02 Tesis Doctoral Paola Damonti

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UNIVERSIDAD PÚBLICA DE NAVARRA

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES

DEPARTAMENTO DE TRABAJO SOCIAL

TESIS DOCTORAL

Violencia de género en la pareja y exclusión social


Los efectos de la intersección entre diferentes estructuras de desigualdad

MEMORIA PARA OPTAR AL TÍTULO DE DOCTORA

PRESENTADA POR:

Paola Damonti

DIRECCIÓN:

Miguel Laparra Navarro y Patricia Amigot Leache

Pamplona/Iruña, marzo de 2017


El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar
de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para
ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal

Simone de Beauvoir, El segundo sexo

There is no such thing as a single-issue struggle, because we do not live single-


issue lives
Audre Lorde, Sister Outsider: Essays & Speeches
Agradecimientos
Escribir una tesis es un trabajo apasionante y enriquecedor, pero también es un camino
duro. Las alegrías se mezclan con la frustración, las satisfacciones con el cansancio, el
orgullo por el trabajo hecho con el deseo de tener, por fin, algo de tiempo propio. También
es un proyecto que se gesta, en su mayoría, en necesaria soledad, pero que sería imposible
de llevar a cabo sin el apoyo de muchas personas. A todas ellas deseo, por lo tanto, expresar
aquí mi gratitud.
En primer lugar, a mi director, Miguel Laparra, por creer en mí en ese lejano 2011,
cuando, aun sin conocerme, aceptó dirigir mi tesis. Con esa decisión me abrió las puertas a
un mundo que no conocía y que ha sido mi casa en todos estos años. No lo he olvidado.
También quiero agradecerle el apoyo que me ha brindado a lo largo de este camino, las
ideas, los consejos, las sugerencias; así como la serenidad con la que siempre ha sabido
enfrentarse a los obstáculos que han surgido en este viaje. Asimismo, también quiero darle
las gracias por el hecho de que, pese a haber recientemente interrumpido su trabajo
académico a favor de un compromiso institucional, nunca haya dudado en seguir dirigiendo
este trabajo.
También quiero agradecer a mi directora, Patricia Amigot, por haber aceptado codirigir
esta tesis cuando todavía se trataba de un proyecto en ciernes. Desde entonces su apoyo ha
sido una constante, en el plano tanto profesional como humano: su competencia siempre
acompañada de cercanía, su profesionalidad nunca priva de ternura, su fuerza lejana de
cualquier arrogancia… Calidad académica y calidez humana siempre fundidas, todo ello ha
contribuido a hacer de este camino un viaje apasionante y revelador. Gracias también por
las largas charlas compartidas, debatiendo sobre la tesis pero también sobre tantas otras
cosas, momentos de comunión y aprendizaje. Ha sido un privilegio tenerte como directora.
En fin, gracias de corazón a los dos, porque sin cualquiera de vosotros, estoy segura, esta
tesis no podría haber sido lo que es.
Y gracias también a ti, Nor, por haber estado allí en las innumerables ocasiones en las
que este camino parecía no tener final. Porque nadie más que tú ha vivido cada latido de
esta tesis. Por las eternas charlas y los debates, por las caricias y los abrazos. Por inventar
mil maneras de sacarme una sonrisa en los momentos más duros de esta larga aventura.
Porque juntos hallamos ideas en los momentos y lugares más insospechados. Porque sin tu
apoyo, estoy segura, todo esto no habría sido posible. Gracias.
A todos los miembros del grupo ALTER, que ha sido mi hogar en estos años. Porque
trabajar con ellos y ellas ha sido sin duda un honor; porque me han enseñado muchísimo (a
veces sin ni siquiera proponérselo). Porque sin el aprendizaje que pude realizar trabajando
con ellas y ellos este trabajo tampoco podría ser lo que es.
A las profesoras del título propio de "Diploma de Especialización en Género”, por haber
logrado dar vida a un módulo apasionante, enriquecedor y transformador como pocas
formaciones regladas saben ser. Porque sin ellas y lo que nos enseñaron (a mí y a mis
compañeras) ninguna de nosotras sería la persona que es hoy. Porque lo que allí aprendimos
nos transformó irremediablemente. Porque una vez que abres los ojos ya no los puedes
cerrar.
A María, entonces compañera en esa formación, y desde entonces amiga; amiga como
las hay pocas, amigas que hacen de tu vida un lugar mejor. Gracias por tu apoyo, tu
comprensión, por haber estado presente en los momentos más emocionantes de este largo
camino pero también –y sobre todo– en los más difíciles. Por recordarme que hay vida más
allá de la tesis, por las alegrías, las confidencias, los viajes y las risas. Por ser la amiga que
siempre quise tener.
También debo agradecer a la Universidad Pública de Navarra, por concederme, todavía
en 2011, una Ayuda para la Formación de Personal Investigador predoctoral. Fue gracias a
este apoyo que pude frecuentar el Máster en Intervención Social con Individuos, Familias y
Grupos, así como cursar el título propio de "Diploma de Especialización en Género” y,
obviamente, escribir esta tesis. Poder dedicar cuatro años, a tiempo completo, a la
investigación ha sido un lujo que no todo el mundo tiene y por el que estoy profundamente
agradecida.
Quiero asimismo expresar mi gratitud a las profesionales de los recursos del Servicio
Municipal de Atención a la Mujer, de Cruz Roja, del Área de Mujer e Igualdad del
Ayuntamiento de Estella, del Servicio Social de la misma ciudad, de la Asociación pro
derechos de la mujer maltratada y de otros recursos que no nombramos para proteger la
identidad de las mujeres, porque sin su ayuda y compromiso este trabajo no habría sido
posible.
También quiero recordar aquí a mi madre y a mi padre, por su apoyo incondicional y su
confianza en mí. Porque cuando decidí dejar mi ciudad y mudarme a Pamplona sufrieron,
pero siguieron apoyándome. Porque si he podido seguir mi sueño es también porque he
sabido que ellos siempre estarían allí. Gracias por el apoyo y el amor que lleváis toda la
vida brindándome.
A las amigas y amigos que han sabido comprender la ausencia, los planes rechazados, el
tiempo siempre escaso. Esto también va para vosotras.
A Rubén, por el apoyo prestado en la creación de la portada de este trabajo.
Y, finalmente, un agradecimiento especial a todas las mujeres que accedieron a contarme
sus historias, volviendo a abrir, únicamente para que yo pudiera escribir esta tesis, heridas
antiguas y nuevas. Aceptaron desnudar sus almas delante de mí, me relataron momentos
increíblemente dolorosos, recordaron instantes que, estoy segura, abrían querido olvidar
para siempre. Su confianza ha sido el regalo más grande. Espero que este trabajo pueda
contribuir, aunque sea en pequeñísima parte, a derribar los muros de la desigualdad.
Eta azkenik, esker egin nahi diot duela hamar urte hartu ninduen eta ordudanik inoiz ez
nauen arrotza sentiarazi herri honi.
Índice
1. INTRODUCCIÓN .........................................................................................................................11
1.1 OBJETO DE ESTUDIO.................................................................................................................................... 11
1.2 ESTRUCTURA DE LA INVESTIGACIÓN ........................................................................................................ 12

PARTE I. APROXIMACIÓN TEÓRICA AL OBJETO DE ESTUDIO.............................................15

2. EL CONTEXTO ESTRUCTURAL QUE POSIBILITA LA VIOLENCIA DE GÉNERO .......17


2.1 INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................................ 17
2.2 DEFINIENDO LOS CONCEPTOS CLAVE DEL ANÁLISIS .............................................................................. 17
2.2.1 El patriarcado ......................................................................................................................................... 17
2.2.2 El género.................................................................................................................................................... 19
2.2.3 Las identidades de género ................................................................................................................. 22
2.2.4 La interseccionalidad .......................................................................................................................... 24
2.3 LA PERSISTENCIA DE LA DESIGUALDAD EN LA ÉPOCA DE LA IGUALDAD FORMAL ............................. 26
2.3.1 Los dispositivos prácticos de género ............................................................................................ 26
2.3.2 La violencia simbólica ......................................................................................................................... 27
2.3.3 El poder del amor .................................................................................................................................. 28
2.4 CONCLUSIONES ............................................................................................................................................ 32

3. LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA PAREJA ........................................................................35


3.1 INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................................ 35
3.2 VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA PAREJA: PANORAMA TEÓRICO .............................................................. 35
3.2.1 Un fenómeno con carácter estructural ....................................................................................... 35
3.2.2 Estructura patriarcal: una condición necesaria pero no suficiente .............................. 37
3.2.3 Los estudios sin perspectiva de género y sus limitaciones ................................................. 38
3.2.4 El desarrollo de nuevas perspectivas: el marco ecológico y la interseccionalidad. 40
3.3 UNA DEFINICIÓN DEL FENÓMENO............................................................................................................. 45
3.3.1 Por qué recurrir a la noción de violencia de género ............................................................. 46
3.3.2 Definiciones amplias vs definiciones operativas ..................................................................... 48
3.3.3 Diferentes definiciones operativas ................................................................................................ 49
3.4 UN ACERCAMIENTO A LA EXPERIENCIA DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA PAREJA ..................... 51
3.4.1 Diferentes tipos de violencia ............................................................................................................ 52
3.4.2 La permanencia de las mujeres en relaciones violentas ..................................................... 53
3.5 CONCLUSIONES ............................................................................................................................................ 59

4. LA EXCLUSIÓN SOCIAL.............................................................................................................63
4.1 INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................................ 63
4.2 LAS CRÍTICAS A LA NOCIÓN DE POBREZA, SU ANTECEDENTE TEÓRICO MÁS INMEDIATO................. 63
4.3 UN CONTEXTO SOCIAL EN INTENSA TRANSFORMACIÓN ........................................................................ 64
4.3.1 Una sociedad cada vez más diversificada, compleja y atomizada ................................. 64
4.3.2 Debilitamiento de las estructuras de integración tradicionales ..................................... 66
4.4 LA FORMULACIÓN DE NUEVOS CONCEPTOS............................................................................................. 68
4.4.1 La underclass en Estados Unidos ................................................................................................... 68
4.4.2 Las concepciones multidimensionales de la pobreza y la noción de exclusión social
en Europa ............................................................................................................................................................. 70
4.4.3 La realidad europea frente al panorama estadounidense ................................................. 71
4.5 PROFUNDIZANDO EN EL CONCEPTO DE EXCLUSIÓN SOCIAL ................................................................. 72
4.5.1 Formulación y desarrollo .................................................................................................................. 72
4.5.2 La exclusión social como fenómeno estructural, procesual y multidimensional ..... 73
4.5.3 La operativización de la exclusión social ................................................................................... 77
4.5.4 La importancia de la perspectiva de género en el análisis de la exclusión social ... 83
4.6 CONCLUSIONES ............................................................................................................................................ 85

5. INTERRELACIÓN ENTRE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA PAREJA Y LA


EXCLUSIÓN SOCIAL ............................................................................................................................87
5.1 INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................................ 87
5.2 SITUACIONES DE EXCLUSIÓN SOCIAL PREEXISTENTES COMO DESENCADENANTES DE VIOLENCIA DE
GÉNERO ................................................................................................................................................................ 87
5.2.1 Contextualización teórica ................................................................................................................. 88
5.2.2 El referente teórico más cercano: los estudios sobre factores de riesgo ..................... 89
5.2.3 La exclusión social como factor de riesgo: hipótesis explicativa.................................. 105
5.3 SITUACIONES DE EXCLUSIÓN SOCIAL COMO RESULTADO DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO .............. 113
5.3.1 Consecuencias de la violencia experimentada ...................................................................... 114
5.3.2 Interrelación entre factores e implicaciones en términos de exclusión social ....... 118
5.4 CONCLUSIONES ......................................................................................................................................... 121

PARTE II. EL ENTORNO DE LA OBSERVACIÓN ....................................................................... 125

7. UNA APROXIMACIÓN CUANTITATIVA A LOS FENÓMENOS QUE NOS OCUPAN . 127


7.1 INTRODUCCIÓN ......................................................................................................................................... 127
7.2 LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA PAREJA ............................................................................................. 127
7.2.1 Datos judiciales ................................................................................................................................... 127
7.2.2 Datos de encuesta............................................................................................................................... 130
7.2.3 Datos judiciales y de encuesta en relación ............................................................................. 136
7.3 LA EXCLUSIÓN SOCIAL ............................................................................................................................. 138
7.3.1 El contexto europeo ........................................................................................................................... 138
7.3.2 La realidad estatal ............................................................................................................................. 139
7.4 CONCLUSIONES ......................................................................................................................................... 147

PARTE III. PROPUESTA METODOLÓGICA................................................................................ 149

8. APARTADO METODOLÓGICO ............................................................................................. 151


8.1 OBJETIVOS ................................................................................................................................................. 151
8.2 HIPÓTESIS.................................................................................................................................................. 151
8.3 EL RECURSO A UN MÉTODO COMBINADO .............................................................................................. 152
8.3.1 Análisis cuantitativo ......................................................................................................................... 153
8.3.2 Análisis cualitativo ............................................................................................................................ 159
PARTE IV. EL RIESGO DE VIVIR VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA PAREJA EN LAS
SITUACIONES DE INTEGRACIÓN Y EXCLUSIÓN SOCIAL ...................................................... 165

9. PROBABILIDAD DE EXPERIMENTAR VIOLENCIA DE GÉNERO EN LAS


SITUACIONES DE INTEGRACIÓN Y EXCLUSIÓN SOCIAL ...................................................... 167
9.1 INTRODUCCIÓN ......................................................................................................................................... 167
9.2 UN ANÁLISIS CONJUNTO DE LA VIOLENCIA PERPETRADA POR LA PAREJA Y LA EX PAREJA ........... 168
9.2.1 Un primer acercamiento de tipo descriptivo ......................................................................... 168
9.2.2 Análisis multivariante ...................................................................................................................... 180
9.3 LA IDENTIDAD DE LOS AGRESORES: PAREJA Y EX PAREJA .................................................................. 195
9.3.1 La violencia perpetrada por la pareja ...................................................................................... 196
9.3.2 La violencia perpetrada por la ex pareja ................................................................................ 202
9.4 CONCLUSIONES ......................................................................................................................................... 205
9.5 ANEXOS DEL CAPÍTULO............................................................................................................................ 211

10. DINÁMICAS DE LA INTERRELACIÓN ENTRE LA VIOLENCIA DE GÉNERO Y LOS


PROCESOS DE EXCLUSIÓN SOCIAL ............................................................................................. 217
10.1 INTRODUCCIÓN ...................................................................................................................................... 217
10.2 SITUACIONES DE EXCLUSIÓN SOCIAL PREEXISTENTES COMO DESENCADENANTES DE VIOLENCIA
DE GÉNERO........................................................................................................................................................ 217
10.2.1 Factores que condicionan la elección de la pareja .......................................................... 218
10.2.2 Factores que facilitan la aparición de violencia de género en una pareja ya
constituida ........................................................................................................................................................ 232
10.3 SITUACIONES DE EXCLUSIÓN SOCIAL COMO RESULTADO DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO ............ 251
10.3.1 Consecuencias de la violencia de género en las varias dimensiones de la exclusión
................................................................................................................................................................................ 252
10.3.2 Elementos que intensifican las secuelas................................................................................ 274
10.3.3 Ejes transversales que inciden en la intensidad de las secuelas ................................ 280
10.4 UN RECORRIDO CIRCULAR .................................................................................................................... 291
10.5 CONCLUSIONES....................................................................................................................................... 294

PARTE V. LAS CARACTERÍSTICAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA PAREJA EN


LAS SITUACIONES DE INTEGRACIÓN Y EXCLUSIÓN SOCIAL ............................................. 301

11. VIOLENCIA FÍSICA, SEXUAL Y PSICOLÓGICA EN LAS SITUACIONES DE


INTEGRACIÓN Y EXCLUSIÓN SOCIAL ........................................................................................ 303
11.1 INTRODUCCIÓN ...................................................................................................................................... 303
11.2 UN PRIMER ACERCAMIENTO DE TIPO DESCRIPTIVO......................................................................... 304
11.3 ANÁLISIS MULTIVARIANTE ................................................................................................................... 311
11.3.1 Violencia física .................................................................................................................................. 311
11.3.2 Violencia sexual ................................................................................................................................ 323
11.3.3 Violencia psicológica ...................................................................................................................... 333
11.3.4 Subtipos de violencia psicológica: violencia emocional y de control ...................... 342
11.4 DINÁMICAS SUBYACENTES A LOS DATOS PRESENTADOS ................................................................. 352
11.5 CONCLUSIONES....................................................................................................................................... 357
11.6 ANEXOS DEL CAPÍTULO ......................................................................................................................... 363
12. INTENSIDAD, DURACIÓN Y CONCIENCIA DE LA VIOLENCIA EN LAS
SITUACIONES DE INTEGRACIÓN Y EXCLUSIÓN SOCIAL ...................................................... 375
12.1 INTRODUCCIÓN ...................................................................................................................................... 375
12.2 LA INTENSIDAD DE LA VIOLENCIA ....................................................................................................... 376
12.2.1 Una violencia más intensa en las situaciones de vulnerabilidad y exclusión ...... 376
12.2.2 Dinámicas subyacentes a la realidad descrita ................................................................... 384
12.3 LA DURACIÓN DE LA VIOLENCIA .......................................................................................................... 386
12.3.1 Una situación de vulnerabilidad no incrementa la duración de la violencia…... 387
12.3.2 … pero los obstáculos más relevantes en cada caso varían en función de la
situación social de la mujer ...................................................................................................................... 391
12.4 LA CONCIENCIA DE LA VIOLENCIA VIVIDA .......................................................................................... 400
12.4.1 Un acercamiento de tipo cuantitativo: la situación de vulnerabilidad no se
configura como un elemento de desventaja claro .......................................................................... 400
12.4.2 Una mirada cualitativa: en contextos de exclusión las dificultades para reconocer
la violencia son claramente mayores ................................................................................................... 407
12.5 CONCLUSIONES....................................................................................................................................... 411

13. CONCLUSIONES Y PROPUESTAS ................................................................................... 415


13.1 ¿DE DÓNDE PARTIMOS?........................................................................................................................ 415
13.2 UN ESTUDIO “PELIGROSO” PERO NECESARIO .................................................................................... 416
13.3 UNA SITUACIÓN DE ESPECIAL DESVENTAJA DE LAS MUJERES EN EXCLUSIÓN .............................. 418
13.3.1 En exclusión el riesgo de experimentar violencia es mayor......................................... 418
13.3.2 La exclusión como desencadenante o efecto de la violencia ....................................... 420
13.3.3 En exclusión la violencia es más intensa ............................................................................... 423
13.4 … AUNQUE TAMBIÉN HAY AMBIVALENCIAS....................................................................................... 425
13.4.1 Solamente algunos tipos de violencia son más frecuentes en exclusión, otros son
auténticamente transversales ................................................................................................................. 425
13.4.2 Los mayores obstáculos para la separación varían en función de la situación
social, pero el tiempo que las mujeres tardan en llevarla a cabo no parece cambiar... 426
13.4.3 Resultados contradictorios en lo que respecta a la conciencia de la violencia
vivida ................................................................................................................................................................... 427
13.5 ALGUNOS APUNTES SOBRE DINÁMICAS MÁS GENERALES DE APARICIÓN Y DESARROLLO DE LA
VIOLENCIA ......................................................................................................................................................... 428
13.6 APLICACIONES EN LA DEFINICIÓN DE LAS POLÍTICAS Y LA INTERVENCIÓN SOCIAL .................... 429
13.7 LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN FUTURAS ................................................................................................. 430

14. BIBLIOGRAFÍA .................................................................................................................... 433


14.1 LIBROS Y ARTÍCULOS ............................................................................................................................. 433
14.2 WEBGRAFÍA ............................................................................................................................................ 467
14.3 LEGISLACIÓN .......................................................................................................................................... 468

15. ANEXOS ................................................................................................................................. 469


ANEXO I: FICHAS TÉCNICAS ........................................................................................................................... 469
ANEXO II: CONSTRUCCIÓN DE VARIABLES RELACIONADAS CON PROCESOS DE EXCLUSIÓN ................ 470
ANEXO III: CONSTRUCCIÓN DE VARIABLES RELACIONADAS CON PROCESOS DE VIOLENCIA ............... 477
ANEXO IV: DETALLES DE LOS ANÁLISIS DE REGRESIÓN EFECTUADOS ................................................... 489
ANEXO V: GUIÓN DE LAS ENTREVISTAS REALIZADAS ................................................................................ 494
ANEXO VI: PERFILES DE LAS MUJERES ENTREVISTADAS .......................................................................... 496
ANEXO VII: DATOS DEMOGRÁFICOS BÁSICOS DE LAS MUJERES ENTREVISTADAS................................. 502
ANEXO VIII: ESQUEMA BIOGRÁFICO-DESCRIPTIVO ................................................................................... 503
ANEXO IX: ESQUEMA ANALÍTICO. DINÁMICAS DE LA RELACIÓN VIOLENCIA/EXCLUSIÓN EN LA
HISTORIA VITAL DE CADA MUJER................................................................................................................... 512
ANEXO X: ESQUEMA ANALÍTICO. CARACTERÍSTICAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO VIVIDA POR CADA
MUJER ................................................................................................................................................................ 517
ANEXO XI: ÍNDICE DE TABLAS ....................................................................................................................... 521
ANEXO XII: ÍNDICE DE GRÁFICOS.................................................................................................................. 526
ANEXO XIII: ÍNDICE DE ILUSTRACIONES ..................................................................................................... 528
ANEXO XIV: ÍNDICE DE ACRÓNIMOS ............................................................................................................ 529
1. Introducción

1.1 Objeto de estudio


En las últimas décadas el interés de la comunidad científica por la violencia de género en
la pareja ha ido en aumento; como resultado, a nivel tanto estatal como internacional, la
producción teórica sobre este fenómeno se ha hecho cada vez más abundante. En este
contexto, resulta inevitable preguntarnos qué aporta la presente investigación, qué
elementos de novedad puede arrojar. Es decir, ¿realmente queda espacio para seguir
efectuando aportaciones novedosas?
Para responder, hay que tener en cuenta que la producción teórica existente en temas de
violencia de género en relaciones íntimas ha sido sí muy amplia pero también muy
fragmentada, y que esto ha facilitado la permanencia de vacíos en la literatura. Más
específicamente, lo que aquí nos interesa resaltar es que –hasta donde conocemos– antes de
nosotras nadie había analizado la interrelación entre ésta y los procesos de exclusión social,
y aún menos lo había hecho con perspectiva de género. Las investigaciones que sí tienen
una mirada de género, de hecho, han tendido a enfatizar el carácter estructural y transversal
de la violencia y, en relación con esto, a ser muy reacias a admitir la existencia de
elementos que pueden incrementar el riesgo. Esto significa que, en este ámbito, va a ser
muy difícil encontrar investigaciones cercanas a la nuestra.
Las investigaciones que se engloban bajo la etiqueta de violencia intrafamiliar, por el
contrario, sí han reconocido –y enfatizado– la existencia de factores de riesgo; el hecho de
que carezcan por completo de perspectiva de género, sin embargo, ha limitado fuertemente
su capacidad de comprensión del fenómeno en cuestión. A esto, además, hay que añadir
que, hasta donde conocemos, ninguna de estas investigaciones ha incluido la situación de
exclusión entre los factores de riesgo contemplados.
Como resultado, permanece un claro vacío en la literatura: apenas pueden encontrarse
estudios que tengan una clara perspectiva de género y, a la vez, contemplen la existencia de
factores que incrementan el riesgo; y, desde luego, no se encuentra ninguno que mantenga
una mirada estructural y, a la vez, contemple explícitamente el factor exclusión.
Precisamente aquí, entonces, es donde se inserta la presente investigación.
Combinar una mirada estructural con la atención a elementos que pueden situar a las
mujeres en una situación de mayor peligro es importante por dos razones: la primera es que
no podemos consentir que las únicas explicaciones de esas diferencias inter grupo sean
explicaciones que carecen de perspectiva de género (y que, por lo tanto, confunden factores
de riesgo con factores causales); la segunda es que un marco progresista y rompedor como
el de los estudios de género no puede simplemente limitarse a ignorar que hay mujeres que
lo están pasando peor que otras.
La decisión de poner el acento en la situación de exclusión social en lugar que en la más
habitual noción de pobreza, por otra parte, se debe al hecho de que la primera resulta mucho
más adecuada para captar las dinámicas de la desigualdad contemporánea que, como escribe
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Subirats (2004) se caracteriza justamente por la emergencia de otros elementos de


desigualdad más allá del económico. A esto, además, se añade el hecho de que varias
investigadoras ya han subrayado la necesidad de examinar los efectos del impacto
cumulativo de varios factores (ej. Aldarondo y Castro-Fernández 2011; Campbell et al.
2011), algo que también remite a la noción de exclusión.
Todo esto, sin embargo, no puede llevarnos a olvidar que el tema tratado en la presente
investigación también puede llegar a ser “peligroso”: un análisis como el que aquí se lleva a
cabo, de hecho, podría terminar fomentando explicaciones individualistas de la violencia de
género que tiene lugar en la pareja, así como contribuir a la criminalización de la población
en situación de exclusión. Se trata de un riesgo muy real y que, por lo tanto, no puede ser
ignorado. Al contrario, es necesario recurrir a todos los medios a nuestro alcance para evitar
que este peligro se materialice. Esto significa, ante todo, mantener siempre una mirada
estructural, lo cual, en el caso de la violencia de género, implica recordar en todo momento
que la causa de la misma reside en el trasfondo estructural de relaciones desiguales de
género y que los elementos de riesgo sólo actúan como lo hacen porque existe ese
trasfondo. En el caso de la exclusión social, por otra parte, mantener una perspectiva
estructural implica reconocer que ésta no es el producto de (malas) gestiones de carácter
individual, sino la consecuencia inevitable de un sistema caracterizado por un “déficit de
lugares ocupables en la estructura social” (Raya 2004, pp. 3-4) y que no permite la inclusión
de todos los individuos. Esto, por lo tanto, también significa que la eventual existencia –en
ese contexto– de valores, actitudes y comportamientos diferenciados no debe reconducirse
al nivel del individuo sino al de la estructura.
Recapitulando, un estudio de la interrelación entre la violencia de género en la pareja y
las situaciones de exclusión es tanto novedoso como necesario, y precisamente por ello
hemos decidido llevarlo a cabo. Más específicamente, lo que queremos descubrir es (1) si
las mujeres en situación de exclusión se encuentran mayormente expuestas a experimentar
esta violencia y qué dinámicas pueden subyacer a los datos encontrados; (2) si la violencia
que experimentan es igual a la que vivencian mujeres integradas o presenta características
propias.

1.2 Estructura de la investigación


Este documento se estructura en cinco grandes bloques, a su vez conformados por 12
capítulos, incluida la introducción y las conclusiones.
En el primero de estos bloques, compuesto por los capítulos 2, 3, 4 y 5, se aportan los
conocimientos teóricos propedéuticos al análisis que luego se realiza.
Más específicamente, en el capítulo 2, La desigualdad de género como marco de
análisis, se describe y analiza brevemente el contexto estructural que posibilita la existencia
de la violencia de género. Si hemos decidido dedicar un capítulo entero al examen de este
contexto es porque conocer su funcionamiento, además de ser necesario para comprender el
fenómeno que nos ocupa, es la mejor garantía frente al riesgo de que este trabajo pueda
derivar en explicaciones individualistas de la violencia o –en relación con esto– en procesos
de criminalización de la población en exclusión.

12
Introducción

En el capítulo 3, La violencia de género en relaciones de pareja, acercamos la mirada y


entramos de lleno en nuestro objeto de análisis. Más en detalle, ante todo presentamos los
diferentes marcos explicativos de la violencia de género en la pareja, prestando especial
atención a aquellos que nos permiten avanzar en el estudio de su interrelación con los
procesos de exclusión. En un segundo momento, mostramos las más importantes
definiciones de violencia de género existentes a nivel estatal e internacional y, finalmente,
concluimos el capítulo con una exploración de las dinámicas que caracterizan la realidad
específica de la violencia de género que tiene lugar en el marco de relaciones íntimas.
Una vez examinadas diferentes cuestiones relacionadas con la violencia, y considerando
que el objetivo de la presente investigación es explorar las dinámicas y los efectos de su
interrelación con situaciones de exclusión social, el capítulo 4, La exclusión social, se
dedica precisamente al análisis de este segundo fenómeno. Para no cargar innecesariamente
la exposición, sin embargo, aclaramos únicamente aquellos aspectos de éste que sean útiles
para el caso específico de la presente investigación. Esto significa, ante todo, explicar por
qué hemos preferido recurrir a este concepto en lugar que a la noción, más clásica, de
pobreza, pero implica también ofrecer una definición operativa del fenómeno así como
poner el acento en el hecho de que también éste, al igual que la violencia de género, tiene
origen estructural.
Una vez analizados los fenómenos de la violencia de género y la exclusión social de
forma separada, en el capítulo 5, Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la
exclusión social, focalizamos la mirada en su interrelación, profundizando en las
características de la misma y en los mecanismos que la sustentan. Frente a la ya citada
inexistencia de estudios que se ocupen expresamente de dicha interrelación, nuestro
referente privilegiado son aquí las investigaciones sobre interseccionalidad, el marco
ecológico integrado y las investigaciones que se ocupan de factores de riesgo. Estas últimas
suelen coincidir en el hecho de que, en términos generales, la relación entre la violencia de
género en la pareja y los factores de riesgo puede discurrir en ambos sentidos. Partiendo de
esta consideración, aquí también diferenciamos estos dos posibles recorridos.
El segundo bloque, coincidente con el capítulo 6, El entorno de la observación,
constituye un elemento de unión entre el estudio eminentemente teórico realizado en los
capítulos anteriores y el análisis propiamente dicho, al que se dedicarán los capítulos de 8 a
11. Más concretamente, completamos aquí la revisión teórica ya realizada con una
aproximación cuantitativa a los fenómenos de la violencia de género en relaciones de pareja
y a la exclusión social. Para ello, ofrecemos una panorámica general tanto de su incidencia
actual como de su evolución en la última década y ofrecemos datos tanto a nivel estatal
como europeo.
En el tercer bloque, correspondiente al capítulo 7, Algunos datos para entender los
fenómenos que nos ocupan, definimos las hipótesis y los objetivos de la investigación, así
como la metodología de análisis utilizada.
El cuarto y quinto bloque, correspondientes a los capítulos 8, 9, 10 y 11, recogen los
resultados más relevantes del trabajo de investigación realizado. Más específicamente, en la
tercera sección se examina el riesgo de vivir violencia de género en las situaciones de
integración y exclusión social y en la cuarta se analiza el tipo de violencia de género que las
mujeres experimentan en tales contextos.

13
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Es así que, en el capítulo 8, Probabilidad de experimentar violencia de género en la


pareja en las situaciones de integración y exclusión social, empezamos comparando el
riesgo de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja en las
situaciones de integración y en los diferentes espacios y tipos de exclusión.
Una vez presentados estos datos, que demuestran que efectivamente existe una relación
cuantitativa entre los fenómenos analizados, en el capítulo 9, Dinámicas de la interrelación
entre la violencia de género en la pareja y los procesos de exclusión social, avanzamos con
el análisis explorando las características de dicha interrelación. Más concretamente,
intentamos comprender cómo se articula, qué factores operan en ella, qué mecanismos están
interviniendo, etc. Para ello, también este capítulo, al igual que el 5, se fracciona en dos
partes: si en una se examina de qué manera una situación de exclusión social preexistente
puede contribuir a exponer a las mujeres a la violencia de género; en la otra se analiza cómo
la violencia vivida –además de ser en sí misma un elemento de exclusión– puede además
derivar en rutas descendentes en otras dimensiones.
Después de haber explorado el riesgo de experimentar violencia de género en la pareja,
en los capítulos 10 y 11 examinamos las características que esta violencia presenta en las
situaciones de integración y en los distintos espacios y tipos de exclusión. Más
concretamente, en el capítulo 10, Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de
integración y exclusión social, volvemos a comparar el riesgo de experimentar violencia de
género en la pareja en función de la situación social de las mujeres, pero esta vez –
diversamente que en el capítulo 8– diferenciamos en función del tipo de violencia vivido.
Asimismo, también ofrecemos algunas pinceladas de las dinámicas y mecanismos
subyacentes a los datos cuantitativos presentados.
Finalmente, en el capítulo 11, Intensidad, duración y conciencia de la violencia de
género en la pareja en las situaciones de integración y exclusión social, continuamos con el
análisis empezado en el capítulo anterior y nos preguntamos si la existencia de una
situación de dificultad social, además que en el tipo de violencia vivido, también incide en
la intensidad del maltrato, en la conciencia que las mujeres tienen del mismo y en las
dificultades que éstas deben superar para poder alejarse de una pareja maltratadora. Si
examinamos justamente estos elementos es tanto por cuestiones de orden metodológico (es
decir, porque se trata de una información que las fuentes recogen) como por el innegable
interés que éstos revisten de cara a comprender las dinámicas que caracterizan los procesos
de violencia que se dan en cada contexto.

14
PARTE I. APROXIMACIÓN TEÓRICA AL
OBJETO DE ESTUDIO
2. El contexto estructural que posibilita la violencia de
género

2.1 Introducción
La violencia de género que tiene lugar en las relaciones de pareja no representa un hecho
aislado, independiente de las relaciones estructurales de sumisión de un sexo a otro (Murillo
2000), sino que es un efecto de las desigualdades de género y, a la vez, un instrumento de
perpetuación de las mismas (Lorente 2007). En otras palabras, esta violencia constituye una
pieza central de la estructura de dominación patriarcal (Millett 1970/1995).
La comprensión de la misma, por lo tanto, presupone conocer cómo funcionan los
mecanismos que sustentan dicha estructura. Si, por un lado, un análisis detallado de todos
ellos requeriría de gran espacio y excedería los objetivos de esta investigación, por otro, la
relevancia del elemento estructural nos impide adentrarnos en el análisis de la violencia de
género sin ofrecer algunas pinceladas del contexto que la posibilita.
En el caso específico de la presente investigación –en la que se analiza la interrelación
entre la violencia de género en relaciones de pareja y los procesos de exclusión social–, por
otra parte, y como ya se ha apuntado, un examen de este contexto es, si cabe, aún más
relevante, ya que, de lo contrario, el tema en ella tratado podría terminar potenciando
explicaciones individualistas de la violencia, así como derivar en procesos de
criminalización de la población en situación de exclusión (Sokoloff y Dupont 2005).
Partiendo de estas consideraciones, a lo largo de este capítulo, en primer lugar, se
definen y analizan brevemente los conceptos más relevantes habitualmente utilizados para
dar cuenta de la estructura que causa la violencia. En segundo lugar, se ahonda en el análisis
de aquellos elementos que son clave para el mantenimiento de las desigualdades entre
hombres y mujeres (y, por lo tanto, también de las distintas manifestaciones de la violencia
de género) incluso en la época de la igualdad formal.

2.2 Definiendo los conceptos clave del análisis


En primer lugar, entonces, es necesario conocer y entender algunos conceptos clave. Más
específicamente, nos referimos a las nociones de patriarcado, género, identidades de género
e interseccionalidad.

2.2.1 El patriarcado
La noción de patriarcado, que etimológicamente significa “gobierno de los padres”,
deviene una pieza clave de la teoría feminista en los años Setenta del siglo pasado y es, en
la actualidad, el concepto que más énfasis pone en el elemento estructural. Con él, se hace
referencia a una estructura social de dominación y explotación masculina, donde los
Violencia de género en la pareja y exclusión social

hombres disfrutan de mayor estatus y poder, mientras que las mujeres se encuentran
relegadas en una situación de subordinación (Puleo 1995).
Dentro del feminismo, existen posturas encontradas acerca del funcionamiento de dicha
estructura. Más concretamente, por un lado, se encuentran a las representantes del
feminismo radical, como Millett, que defienden que éste no está ligado a un determinado
sistema económico-político, sino que tiene la capacidad de adaptarse a cualquier tipo de
sociedad (Millett 1970/1995). Por otro lado, se hallan las posturas del feminismo socialista
(ej. Eisestein 1978; Hartmann 1981; Rowbotham 1973/2014), que considera que dicha
dominación se puede comprender sólo a partir de la interacción entre los dos diferentes
sistemas de patriarcado y capitalismo.
En lo que respecta al patriarcado actual, una autora clave es Jonasdottir, que lo utiliza
como sinónimo de dominación masculina y lo define como un sistema de poder “socio-
sexual político” (Jonasdottir 1991/1993, p.89). Socio-político para subrayar, en consonancia
con el feminismo radical, tanto su independencia de la sociedad y de la economía como el
carácter amplio de la dominación; sexual para resaltar que los elementos centrales del
patriarcado contemporáneo son la sexualidad, las relaciones de género y el amor, tal y como
veremos más adelante1. La dominación actual, además, subraya esta autora, se caracteriza
por representar, al igual que el capitalismo, una síntesis de coacción y libertad desconocida
en otras épocas (Jonasdottir 1991/1993).
Para comprender el funcionamiento del patriarcado en la sociedad actual, resulta además
necesario apuntar algo acerca de la confluencia contemporánea entre capitalismo
(neoliberal) y patriarcado. Es ésta una relación que se ha hecho más intensa y compleja de
lo que era en el pasado. Por un lado, la creciente individualización (Beck 1986/2006), la
pérdida de lazos sociales y el debilitamiento de las instituciones socializadoras
tradicionales; por otro, y en relación con esto, la primacía de la cultura del consumo y las
estrategias neoliberales de organización del trabajo: todo esto da lugar a un capitalismo cada
vez más invasivo, que está colonizando todos los ámbitos de la vida y entre ellos también el
de las relaciones entre mujeres y hombres (Amigot 2012). En este contexto, entonces,
resulta imposible pensar la desigualdad sexual al margen de las relaciones económicas
capitalistas, sino que las dos forman un entramado complejo y difícilmente separable (Cobo
2011). Esto, por otra parte, no significa que el patriarcado requiera necesariamente de un
sistema económico capitalista para subsistir y desplegar sus efectos, pero sí implica que la
forma en la que éste se manifiesta y opera en el contexto concreto en el que nos movemos
(Europa occidental contemporánea) se ve influenciada por el sistema económico y la
ideología neoliberal.
Finalmente, queremos concluir este breve análisis del concepto de patriarcado señalando
que su utilización, aunque preciada porque es el único concepto de la teoría política
feminista que “hace referencia específica a la sujeción de la mujer” (Pateman 1988/1995,
p.20), no está exenta de controversias y debates.
Rubin, por ejemplo, considera que este concepto no es aplicable a la sociedad
contemporánea, ya que identifica “una forma específica de dominación masculina, y el uso

1 Véase apartado 2.3.3.

18
El contexto estructural que posibilita la violencia de género

del término debería limitarse al tipo de pastores nómades como los del antiguo testamento
del que proviene el término, o a grupos similares” (Rubin 1986, p.15)2. En esta misma línea,
Rodríguez (2015) propone actualizar dicho concepto, sustituyendo el término de patriarcado
por el de “fratriarquía”. Esta nueva noción, que literalmente significa “poder de los
hermanos”, de hecho, resultaría más adecuada para describir la sociedad contemporánea, ya
que pone de relieve cómo, en la actualidad, el poder masculino ya no es el poder del padre,
sino que ha sido transferido a los hermanos, aquellos que “se reconocen como iguales y, por
el mero hecho de pertenecer al mismo sexo, reciben una porción de poder proporcionada a
su lugar en la pirámide social” (Rodríguez 2015, p. 23).
Otra crítica proviene de Butler, que señala que la utilización de la noción de patriarcado
no es exente de riesgos ya que ésta, cuando pretende asimilar diferentes tipos de
dominación bajo una misma etiqueta transcultural, puede convertirse en un concepto
homogeneizador, que confunde más que aclara (Butler 1990/2007). Por esta razón, quizás
pueda resultar útil recurrir al concepto de (sistema de) género, aportación teórica
fundamental que, por un lado, permite explicar cómo los sistemas patriarcales se mantienen
y reproducen y, por otro y en estrecha relación con eso, permite visibilizar las diferencias
entre sociedades distintas.

2.2.2 El género
La idea que sustenta el desarrollo del concepto de género fue formulada hace más de
sesenta años por Beauvoir que, en su obra “El segundo sexo” (1949, p.109), acuña la ya
famosa expresión de que “no se nace mujer: se llega a serlo”. La enunciación de Beauvoir,
recordatorio de que “la biología no es el destino” (Burgos Díaz 2002, p.377), constituye el
punto de inicio, la piedra fundacional a partir de la cual se han elaborado todas las
posteriores acepciones y definiciones feministas del concepto de género (Haraway
1991/1995).
Beauvoir, entonces, formula la idea subyacente al concepto de género, pero hay que
esperar algunos años para que éste emerja como tal. Más concretamente, es en la década de
los cincuenta cuando, en el ámbito de la medicina, aparecen dos autores –Money y Stoller–
que formulan una primera distinción entre sexo anatómico y sexo social y empiezan a
utilizar el término género para referirse a este último (Stolcke 2004)3.
Sus estudios –que, como ya se ha aclarado, pertenecen al ámbito de la medicina– se
configuran como una herramienta para la medicalización de la intersexualidad y la
transexualidad (Bogino y Fernández-Rasines 2017); como tales, no representan un avance

2 En lo que respecta a la sociedad contemporánea, por otra parte, el pueblo gitano podría representar una excepción a la crítica
de Rubin. Este pueblo, de hecho, podría constituir un ejemplo de grupo social en el que incluso esta definición restrictiva de
patriarcado podría utilizarse, al menos para describir algunos aspectos de su organización social contemporánea. Se tenga en
cuenta, por ejemplo, el hecho de que las figuras de más autoridad son varones de avanzada edad, que adquieren, además, el
apelativo de patriarcas.
3 Los autores clave de esta fase, como ya se ha apuntado, son Money y Stoller. El primero se ocupa de intersexualidad –

entonces conocida como hermafroditismo– y recurre al concepto de “roles de género” para describir el conjunto de conductas
atribuidas a los hombres y a las mujeres (Gamba 2007). Stoller, por su parte, en su libro “Sex and Gender” (1968) utiliza la
noción de “identidad de género” con el objetivo de distinguir la transexualidad –deseo de ser hombre o mujer– de la
homosexualidad –una orientación sexual– (Stolcke 2004; Fassin 2008).

19
Violencia de género en la pareja y exclusión social

significativo para las ciencias sociales y la teoría feminista, ni están cargados de ningún
potencial crítico. Son, sin embargo, relevantes, porque es con ellos que, por primera vez,
aparece la distinción entre sexo y género y porque es de allí de donde la teoría feminista
extrae el concepto de género, para luego dotarlo de contenido crítico y aplicarlo al estudio
de la realidad social y, más concretamente, de las desigualdades entre mujeres y hombres.
En esta nueva fase, cabe resaltar la aportación de Rubin, que formula la noción de
sistema de sexo/género y, desde la antropología, lo define como “el conjunto de
disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en producto de la
actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas”
(1995, p.4). Este concepto, entonces, identifica y analiza las formas prefijadas de relación
entre mujeres y hombres en cada sociedad. Tales relaciones son el producto de un sistema
de poder que establece que hombres y mujeres actúen desde posiciones sociales
diferenciadas y jerarquizadas, resultado de los roles y funciones que la sociedad ha asignado
a cada uno y cada una en función de su pertenencia a un determinado sexo biológico
(Aguilar García 2008). El sistema de sexo/género, por lo tanto, puede ser definido como un
dispositivo4 cultural programado para convertir los sexos (es decir, las mujeres y hombres
biológicos) en géneros dicotomizados y jerarquizados (Butler 1990/2007).
Una vez ofrecida esta primera definición de la categoría de género, es necesario destacar
que, en la literatura, no es posible identificar una noción unívoca del mismo, sino que
coexisten posiciones teóricas innumerables y muy variadas, que pueden ser agrupadas en
dos grandes categorías: por una parte, se encuentran los estudios que consideran el sexo
como una realidad biológica y el género como una construcción social; por otra parte, y
solo en un segundo momento, aparecen las teorías que consideran que no solamente el
género sino también el sexo es un producto cultural (Burgos Díaz 2002).
Las definiciones que se pueden adscribir al primer grupo interpretan el género como las
características psico-socioculturales asociadas a cada sexo (Aguilar García 2008; Burgos
Díaz 2002). Es decir, que si el sexo pertenece al campo de la biología y hace referencia a las
diferencias puramente anatómicas entre hombres y mujeres, el género pertenece al ámbito
de la sociología y la psicología y construye las diferentes actitudes, aptitudes y
comportamientos atribuidos a cada sexo. El género, entonces, puede ser definido como “la
significación subjetiva y colectiva que una sociedad da a lo masculino y lo femenino y
cómo al hacerlo, ella confiere a las mujeres y a los hombres sus respectivas identidades”
(Scott 1999, p.6).
Estas identidades, escribe Bourdieu (1998/2000), no son naturales sino resultado de la
socialización, pero interiorizadas hasta el punto de ser indistinguibles de la biología. El
género, entonces, se revela como una “construcción social naturalizada” (Bourdieu
1998/2000, p.14), subrayando así que la fuerza de sus mandatos reside precisamente en la

4 La noción de dispositivo a la que hacemos referencia fue, en primer lugar, desarrollada por Foucault, para identificar un
“conjunto decididamente heterogéneo que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones
reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, y proposiciones filosóficas, morales y filantrópicas”
(Foucault, 1977). Es a partir de esta formulación que, en un segundo momento, las teóricas feministas de inspiración
foucaultiana elaboraron la noción de dispositivo de género. Gracias a ella, argumentan Amigot y Pujal (2009), se ha podido
visibilizar la existencia de un conjunto de elementos que, aun siendo heterogéneos y variables, se encuentran, sin embargo,
aunados por su función que es, en todos los casos, producir y regular las identidades de género y la subordinación de las
mujeres.

20
El contexto estructural que posibilita la violencia de género

interpretación de los mismos como requerimientos naturales y biológicos y, por lo tanto,


inmutables. La noción de género, entonces, resulta vital para el análisis de las desigualdades
entre hombres y mujeres, precisamente por su potencial des-naturalizador y des-
esencializador de lo masculino y femenino, a favor de una (re)lectura de los mismos en
términos históricos (Amigot 2011)
Una diferenciación entre el sexo como lo biológico y el género como lo social, entonces,
debe ser matizada, ya que una distinción tan fija simplemente no existe: los mandatos
sociales no influyen solamente en personalidades, valores y deseos, sino que inciden
también en los cuerpos: tanto en la manera que tenemos de “usarlos” (moverlos, cuidarlos,
etc.) como en su misma conformación (peso, estatura, musculatura, etc.) (Bourdieu
1998/2000). Los mandatos de género, en suma, no permanecen exclusivamente en un plano
abstracto; lo social, al contrario, incide en lo subjetivo y, más concretamente, en el cuerpo,
dando lugar a lo que se ha llamado encarnación o corporeización de los mandatos de
género (Amigot 2011; Amigot y Pujal 2009).
Los hombres y mujeres que conocemos, por lo tanto, son el resultado de un doble
proceso, en el que, por un lado, se socializa lo biológico y, por otro, se biologiza lo social
(Bourdieu 1998/2000). Esto significa que, por una parte, las diferencias anatómicas entre
hombres y mujeres son la base sobre la cual se ha construido toda la arquitectura de género
y, por otra, que dicha construcción ha revertido en una intensificación de la diferencia
biológica preexistente (Rubin 1995), dando así lugar a un círculo que se retroalimenta.
Todo esto nos lleva a las formulaciones más recientes, de orientación posmoderna, que
ya no marcan una clara diferencia entre género y sexo, sino que consideran que “quizás esta
construcción denominada “sexo” esté tan culturalmente construida como el género; de
hecho, quizás siempre fue género, con el resultado de que la distinción entre sexo y género
no existe como tal” (Butler 1990/2007, p.55). En otras palabras, si las primeras
teorizaciones separaban claramente el género del sexo, considerando que uno pertenecía al
campo de la sociedad y la cultura y otro al ámbito de la anatomía y la biología, estas nuevas
teorías, fuertes del camino que ya ha sido recorrido, presentan un panorama más complejo,
donde esta distinción se difumina.
Una vez aclaradas las principales posturas encontradas en la literatura, es importante
subrayar que el género no implica únicamente diferencia, sino también desigualdad. En este
sentido, resulta interesante rescatar la definición de Scott (1986 p. 1.067), que considera que
el género “es una forma primaria de relaciones significativas de poder”. En esta misma
línea, cabe recordar también la lectura de Amigot y Pujal (2009) que lo definen como un
dispositivo de poder, subrayando así que se trata de un mecanismo de “producción y
regulación de las relaciones de poder entre varones y mujeres” (Amigot y Pujal 2009, p.
122). En otras palabras, la socialización diferencial de género no está dirigida solamente a
dicotomizar lo masculino y lo femenino, sino también a establecer una clara jerarquía entre
los dos, y precisamente por ello las relaciones de género pueden ser definidas como
relaciones de poder (Amigot y Pujal 2009; Tarrés 2012)
Una mención especial, además, merecen todas aquellas autoras que han criticado el
concepto de género por su etnocentrismo, considerando que éste, en su intento de

21
Violencia de género en la pareja y exclusión social

simplificar y clarificar, excluye otras dominaciones, como las de clase o etnia (Tarrés
2012). Nosotras, en consonancia con los estudios sobre interseccionalidad5, consideramos
que estas críticas no invalidan el concepto de género, pero sí nos obligan a permanecer
alerta y a recordar que la encarnación del género no es uniforme ni unívoca, sino que
adquiere matices diferentes en función de su interrelación con otras variables (Amigot
2011; Amigot y Pujal 2009). Otras críticas a la noción de género apuntan al riesgo de
reificación y anulación de las relaciones de poder que ésta entraña. Desde aquí, sin
embargo, consideramos que este riesgo se neutraliza cuando el género es utilizado como
categoría analítica, no sustantiva (Amigot y Pujal 2009)
A lo largo de este apartado y el anterior se han analizado las nociones de patriarcado y de
género. Resulta ahora interesante preguntarnos cuál es su relación recíproca, los puntos de
contacto y las diferencias entre los dos. En lo que a esto respecta, algunas autoras
consideran que, a diferencia de la noción de patriarcado, la de sistema de género se presenta
como un concepto neutro, capaz de visibilizar que, aunque la creación de un mundo sexual
es consustancial a la naturaleza humana, su manifestación como un sistema opresivo es el
resultado de unas relaciones sociales determinadas, que podrían ser diferentes (Rubin 1995).
En este sentido, entonces, podríamos afirmar que el patriarcado no es otra cosa que un
“sistema de sexo/género de dominación masculina” (Jonasdottir 1991/1993, p. 74). Otras
autoras, sin embargo, critican esta visión y la diferenciación entre sistema de género y
patriarcado que ésta conlleva, defendiendo que un sistema igualitario simplemente no daría
lugar a diferencias genéricas (Amorós 1992). Desde aquí, finalmente, consideramos que una
diferencia entre sistema de género y patriarcado sí existe, pero es de otra índole, y responde
a la distinción entre sistema y estructura: patriarcado haría referencia a una estructura
social, algo más estático, mientras que el sistema de género sería la herramienta, el
dispositivo que asegura el mantenimiento de la estructura patriarcal. En otras palabras, si
uno responde al qué, el otro responde al cómo.

2.2.3 Las identidades de género


El sistema de género, como ya se ha aclarado, es un mecanismo que asigna a cada
género características diferenciadas y jerarquizadas, valores y normas adecuados al sexo de
cada una/o, los cuales se presentan como dicotomías asimétricas (Berga 2005). Esto implica
que un género, el masculino, disfruta de mayor valor y poder, está en el centro del universo
situándose en una posición de prominencia social, mientras que el otro, el femenino, posee
un estatus devaluado y se encuentra en una posición periférica (Bourdieu 1980/1991). Cada
género, entonces, posee atributos en apariencia complementarios, pero que en realidad están
jerarquizados (Blanco 2005): las mujeres, de hecho, comparten, al igual que otros grupos
desfavorecidos, una especie de “coeficiente simbólico negativo” en comparación con los
hombres, el cual sistemáticamente resta valor a todo su ser y a todas sus acciones (Bourdieu
1998/ 2000, p.116). Consecuencia de esta diferenciación y jerarquización es que los valores
femeninos y masculinos no coexisten en un plano de paridad, sino que la afirmación de los
unos conlleva la anulación de los otros (Blanco 2005). Según un esquema típico de las

5 Para un análisis detallado de los estudios sobre interseccionalidad, véase apartados 2.2.4 y 3.2.4.2.

22
El contexto estructural que posibilita la violencia de género

relaciones de dominación (Bourdieu 1998/2000), lo masculino se convierte así en lo neutro


y lo universal (Beauvoir 1949; Bourdieu 1998/2000), mientras que lo femenino acaba
formulándose exclusivamente como lo Otro o el lado negativo del hombre (Irigaray
1977/2009): de esta manera la identidad femenina se convierte en una carencia mientas que
la masculina se configura como sólida presencia (Beauvoir 1949).
Esta configuración social del género, por otra parte, no permanece exclusivamente en un
plano abstracto, externo, sino que llega a condicionar el desarrollo subjetivo: los mandatos
sociales, de hecho, conforman un dispositivo simbólico de identificación, y esto revierte en
la subjetividad del individuo, cristalizando en identidades de género que responden, de
manera más o menos exacta, a tales mandatos (Amigot 2011)6.
Dichas identidades pueden ser definidas por medio de dicotomías asimétricas: naturaleza
y cultura, racionalidad y emotividad, fuerza y debilidad, actividad y pasividad (Bourdieu
1998/2000). Si la primera se construye alrededor de los valores de la autoestima, el poder,
la fuerza, la exigencia, la razón, la competencia, la rivalidad y la agresividad, la segunda se
erige en torno a las ideas de la ausencia de poder, la pasividad, la debilidad, las emociones,
la amabilidad, la empatía, la entrega y el autosacrificio (Lagarde 2008; Tormey 1976). Allá
donde una se basa en un sentimiento de independencia y competitividad, es decir “ser para
uno mismo”, de medirse a sí mismo en base al éxito en el mundo, la otra se define por un
sentimiento de fragilidad y dependencia, de “ser para otros” y a través de los otros (Basaglia
1983; Bourdieu 1998/2000). Si la construcción de la identidad femenina sigue fundándose
en el amor (Esteban 2008; Lagarde 2005; Sanpedro 2005), la masculina se basa en la
obtención de reconocimiento social, relegando el amor en un plano secundario (Ferrer et al.
2008). Tal caracterización, por otra parte, está estrechamente ligada a una socialización
femenina dirigida prevalentemente hacia lo privado y una masculina hacia lo público
(Bourdieu 1998/2000; Ferrer et al. 2008). Se trata, en todo caso, de elementos que revisten
un papel fundamental en la comprensión de los procesos de violencia de género en el marco
de relaciones íntimas (Ferrer y Bosch 2013)7.
Se ha dicho antes que la construcción social del género revierte en la creación de
subjetividades determinadas. Es ahora necesario aclarar que las subjetividades no son meras
definiciones; son procesos prácticos en los que se adquieren y se entrenan cualidades que
luego se racionalizan. La identidad de género, en otras palabras, no es algo innato, ni
siquiera algo que se interioriza de forma exclusivamente pasiva, sino una práctica que “se
realiza mediante la reiteración de actos normativos específicos (el hacer de mujer), que
responden a una interpelación continuada como mujer por parte de la sociedad” (Amigot y
Pujal 2009, p. 142)8.

6Es lo que, por diferentes autores, ha sido definido como subjetivación (Foucault) o interpelación (Althusser) de los mandatos de
género. Se trata de conceptos análogos al de corporeización, pero no idénticos, ya que este último, traducción del inglés
embodiement, hace especial hincapié en la dimensión corporal (Amigot 2011).
7 Para un análisis de cómo las identidades de género inciden en el desarrollo del proceso de violencia, véase apartado 3.4.2.1.1.

8 Es éste un aspecto especialmente relevante del sistema de género y, lo que más nos interesa, un elemento clave en el

mantenimiento de la desigualdad entre hombres y mujeres incluso en el contexto de igualdad formal en el que nos movemos.
Un análisis más exhaustivo del mismo, por lo tanto, será realizado en los apartados que se ocupan precisamente de la
persistencia de la desigualdad en la Europa Occidental contemporánea.

23
Violencia de género en la pareja y exclusión social

2.2.4 La interseccionalidad
Los conceptos hasta ahora analizados permiten pensar y entender las desigualdades entre
mujeres y hombres. Estas desigualdades, sin embargo, no se dan en un vacío social, sino en
intersección con otros ejes de desigualdad y otros sistemas de opresión (clasismo, racismo,
etc.). Para comprender cómo la estructura patriarcal, el sistema de género y las identidades
de género se manifiestan y funcionan en la práctica, entonces, debemos ser conscientes de
las implicaciones de su interrelación con estos otros ejes; de ello se ocupa la teoría de la
interseccionalidad.
Esta teoría, también conocida como feminismo multicultural o multirracial (Burgess-
Proctor 2006), perspectiva de las mujeres de color o feminismo integrador (Mann 2000),
parte, efectivamente, de la constatación de que los diferentes sistemas de opresión (sean
raciales, sexuales, clasistas, etc.) están interconectados (Collins 1990/2000) y, a partir de
allí, argumenta que no se pueden analizar los efectos de uno de ellos ignorando los demás.
Más concretamente, en el caso del sistema de sexo/género, esta formulación “revela el error
de considerar que el género afecta a todas las mujeres de la misma manera – raza y clase
importan enormemente” (Collins 1990/2000, p. 229). Ambas variables, de hecho, tienen
una gran influencia tanto en el nivel personal, por la manera en que las mujeres
experimentan su condición genérica, como en el estructural, porque determinan una mayor
o menor posibilidad de acceso a los recursos (Warner y Shields 2013).
Las primeras formulaciones e inquietudes que, posteriormente, llevaron al desarrollo de
esta teoría se remontan, según algunos autores (ej. Hearn 2011), hasta el movimiento
antiesclavista de Estados Unidos del siglo XVIII. No es hasta el año 1977, sin embargo,
cuando esta noción empieza a formularse y explicitarse como tal: es entonces, de hecho,
cuando, en el manifiesto del colectivo feminista negro Combahee River Collective, aparece
la noción de “simultaneidad de opresiones” (Gandarias Goikoetxea 2016), cuyos
paralelismos con la definición de interseccionalidad son más que evidentes. En la década
siguiente, por otra parte, esta noción comienza a adquirir un protagonismo creciente en el
movimiento feminista anglosajón. Por un lado, de hecho, en Estados Unidos, numerosas
mujeres afroamericanas –como Davis (1983/2004), Hooks (1984), Lorde (1984), Collins
(1990/2000) y Crenshaw (1991)– comienzan a denunciar la exclusión que experimentan en
los movimientos políticos en los que ellas mismas militan y atribuyen su origen al hecho de
que éstos se articulan entorno a un sujeto homogéneo y excluyente y, por lo tanto,
sistemáticamente incapaz de representarlas. Por otro lado, en esa misma época, en Gran
Bretaña, varias autoras analizan y evidencian la complejidad de la identidad y ponen de
relieve que las identidades particulares pueden verse influidas por otras modalidades de
categorías de identidad (Gandarias Goikoetxea 2016). En otras palabras, muestran que el
género incide en cómo se manifiesta la etnicidad o la pertenencia de clase; y, paralelamente,
que la clase y la etnicidad inciden en las vivencias y los significados del género (Prins
2006). Éste, entonces, es el contexto en el que, en el año 1989, Crenshaw publica
“Demarginalizing the intersections of race and sex”, artículo en el que, al analizar la
discriminación específica vivida por las mujeres negras, se utiliza, por primera vez, la
noción de interseccionalidad. Es en esta época, entonces, cuando dicha noción se convierte
en la principal herramienta teórica de crítica al feminismo radical, percibido como parcial
porque, por un lado, visibilizaba solo la realidad de las mujeres blancas y occidentales de

24
El contexto estructural que posibilita la violencia de género

clase media y, por otro, la presentaba como algo universal (Baca y Dill 1996; Carbonero
2007; Damant et al. 2008).
En las últimas décadas, la interseccionalidad ha obtenido amplia difusión y
reconocimiento, tanto que numerosas autoras y autores la consideran “la mejor práctica
feminista de la academia” (Weber y Parra-Medina 2015, p. 224); McCall la define como “la
contribución teórica más importante que los estudios de género (…) han realizado hasta
hoy” (2005, p. 1771); y Yuval-Davis (2006) la considera el marco que mejor permite
entender las desigualdades sociales.
En los últimos años, sin embargo, han aparecido también una serie de investigaciones –
que podríamos definir post-interseccionales (Hutchinson 2004; Choo y Ferree 2010; Kwan
2000)– que ponen de relieve las limitaciones de la interseccionalidad. Una de estas
limitaciones se deriva del hecho de que aunque, en línea de principio, la teoría que nos
ocupa reconoce que la identidad de las personas se ve condicionada por múltiples ejes de
desigualdad; en la práctica, se ha creado una “hegemonía categorial” (Kwan, 1997, pp.
1.276), donde el género y la raza han adquirido una importancia enorme en comparación
con otros ejes (Choo y Ferree 2010). Esta hegemonía, por otra parte, queda patente en las
denominaciones alternativas de interseccionalidad antes mencionadas, todas centradas en la
raza/etnia. Desde aquí, compartimos la apreciación de Kwan (1997) y Choo y Ferree (2010)
y subrayamos la necesidad de ampliar la mirada a otros ejes de desigualdad, tanto
“clásicos”, como la clase social (Sokoloff y Dupont 2005), como menos clásicos, como, por
ejemplo, la situación de integración o exclusión social que se analiza en nuestra
investigación.
Otra limitación señalada por las investigaciones post-interseccionales es el hecho de que,
tradicionalmente, la interseccionalidad ha puesto el foco únicamente en las opresiones,
olvidando que el sujeto que reúne en sí múltiples situaciones de privilegio también es un
sujeto interseccional y como tal debe ser analizado (Choo y Ferree 2010). De lo contrario,
de hecho, se seguirá transmitiendo la idea –tanto criticada por los estudios de género– de
que ese sujeto representa la norma y todo lo que de él se aleja la excepción. Reconocer esto,
entonces, significa reconocer que, así como existen personas que reúnen en sí múltiples
opresiones, otras acumulan privilegios y otras vivencian contemporáneamente tanto la
opresión como el privilegio. Esta consideración permite visibilizar las diferencias
intragrupales; y, de esta manera, romper también el dualismo centro/margen (ya que, por un
lado, el margen puede tener varios centros en su interior y, por otro, una misma persona
puede ocupar simultáneamente posiciones centrales y marginales según desde dónde se
mire) (Gandarias Goikoetxea 2016). Desde aquí consideramos que esta última aportación es
fundamental para nuestra investigación, ya que nos ayuda a aprehender la complejidad de la
posición social de los varones en situación de exclusión, seres oprimidos desde una
perspectiva de clase, pero privilegiados desde un punto de vista de género9.
La interseccionalidad, en suma, constituye una aportación fundamental; y las
contribuciones de los estudios post-interseccionales una ocasión para seguir enriqueciendo
esta teoría. Ponerla en práctica, sin embargo, no es fácil: en primer lugar, porque existe el

9 Para un análisis más detallado de las ambivalencias de la posición de los varones en situación de exclusión y de cómo esto
inciden en la aparición y desarrollo de procesos de violencia de género, véase apartado 5.2.3.2.

25
Violencia de género en la pareja y exclusión social

peligro de jerarquizar: así, de hecho, es cómo, en ámbitos feministas, se ha llegado a atribuir


un lugar privilegiado al género, relegando en segundo plano otros ejes de opresión; ejes
que, por otra parte, no tienen por qué ser menos importantes que el género en la vida de las
mujeres que los experimentan. En segundo lugar, porque, frente al gran número de ejes de
desigualdad existentes, no parece posible abarcarlos todos (Gandarias Goikoetxea 2016). Y,
finalmente, porque existe el riesgo de volver a homogeneizar, aunque esta vez en
subcategorías.
En lo que respecta a nuestra investigación, por otra parte, tanto el primero como el
segundo de los factores ahora mencionados son neutralizados por el propio tema objeto de
estudio. En lo que respecta al primero, de hecho, cabe destacar que, si bien la crítica antes
mencionada es pertinente en términos generales, no lo es cuando nos ocupamos de violencia
de género, un fenómeno que, como su propio nombre indica, encuentra su causa última en
las desigualdades de género. En este caso, en suma, atribuir un papel privilegiado a este
factor no es solamente justificable sino necesario. En lo se refiere al segundo elemento, por
otra parte, el riesgo antes señalado se anula por el hecho de que nuestra investigación no
tiene carácter eminentemente teórico, sino que es empírica y situada. En ella, por lo tanto,
no es necesario atender a todas las interacciones teóricamente posibles, sino únicamente a
aquellas que son relevantes en el contexto concreto que se analiza. El riesgo de
homogeneización, finalmente, es efectivamente un peligro real y frente al cual debemos
permanecer alerta a lo largo de toda la investigación, tanto prestando atención a eventuales
otros ejes de desigualdad relevantes en cada caso como recordando que, aunque no se
identifique ninguno, la experiencia subjetiva de cada mujer siempre es singular.

2.3 La persistencia de la desigualdad en la época de la igualdad


formal
Llegadas a este punto, disponemos de las herramientas necesarias para avanzar en el
estudio de las desigualdades de género. Es cierto que un análisis detallado de todos los
mecanismos que permiten el mantenimiento de estas desigualdades excede los objetivos de
la presente investigación; sin embargo, sí puede ser útil focalizar la mirada en aquellos que
son relevantes específicamente en el contexto occidental actual, donde “al mismo tiempo
que existe igualdad en cuanto a derechos legales y oportunidades desde un punto de vista
formal, también se dan ciertos mecanismos subyacentes que recortan las posibilidades
reales de las mujeres para alcanzarlos” (Jonasdottir 1991/1993, p.13). Nos referimos a los
“dispositivos prácticos” de género, a la “violencia simbólica” (Bourdieu 1998/2000) y al
“poder del amor” (Jonasdottir 1991/1993)

2.3.1 Los dispositivos prácticos de género


En primer lugar, para comprender cómo la desigualdad logra perpetuarse incluso en una
época de igualdad formal, recurrimos a la noción de dispositivos prácticos de género. Esta
noción guarda evidentemente una estrecha relación con las de género y de sistema de
género; se distingue, sin embargo, de éstas por el hecho de que pone el acento en un aspecto
concreto del funcionamiento de dicho sistema. Más concretamente, refleja el hecho de que

26
El contexto estructural que posibilita la violencia de género

el género no es algo abstracto (mejor dicho, no es solamente eso), sino un conjunto de


procesos prácticos en los que se adquieren y se entrenan las cualidades consideradas
adecuadas para un género determinado (Amigot y Pujal 2009; Amigot 2011). Esta noción
presenta, en suma, fuertes puntos de contacto con la de tecnología de género de de Lauretis
(1989) y con la de performatividad de género de Butler (1990/2007), que también subrayan
la parte práctica del género
Tales prácticas revisten una importancia capital en la perpetuación de la desigualdad: a
través de ellas el género “se hace”, se entrena y se reproduce a sí mismo y, de esta manera,
se reproduce también el orden social que lo ha generado (Amigot y Pujal 2009). Nos
referimos, por ejemplo, a todas aquellas actitudes (sonreír, bajar la mirada, etc.), posturas
(oblicuas, torcidas), formas de ocupar el espacio (situándose en las esquinas), etc. que se
identifican con una identidad de género femenina. Todas ellas indican sumisión y pueden
resumirse en “el arte de empequeñecerse” (Bourdieu 1998/2000, p.43). Constituyen, en
otras palabras, una “somatización de la relación de dominación” (Bourdieu 1998/2000, p.
75), y a la vez algo que la perpetua. La ley social, a través de estas prácticas, se convierte en
ley corporal: de esta manera sus efectos ya no pueden ser eliminados ni con un simple
esfuerzo de voluntad intelectual ni con el mero reconocimiento de la igualdad formal, sino
que requieren de un cambio radical en las condiciones de producción de esa misma ley
social.
Un segundo ejemplo puede ser el de la división sexual del trabajo, otra práctica de
género, que, por un lado, es consecuencia de una estructura de género determinada y, por
otro, es también un mecanismo de reproducción de esta misma estructura. Pero, ¿en qué
manera esta asignación de roles y tareas en función del sexo revierte en un reforzamiento
del orden social patriarcal? Por la atribución del tiempo (tiempo para uno mismo vs para las
y los demás) y del espacio (público vs privado) que ésta conlleva, así como por las
competencias que contribuye a desarrollar (agresividad, competitividad, racionalidad, etc.
en un caso, y amabilidad, empatía, entrega, etc. en otro) (Amigot 2011). En suma, el trabajo
reproductivo “feminiza” a las mujeres y el trabajo productivo “masculiniza” a los hombres,
y esto revierte en un reforzamiento de la estructura patriarcal10.

2.3.2 La violencia simbólica


En segundo lugar, recurrimos a la noción de violencia simbólica, un concepto formulado
por Bourdieu (1998/2000). Éste hace referencia a los mecanismos que logran que los
miembros de la categoría dominada, por un lado, aprendan los valores que se consideran
aptos para ellos y, por otro, apliquen “a cualquier realidad y, en especial, a las relaciones de

10 Se ha aclarado cómo los dispositivos prácticos de género revierten en un reforzamiento de la estructura social patriarcal. Los
análisis de inspiración foucaultiana (con el concepto de dispositivo práctico de género), sin embargo, a la vez que permiten dar
cuenta de los elementos de continuidad, también ayudan a comprender los cambios que han tenido lugar. Foucault, de hecho,
no analiza únicamente la manera en que las prácticas favorecen el mantenimiento de un orden dado, sino que plantea también
la posibilidad contraria, de prácticas que, lejos de obedecer la norma que las ha generado, la problematizan, abriendo así
espacios de libertad (Amigot y Pujal 2009) . Sería éste el caso de todas aquellas mujeres y aquellos hombres que, aun siendo
productos de un sistema social determinado, han desafiado y desafían las normativas genéricas de su tiempo y lugar.
Haciéndolo, de hecho, han logrado y todavía logran que tanto las normas como las prácticas tengan que modificarse y
adaptarse.

27
Violencia de género en la pareja y exclusión social

poder en las que están atrapados, unos esquemas mentales que son el producto de la
asimilación de estas relaciones de poder”. En otras palabras, tales dispositivos, por una
parte, consiguen que las mujeres interioricen unos valores y conductas determinados
(astucia, mentira, pasividad, etc.) y, por otra, logran que, a la hora de percibirse y valorarse,
o de percibir y valorar a los hombres, devalúen los valores y prácticas que han aprendido y
ensalcen los del grupo dominante. De esta manera “la visión androcéntrica” se encuentra
“continuamente legitimada por las mismas prácticas que determina” (Bourdieu 1998/2000,
p.48), tanto que una de las tareas más difíciles para el feminismo ha sido mostrar y
demostrar la existencia de la opresión –y esto pese a la existencia de indicadores muy claros
que la prueban (Juliano 2004)–. En este sentido, entonces, la interiorización de los
mandatos de género, llegando a configurarse como una profecía que se autocumple,
contribuye a confirmar el prejuicio y perpetuar la dominación (Bourdieu 1998/2000;
Esteban 2008).
También en este caso, entonces, existen fuertes puntos de contacto entre la noción aquí
analizada y la de operatividad del sistema de género. Resulta, sin embargo, interesante
destacar aquí dicha noción porque, al igual que la anterior, permite focalizar la atención
precisamente en lo que nos interesa profundizar en este momento: no tanto el sistema de
género en cuanto tal, sino las propiedades del mismo que garantizan su supervivencia
incluso en épocas de igualdad formal.
Finalmente, también pueden evidenciarse fuertes puntos de contacto entre la noción de
dispositivos prácticos de género y la de violencia simbólica, ya que ambas nos hablan de
cómo el sistema de género se perpetúa gracias a las prácticas que determina. La noción de
dispositivos prácticos de género, sin embargo, pone el acento precisamente en eso, en las
prácticas y en cómo éstas contribuyen a mantener y magnificar las desigualdades existentes.
La noción de violencia simbólica, por el contrario, aun hablándonos de estas prácticas, fija
su atención en otro elemento: la valoración y el juicio que, de las mismas, se hace y la
manera en que esto contribuye a perpetuar una devaluación de lo femenino y revaloración
de lo masculino y, de esta manera, mantener la opresión.

2.3.3 El poder del amor


Finalmente, para comprender la perpetuación de la desigualdad en sociedades
formalmente igualitarias, es necesario tener en cuenta también otro elemento, que
Jonasdottir (1991/1993) llama “el poder del amor”. Este amor, al igual que el trabajo en el
análisis marxista, puede ser definido como una capacidad de actuación “creativa y
alienable” (Jonasdottir 1991/1993, pp.126-127): es decir que la capacidad de amor de una
persona (o grupo) puede ser explotada para ventaja de otro.
Pero, ¿en qué manera el poder de amor de las mujeres es explotado por los hombres?
Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta que el encuentro entre unas y otros
no se da en condiciones de igualdad, sino que hay profundas diferencias –tanto cualitativas
como cuantitativas– en la energía que mujeres y hombres invierten en la relación amorosa.
Según Hernando (2003), estas diferencias son el resultado de un creciente proceso de
individualización que ha caracterizado la sociedad occidental desde la prehistoria hasta la
actualidad y que se ha concretado de forma muy diferente en función del sexo. Dicha

28
El contexto estructural que posibilita la violencia de género

individualización, de hecho, ha sido posible sólo gracias al hecho de que ha concernido


únicamente a la mitad de la humanidad (los hombres). Mientras tanto, la otra mitad (las
mujeres), ha destinado sus energías a “interpretar correctamente y a satisfacer los deseos y
emociones de ellos”, y así se ha encargado de asegurar la sostenibilidad emocional del
modelo, (Hernando 2003, p. 110). De esta manera, se ha creado un esquema de relaciones
entre sexos profundamente desigual, donde los hombres, sujetos individualizados, han
podido dedicarse a la búsqueda de poder sobre el mundo, con la certeza de que las mujeres,
sujetos relacionales, seguían asegurando la viabilidad emocional del sistema. En la
actualidad, el proceso de individualización está afectando también a las mujeres 11 ; su
individualización, sin embargo, no es asimilable a la de los varones, ya que éstos pudieron
alcanzarla contando con el apoyo emocional de ellas, mientras que estas últimas, no
solamente no tienen tal soporte, sino que deben, además, seguir siendo el sostén de ellos
(Hernando, 2003).
Todo esto logra que las relaciones entre mujeres y hombres no sean igualitarias. Al
contrario, escribe Jonasdottir (1991/1993), mayoritariamente “la “mujer” es forzada a
comprometerse al cuidado amoroso para que el “hombre” pueda vivir-experimentar el
éxtasis”, mientras que el hombre manifiesta un deseo ilimitado de éxtasis y vive la práctica
del cuidado como un gasto de energía que debería “economizarse” (Firestone 1970/1976;
Jonasdottir 2011, p.265-266). Cuando afirmamos que la mujer se ve forzada a la entrega de
sí misma hacemos referencia al hecho de que ella “necesita amar y ser amada para
habilitarse socio-existencialmente”, mientras que el hombre ya está “habilitado como
persona” antes de involucrarse en la relación amorosa (Jonasdottir 1991/1993, p.315). Esta
relación, entonces, se configura como formalmente libre pero sustancialmente de
explotación, a la par que el trabajo asalariado vendido libremente bajo el capitalismo12.
En las últimas décadas los avances en términos de igualdad de género han sido
innegables. En el ámbito de las relaciones y el amor, sin embargo, los cambios han sido más
bien escasos: el amor continúa siendo el eje vertebral del proyecto vital femenino, con el
resultado de que, aun hoy en día, de él depende gran parte de la capacidad de las mujeres de
amarse a sí mismas (Fernández 2004).
Para comprender por qué esto es así, hay que considerar que el amor reviste una
importante función de reconocimiento social que no ha disminuido con el pasar de los años,
sino todo lo contrario. Tanto en el caso de los hombres como en el de las mujeres, de hecho,
el contexto actual de modernidad tardía se caracteriza por intensos procesos de
individualización y atomización, así como por la progresiva pérdida de influencia de las
tradicionales estructuras de validación y reconocimiento (como el gremio, la clase, etc.) y la
consiguiente mayor incertidumbre y fluidificación de las posiciones sociales e identidades

11 La creciente individualización de las mujeres es el resultado de las contradicciones un sistema social progresivamente más
complejo, que, si bien necesita a unos sujetos (mujeres) con identidad relacional para asegurar el bienestar de todos sus
miembros, también requiere de la individualización de todas las personas para asegurar su propia sostenibilidad (Hernando
2003).
12 En ambos casos, se utiliza el concepto de explotación en términos marxistas, como extracción de valor excedente, libre de

cualquier connotación moral.

29
Violencia de género en la pareja y exclusión social

(Amigot 2012) 13 . Paralelamente, además, se han incrementado las presiones sobre los
individuos para que se hagan a sí mismos, se diferencien de los demás y sean únicos y
exitosos. En este contexto, la necesidad de reconocimiento social (tanto de hombres como
de mujeres) se ha incrementado de forma muy clara.
Si esta necesidad de reconocimiento es transversal al sexo, las herramientas socialmente
disponibles para alcanzarlo no lo son, sino que varían en función del mismo. Los hombres,
de hecho, pueden más fácilmente obtener reconocimiento en ámbito laboral, público, etc.,
mientras que las mujeres, no solamente encuentran mayores dificultades para ser
reconocidas en estas esferas, sino que paralelamente experimentan también una mayor
presión social al “éxito” amoroso. La combinación de estos elementos hace que una parte
más significativa de su reconocimiento social (y de su auto-valoración) venga de y se en
encuentre en el amor (Illouz 2012), lo cual a su vez nos ayuda a comprender por qué este
amor es tan importante en la construcción de la identidad femenina. En este contexto,
entonces, la narrativa sobre el amor romántico (con su fantasía de completitud y fusión),
lejos de perder relevancia, adquiere aún más importancia y se vuelve aún más peligrosa para
las mujeres.
Resumiendo, la modernidad líquida se manifiesta de forma diferente para hombres y
mujeres y confirma la importancia de poner el amor en el centro del análisis sobre el
patriarcado contemporáneo. En el caso específico de los procesos de violencia de género en
relaciones de pareja, por otra parte, el papel de este factor es aún más significativo. La
enorme importancia que las relaciones y el amor adquieren en la vida de las mujeres, de
hecho, constituye un elemento clave de cara a comprender el desarrollo de tales procesos14.
La innegable relevancia de las relaciones y el amor, sin embargo, no puede llevarnos a
ignorar el hecho de que su centralidad probablemente varíe en función de otros ejes
fundamentales, como, por ejemplo, la clase social o, en nuestro caso, la situación de
exclusión. Los imperativos de la sociedad líquida, de hecho, no afectan igualmente a todos
los grupos sociales. Piénsese, por ejemplo, que la presión al “éxito” es un valor
característico de las clases medias o medias-altas (Elley 2011); y que esto vale también para
la presión al éxito amoroso. Es ésta una interpretación que, como veremos, se ve
confirmada por las mujeres en situación de exclusión entrevistadas. En sus relatos, de
hecho, los elementos de corte más simbólico (in primis el amor) no adquieren el
protagonismo esperado.
Como último punto, queremos destacar que la importancia de los elementos simbólicos
hasta aquí analizados no puede hacernos olvidar que, también en las sociedades
occidentales contemporáneas, mujeres y hombres siguen accediendo de manera muy
diferente a los recursos materiales y que permanece cierta dependencia económica de las
primeras con respecto a los segundos, dependencia que puede revestir un papel ciertamente
importante en el desarrollo de los procesos de violencia de género en el marco de relaciones

13 Para dar cuenta de estas transformaciones, varios autores han acuñado expresiones como “modernidad líquida” (Bauman
2000/2003), “sociedad del riesgo” (Beck 1986/2006) o también “nuevo espíritu creativo del capitalismo” (Boltanski y Chiapello
1999).
14 Para un análisis más detallado de cómo esta centralidad del amor incide en el desarrollo de procesos de violencia de género,

véase apartado 3.4.2.1.1.

30
El contexto estructural que posibilita la violencia de género

íntimas. Desde aquí, no queremos subestimar la importancia de estas desigualdades


materiales sino poner el acento en los elementos específicamente actuales. Y los elementos
más actuales son precisamente los de corte simbólico: éstos, de hecho, son aquellos que
están adquiriendo una importancia progresivamente mayor, y que lo están haciendo en
detrimento de elementos de carácter más material, que ven contextualmente reducida su
relevancia. Los factores simbólicos, en suma, constituyen la clave de la desigualdad en la
sociedad occidental contemporánea, y es por ello que los hemos puesto en el centro de
nuestro análisis.

31
2.4 Conclusiones
Al principio de este capítulo se ha aclarado que, siendo las diferentes manifestaciones de
la violencia de género un producto de la estructura de dominación patriarcal (Lorente 2007;
Millett 1970/1995), cualquier análisis de las mismas requiere el previo conocimiento de los
mecanismos que sustentan dicha estructura que las hace posibles. Este conocimiento, por
otra parte, es, si cabe, aún más relevante en el caso específico de nuestro análisis, ya que, de
lo contrario, el tema en ella tratado podría, por un lado, terminar fomentando explicaciones
individualistas de la violencia y, por otro y en estrecha relación con lo anterior, resultar en
procesos de criminalización de la población en situación de exclusión.
Es por ello que hemos empezado nuestro trabajo definiendo y examinando brevemente
algunos conceptos clave de los estudios de género. Para ello, hemos empezado
ocupándonos de las nociones de patriarcado y (sistema de) género. Éstas pueden, a primera
vista, parecer conceptos muy similares y, efectivamente, en la práctica, tienden a menudo a
utilizarse como sinónimos; un análisis más pormenorizado, sin embargo, permite evidenciar
claras diferencias entre los dos. La noción de patriarcado, de hecho, hace referencia a una
estructura social de dominación y explotación masculina (Puleo 1995); mientras que la de
(sistema de) género define el conjunto de características que una sociedad asocia a cada
sexo y la manera en que esto configura las identidades de mujeres y hombres (Scott 1999).
En otras palabras, si la primera hace referencia a una estructura social, algo más estático, la
segunda identifica la herramienta, el dispositivo que asegura el mantenimiento de dicha
estructura. Resumiendo, si uno responde al qué, el otro responde al cómo.
En tercer lugar, hemos presentado la noción de identidades de género. Éstas, por un lado,
reflejan el hecho de que, socialmente, se atribuyen a cada género características opuestas,
en apariencia complementarias, en realidad jerarquizadas (Blanco 2005); por otro, indican
que tales mandatos sociales no permanecen exclusivamente en un plano abstracto, externo,
sino que llegan a condicionar el desarrollo subjetivo de los individuos (Amigot 2011). Las
identidades de género representan, en suma, el producto de un determinado sistema de
género y –lo que más nos interesa– revisten un papel fundamental en la comprensión de la
etiología y desarrollo de los procesos de violencia de género en el marco de relaciones
íntimas.
Finalmente, nos hemos ocupado de la noción de interseccionalidad. Ésta aclara que las
desigualdades entre mujeres y hombres no se dan en un vacío social, sino en intersección
con otros ejes de desigualdad y otros sistemas de opresión (clasismo, racismo, etc.) (Collins
1990/2000). Si se considera que, en nuestra investigación, nos ocupamos precisamente de la
manera en que –en el caso concreto de los procesos de violencia de género en relaciones de
pareja– el sistema de género interactúa con la situación de integración/exclusión social,
entonces, se desprende que esta noción constituye un marco privilegiado para pensar la
interrelación que nos ocupa. Es, por lo tanto, un referente teórico ineludible para nuestro
estudio.
Una vez examinados estos conceptos, en la segunda parte del capítulo hemos tratado de
comprender cómo es posible que, en un contexto de formal igualdad entre hombres y
mujeres, tanto las desigualdades como la violencia de género sigan manteniéndose. Para

32
El contexto estructural que posibilita la violencia de género

ello, hemos recurrido a las nociones de dispositivos prácticos de género, violencia


simbólica y “poder del amor”. Las primeras dos presentan fuertes puntos de contacto con la
idea de la operatividad del sistema de género; resultan, sin embargo, relevantes en sí
mismas porque permiten centrar la atención precisamente en aquellas propiedades de dicho
sistema que garantizan su supervivencia incluso en épocas de igualdad formal. Más
específicamente: la primera pone el acento en el hecho de que el género no es algo
abstracto, sino un conjunto de procesos prácticos en los que se consiguen y se ejercitan las
cualidades consideradas apropiadas para un género determinado (Amigot y Pujal 2009;
Amigot 2011); mientras que la segunda identifica los mecanismos que consiguen que las
mujeres –categoría dominada–, por un lado interioricen unos valores y prácticas
determinados y, por otro, a la hora de percibir y valorar tanto a sí mismas como a los
hombres, desvaloricen los valores y prácticas que han aprendido y alaben los del grupo
dominante (Bourdieu 1998/2000).
Por último, nos hemos ocupado de lo que Jonasdottir (1991/1993) llama el “poder del
amor”. La relevancia de este factor estriba, ante todo, en el hecho de que éste es
probablemente el ámbito que menos se ha visto afectado por los avances de las últimas
décadas (Fernández 2004) –es más, con la llegada de la modernidad líquida su importancia
como fuente de reconocimiento social podría incluso haberse incrementado (Illouz 2012)–,
algo que sugiere que se trata de un elemento fundamental en el estudio del patriarcado
contemporáneo. En el caso específico del fenómeno que nos ocupa, por otra parte, su
relevancia es aún mayor, ya que –como veremos– la manera en que las mujeres y los
hombres vivencian las relaciones amorosas tiene repercusiones claras en el desarrollo de los
procesos de violencia de género en la pareja, procesos que analizamos en el próximo
capítulo.

33
3. La violencia de género en la pareja

3.1 Introducción
Una vez examinados los conceptos más significativos entre aquellos habitualmente
utilizados para dar cuenta de la estructura que causa las diferentes manifestaciones de la
violencia de género; y una vez mostrados los elementos más relevantes en el mantenimiento
del patriarcado contemporáneo, disponemos de las herramientas necesarias para adentrarnos
en el análisis del fenómeno que nos ocupa: la violencia de género que tiene lugar en el
marco de relaciones íntimas. A ella dedicamos, por lo tanto, el presente capítulo.
Para ello, en primer lugar efectuamos una breve panorámica de los diferentes marcos
analíticos que se han utilizado para estudiar dicha violencia, prestando especial atención a
aquellos que nos permiten avanzar en el tema que específicamente nos ocupa: la
interrelación entre esta violencia y los procesos de exclusión social. En segundo lugar,
definimos el fenómeno de la violencia de género y aclaramos qué conductas se incluyen en
él. Finalmente, realizamos una aproximación “desde abajo” e intentamos comprender cómo
se manifiestan los procesos de violencia de género y qué dinámicas los caracterizan.

3.2 Violencia de género en la pareja: panorama teórico


En primer lugar, entonces, un análisis de la violencia de género que tiene lugar en el
ámbito de la pareja requiere que se realice una breve panorámica de los diferentes marcos
analíticos desde los cuales el fenómeno ha sido analizado, prestando especial atención a los
puntos fuertes y las limitaciones de cada uno. Más en detalle, a lo largo de los próximos
apartados intentamos mostrar en qué medida estas diferentes perspectivas nos ayudan –o,
por el contrario, nos obstaculizan– a la hora de analizar el tema que específicamente nos
ocupa: la interrelación entre la violencia de género en la pareja y los procesos de exclusión
social.

3.2.1 Un fenómeno con carácter estructural


En las últimas décadas se ha alcanzado un fuerte consenso en la consideración de todas
las distintas manifestaciones de la violencia de género 15 como un producto de las
desigualdades de género y la estructura patriarcal (ej. De Miguel 2005; Marugán 2012;
Vives-Cases 2011). En este contexto, tales violencias han sido definidas como “la máxima
expresión de la dominación sexista” (Delgado et al. 2007 p.188) y se ha aclarado que si
existen es porque “el patriarcado ha puesto en mano de los hombres un enorme poder
simbólico, y también material, del que ha desposeído a las mujeres” (Gimeno y Barrientos
2009 p.40). La literatura, por otra parte, también señala que las violencias de género no son

15 Para un análisis detallado de las diferentes conductas que se incluyen en la noción de violencia de género, véase apartado
3.3.3
Violencia de género en la pareja y exclusión social

solamente un producto de la desigualdad, sino también una pieza central del mecanismo de
perpetuación de la dominación patriarcal (Fernández 2004; Izquierdo 2007; Lorente
2007)16. En resumen, la relación entre desigualdad y violencia es biunívoca: por un lado, la
desigualdad genera violencia; por otro, la violencia contribuye al mantenimiento de la
desigualdad (Lorente 2007).
Varios estudios confirman la existencia de una relación entre desigualdad y violencia: a
nivel macro, por ejemplo, Levinson (1989) y Jewkes (2002) muestran que existe una
correlación entre la intensidad de las desigualdades de género y la incidencia de la violencia
de género en la pareja. Más concretamente, donde las primeras son más elevadas, también
la segunda lo es, y viceversa17. A nivel micro, el esquema se repite y el hecho de que un
varón muestre actitudes conservadoras acerca del estatus de las mujeres se configura como
un claro factor de riesgo (Jewkes 2002; Jewkes et al. 2002). Más genéricamente, sólo si
consideramos las violencias de género como una consecuencia del sistema de género,
podemos explicar por qué la propensión a agredir es tan mayoritariamente masculina y los
blancos de tales agresiones son tan a menudo mujeres (Schechter 1982).
Para comprender la etiología y desarrollo de este fenómeno, entonces, debemos
referirnos al nivel estructural. En el capítulo anterior nos hemos ocupado ampliamente de
este nivel. Sin repetir todo lo que allí ya se dijo, cabe, sin embargo, resaltar aquí algunas
cuestiones fundamentales18.
Más concretamente, ante todo hay que considerar que las relaciones de género son
relaciones de poder: en ellas lo masculino y lo femenino no coexisten en un plano de
igualdad, sino en clara jerarquía, tanto simbólica como material (Amigot y Pujal 2009;
Tarrés 2012). Los varones, en otras palabras, ocupan una posición de privilegio por el
simple hecho de ser varones, y esto es lo que Bonino (2007a), gráficamente, llama “tarjeta
VIP.. Esta situación de desigualdad preexistente y la detención de una posición de poder se
acompañan, además, a un derecho percibido –aunque no sea de forma consciente– a ocupar

16 No solemos asociar el sistema de dominación patriarcal con la fuerza, pero esto no implica que no la utilice, sino que indica
que “su sistema socializador es tan perfecto, la aceptación general de sus valores tan firme y su historia en la sociedad
humana tan larga y universal, que apenas necesita el respaldo de la violencia” (Millett 1970/1975, p.58). Esta cita de Millett nos
está hablando de la naturalización del sistema de dominación patriarcal, un proceso que, escribe Amigot (2011), invisibiliza las
relaciones de poder, logra que parezcan obvias, inmodificables e incuestionables (naturales), transmite, en suma, la idea de
que “no podría ser de otra manera”. Si la naturalización es un elemento común a todos los dispositivos de poder (es más, la
eficacia de unas relaciones de poder es tanto más grande cuando mayor es su grado de naturalización e invisibilización), este
proceso es aún más acentuado en el caso de la estructura de dominación patriarcal. Esta última, de hecho, se basa
precisamente en la atribución a cada sexo de unas características, roles y funciones que, aun siendo sociales, se pretenden
biológicos y naturales. Ésta, entonces, es la razón por la que, como aclarábamos más arriba, la estructura de dominación
patriarcal no requiere (o lo hace en grados mucho menores de lo esperable) del uso de la fuerza para ser mantenida.
17 Los datos extraídos de la encuesta realizada en 2014 por parte de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión

Europea (FRA) muestran un panorama más matizado, donde la intensidad de las desigualdades de género no guarda una
relación directa con la incidencia de la violencia de género en la pareja. Estos resultados, sin embargo, pueden deberse a
varios factores (analizados en el capítulo Entorno de la observación, apartado Datos de encuesta. Comparativa UE) y, por lo
tanto, no ponen, por sí solos, en entredicho las conclusiones a las que llegaron los estudios aquí citados.
18 En lo que a esto respecta, resulta importante resaltar que, si bien la causa primaria de la violencia ha de ser buscada en la

construcción de la masculinidad, la gran mayoría de las acciones que han sido llevadas a cabo en los últimos años, tanto para
prevenir la violencia de género como también para paliar sus efectos, ha estado dirigida a las mujeres. Aunque, en un contexto
de competencia por recursos escasos, esta elección es comprensible, por otro puede sugerir la idea (equivocada) de que la
violencia de género es un problema “de” las mujeres. Y esto “es un obstáculo para la acción que debe ser removido, ya que la
violencia no es un problema “de” sino un problema “para” las mujeres, siendo en realidad, y fundamentalmente, un problema
“de” la cultura masculina/patriarcal y “de” los varones” (Bonino 2002, p. 199; Bonino 2008).

36
La violencia de género en la pareja

esta posición de privilegio y a ejercer dicho poder (Bonino 2002). Los privilegios que esta
simbólica tarjeta otorga, en suma, requieren ser defendidos –con la violencia si hace falta– y
esto es un primer elemento que sitúa la etiología de la violencia de género en el nivel
estructural.
A esto hay que añadir que la contrapartida necesaria de la superioridad masculina es la
inferiorización de las mujeres: y esto implica que los privilegios que esta simbólica tarjeta
otorga no solamente requieren ser defendidos sino que, además, pueden serlo. Es decir, que
la inferiorización convierte a las mujeres en un blanco legítimo de esa violencia que es
necesario ejercer para mantener la superioridad (Bonino 2002)19.
Finalmente, no podemos ignorar que la masculinidad incorpora la violencia como un
elemento importante de estructuración de la identidad (Bonino 2002; Cortés 2004;
Hernández et al. 2007; Kimmel 2001) y que la violencia se presenta, en el caso de los
varones, como un instrumento legítimo de resolución de conflictos. Paralelamente, además,
la socialización diferencial de género conduce, en ellos, a un infradesarrollo de habilidades
que permitan asumir el fracaso y gestionar las emociones que esto conlleva (Basaglia 1983;
Bourdieu 1998/2000; Lagarde 2008; Tormey 1976). Todo esto también suporta una
explicación estructuralista de la violencia.
Los argumentos hasta aquí expuestos demuestran que la violencia de género en la pareja
es un fenómeno con causas estructurales y, como tal, ésta no pude tener paralelo en el sexo
masculino20.

3.2.2 Estructura patriarcal: una condición necesaria pero no suficiente


Las investigaciones que se han ocupado de violencia de género desde una perspectiva
estructural revisten una importancia fundamental. Es gracias a ellas, de hecho, que se ha
podido demostrar la naturaleza de la misma como un fenómeno con causas estructurales,
resultado de las desigualdades de género. Este marco, sin embargo, aun siendo fundamental,
resulta demasiado simplificador: si bien identifica correctamente las condiciones de
posibilidad de la violencia de género en relaciones de pareja, no puede dar cuenta de la

19 Esta simbólica tarjeta, que otorga unos privilegios que los hombres se resisten a abandonar, por otra parte, nos ayuda a
comprender por qué la violencia no es recurso exclusivo de varones tradicionales; al contrario, es una herramienta que puede
ser utilizada también por los hombres que adhieren a las llamadas “nuevas masculinidades” y lo es precisamente porque, más
allá de una renuncia explícita a la masculinidad tradicional (y a su carga de violencia), permanecen un estatus más elevado y
una condición de superioridad.
20 De hecho, si bien es verdad que existen situaciones (minoritarias) en las que el agresor es una mujer y la víctima un varón, en

esos casos la violencia “no tiene su razón de ser en el sexo de la víctima” ni es un instrumento de perpetuación de la
desigualdad (Laurenzo 2005). En otras palabras, en un caso la violencia es una herramienta para apuntalar o reforzar una
posición de poder, socialmente atribuida; en el otro no. En un caso, se trata de un reflejo de las desigualdades de género
existentes en la sociedad (De Miguel 2005; Marugán 2012; Vives-Cases 2011); en el otro, es la manifestación de dinámicas de
poder internas a una pareja. La experiencia concreta de esta violencia también es profundamente diferente en un caso y en
otro: un estudio canadiense, de hecho, muestra que, aunque tanto hombres como mujeres pueden sufrir violencia por parte
del/la compañero/a íntimo/a, las segundas tienen un riesgo mucho más elevado de experimentar una violencia prolongada, con
un fuerte componente de control y asociada a miedo (Ansara y Hidnin 2010). Las violencias que mujeres y hombres pueden
vivenciar, en resumen, constituyen fenómenos profundamente diferentes –violencia de género en un caso, violencia
intrafamiliar en otro–, que no pueden ser correctamente analizados de forma unitaria (García y Casado 2010). Es por ello que,
en la presente investigación, nos ocupamos únicamente de la violencia que experimentan las mujeres.

37
Violencia de género en la pareja y exclusión social

existencia de otros factores que interactúan con el género y que también son esenciales para
comprender el fenómeno que nos ocupa.
Varias autoras y autores han puesto de relieve las limitaciones de la perspectiva
estructural. Heise (1998), por ejemplo, subraya que las teorías feministas estructuralistas no
pueden dar cuenta del por qué no todos los hombres agreden a las mujeres. Análogamente,
Jewkes y otras (2002) destacan que tales formulaciones no pueden explicar “por qué ciertos
hombres, y no otros, agreden a las mujeres en una sociedad determinada” (Jewkes et al.
2002, p. 1614). García y Casado, (2010), finalmente, subrayan que la dominación patriarcal
constituye sí una condición necesaria de la violencia (como correctamente identifican las
teorías estructuralistas), pero no es una condición suficiente de la misma (y aquí es donde
tales teorías fallan). En otras palabras, estas autoras y autores ponen de relieve que las
teorías estructuralistas identifican con claridad cuáles son las condiciones que posibilitan la
violencia (el “caldo de cultivo” de la misma), pero no permiten identificar cuáles son los
factores que hacen que ésta llegue efectivamente a producirse 21 . Aplicadas al tema que
específicamente nos ocupa, las limitaciones ahora señaladas implican que las teorías
estructuralistas no pueden, por sí solas, ayudarnos a analizar la interrelación entre la
violencia de género y la exclusión social.
Pese a estas limitaciones, una gran parte de las investigadoras feministas, a la hora de
estudiar las causas de la violencia, se ha mostrado reacia a aceptar cualquier explicación
más allá de la que remite a la dominación masculina (Heise 1998). Si consideramos que la
comunidad académica ha manifestado siempre gran renuencia a la hora de reconocer el
papel de las desigualdades de género en la etiología de la violencia (ej. Follingstad y Rogers
2013; Montero 2001; Woodin, Sotskova y O’Leary 2013), esta reluctancia resulta
comprensible y, por lo menos en un primer momento, incluso estratégicamente necesaria
(Heise 1998; Richie 2000). En esa fase, de hecho, era preciso contrarrestar todo un
entramado científico-ideológico ya asentado que negaba el papel de las desigualdades de
género en la etiología de la violencia, y para hacerlo había que crear un marco alternativo
claramente diferenciado. Treinta años después, sin embargo, este marco alternativo ya ha
sido creado: la producción académica es muy abundante (Messing, Adelman y Durfee
2012) y el papel de la estructura patriarcal en la etiología de la violencia ha sido
ampliamente analizado. En este contexto, por lo tanto, la resistencia a considerar otros
factores más allá del género limita la capacidad explicativa de las teorías estructuralistas y
debe, por lo tanto, ser puesta en cuestión.

3.2.3 Los estudios sin perspectiva de género y sus limitaciones


En los apartados anteriores nos hemos ocupado de los estudios feministas
estructuralistas. En el lado opuesto de la barricada encontramos las investigaciones que

21 Una interesante excepción la constituye precisamente el análisis de García y Casado (2010). Estas autoras, de hecho,
partiendo de un marco estructural, intentan dar cuenta de cómo este marco (condición de posibilidad de la violencia de género)
necesita interaccionar con otros elementos (más concretamente, el vínculo de pareja y sus dinámicas de dependencias y
reconocimientos) para desembocar en violencia. Aquí, sin embargo, no profundizamos en su propuesta, porque nuestro
objetivo es realizar una presentación de los modelos explicativos “hegemónicos” (García y Casado 2010), es decir, aquellos
que más éxito y difusión han alcanzado, llegando a constituir una referencia ineludible para las investigaciones posteriores.
Para un análisis más detallado del trabajo de García y Casado , entonces, véase apartado 3.4.2.1.2.

38
La violencia de género en la pareja

adoptan la perspectiva de la violencia familiar (Yick 2001). Es éste un bloque muy amplio,
formado por múltiples subsistemas, todos, sin embargo, aunados por el hecho de que no
reconocen el origen estructural de la violencia de género, ni –por lo tanto– muestran algún
interés por analizar el papel del género en la etiología de la violencia22. Como resultado,
brindan su apoyo a la noción de simetría de género (ej. Dutton 2006; Straus 1993; Straus,
Gelles y Steinmetz 1980).
Hasta un pasado reciente, dichas investigaciones recibieron duras críticas en relación con
la selección de la muestra, que no obedecía a criterios estadísticos (ej. Bonino 2008; Ferrer
y Bosch 2005a; Ferrer y Bosch 2005b)23. Con el paso del tiempo, sin embargo, este defecto
ha sido subsanado y, en la actualidad, la mayoría de ellas suele efectuar sus análisis a partir
de encuestas representativas de la totalidad de la población. Se trata, sin lugar a dudas, de
un avance significativo; el hecho de que esas encuestas midan la presencia de violencia a
partir de la Conflict Tactic Scale, sin embargo, sigue siendo una limitación importante. Esta
herramienta, de hecho, se aplica de forma indistinta a mujeres y hombres, sin tener en
cuenta la posición desigual que unas y otros ocupan en la estructura social, y además evalúa
solamente hechos aislados, sin considerar las circunstancias en las que se dieron, sus
significados, las razones que los motivaron y las consecuencias que tuvieron (Belknap y
Melton 2005; Dasgupta 2001). Todo esto distorsiona la realidad. Algunas autoras, además,
subrayan que los resultados de tales estudios podrían estar asimismo viciados por sesgos de
respuesta, ligados a diferentes patrones de declaración entre hombres y mujeres (se
considera que los primeros tenderían a magnificar la violencia sufrida y las segundas la
ejercida) (Kurts 1989). Estos defectos explicarían por qué estos estudios detectan una
fundamental simetría de género que de ninguna manera es confirmada por los datos
administrativos y judiciales disponibles (Gobierno de Navarra 2014).
En resumen, si los estudios que enfatizan el papel de la estructura social como causa
única de la violencia son inespecíficos, difusos y excesivamente generalizados y no
atienden a lo más concreto; aquellos que se engloban en la perspectiva de la violencia
familiar y que se dirigen a la creación de “perfiles” de agresores y víctimas son
evidentemente parciales. Análogamente, si los primeros no consiguen explicar por qué,
aunque las desigualdades de género afectan al conjunto de la sociedad, solamente en

22 Entre estos subsistemas identificamos la teoría sistémica, la teoría del cambio/control social, la teoría de la subcultura de la
violencia, etc. La primera defiende que la violencia doméstica – éste es el término que emplean –no es el resultado de una
socialización inadecuada ni de una personalidad psicótica, sino que es un producto del sistema familia; la segunda apunta que
esta violencia tiene lugar porque los beneficios que aporta son mayores que los costes; la última, finalmente, considera que si
ciertas subculturas exhiben mayores niveles de violencia es porque ésta es parte de las normas y valores sociales del grupo
(Lawson 2012).
23 Dentro de las investigaciones que analizaban el perfil de los hombres agresores (ej. Basile, Hall y Walters 2013), el sesgo de

muestreo era consecuencia del hecho de que solo un pequeño porcentaje de varones maltratadores aceptaba ser entrevistado.
Este reducido porcentaje no era representativo de la totalidad del colectivo, sino que solía pertenecer a la subcategoría de
maltratadores que ejercían violencia física legalmente punible y/o que estaban asistiendo a programas de reinserción social (la
mayoría de las veces por mandato judicial). Esta muestra, que representaba no más del 5% del total de los hombres agresores,
por lo tanto, invisibilizaba todos aquellos que ejercían formas de violencia física “menor” (Bonino 2008). Dentro de los estudios
que analizaban las características de las mujeres agredidas, por otra parte, el sesgo era consecuencia del hecho de que la
mayoría de las veces la muestra estaba constituida por mujeres procedentes de casas de acogida u otros recursos de carácter
público (los más accesibles para las investigadoras) (Ferrer y Bosch 2005b). Las mujeres que acudían a este tipo de recursos,
sin embargo, no eran representativas de la totalidad del colectivo; sino que pertenecían al reducido porcentaje de mujeres que
había vivido las formas más intensas de maltrato físico (Ferrer y Bosch 2005b) y que presentaba un nivel socio-económico bajo
o incluso una situación de exclusión social (Gobierno de Navarra 2014).

39
Violencia de género en la pareja y exclusión social

algunos casos éstas cristalizan en violencia; los segundos no pueden aclarar por qué la
propensión a agredir es tan mayoritariamente masculina y los blancos de tales agresiones
son tan a menudo mujeres (García y Casado 2010).

3.2.4 El desarrollo de nuevas perspectivas: el marco ecológico y la


interseccionalidad
La revisión efectuada en los apartados anteriores ha mostrado claramente que la
producción teórica sobre la violencia de género en la pareja ha sido muy amplia pero
también muy fragmentada (Messing, Adelman y Durfee 2012) y que esto ha limitado la
capacidad explicativa de ambas perspectivas. Más concretamente, el análisis realizado ha
permitido establecer que aunque, en un primer momento, las aportaciones de la teoría
feminista estructuralista fueron fundamentales, en la actualidad, una adscripción acrítica a
este marco de referencia dificulta fuertemente la realización de aportaciones novedosas.
Para avanzar en la comprensión del fenómeno que nos ocupa, por lo tanto, debemos
combinar los hallazgos de estas teorías con las aportaciones de los modelos que permiten
analizar la interacción de la estructura patriarcal con otros elementos. Más concretamente,
nos referimos al marco ecológico integrado y a la interseccionalidad.

3.2.4.1 El marco ecológico integrado


El marco ecológico concibe la violencia como el producto de la interrelación entre
factores de diferente tipo y nivel. Su formulación se remonta al principio de los ochenta, en
el marco de las investigaciones sobre abuso y maltrato infantil pero, con el paso del tiempo,
inició a aplicarse también al estudio del maltrato en la pareja (Heise 1998).
Dentro de estas últimas formulaciones, una de las más relevantes es la de Heise (1998).
Esta autora parte de la constatación de que ni los estudios estructuralistas ni los
individualistas ofrecen una explicación exhaustiva del fenómeno de la violencia de género
en la pareja y considera que la solución a este problema estriba en superar la dicotomía
existente entre los dos (Heise 1998; Vives-Cases 2011). Para ello, elabora una
aproximación multidimensional a la violencia y, en este sentido, la define como “un
fenómeno polifacético basado en una interacción entre factores personales, situacionales, y
socioculturales” (Heise 1998, p. 263-264, traducido). Más concretamente, esta autora
identifica cuatro niveles de análisis, desde lo más micro hasta lo más macro:
 El primer nivel es constituido por factores relacionados con la historia personal,
como el hecho de haber presenciado/sufrido violencia en la infancia o haber
tenido un padre ausente.
 El segundo nivel hace referencia al microsistema, es decir, el contexto inmediato
de la violencia. Aquí se sitúan factores como dominio masculino en la familia,
control masculino de los ingresos familiares, abuso de alcohol y existencia de
conflictos familiares.
 El tercero, el exosistema, se compone de las instituciones y estructuras sociales
dentro de las cuales actúa el microsistema, como estatus socioeconómico bajo o
desempleo, aislamiento social, asociación con grupos de pares anómicos.
40
La violencia de género en la pareja

 El último nivel es el macrosistema, e identifica los valores y aptitudes


mayoritarios en una sociedad patriarcal24.
También este marco, en un primer momento, enfrentó ciertas resistencias en el ámbito
académico, sobre todo por parte de las investigadoras feministas. Éstas, de hecho, como ya
se ha explicado, mostraban una comprensible renuencia a reconocer el papel de otros
factores más allá de la dominación masculina en la etiología de la violencia de género
(Heise 1998). Paulatinamente, sin embargo, la necesidad de explicar este fenómeno en
función de elementos tanto individuales como sociales fue obteniendo un reconocimiento
creciente y –en épocas más recientes– ha llegado a ser subrayada por organismos
internacionales de gran calibre, entre ellas la Organización Mundial de la salud (2003).
Este éxito, sin embargo, no está libre de ambivalencias y contradicciones. En primer
lugar, de hecho, debe considerarse que éste, aun siendo rotundo en el ámbito de las ciencias
de la salud (Vives-Cases 2011), es, sin embargo, mucho menos nítido en el ámbito de las
ciencias sociales.
A esto se añade que la producción científica que se engloba bajo este planteamiento se
ha concretado sobre todo en estudios de carácter teórico, mientras que apenas hay
investigaciones de carácter empírico (de Alencar-Rodrígues y Cantera 2012).
Finalmente, tampoco se puede olvidar que este triunfo ha acabado traduciéndose en
planteamientos que son muy diferentes entre sí y que, por lo tanto, otorgan a la noción de
marco ecológico un elevado nivel de indeterminación y polisemia. Si se analizan
detenidamente las investigaciones que se engloban en este planteamiento, de hecho, se
puede observar que aunque éstas, formalmente, se reúnen bajo una misma etiqueta y
comparten la noción de niveles de causalidad superpuestos e interrelacionados (Bosch,
Ferrer y Alzamora 2005; Heise 1998), de facto crean esquemas de análisis profundamente
diferenciados entre sí.
Heise (1998), por ejemplo, como ya se ha apuntado, se caracterizaba por utilizar el
marco ecológico para racionalizar e integrar las aportaciones de las diferentes disciplinas
que han estudiado el fenómeno de la violencia de género en la pareja.
Otras autoras, como Olivares e Incháustegui (2011), por el contrario, parecen haber
trascendido (u olvidado) este primer objetivo y utilizan el marco ecológico principalmente
para poner de relieve la existencia de factores de riesgo que operan en distintos niveles de
organización social. Según este planteamiento:
 El nivel microsocial engloba factores de riesgo referidos a las características
individuales de las personas así como a sus interacciones más inmediatas (es
decir, aquellas que tienen lugar en el hogar). Piénsese, por ejemplo, en la

24 En lo que respecta a la atribución de los varios factores a los distintos niveles, cabe destacar la existencia de una gran
variabilidad en función del estudio analizado (ej. Aldarondo y Castro-Fernández 2011; Barrett, Habibov y Campbell et al. 2011;
Chernyak 2012; Heise 1998; Nóblega 2012; Stöckl, Heise y Watts 2011). Esto se explica si consideramos que atribuir un
elemento a un nivel u otro presenta un elevado componente de arbitrariedad. Si consideramos el factor pobreza, por ejemplo,
veremos que éste, pese a ser definido por Heise como factor de nivel de exosistema, tiene consecuencias en todos los niveles:
en el plano individual, porque influye en la manera en que cada varón vivencia su identidad masculina; a nivel de relación
porque puede ser fuente de conflictos en la pareja o el núcleo familiar; a nivel comunitario porque el nivel de recursos
económicos de los que una comunidad dispone tiene consecuencias en la definición social de masculinidad exitosa (Jewkes,
Levin y Penn-Kekana 2002); y a nivel estructural porque es una consecuencia de la estructura de clase.

41
Violencia de género en la pareja y exclusión social

presencia de un elevado nivel de inequidad de género en las relaciones


familiares, pero también en el hecho de no tener estudios, o que el varón haya
perdido el empleo, etc.
 El nivel mesosocial hace referencia a las características del contexto comunitario
en el que se mueven los individuos, como el vecindario, el barrio o el lugar de
estudio y trabajo. Aquí se sitúan factores como desarrollo de una masculinidad
anómica25, deterioro urbano, penuria económica o carácter conflictivo de la zona,
etc.
 El nivel macrosocial, por su parte, incluye factores de carácter más general y
referidos a la estructura de la sociedad, como la existencia de una cultura de la
ilegalidad, la aceptación social de la violencia como forma de resolver conflictos,
etc.
 El cuarto nivel, finalmente, hace referencia al contexto histórico en el que se
desarrolla la violencia. En este sentido, ideologías intrínsecamente violentas
como el fascismo o la existencia de guerras son elementos que también pueden
propiciar el recurso a la violencia.
Para comprender el alcance de las diferencias entre los distintos planteamientos
presentados, considérese, por ejemplo, el diverso tratamiento que cada uno reserva a
factores como el desempleo masculino o una situación de pobreza. Allá donde autoras como
Heise (1998), de hecho, consideran la situación de desempleo del varón o la pobreza del
hogar; Olivares e Incháustegui (2011) adoptan un planteamiento diferente y consideran la
incidencia de estos elementos tanto a nivel de hogar como a nivel de entorno. Es decir, que
si una –siguiendo los planteamientos de los estudio individualistas antes analizados–
considera que es el hecho de residir en un hogar pobre o en el que el varón está
desempleado lo que incrementa el riesgo de enfrentar violencia; las otras defienden que es
tanto el hecho de ser pobre o parado a nivel individual o de hogar como el hecho de residir
en una zona pobre o con elevada incidencia de desempleo lo que aumenta este mismo
riesgo.
Para nuestra investigación, formulaciones como la de Heise resultan prioritarias ya que
son las que mejor permiten integrar los hallazgos de las investigaciones individualistas y
estructuralistas antes nombradas. Los otros planteamientos, sin embargo, también son
relevantes, ya que, como veremos, las características del entorno revisten un papel sin duda
significativo de cara a comprender la etiología y desarrollo de la violencia de género.
Para finalizar, cabe resaltar que el marco ecológico, aunque resulta sin duda una
herramienta valiosa para profundizar en el análisis de la violencia de género en la pareja,
también presenta evidentes limitaciones. Nos referimos al hecho de que las investigaciones
que se enmarcan dentro de este planteamiento tienden a poner a todos los factores
considerados en el mismo plano (causal). Desde aquí, por el contrario, consideramos que
solamente las desigualdades de género cristalizadas en una sociedad patriarcal constituirían
una causa directa de la violencia. Los otros elementos no podrían ser identificados como

25 Para un análisis de los factores que contribuyen al desarrollo de una masculinidad de este tipo, véase cap. 5 y apartado 4.4.1
apartado 4.4.1.

42
La violencia de género en la pareja

causas directas sino como factores desencadenantes, facilitadores, como elementos que
desarrollan un papel explicativo relevante, pero sólo lo hacen en presencia de una
precondición: una estructura social patriarcal (Ferrer y Bosch 2005b).
Esta apreciación, sin embargo, no cuestiona la relevancia del marco ecológico integrado
para nuestro estudio, ya que lo que nos interesa no es tanto la arquitectura específica del
mismo como la idea que éste propone: analizar la violencia de género en la pareja como el
resultado de la interrelación entre factores de diferente tipo (causal vs precipitante) y nivel.

3.2.4.2 La interseccionalidad aplicada al análisis de la violencia de género


La teoría de la interseccionalidad ya ha sido tratada en el capítulo anterior. En ese
contexto, hemos aclarado que se trata de un marco especialmente relevante para nuestra
investigación, porque pone de relieve que las diferentes estructuras de opresión no actúan
en un vacío social, sino en interrelación entre ellas (Collins 1990/2000).
Llegadas a este punto, volvemos a ocuparnos de esta teoría, pero focalizando la mirada
en aquellas investigaciones que la han aplicado al caso específico de la violencia de género
en la pareja. Éstas nos muestran que, aun siendo dicha violencia un producto de las
desigualdades de género, ni el riesgo de vivirla, ni la experiencia concreta de la misma, ni
sus consecuencias serán iguales para todas las mujeres.
Más en detalle, en primer lugar la interseccionalidad “obliga a desarrollar teorías que
vayan más allá de descripciones unifactoriales” (Bograd 2005, p. 33) de la violencia de
género en la pareja, considerando, además de la estructura patriarcal, los otros sistemas de
opresión presentes en las vidas de las mujeres, como los de clase, raza, etc. (Damant et al.
2008). Como resultado, nos vemos obligadas a reformular el axioma que afirma que la
violencia de género en la pareja afecta a todas las mujeres por igual (Sokoloff y Dupont
2005) y a reconocer que –aunque ningún colectivo es inmune a la misma– sí existen
diferencias relevantes entre un grupo y otro.
En segundo lugar, la interseccionalidad se utiliza asimismo para explicar “las
dificultades añadidas experimentadas por las mujeres maltratadas que se encuentran en una
condición de marginalidad” (Sokoloff y Dupont 2005, p. 54). En su caso, de hecho, por un
lado, el trauma de la violencia se ve amplificado por el efecto de “microagresiones” racistas
y clasistas, que agravan las consecuencias psicológicas del maltrato sufrido (Bograd 2005);
por otro, los recursos con los que estas mujeres pueden contar son menores, lo cual implica
que, en caso de vivir violencia, tendrán necesidades específicas, que pueden, además, variar
en función de su estatus económico, administrativo, etc. Pasar por alto estas realidades,
escriben Sokoloff y Dupont (2005) significa minar la legitimidad y la capacidad
trasformadora del movimiento anti violencia.
Resumiendo, si bien es innegable que no existe grupo social que pueda considerarse
inmune a la violencia de género en la pareja, no podemos ignorar que existen diferencias
tanto cuantitativas como cualitativas entre los diferentes grupos: por un lado, de hecho, el
riesgo de vivir relaciones violentas es mayor por algunas mujeres que por otras, en función

43
Violencia de género en la pareja y exclusión social

de su posición de clase, raza, etc.26; por otro, también el tipo de violencia, su intensidad y
las consecuencias que ésta acarrea varían en consonancia con esas mismas variables (Nixon
y Humphreys 2010; Richie 2000; Sokoloff 2004).
La aplicación de esta perspectiva, aunque necesaria, presenta varias dificultades y
desafíos. Por una parte, de hecho, su utilización en estudios de carácter empírico es
compleja, por el análisis multinivel que requiere y por la escasez de antecedentes teóricos,
ya que gran parte de la producción existente tiene carácter abstracto (Damant et al. 2008).
Por otra, el estudio de la violencia de género en la pareja en grupos marginalizados presenta
el riesgo de una ulterior marginalización de sus miembros (Sokoloff y Dupont 2005). Para
evitar que esto suceda, entonces, es necesario mantener siempre una mirada estructural,
donde las diferencias entre grupos dominantes y marginalizados se explican en relación al
“impacto de esta violencia pública del imperialismo, clasismo y racismo en la esfera
privada del hogar y las relaciones de pareja” (Almeida y Lockard 2004).
Las investigaciones que aplican la interseccionalidad al estudio de la violencia de género
en la pareja se han desarrollado sobre todo en Estados Unidos, mientras que no han
encontrado apenas difusión a nivel estatal. Esta ausencia puede estar relacionada con el
hecho de que, si bien, a nivel teórico, las autoras que se han ocupado de interseccionalidad
han subrayado la importancia de considerar una multiplicidad de factores, en los análisis
empíricos subsiguientes se ha profundizado casi únicamente en el factor racial (Sokoloff y
Dupont 2005)27. Y un examen del elemento racial resultaba evidentemente más atractivo en
Estados Unidos –donde exista una cuestión racial muy clara y antigua– que en el Estado
español –donde ésta es mucho más reciente y, en muchos casos, interrelacionada con otros
factores (ej. proceso migratorio).
Partiendo de estas reflexiones, desde aquí, por un lado, queremos subrayar la necesidad
de que, también en el Estado español, se realicen investigaciones que apliquen la
interseccionalidad al estudio de la violencia de género en la pareja. Por otro, deseamos
remarcar la necesidad de que los estudios venideros –tanto a nivel estatal como
internacional– no se limiten a analizar la intersección entre género y raza/etnia, sino que
amplíen su mirada a otros nodos de interrelación. Se piense, en primer lugar, al que une el
género con la clase (Nixon y Humphreys 2010) –algo que no solamente es importante per
se, sino que, en muchos casos, podría incluso contribuir a explicar parte de las diferencias
interraciales (Sokoloff 2004)–; pero también a otras intersecciones, como la que aquí nos
ocupa y que vincula el género con la situación de integración/exclusión social.
Los estudios que han aplicado la interseccionalidad al análisis de la violencia de género
en la pareja representan, en suma, una aportación científica muy relevante y constituyen un
marco de referencia privilegiado para el análisis que nos ocupa. Al igual que en el caso del

26 Para un análisis más detallado de las diferencias intergrupales en el caso de la violencia de género en la pareja véase el
apartado 4.1. En lo que respecta a otros tipos de violencia de género (como la violencia sexual de gravedad extrema o los
casos de feminicidio que no tienen lugar en la pareja), por otra parte, observamos que los efectos de la intersección entre
estructura patriarcal y otras estructuras de dominación (como las de clase y raza) son aún más significativos que en el caso de
la violencia en la pareja. Se considere, por ejemplo, el caso de los feminicidios en Guatemala o en Ciudad Juarez, que
muestran con toda claridad la situación de mayor vulnerabilidad de las mujeres pobres y/o indígenas, que se encuentran en la
intersección ente diferentes estructuras de desigualdad y, por ello, ven enormemente incrementado su riesgo de victimización
(Cobo 2011; García Selgas y Romero Bachiller 2006).
27 Para un análisis más detallado del rol predominante del factor racial, véase apartado 2.2.4.

44
La violencia de género en la pareja

marco ecológico, sin embargo, también en lo que a éstos se refiere consideramos necesario
efectuar algunas matizaciones. Las investigaciones interseccionales, de hecho, defienden
que ninguna dimensión tiene un papel privilegiado a la hora de explicar la violencia que las
mujeres viven en sus relaciones de pareja, ni siquiera el género (Bograd 2005; Sokoloff y
Dupont 2005; Volpp 2005). Desde aquí, creemos necesario contradecir esta afirmación, ya
que, si bien es verdad que el género no es el único elemento interviniente, en el caso
específico de la violencia de género éste es el único factor verdaderamente causal 28. Es
decir que, aunque las desigualdades de clase, de raza, etc. pueden exacerbar o desencadenar
la violencia, no la pueden causar. En otras palabras, éstas, a diferencia de las desigualdades
de género, no son una condición necesaria de la violencia de género en la pareja, sino
factores de riesgo, elementos precipitantes.
Resumiendo, tanto el marco ecológico como la interseccionalidad constituyen referentes
privilegiados para nuestro análisis. Aún más enriquecedora, por otra parte, es la integración
de sus respectivos hallazgos, y esto porque ambas propuestas, por relevantes que sean, son
parciales. El marco ecológico, de hecho, falla cuando olvida subrayar que no existe una sola
estructura de desigualdad, sino varias. Y la interseccionalidad, que visibiliza muy bien el
cruce de sistemas, no deja espacio para elementos de corte más micro, esenciales para
explicar la persistencia de diferencias entre individuos, incluso en el marco de una
estructura homogeneizadora.
En conclusión, entonces, los hallazgos conjuntos de la teoría ecológica y de la
interseccionalidad permiten acortar el abismo existente entre los estudios feministas
estructuralistas, por un lado, y las investigaciones que se engloban en la perspectiva de la
violencia familiar, por otro. Más concretamente, ambas teorías sustentan nuestra hipótesis
de que una mayor incidencia de la violencia entre mujeres en situación de dificultad no está
reñida con una conceptualización de la misma como resultado de la dominación masculina
(Nixon y Humphreys 2010). Tanto la teoría ecológica como la interseccionalidad se
confirman, por lo tanto, como marcos de referencia privilegiados para nuestra investigación.

3.3 Una definición del fenómeno


Una vez analizados los diferentes planteamientos teóricos explicativos de la violencia de
género en la pareja, es necesario definir el fenómeno que nos ocupa. Más concretamente, en
primer lugar, presentamos las razones que nos han empujado a escoger precisamente la
denominación de violencia de género en lugar que otras que también se utilizan. En
segundo lugar, profundizamos en el estudio de qué conductas se pueden incluir en ella,
diferenciando entre definiciones amplias y operativas. Finalmente, con el objetivo de llenar
de contenido tales nociones operativas, realizamos una panorámica de las principales
definiciones legales utilizadas a nivel tanto estatal como internacional.

28 Para un análisis más detallado del papel privilegiado del género en la etiología de la violencia de género, véase apartado 2.2.4.

45
Violencia de género en la pareja y exclusión social

3.3.1 Por qué recurrir a la noción de violencia de género


La elección del término a utilizar se encuentra estrechamente relacionada con el
planteamiento teórico de referencia, así que, por ejemplo, los estudios de corte
psicologicista suelen utilizar preferentemente el concepto de violencia doméstica, mientras
que las investigaciones de tipo estructuralista tienden a preferir la noción de violencia de
género en la pareja u otras que también subrayen el origen estructural del fenómeno. El
debate que subyace a esta contraposición, entonces, no es lingüístico sino político
(Fernández 2004) y la decisión que se tome no es libre de consecuencias, ya que, al
nombrar una realidad, de alguna manera también contribuimos a crearla o, por lo menos, a
enfocarla bajo un prisma determinado (Moreno 2010).
Es entonces necesario aclarar cuáles son las implicaciones de cada término, sus puntos
de fuerza y sus limitaciones, así como las razones que nos han llevado a preferir el de
violencia de género frente a otros. La primera y más antigua opción, la de violencia
doméstica, ha quedado rápidamente descartada por dos razones. En primer lugar, porque
silencia e invisibiliza la relación de dominación que posibilita la existencia de este tipo de
violencia (Marugán 2012; Wheeler 2008). En segundo lugar, porque no se limita a
invisibilizar el carácter estructural de la violencia, sino que hace exactamente lo contrario:
subraya su carácter privado. Y precisamente su conceptualización como un asunto
esencialmente privado ha representado la razón más esgrimida para justificar la tolerancia
social hacia esta lacra (Rodríguez 2008) y paralelamente uno de los mayores obstáculos
para la toma de posición pública en contra de este fenómeno (Laurenzo 2005). En resumen,
entonces, podemos afirmar que el calificativo de “doméstica” no es adecuado porque no
estamos frente a un problema doméstico sino estructural (Bonino 2007b).
Otra posibilidad es la denominación de “violencia contra las mujeres”. Hasta un pasado
reciente, este término era utilizado sobre todo en contextos militantes (Moreno 2010); en la
actualidad, sin embargo, por impulso de la UE, está adquiriendo un protagonismo creciente
también en ámbito investigador 29. Varias autoras defienden su uso (ej. Rodríguez 2008;
Moreno 2010), considerando que se trata de una denominación que presenta la ventaja de la
claridad: en ella, de hecho, queda inmediatamente manifiesto contra quién está dirigida esta
violencia (Moreno 2010). Desde aquí, sin embargo, consideramos que el concepto de
violencia contra las mujeres, aun siendo muy claro, no es suficientemente preciso porque no
dice nada acerca de la estructura patriarcal que posibilita la violencia. Es más, esta
denominación incluso podría llevar a identificar a las mujeres como seres biológicamente
débiles, blancos naturales de la violencia y, por ello, necesitadas de tutela y protección
paterna y paternalista.
En este sentido, resultan entonces más adecuadas las denominaciones de violencia
machista o sexista, que son tan claras como la anterior (Moreno 2010) pero más precisas, ya
que visibilizan la ideología, machista o sexista, que sustenta esta violencia, la motiva y la

29 La encuesta realizada en 2014 por parte de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), de hecho,
recurre a la noción de violencia contra las mujeres; y, siguiendo las recomendaciones UE, lo mismo hace la encuesta de
Violencia contra la Mujer de 2015 (aunque, en este caso, se habla de “mujer”, en singular, una decisión que no podemos sino
criticar duramente, ya que ésta, desatendiendo las aportaciones de la interseccionalidad, transmite la idea de que las mujeres
conforman un grupo absolutamente homogéneo y, de esta manera, invisibiliza la existencia de diferencias internas al colectivo,
en función, por ejemplo, del lugar de origen, la clase social, la orientación sexual, etc.).

46
La violencia de género en la pareja

hace posible (Fernández 2004). Desde aquí, sin embargo, consideramos que estos
conceptos, aun siendo preferibles al de violencia contra las mujeres, son menos rigurosos
que el de violencia de género. Mientras que este último identifica la violencia como el
resultado de un determinado “sistema de sexo/género de dominación masculina”
(Jonasdottir 1991/1993, p. 74), situándola así claramente en el nivel de la estructura, las
nociones de violencia sexista o machista pueden sugerir que se trata de la conducta desviada
de poco individuos todavía anclados en valores que pertenecen al pasado y que están
generalmente superados.
Otra posible denominación del fenómeno que nos ocupa es la de terrorismo sexual,
doméstico, machista o patriarcal. Es este caso, lo más relevante no es el apelativo, sino la
utilización estridente de un concepto que habitualmente pertenece a otros ámbitos y que
aquí se utiliza de forma metafórica (Moreno 2010). El objetivo, en este caso, es recordar
que los efectos buscados por el terrorismo de los grupos armados se asemejan a los
deseados por los hombres que ejercen violencia contra las mujeres: el primero, de hecho, a
través de actos militarmente poco significativos, logra instilar temor en toda la población
incluso cuando ésta no se encuentra directamente afectada; análogamente, el segundo, a
través de actos de violencia contra un (relativamente) reducido porcentaje de mujeres,
consigue el mantenimiento de todas ellas en una posición subordinada (Sheffield 1992;
Wheeler 2008)30. A esto se añade que la utilización de la noción de terrorismo tiene también
un objetivo estratégico: suscitar contra la violencia que enfrentan las mujeres el mismo
rechazo que suscita el terrorismo de los grupos armados (Moreno 2010). Se trata, entonces,
de una denominación que pretende incidir en la esfera de los sentimientos y las emociones
para generar un rechazo (quizás más instintivo que meditado) en contra de la violencia que
enfrentan las mujeres. Por estas razones, entonces, puede ser una denominación eficaz en
contextos activistas o mediáticos, pero no resulta especialmente adecuada para el análisis
académico.
Finalmente, otra posible denominación es la de violencia de género. Esta expresión logró
la popularidad con la Cumbre Internacional Sobre la Mujer de Beijing de 1995; nueve años
después fue adoptada por la legislación española (Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,
de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género); y es, actualmente, la más
utilizada en ámbito tanto mediático como académico (Moreno 2010; Rodríguez 2008). Se
trata de un anglicismo, derivado de la expresión inglesa gender-based violence (Moreno
2010): la traducción correcta sería, por lo tanto, “violencia basada en el género” y no
“violencia de género”. La primera opción es seguramente más precisa y esclarecedora que
la segunda; desde aquí, sin embargo, considerando que el nivel de precisión y rigor teórico
es elevado en ambos casos, hemos reputado oportuno no utilizarla, para no introducir más
términos al ya amplio panorama de denominaciones existente. En cualquier caso, el valor de
esta denominación reside en la precisión que muestra a la hora de “poner en evidencia el
carácter estructural de la violencia, de denunciar la existencia de un marco patriarcal de
relaciones que hace de mujeres y hombres lo que somos y que nos impulsa a hacer lo que

30 Existe, sin embargo, una diferencia fundamental entre el terrorismo político y el fenómeno del que nos ocupamos, ya que para
el primero instilar terror en la población es un objetivo estratégico que se busca de forma consciente con cada acto militar; en el
segundo, por el contrario, infundir miedo en las mujeres como grupo para así perpetuar la dominación no es algo que cada
agresor conscientemente busque, sino la consecuencia estructural de un acto individual.

47
Violencia de género en la pareja y exclusión social

hacemos” (Izquierdo 2007, p. 1). De hecho, mientras que definiciones como violencia
sexista y machista se limitan a nombrar la ideología que sustenta la violencia, la expresión
violencia de género subraya los mecanismos de actuación de la estructura patriarcal,
específicamente la asignación a mujeres y hombres de unas identidades de género
dicotómicas y jerarquizadas que convierten a las unas en victimas y a los otros en agresores.
En suma, la gran aportación de este concepto está en el hecho de que éste, a diferencia de
otros –como el de violencia contra las mujeres– permite evitar la naturalización de la
agresión masculina o de los hombres como agresores. Finalmente, cabe destacar que,
mientras que el concepto de violencia de género es el más preciso entre las posibles
denominaciones existentes, no es ciertamente el más inmediatamente comprensible para un
público no especializado (Moreno 2010). Esta noción, entonces, quizás no sea la más
idónea para ser utilizada en los medios de comunicación (sobre todo si paralelamente no se
aclarara qué es el género), pero es seguramente la más apropiada para un uso especializado,
y por esto hemos decidido utilizarla en la presente investigación.

3.3.2 Definiciones amplias vs definiciones operativas


Una vez explicitadas las razones que nos han llevado a escoger un determinado término
para nombrar la violencia, es necesario establecer qué conductas se incluyen en él. Esta
pregunta no tiene una respuesta unívoca: al contrario, existe un gran abanico de opciones,
que pueden ser agrupadas en dos grandes categorías: definiciones amplias y definiciones
operativas.
En lo que a las primeras respecta, la decisión de qué conductas contemplar no se
presenta como excesivamente problemática: se considera que todo sexismo constituye
violencia y debe, por lo tanto, ser incorporado. Éste es el planteamiento que adoptamos
cuando hablamos de violencia simbólica (Bourdieu 1998/2000) 31 o violencia estructural
(Galtung 1990/2003) 32 . En este sentido, entonces, la violencia en relaciones de pareja
incluiría desde el maltrato físico hasta el abuso de la disponibilidad femenina en el hogar,
así como las desigualdades estructurales que los permiten (Bonino 2007b).
Esta propuesta plantea una reflexión interesante, ya que, por un lado, visibiliza las raíces
comunes de todos los comportamientos violentos –desde los más leves hasta los más
intensos– y, por otro, subraya el carácter intrínsecamente violento de una estructura basada
en la desigualdad. Una definición de este tipo, entonces, resulta ciertamente útil para
reflexionar acerca de la violencia y la estructura que la hace posible. No es, no obstante,
efectiva en el caso de investigaciones empíricas, donde resulta necesario distinguir entre
desigualdad y sexismo, por un lado, y violencia propiamente dicha, por otro (Osborne
2008).
Establecer una frontera entre sexismo y violencia, entonces, resulta a menudo
imprescindible; no es, sin embargo, una tarea simple, ya que la separación entre uno y otra
no está relacionada con la esencia de dichos fenómenos sino con su intensidad (Fernández
2004); no es natural sino relativa al contexto socio-histórico y varía en el tiempo y el

31 Para un análisis detallado de la violencia simbólica, véase apartado 2.3.2.


32 Para un análisis detallado de la violencia estructural, véase apartado 5.2.3.2.

48
La violencia de género en la pareja

espacio en función de los cambios sociales (García y Casado 2010; Marugán 2012). La
dificultad, además, aumenta conforme la sociedad va evolucionando y se amplía el abanico
de conductas consideradas inaceptables (Marugán 2012). En relación con la violencia que
se da en relaciones de pareja, por ejemplo, el panorama se ha complejizado mucho desde
que la violencia psicológica ha entrado a formar parte del abanico de conductas
inadmisibles (Osborne 2008). Ya no existe una línea divisoria clara entre maltrato y
sexismo y resulta muy difícil saber cuando tiene lugar el salto desde la desigualdad
“natural” de las relaciones entre hombres y mujeres socializados en valores tradicionales
hasta situaciones de verdadero maltrato (Fernández 2010).
En conclusión, la violencia propiamente dicha está íntimamente relacionada con la
violencia simbólica y estructural. A la hora de realizar un análisis empírico, sin embargo,
diferenciar la una de las otras es imprescindible (Osborne 2008), pero también muy
complejo. Por ello, hemos considerado oportuno remitirnos a las diferentes definiciones
operativas elaboradas por organismos nacionales y supranacionales.

3.3.3 Diferentes definiciones operativas


A la hora de analizar las diferentes definiciones operativas de la violencia de género,
empezamos por aquellas que se han elaborado en el marco de las Naciones Unidas, ya que
éstas representan el consenso más amplio alcanzado entre Estados y han actuado muchas
veces como impulsoras de legislación regional y estatal.
A este propósito, cabe destacar, en primer lugar, la Declaración sobre la eliminación de
la violencia contra la mujer adoptada en 1994 por la Asamblea General de las Naciones
Unidas, donde se define la violencia contra la mujer como:

“todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener
como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como
las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se
producen en la vida pública como en la vida privada”.

Esta definición es especialmente relevante porque no contempla solamente la violencia


que se produce en la familia, sino también aquella que se da en la comunidad en general, en
los lugares de trabajo y las escuelas. Más concretamente, incluye (pero no se limita a):

a) La violencia física, sexual y sicológica que se produzca en la familia, incluidos los


malos tratos, el abuso sexual de las niñas en el hogar, la violencia relacionada con la dote,
la violación por el marido, la mutilación genital femenina y otras prácticas tradicionales
nocivas para la mujer, los actos de violencia perpetrados por otros miembros de la familia y
la violencia relacionada con la explotación;
b) La violencia física, sexual y sicológica perpetrada dentro de la comunidad en general,
inclusive la violación, el abuso sexual, el acoso y la intimidación sexuales en el trabajo, en
instituciones educacionales y en otros lugares, la trata de mujeres y la prostitución forzada;
c) La violencia física, sexual y sicológica perpetrada o tolerada por el Estado,
dondequiera que ocurra.

Un año después, en Beijing, durante la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres de las
Naciones Unidas, las definiciones de la Declaración sobre la eliminación de la violencia
contra la mujer son retomadas y repetidas. La nueva Convención, de hecho, concluye que la
violencia contra las mujeres incluye:

49
Violencia de género en la pareja y exclusión social

“todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño
físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de
la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada”.

A nivel regional, cabe reseñar el Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y
lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica del año 201133. Varios
elementos hacen de él un acuerdo especialmente significativo: el primero y más relevante es
que se trata del primer instrumento obligatorio a nivel europeo en materia de violencia de
género (Ushakova 2013); el segundo es que en él se establece claramente que la violencia
contra las mujeres constituye una violación de los derechos humanos (Lousada 2014); el
tercero es que, a la par que los acuerdos antes nombrados, éste también utiliza una
definición amplia de violencia contra las mujeres. Más concretamente, incluye en ella:

“todos los actos de violencia basados en el género que implican o pueden implicar para las
mujeres daños o sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica,
incluidas las amenazas de realizar dichos actos, la coacción o la privación arbitraria de
libertad, en la vida pública o privada” (art. 3a)

A nivel estatal, por el contrario, el panorama es más ambiguo. La Ley Orgánica 1/2004
de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, de hecho, en el
Preámbulo sí reconoce la existencia de múltiples manifestaciones de la violencia de género,
que puede tener lugar “en los tres ámbitos básicos de relación de la persona: maltrato en el
seno de las relaciones de pareja, agresión sexual en la vida social y acoso en el medio
laboral”. En el Objeto de la Ley, sin embargo, el espectro se cierra únicamente a la
violencia que se ejerce sobre las mujeres “por parte de quienes sean o hayan sido sus
cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de
afectividad, incluso sin convivencia”. Diferentes instancias, por otra parte, critican esta
limitación y subrayan la necesidad de incorporar en la Ley también la violencia de género
que tiene lugar fuera del ámbito de la pareja (ej. Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b).
En lo que atañe a la Comunidad Foral de Navarra, la Comunidad Autónoma en la que se
desarrolla este estudio, finalmente, cabe reseñar la Ley Foral 14/2015 para actuar contra la
violencia hacia las mujeres. Ésta, contrariamente a la Ley Orgánica 1/2004 y respetando
tanto los requerimientos de Estambul como las advertencias de personas expertas (ej.
Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b), recurre a una definición amplia de violencia de
género, incluyendo en ella tanto las agresiones que tienen lugar en la vida privada como las
que se perpetran en la vida pública. Más concretamente, considera tanto la violencia
ejercida por la pareja o la ex pareja como las distintas manifestaciones de la violencia
sexual, la explotación sexual, la mutilación genital femenina, la trata, el matrimonio
temprano o forzado, el feminicidio y “cualquier otra forma de violencia que lesione o sea
susceptible de lesionar la dignidad, la integridad o la libertad de las mujeres que se halle
prevista en los tratados internacionales, en el Código Penal español o en la normativa estatal
o foral”.
A partir de estas consideraciones, podemos definir cuáles son las diferentes
manifestaciones de la violencia de género, y específicamente:

33 Este acuerdo, que fue adoptado en el año 2011 en Estambul (y por eso es también conocido como Convenio de Estambul),
entró en vigor en el año 2014, fecha en la que se alcanzó el número mínimo de ratificaciones (10) necesario para ello.

50
La violencia de género en la pareja

 violencia en relaciones de pareja (Rodríguez 2008);


 todas las distintas manifestaciones de la violencia sexual (Creek y Dunn 2011;
Marugán 2012);
 violencia en el trabajo, en las dos formas de acoso sexual y acoso por razón de
sexo (Acevedo et al. 2009);
 prostitución forzada y esclavitud sexual (Perela 2010; Rodríguez 2008; White et
al. 2013);
 mutilación genital femenina (Perela 2010; Rodríguez 2008; White et al. 2013);
 y un largo etcétera que incluye desde el abuso sexual de las niñas en el hogar
hasta la violencia perpetrada por el Estado (Naciones Unidas 1994; Naciones
Unidas 2010).
La unión de conductas aparentemente tan diferentes bajo un mismo paraguas puede
sorprender; una mirada atenta, sin embargo, revelará que se trata, en todo caso, de
violencias que se ejercen sobre las mujeres por el mismo hecho de serlo (Rodríguez 2008).
Es decir, que se trata, en todo caso, de violencias causadas por la estructura social patriarcal
y el sistema de género.
Finalmente, cabe recordar que, pese a la existencia de estos elementos en común, en la
presente investigación el análisis se acota a la violencia ejercida por la pareja o la ex pareja.
De ahora en adelante, por lo tanto, la denominación de violencia de género deberá
entenderse referida únicamente a la violencia de género que tiene lugar en el marco de
relaciones íntimas.
La decisión de limitar nuestro análisis a una única manifestación de la violencia de
género no refleja una falta de consciencia acerca del origen común de todas las distintas
expresiones de la violencia de género, sino que es el resultado de consideraciones de tipo
metodológico: de hecho, si, en el caso de estudios de carácter teórico, un análisis conjunto
de todas las manifestaciones de la violencia es plenamente justificado, en el caso de
investigaciones de carácter empírico un planteamiento de este tipo se revela inviable, ya que
todas estas violencias, aun compartiendo el mismo origen, se desarrollan de forma muy
diferente.

3.4 Un acercamiento a la experiencia de la violencia de género en


la pareja
En los apartados anteriores nos hemos acercado a la violencia de género “desde arriba”,
presentando tanto los diferentes marcos analíticos utilizados para explicarla como el
contexto legal de referencia; en éste, por el contrario, realizamos una aproximación “desde
abajo”, tratando de mostrar cómo se manifiesta la violencia de género y qué dinámicas la
caracterizan. Más concretamente, por un lado, definimos las posibles manifestaciones de
esta violencia y, por otro, intentamos comprender cuáles son los factores que inciden en el
desarrollo de la misma, favoreciendo la permanencia de las mujeres en relaciones abusivas.

51
Violencia de género en la pareja y exclusión social

3.4.1 Diferentes tipos de violencia


Con respecto a las diferentes manifestaciones de la violencia de género34, distinguimos
entre violencia física, psicológica y sexual (Ruíz-Jarabo y Blanco 2007). Con violencia
física se hace referencia a un gran abanico de conductas –desde pellizcos hasta palizas–
aunadas por el hecho de producir un daño corporal, (Ruíz-Jarabo y Blanco 2007)35. Se trata
de la forma de violencia más fácil de detectar y describir (Echeburúa 1994; Follingstad y
Rogers 2013), sea porque suele dejar marcas visibles en el cuerpo y daños claramente
apreciables a una observación externa; sea porque fue la primera manifestación de violencia
en ser identificada como acto ilegítimo e ilegal (Woodin, Sotskova y O`Leary 2013). Éste
es, además, el tipo de violencia que más se ha estudiado y el que, todavía en la actualidad,
más se estudia 36 . Asimismo, cabe señalar que, tal y como indican varias autoras (ej.
Escudero et al. 2005; Perela 2010), la violencia física nunca se da por sí sola, sino que
conlleva necesariamente un maltrato psicológico.
La violencia psicológica es la forma de violencia más extendida en la sociedad, pero
también la más difícil de reconocer y detectar (Follingstad y Rogers 2013), ya que las
consecuencias que acarrea no se aprecian de forma externa y los daños sufridos no se
manifiestan en modo tan explícito como en el caso de la violencia física (Perela 2010).
Además, hay que considerar que si, en el caso de esta última, identificar las conductas que
la conforman es relativamente fácil, en el caso de la violencia psicológica diferenciar entre
comportamientos violentos y actitudes sexistas puede llegar a ser muy complejo (Osborne
2008) y más sujeto a la subjetividad de los actores (Follingstad y Rogers 2013; García y
Casado 2010)37. Se trata, en suma, de una forma de violencia más sutil y sofisticada que el
maltrato físico, aunque no por ello menos grave; al contrario, sus consecuencias pueden
llegar a ser tan dañinas para las mujeres que la enfrentan como las de la violencia física
(Perela 2010).
La noción de violencia psicológica incluye un abanico de conductas muy diversas. Es
por ello que suele subdividirse en ulteriores subcategorías. Entre las múltiples propuestas de
clasificación existentes, desde aquí hemos escogido la que diferencia entre violencia
emocional, de control y económica (informe “Macroencuesta de Violencia contra la Mujer
2015” del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad). Según esta definición, la
primera incluye insultos, menosprecios, burlas, intimidaciones, etc.; la segunda, como su
propio nombre indica, engloba todos aquellos comportamientos que tienen como objetivo
explícito controlar a la mujer (sea vigilando sus relaciones con las amistades y la familia,
sea controlando sus horarios o vestimenta, etc.); la violencia económica, finalmente, hace

34 Como ya se ha apuntado, no nos referimos al conjunto de la violencia de género, sino únicamente a aquella que tiene lugar en
el marco de relaciones íntimas.
35 Cabe señalar que no hay consenso en la literatura acerca de si la amenaza de tales actos debe ser considerada también

ejemplo de violencia física o si identifica un caso de violencia psicológica (Follingstad y Rogers 2013). Desde aquí se ha
considerado más acertada la segunda opción, en consideración de que el daño infringido no es físico sino psicológico (Ruíz-
Jarabo y Blanco 2007).
36 Aún hoy en día, de hecho, se llevan a cabo estudios que contemplan únicamente este tipo de violencia. Para un análisis más

detallado, véase apartado 5.2.2.1.


37 Para un análisis exhaustivo de las dificultades que se encuentran a la hora de diferenciar entre conductas violentas y sexistas,

véase apartado 332.

52
La violencia de género en la pareja

referencia al hecho de que el varón controla el dinero, impide a la mujer hacer libre uso del
mismo, controla el patrimonio familiar etc.
Finalmente, la violencia sexual incluye toda imposición de un contacto sexual no
deseado –desde la obligación de vestir determinadas prendas o adoptar ciertas posturas
hasta la violación con uso de fuerza física– y también todo acto de chantaje, venganza o
amenazas contra la mujer que se ha negado a tener relaciones sexuales (Ruíz-Jarabo y
Blanco 2007). Se trata de comportamientos más normalizados y socialmente aceptados que
cualquier otra forma de violencia en la pareja (Dobash y Wilson 1992; Follingstad y Rogers
2013), lo cual hace que su reconocimiento y visibilización sea especialmente difícil
(Hanneke y Shields 1985; Martin et al. 2007). Asimismo, cabe evidenciar que, mientras que
las interrelaciones entre la violencia psicológica y la física quedan relativamente claras, las
dinámicas de la relación entre la violencia sexual y otros tipos de maltrato todavía no se han
explorado en profundidad (Woodin, Sotskova y O`Leary 126).

3.4.2 La permanencia de las mujeres en relaciones violentas


Una vez definidas las posibles manifestaciones de la violencia de género, avanzamos con
el análisis tratando de comprender qué elementos favorecen el mantenimiento de las
mujeres en relaciones violentas. Analizarlos es especialmente importante, ya que pueden
ayudarnos a entender una conducta –la permanencia en tales relaciones– a primera vista
difícil de entender. Y el hecho de no poder comprenderla, si por un lado nos impide
aprehender las dinámicas del proceso de violencia en su globalidad, por otro, puede
favorecer procesos de culpabilización de las víctimas, algo que es indispensable evitar. En
los próximos apartados, por lo tanto, examinamos los elementos que favorecen que las
mujeres permanezcan durante años, e incluso décadas, con hombres que las maltratan. Más
concretamente, diferenciamos entre elementos que son independientes de la experiencia de
la violencia; y otros que, por el contrario, guardan una estrecha relación con la misma.

3.4.2.1 Factores independientes de la violencia


En primer lugar, focalizamos la mirada en todos aquellos factores que no guardan una
relación directa con la experiencia de la violencia y que, como tales, pueden desplegar sus
efectos sobre el conjunto de las mujeres. Esto, por otra parte, implica que, aunque tales
factores se analizan aquí como elementos que dificultan la salida de relaciones violentas,
también pueden servir, más genéricamente, para comprender la permanencia de las mujeres
en relaciones que, sin llegar a ser violentas, no resultan, sin embargo, beneficiosas para
ellas.

3.4.2.1.1 La identidad de género


El primero de estos elementos hace referencia a la manera en qué se construyen las
identidades femeninas y masculinas y a la posición desigual que hombres y mujeres ocupan
en la estructura social. Se trata de cuestiones ampliamente tratadas en el primer capítulo.
Para un análisis exhaustivo de las mismas, por lo tanto, se remite a aquel; aquí nos
limitamos a rescatar los elementos más relevantes entre los allí nombrados.

53
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Nos referimos, ante todo, a la manera en qué la identidad femenina se construye: ésta, de
hecho, no solamente se rige alrededor de las ideas de amabilidad, empatía, entrega y
autosacrificio; sino que, además, se define por un sentimiento de fragilidad y dependencia,
de “ser para otros” y a través de los otros (Basaglia 1983; Bourdieu 1998/2000). Estos
primeros elementos ya nos ayudan a comprender por qué, para las mujeres, ponerse a sí
mismas en primer lugar y poner fin a las relaciones en cuanto éstas dejan de ser
beneficiosas para ellas –sea porque aparecen los primeros episodios violentos, sea por otras
razones no ligadas a la violencia– puede llegar a ser tan difícil.
Paralelamente, hay que tener en cuenta que el amor sigue siendo la piedra angular del
proyecto vital de las mujeres (Esteban 2008; Lagarde 2005; Sanpedro 2005), con el
resultado de que, incluso en la actualidad, una gran parte de la capacidad de éstas de amarse
a sí mismas sigue dependiendo de su éxito en campo amoroso (Fernández 2004). Éste es
otro –importantísimo– elemento que juega en contra de la capacidad de las mujeres de
poner fin a relaciones no satisfactorias o directamente violentas.
Y aún es más: en las últimas décadas la importancia del amor, lejos de disminuir, se ha
incluso incrementado. Tanto los procesos de individualización característicos de la sociedad
del riesgo (Beck 1986/2006), como (en relación con éstos) el aumento de las presiones
sobre los individuos para que sean únicos y exitosos, de hecho, han incrementado la
necesidad de reconocimiento social. Y, en el caso de las mujeres, el lugar privilegiado en el
que hallar este reconocimiento sigue siendo el amor (Illouz 2012). Éste es otro factor que
nos ayuda a comprender por qué, pese a los avances habidos en términos de igualdad en las
últimas décadas, renunciar voluntariamente a un “amor” (por insatisfactorio, tóxico o
incluso violento que éste sea) sigue siendo, para las mujeres, algo tan arduo.
Cuando nos preguntamos por qué las mujeres pueden llegar a permanecer durante años,
e incluso décadas, con parejas que las maltratan, por lo tanto, debemos, en primer lugar,
tener en cuenta factores de nivel estructural, sociales antes que psicológicos, colectivos
antes que individuales (Craven 2003).

3.4.2.1.2 El vínculo afectivo


En segundo lugar, tal y como subrayan García y Casado (2010), hay que considerar el
vínculo afectivo, y, más concretamente, las dependencias mutuas, tanto materiales como
simbólico-emocionales, que lo caracterizan38. Las primeras incluyen desde la más obvia
dependencia económica hasta la dependencia social (la pareja como fuente de redes
sociales) y biológica (necesidad de una pareja para generar y cuidar a la prole). Las
segundas, quizás las más interesantes para nosotras, se articulan alrededor de la noción de
reconocimiento, y pueden ser descritas como la necesidad de sentirse deseado/a y
valorado/a por la persona a la que se desea y valora. Se trata de un proceso básicamente
pasivo en el que el reconocimiento de la propia valía pasa por el hecho de ser valorado/a
(reconocido/a) por esa persona que realmente tiene interés para nosotras. Este proceso –que,
obviamente, no es a-genérico sino que se manifiesta de forma diferente en mujeres y

38La separación entre dependencias materiales y simbólico-emocionales es analítica, no real, ya que en ambos casos coexisten
elementos materiales y elementos simbólicos, aunque en proporción diferente.

54
La violencia de género en la pareja

hombres– constituye el núcleo del vínculo y puede ayudarnos a comprender muchas de las
dinámicas que caracterizan las relaciones de pareja: sus interacciones cotidianas (más o
menos saludables), pero también la aparición de la violencia y –lo que aquí más nos
interesa– la permanencia de las mujeres en la relación una vez que ésta ha aparecido.
Asimismo, es importante recordar una vez más que, en la sociedad líquida
contemporánea –donde vienen a faltar las formas de validación y reconocimiento
tradicionales, como el gremio o la clase (Amigot 2012)– la relevancia del amor como fuente
de reconocimiento es aún mayor que en épocas anteriores. En un contexto como éste,
entonces, la reflexión de García y Casado (2010) acerca de la importancia del vínculo
resulta especialmente pertinente y es un elemento esencial para comprender la permanencia
de las mujeres en relaciones insatisfactorias, tóxicas e incluso manifiestamente violentas39.

3.4.2.1.3 Factores de tipo material


Finalmente, cuando intentamos comprender por qué las mujeres permanecen en
relaciones tóxicas, no podemos ignorar que existen también factores materiales y
económicos que actúan en este sentido. El primero de ellos es la dependencia económica de
la mujer de su pareja, algo que, como señalan varias autoras (ej. Delgado et al. 2007;
Zubizarreta et al. 1994), puede representar un importante obstáculo de cara a la separación.
Otro elemento de dificultad es la ausencia de alternativas residenciales viables (Craven
2003). Finalmente, un último factor que también puede obstaculizar la separación y
aumentar así la probabilidad de que las mujeres permanezcan en relaciones tóxicas es la
ausencia de apoyos sociales, tanto informales (Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b) como
formales (Buesa y Calvete 2013; Zubizarreta et al. 1994). Los relatos de las mujeres
entrevistadas, como veremos, confirman la relevancia de este tipo de factores.

3.4.2.2 Factores relacionados con la violencia vivida


Una vez examinados estos elementos de carácter estructural, acercamos la mirada y nos
ocupamos de los elementos que están directamente ligados a la experiencia de la violencia.

3.4.2.2.1 Las dinámicas del proceso de violencia


En primer lugar, focalizamos la mirada en el proceso de violencia mismo y en sus
dinámicas y observamos cómo éstas pueden llegar a dificultar la salida de las mujeres de
relaciones violentas. En lo que a esto respecta, un primer elemento a destacar es el llamado
ciclo de la violencia (Walker 1984). Con esta denominación, Walker (1984) quería resaltar

39 Como se ha podido observar, entonces, existen fuertes vínculos entre lo analizado en el apartado anterior (donde también nos
hemos ocupado de reconocimiento) y lo que aquí se ha examinado. Las diferencias, sin embargo, también son significativas.
En un caso, de hecho, el reconocimiento se analiza, por un lado, como una necesidad humana universal que puede ser
cubierta en múltiples ámbitos (pareja, pero también esfera pública, etc.); y, por otro, como algo eminentemente social (no hace
tanto referencia al hecho de que las mujeres buscan ser reconocidas por la pareja como al hecho de que tener pareja se
vuelve una condición necesaria para ser –y sentirse– reconocidas por la sociedad entera). En otro, por el contrario, el
reconocimiento adquiere un significado mucho más específico y limitado al ámbito de la relación de pareja y al funcionamiento
del vínculo afectivo.

55
Violencia de género en la pareja y exclusión social

el hecho de que –habitualmente– el proceso de violencia se caracteriza por un movimiento


cíclico, formado por distintas fases (acumulación de tensión, explosión y reconciliación).

Ilustración 1. El ciclo de la violencia

Fuente: Walker 1984.

Lo que nos interesa destacar aquí es que la existencia de una fase de reconciliación o
“luna de miel”, donde los hombres se muestran arrepentidos y amables y aseguran que el
hecho no volverá a repetirse40 representa un refuerzo positivo para la permanencia de las
mujeres en la relación. El funcionamiento de este ciclo, por lo tanto, es otro elemento que
nos ayuda a comprender por qué las mujeres permanecen en relaciones donde hay violencia
contra ellas.
Para comprender por qué este ciclo funciona como lo hace, facilitando el mantenimiento
de las mujeres en relaciones violentas, sin embargo, no podemos limitarnos a observar su
funcionamiento, sino que debemos asimismo tener en cuenta las identidades de género: la
configuración de la mujer desde el “ser para los demás” y el hecho de que el amor continúe
siendo el eje vertebral del proyecto vital femenino (Fernández 2004), de hecho, son
elementos esenciales de cara a comprender el comportamiento de las mujeres en las
distintas fases de este ciclo (Delgado et al. 2007). Más concretamente, solo así se entiende
por qué, en la fase de acumulación de tensión, las mujeres asumen como “natural” el
sufrimiento provocado por la irritabilidad de su pareja y por qué, durante la “luna de miel”,
aceptan sus muestras de arrepentimiento, aunque ya hayan experimentado que luego el ciclo
vuelve a empezar (Delgado et al. 2007).
Otro elemento a resaltar es el hecho de que la violencia no irrumpe de manera repentina
en las relaciones de pareja, sino que lo hace poco a poco, y sólo con el tiempo va
aumentando en intensidad y frecuencia. En un primer momento, de hecho, se manifiesta con

40 No hay acuerdo en la literatura acerca de la proporción de relaciones tóxicas que presentan este patrón: según estudios más
antiguos, de hecho, éste afectaría a un porcentaje que oscila entre el 57% y el 78% del total (Labell 1979). Según estimaciones
más recientes, sin embargo, la proporción sería notablemente inferior, y no superaría el 33% del total de las relaciones
violentas (Sarasúa y Zubizarreta 2000). Investigaciones aún más novedosas, por otra parte, indican que, aunque en la mayoría
de los casos no se puede identificar un ciclo tan “perfecto”, sí se pueden detectar claros altibajos (García y Casado 2010).
Desde aquí, por otra parte, esta última aportación nos parece especialmente significativa, ya que, en lo que nos ocupa, los
efectos de un “ciclo” o de altibajos más irregulares son fundamentalmente análogos.

56
La violencia de género en la pareja

actos de dominación pequeños, de carácter psicológico, que rara vez son percibidos como
violencia por parte de las mujeres –ya que tienen un gran parecido con las manifestaciones
de la asimetría de poder características de la socialización en los valores tradicionales– y
que, sin embargo, son muy perjudiciales para sus defensas psicológicas. Solo en un segundo
momento, cuando estas defensas ya han sido debilitadas, asoma la violencia verbal y, a
veces, también las primeras amenazas de violencia física y asesinato o suicidio. Finalmente,
es exclusivamente en la última fase, cuando las defensas de las mujeres han sido
ulteriormente dañadas, sus redes destruidas, etc. cuando puede llegar a aparecer la violencia
física (Delgado et al. 2007; Fernández 2004). Resumiendo, entonces, en este caso, lo que
nos ayuda a comprender la permanencia de las mujeres en relaciones violentas es la
progresión del proceso de violencia, conjuntamente a las secuelas que éste va teniendo
sobre ellas.

3.4.2.2.2 Las secuelas de la violencia


Para comprender el mantenimiento de las mujeres en relaciones tóxicas, finalmente,
debemos remitirnos a las teorías que focalizan la mirada en los efectos de la violencia. Nos
referimos, en primer lugar, a la teoría de la indefensión aprendida (Walker 1984). Dicha
teoría es una adaptación a las situaciones de violencia en la pareja de la homónima
formulación de Seligman (1975), cuyo objetivo más general era explicar ciertas formas de
ansiedad y depresión41. Trasladada a las situaciones de violencia de género en la pareja, la
indefensión aprendida nos dice que las mujeres que experimentan violencia en sus
relaciones sentimentales, en un primer momento, intentan controlar la dinámica de la
agresión para, de esta manera, evitarla, pero acaban fracasando en un intento que, de
antemano, se presentaba como imposible. Frente a esta serie de continuados fracasos, las
mujeres acaban aprendiendo la inutilidad e ineficacia de sus tentativas de control del medio
y, de esta manera, asimilan la indefensión, y, por consiguiente, la pasividad (Walker 1984).
Y esta es una condición que dificulta fuertemente la interrupción de la relación.
Otra teoría que intenta explicar la permanencia de las mujeres en relaciones con maltrato
pone el foco en la necesidad de reconocimiento. Si ésta, como hemos visto con
anterioridad42, se aplica a la totalidad de las parejas, cuando hay violencia de género se ve,
sin embargo, ulteriormente exacerbada. En este caso, de hecho, se crea un fuerte
desequilibrio, que puede originar un “descentramiento exacerbado de la agencia”: esto
significa que, en un contexto donde la obtención de reconocimiento es ardua e intermitente,
el único objetivo de las acciones de la mujer acaba siendo la satisfacción (imposible) de las
demandas del otro. De esta manera las mujeres acaban dejando “de ser agente[s] de su
propia agencia, generando una agencia errática y meramente reactiva y diluyéndose en una
búsqueda compulsiva de restitución de la propia identidad por parte del otro” (García y

41 Seligman elaboró su teoría a partir de un experimento de laboratorio en el que dos grupos de perros eran repetida y
aleatoriamente sometidos a descargas eléctricas. La diferencia estribaba en que, mientas que los del primer grupo podían huir
de esta situación, los del segundo no tenían escapatoria posible. Cuando, en un segundo momento, se ofrecía a todos la
posibilidad de huir de la situación dolorosa, sólo los perros pertenecientes al primer grupo lo intentaban. Los otros ni siquiera
probaban a escapar de ella, ya que habían aprendido que, hicieran lo que hicieran, no podían alterar su situación, y esto les
había conducido a una situación de indefensión aprendida (Ali y Nailor 2013).
42 Véase apartado 3.4.2.1.2.

57
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Casado 2010, p. 195). Evidentemente, este proceso no es a-genérico, sino que, al contrario,
constituye una asunción hiperbólica y exagerada del arquetipo femenino y, como tal, guarda
estrecha relación con las desigualdades de género que atraviesan la sociedad.
Otra formulación es la del Síndrome de Estocolmo Doméstico (Montero 2001). Se trata
de una teoría relativamente reciente, que adapta el famoso Síndrome de Estocolmo a la
violencia de género, estableciendo un paralelismo entre la respuesta psicológica
experimentada por las víctimas de secuestros y por las mujeres que han enfrentado violencia
de género (Ferreira 1995). En ambos casos, la víctima negaría la violencia del agresor
desarrollando un vínculo con los aspectos de éste que percibe como más positivos (Graham
y Rawling 1991). Se trataría de una respuesta psicológica adaptativa, que mira a “obtener
un mayor nivel de ajuste sobre un entorno amenazante sobre el que [se] ejerce nulo control”
(Escudero et al. 2005). También en este caso, sin embargo, se trata de un mecanismo que
dificulta fuertemente la separación.
Finalmente, cabe añadir que, siendo la pregunta acerca del por qué las mujeres
permanecen en relaciones tóxicas una de las más frecuentes en tema de violencia de género
(Rhodes y McKenzie 1998), las teorías que se han formulado al respecto son innumerables.
Entre ellas, señalamos, por ejemplo, el trastorno de estrés postraumático (Coker et al. 2011;
Sarasúa et al. 1994; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994), el Síndrome de Adaptación
Paradójica a la Violencia Doméstica (Montero 2001) y la persuasión coercitiva (Escudero et
al. 2005). Su análisis, sin embargo, va más allá de los objetivos de este trabajo.
Como último punto, también cabe destacar que parte de la literatura evidencia que
considerar la permanencia en una relación violenta como una respuesta pasiva es un error.
Al contrario, esta decisión podría ser interpretada como una verdadera estrategia de
supervivencia (Seuffert 1999) puesta en acto por las mujeres que se hallan en situación de
violencia. Desde aquí, consideramos que se trata de una hipótesis interesante, sobre todo en
el caso de mujeres que experimentan violencia de muy alta intensidad y que se encuentran
amenazadas por la pareja.

58
3.5 Conclusiones
Después de haber examinado, en el capítulo anterior, algunas cuestiones relativas a la
estructura social que causa la violencia de género, en éste hemos avanzado con el análisis
focalizando la mirada directamente en dicha violencia.
Para ello, en la primera parte de este capítulo hemos presentado diferentes marcos
analíticos desde los cuales este fenómeno ha sido analizado, prestando especial atención a la
mayor o menor capacidad que cada uno de ellos tiene de ayudarnos a responder a la
pregunta que específicamente nos ocupa, es decir: cómo esta violencia se interrelaciona con
los procesos de exclusión.
Más concretamente, en primer lugar nos hemos ocupado de las investigaciones
feministas estructuralistas y hemos aclarado que éstas, si, por un lado, revisten una
importancia fundamental en la identificación del “caldo de cultivo” de la violencia de
género; por otro, no pueden aclarar por qué, si las desigualdades de género atraviesan toda
la sociedad, solamente en algunos casos –especialmente frecuentes en contextos de
exclusión– éstas cristalizan en violencia. A partir de estas consideraciones, por lo tanto,
hemos concluido que, aunque tales investigaciones constituyen un marco de referencia
necesario para toda investigación que se ocupe de violencia de género; no representan, sin
embargo, una guía suficiente para contestar a la pregunta que específicamente nos ocupa
(García y Casado 2010).
En el lado opuesto de la barricada, hemos hallado los estudios que adoptan la perspectiva
de la violencia familiar. Hemos así observado que éstos, contrariamente a los anteriores, sí
podrían explicar por qué, en determinados contextos, la incidencia de esta violencia es
mayor –algo que, en principio, podría convertirlos en un referente privilegiado para nuestro
estudio–; pero no pueden aclarar por qué, en la gran mayoría de los casos, los agresores son
varones y las víctimas mujeres (Schechter 1982) –algo que definitivamente invalida sus
hallazgos–.
Frente a este panorama, nos hemos dirigido tanto a las investigaciones que elaboran la
noción de marco ecológico como a aquellas que aplican la interseccionalidad al análisis de
la violencia de género. Hemos podido así aclarar que ambas resultan especialmente
interesantes de cara a la presente investigación, ya que permiten reconocer el papel del
género en la etiología de la violencia, sin por ello desconocer la existencia de diferencias,
tanto cuantitativas como cualitativas, entre grupos. Es cierto que el análisis efectuado
también ha puesto de relieve que ninguna de ellas otorga al género un papel privilegiado en
la explicación de la violencia de género –algo que no compartimos–; pero igualmente cierto
es que este mismo análisis ha evidenciado que –si se readaptan y revisan para reconocer el
rol privilegiado de éste– ambas pueden convertirse en referentes fundamentales de cara a
analizar la interrelación entre la violencia de género en la pareja y los procesos de exclusión
social. La interseccionalidad, de hecho, nos ayuda a tener a mente que la estructura
patriarcal, aun siendo la causa última de la violencia, no actúa en un vacío social sino en
intersección con otras estructuras de dominación –como la clase, pero también la
integración/exclusión social–, que pueden desencadenar o exacerbar la violencia,
explicando así la existencia de diferencias entre grupos. Análogamente, el marco ecológico

59
Violencia de género en la pareja y exclusión social

nos ayuda a recordar que, aunque la violencia de género tiene origen estructural, también
existen factores de corte más micro –no necesariamente distribuidos de manera homogénea
entre los grupos– que pueden contribuir a detonarla o intensificarla, dando así lugar a
diferencias intragrupales, incluso en el marco de una estructura homogeneizadora.
Una vez examinada la mayor o menor capacidad que estos diferentes marcos teóricos
tienen de analizar la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión
social, en la segunda parte de este capítulo nos hemos detenido a definir el fenómeno que
nos ocupa. Para ello, en primer lugar, hemos aclarado las razones que nos han empujado a
recurrir a la denominación de violencia de género en lugar que a otras que también se
utilizan, como violencia doméstica, contra las mujeres, violencia machista o sexista o
terrorismo doméstico, sexual o machista. Más concretamente, hemos concluido que, si
hemos escogido utilizar este término, es porque es el único capaz de subrayar los
mecanismos de actuación de la estructura patriarcal (Izquierdo 2007). Y, como se ha
aclarado el capítulo anterior, en el caso de nuestra investigación poner el acento en el
carácter estructural del fenómeno es especialmente importante ya que, de lo contrario, el
tema en ella tratado podría potenciar explicaciones individualistas de la violencia, así como
derivar en una ulterior criminalización de grupos ya emarginados (Sokoloff y Dupont
2005).
En segundo lugar, hemos aclarado qué conductas se incluyen en la noción de violencia
de género. Con ese objetivo, hemos empezado distinguiendo entre definiciones amplias y
operativas y hemos aclarado que, aunque las primeras son indudablemente útiles para
reflexionar acerca de la violencia y la estructura que la hace posible; no son, sin embargo,
aptas para una investigación empírica como la nuestra, donde es fundamental diferenciar la
desigualdad y el sexismo de la violencia propiamente dicha (Osborne 2008). La necesidad
de recurrir a una definición operativa de violencia de género, por otra parte, nos ha llevado
a examinar las definiciones recogidas en diferentes documentos jurídicos elaborados por
organismos nacionales y supranacionales. A partir de esta revisión, hemos podido concluir
que las diferentes manifestaciones de la violencia de género incluyen todas aquellas
violencias que se ejercen sobre las mujeres por el mismo hecho de serlo (Rodríguez 2008),
y entre ellas la violencia en relaciones de pareja, las distintas manifestaciones de la
violencia sexual, la violencia en el trabajo, la prostitución forzada, la mutilación genital
femenina, etc. Finalmente, una vez establecido que la noción de violencia de género
identifica un fenómeno muy amplio, se ha aclarado que, en la presente investigación –y
también en este caso por las necesidades de un estudio empírico– el análisis se acota a una
sola de sus múltiples manifestaciones: la violencia ejercida por la pareja o la ex pareja
En la tercera parte de este capítulo, finalmente, hemos efectuado una aproximación
“desde abajo”, intentando comprender cómo se manifiestan los procesos de violencia y qué
dinámicas los caracterizan. Para ello, en primer lugar hemos definido qué diferentes formas
puede asumir la violencia de género en la pareja, una tarea especialmente relevante, ya que
sobre esta esquematización se estructura gran parte del análisis empírico. Más
concretamente, hemos diferenciado entre violencia física, sexual y psicológica; en lo que
respecta a esta última, hemos asimismo distinguido entre violencia emocional, de control y
económica (informe “Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015” del Ministerio de
Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad).

60
La violencia de género en la pareja

En segundo lugar, hemos tratado de comprender cuáles son y cómo actúan los factores
que favorecen la permanencia de las mujeres en relaciones violentas. Analizar qué es lo que
induce a las mujeres a no separarse de hombres que las maltratan, de hecho, es
especialmente importante, ya que se trata de una conducta a primera vista difícil de
entender. Y esta ausencia de comprensión, además de impedirnos aprehender las dinámicas
del proceso de violencia en su totalidad, puede propiciar procesos de culpabilización de las
víctimas, algo que es imprescindible evitar.
El análisis efectuado ha puesto así de relieve que, para contestar a la pregunta que nos
ocupa, debemos, en primer lugar, examinar factores de tipo estructural, que no guardan una
relación directa con la experiencia de la violencia. Nos referimos, ante todo, a la identidad
de género (Basaglia 1983; Bourdieu 1998/2000; Esteban 2008; Fernández 2004; Illouz
2012; Lagarde 2005; Sanpedro 2005) y a la importancia del vínculo afectivo (García y
Casado 2010), pero también a elementos de tipo material (Buesa y Calvete 2013; Craven
2003; Delgado et al. 2007; Zubizarreta et al. 1994). En segundo lugar, se ha observado que
el mantenimiento en relaciones violentas también se ve propiciado por las dinámicas
mismas del proceso de violencia, que suele inicialmente manifestarse con agresiones de
muy baja intensidad, difícilmente reconocibles como tales (Fernández 2004 y Delgado et al.
2007) y presenta, además, un curso cíclico (Walker 1984), que constituye un ulterior
refuerzo para las permanencia de las mujeres en relaciones tóxicas. Los elementos ahora
nombrados despliegan sus efectos desde el primer momento; en una segunda fase, sin
embargo, a éstos se añade el impacto que la violencia misma tiene en las mujeres que la
vivencian, que pueden experimentar indefensión aprendida (Walker 1984), Síndrome de
Estocolmo Doméstico (Montero 2001), etc., todas secuelas que obstaculizan ulteriormente
la separación. Resumiendo, hemos podido establecer que si, en un primer momento, la
permanencia se ve favorecida por factores de nivel estructural, sociales antes que
psicológicos, colectivos antes que individuales (Craven 2003); en un segundo momento es
el deterioro asociado al proceso de violencia lo que dificulta aún más la salida. Finalmente,
se ha destacado que, en casos en los que la violencia alcanza una intensidad muy elevada, la
permanencia en la relación podría asimismo constituir una estrategia de supervivencia
(Seuffert 1999), destinada a evitar los riesgos asociados a la separación.
Una vez examinado el fenómeno de la violencia de género en la pareja, debemos
ocuparnos del segundo término de nuestra ecuación: los procesos de exclusión social. A
ellos dedicamos, por lo tanto, el próximo capítulo.

61
4. La exclusión social

4.1 Introducción
Tal y como se ha apuntado al final del capítulo anterior, si el objetivo de la presente
investigación es examinar las dinámicas y los efectos de la interrelación entre la violencia
de género y la exclusión social, una vez examinadas diferentes cuestiones relacionadas con
la violencia, es necesario efectuar un análisis pormenorizado del segundo término de esta
ecuación: la exclusión social.
Para poder comprender plenamente el alcance y significado de este concepto, sin
embargo, es antes necesario conocer y entender cómo y por qué se desarrolló. Y esto, a su
vez, remite a la preexistente noción de pobreza y a las razones de su declino. Precisamente
de allí, entonces, empezamos nuestro análisis.

