La Cortesía

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LA CORTESIA

Saussure (1974) considera a la cortesía como uno más de los sistemas


semióticos, entre los cuales la lengua es el más importante. La cortesía
correspondería entonces a lo que para el maestro ginebrino constituye la
lingüística externa, a la relación entre la lengua y las costumbres, aún cuando el
lenguaje sea básico para este sistema semiótico secundario. Recordemos las
palabras de Saussure:
La langue est un sistème exprimant des idées, et par là, comparable à l'écriture,
à l'alfabet des sourds-muets, aux rites symboliques, aux formes de politesse, aux
signaux militaires, etc.,etc. Elle est seulement le plus important de ces systèmes
(Saussure 1974:23).
De la idea de cortesía que se desprende de esta teoría, puede concebirse ésta
como un sistema semiótico que va más allá del comportamiento social
apropiado. Como sistema, la cortesía se presenta como un topos, un lugar;
distinto del uso cotidiano y de las normas –implícitas o explícitas– de un cuerpo
social.
La cortesía se construye en la interacción, por lo que se concibe como dinámica;
incluso puede decirse que los participantes, en tanto que emisores, van
midiendo sus acciones con el fin de parecer corteses y, en tanto que receptores,
van evaluando las acciones de sus interlocutores. Es variable porque funciona
de manera diferente en las distintas culturas y en los distintos grupos sociales,
de modo que sirve también para construir una imagen social. En el marco de la
cortesía, los interlocutores construyen mutuamente su imagen, en otras
palabras, favorecen recíprocamente su rostro. Asimismo respetan su
territorialidad, el espacio y tiempo personales.
El estudio de la cortesía comprende para nosotros el estudio del sistema, las
normas y el uso; además, en el sistema de la cortesía hay que incluir a la
descortesía. Conviene que la metodología usada sea acorde a cada uno de
estos niveles, e incorpore a todos los participantes en la comunicación, para
revelar la evaluación que hace el receptor del mensaje en términos de cortesía.
Asimismo es importante la percepción –no solamente la producción– para que
no sea ni evaluativa, ni prescriptiva.
En su temprano y preclaro estudio sobre la cortesía, Lakoff (1989) distingue tres
tipos de cortesía: a) El comportamiento cortés, que se manifiesta cuando los
interlocutores adhieren a las reglas de cortesía, espérese esto o no; b) El
comportamiento no-cortés, que no se conforma con las reglas de cortesía, lo que
tampoco se espera; c) El comportamiento descortés (rudo) se produce cuando
no se da la cortesía que se espera. Es la desviación de lo que cuenta, en cierto
contexto social, como adecuado socialmente, y es confrontacional y disruptiva
para el equilibrio social.
Por otra parte, Kerbrat-Orecchioni (2004) postula un sistema de cortesía, basado
en el anterior de Lakoff, cuya finalidad básica es incluir la variación cultural. En
este sistema, además de la cortesía (utilización de un marcador de cortesía más
o menos esperado en el contexto) y la descortesía (ausencia “anormal” de un
marcador de cortesía (o presencia de un marcador demasiado débil), contempla
también la acortesía, o no-cortesía, definida como la (ausencia “normal” de un
marcador de cortesía”). Pero, además, agrega una cuarta categoría que
denomina supercortesía, y que define como (presencia de un marcador excesivo
en relación a las expectativas normativas vigentes) (p.49). Este sistema tiene la
ventaja, sobre los anteriores, de representar un sistema más equilibrado. Sin
embargo, encontramos que el incluir la variación cultural representa por sí una
contradicción, por el mismo hecho de no tratarse entonces de un solo sistema,
sino de dos o varios sistemas en conflicto: por ejemplo entre coreanos o
japoneses y la cortesía “occidental” (p. 49); asimismo, presenta otro problema
que es el de centrarse en las manifestaciones de la cortesía y no en el sistema
semiótico subyacente a la misma, esto es, un sistema fundado en las diferencias
pertinentes entre los términos, pero que a la vez esté articulado para que pueda
manifestarse.
Distintos enfoques
Dentro del nivel teórico, detengámonos en los diferentes enfoques que pueden
identificarse en las teorías sobre la cortesía15:
1. La cortesía como un sistema de normas para el mantenimiento del equilibrio o
la concordia social. En esta visión se asume que cada sociedad tiene una serie
de normas sociales, más o menos explícitas, que prescriben un cierto
comportamiento o modo de pensar. La evaluación favorable surge cuando una
acción es congruente con la norma y desfavorable cuando la acción es contraria.
Se valora el respeto al rango social del otro, la conservación de la esfera
personal y la idea de dignidad humana se construye a partir de las concepciones
dominantes sobre la moral y la decencia. Esta visión es la de los manuales de
etiqueta y se asume que la cortesía está relacionada con el estilo, por lo que un
estilo más formal implicaría una mayor cortesía (Fraser 1990).
Hay asimismo la idea de que las normas sociales tienen un efecto relevante
sobre el sistema lingüístico y dejan huellas en el léxico y la gramática; estas
huellas pueden describirse como un inventario de formas (Held 1995). La
cortesía se convierte entonces en una forma de indexación social, porque señala
a quienes la tienen como personas “bien” educadas, como miembros del propio
grupo y a los otros, como vulgares, indelicados y sin distinción. Esta definición
es la que normalmente se encuentra en los manuales de cortesía.
2. La visión de las máximas de conversación relacionadas con el principio de
cooperación de Grice surge de Lakoff (1973), quien intenta completar las
máximas griceanas sobre la conversación. Grice postula un principio
conversacional, el de cooperación: adapta tus contribuciones conversacionales a
la índole y al objetivo del intercambio verbal en que participas. El principio de
cooperación, de categoría universal e irreductible, se toma como base para
explicar la operación de las categorías derivadas, o máximas.
Cantidad. Haga su contribución tan informativa como sea necesario (para los
objetivos normales de la conversación); no diga más de lo necesario.
Calidad: No diga lo que crea que es falso; ni aquello para lo cual no tenga
evidencia.
Relación: Sea pertinente.
Manera: Sea claro (Evite la ambigüedad, sea breve, sea ordenado).
Estas máximas representan normas específicas que pueden variar
interculturalmente. Cuando el hablante incumple alguna de las máximas se
produce una implicatura, marcadamente informativa: los hablantes reciben
información de ese incumplimiento, pues suponen alguna razón para el
mismo. Tu esposa/o te es fiel; tu hijo está bien; hay agua en la cañería; en
Venezuela se respeta la constitución, son enunciados que no necesitamos oír;
de hecho, si lo hacemos es porque suponemos que la razón que tuvo el
hablante para decirlas fue darnos una información nueva y no la de decir algo
obvio y ya conocido.

