente a la
sujeto la sensación de los movimientos del feto, experimentada durante su único
embarazo. La imagen del niño metiéndose en el mar despierta en ella una
ensoñación en la que, después de sacarle del agua, le lleva a una habitación, le
lava, le viste y le conduce luego a su casa.
La segunda mitad del sueño representa, como ya indicamos, pensamientos
referentes a la fuga del hogar conyugal, la cual se halla relacionada con la
primera mitad de las ideas latentes. La primera mitad corresponde al contenido
latente de la segunda, o sea a la fantasía del nacimiento. Además de la inversión
antes mencionada, tienen efecto otras varias en cada una de las dos mitades del
sueño. En la primera entra el niño en el agua y después mueve la cabeza; en las
ideas latentes correlativas surgen primero tales movimientos y después
abandona el niño el agua (una doble inversión). En la segunda, la abandona su
marido; en las ideas latentes le abandona ella.
Abraham relata otro sueño de nacimiento, soñado por una señora joven,
próxima a su primer alumbramiento. De un cierto lugar del piso de su cuarto
parte un canal que va directamente al agua (agua del nacimiento, líquido
amniótico). La sujeto abre una trampa que hay en el suelo y ve surgir una figura
vestida con una piel oscura y semejante a una foca. Al quitarse la piel, resulta ser
el hermano menor de la sujeto, para con el cual ha desempeñado ésta el papel de
madre.
En toda una serie de casos ha demostrado Rank que los sueños de nacimiento
se sirven de igual simbolismo que los de estímulo vesical. El estímulo erótico es
representado en ellos como vesical y la estratificación de sus significados
corresponde a una serie de cambios de sentido, por los que el símbolo ha pasado
desde la época infantil.
Podemos retornar aquí el tema del papel que los estímulos orgánicos
perturbadores del reposo desempeñan en la formación de los sueños, tema que
antes dejamos interrumpido (véase página 399). Los sueños constituidos bajo
tales influencias no se limitan a mostrarnos claramente la tendencia a la
realización de deseos y el carácter de sueños de comodidad, sino que presentan
muchas veces un simbolismo por completo transparente, pues no es nada raro
que nos haga despertar un estímulo cuya satisfacción simbólicamente disfrazada
ha sido ya intentada inútilmente. Esto se aplicable a los sueños de polución y a
los provocados por la necesidad de evacuar la vejiga o el intestino. El singular
carácter de los sueños de polución nos permite desenmascarar directamente
determinados símbolos sexuales reconocidos ya como típicos, pero aún muy
discutidos, sin embargo, y nos convence, además, de que algunas situaciones
oníricas, aparentemente inocentes, no son sino el preludio simbólico de una
escena groseramente sexual, la cual no llega, sin embargo, casi nunca a una
representación directa sino en los sueños de polución, relativamente raros,
transformándose, en cambio, con frecuencia, en un sueño de angustia que
conduce igualmente a la interrupción del reposo.
El simbolismo de los sueños de estímulo vesical es especialmente
transparente y ha sido adivinado desde muy antiguo. Hipócrates suponía ya que
los sueños en que el sujeto veía surtidores y fuentes indicaban algún trastorno de
la vejiga (H. Ellis). Schemer estudió también la diversidad del simbolismo del
estímulo vesical y afirmó ya que «el intenso estímulo vesical queda siempre
transformado en excitación de la esfera sexual y en formaciones simbólicas
correspondientes… El sueño de estímulo urinario es también, con frecuencia, el
representante del sueño sexual».
O.Rank, cuyas observaciones en su trabajo sobre «la estratificación de
símbolos en el sueño provocado por un estímulo que acaba interrumpiendo el
reposo» hemos seguido aquí, ha hecho muy verosímil la atribución de una gran
cantidad de sueños de estímulo vesical a un estímulo sexual que intenta
satisfacer primero por el camino de la regresión a la forma infantil del erotismo
uretral. Especialmente instructivos son aquellos casos en los que el estímulo
urinario así constituido conduce a la interrupción del reposo y a la evacuación de
la vejiga, no obstante lo cual continúa luego el sueño, exteriorizando ya entonces
su necesidad en imágenes eróticas no encubiertas[468].
De un modo totalmente análogo encubren los sueños de estímulo intestinal el
simbolismo correspondiente y confirman simultáneamente la conexión de los
conceptos oro y excrementos, de la cual testimonian también numerosos datos de
la psicología de los pueblos. «Así, una mujer que se halla sometida a tratamiento
médico a causa de una perturbación intestinal, sueña con un avaro que entierra
su tesoro cerca de una chocita de madera semejante a aquéllas en que es situado
el retrete en las casas aldeanas Un segundo fragmento de este sueño muestra a la
sujeto limpiándole el trasero a su hija, una niña pequeña que se ha ensuciado».
A los sueños de nacimiento se agregan sueños de salvamento. Salvar a
alguien, sobre todo extrayéndolo del agua, es equivalente a parir, cuando es una
mujer quien lo sueña, y modifica este sentido cuando es un hombre. (Nota de
1911: Véase un sueño de este género en el trabajo de Pfister: Ein Fall von
psychoanalytischer Seelsorge und Seelenheilung. Evangelische Freiheit, 1909.)
Sobre el símbolo de «salvar», véase mi conferencia «El porvenir de la terapia
psicoanalítica» (Zentralbatt f. Psychoanalyse, número 1, 1910) y el ensayo
titulado «Aportaciones a la psicología de la vida erótica. I. Sobre un tipo especial
de la elección de objeto en el hombre» (Jahrbuch, f. Ps., tomo I, año 1910)[469].
Los ladrones, los asaltantes nocturnos y los fantasmas de los que se siente
miedo antes de acostarse y con los que luego se sueña a veces, proceden de una
misma reminiscencia infantil. Son los visitantes nocturnos que han despertado al
niño para ponerle en el orinal y evitar que mojase la cama o han levantado
cuidadosamente las sábanas para observar la posición de sus manos durante el
reposo. En el análisis de algunos de estos sueños de angustia he logrado que el
sujeto reconociese la persona del visitante. El ladrón era, casi siempre,
representación del padre, y los fantasmas correspondían más bien a personas
femeninas vestidas con el largo camisón de dormir.
F) Algunos ejemplos. El cálculo y el discurso oral en el sueño.

Antes de situar el cuarto de los factores que rigen la formación de los sueños
en el lugar que le corresponde, quiero comunicar algunos de los ejemplos por mí
reunidos que esclarezcan la acción conjunta de los otros tres factores hasta el
momento examinados, aporten pruebas de afirmaciones anteriormente
consignadas y permitan deducir conclusiones incontrovertibles. En la exposición
de la elaboración onírica que venimos desarrollando, nos ha sido muy difícil
demostrar por medio de paradigmas la exactitud de nuestras deducciones. Los
ejemplos correspondientes a cada uno de los principios establecidos, sólo dentro
de la totalidad de un análisis onírico conservan toda su fuerza probatoria.
Separados de su contexto, pierden casi por completo su atractivo. Pero una
interpretación total —aunque no sea muy profunda— adquiere en seguida
amplitud más que suficiente para hacer perder al lector el hilo de la cuestión a
cuyo esclarecimiento se la destinaba. Este motivo técnico explica y disculpa que
acumulemos ahora una gran cantidad de casos y ejemplos, cuyo único lazo de
unión es su general relación con el texto del apartado precedente.
Comenzaremos con algunos ejemplos de formas de representación extrañas o
poco corrientes. Una señora sueña lo que sigue: «La criada está subida en una
escalera, como para limpiar los cristales de la ventana, y tiene a su lado un
chimpancé y un gato de Gorila (luego rectifica: de Angora). Al acercarse la
sujeto, coge la criada aquellos animales y se los arroja. El chimpancé se abraza a
ella, haciéndole experimentar una gran sensación de repugnancia». Este sueño
alcanza su objeto por un medio extraordinariamente sencillo; esto es, tomando
en sentido literal, y representándola conforme al mismo, una corriente expresión
figurada. La palabra «mono» es, en efecto, a más de un nombre zoológico, un
insulto usual, y la escena del sueño no significa otra cosa que ir arrojando
insultos a diestro y siniestro. En mi colección de sueños existen, como veremos,
otros muchos ejemplos del empleo de este sencillo artificio por la elaboración
onírica.
Muy análogamente procede este otro sueño: «Una mujer con un niño de
cráneo singularmente mal conformado. La sujeto ha oído que este defecto
obedece a la posición que el niño ocupó en el seno materno. El médico dice que
por medio de una compresión podía corregirse la deformidad, aunque corriendo
el peligro de dañar el cerebro del niño. La sujeto piensa que tratándose de un
chico tiene menos importancia tal defecto». Este sueño contiene la
representación plástica del concepto abstracto impresiones infantiles, oído por la
sujeto en las explicaciones relativas a su tratamiento.
En el ejemplo siguiente adopta la elaboración onírica un camino algo
distinto. El sueño contiene el recuerdo de una excursión al lago de Hilmteich,
cerca de Graz: «Fuera hace un tiempo horrible. El hotel es malísimo; las paredes
chorrean agua y las camas están húmedas». (La última parte del contenido
aparece en el sueño menos directamente de lo que aquí la exponemos.) El
significado de este sueño es superfluo (ueberjluessig). La elaboración onírica
hace tomar forzadamente un sentido equívoco a este concepto abstracto,
contenido en las ideas latentes, sustituyéndolo por rebosante (ueberfliessend) o
descomponiéndolo en ueber-fluessig (super-líquido o más líquido) y lo
representa luego por medio de una acumulación de impresiones análogas: agua
fuera (un tiempo horrible); agua chorreando en las paredes y agua(humedad) en
las camas; todo líquido y más que líquido (jluessig und ueber jluessig). No
podemos extrañar que la representación onírica relegue a la ortografía a segundo
término, ateniéndose en el primero a la similicadencia para el cumplimiento de
sus fines, pues la rima nos da ya un ejemplo de tales libertades. En un extenso
sueño de una muchacha, muy penetrantemente analizado por Rank, va la sujeto
paseando por entre los sembrados y corta bellas espigas de cebada y de trigo.
Luego ve venir a un joven amigo suyo y procura evitar encontrarse con él. El
análisis muestra que se trata de un «beso inocente». (Ein Kuss in Ehren = un
beso inocente; ein Kuss in Aehren = un beso entre las espigas.) Las espigas, que
no deben ser arrancadas, sino cortadas, sirven en este sueño, y tanto por sí
mismas como por su condensación con honor (Ehre) y honras (Ehrungen) para
la representación de toda una serie de otros pensamientos.
Hay, en cambio, otros casos en los que el sueño ve extraordinariamente
facilitada la representación de sus ideas latentes por el idioma, el cual pone a
disposición toda una serie de palabras usadas primitivamente en sentido concreto
y ahora en sentido abstracto. El sueño no tiene entonces más que devolver a
estas palabras su anterior significado o avanzar un poco más en su
transformación de sentido. Ejemplos: un individuo sueña que su hermano se
halla encerrado en un baúl. En la interpretación queda sustituido el baúl por un
armario (Schrank) y la idea latente correlativa revela ser la de que su hermano
debiera restringir sus gastos (sich einschraenken); literalmente, «estrecharse,
meterse dentro de un armario». Otro sujeto sube en su sueño a una montaña,
desde la cual descubre un panorama extraordinariamente amplio. El análisis nos
muestra que el sujeto se identifica de este modo con un hermano suyo, editor de
una revista (Rundschau) que se ocupa de nuestras relaciones con los países del
Lejano Oriente, o sea con el hombre que pasa revista al espacio que le rodea
(Rundschauer).
En la novela de G. Keller, ‘Der Grüne Heinrich’, se relata un sueño: ‘un
brioso caballo iba y venía por una hermosa pradera de avena, cada grano de la
cual estaba formado por almendra, uva y una moneda nueva de un penique…
todo envuelto en seda roja y atado con un trozo de cerda’. El autor (o soñante)
nos da una inmediata interpretación de este cuadro onírico; el caballo sintiendo
una agradable cosquilla gritaba: ‘Der Hafer sticht mich’ (‘me pica la avena’, que
en el uso idiomático significa: ‘la prosperidad me ha echado a perder’).
Las primitivas sagas nórdicas hacen, según Henzen, abundantísimo empleo
de estos sueños de frase hecha o juego de palabras, hasta el punto de no
encontrarse en ellas casi ninguno que no contenga un equívoco o un chiste.
La reunión de tales formas de representación y su ordenamiento conforme a
los principios en que se basan constituiría una labor especial. Muchas de estas
representaciones podrían ser calificadas de chistosas, y experimentamos la
impresión de que no hubiésemos logrado nunca solucionarlas si el sujeto mismo
no nos las hubiese explicado.
1. Un individuo sueña que le preguntan un nombre del que le resulta
imposible acordarse, por más esfuerzos que hace. El sujeto mismo nos da la
interpretación siguiente: Esto no puede ocurrírseme ni en sueños (1911).
He mencionado ‘cuidado de la representabilidad’ como uno de los factores
que influencian la formación de sueños. En el proceso de transformar un
pensamiento en una imagen visual se evidencia una facultad especial del soñante
y un analista raramente se iguala en seguirlo con su adivinación. Por lo que será
de real satisfacción si la percepción intuitiva del soñante —creador de estas
representaciones— es capaz de explicar su significado. (Nota que precedía a los
sueños 2, 3 y 4 en el trabajo de 1911: ‘Nachträge zur Traumdeutung’, que ha
sido incorporado a ‘La interpretación de los sueños’. Nota del E.)
2. Una paciente relata un sueño cuyos personajes eran todos de proporciones
gigantescas. Esto quiere decir —añade— que se trata de un suceso de mi
temprana infancia, pues claro es que entonces tenían que parecerme grandísimas
las personas adultas que me rodeaban. La propia persona de la sujeto no aparecía
en el contenido manifiesto de este sueño.
El retorno a la infancia es expresado también, en otros casos, por la
conversión del tiempo en espacio, y las personas y escenas de que se trate se nos
muestran entonces situadas a gran distancia de nosotros, al final de un largo
camino o como si las contemplásemos a través de unos gemelos vueltos al revés
(1911).
3. Un individuo que gusta de expresarse en formas abstractas e
indeterminadas, hallándose, por lo demás, dotado de un vivo ingenio, sueña,
dentro de un más amplio contexto, que se encuentra en una estación y ve llegar
un tren. Pero luego presencia cómo el andén es acercado al tren, el cual
permanece inmóvil, absurda inversión de la realidad. Este detalle es un indicio
de que en el contenido latente hay también algo invertido. El análisis nos
conduce, en efecto, al recuerdo de un libro de estampas, en una de las cuales se
veían varios hombres andando cabeza abajo sobre las manos (1911).
4. Este mismo sujeto nos relata, en otra ocasión, un breve sueño, cuya
técnica recuerda la de los jeroglíficos. «Va en automóvil con su tío, el cual le da
un beso». La interpretación, que no hubiéramos hallado nunca si el sujeto no nos
la hubiese proporcionado inmediatamente después de su relato, es «auto-
erotismo». En la vida despierta hubiéramos podido dar idéntica forma a un chiste
elaborado con los mismos materiales (1911).
5. El sujeto hace salir de detrás de una cama a una señora. Interpretación:
Leda la preferencia (juego de palabras ; hervorziehen = hacer salir; Vorzug =
preferencia) (1914).
6. El sujeto se ve vestido con uniforme de oficial y sentado a una mesa
enfrente del kaiser: se sitúa en contraposición a su padre (1914).
7. El sujeto somete a tratamiento médico a una persona que padece una
fractura (Knochenbruch = rotura de un hueso). El análisis revela esta fractura
como representación de un adulterio (Ehebruch = rotura del matrimonio)
(1914).
8. Las horas representan, con frecuencia, en los sueños, épocas de la vida
infantil del sujeto. Así, en uno de los casos por mí observados, las seis menos
cuarto de la mañana representaban la edad de cinco años y tres meses, en la que
tuvo efecto, la vida del sujeto, el importante suceso del nacimiento de un
hermanito (1914).
9. Otra representación de fechas de la vida del sujeto: Una mujer se ve en
compañía de dos niñas, cuyas edades se diferencian en un año y tres meses. La
sujeto no recuerda familia ninguna conocida en la que se dé tal circunstancia,
pero luego interpreta por sí misma la escena onírica diciendo que las dos niñas
son representaciones de su propia persona, y que la diferencia de edad entre ellas
existente corresponde al intervalo que separó los dos importantes sucesos
traumáticos de su infancia (uno cuando tenía tres años y medio y otro al cumplir
cuatro años y nueve meses) (1914).
10. No es de extrañar que las personas sometidas a tratamiento psicoanalítico
sueñen frecuentemente con las circunstancias del mismo y expresen en sus
sueños las ideas y esperanzas que en ellos despierta. La imagen elegida para
representar la cura es, generalmente, la de un viaje, casi siempre en automóvil;
esto es, en un vehículo complicado y nuevo. La velocidad del automóvil,
contrastando con la lentitud del tratamiento psicoanalítico, proporciona a las
burlas del sujeto un amplio campo en el que explayarse. Cuando lo inconsciente
tiene que hallar representación en el sueño, a título de elemento de las ideas de la
vigilia, encuentra una apropiada sustitución en lugares subterráneos, los cuales
representan, en otros casos exentos de toda relación con la cura psicoanalítica,
los genitales femeninos o el seno materno. «Abajo» constituye muchas veces en
el sueño una referencia a los genitales, y «arriba», en contraposición, al rostro, la
boca o el pecho. La elaboración onírica simboliza generalmente con animales
salvajes los instintos apasionados —del soñador o de otras personas— que
infunden temor al sujeto, o sea, con un mínimo desplazamiento, las personas
mismas a que dichos instintos corresponden. De aquí a la representación del
temido padre por animales feroces, perros o caballos salvajes —representación
que nos recuerda el totemismo— no hay más que un paso. Pudiera decirse que
los animales salvajes sirven para representar la libido, temida por el yo y
combatida por la represión. La neurosis misma, o sea la «persona enferma», es
separada con frecuencia de la persona total del sujeto y representada como figura
independiente en el sueño (1919).
11. (H. Sachs.) Por La interpretación de los sueños sabemos que la
elaboración onírica conoce varios caminos para representar sensiblemente una
palabra o un giro verbal. Así, puede aprovechar la circunstancia de ser equívoca
la expresión que ha de representar y utilizar el doble sentido para acoger en el
contenido manifiesto del sueño el segundo significado en lugar del primero,
entrañado en las ideas latentes.
Ejemplo de ello es el breve sueño siguiente, en el que se aprovechan con
gran habilidad, como material de representación, las impresiones diurnas
recientes apropiadas para tal empleo.
Durante el día inmediatamente anterior al sueño me había sentido resfriado y
había decidido acostarme y no abandonar el lecho para nada en toda la noche.
Antes de acostarme estuve recortando y pegando en un cuaderno varios artículos
de periódico con cuidado de colocar cada uno en el lugar que le correspondía. El
sueño me hace continuar esta ocupación en la forma siguiente:
«Me esfuerzo en pegar un recorte en el cuaderno, pero no cabe en la página
(er geht aber nicht auf die Seite), lo cual me causa gran dolor».
En este momento despierto y compruebo que el dolor experimentado en el
sueño perdura como dolor físico real, que me obliga a faltar a mi propósito de
permanecer en el lecho. El sueño, cumpliendo su misión de «guardián del
reposo», me había fingido la realización de dicho deseo con la representación de
la frase er geth aber nicht auf die Seite (frase de doble sentido: «pero no cabe en
la página» y «pero no tiene que levantarse») (1914).
Puede decirse que la elaboración onírica se sirve, para la representación de
las ideas latentes, de todos los medios que encuentra a su alcance, aparezcan o
no lícitos a la crítica del pensamiento despierto, exponiéndose, de este modo, a
las burlas y a la incredulidad de todos aquellos que sólo de oídas conocen la
interpretación de los sueños, sin haberla ejercido nunca. La obra de Stekel
titulada El lenguaje de los sueños contiene gran número de ejemplos de este
género, pero evito tomar de ella documento ninguno, porque la falta de crítica y
la arbitrariedad técnica del autor habrían de hacer dudar aun a los lectores más
libres de prejuicios (1919).
12. De un trabajo de V. Tausk, «Los vestidos y los colores al servicio de la
representación onírica» (Int. Zeitschr. f. Ps., A. II, 1914), tomo los siguientes
ejemplos:
a) A. sueña ver a su antigua ama de llaves vestida con un vistoso traje negro
(Luesterkleid) muy ceñido por detrás. Interpretación: Acusa de concupiscente
(luestern) a la mujer de referencia.
b) C. sueña ver, en la carretera de X, a una muchacha rodeada de un blanco
halo de luz y vestida con una blusa blanca.
El soñador había visto su primera escena de amor en dicha carretera y con
una muchacha llamada Blanca.
c) La señora de D. sueña ver al anciano Blasel (un conocido actor vienés
octogenario) vistiendo armadura completa y tendido en un diván. Luego se
levanta, salta por encima de mesas y sillas, se mira al espejo y esgrime su espada
como luchando con un enemigo imaginario.
Interpretación: La sujeto padece una antigua enfermedad de la vejiga.
Durante el análisis permanece tendida en un diván, y cuando se mira al
espejo encuentra que, no obstante sus años y su enfermedad, está aún muy
fuerte. (Der alie Blasel = el anciano Blasel; ein altes Blasenleiden = una antigua
enfermedad de la vejiga; Ruestung = armadura; ruesting = fuerte.)
13. El sujeto sueña que es una mujer próxima a dar a luz y se ve tendido en
la cama. Su estado se le hace muy penoso y exclama: «Preferiría…» (en el
análisis, y después de recordar a una persona que le asistió durante una
enfermedad, agrega: «partir piedras»). A la cabecera de la cama cuelga un mapa
cuyo borde inferior es mantenido tenso por un listón de madera (Holzleiste). El
soñador coge este listón (Leiste) por sus dos extremos y lo arranca de golpe.
Pero en vez de quebrarse por su parte media, como era de esperar, dada la
manera de arrancarlo, queda el listón dividido longitudinalmente en dos. Con
este acto de violencia alivia el sujeto su estado y facilita el parto.
Sin que yo intervenga para nada, interpreta el soñador por sí mismo el
arrancamiento del listón (Leiste) como un acto (Leistung) decisivo, por medio
del cual acaba con su desagradable situación (en la cura) y se liberta de su
disposición femenina… (Strachey ha señalado un trozo omitido por Freud
después de la primera publicación de este sueño: «No se puede hacer ninguna
objeción a la propia interpretación del paciente, pero no lo describiría como
simplemente “funcional” por sus pensamientos oníricos relacionados con su
actitud en el tratamiento. Pensamientos de esta clase sirven de “material” para la
construcción de sueños como ninguna otra cosa. Es difícil de ver por qué los
pensamientos de una persona en análisis no se relacionan con su conducta
durante el tratamiento. En el sentido de Silberer la distinción entre fenómeno
“material” y “funcional”, es de importancia solamente cuando —como en las
bien conocidas autobservaciones de Silberer al quedarse dormido— hay una
alternativa entre la atención del sujeto dirigida sea a una parte del contenido del
pensamiento presente, o sea, a su propio y actual estado físico, y no cuando el
estado en sí constituya el contenido de sus pensamientos». [Adición del E.]) La
absurda rotura del listón en sentido longitudinal queda explicada por el sujeto
mediante el recuerdo de que la duplicación de un objeto y su destrucción son un
símbolo de la castración. Ésta es representada con gran frecuencia en el sueño
por medio de la presencia de dos símbolos del pene, o sea, por una tenaz
antítesis optativa. La ingle (Leiste) es una región del cuerpo próxima a los
genitales. Concretando su interpretación, dice luego el sujeto que el significado
de su sueño es el de que vence la amenaza de castración que ha provocado su
disposición femenina[470] 349.
14. En un análisis que hube de llevar a cabo en francés se presentó la labor
de interpretar un sueño en el que el sujeto me vio convertido en elefante.
Naturalmente, le pregunté cómo había llegado a representarme bajo tal forma.
La respuesta fue: Vous me trompez (Usted me engaña). (Tomper = engañar;
trompe = trompa) (1919).
La elaboración onírica consigue representar frecuentemente un muy árido
material —por ejemplo: nombres propios—, utilizando de un modo harto
forzado relaciones muy lejanas. En uno de mis sueños me ha encomendado el
viejo Brücke un trabajo. Compongo un preparado y extraigo de él algo que
parece un trozo de papel de plata todo arrugado. (De este sueño nos ocupamos
más adelante con mayor detalle.) Después de buscar mucho, asocio la palabra
Staniol (hoja de estaño) y veo que me refiero a Stannius, autor de una obra muy
estimable sobre el sistema nervioso de los peces. El primer trabajo científico que
mi maestro me encomendó se refería, realmente, al sistema nervioso de un pez,
al ammocoetes, nombre imposible de representar plásticamente.
No quiero dejar de incluir aquí un sueño de singular contenido, muy notable
también como sueño infantil y fácilmente solucionado en el análisis. Una señora
nos hace el siguiente relato: «Recuerdo que siendo niña soñé repetidas veces que
Dios usaba un puntiagudo gorro de papel. Por aquella época infantil me solían
poner, durante las comidas, un gorro semejante, que me tapaba la vista por los
lados, para quitarme la costumbre de mirar lo que les servían a mis hermanos y
protestar en caso de desigualdad. Como me habían dicho que Dios lo sabía y lo
veía todo, mi sueño no podía significar sino que también yo me enteraba de todo,
a pesar del gorro con que trataban de impedírmelo».
El examen de los números y los cálculos que aparecen en nuestros sueños
nos muestran muy instructivamente el mecanismo de la elaboración onírica y
cómo maneja ésta el material con que labora, o sea las ideas latentes. Los
números soñados son considerados además por la superstición vulgar como
especialmente significativos y prometedores. Elegiré, pues, algunos ejemplos de
este género entre los de mi colección:

I
Sueño de una señora poco tiempo antes de la terminación de su tratamiento:
«Quiere pagar algo. Su hija le coge del bolsillo 3 florines 65 céntimos. Pero
ella le dice: ‘¿Qué haces? No cuesta más de veintiún céntimos’». Mi
conocimiento de las circunstancias particulares de la sujeto me dio la explicación
de este sueño sin necesidad de más amplio esclarecimiento. Se trataba de una
señora extranjera, que tenía a una hija suya en un establecimiento pedagógico en
Viena y podía continuar acudiendo a mi consulta mientras su hija permaneciese
en él. El curso y, por tanto, el tratamiento terminaba dentro de tres semanas. El
día del sueño le había indicado la directora del establecimiento la conveniencia
de dejar en él a su hija un año más. Esta indicación había despertado en la sujeto
la idea de que siendo así podría ella prolongar a su vez por un año el tratamiento.
A esto se refiere, indudablemente, el sueño, pues un año es igual a 365 días,
mientras que las tres semanas que faltan para el final del curso y el del
tratamiento pueden sustituirse por 21 días (aunque no por otras tantas horas de
tratamiento). Las cifras que en las ideas latentes se referían a espacios de tiempo
quedan referidas, en el contenido manifiesto, a cantidades de dinero, no sin
quedar expresado simultáneamente un sentido más profundo, pues time is
money, el tiempo vale dinero, 365 céntimos son 3 florines 65 céntimos. La
pequeñez de las cantidades incluidas en el sueño constituye una abierta
realización de deseos. El deseo ha disminuido el coste de su tratamiento y el de
los estudios de su hija.

II

En otro sueño conducen los números a relaciones más complicadas. Una


señora joven, pero casada hace ya bastantes años, recibe la noticia de que una
amiga suya, de casi su misma edad, acaba de prometerse en matrimonio. A la
noche inmediata sueña lo siguiente: «Se halla en el teatro con su marido. Una
parte del patio de butacas está desocupada. Su marido le cuenta que Elisa L. y su
prometido hubieran querido venir también al teatro, pero no habían conseguido
sino muy malas localidades, 3 por 1 florín 50 céntimos, y no quisieron tomarlas.
Ella piensa que el no haber podido ir aquella noche al teatro no es ninguna
desgracia».
¿De dónde procede la cantidad de 1 florín 50 céntimos? De un motivo
indiferente del día anterior. Su cuñada había recibido como regalo de su
hermano, el marido de la sujeto, la suma de 150 florines y se había apresurado a
gastarlos comprándose una joya. Observaremos que 150 florines son 100 veces 1
florín y 50 céntimos. ¿De dónde procede ahora el número 3, coeficiente de los
billetes de teatro? Para él no hallamos más enlace que la circunstancia de que
Elisa L., la amiga prometida, es 3 meses menor que la sujeto. La significación
del detalle de hallarse vacía una parte del patio de butacas nos lleva a la solución
del sueño. Dicho detalle es una clara alusión a un pequeño suceso que motivó las
burlas de su marido. Deseando asistir a una cierta representación, había
comprado las localidades con tanto adelanto, que tuvo que pagar un sobreprecio.
Mas luego, cuando llegó con su marido al teatro, advirtió que sus precauciones
habían sido inútiles, pues una parte del patio de butacas estaba casi vacía. No
había, pues, necesidad de haberse apresurado tanto a tomar las localidades.
Sustituyamos ahora el sueño por las ideas latentes: «Ha sido un disparate
casarme tan joven: no tenía necesidad ninguna de apresurarme tanto. Por el
ejemplo de Elisa L. veo que no me hubiese faltado un marido y, además, uno
cien veces mejor (Schatz- marido, novio, tesoro), si hubiese esperado (antítesis
del apresuramiento de la cuñada). Con el mismo dinero (la dote) hubiera podido
comprarme tres maridos como éste». Observamos que los números incluidos en
este sueño han cambiado de contexto y de significado en un grado mucho mayor
que los de ejemplos anteriores, y ésta más amplia labor de la deformación
onírica nos revela que las ideas latentes han tenido que vencer una resistencia
intrapsíquica especialmente intensa. No dejaremos tampoco inadvertida la
circunstancia de que este sueño contiene un elemento absurdo: el de que dos
personas tienen que tomar tres localidades. Anticipando una afirmación que más
adelante justificaremos al tratar de la interpretación de lo absurdo en el sueño,
indicaremos que este absurdo detalle del contenido manifiesto debe ser
representación de la más acentuada de las ideas latentes: Fue un disparate
casarme tan pronto. El 3 (3 meses de diferencia en la edad) contenido en una
relación absolutamente secundaria de las dos personas comparadas es
hábilmente utilizado luego para la producción del desatino necesario al sueño. El
empequeñecimiento de la cantidad real de 150 florines a 1 florín 50 céntimos
corresponde al desprecio del marido (o «tesoro») existente en los pensamientos
reprimidos de la sujeto.
III

Otro ejemplo nos muestra el procedimiento que el sueño sigue en sus


cálculos y tanto ha contribuido a desacreditarle. Un individuo sueña lo siguiente:
«Se halla en casa de B. (una familia antigua conocida suya), y dice: ‘Ha sido un
disparate que no me hayan dado ustedes a Mali’. Luego pregunta a la muchacha
así llamada: ‘¿Qué edad tiene usted?’ Respuesta: ‘Nací en 1882’. ‘¡Ah! Entonces
tiene usted 28 años’.»
Dado que el sujeto tiene este sueño en 1898, es indudable la inexactitud del
cálculo, y la ineptitud matemática del soñador puede, por tanto y caso de no
hallar otra mejor explicación, ser comparada a la del paralítico. Mi paciente
pertenece a aquellas personas a quienes no hay mujer que no interese. Durante
varios meses le había sucedido en mi consulta una señora joven, de la cual me
habló varias veces y con la que extremaba su cortesía cada vez que la encontraba
al salir de mi gabinete. Según él, debía de tener esta señora unos 28 años,
circunstancia que aclara el resultado del cálculo efectuado en el sueño. La cifra
que en él aparece —1882— correspondía al año del casamiento del sujeto. Éste
no había podido menos de entablar conversación con las otras dos personas
femeninas que encontraba en mi casa, las dos criadas, nada jóvenes, que
alternativamente le abrían la puerta y, encontrándolas poco asequibles a sus
deseos de charlar, lo atribuyó a que le consideraban ya como un hombre serio y
sentado.

IV

Al doctor B. Dattner debo la comunicación e interpretación del sueño


numérico siguiente, caracterizado por su transparente determinación, o más bien
superdeterminación (1911):
«Mi patrón, guardia de Seguridad, empleado en las oficinas de Policía, sueña
que está de servicio en la calle, circunstancia que constituye una realización de
deseos. En esto se le acerca un inspector que lleva en el cuello del uniforme el
número 22-62 o 22-26. La cifra total constaba de todos modos de varios doses.
Ya la división del número 2262 en el relato del sueño permite deducir que los
elementos que lo integran poseen un significado aparte. El sujeto recuerda que el
día anterior estuvieron hablando en la oficina de los años de servicio que lleva
cada uno. El motivo de esta conversación fue la jubilación de un inspector que
tenía 62 años. El sujeto tiene ahora 22 años de servicios y le faltan 2 años y 2
meses para jubilarse con el 90 por 100 de su sueldo. El sueño le finge primero el
cumplimiento de un deseo que abriga hace ya mucho tiempo: el de su promoción
a la categoría de inspector. El inspector que se le aparece llevando en el cuello el
número 2262 es él mismo; está de servicio en la calle, otro de sus deseos; ha
servido ya 2 años y 2 meses y puede jubilarse, como el inspector de 62 años, con
el sueldo completo[471]».
Reuniendo estos ejemplos con otros análogos que más adelante
expondremos, podemos afirmar que la elaboración onírica no calcula, ni acertada
ni erróneamente; se limita a reunir en forma de cálculo matemático números
entrañados en las ideas latentes y que pueden servir de alusiones a un material no
representable. Al obrar así considera los números como material propio para la
expresión de sus propósitos y los maneja en la misma forma que a las demás
representaciones y que a los nombres y los discursos orales reconocibles como
representaciones verbales.
Es un hecho probado que la elaboración onírica no puede crear discursos
originales. Por amplios que sean los discursos o diálogos —coherentes o
desatinados— que en el sueño se desarrollen, nos demuestran siempre en el
análisis que la elaboración no ha hecho sino tomar de las ideas latentes
fragmentos de discursos reales, oídos o pronunciados por el sujeto,
manejándolos además con absoluta arbitrariedad. No sólo los arranca de su
contexto primitivo, sino que, acogiendo unos y rechazando otros, forma nuevas
totalidades, resultando así que un discurso onírico coherente en apariencia se
disgrega luego en tres o cuatro trozos al ser sometido al análisis. La elaboración
del sueño suele hacer caso omiso en este proceso del sentido que las palabras
poseían en las ideas latentes, atribuyéndoles otro completamente nuevo[472]. Un
más detenido examen nos permite distinguir en el discurso onírico dos clases de
elementos: unos precisos y compactos y otros que sirven de aglutinante entre los
primeros y que han sido probablemente agregados para llenar un hueco, como
agregamos al leer letras o sílabas que un defecto de impresión ha dejado en
blanco. El discurso onírico presenta así la estructura de una argamasa constituida
por grandes trozos de materias homogéneas unidas entre sí mediante un fuerte
cemento.
Esta descripción no es, de todos modos, exacta sino con respecto a aquellos
discursos orales que presentan un marcado carácter sensorial y son reconocidos
por el sujeto como oídos o pronunciados en el sueño. Los demás, aquellos de los
que el soñador no puede asegurar que fueron dichos u oídos por él durante el
sueño (aquellos que no presentaron una co-acentuación acústica o motora), son
simplemente ideas, iguales a las que surgen en nuestra actividad intelectual
despierta y pasan muchas veces al sueño sin modificación ninguna. La lectura
parece constituir asimismo un manantial —tan generoso como difícil de
determinar— del material oral indiferente de nuestros sueños. Pero todo lo que
en éstos muestra un marcado carácter de discurso oral resulta derivado de
discursos reales oídos o dichos por el sujeto.
En los análisis expuestos con otro distinto fin hemos encontrado ya ejemplos
de la derivación de tales discursos oníricos. Así, en el sueño «inocente» de la
señora que llega tarde al mercado (véanse págs. 459-460), en el que la frase «No
queda ya» sirve para identificarse con el carnicero, mientras que un fragmento
de la otra: No he visto nunca cosa semejante. No lo compro, cumple la misión de
dar al sueño un aspecto inocente. El día del sueño había reñido la sujeto a su
cocinera, diciéndole: «¡No he visto nunca cosa semejante! ¡Hágame el favor de
conducirse más correctamente!» e incluye luego en su sueño la primera parte de
esta frase, indiferente en sí, para aludir con ella a la segunda, muy adaptada a la
fantasía entrañada en el sueño, pero que de ser incluida en él hubiera relatado
dicha fantasía.
Daremos aquí un análogo ejemplo como muestra de otros muchos que
conocemos y que prueban todos lo mismo:
«Un amplio patio en el que están quemando unos cadáveres. El sujeto dice:
‘Me voy; no puedo ver esto’. Luego encuentra a dos muchachos, aprendices de
carnicero, y les pregunta: ‘Qué, ¿os ha gustado?’ Uno de ellos responde: ‘No; no
estaba bueno’.» Como si hubiese sido carne humana.
El inocente motivo de este sueño es el que sigue. El sujeto fue de visita con
su mujer, después de cenar, a casa de unos vecinos, gente buena, pero nada
apetitosa (atractiva). La señora de la casa, una amable anciana, se hallaba
cenando a su llegada y obligó al sujeto a probar de su cena. (Para designar estas
apremiantes invitaciones a tomar algo se usa entre hombres una expresión
compuesta de sentido sexual.) El sujeto rehusó repetidamente, alegando que no
tenía apetito, pero la buena «señora insistió, diciendo: No; no se me irá usted sin
tomar algo. Tuvo, pues, que probar lo que le ofrecían, y al acabar dijo: ‘Está
muy bueno’.» Después, al volver a casa con su mujer, criticó tanto la pesadez de
la señora como la calidad de lo ofrecido. El no puedo ver esto, que no aparece
claramente en el sueño como dicho, es un pensamiento que se refiere a los
encantos físicos de la señora y quiere decir que el sujeto no encuentra placer
ninguno en contemplarla.
Más instructivo aún es el análisis de otro sueño que comunicaré aquí a causa
de la clara oración que constituye su centro, pero cuyo esclarecimiento
dejaremos para cuando tratemos de los afectos en el sueño. «Es de noche. Estoy
en el laboratorio de Brücke y oigo llamar suavemente a la puerta. Abro y doy
paso al profesor Fleischl (difunto) que entra con varios amigos y se sienta a su
mesa después de cambiar conmigo algunas palabras». Luego sigue un segundo
sueño: «Mi amigo Fliess ha venido inesperadamente a Viena en el mes de julio.
Le encuentro en la calle con mi amigo P. (difunto) y voy con ellos a un lugar
indeterminado, donde se sientan frente a frente en una mesita, acomodándome
yo en una de las cabeceras. Fl. habla de su hermana y dice: ‘En tres cuartos de
hora quedó muerta’, y luego algo como: ‘Éste es el umbral’. Viendo que P. no le
comprende, se dirige Fl. a mí y me pregunta qué es lo que sobre él he contado a
P. Embargado entonces por singulares afectos, quiero decir a Fl. que P. (no puede
saber nada porque) no vive. Pero dándome perfecta cuenta de que me expreso
mal, digo: Non vixit. Luego miro penetrantemente a P., que palidece bajo mi
mirada, tomando sus ojos un enfermizo color azul, y se va luego disolviendo
poco a poco hasta desvanecerse por completo. Ello me causa extraordinaria
alegría, haciéndome comprender que Ernesto Fleischl no era tampoco sino una
aparición, un revenant, y pienso que tales personas (apariciones) no subsisten
sino mientras uno quiere, siendo suficiente nuestro deseo para hacerlas
desaparecer».
Este acabado sueño reúne muchos de aquellos caracteres de la elaboración
onírica que nos parecen enigmáticos: la crítica ejercida durante el sueño al
reconocer el error de decir: Non vixit, en lugar de Non vivit; la inalterable
tranquilidad que conservo ante la aparición de personas que el sueño mismo
declara difuntas; por último, lo absurdo de mi deducción final y la alegría que
me produce. Me encantaría, pues, poder comunicar aquí su solución completa.
Pero en la vida real soy incapaz de conducirme como lo hago en este sueño y
sacrificar a miras personales las consideraciones que debo a personas muy
queridas. Por mucho que quisiera encubrirlo, el sentido del sueño, que me es
bien conocido, habría de avergonzarme. Me limitaré, pues, a interpretar, primero
aquí y luego más adelante, al tratar de los afectos en el sueño, algunos dé los
elementos del que ahora nos ocupa.
La escena en la que aniquilo a P. con la mirada constituye el centro del
sueño. Los ojos de mi amigo van adquiriendo un extraño color azul y todo él se
disuelve luego. Esta escena es la evidente reproducción de otra realmente vivida.
Siendo auxiliar en el Instituto Fisiológico, tenía mi clase por la mañana
temprano, y Brücke averiguó que había llegado varias veces un tanto retrasado.
Un día se presentó en el laboratorio a la hora fijada para el comienzo de la clase,
esperó mi llegada y me amonestó enérgicamente. Pero lo más terrible no fueron
sus palabras, sino la fulminante mirada de sus ojos azules, bajo la que quedé
realmente aniquilado, como P. en el sueño, el cual invierte a favor mío los
papeles. Todos los que conocieron al ilustre hombre de ciencia recordarán sus
hermosos ojos azules, cuyo fuego no lograron debilitar los años, y aquellos que
le vieron irritado comprenderán sin dificultad los afectos que me sobrecogieron
en la ocasión citada.
Durante mucho tiempo me fue imposible encontrar el origen del non vixit
con el que ejecuto a P. en mi sueño, hasta que recordé que tales dos palabras no
aparecían claramente como dichas u oídas, sino como vistas, y entonces supe
inmediatamente de dónde procedían. En el basamento de la estatua del
emperador José se lee la siguiente bella descripción:

Saluti patriæ vixil


non diu sed totus[473].

De esta inscripción había extraído yo aquellas palabras que se adaptaban a la


serie de pensamientos hostiles dada a mis ideas latentes y que habían de
significar: «Éste no tiene nada que decir aquí, pues no vive». En seguida recordé
que mi sueño.se desarrolló pocos días después de la inauguración del
monumento a Fleisch! en el claustro de la Universidad, ocasión en la que vi
también el de Brücke emplazado en el mismo lugar y pensé con dolor (en lo
inconsciente) que la prematura muerte de mi amigo P. le ha privado de ocupar un
puesto al lado de estos ilustres hombres de ciencia. En mi sueño le elevo el
monumento que sus altas dotes y su amor a la ciencia le habrían seguramente
conquistado. Mi pobre amigo se llamaba también José, como el emperador, en
cuyo monumento consta la inscripción antes citada[474].
Según las reglas de la interpretación onírica, no tenemos aún el derecho de
sustituir el non vivit que nos es necesario por el non vixit que nos proporciona mi
recuerdo de dicha inscripción. Pero observo que, en la escena de mi sueño,
confluyen una corriente de ideas hostiles y otra de ideas cariñosas, referidas a mi
amigo P., superficial la primera y encubierta la segunda, corrientes que alcanzan
ambas su representación de las palabras non vixit. Por sus méritos científicos,
elevo a P. un monumento, pero por haberse hecho culpable de un mal deseo
(expresado al final del sueño) le aniquilo. Al acabar de redactar la frase
precedente en el análisis que voy efectuando, me doy cuenta de que en su
estructura ha debido de influir el recuerdo de otra muy conocida. ¿Dónde
encontramos una antítesis análoga y una yuxtaposición de dos reacciones
contrarias que, hallándose referidas a una misma persona y aspirando ambas a
una plena justificación, procuran, sin embargo, no estorbarse? Recordemos el
Julio César shakespeariano y el discurso en que Bruto trata de justificar su
crimen: «Porque César me amaba le lloro; porque era valeroso, le honro; pero
porque era ambicioso, le maté». Esta frase presenta idéntica estructura que la
redactada por mí en el análisis y entraña la misma antítesis que hemos llegado a
descubrir en las ideas latentes de mi sueño. Habré, pues, de suponer que
desempeño en éste el papel de Bruto. Veamos si existe algún otro indicio que,
agregándose a esta sorprendente conexión colateral, pueda confirmar tal
hipótesis. El sueño me dice que mi amigo ha venido a Viena en el mes de julio,
detalle carente de toda base real. Que yo sepa, jamás ha venido Fl. en tal época a
Viena, pero el mes de julio debe su nombre a Julio César, y podía constituir muy
bien el indicio buscado, o sea la alusión en el sueño a la idea de que me arrogo el
papel del regicida romano[475].
En realidad, he encarnado una vez tal figura, pues a la edad de catorce años
representé, ante un auditorio infantil, la escena que Schiller hace desarrollarse
entre Bruto y César en su conocido poema. El papel de César fue desempeñado
entonces por mi sobrino John, que había venido de Inglaterra y se hallaba
pasando una temporada con nosotros. Este sobrino mío, un año mayor que yo,
puede ser considerado como una especie de revenant, pues con él vuelve a surgir
ante mí el camarada de mis primeros juegos infantiles. Hasta que cumplí cuatro
años fuimos inseparables, queriéndonos mucho y peleándonos otro tanto, y esta
relación infantil ha fijado decisivamente, como ya hube de indicarlo en otro
lugar, la orientación de mis sentimientos en mi trato ulterior con personas de mi
edad. Posteriormente ha hallado en mis sueños este sobrino mío múltiples
encarnaciones que reavivaban una cualquiera de las facetas de su personalidad
indeleblemente impresa en mi memoria inconsciente. Sin duda debió de tratarme
con dureza en alguna ocasión y yo debí de mostrarme valeroso, rebelándome
contra mi tirano, pues mis familiares me han relatado que interpelado una vez
por mi padre con la frase «¿Por qué has pegado a John?», le respondí: «Le pego
porque él me ha pegado antes». Si tenemos en cuenta que para designar estas
riñas infantiles se emplea familiarmente la palabra Wiesen («zurra»), habremos
de deducir que la escena relatada es la que transforma el non vixit. La
elaboración onírica no desdeña servirse de esta clase de conexiones. Mi
hostilidad contra P., carente de todo fundamento real, se deriva, sin duda, de mi
complicada relación afectiva infantil con mi sobrino. En efecto, siendo P. muy
superior a mí por todos conceptos, podía considerarlo como una nueva edición
de mi compañero de niñez.
Más adelante habremos de volver sobre este sueño.

G) Sueños absurdos. Los rendimientos intelectuales en el sueño.

Muchos de los sueños cuyo análisis hemos, desarrollado en páginas


precedentes muestran un contenido manifiesto total o fragmentariamente
absurdo. No creemos, pues, conveniente aplazar por más tiempo la investigación
del origen y significado de esta singular circunstancia, que, como ya señalamos,
ha ofrecido a los detractores del fenómeno onírico un principalísimo argumento
para no ver en él sino un desatinado producto de una actividad mental reducida y
disgregada.
Comenzaremos por exponer algunos ejemplos en los que la absurdidad del
contenido manifiesto no es sino una apariencia, que se desvanece en cuanto
profundizamos algo en el sentido del sueño. Todos ellos coinciden —a primera
vista casualmente— en presentar como un personaje principal al difunto padre
del sujeto correspondiente.

Sueño de un paciente cuyo padre ha muerto hace seis años:


«A su padre le ha sucedido una gran desgracia. Viajaba en el tren de la
noche. Ha habido un descarrilamiento, y ha muerto con la cabeza aplastada entre
las paredes del vagón. El sujeto le ve luego tendido en la cama, mostrando una
gran herida, que parte del borde de la ceja izquierda y se extiende verticalmente
hacia abajo. Se asombra de que su padre haya podido desgraciarse. (Luego
agrega en su relato, puesto que estaba ya muerto.) Los ojos del cadáver
conservan una gran claridad».
Según la opinión dominante sobre los sueños, habríamos de explicarnos éste
en la forma siguiente: el sujeto ha olvidado al principio, mientras se representa el
accidente, que su padre descansa ya en la tumba hace varios años. Luego, en el
curso de su sueño, despierta en él tal recuerdo y le hace asombrarse del mismo
sin dejar de soñar. Pero el análisis nos muestra en seguida el error de una tal
explicación. El sujeto había encargado a un escultor el busto de su padre, y dos
días antes del sueño relatado había ido a ver la escultura al estudio del artista.
Este busto es el que le parece haberse desgraciado (haber salido mal). El
escultor no conoció en vida a su modelo, y hubo de guiarse por un retrato. El
mismo día del sueño había mandado el sujeto a un antiguo criado de la familia a
casa del artista para ver si confirmaba su opinión de que la cabeza del busto
resultaba como aplastada por los lados, siendo demasiado corta la distancia de
sien a sien. A estos antecedentes se agrega para la construcción del sueño el
siguiente material mnémico: cuando se hallaba atormentado por preocupaciones
profesionales o familiares, el padre del sujeto acostumbraba apretarse la cabeza
entre las manos, colocándosela sobre las sienes, como si el esfuerzo mental
hubiese dilatado su cráneo y quisiera comprimirlo. Teniendo cuatro años fue el
sujeto testigo de un accidente que le ocurrió a su padre. Manejando éste una
pistola que creía descargada, se le disparó, y el fogonazo le ennegreció los ojos
(los ojos conservan una gran claridad). Cuando el padre del sujeto se hallaba
triste o preocupado surcaba su rostro una profunda arruga en el mismo lugar que
luego ocupa la herida en el sueño. Esta sustitución alude al segundo motivo del
mismo. El sujeto había dejado caer una placa fotográfica que contenía el retrato
de su hija pequeña, y al recogerla vio que una hendidura del cristal atravesaba la
frente de la niña hasta detenerse en una ceja, simulando una profunda arruga. En
esta ocasión no pudo por menos de recordar supersticiosamente que un día antes
de morir su madre se le había roto también una placa con su retrato.
Así, pues, la absurdidad de este sueño es simplemente el resultado de la
imprecisión con que nos expresamos al juzgar el parecido de un retrato, usando
generalmente un giro en el que confundimos la reproducción con el modelo. Así,
acostumbramos decir, por ejemplo, ante un retrato de nuestro padre: ¿No
encuentras que papá está muy mal? Por último, observamos que en este sueño
hubiera sido facilísimo evitar el absurdo, hasta el punto de que si un solo
ejemplo nos diera derecho a sentar un juicio, diríamos que tal apariencia de
absurdidad es voluntaria o permitida.