4.2 Las críticas a la noción de pobreza, su antecedente teórico más


inmediato
La noción de pobreza ha sido la herramienta tradicionalmente utilizada para medir y
estudiar la desigualdad social. Existen múltiples definiciones y formas de entender dicho
concepto, pero mayoritariamente éste se ha entendido en sentido economicista y relativo. Es
decir, que la noción que más se ha extendido y utilizado considera que un hogar es pobre
cuando no alcanza un determinado porcentaje de la renta mediana equivalente (Paugam
2005/2007). Más específicamente, a nivel europeo se suele considerar en situación de
pobreza a aquellos hogares que cuentan con unos ingresos inferiores al 60% de la mediana,
pero existen también estudios que utilizan un umbral más bajo, del 50% (Bak y Larsen
2014)43.
Esta noción economicista de la pobreza, pese a ser la más extendida, ha sido también
muy criticada (Allman 2013; Laparra et al. 2007; 2011; Shabaan 2011; Subirats 2004). Sea
cual sea el umbral que se considera, de hecho, ninguno se sustrae a la principal limitación
de estos razonamientos binarios, es decir, la inevitable arbitrariedad de la demarcación
(Paugam 2007; Saunders y Adelman 2006). Esta arbitrariedad tiene varias consecuencias
indeseadas, como el hecho de que, al mover la línea de demarcación, se identifican
colectivos diferentes y escasamente superpuestos (Bradshaw y Finch 2003).
A esto se añade el hecho de que una definición relativa de pobreza como la que se ha
extendido no mide tanto la pobreza propiamente dicha como la desigualdad. Si esto entraña
limitaciones per se, en contextos económicos convulsos (sea porque se registra un fuerte

43 Otra posibilidad –cuyo éxito, sin embargo, ha sido mucho menor– es recurrir a los “umbrales legales de pobreza”, según los
cuales se hallan en situación de pobreza todas las personas y hogares que tienen ingresos inferiores a la renta mínima. Este
tipo de umbral, sin embargo, requiere la existencia de un sistema de renta mínima con carácter estatal, y esta es una condición
que no se da en el caso español (Ayala 2000; Subirats 2004).
Violencia de género en la pareja y exclusión social

crecimiento, sea por una dura crisis), la fotografía se vuelve aún menos fiable, ya que los
propios cambios en la mediana modifican continuamente el umbral a partir del cual las
personas y hogares se consideran pobres (Zugasti, Laparra y García 2015).
Otro reto hace referencia al carácter muchas veces irregular de los ingresos de los
hogares más pobres, donde con irregularidad hacemos referencia tanto a la economía
sumergida, como al carácter puntual de los ingresos o al hecho que puedan darse en especie,
etc. (Halleröd y Larsson 2007). Esto es algo que dificulta enormemente la medición
precisamente en aquellos casos en los que ésta es más necesaria.
A esto se añade, además, que –incluso en el supuesto de que los ingresos de los hogares
logren medirse correctamente– los bajos ingresos no son condición suficiente ni necesaria
para que se dé una situación de pobreza (Saunders y Adelman 2006).
Las críticas a la noción de pobreza por su orientación exclusivamente economicista
(Allman 2013; Laparra et al. 2007; 2011; Shabaan 2011; Subirats 2004), finalmente, se han
hecho particularmente relevantes en las últimas décadas. Los cambios sociales acaecidos en
este tiempo, de hecho, han mostrado con especial fuerza la necesidad de visibilizar otros
elementos de desigualdad además del estrictamente económico (Subirats 2004). Es en este
contexto cuando se desarrollan nuevas formulaciones, como la underclass en Estados
Unidos y las concepciones multidimensionales de la pobreza y la noción de exclusión social
en Europa.
Antes de adentrarnos en el análisis de estos nuevos conceptos, sin embargo, es
imprescindible ahondar en los cambios que intensificaron las críticas a la noción de pobreza
y llevaron a la crisis de la misma. Analizar y conocer estas transformaciones, de hecho, es
imprescindible para entender en toda su complejidad la noción de exclusión social que,
como veremos, nace precisamente para dar respuesta a tales cambios y a las nuevas
necesidades que éstos plantearon.

4.3 Un contexto social en intensa transformación


El contexto que, como hemos apuntado, agravó la crisis de la noción de pobreza se
caracteriza por una sociedad cada vez más diversificada, compleja y atomizada, así como
por el debilitamiento de las estructuras de integración tradicionales.

4.3.1 Una sociedad cada vez más diversificada, compleja y atomizada


Un primer elemento a resaltar, entonces, hace referencia a una serie de cambios sociales
que han tenido lugar en las últimas décadas y que han determinado el paso de una sociedad
industrial atravesada por grandes conflictos a otra cada día más diversificada, compleja y
atomizada que, desde la sociología, ha sido definida como “modernidad líquida” (Bauman
2000/2003), o “sociedad del riesgo” (Beck 1986/2006).
Una de las características más significativas de la sociedad que así se ha configurado es
la individualización, un concepto que ha ido apareciendo varias veces a lo largo de nuestra
exposición. Más concretamente, nos referimos a un proceso mediante el cual se resta cada
vez más influencia a las tradicionales estructuras de validación y reconocimiento (como el

64
La exclusión social

gremio, la clase, etc.), se destruye la dimensión colectiva de la existencia y a cada persona


se le hace responsable de su propia vida, a nivel tanto económico como de bienestar social
(Amigot 2012). En este contexto, se proclama la libertad del individuo y se ensalza la
búsqueda del éxito personal, haciendo a cada persona responsable de su éxito y de su
fracaso; el éxito, sin embargo, no puede ser alcanzado por todo el mundo, y esto por las
propias lógicas de la sociedad capitalista (Jo 2013). Este sistema, por lo tanto, termina
configurándose como una gran maquinaria que transforma “las causas exteriores en
responsabilidades individuales y los problemas vinculados al sistema en fracasos
personales” (Laval y Dardot 2013, p. 353). Esto significa que nos enfrentamos a una
individualización que, sin ser novedosa, es, sin embargo, mucho más radical que la que la
precedió.
Esta destrucción de la dimensión colectiva de la existencia, argumenta Beck
(1986/2006), no es un efecto colateral, sino una dimensión esencial del capitalismo
avanzado. Es más, dicha destrucción no afecta solamente a estructuras tradicionales, como
la familia, sino también a estructuras más recientes, como las clases sociales. Una de las
consecuencias de tales transformaciones es que la capacidad de unión, organización y lucha
de los individuos oprimidos aparece irremediablemente mermada.
Todo esto se manifiesta claramente en la articulación de la desigualdad y el conflicto. En
la época industrial, de hecho, la desigualdad se presentaba de una forma “ordenada”:
afectaba a un colectivo homogéneo, que había adquirido conciencia de su situación y
capacidad de autoorganización y que se había hecho portador de un mensaje político
alternativo y libertador; en la sociedad posindustrial, en cambio, las situaciones de carencia
afectan de forma transversal a colectivos mucho más heterogéneos, dando así lugar a un
panorama más atomizado e individualizado, que dificulta cualquier tipo de articulación
política (Brugué, Gomá y Subirats 2002; Shaaban 2011; Subirats 2004; Subirats 2005). Es
decir que si, en el pasado, la existencia de nexos de unión y solidaridad en el seno de la
clase obrera era un hecho indiscutible, en la actualidad los colectivos más desfavorecidos
carecen de cohesión interna, y quizás por esto el interés de las y los investigadores se ha
desplazado cada vez más hacia el estudio de la exclusión social y la necesidad de inclusión
(Rose 1999).
En la misma línea, algunos autores han sugerido que si, en la época industrial, el eje
fundamental de polarización social era el vertical, con una lógica arriba/abajo, en la actual
sociedad posindustrial el eje básico de la desigualdad es el horizontal, con una polarización
dentro/fuera (Brugué, Gomá y Subirats 2002; Subirats 2004), una reflexión que también
respalda el recurso a la noción de exclusión.
Desde aquí, por otra parte, consideramos que esta última afirmación debe ser matizada:
la desigualdad contemporánea, de hecho, no se puede esquematizar a través de un solo eje,
sino que es necesario imaginar la intersección de múltiples ejes que dan lugar a una maraña
de posibles diferentes espacios de desigualdad. Esta matización, por otra parte, también
respalda el recurso a la noción de exclusión social (sea en términos generales, sea en el caso
específico de nuestra investigación) ya que ésta, con su carácter multidimensional44, resulta

44 Para un análisis detallado del carácter multidimensional de la exclusión véase apartado 4.5.2.3.

65
Violencia de género en la pareja y exclusión social

mucho más adecuada que el concepto de pobreza para aprehender la complejidad de la


desigualdad contemporánea.

4.3.2 Debilitamiento de las estructuras de integración tradicionales


En el apartado anterior hemos analizado un proceso histórico muy general, que
acompaña el fin de la sociedad industrial y el nacimiento de otra mucho más compleja y
atomizada. En éste observamos cómo tales transformaciones se reflejan en la crisis de los
tres grandes factores de integración social de la época posbélica: empleo, protección social
y familia (Gaviria, Laparra y Aguilar 1998; Laparra 2001)45.
En lo que respecta al empleo, cabe destacar su creciente flexibilización, con el
consiguiente incremento de la precariedad laboral (Carbonero 2010; Pérez y Laparra 2007);
así como el creciente aumento de las y los working poor, es decir, trabajadores y
trabajadoras con un salario inferior al umbral de pobreza (Laparra y Pérez 2012; Moreno
2001). Todas estas transformaciones tienen además lugar en un contexto donde la
globalización económica (Rodríguez 1998; Subirats 2004), el fin del pleno empleo y la
creciente individualización del trabajo reducen –como ya se ha aclarado– tanto el
sentimiento de unión entre trabajadores/as como la capacidad de acción sindical (Castells y
Esping-Andersen 1999). En el caso específico del Estado español, finalmente, a todo esto
debe añadirse el brutal incremento del desempleo registrado en los últimos años, incremento
que no tiene parangón en ningún otro país europeo (Carbonero, Guinea-Martín y Zugasti
2012) y que precariza aún más la posición de las y los trabajadores.
El Estado de Bienestar, por su parte, también está enfrentando una crisis profunda
(Laparra et al. 2007). Transformaciones de diverso tipo –fin del pleno empleo, crisis de la
familia tradicional 46 y envejecimiento de la población, pero también globalización
económica y auge del neoliberalismo (Aznar-Márquez y Azorín 2010; Moreno et al. 2003;
Moreno y Acebes 2008; Rodríguez 2004; Tobío 2008)– de hecho, por un lado, le impiden
seguir enfrentando viejos riesgos; y, por otro, lo vuelven aún menos adecuado para resolver
nuevos desafíos (Moreno y Acebes 2008). También en este caso, entonces, su capacidad
integradora se reduce notablemente.
Finalmente, en lo que respecta a la familia, cabe destacar tanto la crisis de la llamada
familia tradicional como, en relación con esto, la disminución del tamaño de los hogares y
el aumento de hogares monoparentales (Laparra et al. 2007). Todas estas transformaciones,
sin ser en absoluto negativas per se, han, sin embargo, reducido la capacidad de la familia
de prestar soporte de distinto tipo, justamente mientras el envejecimiento de la población

45 Estos tres factores se corresponden con las tres dimensiones de la exclusión social contempladas en la definición operativa de
exclusión que utilizamos en nuestra investigación. Para un análisis más detallado, véase apartado 4.5.3.2.
46 La “familia tradicional” (con un varón proveedor y una mujer que desarrolla el trabajo reproductivo y de cuidados) fue un gran

proveedor de recursos y de servicios, sobre todo en los países mediterráneos, donde se constituía como un elemento crucial
tanto para el bienestar social como para el desarrollo económico (Aznar-Márquez y Azorín 2010; Moreno et al. 2003). La
erosión de la estructura patriarcal (Brugué, Gomá y Subirats 2002) y la gradual incorporación de las mujeres al mercado de
trabajo (Aznar-Márquez y Azorín 2010), sin embargo, privando a las familias de una mano de obra gratuita y siempre disponible
para prestar servicios de distinto tipo (Moreno et al. 2003), conllevaron también la crisis de este modelo. Esto, por un lado,
representa un avance indudable en términos de igualdad de género, por otro, sin embargo, también conlleva una clara
reducción de la capacidad integradora de las familias.

66
La exclusión social

conllevaba un aumento de las necesidades sociales (Brugué, Gomá y Subirats 2002).


También en este caso, entonces, asistimos a la crisis de una estructura que, con todos sus
defectos (muy evidentes desde una perspectiva de género) era, sin embargo, un
importantísimo factor de integración social.
Resumiendo, las transformaciones que tienen lugar en las últimas décadas conllevan la
crisis de los tres grandes factores de integración social de la época posbélica. Y si bien es
cierto que todos estos factores eran reflejo de un sistema marcadamente masculino y
patriarcal, no menos cierto es que parte de la protección que éste otorgaba a los trabajadores
varones se extendía automáticamente a las familias, y esto significa que su crisis afecta, si
bien indirectamente, también a las mujeres.
Lo que ahora nos interesa destacar es que ninguna de estas instituciones se limitaba a
proveer ingresos económicos, sino que su labor integradora iba mucho más allá: el empleo
industrial, por ejemplo, se acompañaba de un fuerte sentimiento de pertenencia de clase, lo
cual permitía a las personas (mejor dicho, a los hombres) sentirse parte de algo colectivo y
confería una identidad social. Asimismo, este empleo fordista también otorgaba sólidos
derechos sociales y permitía forjar un proyecto estable de vida. En la actualidad del
precariado (Carbonero 2010), nada de eso ya es posible. Los cambios que han tenido lugar
en el ámbito del empleo, entonces, no suponen únicamente un mayor riesgo de pobreza,
sino también dificultades en esferas muy diferentes (ej. una menor participación social y
política, un menor acceso a derechos sociales, inseguridad existencial que se puede traducir
en imposibilidad de comprar una vivienda, formar una familia, etc.).
El Estado de Bienestar, por su parte, garantizaba los ingresos de los trabajadores en caso
de enfermedad, pérdida del empleo y jubilación y, de esta manera, permitía que las familias
pudiesen sentirse seguras frente a los avatares de la vida. En la actualidad, sin embargo, su
capacidad protectora se ha reducido notablemente, y esto mientras aparecen nuevas
necesidades (conciliación, atención a la dependencia, etc.) que quedan totalmente
descubiertas. Esto significa que, al igual que sucedía en el caso del empleo, también aquí las
transformaciones descritas no conllevan únicamente una peor protección económica sino
también dificultades en ámbitos muy diversos (ej. necesidades de conciliación no cubiertas,
dependencia no atendida, etc.).
La familia tradicional, finalmente, aun siendo claramente desigual desde un punto de
vista de género, desarrollaba unas funciones fundamentales para el mantenimiento de la
cohesión social, funciones que ya no puede ejercer. Por un lado, de hecho, la progresiva
incorporación de las mujeres en el mercado de trabajo pone en cuestión su capacidad de
asegurar la gestión de los cuidados. Por otro, el creciente riesgo de disolución de la unidad
familiar abre un nuevo escenario de angustia e incertidumbre que afecta a todos los
individuos (Beck y Beck-Gersheim 1990/1998).
Esto implica que, con el debilitamiento de estos tres grandes factores de integración
(Gaviria, Laparra y Aguilar 1998; Laparra 2001), no se ha solamente incrementado el riesgo
de empobrecimiento, sino que paralelamente (y sobre todo) han ido emergiendo otros
elementos de desigualdad además del económico (Subirats 2004), lo cual ha dado lugar a
una realidad difícil de comprender si nos limitamos a las formas tradicionales de medición
de la desigualdad, fundamentalmente economicistas (Subirats 2004).

67
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Esto, por una parte, favorece el nacimiento y desarrollo de nociones –como la de


exclusión– mayormente capaces de captar estos nuevos riesgos; por otra parte, también
subyace a nuestra decisión de utilizar, en este trabajo, precisamente dicho concepto,
desechando, por el contrario, el de pobreza (que, como hemos visto, es mucho menos
preciso a la hora de identificar la multiplicidad de elementos que conforman la desigualdad
contemporánea)47.

4.4 La formulación de nuevos conceptos


La aparición y profundización de diferentes líneas de fractura que cruzan la sociedad, tal
y como ya se ha apuntado, plantea la necesidad de nuevas herramientas de medición y
análisis de la desigualdad social. Este proceso, sin embargo, adquiere matices muy distintos
en Estados Unidos y en Europa: en un caso, de hecho, lleva a la formulación de la noción de
underclass, mientras que, en otro, da lugar a las concepciones multidimensionales de la
pobreza y a la noción de exclusión social.

4.4.1 La underclass en Estados Unidos


La underclass identifica una franja de población que, además de ser pobre, no tiene
alguna opción de mejorar su situación, depende de la asistencia social y adopta
comportamientos desviados (Sempere 2013-2014).
Su formulación se sitúa en Estados Unidos en la década de los Ochenta, en un contexto
socio-político marcadamente conservador que, por un lado, se manifiesta en el triunfo de
Reagan y la doctrina neoliberal y, por otro, recibe de éstos nuevo impulso (Sempere 2013-
2014). Este clima se refleja claramente en la obra de Murray (1984) y en su análisis del
nacimiento de la underclass. Según Murray, de hecho, los orígenes de la underclass habrían
de ser buscados en las reformas demócratas de los años Sesenta y en los programas
asistenciales que ésta introdujo. Tales programas, en su opinión, habrían sido
contraproducentes, ya que premiaban conductas “desviadas”, como la dependencia de los
subsidios y la maternidad fuera del matrimonio. De esta manera, habrían funcionado como
factor de incentivo de comportamientos que, aun siendo convenientes a corto plazo, a largo
plazo impiden la salida de la pobreza (Laparra 2000). Si a esto se añaden, siempre en su
opinión, las reformas garantistas del sistema de justicia, que habrían reducido el riesgo de
ser castigado por delinquir, y la democratización de las escuelas, que conllevaría una
disminución de la responsabilidad individual, se tendrían todos los ingredientes necesarios
para explicar el nacimiento de la underclass. En otras palabras, Murray ignora por completo
la existencia de desigualdades estructurales y considera que los procesos de exclusión social
y de generación de una infraclase son el resultado de decisiones puramente individuales,
amorales y desviadas.

47 Existen, sin embargo, investigadoras que toman una decisión diferente. Es éste, por ejemplo, el caso de Espinar Ruiz que, en
2003, defendió su tesis doctoral acerca de “Violencia de género y procesos de empobrecimiento. Estudio de la violencia contra
las mujeres por parte de su pareja o ex-pareja sentimental”.

68
La exclusión social

La noción de underclass, sin embargo, no es patrimonio exclusivo de autores derechistas


como Murray, sino que es una herramienta utilizada también por teóricos progresistas,
como Wilson (1987, 1996). Éste es un autor de inspiración socialista que, con su obra,
pretende invalidar las teorías de Murray. Para ello, no niega la existencia de una underclass,
sino que efectúa una interpretación diferente de las razones que están detrás de su
existencia. Para Wilson, de hecho, la atención no debe focalizarse en los comportamientos
individuales, sino en factores de orden estructural (cambios en el mercado de trabajo, en la
estructura social y familiar, etc.). En este contexto, la mejora generalizada de las
condiciones de vida de las minorías, aun siendo positiva en términos generales, es un
elemento clave para explicar el origen de la underclass: la huida de los guetos de la
población negra de clase media (evidente a partir de la década de los ochenta), de hecho,
aumenta la concentración de los sectores empobrecidos de las minorías en áreas específicas.
Esto determina una situación de aislamiento de estos grupos, que dificulta enormemente los
procesos de promoción social, facilitando el enquistamiento en la marginalidad de áreas
enteras y, con ello, la aparición de una infraclase.
En relación con esto, otros autores, como Wacquant (2001), subrayan que es
precisamente en esa época cuando el gueto empieza a perder su componente racial (la
población negra exitosa que lo abandona se ve sustituida por inmigrantes de nueva
generación) y a caracterizarse por una mezcla de población con identidad grupal mucho más
débil y componente de marginalidad mucho más intenso. Es así como el antiguo gueto,
pobre sí pero también caracterizado por cierto orgullo negro, se transforma en lo que
Wacquant (2001) llama “supergueto”. En él todo componente de lucha racial desaparece
(proceso favorecido también por los procesos de individualización y desmovilización
característicos de las sociedades contemporáneas), y residir en él empieza a ser sinónimo de
marginación y una fuente de vergüenza. Todo esto también contribuye al surgimiento de
una infraclase.
El fenómeno descrito, aunque se puede apreciar con especial intensidad en Estados
Unidos, se puede asimismo aplicar a los barrios más pobres de las ciudades europeas y
españolas, donde el antiguo sentimiento de pertenencia –y orgullo– de clase de alguna
manera también desaparece y se ve sustituido por un incipiente sentimiento de vergüenza
por las condiciones de pobreza en las que se vive (Sales 2016).
De cara a nuestra investigación, sin embargo, lo que más nos interesa destacar es que la
situación descrita constituye un caldo de cultivo perfecto para una redefinición de la
masculinidad en términos anómicos, algo que, como veremos más adelante, constituye un
claro factor de riesgo de violencia de género (Jewkes 2002). Se trata de una reflexión muy
importante, ya que podrá ayudarnos a comprender mejor algunos datos que el análisis
arroja48.
Finalmente, terminamos esta breve revisión de la noción de underclass recordando que,
en las últimas décadas, su utilización se ha generalizado, por lo menos en Estados Unidos y
en el mundo anglosajón (ej. Martin 2012; Morgan y Ren 2012; Seekings 2014; Solinger
2012). En Europa, en contraste, este concepto nunca ha sido bien acogido, sino que el

48 Para un análisis exhaustivo de estos datos, véase apartado 8.2.2.

69
Violencia de género en la pareja y exclusión social

estudio de la desigualdad social ha desarrollado otras herramientas de análisis, de las cuales


nos ocupamos en los próximos apartados.

4.4.2 Las concepciones multidimensionales de la pobreza y la noción de


exclusión social en Europa
En Europa, las limitaciones –antes analizadas– de las definiciones puramente
economicistas de la pobreza impulsan el desarrollo de concepciones multidimensionales de
la misma así como el surgimiento de la noción de exclusión social. Pese a las diferencias en
el nombre, se trata de conceptos muy cercanos el uno al otro.
Entre las concepciones multidimensionales de la pobreza encontramos un primer grupo
de definiciones que pone el acento en las condiciones de vida (Halleröd y Larsson 2007;
Mateo 2000; Paugam 2005/2007). Otras nociones, más recientes pero en rápida expansión
(Boon y Farnsworth 2011), no se limitan a considerar el aspecto material de la pobreza, sino
que atribuyen gran importancia a elementos como la fuerza del vínculo social con el
conjunto de la sociedad (Paugam 2001; Paugam 2005/2007) y la dimensión psico-social (Jo
2014).
Si la consideración de los aspectos más materiales de las situaciones de dificultad ha sido
mayoritaria en el contexto anglosajón, las y los autores franceses han sido pioneros en
considerar la dimensión social de la misma. Más concretamente, son estos últimos quienes
se han ocupado preferentemente del nivel de integración del individuo en la sociedad, así
como de la cantidad y calidad de sus relaciones interpersonales; y son siempre ellos
quienes, de esta manera, han subrayado la importancia del vínculo social como factor de
integración, y su debilitamiento como factor de riesgo (García, Ocaña y Cabrero 2001).
Para ello, han recurrido frecuentemente a las nociones de desafiliación (Castel 1995/1997) y
descualificación (Paugam 2005/2007), que remiten a la importancia del vínculo social y a la
dimensión socio-cultural del fenómeno analizado (Paugam 2012).
La noción de exclusión social, por su parte, guarda una relación muy estrecha con estas
últimas formulaciones y representa su evolución teórica más inmediata (Brunet, Valls y
Belzunegui 2008). Este concepto vio la luz en Francia en la década de los setenta y, aunque
permanecen algunas incertidumbres acerca de su significado originario, lo que queda fuera
de duda es que, en un corto periodo de tiempo, pasó a identificar más claramente un proceso
de alejamiento del individuo respecto de la sociedad (Cousins 1998) y se convirtió en una
noción clave de la sociología urbana francesa (Del Valle 2008). A partir de la década de los
noventa, además, esta noción fue adoptada por las instituciones europeas para sustituir la
noción de pobreza (Allman 2013; Laparra et al. 2007; Saraví y Makowski 2011; Shabaan
2011; Subirats 2004), algo que supuso su definitiva consolidación. Desde entonces, este
concepto ha adquirido una importancia cada vez mayor, aunque achacada por cierta
ambigüedad (Boon y Farnsworth 2011) y polisemia (Lechuga, Martínez y Carmona 2011;
Pérez y Mora 2006). En cualquier caso, pese a la existencia de definiciones muy diferentes,
sí existe cierto acuerdo entre las y los investigadores acerca de su carácter estructural
(Brugué, Gomá y Subirats 2002; Gabàs i Gasa 2003; Laparra 2010; Laparra et. al 2007;
Subirats 2004; Subirats 2005), procesual (Boon y Farnsworth 2011; Brugué, Gomá y
Subirats 2002; Cabrera 2004; Castel 1995/1997; Laparra 2010; Oxoby 2009; Subirats 2004)

70
La exclusión social

y multidimensional (Boon y Farnsworth 2011; Brugué, Gomá y Subirats 2002; Halleröd y


Larsson 2006; Laparra et al. 2007; Laparra y Aguilar 2000; Moreno y Acebes 2008; Pérez y
Laparra 2007; Pirani 2011; Raya 2004; Spoor 2011; Subirats 2005; van Bergen et al.
2014)49.

4.4.3 La realidad europea frente al panorama estadounidense


Una vez efectuada esta revisión, puede ser interesante poner de relieve los puntos de
contacto y las diferencias existentes entre la noción de underclass, mayoritaria en Estados
Unidos, y el concepto de exclusión social, hegemónico en Europa. Con respecto a las
semejanzas, cabe resaltar que, en ambos casos, se evidencia una clara discontinuidad entre
la población estudiada y el resto de la sociedad, así como diferencias muy notables en el
nivel de vida de los dos grupos. También cabe destacar el carácter minoritario de los
procesos señalados y la naturaleza procesual de los mismos unida, sin embargo, a un fuerte
riesgo de irreversibilidad. Es decir, que ambas nociones están, de facto, identificando un
único proceso (Laparra 2000).
Tales semejanzas, sin embargo, no pueden hacernos olvidar que existen también
profundas diferencias, como las relativas a la delimitación del objeto de estudio: la
infraclase, en todas y cada una de sus acepciones, identifica un sector de población muy
reducido, con valores y comportamientos radicalmente diferenciados de los del resto de la
población. La exclusión social, al contrario, es un concepto más amplio, que engloba todos
los individuos que, aunque experimentan dificultades para acceder a los mecanismos de
integración social, no necesariamente presentan diferencias tan marcadas con respecto al
conjunto de la sociedad. En este sentido, entonces, la infraclase sería solamente una parte
del fenómeno, más amplio, de la exclusión (Laparra 2000).
Esta comparación indica que, en Estados Unidos, el análisis de la desigualdad se ha
centrado en una pequeña franja de población fuertemente marginada, mientras que, en
Europa, se ha preferido estudiar procesos menos intensos pero que afectan a un porcentaje
más elevado de población. Quizás el hecho de que Estados Unidos se enfrente a unos
niveles de desigualdad y alarma social mucho más elevados que los europeos (Piketty y
Saez 2014), así como a procesos de guetización mucho más intensos (Wacquant 1996),
puede ayudarnos a comprender las diferencias. El hecho de que incluso un autor como
Murray (1990) ponga en duda la existencia de una underclass fuera de Estados Unidos
parece confirmar esta hipótesis.
De cara a la presente investigación, finalmente, cabe resaltar que, aunque el concepto al
que nos remitimos es el de exclusión, algunas de las reflexiones sobre la underclass ahora
efectuadas también resultan especialmente útiles, fundamentalmente para comprender
determinadas dinámicas que, aunque no afectan al conjunto de la población en exclusión, sí
pueden aplicarse a determinados subgrupos de la misma50.

49 Para un análisis más detallado, véase apartado 4.5.


50 Nos referimos tanto a aquellos individuos y hogares que experimentan determinados tipos de exclusión (ej. situaciones de
conflicto social) como –y sobre todo– a aquellos que residen en barrios y zonas claramente marginales.

71
Violencia de género en la pareja y exclusión social

4.5 Profundizando en el concepto de exclusión social


Una vez realizados algunos apuntes acerca de la diferente evolución que los estudios
sobre pobreza y desigualdad social han experimentado en Estados Unidos y en Europa,
centramos nuestra mirada en el concepto que más específicamente nos ocupa: la exclusión
social.

4.5.1 Formulación y desarrollo


De acuerdo a la gran mayoría de la literatura, la noción de exclusión social vio la luz en
Francia en 1974, cuando René Renoir publicó su obra “Les Exclus: un Francais sur dix”
(Allman 2013; Lechuga, Martínez y Carmona 2011; Herzog 2011; Pérez y Mora 2006;
Rubio 2012). Otros autores, sin embargo, resaltan que existe una formulación anterior, de
Jules Klanfer, que, en 1965, publicó un libro titulado “L’exclusion sociale” (Herzog 2011).
En cualquier caso, lo relevante es que el concepto de exclusión ha sido formulado en
Europa, y más concretamente en Francia, y esto no es casual, sino que guarda una estrecha
relación con el contexto histórico-político europeo en general y francés en particular. Por un
lado, de hecho, los países de la Europa continental, con su tradición socialdemócrata,
constituían un terreno más adecuado que los países anglosajones, de tradición liberal, para
el desarrollo del concepto de exclusión (Boon y Farnsworth 2011). Por otro, en el contexto
europeo, el país galo, con su herencia republicana y los ideales de solidaridad y fraternidad
que le van asociados, así como con su larga tradición de estudios que ponían el acento en la
dimensión socio-cultural de la pobreza (Paugam 2012), era sin duda el que ofrecía el terreno
más propicio (Allman 2013; Pérez y Mora 2006).
No hay acuerdo acerca del significado preciso del concepto de exclusión en sus orígenes:
algunas autoras reflejan que hacía referencia a las personas no cubiertas por la Seguridad
Social (Raya 2004); otros afirman que pretendía reflejar sobre todo las situaciones de
desempleo y de “inestabilidad de los vínculos sociales” (Subirats 2004, p. 17). Sea como
sea, en un breve laxo de tiempo este concepto recién formulado se convirtió en una noción
clave de la sociología urbana francesa (Del Valle 2008) y pasó a identificar más claramente
un proceso de ruptura entre el individuo y la sociedad (Cousins 1998). Luego, con la
introducción de la Renta Mínima de Inserción en Francia en los ochenta, adquirió cada vez
mayor protagonismo y logró traspasar las fronteras de la academia (Shaaban 2011). La
verdadera consolidación, sin embargo, tuvo lugar entre el final de los ochenta y el principio
de los noventa, cuando la noción de exclusión entró a formar parte del discurso de las
instituciones europeas, como sustituta de la idea de pobreza, objeto de críticas generalizadas
por su orientación exclusivamente economicista (Allman 2013; Laparra et al. 2007; Saraví y
Makowski 2011; Shabaan 2011; Subirats 2004).
El éxito cosechado por el concepto de exclusión fue abrumador, tanto que llegó
prácticamente a sustituir la idea de pobreza como noción básica en los estudios sobre
desigualdad. Las razones de este éxito, como es habitual en ciencias sociales, no responden
a un único factor sino a una combinación de varios elementos. En primer lugar, el concepto
que nos ocupa logró imponerse con tanta fuerza y rapidez porque, como ya se ha señalado,
encontró un terreno fértil en la tradición política francesa (Allman 2013). Una segunda y
más significativa razón apunta a la existencia de una necesidad concreta: dar cuenta de las

72
La exclusión social

nuevas formas de desigualdad surgidas a raíz de los cambios económicos, políticos,


ideológicos y sociales antes analizados, que volvían obsoleto el concepto de pobreza
(Subirats 2004). En tercer lugar, el éxito alcanzado por la noción de exclusión se relaciona
también con su adopción por parte del lenguaje político, a nivel tanto nacional como, sobre
todo, europeo. Fue precisamente esta adopción que, por un lado, logró que la noción de
exclusión fuera conocida por el gran público y que, por otro, trajo consigo un importante
impulso a la investigación sobre el tema, lo cual también contribuyó a su difusión (Herzog
2011). Esto implica que la noción de exclusión recibió un doble uso, tanto especializado
como no (Subirats 2004), y esto si, por una parte, contribuyó a su éxito, por otra, trajo
consigo una indudable ambigüedad (Boon y Farnsworth 2011) y polisemia (Lechuga,
Martínez y Carmona 2011; Pérez y Mora 2006). En relación con esto, también cabe
destacar que algunos autores consideran que la grandísima difusión que el concepto de
exclusión alcanzó está relacionada precisamente con su parcial indeterminación (Boon y
Farnsworth 2011; Dahl, Fløtten y Lorentzen 2008). Finalmente, hay quién advierte que si el
concepto de exclusión fue acogido tan bien tanto por el ámbito académico como, sobre
todo, político, es porque permitía evitar la incómoda e impopular noción de pobreza (Izcara
2007).
Sea cual sea la razón de este éxito, no cabe duda de que, por lo menos a nivel europeo, la
noción de exclusión ha logrado ocupar un lugar casi hegemónico en el estudio de la
desigualdad, lugar que, por otra parte, es bien merecido, ya que se trata del único concepto
que permite visibilizar la multidimensionalidad de los procesos de desigualdad
contemporáneos (Laparra y Pérez 2008).

4.5.2 La exclusión social como fenómeno estructural, procesual y


multidimensional
Se ha aclarado antes que, incluso en el contexto europeo, el de exclusión social es un
concepto polisémico y parcialmente indeterminado que, dependiendo del contexto, se
utiliza con significados profundamente diferentes. Existe, sin embargo, cierto acuerdo a la
hora de considerar la exclusión como un fenómeno de origen estructural, con carácter
multidimensional y de naturaleza procesual.

4.5.2.1 Un fenómeno con origen estructural


En primer lugar, entonces, la exclusión social es un fenómeno de carácter estructural
(Brugué, Gomá y Subirats 2002; Gabàs i Gasa c2003; Laparra 2010; Laparra et. al 2007;
Subirats 2004; Subirats 2005). Esto significa que nos enfrentamos a una lacra “inherente a
la lógica misma de un sistema económico y social que la genera y alimenta casi
irremediablemente” (Subirats 2004, p. 18). En otras palabras, las causas de la exclusión han
de ser buscadas en el macronivel y es justamente allí donde tenemos que dirigir nuestras
miradas para comprenderla51.

51Es importante destacar que poner el foco en la estructura no significa en absoluto desconocer la importancia de factores de
corte más micro (Laparra et al. 2007; Pérez y Laparra 2007), sino aclarar que éstos actúan sobre desigualdades estructurales.

73
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Más concretamente, cuando afirmamos que el fenómeno de la exclusión social es un


producto de la estructura social, hacemos referencia, por un lado, al hecho de que las
desigualdades estructurales inherentes al sistema capitalista son las que la generan; y, por
otro, al hecho de que los cambios sociales acaecidos en las últimas décadas han
ulteriormente intensificado tales desigualdades 52 y, por ende, también la probabilidad de
que éstas cristalicen en procesos de exclusión (Laparra et al. 2007).
En este contexto, entonces, podemos afirmar que “el corazón de la problemática de la
exclusión no está donde encontramos a los excluidos” (Castel 1995/1997, p. 108), sino en
una determinada configuración de la estructura social que lleva a la inevitable expulsión de
algunos de sus miembros (Castel 1995/1997). En resumen, entonces, la exclusión social se
configura como la consecuencia inevitable de un sistema caracterizado por un “déficit de
lugares ocupables en la estructura social” (Raya 2004, pp. 3-4) y que no permite la inclusión
de todos los individuos. La erradicación de la exclusión, por lo tanto, pasa necesariamente
por transformaciones a nivel de estructura.
Hacer hincapié en el carácter estructural de la exclusión social, por otra parte, resulta
especialmente importante en una investigación como la nuestra. Como ya se ha apuntado
con anterioridad, de hecho, el estudio de la violencia de género en grupos marginalizados
presenta el riesgo de una ulterior marginalización de sus miembros (Sokoloff y Dupont
2005). Y este riesgo puede ser evitado únicamente manteniendo una mirada estructural,
donde las diferencias entre estos grupos marginalizados y el resto de la sociedad se remiten
a cuestiones de orden estructural y no individual.

4.5.2.2 El carácter procesual de la exclusión


En segundo lugar, la exclusión es un fenómeno de carácter procesual y dinámico (Boon
y Farnsworth 2011; Brugué, Gomá y Subirats 2002; Cabrera 2004; Castel 1995; Laparra
2010; Oxoby 2009; Subirats 2004), que no debe ser entendido como un estado, sino como
un “proceso de alejamiento de algunos individuos respecto al centro de la sociedad”
(Laparra et al. 2007, p. 35).
Hablar de carácter procesual implica poner énfasis en la idea de itinerarios y evolución.
Esto significa que, para comprender e interpretar un proceso de exclusión, no podemos
tener en cuenta únicamente la realidad actual, sino que debemos considerar asimismo la
situación anterior y los pronósticos a futuro. En otras palabras, el tiempo es un elemento
clave para comprender tales procesos.
En sentido práctico, esto tiene consecuencias importantes. Por un lado, de hecho, nos
ayuda a comprender que hallarse en una situación de precariedad tiene un significado
simbólico muy diferente según que ésta se viva en referencia a una anterior estabilidad o en
comparación con una situación de desprotección aún mayor (Castel 1995). En sentido en
cierto modo contrario, sin embargo, también implica que las probabilidades que cada
persona tiene de lograr la inclusión varían de forma muy clara según que la exclusión sea

52 Para un análisis más detallado de estas transformaciones, véase apartado 4.3

74
La exclusión social

algo reciente o, por el contrario, algo muy enquistado en el tiempo. Esto, por otra parte, es
un elemento que aparece claramente en el análisis53.
El hecho de que la exclusión tenga carácter procesual también significa que en ella no se
“cae” de forma repentina e improvisa, sino que se llega gradualmente, como resultado de un
proceso que paulatinamente aleja al individuo de la zona de integración (Rubio 2012).
Trasladado a la práctica, este carácter dinámico implica la existencia de diferentes niveles
de intensidad en los procesos de exclusión, los cuales deben ser identificados, medidos y
analizados para llegar a una mejor comprensión del fenómeno (Laparra 2001).
La identificación de diferentes niveles de intensidad, de hecho, es precisamente lo que
sustenta la decisión, cada vez más común, de no estructurar el análisis en base a las dos
categorías dicotómicas de integración y exclusión, sino de optar por la “diferenciación de
una heterogeneidad de espacios situados en el continuo entre integración y exclusión”
(Laparra et al. 2007, p. 28).

Ilustración 2. Diferentes propuestas coinciden en la identificación de una heterogeneidad de


espacios en el continuo entre integración y exclusión

Integración Exclusión

Vulnerabilidad/precariedad (Castel 1997)

Precariedad (Paugam 2007)

Integración precaria/exclusión moderada (Laparra y Pérez 2008)

Fuente: Castel (1995/1997); Paugam (2005/2007); Laparra y Pérez (2008)

Tal y como se puede apreciar en la figura anterior, los nombres asignados a estos lugares
sociales varían (Laparra, Gaviria y Aguilar 1998), así como cambia también el número de
niveles considerados; un elemento, sin embargo, se mantiene constante en todas las
investigaciones: la identificación de un espacio intermedio, distinto tanto de la zona de
integración como de la de exclusión (Castel 1995; García, Malo y Rodríguez 2001; Raya
2004; Tezanos 2002).
Para terminar, es necesario destacar que el interés por el carácter procesual de la
exclusión, así como ha llevado a superar una tipología dicotómica a favor de una tri o
cuadripartita y a focalizar la atención en la zona de vulnerabilidad, también ha alimentado el
interés para herramientas alternativas de análisis. Más concretamente, nos estamos
refiriendo a las encuestas tipo panel y a las metodologías cualitativas, que, con su capacidad
de analizar itinerarios y visibilizar tendencias, representan un tentativo de atribuir la
necesaria importancia a la dimensión temporal de la exclusión (Laparra et al. 2007; Pérez y
Laparra 2007). Más concretamente, las encuestas tipo panel son indispensables si queremos

53 Para un análisis más detallado véase apartado 9.3.3.2.3.

75
Violencia de género en la pareja y exclusión social

abandonar el tradicional análisis estático en el tiempo a favor de uno dinámico54, mientras


que las metodologías cualitativas resultan imprescindibles para un análisis más detallado y
profundo de los factores de exclusión, de su interrelación y del peso de cada uno de ellos en
los procesos de caída (Laparra et al. 2007).

4.5.2.3 El carácter multidimensional de la exclusión


Como último elemento, cabe destacar que la exclusión –según la práctica totalidad de los
estudios revisados– es un concepto multidimensional (Boon y Farnsworth 2011; Brugué,
Gomá y Subirats 2002; Halleröd y Larsson 2006; Laparra et al. 2007; Laparra y Aguilar
2000; Moreno y Acebes 2008; Pérez y Laparra 2007; Pirani 2011; Raya 2004; Spoor 2011;
Subirats 2005; van Bergen et al. 2014). La existencia de un fuerte consenso en este sentido
no debe sorprender, ya que esta multidimensionalidad es una directa consecuencia de la
necesidad de visibilizar otros elementos de desigualdad además del económico, necesidad
que, como hemos visto con anterioridad, está a la base del nacimiento de la noción de
exclusión.
Aunque entre las y los investigadores hay acuerdo a la hora de considerar la exclusión
como un fenómeno que atañe a múltiples esferas (Moreno y Acebes 2008; Pirani 2011),
cuando se llega a tener que definir cómo éstas se relacionan entre sí el consenso se rompe y
aparecen dos diferentes líneas de análisis (Pérez y Laparra 2007). Por un lado, se
encuentran aquellas investigaciones que consideran que las varias dimensiones de la
exclusión constituyen aspectos separados e independientes: en este sentido, la exclusión del
empleo, residencial y educativa, por ejemplo, constituirían fenómenos autónomos. Por otro
lado, se hallan aquellos estudios que defienden que la situación de exclusión es
precisamente el resultado de la incidencia simultánea, en diferentes ámbitos, de distintos
elementos de vulnerabilidad que se suman, se interrelacionan y se retroalimentan (Gabàs i
Gasa 2003). Desde nuestro punto de vista, para que un análisis sea exhaustivo es necesario
integrar ambas perspectivas (Laparra y García 2010). Por una parte, entonces, un índice
sintético de exclusión será la herramienta que nos permitirá identificar un sector de
población, más reducido y también más alejado del conjunto de la población, que se ve
afectado contemporáneamente por distintos procesos de exclusión (Laparra 2010; Laparra y
García 2010). Por otra, considerando que nos enfrentamos a procesos que son múltiples,
variados y dotados de relativa autonomía, este primer acercamiento deberá acompañarse de
un análisis por sectores, atendiendo de forma separada a la exclusión que se da en cada
ámbito, desde lo laboral hasta lo educativo, lo relacional, etc. (Laparra 2010; Laparra y
García 2010).
Un análisis de este tipo, por otra parte, es especialmente necesario ya que, como
veremos, la fuerza de la asociación entre la violencia de género y la exclusión social
depende tanto de la intensidad como del tipo de exclusión considerado.

54 Desafortunadamente, su desarrollo es todavía muy escaso, mientras que la mayoría de los instrumentos de los que
disponemos sólo consienten sacar una foto fija en el tiempo (Laparra y Aguilar 2000).

76
La exclusión social

4.5.3 La operativización de la exclusión social


Una vez definidos los principales atributos de la noción de exclusión, vamos a observar
cómo ésta ha sido traducida a un concepto operativo. Dado que, históricamente, no ha
habido acuerdo acerca de cómo medir empíricamente el fenómeno (Laparra, Zugasti y
García 2014), esta traducción ha dado lugar a propuestas muy diferentes que, en la
actualidad, coexisten. En los próximos apartados, entonces, en primer lugar, presentamos
algunos de los más relevantes nodos de desacuerdo existentes, introduciendo además
algunas de las propuestas que se han realizado hasta la fecha. En un segundo momento,
efectuamos un estudio más pormenorizado de la definición que utilizamos en la presente
investigación.

4.5.3.1 La coexistencia de propuestas diferentes


Un primer nodo de desacuerdo se deriva de la existencia de múltiples propuestas en lo
que respecta a la relación exclusión-pobreza. Algunas investigaciones, sobre todo de ámbito
anglosajón, de hecho, las consideran conceptos prácticamente intercambiables; o, aun
diferenciando entre una noción y otra, limitan la exclusión a la esfera económica y laboral
y, por lo tanto, la reducen a un fenómeno muy cercano a la idea de pobreza (Allman
2012)55. La existencia de este tipo de definiciones, por otra parte, indica que el consenso
existente acerca de la exclusión social como un fenómeno verdaderamente
multidimensional es más aparente que real. Dentro de este grupo se halla también la
definición adoptada por la UE: allí, de hecho, la única herramienta disponible y
consensuada es el AROPE (At-Risk-Of Poverty and Exclusion)56, un indicador que mide la
tasa de riesgo de pobreza y exclusión social. Su valor reside en su capacidad de permitir la
comparación entre países, pero su capacidad de captar la multidimensionalidad de los
procesos de exclusión es prácticamente nula57.

55 En sentido opuesto, las nociones de pobreza y exclusión pueden acabar confundiéndose por un proceso inverso, donde es la
noción de pobreza la que paulatinamente se desplaza hacia el espacio de la exclusión. Es éste el caso de las investigaciones
que recurren a una noción multidimensional de pobreza (ej. Atkinson 2003; Chowdhury y Mukhopadhaya 2014; Coromaldi y
Zoli 2011; Esposito y Chiappero-Martinetti 2010; Fedriani y Martín 2011).
56 En lo que respecta a las medidas adoptadas por la UE para permitir la realización de estudios comparados, cabe asimismo

recordar que hubo un primer intento de estandarización en 2001, cuando se crearon los indicadores de Laeken (Rende, Rende
y Baysal 2011). Estos indicadores –fuertemente centrados en lo económico (Levitas 2007; Rende, Rende y Baysal 2011) pero
capaces de captar, en cierta medida, la multidimensionalidad de los procesos de exclusión56– representaron un avance en la
medición de la exclusión social a nivel UE; su relevancia práctica, sin embargo, se vio disminuida por el hecho de que no
permiten extraer un dato sintético.
57El indicador AROPE, creado a partir de la armonización de indicadores realizada en el marco de EUROSTAT, fue puesto en

marcha por la Estrategia Europa 2020, aprobada en el año 2010 (INE). Combina tres elementos, todos pertenecientes a la
esfera económica o de empleo, mientras que lo relacionado con las otras esferas simplemente desaparece del mapa. Más
específicamente, según este indicador se consideran en riesgo de pobreza y/o exclusión social aquellas personas que
experimentan: riesgo de pobreza después de transferencias sociales (personas cuyos ingresos son inferiores al 60% de la
renta mediana disponible equivalente después de transferencias sociales); Carencia material severa (personas que viven en
hogares que carecen al menos de cuatro conceptos de los nueve siguientes: no tener retrasos en el pago del alquiler, hipoteca,
recibos relacionados con la vivienda o compras a plazos; mantener la vivienda con una temperatura adecuada durante los
meses fríos hacer frente a gastos imprevistos; hacer frente a gastos imprevistos; una comida de carne, pollo o pescado cada
dos días; ir de vacaciones fuera de casa, al menos una semana al año; un coche; una lavadora; una televisión a color; un
teléfono); o personas que viven en hogares con muy baja intensidad de trabajo (personas de 0 a 59 años que viven en hogares
cuyos miembros en edad de trabajar lo hicieron menos del 20% de su potencial total de trabajo en el año anterior al de la
entrevista).

77
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Otros estudios (ej. Boon y Farnsworth 2011; Eberharter 2012; Linarez 2002) defienden
que la exclusión es algo más que la pobreza, pero la engloba. Dicho de otra manera,
reconocen la existencia de múltiples dimensiones en los procesos de exclusión, pero
consideran que la pobreza es una condición necesaria para que éstos se den.
Finalmente, un último grupo de investigaciones (ej. Bak y Larssen 2014; Dahl, Fløtten y
Lorentzen 2008; Izcara 2007; Laparra et al. 2007; Pérez 2010; Pirani 2011; Riba y Subirats
2005; Subirats 2004) considera que hay puntos de contacto entre los dos conceptos pero que
ninguno engloba al otro. Desde esta perspectiva, la pobreza es considerada una dimensión
sin duda muy relevante de los procesos de exclusión, pero no es un elemento suficiente ni
necesario de los mismos. En otras palabras, la pobreza puede sí desencadenar procesos de
exclusión y es por lo tanto un factor de riesgo; pero también existen procesos de exclusión
que no guardan relación con la dimensión económica, así como situaciones de pobreza que
no conducen a exclusión. Las nociones de pobreza y exclusión social, entonces, no
identifican al mismo colectivo social, sino a grupos diferentes aunque relacionados: esto,
por otra parte, también implica que, si dividimos la población en las tres grandes zonas de
integración, vulnerabilidad y exclusión, observaremos que en todas hay personas afectadas
por la pobreza, aunque la proporción claramente varía (García, Malo y Rodríguez 2001)58.
La definición de exclusión que aquí se utiliza se engloba precisamente en este último grupo.
Un segundo nodo de desacuerdo aparece a la hora de establecer qué dimensiones
contemplar: si en lo referente a la esfera económica existe cierta unanimidad, de hecho, en
lo relativo a las otras dimensiones las propuestas varían considerablemente. Pirani (2011),
por ejemplo, contempla las relaciones entre individuos y los derechos civiles. Spoor (2011)
considera el nivel de participación familiar, comunitaria e institucional y el al acceso a los
sistemas de protección social. Van Bergen et al. (2014) siguen este mismo esquema pero
añaden la presencia de comportamientos incívicos. Dahl, Fløtten y Lorentzen (2008) y
Boon y Farnsworth (2011), finalmente, recurren a la noción de capital social. Ésta es
únicamente una pequeña muestra de las innumerables propuestas existentes en ámbito
europeo, pero es suficiente para poner de manifiesto la heterogeneidad de soluciones a las
que las y los investigadores han llegado.
Resumiendo, a nivel internacional, coexisten propuestas muy diferentes; y, a nivel UE,
todavía no existe una herramienta de análisis que permita efectuar estudios comparados y, a
la vez, aprehender la multidimensionalidad de los procesos de exclusión.
A nivel estatal, por otra parte, también coexisten varias propuestas. Entre ellas,
consideramos necesario destacar las de Tezanos (2001), de Subirats (2005) y –sobre todo–
de Laparra y Pérez-Eransus (2008). Todas ellas reconocen el carácter multidimensional de

58 Algunos estudios avanzan la hipótesis de que la relación entre la pobreza y la exclusión es más estrecha de lo que refleja la
mayoría de las investigaciones existentes. Desde esta perspectiva, la debilidad de la correlación registrada en dichos estudios
respondería sobre todo a cuestiones de orden metodológico. Por un lado, de hecho, si consideramos que el carácter
estructural de la exclusión hace que ésta se modifique más lentamente que la pobreza (Laparra y García 2010) y que la
mayoría de las investigaciones se basan en datos estáticos y no dinámicos (Dahl, Flotten y Lorentzen 2008), esta falta de
correlación podría ser simplemente el resultado de la ausencia de una perspectiva temporal en los estudios sobre exclusión.
Por otro lado, también cabe reseñar que hay otro elemento que media en la fuerza de la relación entre pobreza y exclusión, y
es la definición de pobreza que utilizamos: cuando recurrimos a una definición de pobreza en término de bajos ingresos, de
hecho, la relación encontrada es mucho más débil que cuando identificamos la pobreza como privación (Halleröd y Larsson
2006).

78
La exclusión social

la exclusión, pero varían las dimensiones consideradas. Tezanos (2001), por ejemplo,
considera diferentes aspectos vinculados con la insuficiencia de ingresos, las dificultades de
acceso al mercado de trabajo (empleo de exclusión, precariedad laboral y desempleo), las
problemáticas relacionadas con la vivienda (acceso y mantenimiento), la presencia de
adicciones y enfermedades y la existencia de relaciones conflictivas o aislamiento social.
Subirats (2005), por su parte, contempla los ejes económico, laboral (acceso al mercado
y condiciones laborales), formativo (acceso al sistema educativo y capital formativo),
sociosanitario (mortalidad y morbilidad), residencial (acceso a la vivienda y condiciones de
la misma), relacional (cantidad y calidad de las redes familiares y sociales) y político
(ciudadanía y participación). Considera, además, el contexto espacial (físico, sociocultural y
económico) en el que se dan tales procesos.
Laparra y Pérez (2008), finalmente, incluyen una esfera económica, una esfera política y
una esfera social-relacional. Esta última propuesta resulta especialmente interesante para
nosotras, sea porque representa el resultado de un amplio consenso alcanzado a nivel estatal
(Pérez y Laparra 2007), sea porque sobre ella se estructura nuestro análisis empírico. Es,
por lo tanto, oportuno efectuar un examen más pormenorizado de la misma; a ello
dedicamos, entonces, los próximos apartados.

4.5.3.2 La propuesta adoptada en la presente investigación


El camino que, en el nivel estatal, llevó a la formulación de una definición consensuada
de exclusión empezó con la realización de varios análisis regionales (ej. Laparra 2000;
Rodríguez, Pérez-Yruela y Trujillo 2004; Subirats et al. 2005). Tales estudios, en un primer
momento, se concibieron de forma aislada pero, finalmente, culminaron en el trabajo
conjunto realizado por Laparra y otros en el año 2007 (Martínez 2013). Este trabajo es
particularmente relevante en el panorama científico estatal porque en él se plasmó una
definición –consensuada– de exclusión que no permanecía exclusivamente en un plano
abstracto, sino que establecía asimismo con claridad qué ejes, dimensiones y aspectos había
que contemplar (Laparra et al. 2007).

79
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 1. Las dimensiones de la exclusión social

Ejes Dimensiones Aspectos


Participación en la producción Exclusión de la relación salarial normalizada
Económico Pobreza económica
Participación en el consumo
Privación
Acceso efectivo a los derechos políticos
Ciudadanía política
Abstencionismo y pasividad política
Político
Acceso limitado a los sistemas de protección
Ciudadanía social
social: sanidad, vivienda y educación
Ausencia de lazos sociales Aislamiento social, falta de apoyos sociales
Social Integración en redes sociales "desviadas"
(relacional) Relaciones sociales perversas Conflictividad social (conductas anómicas)
Conflictividad familiar (violencia doméstica)
Fuente: Laparra et al. 2007, p.28.

Y aún es más: en el año 2008, en el marco del VI Informe Foessa, este trabajo colectivo
terminó originando una herramienta empírica de medición de la exclusión social basada en
35 indicadores que identificaban “situaciones fácticas, constatables empíricamente, que
suponían cada una de ellas suficiente gravedad como para poner en cuestión la plena
participación social de las personas afectadas” (Laparra, Zugasti y García 2014, p. 4) 59.
Esta formulación es justamente la que se utiliza en nuestro análisis. Por ello, resulta
ahora oportuno observar con mayor detalle qué se mide en cada eje y en cada dimensión.

4.5.3.2.1 La dimensión económica


La dimensión económica se analiza en la doble vertiente de intervención en la
producción y en el consumo. La primera hace referencia a situaciones de exclusión del
mercado de trabajo (desempleo) o en él (empleos que, por su naturaleza o por darse en la
economía sumergida, no constituyen en absoluto una garantía frente a la exclusión)
(Brugué, Gomá y Subirats 2002; Laparra y Pérez 2010; Subirats 2004). La consideración de
ambas circunstancias como elementos de exclusión se deriva del hecho de que el empleo,
como hemos visto antes, es uno de los más importantes factores de integración (Gaviria,
Laparra y Aguilar 1998; Laparra 2001).
Tales situaciones presentan un importante sesgo de género: por un lado, de hecho, la
falta de experiencia laboral de las mujeres que se han dedicado al trabajo doméstico no
remunerado obstaculiza su acceso al empleo; por otro, las dificultades de la conciliación
entre vida laboral y cargas familiares acrecientan la difusión, entre ellas, de empleos de baja
calidad (Gabàs i Gasa 2003; Laparra 2010; Riba y Subirats 2005). Estos elementos de
debilidad se hacen especialmente visibles cuando las mujeres se plantean separarse de sus
parejas sentimentales, sea porque dicha separación se presenta como una quimera
(precisamente por la existencia de dificultades de tipo económico), sea porque a menudo se
acompaña de rutas descendentes hacia la exclusión. Es ésta una dinámica que puede

59 Para un análisis más detallado, véase Anexo II.

80
La exclusión social

aplicarse al conjunto de mujeres, pero que aparece claramente intensificada en situaciones


de violencia de género. En el análisis volveremos sobre ello60.
La segunda dimensión hace referencia a la pobreza económica y a la carencia de bienes
considerados básicos en un contexto social determinado. Esta dimensión también presenta
un sesgo de género: sea porque los hogares encabezados por mujeres –y, aun más, lo
hogares monoparentales (Carbonero 2011)– son los que evidencian una mayor probabilidad
de padecer una situación de pobreza (Damonti 2014b; Fernández 1998; Riba y Subirats
2005), sea porque a menudo se registra un acceso desigual a los ingresos en el seno de la
familia, sobre todo en lo relacionado con los gastos personales (Gabàs i Gasa 2003). Este
último elemento –un tema de gran interés sobre el cual, sin embargo, existen muy pocos
análisis empíricos– también es algo que –como veremos en el análisis–suele dispararse en
casos de violencia de género61.

4.5.3.2.2 Las dimensiones políticas


Las dimensiones políticas incluyen la ciudadanía política y la ciudadanía social. La
primera hace referencia al ejercicio efectivo de los derechos políticos, condición necesaria
para disfrutar de una ciudadanía plena en una sociedad democrática.
La segunda hace referencia al acceso a los sistemas de protección social de vivienda,
educación y salud. El acceso a una vivienda reviste una importancia fundamental en el
alcance y evolución de los procesos de exclusión: la existencia de dificultades en esta
esfera, de hecho, además de ser grave en sí misma, a menudo refleja la presencia de
problemáticas en otros ámbitos (Subirats 2004) y puede, además, terminar acrecentándolas.
La formación también es muy relevante, y esto porque la falta de preparación limita la
competencia para el empleo y aumenta el riesgo de exclusión laboral y además tiene una
gran influencia en “la definición del individuo que hacen los otros y uno mismo en el plano
moral (…) y esta discriminación tiene efectos tanto de carácter simbólico como práctico”
(Subirats 2004, p. 26). Finalmente, la ciudadanía social incluye también el derecho a la
salud, entendido sea como posibilidad de acceder a la asistencia sanitaria precisada, sea
como capacidad de hacer frente a las necesidades vitales más básicas, como la alimentación.
Se trata, en ambos casos, de elementos de exclusión muy claros, sea por lo que significan en
sí mismos, sea por las secuelas que pueden generar en otros ámbitos y a lo largo del tiempo.

4.5.3.2.3 La dimensión social-relacional


La exclusión social-relacional, tal y como se operativiza en Laparra y Pérez (2010),
puede tomar la forma de aislamiento, de conflicto social o de anomía. La ausencia de
relaciones sociales es un factor de exclusión porque priva a los individuos de una
importante red de salvamento en caso de dificultades, deja sin cubrir una necesidad psico-
social fundamental y constituye, además, una exclusión literal de la sociedad (Myers 2008).
Los efectos del género en relación al aislamiento son complejos: éste, de hecho, en términos

60 Véase apartado 9.3.1.1.


61 Para un análisis más detallado, véase apartado 9.3.1.1.

81
Violencia de género en la pareja y exclusión social

generales, afecta mayormente a los hombres, pero es especialmente frecuente en el caso de


los hogares monoparentales, que están encabezados en su inmensa mayoría por mujeres
(Carbonero 2011; Subirats 2004). Es máximo, finalmente, en el caso de mujeres en
situación de violencia de género62.
La presencia de conflicto social es un factor de exclusión porque sitúa a las personas al
margen del conjunto de la sociedad, genera rechazo social y dificulta la integración en otras
esferas (Laparra y Pérez 2010). Puede manifestarse tanto en ámbito público –bajo la forma
de conductas delictivas– como en el hogar –bajo la forma de malas relaciones entre sus
miembros o, también, de procesos de violencia de género63–. En ambos casos, los efectos
del género son muy evidentes: la grandísima mayoría de los delitos, de hecho, son cometido
por varones; y lo mismo puede decirse de la violencia que tiene lugar en el hogar.
La anomía, finalmente, puede ser definida como conflictividad dirigida hacia uno/a
mismo/a (Laparra 2001). Se operacionaliza como presencia de personas con
drogodependencias o ludopatías así como de embarazos adolescentes. Si el primero es un
elemento de exclusión que afecta más frecuentemente a varones, el segundo es
evidentemente, un elemento que marca las trayectorias vitales de las mujeres.

4.5.3.2.4 Interrelación entre dimensiones


En los apartados anteriores hemos analizado las distintas dimensiones de la exclusión de
forma separada; para comprender plenamente este fenómeno, sin embargo, es importante
recordar que todos estos ámbitos no constituyen compartimentos estancos, sino que, al
contrario, están indudablemente interrelacionados (aunque de manera e intensidad diferente
dependiendo de las dimensiones consideradas). La existencia de dificultades en una esfera
determinada, de hecho, cuando no se resuelve rápidamente, puede fácilmente terminar
“contagiando” otras esferas.
Los problemas en ámbito laboral, por ejemplo, cuando se prolongan en el tiempo:
desembocan fácilmente en pobreza y privación (Danziger et al. 2002; Siefert et al. 2004);
pueden incidir negativamente en la salud (Laparra 2014b; Laparra, Pérez y Corera 2012),
así como conducir a pérdida de relaciones sociales (Carbonero 2010); y, a veces, pueden
desembocar también en situaciones de exclusión habitativa (Siefert et al. 2004). La
existencia de dificultades en todas estas esferas puede, además, conducir a situaciones de
conflicto social (piénsese, sobre todo, en un incremento de la conflictividad familiar) y
anomía (consumo de alcohol u otras drogas como herramientas de “evasión” y
supervivencia). Si todo esto ha sucedido, la reincorporación al mercado laboral se convierte,
a menudo, en una quimera (Dahl, Fløtten y Lorentzen 2008). Esto significa que se ha creado

62 Para un análisis más detallado, véase apartado 9.3.1.3.


63 Pese a que la violencia de género es un indicador de exclusión, en nuestro análisis ésta ha sido eliminada de la batería de
indicadores utilizados para detectar la presencia de fenómenos de este tipo. En el contexto de un estudio que pretende indagar
precisamente la relación entre violencia y exclusión, tal decisión responde a la necesidad de evitar, en primer lugar,
inconvenientes de carácter lógico (afirmar la existencia de una correlación entre exclusión y violencia cuando esta última es
precisamente una de las variables utilizadas para medir la exclusión, de hecho, constituye de alguna manera una paradoja); y,
en segundo lugar, el riesgo de una sobreestimación de la relación existente entre violencia y exclusión

82
La exclusión social

un círculo que, si no se rompe, puede llegar a enquistar y cronificar situaciones que, en un


primer momento, sólo habían afectado a una esfera determinada.
Se ha presentado aquí un itinerario general; las formas concretas de esta interrelación,
sin embargo, no permanecen siempre estables, sino que varían en función del tiempo y del
lugar. Por ello, conocer el contexto económico, social e institucional resulta especialmente
importante para comprender las dinámicas que caracterizan los procesos de exclusión
(Pirani 2011). En este sentido, por ejemplo, cabe recordar que la fuerza de la correlación
entre el acceso al empleo y el riesgo de empobrecimiento no es siempre la misma, sino que
depende tanto del potencial de desmercantilización del Estado de Bienestar –es decir, de su
capacidad de asegurar unas condiciones de vida dignas al margen de la participación en el
mercado de trabajo (Brugué, Gomá y Subirats 2002; Esping-Andersen 1990/1993)–como
del nivel de los sueldos (Brugué, Gomá y Subirats 2002; Laparra y Pérez 2012; Muñoz de
Bustillo 2002).
Finalmente, cabe resaltar que, aquí, hemos descrito un itinerario que empieza por la
existencia de dificultades en la esfera económica. Hemos tomado esta decisión porque se
trata, sin lugar a dudas, del recorrido más frecuente en el Estado español contemporáneo;
otros itinerarios, sin embargo, también son posibles. Nos referimos, por ejemplo, a aquellos
casos en los que el factor desencadenante de la exclusión es la vivencia de situaciones de
conflicto social (y, más concretamente, de procesos de violencia de género). La existencia
de fenómenos de este tipo, de hecho, también puede extenderse a otras dimensiones, como
la laboral, económica, de vivienda, etc. Para un análisis más detallado de todas estas
dinámicas, sin embargo, se remite al capítulo 5.

4.5.4 La importancia de la perspectiva de género en el análisis de la


exclusión social
Para finalizar, es necesario resaltar la importancia de mantener siempre una perspectiva
de género en el análisis de los procesos de exclusión.
Tradicionalmente, el estudio de las desigualdades de género en relación con la pobreza y
la exclusión ha sido subsumido bajo la etiqueta de “feminización de la pobreza”. Esta
noción, sin embargo, se ha utilizado para referirse a fenómenos tan diferentes entre sí64 que
se ha convertido en un concepto vacío de significado. Desde nuestro punto de vista,
entonces, la utilización del término de feminización debería limitarse a su significado
literal, de progresivo aumento de la sobrerrepresentación de las mujeres entre las personas
pobres. Esta condición, sin embargo, parece darse en EE.UU, donde la noción de
feminización nació y se desarrolló, pero lo mismo no sucede en Europa (Aguilar 2011;
Fernández 1992). Esto nos lleva a la decisión de descartar el término de feminización, por
ser fuente de confusión. Esta resolución, además, resulta especialmente coherente en un

64 La noción de feminización de la pobreza, de hecho, se ha utilizado para indicar: el aumento progresivo de la presencia de
mujeres entre las personas pobres (Aguilar 2011; Brunet, Valls y Belzunegui 2008; Cabrera 2004; Fernández 1992; Fernández
1998; Tortosa 2009); el aumento de la pobreza en hogares encabezados por mujeres (Aguilar 2011); la sobrerrepresentación
de las mujeres en la franja de pobreza(Aguilar 2011; Mateo 2000); el aumento de visibilidad de la pobreza de las mujeres
(Aguilar 2011; Fernández 1992; Fernández 1998); y el hecho de que las mujeres se empobrecen por razones y procesos
específicos y condicionados por el género (Aguilar 2011; Fernández 1998; Mateo 2000).

83
Violencia de género en la pareja y exclusión social

marco de análisis como el nuestro, donde se ha argumentado con detalle la necesidad de


sustituir la noción de la pobreza por la de exclusión.
El abandono de este concepto, sin embargo, no puede y no debe significar una menor
atención a las desigualdades de género en general y a la realidad de las mujeres en
particular. Por el contrario, la perspectiva de género debe obligarnos a permanecer alerta
para identificar de qué manera y hasta qué punto el hecho de ser hombre o mujer influye
tanto en el riesgo de vivir procesos de exclusión como en los factores que desencadenan
tales procesos, su intensidad y los mecanismos que se utilizan para salir de ellos (Pérez y
Laparra 2007).
En primer lugar, entonces, desde un punto de vista puramente cuantitativo, un análisis de
género muestra que los hogares encabezados por mujeres presentan un riesgo de exclusión
social más elevado que los hogares encabezados por hombres (Damonti 2014b; Laparra
2014a). La perspectiva de género, sin embargo, requiere que vayamos más allá de esta
aproximación cuantitativa y centremos nuestra mirada en el proceso: descubrimos así que
también las causas de exclusión presentan un fuerte sesgo de género. En el caso de los
hombres, de hecho, los procesos de exclusión suelen estar relacionados con la pérdida de
empleo, la discapacidad y la drogodependencia (Pérez y Laparra 2007). En el caso de las
mujeres, por el contrario, los factores desencadenantes de la exclusión suelen ser el
fallecimiento de la pareja, rupturas sentimentales, experiencias de violencia de género en la
relación de pareja –consideración ésta especialmente relevante en el marco de nuestra
investigación y que retomaremos más adelante65– y otros factores análogos. En suma, se
trata de un conjunto de factores relacionados con la ruptura de anteriores situaciones de
dependencia económica (Pérez y Laparra 2007). En este caso, entonces, la exclusión, tal y
como ya señalaban los estudios sobre feminización de la pobreza, está directamente
relacionada con la división sexual del trabajo (Fernández 1992; Fernández 1998).

65 Para un análisis detallado de los efectos de la violencia de género en términos de exclusión véase apartado 9.3.

84
4.6 Conclusiones
Después de haber examinado diferentes cuestiones relacionadas con las desigualdades de
género y la violencia de género, en este capítulo hemos dirigido la mirada al otro fenómeno
que nos ocupa: la exclusión social.
Para ello, en primer lugar, hemos delineado muy rápidamente las diferentes críticas que,
desde varios ámbitos, se han movido a la noción de pobreza, el antecedente teórico más
inmediato del concepto de exclusión.
En un segundo momento hemos analizado una serie de cambios sociales que,
determinando el paso de una sociedad industrial a una “líquida” (Bauman 2000/2003), o
“del riesgo” (Beck 1986/2006), han gravemente intensificado esta crisis de la noción de
pobreza. Más concretamente, hemos observado que la sociedad que así se ha configurado se
caracteriza por un nivel creciente de diversificación y complejidad, por una progresiva
individualización, por el desmantelamiento de la dimensión colectiva de la existencia –algo
que no es un efecto colateral, sino una dimensión esencial del capitalismo avanzado (Beck
1986/2006)– así como por la destrucción de los nexos de unión y solidaridad en el seno de
la clase obrera (Brugué, Gomá y Subirats 2002; Shaaban 2011; Subirats 2004; Subirats
2005). En este contexto, los colectivos más desfavorecidos carecen tanto de cohesión
interna como de capacidad de organización y lucha, y esto es un primer elemento capaz de
explicar por qué el interés científico –tanto a nivel general como en el casi específico de la
presente investigación– se ha desplazado cada vez más hacia el estudio de la exclusión
social y la necesidad de inclusión (Rose 1999).
En tercer lugar, hemos observado que las transformaciones antes descritas se han
asimismo manifestado en la crisis de los tres grandes factores de integración de la época
posbélica: empleo, Estado de Bienestar y familia (Gaviria, Laparra y Aguilar 1998; Laparra
2001). Sin entrar en el detalle de esta crisis, lo que aquí nos interesa resaltar es que ésta no
supuso únicamente un incremento de la pobreza, sino –y sobre todo– la aparición de
dificultades que abarcan ámbitos muy diversos y que no pueden ser aprehendidas con un
instrumento unidimensional como la pobreza (Subirats 2004). Esto es otro elemento que nos
ha llevado a preferir –en la presente investigación– la noción de exclusión social frente a su
antecedente, la pobreza.
El resultado de los procesos descritos, como ya se ha anticipado, es que las nociones
economicistas de la pobreza empiezan a ser objeto de un cuestionamiento creciente y,
paralelamente, aparecen nuevas formulaciones, que intentan captar las exigencias de los
nuevos tiempos. Más concretamente, nos referimos a la noción de underclass, mayoritaria
en el contexto anglosajón, y a las concepciones multidimensionales de la pobreza y a la
exclusión social, que han logrado ocupar un lugar hegemónico en Europa. Si estas últimas
son nociones muy similares, existen, por el contrario, profundas diferencias entre la
exclusión social y su (casi) homólogo estadounidense: la underclass. Mientras que una
engloba a todas las personas que encuentran dificultades para acceder a los mecanismos de
integración social, de hecho, la otra identifica un sector de población mucho más reducido,
con valores y comportamientos radicalmente diferenciados de los del resto de la población
(Laparra 2000). En el caso específico de esta investigación recurrimos a la noción de

85
Violencia de género en la pareja y exclusión social

exclusión –mucho más adecuada para captar las dinámicas de la desigualdad en Europa,
donde ni la alarma social (Piketty y Saez 2014) ni los procesos de guetización (Wacquant
1996) son tal elevados como en EE.UU–, pero efectuamos también algún guiño a la noción
de underclass, útil para analizar algunos datos y dinámicas concretas que aparecen en el
análisis.
Una vez efectuada esta revisión de las principales nociones que se han desarrollado en
respuesta a los cambios sociales antes nombrados, hemos realizado un análisis más
pormenorizado del concepto que específicamente nos ocupa: la exclusión social. Para ello,
en primer lugar, hemos aclarado que, pese al carácter parcialmente indeterminado de éste,
hay cierto acuerdo entre las y los investigadores en definirla como un fenómeno estructural,
procesual y multidimensional. Poner el foco en el carácter estructural de la exclusión, por
otra parte, resulta especialmente relevante en un trabajo como el nuestro, ya que –al igual
que una concepción estructural de la violencia de género– también contribuye a evitar el
riesgo de procesos de criminalización de la población excluida.
En segundo lugar, hemos examinado cómo este concepto ha sido operacionalizado, tanto
a nivel europeo como estatal. Es éste un tema especialmente relevante ya que, hasta la
fecha, no existe consenso en la literatura acerca de cómo traducir la multidimensionalidad
característica de los procesos de exclusión en una definición operativa. Una vez presentadas
algunas de las propuestas existentes, nuestra atención se ha focalizado en una sola de ellas,
especialmente relevante no solamente porque representa el resultado de un amplio consenso
alcanzado a nivel estatal (Pérez y Laparra 2007) sino, sobre todo, porque sobre ella se
estructura nuestro análisis empírico. Esta propuesta considera tres ejes fundamentales
(económico, político y social-relacional), fuertemente interrelacionados entre sí, que se
descomponen en ocho dimensiones (exclusión del empleo, del consumo, política, de la
vivienda, de la educación y de la salud, aislamiento social y conflicto social) y éstas, a su
vez, en 35 indicadores (Laparra y Pérez Eransus 2008).
Finalmente, hemos finalizado el capítulo señalando la importancia de mantener siempre
una perspectiva de género en el análisis de los procesos de exclusión. La dimensión del
género, de hecho, es relevante tanto en términos cuantitativo (el riesgo de exclusión es
claramente mayor entre los hogares encabezados por mujeres) (Damonti 2014b; Laparra
2014a) como cualitativos (la importancia relativa de cada factor de exclusión varía según el
sexo) (Pérez y Laparra 2007).

86
5. Interrelación entre la violencia de género en la
pareja y la exclusión social

5.1 Introducción
Después de haber analizado los fenómenos de la violencia de género y la exclusión
social de forma separada, en este capítulo focalizamos la mirada en su interrelación,
profundizando en las características de la misma y en los mecanismos que la sustentan.
Hasta donde conocemos, prácticamente no se encuentran estudios que se ocupen
expresamente de dicha interrelación. Es por ello que, para llevar a cabo nuestro análisis,
debemos dirigirnos al nutrido grupo de investigaciones que relaciona la violencia de género
con una serie de factores (nivel educativo, relación con el mercado laboral, situación
económica, etc.) que, aun sin constituir situaciones de exclusión social propiamente dicha,
guardan cierta relación con la misma.
La mayoría de tales investigaciones pone de manifiesto que, aunque la direccionalidad
de la relación no puede ser establecida con seguridad (Coker et al. 2011; Khalifeh et al.
2013) –y esto por la inexistencia de investigaciones con carácter longitudinal (Barrett,
Habibov y Chernyak 2012; Campbell et al. 2011; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012;
Stöckl, Heise y Watts 2011)–, en términos generales la relación entre la violencia de género
y los factores antes mencionados puede discurrir en ambos sentidos (Barrett, Habibov y
Chernyak 2012; Campbell 2005; Josephson 2005; Khalifeh et al. 2013; Stöckl, Heise y
Watts 2011; Walby y Allen 2004).
Por ello, consideramos que la mejor forma de atender a esta relación es diferenciar de
manera esquemática los dos posibles recorridos. Por un lado, entonces, analizamos cuáles
son los factores que, en el marco de una estructura social patriarcal, incrementan el riesgo
de experimentar violencia de género y cómo operan. También investigamos cómo estos
factores se relacionan con los procesos de exclusión social. Por otro lado, observamos cómo
la relación entre la violencia de género y los factores antes enumerados puede ser explicada
por un proceso inverso, donde es la violencia experimentada lo que –además de ser un
factor de exclusión en sí misma– incrementa las dificultades en otros ámbitos.

5.2 Situaciones de exclusión social preexistentes como


desencadenantes de violencia de género
En primer lugar, entonces, focalizamos la atención en cómo una situación de exclusión
social preexistente puede llegar a desencadenar o precipitar procesos de violencia de
género. Para ello, tenemos que remitirnos a los estudios sobre interseccionalidad, al modelo
ecológico y, sobre todo, a los estudios sobre factores de riesgo.
Violencia de género en la pareja y exclusión social

5.2.1 Contextualización teórica


Los estudios sobre interseccionalidad constituyen un marco muy general de análisis y
son los que nos permiten pensar esta interrelación. Nos dicen, como ya se ha aclarado, que
los diferentes sistemas de opresión (sean raciales, sexuales, clasistas, etc.) están
interconectados y que los efectos del género no pueden comprenderse si no se tienen en
cuenta otros factores, como la posición de clase o de raza (Collins 1990/2000). Aplicado a
la violencia de género, este marco nos dice que ésta no tiene lugar en un vacío social sino en
un contexto social y situacional específico (Hampton, Oliver y Magarian 2003), que influye
tanto en el riesgo de vivir violencia (Bograd 1999; Richie 2000) como en la experiencia de
la misma y en sus posibles consecuencias (Bograd 1999; Sokoloff y Dupont 2005). Los
estudios sobre interseccionalidad, en suma, representan un referente ineludible a la hora de
estudiar la relación entre violencia y exclusión, pero presentan también importantes
limitaciones: nos referimos sobre todo a su escasa aplicabilidad empírica, siendo la mayoría
de la literatura existente eminentemente teórica (Damant et al. 2008)66.
Frente a esta limitación, resulta oportuno remitirnos también a otros marcos de análisis,
como el modelo ecológico, que considera la violencia de género un resultado de la
interacción entre factores de diferente nivel, desde el más micro hasta el más macro (ej.
Aldarondo y Castro-Fernández 2011; Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Campbell et al.
2011; Heise 1998; Nóblega-Mayorga 2012; Stöckl, Heise y Watts 2011). Estos modelos se
sitúan en un nivel de abstracción menor y resultan, por ello, un complemento perfecto de los
estudios sobre interseccionalidad. Si los primeros, de hecho, nos informan de que existe una
relación entre violencia y exclusión, los segundos nos muestran cómo ésta se articula 67.
Continuando con esta panorámica desde lo más abstracto hasta lo más concreto,
encontramos un tercer grupo de investigaciones que también son referencia obligatoria para
nuestro análisis: los estudios sobre factores de riesgo. En este caso, a diferencia de los
anteriores, el denominador común no es el modelo teórico en el que se enmarca la
investigación, sino el objetivo de la misma, que es identificar los elementos que
incrementan o, por el contrario, reducen la probabilidad de vivenciar violencia por parte del
compañero íntimo (Walby y Allen 2004).
En este contexto, resultan especialmente interesantes los estudios que funden los tres
marcos aquí presentados, realizando un análisis de factores de riesgo que se enmarca
contemporáneamente en el modelo ecológico y en la teoría de la interseccionalidad (ej.
Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Guruge, Khanlou y Gastaldo 2009; Hampton, Oliver y
Magarian 2003). Analizados conjuntamente, estos marcos permiten comprender que,
aunque la violencia es un fenómeno transversal, que no conoce fronteras de clase social,
origen étnico u otras, no es, sin embargo, un fenómeno homogéneo en toda la sociedad ni en
todas las sociedades (Aldarondo y Castro-Fernández 2011).

66 Para un análisis detallado de esta corriente, véase apartados 2.2.4 y 3.2.4.2.


67 Para un análisis detallado de este modelo, véase apartado 3.2.4.1.

88
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

5.2.2 El referente teórico más cercano: los estudios sobre factores de


riesgo
Una vez realizada esta contextualización con carácter general, detenemos la mirada en
los estudios sobre factores de riesgo. Éstos representan un punto de referencia ineludible
para nuestra investigación, ya que son los únicos que ofrecen una información empírica
detallada de la interrelación entre violencia de género y posición socioeconómica. En otras
palabras, frente a la ausencia de investigaciones que se ocupen expresamente de la relación
entre violencia de género y exclusión social, estos estudios se configuran como el referente
más cercano a nuestro objeto de análisis.

5.2.2.1 Luces y sombras de los estudios sobre factores de riesgo


Las investigaciones sobre factores de riesgo son, como se ha dicho, un referente
fundamental; sin embargo, también presentan algunas limitaciones, que no comprometen su
relevancia pero de las cuales tenemos que ser conscientes:
 Ante todo, una significativa proporción de estos estudios carece de perspectiva
de género (ej. Aldarondo y Castro-Fernández 2011; Callá 2008; Chan 2014;
Corradi 2008; Cunradi, Ames y Duke 2011; Cunradi, Ames y Moore 2008;
Daoud et al. 2013; Gonzalez-Guarda 2013; Mavrikiou, Apostolidou y Parlalis
2014; Nagassar et al. 2010; Panchanadeswaran et al. 2010; Raj y Silverman
2002; Renner y Whitney 2012; Smith et al. 2011; van Vijk y de Bruijn 2012).
 Otra importante limitación de los estudios sobre factores de riesgo es el hecho de
que, a menudo, se limitan a presentar datos de encuesta, sin indagar en las
dinámicas que están detrás de tales resultados (ej. Aldarondo y Castro-Fernández
2011; Chan 2014; FRA 2014; Khalifeh et al. 2013; Mavrikiou, Apostolidou y
Parlalis 2014; Ruiz-Pérez et al. 2006; Vives-Cases et al. 2011)68.
 Un defecto diferente pero relacionado con el anterior es el que presentan algunos
estudios que, pese a dedicar gran espacio a la realización de un análisis muy
generalista de la violencia como resultado de la interrelación entre diversas
estructuras de opresión, nunca llegan a profundizar en el estudio de los
mecanismos concretos que hacen que estas opresiones se traduzcan en mayores
niveles de maltrato (ej. Daoud et al. 2013; Sokoloff 2008).
 En cuarto lugar, hay que tener en cuenta que muchos estudios limitan su análisis
a la violencia física (ej. Aldarondo y Castro-Fernández 2011; Kiss at al. 2012;
Ramirez 2007; Trygged, Hedlund y Kåreholt 2013; Walbyy Allen 2004) o a la
física y sexual (ej. Chan 2014; Daoud et al. 2013; Jewkes, Levin y Penn-Kekana
2002; Pedersen, Malcoe y Pulkingham 2013; Stöckl, Heise y Watts 2011)69. Los

68 Esta indiferencia guarda una relación estrecha (aunque no automática) con la ausencia de perspectiva de género antes
mencionada y con el deslizamiento de factor de riesgo a explicación causal que se detecta en muchas investigaciones.
69 Es más, si en algunos casos la limitación del análisis a la violencia física y sexual se justifica por la falta de información, en

otros (ej. Pedersen, Malcoe y Pulkingham 2013; Barrett, Habibov y Chernyak 2012) es una decisión metodológica consciente,
que conlleva la acotación de la violencia de género a la violencia física y la consideración de la violencia psicológica y

89
Violencia de género en la pareja y exclusión social

factores de riesgo que tales estudios encuentran no pueden, por lo tanto, ser
extendidos de forma automática a otros tipos de violencia.
 Finalmente, en algunos casos también se encuentran problemas de no
representatividad de la muestra, por ser ésta reducida y/o no aleatoria (ej. Basile,
Hall y Walters 2013; Cunradi, Ames y Moore 2007; del Río Ferres, Megías y
Expósito 2012; Nóblega-Mayorga 2012; Panchanadeswaran et al. 2010; Ramirez
2007; Rodríguez-Borrego, Vaquero-Abellán y Bertagnolli da Rosa 2012;
Trygged, Hedlund y Kåreholt 2013).
En suma, los estudios sobre factores de riesgo presentan importantes limitaciones, que es
necesario tener en cuenta a la hora de recurrir a investigaciones de este tipo. Por otra parte,
sin embargo, no todos los trabajos revisados presentan tales defectos:
 En primer lugar, de hecho, algunas investigaciones sí consideran el papel del
género en la etiología de la violencia (aunque ninguna otorga un papel
privilegiado al análisis del mismo) (ej. DeKeseredy y Schwartz 2005; Franklin y
Menaker 2014; Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002; Nóblega-
Mayorga 2012; Peralta, Tuttle y Steele 2010; Ruiz-Pérez et al. 2006; Strier et al.
2014; WHO 2002; Yick 2001) 70.
 En segundo lugar, también existen investigaciones que analizan de qué manera
un elemento determinado llega a convertirse en factor de riesgo (ej. Barrett,
Habibov y Chernyak 2012; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Guruge,
Khanlou y Gastaldo 2009; Hampton, Oliver y Magarian 2003; Heise y Watts
2011; Jewkes 2002; Kiss et al. 2012; Peralta, Tuttle y Steele 2010; Ramirez
2007; Stöckl, Khalifeh et al. 2013).
 En tercer lugar, son asimismo cada vez más numerosos los estudios que incluyen
la violencia psicológica como un elemento esencial del análisis (ej. FRA 2014;
Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Grose y Grabe 2014; Khalifeh et al. 2013;
Nagassar et al. 2010; Ruiz-Pérez et al. 2006; Vives-Cases et al. 2009).
 Y, finalmente, con respecto a los problemas de muestreo, se señala que, si hace
unas décadas éstos constituían un problema endémico, en la actualidad afectan a
una proporción muy minoritaria de los estudios que se ocupan de factores de
riesgo, mientras que la mayoría funda sus análisis en datos de encuesta (ej.
Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Chan 2014; FRA 2014; Franklin y Menaker
2014; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Grose y Grabe 2014; Guruge,
Khanlou y Gastaldo 2009; Hampton, Oliver y Magarian 2003; Lanier y Maume

emocional (bajo la forma de “control marital” o “control coercitivo”) como simple factor de riesgo de violencia (física), en lugar
que maltrato en sí mismo.
70 Más concretamente, estos estudios aclaran que si los factores de riesgo llegan a actuar como lo hacen es precisamente

porque se cruzan con una determinada construcción de la masculinidad. Un análisis de este tipo, sin embargo, evidencia cierta
parcialidad, ya que se consideran los efectos de los factores de riesgo sobre la identidad masculina, pero no se contemplan las
condiciones que logran que tal crisis identitaria se convierta en violencia. Nos referimos, en primer lugar, al estatus más
elevado y la posición de superioridad de los varones en comparación con las mujeres y, en segundo lugar, al hecho de que la
violencia es un elemento central en la estructuración de la identidad masculina y las mujeres un blanco legítimo de la misma
(Kimmel 2001; Bonino 2002; Cortés 2004; Hernández et al. 2007).

90
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

2009; Peralta, Tuttle y Steele 2010; Renner y Whitney 2012; Smith et al. 2011;
Stöckl, Heise y Watts 2011; etc.).
Como último punto, cabe resaltar que incluso los estudios que presentan las limitaciones
antes consideradas aportan datos interesantes. Los que no atienden a los mecanismos
causales subyacentes, por ejemplo, pueden ser una importante fuente de información a la
hora de establecer qué elementos constituyen un riesgo. Son, en otras palabras,
investigaciones que abren interrogantes que otras deberán contestar. Los que carecen de
perspectiva de género también pueden ser una fuente interesante: ofrecen pistas
interpretativas que podrán luego ser reanalizadas con una mirada atenta a los efectos del
género. Los que limitan su investigación a la violencia física o física/sexual permiten
conocer los factores de riesgo de este tipo de violencia. Y, finalmente, los que realizan un
análisis muy generalista pueden ser utilizados como un marco muy amplio que nos permite
pensar la interrelación entre exclusión y violencia.

5.2.2.2 Factores de riesgo vs factores causales


De lo expuesto en los apartados anteriores se desprende que las investigaciones sobre
factores de riesgo constituyen un referente teórico y empírico de indudable importancia para
nuestro análisis, ya que nos informan de qué situaciones, contextos e individuos presentan
mayores probabilidades de verse asociados con procesos de violencia de género (White,
Koss y Kadzin 2011).
Para efectuar un uso correcto de tales fuentes, sin embargo, es necesario recordar en todo
momento que los elementos de riesgo que éstas identifican son simplemente esto, factores
de riesgo, algo que de ninguna manera debe ser confundido con una causa de la violencia
(Walby y Allen 2004; White, Koss y Kadzin 2011). Allí donde una causa es un elementos
autónomo, capaz por sí solo de dar lugar a su propio efecto, de hecho, un factor de riesgo
sólo puede operar en presencia de una precondición necesaria y a él externa: en este caso,
un trasfondo estructural de relaciones desiguales de género (Jewkes 2002; Jewkes, Levin y
Penn-Kekana 2002)71.
Aunque esta clarificación puede parecer superflua es, en realidad, absolutamente
necesaria, ya que, a menudo, los factores de riesgo tienden a ser interpretados y percibidos
como factores causales. Y esto es un error, ya que, si no se tiene en cuenta la existencia de
desigualdades de género subyacentes, no se puede comprender por qué hombres y mujeres
reaccionan diferencialmente a elementos que operan tanto en unos como en otras.

5.2.2.3 Un amplio abanico de factores de riesgo


La literatura sobre factores de riesgo es muy extensa y ha analizado la interrelación de la
violencia de género con un gran abanico de variables. Los elementos encontrados difieren
en función del estudio, pero existe cierto consenso a la hora de considerar: la edad, el nivel
educativo, la relación con el mercado laboral, la situación económica, la pertenencia a
minoría étnica o el origen inmigrante, el abuso de alcohol u otras drogas, el número de hijos

71 Para un análisis detallado de este trasfondo véase cap.2 y apartado 3.2.1

91
Violencia de género en la pareja y exclusión social

e hijas, el lugar de residencia, el estado de salud, el hecho de haber presenciado violencia en


la infancia, el aislamiento social y la conflictividad familiar. Entre todos estos elementos, en
los próximos apartados prestaremos especial atención a aquellos que guardan una relación
más estrecha con los procesos de exclusión social.

92
Tabla 2. Investigaciones internacionales que documentan la existencia de varios factores de riesgo y que están basadas en muestras representativas a nivel estatal o
regional

Principales hallazgos Autoras/es País


Campbell et al. 2011; van Wijk y de Brujin 2012; Vives-Cases et al. 2009 ;
En las mujeres, un nivel formativo elevado es un elemento de protección y la falta de estudios un factor de riesgo EE.UU.; Curazao; España
Vives-Cases et al. 2010
El hecho de que la mujer tenga estudios primarios o inferiores incrementa la probabilidad de experimentar violencia sexual, pero no física o psicológica Ruiz-Pérez et al. 2006 España
El hecho de que la mujer tenga estudios primarios o inferiores incrementa la probabilidad de experimentar violencia física, pero no psicológica Khalifeh et al. 2013 Inglaterra
Nivel
Aunque la relación es más intensa en el caso de la violencia física, permanece también en el caso de la psicológica Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012 Colombia
educativo
No hay relación entre nivel educativo de la mujer y riesgo de enfrentar violencia de género Barrett, Habibov y Chernyak .2012; Panchanadeswaran et al. 2010 Ucrania; EE.UU.
La relación entre nivel educativo y violencia física es más intensa en el caso de los varones agresores que en el de las mujeres agredidas Stith et al. 2004 varios (meta análisis)
La relación entre nivel educativo y violencia física (pero no psicológica) es más intensa en el caso de los varones agresores que de las mujeres agredidas Yick 2001 EE.UU.
La diferencia de estatus educativo entre los dos miembros de la pareja no incrementa el riesgo de experimentar violencia de género Franklin y Menaker 2014 EE.UU.
En el caso de las mujeres, el desempleo es un factor de riesgo, un trabajo regular un factor de protección van Wijk y de Brujin 2012; Walby y Allen 2004 Curazao; Reino Unido
El desempleo femenino es un factor de riesgo pero solamente con respecto a la violencia psicológica y sexual Ruiz-Pérez et al. 2006 España
El efecto protector del empleo femenino es casi insignificante Stith et al. 2004 varios (meta análisis)
El empleo remunerado es un factor de riesgo para la mujer Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012 Colombia
El hecho de que la mujer tenga un empleo remunerado es un factor de protección cuando el varón también tiene empleo y un factor de riesgo cuando él no lo tiene Riger y Staggs (2004) EE.UU.
El empleo remunerado es un factor de protección en el caso de las mujeres autóctonas y un factor de riesgo para aquellas que tienen origen inmigrante Vives-Cases et al. 2010 España
Empleo
La relación existente entre paro masculino y violencia de género es mucho más intensa que la que se detecta en el caso del desempleo femenino Gonzáles y Santana 2001; Stith et al. 2004; Tauchen y Witte 2001 España; varios (meta análissi); EE.UU.
Existe una relación entre desempleo masculino y violencia de género en área rural pero no en área urbana Lanier y Maume 2009 EE.UU.
No hay asociación entre situación laboral del varón y riesgo de victimización para la mujer Kiss et al. 2012 Brasil
El hecho de que ella tenga empleo mientras él está desempleado incrementa el riesgo de victimización Riger y Staggs 2004 EE.UU.
Atkinson, Greenstein, y Lang 2005; Chung, Tucker y Takeuchi 2008; Fox et
El hecho de que ella tenga un sueldo más elevado incrementa el riesgo de victimización EE.UU; Nicaragua
al. 2002; Grose y Grabe 2014
Vivir en un hogar pobre incrementa el riesgo de experimentar violencia de género Mavrikiou, Apostolidou y Parlalis 2014 Chipre
Vivir en un hogar pobre incrementa el riesgo de experimentar violencia física Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002 Sud África
Vivir en un hogar pobre incrementa el riesgo de experimentar violencia física pero no psicológica Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Khalifeh et al. 2013 Colombia; Inglaterra
Pobreza
Vivir en un hogar pobre incrementa el riesgo de experimentar violencia física y sexual pero no psicológica Ruiz-Pérez et al. 2006 España
No hay relación alguna entre pobreza del hogar y violencia Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Kiss et al. 2012 Ucrania; Brasil
Residir en un barrio empobrecido incrementa el riesgo de experimentar violencia de género Cunradi et al. 2000; Khalifeh et al. 2013 EE.UU; Inglaterrra
Etnia/lugar Entre mujeres inmigrantes el riesgo de experimentnar violencia de género se incrementa Montañés y Moyano 2006; Raj y Silverman 2002; Vives-Cases et al. 2010 España; EE.UU
de origen Entre mujeres pertenecientes a minorías étnicas el riesgo de experimentnar violencia de género se incrementa Daoud et al. 2013; Lanier y Maume 2009 Canada; EE.UU
Entre mujeres con problemas de adicciones la prevalencia de violencia de género es mayor que en el conjunto de la población Campbell et al. 2011; Kiss et al. 2012 EE.UU.; Brasil
Abuso de El hecho de que la mujer tenga problemas de adicciones no incide en el riesgo de experimentar violencia de género Stöckl, Heise y Watts 2011 Alemania
alcohol y
El riesgo de experimentar violencia de género es mayor cuando la pareja masculina consume grandes cantidades de alcohol Barrett, Habibov y Chernyak 2012 Ucrania
otras
drogas El riesgo de experimentar violencia física y sexual es mayor cuando la pareja masculina consume grandes cantidades de alcohol Kiss et al. 2012; Lanier y Maume 2009; Stöckl, Heise y Watts 2011 Brasil; EE.UU.; Alemania
El riesgo de experimentar violencia psicológica (pero no física y sexual) es mayor cuando la pareja masculina consume grandes cantidades de alcohol Grose y Grabe 2014 Nicaragua
Discapacid El hecho de padecer una discapacidad incrementa el riesgo de experimentar violencia de género Campbell et al. 2011; Smith 2007; Stöckl, Heise y Watts 2011 EE.UU; Alemania
ad

93
Violencia de género en la pareja y exclusión social

5.2.2.3.1 Nivel educativo bajo


Varios estudio muestran una relación entre nivel educativo y violencia de género, tanto
en el caso de las mujeres como de los hombres. Con respecto a las primeras, la mayoría de
las investigaciones evidencia que un nivel formativo elevado se configura como un
elemento de protección y la falta de estudios como un factor de riesgo (ej. Campbell et al.
2011; van Wijk y de Brujin 2012; Vives-Cases et al. 2009 ; Vives-Cases et al. 2010). Otras
investigaciones, que realizan un análisis diferenciado por tipo de violencia, sin embargo,
muestran un panorama más matizado: Ruiz-Pérez y otras (2006), por ejemplo, muestran que
el hecho de tener estudios primarios o inferiores incrementa la probabilidad de experimentar
violencia sexual, pero no física o psicológica. Khalifeh y otras (2013), por su parte,
diferencian entre violencia física y psicológica y hallan una relación con la primera, pero no
con la segunda; Friedemann-Sánchez y Lovatón (2012), finalmente, siguiendo este mismo
esquema, evidencian que, aunque la relación es más intensa en el caso de la violencia física,
permanece también en el caso de la psicológica. Algunas investigaciones sugieren además
que el riesgo de experimentar violencia de género no se relaciona solamente con el nivel
formativo de la mujer, sino también con el de sus progenitores (Smith et al. 2011). En
sentido opuesto, sin embargo, también se han encontrado investigaciones que muestran que
no hay relación entre nivel educativo y riesgo de enfrentar violencia de género (Barrett
Habibov y Chernyak 2012; Panchanadeswaran et al. 2010).
En lo que respecta a los varones, la existencia de una relación inversa entre logros
educativos y violencia de género se confirma, aunque en este caso lo que se incrementa no
es el riesgo de victimización sino de agresión. Más en detalle, Yick (2001) muestra que, en
el caso de la violencia física –pero no psicológica–, un mayor nivel educativo del varón
reduce el riesgo de violencia de género y lo hace, además, de forma mucho más
significativa que el de la mujer. En sentido análogo, un meta análisis realizado por Stith y
otras (2004) también muestra que la relación entre nivel educativo y violencia física (la
violencia psicológica y sexual no se incluyen en la investigación) es más intensa en el caso
de los varones agresores que en el de las mujeres agredidas.
Como se puede ver, las referencias bibliográficas disponibles son, en el caso de los
varones, mucho más reducidas. Si consideramos que la –escasa– información disponible
sugiere que el nivel educativo de ellos es un factor de riesgo incluso más significativo que
el de ellas (Kiss et al. 2012), se comprende que existe una fuerte necesidad de
investigaciones que no limiten sus análisis a las variables sociodemográficas de las mujeres,
sino que incluyan también las de sus parejas. Esto es precisamente lo que haremos en el
análisis. La necesidad de estudios de este tipo, por otra parte, aparece con claridad aún
mayor si se considera que, como escribe Bonino (2007b, p. 199), la violencia de género,
aun constituyendo un problema “para” las mujeres, no es, no obstante, un problema “de”
ellas sino “de” la cultura masculina/patriarcal y “de” los varones”.
En lo que respecta a la incongruencia de estatus educativo entre los dos miembros de la
pareja, finalmente, los estudios existentes son escasos y sus resultados discordes (Franklin y
Menaker 2014): las investigaciones más antiguas, de hecho, muestran que las mujeres con
nivel educativo superior a sus parejas se enfrentan a un riesgo más elevado que el resto de
experimentar violencia de género (Gelles 1974; O’Brien 1971); mientras que una

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Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

investigación más reciente muestra que las diferencias de estatus no influyen en el riesgo de
experimentar violencia (Franklin y Menaker 2014).
En lo que se refiere a las dinámicas subyacentes a los datos ahora esgrimidos, las
explicaciones halladas en la literatura son muy variadas. En el caso de las mujeres, algunas
autoras sugieren que elevados niveles educativos constituyen un factor de protección porque
el acceso a la formación se relaciona con mayor empoderamiento social, integración en
redes sociales, seguridad en una misma, habilidad para utilizar los recursos disponibles en la
sociedad e incluso bienestar, y todos estos factores constituyen antídotos frente a la
violencia (Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002).
En el caso de los varones, el panorama es más complejo y variado. Según Messerschmidt
(1993), por ejemplo, para comprender cómo un bajo nivel formativo llega a convertirse en
un factor de riesgo hay que tener en cuenta dos elementos: el primero es que los varones sin
estudios o con estudios básicos ocupan una posición más baja en el escalafón social y
disponen de menores cuotas de poder en la esfera pública. El segundo es que, en una
sociedad patriarcal, todos los varones, si bien en diferentes grados según los contextos, han
sido socializados, por un lado, en la superioridad frente a las mujeres y, por otro, en la
competitividad, la agresividad y la búsqueda de poder sobre el mundo como pilar básico de
la identidad. En este contexto, continúa este autor (1993), los varones que no pueden
acceder al poder en la esfera pública tendrán mayor necesidad de mantenerlo en la esfera
privada y, por ello, más fácilmente reaccionarán con violencia frente a cualquier amenaza a
su autoridad y dominio.
Otras autoras sugieren que la educación es un elemento protector porque otorga a los
varones mayores capacidades para un manejo no violento de los conflictos (Friedemann-
Sánchez y Lovatón 2012). La hipótesis subyacente a este planteamiento es, evidentemente,
que la violencia de género es una consecuencia inmediata de estos últimos y, en este
sentido, refleja una consideración del conflicto que es muy plana y olvida el papel jugado
por la socialización y los modelos normativos de género. Éstos últimos, de hecho, también
contribuyen de forma muy clara a desarrollar o, por el contrario, inhibir capacidades
subjetivas diferenciales para afrontar dichos conflictos. En suma, se trata de una hipótesis
interesante que, sin embargo, debe ser reinterpretada con perspectiva de género.
Finalmente, otros análisis sugieren que un bajo nivel educativo es un factor de riesgo
porque se relaciona con una mayor adhesión, en varones y en mujeres, a valores patriarcales
y con creencias más tradicionales acerca de los roles de género (Ahmad et al. 2004; Flood y
Please 2009; Hunnicutt 2009; Messerschmidt 1993). Un mayor nivel educativo, por el
contrario, se relacionaría con un incremento tanto de las actitudes como de las prácticas
igualitarias, y éstas reducen el riesgo de violencia de género (Holter, Svare y Egeland
2009).
Con respecto a la diferencia de estatus, los estudios, más antiguos, que hallan una
relación entre ésta y la violencia de género parecerían indicar que, por lo menos en este
caso, la violencia es un recurso utilizado para restablecer una jerarquía tradicional de género
que se ve amenazada y para apuntalar una situación de dominio que parece peligrar
(Franklin y Menaker 2014; Rodríguez-Borrego, Vaquero-Abellán y Bertagnolli da Rosa
2012). Las investigaciones más recientes, que no encuentran relación entre los dos factores,
al contrario, sugieren que la incongruencia de estatus en ámbito educativo ya no se percibe

95
Violencia de género en la pareja y exclusión social

como una amenaza al statu quo de género. Esto, a su vez, sería consecuencia de dos
procesos, diferentes pero relacionados: por un lado, incremento generalizado del nivel de
formación; por otro, debilitamiento de la relación existente entre nivel de formación y
acceso a recursos tangibles (Franklin y Menaker 2014).

5.2.2.3.2 Desempleo
Una vez analizada la relación existente entre nivel educativo y violencia de género,
centramos nuestra atención en la esfera laboral. También en este caso diferenciamos entre la
situación de las mujeres y de sus parejas.
Con respecto a las primeras, las evidencias empíricas son discordes. Algunas autoras, en
efecto, destacan que el hecho de tener un trabajo regular es un factor de protección¸
mientras que el desempleo es un factor de riesgo (van Wijk y de Brujin 2012; Walby y
Allen 2004). Friedemann-Sánchez y Lovatón (2012), por el contrario, subrayan que no es el
desempleo lo que constituye un factor de riesgo, sino el empleo remunerado. Stith y otras
(2004), finalmente, evidencian que el empleo tiene sí un efecto protector pero apenas
perceptible. Estas tres posturas fundamentales son luego objeto de reinterpretación y
matización por parte de otras investigaciones: Riger y Staggs (2004), por ejemplo, muestran
que el hecho de que la mujer tenga un empleo remunerado es un factor de protección
cuando el varón también tiene empleo pero se convierte en un factor de riesgo cuando él no
lo tiene. Ruiz-Pérez y otras (2006), por su parte, muestran que el desempleo femenino es un
factor de riesgo solamente con respecto a la violencia psicológica y sexual, pero no en el
caso de la violencia física. Vives-Cases y otras (2010), finalmente, crean una línea de
demarcación distinta y nos muestran que el empleo remunerado es un factor de protección
en el caso de las mujeres autóctonas, mientras que se convierte en un factor de riesgo para
aquellas que tienen origen inmigrante.
Frente a un panorama tan contradictorio, resultan especialmente interesantes las
aportaciones de aquellos estudios que evidencian que la variable clave no es la situación
laboral de la mujer, sino la del hombre (Gonzáles y Santana 2001; Tauchen y Witte 2001).
Estos datos se ven confirmados por el meta análisis realizado por Stith y otras (2004), que
corrobora que la relación existente entre paro masculino y violencia de género es mucho
más intensa que la que se detecta en el caso del desempleo femenino. También en este caso,
sin embargo, existen datos contradictorios: Lanier y Maume (2009), por ejemplo, detectan
la existencia de una relación entre desempleo masculino y violencia de género en área rural
pero no en área urbana; mientras que Kiss y otras (2012) directamente no encuentran
asociación entre situación laboral del varón y riesgo de victimización para la mujer.
En lo que respecta a la incongruencia de estatus, finalmente, cabe resaltar que, aunque
muy pocos estudios se han ocupado de este tema (Franklin y Menaker 2014), los que lo han
hecho han descubierto que tanto el hecho de que ella tenga empleo mientras él está
desempleado (Riger y Staggs 2004) como el hecho de que ella tenga un sueldo más elevado
que él (Atkinson, Greenstein, y Lang 2005; Chung, Tucker y Takeuchi 2008; Fox et al.
2002; Grose y Grabe 2014) se asocian muy claramente con un incremento en el riesgo de
victimización.

96
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

Diferentes herramientas teóricas pueden ayudarnos a comprender los datos ahora


esgrimidos. Con respecto a las mujeres, la literatura evidencia que tener un empleo puede
reducir el riesgo por varias razones: porque un trabajo remunerado se asocia con un
incremento en la autoestima (Riger y Staggs 2004) y en la confianza de la mujer en sí
misma a la hora de oponerse a la violencia de género (Riger y Krieglestein 2000); porque el
hecho de contribuir económicamente a los ingresos del hogar puede llegar a incrementar las
cuotas de poder de la mujer en la relación (Riger y Krieglestein 2000); y, finalmente,
porque el empleo asegura la autonomía económica de la mujer, y esto hace que la
interrupción de la relación sea una opción mucho más viable (Riger y Krieglestein 2000).
Los datos del análisis, sin embargo, no corroboran esta última hipótesis, sino que indican
que la situación laboral no influye en la duración de la relación violenta. Esto, por otra
parte, no impide que los varones puedan, inconscientemente, sobrestimar el peso del empleo
y considerar que una mujer con ingresos propios tendrá más posibilidades de poner fin a la
relación, algo que podría incrementar el “coste” de la violencia y, por lo tanto, hacer más
improbable el recurso a la misma.
Otros estudios, por el contrario, evidencian que el empleo femenino actúa como factor de
riesgo. En este caso, el incremento en la probabilidad de enfrentar violencia remitiría a una
reacción patriarcal frente a la amenaza que la autonomía femenina supone (Raphael 1997;
WHO 2005). El hecho de que prevalezca una opción u otra podría depender del contexto
social: más concretamente, el empleo femenino se convertiría en un factor de riesgo
únicamente en situaciones en las que es percibido como una amenaza por parte del varón.
Nos referimos, por ejemplo, a ambientes más tradicionales o donde el varón está
desempleado (Vyas y Watts 2009).
En el caso de los hombres, las teorías que intentan comprender la relación entre
desempleo y violencia de género pueden ser agrupadas en dos grandes bloques: por un lado,
las teorías del estrés familiar y, por otro, las que explican los mayores niveles de violencia
entre varones desempleados a partir de lo que el paro significa en términos de masculinidad.
Las primeras defienden que el desempleo es una fuente de estrés y ansiedad, lo cual a su
vez incrementa el riesgo de violencia de género (Stöckl, Heise y Watts 2011). Es ésta una
explicación potencialmente interesante que, sin embargo, debe ser necesariamente
reinterpretada con perspectiva de género: solamente teniendo en cuenta el trasfondo
estructural de relaciones desiguales de género, de hecho, es posible comprender por qué, en
el caso de los varones, el estrés se traduce en violencia.
En segundo lugar, encontramos una serie de teorías que remiten a los efectos del paro en
términos de identidad. Más concretamente, estas teorías evidencian que el hecho de tener un
empleo y de cumplir con el rol de proveedor son elementos centrales de la identidad
masculina (Strier et al. 2014). No poder desempeñar este rol, por lo tanto, implica un
incumplimiento de las expectativas sociales de masculinidad (Fodor 2006), que puede ser
interpretado en términos de emasculación (Hochschild 1991) y conllevar una crisis de
identidad (Fodor 2006). En un contexto en que los varones carecen de los recursos que
permiten encarnar la masculinidad hegemónica (Jewkes 2002; Peralta, Tuttle e Steele
2010), entonces, la violencia de género podría ser interpretada como una herramienta que
permite restablecer un control y un poder que se perciben amenazados (Jewkes 2002;
Peralta, Tuttle y Steele 2010; Walby y Allen 2004). A lado de estas teorías, encontramos

97
Violencia de género en la pareja y exclusión social

otras que, partiendo de premisas similares, llegan a una conclusión parcialmente diferente,
donde la relación desempleo/violencia estaría mediada por una redefinición de la
masculinidad en términos de misoginia, consumo de drogas y criminalidad (Jewkes 2002)72.
Desde un punto de vista de género, todas estas teorías representan un avance en
comparación con las que remiten al estrés familiar; el análisis que realizan, sin embargo,
sigue siendo incompleto: la crisis de identidad relacionada con el desempleo, de hecho, es
ciertamente una pieza central del puzzle, pero no puede por sí sola explicar el recurso a la
violencia. Para ello, de hecho, es necesario tener en cuenta también la posición desigual que
hombres y mujeres ocupan en la estructura social y, en relación con esto, el derecho
percibido por parte de los hombres a ocupar una posición de privilegio y a ejercer el poder
(Bonino 2002).
Finalmente, con respecto a la diferencia de estatus, la mayor incidencia de violencia de
género registrada en los hogares en los que la mujer es la única proveedora se explica a
partir de lo que tal circunstancia significa en términos simbólicos para los varones. Más
concretamente, algunas autoras subrayan que el hecho de no poder acceder al empleo y
tener que depender económicamente de una mujer puede producir estrés y vergüenza, y
éstos pueden actuar como combustible para la violencia de género (Edin 2000; Franklin y
Menaker 2014; Raphael 2001). Otras, parecidas a las primeras, consideran que la violencia
que se da en las situaciones ahora consideradas representa una reacción a la pérdida de
identidad masculina (Fodor 2006). Un tercer grupo, finalmente, considera que, en este caso,
la violencia es una forma de recuperar un poder y un control que se perciben amenazados
(Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Franklin y Menaker 2014; Hewkes 2002). En otras
palabras, la violencia es una herramienta que “permite una expresión de poder que de otra
manera es negada” (Jewkes 2002, p. 1424). Desde aquí, consideramos que, si las primeras
interpretaciones son claramente carentes en términos de perspectiva de género, la última es
más interesante. Como ya se ha aclarado, sin embargo, también en este caso es necesario
poner más énfasis en el hecho de que, si el miedo a perder el poder puede precipitar un
proceso de violencia, es precisamente porque existe una situación de desigualdad anterior y
–en relación con ella– un derecho percibido al ejercicio de este poder (Bonino 2002).

5.2.2.3.3 Pobreza
En el caso de la pobreza, cabe diferenciar entre la realidad de los individuos y la del
entorno. En lo que respecta a la primera, numerosas investigaciones asocian la falta de
recursos económicos con una mayor incidencia de la violencia de género. En algún caso, el
análisis se limita a la violencia física (ej. Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002) o a la
amenaza de ésta (ej. Walby y Allen 2004). En otros, sin embargo, se recurre a una noción
de violencia más amplia, que incluye también el maltrato psicológico (ej. Mavrikiou,
Apostolidou y Parlalis 2014). Un tercer grupo de estudios, finalmente, afina el análisis y
diferencia en función del tipo de violencia, confirmando así la existencia de una relación

72 Tales explicaciones presentan ciertos puntos de contacto con el concepto de anomía de Merton, que puede ser definido como
el “uso de medios institucionalmente prohibidos para alcanzar una meta culturalmente valorada” (Merton 1968/1980, p. 260).
En el caso de la violencia de género, este concepto puede ayudarnos a comprender por qué los hombres que no disponen de
recursos económicos que sustenten su poder pueden con más facilidad recurrir a medios prohibidos, como la violencia de
género, para lograrlo. Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 5.2.3.2.

98
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

entre la pobreza y la violencia física (ej. Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Khalifeh et


al. 2013; Ruiz-Pérez et al. 2006) y sexual (ej. Ruiz-Pérez et al. 2006), pero no entre ésta y la
violencia psicológica (ej. Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Khalifeh et al. 2013; Ruiz-
Pérez et al. 2006). Otras investigaciones, sin embargo, muestran una realidad totalmente
diferente, donde no hay relación alguna entre pobreza y violencia (ej. Barrett, Habibov y
Chernyak 2012; Kiss et al. 2012). Resumiendo, podemos afirmar que, aunque el consenso
no es absoluto, la mayoría de la evidencia empírica confirma la existencia de una relación
entre privación económica y violencia de género, por lo menos en el caso del maltrato
físico.
Con respecto a las dinámicas subyacentes a tales resultados, las autoras que focalizan la
mirada en las mujeres ponen el acento en las dificultades añadidas que la pobreza entraña de
cara a poner fin a las relaciones (algo que mantendría a las mujeres en ellas durante más
tiempo) (Walby y Allen 2004).
En lo que respecta a las formulaciones que ponen el foco en los varones, podemos
identificar dos grandes bloques, análogos a los hallados en el caso del desempleo. El
primero engloba las teorías que remiten al estrés (Jewkes 2002) y a las tensiones que la falta
de dinero genera (Jewkes 2002; Walby y Allen 2004) y, en este sentido, argumenta que la
pobreza, aun sin ser causa directa del maltrato, conllevaría un “enrarecimiento de las
relaciones familiares” (Espinar 1993, p. 261) que hace más probable el recurso a la
violencia. El segundo explica los mayores niveles de violencia en hogares pobres a partir de
lo que la privación económica significa en términos de masculinidad. La pobreza, de hecho,
no es vivida de igual manera por mujeres y hombres: si las primeras tienden a intensificar
su rol de cuidadoras, los segundos tienden a interpretar el hecho de que su hogar se
encuentre en situación de privación como un resultado de su incapacidad de cumplir con el
rol de proveedor (Fodor 2005). Como ya se ha analizado en referencia a las situaciones de
desempleo masculino, este “fracaso” puede acompañarse a una sensación de emasculación
(Hochschild 1991), crisis de identidad (Fodor 2006), sensación de pérdida de poder (Jewkes
2002; Peralta, Tuttle e Steele 2010; Walby y Allen 2004) y redefinición de la masculinidad
en términos anómicos (Jewkes 2002), todos elementos que pueden actuar como detonantes
para la violencia. Se trata, en ambos casos, de explicaciones válidas, pero únicamente si se
insertan en un marco más general, que tenga en cuenta la estructura social y las profundas
desigualdades de género que la atraviesan.
En lo que respecta al entorno más amplio, también cabe resaltar la relevancia de la
variable pobreza. Varias investigaciones, de hecho, muestran que residir en un barrio
empobrecido incrementa el riesgo de experimentar violencia de género (ej. Cunradi et al.
2000; Khalifeh et al. 2013); y que este efecto se mantiene incluso cuando se controla por el
nivel económico del hogar (ej. Khalifeh et al. 2013).
Como se puede observar, las referencias bibliográficas disponibles son, en este caso,
mucho más reducidas que en lo que respecta al nivel individual. Esto se debe a que –pese al
creciente éxito alcanzado por el marco ecológico– la gran mayoría de los estudios empíricos
existentes contempla únicamente elementos relativos al individuo o al hogar, siendo muy

99
Violencia de género en la pareja y exclusión social

pocos aquellos que incluyen también variables relativas al entorno73. A través de nuestro
análisis intentaremos llenar este vacío.
Para comprender por qué el nivel económico del barrio no se limita a reflejar el estatus
de sus habitantes, sino que tiene un efecto autónomo (Khalifeh et al. 2013), puede ser
interesante efectuar –obviamente mantenido las debidas cautelas– un paralelismo con la
realidad de los guetos de Estados Unidos y la infraclase que allí reside. Varias autoras, de
hecho, ponen de manifiesto que los mayores niveles de violencia de género que allí se
detectan se derivan del hecho de que, cuando faltan las herramientas tradicionalmente
utilizadas para alcanzar una masculinidad exitosa, ésta tiende a redefinirse en términos
anómicos (Hampton, Oliver y Margarian 2003; Jewkes 2002). Lo que más nos interesa
destacar aquí, por otra parte, es que el surgimiento de una masculinidad de este tipo no se
debe tanto a la existencia de dificultades individuales como a la presencia de problemas
grupales. Cuando un solo varón carece de la capacidad de cumplir con su rol de proveedor,
de hecho, es improbable que acabe desarrollando una definición alternativa de masculinidad
(algo que es, por definición, un proceso social); cuando la mayoría de los habitantes de un
determinado barrio o comunidad se encuentran en esa situación, por el contrario, la
probabilidad de que esto suceda es mucho mayor. Esto, por un lado, confirma la
importancia de incorporar al análisis variables relativas al entorno y, por otro, alerta frente a
los peligros derivados de la concentración espacial de la pobreza o la exclusión.

5.2.2.3.4 Pertenencia a etnia minoritaria u origen inmigrante


Otros factores de riesgo habitualmente identificados en la literatura hacen referencia a la
etnia y al lugar de origen 74 . Varios estudios, de hecho, detectan una mayor incidencia
(Montañés y Moyano 2006; Raj y Silverman 2002; Vives-Cases et al. 2010) e intensidad
(Raj y Silverman 2002) de la violencia de género en mujeres migradas, y lo mismo puede
decirse de mujeres pertenecientes a minorías étnicas, como, por ejemplo, las mujeres
afroamericanas en Estados Unidos (Lanier y Maume 2009) o las aborígenes canadienses
(Daoud et al. 2013).
En lo que respecta a los mecanismos subyacentes a estos datos, cabe resaltar, ante todo,
una mayor presencia de otros factores de riesgo, muy ligados a la condición
socioeconómica. Si se controlan estos factores, de hecho, las diferencias en comparación
con las mujeres autóctonas se reducen notablemente (Campbell et al. 2011; Daoud et al.
2013; Mechanic y Pole 2012; Perilla et al. 2011; Raj y Silverman 2002; Sokoloff 2005)75.

73 Recuérdese que, dentro de las investigaciones que se engloban bajo la etiqueta de marco ecológico (aquellas que,
presumiblemente, más atención deberían prestar a elementos referidos al entorno), se reúnen investigaciones muy diferentes,
algunas de las cuales (ej. Heise 1998) directamente no incluyen elementos referidos a este nivel (ej. pobreza del barrio, etc.). A
esto se añade que incluso las que sí lo hacen se han concretado sobre todo en estudios de carácter teórico, mientras que
apenas hay investigaciones de carácter empírico (Alencar-Rodrígues y Cantera 2012). Para un análisis más detallado, véase
apartado 3.2.4.1.
74 No se han encontrado estudios que analicen la realidad de parejas en las que solamente uno de los dos miembros tiene origen

inmigrante o pertenece a una minoría étnica. Hipotetizamos que esto se debe a cuestiones de muestreo y, más concretamente,
al hecho de que estas parejas son todavía demasiado escasas para ser representadas en una encuesta.
75Se trata de una matización muy importante; muchas autoras, sin embargo, en su afán por restar relevancia al factor racial,

olvidan subrayar que un bajo estatus socioeconómico, la falta de educación, el desempleo y la pobreza tampoco constituyen
causas de violencia (ej. Daoud et al. 2013; Mechanicy Pole 2012).

100
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

Incluso así, sin embargo, ciertas diferencias permanecen (Campbell et al. 2011). Esto
pone de relieve la necesidad de averiguar cuáles son los mecanismos específicos que
subyacen al mayor riesgo de enfrentar violencia de género entre mujeres de origen
extranjero o pertenecientes a minoría étnica.
Si focalizamos nuestra atención en el lado de las mujeres, podemos observar que existen
varios elementos que incrementan su vulnerabilidad y reducen sus posibilidades de
oponerse a la violencia y poner fin a la relación (Raj y Silverman 2002). Más
concretamente, en el caso de las mujeres migradas varias autoras llaman la atención sobre:
el aislamiento que a menudo sigue al proceso migratorio (Montañés y Moyano 2006;
Campbell et al. 2011; Raj y Silverman 2002); la existencia de barreras lingüísticas
(Montañés y Moyano 2006; Sokoloff 2008); la falta de derechos legales (Campbell et al.
2011; Montañés y Moyano 2006; Raj y Silverman 2002; Sokoloff 2008); y el hecho de que
el estatus de inmigrante de la mujer puede convertirse en un potente mecanismo de control
y chantaje por parte del varón (Dutton, Orloff y Hass 2000; Raj y Silverman 2002). En
referencia tanto a las mujeres migradas como a las que pertenecen a una minoría étnica, por
otra parte, se evidencia la existencia de reticencias a buscar ayuda fuera de la comunidad,
por miedo a que esto pueda contribuir a desacreditar aun más a un grupo ya marginalizado
(Raj y Silverman 2002).
Con respecto a los varones, podemos identificar múltiples explicaciones. La primera
pone el acento en la rabia y la frustración generadas por la opresión y el racismo vividos
(Hampton, Oliver y Margarian 2003). Se trata de una aportación interesante y respaldada
por la afirmación de Galtung de que “la violencia genera violencia” (Galtung 1990/2003, p.
266). El hecho de que las mujeres, pese a vivir la misma opresión, apenas recurran a esta
violencia, sin embargo, vuelve a poner sobre la mesa el sistema de género. La importancia
de este último, además, se reconfirma si consideramos que, a menudo, la ira de los varones
no se dirige contra el responsable directo de la misma, sino que se desvía contra la pareja
femenina (Hampton, Oliver y Margarian 2003), blanco perfecto de la violencia en cuanto
sujeto dotado de un estatus inferior (Myers 2008) y desprovisto de poder (Hochschild
2009)76. En suma, aunque la agresión puede verse desencadenada por la opresión vivida,
sólo manteniendo una sólida perspectiva de género es posible comprender por qué
únicamente los varones expresan con violencia la rabia que ésta genera; y por qué, al
hacerlo, la dirigen expresamente contra sus parejas.
Otras autoras subrayan la importancia de tener en cuenta también el papel jugado por
factores de índole cultural (Raj y Silverman 2002) y el hecho de que los grupos sociales que
nos ocupan suelen caracterizarse por una mayor adhesión a valores y prácticas
profundamente patriarcales (Crittenden y Wright 2013).
Un tercer grupo de aportaciones, finalmente, destaca que la violencia de género que
algunas mujeres migradas enfrentan tras el proceso migratorio puede guardar relación
justamente con dicho proceso, sea porque es algo que conlleva cambios en el estatus
relativo de los miembros de la pareja (Yick 2001), sea porque se acompaña de determinadas

76 Es lo que en psicología social se conoce como teoría del “chivo expiatorio”. Para un análisis más detallado, véase apartado
5.2.3.2.

101
Violencia de género en la pareja y exclusión social

expectativas, emociones y miedos que pueden actuar como combustible para la violencia
(Albertín 2009).

5.2.2.3.5 Abuso de alcohol y otras drogas


Otro factor de riesgo es el consumo de alcohol u otras drogas por parte de uno de los dos
miembros de la pareja. En lo que respecta a las mujeres, los datos disponibles son
contradictorios: un meta análisis realizado por Campbell y otras (2011) y un estudio
realizado por Kiss y otras (2012), de hecho, muestran que la incidencia de violencia de
género en mujeres con problemas de adicciones es mayor que en el conjunto de la
población; el análisis de Stöckl, Heise y Watts (2011), por el contrario, no detecta relación
alguna entre estas variables.
En el caso de los varones, por el contrario, la existencia de una relación entre consumo
de alcohol y violencia se establece sin lugar a dudas. Numerosas investigaciones, de hecho,
muestran que la incidencia de la violencia de género es mayor cuando la pareja masculina
consume grandes cantidades de alcohol (ej. Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Grose y
Grabe 2014; Kiss et al. 2012; Lanier y Maume 2009; Stöckl, Heise y Watts 2011). Aunque
muchos de estos estudios muestran una realidad parcial, ya que limitan su análisis a la
violencia física y sexual (ej. Kiss et al. 2012; Lanier y Maume 2009; Stöckl, Heise y Watts
2011), algunos amplían su mirada y contemplan también la violencia psicológica (ej.
Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Grose y Grabe 2014). Entre ellos, unos muestran que el
incremento del riesgo es similar por todos los tipos de violencia (Barrett, Habibov y
Chernyak 2012); otros reflejan un panorama de alguna manera opuesto al esperado, donde
existe una relación en el caso del abuso psicológico, pero no de la violencia física o sexual
(Grose y Grabe 2014).
Resumiendo, podemos afirmar que, en la literatura sobre factores de riesgo, hay cierto
consenso en considerar que el consumo de alcohol se asocia con un incremento de la
violencia de género. Esto no significa que el alcohol sea causa de la violencia (Hearn 1998),
sino que, en determinadas circunstancias, puede llegar a precipitarla.
Con respecto a los mecanismos subyacentes a estos resultados, ante todo precisamos
que, en el caso de las muejres, los –escasos– estudios longitudinales existentes sugieren que
el consumo de alcohol u otras drogas puede ser tanto un factor de riesgo como una
consecuencia de la violencia (Campbell et al. 2011). Más adelante mostraremos cómo la
violencia puede desembocar en problemas de adicciones77. Ahora intentamos comprender
cómo y por qué el abuso de alcohol u otras drogas puede incrementar el riesgo de
victimización. Se han formulado varias hipótesis: algunas sugieren que el uso de alcohol
por parte de la mujer representa una transgresión de los roles de género que puede causar un
conflicto que, a su vez, incrementaría el riesgo de violencia (Jewkes, Levin y Penn-Kekana
2002)78. Otras consideran que, por lo menos en el caso de mujeres drogodependientes, para

77 Véase apartado 5.3.1.2.


78 De nuevo, señalamos que la relación entre conflicto y violencia es asumida en modo acrítico y sin tener en debida cuenta la
existencia de desigualdades estructurales, en ausencia de las cuales no se puede entender por qué –tal y como demuestra un
estudio de Cunradi, Ames y Duke (2009)– el conflicto desencadena violencia del hombre contra la mujer y no lo contrario.

102
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

comprender el incremento del riesgo hay que dirigir la mirada a los lugares que éstas
frecuentan y en los que eligen a sus parejas (Santangelo 2008).
En el caso de los varones, algunos estudios evidencian que el abuso de alcohol puede
crear un ambiente conflictivo, empeorar la calidad de la relación y facilitar así que la
violencia se desencadene (ej. Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Jewkes, Levin y Penn-
Kekana 2002; Stöckl, Heise y Watts 2011). Otras investigaciones ponen el acento en la
reducción de las inhibiciones y de la capacidad de controlar de los impulsos (ej. Barrett,
Habibov y Chernyak 2012; Jewkes 2002). Otras tantas nos recuerdan que, socialmente,
hallarse bajo el efecto del alcohol se ha considerado una “excusa” aceptable para el
comportamiento violento (ej. Jewkes 2002), algo que también puede facilitar el recurso a la
violencia. Otra teoría sugiere que la relación alcohol/violencia podría en realidad ser una
relación espuria y ambos elementos estar relacionados con un tercer factor (ej. estrés) no
incluido en el análisis (ej. Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Hamby 2005; West 2005).
Finalmente, algunas autoras subrayan la importancia de llamar en cuestión la noción de
masculinidad y ponen en relación posición de clase, consumo de alcohol y violencia de
género. Más concretamente, señalan que situaciones como la falta de empleo y de recursos
constituyen una amenaza a la masculinidad y que tanto el alcohol como la violencia son una
forma de restablecerla (Peralta, Lori y Steele 2010).
En conclusión, todos estos estudios ofrecen interesante pinceladas para comprender la
relación entre consumo de drogas (alcohol incluido) y violencia. Todos, sin embargo, son
también parciales, ya que olvidan subrayar que si estos elementos actúan como lo hacen es
justamente porque se insertan en un contexto de desigualdad entre géneros. En ausencia de
esta precondición, de hecho, sería imposible comprender por qué el consumo de tales
sustancias desencadena violencia masculina contra la pareja femenina pero no lo contrario.

5.2.2.3.6 Otros factores


Una vez analizados los factores de riesgo más relevantes y mayormente relacionados con
los procesos de exclusión social, ofrecemos algunas pinceladas de los otros elementos de
riesgo identificados en la literatura. Más concretamente, nos referimos a: edad de la mujer,
estado de salud, residencia en zona rural o urbana, aislamiento social, haber presenciado
violencia en la infancia y conflictividad familiar.
En relación con la edad, hay consenso en la literatura en considerar que la juventud
constituye un factor de riesgo (ej. Lanier y maume 2009; van Wijk y de Brujin 2012; Walby
y Allen 2004) 79 . Como se podrá observar más adelante, sin embargo, los resultados de
nuestro análisis reflejan una realidad diferente, donde la juventud tiende a ser más un factor
de protección que de riesgo.
El hecho de padecer una discapacidad también se relaciona con un incremento del riesgo
(Campbell et al. 2011; Smith 2008; Stöckl, Heise y Watts 2011). Esto, por un lado, podría
explicarse por la situación de mayor dependencia y desprotección en la que estas mujeres se
encuentran (Beaumont et al. 2015; Stöckl, Heise y Watts 2011). Por otro, sin embargo,

79 La mayoría de estos estudios, sin embargo, se limita a analizar la violencia física y sexual, mientras que solamente una exigua
minoría contempla también la violencia psicológica.

103
Violencia de género en la pareja y exclusión social

también es posible que la discapacidad sea una consecuencia del abuso (Beaumont et al.
2015; Campbell et al. 2011).
Con respecto al lugar de residencia, varios estudios muestran que el hecho de vivir en
zonas rurales reduce el riesgo de experimentar violencia de género (ej. Friedemann-Sánchez
y Lovatón 2012; Walby y Allen 2004). Algunas autoras sugieren que esto podría explicarse
a partir de la falta de anonimato y el mayor control social comunitario que caracterizan estas
zonas, así como por el menor impacto de varios factores de estrés (Friedemann-Sánchez y
Lovatón 2012). Otra hipótesis remite al hecho de que, en las zonas rurales, el
cuestionamiento de los roles tradicionales podría ser menor y, por lo tanto, toda aquella
violencia que se configura como una reacción patriarcal frente a la puesta en cuestión de la
dominación masculina (García y Casado 2010; Ferrer, Bosch y Madurell 2006; Moya 2014)
tendería a reducirse. Una última posibilidad, finalmente, es que el efecto protector de vivir
en zonas rurales sea en realidad un espejismo, resultado de diferencias en el proceso de
detección. Es decir, que en zonas rurales, más tradicionales, la detección se vería dificultada
por el hecho de que, allí, las mujeres serían menos capaces tanto de reconocer como de
expresar la violencia que viven80.
Asimismo, numerosas investigaciones evidencian que la falta de apoyo social se asocia
con un incremento en el riesgo de victimización (Ruiz-Pérez et al. 2006; Stöckl, Heise y
Watts 2011; Vives-Cases et al. 2010). La sucesión temporal, sin embargo, no queda clara: el
aislamiento podría ser tanto un factor de riesgo como una consecuencia de la violencia
experimentada (Jewkes 2002; Stöckl, Heise y Watts 2011). Por un lado, de hecho, unas
redes sociales y familiares ausentes o poco desarrolladas pueden incrementar el riesgo de
experimentar violencia de género porque, en tales circunstancias, viene a faltar una fuente
de apoyo y bienestar fundamental así como una importante medida disuasoria para
comportamientos socialmente desaprobados (Lanier y Maume 2009; Stöckl, Heise y Watts
2011). Es ésta una aportación muy interesante, que nos ayudará a comprender determinados
procesos relatados por las mujeres entrevistadas 81 . Por otro, sin embargo, la relación
aislamiento/violencia podría reflejar un recorrido inverso, donde el aislamiento es
simplemente una consecuencia del maltrato (Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-Kekana
2002; Stöckl, Heise y Watts 2011)82.
En relación con el hecho de haber experimentado violencia de género en la familia de
origen, varias investigaciones detectan un incremento en la probabilidad de victimización
en el caso de las mujeres (ej. Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Franklin y Menaker 2014;
Stöckl, Heise y Watts 2011; van Wijk y de Brujin 2012) y de agresión en el caso de los
varones (ej. Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012). Con respecto a las primeras, se plantean
varias explicaciones: algunas autoras subrayan que el hecho de haber observado y
experimentado violencia de género en la infancia reduce la autoestima, incrementa la
vulnerabilidad emocional y dificulta el desarrollo de capacidades de autoprotección frente a

80 Esta hipótesis se ve respaldada por el informe de la encuesta realizada en 2014 por parte de la Agencia de los Derechos
Fundamentales de la Unión Europea (FRA). En él, de hecho, para explicar los mayores niveles de violencia detectados en
países más igualitarios se remite precisamente a diferencias en la capacidad de detección. Para un análisis más detallado,
véase apartado 6.2.2.1.
81 Véase apartado 9.2.2.3.1.

82 Para un análisis más detallado, véase apartado 9.3.1.3.2.

104
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

sucesivas amenazas de abusos (Stöckl, Heise y Watts 2011). Otros estudios subrayan que el
hecho de que los padres hayan sido una fuente de angustia y, a la vez, el único posible
consuelo para la misma conlleva una confusión de miedo y amor en la cosmovisión de lo
que debe ser una relación, abriendo así el camino a la violencia (Barrett, Habibov y
Chernyak 201). Otras autoras, finalmente, aclaran que una temprana experiencia de
violencia de género lleva a considerar la violencia algo normativo, lo cual conduce a una
mayor tolerancia frente a comportamientos que, en última análisis, se relacionan con ésta
(Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002). Con respecto a los varones, la relación entre
victimización y agresión se comprende si tenemos en cuenta que el hecho de haber
vivenciado violencia en la infancia lleva a aprender e imitar unos patrones de conducta
determinados (Smith et al. 2011). Obviamente, al igual que en todos los factores de riesgo,
esta relación no es automática ni ineluctable, ni para los varones ni para las mujeres
(Nicolson 2010).
Finalmente, varios estudios muestran que la presencia de conflictividad en la pareja
también es un importante factor de riesgo (ej. Aldarondo, Kaufman Kantory Jasinski 2002;
Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002), sobre todo cuando ésta se relaciona con unos intentos
de la mujer de transgredir su rol de género y desafiar el privilegio masculino (Jewkes
2002)83. Para comprender por qué unos elevados niveles de conflictividad incrementan el
riesgo de maltrato hay que tener en cuenta, escribe Jewkes (2002), que la violencia a
menudo se utiliza como una táctica en el conflicto o como una expresión de frustración o
rabia. Tal y como ya se ha aclarado con anterioridad, sin embargo, ésta es una explicación
interesante, pero solo si se recuerda en todo momento que la conflictividad no es causa de
la violencia, sino simple factor de riesgo que actúa sobre un sustrato estructural de
desigualdades entre géneros.

5.2.3 La exclusión social como factor de riesgo: hipótesis explicativa


En los apartados anteriores se ha profundizado en el análisis de una serie de factores de
riesgo que, sin estar necesariamente relacionados con procesos de exclusión social,
mantienen, sin embargo, claros vínculos con los mismos. De hecho, si se considera que la
noción de exclusión social abarca dificultades que van desde la esfera económica hasta la
dimensión político-social y relacional (Laparra 2014a), se puede observar que los factores
de riesgo antes analizados identifican dificultades en cada una de estas esferas. Más
concretamente, el desempleo y la pobreza se vinculan con procesos de exclusión
económica; la falta de formación y la etnia/lugar de origen con la esfera político-social; y,
finalmente, los problemas de drogodependencias, la falta de apoyo social y la conflictividad
en la pareja con la dimensión relacional.
La multidimensionalidad de los procesos de exclusión, sin embargo, nos obliga a ir más
allá de un análisis por sectores y a observar los efectos de la incidencia simultánea de
distintos elementos de vulnerabilidad que se suman, se interrelacionan y se retroalimentan

83 Si las investigaciones ahora mencionadas se ocupan de la cuestión del conflicto de forma explícita, muchas otras recurren a él
para dar cuenta de otros factores de riesgo, como pobreza, desempleo, uso de alcohol, etc. (ej. WHO 2002; Walby y Allen
2004; Hampton, Oliver y Margarian 2003; Guruge, Khalou y Gastaldo 2009; Stöckl, Heise y Watts 2011; Barrett, Habibov y
Chernyak 2012; Frankiln y Menaker 2014; Basile, Hall y Walters 2013 84).

105
Violencia de género en la pareja y exclusión social

(Gabàs i Gasa 2003). La relevancia de un análisis de este tipo se confirma si se considera


que, aunque varias investigadoras ya han subrayado la necesidad de estudios que analicen el
impacto cumulativo de varios factores y sus interrelaciones (Aldarondo y Castro-Fernández
2011; Campbell et al. 2011), hasta la fecha son muy pocos los que se han adentrado en
análisis de este tipo (Campbell et al. 2011) y, hasta donde conocemos, ninguno ha
relacionado explícitamente violencia de género y exclusión social. Precisamente aquí,
entonces, es donde nuestra investigación se inserta y donde puede realizar las aportaciones
más novedosas.
En los próximos apartados, entonces, profundizamos un poco más en el estudio de los
mecanismos que pueden ayudarnos a comprender de qué manera una situación de exclusión
social preexistente –de la mujer o del hombre– puede desencadenar procesos de violencia
de género o agravar otros ya existentes. Para ello, nos referimos tanto a las aportaciones de
los estudios sobre factores de riesgo como a otras elaboraciones que –aunque no hayan sido
expresamente planteadas para comprender los fenómenos que nos ocupan– pueden
igualmente ayudarnos a dilucidar los mecanismos subyacentes a su interrelación.

5.2.3.1 El caso de las mujeres


En el caso de las mujeres, una primera explicación remite al hecho de que una situación
de dificultad económica reduce la probabilidad de que éstas puedan responder con eficacia a
la violencia experimentada (Hamby 2005). Esta reflexión es de fundamental importancia y
puede además ser ampliada en varias direcciones. Por un lado, de hecho, no es solamente la
privación económica lo que merma las opciones de respuesta, sino dificultades en
cualquiera de las dimensiones constitutivas de los procesos de exclusión social. Por otro,
aunque estos estudios limitan su reflexión a las opciones de respuesta una vez que la
violencia ha tenido lugar, sus aportaciones tienen implicaciones también en lo referente al
surgimiento de la misma. El hecho de que el varón sepa o intuya que las posibilidades de
reacción de la mujer están mermadas, de hecho, podría hacer caer toda una serie de barreras
(inconscientes) que obstaculizan el recurso a la violencia e incrementar así las
probabilidades de que ésta aparezca y sea más intensa.
En segundo lugar, otras investigaciones permiten avanzar la hipótesis de que la relación
entre exclusión social y violencia está mediada por el nivel de autoestima. Por un lado, de
hecho, varias autoras hipotetizan que la falta de autoestima no es solamente una
consecuencia de la violencia experimentada, sino que puede ser también una de las razones
que han empujado a una mujer en una determinada relación (ej. Andrews and Brown 1988;
Keenan-Miller, Hammen y Brennan 2007). Por otro, numerosas investigaciones muestran
que existe un vínculo directo entre estatus socioeconómico y autoestima (ej. Falci 2011;
Santo et al. 2013; Veselska et al. 2010; Zhang y Postiglione 2001) 84 . Si ponemos en
relación dichos hallazgos podemos vislumbrar cómo un bajo estatus socioeconómico (y, por

84 Un estatus socioeconómico bajo se asocia con menor autoestima tanto en el caso de las mujeres como de los hombres. Este
efecto simétrico, sin embargo, se cruza con una valoración simbólica asimétrica de lo femenino y masculino. Como resultado,
en el caso de ellas la relación entre estatus socioeconómico y autoestima se ve intensificada, mientras que en ellos actúan
unos mecanismos de compensación.

106
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

ende, también una situación de exclusión) preexistente puede incrementar el riesgo de


victimización.
En tercer lugar, algunos estudios sugieren que existe una relación entre clase social e
identidades de género. Más concretamente, las jóvenes de entornos desventajados, que
disponen de menores recursos tanto económicos como relacionales, tenderían con mayor
frecuencia a encarnar una feminidad más tradicional 85 ; las chicas de clase media, al
contrario, al esperar mayores recompensas de la construcción de una feminidad más
emancipada, tenderían a valorar más su independencia y autonomía –ideales que son
totalmente coherente con los valores normativos de la clase social a la que pertenecen–
(Elley 2011). Si además consideramos que el hecho de haber interiorizado un sistema de
roles tradicionales representa un perfil de riesgo de violencia de género (Villavicencio
1993) disponemos de otro elemento que nos puede ayudar a comprender por qué una
situación de exclusión social puede llegar a incrementar el riesgo de victimización.
Finalmente, avanzamos la hipótesis de que la mayor vulnerabilidad al abuso que
experimentan las mujeres excluidas responde al hecho de que éstas se sitúan “en los
márgenes” de la sociedad. Es decir, que es la misma estructura social que las pone al
margen lo que las convierte, de alguna manera, en sujetos indeseables y, por ello, blancos
muy legítimos de la violencia. Hasta donde conocemos esta idea no ha sido profundizada en
la literatura; dos reflexiones, sin embargo, pueden ayudarnos a comprenderla. En primer
lugar, el interrogante que abre Nicolson (2010) cuando se pregunta si existe alguna cualidad
de una relación que hace que un hombre sea violento en ella aunque no lo sería en otra.
Desde aquí hipotetizamos que el hecho de que la mujer se halle en una situación de
exclusión social puede conllevar menor estatus, valoración y reconocimiento, así como ser
percibido como mayor indefensión e incrementar así el riesgo de escalada violenta. En
segundo lugar, la reflexión de Hochschild (2009) acerca del hecho de que el enojo, en la
medida en que se desvía de su objeto legítimo, suele desviarse hacia abajo y caer en
relativos vacíos de poder, corriendo por los canales que ofrecen una resistencia más débil.
Aunque esta reflexión se puede aplicar a la pareja femenina en sentido general, parece
lógico hipotetizar que, cuando la mujer se encuentra en una situación de exclusión social,
este proceso se ve ulteriormente intensificado.

5.2.3.2 El caso de los hombres


Una vez realizada esta breve revisión de las teorías que focalizan su mirada en las
mujeres agredidas, centramos nuestra atención en los hombres agresores y, más
concretamente, en los planteamientos que nos ayudan a comprender cómo una situación de

85 Es interesante recordar que, cuando hablamos de feminidad tradicional, no nos referimos a una mera repetición de valores,
comportamientos y actitudes propios de generaciones anteriores. Al contrario, tal y como aclara McRobbie (2007/2010), las
chicas jóvenes de clase obrera experimentan una época de profunda ambigüedad: por un lado, de hecho, se las invita a
encarnar una feminidad descarada y a adoptar patrones sexuales hasta ahora reservados únicamente a los hombres. Por otro
lado, sin embargo, esta supuesta igualdad no es más que ficción, y sirve “para reafirmar la ley patriarcal y la hegemonía
masculina” (McRobbie 2007/2010, p. 119). Es lo que la autora llama respectivamente “mascarada postfeminista” y “chica
fálica”. A esto se añade que estas jóvenes y sus comportamientos son objeto de una clara estigmatización social, que
contribuye a incrementar ulteriormente la ambivalencia antes nombrada. Un claro ejemplo de todo esto es el fenómeno “choni”,
donde una apariencia de chicas descaradas, transgresivas e incluso agresivas se combina con actitudes profundamente
tradicionales y con una clara reprobación social por parte de la clase media y media alta.

107
Violencia de género en la pareja y exclusión social

exclusión social del hombre puede incrementar el riesgo de que éste ejerza violencia sobre
su pareja.
Un primer grupo de explicaciones remite a las situaciones de estrés y frustración como
desencadenantes de la agresión. Para comprender plenamente estos planteamientos,
debemos adentrarnos en el campo de la psicología social y, más concretamente, en los
estudios que se ocupan de la relación entre frustración y agresión, entendiendo la primera
como todo aquello que nos impide alcanzar nuestros objetivos y la segunda como
“cualquier forma de conducta que pretenda herir física o psicológicamente a alguien”
(Ovejero 2010, p. 271). Observamos así que, si Dollard y otros (1939/1967) estipulaban que
la frustración “siempre conduce a alguna forma de agresión” (p.1), en épocas más recientes
esta relación ha sido matizada y se ha aclarado que la frustración no produce
automáticamente agresión, sino ira, la cual a su vez crea una disposición emocional que
favorece la agresión (Berkowitz 1989) 86 . En cualquier caso, es lógico suponer que los
varones en situación de exclusión social experimentan niveles de frustración superiores a la
media y, por lo tanto, según estos planteamientos, también una mayor predisposición a la
agresión. Las influencias ambientales, y entre ellas el calor y el hacinamiento, finalmente,
también incrementarían la probabilidad de que se den conductas violentas (Myers 2008) y
también pueden guardar cierta relación con los procesos de exclusión, sobre todo habitativa.
Bandura (1979), por su parte, nos advierte de que el hecho de que esta disposición
emocional se convierta o no en agresión guarda relación con las consecuencias anticipadas
de la misma. Más concretamente, es más probable que una experiencia de aversión (como la
frustración, pero también el menosprecio, el insulto, un entorno incómodo, etc.) se convierta
en agresión cuando tenemos la impresión de que hacerlo es seguro y ventajoso. A esto se
añade que la agresión, aunque sea resultado de una frustración, no siempre se dirige contra
la causa de la misma, sino que, cuando el destinatario del enojo es alguien poderoso o no
claramente definido, tiende a desviarse de su objeto “legítimo” y a dirigirse hacia personas
cuyo poder es menor y que, por lo tanto, no pueden castigar o sancionar la agresión
recibida. El enojo, en suma, corre por los canales que ofrecen una resistencia más débil
(Hochschild 2009). Es evidente que, desde una perspectiva de género, estas matizaciones
tienen una importancia fundamental y nos ayudan a comprender por qué este enojo, en el
marco de una estructura social patriarcal, puede fácilmente desviarse hacia la pareja
femenina. Finalmente, cabe añadir que, si los varones pertenecientes a las capas más altas
de la población pueden tener a su alcance un abanico relativamente amplio de personas de
estatus inferior contra quién dirigir su hostilidad, en el caso de los varones en situación de
exclusión social esta posibilidad de “elección” disminuye, quedando muchas veces reducida
a la pareja femenina, que, en el sistema de creencias patriarcal, siempre posee un estatus
inferior al del hombre y es, por lo tanto, un blanco “legitimo” de su frustración. En suma, en
el caso de los varones en situación de exclusión el riesgo de agresión sería mayor tanto
porque experimentan niveles de frustración mayores que el resto como porque es más

86 Se trata de un análisis interesante que, sin embargo, carece de perspectiva de género. Más concretamente, olvida que la
socialización de género inhibe actitudes/conductas agresivas en las niñas y mujeres, mientras que las incita en los niños y
hombres. La socialización, de esta manera, condiciona la expresión de un estado emocional como la ira y la dirección de la
propia agresión (que puede dirigirse tanto contra las y los demás como contra una misma). En suma, la frustración puede
expresarse como agresión o como tristeza/depresión y los dispositivos de género juegan un papel muy importante a la hora de
determinar qué vía se seguirá.

108
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

probable que desvíen contra la mujer la agresión que esta predisposición emocional
contribuye a desencadenar.
En segundo lugar, resulta interesante rescatar la teoría de la violencia de Galtung. Este
teórico descompone el fenómeno de la violencia en tres dimensiones, diferentes pero
interrelacionadas: violencia directa, violencia estructural y violencia cultural (Galtung
1990/2003). La primera es la violencia manifiesta, aquella que, sea física, sexual o
psicológica, es ejercida por un actor intencionado. La segunda es la violencia incorporada
en los sistemas sociales, políticos y económicos. Finalmente, la violencia cultural hace
referencia al hecho de que partes de la cultura son violentas en cuanto pueden ser utilizadas
para legitimar tanto la violencia directa como la estructural (Galtung 1990/2003; Calderón
2009).
Estas tres dimensiones de la violencia se relacionan en múltiples maneras; aquí, sin
embargo, lo que nos interesa es cómo la violencia estructural y cultural pueden generar
violencia directa. Es ésta una relación quizás difícil de observar, pero no por ello menos
real. Tal y como escribe Galtung (1990/2003), de hecho, el sufrimiento generado por las
primeras puede fácilmente desembocar en la segunda. Piénsese, por ejemplo, en cómo una
mayor o menor inequidad en la distribución de los recursos influye en las tasas de
criminalidad87 . Galtung considera que este proceso puede ser explicado a través de una
fórmula sencilla: “la violencia genera violencia” (Galtung 1990/2003, p. 266).
Nosotras, aun compartiendo su análisis, consideramos necesario matizar esta última
afirmación, ya que existen evidentes diferencias de género en su aplicabilidad: si, en el caso
de los varones, ésta es autoevidente, en el caso de las mujeres la relación es más
problemática, ya que, entre ellas, la violencia estructural y cultural no parecen apenas dar
lugar a violencia directa. Esto no invalida la afirmación de Galtung, pero nos obliga a
matizarla, teniendo en cuenta las aportaciones de los estudios de género y de la
interseccionalidad. Los primeros son fundamentales, ya que únicamente poniendo el foco en
el género y en la manera en que éste incide en nuestra manera de vivenciar, procesar y
manifestar emociones es posible comprender por qué una misma violencia estructural tiende
a generar violencia directa en el caso de ellos pero no de ellas. La interseccionalidad, por su
parte, al subrayar que las personas pueden ocupar simultáneamente posiciones de opresión y
de privilegio 88 , permite aprehender con mayor precisión la situación de los hombres en
situación de exclusión. Éstos, de hecho, ocupan una posición de opresión desde el punto de
vista de clase, pero una de privilegio desde el punto de vista de género, y esto es
fundamental para comprender cómo la violencia estructural que tanto hombres como
mujeres experimentan puede llegar a traducirse en violencia de los unos sobre las otras.
Como se puede ver, es éste un análisis que, aun partiendo de premisas diferentes, presenta
ciertos puntos de contacto con los hallazgos de Hochschild (2009) antes mencionados.
En tercer lugar, encontramos una serie de teorías, ya analizadas en el apartado anterior,
que remiten al conflicto como desencadenante de la agresión (Jewkes 2002; Walby y Allen

87 Países como Suecia o Noruega, donde la inequidad es menor, presentan bajos niveles de conflictividad; mientras que países
como Estados Unidos o Brasil, que se caracterizan por grandes inequidades, también presentan altos niveles de conflictividad
social (Galtung 1990/2003).
88 Para un análisis más detallado de esta ambivalencia, véase apartado 2.2.4.

109
Violencia de género en la pareja y exclusión social

2004). Según estas formulaciones, dicho conflicto puede precipitar violencia de varias
maneras: por un lado, porque es fuente de frustración y ésta, como se ha visto más arriba,
crea una disposición emocional para la agresión; por otro, simplemente porque
frecuentemente la violencia es utilizada como una táctica dentro de este conflicto (Jewkes
2002). Para el fenómeno que nos ocupa, estas explicaciones son interesantes, ya que la
conflictividad en la pareja, sin ser obviamente exclusiva de los procesos de exclusión, sí
puede guardar cierta relación con éstos. Cabe además añadir que la probabilidad de que los
conflictos desemboquen en violencia guarda estrecha relación con la disponibilidad de
herramientas para un manejo no violento de los mismos (Friedemann-Sánchez y Lovatón
2012), algo que también puede guardar cierta relación con procesos de exclusión, sobre
todo educativa. También en este caso, sin embargo, es importante mantener una clara
distinción entre factores desencadenantes –en este caso, el conflicto– y factores causales –
que han de ser buscados en el nivel de la estructura social y en las desigualdades de género
que la atraviesan–.
Un cuarto grupo de estudios parte del presupuesto de que las herramientas que permiten
a los varones mantener el dominio sobre sus parejas son múltiples y variadas; y que, en este
contexto, a menudo, no hace falta recurrir a la violencia para conservar el poder. Esto
implica que la violencia es una herramienta utilizada más fácilmente por aquellos varones
que advierten una pérdida de poder (Hearn 1998; Fisher 2013) y carecen de los recursos
(tanto materiales como simbólicos) socialmente aceptados que permiten asegurar su
dominio sobre la pareja femenina (Basile, Hall y Walters 2013; Callá 2008; Lawson 2012;
Walby y Allen 2004). En este sentido, las situaciones de exclusión social (in primis la
exclusión económica) podrían ser interpretadas no tanto como un factor de estrés o conflicto
sino como circunstancias que dificultan el mantenimiento del poder y del control masculino
sobre la pareja femenina.
Las conclusiones a las que llegan estas investigaciones guardan una clara relación con
las nociones de anomía, por un lado, y de “patriarca desposeído”, por otro. La primera ha
sido definida por Merton (1968/1980) como el “uso de medios institucionalmente
prohibidos para alcanzar una meta culturalmente valorada” (p. 260). Su difusión, escribe
este autor, será mayor en aquellos colectivos sociales que, por su posición desventajosa en
el reparto de recursos, “están más sometidos que otros a las tensiones que nacen de la
discrepancia entre metas culturales y accesos efectivos a su realización” (p. 259). Aplicado
a la violencia de género, este concepto nos dice que si la meta valorada es el dominio del
hombre sobre la mujer, en contextos donde los hombres encuentran mayores dificultades
para asegurar este dominio de forma “legitima” (ej. ejerciendo un rol de proveedores;
teniendo éxito en la vida pública, etc.), el recurso a la violencia se volverá más probable.
Análogamente, la noción de “patriarcas desposeídos” subraya que no son los patriarcas
en plena posesión de sus facultades y prerrogativas los que ejercen violencia sobre las
mujeres, sino los “patriarcas desposeídos”. Mientras que los primeros consiguen el
sometimiento sin necesidad de violencia, los segundos necesitan recurrir a ella para
reafirmar su posición dominante (Izquierdo 2007). Si aplicamos este concepto a los varones
en situación de exclusión, podemos hipotetizar que éstos, pese a haber sido socializados, en

110
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

cuanto varones, para ejercer el rol de “patriarca”, luego se han encontrado con una realidad
que los ha convertido en “patriarcas fallidos”89; y este fracaso, al operar sobre un trasfondo
estructural de relaciones desiguales de género, constituiría un excelente caldo de cultivo
para la violencia de género.
Se habrá observado que las nociones de anomía, por un lado, y de patriarca desposeído,
por otro, presentan evidentes puntos de contactos entre sí: la mayor diferencia entre la una y
la otra, en efecto, reside en el hecho de que la primera, más antigua, es una teoría de
carácter general, mientras que la segunda, más reciente, se aplica al caso específico de la
violencia de género y es, por ello, más explícita en su enunciación.
En quinto lugar, encontramos un nutrido grupo de investigaciones que explica los
mayores niveles de violencia de género detectados en situaciones de vulnerabilidad social a
partir de las repercusiones que éstas tienen en términos de identidad masculina (ej. De
Kaseredy y Schwartz 2005; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Messerschmidt 1993;
Strier et al. 2014). Más concretamente, estos estudios ponen el acento en el riesgo de
emasculación (Hochschild 1991), crisis de identidad (Fodor 2006), sensación de pérdida de
poder –cuando se presupone que se tiene derecho a mantener y a ejercer este poder–
(Jewkes 2002; Peralta, Tuttle y Steele 2010; Walby y Allen 2004) y redefinición de la
masculinidad en términos anómicos (Jewkes 2002), todos elementos que, por un lado,
pueden actuar como detonantes para la violencia y, por otro, pueden asociarse al desempleo,
la pobreza y el fracaso como proveedor. Esta dinámica, por otra parte, puede verse
fuertemente intensificada en contextos en los que la pobreza y la incapacidad de ejercer un
rol de proveedor no son algo coyuntural, sino situaciones enquistadas, que se arrastran entre
generaciones. En contextos de este tipo, de hecho, los cambios identitarios se afianzan y
tienden a acrecentarse con el paso del tiempo. Otro factor que también puede intensificar las
dinámicas descritas es la concentración espacial de las situaciones de pobreza y exclusión
(gueto). En este caso, de hecho, la creación de una definición alternativa de masculinidad
puede verse favorecida por la presencia de actitudes imitativas. El riesgo, por lo tanto, será
máximo para todos aquellos colectivos y hogares que, por un lado, llevan arrastrando
situaciones de exclusión desde generaciones y, por otro, residen en zonas claramente
marginales. Podría ser éste, por ejemplo, el caso de algunos varones afroamericanos en
Estados Unidos, pero también de algunos varones de etnia gitana y/o en situación de
exclusión extrema en el Estado español.
Finalmente, algunas investigaciones sugieren que la relación entre exclusión social y
violencia de género podría estar mediada por la presencia de valores y actitudes más
fuertemente patriarcales entre los varones excluidos. Diversos estudios, de hecho, detectan
la existencia de una relación entre nivel socioeconómico e ideología patriarcal (ej. Kiss et
al. 2012; Smith 1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009) y, más en general, entre posición
socioeconómica y prejuicios (Pettygrew et al. 1997). Para comprender el origen de esta
relación, hay que tener en cuenta que todas las personas necesitan tener estatus; que el
estatus es relativo (es decir, para tenerlo se necesita que haya alguien por debajo de

89 Aunque el “fracaso” en el rol de patriarca es característico de las situaciones de exclusión (donde se desprende de elemento
“objetivos”, como la incapacidad de cumplir con la función de proveedor), también puede darse en clases medias y altas,
cuando el hombre percibe que su autoridad es puesta en entredicho.

111
Violencia de género en la pareja y exclusión social

nosotros/as); que al bajar la cuesta social la garantía de estatus disminuye; y que los
prejuicios son algo que la refuerza (Myers 2008). Todos estos elementos pueden ayudarnos
a comprender por qué, al disminuir la posición económica, los prejuicios, y entre ellos los
de género, tienden a incrementarse.
Para concluir, es necesario recordar que las explicaciones que aquí se han ofrecido
pueden ayudarnos a comprender un tipo de violencia –la violencia de de los varones
“desposeídos” (Izquierdo 2007)– pero no otro –la violencia de los poderosos (Hearn 2012a;
Hearn 2012b)–. Si la primera representa la reacción de alguien que siente que su posición
de superioridad está amenazada y peligra, de hecho, la segunda se configura como una
simple y brutal manifestación del poder detenido (Hearn 2012a; Hearn 2012b)90. El hecho
de que prevalga una u otra, evidentemente, guarda relación con la posición de clase y otras
intersecciones sociales (Hearn 2012b).

5.2.3.3 La homogamia como factor que pone en relación la situación de mujeres y


hombres
En los apartados anteriores hemos presentado diferentes elementos teóricos que nos
ayudan a comprender de qué manera una situación de exclusión social preexistente puede
llegar a convertirse en un factor de riesgo de violencia de género. Al hacerlo, hemos
diferenciado claramente la situación de los hombres –como agresores– de la de las mujeres
–como víctimas–.
Esta distinción era necesaria, ya que los procesos analizados están claramente
diferenciados en función del género, pero la realidad es mucho más compleja: los efectos
que la exclusión tiene en los hombres no actúan por si solos, ni lo hacen las consecuencias
que este mismo fenómeno supone para las mujeres. Muy al contrario, los unos y las otras se
acumulan y se interrelacionan, y esto porque es bastante improbable que la situación de
exclusión afecte únicamente a un miembro de la pareja.
Y esto, ¿a qué se debe? En el caso de parejas que conviven, dicha similitud podría
explicarse a partir del hecho de que un hogar es una unidad de consumo y de redistribución
interna de recursos y, como tal, acaba uniformando –por lo menos hasta cierto punto– el
estatus de los dos miembros de la pareja (Laparra 2014a).
Esta explicación, sin embargo, no es completa, ya que, por un lado, no se aplica a las
parejas que no conforman un hogar y, por otro, no da cuenta del hecho de que, en muchos

90Elexperimento de la cárcel de Stanford es la ejemplificación perfecta de este concepto: en 1971, en Estados Unidos, un equipo
de investigadores liderado por Zimbardo creó una prisión simulada, donde guardias y presos habían sido elegidos
aleatoriamente entre unos estudiantes universitarios que se habían ofrecido voluntarios y habían sido seleccionados por su
estabilidad emocional. Con el paso de los días, mientras los guardias (sujetos con poder) se volvían más fuertes, los
prisioneros (sujetos carentes de poder) se hacían más dependientes, deprimidos y desesperados. Mientras los primeros lo
admitían todo con tal de mantener la dominación, los segundos se iban resignando a su destino. La situación era tal que el
sexto día el experimento, que debía durar dos semanas, fue interrumpido (Zimbardo et al. 1986). En este caso, en suma, el
recurso a la violencia no es la reacción a una temida pérdida de poder, sino expresión misma de la dominación. Los resultados
obtenidos son de vital importancia para entender la violencia de género, ya que “la institución física de la prisión no pasa de ser
una metáfora de acero y hormigón frente a la existencia de prisiones más generales, desgraciadamente menos evidentes”, y
entre ellas el sexismo (Zimbardo et al. 1986, p. 105).

112
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

casos, esta similitud entre la situación de él y de ella no es únicamente el efecto de la


convivencia, sino algo preexistente a la misma e incluso a la formación de la pareja.
Para sustentar nuestra afirmación, entonces, debemos remitirnos a los conceptos de
homogamia, que designa la tendencia de mujeres y hombres a formar pareja con personas
cercanas desde un punto de vista socioeconómico (Rodríguez 2012; Samper y Mayoral
1998; Uunk, Ganzeboom y Robert 1996) y a su opuesto, la heterogamia, concepto que se
utiliza para definir las uniones entre individuos de diferente nivel educativo, clase social,
etc. (Bourdieu 1980/1991; Carabaña 1983; Torrado 2000).
Tal y como escribe Rodríguez (2002), todas las evidencias confirman que la homogamia
es la regla y la heterogamia la excepción; y esto “en un amplio conjunto de variables
(nacionalidad, religión, clase social, residencia, nivel socioeconómico, grupo étnico, etc.),
para diferentes grupos y en diferentes contextos socioculturales” (Rodríguez 2002, p. 33).
Varios elementos explican el hecho de que la norma sea la homogamia: entre ellos
hallamos factores estructurales y normativos. Los primeros remiten al hecho de que, al
incrementarse las diferencias, también aumenta la distancia espacial y social, lo cual
disminuye las oportunidades de interacción y, por lo tanto, la probabilidad de formar pareja.
Los factores normativos, por otra parte, incluyen actitudes, patrones de relación y procesos
de identidad individual y colectiva. En este caso, al incrementarse las diferencias, no se
reduce tanto la posibilidad de interacción per se, sino la capacidad de interacción fructífera
y positiva (Rodríguez 2002).
Si además consideramos que la homogamia tiende a acentuarse en los extremos de la
jerarquía social (Rodríguez 2012), podemos suponer que ésta será especialmente frecuente
en el caso de mujeres y hombres en situación de exclusión social. Éstos, por lo tanto,
tenderán a formar pareja con individuos que se hallan en su misma situación con más
frecuencias que el resto de la sociedad. También cabe hipotetizar que esta tendencia se
incrementará ulteriormente al intensificarse de la exclusión, siendo máxima en el caso de la
exclusión extrema. En el análisis observaremos las implicaciones que todo esto tiene en el
caso de la violencia de género.

5.3 Situaciones de exclusión social como resultado de la violencia


de género
En los apartados anteriores nos hemos ocupado de cómo una situación de exclusión
preexistente puede facilitar la aparición de determinados procesos de violencia de género.
Ahora focalizamos la mirada en la posibilidad contraria, es decir, en cómo la violencia
experimentada puede dar lugar a trayectorias descendentes en el continuum
integración/exclusión social.
En este caso tampoco se encuentran estudios que explícitamente analicen los efectos de
la violencia en términos de exclusión social. Nuestro referente teórico más cercano, por lo
tanto, son las investigaciones que analizan las consecuencias de la violencia, tanto durante
la relación, como una vez que ésta ha terminado. Partiendo de esta premisa, en primer lugar,
observamos los datos que tales estudios nos proporcionan; en segundo lugar, analizamos
cómo las diferentes consecuencias de la violencia se interrelacionan y retroalimentan y

113
Violencia de género en la pareja y exclusión social

cómo esto puede incidir en los procesos de exclusión, precipitándolos o dificultando la


salida de los mismos.

5.3.1 Consecuencias de la violencia experimentada


En lo que respecta a las consecuencias que la violencia de género puede llegar a tener
para la mujer que la experimenta, diferenciamos entre efectos: sobre la salud; a nivel de
adicciones; en el ámbito relacional; en la esfera económica; y, finalmente, en lo relacionado
con la vivienda.

5.3.1.1 Daños en la salud emocional y física


Ante todo, entonces, centramos la atención en las consecuencias sobre la salud, tanto
psicológico/emocional como física. En relación con la primera, la literatura destaca un
amplio abanico de consecuencias negativas. En primer lugar, muchos estudios detectan
efectos en términos de estrés y ansiedad (ej. Coker et al. 2011; FRA 2014; Ruíz-Jarabo y
Blanco 2007; Sarasúa et al. 1994; WHO 2002), circunstancias que incrementan tanto la
probabilidad de que la mujer experimente alguna fobia (ej. WHO 2002) como el riesgo de
que sufra ataques de pánico (ej. FRA 2014; Iraizoz 2011; WHO 2002). En segundo lugar,
numerosas investigaciones evidencian también que la violencia puede reducir la autoestima
(ej. FRA 2014; Iraizoz 2011; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994) y derivar en sentimientos
de autoculpabilidad (ej. Perela 2010; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; WHO 2002; Zubizarreta
et al. 1994) y vergüenza (ej. Perela 2010; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; WHO 2002). En
estrecha relación con esto, también cabe resaltar una alta probabilidad de padecer depresión
(Coker et al. 2011; Devries et al. 2013; FRA 2014; Iraizoz 2011; Ruíz-Jarabo y Blanco
2007; Sarasúa et al. 1994; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994), lo cual está claramente
relacionado, por un lado, con una mayor probabilidad de sufrir desordenes de la
alimentación (WHO 2002) y del sueño (FRA 2014; WHO 2002) y, por otro, con el
incremento en la tasa de autolesiones y suicidios (WHO 2002). Otros estudios, finalmente,
apuntan que las mujeres que han enfrentado violencia podrían padecer el trastorno de estrés
postraumático (ej. Coker et al. 2011; Sarasúa et al. 1994; WHO 2002; Zubizarreta et al.
1994) o el Síndrome de la Mujer Maltratada (Walker 1984), que se presenta como una
subcategoría del primero (Craven 2003) e incluye síntomas como depresión, baja
autoestima y aislamiento (Roth y Coles 1995)91.
Como se puede ver, los estudios que hemos presentados tienen una visión muy clínica de
las consecuencias que la violencia pude llegar a tener sobre la salud psicológica. Existen,
sin embargo, propuestas diferentes, que sugieren ampliar estas categorías e incluir, por
ejemplo, elementos como las consecuencias negativas sobre el estado de ánimo, las
modificaciones a nivel de personalidad y los cambios en la conducta (Coker et al. 2011).
Desde aquí consideramos que esta propuesta es plenamente acertada y que la mirada más

91 Es importante, sin embargo, señalar que el éxito alcanzado por este síndrome (síndrome que, por otra parte, no está
reconocido ni en ámbito psicológico ni psiquiátrico) en la práctica puede llegar a tener efectos perversos, llegando hasta el
punto de restar credibilidad a todas aquellas mujeres que, aun habiendo vivido violencia, no presentan la sintomatología que
éste describe como caracterísitca de tales situaciones (Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010a).

114
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

estrecha de la mayoría de los estudios antes mencionados puede quizás deberse a su


enfoque eminentemente clínico.
Con respecto a la salud física, la literatura evidencia una amplia serie de efectos
negativos de la violencia. En primer lugar, encontramos una serie de trastornos funcionales
como fibromialgia, síndrome del colon irritable, trastornos gastrointestinales (WHO 2002) y
varios otros trastornos de dolor crónico (Plazaola-Castaño y Ruiz-Pérez 2004; WHO 2002).
En segundo lugar, también se detectan efectos a nivel de salud sexual y reproductiva, como
problemas ginecológicos (Coker et al. 2011; WHO 2002), infertilidad (WHO 2002),
enfermedades de transmisión sexual (Coker et al. 2011; WHO 2002) y embarazos no
deseados (Coker et al. 2011; Cripe et al. 2008; Pallitto y O´Campo 2004; WHO 2002).
Finalmente, en el caso específico de la violencia física, además de los elementos ya citados,
también es necesario tener en cuenta las lesiones que ésta pueda ocasionar (WHO 2002) –
que pueden ir desde heridas hasta quemaduras, rupturas de huesos y dientes, lesiones
internas, etc. (FRA 2014)– y sus secuelas.

5.3.1.2 Conductas de riesgo: abuso de alcohol y otras drogas


En segundo lugar, numerosas investigaciones evidencian que el hecho de experimentar o
haber experimentado violencia incrementa la posibilidad de que la mujer adopte conductas
de riesgo con respecto al uso de fármacos, alcohol u otras drogas (Coker et al. 2011; Ruíz-
Jarabo y Blanco 2007; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994).
Para poder comprender esta realidad, hay que tener en cuenta que tanto ciertos fármacos
como el alcohol y otras drogas pueden proporcionar un alivio –ciertamente temporáneo
pero no por ellos menos real– al dolor emocional que la violencia ocasiona (Campbell et al.
2011; Pyles y Banerjee 2010). En otras palabras, el consumo de estas sustancias puede ser
aquí interpretado como una especie de automedicación a la cual las mujeres recurren para
hacer frente a la aflicción y la angustia que la violencia conlleva (Salomon, Bassuk y
Huntington 2002). Es algo que volverá a aparecer en el análisis.

5.3.1.3 Dificultades relacionales y aislamiento


Varios estudios señalan además que la violencia puede acarrear serias dificultades en
ámbito relacional y, más concretamente, derivar en el aislamiento de la mujer que la
experimenta (ej. Jewkes 2002; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007).
Para comprender por qué esto sucede hay que tener en cuenta tanto el control que el
maltratador ejerce sobre la vida social de la mujer y las limitaciones que le impone a este
respecto (Jewkes 2002) como los efectos psicológicos y emocionales del abuso, que
dificultan el mantenimiento de las relaciones interpersonales (Jewkes 2002; Ruíz-Jarabo y
Blanco 2007). En relación con esto último, cabe señalar que la violencia origina una
ansiedad que, para ser manejada, a menudo acaba siendo desplazada y contribuye así a que
la mujer se muestre irritable con las personas que la rodean, alejándolas paulatinamente
(Nicolson 2010). Finalmente, también se registra un problema de “fatiga compasional” en
las personas llamadas a desarrollar un papel de apoyo (Jewkes 2002), algo que contribuye a
incrementar ulteriormente el aislamiento de las mujeres en situación de violencia.

115
Violencia de género en la pareja y exclusión social

5.3.1.4 Dificultades en la esfera laboral


En lo que respecta a la esfera laboral, la relación entre violencia y empleo es ambigua.
Por un lado, de hecho, varias investigaciones muestran que, si limitamos nuestro análisis a
un momento determinado y a una variable dicotómica de presencia/ausencia de empleo, no
encontramos diferencias significativas entre las mujeres que enfrentan violencia y aquellas
que no lo hacen (ej. Brownie. Salomon y Bassuk 1999; Honeycutt, Marshall y Weston
2001; Lloyd y Taluc 1999; Tolman y Rosen 2001). Por otro lado, sin embargo, si afinamos
nuestra mirada y observamos la estabilidad del empleo, el panorama cambia radicalmente:
el hecho de experimentar violencia, en efecto, se asocia con un menor tiempo dedicado al
empleo (ej. Brownie, Salomon y Bassuk 1999; Meisel, Chandler y Rienzi 2003; Riger,
Staggs y Schewe 2004; Staggs y Triger 2005; Tolman y Wang 2005); una menor capacidad
de mantenerlo en el tiempo (Adams et al. 2013; Brownie, Salomon y Bassuk 1999); y una
mayor presencia, en el historial laboral, de periodos de desempleo (Lloyd y Taluc 1999).
Es decir, que aunque la violencia no incide en la probabilidad de las mujeres de estar
empleadas en un momento dado, sus efectos a nivel laboral son igualmente profundos
(Wettersten et al. 2004) y persistentes (perduran hasta tres años después del fin de la
relación) (Adams et al. 2013).
Para comprender los mecanismos subyacentes a la relación entre violencia y empleo,
ante todo es necesario considerar que, en muchos casos, la exclusión del mercado laboral es
el resultado de una prohibición explícita de la pareja (Damonti 2014a). Además de esto, la
literatura evidencia toda una serie de estrategias de interferencia llevadas a cabo por las
parejas maltratadoras, denominadas tácticas de perturbación del empleo (Swanberg, Logan
y Macke 2005). Éstas incluyen, por un lado, comportamientos dirigidos a impedir que las
mujeres puedan llegar (o llegar con puntualidad) al lugar de trabajo (ej. privar del sueño,
negarse a cuidar de las criaturas, esconder las llaves del coche, apagar el despertador, etc.);
y, por otro, situaciones de acoso en el lugar de trabajo o a la salida del mismo (ej. observar a
la mujer desde la calle, llamarla repetidas veces por teléfono, presentarse en el lugar de
trabajo o a la salida, etc.) (Swanberg y Logan 2005; Swanberg, Logan y Macke 2005).
La violencia, además, conlleva una serie de secuelas físicas y psicológicas que también
impactan en la capacidad de las mujeres de llevar a cabo su trabajo de forma eficiente y
eficaz (Wettersten et al. 2004) y, de esta manera, contribuyen a mermar ulteriormente su
capacidad de encontrar y mantener un empleo (Moe y Bell 2004; Wettersten et al. 2004).
Más concretamente, la literatura revisada destaca: una reducción en la productividad
(Swanberg, Logan y Macke 2005); un mayor absentismo (relacionado con las secuelas
físicas de la agresión, con la vergüenza y la depresión que la violencia produce o con
cuestiones legales) (Adams et al. 2013; Swanberg, Logan y Macke 2005); y una menor
puntualidad (Swanberg, Logan y Macke 2005). Resumiendo, se detecta un empeoramiento
de la performance en el empleo (Swanberg y Logan 2005), que se traduce en un mayor
riesgo de despido (Swanberg, Logan y Macke 2005).
El hecho de que las mujeres que enfrentan o han enfrentado violencia tiendan a cambiar
de empleo con mayor frecuencia (Adams et al. 2013) y a experimentar un número más
elevado de episodios de desempleo (Lloyd y Taluc 1999), sin embargo, no se explica
solamente por los casos de despido por parte del empleador, sino que se relaciona asimismo
con las situaciones de renuncia por parte de la mujer. Éstas pueden deberse a varias razones,
116
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

desde un requerimiento explícito de la pareja (Swanberg, Logan y Macke 2005) hasta


cuestiones de seguridad personal (Moe y Bell 2004; Swanberg, Logan y Macke 2005),
incompatibilidad con el cuidado de las criaturas (Swanberg, Logan y Macke 2005) e incluso
sentimiento de vergüenza por la violencia vivida (Swanberg, Logan y Macke 2005).
En suma, independientemente de las razones concretas de la pérdida del empleo, existe
una clara relación entre el hecho de experimentar o haber experimentado violencia y la
capacidad de encontrar y mantener un trabajo remunerado (Moe y Bell 2004). Si esta
afirmación es válida a nivel general, es incluso más relevante en el contexto económico
actual, donde los elevadísimos niveles de desempleo (en el cuarto trimestre de 2016 el paro,
aun habiéndose reducido 7 puntos con respecto a las mismas fechas de 2014, seguía
situándose en un 18,6% a nivel estatal) (INE. Encuesta de Población Activa 2014 y 2016) se
traducen en una competencia muy elevada por recursos escasos. En este contexto, podemos
suponer que, para mujeres que a menudo llevan años ausentes del mercado de trabajo, que
son las únicas responsables del cuidado de las criaturas y que deben además enfrentar todas
las secuelas que el maltrato supone, encontrar empleo se convierte, de facto, en una
quimera.

