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Violencias ayer y hoy

Janine Puget

Cuanto más nos dedicamos a un tema, más variados son los interro-
gantes que surgen abriendo infinitas puertas que nos permitirán ac-
ceder a territorios de gran complejidad. Así viene sucediendo con la
violencia, con el conocimiento en general, con la convivencia, etcéte-
ra. Por eso propuse en su momento que cuanto más convivimos me-
nos nos conocemos. O dicho de otra manera: convivir abre universos
inesperados que derrumban la ilusión de que el futuro sea previsible,
más aún cuando éste no depende de un solo sujeto. El lenguaje diario
contiene algunas frases que dan cuenta de una tendencia que lleva a
desmentir la vigencia de los efectos de lo inesperado: “nunca pensé
que podría pasar… pasarme… que te podría pasar…” Y ese “nunca
pensé” es equiparable a “no debería pasar o no debería haber pasado”.
Y estas frases pueden emplearse tanto para situaciones desagradables,
terroríficas como también en menor grado para alojar una experiencia
hermosa como por ejemplo, un estado de enamoramiento. Una perso-
na mayor lo expresó con claridad: ¿Cómo iba a pensar que me podía
enamorar a esta edad? Y en este caso este sentimiento deja traslucir
una cierta desesperanza anterior acerca de las posibilidades que ofrece
la vida. Esperar lo inesperado, como diría Blanchot (2006), es un arte.
Todo esto pasa con lo que implica ocuparse de la violencia y las
violencias desde el psicoanálisis: cada vez se van arborizando los
caminos y las diferentes ópticas a partir de las cuales ubicarnos en
espacios donde se generan violencias y tenemos que reconocer sus
efectos.
El hoy me hace elegir recorrer uno de los caminos por los que
transité desde que me empezó a llamar la atención el poco lugar que
tenían en mis herramientas teóricas y técnicas las violencias, sobre

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todo cuando ello hubiera implicado considerar la especificidad de las


violencias sociales. El no lugar o un silencio especial pasó a ser signi-
ficativo, tal vez como una caja de Pandora.
Fueron varios, a lo largo de los años, los eventos que conmovieron
a muchos habitantes en la Argentina y tal vez en el mundo y fue y es
un gran desafío ocuparnos de ellos. Para más es posible afirmar que
las violencias sociales se han naturalizado y entonces es cada vez más
difícil reconocer su especificidad. Las herramientas clínicas y teóricas
de las que disponíamos parecen hoy insuficientes, sobre todo si nos
proponemos transformar los climas violentos, sean éstos vinculares
(familia, pareja, amigos), los que se producen en las instituciones sin
confundirlos con las condiciones internas de un sujeto.
Van surgiendo muchas preguntas. ¿Es la violencia necesaria como
lo sugirió Piera Aulagnier cuando propuso considerar una “violencia
originaria” para comprender modelos primitivos de funcionamientos
de la mente e incluso cuando propuso el modelo del “contrato narci-
sista” para pensar lo que implica ir habitando los espacios sociales y
familiares? ¿La violencia sólo puede ser inherente a una especial acti-
vidad de la vida pulsional? ¿La violencia en contextos vinculares sólo
puede ser atribuida a la activación de movimientos pulsionales singu-
lares? ¿Es la violencia condición inherente a las relaciones humanas
o como lo sugiere Etienne Balibar (2010) habría que, por lo menos,
abrir dos grandes categorías tomando en cuenta su convertibilidad o
inconvertibilidad? Para este autor uno de los ejes a tomar en cuenta
en relación con la convertibilidad ha sido el de poner el acento en la
adquisición de diferentes grados de civilidad; o sea, de conciencia y
compromiso social que se asocian con responsabilidad y respeto. Y
entonces pensar en términos de convertibilidad lleva a preguntarnos
desde el psicoanálisis con qué herramientas contamos para acceder a
crear conciencia de responsabilidad social. Éstas son algunas pocas
reflexiones que se originaron a medida que iba descubriendo la diver-
sidad de vértices desde los cuales encarar estas problemáticas.
Para trazar una nueva cartografía desde el presente iré transitando
por algunas situaciones que contienen dudas u obstáculos, los que se
incrementan en el hoy al comprobar que las violencias forman parte

