LC 23, 35-43 Gesù Cristo Re Dell'Universo

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Titulo 1

Indice
LC 23, 35-43: JESÚS EN LA CRUZ ULTRAJADO – EL «BUEN LADRÓN»..................................................................1
HOMILÍAS, COMENTARIOS Y MEDITACIONES DESDE LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA....................................................2
Gregorio de Nisa................................................................................................................................2
Roberto Belarmino............................................................................................................................3
Orígenes............................................................................................................................................7
Juan Crisóstomo................................................................................................................................8
Juan Pablo II....................................................................................................................................10
Benedicto XVI..................................................................................................................................12
Isidro Gomá y Tomás.......................................................................................................................13
CATENA AUREA: COMENTARIOS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA POR VERSÍCULO..................................................19
Teofilacto.........................................................................................................................................19
Beda.................................................................................................................................................20
San Ambrosio..................................................................................................................................20
Crisóstomo.......................................................................................................................................21
San Gregorio Niceno........................................................................................................................22
San Gregorio....................................................................................................................................22
San Atanasio, Orat in pasionem vel in crucem domini....................................................................22
San Cirilo..........................................................................................................................................23
Fray Miguel de Burgos Núñez.........................................................................................................23
Rosalba Manes................................................................................................................................25
Michael Davide Semeraro...............................................................................................................26
Roberto Pasolini..............................................................................................................................28
[TÍTULO DEL
DOCUMENTO]

LC 23, 35-43: JESÚS EN LA CRUZ ULTRAJADO – EL «BUEN


LADRÓN»

In quel tempo, [dopo che ebbero crocifisso Gesù,] il popolo stava a vedere; i
capi invece deridevano Gesù dicendo: «Ha salvato altri! Salvi sé stesso, se è lui
il Cristo di Dio, l’eletto».
Anche i soldati lo deridevano, gli si accostavano per porgergli dell’aceto e
dicevano: «Se tu sei il re dei Giudei, salva te stesso». Sopra di lui c’era anche
una scritta: «Costui è il re dei Giudei».
Uno dei malfattori appesi alla croce lo insultava: «Non sei tu il Cristo? Salva
te stesso e noi!». L’altro invece lo rimproverava dicendo: «Non hai alcun
timore di Dio, tu che sei condannato alla stessa pena? Noi, giustamente, perché
riceviamo quello che abbiamo meritato per le nostre azioni; egli invece non ha
fatto nulla di male».
E disse: «Gesù, ricordati di me quando entrerai nel tuo regno». Gli rispose: «In
verità io ti dico: oggi con me sarai nel paradiso».

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Titulo 2

HOMILÍAS, COMENTARIOS Y MEDITACIONES DESDE LA


TRADICIÓN DE LA IGLESIA

Gregorio de Nisa

Sermones: Es Rey, pues venció a la muerte

«Había encima de él una inscripción: 'Este es el Rey de los judíos.'» (Lc 23,48)
Sermón 5º sobre la Pascua: PG 46, 683
PG
«Pilatos dijo: 'Aquí tenéis a vuestro rey' » (Jn 19,14)

¡Bendito sea Dios! Celebremos al Hijo único, Creador de los cielos, que ha
vuelto a subir a ellos después de haber descendido hasta lo más profundo de los
infiernos y ahora cubre la tierra entera con los rayos de su luz. Celebremos la
sepultura del Hijo único y su resurrección como vencedor, gozo del mundo
entero y vida de todos los pueblos...

[TÍTULO DEL Todo esto nos fue dado cuando el Creador, rechazando la ignominia, se levantó
DOCUMENTO] de entre los muertos y, en su esplendor divino transfiguró lo perecedero en
imperecedero. ¿Cuál es la ignominia que rechazó? Nos lo dice Isaías: «Lo
vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres» (53, 2-3).
¿Cuándo es que estuvo sin gloria? Cuando llevó sobre sus espaldas el madero
de la cruz como trofeo de su victoria sobre el diablo. Cuando pusieron sobre su
cabeza una corona de espinas, a él que corona a sus fieles. Cuando fue
revestido de púrpura el que reviste de inmortalidad a los que son renacidos del
agua y del Espíritu Santo. Cuando clavaron en el madero al señor de la muerte
y de la vida.

Pero el que estuvo sin gloria fue transfigurado en la luz, y el que es el gozo del
mundo se despertó con su cuerpo... «¡El Señor es rey, vestido de belleza!» (Sal
92,1). ¿De qué belleza se revistió? De incorruptibilidad, de inmortalidad, de
convocador de los apóstoles, de corona de la Iglesia. Pablo se hace testigo de
ello, escuchémosle: «Es necesario que este ser corruptible se revista de
incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad» (1Cor
15,53). También lo dice el salmista: «Tu trono está firme desde siempre y tú
eres eterno; tu reino dura por los siglos; el Señor reina eternamente» (Sal 92,2;
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145,13). Y también: «El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas
innumerables» (Sal 96,1). ¡A él la gloria y el poder, amén!

Roberto Belarmino

Obras: La segunda Palabra

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso»(Lc 23,4


Las siete palabras. Capítulo 4
Explicación literal de la segunda Palabra: "Amén, yo te aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso" (Lc 23,43).

La segunda palabra o la segunda frase pronunciada por Cristo en la Cruz fue,


según el testimonio de San Lucas, la magnífica promesa que hizo al ladrón que
pendía de una Cruz a su lado...

...nos vemos conducidos a adoptar la opinión de San Agustín y de San


Ambrosio, que dicen que solo uno de los ladrones lo vitupero, mientras el otro
[TÍTULO DEL
lo glorificó y defendió; y según esta narración el buen ladrón increpó al
DOCUMENTO]
blasfemador: "¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?" (Lc
23,40). El ladrón fue feliz por su solidaridad con Cristo en la Cruz. Los rayos de
la luz Divina que empezaban a penetrar la oscuridad de su alma, lo llevaron a
increpar al compañero de su maldad y a convertirlo a una vida mejor; y este es
el sentido pleno de su increpación: "Tu, pues, quieres imitar la blasfemia de los
judíos, que no han aprendido aun a temer los juicios de Dios, sino que se ufanan
de la victoria que creen haber alcanzado al clavar a Cristo a una cruz. Se
consideran libres y seguros y no tienen aprensión alguna del castigo. ¿Pero
acaso tú, que estas siendo crucificado por tus enormidades, no temes la justicia
vengadora de Dios? ¿Por qué añades tú pecado a pecado?". Luego, procediendo
de virtud a virtud, y ayudado por la creciente gracia de Dios, confiesa sus
pecados y proclama que Cristo es inocente. "Y nosotros" dice, somos
condenados "con razón" a la muerte de cruz, "porque nos lo hemos merecido
con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho" (Lc 23,41).
Finalmente, creciendo aun la luz de la gracia en su alma, añade: "Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino" (Lc 23,42). Fue admirable, pues,
la gracia del Espíritu Santo que fue derramada en el corazón del buen ladrón. El
Apóstol Pedro negó a su Maestro, el ladrón lo confesó, cuando Él estaba
clavado en su Cruz. Los discípulos yendo a Emaús dijeron, "Nosotros
esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel" (Lc 24,21). El ladrón pide

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con confianza, "Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino". El Apóstol


Santo Tomas declara que no creerá en la Resurrección hasta que haya visto a
Cristo; el ladrón, contemplando a Cristo a quien vio sujeto a un patíbulo, nunca
duda de que Él será Rey después de su muerte.

¿Quién ha instruido al ladrón en misterios tan profundos? Llama Señor a ese


hombre a quien percibe desnudo, herido, en desgracia, insultado, despreciado, y
pendiendo en una Cruz a su lado: dice que después de su muerte Él vendrá a su
reino. De lo cual podemos aprender que el ladrón no se figuró el reino de Cristo
como temporal, como lo imaginaron ser los judíos, sino que después de su
muerte Él seria Rey para siempre en el cielo. ¿Quién ha sido su instructor en
secretos tan sagrados y sublimes? Nadie, por cierto, a menos que sea el Espíritu
de Verdad, que lo esperaba con Sus más dulces bendiciones. Cristo, luego de su
Resurrección dijo a Sus Apóstoles: "¿No era necesario que el Cristo padeciera
eso y entrara así en su gloria?" (Lc 24,26). Pero el ladrón milagrosamente
previó esto, y confesó que Cristo era Rey en el momento en que no lo rodeaba
ninguna semblanza de realeza. Los reyes reinan durante su vida, y cuando
cesan de vivir cesan de reinar; el ladrón, sin embargo, proclama en alta voz que
Cristo, por medio de su muerte heredaría un reino, que es lo que el Señor
significa en la parábola: "Un hombre noble marcho a un país lejano, para
[TÍTULO DEL recibir la investidura real y volverse" (Lc 19,12). Nuestro Señor dijo estas
DOCUMENTO] palabras un tiempo corto antes de su Pasión para mostrarnos que mediante su
muerte Él iría a un país lejano, es decir a otra vida; o en otras palabras, que Él
iría al cielo que está muy alejado de la tierra, para recibir un reino grande y
eterno, pero que Él volvería en el último día, y recompensaría a cada hombre
de acuerdo a su conducta en esta vida, ya sea con premio o con castigo. Con
respecto a este reino, por lo tanto, que Cristo recibiría inmediatamente después
de su muerte, el ladrón dijo sabiamente: "Acuérdate de mí cuando vengas con
tu Reino".