5.3.1.5 Pobreza económica y privación


Una vez analizadas las consecuencias de la violencia en términos de empleo, y en
estrecha relación con éstas, focalizamos la atención en los efectos a nivel económico. A este
propósito, numerosas investigaciones muestran que la inestabilidad laboral se traduce
fácilmente en una reducción en los ingresos (Danziger et al. 2002) y ésta, a su vez, en
dificultades económicas (Adams et al. 2008; Adams et al. 2013; Danziger et al. 2002;
Tolman y Rosen 2001), pobreza (Moe y Bell 2004) y privación de bienes básicos, incluida
la comida (Brush 2004; Moe y Bell 2004; Siefert et al. 2004).
Cabe asimismo señalar que aunque, a menudo, tales situaciones de pobreza y privación
aparecen ya durante la convivencia, con la separación éstas suelen agravarse, sea porque
viene a faltar el ingreso del varón, sea porque el estrés relacionado con la ruptura puede
llegar a agudizar los efectos psicológicos del maltrato (y, por ende, sus consecuencias en
términos de empleo e ingresos) (Espinar 1993). Esta reflexión recuerda una afirmación
hecha con anterioridad acerca del empobrecimiento femenino como consecuencia de una
ruptura sentimental 92 . Ahora cabe añadir que, si bien este fenómeno no es ciertamente
exclusivo de las relaciones con maltrato, se encuentra en éstas aun más acentuado (Espinar
1993).

5.3.1.6 Dificultades a nivel de vivienda


La existencia de situaciones de pobreza a menudo se traduce, con el fin de la relación, en
dificultades a la hora de encontrar y mantener una vivienda (Romero et al. 2003).
Asimismo, también se detecta riesgo de desahucio, necesidad de compartir el hogar con

92 Para un análisis más detallado, véase apartado 4.5.5.

117
Violencia de género en la pareja y exclusión social

familiares o amistades e incluso situaciones de sinhogarismo (Baker, Cook y Norris 2003;


Brush 2004; Siefert et al. 2004)93.
Tales problemáticas a nivel de vivienda, sin embargo, no se relacionan únicamente con
las situaciones de dificultad económica analizadas más arriba, sino que pueden asimismo
derivarse de la situación de aislameinto social en la que se encuentran muchas mujeres así
como del acoso ejercido por la ex pareja, que, a menudo, puede llegar hasta el punto de
obligar a la mujer a frecuentes cambios de domicilio (Tutty et al. 2014), con las dificultades
que eso conlleva.
Como último punto, consideramos imprescindible señalar que, contrariamente a lo que
se podría suponer, las dificultades a nivel de vivienda no aparecen exclusivamente con el fin
de la relación, sino que, en muchos casos, son preexistentes a ésta. Nos referimos, en
particular, a situaciones en las es habitual que el varón –como parte del proceso de
violencia– amenace a la mujer con dejarla en la calle (Tutty et al. 2014), obligándola así a
una situación de inseguridad habitativa constante.

5.3.2 Interrelación entre factores e implicaciones en términos de


exclusión social
Después de haber examinado las consecuencias que la violencia puede llegar a tener en
múltiples ámbitos, vamos a analizar cómo éstas se interrelacionan y retroalimentan y cómo
esto puede desembocar en procesos de exclusión social.
Desafortunadamente, hasta la fecha no existen estudios que analicen en profundidad
tales interrelaciones en el caso especifico de mujeres que han experimentado violencia de
género. Es por ello que, para llevar a cabo nuestro análisis, debemos recurrir a tres
diferentes tipos de estudios:
 Investigaciones que se ocupan de la violencia de género y sus secuelas (ej.
Adams et al. 2008; Adams et al. 2013; Brush 2004; Campbell et al. 2011; Jewkes
2002; Moe y Bell 2004; Nicolson 2010; Pyles y Banerjee 2010; Romero et al.
2003; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; Salomon, Bassuk y Huntington 2002;
Swanberg y Logan 2005; Swanberg, Logan y Macke 2005; Tolman y Rosen
2001; Tutty et al. 2014; Wettersten et al. 2004). Se trata de una fuente
especialmente interesante pero no exhaustiva (aunque analiza con detalle la
esfera de la salud y sus ramificaciones, por ejemplo, no es igualmente precisa en
lo que se refiere al impacto económico de la violencia y sus recaídas en otros
ámbitos).
 Investigaciones –en parte ya tratadas con anterioridad– que se ocupan de
pobreza, exclusión y, más en general, desigualdad social (ej. Cooper,
McCausland y Theodossiou 2014; Dahl, Fløtten y Lorentzen 2008; Danziger et

93Conrespecto a estas últimas, cabe destacar que existe, en la literatura, una falta de consenso acerca de la definición del
fenómeno, que puede ser entendido en sentido restringido o más amplio. En el primer caso, nos referimos a las situaciones de
ausencia total de un techo bajo el que vivir (sinhogarismo absoluto); en el segundo, a todos aquellos casos en los que las
personas no disponen de una vivienda segura y adecuada (sinhogarismo relativo) (Tutty et al. 2014).

118
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

al. 2002; Gil de Miguel y Campuzano 2014; Laparra 2014b; Laparra, Pérez y
Corera 2012; Siefert et al. 2004). Estos estudios tratan con exhaustividad el
impacto del desempleo y la pobreza en las otras dimensiones de la exclusión,
pero, al no ocuparse de violencia de género, no analizan con suficiente precisión
el ámbito de la salud y sus ramificaciones.
 Estudios pertenecientes a los ámbitos más diversos y que nos ayudan a dilucidar
cuestiones concretas no tratadas en las investigaciones antes nombradas (ej. Ford
et al. 2011 Khusainova 2014; Miyawaki 2014).
Partiendo de aquí, intentamos crear un marco general, coherente y completo que nos
sirva como guía para, más adelante, analizar tanto los efectos de la violencia de género en
las distintas dimensiones de la exclusión, como –y sobre todo– las dinámicas de las
interrelaciones entre dichas dimensiones.
Observamos así que los ámbitos que antes hemos estudiado de forma separada
constituyen en realidad una maraña intricada, constelada de intensos vínculos e
interrelaciones (Ilustración 3). Más concretamente, las secuelas a nivel de salud psicológica
tienen recaídas físicas y los daños físicos a su vez acarrean consecuencias psicológicas y
emocionales (Ford et al. 2011; Khusainova 2014). La angustia, estrés y ansiedad que la
violencia conlleva, por otra parte, puede conducir al abuso de alcohol u otras drogas
(Campbell et al. 2011; Pyles y Banerjee 2010; Salomon, Bassuk y Huntington 2002) y éste
a su vez intensificar las secuelas tanto psicológicas como físicas antes nombradas (Coullaut-
Valera et al. 2011). Estos daños psicológicos y físicos, por un lado, dificultan la búsqueda y
el mantenimiento de un empleo (Adams et al. 2013; Moe y Bell 2004; Swanberg y Logan
2005; Swanberg, Logan y Macke 2005; Wettersten et al. 2004) y, por otro, se ven a su vez
agravados por las dificultades en la esfera laboral (Cooper, McCausland y Theodossiou
2014; Laparra, Pérez y Corera 2012). Asimismo, no podemos olvidar que los problemas en
ámbito laboral fácilmente desembocan en pobreza y privación (Adams et al. 2008; Adams
et al. 2013; Brush 2004; Danziger et al. 2002; Moe y Bell 2004; Siefert et al. 2004; Tolman
y Rosen 2001) y en situaciones de exclusión habitativa (Brush 2004; Romero et al. 2003;
Siefert et al. 2004; Tutty et al. 2014). Tanto las dificultades económicas como la
precariedad a nivel de vivienda (cuando no directamente situaciones de sinhogarismo), por
otra parte, pueden desembocar en una merma ulterior de la salud psicofísica de la mujer
(Gil de Miguel y Campuzano 2014; Laparra 2014b; Laparra, Pérez y Corera 2012) y en
dificultades añadidas a la hora de encontrar y mantener un empleo (Laparra, Pérez y Corera
2012). A todo esto se suman los efectos perversos del aislamiento social, que es una de las
consecuencias de la violencia y guarda relación tanto con el ámbito de salud como de
recursos. El aislamiento, de hecho, por una parte, se ve intensificado por los problemas de
salud mental y física que la violencia ha ocasionado (Jewkes 2002; Nicolson 2010; Ruíz-
Jarabo y Blanco 2007) y, por otra, puede llegar a agravarlos o, por lo menos, dificultar su
superación (Miyawaki 2014). Asimismo, también se evidencia que la escasez de contactos
sociales, por un lado, incrementa las dificultades a la hora de encontrar empleo (Dahl,
Fløtten y Lorentzen 2008) y, por otro, se ve agravada por la ausencia de estabilidad en esta
esfera (Pyles y Banerjee 2010). Finalmente, considérese también que la pobreza económica
y la privación llegan a intensificar el aislamiento antes nombrado (Laparra 2014b; Laparra,

119
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Pérez y Corera 2012), mientras se ven por éste incrementadas (Dahl, Fløtten y Lorentzen
2008).
Resumiendo, la revisión bibliográfica realizada muestra con claridad que existen intensas
y profundas interrelaciones entre las dificultades que las mujeres pueden estar
experimentando en cada ámbito.

Ilustración 3. Interrelaciones entre las consecuencias de la violencia detectadas en diferentes


esferas

Esta maraña compleja e intricada recuerda muy de cerca las interrelaciones existentes
entre las diferentes dimensiones de la exclusión social. En otras palabras, la revisión
efectuada permite vislumbrar, incluso en ausencia de estudios que se ocupen
específicamente de este tema, cómo la violencia experimentada puede desembocar en
trayectorias descendentes en el continuum integración/exclusión social. En el análisis
intentaremos confirmar esta hipótesis.

120
5.4 Conclusiones
Después de haber analizado los fenómenos de la violencia de género y la exclusión
social de forma separada, a lo largo de este capítulo nos hemos ocupado de su interrelación.
Frente a la ausencia de estudios anteriores que se ocupen específicamente de la misma, sin
embargo, hemos tenido que acercarnos a nuestro objeto de análisis de forma indirecta,
examinando la relación entre violencia de género y una serie de factores de riesgo –como
nivel educativo bajo, desempleo, pobreza, origen inmigrante, abuso de alcohol y otras
drogas, etc.– que están, a diferente título, relacionados con procesos de exclusión.
En lo que respecta a estos factores, la literatura considera que la relación puede discurrir
en ambos sentidos (Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Campbell 2005; Josephson 2005;
Khalifeh et al. 2013; Stöckl, Heise y Watts 2011; Walby y Allen 2004). Esta consideración
es lo que nos ha llevado a la decisión de diferenciar, también aquí, los dos posibles
itinerarios.
En la primera parte de este capítulo, por lo tanto, hemos estudiado cuáles son los factores
que, en el marco de una estructura social patriarcal, incrementan el riesgo de experimentar
violencia de género y cómo operan. Hemos podido así observar que, en algunos casos, la
evidencia empírica es muy contundente, mientras que, en otros, es más discorde: el hecho
de que uno de los dos miembros de la pareja no tenga estudios, por ejemplo, parece ser un
factor de riesgo muy claro; y lo mismo puede decirse del lugar de origen, así como del
hecho de que el varón abuse de alcohol u otras drogas. En el caso de la pobreza y el empleo,
por el contrario, el panorama es más ambiguo: tanto la pobreza como el desempleo
masculino, de hecho, a veces parecen incrementar el riesgo de violencia de género y otras
no influir en él; mientras que el empleo femenino a veces parece incrementar este riesgo y
otras incluso reducirlo.
Una vez examinados tales factores, hemos avanzado con el análisis presentando varias
teorías que nos ayudan a comprender cómo una situación de exclusión social preexistente
puede favorecer el desencadenamiento de violencia de género. Algunas de estas
formulaciones han sido elaboradas en el marco de investigaciones que se ocupan
específicamente de violencia de género; otras, por el contrario, tienen un alcance más
general, pero todas son igualmente necesarias para crear un marco explicativo de la relación
que nos ocupa. Y la formulación de un marco de este tipo es especialmente relevante ya que
aunque, en la literatura, a menudo se ha subrayado la importancia de analizar el impacto
cumulativo de varios factores y sus interrelaciones (Aldarondo y Castro-Fernández 2011;
Campbell et al. 2011), hasta la fecha muy pocos estudios se han adentrado en análisis de
este tipo (Campbell et al. 2011) y, hasta donde sabemos, ninguno se ha ocupado de la
realidad específica de la exclusión social.
En el caso de los varones, un primer grupo de teorías aclara que las situaciones de estrés
y frustración pueden actuar como desencadenantes de la agresión (Berkowitz 1989; Dollard
et al. 1939/1967). Otros autores y autoras, sin embargo, matizan este concepto y explican
que tanto la probabilidad de que dicha agresión tenga lugar (Bandura 1979) como la
dirección que ésta tome (Hochschild 2009) guardan una relación directa con las
consecuencias anticipadas de la misma: y ésta es una aportación fundamental para

121
Violencia de género en la pareja y exclusión social

comprender los procesos de violencia de género y, más concretamente, la razón por la


cual la violencia masculina se dirige preferentemente contra la pareja femenina. Otras
teorías hacen hincapié en la violencia estructural como causante de violencia directa, algo
que se resume en el famoso axioma de Galtung “la violencia genera violencia” (Galtung
1990/2003, p. 266). Otras tantas centran su mirada en el conflicto, sea porque éste es una
fuente de estrés, sea porque la violencia es una táctica frecuentemente usada dentro del
mismo (Jewkes 2002; Walby y Allen 2004), sobre todo cuando no se dispone de
herramientas para manejarlo de otra manera (Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012). Un
cuarto grupo parte de la constatación de que el dominio puede asegurarse de múltiples
maneras y aclara que, cuanto menor es la capacidad de lograrlo de forma “legítima” (algo
que puede asociarse con procesos de exclusión), más probable será el recurso a
herramientas ilegítimas, como la violencia. Un quinto grupo pone el acento en el hecho de
que, en las situaciones de dificultad social, puede originarse una definición alternativa de
masculinidad en la que la violencia adquiere un papel particularmente relevante. Es ésta una
aportación interesante y que, como veremos, adquiere especial importancia en contextos en
los que la situación de exclusión, por un lado, no es algo sobrevenido, sino enquistado e
incluso transmitido entre generaciones; y, por otro, no es algo que afecta a un número
reducido de individuos, sino a una parte significativa de un grupo social (ej. una etnia
determinada, los habitantes de un determinado barrio, etc.). Otras investigaciones,
finalmente, ponen de relieve los mayores niveles de desigualdad de género que
caracterizarían a los colectivos excluidos.
En lo que respecta a las mujeres, las herramientas teóricas disponibles son mucho más
reducidas (y esto pese al hecho de que los datos empíricos disponibles son, en su caso,
claramente más abundantes), algo que refuerza nuestra decisión de focalizar la mirada en
ellas. Más concretamente, algunos estudios evidencian que una situación de dificultad social
reduce su capacidad de responder con eficacia a la violencia (Hamby 2005), algo que puede
favorecer el recurso a la misma por parte del varón. Otras vinculan situación
socioeconómica y autoestima, lo cual permite hipotetizar que la relación entre exclusión y
violencia se encuentra mediada por ésta. Un tercer grupo parte de la constatación de que, en
las capas más bajas de la sociedad, se registra una mayor adhesión a roles de género
tradicionales, algo que es, de por sí, un factor de riesgo de violencia de género
(Villavicencio 1993). Una última hipótesis, finalmente, sugiere que si las mujeres en
situación de exclusión se convierten con más facilidad en blancos de la violencia es porque,
cómo sociedad, las hacemos más vulnerables a la misma.
Finalmente, se ha aclarado que, aunque las teorías que focalizan su mirada en los
varones agresores y aquellas que se ocupan de las mujeres víctimas han sido presentadas
como netamente separadas, la realidad es mucho más compleja. Difícilmente, de hecho, la
situación de exclusión afectará a un único miembro de la pareja: como resultado, los
elementos que actúan en los unos y en las otras se acumulan y retroalimentan, y esto se
traduce en un ulterior incremento del riesgo.
Dicho esto, es importante resaltar que tanto los elementos antes enumerados como la
exclusión social juegan sí un papel muy significativo en el desencadenamiento de procesos
de violencia de género, pero sólo porque existe una precondición necesaria: un trasfondo
estructural de relaciones desiguales de género (Jewkes 2002). Éstas, de hecho, resultan

122
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social

imprescindibles para comprender por qué estos factores facilitan el recurso a la violencia en
el marco de la pareja únicamente por parte de los hombres.
Una vez analizados los mecanismos que permiten comprender cómo una situación de
exclusión preexistente puede llegar a incrementar la probabilidad de que se manifiesten
determinados procesos de violencia de género, en la segunda parte de este capítulo hemos
analizado la posibilidad contraria, es decir, cómo la violencia experimentada puede dar
lugar a trayectorias descendentes en el continuum integración/exclusión social. También en
este caso, frente a la ausencia de estudios que analicen el impacto de la violencia en
términos de exclusión, hemos analizado los efectos de la violencia en una serie de
elementos que, sin ser sinónimos de exclusión, guardan, sin embargo, una clara relación con
la misma. De esta manera, hemos podido observar que la violencia tiene un fuerte impacto
sobre la salud (tanto física como emocional) de la mujer; que puede inducirla a abusar de
fármacos, alcohol u otras drogas; y que, a menudo, tiene profundas secuelas también en el
ámbito relacional (aislamiento), económico (en términos tanto de empleo como de pobreza
y privación) y de vivienda.
En un segundo momento, hemos completado esta información analizando cómo todos
estos elementos pueden llegar a interrelacionarse y retroalimentarse. Frente a la ausencia de
investigaciones que se ocupen explícitamente de este tema para el caso específico de la
violencia de género, sin embargo, hemos tenido que remitirnos a estudios pertenecientes a
campos muy diversos. Combinando la información proporcionada por cada una de estas
fuentes, hemos podido así crear un esquema general que pone de manifiesto la existencia de
fuertes interconexiones entre las secuelas que la violencia puede tener en varios ámbitos. A
partir de la información así conseguida, en el análisis trataremos de comprobar la validez de
este esquema para el caso específico de las mujeres que experimentan o han experimentado
violencia de género.

123
PARTE II. EL ENTORNO DE LA
OBSERVACIÓN
7. Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que
nos ocupan

7.1 Introducción
En los capítulos anteriores hemos examinado los fenómenos de la violencia de género y
la exclusión social desde un punto de vista eminentemente teórico. En éste avanzamos con
el análisis y efectuamos una aproximación cuantitativa a los mismos, presentando una
panorámica general tanto de su incidencia actual como de su evolución en la última década
y aportando datos tanto a nivel estatal como europeo. La fotografía que de esta manera se
dibuja, por un lado, nos ayuda a dimensionar los fenómenos que nos ocupan y, por otro,
constituye un elemento de conjunción entre el estudio eminentemente teórico efectuado en
los capítulos anteriores y el análisis propiamente dicho, al que se dedicarán los próximos
capítulos.

7.2 La violencia de género en la pareja


Empezando por la violencia de género, ante todo cabe resaltar que se trata de un
fenómeno que, a pesar de ser muy antiguo, ha permanecido oculto durante mucho tiempo;
cuantificarlo, por lo tanto, se convierte en una tarea tanto importante como compleja
(Caceres 2007; Ferrer, Bosch y Madurell 2006).
Para llevarla a cabo podemos recurrir a dos tipos de datos: información de carácter
judicial y datos extraídos de las encuestas. Más concretamente, comenzamos presentando la
información que nos ofrece cada una de estas fuentes por separado y terminamos
observando qué fotografía se dibuja cuando los datos judiciales y los datos de encuesta se
ponen en relación entre sí.

7.2.1 Datos judiciales


Los datos judiciales hacen referencia a las denuncias, las Órdenes de Protección, los
enjuiciamientos y condenas y los casos de feminicidio.
En lo que respecta a las denuncias, el pico más alto se registró en 2008, cuando se
interpusieron un total de 142.125 denuncias en todo el Estado (una cada 164 mujeres).
Posteriormente, esta cifra ha ido reduciéndose paulatinamente, para luego repuntar
ligeramente en 2014 y 2015, año en que fueron interpuestas 129.193 denuncias a nivel
estatal. Se trata, en cualquier caso, de cifras netamente inferiores a las registradas en 2008.
Dicha reducción podría indicar tanto una paralela disminución de los casos de violencia de
género como una menor propensión a denunciarlos. Esto último podría, a su vez, estar
relacionado tanto con la actual situación de crisis económica, que dificultaría las
separaciones, como con el hecho de que una parte significativa de las mujeres que ya
Violencia de género en la pareja y exclusión social

interpusieron denuncia en el pasado podría haber decidido no repetir una experiencia que
fue traumática para ellas94.
95
Tabla 3. Denuncias interpuestas. Años 2007-2015

Nº total de denuncias Tasa de denuncias


interpuestas cada 1.000 mujeres
2007 126.293 5,5
2008 142.125 6,1
2009 135.540 5,7
2010 134.105 5,6
2011 134.002 5,6
2012 128.543 5,4
2013 124.894 5,2
2014 126.742 5,3
2015 129.193 5,4
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de datos del Consejo General del Poder Judicial 2007-2015 y del INE (Estadística del
Padrón continuo 2007-2015)

El segundo dato judicial que analizamos es la Orden de Protección, una resolución


judicial que, por un lado, acredita la existencia de indicios fundados de que se han cometido
delitos o faltas de violencia de género y, por otro, asegura la protección de la mujer,
activando tanto medidas cautelares civiles y/o penales (entre las cuales se incluye la famosa
orden de alejamiento) como medidas de asistencia y protección social.
También en este caso, el pico más alto se registró en 2008, cuando se solicitaron un total
de 41.420 Órdenes de Protección. Posteriormente, esta cifra fue disminuyendo, para luego
repuntar ligeramente entre 2014 y 2015, cuando se solicitaron un total de 36.292 Órdenes
de Protección. También en este caso, las oscilaciones podrían indicar variaciones tanto en la
incidencia de violencia de género a nivel estatal como en la propensión de las mujeres a
dirigirse al sistema judicial en caso de que ésta tenga lugar.
El porcentaje de Órdenes de Protección concedidas sobre el total de solicitudes también
ha ido disminuyendo en la última década, pasando del 74,9% en 2006 al 56,6% en 2014, un
dato especialmente significativo si se considera que en la misma época disminuyeron
también las solicitudes. Es ésta una tendencia preocupante, que puede conllevar una mayor
indefensión de las mujeres que deciden interponer denuncia 96. En el año 2015, por otra
parte, se observa un ligero repunte en el porcentaje de Órdenes de Protección concedidas;

94 Es ésta una interpretación que se ve sustentada por los relatos de las mujeres entrevistadas, que, a menudo, señalan que la
experiencia vivida, tanto en el momento de la denuncia como en el posterior juicio, les causó una fuerte victimización
segundaria. Para un análisis más pormenorizado, por otra parte, se remite al Anexo VIII, donde se detalla la experiencia vivida
por cada mujer.
95 Se han incluido datos a partir de 2007 porque es entonces cuando los informes del Consejo General del Poder Judicial

empiezan a incluir información comparable: en 2006, de hecho, estos Informes no proporcionan datos acerca del número de
denuncias interpuestas; y anteriormente se utilizaba la noción de violencia doméstica en lugar que la de violencia de género
(tal y como ésta se entiende en la LO 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género).
96 Sobre todo porque el momento en que la mujer interpone la denuncia con frecuencia se acompaña de un agravamiento de la

situación de violencia (Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010), con mayor riesgo de agresiones de alta intensidad e incluso
asesinatos.

128
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan

es, sin embargo, demasiado pronto para saber si se trata de un dato aislado o del inicio de un
cambio de tendencia.

Tabla 4. Órdenes de Protección solicitadas y concedidas y porcentaje de concesiones sobre el


total de solicitudes. Años 2006-2015

OP solicitadas (N) OP concedidas (N) % de OP concedidas

2006 36.163 27.078 74,9


2007 37.826 27.967 73,9
2008 41.420 30.405 73,4
2009 41.083 28.782 70,1
2010 37.908 25.531 67,3
2011 35.813 23.566 65,8
2012 34.556 21.245 61,5
2013 32.831 19.349 58,9
2014 33.167 18.775 56,6
2015 36.292 20.827 57,4
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de datos del Consejo General del Poder Judicial 2006-2015

Avanzando con el análisis, focalizamos la mirada en el número de hombres enjuiciados y


condenados por violencia de género. En lo que a esto respecta, se evidencia que, entre 2010
y 2015, el número de enjuiciamientos ha ido reduciéndose paulatinamente, pasando de
56.470 en el año 2010 a 46.275 en 2015. El porcentaje de condenas sobre el total de
enjuiciamientos, por otra parte, ha mantenido una evolución más irregular, reduciéndose
entre 2010 y 2012, para luego incrementarse entre 2013 y 2015 (cuando se situó en el
62,4% del total).

Tabla 5. Hombres enjuiciados y condenados por violencia de género y porcentaje de condenas


97
sobre el total de enjuiciamientos. Años 2010-2015

% de condenas sobre
Enjuiciamientos Condenas totales el total de
enjuiciamientos
2010 56.470 34.376 60,9
2011 52.634 31.403 59,7
2012 51.656 30.294 58,6
2013 47.258 28.253 59,8
2014 46.318 28.341 61,2
2015 46.275 28.871 62,4
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de datos del Consejo General del Poder Judicial 2010-2015

Finalmente, nos ocupamos del número de feminicidios íntimos cometidos entre 2003 y
2015. En este caso, como se puede apreciar en la tabla que aparece a continuación, se trata
de cifras demasiado bajas como para analizar tendencias; lo que queremos destacar aquí, sin

97 Se han incluido únicamente datos a partir de 2010 porque es entonces cuando los informes del Consejo General del Poder
Judicial empiezan a presentar datos desagregados por sexo.

129
Violencia de género en la pareja y exclusión social

embargo, es que, según datos del Ministerio, en los últimos 13 años, 826 mujeres han sido
asesinadas por su pareja o ex pareja.
98
Gráfico 1. Feminicidios íntimos (mujeres asesinadas por la pareja o la ex pareja). Años 2010-2015

80 76
71 72 71 73
69
70
61 60
60 57 56
52 54 54
50

40

30

20

10

0
2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015

Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.

Los datos proporcionados a lo largo de este apartado son muy fiables, pero presentan dos
inconvenientes: por un lado, aun mostrando claramente que se trata de un fenómeno
numéricamente muy importante, invisibilizan los casos no denunciados y, por otro, no
aportan información alguna sobre las características socioeconómicas de las mujeres que
enfrentan violencia (Ferrer, Bosch y Madurell 2006). Es por ello que, en épocas más
recientes, éstos comenzaron a ser integrados con encuestas dirigidas al conjunto de las
mujeres. A ellas dedicamos, por lo tanto, los próximos apartados.

7.2.2 Datos de encuesta


En las encuestas, la violencia de género se mide de forma estandarizada, a través de
preguntas que identifican hechos concretos que se han considerado constitutivos de
violencia (es lo que llamamos “violencia técnica”). Esto permite reducir el sesgo resultante
de la coexistencia, en una misma sociedad, de distintos niveles de concienciación; y,
paralelamente, también favorece la emersión de casos de maltrato que, de lo contrario,
permanecerían sin detectar. Vamos ahora a observar cuál es la realidad que estas encuestas
dibujan a nivel tanto europeo como estatal.

98 Se han incluido únicamente datos a partir de 2010 porque es entonces cuando el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e
Igualdad empieza a recoger información. Es cierto que el Centro Reina Sofía recoge datos anteriores, pero las series se
interrumpen en 2011 (año en que el Centro cerró). Antes que mezclar datos provenientes de fuentes diferentes (y recogidos
con metodologías diferentes), entonces, hemos preferido limitarnos a proporcionar las cifras más recientes. Asimismo, cabe
destacar que se han incluido únicamente los denominados “feminicidios íntimos” (mujeres asesinadas por la pareja o la ex
pareja), mientras que no se han contabilizados otros tipos de feminicidios (todos los que tienen lugar fuera del ámbito de la
pareja). Si hemos tomado esta decisión es porque, en este trabajo, no nos ocupamos del conjunto de la violencia de género,
sino únicamente de aquella que tiene lugar en el ámbito de las relaciones de pareja y, por lo tanto, el mismo esquema debe
aplicarse a los casos de feminicidio.

130
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan

7.2.2.1 El contexto europeo


A nivel europeo, la referencia obligada es una encuesta realizada en 2014 por parte de la
Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA). Esta encuesta, que
analiza la incidencia de la violencia de género99 en cada uno de los países de la UE, es la
primera de este tipo nunca realizada y, como tal, representa un gran avance para la
investigación en temas de violencia de género, ya que abre la puerta a estudios de tipo
comparado antes imposibles de efectuar.
Los resultados que arroja, sin embargo, son manifiestamente contraintuitivos. El
porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia física o sexual por parte de una
pareja o ex pareja desde los 15 años hasta la actualidad, de hecho, oscila entre el 13% en
países como Polonia o Croacia (que ocupan el lugar 19 y 23 en el Índice de Igualdad de
Género de la UE) y el 32% en Dinamarca (que ocupa el segundo lugar) (EIGE 2015).
Análogamente, el porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia psicológica alguna
vez en la vida varía entre el 31% y 33% en Irlanda y Grecia (que, en este Índice, ocupan las
posiciones número 8 y 25 respectivamente) y el 60% en Dinamarca (que, como ya se ha
dicho, ocupa el segundo lugar) (EIGE 2015). En lo que respecta al caso específico del
Estado español (que ocupa la posición número 12), por otra parte, observamos que la
proporción de mujeres que ha experimentado violencia física o sexual se sitúa en un 13% y
el porcentaje que ha vivido violencia psicológica en un 33% (EIGE 2015). En un país como
Suecia (que ocupa la primera posición en el Índice de Igualdad de Género de la UE), por el
contrario, el porcentaje asciende al 28% y 51% respectivamente (EIGE 2015). En resumen,
estos resultados indicarían que en los países nórdicos la incidencia de la violencia de género
es mucho mayor que en los países del Este y Sur de Europa.

Gráfico 2. Porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de una
pareja o ex pareja desde los 15 años hasta la actualidad en los países UE-28. Año 2013

35
30
25
20
15
10
5
0
Eslovaquia

Eslovenia
Francia

Estonia
Grecia
Lituania
Letonia

Bulgaria

Italia

Irlanda

Austria

Polonia
Croacia
Finlandia

Bélgica

Romania

EU-28
Reino Unido
Suecia

Holanda

España
Malta
Alemania

República Checa

Chipre
Hungria
Dinamarca

Luxemburgo

Portugal

Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de datos del FRA (2014)

99 En todas las fuentes analizadas, la presencia de violencia de género no se mide preguntando directamente por el padecimiento
de malos tratos, sino de manera indirecta, a partir de la respuesta afirmativa a una serie de ítems que describen situaciones
concretas que se consideran indicativas de la presencia de violencia de género.

131
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Gráfico 3. Porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia psicológica por parte de una
pareja o ex pareja alguna vez en la vida en los países UE-28. Año 2013

70
60
50
40
30
20
10
0

Polonia

Eslovenia
Grecia
Estonia

Francia
Eslovaquia

Bulgaria
Lituania
Letonia
Finlandia

Bélgica

Croacia

Austria
Italia

Irlanda
EU-28
Suecia

Romania

Malta
Holanda

Reino Unido

España
Alemania

República Checa

Chipre
Hungria
Luxemburgo
Dinamarca

Portugal
Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de datos del FRA (2014)

¿Por qué habría más violencia precisamente donde las desigualdades de género (que,
como se ha dicho, constituyen la causa prima de dicha violencia) son menores? Podemos
formular varias hipótesis, diferentes pero no necesariamente excluyentes. La primera parte
del presupuesto de que los datos presentados constituyen un reflejo fiel de la realidad y que,
efectivamente, en los países nórdicos la incidencia de la violencia de género es mayor de lo
esperado. Esto podría, a su vez, ser el resultado de procesos diferentes. Por un lado, de
hecho, podría interpretarse como una reacción patriarcal frente a las conquistas de las
mujeres 100 . Por otro lado, los datos obtenidos podrían estar asimismo reflejando la
existencia de un vacío, tanto en las políticas de género como en las herramientas de
medición de la desigualdad, demasiado centradas en cuestiones materiales y no
suficientemente atentas a la esfera emocional (siendo ésta la principal fuente de desigualdad
en los países occidentales contemporáneos) (Jonasdottir 1991/1993). Finalmente, también
cabe destacar que parte de estas diferencias podría explicarse por la existencia de un diverso
patrón de consumo de alcohol en los países del Norte y del Sur de Europa (FRA 2014) 101.
Todas estas hipótesis encuentran confirmación en el hecho de que, según datos del Centro

100Según García Selgas y Casado (2010), de hecho, sería precisamente el desajuste causado por estas modificaciones lo que
habría conducido a un incremento de la conflictividad en la pareja y también de la violencia que se da en ella. Para comprender
esta afirmación hay que tener en cuenta que los cambios que han tenido lugar no han sido espontáneos, ni representan el
resultado de un pacífico consenso entre mujeres y hombres. Muy al contrario, se han logrado gracias a las luchas de un
movimiento –el feminismo– que ha supuesto un reto para los varones y que ha conducido a unos cambios que, en términos
generales, han recibido mejor aceptación por parte de ellas que por parte de ellos. Esto es fácilmente comprensible, ya que,
para las mujeres, estas transformaciones, aunque no siempre fáciles ni faltas de contradicciones, suponían un cambio para
mejor; mientras que, para los hombres, implicaban una renuncia a determinados privilegios antes indiscutidos (Bourdieu 1990;
García y Casado 2010). Esto, evidentemente, ha hecho que las mujeres hayan cambiado más y más rápidamente que sus
compañeros. En este desfase se encontraría la semilla, el germen de la violencia (Moya 2014). Si a esto se añade que, a nivel
general, las conquistas de los grupos subordinados siempre son vividas, por parte de los grupos dominantes, como agresiones
en contra de ellos, se comprende que es aquí, en esta percepción de haber sufrido una injusticia, donde se encuentra el
germen de un posible aumento de los conflictos y de la violencia en contra de las mujeres (Ferrer, Bosch y Madurell 2006;
García y Casado 2010; Moya 2014).
101 Esto no significa que el abuso de alcohol pueda causar la violencia, sino que –tal y como se ha analizado en el capítulo 4

(apartado consumo de alcohol)– puede facilitar que ésta se desencadene.

132
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan

Reina Sofía (2010), las tasas de feminicidio en los países nórdicos no son inferiores que las
de los países mediterráneos.
Otra posibilidad es que los datos obtenidos no sean un reflejo fiel de la realidad sino el
resultado de diferencias en el proceso de detección. El hecho de que los países nórdicos
tengan mayores niveles de igualdad de género (EIGE), así como una mayor tradición de
políticas de igualdad, de hecho, podría haber creado un ambiente más favorable para la
misma. En otras palabras, allí las mujeres podrían ser mayormente capaces tanto de
reconocer como de expresar la violencia que experimentan y esto, evidentemente, podría
haber influido en los resultados finales (FRA 2014).
Finalmente, cabe formular una última hipótesis que, remitiéndose a consideraciones de
tipo metodológico, también cuestiona la fiabilidad de los resultados. Nos referimos, en
primer lugar, al hecho de que la muestra por país es reducida (alrededor de 1.500 mujeres
para el Estado español, cuando la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 entrevistaba
a alrededor de 8.000 y las anteriores a más de 20.000) y, por lo tanto, el margen de error
relativamente amplio; y, en segundo lugar, al hecho de que la tasa de respuesta es a menudo
muy baja (en España y Suecia, por ejemplo, se sitúa en el 31,1% y 19,7% respectivamente),
algo que también puede estar distorsionando los resultados (Frankfort-Nachmias y
Nachmias 1992).

7.2.2.2 La realidad estatal


Una vez examinado brevemente el contexto europeo, analizamos más detalladamente la
realidad estatal. En lo que a ésta respecta, en primer lugar, observamos la evolución del
fenómeno en los últimos años. Para ello, recurrimos a las Macroencuestas de Violencia de
Género, las únicas fuentes de ámbito estatal que permiten analizar series de datos.
Observamos así que, entre 1999 y 2006, el porcentaje de mujeres que experimenta violencia
de género parece haber disminuido, pasando de un 9,2% en 1999 a un 8,7% en 2002 y a un
7,2% en 2006. En 2011, por el contrario, se observa un repunte en las tasas de incidencia
(que ascienden hasta el 10,2%). En esta edición de la encuesta, sin embargo, se introdujeron
unos cambios metodológicos que seguramente hayan influido en los resultados102. En esta
circunstancia, por lo tanto, es imposible saber hasta qué punto este incremento es efecto de
tales modificaciones, o si, por lo contrario, también refleja un paralelo aumento en la
incidencia de la violencia de género. Cabe, finalmente, resaltar que, incluso teniendo como
referencia el dato más conservador (el de 2006), se calcula que, a nivel estatal, estaría
experimentando violencia más de 1.500.000 de mujeres; el dato, presumiblemente más
cercano a la realidad, de 2011, por otra parte, arroja una cifra superior a los 2.000.000.

102En las primeras ediciones (1999, 2002 y 2006) las entrevistas se realizaban por teléfono, mientras que en 2011 se pasa a
efectuar entrevistas presenciales. En 2015, por otra parte, el cuestionario se modifica totalmente, con lo cual ninguna
comparación ya es posible.

133
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 6. Mujeres que, en el momento de realización de la encuesta, experimentaban violencia de


género por mano de una pareja o ex pareja. Datos y extrapolación de datos de las
103
Macroencuestas de Violencia de Género de 1999, 2002, 2006 y 2011

Violencia de género Extrapolación de


en la actualidad (%) datos

1999 9,2 1.551.215


2002 8,7 1.540.091
2006 7,2 1.356.836
2011 10,2 (10,6)104 2.026.498
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir del informe “III Macroencuesta sobre Violencia contra las Mujeres. Informe de
resultados” del Instituto de la Mujer (2006); de la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 (microdatos) 105 y del INE
(Estadística del Padrón Continuo 1999, 2002, 2006 y 2011106)

Una vez analizada la evolución del fenómeno, es oportuno contrastar los datos extraídos
de la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 (que es una de las fuentes de nuestro
análisis) con los que proporcionan otras encuestas, como la Encuesta Foessa sobre
Integración Social y Necesidades Sociales 2013 (que es otra de nuestras fuentes) y la
Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 (que representa el estudio más reciente
realizado a nivel estatal). En este caso, la comparación resulta algo más complicada, ya que
las definiciones empleadas y los horizontes temporales contemplados no siempre
coinciden107.
Si antes nos hemos limitado a proporcionar datos de violencia de género globalmente
considerada, aquí intentamos profundizar algo más y, cuando posible, diferenciamos por
tipos de violencia. Observamos así que el porcentaje de mujeres que experimenta violencia
física a mano de la pareja o la ex pareja se sitúa en un 1,6% según datos de la
Macroencuesta 2011, en un 1,8% según la Macroencuesta 2015 y en un 3% según la

103 No se incluyen aquí datos de la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 porque, en su caso, el Informe publicado
por el Ministerio no incluye información acerca del porcentaje total de mujeres que experimentan violencia de género, sino
únicamente de las que experimentan cada tipo de maltrato.
104 Los datos extraídos de los informes (y presentando en las tabla 5 y 6) no contemplan los valores perdidos. Para favorecer la

comparabilidad entre fuentes, por lo tanto, nosotras también hemos decidido seguir el mismo criterio; sin embargo,
considerando que un análisis que tiene en cuenta estos valores constituye un reflejo más fiel de la realidad, hemos optado por
incluir (entre paréntesis) también datos que sí los contemplan. Esto, por otra parte, también asegura una mayor armonía entre
la información aquí proporcionada y la que se ofrece en el análisis propiamente dicho.
105 Hemos tenido que recurrir a los microdatos porque el informe “Macroencuesta de Violencia de Género 2011. Avance de

resultados” de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género (2012) se limita a analizar el maltrato declarado, sin
medir la “violencia técnica”; mientras que el “Análisis sobre la Macroencuesta de Violencia de Género 2011” de la Delegación
del Gobierno para la Violencia de Género, aun utilizando la noción de “violencia técnica”, analiza siempre de forma separada la
violencia de la pareja y la ex pareja.
106 Se hace referencia a los años 1999, 2002, 2006 y 2011 porque ésos son los años en los que se llevó a cabo el trabajo de

campo.
107Esta ausencia de uniformidad puede ser el producto de varios factores. En primer lugar, de hecho, hay que considerar que el

intento de medir la violencia de género es algo reciente, con lo cual la ausencia de un sólido consenso acerca de cómo medirla
era algo esperable. A esto se añade que es virtualmente imposible crear una definición operativa de violencia de género que
abarque todas sus posibles manifestaciones, lo cual hace que toda operacionalización sea parcial (Woodin, Sotskova y
O’Leary 2013 121) y, por lo tanto, llegar a un acuerdo acerca de qué incluir y qué excluir algo muy difícil. En el caso específico
de las fuentes aquí utilizadas, por otra parte, cabe resaltar que, mientras que en el caso de la Macroencuesta 2011 y la
Encuesta Foessa 2013 la comparabilidad es muy elevada, la Macroencuesta 2015 presenta evidentes diferencias con respecto
a las otras fuentes. Para un análisis más detallado véase Anexo III.

134
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan

Encuesta Foessa 2013108. La incidencia de la violencia sexual, por otra parte, es del 1,4%
conforme a los datos la Macroencuesta 2015, del 3,1% según la Encuesta Foessa 2013 y del
3,3% conforme a datos de la Macroencuesta 2011 109 . En lo que respecta a la violencia
psicológica, sea de control o emocional, por otra parte, la incidencia es, según todas las
fuentes, claramente más elevada que en el caso de la violencia física o sexual. Más
concretamente, en el caso de la violencia de control, la incidencia se sitúa en un 4,6% según
la Encuesta Foessa 2013, en un 6,7% según la Macroencuesta 2011 y en un 9,2% según la
Macroencuesta 2015. En lo que respecta a la violencia emocional, el dato más bajo sigue
siendo el de la Encuesta Foessa 2013 (5,1%), algo que puede explicarse por el hecho de que
allí el número de conductas violentas contempladas es menor110, seguido esta vez por el de
la Macroencuesta 2015 (7,9%) y, por último, por la Macroencuesta 2011 (9,8%).
Finalmente, el porcentaje de mujeres que experimenta violencia económica se sitúa en un
1,1% en la Macroencuesta 2011, en un 2,5% conforme a la Macroencuesta 2015 y en un
2,8% según la Encuesta Foessa 2013111.

108 Desde aquí, consideramos que la mayor incidencia arrojada por la Encuesta Foessa en comparación con las otras fuentes se
debe a cuestiones de orden metodológico y, más concretamente, al diferente marco en el que se realiza la pregunta en un
caso y en otro. La Macroencuesta, de hecho, venía siendo promocionada por el Instituto de la Mujer y está claramente dirigida
a conocer el alcance de la violencia en el ámbito familiar. En este contexto el objetivo de las preguntas es fácilmente deducible
y, así, el miedo a la estigmatización y a reconocerse (frente a sí mismas y a los demás) como “mujer maltratada” podría estar
jugando un peso relevante en la no emersión del maltrato (sobre todo en el caso de la violencia física, la más estigmatizadora).
La Encuesta Foessa, por el contrario, se ocupa de integración social y necesidades sociales y, además, las preguntas sobre
violencia de género siguen a un largo apartado sobre consecuencias económicas de la crisis. En este contexto el maltrato
podría más fácilmente ser percibido como un elemento más de las situaciones de dificultad social que esta fuente investiga.
Admitirlo podría haber resultado, por lo tanto, más fácil.
109 Como ya se ha apuntado, el hecho de que la incidencia en la Macroencuesta 2015 sea claramente menor que en

Macroencuesta 2011 y la Encuesta Foessa 2013 es un resultado inesperado, ya que en la primera ésta se deduce de la
respuesta afirmativa a uno de 5 ítems diferentes y en las otras a partir de un único ítem. Desde aquí, avanzamos la hipótesis
de que esto puede deberse al carácter excesivamente explícito de los ítems contemplados en la Macroencuesta 2015, que
podrían haber disuadido a las mujeres de contestar afirmativamente.
110 En la práctica totalidad de las encuestas, la presencia de violencia de género se mide de forma indirecta, a partir de una serie

de ítems que identifican situaciones concretas. Al incrementarse del número de ítems contemplados también se facilita la
detección y, por lo tanto, la incidencia también puede tender a aumentar.
111 La mayor incidencia detectada en el caso de la Macroencuesta 2015 no debe sorprender ya que, en ella, no solamente se han

incorporado un mayor número de ítems, sino que, además, se han considerados constitutivos de violencia económica
comportamientos que, en las otras, se han considerados ejemplos de violencia de control (nos referimos, por ejemplo, al ítem
“no le dejaba trabajar o estudiar”). Los datos extraídos de la Encuesta Foessa, por otra parte, pueden explicarse por el marco
en el que se han realizado las preguntas (v. nota pre anterior). A esto hay que añadir que el ítem a partir del cual, en ambas, se
deduce la presencia de violencia económica (“le quita el dinero que Ud. gana o no le da lo suficiente que necesita para
mantenerse”) es impreciso y puede ser mal interpretado (aclara que la mujer no recibe dinero suficiente para mantenerse, pero
no permite saber si esto es así por la violencia o porque el hogar está experimentando graves dificultades económicas, en un
contexto de división sexual del trabajo). Desde aquí, avanzamos la hipótesis de que esta ambigüedad, si bien no resultaba
especialmente problemática en el marco de una encuesta expresamente dedicada a temas de violencia intrafamiliar (es el caso
de la Macroencuesta 2011) sí resulta claramente equívoca en el marco de una encuesta sobre pobreza (es el caso de la
Encuesta Foessa) y es responsable de los diferentes resultados arrojados por una y por otra.

135
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 7. Incidencia de diferentes tipos de violencia de género según datos de la Macroencuesta de


Violencia de Género 2011, de la Encuesta Foessa sobre Integración Social y
Necesidades Sociales 2013 y de la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015

Macroencuesta 2011 Encuesta Foessa 2013 Macroencuesta 2015

Violencia de la pareja o Violencia de la pareja o


Violencia de la pareja o Violencia de la pareja o
la ex pareja en el la ex pareja en el
la ex pareja en el último la ex pareja a lo largo
momento de la momento de la
año de la vida
entrevista entrevista
Violencia física 1,6 (1,6) 3,0 (4,1) 1,8 10,4
Violencia sexual 3,3 (3,4) 3,1 (4,2) 1,4 8,1
Violencia psicológica
6,7 (6,8) 4,6 (6,2) 9,2 25,4
de control
Violencia psicológica
9,8 (10,1) 5,1 (6,8) 7,9 21,9
emocional
Violencia económica 1,1 (1,1) 2,8 (3,7) 2,5 10,8
Violencia total 10,2 (10,6) 6,2 (8,4) s.d. s.d.
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 (microdatos), de la Encuesta
Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013 (microdatos) y del informe “Macroencuesta de Violencia contra la
Mujer 2015” del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad

Resumiendo, entonces, los resultados ahora presentados, por un lado, indican con toda
claridad que la violencia de género es un fenómeno muy extendido en la sociedad; por otro,
sin embargo, también muestran una elevada variabilidad, que pone de manifiesto las
limitaciones del análisis cuantitativo aplicado a este fenómeno.
Es también por ello que, siguiendo las recomendaciones de Woodin, Sotskova y O’Leary
(2013), a lo largo de la presente investigación, los resultados obtenidos a través de
encuestas dirigidas a la totalidad de la población se triangulan con la información cualitativa
recogida mediante entrevistas a mujeres supervivientes

7.2.3 Datos judiciales y de encuesta en relación


Una vez analizados los datos judiciales y la información extraída de las encuestas, vamos
a ponerlos en relación.
Para ello, en primer lugar, dirigimos la mirada al conjunto de la violencia de género.
Observamos así que, pese al aumento exponencial de las denuncias en las últimas décadas
(éstas han pasado de 11.516 en 1983 a 129.193 en 2015) (Ferrer, Bosch y Madurell 2006;
Informes del CGPJ 2015), el porcentaje de violencia que se llega a denunciar todavía
representa una parte muy reducida del total. Más concretamente, a partir de los datos de la
Macroencuesta 2011, se puede calcular que únicamente el 6,4% de las mujeres que
experimentaron violencia de género llegó a interponer denuncia. En lo que respecta a las
Órdenes de Protección solicitadas y concedidas, por otra parte, los datos son aún más bajos
y se sitúan en el 1,7% y 1,1% respectivamente. Si se toman como referencia los datos
extraídos de la Encuesta Foessa 2013, los porcentajes se mantienen fundamentalmente
inalterados (situándose en el 7,3%, 1,9% y 1,1% respectivamente). Resumiendo, los
resultados obtenidos muestran con toda claridad que únicamente una pequeña proporción de
la violencia de género llega a conocimiento del sistema judicial.

136
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan

Tabla 8. Relación entre datos de encuesta y judiciales

% sobre el total de mujeres que se calcula experimentaron violencia


Se calcula que
Se les concedió una
experimentaron Interpusieron denuncia Solicitaron una OP
OP
violencia
Macroencuesta 2011 y
2.025.559
datos judiciales de 6,4 1,7 1,1
100%
2011
Encuesta Foessa 2013
1.703.699
y datos judiciales de 7,3 1,9 1,1
100%
2013
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 (microdatos), de la Encuesta
Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013 (microdatos), del Consejo General del Poder Judicial 2011 y 2013 y
del INE (Estadística del Padrón Continuo 2011 y 2013)

Cuando restringimos la mirada a la violencia física, el panorama se presenta más


matizado y las diferencias entre fuentes son más significativas. Los datos de la
Macroencuesta 2011, por ejemplo, sugieren que un porcentaje muy relevante de la violencia
física (42,2%) sí llega a ser denunciada, aunque las cifras se reducen drásticamente cuándo
analizamos qué porcentaje de mujeres solicita y obtiene una Orden de Protección (11,3% y
7,4% respectivamente). La información extraída de la Encuesta Foessa 2013, por el
contrario, muestra un panorama más sombrío, donde no más del 15% de los casos llegan a
ser denunciados, en menos del 4% de las situaciones se solicita una Orden de Protección y
en poco más del 2% ésta se concede. Finalmente, los datos de la Macroencuesta 2015 se
sitúan en un nivel intermedio e indican que en el 34,9% de los casos se llegó a interponer
denuncia, en un 9,1% se solicitó Orden de Protección y en un 5,2% ésta se concedió. En
suma, los datos varían significativamente en función de la fuente considerada, pero ninguna
de estas variaciones llega a poner en duda la aportación fundamental de los datos ahora
presentados: que la mayoría de la violencia –incluida la física– permanece oculta al sistema
judicial.

Tabla 9. Relación entre datos de encuesta y judiciales para el caso específico de la violencia física

% sobre el total de mujeres que se calcula experimentaron violencia física


Se calcula que
Se les concedió una
experimentaron Interpusieron denuncia Solicitaron una OP
OP
violencia
Macroencuesta 2011 y
317.735
datos judiciales de 42,2 11,3 7,4
100%
2011
Encuesta Foessa 2013
831.567
y datos judiciales de 15,0 3,9 2,3
100%
2013
Macroencuesta 2015 y
362.740
datos judiciales de 34,9 9,1 5,2
100%
2014
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 (microdatos), de la Encuesta
Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013 (microdatos), del informe “Macroencuesta de Violencia contra la
Mujer 2015” del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, del Consejo General del Poder Judicial 2011, 2013 y 2014 y
del Padrón Continuo 2011, 2013 y 2014

Resumiendo, entonces, la comparación ahora efectuada muestra claramente la necesidad


de seguir recopilando y analizando datos de encuesta, ya que la información de carácter
judicial sólo permite visibilizar una pequeñísima parte del fenómeno. Esto, por otra parte,
137
Violencia de género en la pareja y exclusión social

no debe llevarnos a concluir que los datos judiciales carecen de utilidad; muy al contrario,
éstos aportan una información muy valiosa acerca del funcionamiento del sistema judicial,
pero no deben ser utilizados como indicadores indirectos de la incidencia de violencia de
género en la sociedad.

7.3 La exclusión social


Después de haber ofrecido algunos datos acerca de la incidencia de la violencia de
género, avanzamos con el análisis y examinamos el segundo fenómeno que nos ocupa: la
exclusión social.
También en este caso, al igual que en el anterior, cuantificar el fenómeno resulta muy
importante, a la par que complejo. Importante porque sin una cuantificación es imposible
conocer las dinámicas de su evolución, identificar los sectores más afectados, determinar
qué dimensiones de la exclusión tienen mayor peso y como se relacionan las unas con las
otras, etc. Complejo por la inexistencia de un consenso en los indicadores a considerar para
medirlo (Laparra, Zugasti y García 2014) –un problema análogo al registrado en el caso de
la violencia de género–; así como por la imposibilidad de representar adecuadamente a los
grupos más excluidos –por ejemplo, personas sin hogar– a través de encuestas dirigidas al
conjunto de la población (García, Malo y Rodríguez 2001; Pérez y Laparra 2007; Riba y
Subirats 2005).
Pese a tales dificultades, en los próximos apartados intentamos medir este fenómeno, a
nivel tanto europeo como estatal.

7.3.1 El contexto europeo


En lo que respecta al nivel europeo, la única herramienta disponible y consensuada es el
AROPE 112 . Según éste, incluyendo también los Estados de más reciente incorporación,
España es el onceavo país de la UE con la mayor tasa de población en riesgo de pobreza o
exclusión social (si la media UE es un 23,7%, a nivel estatal alcanza el 28,6%).

112Una explicación detallada acerca de los orígenes del indicador AROPE (At-Risk-Of Poverty and Exclusion), sus puntos de
fuerza y sus limitaciones se puede encontrar en el apartado Carácter multidimensional de la exclusión. Aquí, valga con recordar
que éste combina tres elementos, todos pertenecientes a la esfera económica o de empleo, mientras que lo relacionado con
las otras dimensiones simplemente desaparece del mapa. Más específicamente, según este indicador se consideran personas
en riesgo de pobreza y/o exclusión social aquellas que experimentan riesgo de pobreza después de transferencias sociales,
que enfrentan carencia material severa o que viven en hogares con muy baja intensidad de trabajo.

138
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan

Gráfico 4. Riesgo de pobreza o exclusión social (indicador AROPE) en los países UE-28. Año
113
2015

45
40
35
30
25
20
15
10
5
0
Grecia

Polonia

Eslovenia

Eslovaquia

Francia
Bulgaria

Estonia
Lituania

Irlanda

Austria
Serbia

Finlandia
Rumania

Letonia

Croacia

Italia
España

Malta
Bélgica
UE 28
Reino Unido

Holanda
Suecia

Islandia
Macedonia

Chipre

Alemania

República Checa
Noruega
Hungria

Luxemburgo

Dinamarca
Portugal

Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de datos de Eurostat (EU statistics on income and living conditions)

7.3.2 La realidad estatal


En lo que respecta al nivel estatal, nos remitimos tanto al indicador AROPE –algo que
favorece una contextualización en el tiempo de los datos arriba presentados– como a datos
extraídos de la Encuesta Foessa 2013 –imprescindibles para captar la multidimensionalidad
de los procesos de exclusión–.
En primer lugar, entonces, observamos el AROPE y sus componentes (riesgo de
pobreza, carencia material severa y baja intensidad de trabajo)114. Empezando por el riesgo
de pobreza, observamos que, entre 2008 y 2015, éste se ha incrementado en más de 4
puntos porcentuales (pp.) en el caso de los hombres (pasando del 18,4% al 22,5%), mientras
que se ha mantenido sustancialmente invariado en el caso de las mujeres (situándose en un
21,2% en 2008 y en un 21,8% en 2015). Esto implica que si, en 2008, las mujeres
enfrentaban un riesgo de pobreza 4 pp. más elevado que los hombres, en la actualidad no
parecen existir diferencias significativas en función del sexo. El hecho de que, en 2013115,
las ganancias medias de los hombres fueron un 32% más elevadas que las de las mujeres
(INE: Encuesta anual de estructura salarial 2013), por otra parte, nos obliga a tomar con
mucha cautela los datos aquí presentados.
En lo que respecta a la carencia material severa, se observa que, entre 2008 y 2015, el
porcentaje de personas que viven en hogares que la experimentan ha llegado a duplicarse y

113 Como se puede observar, no se presentan datos desagregados por sexo. Esto obedece a dos razones: la primera es que, en
este caso, el objetivo no es efectuar un análisis pormenorizado, sino situar, a grandes rasgos, al Estado español en el contexto
europeo. La segunda es que la información desagregada a la que podemos acceder se ha en realidad obtenido a partir de una
información agregada relativa al hogar, considerando que todos sus miembros comparten el mismo nivel de pobreza y de
exclusión social. Dicha información invisibiliza e infrarrepresenta las desigualdades entre mujeres y hombres y no constituye,
por lo tanto, una información valiosa que merezca la pena introducir si ello puede dificultar la lectura gráfica de los resultados.
114 A diferencia de antes, la información que aquí se presenta está desagregada por sexo. Las diferencias entre hombres y

mujeres, sin embargo, quedan parcialmente invisibilizadas por el hecho de que los datos de carácter individual esgrimidos se
han, en realidad, obtenido a partir de una información agregada relativa al hogar. A la hora de interpretar los datos que
aparecen en la siguiente tabla, por lo tanto, debemos en todo momento ser conscientes de esta distorsión.
115 Se proporcionan datos de este año porque es el último disponible.

139
Violencia de género en la pareja y exclusión social

lo ha hecho tanto en el caso de los hombres (donde han pasado del 3,7% al 6,6%) como en
el de las mujeres (donde han pasado del 3,5% al 6,3%).
En lo que se refiere a las personas que viven en hogares con baja intensidad de trabajo,
por otra parte, el incremento ha sido aún más significativo, pasando del 6,1% en 2008 al
15,8% en 2015 en el caso de los hombres y del 7,0% al 15,1% en el de las mujeres.
Finalmente, en lo que respecta al dato de síntesis, se observa que, entre 2008 y 2015, el
porcentaje de personas en riesgo de pobreza o exclusión se ha incrementado en 7 pp. en el
caso de los hombres (pasando del 22,4% en 2008 al 29,0% en 2015) y de 3 pp. en el de las
mujeres (pasando del 25,1% en 2008 al 28,3% en 2015). Esto significa que, en las fechas
consideradas, las desigualdades entre mujeres y hombres parecen haberse reducido hasta
prácticamente desaparecer. Este dato, sin embargo, debe ser tomado con cautela, tanto por
el hecho de que los datos individuales esgrimidos se han en realidad obtenido de una
información agregada relativa al hogar, como por el hecho de que lo que aquí estamos
observando es una simple igualación a la baja que, además de no resultar beneficiosa para
nadie, tampoco refleja un cambio estructural. Muy al contrario, la reducción de las
diferencias entre hombres y mujeres parece ser puramente coyuntural, reflejo de una crisis
que ha impactado con mayor intensidad en sectores profesionales masculinizados.

Tabla 10. Riesgo de pobreza o exclusión social (indicador AROPE) y sus componentes según el
sexo. Años 2008-2015

Baja intensidad en el
Riesgo de pobreza Carencia material severa AROPE
trabajo
Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres
2008 18,4 21,2 3,7 3,5 6,1 7,0 22,4 25,1
2009 19,4 21,3 4,6 4,4 7,2 8,0 23,8 25,6
2010 20,1 21,3 4,7 5,1 10,6 11,0 25,5 26,7
2011 19,9 21,4 4,5 4,6 12,9 13,8 26,1 27,4
2012 20,7 20,9 6,2 5,5 13,8 14,8 27,3 27,2
2013 20,9 19,9 6,3 6,1 15,9 15,4 27,9 26,7
2014 22,4 22,1 7,0 7,1 17,0 17,2 29,4 28,9
2015 22,5 21,8 6,6 6,3 15,8 15,1 29,0 28,3
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de datos del INE (Encuestas de Condiciones de Vida 2008-2015)

El interés de los datos ahora presentados estriba en el hecho de que han sido extraídos a
partir de una herramienta estandarizada que, como tal, posibilita la contextualización de la
realidad estatal en el marco europeo. Tales datos, sin embargo, por un lado, invisibilizan las
diferencias en función del sexo y, por otro, no permiten captar la multidimensionalidad de
los procesos de exclusión. Es por ello que consideramos oportuno completarlos con la
información proporcionada por las Encuestas Foessa sobre Integración Social y
Necesidades Sociales de 2007, 2009 y 2013. Éstas, de hecho, no solamente permiten captar
en toda su complejidad el carácter multidimensional de la exclusión sino que, además,

140
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan

consienten reflejar con mayor precisión las desigualdades existentes entre mujeres y
hombres116.
Empezando por el nivel de integración/exclusión, cabe destacar dos hallazgos
fundamentales: por un lado, desde un punto de vista diacrónico, se confirma que, entre 2007
y 2013, la situación social ha empeorado para todo el mundo. Más en detalle, podemos
observar que, en estas fechas, el porcentaje de hogares en plena integración se ha reducido
drásticamente, tanto en el caso de hogares encabezados por mujeres como por aquellos en
los que el sustentador principal es un hombre (en 9,2 pp. y 9,9 pp. respectivamente)117;
mientas que se han incrementado los hogares en situación de integración precaria (en 3,1
pp. y 4 pp. respectivamente), exclusión moderada (en 2,7 pp. y 2,8 pp.) y exclusión severa
en (3,2 pp. y 3,5 pp.). Si extrapolamos estos datos al conjunto de la población, podemos
observar que, en 2013, más de más de 4.000.000 de hogares se encontraban en una situación
de exclusión y que, de ellos, más de 1.600.000 se hallaban en exclusión severa.
Por otro, desde un punto de vista sincrónico, se evidencia que, en 2013, los hogares
encabezados por mujeres seguían enfrentando un riesgo de vivir procesos de exclusión
considerablemente más elevado que los hogares donde el sueldo principal era aportado por
un hombre. En 2013, de hecho, el porcentaje de hogares en situación de integración plena
era 8,6 pp. más elevado en el caso de estos últimos. Las situaciones intermedias (integración
precaria y exclusión moderada), por el contrario, eran más numerosas cuando el sueldo
principal era aportado por una mujer (45,0% frente a 39,2% en lo que respecta a la
integración precaria; y 14,8% frente a 12,3% en el de la exclusión moderada). En el caso de
la exclusión severa, finalmente, no se evidencian diferencias significativas en función del
sexo de la persona que más ingresos aporta al hogar, ni el 2007 ni en 2013.

116 Al igual que el indicador AROPE, también la Encuesta Foessa utiliza el hogar como unidad de análisis, algo que, como se ha
visto, invisibiliza las diferencias internas al hogar. En este caso, sin embargo, no nos vemos obligadas a presentar datos en
función del sexo de todos los individuos, sino que podemos clasificarlos en función del sexo de la persona que aporta más
ingresos al hogar, algo que permite sacar a la luz las diferencias antes nombradas.
117 Los datos que se presentan a lo largo de este capítulo se basan en una batería de 35 indicadores. Los que se proporcionan

en el análisis propiamente dicho, por el contrario, se han obtenido a partir de una batería reformulada, en la que el indicador nº
28 (que identifica aquellas circunstancias en las que “alguien en el hogar ha recibido o recibe malos tratos físicos o psicológicos
en los últimos 10 años”) ha sido eliminado. Cualquier diferencia entre unos datos y otros, por lo tanto, es el resultado de tales
diferencias metodológicas. Para un análisis más detallado, véase Anexo II.

141
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Gráfico 5. Distribución de los hogares en los espacios sociales de la integración a la exclusión


según el sexo de la persona que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013

100%
90%
36,6 31,2
80% 40,4 39,8
49,7 45,9
70%
60%
Integración
50%
45 Integración precaria
40,6 39,2
40% 41,9
38,9 Exclusión moderada
30% 35,2
Exclusión severa
20%
13,8 12,3 14,8
10% 9,5 12,1 9,4
5,6 5,5 5,9 9 8,8 9
0%
Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres
2007 2009 2013

Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de Damonti 2014b

La existencia de una situación de desventaja comparativa de los hogares encabezados


por mujeres, por otra parte, se evidencia muy claramente por medio del Índice Sintético de
Exclusión Social (ISES) que, en todas las fechas consideradas, es allí más elevado que en
los hogares en los que el sueldo principal es aportado por un hombre.

Gráfico 6. Índice Sintético de Exclusión Social de los hogares según el sexo de la persona de la
persona que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013

2
1,39
1 1,32 1,29
1,15
1 1,03
0,95
1
1 Hombres

1 Mujeres

0
0
0
2007 2009 2003

Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de la Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2009 y de
Damonti 2014b

Una vez analizados los procesos de exclusión desde el punto de vista de la intensidad,
vamos a efectuar un análisis por sectores, atendiendo de forma separada a la exclusión que
se da en cada ámbito.
Para ello, en primer lugar consideramos los tres ejes que conforman las situaciones de
exclusión. En lo que a esto respecta, cabe evidenciar dos hallazgos fundamentales: el

142
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan

primero es que no todos los ejes considerados presentan la misma elasticidad 118 : el eje
económico, por ejemplo, es el que más inmediata y rápidamente reacciona a cambios
externos (entre 2007 y 2013, de hecho, el riesgo de enfrentar exclusión en esta esfera se ha
incrementado 20 pp. en el caso de hogares encabezados por mujeres y 18,1 pp. en el caso de
hogares cuyo sustentador principal es un hombre); los ejes político y relacional, por el
contrario, presentan una variabilidad mucho más reducida (en lo que respecta al primero, ha
habido un incremento de 4,2 pp. y 1 pp. respectivamente; y, en lo que respecta al segundo,
un incremento de 0,9 pp. en el caso de los hogares encabezados por mujeres y una
reducción de 2,6 pp. cuando el sustentador principal era un hombre).
Por otro lado, desde un punto de vista sincrónico, cabe resaltar dos cuestiones
fundamentales. La primera es que no todos los ejes engloban a la misma proporción de
población: en 2013, de hecho, casi la mitad de los hogares encabezados por mujeres y el
42,3% de los encabezados por hombres experimentaba exclusión política; una proporción
algo menor pero igualmente muy elevada enfrentaba exclusión económica (38,0% y 35,0%
respectivamente); mientras que la exclusión social-relacional se configuraba como un
fenómeno mucho más minoritario (afectaba al 17,5% y 5,8% d los hogares
respectivamente).
La segunda es que la intensidad de las diferencias entre hombres y mujeres varía de
forma muy significativa en función del eje considerado. En todas las fechas consideradas,
de hecho, las desigualdades son máximas en el caso del eje social-relacional, intermedias en
lo que respecta al eje político y mínimas en lo que atañe al eje económico. Más
específicamente, en 2013, éstas ascendían a 9,7 pp. en el caso del primero, a 7,1 pp. en lo
que se refiere al segundo y a 3 pp. en el del tercero.

Gráfico 7. Porcentaje de hogares en situación de exclusión económica, política o social según el


sexo de la persona que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013

60
49,6 49,4
50 45,2
38,0
40
41,3 41,4 42,3
30 25,5 35,0
Hombres
18,0 19,6
20 16,6 17,5 Mujeres
23,9
16,9
10
10,4 8,7 7,8
0
2007 2009 2013 2007 2009 2013 2007 2009 2013
Eje económico Eje político Eje social relacional

Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de la Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2009 y de
Damonti 2014b

118Laelasticidad es un concepto económico, formulado por primera vez en 1980 por Marshall, que lo tomó prestado de la física.
Se utiliza para cuantificar las variaciones que experimenta una variable ante cambios en otra (Veres y Pavía 2012).

143
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Una vez analizada la incidencia de los distintos ejes de exclusión, acercamos la mirada y
focalizamos nuestro análisis en cada una de las dimensiones que conforman este fenómeno.
Nuevamente, desde un punto de vista diacrónico, cabe resaltar que no todas las dimensiones
presentan la misma elasticidad. En el caso de la exclusión del empleo, por ejemplo, ésta es
máxima (la variación registrada entre 2007 y 2013 asciende, en este caso, a 18,1 pp. cuando
la sustentadora principal es una mujer y a 18,7 pp. cuando es un hombre); en el caso de la
vivienda y la salud, la variabilidad es claramente más reducida (el incremento registrado, en
este caso, es de 6,9 pp. y 5,0 pp. en el caso de la primera y de 5,6 pp y 3 pp. en el caso de la
segunda); en lo que respecta a las demás dimensiones, finalmente, la variabilidad es
mínima119.
Desde un punto de vista sincrónico, por otra parte, también en este caso cabe resaltar dos
cuestiones fundamentales. La primera es que se trata de situaciones que afectan a un
porcentaje de población muy variable: tal y como se puede observar en la tabla que aparece
a continuación, de hecho, mientras que algunas dimensiones engloban a una proporción
muy significativa de hogares (es éste, por ejemplo, el caso de la exclusión del empleo, de la
vivienda y de la salud), otras son más reducidas (se piense en la exclusión política y de la
educación) y otras, finalmente, son claramente minoritarias (es éste, por ejemplo, el caso de
las situaciones de exclusión del consumo o de conflicto social).
La segunda es que la intensidad de las diferencias entre hogares en función del sexo de la
persona sustentadora principal no se mantiene siempre estable, sino que varía de forma muy
significativa en función de la dimensión considerada. Más concretamente, ésta es máxima
en el caso del conflicto y aislamiento social (donde los hogares encabezados por mujeres
enfrentan un riesgo dos veces más elevado que los hogares encabezados por hombres);
intermedia en lo que respecta a la exclusión de la educación, de la salud y de la vivienda (en
este caso, las diferencias se sitúan en 23,7 pp., 22,9 pp. y 17,4 pp. respectivamente); y
mínima en lo que atañe a la exclusión política y del empleo (donde las diferencias no
superan los 8,1 pp. y los 6,9 pp. respectivamente).

Tabla 11. Dimensiones de la exclusión en los hogares según el sexo de la persona que aporta más
ingresos. Años 2007, 2009 y 2013

2007 2009 2013


Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres
Exclusión del empleo 15,4 17,1 23,5 24,2 33,5 35,8
Exclusión del consumo s.d. s.d. s.d. s.d. 5,4 6,9
Exclusión política 12,7 14,9 19,0 21,1 12,4 13,4
Exclusión de la educación 11,2 9,0 10,6 12,7 7,6 9,4
Exclusión de la vivienda 18,5 25,3 19,1 20,9 24,1 28,3
Exclusión de la salud 10,1 15,9 8,8 14,9 17,0 20,9
Conflicto social 5,2 4,6 5,3 7,9 4,2 8,3
Aislamiento social 6,2 12,1 3,7 12,4 4,1 9,7
Fuente: Damonti 2014b

119En lo que respecta a la exclusión del consumo, la variación interanual no se pudo medir, ya que disponemos únicamente del
dato de 2013.

144
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan

Finalmente, acercamos ulteriormente la mirada y nos ocupamos de los indicadores que


subyacen a los procesos de exclusión aquí analizados120. Para un examen detallado de cada
uno de ellos se remite a la tabla 12; ya desde aquí, sin embargo, es importante recordar que
tanto su incidencia como las diferencias entre hogares encabezados por mujeres y por
hombres varían de forma muy relevante en función del indicador considerado. En lo que
respecta a la incidencia, de hecho, podemos encontrar desde indicadores, como el nº 5, que
afectan a más de un cuarto de la población, hasta otros, como el nº 14, el nº 22 o el nº 35
que afectan a un porcentaje extremadamente reducido de la misma. Análogamente, en lo
que respecta a las diferencias en función del sexo de la persona sustentadora principal,
coexisten indicadores, como el nº 28, el nº 33 o el nº 2, donde las diferencias en función del
sexo de la persona que aporta el sueldo principal son máximas y otros, como el nº 17, el nº 4
o el nº 6 donde éstas son mínimas.

120 En este caso, para no complicar excesivamente el análisis, se han proporcionado únicamente datos relativos a 2013.

145
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 12. Indicadores de exclusión en los hogares según el sexo de la persona que aporta más
ingresos. Año 2013
Aspecto Nº Indicadores FOESSA Hombres Mujeres
1 Sustentador principal en paro desde hace un año o más 8,2 5,8
2 Sustentador principal con un empleo de exclusión (por el tipo de empleo) 2,0 5,8
Sustentador principal con un empleo de exclusión (sin cobertura de la
3 2,4 3,8
Seguridad Social)
Empleo Hogares sin personas ocupadas, de baja, con prestaciones contributivas por
4 7,9 7,6
desempleo o pensiones contributivas
Hogares con personas en paro y sin haber recibido formación ocupacional en
5 28,2 26,5
el último año
6 Todas las personas activas en paro 11,1 10,6
Ingresos 7 Pobreza extrema (menos de 3.000 € /año) 5,1 5,9
Hogares que no cuentan con algún bien considerado básico por más del 95%
Privación 8 1,5 2,0
de la sociedad por no poder permitírselo
Hogares con alguna persona mayor de edad y de nacionalidad
9 5,3 4.3
extracomunitaria
Participación política
No participan en las elecciones por falta de interés y no son miembros de
10 7,9 9,6
ninguna entidad ciudadana
11 Hogares con menores de 3 a 15 años no escolarizados 1,0 0,8
Educación 12 Hogares en los que nadie de 16 a 64 años tiene estudios 3,0 2,5
13 Hogares con alguna persona de 65 o más años que no sabe leer y escribir 3,9 6,2
14 Infravivienda 0,8 0,6
15 Deficiencias graves en la construcción, ruina, etc. 1,8 1,2
16 Humedades, suciedad y olores (insalubridad) 9,1 10,7
17 Hacinamiento grave (< 15 m2 /persona) 3,4 3,3
Vivienda 18 Tenencia en precario 1,5 1,4
19 Entorno degradado 2,5 2,3
20 Barreras arquitectónicas con personas con discapacidad física en el hogar 5,9 5,2
Gastos excesivos de la vivienda (ingresos - gastos viv < umbral pobreza
21 9,6 14,1
extrema)
22 Alguien sin cobertura sanitaria 0,6 0,2
Han pasado hambre en los 10 últimos años con frecuencia o la están pasado
23 3,7 4,4
ahora
Todos las personas adultas con discapacidad o enfermedades que generan
24 1,7 4,4
limitaciones para las actividades cotidianas
Salud
25 Hogares con personas dependientes sin ayuda 1,3 0,8
Hogares con personas enfermas que no han usado los servicios sanitarios en
26 1,0 0,6
un año
Hogares que han dejado de comprar medicinas, seguir tratamientos o dietas
27 12,8 14,4
por problemas económicos
En los últimos diez años, alguien en el hogar ha recibido o recibe malos tratos
28 1,2 5,2
Conflictos familiares físicos o psicológicos
29 Hogares con relaciones muy malas, malas o más bien malas 0,6 0,9
Alguien tiene o ha tenido en los 10 últimos años problemas con el alcohol,
30 2,3 2,6
Conductas asociales otras drogas o el juego
31 Alguien ha sido o está a punto de ser madre adolescente sin pareja 0,4 1,0
Conductas delictivas 32 Alguien tiene antecedentes penales o los ha tenido en los 10 últimos años 0,7 0,8
Personas sin relaciones en el hogar y que no cuentan con ningún apoyo para
Sin apoyo familiar 33 3,5 9,2
situaciones de enfermedad o dificultad
Conflicto vecinal 34 Hogares con malas o muy malas relaciones con los vecinos 0,6 0,5
Hogares con personas en instituciones: hospitales (generales y psiquiátricos)
Institucionalizados/as 35 0,2 0,1
y centros de día (salud mental y rehabilitación)
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de la Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013
(microdatos).

146
7.4 Conclusiones
A lo largo de este capítulo se ha efectuado una aproximación cuantitativa a los procesos
de violencia de género y de exclusión social. De esta manera, por un lado, se ha completado
la información esencialmente teórica proporcionada en los capítulos anteriores y, por otro,
se han facilitado al/a la lector/a los conocimientos necesarios para dimensionar los
fenómenos que nos ocupan y, así, contextualizar, desde un punto de vista cuantitativo, el
análisis propiamente dicho, al cual dedicamos los próximos capítulos.
Más concretamente, en lo que respecta a los procesos de violencia de género, resulta
imprescindible poner de relieve los resultados obtenidos del cruce entre datos judiciales y
de encuesta. Éstos, de hecho, indican claramente que, pese al incremento exponencial de las
denuncias registrado en la última década, la gran mayoría de la violencia de género sigue
sin llegar a conocimiento del sistema judicial. En 2011, por ejemplo, frente a más de
2.000.000 de mujeres que se calcula experimentaron violencia por parte de la pareja o la ex
pareja (Macroencuesta 2011), los casos denunciados fueron 134.002 (6,6% del total), y las
cifras se reducen aún más si consideramos las Órdenes de Protección solicitadas (35.813,
correspondientes al 1,7% del total) y concedidas (23.566, correspondientes al 1,1% del
total). Los datos analizados, en suma, evidencian claramente que, pese a los innegables
avances de las últimas décadas, el margen de mejora sigue siendo amplio: de hecho, frente a
una opinión pública especialmente preocupada con el tema de las “denuncias falsas” (que,
por otra parte, no superan el 0,01% del total) (Memorias de la Fiscalía General del Estado
2016), los datos aquí presentados arrojan un panorama muy diferente y según el cual, en la
actualidad, la gran mayoría de la violencia de género –incluida la física– sigue sin llegar a
conocimiento del sistema judicial.
En lo que respecta a los procesos de exclusión, hemos recurrido tanto al indicador
AROPE (At-Risk-of Poverty and Exclusión) como a los datos proporcionados por las
Encuestas Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales de 2007, 2009 y 2013. El
primero representa una herramienta consensuada a nivel UE y, como tal, permite comparar
los índices de pobreza y exclusión registrados a nivel estatal con los que se detectan en los
otros países de la UE. Pone así de manifiesto el mal posicionamiento del Estado español,
que presenta índices de pobreza o exclusión muy elevados (29,2%, frente a una media UE
del 24,4%). El innegable interés de este indicador, sin embargo, se ve parcialmente
menoscabado por su incapacidad para captar la multidimensionalidad de los procesos de
exclusión sobre la que tanto se ha insistido a lo largo de este trabajo.
Es por ello que este primer acercamiento se ha complementado con la información
proporcionada por las Encuestas Foessa, que sí permiten captar en todos sus matices la
multidimensionalidad de tales procesos. Sin entrar en el detalle de los resultados obtenidos,
cabe destacar algunas cuestiones fundamentales. En primer lugar, se evidencia que, en los
últimos años, los hogares en situación de exclusión se han incrementado de forma muy
clara, llegando a superar los 4.000.000 en 2013 (de ellos, más de 1.600.000 se encontraban
en situación de exclusión severa). En segundo lugar, un análisis por sectores pone de
manifiesto que los distintos ejes que conforman los procesos de exclusión se comportan de
forma muy diferente el uno del otro. Más específicamente, ni afectan al mismo porcentaje

147
Violencia de género en la pareja y exclusión social

de hogares (si la exclusión política y económica son algo muy extendido, la exclusión
social-relacional es mucho más minoritaria), ni reaccionan con la misma rapidez a cambios
externos (en los últimos años, la exclusión económica se ha incrementado de forma muy
clara, mientras que los cambios en el eje político y relacional han sido mucho más
reducidos), ni se ven igualmente influidos por las desigualdades de género que cruzan la
sociedad (éstas, de hecho, son máximas en lo que respecta al eje relacional, intermedias en
lo que se refiere al eje político y mínimas en el caso del eje económico). Se confirma, en
suma, que los procesos que nos ocupan son múltiples, variados y dotados de relativa
autonomía (Laparra 2010; Laparra y García 2010).
Una vez analizados, desde un punto de vista cuantitativo, los fenómenos que nos ocupan,
disponemos de las herramientas necesarias para examinar las dinámicas de su interrelación.
A ello dedicaremos, de hecho, los próximos capítulos, pero no sin antes haber efectuado
algunas consideraciones de carácter metodológico.

148
PARTE III. PROPUESTA METODOLÓGICA
8. Apartado metodológico

En los capítulos anteriores hemos definido los conceptos clave del análisis y hemos
presentado las principales herramientas teóricas que permiten dar cuenta de su interrelación.
Partiendo de los conocimientos así adquiridos, podemos ahora definir cuáles son las
hipótesis y los objetivos de la investigación, así como la metodología de análisis utilizada.

8.1 Objetivos
En esta investigación, como ya se ha apuntado, tratamos de explorar la relación existente
entre la violencia de género en relaciones de pareja y situaciones de exclusión social. Esto
se traduce en 2 objetivos generales y 4 específicos que se detallan a continuación:
1) Analizar el riesgo de vivir violencia de género en las situaciones de integración y
exclusión social:
 Cuantificar el riesgo de vivir violencia de género en las situaciones de
integración y en los distintos espacios y dimensiones de la exclusión social.
 Identificar los itinerarios y procesos subyacentes a los datos encontrados.
2) Analizar el tipo de violencia de género que las mujeres experimentan en las
situaciones de integración y exclusión social:
 Determinar las características de la violencia vivida (tipo, intensidad, duración y
consciencia de la misma) en las situaciones de integración y exclusión.
 Explorar los procesos subyacentes a los datos encontrados.

8.2 Hipótesis
1. La violencia de género es un fenómeno con causas estructurales que afecta a todas las
mujeres, independientemente de la situación de integración o exclusión social.
2. En situaciones de exclusión la incidencia de la violencia de género es mayor.
3. La relación entre la violencia de género y la exclusión social es de doble sentido: una
situación de exclusión social preexistente puede facilitar el desarrollo de procesos de
violencia de género; y la violencia vivida puede desembocar en exclusión.
4. En situaciones de exclusión es especialmente frecuente que la violencia sea física.
5. En situaciones de exclusión la violencia tiende a ser más intensa.
6. En situaciones de exclusión las mujeres tardan más tiempo en salir de las relaciones
violentas.
7. En situaciones de exclusión las mujeres experimentan más dificultades a la hora de
identificar la violencia vivida.
Violencia de género en la pareja y exclusión social

8.3 El recurso a un método combinado


Una vez establecidos objetivos e hipótesis, debemos definir el método de análisis. Se
trata de una decisión de vital importancia, ya que de ella, en gran parte, dependerá la calidad
de los resultados obtenidos.
En este contexto, la primera decisión que debemos tomar es si recurrir a una metodología
de análisis cuantitativa o cualitativa. A menudo, tanto de un lado como de otro hay un
rechazo claro del enfoque opuesto (Flick 2007/2015); esta dicotomía, además, se ve
intensificada en el caso específico del fenómeno que nos ocupa, que ve una clara
contraposición entre estudios feministas –que suelen recurrir a una metodología cualitativa–
e investigaciones que carecen de perspectiva de género –que tienden a recurrir a una
metodología cuantitativa–. Desde aquí, sin embargo, consideramos que este “rechazo
mutuo” (Flick 2007/2015) es un error y, a la vez, algo que puede empeorar la calidad de las
investigaciones. Ninguna metodología, de hecho, es buena o mala en sentido absoluto, sino
simplemente más o menos adecuada a las necesidades de cada investigación. En otras
palabras, el diseño del estudio debe ser funcional al objeto analizado y a los objetivos
propuestos (Conde 2009; Flick 2007/2015), y éste es el criterio que debe guiarnos a la hora
de definir la metodología de análisis.
En nuestro caso, lo que queremos es, ante todo, determinar si los fenómenos de la
violencia de género y de la exclusión social están relacionados; y, en caso de que así sea,
indagar en los mecanismos y las dinámicas que caracterizan dicha relación. Frente a estos
objetivos, deberemos necesariamente plantear un modelo combinado cuantitativo-
cualitativo.
Un acercamiento de tipo cuantitativo, de hecho, resulta imprescindible para “estudiar las
distintas dimensiones y características de los fenómenos sociales expresándolas de forma
numérica” (Palacios 2014, p. 73). Es decir, para dimensionar el fenómeno objeto de estudio.
Es, además, el único que permite demostrar la existencia de una correlación entre variables
(Cea 1996/2009; Flick 2002/2004). Todo esto lo convierte en el método más adecuado para
responder a nuestra primera pregunta de investigación, determinando si los fenómenos de la
violencia y la exclusión están correlacionados o no. También permite generalizar los
resultados obtenidos a toda la población (Cea 2012; Palacios 2014), algo que es, sin lugar a
duda, muy interesante y a valorar.
Las metodologías cuantitativas, sin embargo, son bastante superficiales (Palacios 2014).
Es decir, permiten establecer que dos fenómenos están relacionados, pero no permiten
indagar en profundidad acerca de cómo esta relación se articula (Palacios 2014), ni
clarificar la dirección121 de la misma o el significado subjetivo de la experiencia (Walker
1985/1988).
Para obtener una información más profunda y diversa, entonces, debemos articular el
estudio cuantitativo con otras estrategias, de corte cualitativo (Cea 2012). Estas últimas, de

121Esto, evidentemente, con la excepción de las encuestas tipo panel, que sí permiten conocer la direccionalidad de una relación
(aunque no profundizar en las dinámicas de la misma) (Coker et al. 2011).

152
Apartado metodológico

hecho, con su mayor nivel de complejidad (Palacios 2014), pueden ayudarnos a “interpretar,
ilustrar y cualificar las relaciones determinadas estadísticamente” (Walker 1985/1988, p.
22). Resultan, por lo tanto, imprescindibles para responder a nuestra segunda pregunta de
investigación, ya que permiten comprender e interpretar (Puigdevall y Albertín 2016) la
relación entre la violencia y la exclusión cuantitativamente demostrada.
Finalmente, el último objetivo de la presente investigación es analizar las características
de la violencia que tiene lugar en las situaciones de integración y exclusión. En este caso,
planteamos una metodología combinada cuantitativa-cualitativa. Hemos tomado esta
decisión porque, diversamente que antes, aquí el objeto de análisis admite tanto la una como
la otra, y –dado que cada método permite alumbrar aspectos diferentes del tema estudiado–
la combinación de ambas es funcional a efectuar un estudio más completo.
Asimismo, la utilización de una metodología combinada cuantitativa-cualitativa permite
triangular los resultados de la investigación, es decir, contrastar la información obtenida con
cada método (Palacios 2014). Y esto es algo que, como escribe Palacios (2014), resulta
conveniente hacer siempre que la pregunta de investigación lo permita, ya que incrementa
la fiabilidad de los datos obtenidos (Denzin 1975; Palacios 2014).

8.3.1 Análisis cuantitativo


En primer lugar, entonces, recurrimos a una metodología de análisis cualitativa, la única
que, como ya se ha aclarado, permite dimensionar fenómenos (Palacios 2014) y establecer
correlaciones entre variables (Cea 1996/2009; Flick 2002/2004).

8.3.1.1 Las fuentes primarias utilizadas: puntos fuertes y limitaciones


Las fuentes cuantitativas que hemos utilizado son la Macroencuesta de Violencia de
Género de 2011 y la Encuesta de la Fundación Foessa sobre Integración Social y
Necesidades Sociales de 2013122.
La Macroencuesta ha sido diseñada con el objetivo específico de conocer el fenómeno de
la violencia de género en las relaciones afectivas y, a nivel estatal, no existe otra
herramienta análoga123. Garantiza un alto nivel de precisión en la detección de la violencia
de género y permite además distinguir la violencia ejercida por la pareja de aquella que es
perpetrada por la ex pareja, así como determinar la duración del maltrato y la mayor o
menor capacidad de las mujeres de reconocer la violencia que experimentan. Representa,
por lo tanto, una fuente de inestimable relevancia para nuestro análisis.
En sentido contrario, sin embargo, esta fuente no permite identificar un espacio de
exclusión social propiamente dicho, ya que no ofrece apenas información sobre el nivel
socioeconómico (aporta algunos datos exclusivamente en lo relativo a la dimensión laboral
y educativa). Esto –como veremos– nos ha obligado a sustituir la noción de exclusión por la

122De ahora en adelante, Macroencuesta y Encuesta Foessa respectivamente.


123Algunos ítems, sin embargo, son claramente mejorables, sea porque presentan un elevado grado de ambigüedad, sea porque
no diferencian adecuadamente la violencia del conflicto (Casado, García y García 2012). Para un análisis más detallado, véase
Anexo III.

153
Violencia de género en la pareja y exclusión social

de vulnerabilidad social, entendida como un espacio de fragilidad que, sin ser sinónimo de
exclusión, guarda, sin embargo, cierta relación con la misma (Damonti 2014). Frente a estas
limitaciones, queremos subrayar la importancia de incluir en el cuestionario alguna
pregunta que permita determinar con mayor precisión en nivel socioeconómico de las
mujeres y sus parejas. Es algo que se ha hecho en la Macroencuesta de Violencia contra la
Mujer 2015 y que, desde aquí, saludamos positivamente124.
La Encuesta Foessa, por su parte, también incluye preguntas para detectar –de la forma
estandarizada que es habitual– situaciones de violencia de género, pero ha sido diseñada
con el objetivo específico de investigar los procesos de exclusión social. Esto significa que
a la hora de detectar y describir procesos de violencia de género, esta fuente es menos
precisa que la anterior. El número de ítems que identifica comportamientos constitutivos de
maltrato, por ejemplo, aquí es 3 veces menor; no ofrece información acerca de la duración
ni de la conciencia de la violencia vivida; y tampoco permite diferenciar entre la violencia
ejercida por la pareja y por la ex pareja.
La información que recoge acerca de los procesos de exclusión, sin embargo, es amplia y
pormenorizada. Esto permite realizar un análisis verdaderamente multidimensional,
distinguir las diferentes dimensiones que conforman los procesos de exclusión, medir la
intensidad de los mismos, etc. Otro elemento especialmente importante guarda relación con
el procedimiento de muestreo, expresamente pensado para garantizar la presencia de un
número suficiente de hogares en situación de exclusión social 125. Si se considera que la
insuficiente representación de sectores minoritarios de la población es un problema grave
que afecta la práctica totalidad de las encuestas sobre violencia de género (Ferrer, Bosch y
Madurell 2006), se puede comprender la relevancia de este segundo elemento. También
ésta, entonces, es una fuente de inestimable valor para nuestro análisis.
Desde un punto de vista más estrictamente metodológico –incluyendo tanto el diseño del
cuestionario como el contexto de realización del mismo–, también se detectan claras
diferencias entre una fuente y otra. En lo que respecta al diseño del cuestionario, por
ejemplo, cabe reseñar que, en la Encuesta Foessa, los ítems que describen situaciones de
violencia aparecen en la parte final de un cuestionario que es muy largo y en el que además
se han ido tratando temas muy alejados de la violencia de género. En la Macroencuesta, por
el contrario, los ítems que describen situaciones de violencia aparecen en la primera parte
del mismo, cuando tanto la persona que realiza la encuesta como la mujer que la responde
tienden a formular y contestar a las preguntas de forma más sosegada y meditada. Parece
sensato hipotetizar que, en el primer caso, las respuestas hayan sido menos precisas. Esta
hipótesis, por otra parte, se ve respaldada por el hecho de que, en la Encuesta Foessa, la
coincidencia entre ítems es mucho mayor que en la Macroencuesta (en otras palabras, en un
caso, las mujeres que han contestado afirmativamente a un ítem han tendido a contestar
afirmativamente a todos, mientras que, en otro, no ha sido así).

124 En sentido contrario, criticamos con fuerza la eliminación de la pregunta que permitía identificar violencia declarada. Esto, de
hecho, imposibilita medir el maltrato no reconocido, algo que, con las Macroencuestas anteriores, sí se podía hacer.
125 Antes de realizar el cuestionario principal se realiza un cuestionario de filtro, con el objetivo de descubrir indicios de exclusión

social. Una vez aclarado cuáles son los hogares que, con toda seguridad, se encuentran en una situación de exclusión, se
procura que éstos representen la mayoría de la muestra final. Luego, a través de una adecuada ponderación, se corrige el
error (Trujillo 2014).

154
Apartado metodológico

En sentido contrario, sin embargo, el hecho de formular preguntas sobre violencia de


género en el marco de una encuesta que se ocupa de pobreza y exclusión tiene también
efectos positivos (más cuando las preguntas sobre violencia de género siguen a un largo
apartado sobre consecuencias económicas de la crisis). En este contexto, de hecho, el
maltrato puede más fácilmente ser percibido como un elemento más de las situaciones de
dificultad social que esta fuente investiga y admitirlo puede resultar, por lo tanto, más fácil.
La mayor incidencia de violencia física arrojada por la Encuesta Foessa en comparación con
la Macroencuesta parece ser precisamente el resultado de un proceso de este tipo.
Resumiendo, se trata de dos fuentes diversas y complementarias, que, conjuntamente
consideradas, permiten obtener una imagen bastante detallada del fenómeno analizado.
Una limitación que es común a ambas fuentes (y a la práctica totalidad de las encuestas
que se ocupan de violencia de género), sin embargo, es su carácter transversal, que no
permite conocer la secuencia temporal de los hechos (Coker et al. 2011). Para ello, en
efecto, se necesitarían encuestas de carácter longitudinal, que, sin embargo, en la actualidad
no se llevan a cabo.
Otro elemento a reseñar es que, aunque ambas encuestas forman parte de una serie más
amplia de encuestas análogas126, en ningún caso la información disponible permite realizar
un análisis evolutivo: en el caso de la Encuesta Foessa, porque solamente en la última
edición se ha introducido un apartado específico sobre violencia de género; en lo que
respecta a la Macroencuesta, porque en las primeras tres ediciones las entrevistas se
realizaron por teléfono, mientras que en 2011 se pasó a efectuar entrevistas presenciales. En
2015, por otra parte, se mantuvieron las entrevistas presenciales pero se modificó
totalmente el cuestionario127, algo que nuevamente imposibilita un estudio evolutivo.
Finalmente, cabe añadir que, en diciembre de 2015, han sido puestos a disposición de las
y los investigadores los microdatos de una nueva encuesta sobre violencia de género (la
Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015). Se trata de una fuente completamente
renovada y cuya capacidad de captar situaciones de violencia de género ha sido mejorada128.
En la presente investigación, sin embargo, no se incorporan datos extraídos de la misma, y
esto porque, al tratarse de una fuente totalmente reorganizada, que nada tiene en común con
la Macroencuesta anterior, una simple actualización de los datos quedaba descartada.

126 La Encuesta Foessa constituye la tercera de una serie de encuestas realizadas en los últimos 8 años (2007, 2009 y 2013) por
la Fundación Foessa; mientras que la Macroencuesta es la cuarta de una serie de encuestas llevadas a cabo en los últimos 15
años (1999, 2002, 2006, 2011 y 2015) por el Centro de Investigaciones Sociológicas para el Ministerio de Sanidad, Servicios
Sociales e Igualdad.
127 En la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 el cuestionario ha sido modificado y ampliado con el objetivo de

cumplir los requerimientos de calidad recomendados por el Comité de Estadística de las Naciones Unidas y por la Agencia de
Derechos Fundamentales de la UE. Representa un claro avance con respecto a las encuestas anteriores. A nivel general, de
hecho, los indicadores que esta encuesta utiliza son de mayor calidad y no presentan (o presentan en menor medida) los
inconvenientes de las Macroencuestas anteriores (por ej. ítems que no permiten distinguir la violencia del sexismo o del
conflicto). A nivel específico, se ha mejorado sobre todo la capacidad de detección de la violencia física y sexual (se pasa de
un ítem para cada una a 6 y 4 respectivamente), mientras que los avances son más moderados en el caso de la violencia
psicológica.
128 Se han mejorado, sobre todo, los instrumentos de medición de la violencia física y sexual (en la Macroencuesta 2011 éstas se

miden a partir de un único indicador, mientras que en la Macroencuesta 2015 los ítems destinados a captar estos tipos de
maltrato se elevan a 6 y 4 respectivamente). En sentido contrario, sin embargo, también cabe recordar que esta nueva fuente
ya no permite identificar situaciones de violencia declarada y, por lo tanto, tampoco permite identificar maltrato no reconocido.
Desde nuestro punto de vista, se trata de un claro retroceso. Para más detalles, véase Anexo III.

155
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Volver a efectuar todo el análisis, por otra parte, tampoco era una opción, sea por la carga
de trabajo que esto habría supuesto, sea porque el fenómeno que estas fuentes analizan –la
violencia de género– tiene carácter estructural y no se encuentra, por lo tanto, especialmente
vinculado a la contingencia ni experimenta fluctuaciones muy grandes (diferente sería, por
ejemplo, el caso de una investigación que se ocupara de características del mercado
laboral). Otro elemento que hemos valorado es que el contexto macroeconómico y social no
ha cambiado de forma muy significativa desde el momento en que se efectuó el trabajo de
campo para la Macroencuesta 2011, algo que ha confirmado la relevancia actual de la
información que allí se proporciona.

8.3.1.2 Los elementos de novedad del análisis


Observamos ahora los elementos de novedad que nuestro análisis aporta al panorama
científico. Un primer elemento reside en el mismo objeto de análisis, ya que –tal y como se
ha ampliamente detallado en el capítulo 3– en la literatura científica no se encuentran
prácticamente estudios que, al igual que el nuestro, analicen la interrelación entre la
violencia de género y la exclusión social, y menos que lo hagan con perspectiva de género.
Un segundo elemento de innovación –más directamente ligado a la metodología– se
deriva de las fuentes utilizadas, ya que ambas han sido escasamente explotadas (sea en
términos generales, sea para el caso específico de nuestro objeto de estudio). La
Macroencuesta, de hecho, es, en términos generales, una fuente que ha sido poco utilizada.
Una búsqueda en las principales bases de datos electrónicas (Scopus, ScienceDirect, Web of
Science, Taylor&Francis Online, Dialnet y CSIC), de hecho, muestra solamente un
resultado129. Es más: hasta la fecha, ningún estudio ha utilizado la información allí recogida
para examinar la relación entre la violencia y las situaciones de exclusión
social/vulnerabilidad.
Diversamente de ésta, la Encuesta Foessa es una fuente que, en términos generales, ha
sido ampliamente utilizada. Nuestra investigación, sin embargo, es la primera en explotar la
información sobre violencia de género que dicha fuente proporciona130. Y aún es más: no
solamente somos los primeros en utilizar esos datos, sino que la propia introducción de las
preguntas destinadas a obtenerlos ha sido decisión nuestra, y respondía al objetivo
específico de abrir una nueva línea de análisis. Esto, por un lado, ha permitido incrementar
muy claramente la precisión y detalle del estudio aquí efectuado; por otro, abre la puerta a
que otras investigaciones, en futuro, también puedan valerse de este avance.
Un tercer elemento de novedad de nuestro análisis reside en la reponderación del sistema
de indicadores creado en 2008 en el marco del VI Informe Foessa: uno de los indicadores
contemplados, el nº 28 (“alguien en el hogar ha recibido o recibe malos tratos físicos o
psicológicos en los últimos 10 años”), de hecho, presentaba una clara asociación con

129 Se trata de un artículo de Sanz, Rey y Otero publicado en Gaceta Sanitaria en 2014 y titulado “Estado de salud y violencia
contra la mujer en la pareja”.
130 Un breve análisis anterior sí existe, y ha sido publicado por la autora de esta tesis en el marco del VII Informe Foessa sobre

exclusión y desarrollo social en España, en el marco de un artículo con el título de “Una mirada de género a la exclusión
social”. Este artículo, sin embargo, aborda sólo tangencialmente la interrelación entre la violencia de género y los procesos de
exclusión social y los análisis que allí se realizan de ninguna manera pueden ser comparados con los que se efectúan aquí.

156
Apartado metodológico

situaciones de violencia de género. Esto, por un lado, constituía un inconveniente de


carácter lógico y, por otro, podía llegar a intensificar la relación entre violencia y exclusión.
Para evitar que todo esto pudiera conducir a resultados sesgados, hemos modificado la
batería de indicadores eliminando el indicador problemático. Esto nos ha asimismo
obligado a reponderar todo el sistema de indicadores creado en 2008, así como la
clasificación en 4 grupos, desde la integración plena hasta la exclusión severa131.
Otra aportación metodológica de esta investigación –referida, en este caso, a la
explotación de la Macroencuesta– reside en la creación de una variable que hemos
denominado de vulnerabilidad social. Ésta, frente a la imposibilidad de identificar
situaciones de exclusión social propiamente dicha, permite, sin embargo, identificar un
grupo social en el que es más probable que éstas se den (Damonti 2015). Es más: para
comprobar que esto fuera realmente así, hemos construido esta misma variable también en
el marco de la Encuesta Foessa, y luego la hemos cruzado con la noción de exclusión social
que allí se maneja. Los resultados así obtenidos confirman nuestra hipótesis y muestran que,
efectivamente, en el espacio social de la vulnerabilidad la probabilidad de experimentar
procesos de exclusión es mucho más elevada que en el resto de la sociedad132.
Otra contribución novedosa –siempre referida a la Macroencuesta– es la creación de una
variable de violencia de género que, en lugar que replicar la noción utilizada por el Instituto
de la Mujer en el año 2006, se hace cargo de las críticas que ésta ha recibido por parte tanto
de Osborne (2008) como, sobre todo, de Casado, García y García (2012) y, partiendo de
allí, crea una definición mucho más compleja y matizada. Más concretamente, la variable
que hemos creado, diversamente que la anterior, se caracteriza por el hecho de atribuir un
peso diferente a las varias conductas violentas en función de su gravedad, por un lado, y del
grado de ambigüedad del ítem que las identifica, por otro. Precisamente por ello, la hemos
llamado “violencia técnica ponderada”133.

8.3.1.3 Las técnicas estadísticas utilizadas


Para llevar a cabo nuestro análisis hemos realizado tanto análisis descriptivos como
multivariantes.
Los primeros son necesarios, ya que son los únicos que nos dicen cuál es, al margen de
otras consideraciones, la incidencia de un fenómeno en un grupo social determinado. Estas
técnicas, sin embargo, no son suficientes, ya que no permiten conocer cuál es el efecto
específico del factor “vulnerabilidad social” o “exclusión social” sobre la variable
dependiente Y.
Para lograr una mejor capacidad explicativa, entonces, el estudio descriptivo debe
necesariamente ser combinado con análisis de regresión logística –tanto binomial como
multinomial– que permiten conocer la importancia relativa de cada una de las variables
independientes introducidas en el modelo, una vez controlado el efecto de todas las demás.
Nos reafirma en nuestra decisión el hecho de que este esquema dual es el procedimiento

131 Para un análisis más detallado véase Anexo II.


132 Para un análisis más detallado véase Anexo II.
133 Para un análisis más detallado véase Anexo III.

157
Violencia de género en la pareja y exclusión social

seguido por la gran mayoría de los estudios sobre factores de riesgo que se han consultado
(ej. Cunradi, Ames y Duke 2011; Daoud et al. 2013; Franklin y Menaker 2014;
Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Kiss at al. 2012; Lanier y Maume 2009; Ramirez
2007; Rodríguez-Borrego, Vaquero-Abellán y Bertagnolli da Rosa 2012; Ruiz-Pérez et al.
2005; Stöckl, Heise y Watts 2011).
En lo que respecta a los estudios de regresión, presentamos, en primer lugar, los datos
extraídos de la Macroencuesta. Más concretamente, realizamos dos análisis diferentes: en el
primero medimos el peso de la vulnerabilidad social así como el de otros factores de riesgo;
en el segundo eliminamos el factor vulnerabilidad y lo sustituimos por las variables que se
habían utilizado para construirlo (empleo y nivel educativo).
En un segundo momento, la información así proporcionada se completa con los datos
extraídos de la Encuesta Foessa. Ésta, como ya se ha explicado, asegura un menor nivel de
precisión en la detección de la violencia de género, pero ofrece información detallada y
abundante sobre procesos de exclusión. Por esta razón, recurrimos a ella con el objetivo
específico de ahondar en el análisis de estos procesos, sin, por el contrario, volver a analizar
el comportamiento de otros factores de riesgo134. Más en detalle, se efectúan tres análisis
diferentes: el primero, que remite al carácter progresivo y gradual de la exclusión social,
muestra cómo la relación entre violencia y exclusión varía dependiendo de la intensidad de
esta última; el segundo y el tercero, que hacen referencia a otro atributo fundamental de los
procesos de exclusión –la multidimensionalidad de los mismos–, permiten conocer qué
dimensiones e indicadores influyen mayormente en la probabilidad de enfrentar violencia
de género.
En los casos específicos de la violencia ejercida por la pareja y la ex pareja, por el
contrario, podemos recurrir únicamente a la Macroencuesta, ya que la Encuesta Foessa no
permite establecer con seguridad quién de los dos ejerce el maltrato.
En todos los casos, para orientar el análisis de regresión nos hemos remitido al modelo
propuesto por Stöckl, Heise y Watts (2011), inspirado en el marco ecológico formulado
precisamente por Heise en 1998. Siguiendo la propuesta de estas autoras, hemos
diferenciado entre factores de riesgo relativos a diferentes niveles de análisis (el individuo,
el hogar, la relación de pareja y el entorno más amplio); y hemos además añadido otro nivel
que hace referencia a la situación social (vulnerabilidad o exclusión social). Para cada uno
de estos factores hemos realizado análisis descriptivos y calculado el chi cuadrado. En un
segundo momento, hemos aplicado a cada uno de ellos análisis de regresión logística y
hemos estimado los crude odds ratios (OR). Todos los factores que, con este
procedimiento, han resultado ser significativos (p < 0,005) han sido introducidos en varios
modelos de regresión logística multivariante que incluyen todas las variables pertenecientes
a un mismo nivel del marco ecológico135. De esta manera hemos podido observar cuáles

134 Se incluyen en el análisis porque la técnica estadística así lo requiere, pero no se comentan en el texto. Quién tuviera interés
en observar su comportamiento, sin embargo, puede hacerlo mirando las tablas de regresión.
135 En el caso específico de la violencia de larga duración y de la violencia no reconocida, por otra parte, este modelo general

sufre algunas modificaciones. Más en detalle, en lo que a la primera se refiere, el análisis de crude odds ratio (OR) indica que
la variable dotada de mayor poder explicativo es la edad. Por ello, una vez una vez comprobados los crude odds ratio (OR) de
todas las variables, se efectúa una nueva comprobación de todas ellas, pero controlando por la edad. Solamente las que

158
Apartado metodológico

eran las variables significativas en cada nivel, una vez controladas las demás variables del
mismo. Finalmente, los factores que seguían siendo significativos en estos modelos
intermedios, se han introducido en el modelo final136, que sigue un esquema “por añadido”.
Si, en este proceso, alguna variable pierde significación, se crea también un modelo de
resumen que incluye solamente las variables significativas.
La utilización de un esquema inspirado en el marco ecológico resulta tanto más relevante
en cuanto, pese al creciente éxito de esta formulación, la práctica totalidad de la producción
científica que se engloba bajo este planteamiento se ha concretado en estudios de carácter
teórico, mientras que apenas hay investigaciones de carácter empírico (de Alencar-
Rodrígues y Cantera 2012).
Con esta exposición hemos aclarado algunas cuestiones de carácter general. Para un
análisis más detallado, tanto de las técnicas estadísticas utilizadas como de las variables
clave de nuestra investigación, se remite a los Anexos137.

8.3.2 Análisis cualitativo


Un acercamiento de tipo cuantitativo, como ya se ha aclarado, permite dimensionar
(Palacios 2014) el fenómeno de la violencia de género en las situaciones de integración y
exclusión social y establecer la existencia de una relación entre variables (Cea 1996/2009;
Flick 2002/2004). Para comprender cómo se manifiesta esta interrelación, qué dinámicas la
caracterizan y qué procesos están teniendo lugar, sin embargo, debemos recurrir a una
metodología de análisis de tipo cualitativo (Cea 2012). En otras palabras, si un primer
acercamiento cuantitativo es fundamental porque permite demostrar que, efectivamente,
existe una relación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social; el
recurso a una metodología cualitativa es igualmente imprescindible porque, al ahondar en la
experiencia subjetiva (Flick 2002/2004) de las mujeres que viven o han vivido experiencias
de violencia de género, permite interpretar, clarificar, dotar de sentido y llenar de contenido
dicha interrelación (Puigdevall y Albertín 2016; Walker 1985/1988).

8.3.2.1 La elección de la técnica de recolección de datos


En primer lugar, hemos tenido que establecer cuál sería la técnica de recolección de
datos. En este caso, tampoco existen técnicas mejores y peores en sentido absoluto, sino
simplemente más o menos adecuadas a los objetivos de la investigación. Esto implica que,
si nuestro propósito –como se ha visto– es la indagación del significado que los sujetos
atribuyen a su propia experiencia vital, entonces necesitamos una técnica que permita

siguen siendo significativas se introducen luego en el modelo por etapas ahora descrito. En lo que se refiere a la violencia no
reconocida, por otra parte, se aplica este mismo esquema, pero sustituyendo el factor edad por la variable de intensidad.
136 Éste es el esquema que se ha seguido a nivel general. En algunos casos, sin embargo, cuando nos encontramos con factores

que la literatura específica reconoce ser muy relevantes y que, sin embargo, en nuestro esquema no son significativos, se han
efectuado comprobaciones diferentes. Más en detalle, se ha comprobado si este factor adquiría significación en un segundo
momento, una vez introducidas otras variables. De ser así, se ha introducido en el modelo. Estos casos se detallarán en el
análisis, conforme vayan apareciendo.
137 Más específicamente, para las técnicas estadísticas utilizadas véase Anexo II y III; para las variables clave de la investigación

véase Anexo IV:

159
Violencia de género en la pareja y exclusión social

recoger una información subjetiva y personal. Y la técnica que mejor responde a este
objetivo es la entrevista en profundidad a mujeres supervivientes (Kvale 2011).
Consideraciones de tipo ético también nos han reafirmado en la presente elección: el
fenómeno que indagamos, de hecho, causa profundo dolor y laceraciones en la vida de las
protagonistas, y la entrevista se ha configurado como la técnica de recogida de información
mayormente respetuosa de la intimidad de las narradoras, sus tiempos y necesidades. En
sentido contrario, las técnicas grupales, aun pudiendo ser perfectamente adecuadas (y
recomendables) desde un punto de vista terapéutico, nos han parecido “violentas” como
técnicas de investigación.
Entre las múltiples posibilidades que la técnica escogida ofrece, se ha optado por la
realización de entrevistas semiestructuradas, considerando que son las que mejor responden
a los objetivos del presente estudio: por un lado, permiten que las mujeres entrevistadas se
expresen con libertad, facilitando la recopilación de gran cantidad de información acerca de
cómo ellas vivencian e interpretan un determinado fenómeno; y, por otro, posibilitan que la
entrevistadora intervenga activamente en la conversación, guiándola hacia las cuestiones de
mayor interés para la investigación.

8.3.2.2 La selección de la muestra


Una vez elegida la técnica de recolección de datos, hemos tenido que definir el perfil de
las mujeres a entrevistar y efectuar la selección de la muestra. Con respecto al perfil, se
escogió entrevistar a mujeres que experimentan o han experimentado violencia de género
por parte de la pareja, procurando que estuviesen representadas tanto mujeres en situación
de integración como otras que viven o han vivido procesos de exclusión. La inclusión en la
muestra de mujeres integradas no debe sorprender, ya que, aunque el objetivo de la
investigación sea ahondar en la naturaleza de la relación entre violencia y exclusión,
escuchar la voz de mujeres integradas es esencial a fines de control.
Una vez establecido este perfil general, hemos tenido que establecer con más precisión
qué características específicas deberían tener las mujeres a entrevistar. Para ello, hemos
utilizado dos criterios diferentes. En una primera fase, realizada en 2013, la necesidad de
garantizar la máxima variablidad de la muestra (Albertín 2009) nos llevó a considerar una
serie de variables de tipo sociodemográfico. Más concretamente: procuramos que
estuviesen representadas mujeres de diferentes edades y niveles educativos; pluriempleadas,
subempleadas y desempleadas de larga duración; mujeres que pudiesen contar con cierto
apoyo por parte de las redes familiares y que se encontrasen totalmente desamparadas desde
ese punto de vista; autóctonas y de origen extranjero; mujeres del grupo étnico mayoritario
y pertenecientes a minorías étnicas (gitanas); mujeres que no tienen hijos/as, mujeres que
los han tenido en edad adulta y otras que han sido madres adolescentes.
Las entrevistas así efectuadas se utilizaron en primer lugar en el marco del Trabajo Fin
de Máster “Violencia de género en relaciones de pareja y procesos de exclusión social.
Interrelación compleja y diversidad tipológica”, defendido por la autora en la Universidad
Pública de Navarra en junio de 2013. Este trabajo representó un primer acercamiento al
tema de tesis y, en todo momento, se entendió como propedéutico a la realización de la tesis
doctoral. Las entrevistas que en ese momento se realizaron, por lo tanto, no se diseñaron

160
Apartado metodológico

únicamente para la realización del Trabajo Fin de Máster, sino que desde el primer
momento se entendieron como un adelanto del trabajo de campo necesario para la
realización de la Tesis Doctoral.
Tuvimos así la oportunidad de efectuar un primer análisis de cómo la violencia de
género y los procesos de exclusión social se interrelacionan. Esto permitió evaluar puntos
fuertes y puntos débiles del material recogido, lo cual, a su vez, permitió refinar los criterios
a utilizar en la segunda fase de selección de la muestra. Más concretamente, este primer
análisis mostró que la relación que nos ocupa es de doble sentido y que los procesos de
exclusión social pueden ser tanto un detonante como un resultado de la violencia vivida.
También se observó que el material cualitativo disponible permitía ilustrar con claridad el
segundo de estos recorridos, mientras que no ofrecía una imagen suficientemente detallada
del primero. Es por ello que, en la segunda fase de recogida de datos, llevada a cabo en
2015, intentamos poner remedio a estas carencias procurando que, en la muestra, se
incluyesen casos en los que la exclusión fuese algo preexistente a la violencia y hubiese
contribuido a desencadenarla.
Esta decisión es coherente con el método de muestreo gradual de Glaser y Strauss (Flick
2002/2004). En él, las decisiones sobre la selección y reunión del material empírico se
toman durante el proceso de recogida y análisis de los datos. Es decir, que los individuos se
seleccionan poco a poco, precisamente por su capacidad (esperada) de aportar nuevas ideas
para la teoría en desarrollo, teniendo en cuenta el estado de elaboración de la teoría hasta
ese momento. En otras palabras, partiendo de lo que ya se sabe, se escoge entrevistar a
quién se cree que más puede ayudar a mejorar el conocimiento (Flick 2002/2004). Lo que
impulsa las decisiones de muestreo, por lo tanto, es lo que todavía falta en los datos (Flick
2007/2015). Aplicado a nuestro caso, esto significa que buscamos entrevistar a mujeres que
hubiesen vivido violencia a partir de caídas en la exclusión, porque eso era lo que faltaba y,
por lo tanto, era también lo que más permitía mejorar nuestro conocimiento del fenómeno
estudiado138.
Se podría objetar que una estrategia de este tipo influencia los resultados del análisis; sin
embargo, al tratarse de un estudio de tipo cualitativo, que no pretende dimensionar
fenómenos (es decir, no pretende establecer en qué medida la exclusión es detonante o
resultado de la violencia) esta objeción no se sostiene.
Asimismo, en esta segunda fase de recolección de datos también se modificó
parcialmente el guión elaborado en 2013139, atribuyendo algo menos énfasis a áreas de clara
saturación teórica conseguida y, por el contrario, otorgando más relevancia a áreas donde
era necesario recabar mayor información.
Resumiendo, el hecho de haber podido efectuar una primera aproximación a nuestro
objeto de análisis en el Trabajo Fin de Máster mejoró la calidad de la presente
investigación, ya que pudimos individuar los puntos más débiles del mismo y solventarlos
en la segunda fase de selección de la muestra y recogida de datos.

138Para una información más detallada de los perfiles de las mujeres entrevistadas, véase Anexo IX.
139En el Anexo V se podrá encontrar tanto el guión originario, utilizado en 2013, como la versión adaptada y mejorada, utilizada
en 2015.

161
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tanto en un caso como en otro, una vez establecidos los criterios de selección, nos
hemos acercado a diferentes asociaciones y entidades que trabajan con mujeres que han
vivido situaciones de violencia de género para que nos pusiesen en contacto con mujeres
que encajasen con los perfiles descritos. Más concretamente, hemos contactado con el
Servicio Municipal de Atención a la Mujer del Ayuntamiento de Pamplona, con Cruz Roja
Navarra, con el Área de Mujer e Igualdad del Ayuntamiento de Estella, con el Servicio
Social de esta misma ciudad, con la Asociación pro derechos de la mujer maltratada, con la
Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica y con una
comunidad terapéutica que, para evitar la posible identificación de la mujer superviviente
entrevistada, consideramos más oportuno no nombrar. A través de la mayor variedad de los
canales de contacto, hemos pretendido reducir el sesgo de selección.
Una vez establecidos los contactos, hemos procedido a la realización de las entrevistas,
11 en una primera fase y 5 en la segunda (16 en total). El número de entrevistas a realizar
no había sido definido previamente, sino que, siguiendo las indicaciones de Kvale
(2008/2011), hemos realizado las entrevistas que era preciso efectuar para averiguar lo que
necesitábamos saber.
Más concretamente, el criterio para juzgar cuando dejar de muestrear los diferentes
grupos relevantes a una categoría es la saturación teórica de ésta. Saturación, según Glaser y
Strauss (1967, p. 61) significa que “no se encuentran datos adicionales por medio de los
cuales el sociólogo pueda desarrollar las propiedades de la categoría (Glaser y Strauss 1967,
p. 61)”. Es decir que, según esta definición, se deja de añadir casos cuando ninguno aporta
nada nuevo (Flick 2002/2004).
Desde aquí, sin embargo, consideramos que esta definición, aún siendo la más conocida
y habitualmente aceptada, es demasiado categórica y establece unas condiciones que
difícilmente se cumplen en la realidad. Lo más habitual, de hecho, es que cada caso nuevo,
por repetitivo que sea, termine siempre aportando algún matiz nuevo al análisis. Nos parece,
por lo tanto, más adecuada la definición, mucho menos conocida, de Kvale (2008/2011)
según la cual se llega al punto de saturación cuando más entrevistas producen poco
conocimiento nuevo. Aplicado a nuestro caso, esto significa que realizamos el número de
entrevistas necesario para cumplir con los objetivos propuestos y, cuando vimos que las
nuevas entrevistas realizadas apenas aportaban información novedosa, ya no efectuamos
más.

8.3.2.3 Realización y análisis de las entrevistas


Como ya se ha apuntado más arriba, el trabajo de campo se ha realizado en dos fases: la
primera, en la que se efectuaron once entrevistas, tuvo lugar entre el 15 de enero y el 16 de
abril de 2013; la segunda, en la que se realizaron cinco entrevistas, tuvo lugar entre el 16 de
abril y el 29 de octubre de 2015.
Una de las entrevistas que se realizaron en esta segunda fase se enmarca dentro del
proyecto “Diagnóstico sobre la violencia ejercida contra las mujeres con discapacidad de

162
Apartado metodológico

Pamplona” que se realizó en la Universidad Pública de Navarra entre septiembre y


diciembre de 2015 y del cual la autora formó parte140.
Al finalizar cada entrevista se ha realizado un registro escrito de la misma, en el que se
han anotado las primeras impresiones recabadas así como los elementos más significativos
en relación con nuestro objeto de análisis.
Todas las entrevistas han sido grabadas, trascritas y posteriormente analizadas por la
autora con el auxilio del programa informático Atlas.ti.6.1.1.
El análisis así efectuado se desarrolla en dos planos, distintos pero interrelacionados:
análisis de contenido y análisis de itinerarios. De cara al análisis de contenido, la
información proporcionada por las mujeres entrevistadas ha sido sistematizada a través de
categorías temáticas (códigos), en parte preestablecidas, en parte emergentes. En un
segundo momento, toda la información así clasificada se ha jerarquizado, creando
categorías de códigos. Este primer acercamiento se ha asimismo complementado con un
análisis de itinerarios. Por medio de él, la información antes sistematizada ha sido
organizada a partir de un eje temporal. La interrelación entre la violencia y la exclusión, de
esta manera, se estudia desde una perspectiva de proceso.
También se han realizados varios esquemas (uno demográfico, otro biográfico y dos
analíticos) que proporcionan una panorámica, muy resumida pero global, tanto de los
perfiles de las mujeres entrevistadas como de los resultados del análisis. Asimismo, también
se han efectuado breve resúmenes que recogen los elementos más significativos de la
experiencia vital de cada mujer141.

140 En el marco de esta investigación se realizaron ocho entrevistas: la mayoría no resultaba interesante para nuestra
investigación; una de ellas, sin embargo, sí aportó información muy significativa para el análisis de la interrelación entre la
violencia de género y los procesos de exclusión social y fue, por lo tanto, incluida en nuestro análisis.
141 Para el esquema demográfico véase Anexo VII, para el esquema biográfico el Anexo VIII, para el análitico los Anexos IX y X.

Asimismo, para los resúmenes véase Anexo VI.

163
PARTE IV. EL RIESGO DE VIVIR VIOLENCIA
DE GÉNERO EN LA PAREJA EN LAS
SITUACIONES DE INTEGRACIÓN Y
EXCLUSIÓN SOCIAL
9. Probabilidad de experimentar violencia de género
en las situaciones de integración y exclusión social

9.1 Introducción
Después de haber definido los conceptos que nos ocupan, revisado el material teórico
que nos permite acercarnos a las dinámicas de su interrelación y definido el método de
análisis, empezamos nuestro examen de la interrelación entre la violencia de género y los
procesos de exclusión social. Para ello, en primer lugar analizamos qué porcentaje de
mujeres en situación de integración y de vulnerabilidad/exclusión experimenta dicha
violencia.
Nuestra hipótesis de partida es que, aunque la violencia de género es un fenómeno
transversal y ningún grupo social es inmune a ella, en las situaciones de vulnerabilidad o
exclusión su incidencia se ve incrementada, como efecto de la intersección de estructuras de
desigualdad que vulnerabilizan en mayor medida.
Para comprobar esta hipótesis, recurrimos a una metodología cuantitativa, combinando
análisis descriptivos y multivariante. Medimos la incidencia de la violencia de género
utilizando la variable de violencia técnica, que, como ya se ha apuntado, deduce la
presencia de esta violencia de forma indirecta, a partir de una serie de ítems que
identifican situaciones concretas142.
Recurrimos a la Macroencuesta 2011 y a la Encuesta Foessa 2013. Ambas fuentes se
complementan: la primera, como se recordará, no ofrece datos suficientes para identificar
un espacio de exclusión social propiamente dicha, sino únicamente de vulnerabilidad, pero
sí permite diferenciar la violencia ejercida por la pareja del maltrato perpetrado por la ex
pareja. La segunda, por el contrario, sí permite identificar un espacio de exclusión social
propiamente dicho, pero permite efectuar únicamente análisis conjuntos de la violencia
perpetrada por la pareja y la ex pareja.
Un análisis conjunto de ambos tipos de violencia se justifica por razones tanto teóricas
como metodológicas. Las primeras remiten al hecho de que, en ambos casos, se trata de
violencias causadas por las desigualdades de género y la cultura patriarcal (De Miguel
2005; Marugán 2012; Vives-Cases 2011) y al hecho de que, tal y como reflejan los relatos
de las mujeres entrevistadas, a menudo se trata de estadios diferentes del mismo proceso.
Las razones metodológicas hacen referencia al hecho de que sólo un análisis conjunto
permite contrastar la información de las dos fuentes.
Un análisis específico de cada una de estas violencias, por otra parte, también es
necesario, ya que se trata de tipologías de violencia diferentes, que no presentan las mismas
dinámicas ni tienen las mismas implicaciones para las mujeres que las experimentan. En el
caso específico de la violencia ejercida por la pareja, finalmente, este análisis se vuelve aún

142 Para un análisis detallado de la construcción de estas variables véase Anexo III.
Violencia de género en la pareja y exclusión social

más necesario, ya que sólo analizándola de forma separada es posible introducir en el


análisis las variables referidas a los hombres y la incongruencia de estatus. Y esto es
fundamental porque, como escribe Bonino, la violencia de género constituye sí un problema
“para” las mujeres, pero no es, en realidad, un problema “de” ellas, sino “de” la cultura
masculina/patriarcal y “de” los varones (2007b, p. 199).

9.2 Un análisis conjunto de la violencia perpetrada por la pareja y


la ex pareja
En lo que respecta al conjunto de la violencia de género, sea ésa perpetrada por la pareja
o por la ex pareja, presentamos datos extraídos tanto de la Macroencuesta como de la
Encuesta Foessa.

9.2.1 Un primer acercamiento de tipo descriptivo


En el caso de la Macroencuesta, se han construido 3 diferentes variantes de violencia
técnica:
 La primera respeta fielmente la definición utilizada por el Instituto de la Mujer
en su análisis de la Macroencuesta anterior.
 La segunda recoge las críticas que Osborne (2008) mueve a esta primera noción,
considerada demasiado amplia e incapaz de establecer una frontera clara entre
sexismo y conductas propiamente violentas. Siguiendo las indicaciones de esta
autora, intenta replicar una variable que se utilizó en Francia en el año 2000 y
que es claramente más restrictiva que la primera.
 La tercera variable, finalmente, ha sido elaborada por nosotras a partir de las
críticas que tanto Osborne (2008) como, sobre todo, Casado, García y García
(2012) dirigen a los indicadores de la Macroencuesta. Se caracteriza por el hecho
de atribuir un peso diferente a las varias conductas violentas en función de su
gravedad y ambigüedad y es, por ello, llamada “violencia técnica ponderada”143.
El hecho de utilizar tres variables diferentes permite comprobar hasta qué punto la
relación entre violencia de género y vulnerabilidad social que eventualmente se encuentre
es el efecto de las decisiones tomadas por el/la investigador/a. Una vez comprobado el
comportamiento de estas tres variables, por otra parte, nos centraremos exclusivamente en
la noción de violencia ponderada, cuyo nivel de precisión es mayor.
El análisis descriptivo así realizado permite observar que la relación entre violencia y
vulnerabilidad social se mantiene independientemente de la variable de violencia técnica
utilizada. Más en detalle:

143Para un análisis más detallado tanto de los procedimientos seguidos para construir estas variables como de los indicadores
que cada una contempla véase Anexo III.

168
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

 En lo que se refiere a la noción utilizada por el Instituto de la Mujer, el


porcentaje de mujeres que, en el momento en que se realiza la encuesta,
experimentaban violencia por parte de la pareja o la ex pareja era de 8,9% en las
situaciones de integración y ascendía al 16,6% entre mujeres en situación de
vulnerabilidad.
 En el caso de la variable creada a partir de la definición utilizada en Francia en el
año 2000, las cifras se situaban en 6,7% y 13,9% respectivamente.
 Finalmente, en lo que se refiere a variable que nosotras hemos elaborado –y que
hemos definido de violencia técnica ponderada–, el porcentaje de mujeres que
enfrentaba violencia se situaba en 11,6% entre mujeres integradas y ascendía
hasta 20,9% entre las que se encontraban en una situación de vulnerabilidad.
Estos resultados son especialmente significativos si se considera que se trata de variables
que identifican a un porcentaje de mujeres muy variable (10,6%, 8,3% y 13,7%
respectivamente) y en ningún caso completamente coincidente144.
Resumiendo, los datos presentados muestran que, aunque los datos absolutos varían, las
diferencias entre los dos grupos permanecen constantes. Tal y como se aclara en el Anexo
III, es éste un dato a tener en especial consideración, ya que incrementa la fiabilidad de los
resultados obtenidos.

Gráfico 8. Porcentaje de mujeres en situación de integración y vulnerabilidad social que, en la


actualidad, experimenta violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja según
tres diferentes definiciones de violencia técnica

25
20,9
20
16,6

15 13,9
11,6
Integración
10 8,9
Vulnerabilidad
6,7

0
Violencia técnica Instituto de la Violencia técnica Enveff Violencia técnica ponderada
Mujer

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

A la hora de interpretar estos datos, por otra parte, no podemos olvidar que, aunque el
riesgo es mucho mayor en el espacio de vulnerabilidad, la gran mayoría (67,3%) de las
mujeres que experimentan violencia de género se encuentran en una situación de
integración. Este dato, sin poner en entredicho la existencia de una relación entre violencia

144 Para mayores detalles véase Anexo III.

169
Violencia de género en la pareja y exclusión social

y exclusión, confirma que se trata de un fenómeno de origen estructural y con carácter


transversal, producto de las desigualdades de género que atraviesan la sociedad y que, por
lo tanto, afecta a mujeres pertenecientes a todo el espectro social.

Gráfico 9. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de integración y vulnerabilidad


según experimenten o no violencia de género

100%
90%
80%
70%
67,3
60% 80,6
50% Integración
40% Vulnerabilidad
30%
20%
32,3
10% 19,4
0%
No experimentan violencia Experimentan violencia

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Los datos aportados por la Encuesta Foessa no solamente corroboran los resultados
hasta aquí presentados, sino que, gracias al mayor nivel de precisión de la variable de
exclusión comparada con la de vulnerabilidad, permiten un mayor nivel de detalle en el
análisis y, de esta manera, una mejor comprensión de la interrelación entre la violencia de
género y los procesos de exclusión social.
En este caso, a diferencia que en el anterior, no hemos creado una variable dicotómica
integración/exclusión, sino que hemos identificado cuatro espacios diferenciados,
correspondientes a diferentes grados de alejamiento de la zona de plena integración. Esta
decisión, que remite al carácter progresivo y gradual de los procesos de exclusión (Boon y
Farnsworth 2011; Brugué, Gomá y Subirats 2002; Cabrera 2004; Castel 1995; Laparra
2010; Oxoby 2009; Subirats 2004), permite alcanzar un mayor nivel de profundidad en el
análisis. Observamos así que, conforme aumenta la intensidad de la exclusión, también
crece el porcentaje de mujeres que enfrenta violencia de género por parte de la pareja o la
ex pareja. Más en detalle, éste pasa de un 6,0% en las situaciones de integración plena a un
8,3% en las de integración precaria, un 11,6% en las de exclusión moderada y, finalmente, a
un 15,5% entre mujeres en situación de exclusión severa. En el caso de estas últimas, en
suma, la incidencia de la violencia de género es dos veces y media más elevada que entre
las primeras.

170
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

Gráfico 10. Porcentaje de mujeres en situación de integración plena, integración precaria,


exclusión moderada y exclusión severa que, en la actualidad, experimenta violencia de
género por parte de la pareja o la ex pareja

18
15,5
16
14
11,6
12
10
8,3
8
6,0
6
4
2
0
Integración plena Integración precaria Exclusión moderada Exclusión severa

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Como ya se ha anticipado, el de la exclusión social es un fenómeno procesual, es decir,


que en ella no se “cae” de forma repentina, sino que se llega gradualmente, como resultado
de un paulatino alejamiento de la zona de integración (Rubio 2012). Esto significa que una
categorización del espacio social en cuatro grupos, si bien permite un análisis más refinado
que una variable dicotómica, también constituye una simplificación de una realidad social
que es infinitamente más compleja y matizada. Para acercarnos mayormente al carácter
procesual de la exclusión, entonces, recurrimos al Índice Sintético de Exclusión Social
(ISES), que refleja de forma mucho más precisa la existencia de un “continuo entre
integración y exclusión” (Laparra et al. 2007, p. 28). También en este caso se confirma la
existencia de una correlación entre las situaciones de violencia de género y los procesos de
exclusión social. Tal y como se puede observar en el gráfico que aparece a continuación, de
hecho, entre las mujeres que experimentan violencia de género el ISES es, de media, dos
veces más elevado que entre aquellas que no la enfrentan (2,40 frente a 1,21).

Gráfico 11. Índice Sintético de Exclusión Social de las mujeres que, en la actualidad, experimentan
y no experimentan violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja

3
2,40
3

2 1,21
1

0
No experimentan violencia Experimentan violencia

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

171
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Los datos hasta ahora presentados remiten al carácter procesual de la exclusión social;
una correcta comprensión de este fenómeno, sin embargo, no puede olvidar otro atributo
fundamental del mismo, es decir, su carácter multidimensional (Boon y Farnsworth 2011;
Brugué, Gomá y Subirats 2002; Halleröd y Larsson 2006; Laparra et al. 2007; Laparra y
Aguilar 2000; Moreno y Acebes 2008; Pérez y Laparra 2007; Pirani 2011; Raya 2004;
Spoor 2011; Subirats 2005; van Bergen et al. 2014). Para incrementar el nivel de precisión
de nuestro análisis, entonces, los resultados hasta aquí mostrados deben ser
complementados con otros, que permitan observar cómo la relación entre violencia y
exclusión varía en función del tipo de exclusión considerado. Para visualizar estas
variaciones, realizamos una panorámica de lo más general a lo más específico y estudiamos
la incidencia de la violencia de género en función de los ejes, dimensiones e indicadores de
exclusión social considerados.
Empezando por los tres ejes fundamentales de los procesos de exclusión –económico,
político y social-relacional– ante todo cabe recordar que se trata de situaciones que afectan
a una proporción de población extremadamente variable: mientras que un porcentaje muy
elevado de mujeres enfrenta exclusión en los ejes político y económico (el 45,6% y 35,4%
del total respectivamente), el número de las que experimentan exclusión en el ámbito
social-relacional es mucho más reducido (9% del total)145.
Aclarado esto, se observa que la fuerza de la relación entre violencia y exclusión es
máxima en el caso del eje social-relacional, mientras que se reduce claramente en el caso
del eje político y, sobre todo, económico. Más concretamente:
 Entre las mujeres que experimentan exclusión social-relacional, casi 1 de cada 4
(23,6%) enfrenta violencia de género, mientras que, en el resto de las mujeres, la
proporción se reduce a 1 de cada 17 (7,2%).
 En lo que respecta a la exclusión política, las diferencias son más reducidas pero
aún así muy significativas. Entre las mujeres que experimentan exclusión en esta
esfera, de hecho, el 11,4% enfrenta violencia, mientras que, en el resto, el
porcentaje se reduce a la mitad (5,9%).
 Finalmente, en el caso de la exclusión económica, las diferencias siguen siendo
significativas pero son aún menores (el hecho de experimentar o no exclusión en
esta esfera se asocia a una variación de 2 pp. en el riesgo de enfrentar violencia
de género).
Para comprender estos resultados, un primer elemento a tener en cuenta es que no todos
los ejes considerados presentan la misma elasticidad: el eje económico, por ejemplo, es el
que más inmediata y rápidamente reacciona a cambios externos (el porcentaje de mujeres
que experimenta exclusión en esta esfera se ha incrementado 20 pp. entre 2007 y 2013); el
eje social-relacional, por el contrario, apenas varía (en las mismas fechas, el porcentaje de
mujeres que enfrenta exclusión en este ámbito se ha mantenido prácticamente invariado) 146.
Como consecuencia, en un caso existe una parte significativa de hogares para los cuales la
situación de exclusión es algo contingente y fruto de una coyuntura económica concreta;

145 Para un análisis más detallado véase apartado 6.3.2.


146 Para un análisis más detallado véase apartado 6.3.2.

172
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

mientras que, en el otro, la práctica totalidad de los hogares se hallan en una situación de
exclusión mucho más cronificada y enquistada. Los resultados obtenidos, por lo tanto,
podrían indicar que es precisamente esta cronificación y enquistamiento lo que mayormente
incrementa el riesgo de enfrentar violencia de género. Es ésta una hipótesis especialmente
preocupante, ya que, de ser cierta, nos indica que, si no se evita la cronificación de aquellos
procesos de exclusión que han empezado siendo eminentemente coyunturales, el porcentaje
de mujeres que enfrentan violencia de género podría crecer de forma dramática. Sería, por
otra parte, interesante repetir este análisis en un contexto de bonanza económica, cuando la
población en situación de exclusión económica fuese mucho más reducida (y,
presumiblemente, menos “normalizada”). De esta manera, de hecho, podríamos observar si
la relación entre exclusión económica se mantiene tan débil como es ahora o si, por el
contrario, su fuerza aumenta.

Gráfico 12. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la pareja o la ex pareja en los diferentes ejes de exclusión

25 23,6

20

15
11,4
9,7
10 7,5 7,2
5,9
5

0
No Sí No Sí No Sí
Exclusión económica Exclusión política Exclusión social-relacional

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Para incrementar el nivel de precisión del análisis, acercamos ahora la mirada y


observamos cuál es la incidencia de la violencia de género en las distintas dimensiones de la
exclusión (dimensiones que, como se recordará, afectan a un porcentaje de población muy
variable)147. Descubrimos así que el riesgo de enfrentar maltrato por parte de la pareja o la
ex pareja:
 es máximo en el caso de mujeres que experimentan una situación de conflicto
social (38,4%);
 es menos elevado pero igualmente significativo en el caso de mujeres que
vivencian exclusión de la educación (16,2%), de la salud (14,6%), de la vivienda
(12,0%), política (10,8%) y del empleo (9,9%);
 no varía de forma significativa en el caso de la exclusión del consumo y en
situaciones de aislamiento social.

147 Para un análisis detallado véase apartado 6.3.2.

173
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 13. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por
cada dimensión de exclusión

Violencia de género Incidencia de la dimensión


Exclusión del empleo 9,9 ** 33,7
Exclusión del consumo 10,1 6,1
Exclusión política 10,8 * 11,8
Exclusión de la educación 16,2 *** 8,6
Exclusión de la vivienda 12,0 *** 26,1
Exclusión de la salud 14,6 *** 19,4
Aislamiento social 7,8 5,6
Conflicto social 38,4 *** 3,8
Total 8,4 100,0
*p < 0,050; ** p < 0,010; *** p < 0,001
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Como se ha podido observar, el incremento de la incidencia de la violencia de género


asociado a cada una de las diferentes dimensiones de la exclusión social no es homogéneo,
sino que varía de forma muy significativa en función de la dimensión considerada. Se trata
de un dato especialmente relevante, que confirma la importancia de un análisis por sectores
y, al mismo tiempo, refleja la necesidad de seguir profundizando en este tema. Es por ello
que, llegadas a este punto, vamos a analizar cómo se comportan los diferentes indicadores
que conforman cada dimensión.
En el caso del conflicto social –la dimensión más relevante entre todas las consideradas–
todos los indicadores se asocian con un incremento significativo del riesgo y éste es,
además, muy elevado. Más concretamente, la probabilidad de experimentar violencia de
género es significativamente más elevada en el caso de las mujeres que viven en hogares en
los que:
 alguien tiene, o ha tenido en los últimos diez años, problema con el alcohol, otras
drogas o el juego (46,3%);
 alguien tiene, o ha tenido en los últimos diez años, problemas con la justicia
(41,2%)148;
 las relaciones entre los miembros del hogar son muy malas, malas o más bien
malas (35,7%)149;
 alguien ha sido o está a punto de ser madre adolescente sin pareja (25,7%)150.
El caso de la exclusión de la educación es parcialmente diferente. También aquí, de
hecho, todos los indicadores son significativos, pero los incrementos a ellos asociados son
mucho más reducidos. El aumento más elevado, de hecho, se registra en el caso de mujeres
que viven en hogares:

148 La muestra es reducida (N=50), algo que debe recordarse a la hora de interpretar las cifras que aquí se ofrecen.
149 Nuevamente, la muestra es reducida (N=45); los márgenes de error, por lo tanto, son elevados. Esto, sin embargo, no pone
en duda la significación del dato ofrecido.
150 También en este caso, la muestra es bastante reducida (N=61) y los márgenes de error, por lo tanto, bastante elevados. La

significación del dato, sin embargo, queda confirmada.

174
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

 con algún menor de 3 a 15 años sin escolarizar (20,0%)151;


 con alguna persona mayor analfabeta (17,0%);
 donde nadie tiene estudios (14,2%).
La exclusión de la salud, globalmente considerada, suponía un aumento parecido a la
exclusión de la educación. Si observamos el comportamiento de los indicadores que la
conforman, sin embargo, obtenemos una imagen muy diferente: en este caso, de hecho, no
todos los indicadores son significativos, pero los que sí lo son se asocian a un incremento
especialmente elevado en la probabilidad de enfrentar violencia de género. Más en detalle,
es éste el caso de aquellas mujeres que viven en hogares en los que:
 hay personas enfermas que no han usado los servicios sanitarios en un año
(28,9%)152;
 en los diez últimos años, se ha pasado hambre con frecuencia o se está pasando
ahora (24,5%);
 se ha dejado de comprar medicinas, seguir tratamientos o dietas por problemas
económicos (15,5%).
También en el caso de la exclusión de la vivienda solamente algunos indicadores son
significativos. Diversamente que antes, sin embargo, los incrementos asociados son
generalmente más reducidos. Es éste el caso de mujeres que viven:
 en entornos degradados (17,0%);
 en situación de hacinamiento grave (13,6%);
 en viviendas insalubres (13,1%);
 en hogares que, después de haber pagado la vivienda, se encuentran en una
situación de pobreza extrema (12,7%).
La exclusión política, aun suponiendo un incremento del riesgo bastante reducido, era
significativa globalmente considerada. Analizado de forma autónoma, sin embargo, ningún
indicador resulta ser significativo153.
La exclusión del empleo suponía un incremento incluso más reducido que la anterior,
pero, diversamente que en ésa, aquí dos indicadores siguen siendo significativos inclusive
analizados de forma autónoma (aunque los incrementos a ellos asociados son mínimos).
Más concretamente, es éste el caso de mujeres que viven en hogares:
 sin personas ocupadas, de baja o con prestaciones contributivas (13,3%);
 donde todas las personas activas están en paro (11,0%).
La exclusión del consumo no suponía, globalmente considerada, un incremento
significativo del riesgo, y lo mismo puede decirse de cada uno de los indicadores que la
conforman154.

151 La muestra es algo reducida (N=72). Esto, si bien no pone en cuestión la significación del dato proporcionado, sí incrementa
los márgenes de error, realidad que ha de ser tenida en cuenta a la hora de interpretar las cifras que se ofrecen.
152 También en este caso, la muestra es bastante reducida (N=66). Al igual que antes, por lo tanto, también aquí esto ha de ser

tenido en cuenta a la hora de interpretar los datos.


153 La falta de significación se debe a la combinación entre una muestra muy reducida, por un lado, y unas diferencias no muy

elevadas, por otro.

175
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Finalmente, una mención especial la merece la dimensión del aislamiento social. Ésta, de
hecho, globalmente considerada no era significativa, pero esto se debía únicamente al hecho
de que en ella coexisten indicadores que son factores de riesgo con otros que actúan como
factores de protección. Más en detalle, cabe reseñar que:
 Vivir en hogares con personas en instituciones, tanto hospitales (generales y
psiquiátricos) como centros de día (salud mental y rehabilitación), parece
incrementar muchísimo la probabilidad de enfrentar violencia de género
(60,0%)155.
 No tener relaciones en el hogar y no contar con ningún apoyo para situaciones de
enfermedad o de dificultad se asocia a una reducción de la misma (2,7%)156. Este
último dato puede resultar sorprendente, sin embargo, si se considera que es ésta
una situación en la que se encuentran mayoritariamente mujeres mayores viudas,
se comprende por qué la incidencia de la violencia de género es aquí tan baja.

154 También aquí, la falta de significación se debe a la combinación entre una muestra bastante reducida, por un lado, y unas
diferencias no muy elevadas, por otro.
155 En este caso, la muestra es muy reducida (N=15). El dato ofrecido, por lo tanto, debe entenderse únicamente como algo

orientativo.
156 Es precisamente la coexistencia de indicadores que actúan en sentido opuesto lo que podría explicar por qué la dimensión del

aislamiento, cuando se considera en su conjunto, no parece influir de forma significativa en la probabilidad de enfrentar
violencia de género.

176
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 14. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por
cada indicador de exclusión
Violencia
Aspecto Nº Indicadores FOESSA N
técnica
1 Sustentador principal en paro desde hace un año o más 502 8,8
2 Sustentador principal con un empleo de ex clusión (por el tipo de empleo) 179 10,4
Sustentador principal con un empleo de ex clusión (sin cobertura de la Seguridad
3 143 11,9
Social)
Empleo Hogares sin personas ocupadas, de baja, con prestaciones contributiv as por
4 643 13,3 **
desempleo o pensiones contributiv as
Hogares con personas en paro y sin haber recibido formación ocupacional en el
5 1576 8,8
último año
6 Todas las personas activ as en paro 1042 11,0 *
Ingresos 7 Pobreza ex trema (menos de 3.000 € /año) 349 11,3
Hogares que no cuentan con algún bien considerado básico por más del 95%
Priv ación 8 124 6,0
de la sociedad por no poder permitírselo

9 Hogares con alguna persona may or de edad y de nacionalidad ex tracomunitaria 263 11,4
Participación
política No participan en las elecciones por falta de interés y no son miembros de
10 464 10,0
ninguna entidad ciudadana
11 Hogares con menores de 3 a 15 años no escolarizados 72 20,0 **
Educación 12 Hogares en los que nadie de 16 a 64 años tiene estudios 283 14,2 *
13 Hogares con alguna persona de 65 o más años que no sabe leer y escribir 304 17,0 ***
14 Infrav iv ienda 38 3,2
15 Deficiencias grav es en la construcción, ruina, etc. 74 2,2
16 Humedades, suciedad y olores (insalubridad) 514 13,1 **
17 Hacinamiento grav e (< 15 m2 /persona) 255 13,6 *
Viv ienda 18 Tenencia en precario 94 10,0
19 Entorno degradado 92 17,0 **
20 Barreras arquitectónicas con personas con discapacidad física en el hogar 286 10,5
Gastos ex cesiv os de la v iv ienda (ingresos - gastos v iv < umbral pobreza
21 628 12,7 **
ex trema)
22 Alguien sin cobertura sanitaria 14 7,1
Han pasado hambre en los 10 últimos años con frecuencia o la están pasado
23 259 24,5 ***
ahora
Todos las personas adultas con discapacidad o enfermedades que generan
24 168 3,5
limitaciones para las activ idades cotidianas
Salud
25 Hogares con personas dependientes sin ay uda 85 11,1
Hogares con personas enfermas que no han usado los serv icios sanitarios en
26 66 28,9 ***
un año
Hogares que han dejado de comprar medicinas, seguir tratamientos o dietas por
27 863 15,5 ***
problemas económicos
Conflictos
29 Hogares con relaciones muy malas, malas o más bien malas 45 35,7 ***
familiares
Alguien tiene o ha tenido en los 10 últimos años problemas con el alcohol, otras
Conductas 30 140 46,3 ***
drogas o el juego
asociales
31 Alguien ha sido o está a punto de ser madre adolescente sin pareja 61 25,7 ***
Conductas
32 Alguien tiene antecedentes penales o los ha tenido en los 10 últimos años 50 41,2 ***
delictiv as
Sin apoy o Personas sin relaciones en el hogar y que no cuentan con ningún apoy o para
33 266 2,7 *
familiar situaciones de enfermedad o dificultad
Conflicto
34 Hogares con malas o muy malas relaciones con los v ecinos 31 18,2
v ecinal
Institucionaliza Hogares con personas en instituciones: hospitales (generales y psiquiátricos) y
35 15 60,0 ***
dos/as centros de día (salud mental y rehabilitación)
Total 5.473 8,4

*p < 0,050; ** p < 0,010; *** p < 0,001


Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

177
Violencia de género en la pareja y exclusión social

En resumen, entonces, los datos hasta ahora presentados confirman que, aunque ningún
grupo social puede considerarse inmune a este tipo de violencia, la probabilidad de
enfrentarla varía, de forma muy notable, en función de la situación social en la que cada
mujer se encuentra.
Tal y como ya se ha aclarado más arriba, por otra parte, también en este caso debemos
recordar que, aunque la probabilidad de experimentar violencia de género es mucho mayor
en el espacio de exclusión, más de dos tercios (69,0%) de las mujeres que la enfrentan se
halla en una situación de integración social (plena o precaria). Nuevamente, esto nos
recuerda que se trata de un fenómeno con carácter estructural, cuyos orígenes han de ser
buscados en el nivel de la estructura social patriarcal en la que nos movemos y que, como
tal, puede afectar a mujeres de toda clase y circunstancia social (Delgado et al. 2007; De
Miguel 2005; Gimeno y Barrientos 2009; Marugán 2012; Vives-Cases 2011).

Gráfico 13. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de la integración a la exclusión
según experimenten o no violencia de género

100%
6,4
13,0
90%
12,5
80% 18,0
70%
60% 42,8 Exclusión severa

50% Exclusión moderada


42,5
40% Integración precaria
Integración plena
30%
20% 38,2
26,5
10%
0%
No experimentan violencia Experimentan violencia

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Una vez presentados los datos de incidencia, es necesario subrayar que, al tratarse, en
ambos casos, de estudios de carácter transversal, no podemos conocer con certeza si las
situaciones de vulnerabilidad o exclusión son anteriores o posteriores a la violencia. Por un
lado, la forma en la que estas nociones han sido operacionalizadas hace pensar sobre todo
en un recorrido de la vulnerabilidad y la exclusión a la violencia 157 . La literatura

157La noción de vulnerabilidad, de hecho, considera tanto situaciones de desempleo como de ausencia de formación y lo hace
tanto en el caso de la mujer como de su pareja: si el desempleo femenino puede fácilmente ser una consecuencia de la
violencia, en el caso del desempleo masculino o a la ausencia de formación (de ambos) es lógico hipotetizar que la dirección
de la relación será la inversa. La noción de exclusión social, por otra parte, se construye a partir de 35 indicadores y solo una
pequeña minoría identifica situaciones que pueden constituir tanto “causas” como efectos de la violencia, mientras que la
mayoría, por su propia lógica, son compatibles únicamente con un recorrido de la exclusión a la violencia. Más en detalle, en lo
que a la dimensión del empleo se refiere, los indicadores contemplados no hacen referencia a la mujer, sino al sustentador/a
principal o a al conjunto de los miembros del hogar (desempleo total familiar), y parece difícil que estas situaciones puedan ser
un producto de la violencia. Lo mismos sucede en el caso de la exclusión educativa, con la diferencia de que aquí la dirección
de la relación (lógica y temporal) entre exclusión y violencia es aún más evidente. Análogo es el panorama observado en
referencia a la dimensión del conflicto social, donde, de los 4 indicadores contemplados, 3 son compatibles únicamente con un

178
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

especializada –tal y como se ha analizado con detalle en el capítulo 4– ha explicado este


recorrido de diferentes maneras. La situación de vulnerabilidad/exclusión, de hecho, podría:
 estar reduciendo las opciones de respuesta de las mujeres (Hamby 2005);
 asociarse a una menor autoestima (ej. Falci 2011; Postiglione 2001; Santo et al.
2013; Zhang y Veselska et al. 2010);
 o convertir a las mismas en sujetos con menor valor social y, por ello, blancos
más legítimos de esta violencia.
En el caso de los hombres, por otra parte, esta misma situación podría:
 asociarse a mayores niveles de estrés y frustración;
 incrementar la conflictividad (Jewkes 2002; Walby y Allen 2004);
 reducir los recursos “legítimos” disponibles para mantener una posición de poder
(Basile, Hall y Walters 2013; Callá 2008; Fisher 2013; Hearn 1998; Lawson
2012; Walby y Allen 2004);
 y dar así lugar a una definición alternativa (anómica) de masculinidad (ej. De
Kaseredy y Schwartz 2005; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012;
Messerschmidt 1993; Strier et al. 2014)158.
Finalmente, las situaciones de vulnerabilidad o exclusión podrían asimismo asociarse a
un mayor nivel de desigualdad de género (ej. Elley 2011; Kiss et al. 2012; Smith 1990;
Uthman, Moradi y Lawoko 2009)159.
Todo esto nos ayuda a comprender por qué, aunque la violencia es efectivamente un
fenómeno transversal, no es, sin embargo, un fenómeno homogéneo en toda la sociedad
(Aldarondo y Castro-Fernández 2011).
El recorrido inverso, sin embargo, también se puede dar. La violencia de género, de
hecho, puede llegar a tener una serie de consecuencias que están relacionadas con
itinerarios descendentes hacia la exclusión. Más concretamente, existen numerosas
referencias bibliográficas que detallan las secuelas:
 a nivel de salud, tanto física (Coker et al. 2011; Cripe et al. 2008; FRA 2014;
Pallitto y O´Campo 2004; Plazaola-Castaño y Ruiz-Pérez 2004; Remes-Troche
et al. 2007; WHO 2002) como emocional (Coker et al. 2011; Devries et al. 2013;

recorrido de la exclusión a la violencia y solamente úno (el nº 30) identifica situaciones que pueden ser tanto un
desencadenante como un resultado de ésta. En el caso del aislamiento, por el contrario, el panorama es ligeramente diferente:
aquí, de los 3 indicadores contemplados, sólo 1 (el nº 35) indica claramente un recorrido de la exclusión a la violencia (aunque,
como veremos, se trata precisamente del único indicador relevante). En lo que respecta a la exclusión política, también existe
cierta incertidumbre: de los 2 indicadores contemplados, de hecho, 1 (el nº 9) indica necesariamente un recorrido de la
exclusión a la violencia, el otro (el nº 10) es comparible con ambas posibilidades. En lo que respecta a las dimensiones de la
vivienda y de la salud, finalmente, la direccionalidad de la relación es menos clara aún: los indicadores correspondientes, de
hecho, identifican situaciones que pueden ser tanto anteriores a la violencia como un resultado de la misma. Recapitulando, en
algunas dimensiones la direccionalidad de la relación encontrada puede deducirse fácilmente de la lógica interna a los
indicadores, en otros el panorama es más confuso. Tal y como veremos más adelante, sin embargo, esta parcial indefición se
ve claramente reducida por el hecho de que las dimensiones más relevantes (sobre todo el conflicto) tienden a insertarse en al
primer grupo.
158 En cualquier caso, se trata de explicaciones que sólo se aplican porque se suman a un trasfondo estructural de relaciones

desiguales de género. Para un análisis detallado de este trasfondo, véase cap. II y apartado 3.2.1.
159 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 5.2.3.

179
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Iraizoz 2011; Perela 2010; Roth y Coles 1995; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007;
Sarasúa et al. 1994; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994).
 a nivel de adicciones (Coker et al. 2011; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; WHO
2002; Zubizarreta et al. 1994).
 en el ámbito relacional, bajo forma de aislamiento (Jewkes 2002; Ruíz-Jarabo y
Blanco 2007).
 en la esfera económica, en términos tanto de empleo (Adams et al. 2013;
Brownie, Salomon y Bassuk 1999; Lloyd y Taluc 1999; Meisel, Chandler y
Rienzi 2003; Riger, Staggs y Schewe 2004; Staggs y Riger 2005; Tolman y
Wang 2005; Wettersten et al. 2004) como de pobreza y privación (Adams et al.
2008; Adams et al. 2013; Brush 2004; Danziger et al. 2002; Moe y Bell 2004;
Siefert et al. 2004; Tolman y Rosen 2001).
 y, finalmente, también en lo relacionado con la vivienda (Baker, Cook y Norris
2003; Brush 2004; Siefert et al. 2004; Tutty et al. 2014).
Éstas son las explicaciones halladas en la literatura especializada. En el próximo capítulo
todas ellas se contrastarán con los relatos de las mujeres supervivientes entrevistadas.

9.2.2 Análisis multivariante


El análisis de tipo descriptivo al que hemos dedicado el apartado anterior refleja con toda
claridad la existencia de una relación entre la violencia de género, por un lado, y las
situaciones de vulnerabilidad o exclusión social, por otro. Esta relación, sin embargo, podría
estar siendo amplificada (o reducida) por el efecto de otras variables asociadas a tales
situaciones (ej. estado civil, edad etc.). Para lograr una mejor comprensión del fenómeno,
entonces, el estudio de carácter descriptivo realizado debe ser combinado con análisis de
tipo multifactorial. Sólo por medio de estas técnicas, de hecho, podemos determinar cuál es
la capacidad que cada variable independiente X tiene de explicar el comportamiento de la
variable dependiente Y, una vez controladas las demás X.
En primer lugar presentamos datos extraídos de la Macroencuesta. Más concretamente,
efectuamos dos análisis diferentes: en el primero se incluye la variable de vulnerabilidad
social; en el segundo ésta se elimina y se introducen las variables que se habían utilizado
para construirla (empleo y nivel educativo). En cada uno de ellos, además, se pueden
observar diferentes pasos, que reflejan el esquema ecológico “por añadido” que se detalla
en el apartado metodológico.
El primer análisis confirma que la situación de vulnerabilidad social es un factor de
riesgo muy relevante: una vez controladas todas las demás variables, de hecho, ésta sigue
multiplicando por 2 (incremento del 95%) la probabilidad de experimentar violencia de
género.
Este análisis también refleja la existencia de otros factores de riesgo, relacionados con
las características sociodemográficas de la mujer, con la composición del hogar y con el
entorno más amplio. Más en detalle, a nivel individual el riesgo de experimentar violencia
se incrementa cuando la mujer:
 tiene origen extranjero (probabilidad 70% más elevada);

180
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

 tiene una enfermedad crónica o una discapacidad (riesgo 127% y 70% más
elevado respectivamente según que se trate de problemas más o menos graves);
 o tiene pareja (el riesgo se multiplica por 3)160.
La mayor incidencia de la violencia de género en mujeres de origen extranjero –
elemento que, como hemos visto, está ampliamente reconocido por la literatura (ej. Raj y
Silverman 2002; Montañés y Moyano 2006; Vives-Cases et al. 2010)– puede ser el
resultado de varios factores que, conjuntamente considerados, ponen a las mujeres en una
situación de mayor desprotección. Más en detalle, nos referimos:
 al aislamiento que a menudo sigue el proceso migratorio (Campbell et al. 2011;
Montañés y Moyano 2006; Raj y Silverman 2002);
 a la existencia de barreras lingüísticas (Montañés y Moyano 2006; Sokoloff
2008);
 a la falta de derechos legales (Campbell et al. 2011; Montañés y Moyano 2006;
Raj y Silverman 2002; Sokoloff 2008);
 y al hecho de que el estatus de inmigrante de la mujer puede convertirse un
potente mecanismo de control y chantaje por parte del varón (Dutton, Orloff y
Hass 2000; Raj y Silverman 2002).
En lo que se refiere a las situaciones de enfermedad y discapacidad, la relación temporal
con la violencia de género no está clara:
 por un lado, de hecho, podría tratarse de circunstancias anteriores a la misma que
la han facilitado precisamente por la mayor dependencia y desprotección que
conllevan (Beaumont et al. 2014; Stöckl, Heise y Watts 2011);
 por otro, sin embargo, también podrían ser una simple consecuencia del abuso
(Beaumont et al. 2014; Campbell et al. 2011).
Finalmente, el incremento del riesgo registrado en el caso de mujeres que tienen pareja
podría estar directamente relacionado con los ítems contemplados en la Macroencuesta
(ítems a partir de los cuales se ha construido la variable de violencia técnica). Éstos, de
hecho, se han elaborado con el objetivo específico de captar la violencia ejercida por parte
de la pareja y, luego, se han simplemente extendido a la violencia de la ex pareja; mientras
que no se han codificado comportamientos violentos (como el reiterado impago de las
pensiones alimenticias debidas o situaciones de acoso) típicos de la violencia de la ex
pareja161.
A nivel de hogar, los factores de riesgo son la presencia, en el mismo:

160 La decisión de incluir la variable “tiene pareja” en lugar que “vive con pareja” se debe al hecho de que éste es el factor que
asegura una mayor capacidad explicativa al modelo. Más en general, también cabe anticipar que esto será así para todos los
análisis referidos al conjunto de la violencia de género (tanto a nivel general como en el caso específico de la violencia física,
sexual o psicológica). En sentido contrario, sin embargo, cuando analizamos la realidad concreta de la violencia ejercida por la
pareja recurrimos únicamente a la variable “vive con pareja” (la otra no tiene relevancia alguna, ya que por definición sólo se
incluyen en el análisis mujeres que tienen pareja).
161 Para un análisis más detallado de los ítems contemplados en la Macroencuesta de violencia de género 2011 véase Anexo III.

Resulta, por otra parte, interesante resaltar aquí que la Macroencuesta de violencia contra la mujer 2015, pese a haber
renovado totalmente el cuestionario, no resuelve este problema.

181
Violencia de género en la pareja y exclusión social

 de alguna persona mayor (el riesgo es aquí el 58% más elevado)162;


 y, en cierta medida, de algún/a menor (27% más alto).
En lo que se refiere al primero de estos factores, los resultados obtenidos contradicen los
hallazgos de la literatura. Ésta, de hecho, considera la juventud –no la vejez– un factor de
riesgo (ej. Lanier y maume 2009; van Wijk y de Brujin 2012; Walby y Allen 2004). Tales
diferencias, por otra parte, guardan probablemente relación con el hecho de que la mayoría
de los estudios existentes contempla únicamente la violencia física y sexual (que, como
veremos, efectivamente afectan mayormente a mujeres jóvenes) mientras que ignoran la
violencia psicológica (que tiende a incrementarse con el aumentar de la edad de la
mujer)163.
En lo que atañe a la presencia de menores, por otra parte, varias son las explicaciones
ofrecidas por la literatura, y entre ellas el estrés y los conflictos relacionados con el cuidado
de hijos e hijas (Stöckl, Heise y Watts 2011) así como un incremento de la dependencia de
la mujer (Ruiz-Pérez et al. 2006), que dificulta la interrupción de la relación (Stöckl, Heise
y Watts 2011).
Finalmente, en lo que se refiere al entorno, el riesgo se incrementa:
 al disminuir del nivel económico de la provincia (en provincias de renta baja la
probabilidad es 2,6 veces más elevada que en provincias de renta alta, mientras
que el provincias de renta media es el 30% más alta);
 en la Comunidad de Madrid, el Este y el Noreste (teniendo el Sur y Canarias
como referencia, allí la probabilidad es respectivamente el 182%, el 110% y el
81% más elevada).
Por un lado, se trata de aportaciones especialmente significativas, porque muestran la
importancia de variables contextuales que, en términos generales, son ignoradas por los
estudios sobre factores de riesgo (Stöckl, Heise y Watts 2011) 164 . Por otro lado, sin
embargo, también cabe reseñar que tales variables contextuales quizás no tengan una
relación directa con la aparición de violencia de género, sino indirecta (influyen porque
están relacionados con otras variables).

162 En la Macroencuesta, la presencia de personas mayores en el hogar casi siempre refleja una mayor edad de la mujer y, por lo
tanto, se configura como una forma alternativa de aproximarnos a la edad de ésta. Esto implica que, siempre que la variable
“vive con personas mayores” demuestra tener una mayor capacidad explicativa que el factor “edad”, se prefiere recurrir a ella.
En el caso específico del modelo que aquí se presenta, esta decisión se ve ulteriormente confirmada por el hecho de que la
variable alternativa “edad” arrojaba un panorama algo confuso y dejaba de ser significativa en cuanto se introducían las
variables relativas a la composición del hogar.
163 Para un análisis más detallado del comportamiento del factor edad para cada tipo de violencia, véase capítulo 10.

164 Para un análisis más detallado de los varios factores de riesgo, véase apartado 5.2.2.3.

182
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 15. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social

Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4


OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 2,018 (1,744-2,335) ,000 1,891 (1,627-2,198) ,000 2,019 (1,728-2,359) ,000 1,957 (1,671-2,292) ,000
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 3,389 (2,766-4,152) ,000 2,985 (2,424-3,674) ,000 2,994 (2,430-3,689) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,664 (1,350-2,051) ,000 1,633 (1,318-2,024) ,000 1,694 (1,359-2,111) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,720 (1,440-2,053) ,000 1,645 (1,371-1,974) ,000 1,679 (1,396-2,020) ,000
Sí, grave 2,396 (1,440-3,205) ,000 2,276 (1,694-3,057) ,000 2,270 (1,686-3,056) ,000
Tamaño y composición del hogar
Vive con menores
No (ref.)
Sí 1,261 (1,080-1,472) ,003 1,268 (1,085-1,481) ,003
Vive con personas mayores
No (ref.)
Sí 1,560 (1,314-1,854) ,000 1,583 (1,331-1,883) ,000
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,070 (,782-1,462) ,674
Noreste 1,807 (1,205-2,710) ,004
Comunidad de Madrid 2,820 (1,959--4,059) ,000
Centro 1,005 (,782-1,291) ,969
Este 2,096 (1,607-2,733) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 1,325 (1,020-1,721) ,035
Baja 2,640 (1,982-3,516) ,000
N casos usados por cada modelo 7378 7340 7279 7279
R cuadrado de Nagerkelke 0,021 0,076 0,081 0,097
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

183
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Avanzamos ahora con el análisis eliminando la variable vulnerabilidad e introduciendo


los factores de formación y empleo. Los resultados que así obtenemos son muy interesantes.
La formación se configura como un elemento muy relevante: conforme el nivel
educativo disminuye, de hecho, el riesgo de experimentar violencia de género se
incrementa, tanto que, a paridad de otros factores, entre mujeres con estudios primarios o
inferiores, éste es el 123% más elevado que entre mujeres con estudios superiores. Se trata
de un resultado en línea con los de investigaciones anteriores (Campbell et al. 2011; van
Wijk y de Brujin 2012; Vives-Cases et al. 2009; Vives-Cases et al. 2010). Son varios los
elementos que pueden estar contribuyendo a convertir un nivel educativo bajo en un factor
de riesgo, y entre ellos el hecho de que éste puede asociarse con:
 menores niveles de empoderamiento social y seguridad (Jewkes 2002; Jewkes,
Levin y Penn-Kekana 2002);
 menor bienestar (Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002)
 menor integración en redes sociales (Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-
Kekana 2002);
 menores habilidades para utilizar los recursos disponibles en la sociedad
(Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-
Kekana 2002);
 así como con una mayor adhesión a valores patriarcales y a creencias más
tradicionales acerca de los roles de género (Ahmad et al. 2004; Flood y Please
2009; Hunnicutt 2009; Messerschmidt 1993).
La relevancia del empleo, por el contrario, es claramente más reducida: estar en
desempleo o ser inactiva no conlleva diferencias significativas con la situación de empleo
estable; y tener un empleo precario sí incrementa el riesgo pero lo hace de forma mucho
más reducida que un nivel educativo bajo (el aumento, en este caso, no supera el 36%)165.
En un ámbito en el que las evidencias empíricas son discordes, entonces, nuestros
resultados confirman los hallazgos de los estudios que evidencian que el efecto protector del
empleo femenino es casi insignificante (ej. Stith et al. 2004)166.

165 A lo largo del análisis, la relación con la actividad laboral se ha clasificado de cuatro formas diferentes. La primera es la
agrupación clásica en ciencias sociales (ocupación; desempleo; inactividad); la segunda diferencia por tipo de empleo (estable
o precario); la tercera distingue por subgrupo de inactividad (ama de casa; jubilada; estudiante); la última, finalmente, diferencia
tanto por tipo de empleo como por subgrupo de inactividad. Para decidir cuál de ellas utilizar en cada caso, se han realizado
las pruebas correspondientes y, entre las variables que no nos hacían perder información, se ha incorporado la que tenía
menos categorías. En el caso específico del modelo aquí presentado, por ejemplo, las comprobaciones efectuadas nos han
llevado a incorporar la variable que diferencia por tipo de empleo pero no por subcategoría de inactividad.
166 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 5.2.2.3.2.

184
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 16. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de
nivel educativo y relación con la actividad laboral
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 3,661 (2,982-4,495) ,000 3,475 (2,826-4,273) ,000 3,486 (2,831-4,293) ,000
Niv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,000 ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 1,432 (1,146-1,788) ,002 1,397 (1,116-1,749) ,004 1,349 (1,075-1,692) ,010
ESO 1,914 (1,555-2,356) ,000 1,901 (1,542-2,343) ,000 1,834 (1,483-2,268) ,000
Primarios o inferiores 2,269 (1,840-2,800) ,000 2,347 (1,899-2,902) ,000 2,229 (1,796-2,766) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,962 (1,592-2,419) ,000 1,840 (1,486-2,279) ,000 1,891 (1,518-2,355) ,000
Relación con la activ idad laboral
Empleo estable (ref.) ,001 ,003 ,024
Empleo precario 1,439 (1,144-1,811) ,002 1,409 (1,118-1,777) ,004 1,358 (1,074-1,718) ,011
Parada 1,187 (,967-1,456) ,101 1,180 (,961-1,449) ,115 1,138 (,925-1,399) ,222
Inactiv a ,918 (,760-1,110) ,377 ,945 (,779-1,147) ,569 ,965 (,794-1,172) ,720
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,579 (1,316-1,895) ,000 1,604 (1,334-1,928) ,000 1,631 (1,354-1,966) ,000
Sí, grav e 2,074 (1,543-2,789) ,000 2,086 (1,548-2,811) ,000 2,050 (1,517-2,769) ,000
T amaño y composición del hogar
Viv e con menores
No (ref.)
Sí 1,243 (1,066-1,450) ,006 1,238 (1,060-1,446) ,007
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Hasta 2.000 (ref.) ,121
De 2.001 a 50.000 1,403 (,999-1,969) ,051
De 50.001 a 100.000 1,529 (1,051-2,225) ,026
Más de 100.000 1,309 (,923-1,855) ,130
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,002 (,733-1,369) ,991
Noreste 1,738 (1,165-2,594) ,007
Comunidad de Madrid 2,661 (1,850-3,827) ,000
Centro 0,993 (,769-1,281) ,954
Este 1,965 (1,510-2,558) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,305 (1,007-1,692) ,044
Baja 2,408 (1,809-3,206) ,000
N casos usados por cada modelo 7497 7551 7423
R cuadrado de Nagerkelke 0,083 0,082 0,098
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

185
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Una vez analizada la información proporcionada por la Macroencuesta, centramos


nuestra atención en la Encuesta Foessa. Ésta, como se ha aclarado en el apartado
metodológico, asegura un menor nivel de precisión en la detección de la violencia de
género, pero ofrece una información mucho más detallada y de calidad sobre procesos de
exclusión. Por esta razón, no volvemos a efectuar un estudio detallado de todos los factores
de riesgo encontrados, sino que nos ocupamos únicamente de las situaciones de exclusión y
otros factores con ellas vinculados. Más concretamente, se presentan aquí tres diferentes
análisis de regresión logística:
 el primero remite al carácter procesual de la exclusión social y permite observar
cómo la relación entre ésta y la violencia varía precisamente dependiendo de la
intensidad de la exclusión;
 el segundo y el tercero hacen referencia al carácter multidimensional de la
exclusión y, más concretamente, permiten conocer qué dimensiones e
indicadores influyen mayormente en la probabilidad de enfrentar violencia de
género.
El primer análisis confirma la relevancia de la situación de exclusión ya detectada por
medio de las técnicas descriptivas, así como el hecho de que el riesgo de experimentar
violencia de género se incrementa de forma paulatina conforme aumenta la intensidad de
ésta. El peso de este factor, sin embargo, es ahora claramente menor de lo que aparecía en el
estudio descriptivo: ya no se registran diferencias significativas entre la situación de
integración plena y precaria, la exclusión moderada se asocia a un incremento del 45% en la
probabilidad de experimentar violencia de género y la exclusión severa a un aumento del
82% (antes, en este caso, el riesgo se multiplicaba por 2,5).
Otro elemento que puede guardar cierta relación con situaciones de exclusión es la
convivencia de dos o más núcleos en un mismo domicilio. En lo que a esto se refiere,
obsérvese que la probabilidad de experimentar violencia de género aumenta paralelamente
al número de núcleos. Más en detalle, cuando hay un núcleo, el riesgo es el 58% más
elevado que en el caso de hogares unipersonales, mientras que, cuando hay dos o más
núcleos, éste es el 94% más elevado. El hecho de que el riesgo sea máximo cuando hay 2 o
más núcleos parece remitir a las dificultades de la cohabitación entre núcleos diferentes,
dificultades que –como aclaran numerosos estudios (ej. Lasheras 2015; Lasheras, Martínez
y Azcona 2012)– se disparan sobre todo cuando dicha cohabitación no es una elección
deseada, sino una necesidad impuesta por razones económicas.
Otra variable que no está incluida en la noción de exclusión pero guarda con ésta una
relación muy estrecha es el estado y nivel social del barrio. Conforme éste empeora, la
probabilidad de experimentar violencia de género se incrementa, y lo hace de forma muy
clara, tanto que, en referencia a las zonas de clase media alta, en los barrios marginales el
riesgo se multiplica por 5,6. Estos datos resultan muy significativos, sobre todo si se
considera que la asociación entre características del entorno y probabilidad de experimentar
violencia de género se mantiene incluso si se controlan todos los factores relativos al nivel
socioeconómico de la mujer y del hogar.
En otras palabras, nuestros resultados confirman tanto los hallazgos de aquellos estudios
sobre factores de riesgo que muestran que el nivel social del barrio no se limita a reflejar el
estatus de sus habitantes, sino que tiene, además, un efecto autónomo (Khalifeh et al. 2013);
186
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

como aquellas acepciones del marco ecológico que, al poner el acento en la existencia de
factores de riesgo que operan en distintos niveles de organización social, evidencian que
residir en una zona empobrecida incrementa el riesgo de enfrentar violencia de género (ej.
Olivares e Incháustegui 2011). Se trata de un resultado especialmente interesante, ya que
son muy pocas las investigaciones que se han ocupado de este tema (la gran mayoría de los
estudios empíricos existentes contempla únicamente elementos relativos al individuo o al
hogar).
Para comprender por qué el entorno se constituye como un factor de riesgo al margen de
la situación del hogar, puede ser útil remitirnos a la realidad de los guetos de Estados
Unidos, y eso por varias razones. La primera es que se trata de un fenómeno mucho más
estudiado que el de los barrios marginales de las ciudades europeas y españolas; la segunda
es que allí también se detectan unos mayores niveles de violencia de género (Hampton,
Oliver y Margarian 2003); la tercera es que, de alguna forma, la evolución que los barrios
marginales de las ciudades europeas y españolas han experimentado en las últimas décadas
y los procesos que los han caracterizado se asemejan –hasta cierto punto– a los de los
guetos estadounidenses (Sales 2016). En ambos casos, de hecho, el componente identitario
y reivindicativo ha ido paulatinamente desapareciendo, sustituido por un incipiente
sentimiento de vergüenza por las condiciones en las que se vive167.
En lo que respecta a los guetos, numerosas autoras han evidenciado que los mayores
niveles de violencia de género allí detectados se deben al hecho de que, en ese contexto,
vienen a faltar las herramientas tradicionalmente utilizadas para alcanzar una masculinidad
exitosa (ej. cumplir con el rol de proveedor), con lo cual ésta ha tendido a redefinirse en
términos anómicos (Hampton, Oliver y Margarian 2003; Jewkes 2002). Es ésta una
reflexión especialmente relevante y que puede fácilmente extenderse a las barriadas
marginales de las ciudades españolas.
A esto se debe añadir que la progresiva redefinición de la masculinidad en términos
anómicos podría asimismo haberse acompañado de una progresiva disminución de la
reprobación social para con las actitudes violentas de los varones hacia sus parejas y esto, al
reducir el miedo a la sanción del entorno, también podría haber contribuido a facilitar el
recurso a la violencia (Bandura 1979). Los relatos de las mujeres supervivientes, como
veremos, respaldan esta hipótesis168.
Desde aquí, por otra parte, lo que más nos interesa subrayar es que tanto la aparición de
una masculinidad anómica como lo que esto conlleva no guardan relación tanto con la
existencia de dificultades individuales, como con la presencia de problemáticas grupales. La
creación de una definición alternativa de masculinidad, de hecho, es por definición un
proceso social y, como tal, se ve impulsada principalmente en presencia de dificultades que
afectan al conjunto de una sociedad (aunque se trate de una microsociedad como es un
barrio). Esto, por un lado, ratifica la importancia de incluir en al análisis variables relativas
al entorno y, por otro, alerta frente a los peligros resultantes de la concentración espacial de
la pobreza o la exclusión.

