Falconi - Escuela y Trabajo Docente
Falconi - Escuela y Trabajo Docente
Falconi - Escuela y Trabajo Docente
Falconi
Resumen
La conferencia se organiza en torno a los aportes de tres autores que refie-
ren a la escuela, el trabajo docente y a los saberes escolares en una clave
crítica al eficientismo y las lógicas de evaluación, tanto de docentes como
de estudiantes.
Esas lecturas resultan movilizantes y permiten argumentar la necesi-
dad de revisar ciertas estructuras de la escuela secundaria para profundi-
zar y democratizar aún más el espacio escolar como un lugar de cuidado,
de encuentro entre generaciones y de vínculos potentes y vitales con los
demás, con las cosas y con los saberes puestos a disposición.
Abstract
The conference is organized around the contributions of three authors
who refer to school, teaching work and school knowledge in a key critical
to efficiency and the logic of evaluation to both teachers and students.
These readings are mobilizing and allow to argue the need to revise
certain structures of the high school to further deepen and democratize
the school space as a place of care, of meeting between generations and of
powerful and vital bonds with others, with things and with the knowledge
made available.
de antemano, no están ahí dispuestos a tomar todo lo que yo les diga que
tienen que hacer. Es más, están casi en un lugar de resistencia, de «voy a
ver qué pasa», «voy a ver que me proponen» y a partir de allí «voy a ver
cómo me dispongo».
Como señala Rockwell, en situaciones de enseñanza los alumnos
siempre poseen la capacidad de resistir, negándose a aprender lo que el
docente quiere que aprendan. En este sentido, los alumnos se resisten a la
predisposición atenta (distracción, desinterés), se muestran con resisten-
cia a escuchar (apatía, desgano), a participar en forma productiva en clase
(miedo al fracaso, vergüenza, ausencia de interacción). Según la autora,
existen estudios que han demostrado que durante las clases tanto alum-
nos como docentes utilizan estrategias que conducen a la negociación de
lo que realmente se hace y se dice en el aula.
Digo, entonces, el Estado en un momento toma la buena iniciativa de
incluir a un grupo muy importante de las nuevas generaciones y las in-
cluye dentro de la escuela y entonces el alumno no está por voluntad
propia. El efecto es que este fenómeno le implica a la didáctica y a las
didácticas hacerse muchas nuevas preguntas y ensayar respuestas y, por
propiedad transitiva, a los docentes, indudablemente, también. Y acá em-
piezan ciertos interrogantes respecto de los alumnos tales como: ¿por
qué no quieren aprender?, ¿por qué no quieren hacer las cosas?, ¿por qué
no quieren estudiar? Porque, podríamos decir, una gran mayoría no está
allí voluntariamente y, entonces, ahí hay que empezar a pensar que a los
alumnos hay que conquistarlos, didáctica y pedagógicamente, hay que
convencerlos, hay que interesarlos y motivarlos. Dice Rockwell, «hacer
trabajar a los alumnos es todo un reto para un docente». Hacerlo es todo
un desafío para maestros y profesores. Y cuando uno piensa en docentes
de escuela secundaria, que pueden tener grupos numerosos de alumnos
y además una gran cantidad de grupos a su cargo en diferentes escuelas
y que a todos hay que convencerlos y conquistarlos para que trabajen, en
una institución donde su régimen académico y la organización de tiempos,
espacios y cuerpos es muy estructurada, entonces, comenzamos a advertir
que estamos ante una complejidad que requiere nuevas respuestas y no
un juicio ni una valoración superficial. Por eso la tarea docente es extre-
madamente difícil y por eso es extremadamente difícil evaluarla, y por eso
es extremadamente difícil y hay que ser muy humilde para decir desde
algún púlpito cómo debe hacer las cosas un docente para hacerlas bien.
Sin embargo, vale dejar claro, como expresa Rockwell, muchos docentes
logran convocar a los aprendices a realizar actividades y organizar su tra-
bajo colectivo de tal manera que todos puedan aprender lo más posible,
tomando en cuenta sus puntos de partida.
Al mismo tiempo, por otra parte, un factor que se anuda al anterior es
que la escuela ha perdido el monopolio de la transmisión. La escuela era
antes un lugar sagrado, reconocido, porque allí y solo allí se podían en-
contrar algunas cosas del mundo, de los saberes, del arte. En el momento
unas competencias para el mundo del trabajo y para que les vaya bien
en los exámenes del Programa Internacional para la Evaluación de Estu-
diantes (PISA). Masschelein y Simons dicen: formar competencias es una
amenaza para la escuela, porque la escuela no tiene que terminar sien-
do funcional a esas finalidades, por el contrario, es un espacio de tiempo
liberado, es un espacio para suspender el tiempo para que el sujeto se
construya con otros. Se suspende el tiempo en el sentido productivo, en
el sentido de la sociedad de producción que es lo que muchas propuestas
quieren meter a presión dentro de la escuela.
Plantean que la escuela es un tiempo de suspensión, un tiempo en
donde se le da otro tiempo a la infancia, para hacer otras cosas, encon-
trarse con sus pares, encontrarse con sus docentes, pero que no quiere
decir que sea improductivo. Es productivo en el sentido que produce situa-
ciones de aprendizaje, una situación de formación, un encuentro con los
otros, un espacio común. Pero está suspendido en relación con el tiempo
productivo de la sociedad y también un tiempo suspendido y desvinculado
del tiempo familiar. En su lugar se habilita un tiempo otro, un tiempo para
pertenecer a otra comunidad donde el tiempo se utiliza para estudiar, para
pensar con otros, para construirse como sujeto autónomo.
