Anormal Indiana Vallejos

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Anormal: adj. que no responde a la norma.

En cuestiones de pensamiento y conducta ser


independiente es ser anormal y ser anormal es ser detestado. En consecuencia, el autor
aconseja parecerse más al hombre medio que a uno mismo.

El de normalidad es un concepto que permite establecer demarcaciones entre lo uno mismo y


lo otro, y que incluye bajo la denominación de anormales a grupos cada vez más numerosos de
los que pueden ser agrupados como “el resto”, de lo que no son nosotros.

Un “resto” que comprende a locos, pobres, rebeldes, deformes, ciegos, etc. y otros que serán
inventados y construidos como anormales a partir de un trasfondo de expropiación del techo,
la tierra, el trabajo, la ciudadanía, en un desplazamiento que va del control de la morfología y
la conducta de los cuerpos hacia un criterio de control con énfasis en las victimas de una
economía injusta y de la privación que señala grupos poblacionales.

Un Otro discapacitado en el que es necesario pensar para desnaturalizar su producción como


algo ajeno al Nosotros, porque la discapacidad no es un fenómeno biológico sino una retórica
cultural, y de ahí que no pueda ser pensada como un problema de los discapacitados, de sus
familias o de los expertos.

La discapacidad es una idea cuyo significado está íntimamente relacionado con el de la


normalidad y con los procesos históricos, culturales, sociales y económicos que regulan y
controlan el modo a través del cual son pensados e inventados los cuerpos, las mentes, el
lenguaje, la sexualidad de los otros. La discapacidad es entonces una categoría social y política;
es una condición producida por la interrelación de las estructuras económica, social que
impone limitaciones a los sujetos que presentan algún déficit.

La construcción de la normalidad como categoría de señalamiento: el concepto de normalidad


es una invención de la Modernidad, que se instaura como una categoría que rige la mirada de
médicos, educadores y criminólogos a partir del siglo xix.

Es una categoría que se construye desde su negación, porque lo que su origen sintetiza no es la
normalidad, sino la anormalidad, que confirma la propia pertenencia a lo Uno, a lo Mismo.

Una categoría inventada para confirmar lo propio e instalar el control, expulsar, aniquilar,
corregir, censurar, moralizar, domesticar todo lo que exceda sus propios límites, todo lo Otro.

Esta construcción de lo Anormal construye a su vez otro que encarna “Nuestro más absoluto
temor a la incompletud, a la incongruencia, a la ambivalencia, al desorden, a la imperfección, a
lo innombrable, a lo dantesco. UN Otro cuyo todo y cada una de sus partes se han vuelto
objeto de una obscena y caritativa curiosidad de una inagotable morbosidad, de una pérfida
etnografía de lo mismo, de un sueño o ideal de completamiento del otro, de perfectibilidad del
otro, de corrección del otro, de normalización del otro.

Foucault sostiene que el anormal se constituye como un dominio especifico a partir de la


síntesis de tres personajes: el monstruo humano, el individuo a corregir y el onanista.

Personajes pertenecientes a distintos momentos históricos y que confluyen en la configuración


de la identidad anormal.

Según Foucault, la fuerza clasificatoria y productiva de la normalización de la sociedad


moderna se sostuvo en dos estrategias complementarias: la constitución, en el plano del
discurso, del concepto de “anormal” y la medicalización de la sociedad.
La producción de la noción de anormalidad debió ser positivizada para encubrir su capacidad
de demarcación y las consecuencias de expulsión que generaría. Debió ser naturalizada, para
aumentar su eficacia en el señalamiento. Debió ser mimetizada en lo dado, para ser instalada
como una estrategia de homogeneización de la sociedad.

Y en ese tránsito hacia lo positivo, el Otro fue convencido de que está mal ser o que es, fue
persuadido para que deje de ser, fue manipulado minuciosamente para ir en pos de la
pertenencia a lo mismo. Un proceso que a la vez que naturalizo la normalización instalo al otro
como anormal.