II

Un segundo ejemplo, muy análogo, tomado de mi colección de sueños


propios. (Mi padre murió en 1896.) «Mi padre ha desempeñado después de su
muerte una misión política entre los magiares, logrando la unión de los
partidos». Enlazado con esta idea, veo imprecisamente un pequeño cuadro cuyo
contenido es el que sigue: «Una numerosa reunión, como si fuese un Parlamento.
Los circunstantes rodean a una persona que se halla encaramada en una silla.
Recuerdo que mi padre presentaba en su lecho de muerte un extraordinario
parecido con Garibaldi, y celebro que haya llegado a cumplirse lo que tal
semejanza prometía».
Todo esto es suficientemente absurdo. Mi sueño se desarrolló por los días en
que los húngaros se habían colocado fuera de la ley, ejerciendo una sistemática
obstrucción, conducta que los llevó a la gravísima crisis resuelta luego por
Koloman Széll. La pequeñez de las imágenes que constituyen la escena de mi
sueño posee una significación particular, y hemos de tenerla en cuenta para el
esclarecimiento de dicha escena. La corriente representación onírica visual de
nuestros pensamientos presenta imágenes que nos dan la impresión de ser de
tamaño natural. Pero la escena de mi sueño es la reproducción de un grabado en
madera que ilustraba una Historia de Austria y representaba a María Teresa en el
Parlamento de Presburgo, o sea la famosa escena del Moriamur pro rege
nostro[476]. Como allí María Teresa, aparecía en mi sueño mi padre, rodeado de
la multitud. Pero, además, está sobre una «silla» (Stuhl). Es, pues, un juez
(Stuhlrichter). (Los ha unido —actúa aquí de intermediaria la expresión
corriente: «No necesitamos juez ninguno», empleada para indicar el acuerdo de
dos o más personas.) El parecido que en su lecho de muerte presentaba mi padre
con Garibaldi fue advertido por todos cuantos le vimos en tal ocasión. Una
elevación postmortal de la temperatura enrojeció intensamente sus mejillas[477].
A la cualidad postmortal de este fenómeno corresponden en el contenido
manifiesto del sueño las palabras después de su muerte. Lo que más hubo de
atormentarle en sus últimos días fue una absoluta parálisis intestinal
(obstrucción). A esta circunstancia se enlazan toda clase de pensamientos
irrespetuosos. Un amigo mío de mi misma edad, cuyo padre murió antes de
comenzar él sus estudios universitarios, me relató una vez entre burlas el dolor
de una parienta suya que al amortajar el cadáver de su padre, muerto de repente
en la calle, encontró que en el momento de la muerte o después de ella
(postmortalmente) se había producido una evacuación del intestino. La hija se
lamentaba de ver manchado el recuerdo de su padre por este feo detalle.
Llegamos aquí al deseo que toma cuerpo en mi sueño. ¿Quién no aspira, en
efecto, a aparecer limpio de toda impureza ante sus hijos después de la muerte?
¿Y dónde queda ya la absurdidad de este sueño? Lo que le ha prestado tal
apariencia es únicamente el hecho de haber sido reproducida en él punto por
punto una expresión corriente («aparecer después de la muerte ante nuestros
hijos»), cuyo sentido literal contiene un absurdo que la costumbre nos hace dejar
inadvertido. Tampoco aquí podemos rechazar la impresión de que la apariencia
de absurdidad ha sido creada voluntariamente.
Adición de 1909: La frecuencia con que nuestros sueños resucitan a personas
fallecidas ha despertado un indebido asombro y ha dado origen a singulares
explicaciones, que revelan claramente la general incomprensión con la que
siempre ha tropezado el fenómeno onírico. Y, sin embargo, el esclarecimiento de
estos sueños no es nada difícil. El pensamiento «¿Qué diría de esto mi padre, si
viviera?», es corrientísimo, y este si no puede representarlo el sueño sino con la
presencia de la persona de que se trate. Así, un joven que ha heredado una
considerable fortuna de su abuelo y al que se le reprochan sus excesivos
dispendios sueña que el abuelo ha resucitado y le pide cuentas del empleo de la
herencia. Aquello que consideramos como rebelión contra el sueño, esto es, la
oposición de nuestro convencimiento de que la persona de referencia ha muerto
hace ya tiempo, es, en realidad, la idea consoladora de que es mejor que el
muerto no haya visto aquello o la satisfacción de que no pueda ya oponerse a
nuestros deseos.
Otro género de absurdidad que hallamos en estos sueños con parientes
fallecidos no expresa ya la burla y la irrisión, sino que constituye la
representación de una insospechable idea reprimida. La solución de estos sueños
sólo se nos hace posible teniendo en cuenta que el fenómeno onírico es incapaz
de distinguir entre lo real y lo simplemente deseado. Ejemplo: un individuo que
ha asistido con todo cariño a su padre durante la enfermedad que le llevó al
sepulcro tiene poco tiempo después el siguiente sueño: «Su padre ha resucitado y
dialoga con él como antes; pero (lo singular es que) está, sin embargo, muerto,
aunque no lo sabe». Comprenderemos este sueño si a está, sin embargo, muerto
agregamos a consecuencia del deseo del sujeto, y a «aunque no (lo) sabe»
añadimos «que el sujeto tenía tal deseo». Durante la enfermedad de su padre
había deseado el sujeto piadosamente que la muerte viniera a poner término a los
padecimientos del enfermo, ya que no había esperanza alguna de curación. Pero
luego, perturbado por el dolor de la irreparable pérdida, llegó a reprocharse
gravemente aquel piadoso deseo, como si con él hubiera contribuido, en
realidad, a abreviar la vida del enfermo. El resurgimiento de tempranos impulsos
infantiles hizo posible la encarnación de este reproche en un sueño; pero la
contradicción existente entre el estímulo del sueño y los pensamientos diurnos
tenía necesariamente que darle un carácter absurdo (ver «Los dos principios del
funcionamiento mental», 1911, vol. V de esta colección).
Los sueños con personas queridas que la muerte nos ha arrebatado plantean a
la interpretación onírica difíciles problemas, cuya satisfactoria solución no
siempre nos es dado conseguir. Estas dificultades dependen, probablemente, de
la intensa ambivalencia sentimental dominante en las relaciones del sujeto con la
persona fallecida. Es muy corriente que en tales sueños aparezca primero vivo el
protagonista, surja después, de repente, la idea de que está muerto y vuelva luego
a ser resucitado. Estas alternativas, que en principio nos desorientan, expresan la
indiferencia del sujeto. («Me es igual que esté vivo o muerto».) Naturalmente,
no es esta indiferencia real, sino simplemente deseada; tiende a negar las
disposiciones sentimentales del sujeto, muy intensas y a veces contrapuestas, y
se constituye así en representación onírica de su ambivalencia. La explicación de
otros sueños de este género se consigue aplicando la regla siguiente: cuando el
sueño no menciona la muerte de la persona en él resucitada es señal de que el
sujeto se identifica con dicha persona y sueña, por tanto, con su propia muerte. A
esta identificación se opone luego, de repente, la reflexión de que se trate de
alguien fallecido hace ya tiempo. De todos modos ha de confesar que la
interpretación onírica no ha logrado aún arrancar a los sueños de este género
todos sus secretos.

III
En el ejemplo que sigue sorprendemos ya a la elaboración onírica en la
voluntaria creación de un absurdo, para el que no ofrece pretexto ninguno el
material dado. Trátase del sueño provocado por mi encuentro con el conde de
Thun en la estación de ferrocarril (pág. 473-9).
«Voy en un coche de un caballo, y digo al cochero que me lleve a una
estación. Luego, contestando a no sé qué objeción que el cochero me opone,
como si hubiese ya retenido demasiado tiempo sus servicios y se hallase
fatigado, añado: ‘Por la vía no puedo ir con usted’. Al decir esto me parece como
si hubiera recorrido ya en el coche una distancia que se acostumbra recorrer en
ferrocarril». Sobre esta absurda y embrollada escena nos suministra el análisis
las siguientes aclaraciones: aquella tarde hube de tomar un coche de un caballo
para ir a una apartada calle de Dornbach. El cochero ignoraba la situación de tal
calle; pero, como es costumbre del oficio, en lugar de preguntarme el camino
echó a andar a la aventura, hasta que, dándome cuenta de lo que sucedía, le
indiqué la ruta que había de seguir, no sin hacerle de paso algunas observaciones
irónicas. Partiendo de la persona de este cochero, se forma una concatenación de
ideas que me conduce hasta la del aristócrata al que después encontré en la
estación. Me limitaré por ahora a indicar que la afición de los aristócratas a guiar
sus carruajes, sustituyendo al cochero, es cosa que despierta en nosotros,
plebeyos burgueses, cierta extrañeza. El conde de Thun dirige también el carro
(coche) del Estado austríaco. La frase inmediata del sueño se refiere a mi
hermano, al que identifico, por tanto, con el cochero de mi historia. Este año he
debido suspender, como otras veces, mi viaje por Italia. («Por la vía no puedo ir
con usted».) Mi negativa ha sido una especie de castigo por haberse quejado de
que llegaba a fatigarse (circunstancia que pasa el sueño sin modificación
ninguna), en mi afán de no dejar de ver nada interesante, obligándole a correr
todo el día de un lado para otro. Mi hermano salió conmigo aquella tarde para
acompañarme a la estación; pero poco antes de llegar se bajó del coche para
tomar el tranvía de Purkersdorf, sin atender mi indicación de que podía
acompañarme un rato más, tomando el mismo tren que yo y yendo en él hasta la
mencionada localidad. El sueño refleja estos hechos en la circunstancia de que
«he recorrido en el coche una distancia que se acostumbra recorrer en
ferrocarril», pero invierte la realidad, pues lo que yo había dicho a mi hermano
era «que el recorrido que iba a hacer en tranvía podía hacerlo conmigo en el
tren». Toda la confusión del sueño proviene de que sustituyo en él el «tranvía»
por el «coche», sustitución que favorece, por otro lado, la identificación de mi
hermano con el cochero. De todo esto resulta algo totalmente disparatado y que
parece imposible desembrollar, llegando casi a constituir una contradicción a una
frase mía anterior. («Por la vía no puedo ir con usted».) Pero teniendo en cuenta
la dificultad de confundir un coche con un tranvía, habremos de deducir que la
confusión y el absurdo de toda esta enigmática historia han sido voluntariamente
producidos.
Mas ¿con qué objeto? Descubrimos ya cuál es la significación de la
absurdidad del sueño y por qué motivos es permitida o creada. En el caso que
nos ocupa hallamos para este problema la solución siguiente: necesito que mi
sueño entrañe un absurdo y algo incomprensible, relacionado con el hecho de ir
en un vehículo (fahren), porque entre las ideas latentes hay un determinado
juicio que demanda representación. En casa de aquella sociable e ingeniosa
señora, que en otra escena del mismo sueño aparece convertida en «ama de
llaves», me fueron planteadas una noche dos adivinanzas, que no conseguí
resolver. Todas las demás personas presentes las conocían ya, y rieron de mis
inútiles esfuerzos por desentrañarlas. Hallábanse basadas, respectivamente, en el
doble sentido de las palabras Nachkommen («nachkommen», verbo «seguir,
venir detrás»; Nachkommen, sustantivo, «descendencia») y Vorfahren
(«Vorfahren», verbo, «ir a algún lado con el coche[478]»; Vorfahren, sustantivo,
«antepasados»), y su texto era el siguiente:

El dueño lo manda,
el cochero lo hace;
todos lo tenemos;
descansa en la tumba.

Solución: Vorfahren («ir a algún lado con el coche» —«antepasados»—). Lo


que más desorientaba era que la segunda adivinanza comenzaba con los dos
mismos versos que la primera:

El dueño lo manda;
el cochero lo hace;
no todos lo tenemos;
descansa en la cuna.

Solución: Nachkommen («seguir, venir detrás» —«descendencia»—).


Cuando luego vi pasar en coche (vorfahren) al conde de Thun y recordé,
aprobándolas, las palabras de Fígaro sobre los grandes señores, cuyo único
mérito es haberse tomado el trabajo de nacer (de constituir la descendencia —
Nachkommen— de otros), se convirtieron estas adivinanzas en ideas intermedias
para la elaboración onírica. La facilidad de confundir a un aristócrata con su
cochero, y nuestra antigua costumbre de dar a los cocheros el apelativo de
«señor cuñado» (Herr Schwager), permitieron que la condensación onírica
incluyera a mi hermano en la misma representación. Pero la idea latente que
actúa detrás de todo ello es la siguiente: Es un disparate enorgullecerse de sus
antepasados. Por mi parte, prefiero ser el fundador de una estirpe, esto es, el
que por sus méritos propios alcanza renombre y lo transmite a su descendencia.
El desatino del sueño refleja, pues, el juicio: «Es un disparate…», contenido en
las ideas latentes.
Así, pues, el sueño es hecho absurdo cuando el juicio «esto es un desatino»
aparece incluido en el contenido latente, o, en general, cuando alguna de las
series de ideas del sujeto entraña burla o crítica. Lo absurdo llega a ser de este
modo uno de los medios que la elaboración onírica utiliza para representar la
contradicción, debiendo ser agregado, por tanto, como tal a la inversión de una
relación de material entre las ideas latentes y el contenido manifiesto y al empleo
de la sensación motora de coerción; pero la absurdidad del sueño no puede ser
traducida por un simple «no», sino que ha de reproducir simultáneamente la
disposición de las ideas latentes y la oposición contra la burla o el insulto. Sólo
con este propósito produce la elaboración onírica algo risible. Transforma aquí
nuevamente una parte del contenido latente en una forma manifiesta[479].
En realidad, hemos tropezado ya con un ejemplo convincente de esta
significación de un sueño absurdo. El sueño de la representación de una ópera de
Wagner, que dura hasta las siete y cuarto de la mañana, siendo dirigida la
orquesta desde lo alto de una torre, etc. (Pág. 554) —sueño que interpretamos sin
necesidad de análisis—, afirma abiertamente lo que sigue: «El mundo marcha al
revés y la sociedad está loca. Nunca alcanzan las cosas aquellos que las desean y
poseen algún mérito, sino aquellos otros que no las merecen ni saben
apreciarlas». Con esto alude la sujeto a su propio destino, comparándolo con el
de su prima. Tampoco es casual, en modo alguno, que los ejemplos que se nos
han ofrecido para ilustrar la absurdidad de los sueños traten todos del difunto
padre del sujeto, pues en estos sueños aparecen reunidas de un modo típico las
condiciones de la creación de sueños absurdos. La autoridad de que el padre se
halla investido provoca tempranamente la crítica del hijo, y sus severas
exigencias educativas inclinan al niño a espiar atentamente toda posible
debilidad de su progenitor, viendo en ella una justificación de sus propias faltas.
Pero el respeto y el cariño con que nuestro pensamiento envuelve a la figura
paterna, sobre todo después de su muerte, agudizan la censura, que aleja de la
conciencia toda manifestación de crítica.

IV

Un nuevo sueño absurdo, en el que interviene un padre difunto (de S. Freud)


«Recibo una carta del Ayuntamiento de mi ciudad natal reclamándome el
pago de una cantidad por la asistencia prestada en el hospital, el año 1851, a una
persona que sufrió un accidente en mi casa. La pretensión del Ayuntamiento me
hace reír, pues en 1851 no había yo aún nacido, y mi padre, al que quizá pudiera
referirse, ha muerto ya. Voy a buscarle a la habitación contigua. Le encuentro en
la cama y le doy cuenta de la carta. Para mi sorpresa, recuerda que en el citado
año 1851 se emborrachó una vez y tuvieron que encerrarle o custodiarle. Esto
sucedió cuando trabajaba para la casa T. ‘Entonces, ¿también tú has bebido?’, le
pregunto. Y luego añado: ‘Te casaste poco después, ¿no?’ Echo la cuenta de que
yo nací en 1856, fecha que me parece seguir inmediatamente a la otra».
Guiándonos por nuestras últimas deducciones, interpretaremos la intensidad
con que este sueño evidencia su absurdidad como indicio de una polémica
particularmente empeñada y apasionada en las ideas latentes. Pero comprobamos
con singular asombro que dicha polémica se desarrolla aquí abiertamente y que
el padre es francamente designado como la persona a la que van dirigidas las
burlas. Tal franqueza parece contradecir nuestros asertos sobre la actividad de la
censura durante la elaboración onírica. Pero esta singular circunstancia queda
aclarada cuando descubrimos que el padre no es sino una figura encubridora y
que la persona combatida es otra, mencionada únicamente en el sueño por una
alusión. Lo general es que nuestros sueños nos muestren en rebelión contra
personas ajenas a nosotros, detrás de las cuales se esconde la de nuestro padre;
pero en este ejemplo hallamos la situación inversa, y es el padre el que se
constituye en encubridor de otros. Por este motivo puede aludir aquí
abiertamente el sueño a la figura paterna —sagrada para él en toda otra ocasión
—, pues en el fondo existe la convicción de que no se refiere realmente a ella. La
motivación del sueño es la que nos descubre este estado de cosas. En efecto: el
día anterior me habían dicho que un colega, más antiguo que yo en la profesión y
cuyos juicios eran generalmente acatados, había expresado su disconformidad y
su asombro al saber que uno de mis pacientes llevaba ya cinco años sometido a
tratamiento psicoanalítico. Las frases iniciales del sueño indican, bajo un
trasparente encubrimiento, que dicho colega tomó a su cargo durante algún
tiempo los deberes que mi padre no podía ya cumplir (pago, asistencia en el
hospital), y cuando nuestras relaciones de amistad comenzaron a enfriarse surgió
en mí aquel mismo conflicto sentimental que en las diferencias con nuestro
padre es provocado por el reconocimiento de todo lo que él mismo ha hecho
antes por nosotros. Las ideas latentes se defienden con gran energía contra el
reproche de que no avanzo con toda la rapidez que debiera, reproche que se
refiere primero al tratamiento de mi paciente y se extiende luego a otros temas
distintos. ¿Conoce acaso mi colega alguien que pueda avanzar más de prisa en
estas cuestiones? ¿Y no sabe que esta clase de estados patológicos se consideran
incurables y duran toda la vida? ¿Qué son cuatro o cinco años comparados con
la vida entera, sobre todo cuando, como sucede en este caso, ha logrado el
tratamiento hacer mucho menos penosa la existencia del enfermo?
Gran parte de la impresión de absurdidad de este sueño es producida por la
yuxtaposición inmediata y sin transición alguna de frases pertenecientes a
sectores distintos de las ideas latentes. Así, la frase «Voy a buscarle a la
habitación contigua», etc., abandona el tema del que han sido tomadas las
precedentes y reproduce con toda fidelidad las circunstancias en las que
comuniqué a mi padre mis esponsales con la que hoy es mi mujer, decididos por
mí sin consultar a nadie. Quiere, pues, recordarme el noble desinterés que mi
anciano padre demostró en aquella ocasión y oponerlo a la conducta de una
tercera persona. Advierto ahora que si el sueño puede permitirse en este caso
burlarse del padre o denigrarle es porque el mismo es ensalzado en las ideas
latentes y presentado a otros como modelo. En la naturaleza de toda censura está
el dejar libre paso a conceptos inciertos sobre las cosas prohibidas antes que a
los estrictamente verdaderos. La frase inmediata, que contiene el recuerdo de
haberse emborrachado una vez, teniendo que ser encerrado, no entraña nada
que pueda referirse realmente a mi padre. La persona a la que él mismo encubre
no es nada menos que la del gran Meynert, cuyos trabajos he seguido con
fervorosa veneración y cuya conducta para conmigo se transformó, después de
un corto periodo de predilección, en franca hostilidad. El sueño me recuerda, en
primer lugar, su propia confesión de que en su juventud había contraído la
costumbre de embriagarse con cloroformo, teniendo que ingresar a consecuencia
de ello en el hospital, y en segundo, una conversación que tuve con él poco
tiempo antes de su muerte. Habíamos sostenido una empeñadísima polémica
sobre la histeria masculina, cuya existencia negaba él, y cuando en su última
enfermedad fui a visitarle y le interrogué sobre su estado, me hizo una amplia
descripción de sus síntomas, y terminó con las palabras: «He sido siempre un
acabado caso de histeria masculina». Resultaba pues, que había terminado por
aceptar lo que tan tenazmente hubo antes de combatir, cosa que me satisfizo y
asombró en extremo. La posibilidad de encubrir en esta escena la figura de
Meynert con la de mi padre no depende de una analogía existente entre ambas
personas, sino que constituye la representación —muy sintética, pero
perfectamente suficiente— de una frase condicional dada en las ideas latentes:
«Si yo fuera hijo de un profesor o de un consejero áulico, hubiera progresado,
con seguridad, más rápidamente». En mi sueño confiero a mi padre tales
dignidades. El absurdo más grosero y perturbador del sueño reside en el manejo
de la fecha 1851, que me parece idéntica a la de 1856, como si la diferencia de
cinco años no significara nada. Esto es precisamente lo que en las ideas latentes
demanda una representación. Cuatro o cinco años fue el tiempo que gocé del
apoyo del colega inicialmente citado y el plazo que tuvo que esperar mi
prometida a que yo me pusiera en condiciones de contraer matrimonio.
Asimismo, y por una casual coincidencia que las ideas latentes se apresuran a
aprovechar, es también éste el tiempo que lleva mi paciente antes mencionado
acudiendo a mi consulta y sometiéndose al tratamiento psicoanalítico. «¿Qué son
cinco años? —preguntan las ideas latentes—. Eso no es nada para mí. Tengo
mucho tiempo por delante, y del mismo modo que en aquellas otras ocasiones
acabé por conseguir lo que me proponía contra lo que se esperaba, también en
este caso terminaré por alcanzar un éxito completo». La cifra 51, aislada de la
fecha 1851, muestra además una segunda determinación, contraria a la anterior.
La edad de cincuenta y un años es la más peligrosa para el hombre. Algunos de
mis colegas que no parecían padecer enfermedad ninguna, han muerto en poco
tiempo al alcanzarla; entre ellos, uno que, después de largos años de espera,
acababa de recibir el deseado título de profesor.

V
Otro sueño absurdo, que maneja cifras:
«Uno de mis conocidos, el señor M., ha sido atacado en un artículo nada
menos que por el propio Goethe. Todos reconocemos la injusticia de tan violento
ataque, pero, como es natural, dada la personalidad del atacante, ha quedado M.
totalmente aniquilado, y se lamenta con gran amargura ante varias personas
reunidas en torno de una mesa. Sin embargo, no ha disminuido su veneración por
Goethe. Intento aclarar las circunstancias de tiempo, que me parecen
inverosímiles. Goethe murió en 1832. Por tanto, su ataque tiene que ser anterior
a esta fecha, y M. debía de ser por entonces muy joven. Me parece plausible que
tuviera unos dieciocho años. Mas no sé con seguridad en qué año estamos, y de
este modo mi cálculo se hunde en las tinieblas. El ataque a M. se halla contenido
en un artículo de Goethe titulado Naturaleza».
Sin gran dificultad encontramos los medios de justificar la insensatez de este
sueño. M., al que conocí en una comida, me pidió hace poco que reconociera a
su hermano mayor, el cual presentaba síntomas de perturbación mental,
dependiente de una parálisis progresiva. Durante mi visita se desarrolló una
desagradable escena, en la que el enfermo me reveló, sin que yo le diese motivo
ni ocasión para dio, las faltas de su hermano, aludiendo a su disipada juventud.
En este reconocimiento pregunté al paciente la fecha de su nacimiento y le hice
verificar luego algunos pequeños cálculos para investigar el grado de
debilitación de su memoria, pruebas que sostuvo aún satisfactoriamente.
Advierto ya que me conduzco en mi sueño como un paralítico. (No sé con
seguridad en qué año estamos.) Otra parte del material del sueño procede de una
segunda fuente. Un amigo mío, director de una revista médica, había acogido en
ella abrumadora crítica contra el último libro de mi amigo Fl., de Berlín. El
autor de esta crítica era un joven nada capacitado aún para enjuiciar obras
científicas de importancia. Creyéndome con cierto derecho a intervenir en el
asunto, escribí al director de la revista, el cual me contestó que sentía mucho
haberme disgustado con la inserción de aquella crítica, pero que no podía poner
remedio ninguno al hecho consumado. En vista de esto, le notifiqué mi decisión
de no colaborar más en su publicación, esperando, sin embargo, que lo sucedido
no influiría para nada en nuestras relaciones personales. La tercera fuente de
este sueño reside en el relato que de la enfermedad de su hermano me había
hecho pocos días antes una paciente mía. Dicho individuo había tenido un ataque
de locura frenética en el cual exclamó a grandes gritos: ¡Naturaleza!
¡Naturaleza! Los médicos habían opinado que tal exclamación provenía del
ensayo de Goethe así titulado y constituía una indicación del exceso de trabajo
que había pesado sobre el enfermo en sus estudios. Por mi parte, me parecía más
plausible dar a dicha palabra el sentido sexual en que suele ser empleada
corrientemente, y el hecho de que el infeliz enfermo atentara poco después
contra su integridad física, mutilándose los genitales, pareció darme la razón.
Cuando sufrió el primer ataque de locura tenía este individuo dieciocho años.
Teniendo en cuenta que el libro de mi amigo tan duramente criticado («Llega
uno a preguntarse si es la obra de un loco o somos nosotros los que hemos
perdido la razón», manifiesta otro crítico) trata de las circunstancias temporales
de la vida y refiere la duración de la vida de Goethe a un múltiplo de una
cantidad de significación biológica, resulta fácil deducir que mi sueño me sitúa
en el lugar de mi amigo. (Intento aclarar las circunstancias de tiempo.) Pero me
conduzco como un paralítico y el sueño cae en el absurdo. Esto quiere decir que
en las ideas latentes existe el siguiente juicio irónico: «Naturalmente, es él quien
está loco, y vosotros sois unos genios que sabéis mucho de estas cosas. ¿No será
más bien al revés?» Esta inversión aparece ampliamente representada en él
contenido del sueño: Goethe ha atacado a un hombre actualmente joven, lo cual
es absurdo, mientras que a cualquier joven literato actual le es posible criticar
duramente al inmortal escritor. En el sueño calculo tomando como punto de
partida el año de la muerte de Goethe, mientras que en mi visita al paralítico le
hice calcular partiendo del año de su nacimiento.
He prometido anteriormente demostrar que ningún sueño es animado sino
por sentimientos egoístas. Voy, pues, a justificar el que en este caso haga mío el
pleito de mi amigo, sustituyéndome a él. El convencimiento crítico de mi
pensamiento despierto no basta para justificar tal sustitución. Pero la historia del
infeliz enfermo de dieciocho años y la diferente interpretación de sus
exclamaciones —«¡Naturaleza! ¡Naturaleza!»— alude a la oposición en la que
mi aserto de la existencia de una etiología sexual de las psiconeurosis me ha
colocado con respecto a la mayoría de los médicos. Puedo, en efecto, decirme:
«También contra ti se han dirigido y continuarán dirigiéndose duras críticas
como las que han acogido el libro de tu amigo». De este modo puedo yo sustituir
en las ideas latentes la tercera persona singular por la primera plural y decir
«nosotros» en lugar de «él». «Sí, tenéis razón; somos dos locos». La mención del
breve ensayo de Goethe titulado Naturaleza —tan extraordinariamente bello—
me advierte que mea res agitur, pues su lectura en una conferencia de educación
popular fue lo que me decidió a emprender el estudio de las ciencias naturales:
VI

No he cumplido aún la promesa hecha en páginas anteriores de demostrar el


carácter puramente egoísta de otro sueño en el que no toma parte mi yo. Al
mencionar un breve sueño en el que el profesor M. me decía: «Mi hijo, el
miope…» (cap. 6, apart. f. 3), indiqué que se trataba de un sueño preliminar,
seguido de otro principal en el que desempeñaba yo un papel. He aquí dicho
sueño principal, que nos plantea la aclaración de un producto verbal
ininteligible:
«A causa de ciertos acontecimientos de que ha sido teatro la ciudad de Roma
se ha hecho necesario poner en salvo a los niños. La escena se desarrolla luego
ante una doble puerta monumental de estilo antiguo. (En el mismo sueño sé que
se trata de la Porta romana de Siena.) Me veo sentado al borde de una fuente,
muy triste y casi lloroso. Una figura femenina —una camarera o una monja—
trae a los dos niños y se los entrega a su padre, que no soy yo. El de más edad es,
desde luego, mi hijo mayor. No me es posible ver el rostro del otro. La mujer
que los ha traído pide al primero un beso de despedida; pero el niño se lo niega y
dice, tendiéndole la mano: Auf Geseres. Y, luego, a nosotros dos (o a uno de
nosotros): Auf Unge seres. Tengo idea de que esto último significa una
preferencia».
Este sueño se halla edificado sobre una multitud de pensamientos que me
sugirió la representación de una obra teatral titulada La nueva judería. Entre las
ideas latentes resulta fácil descubrir toda una serie referente al problema judío, a
las preocupaciones que nos inspira el porvenir de nuestros hijos, carentes de una
patria propia, y al cuidado de darles una educación que los haga independientes.
«Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y aun llorábamos». Siena
es famosa, como Roma, por sus bellas fuentes. En el sueño tengo que componer
con fragmentos de lugares conocidos una sustitución de Roma. Cerca de la Porta
romana de Siena vimos un gran edificio, muy iluminado, que nos dijeron era el
manicomio. Poco antes del sueño oí decir que un correligionario mío había
tenido que abandonar su puesto en un manicomio del Estado, después de haber
luchado mucho tiempo para conseguirlo.
La frase Auf Geseres —pronunciada cuando la situación del sueño hacia
esperar la de Hasta la vista (Auf Wiedersehen)— y su contraria, Auf Ungeseres,
desprovistas por completo de sentido, despiertan especialmente nuestro interés.
Según los datos que me han proporcionado los entendidos en estas materias,
Geseres es una palabra netamente hebrea, derivada del verbo geiser, y su más
aproximada traducción es fatalidad. El argot popular judío ha desnaturalizado
esta significación, sustituyéndola por la de «lamentaciones y quejas». Ungeseres
es un neologismo inventado por mí en el sueño y me resulta al principio
totalmente incomprensible. Pero la pequeña observación que cierra el sueño,
indicándome que Ungeseres contiene una idea de preferencia en comparación
con Geseres, abre el camino a las asociaciones y, con ellas, a la solución
buscada. Recuerdo, en efecto, que con respecto al caviar se da una análoga
relación de preferencia, siendo más estimado el que no tiene sal (ungesalzen)
que el salado (gesalzen). El pueblo ve en el caviar una representación de las
«aficiones aristocráticas». Ocúltase aquí una burlona alusión a una persona de mi
casa, de la que espero se ocupe del porvenir de mis hijos si yo llegase a faltar,
pues es más joven que yo. Esta circunstancia queda confirmada por la aparición,
en el sueño, de otra persona de mi servidumbre, nuestra buena niñera,
personificada en la camarera (o la monja) que trae a los niños. Fáltanos aún un
elemento intermedio que facilite el paso desde el pan sin sal = salado al de
Geseres = Ungeseres. Dicho elemento es, indudablemente, el pan gesäuert =
ungesäuert («con levadura = sin levadura»). En su fuga de Egipto no tuvo el
pueblo judío tiempo de dejar fermentar la masa de su pan, y en memoria de esto
comen hoy sus descendientes pan sin levadura (pan ázimo) durante la época de
Pascua. Al llegar a esta parte del análisis surgió en mí una repentina asociación.
Recordé, en efecto, que hallándome paseando con mi amigo de Berlín por las
calles de Breslau, ciudad a la que fuimos a pasar las últimas vacaciones de
Pascua y que visitábamos por vez primera, se acercó a mí una niña,
preguntándome por una calle. Después de manifestar mi desconocimiento de la
topografía de la ciudad, dije a mi amigo: «Confiemos en que más adelante
demuestre esta chica mayor penetración para elegir las personas que hayan de
guiarla en la vida». Poco después se ofreció a mi vista una placa en la que ponía:
«Doctor Herodes. Consulta de…», y se la indiqué a mi acompañante,
comentando: «Es de esperar que, por lo menos, no sea médico de niños». Mi
amigo me iba exponiendo mientras tanto sus opiniones sobre la significación
biológica de la simetría bilateral y comenzó una de sus frases con las palabras:
«Si tuviéramos un ojo en mitad de la frente, como el cíclope (Kylop)…» Estas
palabras conducen a la frase del profesor M., en el sueño preliminar: «Mi hijo, el
miope (Myop)…», y con ella, a la fuente principal de la palabra Geseres. Hace
muchos años, cuando dicho hijo del profesor M. —pensador hoy de gran valía—
ocupaba aún un sitio en los bancos escolares, contrajo una enfermedad de la
vista, que el médico declaró grandemente peligrosa, pues si bien no tenía
importancia mientras continuase siendo unilateral, podía extenderse al otro ojo y
adquirir entonces extrema gravedad. El ojo atacado curó sin dificultad al poco
tiempo, pero entonces enfermó el otro. La madre del paciente llamó,
aterrorizada, al médico, haciéndole acudir desde la capital a la lejana finca donde
se hallaba pasando el verano. Pero el facultativo la tranquilizó en la misma
forma que la primera vez, exponiendo que se trataba del mismo caso: «Ahora,
como antes, se trata de una afección unilateral, y lo mismo que antes curó en un
lado, curará ahora en el otro». Y empleando la palabra Geseres en el sentido que
le da el argot popular judío, añadió: «¿Ve usted cómo no había motivo para
tantos temores y lamentaciones? (Geseres)» El enfermo curó, en efecto, sin
complicación ninguna.
Veamos ahora las relaciones de este sueño con mi persona y las de mis
familiares. El banco escolar, en el cual se inició el hijo del profesor M. en los
caminos de la sabiduría, ha pasado a ser propiedad de mi hijo mayor —aquél en
cuyos labios pone mi sueño las enigmáticas palabras de despedida— por
donación de la madre de su anterior propietario. Fácilmente puede adivinarse
cuál es uno de los deseos que se enlazan a esta transferencia. Pero, además, tiene
dicho banco una forma especial encaminada a evitar la miopía y la
unilateralidad que el niño podría contraer si permaneciera durante las largas
horas de clase y estudio en una posición viciosa. De aquí, en el sueño, el miope
(detrás, cíclope) y mi recuerdo, luego, de la discusión sobre la bilateralidad. La
unilateralidad que deseo evitar a mi hijo se refiere tanto a su desarrollo físico
como a su desarrollo intelectual. La misma escena del sueño, dentro de toda su
insensatez, parece querer alejar de mí esta preocupación. Observamos, en efecto,
que el niño se vuelve primero a un lado, pronunciando unas palabras de
despedida, y da luego frente al lado opuesto y pronuncia las palabras contrarias,
como para restablecer el equilibrio. ¡Obra, pues, atendiendo a la simetría
bilateral!
Hemos de deducir, por tanto, que el sueño muestra con frecuencia una
máxima sensatez allí donde más disparatado parece. En todos los tiempos han
gustado de disfrazarse con los atributos de la locura aquellos que tenían algo que
decir y no podían decirlo sin peligro. Aquél a quien se referían las palabras
prohibidas, las toleraba mejor cuando podía reír al oírlas y mitigar su escozor
con el pensamiento de que el atrevido crítico gozaba fama de loco. Del mismo
modo que el sueño, procede en el drama de Shakespeare el desdichado príncipe
que se ve forzado a fingir la demencia, y siendo así, podemos decir de él lo que,
sustituyendo las circunstancias verdaderas por otras chistosamente
incomprensibles, dice Hamlet de sí mismo: «No estoy loco sino cuando sopla el
Nordeste; cuando sopla el Sur distingo perfectamente una garza de un
halcón[480]».
Así, pues, hemos resuelto el problema de la absurdidad de los sueños
descubriendo que las ideas latentes de los mismos no son nunca absurdas —por
lo menos las de los sueños de personas psíquicamente sanas— y comprobando
que la elaboración onírica produce sueños absurdos o con algunos elementos de
este género cuando encuentra en las ideas latentes elementos que entrañan
crítica, insulto o burla y tiene que representarlos en su peculiar forma expresiva.
Fáltanos ahora demostrar que la acción conjunta de los tres factores hasta el
momento examinados —y de otro más que aún nos queda por investigar— es lo
que constituye la elaboración onírica, la cual no hace, fuera de esto, sino llevar a
cabo una traducción de las ideas latentes, ateniéndose a las cuatro condiciones
que le son prescritas, y, además, que la cuestión de si el alma labora en el sueño
con todas sus facultades o sólo con una parte de las mismas se halla
defectuosamente planteada y se aparta de las circunstancias reales. Mas como
existen numerosos sueños en los que se juzga, critica y reconoce y en los que
surge asombro o extrañeza de algunos de sus elementos, se construyen
complicadas argumentaciones o se emprenden tentativas de aclaración, habré de
rebatir con la exposición de ejemplos apropiados las objeciones que aparecen
fundadas en tales fenómenos.
Mi respuesta a dichas objeciones es la siguiente: aquello que en los sueños se
nos muestra como una aparente actividad de la función del juicio no debe ser
considerado como un rendimiento intelectual de la elaboración onírica, pues
pertenece al material de ideas latentes y ha llegado desde ellas como un
producto terminado al contenido manifiesto. Aún más: gran parte de los juicios
que, después de despertar, hacemos recaer sobre el sueño recordado y gran parte
de las sensaciones que la reproducción del mismo despierta en nosotros
pertenecen al contenido latente y deben ser incluidos en la interpretación del
sueño.
I

En páginas anteriores hemos expuesto ya un ejemplo que confirma estas


afirmaciones. Una paciente no quiere relatarnos su sueño alegando que es
demasiado oscuro. Ha visto en él a una persona de la que no sabe si es su
marido o su padre. A continuación venía un segundo trozo del sueño en el que
aparecía un receptáculo para el polvo, lo que llevó al siguiente recuerdo: Cuando
estableció por primera vez su hogar había hecho una observación chistosa a un
familiar joven, que su actual trabajo era sujetar un nuevo receptáculo para el
polvo. Otro trozo del sueño: Al llegar la mañana siguiente lo encontró lleno de
lirios del valle. Representa a una frase corriente, ‘no creció en mi propio abono’
(es decir, «no soy responsable de esto»). El análisis nos revela que las ideas
latentes tratan del recuerdo de una historia oída por la paciente en su juventud y
relativa a una criada que había tenido un niño, no sabiéndose claramente quién
era el padre. Así, pues, la representación onírica se extiende aquí hasta el
pensamiento despierto y deja que uno de los elementos de las ideas latentes sea
representado por un juicio, emitido en la vida despierta, sobre la totalidad del
sueño.

II

Un caso análogo: uno de mis pacientes tiene un sueño que le parece muy
interesante, pues en cuanto despierta se dice: «Esto tengo que contárselo al
doctor». Al analizar este sueño hallamos clarísimas alusiones a unas relaciones
amorosas iniciadas por el sujeto durante su tratamiento y de las que se había
propuesto no contarme nada[481].

III

Tercer ejemplo (soñado por mí): «Voy con P. en dirección al hospital y a


través de un sitio lleno de casas y jardines. Mientras tanto surge en mí la idea de
que yo he visto varias veces, en sueños, estos lugares. Pero ando un poco
desorientado, y P. me indica un camino que conduce a un restaurante (instalado
en un salón y no en un jardín). Llegado a él, pregunto por la señora Doni y oigo
que vive al fondo, en un pequeño cuarto y con tres niños. Me dirijo allá, y antes
de llegar encuentro a una persona imprecisa que viene con mis dos hijas
pequeñas, a las que tomo conmigo después de permanecer un rato ante ellas.
Una especie de reproche contra mi mujer por haberlas dejado allí».
Al despertar experimento una gran satisfacción, que atribuyo a mi esperanza
de averiguar ahora, con el análisis del sueño, lo que significa el yo he soñado ya
con esto dentro del mismo sueño[482]. Pero el análisis no me da luz ninguna
sobre esto, limitándose a demostrarme que mi satisfacción pertenece al
contenido latente y no a un juicio sobre el sueño. Es la satisfacción por haber
tenido hijos en mi matrimonio. Pues una persona que ha seguido durante algún
tiempo en la vida mi mismo camino, realizando primero iguales progresos que
yo y adelantándome luego considerablemente en posición económica y social,
no ha tenido hijos en su matrimonio. En este caso no necesitamos realizar un
análisis completo, pues la simple mención de los dos motivos del sueño basta
para la demostración deseada. Días antes leí en el periódico la esquela mortuoria
de una señora llamada Dona A… y (nombre que convierto en Doni en mi sueño),
muerta de resultas de un parto. Mi mujer me dijo luego que la comadrona que
había asistido a aquella señora era la misma que la había asistido a ella en sus
dos últimos partos. El nombre Dona me había llamado la atención por haberlo
hallado poco antes en una novela inglesa. El otro motivo del sueño nos es
revelado por la fecha en que éste se desarrolló. Fue la noche anterior al
cumpleaños de mi hijo mayor, dotado, según parece, de felices aptitudes
poéticas.

IV

Idéntica satisfacción experimenté también al despertar del absurdo sueño


antes citado de que mi padre había desempeñado, después de su muerte, una
importante misión política entre los magiares, hallándose motivada en este caso
por la persistencia de la sensación que acompañaba a la última frase del sueño.
«Recuerdo que mi padre presentaba en su lecho de muerte un extraordinario
parecido con Garibaldi y celebro que haya llegado a cumplirse lo que tal
semejanza prometía…» (A esto se agrega una continuación olvidada.) El análisis
me proporciona el material correspondiente a esta laguna. Trátase de la mención
de mi hijo segundo, al que puse el nombre de una gran personalidad histórica
que se había atraído poderosamente mi admiración, sobre todo durante mi
estancia en Inglaterra. Durante el embarazo de mi mujer concebí el propósito de
poner al esperado descendiente, si resultaba ser varón, el nombre de dicha
personalidad, y en cuanto me presentaron al recién nacido le saludé ya muy
satisfecho con dicho nombre. No es difícil observar que los padres suelen
transferir en su pensamiento a sus hijos la consecución de aquellas aspiraciones
que ellos se han visto obligados a reprimir, e incluso hemos de ver en esta
circunstancia uno de los medios que facilitan dicha ineludible represión. El
pequeño ser adquirió el derecho de ser incluido en este sueño por haberle
sucedido aquel día el accidente —disculpable en los niños y en los moribundos
— de haber ensuciado sus ropas. Recuérdese en relación con esto la alusión
Stuhlrichter (Stuhlrichter = juez; Stunt = silla; Stuhlgang = deposición), y el
deseo del sueño; aparecer limpio de toda impureza ante nuestros hijos después
de la muerte.

Habiendo de presentar ahora ejemplos de juicios emitidos en el sueño y que


permanecen limitados a él sin extenderse a la vigilia o, por lo contrario, son
transferidos a ella, facilitaré considerablemente mi labor, utilizando con este fin
sueños ya expuestos para la demostración de otras particularidades del fenómeno
onírico. El sueño del ataque de Goethe contra M. parece contener toda una serie
de actos de juicio. «Intento aclarar las circunstancias de tiempo que me parecen
inverosímiles». ¿No equivale esto a un sentimiento crítico contra el desatino de
que Goethe haya atacado literalmente a un joven conocido mío? «Me parece
plausible que tuviera dieciocho años». Esto semeja el resultado de un cálculo, si
bien desatinado. Por último, el «No sé con seguridad en qué año estamos» sería
un ejemplo de inseguridad o de duda en el sueño.
Pero el análisis de este caso me ha revelado que la expresión verbal de estos
actos de juicio, aparentemente realizados por vez primera en el sueño, es
susceptible de una distinta inteligencia que los hace valiosísimos para la
interpretación onírica y desvanece al mismo tiempo todo absurdo. Con la frase
«Intento aclarar las circunstancias de tiempo» me sitúo en el lugar de mi amigo,
que intenta realmente aclarar las circunstancias temporales de la vida. Con esto
pierde la frase toda significación de juicio contrario a la insensatez de las
precedentes. La interpolación de «que me parecen inverosímiles» debe ser
enlazada con la frase posterior: «Me parece plausible». Aproximadamente con
las mismas palabras había yo respondido a la señora que me relató la historia de
la enfermedad de su hermano: «Me parece inverosímil que la exclamación
‘¡Naturaleza! ¡Naturaleza!’ tenga alguna relación con Goethe; creo más plausible
que tuviera para el enfermo la conocida significación sexual». Existe aquí
evidentemente un juicio; pero no ha sido formulado en el sueño, sino en la
realidad y en una ocasión que es recordada y aprovechada por las ideas latentes.
El contenido manifiesto se apropia este juicio como otro cualquier fragmento de
las ideas latentes.
El número 18, con el que es disparatadamente enlazado el juicio en el sueño,
conserva aún la huella de la totalidad de la que fue desglosado el juicio real. Por
último, el «No sé con seguridad en qué año estamos» tiene por objeto establecer
mi identificación con el paralítico, para lo cual había surgido realmente en mi
visita al mismo un punto de apoyo.
En la solución de los aparentes actos de juicio del sueño podemos recordar la
regla señalada al principio para la realización de la labor interpretadora; esto es,
la de que hemos de echar a un lado, considerándola como una vana apariencia, la
conexión de los elementos oníricos establecida en el sueño y buscar
aisladamente la derivación de cada uno de dichos elementos. El sueño es un
conglomerado que ha de ser fragmentado de nuevo para los fines de la
investigación. Pero, por otra parte, observamos que se exterioriza en los sueños
una fuerza psíquica que establece dicha aparente conexión; esto es, somete el
material construido por la elaboración onírica a una elaboración secundaria.
Tenemos aquí manifestaciones de aquel poder, que más tarde examinaremos
como el cuarto de los factores que intervienen en la elaboración onírica.

VI

Continuaré buscando otros ejemplos de actos de juicio en los casos ya


comunicados. En el sueño absurdo de la reclamación del Ayuntamiento pregunto
a mi padre: «Te casaste poco después, ¿no?», y luego echo la cuenta de que nací
en 1856, fecha que me parece suceder inmediatamente a la otra (1851). Este
fragmento onírico reviste por completo la forma de una conclusión: mi padre se
casó en 1851, poco después de tener el ataque: yo soy su primogénito y nací en
1856; luego esta fecha es, inmediatamente posterior a la del matrimonio de mi
padre. Sabemos que esta conclusión aparece falseada por la realización de
deseos y que la frase dominante en las ideas latentes expresa: «Cuatro o cinco
años no son nada». Pero cada uno de los términos de la deducción posee, tanto
por lo que respecta a su contenido como por lo que a su forma se refiere, una
determinación diferente: el enfermo, cuya paciencia admira y critica mi colega,
es quien en realidad piensa casarse en cuanto alcance su completa curación. La
conversación que en el sueño sostengo con mi padre semeja un interrogatorio o
unexameny me recuerda así a un catedrático de la Universidad que al hacer la
lista de sus alumnos acostumbraba tomar una completa filiación de cada uno.
«¿Nació usted en…?» —1856— «¿Padre?» A esta pregunta tenía uno que
contestar con el nombre de su padre en latín o agregándole una desinencia latina,
y los estudiantes opinábamos que el señor profesor y consejero áulico deducía
del nombre del padre del matriculado conclusiones que el de este último no le
hubiera facilitado por sí solo. Resulta, pues, que el deducir del sueño no es sino
la repetición del deducir que aparece formando parte del material de las ideas
latentes. Descubrimos aquí algo nuevo. Siempre que en el contenido manifiesto
aparece una deducción que podemos asegurar que procede del contenido latente,
pudiendo hallarse incluida en él a título de parte integrante del material
recordado o de enlace lógico entre varias de las ideas que lo integran. Pero la
deducción en el sueño constituye siempre la representación de una deducción
efectuada en las ideas latentes[483].
El análisis de este sueño continúa ahora como sigue: al recuerdo del
interrogatorio del catedrático sucede el de la lista de los estudiantes de la
Universidad, documento que en mis tiempos se redactaba en latín, y luego el de
la marcha que seguí en mis estudios. Los cinco años que constituían la duración
oficial de la carrera de Medicina fueron nuevamente poco para mí, pues proseguí
mis estudios más allá de este plazo, sin solicitar el examen de doctorado, dando
lugar a que se me creyera insuficientemente preparado y se dudara de verme
llegar alguna vez a la conclusión de mi carrera. Entonces me decidí rápidamente
a doctorarme y obtuve brillantemente mi título, contra lo que el aplazamiento
había hecho pensar. Este recuerdo refuerza las ideas latentes que opongo
enérgicamente a los que me critican: «Aunque no queráis creerlo nunca, porque
encontráis que me tomo demasiado tiempo, llego, sin embargo, siempre a la
conclusión. Así os lo he demostrado ya muchas veces».
Este mismo sueño contiene en su principio algunas frases a las que es difícil
negar su carácter de argumentación, y de una argumentación nada absurda, que
hubiera podido desarrollarse idénticamente en el pensamiento despierto. En el
sueño me causa risa la carta del Ayuntamiento, pues en 1851 no había yo aún
nacido, y mi padre, al que pudiera referirse, ha muerto ya. No sólo son exactas
ambas circunstancias, sino que coinciden perfectamente con los argumentos que
hubiera alegado si en realidad hubiese recibido tal reclamación. Por el análisis
antes efectuado sabemos que este sueño se halla basado en ideas latentes
saturadas de amarga burla. Aceptando, además, que la censura ha de haberse
mostrado en este caso altamente rigurosa, comprenderemos que la elaboración
onírica tiene que haber encontrado en él todas las condiciones para la creación
de una irreprochable refutación de una imputación desatinada, conforme al
modelo contenido en las ideas latentes. Pero el análisis nos muestra que la
elaboración onírica no es encargada aquí de una libre creación ulterior, sino que
tiene que utilizar para sus fines un material dado en las ideas latentes. Es como si
una ecuación compuesta de cifras y signos matemáticos (un +, un —, un
exponente y un radical) fuese transcrita por una persona ignorante que, copiando
fielmente cifras y signos, trastrocase por completo su orden de sucesión. Los dos
argumentos pueden ser referidos al material siguiente: me es desagradable
pensar que algunas de las hipótesis en que fundo mi solución psicológica de las
psiconeurosis habrán de tropezar con la burla y la incredulidad. Así, he de
afirmar que las impresiones recibidas por el sujeto cuando tenía dos años e
incluso otras del primer año de su existencia dejan una huella duradera en su
vida anímica y, aunque dislocadas y exageradas por el recuerdo, pueden
constituir la primera y más profunda base de un síntoma histérico. Algunos
pacientes a los que expongo estas explicaciones en el momento oportuno del
tratamiento suelen parodiarlas declarándose dispuestos a buscar recuerdos del
tiempo en que aún no habían nacido a la vida. Análoga acogida esperaba, en mi
opinión, al descubrimiento del insospechado papel que en los más tempranos
sentimientos sexuales de las enfermas neuróticas hubo de desempeñar la persona
del padre (véanse S. de muerte de seres queridos). Y, sin embargo, mis
investigaciones me han llevado a la convicción de la absoluta exactitud de ambas
hipótesis. Para reforzar mi convencimiento evoco algunos ejemplos de enfermas
cuyo padre murió hallándose ellas en su más tierna infancia y en las que
determinados fenómenos —inexplicables de otro modo— demostraron que la
niña había conservado, sin embargo, inconscientemente, recuerdos de la persona
tan tempranamente desaparecida de su vida. Sé que estas dos afirmaciones mías
reposan en deducciones que habrán de ser enérgicamente combatidas. Así, pues,
el aprovechamiento material de estas deducciones, cuya discusión espero por la
elaboración onírica y para la creación de deducciones inatacables, es un
rendimiento de la realización de deseos.

VII

En un sueño al que antes aludimos de pasada queda manifiestamente


expresado el asombro ante el tema que comienza a iniciarse:
«El anciano Brücke ha debido encargarme un trabajo que se refiere
extrañamente a la preparación anatómica de la parte inferior de mi propio cuerpo
—al abdomen y las piernas—, que veo colocada ante mí como en la sala de
disección, aunque no siento su falta ni experimento terror ninguno. Luisa N. está
a mi lado y realiza conmigo el trabajo. El abdomen ha sido vaciado, separando la
masa intestinal, y muestra unas veces su parte superior y otras su parte inferior,
mezclándose y confundiéndose ambos aspectos. Gruesos núcleos de carne roja
aparecen visibles (en el sueño pienso al verlos en las hemorroides). Había
también que limpiar cuidadosamente algo que se veía sobre ellos y que parecía
papel de plata muy arrugado[484]. Luego volvía a poseer mis piernas y caminaba
por la ciudad; pero, sintiéndome fatigado, tomaba un coche. Con gran asombro
mío entró éste por el portal de una casa, cuyas puertas se abrieron ante él,
dándole paso a través de un pasaje que desembocaba de nuevo en la calle[485].
Por último, camino atravesando diversos lugares, acompañado por un guía
alpino que lleva mi equipaje. Durante un rato me lleva también a mí en vista de
la fatiga de mis piernas. El terreno era pantanoso e íbamos por la orilla. Hay
mucha gente sentada en el sueño. Parecen indios o gitanos. Entre ellos, una
muchacha. Antes había yo andado sin ayuda ninguna sobre aquel suelo
escurridizo, continuamente admirado de poder moverme con tanta facilidad
después de la preparación. Por fin, llegamos a una pequeña casa de madera en
cuyo fondo se abría una ventana. El guía me deja entonces en el suelo y coloca
sobre el alféizar de la ventana dos tablones, dispuestos allí de antemano para
formar un puente sobre el abismo que se extiende al otro lado. Siento ahora
verdaderamente miedo por mis piernas. Pero en vez del peligroso paso esperado
veo dos hombres tendidos en unos bancos de madera adosados a la pared de la
casita, y junto a ellos, algo como dos niños durmiendo. Como si no fueran los
tablones, sino los niños, los que hubieran de hacer posible el paso. En este punto
del sueño despierto sobresaltado».
Aquellos que hayan tenido alguna ocasión de examinar la enorme labor que
lleva a cabo la condensación onírica podrán representarse fácilmente el número
de páginas que habría de ocupar un análisis detallado de este sueño. Por fortuna
para la coherencia de nuestra exposición no tengo que tomar de él sino el
ejemplo de admiración dentro del sueño mismo, que se nos ofrece en su
principio con la interpolación del adverbio extrañamente. Comenzaré por
exponer el motivo ocasional del sueño. No es otro que la visita del Luisa N., la
misma señora que luego se me muestra ayudándome en mi trabajo anatómico.
«Préstame algo que leer», me había dicho. Yo le ofrecí She, de Rider Haggard, y
queriéndole dar alguna explicación sobre esta obra, añadí: «Es un libro algo
extraño, pero lleno de un oculto sentido… Lo eterno femenino; la inmortalidad
de nuestros afectos». «Lo he leído ya —me interrumpió—. ¿No tienes nada
tuyo?» «No; las obras que me han de inmortalizar no han sido escritas todavía».
«Entonces, ¿cuándo vas a publicar las Aclaraciones que nos tienes anunciadas y
de las que dijiste que estarían a nuestro alcance?» Adivinando que mi
interlocutora hablaba aquí por cuenta ajena, guardé silencio y pensé en la
violencia que me cuesta dar a la publicidad mi trabajo sobre los sueños, en el que
me veo obligado a revelar tantas intimidades. «Lo mejor que saber puedes no te
es dado decirlo a los niños (’Das Beste was du wissen kannst, Darfst du Buben
doch nicht sagen’, del Fausto de Goethe)». La preparación anatómica de una
parte de mi propio cuerpo es, por tanto, el autoanálisis enlazado a la
comunicación de mis sueños. La intervención del viejo Brücke está
perfectamente justificada, pues ya en mis primeros años de labor científica había
ido dejando impublicado un descubrimiento hecho por mí hasta que su enérgica
autoridad me obligó a darlo a conocer. Pero los demás pensamientos que se
enlazan a mi conversación con Luisa N. poseen raíces demasiado hondas para
hacerse conscientes y quedan desviados hacia el material que la mención de la
citada obra de Rider Haggard ha despertado simultáneamente en mí. A este libro
y a otro del mismo autor, titulado Heart of the world, se refiere el juicio
extrañamente. Asimismo, numerosos elementos del sueño están tomados de
ambas fantásticas novelas. El terreno pantanoso por el que es uno llevado en
brazos y el abismo que hay que franquear pasando por unos tablones traídos al
efecto proceden de She; los indios, la muchacha y la barraca de madera, de Heart
of the world. En ambas novelas es una mujer la figura principal y se trata de
peligrosas expediciones. She desarrolla una aventurada exploración de lo
desconocido, donde jamás puso su planta un ser humano. La fatiga de mis
piernas era una sensación que experimentaba realmente por aquellos días y
correspondía a un estado general de cansancio, susceptible de ser concretado en
la pregunta: ¿Cuánto tiempo podrán sostenerme aún mis piernas? (¿Cuánto
tiempo puede quedarme de vida?) En She termina la aventura con la muerte de la
protagonista, que, habiendo salido a la conquista de la inmortalidad para sí y
para los suyos, perece en el misterioso fuego central. En las ideas latentes ha
surgido, sin duda, un análogo temor. La «casita de madera» es indudablemente el
ataúd, o sea la tumba. También en la representación de este pensamiento, el más
indeseado de todos, por medio de una realización de deseos, ha realizado la
elaboración onírica una obra maestra. Me he hallado, en efecto, ya una vez en
una tumba; pero fue en una tumba etrusca descubierta cerca de Orvieto: una
estrecha cámara con dos bancos de piedra adosados a las paredes y sobre los que
yacían dos esqueletos. La casita de mi sueño presenta exactamente esta misma
disposición sustituyéndose tan sólo la madera a la piedra. El sueño parece decir:
«Si has de ir a la tumba, que sea a la tumba etrusca», y con esta sustitución
transforma la más triste de las expectativas en otra muy deseada.
Desgraciadamente, no puede el sueño transformar en su contrario, como ya
veremos en páginas ulteriores, más que la representación que acompaña al afecto
y no el afecto mismo. De aquí el sobresalto con que despierto. Al final de este
sueño alcanza también una representación la idea de que quizá los hijos consigan
aquello que ha sido negado al padre, nueva alusión a la extraña novela, en la que
la identidad de una persona permanece conservada a través de una serie de
generaciones durante dos mil años.