Pero puede preguntarse, ¿no era Cristo nuestro Señor Rey antes de su muerte?
Sin lugar a dudas lo era, y por eso los Magos inquirían continuamente:
"¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?" (Mt 2,2). Y Cristo mismo
dijo a Pilato: "Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37). Pero Él era Rey
en este mundo como un viajero entre extraños, por eso no fue reconocido como
Rey sino por unos cuantos, y fue despreciado y mal recibido por la mayoría. Y
así, en la parábola que acabamos de citar, dijo que Él iría "a un país lejano, para
recibir la investidura real". No dijo que Él la adquiriría por parte de otro, sino
que la recibiría como Suya propia, y volvería, y el ladrón observó sabiamente,
"cuando vengas con tu Reino". El reino de Cristo no es sinónimo en este pasaje
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de poder o soberanía real, porque lo ejerció desde el comienzo de acuerdo a


estos versículos de los salmos: "Ya tengo yo consagrado a mí rey en Sion mi
monte santo" (Sal 2,6). "Dominara de mar a mar, desde el Rio hasta los confines
de la tierra" (Sal 72,8). E Isaías dice, "Porque una criatura nos ha nacido, un hijo
se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro" (Is 9,5). Y Jeremías,
"Suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el
derecho y la justicia en la tierra" (Jr 23,5). Y Zacarías, "¡Exulta sin freno, hija
de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él
y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna" (Za
9,9). Por eso en la parábola de la recepción del reino, Cristo no se refería a un
poder soberano, ni tampoco el buen ladrón en su petición, "Acuérdate de mí
cuando vengas con tu Reino", sino que ambos hablaron de esa dicha perfecta
que libera al hombre de la servidumbre y de la angustia de los asuntos
temporales, y lo somete solamente a Dios, al cual servir es reinar, y por el cual
ha sido puesto por encima de todas sus obras. De este reino de dicha inefable
del alma, Cristo gozó desde el momento de su concepción, pero la dicha del
cuerpo, que era Suya por derecho, no la gozó actualmente hasta después de su
Resurrección. Pues mientras fue un forastero en este valle de lágrimas, estaba
sometido a fatigas, a hambre y sed, a lesiones, a heridas, y a la muerte. Pero
como su Cuerpo siempre debió ser glorioso, por eso inmediatamente después de
la muerte Él entró en el gozo de la gloria que le pertenecía: y en estos términos
[TÍTULO DEL se refirió a ello después de su Resurrección: "¿No era necesario que el Cristo
DOCUMENTO] padeciera eso y entrara así en su gloria?". Esta gloria que Él llama Suya propia,
pues está en su poder hacer a otros participes de ella, y por esta razón Él es
llamado el "Rey de la gloria" (Ps 24,8) y "Señor de la gloria" (1Co 2,8), y "Rey
de Reyes" (Ap 19,16) y Él mismo dice a Sus Apóstoles, "yo, por mi parte,
dispongo un Reino para vosotros" (Lc 22,29). Él, en verdad, puede recibir gloria
y un reino, pero nosotros no podemos conferir ni el uno ni el otro, y estamos
invitados a entrar "en el gozo de tu señor" (Mt 25,21) y no en nuestro propio
gozo. Este entonces es el reino del cual habló el buen ladrón cuando dijo,
"Cuando vengas con tu Reino".

Pero no debemos pasar por alto las muchas excelentes virtudes que se
manifiestan en la oración del santo ladrón. Una breve revista de ellas nos
preparara para la respuesta de Cristo a la petición; "Señor, acuérdate de mí
cuando vengas con tu Reino". En primer lugar lo llama Señor, para mostrar que
se considera a sí mismo como un siervo, o más bien como un esclavo redimido,
y reconoce que Cristo es su Redentor. Luego añade un pedido sencillo, pero
lleno de fe, esperanza, amor, devoción, y humildad: "Acuérdate de mí". No
dice: Acuérdate de mí si puedes, pues cree firmemente que Cristo puede hacer
todo. No dice: Por favor, Señor, acuérdate de mí, pues tiene plena confianza en
su caridad y compasión. No dice: Deseo, Señor, reinar contigo en tu reino, pues

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su humildad se lo prohibía. En fin, no pide ningún favor especial, sino que reza
simplemente: "Acuérdate de mí", como si dijera: Todo lo que deseo, Señor, es
que Tu te dignes recordarme, y vuelvas tus benignos ojos sobre mí, pues yo sé
que eres todopoderoso y que sabes todo, y pongo mi entera confianza en tu
bondad y amor. Es claro por las palabras conclusivas de su oración, "Cuando
vengas con tu Reino", que no busca nada perecedero y vano, sino que aspira a
algo eterno y sublime.

Daremos oído ahora a la respuesta de Cristo: "Amén, yo te aseguro: hoy estarás


conmigo en el Paraíso". La palabra "Amén" era usada por Cristo cada vez que
quería hacer un anuncio solemne y serio a Sus seguidores...

..."Amén, yo te aseguro", esto es, yo te aseguro del modo más solemne que
puedo sin hacer un juramento; pues el ladrón podría haberse negado por tres
razones a dar crédito a la promesa de Cristo si Él no la hubiera aseverado
solemnemente. En primer lugar, pudiera haberse negado a creer por razón de su
indignidad de ser el receptor de un premio tan grande, de un favor tan alto.
¿Pues quién habría podido imaginar que el ladrón sería transferido de pronto de
una cruz a un reino? En segundo lugar podría haberse negado a creer por razón
[TÍTULO DEL de la persona que hizo la promesa, viendo que Él estaba en ese momento
DOCUMENTO] reducido al extremo de la pobreza, debilidad e infortunio, y el ladrón podría por
ello haberse argumentado: Si este hombre no puede durante su vida hacer un
favor a Sus amigos, ¿cómo va a ser capaz de asistirlos después de su muerte?
Por último, podría haberse negado a creer por razón de la promesa misma.
Cristo prometió el Paraíso. Ahora bien, los Judíos interpretaban la palabra
Paraíso en referencia al cuerpo y no al alma, pues siempre la usaban en el
sentido de un Paraíso terrestre. Si nuestro Señor hubiera querido decir: Este día
tu estarás conmigo en un lugar de reposo con Abraham, Isaac, y Jacob, el
ladrón podría haberle creído con facilidad; pero como no quiso decir esto, por
eso precedió su promesa con esta garantía: "Amén, yo te aseguro".

"Hoy". No dice: Te pondré a Mi Mano Derecha en medio de los justos en el


Día del Juicio. Ni dice: Te llevaré a un lugar de descanso luego de algunos años
de sufrir en el Purgatorio. Ni tampoco: Te consolaré dentro de algunos meses o
días, sino este mismo día, antes que el sol se ponga, pasaras conmigo del
patíbulo de la cruz a las delicias del Paraíso. Maravillosa es la liberalidad de
Cristo, maravillosa también es la buena fortuna del pecador. San Agustín, en su
trabajo sobre el Origen del Alma, considera con San Cipriano que el ladrón
puede ser considerado un mártir, y que su alma fue directamente al cielo sin
pasar por el Purgatorio. El buen ladrón puede ser llamado mártir porque
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confesó públicamente a Cristo cuando ni siquiera los Apóstoles se atrevieron a


decir una palabra a su favor, y por razón de esta confesión espontánea, la muerte
que sufrió en compañía de Cristo mereció un premio tan grande ante Dios como
si la hubiera sufrido por el nombre de Cristo. Si nuestro Señor no hubiera hecho
otra promesa que: "Hoy estarás conmigo", esto solo hubiera sido una bendición
inefable para el ladrón, pues San Agustín escribe: "¿Dónde puede haber algo
malo con Él, y sin Él donde puede haber algo bueno?". En verdad Cristo no hizo
una promesa trivial a los que lo siguen cuando dijo: "Si alguno me sirve, que me
siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26). Al ladrón, sin
embargo, le prometió no solo su compañía, sino también el Paraíso...

Orígenes

Sobre la Oración: Venga a nosotros tu reino

«¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?» (Lc 23,40)
Cap. 25: PG 11, 495-499
PG
Si, como dice nuestro Señor y Salvador, el reino de Dios no vendrá
[TÍTULO DEL espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí, sino que el reino de
DOCUMENTO] Dios está dentro de nosotros, pues la palabra está cerca de nosotros, en los
labios y en el corazón, sin duda, cuando pedimos que venga el reino de Dios, lo
que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga
afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina ya
en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios
habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está
presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con
aquellas palabras del Evangelio: Vendremos a él y haremos morada en él.

Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación,
a su plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando
Cristo, una vez sometidos a él todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su
reino, y así Dios lo será todo para todos. Por esto, rogando incesantemente con
aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a
nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga a
nosotros tu reino.

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Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo
modo que no tiene que ver la luz con las tinieblas, ni la justicia con la maldad,
ni pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo, así tampoco pueden coexistir el
reino de Dios y el reino del pecado.

Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de


ningún modo el pecado siga dominando nuestro cuerpo mortal, antes bien,
mortifiquemos todo lo terreno que hay en nosotros y fructifiquemos por el
Espíritu; de este modo, Dios se paseará por nuestro Interior como por un
paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará
en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se
sentará hasta que todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos por
estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros todos los
principados, todos los poderes y todas las fuerzas.

Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y el último enemigo, la


muerte, puede ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga también en
nosotros: ¿Dónde está, muerte, su victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
Ya desde ahora este nuestro ser, corruptible, debe revestirse de santidad y de
[TÍTULO DEL incorrupción, y este nuestro ser, mortal, debe revestirse de la inmortalidad del
DOCUMENTO] Padre, después de haber reducido a la nada el poder de la muerte, para que así,
reinando Dios en nosotros, comencemos ya a disfrutar de los bienes de la
regeneración y de la resurrección.

