Cantares y Decires Liricos

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Cantar que fizo el Marqués a sus fijas loando la su fermosura

Ligada a las anteriores en contenido y forma, esta composición se distingue de


las Serranillas por la duplicidad de personajes femeninos y su condición real, no
imaginaria (si atendemos a la rúbrica, ofrecida por uno de los cancioneros
salmantinos que contienen la obra de don Íñigo), a diferencia de las anteriores;
además, se echa en falta algún paisaje concreto dentro de la amplia geografía en
que se movió el poeta, plasmada en cada una de sus canciones de serrana. Con
todo, desde el punto de vista compositivo, merece mayor atención la ausencia de
diálogo (que sólo falta en la serranilla VIII) y un absoluto estatismo que, por el
primor con que se describen las galas de las jóvenes, cabe tildar de plástico o, con
mayor precisión, de pictórico.

Villancico que fizo el Marqués de Santillana a tres fijas suyas


Quien quiera que sea el autor de esta composición, atribuida al Marqués de
Santillana en unos testimonios y a Suero de Ribera en otros, lo cierto es que se
adelanta a otras de los Siglos de Oro al tomar materiales tradicionales como punto
de partida para fabricar un poema; con todo, no se está aquí ante la común técnica
de la glosa, sino ante algo bien distinto: un montaje eficaz a partir de varios
villancicos especialmente famosos. El parecer de Lapesa sigue pareciendo
convincente, aunque tampoco extraña que haya quien vea las cosas de modo
opuesto: "el engaste de estribillos tradicionales en un poema aristocrático responde
a la amorosa dignificación de lo popular de que son muestra las serranillas y más
tarde los Refranes que dicen las viejas tras el fuego: nada análogo hay en Ribera"
(La obra..., p. 68).

Canciones y decires líricos


El conjunto de las canciones y decires es de datación prácticamente imposible
porque falta en ellas cualquier referencia a la realidad del momento.

poética de la lírica cortés: todas son quejas amorosas y loores a una dama en un
marco abstracto, con sencillez.

su técnica es opuesta a la de los grandes decires narrativos, cimentados sobre la


alusión mitológica.

En su técnica, la canción y el decir lírico entroncan con el conjunto de la tradición


trovadoresca europea y, particularmente, con la lírica gallego-portuguesa, respecto
de la cual los cancioneros castellanos adquieren su primera y principal deuda.

El propio Marqués ofrece uno de los últimos testimonios en gallego-portugués (se


trata de la canción que comienza Por amar non saibamente), lengua que había
constituido un instrumento imprescindible para todos los poetas peninsulares hasta
poco antes, según apunta de nuevo en el Prohemio e carta.
Con su característico octosílabo, las canciones recurren también a la forma básica
de la poesía cancioneril,

la estrofa con vuelta que repite la estructura y rimas del inicio o cabeza en un
conjunto que nunca va más allá de las tres estrofas.

Por lo que respecta a los decires líricos -según cree Lapesa y han repetido
prácticamente todos los editores-, fueron compuestos en la misma época que sus
canciones más logradas. El decir aglutina una gran variedad de géneros,
subgéneros o registros: el grupo denominado consideración o lamentación está
constituido por poemas como Non es humana la lumbre, Gentil dama, tal paresce o
bien Quando la Fortuna quiso, composición ésta en que por vez primera se aplica la
técnica de los opósitos de la poesía trovadoresca en Castilla; además, en esa
canción se abren con toda claridad las puertas a un petrarquismo que acabará por
imperar en la lírica castellana un siglo más tarde. Otras formas de la poesía
cuatrocentista presentes en el conjunto son los aguilandos y estrenas,
representados por El aguilando; los loores, como el dirigido a Juana de Urgel; o
bien las epístolas amorosas en verso, que cuentan con un primer representante en
las letras castellanas en Carta a una dama. Tras los estudios de Alessandra Bartolini
(cimentados sobre las inteligentes consideraciones de Lapesa), parece innecesario
repetir que el Planto que fizo Pantasilea es obra de Juan Rodríguez del Padrón o de
la Cámara; por ello, carece de sentido adjudicársela al Marqués, como hicieron
algunos estudiosos a lo largo de varias décadas.

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