VIII

En el desarrollo de otro sueño hallamos igualmente una expresión del


asombro que su contenido manifiesto despierta en mí, pero enlazada esta vez con
una tentativa de aclaración tan singular y tan ingeniosamente buscada al parecer,
que sólo por ella hubiera sometido el sueño completo a un minucioso análisis,
aunque no hubiese presentado otras particularidades interesantes. En la noche
del 18 al 19 de julio voy durmiendo en el tren de Südbahn y oigo entre sueños:
«Hollthurn, diez minutos». En seguida pienso en la holoturias —en un museo de
historia natural— y luego en que es éste el lugar donde un puñado de hombres
de valor se defendió en vano contra el poder inmensamente superior de su
monarca. ¡Sí; la Contrarreforma en Austria! Como si fuese un lugar de
Steiermark o del Tirol. Veo ahora imprecisamente un pequeño museo en el que
se conservan los restos o las pertenencias de aquellos hombres. Quisiera
bajarme, pero lo dejo para más tarde. Sentadas sobre el andén hay varias mujeres
—vendedoras de fruta— que tienden hacia nosotros sus cestos con ademán
grandemente invitador. He dudado en bajar porque no sabía si tendría tiempo, y
resulta que aún estamos parados. De repente me encuentro en otro departamento,
en el que el respaldo y los asientos son tan estrechos, que la espalda se apoya en
el trasero del coche[486]. Experimento asombro, pero quizá es que he cambiado
de coche durmiendo. Varias personas, entre ellas dos jóvenes ingleses, hermano
y hermana. Veo claramente una hilera de libros colocada en un estante adosado a
la pared. Entre ellos, dos volúmenes muy gruesos y encuadernados en tela:
Wealth of nations y Matters and Motion (de Maxwell). El joven pregunta a su
hermana si ha olvidado un libro de Schiller. Los libros parecen tan pronto
pertenecerme como ser propiedad de los otros dos. Quiero mezclarme en la
conversación para confirmar o apoyar algo… Despierto bañado en sudor, pues
están cerradas todas las ventanillas. El tren se halla parado en la estación de
Marburgo.
Al sentar mi sueño por escrito recuerdo otro fragmento olvidado hasta
entonces: Refiriéndome a una determinada obra, digo a los hermanos: «It is
from…»; pero rectifico al punto: «It is by…» El joven advierte entonces a su
hermana: «Lo ha dicho bien».
El sueño comienza oyendo yo gritar el nombre de la estación —Marburgo—
en la que el tren se había detenido, nombre que queda sustituido por el de
Hollthum. Pero la mención de Schiller, nacido en Marburgo, demuestra que fue
éste realmente el nombre que oí medio dormido[487]. A pesar de ir en primera,
hice este viaje en condiciones muy incómodas. El tren iba abarrotado y subí en
un departamento en el que viajaba un matrimonio de aspecto distinguido, pero
que no tuvo la suficiente urbanidad para ocultar el desagrado que mi intrusión le
producía o no creyó que valía la pena disimularlo. Mi cortés saludo quedó
incontestado: la señora, que se hallaba sentada al lado de su marido, de espaldas
a la máquina, se apresuró a colocar su sombrilla en el asiento frontero, junto a la
ventanilla, cerró la puerta de golpe y, advirtiendo la mala impresión que me
había producido la enrarecida atmósfera del departamento, pronunció unas frases
malhumoradas sobre lo molesto que sería que alguien abriese las ventanillas.
Según mi experiencia de viajero, esta desconsiderada conducta es característica
de las personas que poseen billete de favor. En efecto, cuando vino el revisor y,
después de picar un billete, pagado sin rebaja alguna, se dirigió a mis
compañeros de viaje, resonó una voz amenazadora: «Mi marido tiene pase». La
señora era una matrona de imponente aspecto y cara de vinagre. El marido no
pronunció palabra alguna ni se movió en todo el tiempo. A pesar del calor y del
enrarecimiento del aire en el vagón, cerrado a piedra y lodo, logré dormirme. En
mi sueño tomé tremenda venganza de mis desagradables compañeros de viaje.
No puede imaginarse qué graves insultos y humillaciones se esconden detrás de
los inconexos fragmentos de su primera mitad. Una vez satisfecha esta
necesidad, se impone un segundo deseo: el de cambiar el coche. El fenómeno
onírico varía tantas veces la escena, sin que tales mutaciones nos extrañen, que
la sustitución de mis poco amables compañeros por otros agradablemente
recordados no me hubiera causado el menor asombro. Pero en el caso presente
hay algo que se opone a la mutación de la escena y hace necesaria una
explicación. ¿Cómo es que me encuentro de repente en otro departamento, si no
recuerdo haber bajado del primero? No puede haber sino una explicación: Sin
duda, he cambiado de coche durmiendo, suceso extraño, desde luego, pero no
sin ejemplo en los anales de la Neuropatología. Sabemos, en efecto, de enfermos
neuróticos que emprenden viajes hallándose en un estado de obnubilación no
revelado al exterior por signo alguno y que al recobrar la conciencia en un punto
cualquiera del trayecto se preguntan asombrados cómo han podido llegar hasta
allí. De este modo explico en mi sueño mi conducta como uno de esos casos de
automatismo ambulatorio.
El análisis permite una solución diferente. La tentativa de explicación que
tanto me impresiona, si he de atribuirla a la elaboración onírica, no es original,
sino copiada de la neurosis de uno de mis pacientes. Ya en otro lugar he relatado
el caso de un individuo de gran cultura y extremadamente bondadoso que,
después de la muerte de sus padres, comenzó a acusarse de experimentar
tendencias homicidas, atormentándose con las medidas de precaución que se
veía obligado a tomar para no hacerse reo de un crimen. Era éste un caso de
graves representaciones obsesivas con plena conservación del conocimiento.
Siempre que salía a la calle se le imponía la obsesión de darse cuenta de por
dónde desaparecían los transeúntes que con él se cruzaban, y si alguno se
escapaba a sus miradas, le quedaba la penosa sensación de que podía haberle
asesinado. Entre otras, entrañaba este caso una fantasía fratricida, pues «todos
los hombres son hermanos». Dada la imposibilidad de llevar a cabo la labor a
que su obsesión le obligaba, renunció el enfermo a salir y se pasaba la vida
encerrado en su casa. Pero aun así no le fue posible hallar la tranquilidad, pues
cada vez que leía en los periódicos la noticia de un crimen despertaba en su
conciencia la sospecha de haber sido él el homicida. La convicción de no haber
salido de su casa desde muchas semanas antes le protegió por algún tiempo de
tales acusaciones, hasta el día en que surgió en él la idea de haber podido salir en
estado de inconsciencia y haber cometido así el crimen sin darse cuenta. A partir
de este día cerró la puerta de la escalera, entregó la llave a su anciana criada y le
prohibió terminantemente que se la entregase, aunque fuera él mismo a
pedírsela.
De aquí, procede, pues, la tentativa de explicación de que he cambiado de
coche en estado de inconsciencia, explicación que se halla perfectamente
concluida en las ideas latentes y ha sido transferida sin modificación alguna al
sueño manifiesto, en el cual ha de servir para identificarme con la persona de
dicho paciente. Su recuerdo fue despertado en mí por una asociación próxima.
Pocas semanas antes había hecho ya un viaje nocturno con dicho sujeto. Se
hallaba ya curado y me acompañaba a casa de unos parientes suyos de
provincias que habían solicitado mi visita. Tuvimos un vagón para nosotros
solos, pudimos dejar las ventanillas abiertas durante toda la noche y
conversamos agradablemente hasta que llegó el momento de dormir. La raíz
principal de la enfermedad de este individuo se hallaba constituida por impulsos
hostiles, de relación sexual, contra su padre, durante su infancia.
Identificándome con él, confesaba yo algo análogo. La segunda escena de mi
sueño se resuelve, en efecto, en una fantasía cuyo tema es el de mis dos maduros
compañeros de viaje se conducen tan groseramente conmigo porque he venido a
estorbar con mi presencia sus acostumbradas caricias nocturnas. Esta fantasía se
refiere a su vez a una escena infantil en la que el niño, impulsado, sin duda, por
la curiosidad sexual, penetra en la alcoba paterna, siendo expulsado por la
autoridad del padre.
Creo innecesario continuar acumulando ejemplos, que no harían sino
confirmar lo que ya nos han mostrado los que anteceden, o sea que los actos de
juicio que aparecen en el sueño no son sino reproducción de un modelo dado en
las ideas latentes. Y generalmente, una reproducción descentrada e incluida en
un contexto inadecuado, aunque algunas veces, como sucede en el último de los
ejemplos expuestos, sea tan hábilmente utilizada que da al principio la impresión
de la existencia de una actividad intelectual independiente en el sueño. Partiendo
de aquí podríamos dirigir nuestra atención a aquella actividad psíquica que,
aunque no parece colaborar regularmente en la formación de los sueños, procura,
cuando lo hace, fundir sensata y admisiblemente los elementos oníricos de
origen heterogéneo. Pero creemos más urgente ocuparnos de las manifestaciones
afectivas que surgen en el sueño y compararlas con los afectos que el análisis
descubre en las ideas latentes.

H) Los afectos en el sueño.

Una atinada observación de Stricker ha atraído nuestra atención sobre el


hecho de que las manifestaciones afectivas del sueño no pueden ser
comprendidas en el juicio despectivo que al despertar hacemos recaer sobre el
contenido manifiesto del mismo. En efecto, «cuando soñamos con ladrones y
sentimos miedo, los ladrones son imaginarios, pero el miedo es real», como
cualquier otro afecto que en el sueño experimentamos. El testimonio de nuestra
sensación nos demuestra que dichos afectos son perfectamente equivalentes a los
de igual intensidad surgidos en la vigilia. Más aún que en su contenido de
representaciones, apoya el sueño en su contenido afectivo su aspiración a ser
comprendido entre las experiencias reales de nuestra alma. Si tal inclusión
parece inaceptable a nuestro pensamiento despierto es porque somos incapaces
de evaluar psíquicamente un afecto fuera de su conexión con un contenido de
representaciones. En cuanto al afecto y la representación no se corresponden en
forma e intensidad, queda ya desconcertada nuestra facultad de juicio.
Ha despertado siempre extrañeza el que las representaciones oníricas no
traigan consigo muchas veces aquellos afectos que nuestro pensamiento
despierto considera necesariamente concomitantes a ellas. Strümpell opinó a este
respecto que las representaciones eran despojadas en el sueño de sus valores
psíquicos. Pero sucede que también hallamos en él el fenómeno contrario, o sea
la aparición de intensas manifestaciones afectivas concomitantes a un contenido
que no parece dar ocasión alguna para un desarrollo de afecto. Sueños que nos
muestran en una situación espantosa, peligrosa o repulsiva no nos hacen
experimentar el menor miedo ni la más pequeña repugnancia, y, por lo contrario,
en otros nos aterrorizamos de cosas inofensivas y nos regocijamos de cosas
pueriles.
Este enigma del sueño se desvanece más rápida y completamente que ningún
otro en cuanto pasamos del contenido manifiesto al latente, ahorrándonos así
más amplia explicación. El análisis nos enseña que los contenidos de
representaciones han pasado por desplazamientos y sustituciones, mientras que
los afectos han permanecido intactos. No es, por tanto, extraño que el contenido
de representaciones, transformado por la deformación onírica, no corresponda ya
al afecto, el cual se ha conservado idéntico a sí mismo. Pero en cuanto el análisis
vuelve a colocar en su lugar primitivo el contenido verdadero, todo vuelve a
entrar en un orden lógico y no hay ya motivo ninguno de asombro[488].
Los afectos constituyen la parte más resistente de aquellos complejos
psíquicos que han experimentado la acción de la censura, y, por tanto, la que
mejor puede guiarnos en nuestra labor de interpretación. Esta circunstancia se
nos revela en las psiconeurosis aún más claramente que en el sueño. En ellas
acaba siempre por demostrarse plenamente justificado el afecto, por lo menos en
lo que respecta a su cualidad, pues su intensidad puede ser incrementada por
desplazamientos de la atención neurótica. El histérico que se asombra de
experimentar un miedo increíble ante objetos totalmente inofensivos y el
neurótico obsesivo que no puede explicarse por qué se convierten para él en
fuentes de amargos reproches actos insignificantes yerran al atribuir la máxima
importancia al contenido de representaciones —el objeto inofensivo o el acto
insignificante— y combaten inútilmente sus síntomas tomando dicho contenido
como punto de partida de sus reflexiones. El psicoanálisis interviene entonces y
le muestra el camino acertado, reconociendo la perfecta justificación del afecto y
buscando la representación a la que en realidad corresponde, representación que
ha sido reprimida y sustituida por otra. Presuponemos al obrar así que el
desarrollo de afecto y el contenido de representaciones no constituyen, contra lo
que estamos acostumbrados a admitir, una unidad orgánica inseparable, sino que
se hallan simplemente soldados entre sí y pueden ser aislados por medio del
análisis. La interpretación de los sueños nos demuestra que así sucede, en efecto.
Expondré primero un ejemplo en el que el análisis explica la aparente
ausencia de afecto en una representación que debía provocarlo.
I

«La sujeto ve un desierto y en él tres leones, uno de los cuales está riendo;
pero no siente miedo ninguno. Sin embargo, debe de haber salido luego
huyendo, pues quiere trepar a un árbol; pero encuentra que su prima, la profesora
de francés, está ya arriba, etc».
El análisis nos proporciona el material siguiente: el motivo —indiferente—
del sueño ha sido una frase de su composición de inglés: la melena es el adorno
del león. Su padre llevaba una frondosa barba que enmarcaba su rostro como una
melena. La profesora que le daba lección de inglés se llamaba mis Lyons (lions-
leones). Un conocido suyo le había mandado las Baladas, de Loewe (Loew-
león). Así, pues, son éstos los tres leones de su sueño. ¿Por qué habría de sentir
miedo de ellos? Ha leído una historia en la que un negro, perseguido por haber
incitado a otros a rebelarse, se refugia en un árbol huyendo de una trama de
feroces mastines que siguen sus huellas. Luego surgen diversos recuerdos
chistosos, como el de una receta para cazar leones, publicada en la revista
humorística Fliegende Blaetter: «Se toma un desierto, se cierne la arena y los
leones quedan en el cedazo»; y el de la anécdota de un empleado al que se
reprochaba mostrar poco interés en conquistarse el favor de su jefe, y que
respondió: «No, también yo he intentado trepar por la cucaña de la adulación,
pero cuando quise hacerlo ya había otra arriba». Todo este material se nos hace
comprensible cuando averiguamos que el día del sueño había recibido la sujeto
la visita del jefe de su marido, el cual se mostró muy cortés con ella y le besó la
mano. Pero la señora no le tuvo miedo ninguno (no mostró la menor cortedad), a
pesar de saber que su visitante era un animal considerable (un personaje
importante) y uno de los más admirados leones («elegantes») de la pequeña
ciudad en que vivía. Este «león» puede, por tanto, compararse al del Sueño de
una noche de verano, de Shakespeare, que despojado de su máscara, resulta ser
Sung, el carpintero, e idénticamente sucede con todas las demás fieras que el
sueño nos muestra y ante las que no experimentamos temor alguno.

II

Como segundo ejemplo citaré nuevamente el sueño de aquella muchacha que


vio muerto y yacente en el ataúd al hijo de su hermana, sin experimentar ante tal
escena el menor dolor o tristeza.
El análisis nos reveló por qué. Este sueño no hacía sino encubrir su deseo de
volver a ver al hombre amado, y el afecto tenía que corresponder al deseo y no a
su encubrimiento. No había, pues, motivo ninguno de tristeza.
En algunos sueños conserva por lo menos el afecto cierta conexión con el
contenido de representaciones al que en realidad corresponde y que ha sido
objeto de una sustitución. En otros queda, en cambio, absolutamente separado de
dichas representaciones y aparece incluido en un lugar cualquiera del contenido
manifiesto, allí donde resulta posible adaptarlo a la nueva ordenación de los
elementos del sueño. Sucede entonces lo mismo que antes comprobamos al
examinar los actos de juicio del fenómeno onírico. Si en las ideas latentes existe
una conclusión importante, el sueño manifiesto contendrá otra, pero esta última
puede aparecer desplazada y referida a otro distinto material. No pocas veces
sigue este desplazamiento el principio de la antítesis.

III

Con el ejemplo siguiente, sometido por mí a un minucioso y complejo


análisis, ilustraré una tercera y última posibilidad.
«Un castillo a la orilla del mar. Luego no está ya en tal lugar, sino a la orilla
de un canal que desemboca en el mar. El gobernador es un cierto señor P. Estoy
con él en un gran salón con tres ventanas, ante las que se alza el extremo de una
muralla almenada. He sido agregado a la guarnición, en calidad de oficial de
Marina voluntario. Tememos la llegada de una escuadra enemiga, pues nos
hallamos en guerra. El señor P. tiene el propósito de marcharse y me da
instrucciones para la defensa, en el caso de que se confirmaran nuestros temores.
Su mujer está enferma y se encuentra con los niños en el castillo amenazado.
Cuando el bombardeo comience deberá ser evacuado el salón. El gobernador
respira trabajosamente y quiere marcharse, pero le retengo preguntándole de qué
manera podré enviarle noticias, si fuese necesario. Me responde algo y cae en el
acto muerto. Quizá le he fatigado innecesariamente con mis preguntas. Después
de su muerte, que no me causa ninguna impresión, pienso si la viuda
permanecerá en el castillo y si debo comunicar la muerte del gobernador a la
superioridad y tomar el mando, como me corresponde por ser el oficial de mayor
categoría. Me asomo a la ventana e inspecciono los barcos que pasan: son barcos
mercantes que surcan rápidamente las oscuras aguas. Unos tienen varias
chimeneas y otros una cubierta convexa (como los techos de las estaciones de
ferrocarril vistos en un sueño preliminar, no relatado). En esto llega mi hermano
y se coloca a mi lado junto a la ventana, examinando conmigo el canal. La
aparición de un barco nos sobresalta y exclamamos: ‘¡Ahí viene el barco de
guerra!’ Luego vuelven a pasar en sentido contrario los mismos buques que ya vi
antes, y entre ellos un barquito cómicamente cortado por la mitad. Sobre la
cubierta aparecen extraños objetos semejantes a copas o cajitas.
Simultáneamente exclamamos: ‘Es el barco del desayuno’».
El rápido movimiento de los barcos, el profundo color azul de las aguas y el
negro humo de las chimeneas forman un conjunto sombrío e inquietante.
Los lugares de este sueño corresponden a diversas reminiscencias visuales de
mis viajes a la costa adriática (Huraware, Duino, Venecia, Aquileja). Poco
tiempo antes había aprovechado las vacaciones de Pascua de Resurrección para
hacer con mi hermano una breve excursión a Aquileja, que nos resultó
agradabilísima. La guerra naval que por esta época se desarrollaba entre España
y los Estados Unidos y las inquietudes que me inspiraban la suerte de mis
allegados residentes en América intervienen también en este sueño, cuyo
contenido nos ofrece en dos ocasiones fenómenos afectivos. Primeramente
observamos la ausencia de un afecto cuyo desarrollo era de esperar, ausencia que
el sueño mismo acentúa (la muerte del gobernador no me causa impresión
ninguna), y luego me sobresalta la aparición del buque de guerra y experimento
durante el reposo todas las sensaciones correspondientes a este afecto. La
inclusión de los afectos en el contenido manifiesto aparece llevada a cabo en este
sueño bien estructurado de manera a evitar toda contradicción chocante. No hay,
en efecto, razón ninguna para que me asuste la muerte del comandante, y, en
cambio, está justificado que la aparición de un buque de guerra ante una plaza
cuyo mando he tomado me produzca sobresalto. El análisis demuestra que el
señor P. es un sustituto de mi propio yo (en el sueño soy yo su sustituto). Así,
pues, soy yo el gobernador que muere de repente. Las ideas latentes tratan del
porvenir de los míos si yo muriera de un modo prematuro —siendo éste el único
pensamiento doloroso que en ellos aparece—. El sobresalto concomitante en el
sueño a la aparición del buque de guerra debe ser separado de esta
representación y unido a la idea de mi muerte prematura. Inversamente, muestra
el análisis que la región de las ideas latentes de la que ha sido tomado el buque
de guerra entraña las más serenas reminiscencias. Hallándonos en Venecia, un
año antes de este sueño, supimos que se hallaba anunciada la visita de la
escuadra inglesa y se preparaban grandes festejos para recibirla. Asomados a la
ventana de nuestro cuarto en la Riva Schiavoni, esperamos mi mujer y yo la
aparición de los navíos. Hacía una hermosísima tarde, pero las azules aguas de la
laguna se mostraban más agitadas que de costumbre. De repente gritó mi mujer
con infantil regocijo: ¡Ahí viene el barco de guerra inglés! Esta misma frase,
privada de su último elemento, es la que me sobresalta en mi sueño. Vemos de
nuevo que las frases oídas o pronunciadas en los sueños proceden siempre de la
realidad. Más adelante demostraré que tampoco el elemento «inglés» ha quedado
inempleado por la elaboración onírica. Al pasar de las ideas latentes al contenido
manifiesto transformo, pues, la alegría en sobresalto, con lo cual procuro
expresión a un fragmento del contenido latente. Nos demuestra este ejemplo que
la elaboración onírica puede separar el estímulo afectivo de aquellos elementos a
los que se halla enlazado, e incluirlo en cualquier otro lugar del contenido
manifiesto.
Aprovecharé aquí la ocasión que accesoriamente se me ofrece de someter a
un detallado análisis un elemento —el barco del desayuno— cuya aparición en
el sueño cierra desatinadamente una situación racional. Parando mayor atención
en dicho elemento, recuerdo que el «barco del desayuno» era negro y que la
forma en que se hallaba cortado en su parte más ancha le hacía presentar por este
extremo una amplia semejanza con un objeto que nos había llamado la atención
en los museos de antigüedades etruscas: una bandeja rectangular de barro negro,
con dos asas, y sobre ella, objetos parecidos a tazas de té o de café. En conjunto
semejaba uno de nuestros modernos servicios para el desayuno. Según se nos
explicó, se trataba del servicio de tocador (toilette) de las damas etruscas, y las
tacitas estaban destinadas a contener los afeites y los polvos. Bromeando, nos
dijimos que no estaría mal llevar a nuestra huéspeda tal objeto como recuerdo
nuestro. Así, pues, el objeto que del sueño nos muestra significa vestido negro
(toilettes = tocador y vestido), o sea luto, y alude directamente a un
fallecimiento. Por su otro extremo recuerda la canoa en que las tribus primitivas
colocaban los cadáveres, abandonándolos en el mar. A esta circunstancia se
enlaza el retorno de los barcos en mi sueño:

Serenamente, en el bote salvado,


entra en el puerto el anciano.
(Schiller.)

Es el retorno después del naufragio (Schiffbruch), pues el «barco del


desayuno» se muestra roto (abgbrochen) por la mitad (brechen-roper; Bruch =
rotura; Schiff bruch — naufragio). Pero ¿de dónde procede el nombre de «barco
del desayuno»? Aquí es donde interviene el elemento inglés, que antes vimos
sobraba. En efecto, a la palabra alemana Fruehstueck (desayuno) corresponde la
inglesa brakfast, que equivale literalmente a romper el ayuno (desayunar). El
romper (brechen) pertenece de nuevo al naufragio (Schiffbruch). El ayunar se
agrega al vestido negro.
Pero de este «barco del desayuno» no ha creado el sueño más que el nombre.
La cosa ha existido y me recuerda una de las horas más agradables de mi último
viaje. Desconfiando de los hoteles de Aquileja, nos habíamos traído de Goerz la
comida, a la que luego agregamos una botella de excelente vino de Istria, y
mientras nuestro vaporcito surcaba lentamente el canal Delle Mee y luego la
desierta laguna de Grado, desayunamos alegremente sobre cubierta. Éste era,
pues, el «barco del desayuno», y precisamente detrás de esta reminiscencia de
unas horas, en las que gozamos alegremente de la vida, oculta el sueño los
sombríos pensamientos referentes a un desconocido e inquietante porvenir.
Este proceso, en el que los afectos quedan separados de los contenidos de
representaciones que provocaron su desarrollo, es el más singular de todos
aquéllos a los que la elaboración onírica los somete, pero no es la única
transformación que sufren en su paso desde el contenido latente al manifiesto, ni
tampoco la más importante. Si comparamos los afectos de las ideas latentes con
los del sueño, vemos en el acto lo que sigue: todo afecto incluido en el contenido
manifiesto lo está también en las ideas latentes, pero no inversamente. El sueño
es, en general, menos rico en afectos que el material psíquico de cuya
elaboración ha surgido. Cuando reconstruimos las ideas latentes observamos
cómo aspiran a imponerse en ellas los más intensos impulsos anímicos, luchando
casi siempre con otros que se les oponen. Volviendo luego la vista al sueño
manifiesto correspondiente, lo hallamos, en cambio, incoloro y desprovisto de
todo intenso matiz afectivo. No sólo el contenido de nuestro pensamiento, sino
muchas veces también su matiz afectivo, queda rebajado por la elaboración
onírica al nivel de lo indiferente. Pudiera decirse que la elaboración lleva a cabo
una represión de los afectos. Tomemos, por ejemplo, el sueño de la monografía
botánica (véase el índice S. de Freud). A este sueño corresponde en mi
pensamiento una apasionada defensa de mi libertad de obrar como lo hago y
encauzar mi vida como lo crea conveniente. El sueño surgido de estos
pensamientos se expresa indiferentemente: «He escrito una monografía botánica
y tengo ante mí un ejemplar. Lleva varias ilustraciones en colores y algunos
ejemplares de plantas disecadas». Al fragor del combate ha sucedido el sepulcral
silencio del abandonado campo de batalla.
El sueño puede mostrar también, desde luego, manifestaciones afectivas de
una cierta intensidad, pero por el momento queremos limitarnos a examinar el
hecho indiscutible de que muchos sueños, cuyas ideas latentes entrañan profunda
emoción, presentan un contenido manifiesto en absoluto indiferente.
No podemos exponer aquí una completa explicación teórica de esta represión
afectiva que tiene efecto durante la elaboración onírica, pues nos obligaría a
penetrar minuciosamente en la teoría de los afectos y en el mecanismo de la
represión. Nos limitaremos, pues, a indicar dos ideas. Por determinadas razones
hemos de representarnos el desarrollo de afectos como un proceso centrífugo
orientado hacia el organismo interno, análogo a los procesos motores o
secretorios de inervación. Del mismo modo que la emisión de impulsos motores
hacia el mundo exterior aparece suspendida durante el estado de reposo, podría
quedar también dificultada la estimulación centrífuga de afectos por el
pensamiento inconsciente durante dicho estado. Los sentimientos afectivos
nacidos durante el desarrollo de las ideas latentes serían ya de por sí harto
débiles, no pudiendo, por tanto, representar gran energía los que pasan al sueño.
Según esto, la «represión de los afectos» no sería una consecuencia de la
elaboración onírica, sino del estado de reposo. Esto puede ser cierto, pero tiene
que haber aún algo más. Hemos de recordar que todo sueño algo complejo se
nos revela como el resultado de una transacción entre poderes psíquicos en
pugna. Por un lado, las ideas que constituyen el deseo tienen que combatir la
oposición de una instancia censora; por otro, hemos visto muchas veces que en
el mismo pensamiento inconsciente aparecía emparejada cada idea con su
antítesis contradictoria. Dado que todas estas series de ideas son susceptibles de
afecto, no habremos de incurrir en grave error considerando la represión afectiva
como consecuencia de la coerción que ejercen los elementos antitéticos unos
sobre otros y la censura sobre las tendencias por ella reprimidas. La coerción de
los afectos seria entonces la segunda consecuencia de la censura onírica, como
la deformación de los sueños fue su primer efecto.
IV

Incluiré aquí un sueño en el que el indiferente matiz afectivo del contenido


manifiesto puede ser explicado por la antinomia de las ideas latentes. Trátase de
un breve sueño propio que habrá de causar al lector viva repugnancia.
«Una colina. Sobre ella, algo como un retrete al aire libre: un largo banco, en
uno de cuyos extremos se abre un agujero. El borde posterior de este agujero
aparece cubierto de excrementos de todos los tamaños y épocas. Detrás de un
banco, un matorral. Subido en el banco, me pongo a orinar. El largo chorro de
orina lo limpia todo. Los excrementos se disuelven y caen por el agujero. Como
si al final quedase aún algo».
¿Por qué no experimenté en este sueño repugnancia ninguna? Nada más
sencillo: el análisis me demuestra que en él intervienen las ideas más agradables
y satisfactorias. Al comenzar la labor analítica recuerdo en seguida el establo de
Augías, cuya limpieza lleva Hércules a cabo. Identificándome con este personaje
mitológico, me eleva el sueño a la categoría de semidiós. La colina y el matorral
pertenecen a Ausée, donde actualmente se hallan mis hijos. Soy el descubridor
de la etiología infantil de la neurosis y, de este modo, he preservado a mis hijos
de tal enfermedad. El banco es la perfecta reproducción (fuera, claro está, del
agujero) de uno que tengo en casa, regalo de una paciente agradecida. Su
presencia en el sueño me recuerda cuánto me veneran mis pacientes. Incluso la
repugnante exposición de excrementos humanos resulta susceptible de una
risueña interpretación. Por grande que sea la repugnancia que ahora, al
recordarlo, me inspira, constituye este cuadro, en el sueño, una reminiscencia de
la bella tierra de Italia, en cuyas pequeñas ciudades suelen presentar los water-
closet una parecida ornamentación. El chorro de orina, que todo lo limpia, es una
innegable alusión a mi grandeza. En esta misma forma sofoca Gulliver un gran
incendio en el reino de Liliput, aunque atrayéndose con este acto la enemistad de
la más diminuta de las reinas. Pero también Gargantúa, el superhombre de
Rabelais, toma de este modo la venganza de los parisienses, colocándose encima
de la iglesia de Nuestra Señora y evacuando su vejiga sobre la ciudad. La noche
en que tuve este sueño había estado hojeando las ilustraciones de Garnier a la
obra de Rabelais. Pero aún encuentro otra prueba de que soy yo este
superhombre. Durante mi estancia en París había sido la plataforma de Nuestra
Señora mi lugar favorito, y en cuanto podía disponer de algunas horas de libertad
por la tarde, subía a las torres y paseaba entre las monstruosas y grotescas
esculturas que la decoran. La rápida desaparición de los excrementos, bajo el
impulso del chorro de orina, alude al lema Afflavit et dissipati sunt, con el que
me propongo encabezar un ensayo sobre la terapia de la histeria[489].
Veamos ahora el motivo ocasional del sueño. La tarde anterior había sido
muy calurosa —era verano— y durante ella había pronunciado yo, continuando
una serie de lecciones, mi conferencia sobre la conexión de las perversiones con
la histeria. Pero me hallaba en un estado de ánimo un tanto deprimido y hablé sin
entusiasmo, pareciéndome desagradable y falto de interés todo lo que decía.
Fatigado y sin hallar el menor placer en mi duro trabajo, ansiaba dar fin a aquel
ahondar en las suciedades humanas e ir a reunirme con mis hijos y emprender
luego un viaje a la bella nación italiana. En este estado de ánimo salí del aula y
me dirigí a la terraza de un café para tomar, al aire libre, una modesta colación,
pues tampoco sentía apetito. Pero uno de mis oyentes, que había salido
acompañándome, me pidió permiso para sentarse a mi lado mientras yo sorbía el
café y mordiscaba unos pasteles, y comenzó a dirigirme grandes alabanzas,
diciendo que mis lecciones le habían instruido altamente, que ahora lo veía todo
de un modo muy distinto, que había logrado limpiar el establo de Augías de los
errores y prejuicios acumulados sobre la teoría de las neurosis, etc., etc. En
definitiva: que era un gran hombre. No era, ciertamente, mi humor el más
apropiado para soportar tanto sahumerio, y con el fin de poner término a la
repugnancia que aquella adulación me producía, abrevié mi estancia en el café y
volví a casa. Antes de acostarme hojeé las obras de Rabelais y leí una novela
corta de C. F. Meyer, titulada Las cuitas de un muchacho.
De este material surgió luego el sueño. La novelita de Meyer aportó a él la
reminiscencia de escenas infantiles (cf. la última escena de mi sueño con el
conde de Thun). Mi estado de ánimo, saturado de repugnancia y de tedio, pasa al
sueño en tanto en cuanto le es dado aportar casi todo el material del contenido
manifiesto. Pero por la noche despertó el estado de ánimo contrario más
enérgicamente acentuado y sustituyó al primero. El contenido manifiesto tuvo
entonces que estructurarse de manera a hacer posible la expresión de dos
tendencias antitéticas —la manía de empequeñecerse y la exagerada estimación
de sí mismo por medio del mismo material—. De esta transacción resultó un
contenido manifiesto equívoco, y de la recíproca coerción de los contrarios, un
matiz afectivo indiferente.
Conforme a la teoría de la realización de deseos no hubiera sido posible este
sueño si la serie de ideas de la manía de grandezas, serie antitética y acentuada
de placer, aunque reprimida, no hubiera venido a agregarse a la de la
repugnancia, pues los elementos penosos o displacientes de nuestros
pensamientos diurnos no encuentran acogida en el sueño y sólo pueden pasar a
él cuando prestan, simultáneamente, su forma a una realización de deseos.
La elaboración onírica puede realizar aún, con los afectos de las ideas
latentes, algo más que darles paso al contenido manifiesto o anularlos,
reprimiéndolos. Puede, en efecto, transformarlos en el afecto contrario. Sabemos
ya que todo elemento del sueño puede constituir tanto su propia representación
como serlo del elemento contrario. Por tanto, no sabremos nunca a priori cuál de
estas dos significaciones darle y habremos de atenernos a lo que el contexto
decida. La conciencia popular ha entrevisto este estado de cosas, pues las
vulgares «claves de los sueños» proceden con frecuencia siguiendo este
principio del contraste. Esta transformación en lo contrario es facilitada por la
íntima conexión asociativa que enlaza en nuestro pensamiento la representación
de un objeto a la de su contrario. Como todo otro desplazamiento, se halla esta
inversión al servicio de los fines de la censura, pero es también, con frecuencia,
obra de la realización de deseos, pues esta realización de deseos no consiste sino
en la sustitución de algo desagradable por su contrario. Del mismo modo que las
representaciones de objetos, pueden también aparecer invertidos en el sueño los
afectos de las ideas latentes, y es muy probable que esta inversión de los afectos
sea obra de la censura en la mayoría de los casos. La represión y la inversión de
los afectos son también utilizadas en la vida social, en la que ya encontramos un
proceso análogo al de la censura onírica para el disimulo. Cuando hablamos con
una persona a la que quisiéramos decir algo hostil, viéndonos obligados a
callarlo por consideraciones de orden social, habremos de ocultar las
manifestaciones de nuestros afectos con el mismo cuidado que ponemos en
atenuar la expresión de nuestros pensamientos. En efecto, si mientras le
dirigimos palabras corteses le miramos con gesto de odio o de desprecio, el
efecto que nuestra actitud producirá a dicha persona no será muy distinto del que
hubiéramos logrado arrojándole a la cara nuestro desprecio sin atenuación
alguna. La censura nos aconseja, pues, que reprimamos, ante todo, nuestros
afectos. Aquellos que llegan a ser maestros en el arte del disimulo consiguen
fingir el afecto contrario al que verdaderamente sienten, y sonríen cuando
quisieran morder o se muestran cariñosos con los que desearían aniquilar.
Conocemos ya un acabado ejemplo de tal inversión de los afectos en el
sueño y al servicio de la censura. En el «sueño de la barba de mi tío» siento gran
cariño hacia mi amigo R., mientras que en las ideas latentes le califico de
imbécil. De este ejemplo de inversión de los afectos extrajimos el primer indicio
de la existencia de una censura onírica. No es tampoco necesario suponer a este
respecto que la elaboración onírica crea en todas sus partes tal afecto contrario,
pues, generalmente, lo encuentra ya dado en el material latente y se limita a
reforzarlo con la energía psíquica de los motivos de repulsa hasta hacerse
alcanzar intensidad suficiente para constituirse en elemento dominante de la
formación del sueño. En el citado sueño de «la barba de mi tío» procede
probablemente el cariñoso afecto contrario de una fuente infantil (como nos
indica la continuación del sueño), pues las relaciones entre tío y sobrino han
constituido luego para mí, por la especial naturaleza de mis más tempranas
experiencias infantiles (véase el análisis del sueño Non vixit), la fuente de todas
mis amistades y todos mis odios.
Un sueño comunicado por Ferenczi nos ofrece un excelente ejemplo de tal
inversión de los afectos[490]. Un individuo de avanzada edad es despertado una
noche por su mujer, asustada de oírle reír entre sueños a grandes carcajadas. El
durmiente relató luego haber soñado lo siguiente: «Una persona conocida entra a
verme estando yo en la cama. Quiero encender la luz, pero no lo consigo, y todos
mis intentos resultan vanos. Entonces se levanta mi mujer de la cama para
ayudarme, mas no logra tampoco el resultado apetecido y, avergonzada de
mostrarse en paños menores ante un extraño, vuelve a acostarse. Me parece tan
cómico todo esto, que no puedo reprimir la risa. Mi mujer me pregunta: ‘¿De
qué te ríes?’ Pero yo sigo riendo hasta que despierto». Al día siguiente se sintió
el sujeto muy deprimido y tuvo un fuerte dolor de cabeza «de tanto como se
había reído aquella noche».
Analíticamente considerado, es éste un sueño mucho menos divertido. La
persona ‘conocida’ que entra a ver al sujeto es, en las ideas latentes, ‘la gran
incógnita’ —la muerte—, cuya imagen ocupó durante el día anterior los
pensamientos del sujeto, anciano ya y enfermo de arteriosclerosis. La risa
incoercible que le acomete es una sustitución del llanto enlazado a la idea de que
ha de morir. La luz que ya no puede encender es la luz de la vida. Esta
melancólica idea se halla, quizá, relacionada, con recientes tentativas de realizar
el coito, fracasadas totalmente, sin que le sirviera de nada el auxilio de su mujer
en ropas menores. El sujeto advierte, pues, que va ya cuesta abajo. La
elaboración onírica supo transformar la triste idea de la impotencia y de la
muerte en una escena cómica, y los sollozos en carcajadas.
Existe cierto género de sueños que merecen el calificativo de hipócritas y
plantean un difícil problema a la teoría de la realización de deseos. Mi atención
recayó sobre ellos cuando la señora Frau Dr. M. Hilferding puso a discusión en
la Asociación Psicoanalítica de Viena los sueños siguientes, cuyo relato
desarrolla Rosegger en una narración —’Fremd gemacht’— incluida en la obra
titulada Waldheimat (tomo II, pág. 303).
He aquí la parte que de dicha narración nos interesa:
«Gozo, en general, de un apacible reposo. Pero durante una larga época
quedó perturbada la serenidad de mis noches por el resurgimiento de mi pasado
de oficial de sastre, que venía a interrumpir, como un fantasma inexorable, mi
modesta vida de estudiante y literato.
»Este continuo retorno de mi pretérita actividad manual en mis sueños no
podía ser atribuido a que su recuerdo ocupara vivamente mis pensamientos
diurnos. Un ambicioso, que ha abandonado su piel de filisteo para escalar las
alturas y hacerse un lugar en la sociedad, tiene otras cosas que hacer. Pero en
esta época de lucha tampoco me preocupaban mis sueños. Sólo después, cuando
me acostumbré a meditarlo todo, o quizá cuando el filisteo comenzó a resurgir
algo en mí, fue cuando me di cuenta de que siempre que soñaba volvía a ser en
mi sueño el antiguo oficial de sastre y que, de este modo, llevaba ya mucho
tiempo trabajando gratis por las noches para mi maestro. Mientras me veía a su
lado, cosiendo o planchando, tenía, sin embargo, perfecta conciencia de que no
era ya aquel mi lugar ni aquellas mis ocupaciones propias; pero siempre acababa
por explicarme mi presencia allí alegando alguna causa racional; por ejemplo, la
de que estaba en vacaciones o de veraneo y había ido al taller para ayudar un
poco a mi maestro. Con frecuencia me inspiraba la tarea intenso desagrado, y
lamentaba tener que perder en ella un tiempo que hubiera podido ocupar en
cosas más útiles y gratas. Mientras tanto, tenía que aguantar, además, los regaños
del maestro cuando una prenda no salía a su gusto. En cambio, no se hablaba
jamás de remuneración ni salario algunos. Muchas veces, viéndome encorvado
sobre la labor en el oscuro taller, me proponía dejar el trabajo y despedirme. En
una ocasión llegué a hacerlo así; pero el maestro no se dio por enterado, y
continué trabajando sin chistar.
»¡Cuán bien venido era para mí el despertar después de aquellas largas horas
de tedio! Pero en vano me proponía siempre rechazar lejos de mí, con toda
energía, aquel inoportuno sueño, cuando volviera a representarse, gritándole: No
eres sino una vana fantasía… Sé que estoy en mi lecho y quiero dormir… La
noche siguiente volvía a trasladarme al taller.
»Así pasaron varios años, sin que nada cambiase. Pero una vez, hallándonos
trabajando en casa de aquel labrador para el que di mis primeras puntadas de
aprendiz, se mostró el maestro muy descontento de mi trabajo, y mirándome
ceñudamente, me dijo: ‘Quisiera saber en qué estás pensando’. Al oír estas
palabras, imaginé que lo más razonable sería abandonar mi sitio, decir al maestro
que si estaba allí era únicamente por hacerle un favor ayudándole, y marcharme.
Pero no lo hice, y consentí que el maestro tomase un aprendiz y me ordenase que
le hiciera sitio en mi banco. Fui a sentarme en un rincón y seguí cosiendo. Aquel
mismo día fue admitido otro oficial, que por cierto resultó ser aquel bohemio que
había trabajado con nosotros diecinueve años antes y se cayó un día al arroyo
yendo a la taberna. Cuando quiso sentarse no había ya sitio para él. Miré
entonces interrogativamente al maestro, el cual me dijo: ‘No tienes habilidad
ninguna para este oficio; puedes irte, estás despedido’. Tanto sobresalto me
produjeron estas palabras, que desperté de mi sueño.
»La luz del alba comenzaba a penetrar por las ventanas en mi sereno hogar.
En torno mío, mis amadas obras de arte adornaban la habitación. En la
biblioteca, elegantemente tallada, me esperaban el eterno Homero, el gigantesco
Dante, el incomparable Shakespeare, el glorioso Goethe —todos los inmortales
—. Desde la habitación vecina llegaban las vocecitas de mis hijos parloteando
con su madre. Me parecía haber hallado de nuevo, después de mucho tiempo,
esta vida apacible, idílica, tierna, luminosa y henchida de poesía en la que tantas
veces he sentido profundamente toda la felicidad a que el hombre puede aspirar.
Sin embargo, me desazonaba la idea de no haberme anticipado a mi maestro,
dando así lugar a que me despidiera.
»Pero, ¡cosa singular!, desde aquella noche en que fui despedido gozo de
completa tranquilidad y no sueño ya con mi lejano pasado de obrero manual, tan
alegre en su falta de aspiraciones y que, sin embargo, ha proyectado después tan
larga sombra sobre mi vida».
En esta serie de sueños del poeta, que en su juventud había sido oficial de
sastre, resulta muy difícil reconocer el dominio de la realización de deseos. Todo
lo que puede serle grato pertenece a su vida despierta. En cambio, sus sueños
parecen arrastrar de continuo la sombra fantasmal de una insatisfactoria
existencia, por fin superada. El examen de algunos casos análogos me ha
permitido arrojar alguna luz sobre los sueños de este género. Recién doctorado,
trabajé algún tiempo en un instituto químico, sin adelantar lo más leve en las
cuestiones científicas en él estudiadas, razón por la cual no me ha sido nunca
grato ocupar mi pensamiento despierto con el recuerdo de aquella época de mis
estudios, tan estéril como humillante para mi amor propio. En cambio, sueño con
gran frecuencia hallarme en el laboratorio, donde efectúo análisis, me suceden
diversas cosas, etc. Estos sueños son tan displacientes como los de examen y
nunca muy claros ni precisos. En la interpretación de uno de ellos recayó, por
fin, mi atención sobre la palabra «análisis», que me proporcionó la clave de su
inteligencia.
Después de aquella época he llegado a ser un «analítico» y efectúo «análisis»
que son muy alabados, aunque claro es que no análisis químicos, sino
psicoanálisis. De este modo se me hicieron ya comprensibles tales sueños.
Cuando el éxito de esta clase de análisis me ha enorgullecido durante el día y me
siento inclinado a vanagloriarme de los grandes progresos realizados en tal
materia, me presenta el sueño, por la noche, aquellos otros análisis en los que
fracasé y que no me dan ciertamente motivo ninguno de orgullo. Trátase, pues,
de sueños primitivos que castigan al parvenu, como los del oficial de sastre que
ha llegado a ser un festejado poeta. Pero ¿cómo es posible que el sueño, situado
ante el conflicto entre el orgullo del parvenu y la autocrítica, se ponga al servicio
de esta última y tome como contenido una advertencia razonable, en lugar de
una ilícita realización de deseos? Ya indiqué antes que la respuesta a esta
interrogación entraña no poca dificultad. Podríamos concluir que la base del
sueño se hallaba constituida primeramente por una presuntuosa fantasía
ambiciosa, pero que, en su lugar, ha pasado al contenido manifiesto una
atenuación y humillación de la misma. Hemos de recordar que en la vida
anímica existen tendencias masoquistas a las que podemos atribuir tal inversión.
No tendría nada que oponer a que los sueños de este género fueran separados de
los sueños de realización de deseos y consideraciones, aparte, como sueños
punitivos, pues no vería en ello una restricción de la teoría de los sueños hasta
aquí defendida, sino simplemente un medio de facilitar la comprensión de este
estado de cosas a aquellos que no llegan a concebir la coincidencia de los
contrarios. Pero un más penetrante examen de estos sueños nos proporciona aún
otros datos. El impreciso contexto de uno de mis sueños con el laboratorio me
volvía a la juventud y me situaba en el año más estéril y sombrío de mi carrera
médica, cuando, sin colocación ni clientela ninguna, ignoraba cómo podría
ganarme la vida. Pero al mismo tiempo me mostraba en el trance de elegir mujer
entre varios partidos que se me ofrecían. Me situaba, pues, de nuevo en plena
juventud y, sobre todo, en la época en que también era joven la mujer que
compartió mi vida en aquellos años difíciles. De este modo se me reveló el deseo
constante de todo hombre cercano ya a la vejez como el inconsciente estímulo
provocador de este sueño. La lucha empeñada en otros estratos psíquicos entre la
vanidad y la autocrítica había determinado, ciertamente, el contenido manifiesto;
pero su producción como tal sueño se debía únicamente al deseo de juventud,
más profundamente arraigado. Cuántas veces nos decimos despiertos: «Hoy me
va muy bien, y, en cambio, aquellos tiempos fueron muy duros para mí; pero
entonces poseía algo mejor que todo: la juventud[491]».
Otro género de sueños, muy frecuentes en mí y también de carácter hipócrita,
tienen por contenido mi reconciliación con personas a las que me ligaron lazos
de amistad, rotos o debilitados después. El análisis descubre siempre en estos
sueños un motivo que podría incitarme a prescindir del resto de consideración
que aún guardo a tales antiguos amigos y a tratarlos como extraños o como
enemigos. Pero el sueño se complace en pintar la relación contraria.
Al juzgar los sueños comunicados por un poeta en una narración literaria
hemos de tener en cuenta que probablemente ha excluido de su relato aquellos
detalles del contenido manifiesto que creyó insignificantes o perturbadores.
Tales sueños nos plantean de este modo enigmas que una exacta reproducción
del contenido manifiesto explicaría en el acto.
O. Rank me ha llamado la atención sobre uno de los cuentos de Grimm —
titulado El sastrecillo valiente o Yo maté siete de un golpe—, en el que se
incluye un análogo sueño de un parvenu. El sastrecillo, que ha conquistado fama
de héroe y se ha casado con la hija del rey, sueña una noche con su antiguo
oficio y pronuncia palabras que despiertan sospechas en la princesa. A la noche
siguiente hace ésta penetrar en la alcoba a varios hombres de armas con la
consigna de espiar las palabras que se le escapen a su marido durante el reposo y
apoderarse de él si tales palabras confirman sus sospechas. Pero el sastrecillo,
avisado, sabe rectificar su sueño.
La complicación de los procesos de supresión, sustracción e inversión,
mediante los cuales pasan los afectos de las ideas latentes a constituir los del
sueño manifiesto, se nos evidencia en apropiadas síntesis de sueños totalmente
analizados. Expondré aquí todavía varios ejemplos que ilustrarán algunas de las
afirmaciones antes expuestas sobre el fenómeno afectivo en los sueños.