167 Para un análisis más detallado, véase apartado 4.4.1.


168 Para un análisis más detallado, véase apartado 9.2.2.2.

187
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Los resultados obtenidos, finalmente, también nos obligan a subrayar con fuerza que,
aunque la situación de exclusión social del hogar es un factor de riesgo significativo, la
situación de exclusión del entorno lo es muchísimo más.

Tabla 17. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
169
Modelo que incluye la variable de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de exclusión social
Integración plena (ref.) ,000 ,001 ,002 ,017
Integración precaria 1,419 (1,080-1,864) ,012 1,181 (,891-1,564) ,247 1,164 (,878-1,543) ,290 1,078 (,806-1,442) ,613
Exclusión moderada 2,071 (1,473-2,912) ,000 1,673 (1,174-2,382) ,004 1,610 (1,128-2,298) ,009 1,446 (1,000-2,091) ,050
Exclusión severa 2,875 (1,953-4,231) ,000 2,126 (1,417-3,190) ,000 2,020 (1,341-3,042) ,001 1,823 (1,182-2,811) ,007
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,188 (1,502-3,186) ,000 2,224 (1,527-3,241) ,000 2,034 (1,381-2,995) ,000
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000 ,000
Pareja de hecho 2,240 (1,532-3,274) ,000 2,224 (1,520-3,254) ,000 1,944 (1,308-2,890) ,001
Separada/divorciada 6,212 (4,605-8,380) ,000 6,798 (4,927-9,378) ,000 6,698 (4,794-9,359) ,000
Viuda 1,456 (,841-2,519) ,180 1,752 (,968-3,171) ,064 2,133 (1,163-3,914) ,014
Soltera 1,814 (1,301-2,529) ,000 1,973 (1,393-2,796) ,000 1,812 (1,265-2,594) ,001
Características del hogar
Nº de núcleos
Ninguno (ref.) ,093 ,039
1 1,333 (,910-1,952) ,140 1,582 (1,066-2,348) ,023
2 o más 1,836 (1,061-3,177) ,030 1,940 (1,098-3,428) ,023
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,780 (,960-3,299) ,067
Noreste ,987 (,493-1,975) ,971
Comunidad de Madrid 2,789 (1,523-5,106) ,001
Centro ,987 (,572-1,704) ,963
Este 2,083 (1,284-3,378) ,003
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,098
Media ,627 (,410-,960) ,032
Baja ,749 (,473-1,185) ,217
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,200 (1,772-5,779) ,000
Entre 20.000 y 100.000 2,098 (1,75-3,744) ,012
Más de 100.000 2,054 (1,168-3,609) ,012
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,000
Barrio o zona en buenas condiciones 2,649 (1,351-5,194) ,005
Barrio o zona deteriorado 3,688 (1,799-7,563) ,000
Zona marginal 5,600 (2,323-13,500) ,000
N casos usados por cada modelo 4.148 4.112 4.112 4.112
R cuadrado de Nagerkelke 0,019 0,099 0,102 ,151
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

169Como se puede observar, en este modelo se incluye la variable “estado civil”, que hasta ahora nunca había sido incorporada.
Esto se debe al hecho de que, hasta ahora, hemos presentado resultados extraídos de la Macroencuesta de violencia de
género, donde otras variables (como convive con la pareja; es un hogar monoparental; es un hogar con algún núcleo
monoparental) tienen poder explicativo mayor. En el caso de la Encuesta Foessa, por el contrario, la variable que otorga una
mayor capacidad explicativa al modelo es ésta y, por lo tanto, ésta es justamente la que ha sido incorporada.

188
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

El segundo modelo de análisis multivariante que se presenta no incluye la noción de


exclusión social globalmente considerada, sino que distingue las diferentes dimensiones que
la conforman. Muestra así que no todas ellas se asocian con un igual incremento en el riesgo
de enfrentar violencia de género. Muy al contrario, algunas son muy significativas, otras
menos y otras no lo son en absoluto. Más concretamente:
 la dimensión más relevante, con gran distancia con respecto a las demás, es el
conflicto social (el riesgo se multiplica aquí por 5,6);
 otras dimensiones significativas son la exclusión de la educación (el riesgo es
88% más elevado) y de la salud (57% más alto);
 la exclusión del empleo, del consumo, política, de la vivienda y el aislamiento,
por el contrario, no son significativas.
Esto confirma que la exclusión social es un concepto que reúne procesos que son
múltiples, variados y dotados de relativa autonomía (Laparra 2010; Laparra y García 2010).
Con respecto a la direccionalidad de la relación, cabe destacar que:
 En el caso del conflicto social –la dimensión más relevante–, ésta parece
claramente ir de la exclusión a la violencia. De de los 4 indicadores
contemplados, de hecho, solamente uno (el nº 30) identifica situaciones que
pueden ser tanto un desencadenante como un resultado de la violencia (aunque
los relatos de las mujeres entrevistadas tienden a confirmar la primera hipótesis),
mientras que los otros 3 hacen referencia a circunstancias que sólo pueden haber
actuado como desencadenantes170.
 En lo que respecta a la formación, se repite el mismo esquema, con la diferencia
de que aquí la existencia de una relación (lógica y temporal) de la exclusión a la
violencia es aún más evidente.
 En el caso de la salud, por el contrario, el panorama es diferente, ya que los
indicadores correspondientes identifican situaciones que pueden ser tanto
anteriores a la violencia como un producto de la misma.
Los resultados obtenidos permiten comprender mejor cómo funciona la relación entre
violencia y exclusión. Si antes hemos observado que ésta era sí un factor de riesgo, pero de
relevancia bastante reducida, de hecho, ahora comprobamos que eso se debe a que la noción
de exclusión reúne en sí situaciones de dificultad muy diferentes, algunas de las cuales
constituyen factores de riesgo muy relevantes, mientras que otras no lo son en absoluto.
Disponer de una información de este tipo puede ser de gran importancia con vista a la
definición de las políticas y a la intervención social. Tener conocimiento de qué situaciones
se asocian mayormente a procesos de violencia, de hecho, puede ayudarnos a focalizar
nuestras acciones y a prever una dotación extra de recursos para la intervención con
colectivos que sabemos están en situación de riesgo especialmente elevado.

170Nos referimos al indicador nº 29 (hogares con relaciones muy malas, malas o más bien malas); nº 30 (hogares con personas
que tienen o han tenido en los 10 últimos años problemas con el alcohol, con otras drogas o con el juego); nº 31 (alguien ha
sido o está a punto de ser madre adolescente sin pareja; y nº 32 (hogares con personas que tienen o han tenido en los 10
últimos años problemas con la justicia).

189
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Asimismo, cabe reseñar que, aunque existe evidencia de que la dimensión del conflicto
social es poco elástica, es posible que la prolongación en el tiempo de dificultades en otras
esferas pudiera paulatinamente incidir también en ésta. En caso de que un proceso de este
tipo tuviese lugar, un mayor número de mujeres vendría a encontrarse en una situación de
riesgo especialmente elevado. Preverlo de antemano podría ser muy relevante de cara a la
planificación de políticas y a la intervención social, ya que permitiría identificar nuevas
necesidades y, de esta manera, ofrecería la posibilidad de anticiparnos y adecuar las
dotaciones de las que disponemos para hacerles frente.

Tabla 18. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con
171
las variables significativas
OR CI p valor
Dimensiones de exclusión
Dim 4 Exclusión de la educación
No (ref.)
Sí 1,876 (1,295-2,716) ,001
Dim 6 Exclusión de la salud
No (ref.)
Sí 1,567 (1,183-2,076) ,002
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 5,640 (3,841-8,282) ,000
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,849 (1,228-2,783) ,003
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,967 (1,313-2,948) ,001
Separada/divorciada 5,751 (4,184-7,906) ,000
Viuda 1,686 (,953-2,982) ,072
Soltera 1,549 (1,087-2,206) ,015
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,506 (1,041-2,180) ,030
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,766 (,930-3,355) ,082
Noreste ,933 (,460-1,895) ,848
Comunidad de Madrid 2,762 (1,486-5,133) ,001
Centro 1,130 (,650-1,967) ,665
Este 1,989 (1,213-3,261) ,006
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,092
Media ,624 (,401-,970) ,036
Baja ,685 (,430-1,091) ,111
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,002
Entre 5.000 y 20.000 2,954 (1,629-5,356) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,873 (1,046-3,356) ,035
Más de 100.000 1,765 (1,001-3,114) ,050
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,011
Barrio o zona en buenas condiciones 2,194 (1,121-4,298) ,022
Barrio o zona deteriorado 2,860 (1,398-5,853) ,004
Zona marginal 3,728 (1,527-9,097) ,004
N casos usados por cada modelo 4.108
R cuadrado de Nagerkelke 0,200
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

171En este modelo se controla también por el origen, la edad, la relación con la actividad laboral y la situación económica del
hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa. Si se han podido incluir estas variables (tanto aquí como a nivel general)
es porque ninguna de ellas ha sido utilizada para construir las dimensiones de exclusión aquí incorporadas. Cabe además
reseñar que, a la hora de crear un modelo de resumen que sólo incluyese las variables significativas, hemos tenido que decidir
si eliminar el factor origen o la dimensión 5 (que, conjuntamente consideradas, no eran significativas). Considerando que, al
quitar el primero, la segunda adquiría significación, mientras que, al eliminar la segunda, el primero seguía sin ser significativo,
se ha decidido quitar el factor origen.

190
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

Con el tercer modelo de análisis, acercamos ulteriormente la mirada y examinamos los


diferentes indicadores a partir de los cuales se construye la variable de exclusión, lo cual
nos permite un mayor nivel de detalle. Observamos así que la probabilidad de experimentar
violencia de género se incrementa de forma significativa entre mujeres que viven en
hogares en los que:
 hay personas en instituciones (el riesgo es aquí 13,9 veces más elevado que entre
el resto de las mujeres) (indicador nº 35) 172;
 las relaciones entre sus miembros son malas (8,4 veces más elevado) (indicador
nº 29) 173;
 alguien tiene problemas con el alcohol, las drogas o el juego (4,7 veces más alto)
(indicador nº 30);
 se ha pasado hambre (el riesgo se multiplica por 2,4) (indicador nº 23);
 o hay menores de 3 a 15 años sin escolarizar (el riesgo se multiplica por 2,6)
(indicador nº 11) 174.
Como cabía esperar, dos de estos indicadores (nº 29 y nº 30) se engloban en la
dimensión del conflicto social, la que mayormente incrementa el riesgo de vivir violencia
de género. Otros dos pertenecen respectivamente a las dimensiones de la salud (nº 23) y la
formación (nº 11), algo que tampoco resulta sorprendente, ya que también se trataba de
dimensiones significativas. Más digno de mención, por el contrario, es el hecho de que uno
de ellos (nº 35) se incluye en la dimensión del aislamiento, que globalmente considerada no
era significativa.
También cabe reseñar que, aunque el margen de error es muy grande y las cifras han de
ser tomadas con extrema cautela, los incrementos asociados a cada indicador varían
grandemente y son máximos en el caso de los indicadores que se engloban en el eje
relacional (dimensiones del conflicto y del aislamiento).
Con respecto a los mecanismos subyacentes a los datos encontrados, nos ocupamos en
primer lugar del indicador que hace referencia a la presencia de personas en instituciones.
Más específicamente, nos referimos aquí a hogares que cuentan con algún miembro
ingresado en: hospitales psiquiátricos o pisos para personas con enfermedad mental, centros
para personas con drogodependencias, centros para menores, centros de acogida o inserción
para transeúntes, centros de acogida o residencias para mujeres175 y centros penitenciarios y
afines. No se encuentran, en la literatura, investigaciones previas que nos ayuden a
comprender los resultados obtenidos; desde aquí, sin embargo, avanzamos la hipótesis de
que éstos remiten, en primer lugar, al incremento en el riesgo de agresión cuando el varón
es drogodependiente o padece alguna enfermedad mental176; pero también ponen de relieve

172 La muestra es muy reducida (N=15). El dato ofrecido, por lo tanto, debe entenderse únicamente como algo orientativo.
173 Nuevamente, la muestra es reducida (N=45); los márgenes de error, por lo tanto, son elevados. Esto, sin embargo, no pone
en duda la significación del dato ofrecido.
174 La muestra es algo reducida (N=72). Esto, si bien no pone en cuestión la significación del dato proporcionado, si incrementa

los márgenes de error, realidad que ha de ser tenida en cuenta a la hora de interpretar las cifras que aquí se ofrecen.
175 Aunque, en el cuestionario, se contemplan también centros de acogida y residencias para mujeres, en ningún caso esto se

acompaña de presencia de violencia de género, con lo cual la relación encontrada no puede atribuirse a tales situaciones.
176 Esto es algo que aparece claramente en la literatura y que se ve confirmado por el testimonio de las mujeres entrevistadas.

Para un análisis más detallado, véase cap. 9.

191
Violencia de género en la pareja y exclusión social

la existencia de una asociación entre conflictividad en la esfera pública (manifestada por la


presencia de personas en centros penitenciarios y afines) y en la esfera privada 177 .
Finalmente, no podemos olvidar que este indicador identifica situaciones que difícilmente
pueden entenderse como el producto de dificultades coyunturales y transitorias, sino que
parecen más bien reflejar la presencia de problemáticas mucho más duraderas y enquistadas
y que se acompañan, además, de un elevado nivel de estigmatización y marginación social.
Éste podría ser otro elemento que nos ayude a comprender por qué estas situaciones
constituyen un factor de riesgo tan claro.
En lo que se refiere a las malas relaciones en el hogar, los resultados obtenidos
confirman los hallazgos de estudios anteriores, que muestran que la presencia de
conflictividad en la pareja es un importante factor de riesgo (ej. Aldarondo, Kaufman
Kantory Jasinski 2002; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002), y esto porque a menudo la
violencia es utilizada como una táctica en el conflicto o como una expresión de la
frustración y rabia que el mismo genera (Jewkes 2002). También en este caso, entonces, la
exclusión parece configurarse como desencadenante, no como resultado de la violencia.
En lo que respecta a los problemas con el alcohol, las drogas y el juego, las
características de la fuente no permiten saber si la persona que tiene tales problemas es la
mujer o su pareja. En el supuesto de que sea la mujer, tanto los (escasos) estudios
longitudinales existentes como el análisis cualitativo indican que el consumo de alcohol u
otras drogas puede ser tanto un elemento desencadenante como una consecuencia de la
violencia (Campbell et al. 2011). Puede ser un elemento desencadenante porque puede:
 incrementar la conflictividad en la pareja (Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002);
 vincularse a determinados ambientes y a la elección de determinadas parejas
(Santangelo 2008).
Puede ser una posible consecuencia de la violencia porque las drogas pueden ser
utilizadas como automedicación frente a la aflicción y la angustia que la violencia conlleva
(Salomon, Bassuk y Huntington 2002).
En el supuesto de que la persona con problemas sea la pareja, por el contrario, las
drogodependencias son claramente factores detonantes. El incremento del riesgo, en este
caso, podría vincularse:
 al ambiente conflictivo que todas estas circunstancias pueden generar (Barrett,
Habibov y Chernyak 2012; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002; Stöckl, Heise y
Watts 2011);
 a la reducción de inhibiciones ligada al consumo de sustancias estupefacientes
(Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Jewkes 2002);
 y a la existencia de cierta tolerancia social para con el comportamiento violento
de las personas que han consumido alcohol (Jewkes 2002).

177El hecho de que el varón sea conflictivo y agresivo en la esfera pública, al interseccionarse con un trasfondo estructural de
relaciones desiguales de género, puede fácilmente llegar a traducirse en violencia de género en la esfera privada. Esto es algo
que aparece con claridad en el relato de las mujeres entrevistadas. Para un análisis más detallado, entonces, véase apartado
9.2.2.5.

192
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

Diversamente que en el supuesto anterior, en lo que se refiere al haber pasado hambre no


se encuentran investigaciones previas. Considerando que se trata de un claro indicador de
pobreza y privación, sin embargo, podemos remitirnos a los estudios que vinculan estos dos
elementos (ej. Mavrikiou, Apostolidou y Parlalis 2014). Observamos así que la privación
puede ser tanto un elemento detonante –por el estrés y los conflictos que genera (Espinar
1993; Jewkes 2002; Walby y Allen 2004) y por lo que conlleva en términos de
masculinidad (Fodor 2005; Fodor 2006; Jewkes 2002; Peralta, Tuttle e Steele 2010; Walby
y Allen 2004) – como una consecuencia de la violencia –por todo lo que esta última implica
en términos tanto emocionales como prácticos–.
Finalmente, en lo que respecta a la presencia de menores sin escolarizar, tampoco se
encuentran referencias empíricas que permitan contrastar los resultados obtenidos ni
reflexiones teóricas que consientan comprenderlos. Desde aquí, avanzamos la hipótesis de
que, también en este caso, se trata de situaciones que reflejan la existencia de procesos de
exclusión claros, intensos y –sobre todo– de largo recorrido y con elevado nivel de
enquistamiento y que éste es un primer elemento que nos ayuda a entender los resultados
obtenidos. Asimismo, si se considera que un bajo nivel educativo de la mujer también se
acompaña de un fuerte incremento en el riesgo de victimización, los datos aquí presentados
pueden interpretarse también como una extensión de aquellos.
Independientemente de estas consideraciones, lo que nos interesa destacar es que se trata
en todo caso de situaciones muy concretas y fácilmente identificables. El hecho de que
todas ellas se asocien con un claro incremento en el riesgo de experimentar violencia,
entonces, debería, en nuestra opinión, dar lugar a protocolos para la intervención, que
establezcan que, en contextos de ese tipo, se debe investigar a fondo y de oficio si se está
dando una situación de violencia de género. Esto, por otra parte, no significa desconocer el
origen estructural de esta violencia, sino reconocer que –incluso en el marco de una
estructura homogeneizadora– hay mujeres que enfrentan un riesgo especialmente elevado, y
que esto debe ser tenido en cuenta en el diseño de las políticas y la intervención social. De
lo contrario, se daría lugar a una situación de injustificada desprotección comparativa.

193
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 19. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
178
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social . Resumen con las
variables significativas
OR CI p valor
I ndicadores de exclusión
IND 11 Menores de 3 a 15 años no escolarizados
No (ref.)
Sí 2,554 (1,139-5,728) ,023
IND 23 Han pasado hambre
No (ref.)
Sí 2,434 (1,542-3,840) ,000
IND 29 Malas relaciones en el hogar
No (ref.)
Sí 8,417 (3,232-21,919) ,000
IND 30 Problemas con el alcohol, otras drogas o el juego
No (ref.)
Sí 4,730 (2,840-7,877) ,000
IND 35 Personas en instituciones
No (ref.)
Sí 13,934 (2,983-65,075) ,001
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,768 (1,153-2,711) ,009
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 2,353 (1,555-3,561) ,000
Separada/divorciada 6,361 (4,547-8,899) ,000
Viuda 1,615 (,898-2,903) ,110
Soltera 1,916 (1,329-2,762) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,565 (1,068-2,294) ,022
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,075
Bachiller o FP grado medio 1,325 (,880-1,995) ,177
ESO 1,485 (1,018-2,166) ,040
Primarios o inferiores 1,719 (1,137-2,598) ,010
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,550 (,789-3,046) ,203
Noreste ,898 (,434-1,858) ,771
Comunidad de Madrid 2,767 (1,459-5,247) ,002
Centro 1,120 (,632-1,985) ,697
Este 2,011 (1,203-3,360) ,008
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,044
Media ,581 (,373-,905) ,016
Baja ,646 (,401-1,040) ,072
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,078 (1,682-5,634) ,000
Entre 20.000 y 100.000 2,012 (1,113-3,638) ,021
Más de 100.000 1,772 (,994-3,160) ,053
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,041
Barrio o zona en buenas condiciones 2,231 (1,113-4,473) ,024
Barrio o zona deteriorado 2,747 (1,305-5,782) ,008
Zona marginal 3,272 (1,284-8,337) ,013
N casos usados por cada modelo 4.014
R cuadrado de Nagerkelke 0,208
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

178En este modelo se controla también por el origen, el nivel educativo, la relación con la actividad laboral y la situación
económica del hogar, aunque solo las dos primeras son significativas. Como ya se ha apuntado, se han podido incluir estas
variables porque ninguna de ellas ha sido utilizada para construir los indicadores de exclusión aquí incorporados.

194
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

9.3 La identidad de los agresores: pareja y ex pareja


Una vez analizado el conjunto de la violencia de género, examinamos de forma separada
la violencia ejercida por la pareja y el maltrato perpetrado por la ex pareja, una información
que sólo se recoge en la Macroencuesta.
Antes de adentrarnos en el análisis, sin embargo, examinamos la composición de la
violencia de género en función del sujeto que la ejerce. Observamos así que, tanto en las
situaciones de integración como de vulnerabilidad, el maltrato perpetrado por la pareja
representa la gran mayoría de la violencia detectada (89,1% y 83,3% respectivamente)179.
Esto significa que existen muchos puntos de contacto entre la información relativa al
conjunto de la violencia de género y la que atañe al caso específico de la violencia ejercida
por la pareja. Un análisis de ésta última, sin embargo, es relevante en sí mismo porque
permite incorporar al análisis (multivariante) las variables relativas a los hombres y a la
incongruencia de estatus.
Un estudio de la violencia ejercida por la ex pareja, por otra parte, también es valioso en
sí mismo, ya que –al tratarse de un porcentaje muy reducido del total– en su caso sí existen
diferencias muy importantes con respecto al conjunto de la violencia de género.
Asimismo, también podemos observar que, en las situaciones de vulnerabilidad social, la
violencia ejercida por la ex pareja tiene un peso mayor que en las de integración (15,7% del
total, frente al 9,9%). Esto puede ser el resultado combinado de varios elementos, como:
 menores capacidades para un manejo no violento de los conflictos (Friedemann-
Sánchez y Lovatón 2012) –algo que se asocia con niveles educativos bajos y que
es inherente a una separación–;
 menor disponibilidad de recursos económicos, hecho que incrementa las
dificultades y el estrés resultantes de la misma.

179Como ya se ha apuntado más arriba, sin embargo, estos resultados han de ser tomados con cautela, ya que podrían
depender de los ítems incluidos en la Macroencuesta, que no captan adecuadamente las dinámicas de la violencia ejercida por
la ex pareja y, por ello, no permiten una buena detección de la misma. En sentido contrario, sin embargo, no podemos ignorar
que la Encuesta Foessa, aún utilizando los mismos ítems (aunque no todos ellos), arroja una imagen diferente y, en
comparación, mucho más centrada en la violencia ejercida por la ex pareja. Como ya se ha anticipado más arriba, estas
diferencias entre fuentes parecen remitir al diferente contexto de realización de las preguntas en un caso y en otro.

195
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Gráfico 14. Distribución de la violencia de género en función de la persona que la ejerce (pareja, ex
pareja o ambos) según la situación de integración y vulnerabilidad social

100% 1,0 1,1


9,9 15,7
90%
80%
70%
60%
Ambos
50%
89,1 Ex pareja
40% 83,3
Pareja
30%
20%
10%
0%
Integración Vulnerabilidad

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

9.3.1 La violencia perpetrada por la pareja


Con respecto a la violencia ejercida por la pareja, el análisis descriptivo refleja
claramente que, en situaciones de vulnerabilidad social, el riesgo de experimentar violencia
es mayor que en contextos de integración (17,6% frente al 10,4%)

Gráfico 15. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social

20
17,6
18
16
14
12 10,4
10
8
6
4
2
0
Integración Vulnerabilidad

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

El análisis multivariante, por su parte, permite afinar el análisis y conocer en qué medida
este incremento se debe a la situación de vulnerabilidad propiamente dicha o a otros
factores a ella asociados. En este caso, además, a diferencia de antes, el hecho de centrarnos
exclusivamente en la violencia ejercida por la pareja permite incorporar al análisis nuevas
variables relacionadas con las características sociodemográficas de los hombres y con la
incongruencia de estatus entre los dos miembros de la pareja. Se trata de una aportación
fundamental, ya que, como hemos visto con anterioridad, el fenómeno de la violencia de

196
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

género, aunque indudablmente supone un problema para la vida de las mujeres, no es, en
realidad, un problema de ellas, sino de la cultura masculina/patriarcal y de los varones
(Bonino 2007b), y como tal debe ser tratado.
Finalmente, y como también se ha aclarado, efectuar análisis separados dependiendo de
quién es el agresor es útil asimismo porque permite diferenciar entre dos tipologías de
violencia que, aunque presentan elementos en común, también se diferencian en varios
aspectos.
En primer lugar, entonces, observamos que, aunque la situación de vulnerabilidad social
sigue siendo un factor de riesgo significativo (supone un incremento del 63% en el riesgo de
experimentar violencia de género), su peso es aquí más reducido que para el conjunto de la
violencia de género (cuando el incremento alcanzaba el 95%). Esto, por otra parte, confirma
los resultados del análisis descriptivo (Gráfico 14), que ya sugería que la relación entre
vulnerabilidad y violencia era más fuerte en el caso de la violencia ejercida por la ex pareja
y más débil en lo que respectaba al maltrato perpetrado por la pareja.
Con respecto a las características de la mujer, en términos generales se replican aquí los
mismos factores de riesgo ya enumerados para el conjunto de la violencia de género, lo cual
no debe sorprendernos, ya que la violencia ejercida por la pareja supone el 87,5% del total.
La única diferencia es que, al incluir en el modelo el lugar de origen de la pareja, el de la
mujer pierde relevancia.
En lo que se refiere a la composición del hogar, al contrario, la fotografía cambia: ya no
es la presencia de menores lo que incrementa el riesgo, sino el hecho de vivir con la pareja
(aumento del 45%). Para comprender por qué la convivencia es un factor de riesgo,
considérese, por un lado, que la violencia no aparece nada más empezar una relación, sino
después de algún tiempo, cuando es más probable la pareja conviva; y por otro que, cuando
hay convivencia, tanto las interdependencias como las dificultades para poner fin a una
relación suelen ser mayores (Delgado et al. 2007; Fernández 2004).
Los resultados más interesantes, sin embargo, son los que hacen referencia a las
características sociodemográficas de la pareja. El lugar de origen, de hecho, en este caso se
configura como un factor de riesgo muy relevante (cuando el varón tiene origen extranjero
el riesgo de agresión se duplica), mientras que, en el caso de las mujeres, su peso era
claramente menor180. Varios elementos dan cuenta del incremento del riesgo en el caso de
hombres de origen extranjero. Más en detalle, nos referimos:
 a la frustración que la opresión y el racismo vividos pueden generar en algunos
hombres (Hampton, Oliver y Margarian 2003);
 al proceso migratorio mismo, que puede conllevar cambios en el estatus relativo
de los dos miembros de la pareja (Yick 2001) así como vincularse a
determinadas expectativas, emociones y miedos (Albertín 2009) que pueden
actuar como combustible para la violencia;
 y, finalmente, a factores de índole cultural relacionados con una mayor adhesión
al patriarcado (Crittenden y Wright 2013; Raj y Silverman 2002).

180 Para más detalles véase tabla 26.

197
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Finalmente, en lo que respecta al entorno más amplio, también se replican los resultados
obtenidos analizando el conjunto de la violencia de género.

Tabla 20. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que
181
incluye la variable de vulnerabilidad social. Resumen con las variables significativas
OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de v ulnerabilidad social
N o (ref.)
Sí 1,645 (1,384-1,955) ,000
Características de la mujer
Edad
55 o más años (ref.) ,000
De 35 a 54 ,629 (,525-,754) ,000
De 18 a 34 ,583 (,462-.736) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000
Sí, en cierta medida 1,780 (1,451-2,185) ,000
Sí, grav e 2,435 (1,754-3,382) ,000
T amaño y composición del hogar
Viv e con la pareja
N o (ref.)
Sí 1,520 (1,101-2,097) ,011
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,080 (1,603-2,700) ,000
Características del entorno
C lasificación N U TS
N oroeste (ref.) ,000
N oreste ,928 (,651-1,323) ,681
C omunidad de Madrid 2,214 (1,420-3,451) ,000
C entro 3,609 (2,416-5,390) ,000
Este 1,056 (,805-1,386) ,693
Sur y C anarias 2,408 (1,806-3,211) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,545 (1,157-2,064) ,003
Baja 3,535 (2,577-4,847) ,000
N casos usados por cada modelo 5318
R cuadrado de N agerkelke 0,082
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

181 A lo largo del texto, la variable referida a la edad de la mujer se ha recodificado de dos formas diferentes, dando así lugar a
una clasificación en 3 y 4 grupos respectivamente (16-34; 35-54 años; 55 o más años en un caso; 16-24; 25-44; 45-64; y 65 o
más años en otro). En un segundo momento, para decidir qué clasificación utilizar en cada caso, se ha tenido en cuenta tanto
la significación como la capacidad explicativa de cada una. En términos generales, cuando la muestra era reducida esto nos ha
llevado a utilizar la primera agrupación y cuando era más amplia la segunda. Siguiendo estas indicaciones, en el caso
específico de este análisis se ha recurrido a una clasificación en 3 grupos.

198
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

El segundo análisis que se efectúa sustituye la noción de vulnerabilidad por las variables
de empleo y formación, tanto de la mujer como de su pareja182.
Se observa así que el efecto de la formación no es idéntico en mujeres y hombres. En el
caso de las primeras, se confirma el efecto protector de la educación ya observado para el
conjunto de la violencia de género (en comparación con las mujeres con estudios
superiores, entre mujeres con estudios primarios o inferiores el riesgo se multiplica por más
de 2). En el caso de los hombres, por el contrario, la fuerza de la asociación entre nivel
formativo y violencia de género es mucho más reducida: sólo se registra cuando se mide la
incongruencia de estatus 183 ; incluso en ese caso, los incrementos registrados son muy
reducidos (32%) y limitados al nivel formativo más bajo; y, en el modelo de resumen, esta
variable directamente desaparece. Estos resultados, por lo tanto, contradicen directamente
los de aquellos estudios que consideran el nivel formativo de los varones un factor muy
relevante, incluso más que el de las mujeres (ej. Stith et al. 2004; Yick 2001).
Al principio de este trabajo se ha señalado que un estudio de la interrelación entre la
violencia de género y la exclusión social puede, si no pone el suficiente énfasis en el origen
estructural de la violencia y la exclusión, entrañar cierto riesgo de estigmatización de los
varones excluidos. Unos datos como éstos, sin embargo, van exactamente en la dirección
contraria, ya que indican que la clave no está tanto en que los hombres con menos
formación agredan más, sino en que son las mujeres más indefensas (las que no tienen
formación) las más agredidas.
En lo que respecta a la relación con el mercado laboral también se detectan diferencias
entre mujeres y hombres. En el caso de las primeras, de hecho, se confirma el escaso peso
de esta variable ya observado para el conjunto de la violencia de género184. La situación de
los hombres, por el contrario, es diferente: en su caso, de hecho, a paridad de otras
condiciones, estar en desempleo sí conlleva cierto incremento en la probabilidad de ejercer
violencia (en un 48%), un resultado confirmado por la literatura (Gonzáles y Santana 2001;
Honeycutt, Marshall y Weston 2001; Stith et al. 2004; Tauchen y Witte 2001) 185 . Las
teorías que intentan comprender la correlación entre desempleo masculino y violencia de
género pueden ser agrupadas en dos grandes bloques:
 las que ponen el acento en el estrés y ansiedad causados por el desempleo
(Stöckl, Heise y Watts 2011);

182 En este caso la progresiva introducción de factores pertenecientes a diferentes niveles se concreta en siete diferentes pasos
de regresión logística (véase Anexo del capítulo, tabla 27): el primero incluye las variables referidas a la mujer; el segundo a la
mujer y el hogar; el tercero a la pareja; el cuarto incorpora todos los factores contemplados en las regresiones anteriores; el
quinto incluye además las características del entorno; el sexto sustituye las variables relativas a la mujer y a su pareja con otras
que miden el efecto de la incongruencia de estatus entre los dos; el último, finalmente, incorpora también a este análisis las
características del entorno.
183 Véase Anexos del capítulo, tabla 26.

184 En el modelo completo se registran únicamente pequeños incrementos vinculados al hecho de tener un empleo precario; en el

modelo de resumen, la variable en su totalidad deja de ser significativa.


185 Siguiendo un razonamiento análogo al que ya se ha explicitado en el caso del empleo femenino, también en lo que respecta al

masculino creamos dos variables diferentes: nuevamente, la primera se corresponde con la agrupación estándar en ciencias
sociales (ocupación; desempleo; inactividad); mientras que la segunda diferencia por subgrupo de inactividad (jubilados y
estudiantes). Siguiendo el esquema habitual, también aquí, la variable con más categorías se utiliza solamente cuando aporta
información (es decir, cuando las categorías “jubilados” o “estudiantes” tienen significación).

199
Violencia de género en la pareja y exclusión social

 y las que remiten a los efectos del paro en términos de masculinidad (Jewkes
2002; Peralta, Tuttle e Steele 2010; Walby y Allen 2004).
En ambos casos, como se ha venido repitiendo a lo largo del texto, se trata de
aportaciones interesantes, pero parciales, que deben ser completadas teniendo en cuenta la
posición desigual que hombres y mujeres ocupan en la estructura social (Bonino 2002), así
como el diferente significado que, para unas y para otros, tiene el empleo remunerado (y su
falta). Precisamente estos elementos, de hecho, son los que nos ayudan a comprender por
qué el desempleo es un factor de riesgo de agresión en el caso de los hombres pero no lo es
en el caso de las mujeres.
En cualquier caso, el hecho de que el desempleo masculino sea un factor de riesgo es
algo que merece ser tenido en cuenta: en un contexto en el que las tasas de desempleo han
crecido de forma dramática (en el caso de los hombres, del 6,4% en 2007 al 18,1% en 2016)
(INE. Encuesta de Población Activa 2007 y 2016), de hecho, esto podría haber revertido en
un paralelo incremento en el número de mujeres que está experimentando violencia de
género186.
Un análisis de la situación laboral relativa de los dos miembros de la pareja, por otra
parte, permite afinar aún más el análisis. Observamos así que:
 cuando los dos miembros de la pareja están en desempleo (en teoría, la situación
más dramática y estresante) el riesgo se incrementa un 48%187;
 cuando él es el único desempleado (una situación teóricamente menos
problemática) el riesgo se incrementa aún más (70%);
 cuando solamente ella está en paro, por el contrario, el riesgo no aumenta en
absoluto.
Aunque se trata de un tema muy poco estudiado (lo cual otorga especial relevancia a
nuestros hallazgos), las escasas investigaciones existentes (ej. Riger y Staggs 2004)
confirman que la situación de mayor riesgo se da cuando el varón está desempleado y la
mujer no. También en este caso, encontramos varias teorías explicativas:
 algunas remiten al estrés, vergüenza y crisis identitaria resultados de la
dependencia económica (Edin 2000; Fodor 2006; Franklin y Menaker 2014;
Raphael 2001);
 otras evidencian que la violencia ejercida por varones desempleados cuya pareja
es la única proveedora del hogar es una forma de recuperar un poder y un control
que se perciben amenazados (Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Franklin y
Menaker 2014; Hewkes 2002; Jewkes 2002).
A partir de todo esto podemos concluir que el incremento del nivel formativo “protege”
a las mujeres pero no parece cambiar la masculinidad. Por el contrario, ocupar una posición
determinada en el mercado laboral (ej. tener empleo) no parece proteger a las mujeres pero
sí afecta a la posición masculina (el desempleo del varón incrementa el riesgo de agresión).

186 Desafortunadamente, las sucesivas modificaciones introducidas en la Macroencuesta de violencia de género (en 2015
Macroencuesta de violencia contra la mujer) impiden comprobar esta hipótesis.
187 Obsérvese que el nivel de significación, aún siendo aceptable, es muy elevado (0,049).

200
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 21. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo
188
y relación con la actividad laboral. Resumen con las variables significativas

Cada persona por separado Incongruencia de estatus


OR CI p valor OR CI p valor

Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 1,514 (1,181-1,940) ,001 1,515 (1.180-1,944) ,001
ESO 1,670 (1,320-2,114) ,000 1,684 (1,328-2,137) ,000
Primarios o inferiores 2,073 (1,620-2,639) ,000 2,179 (1,716-2,766) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,493 (1,048-2,126) ,026 1,511 (1,061-2,151) ,022
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,745 (1,426-2,135) ,000 1,776 (1,451-2,172) ,000
Sí, grave 2,256 (1,627-3,128) ,000 2,216 (1,591-3,086) ,000
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 1,410 (1,040-1,913) ,027 1,513 (1,123-2,038) ,007
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,557 (1,081-2,242) ,017 1,512 (1,050-2,178) ,026
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,002
Parado 1,476 (1,166-1,868) ,001
Jubilado 1,306 (1,063-1,604) ,011
Estudiante ,688 (,276-1,715) ,423
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,011
Los dos parados 1,480 (1,001-2,188) ,049
Ella trabaja él parado 1,703 (1,216-2,386) ,002
Él trabaja ella en paro 1,116 (,867-1,438) ,394
Uno de los dos inactivo 1,258 (1,028-1,539) ,026
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000 ,000
Noroeste 0,871 (,611-1,242) ,445 0,877 (,615-1,251) ,469
Noreste 2,285 (1,482-3,523) ,000 2,308 (1,494-3,565) ,000
Comunidad de Madrid 3,579 (2,409-5,317) ,000 3,593 (2,416-5,345) ,000
Centro 0,981 (,749-1,286) ,891 0,993 (,757-1,302) ,959
Este 2,309 (1,736-3,071) ,000 2,348 (1,763-3,126) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000 ,000
Media 1,512 (1,134-2,016) ,005 1,517 (1,138-2,022) ,005
Baja 3,417 (2,495-4,680) ,000 3,402 (2,482-4,664) ,000
N casos usados por cada modelo 5469 5445
R cuadrado de Nagerkelke 0,091 0,09
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

188Se ha decidido mantener la variable referida al nivel educativo de la mujer (en lugar que del hombre) porque ésta tiene un p
valor inferior y, además, otorga mayor capacidad explicativa al modelo. Son estas mismas razones, por otra parte, las que nos
han llevado a conservar la relación con la actividad laboral del varón (en lugar que la de la mujer).

201
Violencia de género en la pareja y exclusión social

9.3.2 La violencia perpetrada por la ex pareja


Una vez analizada la violencia ejercida por la pareja, centramos nuestra atención en el
maltrato perpetrado por la ex pareja.
El análisis descriptivo muestra que, en situaciones de vulnerabilidad social, la
probabilidad de experimentar violencia por parte de la ex pareja es mucho mayor que en las
de integración (el riesgo se multiplica por 3). Este mismo análisis, por otra parte, también
refleja que los niveles de violencia detectada son muy bajos (3,7% en un caso y 1,3% en
otro). Esto tiene implicaciones claras de cara al análisis de regresión, ya que incrementa de
forma muy significativa los márgenes de error.

Gráfico 16. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social

4 3,7
4
3
3
2
2 1,3

1
1
0
Integración Vulnerabilidad

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

El análisis multivariante, por su parte, corrobora que la situación de vulnerabilidad es un


factor de riesgo muy significativo (multiplica por 2,5 el riesgo de experimentar violencia
por parte de la ex pareja). Estos resultados ponen de manifiesto que el peso de este factor es
aquí mucho mayor que en lo que respectaba a la violencia ejercida por la pareja (allí el
incremento no superaba el 63%). En otras palabras, se confirma que la violencia de la pareja
parece tener un mayor grado de transversalidad mientras que la de la ex pareja parece estar
mayormente ligada a situaciones de dificultad social.
Con respecto a otros factores, se evidencia que, en este caso, ni las variables relativas a
la composición del hogar ni las características del entorno más amplio son significativas 189.
Al contrario, los únicos factores que influyen en el riesgo de experimentar violencia por
parte de la ex pareja hacen referencia a las características de la mujer. Más en detalle, nos
referimos exclusivamente:
 al lugar de origen (tener origen extranjero supone un incremento del 70% en el
riesgo de experimentar violencia por parte de la ex pareja);
 a la edad (entre mujeres de 18-34 años el riesgo es 2,4 veces mayor que para
mujeres de 55 o más años, mientras para la cohorte 35-54 es el doble).

189 Esta ausencia de significación podría estar relacionada con el carácter reducido de la muestra.

202
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

Cabe subrayar que, mientras que en lo referente al lugar de origen se repite el mismo
patrón ya observado en el caso de la violencia perpetrada por la pareja, en lo que respecta a
la edad éste es exactamente opuesto: la juventud ya no es factor de protección, sino
elemento de riesgo. Parece lógico hipotetizar que el efecto protector de la edad no se debe a
que los hombres mayores tengan menor propensión a reaccionar con violencia frente a las
rupturas, sino al hecho de que, en estas edades, es más difícil que tales rupturas tengan
lugar.

Tabla 22. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de vulnerabilidad social.

Paso 1 Paso 2
OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 2,852 (2,011-4,045) ,000 2,475 (1,725-3,552) ,000
Características de la mujer
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,704 (1,081-2,686) ,022
Edad
55 o más años (ref.) ,003
De 35 a 54 2,095 (1,264-3,473) ,004
De 18 a 34 2,419 (1,432-4,087) ,001
N casos usados por cada modelo 7257 7228
R cuadrado de Nagerkelke 0,026 0,045
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

El segundo modelo, por su parte, incluye las variables de formación y empleo. En lo que
respecta a la primera, el análisis realizado muestra que el riesgo más alto se da entre
mujeres con estudios obligatorios. Es éste un resultado sorprendente, ya que, en términos
generales, no es esto lo que más incrementa la probabilidad de experimentar violencia, sino
el hecho de tener estudios primarios o inferiores.
En lo que se refiere al empleo, observamos que, aunque no existen diferencias
significativas entre mujeres empleadas y desempleadas, el riesgo se reduce de forma muy
clara para mujeres inactivas. Consideramos que estos datos pueden estar reflejando que, en
situaciones de inactividad, la ruptura conlleva dificultades añadidas y es, por ello, menos
frecuente.
Finalmente, cabe resaltar que, en este caso y diversamente que en los anteriores, la
discapacidad no se configura como un factor de riesgo. Avanzamos la hipótesis de que esto
responde al hecho de que ésta, al reducir la autonomía de las mujeres, también dificulta las
rupturas y, de esta manera, las hace menos probables.

203
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 23. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la ex pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo
190
y relación con la actividad laboral

OR CI p v alor
Características de la mujer
Edad
65 o más años (ref.) ,017
De 45 a 64 2,131 (,838-5,421) ,112
De 25 a 44 3,641 (1,383-9,587) ,009
De 18 a 24 2,209 (,743-6,567) ,154
Niv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,005
Bachiller o FP grado medio 1,103 (,655-1,858) ,711
ESO 2,122 (1,354-3,325) ,001
Primarios o inferiores 1,411 (,783-2,543) ,252
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,090 (1,342-3,256) ,001
Relación con la activ idad laboral
Ocupada (ref.) ,003
Parada 1,036 (,687-1,561 ,867
Inactiv a ,400 (,230-,696) ,001
N casos usados por cada modelo 7426
R cuadrado de Nagerkelke 0,056
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

190En este caso, para la edad se ha utilizado una clasificación en 4 grupos en lugar que la habitual clasificación en 3 grupos
porque esta última no era significativa.

204
9.4 Conclusiones
A partir del análisis efectuado en este capítulo, podemos concluir que, en las situaciones
de vulnerabilidad social, la probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja se incrementa de forma muy relevante (llega a multiplicarse por 2).
La noción de exclusión social recogida en la Encuesta Foessa, por otra parte, permite
afinar el análisis. Ésta, de hecho, a diferencia de la vulnerabilidad, no es una variable
dicotómica, sino que identifica cuatro grupos diferentes, en función de la mayor o menor
intensidad de los procesos de exclusión considerados. Esto permite mostrar con mayor
precisión que, conforme aumenta la intensidad de la exclusión, se registra también una clara
progresión ascendente en el riesgo de enfrentar violencia de género. A paridad de otras
condiciones, de hecho, no hay diferencias significativas entre integración plena y precaria;
en las situaciones de exclusión moderada, el riesgo es el 45% más elevado que en las de
integración plena; y en las de exclusión severa un 82% mayor.
Se trata de unos incrementos significativos pero bastante contenidos. Esto, sin embargo,
se debe a que la exclusión es un concepto sintético que engloba dificultades en múltiples
esferas, algunas de las cuales constituyen factores de riesgo muy relevantes mientras que
otras no lo son en absoluto. Si descomponemos esta noción en los ejes y dimensiones que la
conforman, de hecho, comprobamos que las diferencias son máximas en el caso del eje
social-relacional y claramente más reducidas en el caso del eje político y, sobre todo,
económico. Más en detalle, a paridad de otras condiciones, hay una dimensión –el conflicto
social– en cuya presencia el riesgo se dispara (se multiplica por 5,6); hay otras que inciden,
aunque de forma mucho más reducida –es éste el caso de la exclusión educativa (88% más
elevado) y de la salud (57% mayor)–; mientras que ni la exclusión del empleo, ni del
consumo, ni de la vivienda, ni la exclusión política o la situación de aislamiento social
llegan a aumentar de forma significativa el riesgo de experimentar violencia de género.
Resulta, por otra parte, relevante subrayar que, aunque la dimensión del aislamiento,
globalmente considerada, no parece incrementar el riesgo, uno de los indicadores que la
conforman (presencia de personas en instituciones) sí llega a aumentarlo de forma muy
evidente.
Los resultados presentados, en suma, muestran con claridad la existencia de una relación
positiva entre el riesgo de enfrentar violencia de género y las situaciones de vulnerabilidad
y exclusión social. La direccionalidad de esta relación no puede ser establecida con
seguridad, ya que los datos de los que disponemos tienen carácter transversal y solamente
las fuentes de tipo longitudinal permiten conocer la secuencia temporal de los hechos
(Coker et al. 2011). La forma en la que las nociones de vulnerabilidad y exclusión han sido
operacionalizadas, sin embargo, sugiere sobre todo un recorrido de la vulnerabilidad y la
exclusión a la violencia, no el inverso.
La literatura especializada ha explicado este recorrido de diferentes maneras,
evidenciando que una situación de dificultad podría mermar las posibilidades de reacción de
las mujeres (Hamby 2005) o incidir negativamente en su autoestima (ej. Falci 2011; Santo
et al. 2013; Veselska et al. 2010; Zhang y Postiglione 2001); pero también incrementar el

205
Violencia de género en la pareja y exclusión social

nivel de estrés y frustración de los varones, y la conflictividad en la pareja (Jewkes 2002;


Walby y Allen 2004); reducir los recursos “legítimos” de los que los hombres disponen para
el mantenimiento de una posición de poder (Basile, Hall y Walters 2013; Callá 2008; Fisher
2013; Hearn 1998; Lawson 2012; Walby y Allen 2004); y contribuir así a generar una
definición anómica de masculinidad (De Kaseredy y Schwartz 2005; Friedemann-Sánchez y
Lovatón 2012; Messerschmidt 1993; Strier et al. 2014). Finalmente, estas situaciones
podrían asimismo asociarse a un mayor nivel de desigualdad de género (Elley 2011; Kiss et
al. 2012; Smith 1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009). En el próximo capítulo todas estas
explicaciones se contrastarán con los relatos de las mujeres supervivientes entrevistadas.
Aunque el recorrido más común es el que conduce de la situación de dificultad a la
violencia, el itinerario inverso también se puede dar. La violencia vivida, de hecho, puede
llegar a tener una serie de consecuencias negativas en ámbitos muy diferentes (a nivel de
salud, de adicciones, en el ámbito relacional, a nivel de vivienda, en la esfera económica,
etc.), todos ellos relacionados con procesos de exclusión. También en este caso, en el
próximo capítulo, las evidencias existentes se contrastarán e integrarán con los resultados de
nuestro propio análisis.
A esto se añade que no es solamente la situación de dificultad social del hogar lo que se
asocia con una mayor probabilidad de enfrentar violencia de género, sino también (y sobre
todo) la de la zona de residencia (a paridad de otras condiciones, de hecho, vivir en barrios
marginales multiplica el riesgo por 5,6). Estos resultados van en la misma línea que
investigaciones anteriores (minoritarias) que también mostraban que el nivel social del
barrio no reflejaba simplemente el estatus de sus habitantes, sino que tenía, además, un
efecto autónomo (ej. Khalifeh et al. 2013).
Para comprender estos resultados, puede ser útil efectuar un paralelismo con la realidad
–de cierta manera análoga aunque mucho más extrema– de los guetos de Estados Unidos,
lugar donde también se registran unos altos niveles de violencia de género. La literatura
explica estos datos poniendo el acento en el hecho de que allí, tradicionalmente, han faltado
las herramientas habitualmente utilizadas para alcanzar una masculinidad exitosa, con lo
cual ésta ha tendido a redefinirse en términos anómicos (Jewkes 2002; Hampton, Oliver y
Margarian 2003). Otro elemento que también podría estar incidiendo es el hecho de que,
como consecuencia de esta redefinición, el entorno podría haberse vuelto paulatinamente
más comprensivo con la utilización de la violencia, algo que habría reducido el miedo de
los varones a recibir sanciones por su parte y, por lo tanto, también habría contribuido a
facilitar el recurso a esta violencia (Bandura 1979).
Desde aquí, lo que deseamos poner de relieve es que la plasmación de una definición
alternativa de masculinidad –y lo que esto conlleva– es un proceso eminentemente social
que, como tal, no es producto tanto de dificultades individuales como de problemáticas
grupales. Esto explica por qué el entorno parece tener una importancia tan grande en el
riesgo de enfrentar violencia de género. En otras palabras, el barrio llega a configurare
como una microsociedad, en la que la masculinidad hegemónica (que ya se configuraba
como un factor de riesgo) se redefine en términos aún más peligrosos. Se trata de unos
resultados especialmente relevantes, ya que ponen de manifiesto la gran importancia de un
factor que (al igual que otras variables referidas al entorno) muy raramente se contempla en
las investigaciones que se ocupan de violencia de género.

206
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

En nuestro análisis hemos asimismo diferenciado entre la violencia ejercida por la pareja
y la ex pareja (aunque se trata de una información recogida únicamente en la
Macroencuesta y para la cual, por lo tanto, sólo podemos hacer referencia a una genérica
situación de vulnerabilidad social). A partir del estudio así efectuado podemos concluir que
el maltrato perpetrado por la pareja tiene un mayor grado de transversalidad (en su caso, el
incremento asociado a situaciones de vulnerabilidad es del 64%), mientras que la violencia
de la ex pareja está mayormente ligada a situaciones de dificultad social (el aumento
alcanza aquí el 147%). Esto puede explicarse por el hecho de que, en contextos de
vulnerabilidad social, puede haber menores capacidades para un manejo no violento de los
conflictos (Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012), conflictos normalmente inevitables en
una separación; así como por el hecho de que, en tales contextos, puede haber una menor
disponibilidad de recursos económicos, hecho que incrementa las dificultades y el estrés
resultantes de esta separación y, por lo tanto, también el riesgo de que se den conductas
violentas.
El análisis efectuado permite asimismo evidenciar la existencia de otros factores de
riesgo, relacionados a diferente título con situaciones de dificultad social. Entre ellos, el
nivel educativo se configura como un elemento muy relevante, por lo menos en el caso de
las mujeres: conforme éste disminuye, el riesgo de experimentar violencia de género se
incrementa, tanto que, a paridad de otros factores, entre mujeres con estudios primarios o
inferiores, éste es 2,2 más elevado que entre mujeres con estudios superiores. Se trata de un
resultado en línea con la gran mayoría de las investigaciones anteriores, que también
subrayaban la importancia del nivel educativo (ej. Campbell et al. 2011; van Wijk y de
Brujin 2012; Vives-Cases et al. 2009 ; Vives-Cases et al. 2010). En el caso de los hombres,
por el contrario, esta variable no tiene apenas influencia. Se desmienten, por lo tanto, los
resultados de aquellos estudios que consideraban que la formación de los hombres tenía un
peso superior a la de las mujeres (ej. Stith et al. 2004; Yick 2001). Es decir, que la
formación logra “protegerlas” a ellas pero no cambia la masculinidad.
El hecho de que, según nuestra investigación, el nivel educativo sea importante en el
caso de las mujeres pero no de los hombres, por otra parte, reduce claramente el riesgo de
estigmatización de los varones “incultos” que puede derivarse de estudios como éste.
Nuestros hallazgos, de hecho, van exactamente en la dirección contraria, ya que muestran
que la clave no está tanto en que los hombres sin formación agredan más, sino en que son
las mujeres más indefensas (las que no tienen formación) las más agredidas.
Opuesto es el comportamiento del factor empleo: en el caso de los hombres, de hecho,
este elemento sí es relevante (estar en desempleo incrementa la probabilidad de ejercer
violencia en un 48%, porcentaje que se eleva hasta el 70% cuando él está en paro mientras
que ella sí tiene empleo); en el de las mujeres, por el contrario, no lo es (ni estar en
desempleo ni ser inactiva se configura como un factor de riesgo). Se confirman así las
aportaciones de aquellos estudios que evidencian que la variable clave no es la situación
laboral de la mujer, sino la del hombre (ej. Gonzáles y Santana 2001; Stith et al. 2004;
Tauchen y Witte 2001). Resumiendo, el empleo no logra protegerlas a ellas, pero sí afecta a
la posición masculina.
El hecho de que una situación de desempleo del varón se configure como factor de
riesgo, por otra parte, también permite hipotetizar que, en momentos de crisis y destrucción

207
Violencia de género en la pareja y exclusión social

de empleo como el actual (Carbonero, Guinea-Martín y Zugasti 2012), el porcentaje de


mujeres que experimentan violencia de género podría haberse visto incrementado.
Desafortunadamente, los cambios progresivamente introducidos en las sucesivas ediciones
de la Macroencuesta no permiten contrastar esta hipótesis.
Otro factor de riesgo muy relevante es la situación de salud: tener una enfermedad
crónica o una discapacidad, de hecho, incrementa de forma muy significativa el riesgo de
experimentar violencia de género, un resultado en línea con investigaciones anteriores (ej.
Campbell et al. 2011; Smith 2008; Stöckl, Heise y Watts 2011). No aumenta, sin embargo,
el riesgo de ser agredida por parte de la ex pareja, seguramente porque se trata de un
elemento que puede reducir la autosuficiencia y autonomía y, por lo tanto, también hacer
más infrecuentes las separaciones.
Otro elemento relevante es el lugar de origen. Más concretamente, el hecho de tener
origen extranjero se configura como un factor de riesgo de victimización en el caso de las
mujeres y de agresión en el de los hombres, sin diferencias significativas entre la violencia
de la pareja y de la ex pareja. En el caso de ellas, nuestros resultados están en línea con la
literatura (ej. Montañés y Moyano 2006; Raj y Silverman 2002; Vives-Cases et al. 2010);
mientras que, en el caso de ellos, son más novedosos, ya que, hasta donde conocemos, la
práctica totalidad de los estudios focaliza su mirada en el origen de las mujeres.
Finalmente, también cabe destacar la relevancia de factores relativos al entorno. Más
concretamente, el riesgo de experimentar violencia de género parece incrementarse para
mujeres que residen: en ciudades de tamaño intermedio; en provincias de renta baja; y en la
Comunidad de Madrid, la zona Este y Noreste. El peso de estas variables (sobre todo la
última) es, a menudo, más elevado que el de elementos de carácter individual. Son
resultados relevantes, pero apenas hay investigaciones previas que permitan contrastarlos.
Queda pendiente, por lo tanto, comprobar si estas variables son tan relevantes en sí mismas,
o si están relacionadas con otros elementos no detectados. Se recomienda seguir
investigando sobre este tema.
Basándonos en los datos ahora esgrimidos, podemos concluir que la exclusión social,
globalmente considerada, es sin duda un factor relevante, pero no más que muchos otros
elementos (como discapacidad, lugar de origen, pero también otros no relacionados con
situaciones de dificultad). Si acercamos la mirada y observamos las diferentes dimensiones
que conforman los procesos de exclusión, sin embargo, el panorama cambia: en este caso,
de hecho, descubrimos que algunas dimensiones (como el conflicto social) tienen un peso
tan elevado que ninguna otra variable parece igualarlo. Esto confirma la relevancia del
análisis que aquí se lleva a cabo.
Resumiendo, el análisis así realizado permite confirmar que, aunque la violencia es
efectivamente un fenómeno transversal, no es, sin embargo, un fenómeno homogéneo en
toda la sociedad (Aldarondo y Castro-Fernández 2011). Y esto porque, aunque su origen ha
de ser buscado en el sistema de sexo/género, que permea a toda la sociedad, este sistema no
actúa en un vacío social, sino en interconexión con otros sistemas de opresión (Collins
1990/2000). Esto, en otras palabras, significa que, aunque el género afecta a todas las
mujeres, no las afecta a todas de la misma manera, sino en función de su posición de clase,
etnia, etc. (Collins 1990/2000) y todo esto, como se ha aclarado, redunda en un mayor o
menor riesgo de enfrentar violencia de género.

208
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social

Tener acceso a una información de este tipo puede ser de gran importancia tanto para la
definición de las políticas como para la intervención social. Conocer cuáles son las
situaciones que se asocian mayormente a procesos de violencia, de hecho, puede servir
(siempre y cuando se intervenga con perspectiva de género) para focalizar la intervención,
sea destinando recursos añadidos a colectivos que sabemos están en situación de riesgo
particularmente alto, sea definiendo protocolos de actuación específicos para favorecer la
detección e intervención en situaciones muy concretas (sería éste, por ejemplo, el caso de
todas aquellas mujeres que viven en hogar donde alguien se encuentra institucionalizado, o
tiene problemas de adicciones, etc.). Además, disponer de este conocimiento también
permite, a partir de los cambios que se van observando en el espacio social, pronosticar
futuros aumentos o reducciones en el porcentaje de mujeres que se encontrará en una
situación de riesgo especialmente elevado. Disponer de esta información puede resultar
muy útil, ya que nos ayuda a prever necesidades futuras y a adecuarnos a ellas.
Finalmente, el hecho de haber podido comprobar que el riesgo se incrementa de forma
muy clara al empeorar el estado y nivel social del barrio también es crucial para la
definición de políticas y la intervención social. La existencia de claros peligros derivados de
la concentración espacial de la pobreza o la exclusión, de hecho, conlleva la necesidad de
evitar a toda costa la formación de guetos. Esto es algo que debe ser tenido en cuenta a la
hora de diseñar e implementar políticas de vivienda, diversificando al máximo, por ejemplo,
la localización espacial de las Viviendas de Protección Oficial y, sobre todo, de los pisos de
integración social. Evitar la formación de nuevos guetos, sin embargo, no es suficiente, sino
que debe asimismo acompañarse de una intervención especialmente intensiva en todas
aquellas zonas marginales que ya existen. Esto significa que las políticas de lucha contra la
violencia deberían tener una mayor dimensión territorial y que todas aquellas actuaciones
sociales que ya se llevan a cabo en esos barrios deberían incluir, de forma transversal, la
violencia de género como problema a tratar.

209
9.5 Anexos del capítulo
Tabla 24. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
191
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Dimensiones de exclusión
Dim 4 Ex clusión de la educación
No (ref.)
Sí 1,732 (1,226-2,448) ,002 1,874 (1,313-2,674) ,001 1,861 (1,285-2,696) ,001
Dim 5 Ex clusión de la v iv ienda
No (ref.)
Sí 1,403 (1,093-1,802) ,008 1,277 (,984-1,658) ,066 1,252 (,953-1,644) ,107
Dim 6 Ex clusión de la salud
No (ref.)
Sí 1,676 (1,284-2,188) ,000 1,436 (1,087-1,898) ,011 1,490 (1,118-1,987) ,007
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 6,461 (4,534-9,205) ,000 5,841 (4,013-8,500) ,000 5,571 (3,790-8,188) ,000
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,064 (1,388-3,068) ,000 1,862 (1,238-2,803) ,003
Estado civ il
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,197 (1,487-3,246) ,000 1,932 (1,289-2,897) ,001
Separada/div orciada 6,011 (4,416-8,182) ,000 5,696 (4,143-7,831) ,000
Viuda 1,543 (,882-2,700) ,129 1,701 (,960-3,014) ,069
Soltera 1,778 (1,264-2,502) ,001 1,532 (1,074-2,184) ,018
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,494 (1,035-2,154) ,032 1,446 (,995-2,101) ,053
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,785 (,939-3,392) ,077
Noreste ,931 (,458-1,890) ,842
Comunidad de Madrid 2,773 (1,492-5,152) ,001
Centro 1,124 (,646-1,955) ,679
Este 1,986 (1,211-3,257) ,007
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,101
Media ,630 (,405-,981) ,041
Baja ,688 (,431-1,096) ,115
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,044 (1,675-5,532) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,927 (1,073-3,459) ,028
Más de 100.000 1,801 (1,020-3,180) ,043
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,027
Barrio o zona en buenas condiciones 2,158 (1,101-4,230) ,025
Barrio o zona deteriorado 2,718 (1,324-5,582) ,006
Zona marginal 3,366 (1,368-8,279) ,008
N casos usados por cada modelo 4.148 4.108 4.108
R cuadrado de Nagerkelke 0,086 0,159 0,201
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

191En este modelo se controla también por el origen, la edad, la relación con la actividad laboral y la situación económica del
hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa.
Tabla 25. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
192
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
I ndicadores de exclusión
IN D 11 Menores de 3 a 15 años no escolarizados
N o (ref.)
Sí 2,653 (1,228-5,731) ,013 2,734 (1,253-5,965) ,011 2,472 (1,085-5,630) ,031
IN D 23 H an pasado hambre
N o (ref.)
Sí 3,446 (2,268-5,235) ,000 2,543 (1,632-3,960) ,000 2,453 (1,551-3,878) ,000
IN D 29 Malas relaciones en el hogar
N o (ref.)
Sí 6,202 (2,611-14,732) ,000 7,979 (3,207-19,854) ,000 8,371 (3,213-21,808) ,000
IN D 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
N o (ref.)
Sí 7,440 (4,659-11,882) ,000 5,222 (3,156-8,639) ,000 4,770 (2,856-7,968) ,000
IN D 31 Madre adolescente sin pareja
N o (ref.)
Sí 3,051 (1,308-7,115) ,010 2,380 (,977-5,797) ,056 2,224 (,908-5,452) ,080
IN D 35 Personas en instituciones
N o (ref.)
Sí 10,728 (2,626-43,824) ,001 14,867 (3,535-62,524) ,000 14,645 (3,167-67,716) ,001
Características de la mujer
Discapacidad
N o (ref.)
Sí 2,036 (1,340-3,093) ,001 1,838 (1,196-2,824) ,005
Estado civ il
C asada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,616 (1,750-3,910) ,000 2,317 (1,530-3,508) ,000
Separada/div orciada 6,742 (4,882-9,309) ,000 6,422 (4,590-8,985) ,000
Viuda 1,267 (,687-2,336) ,448 1,360 (,727-2,544) ,335
Soltera 2,144 (1,503-3,058) ,000 1,851 (1,280-2,677) ,001
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,585 (1,087-2,312) ,017 1,557 (1,061-2,284) ,024
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,071 ,109
Bachiller o FP grado medio 1,459 (,978-2,177) ,064 1,322 (,878-1,991) ,181
ESO 1,422 (,988-2,048) ,058 1,484 (1,016-2,167) ,041
Primarios o inferiores 1,700 (1,140-2,535) ,009 1,653 (1,090-2,506) ,018
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste 1,591 (,805-3,142) ,181
N oreste ,951 (,457-1,977) ,892
C omunidad de Madrid 2,939 (1,541-5,606) ,001
C entro 1,207 (,677-2,150) ,524
Este 2,112 (1,255-3,554) ,005
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,058
Media ,597 (,383-,930) ,023
Baja ,654 (,405-1,053) ,081
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,115 (1,701-5,706) ,000
Entre 20.000 y 100.000 2,041 (1,128-3,692) ,018
Más de 100.000 1,775 (,994-3,168) ,052
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,070
Barrio o zona en buenas condiciones 2,215 (1,104-4,444) ,025
Barrio o zona deteriorado 2,701 (1,281-5,696) ,009
Zona marginal 2,680 (1,020-7,042) ,045
N casos usados por cada modelo 4.052 4.011 4.011
R cuadrado de N agerkelke 0,082 0,167 0,212

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

192 Eneste modelo se controla también por el origen, el nivel educativo, la relación con la actividad laboral y la situación
económica del hogar, aunque solo las dos primeras son significativas.

212
193
Tabla 26. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4 Paso 5 Paso 6
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 1,780 (1,513-2,094) ,000 1,792 (1,514-2,120) ,000 1,775 (1,500-2,100) ,000 1,709 (1,446-2,020) ,000 1,717 (1,448-2,036) ,000 1,629 (1,370-1,939) ,000
Características de la mujer
Edad
55 o más años (ref.) ,000 ,000 ,028 ,031
De 35 a 54 ,644 (,538-769) ,000 ,647 (,541-,773) ,000 ,646 (,468-,893) ,008 ,647 (,467-,897) ,009
De 18 a 34 ,544 (,437-,676) ,000 ,590 (,469-,743) ,000 ,621 (,406-,951) ,028 ,626 (,408-,961) ,032
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,922 (1,510-2,448) ,000 1,893 (1,486-2,412) ,000 1,380 (,964-1,974) ,078 1,454 (1,012-2,089) ,043
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,755 (1,438-2,143) ,000 1,760 (1,441-2,148) ,000 1,720 (1,407-2,104) ,000 1,785 (1,453-2,192) ,000
Sí, grave 2,477 (1,790-3,428) ,000 2,480 (1,792-3,432) ,000 2,454 (1,772-3,397) ,000 2,446 (1,760-3,400) ,000
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.) 1,392 (1,016-1,908) ,040 1,398 (1,010-1,935) ,043 1,452 (1,046-2,016) ,026

Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,000 ,815 ,796
De 35 a 54 ,596 (,504-,704) ,000 ,982 (,712-1,355) ,914 ,960 (,695-1,327) ,806
De 18 a 34 ,460 (,369-,573) ,000 ,890 (,578-1,373) ,599 ,871 (,564-1,346) ,534
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,942 (1,516-2,487) ,000 1,569 (1,084-2,273) ,017 1,607 (1,105-2,336) ,013
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 0,938 (,658-1,337) ,723
Noreste 2,201 (1,412-3,433) ,001
Comunidad de Madrid 3,563 (2,384-5,325) ,000
Centro 1,048 (,799-1,376) ,734
Este 2,394 (1,795-3,194) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 1,529 (1,144-2,044) ,004
Baja 3,546 (2,584-4,866) ,000
N casos usados por cada modelo 5374 5339 5338 5346 5310 5310
R cuadrado de Nagerkelke 0,015 0,055 0,056 0,037 0,057 0,084
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

193Al igual que la variable referida a la edad de la mujer, también la del hombre se ha recodificado de dos formas diferentes, dando así lugar a una clasificación en 3 y 4 grupos respectivamente (16-34; 35-54 años; 55 o
más años en un caso; 16-24; 25-44; 45-64; y 65 o más años en otro). En un segundo momento, para decidir qué clasificación utilizar en cada caso, se ha tenido en cuenta tanto la significación como la capacidad
explicativa de cada una. En términos generales, cuando la muestra era reducida esto nos ha llevado a utilizar la primera agrupación y cuando era más amplia la segunda. Siguiendo estas indicaciones, en el caso
específico de este análisis se ha recurrido a una clasificación en 3 grupos.

213
Tabla 27. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo
y relación con la actividad laboral
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 1,562 (1,222-1,996) ,000 1,585 (1,240-2,027) ,000
ESO 1,856 (1,471-2,341) ,000 1,835 (1,453-2,318) ,000
Primarios o inferiores 2,610 (2,075-3,283) ,000 2,503 (1,984-3,158) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,909 (1,512-2,410) ,000 1,903 (1,507-2,403) ,000
Relación con la actividad laboral
Empleo estable (ref.) ,066 ,081
Empleo precario 1,409 (1,091-1,820) ,009 1,399 (1,,081-1,812) ,011
Parada 1,142 (,910-1,433) ,251 1,146 (,912-1,439) ,242
Inactiva 1,076 (,870-1,320) ,482 1,086 (,885-1,333) ,429
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,750 (1,439-2,130) ,000 1,750 (1,437-2,130) ,000
Sí, grave 2,258 (1,629-3,129) ,000 2,251 (1,623-3,121) ,000
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 1,386 (1,036-1,855) ,028
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,016
De 35 a 54 ,851 (,671-1,081) ,187
De 18 a 34 ,665 (,500-,886) ,005
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,267 (1,775-2,896) ,000
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,000
FP 1,341 (1,011-1,779) ,042
Secundarios 1,286 (,989-1,673) ,060
Primarios 1,932 (1,535-2,432) ,000
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,000
Parado 1,584 (1,254-2,001) ,000
Jubilado 1,367 (1,069-1,749) ,013
Estudiante ,751 (,328-1,719) ,499
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.)
Los dos parados
Ella trabaja él parado
Él trabaja ella en paro
Uno de los dos inactivo
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.)
Noroeste
Noreste
Comunidad de Madrid
Centro
Este
Riqueza provincial
Alta (ref.)
Media
Baja
N casos usados por cada modelo 5473 5448 5434
R cuadrado de Nagerkelke 0,059 0,06 0,048
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

214
Tabla 27 (continúa de pág. Anterior). Probabilidad de experimentar violencia de género por parte
de la pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las
variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral
Paso 4A Paso 5A Paso 4B Paso 5B
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,001 ,003 ,000 ,001
Bachiller o FP grado medio 1,452 (1,115-1,890) ,006 1,404 (1,075-1,833) ,013 1,480 (1,138-1,924) ,003 1,428 (1,094-1,862) ,009
ESO 1,541 (1,183-2,009) ,001 1,473 (1,127-1,927) ,005 1,568 (1,205-2,039) ,001 1,492 (1,143-1,948) ,003
Primarios o inferiores 1,838 (1,376-2,454) ,000 1,725 (1,285-2,314) ,000 1,899 (1,427-2,526) ,000 1,773 (1,327-2,370) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,433 (,993-2,067) ,054 1,522 (1,052-2,201) ,026 1,464 (1,020-2,102) ,038 1,548 (1,075-2,227) ,019
Relación con la actividad laboral
Empleo estable (ref.) ,081 ,184
Empleo precario 1,418 (1,088-1,846) ,010 1,342 (1,026-1,755) ,032
Parada 1,119 (,884-1,417) ,348 1,071 (,884-1,358) ,574
Inactiva 1,098 (,871-1,384) ,430 1,130 (,893-1,429) ,308
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,671 (1,364-2,047) ,000 1,728 (1,405-2,125) ,000 1,669 (1,364-2,043) ,000 1,729 (1,407-2,124) ,000
Sí, grave 2,180 (1,563-3,040) ,000 2,192 (1,565-3,069) ,000 2,179 (1,564-3,037) ,000 2,190 (1,566-3,064) ,000
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 1,270 (,912-1,767) ,157 1,339 (,959-1,870) ,086 1,327 (,959-1,837) ,088 1,405 (1,012-1,951) ,042
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,600 ,622 ,469 ,482
De 35 a 54 ,953 (,738-1,231) ,714 1,101 (,870-1,395) ,424 ,944 (,754-1,183) ,619 1,116 (,883-1,411) ,358
De 18 a 34 ,859 (,627-1,179) ,347 1,163 (,845-1,599) ,354 ,838 (,627-1,120) ,233 1,195 (,892-1,602) ,233
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,583 (1,082-2,315) ,018 1,590 (1,085-2,332) ,017 1,626 (1,118-2,365) ,011 1,635 (1,121-2,384) ,011
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,044 ,074 ,029 ,057
FP 1,074 (,797-1,447) ,640 1,095 (,811-1,480) ,553 1,094 (,813-1,473) ,552 1,115 (,826-1,505) ,479
Secundarios ,972 (,728-1,297) ,848 ,956 (,714-1,280) ,764 1,008 (,757-1,342) ,959 ,988 (,740-1,320) ,936
Primarios 1,311 (,999-1,722) ,051 1,276 (,968-1,683) ,084 1,358 (1,037-1,779) ,026 1,317 (1,001-1,732) ,049
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,003 ,007
Parado 1,534 (1,209-1,947) ,000 1,507 (1,185-1,918) ,001
Jubilado 1,150 (,881-1,501) ,306 1,176 (,898-1,541) ,239
Estudiante ,671 (,267-1,690) ,397 ,734 (,291-1,853) ,513
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,006 ,010
Los dos parados 1,527 (1,031-2,263) ,035 1,478 (,994-2,200) ,054
Ella trabaja él parado 1,808 (1,292-2,531) ,001 1,773 (1,261-2,491) ,001
Él trabaja ella en paro 1,161 (,899-1,499) ,252 1,132 (,875-1,464) ,347
Uno de los dos inactivo 1,144 (,916-1,429) ,236 1,219 (,973-1,527) ,085
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000 ,000
Noroeste 0,921 (,643-1,319) ,653 0,904 (,631-1,294) ,580
Noreste 2,149 (1,376-3,358) ,001 2,226 (1,428-3,468) ,000
Comunidad de Madrid 3,583 (2,392-5,366) ,000 3,600 (2,406-5,386) ,000
Centro 0,992 (,755-1,304) ,955 0,979 (,745-1,287) ,880
Este 2,356 (1,763-3,148) ,000 2,337 (1,749-3,122) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000 ,000
Media 1,480 (1,105-1,982) ,009 1,502 (1,122-2,012) ,006
Baja 3,356 (2,436-4,622) ,000 3,421 (2,484-4,710) ,000
N casos usados por cada modelo 5320 5320 5352 5352
R cuadrado de Nagerkelke 0,07 0,095 0,069 ,094
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

215
10. Dinámicas de la interrelación entre la violencia de
género y los procesos de exclusión social

10.1 Introducción
En el capítulo anterior se ha demostrado que la violencia de género en relaciones de
pareja y los procesos de exclusión social están interrelacionados.
En este capítulo avanzamos con el análisis y focalizamos nuestra mirada en las
características de dicha interrelación. Más concretamente, una vez demostrado que ésta
existe, queremos descubrir cómo se articula, qué factores operan en ella, qué mecanismos
están actuando, etc.
Si antes hemos utilizado una metodología cuantitativa –la única capaz de demostrar la
existencia de una correlación entre variables– ahora necesitamos recurrir a una metodología
cualitativa –necesaria para ahondar en el cómo, en los procesos, en las dinámicas de una
relación–. El recurso a una metodología de este tipo, por otra parte, se vuelve aún más
necesario si se considera que los datos cuantitativos disponibles tienen carácter transversal,
con lo cual ni siquiera permiten establecer con seguridad la secuencia temporal de los
hechos (Cooker et al. 2011). Más concretamente, los resultados a los que hemos llegado se
extraen de entrevistas semiestructuradas a 16 mujeres supervivientes, en situación tanto de
exclusión social como de integración –estas últimas con función de control–.
Este capítulo, al igual que el número 5, se divide en dos partes: en la primera se analiza
de qué manera una situación de exclusión social preexistente puede contribuir a
desencadenar violencia de género; en la segunda se estudia cómo el hecho de enfrentar una
situación de violencia en el marco de la pareja –además de ser un factor de exclusión en sí
mismo– puede además derivar en rutas descendentes en otras dimensiones de la exclusión.
Si hemos decidido estructurar el capítulo de esta manera, por otra parte, es porque tanto
la literatura especializada como el análisis cualitativo realizado indican que la mayor
incidencia de violencia de género en situaciones de dificultad social es el resultado
combinado de ambos procesos.

10.2 Situaciones de exclusión social preexistentes como


desencadenantes de violencia de género
Para analizar de qué manera una situación de exclusión social preexistente puede
contribuir a desencadenar procesos de violencia de género diferenciamos entre factores que
condicionan la elección de pareja y elementos que condicionan las dinámicas de la
interrelación entre los dos miembros de la misma.
Evidentemente, una diferenciación tan clara entre estos dos grupos de factores responde
a necesidades analíticas –nos ayuda a aislar elementos y crear un esquema explicativo– pero
Violencia de género en la pareja y exclusión social

la realidad es infinitamente más compleja y las interrelaciones entre los dos grupos de
factores estrechas y frecuentes.
Esto, en primer lugar, significa que no hay relatos que respondan totalmente a un modelo
y otros que se apliquen perfectamente a otro, sino que lo más frecuente es que en cada
historia se fundan elementos de riesgo que condicionan la elección de la pareja con otros
que influyen en las dinámicas de la relación y así favorecen la emersión del maltrato.
En segundo lugar, también cabe destacar que esta complejidad no hace referencia
solamente a las historias en su conjunto, sino que puede asimismo llegar a aplicarse a los
propios factores identificados: tal y como veremos, de hecho, un mismo elemento puede
influir tanto en la elección de la pareja como en las dinámicas de la interrelación entre los
dos miembros de la misma.
La práctica totalidad de los factores aquí identificados nos ayuda a comprender cómo
una situación de exclusión preexistente puede incrementar el riesgo de victimización de las
mujeres. Otro posible acercamiento sería observar cómo esta misma situación incide en los
varones, favoreciendo que éstos ejerzan violencia en el marco de relaciones de pareja. Es
éste un objeto de análisis sumamente interesante que, sin embargo, excede los objetivos de
este estudio. Lo señalamos, por lo tanto, como posible línea de desarrollo futuro de la
investigación

10.2.1 Factores que condicionan la elección de la pareja


En primer lugar, entonces, centramos la mirada en los factores que condicionan la
elección de la pareja. En lo que a éstos respecta, ante todo es importante distinguir entre los
elementos que influyen de forma directa en quién se “elige” como pareja y aquellos que lo
hacen de manera indirecta, condicionando cómo se efectúa dicha elección.
En el primer grupo hallamos la presencia de homogamia en los procesos de formación de
pareja y la existencia de modelos de masculinidad diferenciados en función de la clase
social. En el segundo, encontramos las diferentes circunstancias que fuerzan a las mujeres a
iniciar una relación de pareja. Vamos ahora a observar con detenimiento cómo opera cada
uno de estos factores.

10.2.1.1 Homogamia
Tal y como ya se ha anticipado, uno de los primeros elementos a considerar es la
homogamia. Ésta, como se recordará, designa la tendencia de mujeres y hombres a formar
pareja con personas cercanas desde un punto de vista socioeconómico (Samper y Mayoral
1998; Rodríguez 2012; Uunk, Ganzeboon y Robert 1996). Es la norma en las relaciones de
pareja, pero se intensifica incluso más en los extremos de la jerarquía social (Rodríguez
2012), lo cual permite suponer que será especialmente frecuente en las situaciones de
exclusión, sobre todo cuando ésta es extrema.
En nuestro caso, entonces, la homogamia implica que las mujeres en situación de
exclusión –sobre todo si severa– tenderán a formar pareja con hombres en su misma
situación.

218
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Esto sugiere que, en muchos casos, la comprensión de cómo la exclusión social llega a
desencadenar violencia de género no habría de ser buscada en la experiencia vital,
comportamientos y actitudes de las mujeres en situación de exclusión sino en los de los
hombres.
Evidentemente, para un análisis detallado de estos procesos se necesitan investigaciones
que focalicen su atención en los varones. Esto excede los objetivos de nuestro estudio, pero
hay un elemento que consideramos imprescindible subrayar: el hecho de que, tal y como se
deduce del testimonio de dos mujeres supervivientes, en situaciones de exclusión severa es
más fácil que los hombres vengan de un entorno “conflictivo”, donde el recurso a la
violencia –toda, no únicamente aquella que se ejerce por razones de género– es más
habitual y frecuente que en contextos de integración. Varios testimonios así lo reflejan:

Es una familia... como… conflictiva, ¿no? El hermano mayor siempre ha estado en la cárcel
metido, el... el…el otro hermano igual... la prima sí... el tío, un patat... o sea... luego lo que
pasa que también sus padres, pues no... pues él con tres añitos, o sea, veía muchísimos
malos tratos, de su padre a su madre… veía muchas cosas, entonces... un hermano en la
cárcel, todo el día robando, era drogadicto... el otro que tomaba pastillas con alcohol...
(E12)

Allí, se le teme a esta familia, esta familia tiene un apodo, y allí en el pueblo, un pueblo de
6000 habitantes, eeh… nadie se atreve a meterse con esta gente, para nada, porque saben, lo
agresivos que son. Y que, si te pones con ellos, pues te pegan, les da igual, que les
denuncies, te pegan. Porque es que, en el… en el mismo... juzgado, eeh… ellos, tanto él
como los hermanos… las hermanas… a… están…. mhm… que han tenido muchas
denuncias, han tenido juicios, o sea han tenido… son… personas, conflictivas con el resto
de la gente. (E5)

Los testimonios de las mujeres entrevistadas, en suma, sugieren que, en situaciones de


exclusión, la violencia está más normalizada que en el conjunto de la sociedad. Y esta
mayor normalización, al reducir las barreras –sociales y éticas– que impiden la utilización
de la violencia, puede facilitar el recurso a la misma.
Esto, al interseccionarse con una estructura social patriarcal, puede traducirse asimismo
en un mayor riesgo de violencia masculina contra las parejas femeninas. Y, por efecto de la
citada tendencia a formar pareja con personas socioeconómicamente afines (Samper y
Mayoral 1998; Rodríguez 2012; Uunk, Ganzeboon y Robert 1996), estas parejas serán, con
toda probabilidad, mujeres que también se encuentran en situación de exclusión.

10.2.1.2 Modelos de masculinidad


Un segundo elemento que condiciona el proceso de selección de pareja guarda relación
con los modelos de masculinidad o, dicho de otra forma, con las cualidades que vuelven a
un hombre atractivo a los ojos de las mujeres. Las entrevistas, de hecho, sugieren que estas
cualidades varían en función de la clase y situación social de pertenencia. Más en detalle,
observamos cómo, en contextos de exclusión social, las mujeres tienden a atribuir especial
valor a la fuerza, la agresividad, la chulería:

¿Al principio, que me gustaba de él? (…) claro, al principio a mí me gustaba, luego ya me
daba asco, pero era muy chulito, muy “aquí estoy yo”, ¿sabes? Y eso, a mí siempre me…
me ha tirado un tipo duro, ¿no? Y… pues me da… me daba la sensación de que estaba
protegida, ya nadie me iba a tocar, que “mira con quién estoy”. Y total, que mira total,

219
Violencia de género en la pareja y exclusión social

quién… quién me acaba pegando, ¿sabes cómo te quiero decir? Pero me sentía protegida,
me sentía que ya nadie me iba…ya nadie se iba a meter conmigo, más que si llevaría un
pitbull al lado. Porque iba el tiarrón éste y… y mira, total que… era así, ¡eh! Lo que pasa
que tenía una mala folla, buah, el tío, una mala leche (…), un nervio, buah… si es que…
trepa por todas las paredes, trep… buah, una pasada. Y… y yo creo que eso lo que me ha
mantenido con él. (E15)

¿Sabrías decir qué fue lo que te gustó de él?


Que era muy rebelde. Yo creo que fue la rebeldía (…) era muy pasota. Pues... hacía lo que
quería, ¿no? Pues el típico tío malo, que no te tiene que gustar y te gusta. (…) me dijo que
había estado en la cárcel, que había atracado una gasolinera, historias, ¿no? (E13)

El hecho de que las mujeres valoren la fuerza, la seguridad en sí mismo, la capacidad de


liderazgo, etc. de un hombre es algo ligado a la estructura social patriarcal (Lagarde 2008;
Tormey 1976) y, por lo tanto, transversal a la clase, al lugar de origen, etc. En los casos
descritos, sin embargo, podemos apreciar una diferencia cualitativa importante con respecto
a estas características generales: ya no se trata de fuerza sino directamente de ser “un tío
duro”; ya no se habla de seguridad en uno mismo sino de chulería; ya no es la agresividad y
las habilidades competitivas del leader lo que se busca sino la “mala leche” de alguien que
“trepa por todas las paredes”.
En ambos casos la raíz estructural es la misma, pero las diferencias entre una situación y
otra son importantes. La masculinidad que aquí se describe y se anhela, de hecho,
representa una radicalización, casi una caricatura de la masculinidad hegemónica: la raíz se
mantiene, pero todo se exagera, se vuelve más evidente y más histriónico. Esto, por un lado,
sugiere que, tal y como corroboran investigaciones anteriores (ej. Kiss et al. 2012; Smith
1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009), en personas de estatus socioeconómico bajo, el
arraigo de valores y actitudes patriarcales es mayor.
Por otro lado, sin embargo, los relatos de las mujeres supervivientes también sugieren
que, en situaciones de exclusión social, el patriarcado no alcanza solamente una mayor
intensidad sino que, además, se manifiesta de forma diferente y asume características
propias. Este nuevo hallazgo también se ve corroborados por la literatura, que muestra
cómo, en contextos de exclusión social, la imposibilidad de acceder a los recursos clave
para alcanzar una masculinidad exitosa en términos clásicos ha llevado al desarrollo de
definiciones alternativas y anómicas de la misma, donde el recurso a la violencia ha
adquirido una importancia mayor que en otros grupos sociales (De Kaseredy y Schwartz
2005; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Hampton, Oliver y Margarian 2003; Jewkes
2002; Messerschmidt 1993; Peralta, Tuttle e Steele 2010; Strier et al. 2014; Walby y Allen
2004).
Todo esto implica que si, ya a nivel general, la forma en que se configuran las
identidades de género tiene un papel significativo en la etiología de la violencia de género,
la forma específica en las que estas identidades se manifiestan en situaciones de exclusión
supone además un riesgo añadido.
Los factores de corte estructural ahora analizados se cruzan además con elementos de
nivel individual. En algunos casos, de hecho, las mujeres explican su atractivo por hombres
duros y agresivos a partir de su tendencia a buscar, en las parejas, comportamientos
observados en su propia familia:

220
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Siempre he tenido prototipo (…) siempre, pues no sé, siempre un poco pues que se
parecerían a mi padre en… psicologicam… o sea… carácter, y así. Mi padre tiene mucha
mala hostia, muuucha. Y siempre pues… siempre me he dado cuenta de que me ha llamado
la atención, igual, pues un gesto que les he visto parecer a mi padre, o alguna cosa, o
cuando me decían; “pues tú no sales” o lo que sea… pues me recordaba a mi padre y… me
engancha. Me engancha esa persona. No sé. (E15)

Evidentemente, el hecho de buscar, en una pareja, características que se han observado


en el entorno más próximo no es algo que se aplique únicamente a mujeres en situación de
exclusión. Lo que sí puede estar relacionado con tales situaciones, sin embargo, es el hecho
de que, como hemos podido observar en el apartado anterior, en tales contextos es más
probable que la violencia haya sido algo de uso habitual en la familia de origen. En
situaciones de exclusión social, por lo tanto, la búsqueda, en una pareja, de características
antes observadas en un progenitor puede contribuir a generar un círculo vicioso, en el que
se reproducen patrones que están ligados a la situación social y que son difíciles de romper.
En otros casos, las mujeres explican su interés por hombres fuertes y agresivos desde el
deseo de formar pareja con alguien a ellas similar y afín: como ellas también son “rebeldes”
(y este deseo de rebeldía, de rebelión, guarda quizás cierta relación con la situación de
exclusión social en la que viven) buscan a alguien que también lo sea. Cristina, por ejemplo,
lo expresa con toda claridad:
Yo también era una persona muy rebelde, no… tampoco le veía mal. Decía: “joder, por lo
menos, tiene cosas nuevas, ¿no? Es una persona… re… no sé, como un poco como yo,
muy… similar, en el sentido de… de juerga, de salir, de amigos… enseguida encontramos
nuestra cuadrilla, ¿no? (E13)

Esta supuesta igualdad en la rebeldía, sin embargo, se cruza con la subyacente


desigualdad estructural entre hombres y mujeres; el resultado es que, en cuanto nacen las
criaturas, dicho espejismo de igualdad desaparece y se convierte en fuente de problemas y
conflictos:
Yo cuando tuve hijos, ya… también me cambió mucho el chip. No era… aquella chavala
rebelde que… tal. Tenía mis… mis historias y mis impulsos y tal, pero no… cambia tu
mentalidad, cuando tienes hijos. Tienes que… dedicarte a ellos, ya no puedes ser… aquella
que se va de juerga tres días seguidos, ¿no? No puedes, ¿no? Entonces sí que… yo sí que
cambié. Y yo quería que él cambiara, pero es que no… cuando una persona no es como…
como es, como te comento, no pued… no puedes cambiarla tampoco. (E13)

Resumiendo, podemos afirmar que, en situaciones de exclusión, elementos de corte tanto


estructural como individual contribuyen a que las mujeres valoren, en los hombres,
características que constituyen, en sí mismas, factores de riesgo de violencia de género.

10.2.1.3 Diferentes circunstancias que “fuerzan” a las mujeres a iniciar una


relación
El último elemento que condiciona el proceso de selección de pareja hace referencia la
existencia de circunstancias que “fuerzan” a las mujeres a iniciar una relación.
Estas circunstancias pueden ser de muy diversa índole: en algunos casos, de hecho, lo
que empuja a las mujeres a formar una pareja es el deseo de huir de la violencia y el
machismo que experimentan en la familia de origen; en otros casos, la necesidad de
encontrar un lugar en el que vivir o apoyo en un momento vital muy duro; en otras
221
Violencia de género en la pareja y exclusión social

situaciones, finalmente, la libertad de elección se reduce ulteriormente y el matrimonio


llega a configurarse como una imposición directa de la familia de origen, que en ningún
momento tiene en cuenta la voluntad de la mujer. Vamos ahora a analizar todas estas
circunstancias con mayor detalle.

10.2.1.3.1 El deseo de alejarse de la familia de origen


Como ya se ha anticipado, uno de los factores que fuerzan a las mujeres a iniciar una
relación de pareja es el deseo de alejarse de la familia de origen, por la violencia de género
o el machismo especialmente intenso que allí se vive.
Observamos, en primer lugar, la situación de las mujeres entrevistadas que provienen de
familias donde existía una situación de violencia de género clara: estas mujeres, en cuanto
llegan a la adolescencia, vislumbran la posibilidad de alejarse de dicha violencia formando
un hogar propio. Dada su joven edad, sin embargo, la única forma viable que encuentran
para poder llevar a cabo su plan es por medio de un embarazo; pero esta decisión, lejos de
liberarlas de la violencia que vivían en su hogar de origen, las expone a un maltrato aún más
intenso. Manuela y Elena, de hecho, lo manifiestan claramente:

Mira, yo me quedé embarazada, por… salir de mi casa, la verdad es que me quedé


embarazada por salir de mi casa, porque… también m… mi madre, ha sido una mujer
maltratada. Entonces yo, pa´ escaparme de casa, pues la única solución, que yo en esos
tiempos veía, me quedé embarazada y… y escapé de mi casa, salí de mi casa. Fui a vivir
con el padre de mi hija, y nada me encontré con… no con una pesadilla sino con la
pesadilla siguiente, que era, tener una niña, yo era una niña, y tener una niña, no una
muñeca, una niña-niña. Y lo siguiente, pues los celos, psicológicamente me destrozó, me
destrozó porque era demasiado, él… psicológicamente me destrozaba, yo… no me apetecía
vestir no me pertenecía salir de casa, yo me is… isolé totalmente hasta de mi propia
familia. (E4)

La pareja de mi madre era otro bala, era otro maltratador (…) Y... nada, eeh… como su…
como yo era menor, y a su… y a él no le dejaban tampoco ni su madre ni sus hermanas,
que, por las buenas dijera: "mañana me voy a vivir con mi pareja", pues, decidimos tener un
hijo. Ésa, fue buscada. Fue la única manera de… él salir de su casa, y yo de salir de la mía...
¿no? Y… y podernos juntar, y así fue. (…) me salí de Herodes para meterme en Pilatos (…)
Entonces... pues no sé, era... buscar un asi… escaparme desde un sitio, y me metí en otro,
peor. (E5)

En otros casos no hay violencia explícita, pero sí un machismo tan intenso que llega a
confundirse con la misma. También aquí, el deseo de alejarse de la familia de origen es lo
que empuja a las mujeres a iniciar una relación:

Trabajaba, como una negra, porque mi madre... pues, es de las antiguas, y... el hombre
trabaja y, hay que atenderlo. Machistos. Machismo. Que aún sigue... Y eso, pues igual
estaba comiendo, y venía mi hermano de trabajar: "¡venga! ¡Limpiarme los zapatos!".
Tenía que dejar... el plato, pa´ limpiarle los zapatos... Y "¡plánchame!". O sea, a mí me han
machacado ya desde hace mil... Esto también hay que decirlo. (…) Yo pienso que más, me
casé también con él, por salir de mi… de mis hermanos, me agobiaban, tan machismos...
tan machistas que eran... Que me metí en un sitio peor, pero... (E7)

Es importante destacar que, en estos casos, la especificidad de la situación de exclusión


social no reside tanto en las razones de la huida sino en cómo ésta se realiza. La búsqueda
de una pareja y, sobre todo, la decisión de quedarse embarazada siendo aún adolescente, de

222
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

hecho, son estrategias claramente marcadas por la posición de clase: son típicas de clases
bajas –o, aún más, de situaciones de exclusión– mientras que en clase alta se seguirían otras
vías.
Si las estrategias aquí descritas son características de situaciones de exclusión es porque
muestran que el horizonte vital de estas jóvenes es limitado, tan limitado que la decisión de
quedarse embarazada siendo aún adolescente no es percibida como algo inviable, algo
dramático que impide alcanzar otras metas que se tengan en la vida (como el éxito
académico, profesional, etc.), sino como algo posible e incluso deseable194. Y esto es así
porque si, para jóvenes de clase media, tales metas son algo que efectivamente se percibe
como alcanzable a la par que coherente con los valores e ideales propios de su clase social;
para jóvenes que disponen de menores recursos, tanto económicos como relacionales, éstas
aparecen muy lejanas. En este contexto, por lo tanto, la decisión de quedarse embarazada no
supone una gran renuncia, sino más bien una herramienta alternativa –y alcanzable– para
obtener un lugar en la sociedad y una identidad propia (Elley 2011).
Para terminar, cabe añadir que, en estos casos, a menudo la decisión de formar pareja no
está mediada por un fuerte sentimiento de enamoramiento, lo cual constituye una ulterior
confirmación de la existencia de razones ocultas que empujan a las mujeres a iniciar la
relación.

Algo sí le tuve que querer, porque... yo que sé, pienso que sí, es que ya, de eso, ni me
acuerdo... Pero, también te digo que, me duró muy poco. Me duró muy muy poco. (E5)

10.2.1.3.2 La esperanza de encontrar algo que en su propio hogar no tienen


En otros casos, lo que lleva a las mujeres a comenzar una relación es la esperanza de
encontrar en ella algo que en su propio hogar no tienen. El objeto de esta búsqueda puede
ser tanto material –un lugar en el que estar– como inmaterial –apoyo y afecto en un
momento vital muy duro–195.
Empezando por el primero de esos elementos, se evidencia que el hecho de necesitar un
lugar en el que vivir tiene una importancia decisiva en la decisión de formar una pareja, tal
y como emerge del relato de dos mujeres supervivientes:

¿Cómo decidiste irte a casa con él?


Sí y no. Sí y no. Lo decidí yo, pero... también mi padre, unos días antes me había dicho... es
que tenía que ir a la asistenta, y me dijo mi padre: "tú dile... tú dile que estás aquí por
caridad, porque si no, ¿dónde vas a estar?". Y... no era verdad, pero... a mí me sentó...
¿sabes? Bastante mal, ¿sabes? Y... lo que quería era irme también de esa casa (…) Y...
conocí al otro y... me metió en casa de su madre y... pues de primeras, pues sí... muy
contenta, me cogí y me fui allí… me fui allí, que no sabía ni donde me metía… (E15)

194Para un análisis más detallado de estas cuestiones véase apartado 9.2.1.3.4.


195Una diferenciación tan clara entre necesidades materiales e inmateriales responde a necesidades analíticas; en realidad, sin
embargo, la distinción entre un elemento y otro es mucho más difuminada. El hecho de no tener un lugar en el que estar
(dificultad de carácter material), por ejemplo, suele remitir a una absoluta falta de apoyo por parte de la familia, algo que suele
conllevar también profundas secuelas emocionales; análogamente, piénsese también en el hecho de que encontrarse en una
situación muy dura desde un punto de vista material (ej. sinhogarismo) difícilmente podrá no impactar en la esfera emocional.

223
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Yo, cuando ya me eché un amigo y… novio ya que se diga, porque ya llevaba tiempo con
él y me quedo… embarazada, que era el padre de mi hijo, que tiene ahora 34 años, esa
mujer, tipi tapa tipi tapa, a mí me pone en un tren con su hijo, y me lleva… y me transportó
a Salamanca. (…) Y entonces, pues… pues sí que me echó, y me decía que yo no tenía que
volver a Pamplona… esto me duele a mí contarlo. (…) Bueno después, como no quería
estar allí, me volví p’aquí, y decía ella, mi madrastra: “Ah, pues, que sepas que aquí no vas
a venir” (…) Empecé a salir con él, pues por eso, por… porque yo no tenía sitio, él tampoco
tenía sitio, nos reunimos allí, nos juntamos, y eso… y empezamos la vida esa y eso, pero…
vamos que yo no… yo no quería eso. Si yo, tengo a mi hijo el grande, y yo, puedo estar en
mi casa, yo, con el primero y ya ninguno más. Yo lo digo. Yo lo digo. (E16)

Otro elemento a destacar es que, también en este caso, al igual que en anterior, a menudo
las mujeres acaban formando pareja con personas que ni siquiera sienten atracción:

Pues no me gustó él. Porque a mí no me gustaba él. (…) yo no quería nunca a un negro.
(E16)

Como ya se ha aclarado, por otra parte, esta ausencia de atracción y deseo es una ulterior
confirmación de que, en contextos como los descritos, la decisión de formar pareja puede, a
menudo, constituir una estrategia –más o menos consciente– de huida.
En otros casos, lo que empuja a las mujeres a iniciar una relación no es algo material
sino emocional: la búsqueda de apoyo y afecto en un momento vital muy duro. Aunque la
necesidad de cariño y sostén no es ciertamente exclusiva de situaciones de exclusión social,
los itinerarios vitales que crean tal necesidad sí están claramente marcados por la situación
de exclusión.
Es éste, por ejemplo, el caso de Gabriela, una mujer que, después de años de malos
tratos, logra interrumpir la relación con su pareja pero que, en este proceso, no se ve
apoyada ni por los recursos públicos ni por la familia, hasta el punto de que termina
viviendo en la calle196. Y allí es donde conoce a su segunda pareja, que también acaba
ejerciendo violencia contra ella. Como se puede apreciar en su relato, la razón de que
empezara esta relación es precisamente la necesidad de recibir cariño en un momento vital a
todas luces durísimo.

Me quedé en la calle, me s… me daba igual todo, no sabía qué hacer... (…)


Psicológicamente, yo estaba... muy machacada, entonces como... eeh… luego mi familia,
pues como que... no me apoyó... (…) yo ya te digo que no era yo, la que era, en un
principio... Yo había cambiado mucho, mi cabeza… pues psicológicamente no estaba
bien... pero era lo único que me daba cariño... (E7)

También en el caso de Sheila el itinerario vital está claramente marcado por la situación
de exclusión: el padre es drogodependiente, ella en la infancia sufrió abusos por parte del
tío paterno, con 13 años ya consumía drogas, con 15 abandona la casa materna con 16 se
queda embarazada. A esto se añade que –a lo largo de su vida– nunca se ha visto
plenamente apoyada por parte de la familia (ni en relación con los abusos, ni con respecto a
la violencia de género que ha vivido o a la desintoxicación). Todo esto le genera una gran
necesidad de encontrar afecto “como sea”; y esa necesidad es precisamente lo que la
empuja a iniciar una relación con un hombre que termina ejerciendo violencia contra ella:

196 Para un análisis detallado de su historia, véase apartado 9.3.2.1.

224
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Acababa de volver de un centro, que me había escapado en Tarragona, yo sola, mi madre


no quería saber nada de mí… (…) Porque me llevaron… a… a un centro en Tarragona, a
un centro de desintoxicación. Y al segundo día, era… buah, me levantaban a las 6 de la
mañana a rezar… no sé qué… buah, horrible… y al segundo día le llamé a mi padre: “oye,
que voy pa’ Pamplona, venme a buscar que…” Y me fui a su casa, entonces pues estaba,
entre que me quería ir de casa de mi padre, entre pues todo lo que me había pasado de
Tarragona, no sé qué… que mi madre no me hacía ni puto caso… eeh… pues eso. Pues
bastante necesitada de cariño, un poco de… bastante. Porque mi padre me dejó quedarme
en su casa, pero como… “sí te dejo porque eres mi hija y…” ¿sabes?, “no me queda
otra…”. Un poco… un poco por… también por lavarse un poco la conciencia de… porque
se separó de mi madre y… y hasta luego muy buenas. Poco más se… se preocupó por
nosotras, por mí y por mi hermana. Entonces un poco… lavado de conciencia, ¿no? De que
bueno, pues ahora está mal, fíjate la he recogido, qué buen padre soy, ¿no? Y sí pues,
estaba baja, estaba baja… estaba baja… necesitaba cariño como sea. Como sea. Y… y lo
fui a buscar en lo menos indicado. En lo menos indicado. Buah. Madre mía… (E15)

Otros ejemplos hacen referencia a la situación de dos mujeres extranjeras que empezaron
la relación poco tiempo después de haber efectuado el proceso migratorio. En ambos casos
se aprecia cómo el desarraigo y la soledad inherentes a estos procesos –sentimientos
evidenciados por numerosos estudios anteriores (ej. Campbell et al. 2011; Montañés y
Moyano 2006; Raj y Silverman 2002)– favorecieron que las mujeres iniciasen unas
relaciones de pareja con unos varones que también acabaron ejerciendo violencia contra
ellas:

Sí, le conocí allí, me conoció en un momento también...mmh... un poco... mal porque


fueron… el momento que estaba, también la situación, aún no la había regularizado, eeh…
y, bueno... así. (E2)

Yo me metí con él, no por gusto, ni por un placer, ni por una atracción... (…) Me metí con
él por soledad. Por la soledad que vivía aquí. Esa es la verdad. (…) Porque... pues no sé,
hay mucha soledad aquí. Aunque se sale mucho, aunque se baila mucho, aquí hay mucha
soledad. Mucha. Mucha mucha mucha. Se vive mucha soledad. Yo creo que los
inmigrantes, tenemos un vacío, muy grande, y es, es eso. Sentirnos solos aquí. Aunque
estemos rodeados de gente, nos sentimos solos. Entonces yo creo que fue (…) ni por
atracción, porque a mí no me atraía físicamente... no me enamoré de él... ni por placer,
porque tampoco... había un placer... ni una pasión... nunca la hubo. No. No. Eso no existió,
ni antes, ni, ni en medio, ni después. (E11)

También en este caso, vuelve a aparecer la ausencia de atracción y enamoramiento que


ya hemos observado en dos ocasiones anteriores.
A lo largo de estos apartados hemos analizado la situación de mujeres que se ven
forzadas a iniciar una relación, sea porque huyen de la violencia que hay en su familia de
origen, sea porque buscan un lugar en el que estar o apoyo en un momento vital muy duro.
En lo que al primer caso respecta, ya se ha aclarado que la clave no está tanto en las razones
que provocan esta huida –que no son específicas de situaciones de exclusión– sino en las
estrategias para llevarla a cabo –que sí guardan una clara relación con tales procesos–.
En este caso el panorama es algo diferente, ya que tanto las carencias que las mujeres
experimentan (materiales o emocionales) como las estrategias que llevan a cabo para
solucionarlas guardan una clara relación con los procesos de exclusión. En lo que se refiere
a las carencias experimentadas, la conexión con tales procesos ya ha sido analizada más
arriba; en lo que se refiere a las estrategias, cabe evidenciar la reaparición del embarazo

225
Violencia de género en la pareja y exclusión social

(adolescente). Y, lo que es más llamativo, no se trata de un accidente, sino de algo


anhelado, buscado:

Me quedé embarazada enseguida. Entonces... decisión propia, mutua, de los dos. (…) Sí. Sí
sí, buscamos, a Jokin sí. (E13)

Lo tuve a los 17. (…) quería tenerlo. Tenía claro que quería tenerlo, y... y lo llevé súper
bien, ¡eh! Estaba yo en mi casa, buah… si lo llevo… me iba todo orgullosa por la calle con
mi carrito, con mi hijo... Sí. (…) hasta un año y medio que tenía el crío, ni salía de fiesta, ni
consumía nada… no quería más que estar en casa con mi hijo, hacer vida… tranquila. (E15)

Como ya se ha aclarado más arriba, es éste un patrón de comportamiento que resultaría


sorprendente entre adolescentes de clase media o media alta. La opción, el deseo del
embarazo siendo aún adolescentes, de hecho, es una estrategia que refleja una clara
limitación en las aspiraciones vitales, y esto está claramente relacionado con el estatus
socioeconómico. Más concretamente: el hecho de que un hijo en edad tan temprana, lejos
de ser percibido como algo que limita, sea vivido como algo que otorga un lugar en la
sociedad, implícitamente indica que las opciones vitales de estas jóvenes mujeres ya se
encontraban fuertemente limitadas de antemano por factores de tipo estructural. Y esto nos
habla de situaciones de exclusión (Elley 2011).
A lo largo de este apartado, hemos analizado una serie de elementos que condicionan la
elección de la pareja. Para ello, hemos realizado un ejercicio analítico basado en aislar los
diferentes elementos que aparecen en los relatos. La realidad, sin embargo, es mucho más
compleja y estos factores casi nunca aparecen aislados; al contrario, lo más común es que
varios elementos de riesgo se confundan, interaccionen y se retroalimenten. Es éste, por
ejemplo, el caso de Sheila que, por un lado, busca en los hombres unas cualidades que –ya
de partida– la ponen en una situación de mayor peligro; y por otro experimenta carencias
tanto materiales como emocionales que incrementan ulteriormente el riesgo. Éste, por otra
parte, es también el caso de todas aquellas mujeres que deciden formar una pareja para huir
de la violencia de género que había en la familia de origen: aquí, de hecho, la necesidad de
alejarse se suma al hecho de haber aprendido unos patrones de relación y comportamiento
que también incrementan el peligro.
Precisamente en estos casos, en los que diferentes elementos de vulnerabilidad se suman
y retroalimentan, de hecho, los ejemplos de mujeres que encadenan una relación violenta
tras otras son especialmente frecuentes. Y esto, tal y como ellas mismas relatan, no puede
ser fruto de la casualidad:

Siempre… he elegido muy mal los hombres yo. Muy mal. Porque entre uno y otro también,
entre uno y otro, estuve con uno que… que también, buah, muy mal (E15)

Defraudada conmigo misma. Sinceramente. Defraudada conmigo misma. Porque si dices:


caes una vez... caes la segunda... bueno... pero ya caer una tercera... músculo inicial siempre
repite es el mismo patrón... es lo que me dicen. Tú siempre repites el patrón. (E4)

10.2.1.3.3 Un condicionamiento explícito por parte de los progenitores


Finalmente, también cabe destacar un caso –seguramente extremo, seguramente poco
frecuente, pero no por ello menos real– donde el condicionamiento alcanza su nivel

226
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

máximo. Nos referimos a la experiencia de Maribel que, a los 14 años, es obligada a


casarse, en contra de su voluntad, con un hombre de 20:

Pues, a ver… mi madre, era prima de una. Y dijeron: "bah, como son primos, y tal, y son
familia, y era como buena casa… pues bueno… yo no lo conocía. Yo no lo había visto
nunca en mi vida. Nunca en mi vida lo había visto. Se contestaron las madres, y las madres
lo hicieron todo. (…) Sin conocernos, cariño. Sí sí sí sí. Sin conocernos. Él, vino a casa,
dijo: "bueno, pues ésta es pa´ ti y éste es pa´ tì. Venga, ¿cuándo le sacamos el pañuelo y
hacemos la boda? Pues venga, pues venga". Lo decidieron ellas. Cómo es pa´ buena casa, y
es familia, antes que se la lleve cualquier otro que no sea, familia, pues mejor pa´ la familia.
Es lo que pensaban. Pero el… bueno, el peor día de mi vida, fue. (…) yo me quería morir.
Morir me quería. Cuando me metí a la cama con él, y me dijeron… y me sacaron todo… y
en mi boda… toda la boda entera llorando estaba. Me preguntaban mis tías, me
preguntaban todas: "¿por qué lloras, cariño?" Y yo: "porque no me quiero casar”. Y todas:
"pero, cariño, si tienes que estar contenta" "¿contenta?" Decía: "¿contenta? Pero pero pero,
¿de qué? ¿Qué es esto?" Se me cayó el mundo, el… es que… es que no. Es que, vamos, lo
pasé fatal, fatal. (E10)

Los malos tratos empiezan ya en la primera noche de bodas, cuando la joven es violada
por su marido y, como consecuencia de ello, tiene una hemorragia interna que obliga a éste
y su familia a llevarla al hospital197

Nada, en el momento en que se me puso encima, pfff... a poco me da algo. A poco me da


algo. Me fui en sangre, ¡eh! Los médicos lo querían denunciar, ¡eh! Me tuvieron que llevar
a San Sebastián, ¡eh! Que me iba en sangre, cariño. Me embozaron con una sábana, eso la
primera noche que me desvirgó él, ¡eh! Lo pasé muy mal. Muy mal. Los médicos, lo
querían denunciar. (…) Que no sé lo que me hizo por dentro, pero me iba en sangre. (E10)

En este caso, a diferencia que en los anteriores, si queremos comprender las dinámicas
que llevan a la concertación de la boda no debemos focalizar la atención en la chica, que fue
una simple víctima de los acontecimientos, sino en los padres de ella, ya que son éstos
quienes deciden cuándo y cómo casarla, y quiénes además resuelven hacerlo aunque sea en
contra de su voluntad. La pregunta que debemos ponernos, entonces, es: ¿qué les llevó a
obligarla a casarse, siendo tan joven, y además yendo en contra de su voluntad? Como viene
siendo habitual en ciencias sociales, la respuesta no está en un único factor, sino en la
conjunción de varios elementos. El primero de ellos es la situación de exclusión social
extrema en la que esta familia se encontraba. Esto se puede apreciar, ante todo, por las
condiciones en las que vivían:

Los 14 en casa. En un piso, que tenía, tres habitaciones, na´ más, y la cocina y un baño. No
había más. Allí nos echábamos todos. Todos revolcaos, unos con los pies, otros con los
suelos, como podíamos. (E10)

El hecho de que Bienestar Social acabara retirando a ocho de los 14 hijos e hijas de este
matrimonio, por otra parte, supone una ulterior confirmación de las dificultades por las que
esta familia estaba pasando:

197En este caso, los médicos no llegan interponer denuncia, y eso que se trataba de una chica menor de edad con hemorragias
internas fruto de una violación brutal. Avanzamos la hipótesis de que esta negligencia guarda relación con el hecho de que se
trataba de una chica de etnia gitana, lo cual indicaría que la actuación institucional puede llegar a estar marcadas por prejuicios
y racismo. Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 9.3.3.1.1.

227
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Las asistentas le quitaron ocho de golpe a mi mamá, ¡eh! Ocho hijos de golpe se llevaron a
Pamplona a… y se han criado en Pamplona, con otros padres… (E10)

En una situación como la que se ha descrito, casar a las hijas en cuanto llegan a la
pubertad es una manera de librarse de la carga que éstas representan, tal y como ella misma
relata:

14 semos. Semos siete chicas y siete chicos. Entonces, tú me dirás. Mi madre, cada año
tenía uno, y no lo criaba ella, lo criábamos, nosotras. Y, pa´ los cinco añicos, ya nos ponía
en un taburete, que no llegábamos a la fregadera, a fregar. Entonces no nos mandaba a la
escuela. Y de allí, en cuanto que te hacías un poco moza, que te salían un poquico las tetas,
y un poquico... a casadas. Pa´ quitarte… yo pienso que era pa´ quitárselas de encima.
Porque es que vamos, éramos muchas. (E10) 47

La situación de exclusión social en la que la familia de Maribel se hallaba constituye sin


duda un factor determinante en la decisión de casar a la hija adolescente y de hacerlo en
contra de su voluntad. Esta decisión, sin embargo, no se puede entender en su totalidad si no
se tiene en cuenta también otro elemento: la presencia de valores patriarcales muy
arraigados, que facilitan que, en contextos de necesidad, tomar decisiones sobre el cuerpo y
la vida de las mujeres se convierta en algo aceptable. Es la propia Maribel, de hecho, quién
subraya el arraigo que el patriarcado tiene tanto en su familia como en la comunidad gitana
en general:

Decían, que una mujer, que no podía ponerse al nivel del hombre. (…) la mujer, a callar. La
mujer, a callar (…) La mayoría de la gente pensaba eso (…) Ahora, que ahora se está
mejorando, y ves parejas, mejor, que va evoluciando, no sé cómo decirte... pero... es difícil.
(E10)

Para terminar, queremos destacar que, aunque estos dos elementos –situación de
exclusión extrema y valores patriarcales muy enraizados– han sido presentados como
netamente separados, la realidad es mucho más compleja: tal y como se ha subrayado en el
capítulo 5, de hecho, numerosas investigaciones demuestran que existe una correlación
entre clase social y adhesión a valores patriarcales (ej. Kiss et al. 2012; Smith 1990;
Uthman, Moradi y Lawoko 2009).

10.2.1.3.4 Los elementos que “fuerzan” a las mujeres a iniciar una relación, ¿cómo
influyen en el proceso de selección de pareja?
A lo largo de los anteriores apartados se han enumerado una serie de elementos que
empujan a las mujeres a iniciar una relación de pareja. Para comprender de qué manera esto
incrementa el riesgo de enfrentar violencia de género, ante todo cabe recordar que si los
primeros dos factores nombrados –homogamia y modelos de masculinidad– influían de
forma directa en quién se elige como pareja, éstos actúan diversamente: no inciden
directamente en quién se escoge, sino que lo hacen de forma indirecta, condicionando el
cómo se efectúa esta elección. Más concretamente, el hecho de necesitar una pareja “como
sea” (E15) empuja a las mujeres a elegirla: en edad muy temprana; con urgencia; y además
ignorando señales de peligro a veces muy evidentes.
En primer lugar, entonces, el hecho de verse forzadas a iniciar una relación empuja a las
mujeres a formar una pareja muy pronto, siendo apenas adolescentes:

228
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

El primero, pues, empecé con su padre, cuando tenía 15 años o así (…) me fui de casa con
16 años (…) Me fui a su casa, a casa de su madre, y de allí... antes de que me quedara
embarazada y todo nos cogemos un piso y... y luego, pues me quedé embarazada. (E15)

Yo me quedé embarazada a los 16, y tuve mi hija a los 17, a los 17 años. (E4)

El hecho de tomar una decisión tan importante siendo tan joven significa tener que
hacerlo sin estar preparada para ello, sin haber podido adquirir las herramientas necesarias
para efectuar una decisión ponderada:

A las mujeres nos va la caña muchas veces y... y eso, claro, cuando tienes 19 años no te
fijas mucho tampoco... (E13)

Asimismo, el hecho de que –por factores externos– las mujeres se vean forzadas a
formar una pareja también favorece que la relación sentimental se desarrolle con gran
rapidez. Esto, en primer lugar, se puede apreciar en el hecho de que algunas mujeres llegan
incluso a establecer relaciones de convivencia con hombres que han conocido pocos días
antes:

Porque además… bueno yo… no es que… empiece con los chicos “somos amigos”
¿sabes?, y se va haciendo una relación… no. Yo empiezo en segundo día, que es mi novio,
¿me entiendes? (…) con éste yo vivía sola, y él directamente se vino a vivir a mi casa.(…)
Nada, a los 3 días. A los 3 días. Vivía él con su hermana, y me dijo: “es que mi hermana me
ha dicho que… que a ver cuántos días voy a dormir aquí…”. Pues, me las tiró para ver lo
que le decía. Y yo le dije -pues estaba sola en mi casa- “pues quédate”, le dije, “pues
quédate”. Me cago en diez, quédate… ya puedo ser más… más… selectiva, y más
tranquila, porque… (E15)

En segundo lugar, la urgencia a la que nos referíamos también se refleja en el hecho de


que –a menudo– las mujeres acaban quedándose embarazadas a los pocos meses de haber
iniciado la relación:

Enseguida me quedé yo embarazada. (…) Enseguida, no llegó ni al mes. Me quedé


enseguida. (E16)

Me quedé embarazada con 17 años, nada, al poco tiempo de conocernos, ¡eh! Y, con 18,
tuve a mi hija y… y nos casamos, o sea, a los pocos meses. (E5)

Empecé la relación con él 19 años, pero yo tuve mi hijo con... 20 años recién cumplidos
prácticamente. (E13)

Si iniciar una relación de convivencia con un hombre que se acaba de conocer significa
exponerse a una situación de gran peligro, tener una criatura tan pronto representa un
verdadero salto al vacío sin paracaídas: no solamente hace que sea más difícil, para la
mujer, poner fin a la relación, sino que –en relación con esto– también incrementa de forma
muy clara su indefensión198. Todo esto influye en las dinámicas de la relación y pone a las
mujeres en una situación especialmente peligrosa.
Finalmente, la necesidad de encontrar a una pareja no solamente empuja a las mujeres a
iniciar relaciones sentimentales con gran rapidez, sino que –en relación con esto– también

198 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 9.2.2.3.3.

229
Violencia de género en la pareja y exclusión social

las induce a ignorar señales de alarma bastante evidentes (cuando no verdaderas conductas
violentas). Elena, por ejemplo, relata:

Empezamos a salir, como pareja y tal, y... pues nada… ehm, él, según sus creencias, ¿no?
Mhm... no le gustaba mi… mi… mis amistades que yo tenía antes, con lo cual, dejé de
tener las amistades que yo tenía antes de conocerle a él, pues no le gustaban, pues nada.
(E5)

Análogamente, Blanca, al preguntarle si, en los primeros tiempos de la relación, su


pareja había llegado a ejercerle violencia, contesta:

Una vez hubo una situación, en la que él me… pero era como… bueno… no lo vi, así como
tan… tanto como… como cuando ya lo hizo, constantemente. (E2)

Lo que más nos interesa, sin embargo, no es tanto la existencia de estas señales, sino el
hecho de que –por lo menos en algunos casos– las mujeres las reconocen y, pese a ello, no
toman medidas, no actúan en consecuencia. Tal y como admite Sheila: “claro que se ven
señales, claro que se ven… pero… no sé…” (E15).
Por un lado, el hecho de ignorar estas señales de peligro puede estar relacionado con
determinados modelos de masculinidad, con una mayor adhesión a valores patriarcales, o –
más genéricamente– ser un producto del sistema de sexo/género. Por otro lado, sin
embargo, el hecho de verse forzadas –por la razón que sea– a encontrar una pareja
seguramente contribuye a que las mujeres terminen –consciente o inconscientemente– por
ignorar la existencia de señales de alarma. Se trata, en suma, de una necesidad que las
vulnerabiliza.
Resumiendo, cuando hay necesidad de encontrar a una pareja –porque es la única
estrategia que se ha podido desarrollar para huir de casa, o para encontrar un lugar acogedor
en el que estar, o para hallar el apoyo y el cariño que, en la familia de origen, no se tiene– la
capacidad de elección disminuye. Hay que encontrar a un hombre rápidamente y, por lo
tanto, efectuar una selección minuciosa queda descartado. Sheila lo explica de forma muy
clara por medio de un paralelismo con la búsqueda de un vestido:

Que es lo que me decía mi tutora. Dice: “es que si yo tengo una boda… tengo una boda en
mayo, y tengo que comprarme un vestido, porque desnuda no voy a ir, claro. Pues yo voy a
las tiendas, y el que más me guste… ¿me entiendes? Me tendré que comprar. Pero tendré
que elegir de los que hay. De los que hay en ese momento. No puedo pues… yo quiero un
vestido rojo… jo, yo encuentro uno que tiene rojo, verde, azul… bueno, pues como es lo
más parecido a lo que yo quería, ¿no?, pues me lo compro. Igual otro día, que no tengo
boda, ni tengo nada, voy pasando por Pamplona, voy mirando escaparates, y digo: “¡joder!
El vestido rojo que quería…”, ¿sabes? Y… a mí el problema que eso, que siempre los he
buscado, no he sabido estar sola, no he sabido… y siempre he ido buscándolo, y… y mal. Y
así mal. Mal. Mal. Cuando tenga que llegar, ya llegará… y que llegue bien, y… y ya está. Y
se acabó. (E15)

Hasta ahora hemos analizado una serie de factores que hacen referencia a la situación de
las mujeres. Una pareja, sin embargo, está conformada por dos personas y esto implica que
no podemos simplemente ignorar qué sucede en el caso de los hombres. De hecho, si bien
es cierto que un análisis detallado de estas cuestiones va más allá de los objetivos de la
presente investigación, es, sin embargo, oportuno efectuar algunas consideraciones de
carácter general. En este sentido, entonces, nuestra hipótesis es que el hecho de que las

230
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

mujeres se encuentren en una situación de necesidad favorece el acercamiento de un tipo de


hombres muy concreto. Nos referimos, en primer lugar, a varones que se sienten atraídos
por mujeres especialmente vulnerables e indefensas, es decir, hombres que buscan
maximizar el gap de género existente. Y si –a nivel tanto macro como micro– un mayor
nivel de desigualdades de género es un claro factor de riesgo de violencia de género
(Jewkes 2002; Jewkes et al. 2002; Levinson 1989), podemos suponer que también aquí se
repetirá el mismo esquema.
En segundo lugar, nos referimos a aquellos hombres que –al igual que las mujeres–
también quieren alejarse de su familia de origen, también han vivido situaciones difíciles,
han experimentado y observado violencia, etc. Éste es, por ejemplo, el caso de la pareja de
Elena:

Bueno… pues… a ver… eeh… él, en su casa, estaba… bueno pues… no vivía, tampoco
bien, porque, con su madre… pues… también era, bastante, conflictiva, y... le machacaba
mucho… ehm… se quería… quería que nos fuésemos, que nos casásemos, que nos
fuésemos a vivir juntos. (E5)

La situación de origen parece, en suma, similar a la descrita en el caso de las mujeres. En


lo que respecta a los varones, sin embargo, los traumas y las dificultades –al ser elaborados
desde la conciencia de la superioridad de género– son vividos de forma profundamente
diferente que en el caso de ellas, y pueden acabar facilitando el recurso a la violencia.
Para terminar, cabe recordar que, a lo largo de estos apartados, hemos analizado cómo el
hecho de que una mujer se encuentre en una situación de indefensión y necesidad influye en
el proceso de selección de la pareja. Estos elementos, sin embargo, no dejan de desplegar
sus efectos en cuanto la pareja se ha constituido, sino que siguen actuando y acaban
incidiendo también en las dinámicas de esta relación y en la emersión/intensificación de la
violencia de género dentro de la misma. Éste, de todas formas, es un tema que no compete
analizar aquí, sino en los próximos apartados, donde se estudian los elementos que facilitan
la aparición e intensificación del maltrato dentro de una relación199.

199 Más concretamente, nos referimos a los apartados 9.2.2 y 11.2.2.

231
Violencia de género en la pareja y exclusión social

10.2.2 Factores que facilitan la aparición de violencia de género en una


pareja ya constituida
En los apartados anteriores hemos observado de qué manera una serie de elementos –
relacionados con procesos de exclusión social– inciden en las dinámicas de selección de la
pareja; en éste nos acercamos al fenómeno que nos ocupa desde otro ángulo y centramos la
mirada en los factores –siempre relacionados con situaciones de exclusión– que facilitan la
aparición de violencia de género en una pareja ya constituida.
Más en detalle, los testimonios de las mujeres supervivientes indican que, en contextos
de exclusión social, se puede apreciar: una fuerte adhesión a modelos de género muy
tradicionales; un entorno que no censura el recurso a la violencia de género; varios
elementos que incrementan la indefensión de las mujeres; factores estresores externos;
aparición de conflictos en parejas donde el varón siempre había presentado una marcada
tendencia a la agresividad (aunque no siempre dirigida contra la mujer); y, finalmente,
abuso de alcohol u otras drogas por parte de los varones. Y todos estos factores, como
veremos, pueden facilitar el desencadenarse de procesos de violencia de género.

10.2.2.1 Una fuerte adhesión a modelos de género muy tradicionales


En primer lugar entonces, los relatos de las mujeres entrevistadas evidencian que las
situaciones de exclusión pueden asociarse con una fuerte adhesión a modelos de género
muy tradicionales, algo que también se aprecia en investigaciones anteriores (ej. Elley 2011
Uthman, Moradi y Lawoko 2009). Esto se manifiesta, ante todo, en una completa
aceptación de la división sexual del trabajo, que asigna a los hombres el trabajo productivo
y a las mujeres el trabajo reproductivo y de cuidados:

Cuando, le conocí, él me lo pintó muy bonito. Mmh… nos vamos a vivir a una casa, no
vamos a vivir en un piso, pueden los niños saltar correr jugar. Y como me lo pintó, pues yo
decía pues... paraíso ¿no? Una casa, vivir solos, juntos, eeh… "yo trabajaré, estarás con los
críos"… (E2)

He trabajado (…) pues… simplemente, para ayudarle un poco a él, y acarrearme mis
gastos, pues si me apetecía un chandal, o una crema, unas pinturas de lab... lo típico que
hacen las chicas, ¿no?, pues… pues eso… pero para no acorrearle a él, gastos. Y entonces,
pues él contento, y yo también. (E8)

Otro elemento que permite vislumbrar la existencia de valores y actitudes fuertemente


patriarcales es la manera en que algunas mujeres viven la relación de pareja y el amor. En
las palabras de Manuela, por ejemplo, se detecta la vivencia de un amor romántico muy
estereotipado, donde la entrega femenina es total y el espíritu de sacrificio un componente
esencial:

Es que yo cuando, doy, doy todo. Yo cuando, una pareja doy todo. Y espero que la… que
me lo retribuyen lo mismo. Y no es así. (…) Es que yo doy todo, yo sí puedo dar una pierna
do… daría una pierna, es que doy todo. (E4)

Especialmente significativo, por otra parte, es el relato de Maribel. En él, de hecho, el


simple hecho de obligar a la pareja masculina a realizar su parte de los trabajos domésticos
se interpreta como violencia psicológica ejercida por la mujer contra el hombre:

232
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Ahora la mala soy yo también, ¡eh! Yo le estoy haciendo sufrir mucho a él, ¡eh! Sin falta de
pegarle, ¡eh! Porque las mujeres somos muy malas si queremos, ¡eh! Machacamos al
hombre mucho, ¡eh! Es verdad. No con palizas, ni con hostias, no hace falta. Les haces
daño, como digo yo, psicológicamente. Sin falta de pegarles. No hace falta. Y yo soy una
de ellas. Pero me he vuelto muy mala porque he sufrido mucho, y cuando a mí me da la
gana, bueno no lo atiendo como lo tengo que atender. Lo tengo como un pe… como un
perro en casa. Lo pongo a limpiar, lo pongo a recoger (…) Le pongo el delantal, él me hace
la comida, él me limpia, él me... muchas veces abuso yo, ¡eh! Las cosas como s… que se
joda, digo (lo dice con voz alegre). Así de claro. Bastante he sufrido yo, ahora que se joda
él (aquí su voz es más seria, entristecida). Ahora que es viejo, y puedo con él, pues hago lo
que me da la gana con él. ¿No te parece? ¡Claro! (E10)

Esto significa que, en el caso descrito, las desigualdades de género están tan
interiorizadas y aceptadas que cualquier acercamiento a la igualdad se interpreta como
privilegio.
El relato más impactante, finalmente, es el de Gabriela que, aunque sea de forma
indirecta, llega hasta el punto de justificar el recurso a la violencia de género en todos
aquellos casos en los que las mujeres no cumplen con sus supuestas obligaciones
relacionadas con el cuidado del hogar. Hablando de su ex pareja, de hecho, esta mujer
afirma: “no me tienes porque pegar, tienes la casa hecha, y la comida... no me tienes que
pegar...” (E7).
Los relatos de las mujeres supervivientes, en suma, sugieren que, en situaciones de
exclusión social, la adhesión a valores y actitudes patriarcales es especialmente elevada.
Evidentemente, la presencia de tales valores y actitudes no es algo exclusivo de situaciones
de exclusión, sino algo estructural y, como tal, presente en mujeres de toda clase, etnia, etc.
Tal y como nos recuerdan los estudios sobre interseccionalidad, sin embargo, la estructura
de género no se da en el vacío, sino en interrelación con otras desigualdades de muy diverso
tipo, lo cual conlleva que el género no afecte a todas las mujeres de la misma manera
(Collins 1990/2000; Warner y Shields 2013). Aplicada a nuestro caso concreto, esta
reflexión implica que el estatus socioeconómico puede guardar relación tanto con la
intensidad de tales desigualdades como con la manera en la que éstas se manifiestan. En lo
que a la intensidad respecta, de hecho, los relatos de las mujeres supervivientes sugieren
que, en situaciones de exclusión, la adhesión a modelos de género tradicionales es
especialmente intensa. Nuestro resultados, por otra parte, se ven respaldados por los
hallazgos de investigaciones anteriores, tanto cuantitativas (ej. Kiss et al. 2012; Smith 1990;
Uthman, Moradi y Lawoko 2009) como cualitativas (ej. Elley 2011), que muestran que
tener una visión muy tradicional de los roles de género guarda relación con el estatus
socioeconómico. Si además se considera que, tal como se ha aclarado en el marco teórico,
esta adhesión a unos modelos de género muy tradicionales es un factor de riesgo de
violencia de género (Villavicencio 1993), se comprende la relevancia de los resultados
obtenidos. En lo que respecta a la manera en la que estas desigualdades se manifiestan, por
otra parte, cabe destacar que los elementos detectados, sin ser específicos de exclusión,
resultan aquí más evidentes y estereotipados, más histriónicos y menos “sutiles”. Se repite,
en suma, un fenómeno análogo el detectado en el caso de los modelos de masculinidad.
Cuando hablamos de una visión tradicional de los roles de género, sin embargo, no
debemos imaginarnos un panorama libre de fisuras o contradicciones. Al analizar el relato
de las mujeres supervivientes, de hecho, no detectamos una mera reproducción de valores,

233
Violencia de género en la pareja y exclusión social

comportamientos y actitudes propios de generaciones anteriores, sino un panorama más


complejo y confuso, donde tradición y modernidad se funden y se confunden, en una danza
que nos recuerda el análisis de McRobbie (2007/2010, p.119) acerca de la “mascarada
postfeminista” y la “chica fálica”. Coexiste, en suma, cierta adhesión a modelos
tradicionales pero con elementos nuevos, lo cual conlleva tensión. Es éste, por ejemplo, el
caso de Cristina que, por un lado, asume actitudes tradicionalmente exclusivas de los
hombres, alejándose así la feminidad más tradicional y clásica; y, por otro lado, considera
que esto es suficiente para que los dos miembros de la pareja se sitúen en un plano de
igualdad, permitiendo así el mantenimiento del statu quo.

Él sí que era celoso. Al principio sí era celoso. Y pero yo lo bajaba mucho del carro. Es
decir, era celoso, yo también era celosa. Pero... no…no… ciertas actitudes no me gustaban,
y las cortaba y, no se volvían a repetir. Es decir, que no era una persona "que tú eres mía",
no sé... es... éramos los dos un poco de los dos, ¿no?, un poco... digamos... éramos muy
similares, ya te digo, desde el principio conectamos por eso, porque éramos muy iguales.
(E13)

Este espejismo de igualdad, sin embargo, desaparece con el nacimiento de las criaturas,
cuando –tal y como cabía esperar– las desigualdades de género subyacentes vuelven a
aparecer con toda su fuerza, abriendo así el camino a procesos de violencia de género.

10.2.2.2 Un entorno que no censura el recurso a la violencia de género


Otro elemento que favorece que la violencia se desencadene es el hecho de que, en
contextos de exclusión, el entorno se muestra especialmente comprensivo con el recurso a
la misma, realidad que se puede apreciar a partir de varios elementos. El primero de ellos es
el hecho de que, en tales contextos sociales, la violencia de género –incluida la más
evidente y brutal– no se da únicamente en el espacio privado sino también delante de otras
personas, tanto miembros de la familia como amistades:

Estaba yo embarazada y todo, y uno de los días, no aguantaba más, no aguantaba más,
porque se iba, venía, y… paliza y… y otra, y otra, y otra, vivía su sobrino en frente, le daba
igual, delante de su sobrino, de su novia, de… es que le daba igual, hasta delante de sus
hermanas, delante de… que le daba igual. (E15)

Él nos pegaba, hasta delante de sus compañeros. (E16)

Esto significa que los hombres no necesitan ocultar la violencia que ejercen, lo cual, por
otra parte, implica que no temen la reprobación de su entorno, que no hay riesgo de sanción
social.
En situaciones de integración, por el contrario, la violencia es más oculta, sea porque él,
cuando está delante de otras personas, mantiene una actitud impecable:

Delante de la gente, parece un santo. Es un santo. Delante de la gente, habla muy suave... es
muy educado... es que no, nadie diría, nadie diría... o sea, nadie diría... (E9)

Sea porque, sin ser tan hábil en el ocultamiento, cuando se halla en presencia de otras
personas se esfuerza, sin embargo, por disimular la violencia que ejerce:

234
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

No me pegaba, delante de la gente, pero sí que delante de la gente, me miraba como


diciendo “cállate, eres tonta, ¿por qué habrás abierto la boca?”, ¿entiendes? Para que yo me
sintiera… fatal. (E1)

Lo que nos interesa, en este caso, es evidenciar que, aunque la violencia no se


interrumpe, el simple hecho de que deba disimularse indica que hay un miedo a la
reprobación del entorno, y esto puede actuar como elemento disuasorio. Tal y como ya se
ha aclarado en el marco teórico, de hecho, la probabilidad de que una experiencia de
aversión se traduzca en agresión es mayor cuando tenemos la impresión de que hacerlo es
seguro y ventajoso (Bandura 1979). Aplicado a nuestro caso, entonces, esto significa que la
presencia de un entorno comprensivo con el recurso a la violencia de género facilita que
ésta se utilice.
El hecho de que el entorno no censure el recurso a la violencia de género, por otra parte,
se evidencia con claridad aún mayor en el hecho de que esta falta de reprobación no se
detecta únicamente en la familia y las amistades del varón, sino también en la familia de la
mujer:

Mi hermano (…) cuando me separé de él, me dijo que... que yo tenía la culpa. También, sí.
Y me dijo que... de hecho, tiene trato con él todavía (…) y la casa de mi hermano está
abierta para él (…) Ponerle la denuncia, y divorciarme, y ya el otro llamándome, que cómo
le he podido hacer eso... que le he tirado la vida abajo... que le he amargado la vida... (E13)

No me entraba en la cabeza que mi familia me dejeran de lao... dejaran de lao... le dio la...
la razón a él (…) Que él era muy majo, que era muy bueno, que... (E7)

El hecho de que incluso la familia de la mujer –es decir, las personas que deberían
respaldarla más allá de toda duda– defienda al maltratador es un indicador especialmente
claro de hasta qué punto el entorno puede llegar a ser comprensivo con el recurso a la
violencia. Si además consideramos que, en ambos casos, se trata de situaciones de violencia
muy intensa –que, en un caso, incluye incluso un intento de asesinato– podemos formarnos
una idea de hasta qué punto llega la ausencia de reprobación social. Y esto, como ya se ha
aclarado, supone un debilitamiento de las barreras que dificultan el recurso a la violencia.
Los testimonios de las mujeres en situación de integración, por el contrario, en ningún
caso muestran indicios de que su propia familia las culpe de la violencia sufrida. Muy al
contrario, ésta suele ser una fuente de apoyo:

Mira, el día que me fui de casa (…) mi familia me dijo “sí sí, ya te dijimos en su día que era
un cabrón”. (E1)

Finalmente, cabe destacar que, en algunos casos, la familia del varón –in primis las
madres– no se limita a no reprobar la violencia que éste ejerce, sino que llega a incluso a
incitarla y hasta ejercerla en primera persona. Esto es algo que, en los testimonios de las
mujeres supervivientes, aparece con alarmante frecuencia:

Vivía con las… padres de él, que eran peor que él, pff, muy mala... horrible. A mí me
trataban como una... cucaracha... se puede decir. (…) un mes, llevaba de casada. Y me dio,
una paliza tremenda, se me llevó, media mata de pelo... (…) Subió la madre, le vio que me
pegaba, y aún cómo "que dale, dale", decía, ¿no? (E7)

235
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Su madre, es otra maltratadora... le decía a él que me pegase (llora). (…) su madre, era
muy... para mí muy mala muy mala, o sea, muy mala. Para mí ha sido muy (remarca con la
voz) mala. (E5)

A él le… una vez, a los ocho meses de estar embarazada de mis… de mi hijo pequeño me
dio una golpiza, que me… me abrió el labio por dentro, y... (…) y yo me bajé sin dinero
corriendo, porque me escapé de la casa, salí corriendo de casa, entonces, al bajar la cuesta,
pues estaba la guardia civil, y les pedí por favor que me dejaran llamar… llamar por
teléfono, porque no tenía dinero. Cuando ellos me preguntaron qué que me había pasado yo
les dije que me había caído de la… de la escalera. Ellos, se quedaron callados, pero lo que
hicieron fue llamar al centro de salud para que el centro de salud me viera (…) y el centro
de salud me dijo "esto no es de una caída, esto, tu pareja te ha golpeado". Y les decía yo
que no (…) al tiempo, o sea, a los meses siguientes, llegó una… una denuncia a… a la casa
de… de su madre, estábamos allí los dos, cuando (llora) le llegó la denuncia, por malos
tratos, del juzgado. Teníamos que presentarnos el día 16 diciembre del 2003, nos
presentamos. Su madre antes de irme, me dijo, que si yo no le quitaba la denuncia a él, y si
a él lo metían a la cárcel, que yo me iba a ir en patera a mi ciudad... Eso me dijo, "si no le
quita la denuncia a mi hijo, te mando en patera pa’… (llora). Yo fui, nos pusieron a los dos
en el… en el juzgado, a hablar, a mí me preguntaron que qué era lo que había pasado, y
yo... le mentí. (E2)

En los casos ahora señalados la complicidad del entorno es total, y esto evidentemente
facilita enormemente el recurso a la violencia. En situaciones de integración, por el
contrario, en ningún caso hay evidencia de que la familia del hombre supiera que éste
ejercía violencia sobre la mujer y, menos aún, de que la respaldase.
Podría objetarse que, en todos los casos descritos, la violencia ya había tenido lugar: esto
implicaría que la actitud del entorno podría haber favorecido únicamente su intensificación
(pero no su aparición). Desde aquí, sin embargo, hipotetizamos que esta ausencia de
reprobación –aunque se detecta más fácilmente cuando la violencia ya ha alcanzado cierta
intensidad– podría haber estado presente desde el primer momento, cuando los actos de
dominación y agresión eran más sutiles, y que precisamente esto podría haber favorecido
que la violencia se perpetuara, volviéndose paulatinamente más evidente e intensa (y visible
para nosotras). A esto se añade que esta ausencia de reprobación social podría asimismo ser
algo que el varón ha ido observando e interiorizando a lo largo de toda su vida (en la familia
de origen, en su entorno más inmediato, etc.), y esto también es algo que podría haber
facilitado que acabara recurriendo a la violencia.
Llegadas a este punto, podríamos preguntarnos por qué en situaciones de exclusión el
entorno es más comprensivo con el recurso a la violencia de género. Seguramente, varios
factores pueden estar contribuyendo a ello: desde valores y actitudes más intensamente
patriarcales (Kiss et al. 2012; Smith 1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009) hasta una
mayor normalización de la violencia como método legítimo de resolución de conflictos
(Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012). Nuestro objetivo, sin embargo, no es establecer por
qué razón el entorno es más comprensivo con el recurso a la violencia sino aclarar que
efectivamente lo es y que esto favorece que haya malos tratos. Estando así las cosas, por
otra parte, parece necesario extender también a estos contextos el trabajo de sensibilización
y concienciación de las familias que algunas autoras ya recomendaban para el caso
específico de mujeres migradas (ej. Albertín 2009).
Recapitulando, el análisis realizado permite concluir que, en situaciones de exclusión, el
entorno suele ser más comprensivo con el recurso a la violencia. Como consecuencia, se
crea una situación que –por paralelismo con la noción de indefensión aprendida de
236
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Seligman (1975) y Walker (1984) – hemos llamado de impunidad aprendida. Y la hemos


llamado así porque el hecho de que el entorno no censure la violencia significa, en la
práctica, que el recurso a misma permanece impune, no es castigado. Y esta impunidad
favorece el recurso a la violencia. A primera vista podría parecer que este concepto se limita
a replicar –aunque sea con otro nombre– la noción de consecuencias anticipadas de Bandura
(1979). Este autor, sin embargo, nos habla de agresiones, actos completos en sí mismos y en
los cuales un episodio puede ser claramente diferenciado de otro. En el caso de la violencia
de género, sin embargo, la realidad es completamente diferente: esta violencia, de hecho, no
puede ser entendida como una simple suma de episodios violentos, sino que conforma un
proceso. Aplicado a las nociones que nos ocupan, esto significa que, si Bandura (1979) hace
referencia a expectativas puntuales, nosotras hacemos referencia a un aprendizaje que se
prolonga en el tiempo, a una impunidad que se aprende poco a poco. Cada acto violento que
no recibe sanción, en suma, permite incrementar un poco más la intensidad de esta
violencia, en una espiral que no termina si no cesa la impunidad que la permite.

10.2.2.3 Diferentes elementos que incrementan la indefensión de las mujeres


En tercer lugar, el desencadenarse de procesos de violencia de género también se ve
facilitado por la presencia de elementos que incrementan la indefensión de la mujer. Entre
ellos, destacamos el hecho de: no tener apoyos; tener origen extranjero; o haberse quedado
embarazada en los primerísimos tiempos de la relación. Tal y como veremos, se trata, en
todo caso, de factores relacionados con procesos de exclusión social.

10.2.2.3.1 Ausencia de apoyos


Como ya se ha apuntado, entonces, uno de los factores que más acrecientan la
indefensión de las mujeres es el hecho de carecer de apoyos –tanto por parte de la familia
como por parte de las amistades–.
En lo que respecta a la familia, cabe diferenciar entre mujeres que no tienen parientes
que puedan apoyarlas y otras que, aún teniéndolos, no reciben, sin embargo, ningún sostén
de su parte. La primera, como evidencian Cubells, Calsamiglia y Albertín (2010), es una
situación especialmente frecuente entre mujeres que han efectuado un proceso migratorio.
Es éste, por ejemplo, el caso de Blanca, que declara: “yo no tengo familia aquí… yo sólo
tengo mis tres hijos…” (E2).
La segunda es quizás más típica de mujeres autóctonas. Es éste, por ejemplo, el caso de
Concepción, que sí tiene familiares cerca, pero no mantiene con ellos buenas relaciones ni
recibe apoyo alguno de su parte:

Y se casó con esta mujer (…) y yo no me acostumbraba a ella (…) yo con ella no me he
acostumbrado nunca (…) cuando me quedé embarazada (…) esa mujer, tipi tapa tipi tapa, a
mí me pone en un tren con su hijo, y me lleva… y me transportó a Salamanca. Sí sí (…)
Porque ella decía que yo no tenía que ver al padre de mi hijo y eso (…) cada vez que iba a
la casa, a preguntar por mí al hijo, la madrastra le decía que no sabía nada, y sabía un
montón, y que quería saber de nosotros y eso (…) mi hermanastro, la nuera y la otra. Han
querido siempre… han hecho mi vida imposible siempre (…) Me hizo mu… una vida muy
imposible, yo, entre mi madrastra, lo de alrededor… (E16)

237
Violencia de género en la pareja y exclusión social

En lo que respecta a las amistades, por otra parte, cabe por ejemplo evidenciar la
situación de Gabriela, que relata:

No he tenido nunca. No m´ han dejao nunca tener amistades (…) Sola… sola. No he tenido
(…) Ni tengo ahora tampoco… no tengo amigas… (E7)

En cualquier caso, lo que nos interesa destacar es que el hecho de carecer de apoyos –
sobre todo por parte de la familia, pero también por parte de las amistades–, si por un lado
es un factor de exclusión (Pérez y Laparra 2007), por otro es un elemento de riesgo de
violencia de género: limita la capacidad de las mujeres de hacer frente a la violencia y, de
esta manera, las sitúa en una situación de indefensión especialmente elevada. Manuela, por
ejemplo, relata cómo el hecho de hallarse sola, de no tener apoyos ni recursos propios
incide en todas las dinámicas de la relación, incrementa la desigualdad y pone a la mujer en
una situación en la que obedecer a la pareja masculina es la única opción viable:

Lo que me pasaba, es que yo, entretanto estaba en su casa, yo me salí de mi casa y me fui a
su casa a vivir con mis hijos, y estaba en su casa. Entonces él mandaba en su casa. Yo tenía
que hacer lo que él quería, porque yo estaba totalmente isolada, del mundo. (E4)

También resulta interesante el relato de Blanca, que evidencia cómo el hecho de no tener
a nadie que pudiese acogerla le impidió reaccionar a un episodio de violencia
particularmente intensa:

Me golpeó... y pues…. él… me golpeó mucho ese día, pero (…) como no tenía yo, adonde
más ir... (E2)

Es cierto que, en este último caso, la violencia ya ha tenido lugar; lo que aquí se relata,
sin embargo, podría aplicarse a todas las interacciones que, desde que se conocieron, han
tenido lugar entre los dos miembros de la pareja. En otras palabras, lo vemos aplicado a
casos de violencia muy evidente, pero es muy posible que este mecanismo haya estado
actuando desde el minuto cero, en las pequeñas desavenencias, en las dominaciones más
sutiles, etc. En todos estos casos, de hecho, la situación de indefensión en la que la mujer se
encontraba podría haber favorecido su aceptación de las exigencias del varón y éste, viendo
que su conducta no era sancionada, paulatinamente habría ejercido violencias cada vez más
intensas, hasta llegar a los episodios aquí descritos. En tales contextos, en suma, los varones
habrían experimentado un aprendizaje de impunidad, que no solamente podría haber
favorecido que el proceso de violencia iniciara sino que, paralelamente, también podría
haber propiciado que éste se perpetuase, incrementando paulatinamente su intensidad. Es
ésta una teoría que se ve confirmada por aquellos estudios que subrayan que, si unas redes
sociales y familiares ausentes pueden incrementar el riesgo de violencia de género, es
precisamente porque, en tales circunstancias, viene a faltar una importante medida
disuasoria para comportamientos socialmente desaprobados (Lanier y Maume 2009; Stöckl,
Heise y Watts 2011).
De lo expuesto hasta ahora se puede deducir que la falta de apoyos influye tanto en la
capacidad de las mujeres de hacer frente a la violencia vivida como en la facilidad con que
los hombres recurren a ella. Este último elemento se ve confirmado por el testimonio de
Carmen, que relata:

238
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Entonces, él se aprovecha por eso, y se piensa que: "bueno, como su familia también le ha
dado de lado, la tienen tiradita, pues aquí aprovecho yo y la pongo, vamos... que hoy he
consumido, que he llegado a casa a las tres de la mañana, y pillo el móvil"... y ya pues, te la
lía. (E12)

Llegadas a este punto, queremos destacar que la ausencia de apoyos no es simplemente


uno de los muchos factores que incrementan la indefensión de la mujer, sino quizás el más
relevante entre ellos. Varios elementos dan cuenta de la importancia de este factor. El
primero –y más relevante– es el hecho de que –cuando el aislamiento no es preexistente a la
violencia– es el maltratador mismo quién intenta generarlo, con el preciso objetivo de
incrementar la indefensión de la mujer:

Ya sabes que cuando estás con un maltratador, te quiere aislar, evidentemente, para que no
tengas ayuda externa, sino que estés en… estés continuamente… con él, a todas horas, que
te lave el coco, y que no tengas tú ni apoyos, ni de amigas, ni de familia, ni nada, y la
verdad que son muy hábiles y lo consiguen. (E1)

Otro elemento que permite vislumbrar hasta qué punto carecer de apoyos favorece el
desencadenarse de la violencia es el hecho de que, incluso en el caso de mujeres plenamente
integradas, la violencia más intensa se produce precisamente en los momentos en los que
ella se encuentra lejos de su casa y está sola:

Cuando íbamos a casa de sus padres, sus padres son de Gijón, Asturias, pues… era llegar
allá y empezar a decirme: “me voy a separar de ti, porque eres una puta, porque no te
quiero, porque no sé qué, o sea, era… matemático, o sea, era… como… ahora estoy en mi
territorio ¿no?, estoy con mis padres, y tú estás sola, ¡eh! y ahora voy a machacarte todo lo
que pueda y más. (E1)

10.2.2.3.2 Procesos migratorios


Después de haber analizado el papel jugado por la ausencia de apoyos, centramos la
mirada en otro factor de exclusión (Pérez y Laparra 2007) que –al igual que el anterior–
también es un elemento de riesgo de violencia de género (Montañés y Moyano 2006; Raj y
Silverman 2002; Vives-Cases et al. 2010): haber efectuado un proceso migratorio. En lo que
a éste respecta, en el apartado anterior ya se ha evidenciado que se trata de una situación
que –con gran frecuencia– se acompaña de cierto grado de aislamiento social. Tener origen
extranjero, sin embargo, no incrementa la indefensión de las mujeres únicamente por el
aislamiento que se le suele acompañar, sino también por una serie de otros factores (Raj y
Silverman 2002).
Considérese, por ejemplo, la situación de Nicoleta, que llega a España con un permiso de
reagrupación familiar solicitado por el marido.

Él ha venido con contrato de trabajo. En ese tiempo, estaba embarazada, y he dado un… luz
a la niña. Y, luego a partir de tres meses, pues él me ha hecho invitación para venir con la
hija, y vivir con él la… en la España. Y he venido, y... las cosas se ha empeorado, porque
yo… dos años… cuando la hija estaba... menor, no… no me encontraba trabajo porque no
sabía... hablar, no tenía muchos, conocidos, (…) no tenía permiso de trabajo (…) Ningún
tipo de apoyo. Sólo tenía amistades, sus amigos. Y no podía, hablar con ellos, me está
maltratando, porque… a él le veía cómo... una persona, muy agradable, muy... que ti…
tenía muchos amigos, que estaba, más de su parte. (E6)

239
Violencia de género en la pareja y exclusión social

En este caso, el hecho de haber efectuado un proceso migratorio no significa solamente


mayor aislamiento, sino también –y sobre todo– una modificación de los equilibrios de
poder entre la mujer y su pareja, situación que, como ya escribió Yick (2001), también
puede constituir un factor de riesgo de violencia de género. Esta modificación, por otra
parte, guarda relación con varios factores, desde el aislamiento en que se encuentra la mujer
–pero no el hombre– hasta la existencia de barreras lingüísticas (Montañés y Moyano 2006;
Sokoloff 2008) y la falta de derechos legales (Albertín 2009; Campbell et al. 2011;
Montañés y Moyano 2006; Raj y Silverman 2002; Sokoloff 2008) –que también afectan
únicamente a ella–.
En el caso ahora analizado tanto la mujer como su pareja tienen origen extranjero; otra
posibilidad es que ella haya efectuado un proceso migratorio y que él sea autóctono.
Cuando es así, a las desigualdades de género que atraviesan cualquier pareja heterosexual se
suma otra fuente de desigualdad, y esto puede favorecer la victimización de la mujer.
Blanca, por ejemplo, relata cómo su pareja hacía hincapié precisamente en su condición de
inmigrante para ejercer violencia contra ella:

Me tiraba la ropa por las ventanas, me echaba, me insultaba, me decía que yo era un
emigrante de mierda (habla entre lágrimas) que aquí, no me iban a… a poner cuidado a mí,
nadie. Que nadie me iba a escuchar, porque él era español, y yo, una migrante. Que los…
mis hijos, los quitaría, porque yo no era de aquí. (E2)

También en este caso, los resultados obtenidos están en línea con los de investigaciones
anteriores, que señalan que el estatus de inmigrante de la mujer puede convertirse en un
potente mecanismo de control y chantaje por parte del varón (Dutton, Orloff y Hass 2000;
Raj y Silverman 2002).
Los datos cuantitativos disponibles, sin embargo, no respaldan nuestros resultados. La
muestra, no obstante, es muy escasa, y esto podría estar influyendo en los resultados. Frente
a tal incertidumbre, nos vemos obligadas a mantener gran cautela en nuestras conclusiones
y a recomendar que se siga investigando sobre este tema.

10.2.2.3.3 Embarazos muy tempranos


Otro elemento que incrementa la indefensión de la mujer y, de esta manera, puede
favorecer el desencadenamiento de procesos de violencia de género es el hecho de estar
embarazada o haber tenido criaturas, sobre todo cuando esto sucede en los primerísimos
tiempos de relación. Blanca, por ejemplo, afirma que “una de las primeras palizas que me
dio, es… tenía tres meses de embarazo” (E2), mientras que Nicoleta recuerda: “cuando he
dado a luz la niña, empezó a golpearme” (E6).
Si encontrarse en una situación de aislamiento o tener origen inmigrante constituían
factores de exclusión en sí mismos, la situación que aquí analizamos es algo más compleja.
Por un lado, de hecho, el embarazo en cuanto tal no es ciertamente característico de
procesos de exclusión, sino algo absolutamente transversal; por otro lado, sin embargo,
tanto las razones por las que se da como –en relación con éstas– el momento en que se da sí
son característicos de tales procesos.
Con respecto a las razones, cabe recordar que el hecho de quedarse embarazada puede:

240
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

 Representar una estrategia que las mujeres utilizan para alejarse de su familia de
origen. Dicha estrategia no sólo es característica de procesos de exclusión, sino
que también revierte en una intensificación de los mismos200.
 Responder a una fantasía de hogar feliz y completud. Si se considera que las
mujeres que hacen propia esta fantasía son apenas adolescentes, se comprende
que, también en este caso, el componente de clase es muy fuerte. Asimismo,
cabe recordar que, al igual que en el anterior, también en este caso la realización
de esta fantasía es generadora de exclusión201.
Con respecto al momento, cabe recordar que, en situaciones de exclusión y por razones
que ya hemos analizado, a menudo las parejas se forman con extraordinaria rapidez y, más
específicamente, las mujeres se quedan embarazadas en los primerísimos tiempos de
relación202.
Resumiendo, tanto las motivaciones subyacentes al embarazo como, en relación con
éstas, el momento en el que éste tiene lugar guardan relación con la situación social de la
mujer.
Lo que debemos preguntarnos ahora, entonces, es de qué manera este embarazo acaba
favoreciendo el desencadenamiento de procesos de violencia de género. En lo que a esto
respecta, por un lado, observamos que el embarazo incrementa el nivel de estrés, a la vez
que conlleva cambios en el cuerpo de la mujer que pueden volverla menos atractiva a ojos
del varón:

Le most… molestaba la niña por… por… por la noche cuando, se levantaba para... que le
daba de comer (habla en tercera persona pero se refiere a sí misma). Me gritaba... pff... me,
insultaba (…) Estaba frustrado (…) porque yo, empezó a engordarme, y no estaba muy
atraído... físicamente, de mí. Porque después de nacer, empezó a poner… subirme el peso...
y, por eso, creo. (E6)

Por otro lado –y sobre todo– sin embargo, si el embarazo propicia el desencadenarse de
procesos de violencia es porque se asocia a una mayor indefensión de la mujer. Ellas
mismas, de hecho, reconocen que esto sucede:

Después no… yo creo que entre los críos, una cosa y otra, yo también me vine un poco
abajo, cuando empezó a ir todo mal, no... no tenía la misma fuerza tampoco, no... estaba
más... más vulnerable, digamos. (E13)

Esta mayor indefensión, por otra parte, no es necesariamente un resultado inesperado,


sino que puede llegar a constituir una estrategia consciente de los varones, tal y como
refleja el testimonio de Manuela:

Al principio, todos de maravilla, entretanto me quedo embarazada. Y ya está. Él ya me


tenía cogida, lo que quería él. (E4)

200 Véase apartado 9.2.1.3.1.


201 Véase apartado 9.2.1.3.2.
202 Véase apartado 9.2.1.3.4.

241
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Y si el embarazo le permite “tenerla cogida” es precisamente porque la vuelve más


dependiente, porque dificulta la ruptura y, en relación con esto, reduce el riesgo de que
dicha violencia tenga consecuencias negativas para el varón.
Esta reflexión, por otra parte, nos lleva a sospechar que, cuando las parejas fuerzan a las
mujeres a tener criaturas, pueden en realidad –aunque sea de forma inconsciente– estar
buscando precisamente esto: un reforzamiento de su dominio sobre ellas. Piénsese, por
ejemplo, en el caso de Sheila que, al poco tiempo de iniciar la relación, se ve obligada por
su pareja a dejar de utilizar métodos anticonceptivos y, como consecuencia, se queda
embarazada de su segundo hijo:

Él me decía que yo era su mujer. Y era su mujer. Y... buah… enseguida me hizo quitar el
DIU, me hizo quitarme el DIU, porque me decía que eso era de guarras, que eso era para
poder ir follando por ahí, y que no pasaría nada… bueno bueno... y por no escucharlo, por
no llevarme la paliza, por no esto… me lo quité. Y total que, claro, lógicamente, me quedé
embarazada, del segundo. (E15)

Siguiendo con nuestro razonamiento, podemos sospechar que una dinámica parecida está
funcionando también en los casos de mujeres que tienen hijos e hijas por las violaciones de
su pareja:

Sonia tenía, la mayor, tenía tres meses, y, allí comprendo yo que me quedé en el estado del
segundo, lógicamente pues... a ver... en sus famosas borracheras, venía... estás dispuesta
para mí, quieras o no quieras, y... y cuando Sonia tenía cuatro mesecitos, ya tuve la primera
falta de... del período, ya... pues nada. A mí, mi… mi regla, no me ha fallado nunca, y,
jobar, cuando ya… vi que no me venía en mi día, pues ya decía, ya me la ha liao (…). Y ya
está. Venía otro (silencio). Claro…
Y tú, ¿no estabas buscando...?
No no no no. Es que no vino, o sea, buscao. Ni ése, bueno… y los tres restantes, no vino
ninguno buscao. No vino ninguno buscao, pero bueno... son tus hijos, ¿qué haces? (…) a
los 13 meses, nació el segundo, ee… cuando el segundo tenía dos años, nació el tercero,
ee… cuando el tercero tenía cinco años, vino el cuarto, con lo cual... en ese tiempo, no
podía trabajar, no me daba tiempo para trabajar, con tanto hijo, entonces... (E5)

Cabe resaltar que, en este último caso, las palabras de la mujer no permiten saber con
certeza si, detrás de esta violencia, había o no un intento oculto del varón de dejarla
embarazada para, así, afianzar su control sobre ella. Lo que sí queda patente es que, fuera
ésa la intención o no, el resultado fue una disminución de la autonomía de la mujer.
Finalmente, también se registran algunos casos en los que un embarazo en las primeras
fases de la relación –a veces meses después de haber conocido a la pareja, otras incluso
semanas– es el factor contingente que fuerza a las mujeres a iniciar una relación de
convivencia, y a comenzarla rápidamente y sin posibilidad de meditar adecuadamente pros
y contras:

Iba a hacer un año, cuando yo... mmh... bueno, no, más o menos, ocho meses, algo así, de
cuando le… de cuando, empezamos la relación, a cuando me fui a vivir a él… con él (…)
yo cuando me fui a vivir con él fue que había quedado en embarazo. (E2)

Entonces, ya con él, ya me quedo yo embarazada con él, me quedé embarazada del niño
que tiene 33 años. Nos vamos a vivir en un piso (…) Enseguida me quedé yo embarazada
(…) Enseguida, no llegó ni al mes. Me quedé enseguida… (E16)

242
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Al formar un hogar, la interdependencia entre los dos miembros de la pareja se


incrementa –y, lo que más nos interesa en este caso, aumenta la dependencia de la mujer
con respecto al varón–. Formar un hogar con alguien que se acaba de conocer supone,
evidentemente, un riesgo añadido y puede favorecer el desencadenarse de procesos de
violencia de género.
En resumen, el embarazo y lo que éste supone, aun sin ser exclusivo de situaciones de
exclusión, guarda con éstas cierta relación, sea por el momento en que suele darse (cuando
no ha habido tiempo para conocer realmente a la pareja y cuando, además, todavía no se
han formado dinámicas de relación asentadas); sea porque se suma a otros elementos de
vulnerabilidad (ej. como no tener empleo, o no poder contar con el apoyo de la familia).
Como resultado, a raíz del embarazo las mujeres acaban encontrándose en una situación de
clara indefensión, algo que –tal y como analizamos con detalle en el próximo apartado–
incrementa también el riesgo de victimización.

10.2.2.3.4 Los elementos que vulnerabilizan, ¿cómo favorecen el desencadenarse de


violencia de género?
En los apartados anteriores hemos apuntado que la situación de indefensión, al
incrementar la dependencia de la mujer e incidir en las dinámicas de la relación, contribuye
al desencadenamiento de procesos de violencia de género. Para comprender mejor este
proceso, podemos remitirnos a las palabras de Carla que, al evidenciar que “los malos tratos
empiezan cuando ya te tiene segura” (E9), confirma la existencia de una relación entre
dependencia –sea ésa material, legal o emocional– de la mujer con respecto al varón y
procesos de violencia de género.
El testimonio de Sheila, por otra parte, permite hipotetizar que, en determinadas
situaciones de exclusión –caracterizadas por carencias tanto materiales como emocionales–
esta dependencia podría generarse más rápidamente:

Al principio estuvimos muy bien. Claro, hasta que se confían, hasta que ya te ven que te
tienen agarrada, pues depende, conmigo… pronto. Conmigo pronto. Pues tres, cuatro
meses, cinco. Conmigo pronto. (E15)

En cualquier caso, lo que nos interesa destacar es que el hecho de que la mujer se
encuentre –por la razón que sea– en una situación de indefensión especialmente elevada
otorga al varón más poder del que tendría habitualmente, y esto precisamente cuando ella ve
su propio poder disminuido. Es decir, que el diferencial de poder entre los dos miembros de
la pareja acaba siendo más elevado del que ya sería por efecto de la estructura social
patriarcal. Si se considera que –tal y como hemos aclarado en el capítulo 2 y 3– la violencia
de género guarda relación con el poder y la desigualdad, entonces podemos suponer que,
cuando la brecha de poder entre los dos miembros de la pareja aumenta más allá de lo
esperado, también lo hace la probabilidad de que se desencadenen procesos de violencia de
género. Nuestros hallazgos, por lo tanto, no contradicen las posiciones habituales
feministas: no negamos que la violencia de género sea el resultado de las desigualdades de
género; al contrario, lo confirmamos, si bien con una matización. Nos referimos al hecho de
que poder y desigualdad, aún siendo cuestiones estructurales, no se aplican de forma
idéntica a todas las mujeres y todos los hombres, sino que hay situaciones (como las que

243
Violencia de género en la pareja y exclusión social

hemos visto, pero también otras no relacionadas con procesos de exclusión), en las que el
diferencial de poder aumenta, y lo mismo la desigualdad, y esto puede favorecer la
aparición de violencia de género.

10.2.2.4 Elementos estresores externos


En los apartados anteriores hemos mostrado que el precipitarse de procesos de violencia
de género puede verse facilitado por la presencia de factores que incrementan la indefensión
de las mujeres. En éste observamos el fenómeno desde otro ángulo y analizamos el peso de
elementos estresores externos. Más específicamente, nos referimos, por un lado, al hecho de
que el varón experimente dificultades en la esfera laboral y, por otro –y sobre todo– al
hecho de que se dé una acumulación de problemas en múltiples esferas.

10.2.2.4.1 Dificultades en la esfera laboral


Como ya se ha anticipado, uno de los elementos estresores externos que parecen
precipitar procesos de violencia de género es el hecho de que el varón experimente
dificultades en la esfera laboral. Más concretamente, las mujeres entrevistadas ponen el
acento en el estrés que se les asocia:

Descargaba todo que tenía él, de enfado, de… con trabajo, en familia, gritando mí… a la
hija, que le mo… les…. que le molestaba... (E6)

Empezó, pues eso, venía de trabajar, y, todos los problemas que tenía en el trabajo… yo te
puedo decir que en el trabajo es… es un trabajador ejemplar, seguramente, ¿eh? Pero en
cambio, todos esos problemas, venía a casa y empezaba a gritar, a veces pegaba puñetazos,
pues una vez pegó un puñetazo a la campana y la hundió, la campana de extractora de los
humos, pues cosas así, empezaba a "me cago en Dios" era la palabra que siempre más
empleaba. Pues empezaba a gritar, a mover las cosas, a dar golpes con las cosas, así. (E3)

El hecho de encontrar empleo, por el contrario, parece actuar como factor protector:

Los hombres, sabes, un día, están bien... otro día, les da por irse por ahí... a beber... ¿qué sé
yo? No sé... por lo menos en mi caso... Pero bien, cuando empezó ya a trabajar, se centró.
Muy bien. Cinco años, no sabía dónde ponerme. Era muy casero, muy familiar... (E7)

Los fragmentos presentados, en suma, parecen sugerir la existencia de una relación entre
la existencia de dificultades en el ámbito laboral y violencia de género. Este resultado ha
sido apuntado por numerosos estudios anteriores (ej. Gonzáles y Santana 2001; Honeycutt,
Marshall y Weston 2001; Stith et al. 2004; Tauchen y Witte 2001), y nuestro propio análisis
cuantitativo lo ha confirmado. Este mismo análisis, sin embargo, también ha puesto de
relieve que se trata de un factor de riesgo significativo sí, pero no especialmente relevante
(el incremento en el riesgo de victimización que se le asocia no llega al 50%). Si a esto se
añade que las evidencias extraídas de los relatos también son bastante débiles, se deduce
que los resultados aquí obtenidos deben ser tomados con cierta precaución.

244
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

10.2.2.4.2 Acumulación de dificultades en distintas esferas


Otras veces lo que desencadena procesos de violencia de género es la acumulación de
dificultades en distintas esferas. Lo muestra, por ejemplo, el caso de Carmen que, según ella
misma relata, durante más de diez años vive un matrimonio feliz y sin malos tratos, hasta
que una serie de dificultades en muy distintos ámbitos contribuye a precipitar un proceso de
violencia de género. Más concretamente, un primer elemento de dificultad guarda relación
con el nacimiento del segundo hijo (hecho a raíz del cual la relación empieza a
complicarse); además, en esa misma época, el padre y la cuñada del varón enferman de
cáncer; ella misma padece poliquistosis renal y es en ese momento cuando se le reactiva la
enfermedad; otro factor de dificultad es el contemporáneo descubrimiento de que el hijo
recién nacido también ha heredado dicha enfermedad de la madre; a todo esto, se añade que
ella se ve obligada –por cuestiones de salud– a dejar el empleo y que aparecen las primeras
dificultades económicas, tanto que no pueden mantenerse al día con los gastos de hipoteca;
y que la pareja, mientras tanto, ha empezado a consumir. A todo esto, se desencadena un
proceso de violencia de género que, muy pronto, hace que la convivencia sea imposible y
lleva a la mujer a pedir la separación:

La relación muy bien, los dos trabajando... el bebé la… nos lo cuidaban, o el crío a la
guardería, todo muy bien muy bien muy bien. Luego... según pasaban los años, el crío ya
era mayor, decíamos: "jo, pues, el día de mañana, ¿sólo? El crío, pues, un hermanito, ¿no?
Pero, qué pereza tirar de silleta, otra vez, y tal, pero bueno, vamos a animarnos". Y tuve al
crío pequeño, y a raíz de allí ya... de llevarnos siempre bien, o sea, es que, para todo. O sea,
si yo estaba mala, él estaba allí, si estaba alegre, estaba allí... o sea, para todo. Y a raíz de
nacer el pequeño, pues, ya la relación se empezó a complicar. Luego, su padre, empezó con
cáncer, una cuñada suya también, pa’ colmo mi enfermedad... porque él ya la había vivido
en mi casa, con mi madre, y sabía lo que era... y ya, para... la gota que colmó el vaso fue el
crío, el crío también la misma enfermedad. Luego, pues, yo dejé de trabajar, se nos
acumularon los gastos de la hipoteca, bueno... todo eso... Pues él, nunca le faltaba la
cocaína en el bolsillo, para el trabajo y para todo y... y eso fue ya... yo intentaba
convencerlo: "venga, déjalo ya, vamos con los críos al monte, a correr pa’ allí, y tal...". Y
él: "sí, hay que dejarlo...". Pero es que no. Entonces, claro, yo ya tenía mi agobio del crío, la
enfermedad, yo la enfermedad, mis cosas, mi mundo, lo de mi madre que no lo había
superado aún... y bueno, pues en vez de unirnos más, ¿no? (…) Yo creo que nos agobiamos
los dos, con tanta cosa, que se nos vino todo encima, y todo tan seguido… una cosa tras de
otra y bum bum… porque ya te digo, o sea… nos llevábamos súper bien, los dos
trabajando, el crío, o sea…pescar, cazar… o sea… ya bum bum bum… y ya no se pudo
aguantar más. (E12)

Si se considera que, tal y como se ha aclarado en el marco teórico, los procesos de


exclusión social son precisamente el resultado de la incidencia simultánea, en diferentes
ámbitos, de distintos elementos de dificultad que se suman, se interrelacionan y se
retroalimentan (Gabàs i Gasa 2003), entonces se comprende que –en este caso aún más que
en otros– nos hallamos frente a un factor de riesgo que guarda una relación muy estrecha
con los procesos de exclusión.
Si la acumulación de dificultades en muy distintos ámbitos ciertamente tuvo un peso
muy significativo a la hora de desencadenar la violencia, no podemos, sin embargo, olvidar
otro factor que también pudo haber contribuido: nos referimos al hecho de que el varón
había presenciado violencia de género en su propia familia de origen. Carmen, de hecho, así
lo relata:

245
Violencia de género en la pareja y exclusión social

También sus padres, pues no... pues él con tres añitos, o sea, veía muchísimos malos tratos,
de su padre a su madre… veía muchas cosas, entonces… (E12)

Si bien es cierto que, en un primer momento, él intentó rechazar estos modelos, cabe, sin
embargo, hipotetizar que, en situaciones de gran estrés, dificultad, etc. ese patrón pueda
haber vuelto a aparecer y a hacer notar sus efectos. El hecho de que varios estudios (ej.
Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012) encuentren, en el caso de los varones, una
correlación entre el hecho de haber presenciado violencia de género en la familia de origen
y riesgo de agresión corrobora esta hipótesis.

10.2.2.5 Aparición de conflictos en parejas donde el varón siempre había mostrado


fuerte tendencia a la agresividad
En quinto lugar, también se registra un caso en el que la aparición y recrudecimiento de
la violencia de género parece ser el producto final de un cocktail explosivo formado por
varios elementos, y entre ellos: un creciente abuso de drogas por parte del varón; la
aparición de diferencias irreconciliables entre los dos miembros de la pareja; y el hecho de
que ésta había sido siempre una persona violenta, acostumbrada a recurrir a la violencia –
incluida la física– para resolver los conflictos. Este último elemento, por otra parte, guarda
cierta relación con los procesos de exclusión más severos, tal y como se ha aclarado con
anterioridad203.
Vamos ahora a observar con detalle cómo se desarrolla, en este caso, el proceso de
violencia de género. Ante todo, se evidencia que, también en este caso, hay un largo tiempo
durante el cual –si bien hay actitudes “de riesgo” – todavía no hay ni conflictos ni una clara
violencia contra la mujer:

No ha sido una relación desde el principio, digamos, tormentosa ¿no? Él sí que era celoso.
Al principio sí era celoso. Y pero yo lo bajaba mucho del carro… (E13)

Cuando el hijo mayor tiene siete años, la relación todavía parece proceder bien, tanto que
la pareja decide tener otro hijo.

Decidimos tener nuestro segundo hijo (…) las cosas no iban mal… ¿no? Jokin tenía ya
siete años, el mayor, y claro, yo digo… ahora o nunca, porque yo ¡con 40 años no voy a
tener un hijo! O nos decidimos ahora o… o no esto… entonces, no e… no había… sí…
deteriorando no era. (E13)

Las primeras violencias aparecen precisamente con el nacimiento del segundo hijo –hijo
que, como parece intuirse en el fragmento que acabamos de presentar, quizás había sido
buscado más por la madre que por el padre–:

No vino... me llevó a dar a luz, y se fue, y… y apareció a los tres días a recogerme... puesto
de todo. (E13)

Esto representa un primer punto de inflexión. Paralelamente, además, él incrementa el


consumo de drogas y busca compañías que le permitan hacerlo:

203 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 9.2.1.1.