Lakoff muestra que la información por sí misma no es suficiente para explicar los
usos cotidianos del lenguaje. El cumplimiento de las máximas conversacionales
sería un problema para la vida en sociedad, porque ellas pueden estar reñidas
con la cortesía. De ahí que la autora proponga tres máximas adicionales en las
que ya vemos las dos nociones que luego serán fundamentales, el respeto del
espacio personal en las dos primeras y el aprecio, en la tercera de ellas. Este se
considera un instrumento para reducir la fricción en la interacción social (1973:
293-298):
a. No impongas tu voluntad al interlocutor
b. Indica opciones
c. Haz que tu interlocutor se sienta bien: sé amable
Más tarde, Leech (1983) propone un Politeness Principle (principio de cortesía)
cuyas máximas se refieren a la conducta en general y menos al lenguaje.
Por medio de este término, me propongo distinguir el estudio de las condiciones
generales del uso comunicativo del lenguaje y de excluir las condiciones 'locales'
más específicas del uso del lenguaje. Puede decirse que este último pertenece
al campo menos abstracto de la socio-pragmática, porque está claro que el
Principio de Cooperación y el Principio de Cortesía operan de modo variable en
las diferentes culturas o comunidades de habla, en situaciones sociales
diferentes, entre clases sociales diferentes, etc. (Leech 1983: 10)
Este principio, a pesar de ser sobre las condiciones generales y no locales para
el uso del lenguaje y representar un paradigma, estaría radicado, sin embargo,
en las mentes de los hablantes y tendría realidad psicológica. El principio señala
especificaciones de cómo ser cortés: minimizando la expresión de creencias
descorteses y maximizando la expresión de creencias corteses, donde
descortesía se define como lo desfavorable al oyente. El costo y el beneficio
para éste son directamente proporcionales con la menor y la mayor cortesía. Y
así mismo están en una escala expresiones como: Pela esas papas, dame el
períodico, siéntate, mira eso, disfruta tus vacaciones, toma otro sánduche17.
(Leech 1983: 107)

Leech habla de las máximas


de tacto, generosidad, aprobación, modestia, unanimidad y simpatía. Hay
factores minimizadores y maximizadores para cada una de ellas, pues las
máximas se relacionan con los tipos de actos de habla. Por ejemplo, la máxima
de tactosupone minimizar costos para el oyente, y maximizar sus beneficios;
la meta máxima ordena no poner a otro en la posición de romper la máxima
del tacto; la máxima de generosidad recomienda maximizar el beneficio del otro
y minimizar el propio; la de aprobación, maximizar el elogio y minimizar la crítica;
la de modestia, minimizar el auto-elogio y maximizar el elogio del otro; la
de acuerdo, minimizar el desacuerdo y maximizar el acuerdo; la de simpatía,
minimizar la antipatía y maximizar la simpatía. (1983: 119)

3. Quienes entienden la cortesía como una relación de soporte, suponen que


ella contribuye a la construcción de la imagen personal de ego y alter. Se
fundamenta la cortesía en el concepto de imagen, basándose en el hecho de
que los hablantes adultos de una sociedad tienen una imagen o rostro y saben
que los demás también la tienen. La imagen se entiende como una serie de
deseos que se satisfacen solamente a través de las acciones de otros,
incluyendo la expresión de estos deseos, se deriva del concepto de Goffman
(1967) según quien, en general, es del interés personal de los hablantes el
mantener mutuamente su imagen.
El rostro (face) es algo investido emocionalmente, y puede perderse,
mantenerse o realzarse y cuidarse constantemente en la interacción. En general,
la gente coopera -y asume la cooperación del otro- en mantener el rostro en la
interacción. Esa cooperación se basa en la mutua vulnerabilidad del rostro.
(Brown y Levinson 1987: 61)
La imagen es un constructo social, una máscara compuesta no solamente por
nuestra apariencia física, sino también por nuestra historia, por nuestras
creencias, por nuestros sentimientos sobre nosotros mismos y por las actitudes
de los demás hacia nosotros, es nuestra existencia y nuestro ser en sociedad.

Según la teoría de Goffman, la imagen tiene dos aspectos: i) la imagen negativa,


el deseo de cada uno de no ser invadido en su espacio personal, de no ser
agredido y la necesidad de que no se lesione la libertad de acción de cada cual y
ii) la imagen positiva, contraria a la anterior, porque es el deseo de tener el
aprecio de los demás y de que se cumplan los deseos personales (Goffman
1967). Es aquí donde entra la cortesía a jugar un papel, porque las reglas de
cortesía tratan de evitar precisamente la violación de la imagen personal, de
manera que la cortesía es un contrato de conservación de la imagen de cada
uno. La vida en sociedad es un constante peligro para la imagen, y de ahí la
necesidad de la cortesía. La cortesía pone así a salvo, o bien el territorio de
cada uno, cuando la cortesía es negativa o mitigadora, o bien la construcción de
esa máscara personal (¿Me permite un momento?¿Haría el favor de cerrar la
ventana?). El segundo tipo de cortesía, la positiva o valorizante incluye
manifestaciones de aprecio tales como ¡Qué rosas tan lindas! Me gustaría que
las mías se vieran así. ¿Cómo lo hace usted? (Brown y Levinson 1987:63).
Según estos autores, hablar de cortesía implica generalmente hablar de la
defensa del espacio personal, y es esta la que llena nuestros libros de etiqueta
(también Haverkate 1994). La imagen de los participantes se pone
constantemente en peligro a través de cuatro tipos de actos:
i. Amenazas a la cara negativa del oyente: órdenes, consejos, amenazas;
ii. Amenazas a la cara positiva del oyente: quejas, críticas, desacuerdos, tópicos
tabú;
iii. Amenazas a la cara negativa del hablante: aceptar una oferta, aceptar las
gracias, prometer sin querer;
iv. Amenazas a la cara positiva del hablante: disculpas, aceptar cumplidos,
confesiones.
El modelo de Brown y Levinson (1987) se centra en que la cortesía –que no
definen– comprende, tanto la “actitud profiláctica” –el control social interno–
como las relaciones competitivas externas con otros grupos (p. 1) y tiende al
mantenimiento del equilibrio social. Pero Brown y Levinson (1987) no toman en
cuenta la imagen del hablante cuando tratan de las estrategias corteses. Por
ello, un aporte importante a la comprensión de la cortesía es darle importancia a
la imagen del emisor a la par que la del receptor (Hernández Flores 2004).
Según Hernández Flores, “la imagen del hablante se ve afectada de la misma
manera que la del destinatario, pues si bien la cortesía trata de satisfacer los
deseos de imagen del otro, al mismo tiempo está satisfaciendo los propios.”
(p.95). Esto no significa, según la autora “que H actué exclusivamente de forma
interesada para satisfacer sus propios deseos de imagen (o su propio ego, como
aseguraba Watts), pues...para que una actividad de imagen se pueda considerar
como de cortesía e imprescindible que, al mismo tiempo, satisfaga, en mayor o
menor grado, los deseos de imagen del otro” (p.99). En este sentido, en cortesía
lo que se trata de conseguir es el beneficio mutuo de los interactuantes, lo que
supone la satisfacción de la imagen de ambos. (p. 99) De allí que en su
propuesta, la cortesía es un intento de equilibrio de imágenes, entendido no
como una situación alcanzable, sino como un ideal, como un modelo de
comportamiento comunicativo al que aspirar, el equilibrio de la imagen del
hablante y destinatario.