Juan Crisóstomo

Homilía: La cruz, símbolo del reino

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23,42)


Sobre la cruz y el ladrón, Hom. 1, 3-4: PG 49, 403-404
PG
Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. No tuvo la audacia de decir:
Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino antes de haber depuesto por la
confesión la carga de sus pecados. ¿Te das cuenta de lo importante que es la
confesión? Se confesó y abrió el paraíso. Se confesó y le entró tal confianza
que, de ladrón, pasó a pedir el reino. ¿Ves cuántos beneficios nos reporta la
cruz? ¿Pides el reino? Y, ¿qué es lo que ves que te lo sugiera? Ante ti tienes los
clavos y la cruz. Sí, pero esa misma cruz —dice— es el símbolo del reino. Por
Titulo 1

eso lo llamo rey, porque lo veo crucificado: ya que es propio de un rey morir
por sus súbditos. Lo dijo él mismo: El buen pastor da la vida por las ovejas:
luego el buen rey da la vida por sus súbditos. Y como quiera que realmente dio
su vida, por eso lo llamo rey: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

¿Ves cómo la cruz es el símbolo del reino? ¿Quieres otra confirmación de esta
verdad? No la dejó en la tierra, sino que la tomó y se la llevó consigo al cielo. Y
¿cómo me lo demuestras? Muy sencillamente: porque en aquella su gloriosa y
segunda venida aparecerá con ella, para que aprendas que la cruz es algo
honorable. Por eso la llamó su «gloria».

Pero veamos cómo vendrá con la cruz, pues en este tema conviene poner las
cartas boca arriba. Dice el evangelio: Si os insisten: «Mira, que Cristo está en el
sótano», no os lo creáis; «mira, que está en el desierto», no vayáis. Hablaba de
este modo de su segunda venida en gloria, previniéndonos contra los falsos
cristos y contra el anticristo, para que nadie, seducido, cayera en sus lazos.

Como antes de Cristo debe aparecer el anticristo, para que nadie, buscando al
[TÍTULO DEL pastor, caiga en manos del lobo, por eso te doy una señal para que identifiques
DOCUMENTO] la venida del pastor. Pues como la primera venida fue de incógnito, para que no
pienses que la segunda ocurrirá de parecida manera, te doy esta contraseña. Y
con razón la primera venida la realizó como de incógnito, pues vino a buscar lo
que estaba perdido. Pero no así la segunda. Pues, ¿cómo? Porque igual que el
relámpago sale del levante y brilla hasta el poniente, así ocurrirá con la venida
del Hijo del hombre. Inmediatamente se hará patente a todos y nadie tendrá que
preguntar si Cristo está aquí o está allí.

Igual que cuando brilla el relámpago no es necesario preguntar si se ha


producido o no, así también en la venida de Cristo: no será necesario indagar si
Cristo ha venido o no ha venido. Pero el problema era si aparecerá con la cruz,
pues no nos hemos olvidado de lo prometido. Escucha, pues, lo que sigue.
Entonces, dice. Entonces; pero, ¿cuándo? Cuando venga el Hijo del hombre, el
sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor. Aquel día será tal la
intensidad de la luz que se oscurecerán hasta las estrellas más luminosas.
Entonces las estrellas caerán; entonces brillará en el cielo la señal del Hijo del
hombre. ¿Ves cuál es el poder de la señal de la cruz?

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Titulo 2

Y al igual que al hacer un rey su entrada en una ciudad, los soldados le


preceden llevando las insignias del soberano, precursoras de su llegada, así
también, al bajar el Señor de los cielos, le precederán los ejércitos de ángeles y
arcángeles enarbolando el glorioso lábaro de la cruz, y anunciándonos de esta
suerte su entrada real.

Juan Pablo II

Audiencia General (16-11-1988): La salvación se concreta en el perdón

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43)


n. 7
... Tenían presente también otro hecho concreto sucedido en el Calvario y que
se integra en el mensaje de la cruz como mensaje de perdón. Dice Jesús a un
malhechor crucificado con Él: "En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el
paraíso" (Lc 23,43). Es un hecho impresionante, en el que vemos en acción
todas las dimensiones de la obra salvífica, que se concreta en el perdón. Aquel
malhechor había reconocido su culpabilidad, amonestando a su cómplice y
compañero de suplicio, que se mofaba de Jesús: "Nosotros con razón, porque
nos lo hemos merecido con nuestros hechos"; y había pedido a Jesús poder
[TÍTULO DEL participar en el reino que Él había anunciado: "Jesús, acuérdate de mí cuando
DOCUMENTO] llegues a tu reino" (Lc 23,42). Consideraba injusta la condena de Jesús: "No ha
hecho nada malo". No compartía pues las imprecaciones de su compañero de
condena ("Sálvate a ti y a nosotros", Lc 23,39) y de los demás que, como los
jefes del pueblo, decían: "A otros salvó, que se salve a sí mismo si es el Cristo
de Dios, el Elegido" (Lc 23,35), ni los insultos de los soldados: "Si tú eres el
Rey de los judíos, sálvate" (Lc 23,37).

El malhechor, por tanto, pidiendo a Jesús que se acordara de él, profesa su fe en


el Redentor; en el momento de morir, no sólo acepta su muerte como justa pena
al mal realizado, sino que se dirige a Jesús para decirle que pone en Él toda su
esperanza.

Esta es la explicación más obvia de aquel episodio narrado por Lucas, en el que
el elemento psicológico ?es decir, la transformación de los sentimientos del
malhechor?, teniendo como causa inmediata la impresión recibida del ejemplo
de Jesús inocente que sufre y muere perdonando, tiene, sin embargo, su
verdadera raíz misteriosa en la gracia del Redentor, que "convierte" a este
hombre y le otorga el perdón divino. La respuesta de Jesús, en efecto, es
Titulo 1

inmediata. Promete el paraíso, en su compañía, para ese mismo día al bandido


arrepentido y "convertido". Se trata pues de un perdón integral: él que había
cometido crímenes y robos... se convierte en santo en el último momento de su
vida.

Se diría que en ese texto de Lucas está documentada la primera canonización de


la historia, realizada por Jesús en favor de un malhechor que se dirige a Él en
aquel momento dramático. Esto muestra que los hombres pueden obtener,
gracias a la cruz de Cristo, el perdón de todas las culpas y también de toda una
vida malvada; que pueden obtenerlo también en el último instante, si se rinden a
la gracia del Redentor que los convierte y salva.

Las palabras de Jesús al ladrón arrepentido contienen también la promesa de la


felicidad perfecta: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". El sacrificio redentor
obtiene, en efecto, para los hombres la bienaventuranza eterna. Es un don de
salvación proporcionado ciertamente al valor del sacrificio, a pesar de la
desproporción que parece existir entre la sencilla petición del malhechor y la
grandeza de la recompensa. La superación de esta desproporción la realiza el
sacrificio de Cristo, que ha merecido la bienaventuranza celestial con el valor
[TÍTULO DEL infinito de su vida y de su muerte.
DOCUMENTO]

El episodio que narra Lucas nos recuerda que "el paraíso" se ofrece a toda la
humanidad, a todo hombre que, como el malhechor arrepentido, se abre a la
gracia y pone su esperanza en Cristo. Un momento de conversión auténtica, un
"momento de gracia", que podemos decir con Santo Tomás, "vale más que todo
el universo" (I-II 113,9, ad 2), puede pues saldar las deudas de toda una vida,
puede realizar en el hombre, en cualquier hombre, lo que Jesús asegura a su
compañero de suplicio: "Hoy estarás conmigo en el paraíso".

Meditación (29-03-2002): Ese ladrón somos todos

«Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43)


Meditación a la 11ª estación. Vía Crucis, presidido por Juan Pablo II, Viernes
Santo 2002, Coliseo de Roma
«Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43): es la palabra más consoladora
qué Jesús pronuncia en el Evangelio.

11
Titulo 2

Es aún más alentador el hecho de que la dirija a un malhechor.

El buen ladrón seguramente había matado, quizás más de una vez, y no sabía
nada de Jesús, sino lo que había oído gritar a la muchedumbre.

Pero he aquí que escucha las palabras de perdón que el Nazareno dirige a
quienes los crucifican e intuye, como en un relámpago, de qué Reino había
hablado aquel "profeta".

Enseguida lo defiende del escarnio del otro malhechor y enseguida invoca la


salvación.

Un sentimiento de solidaridad y un grito de ayuda han bastado para salvarlo.