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de la vida del espectáculo. ¿Y entonces cómo desnaturalizarlas para


dejar aparecer diferentes grados de impotencia en el manejo de ciertos
conflictos?
Cuando comencé a ocuparme del tema observé el aparente “no
lugar”1 que tenía en la clínica diaria un evento que fue del orden de lo
impensable y traumático para muchos habitantes del planeta. El even-
to al cual me refiero fue el asesinato de J. F. Kennedy (noviembre de
1963). No coincidía la conmoción emocional que el evento había pro-
ducido y que se manifestaba en los comentarios que se escuchaban en
la vida diaria y lo que sucedía en el consultorio. Grande fue entonces
mi curiosidad al comprobar que lo que ocupaba un lugar central en los
mass media y en algunas conversaciones diarias no fuera mencionado
en las sesiones o si lo mencionaban era como si no fuera tema de psi-
coanálisis. El efecto había sido silenciado pero entonces ¿cómo descu-
brirlo? Años después observé que algo similar sucedió en USA con el
11 de septiembre, las Twin Towers. Los analistas que fueron interroga-
dos acerca de los efectos de este evento en su clínica llegaron a decir
que dada la magnitud del evento tenían que dejar que los pacientes
hablen para descargarse y luego poder retomar el análisis después que
se haya podido liberar de la carga emocional invasora. O sea que algo
no cabía en los marcos referenciales de algunos analistas. O invasión
arrasadora o invisibilización. En ocasión del asesinato de Kennedy al-
gún paciente llegó a decir “no me queda más remedio que comentar
lo que pasó…”. O “para qué hablar si nada puedo cambiar…”. Me
pregunto: si para los pacientes la violencia social y sus efectos no eran
y a veces no son temas de análisis ¿no podría deberse de nuestra parte
a una escucha cerrada o a una especial sordera para estos temas?
Ulteriormente, y a raíz de las violencias políticas ejercidas por
gobiernos dictatoriales en la Argentina, se hizo cada vez más evidente
cuán difícil era ocuparse analíticamente de los múltiples efectos de
dichas violencias dado que podían ser pensadas como ataque al senti-
miento de pertenencia social de cada uno. Más difícil aún era intentar


1
No lugar no es lo mismo que no existir. El “no” implica ya un esfuerzo de denegación
o desmentida para dejar de lado algo muy ruidoso como lo son los grandes estallidos
sociales.

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comprender o por lo menos tratar a quienes las implementaban. Lo


que sucedía sobrepasaba nuestro saber acerca del funcionamiento del
mundo interior de un solo sujeto. Fue necesario cuestionar lo que im-
plicaba mentalmente y psicológicamente percibir o sufrir los efectos
de este tipo de violencias,2 motivo por el cual era urgente ir ampliando
nuestro cuerpo teórico. Se trataba de descubrir la especificidad de los
efectos producidos por la dictadura tomando mucho cuidado en no
remitir la complejidad de dichos efectos a la activación de vivencias
arcaicas. Por otra parte, los efectos se iban expandiendo en muy di-
ferentes direcciones, contaminando aleatoriamente a varios cuerpos
sociales. Un presente se imponía que excedía lo pensado y conocido.
Y en algunos casos tenía un efecto arrasador de algunas cualidades
del pensamiento.
Por ejemplo, varios analistas de niños3 descubrieron que algunos
niños ubicados como conflictivos o con dificultades de aprendizaje
fueron los que indicaron la presencia en el marco familiar de padres
secretamente comprometidos con el ejercicio de la violencia de Esta-
do, con la tortura. En algunas familias se había instalado un manto de
silencio acerca de algunas cuestiones políticas que aparecieron como
sintomáticas. Pero descubrir el significado de dichos silencios no im-
plicaba necesariamente denunciar abiertamente la existencia de lo no
hablado. Lo que había que descubrir era cómo arreglárselas psicoa-
nalíticamente con este tipo de material. De nuevo el silencio fue un
significante importante. Se trataría de un silencio culposo, de un silen-
cio equivalente a un aspecto de la mente arrasado por la violencia, de
un silencio necesario… Hay tantas versiones de silencios que vale la
pena identificarlas en situaciones de gran conmoción social.
Fue quedando claro que había que discernir diferentes espacios
de constitución subjetiva en los cuales los efectos de las violencias