Otra de las polémicas que suscitan Brown y Levison con su teoría es su


pretensión de universalidad. Según Haverkate, lo que sí parece ser universal es
la categoría de imagen:
Por muy difícil que sea verificar esta hipótesis, hasta el día de hoy no se han
descubierto culturas en las que las imágenes positiva y negativa del individuo
interactante no desempeñen un papel social, aunque sabemos que la función e
interpretación de las mismas pueden variar de una cultura a otra (Haverkate
1994:35).
Para explicar las diferencias interculturales, Brown y Levinson idearon un
esquema analítico compuesto de tres parámetros (1987:76). Su hipótesis es que
la selección de estrategias de cortesía depende de la correlación de factores
como el peso del acto de habla, la distancia social, el poder y el grado de
imposición que tiene, en cada cultura, el acto de habla, según: i) el grado de
familiaridad o intimidad entre hablante y oyente; ii) las diferencias relativas de
poder entre hablante y oyente y iii) el grado de amenaza o imposición contenida
en la comunicación. De ahí su fórmula:

Brown y Levinson entienden la cortesía como una acción regresiva para


contrabalancear el efecto disruptivo de los actos amenazadores de la imagen –o
face threatening acts –FTAs–. Según varios autores, entre ellos Schmidt
(1980:104), la teoría presenta una visión abiertamente pesimista y más bien
paranoide de la interacción social humana18 tomando, de la teoría de Goffman, la
ofensa como estrategia básica de la interacción the diplomatic fiction of the
virtual offence, or worst possible reading (Goffman 1971:138).

La teoría ha sido criticada desde la tesis del relativismo cultural, sobre todo por
Gu (1990) quien explica que, en la cultura china, las nociones que equivalen al
concepto occidental de cortesía, lien, el carácter moral públicamente atribuido a
un individuo, mien-tzu, la reputación adquirida por el éxito, y la
ostentación, limao, no se corresponden con la imagen negativa, entendida como
las preocupaciones territoriales de los participantes sobre la autonomía y la
privacidad, derivada del valor que se le da en la cultura occidental al
individualismo. Gu explica que, si la imagen es el centro de la cortesía y es
vulnerable a los actos amenazadores, no se entiende por
qué disculpe, perdone, gracias son agresivos. Gu dice que la relación entre la
cara y la cortesía de Brown y Levinson es utilitaria (means-to-end). En China, la
noción de imagen negativa difiere de lo definido por Brown y Levinson porque
por ejemplo ofrecer, invitar y prometer, bajo circunstancias normales, no se
consideran como amenazas a la cara negativa del oyente, ni ponen en peligro su
libertad: más bien se insiste para que éste venga, coma, etc. Gu propone siete
máximas, subrayando cuatro de ellas, que señalamos a continuación:
Humillación, que lleva por ejemplo a preguntar el nombre del otro antes de decir
el propio (nota que la costumbre norteamericana es hacer lo contrario). Las
expresiones de este tipo son formales y se usan generalmente expresiones
neutras.
Tratamiento: dirígete a tu interlocutor con un término apropiado; es la expresión
de la cortesía lingüística. Mantiene los nexos sociales, aumenta la solidaridad y
controla la distancia social.
Tacto y generosidad, en chino, son complementarios; invitar, prometer, por
ejemplo, son transacciones más que actos de habla, pues se considera más fácil
hacer una invitación que aceptarla.
Wierzbicka (1985) también critica la perspectiva etnocéntrica anglo-sajona
indicando que, en la cortesía polaca, prevalece la empatía o involvement y la
cordialidad más que la distancia y el "pesimismo" cortés. En resumen, el
problema parece estar en distinguir lo universal de la cortesía y en la realización
o aplicación de la misma en diversos escenarios socioculturales. No por ello es
el modelo de Brown y Levinson (1987) menos útil y paradigmático para el
estudio de la cortesía.

Se han postulado criterios alternos para definir la cortesía. La teoría de Ide


(1989,1992; Hill et al. 1986) distingue entre volition y discernment. El primero es
el componente más importante de la noción cotidiana de la cortesía americana,
en oposición a la idea de que en la cortesía japonesa la segunda es primordial.
Mientras que discernment es obligatorio, volition es opcional, porque se trata de
distinguir el cumplimiento casi automático de las normas sociales de la elección
consciente que hace el hablante en una situación determinada.
El discernimiento es distinto de la cortesía volitiva (volitional politeness) y opera
independientemente de la meta que el hablante se propone, representando más
bien la expresión lingüística de los derechos sociales (social warrants) es decir,
aquellas 'garantías que claman para sí los individuos en la interacción social'.
Esas garantías o merecimientos sociales pueden ser propiedades macro-
sociales, como en Brown y Gilman (1960), provenientes de ciertas
características como edad, sexo, o posición de la familia.

También Watts, como vimos antes, hace una distinción entre los conceptos
de cortesía, como marcado y consciente, del de politic verbal behaviour como no
un comportamiento no marcado, que podría considerarse como una suerte
de competencia social. La idea de cortesía de Watts es que las formas de
comportamiento consideradas corteses en una cultura donde prevalece lo
volitivo, son formas marcadas de códigos de habla elaborados en los grupos
abiertos (1992: 134). Así politic sería para Watts el comportamiento dirigido a
establecer o mantener en equilibrio las relaciones personales entre los
individuos de un grupo social (1992: 50). La cortesía, en cambio, se relaciona
con la entrada en una elite social y por lo tanto es un comportamiento
egocéntrico, porque es más que apropiado y va más allá del uso normal de las
formas socio-culturales de comportamiento político (1992:52). Lo interesante es
que el concepto de cortesía se relegaría nuevamente a su origen de clase, en el
sentido de que correspondería a lo que Bourdieu (1979) llama distinción. Ello
lleva a la idea de que la cortesía conduce no solamente a la construcción de una
imagen social cualquiera, sino de una imagen distinta de la de los demás.
Causa confusión, en estos trabajos, el hecho de que se identifique la cortesía
con la construcción de la imagen, como si los conceptos fueran equivalentes.
Zimmermann (2003) ha señalado con claridad que el concepto de gestión de
imagen de Goffman (face-work), es un concepto más amplio que el de cortesía:
En diferentes análisis se ha podido demostrar (y lo podemos observar en cada
conversación cotidiana) que una parte de lo que los interactuantes hacen
cuando hablan se puede entender como la gestión de las identidades de las
personas involucradas en el evento comunicativo interactivo. Lo que llamamos
cortesía es apenas una parte de la gestión de identidad que es una tarea
necesaria, implícita y continua de los interactuantes (p. 48).
Esta confusión conduce, evidentemente, a ignorar el concepto de descortesía,
que también forma parte del topos de la cortesía. No puede delimitarse el
concepto si no se incluye también su opuesto en la definición.