Aquel ladrón nos representa a todos. Su rápida aventura nos enseña que el
Reino predicado por Jesús no es difícil de alcanzar para cada uno que lo
[TÍTULO DEL invoque.
DOCUMENTO]

Benedicto XVI

Ángelus (21-11-2010): Desde el trono de la cruz acoge a todos

«Este es el Rey» (Lc 23,38)


Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
El Evangelio de san Lucas presenta, como en un gran cuadro, la realeza de
Jesús en el momento de la crucifixión. Los jefes del pueblo y los soldados se
burlan del «primogénito de toda la creación» (Col 1, 15) y lo ponen a prueba
para ver si tiene poder para salvarse de la muerte (cf. Lc 23, 35-37). Sin
embargo, precisamente «en la cruz, Jesús se encuentra a la «altura» de Dios,
que es Amor. Allí se le puede «reconocer». (...) Jesús nos da la «vida» porque
nos da a Dios. Puede dárnoslo porque él es uno con Dios». De hecho, mientras
que el Señor parece pasar desapercibido entre dos malhechores, uno de ellos,
consciente de sus pecados, se abre a la verdad, llega a la fe e implora «al rey de
los judíos»: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino» (Lc 23, 42).
Titulo 1

De quien «existe antes de todas las cosas y en él todas subsisten» (Col 1, 17) el
llamado «buen ladrón» recibe inmediatamente el perdón y la alegría de entrar en
el reino de los cielos. «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso»
(Lc 23, 43). Con estas palabras Jesús, desde el trono de la cruz, acoge a todos
los hombres con misericordia infinita. San Ambrosio comenta que «es un buen
ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar: muy pronto al ladrón se le
concede el perdón, y la gracia es más abundante que la petición; de hecho, el
Señor —dice san Ambrosio— siempre concede más de lo que se le pide (...) La
vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino».

Audiencia General (15-02-2012): Desde la cruz, una palabra de esperanza

«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43)


n. 4
...La segunda palabra de Jesús en la cruz transmitida por san Lucas es una
palabra de esperanza, es la respuesta a la oración de uno de los dos hombres
crucificados con él. El buen ladrón, ante Jesús, entra en sí mismo y se
arrepiente, se da cuenta de que se encuentra ante el Hijo de Dios, que hace
visible el Rostro mismo de Dios, y le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino» (v. 42). La respuesta del Señor a esta oración va mucho más
[TÍTULO DEL
allá de la petición; en efecto dice: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el
DOCUMENTO]
paraíso» (v. 43). Jesús es consciente de que entra directamente en la comunión
con el Padre y de que abre nuevamente al hombre el camino hacia el paraíso de
Dios. Así, a través de esta respuesta da la firme esperanza de que la bondad de
Dios puede tocarnos incluso en el último instante de la vida, y la oración
sincera, incluso después de una vida equivocada, encuentra los brazos abiertos
del Padre bueno que espera el regreso del hijo.

Isidro Gomá y Tomás

El Evangelio Explicado: Injurias a Jesús crucificado

, Vol. 1, Acervo, Barcelona, 1966El buen ladrón (Lc 23, 39-43)


pp. 648-654
Explicación. —

Junto a la cruz en que pendía Jesús agolpáronse toda suerte de gentes, de los que
llegaban a la ciudad y los que de ella salían: la solemnidad del día, la

13
Titulo 2

oportunidad la hora, lo concurrido del lugar, la misma fama de Jesús, fueron


causa de que allí se congregaran la gente del pueblo, los sinedritas, los
soldados, profiriendo contra Jesús terribles blasfemias; desde lo alto de su cruz
se unían al infernal concierto los ladrones.

Primera palabra de Jesús: El Pueblo (Lc. 34.35). —

El Evangelio de Lucas ha sido con razón llamado el Evangelio de la


misericordia; en esta lección aparece dos veces la gran misericordia del corazón
de Cristo: en la oración que hace al Padre por sus enemigos y en la gracia que
del cielo hace al buen ladrón. Mas Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen. Probablemente fue dicha esta palabra, que sólo refiere
Lucas, en el acto de la crucifixión y repetidas veces, pues el verbo «decir» tiene
en el original griego forma iterativa. Toda ella respira piedad: piedad filial,
llamando a Dios Padre, para que por el ruego de tal Hijo se mueva a perdonar a
los criminales; piedad del perdón, queriendo no se les tenga en cuenta a sus
enemigos el acto horrible a que sus pasiones le han conducido; piedad más
profunda aún, atribuyendo el crimen no a la malicia, de que tantas pruebas
habían dado sus adversarios, sino a su ignorancia del carácter de Mesías que no
[TÍTULO DEL reconocían en él. A esta oración de Jesús atribuyen los intérpretes la rápida
DOCUMENTO] conversión de muchos miles, probablemente de los que allí estaban (Act. 6, 7;
15, 5).

Y el pueblo estaba mirando: es un trazo particular de Lucas, en que se revela la


psicología de la masa popular; poco días ha le aclamaba rey de Israel; hoy
mismo, arrastrado por los sinedritas, ha pedido la sangre de Jesús sobre sí y
sobre sus hijos; ahora asiste curioso al espectáculo; dentro de poco se volverá a
la ciudad, golpeando muchos sus pechos (v. 48). Algunos, no obstante, como se
colige de la lectura total del versículo 35, acompañaban a los sinedritas en las
blasfemias.

Injurias de los transeúntes (Mt. 39.40). —

A los tormentos de la cruz añaden los circunstantes el aguijón de sus punzantes


palabras. Son en primer lugar los que pasan por el camino junto al cual está la
cruz: Y los que pasaban le blasfemaban, moviendo sus cabezas: a las palabras
irreverentes añaden el gesto despectivo y de burla, como lo son ciertos
Titulo 1

movimientos de cabeza (cf. Iob 16, 5; Ps. 43, 15; 108, 25; Is. 37, 22; Ier. 18,
16). Cita el Evangelista una forma de las muchas con que sería Jesús injuriado:
Y diciendo: ¡Ah! Tú, interjección del insulto, de burla por impotencia, el que
destruyes el templo de Dios, y lo reedificas en tres días, sálvate a ti mismo: te
gloriabas de aniquilar la fábrica inmensa de nuestro Templo, y reedificarla en
pocos días; más fácil te sería desasirte de los clavos y bajar de la cruz: Si eres
Hijo de Dios, baja de la cruz.

De los sinedritas (41- 43). —

También los primates de la nación, que habían juzgado a Jesús la noche


anterior, pertenecientes la mayor parte de ellos a la secta de los fariseos,
acudieron ante la cruz o denostar al Señor y blasfemar de él, llevando al colmo
su rebajamiento: Asimismo insultándole también los príncipes de los sacerdotes,
con los escribas y ancianos, decían... Ya no increpan al Señor directamente
como el populacho; salvan las apariencias, pero hablando entre sí profieren
contra Jesús injurias no menos graves: A otros salvó, y a sí mismo no se puede
salvar: tan claros y de todos conocidos eran los prodigios obrados por Jesús, que
sus mismos enemigos deben confesarlos, mezclando su memoria con los
[TÍTULO DEL insultos: ha hecho muchos milagros ; mas ahora no le vale su poder. Y
DOCUMENTO] vengándose de la resistencia de Pilato a cambiar el rótulo de la cruz, añadían
irónicamente: Si es el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y
le creamos: tampoco le hubiesen creído, como no le creyeron cuando salvaba a
otros ; como no le creerán cuando haga lo que es más que bajar de la cruz:
resucitarse en la sepultura. Dan, por fin, en medio de las burlas, elocuente
testimonio de la piedad de Jesús y de su confesión de Hijo de Dios, aunque
haciendo servir el recuerdo para mayor escarnio de la Víctima: Sálvese a sí
mismo, si éste es Cristo elegido de Dios. Confió en Dios: líbrelo ahora, si le
ama: pues dijo: Hijo soy de Dios. Todo cuando noble y grande dicho y hecho el
Señor, se lo devuelven en la vuelto en gestos y frases de sangrienta ironía.

De los ladrones y soldados (Mt. 44; Lc. 36. 37). —

Para colmo de los ultrajes que recibió Jesús en la cruz, hasta los mismos
ladrones, mejor, bandidos o salteadores, que con él habían sido ajusticiados, le
llenaban de denuestos: Y los ladrones que estaban crucificados con él le
improperiaban. Lo mismo dice el segundo Evangelista. En cambio, Lucas,
denostaba, mientras el otro le proclamaba inocente. Se concuerdan ambas
narraciones diciendo que Mateo y Marcos generalizan, afirmando que hicieron

15
Titulo 2

ambos, lo que sólo hizo uno, como sucede cuando hablamos de categorías de
cosas o de personas; o bien que empezarían ambos por injuriar al Señor, pero
luego uno de ellos vino a mejores sentimientos con respecto a él.

Los mismos legionarios que daban guardia a Jesús crucificado juntáronse al


coro general de improperios contra Jesús: Le escarnecían también los soldados,
acercándose a él, y presentándole vinagre: quizá se refiere aquí Lucas al mismo
hecho de Mt. 15, 36; aunque otros creen que estos soldados ofrecieron a Jesús
un vaso con la bebida llamada «posca», compuesta de agua, vinagre y huevos,
bebida ordinaria entonces de los soldados romanos. A imitación de los
sinedritas, burlábanse los soldados de la aparente impotencia de Jesús, que
contrastaba con su título de rey: Y diciendo: Si tú eres el rey de los judíos,
sálvate a ti mismo.

El buen ladrón (Lc. 39- 43). —

Este episodio, del que se rezuma la dulcísima piedad del Señor, es propio del
tercer Evangelista. Como suelen los hombres desesperados que no pueden
[TÍTULO DEL escapar al último suplicio, deshacíase uno de los ladrones en injurias contra
DOCUMENTO] Jesús: Y uno de aquellos ladrones que estaban colgados, le injuriaba. Injuria y
burla sangrienta a la vez encierran sus palabras: Diciendo: Si tú eres el Cristo, o
mejor, en forma interrogativa de irrisión: ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti
mismo y a nosotros: te decías Mesías, y ahora aparece tu impostura, pues no
eres capaz de salvarnos.