2
Con un grupo de colegas vinimos publicando textos referidos a los efectos de la
violencia de Estado. Menciono sólo algunos a lo cual se agrega el libro Violencia
de Estado y Psicoanálisis (1989): “Niños secuestrados en la Argentina: metodología
de restitución a sus familias originales. Algunas reflexiones acerca de su identidad”
(1989a); “Verdad-mentira. Transmisión generacional” (1989b)
3
Recuerdo especialmente a Marilú Pelento que ha escrito numerosos artículos al
respecto.

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adquirían cierta especificidad y entonces descubrir cómo intervenir


para poderlas transformar o crear experiencias útiles. Y en la medi-
da en que la violencia de Estado iba produciendo nuevos atropellos
(quedando más evidentes sus efectos) fuimos llevados a reconocer
las características particulares de los conflictos que se generaban. Y
desde entonces me es útil pensar que no es lo mismo estar consigo
mismo que ir deviniendo dentro del contexto familiar o amistoso e ir
deviniendo sujeto social o sea habitar en el mundo.
Así fui buscando indicadores específicos al ejercicio de violencias
diversas (Puget, 2015, cap. 6). Uno de ellos fue observar cuándo la
violencia anula parte de la riqueza de los intercambios produciendo
organizaciones basadas en el modelo victimario-víctima y cuándo se
va rigidizando la fluidez de los intercambios teniendo como conse-
cuencia anular la riqueza de lo que fui llamando en el marco de la
teoría vincular el “espacio entre dos” (Puget, 1998). Este último es
condición necesaria de cualquier vínculo y es precisamente el que
la violencia tiende a anular. Sostenerlo exige realizar un trabajo que
lleva a respetar al otro, a los otros y por lo tanto a hacer algo con la
alteridad del o de los otros que es inalienable. Se trata entonces de no
aplanar diferencias sino de enriquecerse a partir de ellas.
Llegado a este punto tuve que reconocer que para acceder a otro
nivel de comprensión iba ser necesario recurrir a autores que se ocu-
paron de las vicisitudes de las relaciones sociales, de los conjuntos,
de los valores en juego en diferentes épocas, de la política vincular,
etcétera. Y para mencionar sólo algunos de los que me permitieron
abrir otros caminos, fueron Levy-Strauss, Foucault, Hanna Arendt y
Agamben; Badiou, Blanchot, Lewkowicz, entre otros, así como todos
aquellos que escribieron y nos permitieron acceder a conocer los su-
frimientos originados por el Holocausto, etcétera.
De alguna manera si bien debemos a Freud un primer acercamien-
to al tema de la violencia social hoy diría que sus escritos sociales4
ya no alcanzan. Sin embargo es útil recodar que Freud, al contestarle


4
“Psicología de las masas y análisis del yo” (Freud, 1921), “El porvenir de una ilusión”
(Freud, 1927), “Moisés y la religión monoteísta” (Freud, 1939)… para mencionar sólo
algunos.

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a Einstein acerca del “Por qué de la guerra” (Freud, 1932), admitió,