4. La discusión de la cortesía como mantenimiento del equilibrio responde a la


idea de que ella representa un continuo balance para guardar y mantener la
imagen en dos niveles del nivel funcional y formal que generalmente se mezclan.
De este modo, los actos de soporte como los cumplidos y los halagos se
entienden como estrategias de acercamiento. Así también la comunicación
emotiva es una forma de interacción en la que las muestras de afecto se
producen conscientemente y se usan estratégicamente para influir sobre otros
en una serie de situaciones sociales.
[...] Las manifestaciones afectivas se producen concientemente y se usan
estratégicamente en una amplia variedad de situaciones sociales para influir
sobre las percepciones de otros y sobre las interpretaciones de eventos
conversacionales (Janney y Arndt 1992: 27).
Las señales lingüísticas de “tacto” permiten encontrar marcas de afectividad en
ese sentido estratégico: para propósitos de comunicación afectiva (Nieto y Otero
2000). Estas señales de información afectiva se emplean según Janney y Arndt
(1992) para influir en la conducta de los otros. El tacto apoya la imagen
interpersonal al modificar: a) los niveles de indirección; b) lo explícito/no explícito
y c) la intensidad de las señales: enfático/no enfático (Janney y Arndt 1992: 35).

Para Goffman (1959: 2), la expresividad del individuo comprende dos tipos de
actividad sígnica: la impresión que da y la que emite(gives off). La primera
incluye signos verbales o sus sustitutos y admite usarlos sólo para dar la
información que él y los demás suelen dar a estos símbolos. Esta es la
comunicación en el sentido tradicional y estrecho. Lo segundo implica una
amplia serie de acciones que otros pueden tratar como sintomáticos del acto, la
expectativa de que la acción fue actuada por razones diferentes de la
información dada de esta manera.

En esta misma línea se encuentra la visión del contrato conversacional


propuesto por Fraser y Nolen (1981). Allí se reconoce que, al entrar en una
conversación, cada parte trae una comprensión de una serie inicial de derechos
y obligaciones que determinarán, al menos al principio, lo que los participantes
pueden esperar del otro. Durante el curso del tiempo, o por un cambio en el
contexto, hay una posibilidad para renegociar el contrato conversacional; las dos
partes pueden reajustar los derechos y obligaciones que tienen hacia el otro.

5. La idea de cortesía como habla premodelada (prepatterned speech) se opone


a las visiones funcionalistas. Es un hecho bien conocido que la cortesía tiene
que ver con formas específicas y fórmulas; de ahí derivan dos concepciones de
la cortesía: i) como ritual, en el sentido goffmaniano. Para Haverkate, es
inherente a esta visión que la personalidad humana es un objeto sagrado y la
sanción para la violación de la imagen es el conflicto, o sea un tipo de
interacción marcado, valorado negativamente por ir en contra de las normas
generalmente aceptadas (1994:19); ii) como rutina, en el sentido de Coulmas
(1981), como expresiones funcionales para la realización de movidas
conversacionales recurrentes que garantizan la habilidad de anticipar los
eventos sociales e incrementar la cooperación entre los participantes Distingue
entre rutinas de acción y de expresión, o sea estrategias y modelos de
ocurrencia de los estereotipos verbales.

Las dimensiones según las cuales se establecen los derechos y obligaciones


varían. Algunos términos se establecen por convención, son generales y se
aplican a todas las conversaciones ordinarias. Los hablantes, por ejemplo,
deben tomar turnos (sujetos a los usos de cada comunidad) para hablar una
lengua mutuamente inteligible o hablar de modo suficientemente alto para el otro
(en cambio, se habla en susurros en la iglesia). Hay otras situaciones,
determinadas por encuentros previos o por los particulares de la situación, que
son renegociables a la luz de la percepción de los participantes, por el
reconocimiento de factores como el estatus, el poder o el rol de cada hablante y
la naturaleza de las circunstancias. Los participantes actúan de acuerdo con
estas reglas (Fraser & Nolen 1981).
Cortesía y competencia social
Los autores parecen estar de acuerdo en que la cortesía no es un elemento
natural dentro de las sociedades, sino que se ha desarrollado históricamente.
Recordemos que el origen de la cortesía hay que buscarlo a fines de la Edad
Media en la vida de la corte cuando los cortesanos tratan de distinguirse del
común al crear un sistema de modales que sirva de pauta social distintiva, de
modo que para ese momento la falta de buenos modales es característica del
estilo de vida de gente de extracción humilde (Haverkate 1994). De ahí que la
cortesía no se mantenga homogénea a través del tiempo, ni en sus prácticas, ni
en los contextos en los que se requiere; de ahí también la discusión sobre la
universalidad de la cortesía. En efecto, según Ehlich (1992), no existe cortesía
en las formas gramaticales de tratamiento en latín y griego, donde el sentido
de asociación (togetherness) es neutral con respecto a las formas sociales y,
sólo cuando se juntan hombres del mismo rango, surgen formas de tratamiento
que pueden relacionarse con la idea de cortesía. Se encuentran en la era
bizantina las raíces del pluralis reverentiae como reacción contra el plural
mayestático; a medida que corre el tiempo y se conforma el sistema de la
cortesía, el uso del término courtoisie disminuye, mientras se hace más
frecuente el de civilité que se impone en Francia en el siglo XVII.

La cortesía cambia de sujeto, extendiéndose desde la corte hacia los espacios


sociales aledaños. Es entonces cuando la cortesía pasa a significar no
solamente el cultivo, las maneras y el tacto, sino también la consideración que
una persona le debe a otra, de modo que la sociedad civilizada encuentra, en
este refuerzo, justificación de su posición especial, de su existencia social. La
burguesía, que ha logrado una prosperidad económica creciente, busca, con la
cortesía, formular un cambio general en las reglas sociales; la meta final de este
proceso ideológico sería asegurar que las formas de relación de la cortesía
fueran las hegemónicas en todo el espacio social (Ehlich 1992:99). En lo
lingüístico, por ejemplo, el cumplido se convierte en el centro del discurso cortés
y los siglos XVII y XVIII se convierten en la era dorada de los cumplidos; así, en
1598, se encuentra por primera vez la palabra cumplido en un texto alemán
(Beetz 1990:97). Pero ya el protagonista no es el hombre de la corte, sino la
persona corriente y, según el autor, esta actividad social del universo burgués
está descrita en obras como la del Barón von Knigge.