En el sueño del extraño trabajo que el viejo Brücke me ha encomendado —el


de disecar la mitad inferior de mi propio cuerpo— echo de menos en el mismo
sueño el espanto que tal labor debía, naturalmente, producirme. Esta
circunstancia constituye, en más de un sentido, una realización de deseos. La
preparación anatómica representa el amplio autoanálisis contenido en mi libro
sobre los sueños, y cuya publicación me es en extremo desagradable, hasta el
punto de que, teniendo terminado el manuscrito hace más de un año, no me he
decidido aún a enviarlo a la imprenta. Sin embargo, abrigo el deseo de dominar
esta sensación que me retiene de dar a conocer mi trabajo, y por este motivo no
experimento en el sueño terror (Grauen) ninguno. Pero la palabra Grauen
(terror) tiene también otro sentido (grauen = encanecer), en el que tampoco
quisiera que pudiera serme aplicada. Hace ya tiempo que mis cabellos han
comenzado a «encanecer», indicándome que no debo ya retrasar aquello que
desee llevar a cabo en la vida. Ya vimos que al final del sueño queda
representada la idea de que habré de abandonar a mis hijos la continuación de mi
obra y la alegría de llegar al fin después de difícil peregrinación.
Hemos expuesto antes dos sueños que transfieren a los instantes
inmediatamente posteriores al despertar la expresión de la satisfacción. En el
primero aparece motivado este afecto por la esperanza de averiguar lo que
significa el «Yo he soñado ya esto» dentro del sueño mismo y corresponde en
realidad al nacimiento de los primeros hijos. En el segundo se muestra enlazado
al convencimiento de que se cumplirá ahora aquello que «signos anteriores
anunciaron», y se refiere verdaderamente al nacimiento de mi segundogénito.
Ambos contenidos manifiestos muestran afectos idénticos a los dados en sus
ideas latentes respectivas; pero esta circunstancia no nos autoriza a suponer que
ha tenido efecto un simple paso de dichos afectos de un contenido a otro. El
sueño no muestra nunca tanta sencillez. En efecto, profundizando un poco más
en el análisis de estos ejemplos, descubrimos que tal satisfacción exenta de toda
censura, queda incrementada por un refuerzo suministrado por otra fuente sobre
la que habría de recaer el veto de la misma y cuyo afecto despertaría la más
enérgica oposición si no se ocultara detrás del de idéntica cualidad procedente de
la fuente permitida, deslizándose así a su amparo. Por desgracia, no me es
posible demostrar esta circunstancia en el sueño a que nos venimos refiriendo;
pero un ejemplo tomado de otra distinta esfera aclarará suficientemente estas
opiniones. Supongamos el caso siguiente: Hay una persona que me inspira odio
hasta el punto de hacer surgir en mí una viva tendencia a alegrarme de que le
ocurra alguna desgracia. Pero, como mis sentimientos morales no se pliegan a
esta tendencia, no me atrevo a exteriorizar mis malos deseos, y si la desgracia
recae sobre dicha persona, sin culpa alguna por su parte, reprimiré mi
satisfacción y me esforzaré en sentir y exteriorizar la compasión debida. Todos
nos hemos hallado alguna vez en esta situación. Pero puede también suceder que
la persona odiada cometa una extralimitación cualquiera y atraiga sobre sí de
este modo merecidas calamidades. Entonces podremos dejar libre curso a
nuestra satisfacción ante el justo castigo recibido por el culpable y nos
exteriorizaremos en esta forma, coincidiendo al hacerlo así con toda persona
imparcial. Sin embargo, no dejaremos de observar que nuestra satisfacción
resulta más intensa que la de los demás, habiendo recibido un refuerzo de la
fuente de nuestro odio, a la que hasta entonces había impedido la censura
proporcionar afecto ninguno, pero que ha sido ahora libertada de toda coerción
por la transformación de las circunstancias. Este caso se realiza en la sociedad
siempre que una persona antipática o perteneciente a una minoría mal vista
incurre en alguna falta. Su castigo no suele entonces ser proporcionado al delito,
pues se agrega a éste la mala voluntad que contra el sujeto se abriga y que ha
debido resignarse antes a permanecer estéril. Los jueces cometen, sin duda, así
una injusticia; pero la satisfacción que en su interior les produce la cesación de
una represión durante tanto tiempo mantenida les impide darse cuenta de ello.
En estos casos se halla perfectamente justificado el afecto en lo que a su cualidad
se refiere, pero no en lo que respecta a su medida, y la autocrítica, tranquilizada
en un punto, descuida fácilmente el examen del segundo. Una vez abierta la
puerta, entra fácilmente más gente de la que al principio se pensó admitir
El singularísimo rasgo que presenta el carácter neurótico de reaccionar a un
estímulo con afectos cualitativamente justificados, pero desmesurados
cuantitativamente, queda explicado de este modo en tanto en cuanto puede ser
objeto de una explicación psicológica. Pero el exceso procede de fuentes
afectivas inconscientes y reprimidas hasta el momento que logran hallar un
enlace asociativo con el motivo real, y a cuyo desarrollo de afecto abre el
camino, deseando una fuente de afectos lícita y libre de toda objeción. De este
modo echamos de ver que entre la instancia anímica reprimida y la represora no
debemos limitarnos a tener en cuenta únicamente las relaciones de coerción
recíproca, pues merecen también igual atención aquellos casos en los que por
medio de una acción conjunta y una mutua intensificación producen ambas
instancias un efecto patológico. Apliquemos ahora estas observaciones sobre
mecánica psíquica a la inteligencia de las manifestaciones afectivas del sueño.
Una satisfacción exteriorizada en el sueño y que naturalmente existe también en
las ideas latentes, no queda siempre explicada en toda su extensión por este
descubrimiento. En todos los casos tendremos que buscarle en las ideas latentes
una segunda fuente sobre la que gravita la presión de la censura, y que bajo esta
presión no hubiera producido satisfacción, sino el afecto contrario, pero que es
colocada por la presencia de la primera fuente onírica en situación de sustraer su
afecto de satisfacción a la represión y agregarlo, en calidad de refuerzo, a la
satisfacción procedente de otra fuente distinta. Los afectos del sueño resultan,
pues, compuestos por aportaciones de diversas fuentes y superdeterminados con
respecto a las ideas latentes: Todas las fuentes susceptibles de producir el mismo
afecto se unen a este fin en la elaboración[492].
El análisis del acabado sueño, cuyo nódulo central se halla constituido por
las palabras non vixit, nos aclara un poco este complicado estado de cosas. Este
sueño muestra concentradas en dos puntos de su contenido manifiesto
exteriorizaciones afectivas de diversas cualidades. Sentimientos hostiles y
displacientes en el mismo sueño (se dice: «Embargado entonces por singulares
afectos…») se acumulan y superponen en el momento en que aniquilo a mi
amigo y adversario con las dos palabras indicadas. Al final del sueño siento gran
regocijo y acepto la opinión —reconocidamente absurda— de que existen
fantasmas que podemos hacer desaparecer con sólo desearlo.
No he comunicado aún la motivación de este sueño, esencialísima y que nos
hace penetrar profundamente en su inteligencia. Mi amigo de Berlín —al que he
designado con las letras Fl— me había escrito que pensaba someterse a una
operación quirúrgica y que unos parientes suyos, residentes en Viena, me
tendrían al corriente de su estado durante aquellos días. Las primeras noticias
posteriores a la operación no fueron nada satisfactorias y me pusieron en
cuidado. Hubiera querido acudir al lado de mi amigo; pero precisamente por
entonces me hallaba aquejado de una dolorosa enfermedad que convertía en
atroz tortura cada uno de mis movimientos. Las ideas latentes me demuestran
que la vida de mi amigo llegó a inspirarme serios temores. Su única hermana, a
la que no llegué a conocer, había muerto en plena juventud, después de
brevísima enfermedad. (En el sueño habla Fl. de su hermana y dice: «En tres
cuartos de hora quedó muerta».) Imaginando que la naturaleza de mi amigo no
era mucho más resistente, debí figurarme que, después de recibir peores noticias,
emprendía, por fin, el viaje… y llegaba demasiado tarde, cosa que me hubiera
reprochado eternamente[493]. Este reproche de haber llegado tarde pasa a
constituir el centro del sueño; pero queda representado en una escena en la que
Brücke, el venerado maestro de mis años de estudiante, me lo hace presente
acompañándolo de una terrible mirada de sus azules ojos. No pudiendo
reproducir el sueño esta escena tal como fue vivida, la transforma,
atribuyéndome el papel aniquilador, inversión que es, sin duda alguna, obra de la
realización de deseos. Los cuidados que me inspira la vida de mi amigo, el
reproche de no acudir a su lado, la vergüenza que ello me produce (mi amigo ha
venido inesperadamente a Viena) y mi necesidad de considerarme perfectamente
disculpado por la enfermedad que me impide moverme, son los elementos que
componen la tempestad de sentimientos que se desarrolla en la región
correspondiente de las ideas latentes y es claramente percibida durante el reposo.
En la motivación del sueño había aún algo más, que produjo en mí un efecto
totalmente contrario. Al darme las primeras noticias, nada tranquilizadoras en los
días que siguieron a la operación, se me hizo la advertencia de que no las
comunicase a nadie, advertencia que me ofendió por el juicio que sobre mi
discreción significaba. Sabía, desde luego, que mi amigo no había encargado a
nuestro intermediario nada semejante y que se trataba de una oficiosidad de este
último; pero el reproche en ella oculto me desagradó extraordinariamente porque
no era del todo injustificado. Aquellos reproches en los que no hay algo de
verdad no suelen indignarnos tanto. Mi amigo Fl. no podía ciertamente tener
motivo ninguno para dudar de mi discreción; pero una vez, en años juveniles,
hablé más de lo conveniente y ocasioné un disgusto entre dos personas que me
honraban con su amistad, contando a una algo que sobre ella había dicho la otra.
Los reproches de que por entonces se me hizo objeto permanecen grabados para
siempre en mi memoria. Uno de los amigos entre los que sembré en aquella
ocasión la discordia era el profesor Fleischl; el otro puede ser sustituido por el
nombre de José, que era también el de mi amigo y adversario P., resucitado por
mi sueño.
Del reproche de que no sé guardar nada para mí testimonia en el sueño la
pregunta de Fl. («¿Qué es lo que sobre él ha contado a P.?») La intervención de
este recuerdo es lo que transfiere desde el presente al tiempo en que iba al
laboratorio de Brücke el reproche de que llego tarde. Sustituyendo en la escena
del aniquilamiento la persona de mi interlocutor por un «José», hago que esta
escena represente no sólo el reproche de que llego tarde, sino también el otro,
más rigurosamente sometido a la censura, de que no sé guardar ningún secreto.
La labor de condensación y desplazamiento del sueño, así como los motivos del
mismo, se hacen aquí evidentes.
Mi disgusto ante la advertencia de conservar el secreto, mitigado ya en el
momento del sueño, extrae, en cambio, un refuerzo de fuentes muy profundas, y
se convierte de este modo en una impetuosa corriente de sentimientos hostiles
contra personas que, en realidad, me son muy queridas. La fuente que
proporciona este refuerzo mana en lo infantil. He relatado ya que, tanto mis
calurosas amistades como mis enemistades con personas de mi edad, se enlazan
a mis relaciones infantiles con mi sobrino John, un año mayor que yo. Ya he
indicado repetidamente las características de estas relaciones. Como un sobrino
me dominaba por su mayor edad, tuve que aprender tempranamente a
defenderme, y vivimos así inseparablemente unidos y queriéndonos mucho, pero
también peleándonos, pegándonos —y acusándonos—. Todos mis amigos
posteriores han constituido y constituyen, en cierto sentido, encarnaciones de
esta figura de mi infantil compañero y fantasmales reapariciones[494] de la
misma (revenants). Mi sobrino mismo retornó a mi casa en mis años de
adolescencia, siendo entonces cuando representamos la escena entre César y
Bruto. Un íntimo amigo y un odiado enemigo han sido siempre necesidades
imprescindibles de mi vida sentimental, y siempre he sabido procurármelos de
nuevo. No pocas veces quedó reconstituido tan completamente este ideal
infantil, que amigo y enemigo coincidieron en la misma persona, aunque
naturalmente, no al mismo tiempo ni en constante oscilación, como sucedió en
mis primeros años.
No podemos emprender aquí la investigación de la forma en que dadas estas
conexiones puede un motivo de afecto retroceder hasta otro análogo infantil,
para hacerse sustituir por él en el desarrollo de afecto. Es ésta una cuestión que
pertenece a la psicología del pensamiento inconsciente, y hallaría su lugar en una
explicación psicológica de las neurosis. Para la interpretación que de momento
nos ocupa supondremos que en este punto del análisis surge una reminiscencia
infantil —exacta o fantaseada— cuyo contenido es el que sigue: los dos niños
comienzan a pelearse por la posesión de un objeto, que dejaremos aquí
indeterminado, aunque el recuerdo o la fantasía lo concretan perfectamente.
Ambos alegan haber llegado antes y tener, por tanto, mejor derecho. Pero como
ninguno quiere ceder, vienen a las manos. Por determinadas indicaciones del
sueño podría suponerse que la razón no estaba esta vez de mi parte («dándome
cuenta de mi error» o «de que me expreso mal»); pero la fuerza decide en mi
favor, y quedo dueño del campo de batalla. El vencido acude a mi padre y abuelo
suyo para acusarme; pero yo me defiendo con las palabras ya indicadas en mi
anterior examen de este sueño y que me fueron repetidas por mi padre en años
posteriores: «Le pego porque él me ha pegado antes».
Esta reminiscencia, o más probablemente fantasía, que surge en mí durante el
análisis del sueño —sin garantía ninguna y sin que yo mismo sepa cómo—
constituye en las ideas latentes un elemento intermedio que reúne los
sentimientos afectivos de las mismas, como la concha de una fuente monumental
recoge las aguas de los surtidores para verterlas después en la taza. Partiendo de
este elemento intermedio, emprenden las ideas latentes los caminos que siguen:
Te está muy bien empleado haber tenido que dejarme libre el puesto a la fuerza.
¿Por qué quisiste arrojarme antes de él? No te necesito para nada. Ya encontraré
otro con quien jugar, etc. Estos pensamientos siguen luego caminos que vuelven
a llevarlos a la representación onírica. En una ocasión hube de reprochar un tal
ôte-toi que je m’y mette a mi difunto amigo José. Siguiendo mis huellas, había
entrado como aspirante en el laboratorio de Brücke, institución en la que el
ascenso no solía ser rápido. Mi amigo, que sabía su vida limitada y al que
ninguna relación de amistad ligaba con su inmediato superior, manifestó
claramente su impaciencia en varias ocasiones. Dado que dicha persona padecía
una grave enfermedad, el deseo de verle conseguir un ascenso, esto es, dejar su
puesto, podía encubrir otro menos piadoso. Años antes había yo abrigado
también, y más vivamente aún, el deseo de que se produjese una vacante. Todo
escalafón da siempre motivo a represiones de deseos de este género.
Recordemos al príncipe Hal de la obra de Shakespeare—, que no supo resistir a
la tentación de probarse la corona del rey, su padre, junto al lecho en que éste
yacía enfermo. Mi sueño castiga tan desconsiderada impaciencia; pero, como era
de esperar, no lo hace en mi propia persona, sino en la de mi amigo[495].
«Porque era ambicioso, le maté». Porque no podía esperar que el otro le
dejara el puesto, fue él expulsado del que ocupaba en la vida. Este pensamiento
surgió en mí mientras asistía a la inauguración del monumento erigido al otro en
la Universidad. Una parte de la satisfacción experimentada en el sueño significa,
pues: «Ha sido un justo castigo. Te está bien empleado».
En el entierro de mi amigo (P.) hizo un joven la observación de que el orador
que había pronunciado el discurso necrológico se había expresado como si el
mundo no pudiese continuar subsistiendo sin aquel hombre, observación a
primera vista poco oportuna, pero que respondía al honrado sentimiento del
hombre sincero que ve perturbado su dolor por una inútil exageración. A estos
conceptos se enlazan luego las ideas latentes de mi sueño. En realidad, nadie es
insustituible. ¡A cuántos amigos y conocidos he acompañado yo a la tumba! Pero
yo vivo todavía; he sobrevivido a todos y conservo mi puesto. Tal pensamiento,
en el instante en que temo no encontrar ya en vida a mi amigo si acudo a su lado,
no puede significar sino que me alegro de sobrevivir nuevamente a alguien, de
que el que ha muerto haya sido él y no yo, y de que conservo mi puesto, como
antes, en la escena infantil fantaseada. Esta satisfacción de conservar mi puesto,
procedente de lo infantil, encubre la parte principal del afecto acogido en el
sueño. Me alegro de sobrevivir a mi amigo, y lo manifiesto con el ingenuo
egoísmo que campea en la conocida anécdota: «El marido, a su mujer: ‘Si uno
de nosotros muriere, me iría a vivir a París’.»
No puede ocultarse a nadie lo mucho que nos es preciso vencernos para
analizar y comunicar nuestros propios sueños, que parecen revelarnos como el
único ser perverso entre todas las nobles criaturas que nos rodean. Encuentro,
por tanto, muy comprensible que los revenants nos sustituyan sólo mientras
queremos, que podamos hacerlos desaparecer con sólo desearlo. Esto ha sido lo
que ha motivado el castigo de mi amigo José. Por otro lado, los revenants son las
sucesivas encarnaciones de mi infantil amigo, y de este modo se refiere también
mi satisfacción a haber logrado sustituir siempre con otras las amistades
perdidas. También para la que ahora estoy a punto de perder encontraré
sustitución. Nadie es insustituible.
Mas ¿dónde permanece aquí la censura onírica? ¿Por qué no acude a
oponerse enérgicamente a este proceso mental tan groseramente egoísta y no
transforma en profundo displacer la satisfacción que a él se muestra enlazada? A
mi juicio, obedece esta conducta a que otros procesos mentales por completo
irreprochables provocan también satisfacción y encubren con este afecto el de
igual carácter emanado de las fuentes infantiles prohibidas. Durante la solemne
inauguración del monumento en la Universidad surgieron también en mí los
pensamientos siguientes: He perdido ya muchos y muy queridos amigos; unos
me han sido arrebatados por la muerte; otros no han sabido conservar mi
amistad. Pero, afortunadamente, he logrado sustituirlos, pues tengo hoy uno que
significa para mí más que todos los otros y al que conservaré siempre[496], pues
he llegado ya a una edad en la que es difícil establecer amistades nuevas. La
satisfacción de haber hallado tal sustitución de los amigos perdidos puede pasar
al sueño sin dificultad ninguna; pero detrás de ella se desliza la satisfacción
hostil procedente de una fuente infantil. El cariño infantil contribuye, sin duda, a
reforzar el actual; pero también el odio infantil se ha abierto camino en la
representación.
El sueño contiene, además, una clara alusión a otro proceso mental del que
también emana satisfacción. Mi amigo ha tenido hace poco una hija, después de
larga espera. Sé cuánto sintió la muerte de su joven hermana, y le he escrito que
transferirá a la niña todo el cariño que su hermana le inspiraba, y logrará así
olvidar, por fin, la irreparable pérdida.
Así, pues, también esta serie de pensamientos va a enlazarse a aquella idea
intermedia del contenido latente, de la que luego parten diversos caminos en
direcciones contrarias: nadie es insustituible. Mira, todos son revenants; todo lo
que hemos perdido vuelve a nosotros. En este punto quedan estrechados los
lazos asociativos de los elementos —tan contradictorios— de las ideas latentes
por la circunstancia casual de que la hija recién nacida de mi amigo ha recibido
el nombre de Paulina, nombre que es también el de una compañera de mis
juegos infantiles, niña de mi misma edad y hermana de mi más antiguo amigo y
adversario. Esta coincidencia me produce satisfacción, y aludo a ella
sustituyendo en mi sueño un José por otro José y escogiendo luego, para
designar a mi amigo de Berlín, las iniciales Fl., coincidentes con las de otro
personaje del sueño —el profesor Fleischl—. Partiendo de aquí conduce una
concatenación de ideas a los nombres de mis propios hijos, en cuya elección no
me ha guiado nunca la moda del día, sino el deseo de rememorar a personas
queridas. Estos nombres hacen que mi hijos sean también, en cierto modo,
revenants. Y, en definitiva, ¿no constituyen nuestros hijos nuestro único acceso a
la inmortalidad?
Añadiré aún algunas observaciones sobre los afectos del sueño, considerados
desde un diferente punto de vista. En el alma del durmiente puede hallarse
contenida una inclinación afectiva —la que denominamos estado de ánimo— a
título de elemento dominante y contribuir entonces a determinar el sueño. Este
estado de ánimo puede surgir de los sucesos y pensamientos del día y puede
tener fuentes somáticas. En ambos casos aparecerá acompañado de procesos
mentales correspondientes a su naturaleza. Mas para la formación de los sueños
es indiferente que este contenido de representaciones aparezca condicionado
primariamente por la inclinación afectiva o despertado por una disposición
sentimental de origen somático. La formación de los sueños se halla siempre
sujeta a la limitación de no poder representar sino lo que constituye una
realización de deseos, ni tomar su fuerza motriz psíquica más que del deseo. El
estado de ánimo dado de momento recibirá el mismo trato que la sensación
surgida durante el reposo (cap. 6, apart, b, 5), la cual es despreciada o
transformado su sentido en el de una realización de deseos. Los estados de
ánimo displacientes dados durante el reposo se constituyen en fuerzas
impulsoras del sueño, despertando enérgicos deseos que el mismo ha de cumplir,
y el material al que se hallan ligados es elaborado hasta hacerlo utilizable para la
expresión de una realización de deseos. Cuanto más intenso y dominante es en
las ideas latentes el estado de ánimo displaciente, más seguramente
aprovecharon las tendencias optativas reprimidas la ocasión que de conseguir
una representación se les of rece, pues encuentran ya realizada, por la existencia
actual de un displacer que en caso contrario habrían de engendrar por sí propios,
la parte más penosa de la labor que les sería necesario llevar a cabo para pasar el
sueño manifiesto. Con estas observaciones rozamos de nuevo el problema de los
sueños de angustia, que demostrarán ser el caso límite del rendimiento onírico.

I) La elaboración secundaria.

Llegamos, por fin, a la exposición del cuarto de los factores que participan
en la formación de los sueños.
Prosiguiendo la investigación del contenido manifiesto en la forma antes
iniciada, o sea inquiriendo en las ideas latentes el origen de aquellos fenómenos
que atraen nuestra atención en dicho contenido, tropezamos con elementos para
cuyo esclarecimiento precisamos de una hipótesis totalmente nueva.
Recuérdense los casos en que, sin dejar de soñar, nos asombramos o indignamos
de un fragmento del mismo contenido manifiesto. La mayor parte de estos
sentimientos críticos del sueño no van dirigidos contra el contenido manifiesto,
sino que demuestran ser partes del material onírico tomadas de él y
adecuadamente utilizadas. Así nos lo han probado con toda claridad los ejemplos
correspondientes. Pero hay algo que no consiente tal derivación y para lo que no
encontramos en el material onírico elemento ninguno correlativo. ¿Qué significa,
por ejemplo, el juicio crítico «Esto no es más que un sueño», tan frecuente
dentro del sueño mismo? Es ésta una verdadera crítica del sueño, idéntica a la
que pudiera desarrollar nuestro pensamiento despierto. En algunas ocasiones no
constituye sino un elemento precursor del despertar, y en otras, más frecuentes,
aparece, a su vez, precedida de un sentimiento displaciente, apaciguado luego al
comprobar que no se trata sino de un sueño. La idea: «No es más que un sueño»,
dentro del sueño mismo, tiende a disminuir la importancia de lo que el sujeto
viene experimentando y conseguir así que tolere una continuación. Sirve, pues,
para adormecer a cierta instancia, que en el momento dado tendría motivos más
que suficientes para intervenir y oponer su veto a la prosecución del sueño. Pero
es más cómodo seguir durmiendo y tolerar el sueño, «porque no es más que un
sueño». Imagino que esta despreciativa crítica surge cuando la censura —nunca
totalmente adormecida— se ve sorprendida por un sueño que ha logrado forzar
el paso. No pudiendo ya reprimirlo, sale al encuentro de la angustia o del
displacer que la sorpresa ha provocado, con la observación indicada. Trátase,
pues, de una manifestación de esprit d’escalier por parte de la censura psíquica.
Tenemos aquí una evidente demostración de que no todo lo que el sueño
contiene procede de las ideas latentes, pues existe una función psíquica no
diferenciare de nuestro pensamiento despierto, que puede proporcionar
aportaciones al contenido manifiesto. La interrogación que se nos plantea es la
de si se trata de algo excepcional o si la instancia psíquica que ejerce la censura
participa también regularmente en la formación de los sueños.
Esto último es, indudablemente, lo cierto. No puede negarse que la instancia
censora, cuya influencia no hemos reconocido hasta aquí sino en restricciones y
omisiones observadas en el contenido manifiesto, introduce también en el mismo
ciertas interpolaciones y ampliaciones. Estas interpolaciones son con frecuencia
fácilmente reconocibles, pues aparecen tímidamente expuestas, siendo iniciadas
con un «como sí», no poseen muy elevada vitalidad y son siempre incluidas en
lugares en los que pueden servir de enlace entre dos fragmentos del contenido
manifiesto o para la consecución de una coherencia entre dos partes del sueño.
Muestran, además, menor consistencia mnémica que las derivaciones legítimas
del material onírico, y cuando el sueño sucumbe al olvido son lo primero que
desaparece, hasta el punto de que, a mi juicio, nuestra frecuente observación de
que hemos soñado muchas cosas, pero no hemos retenido sino algunos
fragmentos dispersos, obedece precisamente a la rápida desaparición de estas
ideas aglutinantes. Cuando realizamos un análisis completo descubrimos tales
interpolaciones por la ausencia en las ideas latentes de material que a ellas
corresponda. Pero después de una minuciosa investigación podemos afirmar que
es éste el caso menos frecuente. La mayor parte de las veces nos es posible
referir tales ideas interpoladas a un material dado en las ideas latentes, pero a un
material que ni por su valor propio ni por superdeterminación podía aspirar a ser
acogido en el sueño. La función psíquica cuya actuación en la elaboración de los
sueños examinamos ahora, no parece elevarse a creaciones originales, sino muy
en último extremo, y utiliza, mientras le es posible, aquellos elementos del
material onírico que resultan adecuados a sus fines.
Pero lo que caracteriza y delata a esta parte de la elaboración onírica es su
tendencia. Esta función procede, en efecto, como maliciosamente afirma el
poeta[497] que proceden los filósofos; esto es, tapando con sus piezas y
remiendos las soluciones de continuidad del edificio del sueño. Consecuencia de
esta labor es que el sueño pierde su primitivo aspecto absurdo e incoherente y se
aproxima a la contextura de un suceso racional. Pero no siempre corona el éxito
estos esfuerzos. Existen muchos sueños así construidos que parecen a primera
vista irreprochablemente lógicos y correctos; parten de una situación posible, la
continúan por medio de variaciones libres de toda contradicción y la conducen
—aunque con mucho menor frecuencia— a una conclusión adecuada. Estos
sueños son los que han sido objeto de más profunda elaboración por la función
psíquica análoga al pensamiento despierto; parecen poseer un sentido; pero este
sentido se halla también a mil leguas de su verdadera significación. Si los
analizamos, nos convencemos de que es en ellos en los que la elaboración
secundaria maneja con mayor libertad el material dado y respeta menos las
relaciones del mismo. Son éstos sueños que, por decirlo así, han sido
interpretados ya una vez antes que en la vigilia los sometiéramos a la
interpretación. En otros sueños no ha conseguido avanzar esta elaboración
tendenciosa sino hasta cierto punto, hasta el cual se muestran entonces
coherentes, haciéndose después disparatados o embrollados y volviendo luego, a
lo mejor, a elevarse por segunda vez hasta una apariencia de comprensibilidad.
Por último, hay también sueños en los que falta por completo esta elaboración y
se nos muestran como un desatinado montón de fragmentos de contenido.
No quisiéramos negar perentoriamente a este cuarto poder estructurador del
sueño que pronto se nos revelará como algo ya conocido en realidad —es el
único de los cuatro factores de la elaboración onírica con el que ya nos hallamos
familiarizados—; no le quisiéramos negar, repetimos, la capacidad de aportar al
sueño creaciones originales. Pero, desde luego, podemos afirmar que su
influencia se manifiesta predominantemente, como la de los otros tres, en la
selección del material onírico de las ideas latentes. Existe un caso en el que la
labor de aplicar al sueño una especie de fachada le resulta ahorrada casi
totalmente por la preexistencia en las ideas latentes de tal formación. Estas
formaciones, dadas ya de antemano en las ideas latentes, son las que conocemos
con el nombre de fantasías, y equivalen a aquellas otras, productos del
pensamiento despierto, a las que calificamos de ensoñaciones o sueños
diurnos[498] (Tagträume). El papel que en nuestra vida anímica desempeñan no
ha sido aún completamente determinado por los psiquiatras. M. Benedikt ha
iniciado un estudio muy prometedor, a mi juicio, sobre él. Por otra parte, la
significación de los sueños diurnos no ha escapado a la certera y penetrante
mirada del poeta: recordemos la descripción que de ellos hace un personaje
secundario de El nabab, de Daudet. El estudio de las psiconeurosis nos conduce
al sorprendente descubrimiento de que estas fantasías o sueños diurnos
constituyen el escalón preliminar de los síntomas histéricos, por lo menos de
toda una serie de ellos. Estos síntomas no dependen directamente de los
recuerdos, sino de las fantasías edificadas sobre ellos. La frecuencia de las
fantasías diurnas nos ha facilitado el conocimiento de estas formaciones; pero,
además de tales fantasías conscientes, existen otras —numerosísimas— que por
su contenido y su procedencia de material reprimido tienen que permanecer
inconscientes. Una más minuciosa investigación de los caracteres de estas
fantasías diurnas nos muestra con cuánta justicia se les ha dado el mismo
nombre que a nuestros productos mentales nocturnos, o sea el de sueños.
Comparten, en efecto, con los sueños nocturnos gran número de sus cualidades
esenciales, y su investigación nos habría podido proporcionar el acceso más
immediate y fácil a la comprensión de los mismos.
Como los sueños, son estas ensoñaciones realizaciones de deseos: tienen en
gran parte como base las impresiones provocadas por sucesos infantiles y sus
creaciones gozan de cierta benevolencia de la censura. Examinando su
construcción, comprobamos que el motivo optativo que ha actuado en su
producción ha revuelto el material de que se hallan formadas y ha constituido
luego con él, ordenándolo en forma diferente, una nueva totalidad. Con relación
a las reminiscencias infantiles a las que se refieren, son lo que algunos palacios
barrocos de Roma respecto de las ruinas antiguas cuyos materiales se han
utilizado en su construcción.
En la «elaboración secundaria» del contenido onírico, que hemos atribuido al
cuarto de los factores de la formación de los sueños, volvemos a hallar la misma
actividad que en la creación de los sueños diurnos puede manifestarse
libremente, no coartada por otras influencias. Pudiéramos afirmar sin más
dilación que este nuestro cuarto factor intenta constituir con el material dado
algo como un sueño diurno. Pero en aquellos casos en los que aparece ya
constituido de antemano tal sueño diurno, relacionado con las ideas latentes del
nocturno, se apoderará de él y tenderá a hacerlo pasar al contenido manifiesto.
Existen, pues, sueños que no consisten sino en la repetición de una fantasía
diurna que ha permanecido, quizá, inconsciente. Así, el del muchacho que se ve
conducido por Diomedes en su carro de guerra. La segunda mitad de aquel
sueño, en el que creo el neologismo autodidasker, es asimismo una fiel
reproducción de una fantasía diurna inocente sobre mis relaciones con el
profesor M. De la complicación de las condiciones que el sueño ha de cumplir
en su formación depende el que la fantasía preexistente no constituya —como es
lo más frecuente— sino una parte del sueño, o que sólo un fragmento de la
misma llegue a pasar el contenido manifiesto. De ordinario es manejada
entonces esta fantasía como cualquier otro elemento del material latente, pero
muchas veces continúa constituyendo en el sueño una totalidad. En mis sueños
suelen aparecer fragmen tos que se distinguen del resto por la distinta impresión
que producen. Parecen más fluidos, más coherentes y, sin embargo, más
fugitivos que los demás elementos del mismo sueño, y estos caracteres me
indican que se trata de fantasías inconscientes relacionadas con el sueño y
acogidas por él, pero no me ha sido nunca posible determinarlas. Por lo demás,
estas fantasías son acumuladas, condensadas y superpuestas, del mismo modo
que todos los demás elementos de las ideas latentes. Sin embargo, puede
observarse la existencia de una escala gradual, que va desde el caso en el que
constituyen casi inmodificadas el contenido manifiesto, o, por lo menos, la
fachada del sueño, hasta el caso contrario, en el que no se hallan representadas
en dicho contenido sino por uno de sus elementos o por una lejana alusión al
mismo. En general, el destino de estas fantasías dadas en las ideas latentes
depende de las ventajas que puedan ofrecer para satisfacer las exigencias de la
censura y las imposiciones de la condensación.
Al escoger los ejemplos destinados a ilustrar la interpretación onírica he
procurado eludir en lo posible aquellos sueños en los que desempeñaban un
papel importante las fantasías inconscientes, pues la introducción de este
elemento psíquico hubiera exigido amplias explicaciones sobre la psicología del
pensamiento inconsciente. Pero de todos modos no es posible eludir en estas
materias todo contacto con las «fantasías», pues se trata de formaciones que
pasan muchas veces íntegras al sueño o se transparentan —y éste es el caso más
frecuente— bajo su contenido manifiesto. Expondré, pues, un sueño que aparece
compuesto por dos fantasías contrarias, aunque coincidentes en algunos puntos.
Una de estas fantasías es más profunda que la otra y viene a constituir su
interpretación[499].
El contenido de este sueño —único del que no conservo anotaciones
minuciosas— es aproximadamente el que sigue: El sujeto —un joven soltero—
se halla sentado en un café, al que tiene costumbre de ir todos los días. Varias
personas entran a buscarle; entre ellas, una que quiere prenderle. Dirigiéndose a
sus contertulios, dice: «Me voy. Luego volveré y pagaré». Pero estas palabras
son recibidas con burlas y protestas: «No, no; ya sabemos lo que eso quiere
decir». Uno de los consumidores le grita: «Otro que se va». Luego es conducido
a un estrecho local, en el que se encuentra una mujer con un niño en brazos. Uno
de sus acompañantes dice: «Aquí está el señor Müller». Un comisario de Policía
o un funcionario semejante hojea un montón de documentos y repite mientras
tanto: «Müller, Müller, Müller». Luego le dirige una pregunta, a la que el sujeto
contesta con un «sí». A continuación mira a la mujer que encontró al entrar y ve
que le ha salido una poblada barba.
Los dos componentes de este sueño resultan fácilmente separables. El más
superficial es una fantasía que gira sobre la prisión del sujeto, y nos parece
constituir un producto original de la elaboración onírica. Pero detrás de ella
resulta fácilmente visible el material primitivo, al que la elaboración onírica ha
impuesto una ligera transformación material, que es la fantasía del matrimonio
del sujeto, y los rasgos comunes a ambos productos resaltan con particular
intensidad, como en las fotografías compuestas de Galton. La promesa de volver
a su puesto en la tertulia del café, incrédulamente acogida por los amigos, la
exclamación: «¡Otro que se va!» (que se casa), y el «sí» con el que contesta al
funcionario son detalles fácilmente visibles de la fantasía nupcial. El hojear un
montón de papeles repitiendo una y otra vez el mismo nombre corresponde a un
detalle secundario, pero bien reconocible, de los festejos nupciales; esto es, a la
lectura de los telegramas de felicitación, dirigidos todos a las mismas personas.
Con la presencia personal de la novia en el sueño vence la fantasía nupcial a la
de prisión que la encubre. Un dato proporcionado por el sujeto nos explica
porqué esta novia muestra al final una hermosa barba. Yendo de paseo con un
amigo suyo, tan poco inclinado al matrimonio como él, se habían cruzado con
una preciosa morena. «¡Lástima que a estas mujeres tan morenas —dijo el amigo
— suela salirles luego barba corrida en cuanto pasan de la primera juventud!»
Naturalmente, no faltan en este sueño elementos que han sido objeto de más
profunda deformación. Así, la frase «Luego pagaré» alude a la conducta poco
agradable que algunos suegros observan en el pago de la dote. Vemos claramente
que el sujeto encuentra mil reparos contra el matrimonio, reparos que le impiden
entregarse con gusto a la fantasía nupcial. Uno de estos reparos —el de que al
casarse pierde el hombre su libertad— queda encarnado en la transformación de
la fantasía en una escena de prisión.
El descubrimiento de que la elaboración onírica se sirve con preferencia de
una fantasía preexistente en lugar de crear otra original utilizando el material de
las ideas latentes, nos da la solución de uno de los problemas más interesantes
del sueño. En el apartado IV, capítulo 2, de la presente obra (pág. 364)
expusimos el célebre sueño en el que Maury, golpeado en la nuca por la caída de
una de las varillas que sostenían las cortinas de su cama, ve desarrollarse una
larga serie de escenas de la Revolución francesa. Dada su coherencia y su íntima
relación con el estímulo despertador, insospechado por Maury, nos queda como
única hipótesis posible la de que todo este denso sueño fue compuesto y se
desarrolló en el brevísimo espacio de tiempo transcurrido entre la caída de la
varilla sobre el cuello del sujeto y el despertar provocado por el golpe. No
pudiendo atribuir al pensamiento despierto tal rapidez, hubimos de reconocer a
la elaboración onírica como atributo peculiar una singular aceleración de los
procesos mentales.
Contra esta conclusión, que se hizo pronto popular, han elevado vivas
objeciones autores más modernos (Le Lorrain, Eggers y otros), poniendo en
duda la exactitud de la comunicación de Maury e intentando demostrar que la
rapidez de nuestros rendimientos intelectuales despiertos no es menos de la que
pueda atribuirse a la elaboración onírica. La discusión se desarrolla sobre
problemas de principio que no podemos entrar a examinar aquí. Sin embargo, he
de confesar que la argumentación de Eggers contra el sueño antes citado de
Maury no me ha parecido muy convincente. Por mi parte, propondría la
siguiente explicación de este sueño: ¿Sería muy inverosímil que el sueño de
Maury representase una fantasía conservada en su memoria desde mucho tiempo
antes y despertada —pudiera decirse aludida— en el momento de percibir el
sujeto el estímulo interruptor del reposo? Esta hipótesis hace desaparecer la
dificultad que nos plantea la composición de tan larga y detallada historia en el
brevísimo tiempo de que para ello ha dispuesto el durmiente, pues supone la
preexistencia de la historia completa. Si la varilla hubiese caído sobre el cuello
de Maury hallándose éste despierto, habría quizá provocado la siguiente idea:
«Parece como si me guillotinaran». Pero Maury está dormido, y la elaboración
onírica aprovecha rápidamente el estímulo dado para la producción de una
realización de deseos, como si pensase (claro es que esto debe ser tomado
figuradamente): «He aquí una buena ocasión para dar cuerpo a la fantasía
optativa que en tal o cual épico me inspiró esta o aquella lectura». Que la novela
soñada presenta todas las características de aquellas fantasías que suelen
construir los jóvenes bajo el imperio de poderosas impresiones es cosa, a mi
juicio, indiscutible. ¿Quién no se siente arrastrado —y mucho más siendo
francés e historiador— por las descripciones de los años del Terror, en los que la
aristocracia francesa, flor de la nación, mostró cómo se puede morir con ánimo
sereno y conservar hasta el último momento un sutilísimo ingenio y las más
exquisitas maneras? ¡Y cuán atractivo resulta imaginarse ser uno de aquellos
hombres que besaban sonrientes la mano de sus compañeros de infortunio antes
de subir con paso firme al cadalso, o si la ambición de la fuerza que impulsa
nuestra fantasía a identificarnos con una de aquellas formidables
individualidades que sólo con el poder de sus ideas y de su ardiente elocuencia
se impusieron a la ciudad en la que latía convulsivamente por entonces el
corazón de la Humanidad, enviaron millares de hombres a la muerte con
fervorosa convicción de servir a un elevadísimo ideal e iniciar una completa
transformación de Europa y cayeron a su vez bajo la cuchilla de la guillotina
(Danton, los girondinos)! Un detalle del sueño de Maury —«en medio de una
inmensa multitud»— parece indicar que la fantasía que lo constituye era de este
carácter ambicioso.
Estas fantasías ha largo tiempo preexistentes no se desarrollan
necesariamente durante el reposo en toda su extensión; basta con que sean, por
decirlo así, «preludiadas». Quiero decir con esto lo siguiente: cuando la música
inicia unos compases, cesando en seguida, y alguien comenta, como sucede en el
Don Juan: «Esto es de Las bodas de Fígaro, de Mozart», surge en mí de repente
una plenitud de reminiscencias, de las que por el momento no llega nada hasta la
conciencia. Así, pues, los compases preludiados y la frase a ellos referente
constituyen la chispa que pone simultáneamente en movimiento todas las partes
de un conjunto. Exactamente lo mismo puede muy bien suceder en el
pensamiento inconsciente. El estímulo despertador pone en movimiento la
estación psíquica que abre el acceso a toda la fantasía de la guillotina. Pero esta
fantasía no se desarrollará durante el reposo, sino luego, en el recuerdo del sujeto
despierto. Al despertar recordamos en detalle la fantasía que fue rozada en
conjunto durante el sueño, sin que tengamos medio alguno de comprobar que
recordamos realmente algo soñado.
Esta misma explicación, o sea la de que se trata de fantasías preexistentes,
que son puestas en movimiento como conjuntos por el estímulo despertador,
puede también aplicarse a otros sueños distintos de los orientados hacia dicho
estimulo; por ejemplo, del sueño de batallas soñado por Napoleón antes de
despertar por la explosión de la «máquina infernal». Entre los sueños reunidos
por Justina Zobowolska en su disertación sobre la duración aparente en el
fenómeno onírico me parece el del autor dramático Casimir Bonjour (citado por
Macario, 1857) el más demostrativo. Sentado en un sillón dispuesto entre
bastidores, se preparaba este autor a asistir a la primera representación de una de
sus obras, cuando, vencido por la fatiga, se quedó dormido en el momento de
alzarse el telón. Durante su reposo asistió a la representación de los cinco actos
de que su obra constaba y observó la impresión que cada una de las escenas
producía en el público. Terminado el último acto, oyó encantado cómo
reclamaba el público el nombre del autor y lo recibía con grandes muestras de
entusiasmo. Cuál no sería su sorpresa al despertar en este momento y ver que la
representación no había pasado aún de los primeros versos de la primera escena.
No había, pues, dormido arriba de dos minutos. No parece muy aventurado
afirmar con respecto a este sueño que el desarrollo de los cinco actos de la obra y
la observación de las impresiones que cada escena iba despertando en el público
no necesitan constituir una creación original producida durante el reposo, sino
que puede reproducir una labor anterior de la fantasía en el sentido ya indicado.
Justina Zobowolska hace resaltar con otros autores como un carácter común a
todos los sueños de acelerado curso de representaciones el ser particularmente
coherentes, a diferencia de los demás, y el de que su recuerdo es más bien
sumario que detallado. Estas particularidades serían precisamente las que
habrían de presentar las fantasías preexistentes rozadas por la elaboración
onírica. Pero los autores citados no llegan a deducir esta conclusión. De todos
modos, no quiero afirmar que todos los sueños enlazados con un estímulo
despertador puedan quedar explicados en esta forma, ni que con ello deje de
constituir un problema el curso acelerado de las representaciones en el sueño.
No podemos dejar fuera de esta investigación el examen de las relaciones de
la elaboración secundaria del contenido manifiesto con los demás factores de la
elaboración onírica. ¿Habremos de suponer que los factores de la formación de
los sueños, o sea la tendencia a la condensación, la precisión de eludir la censura
y el cuidado de la representabilidad con los medios psíquicos del sueño,
construyen primeramente con el material dado un contenido manifiesto interino,
que es luego elaborado hasta satisfacer en lo posible las exigencias de una
segunda instancia? Ésta es apenas verosímil. Más bien habremos de aceptar que
las exigencias de dicha instancia plantean desde el principio una de las
condiciones que ha de satisfacer el sueño, y que esta condición ejerce una
influencia inductora y de selección sobre todo el material de las ideas latentes,
del mismo modo que las demás condiciones derivadas de la condensación, la
censura de la resistencia y la representabilidad. Pero de las cuatro condiciones de
la formación onírica es ésta la de exigencias menos imperiosas. La identificación
de esta función psíquica, que lleva a cabo lo que denominamos elaboración
secundaria del contenido manifiesto con la labor de nuestro pensamiento
despierto, resulta del siguiente proceso reflexivo: Nuestro pensamiento despierto
(preconsciente) se conduce, ante cualquier material de percepción, del mismo
modo que la función de que ahora tratamos con respecto al contenido manifiesto.
Es inherente a su naturaleza ordenar dicho material, establecer relaciones e
incluirlo en un contexto inteligible. En esta labor solemos incluso ir más allá de
lo debido. Así, los trucos del prestidigitador nos engañan porque se apoyan en
ésta nuestra costumbre intelectual. Nuestra tendencia a reunir inteligiblemente
las impresiones sensoriales dadas nos hace caer con frecuencia en singularísimos
errores y hasta falsear la verdad del material que a nuestra percepción se ofrece.
Los ejemplos que demuestran este estado de cosas son demasiado conocidos
para que hayamos de reproducirlos aquí nuevamente. En la lectura dejamos
pasar inadvertidas erratas que alteran el sentido y leemos como si éste no
apareciese modificado. Un redactor de un periódico francés apostó que
introduciría, como si fuese una errata, las palabras «por delante» o «por detrás»
en cada una de las frases de un largo artículo y que ningún lector lo notaría, y
ganó la apuesta. En otro periódico hallé hace varios años un cómico ejemplo de
falsa conexión. Después de la famosa sesión de la Cámara francesa en la que
Dupuy puso fin, con la serena frase La séance continue, a la confusión y al
espanto producidos por la explosión de una bomba arrojada por un anarquista al
hemiciclo, fueron citados a declarar, como testigos, los espectadores que asistían
a la sesión desde la tribuna pública. Entre ellos se hallaban dos provincianos que
visitaban por primera vez la Cámara. Uno de ellos, llegado a la tribuna pocos
momentos antes del atentado, declaró que había oído una detonación, pero creyó
que era costumbre del Parlamento disparar una salva cuando un orador
terminaba su discurso. El otro, que había llegado antes y oído ya varios discurso,
expresó el mismo juicio, pero con la variante de haber creído que la salva no se
disparaba sino cuando el orador había obtenido gran éxito con sus palabras.
Así, pues, la instancia psíquica que aspira a hacer comprensible el contenido
manifiesto y lo somete con este fin a una primera interpretación, a consecuencia
de la cual queda más dificultada que nunca su exacta inteligencia, no es otra que
nuestro pensamiento normal. Como ya lo hemos indicado repetidas veces, es
norma regular de la interpretación onírica prescindir en todo caso de la aparente
coherencia que un sueño pueda ofrecernos y seguir siempre, tanto con los
elementos claros como con los confusos, el mismo procedimiento; esto es, la
regresión al material de que han surgido.
Vemos ahora de qué depende esencialmente la gradual escala cualitativa de
los sueños, que va desde la confusión a la claridad, y a la que nos referimos en
páginas anteriores. Nos parecen claras aquellas partes del sueño sobre las que ha
podido actuar la elaboración secundaria, y confusas aquellas otras en las que ha
fallado totalmente la intervención de tal instancia. Dado que las partes confusas
del sueño son también con gran frecuencia las más débilmente animadas,
podemos concluir que también depende en parte de la elaboración secundaria la
mayor o menor intensidad plástica de los diversos productos oníricos.
La conformación definitiva del sueño, tal y como queda estructurado bajo la
acción del pensamiento normal, puede ser comparada a aquellas enigmáticas
inscripciones con las que el semanario humorístico Fliegende Blaetter entretuvo
durante tanto tiempo a sus lectores. Trátase de que una frase vulgar, chistosa o
chocarrera dé la impresión de contener una inscripción latina. Con este fin se
forma, utilizando las letras de que la frase se compone y alterando su reunión en
sílabas, aunque no su primitivo orden de sucesión, una nueva totalidad. Aquí y
allá resultará constituida una verdadera palabra latina, otras nos parecerán
abreviaturas de términos de tal idioma, y, por último, en otros puntos de la
inscripción nos dejaremos engañar por las apariencias y atribuiremos a lagunas
de la misma falta de sentido de algunos de sus fragmentos, en los que no
hallamos sino letras aisladas. Si no queremos caer en la trampa, habremos de
desechar toda idea de que pueda tratarse de una inscripción y atenernos tan sólo
a las letras de que consta, formando con ellas palabras de nuestra lengua.
De los cuatro factores de la elaboración onírica, el de la elaboración
secundaria es el que más frecuentemente ha sido observado y estudiado por los
investigadores. H. Ellis describe con viva plasticidad su función
(«Introducción», página 10):
«Podemos imaginar que las cosas suceden de la forma siguiente. La
conciencia del reposo se dice: Ahí viene nuestra maestra, la conciencia de la
vigilia que tanto valor da a la razón, la lógica, etc. ¡De prisa! ¡Vamos a cogerlo
todo y a ordenarlo como sea antes que llegue a tomar posesión de la escena!»
Delacroix afirma con especial precisión la identidad de esta forma de laborar
con la del pensamiento despierto (pág. 526):
Cette fonction d’interprétation n’est pas particulière au rêve, c’est le même
travail de coordination logique que nous faisons sur nos sensations pendant la
veille.
De esta misma opinión son J. Sully y Justina Zobowolska:
Sur ces successions incohérentes d’hallucinations, l’esprit s’efforce de faire
le même travail de coordination logique qu’il fait pendant la veille sur les
sensations. Il relie entre elles par un lien imaginaire toutes ces images
décousues et bouche les écarts trop grands qui si trouvaient entre elles (pág. 93).
Algunos autores hacen comenzar esta actividad ordenatoria e interpretadora
durante el mismo sueño y continuar luego en la vigilia. Así, Paulhan (pág. 547):
Cependant j’ai suivent pense qu’il pouvait y avoir une certaine déformation
ou plutôt reformation du rêve dans le souvenir… La tendence systématisante de
l’imagination pourrait for bien achever après le reveil ce qu’elle a ébauché
pendant le sommeil. De la sorte, la rapidité réelle de la pensée serait augmenté
en apparence par les perfectionnements dûs à l’imagination éveillée.
Leroy et Zobowolska (pág. 592):
… dans le rêve, au contraire, l’interprétation et la coordination se font non
seulement à t aide des données du rêve, mais encore à l’aide de celles de la
veille…
Como no podía menos de suceder, se ha exagerado la importancia de este
factor de la elaboración onírica, único generalmente reconocido, atribuyéndole la
creación total del sueño, creación que tendría efecto en el momento de despertar,
según opinan Goblot y Foucault, los cuales atribuyen al pensamiento despierto la
facultad de crear el sueño con los pensamientos surgidos durante el reposo.
De esta concepción dice Leroy y Zobowolska: On a cru pouvoir placer le
rêve au moment du reveil et ils ont attribué à la pensée de la veille la fonction de
construire le rêve avec les images présentes dans la pensée du sommetil.
Al estudio de la elaboración secundaria añadiré el de una nueva aportación
de la elaboración onírica, descubierta por las sutiles observaciones de H.
Silberer. Este investigador ha logrado sorprender in fraganti, como ya lo
indicamos en otro lugar, la transformación de ideas en imágenes, forzándose a
una actividad intelectual en ocasiones en las que se hallaba muy fatigado o
medio dormido. En estos casos se le escapaba la idea elaborada y surgía en su
lugar una visión que demostraba ser una sustitución de la idea más abstracta. En
estos experimentos sucedió que la imagen surgida, equivalente a un elemento
onírico, no representaba la idea sometida a la elaboración, sino algo distinto: la
fatiga misma, la dificultad que entrañaba la labor propuesta o el disgusto por
tenerla que llevar a cabo; esto es, el estado subjetivo o la forma funcional de la
persona que se imponía el esfuerzo mental en lugar del objeto de tal esfuerzo.
Silberer dio a este caso, muy frecuente en él, el nombre de «fenómeno
funcional», para diferenciarlo del fenómeno material esperado.
Ejemplo núm. 1.—Estoy tumbado, por la tarde, en el sofá, y casi vencido por
el sueño; pero me esfuerzo en meditar sobre un problema filosófico. Intento
comparar las opiniones de Kant y Schopenhauer sobre el tiempo. Mi
adormecimiento no me permite hacerme presentes simultáneamente ambas
concepciones, como para compararlas sería necesario. Después de varias
tentativas inútiles, consigo hacerme bien presente la teoría kantiana, y creyendo
haberla dejado fuertemente impresa en mi cerebro, paso a la de Schopenhauer
para luego efectuar la comparación. Pero cuando he conseguido evocar los
conceptos de Schopenhauer y quiero iniciar el paralelo, encuentro que las ideas
de Kant se me han vuelto a escapar y resultan estériles todos mis esfuerzos para
rememorarlas. Este inútil esfuerzo para hallar en el acto los conceptos kantianos,
perdidos en cualquier rincón de mi cerebro, se me representan de pronto —tengo
los ojos cerrados— en un símbolo plástico semejante a una imagen onírica:
«Pido un determinado dato a un malhumorado secretario, que, encorvado sobre
una mesa, se niega a atenderme. Luego, incorporándose a medias, me dirige una
mirada de disgusto y repulsa» (pág. 314).
He aquí otros ejemplos del mismo autor referentes al estado intermedio entre
el sueño y la vigilia:
«Ejemplo núm. 2.—Circunstancias: Por la mañana, al despertarme. Me hallo
en un estado de adormecimiento. Reflexiono sobre un sueño de aquella noche y
siento que voy acercándome al estado de conciencia despierta, pero deseo
continuar adormecido.
Escena: Meto un pie en un arroyo, como para atravesarlo; pero lo retiro en
seguida y pienso en renunciar a mi propósito.
Ejemplo núm. 3.—Circunstancias: Quiero permanecer todavía en la cama,
pero sin dormirme.
Escena: Me despido de alguien y quedo en volverle a ver pronto».
Silberer ha observado principalmente el «fenómeno funcional» —la
«representación del estado en lugar de la del objeto»— en el momento de
conciliar el reposo y en el de despertar. Naturalmente, es este último caso el
único importante desde el punto de vista de la interpretación de los sueños. Por
medio de excelentes ejemplos ha mostrado este investigador que los fragmentos
finales del contenido manifiesto de muchos sueños, fragmentos a los que siguen
inmediatamente la interrupción del reposo, representan el propósito o el proceso
mismo del despertar. Representaciones de este género son el acto de atravesar un
umbral, el de salir de una habitación para entrar en otra, el de partir de viaje, el
de volver a casa, el de separarnos de alguien que nos acompaña, el de
sumergirnos en el agua y varios otros. He de observar, sin embargo, que tanto en
mis sueños como en los de otras personas he encontrado los elementos referentes
al simbolismo del umbral con mucha menor frecuencia de lo que las
comunicaciones de Silberer hacen esperar.
No es inverosímil que este «simbolismo del umbral» pueda servir también
para explicar algunos elementos situados en la parte central del contenido
manifiesto, refiriéndolos, por ejemplo, a fluctuaciones de la profundidad del
reposo o a una tendencia a despertar. Pero no conocemos ejemplo ninguno que
pudiera confirmar esta hipótesis. Más frecuentemente parece existir una
superdeterminación: esto es, el hecho de que una parte del sueño que extrae su
contenido material del acervo de ideas latentes quede utilizada, además, para la
representación de un estado de actividad anímica.
El interesantísimo fenómeno funcional de Silberer ha sido causa de grandes
errores —claro está que sin culpa alguna por parte de su descubridor, pues la
antigua tendencia a la interpretación simbólica abstracta de los sueños ha creído
hallar en él un firme apoyo. La predilección por la «categoría funcional» llega
tan lejos en algunos investigadores, que les hace hablar de fenómeno funcional
siempre que en el contenido de las ideas latentes aparecen actividades
intelectuales o procesos sentimentales, aunque este material tiene el mismo
derecho que todo el restante a entrar en el sueño a título de resto diurno.
Hemos de reconocer que los fenómenos de Silberer representan una segunda
aportación del pensamiento despierto a la formación de los sueños, aunque,
desde luego, menos constante y de menor importancia que la designada con el
nombre de «elaboración secundaria». Habríamos visto que una parte de la
atención activa de la vigilia permanece dirigida sobre el sueño durante el estado
de reposo, lo fiscaliza y critica y se reserva el poder de interrumpirlo, y
estuvimos muy próximos a reconocer en esta instancia anímica que permanece
despierta al censor que ejerce una influencia tan intensamente coercitiva sobre la
estructura del sueño. Al estudio de esta cuestión aportan las observaciones de
Silberer el hecho de que en determinadas circunstancias interviene asimismo una
especie de autoobservación que agrega también algo al contenido manifiesto.
Sobre las probables relaciones de esta instancia autoobservadora, que puede
alcanzar, quizá, gran intensidad en cerebros filosóficos, con la percepción
endopsíquica, la manía observadora, la conciencia y el censor onírico, habremos
de tratar en otro lugar[500].
Resumiremos aquí la amplia discusión que llena este larguísimo capítulo
dedicado a la elaboración onírica. Se nos planteó el problema de si el alma
empleaba en la formación de los sueños todas sus facultades, desplegándolas sin
coerción alguna o sólo una parte de las mismas, coartada, además, en su labor.
Nuestras investigaciones nos llevan a rechazar este planteamiento del problema
por considerarlo inadecuado a las circunstancias verdaderas. Pero si hemos de
permanecer sobre el terreno en que la interrogación nos sitúa, habremos de
responder afirmativamente a las dos hipótesis, aparentemente contrarias e
incompatibles, contenidas en ella. La labor anímica que se desarrolla en la
formación de los sueños se divide en dos funciones: establecimiento de las ideas
latentes y transformación de las mismas en contenido manifiesto. Las ideas
latentes son perfectamente correctas y en su formación han intervenido todas
nuestras facultades psíquicas. Pertenecen a nuestro pensamiento preconsciente,
del cual surgen también, mediante cierta transformación, las ideas conscientes.
Pero estos enigmas, por muy interesantes y oscuros que sean, no presentan una
relación especial con el sueño y no tenemos por qué tratar de ellos en conexión
con los problemas oníricos[501]. En cambio, la segunda función de la actividad
mental que transforma las ideas inconscientes en el contenido (atente es peculiar
a la vida onírica y característica de la misma. Esta elaboración onírica
propiamente dicha se aleja del modelo del pensamiento despierto mucho más de
lo que han opinado los investigadores que menos valor han concedido a la
función psíquica en el sueño. No es que sea negligente, incorrecta, olvidadiza e
incompleta en comparación con el pensamiento despierto; lo que sucede es que
constituye algo cualitativamente distinto y, por tanto, nada comparable a él. No
piensa, calcula ni juzga; se limita a transformar. Puede describírsela por entero,
teniendo en cuenta las condiciones a las que su producto tiene que satisfacer.
Este producto —el sueño— ha de ser sustraído, en primer lugar, a la censura, y
con este fin se sirve la elaboración onírica del desplazamiento de las
intensidades psíquicas, hasta lograr la transmutación de todos los valores
psíquicos. La reproducción de las ideas ha de llevarse exclusiva o
predominantemente a cabo por medio de un material de huellas mnémicas
visuales y acústicas, y de esta condición nace para la elaboración el cuidado de
la representabilidad, al que atiende mediante nuevos desplazamientos. Por
último, han de ser creadas (probablemente) intensidades mayores de las que
durante la noche aparecen dadas en las ideas latentes, y a este fin responde la
amplia condensación realizada con los elementos de dichas ideas. Las relaciones
lógicas del material de ideas latentes son poco atendidas, pero encuentran al fin
una oculta representación en particularidades formales de los sueños. Los afectos
de las ideas latentes pasan por transformaciones menos amplias que su contenido
de representaciones. En general, son reprimidos, y cuando permanecen
conservados, quedan separados de las representaciones y reunidos los de igual
naturaleza. Sólo una parte de la elaboración onírica, la superelaboración de
amplitud inconsciente por el pensamiento normal, fragmentariamente despierto,
se adapta a la concepción de la mayoría de los investigadores que nos han
precedido en estos estudios sobre la actividad total de la formación de los
sueños[502].
CAPÍTULO VII

