Hegel - Filosofía de La Historia (Introducción)

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G.W. F.

HEGEL

Biblioteca de Obras
Maestras del Pensamiento
Filosofía de la
historia universal
I

Traducción y notas:
JosÉ GAos

EDITORIAL LOSADA
- BuENOS AIRES
Hegel, G. W. F.
Filosofía de la historia universal - 1" ed. - Buenos Aires:
Losada, 2010. v. 1 - 504 p.; 22 x 14 cm. (Biblioteca de
Obras Maestras del Pensamiento, 101)

Traducción de José Gaos


ISBN: 978-950-03-9747-6

l. Historia Universal. 2. Filosofía de la Historia.


I. Gaos, José, trad. II. Título
CDD 901
i
. ___ _____j

Título original:
Vorlesungen über die Philosophie der Geschichte

¡a edición: noviembre de 2010

©Editorial Losada, S. A.
Moreno 3362,
Buenos Aires, 2010

Composición: Taller del Sur

ISBN: 978-950-03-9747-6
Depósito Legal: B-43.121-2010
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Libro de edición argentina
Impreso en España
Printed in Spain
INTRODUCCIÓN GENERAL
SEÑORES:

El objeto de estas lecciones es la filosofía de la historia uni­


versal.
No necesito decir lo que es historia, ni lo que es historia univer­
sal. La representación general es suficiente y sobre poco más o
menos concordamos con ella. Pero lo que puede sorprender, ya
en el título de estas lecciones, y lo que ha de parecer necesitado
de explicación, o más bien de justificación, es que el objeto de
nuestro estudio sea una filosofía de la historia universal y que
pretendamos tratarfilosijicamente la historia.
Sin embargo, la filosofía de la historia no es otra cosa que
la consideración pensante de la historia; y nosotros no pode­
mos dejar de pensar, en ningún momento. El hombre es un ser
pensante; en esto se distingue del animal. En todo lo humano,
sensación, saber, conocimiento, apetito, voluntad -por cuanto
es humano y no animal- hay un pensamiento; por consiguien­
te, también lo hay en toda ocupación con la historia. Pero este
apelar a la universal participación del pensamiento en todo lo
humano y en la historia, puede parecer insuficiente, porque esti­
mamos que el pensamiento está subordinado al ser, a lo dado,
haciendo de éste su base y su guía. A la filosofía, empero, le son
atribuidos pensamientos propios, que la especulación produce
por sí misma, sin consideración a lo que existe ; y con esos pen­
samientos se dirige a la historia, tratándola como un material,

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y no dejándola tal como es, sino disponiéndola con arreglo al
pensamiento y construyendo a priori una historia.
[ La historia se refiere a lo yue ha acontecido. El concep­
to, que se determina esencialmente por sí mismo, parece pues
contrario a su consideración. Cabe, sin duda, reunir los acon­
tecimientos de tal modo que nos representemos que lo sucedi­
do está inmediatamente ante nosotros. Pero entonces hay que
establecer el enlace de los acontecimientos; hay que descubrir
eso que se llama historia pragmática, esto es, las causas y fun­
damentos de lo sucedido, y cabe representarse que el concepto
es necesario para ello, sin que por eso el concebir se ponga en
relación de oposición a sí mismo. Ahora que, de este modo, los
acontecimientos siguen constituyendo la base; y la actividad
del concepto queda reducida al contenido formal, universal, de
los hechos, a los principios y reglas. Se reconoce, pues, que el
pensamiento lógico es necesario para las deducciones, que así se
hacen de la historia; pero se cree que lo que las justifica, debe
provenir de la experiencia. En cambio, lo que la filosofía entien­
de por concepto es otra cosa; el concebir es aquí la actividad
misma del concepto y no la concurrencia de una materia y una
forma que vienen cada una de su lado. Una alianza como la de
la historia pragmática no basta al concepto en la filosofía; éste
toma esencialmente de sí mismo su materia y contenido. En este
respecto, y a pesar del enlace indicado, subsiste la misma dife­
rencia: lo sucedido y la independencia del concepto se oponen
mutuamente.
Sin embargo, la misma relación se nos ofrece ya dentro de
la historia (prescindiendo aún enteramente de la filosofía), tan
pronto como tomamos en ella un punto de vista más alto. En
primer término vemos en la historia ingredientes, condiciones
naturales, que se hallan lejos del concepto; vemos diversas for­
mas del arbitrio humano y de la necesidad externa. Por otro lado