Kerbrat Orecchioni (2004) sostiene que, por un lado, la cortesía es universal, ya


que en todas las sociedades humanas hay comportamientos que permiten
mantener un mínimo de armonía entre los interactuantes, pero que, al mismo
tiempo, la cortesía no es universal en lo que respecta a sus formas y sus
condiciones de aplicación, pues estas varían de un grupo a otro (Kerbrat-
Orecchioni 2004:39.

También Ehlich (1992:73) da a entender que los diferentes conceptos que


existen sobre la cortesía serían, por esta razón, parte integral de la cortesía
misma, como mencionamos anteriormente, y formarían parte de su historia, su
evolución, su desarrollo y su implementación histórica. Esta es quizás una de las
dificultades que se encuentran en la definición de la cortesía, que tanto el
concepto y los sujetos corteses, como las normas y las prácticas han ido
variando a lo largo de los siglos y en todas las culturas. Esto nos pone en la
situación, también, de buscar una definición operativa para poder hablar de la
cortesía como sistema de significación, como conjunto normativo y como
práctica social.

En cuanto a la competencia social, Eelen (2001) hace un paralelo entre el


conocimiento que tienen los miembros de un grupo sobre la forma apropiada de
comportarse, de saber cómo se usa el lenguaje, de la manera de ser adecuado
en su comunidad, lo emic, que es el punto de vista del miembro del grupo –o
cultural insider–, frente a lo etic, que abarca el conocimiento del sistema desde
el punto de vista del extraño. Lo etic9 se ha considerado como consciente, frente
a lo inconsciente que comprende lo emic. En todo caso, cabe discutir si
podemos hablar de conciencia o inconsciencia en relación con estos conceptos.
Emic puede referirse entonces tanto a la forma como un informante nativo
conceptualiza su propio comportamiento, como a lo que realmente ocurre en la
cabeza del informante nativo, mientras actúa el comportamiento en cuestión.
(Eelen 2001: 77)
En este sentido se expresa también Zimmermann, quien vislumbra la diferencia
entre lo usual y lo marcado:
La cortesía significa no solamente el debilitamiento o modificación de la función
básica de la interacción. La cortesía significa, antes bien, un trabajo en un nivel
paralelo, el de la relación interpersonal, con el que se trata de lograr realizar de
la mejor manera las funciones interactivas básicas (como quiera que éstas se
llamen en lo concreto). Este trabajo consiste en que los interactuantes, al llevar a
cabo sus producciones comunicativas recíprocas, se involucren recíprocamente
y se den, entre otras cosas, señales de respeto y de consideración, para evitar
atacar el rostro (face) del otro al minimizar sus errores, al concederle el paso,
etc. Se trata, en este trabajo, de una serie de actividades diversas que pueden
tener, o bien el formato del turno, o solo el valor de una señal. (Zimmermann
1985 67-81).
Para Watts (1989; 1992), las realizaciones varias de la cortesía verbal que se
discuten en la literatura constituyen una forma más general de comportamiento
lingüístico dirigido hacia el mantenimiento del equilibrio de las relaciones
interpersonales dentro del grupo social, que él llama politic verbal behaviour. Así,
considerando la relación de la cortesía con la clase social y el poder sociopolítico
(el incumplimiento de sus reglas sujetos a estigmatización social y persecución
política), discrimina aquellos fenómenos de cortesía que constituyen formas
socialmente marcadas del comportamiento verbal político. La cortesía abarca,
actividad lingüística y no lingüística, y viene a resultar una capacidad que, una
vez adquirida, puede usarse de manera racional premeditada para lograr metas
muy específicas. La primera de estas metas es el enaltecimiento (enhancement)
de la autoestima de ego así como de su estatus público en los ojos de alter, con
la meta suplementaria de enaltecer también la autoestima de alter, sabiendo
posiblemente que esto indirectamente va a ser de utilidad para ego (Watts 1992:
45). En esto se desvía Watts de las definiciones tradicionales de cortesía, como
la de Lakoff (1975), que centran su meta en reducir la fricción en la interacción
personal; se pierden los fines egocéntricos, la aplicación premeditada y la idea
de que cortesía es el guante de seda que esconde el puño de hierro. De ser la
cortesía un universal del uso lingüístico, habría que concluir que las
comunidades de habla tienen medios a su disposición para enmascarar fines
menos altruistas, como por ejemplo el de evitar el conflicto y mantener la fábrica
de relaciones interpersonales en un estado de equilibrio (Watts 1992: 47).

Watts (1992) sostiene que, habiendo actividades que promueven el conflicto,


como son por ejemplo los debates políticos, los duelos verbales de diferente
tipo, etc., la naturaleza de las relaciones generadas por la actividad social puede
ser antagónica, en vez de la cooperación y la colaboración. Por lo tanto, el uso
del lenguaje socialmente apropiado podría oponerse al de la cortesía lingüística.
Se necesita un término que cubra el rango completo del comportamiento
lingüístico que sea social y culturalmente apropiado en cualquier actividad social
dada, que no es el de cortesía.

Siguiendo esta línea de pensamiento, Watts propone el concepto


de comportamiento político para la forma no marcada de la interacción, donde
no hay rupturas aparentes y cuyo balance se mantiene en la estructura de las
relaciones sociales independientes. El mismo concepto ya había sido definido
por este autor como "un comportamiento determinado socio culturalmente y
dirigido hacia la meta de establecer y/o mantener en estado de equilibrio las
relaciones interpersonales entre los individuos de un grupo social, sea este
abierto o cerrado, durante el proceso de la interacción” (1992:50).

Por otra parte, el tipo de comportamiento no-marcado se relaciona, según


Schiffrin (1987), con el tipo de actividad social, los actos de habla propios de esa
actividad, la existencia de expectativas comunes, los presupuestos con respecto
al estado de la información, así como con la distancia social y las relaciones de
dominación existentes antes de la interacción.