PSICOLOGÍA DE LOS PROCESOS ONÍRICOS

E
NTRE los sueños que me han sido comunicados por otras personas se
encuentra uno que reclama ahora especialmente nuestra atención. Su
verdadera fuente me es desconocida, pues me fue relatado por una
paciente, que lo oyó, a su vez, en una conferencia sobre el sueño y a la que hizo
tal impresión que se apresuró a soñarlo por su cuenta; esto es, a repetir en sus
propios sueños algunos de sus elementos para expresar con esta transferencia
una coincidencia en un punto determinado.
Los antecedentes de este sueño prototípico son como sigue: un individuo
había pasado varios días, sin un instante de reposo, a la cabecera del lecho de su
hijo, gravemente enfermo. Muerto el niño, se acostó el padre en la habitación
contigua a aquélla en la que se hallaba el cadáver y dejó abierta la puerta, por la
que penetraba el resplandor de los cirios. Un anciano, amigo suyo, quedó
velando el cadáver. Después de algunas horas de reposo soñó que su hijo se
acercaba a la cama en que se hallaba, le tocaba en el brazo y le murmuraba al
oído, en tono de amargo reproche: «Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?» A estas
palabras despierta sobresaltado, observa un gran resplandor que ilumina la
habitación vecina, corre a ella, encuentra dormido al anciano que velaba el
cadáver de su hijo y ve que uno de los cirios ha caído sobre el ataúd y ha
prendido fuego a una manga de la mortaja.
La explicación de este sueño conmovedor es harto sencilla y fue
acertadamente desarrollada, según me comunica mi paciente, por el
conferenciante. El resplandor entró por la puerta abierta en la estancia donde se
hallaba reposando el sujeto, y al herir sus ojos, provocó la misma conclusión que
hubiera provocado en estado de vigilia; esto es, la de que la llama de un cirio
había producido un fuego en un lugar cercano al cadáver. Es también muy
posible que, antes de acostarse, pensara el padre en la posibilidad de tal suceso,
desconfiando de que el anciano encargado de velar al cadáver pudiera pasar la
noche sin pegar los ojos.
Tampoco nosotros encontramos nada que objetar a esta solución y nos
limitaremos a agregar que el contenido del sueño tiene que hallarse
superdeterminado y que las palabras del niño habrán de proceder de otras
pronunciadas por él en la vida real y enlazadas a circunstancias que hubieron de
impresionar al padre. La queja «estoy ardiendo» pudo muy bien ser pronunciada
por el niño durante su enfermedad bajo los efectos de la fiebre, y las palabras
«¿no lo ves?» habrán de corresponder a otra ocasión cualquiera ignorada por
nosotros, pero seguramente saturada de afecto.
Una vez que hemos reconocido este sueño como un proceso pleno de sentido
y susceptible de ser incluido en la coherencia de la actividad psíquica del sujeto,
podemos dar libre curso a nuestro asombro de que en tales circunstancias, en las
que lo natural parecería que el sujeto despertase en el acto, haya podido
producirse un sueño. Esta circunstancia nos lleva a observar que también en este
sueño se da una realización de deseos. El niño se conduce afectivamente en él
como si aún viviera y advierte por sí propio a su padre de lo sucedido, llegando
hasta su lecho y tocándole en el brazo, como lo hizo probablemente en aquel
recuerdo del que el sueño toma la primera parte de sus palabras. Así, pues, si el
padre prolonga por un momento su reposo es en obsequio de esta realización de
deseos. El sueño quedó antepuesto aquí a la reflexión del pensamiento despierto
porque le era dado mostrar al niño nuevamente en vida. Si el padre hubiera
despertado primero y deducido después la conclusión que le hizo acudir al lado
del cadáver, hubiera abreviado la vida de su hijo en los breves momentos que el
sueño se le presentaba.
Sobre la peculiaridad que en este sueño atrae nuestro interés no puede caber
la menor duda. Hasta ahora nos hemos ocupado predominantemente de
averiguar en qué consiste el sentido oculto de los sueños, por qué camino nos es
dado descubrirlo y cuáles son los medios de que se ha servido la elaboración
onírica para ocultarlos. Los problemas de la interpretación de los sueños
ocupaban hasta aquí el centro de nuestro campo visual; pero en este punto
tropezamos con el sueño antes mencionado, que no plantea a la interpretación
labor ninguna y cuyo sentido aparece dado sin el menor disfraz; pero que, sin
embargo, conserva los caracteres esenciales que tan singularmente distinguen al
fenómeno onírico de nuestro pensamiento despierto. Una vez que hemos agotado
todo lo referente a la labor de interpretación, nos es dado observar cuán
incompleta continúa siendo nuestra psicología del sueño.
Pero antes de dirigir nuestro pensamiento por estos nuevos derroteros
queremos hacer un alto y volver los ojos atrás con objeto de comprobar si en
nuestro camino hasta aquí no hemos dejado inadvertido algo importante, pues no
nos ocultaremos que hemos recorrido ya la parte cómoda y andadera del mismo.
Hasta ahora todos los senderos por los que hubimos de avanzar nos han
conducido, si no me equivoco mucho, a lugares despejados, al esclarecimiento y
a la comprensión total; pero desde el momento en que queremos penetrar más
profundamente en los procesos anímicos que se desarrollan en el sueño, todas
nuestras rutas desembocarán en las tinieblas. Ha de sernos imposible esclarecer
totalmente el sueño como proceso psíquico, pues esclarecer una cosa significa
referirla a otra conocida, y por el momento no existe conocimiento psicológico
ninguno al que podamos subordinar aquellos datos que como base de una
aclaración pudiéramos deducir del examen psicológico del fenómeno onírico.
Por el contrario, nos veremos obligados a establecer una serie de nuevas
hipótesis relativas a la estructura del aparato anímico y al funcionamiento de las
fuerzas que en él actúan, hipótesis que no podemos desarrollar mucho más allá
de su primera conclusión lógica, so pena de ver perderse su valor en lo
interminable. Aun cuando no cometamos falta alguna en nuestros procesos
deductivos y tengamos en cuenta todas las posibilidades lógicamente resultantes,
la probable imperfección de la concatenación de los elementos amenazará echar
por tierra todos nuestros cálculos. La más minuciosa investigación del sueño o
de otra cualquier función aislada no es suficiente para proporcionarnos
deducción alguna sobre la construcción y el funcionamiento del instrumento
anímico, pues para lograr tal resultado habremos de acumular todo lo que un
estudio comparativo de una serie de funciones psíquicas nos demuestre como
constantemente necesario. Así, pues, las hipótesis psicológicas que hemos
extraído del análisis de los procesos oníricos habrán de esperar hasta que puedan
ser agregados a los resultados de otras investigaciones encaminadas a llegar al
corazón del mismo problema partiendo de otros distintos puntos de ataque.

A) El olvido de los sueños.


Dirigiremos en primer lugar nuestra atención a un tema del que se deriva una
objeción a la que hasta ahora no hemos atendido y que pudiera parecer
susceptible de echar por tierra los resultados de los esfuerzos que hemos
dedicado a la interpretación de los sueños. Desde diversos sectores se nos ha
objetado que, en realidad, desconocemos en absoluto el sueño que queremos
interpretar o, mejor dicho, que no poseemos garantía ninguna de la exactitud de
nuestro conocimiento del sueño [véase el índice temático]. Aquello que del
sueño recordamos, y a lo que aplicamos nuestra técnica interpretadora, aparece,
en primer lugar, fragmentado por la infidelidad de nuestra memoria,
particularmente incapaz para la conservación del sueño, y ha perdido, quizá, la
parte más importante de su contenido. En efecto, cuando comenzamos a
conceder atención a nuestros sueños nos quejamos, muchas veces, de no lograr
recordar de todo un extenso sueño más que un pequeñísimo fragmento, y aun
éste, sin gran confianza en la exactitud de nuestro recuerdo. En segundo lugar,
todo nos hace suponer que nuestro recuerdo del sueño no es solamente
fragmentario, sino también infiel. Lo mismo que dudamos de que lo soñado haya
sido realmente tan incoherente y borroso como en nuestra memoria aparece,
podemos poner en duda que el sueño fuera tan coherente como lo relatamos,
pues al intentar reproducirlo hemos podido llenar con nuevos materiales,
arbitrariamente elegidos, las lagunas dadas o producidas por el olvido,
adornando y perfeccionando el sueño hasta hacer imposible determinar cuál fue
su verdadero contenido. Así, hemos encontrado en varios autores (Spitta,
Foucauld, Tannery) la hipótesis de que todo lo que en el sueño significa orden y
coherencia ha sido introducido en él a posteriori, al intentar recordarlo y
reproducirlo en un relato. Vemos, pues, que corremos el peligro de que nos sea
arrebatado de la mano el objeto mismo cuyo valor nos hemos propuesto
determinar en estas investigaciones.
Hasta ahora hemos venido haciendo caso omiso de esta advertencia en
nuestras interpretaciones y hemos dedicado a los elementos más insignificantes e
inseguros del contenido manifiesto la misma atención que a los más precisos y
más seguramente recordados. En el sueño de la inyección de Irma encontramos
la frase siguiente: «Me apresuro a llamar al doctor M». y supusimos que este
pequeño detalle no hubiera llegado al sueño si no hubiera sido susceptible de una
derivación especial. En efecto, el examen de este elemento nos llevó a la historia
de aquella desdichada paciente, a cuyo lado hice acudir con toda premura a uno
de mis colegas, más renombrado y antiguo que yo en la profesión. En el sueño,
aparentemente absurdo, que trata como quantité negligéable la diferencia entre
51 y 56, aparecía mencionado varias veces el número 51. En lugar de encontrar
natural e indiferente esta repetición, dedujimos de ella la existencia de una
segunda serie de pensamientos en el contenido latente, serie que había de llevar
el número 51, y persiguiendo sus huellas, llegamos a los temores que me
inspiraba la edad de cincuenta y un años, considerada por mí como un momento
peligroso para la vida del hombre, idea que se hallaba en absoluta contradicción
con la serie dominante que entrañaba un orgulloso desprecio del tiempo. En el
sueño non vixit hallé una interpolación insignificante, que al principio dejé
desatendida: «Viendo que P. no le comprende, me pregunta Fl»., etc. Pero luego,
cuando la interpretación quedó detenida, volví sobre estas palabras y encontré en
ellas el punto de partida del camino que llevaba a una fantasía infantil dada en
las ideas latentes como foco intermedio. En este camino me orientaron, además,
los conocidos versos: «Pocas veces me habéis comprendido, / pocas veces os he
comprendido yo, / sólo cuando nos encontramos en el fango / pudimos
comprendernos en seguida[503]». Cualquier análisis podría proporcionarnos
ejemplos de cómo precisamente los rasgos más insignificantes del sueño resultan
imprescindibles para la interpretación y del retraso que sufre el análisis cuando
los desatendemos al principio. Análoga atención minuciosa hemos dedicado en
la interpretación a los matices de la expresión oral en la que el sueño nos era
relatado, e incluso cuando esta expresión resultaba insuficiente o desatinada,
como si el sujeto no hubiese conseguido construir la versión exacta de su sueño,
la hemos aceptado tal y como nos era ofrecida, respetando todos sus defectos.
Hemos considerado, pues, como un texto sagrado e intangible algo que, en
opinión de los autores, no es más que una rápida y arbitraria improvisación. Este
contraste demanda un esclarecimiento.
Pero este esclarecimiento resulta favorable a nuestras opiniones, aunque sin
quitar la razón a los investigadores citados. Desde el punto de vista de nuestros
nuevos conocimientos sobre el nacimiento del sueño no existe aquí, en efecto,
contradicción ninguna. Es cierto que deformamos el sueño al intentar
reproducirlo, pues llevamos a cabo un proceso análogo al que describimos como
una elaboración secundaria del sueño por la instancia del pensamiento normal.
Pero esta deformación no es, a su vez, sino parte de la elaboración por la que
pasan regularmente las ideas latentes a consecuencia de la censura. Los
investigadores han sospechado u observado aquí la actuación manifiesta de la
deformación onírica; pero a nosotros no puede impresionarnos este fenómeno,
pues conocemos otra más amplia deformación, menos fácilmente visible, que ha
actuado ya sobre el sueño en sus ideas latentes. La equivocación de los autores
reside únicamente en que consideran arbitraria y, por tanto, no susceptible de
solución ninguna, y muy apropiada para inspirarnos un erróneo conocimiento del
sueño, la modificación que el mismo experimenta al ser recordado y traducido
en palabras. Esta opinión supone un desconocimiento de la amplitud que la
determinación alcanza en lo psíquico. No hay en tales modificaciones
arbitrariedad ninguna. En general, puede demostrarse que cuando una serie de
ideas ha dejado indeterminado un elemento, hay siempre otra que toma a su
cargo tal determinación. Así, cuando nos proponemos decir al azar un número
cualquiera, el que surge en nuestro pensamiento y parece constituir una
ocurrencia totalmente libre y espontánea se demuestra siempre determinado en
nosotros por ideas que pueden hallarse muy lejos de nuestro propósito
momentáneo[504]. Pues bien, las modificaciones que el sueño experimenta al ser
recordado y traducido en la vigilia no son más arbitrarias que tales números; esto
es, no lo son en absoluto. Se hallan asociativamente enlazadas con el contenido,
al que sustituyen, y sirven para mostrarnos el camino que conduce a este
contenido, el cual puede ser, a su vez, sustitución de otro.
Al analizar los sueños de mis pacientes suelo someter esta afirmación a una
prueba que jamás me ha fallado. Cuando el relato de un sueño me parece
difícilmente comprensible, ruego al sujeto que lo repita, y he podido observar
que sólo rarísimas veces lo hace con las mismas palabras. Pero los pasajes en los
que modifica la expresión revelan ser, por este mismo hecho, los puntos débiles
de la deformación de los sueños, o sea aquellos que menos resistencia habrán de
oponer a la penetración analítica. El sujeto advierte por mi ruego que pienso
esforzarme especialmente en la solución de aquel sueño, y bajo la presión de la
resistencia trata de proteger los puntos débiles de la deformación onírica,
sustituyendo una expresión delatora por otra más lejana; pero de este modo me
llama la atención sobre la expresión suprimida, y por el esfuerzo que se opone a
la solución del sueño me es también posible deducir el cuidado con el que el
mismo ha tejido su trama.
Más descaminados andan los autores cuando adscriben tanta importancia a la
duda que nuestro juicio opone al relato del sueño. Esta duda echa de menos la
existencia de una garantía intelectual, aunque sabe muy bien que nuestra
memoria no conoce, en general, garantía ninguna, no obstante lo cual nos
sometemos, con frecuencia mucho mayor de la objetivamente justificada, a la
necesidad de dar fe a sus datos. La duda de la exacta reproducción del sueño o
de datos aislados del mismo es nuevamente una derivación de la censura de la
resistencia que se opone al acceso de las ideas latentes a la conciencia,
resistencia que no queda siempre agotada con los desplazamientos y
sustituciones por ella provocados y recae entonces, en forma de duda, sobre
aquello cuyo paso ha permitido. Esta duda nos oculta fácilmente su verdadero
origen, pues sigue la prudente conducta de no atacar nunca a elementos intensos
del sueño y sí, únicamente, a los más débiles y borrosos. Pero sabemos ya que
entre las ideas latentes y el sueño ha tenido efecto una total transmutación de
todos los valores psíquicos, transmutación necesaria para la deformación, cuyos
efectos se manifiestan predominantemente y a veces exclusivamente en ella.
Cuando un elemento del sueño, ya borroso de por sí, se muestra, además,
atacado por la duda, podemos ver en ello una indicación de que constituye un
derivado directo de una de las ideas latentes proscritas. Sucede aquí lo que
después de una gran revolución sucedía en las repúblicas de la antigüedad o del
Renacimiento. Las familias nobles y poderosas, que antes ocupaban el Poder,
quedaban desterradas, y todos los puestos eran ocupados por advenedizos, no
tolerándose que permaneciera en la ciudad ningún partidario de los caídos, salvo
aquellos que por su falta de poder no suponían peligro ninguno para los
vencedores, y aun estos pocos quedaban despojados de gran parte de sus
derechos y eran vigilados con desconfianza. En nuestro caso, esta desconfianza
queda sustituida por la duda. De este modo, al iniciar todo análisis, ruego al
sujeto que prescinda en absoluto de todo juicio sobre la precisión de su recuerdo
y considere con una absoluta convicción la más pequeña posibilidad de que un
elemento determinado haya intervenido en su sueño. Mientras que en la
persecución de un elemento onírico no nos decidamos a renunciar a toda
consideración de este género, permanece el análisis estacionario. El desprecio de
un elemento cualquiera trae consigo, en el analizado, el efecto psíquico de
impedir la emergencia de todas las representaciones indeseadas que detrás del
mismo se esconden. Este efecto no tiene, en realidad, nada de lógico, pues no
sería desatinado que alguien dijese: «No sé con seguridad si este elemento se
hallaba contenido en el sueño; pero con respecto a él se me ocurre, de todos
modos, lo siguiente…» Mas el sujeto no dice nunca tal cosa, y precisamente este
efecto perturbador del análisis es lo que delata a la duda como una derivación y
un instrumento de la resistencia psíquica. El psicoanálisis es justificadamente
desconfiado. Una de sus reglas dice: Todo aquello que interrumpe el progreso de
la labor analítica es una resistencia[505].
También resulta imposible fundamentar el olvido de los sueños mientras no
lo referimos al poder de la censura psíquica. La sensación de que hemos soñado
mucho durante una noche y sólo muy poco recordamos puede tener en una serie
de casos un sentido diferente, quizá el de que una amplia elaboración onírica no
ha dejado en toda la noche tras sí más que aquél sólo sueño. Pero, salvo en estos
casos, no podemos dudar de que el sueño se nos va olvidando paulatinamente a
partir del momento en que despertamos. Lo olvidamos incluso en ocasiones en
que realizamos los mayores esfuerzos para que no se nos escape. Pero, a mi
juicio, así como suele exagerarse la amplitud de este olvido, se exagera también
la de las lagunas que en el sueño creemos encontrar. Todo aquello que el olvido
ha suprimido del contenido manifiesto puede ser reconstruido, con frecuencia, en
el análisis. En toda una serie de casos nos es dado descubrir, partiendo del único
fragmento recordado, no el sueño mismo, que tampoco es lo importante, sino las
ideas latentes en su totalidad. Esta labor reclama, ciertamente, gran atención y
gran dominio de sí mismo en el análisis, y esta misma circunstancia nos muestra
que en el olvido del sueño no ha dejado de intervenir una intención hostil[506].
El estudio, durante el análisis, de un grado preliminar del olvido nos
proporciona una prueba convincente de la naturaleza tendenciosa del olvido del
sueño, puesto al servicio de la resistencia[507].
Sucede muchas veces que en medio de la labor de interpretación emerge un
fragmento del sueño, que hasta el momento se consideraba como olvidado. Este
fenómeno onírico arrancado del olvido resulta ser siempre el más importante y
más próximo a la solución del sueño, razón por la cual se hallaba más expuestos
que ningún otro a la resistencia. Entre los ejemplos de sueños reproducidos en la
presente obra hallamos uno de estos casos, en el que hube de completar a
posteriori un fragmento del contenido manifiesto del sueño realizado. Me refiero
al sueño en el que tomo venganza de mis poco agradables compañeros de viaje,
sueño que, por su grosero contenido, he dejado casi sin interpretar.
El fragmento suprimido era el siguiente: Refiriéndome a un libro de Schiller,
digo: It is from…; pero dándome cuenta de mi error, rectifico al punto: It is by…
El joven advierte entonces a su hermano: «Lo ha dicho bien[508]».
El hecho de rectificamos a nosotros mismos en el sueño, que tanta
admiración ha despertado en algunos autores, no merece analizarse
extensamente. Preferiremos, pues, mostrar el recuerdo que sirvió de modelo a
este error de expresión cometido en el sueño. A los diecinueve años hice mi
primer viaje a Inglaterra, y me hallaba un día a la orilla del Irish Sea, dedicado a
la pesca de los animales marinos que la marea iba dejando al bajar sobre la
playa, cuando en el momento en que recogía una estrella de mar (Holltkurn y
holoturias son de los primeros elementos manifiestos de mi sueño) se me acercó
una niña y me preguntó: Is it a starfish? Is it alive?… Yo respondí: Yes; he is
alive; pero dándome cuenta de mi error, rectifiqué en seguida. Esta falta
gramatical quedó sustituida en el sueño por otra en la que los alemanes solemos
incurrir fácilmente. La frase «El libro de Schiller» debe traducirse empleando la
palabra from, como al principio lo hago. Después de todo lo que hemos
averiguado sobre las intenciones de la elaboración onírica y sobre su falta de
escrúpulos en la elección de medios, no puede ya asombrarnos comprobar que si
la elaboración ha llevado a cabo esta sustitución ha sido porque la similicadencia
de la palabra from con el adjetivo alemán form (piadoso) hace posible una
enorme condensación. Pero ¿qué significa este inocente recuerdo de mi estancia
en una playa en conexión con el sueño? Pronto lo descubrimos; el sueño se sirve
de él para demostrar con un ejemplo de carácter completamente inofensivo que
coloco el artículo —o sea lo sexual— en un lugar indebido (Geschlechtswort,
artículo, significa literalmente «palabra de género o de sexo»; das
Geschlechtiche = lo sexual). Es ésta una de las claves de dicho sueño. Aquellos
que conozcan la derivación del título del libro ‘Matter and Motion[509] y Molière
en Le Malade imaginaire’: La matière est elle laudable? (a motion of the
bowels) podrán completar fácilmente la interpretación.
Por medio de una demostración ad oculos nos es posible probar asimismo
que el olvido del sueño es, en su mayor parte, un efecto de la resistencia. Un
paciente nos dice que ha soñado, pero que ha olvidado por completo su sueño.
Por tanto, me hago cuenta de que no hubo tal sueño y continúo mi labor
analítica. Pero de repente tropiezo con una resistencia, y para vencerla desarrollo
ante el paciente determinada explicación y le ayudo a reconciliarse con una idea
displaciente. Apenas he conseguido esta reconciliación, exclama el sujeto:
«Ahora recuerdo ya lo que he soñado». La resistencia que había estorbado el
desarrollo de su pensamiento despierto era la misma que había provocado el
olvido del sueño, y una vez vencida en la vigilia, surgió libremente el recuerdo.
En esta misma forma puede recordar el paciente, al llegar a determinado
punto del tratamiento, un sueño que tuvo días antes y que hasta entonces
reposaba en el olvido[510].
La experiencia psicoanalítica nos ha proporcionado otra prueba de que el
olvido del sueño depende mucho más de la resistencia que de la diferencia entre
el estado de vigilia y el de reposo, como los autores suponen. Me sucede con
frecuencia —y también a otros analíticos y a algunos pacientes sometidos a este
tratamiento— que, habiendo sido despertado por un sueño, comienzo a
interpretarlo inmediatamente, en plena posesión de mi actividad mental. En tales
casos no he descansado hasta lograr la total comprensión del sueño, y, sin
embargo, me ha sucedido que luego, al despertar, había olvidado tan
completamente la labor de interpretación como el contenido manifiesto del
sueño, siendo mucho más frecuente la desaparición del sueño en el olvido,
arrastrando consigo la interpretación, que la conservación del sueño en la
memoria por la actividad intelectual desarrollada. Pero entre la labor de
interpretación y el pensamiento despierto no existe aquel abismo psíquico con el
que los autores quieren explicar exclusivamente el olvido de los sueños. Cuando
Morton Prince intenta refutar mi explicación del olvido de los sueños alegando
que no se trata sino de un caso especial de la amnesia de los estados anímicos
disociativos y afirma que la imposibilidad de aplicar mi explicación de esta
amnesia especial a los demás tipos de amnesia le hace también inadecuada para
llevar a cabo su más próximo propósito, recuerda con ello al lector que en todas
sus descripciones de estos estados disociativos no aparece ni una sola tentativa
de hallar la explicación dinámica de tales fenómenos. De no ser así, hubiera
tenido que descubrir que la represión (y correlativamente la resistencia por ella
creada) es la causa tanto de estas disociaciones como de la amnesia del
contenido psíquico de las mismas.
Un experimento realizado por mí mientras me hallaba consagrado a la
redacción de la presente obra me demostró que los sueños no son objeto de un
olvido mayor ni menor del que recae sobre los demás actos psíquicos y que su
adherencia a la memoria equivale exactamente a la de las funciones anímicas
restantes. En mis anotaciones conservaba gran número de sueños propios que no
había sometido a análisis o cuya interpretación quedó interrumpida por cualquier
circunstancia. Entre estos últimos recogí algunos, soñados más de dos años
antes, e intenté su interpretación con objeto de procurarme material para ilustrar
mis afirmaciones. Los resultados de este experimento fueron todos positivos, sin
excepción alguna, e incluso me siento inclinado a afirmar que esta
interpretación, realizada al cabo de tanto tiempo, tropezó con menos dificultades
que la emprendida recién soñados los sueños correspondientes, circunstancia
explicable por la desaparición, en el intervalo, de algunas de las resistencias que
entonces perturbaron la labor analítica. Comparando las interpretaciones
recientes con las realizadas al cabo de dos años, pude comprobar que estas
últimas revelaban mayor número de ideas latentes, pero que entre ellas
retornaban sin excepción ni modificación alguna todas las halladas en la primera
interpretación. Este descubrimiento no llegó a asombrarme demasiado, pues
recordé que desde mucho tiempo atrás seguía con mis pacientes el
procedimiento de interpretar aquellos sueños que recordaban haber soñado en
años anteriores, del mismo modo, que si fueran sueños recientes, empleando en
la labor analítica el mismo procedimiento y obteniendo idénticos resultados.
Cuando por vez primera llevé a cabo esta tentativa, me proponía al emprenderla
comprobar mi sospecha de que el sueño se comportaba aquí en la misma forma
que los síntomas neuróticos, hipótesis que demostró ser perfectamente exacta.
En efecto, cuando someto al tratamiento psicoanalítico a un psiconeurótico (un
histérico, por ejemplo), me es necesario esclarecer tanto los primeros síntomas
de su enfermedad, desaparecidos mucho tiempo antes, como los que de
momento le atormentan y le han movido a acudir a mi consulta, y siempre
tropiezo con menos dificultades en la solución de los primeros que en la de los
segundos. Ya en mis Estudios sobre la histeria, publicado en 1895, pude
comunicar la solución de un primer ataque histérico de angustia padecido por
una mujer de cuarenta años (Cecilia M.) cuando sólo había cumplido quince.
Aquellos sueños que fueron soñados por el sujeto en sus primeros años infantiles
y que con gran frecuencia se conservan con toda precisión en la memoria
durante decenios enteros presentan casi siempre gran importancia para la
comprensión de la evolución y de la neurosis del sujeto, pues su análisis protege
al médico contra errores e inseguridades que podrían confundirle. (Adición
1919.)
Incluiré aquí, aunque no se halle muy estrechamente ligada a la materia, una
observación relativa a la interpretación de los sueños que orientará, quizá, al
lector, deseoso de comprobar mis afirmaciones analizando los suyos.
No creo que espere nadie poder interpretar fácilmente y sin el menor
esfuerzo sus sueños. Ya para la percepción de fenómenos endópticos y de otras
sensaciones sustraídas generalmente a la atención es precisa cierta práctica,
aunque no existe ningún motivo psíquico que se rebele contra este grupo de
percepciones. Con mucho mayor motivo ha de sernos más difícil apoderarnos de
las «representaciones involuntarias». Aquel que a ello aspire deberá seguir
fielmente las reglas analíticas que ya en diversas ocasiones hemos indicado y
reprimir durante su labor toda crítica, todo prejuicio y toda parcialidad afectiva o
intelectual. Su lema deberá ser el que Claude Bernard escogió para el
investigador en el laboratorio fisiológico: Travailler comme une bête; esto es,
con igual resistencia e igual despreocupación de los resultados que pueden
obtenerse. Aquellos que sigan estas normas verán grandemente facilitada su
labor.
La interpretación de un sueño no se consigue siempre al primer intento.
Muchas veces sentimos agotarse nuestra capacidad de rendimiento después de
seguir una concatenación de ocurrencias, y el sueño no nos dice ya nada. En
tales casos debemos interrumpir nuestra labor y dejarla para el día siguiente. Al
volver sobre ella atraerá nuestra atención otro fragmento del contenido
manifiesto y hallaremos acceso a una nueva capa de ideas latentes. Este
procedimiento puede ser calificado de interpretación onírica «fraccionada».
Lo más difícil es convencer al principiante de que no debe considerar
terminada una completa interpretación del sueño que se le muestre coherente,
llena de sentido y explique todos los elementos del contenido manifiesto. En
efecto, además de esta interpretación, puede haber aún otra distinta que se le ha
escapado. No es, realmente, fácil hacerse una idea de la riqueza de los procesos
mentales inconscientes que en nuestro pensamiento existen y demandan una
expresión, ni tampoco de la habilidad que la elaboración despliega para matar
siete moscas de una vez, como el sastre del cuento, hallando formas expresivas
de múltiples sentidos. Nuestros lectores tenderán siempre a reprocharnos un
excesivo derroche de ingenio; pero aquel que, analizando sus sueños, adquiera
cierto conocimiento de la materia tendrá que reconocer lo injusto y equivocado
de tal observación.
En cambio, no puedo agregarme a la afirmación expresada por H. Silberer de
que todos los sueños —o sólo ciertos grupos de sueños— reclaman dos diversas
interpretaciones, que se hallan, además, íntimamente relacionadas entre sí. La
primera de estas interpretaciones, a la que califica de interpretación
psicoanalítica, daría al sueño un sentido cualquiera, generalmente de un carácter
sexual infantil; la segunda, más importante y designada por él con el nombre de
interpretación analógica, mostraría aquellas ideas más fundamentales, y con
frecuencia muy profundas, que la elaboración onírica ha tomado como materia.
Silberer no ha demostrado esta afirmación con la comunicación de una serie de
sueños analizados por él en ambos sentidos. A mi juicio, se halla total y
absolutamente equivocado. La mayor parte de los sueños no reclaman segunda
interpretación ninguna y, sobre todo, no son susceptibles de una interpretación
analógica. En las teorías de Silberer, como en otros estudios de estos últimos
años, se transparenta el influjo de una tendencia que quisiera velar las
circunstancias fundamentales de la formación de los sueños y desviar nuestra
atención de sus raíces instintivas. En algunos casos, en los que parecían
confirmarse las afirmaciones de Silberer, me demostró después el análisis que la
elaboración onírica había tenido que llevar a cabo la labor de transformar en un
sueño una serie de ideas muy abstractas y no susceptibles de representación
directa; labor que intentó solucionar apoderándose de un material ideológico
distinto, más fácilmente representable, pero cuya relación con el primero era
harto lejana, pudiendo ser calificada de alegoría. La interpretación abstracta de
un sueño así formado es proporcionada siempre, directamente, por el sujeto. En
cambio, la interpretación exacta del material suplantado tiene que ser buscada
por los conocidos medios técnicos.
La pregunta de si todo sueño puede obtener una interpretación debe ser
contestada en sentido negativo. No debemos olvidar que aquellos poderes
psíquicos de los que depende la deformación de los sueños actúan siempre en
contra de la labor interpretadora. Se nos plantea, pues, el problema de si con
nuestro interés intelectual, nuestra capacidad para dominarnos, nuestros
conocimientos psicológicos y nuestra experiencia en la interpretación de los
sueños conseguiremos dominar la resistencia interna. De todos modos, siempre
lo conseguimos en grado suficiente para convencernos de que el sueño es un
producto que posee un sentido propio e incluso para llegar a sospechar tal
sentido. Un sueño inmediatamente posterior nos permite muchas veces
confirmar nuestra primera interpretación y continuarla. Toda una serie de sueños
que se suceden a través de semanas o meses enteros reposan con frecuencia
sobre los mismos fundamentos y deben ser sometidos conjuntamente a la
interpretación. En los sueños sucesivos podemos observar muchas veces que uno
de ellos toma como centro aquello que en el otro sólo aparece indicado en la
periferia, e inversamente, de manera que ambos se completan recíprocamente
para la interpretación. Ya hemos demostrado en varios ejemplos que los sueños
diferentes, soñados en la misma noche, deben ser considerados siempre en el
análisis como una totalidad.
En los sueños mejor interpretados solemos vernos obligados a dejar en
tinieblas determinado punto, pues advertimos que constituye un foco de
convergencia de las ideas latentes, un nudo imposible de desatar, pero que por lo
demás no ha aportado otros elementos al contenido manifiesto. Esto es entonces
lo que podemos considerar como el ombligo del sueño, o sea el punto por el que
se halla ligado a lo desconocido. Las ideas latentes descubiertas en el análisis no
llegan nunca a un límite y tenemos que dejarlas perderse por todos lados en el
tejido reticular de nuestro mundo intelectual. De una parte más densa de este
tejido se eleva luego el deseo del sueño.
Volvamos ahora a las circunstancias del olvido del sueño. Observamos que
hemos omitido deducir de ellas una importante conclusión. Cuando la vida
despierta muestra la evidente intención de olvidar el sueño, formado durante la
noche, sea en su totalidad inmediatamente después de despertar o
fragmentariamente en el curso del día, y cuando reconocemos en la resistencia
anímica el factor principal de este olvido, factor que ya ha actuado
victoriosamente durante la noche, surge entre nosotros la interrogación de qué es
lo que ha hecho posible la formación de los sueños, a pesar de tal resistencia.
Tomemos el caso extremo, en el que la vida despierta suprime por completo el
sueño, como si jamás hubiese existido.
Teniendo en cuenta el funcionamiento de las fuerzas psíquicas, hemos de
decirnos que el sueño no se hubiera formado si la resistencia hubiera regido
durante la noche como en la vigilia. Nuestra conclusión es que la resistencia
pierde durante la noche una parte de su poder. Sabemos que no desaparece por
completo, pues hemos visto que la deformación impuesta a los sueños dependía
directamente de ella. Pero se nos impone la posibilidad de que quede disminuida
durante la noche y que esta disminución de la resistencia sea lo que hace posible
la formación del sueño, siendo entonces perfectamente natural que al hallar de
nuevo, con el despertar, todas sus energías vuelva a suprimir en el acto aquello
que tuvo que aceptar mientras se hallaba debilitada. La psicología descriptiva
nos enseña que la condición principal de la formación de los sueños es el estado
de reposo del alma, afirmación a la que por nuestra parte añadiremos, a título de
esclarecimiento, que el estado de reposo hace posible la formación de los
sueños, disminuyendo la censura endopsiquica.
Nos inclinamos a considerar esta conclusión como la única que es posible
deducir de los hechos del olvido del sueño y a desarrollar otras deducciones
sobre las circunstancias energéticas del reposo y de la vigilia, pero preferimos
dejar esta labor para más adelante. Una vez que hayamos profundizado algo más
en la psicología del sueño veremos que podemos representarnos aún de otro
modo distinto la creación de las condiciones que hacen posible su formación. La
resistencia opuesta al acceso de las ideas latentes a la conciencia puede, quizá,
ser eludida sin necesidad de una previa debilitación. Es también plausible que
los dos factores favorables a la formación de los sueños, o sea la debilitación y la
sustracción a la censura, dependan simultáneamente del estado de reposo.
Interrumpiremos aquí estas consideraciones para reanudarlas más adelante.
Contra nuestro procedimiento de interpretación onírica existe aún otra serie
de objeciones, a la que dirigiremos ahora nuestra atención. En la labor analítica
procedemos suspendiendo aquellas representaciones finales que en toda otra
ocasión dominan el proceso reflexivo, dirigiendo nuestra atención sobre un
único elemento del sueño y anotando después aquellas ideas involuntarias que
con respecto al mismo surgen espontáneamente en nosotros. A continuación
tomamos el elemento siguiente del contenido manifiesto, repetimos con él la
misma labor y nos dejamos llevar, sin que la dirección nos preocupe, por tales
ocurrencias asociativas espontáneas, con la esperanza de que al final, y sin más
esfuerzo por nuestra parte, llegaremos hasta las ideas latentes de las que ha
nacido el sueño. Contra esta conducta se elevarán quizá las siguientes
objeciones: nada tiene de extraño que, partiendo de un elemento aislado del
sueño, lleguemos a alguna parte. A toda representación puede enlazarse
asociativamente algo; lo único notable es que esta concatenación arbitraria y
exenta de todo fin lleve precisamente a las ideas latentes. Los analíticos se
engañan aquí de buena fe siguen la cadena de asociaciones que parte de un
elemento hasta que por un motivo cualquiera notan que se interrumpe. Luego, al
tomar un segundo elemento como punto de partida, es muy natural que la
asociación antes ilimitada, quede ya restringida, pues el recuerdo de la
concatenación anterior hará surgir en el análisis algunas ocurrencias que
presentarán puntos de contacto con las de dicha concatenación. Al ver esto se
imagina el psicoanalítico haber hallado una idea que representa un enlace entre
los elementos del sueño. Procediendo con más absoluta libertad en lo relativo a
la asociación de ideas, con la única exclusión de aquellas transiciones de una
representación a otra que entran en vigor en nuestro pensamiento despierto, le
resulta facilísimo reunir una serie de ideas intermedias, a las que da el nombre de
ideas latentes y presenta sin garantía ninguna, como la sustitución psíquica del
sueño; pero todo esto no es sino una pura arbitrariedad y un ingenioso
aprovechamiento de la casualidad, y todo aquel que quiera tomarse este trabajo
inútil hallará para cualquier sueño la interpretación que mejor le parezca.
Si se nos hicieran realmente tales objeciones, podríamos defendernos
alegando la impresión que nuestras interpretaciones producen. Las sorprendentes
conexiones que el análisis nos revela entre los elementos del sueño y la
inverosimilitud de que algo que coincide y aclara tan ampliamente el sueño,
como una de nuestras interpretaciones, pudiera conseguirse a no ser por el
descubrimiento de enlaces psíquicos preexistentes. Podríamos también alegar,
para justificarnos, que el procedimiento empleado en la interpretación de los
sueños es idéntico al que aplicamos a la solución de los síntomas histéricos,
sector en el que la exactitud del procedimiento queda demostrada por la
aparición y desaparición de dichos síntomas. Pero no tenemos motivo ninguno
para eludir el problema de cómo por la persecución de una concatenación de
ideas que se desarrolla de un modo arbitrario y carente de fin puede llegarse a un
fin preexistente, pues si bien no podemos resolver este problema, sí no es dado
suprimirlo.
En primer lugar, es inexacto que nos entreguemos a un curso de
representaciones falto de fin cuando, como sucede en la labor de interpretación
onírica, prescindimos de la reflexión y dejamos emerger las representaciones
involuntarias. No es difícil demostrar que podemos renunciar a las
representaciones finales conocidas y que con la creación de estas
representaciones surgen en el acto representaciones finales desconocidas o,
como decimos con expresión no del todo correcta, inconscientes, que mantienen
determinado el curso de las representaciones involuntarias. No nos es posible
establecer, ejerciendo una influencia sobre nuestra vida anímica, un pensamiento
carente de representaciones finales, y, en general, ignoro si existe algún estado
de perturbación psíquica en el que se dé tal pensamiento[511]. Los psiquiatras han
renunciado aquí demasiado pronto a la solidez del ajuste psíquico. Sé por
experiencia que ni en la histeria ni en la paranoia se da un pensamiento no
regulado y exento de representaciones finales, como tampoco en la formación o
en la solución de los sueños. Igualmente sucede quizá en las afecciones
endógenas psíquicas, pues incluso los delirios de los dementes presentan, según
una ingeniosa hipótesis de Leuret, un perfecto sentido, siendo únicamente
algunas omisiones las que los hacen resultar incomprensibles. Siempre que he
tenido ocasión de observar estos estados psíquicos he podido llegar a igual
convencimiento. Los delirios son la obra de una censura que no se toma el
trabajo de ocultar su actuación y que, en lugar de prestar su colaboración a una
transformación que no tropiece ya con objeciones de ningún género, tacha sin
consideraciones aquello que no le agrada, con lo cual queda lo restante falto de
toda coherencia. Esta censura se conduce del mismo modo que la ejercida sobre
la prensa extranjera en la frontera rusa, censura que no deja llegar a los lectores
sino periódicos mutilados y surcados de negros tachones.
El libre juego de las representaciones conforme a una concatenación
asociativa arbitraria se da quizá en los procesos cerebrales orgánicos
destructivos. Pero aquello que en las psiconeurosis presenta tal carácter puede
ser explicado siempre por la actuación de la censura sobre una serie de ideas a la
que representaciones finales ocultas han hecho pasar a primer término. El hecho
de que las representaciones (o imágenes) emergentes aparezcan ligadas entre sí
por los lazos de las llamadas asociaciones superficiales —asonancia, equívoco
verbal o coincidencia temporal sin relación interior de sentido—, esto es, por
todas aquellas asociaciones que nos permitimos emplear en el chiste y en el
juego de palabras, ha sido considerado como una señal evidente de la asociación
exenta de representaciones finales. De esta clase son las asociaciones que nos
llevan desde los elementos del contenido manifiesto a los elementos colaterales
y de éstos a las verdaderas ideas latentes. En muchos análisis hemos encontrado
ya ejemplos de este género, que despertaron nuestra extrañeza. Toda asociación
y todo chiste, por lejanos y forzados que sean, pueden constituir el puente entre
dos ideas. Pero no es difícil comprender el motivo de esta indulgencia. Siempre
que un elemento psíquico se halla unido a otro por una asociación absurda
superficial existe al mismo tiempo entre ambos una conexión correcta y más
profunda, que ha sucumbido a la censura de la resistencia[512].
La presión de la censura, y no la supresión de las representaciones finales, es
lo que constituye la base real del predominio de las asociaciones superficiales.
Las asociaciones superficiales sustituyen en la representación a las profundas
cuando la censura cierra estos caminos normales de enlace. Sucede en esto como
cuando un obstáculo cualquiera corta la circulación por una vía importante y
tienen que utilizarse los caminos de segundo orden.
Podemos distinguir aquí dos casos, que en realidad son uno solo: o la censura
se dirige únicamente contra la conexión de dos ideas, que se separan entonces
con el fin de eludir sus efectos y pasan sucesivamente a la conciencia, quedando
oculta su conexión y apareciendo, en cambio, entre ambos un enlace superficial
en el que no habíamos pensado, y que generalmente surge de otro ángulo del
complejo de representaciones, distinto de aquel del que parte la conexión
reprimida, pero esencial; o ambas ideas quedan sometidas a la censura a causa de
su contenido, y entonces surgen ambas en una forma modificada y sustituida, y
las dos ideas sustitutivas son elegidas de manera que reproduzcan, por medio de
una asociación superficial, la asociación esencial en la que se hallan aquéllas a
las que han venido a sustituir. Bajo la presión de la censura ha tenido efecto en
ambos casos un desplazamiento desde una asociación normal a otra superficial
y aparentemente absurda.
El conocimiento que de estos desplazamientos poseemos nos permite
confiarnos, sin cuidado ninguno en la interpretación de los sueños, a las
asociaciones superficiales[513].
Los dos principios citados, esto es, el de que con la supresión de las
representaciones finales conscientes pasa el dominio del curso de las
representaciones a representaciones finales ocultas, y el de que las asociaciones
superficiales no son sino una sustitución desplazada de asociaciones reprimidas
más profundas, son ampliamente utilizados por el psicoanálisis en las neurosis,
pudiendo decirse que constituyen los dos apoyos principales de su técnica.
Cuando solicito de un paciente que suprima toda reflexión y me comunique
aquello que surja en su cerebro, presupongo que no puede prescindir de las
representaciones finales relativas al tratamiento y me creo autorizado a concluir
que todo lo que puede comunicarme, por inocente o arbitrario que parezca, se
halla en conexión con su estado patológico. Otra representación final de la que el
paciente no sospecha nada es la relativa a mi persona. El estudio completo y la
completa demostración de estas explicaciones pertenece, por tanto, a la
exposición de la técnica psicoanalítica como método terapéutico. Alcanzamos,
pues, aquí uno de los puntos de enlace en los que, según nos propusimos, hemos
de abandonar el tema de la interpretación de los sueños[514].
Las especulaciones que anteceden nos han permitido dejar firmemente
establecido, a pesar de todas las objeciones, un hecho importantísimo: el de que
no necesitamos situar también en la elaboración onírica todas las ocurrencias
surgidas en la labor de interpretación. En ésta seguimos un camino que va desde
el sueño manifiesto a las ideas latentes. La elaboración onírica ha seguido el
camino contrario, y no es nada verosímil que estos caminos sean transitables en
dirección inversa. Comprobamos más bien que en la vigilia surgen nuevas
asociaciones de ideas que van a encontrarse con las ideas intermedias y las
latentes en diferentes lugares, y podemos ver, en efecto, cómo el material
reciente de ideas diurnas se interpola en las series de ideas de la interpretación.
Además, la mayor intensidad de la resistencia durante la vigilia impone,
probablemente, nuevos y más lejanos rodeos. Pero el número y la naturaleza de
las ideas colaterales que de este modo tejemos durante el día carece de toda
importancia psicológica, con tal que nos lleven a las ideas latentes buscadas.

B) La regresión.