no antes de proponer varias disquisiciones, que se trataba de un tema
que le excedía, dado que estaba intensamente dedicado a comprender
a sus pacientes individuales dentro del ámbito cerrado de su consul-
torio. Sin embargo ya pareciera que estaba discriminando conflictos
dependiendo del lugar donde nacían.5 Esto es, que con sólo decir que
la relación analista-analizado no era copia fiel de lo que sucede fuera
de ese ámbito, estaba diciendo que los espacios en los que se dan las
guerras estaban fuera de sus teorizaciones actuales. A esa conclusión
llegó no sin antes haber analizado profundamente los diversos signi-
ficados que pudiera tener el término Gewalt: su riqueza semántica re-
úne tanto el significado de poder, fuerza, control, violencia, coerción
como si estos fueran sinónimos. Y ahí podría haber un peligro, o sea,
el de simplificar un tema tan complejo. Freud llegó entonces a susti-
tuir “la palabra poder por la de violencia” y “oponer derecho y vio-
lencia”, basándose en la idea de que la fuerza muscular puede trans-
formase en armas y que los grupos humanos tendrían la capacidad de
reunirse sobre la base de lo que tienen en común, de una comunidad
de semejanza. En ese caso enfocaba la violencia de las guerras como
una manera de dominar sostenida por las pulsiones hostiles de quie-
nes generaban climas violentos. Hoy ya este enfoque no nos puede
permitir acceder a la comprensión de las nuevas guerras que se están
produciendo en el mundo.
Desde este punto de partida y discutiendo con Freud y otros au-
tores se abrió una gran diversidad de territorios. Uno de ellos fue el
considerar que podía llegar a ser un obstáculo serio pensar que los
conjuntos se reúnen por lo que tienen en común, por sus semejanzas,
con lo cual sería factible entender que gobernar es armonizar las dife-
rencias o eludirlas, excluyendo lo diferente como sucedió en la polis.
Lo ajeno se ubica entonces rápidamente en el extramuros y sólo cabe
tratar de crear vallas para que no ingrese. Este enfoque se opone a lo
que implica la política y el gobernar a partir de valores que toman en
cuenta los derechos humanos. Cuando gobernar no contiene la idea

5
Lo mismo hizo cuando discriminó diversas fuentes de sufrimiento.

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de lidiar con diferencias y aprender de ellas suele suceder que sóo se


busque reducirlas excluyendo lo que no cabe en ese modelo. Algo de
esto sucede cuando se establecen gobiernos dictatoriales o también
en algunas organizaciones sectarias. Otro modelo de exclusión de lo
ajeno que sólo produjo la extinción de un pueblo fue el de Esparta, tal
como lo fue proponiendo Lewkowicz (2000): un modelo especial de
sociedad impenetrable.
Sin dudas comprobamos a diario que es difícil aceptar y hacer algo
con lo diferente, con lo que nos excede pero hay que reconocer que
es condición necesaria de la vida respetarlo y producir desde lo que
nos diferencia de otros, desde las no coincidencias que son fuente de
riqueza. Llegado a este punto fue un aporte importante tomar contacto
con las propuestas de R. Esposito (2003) cuando analiza los múltiples
significados del concepto “comunidad”. Éste contiene dos vocablos,
munus y donus, que remiten a diferentes universos. Comunidad remi-
te tanto a modalidades de intercambio entre semejantes como entre
diferentes. El autor propone pensar que una de las posibilidades es
que el intercambio cree cada vez más distancia entre sus participan-
tes. Ya no se va a tratar de que quien da reciba a cambio sino de que el
que da sólo se despoja de algo sin recibir retribución y ello lo enrique-
ce y el que recibe tiene que hacer algo con lo que le excede. Así se va
conformando una experiencia, la que al descolocar a sus habitantes,
los enriquezca. De acuerdo con este autor adopté la idea de que los
intercambios producen cada vez más diferencias, respondiendo a una
dinámica que se superpone a aquélla que concibe los intercambios
basándose en relaciones recíprocas o en los diversos modelos identi-
ficatorios que cada uno esté usando. No es fácil para un psicoanalista
pensar en términos de superposición de modelos heterólogos y reco-
nocer que cada uno genera sus propios mecanismos de producción
creativa. Para uno de los modelos concibe que las relaciones basadas
en semejanza y el logro de certezas identitarias son centrales y para el
otro sólo considera que se genera vida siempre y cuando se sostenga
la fuerza que nace de las diferencias inalienables. Entonces es factible
pensar que parte de nuestras dificultades para intervenir se deban a la
creencia de que concebimos las relaciones sólo enmarcadas dentro de