Pero el otro ajusticiado no ha perdido la ecuanimidad, ni en medio de los


atroces tormentos, y profiere una serie de admirables sentencias que le hacen
digno de la misericordia de Jesús. Primero, increpa a su compañero por su
dureza e irreligión en aquellos supremos momentos: Mas el otro, respondiendo,
le reprendió, diciéndole: Ni aun tú temes a Dios, estando en el mismo suplicio:
cuando vamos todos a morir, no hacen en ti mella ni el recuerdo de tus
crímenes ni el pensamiento del juicio de Dios. En segundo lugar, proclama la
justicia con que se les ha condenado a ellos por sus crímenes, y la injusticia de
la condenación de Jesús inocente: Y nosotros, a la verdad, estamos en él
justamente porque recibimos el pago de lo que hicimos. En medio de los
generales anatemas contra Cristo, él solo tiene valor para proclamar su
santidad: Mas éste ningún mal ha hecho; portóse siempre como hombre probo
y santo.
Titulo 1

Y, finalmente, preparada su alma por la confesión de sus culpas y la declaración


de la santidad de Jesús, vuélvese a él rogándole, en humilde y confiadísima
plegaria, le tenga presente cuando esté en su reino: Y decía a Jesús: Señor,
acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino: cuando disfrutes del real
dominio, no te olvides de mí. Oyó el buen ladrón que se atribuía a Jesús la
cualidad de rey y de Mesías; vio la paciencia y magnanimidad del Señor, y le
creyó tal como de él se decía: quizás un rey glorioso que después de muerto
volvería para fundar su reino, como creían los Apóstoles (Act. 1, 6); pero
seguramente también un reino ultramundano, por cuanto sabía el ladrón que
estaba próxima su muerte. Pero, sobre todo, era la gracia de Dios la que había
venido a él para llevarle a la vida eterna.

Los dones de Dios rebasan siempre nuestras plegarias : Jesús, a quien el buen
ladrón acaba de pedir tenga buena memoria de él, le promete con juramento la
suma felicidad de la fruición de Dios para aquel mismo día: Y Jesús le dijo: En
verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso. Es la segunda palabra
Jesús en la cruz. El paraíso es locución metafórica para expresar un lugar de
dicha y reposo: bajó aquel día el buen ladrón al limbo, donde gozó ya de la
divinidad de Jesús.
[TÍTULO DEL
DOCUMENTO]
Lecciones morales. —

A) Mt. v. 40. — Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. — Como si el estar


clavado en cruz pudiera ser señal de no ser Hijo de Dios, dice el Crisóstomo.
¿Acaso los sufrimientos por que hicisteis pasar a los viejos santos y profetas
fueron obstáculo a su santidad y a su gloria? ¿Cómo podrían serlo a la de Jesús
los suplicios atroces a que le sometéis? Es que la persecución es muchas veces
prueba de la santidad: Bienaventurados los que sufren persecución por la
justicia; y, ¿qué más justicia que la que buscaba Jesús, que no era otra que el
sumo y universal equilibrio de las cosas humanas ante Dios? ¿Qué extraño que
se desencadenara contra él el torbellino de todas las persecuciones? Y si esto da
la bienaventuranza, ¿por qué debía precipitarse el Señor bajando de la cruz
antes de tiempo? No bajará de la cruz vivo, dice San Jerónimo pero subirá del
sepulcro donde estaba muerto: ahora debe permanecer en la cruz para vencer al
diablo.

17
Titulo 2

B) Lc. v. 40. — Ni aun tú temes a Dios, estando en el mismo suplicio. — En


las horas tremendas inmediatas a la muerte acostumbra el hombre sentir la pena
de los pasados extravíos y el temor de los castigos de Dios, cuyo juicio
inminente. ¡Ay de los hombres de corazón endurecido, a quienes nada
conmueve, orden moral y ultramundano, en la hora de la muerte! Han perdido
la sensibilidad religiosa y moral; y ésta no suele perderse sino después de una
vida llena de obstinación, de pensamiento y de corazón. Haga Dios
conservemos, aun en medio de nuestras defecciones o negligencias, muy vivo
el sentido de nuestras postrimerías: como es ello el gran remedio para no pecar,
así es su olvido el medio de adormecernos en el mal, y llevar nuestra
insensibilidad hasta la hora postrera de la vida.

C) v. 43. — Hoy estarás conmigo en el paraíso. — ¡Qué paz y qué serenidad la


de Jesús! Está en su agonía, entre atroces dolores, ante la multitud de sus
adversarios, que se burlan de su aparente impotencia, y tiene ante sus ojos las
perspectivas de su reino de felicidad, que brinda y promete al buen ladrón.
Nadie ha muerto jamás así: entre los muchos prodigios del mundo físico y
moral realizados en las últimas horas de la vida del Señor, éste es uno de los
que llegan más hondo al alma de quien sabe meditar. Porque todo es grande en
esta palabra de Jesús: la paz, la generosidad, la piedad, la bondad; es en
[TÍTULO DEL realidad palabra digna del Dios que la pronunció.
DOCUMENTO]
D) Mt. v. 44. — Los ladrones... le improperaban. — Para que veamos, dice San
Hilario, que todos en el mundo, hasta los malvados, han sufrido escándalo de la
Cruz de Cristo. Parece que la comunidad de desgracia debía hacer al ladrón a lo
menos tolerante con Cristo, a quien tenía a su lado, muriendo como El; y en
aquella hora suprema, los ladrones maldicen, y Cristo es maldecido. Después
de este ejemplo, ¿por qué habría de extrañarnos que los malos nos insulten o
nos molesten, en las mil formas que tiene la maldad para probar a los buenos,
cuando nuestro Maestro y Redentor, en las horas más graves de su vida, de
dolor, de afrenta, de abandono de todo el mundo, ve agravada su pena por los
insultos de los que con él mueren ajusticiados?

E) Lc. v. 41. — Mas éste ningún mal ha hecho. — Confiesa el buen ladrón sus
crímenes, y reconoce la inocencia del Justo: por esto se encara con el
compañero de crímenes y condena su pro-ceder con Jesús. Como si dijera, dice
el Crisóstomo: Mira una injuria nunca vista, que la santidad sea condenada
junto con el crimen. Porque nosotros matamos a los vivos; y éste ha dado la
vida a los muertos: nosotros hemos hurtado lo ajeno; éste manda dar hasta lo
propio. Así se convertía en panegirista de Jesús ante las turbas circunstantes; y
Titulo 1

cuando vio que no le hacían caso, se volvió Jesús y le dirigió aquella sentida
plegaria: «Señor, acuérdate de mí...» Estemos siempre prontos a vindicar la
santidad, la grandeza, la divinidad de Jesús ante aquellos que le insultan, le
blasfeman, le calumnian. Y no seamos difíciles en confesar nuestras miserias,
con humilde sinceridad, cuando de ello ha de venir edificación al prójimo y el
perdón por parte de Dios.

F) v. 43 — Hoy estarás conmigo en el paraíso. — Es el rey victorioso que


vuelve de la batalla y da a aquel su nuevo amigo y súbdito las primicias del
botín conquistado, que es la gloria, para sí y para sus seguidores: ¡Feliz ladrón,
que hasta en la hora de la muerte sabe robar tan sabiamente el paraíso, cúmulo
de todas las riquezas y de todo bienestar! En la facilidad con que ha logrado el
perdón y la gloria, después de una vida de crímenes, hemos de cobrar santos
alientos, confiando en que es el mismo Jesús que perdonó al ladrón aquel de
quien esperamos la remisión de nuestros pecados.

CATENA AUREA: COMENTARIOS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA


POR VERSÍCULO

[TÍTULO DEL Teofilacto


DOCUMENTO]
35. Esto lo hacían por burla: porque ¿cuando los príncipes así obraban, qué
había de hacer el vulgo? Prosigue: «Y el pueblo estaba (el que había pedido su
crucifixión) mirando (esto es, el fin), y los príncipes, juntamente con él, le
denostaban».

36. Fueron los soldados los que ofrecieron el vinagre al Salvador, como
militares que asisten a su rey. Prosigue: «Diciendo: Si tú eres el rey de los
judíos, sálvate a ti mismo».

38. Véase aquí otra nueva astucia del demonio, promovida en contra de
Jesucristo. Publicaba la causa de la muerte del Salvador en tres idiomas
diferentes, para que ninguno de los transeúntes ignorasen que había sido
crucificado porque se había querido proclamar rey; decía pues: «Y había
también sobre El un título escrito en letras griegas, latinas y hebreas: Este es el
rey de los judíos». En lo cual se daba a conocer que los más poderosos de todo
el mundo, como eran los romanos, los más sabios, como eran los griegos, y los
que de un modo especial adoraban a Dios, deberían someterse al imperio de
Jesucristo.

19
Titulo 2

42-43. Y así como un rey trae consigo lo mejor del botín cuando vuelve
victorioso de la guerra, así el Señor, habiéndose apoderado de una porción de
las presas, que antes eran del diablo -como el ladrón-, la lleva consigo al
paraíso.

Esto es lo más verdadero para todos, porque tanto el ladrón como los demás
santos, aun cuando no han alcanzado todo lo ofrecido -para que, como se dice
por el Apóstol a los hebreos (Heb 11,40), no se les cumpla sin estar nosotros
presentes-, se encuentran, sin embargo, en el reino de los cielos, y en el paraíso.

Beda

35-37. Los que aún contra su voluntad confiesan que ha salvado a otros.
Prosigue: «Y decían: a otros ha salvado; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo,
el escogido de Dios».