Una vez que nos hemos precavido contra las objeciones, o hemos indicado,
por lo menos, cuáles son las armas que para nuestra defensa poseemos, no
debemos aplazar por más tiempo la iniciación de nuestras investigaciones
psicológicas, para las que ya nos hallamos preparados. Ante todo, reuniremos los
resultados principales que hasta ahora nos ha proporcionado nuestra
investigación. El sueño es un acto psíquico importante y completo. Su fuerza
impulsora es siempre un deseo por realizar. Su aspecto, en el que nos es
imposible reconocer tal deseo, y sus muchas singularidades y absurdidades
proceden de la influencia de la censura psíquica que ha actuado sobre él durante
su formación. A más de la necesidad de escapar a esta censura, han colaborado
en su formación una necesidad de condensar el material psíquico, un cuidado de
que fuera posible su representación por medio de imágenes sensoriales y, además
—aunque no regularmente—, el cuidado de que el producto onírico total
presentase un aspecto racional e inteligente. De cada uno de estos principios
parte un camino que conduce a postulados e hipótesis de orden psicológico.
Deberemos investigar la relación recíproca existente entre el motivo optativo y
las cuatro condiciones indicadas, así como las de estas últimas entre sí. Por
último, habremos de incluir al sueño en la totalidad de la vida anímica.
Al principio del presente capítulo hemos expuesto un sueño que nos plantea
un enigma cuya solución no hemos emprendido todavía. La interpretación de
este sueño no nos opuso dificultad ninguna, pareciéndome únicamente que había
de ser completada. Nos preguntamos por qué en este caso se producía un sueño
en vez del inmediato despertar el sujeto, y reconocimos como uno de los motivos
del primero el deseo de representar al niño en vida. Más adelante veremos que
en este sueño desempeña también un papel otro deseo distinto; pero por lo
pronto dejaremos establecido que fue para permitir una realización de deseos por
lo que el proceso mental del reposo quedó convertido en un sueño.
Fuera de la realización de deseos no hay más que un solo carácter que separe
en este caso los dos géneros de actividad psíquica. La idea latente sería: «Veo un
resplandor que viene de la habitación en la que está el cadáver. Quizá haya caído
una vela sobre el ataúd y se esté quemando el niño». El sueño reproduce sin
modificación alguna el resultado de esta reflexión, pero lo introduce en una
situación presente y percibida por los sentidos como un suceso de la vigilia. Éste
es, como sabemos, el carácter psicológico más general y evidente del sueño. Una
idea, casi siempre la que entraña el deseo, queda objetivizada en el sueño y
representada en forma de escena vivida.
¿Cómo podremos explicar esta peculiaridad característica de la elaboración
onírica, o, hablando más modestamente, cómo podremos incluirla entre los
procesos psíquicos?
Un examen más detenido nos hace observar que la forma aparente de este
sueño nos muestra dos caracteres casi independientes entre sí. El primero es la
representación en forma de situación presente, omitiendo el «quizá». El otro es
la transformación de la idea en imágenes visuales y en palabras.
La transformación que las ideas latentes experimentan por el hecho de
quedar representado en presente lo que ellas expresan en futuro no resulta quizá
muy evidente en este sueño, circunstancia que depende del particular papel,
realmente accesorio, que en él desempeña la realización de deseos. Tomemos
otro sueño en el que el deseo onírico no se distinga de la continuación durante el
reposo de los pensamientos de la vigilia; por ejemplo, el sueño de la inyección
de Irma. En este sueño la idea latente que alcanza una representación aparece en
optativo: «¡Ojalá fuese Otto el culpable de la enfermedad de Irma!» El sueño
reprime el optativo y lo sustituye por un simple presente: «Sí; Otto tiene la culpa
de la enfermedad de Irma». Es ésta, pues, la primera de las transformaciones que
todo sueño, incluso aquellos que aparecen libres de deformación, lleva a cabo
con las ideas latentes. Pero esta primera singularidad del sueño no habrá de
detenernos mucho y nos bastará recordar la existencia de fantasías conscientes y
de sueños diurnos que proceden del mismo modo con su contenido de
representaciones. Cuando Mr. Joyeuse, el célebre personaje de Daudet, vaga sin
ocupación alguna a través de las calles de París para hacer creer a sus hijas que
tiene un destino y se halla desempeñándolo, sueña con los acontecimientos que
podrían proporcionarle un protector y una colocación y se los imagina en
presente. El fenómeno onírico utiliza, por tanto, el presente en la misma forma y
con el mismo derecho que el sueño diurno. El presente es el tiempo en que el
deseo es representado como realizado.
El segundo de los caracteres antes mencionados es, en cambio, peculiar al
sueño y lo diferencia de la ensoñación diurna. Este carácter es el de que el
contenido de representaciones no es pensado, sino que queda transformado en
imágenes sensoriales a las que prestamos fe y que creemos vivir. Advertiremos
desde luego que no todos los sueños presentan esta transformación de
representaciones en imágenes sensoriales. Hay algunos que no se componen sino
de ideas, no obstante lo cual nos es imposible discutirles el carácter de sueños.
Mi sueño «autodidasker la fantasía diurna con el profesor N». es uno de éstos,
en los que apenas intervienen elementos sensoriales, como si hubiéramos
pensado su contenido durante la vigilia. Asimismo hay en todo sueño algo
externo, elementos que no han quedado transformados en imágenes sensoriales y
que son simplemente pensados o sabidos del mismo modo que en la vigilia.
Recordemos, además, que tal transformación de representaciones en imágenes
sensoriales no es exclusiva del sueño, sino que aparece también en la
alucinación, esto es, en aquellas visiones que constituyen un síntoma de la
psiconeurosis o surgen independientemente de todo estado patológico. La
relación que aquí investigamos no es, pues, exclusiva del sueño, pero constituye
de todos modos su carácter más notable. Su comprensión exige que ampliemos
nuestras especulaciones.
Entre todas las observaciones que sobre la teoría de los sueños nos ofrecen
las obras de los autores ajenos al psicoanálisis hallamos una muy digna de
atención. En su obra Psicofísica (tomo II, pág. 526) influye el gran G. Th.
Fechner la hipótesis de que la escena en la que los sueños se desarrollan es
distinta de aquélla en la que se desenvuelve la vida de representación despierta,
y añade que sólo esta hipótesis puede hacernos comprender las singularidades de
la vida onírica.
La idea que así se nos ofrece es la de una localidad psíquica. Vamos ahora a
prescindir por completo de la circunstancia de sernos conocido también
anatómicamente el aparato anímico de que aquí se trata y vamos a eludir
asimismo toda posible tentación de determinar en dicho sentido la localidad
psíquica. Permaneceremos, pues, en terreno psicológico y no pensaremos sino en
obedecer a la invitación de representarnos el instrumento puesto al servicio de
las funciones anímicas como un microscopio compuesto, un aparato fotográfico
o algo semejante. La localidad psíquica corresponderá entonces a un lugar
situado en el interior de este aparato, en el que surge uno de los grados
preliminares de la imagen. En el microscopio y en el telescopio son estos lugares
puntos ideales; esto es, puntos en los que no se halla situado ningún elemento
concreto del aparato. Creo innecesario excusarme por la imperfección de estas
imágenes y otras que han de seguir. Estas comparaciones no tienen otro objeto
que el de auxiliarnos en una tentativa de llegar a la comprensión de la
complicada función psíquica total, dividiéndola y adscribiendo cada una de sus
funciones aisladas a uno de los elementos del aparato. La tentativa de adivinar la
composición del instrumento psíquico por medio de tal división no ha sido
emprendida todavía, que yo sepa. Por mi parte, no encuentro nada que a ella
pueda oponerse. Creo que nos es lícito dejar libre curso a nuestras hipótesis,
siempre que conservemos una perfecta imparcialidad de juicio y no tomemos
nuestra débil armazón por un edificio de absoluta solidez. Como lo que
necesitamos son representaciones auxiliares que nos ayuden a conseguir una
primera aproximación a algo desconocido, nos serviremos del material más
práctico y concreto.
Nos representamos, pues, el aparato anímico como un instrumento
compuesto a cuyos elementos damos el nombre de instancias, o, para mayor
plasticidad, de sistemas. Hecho esto, manifestamos nuestra sospecha de que tales
sistemas presenten una orientación especial constante entre sí, de un modo
semejante a los diversos sistemas de lentes del telescopio, los cuales se hallan
situados unos detrás de otros. En realidad no necesitamos establecer la hipótesis
de un orden verdaderamente especial de los sistemas psíquicos. Nos basta con
que exista un orden fijo de sucesión establecido por la circunstancia de que en
determinados procesos psíquicos la excitación recorre los sistemas conforme a
una sucesión temporal determinada. Este orden de sucesión puede quedar
modificado en otros procesos, posibilidad que queremos dejar señalada, desde
luego. De los componentes del aparato hablaremos en adelante con el nombre
del «sistema ψ».
Lo primero que nos llama la atención es que este aparato compuesto de
sistema ψ posee una dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de
estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones. De este modo
adscribimos al aparato un extremo sensible y un extremo motor. En el extremo
sensible se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en el motor, otro
que abre las esclusas de la motilidad. El proceso psíquico se desarrolla en
general pasando desde el extremo de percepción hasta el extremo de motilidad.
Así, pues, el esquema más general del aparato psíquico presentaría el siguiente
aspecto:

Este esquema no es más que la realización de la hipótesis de que el aparato


psíquico tiene que hallarse construido como un aparato reflector. El proceso de
reflexión es también el modelo de todas las funciones psíquicas.
Introduciremos ahora fundadamente una primera diferenciación en el
extremo sensible. Las percepciones que llegan hasta nosotros dejan en nuestro
aparato psíquico una huella a la que podemos dar el nombre de huella mnémica
(Erinnerungsspur). La función que a esta huella mnémica se refiere es la que
denominamos memoria. Continuando nuestro propósito de adscribir a diversos
sistemas los procesos psíquicos, observamos que la huella mnémica no puede
consistir sino en modificaciones permanentes de los elementos del sistema.
Ahora bien: como ya hemos indicado en otro lugar, el que un mismo sistema
haya de retener fielmente modificaciones de sus elementos y conservar, sin
embargo, una capacidad constante de acoger nuevos motivos de modificación
supone no pocas dificultades. Siguiendo el principio que seguía nuestra tentativa,
distribuiremos, pues, estas dos funciones en sistemas distintos, suponiendo que
los estímulos de percepción son acogidos por un sistema anterior del aparato que
no conserva nada de ellos; esto es, que carece de toda memoria, y que detrás de
este sistema hay otro que transforma la momentánea excitación del primero en
huellas duraderas. La figura número 2 corresponde a este nuevo aspecto del
aparato psíquico.

Sabido es que las percepciones que actúan sobre el sistema P perduran algo
más que su contenido. Nuestras percepciones demuestran hallarse también
enlazadas entre sí en la memoria, conforme, ante todo, a su primitiva
coincidencia en el tiempo. Este hecho es el que conocemos con el nombre de
asociación. Ahora bien: el sistema P no puede conservar las huellas para la
asociación, puesto que carece de memoria. Cada uno de los elementos P
quedaría insoportablemente obstruido en su función si un resto de una asociación
anterior se opusiera a una nueva percepción. Habremos, pues, de suponer que los
sistemas mnémicos constituyen la base de la asociación. Ésta consistirá entonces
en que, siguiendo la menor resistencia, se propagará la excitación
preferentemente de un primer elemento Hm a un segundo elemento, en lugar de
saltar a otro tercero. Un detenido examen nos muestra, pues, la necesidad de
aceptar la existencia de más de uno de estos sistemas Hm, en cada uno de los
cuales es objeto de una distinta fijación la excitación propagada por los
elementos P. El primero de estos sistemas Hm contendrá de todos modos la
fijación de la asociación por simultaneidad, y en los más alejados quedará
ordenado el mismo material de excitación según otros distintos órdenes de
coincidencia, de manera que estos sistemas posteriores representarían, por
ejemplo, las relaciones de analogía, etc. Sería, naturalmente, ocioso querer
describir la significación psíquica de uno de estos sistemas. Su característica se
hallaría en la intimidad de sus relaciones con los elementos del material
mnémico bruto; esto es, si queremos aludir a una teoría más profunda, en los
escalonamientos de la resistencia conductora de estos elementos.
Habremos de intercalar aquí una observación de carácter general que entraña
quizá una importantísima indicación. El sistema P, que no posee capacidad para
conservar las modificaciones; esto es, que carece de memoria, aporta a nuestra
conciencia toda la variedad de las cualidades sensibles. Por el contrario, nuestros
recuerdos, sin excluir los más profundos y precisos, son inconscientes en sí.
Pueden devenir conscientes, pero no es posible dudar que despliegan todos sus
efectos en estado inconsciente. Aquello que denominamos nuestro carácter
reposa sobre las huellas mnémicas de nuestras impresiones, y precisamente
aquellas impresiones que han actuado más intensamente sobre nosotros, o sea las
de nuestra primera juventud, son las que no se hacen conscientes casi nunca.
Pero cuando los recuerdos se hacen de nuevo conscientes no muestran cualidad
sensorial alguna o sólo muy pequeña, en comparación con las percepciones. Si
pudiéramos comprobar que la memoria y la cualidad que caracteriza el devenir
consciente se excluyen recíprocamente en los sistemas Ψ, se nos ofrecería una
prometedora visión de las condiciones de la excitación de la neurona[515].
Todo lo que hasta ahora hemos supuesto sobre la composición del aparato
psíquico en su extremo sensible ha sido sin tener en cuenta para nada el sueño ni
las explicaciones psicológicas que de su estudio pueden deducirse. Este estudio
nos proporciona, en cambio, gran ayuda para el conocimiento de otro sector del
aparato. Hemos visto que nos era imposible explicar la formación de los sueños
si no nos decidíamos a aceptar la existencia de dos instancias psíquicas, una de
las cuales somete a una crítica la actividad de la otra; crítica de la que resulta la
exclusión de esta última de la conciencia.
La instancia crítica mantiene con la conciencia relaciones más íntimas que la
criticada, hallándose situada entre ésta y la conciencia a manera de pantalla.
Hemos encontrado, además, puntos de apoyo para identificar la instancia crítica
con aquello que dirige nuestra vida despierta y decide sobre nuestra actividad
voluntaria y consciente. Si ahora sustituimos estas instancias por sistemas,
quedará situado el sistema crítico en el extremo motor del aparato psíquico
supuesto. Incluiremos, pues, ambos sistemas en nuestro esquema y les daremos
nombres que indiquen su relación con la conciencia.
Al último de los sistemas situados en el extremo motor le damos el nombre
de preconsciente para indicar que sus procesos de excitación pueden pasar
directamente a la conciencia siempre que aparezcan cumplidas determinadas
condiciones; por ejemplo, la de cierta intensidad y cierta distribución de aquella
función a la que damos el nombre de atención, etc. Este sistema es también el
que posee la llave del acceso a la motilidad voluntaria. Al sistema que se halla
detrás de él le damos el nombre de inconsciente porque no comunica con la
conciencia sino a través de lo preconsciente, sistema que impone al proceso de
excitación, a manera de peaje, determinadas transformaciones[516].
¿En cuál de estos sistemas situaremos ahora el estímulo de la formación de
los sueños? Para mayor sencillez, en el sistema Inc., aunque, como más adelante
explicaremos, no es esto rigurosamente exacto, pues la formación de los sueños
se halla forzada a enlazarse con ideas latentes que pertenecen al sistema de lo
preconsciente. Pero también averiguaremos en otro lugar, al tratar del deseo
onírico, que la fuerza impulsora del sueño es proporcionada por el sistema Inc., y
esta última circunstancia nos mueve a aceptar el sistema inconsciente como el
punto de partida de la formación de los sueños. Este estímulo onírico
exteriorizará, como todos los demás productos mentales, la tendencia a
propagarse al sistema Prec. y pasar de éste a la conciencia.
La experiencia nos enseña que durante el día aparece desplazado por la
censura de la resistencia, y para las ideas latentes, este camino que conduce a la
conciencia a través de lo preconsciente. Durante la noche se procuran dichas
ideas el acceso a la conciencia, surgiendo aquí la interrogación de por qué
camino y merced a qué modificación lo consiguen. Si el acceso de estas ideas
latentes a la conciencia dependiera de una disminución nocturna de la resistencia
que vigila en la frontera entre lo inconsciente y lo preconsciente, tendríamos
sueños que no mostrarían el carácter alucinatorio que ahora nos interesa. El
relajamiento de la censura entre los dos sistemas Inc. y Prec. no puede
explicarnos, por tanto, sino aquellos productos oníricos exentos de imágenes
sensoriales (recuérdese el ejemplo «autodidasker») y no sueños como el
detallado al principio del presente capítulo.
Lo que en el sueño alucinatorio sucede no podemos describirlo más que del
modo siguiente: la excitación toma un camino regresivo; en lugar de avanzar
hacia el extremo motor del aparato, se propaga hacia el extremo sensible, y
acaba por llegar al sistema de las percepciones. Si a la dirección seguida en la
vigilia por el procedimiento psíquico, que parte de lo inconsciente, le damos el
nombre de dirección progresiva, podemos decir que el sueño posee un carácter
regresivo[517].
Esta regresión es una de las más importantes peculiaridades psicológicas del
proceso onírico; pero no debemos olvidar que no es privativa de los sueños.
También el recordar voluntario, la reflexión y otros procesos parciales de nuestro
pensamiento normal corresponden a un retroceso, dentro del aparato psíquico,
desde cualquier acto complejo de representación al material bruto de las huellas
mnémicas en las que se halla basado. Pero durante la vigilia no va nunca esta
regresión más allá de las imágenes mnémicas, y no llega a reavivar las imágenes
de percepción, convirtiéndolas en alucinaciones. ¿Por qué no sucede también
esto en el sueño? Al hablar de la condensación onírica hubimos de suponer que
la elaboración del sueño llevaba a cabo una total transmutación de todos los
valores psíquicos, despojando de su intensidad a unas representaciones para
transferirlas a otras. Esta modificación del proceso psíquico acostumbrado es la
que hace posible cargar el sistema de las P hasta la completa vitalidad en una
dirección inversa, o sea partiendo de las ideas.
No creo que nadie incurra en error sobre el alcance de estas explicaciones.
Hasta ahora no hemos hecho otra cosa que dar un nombre a un fenómeno
inexplicable. Hablamos de regresión cuando la representación queda
transformada, en el sueño, en aquella imagen sensible de la que nació
anteriormente. De todos modos, también necesitamos justificar este paso, pues
podría objetársenos la inutilidad de una calificación que no ha de enseñarnos
nada nuevo. Pero, a nuestro juicio, ha de sernos muy útil este nombre de
regresión por enlazar un hecho que nos es conocido al esquema antes
desarrollado de un aparato psíquico; esquema cuyas ventajas vamos ahora a
comprobar por vez primera, pues con su sola ayuda, y sin necesidad de nuevas
reflexiones, hallaremos el esclarecimiento de una de las peculiaridades de la
formación de los sueños. Considerando el proceso onírico como una regresión
dentro del aparato anímico por nosotros supuesto, hallamos la explicación de un
hecho antes empíricamente demostrado; esto es, el de que las relaciones
intelectuales de las ideas, latentes entre sí, desaparecen en la elaboración del
sueño o no encuentran sino muy trabajosamente una expresión. Nos muestra, en
efecto, nuestro esquema que estas relaciones intelectuales no se hallan
contenidas en los primeros sistemas Hm, sino en otros anteriores a ellos, y tienen
que perder su expresión en el proceso regresivo hasta las imágenes de
percepción. La regresión descompone en su material bruto el ajuste de las ideas
latentes.
Mas ¿por qué transformaciones resulta posible esta regresión, imposible
durante el día? Sospechamos que se trata de modificaciones de las cargas de
energía de cada uno de los sistemas; modificaciones que los hacen más o menos
transitables o intransitables para el curso de la excitación. Pero dentro de cada
uno de estos aparatos podía producirse este mismo efecto por medio de
modificaciones diferentes. Pensamos, naturalmente, en seguida en el estado de
reposo y en las modificaciones de la carga psíquica que el mismo provoca en el
extremo sensible del aparato. Durante el día existe una corriente continua desde
el sistema ψ de las P hasta la motilidad. Pero esta corriente cesa por la noche, y
no puede ya presentar obstáculo ninguno a la regresión de la excitación.
Esta circunstancia constituiría aquel «apartamiento del mundo exterior» en el
que algunos autores ven la explicación de los caracteres psicológicos del sueño.
Sin embargo, al explicar la regresión del sueño habremos de tener en cuenta
aquellas otras regresiones que tienen efecto en los estados patológicos de la
vigilia; regresiones a las que nuestra anterior hipótesis resulta inaplicable, pues
se desarrolla, a pesar de no hallarse interrumpida la corriente sensible, en
dirección progresiva.
Las alucinaciones de la histeria y de la paranoia y las visiones de las
personas normales corresponden, efectivamente, a regresiones; esto es, son ideas
transformadas en imágenes. Pero en estos casos no experimentan tal
transformación más que aquellas ideas que se hallan en íntima conexión con
recuerdos reprimidos o inconscientes. Uno de los histéricos más jóvenes que he
sometido a tratamiento, un niño de doce años, no puede conciliar el reposo,
porque en cuanto lo intenta ve caras verdes con ojos encamados, que le causan
espanto. La fuente de esta aparición es el recuerdo reprimido, pero
primitivamente consciente, de un muchacho, al que vio varias veces hacia cuatro
años, y que constituía un modelo de vicios infantiles; entre ellos, el de la
masturbación; vicio que también practicó el sujeto, reprochándoselo ahora
amargamente. Su madre había observado por entonces que el vicioso niño tenía
un color verdoso, y los ojos, encarnados (los párpados, ribeteados). De este
recuerdo procede, pues, el fantasma que le impide conciliar el reposo y que está
destinado después a recordarle la predicción que le hizo su madre de que tales
niños se vuelven idiotas, no consiguen aprender nada en la escuela y mueren
jóvenes. Nuestro pequeño paciente demuestra la realización de una parte de esta
profecía, pues no avanza en sus estudios, y teniendo conciencia de ello, le
espanta que pueda también realizarse la segunda parte. El tratamiento logró
devolver en poco tiempo el reposo, hacerle perder el miedo y terminar el año
escolar con notas sobresalientes.
Agregaré aquí la solución de una visión que me fue relatada por una histérica
de cuarenta años; visión muy anterior a la enfermedad que le llevaba a mi
consulta. Al despertar una mañana vio ante sí a su hermano mayor, que se
hallaba recluido en un manicomio. Su hijo pequeño dormía en la cama junto a
ella, para evitar que se asustase y le diesen convulsiones si veía a su tío, le tapó
la cabeza con la colcha, desvaneciéndose entonces la aparición. Esta visión no
era sino la elaboración de un recuerdo infantil, consciente, pero íntimamente
enlazado con todo el material inconsciente, dado en la vida anímica de la sujeto.
La niñera le había relatado que su madre, muerta cuando ella tenía año y medio,
había padecido convulsiones epilépticas o histéricas desde un susto que le dio su
hermano (el tío de la sujeto), apareciéndosele a guisa de fantasma con una
colcha sobre la cabeza. La visión contiene los mismos elementos que el
recuerdo: la aparición del hermano, la colcha, el sobresalto y sus efectos; pero
estos elementos han sido ordenados en una forma distinta y transferidos a otras
personas. El motivo, harto transparente, de la visión; esto es, del pensamiento
por ella sustituido, es la preocupación de que su hijo pequeño, que presenta un
extraordinario parecido físico con su tío, pueda tener igual desgraciado destino.
Los dos ejemplos que anteceden no carecen de cierta relación con el estado
de reposo, y son quizá, por tanto, poco apropiados para la demostración que con
ellos me proponía alcanzar. Pero mi análisis de una paranoica alucinada[518], y
los resultados de mis estudios, aún no publicados, sobre la psicología de la
neurosis robustecen la afirmación de que en estos casos de transformación
represiva de las ideas hemos de tener en cuenta la influencia de un recuerdo
reprimido o inconsciente, infantil en la mayoría de los casos. Este recuerdo
arrastra consigo a la regresión; esto es, a la forma de representación, en la que el
mismo se halla dado psíquicamente, a las ideas con él enlazadas y privadas de
expresión por la censura. Mencionaremos aquí como un resultado del estudio de
la histeria el hecho de que las escenas infantiles (trátese de recuerdos o de
fantasías) son vistas alucinatoriamente cuando se consiguen hacerlas
conscientes, y sólo después de explicar al paciente su sentido es cuando pierden
este carácter. Sabido es también que incluso en personas que no poseen en alto
grado la facultad de la reminiscencia visual suelen conservar los recuerdos
infantiles más tempranos un carácter de vivacidad sensorial hasta los años más
tardíos.
Si recordamos cuál es el papel que en las ideas latentes corresponde a los
sucesos infantiles o a las fantasías en ellos basadas; con cuánta frecuencia
emergen de nuevo fragmentos de los mismos en el contenido latente, y cómo los
mismos deseos del sueño aparecen muchas veces derivados de ellos, no
rechazaremos la probabilidad de que la transformación de las ideas en imágenes
visuales sea también en el sueño la consecuencia de la atracción que el recuerdo,
representado visualmente, y que tiende a resucitar, ejerce sobre las ideas
privadas de conciencia, que aspiran a hallar una expresión. Según esta hipótesis,
podría también describirse el sueño como la sustitución de la escena infantil,
modificada por su transferencia a lo reciente. La escena infantil no puede
conseguir su renovación real y tiene que contentarse con retornar a título de
sueño.
El descubrimiento de la importancia, hasta cierto punto prototípica, de las
escenas infantiles (o de sus repeticiones fantásticas) para el contenido manifiesto
del sueño hace que una de las hipótesis de Schemer sobre las fuentes de
estímulos interiores resulte totalmente superflua. Supone Schemer que aquellos
sueños que presentan una especial vivacidad de sus elementos visuales, o una
particular riqueza en estos elementos, tienen por base una excitación interna del
órgano de la visión. Por nuestra parte, y sin entrar a discutir esta hipótesis,
admitiremos la existencia de tal estado de excitación en el sistema perceptivo
psíquico del órgano de la visión; pero haremos constar que este estado de
excitación ha sido creado por el recuerdo y constituye la renovación de la
excitación visual, experimentada en el momento real al que corresponde. No
poseo ningún ejemplo propio de tal influencia de un recuerdo infantil. Mis
sueños son generalmente pobres en elementos sensoriales; pero en el más bello y
animado que he tenido durante estos últimos años me fue fácil referir la
precisión alucinatoria del contenido manifiesto a cualidades sensibles de
impresiones recientes. En páginas anteriores hemos citado un sueño, en el que el
profundo azul del agua, el negro de humo arrojado por las chimeneas de los
barcos y el rojo oscuro y el sepia de los edificios me dejaron una profunda
impresión. Si algún sueño puede ser referido a una excitación visual, ninguno
mejor que éste. Pero ¿qué es lo que la había producido? Una impresión reciente,
que vino a agregar a una serie de impresiones anteriores. Los colores que vi en
mi sueño eran, en primer lugar, los de las piezas de una caja de construcción, con
las que mis hijos habían edificado el día inmediatamente anterior a mi sueño un
espléndido palacio. En las piezas de esta caja de construcción podía encontrarse
el mismo rojo oscuro, el mismo azul y el mismo negro que en mi sueño veo. A
esta impresión vinieron a agregarse las de mi último viaje a Italia: el bello color
cálido sepia de la tierra. La belleza cromática del sueño no era, pues, sino una
repetición de la que el recuerdo me mostraba.
Concretemos ahora todo lo que hemos averiguado sobre aquella peculiaridad
del sueño, que consiste en transformar su contenido de representaciones en
imágenes sensoriales. No habremos esclarecido este carácter de la elaboración
onírica refiriéndolo a leyes conocidas de la Psicología, pero lo hemos extraído en
condiciones desconocidas, y lo hemos caracterizado, dándole el nombre de
carácter regresivo. Hemos opinado que esta regresión es siempre un efecto de la
resistencia, que se opone al avance de la idea hasta la conciencia por el camino
normal, y de la atracción simultánea que los recuerdos sensoriales dados ejercen
sobre ella[519]. La regresión sería hasta posible en el sueño por la cesación de la
corriente diurna progresiva de los órganos sensoriales; factor auxiliar que en las
otras formas de la regresión podía ser el que contribuyera al robustecimiento de
los demás motivos de la misma. No debemos tampoco olvidar que el proceso de
la transferencia de energía habrá de ser, tanto en estos casos patológicos de
regresión como en el sueño, muy distinto del que se desarrolla en las regresiones
de la vida anímica normal, puesto que en los primeros hace posible una completa
carga alucinatoria de los sistemas de percepción. Aquello que en el análisis de la
elaboración onírica hemos descrito con el nombre de cuidado de la
representabilidad podría ser referido a la atracción selectora de las escenas
visualmente recordadas, enlazadas a las ideas latentes.
En la teoría de la formación de síntomas neuróticos desempeña la regresión
un papel no menos importante que en la de los sueños. Distinguimos aquí tres
clases de regresión: a) Una regresión tópica, en el sentido del esquema de los
sistemas ψ. b) Una regresión temporal, en cuanto se trata de un retorno a
formaciones psíquicas anteriores, c) Una regresión formal cuando las formas de
expresión y representación acostumbradas quedan sustituidas por formas
correspondientes primitivas. Estas tres clases de regresión son en el fondo una
misma cosa, y coinciden en la mayoría de los casos, pues lo más antiguo
temporalmente es también lo primitivo en el orden formal, y lo más cercano en
la tópica psíquica al extremo de la percepción. (Adición de 1914.)
No podemos abandonar el tema de la regresión en el sueño sin manifestar
una impresión que se nos ha impuesto ya varias veces, y que una vez que
hayamos profundizado en el estudio de las psiconeurosis retornará robustecida.
Esta impresión es la de que el acto de soñar es por sí una regresión a las más
tempranas circunstancias del soñador, una resurrección de su infancia, con todos
sus impulsos instintivos y sus formas expresivas. Detrás de esta infancia
individual se nos promete una visión de la infancia filogénica y del desarrollo de
la raza humana; desarrollo del cual no es el individual, sino una reproducción
abreviada e influida por las circunstancias accidentales de la vida. Sospechamos
ya cuán acertada es la opinión de Nietzsche de que «el sueño continúa un estado
primitivo de la Humanidad, al que apenas podemos llegar por un camino
directo», y esperamos que el análisis de los sueños nos conduzca al
conocimiento de la herencia arcaica del hombre y nos permita descubrir en él lo
anímicamente innato. Parece como si el sueño y la neurosis nos hubieran
conservado una parte insospechada de las antigüedades anímicas, resultando así
que el psicoanálisis puede aspirar a un lugar importante entre las ciencias que se
esfuerzan en reconstruir las fases más antiguas y oscuras de los comienzos de la
Humanidad. (Adición de 1918.)
Esta primera parte de nuestra investigación psicológica del sueño no nos
llega a satisfacer por completo. Nos consolaremos pensando en que nos vemos
obligados a construir en las tinieblas. Además, si no nos engañamos mucho,
hemos de retornar muy pronto a estas mismas regiones por un distinto camino, y
quizá sepamos orientarnos mejor.

C) La realización de deseos.

El sueño con que iniciamos el presente capítulo, o sea el del padre al que se
le aparece su hijo muerto, nos da ocasión para examinar determinadas
dificultades, con las que tropieza la teoría de la realización de deseos. Todos
hemos extrañado que el sueño no pueda ser sino una realización de deseos, y no
sólo por la contradicción que supone la existencia de sueños de angustia.
Después de comprobar por medio del análisis que el sueño entrañaba un sentido
y un valor psíquico, no esperábamos en modo alguno una tan limitada y estricta
determinación de tal sentido. Según la definición correcta, pero insuficiente, de
Aristóteles, el sueño no es sino la continuación del pensamiento durante el
estado de reposo. Pero si nuestro pensamiento crea durante el día tan diversos
actos psíquicos juicios, conclusiones, refutaciones, hipótesis, propósitos, etc.—,
¿cómo puede quedar obligado luego, durante la noche, a limitarse única y
exclusivamente a la producción de deseos? ¿No habrá quizá gran número de
sueños que entrañen otro acto psíquico distinto; por ejemplo, una preocupación?
¿Y no será éste realmente el caso del sueño antes expuesto, en el que del
resplandor que a través de sus párpados recibe durante el reposo deduce el sujeto
la conclusión de que una vela ha caído sobre al ataúd y ha podido prender fuego
al cadáver, y transforma esta conclusión en un sueño, dándole la forma de una
situación sensible y presente? ¿Qué papel desempeña aquí la realización de
deseos? ¿Es acaso posible negar en este sueño el predominio de la idea,
continuada desde la vigilia o provocada por la nueva impresión sensorial?
Todo esto es exacto, y nos obliga a examinar más detenidamente el sueño
desde los puntos de vista de la realización de deseos y de la significación de los
pensamientos de la vigilia en él continuados.
La realización de deseos nos ha hecho ya dividir los sueños en dos grupos.
Hemos hallado sueños que mostraban francamente tal realización, y otros en los
que no nos era posible descubrirla sino después de un minucioso análisis. En
estos últimos sueños reconocimos la actuación de la censura onírica. Los sueños
no disfrazados demostraron ser característicos de los niños. En los adultos
parecían —quiero acentuar esta restricción—, parecían, repito, presentarse
también sueños optativos, breves y francos.
Podemos preguntarnos ahora de dónde procede en cada caso el deseo que se
realiza en el sueño. Pero ¿a qué antítesis o a qué diversidad podemos referir este
«de dónde»? A mi juicio, nos es posible referirlo a la antítesis existente entre la
vida diurna consciente y una actividad psíquica inconsciente durante el día y que
sólo a la noche puede hacerse perceptible. Hallamos entonces tres posibles
procedencias del deseo: 1.º Puede haber sido provocado durante el día y no
haber hallado satisfacción a causa de circunstancias exteriores, y entonces
perdura por la noche un deseo reconocido e insatisfecho. 2.a Puede haber surgido
durante el día, pero haber sido rechazado, y entonces perdura en nosotros un
deseo insatisfecho, pero reprimido; y 3.º Puede hallarse exento de toda relación
con la vida diurna y pertenecer a aquellos deseos que sólo por la noche surgen en
nosotros, emergiendo de lo reprimido. Volviendo a nuestro esquema del aparato
psíquico localizaremos un deseo de la primera clase en el sistema Prec. ; de los
de la segunda, supondremos que han sido obligados a retroceder desde el sistema
Prec. al sistema Inc., y que si se han conservado tienen que haberse conservado
en él. Por último, de los deseos pertenecientes a la tercera clase, creemos que son
totalmente incapaces de salir del sistema Inc. ¿Habremos de suponer que sólo los
deseos emanados de estas diversas fuentes tienen el poder de provocar un sueño?
Examinados los sueños que pueden proporcionarnos datos para contestar a
esta pregunta, observamos en primer lugar la necesidad de considerar como una
cuarta fuente de deseos provocados de sueños los impulsos optativos surgidos
durante la noche (le sed, la necesidad sexual, etc.), y nos inclinamos después a
afirmar que la procedencia del deseo no influye para nada en su capacidad de
provocar un sueño. Recordemos el sueño del niño que continúa la travesía
interrumpida aquella tarde y todos los demás ejemplos de este género que a su
tiempo expusimos. Todos estos sueños quedan explicados por un deseo
insatisfecho, pero no reprimido, del día. Los ejemplos de deseos reprimidos que
se exteriorizan en sueños son numerosísimos. Me limitaré a exponer el más
sencillo que de esta clase he podido encontrar. La sujeto es una señora un tanto
burlona. Durante el día le han preguntado repetidas veces qué juicio le merecía
el novio de una amiga suya más joven que ella. Su verdadera opinión es que se
trata de un hombre adocenado, y la hubiera manifestado gustosa; pero en
obsequio a su amiga, la sustituye por grandes alabanzas. Aquella noche sueña
que le dirigen la misma pregunta y que responde diciendo: «Cuando en la tienda
saben ya de lo que se trata, basta con indicar el número». Por último, nos ha
demostrado el análisis que en todos los sueños que han pasado por una
deformación procede el deseo de lo inconsciente y no pudo ser observado
durante el día. De este modo todos los deseos nos parecen al principio
equivalentes y de igual poder para la formación de los sueños.
No puedo demostrar aquí que en realidad suceden las cosas de otro modo;
pero me inclino mucho a suponer una más severa condicionalidad del deseo
onírico. Los sueños infantiles no permiten dudar de que su estímulo es un deseo
insatisfecho durante el día; pero no debemos olvidar que se trata del deseo de un
niño, con toda la energía de los impulsos optativos infantiles. En cambio, no me
parece verosímil que un deseo insatisfecho pueda bastar para provocar un sueño
en un sujeto adulto. Opino más bien que el dominio progresivo de nuestra vida
instintiva por la actividad intelectual nos lleva a renunciar cada vez más a la
formación o conservación de deseos tan intensos como los que el niño abriga.
Claro es que dentro de esto puede haber diferencias individuales y conservar
unas personas el tipo infantil de los procesos anímicos durante más tiempo que
otras, diferencias que observamos también en la debilitación de la representación
visual, originariamente muy precisa. Pero, en general, creo que el deseo
insatisfecho durante el día no basta para crear un sueño en los adultos. Concedo
que el sentimiento optativo procedente de la conciencia puede contribuir a
provocar un sueño, pero nada más. El sueño no nacería si el deseo preconsciente
no quedase robustecido por otros factores.
Estos factores proceden de lo inconsciente. Imagino que el deseo consciente
sólo se constituye en estimulo del sueño cuando consigue despertar un deseo
inconsciente de efecto paralelo con el que reforzar su energía. Conforme a los
indicios deducidos del psicoanálisis de la neurosis, considero que tales deseos
inconscientes se hallan siempre en actividad y dispuestos siempre a conseguir
una expresión en cuanto se les ofrece ocasión para aliarse con un sentimiento
procedente de lo consciente y transferirle su mayor intensidad[520]. Parece
entonces como si únicamente el deseo consciente se hallara realizado en el
sueño; pero una pequeña singularidad en la estructura del mismo nos permitirá
seguir las huellas del poderoso auxiliar llegado de lo inconsciente. Estos deseos
de nuestro inconsciente, siempre en actividad y, por decirlo así, inmortales,
deseos que nos recuerdan a aquellos titanes de la leyenda sobre los cuales pesan
desde tiempo inmemorial inmensas montañas que fueron arrojadas sobre ellos
por los dioses vencedores y que aún tiemblan de tiempo en tiempo, sacudidas
por las convulsiones de sus miembros; estos deseos reprimidos, repito, son
también de procedencia infantil, como nos lo ha demostrado la investigación
psicológica de las neurosis. Así, pues, retiraré mi afirmación anterior de que la
procedencia del deseo era una cuestión indiferente, y la sustituiré por la que
sigue: El deseo representado en el sueño tiene que ser un deseo infantil. En los
adultos procede entonces del Inc. En los niños, en los que no existe aún la
separación y la censura entre el Prec. y el Inc., o en los que comienza a
establecerse poco a poco, el deseo es un deseo insatisfecho, pero no reprimido,
de la vida despierta. Sé que estas afirmaciones no pueden demostrarse en
general; pero insisto en que pueden comprobarse frecuentemente, aun en
ocasiones en las que no lo sospechábamos.
Los sentimientos optativos procedentes de la vida despierta consciente pasan,
por tanto, a segundo término en la formación de los sueños, pues no podemos
atribuirles importancia mayor de la que atribuimos a las sensaciones surgidas
durante el reposo en la formación del contenido manifiesto (véase
anteriormente). Permaneciendo dentro de los límites que el proceso mental que
voy desarrollando me prescribe, dirigiré ahora mi atención a los restantes
estímulos psíquicos procedentes de la vida diurna y que no poseen el carácter de
deseos. Cuando decidimos entregarnos al reposo podemos conseguir la cesación
interina de las cargas psíquicas de nuestro pensamiento despierto. Aquellas
personas que así lo logran con facilidad gozan de un tranquilo reposo. Dícese
que Napoleón I era un sorprendente ejemplo de este género. Pero no siempre
conseguimos tal cosa, y cuando la conseguimos, no siempre por completo. Los
problemas aún no solucionados, las preocupaciones que nos atormentan y una
multitud de impresiones diversas continúan la actividad mental durante el reposo
y mantienen el desarrollo de procesos anímicos en el sistema que hemos
calificado con el nombre de preconsciente. Estos estímulos mentales que
continúan durante el reposo pueden ser divididos en los grupos siguientes: 1.º
Aquellos procesos que durante el día no han podido llegar a tiempo por haber
quedado interrumpidos a causa de una circunstancia cualquiera. 2.º Aquello que
ha permanecido interminado o sin solución por paralización de nuestra energía
mental. 3.º Aquello que hemos rechazado y reprimido durante el día. A estos tres
grupos se añade otro más importante, formado por aquello que la labor diurna de
lo preconsciente ha estimulado en nuestro Inc. Por último, podemos agregar,
como quinto grupo, el formado por las impresiones diurnas indiferentes y, por
tanto, inderivadas.
Las intensidades psíquicas que estos restos de la vida diurna introducen en el
estado de reposo, sobre todo las pertenecientes al grupo de lo inderivado, poseen
mayor importancia de lo que pudiera creerse, pues constituyen excitaciones que
luchan durante la noche por alcanzar una expresión, mientras que el estado de
reposo imposibilita el curso acostumbrado del proceso de excitación a través de
lo preconsciente y su término por el acceso a la conciencia. Mientras tenemos
conciencia de nuestros procesos mentales normales nos es imposible, en efecto,
conciliar el reposo. No puedo decir cuál es la modificación que el estado de
reposo provoca en el sistema Prec[521].; pero es indudable que la característica
psicológica del sueño ha de ser buscada esencialmente en las modificaciones de
la carga psíquica de este sistema, que domina también el acceso a la motilidad,
paralizada durante el reposo. En cambio, no sé de ningún dato de la psicología
del sueño que pueda inclinarnos a admitir que el reposo introduce alguna
transformación en el sistema Inc., si no es secundariamente. La excitación
nocturna desarrollada en el Prec. no encuentra otro camino que el seguido por
las excitaciones optativas procedentes del Inc., y tiene que buscar refuerzo en
este último y dar los rodeos de las excitaciones inconscientes. Pero ¿cuál es la
significación de los restos diurnos preconscientes con respecto al sueño? No
cabe duda de que penetran en gran número en él, utilizan su contenido
manifiesto para imponerse a la conciencia también durante la noche, llegando
incluso a dominar el contenido del sueño y a obligarle a continuar la labor
diurna. Es también indudable que los restos diurnos pueden tener el carácter de
deseos, del mismo modo que cualquier otro. Resulta muy instructivo y es
decisivo para la teoría de la realización de deseos observar cuáles son las
condiciones a las que se tienen que someter para hallar acogida en el sueño.
Recordemos uno de los ejemplos antes expuesto: el sueño que me muestra a
mi amigo Otto con los signos de la enfermedad de Basedow. El mal aspecto de
mi amigo me había preocupado durante el día, y he de suponer que continuó
preocupándome durante el reposo. Mi pensamiento se esforzaba sin duda en
descubrir qué era lo que podía tener Otto. Esa preocupación halló por la noche
una expresión en el sueño citado, cuyo contenido es desatinado y no deja
reconocer realización ninguna de deseos. Pero investigando de dónde podía
proceder aquella desmesurada representación de mi preocupación diurna, me
reveló el análisis la conexión buscada, mostrándome que en el sueño me
identificaba con el profesor R. e identificaba a Otto con el barón de L. Esta
sustitución de las ideas diurnas no puede tener más explicación que la siguiente:
en mi inconsciente debo hallarme dispuesto de continuo a identificarme con el
profesor R., puesto que satisfago así uno de los inmortales deseos infantiles, o
sea el deseo de grandeza. Determinadas ideas hostiles contra mi amigo Otto,
ideas censuradas y que hubieran sido rechazadas en la vigilia, aprovecharon la
ocasión para alcanzar una forma expresiva, pero al mismo tiempo también mi
preocupación diurna a él relativa quedó expresada por medio de una sustitución
en el contenido manifiesto. La idea diurna, que no era un deseo, sino por el
contrario, una preocupación dolorosa, tuvo que crearse una conexión con un
deseo infantil y reprimido, al que después de prepararlos convenientemente hizo
«nacer» en la conciencia. Cuanto más dominante fuera esta preocupación, más
poderoso podía ser el enlace que había de ser creado. Entre el contenido del
deseo y el de la preocupación no necesitaba existir conexión ninguna, como, en
efecto, no existe en nuestro ejemplo.
Creemos ha de ser muy útil dedicar ahora nuestra atención al problema de
cómo se conduce el sueño cuando encuentra en las ideas latentes un material de
naturaleza opuesta a la realización de deseos, esto es, cuando dichas ideas
entrañan una preocupación, una reflexión dolorosa o un conocimiento penoso.
En estas circunstancias puede darse la alternativa siguiente: a) La elaboración
consigue sustituir todas las representaciones displacientes por representaciones
contrarias y reprimir los efectos displacientes que a las primeras corresponden, y
entonces resulta un puro sueño de satisfacción, o sea una franca realización de
deseos, en la que nada tenemos que investigar, b) Las representaciones penosas
pasan más o menos transformadas, pero bien reconocibles, al contenido
manifiesto. Éste es el caso que nos hace dudar de la exactitud de la teoría
optativa del sueño y precisa de una mayor investigación. Tales sueños de
contenido penoso pueden desarrollarse en medio de la mayor indiferencia del
sujeto, traer consigo afectos displacientes que parecen justificados por su
contenido de representaciones o conducir, por último, a la interrupción del
reposo mediante el desarrollo de angustia. (Adición de 1919.)
El análisis nos demuestra que también estos sueños displacientes son
realizaciones de deseos. Un deseo inconsciente y reprimido, cuya satisfacción
habría de ser sentida con displacer por el yo del soñador, ha aprovechado la
ocasión que le es ofrecida por la conservación de la carga psíquica de los restos
diurnos penosos y le ha prestado su apoyo, haciéndolos susceptibles de provocar
un sueño. Pero mientras que en el caso a) coincida el deseo inconsciente con el
consciente, en el caso b) surge la discordia entre lo consciente y lo inconsciente
—lo reprimido y el yo— y queda constituida la situación de la fábula de los tres
deseos cuya realización concede el hada al anciano matrimonio (véase más
adelante). La satisfacción producida por la realización del deseo reprimido puede
ser tan grande, que equilibre todos los afectos penosos correspondientes a los
restos diurnos, y el sueño presentará entonces un matiz afectivo indiferente,
aunque constituye por un lado la realización de un deseo y por otro la realización
de algo temido. Pero también puede suceder que el yo dormido tome una parte
mayor en la formación del sueño y reaccione con una enérgica indignación
contra la satisfacción lograda por el deseo reprimido, reacción que
desencadenará afectos displacientes e incluso llegará a poner fin al sueño,
interrumpiendo el reposo con el desarrollo de angustia. No es, pues, difícil
reconocer que los sueños de angustia y los displacientes son también, como los
sueños de satisfacción, realizaciones de deseos.
Los sueños displacientes pueden ser asimismo sueños punitivos. Hemos de
conceder que al reconocerlo así agregamos a la teoría del sueño algo nuevo en
cierto sentido. Aquello que en ellos queda realizado es igualmente un deseo
inconsciente. El de un castigo del soñador por un deseo ilícito reprimido. De este
modo se adaptan estos sueños a la ley de que la fuerza impulsora de la formación
onírica tiene que ser prestada por un deseo perteneciente a lo inconsciente. Un
análisis psicológico más útil nos permite reconocer la diferencia que los separa
de los demás sueños optativos. En los casos del grupo b), el deseo inconsciente
provocador del sueño pertenecía a lo reprimido. En los sueños punitivos se trata
también de un deseo inconsciente, pero al que no podemos agregar ya a lo
reprimido, sino al yo. Los sueños punitivos indican, pues, la posibilidad de una
más amplia participación del yo en la formación de los sueños. El mecanismo de
este proceso se nos hace mucho más transparente en cuanto sustituimos la
antítesis entre lo «consciente» y lo «inconsciente» por la del yo y lo «reprimido».
Pero esta sustitución no puede ser llevada a efecto sin un previo conocimiento de
los procesos de la psiconeurosis. Me limitaré, pues, a observar que los sueños
punitivos no se hallan enlazados generalmente a la condición de la existencia de
restos diurnos penosos. Por el contrario, surgen con mayor facilidad en
circunstancias contrarias, esto es, cuando los restos diurnos son ideas de
naturaleza satisfactoria, pero que expresan satisfacciones ilícitas. Partiendo de
estas ideas, no llega entonces al sueño manifiesto elemento ninguno que
represente una contradicción directa de las mismas, análogamente a como
sucedía en los sueños del grupo a). El carácter esencial de los sueños punitivos
sería el de que en ellos no es el deseo inconsciente procedente de lo reprimido
(del sistema Inc.) el que se constituye en formador del sueño, sino el deseo que
reacciona a él, procedente del yo; aunque también inconsciente (esto es,
preconsciente)[522].
Procuraré aclarar estas afirmaciones con la exposición de un sueño propio,
que muestra, sobre todo, la forma en que la elaboración onírica procede con un
resto diurno de penosas preocupaciones:
El principio es un tanto borroso: «Digo a mi mujer que tengo que darle una
noticia muy satisfactoria. Mi mujer se asusta y no quiere oírme, pero le aseguro
que es algo que ha de regocijarla, y comienzo a contarle que el cuerpo de
oficiales del Arma a la que nuestro hijo pertenece ha mandado una cantidad de
dinero (¿5000 coronas?)…, algo de reconocimiento…, distribución… Mientras
tanto, he entrado con mi mujer en un cuartito que parece ser una despensa para
sacar algo de él. De repente, veo a mi hijo. No viene de uniforme, sino que trae
un traje de sport muy ceñido (como la piel de una foca) con una pequeña capita.
Se sube sobre una cesta que hay al lado de un cajón, como si quisiera colocar
algo encima de este último. Le llamo, pero no me responde. Me parece ver que
trae la cara o la frente vendada y que se ajusta algo en la boca introduciendo algo
en ella. Sus cabellos han encanecido. Pienso si estará muy agotado y si llevará
dientes postizos. Antes de haber podido llamarle por segunda vez despierto sin
sentir angustia, pero con palpitaciones. El reloj señala las dos y media».
No siéndome posible comunicar un análisis completo de este sueño, me
limitaré a hacer resaltar algunos puntos decisivos. El motivo del sueño estaba
constituido por penosas preocupaciones del día. Mi hijo se hallaba combatiendo
en el frente y no teníamos noticias suyas hacía ya más de una semana. En el
contenido latente encuentra expresión el convencimiento de que ha muerto o está
herido. Al principio del sueño, observamos un enérgico esfuerzo para sustituir
las ideas penosas por sus contrarias. Tengo que comunicar a mi mujer algo muy
satisfactorio, el envío de una cantidad, el reconocimiento, la distribución. (La
cantidad procede de un satisfactorio deseo real de mi práctica médica e intenta,
por tanto, desviar el tema.) Pero este esfuerzo fracasa en absoluto. Mi mujer
sospecha algo terrible y no me quiere oír. Los disfraces bajo los que el sueño se
presenta son en extremo transparentes, y todos los elementos revelan su relación
con aquello que debe ser reprimido. Si mi hijo ha muerto, sus camaradas me
remitirán sus efectos y tendré que distribuir su herencia entre sus hermanos. De
los oficiales caídos en el campo de batalla se dice que han merecido el
reconocimiento de la Patria. El sueño tiende, pues, directamente a dar expresión
a aquello que al principio quería negar, proceso en el cual se hace notar, a través
de las deformaciones, la tendencia realizadora de deseos. (El cambio de lugar
durante el sueño puede ser interpretado, quizá, en el sentido del simbolismo del
umbral, establecido por Silberer.) No sospechamos qué es lo que le presta la
necesaria fuerza impulsora. En la escena onírica no se nos muestra mi hijo como
alguien que «cae», sino como alguien que «sube». En su juventud ha sido un
intrépido alpinista. (No se nos aparece de uniforme, sino vestido con un traje de
sport.) Esto es, el accidente que ahora tememos le haya sucedido ha sido
sustituido por otro anterior (una vez que se rompió una pierna patinando). La
hechura singular de su traje, con el que parece una foca, nos recuerda a otro
individuo, más joven, de nuestra familia, a nuestro gracioso nietecito. El cabello
gris alude al padre de este niño, nuestro yerno, duramente castigado por la
guerra. ¿Qué quiere esto decir? Pero basta. El lugar en que el sueño se desarrolla
—una despensa—, el cajón del que mi hijo quiere coger algo (o sobre el que
quiere colocar algo, en el sueño), son indudables alusiones a un accidente que
sufrí por mi propia culpa. Teniendo unos dos o tres años quise alcanzar una
golosina de un armario de la despensa y me subí sobre una banqueta colocada
encima de una mesa, pero me caí y me di un golpe que pudo haberme costado
perder los dientes. Este elemento del sueño constituye un reproche: «Te está bien
empleado», equivalente a un sentimiento hostil contra mi hijo. Profundizando en
el análisis descubrí el sentimiento oculto al que pudiera satisfacer la temida
desgracia de mi hijo. Es la envidia de la juventud, envidia que el hombre maduro
siente siempre por mucho que crea haberla dominado, y resulta indudable que
precisamente la dolorosísima emoción que habría de surgir si dicha desgracia se
confirmara es la que reanima, como atenuante, tal realización reprimida de
deseos. (Adición de 1919.)
Podemos ya precisar qué es lo que el deseo inconsciente significa para el
sueño. Concedo que existe una clase de sueños cuyo estimulo procede
predominante o hasta de un modo exclusivo de los restos de la vida diurna, y
opino que incluso mi deseo de recibir algún día el título de profesor
extraordinario me hubiera dejado dormir tranquilo aquella noche si no hubiera
perdurado aún en mí el cuidado que la salud de mi amigo me inspiraba. Pero este
cuidado no habría provocado, sin embargo, sueño ninguno, pues la fuerza
impulsora de que el sueño precisaba tenía que ser reforzada por un deseo. Así,
pues, para formar el sueño tuvo mi preocupación que buscar tal deseo y aliarse
con él. Trataremos de aclarar estas circunstancias por medio de una comparación
tomada de la vida social. Es muy posible que la idea diurna represente en la
formación del sueño el papel de socio industrial: el socio industrial posee una
idea y quiere explotarla; pero no puede hacer nada sin capital y necesita un socio
capitalista que corra con los gastos. En el sueño el capitalista que corre con el
gasto psíquico necesario para la formación del sueño es siempre, cualquiera que
sea la idea diurna, un deseo de lo inconsciente[523].
Otras veces se reúnen ambos caracteres en una misma persona, caso el más
corriente en el sueño: la labor diurna ha provocado un deseo inconsciente, y éste
crea entonces el sueño. También para todas las demás modificaciones posibles
de la asociación económica empleada aquí como ejemplo hallamos un paralelo
en los procesos oníricos. El socio industrial puede aportar una pequeña suma al
capital; varios socios industriales pueden dirigirse al mismo capitalista o varios
capitalistas reunir entre sí lo necesario para auxiliar al socio industrial.
Correlativamente, hay también sueños mantenidos por más de un deseo.
Podríamos continuar así hasta agotar todas las variantes de la relación
económica que hemos escogido como término de comparación; pero no lo
creemos necesario. Aquello que en estas especulaciones sobre el deseo onírico
haya quedado aún incompleto será completado más adelante.
El tertium comparationis del paralelo establecido, esto es, la cantidad
disponible, puede ser aún más sutilmente utilizado para el esclarecimiento de la
estructura del fenómeno onírico. En la mayoría de los sueños hallamos un centro
que posee una especial intensidad sensorial. Este centro constituye regularmente
la representación directa de la realización de deseos, pues cuando deshacemos
los desplazamientos de la elaboración hallamos sustituida la intensidad psíquica
de los elementos de las ideas latentes por la intensidad sensorial de los elementos
del contenido manifiesto. Los elementos más próximos a la realización de deseos
pueden ser ajenos al sentido de la misma y constituir ramificaciones de ideas
displacientes contrarias al deseo, que por medio de una conexión, artificialmente
creada muchas veces con los elementos centrales, han obtenido intensidad
suficiente para alcanzar una representación. La fuerza representadora de la
realización de deseos se extiende de este modo sobre una esfera de conexiones,
dentro de la cual todos los elementos, incluso aquellos que de por sí carecen de
medios, llegan a la representación. En aquellos sueños que entrañan varios
deseos impulsores resulta fácil delimitar las esferas de cada una de las
realizaciones de deseos y caracterizar como zonas limítrofes las lagunas que el
sueño presenta.
Aunque la importancia de los restos diurnos queda muy disminuida con las
observaciones que proceden, vale todavía la pena de concederles alguna
atención, pues deben de constituir un ingrediente necesario para la formación
onírica desde el momento en que todo sueño revela siempre una conexión con
una impresión diurna reciente y a veces indiferente en absoluto. Hasta ahora no
hemos logrado explicarnos claramente la necesidad de tal agregación a la
formación de los sueños. Pero es que esta necesidad sólo nos revela su esencia
cuando descubrimos la misión del deseo inconsciente y la estudiamos en
conexión con la psicología de la neurosis. Vemos entonces que la representación
inconsciente es absolutamente incapaz, como tal, de llegar a lo preconsciente. Lo
único que puede hacer es exteriorizar en él un efecto, enlazándose con una
representación preconsciente no censurable, a la que transfiere su intensidad y
detrás de la cual se oculta. Este hecho, al que damos el nombre de transferencia,
contiene la explicación de muchos singulares procesos de la vida anímica de los
neuróticos. La transferencia puede dejar intacta la representación procedente de
lo preconsciente, la cual alcanza entonces una gran intensidad inmerecida o
puede imponerle una modificación paralela al contenido de la representación
inconsciente. Ruego se me perdone mi tendencia a buscar comparaciones de la
vida cotidiana; pero no puedo por menos de recordar que las circunstancias en
las que se nos muestra aquí la representación reprimida resultan muy análogas a
las impuestas en nuestro país a los dentistas americanos, los cuales no pueden
ejercer su profesión si no les sirve de escudo ante la ley un doctor en Medicina
cuyo título haya sido expedido por una universidad americana. Pero así como no
son precisamente los médicos de más clientela los que consienten en tales
alianzas con los dentistas, tampoco en lo psíquico consienten en servir de
encubrimiento a una representación reprimida aquellas otras representaciones
preconscientes o conscientes que han atraído suficientemente sobre sí la atención
activa de lo preconsciente. Lo inconsciente se enlazará más bien con aquellas
impresiones y representaciones de lo preconsciente que han quedado
desatendidas por ser indiferentes o de las que la atención quedó retirada a causa
de haber sido condenadas y rechazadas. Por último, según un principio
experimentalmente comprobado de la teoría de las asociaciones, aquellas
representaciones que han constituido ya una íntima conexión en un sentido,
parecen rechazar grupos enteros de nuevas conexiones. En otro lugar hemos
intentado utilizar este principio como base de una teoría de las parálisis
histéricas.
Si aceptamos para el fenómeno onírico esta necesidad de transferencia de las
representaciones reprimidas, descubierta en el análisis de las neurosis,
hallaremos de una sola vez la solución de dos de sus enigmas: el de que todo
análisis revele la intervención de una impresión reciente en la formación del
sueño y el de que este elemento sea muchas veces de carácter trivialísimo e
indiferente. Sabemos ya que si tales elementos recientes e indiferentes pasan con
tanta frecuencia al sueño como sustituciones de las ideas latentes más antiguas es
porque son las que menos tienen que temer por parte de la censura de la
resistencia. Pero mientras que la exención de la censura no nos aclara más que la
preferencia de que son objeto los elementos triviales, la constancia de los
elementos recientes deja transparentar la necesidad de transferencia. Estos dos
grupos de impresiones bastan para satisfacer a lo inconsciente en su demanda de
material libre aún de asociaciones: las indiferentes, porque no han ofrecido gran
ocasión de amplias conexiones, y las recientes, porque no han tenido tiempo de
establecerlas.
Vemos, pues, que si los restos diurnos que participan en la formación del
sueño toman algo del Inc., esto es, toman fuerza impulsora del deseo reprimido,
también ofrecen a su vez a lo inconsciente algo imprescindible: el objeto de la
transferencia. Si quisiéramos penetrar aquí más profundamente en los procesos
anímicos, tendríamos que iluminar antes con mayor intensidad el juego de las
excitaciones entre lo preconsciente y lo inconsciente. Mas para esto habríamos
de pasar al estudio de las neurosis, pues el sueño no nos lo permite.
Añadiremos aún una última observación sobre los restos diurnos. Su
actuación, y no la del sueño —que ejerce, por el contrario, una acción protectora
—, es la que puede calificarse de perturbadora. Más adelante volveremos sobre
esta cuestión.
Investigando las características del deseo onírico, lo hemos derivado del
dominio del Inc., y hemos analizado su relación con los restos diurnos, los cuales
pueden ser, por su parte, deseos, impulsos psíquicos de cualquier otro género o
simplemente impresiones recientes. De este modo hemos abierto campo libre a
todas las hipótesis favorables a la intervención de la actividad intelectual de la
vigilia en la formación de los sueños. No sería siquiera imposible que,
fundándonos en los resultados de las anteriores especulaciones, llegásemos a
explicar aquellos casos extremos en los que el sueño se constituye en
continuador de la labor diurna y lleva a feliz término un proceso mental que el
pensamiento despierto dejó pendiente; pero nos falta un ejemplo de este género
en el que pudiéramos descubrir, por medio del análisis, la fuente de deseos,
infantil o reprimida, cuya atracción hubiese reforzado con tanto éxito la labor de
la actividad preconsciente. En cambio, no nos hemos aproximado un solo paso a
la solución del problema de porqué lo inconsciente no puede ofrecer durante el
reposo otra, cosa que la fuerza impulsora para su realización de deseos. La
solución de este enigma tiene que arrojar viva luz sobre la naturaleza psíquica
del desear. El esquema del aparato psíquico antes establecido va ahora a
ayudarnos a conseguirla.
Es indudable que para llegar a su perfección actual ha tenido que pasar este
aparato por una larga evolución. Podemos, pues, representárnoslo en un estado
anterior de su capacidad funcional. Determinadas hipótesis nos dicen que el
aparato aspiró primeramente a mantenerse libre de estímulos en lo posible y
adoptó con este fin, en su primera estructura, el esquema del aparato de reflexión
que le permita derivar en el acto por caminos motores las excitaciones sensibles
que hasta él llegaban. Pero las ineludibles condiciones de la vida vinieron a
perturbar esta sencilla función, dando simultáneamente al aparato el impulso que
provocó su ulterior desarrollo. Los primeros estímulos que a él llegaron fueron
los correspondientes a las grandes necesidades físicas. La excitación provocada
por la necesidad interna buscará una derivación en la motilidad, derivación que
podremos califica; de «modificación interna» o de expresión de las emociones.
El niño hambriento grita y patalea; pero esto no modifica en nada su situación,
pues la excitación emanada de la necesidad no corresponde a una energía de
efecto momentáneo, sino a una energía de efecto continuado. La situación
continuará siendo la misma hasta que por un medio cualquiera —en el caso del
niño, por un auxilio ajeno— se llega al conocimiento de la experiencia de
satisfacción, que suprime la excitación interior. La aparición de cierta percepción
(el alimento en este caso), cuya imagen mnémica queda asociada a partir de este
momento con la huella mnémica de la excitación emanada de la necesidad,
constituye un componente esencial de esta experiencia. En cuanto la necesidad
resurja, surgirá también, merced a la relación establecida, un impulso psíquico
que cargará de nuevo la imagen mnémica de dicha percepción y provocará
nuevamente esta última, éstos es, que tenderá a reconstituir la situación de la
primera satisfacción. Tal impulso es lo que calificamos de deseos. La reaparición
de la percepción es la realización del deseo, y la carga psíquica completa de la
percepción, por la excitación emanada de la necesidad, es el camino más corto
para llegar a dicha realización. Nada hay que nos impida aceptar un estado
primitivo del aparato psíquico en el que este camino quede recorrido de tal
manera que el deseo termine en una alucinación. Esta primera actividad psíquica
tiende, por tanto, a una identidad de percepción, o sea a la repetición de aquella
percepción que se halla enlazada con la satisfacción de la necesidad.
Una amarga experiencia de la vida ha debido de modificar esta actividad
mental primitiva, convirtiéndola en una actividad mental secundaria más
adecuada al fin. El establecimiento de la identidad de percepción, por el breve
camino regresivo en el interior del aparato, no tiene en otro lugar la
consecuencia que aparece enlazada desde el exterior con la carga de la misma
percepción. La satisfacción no se verifica y la necesidad perdura. Para hacer
equivalente la carga interior a la exterior tendría que ser conservada ésta
constantemente, como sucede en las psicosis alucinatorias y en las fantasías de
hambre, fenómenos que agotan su función psíquica en la conservación del objeto
deseado. Para alcanzar un aprovechamiento más adecuado de la energía psíquica
será necesario detener la regresión, de manera que no vaya más allá de la huella
mnémica y pueda buscar, partiendo de ella, otros caminos que la conduzcan al
establecimiento de la identidad deseada en el mundo exterior[524]. Esta coerción
y la derivación consiguiente de la excitación constituyen la labor de un segundo
sistema, que domina la motilidad voluntaria; esto es, un sistema en cuya función
se agrega ahora el empleo de la motilidad para fines antes recordados. Pero toda
la complicada actividad mental que se desarrolla desde la huella mnémica hasta
la creación de la identidad de percepción por el mundo exterior no representa
sino un rodeo que la experiencia ha demostrado necesario para llegar a la
realización de deseos[525]. El acto de pensar no es otra cosa que la sustitución del
deseo alucinatorio. Resulta, pues, perfectamente lógico que el sueño sea una
realización de deseos, dado que sólo un deseo puede incitar al trabajo a nuestro
aparato anímico. Realizando sus deseos por un breve camino regresivo, nos
conserva el sueño una muestra del funcionamiento primario del aparato
psíquico, funcionamiento abandonado luego por inadecuado fin. Aquello que
dominaba en la vigilia, cuando la vida psíquica era aún muy joven y poco
trabajadora, aparece ahora confinado en la vida nocturna, del mismo modo que
las armas primitivas de la Humanidad, el arco y la flecha, han pasado a ser
juguetes de los niños. El soñar es una parte de la vida anímica infantil superada.
En las psicosis se imponen de nuevo estos funcionamientos del aparato psíquico,
reprimidos durante la vigilia, y muestran su incapacidad para la satisfacción de
nuestras necesidades relacionadas con el mundo exterior[526].
Los impulsos optativos inconscientes tienden también a imponerse durante el
día, y tanto la transferencia como las psicosis nos muestran que dichos impulsos
quisieran llegar a la conciencia y al dominio de la motilidad siguiendo los
caminos que atraviesan el sistema de lo preconsciente. En la censura entre Inc. y
Prec., censura cuya existencia nos ha sido revelada por el estudio del sueño,
tenemos que reconocer, por tanto, la instancia que vela por nuestra salud mental.
¿No constituirá entonces una imprudencia de este vigilante el hecho de disminuir
por la noche su actividad, dejando alcanzar una expresión a los impulsos
reprimidos del Inc. y haciendo posible de nuevo la regresión alucinatoria? No lo
creo, pues cuando este guardián crítico se entrega al reposo —y tenemos además
la prueba de que su sueño no es nunca muy profundo— cierra la puerta que
conduce a la motilidad. Cualesquiera que sean los impulsos del Inc., coartados
en otra ocasión, que surjan ahora a escena, podemos permitirles esa libertad,
pues siéndoles imposible poner en movimiento el aparato motor, único que
podría influir de una manera modificadora sobre el mundo exterior, resultarán
completamente inofensivos. El estado de reposo garantiza la seguridad de la
fortaleza, cuya vigilancia ha descuidado la censura. El peligro es mayor cuando
el desplazamiento de energías no es provocado por el relajamiento nocturno de
la censura crítica, sino por una debilitación patológica de la misma o por un
robustecimiento patológico de las excitaciones inconscientes, y tiene efecto
hallándose cargado lo inconsciente y abiertas las puertas de la motilidad. En este
caso queda derrotado el guardián; las excitaciones inconscientes logran subyugar
a lo preconsciente y dominan desde allí nuestras palabras y nuestros actos o
conquistan la regresión alucinatoria y dirigen el aparato psíquico, no destinado a
ellas, por medio de la atracción que las percepciones ejercen sobre la
distribución de nuestra energía psíquica. Este estado es el que conocemos con el
nombre de psicosis.
Nos encontramos ahora en buen camino para continuar edificando la
armazón psicológica que abandonamos después de incluir en ella los dos
sistemas Inc. y Prec. Pero tenemos todavía motivos suficientes para proseguir el
estudio del deseo como única fuerza impulsora del sueño. Hemos hallado la
explicación de que el sueño es siempre una realización de deseos, por ser una
función del sistema Inc., el cual no tiene otro fin que la realización de deseos y
no dispone de fuerzas distintas de los impulsos optativos. Si queremos conservar
aún por algunos momentos nuestro derecho a emprender tan amplias
especulaciones psicológicas partiendo de la interpretación de los sueños,
estaremos obligados a demostrar que tales especulaciones nos permiten llegar a
incluir el fenómeno onírico en una totalidad susceptible de entrañar otros
productos psíquicos. Si es cierto que existe un sistema inconsciente, no puede ser
el sueño su única manifestación. Todo sueño es, desde luego, una realización de
deseos; pero tiene que haber también otras formas de realizaciones anormales de
deseos distintas del sueño. Así es, en efecto, pues la teoría de todos los síntomas
psiconeuróticos culmina en el principio de que también estos productos tienen
que ser considerados como realizaciones de deseos de lo inconsciente[527].
Nuestros esclarecimientos hacen del sueño el primer miembro de una serie
importantísima para el psiquiatra, pues su comprensión significa la solución de
la parte puramente psicológica de la labor psiquiátrica[528] 387 388. De otros
miembros de esta serie de realizaciones de deseos (por ejemplo, de los síntomas
histéricos) conocemos un carácter esencial que aún echamos de menos en los
sueños. Por las investigaciones a las que tantas veces he aludido en este estudio,
he averiguado que para la formación de un síntoma histérico tienen que
colaborar las dos corrientes de nuestra vida anímica. El síntoma no es
simplemente la expresión de un deseo inconsciente realizado, pues para su
formación tiene que concurrir además un deseo preconsciente que halle también
en él su realización, resultando así doblemente determinado por lo menos, o sea
una vez por cada uno de los sistemas en conflicto. Como en el sueño, queda aquí
ilimitado el número de superdeterminaciones. La determinación que no procede
de lo inconsciente es, a mi juicio, siempre un proceso de reacción contra el deseo
inconsciente; por ejemplo, un autocastigo. Puedo, por tanto, afirmar, en general,
que el síntoma histérico no nace sino cuando dos realizaciones de deseos,
contrarias y procedentes cada una de un sistema psíquico distinto, pueden
coincidir en una expresión. (Cf. mis últimas explicaciones del nacimiento de
síntomas histéricos en el estudio Fantasías histéricas y su relación con la
bisexualidad, publicado en la segunda serie de la Colección de ensayos sobre
una teoría de las neurosis, 1909.)[529] La exposición de ejemplos nos sería poco
útil en esta materia, pues sólo el completo esclarecimiento de su complicación es
susceptible de llevarnos a un convencimiento de la exactitud de lo afirmado. Me
limitaré, pues, a dejar consignado lo que antecede, y simplemente a título de
ilustración, mas no porque pueda poseer fuerza probatoria alguna, expondré un
ejemplo de síntoma histérico. En una paciente demostraron ser los vómitos
histéricos la realización de una fantasía inconsciente de sus años de pubertad,
esto es, la del deseo de hallarse continuamente embarazada, tener muchísimos
hijos y tenerlos del mayor número posible de hombres.
Contra este deseo se elevó naturalmente un poderoso impulso defensivo.
Pero dado que los continuos vómitos habían de desmejorar a la paciente,
haciéndole perder su belleza, de manera que no pudiera inspirar a los hombres
ningún deseo, resultaba que también el proceso mental punitivo hallaba su
realización en el síntoma. Aprobado así por ambos lados, podía éste pasar a la
realidad. Esta forma de realizar un deseo nos recuerda la empleada por la reina
de los parthos con el triunviro Craso. Suponiendo que era el ansia de riquezas lo
que le había llevado a declararle la guerra, hizo verter oro fundido en la boca del
cadáver de su enemigo, diciéndole: «Toma; aquí tienes lo que deseabas».
Del sueño no sabemos hasta ahora sino que expresa una realización de
deseos de lo inconsciente, y parece que el sistema dominante preconsciente
permite dicha realización después de imponerle determinadas deformaciones. No
nos es posible realmente demostrar, en general, la existencia de pensamientos
contrarios al deseo del sueño y que se realizaran también en este último. Sólo en
algunos casos nos han revelado los análisis indicios de creaciones reactivas; por
ejemplo, mi cariño hacia R, en el sueño de mi tío. Pero esta agregación
preconsciente que aquí echamos de menos se nos muestra en un lugar distinto. El
sueño puede dar expresión a un deseo de lo inconsciente después de haberle
impuesto toda clase de deformaciones, mientras el sistema dominante se ha
entregado al deseo de reposar y lo realiza por la creación de las modificaciones
que le es posible introducir en la carga del aparato psíquico, manteniéndolo
realizado a través de toda la duración del reposo[530].
Este deseo de dormir, mantenido por lo preconsciente, ejerce, en general, un
efecto favorable a la formación del sueño. Recordemos el sueño del padre al que
el resplandor que llega desde la habitación vecina induce a la conclusión de que
el cadáver puede estarse quemando. Una de las fuerzas psíquicas que provocan
la deducción de esta conclusión, en lugar del despertar del sujeto, es el deseo de
prolongar por un momento la vida del niño resucitado en el sueño. No habiendo
podido realizar el análisis de este caso, se nos escapan probablemente otros
deseos inconscientes en él contenidos. Como su segunda fuerza impulsora
podemos considerar la necesidad de reposo del padre. El sueño prolonga al
mismo tiempo la vida del niño y el reposo del sujeto. El deseo de continuar
durmiendo presta su ayuda en todos los sueños al deseo inconsciente. En páginas
anteriores hemos hablado de sueños que se manifiestan francamente como
sueños de comodidad. En realidad, todos los sueños pueden recibir
justificadamente este nombre. En los sueños que elaboran el estímulo exterior
hasta hacerlo compatible con la continuación del reposo es en los que resulta
más fácilmente reconocible la actuación del deseo de continuar durmiendo. Pero
este deseo tiene que intervenir también en la formación de todos los demás
sueños, los cuales sólo desde el interior pueden perturbar el reposo. Cuando el
sueño resulta demasiado perturbador advierte el Prec. a la conciencia: «Déjalo y
sigue durmiendo. No es más que un sueño». Esta advertencia describe la
conducta general de nuestra actividad anímica dominante con respecto al sueño.
Concluiremos, pues, que durante todo el estado de reposo sabemos tan
seguramente que soñamos como que dormimos. No debemos conceder
importancia ninguna a la objeción de que nuestra conciencia no llega nunca a la
percepción de uno de estos conocimientos y a la del otro únicamente en
ocasiones determinadas, cuando la censura se siente sorprendida. En cambio,
hay personas que se dan perfecta cuenta de que duermen y sueñan, poseyendo,
por tanto, una capacidad consciente de dirigir la vida onírica. Cuando uno de
estos sujetos no se halla conforme con el giro que toma un sueño, lo interrumpe
sin despertar y lo comienza de nuevo para continuarlo en una distinta forma.
Otras veces, cuando el sueño le ha colocado en una situación sexualmente
excitante, piensa sin despertar: «No quiero seguir soñando esto para acabar con
una polución; prefiero reservar mis fuerzas para una situación real».
El marqués D’Hervey (Vaschidel, pág. 139) afirmaba haber logrado llegar a
tal dominio sobre sus sueños, que le era posible acelerar a voluntad su curso y
darles la dirección que mejor le parecía. El deseo de dormir dejaba lugar aquí a
otro deseo preconsciente, esto es, el de observar los propios sueños y divertirse
con ellos. El reposo es tan compatible con tal propósito optativo como con el
establecimiento de una determinada condición de despertar (recuérdese el reposo
de las nodrizas). Sabido es también que el interés hacia los sueños eleva
considerablemente en todos los hombres el número de los recordados al
despertar.
Ferenczi(1911), durante una discusión de otros aspectos acerca de la
dirección de los sueños, observaba: «Los sueños elaboran los pensamientos que
ocupan en ese momento la mente desde todos los ángulos, dejaran caer una
imagen onírica si ella amenaza el éxito de una realización de deseos y
experimentarán con una nueva solución, hasta finalmente tener éxito en construir
una realización de deseos que satisfaga ambas entidades mentales en forma de
un compromiso». (Adición de 1914.)