246
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Cuando nació mi hijo (…) ya empezó más a consumir (…) Tenía consusmo… consumos
más… más seguidos… luego… ee… iba buscando a gente más a su… más afín, ¿no?, a él,
vamos, a tíos que más… pues que les gustaba consumir, de todo, entonces… se fu… se fue
separando un poco también de la cuadrilla que teníamos de siempre. (E13)

El hecho de que él consuma cantidades de droga cada vez más elevadas es fuente de
continuos conflictos entre los dos miembros de la pareja, y esto –tal y como evidencian
varias autoras (Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002;
Stöckl, Heise y Watts 2011)– es otro elemento a tener en cuenta para comprender el
desarrollo del proceso de violencia de género. Además, cabe destacar que, en este contexto
revuelto y probablemente con el secreto objetivo de reconducir las cosas, ella decide que
compren una vivienda (hasta ese momento, seguían viviendo con los padres de él):

Y yo, pues, la verdad que… pues yo empecé a mosquearme también mucho y…enredamos
cada vez más. No habíamos sido una pareja muy que discutíamos mucho, ¡eh!, pero…
cuando empecé a ver de qué iba la historia, me empecé a mosquear un montón más y… y a
exigirle más y (…) y decidí comprarme una casa (…) Cuando nació Iosu, me fui a… había
mirado una casa, y enseguida la compramos. (E13)

Esta decisión, sin embargo, no parece ser bien acogida por él: por un lado, por la
responsabilidad que conlleva; por otro, porque ésta evidentemente se acompaña a mayores
necesidades de control del gasto:

Y… claro, eso ya… era una exigencia más, porque ya tenías una… hipoteca. Por lo tanto,
todo lo que habíamos estado hablando hasta entonces, pues era como gastos mensuales,
pues t… te permitías algún capricho, de vez en cuando, ¿no? Pero ya había… una
obligación, que era la casa. Entonces yo creo que le vino a él grande, porque él no quería
comprar. Yo le dije que con su familia no iba a vivir toda la vida… (E13)

Mientras tanto, cogen la gestión de un bar. En este momento, los problemas se disparan,
las adicciones de él ya son muy evidentes, las compañías malas, los conflictos cotidianos:

Entonces, pues eso, ya… empezamos a vivir juntos, y decidimos… a part… nos ofrecieron
un bar de piscinas, para llevar. En el pueblo (…) pero cuando nos metimos en el bar, pues
¡imagínate en un bar de piscinas! Pues ala, por el día venía la gente, con los críos y tal, y se
estaba bien, pero luego a la noche, venían todos los debandaos que se juntaban con él. Pues
entonces, empieza a llegar tarde, a faltar dinero de la caja, pues igual de una caja de cientos
euros me faltaban 400 (…) empezó a apartarme del bar a mí… yo iba a limpiar el bar a la
mañana, y empezó a meter su familia y a gente de fuera, a gente chunga, vaya, vamos a
decir. Entonces empezó las movidas gordas, porque yo le dije que, a ver, el bar lo había
cogido yo (…) y que no… no le iba a consentir que… que apareciera, a las nueve de la
mañana, del día siguiente, un d… ¡un lunes, o un martes! Encima puesto hasta las cejas,
¿no? Empezamos allí ya… movidas. (E13)

En este contexto, tiene lugar el primer episodio de violencia física:

Empezamos con movidas allí. Entonces fue… la primera vez que me pegó. Me pegó un
bofetón un día. Porque le recriminé yo, íbamos en el coche, él, un amigo suyo, mi hijo el
pequeño, y yo. Íbamos los cuatro, y de repente, le dije, estábamos… estaba conduciendo,
iba con el coche, a toda pastilla, y íbamos con el crío pequeño, entonces le dije: “oye, tío,
¿qué pasa, que… qué quieres, matarnos? Bájame del coche, me voy con el crío y… ¡si te
quieres estrellar te estrellas tú!” Y empezó: “¡ueee!”. Y se paró el coche, me pegó un
bofetón, delante de su amigo. Y del crío. (E13)

247
Violencia de género en la pareja y exclusión social

A partir de este momento, todo empeora. El hecho de que la familia de él intente


reconducir las cosas, por otra parte, no mejora la situación, sino que la agrava ulteriormente:

Ya fue todo a peor, a peor, porque yo ya no confiaba en él, él hacía lo que le daba la gana,
pasaba de sus hijos, pasaba de su familia porque su familia, claro, su familia no q… no
quería que yo… que nos separábamos, porque claro, yo como que le había aportado,
estabilidad a él, él había debid… había debido ser un cabra loca, como yo, ¿no?, en
tiempos, entonces, claro con dos hijos y todo, pues su familia no quería que… pasaban
cosas. Entonces empezaron a meterse otra vez en medio, y que: “¿qué haces?”. Empezaron
también a humillarle a él, él como que perdió también el norte, totalmente, y la familia
perdió el norte, y todos, perdimos el norte… (E13)

Frente a este panorama, ella toma la decisión de separarse. Desde que se lo comunica
hasta que efectivamente abandona la casa, sin embargo, pasa un tiempo. Precisamente aquí
es cuando tiene lugar la violencia más intensa:

Y luego, pues, más adelante… lo peor fue cuando pedí la separación (…) Fue cuando
empezó ya la violencia de género, digamos, más dura, ¿no? (…) Entonces sí que empezó a
consumir más, y entonces ya me… me pegaba. Encima lo hacía delante de los críos, no se
cortaba. Llegaba como un loco, a las tantas de la madrugada… (E13)

El consumo de drogas, como se ha podido observar, está presente en todo el proceso y


parece revestir un papel significativo en el desarrollo de la violencia de género. Nosotras,
sin embargo, consideramos que, en este caso, el proceso de violencia no puede
comprenderse atendiendo únicamente al consumo de drogas, sino que hay que tener en
cuenta también otros elementos, y más concretamente: la presencia de conflictos cada vez
más exacerbados entre los dos miembros de la pareja; así como una larga trayectoria de
conflictividad y violencia por parte del varón (que siempre había sido claramente violento,
aunque no siempre con la pareja).
En lo que al primer elemento se refiere, se destaca la presencia de una fuerte
contradicción entre la vida que ella intenta construir –muy normalizada, con hijos, hipoteca,
etc.– y la vida que él parece perseguir –libre de responsabilidades, desorganizada, etc.–.
Más concretamente, cuanta más estabilidad intenta crear ella –planeando un segundo hijo,
firmando una hipoteca– más irresponsable y conflictivo se muestra él –faltando al trabajo,
consumiendo cada vez más drogas, cambiando de compañías, etc. –. Ella parece consciente
de ello. Al preguntarle a qué achaca el cambio de su pareja, de hecho, contesta:

Su personalidad, por supuesto. Él... intentó ser como quería que yo fuera, hasta que... no
pudo aguantar más. Yo lo tengo claro eso, ¡eh! ¿Entiendes? Él aguantó unos años, él quería
estar conmigo, y yo quería estar con... no por el mismo motivo, igual. No sé si me
entiendes. Nos queríamos, hacíamos... hicimos una vida juntos, no discutíamos, apenas...
era todo como demasiado perfecto, ¿no? Y en el momento que nació Iosu se cayó todo eso.
¿Por qué se cayó? Porque él ya no podía aguantar más de estar haciendo cosas a escondidas
mías, que estaba haciendo. Es decir, decidió ser como era él de verdad. Yo lo tengo así de
claro, ¡eh! (E13)

El hecho de que este conflicto acabe en un proceso de violencia de género de intensidad


muy elevada, por otra parte, se ve facilitado por el segundo elemento nombrado (elemento
que, como ya se ha aclarado, guarda una estrecha relación con los procesos de exclusión
más intensos). Nos referimos al hecho de que –desde siempre– la pareja había sido una
persona agresiva, acostumbrada a resolver las dificultades recurriendo a la violencia física.

248
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Recuérdese, por ejemplo, que llegó a atracar una gasolinera, delito que incluye una buena
dosis de violencia; o que, a lo largo de su vida, agredió también a otras personas, tanto
mujeres como hombres:

Me dijo que había estado en la cárcel, que había atracado una gasolinera (…) ha intentado
matarle, a mi hijo también, ha intentado... matar a su tío, con el que vive, que es su
hermano, de su padre, y... los tiene amenazados, han tenido que irse a vivir a otro pueblo
también (…) a esa tía también la agredió. Físicamente. A su tía también. La cogió del
cuello y intentó matarla también, ¡eh! (…) y ha... y ha agredido a su tía, otra tía, es decir...
(E13)

Mientras la relación fue satisfactoria para él, esta violencia no se dirigió contra la pareja.
En cuanto aparecieron diferencias irreconciliables con ella, sin embargo, fue relativamente
fácil que esta agresividad se desplazara dirigiéndose contra la mujer.

10.2.2.6 Abuso de alcohol u otras drogas por parte del varón


Finalmente, los relatos de las mujeres supervivientes permiten identificar otro factor que,
aun sin ser causa de violencia de género, contribuye, sin embargo, a desencadenarla o
intensificarla: el abuso de alcohol u otras drogas por parte del varón.
Si en el apartado anterior poníamos el acento en dinámicas más globales, en las cuales el
consumo de sustancias estupefacientes actuaba simplemente como un factor entre muchos,
en éste queremos subrayar que, más allá de cuestiones más generales (siempre
subyacentes), el simple hecho de que el varón se encuentre bajo el efecto de alcohol u otras
drogas puede actuar como elemento desencadenante puntual. Esto se puede apreciar en los
relatos de las mujeres entrevistadas, que muestran cómo los estallidos violentos suelen darse
prevalentemente cuando el varón está bajo el efecto de sustancias:

La primera vez que me tocó, fue la... la del coche (…) él iba hasta el culo, el tío. Iba, puesto
totalmente. (E13)

Nos dejaba en la calle, a mí y a mis hijos (…) venía borracho y... (…) venía borracho, y se
ocurría… en puro invierno, se encerraba. Con cadena, con llave y todo (…) y no podíamos
entrar. Y bueno… a ver si se le pasa, si espera, más rato, y nada. Al final tenía que ir a la
guardia civil, la guardia civil tenía que venir, romper la puerta, luego veían a él tirado en el
sofá... (E7)

Además, si triangulamos estos resultados con los datos cuantitativos presentados en el


capítulo anterior, el papel del alcohol y otras drogas como factores de riesgo de violencia de
género aparece con claridad aún mayor.
Diferentes hipótesis intentan explicar cómo el consumo de estas sustancias puede
desencadenar conductas violentas: algunos estudios ponen el acento en la reducción de las
inhibiciones y de la capacidad de controlar de los impulsos (Barrett, Habibov y Chernyak
2012; Jewkes 2002); otros evidencian el papel nefasto jugado por el hecho de que, en
términos sociales, estar bajo el efecto de sustancias estupefacientes se considera una
“excusa” aceptable para el comportamiento violento (Jewkes 2002); otros tantos,
finalmente, subrayan que el consumo de drogas y las conductas violentas van unidos porque
responden a un mismo objetivo, restablecer una masculinidad que se percibe amenazada
(Peralta, Lori y Steele 2010).

249
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Otras veces, sin embargo, lo que desencadena la violencia de género no es tanto el


consumo de drogas en sí mismo como el síndrome de abstinencia:

Una por una, que él… que a él no le faltara pa´ consumir. Una por una. Eso, era sagrado pa´
él. Cada vez que podía faltar lo que siera, pero pa´… y mismo yo no me permitía que a él le
faltara a él pa´ consumir, porque sabía yo lo que iba a pasar. Es que, día que no consumía,
palizón que llevabas. (E4)

Si el abuso de alcohol u otras drogas es –en sí mismo– un factor de exclusión (Pérez y


Laparra 2007), el hecho de que esto se combine con situaciones de pobreza tales que la
persona –aun deseándolo– no puede acceder a las sustancias de las que depende guarda una
relación aún más evidente y estrecha con tales procesos de exclusión.
En cualquier caso, es importante resaltar que el consumo de alcohol u otras drogas no es
una causa directa de la violencia, sino un simple elemento desencadenante que, si actúa
como lo hace, es porque se inserta en un determinado sistema de sexo/género. Solamente
así, de hecho, se puede comprender por qué el consumo de drogas deriva en violencia
masculina contra la pareja femenina y no es violencia femenina contra la pareja masculina.
Cristina lo expresa con claridad:

Yo, si voy muy hasta arriba, no... no sé si llegaría a pegar a nadie, ¿no? No sé... yo mi...
mi... mi mentalidad no es así, ¿no? Igual puedes tener alguna bronquilla: "oye, que... que
me has empujado... lo que sea, ¿no?". Pero... pero es que allí ya… (E13)

En relación con esto, también cabe destacar que –la mayoría de las veces– el hecho de
que la pareja haya o no consumido no guarda relación con la presencia o ausencia de
violencia, sino con su intensidad. Es decir, que el hecho de encontrarse bajo los efectos de
sustancias estupefacientes, más que desencadenar violencia, la intensifica:

Él, no le hacía falta estar borracho para decir que "puta". ¿No? O para decir que "esto no
sabes hacerlo así", o para decirte, yo que sé… para eso no le hacía falta estar borracho,
¿vale? Pero si es cierto que cuando venía borracho era peor. (E5)

10.2.2.7 Cómo actúan todos estos factores: ¿desencadenan o intensifican?


A lo largo de los apartados anteriores se han examinado una serie de factores que –en el
contexto de una estructura social patriarcal– contribuyen a desencadenar procesos de
violencia de género. Para finalizar nuestro análisis, resulta interesante preguntarnos si estos
factores realmente desencadenan dicha violencia o si, por el contrario, se limitan a
intensificarla, volviéndola visible.
En el caso específico del consumo de drogas, ya se ha aclarado que éste, más que
desencadenar los malos tratos, los vuelve más intensos. Con respecto a los demás factores,
sin embargo, la respuesta es más ambigua. Por un lado, de hecho, los testimonios de las
mujeres entrevistadas parecen indicar que se trata de elementos intensificadores más que
desencadenantes. A menudo, de hecho, sus relatos muestran que, mucho antes de que
aparecieran los factores que nos ocupan, ya había señales de peligro –que a veces llegaban a

250
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

constituir verdaderas conductas violentas 204 –. Esto, por otra parte, no puede llevarnos a
desdeñar el papel de elementos que, en cualquier caso, determinan un salto cualitativo muy
importante en la intensidad de la violencia de género que las mujeres experimentan.
Por otro lado, sin embargo, también cabe sospechar que –por lo menos en algunos
casos– los factores antes mencionados sí pueden haber actuado como verdaderos elementos
desencadenantes, determinando el paso de una situación de no violencia a otra caracterizada
por una violencia de baja intensidad. Acceder a tales perfiles, sin embargo, resulta muy
difícil, y esto porque es altamente improbable que una violencia de baja intensidad sea
reconocida como tal por las mujeres que la experimentan205 y, aún menos, que sea puesta en
conocimiento de recursos especializados.
Para terminar, queremos recordar que, aunque necesidades analíticas nos han obligado a
analizarlos de forma separada, en los itinerarios vitales de las mujeres estos factores no
sueles darse de forma aislada, sino que lo más común es que se pueda apreciar una maraña
intricada de varios elementos de riesgo que actúan simultáneamente. En este sentido,
entonces, establecer con seguridad cuál es el peso de cada factor y si éste ha desencadenado
violencia o la intensificado, puede llegar a ser un ejercicio imposible.

10.3 Situaciones de exclusión social como resultado de la violencia


de género
Al principio de este capítulo se ha afirmado que la mayor incidencia de violencia de
género entre mujeres en situación de exclusión social detectada por medio del análisis
cuantitativo puede ser el resultado de procesos muy diferentes entre sí. Por un lado, de
hecho, puede indicar que la situación de exclusión social preexistente es lo que ha
contribuido a desencadenar procesos de violencia de género; por otro lado, sin embargo,
también puede reflejar un proceso inverso, es decir, que el hecho de experimentar violencia
en el marco de la pareja –además de ser un factor de exclusión en sí mismo– es lo que
puede haber derivado en rutas descendentes también en otras dimensiones de la exclusión.
Si en la primera parte de este capítulo nos hemos ocupado del primer itinerario, en ésta
focalizamos nuestra atención en el segundo.
Para ello, ante todo examinamos las consecuencias que la violencia puede llegar a tener
en las varias dimensiones de la exclusión; en un segundo momento, analizamos de qué
manera estas secuelas se relacionan entre sí o con elementos de dificultad preexistentes y
cómo esto revierte en una mayor intensificación de las mismas; y, finalmente, investigamos
el papel de otros elementos que pueden acrecentar o, por el contrario, disminuir el impacto
de la violencia de género en términos de exclusión.

204Para un análisis más detallado de estas cuestiones véase apartado 9.2.1.3.4.


205Para un análisis más detallado de la relación existente entre intensidad de la violencia y conciencia que las mujeres tienen de
la misma, véase apartado 11.2.1.1.2.

251
Violencia de género en la pareja y exclusión social

10.3.1 Consecuencias de la violencia de género en las varias


dimensiones de la exclusión
Ante todo, entonces, analizamos las consecuencias que la violencia de género puede
llegar a tener en las distintas dimensiones de la exclusión, tanto mientras perdura la relación
violenta como una vez que ésta ha terminado. Más concretamente, identificamos: una esfera
económica –que incluye las secuelas en términos de acceso al empleo y de pobreza o
privaciones–; una esfera social –que engloba las consecuencias de la violencia en términos
de vivienda, formación y salud–; y una esfera relacional –que analiza las secuelas a nivel de
conflicto y aislamiento social–. Se mantiene, en suma, la misma estructura de análisis que
ya se ha utilizado en el capítulo anterior, lo cual favorece la triangulación entre resultados
cuantitativos y cualitativos.
Una separación tan nítida entre las secuelas que la violencia de género puede llegar a
tener en una y en otra dimensión, sin embargo, no debe llevarnos a engaño: se trata de una
distinción necesaria en términos analíticos, pero las interrelaciones entre una esfera y otra
son estrechas y numerosas, tal y como analizaremos más adelante.

10.3.1.1 Esfera económica


En primer lugar, entonces, focalizamos la mirada en las consecuencias que la violencia
de género puede llegar a tener a nivel económico.

10.3.1.1.1 Empleo
En lo que respecta a la esfera laboral, los efectos de la violencia resultan muy evidentes,
frecuentes e intensos, tanto durante la relación como una vez que ésta ha terminado.
Durante la relación, de hecho, la violencia merma de forma muy clara las posibilidades
de las mujeres de acceder a y mantener un empleo remunerado, y lo hace a través de
mecanismos muy variados. En algunos casos, por ejemplo, se detecta una negativa explícita
de la pareja, que directamente prohíbe a la mujer acceder al empleo:

No no no no no. Yo no… no podía trabajar, yo no podía salir de casa sin él (…) Ya me


salió, pero, no podía. No podía. Él me seguía... por todos los laos, es que se me… salía por
todos los laos, y no podía… porque basta, un día que él, Miguel despertara con los cables,
cruzaos… yo ese día no podía ir a trabajar. Mis hijos no iban al cole. Ese día que él…
fuera… que a… que despertara con los cables cruzaos… pf… ése había todo montao.
Entonces mis hijos no podían… no iban al cole. Lógico. (E4)

Él. No quería él. Que yo, porque eso era, dinero que yo aportaba... y yo no era quien para
aportar dinero... O sea, a sus ojos, yo no era nadie. (E8)

En otros casos no se detecta una prohibición directa, sino comportamientos que, de facto,
impiden que las mujeres puedan encontrar o mantener un empleo, lo que en la literatura se
ha llamado tácticas de perturbación del empleo (Swanberg, Logan y Macke 2005). Éste es,
por ejemplo, el caso de Gabriela, que había conseguido montar un negocio exitoso pero que
se ve forzada a abandonarlo desde el momento en que su pareja empieza a robarle dinero de
la caja, dejándola incluso en la imposibilidad de pagar a los repartidores:

252
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Y, luego, pues me dio el ayuntamiento un... un club, que era… que estaba hundido, un club
de… de niños, de… pues… para… máquinas de futbolín, y todo eso, ¿no?, y chuches... Y
estaba… pues que lo iban a cerrar, y yo, he sido siempre muy... procreativa, ¿no? Me gusta,
no sé... me gusta mucho los niños, como los ancianos, ¿no? Y… pues tenía niños de 12
años, que estaban en el pueblo aburridos en la calle, no sabían adónde ir, no podían entrar a
los bares ni nada. Bueno… se me ha ocurrido hacer un, disco bar... o sea como una
pequeñ... me traje un tocadiscos, de antes, y se hacía, los sábados... empecé a hacer,
campeonatos de… futbolín, bueno se me llenó. Pero... venía él borracho, y me quitaba el
dinero de la caja... tuve que dejar ese... Yo ganaba muy bien, pero me lo robaba. Entonces,
al dejarlo, cogió el pueblo y… hizo una huelga, y todo... los niños, nunca me habían hecho
una cosa tan bonita. Chavales de 18 años, porque entraron ya de todo, o sea, de todas las
edades. De 18, hasta seis. Venía… p… hacía muchas cosas, campeonatos… ya te digo, de
todo. Luego hacía campeonatos de baile, quién bailaba mejor, quién cantaba mejor... pero
lo tuve que dejar. Porque, ya te digo, era una amargura. Yo... yo era… pues me gustaba
pagar antes de… me traí… yo hacía el pedido y me gustaba pagar, e… últimamente ni
podía, porque se gastaba él, tenía que esperar a... a venderlo. Y así. Y allí tuve que dejar, y
uah… unos años muy malos, pasé, sí... no sé, ya no podía más, yo llegué al límite… (E7)

Especialmente significativo es también el caso de Elena: en su caso, de hecho, la clave


no está tanto en las negativas de la pareja a que ella trabaje, sino en la imposibilidad de
conciliar el empleo con las responsabilidades familiares.

Él no quería que trabajase (…) Y no… no volví a trabajar, porque... nada, tuve a Sonia,
luego, a los 13 meses, nació el segundo, ee… cuando el segundo tenía dos años, nació el
tercero, ee… cuando el tercero tenía cinco años, vino el cuarto, con lo cual... en ese tiempo,
no podía trabajar… no me daba tiempo para trabajar, con tanto hijo, entonces... (E5)

Se podría objetar que ésta no es una situación que afecta únicamente a mujeres que
experimentan violencia de género, pero hay una diferencia: en este caso, diversamente que
en la mayoría de las relaciones, ninguno de los hijos e hijas –a excepción del primero– fue
deseado por la mujer, al contrario, todos fueron fruto de sendas violaciones perpetradas por
la pareja206.
Finalmente, también cabe señalar la existencia de situaciones en las que la violencia, si
bien no determina pérdida del trabajo, sí dificulta su desarrollo. Es éste, por ejemplo, el caso
de Idoia, que –por las secuelas físicas de la violencia– encuentra grandes dificultades a la
hora de realizar su trabajo en una residencia de personas mayores:

Él no quería que yo trabajase (…) El 8 del 12 del 11, me coge del pecho, me levanta unos
cinco palmos, y, con el occipital izquierdo, tira hacia la pared. Un chichón, de cuatro días.
Que eso me impidía a mí, a la hora de agacharme, para ayudarle a los, ancianos a vestirles
esto y tal. (E8)

En suma, los relatos de las mujeres entrevistadas muestran con toda claridad que la
violencia vivida puede llegar a dificultar la búsqueda y mantenimiento de un empleo.
A esto debe añadirse que los efectos en esta esfera no terminan con el fin de la relación
violenta, sino que suelen perdurar incluso una vez que la mujer ha logrado alejarse del
maltratador. En ese momento, de hecho, vuelven a hacer su aparición numerosas tácticas de
perturbación del empleo (Swanberg, Logan y Macke 2005); tácticas que parecen tener aquí
un peso incluso mayor que el tenían durante la relación, quizás porque, al desaparecer la

206 Véase apartado 9.2.2.3.3.

253
Violencia de género en la pareja y exclusión social

posibilidad de establecer una prohibición explícita, éste es el último recurso que queda en
las manos del maltratador. Piénsese, por ejemplo, en el caso de Cristina, cuya pareja le
sabotea el coche para que no pueda ir a trabajar:

É… él fue… iba todos los días a la puerta de la casa de mi madre… y yo tenía un coche que
tenía un código. Un código que le metías un código para andar. Y él sabía el código, me
forzaba el coche, me… me quitaba el código, pa’ que no pudiera ir a trabajar. (E13)

O piénsese también en el caso de Gabriela, cuya ex pareja moviliza todos sus contactos y
amistades para impedirle encontrar empleo:

Mi ex marido seguía seguía seguía, toda la vida machacándome... era todo el mundo… pues
que era yo mala, una puta, que... mi marido me atacó mucho, a toda ami... stades, na…
nadie me quería coger a trabajar... tanto en Tudela, como en el pueblo... el pueblo, yo...
pff... (E7)

En las situaciones ahora descritas se puede detectar una actitud activa por parte de la ex
pareja, destinada a evitar que la mujer pueda encontrar o mantener un empleo; sin embargo,
también cabe destacar la existencia de situaciones parcialmente diferentes, en las que el
varón no realiza ningún intento explícito en este sentido y es, pese a ello, el responsable
último de las dificultades de la mujer. Es éste, por ejemplo, el caso de Elena que, como se
ha visto más arriba, durante la relación nunca pudo tener un empleo remunerado porque una
serie de embarazos –forzados– se lo impidió, y ahora no encuentra trabajo precisamente
porque carece de experiencia.

(…) enseguida empecé a tener hijos, y ¿qué experiencia… qué experiencia puedo tener yo
cara a un trabajo? ¿Qué experiencia puedo tener? No tengo salidas de trabajo. No la tengo.
(E5)

En las situaciones ahora presentadas el causante de las dificultades de la mujer a la hora


de encontrar y mantener un empleo es, sin lugar a duda, el maltratador. En otros casos, sin
embargo, la realidad no es tan maniquea, sino que las responsabilidades se diluyen y acaban
llamando en causa también a otros sujetos, desde un empleador concreto hasta el conjunto
de la sociedad. En lo que al primero se refiere, piénsese, por ejemplo, en la historia de
Cristina, que trabaja en una residencia regida por religiosas y que –cuando pide un traslado
para poder alejarse del acoso al que su ex pareja la somete– se lo ve denegado bajo la
premisa de la sacralidad del matrimonio. Como resultado, acaba dejando el empleo:

Y... ya, tercer mes que estaba trabajando allá, ya... estábamos separados, pero él seguía...
yendo... a vigilarme... a ver con quién iba... si, salía con alguna compañera... o con algún
compañero, que había hombres trabajando allá también... a ver con quién me movía...
llamándome 50.000 veces por teléfono... y ya, estaba saturada, y cuando me dio el
lumbago, al mes, pues se me ocurrió la gran idea... la religión, ¡qué buena es! Vamos a
decirlo así... ¡Eh! De decirle a la monja... porque yo sabía que ellas tenían... tenían, hogares
esos de cuidar abuelos, por todo... por toda España. Y decidí preguntarle, que a ver si me
podía mandar fuera de Tafalla... (…) Y me dijo que no. Que yo, como me había casado por
el juzgado, pues que tenía que aguantar todo lo que me echara mi marido encima. Tan claro
como te lo digo. Entonces le dije: "vete a tomar por culo". Y me fui. Ya no es que me iban
a despedir, es que me fui yo. (E13)

En otros casos, el relato de las mujeres supervivientes muestra una situación aún más
preocupante, donde no es un único empleador quién muestra una completa falta de

254
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

sensibilidad ante situaciones de violencia de género, sino que es la sociedad en su conjunto


quién discrimina a las mujeres que han experimentado esta violencia:

Y ahora estoy bastante a gusto en esta casa, bastante tranquila… mhm… estoy con dos
niños (llora), evidente es que el matrimonio con que trabajo, pues… no saben nada de esto,
¡eh! Porque… bueno… no sé… ehm… cierto es que… que también te cierra mucho las
puertas. En vez de abrirte, lo que hace es cerrarte puertas, ¿no? (…) eso de violencia de
género y tal... buff… o sea… se te cierran todas las puertas. Todas, ¡eh! Te lo digo yo.
Trabajar, no te... no. No no no no no. (…) Mucho la gente: "te apoyamos, no sé que no sé
cuanto", y luego (ríe con amargura) vas a buscar un trabajo, como sepan que... que andas en
estas cosas, no te creas tú que te quieren en su casa, ¡eh! No no no no no. O sea que... pero
bueno... deberíamos estar mejor miradas, o por lo menos de otra manera. (E5)

Finalmente, cuestiones legales (relacionadas tanto con la situación de violencia como


con el proceso de divorcio) también dificultan la búsqueda y mantenimiento de un empleo
(a la vez que impiden ocultar la situación que se vive y protegerse así de la discriminación):

Me… me influyó mucho, la situación, estaba en... pues la sentencia de… el… el proceso de
divorcio duró un año. En este tiempo, faltaba del trabajo para irme, a citar con los
abogados... o, venía tarde... no estaba puntual, porque... me llamaba pa’… presentarme en
Tafalla, a notificarme… recibía notificaciones en Tafalla, o a palacio de justicia, o... debería
faltar por... motivos que me llamaba, el abogado para hablar conmigo... y… ha sido muy
difícil. Porque… de éstos no... en… trabajo no le gusta personas que tiene, problemas... por
es… cargos familiares... y yo ahora, entrevista no le digo que... estoy divorciada o que
tengo hijos. Porque si ve que tengo responsabilidades, no… no me da ningún trabajo. Me…
me influye mucho. (E6)

En este sentido, entonces, nuestros resultados confirman los hallazgos de estudios


anteriores, que evidencian que –precisamente por estas razones– la violencia puede derivar
en mayor absentismo (Adams et al. 2013; Swanberg, Logan y Macke 2005) y, por lo tanto,
también en un mayor riesgo de despido (Swanberg, Logan y Macke 2005).
A lo largo de este apartado se han analizado aquellos factores que inciden de forma
directa en la relación entre violencia y empleo. Tal y como se ha aclarado en el marco
teórico, sin embargo, existe también una serie de elementos que actúan de forma indirecta.
Nos referimos sobre todo a las secuelas del maltrato sobre la salud, tanto física (Moe y Bell
2004) como psicológica (Moe y Bell 2004; Wettersten et al. 2004) y a las recaídas que esto
tiene en la capacidad de encontrar y mantener un empleo. Para un análisis detallado de estas
cuestiones, sin embargo, se remite al apartado que se ocupa de la interrelación entre
factores.
Los elementos hasta aquí analizados tienen carácter eminentemente individual. Es decir,
muestran que la búsqueda y mantenimiento de un empleo se ven influenciados por la
historia personal de cada mujer y por la situación en la que ésta se encuentra en la
actualidad. A la hora de valorar las posibilidades de acceso al mercado de trabajo, sin
embargo, no podemos limitarnos a valorar factores individuales, sino que debemos
necesariamente tener en cuenta también el contexto macroeconómico. Éste, de hecho, es lo
que mayormente determina la capacidad de absorción de mano de obra por parte del
mercado de trabajo y, por lo tanto, las mayores o menores posibilidades de encontrar
empleo. Los relatos de las mujeres supervivientes, por su parte, confirman que el cambio de
coyuntura económica que ha tenido lugar en los últimos 10 años ha influido profundamente

255
Violencia de género en la pareja y exclusión social

en las posibilidades de encontrar empleo. Antes de la llegada de la crisis económica, de


hecho, ésta se presentaba como una tarea relativamente fácil:

Sí, estuve, pues… como 7 años o 8 sin trabajar… ehm… cuando volví, me volvieron a
coger en la oficina donde trabajé antes, de administrativa, aquí en Pamplona. (…) Volví con
mis hijos, sin él, ya, en plan de… me separo, me voy. Y me cogieron en la misma empresa,
y estuve unos cuatro-seis meses, y luego pues era dejar un trabajo coger otro, la verdad que
en esos tiempos había mucho trabajo (…) y era una pasada, porque… enseguida encontraba
trabajo (…) porque es cierto que en dos mil… tres… mhm… hasta hace poco, pues había
trabajo, o sea… era, dejar un trabajo coger otro, o sea… yo no he estado en el paro, ni un
día. (E1)

Ahora, sin embargo, resulta mucho más difícil:

Yo, preferiría... prefiero estar trabajando (se queda en silencio) pero como está... o sea, no
por mi caso, sino fíjate cómo está todo el mundo, ¿no? Es que no hay trabajo, entonces, está
todo más parado que el copón. Y si encima no… hay trabajos en los que no puedes, pues
mira... ts… (E12)

En suma, las posibilidades de las mujeres supervivientes de lograr insertarse en el


mercado de trabajo se ven profundamente influenciadas por el contexto macroeconómico.
Este resultado no es ciertamente novedoso ni sorprendente, pero sí algo que es importante
considerar con vista a la definición de políticas y a la intervención, si se quiere que ésta
pueda ser eficaz y efectivamente lograr la inserción laboral de las mujeres. Y lograrla
resulta especialmente importante, si se considera que, en el caso de mujeres que han
experimentado violencia de género, tener un empleo no es solamente un –importante–
factor de integración, sino también algo que es vital para la recuperación. Manuela, de
hecho, lo afirma con rotundidad: “Y gracias al trabajo, que yo estoy de pie” (E4).
La importancia del empleo para la recuperación de las mujeres que han vivido violencia
de género se deriva de un conjunto de factores, que van mucho más allá del beneficio
económico, in primis del hecho de que –mientras que la violencia se encarga de destruir su
autoestima (FRA 2014; Iraizoz 2011; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994)– tener un empleo
puede ayudar a recuperarla:

Y si v… y si estoy en un trabajo, y estoy bien, es porque... en un tiempo creías que no


valías ni para eso siquiera. Entonces... ahora por lo menos crees que vales para algo, pero
antes ni eso (silencio). (E5)

Otro factor que da cuenta de la importancia del empleo es el hecho de que –cuando la
realidad cotidiana está compuesta de violencia y dolor– éste puede ser algo que permite
desconectar y evadirse:

He vivido un auténtico calvario, Paola. Porque... ya te digo, por ejemplo, ese año que
estuve en casa con mi hijo, buah, es que fue... horrible. O sea, horrible. De tratarme como
una puta mierda... y... ¿sabes lo único que me aliviaba? Es saber que me iba a trabajar,
¿sabes? Desconectaba y... y muchas veces me quedaba en el garaje, en el coche metida, allí,
un rato, ¿sabes?, diciendo: "venga, tienes que subir y...". (E14)

Como resultado, en algunos casos el lugar de trabajo llega a ser el único sitio en el que
las mujeres pueden aspirar a algo de serenidad e –incluso– felicidad:

256
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Para mí es... es primordial. Estar… trabajando... porque, para empezar, creo que soy muy
feliz en mi trabajo. Es el sitio donde me siento feliz. Después, para de contar. (E11)

Recapitulando: el empleo tiene una importancia primordial para la recuperación, pero


acceder al mercado de trabajo es muy difícil –tanto por el contexto macroeconómico como
por las limitaciones específicas de unas mujeres que, a menudo, carecen de experiencia, o
padecen las secuelas físicas y emocionales del maltrato sufrido, etc.–. En esta coyuntura,
por lo tanto, las políticas sociales deberían suplir a las limitaciones del mercado de trabajo e
intentar garantizar una inserción laboral al margen de las reglas de mercado clásicas (con
opciones que vayan desde empleo social protegido hasta centros de inserción, clausulas
sociales, contactos con empresas, etc.).
A lo largo de este apartado se ha mostrado que, por norma general, los maltratadores no
quieren que sus parejas tengan un empleo remunerado. Llegadas a este punto, sin embargo,
cabe destacar que esto no siempre es así, sino que se dan también situaciones contrarias. En
un caso, por ejemplo, el varón no solo no se opone a que su pareja trabaje fuera de casa,
sino que llega incluso a obligarla a ello:

Me pegaba porque no... he dejado la tienda. (…) Y entonces, le pegaba para irme, para
vestirme y… y irme a la tienda a trabajar. (E6)

En otro, aunque no llega a forzarla, sí queda manifiesto que en absoluto se opone a que
ella gane dinero:

He trabajado, siempre.
(…)
¿No te ponían problemas? Las parejas digo
¡Noo! ¿Trabajar para llevarle dinero? Pff…
¿Eso nunca?
Ts ts ts. No. No no. (E15)
En el fragmento ahora presentado ya se intuye que ella es la que desarrolla el rol de
proveedora principal y que él no parece incómodo por eso. Ésta, por otra parte, es una
situación que se repite también en el relato de otras mujeres:

Yo estaba sola manteniendo a mis hijos, a mí él no me aportaba nada, porque él no trabaja,


él no hace nada (…) tengo que pagar yo todo, yo… pf… él, ¿qué me trae? De caracoles,
que vende caracoles, que vende chatarra, que bien… bueno… que se busca la vida de vez
en cuando, y me trae… pues… toma chica, 20 euros, o toma chica, 15… depende. Hay
veces que gasta todo la gasolina, y no trae nada. O sea que es que… depende. (E10)

Él comiendo de lo mío, no me daba ni un duro… (E16)

Si consideramos que, entre las mujeres entrevistadas, éstas son justamente las que
provienen de las situaciones de exclusión más severa, se puede avanzar la hipótesis de que,
en tales circunstancias, cumplir con el rol de proveedor no es tan importante para la
construcción de la masculinidad como lo es en contextos más normalizados. Esto, por otra
parte, podría ser el resultado de la imposibilidad de desarrollar una masculinidad exitosa en
términos clásicos y del subsiguiente desplazamiento de la misma hacia definiciones
alternativas y anómicas (De Kaseredy y Schwartz 2005; Friedemann-Sánchez y Lovatón

257
Violencia de género en la pareja y exclusión social

2012; Hampton, Oliver y Margarian 2003; Jewkes 2002; Messerschmidt 1993; Peralta,
Tuttle e Steele 2010; Strier et al. 2014; Walby y Allen 2004)207.
Los resultados obtenidos, sin embargo, también admiten otra explicación: que, al tratarse
de mujeres profundamente excluidas, solas y sin apoyos –es decir, sin alternativas– el varón
no considere necesario privarlas del empleo para asegurar su dominio.

10.3.1.1.2 Pobreza económica y privaciones


Nos ocupamos ahora de las consecuencias de la violencia en términos de pobreza
económica y privaciones. Al igual que el apartado anterior, también en éste caso
diferenciamos entre efectos que se registran cuando la mujer todavía mantiene su relación
con el maltratador y secuelas que se prolongan incluso cuando ésta ha terminado.
En lo que respecta a los primeros, nos centramos ante todo en el riesgo de
empobrecimiento. Observamos así que la violencia tiene un impacto muy claro en la
situación económica de muchas de las mujeres que la experimentan, como ya evidenciaban
investigaciones anteriores (ej. Moe y Bell 2004). En algunos casos, esto es la simple
consecuencia de la imposibilidad de acceder al mercado de trabajo; en otros, el panorama es
más complejo. Piénsese, por ejemplo, en la situación de aquellas mujeres que sí tienen un
empleo remunerado, pero no por ello pueden evitar su propio empobrecimiento, ya que
destinan todo su sueldo a las necesidades de la familia, mientras que la pareja sí dispone de
dinero propio:

Él sólo… de su sueldo pagaba sólo... el alquiler de 700 euros. Luego de 700 a 1500 euros,
no sé qué hacía con el dinero. Nunca lo ha compartido conmigo. Pero los ingresos míos,
estaba de toda la familia. Yo pagaba… pff… los gastos… lo… los gastos de la hija, todo
yo. (E6)

Asimismo, también se detectan situaciones en las que las mujeres, pese a no vivir en
hogares pobres, viven una situación de pobreza de facto, y esto porque no se les permite
disponer de dinero más que para satisfacer necesidades del hogar:

Yo disponía del dinero, justo cuando íbamos a… a comprar. Ese dinero, ese, y ese. Punto.
Pero a él, que no le faltara. (E4)

En otros casos, la causa del empobrecimiento de las mujeres ha de ser buscada en los
patrones de gasto de los varones. Cristina, por ejemplo, relata que su pareja:

Era una persona muy compulsiva también, comprando (…) E… el día de mi divorcio, había
más gente, para ir a coger, el… el… el cheque de la pasta, que entre abogados, y familia
que había ido. Igual había diez personas para llevarse la pasta. Entre los de la hipoteca, los
coches que había comprado, furgoneta… motos, no sé qué… cosas que no sabía ni yo…
(E13)

Este gasto incontrolado ya merma la posición económica de la mujer. Lo más


significativo, sin embargo, es que el varón, desde su posición de poder, llega hasta el punto

207Esto, por otra parte, y como ya se ha aclarado en el apartado 9.2.1.2, favorecería el recurso a la violencia por parte de los
varones.

258
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

de apoderarse de la nómina de ella, nómina que, por otra parte, se destinaba a pagar la
hipoteca:

Yo llegaba a cobrar la nómina, y no la cobraba, porque... me sacaba el dinero y se lo


gastaba. Entonces, pues los 800, 900 € que cobraba, no los tenía. Llegaba el día uno y... no
tenía ni para pagar la hipoteca porque se había llevado el dinero. (E13)

Como se ha podido observar, entonces, cuando hablamos del impacto de la violencia de


género en términos de pobreza estamos en realidad identificando diferentes manifestaciones
de violencia económica. Este fenómeno por otra parte, resulta aún más evidente en el caso
de las privaciones: éstas, de hecho, suelen ser parte de una violencia económica extrema,
que afecta tanto a la mujer como a los hijos:

Él estaba trabajando, y él estaba ganando bien (…) en la cantera. Él es cantero de siempre.


Vale. Por entonces ganaba bien porque… y encima ganaba dinero negro, pero... bueno,
como no se puede demostrar, pues... bares. Y… no nos daba ni para comer a mí y a mi hija.
O sea, no me daba dinero, para nada (…) La… la situación, en casa, de que… como te he
contado antes, que no nos daba dinero... no podíamos cocinar... (E5)

Iba a la carnicería, no me daba sueldo, pero me daba carne pa´ mis hijos... (…) yo iba a
hacer chistorras, chorizos, pero a cambio, pues me daba comida pa´ mis hijos, o… y ropa,
porque no me daba… o sea él... (…) no me daba tampoco, nada... (…) La comida, el
dinero, nada. (…) yo nunca en la vida... sabía lo que era pasar hambre, como con éste
hombre, con lo me casé… me hizo pasar hambre... (E7)

Los fragmentos hasta aquí presentados nos hablan de la realidad vivida por las mujeres
cuando éstas todavía mantenían una relación sentimental con el maltratador. Los efectos de
la violencia en términos de empobrecimiento y privaciones, sin embargo, perduran –e
incluso se recrudecen–cuando esta relación ha terminado.
El empobrecimiento, en la práctica totalidad de los casos, guarda relación con el hecho
de que las mujeres, cuando deciden separarse de su pareja, se encuentran privadas de
recursos y no disponen de ningún colchón sobre el que apoyarse para construir una nueva
vida. Esta realidad puede ser el resultado de procesos muy diferentes entre sí. En el caso de
Nicoleta, por ejemplo, se debe a que, mientras duró la relación, el varón mantenía un
control absoluto sobre los recursos del hogar, lo que impidió que la mujer pudiera ahorrar:

Yo... sin dinero, no ten… estaba trabajando de autónomo y no tenía ni… si él me cogía
todo el dinero… no tenía dinero, aparte... y… me dejó sin dinero… con la hija… sin dinero
para pagar... alquiler, comprar comida. Y... (E6)

O piénsese también en la situación de Idoia, cuya pareja –en cuanto supo que ella quería
separarse– vació la cuenta bancaria que tenían en común, dejándola sin nada:

Este año, en el 2012, el 12… el 12, de 12, no sé si es por manías, o qué narices... o tonterías
que tiene en la cabeza él, ha sacado otra vez la pasta que teníamos... en otra, libreta, y me
ha dejado otra vez a cero. (E8)

Asimismo, también se detectan casos en los que las mujeres han tenido, literalmente, que
huir de sus parejas y, por esta razón, no han podido llevarse nada consigo:

Me vine… me vi… con mi hija, una maleta y un bolso, y ya está. Reuní el poco dinero que
he podido reunir, por vía que él se quedaba con todo, y nada… y me vine con mi hija. (E4)

259
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Yo me vine, nada… con lo puesto (…) yo vendí todo lo… lo que tenía, pa´ poder salir de
allí, porque es que… el padre de mis hijos no me daba ni para comer. (…) Lo vendí, y con
ese dinero nos vinimos, y una beca que ella tenía del Instituto. (E5)

En otros casos, las mujeres se encuentran incluso en la obligación de hacer frente a


deudas, deudas que la pareja contrajo cuando todavía estaban juntos:

Compramos una furgoneta, y está a mi nombre, y la lleva él, y de hecho, no está pagando,
no está pagando, y encima como que me exige a mí que... "a ver, bonito, yo no tengo ni
carnet de conducir... mi... yo ni lo disfruto, o sea... la tienes tú. O sea, te lo pagas tú, yo no
tengo por qué pagarte...". "Si sí, que sepas que van a ir a por ti, que el banco Santander...".
O sea... (E12)

Se trata, en suma, de itinerarios que están claramente marcados por la violencia vivida.
Esto, sin embargo, no puede hacernos olvidar que el empobrecimiento femenino como
consecuencia de una ruptura sentimental no es ciertamente exclusivo de situaciones de
violencia (Fernández 1992; Fernández 1998; Pérez y Laparra 2007), sino que simplemente
se ve por éstas acentuado (Espinar 1993).
Finalmente, deseamos llamar la atención sobre una causa de empobrecimiento que afecta
a la práctica totalidad de las mujeres con criaturas: el impago de las pensiones alimenticias.
Éste es, por ejemplo, el caso de Laura, cuya pareja, tal y como ella relata: “tiene dos
trabajos y vive de puta madre!” (E14) y, pese a ello, no paga la pensión que le corresponde:

Porque vamos, no me pasa un duro... (…) por ejemplo, yo ahora cuando he estado... llevo
en el paro y... porque hasta que... ahora, pues mira, yo trabajaba en Eroski, no tenía un
sueldazo, pero mira, no nos faltaba, la verdad, pa’ comer, para: "oye, unas zapatillas...".
Pero claro, al quedarme yo así, pues... pues, los gastos del colegio y... yo le mandaba
whatsapps de...: "hay que pagar 80 € de material, otros 100 y pico de no sé qué...". Me
decía que qué me cre… qué me creía, ¿qué era un cajero? Automático, eé... Cuando no
paga nada (enfatiza con la voz). (E14)

El impago de las pensiones alimenticias guarda también relación con el padecimiento de


privaciones. Piénsese, por ejemplo, en el caso de Carmen, cuya pareja no solamente tiene
un empleo estable, sino que apenas debe afrontar gastos 208 y, pese a ello, se niega
rotundamente a pagar la pensión alimenticia que le corresponde:

No da ni un duro ni pa’ la luz, ni pa’l agua, ni pa’l alquiler, ni pa’ la compra de los críos, o
sea... es su nómina para él entera. (…) antes de pagarme… me ha dicho que antes de darme
un duro que se va fuera, que deja el trabajo y todo. (E12)

El hecho de que el padre no contribuya a los gastos de manutención de los hijos puede
derivar en privaciones muy intensas, tanto para la mujer como para las y los menores:

No pasaba la manutención y claro yo me he visto sola con... la ayuda esta que te dan la
Renta Básica... y estoy pagando un alquiler, estoy en unas condiciones con los críos… pff...
(…) Se los dejas al comedor y te ahorras viajes, y encima es eso: que sabes que encima van
a estar comidos. Todo el mes. Porque las cenas ya es distinto, pero por lo menos, comer...
(E12)

208 Vive en casa de una monja a la cual no da ningún dinero ni para el alquiler ni para los gastos de manutención.

260
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Análoga es también la situación de Nicoleta. Su pareja, de hecho, también se niega a


pagar la pensión debida:

Me dejó sin dinero… con la hija… sin dinero para pagar... alquiler, comprar comida (…).
Y… a él le estaba, llama… llamando, para, que me ayuda con dinero, para comprar comida
a la hija y no… no me ha pasado ningún dinero. Para la hija. (E6)

El impago de la pensión, por otra parte –sumado a un mercado de trabajo que se


caracteriza por salarios muy bajos y a un Estado de Bienestar incompleto, que carece, por
un lado, de escuelas infantiles públicas, gratuitas y con horarios flexibles, y por otro, de
transferencias sociales suficientes– acaba revirtiendo en privaciones muy severas:

Y... tenía problemas de… trabajo, que no me encontraba… me encont… he trabajado,


cuatro meses en Bershka, en una tienda de… de ropa, un horario de tarde, de cuatro horas, y
me pagaban poco, 390, y de eso debía pagar alquiler, comida, y también pagar una chica
para cuidar de mi hija por la tarde, cuando salía de… colegio. Y a mí, me… yo no me
quedaba con, nada. Y así que he pedido, con… comida, de la parroquia de Burlada... y, así,
he aguantado. (E6)

Finalmente, cabe destacar que, al igual que en lo que respecta al acceso al empleo,
también en lo que se refiere al riesgo de empobrecimiento y privaciones la prolongación –e
incluso intensificación– de las secuelas una vez que la relación ha terminado es el resultado
de un conjunto de factores. La literatura pone el acento en el hecho de que viene a faltar el
ingreso del varón y de que el estrés relacionado con la ruptura puede llegar a agudizar los
efectos psicológicos del maltrato (y por ende sus consecuencias en términos de pobreza)
(Espinar 1993). Desde aquí, sin embargo, queremos subrayar que, aun sin negar la posible
relevancia de estos factores, la causa principal ha de ser buscada en el hecho de que la
separación no conlleva automáticamente el fin de la violencia de género; muy al contrario, a
veces ésta llega incluso a intensificarse y, por ende, también lo hacen sus efectos209.

10.3.1.2 Esfera política


Una vez analizadas las consecuencias de la violencia en la esfera económica, centramos
la mirada en los efectos que ésta tiene en otro eje de la exclusión social: la ciudadanía
política. Ésta engloba tanto derechos políticos como derechos sociales; aquí, sin embargo,
nos ocupamos exclusivamente de estos últimos, ya que el acceso a los primeros viene
determinado más por la Ley de Extranjería y el sistema electoral que por la experiencia de
la violencia. A lo largo de los próximos apartados, por lo tanto, analizamos de qué manera y
hasta qué punto el hecho de experimentar o haber experimentado violencia de género incide
en el acceso a los sistemas de protección social de vivienda, educación y salud.
Antes de adentrarnos en el análisis de cada una de estas dimensiones, por otra parte, cabe
reseñar que si, en el caso del eje económico, las secuelas eran muy extensas e intensas tanto
a nivel de empleo como en términos de pobreza y privaciones, en este caso el panorama es
más complejo. La intensidad de los efectos de la violencia, de hecho, varía muy
grandemente en función de la dimensión considerada. En lo que respecta a la formación,

209 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 9.3.2.2.

261
Violencia de género en la pareja y exclusión social

por ejemplo, tales efectos son mínimos. En lo que se refiere a la vivienda, por lo contrario,
las consecuencias parecen ser algo más frecuentes, pero sobre todo muy intensas, ya que
afectan un área que es vital para la integración. Y, finalmente, en lo que atañe a la última
dimensión, aunque apenas se detectan efectos en términos de acceso al sistema sanitario, las
secuelas a nivel de salud –tanto física como emocional– son, sin embargo, abrumadoras.

10.3.1.2.1 Derecho a la educación


En primer lugar, entonces, nos ocupamos de la formación. Como ya se ha apuntado, en
este área los efectos de la violencia no son muy evidentes. Solamente en un caso, de hecho,
ésta llega a incidir directamente en el proceso formativo, conllevando abandono del mismo:

En Rumania, también administración y finanzas. Un grado medio. Y quería continuar,


porque él no me dejaba... ir a la universidad, en Rumania. Porque tenía miedo que, voy a
conocer otros hombres, preparados, y que lo voy a dejar. (E6)

El relato de Nicoleta muestra claramente cómo su formación se vio interrumpida por los
requerimientos de su pareja. Esto, sin embargo, es algo que se detecta únicamente en un
relato, lo cual sugiere que no se trata de una dinámica muy frecuente.
Asimismo, no podemos ignorar el hecho de que el único caso detectado hace referencia a
un nivel elevado de formación. Avanzamos la hipótesis de que la ausencia de efectos en los
niveles básicos se debe tanto a la edad –muy temprana– en la que éstos se suelen cursar
como al hecho de que –al tratarse una formación básica– es más difícil que sea percibida,
por parte del varón, como una amenaza, tanto a su dominio como a la estabilidad de la
relación.
Si, como hemos podido observar, solamente en contadas ocasiones la violencia impide
formarse –y, de todas formas, lo hace únicamente en los tramos altos de formación–
entonces la mayor incidencia de violencia de género entre mujeres sin estudios –detectada
por medio del análisis cuantitativo– parece ser el resultado de un recorrido inverso, donde el
hecho de carecer de formación es anterior a la violencia y es precisamente lo que ha
expuesto a las mujeres a un mayor riesgo de vivenciarla.

10.3.1.2.2 Derecho a la vivienda


En segundo lugar, analizamos los efectos de la violencia en términos de acceso a una
vivienda digna, tanto durante la relación como una vez que ésta ha terminado. Durante la
relación, dichas secuelas se configuran como un elemento más del maltrato. Piénsese, por
ejemplo, en la situación de todas aquellas mujeres que se ven habitualmente amenazadas
con ser dejadas en la calle:

Era normal que me echara de casa. Me decía que me fuera… “vete….”, ¿cómo me decía?
“vete a Pamplona, puta” me decía… (E1)

Y… y en mi piso, venía borracho, y se ocurría… en puro invierno, se encerraba. Con


cadena, con llave y todo, íbamos… yo sacaba a mis hijos, bien pa´ todo el paseo,
llegábamos a las 8:30 a casa, y no podíamos entrar. Y bueno, a ver si se le pasa, si espera,
más rato, y nada. Al final tenía que ir a la guardia civil, la guardia civil tenía que venir,
romper la puerta, luego veían a él tirado en el sofá... (E7)

262
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Los resultados obtenidos, que reflejan una situación de gran precariedad habitativa, se
ven respaldados por estudios anteriores (ej. Tutty et al. 2014). Nuestro análisis, sin
embargo, evidencia también situaciones en las que los efectos de la violencia en términos de
acceso a una vivienda digna son aún más evidentes. Es el caso de Sheila, que se ve obligada
por su pareja a dejar la casa y la ciudad en la que ambos vivían, para mudarse a una chabola
en un pueblo para ella desconocido:

Y ya, cuando me enteré que estaba embarazada, bueno, a parte que me llevó a vivir a un
pueblo, a 50 km de aquí… (…) Pues… pues allá me llevó. Una casa… que era de... que se
la hab… que se la había dejado un amigo, porque el amigo ni la quería, que… o sea, que
eran cuatro paredes, las ventanas rotas… no sé el frío que pasé yo allí… buah… y hambre.
Frío y hambre. Mucho mucho. Más las palizas que me daba él, más… (E15)

La interrupción de la relación violenta no suele poner fin a estas secuelas; al contrario, a


menudo llega incluso a intensificarlas. A veces, tal y como evidencia la literatura (ej. Baker,
Cook y Norris 2003; Brush 2004; Romero et al. 2003; Siefert et al. 2004), esto guarda
relación con dificultades de orden económico. Es éste, por ejemplo, el caso de Nicoleta, que
se ve obligada a dejar la casa en la que había vivido con su marido y su hija y buscar una
habitación en un piso compartido:

En este momento, pues estuvo… empezó a buscar una… habitación. No, primero…
buscaba… gerente para alquila… para compartir lo… el duplex... y no… encontraba.
Entonces, después de un mes, que tenía yo, dos alquileres, de fianza, y… entonces... busco
una habitación, y me mudo… después de un mes, me mudo, con mi hija. (E6)

Análogamente, piénsese también en el caso de Carmen que, si bien no se ve abocada a


compartir piso, tampoco puede acceder a una vivienda digna, ya que su presupuesto
solamente le permite alquilar una casa en malas condiciones en un barrio marginal:

Y yo ahora mismo pues eh… lo que más había por 300 €, pero vamos... pffff... no sé ni
cómo decirte, porque ya... una pasada las condiciones que estoy (…) Porque claro con la
manutención esa, quieras o no, pues coges un piso decente, y más en el barrio, los críos...
los colegios... todo. Pero es que a mí no me llega, ts ts ts... date cuenta aquí mínimo, un
piso, 450... luego échale luz, agua, gas... come... y estoy en unas condiciones, vamos... y él
lo sabe. Bueno... pasa del tema. Cuando luego por otro lado te dice: "¡aaah, mis hijos, allí,
en ese barrio, no sé qué, o sea... qué vergüenza de madre... llevar a tus hijos...". (E12)

En ambos fragmentos, la imposibilidad de costear una vivienda digna para sí mismas y


para las criaturas aparece como la consecuencia de una situación de pobreza económica,
que a su vez guarda relación con el impago de los alimentos por parte de las parejas. Las
dificultades descritas constituyen, en suma, consecuencias indirectas de la violencia vivida.
En otros casos, sin embargo, la relación entre violencia e imposibilidad de acceder a una
vivienda puede llegar a ser mucho más directa. Es éste, por ejemplo, el caso de Carmen que,
si se ve obligada a abandonar su vivienda y a acudir a una casa de acogida, es precisamente
por el hostigamiento al que se ve sometida por su ex pareja:

La casa me cambiaron hasta la cerradura, de mi casa, porque la casa era de los dos, y de
tantas que me hacía, y que me fuera que me fuera que me fuera. Y me tuve que salir del
piso por no discutir más. Con los críos. Y estuve en casa de acogida (…) Y me cambiaron
la cerradura, los UPAS. Y aún y todo me tuve que ir. (…) Me lo encontraba, allí debajo de
casa, y de todo, y que me iría que me iría, que me iría que me iría, que... que no me dejaba
vivir en casa. Me fui. (E12)

263
Violencia de género en la pareja y exclusión social

O piénsese también en la situación de Idoia que, pese a tener la guarda y custodia de la


hija, se ve obligada a volver con sus progenitores, ya que la pareja se niega a abandonar la
vivienda conyugal:

Ahora, vivo con mis padres... este fin de semana, me tengo que mudar otra vez a mi casa...
porque ya me han dado la guarda y custodia de la niña, pero… eee… el padre de la cría,
con que al que siempre me dirijo así, el padre de la cría… eee… no se quiere marchar. (E8)

Asimismo, también se evidencia un caso en el que la pareja, al verse denunciada por la


mujer, reacciona destrozando la casa de ella:

Llegó a casa, comió, destrozó la casa, llevó todo lo que se ha podido vender, dejó la casa
hecha una puta mierda, pero totalmente una chabola, con… comparado con mi casa como
estaba, no es nada. (…) ¡Cómo, cómo vi yo mi casa! Vacía, destrozada, con restos de... te
puedes imaginar. Me dio un bajón tan grande tan grande tan grande que me tuvieron que
sacar de mi propia casa. Yo esa misma noche no dormía en mi casa. Tanto yo como mis
hijos nos tuvimos que ir a dormir a un hostal... de las, maneras, en que él me había dejado
la casa. (E4)

Finalmente, en lo que respecta al impacto de la violencia en términos de vivienda, cabe


destacar la existencia de un caso aún más sangrante, en el que la violencia a la que la mujer
es sometida, al sumarse a otros elementos de vulnerabilidad, acaba derivando en una
situación de sinhogarismo que se prolonga durante dos años. Su historia, sin embargo, no se
presenta aquí, ya que, al tratarse de un caso paradigmático de interrelación y acumulación
entre dificultades en diferentes esferas, será analizada en el apartado correspondiente210.

10.3.1.2.3 Derecho a la salud


En tercer lugar, nos ocupamos de las secuelas de la violencia en la esfera de la salud.
Aunque en términos de acceso al sistema sanitario los relatos de las mujeres supervivientes
apenas evidencian efectos, en términos de salud propiamente dicha –tanto física como
emocional– las secuelas de la violencia sí son muy evidentes. A lo largo de este apartado,
por lo tanto, mostraremos estas secuelas, aunque sin detenernos en exceso, ya que se trata
de un tema abundantemente estudiado por la literatura211.
En lo que respecta a la salud física, las consecuencias de la violencia son muy claras,
tanto durante la relación como una vez que ésta ha terminado. Durante la relación, por
ejemplo, además de los obvios efectos de la violencia física, se detecta un empeoramiento
de la salud sexual y reproductiva. Algunas mujeres, por ejemplo, refieren el contagio de
enfermedades de transmisión sexual: “se iba, a los puti clubs, me cogía infecciones por
culpa de él...” (E7), riesgo que también es subrayado por la literatura (Coker et al. 2011;
WHO 2002). Otras nos hablan de partos prematuros, favorecidos por el profundo malestar
que la violencia causa en la mujer:

Me puse de parto y… también por… me puse… nació un mes antes o así. Y ya fue… nació
antes por eso, porque… yo estaba muy mal y… o nacía o nacía. (E15)

210 Véase apartado 9.3.2.1.


211 Para un análisis más detallado de las evidencias encontradas en la literatura véase apartado 5.3.1.1.

264
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Asimismo, los relatos de las mujeres supervivientes también evidencian un proceso de


envejecimiento precoz que, sin ser propiamente patológico, es síntoma del gran desgaste
que el cuerpo de la mujer está experimentando por efecto de la violencia vivida y del dolor
a ella asociado.

Y yo misma digo adonde mis amist… mis amigas, de infancia, me hubiesen visto, no se lo
hubieran creído, como yo estaba. Yo parecía una mujer, mucho mayor a los 26 años, con
los, cuando yo vivía con él a los 27 años, pero mucho mayor. Tuve una foto, que aún tengo
la foto, la copia, una foto de donde yo parezco una mujer muchísimo mayor que el día que
me fueron a hacer la foto del DNI, y el, y el del banco, me decía que si del DNI era yo
(llora), porque es que yo, ya te digo, él, muy mal, una convivencia horrorosa, no se la
deseo, a nadie, de las mujeres, no, no. (E2)

El impacto de la violencia sobre la salud física de las mujeres no termina


automáticamente con el fin de la relación. Al contrario, a menudo las secuelas se arrastran
incluso cuando ésta ha terminado. Algunas mujeres, por ejemplo, señalan como el momento
de la separación –y el estrés que se le acompaña– puede asociarse con un adelgazamiento
excesivo e indeseado:

A nivel de salud, perdí 10 kilos. Sí, me quedé... 50 kilos. Pesaba… sí me… me... perdí
bastante peso... (E13)

Otras evidencian que los efectos en términos de salud pueden aparecer incluso años
después de que la relación haya terminado. Es éste, por ejemplo, el caso de Elena que, años
después de haberse separado, experimenta una menopausia extremadamente precoz:

Estoy en plena menopausia, con 38 años (ríe pero sus ojos son tristes)… eeh… y
psicológicamente, la menopausia, la estoy notando. Si sí. O sea, la estoy notando, porque…
yo esto que tengo con… desde que se... ya yo andaba con… con… síntomas, pero yo, ¡qué
me iba a pensar que una menopausia con... con 35 o 36 años, como empecé! (E5)

Una vez analizadas las secuelas a nivel de salud física, nos ocupamos de la salud
emocional. En este caso, contrariamente a lo habitual, no diferenciamos entre efectos que
tienen lugar durante y después de la relación, y esto porque se trata de fenómenos tan
complejos y prolongados en el tiempo que asociarlos a un momento determinado resulta
difícil a la par que impreciso. En primer lugar, entonces, observamos que el hecho de vivir o
haber vivido violencia de género puede asociarse con un fuerte sentimiento de ansiedad:

Esto, me ha dejado... una angustia muy grande dentro, sobre todo la angustia, que me ha
creado... una angustia muy grande (…) era una historia que la verdad es que me... mucha
ansiedad... mucha ansiedad, la verdad. Yo he pasado mucha ansiedad. Sí. Mucha ansiedad.
(E9)

Al fin y al cabo lo que pasa ¡aaargh! de los nervios, agresiva, y de todo. Sales por la puerta
y... andar andar andar andar andar andar y ¡vuuum! Pero vamos, para cuando me descuido,
igual en 10 minutos estoy en Sarriguren (se ríe). Bueno, intento relajarme, ¿no? Porque si
no... cuando puedo, cuando me da mis crisis de ansiedad... si la controlo bien, cuando no...
ya mal... pero bueno... (E12)

En otros casos, las mujeres evidencian también consecuencias negativas a nivel de


autoestima:

Me marcó mucho el... maltrato psicológico, mucho, Paola. Yo creo que, a día de hoy,
todavía no me valoro como para... no sé... mismamente voy andando y siempre voy con la
265
Violencia de género en la pareja y exclusión social

cabeza agachada… o, por ejemplo, cuando... se me ha acercado siempre algún chico o lo


que se o... me he sentido muy insegura, o el decir: "bueno, este tío, ¿de qué se va a interesar
por mi?" (E14)

Entonces pues claro mira yo ya, pienso… no… yo ahora hoy en día veo… que yo… no
estaba bien. O sea, emocionalmente estás… no sé cómo explicar que… porque para mí no
tiene ni palabras… decir ni cómo te encuentras… es que en nada que pienses está bien
hecho, ¿no? (E5)

En estrecha relación con esto, también cabe resaltar una alta probabilidad de padecer
depresión:

Yo estaba te digo, totalmente que… n- no sé lo que me preguntaban ni entendía la mayoría


de las preguntas, estaba como... yo qué sé, estaba depresiva perdida, estaba mal... (…) yo
andaba, muy mal, estaba trastornada, por entonces. (E5)

La verdad yo he sufrido muchísimo. Hasta que al final, ya, caí en una depresión (…) la
psicóloga, me la pusieron aquí en el Servicio Social, porque yo estaba muy deprimida,
estaba muy mal, iba a trabajar y estaba… pfff… muy mal, entre la casa el trabajo, los
problemas que tenía, se me juntó todo. No tenía ganas más que de echarme a llorar, y llorar
y llorar y llorar. No sabía lo qué hacer. Es que no sabía, como actuar, ni lo qué hacer, ni...
es que no sabía. (E10)

Todo esto, por otra parte, está profundamente relacionado con la posibilidad de sufrir
desordenes del sueño:

Perdí el sueño, perdí, totalmente, no dormía, aún no confirió [sic] el sueño todavía, no
duermo bien (llora, silencio). (E11)

Y con la presencia de deseo suicidas:

Sobre todo cuando me quitaron la custodia, quería quitarme la vida... en mi mente sólo
estaba morirme... (E7)

Los resultados ahora expuestos se ven respaldados por la literatura, que también halla
una asociación entre el hecho de vivir o haber vivido violencia de género y el riesgo de
experimentar: estrés y ansiedad (ej. Coker et al. 2011; FRA 2014; Ruíz-Jarabo y Blanco
2007; Sarasúa et al. 1994; WHO 2002); baja autoestima (ej. FRA 2014; Iraizoz 2011; WHO
2002; Zubizarreta et al. 1994); depresión (ej. Coker et al. 2011; Devries et al. 2013; FRA
2014; Iraizoz 2011; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; Sarasúa et al. 1994; WHO 2002;
Zubizarreta et al. 1994); insomnio (ej. FRA 2014; WHO 2002); e intentos de suicidios (ej.
WHO 2002).
Como se recordará, las consecuencias hasta ahora enumeradas tienen carácter
eminentemente clínico. Existen, sin embargo, propuestas diferentes, que sugieren ampliar la
mirada y observar elementos como las modificaciones a nivel de personalidad y los cambios
en la conducta (Coker et al. 2011). Nuestro estudio confirma la existencia de secuelas en
este sentido; Elena, de hecho, afirma:

(…) no es que yo tenga problemas mentales, pero de comportamiento sí. Sí. ¿Sabes? Es, es
estar siempre a la defensiva, ¿sabes? Es ee, mhm, cualquiera, cualquier comentario,
cualquiera, por mucho que tú quieras, o que, quier... que quieras a esa persona, ya piensas
que va por lo malo y no es por lo malo, ¿sabes?, o sea, problemas de estos de conducta, sí...
y eso es lo que, lo que estoy tratando de... de apaciguar un poco, porque, bueno, mhm,
queda, queda. No, no, no terminas de ser feliz en la vida. (E5)

266
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Llegadas a este punto, cabe evidenciar la existencia de otro factor que también
contribuye a intensificar ulteriormente la intensidad y duración de las secuelas sobre la
salud: haberse visto obligadas a abandonar a los hijos. Éste es, por ejemplo, el caso de
Elena, que relata:

Y… bueno, pues… o sea, mi hija, se iba a estudiar fuera, y yo aproveché que se fue. Pero,
no… yo no premedité es decir… no… ésta se v… mi hija se va la semana que viene, me
voy con ella, y aquí los dejo (…) Incluso, cuando mi hija se fue a estudiar fuera que yo me
fui con ella, con la… con la… con el pretexto de que, ha… había alquilado un piso con
otros chico… otras chicas, porque si fuera con otros chicos no… su padre no le dejaba, el…
le iba a hacer una limpieza, le iba a ayudar y tal y luego volve… volvía. Cosa que no volví
nunca. Vale. Entonces, bueno. Para mí es un recuerdo muy malo. No supero haber dejado
allí a mis tres hijos, porque… no lo supero. No lo supero. Me he llevado muchos palos en
mi vida, muchos insultos, violaciones, todo, pero... veo que aquello… al tener que dejar allí
a tres hijos menores... no… no duele tanto (…) Y yo de que me iba… mi… a mis hijos salir
por la puerta, y no poder decirles: "no sé cuándo te voy a volver a ver...", me duele mucho
más, que todos los palos que haya recibido nunca, eso... eso te lo aseguro, mucho más...
y… pues nada, eeh… ya te digo, que gracias a que me marché así, les he visto en… dos
ocasiones... y… no tengo acceso a ellos (…) Yo, aquí… aquí, cuando vine a lo de Mirenjo,
eeh… yo vine, me recibió muy bien, yo… pff… bueno… venía… todas las semanas tenía
cita con ella, pues cada vez que venía llorando, normal, a m´había dejado allí a mis hijos, y
me dolía tremendo. O sea, es que me dolía, es que… ya te digo que eso, me ha dolido tanto,
que… que… m ´hubiesen terminado de pegar hasta yo… aunque yo cumpliera 100 años, y
me hubiese dolido menos que eso (…) el haberlos abandonado, lo sentiré toda la vida. Es
que lo… llámalo como quieras, es: abandono. Que tenga la justificación que tenga, vale.
Para mí, los he abandonado. Y no puedes hacer nada. Nada, de nada (…) no hay día que no
me acuerde de mis hijos, y no llore. Eso no me lo quita nadie (mientras habla de sus hijos
no deja nunca de llorar). (E5)

Es más, a menudo al dolor de la separación se le suma el sufrimiento causado por el


hecho de ver que los hijos varones, al encontrarse bajo el control e influencia del padre,
suelen ponerse de su lado y contra la madre. Gabriela, por ejemplo, al preguntarle qué tal se
encuentra, contesta:

Nunca me voy a encontrar bien, ya te lo he dicho. Mis hijos mayores, pues... sobre todo el
segundo, me tiene... psicológicamente machacada. No sé qué hacer con él, pa´ que él me
quiera... quiero que vea que yo le quiero, que es mentira todo lo que le han llegado a decir...
(silencio). (E7)

Para terminar, cabe evidenciar que, aunque a lo largo de este apartado la salud emocional
y física se han presentado como compartimentos estancos, la realidad es mucho más
compleja, ya que la salud emocional tiene secuelas a nivel físico y viceversa (Ford et al.
2011; Khusainova 2014). Más concretamente, lo que más nos interesa destacar es
precisamente cómo las secuelas a nivel emocional –las más absolutamente transversales en
todos los procesos de violencia analizados– tienen claras recaídas a nivel físico. Cristina,
por ejemplo, relata:

Los 10 últimos meses que estuvimos juntos, estuve trabajando en una residencia en Tafalla
(...) Entonces, allí... allí ya era terrible, porque... me llamaba igual 40 veces al día, por
teléfono... y no me dejaba trabajar. Apagaba el móvil, cuando yo… cogía el móvil igual
tenía 40 llamadas... empecé a hablar con una colega mía de: "mira lo que me está
pasando...". Igual iba yo con mi coche, iba él con su coche, se escondía para ver si salía sola
o acompañada de... de la residencia... me espiaba... me seguía a todos lados... (…) al final,
cogí... mira, me dio un lumbago... una caída de una abuela me... me pilló mal, me dio un
lumbago... estuve un mes sin ir, porque me dieron la baja, pedía... aparte la baja era todo lo

267
Violencia de género en la pareja y exclusión social

que tenía yo en la cabeza, era una... que no me recuperaba, vaya. Estaba... era una cosa que
podía haber sido igual de... de una semana, o dos semanas como mucho, para ponerme
bien... a mí me costó un mes. Me costó un montón, y me decía la enfermera: "es que estás
muy... tal, y enseguida...". Es que no podía ni moverme, ¿no? (E13)

10.3.1.3 Esfera relacional


Una vez analizadas las secuelas de la violencia en las esferas económica y política, nos
ocupamos de los efectos que ésta tiene en el eje relacional. Más concretamente,
diferenciamos entre conflicto/anomía y aislamiento social.

10.3.1.3.1 Conflicto social, anomía


En lo que respecta a los efectos de la violencia en términos de conflicto social o anomía,
ante todo cabe destacar que, aunque tales efectos se registran en un número de casos
bastante reducido, su impacto en el nivel de exclusión es especialmente intenso. Por ello, es
importante señalar con énfasis cualquier secuela en este sentido, independientemente de la
frecuencia con la que ésta se encuentre.
Más específicamente, diferenciamos entre conflictos familiares, conductas asociales
(consumo de drogas) y conductas delictivas. En lo que se refiere a los primeros, los relatos
de las mujeres supervivientes apenas reflejan la existencia de secuelas. Solamente en un
caso, de hecho, se puede apreciar claramente cómo la violencia provoca irritabilidad y
sensación de enfado en la mujer:

Yo hasta en casa era… me mostraba… era un poco enfadada, en casa. Que tampoco era
muy normal en mí, porque siempre estoy bien, ¿no? pero claro, el estar con… un chico, que
te amarga todos los días, pues llegas a casa, quieras, o no quieras, llegas disgustada, ¿no?, y
ellos lo… me lo notaban. (E1)

La literatura se ha ocupado de esta cuestión y ha señalado que esta irritabilidad es una


consecuencia de la ansiedad que la violencia origina; ansiedad que, para ser manejada,
acaba siendo desplazada y contribuye así a que la mujer se muestre irritable con las
personas que la rodean (Nicolson 2010). Tanto el hecho de que esta dinámica se registre
solamente en una pequeña minoría de casos, como –sobre todo– el hecho de que, incluso en
estos casos, la agresividad se mantenga en niveles muy bajos, por otra parte, guarda relación
con la construcción social del género, que revierte en la creación de subjetividades
determinadas. La socialización de género, de hecho, condiciona la expresión de este
sentimiento de agresividad, que puede dirigirse contra las y los demás o contra una misma.
De esta manera, los sentimientos negativos predominantes acaban teniendo un fuerte
componente de género: allá donde los varones experimentan agresividad y enfado, las
mujeres sentirán más fácilmente tristeza/depresión, culpa, etc. (Bourdieu 1998/2000;
Lagarde 2008) 212 . Nuestras hipótesis es que esto es precisamente lo que mantiene las
secuelas de la violencia en términos de conflicto social en un nivel tan bajo.

212 Para un análisis más detallado, véase apartado 2.2.3 y 3.2.1.

268
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

En segundo lugar, nos ocupamos de las secuelas a nivel de consumo de drogas En este
ámbito, el impacto de la violencia se puede apreciar con claridad en el relato de las mujeres
entrevistadas, un resultado que se ve confirmado por numerosos estudios anteriores (ej.
Coker et al. 2011; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994). Las
razones que llevan a las mujeres en situación de violencia a usar drogas son variadas. Ana,
por ejemplo, evidencia que, en su caso, el hecho de consumir sustancias estupefacientes
tenía el preciso objetivo de evadirse y olvidarse de la violencia que experimentaba:

Es un… un desgaste psicológico… ufff… impresionante. Muy grande. Muy grande. Muy
grande. Chica, normal, luego no quería más que fumar porro, meterme ralla, olvidarme de
todo, y ya está. Y ya está. (E15)

Éste es un resultado en línea con los de investigaciones anteriores (ej. Campbell et al.
2011; Pyles y Banerjee 2010; Salomon, Bassuk y Huntington 2002). Nuestro análisis, sin
embargo, permite ir más allá y mostrar asimismo la existencia de realidades diferentes, en
las que el panorama es más complejo y lo que las empuja a ello no es un único factor, sino
un conjunto de elementos, que van desde el intento de desconectar, evadirse, en fin,
soportar la violencia hasta la búsqueda de unas herramientas que permiten acercarse a la
pareja y ver el mundo con sus ojos:

Yo, por ejemplo, empecé a meterme droga también con él. Llegó un momento que… tiré la
toalla, ¿no? Me vine abajo y… antes de separarme… un tiempo antes, sí que empecé…
empezó a venir gente a casa, y a… nuestra casa, el botellón oficial, de todo, éste
trapicheaba con droga también, y me dio una temporada por meterme. Me metía a diario,
pasaba de todo…de los críos… todo. Era como un poco, digo, c… como no podía con él,
pues te unes a él, ¿no?
¿Por qué crees que empezaste a meterte?
Porque no podía con todo. Yo he sido una persona… siempre que me lo he echado todo a la
espalda, ¿no? y… y fue… no podía cambiarle, ¿no? Yo quería cambiarle, y no podía, y
era… como… sin querer, te vas metiendo en esas historias, ¿no? No queriendo, ¿no? “Ala,
me voy a meter una ralla y tal”. No. Era… como una manera de desconectar total, ¿no? Yo
este… estaba dejando a mis otras historias… mis hijos estaba dejándolos a un lado, ¿no?
Por culpa de él también. Por culpa mía, pero por culpa de él, porque decía: a ver si de esta
manera… ¿no? Era como… pa’ estar más con él, estar con él y…y ver, ¿no?, las cosas de
otra manera, ¿no? Que no ves nada, porque estás hecho una mierda, pero… (E13)

En tercer lugar, centramos la mirada en las conductas delictivas. Ante todo, cabe
recordar que solamente en casos muy contados el hecho de experimentar violencia conduce
a ellas. Las consecuencias en términos de procesos de exclusión, sin embargo, son tan
intensas que hacen que sea imprescindible detenernos sobre este tema. El hecho de que la
literatura especializada apenas lo haya tocado, por otra parte, hace que profundizar en él sea
aún más relevante. Aclarado esto, observamos que, en algunas ocasiones, la obligación de
cometer actividades delictivas –con el riesgo que esto supone– llega a ser un componente
más de la violencia que la mujer experimenta. Sheila, por ejemplo, lo relata claramente:

Con este último no trabajé. “¿Para qué vas a trabajar tú, que ya… que ya consigo el dinero?
Que tenemos la Renta Básica, que ya no nos hace falta más…”. Sí, eso sí, es verdad. Sí. No
es que no me… no es que diría: “no te dejo”, pero… pero: “¡que no! ¿pa’ qué?” Y no sé
qué… Y bueno pues, por no liarla, pues le hacía caso, y ya está, pues vale. Nos íbamos a
buscar chatarra… que tú te vienes conmigo a buscar chatarra, que pa’aquí que pa’allá…”.
Pues trabajábamos es eso. Con él a buscar chatarra y… a robar, y… (…) En cualquier lado.
Sí. Sí. En casas… en el eskis, en… en camiones, en… pff… cualquier sitio. Cualquier sitio
que llevara dinero, o lo que sería… (…) Y si no robabas, es que no valías pa’ nada… que si

269
Violencia de género en la pareja y exclusión social

no… “pues vaya mujer, que no vale pa’ nada, que no sabe ni cholar… que no sé qué…”.
(E15)

En otros casos, la obligación de cometer actividades delictivas no recae sobre la mujer,


sino sobre las y los hijos de ésta:

Mi hijo... lo llevaba a ir a robar por ahí... se llevaba a mis hijos a pedir... por las casas...
(E7)

En los casos analizados, el hecho de que la violencia tenga o no un impacto en términos


de comisión de actividades delictivas parece guardar una clara relación con procesos de
exclusión social preexistentes. Cabe, sin embargo, avanzar la hipótesis de que, en clases
altas, este mismo mecanismo podría repetirse, aplicándose, sin embargo, a delitos de
“guante blanco”.

10.3.1.3.2 Aislamiento social


En lo que respecta al impacto que la violencia tiene en las redes familiares y sociales de
la mujer, ante todo cabe destacar que la práctica totalidad de las entrevistas refleja la
existencia de profundas secuelas en este ámbito. Numerosos estudios anteriores, por otra
parte, confirman que el aislamiento de la mujer es uno de los efectos más comunes de la
violencia (ej. Jewkes 2002; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007). Se trata, por lo tanto, de una
dinámica muy diferente de la que acabamos de analizar, ya que allí el impacto de la
violencia era sí intenso pero no extenso.
Como viene siendo habitual, también aquí diferenciamos entre efectos que aparecen
mientras la mujer mantiene su relación con el maltratador y otros que perduran incluso una
vez que ésta ha terminado. En el caso de los primeros, el aislamiento es un aspecto más del
proceso de violencia, a la par que un objetivo que el maltratador persigue con objeto de
incrementar la indefensión de la mujer. Más concretamente, en lo que respecta a las
relaciones con la familia, el control que la pareja ejerce suele ser explícito y directo, tal y
como emerge en los relatos de Nicoleta y Blanca:

Y de familia, a mí no me dejaba tener... relaciones para irme, por ejemplo quedar más de
una semana con mi familia, no me dejaba. Sólo dos-tres días, pero con él. No me dejaba, ir
sola o pasar más tiempo con mi familia. (E6)

Cuando yo hablaba con mi familia, a mi país, él, estaba allí, presente. Porque él no me
dejaba hablar, si yo estaba sola no me dejaba hablar, con nadie. Había un solo móvil en
casa, que era, para él y para mí. Y a mí me tenían que llamar, y él tenía que escuchar... (E2)

En lo que respecta a las amistades, las técnicas que los varones utilizan para lograr el
aislamiento de la mujer suelen ser más variadas y pueden oscilar desde el control directo
hasta la manipulación e incluso el engaño. En los relatos de Nicoleta y Blanca, por ejemplo,
se aprecia claramente la existencia de un control directo, que puede llegar a ser brutal:

He perdido todas las amistades, en Rumania, porque él no me dejaba salir, con amigas... si
le decía que yo tengo amigas, decía: "ah, son unas putas, te… no quiero que sales con…
éstas" (…) Me… me ha aislado de… compañeros de trabajo, de... sólo debería salir con él.
No me dejaba, salir sola. (E6)

270
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Él me aisló totalmente. De amistades, y... hubo una... yo, conocí a una chica, española, y,
mi amistad, se vio, dañada por él, porque, ella… fuimos a ver… a visitar una vez al pueblo,
que vivía, y luego la íbamos, a querer llevar a Logroño, a pasar un rato, todos juntos, y ella,
hizo una broma. A él no le gustó, y la cogió del pelo y la bajó del coche... Y yo me metí en
medio, pero como estaba embarazada, yo hice… no hacía sino coger al otro crío, que
estaba, también pequeño, en brazo, yo metiéndome en medio de que no le fuera a hacer
nada a la chica, la dejó a la… en la calle, en… o sea, mmh… en una vía, la dejó allá. Ella
me decía que me fuera, porque, claro ya nos golpearía a las dos (llora). Dejó tirada a mi
amiga, o sea que era la una de las con que tenía más comunicación, pero... fue, la que... la
que destruyó… aparte amistad… no… no tenía porque él no… no me han dejado... mmh...
yo no podía estar sola, no podía, ir sola, a ningún sitio. Siempre estaba con él. Siempre. El
dejó de trabajar, para poder, estar allí conmigo. Y su madre, pues era la que, le daba dinero
(llora, silencio). (E2)

En otros casos, el aislamiento de la mujer no se consigue mediante una prohibición


directa, sino por medio del engaño. Nieves, por ejemplo, relata:

Mis amigos, de un momento a otro, se desaparecieron todos, y no sabías porque ni idea.


Una se dice, “¿pero qué pasa? Qué extraño”. O sea, mis amigos, ya no me hablaban, tal
cosa, tal otra, y, cuando llegó al bien, y me dijo: "María, pues es que tengo curiosidad, ¿qué
pasa? Es que tu móvil, me llegó una cosa que no me gusta". Yo: "¿qué pasó?" Me lo
mostró, y, claro me… le han colocado un mensaje, de que le iban a partir la cabeza, de que
no sé qué (…) Pues otras personas se desaparecieron de mi vida, me imagino que habrá
pasado algo parecido. No sé por qué no me hablan. También hizo lo mismo con el face, con
mi ex pareja, que la tenía agregada como amigo. (E11)

Finalmente, también se dan situaciones en las que la ausencia total de relaciones sociales
no es fruto ni de prohibición ni de engaño, sino que es más bien producto de la ausencia de
experiencias diferentes, hecho que la pareja utiliza para manipular a la mujer y aislarla de
cualquier tipo de relación de amistad. Laura, por ejemplo, al preguntarle cómo llegó a
perder el contacto con las amistades, contesta:

Lo de salir y eso, pues ya es que como... nunca lo había hecho... pues al final es que lo ves
normal, entre comillas. O... como no sabes lo que te estás perdiendo, tampoco... (E14)

Como se puede ver, el aislamiento de la familia suele obtenerse mediante un control


directo, mientras que en el caso de las amistades el panorama es más variado e incluye
desde el control directo hasta el engaño y la manipulación. Desde aquí, avanzamos la
hipótesis de que, detrás de estas diferencias, se esconde el hecho de que aislar a la mujer de
sus amistades es algo más fácil de lograr, mientras que romper el vínculo con la familia es
mucho más difícil. Esto significa que lo primero puede ser alcanzado por medio de
múltiples tácticas, mientras que lo segundo suele requerir de medidas más contundentes.
Hasta ahora hemos observado una serie de situaciones en las que el asilamiento de la
mujer era consecuencia directa de la violencia. Otras veces, sin embargo, la relación entre
ambos factores no es directa sino indirecta: está mediada por las secuelas –tanto físicas
como psicológicas– que la violencia suele dejar; secuelas que pueden empujar a las mujeres
al autoaislamiento. En algunos casos, esto se debe al deseo de evitar que alguien pueda
observar las marcas físicas de la violencia:

Yo me he llegado a pegar… un mes, igual, sin salir de casa, por… moratones, por… todo
de… de… mal, de… muy mal. Muy mal. (E5)

271
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Otras veces, lo que lleva a las mujeres a auto aislarse no son tanto las secuelas físicas
como el malestar psicológico que la violencia ocasiona, un dato confirmado por estudios
anteriores (ej. Jewkes 2002; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007):

Y lo siguiente, pues los celos, psicológicamente me destrozó, me destrozó porque era


demasiado, él, psicológicamente me destrozaba, yo no me apetecía vestir no me pertenecía
salir de casa, yo me is… isolé totalmente hasta de mi propia familia. (E4)

Que a lo que dices: "¿no tienes amigas con quien desahogues?" Es que llega un momento
que no tien... no te apetece ni tomarte un café con tus amigas, ni... ni llames a la puerta
porque ni te abro. Muchas veces me han llamado a la puerta y, o sea, por la tele igual un
poco baja, o estar así callada y... la perra: "uao, uao, uao". Ni abrir. Ni abrir. No tienes
ganas. Entonces claro, para que estén insistiendo: "ah, venga, chica, vamos, tomamos un
café, vamos dando un paseo por aquí por allá...". Pero es que... yo me encierro mucho en mí
misma, y allí no... ts ts... (E12)

Una vez examinados los efectos de la violencia durante la relación, avanzamos con el
estudio y analizamos qué sucede después de la separación. Como viene siendo habitual,
también en este caso los efectos de la violencia no desaparecen automáticamente con el fin
de la relación, sino que, en muchos casos, perduran –sobre todo en lo que respecta a las
amistades, ya que restablecer contacto con la familia suele ser más fácil–. Un primer factor
a tener en cuenta para poder comprender las dificultades que las mujeres experimentan a la
hora de superar el aislamiento en el que están sumidas es el hecho de que, después de años –
incluso décadas– en las que no han podido mantener el contacto con las antiguas amistades,
intentar retomarlo puede parecer difícil y careciente de sentido. Elena, por ejemplo, al
preguntarle si volvió a recuperar alguna de las amistades que había perdido, contesta:

No. No no no, porque, pff, aquellas amistades luego cada uno se ha casao, no sé qué, o sea,
no. No tenía caso, retomar... no tenía caso retomar. (E5)

Otro elemento que debemos tener en cuenta es que, en una sociedad que, por un lado,
vive de prisa y, por otro, está fuertemente nuclearizada, hallar personas que dispongan de
tiempo no es fácil:

Yo lo pasé muy mal. Yo... al... el primer año, que estuve en casa de mis padres, yo...
trabajo, mi hijo, y nada más. O sea, nada más. Yo, llegaba el sábado, muchos sábados,
llegaba de trabajar a la una de la tarde, y hasta el lunes, o sea, me cambiaba de pijama pa’
ducharme el domingo, o sea... no salía, no tenía vida, no... nada. O sea, nada. Entonces,
cuando empecé yo un poco ya... pues, claro, no tenía amigas... nada. Y, claro, mi hermana
por ejemplo, ella tenía sus dos hijos, entonces, mi hermana me decía muchas veces... dice:
"hombre, y yo un día puedo ir al cine contigo, pero... con los críos, tampoco puedo, ni irme
tres días por ahí, pues no te... yo qué sé... ¿no? (E14)

Los factores nombrados podrían aplicarse a cualquier persona que, en edad no muy
temprana, intentara restablecer una red de amistades profundamente dañada o incluso
inexistente. En el caso específico de mujeres que han experimentado violencia de género,
sin embargo, a estos elementos se deben sumar dificultades específicas, relacionadas con las
secuelas de la violencia vivida. Piénsese, por ejemplo, en el hecho de que, a menudo, las
mujeres experimentan depresión, y esta condición, tal y como relata Carmen, claramente
dificulta la superación del aislamiento:

272
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Porque claro, yo sola también... me veo, vamos... (ríe con tristeza) porque siempre dices:
"bueno, tienes las amigas, y esto...". Pero es que no... tampoco... hay veces que no tienes
ganas de nada y... no... entonces claro te ves en casa sola y dices: "¡uf!". (E12)

Asimismo, también cabe destacar que el hecho de entablar nuevas relaciones resulta
especialmente difícil porque estrechar lazos supone exponerse a la mirada de las y los
demás, tener que contestar a preguntas, y todo esto puede asustar profundamente a unas
mujeres que cargan con un pasado –y, a menudo, también un presente– tan duros. Elena,
por ejemplo, lo expresa con claridad:

Eeh… es que tampoco hago mucha vida… social. Mmh… hace poco hice un curso, en…
ANAFE213, y… y… al principio bien, pero luego, o sea, me cuesta… me cuesta… estar,
con más gente... mmh… y… y hice… sí tengo… hice dos amigas allí, pero bueno, tampoco
son... apenas… llevo poco con ellas, tampoco es mucho. Es que, me… me cuesta, y…
con… y... lo que digo, me cuesta… esto… estar con… más gente, con... la comunicación,
el que… o el miedo a que me pregunten cosas, o el que sepan… mi vida, entonces... estoy
aún, en ese proceso, de… de poder salir, hablar con más, estar con… o eso... estar con más
gente, ser más… libre con… menos miedo. Tengo muchos miedos. (E5)

Finalmente, no podemos olvidar que, a menudo, lo que impide superar el aislamiento no


son las secuelas dejadas por una violencia anterior, sino la presencia de una violencia que,
pese al fin de la relación, todavía perdura. Éste es, por ejemplo, el caso de Nieves, cuya vida
social se encuentra profundamente limitada por el miedo que siente hacia su ex pareja:

No me lo quiero encontrar, no quiero salir porque no me lo quiero encontrar, porque me da


miedo, me da miedo de que me haga algo... Que tengo una ami… no, una amiga no, alguien
que conocí aquí en Estella, un chico le cambió la cara, así, horrible... sí, lo mandas a la
cárcel, pero tú ya te la ha desgraciado, joder, ¿qué ganas con eso? Pues es que es lo que
pienso yo. Te desgracia la vida, él ya la tiene jodida, pues se va a la cárcel, y… ¿y yo? Pues
es que no quiero darle como… como esa opción de que me destruya más (…) Entonces,
aunque, te han puesto una orden de alejamiento, que no lo han condenado, porque no lo han
condenado, él se siente seguro de lo que es, yo me siento desprotegida. Yo salgo de mi
trabajo, a mi casa. De mi casa, a mi trabajo. Voy al poli un rato, y vuelvo otra vez a mi
casa. Es que no es vida. (E11)

A lo largo de este apartado hemos podido observar que uno de los elementos más
comunes y transversales de la violencia de género es el aislamiento de las mujeres que la
experimentan. Llegadas a este punto, queremos subrayar que, si los maltratadores procuran
aislar a las mujeres, es porque el hecho de carecer de redes y apoyos merma su capacidad de
reacción y hace que tanto pedir ayuda como alejarse sea, para ellas, más difícil. Sheila, por
ejemplo, lo afirma claramente:

Claro, aislada de mis amigas, de todo, ni móvil ni nada, ni… nada, o sea, nada. Nadie para
poder hablar, para poder decir: “oye, que me tengo que ir de aquí, ayúdame, o lo que
sea…”. Nada, ni móvil, ni dinero para una cabina, nada. Nada. (E15)

El aislamiento, en suma, incrementa la indefensión de las mujeres. Esto, a su vez, nos


ayuda a comprender por qué, tal y como hemos visto más arriba, el hecho de encontrarse en

213ANAFE-CITE es una fundación vinculada a la Unión Sindical de Comisiones Obrera de Navarra que tiene como fines propios
la incorporación social y laboral de la población inmigrante residente en Navarra, así como sensibilizar e informar a la población
receptora sobre el fenómeno migratorio a fin de promover valores de respeto y aceptación mutua (Anafe-Cite).

273
Violencia de género en la pareja y exclusión social

una situación de aislamiento ya antes de iniciar la relación es un claro factor de riesgo de


vivenciar violencia de género214.

10.3.2 Elementos que intensifican las secuelas


En los apartados anteriores hemos examinado las secuelas que la violencia de género
puede llegar a tener en las distintas dimensiones de la exclusión; para avanzar con el
estudio, vamos ahora a analizar una serie de factores que pueden llegar a intensificar
significativamente tales secuelas. Más concretamente, nos referimos: a la interrelación y
acumulación de dificultades en distintas esferas; al hecho de que, a menudo, la separación
no conlleva el fin de la violencia, sino que ésta se sigue perpetuando; y, finalmente, al
hecho de que, en contextos de dificultad social, es muy posible que la violencia por parte de
la pareja se sume a violencias en otras esferas.

10.3.2.1 Interrelación y acumulación de las dificultades detectadas en distintas


esferas
Como ya se ha apuntado, un primer elemento que puede contribuir a intensificar los
efectos de la violencia guarda relación con el hecho de que las secuelas que ésta tiene en
ámbitos muy diversos (ej. empleo, salud, ámbito relacional, etc.) no permanecen aisladas,
sino que se interrelacionan y retroalimentan.
Para comprender la relevancia de este elemento para nuestro análisis, recuérdese que,
aunque en los apartados anteriores hemos observado cada dimensión de la exclusión por
separado, en realidad los procesos de exclusión no se definen únicamente por la existencia
de dificultades en una esfera determinada; sino también –y sobre todo– por la incidencia
simultánea, en diferentes ámbitos, de distintos elementos de vulnerabilidad que se suman, se
interrelacionan y se retroalimentan (Gabàs i Gasa 2003). Un análisis exhaustivo del impacto
de la violencia de género en términos de exclusión, entonces, no puede limitarse a un
estudio por sectores, sino que debe asimismo estudiar las implicaciones de la acumulación e
interrelación de las dificultades existentes en diferentes esferas.
En lo que a estas interrelaciones respecta, ante todo observamos que existe una relación
muy estrecha –y de doble sentido– entre las problemáticas de salud y de empleo, ambas
dimensiones en las que los efectos de la violencia son frecuentes e intensos. Por un lado, de
hecho, tal y como relatan Cristina y Elena, las problemáticas a nivel de salud –tanto física
como emocional– dificultan la búsqueda de empleo:

Si tienes salud, la... es lo mejor que hay. Aunque no tengas trabajo, mira, si tienes salud
puedes buscarlo, si no no. Y yo he estado mucho tiempo parada, ahora, por eso. Por eso te
comentaba l... lo laboral ha tenido que ver mucho también con... mi paro laboral, pues... sí,
por la salud. (E13)

Ehm… yo estuv… estuve trabajando un año en una carnicería también, ¿vale? (…) pero, ya
empecé a tener problemas, con que… no sé… en el trabajo… mmh… emocionales, y al
final pues… bueno… pues… mmh… en la empresa… eeh… el jefe me despidió, como... a

214 Para un análisis detallado de estas cuestiones, véase apartado 9.2.2.3.1.

274
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

ver, como que no podía mantener, a ese trabajador, y yo era la última que había entrado era
la primera en salir, ¿vale? Pero ya había tenido problemas de que, "es que Elena, no haces
esto bien, es que Elena, esto, que Elena pa´ca...", y ellos sabían… ellos sab… ellos
sabían… eeh… mi problema (…) Porque estaba en espera de juicio, y… mi jefe le tenía
que avisar, tenía que ir a Extremadura, volver, y tenía que pedir días. ¿Vale? Entonces, eso
lo sabía. Pero, bueno, que no es decir que a mí se me había echado por una cosa,
simplemente, empecé a tener problemas en el trabajo, al año, empecé a tener problemas,
eeh… y luego pues nada, a mí se me despidió. (E5)

Por otro lado, las dificultades en la esfera laboral empeoran ulteriormente la salud –ya
deteriorada– de las mujeres:

El problema de salud ha sido también... de casi dos años en el paro, que he estado... y me...
y me ha veni... me vino como un bajón muy fuerte, ¿no?, de... de todo, de no encontrar
trabajo, de... de todo lo que tenía con él, con los críos, con... con lo que vino Jokin también
con... con lo que le había pasado... y es como que nos es sabido un poco, gestionarlo, ¿no?
Y... pues, me ha afectado directamente a los nervios. (E13)

Nuestros resultados, en suma, confirman los hallazgos de investigaciones anteriores, que


evidencian cómo las dificultades en ámbito de salud inciden en el empleo (Adams et al.
2013; Moe y Bell 2004; Swanberg y Logan 2005; Swanberg, Logan y Macke 2005;
Wettersten et al. 2004) y como las problemáticas a nivel de empleo influyen en la salud
(Cooper, McCausland y Theodossiou 2014; Laparra, Pérez y Corera 2012).
Las dificultades a nivel de empleo, por otra parte, no afectan únicamente al ámbito de la
salud, sino que pueden dar lugar a rutas descendentes también en otras esferas, como la
relacional y la económica. En lo que respecta a la primera, por ejemplo, la literatura
evidencia que no tener empleo priva de una importante fuente de redes sociales (Pyles y
Banerjee 2010) agravando así el aislamiento en el que muchas mujeres se ven inmersas. Las
palabras de Laura –a las que ya habíamos recurrido con anterioridad precisamente para
poner de manifiesto el aislamiento que la violencia provoca– al mostrar que el empleo
puede ser la única fuente de contactos sociales, indirectamente confirman estos resultados:

Yo lo pasé muy mal. Yo... al... el primer año, que estuve en casa de mis padres, yo...
trabajo, mi hijo, y nada más. O sea, nada más. Yo, llegaba el sábado, muchos sábados,
llegaba de trabajar a la una de la tarde, y hasta el lunes, o sea, me cambiaba de pijama pa’
ducharme el domingo, o sea... no salía, no tenía vida, no... nada. O sea, nada. Entonces,
cuando empecé yo un poco ya... pues, claro, no tenía amigas... nada. Y, claro, mi hermana
por ejemplo, ella tenía sus dos hijos, entonces, mi hermana me decía muchas veces... dice:
"hombre, y yo un día puedo ir al cine contigo, pero... con los críos, tampoco puedo, ni irme
tres días por ahí, pues no te... yo qué sé... ¿no? Y... y entonces, mi salida fue el trabajo,
Paola. Empecé a... pues a c...como era sociable, y bueno, dentro de lo que cabía, pues un
poc... era alegre... y pues empecé a quedar con amigas del... con mis compañeras para ir al
cine... para... a tomar un café... (E14)

En lo que respecta a la esfera económica, obsérvese que –sobre todo en el caso de


mujeres con criaturas y que no reciben pensión– las dificultades a nivel de empleo
desembocan fácilmente en situaciones de pobreza o privación. Nicoleta lo relata con
claridad:

Y... tenía problemas de… trabajo, que no me encontraba… me encont… he trabajado…


cuatro meses en Bershka, en una tienda de… de ropa, un horario de tarde, de cuatro horas, y
me pagaban poco, 390, y de eso debía pagar alquiler, comida, y también pagar una chica
para cuidar de mi hija por la tarde, cuando salía de… colegio. Y a mí, me… yo no me

275
Violencia de género en la pareja y exclusión social

quedaba con… nada. Y así que he pedido, con… comida, de la parroquia de Burlada... y,
así, he aguantado. (E6)

La existencia de un fuerte vínculo entre dificultades en la esfera laboral y


empobrecimiento –resultado obtenido también por estudios anteriores (ej. Tolman y Rosen
2001; Danziger et al. 2002; Brush 2004; Moe y Bell 2004; Siefert et al. 2004; Adams et al.
2008; Adams et al. 2013)– puede parecer algo obvio, pero no lo es. Al contrario, pone de
manifiesto que el Estado español cuenta con un Estado de Bienestar con un potencial de
desmercantilización bastante reducido (Brugué, Gomá y Subirats 2002; Esping-Andersen
1990/1993)–.
La literatura señala además que el hecho de experimentar pobreza o privación guarda, a
su vez, relación con secuelas negativas en otras dimensiones de la exclusión, como el
ámbito de la salud (Laparra 2014b; Laparra, Pérez y Corera 2012; Gil de Miguel y
Campuzano 2014) y de la vivienda (Brush 2004; Romero et al. 2003; Siefert et al. 2004;
Tutty et al. 2014). Los relatos de las mujeres supervivientes lo confirman. En primer lugar,
de hecho, vivir una situación de pobreza severa –sobre todo cuando se junta con otras
problemáticas, como la ausencia de apoyos– puede tener profundas secuelas sobre la salud
–tanto física como emocional– de la mujer:

Se los dejas al comedor y te ahorras viajes, y encima es eso: que sabes que encima van a
estar comidos. Todo el mes. Porque las cenas ya es distinto, pero por lo menos, comer...
pero vamos... a veces te dan ganas de... de darte cabezazos contra la pared, otra vez del
puente abajo, pero... bueno, te dan bajones y… dices: "bueno, mañana será otro día, va".
Pero, muchas veces, acabo con dolores de cabeza de tan… es que... es tanto que... ¿no?
tantas cosas que al final... luego, claro, si te ves sola, no tienes apoyo de nada, lo que sea,
no tienes alguien con decir: "oye, pues déjame 50 €, y cuando cobre, te los doy". Es que...
es que ni a eso, ¿no? Entonces, son tantas cosas, tantos... cuando estoy sola, claro, porque
con los críos estás pum pum pum. Quieres pensar tanto a la vez, que acabo con un dolor, de
cabeza, que... hasta pincharme, ¡eh! Venía al centro de salud, y tenían que pincharme para
el dolor. (E12)

En segundo lugar, una situación de pobreza puede tener consecuencias en el ámbito de la


vivienda –obligando, por ejemplo, a la mujer y sus criaturas a compartir piso con personas
desconocidas–, lo cual, a su vez, puede incluso derivar en pérdida de la custodia:

Él me cogía todo el dinero, no tenía dinero, aparte... y… me dejó sin dinero... con la hija…
sin dinero para pagar... alquiler (…) él se... se ha alquilado un piso sólo. Para poder coger la
custodia de la hija y… vengarse conmigo (…)
Y al final, ¿el juicio por la custodia?
Hemos llegado a un… acuerdo. Yo, estuvo de acuerdo para… dar a él la custodia, porque
pensaba cómo él tiene... trabajo fijo… mhm… va a ser mejor para la niña. Va a tener... no
va a compartir piso, con otras personas... y, la hija le… le ama, le ama mucho, y estaba muy
a gusto con él. Pero, me he… equivocado (silencio). (E6)

La pérdida de la custodia, por su parte, también tiene profundas recaídas a nivel de salud
emocional:

Ha sido muy duro para mí. La hija con él, yo he sufri… yo… yo he tenido muchas noches,
que, no he podido, dormir... mucha ansiedad... (E6)

Hemos observado que múltiples factores contribuyen a minar la salud de las mujeres.
Otro elemento que, tal y como evidencia la literatura, también puede contribuir a ello, es el

276
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

abuso de alcohol u otras drogas (Coullaut-Valera et al. 2011). Los relatos de las mujeres
entrevistadas lo corroboran:

Mi madre es hipertensa, y yo también. Pero no lo sabía, y se me manifestó cuando tuve a


Jokin, ¿no? Y… esto no me había venido hasta que empecé a consumir, ¿no? Y me
empezaron a dar taquicardias, y encima lo pasaba mal, pero es que no me importaba, seguía
haciéndolo… (E13)

Finalmente, no podemos olvidar que también existe una relación entre la esfera sanitaria
y el ámbito relacional (Jewkes 2002; Nicolson 2010; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007). Las
dificultades en el ámbito de la salud –sobre todo emocional–, de hecho, contribuyen a
agravar el aislamiento en el que muchas mujeres se ven inmersas:

Tardé mucho tiempo en... rehacer mi vida y... y empezar a salir un poco y tal. Porque me
creía, o sea, una mierda. Yo no me valoraba nada. (E14)

Entonces, entre él y su familia, me cogieron, y me destruyeron (llora) Y yo, hoy en día no


es que este mal, pero tampoco, soy la mujer que podría haber seguido siendo. Antes era
más segura, ahora me siento insegura, con muchos miedos, es… me aíslo de… de la vida
social, de poderme integrar, de poder salir, de poder hacer cosas. Hoy en día las hago, pero,
mantengo más miedos, de… mantengo muy alerta, de que nadie me vaya a hacer daño, es
muy duro (llora). Es muy duro... porque... sí. (E2)

A lo largo de este apartado hemos visto que las secuelas que la violencia tiene en las
distintas dimensiones de la exclusión se relacionan entre sí y se retroalimentan. Observamos
ahora que los efectos de esta interrelación se amplifican ulteriormente en presencia de
dificultades preexistentes. Éstas, de hecho, también interaccionan con las secuelas de la
violencia y también contribuyen a amplificar los efectos de los malos tratos. Es éste, por
ejemplo, el caso de Elena, cuyas dificultades en ámbito laboral se deben tanto a la ausencia
de experiencia –fruto indirecto de la violencia– como a la falta de estudios –elemento de
vulnerabilidad preexistente–:

No tengo carrera, no tengo estudios (lo dice llorando), enseguida empecé a tener hijos, y
¿qué experiencia… qué experiencia puedo tener yo cara a un trabajo? ¿Qué experiencia
puedo tener? No tengo salidas de trabajo. No la tengo. (E5)

Emblemático es también el caso de Gabriela. En él, de hecho, las secuelas de la violencia


se combinan tanto entre sí como con dificultades preexistentes (falta de estudios, desempleo
y ausencia de apoyo por parte de la familia) y un panorama institucional totalmente
inadecuado, provocando un proceso de caída muy intenso, que desemboca en una situación
de exclusión extrema (sinhogarismo):

Y una noche ya, harta también, ya decidí. A casa de una amiga me fui... ya me fui, pues…
yo le conté a la asistenta, pero allí… antes las asistentas no era como ahora... En mi caso,
no… ni se creían… porque claro, se pensaban que era rico. Tenía un taller. Mucho...
muchos clientes... hacía coches antiguos... pues no… no se creían... no me daban nada.
¿Entiendes? No investigaron, nada. Yo… yo les decía que investigaran, no había las ayudas
que hay ahora... y me vi tirada (…) me fui a casa de una amiga, pensando que era amiga,
bueno... (…) Eee… bueno, yo me quedé allí, porque, no tenía a dónde ir. Yo hice caso,
perdí el derecho al piso de alquiler... él, tenía todo a nombre de los padres, que no me
dieron nada... Él no tenía nada a su nombre, ni siquiera una libreta, para… de los dos…
teníamos... todo a nombre de los padres, siempre... entonces, claro, al separarme, me quedó
en la calle, sin trabajo, y con mis hijos... voy a una abogada de oficio... esto a la semana o
así, me quita él al hijo por la calle. Voy a reclamar, y me dice la abogada de oficio, que me

277
Violencia de género en la pareja y exclusión social

aguante. Que tengo que esperar hasta el juicio... y ya no pude ver a mi hijo... vino en... a esa
casa de mi amiga, en tres ocasiones pa´ querer pegarme... (…) Entonces se llevó al hijo, y...
yo aguantando, yo peleando con la abogada, porque me decía que me aguantara, que tenía
que esperar al juicio, que tal... al final, ee… mi hija, tenía ya 12 años, entonces claro, yo
veí… mi hijo lloraba mucho, tenía hucha, de estar las 24 horas conmigo a no estar... y
encima sin su hermana... pues decidimos y… mi hija se fue por… por su hermano, a… con
el padre. Al final me quedé sola. Tan mal lo pasé, que me quedé en la calle... (…) Estuve
dos años y pico en la calle. Luego estuve, a esperar el juicio, cuando le dieron, de… la
abogada me dijo, que pa´ que me llamaran a declarar… yo veía a mis hijos, lloraba
mucho... no me dejaban ni verlos. Ee… pues me dijeron que retirara las denuncias, tenía
casi 40. Y yo, no entendía de leyes, le hice caso, la retiro. Perdí todos los derechos. (…)
Cuando, allí, firmé mi sentencia, me quitaron la guardia y custodia y todo. Sí... (…) mi
familia, pues como que... no me apoyó... (…) Y yo me quedé en la calle... sin familia... no
me entraba en la cabeza que mi familia me dejeran de lao... dejaran de lao... le dio la... la
razón a él... (E7)

En el caso descrito, en suma, la caída en la exclusión más extrema es justamente el


resultado de la acumulación e interrelación entre dificultades preexistentes y las secuelas de
la violencia vivida, unido a una atención absolutamente deficitaria por parte de las
instituciones215.
Para finalizar, cabe destacar que la forma en que las secuelas en distintas esferas se
acumulan e interrelacionan reviste una importancia capital a la hora de evaluar las
trayectorias integración/exclusión. Si hay dificultades en un único ámbito, de hecho, es
probable que no se trate de procesos de exclusión muy intensos –según parte de la literatura,
ni siguiera podríamos hablar de exclusión en sentido estricto–. Si, por el contrario, la
violencia conlleva secuelas no en una, sino en múltiples esferas, que además se acumulan e
interrelacionan –tanto entre sí como con dificultades preexistentes– entonces es probable
que nos enfrentemos a procesos de exclusión de intensidad mucho mayor y que requieren,
para ser superados, de una intervención mucho más intensa e integral.
Todo esto, por otra parte, nos ayuda a comprender por qué, en el caso de mujeres que, de
antemano, ya se encontraban en una situación de vulnerabilidad, la probabilidad de vivir
rutas descendentes hacia la exclusión es mayor que para mujeres que inicialmente se
hallaban en una situación de integración plena. En este último caso, de hecho, la
interrelación se puede dar únicamente entre los varios efectos de la violencia; en el primero,
por lo contrario, las secuelas de la violencia se acumulan e interrelacionan no solamente
entre sí sino también con dificultades preexistentes, amplificando así la caída final.

10.3.2.2 Una violencia que no termina


El segundo de los elementos que contribuyen a amplificar las secuelas de la violencia
vivida durante la relación (y por lo tanto también el riesgo de vivir rutas descendentes hacia
la exclusión) es al hecho de que esta violencia no siempre se interrumpe del todo cuando la
mujer interrumpe la relación. Los malos tratos, en otras palabras, no pertenecen
completamente al pasado, sino que siguen desplegando sus efectos en el presente. Esto no

215Aunque este último elemento será analizado con detalle en el próximo apartado, queremos señalar desde ya que tales
carencias institucionales remiten, por lo menos en parte, a un completo desconocimiento de las dinámicas de la violencia por
parte de las profesionales y, más en general, a la ausencia de perspectiva de género en la intervención (Cubells, Albertín y
Calsamiglia 2010)

278
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

es algo infrecuente, al contrario, los casos donde la separación no solamente no pone fin a la
violencia, sino que llega incluso a recrudecerla son muy numerosos. Uno de ellos es el de
Cristina, que relata:

Lo peor fue cuando pedí la separación. Esas cosas pasaban muy a menudo, lo de…
vejaciones, ya empezaba a meterse conmigo, hablarme mal… pero cuando le pedí la
separación, fue peor. Fue cuando empezó ya la violencia de género, digamos, más dura,
¿no? (…) dije: “bueno, ya se le irá pasando, ya… ya se le… con la… con la distancia de la
separación, ya irá…irá entrando en vereda él…”. Pero fue todo lo contrario… (E13)

Cuando hemos analizado los efectos de la violencia en las varias dimensiones de la


exclusión, ya nos hemos cruzado con violencias que no terminan y hemos señalado que ésas
tienen un efecto muy claro en la permanencia de dificultades una vez que la relación ha
finalizado. El objetivo de este apartado, por lo tanto, no es repetir lo que ya hemos
observado con anterioridad, sino: evidenciar este hecho con fuerza, para que no se diluya en
múltiples apartados; y poner de relieve los casos más sangrantes, en los que esta violencia
que no termina no solamente incrementa las dificultades en una esfera determinada (como
empleo, pobreza/privación o vivienda) sino que tiene un alcance más general y directamente
llega a impedir la recuperación.
La existencia de una relación entre violencias que no terminan e intensidad de las
secuelas aparece claramente en las entrevistas. En algunos casos, por ejemplo, los relatos de
las mujeres supervivientes muestran con toda claridad que el bienestar de la mujer depende
directamente de cómo la pareja se comporta en una época determinada:

Cuando él está calmado, yo es cuando estoy bien. Entonces... igual es por esto, no sé...
igual si hablo ahora está contigo, y resulta que a la tarde (imita un grito, una pelea) entonces
igual dices: "ostras". Y te cambia otra vez. Pero, si que es duro, estar cada dos por tres y
mensajes y insultos y "mala madre" y de todo. Bum bum bum, o sea... te cansa. Te cansa.
(E12)

Ya... empecé... empecé, pues eso, a ir al... a seguir yendo al pueblo cuando podía... con el
crío... y entonces allí, pues, nos lo pasábamos bien, porque hacíamos cenas con los críos, y
todo, allí en la peña y... y bueno, pues joder, poco a poco... veía que no me... que no me iba
tan mal. Pero luego me llegaba... o me llamaba el abogado… pf… o me llegaba otra carta
de... del Juzgado... ¿sabes? De otra vez, que me había denunciado por lo que sea, o que me
había demandado… pf… y... otra vez me volvía a venir abajo… (E14)

Blanca es aún más explícita y llega a afirmar que el hecho de que la violencia no haya
terminado (aunque ahora no la ejerza directamente el que fue su pareja, sino la familia de
él) es precisamente lo que le ha impedido avanzar y tener una vida normalizada:

Tampoco he podido tener una… facilidad… de… para emp… hacer una vida normal como
las de… demás mujeres, porque la familia de él, me ha denunciado, me ha querido quitar
mis hijos, ha sido una pelea constante hasta ahora mismo. (E2)

10.3.2.3 Una violencia que no se limita al ámbito de la pareja


Finalmente, los efectos de la violencia perpetrada por la pareja pueden verse
amplificados también por la contemporánea presencia de violencia en otras esferas de la
vida. Ésta es, por ejemplo, la situación de Elena, que enfrenta violencia tanto por parte de la
pareja como por parte de las y los empleadores:

279
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Trabajando pues siempre he tenido gente, también pendiente encima mía, que si…
exigiendo mucho, y... a ver, me siento… yo me he sentido maltratada por toos lao... A ver,
pegarme no me han pegado en el trabajo, ¿no?, pero, sí, yo que sé… chillarte, o hacerte
sentir, como que… no vales... yo… aparte de que yo ya lo traía arrastrado de mi casa, ¿no?
Pues allí también se puntuaba un poco, ¿no? (E5)

El relato de Elena, en suma, corrobora las afirmaciones de Bograd (2005), analizadas en


el capítulo 5. Esta autora, de hecho, evidencia que, en el caso de mujeres que ocupan una
posición baja en el escalafón social (por ser pobres, excluidas, extranjeras, etc.), las
consecuencias psicológicas del maltrato sufrido se ven amplificadas por el efecto de
“microagresiones” racistas y clasistas, microagresiones que las mujeres de clase media alta
mucho más difícilmente experimentarán.

10.3.3 Ejes transversales que inciden en la intensidad de las secuelas


Una vez examinados una serie de elementos que facilitan que la violencia experimentada
desemboque en procesos de exclusión social, avanzamos en el análisis deteniendo la mirada
sobre una serie de factores que cruzan de forma transversal la experiencia de la violencia de
género y que pueden llegar a amplificar o, por el contrario, reducir sus efectos –y, más
específicamente, el riesgo de rutas descendentes hacia la exclusión–. Más concretamente,
distinguimos entre elementos de nivel institucional y otros de nivel individual.

10.3.3.1 Nivel institucional


En lo que respecta a los factores de nivel institucional, diferenciamos entre la calidad de
la acción institucional, por un lado, y la cantidad y calidad de los recursos y prestaciones
sociales, por otro.

10.3.3.1.1 Calidad de la acción institucional


En primer lugar, entonces, la intensidad de las secuelas de la violencia puede verse
influida por la calidad de la acción institucional. Cuando la atención por parte de los actores
implicados (principalmente Servicios Sociales y fuerzas de policía) es de calidad, de hecho,
el daño puede verse –parcialmente– reducido y, por lo tanto, el riesgo de rutas descendentes
hacia la exclusión también disminuye. Éste es, por ejemplo, el caso de Manuela, que relata
haber recibido una atención muy positiva por parte tanto de la policía como, sobre todo, de
los Servicios Sociales. El empleo que tiene, de hecho, lo ha encontrado precisamente
gracias a la intermediación de estos últimos:

Sí, yo me volví, de Portugal. Yo sabía que... que eso cada vez iba a peor, y yo no sé, por
qué, ni por qué no, pues… decidí, venirme pa´ Pamplona. Lo convencí, que no sé como la
verdad, ni… ni me acuerdo como lo he podido convencer, pa´ venirme a Pamplona, que yo
aquí tenía yo la espalda bien cubierta. A ver que… los municipales de aquí, no me quejo de
ninguno, pero que nadie, municipales forales, de ninguno (…) Yo, principalmente, tanto
asistentas como eso, me han puesto todos los medios, to´… to´… a mi alcance. La verdad,
es que no me puedo quejar (…) Ahora tengo mi trabajo, eso sí que trabajo como una negra,
eso sí es verdad, porque trabajo de lunes a lunes, pero bueno... (…)
Y, ¿cómo encontraste este trabajo?
Pues, gracias a la asistenta. Yo te digo, no me han dejao, un segundo. (E4)

280
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

O piénsese en el caso de Cristina, que también valora positivamente la atención recibida


por parte de los Servicios Sociales, que a menudo le han facilitado el acceso a un empleo:

La chica de Servicios Sociales del ayuntamiento, que también me ayudó un montón, porque
sa… siempre que había un trabajo, de... me llamaban también (…) yo los Servicios Sociales
he tenido mucha suerte, también te lo digo, ¿no? Yo en Estella, tuve mucha suerte con los
Servicios Sociales, me ayudaron mucho, a salir adelante, me han tenido que meter caña
cuando me han tenido que meter caña… y tal, ¿no? (E13)

Poder contar con un apoyo institucional adecuado es importante para el proceso de


recuperación de todas las mujeres que han experimentado violencia de género; en el caso de
mujeres en situación de exclusión, sin embargo, este sostén es aún más relevante, ya que, a
menudo, es el único apoyo con el que pueden contar. Blanca, por ejemplo, lo expresa
claramente:

Porque yo me quedé, sin dinero, sin ayu… no tenía ayudas en Logroño, lo único que tenía
era… la guardería, y fuera yo no tenía donde vivir. Vivía en una habitación porque allí no
tenía las posibilidades, de una… vivienda protegida (silencio) No tenía pensión, mi si… mi
hijo no quedó con... la… con orfandad, ni nada de ello, o sea que no… mmh… no he…
dependía de lo que yo... pudiera trabajar. Y ya fue cuando me vine aquí, entonces a través
del… me dio el… por medio del trabajador social, y ya fue… fue haciendo como una
cadena, porque ya me llevaron al centro de la mujer, a la psicóloga, y ya allí empezaron,
pues, a moverse, a ayudarme, y ya fue un equipo, de profesionales, que entró, y hasta…
les… tuvieron que estar en el juzgado, como testigos, porque era lo único que yo tenía,
porque yo no tenía a nadie más, en el juicio sólo eran… los testigos eran los profesionales y
yo sola, mientras que, en el otro lado del… del juzgado, se veía toda la familia al completo,
de ellos... (E2)

En los ejemplos ahora señalados la atención recibida ha sido muy positiva;


desafortunadamente, sin embargo, en la mayoría de los casos la realidad es muy diferente.
A menudo, de hecho, la actuación institucional es claramente inadecuada y acaba
provocando victimización secundaria. Los relatos de las mujeres supervivientes, de hecho,
muestran que esta victimización tiene lugar en los ámbitos más diversos y con resultados de
lo más variados. Aquí, sin embargo, no realizamos un barrido general de todos los tipos de
victimización secundaria identificados, sino únicamente de aquellos que han tenido
consecuencias directas en el nivel de integración/exclusión de la mujer.
Emblemática, al respecto, es la historia de Laura. En su caso, de hecho, la victimización
secundaria revierte en exclusión habitativa. Todo se origina en una sentencia que establece
un régimen de custodia compartida, régimen que, para mayor bienestar del menor, ordena
que éste resida de forma estable en la vivienda familiar mientras que los padres irán
turnándose cada año en ella. El problema, en este caso, es que el padre –tal y como ella
demuestra en el juicio– no cumple con las obligaciones de la custodia compartida, con lo
cual no solamente la madre, sino también el hijo, tendrán que abandonar la vivienda en
cuanto llegue la fecha establecida para ello:

Salió sentencia compartida, un año cada uno en el piso, no tenía obligación de llevarse al
crío si no podía... bueno... un caos. Y eso, y un año cada uno en el piso. Y... total que nada,
al año o así yo... claro, él no se llevaba al crío, no me pasaba un duro... entonces yo,
presenté todo eso en el Juzgado, llevé un informe del médico, del pediatra, del dentista,
del... director del colegio, del comedor, donde ponía que yo me hacía cargo de todo, que la
dentista no conocía a su padre, que la pediatra... no conocía a su padre... bueno, a pesar de
todo eso, la sentencia salió que (…) que el padre tenía buena voluntad, de llevarse al crío y

281
Violencia de género en la pareja y exclusión social

de que... esto, y entonces... salió a su favor (…) es cuestión de días ya que tenga que
abandonarla (…)
La idea, ¿no es que vayáis turnando el piso, para que el crío esté allí siempre?
Claro, esa es la idea, pero claro, él... no se lleva al crío. Se lo lleva martes y jueves, de seis a
nueve, un ratito, y algún fin de semana. Entonces... no. De hecho, está... o sea, yo lo
demostré ante el juez, que él no... no estaba cumpliendo la compartida, (…) Se lleva al crío,
cuando le da la gana, o sea... veces, así de veces de... mandarme un whatsapp... tener que
recoger al crío a las seis, mandarme un whatsapp a las cinco de la tarde: "que hoy no voy a
por el crío". Entonces, bueno, yo, pues si est… si estaba trabajando, buscarme la vida,
amiga, mi padre, mi hermana... "por favor, ir a por el crío", ¿sabes? Nunca... bueno, pues ya
está. He pasado por todo, le he consentido todo, llegó un momento que dije: "bueno, ¿ahora
encima me tengo que ir de mi casa, con mi hijo?" Porque claro, ¡no es que tenga que
abandonarla yo! Y... y... y coge el juzg… la jueza y le da la razón, de que no me lo creo,
Paola. (E14)

En suma, una ley pensada para garantizar el bienestar del menor se aplica de manera tal
que revierte en victimización secundaria, tanto para la mujer como para su hijo. En la
actualidad, de hecho, ambos enfrentan un claro riesgo de experimentar exclusión habitativa.
Si además se considera que, en el momento de la entrevista, la mujer se halla en paro y el
padre no está pagando la pensión que le corresponde para la manutención del hijo, pueden
vislumbrarse también los posibles efectos de la acumulación e interrelación de dificultades
en distintas esferas (in primis residencial y económica).
Otro caso especialmente sangrante es el de Gabriela, una mujer con dos criaturas que,
cuando decide alejarse de su pareja, acude a los Servicios Sociales, donde se le deniega
cualquier apoyo, en la convicción de que –como su pareja tenía un negocio exitoso– ella
también tendría una situación económica desahogada:

En mi caso, no… ni se creían… porque claro, se pensaban que era rico. Tenía un taller.
Mucho... muchos clientes... hacía coches antiguos... pues no… no se creían... no me daban
nada. ¿Entiendes? No investigaron, nada. (E7)

Gabriela no tiene empleo, ni estudios, se encuentra emocionalmente debilitada por el


maltrato vivido y no puede contar con ningún tipo de apoyo por parte de la familia. Recibir
soporte por parte de los Servicios Sociales, por lo tanto, habría sido, en su caso,
fundamental y, pese a ello, no tuvo ninguna ayuda por su parte. Esto, sumado a las
dificultades que ella ya arrastraba, facilitó que terminara en una situación de exclusión
extrema (sinhogarismo) en la que vivió durante dos años216.
Hemos examinado algunos casos en los que la victimización secundaria desencadena
rutas descendentes hacia la exclusión. Llegadas a este punto, queremos llamar la atención
sobre otros casos de actuación institucional inadecuada que, aunque no tienen
consecuencias directas en el nivel de exclusión, sí evidencian la presencia de racismo en las
instituciones. Si consideramos que –por norma general– los colectivos expuestos a este
racismo son también los que presentan un mayor riesgo de exclusión, entonces se puede
fácilmente comprender la relevancia de tales ejemplos para nuestro análisis. Piénsese, por
ejemplo, en el caso de Maribel que, a la edad de 14 años, fue casada en contra de su
voluntad con un hombre de 20 217 que, en la noche de bodas, la violó causándole una

216 Para un análisis más detallado de su caso, véase apartado 9.3.2.1.


217 Para un análisis más detallado de su caso, véase apartado 9.2.1.3.3.

282
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

hemorragia interna. Los parientes decidieron, por tanto, llevarla al hospital; allí, los médicos
pudieron reconocer perfectamente el origen de estas lesiones, pero no interpusieron ninguna
denuncia, actitud que –en nuestra opinión– difícilmente habrían tenido si la chica de 14
años no hubiese sido de etnia gitana:

Y los médicos, ¿no llamaron a tu familia?


Noo (no parece indignada al contar lo que no hicieron los médicos). Porque ellos, no s... los
gitanos, lo… la parte de él, no sé lo que le dijeron, a los médicos. Les dirían pues que era
pariente yo... o yo qué sé… yo qué sé lo que les dirían. Porque los médicos dijeron: "es que
no hay derecho lo que le han hecho a esta moceta, a esta moceta la han violao. Porque es
que fíjate, tiene por dentro, una de esto… interna, o no sé qué hostias tenía. Y por eso se va
en sangre. ¡Pero hombre! Que es una niña, ¿qué ha pasado? ¿Quien él... quién le ha hecho
esto?" Los médicos. Y hablaron, no sé si lo… lo arreglaron ellos, enseguida ¡eh! ¡Pues ah!
Que no me digas.
Y ¿no hubo denuncia al final?
No no no no. No no. No hubo nada. (E10)

Maribel no es consciente de este doble rasero. Idoia, por el contrario, sí lo es y lo


denuncia con fuerza:

Racismo. Puro y duro (…) Tengo la doble nacionalidad. Tengo nacionalidad española, y
tengo nacionalidad venezolana. Pero desde recién nacida, ¡eh! Doble nacionalidad. Sí. Pero
según para qué gremio, o sea, para pagar impuestos esto y tal, soy una ciudadana más, una
española, ¿vale? Pero para cosas, ya... de abogados, y cosas de estas... una sudamericana
más, aquí en... se dice que no hay racismo, pero lo hay. Y mucho. (E8)

Para finalizar, queremos evidenciar que la ausencia de una acción institucional adecuada,
aunque puede tener consecuencias negativas para todas las mujeres, no será igualmente
dañina para todas ellas. No todas las mujeres, de hecho, se hallan en la misma situación,
sino que viven realidades diferentes y tienen, por lo tanto, necesidades también diferentes
(Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b). Aplicado a nuestro análisis, esto significa que, en
situaciones de exclusión, donde la disponibilidad de recursos alternativos es menor, una
experiencia de victimización secundaria será incluso más perjudicial que en otros contextos.
La ausencia de una acción institucional adecuada es, por lo tanto, socialmente regresiva.

10.3.3.1.2 Cantidad y calidad de los recursos y prestaciones sociales


En segundo lugar, las secuelas de la violencia pueden verse reducidas o, por el contrario,
amplificadas, también por otro elemento: la cantidad y calidad de los recursos y
prestaciones sociales. En lo que a éstos respecta, ante todo es importante recordar que, en
los últimos años, los avances han sido evidentes. Gabriela lo afirma con rotundidad:

no había las ayudas que hay ahora... y me vi tirada (…) entonces, no había, te digo, esta vez
había... y me ayudaron. Esta vez me ayudaron. Me dieron, una renta básica, que no había
cobrado yo nunca... (…) Me apoyaron mucho, psicológicamente, económicamente... fue
tremendo, la Mirenjo... una gran mujer... me dio mucho… ayuda... muchos ánimos... me
dio… una ayuda para lo… comprar colchones. (E7)

En este caso, entonces, se registra una clara mejora con respecto a la década anterior;
mejora que no se registraba –no, por lo menos, de forma tan rotunda– en el caso de la
acción institucional globalmente considerada. Avanzamos la hipótesis de que esto es así
porque, cuando se trata de introducir nuevos recursos y prestaciones, los cambios

283
Violencia de género en la pareja y exclusión social

normativos pueden fácilmente tener una eficacia inmediata; cuando se trata de modificar la
acción de las instituciones en sentido más amplio, por el contrario, el cambio es más costoso
y las resistencias mayores (se requiere un cambio de mentalidad, cambio que no tiene lugar
inmediatamente, sino que precisa de tiempo, formación en género y violencia de género, un
contexto político propicio, etc.). Esta hipótesis, por otra parte, concuerda con la apreciación
de Cubells, Calsamiglia y Albertín (2010a), según la cual los mayores déficits en la acción
pública en tema de violencia de género no se derivan tanto de carencias en la Ley (que tiene
perspectiva de género), como de limitaciones en el nivel de los actores (que, en su mayoría,
todavía carecen de esta perspectiva).
El hecho de que a nivel de prestaciones sí haya habido unos avances significativos, sin
embargo, no implica que el panorama actual sea totalmente satisfactorio; muy al contrario,
el margen de mejora sigue siendo amplio. En algunos casos, por ejemplo, se han creado
recursos muy interesantes –es éste, por ejemplo, el caso del Servicio de Atención Integral a
Mujeres y sus hijos/as en Dificultad Social y/o Problemática de Género 218 – pero cuya
duración es, en opinión de las usuarias, insuficiente:

Pues nada, ya… una de… Mirenjo, me había ofrecido: "a ver, Elena, tenemos un programa
en el que puedes entrar tú y tu hija… eeh… tenéis que ciertos requisitos pero que tampoco,
son… incumplibles, ni nada, pero eso, te… ir… vivir en un piso, en el que no pagábamos
en nada, ¿no? Eee… tenías en la obligación, de ahorrar, de donde… eso sí, tenías que
ahorrar (…) Mi hija ha estado viviendo conmigo… eeh… aquí, en el piso. Luego, del piso,
pues nos tuvimos que ir. Nos tuvimos que ir, pues… no sé... tampoco, el motivo exacto, yo
para mí no estaba preparada para salir... porque no estaba preparada para salir del pr… de…
de interna. Se les llama internas cuando vives en el piso. No me veía preparada para salir,
pero, bueno… salí. Mi hija y yo, busqué una habitación, y… he estado viviendo, en una
habitación, desde… tres o cuatro meses. (E5)

La necesidad de ampliar de los plazos de permanencia en servicios y programas de


apoyo, por otra parte, es una necesidad subrayada también en investigaciones anteriores, (ej.
Aretio 2015).
En otros casos, la problemática es de más amplio respiro y guarda relación con el diseño
de todas aquellas prestaciones económicas que únicamente se conceden a hogares que
acrediten ausencia de ingresos. El problema, en este caso, aparece cuando no se computan
únicamente los ingresos de la mujer, sino los de cualquier miembro de la unidad familiar.
En el caso de mujeres en situación de violencia de género –que, a menudo, se han visto
obligadas a abandonar su hogar y a buscar refugio en casa de otros miembros de su familia–
esta norma resulta especialmente gravosa:

Entonces lo primero que hice fue… empadronarme, me… me… me empadroné en casa de
mi abuela, que luego tampoco tuve acceso a ayuda de ninguna clase, económica, porque
como me empadroné en casa de mi abuela, mi abuela cobraba su paga, ¿entiendes? A mí mi
abuela no me daba nada, esa es otra cosa, ¡eh! (E5)

218El Servicio de Atención Integral a Mujeres y sus hijos/as en Dificultad Social y/o Problemática de Género depende del Servicio
de Atención a la Mujer del Ayuntamiento de Pamplona. Su objetivo general es asegurar una atención integral, intensa y
especializada a las madres y gestantes en situación de dificultad social. La atención se realiza a través de un equipo
multidisciplinar formado por una trabajadora social, seis educadoras sociales y una psicóloga. Los recursos que se ofrecen son
de alojamiento y/o apoyatura, acompañamiento e intervención integral que permita a las mujeres atendidas llevar a cabo un
proceso de incorporación social (Cooperativa de Iniciativa Social Kamira).

284
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Allí está. El segundo dilema: que estando con mis padres… eee… por el sistema, ¿no?,
pocas ayudas... (E8)

En otras situaciones, finalmente, el problema no reside tanto en el diseño de las ayudas


sino en su implementación. A menudo, de hecho, se dan retrasos en el cobro de las mismas,
retrasos que, cuando no hay una familia que pueda suplir a ello, sitúan a las mujeres en una
situación de gran desamparo. Gabriela, por ejemplo, relata cómo –frente al retraso de las
instituciones– sólo la ayuda de su hermana le permitió comprar los enseres necesarios para
hacer habitable su vivienda:

Gracias a mi hermana la mayor, porque, aunque te dan dinero, el Gobierno de Navarra,


tienes que adelantarlo, y yo no tenía ni para adelantarlo... y me dieron... mi hermana me lo
adelantó, y compré, pues… nevera... no, un horno, que no teníamos... compré, colchones...
un armario de ropa, que tampoco había... (E7)

Resumiendo, pese a los avances de los últimos años, las carencias siguen siendo
significativas. Esto último resulta especialmente preocupante porque, como ya se ha
apuntado en referencia al conjunto de la acción institucional, se trata de carencias que
afectan principalmente a mujeres pertenecientes a las capas más bajas de la sociedad y que
son, por lo tanto, socialmente regresivas.
Para finalizar, queremos destacar que la previsión de prestaciones y recursos de calidad
resulta especialmente necesaria en la situación actual, en el que el contexto
macroeconómico es adverso.
La mención de este contexto, sin embargo, no debe inducirnos a olvidar la importancia
de recursos que vayan más allá de lo estrictamente económico. Si la exclusión social es un
fenómeno multidimensional, de hecho, una intervención de calidad no podrá limitarse a
incidir en una única esfera, sino que deberá tender a abarcarlas todas219.

10.3.3.2 Nivel individual


En los apartados anteriores nos hemos ocupado de los factores de nivel institucional; en
éste, analizamos elementos de nivel individual. Más concretamente, nos referimos: al apoyo
de la familia; a la tenencia de recursos económicos propios; y, más en general, a la situación
social de partida.

10.3.3.2.1 Cantidad y calidad del apoyo familiar


En primer lugar, entonces, las consecuencias de la violencia pueden verse magnificadas
o, por el contrario, disminuidas en función del mayor o menor apoyo prestado por las redes
familiares. Cuando la familia se pone del lado de la mujer y la sostiene en su proceso de

219Esto significa, por ejemplo, que si una de las esferas más perjudicadas es la relacional, entonces resultarán especialmente
útiles y necesarios todos aquellos recursos, dispositivos e intervenciones que permitan incidir en esta esfera, favoreciendo el
potenciamiento de las redes sociales de la mujer. A su vez, esto implica que es especialmente acuciante potenciar e impulsar
intervenciones de carácter grupal. Estas intervenciones, sin embargo, tal y como escribe Aretio (2015) y corroboran los relatos
de las mujeres supervivientes, hasta la actualidad apenas se han llevado a cabo.

285
Violencia de género en la pareja y exclusión social

recuperación, de hecho, el riesgo de que ésta protagonice rutas descendentes hacia la


exclusión se ve fuertemente reducido. Laura, de hecho, lo expresa con claridad:

Yo cobraba 500 y algo. Y yo... y yo con eso he pasado, si no llega a ser con la ayuda de mis
padres... (…) Mis padres vi... vinieron a vivir... ¡es que si no llega a ser por ellos...! Mis
padres vinieron a vivir, o sea... cuando yo ya salió la sentencia, y nos dijeron: "pues tal día
ya podéis volver a casa, porque él la abandona", pues nos fuimos los cuatro. Claro, te estoy
hablando de que allí habían pasado casi un año, ¡eh! Ahí, Paola, empecé a vivir. Cuando
nos fuimos los cuatro a casa, jo…, empecé a ser feliz. Éramos una familia. Bueno, mi hijo,
imagínate: había borraja pa’ comer, mi madre... le hacía patatas fritas. La movida de los
cuatros comiendo... (lo dice con alegría, recordando algo bonito) Pero íbamos a todos lados
juntos... tenía yo igual una semana en Eroski, porque se me acababa el contrato, imagínate,
pues nos íbamos los cuatro al pueblo... o sea, todo los cuatro (…) Y, bueno, pues, ha sido...
mis padres... yo no compraba nada de comida, Paola, nada. O sea, él... mi p… la comida,
todo, lo... mi padre se encargaba de todo. Y bueno... y luego el… el que llegaba a casa a la
una, tenía el plato ya en la mesa... Esa época, para mí, pues cuando empecé a... a ver que...
que... que salía adelante, y que… joder… éramos muy felices. Esa época fue muy buena.
(E14)

Tal y como se refleja en este fragmento, el apoyo brindado por la familia no es


únicamente económico; al contrario, supone también un sostén emocional, un recurso para
la conciliación, etc. Es, en suma, auténticamente multidimensional y tiene un gran valor en
los procesos de recuperación.
Tener que recurrir a la familia, sin embargo, no está libre de inconvenientes: en primer
lugar, porque volver a la casa materna supone un paso atrás en el desarrollo vital y requiere
de un proceso de adaptación que suele ser costoso, sobre todo para mujeres que están
atravesando un momento vital muy duro. En segundo lugar porque, a menudo, el apoyo que
la familia brinda no está exento de desaprobación y reproches, algo que resulta
especialmente dañino para mujeres que ya se encuentran emocionalmente debilitadas por la
violencia experimentada:

Para mí, fue un palo muy gordo el... el volver a casa de mis padres. El... tonterías como
el… poner la lavadora. O... ver la tele, o... Claro, yo me había pegado 18 años fuera de esa
casa, entonces... (…) porque claro, cuando... vives en tu casa, pues ti… haces... un poco,
entre comillas, lo que tú ves, entonces cuando… lle… vuelves a casa de tus padres, pues...
te tienes que amoldar un poquito a… ¿no?, a… a ellos. Y sí que me costó. No voy a
mentir... (…) Y más cuando al principio mis padres no estaban de acuerdo. Entonces
bueno, pues... era una situación un poco... tirante y… buah, mis padres, es que yo anduviera
con juicios y… es que les quedaba muy grande. (E14)

Los inconvenientes ahora nombrados tienen alcance general; en lo que respecta a


mujeres en situación de exclusión, sin embargo, a tales problemáticas se suman otras con
carácter específico. Las familias de origen de estas mujeres, de hecho, a menudo no poseen
los recursos –tanto económicos como emocionales– necesarios para apoyarlas plenamente.
En lo que respecta a los recursos económicos, considérese, por ejemplo, el testimonio de
Concepción:

Mi familia no me ha ayudado, tampoco (…) Mis hijos si han tenido sí (…) Y me han dicho,
pero ellos necesitan. El que tiene 32 años se está pagando el piso. (E16)

En los que respecta a los recursos emocionales, por otra parte, resulta emblemática la
historia de Elena. Su madre, de hecho (que también ha tenido una historia vital muy dura y
también experimentó violencia de género), no solamente no logra ayudarla, sino que
286
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

termina por dañarla ulteriormente, tanto que Elena finalmente acaba solicitando a la
trabajadora social una solución alternativa, que le permita vivir de forma autónoma:

Pero… y… eeh… estuve viviendo unos meses en casa de mi madre, otros meses en casa de
mi hermana, claro, luego ya la situación con mi madre empeoró. Empeoró la relación,
¿sabes?, porque ella (…) sin darse cuenta, me ha estado machacando… no ha estado
machacando. Entonces, pues nada, ya vine a Mirenjo, "Mirenjo, por favor, que yo no sé qué
hacer, porque, mira, yo no puedo estar en casa de mi madre, porque mi madre, es que,
emocionalmente, sin darse cuenta me está hundiendo (…) Que, bueno, mi madre es que,
también… tampoco a... anda... muy bien de... te digo yo, de los nervios, entonces... pues
tampoco razona en condiciones. (E5)

El análisis efectuado, en suma, evidencia que –si bien el apoyo de la familia puede ser de
gran valor– no se trata de un recurso exento de inconvenientes ni que siempre está
disponible. Muchas mujeres, de hecho, como ya evidenciaban investigaciones anteriores (ej.
Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b) y confirman los relatos de las mujeres
supervivientes entrevistadas, no pueden contar con ello, sea porque su familia vive lejos
(caso especialmente frecuente entre mujeres migradas); sea porque las culpa de la
separación; sea porque, aun queriendo, no dispone de las herramientas necesarias para ser
realmente de ayuda220. Esto, por otra parte, significa que las instituciones no pueden contar
con ese apoyo, no pueden suponer que existe, sino que deben poner los medios para
garantizar un sostén y un acompañamiento profesional. De lo contrario, se crea una
situación que, nuevamente, discrimina negativamente a las más vulnerables entre las
mujeres.

10.3.3.2.2 Disponer o no de una vivienda propia


Un segundo elemento que puede moderar o, por el contrario, intensificar las
consecuencias negativas de la violencia es la tenencia o no una vivienda propia (es decir, no
compartida con la pareja). Tal y como Carla y Claudia relatan, de hecho, disponer de una
vivienda en propiedad exclusiva constituye un importante factor de protección:

Gracias a Dios, que yo... cuando me lo... cuando me casé, hice separación de bienes. (…)
La casa la compré yo, con separación de bienes y tal... por lo menos, ¿no? (E9)

Yo siempre estaba… decía… bueno… cuando sean un poco mayores, y... yo con una
segunda intención, compré un piso de segunda mano, no le dije pero le dije: "ay, es buena
época, están baratos, así, luego, lo…”. No teníamos dinero ¿eh? No tenía dinero ni pa´ la
fianza, pero le engañé, a la… a la inmobiliaria, le dije: "es que tenemos un dinero invertido,
yo te daré, cuando es que no lo quiero sacar todavía, porque pierdo los intereses", bueno... y
era mentira, era que yo quería meterme porque yo quería salir de allí, y entonces es el piso
donde yo vivo ahora. (E3)

El hecho de no disponer de una vivienda propia, por el contrario, implica que, con la
ruptura, las mujeres podrán verse privadas de un importante factor de integración, lo cual
facilita que la separación pueda acompañarse de rutas descendentes hacia la exclusión. Para
un análisis más detallado de estas cuestiones, por otra parte, se remite al apartado que se
ocupa específicamente de las consecuencias de la violencia en términos de vivienda.

220 Para un análisis más detallado de estos elementos véase apartado 9.2.2.3.1.

287
Violencia de género en la pareja y exclusión social

10.3.3.2.3 La situación social de partida


Finalmente, un factor que influye de manera muy clara en el riesgo de vivir rutas
descendentes hacia la exclusión es la situación social de partida. Cuando las mujeres
provienen de una situación de integración plena, de hecho, el riesgo de caídas es
relativamente bajo, y esto por varias razones. En primer lugar, de hecho, en tales
circunstancias resulta más fácil acceder a una amplia variedad de recursos que pueden
ayudar en la recuperación, y una mejor y más rápida recuperación significa menores
secuelas y, por lo tanto, menor riesgo de vivir rutas descendentes. Ángela, por ejemplo, lo
expresa con claridad:

Yo tengo casa en Pamplona, pero… no me dejaron ir allí, porque decían que igual, él, venía
un día y me pegaba, me insultaba, algo. Entonces estuve seis meses, con mis hijos, en casa
de mi madre, viviendo, en casa, comiendo, durmiendo, seis meses. (…) estuve con
psicólogos, durante dos años, y eso, pues bueno… me ayudó a remontar…
psicológicamente, pues (no se entiende) y todo bien. Pero eso, ha sido, con ayuda
psicológica, ayuda de mi familia, mis amigas… (E1)

En segundo lugar, las mujeres que provienen de situaciones de plena integración


disponen de unos medios –materiales, económicos, relacionales, intelectuales, etc. – que les
abren unas posibilidades que están completamente vetadas a mujeres en situación de
exclusión. La historia de Ángela, por ejemplo, constituye un caso emblemático:

Yo estudié derecho, y… ehm… bueno… como me pasó… todo este tema, pues, decidí
abrir una asociación de mujeres maltratadas, pues porque, cuando yo me… me divorcié, por
el tema éste de los malos tratos, en La Rioja no había ninguna asociación ni nada. (E1)

En el caso de mujeres que ya acumulaban varios elementos de vulnerabilidad, por el


contrario, el riesgo de caídas se intensifica claramente. En este caso, de hecho, no hay un
único elemento de dificultad –la violencia–, sino una acumulación e interrelación de las
fragilidades existentes en múltiples esferas. Y esto –como hemos analizado en el apartado
expresamente dedicado– amplifica los efectos de esta violencia y favorece que las mujeres
experimenten rutas descendentes hacia la exclusión.
Las historias vitales de Gabriela y Nicoleta son ejemplos claros de esta dinámica: se
trata, en ambos casos, de mujeres que reúnen numerosos elementos de vulnerabilidad; y son
precisamente ellas las que experimentan los procesos de caída más intensos. Gabriela, por
ejemplo, no tiene estudios, ni empleo, ni fuertes redes sociales y tampoco recibe el apoyo de
la familia. Cuando a todo esto se suman los efectos de la violencia, el resultado es la caída
en una situación de exclusión extrema (sinhogarismo)221. La historia de Nicoleta es análoga:
es extranjera, no habla el idioma, no tiene ningún tipo de redes sociales ni familiares en el
país y tampoco tiene empleo. También en su caso, cuando a todo esto se suman los efectos
de la violencia, la caída es muy intensa, hasta el punto de que se ve obligada a pedir comida
a la parroquia para sobrevivir 222 . En los casos descritos, en suma, la violencia y la
separación han actuado como catalizadores, transformando una realidad que ya era

221 Para un análisis más detallado de su historia véase apartado 9.3.2.1.


222 Para un análisis más detallado de su historia véase apartados 9.2.2.3.2, 9.3.1.1.2 y 9.3.2.1.

288
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

fuertemente precaria, pero podía sostenerse en su precariedad, en un proceso de caída en la


exclusión más severa.
Llegadas a este punto, avanzamos en el análisis examinando el itinerario de
recuperación. En lo que a éste respecta, se evidencia que, cuanto más reciente es la caída,
más fácil será remontar; por lo contrario, cuanto más enquistada está la situación de
exclusión, más difícil será salir de la misma. En este sentido, entonces, se establece una
diferenciación clara entre, por un lado, mujeres que, aun presentando ciertos elementos de
vulnerabilidad preexistentes, han vivido un itinerario descendente que está marcado
principalmente por la violencia vivida o, más en general, por elementos de dificultad de
carácter contingente y sobrevenido (como la violencia, pero también haber recientemente
efectuado un proceso migratorio, etc.); y, por otro, mujeres que llevan mucho tiempo en una
situación de exclusión, que se encuentra por lo tanto enraizada y enquistada.
La historia de Nicoleta se enmarca en el primer grupo. Esta mujer, de hecho, aun
encontrándose en una situación de gran dificultad, proviene de una realidad normalizada,
algo que la dota de mayores recursos para la recuperación (piénsese simplemente en el
hecho de que tiene un nivel educativo elevado, que estuvo a punto de ir a la universidad,
etc.). Todo esto facilita la salida de la exclusión. Nicoleta, de hecho, interrogada sobre su
estado actual contesta:

Yo, me siento muy bien, estoy en una relación estable de un año… no, este año cumplo dos
años de… de relación en pareja. Que… me apoya también, me apoyó… mucho con la
hija... estoy estudiando, también. Estoy trabajando con… por horas... hago algunos trabajos
de… con limpieza... y... estoy bien. Estoy bien. Muy tranquila, muy... feliz, muy... estoy
feliz, me sé tomar yo mis decisiones de… qué hago con mi vida, no dependo que alguien...
me siento bien (…) no pienso en casarme, no sé, no... no pienso en casarme otra vez, o...
me da miedo (se ríe). Que no… no quiero pasar otra vez por... por que he pasado. Soy...
mhm... tengo mucha precaución, cuando conozco... un hombre, es... me informo, mas,
sobre él. Estoy buscando más informaciones, sobre las… las personas, antes de...
implicarme (…) hago… estoy en una programa de... de... fundación Eisol, de ayuntamiento
de… de Pamplona. Para hacer un curso de… competencias en... búsqueda activa de
empleo. Y por la mañana, estoy… en este curso, de 9:30 hasta las 12, y, luego, en
Cuatrovientos, de 5:30 a... 8:30 (…) es un... centro de formación profesional ciclo superior
(…) yo, quería... prepararme en mi… en mi especialidad (…) un ciclo de formación
profesional ciclo superior, de administración y finanzas. (E6)

En su caso, en suma, una vez eliminado el principal factor generador de exclusión –la
violencia– la recuperación ha sido relativamente sencilla.
Claramente diferente, por el contrario, es la historia de Sheila, en cuyo caso la exclusión
no es un producto de la violencia ni tampoco algo coyuntural, sino algo preexistente y
enquistado. La situación de exclusión de Sheila, de hecho, se remonta a su infancia,
marcada por un padre drogodependiente que, además, abandonó a la familia cuando ella aún
era una niña:

Mi padre ha sido drogadicto de toda la vida también (…) Yo he visto a mi padre


drogándose toda la vida, ¿me entiendes?, y… y lo he tenido como algo normal, algo que no
pasa nada, algo que… hasta ahora, claro. Hasta ahora, que le he visto las orejas al lobo. (…)
Mi padre (…) se separó de mi madre y… y hasta luego muy buenas. Poco más se… se
preocupó por nosotras, por mi y por mi hermana. (E15)

289
Violencia de género en la pareja y exclusión social

A todo esto deben añadirse los abusos sexuales que, a la edad de siete años, esta mujer
sufrió por parte del tío paterno:

Bueno, yo... el recuerdo primero que tengo de la infancia, es… es, bueno, yo estuve... yo
vivía con mis padres, y... y nos concedieron un piso nuevo, y para esperar a que nos lo
darían (…) tuvimos que ir un año a vivir a... a casa de una hermana de mi padre. Y... su
marido, durante el año entero, pues abusó de mí y... con siete años... y es de las primeras
cosas que recuerdo, que tengo más... más presente. (…) Porque yo achaco todo lo malo
que... que me ha ido pasando, siempre lo achaco a eso, ¿sabes? (…)
Y en ese momento, nadie se dio cuenta, ¿no?
Ts ts. No. No. Y eso que estaban en casa, ¡eh! Estaban en casa. (…) Con 14 años lo conté
(…) yo pensaba que mi padre lo iba a matar (…) pero ahora el otro día me enteré de que se
iba a comer por ahí con él y... es muy fuerte. Ya he dejado la relación con mi padre... que
haga lo que quiera... (E15)

Las dificultades de Sheila se agravan en la adolescencia, cuando ella también empieza a


consumir drogas, es ingresada en el COA223 y, a los pocos meses de salir de él, abandona
los estudios:

Empecé a drogarme con 13 o 14 años... siempre discutiendo con mi madre... siempre, buah,
mal. Mal. Siempre de fiesta, siempre... no quería más que estar con mis amigos, en la calle
(…) empecé a juntarme con… con gente que... pues que no me convenía y… mi padre, no
estaba en casa, ¿sabes? Hacía lo que me daba la gana… pff… y... y mal. Y me escapaba de
casa, o… y me volvía a escapar… estuve, con 14 años o así, estuve en el COA ¿sabes qué
es el COA? Pues en el COA estuve, tres meses. Sí. Me cogieron a las 3:30 de la mañana,
ocho nacionales, con… iba yo de coca hasta arriba, pff… me llevaron pa’allí… buah… (…)
Yo dejé de estudiar… pues después del COA. Fue poco después. Me metí a hacer un PIF de
cocina… y cuando me enteré que podía firmar y pirarme… me costó 5 minutos… (E15)

A esto se añade el abandono, con 15 años, de la casa materna y un embarazo adolescente


con un chico de etnia gitana:

Volví a casa. Volví a casa con mi madre, estuve… seis meses o así, poco más y me fui de
casa (…) Con este chico (…) tenía 15 años o así... y... 15 años. Yo estuve con él hasta los
19, casi 20. Y lo tuve a los 17. Pues eso, vivíamos solos… (…) Yo me fui de casa con 16
años (…) Me fui a su casa, a casa de su madre, y de allí... antes de que me quedara
embarazada y todo nos cogemos un piso y... y luego, pues me quedé embarazada. (E15)

En la edad adulta, sigue teniendo problemas con las drogas, llegando incluso a
venderlas:

He dejado, he vuelto, He dejado, he vuelto (…) Antes de entrar aquí. Yo llevaba un año
consumiendo, y… y pasando y… vivía sola, con mis hijos, los dos. Vivía sola con los dos
y… no tenía casi dinero, y un “amigo” me propuso: “venga, que yo te dejo speed, pa’
que… y así te haces algo de dinero…”. ¡Joder te haces algo de dinero! Pff… los bolsillos
lleno llevaba. Pero todo el día drogándome. Todo el día drogándome. (E15)

223El Centro de Observación y Acogida es un recurso para la observación y la valoración de niños y niñas de entre 6 y 14 años
en situación de desprotección. Es un recurso de protección temporal que hace las funciones de hogar de acogida para
menores que provienen de situaciones de desprotección, abandono, malos tratos o desamparo. Está previsto para dar una
respuesta urgente e inmediata a niños y niñas y adolescentes que, debido a su situación personal y socio-familiar, precisan
una intervención de carácter urgente (Fundación Xilema).

290
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

Finalmente, ingresa en un centro de desintoxicación, dejando sus dos hijos al cuidado de


su madre, hasta que ésta, afectada por una fuerte depresión, ya no está en condiciones de
hacerse cargo de ellos, con lo cual los dos niños terminan en una casa de acogida:

Cuando a mí me ingresaron en el hospital y me ingresaron aquí, a mis hijos se los quedó mi


madre, mis hijos. Lo que pasa que ha empezado con depresiones mi madre, y ahora... ahora,
pues se los llevan a una familia de acogida, cuando acabe el colegio. Que estoy
destrozada… (E15)

Resumiendo, Sheila tiene un largo historial de exclusión, con problemáticas


preexistentes a la violencia e independientes de ésta (ha sufrido abusos, tiene un problema
de drogodependencia, no ha siquiera terminado los estudios obligatorios, etc.). Esto
significa que, de cara a un itinerario de inserción, los elementos de dificultad a solucionar
son múltiples, variados y abarcan ámbitos muy diversos (algo que no sucedía con el caso
anterior, cuando el problema era más circunscrito). La intervención que aquí se requiere,
por lo tanto, es necesariamente integral. Poder acceder a una intervención de este tipo, sin
embargo, no es simple, ya que los recursos existentes tienden a ser sectorializados y no
suelen ocuparse de problemáticas aparentemente tan alejadas entre sí como, por ejemplo,
una experiencia de violencia de género, problemas de adicciones y trastornos mentales. Esto
significa que las mujeres con consumos activos o con patología dual a menudo son
excluidas de los recursos residenciales para mujeres víctimas de violencia de género;
mientras que los dispositivos a los que sí pueden acceder difícilmente tratan en profundidad
el problema de la violencia224. Es ésta una carencia muy grande, sobre todo si se tiene en
cuenta que tanto las adicciones como las patologías duales constituyen un clarísimo factor
de riesgo de violencia de género.
Se recomienda, por lo tanto, la creación de recursos que permitan tratar problemáticas de
este tipo, sea previendo recursos ad hoc, sea asegurando que tanto las comunidades
terapéuticas como los centros para personas con enfermedad mental cuenten con personal
formado en género y violencia de género. Esta última opción resulta especialmente
interesante, ya que, además de asegurar una atención profesional adecuada para las mujeres
víctimas, permitiría trabajar de forma paralela con los hombres agresores225.

10.4 Un recorrido circular


A lo largo de este capítulo hemos identificado dos itinerarios separados y claramente
diferenciados: en un caso, de hecho, la situación de exclusión ha sido presentada como un
factor de riesgo de violencia de género, algo preexistente a la misma y que puede haber
contribuido a desencadenarla; en otro, por el contrario, esta misma situación ha sido
analizada como un producto de la violencia, algo posterior a la misma y que puede haber
sido por ésta generado.

224 Considérese, por ejemplo, que, hasta donde conocemos, los recursos residenciales para mujeres en situación de violencia de
género no admiten a mujeres con consumos activos, mientras que los centros de desintoxicación no suelen abordar la
problemática de la violencia ni tienen conocimientos sobre ello.
225 También en su caso, de hecho, adicciones y enfermedades mentales son factores de riesgo, aunque no de victimización sino

de agresión.

291
Violencia de género en la pareja y exclusión social

La realidad, sin embargo, es infinitamente más compleja y matizada. A menudo, de


hecho, una situación de exclusión efectivamente actúa como elemento de riesgo y empuja a
las mujeres en relaciones tóxicas; pero luego la violencia vivida redunda en una
intensificación de la exclusión preexistente.

Ilustración 4. Violencia de género y exclusión social. Una interrelación compleja

Exclusión social Violencia de género

Sería éste, por ejemplo, el caso de Manuela: como se recordará, esta mujer se queda
embarazada con 16 años y se muda a vivir con su novio precisamente porque quiere huir de
su casa y ésta es la única estrategia que conoce para hacerlo (algo que refleja claramente
una posición de clase determinada). A raíz de esta decisión, sin embargo, ella también acaba
experimentando violencia; y, para poder rehacer su vida, se ve obligada a huir, emigrando a
un país extranjero, donde no tiene ni familia, ni amistades, empleo ni vivienda (es decir,
donde se encuentra en una situación de exclusión muy clara y mucho más intensa que la que
experimentaba en su lugar de origen).
O piénsese también en la historia de Elena, que también se queda embarazada para huir
de la violencia que hay en su familia de origen (una estrategia que, como hemos visto, tiene
un componente de clase muy claro), y que, a raíz de esta elección, también termina
experimentando una situación de exclusión mucho más severa que la de origen (su pareja le
impide trabajar, apenas le da dinero suficiente para alimentarse, no le permite tener ningún
tipo de relaciones sociales, etc.).
Análogo es también el caso de Sheila: esta joven, de hecho, proviene de un hogar en
situación de clara exclusión, y esto es un elemento esencial para poder comprender cómo
ella vivencia sus relaciones sentimentales, qué varones elige y cómo termina
experimentando violencia a mano de ellos. En sentido contrario, sin embargo, no podemos
olvidar que precisamente una de estas parejas es quién la obliga a dejar su casa y su ciudad,
a mudarse a vivir en una chabola, donde pasa “frío y hambre” (E15), a cometer actividades
delictivas, etc. En otras palabras, también aquí la violencia vivida redunda en una ulterior
intensificación de la situación de exclusión.
Emblemático, finalmente, es el caso de Gabriela. Esta mujer, de hecho, al igual que
tantas otras, inicia una relación sentimental sin meditarlo adecuadamente, simplemente
porque es la única estrategia que conoce para huir del hogar paterno (algo que, como hemos
aclarado en repetidas ocasiones, es característico de clases bajas, donde es más difícil

292
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

vislumbrar caminos alternativos). Esta decisión la acaba exponiendo a una violencia muy
intensa, de la que decide huir terminando, sin embargo (y por un conjunto de circunstancia
que ya se han analizado) en una situación de exclusión extrema (sinhogarismo).
Precisamente esta situación y el desamparo que se le acompaña, finalmente, la acaban
exponiendo a más violencia, en un círculo que se retroalimenta. En otras palabras, la
situación de exclusión preexistente es un factor de riesgo violencia, pero luego esta
violencia contribuye a una intensificación muy clara de la situación de exclusión vivida, y
esto vuelve a exponerla a más violencia.
Recapitulando, a lo largo de este capítulo se han identificado dos itinerarios claramente
diferenciados, donde la exclusión era respectivamente elemento desencadenante o producto
de la violencia. Ésta, sin embargo, debe entenderse como una decisión estratégica, necesaria
para visibilizar los itinerarios subyacentes pero en absoluto un reflejo fiel de la realidad, que
es mucho más compleja.

293
10.5 Conclusiones
En el capítulo anterior hemos demostrado que el hecho de hallarse en situación de
vulnerabilidad o exclusión social y el hecho de experimentar violencia de género están
interrelacionados. Una vez demostrada la existencia de tal relación, en este capítulo hemos
avanzado con el análisis intentando comprender cómo ésta se articula y qué dinámicas la
caracterizan.
Nuestra hipótesis de partida era que la mayor incidencia de violencia de género en
situaciones de exclusión social puede ser el resultado de dos procesos diferentes y
complementarios, en los que la exclusión puede ser tanto un detonante como un producto de
la violencia. A partir del análisis efectuado, podemos concluir que la hipótesis se confirma.
Más concretamente, en lo que concierne al primer recorrido, el estudio efectuado ha
permitido identificar tanto factores que condicionan el proceso de selección de pareja como
elementos que inciden en el desencadenamiento de violencia de género en el marco de una
pareja ya existente. Los primeros resultan especialmente relevantes, ya que se trata de
elementos casi totalmente ignorados por la literatura que se ocupa de violencia de género.
Entre ellos, cabe destacar, ante todo, la homogamia, es decir, la tendencia de mujeres y
hombres a formar pareja con personas cercanas desde un punto de vista socioeconómico
(Samper y Mayoral 1998; Rodríguez 2012; Uunk, Ganzeboon y Robert 1996). Aunque un
estudio detallado en este sentido excede los objetivos de la presente investigación y deberá
ser examinado en nuevos estudios, resulta, sin embargo, interesante destacar que, en
contextos de exclusión, es más fácil que los hombres provengan de entornos “conflictivos”
y que esto favorece el uso de la violencia por su parte, incluida aquella que se ejerce por
razones de género.
Un segundo elemento que condiciona el proceso de selección de pareja es la existencia,
en contextos de exclusión, de un modelo de masculinidad con especificidades propias y que
incrementa el riesgo de violencia de género. Se trata de un hallazgo que se ve respaldado
por estudios anteriores sobre masculinidades (ej. De Kaseredy y Schwartz 2005;
Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Hampton, Oliver y Margarian 2003; Jewkes 2002;
Kiss et al. 2012; Messerschmidt 1993; Peralta, Tuttle e Steele 2010; Smith 1990; Strier et
al. 2014; Uthman, Moradi y Lawoko 2009; Walby y Allen 2004). Éstos, sin embargo, se
acercan al fenómeno con una mirada masculina (ponen el acento en el hecho de que los
varones de ciertos grupos sociales tienden a desarrollar una masculinidad propia); nosotras,
por el contrario, ponemos el foco en el lado de las mujeres (observamos cómo, en
determinados contextos, lo que las mujeres buscan en los hombres también tiene
especificidades propias).
El último elemento que condiciona el proceso de selección de pareja hace referencia a la
existencia de diferentes circunstancias (como el deseo de huir de la familia de origen; la
necesidad de encontrar un lugar en el que vivir, etc.) que “fuerzan” a las mujeres a iniciar
una relación. Estas circunstancias, a diferencia de los elementos antes nombrados, no
influyen de forma directa en quién se elige como pareja, sino que lo hacen de manera
indirecta, reduciendo la capacidad de elección de las mujeres y, de esta manera,

294
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

incrementando el riesgo de que éstas acepten como parejas a hombres manifiestamente


inadecuados. Se trata de un elemento especialmente importante y, sin embargo, ignorado
por la literatura específica. El hecho de que la mayoría de los estudios sean eminentemente
cuantitativos y que, además, ninguno de ellos se ocupe de situaciones de exclusión
propiamente dichas puede explicar este vacío. Verse forzada a encontrar una pareja, por otra
parte, podría no incidir únicamente en la propia capacidad de selección de las mujeres, sino
también contribuir al acercamiento de hombres que buscan maximizar el gap de género
existente, factor que, a su vez, podría incrementar el riesgo de violencia de género. Nuevas
investigaciones, que focalicen su atención en los hombres agresores, deberán comprobar tal
hipótesis.
En lo que respecta a los factores que facilitan la aparición de violencia de género en una
pareja ya constituida, ante todo cabe destacar que las situaciones de exclusión parecen
asociarse con una mayor adhesión a valores y actitudes fuertemente patriarcales, hecho que
se ve respaldado por investigaciones anteriores (ej. Elley 2011; Kiss et al. 2012; Smith
1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009) y que, como sabemos, incrementa el riesgo de
violencia de género (Villavicencio 1993).
Un segundo elemento que también facilita que en situaciones de exclusión se
desencadenen procesos de violencia de género es el hecho de que, allí, el entorno suele ser
más comprensivo con el recurso a la violencia. En tales contextos, en otras palabras, es
frecuente que los varones no sean ni hayan sido censurados por sus comportamientos
violentos, lo cual significa, en la práctica, que éstos han ido, paulatinamente, efectuando un
aprendizaje en la violencia y la impunidad, aprendizaje que favorece que la violencia se
perpetúe y que su intensidad se incremente. Es lo que, por paralelismo con la noción de
indefensión aprendida de Seligman (1975) y Walker (1984), hemos definido impunidad
aprendida. Estos resultados, además, son coherentes con la gran importancia del entorno
analizada en el capítulo anterior. También en este caso, se trata de un elemento ignorado por
la literatura.
El desencadenamiento de procesos de violencia de género también se ve facilitado por la
presencia de elementos, relacionados con procesos de exclusión, que incrementan la
indefensión de las mujeres, como el hecho de no tener apoyos; haber efectuado un proceso
migratorio; o haberse quedado embarazada en los primerísimos tiempos de la relación.
Estas situaciones, al igual que la presencia de circunstancias que “fuerzan” a las mujeres a
iniciar una relación, también acrecientan el diferencial de poder existente entre los dos
miembros de la pareja y, de esta manera, facilitan el desarrollo de procesos de violencia de
género. Nuevamente, se trata de factores muy relevantes que, sin embargo, apenas han sido
estudiados.
En cuarto lugar, los procesos de violencia pueden verse precipitados por la presencia de
elementos estresores externos, como el hecho de que el varón experimente dificultades en la
esfera laboral o que se dé una acumulación de problemas en múltiples esferas. El primero es
un factor que ya había aparecido en numerosos estudios anteriores (ej. Gonzáles y Santana
2001; Honeycutt, Marshall y Weston 2001; Stith et al. 2004; Tauchen y Witte 2001) y
nuestro propio análisis cuantitativo también lo detectaba. Tanto los datos cuantitativos
como los relatos de las mujeres supervivientes, sin embargo, ponen asimismo de relieve que
se trata de un elemento que es sí significativo, pero de importancia reducida. Y éste es un

295
Violencia de género en la pareja y exclusión social

resultado muy relevante, ya que desmiente la convicción, fuertemente extendida, de que el


riesgo de agresión guarde una relación muy estrecha con la situación laboral del varón.
En lo que respecta a la acumulación de problemas en múltiples esferas (elemento
fuertemente relacionado con procesos de exclusión), por el contrario, la situación se
invierte: las evidencias bibliográficas son muy escasas, por no decir inexistentes, mientras
que los resultados del análisis cualitativo son muy contundentes y evidencian claramente
que se trata de una situación que puede desencadenar violencia de género.
Un quinto factor que también puede contribuir a precipitar violencia de género es el
surgimiento de conflictos en parejas donde el varón siempre había sido una persona
agresiva, acostumbrada a resolver las dificultades recurriendo a la violencia, incluida la
física. Mientras la relación de pareja resultaba, para el varón, satisfactoria, esta violencia no
se dirigía contra la mujer; en cuanto aparecen diferencias irreconciliables con ella, sin
embargo, es relativamente fácil que esta agresividad se desplace. Contribuyen a ello tanto la
posición desigual que mujeres y hombres ocupan en la jerarquía social como el hecho de
que, como escribe Hochschild (2009), el enojo suele correr por los canales que ofrecen una
resistencia más débil. Nuestros hallazgos, en suma, permiten matizar las conclusiones de
aquellos estudios que consideran los conflictos como un factor desencadenante per se (ej.
Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002; Stöckl, Heise y
Watts 2011) y evidenciar que la fotografía es más compleja, ya que solamente en presencia
de determinadas precondiciones tales conflictos llegan a traducirse en violencia de género.
Finalmente, un último factor desencadenante es el abuso de alcohol u otras drogas por
parte del varón. Es éste un resultado que se ve respaldado tanto por los hallazgos de
investigaciones anteriores (ej. Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Grose y Grabe 2014; Kiss
et al. 2012; Lanier y Maume 2009; Stöckl, Heise y Watts 2011) como por el análisis
cuantitativo antes efectuado. La literatura ofrece numerosas explicaciones para ello,
subrayando: la reducción de las inhibiciones (Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Jewkes
2002); el hecho de que, en términos sociales, estar bajo el efecto de sustancias se considera
una “excusa” aceptable para el comportamiento violento (Jewkes 2002); o el hecho de que
el consumo de drogas y las conductas violentas van unidos porque responden a un mismo
objetivo, restablecer una masculinidad que se percibe amenazada (Peralta, Lori y Steele
2010). Desde aquí, queremos evidenciar que se trata de explicaciones muy interesante que,
sin embargo, deben ser matizadas, sea porque no atribuyen la debida relevancia al papel
jugado por las normas y la jerarquía de género, sea porque el consumo de drogas más que
desencadenar violencia suele incrementar su intensidad. Asimismo, también queremos
subrayar la existencia de otro factor, fuertemente ligado a situaciones de exclusión y
totalmente ignorado por la literatura: el riesgo asociado no tanto al consumo sino a la
ansiedad, rabia y frustración derivadas de la imposibilidad de comprar drogas cuando se
tiene la necesidad de consumirlas.
Se han evidenciado una serie de factores que, por un lado, condicionan el proceso de
selección de pareja y, por otro, inciden en las dinámicas de la interrelación entre los dos
miembros de la misma. Cabe ahora destacar que una diferenciación tan clara entre estos dos
grupos de elementos responde a necesidades analíticas, pero la realidad es infinitamente
más compleja. Las interrelaciones entre los dos grupos de factores, de hecho, son estrechas
y frecuentes, sea porque en la vida de las mujeres elementos de ambos grupos se funden y

296
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

se confunden; sea porque un mismo elemento –nos referimos, por ejemplo, a la presencia de
circunstancias que “fuerzan” a las mujeres a iniciar una relación– puede incidir tanto en el
proceso de selección de pareja como en las dinámicas de la relación.
Nuestros resultados aportan evidencias que contradicen buena parte de la literatura. En
primer lugar, de hecho, hasta donde conocemos, la práctica totalidad de los estudios que se
ocupan de factores de riesgo focaliza la mirada en los elementos que pueden favorecer la
aparición de violencia de género en una pareja ya existente; mientras que casi ninguno
analiza los factores que inciden en el proceso de selección de pareja. Y, por lo menos en
situaciones de exclusión, y teniendo en cuenta la rapidez con la que la violencia hace su
aparición, parece lógico suponer que el peso de estos últimos es muy grande.
Asimismo, también cabe reseñar que, incluso limitando la mirada a los elementos que
facilitan la aparición de violencia de género en una pareja ya constituida, las diferencias
entre los factores de riesgo evidenciados por la literatura y los que aquí se identifican son
muy relevantes: si allí la atención se focaliza principalmente en factores estresores externos,
de hecho, aquí éstos representan solamente un elemento entre muchos.
Finalmente, si acercamos ulteriormente la mirada y nos focalizamos exclusivamente en
estos factores estresores, las diferencias persisten: mientras que la literatura suele analizar
tales factores de forma separada, de hecho, aquí se evidencia sobre todo el peso de la
acumulación de dificultades en múltiples ámbitos (situación que, por otra parte, guarda una
relación muy estrecha con procesos de exclusión). El presente análisis refleja, en suma, un
panorama más completo, complejo y matizado que el mostrado por estudios anteriores y
constituye, por lo tanto, una significativa contribución al conocimiento científico.
El estudio efectuado tiene claras implicaciones de cara a la intervención. Más
concretamente, el hecho de que los procesos de exclusión se asocien con una serie de
factores que condicionan el proceso de selección de pareja sugiere la necesidad de
actividades de prevención específicamente dirigidas y de amplio espectro, que abarquen
desde un trabajo en profundidad con las mujeres y las chicas jóvenes, con el objetivo de
modificar unos modelos de masculinidad que constituyen, por sí solos, un importante factor
de riesgo; hasta un monitoreo de las familias, de cara a evitar que las mujeres se vean
forzadas a iniciar relaciones de pareja con el único objetivo de alejarse de un hogar
violento, o que no las apoya, etc.
El análisis realizado, además, no se limita a mejorar nuestra comprensión de cómo se
manifiesta la violencia de género en contextos de exclusión, sino que, paralelamente,
también nos ayuda a comprender mecanismos más generales de aparición y desarrollo de la
violencia, al margen de la situación social de la mujer. Piénsese, por ejemplo, en cómo la
presencia de elementos que fuerzan a las mujeres a encontrar una pareja puede fácilmente
trasladarse a contextos sociales más normalizados: la razón que está a la base de esta
necesidad de encontrar pareja a cualquier precio será seguramente diferente (muy
probablemente no se tratará de encontrar un lugar en el que estar, sino de cumplir con el
mandato social de formar una pareja y una familia o del miedo a la soledad, etc.), pero las
consecuencias serán parecidas. O piénsese asimismo en el papel jugado por la presencia de
elementos que incrementan la vulnerabilidad de las mujeres, algo que aparece con especial
evidencia en situaciones de exclusión pero que se puede fácilmente extender a otros
contextos. En suma, el hecho de analizar la violencia en contextos de exclusión puede

297
Violencia de género en la pareja y exclusión social

asemejarse a mirarla con una lupa que vuelve todo más evidente. Manteniendo las debidas
distancias, se trataría de algo parecido a lo que hizo Bourdieu (1998/2000) cuando, para
analizar la violencia simbólica, decidió estudiar la Cabilia argelina (una sociedad donde
todos los elementos que él pretendía analizar aparecían de forma mucho más evidente que
en la sociedad francesa de la cual era originario).
Los factores hasta aquí enumerados nos ayudan a comprender de qué manera una
situación de exclusión social preexistente puede contribuir a desencadenar procesos de
violencia de género. La mayor incidencia de esta última en situaciones de exclusión, sin
embargo, puede reflejar también un proceso inverso, donde el hecho de experimentar malos
tratos es precisamente lo que puede haber derivado en rutas descendentes hacia la
exclusión. Más específicamente, el análisis efectuado demuestra que la violencia puede
conllevar secuelas: en la esfera económica –incluyendo los efectos en términos de acceso al
empleo y de pobreza o privaciones–; en la esfera social –que engloba las consecuencias en
términos de vivienda, formación y salud–; y en la esfera relacional –que analiza las secuelas
a nivel de conflicto y aislamiento social–.
En el caso de la esfera económica, los efectos de la violencia son muy evidentes,
frecuentes e intensos, tanto durante la relación como una vez que ésta ha terminado.
En lo que respecta a la esfera social el panorama es diferente, ya que aquí los efectos de
la violencia varían muy grandemente en función de la dimensión considerada. En el caso de
la formación, de hecho, tales efectos son mínimos y limitados a niveles formativos
elevados. En lo que se refiere a la vivienda, por el contrario, las consecuencias son algo más
frecuentes, pero sobre todo muy intensas, ya que afectan un área que es vital para la
integración. Finalmente, en lo que atañe a la salud –tanto física como emocional– las
secuelas son abrumadoras, tanto durante la relación como una vez que ésta ha terminado,
una realidad que también es subrayada por la literatura (Coker et al. 2011; Craven 2003;
Cripe et al. 2008; Devries et al. 2013; FRA 2014; Iraizoz 2011; Pallitto y O´Campo 2004;
Perela 2010; Plazaola-Castaño y Ruiz-Pérez 2004; Remes-Troche et al. 2007; Roth y Coles
1995; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; Sarasúa et al. 1994; Walker 1984; WHO 2002;
Zubizarreta et al. 1994).
En lo que concierne a la esfera relacional, finalmente, diferenciamos entre los efectos en
términos de aislamiento social y a nivel de conflicto/anomía. Los primeros son reflejados
con fuerza por la práctica totalidad de las entrevistas, un resultado confirmado por estudios
anteriores (ej. Jewkes 2002; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007). Las secuelas a nivel de
conflicto/anomía (incluyendo tanto abuso de alcohol u otras drogas como la realización de
actividades delictivas), por el contrario, afectan a un número de casos bastante reducido,
pero su impacto en el nivel de exclusión es especialmente intenso.
El análisis efectuado, finalmente, pone asimismo de relieve la existencia de una serie de
factores que pueden incrementar de forma significativa el impacto de la violencia de género
en términos de exclusión. Precisamente aquí, de hecho, nuestras aportaciones son
especialmente significativas, ya que se trata de un tema escasamente estudiado por la
literatura. Más concretamente, cabe destacar que las secuelas de la violencia –y, por lo
tanto, su impacto en términos de exclusión– se ven intensificadas: por la interrelación y
acumulación de las dificultades que las mujeres experimentan en las distintas esferas (sean
ésas consecuencias de la violencia o elementos de vulnerabilidad preexistentes); por el

298
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social

hecho de que, a menudo, la separación no conlleva el fin de la violencia, sino que ésta se
sigue perpetuando; y, finalmente, por el hecho de que, en contextos de dificultad social, es
muy posible que la violencia por parte de la pareja se sume a violencias en otras esferas.
Asimismo, también cabe destacar la existencia de una serie de factores –de nivel tanto
institucional como individual– que cruzan de forma transversal la experiencia de la
violencia de género y que pueden llegar a amplificar o, por el contrario, reducir sus efectos
–y, por lo tanto, el riesgo de rutas descendentes hacia la exclusión–. Los factores de nivel
institucional hacen referencia a la calidad de la actuación institucional y al tipo y alcance de
las ayudas sociales, ya que de ellas depende que el daño que la violencia ocasiona tenga
mayor o menor magnitud. Es más, la previsión de medidas eficaces en este sentido es
especialmente relevante porque, aunque su ausencia afecta negativamente a todas las
mujeres, su impacto será mayor en el caso de aquellas que más las necesitan, como las
mujeres en situación de exclusión, ya que su disponibilidad de recursos alternativos es
menor.
Los factores de nivel individual hacen referencia al apoyo familiar (apoyo, que, sin
embargo, no está libre de efectos secundarios); a la tenencia de recursos económicos
propios; y, más en general, al hecho de no arrastrar elementos de vulnerabilidad
preexistentes. Todos estos elementos, de hecho, pueden mitigar las secuelas de la violencia,
mientras que su ausencia puede intensificarlos. Ninguno de ellos, sin embargo, se distribuye
homogéneamente en el espectro social y resulta, por lo tanto, necesaria una intervención
pública con el objetivo de corregir estas desigualdades.
Todo esto tiene implicaciones muy claras de cara a la intervención, ya que si la violencia
puede –sobre todo en el caso de mujeres que, de antemano, se encontraban en una situación
de precariedad– desembocar en procesos de exclusión, entonces es necesario diseñar e
implementar una serie de recursos que puedan evitar, en la medida de lo posible, el riesgo
de caída. Piénsese, en primer lugar, en la necesidad de diseñar un sistema de garantías de
renta adecuado. En el caso específico de mujeres en situación de violencia de género, que a
menudo se han visto obligadas a abandonar su hogar y a buscar refugio en casa de otros
miembros de su familia, esto significa, por ejemplo, crear un baremo que no contemple
todos los ingresos del hogar sino únicamente los de la mujer; análogamente, también se
evidencia la necesidad de eliminar los retrasos en el cobro de las ayudas, ya que, en el caso
de mujeres en situación de necesidad y que carecen de redes que puedan suplir a los retrasos
de la ayuda institucional, esto puede convertirse en un obstáculo insalvable. Asimismo, y
teniendo en cuenta la importancia que el empleo reviste de cara a la recuperación, también
se evidencia la necesidad de integrar las políticas pasivas ahora descritas con políticas
activas, que garanticen el acceso al mercado laboral al margen de las reglas de mercado
clásicas (con opciones que vayan desde empleo social protegido hasta centros de inserción,
clausulas sociales, contactos con empresas, etc.). Asimismo, también es necesario
implementar políticas de vivienda, así como diseñar intervenciones que ayuden a superar el
aislamiento en el que muchas mujeres se ven inmersas (por medio, por ejemplo, de
actividades grupales, que ayuden a las mujeres en la generación de nuevas redes sociales).
Para finalizar, cabe resaltar que los itinerarios claramente separados y diferenciados que
aquí hemos identificado y analizado constituyen una esquematización y –por lo tanto–
simplificación de una realidad que es mucho más compleja y matizada. Una situación de

299
Violencia de género en la pareja y exclusión social

exclusión, de hecho, efectivamente puede actuar como elemento de riesgo y empujar a las
mujeres en relaciones tóxicas; pero luego la violencia vivida fácilmente termina redundando
en una intensificación de la exclusión preexistente (y esto, a su vez, puede exponer a las
mujeres a nuevas violencias). Esto significa que la relación descrita, aunque ha sido
esquematizada como proceso lineal, se asemeja más bien a un círculo, o una espiral, que a
una línea recta y clara. Esto, por otra parte, no debe sorprender, ya que los procesos sociales
difícilmente son tan “pulcros” y redondos como sus esquematizaciones pretenden que sean.
Se trataría, en suma, de extender también a estas situaciones el modelo de intervención
propio de la lucha contra la exclusión. En este caso, sin embargo, ciertos elementos –como,
por ejemplo, el acceso al empleo– resultan imprescindibles no solamente para evitar una
caída en la exclusión, sino también para reconstruir una identidad personal profundamente
dañada por la violencia vivida y adquieren, por lo tanto, una importancia aún mayor que en
otros contextos.