Debe notarse que los judíos se burlaban del nombre de Cristo, blasfemando y
[TÍTULO DEL como si a ellos estuviese ya confiada la interpretación de las Sagradas
DOCUMENTO] Escrituras, pero los soldados, como las desconocían, no insultaban a Jesucristo
como el escogido de Dios, sino como rey de los judíos.

43. Todos los que somos bautizados en nombre de Jesucristo, somos bautizados
en virtud de su muerte, porque siendo pecadores, hemos sido purificados por
medio del bautismo (Rom 6,3). Pero hay algunos, que glorificando a Jesús
muerto según la carne, son coronados; y otros, que no queriendo obrar según la
fe y las promesas del bautismo, son privados de la gracia que recibieron.

San Ambrosio

38. Con razón se impone un título sobre la cruz; porque el reino que tiene
Jesucristo no es propio del cuerpo, sino de su poder divino. Leo el título de rey
de los judíos, cuando leo, (Jn 18,36) mi reino no es de este mundo. Leo la causa
de Jesús escrita encima de su cabeza, cuando leo: (Jn 1,1) y Dios era el Verbo;
(1Cor 11,3) la cabeza de Cristo es Dios.
Titulo 1

39-43.Se da en esto un admirable ejemplo de verdadera conversión, por lo que


se concede tan pronto al ladrón el perdón de sus culpas. El Señor le perdonó
pronto, porque pronto se convirtió: la gracia es más poderosa que la súplica. El
Señor concede siempre más de lo que se le pide: el ladrón sólo pedía que se
acordase de él, pero el Señor le dice lo que sigue: «En verdad te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso». La vida consiste en habitar con Jesucristo, y
donde está Jesucristo allí está su reino.

Pero debe advertirse que otros Evangelistas (San Mateo y San Marcos) dicen
que los dos ladrones blasfemaban del Señor, y éste dice que uno lo ultrajaba y el
otro reprendía. También puede suceder que este ladrón lo blasfemase al
principio, pero que de repente se convirtió. También pudo ser que hablase en
plural refiriéndose a uno sólo, como sucede en la carta del Apóstol a los hebreos
(Heb 11,37): «Andaban en pieles de cabra, y fueron aserrados». Sólo Elías tenía
tal manto y únicamente Isaías fue aserrado. En sentido místico puede decirse
que los dos ladrones representan a los dos pueblos que habían de ser
crucificados con Cristo por medio del bautismo, y cuya discordancia también
manifiesta la diferencia de los que habían de querer.

[TÍTULO DEL Crisóstomo


DOCUMENTO]
39-43. Este sentenciado hace el papel de juez, y empieza a juzgar sobre la
verdad después de haber confesado sus culpas ante Pilato a costa de muchos
tormentos, porque una cosa es el hombre cuando juzga a quien no conoce, y otra
cosa es Dios, que penetra en las conciencias. Pero ante el hombre, el castigo se
sigue a la confesión, mientras que ante Dios, a la confesión sigue la salvación.
Mas el ladrón publica que Jesús es inocente cuando añade: «Pero éste ningún
mal ha hecho». Como diciendo: Ve aquí un nuevo ultraje: castigar la inocencia
junto con la criminalidad. Nosotros, viviendo, hemos matado a otros, pero éste
ha dado vida a otros; nosotros hemos robado lo ajeno; pero éste manda
distribuir aun lo suyo. El buen ladrón predicaba a los presentes, reflexionando
sobre las palabras con que el otro increpaba al Salvador. Pero cuando vio que
estaban endurecidos sus corazones, se volvió hacia Aquél que conoce los
secretos de la conciencia. Prosigue: «Y decía a Jesús: Señor, acuérdate de mí
cuando vinieres a tu reino». Ves un crucificado, y lo confiesas Dios. Ves el
aspecto de un sentenciado, y publicas su dignidad de rey. Abrumado de
tormentos, pides a la fuente de la justicia que perdone tu maldad. Ves, aunque
oculto, el reino, mas tú olvidas tus maldades públicas, y reconoces la fe de una
cosa oculta. La iniquidad perdió al discípulo de la verdad; la misma verdad, ¿no
perdonará al discípulo de la iniquidad?

21
Titulo 2

Digno era de verse al Salvador entre los ladrones, como la balanza de la


justicia, pesando la fe y la infidelidad. El diablo había arrojado a Adán del
paraíso, pero Jesucristo introdujo al ladrón en el paraíso, en presencia de todos,
y de sus mismos apóstoles. Por una sola palabra y con sola la fe entró en el
paraíso, para que nadie dudase de entrar a pesar de sus errores. Obsérvese la
prontitud: desde la cruz al cielo, desde la condenación al paraíso; para que se
sepa que el Señor lo hizo todo, no para demostrar la bondad del ladrón, sino su
clemencia. Algunos dicen: si ya se ha premiado bastante a los buenos, ¿para
qué la Resurrección? Si ya introdujo al ladrón en el paraíso, y su cuerpo quedó
aquí expuesto a la corrupción, no hace falta que vuelva a resucitar. Pero la
carne, que sufrió con el ladrón, ¿habrá de quedar sin premio? Oigamos a San
Pablo que dice a los fieles de Corinto: (1Cor 15,53) «Conviene que esto,
corruptible, revista la incorruptibilidad». Pero si el Señor había ofrecido el
reino de los cielos y llevó al ladrón al paraíso, todavía no le ha premiado. Pero
dicen que con el nombre de paraíso dio a entender el reino de los cielos, porque
se expresaba en los términos acostumbrados cuando hablaba al ladrón, quien
nada había oído de la predicación divina. Algunos no leen «hoy estarás
conmigo en el paraíso», sino, «que serás conmigo en el paraíso». Pero esto
tiene una solución más sencilla: Los médicos cuando desahucian a un enfermo
incurable, dicen: Ya está muerto. Pues así el ladrón: como ya no podía volver a
su vida pecadora, se dice que entró en el paraíso.
[TÍTULO DEL San Gregorio Niceno
DOCUMENTO]
43. Ahora conviene dilucidar otra vez, cómo es que se considera al ladrón
como digno de entrar en el paraíso, siendo así que una espada de fuego impide
la entrada a los santos (cf. Gn 3, 24). Pero obsérvese que el divino anuncio la
llama móvil, de tal modo que se vuelve impidiendo la entrada a los que no son
dignos de entrar y facilitando la entrada libre a la vida a los que son dignos de
ella.
San Gregorio

39-43. Los clavos habían fijado sus pies y sus manos a la cruz, y nada se
encontraba en el ladrón que no padeciese, más que el corazón y la lengua. Por
inspiración divina, ofreció al Señor todo lo que en sí había encontrado libre, de
conformidad con lo que está escrito: (Rom 10,10) 36. Viendo el diablo que
todo le salía mal, vacilaba, y no pudiendo ya otra cosa, suscitó la idea de que se
administrase al Salvador un brebaje para que lo bebiese. Prosigue: «Le
escarnecían también los soldados, acercándose a El, y presentándole vinagre».
Lo que el demonio desconocía que se verificaba contra él mismo; porque
presentando al Salvador la amargura de la indignación nacida de la infracción
de la ley -con la que dominaba a tantos-, el Salvador la aceptó, y nos dio luego
vino en vez de vinagre, que fue el que la sabiduría mezcló.
Titulo 1

San Atanasio, Orat in pasionem vel in crucem domini

39. No salvándose a sí mismo, sino salvando a sus creaturas, era como quería el
Señor ser reconocido por Salvador: el médico no se llama de este modo cuando
se cura a sí mismo, sino cuando cura a los demás. De este modo es considerado
el Señor como Salvador, cuando El no necesitaba de salvación. Tampoco quería
ser reconocido como tal bajando de la cruz, sino muriendo: mucho mayor es el
mérito de la muerte del Salvador, respecto de los hombres, que si entonces
hubiere bajado de la cruz.
San Cirilo

39-43. Uno de los ladrones también le insultaba a la vez con los judíos.
Prosigue: «Y uno de aquellos ladrones, que estaban colgados, le injuriaba
diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo, y a nosotros». El otro
reprobaba sus palabras. Prosigue: «Respondiendo el otro le reprendía, diciendo:
Ni aún tú temes a Dios, estando en el mismo suplicio». Y confesaba su propia
culpa añadiendo: «Y nosotros en verdad, por nuestra culpa, porque recibimos lo
que merecen nuestras obras».
Fray Miguel de Burgos Núñez

III.1. El evangelio de Lucas forma parte del relato de la crucifixión, diríamos


[TÍTULO DEL que es el momento culminante de un relato que encierra todo la teología lucana:
DOCUMENTO] Jesús salvador del hombre, y muy especialmente de aquellos más desvalidos.
Lucas, con este relato nos quiere presentar algo más profundo y extraordinario
que la simple crucifixión de un profeta. Por ello se llama la atención de cómo el
pueblo “estaba mirando” y escuchando. Y comienza todo un diálogo y una
polémica sobre la “salvación” y el “salvarse” que es uno de los conceptos claves
de la obra de Lucas. Los adversarios se obstinan en que Jesús, el Mesías según
el texto, no puede salvarse y no puede salvar a otros. Además está crucificado y
ya ello es inconveniente excesivo para que el letrero de la cruz (“rey de los
judíos”=Mesías) pierda todo su sentido jurídico y se convierta en sarcasmo. Está
claro por qué ha sido condenado: por una razón política, acusado de ir contra
Roma, en nombre de un mesianismo que ni pretendió, ni aceptó de sus
seguidores.