D) La interrupción del reposo por el sueño. La función del sueño.


El sueño de angustia.

Desde que sabemos que lo preconsciente abriga durante la noche el deseo de


dormir, vemos más claramente el proceso del sueño y podemos perseguir mejor
su desarrollo. Pero antes de continuar esta labor queremos resumir los
conocimientos adquiridos hasta ahora. Hemos visto que de la actividad del
pensamiento durante la vigilia pueden perdurar restos diurnos, a los que no se
pudo despojar por completo de su carga de energía psíquica. Dicha actividad
puede también haber despertado un deseo inconsciente. Por último, pueden
coincidir ambas circunstancias. Ya en el curso del día o luego, durante el estado
de reposo, se abre camino el deseo inconsciente hasta los restos diurnos y
efectúa su transferencia a ellos. Surge entonces un deseo transferido al material
reciente o queda reanimado el deseo reprimido reciente por un refuerzo emanado
de lo inconsciente. Este deseo quisiera ahora llegar a la conciencia por el camino
normal de los procesos normales a través del Prec., al que pertenece por uno de
sus componentes; pero tropieza con la censura aún vigilante y tiene que
someterse a su influencia. Tal encuentro le impone una deformación iniciada ya
en su transferencia a lo reciente. Hasta ahora no se halla sino en camino de venir
algo análogo a una representación obsesiva o una idea delirante, esto es, una idea
reforzada por transferencia y deformada en su expresión por la censura. Pero el
estado de reposo de lo preconsciente no le permite continuar avanzando. Hemos
de suponer que el sistema se ha protegido contra su penetración, disminuyendo
sus excitaciones. El proceso onírico toma entonces el camino de la regresión,
camino que el estado de reposo deja abierto, y sigue al hacerlo la atracción que
sobre él ejercen grupos de recuerdos, dados en parte como cargas visuales y no
como traducción a la terminología de los sistemas más tardíos. Por el camino de
la regresión conquista la representabilidad. Más adelante trataremos de la
comprensión. Ha dejado ya atrás la segunda parte de su curso, que presenta
numerosos cambios de dirección. La primera parte del mismo se desarrolló
progresivamente desde las escenas de fantasías inconscientes hasta lo
preconsciente, y la segunda tiende desde la frontera de la censura a las
percepciones. Pero al convertirse en un contenido de representaciones, consigue
el sueño eludir el obstáculo que la censura y el estado de reposo le oponían en lo
preconsciente y logra atraer sobre sí la atención y ser advertido por la
conciencia. La conciencia, que es como un órgano sensorial destinado a la
percepción de cualidades psíquicas, es excitable durante la vida despierta desde
dos puntos diferentes. En primer lugar, desde la periferia de todo el aparato,
especialmente desde el sistema de la percepción, y además por las excitaciones
placientes y displacientes que emergen como única cualidad psíquica en las
transformaciones de energía desarrolladas en el interior del aparato. Los
procesos de los sistemas ψ y también los del Prec. carecen de toda cualidad
psíquica y no son, por tanto, objeto de la conciencia, puesto que no desarrollan
placer ni displacer ninguno que puedan constituir objeto de percepción.
Habremos de decidirnos a suponer que estos desarrollos de placer y displacer
regulan automáticamente el curso de los procesos de carga. Pero después hubo
necesidad de hacer que el curso de las representaciones resultara más
independiente de los signos de displacer para permitir funciones más sutiles. Con
este fin precisaba el sistema Prec. de cualidades propias que pudieran atraer a la
conciencia, y las recibió muy verosímilmente por el enlace de los procesos
preconscientes con el sistema mnémico, no desprovisto de cualidad, de los
signos del idioma. Las cualidades de este sistema convierten a la conciencia, que
antes no era sino un órgano sensorial para las percepciones, en órgano sensorial
para una parte de nuestros procesos mentales. Comprobarnos ahora la existencia
de dos superficies sensoriales, orientada una hacia la percepción y la otra hacia
los procesos mentales conscientes.
Hemos de admirar que la superficie sensorial de la conciencia vuelta hacia el
Prec. queda más insensibilizada por el estado de reposo que la dirigida hacia los
sistemas P. La cesación del interés hacia los procesos mentales nocturnos es
también adecuada al fin. El pensamiento debe mantenerse libre de todo estímulo,
pues el Prec. demanda el reposo. Una vez que el sueño se ha convertido en
percepción, le es posible excitar la conciencia con las cualidades conquistadas.
Esta excitación sensorial produce aquello en lo que consiste su función, haciendo
recaer sobre el estímulo, a título de atención, una parte de la carga de energía
disponible en el Prec. De este modo tenemos que conceder que el sueño produce
siempre en cierto sentido un despertar, puesto que convierte en actividad una
parte de la energía que reposa en el Prec. y recibe entonces de ella aquella
elaboración secundaria que tiende a hacerlo coherente y comprensible. Quiere
esto decir que el sueño es tratado por dicha actividad como otro cualquier
contenido de percepciones, siendo sometido a las mismas representaciones de
espera, en cuanto su material lo permite. La dirección del curso de esta tercera
parte del proceso del sueño es nuevamente progresiva.
Para evitar equivocaciones añadiremos aquí unas palabras sobre las
cualidades temporales de estos procesos oníricos. Una hipótesis muy atractiva de
Goblot, sugerida claramente por el enigma del célebre sueño de Maury, intenta
demostrar que el sueño no ocupa más tiempo que el que transcurre en el período
de transición entre el reposo y el despertar. El despertar necesita tiempo, y
durante este intervalo es cuando se desarrolla el sueño. Creemos que la última
imagen del sueño era tan intensa que provocó el despertar; pero en realidad
debía precisamente su intensidad a la proximidad del mismo. Un rêve c’est un
réveil qui commence.
Ya acentuó Dugas que Goblot había tenido que prescindir de un gran número
de hechos para generalizar su tesis. Hay también sueños que no terminan con el
despertar; por ejemplo, algunos en los que soñamos que soñamos. Nuestro
conocimiento de la elaboración onírica nos hace imposible admitir que no se
extienda sino al período del despertar. Por el contrario, es mucho más verosímil
que la primera parte de la elaboración onírica comience ya durante el día y bajo
el dominio de lo preconsciente. Su segunda parte, la transformación por la
censura, la atracción por las escenas inconscientes y el acceso a la percepción, se
extiende probablemente a través de toda la noche, circunstancia que justifica
nuestra frecuente sensación de que hemos soñado durante toda la noche, aunque
no sabemos qué. No creo que sea necesario admitir que los procesos oníricos
observan realmente, hasta llegar a la conciencia, la sucesión temporal que hemos
descrito, o sea la siguiente: primero existiría el deseo onírico transferido; luego
tendría efecto la deformación por la censura; a continuación se efectuaría el
cambio regresivo de dirección, etc. Para nuestra descripción resultaba obligado
establecer tal orden sucesivo; pero en realidad se trata probablemente más bien
de un simultáneo ensayo de varios caminos, esto es, de un ir y venir de la
excitación hasta que una de las agrupaciones queda mantenida por resultar la
más adecuada distribución. Conforme a una determinada experiencia personal,
me inclinaría a creer que la elaboración onírica necesita muchas veces más de un
día y una noche para producir su resultado, caso en el que no tendremos ya por
qué asombrarnos del arte que demuestra en la construcción del sueño. El cuidado
de la comprensibilidad como proceso de percepción no puede, a mi juicio, ser
llevado a efecto antes de atraer el sueño la atención de la conciencia. Desde este
punto experimenta el proceso un aceleramiento, dado que el sueño recibe ya el
mismo trato que cualquier otra percepción. Resulta, pues, algo semejante a una
fiesta de fuegos de artificio, preparados durante muchas horas y consumidos
luego en pocos minutos.
La elaboración da al proceso onírico intensidad bastante para atraer sobre sí
la conciencia y despertar lo preconsciente independientemente del tiempo y de la
profundidad del reposo, o, por el contrario, no consigue procurarle intensidad
bastante, y entonces permanece preparado hasta que inmediatamente antes de
despertar sale a su encuentro la atención, ya más movible. La mayoría de los
sueños parecen laborar con intensidades psíquicas pequeñas, pues esperan el
momento del despertar. Esto nos explica que siempre percibamos algo soñado
cuando nos despiertan repentinamente de un profundo reposo. Nuestra primera
mirada encuentra aquí, en el despertar espontáneo, el contenido de percepciones
creado por la elaboración onírica y luego la primera impresión del exterior.
Los sueños que resultan susceptibles de despertarnos en medio del más
profundo reposo nos inspiran un mayor interés teórico. Hemos de pensar en la
general adecuación al fin y preguntarnos por qué el sueño, o sea el deseo
inconsciente, no es despojado del poder de perturbar el reposo, esto es, la
realización del deseo preconsciente. Quizá dependa esto de relaciones de energía
que nos son desconocidas. Si las descubriéramos, encontraríamos probablemente
que la aceptación del sueño y del gasto de cierta energía destacada supone para
él un ahorro de energía aplicable al caso de que lo inconsciente no pudiera ser
mantenido dentro de los límites debidos como durante el día. Aun cuando lo
interrumpa varias veces en la misma noche, permanece el sueño enlazado al
reposo; despertamos por un momento y volvemos a dormirnos en seguida. Es
como cuando despertamos en el acto de espantar una mosca que nos molestaba.
Al volver a dormirnos hemos suprimido la perturbación. La realización del deseo
de dormir es compatible con cierto gasto de atención orientado en determinado
sentido. Recuérdense los ejemplos de la nodriza que despierta al menor
movimiento del niño, y el del molinero, que despierta en cuanto el molino deja
de funcionar.
Expondremos aquí una objeción basada en un mejor conocimiento de los
procesos inconscientes. Hemos dicho que los deseos inconscientes se hallaban
siempre en actividad, pero que, a pesar de ello, no poseían durante el día energía
suficiente para hacerse notar. Mas cuando surge el estado de reposo y el deseo
inconsciente muestra la energía suficiente para formar un sueño y despertar con
él a lo preconsciente, es extraño que esta energía desaparezca después de haber
llevado el sueño al conocimiento. ¿No sería más bien posible que el sueño se
renovase continuamente, del mismo modo que la mosca suele tornar una y otra
vez a molestarnos después que la hemos espantado? ¿Con qué derecho hemos
afirmado que el sueño suprime la perturbación del reposo? Es perfectamente
exacto que los deseos inconscientes permanecen siempre en actividad.
Representan caminos siempre transitables en cuanto quiere servirse de ellos un
quantum de excitación. La indestructibilidad constituye una de las singulares
peculiaridades de los procesos de este género. Nada hay que pueda ser llevado a
término en lo inconsciente, donde no hay tampoco nada pasado ni olvidado. El
estudio de las neurosis, especialmente de la histeria, nos da esta impresión con
gran intensidad. El camino mental inconsciente, cuya descarga produce el
ataque, se hace en seguida nuevamente transitable en cuanto se ha acumulado
suficiente energía. La impresión experimentada hace treinta años los convierte
en un instante, una vez que ha conseguido acceso a las fuentes afectivas
inconscientes. Cuantas veces es evocado su recuerdo resucita y se muestra
cargada de excitación, la cual se crea una derivación motora en un ataque.
Precisamente es éste el punto en el que la psicoterapia inicia su actuación. La
labor que encuentra ante sí es la de crear un exutorio y un olvido para los
procesos inconscientes. Aquello que nos inclinamos a considerar perfectamente
natural y como una influencia primaria del tiempo sobre los restos mnémicos
anímicos, esto es, la supresión del recuerdo y la debilidad afectiva de las
impresiones no recientes, constituye en realidad transformaciones secundarias
establecidas con un penoso esfuerzo. Esta labor es dirigida por lo preconsciente,
y la psicoterapia no tiene otro camino que el de someter al Inc. al dominio del
Prec.
El proceso de excitación inconsciente puede tener dos destinos. Puede
permanecer entregado a sí mismo, y entonces logra emerger en cualquier punto y
procura a su excitación una derivación a la motilidad, y puede quedar sometido a
la influencia de lo preconsciente, quedando entonces ligada su excitación, en
lugar de ser derivada. Esto último es lo que sucede en el proceso del sueño. La
carga que desde lo preconsciente sale al encuentro del sueño convertido en
percepción, carga que ha sido guiada por la excitación de la conciencia, liga la
excitación inconsciente del sueño y lo hace inofensivo. Cuando el soñador
despierta por un momento ha espantado realmente la mosca que perturbaba su
reposo. Podemos ahora sospechar que sería realmente mucho más sencillo y
adecuado al fin aceptar el deseo inconsciente y abrirle el camino de la regresión,
para que formara un sueño, y entonces ligar y suprimir este sueño por medio de
un pequeño gasto del trabajo preconsciente, en vez de mantener a raya a lo
inconsciente durante todo el tiempo del reposo. Era de esperar que el sueño, aun
no siendo primitivamente un proceso adecuado, se hubiera apoderado de una
función en el juego de fuerza de la vida anímica. Vemos en seguida cuál es esta
función. Ha tomado a su cargo la labor de someter nuevamente al dominio de lo
preconsciente la excitación del Inc., que ha quedado libre, y al hacerlo así deriva
la excitación del Inc., sirviéndole de válvula, y garantiza al mismo tiempo el
reposo de lo preconsciente mediante un pequeño gasto de actividad despierta.
Constituye, pues, una transacción, como todos los demás productos psíquicos de
su serie; transacción que se halla simultáneamente al servicio de los dos
sistemas, realizando al mismo tiempo ambos deseos en cuanto los mismos se
muestran compatibles. Por tanto, habremos de reconocer que la teoría de Robert
es exacta en lo que se refiere a la determinación de la función del sueño. En
cambio, no estamos conformes con este autor en lo relativo a los antecedentes
del proceso onírico y a la estimación del mismo como producto psíquico[531].
La restricción antes expresada y relativa a la compatibilidad de ambos
deseos alude a aquellos casos en los que la función del sueño fracasa en
absoluto. El proceso del sueño es aceptado al principio como realización de
deseos de lo inconsciente. Cuando esta realización conmueve intensamente lo
preconsciente, amenazando con interrumpir su reposo, es que el sueño ha roto la
transacción y no cumple ya la segunda parte de su función. En este caso es
interrumpido en el acto y sustituido por el despertar. En realidad, tampoco
podemos culpar aquí al sueño de perturbar el reposo. No es éste el único caso en
el que funciones adecuadas se convierten en inadecuadas y perturbadoras, en
cuanto aparecen modificadas las condiciones de su nacimiento, y en estas
circunstancias sirve por lo menos la perturbación para revelar el nuevo fin y la
transformación acaecida, despertando los medios reguladores del organismo. Me
refiero, naturalmente, al sueño de angustia, y para no dar a entender que eludo su
testimonio, contrario a la teoría de la realización de deseos, voy a aproximarme
por lo menos a su esclarecimiento con algunas indicaciones.
El hecho de que un proceso psíquico que desarrolla angustia pueda ser, sin
embargo, una realización de deseos no contiene ya para nosotros contradicción
ninguna. Nos explicamos este fenómeno diciendo que el deseo pertenece a uno
de los sistemas, el Inc., y que el otro, el Prec., lo ha rechazado y reprimido[532].
El sometimiento del Inc. por el Prec. no llega a ser total ni aun en perfectos
estados de salud psíquica. La medida de este sometimiento nos revela el grado
de nuestra normalidad psíquica. La aparición de síntomas neuróticos constituye
una indicación de que ambos sistemas se hallan en conflicto, pues dichos
síntomas constituyen la transacción que de momento lo resuelve. Por una parte,
dan al Inc. un medio de descargar su excitación, sirviéndola de compuerta, y por
otra, proporcionan al Prec. la posibilidad de dominar, en cierto modo, al Inc.
Creemos que será muy instructivo exponer aquí algunos caracteres de las fobias
histéricas; por ejemplo, de una agorafobia. El enfermo es incapaz de andar sólo
por las calles, incapacidad que consideramos, naturalmente, como un síntoma.
Podemos suprimir este síntoma obligando al sujeto a realizar aquel mismo acto
del que se cree incapaz; pero entonces se presentará un ataque de angustia, del
mismo modo que es con frecuencia un ataque de angustia padecido en la calle lo
que motiva la aparición de la agorafobia. Asignamos así que el síntoma ha sido
creado precisamente para evitar el desarrollo de angustia.
No podemos continuar estas especulaciones sin entrar en el examen del papel
que los afectos desempeñan en estos procesos, cosa que no nos es
completamente posible por ahora. Me limitaré, pues, a sentar el principio de que
la represión del Inc. es necesaria, ante todo, porque el curso de representaciones
abandonado a sí mismo en el Inc. desarrollaría un afecto que tuvo
originariamente un carácter placiente, pero que desde el proceso de la represión
muestra el carácter opuesto. La represión tiene por objeto suprimir este
desarrollo de displacer y recae sobre el contenido de representaciones del Inc.,
porque dicho contenido de representaciones podía provocar el desarrollo del
displacer. Una hipótesis precisamente determinada sobre la naturaleza del
desarrollo de los afectos constituye la base de esta consecuencia. La represión es
considerada como una función motora o secretoria cuya intervención depende de
las representaciones del Inc. El dominio ejercido por el Prec. coarta el desarrollo
de afecto que estas representaciones podían provocar. El peligro que surge
cuando el Prec. queda despojado de su carga psíquica consiste, pues, en que las
excitaciones inconscientes desarrollan un afecto que, a causa de la represión
anterior, no puede ser experimentado sino como displacer o angustia.
Este peligro es desencadenado por la tolerancia del proceso onírico. Sus
condiciones previas son las de que haya tenido afectos una represión y que los
impulsos optativos reprimidos sean suficientemente intensos. Se hallan, pues,
fuera de los límites psicológicos de la formación de los sueños. Si nuestro tema
no sé enlazara por este factor de la liberación de lo inconsciente durante el
reposo con el teína del desarrollo de angustia, podríamos ahorrarnos aquí el
examen del sueño de angustia con todas sus dificultades y oscuridades.
La teoría del sueño de angustia pertenece, como ya hemos indicado
repetidamente, a la psicología de las neurosis. Nos atreveríamos incluso a
afirmar que el problema de la angustia en el sueño se refiere exclusivamente a la
angustia y no al sueño. Una vez indicado su punto de contacto con el tema de los
procesos oníricos, nada podemos decir sobre ella. Lo único que haremos será
comprobar también en este sector nuestra afirmación de que la angustia procede
de fuentes sexuales analizando los sueños de este género para descubrir en sus
ideas latentes el material sexual.
Razones de gran peso me impiden reproducir aquí los ejemplos que han
puesto a mi disposición mis pacientes neuróticos y me impulsan a elegir sueños
de angustia soñados por personas jóvenes.
Por mi parte, hace mucho tiempo que no he tenido ningún verdadero sueño
de angustia. Pero recuerdo uno que soñé a los siete u ocho años y que sometí al
análisis cerca de treinta años después. En él vi que mi madre era traída a casa y
llevada a su cuarto por dos o tres personas con picos de pájaro, que luego la
tendían en el lecho. Su rostro mostraba una serena expresión, como si se hallase
dormida. Desperté llorando y gritando e hice despertar a mis padres. Las largas
figuras con picos de pájaro y envueltas en singulares túnicas eran una
reminiscencia de una ilustración de la Biblia de Philippson y creo que
correspondían a un relieve egipcio que mostraba varios dioses con cabezas de
águila. El análisis hace surgir el recuerdo de un muchacho muy mal educado que
jugaba con nosotros en la pradera próxima a la casa y cuyo nombre era Felipe.
Me parece como si hubiera sido a este muchacho al que hubiese oído por vez
primera la palabra vulgar con la que se designa el comercio sexual y que los
hombres cultos han sustituido por una palabra latina (coitieren). Dicha palabra
vulgar (en alemán muy parecida a la palabra «pájaro») queda representada
claramente en el sueño por la elección de los personajes con cabezas de ave. Sin
duda adiviné la significación sexual de aquel término por la expresión con que lo
pronunció mi ineducado maestro. La expresión que la fisonomía de mi madre
mostraba en el sueño correspondía a la de mi abuelo cuando le vi, pocos días
antes de morir, sumido en estado comatoso. La elaboración secundaria debió de
interpretar este sueño en el sentido de la muerte de mi madre, circunstancia con
la que se armoniza también la elección de las figuras egipcias correspondientes a
una estela funeraria. Lleno de angustia desperté y no paré de llorar hasta
despertar a mis padres. Recuerdo que me tranquilicé de repente en cuanto vi a mi
madre, como si hubiera necesitado convencerme de que no había muerto. Pero
esta interpretación secundaria del sueño tuvo efecto bajo la influencia de la
angustia desarrollada. No es que me angustiara por haber soñado que mi madre
moría, sino que interpreté el sueño de este modo en la elaboración secundaria
porque me hallaba ya bajo el dominio de la angustia. Por último, puede referirse
esta angustia a un placer sexual oscuramente adivinado que encontró una
excelente expresión en el contenido visual del sueño.
Un hombre de veintisiete años, gravemente enfermo desde un año atrás,
tuvo, entre los once y los trece años, repetidamente y con intenso desarrollo de
angustia, el siguiente sueño: Un hombre le persigue con un hacha. Quiere correr,
pero se halla como paralizado y no puede moverse. Es éste un buen ejemplo de
sueño de angustia muy corriente y desprovisto de toda apariencia sexual. En el
análisis recuerda el sujeto que su tío fue atacado una vez en la calle por un
individuo sospechoso y deduce de esta ocurrencia que en los días inmediatos al
sueño debió de oír relatar un suceso parecido. Con respecto al hacha, recuerda
que por aquella época se hirió una vez con un instrumento semejante en ocasión
de hallarse partiendo madera. A continuación pasa sin transición alguna a sus
relaciones con su hermano menor, al que solía maltratar y despreciar, y recuerda
especialmente una vez que le tiró una bota a la cabeza, haciéndole sangre. En
esta ocasión dijo su madre: «Me da miedo de que en una de éstas le mates».
Luego surge repentinamente en él un recuerdo de sus nueve años. Sus padres
habían llegado tarde a casa y, fingiéndose dormido, pudo observar una escena
sexual entre los mismos. Sus pensamientos siguientes muestran que había
establecido una analogía entre estas relaciones de sus padres y su relación
violenta con su hermano menor, subordinando la escena nocturna al concepto de
violencia y riña, y llegando de este modo, como es muy frecuente en los niños, a
una concepción sádica del acto del coito. Esta concepción quedó reforzada un
día en que advirtió manchas de sangre en la cama de su madre.
El hecho de que el comercio sexual de los adultos es considerado por los
niños como algo violento y despierta angustia en ellos, puede ser comprobado
cotidianamente. Para esta angustia hemos hallado la explicación de que se trata
de una excitación sexual no dominada por su comprensión y que es rechazada,
además, por referirse a los padres, transformándose así en angustia. En un
período aún más temprano de la vida, el impulso sexual relativo a la madre o al
padre, según el sexo del sujeto, no tropieza todavía con la represión y se
manifiesta libremente, como ya lo hemos indicado en otro lugar.
Esta misma explicación puede aplicarse a los ataques nocturnos de angustia
con alucinaciones, tan frecuentes en los niños (pavor nocturnas). En ellos no
puede tratarse sino de impulsos sexuales incomprendidos y rechazados, cuya
aparición habría de demostrar probablemente una periodicidad temporal, dado
que la libido sexual puede quedar incrementada, tanto por las impresiones
excitantes casuales como por los progresos sucesivos del desarrollo.
No poseo el necesario material de observaciones para llevar a cabo esta
explicación[533]. En cambio, parecen ignorar los pediatras el único punto de vista
que permite la comprensión de toda esta serie de fenómenos, tanto somáticos
como psíquicos. Citaré un cómico ejemplo de cómo puede pasarse junto a estos
fenómenos sin comprenderlos, cegado por la venda de la mitología médica,
ejemplo que he hallado en la tesis de Debacker acerca del pavor nocturnus
(1881, página 66).
Un muchacho de trece años y salud débil comenzó a dar claras muestras de
angustia padeciendo de insomnios y sufriendo, una vez por semana, un grave
ataque de angustia con alucinaciones. El recuerdo de estos sueños era siempre
muy preciso. Podía, pues, relatar que el diablo le gritaba: «¡Ya eres nuestro; ya te
hemos cogido!», y que después advertía un olor a pez y azufre y se sentía arder.
Este sueño le hacía siempre despertar angustiado, hasta el punto de que le era
imposible pronunciar palabra. Luego, cuando recobraba la voz, se le oía decir
claramente: «No, no; a mí, no; yo no he hecho nada»; o «No, no lo haré más».
Otras veces decía también: «Alberto no ha hecho eso». En días ulteriores se negó
a desnudarse, alegando que el fuego no llegaba hasta él sino cuando estaba
desnudo. Estos sueños pusieron en peligro su salud y tuvo que ser enviado al
campo, donde se repuso en año y medio. Años después, cuando ya había
cumplido los quince, confesó: Je n’osais pas l’avouer, mais j’éprouvais
continuellement des picotements et des surexcitations aux parties!
No es difícil, realmente, adivinar:
1.º Que el niño se masturbaba en sus primeros años, habiéndolo negado,
probablemente, y habiendo sido amenazado si continuaba entregándose a tal
vicio (su confesión: «No lo haré más», y su negativa: «Alberto no ha hecho
eso»).
2.º Que bajo la presión de la pubertad surgió de nuevo la tentación de
masturbarse, manifestada en el cosquilleo que experimentaba en los genitales.
3.º Que entonces se desarrolló en él un combate de carácter represivo, que
reprimió la libido y lo transformó en angustia, la cual hizo renacer los castigos
con que en años anteriores se le había amenazado.
Veamos, en cambio, lo que nuestro autor deduce en su tesis. De esta
observación se deduce lo siguiente:
1.º La influencia de la pubertad en un niño de salud débil produce un estado
de gran debilidad, que puede llegar hasta una anemia cerebral muy considerable.
2.° Esta anemia cerebral crea una modificación del carácter, alucinaciones
demonomaníacas y estados de angustia nocturnos, y quizá diurnos, muy
violentos.
3.º La demonomanía y los autorreproches del niño dependen de las
influencias de la educación religiosa que ha recibido.
4.º Todos los fenómenos han desaparecido después de una larga estancia en
el campo, durante la cual actuaron favorablemente el ejercicio físico y el retorno
de las fuerzas a la terminación de la pubertad.
5.º Quizá debamos atribuir a la herencia y a un padecimiento sifilítico del
padre una influencia que predispuso a la formación del citado estado mental del
niño.
Conclusión final: Nous avons fait entrer cette observation dans la cadre des
délires apyrétiques d’inanition, car c’est à l’ischémie cérébrale que nous
rattachons cet état particulier.

E) El proceso primario y el secundario. La represión.