En el modelo de cortesía, habría entonces dos tipos de comportamiento


marcado. El primero llevaría a rupturas de comunicación y, el otro, al
enaltecimiento del ego con respecto al alter. El primero es no político, el
segundo es cortés. Porque, para el autor, lo que cuenta como comportamiento
cortés depende enteramente de aquellos rasgos de la interacción que están
marcados socioculturalmente por la comunidad lingüística por ser algo más que
meramente políticos. Sería entonces, para Watts, parte de la tarea del etnógrafo
el definir, en cada comunidad, lo que cuenta como comportamiento político, o
comportamiento socialmente apropiado y por otra parte, identificar los trechos de
la interacción que incluyen rupturas (breakdowns) o enaltecimientos
(enhancements) (Watts 1992:51). En su concepción, cuando lo voluntario y
conciente supera lo automático e inconsciente –la volición supera
al discernimiento, en términos de Ide (1987)– en la elección de formas
lingüísticas específicas tales como honoríficos, formas de tratamiento,
expresiones rituales. etc., se trata de fenómenos de cortesía. Podríamos
visualizarlas de la siguiente forma:

Cuadro 1.
Cortesía y comportamiento político
El tema está relacionado con la universalidad de los principios de cortesía
discutida también por Blum Kulka (1992), cuando explica que en hebreo hay dos
nociones que traducen el concepto de cortesía: nimus, que proviene de la
palabra griega nomos y la palabra adivutproveniente del árabe, ambas
sinónimas pero con connotaciones diferentes. La primera, que significa 'orden' o
'hábito' no es necesariamente bien vista y sólo la segunda se usa, en las
carreteras por ejemplo, para pedir a la gente que sea amable. Ello se debe a que
la cortesía se asocia en lo negativo con lo externo, lo hipócrita, lo no natural,
pero en lo positivo se relaciona con la tolerancia, el ser comedido (restraint), las
buenas maneras, el mostrar deferencia (p. 257). La autora hace, de este modo,
una distinción entre el comportamiento en la esfera pública y la privada cuando
explica que los israelíes tienen fama de no ser corteses en la vida pública
–hablan fuerte, dicen malas palabras y no tienen consideración (por ejemplo: se
empujan)–. Se dice que los israelíes carecen de guiones para el comportamiento
cortés pero esto sucede porque, en la esfera privada, hay que mostrar
consideración y cuidado hacia los amigos, mientras que se considera que ser
cortés es ser hipócrita. Nótese, por ejemplo, que los actos no-corteses no
generan rupturas en todas las culturas, sobre todo no en los adolescentes

Ambos conceptos parecen separarse también por las funciones que cumplen
cortesía y competencia comunicativa en el lenguaje; nos referimos a la distinción
existente entre acción comunicativa y acción estratégica, en el sentido de
aquella comunicación que busca el entendimiento frente a la que busca influir
sobre el otro. La competencia social parece situarse más dentro de la acción
comunicativa, mientras que, como veremos más adelante, la cortesía podría
llegar a situarse mejor dentro de la acción estratégica, porque presupone una
mayor conciencia de sus acciones y de las expectativas del otro, y una
focalización en cuanto a aquello que se quiere lograr.

Held asigna las formas de cortesía clásicas al sistema lingüístico; sin embargo,
cree que juegan un papel en la relación interpersonal; ellas tienen, sin embargo,
un rol subordinado en el habla cotidiana (1995: 101). En lo heterogéneo de estas
formas observa que la cortesía no es un concepto semántico absoluto en el que
los indicadores de base actúen independientemente del contexto. Para la autora,
la cortesía es una función pragmática que solamente puede generalizarse en
ciertas situaciones contextuales.

Resumiendo, puede decirse que la competencia social tiende más hacia la


mutua comprensión de los participantes, mientras que la cortesía busca algo
más; tanto en lo que respecta al enaltecimiento de la propia imagen y la del otro,
como en el beneficio que acarrea para el emisor. Es por ello que podríamos
considerar que la competencia social forma parte de las acciones comunicativas,
mientras que la cortesía pudiera ser más bien un componente de las acciones
estratégicas.
Estratégicamente designamos una acción como orientada hacia el éxito, cuando
la vemos bajo el aspecto del seguimiento de reglas de elección racional y
cuando ponderamos el resultado de su influencia sobre la decisión de una
contraparte racional. Hablamos por el contrario de acciones comunicativas,
cuando los planes de los actores participantes no se coordinan por sobre el
cálculo egoísta del éxito, sino sobre actos de comprensión. (Habermas 1981:
385, en Siever 2001:108).
Held sostiene que el trabajo de relación omnipresente y audible se da en tres
planos: en primer lugar, en forma de máximas, sobre el plano de la competencia
comunicativa de los miembros racionales de la sociedad, la cual se orienta a
través de normas; luego como actuaciones hacia una meta con el fin de
garantizar el éxito, como estrategias de contenido y, finalmente, sobre el plano
de la lengua, como señales modalizadoras que apoyan, solas o en conjunto,
aquellas funciones mitigadoras del conflicto, ya sea individualmente, o en una
relación dirigida12 (1995: 102). Así también lo ve Bally cuando afirma sobre la
cortesía,
No es solamente un vocabulario […], una fraseología […] una titulatura simbólica
de la jerarquía social […] sino que la cortesía imprime su marca sobre las partes
profundas de la gramática […]: el plural de cortesía, el empleo de la tercera
persona por la segunda, toda una gama de matices modales …" (Bally 1955, en
Held 1995: 104)

Identidad y cortesía
3.1 Amenazas para el rostro
3.2 La construcción de ego
3.3 La defensa del territorio
3.4 Rostros diferentes
Usemos siempre de palabras y frases de
cumplido, de excusa o de agradecimiento, cuando
preguntemos o pidamos algo, cuando nos importe
y nos sea lícito contradecir a una persona, y
cuando se nos diga alguna cosa que no sea
agradable... (Carreño, 1999:191)
La cortesía es un contrato recíproco en el que los participantes en una
interacción construyen y defienden mutuamente su rostro. Quienes fundamentan
la cortesía en el concepto de imagen se basan en la idea de que los hablantes
adultos de una sociedad tienen una imagen favorable o rostro que quieren
construir y conservar, y saben que los demás también lo tienen. El rostro se
compone, en la teoría de Goffman (1967), de una serie de deseos que se
satisfacen solamente a través de las acciones de otros, incluyendo la expresión
de estos deseos40.
El término rostro (face) puede definirse como el valor social positivo que una
persona efectivamente reclama para sí misma a través del guión que otros
asumen que ha representado durante un contacto determinado. El rostro es una
imagen de sí mismo, delineada en términos de atributos socialmente aprobados:
una imagen que otros pueden compartir, como cuando una persona hace una
buena exhibición de su profesión o religión, haciendo una buena exhibición de sí
mismo. (Goffman 1967:5)
El concepto de face responde sólo al lado favorable de la imagen. La imagen,
individual o colectiva, está orientada hacia la instancia de la recepción y de la
manifestación de lo personal o lo social, como una suerte de espectáculo o
simulacro que se construye para ser contemplado y negociado con el Otro. La
imagen tiene un origen discursivo porque es como un guión (line) que se
representa: “un modelo de actos verbales y no verbales a través de los cuales
expresa su visión de la situación y, a través de ella, su evaluación de los
participantes, y especialmente de sí mismo” (Goffman 1967:5).