300
PARTE V. LAS CARACTERÍSTICAS DE LA
VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA PAREJA EN
LAS SITUACIONES DE INTEGRACIÓN Y
EXCLUSIÓN SOCIAL
11. Violencia física, sexual y psicológica en las
situaciones de integración y exclusión social

11.1 Introducción
En el capítulo 7 hemos demostrado que, en las situaciones de vulnerabilidad o exclusión
social, la incidencia de la violencia de género es mayor que en las de integración. Esta
conclusión corroboraba las afirmaciones de los estudios sobre interseccionalidad, que nos
dicen que, aunque ninguna mujer es inmune a la violencia, el riesgo de vivirla es mayor
para algunas que para otras (Richie 2000).
Estos mismos estudios, por otra parte, también evidencian que la posición de clase, raza,
etc. no influye solamente en la probabilidad de experimentar maltrato, sino también en las
características del mismo (Sokoloff y Dupont 2005). En otras palabras, estas
investigaciones sugieren que la fuerza de la correlación entre la violencia de género y las
situaciones de dificultad social varía dependiendo del tipo de maltrato. Los estudios sobre
factores de riesgo, por su parte, parecen corroborar estas reflexiones ya que, cuando
diferencian por tipo de maltrato, muestran que existen ciertas disparidades entre los factores
de riesgo relativos a la violencia física, sexual y psicológica (ej. Friedemann-Sánchez y
Lovatón 2012; Grose y Grabe 2014; Khalifeh et al. 2013; Nagassar et al. 2010; Ruiz-Pérez
et al. 2006). Estas consideraciones, conjuntamente al hecho de que solamente una pequeña
minoría de estos estudios distingue los diferentes tipos de maltrato, evidencian la necesidad
de seguir investigando sobre este tema.
Es por ello que, después de haber efectuado un análisis de la violencia de género en su
conjunto, acercamos la mirada y nos detenemos a observar en qué medida las mujeres en
situación de integración y vulnerabilidad/exclusión experimentan cada tipo de violencia.
Más concretamente, diferenciamos entre maltrato físico, sexual y psicológico; dentro del
maltrato psicológico distinguimos además entre violencia emocional y violencia de control.
Esta última es una aportación especialmente novedosa, ya que, hasta donde conocemos, no
existen, en la literatura sobre factores de riesgo, investigaciones previas que lleguen a
identificar subtipos de maltrato psicológico.
Dentro de cada sección se distingue además entre el conjunto de la violencia y el caso
específico del maltrato perpetrado por la pareja. Poner el acento en este último es
especialmente relevante porque solamente de esta manera es posible incluir en el análisis
también las variables relativas a los hombres. Y contemplar las características de ellos,
como se ha más veces aclarado a lo largo del texto, es fundamental, ya que precisamente
“de” ellos es este problema que luego recae sobre el cuerpo y la vida de las mujeres (Bonino
2007). La necesidad de interpelar a los hombres, por otra parte, se ve ulteriormente
intensificada por el hecho de que, en su caso, las evidencias disponibles son mucho más
limitadas.
Finalmente, cabe reseñar que el hecho de contemplar las características de ambos
miembros de la pareja permite asimismo ponerlas en relación, analizando el rol jugado por
Violencia de género en la pareja y exclusión social

la incongruencia de estatus entre los dos. También ésta es una aportación especialmente
relevante, ya que, hasta la fecha, muy pocos estudios han llegado a analizar dicho elemento
(Franklin y Menaker 2014).
Para llevar a cabo este análisis utilizamos una metodología cuantitativa, combinando
técnicas descriptivas y multivariante. Cuando la fuente lo permite –es éste el caso de la
Encuesta Foessa 2013– recurrimos a la noción de exclusión social propiamente dicha;
cuando no es posible –es éste el caso de la Macroencuesta 2011– ésta se sustituye por la de
vulnerabilidad.
Una vez presentados estos resultados de carácter cuantitativo, finalizamos nuestro
estudio analizando –aunque sea brevemente– las dinámicas y procesos subyacentes a los
mismos. Para ello, recurrimos a una metodología cualitativa.

11.2 Un primer acercamiento de tipo descriptivo


Empezamos analizando el conjunto de la violencia física, sexual y psicológica, una
información que se recoge tanto en la Macroencuesta como en la Encuesta Foessa.
Los datos extraídos de la Macroencuesta, por un lado, muestran claramente que, en las
situaciones de vulnerabilidad, el riesgo de experimentar violencia siempre es mayor; por
otro, sin embargo, también evidencian que la intensidad de las diferencias varía en función
del tipo de violencia considerado. Más en detalle, éstas:
 son máximas en el caso de la violencia física, experimentada por el 1,1% de las
mujeres en situación de integración y por el 3,5% de las que se encuentran en
una situación de vulnerabilidad social (es decir, una proporción de 3 a 1);
 se reducen ligeramente en lo que respecta a la violencia sexual, vivenciada
respectivamente por el 2,5% y 6,2% de las mujeres (es decir, una proporción de
2,5 a 1);
 disminuyen de forma muy clara en el caso de la violencia psicológica 226 ,
experimentada por el 8,1% y 11,8% de las mujeres (es decir, una proporción de
1,5 a 1).
No se detectan, por el contrario, diferencias relevantes entre la violencia emocional y de
control. En un caso, de hecho, la proporción es de 1,6 a 1 y en otro de 1,5 a 1.

226Con “violencia psicológica” nos referimos a aquellas situaciones en las que solamente se da este tipo de violencia. Para un
análisis más detallado de estas cuestiones véase Anexo III.

304
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Gráfico 17. Porcentaje de mujeres en situación de integración y vulnerabilidad social que, en la


actualidad, experimenta violencia física, sexual o psicológica por parte de la pareja o la
ex pareja

14
11,8
12
9,9
10
8,1
8
6,2 6,1 6,0
6 Integración
4,1
3,5 Vulnerabilidad
4 2,5
2 1,1

0
Violencia física Violencia sexual Violencia Violencia Violencia
psicológica psicológica psicológica de
emocional control

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Si observamos qué porcentaje de la violencia que las mujeres experimentan es


psicológica, física o sexual, por otra parte, la existencia de diferencias de corte “cualitativo”
entre los dos grupos se ve confirmada:
 la violencia física, de hecho, es comparativamente más frecuente en las
situaciones de vulnerabilidad (17,7% del total frente al 10% en integración);
 lo mismo puede decirse de la violencia sexual (31,2% del total en vulnerabilidad
frente al 22,8% en integración);
 la violencia psicológica, por el contrario, es comparativamente más relevante en
las situaciones de integración (70,4% del total, frente al 58,7% en
vulnerabilidad).

Gráfico 18. Distribución de la violencia de género en función del tipo de violencia según la
227
situación de integración y vulnerabilidad social

100%
90%
80%
70% 58,7
70,4
60% Violencia sólo psicológica
50%
Violencia sexual
40%
31,2 Violencia física
30%
20% 22,8
10% 17,7
9,8
0%
Integración Vulnerabilidad

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

227Como se puede observar, el total no suma 100. Esto se debe al hecho de que una misma mujer puede estar experimentando
simultáneamente violencia tanto sexual como física.

305
Violencia de género en la pareja y exclusión social

En resumen, la información proporcionada por la Macroencuesta sugiere que las mujeres


en situación de vulnerabilidad o exclusión no solamente presentan un mayor riesgo de
experimentar violencia de género, sino que, en caso de vivenciarla, tienen, en comparación
con las integradas, una mayor probabilidad de enfrentar violencia física y sexual y una
menor probabilidad de vivenciar violencia exclusivamente psicológica.
Los datos extraídos de la Encuesta Foessa pueden parecer, en un primer momento, algo
más confusos. Si se analiza la incidencia de cada tipo de violencia en las situaciones de
integración plena, integración precaria, exclusión moderada y exclusión severa, de hecho, lo
único que aparece con claridad es que la fuerza de la asociación entre violencia y exclusión
es máxima en el caso de la violencia física. El riesgo de vivenciarla, de hecho, se
incrementa de forma muy clara conforme nos alejamos de la situación de plena integración,
(pasa del 2,7% entre mujeres plenamente integradas, al 3,9% en integración precaria, al
6,3% en exclusión moderada y al 8,1% en exclusión severa), con el resultado de que, en
exclusión severa, es 3 veces mayor que en integración plena.
En lo que respecta a la violencia sexual y psicológica, por el contrario, la fotografía es
menos clara:
 La probabilidad de enfrentar violencia sexual, de hecho, también se incrementa
al alejarse de la zona de integración, pero el aumento es menos pronunciado y la
tendencia se interrumpe en el caso de la exclusión severa. Más en detalle,
experimentan este tipo de violencia el 3,2% de las mujeres en situación de
integración plena, el 4,6% en integración precaria, el 5,3% en exclusión
moderada y el 5,0% en exclusión severa.
 El riesgo de enfrentar violencia psicológica, por su parte, muestra un panorama
claramente dicotómico entre la situación de integración, por un lado, y de
exclusión, por otro. Más concretamente, en las situaciones de integración plena y
precaria la incidencia de la violencia psicológica es del 2,3% y 2,4%
respectivamente, mientras que, en las de exclusión moderada y severa, ésta
alcanza el 5,0% y 4,6% respectivamente.

306
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Gráfico 19. Porcentaje de mujeres en situación de integración plena, integración precaria,


exclusión moderada y exclusión severa que, en la actualidad, experimenta violencia
228
física, sexual o psicológica por parte de la pareja o la ex pareja

9
8,1
8
7 6,3
6 5,3
5,0 5,0 Integración plena
5 4,6 4,6
3,9 Integración precaria
4 3,2 Exclusión moderada
3 2,7
2,3 2,4 Exclusión severa
2
1
0
Violencia física Violencia sexual Violencia psicológica

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Si recurrimos al ISES (Índice Sintético de Exclusión Social), por otra parte, el panorama
se clarifica y tiende a acercarse a la realidad dibujada por la Macroencuesta. Más en detalle,
según éste:
 la violencia física es la que mayormente se asocia con situaciones de exclusión
social (el ISES medio de las mujeres que la experimentan es de 2,69);
 la violencia psicológica es la que presenta un mayor nivel de transversalidad (el
ISES se sitúa en 2,25);
 la violencia sexual se sitúa en un lugar intermedio (el ISES se sitúa en 2,38).
En el caso específico de la violencia psicológica, cabe además diferenciar entre violencia
emocional y de control, la primera con un grado de asociación con los procesos de
exclusión claramente mayor que la segunda (ISES de 2,21 frente al 1,79 en el caso de la
violencia de control).
Finalmente, una comparación de los ISES medios de las mujeres que experimentan
diferentes tipos de violencia de género con el ISES medio del conjunto de la población
femenina pone de relieve que, aunque todos los tipos de violencia considerados presentan
cierta asociación con procesos de exclusión (el ISES medio del conjunto de la población
femenina es siempre más reducido que el de las mujeres que experimentan algún tipo de
maltrato), las diferencias en función del tipo de violencia son muy elevadas (el ISES oscila
entre el 2,69 en el caso de la violencia física y el 1,79 en los que respecta a la violencia
psicológica de control).

228Como se puede observar, la incidencia de la violencia (exclusivamente) psicológica, comparada con la violencia física y
sexual, es muy reducida. Esto se debe al hecho de que, en la Encuesta Foessa, la coincidencia entre ítems es muy elevada
(es decir, que las mujeres que han contestado afirmativamente a un ítem han tendido a contestar afirmativamente a todos,
patrón que no se detecta en el caso de la Macroencuesta) y, por lo tanto, el porcentaje de mujeres que afirma haber vivido
situaciones de violencia psicológica pero no física o sexual bastante reducido. Para un análisis más detallado de estas
cuestiones, véase apartado 7.3.1.1.

307
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Resumiendo, los datos hasta ahora presentados confirman que, aunque todos los tipos de
violencia contemplados presentan cierta relación con los procesos de exclusión, la
intensidad de la misma varía de forma muy clara en función del tipo de violencia
considerado.

Gráfico 20. Índice Sintético de Exclusión Social de las mujeres que, en la actualidad, experimentan
violencia física, sexual o psicológica por parte de la pareja o la ex pareja

3,0 2,69
2,5 2,38
2,25 2,21

2,0 1,79

1,5 1,31
ISES
1,0 ISES medio

0,5

0,0
Violencia física Violencia sexual Violencia Violencia Violencia
psicológica psicológica psicológica de
emocional control

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Después de haber analizado cómo varía la probabilidad de experimentar cada tipo de


violencia en función de la intensidad de los procesos de exclusión, observamos cómo ésta
oscila en función del tipo de exclusión. Empezando por los tres ejes fundamentales que
conforman estos procesos, ante todo cabe subrayar que, al igual que sucedía para el
conjunto de la violencia de género, también aquí la fuerza de la relación entre violencia y
exclusión siempre es máxima en el caso del eje social-relacional y claramente más reducida
en el caso de la exclusión política y, sobre todo, económica. Más concretamente:
 el hecho de experimentar exclusión relacional multiplica por 3,5 el riesgo de
enfrentar violencia física, por 3,3 la probabilidad de vivenciar violencia
psicológica y por 2,6 el riesgo de vivir violencia sexual;
 hallarse en una situación de exclusión política multiplica esta probabilidad por
1,9, 1,7 y 1,6 respectivamente.
 finalmente, enfrentar procesos de exclusión económica lo multiplica por 1,3, 1,2
y 1,2 respectivamente.
Tanto los datos extraídos a partir del ISES como éstos confirman que la relación más
estrecha entre violencia y exclusión se da en el caso de la violencia física; sin embargo,
mientras que los primeros indicaban que, después del maltrato físico, la tipología de
violencia más relacionada con procesos de exclusión era la sexual, según éstos es la
psicológica (sobre todo en el caso del eje relacional y, aunque en menor medida, político).
Para comprender estas diferencias entre una medición y otra hay que tener en cuenta que,

308
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

aunque el fenómeno analizado –la exclusión social– es siempre el mismo, los aspectos
medidos en un caso y otro varían229.

Gráfico 21. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o
psicológica por parte de la pareja o la ex pareja en los diferentes ejes de exclusión

14
12,1
12
9,9
10 8,2
8
5,5 5,3
6 4,7 4,7
3,6 3,9 3,7 3,5 3,8
3,3
4 2,73,2 2,9
2,2 2,5
2 No hay exclusión
0 Hay exclusión
Violencia física
Violencia física

Violencia física
Violencia psicológica

Violencia psicológica

Violencia psicológica
Violencia sexual

Violencia sexual

Violencia sexual
Eje económico Eje político Eje relacional

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Una vez observada la incidencia de los diferentes tipos de violencia de género en función
del eje de exclusión considerado, acercamos la mirada y nos centramos en las diferentes
dimensiones de la exclusión. Descubrimos así que:
 El conflicto social es, con mucha diferencia, la dimensión que se asocia con un
mayor incremento en la probabilidad de experimentar cada tipo de violencia (la
incidencia de violencia física, sexual y psicológica es aquí del 19,1%, 15,2% y
13,5% respectivamente).
 Otras dimensiones que también se relacionan con un incremento del riesgo para
los tres tipos de violencia considerados son la exclusión de la salud y de la
vivienda (cuando hay exclusión de la salud la incidencia de violencia física,
sexual y psicológica es del 7,5%, 6,8% y 4,2% respectivamente; y cuando hay
exclusión de la vivienda es del 6,0%, 5,7% y 4,2% respectivamente).
 La exclusión del empleo, del consumo y política se asocian con un aumento
significativo del riesgo exclusivamente en lo que se refiere a la probabilidad de
experimentar violencia física (4,9%), psicológica (6,8%) y sexual (6,0%)
respectivamente.
 El aislamiento no es un factor de riesgo significativo para ningún tipo de
violencia (y esto por el hecho de que, en su interior, coexisten factores de riesgo
y factores de protección que se anulan recíprocamente).

229Más concretamente, en este caso viene a faltar un elemento central de los procesos de exclusión, es decir, su carácter
cumulativo.

309
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 28. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o
psicológica por parte de la pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en
hogares afectados por cada dimensión de exclusión

Violencia física Violencia sexual Violencia psicológica

Exclusion del empleo 4,9 * 4,8 3,3


Exclusion del consumo 2,1 2,1 6,8 ***
Exclusion politica 5,6 6,0 * 2,9
Exclusion de la educación 5,1 3,6 6,8 ***
Exclusion de la vivienda 6,0 *** 5,7 ** 4,2 **
Exclusion de la salud 7,5 *** 6,8 *** 4,2 *
Aislamiento social 5,7 5,7 1,4
Conflicto social 19,1 *** 15,2 *** 13,5 ***
Total 4,1 4,2 2,9

*p
< 0,050; ** p < 0,010; *** p < 0,001
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

El análisis efectuado hace referencia al conjunto de la violencia física, sexual y


psicológica. No se realiza un estudio análogo para el caso específico de la violencia ejercida
por la pareja porque ésta, tal y como se puede apreciar en el gráfico que aparece a
continuación, supone la gran mayoría de la violencia detectada por medio de la
Macroencuesta (lo cual implica que un análisis descriptivo de la misma sería fuertemente
repetitivo del que ya se ha realizado).

Gráfico 22. Distribución de los diferentes tipos de violencia de género en función de la persona
que los ejerce (pareja, ex pareja o ambos) según la situación de integración y
vulnerabilidad social

100% 6,0
15,3 10,0 14,1 12,0 15,3 7,9 9,7
90% 21,5 28,6
80%
70%
60%
50% 94,0
84,7 89,1 85,3 87,3 84,7 91,6 90,3
40% 78,5 71,4 Ambos
30%
20% Ex pareja
10%
Pareja
0%
Integración

Vulnerabilidad

Integración

Vulnerabilidad

Integración

Vulnerabilidad

Integración

Vulnerabilidad

Integración

Vulnerabilidad

Física Sexual Psicológica Psicológica Psicológica de


emocional control

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Diferente, por el contrario, será el caso del análisis multivariante ya que allí, como ya se
ha aclarado, un análisis específico de la violencia ejercida por la pareja ofrece la evidente
ventaja de permitir incluir las variables referidas a los hombres.

310
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

11.3 Análisis multivariante


El análisis de tipo descriptivo realizado en el apartado anterior nos ha permitido
presentar una primera fotografía de carácter general. Para lograr una mejor comprensión del
fenómeno, sin embargo, éste debe complementarse con estudios de tipo multivariante.
Como viene siendo habitual, recurrimos tanto a la Macroencuesta como a la Encuesta
Foessa.

11.3.1 Violencia física


En primer lugar, nos ocupamos de violencia física, tanto en su conjunto como en el caso
específico del maltrato ejercido por la pareja.

11.3.1.1 El conjunto de la violencia física


Los datos extraídos de la Macroencuesta muestran que la situación de vulnerabilidad es
aquí un factor de riesgo muy relevante (el riesgo de experimentar violencia física es 3 veces
más elevado que en contextos de integración), mucho más que para el conjunto de la
violencia de género (cuando el riesgo se multiplicaba por 2).
Para comprender por qué, en este caso, la fuerza de la asociación entre violencia y
exclusión es mayor que en otras tipologías de maltrato, ante todo nos remitimos a los
estudios sobre masculinidades: éstos ponen de relieve que la fuerza y la violencia físicas
son solamente una de las muchas herramientas que “construyen el género” y que su mayor o
menor utilización guarda relación con la disponibilidad de otros recursos que permitan
alcanzar una masculinidad exitosa (DeKeseredy y Schwartz 2005). Partiendo de estas
consideraciones, parece lógico hipotetizar que, cuando la capacidad de acceder a estos otros
recursos es menor (sería éste el caso de las situaciones de vulnerabilidad o exclusión) la
probabilidad de que la violencia ejercida sea física es mayor. Otra hipótesis parte de la
premisa de que la violencia de género es un proceso gradual, donde la violencia física
representa el punto extremo de una escalada en la intensidad del maltrato (Delgado et al.
2007; Fernández 2004). En este sentido, la mayor presencia de este tipo de violencia en
situaciones de vulnerabilidad o exclusión podría ser el simple reflejo de la mayor intensidad
de la violencia que allí se da. Los mecanismos subyacentes a esta mayor intensidad, por otra
parte, se analizarán en el capítulo a ello dedicado230.
El análisis de regresión efectuado también refleja la existencia de otros factores de
riesgo, de nivel tanto individual como comunitario. A nivel individual, los factores que más
incrementan el riesgo de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja
son:
 tener una enfermedad crónica o una discapacidad (aumento del 149% y 198%
respectivamente según la gravedad de dichas situaciones);

230 Para un análisis más detallado de la intensidad de la violencia véase apartado 11.2.

311
Violencia de género en la pareja y exclusión social

 ser de origen extranjero (aumento de 92%);


 tener pareja (incremento del 60%).
Lo que más nos interesa resaltar aquí es el papel jugado por los primeros dos, ya que se
trata de elementos que, aunque no constituyen situaciones de exclusión social propiamente
dicha, sí guardan con ella cierta relación (en ambos casos, se trata de colectivos en riesgo de
exclusión). Observamos así que la discapacidad es aquí un factor mucho más relevante que
para el conjunto de la violencia de género (los incrementos en el riesgo de experimentar
violencia física asociados a las situaciones de discapacidad son dobles que los detectados
para el conjunto de la violencia de género). El lugar de origen, por el contrario, mantiene un
peso similar en ambos casos.
A nivel de entorno más amplio, las variables significativas son el tamaño del lugar de
residencia y la riqueza provincial. Con respecto al primero se evidencia que el riesgo es
máximo en municipios de tamaño intermedio. Es éste un dato que se repite más veces a lo
largo del análisis y que podría explicarse por la existencia, en esas zonas que se encuentran
a caballo entre una realidad rural y urbana, de una mayor tensión entre tradición y
modernidad (Fraser 2012). Esto, por otra parte, permitiría matizar los hallazgos de estudios
anteriores (ej. Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Walby y Allen 2004), que subrayaban
el efecto protector de vivir en zonas rurales: el riesgo, de hecho, no se reduciría únicamente
en pueblos muy pequeños, sino en ellos y en ciudades grandes. En cualquier caso, se trata
de datos que deben ser tomados con gran cautela, ya que en una misma categoría pueden
coexistir realidades muy diferentes (ej. pueblos genuinamente rurales y otros que, aun
teniendo la misma población, pertenecen a áreas metropolitanas de gran tamaño).
En lo que se refiere al segundo, se observa que, tomando como referencia a las
provincias de renta alta, en las provincias de renta intermedia la probabilidad de enfrentar
violencia física se reduce a la mitad. Resulta difícil establecer si se trata de un dato
concluyente o de una relación espuria, que refleja en realidad el peso de otras variables no
incluidas en el análisis. Nuevas investigaciones deberán dilucidar tales incógnitas.

312
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 29. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
231
que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de v ulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 3,297 (2,299-4,730) ,000 3,044 (2,104-4,405) ,000 3,028 (2,082-4,405) ,000
Características de la mujer
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,032 (1,252-3,299) ,004 1,922 (1,165-3,171) ,011
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 2,472 (1,623-3,764) ,000 2,487 (1,632-3,792) ,000
Sí, grav e 2,778 (1,411-5,470) ,003 2,980 (1,509-5,886) ,002
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 1,660 (1,050-2,623) ,030 1,604 (1,013-2,541) ,044
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Más de 100.000 (ref.) ,017
De 50.001 a 100.000 ,704 (,340-1,459) ,345
De 2.001 a 50.000 1,565 (1,049-2,334) ,028
Hasta 2.000 ,509 (,154-1,680) ,268
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,032
Media ,505 (,281-,908) ,022
Baja ,667 (,443-1,004) ,052
N casos usados por cada modelo 7580 7542 7542
R cuadrado de Nagerkelke 0,034 0,06 0,074
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

El segundo modelo de análisis multivariante que se presenta sustituye el factor


vulnerabilidad por las variables de formación y empleo. La primera ya se había configurado
como un factor de riesgo muy relevante para el conjunto de la violencia de género, pero en
el caso de la violencia física adquiere una importancia mucho mayor (si antes tener estudios
primarios o inferiores, comparado con estudios superiores, multiplicaba por 2,l la
probabilidad de vivenciar violencia, aquí el riesgo se multiplica por 4,7). Se confirman, por
lo tanto, los resultados obtenidos en 2012 por Sánchez y Lovatón, según los cuales, aunque
la relación existe también en el caso de la violencia psicológica, es más intensa en el caso
de la violencia física.
La relación con la actividad laboral, por el contario, no es en absoluto significativa.
Frente a un panorama en el que las evidencias empíricas son discordes, este resultado
corrobora los hallazgos de aquellos estudios que evidencian que, por lo menos en el caso de
la violencia física, el empleo femenino no es un factor de riesgo relevante (ej. Ruiz-Pérez y
otras 2006); mientras que se refutan los de las investigaciones que lo consideran un factor
de riesgo (ej. van Wijk y de Brujin 2012; Walby y Allen 2004).

231En este modelo se ha controlado también por la presencia de menores y de personas mayores en el hogar. Ninguna de estas
variables, sin embargo, ha sido incluida, ya que ambas “ensuciaban” el modelo (la primera, de hecho, por sí sola no era
significativa, sino que adquiría significación solamente si se incluía la segunda, que, no obstante, nunca llegaba a ser
significativa).

313
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 30. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
232
educativo
Paso 1 Paso 2
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Edad
65 o más años (ref.) ,000 ,000
45-64 años 2,620 (1,505-4,561) ,001 2,586 (1,484-4,505) ,001
25-44 años 4,136 (2,208-7,749) ,000 4,076 (2,170-7,659) ,000
18-24 años 2,208 (,863-5,649) ,098 2,206 (,859-5,667) ,100
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 2,086 (1,083-4,018) ,028 2,168 (1,124-4,182) ,021
ESO 2,858 (1.543-5,295) ,001 2,950 (1,583-5,497) ,001
Primarios o inferiores 4,726 (2,536-8,807) ,000 4,697 (2,500-8,823) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,086 (1,083-4,018) ,028 2,020 (1,225--3,331) ,006
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 2,464 (1,589-3,823) ,000 2,503 (1,610-3,892) ,000
Sí, grav e 2,678 (1,338-5,359) ,005 2,802 (1,397-5,620) ,004
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
H asta 2.000 (ref.) ,007
De 2.001 a 50.000 3,589 (1,105-11,650) ,033
De 50.001 a 100.000 1,566 (,414-5,919) ,509
Más de 100.000 2,225 (,676-7,332) ,188
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,017
Media ,551 (,320-,948) ,031
Baja ,600 (,400-,900) ,014
N casos usados por cada modelo 7781 7781
R cuadrado de N agerkelke 0,055 0,074
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Los resultados proporcionados por la Encuesta Foessa confirman que, en el caso de la


violencia física, la asociación con situaciones de dificultad social es más fuerte que para el
conjunto de la violencia de género. De hecho, aunque la situación de exclusión social del
hogar ya era un factor de riesgo significativo allí, en el caso específico de la violencia física
su peso es mucho mayor. Más concretamente, si antes la exclusión moderada y severa se
asociaban a un incremento del riesgo del 45% y 82% respectivamente; ahora una situación
de exclusión moderada se asocia a un aumento del 70%; y una de exclusión severa
multiplica la probabilidad de enfrentar violencia física por 2,2.
La relevancia del factor exclusión, por otra parte, se confirma si hacemos referencia a
variables de nivel comunitario. El estado y nivel social del barrio, de hecho, incide de forma
muy significativa (mucho más que la situación del hogar) en el riesgo de experimentar
violencia física, tanto que, teniendo como referencia a las zonas de clase media alta, en los
barrios marginales el riesgo es 11,5 veces mayor. También en este caso, se trata de un
incremento mucho más elevado que el registrado para el conjunto de la violencia de género
(cuando la probabilidad se multiplicaba por 3,7). Esto confirma que, en el caso de la
violencia física, la asociación con situaciones de dificultad es mucho más elevada que para
otros tipos de violencia.

232 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.

314
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 31. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de exclusión social
Integración plena (ref.) ,000 ,011 ,018
Integración precaria 1,452 (,979-2,154) ,063 1,160 (,775-1,736) ,471 1,088 (,713-1,659) ,695
Exclusión moderada 2,428 (1,521-3,877) ,000 1,831 (1,130-2,968) ,014 1,703 (1,025-2,828) ,040
Exclusión severa 3,113 (1,832-5,291) ,000 2,113 (1,214-3,678) ,008 2,173 (1,195-3,953) ,011
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,257 (1,373-3,710) ,001 1,793 (1,058-3,041) ,030
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,474 (1,427-4,290) ,001 1,650 (,926-2,939) ,089
Separada/divorciada 7,824 (5,221-11,724) ,000 7,032 (4,580-10,798) ,000
Viuda 1,909 (,900-4,047) ,092 2,088 (,954-4,571) ,065
Soltera 2,457 (1,552-3,890) ,000 2,226 (1,379-3,592) ,001
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 3,195 (1,102-9,262) ,032
Noreste ,682 (,221-2,105) ,506
Comunidad de Madrid 1,886 (,693-5,135) ,215
Centro 2,559 (1,053-6,218) ,038
Este 3,759 (1,563-9,042) ,003
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,154 (,083-,287) ,000
Baja ,249 (,128-,486) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,720 (1,813-7,633) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,989 (,965-4,099) ,063
Más de 100.000 1,463 (,730-2,929) ,283
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,003
Barrio o zona en buenas condiciones 3,630 (1,267-10,403) ,016
Barrio o zona deteriorado 3,607 (1,167-11,145) ,026
Zona marginal 11,468 (3,079-42,714) ,000
N casos usados por cada modelo 4.154 4.118 4.118
R cuadrado de Nagerkelke 0,020 0,104 0,211
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Siguiendo el mismo itinerario ya trazado para el conjunto de la violencia de género,


realizamos ahora un segundo modelo de análisis multivariante. Éste, a diferencia del
anterior, no incluye la noción de exclusión social globalmente considerada, sino las
diferentes dimensiones que la conforman. Se observa así que:
 al igual que sucedía para el conjunto de la violencia de género, también en este
caso la que más incrementa la probabilidad de enfrentar violencia física es el
conflicto social (el riesgo se multiplica aquí por 5,0);
 además de ésta, otra dimensión que también se asocia a un aumento del riesgo es
la exclusión de la salud (la probabilidad de experimentar violencia física se
multiplica por 2,2);
 el hecho de enfrentar exclusión del consumo, por el contrario, se evidencia como
un factor de protección (la probabilidad de enfrentar violencia física se reduce un
70%).
Este último es un resultado anómalo y se debe a uno de los indicadores que conforman la
dimensión del consumo: la privación extrema. El hecho de que esta última se asocie con
una reducción del riesgo, por otra parte, más que a un real efecto protector parece remitir a

315
Violencia de género en la pareja y exclusión social

las mayores dificultades para reconocer la violencia que experimenta un sector que se
encuentra profundamente marginado y alejado del conjunto de la sociedad233.
Si comparamos estos resultados con los obtenidos para la totalidad de la violencia de
género, descubrimos tanto elementos comunes (en ambos casos el riesgo se dispara cuando
hay conflicto social y se incrementa cuando hay exclusión de la salud) como diferencias
(para la violencia en su totalidad la exclusión de la educación también era un factor de
riesgo y en este caso ya no lo es; y la exclusión del consumo parece tener aquí un efecto
protector que antes no se detectaba).

Tabla 32. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
234
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social . Resumen con las
variables significativas
OR CI p v alor
Dimensiones de exclusión
Dim 2 Ex clusión del consumo
No (ref.)
Sí ,316 (,120-,830) ,019
Dim 6 Ex clusión de la salud
No (ref.)
Sí 2,198 (1,498-3,224) ,000
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 5,048 (3,024-8,425) ,000
Características de la mujer
Estado civ il
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,162 (,619-2,181) ,639
Separada/div orciada 6,530 (4,196-10,163) ,000
Viuda 2,814 (1,286-6,159) ,010
Soltera 1,679 (1,010-2,792) ,046
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,891 (1,153-3,101) ,012
Dificultades escolares
No (ref.)
Sí 2,250 (1,536-3,297) ,000
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 2,958 (,976-8,964) ,055
Noreste ,557 (,173-1,792) ,326
Comunidad de Madrid 1,792 (,633-5,078) ,272
Centro 3,289 (1,335-8,106) ,010
Este 3,446 (1,383-8,588) ,008
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media ,145 (,073-,286) ,000
Baja ,227 (,112-,457) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 4,159 (2,002-8,640) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,728 (,829-3,604) ,145
Más de 100.000 1,356 (,669-2,747) ,398
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,008
Barrio o zona en buenas condiciones 2,723 (,961-7,717) ,059
Barrio o zona deteriorado 2,516 (,822-7,697) ,106
Zona marginal 9,119 (2,426-34,277) ,001
N casos usados por cada modelo 4.091
R cuadrado de Nagerkelke ,266

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

233 La situación de clara marginación en la que se halla este colectivo queda ejemplificada en el trabajo de Laparra, Zugasti y
García (2014). El análisis de correspondencias múltiples que estos autores llevan a cabo, de hecho, muestra de forma gráfica
la distancia existente entre los hogares que experimentan las situaciones correspondientes a cada indicador de exclusión. Se
puede observar así que los hogares que enfrentan pobreza extrema se encuentran totalmente separados de los demás,
aislados en una esquina del mapa y alejados incluso de los hogares en situación de exclusión severa.
234 En este modelo se controla también por el origen, la relación con la actividad laboral, el nivel formativo y la situación

económica del hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa. Asimismo, cabe resaltar que, frente a la ausencia de
significación de la variable “nivel educativo”, ésta ha sido sustituida por la variable “dificultades escolares”, que sí es relevante.
El mismo razonamiento, por otra parte, se ha aplicado en todos los casos en los que el nivel educativo no resultaba ser
significativo.

316
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Una vez analizadas las distintas dimensiones que conforman los procesos de exclusión,
efectuamos un tercer análisis que incluye los 35 indicadores a partir de los cuales la noción
de exclusión se construye. Observamos así que la probabilidad de experimentar violencia
física aumenta entre mujeres que viven en hogares en los que:
 hay personas en instituciones (el riesgo se multiplica por 75) (indicador nº 35)235;
 las relaciones entre sus miembros son malas (la probabilidad de enfrentar
violencia es 11 veces más elevada que entre el resto de las mujeres) (indicador nº
29)236;
 alguien tiene problemas con el alcohol, las drogas o el juego (4,2 veces más
elevada) (indicador nº 30);
 se ha pasado hambre (3,5 veces mayor) (indicador nº 23);
 hay personas dependientes que no reciben ayuda (4,6 veces más alta) (indicador
nº 25)237;
 la vivienda es insalubre (el riesgo se multiplica por 2,5) (indicador nº 16).
La probabilidad de experimentar violencia física, por el contrario (y como ya se ha
anticipado), se reduce cuando la mujer vive en un hogar que experimentaba pobreza
extrema ya antes de sufragar los gastos de vivienda238.
Como cabía esperar, dos de estos indicadores (nº 29 y nº 30) se engloban en la
dimensión del conflicto social, la que mayormente incrementa el riesgo de vivir violencia
física. Otros dos, de peso algo menor, pertenecen a la dimensión de la salud (nº 23 y nº 25),
que también es muy relevante, aunque menos que la anterior. Los dos restantes, finalmente,
se incluyen en dimensiones –vivienda (nº 16) y aislamiento (nº 35)– que, globalmente
consideradas, no eran significativas.
Si ponemos estos resultados en relación con los obtenidos para el conjunto de la
violencia de género, un primer elemento reseñable es que aquí el número de indicadores
significativos es mayor, un reflejo del menor nivel de transversalidad de este tipo de
violencia. También se observa que, de los 6 indicadores identificados, los primeros 4 son
exactamente los mismos que aparecían para el conjunto de la violencia física (se confirma,
de esta manera, la relevancia del conflicto social así como de un indicador concreto de
aislamiento y otro de salud), mientras que los últimos dos son nuevos.
También cabe poner de relieve que, aunque el margen de error es muy elevado y las
cifras han de ser tomadas con gran prudencia, los incrementos asociados a cada indicador
varían grandemente y alcanzan su nivel más elevado en el caso de los que se incluyen en el
eje relacional (dimensiones del conflicto y del aislamiento).

235 La muestra es muy reducida (N=15). El dato ofrecido, por lo tanto, debe entenderse únicamente como algo orientativo.
236 Nuevamente, la muestra es reducida (N=45); los márgenes de error, por lo tanto, son elevados. Esto, sin embargo, no pone
en duda la significación del dato ofrecido.
237 La muestra es algo reducida (N=85). Esto, si bien no pone en cuestión la significación del dato proporcionado, si incrementa

los márgenes de error, realidad que ha de ser tenida en cuenta a la hora de interpretar las cifras que aquí se ofrecen
238 Esto, como ya se ha aclarado, es un resultado anómalo. Desde aquí avanzamos la hipótesis de que una situación de privación

extrema, más que a un real efecto protector parece remitir a las mayores dificultades para reconocer la violencia que
experimenta un sector que se encuentra profundamente marginado y alejado del conjunto de la sociedad. Para un análisis más
detallado véase nota 226.

317
Violencia de género en la pareja y exclusión social

En el capítulo 8 ya se ha realizado un breve excurso de las herramientas teóricas que nos


ayudan a comprender cómo y por qué algunos de estos indicadores se convierten en factores
de riesgo. Aquí, por lo tanto, nos limitamos a profundizar en aquellos indicadores que hasta
ahora no habían aparecido. Más en detalle, nos referimos al hecho de residir en una
vivienda insalubre y a la presencia de personas dependientes que no reciben ayuda.
Con respecto al hecho de residir en una vivienda con humedad, suciedad y olores, ante
todo cabe destacar que, en la literatura sobre factores de riesgo, no se encuentran estudios
que contemplen explícitamente esta variable y nos permitan contrastar los resultados
obtenidos. Nos remitimos, por lo tanto, al ámbito de la psicología social, que nos recuerda
que las influencias ambientales –ellos nombran el calor el hacinamiento, pero sus
reflexiones son extensibles a la insalubridad– pueden incrementar la probabilidad de que se
den conductas violentas (Myers 2008). En este caso, sin embargo, no debemos olvidar que
la situación de exclusión vivencial también podría ser una consecuencia de la violencia
vivida (Baker, Cook y Norris 2003; Brush 2004; Romero et al. 2003; Siefert et al. 2004).
Finalmente, en lo que respecta a las mujeres que viven en hogares en los que hay alguna
persona dependiente que no recibe ayuda, ante todo cabe evidenciar que, al igual que antes,
tampoco en este caso se encuentran estudios anteriores que permitan contrastar nuestros
resultados. Dicho esto, avanzamos la hipótesis de que el incremento del riesgo en tales
circunstancias, por un lado, puede guardar relación con un mayor nivel de estrés a éstas
asociados; por otro, sin embargo, también podría indicar que es la violencia –preexistente–
lo que favorece que se den estas situaciones, sea porque la mujer encuentra mayores
dificultades para ejercer tareas de cuidado, sea porque es ella la que no recibe la ayuda que
necesita.

318
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 33. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las variables
239
significativas
OR CI p valor
I ndicadores de exclusión
IND 7 Pobreza extrema
No (ref.)
Sí ,201 (,057-,710) ,013
IND 16 Vivienda insalubre
No (ref.)
Sí 2,501 (1,465-4,268) ,001
IND 23 Han pasado hambre
No (ref.)
Sí 3,540 (1,901-6,592) ,000
IND 25 Personas dependientes sin apoyo
No (ref.)
Sí 4,589 (1,491-14,120) ,008
IND 29 Malas relaciones en el hogar
No (ref.)
Sí 11,038 (3,396-35,876) ,000
IND 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
No (ref.)
Sí 4,193 (2,119-8,295) ,000
IND 35 Personas en instituciones
No (ref.)
Sí 74,791 (9,838-568,564) ,000
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,018 (1,084-3,757) ,027
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,547 (,759-3,151) ,229
Separada/divorciada 8,486 (5,210-13,823) ,000
Viuda 2,959 (1,269-6,898) ,012
Soltera 1,835 (1,038-3,244) ,037
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,567 (1,513-4,354) ,000
Dificultades escolares
No (ref.)
Sí 2,108 (1,371-3,240) ,001
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,238 (,127-,447) ,000
Baja ,265 (,165-,426) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,823 (1,658-8,813) ,002
Entre 20.000 y 100.000 1,624 (,707-3,733) ,253
Más de 100.000 1,113 (,502-2,468) ,793
N casos usados por cada modelo 3.294
R cuadrado de Nagerkelke 0,286

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

11.3.1.2 El caso específico de la violencia física ejercida por la pareja


Para finalizar, nos ocupamos del caso específico de la violencia física ejercida por la
pareja (una información que se recoge únicamente en la Macroencuesta). Analizarla de
forma autónoma es especialmente relevante porque solamente de esta manera es posible
incluir en el análisis también las variables relativas a los hombres. Y contemplar las
características de ellos –como ya hemos dicho pero queremos reiterar– es imprescindible
por el simple hecho de que justamente “de” ellos es este problema que luego repercute
sobre las mujeres (Bonino 2007b). Incluir en el análisis las variables relativas a los hombres
(y ponerlas en relación con las de las mujeres), además, resulta particularmente oportuno

239En este modelo se controla también por el origen, la relación con la actividad laboral, el nivel formativo y la situación
económica del hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa.

319
Violencia de género en la pareja y exclusión social

porque se trata de un ámbito en el que las evidencias disponibles son especialmente


limitadas (Franklin y Menaker 2014).
Este indudable interés, sin embargo, no puede hacernos olvidar que la violencia ejercida
por la pareja supone la gran mayoría de la violencia física detectada por medio de la
Macroencuesta (78,5% del total en integración y 71,4% en vulnerabilidad). Un análisis
detallado de la misma, por lo tanto, resultaría fuertemente repetitivo. Es por ello que hemos
decidido no duplicar todo el análisis efectuado para el conjunto de la violencia física, sino
presentar únicamente el modelo que, al incluir las variables de formación, empleo y lugar
de origen, tanto de las mujeres como de sus parejas, mejor sirve a nuestros objetivos.
El nivel educativo se confirma así como una variable muy importante en el caso de las
mujeres: entre aquellas que tienen estudios primarios o inferiores, de hecho, la probabilidad
de experimentar violencia física a mano de la pareja es 3 veces más elevada que entre
mujeres con estudios superiores. En el caso de los hombres, por el contario, el nivel
educativo tiene una importancia mucho menor: teniendo como referencia a los estudios
superiores, de hecho, ésta variable ni siquiera resultaba ser significativa; y, teniendo como
referencia a los estudios primarios o inferiores, únicamente los estudios secundarios se
asocian con una reducción del riesgo (del 77%). Se refutan, por lo tanto, los resultados de
aquellas investigaciones que consideran que el nivel formativo de los varones tiene un peso
más elevado que el de las mujeres (ej Stith et al. 2004; Yick 2001) y se confirma que el
incremento del nivel formativo “protege” a las mujeres pero no logra cambiar la
masculinidad.
La relación con la actividad laboral, por su parte, una vez controladas las demás
variables, no es significativa, ni en el caso de las mujeres ni de los hombres. Esto último
resulta especialmente interesante, sobre todo si consideramos que, en el conjunto de la
violencia ejercida por la pareja, el desempleo masculino sí se acompañaba de cierto
incremento del riesgo (del 50%). En el caso de la violencia física, entonces, nuestro
hallazgos confirman los resultados de aquellos estudios (minoritarios) que no encuentran
relación entre situación laboral de los hombres y victimización de las mujeres (ej. Kiss et al.
2012), mientras que refutan de forma clara aquellos que sí hallan una relación (ej. Gonzáles
y Santana 2001; Stith et al. 2004; Tauchen y Witte 2001).
En lo que atañe a la incongruencia de estatus, observamos que las situaciones de mayor
riesgo se dan cuando uno de los dos miembros de la pareja está en paro
(independientemente de quién sea), mientras que el hecho de que ambos estén
desempleados no es significativo. Son unos datos sorprendentes y de difícil comprensión;
los márgenes de error (resultado de la escasez de la muestra), sin embargo, son elevados, y
podrían estar al origen de estas anomalías.
El hecho de que el varón tenga origen extranjero también se configura como un factor de
riesgo muy importante (el riesgo se multiplica aquí por 4,7), mientras que el origen de la
mujer no parece influir240. Se replica, en suma, el panorama detectado para el conjunto de la

240En un primer momento el origen de la mujer parecía seguir siendo significativo, pero con la inclusión en el modelo de las
variables relativas a los hombres deja de serlo. Para mayor información, véase Anexos del capítulo, tabla 55.

320
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

violencia de género, aunque, en este caso, el origen del varón tiene un peso muchísimo más
elevado que antes (el incremento allí no llegaba al 60%).
Finalmente, cuando analizamos la incongruencia de estatus entre los dos miembros de la
pareja, la importancia del factor origen se confirma. Más en detalle, observamos que:
 cuando ella tiene origen extranjero y él no el riesgo no se incrementa de forma
significativa;
 cuando los dos tienen origen extranjero, éste se multiplica por 3,2;
 cuando él tiene origen extranjero y ella no, finalmente, la probabilidad de
experimentar violencia física a mano de la pareja aumenta de forma vertiginosa
(es aquí 9,6 veces más elevada que en el caso de parejas donde ambos son
autóctonos).
Se trata de unos datos relevantes, sobre todo si se considera que, en lo que respecta al
conjunto de la violencia ejercida por la pareja, esta variable no era significativa.
Desafortunadamente, sin embargo, estos resultados no pueden ser confrontados con los de
otros estudios, ya que, hasta donde conocemos, entre las (pocas) investigaciones que se
ocupan de incongruencia de estatus, ninguna incorpora la variable origen. Avanzamos la
hipótesis de que el gran incremento del riesgo que se registra entre parejas donde él tiene
origen extranjero y ella no puede ser el resultado de varios factores. Un primer elemento
hace referencia al hecho de que, al igual que existen factores que fragilizan a las mujeres,
también hay elementos –como éste– que fragilizan la posición de los hombres, que les
hacen experimentar la tensión de sostener una posición de reconocimiento. Y esto, al ser
interpretado desde una posición de poder, puede conllevar una reacción, que normalmente
suele llevarse a cabo desde una sensación de legitimidad e indignación y puede favorecer el
desencadenamiento de la violencia. Otra hipótesis remite a un menor nivel de adhesión al
patriarcado por parte de la mujer (Crittenden y Wright 2013), lo cual también podría dar
lugar a una reacción patriarcal por parte del hombre (Ferrer, Bosch y Madurell 2006; García
y Casado 2010; Moya 2014). Una última explicación, finalmente, remite a un mayor nivel
de conflictividad, resultado de las diferencias culturales entre los dos.

321
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 34. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja. Modelo que incluye
las variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral. Resumen con las
241
variables significativas
Modelo A Modelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ . (ref.) ,096 ,110
Bachiller o FP grado medio 2,764 (1,110-6,881) ,029 2,673 (1,069-6,686) ,036
ESO 2,344 (,913-6,016) ,077 2,146 (,828-5,560) ,116
Primarios o inferiores 3,076 (1,224-7,730) ,017 3,032 (1,168-7,870) ,023
N o (ref.) ,001 ,002
Sí, en cierta medida 2,264 (1,353-3,789) ,002 2,242 (1,328-3,787) ,003
Sí, grav e 2,757 (1,262-6,023) ,011 2,714 (1,231-5,982) ,013
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 4,690 (2,679-8,208) ,000
N iv el educativ o
Primarios (ref.) ,026 ,024
Secundarios ,332 (,155-,713) ,005 ,333 (,155-,715) ,005
FP ,641 (,307-1,340) ,237 ,607 (,288-1,280) ,190
U niv ersitarios ,445 (,181-1,095) ,078 ,432 (,173-1,077) ,072
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,036
Los dos parados 2,234 (,762-6,556) ,143
Ella trabaja él parado 2,917 (1,139-7,474) ,026
Él trabaja ella en paro 2,927 (1,406-6,094) ,004
U no de los dos inactiv o 1,602 (,806-3,185) ,179
Lugar de origen
Los dos autóctonos (ref.) ,000
Él autóctono ella no 2,172 (,657-7,183) ,204
Ella autóctona él no 9,555 (4,035-22,625) ,000
Los dos origen ex tranjero 3,270 (1,631-6,557) ,001
N casos usados por cada modelo 5586 5535
R cuadrado de N agerkelke 0,084 0,103
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

241Como se puede observar, en este modelo hemos invertido la categoría de referencia del nivel educativo de la pareja. Si
hemos tomado esta decisión es porque, de lo contrario, la variable no habría sido significativa. También cabe reseñar que, por
primera vez, se incorpora una variable que mide el peso de las diferencias de estatus entre los dos miembros de la pareja en el
caso del lugar de origen. Esta última variable ha sido clasificada de dos formas diferentes: en tres grupos (los dos miembros de
la pareja son autóctonos; los dos tienen origen extranjeros; uno es autóctono y el otro tiene origen extranjero); y en cuatro
(diferenciando entre los casos en los que él es autóctono y ella tiene origen extranjero de aquellos en los que ella es autóctona
y él tiene origen extranjero). La segunda clasificación, sin embargo, sólo se ha utilizado en casos, como éste, en los que la
muestra era suficientemente amplia y el mayor nivel de desagregación aportaba información relevante.

322
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

11.3.2 Violencia sexual


Nos ocupamos ahora de violencia sexual, también en este caso tanto en su conjunto
como en el caso específico del maltrato perpetrado por la pareja.

11.3.2.1 El conjunto de la violencia sexual


En lo que respecta al conjunto de la violencia sexual, los datos extraídos de la
Macroencuesta confirman que la situación de vulnerabilidad sigue siendo un importante
factor de riesgo (multiplica por 2,4 la probabilidad de enfrentar violencia). Si comparamos
estos datos con los obtenidos para otros tipos de violencia, observamos que aquí el peso de
este factor es menor que en el caso de la violencia física (cuando el riesgo se multiplicaba
por 3), pero más elevado que para el conjunto de la violencia de género (cuando se
multiplicaba por 2).
Los mecanismos subyacentes que dan cuenta de la fuerte asociación existente entre
vulnerabilidad social y riesgo de experimentar violencia sexual podrían ser análogos a los
detectados en el caso de la violencia física. Más en detalle, habría que tener en cuenta que el
éxito en campo sexual es un elemento central de la masculinidad; que, en determinadas
circunstancias (ej. desempleo masculino) relacionadas con las situaciones de vulnerabilidad
o exclusión, otros factores clave de dicha masculinidad vienen a caer 242 ; y que, como
resultado, la imposición a la pareja de contactos sexuales no deseados puede ser una forma
de compensación, dirigida a evitar una supuesta emasculación (Peralta, Tuttle y Steele
2010).
El análisis efectuado también nos informa de cuáles otras variables son significativas. A
nivel individual, por ejemplo, hay que considerar:
 el padecimiento de alguna enfermedad crónica o discapacidad, pero únicamente
si es de nivel grave (el riesgo se multiplica por 2,2);
 el origen extranjero (incremento del 71%).
Como ya se ha apuntado, se trata, en ambos casos, de factores que guardan cierta
relación con procesos de exclusión y que, por lo tanto, nos interesan especialmente.
Observamos así que:
 La discapacidad, aun siendo un factor de riesgo muy relevante, lo es aquí mucho
menos que en el caso de la violencia física. Allí, de hecho, una discapacidad leve
también incrementaba el riesgo (lo multiplicaba por 2,5) y la grave tenía un peso
más elevado (el riesgo se multiplicaba por 3).
 El peso del lugar de origen, por el contrario, aunque varía ligeramente (antes el
incremento a él asociado era de 92%) parece mantenerse más estable.
A nivel de hogar, cabe destacar que el riesgo aumenta:

242 Es la idea del patriarca desposeído de Izquierdo (2007).

323
Violencia de género en la pareja y exclusión social

 de forma muy clara cuando las mujeres viven con la pareja (en este caso, el
incremento asciende al 237%)243;
 de manera mucho más reducida, cuando hay alguna persona mayor en el hogar
(aquí se sitúa en un 35%).
Finalmente, a nivel de entorno más amplio, la probabilidad de enfrentar violencia sexual
se incrementa en el caso de mujeres que residen:
 en municipios de tamaño intermedio;
 en provincias de renta baja;
 en el Noreste, la Comunidad de Madrid y el Este.
Si ponemos estos datos en relación con los obtenidos analizando la violencia física,
descubrimos que, pese a las diferencias, hay algunos elementos que se mantienen estables,
como encontrarse en una situación de vulnerabilidad, tener origen extranjero, padecer una
discapacidad y residir en municipios de tamaño intermedio. El hecho de que estos factores
se repitan a lo largo del análisis sugiere que se trata de elementos especialmente
significativos.

Tabla 35. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 2,541 (1,959-3,296) ,000 2,423 (1,859-3,158) ,000 2,473 (1,881-3,252) ,000 2,416 (1,828-3,193) ,000
Características de la mujer
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,549 (1,074-2,232) ,019 1,722 (1,192-2,489) ,004 1,711 (1,173-2,497) ,005
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,003 ,003 ,004
Sí, en cierta medida 1,327 (,950-1,853) ,098 1,336 (,950-1,879) ,096 1,348 (,955-1,902) ,090
Sí, grave 2,211 (1,360-3,592) ,001 2,244 (1,370-3,676) ,001 2,207 (1,344-3,624) ,002
Tamaño y composición del hogar
Vive con personas mayores
No (ref.)
Sí 1,373 (1,016-1,856) ,039 1,381 (1,019-1,870) ,037
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 3,502 (2,405-5,099) ,000 3,375 (2,314-4,921) ,000
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Más de 100.000 (ref.) ,044
De 50.001 a 100.000 1,614 (1,078-2,417) ,020
De 2.001 a 50.000 1,446 (1,063-1,966) ,019
Hasta 2.000 1,043 (,546-1,993) ,898
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,003
Noroeste 0,673 (,335-1,351) ,265
Noreste 2,672 (1,337-5,339) ,005
Comunidad de Madrid 2,334 (1,183-4,606) ,015
Centro 1,043 (,644-1,689) ,863
Este 2,113 (1,310-3,408) ,002
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,019
Media 1,297 (,817-2,059) ,270
Baja 2,057 (1,237-3,421) ,005
N casos usados por cada modelo 7529 7495 7493 7493
R cuadrado de Nagerkelke 0,024 0,031 0,066 0,08
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

243En este caso, diversamente de lo que es habitual para la violencia ejercida por la pareja o la ex pareja, no se ha incluido la
variable “tiene pareja” (que no era significativa) sino “vive con pareja”.

324
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Si sustituimos la variable vulnerabilidad por las de formación y empleo descubrimos que


la primera sigue siendo, también en este caso, un factor muy significativo, tanto que, entre
mujeres con estudios primarios o inferiores la probabilidad de experimentar violencia
sexual es 4,6 veces mayor que entre mujeres con estudios superiores. Se trata de un
incremento análogo al registrado en el caso de la violencia física y más que doble que el
detectado en el conjunto de la violencia de género.
La relevancia del empleo, por el contrario, es mucho menor que la de la formación.
Encontrarse en desempleo o ser inactiva, de hecho, no supone un incremento del riesgo con
respecto al empleo estable, mientras que el hecho de tener un empleo precario sí incrementa
el riesgo, pero lo hace de forma bastante reducida (incremento del 60%).
El panorama que emerge, en suma, es igual al observado en el conjunto de la violencia
de género, pero diferente del registrado en el caso de la violencia física, cuando la variable
empleo en su totalidad no era significativa

325
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 36. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de
244
nivel educativo y relación con la actividad laboral
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 2,672 (1,642-4,348) ,000 2,781 (1,688-4,584) ,000 2,692 (1,629-4,448) ,000
ESO 3,733 (2,349-5,932) ,000 3,648 (2,272-5,858) ,000 3,588 (2,224-5,790) ,000
Primarios o inferiores 4,599 (2,888-7,325) ,000 4,778 (2,965-7,701) ,000 4,645 (2,862-7,539) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,993 (1,393-2,851) ,000 1,831 (1,259-2,661) ,002 1,762 (1,199-2,590) ,004
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,032 ,008 ,010
Sí, en cierta medida 1,203 (,853-1,696) ,292 1,340 (,948-1,895) ,097 1,360 (,959-1,929) ,085
Sí, grave 1,917 (1,165-3,155) ,010 2,116 (1,280-4,499) ,003 2,050 (1,236-3,400) ,005
Relación con la actividad laboral
Empleo estable (ref.) ,004 ,063 ,085
Empleo precario 1,589 (1,055-2,393) ,027 1,625 (1,066-2,476) ,024 1,614 (1,054-2,472) ,028
Parada 1,186 (,809-1,737) ,383 1,219 (,827-1,795) ,317 1,176 (,796-1,737) ,415
Inactiva ,770 (,538-1,103) ,154 ,958 (,663-1,386) ,822 ,964 (,664-1,398) ,846
Características del hogar
Vive con menores
No (ref.)
Sí 1,459 (1,089-1,953) ,011 1,461 (1,088-1,963) ,012
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 3,721 (2,538-5,4546) ,000 3,619 (2,465-5,312) ,000
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Más de 100.000 (ref.) ,065
De 50.001 a 100.000 1,581 (1,061-2,356) ,024
De 2.001 a 50.000 1,348 (,994-1,829) ,055
Hasta 2.000 ,912 (,477-1,746) ,781
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,005
Noroeste 0,656 (,324-1,326) ,240
Noreste 2,599 (1,304-5,181) ,007
Comunidad de Madrid 2,427 (1,238-4,758) ,010
Centro 1,024 (,633-1,658) ,922
Este 1,974 (1,220-3,193) ,006
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,071
Media 1,266 (,799-2,005) ,315
Baja 1,814 (1,088-3,024) ,022
N casos usados por cada modelo 7661 7551 7551
R cuadrado de Nagerkelke 0,044 0,082 0,095
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Observamos ahora qué nos dice la Encuesta Foessa. El primer elemento a resaltar es
que, en este caso, la situación de exclusión social del hogar no es un factor de riesgo
significativo. Más en detalle, se puede apreciar que, aunque a nivel de crude odds ratio esta
variable tenía cierta relevancia, cuando se controla por el estado civil y la situación de salud
deja de ser significativa. Se trata de una diferencia muy relevante con respecto al conjunto
de la violencia de género –y aún más con respecto a la violencia física– cuando esta
variable era un claro factor de riesgo.

244También aquí, a diferencia de lo que es habitual en el caso de la violencia ejercida por la pareja o la ex pareja, se ha incluido
la variable “vive con pareja” en lugar que la variable “tiene pareja” (que no era significativa). No se ha incluido la variable edad
porque ésta, aunque en un principio tenía cierta significación, la perdía al controlar por la presencia de menores en el hogar.

326
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Los datos referidos al estado y nivel social del barrio, sin embargo, dibujan un panorama
distinto y en el que la situación social vuelve a cobrar importancia: en referencia a las zonas
de clase media alta, de hecho, en los barrios marginales el riesgo se multiplica por 12,2, un
incremento análogo al detectado en el caso de la violencia física. Se trata de un dato muy
relevante, que confirma la existencia de una relación entre riesgo de enfrentar violencia
física y situación de dificultad social.
Si se comparan los datos ahora obtenidos con los que hacen referencia a otros tipos de
violencia se puede, además, observar que, aquí, la situación del hogar pierde peso a favor de
la del entorno. Esto permite avanzar la hipótesis de que un incremento en el riesgo de
experimentar violencia sexual no se deriva tanto de la presencia de elementos estresores
como de la construcción de una masculinidad anómica, algo que no guarda tanto relación
con la existencia de dificultades individuales como con la presencia de problemáticas de
nivel grupal.

Tabla 37. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que testa la relevancia del factor exclusión social. Resumen con las variables
significativas

OR CI p valor
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,727 (1,033-2,889) ,037
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 2,090 (1,219-3,581) ,007
Separada/divorciada 6,058 (4,028-9,110) ,000
Viuda 1,825 (,852-3,908) ,122
Soltera 1,875 (1,182-2,974) ,008
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,208 (,121-,359) ,000
Baja ,150 (,094-,237) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,171 (1,574-6,390) ,001
Entre 20.000 y 100.000 1,876 (,938-3,751) ,075
Más de 100.000 1,313 (,680-2,536) ,418
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,001
Barrio o zona en buenas condiciones 3,418 (1,222-9,559) ,019
Barrio o zona deteriorado 4,688 (1,601-13,724) ,005
Zona marginal 12,232 (3,314-45,150) ,000
N casos usados por cada modelo 4.101
R cuadrado de Nagerkelke 0,168
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Hemos visto que, en el caso de la violencia sexual, la situación de exclusión social del
hogar globalmente considerada no es un factor de riesgo significativo. La presencia de una
situación de conflicto social –una de las 8 dimensiones que conforman los procesos de
exclusión–, por el contrario, sí lo es. En su presencia, de hecho, la probabilidad de enfrentar
violencia sexual se incrementa y, además, lo hace de manera muy relevante (el riesgo se
multiplica por 3,8).
Este análisis por dimensiones, en suma, por un lado confirma la menor importancia que
tiene aquí la situación social del hogar (en este caso, de hecho, únicamente una dimensión

327
Violencia de género en la pareja y exclusión social

es significativa y su peso es algo menor que para otros tipos de violencia); por otro, vuelve
a poner de relieve la fuerte asociación existente entre una situación de conflicto social y la
vivencia de situaciones de violencia.

Tabla 38. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con
245
las variables significativas
OR CI p valor
Dimensiones de exclusión
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 3,820 (2,241-6,512) ,000
Características de la mujer
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,896 (1,029-3,493) ,040
Separada/divorciada 5,060 (3,240-7,902) ,000
Viuda 1,912 (,824-4,436) ,131
Soltera 1,658 (,965-2,849) ,067
Edad
De 16 a 34 años (ref.) ,036
35-54 1,025 (,633-1,661) ,919
55 y más años 1,958 (1,045-3,668) ,036
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,946 (1,205-3,142) ,006
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,058
Bachiller o FP grado medio 1,780 (1,079-2,939) ,024
ESO 1,367 (,826-2,262) ,224
Primarios o inferiores ,963 (,510-1,817) ,907
Relación con la actividad laboral
Ocupada (ref.) ,008
Parada 1,403 (,933-2,110) ,104
Ama de casa ,362 (,179-,733) ,005
Jubilada ,759 (,395-1,461) ,410
Estudiante 1,424 (,436-4,654) ,559
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,201 (,114-,355) ,000
Baja ,167 (,103-,270) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,002
Entre 5.000 y 20.000 2,656 (1,291-5,463) ,008
Entre 20.000 y 100.000 1,651 (,816-3,343) ,163
Más de 100.000 1,133 (,582-2,206) ,714
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,011
Barrio o zona en buenas condiciones 2,425 (,851-6,909) ,097
Barrio o zona deteriorado 3,405 (1,137-10,202) ,029
Zona marginal 7,655 (1,954-29,989) ,003
N casos usados por cada modelo 4.006
R cuadrado de Nagerkelke 0,212

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013

Para mejorar la precisión del análisis, dirigimos ahora nuestra mirada a los 35
indicadores que se han utilizado para construir la noción de exclusión social. Observamos
así que la probabilidad de experimentar violencia sexual se incrementa entre mujeres que
viven en hogares en los que:
 hay personas en instituciones (el riesgo se multiplica por 50) (indicador nº 35)246;

245 En un primer momento se habían incluido las dimensiones nº 2, 5, 6 y 7, así como la variable discapacidad. Las dimensiones
5 y 6 y la situación de discapacidad, sin embargo, en el modelo final perdían significación y, por ello, fueron eliminadas. Como
consecuencia de ello, la dimensión 2 también perdió significación y, por ello, ella también ha sido descartada.
246 La muestra es muy reducida (N=15). El dato ofrecido, por lo tanto, debe entenderse únicamente como algo orientativo.

328
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

 las relaciones entre sus miembros son malas (la probabilidad de enfrentar
violencia sexual es 9,7 veces más elevada que entre el resto de las mujeres)
(indicador nº 29)247;
 alguien tiene problemas con el alcohol, las drogas o el juego (3,2 veces más
elevada) (indicador nº 30);
 se ha pasado hambre (2,4 veces mayor) (indicador nº 23).
De estos indicadores, dos (nº 29 y nº 30) pertenecen a la dimensión del conflicto social,
la única que, globalmente considerada, incrementaba el riesgo de vivir violencia sexual. Los
otros dos, por el contrario, se incluyen en las dimensiones del aislamiento (nº 35) y de la
salud, que, globalmente consideradas, no eran significativas.
Se trata, en todos los casos, de indicadores que también incrementaban el riesgo de
enfrentar violencia física (así como el conjunto de la violencia de género), con la única
diferencia de que allí a éstos se añadían también otros.
Los resultados obtenidos, en suma, por un lado, confirman que, aunque la situación de
exclusión social del hogar globalmente considerada no es un factor de riesgo significativo,
algunos indicadores que la conforman sí lo son; por otro, ratifican el menor peso que tiene
aquí la situación de exclusión social del hogar (pero no la del barrio).

247Nuevamente, la muestra es reducida (N=45); los márgenes de error, por lo tanto, son elevados. Esto, sin embargo, no pone
en duda la significación del dato ofrecido.

329
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 39. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las
248
variables significativas
OR CI p v alor
Indicadores de exclusión
IN D 7 Pobreza ex trema
N o (ref.)
Sí ,227 (,069-,746) ,015
IN D 23 H an pasado hambre
N o (ref.)
Sí 2,419 (1,246-4,698) ,009
IN D 29 M alas relaciones en el hogar
N o (ref.)
Sí 9,652 (2,556-36,447) ,001
IN D 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
N o (ref.)
Sí 3,189 (1,568-6,486) ,001
IN D 35 Personas en instituciones
N o (ref.)
Sí 49,733 (7,738-319,652) ,000
Características de la mujer
Estado civ il
C asada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,770 (,949-3,299) ,072
Separada/div orciada 6,514 (4,045-10,491) ,000
Viuda 2,221 (,931-5,301) ,072
Soltera 1,338 (,751-2,386) ,323
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,155 (1,288-3,607) ,003
Discapacidad
N o (ref.)
Sí 1,913 (1,029-3,557) ,040
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,016
Bachiller o FP grado medio 1,848 (1,025-3,333) ,041
ESO 1,866 (1,053-3,307) ,032
Primarios o inferiores ,924 (,459-1,861) ,826
Analfabeta 3,626 (1,009-13,040) ,048
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste ,631 (,143-2,785) ,543
N oreste ,231 (,062-,853) ,028
C omunidad de M adrid 1,228 (,406-3,716) ,717
C entro 1,888 (,722-4,939) ,195
Este 1,774 (,665-4,738) ,252
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
M edia ,148 (,073-,301) ,000
Baja ,155 (,068-,353) ,000
Tamaño habitat
M enos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,852 (1,668-8,898) ,002
Entre 20.000 y 100.000 1,825 (,792-4,206) ,158
M ás de 100.000 1,242 (,555-2,783) ,598
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,031
Barrio o zona en buenas condiciones 2,186 (,758-6,305) ,148
Barrio o zona deteriorado 3,194 (1,035-9,856) ,043
Zona marginal 6,463 (1,559-26,791) ,010
N casos usados por cada modelo 3.386
R cuadrado de N agerkelke 0,282

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

248En este análisis se controla por el origen, el nivel formativo y la presencia de dificultades escolares, pero solamente las
primeras dos variables han resultado ser significativas. También cabe resaltar que ésta es la primera (y única) vez que la
variable formación se clasifica en 5 grupos en lugar que en 4 (añadiendo una categoría específica de mujeres analfabetas).
Esta agrupación más precisa se ha testado para todos los modelos extraídos de la Encuesta Foessa, pero se incluye
únicamente aquí porque solamente en este modelo la categoría de mujeres analfabetas (numéricamente minoritaria) tiene
significación.

330
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

11.3.2.2 El caso específico de la violencia sexual ejercida por la pareja


Observamos ahora el caso específico de la violencia sexual perpetrada por la pareja. Este
nuevo análisis, como ya se ha explicado, permite introducir en el modelo las variables
relativas a los hombres y ponerlas en relación con las de las mujeres, así como examinar el
papel de la incongruencia de estatus entre los dos miembros de la pareja.
El factor formación, tal y como cabía esperar, en el caso de las mujeres se confirma muy
relevante (cualquier nivel educativo inferior al máximo se asocia a un incremento del riesgo
superior al 200% y tener estudios primarios o inferiores multiplica el riesgo por 4). En el
caso de los hombres, por el contrario, el nivel educativo tiene una importancia mucho más
reducida (únicamente tener estudios secundarios se asocia a cierta reducción del riesgo,
mientras que ninguna otra categoría es significativa). Se trata, en suma, de un panorama
análogo al registrado en el caso de la violencia física y que, nuevamente, muestra que el
incremento del nivel formativo “protege” a las mujeres pero no logra cambiar la
masculinidad.
La relación con la actividad laboral sigue un patrón opuesto a la formación y resulta
relevante en el caso de los hombres pero no de las mujeres. Más en detalle, cuando hay una
situación de desempleo masculino, la probabilidad de que se registre violencia sexual contra
la pareja se incrementa en un 71%, un dato especialmente significativo si consideramos que
esta asociación no se da ni en el caso de la violencia física (que acabamos de analizar) ni en
el de la violencia psicológica (que veremos más adelante).
Es más, si consideramos la diferencia de estatus laboral entre los dos miembros de la
pareja, descubrimos que la probabilidad de experimentar violencia sexual se incrementa
solamente cuando él está desempleado y ella no (en este caso, el riesgo es 2,5 veces mayor).
Esto concuerda con las consideraciones antes efectuadas acerca de la imposición a la pareja
de contactos sexuales no deseados como una forma de restablecer el control y el dominio
masculino en situaciones en las que otros factores clave para el mantenimiento de una
masculinidad dominante vienen a caer (Peralta, Tuttle y Steele 2010).
Se trata, en ambos casos, de unos resultados especialmente relevantes, ya que, hasta
donde conocemos, no se hallan investigaciones anteriores que analicen el peso del empleo
masculino (o de la incongruencia de estatus laboral) para el caso específico de la violencia
sexual.
Finalmente, con respecto al lugar de origen, se observa que tanto el de la mujer como el
del hombre son significativos por separado (multiplican en riesgo por 2,5) y tanto el uno
como el otro pierden significación en cuanto se incorporan en un único modelo. Resulta,
por otra parte, interesante destacar que, en el caso de la violencia física, esto no sucedía,
sino que el origen del hombre era claramente el factor dominante. También cabe reseñar
que, en este caso, el hecho de que la mujer tenga origen extranjero es un factor de riesgo
mucho más relevante que para el conjunto de la violencia sexual (cuando el incremento no
superaba el 76%).

331
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 40. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja. Modelo que incluye
las variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral. Resumen con las
249
variables significativas
Modelo A Modelo B
OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 3,425 (1,950-6,016) ,000 3,403 (1,936-5,984) ,000
ESO 3,198 (1,801-5,677) ,000 3,158 (1,772-5,626) ,000
Primarios o inferiores 4,043 (2,221-7,359) ,000 4,180 (2,293-7,622) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,003 ,002
Sí, en cierta medida 1,478 (1,018-2,145) ,040 1,512 (1,041-2,194) ,030
Sí, grave 2,293 (1,351-3,893) ,002 2,376 (1,396-4,044) ,001
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 2,759 (1,196-6,365) ,017 3,183 (1,383-7,329) ,007
Vive con menores
No (ref.)
Sí 1,683 (1,192-2,377) ,003 1,581 (1,142-2,188) ,006
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,057 (1,327-3,191) ,001 2,013 (1,300-3,119) ,002
Nivel educativo
Primarios o inferiores (ref.) ,057 ,048
Secundarios ,559 (,356-,875) ,011 ,548 (,349-,858) ,009
FP ,894 (,557-1,435) ,643 ,868 (,541-1,391) ,556
Universitarios 1,062 (,646-1,747) ,812 1,045 (,636-1,718) ,862
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,058
Parado 1,705 (1,134-3,565) ,010
Jubilado 1,416 (,935-2,146) ,101
Estudiante ,000 0,000 ,997
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,018
Los dos parados 1,842 (,962-3,528) ,065
Ella trabaja él parado 2,486 (1,426-4,334) ,001
Él trabaja ella en paro 1,143 (,701-1,864) ,592
Uno de los dos inactivo 1,324 (,887-1,976) ,170
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,001 ,001
Noroeste 0,736 (,343-1,582) ,432 0,743 (,346-1,596) ,446
Noreste 3,809 (1,794-8,086) ,000 3,933 (1,850-8,360) ,000
Comunidad de Madrid 3,350 (1,603-7,000) ,001 3,453 (1,652-7,219) ,001
Centro 1,101 (,664-1,825) ,709 1,106 (,667-1,833) ,697
Este 2,347 (1,407-3,915) ,001 2,403 (1,437-4,018) ,001
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,002 ,002
Media 1,771 (1,058-2,964) ,030 1,768 (1,056-2,959) ,030
Baja 2,770 (1,571-4,884) ,000 2,790 (1,579-4,930) ,000
N casos usados por cada modelo 5464 5445
R cuadrado de Nagerkelke 0,09 0,091
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

249En el modelo original se incluía el lugar de origen tanto de la mujer como de su pareja. Ambas variables, sin embargo, se
anulaban recíprocamente, y por ello hemos tenido que eliminar una de ellas. Más específicamente, hemos decidido mantener
el origen del varón, ya que ésta es la variable que: tiene el p valor más bajo; se asocia a un mayor aumento del riesgo; y más
incrementa la capacidad explicativa del modelo.

332
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

11.3.3 Violencia psicológica


Finalmente, analizamos el caso de la violencia psicológica (como siempre, tanto para el
conjunto de esta violencia como para el caso específico del maltrato ejercido por la pareja).

11.3.3.1 El conjunto de la violencia psicológica


Los datos extraídos de la Macroencuesta muestran que la asociación entre vulnerabilidad
y violencia es aquí mucho más débil que el caso de la violencia física y sexual (el riesgo se
incrementa un 36%, frente al 200% en el caso de la violencia física y al 146% en lo que
respecta a la sexual).
Desde aquí, hipotetizamos que su mayor grado de transversalidad podría explicarse por
el hecho de que se trata de una violencia más sutil, más normalizada y más difícilmente
distinguible de comportamientos sexistas que otras formas de maltrato (Osborne 2008).
El análisis realizado, por otra parte, también nos informa de la existencia de otros
factores de riesgo, correspondientes a diferentes niveles del marco ecológico. Empezando
por las características individuales, la probabilidad de experimentar violencia psicológica se
incrementa en el caso de mujeres:
 que tienen pareja (en este caso, el riesgo llega a multiplicarse por 3);
 que padecen una enfermedad crónica o una discapacidad (aumento del 38% y
79% respectivamente, según la gravedad de tales situaciones);
 de origen extranjero (incremento del 76%);
 y que tienen más de 34 años (en la franja de 35 a 54 el riesgo es un 26% más
elevado que entre mujeres de 18 a 34 años, mientras que en la cohorte de 55 o
más años es el 45% más alto).
Nuevamente, la situación de salud y el lugar de origen revisten un especial interés para
nuestro análisis ya que guardan cierta relación con procesos de exclusión. Observamos así
que:
 la discapacidad tiene aquí un peso mucho menor que en el caso de la violencia
física (y, aunque el panorama es, en este caso, algo más confuso, también en lo
que respecta a la violencia sexual);
 el peso del lugar de origen, por el contrario, parece mantenerse siempre estable.
El factor edad también merece una atención especial, ya que todavía no ha sido
analizado. Lo que nos interesa destacar es que éste actúa aquí de forma contraria a como lo
hacía en el caso de la violencia física. Allí, de hecho, tener una edad muy avanzada era un
elemento de protección, mientras que aquí la misma se convierte en un claro factor de
riesgo. Tales resultados nos obligan a matizar las conclusiones de aquellos estudios que, de
forma unánime, consideran la juventud un factor de riesgo (ej. Lanier y Maume 2009; van
Wijk y de Brujin 2012; Walby y Allen 2004), pero lo hacen sin tener en cuenta el maltrato
psicológico (ej. Lanier y maume 2009; Walby y Allen 2004).
En lo que respecta al entorno más amplio, finalmente, la probabilidad de enfrentar
violencia psicológica se incrementa entre mujeres que residen en provincias de renta baja y
que viven en la Comunidad de Madrid o en el Este. El tamaño del lugar de residencia, por el

333
Violencia de género en la pareja y exclusión social

contrario –y diversamente de lo que sucedía en el caso de la violencia física y sexual– no es


aquí un factor de riesgo significativo.

Tabla 41. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 1,529 (1,276-1,832) ,000 1,441 (1,194-1,738) ,000 1,359 (1,123-1,643) ,002
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 3,128 (2,442-4,008) ,000 3,160 (2,462-4,054) ,000
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,013 ,009
De 35 a 54 1,249 (1,006-1,551) ,044 1,258 (1,012-1,564) ,039
55 o más años 1,425 (1,124-1,806) ,003 1,450 (1,142-1,842) ,002
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,634 (1,258-2,123) ,000 1,759 (1,346-2,300) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,357 (1,085-1,698) ,007 1,379 (1,099-1,731) ,006
Sí, grave 1,803 (1,265-2,571) ,001 1,789 (1,251-2,559) ,001
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,077 (,750-1,548) ,686
Noreste 1,294 (,772-2,169) ,328
Comunidad de Madrid 2,989 (1,956-4,567) ,000
Centro 0,990 (,739-1,326) ,944
Este 2,092 (1,549-2,824) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 1,339 (,976-1,839) ,071
Baja 3,051 (2,185-4,260) ,000
N casos usados por cada modelo 7321 7269 7269
R cuadrado de Nagerkelke 0,006 0,046 0,068
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

El segundo análisis de regresión logística realizado sustituye el factor vulnerabilidad por


las variables de formación y relación con la actividad laboral.
La primera se confirma como un factor de riesgo significativo, pero de peso mucho más
reducido que en el caso de la violencia física y sexual (entre mujeres con estudios primarios
o inferiores, de hecho, el riesgo de experimentar violencia es aquí el 44% más elevado que
entre mujeres con estudios superiores, mientras que en el caso de la violencia sexual o física
el incremento era del 370% y 300% respectivamente). Se confirma, en suma, el carácter
más transversal de la violencia psicológica en comparación con otras tipologías de maltrato.
Estos hallazgos corroboran los resultados obtenidos por Friedemann-Sánchez y Lovatón

334
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

(2012), según los cuales la relación entre ausencia de formación y riesgo de victimización,
aun siendo más intensa en el caso de la violencia física, permanece también en el caso de la
psicológica; mientras que refutan los de Khalifeh y otras (2013) y Ruiz-Pérez y otras
(2006), que simplemente no detectan ninguna relación entre nivel formativo y riesgo de
victimización psicológica.
La relación con la actividad laboral, por el contrario, no es en absoluto significativa, un
resultado ya observado en el caso de la violencia física.

Tabla 42. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
250
educativo
Paso 1 Paso 2
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Tiene pareja
N o (ref.)
Sí 3,218 (2,522-4,106) ,000 3,236 (2,532-4,134) ,000
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,001 ,006
Bachiller o FP grado medio 1,184 (,917-1,528) ,195 1,127 (,871-1,457) ,364
ESO 1,496 (1,181-1,894) ,001 1,394 (1,097-1,771) ,007
Primarios o inferiores 1,532 (1,225-1,916) ,000 1,438 (1,146-1,805) ,002
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,747 (1,368-2,231) ,000 1,850 (1,439-2,379) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,367 (1,099-1,700) ,005 1,404 (1,125-1,750) ,003
Sí, grav e 1,781 (1,256-2,527) ,001 1,777 (1,249-2,528) ,001
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste 0,977 (,682-1,400) ,898
N oreste 1,416 (,863-2,323) ,169
C omunidad de Madrid 2,948 (1,941-4,477) ,000
C entro 0,928 (,695-1,239) ,612
Este 2,037 (1,515-2,737) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,367 (,998-1,873) ,051
Baja 3,120 (2,238-4,348) ,000
N casos usados por cada modelo 7514 7514
R cuadrado de N agerkelke 0,046 0,068
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Una vez analizada la información obtenida por medio de la Macroencuesta, nos


ocupamos de los resultados proporcionados por la Encuesta Foessa. Observamos así que, a
diferencia de lo que sucedía en el caso de la violencia sexual, en lo que respecta a la
violencia psicológica la exclusión social del hogar sí es un factor de riesgo significativo.
Más concretamente, en el caso de mujeres en situación de exclusión moderada, la
probabilidad de enfrentar violencia psicológica se incrementa un 91%. Entre mujeres en
exclusión severa, sin embargo, no se registra un aumento significativo del riesgo. Si se
considera que, en el caso de la violencia física, los incrementos eran del 70% y 173%
respectivamente, se puede deducir que la exclusión moderada se asocia sobre todo a un

250 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.

335
Violencia de género en la pareja y exclusión social

aumento en el riesgo de experimentar violencia psicológica y la exclusión severa a un


incremento en la posibilidad de enfrentar violencia física. Estos datos, en suma, no
solamente confirman que la violencia psicológica presenta con situaciones de dificultad
social una asociación más débil que otros tipos de violencia, sino que asimismo indican que,
cuando esta asociación se da, es sobre todo con las situaciones de dificultad menos intensa.
Asimismo, cabe reseñar que, en este caso y diversamente que en lo que respecta a la
violencia física y sexual, la situación social del barrio no influye de forma significativa en el
riesgo de experimentar violencia. Esto confirma que la violencia psicológica presenta una
menor asociación con situaciones de dificultad social que otros tipos de violencia.

Tabla 43. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de ex clusión social
Integración plena (ref.) ,003 ,027 ,022
Integración precaria 1,021 (,648-1,607) ,929 ,887 (,559-1,405) ,608 ,928 (,581-1,480) ,753
Ex clusión moderada 2,160 (1,289-3,618) ,003 1,822 (1,075-3,088) ,026 1,912 (1,116-3,275) ,018
Ex clusión sev era 2,056 (1,080-3,912) ,028 1,495 (,773-2,894) ,232 1,630 (,831-3,197) ,155
Características de la mujer
Estado civ il
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,736 (1,559-4,800) ,000 2,813 (1,565-5,053) ,001
Separada/div orciada 5,452 (3,427-8,676) ,000 4,993 (3,098-8,049) ,000
Viuda ,855 (,266-2,752) ,793 ,917 (,282-2,979) ,886
Soltera 1,269 (,694-2,317) ,439 1,137 (,615-2,102) ,682
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 3,095 (1,396-6,864) ,005
Noreste 17,250 (4,332-68,696) ,000
Comunidad de Madrid 24,318 (6,572-89,979) ,000
Centro ,837 (,337-2,081) ,702
Este 2,554 (1,327-4,915) ,005
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 9,410 (2,988-29,635) ,000
Baja 11,193 (3,520-35,588) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,128
Entre 5.000 y 20.000 5,519 (1,063-28,652) ,042
Entre 20.000 y 100.000 6,747 (1,352-33,671) ,020
Más de 100.000 6,531 (1,314-32,455) ,022
N casos usados por cada modelo 4.132 4.126 4.126
R cuadrado de Nagerkelke 0,014 0,068 0,13
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Una vez analizado cómo varía la probabilidad de enfrentar violencia psicológica en


función del posicionamiento en el continuo entre integración y exclusión, avanzamos en el
análisis realizando un estudio por sectores. Descubrimos así que:
 al igual que sucedía para la violencia física y sexual, también en este caso la
dimensión que más incrementa la probabilidad de enfrentar violencia es el
conflicto social (el riesgo se multiplica aquí por 4,6);

336
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

 además de ésta, otra dimensión que también se asocia a un aumento del riesgo es
la exclusión de la educación (la probabilidad de experimentar violencia
psicológica se multiplica por 2,6), algo que no había aparecido en el caso de la
violencia física ni sexual;
 finalmente, una última dimensión que también parece incrementar el riesgo es la
exclusión del consumo (2,1 veces más elevada).
Esta última dimensión actúa aquí de forma contraria a como lo hacía en referencia a las
otras tipologías de maltrato. Para comprender este dato, debemos recordar que el efecto
protector de la exclusión del consumo observado en el caso de la violencia física y sexual
era probablemente el reflejo de una mayor dificultad de detección de estas violencias por
parte de mujeres que, en su mayoría, pertenecían a colectivos claramente marginados y
alejados del conjunto de la sociedad. Por el contrario, el hecho de que, en el caso de la
violencia psicológica, esto no suceda puede indicar que, al tratarse un tipo de violencia más
normalizado e invisibilizado en todos los grupos sociales, la capacidad de detección tiende a
homogeneizarse en todo el espectro social (reduciéndose, sobre todo, entre mujeres más
normalizadas, ya que entre las capas más desventajadas esta capacidad ya estaba muy
mermada).

337
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 44. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
251
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Dimensiones de exclusión
Dim 2 Exclusión del consumo
No (ref.)
Sí 2,227 (1,275-3,888) ,005 1,880 (1,063-3,323) ,030 2,120 (1,187-3,786) ,011 2,064 (1,123-3,793) ,020
Dim 4 Exclusión de la educación
No (ref.)
Sí 2,175 (1,311-3,611) ,003 2,320 (1,386-3,884) ,001 2,432 (1,447-4,088) ,001 2,623 (1,535-4,483) ,000
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 5,072 (3,019-8,522) ,000 4,421 (2,607-7,498) ,000 4,811 (2,818-8,215) ,000 4,569 (2,622-7,962) ,000
Características de la mujer
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000 ,000
Pareja de hecho 2,554 (1,447-4,510) ,001 2,573 (1,456-4,547) ,001 2,774 (1,534-5,014) ,001
Separada/divorciada 5,133 (3,218-8,190) ,000 4,259 (2,542-7,134) ,000 3,737 (2,189-6,378) ,000
Viuda ,832 (,257-2,695) ,759 ,587 (,168-2,044) ,402 ,592 (,168-2,095) ,417
Soltera 1,271 (,694-2,328) ,437 1,122 (,595-2,114) ,722 ,987 (,517-1,883) ,968
Características del hogar
Tamaño familia
Persona sola (ref.) ,085 ,044
De 2 a 4 miembros ,607 (,326-1,131) ,116 ,531 (,279-1,008) ,053
5 o más miembros ,338 (,129-889) ,028 ,294 (,110-,788) ,015
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 3,552 (1,569-8,045) ,002
Noreste 17,376 (4,291-70,355) ,000
Comunidad de Madrid 25,405 (6,762-95,448) ,000
Centro ,920 (,367-2,304) ,858
Este 2,549 (1,309-4,964) ,006
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 8,647 (2,718-27,510) ,000
Baja 10,467 (3,249-33,720) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,178
Entre 5.000 y 20.000 5,153 (,987-26,905) ,052
Entre 20.000 y 100.000 6,080 (1,212-30,511) ,028
Más de 100.000 5,780 (1,158-28,855) ,032
N casos usados por cada modelo 4.132 4.126 4.126 4.126
R cuadrado de Nagerkelke 0,055 0,103 0,109 0,168
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

Si acercamos la mirada y analizamos qué indicadores influyen de forma significativa en


el riesgo de enfrentar violencia psicológica descubrimos que, diversamente que en los casos
anteriores, aquí se replica perfectamente el panorama perfilado por el análisis por
dimensiones. Más concretamente, el riesgo de enfrentar este tipo de violencia aumenta entre
mujeres que viven en hogares en los que:
 hay menores de 3 a 15 años sin escolarizar (el riesgo se multiplica por 10,6)
(indicador nº 11)252;
 alguien tiene problemas con el alcohol, otras drogas o el juego (la probabilidad
de enfrentar violencia psicológica es 5,1 veces más elevada que entre el resto de
las mujeres) (indicador nº 30);
 se experimenta una situación de pobreza extrema (2,2 veces mayor) (indicador nº
7).

251 En este análisis se controla por el origen y la relación con la actividad laboral, pero ninguna de ellas ha resultado ser
significativa.
252 La muestra es algo reducida (N=72). Esto, si bien no pone en cuestión la significación del dato proporcionado, si incrementa

los márgenes de error, realidad que ha de ser tenida en cuenta a la hora de interpretar las cifras que aquí se ofrecen.

338
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Como se puede observar, el número de indicadores significativos es aquí claramente más


reducido que el caso de la violencia física y sexual, y esto es un indicio del mayor nivel de
transversalidad de la violencia psicológica en comparación con otras tipologías de maltrato.
Otro elemento reseñable es que, por primera vez, ni la presencia de personas en
instituciones ni el hecho de que las relaciones entre los miembros del hogar sean malas
parece ser relevante. Esto significa que el único indicador que se configura como un factor
de riesgo para todos los tipos de violencia de género es que algún miembro del hogar tenga
problemas con el alcohol, las drogas o el juego. Se confirma, en suma, la relevancia de este
factor ya detectada por medio del análisis cualitativo efectuado en el capítulo anterior.
Aunque la formulación del indicador no permite saber quién es la persona que enfrenta
estos problemas, sí permite identificar un grupo de hogares en situación de riesgo
especialmente elevado, y éste es un resultado muy relevante, sobre todo de cara al diseño de
políticas y a la intervención social. Los resultados obtenidos, de hecho, como ya se ha
apuntado con anterioridad, ponen de manifiesto la necesidad de diseñar protocolos para la
intervención que tengan en cuenta la existencia de situaciones de mayor riesgo y estipulen,
por ejemplo, que en contextos de ese tipo se debe investigar a fondo y por sistema si se está
dando una situación de violencia de género. Esto, por otra parte, no significa en absoluto
asumir que el alcohol o las drogas sean causa de la violencia, sino reconocer que el abuso
de estas sustancias, al insertarse en una estructura caracterizada por profundas
desigualdades entre sexos, puede llegar a desencadenarla o intensificarla.

339
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 45. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Indicadores de exclusión
IND 7 Pobreza extrema
No (ref.)
Sí 2,662 (1,497-4,731) ,001 1,884 (1,036-3,426) ,038 2,314 (1,254-4,272) ,007 2,184 (1,152-4,139) ,017
IND 11 Menores de 3 a 15 años no escolarizados
No (ref.)
Sí 7,980 (3,328-19,134) ,000 8,494 (3,437-20,987) ,000 12,096 (4,641-31,526) ,000 10,649 (3,941-28,773) ,000
IND 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
No (ref.)
Sí 6,025 (3,167-11,464) ,000 4,754 (2,433-9,288) ,000 5,361 (2,736-10,505) ,000 5,065 (2,503-10,247) ,000
Características de la mujer
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000 ,000
Pareja de hecho 2,735 (1,460-5,125) ,002 2,801 (1,492-5,257) ,001 2,636 (1,364-5,095) ,004
Separada/divorciada 5,674 (3,479-9,252) ,000 4,404 (2,5414-7,633) ,000 3,880 (2,189-6,878) ,000
Viuda ,671 (,205-2,196) ,509 ,423 (,117-1,527) ,189 ,412 (,112-1,522) ,184
Soltera 1,180 (,570-2,442) ,656 ,974 (,452-2,100) ,946 ,776 (,359-1,677) ,519
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,002 ,002 ,002
Bachiller o FP grado medio ,766 (,354-1,657) ,499 ,823 (,380-1,786) ,623 ,770 (,349-1,697) ,517
ESO 1,343 (,717-2,513) ,357 1,464 (,775-2,763) ,240 1,582 (,824-3,035) ,168
Primarios o inferiores 2,470 (1,295-4,710) ,006 2,643 (1,381-5,058) ,003 2,664 (1,373-5,168) ,004
Características del hogar
Nº de miembros del hogar
Persona sola (ref.) ,023 ,010
De 2 a 4 miembros ,530 (,272-1,032) ,062 ,462 (,231-,924) ,029
5 y más miembros ,213 (,070-,647) ,006 ,177 (,057-,551) ,003
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 2,516 (1,012-6,254) ,047
Noreste 16,561 (3,901-70,307) ,000
Comunidad de Madrid 28,527(7,403-109,923),000
Centro 1,121 (,436-2,884) ,813
Este 3,069 (1,517-6,209) ,002
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,001
Media 7,961 (2,470-25,655) ,001
Baja 9,800 (3,009-31,918) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,170
Entre 5.000 y 20.000 6,769 (1,003-45,680) ,050
Entre 20.000 y 100.000 7,298 (1,125-47,334) ,037
Más de 100.000 8,198 (1,270-52,911) ,027
N casos usados por cada modelo 3.463 3.456 3.456 3.456
R cuadrado de Nagerkelke 0,060 0,128 0,138 0,197
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

340
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

11.3.3.2 El caso específico de la violencia psicológica ejercida por la pareja


Para finalizar, analizamos el caso específico de la violencia psicológica ejercida por la
pareja (dato que, como ya se ha aclarado, se recoge únicamente en la Macroencuesta).
En lo que respecta a la formación, lo más relevante es que, por primera vez, no
solamente el nivel educativo de los hombres tiene un peso reducido, sino también el de las
mujeres (en ambas situaciones, únicamente tener estudios primarios o inferiores incrementa
el riesgo de vivir violencia de género y, de todas formas, este aumento en ningún caso
supera el 53%-54%). Estos resultados son relevantes, ya que es la primera vez que el nivel
educativo de mujeres y hombres tiene un peso parecido.
La relación con la actividad laboral, por su parte, no es un factor de riesgo significativo
ni el caso de las unas ni en el de los otros, una fotografía análoga a la observada en el caso
de la violencia física pero diferente de la obtenida en el caso de la violencia sexual, cuando
el desempleo masculino sí era un factor de riesgo.
El hecho de tener origen extranjero, finalmente, se configura como un factor de riesgo
relevante en el caso de las mujeres (el riesgo se incrementa, en su caso, un 86%-92% según
el modelo), pero no en el de los hombres. Se trata de un panorama diferente del detectado
tanto para la violencia física (cuando la clave era el lugar de origen del varón) como para la
violencia sexual (cuando ambas variables tenían un peso parecido).

341
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 46. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja. Modelo que
253
incluye la variable de nivel educativo. Resumen con las variables significativas
M odelo A M odelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,023
Bachiller o FP grado medio 1,155 (,866-1,540) ,326
ESO 1,291 (,985-1,690) ,064
Primarios o inferiores 1,535 (1,163-2,027) ,003
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,862 (1,394-2,486) ,000 1,922 (1,440-2,565) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,554 (1,221-1,978) ,000 1,560 (1,225-1,986) ,000
Sí, grav e 1,819 (1,230-2,692) ,003 1,820 (1,226-2,703) ,003
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,057 ,006
De 35 a 54 ,843 (,667-1,065) ,153 ,785 (,633-,973) ,027
De 18 a 34 ,695 (,516-,936) ,017 ,644 (,4847-,852) ,002
N iv el educativ o
U niv ersitarios (ref.) ,018
FP 1,229 (,876-1,723) ,232
Secundarios 1,302 (,957-1,770) ,093
Primarios 1,537 (1,170-2,018) ,002
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000 ,000
N oroeste 0,920 (,611-1,384) ,688 0,987 (,662-1,472) ,949
N oreste 1,650 (,958-2,840) ,071 1,598 (,923-2,768) ,094
C omunidad de M adrid 3,793 (2,402-5,990) ,000 3,754 (2,372-5,942) ,000
C entro 1,006 (,737-1,375) ,968 0,983 (,718-1,346) ,916
Este 2,433 (1,768-3,350) ,000 2,407 (1,746-3,317) ,000
Riqueza prov incial ,000
Alta (ref.) ,000 ,000
M edia 1,395 (,983-1,980) ,062 1,372 (,966-1,949) ,077
Baja 3,922 (2,730-5,634) ,000 3,854 (2,678-5,547) ,000
N casos usados por cada modelo 5461 5402
R cuadrado de N agerkelke 0,061 0,06
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

11.3.4 Subtipos de violencia psicológica: violencia emocional y de


control
A lo largo del apartado anterior hemos analizado la violencia psicológica en su conjunto;
llegadas a este punto, sin embargo, resulta interesante diferenciar entre violencia
psicológica emocional –que identifica situaciones de menosprecios, burlas, insultos,
intimidaciones y amenazas– y violencia psicológica de control –que se da cuando la pareja
controla las amistades o los horarios de la mujer, o cuando le impide trabajar o estudiar–254.
Para realizar este análisis, recurrimos exclusivamente a la información proporcionada por la
Macroencuesta, ya que, en el caso de la Encuesta Foessa, el tamaño de la muestra no
permite identificar subtipos de maltrato psicológico. Incluso con esta limitación, sin
embargo, los resultados obtenidos son especialmente interesantes y permiten profundizar en
el conocimiento del fenómeno que nos ocupa. El interés de este estudio, por otra parte,

253 No se incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral no es significativa. También cabe resaltar que, en
este caso, a diferencia que en los anteriores, se presentan dos diferentes modelos de resumen, que incorporan el nivel
educativo de la mujer y del hombre respectivamente. Si hemos tomado esta decisión es porque no había una variable que
prevaleciera de forma clara sobre la otra.
254 Para un análisis más detallado de los ítems incluidos véase Anexo III.

342
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

también reside en su carácter novedoso, ya que, hasta donde conocemos, no se hallan en la


literatura otras investigaciones que afinen el análisis hasta el punto de distinguir subtipos de
violencia psicológica255.

11.3.4.1 El conjunto de la violencia emocional y de control


Dentro de la violencia psicológica, la violencia emocional presenta una asociación
especialmente fuerte con situaciones de vulnerabilidad social (incremento del 54%). En el
caso de la violencia de control, por el contrario, esta variable ni siquiera es significativa.
La situación de vulnerabilidad, en suma, se asocia a un incremento en la probabilidad de
enfrentar violencia física, violencia sexual e incluso violencia psicológica emocional (del
200%, 146% y 54% respectivamente), pero no aumenta el riesgo de enfrentar violencia
psicológica de control. Se trata de un hallazgo particularmente interesante, que demuestra
que, si bien la situación de vulnerabilidad es un factor de riesgo para algunos tipos de
maltrato, no lo es para todos, sino que existen también tipologías de violencia que afectan
de igual manera a mujeres integradas y vulnerables. Estos hallazgos nos obligan a matizar
los resultados del análisis descriptivo, que indicaban que todos los tipos de violencia de
género se asocian, en mayor o menor medida, a situaciones de vulnerabilidad social.
No se hallan, en la literatura, análisis previos que nos ayuden a comprender el origen de
tales diferencias. Si nos remitimos a las teorías que intentan explicar cómo una situación de
exclusión puede llegar a desencadenar violencia, sin embargo, podemos aventurar algunas
hipótesis. En lo que atañe al caso específico de la violencia emocional, de hecho, todas ellas
son aplicables; en lo que respecta a la violencia, de control, por el contrario, algunas lo son
–como las que remiten a las repercusiones de las situaciones de dificultad en términos de
identidad masculina (ej. De Kaseredy y Schwartz 2005; Friedemann-Sánchez y Lovatón
2012; Messerschmidt 1993; Strier et al. 2014)– pero otras –como las que ponen el acento en
el estrés, la frustración y los conflictos relacionados con la situación de dificultad (ej.
Jewkes 2002; Walby y Allen 2004)– no.
Éste es un primer elemento que puede ayudarnos a comprender por qué en un caso la
relación entre vulnerabilidad y maltrato es más fuerte que en otro. Otro factor guarda
relación con el hecho de que, por las lógicas internas a estas violencias, una situación –
como la de vulnerabilidad social– que contribuye a una devaluación de las mujeres puede
más fácilmente derivar en violencia emocional (consistente, precisamente, en burlas,
humillaciones, insultos, etc.) que en violencia de control.
Todo esto, por otra parte, también indica que la violencia de control se encuentra menos
sometida a la contingencia, sino que remite de forma más directa a la operatividad del
sistema de género, mientras que la violencia emocional guarda una relación más estrecha
con la presencia de elementos que pueden contribuir a desencadenarla.

255La Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 sí realiza esta distinción, lo cual representa sin duda un avance en la
investigación sobre violencia de género; se trata, sin embargo, de un informe de encuesta, no de un artículo de investigación.
El alcance de sus reflexiones es, por lo tanto, limitado.

343
Violencia de género en la pareja y exclusión social

El análisis efectuado, por otra parte, también nos informa de la existencia de otros
factores de riesgo. Los elementos detectados son los mismos para ambos tipos de violencia;
el peso de cada uno de ellos, sin embargo, varía. Más concretamente, lo que nos interesa
destacar es que:
 el peso de la situación de salud es mayor en el caso de la violencia emocional
(tener enfermedad o discapacidad leve supone un incremento parecido en ambos
casos, pero tener enfermedad o discapacidad grave conlleva en un caso un
incremento del 88% y en otro del 120%);
 el peso lugar de origen es mucho mayor es mayor en el caso de la violencia de
control (el riesgo se multiplica por 2, mientras que en lo que se refiere a la
violencia emocional el incremento no superaba el 58%).
Estos resultados corroboran las hipótesis antes formuladas: también aquí, de hecho, el
riesgo de enfrentar violencia emocional se incrementa sobre todo en presencia de elementos
(como la discapacidad) que conllevan una devaluación de las mujeres, mientras que el
riesgo de experimentar violencia de control –mayormente ligado a la operatividad del
sistema de género– se encuentra más vinculado a la presencia de patrones culturales
determinados256–.

256No hemos considerado el origen extranjero de la mujer como un elemento que contribuye a devaluarla porque los resultados
relativos a la violencia de control ejercida por la pareja (que representa la gran mayoría del total) indican que la clave no es el
origen de la mujer sino del varón.

344
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 47. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja o la
ex pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de v ulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 1,690 (1,386-2,061) ,000 1,625 (1,311-2,015) ,000 1,544 (1,243-1,918) ,000
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 2,515 (1,928-3,280) ,000 2,512 (1,924-3,281) ,000
Edad
De 18 a 24 años (ref.) ,248 ,238
De 25 a 44 1,421 (,946-2,134) ,091 1,433 (,953-2,155) ,084
De 45 a 64 1,361 (,894-2,073) ,151 1,380 (,905-2,155) ,134
65 o más años 1,565 (1,003-2,443) ,048 1,581 (1,012-2,469) ,044
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,490 (1,115-1,990) ,007 1,584 (1,178-2,128) ,002
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,401 (1,089-1,803) ,009 1,413 (1,095-1,822) ,008
Sí, grav e 2,168 (1,490-3,156) ,000 2,163 (1,483-3,156) ,000
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,001
Noroeste ,905 (,596-1,372) ,638
Noreste ,839 (,468-1,507) ,558
Comunidad de Madrid 2,010 (1,245-3,243) ,004
Centro 1,043 (,762-1,430) ,791
Este 1,364 (,959-1,938) ,084
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,092 (761-1,566) ,632
Baja 1,964 (1,337-2,885) ,001
N casos usados por cada modelo 7.339 7.287 7.287
R cuadrado de Nagerkelke 0,009 0,037 0,050
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

345
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 48. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja o la
ex pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de v ulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 1,477 (1,156-1,888) ,002 1,378 (1,070-1,775) ,013 1,253 (,968-1,622) ,086
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 4,073 (2,793-5,940) ,000 4,165 (2,848-6,091) ,000
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,047 ,039
De 35 a 54 1,261 (,937-1,698) ,126 1,262 (,935-1,705) ,129
55 o más años 1,506 (1,089-2,083) ,013 1,533 (1,103-2,131) ,011
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,733 (1,226-2,449) ,002 1,999 (1,399-2,857) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,005 ,005
Sí, en cierta medida 1,414 (1,049-1,906) ,023 1,451 (1,070-1,969) ,017
Sí, grav e 1,886 (1,184-3,005) ,008 1,879 (1,170-3,017) ,009
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,299 (,809-2,086) ,279
Noreste 2,315 (1,136-4,717) ,021
Comunidad de Madrid 5,066 (2,867-8,951) ,000
Centro ,701 (,449-1,094) ,118
Este 3,495 (2,440-5,005) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,844 (1,185-2,867) ,007
Baja 6,331 (4,093-9,794) ,000
N casos usados por cada modelo 7.456 7.414 7414
R cuadrado de Nagerkelke 0,004 0,045 0,089
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Si sustituimos la variable vulnerabilidad por las variables de formación y empleo,


observamos que tener un nivel educativo bajo incrementa sobre todo el riesgo de enfrentar
violencia emocional, mientras que apenas incide en la probabilidad de experimentar
violencia de control. Más en detalle: tener estudios primarios o inferiores incrementa el
riesgo en un 55% y 39% respectivamente; y tener estudios obligatorios es un factor de
riesgo únicamente en el caso de la violencia emocional (incremento del 57%).
Si se considera que la falta de estudios, al igual que la situación de vulnerabilidad social
o la discapacidad, también es un elemento que puede contribuir a devaluar a las mujeres,
entonces los resultados aquí obtenidos también contribuyen a confirmar las hipótesis antes
formuladas.
El empleo, por el contrario, no es significativo en ningún caso.

346
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 49. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja o la
ex pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la
257
variable de nivel educativo
Modelo A Modelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 2,503 (1,921-3,262) ,000 2,522 (1,932-3,291) ,000
Niv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,001 ,005
Bachiller o FP grado medio 1,316 (,984-1,760) ,064 1,267 (,946-1,697) ,113
ESO 1,671 (1,277-2,186) ,000 1,571 (1,198-2,060) ,001
Primarios o inferiores 1,668 (1,246-2,232) ,001 1,555 (1,159-2,087) ,003
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,675 (1,265-2,217) ,000 1,768 (1,326-2,356) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,414 (1,102-1,814) ,006 1,417 (1,101-1,823) ,007
Sí, grav e 2,164 (1,494-3,135) ,000 2,132 (1,468-3,096) ,000
Edad
De 18 a 24 años (ref.) ,116 ,159
De 25 a 44 1,584 (1,054-2,382) ,027 1,572 (1,045-2,365) ,030
De 45 a 64 1,418 (,926-2,170) ,108 1,440 (,940-2,206) ,094
65 o más años 1,275 (,795-2,045) ,313 1,333 (,830-2,141) ,234
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,001
Noroeste ,810 (,534-1,228) ,322
Noreste ,840 (,474-1,488) ,550
Comunidad de Madrid 1,931 (1,202-3,103) ,007
Centro ,979 (,716-1,337) ,893
Este 1,311 (,926-1,857) ,127
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,114 (,779-1,593) ,554
Baja 1,975 (1,346-2,897) ,000
N casos usados por cada modelo 7.519 7.519
R cuadrado de Nagerkelke 0,039 0,052
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

257 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.

347
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 50. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja o la
ex pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la
258
variable de nivel educativo
Modelo A Modelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 4,137 (2,861-5,982) ,000 4,183 (2,885-6,064) ,000
Niv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,012 ,061
Bachiller o FP grado medio 1,027 (,723-1,457) ,882 ,932 (,654-1,330) ,699
ESO 1,253 (,906-1,733) ,174 1,122 (,807-1,561) ,494
Primarios o inferiores 1,561 (1,162-2,099) ,003 1,393 (1,030-1,883) ,031
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,784 (1,290-2,467) ,000 2,031 (1,451-2,844) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,012 ,007
Sí, en cierta medida 1,383 (1,034-1,849) ,029 1,447 (1,076-1,946) ,015
Sí, grav e 1,748 (1,098-2,780) ,018 1,779 (1,110-2,850) ,017
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,235 (,777-1,963) ,372
Noreste 2,867 (1,475-5,570) ,002
Comunidad de Madrid 5,040 (2,872-8,844) ,000
Centro ,664 (,427-1,032) ,069
Este 3,460 (2,434-4,920) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,914 (1,232-2,973) ,004
Baja 6,615 (4,284-10,216) ,000
N casos usados por cada modelo 7668 7668
R cuadrado de Nagerkelke 0,044 0,088
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

11.3.4.2 Los casos específicos de la violencia emocional y de control ejercidas por la


pareja
Una vez examinado el conjunto de la violencia emocional y de control, focalizamos la
mirada en el caso específico de la violencia ejercida por la pareja.
Descubrimos así que un nivel educativo bajo es un factor de riesgo en el caso de la
violencia emocional (tener estudios primarios incrementa en un 70% el riesgo de
victimización de las mujeres y en un 66% el riesgo de agresión de los hombres), mientras
que no es en absoluto significativo en el caso de la violencia de control. Se agudizan, en
suma, las diferencias ya detectadas para el conjunto de la violencia emocional y de control
(cuando el nivel educativo de la mujer era significativo en ambos casos pero tenía un peso
mayor en el caso de la violencia emocional). Se trata de unos resultados muy relevantes, ya
que es la primera vez que el nivel educativo (una variable habitualmente muy importante,
por lo menos en el caso de las mujeres) pierde totalmente significación.

258 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.

348
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

El hecho de que ella tenga empleo y él no, por otra parte, actúa de forma análoga y
también incrementa únicamente el riesgo de enfrentar violencia emocional (en un 64%-67%
según el modelo que se considere). También en este caso, el hecho de que todas las
formulaciones teóricas existentes a este respecto puedan aplicarse a la violencia emocional
pero no todas a la violencia de control (ej. las que remiten al efecto estresor del desempleo)
puede ayudarnos a comprender los resultados obtenidos.
Recapitulando, una situación de empleo femenino y desempleo masculino favorece el
desencadenamiento de violencia sexual y, hasta cierto punto, emocional, mientras que no
incide en la probabilidad de que se dé violencia física o de control. Se trata de un resultados
especialmente relevante, ya que, hasta donde conocemos, no hay prácticamente estudios
que analicen el rol del empleo en función del tipo de violencia (y menos que analicen la
incongruencia de estatus).
Si la formación y la relación con la actividad laboral son factores de riesgo de violencia
emocional, el hecho de que el varón tenga origen extranjero incrementa de forma
significativa únicamente el riesgo de que la mujer experimente violencia de control (la
probabilidad se multiplica aquí por 2,3). Este resultado también corrobora que este tipo de
violencia se encuentra mayormente ligado a la operatividad del sistema de género (un
sistema de género que no es eterno e inmutable, sino que se encuentra histórica y
geográficamente situado).

349
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 51. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja.
Modelo que incluye la variable de nivel educativo. Resumen con las variables
259
significativas
M odelo A M odelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,010
Bachiller o FP grado medio 1,271 (,912-1,771) ,157
ESO 1,410 (1,032-1,928) ,031
Primarios o inferiores 1,702 (1,246-2,325) ,001
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,717 (1,242-2,374) ,001 1,803 (1,305-2,493) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,693 (1,296-2,211) ,000 1,673 (1,281-2,185) ,000
Sí, grav e 2,156 (1,411-3,295) ,000 2,105 (1,371-3,232) ,001
Características de la pareja
N iv el educativ o
U niv ersitarios (ref.) ,002
FP 1,110 (,749-1,644) ,604
Secundarios 1,178 (,824-1,685) ,370
Primarios 1,662 (1,219-2,266) ,001
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,153 ,103
Los dos parados 1,256 (,737-2,141) ,401 1,271 (,746-2,168) ,378
Ella trabaja él parado 1,642 (1,062-2,539) ,026 1,675 (1,083-2,591) ,020
Él trabaja ella en paro ,967 (,682-1,371) ,849 1,073 (,761-1,514) ,686
U no de los dos inactiv o 1,207 (,923-1,579) ,169 1,301 (1,010-1,677) ,042
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000 ,000
N oroeste ,685 (,417-1,126) ,136 ,762 (,472-1,231) ,267
N oreste ,943 (,498-1,785) ,857 ,967 (,511-1,833) ,919
C omunidad de M adrid 2,433 (1,439-4,113) ,001 2,423 (1,430-4,106) ,001
C entro 1,053 (,749-1,481) ,766 1,014 (,720-1,428) ,937
Este 1,487 (1,015-2,179) ,042 1,503 (1,025-2,202) ,037
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000 ,000
M edia 1,126 (,750-1,692) ,566 1,101 (,732-1,656) ,643
Baja 2,388 (1,559-3,657) ,000 2,382 (1,553-3,655) ,000
N casos usados por cada modelo 5.466 5.408
R cuadrado de N agerkelke 0,052 0,051
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

259Como se puede observar, en este caso presentamos dos diferentes modelos de resumen, que incluyen respectivamente el
nivel educativo de la mujer y del hombre. Si hemos tomado esta decisión es porque ninguna variable prevalecía de forma clara
sobre la otra. Cabe además resaltar que ninguno de estos dos modelos incluye la variable empleo, y esto porque la relación
con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.

350
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Tabla 52. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja.
Modelo que testa la relevancia del nivel educativo. Resumen con las variables
260
significativas

Modelo A Modelo B
OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,215 (1,531-3,203) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.)
Sí 1,585 (1,186-2,119) ,002 1,564 (1,169-2,093) ,003
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,000 ,000
De 35 a 54 ,701 (,535-,919) ,010 ,695 (,529-,913) ,009
De 18 a 34 ,481 (,332-,697) ,000 ,477 (,328-,694) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,262 (1,533-3,338) ,000
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000 ,000
Noroeste 1,250 (,753-2,074) ,388 1,273 (,766-2,114) ,352
Noreste 3,267 (1,565-6,823) ,002 3,395 (1,623-7,098) ,001
Comunidad de Madrid 6,737 (3,672-12,362) ,000 6,983 (3,800-12,832) ,000
Centro ,708 (,442-1,134) ,151 ,740 (,461-1,187) ,211
Este 4,321 (2,978-6,269) ,000 4,417 (3,038-6,422) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000 ,000
Media 2,045 (1,264-3,307) ,004 2,069 (1,279-3,346) ,003
Baja 8,958 (5,615-14,289) ,000 8,935 (5,598-14,259) ,000
N casos usados por cada modelo 5.583 5.576
R cuadrado de Nagerkelke 0,084 0,083
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

260Nuevamente, el hecho de que los niveles educativos de la mujer y del hombre se anulen recíprocamente, unido al hecho de
que ninguna de estas dos variables prevalece de forma clara sobre la otra, nos ha llevado a presentar dos diferentes modelos
de resumen. En lo que respecta a la discapacidad, cabe resaltar que, en este caso, a diferencia de lo que es habitual, no
recurrimos a una clasificación en 3 grupos sino en 2 (para ello, agrupamos los problemas más y menos graves en una única
categoría). Recurrimos a esta nueva categorización porque, de lo contrario, en el modelo original la presencia de una
discapacidad grave perdía significación (hecho que parece remitir más a una insuficiencia de la muestra que a una real
ausencia de diferencias).

351
Violencia de género en la pareja y exclusión social

11.4 Dinámicas subyacentes a los datos presentados


A lo largo de este capítulo se ha podido observar que la intensidad de la asociación
existente entre las situaciones de dificultad social y la violencia varía dependiendo del tipo
de maltrato. Más específicamente, tanto la Macroencuesta como la Encuesta Foessa
demuestran que dicha asociación es máxima en el caso de la violencia física, intermedia en
lo que respecta a la violencia sexual y mínima en lo atañe a la violencia psicológica.
Partiendo de tales resultados, analizamos ahora qué dinámicas y procesos son
responsables del hecho de que la fuerza de esta asociación alcance su máximo precisamente
en el caso de la violencia física261. Nuestra hipótesis es que esto guarda relación con dos
elementos, inextricablemente ligados entre sí. El primero de ellos es el hecho de que, en
contextos de exclusión, es más probable que los varones carezcan de herramientas
alternativas que les permitan alcanzar una masculinidad exitosa, con lo cual la fuerza y la
violencia física se convierten, para ellos, en formas privilegiadas de ejercer la masculinidad
(DeKeseredy y Schwartz 2005). El segundo elemento es el hecho de que, en situaciones de
exclusión, el recurso a la violencia física está más normalizado que en situaciones de
integración y es, por lo tanto, más probable que los hombres recurran a ella. Ambos
elementos, por otra parte, se encuentran inextricablemente ligados entre sí: por un lado, de
hecho, una mayor tendencia a utilizar la fuerza y violencia física conlleva una paulatina
normalización de la misma; por otro, esta normalización es un incentivo añadido al recurso
a esta forma de maltrato.
Una vez aclarado este esquema lógico, cabe evidenciar que, por razones de orden
metodológico, en nuestro análisis hemos preferido focalizarnos en el segundo de los
factores nombrados. Éste, de hecho, es el más novedoso y también el que mejor se puede
captar por medio de entrevistas a mujeres supervivientes. El primero, por el contrario, no
solamente ya ha sido ampliamente abordado por los estudios sobre masculinidades (ej.
DeKeseredy y Schwartz 2005), sino que –para ser analizado en profundidad– requeriría de
entrevistas a varones maltratadores.
Dicho esto, cabe destacar que esta mayor normalización de la violencia física (de toda la
violencia física, no únicamente aquella que adquiere el apelativo “de género”) se puede
deducir a partir de varios elementos, a nivel tanto de hechos como de discurso. La distinción
entre hecho y discurso, por otra parte, es analítica, no real. Los discursos, en efecto, están
fuertemente influidos por la realidad vivida; mientras que esta realidad se ve a su vez
paulatinamente modificada por los discursos sobre ella.
Empezando por los hechos, un primer elemento que denota mayor normalización de la
violencia física en contextos de exclusión es que allí los varones no recurren a ella
únicamente en el marco de la relación de pareja, sino en todas las esferas de la vida:

Y luego eso, tiene antecedentes penales también, él. Yo nunca he dicho nada, pero…
bueno…. antecedentes penales tiene. Se ha encarado a la guardia civil, como que l´ha
pegado a un municipal, ha tenido juicio, o sea…. y eso está allí. (E5)

261No se trata de forma específica el caso de la violencia sexual porque, en los relatos de las mujeres supervivientes, ésta no se
trata con tanto detalle como la violencia física (es decir, no tenemos material suficiente para efectuar una buena comparación).

352
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

Él siempre ha sido así, de… violento y de… siempre. Siempre ha sido violento siempre, por
los… las denuncias y eso, que… que yo las vi (…) vi denuncias que… había pegado a uno,
que le habían hecho sus padres, contra él… que los quería matar, que le había sacado el
cuchillo... (E4)

Ha intentado matarle, a mi hijo también, ha intentado... matar a su tío, con el que vive, que
es su hermano, de su padre, y... los tiene amenazados, han tenido que irse a vivir a otro
pueblo también (…) a esa tía también la agredió. Físicamente. A su tía también. La cogió
del cuello y intentó matarla también, ¡eh! (…) y ha... y ha agredido a su tía, otra tía, es
decir... (E13)

En contextos más normalizados, por el contrario, esto no sucede, sino que el único
ámbito en el que se puede detectar violencia física es la relación de pareja, un ámbito muy
particular, tanto por las desigualdades de género que lo permean como por el ocultismo que
también lo caracteriza.
Otro elemento que también sugiere una mayor normalización de la violencia física en
situaciones de exclusión es el hecho de que, en tales contextos, incluso las mujeres llegan a
usarla, aunque sea para defenderse:

Un mes, llevaba de casada (…) Y me dio… una paliza tremenda, se me llevó media mata
de pelo... pero yo, no sé… como mujer, ante eso no me he dejado, mira, he sido fuerte para
unas cosas y pa´ otras no. Subió la madre, le vio que me pegaba, y aún cómo: "que dale,
dale", decía, ¿no? Entonces, allí me dolió más, y ya, cogí una figura, así, de este tipo (coge
una estatuilla de piedra que tiene en el salón), ¡zas!, y le di. (…) Y ya no se atrevió nunca
más a pegarme.
¿No te volvió a pegar nunca?
No, luego cuando eran los niños un poquito más mayores, quería pegar a los niños. Y yo,
con un cuchillo, grande, aunque quede grabado (hace amago de reír), no es que se lo iba a
clavar, pero... "como… como te acerques a mis hijos, te mato", le decía. Y no le pegaba,
porque no se atrevía, y rompía, pues… entonces le daba por romper armarios, figuras...
(E7)

Sí que me ha pegado, y me ha hecho hematomas, y me ha hecho moraduras, y pff… de


todo. Me ha hecho de todo. Ahora, yo a él también. Porque luego un viaje le tiré yo con un
vaso, y le hice cuatro puntos también a él. Con un vaso de cristal, que tenía al lado de la
fregadera, le cogí y le di. Me estaba dando, nunca me he dejado. Nunca. (E10)

En situaciones de integración, por el contrario, no se ha detectado ningún caso en el que


la mujer haya intentado defenderse de los ataques de la pareja recurriendo ella también a la
violencia física.
Resulta interesante evidenciar que el hecho de que las mujeres no aguanten inermes los
golpes recibidos sino que sean capaces de utilizar la fuerza y violencia física para
defenderse de las agresiones de la pareja puede llegar a reducir la intensidad de la violencia
que ésta ejerce contra ella y sus criaturas. Es éste, por ejemplo, el caso de Gabriela, que,
como se ha podido apreciar en el fragmento anterior, precisamente gracias a ello pudo
preservar de nuevos ataques tanto a sí misma como a sus hijas e hijos.
En lo que respecta al discurso, cabe destacar que, en situaciones de exclusión (y
diversamente que en contextos de integración), el recurso a la violencia física no se percibe
como algo excepcional, que se sale de la norma y lo esperado, sino como algo relativamente
normalizado. Esto se puede deducir a partir de varios elementos, in primis el hecho de que,
en los testimonios de las mujeres entrevistadas, tales episodios no son recordados con
especial intensidad ni constituyen un antes y un después claramente marcado:
353
Violencia de género en la pareja y exclusión social

¿El primer golpe? Pues tampoco me acuerdo exactamente. (E5)

Otro elemento –estrechamente relacionado con el primero– que también sugiere cierta
normalización de la violencia física es el hecho de que, en contextos de exclusión, ésta no
ocupa un lugar destacado en la narración, sino que las mujeres se limitan a nombrarla, sin
ofrecer ningún detalle, y rápidamente continúan con su relato:

Eso parecía un… una casa de… para que me entiendas, de borrana, porque me metía toda la
gente allí, y yo, que tenía al niño, cuando llegaba él, paliza pa’aquí, paliza pa’allá… (E16)

Luego cobrábamos la Renta Básica por ejemplo, y cogía todo el dinero, me pegaba un
palizón, me lo quitaba… (E15)

Asimismo, un tercer factor que también sugiere cierto grado de normalización de la


violencia física es el hecho de que ésta, en los relatos de las mujeres supervivientes, aparece
mezclada con otros tipos de maltrato, sin que se pueda detectar una diferenciación clara
entre violencia física, por un lado, y psicológica, por otro:

Y pues, el chaval pues empezó... me empezó con la tontería, un día soltarme un tortazo... un
día... que si ahora nos sales, si… no te vistas así... (E15)

Esta falta de protagonismo y “excepcionalidad” de la violencia física se puede apreciar


incluso en los casos en los que ésta es especialmente intensa. Carmen, por ejemplo, pese a
haber sido amenazada con un machete por parte de su pareja, ni siquiera habría nombrado
este episodio de no haber sido directamente interrogada por la entrevistadora (y esto
mientras sí relataba con todo detalle el maltrato económico). A esto se añade que el tono de
la narración tampoco es el que cabría esperar frente a una agresión de tal envergadura, ya
que ella, nada más describir este ataque, rápidamente cambia de tema y comienza a hablar
de su nueva pareja:

Tú, has tenido otra relación después me has dicho, ¿no?


Sí.
Cuando tuviste otra relación, ¿el cómo se mostró? ¿Se mostró molesto, celoso...?
Me sacó un machete. Bajaba, con el otro chico, nada, en plan... bajábamos de hacer
papeleos y tal, y yo iba leyendo así, y el otro chico iba a la par mía, y yo estaba leyendo y...
me vio y se bajó corriendo con un machete. En mitad de la carretera, o sea otros coches
pitando y él con un machete. Que me libré por los pelos. Sí que se enfadó mucho, sí. Pero
vamos, yo con ese chico aún no tenía un… una relación, o sea... éramos como amigos y tal,
pues tomábamos café: "bah, pues venga, que te acompaño". "¿Qué tienes que hacer?". "Ah
pues...". O sea, tampoco llegué... tenía una relación seria ni nada. Simplemente como
amigos, lo empezaba a conocer, venga un café aquí, esto lo otro, pero... (E12)

Finalmente, otro elemento que no podemos ignorar –y que también indica mayor
normalización de la violencia física en contextos de exclusión– es el hecho de que las
mismas mujeres llegan a justificarla en determinadas circunstancias. Gabriela, por ejemplo,
como ya se ha visto con anterioridad, afirma que “no me tienes porque pegar, tienes la casa
hecha, y la comida... no me tienes que pegar...” (E7). Al hacerlo, indirectamente sugiere
que, en el caso de que una mujer no cumpla con sus obligaciones referentes al cuidado del
hogar, entonces sí es legítimo ejercer violencia física contra ella.
En situaciones de integración, por el contrario, la violencia física no está tan
normalizada, sino que se percibe como algo anómalo y excepcional. Esto, evidentemente,

354
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

no significa que las mujeres integradas no experimentan violencia física, sino que, en su
caso, ésta es menos habitual y se vive como tal. Varios elementos permiten evidenciar esta
menor normalización de la violencia física en contextos de plena integración. Nos
referimos, en primer lugar, a la forma en la que ésta se relata. Las mujeres integradas, de
hecho, le dedican amplio espacio, narran la agresión de principio a fin y ofrecen una riqueza
de detalles que no se aprecia en el relato de mujeres en situación de exclusión:

No, no, no me había pegado nunca. Lo que pasa que mi maltrato… yo… para mí… era
psicológico, terrible, ¿entiendes? Sol… salvo que al final, cuando ya le dije que me
separaba, sí que me dio dos empujones, que porque en uno de ellos tuve suerte, que estaba
detrás, si no me tira, me tira de espalda, o sea me pilló… te pillan, que no te lo esperas,
¿sabes? Está bien, y de repente, ¡fuum!, me tiró, así sin motivo, ni nada, tuve la suerte que
choqué con mi hija, porque si no yo creo que mi espalda… y además como yo la tengo, me
la habría... porque me dio me dio un empujón terrible. Mi hija se cayó y todo del empujón
que yo caí encima de ella, o sea, me dio un empujón, terrible. (E3)

Estaba yendo a casa, y vi que él estaba en la puerta, abajo, en la calle, esperándome, y... me
dice: “¿dónde (pone tono enfadado) estabas? no sé qué”, y le digo: “hombre, ¿no me has
echado de casa? Pues me he ido”. Y… “¿por qué te has ido?, no sé qué”. Digo: “porque me
has echado”. Y entonces me empieza a pegar, así… me empieza a pegar así en la espalda,
“venga, ¡sube a casa! no sé qué”. Y había unas escaleras para subir a casa, y todo el rato
empujándome, y cuando estábamos en casa, seguía él pegándome y diciéndome de todo,
entonces yo me eché a correr, me fui al dormitorio, porque luego hay unos ventanales que
está, la terraza, pero claro las… los ventanales estaban cerraos, y yo quise saltar pero
encima de la cama, para… salir, pero él me cogió por detrás, yo estaba en la cama así, boca
abajo, él se me sentó encima de la espalda, me empezó a dar puñetazos, diciéndome que era
una puta, que por qué me había ido de casa, que qué disgusto le había dado, o sea
haciéndose la víctima, e yo flipando, yo decía: “me he ido porque tú me has dicho, y
además quítate de encima que me estás haciendo mucho daño, no me pegues más, no sé
qué”. Y bueno cuando le dio la gana ya dejó de pegarme, y entonces… mmh… yo le
arrinconé a un rincón, de la habitación, y le dije gritando, ¿no? le dije: “me he ido de casa
porque tú me has echado, ¿vale? Si no yo no me voy de casa, pero come me has echado,
pues yo me voy, estoy harta de que me eches, entonces el otro se quedó así, callado, se fue
a su cuarto… y… y ya está. (E1)

Otro elemento que también evidencia una mayor excepcionalidad de la violencia física
en contextos de integración es el hecho de que allí, a diferencia que en situaciones de
exclusión, el recurso a la misma sí constituye un antes y después claro en la evolución del
proceso de violencia:

Yo creo que la decisión, la tomé en ese momento, cuando me estampó contra la pared, me
agarró del cuello y me dijo que yo no me movía de casa (…) previamente yo, antes de todo
esto, llegó... hacía ya unos meses que le había dicho que... que igual nos teníamos que
separar una temporada, ¿no? (…) ya cuando me... enganchó del cuello, me... pues igual ya
allí dije: "no, o sea... se acabó esto, y se acabó, y cargo con todo lo que venga detrás, pero
me voy". (E14)

El análisis efectuado, en suma, muestra que, efectivamente, en contextos de exclusión el


recurso a la violencia física está más normalizado que en situaciones de integración, hecho
que puede facilitar su utilización por parte de varones que se encuentran en tales
situaciones, así como diluir la reacción de las mujeres.
Esta mayor normalización representa, sin lugar a dudas, un elemento de riesgo. Si se dan
las condiciones adecuadas, sin embargo, ésta puede llegar a convertirse en un recurso para
la intervención. Uno de los objetivos de las políticas de lucha contra la violencia de género,

355
Violencia de género en la pareja y exclusión social

de hecho, suele ser mostrar que no solamente los golpes constituyen violencia, sino que
actitudes de control, menosprecios y agresiones sexuales de diversa intensidad también lo
son. En otras palabras, uno de sus fines es mostrar que se trata, en todo caso, de diferentes
manifestaciones de un mismo fenómeno. En este contexto, entonces, el hecho de que, en
situaciones de exclusión, la violencia física no se perciba como algo excepcional ni
radicalmente diferenciado del maltrato psicológico es algo que puede llegar a facilitar un
abordaje integral de los procesos de violencia.
Finalmente, si partimos de la premisa de que la violencia de género es un proceso
gradual, en el que el recurso a la violencia física simplemente representa el punto de llegada
de una escalada en la intensidad del maltrato (Delgado et al. 2007; Fernández 2004),
entonces podemos formular otra hipótesis –complementaria y no excluyente con lo
afirmado hasta ahora–, según la cual una mayor utilización de la violencia física en
contextos de exclusión podría ser un simple reflejo de la mayor intensidad del maltrato que
allí se da262.

262 Para un análisis más detallado de estas cuestiones véase apartado 11.2.1.

356
11.5 Conclusiones
Como se recordará, nuestra hipótesis de partida era que la intensidad de la correlación
entre la violencia de género y las situaciones de dificultad social varía dependiendo del tipo
de maltrato.
El análisis efectuado ha permitido corroborar esta hipótesis. De hecho, hemos
comprobado que la intensidad de la asociación entre la violencia y las situaciones de
dificultad social es máxima en el caso de la violencia física, intermedia en lo que atañe a la
violencia sexual y mínima en lo que se refiere a la violencia psicológica.
Más concretamente, la Macroencuesta permite concluir que, en situaciones de
vulnerabilidad social: el riesgo de enfrentar violencia física a mano de la pareja o la ex
pareja se multiplica por 3; la probabilidad de experimentar violencia sexual se multiplica
por 2,4; y el riesgo de vivenciar violencia psicológica es un 36% más elevado. Si acercamos
la mirada y diferenciamos entre violencia emocional y de control, por otra parte,
observamos que, en el caso de la primera, en situaciones de vulnerabilidad social el riesgo
es un 54% más elevado, mientras que, en el caso de la segunda, la variable que nos ocupa
simplemente no es significativa. Este último es un dato especialmente interesante, ya que
indica que, aunque la situación de vulnerabilidad es un factor de riesgo para algunos tipos
de maltrato, no lo es para todos, sino que existen también tipologías de violencia que son
auténticamente transversales y afectan de igual manera a mujeres integradas y vulnerables.
La Encuesta Foessa, por su parte, permite utilizar la noción de exclusión social –que, a
diferencia de la vulnerabilidad, no es dicotómica, sino que identifica cuatro espacios
diferentes en función del grado de alejamiento de la situación de plena integración– y
mejorar así la precisión de nuestro análisis. También consiente conocer la situación del
barrio que, como hemos visto, es muy relevante.
Observamos así que: el riesgo de experimentar violencia física se incrementa un 70% en
exclusión moderada y un 120% en exclusión severa, mientras que se multiplica por 11,5 en
el caso de mujeres que residen en barrios marginales; el riesgo de enfrentar violencia
sexual, por su parte, no se ve acrecentado por la situación de exclusión del hogar, pero la
zona de residencia adquiere un peso aún mayor que en el caso de la violencia física (el
riesgo de multiplica por 12,2); el riesgo de experimentar violencia psicológica, finalmente,
se incrementa en un 91% en exclusión moderada, mientras que ni hallarse en exclusión
severa ni residir en un barrio marginal inciden en él.
Estos datos permiten efectuar algunas reflexiones. En primer lugar, se descubre que el
fuerte peso del entorno detectado para el conjunto de la violencia de género escondía, en
realidad, el peso de la violencia física y sexual, mientras que en el caso de la violencia
psicológica esta variable ni siquiera es significativa. Esto sugiere que las primeras dos se
ven más influidas por dinámicas de tipo comunitario, relacionadas sobre todo con una
redefinición de la masculinidad en términos anómicos (Hampton, Oliver y Margarian 2003;
Jewkes 2002), mientras que la violencia psicológica, quizás por efecto de su mayor
normalización y aceptación social, guarda más relación con dificultades de nivel individual
(o de hogar).

357
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Si focalizamos la mirada en la situación del hogar, por otra parte, observamos que la
exclusión moderada se asocia sobre todo a un incremento en la probabilidad de
experimentar violencia psicológica y la exclusión severa a un aumento en el riesgo de
enfrentar violencia física. En otras palabras, en el caso de la primera no solamente la
asociación con situaciones de dificultad social es más débil que en lo que respecta a la
segunda, sino que, cuando ésta se da, es principalmente con las situaciones de dificultad
menos intensa. Resulta, sin embargo, difícil comprender por qué, el caso de la violencia
sexual, la situación de exclusión social del hogar no parece ser un factor de riesgo. El hecho
de que ésta se mida a través de un único indicador y que éste, además, sea poco preciso,
puede quizás explicar parte de los resultados. Nuevas investigaciones deberán seguir
indagando en este tema.
En cualquier caso, para valorar la fuerza de la asociación entre situaciones de dificultad
social y riesgo de enfrentar cada tipo de violencia, lo más adecuado no es analizar la
situación del hogar y del entorno de forma separada, sino valorar su peso conjunto. Y esto
muestra claramente que la asociación más fuerte se registra en el caso de la violencia física,
seguida por la violencia sexual y solamente en último lugar por la violencia psicológica. Se
confirman, en suma, los resultados obtenidos por medio de la Macroencuesta.
El menor grado de transversalidad de la violencia física puede guardar relación con dos
elementos, inextricablemente ligados entre sí. El primero de ellos es el hecho de que, tal y
como evidencian los estudios sobre masculinidades (DeKeseredy y Schwartz 2005), la
violencia física es un instrumento que permite a los varones “construir el género” y este
instrumento tiende a ser utilizado preferentemente por aquellos que carecen de otros medios
que les permitan alcanzar una masculinidad exitosa (una situación especialmente frecuente
en situaciones de exclusión social). El segundo elemento es el hecho de que, tal y como
demuestra el análisis cualitativo efectuado, en situaciones de exclusión, la utilización de la
violencia física está más normalizada que en contextos de integración y es, por lo tanto, más
fácil que los hombres puedan recurrir a ella. Estos elementos, por otra parte, se encuentran
inextricablemente ligados entre sí: por un lado, de hecho, una mayor propensión a utilizar la
fuerza y violencia física conlleva una paulatina normalización de la misma; por otro, esta
normalización es un incentivo añadido a la utilización de esta forma de maltrato. En este
sentido, entonces, la exclusión se configura como un claro factor de riesgo y sitúa a las
mujeres excluidas en posición de clara desventaja. Una última hipótesis que también puede
ayudarnos a comprender por qué la asociación entre exclusión y violencia es especialmente
elevada en el caso de la violencia física parte de la premisa de que la violencia de género es
un proceso gradual y la violencia física el punto de llegada de una escalada en la intensidad
del maltrato (Delgado et al. 2007; Fernández 2004). En este sentido, entonces, el mayor
riesgo de violencia física en contextos de exclusión podría simplemente indicar que, allí, la
violencia tiende a alcanzar con mayor facilidad unos grados a los que en integración más
difícilmente llega.
En lo que respecta a la violencia sexual, que también presenta una fuerte asociación con
situaciones de dificultad, el mecanismo podría ser parecido al que los estudios sobre
masculinidades ponen de relieve para el caso de la violencia física. Más concretamente,
debemos considerar que el éxito en el ámbito sexual es un factor clave de la masculinidad;
que, en determinadas contextos (ej. desempleo masculino) relacionados con situaciones de

358
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

vulnerabilidad o exclusión, la posibilidad de recurrir a otros elementos centrales de dicha


masculinidad se ve mermada y que, como resultado, la imposición a la pareja de contactos
sexuales puede ser una forma de compensación, dirigida a evitar una supuesta emasculación
(Peralta, Tuttle y Steele 2010).
Finalmente, el mayor grado de transversalidad de la violencia psicológica podría deberse
al hecho de que nos enfrentamos, en este caso, a una violencia que es menos evidente que el
maltrato físico o sexual, una violencia que puede fácilmente confundirse con
comportamientos sexistas (Osborne 2008) y que es, por ello, mucho más normalizada y, por
ende, transversal que otras formas de maltrato.
La violencia psicológica, por otra parte, no conforma un bloque monolítico, sino que, en
su interior, podemos distinguir la violencia emocional y de control, la primera claramente
más asociada a procesos de vulnerabilidad o exclusión que la segunda. El mayor grado de
transversalidad de la violencia de control puede explicarse considerando que ésta remite de
forma más directa a la operatividad del sistema de género. La violencia emocional, por el
contrario, se encuentra más sometida a la contingencia y, en relación con esto, se ve
mayormente facilitada por la presencia de elementos que contribuyen a una devaluación de
las mujeres (como una situación de vulnerabilidad social, pero también un nivel educativo
muy bajo o una discapacidad).
Hasta ahora hemos observado cómo varía el riesgo de enfrentar cada tipo de violencia en
función de la intensidad de la exclusión; la variable que nos ocupa, sin embargo, permite
asimismo analizar cómo este riesgo se modifica en función del tipo de exclusión
experimentado. En lo que a esto respecta, en primer lugar hemos confirmado la relevancia
del conflicto social ya detectada en el capítulo 8. En todos los casos, de hecho, ésta es la
dimensión que mayormente incrementa el riesgo de enfrentar violencia de género
(multiplica por 5 el riesgo de enfrentar violencia física, por 4,6 el riesgo de experimentar
violencia psicológica y por 3,8 la probabilidad de vivenciar violencia sexual).
En segundo lugar, resulta especialmente interesante evidenciar que, aunque en el caso de
la violencia sexual la exclusión globalmente considerada no constituía un factor de riesgo,
la presencia de conflicto social sí lo es, y de peso, además, muy elevado. Es éste un
resultado que confirma la importancia de efectuar un análisis por sectores, atendiendo de
forma separada a la exclusión que se da en cada ámbito, desde lo laboral hasta lo educativo,
lo relacional, etc. (Laparra 2010; Laparra y García 2010).
Además del conflicto, otras dimensiones relevantes son la exclusión de la salud (que
multiplica por 2,2 la probabilidad de experimentar violencia física), la exclusión de la
educación (que multiplica por 2,6 la probabilidad de experimentar violencia psicológica) y
la exclusión del consumo (que multiplica por 2,1 el riesgo de enfrentar este mismo tipo de
violencia).
Ninguna otra dimensión (exclusión del empleo, política, de la vivienda y aislamiento
social) globalmente considerada, es significativa. Algunos de los indicadores que las
conforman, sin embargo, sí lo son. Es éste, por ejemplo, el caso de la presencia de personas
en instituciones, que pertenece a la dimensión del aislamiento social e incrementa de forma
significativa la probabilidad de enfrentar violencia física y sexual; o piénsese también en el

359
Violencia de género en la pareja y exclusión social

hecho de vivir en una vivienda insalubre, otro indicador que pertenece a una dimensión no
significativa y que, sin embargo, sí incrementa el riesgo de experimentar violencia física.
El análisis por indicadores efectuado, además, nos ha permitido concluir que la
presencia, en el hogar, de alguien con problemas de alcoholismo, drogodependencias o
ludopatías es la única circunstancia (entre las 35 consideradas) que incrementa de forma
significativa el riesgo de experimentar cualquier tipo de violencia. Más concretamente, en
este caso, la probabilidad de vivenciar violencia psicológica se multiplica por 5,1; el riesgo
de experimentar violencia física por 4,2; y el riesgo de enfrentar violencia sexual por 3,2. Se
trata, en todos los casos, de incrementos particularmente elevados.
Aunque la formulación del indicador no permite establecer con seguridad quién es la
persona que padece estos problemas, los datos obtenidos son igualmente muy importantes
de cara al diseño de políticas y a la intervención, ya que permiten identificar un grupo de
hogares en los que las mujeres se hallan en situación de riesgo especialmente elevado. Y
esta constatación puede servir tanto para diseñar actividades específicas de sensibilización y
prevención como para diseñar e implementar protocolos de intervención diferenciados para
esos casos en concreto. Esta intervención focalizada, sin embargo, será eficaz únicamente si
no olvida que la violencia es un fenómeno con carácter estructural, producto de las
desigualdades de género que cruzan la sociedad, y que, por lo tanto, tanto el alcohol como
las drogas y el juego no son más que elementos de riesgo, desencadenantes, que de ninguna
manera deben ser interpretados y tratados como causas de la violencia.
El análisis efectuado permite asimismo extraer algunas conclusiones acerca de otros
factores de riesgo. Entre ellos, para nosotras resultan particularmente interesantes aquellos
que guardan relación con procesos de exclusión social. Nos referimos al nivel educativo, la
relación con la actividad laboral, el lugar de origen y la discapacidad (esta última, a
diferencia que los anteriores, no constituye un elemento de exclusión propiamente dicho,
pero sí guarda con ella cierta relación).
El nivel educativo se configura como un factor de riesgo muy relevante, aunque
únicamente en lo que respecta a las mujeres y en el caso específico de la violencia física y
sexual (tener estudios primarios o inferiores multiplica el riesgo por 4,5 y 4,6
respectivamente). En el caso de la violencia psicológica, por el contrario, la importancia del
nivel educativo se reduce notablemente (el incremento no supera aquí el 44%), siendo
mínima en el caso específico de la violencia de control (cuando éste se sitúa en un 39% y
hasta deja de ser relevante si nos centramos en el caso específico de la violencia ejercida
por la pareja). Esto confirma el mayor grado de transversalidad de este último tipo de
violencia. En lo que respecta a los hombres, por el contrario, el nivel educativo nunca es un
factor de riesgo importante, sino que mantiene un peso similar y muy reducido para todos
los tipos de violencia (tener estudios primarios o inferiores ni siquiera llega a incrementar
de forma significativa el riesgo de agresión física o sexual y aumenta en un 54% el riesgo
de agresión psicológica). Esto confirma que un nivel formativo elevado logra proteger a las
mujeres –por lo menos frente al riesgo de victimización física y sexual, aunque no
psicológica– pero no consigue cambiar la masculinidad.
La situación de desempleo es un factor de riesgo mucho menos relevante que la ausencia
de formación, por lo menos en lo que respecta a las mujeres. En el caso de ellas, de hecho,
ésta nunca llega a incrementar el riesgo de victimización. En el caso de los hombres, por el

360
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social

contrario, sí se registra un incremento en el riesgo de agresión, pero es bastante reducido y


además se detecta únicamente en el caso de la violencia sexual (el riesgo de agresión se
incrementa aquí en un 71%). Se trata de unos resultados muy relevantes, ya que
habitualmente se tiende a creer que el desempleo del varón es un factor de riesgo muy
importante, y no lo es.
Si observamos la incongruencia de estatus laboral entre los dos miembros de la pareja,
sin embargo, la fotografía cambia: cuando él se encuentra en desempleo pero ella está
empleada, de hecho, el riesgo aumenta de forma muy clara (se multiplica por 2,5 en lo que
respecta a la violencia sexual y se incrementa alrededor del 60% en lo que atañe a la
violencia emocional). Estos resultados indican que el empleo no logra proteger a las
mujeres, pero el desempleo (sobre todo cuando el varón es el único que se halla en tal
situación) sí incide en la masculinidad.
La discapacidad, por su parte, es un factor de riesgo muy importante, pero cuyo peso
varía grandemente en función del tipo de violencia. Es máximo en el caso de la violencia
física (cuando el riesgo se multiplica por 3 y 2,5 según que se trate de situaciones más o
menos graves), intermedio en lo que respecta a la violencia sexual (cuando, en caso de
situaciones graves, el riesgo se multiplica por 2,2) y mínimo en el caso de la violencia
psicológica (cuando, según la gravedad de las situaciones, el riesgo se incrementa en un
79% y 38% respectivamente).
En lo que respecta al lugar de origen, finalmente, hemos podido comprobar que el hecho
de que la mujer tenga origen extranjero es un factor de riesgo de peso intermedio y parecido
para todos los tipos de violencia (con la excepción de la violencia de control, cuando el
riesgo es más elevado y llega a multiplicarse por 2). El hecho de que el varón tenga origen
extranjero, por el contrario, actúa de forma parcialmente diferente: en este caso, de hecho,
el peso de la variable origen varía muy claramente en función del tipo de maltrato
(multiplica por 4,7 el riesgo de agresión física, por 2,3 la probabilidad de violencia de
control y por 2 el riesgo de agresión sexual; no incide, por el contrario, en la probabilidad
de enfrentar violencia emocional).
Si comparamos el peso de todas estas variables con el de la situación de exclusión
globalmente considerada, podemos observar que, efectivamente, algunas de ellas (como la
discapacidad o la formación) parecen tener un peso mayor que esta última. Cuando
descomponemos la variable exclusión en las dimensiones que la conforman, sin embargo, la
situación se modifica y la presencia de conflicto social aparece claramente como uno de los
elementos que más fuertemente incrementan el riesgo de victimización.
Recapitulando, el análisis efectuado confirma que no todos los tipos de violencia
presentan el mismo grado de transversalidad; muy al contrario, algunas tipologías de
maltrato se concentran sobre todo en situaciones de vulnerabilidad o exclusión social,
mientas que otras afectan de manera parecida a mujeres pertenecientes a todo el espectro
social.
Estos datos pueden ser especialmente útiles de cara al diseño de políticas y a la
intervención social, ya que permiten mejorar la adecuación de las actividades a las
necesidades del colectivo a las que van dirigidas. Esto significa, por ejemplo, que hacer
hincapié en la violencia física (aunque no solamente en ella) es especialmente adecuado en

361
Violencia de género en la pareja y exclusión social

situaciones de exclusión social mientas que incidir en el maltrato psicológico (y más


concretamente, en la violencia de control) es igualmente importante en todos los sectores
sociales.

362
11.6 Anexos del capítulo
Tabla 53. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
263
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Dimensiones de exclusión
Dim 2 Ex clusión del consumo
N o (ref.)
Sí ,202 (,077-,525) ,001 ,215 (,082-,565) ,002 ,271 (,101-,723) ,009
Dim 5 Ex clusión de la v iv ienda
N o (ref.)
Sí 1,769 (1,254-2,495) ,001 1,499 (1,037-2,168) ,031 1,476 (,995-2,189) ,053
Dim 6 Ex clusión de la salud
N o (ref.)
Sí 2,008 (1,410-2,861) ,000 1,756 (1,206-2,556) ,003 1,891 (1,269-2,817) ,002
Dim 7 C onflicto social
N o (ref.)
Sí 5,898 (3,765-9,239) ,000 4,195 (2,560-6,873) ,000 4,858 (2,895-8,152) ,000
Características de la mujer
Discapacidad
N o (ref.)
Sí 2,126 (1,245-3,631) ,006 1,725 (,974-3,056) ,062
Estado civ il
C asada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 1,770 (,969-3,233) ,063 1,185 (,630-2,228) ,599
Separada/div orciada 6,868 (4,524-10,427) ,000 6,408 (4,112-9,985) ,000
Viuda 2,310 (1,080-4,939) ,031 2,523 (1,127-5,650) ,024
Soltera 1,866 (1,155-3,013) ,011 1,645 (,987-2,739) ,056
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,751 (1,077-2,846) ,024 1,805 (1,082-3,012) ,024
Dificultades escolares
N o (ref.)
Sí 2,255 (1,567-3,245) ,000 2,232 (1,519-3,278) ,000
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste 3,049 (1,001-9,289) ,050
N oreste ,568 (,176-1,835) ,344
C omunidad de M adrid 1,823 (,638-5,209) ,262
C entro 3,194 (1,294-7,884) ,012
Este 3,482 (1,389-8,730) ,008
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
M edia ,152 (,077-,300) ,000
Baja ,237 (,177-,481) ,000
Tamaño habitat
M enos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 4,211 (2,006-8,839) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,776 (,844-3,734) ,130
M ás de 100.000 1,387 (,682-2,823) ,367
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,019
Barrio o zona en buenas condiciones 2,632 (,927-7,472) ,069
Barrio o zona deteriorado 2,369 (,772-7,271) ,132
Zona marginal 7,640 (2,029-28,768) ,003
N casos usados por cada modelo 4.154 4.061 4.061
R cuadrado de N agerkelke 0,074 0,171 0,270

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

263En este modelo se controla por el origen, la relación con la actividad laboral, el nivel formativo y la situación económica del
hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa.
Tabla 54. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
264
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
I ndicadores de exclusión
IND 7 Pobreza extrema
No (ref.)
Sí ,065 (,016-,258) ,000 ,078 (,018-,331) ,001 ,152 (,037-,616) ,008
IND 16 Vivienda insalubre
No (ref.)
Sí 2,567 (1,570-4,196) ,000 2,455 (1,471-4,099) ,001 2,521 (1,461-4,349) ,001
IND 21 Gastos excesivos de la vivienda
No (ref.)
Sí 2,076 (1,243-3,468) ,005 1,403 (,802-2,456) ,235 1,259 (,682-2,323) ,462
IND 23 Han pasado hambre
No (ref.)
Sí 5,158 (2,902-9,169) ,000 4,048 (2,165-7,568) ,000 4,186 (2,162-8,105) ,000
IND 25 Personas dependientes sin apoyo
No (ref.)
Sí 3,686 (1,286-10,565) ,015 5,925 (1,923-18,255) ,002 6,407 (1,954-21,010) ,002
IND 29 Malas relaciones en el hogar
No (ref.)
Sí 8,531 (2,993-24,316) ,000 13,062 (4,418-38,619) ,000 14,662 (4,106-52,355) ,000
IND 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
No (ref.)
Sí 7,113 (3,859-13,108) ,000 3,544 (1,797-6,990) ,000 4,707 (2,389-9,275) ,000
IND 35 Personas en instituciones
No (ref.)
Sí 40,544(6,712-244,924),000 93,676(13,014-674,274),000 61,059(7,643-487,787),000
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,991 (1,059-3,741) ,032 1,504 (,767-2,949) ,235
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 1,477 (,709-3,074) ,298 1,010 (,471-2,165) ,979
Separada/divorciada 7,547 (4,704-12,107) ,000 8,398 (5,069-13,914) ,000
Viuda 2,112 (,913-4,888) ,081 2,674 (1,121-6,377) ,027
Soltera 1,768 (1,017-3,074) ,043 1,752 (,970-3,165) ,063
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,949 (1,142-3,327) ,014 2,197 (1,246-3,874) ,007
Dificultades escolares
No (ref.)
Sí 2,341 (1,539-3,560) ,000 2,138 (1,372-3,332) ,001
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,886 (,543-6,554) ,318
Noreste ,429 (,121-1,524) ,191
Comunidad de Madrid 1,043 (,333-3,261) ,943
Centro 2,971 (1,103-8,005) ,031
Este 2,513 (,952-6,635) ,063
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,139 (,065-,296) ,000
Baja ,209 (,099-,443) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 4,402 (1,857-10,432) ,001
Entre 20.000 y 100.000 2,187 (,927-5,158) ,074
Más de 100.000 1,398 (,609-3,210) ,430
N casos usados por cada modelo 3.281 3.233 3.233
R cuadrado de Nagerkelke 0,131 0,234 0,324
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

264En este modelo se controla por el origen, la relación con la actividad laboral, el nivel formativo y la situación económica del
hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa.

364
Tabla 55. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja. Modelo que elimina
la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y
265
relación con la actividad laboral
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o univ. (ref.) ,001 ,106 ,110
Bachiller o FP grado medio 2,601 (1,119-6,044) ,026 2,677 (1,071-6,693) ,035 2,673 (1,069-6,686) ,036
ESO 2,870 (1,260-6,535) ,012 2,200 (,851-5,687) ,104 2,146 (,828-5,560) ,116
Primarios o inferiores 5,112 (2,324-11,245) ,000 3,089 (1,191-8,014) ,020 3,032 (1,168-7,870) ,023
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,601 (1,119-6,044) ,026 ,617 (,237-1,606) ,322
Relación con la actividad lab.
Inactiva (ref.) ,048 ,094
Parada 1,960 (1,116-3,445) ,019 1,694 (,936-3,063) ,081
Ocupada 1,157 (,663-2,019) ,607 ,928 (,516-1,670) ,804
Enfermedad crónica o discap.
No (ref.) ,000 ,002 ,002
Sí, en cierta medida 2,716 (1,659-4,449) ,000 2,231 (1,323-3,761) ,003 2,242 (1,328-3,787) ,003
Sí, grave 2,872 (1,312-6,288) ,008 2,663 (1,210-5,863) ,015 2,714 (1,231-5,982) ,013
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 4,563 (2,675-7,783) ,000 6,267 (2,583-15,206) ,000
Nivel educativo
Primarios (ref.) ,000 ,024 ,024
Secundarios ,273 (,137-,545) ,000 ,333 (,155-,714) ,005 ,333 (,155-,715) ,005
FP ,420 (,215-,822) ,011 ,611 (,291-1,282) ,192 ,607 (,288-1,280) ,190
Universitarios ,218 (,100-,479) ,000 ,436 (,176-1,081) ,073 ,432 (,173-1,077) ,072
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,036
Los dos parados 2,234 (,762-6,556) ,143
Ella trabaja él parado 2,917 (1,139-7,474) ,026
Él trabaja ella en paro 2,927 (1,406-6,094) ,004
Uno de los dos inactivo 1,602 (,806-3,185) ,179
Lugar de origen
Los dos autóctonos (ref.) ,000
Él autóctono ella no 2,172 (,657-7,183) ,204
Ella autóctona él no 9,555 (4,035-22,625) ,000
Los dos origen extranjero 3,270 (1,631-6,557) ,001
N casos usados por cada modelo 5646 5613 5552 5535
R cuadrado de Nagerkelke 0,071 ,057 0,09 0,103
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

265Como se puede observar, en lo que respecta al nivel educativo de la pareja, en este modelo la categoría de referencia se
invierte. Si hemos tomado esta decisión es porque, de lo contrario, la variable no habría sido significativa.

365
Tabla 56. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de exclusión social
Integración plena (ref.) ,077 ,649 ,777
Integración precaria 1,482 (1,029-2,135) ,035 1,223 (,842-1,776) ,290 1,144 (,776-1,686) ,496
Exclusión moderada 1,714 (1,064-2,763) ,027 1,328 (,813-2,168) ,257 1,305 (,785-2,171) ,304
Exclusión severa 1,644 (,900-3,006) ,106 1,121 (,599-2,100) ,720 1,162 (,601-2,246) ,655
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,161 (1,318-3,544) ,002 1,693 (1,010-2,838) ,046
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,354 (1,387-3,995) ,002 2,048 (1,191-3,524) ,010
Separada/divorciada 6,431 (4,332-9,547) ,000 5,870 (3,884-8,872) ,000
Viuda 1,605 (,764-3,373) ,212 1,816 (,847-3,894) ,125
Soltera 2,060 (1,309-3,242) ,002 1,823 (1,145-2,901) ,011
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,210 (,122-,362) ,000
Baja ,148 (,093-,235) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,176 (1,576-6,401) ,001
Entre 20.000 y 100.000 1,882 (,940-3,770) ,074
Más de 100.000 1,305 (,675-2,523) ,428
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,002
Barrio o zona en buenas condiciones 3,296 (1,173-9,257) ,024
Barrio o zona deteriorado 4,394 (1,485-12,997) ,007
Zona marginal 11,376 (3,042-42,534) ,000
N casos usados por cada modelo 4,137 4.101 4.101
R cuadrado de Nagerkelke 0,006 0,076 0,169
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

366
Tabla 57. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p OR CI p
Dimensiones de exclusión
Dim 2 Exclusión del consumo
No (ref.)
Sí ,252 (,098-,646) ,004 ,261 (,100-,682) ,006 ,339 (,126-,909) ,032
Dim 5 Exclusión de la vivienda
No (ref.)
Sí 1,527 (1,082-2,156) ,016 1,485 (1,024-2,155) ,037 1,309 (,888-1,931) ,174
Dim 6 Exclusión de la salud
No (ref.)
Sí 1,684 (1,176-2,412) ,004 1,377 (,922-2,056) ,118 1,385 (,915-2,097) ,124
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 4,175 (2,589-6,732) ,000 3,624 (2,131-6,163) ,000 3,652 (2,118-6,297) ,000
Características de la mujer
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,120 (1,158-3,880) ,015 1,903 (1,028-3,522) ,041
Separada/divorciada 4,816 (3,122-7,431) ,000 4,881 (3,112-7,654) ,000
Viuda 1,711 (,754-3,882) ,199 1,981 (,839-4,675) ,119
Soltera 1,718 (1,009-2,926) ,046 1,582 (,916-2,733) ,100
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,840 (,967-3,502) ,063 1,483 (,759-2,898) ,249
Edad
De 16 a 34 años (ref.) ,014 ,039
35-54 1,089 (,673-1,763) ,728 1,017 (,626-1,653) ,946
55 y más años 2,159 (1,171-3,982) ,014 1,926 (1,027-3,612) ,041
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,671 (1,034-2,701) ,036 1,808 (1,103-2,964) ,019
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,013 ,049
Bachiller o FP grado medio 1,937 (1,185-3,167) ,008 1,775 (1,071-2,942) ,026
ESO 1,329 (,816-2,166) ,253 1,396 (,841-2,319) ,197
Primarios o inferiores ,898 (,483-1,671) ,735 ,929 (,487-1,770) ,822
Relación con la actividad laboral
Ocupada (ref.) ,003 ,009
Parada 1,243 (,823-1,878) ,302 1,335 (,876-2,033) ,179
Ama de casa ,284 (,141-,569) ,000 ,342 (,168-,694) ,003
Jubilada ,684 (,356-1,314) ,254 ,670 (,341-1,315) ,245
Estudiante 1,261 (,396-4,016) ,695 1,445 (,439-4,755) ,545
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,221 (,125-,392) ,000
Baja ,172 (,106-,280) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,003
Entre 5.000 y 20.000 2,548 (1,229-5,285) ,012
Entre 20.000 y 100.000 1,625 (,797-3,313) ,181
Más de 100.000 1,099 (,561-2,154) ,783
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,025
Barrio o zona en buenas condiciones 2,210 (,776-6,296) ,138
Barrio o zona deteriorado 3,105 (1,032-9,338) ,044
Zona marginal 6,363(1,616-25,063),008
N casos usados por cada modelo 4.137 3.976 3.976
R cuadrado de Nagerkelke 0,043 0,148 0,221

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

367
Tabla 58. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
266
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p v alor OR CI p OR CI p
Indicadores de exclusión
IN D 2 Sust. princ. con empleo de ex clusión
N o (ref.)
Sí 2,284 (1,211-4,308) ,011 1,257 (,623-2,536) ,523 1,319 (,639-2,722) ,455
IN D 7 Pobreza ex trema
N o (ref.)
Sí ,178 (,056-,564) ,003 ,179 (,056-,570) ,004 ,214 (,064-,712) ,012
IN D 17 H acinamiento grav e
N o (ref.)
Sí 2,483 (1,255-4,912) ,009 2,366 (1,181-4,738) ,015 1,617 (,766-3,413) ,207
IN D 23 H an pasado hambre
N o (ref.)
Sí 4,528 (2,550-8,040) ,000 3,102 (1,,662-5,790) ,000 2,509 (1,276-4,935) ,008
IN D 29 Malas relaciones en el hogar
N o (ref.)
Sí 7,583 (2,505-22,949) ,000 8,885 (2,817-28,024) ,000 9,712 (2,597-36,322) ,001
IN D 30 Problemas con alcohol, drogas o juego
N o (ref.)
Sí 4,106 (2,076-8,117) ,000 2,414 (1,153-5,055) ,019 2,730 (1,286-5,795) ,009
IN D 35 Personas en instituciones
N o (ref.)
Sí 41,630 (7,983-217,089) ,000 66,950(12,412-361,118),000 56,015 (8,656-362,489) ,000
Características de la mujer
Estado civ il
C asada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,192 (1,188-4,045) ,012 1,626 (,851-3,106) ,141
Separada/div orciada 5,832 (3,666-9,280) ,000 5,890 (3,589-9,664) ,000
Viuda 1,448 (,605-3,464) ,406 1,857 (,745-4,627) ,184
Soltera 1,624 (,940-2,807) ,082 1,375 (,770-2,454) ,282
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,822 (1,072-3,100) ,027 1,978 (1,136-3,443) ,016
Discapacidad
N o (ref.)
Sí 2,530 (1,412-4,535) ,002 2,074 (1,113-3,864) ,022
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,015 ,017
Bachiller o FP grado medio 2,062 (1,131-3,760) ,018 1,854 (,996-3,450) ,052
ESO 1,854 (1,047-3,284) ,034 2,011 (1,102-3,670) ,023
Primarios o inferiores 1,012 (,503-2,036) ,973 ,995 (,481-2,059) ,990
Analfabeta 3,565 (1,095-11,609) ,035 4,008 (1,107-14,509) ,034
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste ,668 (,152-2,941) ,594
N oreste ,258 (,070-,948) ,041
C omunidad de Madrid 1,321 (,437-3,992) ,622
C entro 1,703 (,631-4,593) ,293
Este 1,812 (,682-4,812) ,233
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media ,151 (,071-,320) ,000
Baja ,181 (,080-,411) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,724 (1,544-8,982) ,003
Entre 20.000 y 100.000 1,858 (,777-4,445) ,164
Más de 100.000 1,249 (,537-2,904) ,606
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,112
Barrio o zona en buenas condiciones 2,005 (,694-5,794) ,199
Barrio o zona deteriorado 2,848 (,917-8,839) ,070
Zona marginal 4,895 (1,082-22,143) ,039
N casos usados por cada modelo 3.276 3.240 3.240
R cuadrado de N agerkelke 0,089 0,168 0,271

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

266En este análisis se controla por las variables de origen, nivel formativo y dificultades escolares, pero solamente la primera ha
resultado ser significativas.

368
Tabla 59. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja. Modelo que elimina
la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y
267
relación con la actividad laboral
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 3,015 (1,786-5,089) ,000 3,214 (1,880-5,493) ,000
ESO 3,533 (2,134-5,850) ,000 3,597 (2,150-6,017) ,000
Primarios o inferiores 4,556 (2,819-7,364) ,000 5,024 (3,043-8,295) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,007 (1,358-2,966) ,000 1,787 (1,192-2,679) ,005
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,002 ,001
Sí, en cierta medida 1,445 (1,016-2,055) ,040 1,531 (1,072-2,185) ,019
Sí, grave 2,340 (1,396-3,921) ,001 2,405 (1,432-4,041) ,001
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 2,764 (1,279-5,972) ,010
Vive con menores
No (ref.)
Sí 1,498 (1,107-2,028) ,009
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,516 (1,671-3,788) ,000
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,000
FP 1,295 (,761-2,205) ,341
Secundarios ,916 (,539-1,556) ,745
Primarios 2,032 (1,319-3,130) ,001
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,008
Parado 1,794 (1,206-2,670) ,004
Jubilado 1,566 (1,128-2,175) ,007
Estudiante ,000 0,000 ,997
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.)
Los dos parados
Ella trabaja él parado
Él trabaja ella en paro
Uno de los dos inactivo
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.)
Noroeste
Noreste
Comunidad de Madrid
Centro
Este
Riqueza provincial
Alta (ref.)
Media
Baja
N casos usados por cada modelo 5642 5562 5567
R cuadrado de Nagerkelke 0,05 0,062 0,041
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

267En lo que se refiere al modelo 1, cabe destacar que, si se incluyera la relación con la actividad laboral, se observaría que una
situación de empleo precario incrementa en un 69% el riesgo de experimentar violencia psicológica. Si hemos decidido no
incluir esta variable, sin embargo, es porque ésta perdía toda significación ya en el modelo 2, que controla por la presencia de
menores en el hogar.

369
Tabla 59. (Continúa de pág. anterior) Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la
pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables
de nivel educativo y relación con la actividad laboral
Modelo 4A Modelo 5A Modelo 4B Modelo 5B
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 3,480 (1,986-6,097) ,000 3,395 (1,933-5,965) ,000 3,475 (1,981-6,095) ,000 3,378 (1,921-5,939) ,000
ESO 3,294 1,863-5,827) ,000 3,206 (1,806-5,690) ,000 3,277 (1,846-5,816) ,000 3,169 (1,778-5,646) ,000
Primarios o inferiores 4,137 (2,285-7,492) ,000 4,026 (2,213-7,324) ,000 4,341 (2,395-7,869) ,000 4,169 (2,288-7,597) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,185 (,612-2,295) ,614 1,202 (,618-2,340) ,588 1,188 (,614-2,295) ,609 1,205 (,620-2,342) ,582
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,003 ,003 ,002 ,002
Sí, en cierta medida 1,428 (,987-2,066) ,059 1,480 (1,020-2,149) ,039 1,461 (1,010-2,113) ,044 1,515 (1,043-2,200) ,029
Sí, grave 2,333 (1,378-3,950) ,002 2,299 (1,353-3,904) ,002 2,418 (1,426-4,102) ,001 2,383 (1,400-4,059) ,001
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 2,688 (1,168-6,186) ,020 2,762 (1,197-6,373) ,017 3,105 (1,352-7,132) ,008 3,190 (1,385-7,344) ,006
Vive con menores
No (ref.)
Sí 1,640 (1,164-2,310) ,005 1,667 (1,179-2,356) ,004 1,523 (1,103-2,104) ,011 1,562 (1,127-2,165) ,007
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,873 (,966-3,632) ,063 1,813 (,929-3,537) ,081 1,839 (,952-3,554) ,070 1,773 (,911-3,451) ,092
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,053 ,056 ,043 ,048
FP ,826 (,472-1,442) ,501 ,842 (,481-1,475) ,548 ,815 (,466-1,427) ,474 ,830 (,473-1,456) ,516
Secundarios ,519 (,296-911) ,022 ,523 (,298-,920) ,025 ,516 (,294-,907) ,021 ,521 (,296-,918) ,024
Primarios ,932 (,569-1,527) ,780 ,939 (,571-1,545) ,806 ,949 (,580-1,554) ,835 ,954 (,518-1,568) ,853
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,052 ,058
Parado 1,724 (1,150-2,583) ,008 1,705 (1,133-2,565) ,010
Jubilado 1,391 (,923-2,098) ,115 1,420 (,937-2,151) ,098
Estudiante ,000 0,000 ,997 ,000 0,000 ,997
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,018 ,017
Los dos parados 1,897 (,995-3,618) ,052 1,831 (,955-3,511) ,069
Ella trabaja él parado 2,427 (1,399-4,210) ,002 2,496 (1,431-4,352) ,001
Él trabaja ella en paro 1,162 (,714-1,892) ,545 1,135 (,696-1,852) ,612
Uno de los dos inactivo 1,264 (,851-1,879) ,246 1,321 (,885-1,971) ,173
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,001 ,001
Noroeste 0,739 (,344-1,588) ,438 0,746 (,347-1,603) ,453
Noreste 3,780 (1,780-8,024) ,001 3,906 (1,838-8,304) ,000
Comunidad de Madrid 3,330 (1,594-6,959) ,001 3,438 (1,644-7,186) ,001
Centro 1,095 (,660-1,815) ,725 1,100 (,663-1,824) ,713
Este 2,345 (1,406-3,911) ,001 2,404 (1,438-4,020) ,001
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,002 ,002
Media 1,769 (1,057-2,961) ,030 1,767 (1,055-2,960) ,030
Baja 2,780 (1,576-4,905) ,000 2,803 (1,586-4,955) ,000
N casos usados por cada modelo 5453 5453 5434 5434
R cuadrado de Nagerkelke 0,077 0,09 0,078 0,091
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

370
Tabla 60. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja. Modelo que
268
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4

OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor


Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o univ. (ref.) ,000 ,160 ,345
Bachiller o FP grado medio 1,256 (,947-1,664) ,113 1,091 (,807-1,474) ,572 1,037 (,764-1,408) ,815
ESO 1,424 (1,094-1,855) ,009 1,197 (,889-1,611) ,236 1,119 (,827-1,514) ,466
Primarios o inferiores 1,888 (1,481-2,406) ,000 1,430 (1,038-1,970) ,029 1,321 (,953-1,830) ,095
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,662 (1,266-2,182) ,000 1,613 (1,062-2,451) ,025 1,731 (1,136-2,639) ,011
Enfermedad crónica o discap.
No (ref.) ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,536 (1,218-1,938) ,000 1,472 (1,160-1,869) ,001 1,534 (1,203-1,957) ,001
Sí, grave 1,868 (1,272-2,743) ,001 1,759 (1,188-2,603) ,005 1,772 (1,191-2,636) ,005
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,001 ,230 ,081
De 35 a 54 ,761 (,619-,935) ,009 ,893 (,705-1,131) ,347 ,835 (,657-1,061) ,139
De 18 a 34 ,610 (,465-,800) ,000 ,767 (,566-1,039) ,086 ,706 (,520-,959) ,026
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,711 (1,269-2,307) ,000 1,186 (,758-1,853) ,455 1,202 (,767-1,883) ,422
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,000 ,178 ,332
FP 1,302 (,933-1,816) ,121 1,169 (,828-1,650) ,375 1,193 (,842-1,692) ,320
Secundarios 1,422 (1,049-1,927) ,023 1,255 (,904-1,741) ,175 1,222 (,877-1,703) ,236
Primarios 1,773 (1,357-2,317) ,000 1,416 (1,034-1,939) ,030 1,352 (,981-1,864) ,065
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 0,955 (,634-1,439) ,827
Noreste 1,625 (,937-2,818) ,084
Comunidad de Madrid 3,844 (2,426-6,092) ,000
Centro 1,004 (,733-1,376) ,979
Este 2,431 (1,761-3,354) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 1,381 (,971-1,966) ,073
Baja 3,843 (2,668-5,536) ,000
N casos usados por cada modelo 5489 5411 5372 5372
R cuadrado de Nagerkelke 0,026 0,02 0,03 ,063
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

268 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.

