Historia de Los Duendes

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Los 

duendes son criaturas mitológicas fantásticas de forma humanoide pero de tamaño


pequeño que están presentes en el folclore de muchas culturas. La etimología de su
nombre proviene de la expresión "duen de casa" o "dueño de casa", por el carácter de los
duendes al "apoderarse" de los hogares y encantarlos,1 o bien del árabe "duar de la casa"
("que habita, habitante").2
En Castilla y León la palabra duende define a un tipo de ser sobrenatural de la cultura
popular equivalente al goblin de otros folclores europeos (del francés normando gobelin,
nombre originado en el de un fantasma que se decía asoló el pueblo de Evreux en el
siglo XII),3 de naturaleza maliciosa hacia los humanos.

Historia[editar]
Los duendes son criaturas mágicas relacionadas en algún caso con las hadas que no
forman parte de la tradición cristiana, aunque algunos demonólogos de los siglos XVI y
XVII, y al menos desde la segunda mitad del siglo XV, los consideraban un tipo
de demonio.
Físicamente, se suele describir a los duendes como personajes de baja estatura (con
altura no superior a un metro) y aspecto humanoide, con largas orejas puntiagudas y piel
verdosa. Se caracterizan por ser seres elementales, cuidadores de la naturaleza y el
bosque y muy escurridizos.4 En la mitología de muchas culturas se les supone algún tipo
de poder o conocimiento sobrenatural además de una personalidad bromista o maliciosa,
por el cual son culpados de todo tipo de daños menores en el entorno doméstico o rural.
Según esta definición, serían considerados un tipo de duendes los gnomos, los trasgos,
el pombero sudamericano, el tomte sueco, el leprechaun irlandés o el poltergeist alemán.

Cubierta del libro La princesa y el duende, de George MacDonald.

Este tipo de supersticiones ligadas a los hogares fueron difundidas por todo el Imperio
romano, ya que su religión pagana afirmaba que había unos dioses menores,
los lares o genius loci, que habitaban una casa a la que estaban ligados con la función de
protegerla. A veces estaban asociados a la familia que construyó la casa o que la habitó
desde que fue construida, esto explicaría su frecuente relación con los fuegos del altar
familiar u hogar, los pucheros o las alacenas. A esto habría que sumar una noción
semejante por parte de los druidas, quizá todavía presente en la creencia germánica en
los Kobold. Pero esta tradición se presenta también en el folklore de todas las naciones
eslavas, donde son llamados domovik, e incluso en el japonés, donde unas criaturas en
todo semejantes se denominan zashiki-warashi. Por lo demás, los djinn de los pueblos
semíticos poseen características muy parecidas. La superstición, por otra parte, podría
tener una etiología bastante elemental: una justificación maravillosa o imaginativa de los
ruidos desconocidos que se producen en las alacenas, sótanos o cuevas subterráneas
cerradas de las casas, casi siempre debidos a la presencia de pequeños roedores o
depredadores en busca de alimento.
Es más, aparte de su origen supersticioso, la leyenda de la llamada "gente pequeña",
como los denominaba en su famoso manuscrito el párroco escocés Robert Kirk,5 o
"duendes", está tan arraigada en unos lugares concretos de Europa (islas británicas) que
algunos han llegado a teorizar la posible existencia de un pueblo humano de pequeña
estatura ya desaparecido en estas ubicaciones, lo que ha convertido en más probable el
descubrimiento reciente del hombre de Flores y el ya conocido pueblo pigmeo en África.
[cita  requerida]

El primero en proponer esta explicación fue David MacRitchie (1861-1925), un folclorista


escocés, en su obra The Testimony of Tradition; este tipo de leyendas (y muchas otras) se
habrían fundado en la existencia histórica de un pueblo que habitaría en cuevas o que
sería subterráneo en las Islas Británicas, resto de gentes antiquísimas de tecnología muy
primitiva, quizás neolítica, quienes, ante la llegada de pueblos más civilizados y mejor
armados, se habrían ocultado en la oscuridad. Esta teoría habría sido completada en The
Witch-Cult in Western Europe (1921) por la doctora Margaret Murray (1863-1963).
El alquimista y médico suizo Paracelso (1493-1541) escribió sobre numerosos tipos de
criaturas ni humanas ni divinas en su grimorio Philosophia Occulta (1570), a los que llama
genéricamente elementales y denominó gnomos (elemento tierra), ondinas (elemento
agua), silfos o sílfides (elemento aire) y salamandras (elemento fuego):
No pueden clasificarse entre los hombres, porque algunos vuelan como los espíritus, no son
espíritus, porque comen y beben como los hombres. El hombre tiene un alma que los espíritus no
necesitan. Los elementales no tienen alma y, sin embargo, no son semejantes a los espíritus, éstos
no mueren y aquéllos sí mueren. Estos seres que mueren y no tienen alma ¿son, pues, animales?
Son más que animales, porque hablan y ríen. Son prudentes, ricos, sabios, pobres y locos igual que
nosotros. Son la imagen grosera del hombre, como éste es la imagen grosera de Dios… Estos seres
no temen ni al agua ni al fuego. Están sujetos a las indisposiciones y enfermedades humanas,
mueren como las bestias y su carne se pudre como la carne animal, y son virtuosos y viciosos,
puros e impuros, mejores o peores.

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