III.2. Todo, en el relato, convoca a contemplar; emplaza al “pueblo” (testigo


privilegiado de la pasión en Lucas) para que sea espectador del fracaso de este
profeta que ha dedicado su vida al reinado de Dios, sin derecho alguno, y
rompiendo las normas elementales de las tradiciones religiosas de su pueblo.
Los profetas verdaderos no pueden acabar de otra manera para las religiones
oficiales. Por lo mismo está en juego, según la teología de Lucas, toda la vida de

23
Titulo 2

Jesús que es una vida para la salvación de los hombres. La psicología del
evangelista se percibe a grandes rasgos. El pueblo será “secretario” cualificado
del fracaso de éste que se ha atrevido a hablar de Dios como nadie lo ha hecho;
porque se ha osado recibir a los publicanos y pecadores, compartir su vida con
hombres y mujeres que le seguían hasta Jerusalén. Este era el momento
esperado… y, de pronto, un “diálogo” asombroso rompe, antes de la hora
“tercia”, el “nudo gordiano” de la salvación. No va a ser como Alejandro
Magno con su espada a tajo, en Godion de Frigia, para dominar el mundo por
esa decisión drástica. Será con la oferta audaz y valiente de la salvación en
nombre del Dios de su vida.

III.3. El diálogo con los malhechores (vv. 39-43), y especialmente con aquél
que le pide el “paraíso”, es un episodio propio de Lucas que ha dado al relato
de la crucifixión una fisonomía inigualable. La comparación que hemos
mencionado con Alejandro Magno y el “nudo gordiano” sigue estando en pie a
todos los efectos. Quien crucificado, la muerte más ignominiosa del imperio
romano, pueda ofrecer la salvación al mundo, podrá dominar el mundo con el
amor y la paz, no con un imperio grandioso fundamentado en la guerra, la
conquista, la muerte y la injusticia. Lucas es consciente de esta tradición que ha
recogido y que ha reinventado para este momento y en este “climax”. Cuando
[TÍTULO DEL ya está dictada la sentencia de impotencia y de infamia… la petición de uno de
DOCUMENTO] los malhechores ofrece a Jesús la posibilidad de dar vida y salvación a quien irá
a la muerte innoble como él. No es un libertador militar… está muriendo
crucificado, porque ha sido condenado a muerte. Los valientes militares morían
a espada; los esclavos y los parias, en la “mors turpissima crucis”.

III.4. El malhechor lo invoca con su nombre propio ¡Jesús!, no como el de


Mesías o el de Rey o incluso el de Hijo de Dios. Esto es algo que ha llamado
poderosamente la atención de los intérpretes. Es verdad que en la Biblia, en el
nombre hay toda una significación que debe ser santo y seña de quien lo lleva.
“Jesús” significa: “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. Es una plegaria, pues,
al crucificado, pero Lucas entiende que en todo aquello está Dios por medio. Es
decir, que Dios no está al margen de lo que está aconteciendo en la cruz, en el
sufrimiento de Jesús y de los mismos malhechores. La interpelación del buen
ladrón como plegaria es para Lucas toda una enseñanza de que el crucificado es
el verdadero salvador y de que por medio de su vida y de su muerte, Dios salva.
Por tanto encontraremos salvación y salvación inmediata: “hoy estarás conmigo
en el paraíso”. Esta es una fórmula bíblica cerrada para expresar la vida
después de la muerte. No sabemos cómo ha llegado a Lucas este diálogo de la
cruz, pero la verdad es que es lo más original de todos los evangelistas sobre
esta escena de la pasión. Jesús es verdaderamente rey, aunque al margen de
Titulo 1

todas las expectativas políticas. El “nudo gordiano” se rompe, si queremos a


tajo, por la palabra de vida que Jesús ofrece en nombre de Dios.

III.5. Este relato majestuoso tiene muy poco de deshonor. Lucas no entiende la
muerte de Jesús como un fracaso. Y no lo es en verdad. Es el momento supremo
de la entrega a una causa por la que merece dar la vida. Cuando todos los que
están al lado de la cruz le han retado a que salve tal como ellos entienden la
salvación, Jesús se niega a aceptarlo. Cuando alguien, destrozado, aunque haya
sido un bandido o malhechor, le ruega, le pide, le suplica, ofrece todo lo que es
y todo lo que tiene. Desde su impotencia de crucificado, pero de Señor
verdadero, ofrece perdón, misericordia y salvación. Esta teología de la cruz es la
clave para entender adecuadamente a Jesucristo como Rey del universo. Es un
rey sin poder, es decir, el “sin-poder” del amor, de la verdad y del evangelio
como buena nueva para todos los que necesitan su ayuda. “Hoy estarás conmigo
en el paraíso” es la afirmación más rotunda de lo que este rey crucificado ofrece
de verdad. No es la conquista del mundo, sino de nuestra propia vida más allá
de este mundo.

Rosalba Manes
[TÍTULO DEL
Un regno dalle porte aperte
DOCUMENTO]
Nella XXXIV domenica del Tempo Ordinario, giunti alla conclusione dell’anno
liturgico, Luca ci fa contemplare la regalità di Gesù. Un re abitualmente riceve
ogni sorta di onori, il Vangelo invece ci presenta un re per il quale sono
riservati solo scherno e umiliazione. Un re che viene eliminato alla maniera di
un criminale qualunque, infatti, sembra essere la smentita più clamorosa di tutte
le pretese salvifiche racchiuse nel ministero di Gesù e rimarcate a più riprese dal
racconto lucano. L’evangelista prepara i suoi lettori all’annuncio paradossale
della salvezza che si compie solo nel momento del massimo fallimento: la morte
di croce. Gesù salva non perché scende dalla croce, non perché estirpa dalla
terra i malvagi, ma perché ama fino alla fine, resta cioè fedele all’amore che il
Padre nutre per lui e che egli stesso nutre per ogni creatura.
L’intelaiatura generale del Terzo Vangelo circa la crocifissione e morte di Gesù
si può rinvenire anche in Marco e in Matteo, ma Luca sceglie di rappresentare il
Cristo con i tratti del martire che muore offrendo il perdono e ottenendo la
salvezza dei suoi carnefici (come farà anche in At 7 descrivendo la morte di
Stefano). Nel racconto il popolo svolge un ruolo passivo, sta a guardare in
silenzio. I capi invece opprimono Gesù con un fare assai simile a quello del
tentatore nel deserto (cf. Lc 4,1-13):

25
Titulo 2

«Ha salvato altri! Salvi se stesso, se è lui il Cristo di Dio, l’eletto» (Lc 23,35).
Il sospetto non è tanto sulla qualità del suo ministero, del quale, malgrado
l’ironia, vengono riconosciuti i frutti, ma sulla qualità del suo rapporto con Dio
che, stando a come sono andate le cose, non dev’essere certo dalla sua parte.
Anche i soldati lo deridono, provocandolo a manifestare al popolo una regalità
di tipo trionfalistico:
«Se tu sei il re dei Giudei, salva te stesso» (Lc 23,37).
Il titolo «re dei Giudei» non fa parte solo di un gioco di insulti, ma è il marchio
pubblico che segna la croce alla quale Gesù è stato inchiodato e che tutti
possono leggere. Sul suo capo infatti svetta l’iscrizione «Costui è il re dei
Giudei», parole che trasformano il palo maledetto in trono di gloria.
Sulla croce il Gesù di Luca non è solo. Due uomini gli stanno accanto, uno alla
sua destra e uno alla sua sinistra, e non sono i discepoli che in Marco e in
Matteo vogliono occupare quei posti nel suo regno, ma due malfattori
qualunque che, diversamente dagli altri sinottici, reagiscono in modo tra loro
antitetico, rivelando ancora una volta la verità delle parole del vecchio Simeone
che aveva profeticamente annunciato che il Cristo sarebbe stato un «segno di
contraddizione» (Lc 2,34). Uno dei due si lascia contagiare dal modo di fare dei
capi e dei soldati, si allea con i forti e insulta: «Non sei tu il Cristo? Salva te
[TÍTULO DEL stesso e noi!» (Lc 23,39). L’altro invece si dissocia dalla massa degli accusatori
DOCUMENTO] e si leva come unica voce fuori dal coro a proclamare con forza l’innocenza di
Gesù:
«Noi, giustamente, perché riceviamo quello che abbiamo meritato per le nostre
azioni; egli invece non ha fatto nulla di male» (Lc 23,40-41).
Dopo aver riconosciuto la santità di Gesù, egli proclama anche la sua piena
fiducia in lui: «Gesù, ricordati di me quando entrerai nel tuo regno». Non è la
pretesa dei discepoli che vogliono occupare dei posti importanti, ma una
preghiera umile, sentita e colma di fiducia che Gesù esaudisce
immediatamente: «oggi con me sarai nel paradiso» (Lc 23,42).
Gesù è un re il cui regno ha le porte aperte e in esso vi accede chi sa che la
salvezza non è per domani, ma è «oggi». Oggi, infatti, è il momento di
affrancarsi dalla massa e fare la propria confessione di fede personale,
oggi è il tempo per riconoscere la visita del Signore, oggi è il tempo di
imparare a pregare, oggi è l’occasione propizia per purificare lo sguardo dalla
nebbia delle apparenze e vedere attraverso le cose il germogliare della vita
divina che sa trasformare anche i cuori induriti in una terra fertile.
Titulo 1