371
Tabla 61. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la
269
variable de nivel educativo
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4 Modelo 5
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,354 ,396 ,632
Bachiller o FP grado medio 1,332 (,964-1,839) ,082 1,171 (,830-1,653) ,368 1,181 (,831-1,678) ,353 1,146 (,804-1,634) ,450
ESO 1,526 (1,128-2,065) ,006 1,257 (,895-1,766) ,187 1,275 (,901-1,804) ,170 1,204 (,847-1,711) ,300
Primarios o inferiores 1,925 (1,456-2,546) ,000 1,398 (,968-2,019) ,074 1,385 (,948-2,025) ,092 1,287 (,876-1,892) ,199
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,613 (1,184-2,197) ,002 1,687 (1,052-2,707) ,030 1,771 (1,100-2,852) ,019 1,866 (1,156-3,013) ,011
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,626 (1,255-2,107) ,000 1,557 (1,193-2,033) ,001 1,608 (1,229-2,103) ,001 1,628 (1,240-2,139) ,000
Sí, grave 2,264 (1,508-3,399) ,000 2,135 (1,409-3,235) ,000 2,063 (1,344-3,167) ,001 2,067 (1,340-3,186) ,001
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,035 ,684 ,672 ,558
De 35 a 54 ,763 (,604-,964) ,023 ,887 (,677-1,162) ,384 ,872 (,644-1,182) ,379 ,845 (,637-1,147) ,280
De 18 a 34 ,721 (,535-,973) ,032 ,910 (,649-1,276) ,586 ,921 (,641-1,322) ,654 ,877 (,609-1,261) ,478
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,567 (1,111-2,211) ,011 1,037 (,621-1,731) ,890 ,950 (,564-1,600) ,847 ,973 (,577-1,642) ,918
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,000 ,055 ,067 ,126
FP 1,310 (,893-1,922) ,168 1,144 (,768-1,704) ,507 1,052 (,700-1,583) ,807 1,100 (,729-1,659) ,650
Secundarios 1,347 (,945-1,921) ,099 1,157 (,790-1,694) ,454 1,128 (,767-1,659) ,542 1,122 (,760-1,656) ,563
Primarios 1,957 (1,439-2,660) ,000 1,552 (1,083-2,223) ,017 1,498 (1,041-2,156) ,029 1,467 (1,013-2,123) ,042
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,286 ,367
Los dos parados 1,206 (,698-2,082) ,503 1,172 (,677-2,028) ,570
Ella trabaja él parado 1,622 (1,038-2,535) ,034 1,543 (,948-2,419) ,059
Él trabaja ella en paro ,991 (,695-1,411) ,959 ,965 (,676-1,377) ,844
Uno de los dos inactivo 1,070 (,796-1,439) ,653 1,120 (,832-1,508) ,454
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste ,725 (,441-1,192) ,205
Noreste ,917 (,479-1,754) ,793
Comunidad de M adrid 2,443 (1,437-4,152) ,001
Centro 1,037 (,735-1,464) ,835
Este 1,489 (1,011-2,191) ,044
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
M edia 1,051 (,695-1,590) ,814
Baja 2,323 (1,511-3,572) ,000
N casos usados por cada modelo 5.506 5.426 5.387 5.352 5.352
R cuadrado de Nagerkelke 0,027 0,019 0,031 ,034 ,055
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

269 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
372
Tabla 62. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja.
Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
270
educativo
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,053 ,108
Bachiller o FP grado medio 1,140 (,779-1,667) ,500 ,968 (,644-1,455) ,875 ,884 (,583-1,339) ,560
ESO 1,228 (,856-1,762) ,265 1,025 (,683-1,538) ,905 ,946 (,625-1,432) ,794
Primarios o inferiores 1,939 (1,410-2,667) ,000 1,574 (1,034-2,397) ,034 1,407 (,914-2,168) ,121
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,756 (1,235-2,495) ,002 1,388 (,795-2,421) ,249 1,596 (,910-2,798) ,103
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.)
Sí 1,492 (1,127-1,975) ,005 1,427 (1,069-1,906) ,016 1,518 (1,127-2,045) ,006
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,000 ,083 ,034
De 35 a 54 ,695 (,529-,913) ,009 ,869 (,636-1,187) ,378 ,795 (,578-1,092) ,156
De 18 a 34 ,466 (,320-,681) ,000 ,625 (,411-,951) ,028 ,571 (,374-,872) ,009
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,011 (1,380-2,931) ,000 1,602 (,899-2,853) ,110 1,635 (,914-2,924) ,097
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,057 ,241 ,364
FP 1,188 (,755-1,869) ,456 1,097 (,687-1,753) ,698 1,067 (,663-1,718) ,790
Secundarios 1,632 (1,101-2,419) ,015 1,492 (,974-2,284) ,066 1,374 (,890-2,121) ,152
Primarios 1,498 (1,046-2,145) ,027 1,179 (,772-1,800) ,447 1,056 (,683-1,633) ,806
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,261 (,749-6,654) ,383
Noreste 3,126 (1,468-6,654) ,003
Comunidad de Madrid 7,110 (3,856-13,109) ,000
Centro ,750 (,466-1,206) ,235
Este 4,369 (2,992-6,380) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 2,054 (1,264-3,336) ,004
Baja 8,658 (5,401-13,881) ,000
N casos usados por cada modelo 5.599 5.519 5.479 5479
R cuadrado de Nagerkelke 0,021 0,020 0,029 ,091
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

270 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.

373
12. Intensidad, duración y conciencia de la violencia
en las situaciones de integración y exclusión social

12.1 Introducción
En el capítulo anterior hemos observado que la fuerza de la asociación entre situaciones
de vulnerabilidad o exclusión social y el riesgo de enfrentar violencia de género varía de
forma muy clara en función del tipo de maltrato contemplado. Esto, como ya se ha
apuntado, significa que el hecho de hallarse en una situación de dificultad social no influye
solamente en el riesgo de experimentar violencia, sino que atañe también a las
características de la misma (Sokoloff y Dupont 2005).
Avanzando en el razonamiento, formulamos la hipótesis de que la existencia de
diferencias de corte más cualitativo entre estos dos grupos no se limita al tipo de maltrato,
sino que abarca también otros elementos, como la intensidad del mismo, su duración y la
capacidad de reconocer la violencia vivida.
Si analizamos precisamente estos factores es tanto por cuestiones de orden metodológico
(es decir, porque se trata de una información que las fuentes cuantitativas recogen) como
por el innegable interés que estos elementos revisten de cara a comprender el significado y
el alcance de los procesos de violencia. Más específicamente, si la intensidad y la duración
del maltrato tienen una importancia decisiva es porque de ellos dependen, en gran medida,
los daños que la violencia puede producir; mientras que la capacidad de reconocer este
maltrato es relevante porque se trata de un requisito necesario– aunque no suficiente– para
poder siquiera plantear la salida de una relación violenta.
En todos los casos, se combina un análisis de tipo cuantitativo con otro de tipo
cualitativo. Esto, por un lado permite obtener un conocimiento más profundo de la realidad
estudiada; y, por otro, permite triangular los resultados, incrementando así su fiabilidad.
Como último punto, cabe resaltar que los análisis que aquí se llevan a cabo son
especialmente novedosos. Hasta dónde conocemos, de hecho, solamente uno de los
innumerables estudios sobre factores de riesgo consultados llega a analizar la intensidad de
la violencia (Barrett, Habibov y Chernyak 2012), mientras que ninguno se ocupa de la
duración de la misma o de la capacidad de reconocer el maltrato vivido. Esto es algo que
impide contrastar los resultados aquí obtenidos con los de investigaciones anteriores.
Asimismo, nuestro análisis es también el único que triangula los resultados cuantitativos
obtenidos con un análisis de tipo cualitativo con el fin de incrementar la validez de los
mismos.
Violencia de género en la pareja y exclusión social

12.2 La intensidad de la violencia


Empezamos analizando la intensidad de la violencia. Para ello, en primer lugar
comparamos la intensidad de la violencia vivida en las situaciones de integración y
exclusión y, en segundo lugar, intentamos averiguar las razones de las diferencias
encontradas.

12.2.1 Una violencia más intensa en las situaciones de vulnerabilidad y


exclusión
Ante todo, entonces, confrontamos la intensidad de la violencia vivida en contextos de
integración y exclusión. Para incrementar la fiabilidad y precisión de los resultados,
triangulamos datos cuantitativos y cualitativos.

12.2.1.1 Una aproximación de tipo cuantitativo


Los datos cuantitativos se obtienen principalmente de la Macroencuesta, aunque se
facilita también algún dato extraído de la Encuesta Foessa. En ambos casos, para determinar
la intensidad de la violencia tenemos en cuenta tanto el número de comportamientos
violentos que el varón lleva a cabo como la frecuencia con que lo hace271.
Se aportan únicamente datos relativos al conjunto de la violencia de género, ya que un
análisis específico de la violencia ejercida por la pareja y por la ex pareja habría dificultado
la lectura sin, por otra parte, aportar ninguna información relevante272.

12.2.1.1.1 Un primer acercamiento de tipo descriptivo


Para un primer acercamiento, incluimos en el análisis al conjunto de población femenina,
en situación de integración y vulnerabilidad. Obtenemos así dos resultados importantes: el
primero es que, tanto en un caso como en otro, es mucho más probable que las mujeres
experimenten una violencia muy leve que una muy intensa (en integración, se pasa del 5,7%
de mujeres que experimentan la violencia más leve al 1,1% que viven la más intensa; y en
vulnerabilidad del 8,8% al 3,7%). Se trata de un resultado positivo, porque al incrementarse
de la intensidad aumentan también los daños y secuelas que la violencia ocasiona, el
proceso de recuperación se dificulta, etc. En sentido contrario, sin embargo, también cabe
resaltar que, al disminuir la intensidad de la violencia, el reconocimiento de la misma se
vuelve más difícil273. Esto significa que la gran mayoría de las mujeres que experimentan
violencia tendrán grandísimas dificultades para reconocerla como tal y que, por lo tanto, se
requiere un mayor compromiso público en este sentido.
El segundo hallazgo es que la violencia de alta intensidad (grado 3 y 4) es mucho más
común en vulnerabilidad que en integración (7,9% del total frente 3,2%). Se trata de un

271 Para una explicación detallada de la construcción de la variable intensidad véase Anexo III.
272 Podemos efectuar esta afirmación porque, aunque no los hemos incluidos en el análisis, sí hemos efectuado estudios
específicos tanto de la violencia ejercida por la pareja como del maltrato perpetrado por la ex pareja.
273 Para un análisis más detallado de la relación intensidad/reconocimiento, véase apartado 11.4.1.2.

376
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

resultado muy relevante, porque nos dice que, allí, no solamente hay más mujeres que
experimentan violencia, sino que hay muchas más mujeres que están viviendo una violencia
especialmente intensa. Y una violencia más intensa, como ya se ha apuntado, provoca
mayores daños en las mujeres que la viven, incrementa las secuelas (incluido el riesgo de
vivir rutas descendentes hacia la exclusión), requiere de mayores recursos para la
recuperación, etc. Esto es algo que las instituciones no pueden ignorar.

Tabla 63. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género de


diferentes intensidades por parte de la pareja o la ex pareja según la situación de
integración y vulnerabilidad social

Integración Vulnerabilidad Total


De menor a mayor

Grado 1 5,7 8,8 6,4


Grado 2 2,7 4,2 3
Grado 3 2,1 4,2 2,6
Grado 4 1,1 3,7 1,6
Total 11,6 20,9 13,6

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Los datos presentados ofrecen una primera imagen de la realidad, pero están influidos
por el hecho de que las mujeres en situación de vulnerabilidad enfrentan, en términos
generales, un mayor riesgo de experimentar cualquier tipo de violencia, independientemente
de su intensidad; para confirmar si la situación social incide de forma específica en la
intensidad de la violencia experimentada, entonces, debemos limitar la mirada a las mujeres
que, en el momento de realización de la encuesta, estaban experimentando violencia.
Este nuevo análisis confirma que la situación social efectivamente incide en la intensidad
del maltrato vivido: en las situaciones de vulnerabilidad social, de hecho, ésta es, en media,
un 28,3% más elevada que en las de integración.

Tabla 64. Intensidad media y desviación típica de la violencia de género entre las mujeres que la
experimentan según la situación de integración y vulnerabilidad social

Intensidad media Desviación típica


Integración 14,5 14,9
Vulnerabilidad 18,6 18,6
Total 15,8 16,3

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Si se observa el peso de los diferentes grados de violencia sobre el total de la violencia


que se da en las situaciones de integración y vulnerabilidad, se confirma que, en el primer
caso, son comparativamente más frecuentes las formas más leves, mientras que, en el
segundo, lo son las más intensas. Especialmente significativo, en este sentido, es el caso de
la violencia de grado 4, la más intensa, que representa el 9,2% del total en las situaciones de
integración y llega a duplicarse (situándose en el 17,7%) en las de vulnerabilidad.

377
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Gráfico 23. Distribución de la violencia de género en diferentes grados de intensidad según la


situación de integración o vulnerabilidad social de la mujer

100%
9,2
90% 17,7

80% 18,6

70% 19,9

60% 23 Grado 4

50% 20,2 Grado 3

40% Grado 2
Grado 1
30%
49,2
20% 42,2

10%
0%
Integración Vulnerabilidad

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Si analizamos la composición de los grupos de mujeres que experimentan cada grado de


violencia, la existencia de una correlación entre situación de vulnerabilidad e intensidad del
maltrato se ve confirmada: conforme esta última aumenta, de hecho, disminuye la presencia
de mujeres integradas y aumenta el porcentaje de mujeres en situación de vulnerabilidad,
que pasan del 29,4% del total en el caso de la violencia de grado 1 al 48,3% en lo que
respecta al maltrato de grado 4. Las mujeres en situación de vulnerabilidad, en suma, aun
conformando alrededor de un quinto de la población (21,2%) llegan a constituir la mitad de
las que experimentan la violencia más intensa.

Gráfico 24. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de integración y vulnerabilidad
según el grado de intensidad de la violencia vivida

100%
90%
80%
51,7
70% 65,8
70,6 70,1
60%
50%
Integración
40%
30% Vulnerabilidad
48,3
20% 34,2
29,4 29,9
10%
0%
Grado 1 Grado 2 Grado 3 Grado 4
Intensidad de menor a mayor

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Los datos hasta ahora presentados –y que reflejan la existencia de una correlación entre
la situación de vulnerabilidad y la intensidad de la violencia vivida– hacen referencia a la

378
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

Macroencuesta. Si focalizamos la mirada en la información proporcionada por la Encuesta


Foessa, por el contrario, no se hallan indicios de esta correlación: la intensidad media de la
violencia vivida, de hecho, allí no varía en función de la situación de integración o
exclusión social. Desde aquí, avanzamos la hipótesis de que esta ausencia de diferencias
responde principalmente a razones de tipo metodológico, mientras que la imagen dibujada
por la Macroencuesta constituye un reflejo más fiel de la realidad 274. Precisamente ésta, de
hecho, es la razón de que tanto el estudio descriptivo ahora realizado como el análisis
multivariante al que se dedica el próximo apartado remitan exclusivamente a esta última
fuente. En cualquier caso, sin embargo, el hecho de que no haya coincidencia entre los
datos arrojados por ambas encuestas revela la necesidad de seguir investigando sobre el
tema, para que nuevos estudios permitan contrastar los resultados aquí obtenidos.

12.2.1.1.2 Análisis multivariante


Una vez realizado este barrido de tipo descriptivo, realizamos un análisis multivariante.
En este caso, lo que queremos descubrir es si la situación de vulnerabilidad, además que en
el riesgo de vivir violencia, incide también en su intensidad. Por ello, la base de referencia
no es la totalidad de mujeres, sino únicamente aquellas que experimentan violencia.
También cabe resaltar que, diversamente que hasta ahora, los análisis de regresiones que
aquí se efectúan no son binomiales sino multinomiales.
El primer análisis muestra que, una vez controlados los demás factores, una situación de
vulnerabilidad multiplica por más de 2 (incremento del 114%) el riesgo de enfrentar las
formas más intensas de violencia en lugar que las más leves (por el contrario, no llega a
incrementar de forma significativa la probabilidad de experimentar violencia de grado 2 y
3) 275 . Esto confirma que, incluso controlando por las otras variables, la situación de
vulnerabilidad no solamente incrementa el riesgo de vivir violencia de género, sino que, de
vivirla, favorece que sea más intensa.
Otro factor que también incrementa el riesgo de enfrentar las formas más intensas de
violencia es padecer una enfermedad crónica o una discapacidad (la probabilidad de
experimentar violencia de grado 3 en lugar que de grado 1 se eleva en un 58% y en riesgo
de de enfrentar maltrato de grado 4 aumenta un 79%). Esto puede ser el resultado de dos
procesos diferentes, relacionados con el hecho de que la discapacidad puede ser tanto algo
preexistente a la violencia como un producto de la misma (Beaumont et al. 2015; Campbell
et al. 2011; Stöckl, Heise y Watts 2011). Si es algo anterior, esta mayor intensidad puede
estar vinculada con la situación de mayor dependencia y vulnerabilidad en la que se hallan

274 Realizamos esta afirmación porque, en el caso de la Macroencuesta, los ítems que describen situaciones de violencia
aparecen en la primera parte del cuestionario, cuando tanto la persona que realiza la encuesta como la mujer encuestada
tienden a formular y contestar a las preguntas de forma más sosegada y meditada. En lo que respecta a la Encuesta Foessa,
por el contrario, estos ítems aparecen al final de un largo cuestionario, en el que además se han ido tratando temas muy
alejados de la violencia de género. Parece sensato hipotetizar que, en este caso, las respuestas hayan sido menos precisas.
Esta hipótesis, por otra parte, se ve respaldad por el hecho de que, en la Encuesta Foessa, la coincidencia entre ítems es
mucho mayor que en el caso de la Macroencuesta (es decir que, en un caso, las mujeres que han contestado afirmativamente
a un ítem han tendido a contestar afirmativamente a todos, mientras que, en otro, no ha sido así).
275 Si se invirtiera la categoría de referencia, para las mujeres en situación de vulnerabilidad, comparadas con las integradas, la

probabilidad de enfrentar violencia de grado 1, 2 y 3 sería respectivamente el 53%, 52% y 42% más reducida que la de
experimentar violencia de grado 4.

379
Violencia de género en la pareja y exclusión social

las mujeres con discapacidad. Si es un resultado de la violencia, estos mismos datos podrían
indicar que, cuanto más intenso es el maltrato, más fácil es que éste pueda llegar a ocasionar
alguna enfermedad crónica o alguna discapacidad en la mujer.
Tener pareja, por el contrario, se configura como un factor de protección (reduce en un
72% la probabilidad de enfrentar las formas más intensas de violencia), lo cual apunta a
que, en términos generales, la intensidad del maltrato es mayor cuando quién lo perpetra es
la ex pareja. Esto, por otra parte, sugiere que, en muchos casos, la separación no representa
el fin del la violencia, sino un momento de riesgo especialmente elevado, cuando el
maltrato puede llegar incluso a recrudecerse. Ésta, de hecho, es una realidad que se refleja
tanto en investigaciones anteriores (ej. Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010) como en los
relatos de las mujeres entrevistadas.

Tabla 65. Probabilidad de experimentar violencia de género de diferentes intensidades entre las
mujeres que enfrentan violencia por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
276
incluye la variable de vulnerabilidad social

Intensidad 2 (ref. 1) Intensidad 3 (ref.1) Intensidad 4 (ref. 1)


OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 1,031 (,726-1,464) ,864 1,251 (,871-1,797) ,226 2,147 (1,415-3,256) ,000
Características de la mujer
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.)
Sí 1,022 (,702-1,486) ,911 1,577 (1,086-2,289) ,017 1,788 (1,144-2,792) ,011
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 1,169 (,660-2,071) ,592 ,801 (,462-1,388) ,429 ,280 (,167-,469) ,000
N casos usados por cada modelo 1.047
R cuadrado de Nagerkelke 0,054
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

El segundo modelo, como viene siendo habitual, sustituye la noción de vulnerabilidad


por la variable formación (la relación con la actividad laboral no es significativa).
Observamos así que el hecho de tener estudios primarios o inferiores, en comparación con
los estudios superiores, incrementa en un 86% y 135% respectivamente la probabilidad de
enfrentar violencia las formas más intensas de violencia (grado 3 y 4) en lugar que la más
leve (grado 1).
Para comprender las razones subyacentes a tales resultados, debemos remitirnos a los
mismos mecanismos que dan cuenta de la mayor incidencia del maltrato en situaciones de
ausencia de formación. Más en detalle, nos referimos al hecho de que un nivel formativo
bajo puede asociarse con: menores cotas de empoderamiento; menor integración en redes
sociales (Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-

276Como se puede observar, en este caso la variable discapacidad ha sido clasificada en 2 grupos en lugar que en 3, como era
habitual. Hemos tomado esta decisión en todos aquellos casos en los que la muestra tenía un tamaño reducido y además, en
la clasificación a 3 grupos (pero no en la agrupación a 2), una de las categorías no resultaba ser significativa.

380
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

Kekana 2002); y creencias más tradicionales acerca de los roles de género (Ahmad et al.
2004; Flood y Please 2009; Hunnicutt 2009; Messerschmidt 1993);

Tabla 66. Probabilidad de experimentar violencia de género de diferentes intensidades entre las
mujeres que enfrentan violencia por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
277
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo

Intensidad 2 (ref. 1) Intensidad 3 (ref.1) Intensidad 4 (ref. 1)


OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.)
Bachiller o FP grado medio ,860 (,510-1,451) ,572 1,107 (,611-2,006) ,738 1,221 (,585-2,549) ,595
ESO 1,244 (,770-2,010) ,373 1,715 (,999-2,943) ,050 1,843 (,950-3,576) ,070
Primarios o inferiores 1,406 (,898-2,202) ,137 1,865 (1,119-3,108) ,017 2,354 (1,253-4,423) ,008
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.)
Sí ,990 (,678-1,446) ,960 1,469 (1,002-3,108) ,049 1,556 (,987-2,453) ,057
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 1,151 (,649-2,042) ,631 ,787 (,449-1,381) ,404 ,246 (,146-,414) ,000
N casos usados por cada modelo 1.047
R cuadrado de Nagerkelke 0,056
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

12.2.1.2 Una mirada cualitativa


Los datos cuantitativos presentados en los apartados anteriores muestran claramente que
la situación de vulnerabilidad social se asocia a una mayor intensidad de la violencia de
género vivida. Esto puede reflejar dos procesos diferentes (y análogos a los descritos para la
incidencia de la violencia de género): por una parte, puede revelar que, en situaciones de
vulnerabilidad, la violencia tiende a ser más intensa; por otro, podría asimismo reflejar un
camino contrario, donde es la mayor intensidad de la violencia experimentada lo que
favorece que se den procesos de vulnerabilización. Tanto la operacionalización de la
variable de vulnerabilidad278 como los relatos de las mujeres supervivientes, sin embargo,
respaldan la primera hipótesis.
En el caso específico de los relatos, varios testimonios ponen de manifiesto que, en
situación de exclusión, a menudo la violencia que las mujeres experimentan es
extremadamente intensa:

Mmh… la primera, una de las primeras palizas que me dio, es… tenía tres meses de
embarazo, porque yo cuando me fui a vivir con él fue que había quedado en embarazo... y...
y... y pues... me golpeó... y pues, él… me golpeó mucho ese día, pero… todos los golpes
que me daba, me los daba en la cara (…) Y, cada vez iba peor, y me hacía… peores cosas.
Me tiraba la ropa por las ventanas, me echaba, me insultaba, me decía que yo era una
emigrante de mierda, que aquí, no me iban a… a poner cuidado a mí, nadie. Que nadie me
iba a escuchar, porque él era español, y yo, una migrante. Que los… mis hijos, los quitaría,
porque yo no era de aquí. Y siempre, pues, me dominaba con ello, con los niños... Porque

277 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
278 Para más detalles acerca de la operacionalización de la variable de vulnerabilidad véase nota nº 157.

381
Violencia de género en la pareja y exclusión social

yo, sí me creía eso (…) me escupía… m… me decía cosas como "me acabo de f… follar a",
me decía los nombres de las que se había ter… ido, y me decía "porque tú no vales nada"…
(E2)

Entonces cog… pues… cuando nos ponemos los dos muy a gusto, digamos… pues él me
hacía… sí que me hacía hum… humillaciones. Me ha dejado… me ha llegado a dejar
desnuda en la calle, en pleno invierno, tirarme de casa, desnuda totalmente… sacarme de…
quitarme la ropa, tirarme (…) porque lo de la calle desnuda, no pasó una vez, fue… pasaron
más veces. Entonces un día… sí que… intentó matarme… ¿no? Estaban mis hijos conmigo,
me encerró en una habitación, y… y me intentó estrangular… empezó a estrangularme.
(E13)

Pues bajé a echar un cigarro, y justo pasó con el coche -me estaba buscando, claro- pasó
justo con el coche, se bajó del coche, me agarró de los pelos, y me metió en el coche. Pues
estaba todo drogado, pues eran… pues las 9 de la noche o así, 10… después de cenar, y me
tuvo, hasta el día siguiente, a las 5 de la tarde, metida en el coche, sin parar de pegarme, me
subí al San Cristóbal -estaba embarazada yo, ¡eh!- me subí al San Cristóbal, me tiró una
botella de agua por encima… me pegó allí arriba un palizón, me dejó allí arriba se fue… al
rato volvió a… a buscarme, buah, unos rollos (…) pues eso, todo julio, una tripona así… yo
con azúcar encima, no sé qué… palizones que le daba igual la tripa… claro, encima me
da… me pega palizas y yo, ¿qué hacía?, taparme la tripa. Pues la cara, pues así. La cara así
(…) Yo pensaba que cualquier día me mataba. Con cuchillos teníamos, ponía, en la tripa,
me… con la ropa, me rajaba la ropa… (…) luego cobrábamos la Renta Básica por ejemplo,
y cogía todo el dinero, me pegaba un palizón, me lo quitaba… porque claro, no se lo quería
dar, porque sabía dónde iba a ir…. Directo a las tragaperras. Y me hacía estar sentada, al
lado de él, mientras que se iba gastando, euro por euro, los setecientos euros en la
tragaperra. Unas lloreras, unas ansiedades… buah, ¡qué mal! ¡Qué hijo de puta! ¡Buah! Y
luego a pasar hambre… (E15)

En contextos de integración social, por el contrario, no hallamos ejemplos de una


violencia tan brutal como la que describen estas mujeres, hecho que, como ya se ha
apuntado, corrobora los resultados del análisis cuantitativo realizado.
Si focalizamos la mirada en la violencia específicamente económica, por otra parte, las
diferencias de clase aparecen de forma aún más contundente. En contextos de pobreza y
exclusión, de hecho, ésta llega a ser extrema. Elena, por ejemplo, relata:

No nos daba ni para comer a mí y a mi hija. O sea, no me daba dinero, para nada (…) no
nos daba dinero... no podíamos cocinar... (E5)

En contextos de clase media, por el contrario, esta violencia se manifiesta de manera


muy diferente; no es tan brutal, sino que se presenta de forma mucho más sutil. Cuando se
pregunta a Ángela –una mujer de clase media alta– si llegó a experimentar violencia
económica, de hecho, obtenemos esta respuesta:

Económicos sí… Económicos sí, porque él es médico y claro ganaba mogollón (…) y yo
siempre, cuando trabajaba, pues claro era administrativa, e ganaba pues la cuarta parte de lo
que gane él (…). Y, me acuerdo que… yo me tenía que comprar ropa en las tiendas más
baratas, y tal, que a mí no me ha importado, no me importa nada, ¿eh? pero él no, él
si…siempre se compraba ropa de marca, de… Callajan, los Docker… siempre con ropita
así, ¿no? Y… veo… él me decía que… que ganar… que él... porque ganaba el dinero era él,
evidentemente… y que, bueno que además yo no necesitaba… ropa, porque como yo no
trabajaba fuera de casa, pues que no… ¡pues dale! (E1)

Al efectuar esta comparación, no queremos subestimar el impacto que toda forma de


violencia puede conllevar para la mujer que la experimenta, sino evidenciar que, aunque la
violencia de género es un fenómeno presente en todas las clases sociales, la forma en la que
382
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

ésta se manifiesta varía grandemente en función de la posición social de pertenencia. Más


concretamente, la triangulación entre resultados cuantitativos y cualitativos corrobora
nuestra hipótesis acerca de una mayor intensidad de la violencia de género en situaciones de
exclusión social279.
Dicho esto, cabe añadir que, en situaciones de exclusión, no solamente la intensidad de
la violencia es mayor, sino que lo es desde el primer momento. Elena, por ejemplo, se
queda embarazada al poco tiempo de comenzar la relación y llega a ser agredida
físicamente por su pareja cuando todavía no ha nacido su primera hija.

No, ¡qué va!, si no había nacido mi… mi primera hija, ¡qué va! No había nacido ni mi
primera hija. (E5)

Si se considera que la violencia física representa el punto de llegada de una escalada en


la intensidad del maltrato (Delgado et al. 2007; Fernández 2004), se puede fácilmente intuir
la asombrosa rapidez con la que se desarrolla aquí el proceso de violencia.
O considérese también el caso de Concepción, donde los tiempos se recortan aún más.
Esta mujer, de hecho, llega a experimentar violencia física a los pocos meses de haber
iniciado la relación y a los pocos días de haber iniciado la convivencia. Tal y como ella
misma reconoce: “(…) en la cuarentena. Anda que no me daba… a mí allí, golpetaco”
(E16).
Finalmente, también cabe destacar la historia de Sheila, que –pocos meses después del
inicio de la relación– llega a sufrir una violencia sumamente intensa a mano de la madre de
su pareja280:

Pues como que a los dos meses de estar con él, lo metieron en la cárcel, dos meses es que ni
lo conocía… a los dos meses, claro, ya me había ido de casa de mi padre… porque me
había metido el otro en su casa (…) y a los dos meses lo metió en la cárcel, y su madre me
tuvo los dos meses encerrada en una habitación con llave… pero... bueno, estuvo tres
meses, en la cárcel, los tres meses, todo el verano. Todo el verano. Entero. Buah, ¡qué
horror! Yo y mi hijo, claro. Encerrados en una habitación… y que no puedes salir más que
con ella, iba a robar, y volvía a casa, y ya está. Y ya está. (E15)

Resumiendo, entonces, los testimonios de las mujeres entrevistadas muestran claramente


que, en contextos de exclusión, el proceso de violencia tiende a desarrollarse con
extraordinaria rapidez, rapidez que en ningún caso se detecta en situaciones de integración.
Esto significa que, en tales contextos, la violencia no solamente tiende a ser más intensa,
sino también a serlo desde el primer momento.
A esto se añade que, en el caso de mujeres en exclusión, tampoco suele detectarse la
presencia de un ciclo de la violencia, algo que también remite a una mayor intensidad del
maltrato vivido. Manuela, por ejemplo, lo expresa claramente:

279Para más ejemplos de violencia económica muy severa, véase apartado 9.3.1.1.2.
280Es cierto que, en este caso, la violencia no la ejerce el varón sino la madre de él, con lo cual no se trataría de violencia de
género stricto sensu. Pese a ello, es un fragmento que resulta especialmente relevante ya que, con su crudeza, ilustra con toda
claridad las especificidades de la violencia vivida por mujeres en situación de exclusión.

383
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Hace las cosas mal, hace todo mal, me pega, me pegaba, y, me maltrataba fi…
psicológicamente, y todo, y llegaba a casa como tú y yo, normalmente: "buenos días
cariño". Pero como si nada hubiera pasado, como si... (E4)

La fase de luna de miel, en suma, es aquí totalmente ausente. Nuestra hipótesis es que
esto es un efecto de la situación de mayor indefensión en la que se hallan estas mujeres,
situación que puede haber contribuido a generar una sensación de absoluta impunidad en los
varones. Éstos, en suma, no se arrepienten, no piden perdón, no declaran su eterno amor
antes de volver a agredir simplemente porque no les hace falta hacerlo.
Esta reflexión también nos lleva a problematizar los datos proporcionados por la
literatura. Ésta, de hecho, pone de relieve que el círculo de la violencia se detecta solamente
en una parte de las relaciones violentas (Labell 1979; Sarasúa y Zubizarreta 2000), pero no
investiga el rol jugado por la situación social de partida en la presencia o ausencia del
mismo. El análisis aquí efectuado, sin embargo, sugiere que ésta juega un rol esencial.
Frente a estos resultados, recomendamos que nuevas investigaciones sigan ocupándose de
este tema.

12.2.2 Dinámicas subyacentes a la realidad descrita


Para finalizar, nos preguntamos por qué esta violencia es tan intensa y –sobre todo– por
qué lo es desde el primer momento. Para responder, recurrimos a los relatos de las mujeres
supervivientes.
Éstos, ante todo, ponen de relieve que la violencia es un proceso y que la manera en que
las mujeres hacen frente al maltrato claramente influye en el desarrollo de dicho proceso.
Carla, por ejemplo, lo expresa con claridad: “primero igual es un empujón... simplemente, a
ver cómo reaccionas...” (E9).
La forma en que las mujeres reaccionan –o no lo hacen– por otra parte, no es
independiente de la situación social; al contrario, el hecho de hallarse en una situación de
mayor indefensión, desde un punto de vista tanto material como simbólico, puede mermar
su capacidad de establecer límites, y esto favorecer una mayor intensificación de la
violencia vivida. Sheila, por ejemplo, relata claramente cómo la ausencia de alternativas es
lo que le impide oponerse a las exigencias de la pareja y cómo esta ausencia de oposición
favorece una rápida escalada en la intensidad de la violencia:

Pues eso, ya te digo, que en esos momentos tampoco... ni tienes a dónde ir... ni tienes...
nada. Entonces, pues, pues le... le vas... pues lo que dicen, ¿no?, que te dejas la mano y te
cogen el brazo, pues algo así. “Pues no te pongas eso”, pues vas y te cambias, mal. Mal.
“Pues no salgas”, pues coges y te quedas en casa, mal. "Pues ahora… me fumo el porro en
tu cara, y tú no fumas nada, y ahora… y ahora sácame la comida y tú a callar", pues lo
haces, y mal. "Pues ahora, me apetece un café, tráeme un café", pues mal. Mal mal mal.
Hasta ducharlo. Hasta lo tenía que duchar. Lo tenía hasta que duchar. Buah, madre mía…
(E15)

Lo que aquí nos interesa remarcar es precisamente el hecho de que esta ausencia de
reacción, esta aparente aceptación de todas las exigencias del varón no es independiente de
la posición social, sino que guarda una fuerte relación con la situación de exclusión. Sheila,
de hecho, lo afirma con rotundidad:

384
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

¿A dónde me iba yo? ¿A dónde me iba yo? Si ya no tenía a dónde ir... pfff... pues eso ya no
yo… yo decía: "¿a dónde llevo mi hijo? Que me lo quitan…". Claro. Mal, muy mal. Muy
mal (…) salió de la cárcel, y… y ya me tenía agarrada por los cojones, como se dice,
agarradísima. Entre que no te puedes ir a ningún lado, le llevaba tres meses esperando… él
ya, pues ya, ¿sabes?, ya “mi mujer”. Él me decía que yo era su mujer. Y era su mujer. (E15)

Manuela también corrobora que las circunstancias sociales son fundamentales para
entender la reacción de la mujer:

Yo, entretanto estaba en su casa, yo me salí de mi casa y me fui a su casa a vivir con mis
hijos, y estaba en su casa. Entonces él mandaba en su casa. Yo tenía que hacer lo que él
quería, porque yo estaba totalmente isolada, del mundo. (E4)

Llegadas a este punto, nos interesa llamar la atención del/de la lector/a sobre el hecho de
que las mayores dificultades que, en contextos de exclusión, las mujeres experimenten para
oponerse a la violencia vivida no dependen únicamente de sus circunstancias materiales,
sino que guardan asimismo relación con su mayor habituación a experimentar violencia (y,
por lo tanto, con una mayor normalización de la misma 281 ). Manuela, por ejemplo, lo
expresa con claridad:

Esa misma mañana me da un bofetón, me araña toda la cara, eso sí me acuerdo


perfectamente, sale, se va, y vuelve, pf… yo qué sé, a , a, a, las seis horas. Me pide perdón,
me dice "perdona cariño, es que estaba muy nervioso, es que, no encontrar trabajo, no esto
no aquello". Y lo que yo le respondí, que me se me quedara marcado pa´ toda mi vida "no,
tranquilo, no pasa nada, estoy acostumbrada" (silencio). Así, tal y cual, como te digo
"tranquilo, no pasa nada, estoy acostumbrada". En vez de yo, defenderme a mí misma, yo
como que le estaba dando la razón, porque yo estaba acostumbrada a llevar, a tener malos
tratos (E4)

Otro elemento que puede estar influyendo negativamente en la evolución del proceso de
violencia en contextos de exclusión es el hecho de que, allí, el entorno suele mostrarse más
comprensivo con el recurso a la misma, no suele censurarla sino más bien respaldarla. Esto
es algo que se ha analizado con detalle en el capítulo 9282; para un análisis más detallado,
por lo tanto, se remite a aquel, valga aquí con recordar que esta mayor comprensión social
favorece la creación de una situación de impunidad aprendida en los varones, y esto es algo
que a su vez propicia una paulatina intensificación del maltrato que éstos ejercen contra las
mujeres.
Asimismo, es necesario evidenciar que la evolución del proceso de violencia no depende
únicamente de cómo las mujeres en situación de exclusión o su entorno más inmediato
reaccionan a los primeros episodios violentos, sino también –y sobre todo– del valor que la
estructura social asigna a estas mujeres. Los estudios sobre interseccionalidad, de hecho,
nos enseñan que si el valor de las mujeres ya resulta menoscabado por la mera pertenencia
de género, su situación puede empeorar ulteriormente en función de su posicionamiento en
otras estructuras de opresión (sean raciales, clasistas, etc.) (Collins 1990/2000). En otras
palabras, las mujeres pobres, extranjeras, excluidas se convierten en sujetos que pueden ser
lastimados aún más impunemente que otras mujeres, precisamente porque su valor y estatus
social es especialmente reducido. Esto, evidentemente, puede favorecer que la violencia que

281 Para un análisis más detallado del grado de normalización de la violencia en contextos de exclusión, véase apartado 11.4.2.1.
282 Véase apartado 9.2.2.2.

385
Violencia de género en la pareja y exclusión social

se ejerce contra ellas tienda a tener una mayor intensidad que la que se perpetra contra otras
mujeres. No es ésta una reflexión que pueda aparecer con facilidad en el relato de las
mujeres entrevistadas; en las palabras de Blanca, sin embargo, sí podemos intuir un
mecanismo de este tipo:

Ese mismo día, de días anteriores, él me había golpeado, porque me había cogido del pelo,
y, yendo en el coche, me había cogido del pelo y me había dado, con el… con lo de los
cambios (…) yo le decía: "¿quién se va a creer, en un juicio, si tú no me golpeas si miras
como estoy?". Entonces él fue, y trajo maquillaje de su hermana, me hizo que me echara,
para ir al juicio, para que no me vieran los moretones. Y, saliendo del juzgado, me... se
puso a decirme "¿ves? A vosotros, las extranjeritas, no os… no os hacen caso, aquí no
valéis nada". (E2)

O piénsese también en la historia de Maribel que, como ya se ha analizado con


anterioridad283, a la edad de catorce años fue ingresada con una hemorragia interna fruto de
una violación; hecho que los médicos que la atendieron decidieron no denunciar. Esta falta
de actuación –con toda probabilidad ligada a su pertenencia étnica y de clase–, por un lado,
demuestra con claridad el escaso valor que la sociedad asigna a esta mujer; por otro y en
relación con lo primero, propicia una sensación de impunidad en el agresor, favoreciendo
así una escalada en la intensidad de la violencia
Recapitulando, el hecho de que, en contextos de exclusión, la violencia tienda a ser muy
intensa y a serlo desde muy pronto parece guardar relación con el hecho de que, allí, la
capacidad de poner límites a la misma se encuentra fuertemente mermada, sea porque ni las
mujeres ni su entorno más inmediato disponen de las herramientas para frenarla, sea porque
la sociedad en su conjunto permite que esto suceda.

12.3 La duración de la violencia


En lo que respecta a la duración de la violencia, nuestra hipótesis era que, en las
situaciones de vulnerabilidad social, el tiempo medio de exposición a la violencia de género
es mayor que en las de integración. Para formular esta hipótesis, hemos diferenciado la
violencia ejercida por la pareja del maltrato perpetrado por la ex pareja.
En lo que a la primera se refiere, hemos partido del presupuesto de que, en contextos de
mayor dificultad social, los obstáculos a superar para interrumpir una relación violenta son
mayores y que, por ello, las mujeres tardan más tiempo en salir de dicha relación.
En lo que respecta a la violencia ejercida por la ex pareja, la mayor duración en
contextos de vulnerabilidad social podría explicarse a partir de otras dinámicas, como la
mayor intensidad de la violencia que allí se da, o el hecho de que una separación en tales
contextos puede ser más problemática (sea porque las capacidades de manejar conflictos
son menores, sea porque las dificultades económicas son mayores) y por tanto entrañar una
violencia más duradera.
También en este caso, al igual que en el anterior, combinamos un análisis cuantitativo
con un estudio de tipo cualitativo.

283 Véase apartado 9.3.3.1.1.

386
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

12.3.1 Una situación de vulnerabilidad no incrementa la duración de la


violencia…
Los datos cuantitativos se obtienen de la Macroencuesta, la única que ofrece
información acerca de la duración de la violencia. Más específicamente, lo que esta fuente
recoge no es la duración exacta de cada relación violencia, sino la presencia de violencia de
larga duración (es decir, aquella que dura desde hace más de cinco años). Ésta, por lo tanto,
es la variable que manejamos para aproximarnos a la duración de la violencia entre las
mujeres en situación de integración y vulnerabilidad.
Al poder recurrir únicamente a la Macroencuesta, cae el objetivo de la comparabilidad
entre fuentes y, por lo tanto, ya no es necesario analizar la totalidad de la violencia de
género. Por el contrario, un análisis específico de la violencia ejercida por la pareja y la ex
pareja aquí sí aporta información relevante y esto, por lo tanto, es lo que se examina.

12.3.1.1 Un primer acercamiento de tipo descriptivo


Para una primera aproximación, incluimos en el análisis al conjunto de población
femenina, en situación de integración y vulnerabilidad.
Esto muestra claramente que, en situaciones de vulnerabilidad, hay un porcentaje mucho
mayor de mujeres que experimentan violencia de género desde hace más de 5 años (11,5%
frente a 7,1% en integración en el caso de la violencia ejercida por la pareja; y 2,1% frente a
0,7% en lo que atañe a la violencia perpetrada por la ex pareja). Se trata de unos resultados
importantes, ya que un maltrato que perdura desde hace muchos años suele conllevar un
mayor daño, incrementar las secuelas (entre ellas, también el riesgo de protagonizar
itinerarios descendentes hacia la exclusión) y dificultar la recuperación, y refleja asimismo
la existencia de barreras de cara a la separación. Y ésta es una realidad que debe ser tenida
en cuenta a la hora de diseñar políticas, asignar recursos, planificar la intervención y
llevarla a cabo.

Gráfico 25. Porcentaje de mujeres que, desde hace más de 5 años, experimenta violencia de larga
duración por parte de la pareja o la ex pareja en las situaciones de integración y
vulnerabilidad social

Pareja Ex pareja
14 3 2,1
11,5
12
2
10
8 7,1 2
6 1 0,7
4
1
2
0 0
Integración Vulnerabilidad Integración Vulnerabilidad

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Esto, sin embargo, no puede llevarnos a olvidar que la mayoría de la violencia de larga
duración la experimentan mujeres integradas (69,8% del total en caso del maltrato

387
Violencia de género en la pareja y exclusión social

perpetrado por la pareja y 55,7% del total en lo que respecta a la violencia ejercida por la ex
pareja), unos resultados que vuelven a poner sobre la mesa el carácter estructural y
transversal de este tipo de violencia.

Gráfico 26. Distribución de las mujeres que experimentan violencia de larga duración en los
espacios sociales de integración y vulnerabilidad según la identidad del agresor
(pareja o ex pareja)

100%
90%
80%
70% 55,7
69,7
60%
50% Integración
40% Vulnerabilidad
30%
20% 44,3
30,3
10%
0%
Pareja Ex pareja

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Hemos visto que, en situaciones de vulnerabilidad, el riesgo de enfrentar violencia de


larga duración es mayor que en integración. Esto ofrece una información muy útil de cara al
diseño de políticas y a la intervención, pero puede verse influido por el hecho de que las
mujeres en situación de vulnerabilidad se encuentran, en términos generales, más expuestas
a experimentar violencia de género (sea de larga duración o no). Para saber si el factor
vulnerabilidad, además de incidir en el riesgo de experimentar violencia, también influye
directamente en el hecho de que ésta tenga mayor duración, entonces, debemos considerar
el maltrato que dura desde hace más de cinco años sobre el maltrato total.
Este nuevo análisis indica que la situación de vulnerabilidad no incide en el riesgo de
experimentar violencia de larga duración. En el caso de la violencia ejercida por la ex pareja
esta ausencia de diferencias se aprecia claramente. En lo que respecta a la violencia
perpetrada por la pareja, por el contrario, una mirada superficial podría llevarnos a concluir
que las mujeres en situación de vulnerabilidad se encuentran en una situación de ventaja
comparativa con respecto a las mujeres integradas (en su caso, el 65% de la violencia es de
larga duración, frente al 75,2% en integración). Una mirada más atenta, sin embargo, revela
que las diferencias no son significativas (chi cuadrado=0,133).

388
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

Gráfico 27. Violencia de larga duración sobre el total de la violencia de género ejercida por la
pareja o la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social

Pareja Ex pareja
100% 100%
24,8
80% 40,0 80% 38,1 39,2

60% 60%
< 5 años < 5 años
40% 75,2 40%
> de 5 años 61,9 60,8 > de 5 años
60,0
20% 20%

0% 0%
Integración Vulnerabilidad Integración Vulnerabilidad

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

12.3.1.1.1 Análisis multivariante


El estudio descriptivo efectuado sugiere que la situación de vulnerabilidad no incide en
la duración de la violencia vivida. Para comprobar si estas conclusiones son correctas,
realizamos análisis de regresión. Al igual que antes, también en este caso se trata de
regresiones multinomiales cuya base de referencia son las mujeres que enfrentan violencia.
En primer lugar, nos ocupamos de la violencia perpetrada por la pareja. Se confirma así
que la situación de vulnerabilidad no incide en la duración de la violencia, ni a nivel de
crude odds ratio (sig.= 0,124 y OR=0,756) ni, sobre todo, una vez que se haya controlado
por el factor edad (sig.= 0,643 y OR=0,915).
En relación con esto, cabe evidenciar que precisamente la edad de la mujer es, sin duda,
el factor que más incide en la duración de las relaciones violentas (a mayor edad, mayor
riesgo de que la violencia sea de larga duración). De hecho, se trata de un elemento capaz
de explicar, por sí solo, el 20% de la varianza de la variable dependiente. Esto puede ser el
resultado de varios factores. En primer lugar, puede ser un simple reflejo del hecho de que,
en términos generales, en las cohortes más jóvenes la estabilidad de las parejas es menor.
En relación con esto, por otra parte, también puede indicar que, en estas franjas de edad, la
capacidad de poner fin a una relación tóxica es mayor que en las cohortes más elevadas.
Finalmente, sin embargo, esta misma realidad puede ser también el resultado de un proceso
menos esperanzador, donde la situación comparativamente mejor de las jóvenes
simplemente indica que, en su caso, todavía no ha podido pasar un tiempo suficiente para
que la violencia que experimentan haya llegado a ser de larga duración.
Otro factor relevante es la intensidad de violencia. El hecho de que la probabilidad de
enfrentar violencia de larga duración aumente conforme se incrementa la intensidad de la
violencia284 puede resultar sorprendente, ya que para poder alejarse de la violencia es antes
necesario reconocerla (Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b), y la capacidad de

284Esta escalada parece interrumpirse en el caso de la violencia más intensa. Avanzamos la hipótesis de que los amplios
márgenes de error, resultado de la escasez de la muestra, pueden explicar esta anomalía.

389
Violencia de género en la pareja y exclusión social

reconocimiento, como veremos285, aumenta paralelamente a la intensidad de la violencia.


Dichos resultados, sin embargo, pueden explicarse fácilmente si se considera que la relación
entre ambas variables puede no ser causal sino simplemente temporal. En otras palabras, la
relación entre duración e intensidad que hemos encontrado puede ser una simple
consecuencia del hecho de que, conforme pasa el tiempo, la intensidad de la violencia va
aumentando (Delgado et al. 2007; Fernández 2004).
Finalmente, el hecho de que uno de los dos miembros de la pareja sea autóctono y otro
extranjero reduce la probabilidad de enfrentar maltrato de larga duración. Eso podría ser el
resultado de procesos diferentes, aunque no incompatibles: por un lado, de hecho, los
resultados obtenidos podrían explicarse teniendo en cuenta que la sociedad mira con mucha
más suspicacia a las parejas multirraciales, lo cual hace más probable que, en estos casos,
en cuanto se detectan los primeros síntomas de violencia de género, la mujer se vea
mayormente impelida a poner fin a la relación; por otro, sin embargo, también podrían ser
una consecuencia directa del hecho de que, en términos generales, en parejas mixtas la
duración de los matrimonios es menor que en parejas donde ambos miembros son
autóctonos (Domínguez Álvarez 2014).
Los datos obtenidos, en suma, aun sin reflejar una ventaja de las mujeres en situación de
vulnerabilidad, contradicen nuestras hipótesis acerca de una mayor incidencia de la
violencia de larga duración en tales circunstancias.

Tabla 67. Probabilidad de experimentar violencia de larga duración entre las mujeres que enfrentan
violencia de género por parte de la pareja
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,000 ,000 ,000
De 35 a 54 4,663 (3,105-7,001) ,000 4,615 (3,031-7,028) ,000 4,794 (3,125-7,356) ,000
55 o más años 9,813 (6.170-15,607) ,000 9,229 (5,653-15,066) ,000 9,058 (5,520-14,863) ,000
Características de la relación
Lugar de origen
Los dos autóctonos (ref.) ,012 ,012
Un autóctono un extranjero ,310 (,142-,675) ,003 ,306 (,140-,669) ,003
Los dos extranjeros 1,014 (,600-1,715) ,958 ,939 (,549-1,609) ,820
Características de la violencia
Intensidad
Grado 1 (ref.) ,004

Grado 2 1,555 (,961-2,517) ,072


Grado 3 2,244 (1,361-3,701) ,002

Grado 4 2,007 (1,103-3,650) ,022

N casos usados por cada modelo 773 769 769


R cuadrado de Nagerkelke 0,196 0,214 0,237
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

285 Véase apartado 12.4.1.2.

390
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

En segundo lugar, dirigimos la mirada a la violencia perpetrada por la ex pareja.


También en este caso, se confirma lo que ya sugerían los datos descriptivos: que la
situación de vulnerabilidad ni incrementa ni reduce el riesgo de enfrentar violencia de larga
duración por parte de la ex pareja286. Nuestra hipótesis de investigación, por lo tanto, queda
rechazada también en este caso.
La única variable significativa, por el contrario, es la edad. El hecho de que únicamente
una variable tenga relevancia puede deberse a la escasez de la muestra; el hecho de que,
cuando las demás variables pierden significación, ésta no lo haga, por otra parte, vuelve a
poner de relieve el enorme peso de este factor en la duración de la violencia.

Tabla 68. Probabilidad de experimentar violencia de larga duración entre las mujeres que enfrentan
violencia de género por parte de la ex pareja

Modelo 1
OR CI p valor
Características de la mujer
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,004
De 35 a 54 2,378 (1,046-5,409) ,039
55 o más años 11,962 (2,485-57,582) ,002
N casos usados por cada modelo 116
R cuadrado de Nagerkelke 0,161
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Resumiendo, se confirma que la vulnerabilidad, aunque incrementa el riesgo de vivir


violencia, así como su intensidad, no influye en la duración de la misma. Queda, sin
embargo, pendiente comprobar si los resultados arrojados por la Macroencuesta y referidos
a mujeres en situación de vulnerabilidad se aplican también a mujeres en situación de
exclusión propiamente dicha (sobre todo si severa). Para ello, se requeriría la introducción
de una pregunta en este sentido en la próxima Encuesta Foessa.

12.3.2 … pero los obstáculos más relevantes en cada caso varían en


función de la situación social de la mujer
Los análisis de regresión efectuados en los apartados anteriores indican que la situación
de vulnerabilidad social no incide en la duración de las relaciones violentas.
El análisis cualitativo, por su parte, permite afinar el análisis: pone de relieve que
encontrarse en una situación de dificultad social, aunque no incrementa el tiempo que las
mujeres permanecen en relaciones violentas, sí incide en los factores que las mantienen en
ellas. En otras palabras, los elementos que dificultan la separación difieren en función del
estatus social: en situaciones de exclusión son más relevantes factores de tipo material; en
contextos de integración adquieren mayor peso elementos de tipo simbólico y subjetivo.

286Tanto si se incorpora únicamente el factor vulnerabilidad como si se incluye también el factor edad, de hecho, el nivel de
significación se mantiene siempre muy elevado (0,615 y 0,977 respectivamente) y OR muy próximo a 1 (0,822 y 1,012
respectivamente).

391
Violencia de género en la pareja y exclusión social

12.3.2.1 Factores materiales más relevantes en contextos de exclusión


Los factores materiales representan un claro obstáculo para la interrupción de la relación
en el caso de mujeres excluidas. Para examinar cómo operan, diferenciamos entre factores
de nivel individual y otros referidos al contexto institucional y macroeconómico 287. Entre
los primeros, se evidencia, ante todo, la ausencia de recursos económicos propios:

Al final, realmente, siempre has querido escapar de allí, pero no has visto la posibilidad,
porque yo nunca he tenido un trabajo fijo, yo he trabajado en lo que me ha salido (…)
Luego pasa que también que te endeudas, porque compramos esa casa que valían mu…
bastante dinero, te endeudas estás siempre pillado... al endeudarte, pues estás con préstamos
y tal, siempre estás pillado, y... y eso. (E3)

Yo decía: "¿a dónde me voy?" Me sentía cobarde, es que estaba... no era persona, o sea...
ee... estás hundida, te… te ves todo negro, digamos, ¿no? Entonces... ¿yo qué sé? ¿A dónde
voy yo? Sin... trabajo, sin mis hijos... porque eso no era trabajo de sueldo, era… para la
comida... claro, yo decía: "¿a dónde me voy?" Y sin... sin casa, sin nada... sí, me acobardó
mucho eso me acobardó mucho. (E7)

Otro factor que también dificulta la separación es la ausencia de apoyo familiar (Cubells,
Calsamiglia y Albertín 2010b), algo que afecta, de forma transversal, a la mayoría de las
mujeres en exclusión entrevistadas.
En algunos casos, frente a la ausencia de apoyo, las mujeres –que se encuentran
emocionalmente muy desgastadas por la violencia vivida– simplemente no encuentran la
fuerza de separarse:

Yo lo que necesitaba, en este momento, alguien que te empuje, alguien que te dé una mano,
alguien que te ayude, que te apoye. En ese momento no tenía nada. (E2)

En otros casos, las mujeres sí llegan a separarse, pero no logran mantenerse firmes en su
decisión ya que, en cuanto acuden a su familia en busca de refugio y apoyo, ésta las obliga a
volver con el maltratador:

Yo siempre he estado intentando dejarle. Si es que me cog… me hacía las maletas y… y yo


sabía que me esperaba un palizón, pero me bajaba hasta el portal, llorando, y “que me voy,
que me voy” y hasta a hostia hasta arriba otra vez. A hostias. Lo he intentado una vez, y
otra vez, y otra vez, y otra vez. Y cuando conseguía llegar a casa de mi madre, total que me
echaba mi madre, y cuando… buah, muy mal, muy mal. (E15)

Yo me voy, digo yo: “tengo que hacer algo, o me voy a las Oblatas, o… o me voy.. yo, me
hablaba con las monjitas y eso, y me… y me dice: “lo que te tienes que ir a casa”. Me
llevaban las monjas (…) Y eso… fui allí, me dijo ella: “¡ja! Yo no te he querido con uno,
pues tampoco te quiero con dos”. Pues me tuve que volver otra vez (…) Y yo ya, mi
hermano ya estaba fuera, que había hecho la mili, le decía a él. “¡Ah! Tú has querido, pues
tú te buscas la vida. Tú has querido, pues tú te b… te buscas la vida” (…) Y después ya…
nos… nos fuimos de allí. Nos fuimos. Él no se quería salir, nos fuimos a la Rotxapea, y allí
lo mismo. Ya, más bronca más bronca, yo no podía estar en ningún sitio… allí, aguantando,
tortazo, pegar… él comiendo de lo mío, no me daba ni un duro… “ala yo… yo me divierto
con las mujeres” así mismo me decía. Yo, esto lo decía y no me hacían caso… A mi
familia: “ah no, tú te lo has buscado, pues tú te lo has buscado”. (E16)

287Evidentemente, una separación de este tipo ha de ser tomada con cautela, ya que el nivel individual se ve profundamente
condicionado por el entorno; y, paralelamente, la manera en la que este entorno afecta a cada mujer depende en gran parte de
su propia situación individual.

392
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

Las mujeres integradas entrevistadas no experimentan estas dificultades, sino que, en


términos generales, pueden contar con el apoyo de la familia. Esto, como evidencian
investigaciones anteriores (ej. Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b) y confirman las
mujeres supervivientes entrevistadas, facilita la interrupción de la relación. Ángela, por
ejemplo, así lo relata:

Entonces llamé a mi familia de s… de su casa, y me dijeron: “no no, mañana (subraya con
la voz) vamos a buscarte”, y me vinieron a buscar”. Al día siguiente, ¿eh? o sea… (…) Sin
ellos igual ni me hubiera atrevido. Pero mi familia me dijo: “sí sí, ya te dijimos en su día
que era un cabrón”. (E1)

El hecho de disponer del sostén de la familia, además, puede reducir el carácter


traumático del proceso de separación (y, de esta manera, también mitigar el riesgo de que
las mujeres experimenten rutas descendentes hacia la exclusión)288:

Me ofrecieron casa de acogida, cuando yo denuncié, fui con mi hermana mayor, porque no
sabía ni… ni dónde estaba Pamplona, o sea, yo estaba totalmente embolada, y… y no… no
dije na’. “¿Quieres ir a una casa de acogida?” y dijo mi hermana: “no, que se irá con mi
madre”. Y yo tengo casa en Pamplona, pero, no me dejaron ir allí, porque decían que igual,
él, venía un día y me pegaba, me insultaba, algo. Entonces estuve seis meses, con mis hijos,
en casa de mi madre, viviendo, en casa, comiendo, durmiendo, seis meses. Porque… me
acuerdo que yo, claro, yo no comía, yo… estaba con la moral por los suelos. No tenía
ánimos para estar con mis hijos, y… o sea, no estaba feliz… o sea, tampoco estaba
amargada, o sea, cuando estaba… cuando estaba con ellos, pues muy feliz, muy contenta, y
tal… cuando estaban ellos en el cole, pues yo, me daban los bajones, ¿no? Porque es
normal, está pasando un duelo, porque has perdido una persona. Una persona que te ha
hecho mucho daño, pero, es una pérdida al fin y al cabo, ¿no? Entonces yo estuve pasando
un duelo, estuve con psicólogos, durante dos años, y eso, pues bueno, me ayudó a
remontar… psicológicamente, pues (no se entiende) y todo bien. Pero eso, ha sido, con
ayuda psicológica, ayuda de mi familia, mis amigas… (E1)

Hemos aclarado que, en situaciones de exclusión, en términos generales el apoyo que las
mujeres reciben de sus familias es menor que en contextos de integración. Pero esto, ¿a qué
se debe? La respuesta a esta pregunta reside en un conjunto de factores, que pueden
reconducirse a las dos grandes esferas del querer y del poder.
La primera guarda relación con el hecho de que, como hemos demostrado en el capítulo
9, en contextos de exclusión el entorno tiende, a menudo, a mostrarse más comprensivo con
el recurso a la violencia. Y esto, evidentemente, no facilita que se brinde a las mujeres que
quieren poner fin a una relación violenta todo el apoyo que necesitarían. Algunas veces esta
falta de apoyo la forma de apatía y desinterés:

Y claro, y la gente… mi familia y la gente decía: "pero pero ¿qué pasa, te volviste a caer?".
Y yo: "sí, es que esta vez me he dado...", yo qué sé, con la puerta, otra que me había
resbalado, es que, a ver, que la gente bien… ellos sabían, los municipales iban cada
semana, cada dos semanas, a mi casa. Ellos sabían. Pero es que nadie ha hecho nada pa´...
pa´ decir: "oye, pues, es que no puedes seguir así, es que no… no ves que te está matando,
te está..." no (…) Y nada, es que, veía todo el mundo, veían los chillos que había, todo el
mundo, a ver, sabían que los municipales iban, siempre a mi casa, pero tanto mi familia
como… mis cuadrilla, como eso, ninguno, ha sido capaz de… decir: "oye, Manuela", de

288Para un análisis más detallado de cómo el hecho de contar con el apoyo de la familia puede llegar a reducir el riesgo de
caídas véase apartado 9.3.3.2.1.

393
Violencia de género en la pareja y exclusión social

tener una conversación conmigo, o que yo por lo menos tuviera alguien con quien decir
algo, ninguno. (E4)

En otros casos, aún más impactantes, la familia de la mujer llega hasta el punto de
oponerse frontalmente a la separación:

Mi familia (…) Decía que... que, debo aguantar, que...t… todos los hombres, son así, y...
que pienso que tengo una hija. Que... cómo puedes... crecer una… hija sin su padre. Que se
va a cambiar, pero no... no he visto ningún cambio por parte de él. (E6)

Mi madre me decía, es de las antiguas, me decía... que me había casado por la Iglesia, pues
hasta que me muera, con él... (E7)

Un segundo grupo de factores no guarda relación con el deseo de apoyar sino con las
capacidades que cada familia tiene de hacerlo. En lo que a esto se refiere, lo que aquí nos
interesa subrayar es que estas capacidades no se distribuyen homogéneamente en el
espectro social, sino que dependen grandemente de los recursos (económicos, relacionales,
intelectuales, etc.) de los que cada hogar dispone. En las palabras de Ángela, por ejemplo,
se puede apreciar la importancia de los recursos relacionales con los que su familia cuenta:

Solo quería: irme. Irme, a Pamplona, y olvidarme, de todo, y punto. Solo quería: irme. Pero
mi familia, claro, ya se habían, informado, habían hablado con el abogado, se habían… con
policía habían hablado, porque tienen amigos policías, amigos abogados y tal, y entonces…
pues todos dijeron: “no no, esto hay que denunciarlo, porque tu hija… pues no es
consciente que ha sufrido maltrato, pero, hay que… hacer las cosas bien”. Y, gracias a mi
familia, pues… se hicieron las cosas bien. (E1)

O piénsese también en la historia de Nieves, que decidió separarse de su pareja


precisamente después de que su hermana fuera a visitarla desde Colombia y la invitara a un
viaje a Italia y Francia, ambos planes que requieren de ingentes recursos económicos para
ser llevados a cabo:

Entonces mi hermana, al ver el escándalo, porque estaba mi hermana en el piso, me dijo:


"no no no, no te preocupes". Dice mi hermana: "no te preocupes, deja, que nos vamos.
Traigo dinero, nos vamos. Yo te invito" me dijo. Organizamos todo, nos fuimos pa´ Italia
mi hermana y yo, sin decirle nada, nos fuimos. Llegamos de Italia, lo pasamos pipa,
también, en Italia, con mi hermana, nos relajamos un montón, y… bueno… fuimos a
Francia, también. Se fue mi hermana, dije: "me voy". (E11)

En situaciones de exclusión, por el contrario, es más fácil que la familia no disponga de


los recursos necesarios para desarrollar una tarea de apoyo. Emblemática, a este respecto, es
la historia de Elena –ya analizada con anterioridad–. En ella se aprecia cómo la
disponibilidad a apoyar no es suficiente, cuando no se tienen además las capacidades y los
recursos necesarios para ello:

Pero… y… eeh… estuve viviendo unos meses en casa de mi madre, otros meses en casa de
mi hermana, claro, luego ya la situación con mi madre empeoró. Empeoró la relación,
¿sabes?, porque ella (…) sin darse cuenta, me ha estado machacando… no ha estado
machacando. Entonces, pues nada, ya vine a Mirenjo, "Mirenjo, por favor, que yo no sé qué
hacer, porque, mira, yo no puedo estar en casa de mi madre, porque mi madre, es que,
emocionalmente, sin darse cuenta me está hundiendo (…) Que, bueno, mi madre es que,
también… tampoco a... anda... muy bien de... te digo yo, de los nervios, entonces... pues
tampoco razona en condiciones. (E5)

394
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

Los relatos de las mujeres supervivientes, en suma, ponen de manifiesto que la familia
constituye un recurso de inestimable valor; un recurso con el que, sin embargo, no todas las
mujeres pueden contar y cuya utilización, además, no está libre de inconvenientes289.
Si el apoyo familiar es tan importante de cara a la separación de una pareja violenta,
entonces se comprende perfectamente qué es lo que motiva a los maltratadores a aislar a las
mujeres. Esto, por otra parte, también parece confirmar que el hecho de que un hombre
decida iniciar una relación con una mujer que –ya antes de iniciar la relación– se encontraba
en una situación de aislamiento social, no es necesariamente una casualidad, sino que puede
constituir un claro indicador de riesgo290.
Un tercer factor que también contribuye a dificultar la separación es el hecho de que la
mujer tenga origen extranjero. En este caso, en efecto, la falta de apoyos se suma a otras
dificultades específicas:

Y… a mí me estaban muy m… acabar así de una vez, estaba muy, muy difícil. Porque…
pensaba que tengo una hija, que no puedo...uff... no sé... tenía m... yo tenía confort con él.
Yo estaba en una zona de confort con él. La hija tenía su padre... uff... teníamos nosotros
los dos dinero... y para empezar de cero con la hija sola, y en un país… extranjero, en
donde no conoces bien idioma, no... te… tenía miedo. (E6)

Otro elemento que dificulta el alejamiento es el hecho de que la mujer tenga consumos
activos. Cristina, por ejemplo, lo expresa con gran claridad:

Yo, igual, como estaba drogada, pues no me enteraba mucho de… me enteraba, pero como
que pasaba, ¿no?, las cosas que pasaba me las estaba mereciendo, ¿no? Era un poco… una
mentalidad un poco… de… como alguien que ha tocado fondo del todo, no sabe, ¿no?
Vamos a decirlo así, ¿no? (E13)

Todos los factores hasta ahora mencionados guardan relación con alguna dimensión de
la exclusión (económica, política, relacional, etc.). A menudo, sin embargo, las mujeres no
experimentan vulnerabilidad en una única esfera, sino en varias de ellas simultáneamente
(hecho que es definitorio de los procesos de exclusión), y esta circunstancia dificulta aún
más la separación. Éste es, por ejemplo, el caso de Blanca, que acumula dificultades en la
esfera económica, relacional y residencial:

A mí nadie me… me decía: "tu tranquila que nosotros te vamos a ayudar, no tengas miedo
que si te vas no le va a faltar nada a los críos, para comer, vas a tener donde vivir", nadie,
entonces me veía yo, sola... y sin mi familia... y sin poderle decir, porque estaban muy
lejos, ¿qué podían hacer desde...?, no tenía un… un euro, nada (llora). Me vi, enjaulada...
(E2)

Una vez analizados los factores que hacen referencia a la situación individual de cada
mujer, analizamos aquellos elementos que atañen al contexto institucional, como la
ausencia de ayudas sociales adecuadas. A este respecto, cabe reseñar las palabras de
Cristina, que subraya cómo la ausencia de una protección social adecuada puede dificultar y
retrasar el proceso de separación:

289 Para un análisis más detallado de estas cuestiones véase apartado 9.3.3.2.1.
290 Para un análisis más detallado véase apartado 9.2.1.3.4.

395
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Las mujeres que... que hemos vivido violencia de género, tenemos muy difícil salir de la
situación familiar. ¿Por qué? Porque supuestamente siempre dependemos del marido, ¿no?
Y aparte de eso, que dices: "no, es que una mujer sale, por si quiere, porque... ¿cómo puede
estar una mujer aguantando cinco años que le pegue su marido?" O 10, o 50, como está
viendo casos ahora. Es que esas mujeres no tienen pa’ dónde salir, ¡eh! Muchas de ellas. El
que dice: "no, es que a las mujeres... es que parece que lo están buscando... que parece
que... lo... Digo: "a ver, si tú, te viene una persona, que está sufriendo violencia de género,
y le dices: "voy a hacer lo posible por ti", y lo haces, tanto políticamente como... en todos
los sentidos...", esa mujer seguramente va a tener las cosas más fáciles pa’ dejar a su pareja,
que no una... una mujer que vaya, a un sitio, y diga: "no, es que tienes que estar esperando
cuatro años a que te... a ver si te toca el piso... Yo estuve esperando tres años para que me
tocara mi piso, ¡eh! (E13)

Las palabras de Cristina evidencian claramente cómo la falta de una protección social
adecuada puede tener efectos negativos para las mujeres. Lo que más nos interesa resaltar
aquí, sin embargo, es que tales efectos no se distribuyen homogéneamente en el espectro
social, sino que son especialmente intensos entre mujeres que se encuentran en una
situación de precariedad o exclusión (ya que su disponibilidad de recursos propios es
menor). Al igual que en lo que respecta al riesgo de vivir rutas descendentes hacia la
exclusión a raíz de la violencia y la separación, por lo tanto, también en este caso la
ausencia de ayudas sociales suficientes es socialmente regresiva.
Finalmente, un contexto macroeconómico adverso también puede dificultar la
separación. A diferencia de los elementos hasta ahora descritos, sin embargo, éste no afecta
únicamente a mujeres excluidas, sino que impacta también en contextos de clase media.
Ángela, por ejemplo, evidencia cómo, en 2006, ni se planteó no separarse de su pareja por
miedo a las consecuencias económicas de tal decisión, mientras que en la actualidad su
comportamiento sería diferente: “ahora, por ejemplo, que estamos en crisis, igual me lo
hubiera pensado mejor” (E1).
Se ha afirmado que el contexto macroeconómico no impacta únicamente en situaciones
de exclusión, sino que tiene un alcance más general. En contextos de pobreza y/o exclusión,
sin embargo, su importancia puede aumentar: allí, de hecho, es más difícil que haya ahorros
con los que contar, una familia que pueda apoyar y suplir, etc.
El fragmento presentado, en suma, evidencia claramente que, en el contexto actual de
crisis económica, separarse de una pareja se vuelve aún más complejo; esta realidad, por
otra parte, se ve confirmada también por la reciente disminución de los casos de violencia
de género que se denuncian (que, según datos del Consejo General del Poder Judicial, pasan
de 142.125 en el año 2007 a 129.193 en el año 2015, es decir, una disminución del 9%)291.
La combinación de ambos elementos evidencia una situación dramática y pone de
manifiesto que, en un contexto económico como el actual, la provisión de una protección
social adecuada cobra una importancia aún mayor que en contextos de bonanza.

291Esta menor propensión a interponer denuncia, por otra parte, podría estar asimismo vinculada con el hecho de que una parte
significativa de las mujeres que ya lo hicieron en el pasado podría haber decidido no repetir una experiencia que fue
traumática. Es ésta una interpretación que se ve sustentada por los relatos de las mujeres entrevistadas, que, a menudo,
señalan que tanto el momento de la interposición de denuncia como el posterior juicio se caracterizaron por una fuerte
victimización segundaria. Para un análisis más pormenorizado véase Anexo VIII, donde se detalla la experiencia vivida por
cada mujer en el trato con las instituciones y los recursos.

396
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

12.3.2.2 Factores de carácter simbólico y subjetivo más relevantes en contextos de


clase media
Los factores analizados hasta aquí hacen referencia a problemáticas de carácter material,
objetivas y “externas” a la mujer. Tales elementos son indudablemente muy relevantes para
comprender las dificultades añadidas que las mujeres en situación de exclusión deben
superar para poder separarse de una pareja maltratadora; pero no podemos ignorar que
existen también factores de carácter simbólico y subjetivo, relacionados con la construcción
de la identidad femenina, por un lado, y con los valores y objetivos propios de una sociedad
posmoderna, por otro. Todos estos factores también tienen un fuerte peso a la hora de
explicar la permanencia de las mujeres en relaciones tóxicas y, a diferencia de los
examinados hasta ahora, no necesariamente afectan con mayor fuerza a mujeres en
situación de exclusión, sino que parecen incluso impactar con más intensidad entre mujeres
de clase media o media alta.
En lo que respecta a los elementos relacionados con la construcción de la identidad
femenina, un primer elemento a destacar es el miedo que las mujeres experimentan frente a
la idea de poner fin a una relación que habían confiado sería “para siempre”, que
representaba la coronación de un proyecto de vida y otorgaba un lugar y una identidad
social. Claudia, por ejemplo, lo expresa con claridad:

Yo siempre… quería… yo… es que bueno, yo… me había hecho un proyecto, de familia y
de vida, que… que tú siempre quieres que eso funcione, ¿no? (llora) Yo era de las mujeres
que se casaba para siempre, como se solía decir, ¿no? Y de hecho, yo… pensaba que había
encontrado la persona (busca un pañuelo) que… que yo pensaba que… no sé, aparte que
estaba súper ilusionada, yo le quería, o sea para mí era el hombre de mi vida, yo estaba,
convencida de que había encontrado el hombre de mi vida. (E3)

Esto guarda relación con la excesiva importancia que la relación de pareja y el amor
revisten en la construcción del proyecto vital de las mujeres (Fernández 2004) –algo que a
su vez está fuertemente vinculado con la falta de reconocimiento que éstas experimentan en
otras esferas de la vida (Illouz 2012)–. También cabe resaltar que se trata de un discurso que
aparece con fuerza mucho mayor en el relato de mujeres de clase media o media alta,
mientras que apenas puede detectarse en el caso de mujeres en situación de exclusión. Tales
diferencias en función de la situación social seguramente se deben al hecho de que, en
contextos de exclusión, hay otras cuestiones de carácter más práctico y urgente que copan la
atención de las mujeres y –sobre todo– al hecho de que la búsqueda del éxito (en el ámbito
que sea) no cobra allí la misma importancia que en contextos de clase media o media alta.
Vinculado con lo anterior, se destaca también la presencia de un fuerte miedo a la
soledad (o, más específicamente, a no poder volver a encontrar otra pareja en el futuro) 292.
También en este caso, se trata de un factor que aparece con más fuerza y frecuencia en el
relato de mujeres en situación de integración. Ángela, por ejemplo, interrogada acerca de
qué fue lo que la mantuvo durante tantos años en una relación violenta, contesta:

292Este miedo, por otra parte, no es solamente un producto de la estructura de género, sino algo que se ve incrementado por los
continuos ataques a la autoestima que las mujeres experimentan durante la relación.

397
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Que no conocía yo a otros, ni nada, que me había comido mucho el coco, también. Me lo
había comido mucho, yo era una cerda, una puta, y ¿quién me iba a querer?, ¿entiendes?
(E1)

Asimismo, y en estrecha relación con los elementos ahora nombrados, cabe destacar que,
en muchos casos, un factor muy significativo es la dependencia emocional que las mujeres
experimentan hacia su pareja:

Era un problema interno mío, de… dependencias, de… miedos. Una mezcla. (E1)

¿Alguna vez, en estos años, pensaste dejarle?


No. No porque, una persona así, es muy manipuladora, y te engancha de tal manera, que te
manipula y te crea una ansiedad, ¡eh!, te crea una dependencia muy grande. Una
dependencia súper grande. O sea, súper grande la dependencia que te crea, ¿sabes? Es así.
O sea, te crea… es como que… vive pa´ él. (E9)

También en este caso, se trata de elementos que aparecen principalmente en el relato de


mujeres en situación de integración. Las razones subyacentes a tales resultados, como
veremos, remiten al hecho de que el miedo al fracaso (en términos tanto generales como
referidos al caso específico de las relaciones de pareja) adquiere allí una importancia mayor
que en contextos de exclusión.
En lo que respecta a los factores típicos de las sociedades postmodernas –aquellas que
Bauman (2000/2003) y Beck (2006) definen respectivamente como “modernidad líquida” y
“sociedad del riesgo”–, cabe destacar, en primer lugar, el miedo al fracaso293. Cristina, por
ejemplo, expresa con total claridad cómo este miedo puede ser un importante factor que
mantiene a las mujeres en relaciones violentas:

¿Por qué aguantamos? ¿Por qué?, ¿no? Dices... y decía: "por mis hijos". Eee… yo creo que
es también mucho por miedo al fracaso. Cuando has... he tenido una relación tan...
digamos, en contra de todo el mundo, y tan esto... yo... muchas veces pienso que era,
porque no queremos fracasar, ¿no? Preferimos jodernos, y aguantarnos, y que nos
casquen... y que nos... denigren, que nos hagan de todo... que admitir que hemos fracasado.
Yo... en mi caso, por lo menos, ¿no? Y yo creo que en muchos casos también. Luego
decimos: "por los hijos". Sí, los hijos también, pero... yo creo que es algo más personal de
nosotras, ¿no?, más... digamos...el... el no querer fracasar, el no saber llevar bien... porque
muchas veces te puedes caer, pero también muchas te puedes levantar, ¿no? (E13)

En este caso, diversamente que en los anteriores, este elemento aparece en el relato de
una mujer en situación de exclusión. Cabe, sin embargo, avanzar la hipótesis de que, en
términos generales, el miedo al fracaso tendrá un peso mucho mayor en situaciones de
integración y, sobre todo, en contextos de clase media o media alta. Y esto porque, como
veremos, se trata de un elemento que encaja a la perfección con los valores y objetivos
propios de estas clases.
En relación con lo anterior –y estrechamente vinculado con él– también cabe poner el
acento en la vergüenza que este fracaso origina, una vergüenza que dificulta la búsqueda de
apoyos y, de esta manera, también la interrupción de la relación. Nieves, por ejemplo, –una
mujer que proviene de una familia de clase media alta– lo manifiesta claramente:

293 Para un análisis más detallado de los valores y normas que éstas vehiculan, véase apartado 9.3.1.

398
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

Me decía mi amiga: "pero ¿por qué no te vas?" Digo: "joder, porque es que lo intento, y no
he podido, y no quiero meter a otras personas en ese problema, porque es que… me da
vergüenza de que… pues que es algo… me da vergüenza yo haber caído en este problema.
Me da vergüenza de que la gente se entera del problema en el que estoy metida. Me da
vergüenza de… de que mi familia se vaya a enterar de todo esto. (E11)

¿Por qué los factores de carácter simbólico y emocional impactan con mayor fuerza en
situaciones de integración? Para comprenderlo, en primer lugar, debemos considerar que los
valores propios del contexto posmoderno (centrados en la libertad del individuo y en la
búsqueda del éxito personal, pero también en una fuerte responsabilización individual de
quién no logra triunfar) tienen un impacto diferenciado en función de la clase: calan más
fácilmente en las clases medias y medias altas, mientras que tienen un impacto mucho más
reducido entre grupos excluidos, sobre todo cuando la exclusión no es algo reciente sino
algo que se arrastra entre generaciones. En situaciones como éstas, de hecho, la búsqueda
del éxito y la presión social hacia él son significativamente menores, simplemente porque el
triunfo nunca ha sido percibido como un objetivo realmente alcanzable.
La importancia del éxito amoroso para la identidad personal de las mujeres también se
manifiesta de forma diferente según la clase social. Y esto porque la presión hacia el éxito
amoroso no deja de ser –por lo menos en parte– un reflejo de una presión más generalizada
hacia el “éxito” en todas las esferas de la vida; y la presión hacia el éxito, globalmente
considerado, es muy elevada entre clases medias y medias-altas, pero es mucho menor entre
grupos excluidos. Otro elemento que puede estar reduciendo la importancia del amor en
contextos de exclusión es el hecho de que, allí, numerosas dificultades de carácter material
pueden fácilmente estar absorbiendo una mayor cantidad de tiempo y energía.
El análisis cualitativo efectuado, en suma, permite concluir que, en lo que respecta a los
factores de carácter material, las mujeres que se hallan en situación de integración se
encuentran en una posición de clara ventaja comparativa con respecto a las que se hallan en
una situación de exclusión; en lo que se refiere a los factores de carácter más simbólico, sin
embargo, son las mujeres excluidas las que parecen encontrarse en una situación de ventaja
comparativa. Es éste un hallazgo que puede ser de gran utilidad de cara al diseño de
políticas y a la intervención, ya que permite valorar cuáles son los factores que –
presumiblemente– estarán teniendo un mayor peso en la permanencia de las mujeres en la
relación violenta en cada caso y, de esta manera, ofrece la posibilidad de adecuar la
actuación profesional en función del contexto en que ésta se realiza. Esto significa, por
ejemplo, que a la hora de diseñar las políticas y la intervención social deberá tenerse en
cuenta que las mujeres en situación de exclusión necesitarán sobre todo poder acceder a
recursos materiales que hagan factible y viable la separación; mientras que en contextos de
integración existe una mayor necesidad de incidir en la esfera emocional y en el
autoconcepto de las mujeres.
Finalmente, cabe resaltar que esta separación entre factores materiales y
simbólico/emocionales es necesaria a fines analíticos, pero –si tomada de forma literal–
puede simplificar en exceso una realidad que es mucho más compleja y matizada. En el
relato de Sheila, por ejemplo, –y en una especie de paralelismo con el marco ecológico de

399
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Heise (1998) 294 – se aprecia claramente la existencia de una estrecha interrelación entre
elementos de diferente tipo y nivel

No es tan fácil, no. No es tan fácil. Para nada. Para nada. Buf. Es muy difícil. Se juntan…
los problemas psicológicos de cada uno, con la situación… personal, con la situación
familiar, con… con el entorno, con… todo. Con todo, con todo, todo. Todo hace una bola
que… que para salir, ¡puf! (E15)

Recapitulando, los datos extraídos de la Macroencuesta ponen de relieve que el hecho de


hallarse en una situación de vulnerabilidad social no retrasa la salida de relaciones
violentas. Los relatos de las mujeres supervivientes, por otra parte, sugieren que la posición
social, aunque no logra retardar la salida, sí incide en la importancia relativa que cada grupo
de factores (materiales en un caso, simbólico/emocionales en otro) tiene a la hora de retener
a las mujeres en tales relaciones.

12.4 La conciencia de la violencia vivida


Para terminar, analizamos la conciencia que las mujeres tienen de la violencia vivida.
Nuestra hipótesis de partida era que, en las situaciones de integración, dicha conciencia (o,
dicho de otra manera, la capacidad de reconocer la violencia) es mayor que en las de
vulnerabilidad. Formulamos esta hipótesis teniendo en cuenta tanto las mayores
herramientas de las que las mujeres en situación de integración disponen como el hecho de
que la violencia de género es allí menos frecuente y, por lo tanto, presumiblemente menos
normalizada y, por ello, más fácilmente reconocible. También en este caso, al igual que en
los anteriores, triangulamos datos cuantitativos y cualitativos.

12.4.1 Un acercamiento de tipo cuantitativo: la situación de


vulnerabilidad no se configura como un elemento de desventaja
claro
Para medir la capacidad de las mujeres de reconocer la violencia que experimentan,
debemos cruzar dos variables: violencia declarada y violencia técnica. Más concretamente,
consideramos que se da una situación de violencia no reconocida cuando, por una parte, la
mujer afirma que, en el último año, no ha sufrido ninguna situación por la que se haya
considerado maltratada y, por otra, la variable de violencia técnica nos dice que sí ha
experimentado violencia 295 . Es ésta una información que sólo se recoge en la
Macroencuesta296.
También en este caso, entonces, al caer el objetivo de la comparabilidad entre fuentes, ya
no es necesario analizar la totalidad de la violencia de género, razón por la cual hemos

294 Para un análisis detallado del marco ecológico de Heise (1998) véase apartado 3.2.4.1.
295 Para una explicación más detallada de cómo se construye esta variable véase Anexo III.
296 Más específicamente, en la Macroencuesta de Violencia de Género 2011, ya que, en la Macroencuesta de Violencia contra la

mujer 2015 la pregunta sobre violencia declarada ha sido eliminada, considerándose obsoleta. Desde aquí, queremos expresar
nuestra firme oposición a esta decisión, que supone un ahorro (tanto en dinero como en tiempo) irrisorio, pero impide seguir
midiendo el maltrato no reconocido.

400
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

preferido efectuar estudios específicos de la violencia ejercida por la pareja y por la ex


pareja (una opción que, además de asegurar mayor nivel de precisión, permite incorporar al
análisis las variables referidas a los hombres).

12.4.1.1 Un primer acercamiento de tipo descriptivo


Para un primer acercamiento, tomamos como referencia al conjunto de población
femenina, en situación de integración y vulnerabilidad.
Observamos así que, en situaciones de vulnerabilidad, hay un porcentaje mucho mayor
de mujeres que experimentan violencia y no la reconocen (14,7% frente a 9,3% en
integración en lo que respecta a la violencia ejercida por la pareja; y 2,6% frente a 1,0% en
el caso de la violencia perpetrada por la ex pareja). Se trata de un resultado relevante porque
indica que el problema más significativo de violencia no reconocida se halla en el espacio
social de la vulnerabilidad, lo cual, a su vez, significa que las mayores necesidades de
concienciación y formación se encuentran precisamente allí. Y esto es algo que es muy
importante tener en cuenta a la hora de diseñar e implementar políticas sociales de lucha
contra la violencia.

Gráfico 28. Porcentaje de mujeres que no reconoce la violencia que experimenta por parte de la
pareja o de la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social

Pareja Ex pareja
20 18,7 3 2,6
3
15 12,5
2
10 2
1,0
1
5
1
0 0
Integración Vulnerabilidad Integración Vulnerabilidad

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Esto, sin embargo, no puede llevarnos a olvidar que la mayoría de las mujeres que
experimentan violencia y no la reconocen se halla en situación de integración (70,2% del
total en el caso de la violencia ejercida por la pareja y 58,4% en lo que se refiere al maltrato
perpetrado por la ex pareja), unos datos que constituyen una ulterior confirmación del
carácter estructural y transversal de la violencia de género.

401
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Gráfico 29. Distribución de las mujeres que no reconocen la violencia que experimentan en los
espacios sociales de integración y vulnerabilidad según la identidad del agresor
(pareja o ex pareja)

100%
90%
80%
70% 58,4
70,2
60%
50% Integración
40% Vulnerabilidad
30%
20% 41,6
29,8
10%
0%
Pareja Ex pareja

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

Hemos observado que, en situaciones de vulnerabilidad, el riesgo de enfrentar violencia


y no reconocerlo es mayor que en integración. Esto proporciona una información muy útil
de cara al diseño e implementación de políticas, pero –como ya se verificaba en referencia a
la duración de la violencia– puede depender del hecho de que las mujeres en situación de
vulnerabilidad están más expuestas a experimentar violencia de género. Para saber si el
factor vulnerabilidad, además de incidir en el riesgo de experimentar violencia, también
influye directamente en la capacidad que las mujeres que la vivencian tienen de
reconocerla, entonces, debemos considerar la violencia no reconocida sobre la violencia
total.
Este nuevo análisis arroja un panorama radicalmente diferente: en lo que atañe a la
capacidad de reconocer la violencia perpetrada por la ex pareja, de hecho, ya no se detectan
diferencias significativas en función de la situación social 297; y en el caso de la violencia
ejercida por la pareja las mujeres en situación de vulnerabilidad parecen incluso tener
mayor conciencia de la violencia vivida que las integradas (las diferencias ascienden a 6
pp.). Se trata de un dato relevante, ya que es la primera vez que las mujeres en situación de
vulnerabilidad parecen encontrarse en una situación de ventaja relativa.
Este mismo análisis, finalmente, también refleja que, pese a las diferencias en función de
la situación social, el porcentaje de mujeres que tienen conciencia del maltrato vivido es
siempre más alto en el caso de la violencia ejercida por la ex pareja. Esto se comprende
considerando que reconocer una violencia que pertenece al pasado y que fue perpetrada por
una pareja que ya no es la actual resulta más fácil para las mujeres, ya que no implica
ponerse en cuestión a una misma y a la relación de pareja actual298.

297El nivel de significación es 0,546, algo que puede verse influido por la escasez de la muestra.
298Y aún es más: nuestra hipótesis es que, en el caso de la violencia ejercida por la ex pareja, el maltrato no reconocido está
claramente subestimado. Y esto porque los ítems que conforman la noción de violencia técnica no están pensados para medir
este tipo de violencia (no incluyen comportamientos, como el impago de alimentos o situaciones de acoso, que suelen
caracterizarla). Y si no disponemos de las herramientas necesarias para detectar la violencia, tampoco podremos identificar

402
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

Gráfico 30. Violencia no reconocida sobre el total de la violencia de género ejercida por la pareja o
la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social

Pareja Ex pareja
100% 100%
10,6 16,7
27,8 32,7
80% 80%

60% Violencia 60% Violencia


reconocida reconocida
40% 89,4 83,3 40%
Violencia no 72,2 67,3 Violencia no
20% reconocida 20% reconocida

0% 0%
Integración Vulnerabilidad Integración Vulnerabilidad

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

12.4.1.2 Análisis multivariante


Para saber si la situación de parcial ventaja de las mujeres en situación de vulnerabilidad
ahora detectada se debe a la situación de vulnerabilidad social propiamente dicha o a
factores con ésta asociados, debemos recurrir a estudios de tipo multivariante. También en
este caso, se trata de regresiones multinomiales que tienen como referencia al conjunto de
mujeres que experimentan violencia.
En lo que respecta a la violencia de la pareja, el análisis descriptivo antes efectuado
reflejaba una situación de ventaja relativa de las mujeres en situación de vulnerabilidad. El
análisis de regresión, en un primer momento parece confirmar los datos descriptivos 299; en
cuanto se controla por la intensidad, sin embargo, esta supuesta ventaja desaparece. Esto
indica que si las mujeres en situación de vulnerabilidad tienen mayores facilidades para
reconocer la violencia que enfrentan es simplemente porque ésta es más intensa que la que
experimentan las integradas.
En relación con esto, el análisis efectuado también muestra que existe un factor que
incide mucho más que cualquier otro en la capacidad de reconocer el maltrato: su
intensidad. Cuando el maltrato es de baja intensidad, de hecho, el riesgo de no reconocerlo
incrementa exponencialmente. Se trata de un resultado esperable que, sin embargo, también
refleja una clara necesidad de concienciación social acerca del hecho de que no son
solamente las conductas más extremas a dar lugar a una situación de violencia de género,
sino un abanico de situaciones mucho más amplio y variado.
Otro factor que dificulta que las mujeres tengan conciencia de la violencia
experimentada es vivir con la pareja. Esto puede reflejar el hecho de que, en relaciones que
se perciben como más estables, algunos de los componentes de la violencia de género
(como, por ejemplo el control masculino sobre la pareja femenina) pueden estar más

situaciones de no reconocimiento de la misma. Esto significa que, si dispusiéramos de un buen instrumento de detección
también para la violencia ejercida por la ex pareja, las diferencias detectadas en la capacidad de reconocimiento en función de
quién es el agresor serían probablemente aún mayores de lo que ya son.
299 A nivel de crude odds ratio la situación de vulnerabilidad parecía asociarse a una reducción del 40% en el riesgo de no

reconocer el maltrato (intervalo de confianza 0,391-0,903), con p valor = 0,015.

403
Violencia de género en la pareja y exclusión social

legitimados. Como ya se ha aclarado en referencia a la duración del maltrato, sin embargo,


también hay que considerar que dicha estabilidad generalmente se asocia a mayores
interdependencias entre los dos miembros de la pareja y, por lo tanto, a la existencia de
mayores obstáculos a superar para poder poner fin a la relación. En este contexto, entonces,
podemos hipotetizar que no asumir que se está enfrentando una situación de violencia puede
ser una estrategia –inconsciente– de auto protección por parte de mujeres que saben que
interrumpir la relación sería muy complejo.
El hecho de que la pareja esté en paro, por el contrario, facilita el reconocimiento de la
violencia vivida. Esto puede deberse a varios factores: en primer lugar, al hecho de que la
violencia que tiene lugar en tales circunstancias puede ser algo que se ha desencadenado en
consecuencia de un evento concreto (la pérdida del empleo)300. En este contexto, hay un
“antes” y un “después” que facilitan la comparación y logran, por tanto, que el maltrato sea
más reconocible. En segundo lugar, por otra parte, también hay que considerar que, cuando
quién ejerce la violencia es un hombre desempleado, reconocer la violencia podría ser más
fácil simplemente porque existe un estereotipo social (apreciable en novelas, películas, etc.)
que correlaciona desempleo del varón y violencia de género.
La capacidad de reconocer la violencia experimentada, por otra parte, es aún más
elevada cuando el hombre está en paro y la mujer tiene un empleo. Para comprender los
procesos subyacentes a esta realidad, ante todo hay que recordar que, al igual que en el
anterior, también en este caso la violencia puede tener un carácter coyuntural301. Es más, si
se considera que el aumento del riesgo de enfrentar violencia de género es, en este caso,
incluso mayor que en el anterior, se puede hipotetizar que, también aquí, está funcionando
un mecanismo del tipo de “antes y después” ya descrito, pero lo está haciendo de manera
intensificada
Finalmente, residir en un municipio de tamaño intermedio también parece incrementar la
conciencia de la violencia vivida. Identificar las dinámicas subyacentes a tales resultados
resulta difícil. La literatura existente, además, no nos ayuda a disipar estas dudas, dado que,
como ya se ha apuntado, la práctica totalidad de los estudios sobre factores de riesgo
existentes ha ignorado el papel de las variables relativas al entorno más amplio (Stöckl,
Heise y Watts 2011) y, por añadidura, ninguno de ellos se ha ocupado de la duración de la
violencia.

300 Si realizamos esta afirmación es porque, en las situaciones de desempleo masculino, el riesgo de enfrentar violencia sexual
se incrementa un 70%. Para más detalles, véase apartado 10.3.2.2.
301 Cuando la mujer tiene empleo y su pareja está desempleada, de hecho, la probabilidad de enfrentar violencia sexual se

multiplica por 2,5. Para más detalles, véase apartado 10.3.2.2.

404
Tabla 69.Probabilidad de no reconocer la violencia vivida entre las mujeres que experimentan violencia de género por parte de la pareja
M odelo 1 M odelo 2 M odelo 3A M odelo 4A M odelo 3B M odelo 4B
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la violencia
Intensidad
Grado 4 (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000 ,000 ,000
Grado 3 9,312 (5,296-16,372) ,000 9,676 (5,458-17,154) ,000 9,974 (5,569-17,865) ,000 10,815 (5,953-19,646) ,000 10,154 (5,657-18,227) ,000 10,933 (6,009-19,893) ,000
Grado 2 88,331 (26,236-297,396) ,000 93,358 (27,552-316,340) ,000 96,945 (28,401-330,918) ,000 112,240 (32,303-389,990) ,000 100,392 (29,239-344,697) ,000 115,624 (33,077-404,174) ,000
Grado 1 61,841 (30,167-126,772) ,000 64,937 (31,412-134,242) ,000 68,696 (32,805-143,857) ,000 77,768 (36,423-166,046) ,000 68,922 (32,798-144,835) ,000 76,436 (35,783-163,277) ,000
Composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.) 2,599 (1,073-6,296) ,034 2,616 (1,067-6,418) ,036 2,924 (1,188-7,198) ,020 2,995 (1,215-7,379) ,017 3,407 (1,364-8,513) ,009
Características de la pareja
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,041 ,037
Parado ,474 (,239-,940) ,033 ,487 (,243-,976) ,042
Inactivo 1,162 (,655-2,063) ,607 1,263 (,703-2,269) ,435

Características de la relación
Relación con la actividad laboral
Los dos ocupados (ref.) ,148 ,181
Los dos parados ,688 (,219-2,163) ,523 ,761 (,235-2,461) ,648
Ella ocupada él parado ,302 (,110-,833) ,021 ,314 (,113-,876) ,027
Ella parada él ocupado 1,159 (,443-3,034) ,764 1,186 (,451-3,119) ,729
Uno de los dos inactivo ,717 (,365-1,410) ,335 ,762 (,383-1,515) ,438
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Hasta 2.000 (ref.) ,059 ,076
De 2.001 a 50.000 ,143 (,025-,816) ,029 ,146 (,026-,833) ,030
De 50.001 a 100.000 ,161 (,026-1,010) ,051 ,186 (,029-1,172) ,073
M ás de 100.000 ,250 (,044-1,418) ,117 ,248 (,044-1,409) ,116
N casos usados por cada modelo 883 877 871 871 864 864
R cuadrado de Nagerkelke 0,431 0,438 0,450 0,464 0,454 ,467
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

405
Violencia de género en la pareja y exclusión social

En lo que respecta a la violencia perpetrada por la ex pareja, el análisis de regresión


confirma los resultados del estudio descriptivo e indica claramente que encontrarse en una
situación de vulnerabilidad no incide en la capacidad de reconocer la violencia
experimentada302.
Este mismo análisis, por otra parte, también muestra que el elemento que más influye en
la capacidad de reconocer esta violencia es su intensidad. Se confirma, en suma, el
panorama ya detectado en el caso de la violencia ejercida por la pareja.
La capacidad de reconocimiento también se reduce en el caso de mujeres de 55 o más
años. El hecho de que las mujeres mayores experimenten mayores dificultades puede
guardar relación con una mayor adhesión a valores patriarcales y, en relación con esto, con
una mayor normalización de la violencia en contextos de separación.
Finalmente, tener pareja o vivir con ella también son factores de riesgo. En este caso, el
panorama es más confuso y puede quizás indicar que las mujeres que tienen una nueva
pareja o viven con ella toleran ciertos comportamientos por parte del ex compañero
sentimental como algo inevitablemente relacionado con el fin de las relaciones y, sobre
todo, con el establecimiento de nuevos vínculos. En cualquier caso, los datos disponibles no
permiten llegar a conclusiones definitivas; al contrario, se requerirían nuevos estudios que
permitiesen contrastar los resultados obtenidos.

Tabla 70. Probabilidad de no reconocer la violencia vivida entre las mujeres que experimentan
303
violencia de género por parte de la ex pareja
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3A Modelo 3B
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la violencia
Intensidad
Grado 3 (ref.) ,001 ,002 ,002 ,001
Grado 2 1,337 (,505-3,540) ,559 1,596 (,566-4,499) ,376 1,390 (,462-4,187) ,558 2,216 (,706-6,961) ,173
Grado 1 5,777 (2,127-15,688) ,001 5,951 (2,091-16,939) ,001 6,274 (2,088-18,853) ,001 7,931 (2,543-24,735) ,000
Características de la mujer
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,083 ,046 ,048
De 35 a 54 ,955 (,406-2,246) ,917 1,420 (,555-3,635) ,465 1,224 (,480-3,123) ,673
55 o más años 10,817 (1,252-93,478) ,030 16,023 (1,780-144,251) ,013 16,044 (1,764-145,907) ,014
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 5,315 (1,797-15,717) ,003
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 8,307 (1,699-40,626) ,009
N casos usados por cada modelo 130 130 130 128
R cuadrado de Nagerkelke 0,161 0,245 0,338 0,338
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

302 La variable vulnerabilidad, de hecho, no resulta ser significativa ni a nivel de crude odds ratio (p valor= 0,615 OR= 0,822), ni
controlando por el factor intensidad (p valor= 0,985 OR= 1,008).
303 En este caso, presentamos dos modelos diferentes, uno con la variable "tiene pareja", el otro con la variable "vive con la

pareja". Hemos tomado esta decisión porque ninguna de las dos variables parecía prevalecer sobre la otra (analizadas por
separado, tenían el mismos poder explicativo; incluidas en un único modelo, ambas perdían significación).

406
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

12.4.2 Una mirada cualitativa: en contextos de exclusión las


dificultades para reconocer la violencia son claramente mayores
Los resultados cuantitativos presentados en los apartados anteriores indican con claridad
que, a paridad de intensidad, encontrarse en una situación de vulnerabilidad no incide en la
capacidad de reconocer la violencia vivida. El análisis cualitativo, sin embargo, releja una
realidad opuesta, donde las situaciones de exclusión se asocian con una mayor
normalización de la violencia y, en relación con esto, con mayores dificultades para
reconocerla.

12.4.2.1 Situaciones de exclusión: una violencia más normalizada


El mayor grado de normalización puede deducirse a partir de elementos que pertenecen
tanto al nivel discursivo como factual. Empezando por el nivel discursivo, ante todo se
observa que la descripción de los malos tratos no ocupa un lugar destacado en la narración
de las mujeres en situación de exclusión 304 . Al contrario, la violencia se describe muy
rápidamente, sin atribuirle gran importancia ni dedicarle gran espacio. Es éste, por ejemplo,
el caso de Concepción y de Elena que, aunque han vivido una violencia de muy alta
intensidad (incluyendo amenazas de muerte), a la hora de relatarla lo hacen de forma
escueta y muy poco enfática:

Allí ya no hubo más palos, ni nada, pero cada vez que veía a éste por la calle, me
amenazaba, me decía: “no te vas a salir con la tuya, y voy a hacerte más daño. Al hijo lo
quiero ver muerto (al grande), tú también. Y eso… (E16)

Un año antes, de… de irme de casa, le planteé de separarnos. Pero él unas veces, me decía
"no te vayas", lloraba, pa´ que me quedase, y tal y cual... otras veces, me decía que si me
iba saldría en una caja de pino, con los pies por delante, que me mataría, que no sé qué.
(E5)

Siempre en el plano del discurso, existe además otro elemento que refleja –de forma
mucho más clara que los anteriores– normalización de la violencia de género en contextos
de exclusión. Nos referimos al hecho de que las mujeres, de forma explícita, asumen que
eso es “lo normal”, lo habitual y lo que cabe esperar de un varón:

Porque ya te digo también, hombres habrá buenos, y eso, pero… pocos… (E16)

Y claro, pues los hombres, sabes, un día, están bien... otro día, les da por irse por ahí... a
beber... ¿qué sé yo? No sé... por lo menos en mi caso... (E7)

En situaciones de integración, por el contrario, no se ha detectado ninguna expresión


análoga, lo cual sugiere que el grado de normalización de la violencia es, allí, menor.
En lo que respecta al nivel factual, esta normalización se deduce a partir del hecho de
que, en contextos de exclusión, los hombres no ejercen violencia contra la mujer
únicamente en la privacidad del hogar, sino que, a menudo, la perpetran también en

304 Es algo que ya hemos observado en el caso específico de la violencia física. Para mayores detalles, véase apartado 10.4.

407
Violencia de género en la pareja y exclusión social

espacios públicos y delante de personas desconocidas 305 . Las mujeres, de hecho, así lo
relatan:

En mitad de las cafeterías, entrar y... empezar a chillar, a insultarme, a amenazarme, salía,
entraba, me insultaba, salía, volvía a entrar, me insultaba.... (…) los colegios, venía y me la
armaba, o sea... amenazas, insultos, delante de la policía... (…) estuve mucho tiempo con
los UPAS, acompañándome, que vamos, que ni delante de los… les daba igual, se callaba
el tío, le daba igual, o sea... (E12)

Aunque estaría fuera, también me pegaba fuera. Si a él se le daba igual. Si, cada vez que se
enteraba de una cosa, me… me… me… me pegaba, y si iba la asistenta social y le contaba
yo las cosas que me pasaban, también me pegaba cuando salía a la calle. (E16)

En diciembre, de este año, me fui a Portugal porque mi hijo necesitaba el DNI portugués, y
palizón que llevé (…) En la pura calle. Con gente viendo. (E4)

En contextos de integración, por el contrario, no se ha registrado ningún caso en el que la


violencia se ejerza delante de otras personas, ya sean conocidas o desconocidas.

12.4.2.2 … y por ello menos reconocible


En suma, elementos de nivel tanto discursivo como factual indican que, en contextos de
exclusión, la violencia está más normalizada que en situaciones de integración. El resultado
lógico de este mayor grado de normalización es que reconocer la violencia se vuelve más
complejo. En lo que respecta a la violencia física, por ejemplo, cabe reseñar la historia de
Carmen, que, al ser interrogada acerca de si llegó a experimentar este tipo de violencia,
contesta:

No. Era más todo, pues, chillos, insultos, desde llamarte al timbre... de dar portazos, de
gritar, de... o sea... engancharme el cuello y eso sí, pero... bueno y empujones pero... así
cómo dar un puñetazo o algo así no, no. (E12)

En lo que se refiere a la violencia sexual, nos remitimos a la experiencia de Concepción,


que era constantemente forzada por su marido a mantener relaciones sexuales y, por lo
menos en un primer momento, no era siquiera consciente de estar experimentando
violencia:

Después, a mí me han preguntado, si me habían violado o algo, ¡eh! y yo no quería decir


cosas de esto, porque… pero… yo después me iba enterando de estas cosas, y él me
obligaba, él me obligaba (…) yo, en su primer día, no dije eso, a la policía, pero ya, se lo
imaginaban ellos, que yo era de forzar… violar, decía, digo: “hombre, tanto… violación…
yo no sabía eso, ¿no? (E16)

Finalmente, en lo que respecta a la violencia psicológica, cabe destacar el relato de


Sheila que, incluso después de que la violencia más intensa hubiese aparecido –e incluso
después de haber interrumpido la relación con su ex pareja– seguía –y en parte sigue–

305Como se recordará, a lo largo de este texto (apartado 9.2.2.2) ya se había apuntado que, en situaciones de exclusión, la
violencia tendía a esconderse menos y a ser perpetrada delante de otras personas. En ese caso, sin embargo, se trataba de
familiares y amistades, con lo cual el acento se ponía sobre todo en el hecho de que el entorno no censuraba el recurso a la
violencia de género. En este caso, por el contrario, se trata de personas desconocidas, con lo cual el acento se desplaza hacia
el hecho de que el recurso a la violencia se percibe como algo tan “normal” que ni siquiera necesita ser escondido.

408
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

interpretando la violencia psicológica de control que él ejerció desde el primerísimo


momento como una demostración de cariño. Al preguntarle si, al principio de la relación, su
pareja había sido una persona tierna y cariñosa, de hecho, Sheila responde:

Sí… claro. Claro. Es que si no… sí que era cariñoso sí… sí. Pero igual… claro, yo… pues
la primera semana o así, volví a casa en… quedaba con él y tal, y volvía a dormir a casa de
mi padre, con mi hijo y tal… y… e igual, pues me despertaba igual (…) a las 2 o a las 3 de
la tarde, y allí estaba el otro, igual… 50 mensajes en el teléfono, era: “donde estás-qué estás
haciendo- seguro que estás por ahí”. Y me levantaba, y: “a ver, que no, chico, que est…”.
Pero eso también, era como… yo sentía que él… como que se preocupaba por mí. “Pues
fíjate lo que se preocupa por mí, fíjate lo que le importo, fíjate…”, ¿sabes? “Lo que le
gusto... fíjate… fíjate todos los mensajes que me ha mandado, que se ha puesto histérico…”
(…) ¿Sabes? Al principio… claro. Es que si no… es que es… si no hay un principio bueno,
no acabas en final malo. Eso seguro. Si, desde el principio, es malo, o sea, desde el primer
día quedo con él, me voy con él de fiesta y me pega, ¿me entiendes?, pues… ya me quedo
en casa de mi madre… de mi padre, y ya no lo veo más. (E15)

Asimismo, también cabe destacar el relato de Maribel, que interpreta el hecho de que el
varón la considere de su propiedad como una declaración de amor:

Se marchó de casa. Se marchó, y estuvo una semana. Pero luego volvió, llamándome por
teléfono, que quería ver a los hijos, lo de siempre. A todo llorar, se me ponía de rodillas,
que me quiere mucho, que no va a dejar que nadie se acerque a mí, que yo soy pa´ él, que…
bueno... el rollo ese que te mete, que… de primeras te lo crees todo, luego no. Porque ya
se... te lo hace una, y otra, y otra, y otra, y dices: puro cuento. Es puro cuento, no te
engañes. (E10)

Lo más impactante, en este caso, es que Maribel en ningún momento parece considerar
que las palabras de su marido son controladoras y violentas. Al contrario, el rechazo y la
desconfianza que siente hacia ellas se deben simplemente al hecho de que son “puro
cuento”. Es decir, que aunque hay un reconocimiento de que, pese a las palabras, la
violencia no termina; no hay, sin embargo, un análogo reconocimiento de que sus palabras
son violentas en sí mismas.
En situaciones de integración, por el contrario, no se evidencian escenarios de este tipo,
sino que la violencia –por lo menos cuando es de alta intensidad como la que aquí se
describe– sí es reconocida como tal.
Los relatos de las mujeres entrevistadas, en suma, reflejan un panorama diferente del que
dibuja la Macroencuesta: si allí la situación de vulnerabilidad no parecía influir en la
capacidad de reconocer la violencia experimentada, de hecho, aquí las mayores dificultades
de las mujeres en situación de exclusión aparecen con total claridad. Se registra, en suma,
una evidente contradicción entre resultados cuantitativos y cualitativos. Esto puede deberse
a varios factores, no excluyentes entre sí. Una primera posibilidad es que estas diferencias
responden a cuestiones de tipo metodológico y, más concretamente, al hecho de que la
Macroencuesta permite identificar únicamente mujeres en situación de vulnerabilidad
social, mientras que las entrevistas permiten escuchar la voz de aquellas que se hallan en
situación de exclusión (severa). La combinación de ambos resultados, en suma, podría
sugerir que, aunque una situación de simple vulnerabilidad no llega a incidir en la capacidad
de reconocer la violencia, una situación de exclusión social real sí lo hace. El hecho de que,
tal y como evidencia la Encuesta Foessa, en situaciones de pobreza extrema (circunstancia
en la que se encuentran sobre todo mujeres pertenecientes a sectores claramente marginales

409
Violencia de género en la pareja y exclusión social

y alejados del conjunto de la sociedad) los niveles de violencia detectados sean mínimos
parece respaldar esta segunda hipótesis.
Otra posibilidad guarda relación con el hecho de que la capacidad de reconocer la
violencia experimentada depende tanto de las herramientas –intelectuales, culturales, etc. –
de las que cada mujer dispone como de su cercanía al estereotipo social de “mujer
maltratada”. En el caso del análisis cuantitativo, ambos factores estarían operando y
equilibrándose recíprocamente, y esto podría ayudarnos a comprender por qué, allí, las
mujeres integradas no se muestran más capaces de reconocer la violencia que las mujeres en
situación de vulnerabilidad social. En lo que respecta al análisis cualitativo, por el contrario,
todas las mujeres entrevistadas ya se reconocían como víctimas de esta violencia. Esto
implica que, aquí, únicamente el primer factor estaría operando, lo cual puede explicar por
qué, en este caso, las mujeres integradas sí se sitúan en una posición de ventaja.

410
12.5 Conclusiones
En este último capítulo, continuando con el camino empezado en el capítulo anterior,
hemos seguido analizando las características de la violencia de género que tiene lugar en las
situaciones de integración y exclusión social. Más concretamente, hemos analizado la
intensidad de la violencia vivida, su duración y la conciencia que las mujeres tienen de la
misma en las situaciones de integración y exclusión social.
En lo que respecta a la intensidad de la violencia, el análisis cuantitativo efectuado
permite concluir que las formas más intensas de violencia son mucho más frecuentes en
situaciones de vulnerabilidad que de integración (el 7,9% de las mujeres en situación de
vulnerabilidad experimenta violencia de alta intensidad, frente al 3,2% en integración). Si
antes habíamos observado que las mujeres en situación de vulnerabilidad tenían mayores
probabilidades de experimentar violencia, estos resultados muestran que la brecha se
incrementa ulteriormente en el caso de la violencia más intensa.
Si limitamos la mirada a las mujeres que experimentan violencia, la situación de
desventaja comparativa de las mujeres en situación de vulnerabilidad se confirma: éstas, de
hecho, enfrentan una violencia medianamente más intensa que las integradas (un 28%); y,
aun conformando alrededor de un quinto de la población (21,2%), llegan a constituir la
mitad (48,3%) de las que experimentan la violencia más intensa. El análisis multivariante
confirma los datos presentados e indica que, en situaciones de vulnerabilidad, el riesgo de
enfrentar las formas más intensas de violencia en lugar que las más leves se multiplica por
más de 2.
Los relatos de las mujeres supervivientes corroboran estos resultados y además
evidencian que, en contextos de exclusión, la violencia no solamente tiende a ser más
intensa que en integración, sino que tiende a serlo desde el principio.
Los resultados obtenidos deben ser tenidos en cuenta a la hora de llevar a cabo una
intervención profesional con mujeres en situación de violencia de género: en contextos de
exclusión social, de hecho, donde la violencia tiende a ser especialmente brutal, se
requerirá, probablemente, una intervención más intensa y duradera; en situaciones de
integración, donde la violencia se manifiesta de forma más sutil y sofisticada, por el
contrario, quizás no se requiera una intervención de intensidad tan elevada, pero será
especialmente acuciante incidir en el hecho de que la violencia puede manifestarse de
formas muy diferentes, más y menos visibles y reconocibles, todas ellas, sin embargo,
profundamente dañinas para las mujeres que las viven.
La clave para comprender las razones de esta mayor intensidad parece ser el hecho de
que, en contextos de exclusión, no se encuentran actores capaces de poner límites a la
escalada en el proceso de violencia. No lo son las mujeres, por la situación de mayor
indefensión (tanto material como simbólica) en las que se encuentran y porque se han
socializado en contextos en los que la violencia se encuentra más normalizada. No lo es su
entorno social más inmediato, que suele mostrarse más bien comprensivo con el recurso a la

411
Violencia de género en la pareja y exclusión social

violencia, no suele condenarla sino aceptarla y respaldarla. Y, finalmente, no lo es –no


quiere serlo– la sociedad en su conjunto, que otorga a estas mujeres un valor social
especialmente bajo y, de esta manera, favorece que la violencia que se perpetra contra ellas
tenga una intensidad mayor que la que se ejerce contra mujeres integradas, autóctonas, de
clase media, etc. La intersección entre el sistema de sexo/género y otros sistemas de
opresión (sean raciales, sexuales, clasistas, etc.) (Collins 1990/2000), en suma, empeora
claramente la situación de las mujeres pobres, extranjeras, excluidas, que se convierten en
sujetos que pueden ser lastimados aún más impunemente que otras mujeres, precisamente
porque su valor y estatus social es especialmente reducido.
Estos resultados, sin embargo, no pueden hacernos olvidar que la Encuesta Foessa
presenta un panorama diferente, en el que la situación de exclusión no influye en la
intensidad de la violencia vivida. Desde aquí, consideramos que estas diferencias entre
fuentes responden a cuestiones de orden metodológico y que los resultados más fiables son
los que proporciona la Macroencuesta. En cualquier caso, la falta de coincidencia entre los
datos extraídos de la Macroencuesta y de la Encuesta Foessa no puede ser ignorada y
evidencia la necesidad de nuevos estudios que permitan contrastar los resultados obtenidos.
En segundo lugar, hemos analizado la duración del maltrato. El análisis cuantitativo
realizado indica que la proporción de mujeres que experimenta violencia de larga duración
es mucho mayor en contextos de vulnerabilidad que de integración (13,3% frente al 7,7%
en el caso de la violencia ejercida por la pareja; y 2,1% frente al 0,7% en lo que respecta a
la violencia perpetrada por la ex pareja). Un mayor tiempo de exposición a la violencia
intensifica el daño que ésta ocasiona, incrementa las secuelas (entre ellas, también el riesgo
de vivir rutas descendentes hacia la exclusión) y dificulta la recuperación. Y esto es algo
que debe ser valorado a la hora de asignar recursos y diseñar la intervención que habrá de
ser llevada a cabo en cada contexto. En sentido contrario, sin embargo, no se puede ignorar
que la mayoría de la violencia de larga duración la experimentan mujeres integradas (69,8%
del total en el caso del maltrato perpetrado por la pareja y 55,7% del total en lo que respecta
a la violencia ejercida por la ex pareja), unos resultados que nos recuerdan el carácter
estructural y transversal de este tipo de violencia.
Si circunscribimos el análisis a las mujeres que experimentan violencia, por otra parte,
observamos que la situación de vulnerabilidad ya no parece influir en la duración de las
relaciones violentas (un elemento que sí incide, por el contrario, es la edad).
Los relatos de las mujeres supervivientes permiten afinar el análisis. Muestran que la
situación social, aunque no parece influir en la duración del maltrato, sí incide en la
importancia relativa de los varios elementos que mantienen a las mujeres en relaciones
violentas. En situaciones de exclusión, de hecho, cobran especial relevancia elementos de
carácter material. Éstos incluyen factores de nivel individual (ausencia de recursos
económicos propios, una familia que no apoya, origen extranjero, consumos activos),
elementos referidos al contexto institucional (ausencia de ayudas sociales adecuadas) y
factores de carácter macroeconómico (crisis económica y destrucción de empleo). Entre
mujeres de clase media o media alta, por el contrario, adquieren mayor relevancia
elementos de tipo simbólico y emocional. Éstos incluyen elementos relacionados con la
construcción de la identidad femenina (gran importancia de la pareja en términos de
identidad personal y social, miedo a la soledad, dependencia emocional) y con los valores y

412
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social

objetivos propios de una sociedad posmoderna (miedo al fracaso y a la vergüenza que éste
origina).
Estos resultados pueden explicarse considerando que los valores propios del contexto
posmoderno (ej. búsqueda del éxito personal, pero también una fuerte responsabilización
individual de quién no logra triunfar) calan más fácilmente en las clases medias y medias
altas, mientras que tienen un impacto mucho más reducido entre grupos excluidos. Y esto es
así porque, en un contexto de exclusión, tales objetivos nunca han estado al alcance de la
mano y, por lo tanto, tampoco han sido interiorizados como elementos clave para la
construcción de la identidad. La menor relevancia atribuida al éxito amoroso, por su parte,
también debe entenderse dentro de este contexto más amplio. Ésta, de hecho, no deja de ser
–por lo menos en parte– un reflejo de una presión más generalizada hacia el “éxito” en
todas las esferas de la vida; y la presión hacia el éxito, como hemos visto, es mucho más
fuerte entre clases medias y medias altas que entre grupos excluidos. Otro elemento que
puede estar reduciendo la importancia de los factores de carácter simbólico y emocional en
contextos de exclusión es el hecho de que, allí, las mujeres deben enfrentarse a dificultades
de carácter material mucho más intensas que pueden terminar absorbiendo una mayor
cantidad de tiempo y energía.
Las conclusiones a las que hemos podido llegar ofrecen una información de vital
importancia de cara al diseño de políticas y a la intervención social. Conocer cuáles son, en
cada contexto, los elementos que mayormente dificultan el alejamiento de la mujer de una
pareja maltratadora, de hecho, abre la puerta a la posibilidad de adecuar la intervención en
función del contexto en que ésta se realiza, incrementando así su eficacia.
El análisis efectuado, por lo tanto, sugiere que nuestra hipótesis de investigación acerca
de una mayor duración de las relaciones violentas en contextos de exclusión debe ser
rechazada. Para poder afirmarlo con seguridad, sin embargo, sería necesario verificar si los
datos extraídos de la Macroencuesta y referidos a mujeres en situación de vulnerabilidad
pueden extenderse también a mujeres en situación de exclusión propiamente dicha (sobre
todo si severa). Para ello, se requeriría la incorporación de una pregunta en este sentido en
la próxima Encuesta Foessa
Finalmente, el tercer elemento examinado ha sido la conciencia de la violencia vivida.
En lo que a ésta se refiere, el análisis cuantitativo muestra que la proporción de mujeres que
experimenta violencia y no lo reconocen es mucho mayor en situaciones de vulnerabilidad
que de integración (el 14,7% de las mujeres vulnerables frente al 9,3% de las integradas en
lo que respecta a la violencia ejercida por la pareja; y el 2,6% frente al 1,0% en el caso de la
violencia perpetrada por la ex pareja). Estos resultados indican que la problemática más
significativa de violencia no reconocida se halla en el espacio social de la vulnerabilidad. Y
esto, a su vez, conlleva que justamente allí se encuentran las mayores necesidades de
concienciación y formación, algo que no se puede ignorar a la hora de diseñar e
implementar acciones de este tipo. Tampoco en este caso, sin embargo, podemos ignorar
que la mayoría de las mujeres que no tienen conciencia de la violencia vivida se halla en
situación de integración (70,2% del total en caso del maltrato perpetrado por la pareja y
58,4% del total en lo que respecta a la violencia ejercida por la ex pareja), unos resultados
que, nuevamente, vuelven a poner sobre la mesa el carácter estructural y transversal del
fenómeno estudiado.

413
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Entre las mujeres que experimentan violencia, por parte, las vulnerables no parecen
encontrarse en desventaja: de hecho, la vulnerabilidad ni favorece ni dificulta el
reconocimiento del maltrato vivido (el factor que sí incide en ello es la intensidad de la
violencia).
El análisis cualitativo, sin embargo, refleja una realidad diferente, donde la situación de
exclusión social claramente dificulta el reconocimiento de la violencia. Esta realidad se
explica considerando que tales situaciones suelen caracterizarse por una mayor
normalización de la violencia de género (realidad que puede apreciarse a partir de
elementos tanto discursivos como factuales) y, por lo tanto, también se acompañan de
mayores dificultades para reconocerla.
En suma, los relatos de las mujeres supervivientes respaldan nuestras hipótesis de
investigación, mientras que los datos cuantitativos la rechazan. Varias hipótesis, no
excluyentes entre sí, pueden dar cuenta de esta contradicción. Una primera hipótesis remite
al hecho de que los datos cuantitativos y cualitativos hacen referencia a grupos sociales
distintos (en un caso, mujeres en situación de vulnerabilidad social, en otro, mujeres en
exclusión severa). Esto indicaría que, aunque una situación de simple vulnerabilidad no
influye en la capacidad de reconocer la violencia vivida, una de exclusión propiamente
dicha (sobre todo si severa) sí.
Otra hipótesis parte de la constatación de que hay elementos (como el hecho de poder
contar con mayores herramientas culturales, intelectuales, etc.) que favorecen el
reconocimiento de la violencia por parte de mujeres integradas y otros (como la
disponibilidad a reconocerse como “mujer maltratada”) que propician el reconocimiento el
contextos de exclusión. Los datos de encuesta se explicarían por el hecho de que, allí,
ambos factores estarían operando y equilibrándose recíprocamente. Los resultados del
análisis cualitativo, por el contrario, se explicarían por el hecho de que, en este caso, todas
las mujeres entrevistadas ya se reconocían como víctimas de esta violencia, con lo cual
únicamente el primer factor estaría operando.
Recapitulando, el análisis efectuado permite establecer que, en situaciones de exclusión
social, no solamente el riesgo de experimentar violencia es mayor, sino que ésta, cuando
tiene lugar, tiende a ser más intensa. Análogamente, se detectan también mayores
dificultades de cara a reconocer la violencia vivida (por lo menos en las situaciones de
exclusión más extrema). La duración de las relaciones violentas, por el contrario, no parece
verse influida por la situación social (aunque los elementos que mantienen a las mujeres en
tales situaciones sí varían en función de ésta).
Para finalizar, queremos recordar el carácter extremadamente novedoso del análisis aquí
efectuado. Hasta donde conocemos, de hecho, solamente uno de los numerosos estudios
sobre factores de riesgo consultados llega a estudiar la intensidad de la violencia (Barrett,
Habibov y Chernyak 2012), mientras que ninguno examina la duración de la misma o la
conciencia que las mujeres tienen del maltrato vivido.

414
13. Conclusiones y propuestas

En esta investigación hemos tratado de explorar la relación existente entre la violencia de


género en relaciones de pareja y las situaciones de exclusión social.
Si la existencia de un primer vínculo entre estos dos fenómenos se deriva de la propia
conceptualización de la noción de exclusión (que considera la violencia de género un
elemento constitutivo de tales situaciones); todo lo que va más allá de este vínculo básico
apenas ha sido tratado por la literatura. Partiendo de esta premisa, por lo tanto, en la
presente investigación hemos tratado de llenar ese hueco. Más específicamente, hemos
querido descubrir: (1) si el riesgo de experimentar violencia de género en la pareja varía en
función de la situación de integración o exclusión social de las mujeres y qué dinámicas
pueden subyacer a los datos encontrados; (2) si las características de la violencia vivida
también varían en función de estas mismas situaciones o si, por el contrario, éstas se
mantienen siempre estables.
Hemos podido así concluir que, efectivamente, la situación social de las mujeres incide
tanto en el riesgo de experimentar violencia como en las características de la misma.

13.1 ¿De dónde partimos?


Para poder calibrar con precisión el valor de los resultados a los hemos llegado, sin
embargo, antes es necesario efectuar algunas consideraciones acerca del estado de
desarrollo de la literatura específica, en la que el presente estudio se inserta.
Un primer elemento a tener en cuenta es que coexisten aquí posturas claramente alejadas
y contrapuestas y, por ello, incapaces de explicar plenamente el fenómeno que nos ocupa.
Más específicamente:
 Por un lado hallamos investigaciones que carecen por completo de perspectiva
de género. Se trata de estudios que frecuentemente utilizan metodologías de
análisis cuantitativas y, por medio de éstas, suelen identificar factores de riesgo
de victimización. Su mayor limitación reside en el hecho de que, cuando intentan
dar cuenta de los mecanismos subyacentes a tales resultados, no tienen en
absoluto en cuenta las desigualdades de género que están operando. Se trata,
además, de investigaciones que han tenido un desarrollo limitado a nivel estatal.
 Por otro lado, encontramos investigaciones feministas. Éstas ponen el acento en
el origen estructural y en el carácter transversal de la violencia de género,
utilizan prevalentemente metodologías de análisis cualitativas y tienden a ser
reacias a reconocer la existencia de elementos de riesgo (o, dicho de otra forma,
las diferencias entre grupos, incluso en el marco de una estructura –de género–
homogeneizadora).
Como resultado, tanto las unas como las otras sólo pueden ofrecer explicaciones
parciales: las primeras, de hecho, no pueden aclarar por qué, si los factores de riesgo afectan
Violencia de género en la pareja y exclusión social

tanto a hombres como a mujeres, la propensión a agredir es tan mayoritariamente masculina


y los blancos de tales agresiones son tan a menudo mujeres (García y Casado 2010);
mientras que las segundas no pueden dar cuenta de por qué, en ciertos grupos (ej. mujeres
sin estudios, con discapacidad, migradas, etc.), la incidencia de la violencia de género es
mayor.
Precisamente aquí, entonces, en el hueco dejado por la intersección entre ambas
perspectivas, se sitúa nuestra investigación: en ella, de hecho, intentamos conjugar el
reconocimiento del origen estructural de la violencia de género con un análisis de elementos
que pueden incrementar o reducir el riesgo.
En este sentido, entonces, el trabajo aquí efectuado presenta fuertes puntos de contacto
con el marco ecológico integrado de Heise (1998). Existe, sin embargo, una clara diferencia
entre los dos: si en aquel las desigualdades de género se consideraban simplemente un
elemento causal entre muchos, aquí éstas representan la única condición necesaria de la
violencia (García y Casado 2010) y son, por lo tanto, un elemento clave para comprender el
fenómeno analizado.
Un segundo elemento a considerar es el hecho de que, aunque los estudios que se ocupan
de factores de riesgo son muy numerosos (sobre todo en ámbito anglosajón), hasta donde
conocemos casi todos analizan el papel jugado por la situación económica, mientras que –
hasta donde conocemos– todavía ninguno se ha ocupado de la situación de exclusión social.
Se trata de una ausencia difícilmente justificable, sobre todo si se considera que ya son
varias las investigaciones que han puesto de relieve la necesidad de analizar el impacto
cumulativo de varios factores y sus interrelaciones (Aldarondo y Castro-Fernández 2011;
Campbell et al. 2011), algo que guarda una relación directa con la noción de exclusión. La
necesidad de incorporar este nuevo concepto, por otra parte, aparece con claridad aún
mayor si se tiene en cuenta que éste es mucho más capaz que la noción de pobreza de captar
las dinámicas de la desigualdad contemporánea, caracterizada precisamente por la
emergencia de otros elementos de desigualdad además del económico (Subirats 2004).
En suma, una revisión de la literatura especializada muestra claramente el carácter
doblemente novedoso de la investigación aquí realizada. En ella, de hecho:
 Se analiza la interrelación entre la violencia de género y las situaciones de
dificultad social, pero el estudio se lleva a cabo con perspectiva de género y sin
rechazar metodologías cuantitativas ni cualitativas.
 Se recurre precisamente a la noción de exclusión social, no a los factores de
riesgo habitualmente utilizados en la literatura especializada.

13.2 Un estudio “peligroso” pero necesario


La presente investigación, como se ha aclarado, se inserta en un hueco existente en la
literatura. Esto nos lleva a preguntarnos cómo es posible que, frente a una producción
teórica muy abundante, este hueco haya persistido. Seguramente la respuesta reside, por lo
menos en parte, en el hecho de que el tema aquí tratado puede llegar a ser “peligroso”: un
análisis de la interrelación entre violencia y exclusión, de hecho, podría terminar
potenciando explicaciones individualistas de la violencia de género, así como dinámicas de
416
Conclusiones y propuestas

criminalización de la población excluida, algo que evidentemente, desde posiciones


progresistas, se desea evitar.
Desde aquí, sin embargo, consideramos que este peligro, aunque existe, se puede
resolver manteniendo siempre una mirada estructural. En el caso de la violencia de género,
esto significa recordar en todo momento que se trata de un fenómeno que sólo puede existir
en presencia de una precondición necesaria: un trasfondo estructural de relaciones
desiguales de género. En el caso de la exclusión social, mantener una mirada estructural
significa reconocer que “el corazón de la problemática de la exclusión no está donde
encontramos a los excluidos” (Castel 1995/1997, p. 108). Muy al contrario, estas
situaciones son el producto de las desigualdades estructurales inherentes al sistema
capitalista, ulteriormente intensificadas por efecto de los cambios sociales acaecidos en las
últimas décadas.
Cuando hay una conciencia clara de que tanto la violencia como la exclusión tienen
origen estructural, el riesgo de terminar potenciando explicaciones individualistas de la
violencia o de contribuir a la criminalización de la población excluida se reduce
notablemente. Los mayores niveles de violencia de género que se detectan en contextos de
exclusión, de hecho, se reconducen automáticamente al nivel de la estructura: estructura de
género, por cómo ésta construye hombres y mujeres determinados; y estructura de clase, por
cómo ésta también contribuye a caracterizar los valores, actitudes y comportamientos de los
individuos.
En relación con esto, las reflexiones más interesantes las han efectuado los estudios que
se ocupan de interseccionalidad. Éstos, de hecho, parten precisamente de la constatación de
que los diferentes sistemas de opresión están interconectados (Collins 1990/2000) y
subrayan que la posición de los individuos sólo puede comprenderse a partir de su
posicionamiento en diferentes estructuras de opresión que se interseccionan. Es por ello que
estos estudios constituyen un marco de referencia obligado y privilegiado para nuestra
investigación.
Las investigaciones sobre interseccionalidad, sin embargo, tienen carácter casi
exclusivamente teórico (apenas se han traducido en investigaciones empíricas); y, además,
aun habiendo a menudo subrayado la importancia de considerar una multiplicidad de
factores, en la práctica se han ocupado de forma casi exclusiva de la intersección entre
género y raza/etnia (Sokoloff y Dupont 2005). Esto significa que es especialmente
necesario tanto efectuar estudios empíricos que se inserten bajo este paradigma como
investigar el papel de otras intersecciones. También en esto, entonces, nuestro estudio es
novedoso.
La presente investigación, por otra parte, no es solamente novedosa, sino también –y
sobre todo– claramente necesaria. El hecho de que la violencia sea un fenómeno estructural
y transversal (que, como tal, puede afectar a mujeres pertenecientes a todo el espectro
social), en efecto, no puede llevarnos a ignorar la situación de especial desprotección en la
que se hallan las mujeres en situación de exclusión.
Esto implica que seguir rechazando cualquier explicación más allá de la que remite a la
dominación masculina –aunque podría ser hasta útil para la causa de todas aquellas mujeres
que no acumulan más opresiones que la de género (es el caso de mujeres blancas,

417
Violencia de género en la pareja y exclusión social

autóctonas, de clase media alta, con elevado nivel formativo, etc.)– sería claramente
contraproducente para aquellas que ocupan posiciones más precarizadas. En su caso, de
hecho, seguir ignorando la existencia de elementos que interseccionan con el sistema de
género e incrementan el riesgo significaría renunciar a intervenir para reducir esta
desventaja, y esto no es algo que se pueda defender desde posiciones progresistas.
Recapitulando, una revisión de la producción teórica existente, de sus puntos fuertes y de
sus huecos, pone de relieve el carácter novedoso y necesario del estudio realizado.
Partiendo de aquí, vamos ahora a examinar los resultados que éste arroja.

13.3 Una situación de especial desventaja de las mujeres en


exclusión
En primer lugar, observamos que, comparadas con las mujeres integradas, las que se
hallan en situación de exclusión se encuentran en una situación de especial desventaja.

13.3.1 En exclusión el riesgo de experimentar violencia es mayor


Una primera manifestación de esta desventaja es que, en su caso, la probabilidad de
experimentar violencia de género es mayor que entre las integradas.
El riesgo se incrementa, ante todo, conforme aumenta la intensidad de la exclusión. El
porcentaje de mujeres que enfrenta violencia de género, de hecho, aumenta progresivamente
al alejarse de la zona de plena integración, hasta el punto de que en exclusión severa acaba
siendo dos veces y medio más elevado que en integración plena. A paridad de otras
condiciones, las distancias se reducen, pero no desaparecen: aunque ya no hay diferencias
significativas entre las mujeres en situación de integración plena y precaria, de hecho, en
exclusión moderada y severa el riesgo es un 45% y 82% mayor respectivamente.
Los datos esgrimidos indican que una mayor o menor intensidad de los procesos de
exclusión vividos incide en la probabilidad de enfrentar violencia de género; el tipo de
exclusión experimentado, sin embargo, tiene un peso mucho mayor. A paridad de otras
condiciones, de hecho, cuando se da una situación de conflicto social este riesgo se
incrementa muchísimo (se multiplica por 5,6); cuando se registra exclusión educativa y de
la salud, este aumento se mantiene pero es muchísimo menor (88% y 55% más elevado
respectivamente); mientras que en todos los demás casos (exclusión del empleo, del
consumo, de la vivienda, política y aislamiento social) no se registran variaciones
significativas.
Los datos presentados ponen de relieve que los incrementos asociados a la situación de
exclusión reflejan principalmente el papel jugado por la presencia de procesos anómicos,
relacionados con la conflictividad a nivel tanto social como de hogar. Y esto, a su vez,
remite al debate sobre la underclass: ésta, de hecho, se corresponde a una parte del
fenómeno, más amplio, de la exclusión (Laparra 2000) y algunas de sus características
permiten relacionarla precisamente con la dimensión del conflicto social.
Resulta, además, relevante subrayar que, aunque la dimensión del aislamiento,
globalmente considerada, no parece incrementar el riesgo, la presencia de personas en
418
Conclusiones y propuestas

instituciones (uno de los indicadores que la conforman) sí llega a aumentarlo de forma muy
evidente.
Siguiendo con este mayor nivel de concreción, las situaciones de mayor riesgo son
justamente aquellas en las que:
 hay personas en instituciones;
 las relaciones entre los miembros del hogar son malas;
 alguien tiene problemas con el alcohol, las drogas o el juego;
 se ha pasado hambre;
 hay menores de 3 a 15 años sin escolarizar.
Se trata de situaciones muy concretas y esto, como veremos más adelante, tiene
implicaciones claras de cara a la definición de políticas y la intervención social (podría dar
lugar a protocolos para la intervención).
Asimismo, cabe resaltar que la presencia, en el hogar, de alguien con problemas de
alcoholismo, drogodependencias o ludopatías es la única circunstancia (entre las 35
consideradas) que incrementa de forma significativa el riesgo de experimentar cualquier
tipo de violencia (sea ésa física, sexual o psicológica). Esto, por otra parte, no significa que
el alcohol o las drogas sean causa de la violencia, sino que el abuso de estas sustancias, al
insertarse en una estructura caracterizada por profundas desigualdades entre sexos, puede
llegar a desencadenarla o intensificarla (así como ser un producto de la violencia).
Recapitulando, si los datos referidos a la situación de exclusión globalmente considerada
reflejaban unos incrementos en el riesgo de enfrentar violencia de género que, aun siendo
significativos, eran bastante contenidos; un análisis por dimensiones muestra un panorama
mucho más matizado y preocupante.
Este último análisis, por su parte –al poner de relieve que el riesgo se incrementa sobre
todo en presencia de conflicto social, mientras que una situación de exclusión económica
apenas es relevante– pone asimismo de manifiesto la importancia y oportunidad de haber
analizado aquí la relación entre violencia y exclusión, en lugar que entre violencia y
pobreza (como es más habitual).
A todo esto se añade que no es solamente la situación de dificultad social del hogar lo
que se asocia con una mayor probabilidad de enfrentar violencia de género, sino también (y
sobre todo) la de la zona de residencia. Conforme el estado y nivel social del barrio
empeora, de hecho, la probabilidad de experimentar violencia de género se incrementa,
tanto que, en referencia a las zonas de clase media alta, en los barrios marginales ésta se
multiplica por 5,6. Esto, como veremos más adelante, tiene claras implicaciones de cara a la
definición de políticas y a la intervención social.
El análisis efectuado, en suma, permite concluir que la probabilidad de experimentar
violencia de género es mucho mayor en el espacio de exclusión. Esto, sin embargo, no
puede llevarnos a olvidar que, por cada 10 mujeres que la enfrentan, casi 7 se hallan en una
situación de integración social (plena o precaria). Nuevamente, esto nos recuerda que nos
enfrentamos a un fenómeno que tiene carácter estructural y cuyos orígenes han de ser
buscados en el nivel de la estructura social patriarcal en la que nos movemos y que, como

419
Violencia de género en la pareja y exclusión social

tal, puede afectar a mujeres de toda clase y circunstancia social (Delgado et al. 2007; De
Miguel 2005; Gimeno y Barrientos 2009; Marugán 2012; Vives-Cases 2011).
Si comparamos el peso del factor exclusión con el de otros elementos de riesgo,
podemos además establecer que aunque, globalmente considerada, la exclusión social no es
un factor más relevante que otros (ej. discapacidad, lugar de origen, etc.), una de las
dimensiones la conforman (conflicto social) sí tiene un peso mayor que el de cualquier otro
elemento contemplado. A esta misma conclusión, por otra parte, también se llega si no se
considera únicamente la situación del hogar, sino que se contempla a un mismo tiempo la
realidad del hogar y del entorno. También en este caso, entonces, los resultados obtenidos
respaldan nuestra decisión de estudiar precisamente la relación existente entre la violencia
de género, por un lado, y las situaciones de exclusión, por otro.

13.3.2 La exclusión como desencadenante o efecto de la violencia


Los datos cuantitativos ahora presentados reflejan la existencia de una relación entre la
violencia de género y las situaciones de exclusión, pero no aclaran la direccionalidad de la
misma. En ausencia de encuestas longitudinales, de hecho, resulta imposible establecer si la
exclusión era algo preexistente a la violencia y que ha contribuido a desencadenarla o algo
que ha aparecido en un segundo momento, por efecto de ésta.
Unos primeros indicios acerca de esta direccionalidad, sin embargo, pueden recabarse de
una mirada atenta a los indicadores de exclusión contemplados. La mayoría de éstos, de
hecho, son compatibles únicamente con un recorrido de la exclusión a la violencia. En el
caso específico del conflicto social –la dimensión más relevante, con gran diferencia
respecto a las demás–, por ejemplo, 3 de los 4 indicadores contemplados hacen referencia a
circunstancias que sólo pueden haber actuado como desencadenante (el restante identifica
situaciones que pueden ser tanto precipitantes como producto de la violencia).
Para analizar con mayor detalle las dinámicas de la interrelación entre violencia y
exclusión, sin embargo, una mirada a los indicadores no es suficiente, sino que es asimismo
necesario escuchar la voz de las mujeres supervivientes. Sus relatos indican claramente que
el hecho de hallarse en una situación de exclusión es algo que puede contribuir a exponer a
las mujeres a la vivencia de relaciones violentas. Más concretamente, hemos identificado
tanto factores que inciden en el proceso de selección de pareja como elementos que pueden
favorecer la aparición de violencia de género una vez que esta pareja se ha formado.
Empezando por los elementos que influyen en el proceso de selección de pareja, un
primer elemento de riesgo se deriva del hecho de que, en contextos de exclusión social
(sobre todo severa), las mujeres tienden a desear, como pareja, a hombres que dan muestra
de una masculinidad especialmente agresiva. Es cierto que estas preferencias guardan una
clara relación con los mandatos de la masculinidad hegemónica (que afecta a todas las
mujeres, independientemente de su clase social), pero igualmente cierto es que la manera en
que éstas se moldean por efecto de la posición de clase supone un incremento en el riesgo.
Otro elemento de peligro se deriva del hecho de que, en contextos de exclusión
(nuevamente, sobre todo cuando ésta es muy severa), las mujeres tienden a formar pareja
con hombres que se hallan en su misma situación. Esto sugiere que, en muchos casos, para
comprender cómo una situación de exclusión preexistente puede desembocar en violencia,
420
Conclusiones y propuestas

no debemos dirigir nuestra mirada a las mujeres, sino a sus parejas. Un análisis detallado en
este sentido excede los objetivos de la presente investigación, pero lo que sí podemos
afirmar es que, en tales contextos, es más fácil que los hombres provengan de un entorno en
el que el recurso a la violencia –toda, no únicamente aquella que se ejerce por razones de
género– es más habitual y frecuente que en contextos de integración. Y esto, al
interseccionarse con un trasfondo estructural de relaciones desiguales de género, puede
fácilmente traducirse en violencia masculina contra la pareja femenina.
Finalmente, un último factor guarda relación con el hecho de que, en contextos de
exclusión, con frecuencia las mujeres se han visto, en cierto modo, forzadas a iniciar la
relación. Esto puede deberse a circunstancias diferentes (como el deseo de huir de la familia
de origen; la necesidad de encontrar un lugar en el que vivir o apoyo en un momento vital
muy duro, etc.); pero es, en todo caso, un elemento de riesgo, sea porque reduce la
capacidad de elección de las mujeres y, de esta manera, facilita que acepten como parejas a
hombres manifiestamente inadecuados, sea porque es algo que podría contribuir al
acercamiento de un tipo de hombre muy concreto (aquel que busca maximizar el gap de
género existente).
En lo que respecta a los elementos que pueden favorecer la aparición de violencia de
género una vez que la pareja ya se ha formado, cabe destacar, ante todo, una mayor
adhesión a valores y actitudes fuertemente patriarcales. Esto, por otra parte, es algo que ya
sugerían investigaciones anteriores referidas a la clase social (ej. Elley 2011; Kiss et al.
2012; Smith 1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009).
Otro elemento a resaltar es que, en contextos de exclusión, a menudo el entorno más
inmediato de la pareja parece aprobar –o, por lo menos, no censurar– el recurso a la
violencia por parte de los varones. Esto implica que, en tales situaciones, éstos han ido
paulatinamente efectuando un aprendizaje en la violencia y la impunidad que ha favorecido
tanto la perpetuación de la violencia como su progresiva intensificación. Estos resultados,
además, son coherentes con el hecho de que el riesgo de experimentar violencia de género
se incrementa de forma muy clara en barrios marginales. En tales contextos, de hecho, esta
ausencia de reprobación social se replicaría, pero a escala mucho mayor y esto –
conjuntamente con una redefinición de la masculinidad en términos anómicos que también
tendría lugar– podría terminar propiciando el recurso a la violencia por parte de un
porcentaje más elevado de varones.
Asimismo, no podemos olvidar que las situaciones de exclusión se relacionan con
elementos (como carecer de apoyos, haber efectuado un proceso migratorio o haberse
quedado embarazada en los primerísimos tiempos de la relación) que sitúan a las mujeres en
una situación de indefensión especialmente elevada. Esto otorga al varón más poder del que
tendría habitualmente, precisamente cuando ella ve su propio poder disminuido. Como
resultado, el diferencial de poder existente entre los dos miembros de la pareja se
incrementa y, en relación con esto, también lo hace la probabilidad de que se desencadenen
procesos de violencia de género. Para calibrar el peso de este elemento, considérese que,
cuando esta indefensión no se da de antemano, es el maltratador quién intenta conseguirla
por todos los medios (aislando a las mujeres, impidiéndoles trabajar fuera de casa, etc.).
Otro factor, relacionado con procesos de exclusión, que puede favorecer el
desencadenamiento de la violencia es la existencia de elementos estresores externos, como

421
Violencia de género en la pareja y exclusión social

el hecho de que el varón experimente dificultades en la esfera laboral o que empiecen a


acumularse problemas en múltiples esferas. La literatura especializada pone gran énfasis en
el primer elemento (ej. Gonzáles y Santana 2001; Honeycutt, Marshall y Weston 2001; Stith
et al. 2004; Tauchen y Witte 2001); el análisis aquí efectuado, sin embargo, indica que el
peso del segundo es mucho mayor.
Un quinto elemento a reseñar es el surgimiento de conflictos en parejas donde el varón
siempre había mostrado una fuerte tendencia a la agresividad. Mientras la relación de pareja
procedía bien, esta violencia no llegaba a dirigirse contra la mujer; en cuanto aparecen los
primeros conflictos, sin embargo, es relativamente fácil que esta agresividad se desplace.
Finalmente, el desencadenamiento de procesos de violencia puede verse propiciado tanto
por el hecho de que el varón abuse de alcohol u otras drogas como por el hecho de que
experimente un síndrome de abstinencia. Si el primero es un factor plenamente reconocido
por la literatura, el segundo es totalmente ignorado por ésta.
Estos hallazgos son muy novedosos y dibujan un panorama bastante más complejo que
el que suele describir la literatura especializada. En primer lugar, de hecho, hemos
contemplado el proceso de selección de pareja, algo que habitualmente no se hace y que –
por lo menos en situaciones de exclusión severa y teniendo en cuenta la gran rapidez con la
que la violencia hace aquí su aparición– parece tener gran importancia. A esto se añade que,
en el caso específico de los elementos que facilitan la aparición de violencia de género en
una pareja que ya existe, no nos hemos limitado a analizar el papel de factores estresores
externos –como hace la literatura– sino que hemos identificado una multiplicidad de
elementos muy diferentes entre sí (ej. un entorno que no censura el recurso a la violencia;
una situación de especial indefensión de las mujeres, etc.). Finalmente, incluso en lo que
atañe a la realidad concreta de tales factores estresores las diferencias se mantienen: las
investigaciones existentes, de hecho, tienden a limitarse a identificar elementos aislados,
mientras que aquí hemos puesto el acento en el papel jugado por la acumulación de
dificultades en múltiples ámbitos, algo que éstas ignoran y que parece ser mucho más
relevante que los factores aislados que sí identifican.
Hemos enumerado una serie de elementos que nos ayudan a comprender cómo una
situación de exclusión social preexistente puede favorecer la victimización de las mujeres.
El recorrido inverso, sin embargo, también se puede dar: vivenciar violencia en la pareja, de
hecho, puede desembocar en trayectorias descendentes hacia la exclusión.
Más específicamente, los relatos de las mujeres entrevistadas revelan que, en lo que
respecta a la esfera económica (en términos tanto de empleo como de pobreza y
privaciones), a la situación de salud y al aislamiento social los efectos de la violencia son
muy evidentes, frecuentes e intensos, tanto durante la relación como una vez que ésta ha
terminado. En lo que se refiere a la dimensión de la vivienda, por el contrario, las
consecuencias parecen ser algo menos frecuentes, pero especialmente intensas, ya que
afectan un área que es vital para la integración. Las secuelas a nivel de conflicto/anomía
(incluyendo tanto abuso de alcohol u otras drogas como la realización de actividades
delictivas), por su parte, afectan a un número de casos muy reducido, pero su impacto en el
nivel de exclusión es tan intenso que merece ser destacado con fuerza. En el caso de la
formación, finalmente, los efectos parecen ser mínimos y limitados a niveles formativos
elevados.

422
Conclusiones y propuestas

Asimismo, el análisis efectuado también ha puesto de relieve la existencia de una serie


de factores –de nivel tanto institucional como individual– que pueden llegar a amplificar o,
por el contrario, reducir los efectos de la violencia vivida (y, por lo tanto, también el riesgo
de que ésta se acompañe de rutas descendentes hacia la exclusión).
Los factores de nivel institucional hacen referencia a la cantidad y calidad de los
recursos y prestaciones sociales y a la calidad de la actuación institucional, ya que de ellas –
por lo menos en parte– depende la magnitud del daño que la violencia ocasiona. Si las
primeras, aun presentando todavía un amplio margen de mejora, han experimentado un
claro avance a partir de la aprobación de la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección
Integral contra la Violencia de Género; la acción institucional sigue siendo manifiestamente
inadecuada y, a menudo, acaba provocando victimización secundaria. El resultado más
reseñable, por otra parte, es que estas deficiencias, aun conllevando consecuencias
negativas para todas las mujeres, resultan especialmente gravosas para aquellas que se
hallan en situaciones más precarizadas, ya que su necesidad de apoyo será mayor y su
disponibilidad de recursos alternativos menor.
Entre los elementos de nivel individual cabe destacar, ante todo, el papel de la familia:
cuando ésta puede prestar su apoyo, de hecho, el riesgo de caída se reduce muy claramente
(esto, sin embargo, no significa que tal apoyo sea privo de efectos secundarios), mientras
que cuando no puede o quiere suportar este mismo riesgo se intensifica de forma muy
significativa. Otros elementos a destacar son la tenencia de recursos económicos propios y,
más en general, el hecho de no arrastrar elementos de vulnerabilidad preexistentes. Se trata,
en todo caso, de elementos de protección con los que no todas las mujeres pueden contar,
hecho que remite a la necesidad de una intervención pública con el objetivo de corregir
estas desigualdades.
En estas páginas se han dibujado dos itinerarios claramente separados y diferenciados,
donde la exclusión es respectivamente elemento desencadenante o producto de la violencia.
Ésta, sin embargo, no es más que una esquematización y –por lo tanto– simplificación de
una realidad que es mucho más compleja y matizada. A menudo, de hecho, efectivamente
existe una situación de exclusión preexistente que actúa como elemento de riesgo y
contribuye a empujar a las mujeres en relaciones tóxicas (1er recorrido); en un segundo
momento, sin embargo, la violencia así vivida suele terminar redundando en una
intensificación de la exclusión preexistente (2º recorrido); y, a veces, el hecho de haber
acabado experimentando una situación de exclusión particularmente intensa puede volver a
exponer a las mujeres a nuevas violencias (1er recorrido). Esto significa que la relación
descrita, aunque ha sido esquematizada como proceso lineal, tiene más bien forma de
círculo o espiral. Esto, por otra parte, no debe sorprender, ya que los procesos sociales
difícilmente son tan “pulcros” y claros como sus esquematizaciones pretenden que sean.

13.3.3 En exclusión la violencia es más intensa


En contextos de exclusión las mujeres no solamente se enfrentan a un mayor riesgo de
experimentar violencia de género sino que ésta, cuando se da, tiende asimismo a ser más
intensa. Las evidencias en este sentido son rotundas y, si bien es cierto que una de las

423
Violencia de género en la pareja y exclusión social

fuentes muestra un panorama algo diferente, esto casi seguramente se debe a cuestiones
metodológicas.
La clave para comprender por qué, en contextos de exclusión, la violencia tiende a ser
más intensa reside en el hecho de que, allí, poner límites resulta más difícil. En el caso de
las mujeres, esto guarda relación con el hecho de que se encuentran en una situación de
mayor indefensión, tanto desde un punto de vista material (a menudo carecen de apoyo
familiar y social, no pueden contar con recursos económicos propios, etc.) como simbólico
(su estatus es especialmente bajo). A esto se añade que están más acostumbradas a
experimentar violencia y la viven, por lo tanto, con mayor normalización, algo que también
conlleva que aponerse a la misma sea más difícil.
El entorno, por su parte, tampoco pone límites; a menudo, al contrario, apoya y respalda
el recurso a la violencia. En lo que respecta a familiares y amistades de la pareja esta
aprobación puede guardar relación con la presencia de valores y actitudes más intensamente
patriarcales (Kiss et al. 2012; Smith 1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009), así como con
una mayor normalización de la violencia como método legítimo de resolución de conflictos
(Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012). En lo que respecta al entorno más amplio (relevante
en el caso de aquellas parejas que residen en barrios marginales), por otra parte, a esto se
añaden los efectos de una redefinición de la masculinidad en términos anómicos y donde la
misoginia y la violencia adquieren un peso especialmente elevado.
La estructura social, finalmente, tampoco facilita la imposición de límites. Ésta, de
hecho, al otorgar a las mujeres excluidas un valor social especialmente bajo, favorece que la
violencia que se ejerce contra ellas tenga una intensidad mayor que la que se perpetra sobre
mujeres que sí tienen cierto estatus. La intersección entre la estructura de género y otras
estructuras de opresión, en suma, empeora claramente la situación de las mujeres pobres,
extranjeras, excluidas, que se convierten en sujetos que pueden ser violentados aún más
impunemente que otras mujeres, precisamente porque su valor y estatus social es
especialmente reducido.
Hemos aclarando que, en contextos de exclusión, la violencia suele ser más intensa. Otro
elemento a reseñar es que, en tales situaciones, los malos tratos no solamente tienden a
alcanzar una intensidad mayor, sino que además tienden a hacerlo en tiempos
extraordinariamente breves, algo que en ningún caso se detecta en contextos de integración.
Desde aquí, consideramos que esto puede guardar relación tanto con los elementos ahora
nombrados como con la situación de gran indefensión en la que a menudo se hallan las
mujeres excluidas (que carecen de redes familiares y sociales, de recursos económicos
propios, de empleo y, en algunos casos, hasta de una vivienda en qué vivir). De hecho, si se
considera que, normalmente, los primeros estadios del proceso de violencia consisten
precisamente en generar esta situación de desprotección, entonces se puede deducir que
aquí el proceso avanza con mayor rapidez precisamente porque dicha indefensión no debe
ser creada, sino que preexiste.

424
Conclusiones y propuestas

13.4 … aunque también hay ambivalencias


En los ámbitos descritos hasta ahora la situación de desventaja de las mujeres excluidas
aparecía con rotundidad; en otras esferas, por el contrario, la fotografía es más matizada y
ambigua.

13.4.1 Solamente algunos tipos de violencia son más frecuentes en


exclusión, otros son auténticamente transversales
En primer lugar, de hecho, si diferenciamos en función del tipo de violencia vivida,
descubrimos que, efectivamente, en situaciones de exclusión el riesgo de experimentar
violencia física y sexual se incrementa mucho; en sentido contrario, sin embargo, la
probabilidad de enfrentar violencia psicológica (sobre todo de control) apenas varía.
El hecho de que las violencias física y sexual presenten una asociación especialmente
elevada con situaciones de exclusión puede guardar relación con el hecho de que se trata, en
ambos casos, de herramientas que permiten “construir el género”. Y construir, escenificar la
masculinidad resulta especialmente importante en contextos (como una situación de
exclusión) en los que la disponibilidad de otros medios que permitan alcanzar una
masculinidad exitosa es menor. En el caso específico de la violencia física, a esto debe
añadirse un mayor grado de normalización de la misma (piénsese, por ejemplo, que, en
situaciones de exclusión, los varones no recurren a ella sólo en el ámbito de la pareja, sino
que la utilizan también en otras esferas de su vida, algo que en ningún caso sucede en
contextos de integración), algo que también facilita que los hombres recurran a ella. Mayor
necesidad de recurrir a la violencia física porque así es como el género se “hace” y mayor
normalización de la misma, por otra parte, son elementos que están estrechamente
vinculados entre sí: por un lado, de hecho, una mayor propensión a recurrir a esta forma de
violencia conlleva una paulatina normalización de la misma; por otro, esta normalización es
un incentivo añadido al recurso a este tipo de maltrato.
La violencia psicológica, por el contrario, no presenta una fuerte asociación con
situaciones de exclusión. Es, en otras palabras, una violencia que presenta un mayor grado
de transversalidad que el maltrato físico o sexual. Esto podría deberse al hecho de que se
trata, en este caso, de un tipo de violencia menos evidente que aquellos, una violencia que
puede fácilmente confundirse con actitudes más genéricamente sexistas (Osborne 2008) y
que es, por ello, mucho más normalizada y, por lo tanto, transversal que otras formas de
maltrato.
Dentro de la violencia psicológica podemos además diferenciar entre la violencia
emocional –mayormente asociada a situaciones de dificultad– y la violencia de control –
mucho más transversal–. Estas diferencias pueden deberse al hecho de que, en el caso de la
violencia emocional, todos los elementos de riesgo antes señalados son aplicables, mientras
que, en lo que respecta a la violencia de control, algunos lo son (piénsese, por ejemplo, en la
presencia de valores y actitudes más fuertemente patriarcales o la ausencia de reprobación
del entorno), pero otros no (es éste, por ejemplo, el caso de los elementos estresores
externos, de la aparición de conflictos, del abuso de alcohol u otras drogas o de los efectos
del síndrome de abstinencia). Asimismo, la lógica interna a estas violencias también implica

425
Violencia de género en la pareja y exclusión social

que la presencia de elementos que contribuyen a una devaluación de las mujeres (entre
ellos, una situación de dificultad social) puede más fácilmente desembocar en violencia
emocional (consistente precisamente en humillaciones, menosprecios, etc.) que en violencia
de control. Todo esto, de alguna manera, sugiere que la violencia de control remite de forma
más directa a la operatividad del sistema de género y no requiere, por lo tanto, de
condiciones específicas para darse, mientras que la violencia emocional guarda mayor
relación con la existencia de circunstancias determinadas que la potencian.
Recapitulando, si en lo que atañe a la violencia física y sexual la situación de desventaja
comparativa de las mujeres excluidas aparece con total claridad, en lo que respecta a la
violencia emocional las diferencias se difuminan, hasta casi desaparecer en el caso de la
violencia de control. Se trata de unos resultados muy relevantes, que ponen de relieve que,
aunque hallarse en una situación de dificultad social es un factor de riesgo para
determinados tipos de maltrato, no lo es para todos, sino que existen también tipologías de
violencia que son auténticamente transversales y tienden a afectar por igual a mujeres
pertenecientes a todo el espectro social.

13.4.2 Los mayores obstáculos para la separación varían en función de


la situación social, pero el tiempo que las mujeres tardan en
llevarla a cabo no parece cambiar
En lo que respecta a la capacidad de las mujeres de poner fin a relaciones violentas, el
panorama también es ambiguo. Por un lado, de hecho, encontrarse en una situación de
vulnerabilidad social no parece incrementar ni reducir el tiempo durante el cual éstas
permanecen con parejas maltratadoras, lo cual sugiere que –contrariamente a las
expectativas– una situación de este tipo no representa un obstáculo añadido de cara a la
separación. Resultaría, por otra parte, interesante poder contrastar estos resultados con una
fuente que ofreciese más información sobre el estatus socioeconómico de las mujeres.
Si analizamos las dificultades y los obstáculos que las mujeres deben superar antes de
poder llegar a la separación, por el contrario, la situación social vuelve a configurarse como
un factor relevante. En contextos de exclusión, de hecho, las mujeres se enfrentan sobre
todo a problemas de carácter material. Éstos incluyen elementos de nivel individual (como
carecer de redes familiares o de recursos económicos propios) e institucional (ausencia de
ayudas sociales adecuadas), así como referidos al panorama macroeconómico actual
(caracterizado por una situación de crisis económica y elevadas tasas de desempleo).
En situaciones de integración (y aún más en el caso de mujeres de clase media o media
alta) por el contrario, las mujeres deben superar, principalmente, dificultades referidas a la
esfera simbólica y emocional. Éstas incluyen factores relacionados tanto con la
construcción de la identidad femenina como con los valores y objetivos propios de una
sociedad posmoderna. Entre los primeros cabe señalar, por ejemplo, el miedo a la soledad o
la dependencia emocional, pero también la gran importancia que el hecho de tener una
pareja reviste en términos de identidad personal y social; entre los segundos cabe destacar el
miedo al fracaso y a la vergüenza que éste provoca.

426
Conclusiones y propuestas

El origen de las diferencias encontradas puede residir en el hecho de que los valores
propios del contexto posmoderno (como la búsqueda del éxito personal, tanto en términos
generales como en el caso específico del amor, pero también una fuerte responsabilización
individual de quién no logra triunfar) calan más fácilmente en las clases medias y medias
altas, mientras que tienen un impacto mucho más reducido entre grupos excluidos (para los
cuales el éxito nunca ha sido una meta alcanzable). Otro elemento que puede estar
reduciendo la importancia de los factores de carácter simbólico y emocional en contextos de
exclusión es el hecho de que, allí, las mujeres deben enfrentarse a dificultades de carácter
material mucho más intensas que pueden terminar absorbiendo una mayor cantidad de
tiempo y energía.
Recapitulando, en lo que respecta a la capacidad de las mujeres de separarse de parejas
maltratadoras, la fotografía es ambigua: su situación social, de hecho, no parece incidir en
cuándo tiene lugar la separación; pero sí influye en la importancia relativa de los obstáculos
más relevantes en cada caso. Se trata, como veremos, de unos hallazgos especialmente
relevantes de cara a la definición de políticas y la intervención social.

13.4.3 Resultados contradictorios en lo que respecta a la conciencia de


la violencia vivida
Finalmente, en lo que respecta a la conciencia que las mujeres tienen de la violencia
vivida, el estudio efectuado arroja resultados contradictorios. Más específicamente, el
análisis cuantitativo realizado indica que el hecho de hallarse en una situación de este tipo
no dificulta el reconocimiento del maltrato vivido.
Los relatos de las mujeres supervivientes, sin embargo, reflejan una realidad diferente y
muestran que, en contextos de exclusión (sobre todo si severa), las mujeres tienden a ser
menos conscientes de la violencia experimentada. Si se considera que, en tales contextos,
suele detectarse también una mayor normalización de la violencia de género, estos
resultados se vuelven perfectamente comprensibles.
En suma, los datos cuantitativos contradicen nuestra hipótesis de investigación, mientras
que los relatos de las mujeres supervivientes la respaldan. Esto puede deberse, ante todo, al
hecho de que los primeros hacen referencia a mujeres en situación de simple vulnerabilidad
social y los segundos a mujeres en situación de exclusión propiamente dicha (a menudo
muy severa). Se trata, en otras palabras, de grupos sociales distintos.
Otra posibilidad –no excluyente con respecto a la primera– guarda relación con el hecho
de que la capacidad de reconocer la violencia experimentada depende tanto de las
herramientas de las que cada mujer dispone como de su disponibilidad a reconocerse como
“mujer maltratada”. En el caso de las encuestas (donde una situación de integración no
parece acarrear ninguna ventaja comparativa), ambos factores estarían operando y
equilibrándose recíprocamente. En lo que respecta a las entrevistas (donde las mujeres
integradas aparecen claramente aventajadas), por el contrario, la disponibilidad a
reconocerse como víctima de maltrato es un requisito previo y, por lo tanto, volvería a
notarse el peso de las mayores herramientas culturales de las que las mujeres integradas
disponen.

427
Violencia de género en la pareja y exclusión social

En cualquier caso, estas contradicciones entre resultados cuantitativos y cualitativos son


algo que no puede ser resuelto en esta investigación; al contrario, abrimos aquí
interrogantes que otros estudios deberán contestar.

13.5 Algunos apuntes sobre dinámicas más generales de aparición


y desarrollo de la violencia
El análisis aquí efectuado, sin lugar a duda, arroja nueva luz acerca de la interacción
entre la violencia de género y las situaciones de exclusión (o dicho de otra manera, acerca
de las formas específicas de violencia que experimentan las mujeres excluidas). Este mismo
análisis, sin embargo, nos ayuda también a identificar dinámicas más generales de aparición
y desarrollo de la violencia, al margen de la situación social de la mujer.
Nos ayuda, por ejemplo, a comprender qué factores –más allá de una genérica
socialización en una estructura social patriarcal– pueden contribuir a empujar a una mujer a
una relación violenta. Piénsese, por ejemplo, en el rol jugado por todos aquellos elementos
que fuerzan a las mujeres a iniciar una relación: hasta ahora nuestra atención se ha
focalizado en elementos relacionados con procesos de exclusión; si ampliamos la mirada,
sin embargo, podemos observar que hay otros factores que tienen alcance más amplio y
pueden aplicarse asimismo a situaciones más normalizadas. Nos referimos, por ejemplo, al
miedo a la soledad, a la incapacidad de verse completas si no se tiene una pareja, etc. Y si
bien es cierto que se trata, en todo caso, de emociones fuertemente generizadas y producto
de desigualdades estructurales que, como tales, afectan a todas las mujeres, igualmente
cierto es que la manera en que la estructura impacta en los sujetos concretos no es siempre
la misma (no todas las mujeres tienen exactamente los mismo miedos, deseos y
aspiraciones). Lo que queremos subrayar, entonces, es que, al igual que no tener un lugar en
el que estar, también experimentar un miedo especialmente fuerte a la soledad, no poder en
absoluto concebirse sin una pareja o identificar de forma automática soltería y fracaso social
son poderosos factores de riesgo, factores que, por otra parte, no están directamente ligados
a la clase social, ni al lugar de origen etc. sino que pueden afectar de igual manera a mujeres
pertenecientes a todo el espectro social.
Otro factor –identificado a lo largo de este trabajo– que también puede facilitar la
aparición de dinámicas violentas es la presencia de elementos que incrementan la
indefensión de las mujeres. En nuestro análisis hemos puesto el acento en todas aquellas
circunstancias que guardan cierta relación con situaciones de exclusión; las conclusiones a
las que hemos llegado, sin embargo, pueden aplicarse asimismo a situaciones más
normalizadas. Esto significa que, también en contextos de integración, la presencia de
elementos que, por la razón que sea, reducen la autonomía de las mujeres debe entenderse
como un potencial detonante de violencia. Podría ser éste, por ejemplo, el caso de los
embarazos y nacimiento de las criaturas, pero también podríamos referirnos a situaciones
muy diversas, como, por ejemplo, haberlo abandonado todo para seguir a la pareja a un
nuevo destino profesional o carecer de amistades e intereses propios.
Un tercer importante hallazgo de este trabajo, identificado en contextos de exclusión
pero en absoluto limitado a estos últimos, hace referencia al mecanismo de la impunidad
aprendida, llamado así por paralelismo con la noción de indefensión aprendida de Seligman
428
Conclusiones y propuestas

(1975) y Walker (1984). Según esta última las mujeres en situación de violencia de género,
a menudo, llegan a experimentar una sensación de profunda indefensión que no es algo
innato, sino un producto de la violencia y de sus intentos –infructuosos– de controlarla. En
sentido análogo, el análisis aquí efectuado ha puesto de relieve que los varones agresores
también vivencian un proceso de este tipo, aunque lo que aprenden no es la indefensión sino
la impunidad. Cada vez que una agresión no es sancionada, cada vez que su violencia no es
censurada, de hecho, tiene lugar un aprendizaje en la impunidad que no solamente favorece
la perpetuación del maltrato, sino también su progresiva intensificación. Éste, por otra parte,
es un proceso que se aprecia con especial claridad en situaciones de exclusión, pero no es en
absoluto exclusivo de estas últimas, sino que puede aplicarse a hombres pertenecientes a
todo el espectro social.
En términos más generales, podríamos afirmar que el hecho de haber examinado las
dinámicas de la violencia en el caso específico de mujeres en exclusión, donde todo se
manifiesta de forma más evidente y menos sutil, es algo que ha podido ayudarnos a
identificar dinámicas que en otros contextos sociales también se dan pero son más difíciles
de apreciar. En otras palabras, focalizar la mirada en contextos de exclusión parece tener un
efecto parecido al de una lupa o un microscopio, es decir, algo que permite observar con
claridad procesos de otra forma invisibles. Esto, por otra parte, recuerda –manteniendo las
debidas distancias– lo que hizo Bourdieu (1998/2000) cuando, para analizar los
mecanismos de funcionamiento de violencia simbólica no estudió la realidad francesa, sino
la Cabilia argelina (es decir, un contexto en el que esta violencia se manifestaba de forma
mucho más evidente).

13.6 Aplicaciones en la definición de las políticas y la intervención


social
Los avances en el conocimiento aquí obtenidos, finalmente, pueden asimismo aplicarse a
la definición de las políticas y la intervención social.
En lo que respecta al riesgo de experimentar violencia de género, por ejemplo, el estudio
efectuado pone de relieve varias cuestiones de interés. Una de ellas es que existen
situaciones, muy concretas, en las que este riesgo es especialmente elevado. Esto podría dar
lugar a protocolos para la intervención, donde se estableciera, por ejemplo, que en tales
contextos siempre debe investigarse a fondo y de oficio si se está dando una situación de
violencia de género.
Otro hallazgo especialmente relevante es que el riesgo de enfrentar violencia de género
se incrementa de forma muy clara al empeorar el estado y nivel social del barrio (variable
que, de hecho, termina siendo más relevante que la situación de exclusión del hogar). Esto,
en primer lugar, implica que la formación de barrios marginales y guetos debería ser evitada
a toda costa. Para ello, será importante, por ejemplo, reducir al máximo la concentración
espacial de las Viviendas de Protección Oficial y, aún más, de los pisos de integración
social. Evitar la formación de nuevos guetos, sin embargo, no es suficiente; al contrario,
igualmente necesario es intensificar la intervención que se realiza en todas aquellas zonas
marginales que ya existen. Esto, por un lado, implica que las políticas de lucha contra la
violencia deberían tener una mayor dimensión territorial; por otro, también significa que
429
Violencia de género en la pareja y exclusión social

todas aquellas actuaciones sociales que ya se llevan a cabo en esos barrios deberían
empezar a tratar, de forma sistemática y transversal, el problema de la violencia de género.
Para que una intervención de este tipo –mirada y focalizada– sea eficaz, sin embargo, es
importante que se lleve a cabo con perspectiva de género. Esto significa recordar en todo
momento que, aunque en determinadas circunstancias y contextos el riesgo de experimentar
violencia se incrementa, la causa de la misma no ha de ser buscada allí, sino en las
desigualdades de género que cruzan la sociedad. Esto, por otra parte, no debe llevarnos a
ignorar el papel de los elementos de riesgo aquí identificados –algo que sería
contraproducente– sino a recordar que si actúan como lo hacen es porque se cruzan con un
trasfondo estructural de relaciones desiguales de género.
Los resultados del estudio aquí efectuado también pueden servir para incrementar la
eficacia de todas aquellas intervenciones que tienen como objetivo favorecer la salida de las
mujeres de relaciones violentas. De hecho, si los elementos que más contribuyen a mantener
a las mujeres en tales relaciones varían de forma muy clara en función de la situación social
de cada una, una intervención que tenga en cuenta estas diferencias verá claramente
incrementada su eficacia. Esto significa, por ejemplo, que en situaciones de exclusión será
especialmente importante proporcionar los medios materiales de los que las mujeres
carecen; mientras que en situaciones de integración (y aún más en el caso de mujeres de
clase media o media alta) será necesario incidir especialmente en factores de carácter más
simbólico y emocional.
Finalmente, los resultados aquí obtenidos también pueden servir para reorientar parte de
las intervenciones que se llevan a cabo con mujeres que han vivido violencia de género.
Conocer en qué ámbitos las secuelas de esta violencia son más frecuentes e intensas, de
hecho, permite adecuar la intervención para intentar contrarrestar tales efectos. Esto
significa, por ejemplo, que si una de las secuelas más absolutamente transversales del
maltrato es el aislamiento de las mujeres que lo han experimentado, uno de los objetivos de
la intervención debería ser contribuir a la reconstrucción de unas redes sociales que se
encuentran profundamente dañadas. En este sentido, entonces, parecen especialmente
adecuadas las intervenciones de carácter grupal, intervenciones que, sin embargo, en la
actualidad apenas se llevan a cabo.
Análogamente, el análisis efectuado también indica que la violencia suele repercutir muy
negativamente en términos de participación laboral, algo especialmente grave ya que tener
un empleo parece ser un elemento clave para la recuperación. Esto pone de relieve la
importancia de integrar las políticas de garantía de renta con políticas activas, que
favorezcan el acceso al mercado laboral. Cuando la integración en el mercado laboral
normalizado se revela imposible, por otra parte, debería intentar garantizarse una inserción
por vías alternativas (con opciones que incluyan desde empleo social protegido hasta
centros de inserción, clausulas sociales, contactos con empresas, etc.).

13.7 Líneas de investigación futuras


A partir de lo que aquí se ha analizado, es posible identificar algunas líneas de
investigación futuras.