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la teoría de los procesos identificatorios según los cuales nos une lo


común o lo semejante. En ese caso nos alcanzan los textos sociales
de Freud como “Psicología de las masas” para comprender cómo fun-
cionan los conjuntos. Hoy propongo que es esencial poder sostener la
existencia de un otro ajeno, no conocido, que ofrece siempre algo que
excede a lo que conocemos y que exige un trabajo que hace a hospe-
dar lo que excede, sin que se trate de un hospedar que nos transforma
en propietarios sino tan sólo en errantes. Sin dudas Freud –pese a de-
clarar que el tema le excedía– abrió un camino al recalcar la polisemia
del término Gewalt. Así comenzó a trazar las bases de lo que desde
otros enfoques iba a ser necesario dilucidar.
Para ir profundizando un tema tan complejo otras lecturas eran
necesarias. Es difícil entender lo que en política implica gobernar si
no se toma en cuenta a Foucault y su manera de concebir las relacio-
nes de poder. Gobernar requiere crear y sostener la diversidad de
valores y el respeto de la alteridad del y de los otros, estar atentos a
cómo se establecen convicciones, cómo se forman opiniones, al pe-
ligro que implica organizar las relaciones basándolas en términos
de binarismo, etcétera. Requiere también tolerar la incertidumbre in-
herente a los vínculos y a veces ciertas maneras de sortearla se ma-
nifiestan como fanatismos, organizaciones dictatoriales o a un vale
todo que puede llegar a ser enloquecedor. Otra posibilidad sostenida
por la violencia es legitimar la admiración incuestionable por uno de
los componentes de un conjunto, quien entonces impone más allá de
lo conveniente una unión empobrecedora. Ello se ve con frecuencia
en los sectarismos científicos, en la creación de instituciones que no
toleran la diversidad. Es así como la cartografía de las instituciones se
aplana y puede reducirse a denominaciones identitarias y sólidas que
permiten crear un mapa sólido.
Si bien es ineludible sostener lo múltiple, ello ocasiona conflictos
específicos a los que tenemos que dirigir la mirada y la escucha para
evitar que la dificultad se manifieste como violencia, la que en algu-
nas ocasiones sólo produce aniquilamiento o invisibiliza a uno de los
componentes de la situación.
En la época de la dictadura argentina (1976-1982) –y a manera de

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homenaje y elaboración de alguno de los efectos de las violencias de


Estado cometidas durante ellas– reuní6 un conjunto de colegas para
que participaran de una publicación que se ocupara de los efectos de
la violencia de Estado. Este libro fue primero publicado en francés
para sólo años después poder ser publicado en la Argentina. Algunas
editoriales argentinas no aceptaban la publicación con el argumento
de que ya el tema estaba pasado de moda. Supuse que ello era uno de
los efectos de la dictadura aún vigente: el miedo seguía y el silenciar
la experiencia podía parecer una buena solución.
La experiencia de la dictadura fue creando un vocabulario que
iba dando cuenta de la especificidad de la violencia de Estado. Por
ejemplo, algunos términos tales como “desaparecido”, “Falcon ver-
de”, “duelos especiales”, “el silencio es salud”, “ser chupado” ingre-
saban como inherentes a la violencia de Estado. Una mención merece
el concepto de duelos especiales ya que lo considero una creación
teórica que permitió ampliar la teoría del duelo. No era cuestión de
enmarcar los efectos de aquellas pérdidas dentro del marco de la po-
sición depresiva y de los duelos que podemos llamar normales a raíz
de la pérdida de una persona querida. Acá se trataba de duelos por
desaparición, duelos eternos. Otro concepto relevante, símbolo de las
violencias de Estado, fue la creación de la entidad Madres y Abuelas
de Plaza de Mayo, nominación que no tenía que ver con la dinámica
familiar sino con una entidad política. De las experiencias arrasadoras
nacieron nuevos giros lingüísticos.
Hoy habrá que aceptar que las violencias se han naturalizado tal
vez con la ayuda de la velocidad de comunicación que nos aportan las
tecnologías actuales. Se alimentan los medios de comunicación con
hechos violentos de los más variados, dotados de un poder de atrac-
ción para parte de la población. Y si bien podría ser arriesgado afirmar
que hoy la vida humana en algunas culturas vale poco a menos de ser
ofrecida para salvar una familia o un país o vale poco en sistemas
capitalistas porque el ser humano es descartable, también simultánea-
mente se da una paradoja. En el orden científico se están logrando


