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¿Qué es desigualdad? Negar la igualdad de


oportunidades a los pobres
UNICEF
Un niño de 12 años, que no va a la escuela, vende plátanos en la provincia de Uruzgan, en el oeste
de Afganistán.

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28 Octubre 2021Derechos humanos

La movilidad social ascendente que existía en los años 1940 ha disminuido en la


actualidad, lo que significa que tanto el privilegio como la pobreza tienen más
probabilidades de persistir a lo largo de las generaciones, afirma un experto en
derechos humanos, que señala que la pobreza se convierte así en una trampa.
“La igualdad de oportunidades está en el centro de nuestra concepción de una
sociedad justa (…) Sin embargo, a los niños nacidos en familias desfavorecidas se
les niega esa igualdad de oportunidades y sus posibilidades de alcanzar un nivel
de vida decente en la edad adulta disminuyen considerablemente por el mero
hecho de que sus padres sean pobres, afirma el relator* de la ONU sobre la
extrema pobreza y los derechos humanos en su último informe.

Olivier De Schutter, denuncia además que, frente a ese conceto de justicia social
de la igualdad, la desigualdad fomenta “la concepción anticuada y ya
desacreditada de la meritocracia”, idea que “es sostenida, sobre todo, quizá sin que
resulte sorprendente, por las personas con ingresos elevados”.

Según el informe, mientras que los individuos nacidos en la década de 1940 tenían
más posibilidades de pasar de la mitad inferior al cuartil superior en los países en
desarrollo que en los países desarrollados, la situación ahora se ha invertido: la
movilidad ascendente está disminuyendo en el mundo en desarrollo, y la
persistencia en la parte inferior está aumentando.

Los niños nacidos en familias pobres tienen menos acceso a la


sanidad, la vivienda y la educación que los de los hogares más
acomodados. Esto reduce drásticamente sus posibilidades de salir
de la trampa de la pobreza.
“La baja movilidad relativa significa que tanto el privilegio como la pobreza tienen
más probabilidades de persistir a lo largo de las generaciones, con claras
repercusiones para los pobres”, asegura De Shutter.

Las sociedades más igualitarias también están mejor preparadas para afrontar
una serie de retos relacionados con la salud, la educación y la violencia, de ahí
que en la Agenda de Desarrollo 2030 los líderes mundiales se comprometieran a
reducir la desigualdad en sus países (Objetivo de Desarrollo Sostenible número
10), y prometieran garantizar que los ingresos del 40 % de las personas con
menores recursos aumentaran más rápido que la media.
Sin embargo, no es esa la tendencia que ha existido desde la década de 1980.
Desde entonces, la concentración de los ingresos en la parte superior de la
distribución de la renta ha aumentado en todo el mundo, limitando la cuota de
ingresos de la parte inferior.

Desde 1980, la mitad de la renta mundial está en manos del 10 % más rico. De
hecho, la cuota de ingresos del 1% más rico ha seguido aumentando, pasando del
16 % en 1980 al 22 % en 2000, mientras que la cuota del 50 % más pobre se ha
mantenido en torno al 9%.

La velocidad a la que crecen los ingresos también es desigual: en tres cuartas


partes de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE), los ingresos de los hogares del 10% más alto han crecido
más rápido que los del 10% más pobre y los niños del decil inferior de ingresos
tardan entre cuatro y cinco generaciones en alcanzar el nivel de ingresos medios,
según datos del relator.

PNUD/Fahad Kaizer

Las familias que viven en los barrios marginales de Dhaka, en Bangladesh, reciben ayuda
de emergencia durante la pandemia de COVID-19.

Factores que perpetúan el ciclo


Esas cifras de la desigualdad se reproducen en múltiples ámbitos de la vida, como
la educación, la salud y la vivienda.

Por ejemplo, sobre la salud, el relator indica que “la pobreza y la mala salud están
interrelacionadas. Los grupos desfavorecidos están expuestos a los riesgos
ambientales y a las temperaturas extremas, y a las barreras financieras para
acceder a la atención de la salud”.

De acuerdo con los datos que ha recopilado para su informe, los adultos con una
experiencia temprana de pobreza durante la infancia tienen un mayor riesgo de
desarrollar hipertensión o inflamación crónica.

Además, la pobreza afecta tanto a las perspectivas de salud a largo plazo de las
personas como a sus perspectivas económicas, debido a sus repercusiones en el
desarrollo del niño. El estrés derivado de vivir en la escasez provoca una
respuesta fisiológica (el aumento de los niveles de las hormonas del estrés, las
más conocidas de las cuales son las hormonas liberadoras de corticotropina, el
cortisol, la norepinefrina y la adrenalina) que, aunque es una reacción corporal
natural y hasta cierto punto protectora, puede dañar el cerebro si se prolonga en
niveles elevados.