Este proceso de naturalización se sostuvo en distintas producciones científicas, en la que la de


la sociología tuvo un lugar preponderante. En la producción sociológica de Comte y Durkheim,
el análisis de lo normal y lo patológico adquiere una posición central. Estos autores instalan la
noción de lo normal como contracara positiva de lo patológico y por tanto asimilado a lo sano
lo que implica analogías organicistas y metáforas del cuerpo social.

Comte hace uso de los conceptos de normalidad y patología en el interior de un marco


conceptual que supone leyes sociales análogas a las leyes que rigen el cuerpo individual.
Afirma que cualquier análisis de fenómenos patológicos debe basarse en el conocimiento de
fenómenos normales e inversamente, el estudio de lo patológico es indispensable para
conocer las leyes de lo normal; pero no establece ningún tipo de criterio para decidir qué es lo
que debe entenderse por normal y se limita a igualar lo normal con lo natural. Lo normal se
reduce entonces a naturaleza o a armonía y consecuentemente lo anormal a “desvió” de la
naturaleza o a desarmonía. Se trata de una distinción estética y moral.

Durkheim, considera la pluralidad propia de las especies y de las poblaciones, en una suerte de
relativismo.

Es posible calificar de patológico un hecho solo en relación con una especie dada, pero no es
posible definir en abstracto y de manera absoluta las condiciones de la salud y de la
enfermedad. Así como cada especie tiene su propia salud ese principio es aplicable a la
sociología. Además de variar las normas de salud para un individuo salvaje y otro civilizado,
también se producen variaciones que se manifiestan regularmente en todas las especies y
están referidas a la edad.

Lo normal posee, desde esta perspectiva, un carácter doble: es al mismo tiempo tipo y valor y
es ese carácter el que le confiere la capacidad de ser “normativo”, de ser la expresión de
exigencias colectivas. Desde el momento en que lo normal es afirmado como un valor, la
polaridad emerge casi de un modo necesario, pues si algo es querido como un valor su
contrario será rechazado como un disvalor.

Quetelet: piensa en lo normal de forma estadística a “Lo común, lo de la mayoría, lo estándar,


lo más frecuente, lo de todos, lo acostumbrado, el término medio”.

Lo normal como convención de la mayoría y alude a personas que no tienen características


diferentes. La norma define lo igual a sí mismo y lo que pertenezca a las allá de los limites,
serán las minorías anormalizadas.

Asimismo, aparece en la definición de los límites de la normalidad y anormalidad, un criterio


de funcionalidad, de utilidad y de capacidad de adaptación a los desafíos y resolución de
problemas de la vida cotidiana. Lo normal se asemeja a lo eficiente, lo competente y lo útil: un
cuerpo normal se puede adaptar eficientemente a los requerimientos de la vida productiva.
El concepto refiere a un resabio eugenista que presupone violencia y manipulación en su
definición, a la vez que considera a la mayoría como la totalidad, cuya regularidad adquiere un
valor prescriptivo: como son todos es como hay que ser, como se debe ser.

Así la norma estaría dada en la naturaleza y ese sentido esconde, bajo la apariencia descriptiva
de la regularidad, la posibilidad de individualizar y comparar “el ser” con “el deber ser”.

Esta percepción de la norma como una ley de la naturaleza, que está dada por fuera de lo
social y que a la vez que nombra, constituye a los sujetos normales, genera una enorme
dificultad para establecer quien define lo que es normal y convierte a este en un concepto sin
sujeto. Sin embargo, resulta necesario desentrañar como se realiza esa división entre lo
normal y lo anormal, comprendiendo que precisamente en eso reside la esencia de la norma,
en que no expresa una ley de la naturaleza, sino una pura invención de los hombres.