Michael Davide Semeraro

Tetragramma

Alla nostra sensibilità richia di risuonare come eccessiva e un po’ pedante


l’insistenza dei nostri fratelli ebrei sull’impronunciabilità del nome di Dio
rivelato a Mosé. Questo nome è formato da quattro consonanti che venivano
vocalizzate dal sommo sacerdote, una sola volta l’anno nel Giorno
dell’Espiazione, in mezzo a una coltre impenetrabile di profumi e di
incensi. Quattro lettere fanno la memoria di Israele come popolo di Dio - e
segno in mezzo ai popoli - dell’immenso amore che l’Altissimo nutre per
tutta l’umanità. Eppure, più o meno inconsciamente, nella nostra tradizione
cristiana, abbiamo recuperato queste quattro lettere ponendole come cartiglio
sulla croce, segno che riprende ciò che troviamo nel Vangelo:
«Sopra di lui c’era anche una scritta: “Costui è il re dei Giudei”» (Lc 23,38),
enunciato su cui l’evangelista Giovanni indugia facendone l’ultimo motivo di
tensione tra i Giudei e Pilato. Questa scritta è stata tradizionalmente abbreviata
nella nostra tradizione latina così: «INRI». Quattro lettere non più
impronunciabili, ma ben più gravemente impensabili e persino temibili. Dire
infatti che il nostro re sia quello che che pende dalla croce è qualcosa che esige
una presa di posizione non solo davanti al mistero della stessa, ma anche
[TÍTULO DEL davanti al mistero dell’amore che è capace di arrivare «fino alla fine» (Gv 13,1)
DOCUMENTO] e ben oltre ogni immaginabile fine. Giovanni Crisostomo commenta: «Il
paradiso chiuso da migliaia di anni è stato aperto per noi "oggi" dalla croce.
Infatti, oggi, Dio vi ha introdotto il ladrone. Compie, in questo, due meraviglie:
apre il paradiso e vi fa entrare un ladro. Sicuramente, nessun re permetterebbe a
un ladro o a un altro suo soggetto di sedersi con lui mentre fa il suo ingresso in
una città. Questo, invece, Cristo l'ha fatto: quando entra nella sua santa patria, vi
introduce un ladro insieme con lui» (GIOVANNI CRISOSTOMO, Discorsi
sulla Croce e il ladrone, 1, 2).
Con la liturgia odierna portiamo a compimento non solo questo anno liturgico,
ma pure il triennale ciclo liturgico che ci fa leggere, nel susseguirsi delle
domeniche e delle feste, l’intero Vangelo. Così l’ultima parola è una verità,
l’ultima e il fondamento di ogni percezione della verità che non è
un’autorivelazione di Gesù, bensì l’adesione a una relazione:
«In verità io ti dico: oggi con me sarai in paradiso» (Lc 23,43).
Le parole che il Signore Gesù morente rivolge al ladrone sono come il riassunto
di tutta la sua vita e la ricapitolazione di tutti i suoi gesti di accoglienza e di
perdono su cui l’evangelista Luca insiste in un modo unico con le sue
indimenticabili parabole – pensiamo a quella del figliol prodigo - e i suoi
magnifici gesti – pensiamo alla donna peccatrice e a Zaccheo. Sotto la croce, o

27
Titulo 2

meglio sopra la croce, si consuma l’ultima tentazione di Cristo in cui possiamo


riconoscere la tentazione sottile che attraversa sempre la nostra vita: la
dimostrazione. Proprio a conclusione delle tentazioni nel deserto si dice che il
«diavolo si allontanò dal lui fino al momento fissato» (Lc 4,13). Ed ecco il
grande appuntamento in cui ciò che il Signore Gesù ha intuito nel suo tempo di
deserto deve essere come assunto nelle sue estreme conseguenze. Ancora una
volta, e per ben tre volte – esattamente come nel deserto – ritorna il terribile
«Se…» che accompagna la storia e il dramma della nostra libertà fin dal primo
dialogo con il serpente (Gen 3).
Il Signore Gesù, come un vero re, dà udienza a tutti e dall’umilissimo trono
della croce si mette in una posizione di così assoluta vulnerabilità da permettere
a tutti e a ciascuno di esprimersi senza timore alcuno: tutti parlano e tutti si
esprimono, «i capi», «i soldati», «uno dei malfattori» e anche «L’altro». Nel
mistero di questa festa ora tocca a noi di dire la nostra al Signore Gesù
crocifisso…! La cosa più bella che potremmo dirgli è
«Ecco noi siamo tue ossa e tua carne» (2Sam 5,1).
Così, in un amore riconosciuto e abbracciato, la croce si trasforma da
patibolo in roveto ardente e la sua logica diventa il nostro tetragramma
sacro, il nostro modo di concepire Dio e di concepire noi stessi: incapaci di
fare nulla per gli altri, ma sempre disposti a vivere ogni cosa «con» (Lc 23,43)
[TÍTULO DEL chiunque incrocia il nostro cammino di uomini e donne. Se, infatti, accettiamo
DOCUMENTO] di condividere con tutti la «pena» (23,40) di vivere ci ritroveremo, quasi per
incanto, «nel paradiso» (23,43) ormai «liberati dal potere delle tenebre» (Col
1,13).

Roberto Pasolini

La sorte dei santi

Parlare di monarchie e di regnanti appare un po’ stridente con la nostra


sensibilità moderna, stanca — per non dire esausta — di essere male
rappresentata e governata da poche persone potenti. Eppure, per noi credenti in
Cristo, la festa odierna non è l’occasione di accendere il ricordo di tempi
passati, spolverando nostalgie monarchiche. In questa domenica noi
proviamo a mettere con sincerità il nostro volto davanti alla debolezza di
un Signore risorto perché crocifisso, fino a riconoscere nel suo modo di
vivere e di morire non un altro re da presentare al mondo, ma un re “altro” da
riconoscere e testimoniare in mezzo al mondo. Un re sempre e per sempre
diverso dai nostri peggiori incubi, più grande e più bello di qualsiasi nostro
sogno.
L’intronizzazione che la liturgia ci invita a contemplare non è quella gloriosa e
Titulo 1

sfolgorante del mattino di Pasqua, quando il Cristo ha manifestato la sua


potenza sul peccato e sulla morte risorgendo dal sepolcro. Siamo invece
condotti sul Golgota, ai piedi della croce, nel momento in cui il Padre ha
rivelato, attraverso il corpo agonizzante di Gesù, «il regno del Figlio del suo
amore» (Col 1,13). I diversi modi di reagire di fronte a questo pietoso
«spettacolo» (Lc 23,48) di amore infinito raffigurano tutte le paure e le
tentazioni che il nostro cuore conosce. C’è «il popolo» che sta «a guardare» e ci
sono «i capi» che scherniscono Gesù dicendo: «Ha salvato altri! Salvi se stesso,
se è lui il Cristo di Dio, l’eletto» (23,35). Anche i soldati si uniscono al dileggio:
«Se tu sei il re dei Giudei, salva te stesso» (23,37). Persino «uno dei malfattori
appesi alla croce» accanto a lui «lo insultava»:
«Non sei tu il Cristo? Salva te stesso e noi!» (Lc 23,39).
Mentre noi continuiamo a pensare che un re — ma in fondo ogni essere umano
— debba essere capace, anzitutto, di salvare se stesso, Gesù si mostra re
proprio perché, invece di salvare se stesso, salva noi. Inoltre, non avanza
alcuna pretesa di essere riconosciuto, lasciando che sia il titulus appeso sopra il
suo capo a rivelare in modo silenzioso il mistero della sua regalità:
«Sopra di lui c’era anche una scritta: “Costui è il re dei Giudei”» (Lc 23,38).
Secondo Luca, sul Golgota, solo un personaggio resta fuori dal coro dei facili
[TÍTULO DEL giudizi. La tradizione lo ha chiamato “buon ladrone”, ma in realtà il testo
DOCUMENTO] evangelico non gli assegna alcun nome, descrivendolo semplicemente come
«l’altro» (23,40). Questo condannato a morte è la prima persona in grado di
riconoscere nel Cristo inchiodato sulla croce il vero Re della storia e
dell’universo:
«Gesù, ricordati di me quando entrerai nel tuo regno» (Lc 23,42).
Il suo cuore, purificato dalla sofferenza e reso umile dalle circostanze
sfavorevoli, sa cogliere nella sofferenza innocente del Cristo un invincibile
segno di dignità, quel misterioso potere che «non sarà mai distrutto» (Dn 7,14) e
che «non avrà mai fine» (Lc 1,33): la gloria umile e povera dell’amore.
La liturgia di questa domenica è l’occasione per recuperare la fierezza di
appartenere a un simile re. Per ammettere che, in fondo, la vita merita di
essere interpretata soltanto così, come una chiamata a uscire da noi stessi
per donarci all’altro senza alcuno sforzo e senza inutili pentimenti. Sebbene
molte situazioni ci trovino pavidi ed egoisti, resta sempre un “altro” in noi,
un tratto di umanità irriducibilmente regale, un nobile sangue il cui
desiderio più profondo resta quello di maturare la somiglianza con Dio fino a
poter essere con lui e come lui nell’esperienza dell’amore più grande,
partecipando «alla sorte dei santi nella luce» (Col 1,12). Ai piedi del Crocifisso,

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Titulo 2

di fronte allo spettacolo della carità vissuta fino alla fine, possiamo dunque
non solo riconoscere il vero Re dell’universo, ma pure il volto di noi stessi:
«Ecco noi siamo tue ossa e tua carne» (2Sam 5,1),
il tuo «corpo», la tua «Chiesa» (Col 1,18), liberata dal «potere delle tenebre»
(1,13).

[TÍTULO DEL
DOCUMENTO]

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