El esfuerzo de cooperación entre los hablantes obedece a la vulnerabilidad del


rostro. Cada actor social trabaja para conservar esta imagen y para mantenerla
resulta imprescindible que los interlocutores contribuyan recíprocamente a que
no se destruya; (Goffman 1967). La violación de esta imagen, o rostro, se
sanciona con un conflicto, o sea un tipo de interacción marcada, valorada
negativamente por sí misma y que está en contra de las normas generalmente
aceptadas (Haverkate, 1994:19). Es la función de la cortesía tratar de evitar la
violación de esta imagen. Los “incidentes” son incompatibles con las normas
sociales y se consideran amenazas, porque crean un estado de “desequilibro
ritual o desgracia” que obliga a su pronta reparación (Goffman 1967: 19).

La imagen tiene carácter simbólico y por ello puede encarnarse en un individuo


de carne y hueso. Es el caso de autoridades tales como reyes, presidentes,
embajadores quienes, cuando están en funciones, representan a sus países. De
ahí que un agravio a la persona se considere también como un agravio al país,
de la misma forma como la lesión del símbolo patrio (la bandera, por ejemplo) es
una ofensa al país. También la Constitución personifica al país
metonímicamente y entonces contravenir a alguna de sus leyes es también
ofender al país. Esto sucede no solamente porque se incumpla el contrato que
ella significa, sino porque ella también tiene carácter sagrado. Seguramente
tiene está sacralización –de la imagen y del símbolo patrio– un elemento
totémico: “Tiene pues también el hombre algo de sagrado” (Durkheim 2001.127)

La cortesía pone a salvo, según Brown y Levinson (1987), los límites del campo
de acción de cada uno pero también el deseo de cada cual de ser apreciado por
los demás, es decir, las imágenes negativa y positiva de la persona; se habla,
entonces, de cortesía positiva o negativa. El protocolo hace lo propio con la
imagen de cada nación. Según Hernández Flores (2004), estos autores no
toman en cuenta la imagen del hablante cuando tratan de las estrategias
corteses, dado que
[...] la imagen del hablante se ve afectada de la misma manera que la del
destinatario, pues si bien la cortesía trata de satisfacer los deseos de imagen del
otro, al mismo tiempo está satisfaciendo los propios.” (p.95).
Esto no significa, según Hernández Flores, que la actuación del sujeto responda
sólo a la satisfacción interesada de sus propios deseos de imagen, pues es
necesario –para que una actividad de imagen se pueda considerar como de
cortesía– que satisfaga también los deseos de imagen del otro. Para Hernández
Flores se trata de lograr un beneficio mutuo, un equilibrio de la imagen del
hablante y del destinatario. De ahí también que la propuesta de la autora
suponga que este equilibrio sea una situación ideal, “un modelo de
comportamiento comunicativo al que aspirar”. (p.100)
Los conceptos de cortesía positiva y negativa de Brown y Levinson (1987)
generan cierta confusión a partir de la redefinición que hacen estos autores de
las nociones goffmanianas de territorio y rostro (face) como caras negativa y
positiva de la imagen; sobre todo porque la noción de imagen positiva, entendida
como persona en el sentido de personaje que tenía en el teatro griego,
trasciende el rostro (face). La imagen que tiene una persona o un grupo puede
ser, de hecho, desfavorable.

Kerbrat-Orecchioni (1991) afirma que la cara negativa de la imagen corresponde


a lo que los etnólogos llaman el territorio del yo (corporal, espacial, temporal,
bienes y reservas, materiales o cognitivas) y la cara positiva corresponde al
narcisismo y recubre el conjunto de las imágenes valorizadoras que los
interlocutores construyen y buscan imponerse ellos mismos en la interacción. La
autora enfatiza que en la interacción se encuentran las dos caras del
interlocutor:
Notemos primero que los objetos comúnmente llamados particularmente por
Goffman "territorio" y "rostro" son rebautizados por Brown y Levinson,
respectivamente como "imagen negativa” e "imagen positiva". Esta innovación
puede ser inapropiada porque sugiere la existencia de una relación de oposición
entre las dos nociones, cuando no la hay: las imágenes "negativa" y positiva" no
son contradictorias, sino complementarias: ellas representan dos partes
igualmente fundamentales de todo ser social. Además, los términos de Goffman
están mejor motivados, porque la metáfora del territorio es más expresiva y el
sentido técnico de "rostro" reencuentra lo que la lengua original le confiere a esa
palabra en expresiones como "cuidar" o "perder" la imagen. (Kerbrat Orecchioni
1991: 42)
Bravo (1999, 2004) ha propuesto dos conceptos que resolverían el problema de
la nomenclatura, si se logran imponer en los estudios sobre el tema. Para esta
autora, hay dos contextos socioculturales conocidos, aceptados y practicados en
una comunidad; las características de estos conceptos están relacionadas con
los deseos de los hablantes, los cuales pueden incluirse en dos categorías
generales llamadas imagen de autonomía e imagen de afiliación (Bravo 1999).
Con la primera cara de la imagen, el individuo cumple el deseo de verse y ser
visto como alguien con contorno propio dentro del grupo, lo que lo hace especial
y lo diferencia de aquel; con la segunda, el individuo cumple, por el contrario,
con su deseo de verse y ser visto según las características que lo identifican con
su grupo.
Ideología y buenos modales
4.1 Poder y cortesía
4.2 El gusto
4.3 Lo natural
4.4 Variación y modales
El puesto de una señorita no es corral,
ni su sociedad la de los sirvientes.
Teresa de la Parra: Ifigenia
La construcción de la identidad que se hace a través del discurso está
íntimamente ligada a la ideología, porque ésta constituye la base de la identidad
social de un grupo (van Dijk 1998). Loa valores ideológicos son aquellos
asumidos por un sujeto a partir de la selección de los valores axiológicos (Barros
2001: 29). En este caso, hablamos de la cortesía como un valor deseado,
eufórico y de la cortesía como un valor no deseado socialmente y, por lo tanto,
disfórico. En este mismo sentido, sostiene Goffman que la presentación del
individuo ante otros representa los valores acreditados de la sociedad más que
su comportamiento general porque, para este autor, la actuación del individuo
tiene el rango de ceremonia: es la encarnación expresiva y la reafirmación de los
valores de la sociedad (Goffman 1959:35).