Alguna duda sobre la existencia de las normas se entremezcla entre esta eficaz naturalización y
transforma a este en un concepto cuestionable al que se refieren como “lo normal entre
comillas”. Un término del que es posible pensar que se encomilla porque hace ruido,
íntimamente molesta, esconde la sospecha de una violencia en la demarcación y clasificación
de los sujetos. Encubre la sospecha de que esa violencia puede volverse contra uno mismo –
transformándose en anormales- y ser ejercida sobre el propio cuerpo.

La normalidad se presenta entonces como una categoría de señalamiento de lo propio y lo


impropio, en un intento eficaz de discernimiento, de marcación y demarcación, de
clasificación, de separación entre nosotros y los otros.

Lo que se establece estadísticamente, por frecuencia de aparición, adquiere valor de norma,


de patrón, de prescripción de cómo se debe ser. El sujeto normal es entonces un prototipo de
aquel hombre medio imaginado por Quetelet, contra el que todos seremos medios, evaluados,
señalados y convenientemente clasificados.

En este sentido, la normalidad refiere a las posibilidades de inscribirse en lo común , de


obedecer como se debe ser, establece conductas esperadas, relaciones esperadas, deseos
esperados, amores esperados, odios esperados, aprendizajes esperados, hijos esperados,
aprendizajes esperados, porque expresa la medida de todas las cosas: la normalidad es la
medida del mundo.

Nos encontramos así, con la dimensión productiva de las normas.

Normas que producen cuerpos a su medida, fabrican un tipo de sujetos ajustados a los limites,
con unos modos específicos de hablar, de comportarse, de percibir el mundo y de moverse en
él, de sentir, de obedecer. Normas que fabrican sujetos útiles, productivos y capaces de
adaptarse a los requerimientos de la inserción productiva en la vida social. Todo aquello que
no sigue esa norma es señalado, separado, castigado, expulsado a territorios de exclusión.

Lo desconocido, lo diferente, es lo que es diferente a lo normal y desconocido para los


normales y es de estos últimos de quienes no se habla. Tradicionalmente se ha dicho “de eso
no se habla”, refiriendo a lo anormal y eso oculta que lo realmente prohibido es hablar de la
norma, no de su transgresión.

Lo normal es lo que se puede dar por supuesto, por obvio, por conocido por todos y por lo
tanto, naturalizado. Por ello, lo normal, no produce ninguna interpelación, no perturba, no
inquieta y como su contracara, lo anormal interpela, perturba inquieta, produce temores,
desequilibrio, incertidumbre. La transgresión, la desviación, la anormalidad son y han sido
objetos de medición, de establecimiento de límites, de control, de corrección de expulsión, de
aislamiento.

Aquello que se ajusta a la norma, pasa desapercibido, sin llamar la atención de los otros, de las
otras conciencias, sin convocar a quien evalúa, señala y clasifica. Lo que se desvía de la norma,
se torna aberrante y se convierte en objeto de señalamiento.

“La realidad es que nuestro mundo es un mundo en que la presencia de seres diferentes a los
demás, diferentes a esos demás caracterizados por el espejismo de la normalidad, es vivida
como una gran perturbación”

Lo normal establece entonces una frontera, porque la normalidad es la medida, del tiempo y
del espacio.

Identificar, clasificar, encontrar el margen, dividir, separar, nombrar, diagnosticar, predecir,


pronosticar, prescribir tratamiento; todas operaciones que se realizan sustentadas en la
asimetría de poder existente entre un sujeto clasificador y un objeto sometido a clasificación,
se encarnan respectivamente en los profesionales, los expertos y el discapacitado, el paciente
y en ocasiones, su familia.

Asimetría que se refuerza con posterioridad al diagnóstico, en el tratamiento rehabilitatorio: a


quien le sea diagnosticada la anormalidad, será sometido a controles expertos y a
procedimientos médicos y pedagógicos, dirigidos a corregir la desviación de la norma, de los
limites. Quien porte diagnóstico de anormal deberá enfrentar el duro camino del retorno a la
mismidad normal, convirtiéndose en objeto de intervención de los profesionales que deben
hacerse cargo de la anormalidad.

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