430
Conclusiones y propuestas

Una primera posibilidad es seguir examinando las cuestiones de la salida de las mujeres
de relaciones violentas y de la conciencia de la violencia vivida, para las cuales nuestros
hallazgos son parciales y provisionales. Análogamente, también sería interesante analizar de
forma específica el tema del proceso de formación de parejas, ya que éste parece revestir
una importancia clave en el posterior desarrollo de procesos de violencia de género.
En términos más generales, también se recomienda que, en las investigaciones sobre
violencia de género que se desarrollen en futuro y, sobre todo, en las futuras encuestas que
se lleven a cabo, se tenga mucho más presente la dimensión social. Ésta, de hecho, ha
demostrado ser un elemento que incide de forma significativa tanto en el riesgo de enfrentar
violencia como en las características de la misma y sus posibles consecuencias y, como tal,
es algo que no puede ser ignorado. En el caso específico de las encuestas, por otra parte, la
introducción de preguntas que nos permitiesen acercarnos a esta dimensión social sería
particularmente importante, ya que supondría asimismo la posibilidad de profundizar en
aspectos que aquí no se han podido tratar por carecer de la información correspondiente. En
este sentido, la introducción de una pregunta sobre ingresos en la Macroencuesta de
Violencia contra la Mujer 2015 debe interpretarse positivamente, pero es claramente
insuficiente, sobre todo si se considera que los elementos de riesgo más significativos no
guardan relación tanto con el ámbito económico como con la presencia de conflicto social.
Se recomienda, además, la creación de encuestas longitudinales: solamente de esa
manera, de hecho, será posible analizar cuantitativamente la relación entre la violencia de
género y las situaciones de exclusión social que aquí se ha estudiado con técnicas
cualitativas. Solamente así, en otras palabras, será posible determinar en qué medida la
situación de exclusión es preexistente a la violencia o un producto de la misma.
Finalmente, queremos terminar este trabajo subrayando con fuerza la necesidad de
impulsar investigaciones que no pongan el foco en las mujeres víctimas, sino en los varones
agresores. Hasta la fecha, de hecho, éstos han sido los grandes ausentes en esta temática,
algo que resulta difícilmente comprensible si se considera que la violencia de género, aun
siendo un problema “para” las mujeres, no es, sin embargo, un problema “de” ellas sino
“de” la cultura masculina/patriarcal y “de” los varones” (Bonino 2002). Es cierto que un
análisis de este tipo plantea dificultades inéditas (cómo localizarlos, cómo lograr variedad
de perfiles, hasta qué punto creer en su palabra, etc.), pero igualmente cierto es que, si
queremos seguir mejorando nuestro conocimiento del fenómeno en cuestión, se trata de un
reto que no puede ser eludido durante más tiempo.

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INE (Instituto Nacional de Estadística). Riesgo de pobreza y/o exclusión social
(estrategia Europa 2020). Indicador AROPE. Consulta: 27 septiembre 2016.
Recuperado de:
http://www.ine.es/ss/Satellite?L=es_ES&c=INESeccion_C&cid=125994163794
4&p=1254735110672&pagename=ProductosYServicios/PYSLayout
Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Por una sociedad libre de
violencia de género. Fichas de víctimas mortales. [Consulta: 27 septiembre
2016]. Recuperado de:
http://www.violenciagenero.msssi.gob.es/violenciaEnCifras/victimasMortales/h
ome.htm

467
Violencia de género en la pareja y exclusión social

14.3 Legislación
Consejo de Europa 2011. Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha
contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica. [Consulta: 6
octubre 2016]. Recuperado de:
https://rm.coe.int/CoERMPublicCommonSearchServices/DisplayDCTMContent
?documentId=0900001680462543.
Naciones Unidas 1994. Resolución 48/104 de la Asamblea General de las Naciones
Unidas, del 23 de febrero de 1994. [Consulta: 22 enero 2014]. Recuperado de:
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Naciones Unidas 1995. IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres, Beijing, 4-15 de
septiembre de 1995. [Consulta: 22 enero 2014]. Recuperado de:
http://www.un.org/womenwatch/daw/beijing/pdf/Beijing%20full%20report%20
S.pdf
Navarra 2015. Ley Foral 14/2015, de 10 de abril, para actuar contra la violencia hacia
las mujeres. Boletín Oficial de Navarra, 15 de abril de 2015, 71, pp. 4.582-
4.591. [Consulta: 27 septiembre 2016]. Recuperado de:
file:///C:/Users/paola.damonti/Downloads/35670%20(1).pdf.
España 2004. Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de medidas de protección
integral contra la violencia de género. Boletín Oficial del Estado, 29 de
diciembre de 2006, 313, pp. 42.166-42.197. [Consulta: 23 enero 2014].
Recuperado de: http://www.boe.es/boe/dias/2004/12/29/pdfs/A42166-42197.pdf

468
15. Anexos

Anexo I: Fichas técnicas


Encuesta Foessa sobre Integración Social y
Macroencuesta de Violencia de Género 2011
Necesidades Sociales 2013
Población femenina mayor de edad residente en el
Universo La totalidad de los hogares del Estado español
Estado español
8.776 encuestas, que han aportado información
sobre 24.775 personas. De éstas, 5.473
Tamaño de la muestra 7.898 encuestas
encuestas se efectuaron a mujeres y pudieron ser
utilizadas para la presente investigación
Método de recogida Entrevistas presenciales Entrevistas presenciales
±0,6% para la información de la población y del
Margen de error ± 1,12
±1,0% para la información de los hogares
95,5% para la hipótesis más desfavorable
Nivel de confianza 95% para la hipótesis más desfavorable (p=q=50)
(p=q=50)
Bietápico, con una primera selección de
secciones censales y una segunda mediante rutas
aleatorias. La encuesta contiene dos cuestionarios,
Polietápico, estratificado por conglomerados, con
uno de filtro y uno principal, con el grueso de las
selección de las unidades primarias de muestreo
preguntas. El segundo cuestionario se pregunta
Procedimiento de (municipios) y de las unidades secundarias
solo a las personas que cumplen determinadas
muestreo (secciones) de forma aleatoria proporcional, y de
condiciones del primer cuestionario, y a una parte
las unidades últimas (individuos) por rutas
de los que no las cumplen. Este procedimiento
aleatorias y cuotas de sexo y edad
sirve para garantizar que se obtenga un número
suficiente de hogares con indicios de exclusión
social
Fecha del trabajo de
22 de diciembre de 2010 - 16 de febrero de 2011 22 de abril - 12 de agosto de 2013
campo
Anexo II: Construcción de variables relacionadas con procesos de
exclusión
Se aclaran aquí tanto los procedimientos prácticos seguidos para construir las variables
claves del análisis como los debates teóricos/metodológicos subyacentes. Los conceptos
fundamentales para el análisis son dos: exclusión social propiamente dicha y situaciones de
vulnerabilidad social.

Exclusión social
Se presentan, a continuación, los 35 indicadores de exclusión social habitualmente
utilizados para medir los procesos de exclusión en el marco de las Encuestas Foessa.

Tabla 4. Indicadores de exclusión social agrupados en sus distintas dimensiones y ejes

Ejes de la
Dimensiones Aspectos Indicadores
exclusión
Hogares cuyo sustentador principal está en paro
1
desde hace un año o más.
Hogares cuyo sustentador principal tiene un empleo
de exclusión: vendedor a domicilio, venta ambulante
apoyo, venta ambulante marginal, empleadas de
2
hogar no cualificadas, peones agrícolas eventuales
temporeros, recogedores de cartón, reparto
Participación propaganda, mendicidad.
Exclusión del
en la Hogares cuyo sustentador principal tiene un empleo
empleo
producción 3 de exclusión: que no tiene cobertura de la Seguridad
Social (empleo irregular).
Hogares sin ocupados, ni pensionistas contributivos,
Económico 4 ni de baja, ni con prestaciones contributivas por
desempleo del INEM.
Hogares con personas en paro y sin haber recibido
5
formación ocupacional en el último año.
6 Hogares con todos los activos en paro.
Pobreza extrema: ingresos inferiores al 30% de la
Pobreza extrema 7
renta familiar mediana equivalente (3.000 € /año).
Participación Hogares que no cuentan con algún bien considerado
en el producto básico por más del 95% de la sociedad (agua
social Privación 8 corriente, agua caliente, electricidad, evacuación de
aguas residuales, baño completo, cocina, lavadora,
frigorífico) por no poder permitírselo.

470
Anexos

Ejes de la
Dimensiones Aspectos Indicadores
exclusión

Derecho de elegir a tus representantes políticos y a


9 ser elegido: hogares con alguna persona de 18 o más
Exclusión de los años, de nacionalidad extracomunitaria.
Derechos
derechos Capacidad efectiva de ser considerado y de influir
políticos
políticos en el proceso de toma de decisiones colectivas: no
10
participan en las elecciones por falta de interés y no
son miembros de ninguna entidad ciudadana.

11 Hogares con menores de 3 a 15 años no escolarizados.

Hogares en los que nadie de 16 a 64 años tiene


Exclusión estudios: de 16 a 44 años, sin completar EGB, ESO o
12
educativa graduado escolar; de 45 a 64 años, menos de 5 años
en la escuela.
Hogares con alguna persona de 65 o más años que no
13
sabe leer y escribir.
Infravivienda: chabola, bajera, barracón, prefabricado
14
o similar.
15 Deficiencias graves en la construcción, ruina, etc.
16 Humedades, suciedad y olores (insalubridad).
17 Hacinamiento grave (< 15 m2 /persona).
Político
Tenencia en precario (facilitada gratuitamente por
(ciudadanía) Exclusión de la
18 otras personas o instituciones, realquilada, ocupada
vivienda
ilegalmente).
Derechos 19 Entorno degradado.
sociales Barreras arquitectónicas con discapacitados físicos
20
en el hogar.
Gastos excesivos de la vivienda (ingresos - gastos viv
21
< umbral pobreza extrema).
22 Alguien sin cobertura sanitaria.
Han pasado hambre en los 10 últimos años con
23
frecuencia o la están pasando ahora.
Todos los adultos con discapacidad, enfermedad
24 crónica o problemas graves de salud que les generan
limitaciones para las actividades de la vida diaria.
Exclusión de la Hogares con personas dependientes (que necesitan
salud 25 ayuda o cuidados de otras personas para realizar las
actividades de la vida diaria) y que no la reciben.
Hogares con enfermos, que no han usado los servicios
26
sanitarios en un año
Hogares que han dejado de comprar medicinas, seguir
27
tratamientos o dietas por problemas económicos.

471
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Ejes de la
Dimensiones Aspectos Indicadores
exclusión
Alguien en el hogar ha recibido o recibe malos tratos
28
Conflictos físicos o psicológicos en los últimos 10 años.
familiares Hogares con relaciones muy malas, malas o más bien
29
malas.
Hogares con personas que tienen o han tenido en los
Conflicto social 30 10 últimos años problemas con el alcohol, con otras
anomia Conductas asociales drogas o con el juego.
Alguien ha sido o está a punto de ser madre
31
adolescente sin pareja.
Lazos
sociales, Hogares con personas que tienen o han tenido
Conductas
relaciones 32 en los 10 últimos años problemas con la justicia
delictivas
sociales (antecedentes penales).
Personas sin relaciones en el hogar y que no cuentan
Sin apoyo familiar 33 con ningún apoyo para situaciones de enfermedad o
de dificultad.
Aislamiento Hogares con malas o muy malas relaciones con los
Conflicto vecinal 34
social vecinos.
Hogares con personas en instituciones: hospitales y
pisos psiquiátricos, centros de drogodependencias, de
Institucionalizados 35
menores, penitenciarios, transeúntes o mujeres.
.
Fuente: Laparra, Zugasti y García 2014, p. 4-6.

Como se puede observar en la tabla, el indicador nº 28 presenta una clara asociación con
situaciones de violencia de género 306 . Esto, por un lado, presenta un inconveniente de
carácter lógico (afirmar la existencia de una correlación entre exclusión y violencia cuando
esta última es precisamente una de las variables utilizadas para medir la exclusión
constituye de alguna manera una paradoja) y, por otro, puede llegar a intensificar la relación
entre violencia y exclusión. Para evitar que estos inconvenientes pudieran sesgar nuestro
análisis, hemos modificado la batería de indicadores eliminando el indicador problemático.
La medición de los procesos de exclusión, sin embargo, no requiere únicamente de la
identificación de un determinado número de indicadores, sino también de su agregación en
un índice sintético de excusión social (ISES). En los informes Foessa éste se obtiene
atribuyendo a cada indicador un peso inverso a su frecuencia (Laparra, Zugasti y García
2014)307. Aquí, este procedimiento se ha vuelto a repetir para adaptarlo a la nueva batería de
34 indicadores.
Finalmente, una vez definido el índice, y teniendo en cuenta el carácter procesual de la
exclusión, los autores del VI Informe Foessa crearon una clasificación en 4 grupos (Laparra,

306 Hablamos de asociación, no de superposición, porque no se trata de dos cuestiones plenamente coincidentes. El indicador
que nos ocupa, de hecho, a diferencia de la noción de violencia de género, no hace ninguna especificación acerca del sexo de
la víctima o del agresor, ni tampoco requiere que el que ejerce los malos tratos sea un miembro del hogar o una persona ligada
a la víctima de relaciones de afectividad.
307 Más en detalle: por cada indicador se calcula el inverso de la frecuencia en 2007 (1/f); luego, en cada dimensión (participación

de la producción, del producto social, derechos políticos, educación, vivienda, salud, conflicto social y aislamiento social) estas
cifras se suman y el resultado se divide por el número de indicadores de cada dimensión (1/f1+1/f2…)/N. Finalmente, los
resultados así obtenidos se normalizan para que su suma sea 1. El valor así obtenido es el peso de cada indicador (Laparra,
Zugasti y Lautre 2014).

472
Anexos

Zugasti y García 2014). Para establecer los puntos de corte siguieron un mecanismo
análogo al que se utiliza para medir el umbral de pobreza en la UE. Más concretamente:
 Integración plena: no se detecta ningún factor de exclusión (ISES = 0).
 Integración precaria: el ISES se sitúa en torno a la media. Considerando que la
media es 1 y que, por lo tanto, la distancia entre la media y la plena integración
es -1, se fija una distancia equivalente de +1 para delimitar este espacio de
integración precaria (0 < ISES < 2).
 Exclusión moderada: está delimitada por la integración precaria por arriba y la
exclusión severa por abajo (2 < ISES < 4).
 Excusión severa: el ISES es, por lo menos, dos veces más elevado que el que
demarca el umbral de la exclusión moderada (de forma análoga al umbral de la
pobreza severa, que es la mitad que el de la pobreza moderada).
Siguiendo este mismo mecanismo, nosotras también hemos vuelto a crear una
clasificación análoga, aunque a partir de 34 indicadores en lugar que de 35.
Resumiendo, entonces, el ISES que se utiliza a lo largo de investigación es una variante
del que se creó en 2008 y como tal, por un lado, presenta todas las ventajas de una variable
compleja y exhaustiva como la que se creó entonces y, por otro, se adapta perfectamente a
las exigencias de nuestra investigación.

Vulnerabilidad social
En el caso de la Macroencuesta de Violencia de Género, la información disponible no
era suficiente para crear una variable de exclusión social propiamente dicha, análoga a la
que se maneja en la Encuesta Foessa. Por esto se ha recurrido a un concepto alternativo, la
vulnerabilidad social (Castel 1995), que no hace referencia a situaciones reales de
exclusión, sino que identifica un grupo social en el que es más probable que éstas se den
(Damonti 2015).
La noción de vulnerabilidad se ha construido a partir de dos variables: el nivel formativo
y la relación con la actividad laboral, tanto de la mujer como de su eventual pareja. Por un
lado, esta operacionalización entraña claras limitaciones, ya que, frente a una concepción
multidimensional de la exclusión social, éste resulta parcial, ya que abarca sólo
parcialmente las dimensiones económica (como participación en la producción) y social
(como exclusión de la educación) y no incluye la dimensión relacional (la más relevante).
Por otro, sin embargo, la definición aquí considerada constituye un buen acercamiento al
espacio social de la vulnerabilidad. De hecho, si bien la pertenencia a una de las categorías
antes presentadas no conlleva necesariamente un proceso de exclusión social, sí encarna una
fragilidad, una vulnerabilidad, ya que presupone la exclusión, total o parcial, de (al menos)
una de las dimensiones de la integración.
En la tabla que aparece a continuación se explica con detalle cómo se ha operativizado
esta noción de vulnerabilidad.

473
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 5. Las diferentes situaciones que conforman el espacio social de la vulnerabilidad

Situaciones que conforman el espacio social de la vulnerabilidad Incidencia (%)


Se encuentra en situación de desempleo y tiene menos de 65 años y
2,7
Independientemente de estudios primarios o inferiores
308

con quién conviva y de Tiene menos de 45 años y tiene estudios primarios o inferiores309 3,7
la situación laboral de
su eventual pareja Tiene menos de 65 años y no ha ido a la escuela 1,2
Tiene más de 65 años y es analfabeta 0
Los dos se encuentran en situación de desempleo 2,1
La pareja se encuentra en situación de desempleo y ella tiene un empleo
precario (es asalariada eventual o interina o presta ayuda familiar sin
2,4
remuneración reglamentada), trabaja como empleada de hogar, es ama de casa
o estudiante310
Ella se encuentra en situación de desempleo y él tiene menos de 65 años y
4,2
Vive con la pareja estudios primarios o inferiores
Él se encuentra en situación de desempleo y ella tiene menos de 65 años y
1,8
estudios primarios o inferiores
La pareja se encuentra en situación de desempleo y tiene menos de 65 años y
3,4
estudios primarios o inferiores
Los dos tienen menos de 65 años y estudios primarios o inferiores 6,8
Se encuentra en situación de desempleo 2,7
No vive con la pareja ni
Tiene un empleo precario 1,7
con los padres
Trabaja como empleada de hogar 1,5
Vulnerabilidad social 21,2
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011

En un segundo momento, para comprobar si la variable creada identificaba realmente un


espacio en el que era más probable que se dieran situaciones de exclusión, hemos vuelto a
construirla, esta vez en el marco de la Encuesta Foessa, y luego la hemos cruzado con la
noción de exclusión social que allí se maneja. Los resultados así obtenidos confirman
nuestra hipótesis y muestran que, efectivamente, en el espacio social de la vulnerabilidad la

308 Más en detalle, tener estudios primarios o inferiores significa que el máximo nivel educativo alcanzado es la educación
primaria LOGSE, mientras que no se ha completado (o ni siquiera iniciado) la ESO ni el bachiller elemental. En el caso de los
hombres, que veremos más adelante, por otra parte, el cuestionario es menos detallado y diferencia solamente entre estudios
primarios o secundarios. En su caso, por lo tanto, tener estudios primarios o inferiores simplemente significa que el máximo
nivel educativo alcanzado son los estudios primarios, mientras que no se han finalizado (o comenzado) los secundarios. En
cualquier caso, el hecho de tener estudios primarios o inferiores ha sido considerado un factor de vulnerabilidad solamente en
el caso de personas menores de 65 años. Esta decisión responde a diferentes consideraciones, como el aumento generalizado
del nivel educativo de la población (que impide establecer un criterio único independiente de la edad) y la progresiva reducción
de las oportunidades de inserción laboral para personas que no han terminado los estudios obligatorios (lo cual evidentemente
afecta exclusivamente a personas en edad de trabajar).
309 Como se puede observar, tanto en este caso como en los dos siguientes la definición de formación insuficiente es más

restrictiva que en el caso anterior. Esto se explica considerando que si, en el caso anterior, la vulnerabilidad era el resultado de
la acumulación de dificultades en la esfera formativa y laboral, aquí se contempla solamente la primera.
310 Todas ellas son situaciones que, aun presentando marcadas diferencias entre sí, también tienen importantes elementos en

común: en primer lugar, de hecho, son todas circunstancias que, muy fácilmente, se asocian a una elevada precariedad
económica del hogar. A esto se añade que muchas de ellas son situaciones en las que la independencia económica de las
mujeres no queda garantizada (es éste el caso de las amas de hogar, las estudiantes y las que prestan ayuda familiar sin
remuneración reglamentada). Finalmente, especial consideración merece la condición del trabajo de hogar, que ha sido
incluido aquí por el carácter escasamente integrador de un empleo que, en la fecha de la encuesta, podía desarrollarse sin
contrato escrito y sin cobertura de la Seguridad Social (Real Decreto 1424/1985, de 1 de agosto). Es más, la asociación de
este empleo con los procesos de exclusión se confirma si se considera que, en 2013, éste era el empleo más común en las
situaciones de exclusión severa (Laparra 2014).

474
Anexos

probabilidad de experimentar procesos de exclusión es mucho más elevada que en el resto


de la sociedad.

Gráfico 1. La asociación entre vulnerabilidad y exclusión

100%
9,0
90%
80% 43,8
70% 41,2

60% Integración plena

50% Integracion precaria

40% Exclusion moderada


41,1 24,4
Exclusion severa
30%
20%
25,4
10% 10,5
0% 4,6
No vulnerabilidad Vulnerabilidad

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

El Índice Sintético de Exclusión Social (ISES) confirma la existencia de profundas


diferencias entre mujeres en situación de integración y de vulnerabilidad: en el primer caso,
de hecho, éste se sitúa en 0,85 mientras que en el segundo asciende a 2,90 (es decir, se
multiplica por 3,4).
Los datos presentados, sin embargo, no deben llevarnos a sobreestimar las coincidencias
entre las dos variables analizadas; su relación, de hecho, aunque es ciertamente de
asociación, no es en absoluto de identidad. Tal y como se refleja en el gráfico que aparece a
continuación, en efecto, aunque las situaciones de vulnerabilidad y exclusión social
identifican respectivamente al 20,6% y 21,1% de las mujeres, solamente en el 10,1% de los
casos se da una superposición de ambas situaciones. El restante 10,4% y 10,7%, por el
contrario, se incluye alternativamente en la noción de vulnerabilidad o de exclusión, pero no
en ambas.

475
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Gráfico 2. Coincidencias y diferencias entre las variables de vulnerabilidad y exclusión

Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.

476
Anexo III: Construcción de variables relacionadas con procesos
de violencia
Tal y como se ha hecho para las nociones de vulnerabilidad y exclusión, también en lo
que respecta a las variables vinculadas con procesos de violencia de género es necesario
aclarar tanto los procedimientos seguidos para su construcción como los debates
teóricos/metodológicos subyacentes. En este caso, las variables clave son la violencia
declarada, la violencia técnica, la intensidad y duración del maltrato y la violencia no
reconocida.

La violencia declarada
La noción de violencia declarada hace referencia a aquella violencia que se mide
preguntando directamente a la mujer si ha sufrido alguna situación por la que se haya
sentido maltratada. No constituye una buena herramienta para medir la presencia de
violencia de género (Avance de Resultados 2015), pero puede aportar una información muy
útil, ya que, cruzada con la violencia técnica, permite medir el alcance del maltrato no
reconocido.
Es una información que sólo se recoge en las Macroencuestas de 1999, 2002, 2006 y
2011 (ni la Encuesta Foessa 2013 ni la Macroencuesta 2015 incluyen preguntas en este
sentido).

La violencia técnica
La segunda noción clave para nuestro estudio es la violencia técnica, un concepto que,
con diferentes denominaciones, ha sido utilizado en la práctica totalidad de las encuestas
sobre violencia de género que se han realizado en los últimos años, tanto a nivel estatal
como internacional311. Dicha variable hace referencia a aquella violencia que no se mide
preguntando directamente por el padecimiento de malos tratos, sino de manera indirecta, a
partir de la respuesta afirmativa a una serie de ítems que describen situaciones concretas
que se consideran indicativas de la presencia de violencia de género.

15.1.1.1 La violencia técnica en la Macroencuesta de Violencia de Género 2011


En la Macroencuesta 2011 se han creado tres diferentes variables. La primera respeta
fielmente la definición utilizada por el Instituto de la Mujer en su análisis de la
Macroencuesta anterior. De los 26 ítems contemplados en el cuestionario, esta definición
considera únicamente los que identifican “situaciones objetivas de violencia”, mientras que
desecha todos aquellos que identifican “situaciones de sometimiento”. Según esta
definición, enfrenta violencia el 10,6% de las mujeres.

311En los informes de las Macroencuestas de Violencia de Género de 1999, 2002 y 2006, por ejemplo, aparece con el nombre de
“maltrato técnico”.

477
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 71. Indicadores de violencia de género utilizados por las Macroencuestas de Violencia de
Género de 1999, 2002, 2006 y 2011, diferenciando entre “situaciones objetivas de
violencia” y “situaciones de sometimiento”

Situación objetiva de violencia Situación de sometimiento


Le impide ver a su familia o tener relaciones con Hace oídos sordos a lo que ella dice, no tiene en
amigos, vecinos, etc. cuenta su opinión, no escucha sus peticiones
Le quita el dinero que ella gana o no le da lo
No le deja trabajar o estudiar
suficiente que necesita para mantenerse
No respeta sus objetos personales (regalos de otras
Le insulta o amenaza
personas, recuerdos familiares)
Le dice que coquetea continuamente o por el
Decide las cosas que ella puede o no hacer contrario que no se cuida nunca, que tiene mal
aspecto
Insiste en tener relaciones sexuales aunque sepa
Se enfada sin que sepa la razón
que ella no tiene ganas
La mujer
entrevistada No tiene en cuenta las necesidades de ella (le deja Cuando se enfada la toma con los animales o cosas
afirma que su el peor sitio de la casa, lo peor de la comida…) que ella aprecia
pareja o ex Le hace sentirse culpable porque no le
pareja, En ciertas ocasiones le produce miedo
atiende/entiende como es debido
“frecuentemente”
o “a veces Se enfada si las cosas no están hechas (comida,
Cuando se enfada llega a empujar o golpear
ropa, etc.)
Le dice que adónde va a ir sin él (que no es capaz
Le controla los horarios
de hacer nada por sí sola)
Le dice que todas las cosas que hace están mal, Le dice que no debería estar en esta casa y que
que es torpe busque la suya
Ironiza o no valora sus creencias (ir a la iglesia,
votar a algún partido, pertenecer a alguna Le reprocha que viva de su dinero
organización…)
Le hace sentirse responsable de las tareas del
No valora el trabajo que realiza
hogar
Delante de sus hijos dice cosas para no dejarle a
Desprecia y da voces a sus hijos
Vd. En buen lugar

La segunda variable ha sido creada por nosotras a partir de las críticas que Osborne
(2008) mueve a la noción anterior, por ser incapaz de distinguir la violencia propiamente
dicha del sexismo. Para crearla, hemos tenido como referencia la definición utilizada en
L'enquête nationale sur les violences envers les femmes en France (Enveff) en el año 2000 y
la hemos adaptado a la información que proporciona la Macroencuesta. Más concretamente,
y tal como se detalla en la tabla que aparece a continuación, según esta definición hay
violencia de género cuando existe presión psicológica, violencia física, violencia sexual o
amenazas, situaciones que experimenta el 8,3% de las mujeres.

478
Anexos

Tabla 72. La variable inspirada en L'enquête nationale sur les violences envers les femmes

Ítems utilizados en la Macroencuesta 2011


Le impide ver a su familia o tener relaciones con amigos, vecinos, etc.
Le quita el dinero que ella gana o no le da lo suficiente que necesita para
mantenerse
Hace oídos sordos a lo que ella dice, no tiene en cuenta su opinión, no escucha sus
peticiones
No le deja trabajar o estudiar
Decide las cosas que ella puede o no hacer
No tiene en cuenta las necesidades de ella (le deja el peor sitio de la casa, lo peor
de la comida…)
En ciertas ocasiones le produce miedo
No respeta sus objetos personales (regalos de otras personas, recuerdos familiares)
Le dice que coquetea continuamente o por el contrario que no se cuida nunca, que
tiene mal aspecto
Presión psicológica (se requiere la Se enfada sin que sepa la razón
mujer conteste afirmativamente a por lo
menos tres ítems y que uno se dé Le dice que adónde va a ir sin él (que no es capaz de hacer nada por sí sola)
“frecuentemente”) Le dice que todas las cosas que hace están mal, que es torpe
Cuando se enfada la toma con los animales o cosas que ella aprecia
Le hace sentirse culpable porque no le atiende/entiende como es debido
Se enfada si las cosas no están hechas (comida, ropa, etc.)
Le controla los horarios
Le dice que no debería estar en esta casa y que busque la suya
Le reprocha que viva de su dinero
Ironiza o no valora sus creencias (ir a la iglesia, votar a algún partido, pertenecer a
alguna organización…)
No valora el trabajo que realiza
Le hace sentirse responsable de las tareas del hogar
Delante de sus hijos dice cosas para no dejarle a ella en buen lugar
Desprecia y da voces a sus hijos
Violencia física (es suficiente que se dé
Cuando se enfada llega a empujar o golpear
“rara vez")
Violencia sexual (es suficiente que se
Insiste en tener relaciones sexuales aunque sepa que ella no tiene ganas
dé “rara vez")
Insultos o amenazas (es suficiente que
Le insulta o amenaza
se den “rara vez")

También la tercera variable ha sido construida por nosotras, pero esta vez de forma
autónoma –aunque a partir de las críticas que tanto Osborne (2008) como, sobre todo,
Casado, García y García (2012) mueven a los indicadores de la Macroencuesta–. Osborne,
como ya se ha apuntado, evidencia que tales indicadores no consienten distinguir la
violencia propiamente dicha del sexismo. Casado, García y García, por su parte,
argumentan que los ítems allí incluidos presentan una formulación que es ambigua y no
permite diferenciar la violencia del conflicto, algo especialmente grave en un contexto
como el actual, donde el conflicto es endémico, ya que va necesariamente apareado al
cambio que está teniendo lugar en las identidades y roles de género.

479
Violencia de género en la pareja y exclusión social

La variable que hemos construido parte de estas apreciaciones y, aun evitando una
asunción acrítica de las mismas, las utiliza para crear una noción de violencia técnica que,
en la medida de lo posible, consienta diferenciar claramente la violencia tanto del sexismo
como del conflicto. Más concretamente, en este caso, los ítems disponibles se han dividido
en tres grupos y se ha atribuido un peso diferente a los de cada grupo 312. Por ello, hemos
denominado esta variable violencia técnica ponderada. Según ella, experimenta violencia el
13,7% de las mujeres.

312El cuestionario incluye también dos indicadores (“le dice que no debería estar en esta casa y que busque la suya” y “desprecia
y da voces a sus hijos”) que no se han incorporado al análisis. El primero ha sido eliminado porque parece reflejar más el fin de
una relación que maltrato en ella; el segundo ha sido descartado porque identifica situaciones de maltrato infantil que, si bien
puede ser recurrente en los casos de violencia de género, constituyen un fenómeno claramente diferenciado de la violencia
contra la mujer.

480
Anexos

Tabla 73. La variable de violencia técnica ponderada


Ítems considerados Razones de la inclusión de los diferentes ítems en los varios grupos
Le insulta o amenaza
Se incluy en en el primer grupo porque identifican situaciones de v iolencia muy
En ciertas ocasiones le produce miedo
clara, escasamente sujetas a la interpretación de las mujeres entrev istadas
Cuando se enfada llega a empujar o golpear (Casado, García y García 2012)

Le impide v er a su familia o tener relaciones


con amigos, v ecinos, etc.
Le quita el dinero que ella gana o no le da lo
Se incluy en en el primer grupo porque encarnan situaciones de control, que es
suficiente que necesita para mantenerse
un constituy ente fundamental de los procesos de v iolencia de género y no es
No le deja trabajar o estudiar
confundibles con escenarios de conflicto (Ruíz-Jarabo y Blanco 2007)
Grupo 1. Situaciones Decide las cosas que ella puede o no hacer
especialmente grav es y
formuladas con precisión Le controla los horarios
(es suficiente que una de Le dice que adónde v a a ir sin él (que no es
ellas se dé “rara v ez") capaz de hacer nada por sí sola) Se incorporan en el primer grupo porque identifican situaciones de menosprecio
Le dice que todas las cosas que hace están y ridiculización explícita que minan la autoestima y son reconocidas por la
mal, que es torpe literatura como componentes de la v iolencia psicológica (Ruíz-Jarabo y Blanco
Delante de sus hijos dice cosas para no 2007)
dejarle a ella en buen lugar
Le dice que coquetea continuamente o por el Se incorpora en el primer grupo porque se trata de una formulación clara y
contrario que no se cuida nunca, que tiene porque el trabajo cualitativ o realizado ha ev idenciado que es un rasgo muy
mal aspecto típico de las relaciones abusiv as
Se incluy e en el primer grupo porque identifica situaciones que no son parte de
Cuando se enfada la toma con los animales
un normal conflicto sino claros ejemplos de v iolencia psicológica (Ruíz-Jarabo y
o cosas que ella aprecia
Blanco 2007)

Se incluy e en el segundo grupo porque su formulación es muy ambigua y , por


Grupo 2. Situaciones de
ello, sujeta a la interpretación de las mujeres encuestadas. Es más, atendiendo
grav edad algo menor y /o Insiste en tener relaciones sex uales aunque
a su falta de claridad podría incluso incorporarse al grupo 3, pero se ha preferido
de formulación más sepa que ella no tiene ganas
mantenerlo aquí porque, pese a su imprecisión, es el único ítem que nos
ambigua (es necesario que
proporciona alguna información acerca de la presencia de v iolencia sex ual
por lo menos una de ellas
se dé “frecuentemente” o Hace oídos sordos a lo que ella dice, no Se incorpora en el segundo grupo porque identifica situaciones de
“a v eces”) tiene en cuenta su opinión, no escucha sus desv alorización implícita y esto implica que la grav edad no deriv a tanto del
peticiones hecho en sí sino de su repetición
No tiene en cuenta las necesidades de ella
(le deja el peor sitio de la casa, lo peor de la
Se incluy en en el tercer grupo porque, aun constituy endo situaciones de posible
comida…)
v iolencia psicológica, su formulación es confusa y , por lo tanto, su significado
Ironiza o no v alora sus creencias (ir a la
está claramente sujeto a la interpretación de la mujer encuestada (Casado,
iglesia, v otar a algún partido, pertenecer a
García y García 2012)
Grupo 3. Situaciones alguna organización…)
fuertemente ambiguas que, No v alora el trabajo que realiza
por un lado, están sujetas Se incorpora en el tercer grupo porque, aun identificando situaciones de
a una may or interpretación No respeta sus objetos personales (regalos v iolencia psicológica potencialmente muy grav es, presenta una formulación
de la mujer entrev istada y , de otras personas, recuerdos familiares) muy ambigua (¿qué significa no respetar , ¿qué implica?) y susceptible de
por otro, pueden reflejar diferentes interpretaciones
tanto v iolencia como Se incluy e en el tercer grupo porque, debido a su ambigüedad, podría reflejar
Se enfada sin que sepa la razón
situaciones de conflicto (se tanto v iolencia de género como conflictos/estrés no comunicados a la pareja
requiere que dos de ellas Se incorpora en el tercer grupo porque es un ítem muy ambiguo y porque la
Le hace sentirse culpable porque no le
se v erifiquen culpa puede ser producto de v iolencia directa pero también estructural (Bourdieu
atiende/entiende como es debido
“frecuentemente” o “a 2000)
v eces” y por lo menos Se incluy e en el tercer grupo porque presenta cierta ambigüedad (¿qué conllev a
una “frecuentemente”) Se enfada si las cosas no están hechas este enfado?, ¿cómo se ex presa?, etc.) y , además, podría reflejar tanto
(comida, ropa, etc.) v iolencia propiamente dicha como una reacción masculina al cuestionamiento
femenino de la div isión sex ual del trabajo
Se ha incluido en el tercer grupo porque, aun implicando una
Le hace responsable de las tareas del hogar
desv alorización/ex plotación del trabajo realizado por la mujer, no da
y le reprocha que v iv a de su dinero
necesariamente lugar a una situación inequív oca de v iolencia

481
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Si ponemos en relación las tres variables de violencia técnica ahora analizadas,


observamos que ninguna de ellas (ni siquiera la más amplia) engloba totalmente a la otra,
sino que, en todos los casos, se registra la presencia de mujeres que resultan “técnicamente
maltratadas” según una definición pero no según las demás. Este resultado, por un lado,
indica que toda operacionalización es una aproximación a la realidad, no la realidad misma;
por otro, y dado que la relación entre violencia y exclusión se mantiene para las tres
variables, incrementa la fiabilidad de la relación encontrada.

Gráfico 31. Coincidencias y diferencias entre las tres variables de violencia técnica utilizadas en la
investigación

Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.

En el caso específico de la violencia técnica ponderada –que representa la variable clave


para nuestra investigación– se ha asimismo diferenciado: entre violencia de la pareja y de la
ex pareja; y entre violencia física, sexual y psicológica.

Tabla 74. Diferentes tipos de violencia

Tipo de violencia Frecuencia requerida Ítem considerado

“Frecuentemente”, “a veces” o La mujer entrevistada afirma que su pareja o ex pareja “cuando se


Violencia física
"rara vez" enfada llega a empujar o golpear”
La mujer entrevistada afirma que su pareja o ex pareja “insiste en tener
Violencia sexual “Frecuentemente” o “a veces”
relaciones sexuales aunque sepa que ella no tiene ganas”
Violencia Depende del ítem La mujer contesta afirmativamente a alguno de los otros ítems (siempre
psicológica considerado (Grupo 1, 2 o 3) que no se dé también una situación de violencia física o sexual)

482
Anexos

En lo que se refiere a la violencia psicológica, por otra parte, y siguiendo el esquema


propuesto por la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015, hemos además
identificado dos subcategorías: violencia emocional y violencia de control313.

Tabla 75. Violencia psicológica emocional y violencia psicológica de control

Frecuencia requerida Ítems considerados


Le insulta o amenaza
En ciertas ocasiones le produce miedo
Le dice que adónde va a ir sin él (que no es capaz de hacer
nada por sí sola)
Grupo 1. Situaciones especialmente Le dice que todas las cosas que hace están mal, que es torpe
graves y formuladas con precisión
(es suficiente que una de ellas se dé Delante de sus hijos dice cosas para no dejarle a ella en buen
“rara vez") lugar
Le dice que coquetea continuamente o por el contrario que no se
cuida nunca, que tiene mal aspecto
Cuando se enfada la toma con los animales o cosas que ella
aprecia

Grupo 2. Situaciones de gravedad


algo menor y/o de formulación más
Violencia Hace oídos sordos a lo que ella dice, no tiene en cuenta su
ambigua (es necesario que por lo
psicológica opinión, no escucha sus peticiones
menos una de ellas se dé
emocional “frecuentemente” o “a veces”)

No tiene en cuenta las necesidades de ella (le deja el peor sitio


de la casa, lo peor de la comida…)
No respeta sus objetos personales (regalos de otras personas,
recuerdos familiares)
Se enfada sin que sepa la razón
Grupo 3. Situaciones fuertemente
ambiguas (se requiere que dos de Le hace sentirse culpable porque no le atiende/entiende como es
ellas se verifiquen “frecuentemente” o debido
“a veces” y por lo menos una Se enfada si las cosas no están hechas (comida, ropa, etc.)
“frecuentemente”)
Le hace responsable de las tareas del hogar y le reprocha que
viva de su dinero
Ironiza o no valora sus creencias (ir a la iglesia, votar a algún
partido, pertenecer a alguna organización…)
No valora el trabajo que realiza
Le impide ver a su familia o tener relaciones con amigos,
Grupo 1. Situaciones especialmente vecinos, etc.
Violencia
graves y formuladas con precisión No le deja trabajar o estudiar
psicológica de
(es suficiente que una de ellas se dé
control Decide las cosas que ella puede o no hacer
“rara vez")
Le controla los horarios

313La Macroencuesta identifica también una tercera categoría, la violencia económica, que, sin embargo, no ha sido incluida en
nuestro análisis por cuestiones de muestra.

483
Violencia de género en la pareja y exclusión social

15.1.1.2 La violencia técnica en la Encuesta Foessa sobre Integración Social y


Necesidades Sociales 2013
Las Encuestas Foessa de 2007 y 2009 no permitían detectar situaciones de violencia de
género. Cuando se redactó el cuestionario para la encuesta de 2013, sin embargo, pudimos
incorporar algunas modificaciones y, más concretamente, introducir una batería de 9 ítems
(más hubieran alargado en exceso el cuestionario) que permitiesen detectar y dimensionar
este fenómeno.
A la hora de decidir cuáles ítems incluir se decidió escoger entre los 26 contemplados
por la Macroencuesta. Esta decisión se debía tanto al hecho de que la Macroencuesta
representaba en ese momento un referente teórico ineludible 314 como al hecho de que
mantener las mismas formulaciones favorecería la comparabilidad de las dos fuentes.
A partir de allí, para escoger los 9 ítems que necesitábamos, se tuvo en cuenta tanto la
gravedad de la situación descrita como la claridad de la formulación. Como resultado, 8 de
los 9 ítems incluidos coinciden con aquellos que, en la definición de violencia técnica
ponderada que se utiliza en la Macroencuesta, se sitúan en el grupo 1, el que identifica las
situaciones más graves y menos ambiguas. La única excepción la representa el ítem “insiste
en tener relaciones sexuales aunque sepa que Ud. no tiene ganas”, que pertenece al grupo 2.
También en este caso, este ítem se ha mantenido por razones de comparabilidad.

Tabla 76. La variable de violencia técnica ponderada en la Encuesta Foessa sobre Integración
Social y Necesidades Sociales 2013

Ítems considerados
Le insulta o amenaza
En ciertas ocasiones le produce miedo
Cuando se enfada llega a empujar o golpear
Grupo 1. Situaciones especialmente graves y Le impide ver a su familia o tener relaciones con amigos, vecinos, etc.
formuladas con precisión (es suficiente que Le quita el dinero que ella gana o no le da lo suficiente que necesita para
una de ellas se dé “rara vez") mantenerse
No le deja trabajar o estudiar
Decide las cosas que ella puede o no hacer
Le dice que todas las cosas que hace están mal, que es torpe
Grupo 2. Situación de gravedad algo menor
y/o de formulación más ambigua (es
Insiste en tener relaciones sexuales aunque sepa que ella no tiene ganas
necesario que se den “frecuentemente” o “a
veces”)

Si efectuamos una comparación entre estos ítems y los que se utilizan en la


Macroencuesta (grupo 1), podemos observar que:

314En la actualidad, con la realización de una nueva encuesta (la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015), que
modifica radicalmente el cuestionario de las Macroencuestas anteriores, la oportunidad de esta elección puede ser objeto de
debate. En el momento en que la decisión se tomó, sin embargo, este nuevo referente no existía y no había razones para
tomar una decisión diferente.

484
Anexos

 Se han mantenido los tres ítems que identifican las situaciones de violencia más
clara (“le insulta o amenaza”, “en ciertas ocasiones le produce miedo 315 ” y
“cuando se enfada llega a empujar o golpear”), por ser muy graves y
escasamente sujetas a la interpretación de las mujeres entrevistadas (Casado,
García y García 2012).
 También se han conservado 4 de los 5 ítems que describen situaciones de
control316, ya que éste constituye un elemento fundamental de los procesos de
violencia de género y algo que no es confundible con escenarios de conflicto
(Ruíz-Jarabo y Blanco 2007).
 Asimismo, se ha mantenido 1 de los 3 ítems que identifican situaciones de
menosprecio y ridiculización, claros componentes de violencia psicológica 317
(Ruíz-Jarabo y Blanco 2007).
 Por el contrario, se ha eliminado el ítem “cuando se enfada la toma con los
animales o cosas que Ud. aprecia” por considerar que, aun siendo también muy
significativo, podría llagar a guardar cierta relación con situaciones de conflicto
mal gestionado (Casado, García y García 2012).
 Finalmente, también se ha descartado el ítem “le dice que coquetea
continuamente o por el contrario que no se cuida nunca, que tiene mal aspecto”,
porque, como subrayan Casado, García y García (2012) se refieren
simultáneamente a situaciones distintas e incluso opuestas, lo cual puede llegar a
ser problemático.
En cualquier caso, la principal razón de la eliminación de estos últimos ítems ha sido la
necesidad de limitar a 9 el número de situaciones incluidas. En otras palabras, el hecho de
que un ítem haya sido descartado no indica que sea poco relevante, sino que, en
comparación con otros, nos ha parecido algo menos grave o algo más ambiguo.
Al igual que en la Macroencuesta, también aquí se ha diferenciado entre violencia física,
sexual y psicológica318.

315 Es más, la importancia de este ítem se ratifica si consideramos que, en la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015,
no solamente se mantiene, sino que se utiliza como pregunta de control para detectar situaciones de violencia no revelada.
316 Se ha eliminado un ítem porque nos pareció que, en un contexto donde sólo podemos disponer de 9 ítems, dedicar más de la

mitad al control era excesivo. La decisión de eliminar ese ítem en concreto se debe a que consideramos que era el menos
grave y más ambiguo de los 5.
317 La decisión de eliminar 2 ítems se debe a varias razones: por un lado, al hecho de que, si bien las situaciones de menosprecio

y ridiculización no son menos graves que las de control, sí son algo más ambiguas y, sobre todo, más relacionadas con
escenarios de conflicto (Casado, García y García 2012). Más concretamente, el ítem “delante de sus hijos dice cosas para no
dejarle a Ud. en buen lugar” se ha eliminado porque, por su propia formulación, excluye a las mujeres que no tienen criaturas;
el ítem “le dice que adónde va a ir sin él (que no es capaz de hacer nada por sí sola)”, por otra parte, ha sido descartado
porque su formulación es poco clara y porque presenta un parecido bastante elevado con el ítem “le dice que todas las cosas
que hace están mal, que es torpe”, que se ha mantenido.
318 En un primer momento, dado el carácter reducido de la muestra, que no permitía analizarla de forma autónoma, la violencia

económica había sido englobada dentro de la más amplia categoría de violencia psicológica. En un segundo momento, sin
embargo, decidimos eliminarla, ya que el ítem que permite identificar este tipo de violencia (“le quita el dinero que Ud. Gana o
no le da lo suficiente que necesita para mantenerse”) era impreciso y podía ser mal interpretado (aclara que la mujer no recibe
dinero suficiente para mantenerse, pero no permite saber si esto es así porque enfrenta violencia o porque el hogar está
experimentando graves dificultades económicas, en un contexto de división sexual del trabajo). Más concretamente,
consideramos que, si bien esta ambigüedad no resultaba especialmente problemática en el marco de una encuesta

485
Violencia de género en la pareja y exclusión social

En lo que respecta a la violencia psicológica, se ha además diferenciado entre violencia


emocional y de control.

Tabla 77. Violencia psicológica emocional y violencia psicológica de control en la Encuesta Foessa
sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013

Tipo de violencia Frecuencia requerida Ítem considerado


Le insulta o amenaza
Violencia psicológica “Frecuentemente”, “a
En ciertas ocasiones le produce miedo
emocional veces” o "rara vez"
Le dice que todas las cosas que hace están mal, que es torpe
Le impide ver a su familia o tener relaciones con amigos, vecinos, etc.
Violencia psicológica “Frecuentemente”, “a
No le deja trabajar o estudiar
de control veces” o "rara vez"
Decide las cosas que ella puede o no hacer

La intensidad de la violencia
Para medir la intensidad de la violencia se ha tenido en cuenta, por un lado, el número de
ítems con respuesta afirmativa y, por otro, la frecuencia con la que cada uno de ellos tiene
lugar (“frecuentemente”, “a veces” o “rara vez”).
En el caso de la Macroencuesta, se ha tenido como referencia la variable de violencia
técnica ponderada. El peso atribuido a los varios ítems, por lo tanto, no siempre es el
mismo, sino que se asignan 3, 4 y 5 puntos respectivamente a los ítems del primero y
segundo grupo y 1, 2 y 3 a los del tercero. Luego se conforman 4 grupos, cuyos puntos de
corte han sido establecidos a partir de la media, la mediana y la desviación típica 319. Más
concretamente:
 Grado 1. La intensidad oscila entre 2 y 8.
 Grado 2. La intensidad oscila entre 9 y 16.
 Grado 3. La intensidad oscila entre 17 y 32.
 Grado 4. La intensidad oscila entre 33 y 97.
En el caso de la Encuesta Foessa, la escala de intensidad se ha creado atribuyendo 1
punto a los comportamientos que tienen lugar “rara vez”, 2 a los que se verifican “a veces”
y 3 a los que se dan “frecuentemente”. Como se puede observar, en este caso –a diferencia
que en la variable de intensidad ponderada de la Macroencuesta– se atribuye la misma
puntuación a todos los ítems. Esto se explica por el hecho de que aquí todos ellos tienen una
gravedad parecida.

expresamente dedicada a temas de violencia intrafamiliar (es el caso de la Macroencuesta 2011) sí resulta claramente
equívoca en el marco de una encuesta sobre pobreza (es el caso de la Encuesta Foessa). Esto, finalmente, resulta aún más
evidente si se considera que la pregunta en cuestión aparece justo después de un largo bloque que analiza las consecuencias
de la crisis en la capacidad económica del hogar.
319 La mediana marca el inicio del segundo grupo y la media su final, mientras que la amplitud del tercer grupo se corresponde a

la desviación típica; finalmente, los casos con puntuación más elevada de la desviación típica se sitúan en el cuarto grupo.

486
Anexos

A partir de los resultados así obtenidos se crean 3 grupos320, cuyos puntos de corte han
sido establecidos a partir de la media y la moda 321 . Ésta es la clasificación que se ha
obtenido:
 Grado 1. La intensidad oscila entre 1 y 5.
 Grado 2. La intensidad oscila entre 6 y 18.
 Grado 3. La intensidad oscila entre 19 y 27.

La violencia de larga duración


La duración de la violencia es una información que sólo se recoge en la Macroencuesta.
En ella, se ha considerado violencia de larga duración aquella que dura desde hace más de 5
años. Más específicamente, se considera que una mujer experimenta violencia de larga
duración cuando, en la actualidad, experimenta violencia técnica y por lo menos 1 ítem se
verifica desde hace más de 5 años (independientemente de la frecuencia con que ese ítem en
concreto se da en la actualidad) 322. Al igual que en el caso anterior, también aquí se toma
como referencia la variable de violencia técnica ponderada.
En este caso no se presentan datos globales (no hay necesidad de efectuar una
comparación con los datos extraídos de la Encuesta Foessa), sino que la violencia ejercida
por la pareja y por la ex pareja se analizan de forma separada.

La violencia no reconocida
La violencia no reconocida se determina cruzando la variable de violencia declarada y
violencia técnica. Como hemos visto, la primera hace referencia a aquella violencia que se
mide preguntando directamente a la mujer si considera haber sufrido maltrato. La segunda
se calcula a partir de las respuestas a una batería de ítems que identifican situaciones
concretas constitutivas de violencia.
A partir de aquí, se considera que hay violencia no reconocida cuando, por un lado, la
mujer declara que, en el último año, no ha sufrido ninguna situación por la que se haya
considerado maltratada y, por otro, según la variable de violencia técnica ponderada, sí
resulta que ha experimentado violencia

320 La decisión de reducir a 3 los niveles de intensidad responde a cuestiones muestrales (si en la Macroencuesta se
identificaban 1.047 casos de violencia técnica, aquí el número se reduce a 315).
321 Como se puede observar, en este caso los criterios seguidos para establecer los puntos de corte son diferentes que los

aplicados en la Macroencuesta: allí, de hecho, la distancia entre mediana y media era muy elevada, y esto permitía usar estos
valores para marcar los extremos del grupo de intensidad 2. En este caso, sin embargo, dichos valores son demasiado
cercanos y, en caso de seguir el mismo procedimiento, el grupo 2 identificaría un número insuficiente de casos. A esto se
añade que, en este caso y a diferencia que en los anteriores, el valor de la mediana es demasiado elevado para que pueda
marcar el inicio del 2º grupo (es 8 sobre un máximo de 27; en la Macroencuesta era 9 sobre un máximo de 97). Ambas razones
nos han llevado a la decisión de descartar la mediana y de modificar los criterios utilizados para establecer los puntos de corte.
Más en detalle: la mitad de la media marca el final del primer grupo; la moda delimita el final del segundo; y los valores más
elevados de la moda se incluyen en el tercer grupo.
322 En lo que respecta al ítem compuesto (“le hace responsable de las tareas del hogar y le reprocha que viva de su dinero”),

partimos de la consideración de que la violencia reside precisamente en la acumulación de los dos hechos; esto implica que,
para que haya violencia de larga duración, ambos deben verificarse desde hace más de 5 años.

487
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Es ésta una información que la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 no


puede proporcionar, ya que se ha eliminado la pregunta sobre violencia declarada.
Consideramos que esta decisión habría de ser reconsiderada, sobre todo si se tiene en cuenta
que el coste (económico y temporal) que supone el mantenimiento de esta única pregunta en
el cuestionario es muy reducido.
En este caso, tampoco existe posibilidad de efectuar una comparación con la Encuesta
Foessa, razón por la cual no se presentan datos globales, sino que las violencias ejercidas
por la pareja y por la ex pareja se analizan de forma separada.

Tabla 78. Resumen de la información incluida en la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 y


en la Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013

Macroencuesta Encuesta Foessa


Violencia declarada X
Violencia técnica X X
Diferenciación entre varios tipos de violencia técnica (física,
X X
sexual, psicológica y sólo psicológica)
Diferenciación entre violencia ejercida por la pareja y la ex
X
pareja
Intensidad de la violencia X X
Violencia de larga duración X
Violencia no reconocida X
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011 y Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013

488
Anexo IV: Detalles de los análisis de regresión efectuados
Otro elemento a aclarar son los procedimientos seguidos para efectuar los análisis de
regresión, así como las variables incluidas en ellos.

Los procedimientos seguidos


Siguiendo el esquema propuesto por Stöckl, Heise y Watts (2011), para orientar el
análisis de regresión hemos utilizado el marco ecológico, que permite diferenciar entre
factores de riesgo relativos a diferentes niveles de análisis (el individuo, el hogar, la
relación de pareja y el entorno más amplio); y hemos además añadido otro nivel que hace
referencia a la situación social (vulnerabilidad o exclusión social). En la figura 79 se pueden
observar cuáles son los niveles considerados y los factores que se incluyen en cada nivel.

489
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 79. Variables introducidas en cada nivel del modelo ecológico

Tamaño y
Características de Características de Incongruencia de Características
composición del
la mujer la pareja estatus del entorno
hogar

Tamaño del lugar


Edad Vive con menores
de residencia
Vive con personas
Nivel educativo Clasificación NUTS
mayores

Lugar de origen Tamaño del hogar Riqueza provincial


Macroencuesta
2011 y Relación con la
Encuesta actividad laboral
Foessa 2013
Enfermedad
crónica o
discapacidad

Creencias
religiosas
Ideología

Relación con la
Situación de pareja Vive con la pareja Edad actividad laboral
relativa

Nivel educativo
Macroencuesta Nivel educativo
relativo
2011
Lugar de origen
Lugar de origen
relativo
Relación con la
actividad laboral
Vive con algún Estado y nivel
Estado civil
joven social del barrio
Dificultades Vive con alguna
escolares persona parada

Vive con alguna


persona con
Encuesta discapacidad
Foessa 2013
Nº de núcleos
Privación
económica
Evolución de la
situación
económica

La decisión de qué variables incluir en cada uno de estos niveles depende, por un lado,
de las posibilidades que la fuente utilizada ofrece y, por otro, de lo que la literatura
especializada enseña. En otras palabras, entre los factores que la literatura científica
considera relevantes para explicar el fenómeno que nos ocupa, se han incluido aquellos de
los cuales teníamos información.
Una vez establecido qué elementos incorporar en el análisis, hemos construido los
modelos de regresión logística siempre tomando como referencia el esquema propuesto por

490
Anexos

Stöckl, Heise y Watts (2011). Según éste, para cada uno de estos factores deben realizarse
análisis descriptivos y calcularse el chi cuadrado. En un segundo momento, a cada uno de
ellos se aplican análisis de regresión logística y se estiman los crude odds ratios (OR).
Todos los factores que, con este procedimiento, resultan ser significativos (p < 0,005) se
introducen en sendos modelos de regresión logística multivariante que incluyen todas las
variables pertenecientes a un mismo nivel del marco ecológico323. De esta manera podemos
observar cuáles son las variables significativas en cada nivel, una vez controladas las demás
variables del mismo. Finalmente, los factores que siguen siendo significativos en estos
modelos intermedios, se introducen en el modelo final 324 , que sigue un esquema “por
añadido”. Si, en este proceso de añadido, alguna variable pierde significación, se crea
también un modelo de resumen que incluye solamente las variables significativas. En la
tabla que aparece a continuación se puede observar en qué orden se han introducido estos
diferentes niveles.

Tabla 80. Orden de introducción de los varios niveles del modelo ecológico

Violencia ejercida por la pareja o ex pareja/


Violencia ejercida por la pareja
violencia ejercida por la ex pareja

Etapa 1 Vulnerabilidad/exclusión social Vulnerabilidad/exclusión social


Vulnerabilidad/exclusión social y características de Vulnerabilidad/exclusión social y características de
Etapa 2
la mujer la mujer
Vulnerabilidad/exclusión social, características de la Vulnerabilidad/exclusión social, características de la
Etapa 3
mujer y del hogar mujer y del hogar
Vulnerabilidad/exclusión social y características de
Etapa 4 --------------------------
la pareja
Vulnerabilidad/exclusión social, características de la
Etapa 5 --------------------------
mujer, del hogar y de la pareja
Vulnerabilidad/exclusión social, características de la Vulnerabilidad/exclusión social, características de la
Etapa 6
mujer, del hogar y del entorno mujer, del hogar, de la pareja y del entorno

Entre los factores considerados, como se puede observar, se encuentran tanto las
nociones de vulnerabilidad y exclusión social como las variables que se han utilizado para
construirlas (como, por ejemplo, el nivel educativo, la relación con la actividad laboral, el
lugar de origen, la situación económica del hogar, etc.). Esto significa que las nociones de
vulnerabilidad y exclusión social son variables de síntesis y, por lo tanto, el modelo que las
incluye no podrá englobar también las variables a partir de las cuales éstas han sido creadas,
y viceversa. En el caso de la Encuesta Foessa esto no supone un problema, ya que el interés

323 En el caso específico de la violencia de larga duración y de la violencia no reconocida este modelo general sufre algunas
modificaciones. Más en detalle, en lo que a la primera se refiere, el análisis de crude odds ratio (OR) indica que la variable
dotada de mayor poder explicativo es la edad. Por ello, una vez una vez comprobados los crude odds ratio (OR) de todas las
variables, se efectúa una nueva comprobación de todas ellas, pero controlando por la edad. Solamente las que siguen siendo
significativas se introducen luego en el modelo por etapas ahora descrito. En lo que se refiere a la violencia no reconocida, por
otra parte, se aplica este mismo esquema, pero sustituyendo el factor edad por la variable intensidad.
324 Éste es el esquema que hemos seguido a nivel general; sin embargo, cuando nos encontramos con factores que la literatura

específica reconoce ser muy relevantes pero que en nuestro esquema no son significativos, volvemos a testar su relevancia en
un segundo momento, una vez introducidas otras variables. Estos casos, de todas formas, se detallan en el análisis, conforme
aparecen.

491
Violencia de género en la pareja y exclusión social

de esta fuente reside en su capacidad de captar con precisión los diferentes matices que
caracterizan los procesos de exclusión, no en su capacidad de medir el peso de otros
factores de riesgo (que, simplemente, no se incluyen en el análisis). En lo que respecta a la
Macroencuesta, por el contrario, esto sí podría suponer un inconveniente. Para neutralizarlo
se construyen siempre dos modelos diferentes: uno incorpora la noción de vulnerabilidad y
el otro los factores de empleo y estudios.
Asimismo, cabe evidenciar que si, en lo que respecta a la Macroencuesta, un solo
modelo es suficiente para medir el peso del factor vulnerabilidad, en el caso de la Encuesta
Foessa se han creado tres modelos diferentes. El primero remite al carácter procesual de la
noción de exclusión y, por lo tanto, mide el riesgo de experimentar violencia de género en
función de la intensidad de ésta; el segundo y tercero remiten a la multidimensionalidad de
la exclusión social y, por lo tanto, se centran en el tipo de exclusión considerado (más
específicamente, el segundo contempla las diferentes dimensiones de la exclusión, mientras
que el tercero afina ulteriormente el análisis y contempla los 35 indicadores).
Finalmente, señalamos que, en cada regresión que se ha realizado, los casos incluidos en
el análisis han sido funcionales a las necesidades de la misma. Más concretamente: para
mediciones relativas al conjunto de la violencia de género o a la violencia ejercida por la ex
pareja se ha incluido la totalidad de la muestra; para mediciones relativas a la violencia
ejercida por la pareja, al contrario, se han incluido solamente las mujeres con pareja.
Análogamente: para calcular el peso de cada variable en el riesgo de experimentar violencia
se ha incluido la totalidad de la muestra (o la totalidad de las mujeres con pareja); para
medir el peso de cada factor en el riesgo de vivir violencia muy intensa o de larga duración,
o en el riesgo de no reconocer la violencia, al contrario, se han incluido solamente las
mujeres que han experimentado dicha violencia. Evidentemente, en estos últimos casos la
muestra se reduce de forma notable y, por lo tanto, el margen de error se incrementa de
manera muy significativa. Los intervalos de confianza revisten, por lo tanto, una especial
relevancia para determinar hasta qué punto los resultados obtenidos son relevantes o no lo
son.

Las variables incluidas en los análisis


En lo que respecta a las diferentes variables utilizadas en el análisis multivariante, cabe
resaltar que, en el caso de las mujeres, se han incluido tanto las variables clásicas del
análisis en ciencias sociales (edad, nivel educativo, lugar de origen, relación con la
actividad laboral) como otras que revisten un interés más específico y relacionado con los
procesos que nos ocupan (situación de pareja, situación de salud) o cuya relevancia
queríamos testar (ideología, creencias religiosas)325.
En lo que respecta a las parejas, se utilizan las variables clásicas del análisis en ciencias
sociales (edad, nivel educativo, lugar de origen, relación con la actividad laboral). No se
incluye información adicional porque la Macroencuesta no la facilita.

325 Ni la ideología ni las creencias religiosas han resultado ser significativas.

492
Anexos

En el caso del hogar, se considera la composición y tamaño, así como su situación


económica.
En lo que atañe a la incongruencia de estatus entre los dos miembros de la pareja,
consideramos la relación con la actividad laboral, el nivel formativo 326 y el lugar de origen.
Las primeras dos variables ya habían sido analizados en alguna investigación anterior (ej.
Atkinson, Greenstein, y Lang 2005; Chung, Tucker y Takeuchi 2008; Fox y otros 2002;
Franklin y Menaker 2014; Grose y Grabe 2014; Riger y Staggs 2004); la última, sin
embargo, hasta donde conocemos, no había sido contemplada por ninguna investigación
hasta ahora.
Finalmente, en lo que se refiere a las características del entorno, se ha considerado el
estado y nivel social del barrio, el tamaño del lugar de residencia, la Unidad Territorial
Estadística a la que éste pertenece y la riqueza de la provincia.

Figura 1 Clasificación de las Comunidades Autónomas según la NUTS 1 a la que pertenecen

Figura 2. Clasificación de las provincias española según su nivel de renta

A menudo, las variables ahora enumeradas han sido operativizadas de múltiples


maneras. Luego, en cada caso concreto y atendiendo tanto a la significación como la
capacidad explicativa, se ha escogido cuál de estas clasificaciones utilizar. Las razones
subyacentes en cada caso se aclaran en el texto.

326En lo que respecta al nivel formativo, sin embargo, la incongruencia de estatus nunca ha resultado ser un factor de riesgo (o
de protección) significativo.

493
Anexo V: Guión de las entrevistas realizadas

Guión de las entrevistas realizadas en 2013


1) Datos socio-demográficos
2) Historia de la relación de pareja
 ¿en qué circunstancias se conocieron?
 ¿cómo se desarrolló?
 etc.
3) Historia de la violencia
 ¿cuándo y cómo empezó?
 ¿durante cuánto tiempo se prolongó?
 ¿en qué consistía exactamente?
 ¿la gente que la rodeaba conocía su situación? ¿cómo reaccionaba a ella?
 etc.
4) Situación de integración/exclusión social de la mujer a lo largo de su vida
 repaso del historial laboral;
 descripción de la relación con la familia y las amistades;
 repaso de la situación de salud;
 comparación de la situación actual con la que vivía cuando mantenía la relación
con su ex-pareja (en lo relativo al nivel económico, a las relaciones con la
familia y las amistades, a la situación de salud, etc.).
5) Historia de la ruptura con la pareja y las consecuencias en términos de
integración/exclusión social
6) Descripción de la ayuda recibida desde el momento en qué decidió interrumpir la
relación (quién la ayudó, de qué manera, qué es lo que más valora y lo que ha echado en
falta, etc.)

494
Anexos

Guión de las entrevistas realizadas en 2015


1) Datos sociodemográficos
1) Historia de la relación de pareja
 ¿en qué circunstancias se conocieron?
 ¿cómo era su vida cuando se conocieron?
 ¿cómo se encontraba cuando empezó la relación?
 ¿qué significó para ella conocer a esta persona?
 ¿qué la llevó a empezar una relación con esta persona?
 ¿se enamoró mucho? ¿qué fue lo que la enamoró? ¿por qué cree que esas
cualidades la enamoraron?
 ¿cree que en otras circunstancias no se hubiera enamorado? ¿o no hubiera
empezado una relación con esta persona? ¿cuáles son estas circunstancias?
2) Historia de la violencia
 ¿cómo empezó el proceso de violencia de género?
 ¿cuándo se dieron los primeros episodios?
 ¿en qué circunstancias se dieron?
 ¿cómo explicas que fuera en esa época y no en otra?
 ¿qué situaciones te daban miedo? ¿había alguna circunstancias que intentabas
evitar? ¿él era a veces más peligroso o siempre igual?
 ¿había habido algún cambio (laboral, familiar, en la relación, etc.) con respecto a
la situación pre violencia?
 ¿cuál fue tu reacción?
 ¿crees que en otras circunstancias hubieras reaccionado de forma diferente? ¿de
qué circunstancias se trata?
3) Manifestaciones de la violencia de género que hayan podido tener especial efecto en
situaciones de exclusión social
 a nivel de salud
 económico
 de empleo
 de vivienda
 de aislamiento
 y cómo éstas diferentes esferas interaccionan entre ellas
4) Historia de la ruptura con la pareja y las consecuencias en términos de
integración/exclusión social

495
Anexo VI: Perfiles de las mujeres entrevistadas
1. Ángela es una mujer autóctona de 49 años con alto nivel educativo (es licenciada en
Derecho) y proveniente de una familia en situación de integración plena. Tiene una hija y
un hijo, de 18 y 14 años respectivamente. Empezó la relación con el que llegaría a ser su
marido a la edad de 15 años: ya desde el principio se encontró aislada de sus amistades,
pero con el matrimonio todo empeoró. Cuando el marido obtuvo una plaza de médico en
otra Comunidad, la pareja se mudó, hecho que incrementó ulteriormente el aislamiento en el
que ella se encontraba. Cuando, en 2003, después de 11 años de noviazgo y 13 de
matrimonio, decidió interrumpir la relación, pudo contar con el pleno apoyo de la familia.
Volvió a Pamplona, denunció el maltrato, y luego, con más mujeres que habían pasado por
experiencias similares, fundó una asociación de apoyo para mujeres maltratadas. Nunca ha
tenido problemas para encontrar empleo, tenía un nivel educativo elevado y era una época
de pleno empleo.
2. Blanca es una mujer de 37 años de origen colombiano; llegó al Estado español hace
13 años y en la actualidad tiene la nacionalidad española. Tiene tres hijos, de 21, 11 y 9
años respectivamente, el primero fruto de una relación precedente y los otros de una
segunda pareja, autóctona. La convivencia con este último inició muy pronto (8 meses
después de que se hubiesen conocido) y fue precipitada por el hecho de que Blanca se había
quedado embarazada. Desde el primer momento esta convivencia fue marcada por una
violencia de muy alta intensidad y de la cual, al encontrarse ella totalmente aislada, en un
pueblo pequeño, sin familia, amistades, ni empleo, solo pudo salir cuando –dos años
después– él se suicidó. A raíz de su muerte, tuvo que enfrentarse a los suegros para la
custodia de los hijos. En 2007 pudo emplearse, durante un año, en el empleo social del
Ayuntamiento, pero desde entonces se encuentra en situación de desempleo y, en el
momento de la entrevista, su única fuente de ingresos es la RIS.
3. Claudia es una mujer autóctona de 49 años, con una hija y un hijo, de 19 y 16 años
respectivamente. Proviene de una familia económicamente normalizada pero con un padre
extremadamente dominante. Estudió una FP de administración pero apenas ha trabajado
fuera de casa –y nunca ha tenido empleos relacionados con sus estudios– ya que su
prioridad siempre ha sido el cuidado de la casa y las criaturas. Presenta un largo historial de
violencia, por parte del marido primero y de una segunda pareja después. En lo que respecta
al marido, su relación inició cuando Claudia tenía 19 años y, desde el momento en que se
casaron (8 años después), hubo constantes malos tratos tanto contra ella como contra las
criaturas. En lo que respecta a la segunda pareja –un hombre de 30 años originario de la
República Dominicana que precipitó la separación de Claudia de su marido– la relación
también ha estado marcada por constantes malos tratos. Esta relación terminó cuando él
acabó dejándola por otra mujer, pero siguen manteniendo una relación de amistad, y se
intuye que ella no lo superado. El riesgo de recaída parece ser muy elevado. Claudia padece
fibromialgia y, en el momento de la entrevista, su fuente de ingresos es una pensión por
incapacidad total.
4. Manuela es una mujer portuguesa de 32 años, que tiene una hija y dos hijos, de 16, 11
y 2 años respectivamente. Las criaturas son fruto de tres relaciones sucesivas, todas con

496
Anexos

hombres que ejercieron violencia contra ella. La primera relación inició cuando Manuela
tenía 16 años, edad en la que, para alejarse de un hogar marcado por la violencia de género,
decidió quedarse embarazada de su novio, un chico de 26. Dos años después, harta de la
violencia y los celos de él, huyó de Portugal con la hija y se estableció en Pamplona. Aquí,
al cabo de dos años empezó otra relación, con un hombre que también ejerció violencia
contra ella y con el cual tuvo otro hijo. Cuatro años después, decidió poner fin a esta
relación e interponer denuncia. Cinco años después, sin embargo, empezó otra relación con
un hombre portugués que consumía heroína y por parte del cual experimentó la violencia
más intensa, primero en Portugal (donde se había mudado para estar cerca de él) y luego de
nuevo en Pamplona. En este caso fue la hija quién logró convencer a la madre de que
pusiera fin a la relación. En el momento de la entrevista Manuela vive en la comarca de
Pamplona y tiene un empleo social protegido. Tiene a su cargo sus tres criaturas y también
una sobrina, que acogió cuando supo que la madre de ella también había empezado una
relación con el hombre que había sido su última pareja. La hija mayor es la que se ocupa de
los hermanos menores para que la madre pueda trabajar.
5. Elena es una mujer valenciana de 31 años que tiene tres hijos y una hija. El primero lo
tuvo con 17 años, como estrategia para huir de un hogar marcado por situaciones de
violencia de género. Su pareja, sin embargo, también acabó ejerciendo violencia contra ella
(todos sus hijos e hijas, a excepción del primero, son fruto de violaciones por parte de éste).
Durante 18 años Elena experimentó una violencia muy intensa por parte de su marido;
cuando el hijo mayor también llegó a pegarla, sin embargo, decidió aprovechar el hecho de
que la hija se iba a estudiar fuera para acompañarla y no volver. Sufre una gran
victimización secundaria: el juicio no avanza, y mientras tanto el marido tiene la custodia de
los tres hijos, que apoyan al padre y culpan a la madre de haberlos abandonado.
Recientemente ha recuperado la relación con el mayor, pero los otros no quieren saber nada
de ella. Experimenta un gran sentimiento de culpa por haber abandonado a sus hijos, pero
también es consciente de que, si no lo hubiera hecho, estaría muerta, o “muerta en vida”.
Muestra un fuerte deseo de contar lo que le ha pasado, porque considera que ésa es la única
forma para visibilizar la violencia de género.
6. Nicoleta es una mujer de 31 años de origen rumano, con un nivel educativo medio-
alto (dejó los estudios justo antes de empezar la universidad, y lo hizo únicamente por la
negativa explícita de su pareja a que siguiese estudiando). Llegó al Estado español en 2006
con la hija recién nacida, reuniéndose así con su marido que ya tenía un empleo aquí. Al
haber sido reagrupada por el marido, hasta que Rumania no ingresó en la UE tuvo permiso
de residencia pero no de trabajo. Según ella relata, fue con la emigración y el nacimiento de
la hija cuando una relación claramente desigual se volvió abiertamente violenta. El proceso
de reconocimiento de esta violencia se llevó a cabo en absoluta soledad, con una familia
que, además de encontrarse lejos, no le brindó ningún apoyo, y en un país extranjero cuyo
idioma no dominaba y en el que no tenía redes sociales ni empleo. Por otra parte, relata que
el contacto con una cultura menos machista que la de origen, el ejemplo de paternidades
compartidas, etc., fue lo que le abrió los ojos acerca de su propia situación. Ha vivido una
situación de exclusión severa, pero en el momento de la entrevista su realidad ha mejorado
y acaba de recuperar la custodia de la hija.

497
Violencia de género en la pareja y exclusión social

7. Gabriela es una mujer autóctona de 46 años, con un bajo nivel educativo (sólo llegó a
cursar cinco años de escuela) y cuatro criaturas. Se casó con 21 años, en parte también para
huir del machismo imperante en su familia de origen, y dejó Pamplona para mudarse a un
pueblo de Navarra. Con el matrimonio, sin embargo, también apareció la violencia, muy
intensa y facilitada por los suegros. Once años después, Gabriela decidió separarse, proceso
que conllevó una caída en la exclusión más severa: la falta de ingresos, la absoluta ausencia
de apoyo por parte de la familia y las instituciones, una abogada incompetente y las
secuelas emocionales de la violencia, de hecho, se sumaron e interrelacionaron y terminaron
hundiendo a esta mujer, que acabó en una situación de sinhogarismo en la que se mantuvo
durante dos años. En este contexto conoció a su segunda pareja, con la cual logró salir de la
calle y tuvo a sus dos últimos hijos. Después de un tiempo de tranquilidad, sin embargo, él
inició a consumir heroína y a trapichear (involucrando también a los/as hijos/as);
contemporáneamente, también inició a ejercer violencia contra ella, que decidió así
separarse e interponer denuncia. Mientras que la primera vez no había recibido ninguna
ayuda por parte de los Servicios Sociales, esta vez fue muy bien asesorada. En el momento
de la entrevista, después de cuatro años en situación de desempleo, trabaja los fines de
semana cuidando de una persona mayor e integra el sueldo con la RIS. Tiene una nueva
pareja, de la cual, sin embargo, no desea hablar.
8. Idoia es una mujer de 36 años con doble nacionalidad venezolana y española, que
llegó al Estado español a la edad de 13 años. Siete años más tarde se casó con un hombre
que había sido un antiguo flechazo adolescente; nueve años después tuvo a su única hija
que, en el momento de la entrevista, tiene seis años. Cuando se realiza el coloquio, Idoia se
encuentra en proceso de divorcio y hace un año desde que abandonara su propia casa y se
mudara con los padres. Llegó a interponer denuncia por violencia de género, pero ésta fue
archivada; análogamente, la orden de alejamiento que solicitó también le fue denegada.
Frente a las amenazas de su ex pareja, por lo tanto, ha tenido que alejarse ella de él y
mudarse a un pueblo con sus padres. Expresa una fuerte indignación hacia toda la
maquinaria institucional y el racismo que la permea.
9. Carla es una mujer autóctona de 53 años, con alto nivel educativo (es licenciada en
Veterinaria). Tiene dos hijos, de 14 y 12 años, fruto de la relación con su primer marido, del
que se separó en 2004 (y por parte del cual no experimentó violencia). En 2006, durante un
viaje a Cuba, conoció a un hombre cubano con el que, un año más tarde, se casó. Éste la
maltrató, física y psicológicamente, hasta que, pocas semanas antes de la entrevista, la
abandonó por otra mujer, dejándola dolida y todavía enamorada. El maltrato que Claudia
deja entrever presenta algunas características comunes con los otros casos, pero también
algunas muy peculiares: el marido, por ejemplo, nunca la forzó a abandonar su empleo, sino
que su objetivo siempre fue “vivir de ella” en todo lo que pudo. Esto la ha dejado en
mejores condiciones económicas que la mayoría de las mujeres que han experimentado
violencia de género, pero con una fuerte sensación de haber sido explotada y engañada.
10. Maribel es una mujer de etnia gitana de 37 años que tiene dos hijos, de 21 y 16 años
respectivamente. Proviene de una familia en exclusión severa (los padres y sus 14 hijos/as
compartían una vivienda de tres habitaciones; ninguno de los/as hijos/as estaba
escolarizado/a; y 8 de ellos/as fueron retirados/as por Bienestar Social), donde la madre
también experimentaba violencia de género. Al no haber ido nunca a la escuela, Maribel es

498
Anexos

hoy totalmente analfabeta. Cuando tenía 14 años sus padres la obligaron a casarse con un
hombre de 22, que la primera noche de bodas la violó, provocándole una hemorragia interna
a causa de la cual tuvo que ir al hospital. Los médicos no interpusieron ninguna denuncia.
Maribel se ha alejado varias veces de su marido, pero siempre por periodos de tiempo muy
breves; en el momento de la entrevista están juntos. Pese a haber tenido una existencia muy
dura, es una mujer afable, dinámica y con independencia de juicio (piénsese, por ejemplo,
que después de haber tenido dos hijos, y no queriendo repetir la experiencia que ella misma
vivió, decidió hacerse una ligadura de trompas sin contarlo a la familia, ya que ésta no lo
habría aprobado). Ha trabajado tanto en el Empleo Social Protegido del Ayuntamiento
como en empleos normalizados; ella es la sustentadora principal del hogar.
11. Nieves es una mujer colombiana de 35 años que proviene de una familia acomodada.
Tiene un diploma en Sociología y una licenciatura en Psicología sin terminar. En el
momento de la entrevista llevaba ocho años en el Estado español, lugar al que vino no por
necesidades económicas, sino por deseo de viajar. Aquí experimentó una gran soledad,
razón que, según ella misma relata, la empujó a iniciar una relación con el hombre que
terminó ejerciendo violencia contra ella. La separación –en la que llevaba largo tiempo
pensando– fue precipitada por una visita de su hermana, con la cual realizó un viaje por
Europa y que logró convencerla de que ella no tenía la culpa de la situación. En cuanto ésta
se fue, Maribel contactó con un amigo de los padres, y, con su ayuda, consiguió abandonar
la casa donde vivía con la pareja. Desde entonces sufre acoso por su parte y vive
atemorizada.
12. Carmen es una mujer de etnia gitana de 35 años con dos hijos, de 13 y 4 años
respectivamente. Ha terminado los estudios obligatorios e iniciado una FP de peluquería, lo
cual significa que, dentro del colectivo gitano, su nivel educativo es incluso algo superior a
la media. Conoció al que sería su marido a la edad de 22 años; enseguida se quedó
embarazada, hecho que la llevó a casarse ese mismo año. Durante los primeros 10 años de
relación, según ella misma relata, no hubo violencia de género; la situación, sin embargo,
inició a cambiar con el nacimiento del segundo hijo. En ese momento, de hecho, una serie
de eventos (la enfermedad de algunos parientes de él; la reactivación de una enfermedad de
ella; el descubrimiento de que el hijo recién nacido había heredado dicha enfermedad de la
madre; la pérdida del empleo de ella precisamente a causa de dicha enfermedad; el
surgimiento de las primeras dificultades económicas, tanto que no pudieron mantenerse al
día con los gastos de la hipoteca) originó una situación de gran estrés, agravada por el hecho
de que la pareja, que anteriormente había consumido drogas de manera esporádica, inició a
hacerlo de forma incontrolada. Es en este contexto cuando empezó una espiral de violencia
de género. Tres años después, Carmen se separó de su marido. Desde entonces, ha sufrido
un constante acoso y –lo que más la preocupa– no ha recibido ningún tipo de apoyo
económico por su parte. En la actualidad, su situación económica es extremadamente
precaria.
13. Cristina es una mujer autóctona de 40 años; cuarta de seis hermanos/as, tuvo una
adolescencia “rebelde” y pronto dejó la escuela (no llegó a terminar la EGB). Conoció a su
marido (un chico con un pasado difícil, que había atracado gasolineras, etc.) a la edad de 19
años y enseguida ambos decidieron tener un hijo. Cuando, ese mismo año, ella se quedó
embarazada, la madre la echó de casa, con lo cual ella y su pareja se fueron a vivir con los

499
Violencia de género en la pareja y exclusión social

padres de él. Allí estuvieron durante los primeros 7 años de matrimonio, hasta que
decidieron comprarse una vivienda propia y tener otro hijo. Precisamente en ese momento,
sin embargo, el marido inició a consumir drogas de manera descontrolada; la pareja inició a
tener graves conflictos y pronto hubo una situación de violencia de género muy clara.
Pronto Cristina decidió separarse de su marido. La separación, sin embargo, no solamente
no supuso el fin de la violencia, sino que, al contrario, se acompañó a un incremento en la
intensidad de la misma, tanto que, en momento de la entrevista (11 años después de la
separación) ella sigue bajo amenaza y tiene un teléfono de protección.
14. Laura es una mujer autóctona de 41 años que proviene de una familia normalizada y
que tiene un nivel educativo intermedio (FPII sin terminar). Conoció a su marido (4 años
mayor que ella) a los 14 años; dos años después iniciaron una relación de pareja y cuando
ella tenía 22 años se casaron. Desde el primer momento experimentó violencia psicológica
(de control), pero tuvieron que pasar muchos años (concretamente, hasta que, siete años
después de la boda, tuvo a su único hijo) para que ella se "desenamorara un poco" e iniciara
a buscar algo de libertad. Fue en ese momento cuando empezaron las discusiones y la
violencia se fue intensificando, hasta que un día él, intentando impedirle que acudiese a una
cena con unos/as compañeros/as de trabajo, llegó a agredirla físicamente. En ese momento
ella decidió poner fin a la relación. Unos días después abandonó la vivienda con el hijo y se
refugió en la casa de sus padres. En el momento de la entrevista ella está en paro y a punto
de agotar la prestación por desempleo, y el padre no paga la pensión alimenticia debida. En
este contexto, el apoyo de los padres representa una importantísima protección frente al
riesgo de vivir rutas descendentes hacia la exclusión.
15. Sheila es una mujer autóctona de 25 años que tiene dos hijos, de siete y dos años
respectivamente. Proviene de una familia en situación de exclusión (el padre era
drogodependiente y terminó abandonando a la familia; ella durante un año sufrió abusos por
parte del tío paterno sin que nadie se diese cuenta de nada, etc.), hecho que claramente
repercutió en las vivencias de su adolescencia (con 13 años inició a tener problemas con las
drogas; con 14 ingresó en el COA; con 15 dejó la escuela, etc.). A lo largo de su vida ha
tenido tres relaciones de pareja y en todas ellas ha vivido violencia de género. La primera
relación la inició cuando tenía 15 años; un año más tarde abandonó la casa materna e inició
a vivir primero con la familia del novio (de etnia gitana) y luego sola con él; a los 17 años
tuvo a su primer hijo. Dos años más tarde, decidió poner fin a esta relación, hecho que
desencadenó un proceso de violencia de género. Poco tiempo después, conoció a su segunda
pareja, con la que inmediatamente (a los tres días de haberse conocido) inició una relación
de convivencia, marcada por una violencia constante. Muy pronto Sheila decidió poner fin
también a esta relación. Poco tiempo después, a la edad de 20 años y nada más abandonar
una comunidad terapéutica, conoció a su tercera pareja (también de etnia gitana). También
en este caso, la relación se desarrolló con gran rapidez (al mes de haberse conocido, se
mudó con la familia de él y cuando, al poco tiempo, él fue detenido, ella permaneció allí,
esperándole; cuando él salió, se mudaron a un pueblo, en una chabola que un amigo de él
les había dejado). Por parte de esta última pareja Sheila vivió una violencia sumamente
intensa, de la que pudo escapar solamente porque, cuando fue a dar a luz, él estaba en busca
y captura y no pudo acudir al hospital. En el momento de la entrevista Sheila lleva ocho
meses una comunidad terapéutica. Cuando ingresó, sus hijos fueron acogidos por la madre
de ella; cuando ésta enfermó de depresión, sin embargo, los menores entraron en régimen

500
Anexos

de acogida. En la actualidad, ella desea normalizar su vida, con el objetivo de poder, en un


futuro, recuperar la custodia sobre los hijos.
16. Concepción es una mujer autóctona de 56 años con una discapacidad física
reconocida. Tiene un bajo nivel educativo (no llegó a terminar la EGB) y cuatro criaturas.
Su infancia estuvo marcada por la muerte primero de la madre y luego del padre, así como
por la difícil relación con la nueva mujer del padre. La situación empeoró ulteriormente
cuando, a la edad de 17 años, tuvo un hijo con el que entonces era su novio y la madrastra la
mandó a Salamanca, en un instituto religioso para madres solteras. Un tiempo después,
volvió a la casa paterna con el hijo, pero quedó patente que allí no era bienvenida. Fue en
este contexto cuando, a la edad de 24 años, Concepción conoció a un hombre originario de
Cabo Verde e inmediatamente se quedó embarazada; en cuanto nació el hijo, se mudaron a
vivir juntos. Desde el principio esta relación estuvo marcada por una violencia muy intensa
(ya en las primeras semanas de convivencia había frecuentes agresiones físicas), de la que
Concepción varias veces intentó huir. Sus intentos, sin embargo, quedaron frustrados por la
falta de apoyo de su familia de origen: ni la madrastra ni los hermanos, de hecho, la
quisieron acoger, con lo cual tuvo que permanecer con él. Pasaron así 20 años, durante los
cuales su primer hijo le fue retirado por Bienestar Social y tuvo dos otros hijos (ambos
frutos de violaciones por parte de su pareja). La situación se desbloqueó cuando una
trabajadora social de Cáritas la puso en contacto con una familia que necesitaba una
trabajadora de hogar y deseaba ayudarla. Empezó así a trabajar en régimen de interna y
pudo dejar a su pareja. Desde entonces, tanto su situación económica como su salud (física
y mental) siempre han sido fuertemente precarias.

501
Anexo VII: Datos demográficos básicos de las mujeres
entrevistadas
Lugar de Contacto a Fecha de la
Edad Nivel educativo Situación laboral Hijos/as
origen través de entrevista
Estudios universitarios Gestiona asociación de apoyo a mujeres 15 de enero de
Entrevista 1 49 España 2 APRODEMM
(Derecho) en situación de violencia de género 2013
Desempleada de larga duración (2007-
Equivalente a ESO en 7 de febrero de
Entrevista 2 37 Colombia 2013). Ha trabajado en Empleo Social 3 SMAM
Colombia 2013
Protegido. Cobra RIS

Inactiva. Cobra prestación por incapacidad 7 de febrero de


Entrevista 3 49 España FP II 2 APRODEMM
total (fibromialgia y problemas de espalda) 2013

Equivalente a estudios 11 de febrero de


Entrevista 4 32 Portugal Empleo social protegido 3 Cruz Roja
primarios en Portugal 2013
EGB sin terminar
Trabajadora de hogar a media jornada (por 12 de febrero de
Entrevista 5 31 España (estudió hasta 7º 4 SMAM
medio de la bolsa de trabajo de Cruz Roja) 2013
curso)
Desempleada (cobra subsidio de
Equivalente a Bachiller desempleo). Mientras tanto estudia una FP 12 de febrero de
Entrevista 6 31 Rumania 1 Cruz Roja
en Rumania de grado superior y también realiza 2013
algunos trabajo de limpieza

Después de un largo periodo de


EGB sin terminar
desempleo, trabaja los fines de semana 14 de febrero de
Entrevista 7 46 España (estudió hasta 5º 4 SMAM
cuidado a personas mayores. Integra el 2013
curso)
sueldo con la RIS

Trabaja a media jornada cuidando a 14 de febrero de


Entrevista 8 36 Venezuela EGB 1 SMAM
personas mayores 2013
Estudios universitarios Trabajadora autónoma (regenta una tienda 14 de febrero de
Entrevista 9 53 España 2 APRODEMM
(Veterinaria) de animales) 2013

Entrevista España No tiene estudios y es Ha trabajado en Empleo Social Protegido. 15 de marzo de


37 2 SS Estella
10 (gitana) analfabeta Desempleada. Cobra subsidio y RIS 2013

Equivalente a Bachiller
en Colombia. Inició
Entrevista 16 de abril de
35 Colombia estudios universitarios Camarera 0 EAIV Estella
11 2013
(Psicología) pero no
los terminó

Desempleada de larga duración (hace dos


Entrevista España años tuvo que dejar el empleo porque tenía 17 de abril de
35 EGB 2 SMAM
12 (gitana) poliquitosis renal y se le reactivó). Cobra 2015
RIS
Entrevista Desde hace dos meses trabaja como 20 de abril de
40 España EGB sin terminar 2 Cruz Roja
13 aprendiz en la empresa del hermano 2015
Desempleada. Ha estado cobrando
Entrevista 29 de abril de
41 España FP II sin terminar prestación por desempleo pero está a 1 SMAM
14 2015
punto de agotarla. Valora pedir la RIS
Entrevista Desempleada (está ingresada en una Comunidad 13 de mayo de
25 España ESO sin terminar 2
15 comunidad terapéutica) terapéutica 2015
Trabaja algunas horas a la semana en
Entrevista tareas de limpieza (su situación de salud le 29 de octubre de
56 España EGB sin terminar 4 COCEMFE
16 impide trabajar más horas, pero no recibe 2015
prestación). Cobra la RIS

502
Anexo VIII: Esquema biográfico-descriptivo
Inicio y desarrollo de la relación
Aparición y desarrollo de la violencia Descripción del maltrato vivido Interrupción de la relación violenta
violenta

Experimentó violencia psicológica


(principalmente de control) desde el primer
Inició la relación a los 15 años y a los 26 Ya cuando eran novios había violencia Después de 13 años de matrimonio, llegó
momento y violencia física desde el
se casó. Ya desde el principio él controló psicológica; con el matrimonio, sin un momento en que no pudo más. Decidió
Entrevista matrimonio. No llega a relatar violencia
y limitó su vida social. Relata cómo el embargo, todo empeoró (la violencia separarse, lo contó a su familia, éstos
1 sexual. El marido no era una persona
hecho de no conocer a otros hombres psicológica se recrudeció y apareció fueron a buscarla y desde entonces no ha
violenta con el resto de personas, sino
facilitó que terminara casándose con él también violencia física) vuelto con él
únicamente contra ella y cuando no había
otras personas delante

Ya al principio de la relación hubo algún


Vivió una violencia extremadamente
Conoció a su pareja poco después de episodio violento. La "pesadilla", sin
intensa y brutal, tanto psicológica (de
haber llegado a España, cuando aún no embargo, inició cuando, al haberse Se encontraba totalmente aislada, en un
control y emocional) como física. A
había podido regularizar su situación quedado ella embarazada, decidieron irse pueblo pequeño, sin familia, amistades, ni
menudo, él llegó a utilizar su origen
Entrevista administrativa. A los pocos meses se a vivir a un pueblo, donde ella no tenía empleo. No cree que habría tenido la
extranjero como arma en contra de ella.
2 quedó embarazada y él le propuso irse a trabajado, ni familiares, ni redes. Allí la fuerza de interrumpir la relación; solo pudo
La familia de él también contribuyó a
vivir a un pueblo, donde él trabajaría y violencia alcanzó muy pronto una salir cuando –dos años después de haber
ocultar esta violencia y, a veces, también
ella cuidaría de las criaturas. A ella le intensidad muy alta (la primera paliza fue iniciado la convivencia– él se suicidó
la ejerció directamente. No llega a relatar
pareció bien y se mudaron cuando estaba embarazada de tres
violencia sexual
meses)

En lo que respecta al marido: durante los Por parte del marido experimentó
Conoció a su marido a los 19 años y a
9 años de noviazgo no hubo violencia. (únicamente después de casada)
los 28 se casó con él. Después de
Ya en la luna de miel, sin embargo, él violencia psicológica y algún episodio de
mucho tiempo pensando en separarse, En el caso del marido, la relación terminó
empezó a mostrarse diferente y muy violencia física de baja intensidad
llegó a hacerlo cuando conoció a otro cuando ella se enamoró de otro hombre.
dado a grandes enfados. Pronto hubo una (empujón). Relata también un episodio de
hombre. Por parte de éste (un hombre de En el caso de este último, la progresión
situación de clara violencia psicológica violencia sexual que, sin embargo, no
Entrevista 30 años originario de República es más caótica: hubo muchas
contra la mujer y, cuando nacieron los culminó en violación. Por parte del novio
3 Dominicana) también experimentó separaciones y reconciliaciones, tanto por
hijos/as, de violencia psicológica y física experimentó violencia psicológica y una
violencia de género. Después de un largo parte de ella como de él. En la actualidad
contra ellos/as. En lo que respecta al amenaza de estrangulamiento. Mientras
tira y afloja, en la actualidad no están mantienen una relación de amistad, pero
novio, la violencia apareció más que el marido era violento únicamente con
juntos, pero siguen manteniendo una el riesgo de recaída parece ser alto
rápidamente, a los pocos meses de haber ella y con los/as hijos/as, el novio tenía
relación de amistad. El riesgo de recaída
iniciado la relación y poco después de un largo historial de violencia (no
parece ser elevado
haber iniciado a convivir necesariamente de género)

A los 16 años, para alejarse de un hogar


marcado por la violencia de género,
decidió quedarse embarazada de un chico
de 26. Dos años después, harta de la
Vivió una violencia muy intensa, tanto
violencia y los celos de él, huyó de En lo que respecta a su primera pareja,
psicológica como física, por parte de
Portugal con la hija y se estableció en No relata con detalle cómo y cuándo fue ella que, al cabo de 2 años de relación
todas y cada una de sus tres parejas. La
Pamplona. Aquí, al cabo de dos años apareció la violencia en cada una de sus y harta de la violencia y los celos de él,
intensidad fue máxima en el caso de la
empezó otra relación, con un hombre que tres relaciones; considerando la corta huyó del país y se estableció en
última. No llega a relatar violencia sexual.
Entrevista también ejerció violencia contra ella y con duración de las mismas y la intensidad de Pamplona. En el caso de la segunda no
En lo que respecta a la última pareja,
4 el cual tuvo otro hijo. Cuatro años la violencia que vivió, sin embargo, cabe sabemos con exactitud cómo se llegó al
cabe destacar que se trata de una
después, puso fin también a esta relación. suponer que la violencia hiciera su fin de la relación. En lo que respecta a la
persona con un largo historial de violencia
Cinco años después, sin embargo, aparición ya el los primeros tiempos de la tercera, fue la hija adolescente quién logró
(no necesariamente de género) y que
empezó otra relación con un hombre relación convencer a la madre de que pusiera fin a
llega a agredirla incluso en presencia de
portugués que consumía heroína. En un la relación
otras personas
primer momento lo siguió a Portugal;
luego lo convenció para volver a
Pamplona, donde se sentía más protegida
frente a la violencia de él

503
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Contacto con los


El impacto de la separación Interposición de Experiencia en el trato con las
Servicios Sociales u
en el nivel de violencia denuncia instituciones
otros recursos
No ha tenido contacto ni con
En un primer momento, el ex Servicios Sociales ni con
marido aprovechaba el tiempo recursos para mujeres en
Llegó a interponer denuncia
que pasaba con los hijos/as para situación de violencia de
por consejo e insistencia de
hablarles mal de la madre. Con género (le ofrecieron Casa
la familia; considera que fue Experiencia positiva con las fuerzas de
Entrevista el tiempo, parece que eso ya no de Acogida pero prefirió
una buena decisión. Hubo seguridad y el sistema judicial (son los
1 sucede. Por lo general, podemos quedarse en la casa
juicio y condena, pero ésta únicos recursos que utilizó)
decir que es uno de los pocos paterna). Sí recurrió a
fue suspendida porque él no
casos donde la separación psicólogos/as de la Oficina
tenía antecedentes
también supone el fin de la de Atención a las Víctimas
violencia del delito del Gobierno de
Navarra

Ha tenido contacto con los


No hubo separación sino
Servicios Sociales (a través La experiencia con el Servicio Municipal
suicidio; en cualquier caso, la
No llegó a interponer de ellos ha podido obtener de Atención a las Mujeres del
muerte de él no supuso para ella
Entrevista denuncia (lo que puso fin a un Empleo Social Protegido) Ayuntamiento de Pamplona es muy
el fin de los problemas, ya que
2 la relación fue el suicidio de y con el Servicio Municipal positiva: las profesionales que allí trabajan
tuvo que enfrentarse en juicio a la
él) de Atención a las Mujeres fueron su único apoyo en el juicio para la
familia de él para la custodia de
del Ayuntamiento de custodia de los hijos
los hijos
Pamplona

No ha tenido contacto ni con


En ambos casos, el fin de la Servicios Sociales ni con
Entrevista No llegó a interponer No ha tenido trato con ningún
relación supuso el fin de la recursos para mujeres en
3 denuncia recurso/servicio
violencia situación de violencia de
género

Ha tenido contacto con los


Por lo menos en lo que respecta
Servicios Sociales. A
a la última pareja, la separación
través de ellos ha podido:
no supuso el fin de la violencia. Tanto con el segundo como
acudir a una psicóloga del Tanto en el caso de los Servicios
Entrevista Después de que ella interpusiera con el tercero ha interpuesto
Área de Igualdad, acceder a Sociales como de las fuerzas de
4 denuncia, de hecho, él llegó a denuncia. Su experiencia es
una VPO para mujeres seguridad su experiencia es muy positiva
destrozarle la casa, y, al positiva
Víctima de Violencia de
encontrarse con ella en Portugal,
Género; obtener un Empleo
le dio una paliza en plena calle
Social Protegido

504
Anexos

Inicio y desarrollo de la relación


Aparición y desarrollo de la violencia Descripción del maltrato vivido Interrupción de la relación violenta
violenta

Violencia psicológica hubo desde el


A los 17 años, decidió quedarse Experimentó violencia psicológica, física
primer momento, así como violencia física
embarazada para poder así y sexual (de sus 4 hijos/as, 3 son fruto Durante 18 años Elena experimentó
de baja intensidad (pellizcos...). Con el
independizarse y alejarse de un hogar de violaciones) de muy alta intensidad, violencia por parte de su marido; cuando
embarazo y el matrimonio la violencia,
Entrevista marcado por situaciones de violencia de durante 18 años. La familia de él también el hijo mayor también llegó a pegarla, sin
tanto psicológica como física, se
5 género. Lo logró, pero en el nuevo hogar ejerció violencia contra ella. El marido no embargo, decidió aprovechar el hecho de
recrudeció y apareció también una
se encontró con una violencia incluso era violento únicamente con ella, sino que que la hija se iba a estudiar fuera para
violencia sexual de muy alta intensidad
más intensa que aquella de la que había tenía un largo historial de violencia (no acompañarla y no volver
(de sus cuatro hijos, tres son fruto de
intentado escapar necesariamente de género)
violaciones).

Se quedó embarazada a los 23 años. En Después de cinco años viviendo en


ese momento, ella y su pareja decidieron España, Nicoleta (que ya llevaba tiempo
Antes del nacimiento de la hija y la
emigrar a España en busca de trabajo: Vivió violencia psicológica y física, esta yendo a terapia), decidió poner fin a la
emigración, había una fuerte desigualdad
primero vino el marido; luego, cuando la última de muy elevada intensidad y relación. En sus propias palabras, lo que
pero no violencia propiamente dicha.
niña tenía 3 meses, ella y la hija lo únicamente después del proceso la empujó a tomar esta decisión fue el
Entrevista Cuando ella se reunió con él en España,
siguieron. De esta manera, Nicoleta se migratorio y el nacimiento de la hija. No contacto con una sociedad donde el nivel
6 sin embargo, la situación pronto cambió:
encontró con una niña pequeña, en un llega a relatar violencia sexual. El marido de desigualdades de género era menor
apareció una violencia psicológica
país extranjero cuyo idioma no dominaba es violento únicamente con ella y con la que en Rumania y donde el
(emocional) muy clara y violencia física
y en el que no tenía redes sociales ni hija; con el resto de personas, no comportamiento de su pareja destacaba
de alta intensidad
posibilidad de empleo. Su relación negativamente en comparación con el de
empeoró de forma clara otros padres

En lo que respecta al marido: durante el


Conoció a su marido a los 19 años y a
noviazgo no hubo violencia. Al mes de
los 21 se casó con él. La decisión de
casarse, sin embargo, él le dio una
casarse con él fue, por lo menos en parte, Por parte del marido: violencia
"paliza de muerte". Contrariamente a las
motivada por el deseo de alejarse de una psicológica y un intento de violencia física En el caso del marido, aguantó la
expectativas, ella se rebeló y devolvió el
familia donde las desigualdades de género que, frente a la respuesta de ella (que violencia durante once años, hasta que se
golpe. A partir de aquí ya no hubo más
eran muy acentuadas y su sometimiento devolvió el golpe), no se volvió a repetir. hartó y decidió separarse de él. En el
episodios de violencia física, pero sí una
a las necesidades y deseos de los Especialmente intenso fue, en este caso, caso de la segunda pareja, el esquema es
Entrevista violencia psicológica constante. En lo que
hermanos varones no cuestionados. el maltrato económico. La familia de él no parecido: no hubo un hecho específico
7 respecta a la segunda pareja: después de
Once años y dos hijos después se solamente conoció sino que llegó a incitar que la empujase a interrumpir la relación,
vivir un tiempo en la calle, él encontró
separó y terminó viviendo en la calle. la violencia. Por parte de la segunda sino que a esta decisión llegó por
trabajo y consiguieron alquilar un piso. En
Aquí conoció a su segunda pareja, con la pareja: únicamente violencia psicológica. hartazgo, por la suma de millares de
esta época, no había violencia; cuando él
cual logró salir de la calle y tuvo dos En ningún caso llega a relatar violencia episodios diferentes
empezó a consumir heroína y a
hijos. En el momento de la entrevista sexual
trapichear, sin embargo, la situación
vive con una tercera pareja, de la cual no
cambió y él empezó a ejercer violencia
desea hablar
psicológica contra ella

Durante los primero cinco años de


relación hubo violencia económica (no
reconocida como tal por Idoia). El primer
episodio de violencia física tuvo lugar Llevaba tiempo pensando en separarse y
A la edad de 21 años se casó con un cuando la hija tenía 3 años y no queda Experimentó violencia psicológica y había incluso contactado con un abogado
antiguo flechazo adolescente con el que claro qué pudo haberlo desencadenado, física. El marido era violento únicamente de oficio, pero la decisión definitiva la
Entrevista
se reencontró siendo adulta; dos años sobre todo porque, según el relato de con ella y con la hija; con el resto de tomó después de una agresión
8
después tuvo a una hija que, en el Idoia, no vino precedido de ningún personas, no. No llega a relatar violencia especialmente brutal. Avisó a su padre
momento de la entrevista, tiene seis años cambio ni de ningún incremento en la sexual para que fuese a buscarla y se mudó a la
intensidad de la violencia psicológica. casa de él con la hija
Desde entonces, la intensidad de la
violencia (tanto física como psicológica)
ha ido aumentando

505
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Contacto con los


El impacto de la separación Interposición de Experiencia en el trato con las Apoyos (redes familiares y
Servicios Sociales u
en el nivel de violencia denuncia instituciones amistades)
otros recursos

Sufre una gran victimización secundaria:


Ha tenido contacto con los Por un lado, tuvo el apoyo de su
la abogada que ella contrató resultó ser
Servicios Sociales, con el madre y su hermana (cuando
Al haberse alejado totalmente incapaz (por ej. hizo que
Servicio Municipal de huyó de su casa vivió unos
geográficamente, su marido ya renunciara a ser atendida por
Atención a las Mujeres del meses en casa de la una y otros
no puede hacerle daño psicólogos/as de la policía); el juicio
Ha interpuesto denuncia, Ayuntamiento de Pamplona en casa de la otra); por otro, este
directamente, pero lo hace a avanza con extrema lentitud (más de dos
pero no pensaba que el y con el Servicio de apoyo no fue pleno, porque su
Entrevista 5 través de los hijos. La situación años para llegar a las diligencias previas);
proceso sería tan duro y tan Atención Integral a Mujeres madre, que también había vivido
se ve empeorada por el hecho de mientras tanto el juez ha acordado la
lento como está siendo y sus hijos/as en Dificultad violencia de género y no se
que, pese al testimonio de la hija, custodia al padre y ha establecido un
Social y/o Problemática de encontraba emocional y
en el juicio por separación el juez régimen de vacaciones totalmente
Género (que depende del mentalmente bien, no pudo ser su
ha concedido la custodia al padre irracional (15 días-15 días durante tres
SMAM y donde estuvo apoyo, sino que llegó a hundirla
meses, entre Navarra y Valencia) y que
residiendo una temporada) aún más
ella, por falta de dinero, no puede cumplir

En general, su experiencia con las


En este caso, al igual que en profesionales de salud y recursos
muchos otros, la violencia especializados en tema de violencia de No pudo contar con el apoyo de
después de la separación se Ha tenido contacto con una género es positiva; mientras que su la familia, sea porque ésta se
concretizó sobre todo en el Interpuso denuncia, pero psicóloga del centro de experiencia con el sistema judicial no lo encontraba lejos, sea porque
impago de la pensión alimenticia cuando la pareja la amenazó salud, que la remitió a un es. En el caso de este último, se piense, consideraba que el
Entrevista 6
debida, hecho que tuvo con dejarla sin la hija, tuvo recurso específico para por ejemplo, que, en el juicio por la comportamiento de su marido era
consecuencias muy grave para miedo y la retiró mujeres en situación de separación y la custodia, el juez no tuvo normal y que su deber de mujer
Nicoleta (hasta el punto de que violencia de género en cuenta ni las denuncias (si bien y madre era permanecer con él y
llegó a pedir comida a una retiradas) ni los informes médicos y no separar a la hija de su padre
Parroquia) psicológicos que ella tenía y atestiguaban
los malos tratos

La primera vez su experiencia con los


Servicios Sociales y el sistema judicial
fue totalmente negativa: los Servicios
En lo que respecta al Sociales analizaron la situación
marido, a lo largo de su económica del marido (no la suya propia)
La primera vez tuvo
relación Gabriela había y le negaron cualquier tipo de ayuda; la
contacto con los Servicios La primera vez no recibió ningún
llegado a interponer 38 abogada de oficio le aconsejó, en contra
En el caso del marido, la Sociales. La segunda con tipo de apoyo por parte de la
denuncias por violencia de de toda lógica, que retirase las denuncias
separación no conllevó en ellos y con el Servicio familia, que la culpó de la
género. La abogada de que ella había ido interponiendo a lo largo
absoluto el fin de la violencia (por Municipal de Atención a las separación y se desentendió por
oficio, sin embargo, le (mal) de los años, así que éstas no pudieron
un lado, siguió acosándola; por Mujeres del Ayuntamiento completo de ella. La segunda vez
aconsejó que las retirase ser tenida en cuenta en el juicio y la
Entrevista 7 otro, llegó a utilizar todos sus de Pamplona. La primera sí recibió apoyo por parte de una
todas, con efectos nefastos custodia de los dos hijos/as se otorgó al
contactos para impedirle vez fue a finales de los años hermana, aunque, como ella
en el juicio que siguió. En lo padre. Ambos hechos contribuyeron a
encontrar un empleo). En el caso Ochenta; la segunda en dice, el pasado es imposible de
que respecta a la segunda que Gabriela terminase en una situación
de la segunda pareja, no época mucho más reciente olvidar. Amistades no tenía con
pareja, sí hubo denuncia y de sinhogarismo. La segunda vez, por el
disponemos de información y posterior a 2007 (es decir, lo cual allí tampoco pudo
juicio por violencia de contrario, sí recibió apoyo (tanto
con la Ley Orgánica 1/2004 encontrar un apoyo
género y se le otorgó psicológico como económico) por parte de
ya en vigor)
también orden de los recursos especializados en
alejamiento situaciones de violencia de género
(Servicio Municipal de Atención a las
Mujeres del Ayuntamiento de Pamplona)
y pudo rehacer su vida

El papel de la familia es
ambivalente. Por un lado, de
hecho, está el hermano, que la
La separación no ha supuesto el acompañó a Urgencias después
fin de la violencia. En el Su experiencia con el sistema judicial es de una agresión y, pese a las
momento de la entrevista, él Ha tenido contacto con los totalmente negativa: han archivado su preguntas del médico, no la
Llegó a interponer denuncia,
sigue amenazándola y, dado que Servicios Sociales y con el caso y le han denegado la Orden de animó a que denunciase a su
pero el caso ha sido
Entrevista 8 el Juzgado le ha denegado la Servicio Municipal de Protección. Considera que el sistema es marido (ella esperaba solo un
archivado y la Orden de
Orden de Protección, para Atención a las Mujeres del inherentemente racista y que su origen gesto suyo para hacerlo). Por
Protección denegada
mantenerse alejada de él se ve Ayuntamiento de Pamplona venezolano ha influido en el trato que se otro lado, sin embargo, también
obligada a permanecer en el le ha reservado están los padres, que fueron a
pueblo de sus padres buscarla cuando decidió dejar a
su marido y que desde entonces
la han acogido en su casa junto
con la nieta

506
Anexos

Inicio y desarrollo de la relación


Aparición y desarrollo de la violencia Descripción del maltrato vivido Interrupción de la relación violenta
violenta

Experimentó violencia psicológica, física


y sexual. Su historia presenta algunos
elementos peculiares: el marido, por Después de 6 años de convivencia, él
Mientras ella vivía en España e iba a ejemplo, nunca la forzó a abandonar su empezó a distanciarse, hasta el punto de
Se separó de su marido en 2004, a la
visitarlo, él se mostraba "seductor, empleo, sino que, en términos generales, que, en repetidas ocasiones, interrumpió
edad de 44 años (en esta relación no
envolvente" y no ejercía violencia contra su objetivo fue “vivir de ella” en todo lo la relación. Finalmente, pocas semans
hubo violencia); dos años después,
Entrevista ella. En cuanto se casaron y empezaron que pudo. Esto la dejó en mejores antes de la entrevista, conoció a otra
durante un viaje a Cuba, conoció a un
9 a convivir, sin embargo, pronto condiciones económicas que la mayoría mujer, inició una relación con ella y
hombre cubano. Iniciaron una relación,
aparecieron los primeros episodios de de las mujeres que han experimentado abandonó a Carla. La relación, en suma,
ella volvió a Cuba en cinco ocasiones
violencia, de intensidad creciente violencia de género, pero con una fuerte se ha interrumpido por deseo de él; ella
más y, un año más tarde, se casaron
conforme pasaba el tiempo sensación de haber sido explotada y sigue enamorada y el riesgo de recaída
engañada. Él era violento únicamente con (si él vuelve) es altísimo
ella y únicamente cuando no había otras
personas delante

En este caso no hubo ninguna escalada


En 1990, a la edad de 14 años, los en la intensidad de la violencia: ya la
padres la obligaron a casarse, en contra primera noche de bodas su marido la
de su voluntad, con un hombre de 22 al violó y le causó así una hemorragia
Pese a haber intentado varias veces
que ni siquiera conocía. Tuvo su primer interna por la cual tuvieron que llevarla al
Entrevista Experimentó violencia psicológica, física separarse de su marido, siempre ha
hijo a los 16 años y el segundo a los 21. hospital. La violencia psicológica y física
10 y sexual terminado volviendo con él; en el
Ha intentado varias veces separarse de también han sido una constante.
momento de la entrevista están juntos
su marido pero siempre ha terminado Contrariamente a las expectativas, con el
volviendo con él. En el momento de la paso de los años la intensidad de la
entrevista están juntos violencia ha remitido. Hace años que no
se dan episodios de violencia física

Inició la relación a los 27 años, poco


después de haber llegado a España Después de un tiempo viviendo juntos,
desde Colombia. En un primer momento empezó a desear interrumpir la relación.
mantuvo una relación informal; luego ella, Mientras mantenían una relación de pareja La vergüenza, el miedo al "qué dirán", sin
al ver que él consumía cocaína, decidió informal no hubo violencia de género. embargo, la frenaba. En este contexto, el
Entrevista Experimentó violencia psicológica. No
poner fion a esta relación. Cuando él Ésta empezó a manifestarse únicamente hecho de que su familia fuese a visitarla,
11 llega a relatar violencia sexual
empezó a amenazar con suicidarse, sin cuando, ya viviendo juntos, retomaron la la llevara de viaje por Europa, le
embargo, ella decidió ayudarlo, lo relación de pareja asegurara que la culpa no era suya y la
recomendó en un trabajo y lo acogió en instara a separarse, fue clave en
su casa. Al poco tiempo de vivir juntos desbloquear la situación
retomaron la relación

Durante los primeros 10 años de relación


no hubo violencia de género. La situación,
sin embargo, inició a cambiar en
concomitacia con: el nacimiento del Experimentó violencia psicológica y física Frente al cambio experimentado por su
segundo hijo; la enfermedad de algunos (esta última de baja intensidad). El marido marido (cada vez más violento y con
Conoció a su marido a la edad de 22
parientes de él; la reactivación de una tenía un largo historial de violencia (no consumos cada vez más frecuentes), en
Entrevista años; enseguida se quedó embarazada,
grave enfermedad de ella; el necesariamente de género) y llegó a un primer momento Carmen intentó
12 hecho que los llevó a casarse ese mismo
descubrimiento de que el hijo recién agredirla incluso delante de otras reconducir la situación; viendo que eso
año
nacido había heredado dicha enfermedad personas. No llega a relatar violencia era imposible, cuando el hijo menor tenía
de la madre; la pérdida del empleo de ella sexual 3 años decidió separarse
precisamente a causa de su enfermedad;
y el hecho de que la pareja iniciara a
consumir drogas de forma incontrolada

507
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Contacto con los


El impacto de la separación Experiencia en el trato Apoyos (redes
Interposición de denuncia Servicios Sociales u
en el nivel de violencia con las instituciones familiares y amistades)
otros recursos

No ha llegado a interponer denuncia. Por


Con la separación, la violencia No ha tenido contacto con Durante la relación la
un lado porque siente miedo; por otro,
se interrumpió. En esto, es un ningún recurso; ni siquiera familia no sabía qué
porque no quiere alargar esta situación y
caso diferente de la mayoría, quiere acudir a una pasaba. La única que lo
Entrevista vivir todo lo que un proceso requiere. El No ha tenido trato con
pero esta "anomalía" puede psicóloga (según ella sabía era una hermana;
9 hecho de que la decisión de poner fin a la ningún recurso/servicio
explicarse por el hecho de que afirma, no tiene tiempo y no ésta intentó que hablara
relación haya sido de él y no de ella
fue él quién decidió poner fin a la le apetece madrugar para con un psicólogo pro ella
también ayuda a comprender por qué ella
relación eso) no quiso
no quiere interponer denuncia

Aunque no ha habido separación, Nunca ha llegado a interponer denuncia.


Nunca recibió ningún tipo
varias veces llegaron a estar Destacar que cuando, a la edad de 14 Sí, con los Servicios
de apoyo por parte de la
separados por cortos períodos de años, la llevaron al hospital por una Sociales y un Equipo de
Su experiencia con los familia. Más bien al
tiempo; en esas ocasiones, la hemorragia interna fruto de una violación, Incorporación Sociolaboral.
Entrevista Servicios Sociales es contrario, cuando intentó
pareja siempre intentó volver con los médicos tampoco interpusieron Éstos también la pusieron
10 positiva (es el único separarse tuvo que sufrir
ella, utilizando un discurso de denuncia. Cabe hipotetizar que el hecho en contacto con una
recurso que utilizó) el ostracismo tanto de
amor romántico mezclado con de que se tratara de una chica de etnia psicóloga a la que estuvo
ésta como de la
amenazas ("no voy a dejar que gitana pueda guardar cierta relación con acudiendo durante un tiempo
comunidad en general
nadie se acerque a ti", etc.) su decisión de no actuar

En un primer momento intentó interponer


Gran victimización
denuncia, pero al ver que ni la Policía Pudo contar con el
Con la separación, la violencia secundaria por parte de
Nacional ni la Policía Municipal estaban apoyo de su familia. El
no se ha interrumpido. En el la Guardia Civil y la
dispuestas a recoger su denuncia, Ha tenido contacto con el hecho de que ésta
momento de la entrevista, é sigue Policía Municipal de
Entrevista desistió. Tiempo después acudió a la Equipo de Atención Integral dispusiera de recursos
acosándola y ella vive Estella, que se negaron
11 Policía Foral y sí interpuso denuncia. Le a Víctimas de violencia de tanto económicos como
atemorizada, limitando al máximo a recibir la denuncia por
concedieron Orden de Protección y hubo género de Estella emocionales e
su vida social por miedo a que él violencia de género,
juicio. La ex pareja, sin embargo, intelectuales incrementó
pueda seguirla y agredirla cuando era su obligación
demostró que estaba en terapia la eficacia de su apoyo
hacerlo
psicológica y no hubo condena

La separación no supuso el fin de


la violencia. Al contrario, él siguió
acosándola, tanto telefónica como Por lo general, su
Tanto ella como la Policía Municipal Ha tenido contacto con los
personalmente (llegó a experiencia tanto con los
llegaron a interponer varias denuncias. Servicios Sociales y con el No recibe ni ha recibido
Entrevista amenazarla con una navaja). Servicios Sociales como
Carla, sin embargo, las ha ido retirando Servicio Municipal de ningún apoyo por parte
12 Además, y pese a tener una con las fuerzas de
todas, fundamentalmente porque no quiere Atención a las Mujeres del de la familia
situación económica desahogada, seguridad (Policía
mandar a la cárcel al padre de sus hijos Ayuntamiento de Pamplona
siempre se ha negado a pagar la Municipal) es positiva
pensión alimenticia para el
mantenimiento de sus dos hijos

508
Anexos

Inicio y desarrollo de la relación


Aparición y desarrollo de la violencia Descripción del maltrato vivido Interrupción de la relación violenta
violenta

Frente al cambio experimentado por su


Durante los primeros 7 años de relación marido (cada vez más violento y cada
no hubo violencia de género. La situación, vez más enganchado a la heroína), en un
Conoció a su marido a la edad de 19
sin embargo, inició a cambiar en primer momento Carmen intentó darle una
años; enseguida decidieron tener un hijo. Experimentó violencia psicológica y
concomitancia con: el nacimiento del segunda posibilidad, cambiarlo; viendo
Cuando, ese mismo año, ella se quedó física. El marido no era violento
segundo hijo; la asunción de que eso era imposible, cuando el hijo
embarazada, su madre la echó de casa, únicamente con ella, sino que tenía un
responsabilidades económicas que los menor tenía 2 años decidió separarse. En
Entrevista con lo cual se fueron a vivir con los largo historial de violencia (no
obligaban a reducir el nivel de vida un primer momento, sin embargo, siguió
13 padres de él. Allí estuvieron durante los necesariamente de género) y llegó a
(hipoteca); el incremento desmedido de viviendo con su marido (aunque en
primeros 7 años de matrimonio; pasado agredirla incluso delante de otras
los consumos de él. La violencia se hizo habitaciones separadas); cuando él intentó
ese tiempo ella expresó su deseo de personas (dejándola, por ejemplo,
pronto intensa (también física, pero sobre estrangularla (y desistió únicamente por la
tener otro hijo y comprarse una vivienda desnuda en la calle)
todo psicológica de altísima intensidad); intervención del hijo), sin embargo,
propia. Eso fue lo que hicieron
esta intensidad alcanzó su nivel máximo decidió alejarse definitivamente y se mudó
cuando ella decidió separarse primero en casa de un hermano y luego
en casa de la madre

Violencia psicológica (de control) hubo Experimentó violencia psicológica de


Llevaba años experimentando violencia
desde el primer momento de la relación. control desde el primer momento y
A los 16 años inició una relación con un psicológica; en cuanto él, intentando
Cuando, con el nacimiento del hijo, ella violencia psicológica emocional desde
chico de 20, del que llevaba dos años impedirle que se fuese a cenar con
se "desenamoró un poco" e inició a que intentó rebelarse. También vivió un
Entrevista enamorada pero con quién, hasta ese unos/as compañeros/as de trabajo, la
buscar algo de libertad, entonces episodio de violencia física No llega a
14 momento, solo había logrado entablar una agredió físicamente, sin embargo, ella
empezaron las discusiones (y con ella relatar violencia sexual. El marido no era
relación de amistad; a los 22 se casó con decidió poner fin a la relación. Dos-tres
también violencia emocional). Esta una persona violenta con el resto de
él y a los 29 tuvo a su único hijo días después abandonó la casa con el hijo
escalada culminó con un episodio de personas, sino únicamente contra ella y
y se refugió en la casa de sus padres
violencia física cuando no había otras personas delante

A los 16 años abandonó la casa de su


madre e inició a vivir con la familia del En el caso de la primera pareja: cuando el
novio. Enseguida se mudó a vivir sola hijo tenía dos años inició a darse cuenta
con él y a los 17 años tuvo a su primer de que él no era una persona responsable
hijo. Dos años más tarde, decidió poner Por parte del primero: violencia (no acudía al trabajo, etc.) y decidió poner
fin a esta relación. Poco tiempo después, En el caso del primero: la violencia psicológica (sobre todo acoso), ambiental fin a la relación. En el caso de la
conoció a su segunda pareja, con la que apareció cuando ella decidió poner fin a la e intento de raptar al hijo. Por parte del segunda: no disponemos de detalles en
inmediatamente (a los 3 días de haberse relación. En el caso del segundo: desde segundo: violencia eminentemente este sentido, pero sabemos que se trató
conocido) inició una relación de el primer momento hubo violencia psicológica (sobre todo emocional) de de una relación breve (alrededor de un
convivencia. Muy pronto Sheila decidió psicológica de control; a los pocos muy alta intensidad. Por parte del tercero: año). En el caso de la tercera: ella ya
Entrevista poner fin también a esta relación. Poco meses, sin embargo, esta violencia se violencia psicológica (de control, había intentado en varias ocasiones poner
15 tiempo después, a la edad de 20 años y intensificó claramente y aparecieron emocional y económica) y física, ambas fin a esta relación, pero no lo había
nada más huir de una comunidad también otros tipos de maltrato. En el de muy alta intensidad. La familia de él conseguido (sobre todo por falta de
terapéutica, conoció a su tercera pareja. caso del tercero: también aquí, violencia también llegó a ejercer violencia contra apoyos). Cuando dio a luz, sin embargo,
Un mes después de haberse conocido, de control hubo desde el primer momento; ella. Él también la agredió (también él no pudo acudir al hospital porque
se fue a vivir con la familia de él y y a los pocos meses ya se pudo apreciar violencia física de muy alta intensidad) estaba en busca y captura y ella
cuando, al poco tiempo, él fue detenido, una violencia de altísima intensidad delante de otras personas. No llega a aprovechó la ocasión para poner fin a la
ella siguió allí (y sufrió malos tratos). relatar violencia sexual relación. Paralelamente, la madre de él le
Cuando él, meses después, salió de la prohibió la entrada a su casa, decisión
cárcel, la obligó a mudarse a una chabola que, según Sheila, la salvó, ya que evitó
en un pueblo. Unos años más tarde, ella que el novio siguiera persiguiéndola
se quedó embarazada

509
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Contacto con los


El impacto de la separación en
Interposición de denuncia Servicios Sociales Experiencia en el trato con las instituciones Apoyos (redes familiares y amistades)
el nivel de violencia
u otros recursos
Su experiencia con los Servicios Sociales es positiva Su
experiencia con las fuerzas de seguridad y el sistema
Por un lado, sí tuvo apoyo por parte de la
judicial le ha ocasionado una gran victimización
familia (cuando se separó, pudo vivir un
La separación no solamente no Ya se había separado pero no secundaria. Las primeras nunca han tomado en serio las
tiempo en casa de un hermano y luego de la
supuso el fin de la violencia, sino había interpuesto denuncia. Lo hizo denuncias que ella y gente cercana a ella interponían
madre; y cuando se quedó sin trabajo y sin
que, al contrario, se acompañó a cuando él amenazó con secuestrar (cuando él fue a atacarla con un palo le dijeron que no era
ayudas, ese mismo hermano también le
un incremento en la intensidad de la a los hijos. Hubo juicio pero, Ha tenido contacto tan grave ya que el palo era pequeño; y cuando un amigo
Entrevista procuró un trabajo en su empresa). Por otra
misma. Se piense, por ejemplo, según lo que ella cuenta, en lugar con los Servicios que la acogió en casa intentó denunciar al ex marido por
13 parte, sin embargo, no podemos olvidar que
que, en momento de la entrevista que a pena de cárcel le Sociales acoso, le contestaron que no se interpusiera en la pareja).
otro hermano, aun sabiendo lo que pasaba,
(11 años después de la separación) condenaron a pagarle una Los segundos dejaron que se filtrase su dirección (que
siempre la ha culpado de la separación,
ella sigue bajo amenaza y tiene un indemnización. Esto le crea gran debía permanecer secreta). Finalmente, también destacar
numerosas veces la ha instado a que
teléfono de protección indignación la actuación del punto de encuentro, que nunca exigió al
retirase las denuncias y todavía tiene trato
marido que respetase la orden de alejamiento ni reaccionó
con el ex marido
frente al hecho de que el padre intentara sonsacar al hijo la
dirección de la madre
Cuando decidió interrumpir la relación, la
La experiencia con el Servicio Municipal de Atención a las primera reacción de los padres fue instarla a
En este caso, al igual que en Mujeres del Ayuntamiento de Pamplona es positiva. Gran que volviese con el marido; durante
muchos otros, la violencia después Ha tenido contacto victimización secundaria por parte del sistema judicial (que alrededor de un año siguieron aconsejándole
de la separación se concretiza con el Servicio establece que el menor resida de forma estable en la que retomase su relación. Pese a ello, su
sobre todo en el impago de la No ha interpuesto denuncia, Municipal de vivienda familiar mientras que los padres irán turnándose apoyo fue incondicional: en un primer
Entrevista
pensión alimenticia debida. porque no quiere problemas, solo Atención a las cada año en ella. El hecho de que el padre –tal y como momento acogieron en su casa a la hija con
14
Además, la pareja también utiliza la anhela "vivir en paz" Mujeres del ella demuestra en el juicio- no cumpla con las obligaciones el nieto, pero en un segundo momento
vía judicial para seguir Ayuntamiento de de la custodia compartida no influye en la decisión del llegaron a mudarse con ella para ayudarla a
atormentándola (interpone Pamplona juez, con lo cual tanto ella como el hijo tendrán que la hora de compaginar empleo y cuidado del
denuncias, demandas, etc.) abandonar la vivienda en cuanto llegue la fecha crío. El apoyo (económico, temporal y
establecida para ello) emocional) de los padres fue, para ella,
fundamental

En el caso del primero: la El papel de la familia es ambivalente. La


separación fue precisamente lo que madre, por ejemplo, por un lado la ha
Ha tenido contacto
desencadenó la violencia (acoso, En lo que respecta a la primera apoyado en el cuidado de los hijos; por otro
con los Servicios
intento de raptar al hijo, etc.). En el pareja: interpuso denuncia y llegó lado, sin embargo, cuando ella intentó
Sociales (aunque no
caso del segundo: no disponemos a tener una orden de alejamiento. separarse de su última pareja, no le ofreció
por temas de
de información. En el caso del En lo que respecta a la segunda, el apoyo que necesitaba: en un primer
violencia de género) No ha tenido apenas trato con fuerzas de seguridad y
Entrevista tercero: si bien la separación no no tenemos información. En lo que momento, de hecho, sí la acogió en casa,
y con una comunidad ninguno con tribunales. Su experiencia con las
15 coincidió con el fin absoluto de la respecta a la tercera: no llegó a pero cuando pasó una noche fuera de casa
terapéutica (en el profesionales de la comunidad terapéutica es positiva
violencia (se podría argumentar que interponer denuncia porque tenía (porque la pareja la había secuestrado y
momento de la
él, no contribuyendo al mucho miedo de él y de lo que maltratado durante la noche entera) la echó,
entrevista, lleva 8
mantenimiento de su hijo, está podría llegar a hacerle en caso de obligándola así a volver con él. El padre es
meses ingresada en
ejerciendo violencia económica), sí que ella le denunciase bastante ausente; a veces ha acogido a
ella)
supuso una fuertísima reducción de Sheila en su casa, pero siempre haciéndola
su intensidad sentir un estorbo

510
Anexos

Inicio y desarrollo de la relación


Aparición y desarrollo de la violencia Descripción del maltrato vivido Interrupción de la relación violenta
violenta

A los 17 años había tenido a su primer Durante los primeros años, intentó varias
hijo con el que entonces era su novio, En el momento en que empezaron a vivir veces dejar a su pareja volviendo a la
pero la relación no prosperó juntos, ya había constantes episodios de casa paterna; pero ni la madrastra ni los
Experimentó violencia psicológica, física
(principalmente por intervención de la violencia física. Si se considera que se hermanos la quisieron acoger, con lo cual
y sexual (de los 3 hijos/as que tuvo con
madrastra, que la envió a Salamanca). habían conocido pocos meses antes y tuvo que permanecer con él. Pasaron así
Entrevista su segunda pareja, 2 son fruto de
Tiempo después, vivía en la casa paterna que la violencia física es el último estadio 20 años, hasta que la trabajadora social
16 violaciones). Él la agredía también en
con el hijo, pero allí no era bienvenida. de un proceso gradual, se puede suponer de Cáritas la puso en contacto con una
presencia de otras personas (incluyendo
En este contexto, a la edad de 24 años, que se trata de una relación que desde el familia que necesitaba una trabajadora de
violencia física de alta intensidad)
conoció a su pareja y ya el primer mes principio estuvo marcada por violencia de hogar y deseaba ayudarla. Empezó así a
se quedó embarazada. En cuanto macío género. trabajar como interna y pudo dejar a su
el hijo empezaron a vivir juntos pareja

Contacto con los


El impacto de la separación en
Interposición de denuncia Servicios Sociales Experiencia en el trato con las instituciones Apoyos (redes familiares y amistades)
el nivel de violencia
u otros recursos
Ha tenido contacto
con los Servicios Su experiencia con los Servicios Sociales es ambivalente
Con la separación, la violencia no No ha recibido ningún tipo de apoyo por
Llegó a interponer denuncia, pero Sociales y con la (por un lado, la han apoyado; por otro, considera que las
se interrumpió. Por un lado, él parte de la familia (varias veces, queriendo
Entrevista no hubo condena. Podría haber Federación de ayudas económicas son claramente insuficientes). Su
siguió acosándola; por otro, nunca interrumpir la relación, buscó refugio en la
16 apelado, pero renunció cuando él asociaciones de experiencia con la Confederación de asociaciones de
llegó a contribuir al mantenimiento casa paterna; pero allí siempre la
la amenazó de muerte personas con personas con discapacidad física y orgánica es muy
de los hijos/as rechazaron, obligándola así a volver con él)
discapacidad física y positiva
orgánica

511
Anexo IX: Esquema analítico. Dinámicas de la relación
violencia/exclusión en la historia vital de cada mujer
Elementos de dificultad que Elementos de dificultad que Efectos de la violencia que
incidieron en el proceso de incidieron en las dinámicas incidieron en el nivel de
selección de pareja de la relación con la pareja integración social de la mujer
Durante la relación, aislamiento
(tanto de la familia como de las
amistades); con la separación,
No hay ningún elemento
sin embargo, la relación con la
relacionado con procesos de
familia v olv ió a la normalidad y
ex clusión. Por otra parte, el
No hay ningún elemento pudo incluso retomar la relación
Entrev ista aislamiento en el que él la había
relacionado con procesos de con sus antiguas amistades. En
1 sumido y , por lo tanto, el hecho
ex clusión. general, sin embargo, las
de que no conociera a otros
secuelas no son muy intensas,
chicos, sí fue relev ante en su
sobre todo gracias a al papel
decisión de casarse con él
protector de la familia (y , más en
general, a que parte de una
situación de integración plena)
Durante la relación: pérdida de
empleo (él la conv ence para que
La situación de dificultad y
deje sus trabajos); gran
soledad en la que se encontraba Varios elementos que
aislamiento y secuelas sobre la
(había migrado hacía poco incrementan su indefensión (tener
salud (emocional y física). Con la
tiempo, aún no había regularizado origen ex tranjero; no poder contar
muerte de él, a esto se añaden
su situación administrativ a; sólo con el apoy o de la familia o de
Entrev ista secuelas a niv el económico
tenía trabajos precarios…). El las amistades; haberse quedado
2 (empobrecimiento), que conllev an
hecho de que nunca sintiera embarazada al principio de la
también efectos a niv el de
v erdadera atracción por él relación). Un entorno que no
v iv ienda (no puede pagar una
confirma la ex istencia de otras censuraba el recurso a la
v iv ienda, solo puede permitirse
razones que la empujaron a v iolencia
una habitación, lo cual la obliga a
iniciar esta relación
dejar a los hijos con los suegros
durante un tiempo)
En general, no hay efectos
remarcables: tiene su
independencia económica
asegurada (cobra pensión por
No hay ningún elemento incapacidad) así como una
relacionado con procesos de v iv ienda propia; y ni el marido ni
No hay ningún elemento
Entrev ista ex clusión. Cabe, sin embargo, el nov io le impidieron
relacionado con procesos de
3 destacar que el padre había sido relacionarse con la familia y las
ex clusión
un hombre ex tremadamente amistades (con ex cepción de
autoritario algún intento por parte de este
último). Por otra parte, padece
fibromialgia y cabe hipotetizar que
la v iolencia v iv ida pueda estar
relacionada con eso
En lo que respecta a la última
Varios elementos que
relación: imposibilidad de trabajar
incrementan su indefensión
(prohibición ex plícita de la
(aislamiento, sobre todo en el
La necesidad de alejarse de un pareja); ausencia de control sobre
caso de su última pareja, a la que
hogar con v iolencia de género y el dinero; aislamiento social
siguió a Portugal; y haberse
Entrev ista la conv icción de que un (pérdida de contacto con la familia
quedado embarazada al principio
4 embarazo era la única manera y las amistades).
de la relación). Imposibilidad, por
para lograrlo (en esto se intuy e Afortunadamente posee una
parte de la pareja, de costearse
un fuerte componente de clase) v iv ienda en propiedad (v iv ienda
sus consumos (el "mono"
que, de todas formas, él destrozó
siempre se acompañaba a una
por v enganza cuando ella lo
v iolencia de muy alta intensidad)
denunció)

512
Anexos

Elementos de dificultad que Elementos de dificultad que Efectos de la violencia que


incidieron en el proceso de incidieron en las dinámicas incidieron en el nivel de
selección de pareja de la relación con la pareja integración social de la mujer

Una situación de gran


Durante la relación: imposibilidad
dependencia e indefensión (tuv o
La necesidad de alejarse de un de tener un empleo (4 hijos, 3 por
un hijo nada más empezar la
hogar con v iolencia de género y v iolaciones, le impedían tener un
relación, y luego otros tres en un
la conv icción de que un empleo fuera de casa); priv ación
tiempo muy brev e, hecho que le
embarazo era la única manera económica (el marido no les daba
impedía tener un empleo,
para lograrlo (en esto se intuy e dinero ni para comer, a ella y a la
Entrev ista independencia económica, etc.).
un fuerte componente de clase). hija); aislamiento total; y secuelas
5 Abuso de alcohol por parte de él,
El hecho de que nunca sintiera a niv el de salud, emocional y
hecho que, si bien no era
v erdadera atracción por él física (menopausia con 38 años).
condición necesaria para que
confirma la ex istencia de otras Con la separación: también
hubiera v iolencia, sí
razones que la empujaron a secuelas a niv el de v iv ienda (ella
incrementaba su intensidad. Un
iniciar esta relación y la hija deben v iv ir en una
entorno que no censuraba el
habitación en un piso compartido)
recurso a la v iolencia

El proceso migratorio. Más


específicamente, el hecho de Durante la relación: aislamiento
haber llegado a España después (tanto de la familia como de las
de su marido y con un permiso amistades); y acceso a la
de reagrupación familiar. Es formación (no llega a ir a la
decir, que se encontró en una Univ ersidad porque él no quiere).
No se detecta ningún elemento situación en la que él tenía Con la separación: grandes
Entrev ista
relacionado con procesos de empleo, había podido establecer dificultades económicas (él no
6
ex clusión redes sociales y aprender el paga pensión alimenticia);
idioma, y ella no. Todo esto priv aciones (hasta el punto de
sumado al nacimiento de una hija que llega a pedir comida a una
y lo que esto pudo suponer Parroquia); y dificultades a niv el
(may or indefensión de la mujer, de v iv ienda (necesidad de
cambios en el cuerpo, may or compartir v iv ienda)
estrés)

Los efectos más claros se


aprecian en el caso del marido.
Durante la relación: pérdida de
En lo que respecta al marido: empleo (él le roba dinero y la
ausencia de apoy os (lo cual obliga así a cerrar un negocio que
En el caso del marido: la
incrementó la indefensión de ella); funcionaba); priv ación económica
necesidad de alejarse de un
abuso de alcohol por parte de él (él no le da dinero ni para comer);
hogar con desigualdades de
(hecho que desencadenaba secuelas sobre la salud (ETS).
género ex tremadamente
episodios v iolentos); y un entorno Con la separación: pobreza
marcadas y la conv icción de que
que no censuraba el recurso a la económica; imposibilidad de
el matrimonio era la única manera
Entrev ista v iolencia. En el caso de la acceder a un empleo (él utiliza
para lograrlo (en esto se intuy e
7 segunda pareja: ex istencia de sus contactos para impedírselo) y
un fuerte componente de clase).
dificultades en la esfera laboral y de costearse una v iv ienda;
En el caso de la segunda pareja:
abuso de alcohol y otras drogas grav es secuelas a niv el de salud
la necesidad de recibir cariño en
(mientras él tuv o empleo y no emocional; y , finalmente,
un momento v ital (situación de
consumió no hubo v iolencia; sinhogarismo. En lo que respecta
sinhogarismo) durísimo;
cuando dejó de trabajar y v olv ió a la segunda pareja disponemos
homogamia
a consumir la situación se de menos información, pero aquí
deterioró y apareció v iolencia) también hay grav es secuelas a
niv el de empleo así como
inv olucración de los hijos en
activ idades delictiv as

513
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Elementos de dificultad que Elementos de dificultad que Efectos de la violencia que


incidieron en el proceso de incidieron en las dinámicas incidieron en el nivel de
selección de pareja de la relación con la pareja integración social de la mujer
Durante la relación: pérdida de
empleo y ausencia de control
sobre el dinero. A relación
terminada: secuelas a nivel
No hay ningún elemento No hay ningún elemento económico (él retiró todo el dinero
Entrevista
relacionado con procesos de relacionado con procesos de que tenían en una cuenta común
8
exclusión exclusión y la dejó sin recursos). En
general, sin embargo, las
secuelas no son muy intensas,
sobre todo gracias al papel
protector de la familia

En general, las secuelas no son


No hay ningún elemento No hay ningún elemento muy significativas; sin embargo,
Entrevista
relacionado con procesos de relacionado con procesos de sí se detecta cierto aislamiento de
9
exclusión exclusión las amistades y secuelas a nivel
de salud emocional

Con 14 años, los padres la


obligaron a casarse en contra de
En general, no aparece un fuerte
su voluntad. Para comprender
Una fuerte adhesión a modelos empeoramiento del nivel de
esta decisión hay que tener en
de género muy tradicionales. Un integración a causa de la
cuenta tanto la situación de
entorno que no censuraba el violencia, por el simple hecho de
extrema exclusión en la que esta
Entrevista recurso a la violencia. El hecho que la situación de partida era ya
familia se hallaba (14 hijos/as en
10 de que ella no podía contar con el tan deteriorada que difícilmente
una vivienda de 3 habitaciones;
apoyo de la familia y del entorno habría podido empeorar de forma
ninguno escolarizado; 8 de ellos
(hecho que incrementaba su clara. Sin embargo, sí ha habido
retirados por Bienestar Social,
indefensión) claras secuelas a nivel de salud
etc.) como la existencia de
(depresión)
valores patriarcales muy
arraigados

La soledad en la que se hallaba


en España, a dónde había
llegado hacía poco y donde no
tenía el apoyo ni de la familia ni Aislamiento social, tanto durante
No hay ningún elemento
Entrevista de otras amistades. El hecho de como después de la relación; y
relacionado con procesos de
11 que nunca sintiera verdadera secuelas a nivel de salud
exclusión
atracción por él confirma la (depresión, ansiedad e insomnio)
existencia de otras razones que
la empujaron a iniciar esta
relación

514
Anexos

Elementos de dificultad que Elementos de dificultad que Efectos de la violencia que


incidieron en el proceso de incidieron en las dinámicas incidieron en el nivel de
selección de pareja de la relación con la pareja integración social de la mujer

Acumulación de dificultades en
distintas esferas: nació el
Las secuelas en términos de
segundo hijo (hecho a raíz del
exclusión se aprecian sobre todo
cual la relación empezó a
cuando la relación termina:
complicarse); el padre y la
fuertes privaciones (ella no tiene
cuñada de él enfermaron de
empleo y la pareja se niega a
cáncer; ella misma padece
pagar la pensión que le
poliquitosis renal y se le reactivó
corresponde); secuelas en
la enfermedad; descubrieron que
términos de vivienda (sea por el
Entrevista el hijo recién nacido también
Homogamia acoso al que él la somete y que
12 había heredado dicha enfermedad
la obliga a abandonar la casa
de la madre; ella se vio obligada
donde ambos vivían; sea por
–por cuestiones de salud– a dejar
cuestiones económicas, que le
el empleo y aparecieron las
impiden alquilar una vivienda en
primeras dificultades económicas,
buenas condiciones); secuelas a
tanto que no pudieron mantenerse
nivel de salud; y aislamiento
al día con los gastos de hipoteca;
social (autoimpuesto por las
y la pareja, mientras tanto,
secuelas de la violencia)
empezó a consumir con
regularidad

Efectos en términos de: acceso


al empleo (durante la relación
porque él llevó al fracaso un bar
que ella había cogido en gestión;
después porque repetidas veces
Aparición de conflictos (ella inició le manipuló el coche para que no
a buscar más estabilidad, un pudiese ir a trabajar);
Modelos de masculinidad (pese a segundo hijo, la hipoteca; empobrecimiento (durante la
que existe una masculinidad mientras que él huía de esta relación porque él gastaba de
hegemónica, la manera en que responsabilidad e inició a forma incontrolada, incluyendo el
Entrevista ésta se declina varía en función consumir drogas de forma sueldo de ella, que se destinaba
13 de su intersección con otras totalmente descontrolada) en una a pagar la hipoteca; a relación
variables, como la clase, y pareja donde el varón siempre terminada porque no pagaba la
asume aquí características había mostrado fuerte tendencia a pensión alimenticia debida);
especialmente peligrosas) la agresividad (en el pasado ya consumos (durante la relación
había atracado gasolineras, ella, en parte para evadirse en
agredido a otras personas, etc.) parte para intentar conectar con él
también terminó consumiendo de
forma descontrolada); y salud
(tanto física, con taquicardia y
fuerte adelgazamiento, como
psicológica, con crisis nerviosas)

515
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Elementos de dificultad que Elementos de dificultad que Efectos de la violencia que


incidieron en el proceso de incidieron en las dinámicas incidieron en el nivel de
selección de pareja de la relación con la pareja integración social de la mujer

Durante la relación: aislamiento


social y secuelas a nivel de
salud emocional (autoestima).
Con el fin de la relación, a todo
esto se añaden privaciones
(aunque no tan graves como en
otros casos) y riesgo de
No hay ningún elemento No hay ningún elemento exclusión habitativa (si finalmente
Entrevista
relacionado con procesos de relacionado con procesos de tendrán que abandonar la
14
exclusión exclusión vivienda, tal y como ha ordenado
el juez). El apoyo de la familia
reduce significativamente el
impacto de la violencia en
términos de exclusión; la
victimización secundaria a la que
la someten las instituciones, por
el contrario, lo incrementa

En lo que respecta a la última


relación: empobrecimiento
económico (cobraban Renta
Básica, pero él se la gastaba
Modelos de masculinidad (pese a entera a las tragaperras);
que existe una masculinidad privaciones (él le hacía pasar
hegemónica, la manera en que "frío y hambre"); secuelas a nivel
ésta se declina varía en función Falta de apoyo por parte de la de vivienda (él la obligó a vivir
de su intersección con otras familia y ausencia de redes en una chabola); daños en la
Entrevista variables, como la clase, y sociales, lo cual incrementó su salud (además de las obvias
15 asume aquí características indefensión. Un entorno que no secuelas de la violencia física,
especialmente peligrosas). censuraba el recurso a la parto prematuro); aislamiento (el
Homogamia. La necesidad de violencia control de la pareja llegaba hasta
encontrar algo que su familia no el punto de que ella no tenía
le proporcionaba (un lugar en el móvil y no disponía ni del dinero
que estar y afecto, apoyo) necesario para llamar desde una
cabina); involucración en
actividades delictivas (él la
obligaba a ir a robar a varios
sitios con él)
Durante la relación: efectos en
Una acuciante necesidad de términos de salud, sobre todo
encontrar algo que en su hogar emocional (depresión, ansiedad,
de origen no tenía (sobre todo un estado confusional…). Una vez
Absoluta falta de apoyo por parte
lugar en el que vivir, pero terminada la relación: impacto en
de la familia, lo cual incrementó
Entrevista también apoyo, afecto). l hecho términos de vivienda (él
su indefensión. Un entorno que
16 de que nunca sintiera verdadera permaneció en la casa familiar y
no censuraba el recurso a la
atracción por él confirma la ella se vio obligada a compartir
violencia
existencia de otras razones que piso con personas
la empujaron a iniciar esta desconocidas); privación (ella
relación llegó a pedir comida a una
Parroquia para sobrevivir)

516
Anexo X: Esquema analítico. Características de la violencia de
género vivida por cada mujer
Nivel de normalización de la Duración de la relación y Capacidad de reconocer la
Intensidad de la violencia
violencia física proceso de separación violencia vivida
11 años de noviazgo y 13 de
matrimonio. Lo que la mantuvo
La violencia física se relata con Violencia muy intensa (aunque la
con él fue sobre todo un problema
Entrevista gran detalle, lo cual sugiere que intensidad no es comparable con Reconoce y describe con detalle
interno, de miedos y
1 se percibe como algo la que se alcanza en otros casos, y precisión la violencia que vivió
dependencias, junto con la
excepcional, no normalizado como el 2, 5, 10, 13, 15 y 16)
creencia de que nadie más
llegaría a quererla

2 años, pero únicamente porque


él se suicidó. Cree que, de lo
La violencia física se relata muy Violencia extremadamente En la actualidad sí reconoce la
contrario, no habría llegado a
rápidamente, sin detalles ni intensa desde muy pronto. Una violencia que vivió, pero también
Entrevista separarse, y esto tanto por
énfasis, lo cual sugiere un nivel escalada tan rápida fue, aclara que, mientras vivía con él,
2 dificultades externas (ausencia de
de normalización más elevado seguramente, favorecida por la no era consciente de estar
apoyos, dinero, etc.) como
que en contextos de integración gran indefensión de ella experimentando malos tratos
internas (anulación, absoluta falta
de autoestima, etc.)

Con el marido, 9 años de


noviazgo y más de una década
de matrimonio. Lo que la
La violencia que experimenta es mantuvo con él fueron sobre todo
eminentemente psicológica, tanto factores de tipo emocional (idea Reconoce y describe con detalle
por parte del marido como del Violencia intensa, pero quizás no de haberse casado para siempre, y precisión la violencia que
novio. Cuando hay episodios de tanto como en otros casos. Por de haber encontrado al hombre vivió. Su capacidad de juicio, sin
Entrevista
violencia física, sin embargo, los parte del marido, violencia más de su vida, etc.). Ruptura embargo, se ve bastante
3
describe con gran detalle, hecho intensa contra los/as hijos/as que precipitada por el hecho de que mermada en el caso de la última
que sugiere un bajo nivel de contra la mujer ella se enamoró de otro hombre. pareja, de la cual ella parece
normalización de este tipo de En el caso de éste, después de 7 todavía enamorada
violencia meses de relación, ha habido
numerosas rupturas y
reconciliaciones que se extienden
hasta el momento de la entrevista

Violencia muy intensa, sobre


todo en lo que respecta a la
Se puede apreciar un nivel de
última pareja. El progresivo
normalización de la violencia Pese a que carecía de apoyo Reconoce la violencia que vivió,
incremento de dicha intensidad
física más elevado que en familiar, logró interrumpir todas pero no se detiene a describir en
pudo verse facilitado por la
contextos de integración. Ella, de sus relaciones con relativa detalle ni siquiera los episodios
ausencia de reacción por parte de
hecho, no solamente la relata sin rapidez (2 años la primera; 4 la más graves. Esto refleja mayor
ella; esto, a se vez, puede
Entrevista ningún énfasis, sino que, en el segunda y 3 la tercera). El grado de normalización de la
guardar relación tanto con el
4 caso de la última pareja, llega problema, en su caso, no es misma, lo cual a su vez puede
aislameinto en el que ella se
hasta el punto de restar tanto la capacidad de poner fin a redundar en una mayor dificultad
encontraba como con el hecho de
importancia al primer episodio de la relación sino el hecho de que a la hora de reconocer
que llevaba tanto tiempo viviendo
violencia física (le dice que "no encadena una pareja violenta tras agresiones menos evidentes,
violencia que su capacidad de
se preocupe" por el bofetón, que otra más sutiles
reacción estaba muy mermada
"está acostumbrada")
("no te preocupes, estoy
acostumbrada")

517
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Nivel de normalización de la Duración de la relación y Capacidad de reconocer la


Intensidad de la violencia
violencia física proceso de separación violencia vivida

18 años de matrimonio, en los


Violencia muy intensa desde
que deseaba que algo la librase Reconoce la violencia que vivió,
muy pronto. Se considere, por
Se puede apreciar un nivel de de él pero no tenía ni la fuerza de pero no se detiene a describir en
ejemplo, que, a excepción del
normalización de la violencia pensar en hacer algo para detalle ni siquiera los episodios
primero, todos sus hijos son
física que más elevado que en conseguirlo ella sola. La decisión más graves. Esto refleja mayor
frutos de sendas violaciones por
Entrevista contextos de integración (no de separarse fue precipitada por grado de normalización de la
parte de su marido. Siguiendo el
5 solamente se relata sin ningún la primera agresión del hijo y por misma, lo cual a su vez puede
ejemplo del padre, los tres hijos
énfasis, sino que ni siquiera el hecho de que la hija se iba redundar en una mayor dificultad
varones también empezaron a
recuerda cuándo fue la primera fuera a estudiar (se decidió que a la hora de reconocer
ejercer violencia contra ella, tanto
vez que él la golpeó) ella la acompañaría, pero hasta el agresiones menos evidentes,
que, poco antes de que se fuera,
final ella no supo si volvería o no. más sutiles
el mayor llegó incluso a pegarla
No lo hizo)

También en este caso, al igual


Aunque no la describe con detalle
que en otros, hay episodios de Desde que nació la hija, Nicoleta
(seguramente por dificultades
violencia física muy intensa que tardó 5 años en separarse del
lingüísticas) sí reconoce la
se relatan rápidamente y sin La intensidad de la violencia se marido. El hecho de hallarse
violencia que experimentó
exceso de detalles. En este incrementó de forma muy clara sola, sin apoyos, con una hija
Entrevista Mientras vivía con él, sin
caso, sin embargo, a diferencia en concomitancia con el pequeña, en un país extranjero
6 embargo, no estaba segura de
que en los anteriores, cabe nacimiento de la hija y el proceso cuyo idioma no dominaba y sin
estar experimentando malos
hipotetizar que esto no refleja migratorio una fuente de ingresos estable
tratos y tuvo que pedir una
tanto normalización de la misma dificultó y retrasó su decisión de
opinión profesional para aclarar
como existencia de barreras separarse
sus dudas
lingüísticas

El hecho de que la violencia En el caso del marido: 2 años de Por una parte, en el discurso se
física se relate sin ofrecer noviazgo y once de matrimonio. aprecia un elevado nivel de
muchos detalles sugiere cierta Violencia que, al casarse, se La separación se vio postergada normalización de la violencia de
normalización de la misma; el hizo inmediatamente muy y dificultada por la ausencia de género, lo cual dificulta su
hecho de que ella también llegue intensa. El episodio de violencia recursos económicos propios y reconocimiento, sobre todo
Entrevista
a usarla, aunque sea para física más brutal tuvo lugar al por la falta de apoyo por parte de cuando la intensidad no es
7
defenderse, es otro elemento que mes de casarse. La madre de él la familia. En el caso de la elevada. Por otra parte, sin
indica una mayor normalización animaba e incitaba al hijo en la segunda pareja: más de 5 años embargo, es perfectamente capaz
del uso de la violencia física (no agresión de relación. No ahonda en los de reconocer la existencia de
únicamente de género) en factores que facilitaron/dificultaron violencia de género al margen de
contextos de exclusión la separación la presencia de violencia física

La fotografía es ambigua: por un


lado, parece reconocer la
violencia que vivió y la describe
Desde que se dio el primer
en detalle. Por otro, sin embargo,
episodio de violencia física, tardó
afirma que el primer episodio de
tres años en separarse de su
violencia física se dio de repente
marido. El hecho de poder contar
La violencia física se relata con Violencia intensa, pero de y no fue precedido por violencia
con el apoyo del padre facilitó la
Entrevista gran riqueza de detalles, lo cual progresión lenta (el primer psicológica, lo cual sugiere que
separación y, sobre todo, la
8 sugiere que se percibe como algo episodio de violencia física tuvo su capacidad de reconocer la
ayudó a mantenerse firme en la
excepcional, no normalizado lugar a los 5 años de casarse) violencia es bastante reducida (y
decisión tomada (pese a la falta
esto porque una evolución de
de apoyo del sistema judicial, la
este tipo contradice toda la
insuficiencia de las prestaciones
literatura en materia; y porque ella
sociales, etc.)
misma, aun sin reconocerla
como tal, admite que ya existía
violencia económica)

518
Anexos

Nivel de normalización de la Duración de la relación y Capacidad de reconocer la


Intensidad de la violencia
violencia física proceso de separación violencia vivida

La fotografía es ambigua: por un


lado, parece reconocer la
violencia que vivió y la describe
6 años de matrimonio. La relación
en detalle. Por otro, sin embargo,
se interrumpió por voluntad de él,
La violencia física se relata con afirma que la violencia física
no de ella. En su caso, lo que la
Entrevista gran detalle, lo cual sugiere que En ocasiones, la violencia llegó a precedió la psicológica, que sólo
mantuvo en la relación violenta
9 se percibe como excepcional, no ser muy intensa se dio en la última fase, hecho
no fueron factores de carácter
normalizado que contradice toda la literatura en
material sino emocional
materia. La explicación reside en
(dependencia muy grande)
el hecho de que considera como
violencia psicológica únicamente
el progresivo alejamiento de él

23 años de matrimonio. En el
Se puede apreciar un nivel de Su capacidad de reconocer la
momento de la entrevista la
normalización de la violencia violencia es bastante reducida.
relación sigue en pie. Entre los
física más elevado que en Cuando la normalidad de la
Violencia muy intensa desde el factores que mantienen a Maribel
contextos de integración (por un subordinación femenina está
primer momento. Destacar que con su marido, cabe destacar: el
lado, porque la relata sin ningún totalmente interiorizada (hasta el
en este caso, contrariamente a lo hecho de que ella todavía lo
Entrevista énfasis; por otro, porque punto de que una equilibrada
esperado, con el paso de los quiere (aunque hipotetiza que este
10 considera normal que su padre, repartición de las tareas
años la intensidad de la violencia amor quizás se deba a que no ha
cuando Bienestar Social retiró a 8 domésticas se interpreta como
no se fue incrementando sino conocido otra cosa); y el hecho
de los 14 hijos que tenía, violencia femenina hacia el
reduciendo de que, cuando ha intentado
reaccionara a la desesperación hombre), de hecho, reconocer la
separarse, no ha recibido ningún
de la madre atándola con violencia se vuelve una tarea
apoyo (ni por parte de la familia ni
cadenas a la cama) extremadamente compleja
de la comunidad)

Alrededor de 6 años, incluyendo


también una época en las
estuvieron saliendo informalmente
y otra en la que convivieron aún
sin ser pareja. La vergüenza, el
Violencia que llegó a ser intensa,
miedo al qué dirán (algo más
pero con una progresión muy Reconoce y describe con detalle
Entrevista característico de situaciones de
No hay violencia física lenta. En este caso, la intensidad y precisión la violencia que ha
11 integración que de exclusión)
se incrementó ulteriormente con vivido
contribuyó a mantenerla en la
la separación
relación. Por el contrario, el
apoyo de una familia con
recursos (tanto económicos como
intelectuales) facilitó que llegara a
la decisión de separarse

La violencia física se relata muy


rápidamente, sin detalles ni Desde que empezó a haber Su capacidad de reconocer la
énfasis, lo cual sugiere un nivel Violencia que llegó a ser muy violencia, tardó 3 años en poner violencia es bastante reducida:
Entrevista de normalización más elevado intensa, aunque durante los fin a la relación. La familia, lejos se piense, por ejemplo, que no
12 que en contextos de integración. primeros 10 años de matrimonio de animarla a que la considera que "engancharla del
Mucha más importancia se no hubo interrumpiese, la instaba a cuello" o darle empujones sea
concede, por el contrario, a la permanecer con su marido violencia física
violencia económica

519
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Nivel de normalización de la Duración de la relación y Capacidad de reconocer la


Intensidad de la violencia
violencia física proceso de separación violencia vivida

La fotografía es ambigua: por un


lado, parece reconocer la
violencia que vivió. Por otro, sin
embargo, varios elementos
En este caso, y contrariamente a
sugieren que este reconocimiento
Violencia que llegó a ser las expectativas, lo que la
es limitado a la violencia más
La violencia física se relata extremadamente intensa, aunque mantuvo en la relación no fueron
intensa, mientras que la más sutil
bastante rápidamente, sin detalles durante los primeros 7 años de tanto cuestiones materiales como
pasa desapercibida. Se piense,
ni énfasis (con excepción de un matrimonio no hubo. La el miedo al "fracaso". En
por ejemplo, que según ella el
Entrevista intento de estrangulamiento, que intensidad se incrementó términos generales éste se
primer episodio de violencia se
13 sí se relata con detalle), lo cual ulteriormente a partir del momento asocia más a clases medias,
dio cuando estaba dando a luz a
sugiere un nivel de normalización en el que ella anunció su deseo medias-altas. El hecho de que
su segundo hijo y el marido no
más elevado que en contextos de separarse (11 años después, aquí también se dé, sin embargo,
apareció durante tres días. El
de integración sigue teniendo un teléfono de no es una incoherencia, sino una
hecho de que ella, en lugar de
protección) muestra de la complejidad de la
preocuparse por su ausencia, se
realidad social
enfadase, sin embargo, sugiere
que él no era nuevo a
comportamientos de este tipo
(violencia psicológica)

La violencia física se percibe 6 años de noviazgo y 13 de


como algo absolutamente matrimonio. Si estuvo con él
Violencia intensa (aunque la
excepcional, tanto que, después durante tantos años fue porque, Reconoce y describe con detalle
Entrevista intensidad no es comparable con
de años de violencia psicológica, durante largo tiempo (hasta el y precisión la violencia que ha
14 la que se alcanza en otros casos,
el primer episodio de violencia nacimiento del hijo), estuvo muy vivido
como el 2, 5, 10, 13, 15 y 16)
física es lo que la empuja a enamorada y no fue consciente
separarse de estar viviendo en una cárcel
4 años con la primera pareja (3
En general, reconoce la violencia
de convivencia); alrededor de un
que vivió (algo que se ve
año con la segunda; y 5 con la
facilitado por el hecho de que se
tercera. Explica que existe un
trata de una violencia de muy alta
conjunto de factores (nivel
La violencia física se relata muy En el caso de la segunda pareja, intensidad). En lo que respecta a
individual, familiar y entorno) que
rápidamente, sin detalles ni violencia muy intensa desde la violencia psicológica, sin
dificulta la separación. Más
énfasis y sin diferenciarla de muy pronto. En el caso de la embargo, hay que diferenciar
Entrevista concretamente, en el caso de la
otros tipos de maltrato, lo cual tercera, el patrón es el mismo entre violencia emocional (algo
15 última pareja la separación fue
sugiere un nivel de normalización pero la intensidad aún mayor ý la que, por lo menos cuando la
retrasada por la falta de apoyo
más elevado que en contextos rapidez en la escalada aún más intensidad es elevada, reconoce
por parte de la familia. El
de integración elevada fácilmente) y violencia de control
problema, en su caso, no es
(algo que, aunque la intensidad
tanto la capacidad de poner fin a
sea elevada, sigue interpretando
la relación sino el hecho de que
como una demonstración de
encadena una pareja violenta tras
afecto y amor)
otra

20 años. La separación se vio Su capacidad de reconocer la


dificultada: por la falta de apoyo violencia es bastante reducida.
por parte de familia (al principio, Esto, por un lado, se puede
La violencia física se relata de Violencia muy intensa desde de hecho, intentó varias veces deducir del elevado nivel de
forma extremadamente escueta, muy pronto. Una escalada tan poner fin a la relación, pero no normalización de la violencia de
Entrevista sin detalles ni énfasis, lo cual rápida fue, seguramente, tuvo ningún apoyo y se resignó); género que se aprecia en su
16 sugiere un nivel de normalización favorecida por la situación de por la ausencia de una alternativa discurso. Por otro, se ve
más elevado que en contextos indefensión en la que se habitativa; y por la presencia de confirmado por el hecho de que,
de integración encontraba ella criaturas (4 hijos/as en total). Se hasta hace unos años, no era
separó cuando finalmente consciente del hecho de que ser
encontró a una persona dispuesta forzada por el marido a tener
a ayudarla sexo fuese una violación

520
Anexo XI: Índice de tablas
Tabla 1. Las dimensiones de la exclusión social ........................................................................................ 80
Tabla 2. Investigaciones internacionales que documentan la existencia de varios factores de riesgo y que
están basadas en muestras representativas a nivel estatal o regional .................................................... 93
Tabla 3. Denuncias interpuestas. Años 2007-2015................................................................................... 128
Tabla 4. Órdenes de Protección solicitadas y concedidas y porcentaje de concesiones sobre el total de
solicitudes. Años 2006-2015............................................................................................................... 129
Tabla 5. Hombres enjuiciados y condenados por violencia de género y porcentaje de condenas sobre el
total de enjuiciamientos. Años 2010-2015 .......................................................................................... 129
Tabla 6. Mujeres que, en el momento de realización de la encuesta, experimentaban violencia de género
por mano de una pareja o ex pareja. Datos y extrapolación de datos de las Macroencuestas de
Violencia de Género de 1999, 2002, 2006 y 2011 .............................................................................. 134
Tabla 7. Incidencia de diferentes tipos de violencia de género según datos de la Macroencuesta de
Violencia de Género 2011, de la Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales
2013 y de la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 ........................................................ 136
Tabla 8. Relación entre datos de encuesta y judiciales ............................................................................. 137
Tabla 9. Relación entre datos de encuesta y judiciales para el caso específico de la violencia física ...... 137
Tabla 10. Riesgo de pobreza o exclusión social (indicador AROPE) y sus componentes según el sexo.
Años 2008-2015.................................................................................................................................. 140
Tabla 11. Dimensiones de la exclusión en los hogares según el sexo de la persona que aporta más
ingresos. Años 2007, 2009 y 2013 ...................................................................................................... 144
Tabla 12. Indicadores de exclusión en los hogares según el sexo de la persona que aporta más ingresos.
Año 2013 ............................................................................................................................................ 146
Tabla 13. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por cada dimensión de
exclusión ............................................................................................................................................. 174
Tabla 14. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por cada indicador de
exclusión ............................................................................................................................................. 177
Tabla 15. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de vulnerabilidad social ................................................................................. 183
Tabla 16. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación
con la actividad laboral ....................................................................................................................... 185
Tabla 17. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de exclusión social ......................................................................................... 188
Tabla 18. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con las variables significativas
............................................................................................................................................................ 190

521
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 19. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las variables significativas
............................................................................................................................................................ 194
Tabla 20. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que incluye la
variable de vulnerabilidad social. Resumen con las variables significativas ...................................... 198
Tabla 21. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que elimina la
variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral. Resumen con las variables significativas ............................................................... 201
Tabla 22. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la ex pareja. Modelo que incluye
la variable de vulnerabilidad social. .................................................................................................... 203
Tabla 23. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la ex pareja. Modelo que elimina
la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral.................................................................................................................................. 204
Tabla 24. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social ............................................................ 211
Tabla 25. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social ................................................................. 212
Tabla 26. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que incluye la
variable de vulnerabilidad social ........................................................................................................ 213
Tabla 27. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que elimina la
variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral.................................................................................................................................. 214
Tabla 28. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o psicológica
por parte de la pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por cada
dimensión de exclusión ....................................................................................................................... 310
Tabla 29. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de vulnerabilidad social ....................................................................................... 313
Tabla 30. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo ..................... 314
Tabla 31. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de exclusión social ................................................................................................ 315
Tabla 32. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con las variables significativas 316
Tabla 33. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las variables significativas ..... 319
Tabla 34. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja. Modelo que incluye las
variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral. Resumen con las variables
significativas ....................................................................................................................................... 322
Tabla 35. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de vulnerabilidad social ........................................................................................ 324

522
Anexos

Tabla 36. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con
la actividad laboral .............................................................................................................................. 326
Tabla 37. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
testa la relevancia del factor exclusión social. Resumen con las variables significativas ................... 327
Tabla 38. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con las variables significativas 328
Tabla 39. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las variables significativas ..... 330
Tabla 40. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja. Modelo que incluye las
variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral. Resumen con las variables
significativas ....................................................................................................................................... 332
Tabla 41. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de vulnerabilidad social ................................................................................. 334
Tabla 42. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo ............... 335
Tabla 43. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de exclusión social ......................................................................................... 336
Tabla 44. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social ............................................................ 338
Tabla 45. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social ................................................................. 340
Tabla 46. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja. Modelo que incluye
la variable de nivel educativo. Resumen con las variables significativas ........................................... 342
Tabla 47. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja o la ex
pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social ........................................................ 345
Tabla 48. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja o la ex
pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social ........................................................ 346
Tabla 49. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja o la ex
pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
educativo ............................................................................................................................................. 347
Tabla 50. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja o la ex
pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
educativo ............................................................................................................................................. 348
Tabla 51. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja. Modelo
que incluye la variable de nivel educativo. Resumen con las variables significativas ........................ 350
Tabla 52. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja. Modelo
que testa la relevancia del nivel educativo. Resumen con las variables significativas ....................... 351
Tabla 53. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social................................................................... 363

523
Violencia de género en la pareja y exclusión social

Tabla 54. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye los diferentes indicadores de exclusión social ........................................................................ 364
Tabla 55. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja. Modelo que elimina la
variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral.................................................................................................................................. 365
Tabla 56. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de exclusión social ................................................................................................ 366
Tabla 57. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social................................................................... 367
Tabla 58. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye los diferentes indicadores de exclusión social ........................................................................ 368
Tabla 59. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja. Modelo que elimina la
variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral.................................................................................................................................. 369
Tabla 60. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja. Modelo que elimina
la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo .................................. 371
Tabla 61. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo ............... 372
Tabla 62. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo ............... 373
Tabla 63. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género de diferentes
intensidades por parte de la pareja o la ex pareja según la situación de integración y vulnerabilidad
social ................................................................................................................................................... 377
Tabla 64. Intensidad media y desviación típica de la violencia de género entre las mujeres que la
experimentan según la situación de integración y vulnerabilidad social ............................................ 377
Tabla 65. Probabilidad de experimentar violencia de género de diferentes intensidades entre las mujeres
que enfrentan violencia por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que incluye la variable de
vulnerabilidad social ........................................................................................................................... 380
Tabla 66. Probabilidad de experimentar violencia de género de diferentes intensidades entre las mujeres
que enfrentan violencia por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que elimina la variable de
vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo......................................................... 381
Tabla 67. Probabilidad de experimentar violencia de larga duración entre las mujeres que enfrentan
violencia de género por parte de la pareja........................................................................................... 390
Tabla 68. Probabilidad de experimentar violencia de larga duración entre las mujeres que enfrentan
violencia de género por parte de la ex pareja ...................................................................................... 391
Tabla 69.Probabilidad de no reconocer la violencia vivida entre las mujeres que experimentan violencia
de género por parte de la pareja .......................................................................................................... 405
Tabla 70. Probabilidad de no reconocer la violencia vivida entre las mujeres que experimentan violencia
de género por parte de la ex pareja ..................................................................................................... 406

524
Anexos

Tabla 71. Indicadores de violencia de género utilizados por las Macroencuestas de Violencia de Género
de 1999, 2002, 2006 y 2011, diferenciando entre “situaciones objetivas de violencia” y “situaciones
de sometimiento” ................................................................................................................................ 478
Tabla 72. La variable inspirada en L'enquête nationale sur les violences envers les femmes .................. 479
Tabla 73. La variable de violencia técnica ponderada .............................................................................. 481
Tabla 74. Diferentes tipos de violencia .................................................................................................... 482
Tabla 75. Violencia psicológica emocional y violencia psicológica de control ....................................... 483
Tabla 76. La variable de violencia técnica ponderada en la Encuesta Foessa sobre Integración Social y
Necesidades Sociales 2013 ................................................................................................................. 484
Tabla 77. Violencia psicológica emocional y violencia psicológica de control en la Encuesta Foessa sobre
Integración Social y Necesidades Sociales 2013 ................................................................................ 486
Tabla 78. Resumen de la información incluida en la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 y en la
Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013............................................ 488
Tabla 79. Variables introducidas en cada nivel del modelo ecológico ..................................................... 490
Tabla 80. Orden de introducción de los varios niveles del modelo ecológico .......................................... 491

525
Anexo XII: Índice de gráficos
Gráfico 1. Feminicidios íntimos (mujeres asesinadas por la pareja o la ex pareja). Años 2010-2015 ..... 130
Gráfico 2. Porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de una pareja
o ex pareja desde los 15 años hasta la actualidad en los países UE-28. Año 2013 ............................. 131
Gráfico 3. Porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia psicológica por parte de una pareja o ex
pareja alguna vez en la vida en los países UE-28. Año 2013.............................................................. 132
Gráfico 4. Riesgo de pobreza o exclusión social (indicador AROPE) en los países UE-28. Año 2015 ... 139
Gráfico 5. Distribución de los hogares en los espacios sociales de la integración a la exclusión según el
sexo de la persona que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013............................................... 142
Gráfico 6. Índice Sintético de Exclusión Social de los hogares según el sexo de la persona de la persona
que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013 ............................................................................. 142
Gráfico 7. Porcentaje de hogares en situación de exclusión económica, política o social según el sexo de
la persona que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013 ............................................................ 143
Gráfico 8. Porcentaje de mujeres en situación de integración y vulnerabilidad social que, en la actualidad,
experimenta violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja según tres diferentes definiciones
de violencia técnica ............................................................................................................................. 169
Gráfico 9. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de integración y vulnerabilidad según
experimenten o no violencia de género............................................................................................... 170
Gráfico 10. Porcentaje de mujeres en situación de integración plena, integración precaria, exclusión
moderada y exclusión severa que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja ............................................................................................................................ 171
Gráfico 11. Índice Sintético de Exclusión Social de las mujeres que, en la actualidad, experimentan y no
experimentan violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja .............................................. 171
Gráfico 12. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja en los diferentes ejes de exclusión ..................................................................... 173
Gráfico 13. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de la integración a la exclusión según
experimenten o no violencia de género............................................................................................... 178
Gráfico 14. Distribución de la violencia de género en función de la persona que la ejerce (pareja, ex
pareja o ambos) según la situación de integración y vulnerabilidad social ......................................... 196
Gráfico 15. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social ......................................................... 196
Gráfico 16. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social .................................................... 202
Gráfico 17. Porcentaje de mujeres en situación de integración y vulnerabilidad social que, en la
actualidad, experimenta violencia física, sexual o psicológica por parte de la pareja o la ex pareja .. 305
Gráfico 18. Distribución de la violencia de género en función del tipo de violencia según la situación de
integración y vulnerabilidad social ..................................................................................................... 305

526
Anexos

Gráfico 19. Porcentaje de mujeres en situación de integración plena, integración precaria, exclusión
moderada y exclusión severa que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o psicológica
por parte de la pareja o la ex pareja .................................................................................................... 307
Gráfico 20. Índice Sintético de Exclusión Social de las mujeres que, en la actualidad, experimentan
violencia física, sexual o psicológica por parte de la pareja o la ex pareja ......................................... 308
Gráfico 21. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o psicológica
por parte de la pareja o la ex pareja en los diferentes ejes de exclusión ............................................. 309
Gráfico 22. Distribución de los diferentes tipos de violencia de género en función de la persona que los
ejerce (pareja, ex pareja o ambos) según la situación de integración y vulnerabilidad social ............ 310
Gráfico 23. Distribución de la violencia de género en diferentes grados de intensidad según la situación
de integración o vulnerabilidad social de la mujer .............................................................................. 378
Gráfico 24. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de integración y vulnerabilidad según el
grado de intensidad de la violencia vivida .......................................................................................... 378
Gráfico 25. Porcentaje de mujeres que, desde hace más de 5 años, experimenta violencia de larga
duración por parte de la pareja o la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social
............................................................................................................................................................ 387
Gráfico 26. Distribución de las mujeres que experimentan violencia de larga duración en los espacios
sociales de integración y vulnerabilidad según la identidad del agresor (pareja o ex pareja) ............. 388
Gráfico 27. Violencia de larga duración sobre el total de la violencia de género ejercida por la pareja o la
ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social .................................................... 389
Gráfico 28. Porcentaje de mujeres que no reconoce la violencia que experimenta por parte de la pareja o
de la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social ............................................ 401
Gráfico 29. Distribución de las mujeres que no reconocen la violencia que experimentan en los espacios
sociales de integración y vulnerabilidad según la identidad del agresor (pareja o ex pareja) ............. 402
Gráfico 30. Violencia no reconocida sobre el total de la violencia de género ejercida por la pareja o la ex
pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social ......................................................... 403
Gráfico 31. Coincidencias y diferencias entre las tres variables de violencia técnica utilizadas en la
investigación ....................................................................................................................................... 482

527
Anexo XIII: Índice de ilustraciones
Ilustración 1. El ciclo de la violencia ......................................................................................................... 56
Ilustración 2. Diferentes propuestas coinciden en la identificación de una heterogeneidad de espacios en
el continuo entre integración y exclusión ............................................................................................. 75
Ilustración 3. Interrelaciones entre las consecuencias de la violencia detectadas en diferentes esferas ... 120
Ilustración 4. Violencia de género y exclusión social. Una interrelación compleja ................................. 292

528
Anexo XIV: Índice de acrónimos
APRODEMM: Asociación Proderechos de Mujeres Maltratadas
AROPE: At-Risk-Of Poverty and Exclusion
COA: Centro de Observación y Acogida
COCEMFE: Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica
EAIV: Equipo de Atención Integral a Víctimas de Violencia de Género
ISES: Índice Sintético de Exclusión Social
NUTS: Nomenclature des Unités Territoriales Statistiques
SMAM: Servicio Municipal de Atención a las Mujeres del Ayuntamiento de Pamplona
SS: Servicios Sociales

529

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