02 Tesis Doctoral Paola Damonti
02 Tesis Doctoral Paola Damonti
02 Tesis Doctoral Paola Damonti
TESIS DOCTORAL
PRESENTADA POR:
Paola Damonti
DIRECCIÓN:
4. LA EXCLUSIÓN SOCIAL.............................................................................................................63
4.1 INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................................ 63
4.2 LAS CRÍTICAS A LA NOCIÓN DE POBREZA, SU ANTECEDENTE TEÓRICO MÁS INMEDIATO................. 63
4.3 UN CONTEXTO SOCIAL EN INTENSA TRANSFORMACIÓN ........................................................................ 64
4.3.1 Una sociedad cada vez más diversificada, compleja y atomizada ................................. 64
4.3.2 Debilitamiento de las estructuras de integración tradicionales ..................................... 66
4.4 LA FORMULACIÓN DE NUEVOS CONCEPTOS............................................................................................. 68
4.4.1 La underclass en Estados Unidos ................................................................................................... 68
4.4.2 Las concepciones multidimensionales de la pobreza y la noción de exclusión social
en Europa ............................................................................................................................................................. 70
4.4.3 La realidad europea frente al panorama estadounidense ................................................. 71
4.5 PROFUNDIZANDO EN EL CONCEPTO DE EXCLUSIÓN SOCIAL ................................................................. 72
4.5.1 Formulación y desarrollo .................................................................................................................. 72
4.5.2 La exclusión social como fenómeno estructural, procesual y multidimensional ..... 73
4.5.3 La operativización de la exclusión social ................................................................................... 77
4.5.4 La importancia de la perspectiva de género en el análisis de la exclusión social ... 83
4.6 CONCLUSIONES ............................................................................................................................................ 85
12
Introducción
13
Violencia de género en la pareja y exclusión social
14
PARTE I. APROXIMACIÓN TEÓRICA AL
OBJETO DE ESTUDIO
2. El contexto estructural que posibilita la violencia de
género
2.1 Introducción
La violencia de género que tiene lugar en las relaciones de pareja no representa un hecho
aislado, independiente de las relaciones estructurales de sumisión de un sexo a otro (Murillo
2000), sino que es un efecto de las desigualdades de género y, a la vez, un instrumento de
perpetuación de las mismas (Lorente 2007). En otras palabras, esta violencia constituye una
pieza central de la estructura de dominación patriarcal (Millett 1970/1995).
La comprensión de la misma, por lo tanto, presupone conocer cómo funcionan los
mecanismos que sustentan dicha estructura. Si, por un lado, un análisis detallado de todos
ellos requeriría de gran espacio y excedería los objetivos de esta investigación, por otro, la
relevancia del elemento estructural nos impide adentrarnos en el análisis de la violencia de
género sin ofrecer algunas pinceladas del contexto que la posibilita.
En el caso específico de la presente investigación –en la que se analiza la interrelación
entre la violencia de género en relaciones de pareja y los procesos de exclusión social–, por
otra parte, y como ya se ha apuntado, un examen de este contexto es, si cabe, aún más
relevante, ya que, de lo contrario, el tema en ella tratado podría terminar potenciando
explicaciones individualistas de la violencia, así como derivar en procesos de
criminalización de la población en situación de exclusión (Sokoloff y Dupont 2005).
Partiendo de estas consideraciones, a lo largo de este capítulo, en primer lugar, se
definen y analizan brevemente los conceptos más relevantes habitualmente utilizados para
dar cuenta de la estructura que causa la violencia. En segundo lugar, se ahonda en el análisis
de aquellos elementos que son clave para el mantenimiento de las desigualdades entre
hombres y mujeres (y, por lo tanto, también de las distintas manifestaciones de la violencia
de género) incluso en la época de la igualdad formal.
2.2.1 El patriarcado
La noción de patriarcado, que etimológicamente significa “gobierno de los padres”,
deviene una pieza clave de la teoría feminista en los años Setenta del siglo pasado y es, en
la actualidad, el concepto que más énfasis pone en el elemento estructural. Con él, se hace
referencia a una estructura social de dominación y explotación masculina, donde los
Violencia de género en la pareja y exclusión social
hombres disfrutan de mayor estatus y poder, mientras que las mujeres se encuentran
relegadas en una situación de subordinación (Puleo 1995).