En cuanto a la vivienda, De Schutter señala que los niños de hogares


socioeconómicamente desfavorecidos suelen tener más probabilidades de crecer
en viviendas superpobladas, mal aisladas y expuestas a entornos contaminados e
inseguros. También es más probable que vivan en barrios “guetos”, violentos y con
un acceso inadecuado a los servicios esenciales.

Todo ello, repercute además en la salud, tanto por las condiciones de la vivienda
como tal, incluida la exposición a altos niveles de contaminación atmosférica,
especialmente donde la energía limpia es inaccesible o la regulación es
insuficiente, como por los entornos alimentarios deficientes y el acceso limitado a
zonas verdes para el ejercicio físico y el ocio.

El acceso limitado a los espacios verdes puede provocar el llamado “trastorno por
déficit de naturaleza”, que puede traducirse en un trastorno por déficit de atención
e hiperactividad, lo que reduce la capacidad de aprendizaje

Y sobre la educación, el experto afirma que los adultos que viven en la pobreza a
menudo no pueden asegurar los medios para que sus hijos crezcan con mejores
oportunidades que las que ellos tuvieron, a pesar de sus esfuerzos por hacerlo.
“Muchos padres expresan la esperanza de que sus hijos vayan a la escuela e
incluso completen la educación universitaria”.

Sin embargo, criarse en una familia desfavorecida tiene un impacto significativo en


el acceso a la educación y en el rendimiento escolar.

Los niños de entornos desfavorecidos encuentran obstáculos en su acceso a una


educación de calidad. En los países de renta baja y media-baja, la probabilidad de
matricularse en la escuela primaria, en la secundaria inferior y en la secundaria
superior sigue dependiendo en gran medida de los ingresos de los padres y de su
nivel educativo.

Finalmente, aunque la educación es gratuita en casi todo el mundo de forma


oficial, las tasas adicionales relacionadas con el material escolar y de aprendizaje,
así como el transporte, siguen impidiendo que los niños de familias
desfavorecidas accedan a las escuelas.

Por el contrario, las familias con ingresos elevados pueden gastar dinero no solo
en la matrícula escolar, sino también en gastos adicionales, como computadoras,
guarderías de alta calidad, campamentos de verano, escuelas privadas y otros
artículos o experiencias que fomentan las capacidades de sus hijos
Mientras la pobreza, la injusticia y las desigualdades flagrantes persistan, ninguno de
nosotros puede descansar.. Nelson Mandelq

La trampa de la pobreza
"Los niños nacidos en familias pobres tienen menos acceso a la sanidad, a una
vivienda digna, a una educación de calidad y al empleo que los de los hogares más
acomodados", dijo De Schutter. "Esto reduce drásticamente sus posibilidades de
salir de la trampa de la pobreza. El resultado es espantoso: los niños nacidos en
una familia en situación de pobreza tienen más del triple de probabilidades de
seguir siendo pobres a los 30 años que los que nunca fueron pobres".

Y añade que "la pobreza infantil no sólo es moralmente inaceptable y una violación
de los derechos humanos, sino que también es cara. En Estados Unidos, la
pobreza infantil cuesta más de un billón de dólares al año, es decir, el 5,4% de su
PIB, pero por cada dólar invertido en reducirla se ahorrarían siete dólares".

Acabar con el mito de que la desigualdad es un incentivo


Para el relator, es hora de acabar con el mito de que la desigualdad es un incentivo
que anima a la gente a trabajar más.

"Los hechos apuntan a lo contrario. La desigualdad reduce la movilidad social y


consolida las ventajas y desventajas durante décadas. Cuando fetichizamos el
mérito, estigmatizamos a las personas en situación de pobreza o con bajos
ingresos, y las culpamos de su propia condición", dijo De Schutter.

Lo cierto “es que la pobreza es un fracaso no del individuo, sino de la sociedad”,


afirmó.

El informe muestra cómo se puede poner fin a estos ciclos, para ellos es
necesario:

• invertir en la primera infancia


• promover la educación inclusiva
• dar a los jóvenes adultos una renta básica financiada a través de los impuestos de
sucesiones
• combatir la discriminación contra los pobre
“Los gobiernos deben actuar ahora antes de que otra generación se vea
condenada al mismo destino que sus padres", concluye el relator.

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