6
Con la ayuda de René Kaes coeditamos el libro Violencia de Estado y psicoanálisis
(1989)

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avances importantes, por ejemplo, para prolongar o mejorar la vida de


muchos hasta incluso producir descalabros en la economía de muchos
países. Se superpone una vida humana pensada como mercadería y
por ende como eventualmente descartable y una exigencia científica
que busca descubrir cómo mejorar la vida con métodos extremada-
mente refinados. Convengamos que cada vez vivimos en un mundo
múltiple al cual intentamos tener acceso realizando un esfuerzo que
no era necesario cuando la comunicación de cualquier tipo que fuera
venía en carruajes, a diferencia de lo que puede ser la velocidad que
nos facilita Internet.
Hoy el tema de la violencia en los ámbitos psicoanalíticos ha ga-
nado su lugar y es encarado desde muy diferentes enfoques. Y no sólo
en nuestros medios sino que políticamente se han generado espacios
donde proteger y a veces cuidar a las víctimas, sea de cataclismos
naturales, de maltrato familiar, de la trata de mujeres, de la drogadic-
ción, etcétera. Pero para que ello se pueda llevar a cabo es necesario
un Estado que por algún motivo se preocupe por la salud mental y
física de sus ciudadanos.
Centrándonos ahora en lo que como psicoanalistas nos incumbe,
vale la pena comenzar a preocuparse por cómo intervenir cuando apa-
recen signos de violencia en el material de una sesión, sea porque ahí
se produce o sea porque a ella se alude o sea por zonas mudas que
de alguna manera ocupan un lugar. Lo que no queda aún muy claro
es cómo intervenir en el marco de una sesión cuando la violencia es
actuada durante la sesión o cuando es comentada o más aún cuan-
do –como comencé a decirlo– es sabido por el analista que él o los
pacientes viven en un entorno violento. ¡Qué difícil es salir de una
entidad binaria compuesta por el par víctima-violento! Crear otras
alternativas debiera permitir reaccionar contra algunos aspectos ani-
quilantes de climas violentos que, como lo diría Balibar, atentan con-
tra la civilidad de los sujetos. Un tipo de intervención útil es la que
se origina desde la posición de otro, de un analista sujeto que puede
“conversar” con sus analizados, dar una opinión que se diferencie de
una interpretación.
La sociedad con sus valores actuales favorece e incluso promueve

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la violación de los derechos humanos que podría ser uno de los para-
digmas de la violencia social. Y dada la amplitud del tema elegí, para
terminar este escrito, hacer hablar a otros, quienes de una manera u
otra dan cuenta de los efectos a veces aniquilantes de climas violentos:
“Impongo para no enloquecerme...; mato para sobrevivir...; mi
vida no vale y tampoco la tuya...; para que yo viva debes morir
o quedar excluido...; para que mi autoestima se constituya debo
denigrar...; acepto cualquier cosa con tal de pertenecer a un con-
junto… (sea social o de pareja); respondo por obediencia debida
a un ente superior...; a no sé por qué hago esto…; me sale como
respondiendo a un automatismo irracional...; a una contaminación
inconsciente.... o a la acción de partículas invisibles que me hacen
actuar sin que ello responda a ningún planteo consciente…”
El recorrido que seguí hoy es sinuoso, dado que tan sólo intenta
poner alguna luz sobre la inmensidad de trabajo que aún debemos ha-
cer para no dejarnos arrasar por climas violentos y sobre todo para te-
ner claro que algunos de ellos no dependen ni de nuestro pasado ni de
nuestras acciones individuales sino tan sólo de acciones que nacen en
los conjuntos en los cuales ocupamos un lugar. Y que vamos siendo
sujetos del mundo sin que podamos asegurar cuáles son las partículas
que silenciosamente nos van moldeando y modificando. Reuní en un
mismo escrito disquisiciones generales que pueden permitir clasificar
violencias, las dificultades técnicas con las cuales nos encontramos,
la necesidad de inventar nuevas hipótesis, la creación de vocabula-
rios propios a situaciones violentas y puse el acento en la urgencia
de parte nuestra de descubrir cómo abordar ciertas temáticas que nos
incumben tanto a nosotros como a nuestros analizados. O sea, que en
el ir siendo analista nos encontramos en un mismo contexto social
que muchos de nuestros analizados, sin que nuestro trabajo consista
en descubrir nuevos significados inconscientes sino tan sólo consista
en ir pensando juntos, creando un actividad vincular.

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Janine Puget

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