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ponemos frente a todo esto el pensamiento de una necesidad
superior, de una eterna justicia y amo; el fin último absoluto,
que es verdad en sí y por sí. Este término opuesto descansa sobre
los elementos abstractos en la contraposición del ser natural,
sobre la libertad y necesidad del concepto. Es una contraposi­
ción, que nos interesa en múltiples formas y que también ocupa
nuestro interés en la idea de la historia universal. Nuestro propó­
sito es mostrarla resuelta en sí y por sí en la historia universal ] .
La historia sólo debe recoger puramente lo que es, lo que ha
sido, los acontecimientos y actos. Es tanto más verdadera, cuan­
to más exclusivamente se atiene a lo dado -y puesto que esto no
se ofrece de un modo inmediato, sino que exige varias investi­
gaciones, enlazadas también con el pensamiento- cuanto más
exclusivamente se propone como fin lo sucedido. La labor de la
filosofía parece hallarse en contradicción con este fin; y sobre
esta contradicción, sobre el reproche que se hace a la filosofía,
de que lleva pensamientos a la historia con arreglo a los cuales
trata la historia, quiero explicarme en la Introducción. Se trata
de enunciar primeramente la difinición general de lafilosifía de la
historia universal, y de hacer notar las consecuencias inmediatas
que se derivan de ella. Con esto, la relación entre el pensamien­
to y lo sucedido se iluminará por sí misma con recta luz. Y tanto
por esta razón, como también para no resultar demasiado proli­
jo en la Introducción, ya que en la historia universal nos aguarda
una materia tan rica, no será menester que me entretenga en
refutar y rectificar las infinitas representaciones y reflexiones
equivocadas, que están en curso o se inventan continuamente!
sobre los puntos de vista, los principios, las opiniones acerca del
fin y del interés del estudio de la historia, y en particular sobre la

1 Cada nuevo prólogo de una historia y seguidamente las introduccio­

nes, en las r�señas de esta misma historia, aportan una nueva teoría.

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relación del concepto y de la filosofía con lo histórico. Las omi­
tiré por entero o sólo incidentalmente recordaré algo sobre ellas.

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I

La visión racional de la historia universal

Empezaré advirtiendo, sobre el concepto provisional de la


filosofía de la historia universal, que, como he dicho, a la filo­
sofía se le hace en primer término el reproche de que va con
ciertos pensamientos a la historia y de que considera ésta según
esos pensamientos. Pero el único pensamiento, que aporta, es el
simple pensamiento de la razón, de que la razón rige el mundo
y de que, por tanto, también la historia universal ha trascurrido
racionalmente. Esta convicción y evidencia es un supuesto, con
respecto a la historia como tal. En la filosofía, empero, no es
un supuesto. En ella está demostrado, mediante el conocimien­
to especulativo, que la razón -podemos atenernos aquí a esta
expresión, sin entrar a discutir su referencia y relación a Dios- es
la sustancia; es, como potencia infinita, para sí misma la materia
infinita de toda vida natural y espiritual y, como forma infini­
ta, la realización de éste su contenido: sustancia, como aquello
por lo cual y en lo cual toda realidad tiene su ser y consisten­
cia; potencia infinita, porque la razón no es tan impotente que
sólo alcance al ideal, a lo que debe ser, y sólo exista fuera de la
realidad, quién sabe dónde, quizá como algo particular en las
cabezas de algunos hombres; contenido infinito, por ser toda
esencia y verdad y materia para sí misma, la materia que ella
da a elaborar a su propia actividad. La razón no ha menester,
como la acción finita, condiciones de un material externo; no

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necesita de medios dados, de los cuales reciba el sustento y los
objetos de su actividad ; se alimenta de sí misma y es ella misma
el material que elabora. Y así como ella es su propio supuesto,
su fin, el fin último absoluto, de igual modo es ella misma la
actuación y producción, desde lo interno en el fenómeno, no
sólo del universo natural, sino también del espiritual, en la his­
toria universal. Pues bien, que esa idea es lo verdadero, lo eterno,
lo absolutamente poderoso; que esa idea se manifiesta en el
mundo y que nada se manifiesta en el mundo sino ella mis­
ma, su magnificencia y dignidad ; todo esto está, como queda
dicho, demostrado en la filosofía y, por tanto, se presupone aquí
como demostrado.
[ La consideración filosófica no tiene otro designio que eli­
minar lo.contingente. La contingencia es lo mismo que la nece­
sidad externa, esto es, una necesidad que remonta a causas, las
cuales son sólo circunstancias externas. Debemos buscar en la
historia un fin universal, el fin último del mundo, no un fin
particular del espíritu subjetivo o del ánimo. Y debemos apre­
henderlo por la razón, que no puede poner interés en ningún
fin particular y finito, y sí sólo en el fin absoluto. Este es un
contenido que da y lleva en sí mismo el testimonio de sí mismo,
y en el cual tiene su apoyo todo aquello en que el hombre puede
interesarse. Lo racional es el ser en sí y por sí, mediante el cual
todo tiene su valor. Se da a sí mismo diversas figuras; en nin­
guna es más claramente fin que en aquella en que el espíritu se
explicita y manifiesta en las figuras multiformes que llamamos
pueblos. Es necesario llevar a la historia la fe y el pensamiento
de que el mundo de la voluntad no está entregado al acaso.
Damos por supuesto, como verdad, que en los acontecimientos
de los pueblos domina un fin último, que en la historia uni­
versal hay una razón -no la razón de un sujeto particular, sino
la razón divina y absoluta-. La demostración de esta verdad es