Recordemos que Goffman considera la imagen personal como un guión


representado ante los demás y que se construye en la interacción. Para van Dijk,
las ideologías son esquemas que definen los criterios de pertenencia a un grupo,
y a la vez definen la identidad social del mismo. En otras palabras, tan pronto
como un grupo ha desarrollado una ideología, esa ideología define al mismo
tiempo la base para su identidad (van Dijk 1998: 152). Lo mismo puede aplicarse
a la persona: si ésta asume la ideología del grupo, se considera perteneciente a
él.

La identidad es a la vez personal y social, pero en todo caso es una


representación mental. Van Dijk (1998) distingue entre la identidad social o de
grupo y la identidad personal. Esta última adopta dos formas: una
representación mental personal de sí mismo, como un ser humano único con
sus experiencias y biografía propias, como se lo representa en modelos
mentales acumulados, y el auto concepto abstracto delicado de esta
representación, a menudo en la interacción con otros; una representación
mental social de sí mismo, como una colección de pertenencias a grupos, y los
procesos que están relacionados con tales representaciones de pertenencia. La
identidad social se fundiría con un esquema grupal (p.54). Las representaciones
que hacen los seres humanos de sí mismos son suertes de narrativas
personales ubicadas en la memoria episódica, abstracciones construidas
gradualmente a partir de la historia personal. Por la misma razón de que estos
modelos incluyen las representaciones que se fabrican en la interacción social,
se considera que estas auto-representaciones dependen de cómo los demás
miembros del grupo nos ven, y nos definen y tratan (p. 152).

Cabe recordar que este autor distingue entre la identidad del grupo y la
ideología, puesto que esta última es la base “axiomática” de las
representaciones sociales compartidas. Eso significa que las ideologías forman,
a lo sumo, la base de la identidad grupal, esto es, las proposiciones
fundamentales que corresponden a evaluaciones más o menos estables sobre
“nuestros” criterios de pertenencia al grupo, actividades, objetivos, normas y
valores, recursos sociales y, especialmente, nuestra posición en la sociedad y
las relaciones con otros grupos especiales. Pueden ocurrir cambios en las
creencias de una persona o de un grupo, por lo que van Dijk usa el
término identificación para estos tipos de pertenencia (van Dijk 1998: 156).

A diferencia de las ideologías, dice van Dijk, las identidades sociales no


necesitan estar limitadas al campo cognitivo. La identidad del grupo también
puede definirse, al menos parcialmente, en términos de las prácticas sociales
características de sus miembros, incluyendo acciones colectivas (1998:158). En
este aparte entran los acontecimientos históricos notables, los símbolos, etc. que
pueden llegar a ser cotidianos, como es poseer una tarjeta de crédito; la
tarjeta American Express, por ejemplo, nos hace “miembros” del grupo exclusivo
de sus tarjetahabientes. También entran a jugar un papel, en la identidad del
grupo, prácticas como las de la cortesía. Fairclough (1989) explica, en este
mismo sentido, que la ideología está en las estructuras, porque muestra los
eventos como práctica discursiva constreñida por convenciones sociales,
normas e historias. Para este autor,
Una serie de propiedades de los textos se considera potencialmente ideológica,
incluyendo rasgos del vocabulario y metáforas, gramática, presuposiciones e
implicaturas, convenciones de la cortesía, intercambios de habla (toma de
turnos), sistemas, estructura genérica y estilo. (Fairclough, 1995b: 2)
CIBERCORTESIA
• Por Nancy Chang
Hoy muchas personas portamos un teléfono celular, usamos alguna aplicación
de mensajería instantánea y pertenecemos a alguna red social activamente.
Siguiendo esto, me he incorporado en WhatsApp a un grupo formado por
mamás de grado del colegio de mi hija mayor. De momento me parece que es
una forma efectiva de comunicarnos instantáneamente y conocernos cada vez
más sin antes habernos visto.

Los chats nos permiten tener acercamiento, contacto inmediato y accesible.


Recientemente también me agregaron a un grupo en Facebook donde se
comparten todo tipo de inquietudes e intereses relacionados con los hijos con el
propósito de aportar conocimientos, experiencias y dudas para que otras mamás
compartan consejos o sugerencias a otras mamás. En este grupo pregunté si
formaban parte de algún chat grupal y qué tan efectivo o productivo era éste
para ellas, por lo que respondieron que sí y que en la mayoría de los casos
estaban entusiasmadas con la idea. Aseguraron que les ha servido de mucho y
ha sido una herramienta de apoyo emocional y personal para conocerse
y estar al tanto de las actividades escolares de los niños del grado.

Sin embargo, algunas mencionaron también su malestar haciendo referencia a


que algunos chats grupales no mantienen la línea de comunicación bajo el
mismo tema de interés y que por tal razón habían decidido abandonarlo. Por otro
lado, he escuchado el caso de algunas mamás que pertenecen a varios chats de
los diferentes grados de sus hijos, y que es tanta la información que se
comparte, que en algún momento confundieron los temas de unos con los de
otros.

Pensando en los comentarios de las mamás, opino que los chats también
requieren ciertas normas de moderación o cortesía -netiquette- para su positivo
y efectivo manejo, sobre todo cuando éste involucra a varias personas. Les
comparto algunos consejos que debemos considerar para participar en un chat
grupal de forma cordial:

• Cuida tu ortografía y gramática. El sentido de las palabras y la forma en


que escribes puede interpretarse de diversas formas. Evita usar
mayúsculas, éstas representan un tono de voz alzada.
• Sigue en el chat tus estándares de comportamiento como los son en la
vida real. Mantén la cortesía con los otros miembros.
• Conoce la realidad del medio en que estás escribiendo, la naturaleza de
un chat es mantener una comunicación clara, corta y concisa. Evita ser
SPAM.
• Evita extenderte o salirte del tema central por el que fue creado el
grupo o chat.
• Si vas a tocar un tema específico con alguno de los miembros, inicia un
chat en privado con la persona involucrada.
• Respeta a las demás personas. Evita estar chateando en situaciones en
que te encuentres presente atendiendo compromisos con otras personas,
esto te lo agradecerán los que están presentes.
• Procura mantener la discreción en lo que compartes, recuerda que la
información llega a todos los miembros al mismo tiempo.
• Respeta la privacidad y la rutina de los miembros. Evita usar el chat en
horas inhábiles o inapropiadas.
• Responde. Si te intentan localizar o se dirigen específicamente a ti,
corresponde de vuelta en cuanto puedas.
• Elige cuidadosamente a los miembros del chat o grupo, ya que deben ser
personas que compartan el mismo interés.
Es así como conocemos el significado del "netiquette", o dicho en otras
palabras, las normas de cortesía que debemos considerar para participar en un
medio digital grupal de forma cordial.

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