Acometiendo la tarea de penetrar más profundamente en la psicología de los


procesos oníricos, he echado sobre mí una difícil labor, para la que no poseo
siquiera el suficiente arte expositivo. Resulta de una dificultad abrumadora
describir sucesivamente la simultaneidad de complicadísimos procesos. Pago de
este modo el no haber podido seguir en la exposición de la psicología de los
sueños el desarrollo histórico de mis conocimientos. Los antecedentes de mi
concepción de los sueños me fueron proporcionados por trabajos anteriores
sobre la psicología de la neurosis, trabajos a los que no puedo referirme aquí y a
los que, sin embargo, tengo que referirme de continuo, mientras me esfuerzo en
proceder en dirección inversa y alcanzar el contacto con la psicología de la
neurosis, partiendo del estudio de los sueños. Veo muy bien todas las dificultades
que esto plantea al lector, pero no encuentro medio alguno de evitarlas.
Mi descontento ante este estado de cosas me hace permanecer gustosamente
en la consideración de otro punto de vista que me parece recompensar mejor mis
esfuerzos. Me hallé ante un tema sobre el cual se mostraban los investigadores
en perfecto desacuerdo, como puede verse en el primer capítulo de esta obra.
Después de nuestro estudio de los problemas del sueño parecen haber quedado
conciliadas la mayoría de tales contradicciones. Sólo los de las opiniones
expuestas, o sea la de que el sueño es un proceso desprovisto de sentido y la que
le atribuye un carácter somático, han tropezado con nuestra absoluta negativa.
Fuera de esto hemos podido dar la razón a todas las demás teorías,
contradictorias entre sí, y hemos podido demostrar que en todas ellas había algo
de verdad. El descubrimiento de las ideas latentes ocultas ha confirmado, en
general, que el sueño continúa los estímulos e intereses de la vida despierta.
Estas ideas latentes no se ocupan sino de aquello que no parece importante y nos
interesa poderosamente. El sueño no se ocupa nunca de pequeñeces. Sin
embargo, recoge los restos indiferentes del día y no se puede apoderar de un gran
interés diurno sino después que él mismo se ha sustraído, en cierto modo, a la
actividad de la vigilia. Esta última circunstancia se nos demostró en el examen
del contenido manifiesto, el cual da a las ideas latentes una expresión modificada
por deformaciones. El proceso del sueño —dijimos— se apodera más
fácilmente, por razones referentes a la mecánica de las asociaciones, del material
de representaciones recientes o indiferentes, desatendido por la actividad
intelectual despierta; y por motivos dependientes de la censura transfiere la
intensidad psíquica de lo importante, pero censurable, a lo indiferente. La
hipermnesia del sueño y su dominio del material infantil han pasado a constituir
los dos principios fundamentales de nuestra teoría. En ésta hemos adscrito al
deseo procedente de lo infantil el papel de motor imprescindible de la formación
de los sueños. Naturalmente, no podíamos abrigar duda ninguna de la
importancia, experimentalmente demostrada, de los estímulos sensibles
exteriores durante el reposo; pero hemos relacionado este material con el deseo
del sueño, del mismo modo que los restos de ideas que perduran de la labor
diurna. No necesitábamos discutir que el sueño interpreta en la forma de una
ilusión el estímulo sensorial objetivo, pero hemos agregado el motivo de esta
interpretación, que los autores habían dejado indeterminado. Esta interpretación
se lleva a cabo, de modo que el objeto percibido quede hecho inofensivo para el
reposo y utilizable para la realización de deseos. El estado subjetivo de
excitación de los órganos sensoriales durante el reposo, estado demostrado por
las investigaciones de Trumbull Ladd, no nos parece constituir una fuente onírica
especial, pero lo hemos explicado por una resurrección regresiva de los
recuerdos que actúan detrás del sueño. También a las sensaciones orgánicas
interiores, que han sido tomadas muchas veces como punto fundamental de la
explicación de los sueños, les hemos reconocido en nuestra teoría cierta
importancia, aunque más modesta. Representan para nosotros un material
dispuesto en todo momento y del que la elaboración onírica se sirve siempre que
lo necesita para la expresión de las ideas latentes.
Con respecto a la percepción del sueño ya formado por la conciencia, nos
parece exacta la opinión de que el proceso onírico es rápido y momentáneo.
Asimismo nos parece posible un curso más lento y vacilante de los estadios
anteriores de dicho proceso. Al esclarecimiento del enigma de la acumulación de
un extenso contenido en brevísimos instantes hemos contribuido con la hipótesis
de que se trata de una inclusión de productos ya formados de la vida psíquica.
Aceptamos igualmente que el sueño es fragmentario y deformado por el
recuerdo, pero vimos que esta deformación no era sino el último estadio de los
que actúan desde el principio del proceso onírico. En la discusión sobre si la vida
anímica dormía durante la noche o disponía, como durante el día, de toda su
capacidad funcional, discusión tan empeñada y tan aparentemente poco
susceptible de reconciliación, hemos podido dar la razón a ambas partes, aunque
a ninguna por completo. En las ideas latentes encontramos la prueba de una
función intelectual altamente complicada y que labora con casi todos los medios
del aparato anímico, pero no pudimos negar que tales ideas latentes han nacido
durante el día. Asimismo hubimos de aceptar que existe un estado de reposo de
la vida anímica, y de este modo aceptamos también la teoría del reposo parcial,
aunque no vimos la característica del estado del reposo en la disgregación de las
conexiones anímicas, sino en el deseo de reposo del sistema psíquico, dominante
durante el día. La separación del mundo exterior conservó su significación para
nuestra teoría, pues contribuye, aunque no como factor único, a la regresión de la
representación onírica. Es indiscutible la renuncia a la dirección voluntaria del
curso de las representaciones; pero la vida psíquica no queda por ello desprovista
de todo fin, pues hemos visto que después de la supresión de las
representaciones finales voluntarias surgen otras involuntarias. La lejana
conexión de las asociaciones en el sueño ha sido reconocida también por
nosotros, e incluso le hemos dado mayor amplitud de la que se podía sospechar;
pero hemos encontrado, en cambio, que no es sino la sustitución forzada de otra
conexión correcta y plena de sentido. Reconocimos también la absurdidad del
sueño, pero vimos en numerosos ejemplos cuán grande es su prudencia al tomar
tal aspecto. De las funciones atribuidas al sueño no hemos contradicho ninguna.
El hecho de que el sueño constituye para el alma una especie de válvula de
seguridad y el de que convierte todo lo peligroso en inofensivo han sido
confirmados, ampliados y esclarecidos por nuestra teoría de la doble realización
de deseos. El «retorno al punto embrional de la vida anímica en el sueño» y la
fórmula de H. Ellis: «Un mundo arcaico de vastas emociones y pensamientos
imperfectos», constituyen felices anticipaciones de nuestra teoría de los
funcionamientos primitivos durante el día y libres durante la noche. Asimismo
podíamos hacer nuestra por completo la afirmación de Sully de que el sueño nos
presenta nuevamente nuestras personalidades anteriores sucesivamente
desarrolladas, nuestro antiguo modo de ver las cosas y aquellos impulsos y
formas de reacción que nos dominaron hace mucho tiempo. Como en la teoría de
Delage, también en la nuestra lo «reprimido» es la fuerza motora del sueño.
Hemos reconocido en su totalidad el papel que Schemer atribuye a la fantasía
onírica, así como las interpretaciones de este autor; pero hemos tenido que
señalarles un lugar distinto en el problema. Debemos a Schemer la indicación de
la fuente de las ideas latentes; pero casi todo lo que atribuye a la elaboración
onírica pertenece a la actividad de lo inconsciente durante el día, actividad de la
que parten los estímulos del sueño y de los síntomas neuróticos. Hemos tenido
que separar la elaboración onírica de esta actividad, considerándola como algo
totalmente distinto y mucho más determinado. Por último, no hemos negado la
relación del sueño con las perturbaciones psíquicas; lo único que hemos hecho
ha sido colocar a ambos fenómenos en un nuevo terreno más firme.
Hallamos, pues, que nuestra teoría entraña en sí, reuniéndolos y
concillándolos, los resultados más diversos de las investigaciones anteriores;
resultados que hemos agregado a nuestra construcción, dando a algunos una
forma distinta y no rechazando sino muy pocos. Pero también ésta nuestra
construcción se nos muestra incompleta. Aparte de las muchas oscuridades que
hemos atraído sobre ella, por nuestra incursión en las tinieblas de la Psicología,
parece entrañar una nueva contradicción. Por un lado, hemos hecho nacer a las
ideas latentes de una labor psíquica totalmente normal, y por otro, hemos
encontrado entre dichas ideas y partiendo de ellas hasta llegar al contenido
manifiesto una serie de procesos mentales absolutamente anormales, que luego
se repiten en la interpretación. Todo aquello que constituye la elaboración
onírica parece alejarse tan considerablemente de los procesos psíquicos correctos
conocidos que podríamos inclinarnos a aceptar los más duros juicios de los
autores sobre el escaso valor del rendimiento psíquico del sueño.
Una mayor profundización puede proporcionarnos el esclarecimiento y la
ayuda de que precisamos. Examinaremos una de las constelaciones que llevan la
formación de los sueños:
Hemos visto que el sueño constituye la sustitución de ciertos número de
ideas procedentes de nuestra vida diurna y ajustadas de una manera
perfectamente lógica. Es indudable que estas ideas proceden de nuestra vida
mental normal. Todas aquellas cualidades que más altamente estimamos en
nuestros procesos mentales, y que los caracterizan de complicadas funciones de
un orden elevado, vuelven a mostrársenos en las ideas latentes. Pero no hay
necesidad de suponer que esta labor intelectual se desarrolla durante el reposo,
hipótesis opuesta a la representación que hasta ahora venimos haciéndonos del
estado de reposo psíquico. Tales ideas pueden muy bien proceder de la vida
diurna, haber continuado en actividad después de ser rechazadas por ella y, sin
que nuestra conciencia lo haya advertido, llegar a término antes de conciliar el
sujeto el reposo. Si de este estado de cosas hemos de deducir alguna conclusión,
será, por lo demás, la prueba de que nos es posible desarrollar las más
complicadas funciones intelectuales sin intervención ninguna de la conciencia,
cosa que cualquier psicoanálisis de un histérico o de una persona con
representaciones obsesivas tenía que demostrarnos igualmente. Pero estas ideas
latentes no son de por sí incapaces de conciencia, y si no han llegado a ella
durante el día, ha sido por impedírselo diversas circunstancias. El acceso a la
conciencia se halla enlazado con la atracción de determinada función psíquica —
la atención—, la cual sólo es gastada, según parece, en cantidades determinadas,
que en estos casos aparecerán desviadas de las ideas de referencia. Tales series
de ideas pueden también ser sustraídas a la conciencia en la siguiente forma: por
el ejemplo de nuestra reflexión consciente sabemos que con una determinada
aplicación de la atención podemos recorrer cierto camino. Si por este camino
llegamos a una representación que no soporta la crítica, lo interrumpiremos y
suprimiremos la carga psíquica de la atención. Parece ser que la serie de ideas
comenzada y abandonada puede entonces continuar desarrollándose sin que la
atención vuelva a recaer sobre ella, a menos que alcance una intensidad
particularmente elevada. Una repulsa inicial, quizá consciente del acto mental,
fundada en el juicio de que dicho acto es inexacto o inadecuado al fin que
perseguimos, puede ser causa de que dicho proceso mental continúe
desarrollándose inadvertido por la conciencia hasta el momento de conciliar el
reposo[534].
Estos procesos mentales son los que denominamos «preconscientes», y los
consideramos como perfectamente correctos, pudiendo ser tanto procesos
simplemente descuidados como otros rechazados e interrumpidos. Expondremos
ahora en qué forma nos imaginamos el curso de las representaciones. Creemos
que determinada magnitud de excitación, a la que damos el nombre de energía
de carga psíquica, es desplazada partiendo de una representación final a lo largo
del camino asociativo elegido por esta representación. Un proceso mental
descuidado no ha recibido tal carga, y los reprimidos o rechazados han sido
despojados de ella, quedándoles así únicamente sus propias excitaciones. El
proceso mental provisto de un fin llega a ser susceptible, bajo determinadas
condiciones, de atraer sobre sí la atención de la conciencia y recibe entonces por
su mediación una «sobrecarga». Más adelante expondremos nuestras hipótesis
sobre la naturaleza y la función de la conciencia.
Un proceso mental iniciado de este modo en lo preconsciente puede
extinguirse espontáneamente o conservarse. El primer caso nos lo representamos
suponiendo que su energía se difunde por todas las direcciones asociativas que
de ella emanan, provocando en toda la concatenación de ideas un estado de
excitación que se mantiene durante algún tiempo, pero que después queda
suprimido por la transformación de la excitación necesitada de derivación en
una carga en reposo. Si esto sucede, el proceso carecerá ya de toda significación
para la formación de los sueños. Pero en nuestro preconsciente acechan otras
representaciones finales emanadas de nuestros deseos inconscientes y
continuamente en actividad. Estas representaciones se apoderan entonces de la
excitación del círculo de ideas abandonadas a sí mismo, lo enlazan al deseo
inconsciente y le transfieren la energía de este último, resultando que, a partir de
este momento, el proceso mental, desatendido o reprimido, se halla en estado de
conservarse, aunque no recibe por este refuerzo derecho ninguno al acceso a la
conciencia. Podemos decir que el proceso mental, hasta el momento
preconsciente, ha sido atraído a lo inconsciente.
Otras dos constelaciones para la formación de los sueños se dan cuando el
proceso mental preconsciente se hallaba desde un principio en conexión con el
deseo inconsciente y, por tanto, fue objeto de la repulsa de la carga final
dominante, o cuando un deseo inconsciente, despertado por otras razones (quizá
somáticas) y sin el auxilio de una transferencia, busca los restos psíquicos no
cargados del Prec. Los tres casos expuestos coinciden, por último, en que se trata
de un proceso mental preconsciente, que ha sido despojado de su carga psíquica
preconsciente y ha encontrado otra, inconsciente, procedente de un deseo.
Desde este punto pasa el proceso mental por una serie de transformaciones
que no reconocemos ya como procesos psíquicos normales y que nos dan un
extraño resultado; esto es, un producto psicopatológico. Vamos a examinar este
producto.
1.º Las intensidades de las diversas representaciones se hacen, en su
totalidad, susceptibles de derivación y pasan de una representación a la otra,
formándose así algunas representaciones provistas de gran intensidad. La
repetición de este proceso puede reunir en un único elemento de representación
de la intensidad todo un proceso mental. Este hecho es el que hemos calificado
de comprensión o condensación al estudiar la elaboración onírica. A él se debe,
principalmente, la extraña impresión que el sueño nos hace, pues nuestra vida
onírica normal, accesible a la conciencia, no nos ha mostrado nunca nada
análogo. Hallamos también aquí representaciones que poseen, a título de focos
de convergencia o de resultados finales de cadenas de asociaciones, gran
importancia psíquica; pero este valor no se exterioriza en un carácter sensible
para la percepción interna, y lo que en ellas queda representado no se hace más
intenso en modo alguno. En el proceso de condensación se transforma toda la
coherencia psíquica en intensidad del contenido de representaciones. Sucede
aquí como cuando hacemos imprimir en negrillas o cursivas una palabra o una
frase que queremos hacer resaltar. Hablando, pronunciaremos dicha palabra o
dicha frase en un tono más alto y acentuándola especialmente. La primera
comparación nos conduce inmediatamente a uno de los ejemplos de sueños antes
expuestos (la trimetilamina, en el sueño de la inyección de Irma). Los
historiadores de arte nos llaman la atención sobre el hecho de que las más
antiguas esculturas históricas siguen un principio análogo, expresando la
importancia de las personas representadas por la magnitud de su reproducción
plástica. Así, el rey aparece representado dos o tres veces mayor que las
personas de su séquito o que el enemigo vencido.
La dirección en que las condensaciones del sueño se propagan se halla
determinada, en primer lugar, por las relaciones preconscientes correctas de las
ideas latentes, y, en segundo, por la atracción de los recuerdos visuales dados en
lo inconsciente. El resultado de la labor de condensación consigue aquellas
intensidades necesarias para el avance hacia el sistema de percepción.
2.º Por medio de la transferencia libre de las intensidades y en favor de la
condensación quedan constituidas representaciones intermedias equivalentes a
transacciones (cf. los numerosos ejemplos expuestos). Esto es algo inaudito en el
curso normal de las representaciones, en el que se trata, sobre todo, de la
elección y conservación del verdadero elemento de representación. En cambio,
se constituyen formaciones mixtas y transacciones con extraordinaria frecuencia
cuando buscamos expresión verbal para las ideas preconscientes, apareciendo
como modos de la equivocación oral.
3.º Las representaciones que se transfieren recíprocamente sus intensidades
se hallan en relaciones muy lejanas entre sí y están ligadas por aquellas
asociaciones que nuestro pensamiento despierto desprecia y sólo emplea para
producir un efecto chistoso. Las asociaciones por similicadencia y sinonimia son
aquí las preferidas.
4.º Los pensamientos contradictorios no tienden a sustituirse, sino que
permanecen yuxtapuestos y pasan juntos, como si no existiera contradicción
alguna, a constituirse en productos de condensación, o forman transacciones que
no perdonaríamos nunca a nuestro pensamiento despierto, aunque muchas veces
las aceptamos en nuestros actos.
Éstos serían algunos de los más singulares procesos anormales a los que son
sometidas, en el curso de la elaboración onírica, las ideas latentes antes
racionalmente formadas. El carácter principal de los mismos es su tendencia a
hacer susceptible de derivación la energía de carga. El contenido y la
significación de los elementos psíquicos a los que estas cargas se refieren pasan
a constituir algo accesorio. Pudiera creerse todavía que la condensación y la
formación de transacciones se halla únicamente al servicio de la regresión, que
tiende a convertir las ideas en imágenes; pero el análisis y, aún más claramente,
la síntesis de los sueños carentes de tal regresión nos muestran los mismos
procesos de desplazamiento y de condensación que todos los demás.
No podemos, pues, rechazar la hipótesis de que en la formación de los
sueños participan dos procesos psíquicos esencialmente diferentes. Uno de ellos
crea ideas latentes completamente correctas y de valor igual a los productos del
pensamiento normal; en cambio, el otro maneja tales ideas de un modo extraño e
incorrecto. Este último proceso es el que hemos estudiado en nuestro capítulo 7)
y constituye la verdadera elaboración onírica. ¿Qué podemos decir ahora con
respecto a su derivación?
No podríamos dar aquí respuesta alguna si no hubiéramos penetrado en la
psicología de las neurosis, especialmente en la de la histeria. Hemos visto en ella
que estos mismos procesos psíquicos incorrectos —y otros muchos— presiden la
producción de los síntomas histéricos. También en la histeria encontramos al
principio una serie de ideas correctas y por completo equivalentes a las
conscientes, ideas de cuya existencia en esta forma no podemos tener, sin
embargo, la menor noticia, siendo reconstruidas a posteriori. Cuando tales ideas
llegan a nuestra percepción, vemos, por el análisis del síntoma formado, que han
pasado por un trato anormal y han sido llevadas a constituir el síntoma por
medio de la condensación la formación de transacciones, el paso por
asociaciones superficiales bajo el encubrimiento de las contradicciones y,
eventualmente, por el camino de la regresión. Dada esta total identidad entre las
peculiaridades de la elaboración onírica y las de la actividad psíquica que
termina en la creación de los síntomas psiconeuróticos, creemos justificado
transferir al sueño las conclusiones a que nos obliga el estudio de la histeria.
De la teoría de la histeria tomaremos el principio de que esta elaboración
psíquica anormal de un proceso mental normal sólo tiene efecto cuando tal
proceso ha devenido la transferencia de un deseo inconsciente, procedente de lo
infantil y reprimido. Este principio ha sido el que nos ha llevado a construir la
teoría del sueño sobre la hipótesis de que el deseo onírico motor procede siempre
de lo inconsciente, cosa que, como hemos confesado espontáneamente, no es
posible demostrar en todo caso, aunque tampoco sea posible refutarla. Pero para
poder definir la represión, a la que tantas veces hemos hecho intervenir en estas
especulaciones, tenemos que continuar construyendo nuestra armazón
psicológica.
Hubimos de aceptar la ficción de un primitivo aparato psíquico, cuya labor
era regulada por la tendencia a evitar la acumulación de excitaciones y a
mantenerse libre en ella en lo posible. De este modo su estructura respondía al
esquema de un aparato de reflexión. La motilidad, que fue al principio el camino
conducente a modificaciones interiores del cuerpo, era la ruta de derivación de la
que podía disponer. Discutimos después las consecuencias psíquicas de una
experiencia de satisfacción y pudimos establecer una segunda hipótesis, esto es,
la de que la acumulación de la excitación —conforme a modalidades de las que
no tenemos por qué ocupamos— es sentida como displacer y pone actividad al
aparato para atraer nuevamente el suceso satisfactorio, en el que la disminución
de la excitación es sentida como placer. Tal corriente, que parte del displacer y
tiende hacia el placer, es lo que denominamos un deseo, y hemos dicho que sólo
un deseo podía ser susceptible de poner en movimiento el aparato y que la
derivación de la excitación era regulada automáticamente en él por las
percepciones de placer y displacer. El primer deseo debió de ser una carga
alucinatoria del recuerdo de la satisfacción. Esta alucinación demostró que,
cuando no podía ser mantenida hasta agotarse, era incapaz para atraer la
supresión de la necesidad, o sea el placer ligado a la satisfacción.
De este modo se hizo necesaria una segunda actividad —en nuestro ejemplo,
la actividad de un segundo sistema—, destinada a no permitir que la carga
mnémica avanzara hacia la percepción y ligara desde allí las fuerzas psíquicas,
sino que dirigiera por un rodeo la excitación emanada del estímulo de la
necesidad, rodeo en el cual quedase el mundo exterior modificado por la
motilidad voluntaria, en forma que hiciese posible la percepción real del objeto
de satisfacción. Hasta aquí hemos seguido fielmente el esquema del aparato
psíquico; los dos sistemas indicados son el germen de aquello que con la
denominación de Inc. y Prec. situamos en el aparato completamente
desarrollado.
Para que la motilidad pueda modificar adecuadamente el mundo exterior es
necesario la acumulación de una gran cantidad de experiencias en los sistemas
mnémicos y una diversa fijación de las relaciones provocadas en este material
mnémico por distintas representaciones finales. Continuaremos, pues, nuestras
hipótesis. La actividad del segundo sistema, del que emanan diversas cargas
psíquicas, necesita disponer libremente de todo el material mnémico; pero, por
otro lado, sería un gasto inútil el enviar grandes cantidades de carga psíquica por
los diversos caminos mentales, pues tales cargas se derivarían inadecuadamente
y disminuirían la cantidad necesaria para la transformación del mundo exterior.
Supondremos, pues, que dicho sistema consigue mantener en reposo la mayor
parte de su carga de energía psíquica y sólo emplea una pequeña parte de la
misma para emplearla en el desplazamiento. La mecánica de estos procesos me
es totalmente desconocida. Aquellos que quisieran continuar esta ideación
tendrían que buscar analogías físicas y construir una representación plástica del
proceso de movimiento en la excitación de las neuronas. Por mi parte, me limito
a mantener la hipótesis de que la actividad del primero de los sistemas ψ tiende a
una libre derivación de las cantidades de excitación, y que el segundo sistema
provoca, con las cargas que de sí emanan, una coerción de dicha derivación y
una transformación de la misma en carga psíquica en reposo. Supongo, por tanto,
que la derivación de la excitación es sujeta por el segundo sistema a condiciones
mecánicas completamente distintas de las que regulaban su curso bajo el
dominio del primero. Cuando el segundo sistema ha llevado a cabo su labor
examinadora, levanta la coerción y el estancamiento de las excitaciones y las
deja fluir hasta la motilidad.
Dirigiendo nuestra atención hacia las relaciones de esta coerción de la
derivación por el segundo sistema, con la regulación por medio del principio del
displacer, hallamos una interesantísima concatenación de ideas. Busquemos
primero la contrapartida de la experiencia de satisfacción primaria, o sea la
experiencia de sobresalto exterior. Sobre el aparato primitivo actuaría un
estímulo de percepción que sería la fuente de una excitación dolorosa. A esto
seguirán entonces desordenadas manifestaciones motoras, hasta que una de ellas
sustraiga al aparato la percepción y al mismo tiempo el dolor. Esta manifestación
motora, que ha logrado suprimir el estímulo displaciente, surgirá en adelante
siempre que el mismo se renueve y no cesará hasta conseguir otra vez su
desaparición. Pero en este caso no perdurará inclinación ninguna a cargar de
nuevo alucinatoriamente, o en otra forma cualquiera, la percepción de la fuente
de dolor. Por el contrario, tenderá el aparato primario a abandonar esta huella
mnémica, penosa en cuanto quede nuevamente despertada por algo, pues el
curso de su excitación hasta la percepción produciría displacer (o, más
exactamente, comienza a producir). La separación del recuerdo, separación que
no es sino una repetición de la fuga primitiva ante la percepción, queda facilitada
por el hecho de que el recuerdo no posee, como la percepción, cualidad bastante
para atraer la atención de la conciencia y procurarse de este modo una nueva
carga. Esta sencilla y regular exclusión de lo penoso del proceso psíquico de la
memoria nos da el modelo y el primer ejemplo de la represión psíquica.
A consecuencia del principio del displacer resulta, pues, totalmente incapaz
el primer sistema ψ para incluir algo desagradable en la coherencia mental. Este
sistema no puede hacer sino desear. Si esta situación se mantuviera, la actividad
mental del segundo sistema, que necesita disponer de todos los recuerdos que
reposan en la experiencia, quedaría obstruida. Por tanto, surgen aquí dos nuevas
posibilidades. La actividad del segundo sistema puede libertarse por completo
del principio del displacer y continuar su marcha sin preocuparse del displacer
del recuerdo, o puede también cargar de tal manera el recuerdo displaciente que
quede evitado el desarrollo de displacer. La primera posibilidad no nos parece
aceptable, pues el principio del displacer es también lo que regula el curso de la
excitación del segundo sistema. Admitiremos, pues, la segunda, o sea la de que
dicho sistema carga de tal manera un recuerdo que la derivación queda
impedida; esto es, también la derivación queda comparable a una inervación
motora hasta el desarrollo de displacer.
Dos son los puntos de partida desde los que llegamos a la hipótesis de que la
carga por el segundo sistema representa, simultáneamente, una coerción de la
derivación de la excitación. Estos dos puntos de partida son el cuidado de
adaptarse al principio del displacer y el principio del menor gasto de inervación.
Resulta, pues, y ello constituye la clave de la teoría de la represión—, que el
segundo sistema no puede cargar una representación sino cuando se halla en
estado de coartar el desarrollo de displacer que de ella emana. Aquello que a
esta coerción se sustrajera sería también inaccesible para el segundo sistema y
quedaría abandonado en seguida en obediencia al principio del displacer. La
coerción del displacer no necesita, sin embargo, ser completa. Tiene que
producirse siempre un comienzo de tal efecto, que anuncie al segundo sistema la
naturaleza del recuerdo y quizá también su defectuosa capacidad para el fin
buscado por el pensamiento.
Llamaremos proceso primario al único proceso psíquico que puede
desarrollarse en el primer sistema, y proceso secundario al que se desarrolla bajo
la coerción del segundo. Puedo mostrar aún en otro lugar por qué el segundo
sistema tiene que corregir el proceso primario. El proceso primario aspira a la
derivación de la excitación para crear, con la cantidad de excitación así
acumulada, una identidad de percepción. El proceso secundario ha abandonado
ya este propósito y entraña en su lugar el de conseguir una identidad mental.
Todo el pensamiento no es sino un rodeo desde el recuerdo de la satisfacción,
tomado como representación final, hasta la carga idéntica del mismo recuerdo,
que ha de ser alcanzada por el camino que pasa por los caminos que enlazan a
las representaciones sin dejarse incluir en error por las intensidades de las
mismas. Pero vemos claramente que las condensaciones de representaciones y
las formaciones intermediarias y transaccionales constituyen un estorbo para
alcanzar este fin de identidad; sustituyendo una representación a otra, desvían
del camino que partía de la primera. Por tanto, el pensamiento secundario evita
cuidadosamente tales procesos. No es tampoco difícil ver que el principio del
displacer, que ofrece importantes puntos de apoyo al proceso intelectual, le
estorba también en la persecución de la identidad intelectual. La tendencia del
pensamiento tiene, pues, que orientarse a libertarse cada vez más de la
regulación exclusiva por medio del principio del displacer y a limitar a un
mínimo utilizable como premisa el desarrollo de afectos por la labor intelectual.
Este perfeccionamiento de la función debe ser conseguido mediante una
sobrecarga proporcionada por la conciencia. Pero sabemos que tal
perfeccionamiento sólo raras veces se consigue, aun en la vida anímica más
normal, y que nuestro pensamiento permanece siempre accesible a la
falsificación por la intervención del principio del displacer.
Mas no es ésta, sin embargo, la laguna de la función de nuestro aparato
anímico, que hace posible que los pensamientos que se presentan como
resultados de la labor intelectual secundaria sucumban al proceso psíquico
primario, fórmula con la cual podemos describir ahora la labor que conduce al
sueño y a los síntomas histéricos. La insuficiencia es creada por la colaboración
de dos factores de nuestra historia evolutiva, uno de los cuales pertenece por
completo al aparato anímico y ha ejercido una influencia reguladora sobre la
relación de los dos sistemas. En cambio, el otro aparece en cantidades muy
variables e introduce en la vida anímica fuerzas impulsoras de origen orgánico.
Ambos proceden de la vida infantil y son un resto de la transformación que
nuestro organismo anímico y somático ha experimentado desde los tiempos
infantiles.
Si a uno de los procesos psíquicos que se desarrollan en el aparato anímico le
damos el nombre de proceso primario, no lo hace atendiendo únicamente a su
mayor importancia y a su más amplia capacidad funcional, sino también a las
circunstancias temporales. No sabemos que exista ningún aparato psíquico cuyo
único proceso sea el primario. Por tanto, el suponer su existencia es una pura
ficción teórica. Pero lo que sí constituye un hecho es que los procesos primarios
se hallarán dados en él desde un principio, mientras que los secundarios van
desarrollándose paulatinamente en el curso de la existencia, coartando y
sometiendo a los primarios hasta alcanzar su completo dominio sobre ellos,
quizá en el punto culminante de la vida. A causa de este retraso de la aparición
de los procesos secundarios continúa constituido el nódulo de nuestro ser por
impulsos optativos inconscientes, incoercibles e inaprehensibles para los
preconscientes, cuya misión queda limitada de una vez para siempre a indicar a
los impulsos optativos procedentes de lo inconsciente los caminos más
adecuados. Estos deseos inconscientes representan para todas las aspiraciones
anímicas posteriores una coerción a la que tienen que someterse, pudiendo
esforzarse en derivarla y dirigirla hacia fines más elevados. Un gran sector del
material mnémico permanece también inaccesible a la carga psíquica
preconsciente a causa de este retraso.
Entre los impulsos optativos indestructibles e incoercibles procedentes de lo
infantil existen también algunos cuya realización resulta también contraria a las
representaciones finales del pensamiento secundario. La realización de estos
deseos no provocaría ya un afecto de placer, sino displaciente, y precisamente
esta transformación de los afectos constituye la esencia de aquello que
denominamos «represión». La cuestión de por qué caminos y mediante qué
fuerzas puede tener efecto tal transformación es lo que constituye el problema de
la represión; problema que no necesitamos examinar aquí sino superficialmente.
Nos bastará hacer constar que en el curso del desarrollo aparece una
transformación de los afectos (recuérdese la aparición de las repugnancias de
que al principio carece la vida infantil), transformación que se halla ligada a la
actividad del sistema secundario. Los recuerdos de los que se sirve el deseo
inconsciente para provocar la asociación de afectos no fueron jamás accesibles
para lo preconsciente, razón por la cual no puede ser coartado su desarrollo de
afecto. Este mismo desarrollo de afecto hace que tampoco se pueda llegar ahora
a estas representaciones desde las ideas preconscientes a las que han transferido
su fuerza de deseos. Por el contrario, se impone el principio del displacer y
separa al Prec. de tales ideas de transferencia, las cuales quedan entonces
abandonadas a sí mismas —reprimidas—, constituyéndose así en condición
preliminar de la represión la existencia de un acervo de recuerdos sustraído
desde el principio del Prec.
En el caso más favorable termina el desarrollo de displacer en cuanto la idea
de transferencia preconsciente es despojada de su carga, y este resultado nos
muestra que la intervención del principio del displacer es perfectamente
adecuada. Otra cosa sucede, en cambio, cuando el deseo inconsciente reprimido
recibe un refuerzo orgánico que puede prestar a sus ideas de transferencia,
poniéndolas así en situación de intentar exteriormente por medio de su
excitación, aun cuando han sido abandonadas por la carga del Prec. Surge
entonces la lucha defensiva, reforzando el Prec. la oposición contra las ideas
reprimidas (contracarga), y como una ulterior consecuencia, las ideas de
transferencia, portadoras del deseo inconsciente, logran abrirse camino bajo una
forma cualquiera de transacción por formación de síntomas. Pero desde el
momento en que las ideas reprimidas quedan intensamente cargadas por la
excitación optativa inconsciente y, en cambio, abandonadas por la carga
preconsciente, sucumben al proceso psíquico primario y tienden únicamente a
una derivación motora, o, cuando el camino está libre, a una reanimación
alucinatoria de la identidad de percepción deseada. Hemos descubierto antes,
empíricamente, que los procesos incorrectos descritos se desarrollan tan sólo con
ideas reprimidas. Ahora conseguimos una más amplia visión de este problema.
Tales procesos incorrectos son los procesos primarios, los cuales surgen siempre
que las representaciones son abandonadas por la carga preconsciente,
quedando entregadas a sí mismas y pudiendo realizarse con la energía no
coartada de lo inconsciente, que aspira a una derivación. Otras observaciones
nos muestran que estos procesos, llamados incorrectos, no son falsificaciones de
los «errores mentales» normales, sino las de funcionamientos psíquicos exentos
de coerción. Vemos, de este modo, que la transmisión de la excitación
preconsciente a la motilidad se desarrolla conforme a los mismos procesos, y
que el enlace de las representaciones inconscientes con palabras muestra
fácilmente aquellos mismos desplazamientos y confusiones que suelen ser
atribuidos a la falta de atención. Por último, el incremento de trabajo impuesto
por la coerción de estos procesos primarios quedaría demostrado por el hecho de
que cuando dejamos penetrar en la conciencia estas formas del pensamiento
conseguimos un efecto cómico, o sea un exceso derivable por medio de la risa.
La teoría de las psiconeurosis afirma con absoluta seguridad que no pueden
ser sino impulsos sexuales procedentes de lo infantil, que han sucumbido a la
represión (transformación del afecto) en los períodos infantiles del desarrollo, y
luego, en períodos posteriores de la evolución, resultan susceptibles de una
renovación, bien a consecuencia de la constitución sexual que surge de la
bisexualidad primitiva, bien como resultado de influencias desfavorables de la
vida sexual, proporcionando entonces las fuerzas impulsoras para todas las
formaciones de síntomas psiconeuróticos. Únicamente con la introducción de
estas fuerzas sexuales pueden llenarse las lagunas que aún encontramos en la
teoría de la represión.
En este punto habré de abandonar la investigación del sueño, pues con la
hipótesis de que el deseo onírico procede siempre de lo inconsciente ha
traspasado ya los límites de lo demostrable[535]. No quiero tampoco continuar
investigando en qué consiste la diferencia del funcionamiento de las energías
psíquicas en la formación de los sueños y en la de los síntomas histéricos, pues
nos falta el conocimiento de uno de los miembros de la comparación. Pero hay
un punto que me atrae especialmente, y confesaré que sólo por él he emprendido
aquí todas estas especulaciones sobre los dos sistemas psíquicos, sus formas de
laborar y la represión. Nada importa ahora que mis especulaciones psicológicas
hayan sido acertadas o que entrañen graves errores, cosa posible dada la
dificultad del objeto. Cualesquiera que sean las verdaderas circunstancias de la
censura psíquica y de la elaboración correcta y anormal del contenido del sueño,
siempre queda el hecho indiscutible de que tales procesos intervienen en la
formación de los sueños y muestran la mayor analogía con los descubrimientos
en el estudio de la formación de los síntomas histéricos. Pero el sueño no es un
fenómeno patológico y no tiene como antecedente una perturbación del
equilibrio psíquico, ni deja tras de sí una debilitación de la capacidad funcional.
La objeción de que mis sueños y los de mis pacientes neuróticos no permiten
deducir resultados aplicables a los sueños de los hombres normales y sanos
debería ser rechazada sin discusión ninguna. Cuando del estudio de estos
fenómenos deducimos sus fuerzas impulsoras, reconocemos que el mecanismo
psíquico de que se sirve la neurosis no es creado por una perturbación patológica
que ataca a la vida anímica, sino que existe ya en la estructura normal del
aparato anímico. Los dos sistemas psíquicos, la censura situada entre ambos, la
coerción de una actividad por otra, las relaciones de ambas con la conciencia —o
todo aquello que en lugar de esto pueda resultar de una más exacta interpretación
de las circunstancias efectivas—, todo ello pertenece a la estructura normal de
nuestro instrumento anímico, y el sueño constituye uno de los caminos que
llevan al conocimiento de dicha estructura. Si queremos contentarnos con un
mínimo de conocimientos absolutamente garantizados, diremos que el sueño nos
demuestra que lo reprimido perdura también en los hombres normales y puede
desarrollar funciones psíquicas.
El sueño es una de las manifestaciones de lo reprimido; según la teoría, en
todos los casos, y según la experiencia palpable, por lo menos en un gran
número. Lo reprimido que fue estorbado en su expresión y separado de la
percepción interna encuentra en la vida nocturna y bajo el dominio de las
formaciones transaccionales medios y caminos de llegar a la conciencia.
Flectere si nequeo superos acheronta movebo. (Cita de Virgilio.)
Pero la interpretación onírica es la vía regia para el conocimiento de lo
inconsciente en la vida anímica.
Persiguiendo el análisis del sueño, llegamos a un conocimiento de la
composición de este instrumento, el más maravilloso y enigmático de todos. A
un conocimiento muy limitado, es cierto, pero que da el primer impulso para
llegar al corazón del problema, partiendo de otros productos de carácter
patológico. La enfermedad —por lo menos la llamada justificadamente funcional
— no tiene como antecedente necesario la ruina de dicho aparato y la creación
en su interior de nuevas disociaciones. Debe explicarse dinámicamente, por
modificaciones de las energías psíquicas. En otro lugar podría también
demostrarse cómo la composición del aparato por las dos instancias da a la
función normal una sutileza que a una instancia no le sería dado alcanzar[536].
F) Lo inconsciente y la conciencia. La realidad.

Bien mirado, no es la existencia de dos sistemas cerca del extremo motor del
aparato, sino la de dos procesos o modos de la derivación de la excitación, lo
que ha quedado explicado con las especulaciones psicológicas del apartado que
precede. Pero esto no nos conturba en absoluto, pues debemos hallarnos
dispuestos a prescindir de nuestras representaciones auxiliares en cuanto
creamos haber llegado a una posibilidad de sustituirlas por otra cosa más
aproximada a la realidad desconocida. Intentaremos ahora rectificar algunas
opiniones que pudieron ser equivocadamente interpretadas mientras tuvimos
ante la vista los dos sistemas, como dos localidades dentro del aparato psíquico.
Cuando decimos que una idea inconsciente aspira a una traducción a lo
preconsciente, para después emerger en la conciencia, no queremos decir que
deba ser formada una segunda idea en un nuevo lugar. Asimismo queremos
también separar cuidadosamente de la emergencia en la conciencia toda idea de
un cambio de localidad. Cuando decimos que una idea preconsciente queda
reprimida y acogida después por lo inconsciente, podían incitarnos estas
imágenes a creer que realmente queda disuelta en una de las dos localidades
psíquicas una ordenación y sustituida por otra nueva en la otra localidad. En
lugar de esto, diremos ahora, en forma que corresponde mejor al verdadero
estado de cosas, que una carga de energía es transferida o retirada de una
ordenación determinada, de manera que el producto psíquico queda situado bajo
el dominio de una instancia o sustraído al mismo. Sustituimos aquí, nuevamente,
una representación tópica por una representación dinámica; lo que nos aparece
dotado de movimiento no es el producto psíquico, sino su inervación[537].
Sin embargo, creo adecuado y justificado continuar empleando la
representación plástica de los sistemas. Evitaremos todo abuso de esta forma de
exposición recordando que las representaciones, las ideas y los productos
psíquicos en general no deben ser localizados en elementos orgánicos del
sistema nervioso, sino, por decirlo así, entre ellos. Todo aquello que puede
devenir objeto de nuestra percepción interior, es virtual, como la imagen
producida por la entrada de los rayos luminosos en el anteojo. Los sistemas, que
no son en sí nada psíquicos y no resultan nunca accesibles a nuestra percepción
psíquica, pueden ser comparados a las lentes del anteojo, las cuales proyectan la
imagen. Continuando esta comparación, correspondería la censura situada entre
dos sistemas a la refracción de los rayos al pasar a un medio nuevo.
Hasta ahora hemos hecho psicología por nuestra propia cuenta; pero es ya
tiempo de que volvamos nuestros ojos a las opiniones teóricas de la psicología
actual para compararlas con nuestros resultados. El problema de lo inconsciente
en la psicología es, según las rotundas palabras de Lipps[538], menos un
problema psicológico que el problema de la psicología. Mientras que la
psicología se limitaba a resolver este problema con la explicación de que lo
psíquico era precisamente lo consciente, y que la expresión «procesos psíquicos
inconscientes» constituía un contrasentido palpable, quedaba excluido todo
aprovechamiento psicológico de las observaciones que el médico podía efectuar
en los estados anímicos anormales. El médico y el filósofo sólo se encuentran
cuando reconocen ambos que los procesos psíquicos inconscientes constituyen la
expresión adecuada y perfectamente justificada de un hecho incontrovertible. El
médico no puede sino rechazar con un encogimiento de hombros la afirmación
de que la conciencia es el carácter imprescindible de lo psíquico, o si su respeto
a las manifestaciones de los filósofos es aún lo bastante fuerte, suponer que no
tratan el mismo objeto ni ejercen la misma ciencia. Pero también una sola
observación, comprensiva de la vida anímica de un neurótico, o un solo análisis
onírico, tienen que imponerle la convicción indestructible de que los procesos
intelectuales más complicados y correctos, a los que no es posible negar el
nombre de procesos psíquicos, pueden desarrollarse sin intervención de la
conciencia del individuo[539].
El médico no advierte, ciertamente, estos procesos inconscientes hasta que
los mismos han ejercido un efecto susceptible de comunicaciones o de
observación sobre la conciencia; pero este efecto de conciencia puede mostrar un
carácter psíquico completamente distinto del proceso preconsciente, de manera
que la percepción interior no pueda reconocer en él una sustitución del mismo.
El médico tiene que reservarse el derecho de penetrar inductivamente desde el
efecto de la conciencia hasta el proceso psíquico inconsciente. Obrando así
descubrirá que el efecto de conciencia no es más que un lejano efecto psíquico
del proceso inconsciente y que este último no ha devenido consciente como tal,
habiendo existido y actuado sin delatarse en modo alguno a la conciencia. Para
llegar a un exacto conocimiento del proceso psíquico es condición
imprescindible dar a la conciencia su verdadero valor, tan distinto del que ha
venido atribuyéndosele con exageración manifiesta. En lo inconsciente tenemos
que ver, como afirma Lipps, la base general de la vida psíquica. Lo inconsciente
es el círculo más amplio en el que se halla inscrito el de lo consciente. Todo lo
consciente tiene un grado preliminar inconsciente, mientras que lo inconsciente
puede permanecer en este grado y aspirar, sin embargo, al valor completo de una
función psíquica. Lo inconsciente es lo psíquico verdaderamente real: su
naturaleza interna nos es tan desconocida como la realidad del mundo exterior
y nos es dado por el testimonio de nuestra conciencia tan incompletamente como
el mundo exterior por el de nuestros órganos sensoriales.
Una vez que la antigua antítesis de vida consciente y vida onírica ha quedado
despojada de toda significación por el reconocimiento del verdadero valor de lo
psíquico inconsciente, desaparece toda una serie de problemas oníricos que
preocuparon intensamente a los investigadores anteriores. Así, muchas funciones
cuyo desarrollo en el sueño resultaba desconcertante, no deben ser ya atribuidas
a este fenómeno, sino a la actividad diurna del pensamiento inconsciente.
Cuando Schemer nos descubre en el sueño una representación simbólica del
cuerpo, sabemos que se trata del rendimiento de determinadas fantasías
inconscientes, que obedecen, probablemente, a impulsos sexuales y que no se
manifiestan únicamente en él, sino también en las fobias histéricas y en otros
síntomas. Cuando el sueño continúa labores intelectuales diurnas,
solucionándolas e incluso extrayendo a la luz ocurrencias valiosísimas, hemos de
ver en dichas labores un rendimiento de las mismas fuerzas que las realizan
durante la vigilia. Lo único que corresponderá a la elaboración onírica y podrá
ser considerado como una intervención de oscuros poderes de los más profundos
estratos del alma será el disfraz de sueño con el que la función intelectual se nos
presenta. Nos inclinamos asimismo a una exagerada estimación del carácter
consciente de la producción intelectual y artística. Por las comunicaciones de
algunos hombres altamente productivos, como Goethe y Helmholtz, sabemos
que lo más importante y original de sus creaciones surgió en ellos en forma de
ocurrencia espontánea, siendo percibido casi siempre como una totalidad
perfecta y terminada. El auxilio de la actividad consciente tiene el privilegio de
encubrir a todas las que simultáneamente actúan.
No merece la pena plantearnos el examen de la significación histórica de los
sueños como un tema especial. Aquellos casos en que un guerrero fue impelido
por un sueño a acometer una osada empresa cuyo resultado transformó la
Historia, no constituyen un nuevo problema, sino mientras que consideramos al
sueño como un poder ajeno a las demás fuerzas anímicas que nos son más
familiares y no como una forma expresiva de impulsos coartados durante el día
por una resistencia y reforzados nocturnamente por excitaciones emanadas de
fuentes más profundas[540]. El respeto que el sueño mereció a los pueblos
antiguos se hallaba fundado en una exacta estimación psicológica de lo
indestructible e indomable existente en el alma humana; esto es, de lo
demoníaco, dado en nuestro inconsciente y reproducido por el sueño.
No sin intención digo nuestro inconsciente, pues aquello que con este
nombre designamos no coincide con lo inconsciente de los filósofos ni tampoco
con lo inconsciente de Lipps. Los filósofos lo consideran únicamente como la
antítesis de lo consciente, y la teoría de que, además de los procesos conscientes,
hay también procesos inconscientes, es una de las que más empeñadas
discusiones han provocado. Lipps nos muestra un principio de mayor alcance,
afirmando que todo lo psíquico se encuentra dado inconscientemente y algo de
ello también conscientemente. Pero no es para demostrar este principio por lo
que hemos estudiado los fenómenos del sueño y de la formación de los síntomas
histéricos. La observación de la vida diurna normal es suficiente para protegerlo
contra toda duda. Los nuevos conocimientos que nos ha procurado el análisis de
los productos psicopatológicos y, entre ellos, el del sueño, consisten en que lo
inconsciente —esto es, lo psíquico— aparece como función de dos síntomas
separados y surge ya así en la vida anímica normal. Hay, pues, dos clases de
inconsciente, diferenciación que no ha sido realizada aún por los psicólogos.
Ambas caen dentro de lo que la psicología considera como lo inconsciente, pero
desde nuestro punto de vista, es una de ellas, la que hemos denominado Inc.,
incapaz de conciencia, mientras que la otra, o sea el Prec., ha recibido de
nosotros este nombre porque sus excitaciones pueden llegar a la conciencia,
aunque también adaptándose a determinadas reglas y quizá después de vencer
una nueva censura, pero de todos modos sin relación ninguna con el sistema Inc.
El hecho de que para llegar a la conciencia tengan que pasar las excitaciones por
una sucesión invariable; esto es, por una serie de instancias, hecho que nos fue
revelado por las transformaciones que la censura les impone, nos sirvió para
establecer una comparación especial. Describimos las relaciones de ambos
sistemas entre sí y con la conciencia, diciendo que el sistema Prec. aparecía
como una pantalla entre el sistema Inc. y la conciencia. El sistema Prec. no sólo
cerraba el acceso a la conciencia, sino que dominaba también el acceso a la
motilidad voluntaria y disponía de la emisión de una carga de energía psíquica
móvil, de la que no es familiar una parte a título de atención[541].
También debemos mantenernos alejados de la diferenciación de conciencia
superior y subconciencia, tan gustada por la moderna literatura de la
psiconeurosis, pues parece acentuar la equivalencia de lo psíquico y lo
consciente.
¿Qué misión queda, pues, en nuestra representación, a la conciencia, antes
omnipotente y que todo lo encubría? Sencillamente la de un órgano sensorial
para la percepción de cualidades psíquicas. Según la idea fundamental de
nuestro esquema, no podemos considerar la percepción por la conciencia más
que como la función propia de un sistema especial, al que designaremos como
sistema Cc. Este sistema nos lo representamos compuesto por caracteres
mecánicos, análogamente al sistema de percepción P; esto es, excitable por
cualidades e incapaz de conservar la huella de las modificaciones, o sea carente
de memoria. El aparato psíquico, que se halla orientado hacia el mundo exterior
con el órgano sensorial de los sistemas P, es, a su vez, mundo exterior para el
órgano sensorial de los sistemas Cc. cuya justificación teleológica reposa en esta
circunstancia. El principio de la serie de instancias, que parece dominar la
estructura del aparato, nos sale aquí nuevamente al encuentro. El material de
excitaciones afluye al órgano sensorial Cc. desde dos partes diferentes; esto es,
desde el sistema P, cuya excitación condicionada por cualidades pasa
probablemente por una nueva elaboración hasta que se convierte en sensación
consciente, y desde el interior del aparato mismo, cuyos procesos cuantitativos
son sentidos como una serie de cualidades de placer y displacer cuando han
llegado a ciertas transformaciones
Los físicos, que han sospechado la posibilidad de formaciones intelectuales
correctas y altamente complicadas sin intervención de la conciencia, han
considerado luego muy difícil señalar a esta última una misión, pues se les
mostraba como un reflejo superfluo del proceso psíquico terminado. La analogía
de nuestro sistema Cc. con el sistema de las percepciones nos ahorra esta
dificultad. Vemos que la percepción por nuestros órganos sensoriales trae
consigo la consecuencia de dirigir una carga de energía por los caminos por los
que se difunde la excitación sensorial afluyente. La excitación cualitativa del
sistema P sirve para regular el curso de la cantidad móvil en el aparato psíquico.
Esta misma misión puede ser atribuida al órgano sensorial del sistema Cc. Al
percibir nuevas cualidades rinde una nueva aportación a la dirección y
distribución de las cargas móviles de energía. Por medio de la percepción de
placer y displacer influye sobre el curso de las cargas dentro del aparato
psíquico, que fuera de esto se mantiene inconsciente y labora por medio de
desplazamientos de cantidad. Es verosímil que el principio del displacer regule
inicialmente los desplazamientos de la carga de un modo automático, pero es
muy posible que la conciencia lleve a cabo una segunda regulación más sutil de
estas cualidades, regulación que puede incluso oponerse a la primera y que
completa y perfecciona la capacidad funcional del aparato, modificando su
disposición primitiva para permitirle someter a la carga de energía psíquica y a la
elaboración aquello que se halla enlazado con desarrollos de displacer. La
psicología de la neurosis nos enseña que esta regulación por la excitación
cualitativa del órgano sensorial desempeña un importantísimo papel en la
actividad funcional del aparato. El dominio automático del principio primario de
displacer y la subsiguiente limitación de la capacidad funcional quedan
suprimidos por las regulaciones sensibles, las cuales son nuevamente, de por sí,
automatismos. Vemos que la represión adecuada al principio termina en una
renuncia perjudicial a la coerción y al dominio anímico, recayendo mucho más
fácilmente sobre los recuerdos que sobre las percepciones, pues los primeros
carecen del incremento de carga provocado por la excitación del órgano
sensorial psíquico. Las ideas rechazables no se hacen conscientes unas veces por
haber sucumbido a la represión; pero otras pueden no hallarse reprimidas, sino
haber sido sustraídas a la conciencia por otras causas. Éstos son los indicios de
que la terapia se sirve para solucionar las represiones.
El valor de la sobrecarga provocada por la influencia reguladora del órgano
sensorial Cc. sobre la cantidad móvil queda representado en una conexión
teleológica por la creación de nuevas series de cualidades y con ello de una
nueva regulación, que pertenece, quizá, a las prerrogativas concedidas al hombre
sobre los animales. Los procesos intelectuales carecen en sí de calidad, salvo en
lo que respecta a las excitaciones placientes y displacientes concomitantes, que
deben ser mantenidas a raya, como posibles perturbaciones del pensamiento.
Para prestarles una cualidad quedan asociados en el hombre con recuerdos
verbales, cuyos restos cualitativos bastan para atraer sobre ellas la atención de la
conciencia.
La diversidad de los problemas de la conciencia se nos muestra en su
totalidad en el análisis de los procesos mentales histéricos. Experimentamos
entonces la impresión de que también el paso de lo preconsciente a la carga de la
conciencia se halla ligado a una censura análoga a la existente entre Inc. y Prec.
También esta censura comienza a partir de cierto límite cuantitativo, quedando
sustraídos a ella los productos mentales poco intensos. Todos los casos posibles
de inaccesibilidad a la conciencia, así como los de penetración a la misma bajo
ciertas restricciones, aparecen reunidos en el cuadro de los fenómenos
psiconeuróticos, y todos estos fenómenos indican la íntima y recíproca conexión
existente entre la censura y la conciencia. Con la comunicación de dos casos de
este género daremos por terminadas estas especulaciones psicológicas.
En una ocasión fui llamado a consulta para examinar a una muchacha de
aspecto inteligente y decidido. Su toilette me llamó inmediatamente la atención,
pues contra todas las costumbres femeninas, llevaba colgando una media y
desabrochados los botones de la blusa. Se quejaba de dolores en una pierna, y sin
que yo le hiciera indicación alguna, se quitó la media y me mostró la pantorrilla.
Su queja principal es la siguiente, que reproduzco aquí con sus mismas palabras:
siente como si tuviera dentro del vientre algo que se moviera de aquí para allá,
sensación que le produce profundas emociones. A veces es como si todo su
cuerpo se pusiera rígido. Al oír estas palabras, el colega que me había llamado a
consulta me miró significativamente. No eran, en efecto, nada equívocas. Lo
extraño es que la madre de la sujeto no sospechase su sentido, a pesar de que
debía de haberse hallado repetidamente en la situación que con ellas describía su
hija. Ésta no tiene idea ninguna del alcance de sus palabras, pues si la tuviera no
las pronunciaría. Se ha conseguido, por tanto, en este caso cegar de tal manera a
la censura, que una fantasía que permanece generalmente en lo preconsciente ha
sido acogida en la conciencia bajo el disfraz de una queja y como absolutamente
inocente.
Otro ejemplo. Comienzo el tratamiento psicoanalítico de un niño de catorce
años que padece de «tic» convulsivo, vómitos histéricos, dolores de cabeza,
etcétera, etc. Asegurándole que cerrando los ojos vería imágenes o se le
ocurrirían cosas que debería comunicarme, el paciente me responde en
imágenes. La última impresión recibida por él antes de venir a verme vive
visualmente en su recuerdo. Había estado jugando a las damas con su tío y ve
ahora el tablero ante sí. Discute y me explica determinadas posiciones que son
favorables o desfavorables y ciertas jugadas que no deben hacerse. Después ve
sobre el tablero un puñal, que no es de su tío, sino de su padre, pero que traslada
a casa de su tío, colocándolo sobre el tablero. Luego aparece en el mismo lugar
una hoz y luego una guadaña, acabando por componerse la imagen de un viejo
labrador que siega la hierba. Después de algunos días llegué a la comprensión de
esta yuxtaposición de imágenes. El niño vive en medio de circunstancias
familiares que le han excitado: un padre colérico y severo, en perpetua guerra
con la madre y cuyo único medio educativo era una constante amenaza; la
separación de los cónyuges y el alejamiento de la madre, cariñosa y débil, y el
nuevo matrimonio del padre, que apareció una tarde en su casa con una mujer
joven y dijo al niño que aquélla era su nueva mamá. Pocos días después de este
suceso fue cuando el niño comenzó a enfermar. Su cólera retenida con el padre
es lo que ha reunido las imágenes referidas en alusiones fácilmente
comprensibles. El material ha sido proporcionado por una reminiscencia de la
mitología. La hoz es el arma con que Zeus castró a su padre, y la guadaña y la
imagen del segador describen a Cronos, el violento anciano que devora a sus
hijos, y del que Zeus toma una venganza tan poco infantil. El matrimonio del
padre constituyó una ocasión para devolver los reproches y amenazas que el niño
hubo de oír en una ocasión en que fue sorprendido jugando con sus genitales (el
tablero, las jugadas prohibidas, el puñal con el que se puede matar). En este caso
se introducen furtivamente en la conciencia, fingiéndose imágenes
aparentemente faltas de sentido, recuerdos ha largo tiempo reprimidos, cuyas
ramificaciones han permanecido inconscientes.
Así, pues, el valor teórico del estudio de los sucesos consistiría en sus
aportaciones al conocimiento psicológico y en una preparación a la comprensión
de la psiconeurosis. ¿Quién puede sospechar hasta dónde puede elevarse aún y
qué importancia puede adquirir un conocimiento fundamental de la estructura y
las funciones del aparato anímico, cuando ya el estado actual de nuestro
conocimiento permite ejercer una influencia terapéutica sobre las formas
curables de psiconeurosis? ¿Cuál puede ser ahora —me oigo preguntar— el
valor práctico de estos estudios para el conocimiento del alma y el
descubrimiento de las cualidades ocultas del carácter individual? Estos impulsos
inconscientes que el sueño revela, ¿no tienen, quizá, el valor de poderes reales en
la vida anímica? ¿Qué importancia ética hemos de dar a los deseos reprimidos,
que así como crean sueños, pueden crear algún día otros productos?
No me creo autorizado para contestar a estas preguntas. Mis pensamientos no
han perseguido más allá esta faceta del problema del sueño. Opino únicamente
que aquel emperador romano que hizo ejecutar a uno de sus súbditos por haber
éste soñado que le asesinaba, no estaba en lo cierto. Debía haberse preocupado
antes de lo que el sueño significaba, pues muy probablemente no era aquello que
su contenido manifiesto revelaba, y aun cuando un sueño distinto hubiese tenido
esta significación criminal, hubiera debido pensar en las palabras de Platón, de
que el hombre virtuoso se contenta con soñar lo que el perverso realiza en la
vida. Por tanto, creo que debemos absolver al sueño. No puedo decir en pocas
palabras si hemos de reconocer realidad a los deseos inconscientes y en qué
sentido. Desde luego, habremos de negársela a todas las ideas de transición o de
mediación. Una vez que hemos conducido a los deseos inconscientes a su última
y más verdadera expresión, vemos que la realidad psíquica es una forma
especial de existencia que no debe ser confundida con la realidad material.
Parece entonces injustificado que los hombres se resistan a aceptar la
responsabilidad de la inmoralidad de sus sueños. El estudio del funcionamiento
del aparato anímico y el conocimiento de la relación entre lo consciente y lo
inconsciente hacen desaparecer aquello que nuestros sueños presentan contrario
a la moral.
«Al buscar ahora en la conciencia las relaciones que el sueño mostraba con
el presente (la realidad), no deberemos extrañarnos si lo que creímos un
monstruo al verlo con el cristal de aumento del análisis, se nos muestra ser un
infusorio» (H. Sachs).
Para la necesidad práctica de la estimación del carácter del hombre bastan,
en la mayoría de los casos, sus manifestaciones conscientes. Ante todo, hemos
de colocar en primer término el hecho de que muchos impulsos que han
penetrado en la conciencia son suprimidos por poderes reales en la vida anímica
antes de su llegada al acto. Si alguna vez no encuentran obstáculo psíquico
ninguno en su camino es porque lo inconsciente está seguro de que serán
estorbados en otro lugar. De todos modos, siempre es muy instructivo ver el
removido suelo sobre el que se alzan, orgullosas, nuestras virtudes. La
complicación dinámica de un carácter humano no resulta ya explicable por
medio de una simple alternativa, como lo quería nuestra vieja teoría moral.
¿Y el valor del sueño para el conocimiento del porvenir?
En esto no hay, naturalmente, que pensar[542]. Por gustosos que saludemos,
como investigadores modestos y exentos de prejuicios, la tendencia a incluir los
fenómenos ocultos en el círculo de la investigación científica, mantenemos
nuestra convicción de que dichos estudios no llegarán nunca a procurarnos ni la
demostración de una segunda existencia en el más allá ni el conocimiento del
porvenir. Diríamos, en cambio, que el sueño nos revela el pasado, pues procede
de él en todos sentidos. Sin embargo, la antigua creencia de que el sueño nos
muestra el porvenir no carece por completo de verdad. Representándonos un
deseo como realizado, nos lleva realmente al porvenir; pero este porvenir que el
soñador toma como presente está formado por el deseo indestructible conforme
al modelo de dicho pasado.

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