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el tratado de la historia universal misma, imagen y acto de la
razón. Pero la verdadera demostración se halla más bien en el
conocimiento de la razón misma. Esta se revela en la historia
universal. La historia universal es sólo la manifestación de esta
única razón; es una de las figuras particulares en que la razón se
revela; es una copia de ese modelo que se ofrece en un elemento
especial, en los pueblos.
La razón descansa y tiene su fin en sí misma; se da la exis­
tencia y se explana por sí misma. El pensamiento necesita darse
cuenta de este fin de la razón. El modo filosófico puede tener
al principio algo de chocante; dadas las malas costumbres de
la representación, puede ser tenido por contingente, por una
ocurrencia. Aquel para quien el pensamiento no sea lo único
verdadero, lo supremo, no puede juzgar en absoluto el modo
filosófico] .
Podría, pues, pedir a aquellos de ustedes, señores, que toda­
vía no han trabado conocimiento con la filosofía, que se acerca­
sen a esta exposición de la historia universal con fe en la razón,
con sed de su conocimiento. Y en efecto, la necesidad subjetiva
que lleva al estudio de las ciencias, es, en verdad, sin duda, el
afán de evidencia racional, de conocimiento, y no meramente
de una suma de noticias. Pero, en realidad, no necesito reclamar
de antemano semejante fe. Lo que he dicho hasta ahora, y diré
todavía, no debe tomarse como un supuesto -ni siquiera por
lo que se refiere a nuestra ciencia-, sino como una sinopsis del
conjunto, como el resultado de la consideración que hemos de
hacer -resultado que me es conocido, porque conozco el con­
junto. La consideración de la historia universal ha dado y dará
por resultado el saber que ha trascurrido racionalmente, que ha
sido el curso racional y necesario del espíritu universal, el cual
es la sustancia de la historia- espíritu uno, cuya naturaleza es
una y siempre la misma, y que explicita ésta su naturaleza en la

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existencia universal. (El espíritu universal es el espíritu en gene­
ral). Este ha de ser, como queda dicho, el resultado de la historia
misma. Pero hemos de tomar la historia tal como es ; hemos de
proceder histórica, empíricamente. Entre otras cosas, no debe­
mos dejamos seducir por los historiadores de oficio. Pues, por
lo menos entre los historiadores alemanes, incluso aquellos que
poseen una gran autoridad y se enorgullecen del llamado estu­
dio de las fuentes, los hay que hacen lo que reprochan a los filó­
sofos, esto es, llevar a la historia invenciones a priori. Para poner
un ejemplo, diremos que es una muy difundida invención la
de que ha existido un pueblo primero y más antiguo, el cual,
adoctrinado inmediatamente por Dios, ha vivido con perfecta
visión y sabiduría, ha tenido penetrante noción de todas las
leyes naturales y de toda verdad espiritual -o que ha habido
estos y aquellos pueblos sacerdotales, o, para indicar algo más
especial, que ha existido una épica romana, de la cual los histo­
riadores romanos han sacado la historia antigua, etc. Dejaremos
a los ingeniosos historiadores de oficio estos apriorismos, no
insólitos entre los alemanes.
Podríamos formular, por tanto, como la primera condición,
la de recogerfielmente lo histórico. Pero son ambiguas esas expre­
siones tan generales como recoger y fielmente. El historiógrafo
corriente, medio, que cree y pretende conducirse receptivamen­
te, entregándose a los meros datos, no es en realidad pasivo
en su pensar. Trae consigo sus categorías y ve a través de ellas
lo existente. Lo verdadero no se halla en la superficie visible.
Singularmente en lo que debe ser científico, la razón no puede
dormir y es menester emplear la reflexión. Quien mira racio­
nalmente el mundo, lo ve racional. Ambas cosas se determinan
mutuamente.
[ Cuando se dice que la finalidad del mundo debe despren­
derse de la percepción, esto no deja de tener exactitud. Mas para

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