Dentro del feminismo, existen posturas encontradas acerca del funcionamiento de dicha
estructura. Más concretamente, por un lado, se encuentran a las representantes del
feminismo radical, como Millett, que defienden que éste no está ligado a un determinado
sistema económico-político, sino que tiene la capacidad de adaptarse a cualquier tipo de
sociedad (Millett 1970/1995). Por otro lado, se hallan las posturas del feminismo socialista
(ej. Eisestein 1978; Hartmann 1981; Rowbotham 1973/2014), que considera que dicha
dominación se puede comprender sólo a partir de la interacción entre los dos diferentes
sistemas de patriarcado y capitalismo.
En lo que respecta al patriarcado actual, una autora clave es Jonasdottir, que lo utiliza
como sinónimo de dominación masculina y lo define como un sistema de poder “socio-
sexual político” (Jonasdottir 1991/1993, p.89). Socio-político para subrayar, en consonancia
con el feminismo radical, tanto su independencia de la sociedad y de la economía como el
carácter amplio de la dominación; sexual para resaltar que los elementos centrales del
patriarcado contemporáneo son la sexualidad, las relaciones de género y el amor, tal y como
veremos más adelante1. La dominación actual, además, subraya esta autora, se caracteriza
por representar, al igual que el capitalismo, una síntesis de coacción y libertad desconocida
en otras épocas (Jonasdottir 1991/1993).
Para comprender el funcionamiento del patriarcado en la sociedad actual, resulta además
necesario apuntar algo acerca de la confluencia contemporánea entre capitalismo
(neoliberal) y patriarcado. Es ésta una relación que se ha hecho más intensa y compleja de
lo que era en el pasado. Por un lado, la creciente individualización (Beck 1986/2006), la
pérdida de lazos sociales y el debilitamiento de las instituciones socializadoras
tradicionales; por otro, y en relación con esto, la primacía de la cultura del consumo y las
estrategias neoliberales de organización del trabajo: todo esto da lugar a un capitalismo cada
vez más invasivo, que está colonizando todos los ámbitos de la vida y entre ellos también el
de las relaciones entre mujeres y hombres (Amigot 2012). En este contexto, entonces,
resulta imposible pensar la desigualdad sexual al margen de las relaciones económicas
capitalistas, sino que las dos forman un entramado complejo y difícilmente separable (Cobo
2011). Esto, por otra parte, no significa que el patriarcado requiera necesariamente de un
sistema económico capitalista para subsistir y desplegar sus efectos, pero sí implica que la
forma en la que éste se manifiesta y opera en el contexto concreto en el que nos movemos
(Europa occidental contemporánea) se ve influenciada por el sistema económico y la
ideología neoliberal.
Finalmente, queremos concluir este breve análisis del concepto de patriarcado señalando
que su utilización, aunque preciada porque es el único concepto de la teoría política
feminista que “hace referencia específica a la sujeción de la mujer” (Pateman 1988/1995,
p.20), no está exenta de controversias y debates.
Rubin, por ejemplo, considera que este concepto no es aplicable a la sociedad
contemporánea, ya que identifica “una forma específica de dominación masculina, y el uso
18
El contexto estructural que posibilita la violencia de género
del término debería limitarse al tipo de pastores nómades como los del antiguo testamento
del que proviene el término, o a grupos similares” (Rubin 1986, p.15)2. En esta misma línea,
Rodríguez (2015) propone actualizar dicho concepto, sustituyendo el término de patriarcado
por el de “fratriarquía”. Esta nueva noción, que literalmente significa “poder de los
hermanos”, de hecho, resultaría más adecuada para describir la sociedad contemporánea, ya
que pone de relieve cómo, en la actualidad, el poder masculino ya no es el poder del padre,
sino que ha sido transferido a los hermanos, aquellos que “se reconocen como iguales y, por
el mero hecho de pertenecer al mismo sexo, reciben una porción de poder proporcionada a
su lugar en la pirámide social” (Rodríguez 2015, p. 23).
Otra crítica proviene de Butler, que señala que la utilización de la noción de patriarcado
no es exente de riesgos ya que ésta, cuando pretende asimilar diferentes tipos de
dominación bajo una misma etiqueta transcultural, puede convertirse en un concepto
homogeneizador, que confunde más que aclara (Butler 1990/2007). Por esta razón, quizás
pueda resultar útil recurrir al concepto de (sistema de) género, aportación teórica
fundamental que, por un lado, permite explicar cómo los sistemas patriarcales se mantienen
y reproducen y, por otro y en estrecha relación con eso, permite visibilizar las diferencias
entre sociedades distintas.