Al respecto, Simons y Masschelein dicen que la escuela constituye uno
de los pocos lugares en donde el tiempo del sujeto puede hacerse pre-
sente. La traducción de la palabra scholè refiere a tiempo libre, es decir,
aquella constituye un lugar de reunión de los niños y jóvenes en donde los
conocimientos que allí habitan se transforman en bienes comunes y, por
lo tanto, tiene el potencial para proporcionar a cada cual, independiente-
mente de sus antecedentes, de su aptitud o de su talento natural, el tiempo
y el espacio para abandonar su entorno conocido, para alzarse sobre sí
mismo y para renovar el mundo (para cambiarlo de un modo impredeci-
ble) (Masschelein y Simons, 2014: 3).
Es muy interesante el planteo de Simmons y Masschelein porque abor-
da la discusión acerca de qué es la escuela y qué debe ser, en la pregunta
si es un espacio con un tiempo para trabajar o un tiempo de libertad; y
defienden que es un tiempo de libertad, pero liberado con relación a lo
que quiere la sociedad y la familia del sujeto. En la escuela hay espacio
para ser otra cosa y una de las premisas que me parece muy interesante es
que, a la vez, es un tiempo para profanar las cosas de su uso regular ¿Por
qué para profanar las cosas? Al respecto, Dubet ha dicho que la escuela es
un espacio sagrado; y lo es en el sentido que es un espacio sagrado de la
infancia para que puedan profanar las cosas, en la utilización y los signifi-
cados que se le dan en el mundo. Es paradójico, es contradictorio; pero es
eso, es un espacio de protección sagrado, que cuida a niños y jóvenes para
profanar las cosas y los sentidos el mundo. ¿En qué sentido? Para profanar
las cosas, los juegos y las regulaciones impuestas para construir nuevos
conocimientos. Jugar a ser otra cosa, construir sentidos, porque el alum-
no está protegido y acompañado por docentes que permiten y favorecen
esa actividad. En relación con esta idea, los autores dan el ejemplo de la
presencia de un motor en la escuela. El motor no está ahí con la finalidad o
la urgencia de que los alumnos aprendan a arreglarlo porque va a venir el
cliente a buscarlo, como le pasa a un mecánico. El motor está ahí para otra
cosa, para desarmarlo, estudiarlo, volver a tratar de armarlo, hacerle pre-
guntas, pero no está en relación con el tiempo productivo. Y eso con todas
las materias del currículum. Lo que pasa es que muchos de nosotros nos
encargamos, y también muchos de los discursos didactistas y pedagógicos,
de sacralizar los saberes y pedirles a los alumnos lealtad a los saberes.
Asimismo, los autores también proponen otras «cuestiones» que atañen
a la escolaridad, tales como: un modo de atender el mundo, de igualdad,
de tecnologías, de amor, de preparación y de responsabilidad pedagógica.
En relación con estos planteos y, particularmente, la tensión entre
tiempo productivo y tiempo libre, y las finalidades que están en juego para
la escuela, tenemos que problematizar nuestros sistemas de evaluación
y de acreditación. Tenemos que revisarlos, porque cuando los alumnos y
alumnas no llegan a lo que suponemos que deberían llegar, la única so-
lución que tenemos es hacerlos fracasar, entre ellas, la de repetir el curso
o el grado. Y en este punto quiero tomar justamente el ejemplo de la re-
pitencia. Una medida, una solución que, ha quedado demostrado en la in-
vestigación, no tiene un sentido pedagógico, aunque se la quiera mostrar
como eso, sino exclusivamente administrativa. Para ilustrar, si tomamos
el caso de la estructura laboral y organizativa de la escuela secundaria,
no sabemos qué hacer cuando un pibe no llegó a los rendimientos que
están estipulados por los diseños curriculares, que reconozcamos, son un
arbitrario. Sin negar que los objetivos curriculares son un parámetro ne-
cesario a aspirar, para construir igualdad, pero son un arbitrario al fin,
sobretodo, cuando las condiciones son desiguales. Y, llegado a ese punto,
tenemos que preguntarnos por qué no llegó a los rendimientos que es-
perábamos. Pero aquí quiero enfatizar este otro lado: cuando nos pasa
esto con los alumnos y alumnas se oculta bajo una pátina pedagógica o
didáctica algo que no tiene un sentido pedagógico y que se formula con la
sentencia: «no aprendió tiene que volver a repetir para aprender».
El problema es complejo. Un alumno no aprobó dos o tres o cuatro
materias, pero también significa que aprobó las otras siete de diez asig-
naturas y cómo lo solucionamos ¿lo volvemos a hacer repetir las siete?
Hoy nos hacemos esa pregunta y flexibilizamos la evaluación, pero no
cambiamos la respuesta administrativa. ¿Por qué hacemos eso? ¿Qué pa-
saría en la organización laboral de la escuela si quisiésemos reconocerle
las siete materias? Organizativamente es muy complicado por cómo están
pensados los contenidos y saberes en los dispositivos de escolarización
en un único formato de concebir la gradualidad, la simultaneidad y la
secuencialidad. Porque, por ejemplo, si desarmamos la organización de la
movilidad de grupo-clase y permitimos avanzar a los alumnos a partir de
las asignaturas que sí han aprobado, quizás tendríamos que armar cursos