2.2.2 El género
La idea que sustenta el desarrollo del concepto de género fue formulada hace más de
sesenta años por Beauvoir que, en su obra “El segundo sexo” (1949, p.109), acuña la ya
famosa expresión de que “no se nace mujer: se llega a serlo”. La enunciación de Beauvoir,
recordatorio de que “la biología no es el destino” (Burgos Díaz 2002, p.377), constituye el
punto de inicio, la piedra fundacional a partir de la cual se han elaborado todas las
posteriores acepciones y definiciones feministas del concepto de género (Haraway
1991/1995).
Beauvoir, entonces, formula la idea subyacente al concepto de género, pero hay que
esperar algunos años para que éste emerja como tal. Más concretamente, es en la década de
los cincuenta cuando, en el ámbito de la medicina, aparecen dos autores –Money y Stoller–
que formulan una primera distinción entre sexo anatómico y sexo social y empiezan a
utilizar el término género para referirse a este último (Stolcke 2004)3.
Sus estudios –que, como ya se ha aclarado, pertenecen al ámbito de la medicina– se
configuran como una herramienta para la medicalización de la intersexualidad y la
transexualidad (Bogino y Fernández-Rasines 2017); como tales, no representan un avance
2 En lo que respecta a la sociedad contemporánea, por otra parte, el pueblo gitano podría representar una excepción a la crítica
de Rubin. Este pueblo, de hecho, podría constituir un ejemplo de grupo social en el que incluso esta definición restrictiva de
patriarcado podría utilizarse, al menos para describir algunos aspectos de su organización social contemporánea. Se tenga en
cuenta, por ejemplo, el hecho de que las figuras de más autoridad son varones de avanzada edad, que adquieren, además, el
apelativo de patriarcas.
3 Los autores clave de esta fase, como ya se ha apuntado, son Money y Stoller. El primero se ocupa de intersexualidad –
entonces conocida como hermafroditismo– y recurre al concepto de “roles de género” para describir el conjunto de conductas
atribuidas a los hombres y a las mujeres (Gamba 2007). Stoller, por su parte, en su libro “Sex and Gender” (1968) utiliza la
noción de “identidad de género” con el objetivo de distinguir la transexualidad –deseo de ser hombre o mujer– de la
homosexualidad –una orientación sexual– (Stolcke 2004; Fassin 2008).
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Violencia de género en la pareja y exclusión social
significativo para las ciencias sociales y la teoría feminista, ni están cargados de ningún
potencial crítico. Son, sin embargo, relevantes, porque es con ellos que, por primera vez,
aparece la distinción entre sexo y género y porque es de allí de donde la teoría feminista
extrae el concepto de género, para luego dotarlo de contenido crítico y aplicarlo al estudio
de la realidad social y, más concretamente, de las desigualdades entre mujeres y hombres.
En esta nueva fase, cabe resaltar la aportación de Rubin, que formula la noción de
sistema de sexo/género y, desde la antropología, lo define como “el conjunto de
disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en producto de la
actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas”
(1995, p.4). Este concepto, entonces, identifica y analiza las formas prefijadas de relación
entre mujeres y hombres en cada sociedad. Tales relaciones son el producto de un sistema
de poder que establece que hombres y mujeres actúen desde posiciones sociales
diferenciadas y jerarquizadas, resultado de los roles y funciones que la sociedad ha asignado
a cada uno y cada una en función de su pertenencia a un determinado sexo biológico
(Aguilar García 2008). El sistema de sexo/género, por lo tanto, puede ser definido como un
dispositivo4 cultural programado para convertir los sexos (es decir, las mujeres y hombres
biológicos) en géneros dicotomizados y jerarquizados (Butler 1990/2007).
Una vez ofrecida esta primera definición de la categoría de género, es necesario destacar
que, en la literatura, no es posible identificar una noción unívoca del mismo, sino que
coexisten posiciones teóricas innumerables y muy variadas, que pueden ser agrupadas en
dos grandes categorías: por una parte, se encuentran los estudios que consideran el sexo
como una realidad biológica y el género como una construcción social; por otra parte, y
solo en un segundo momento, aparecen las teorías que consideran que no solamente el
género sino también el sexo es un producto cultural (Burgos Díaz 2002).
Las definiciones que se pueden adscribir al primer grupo interpretan el género como las
características psico-socioculturales asociadas a cada sexo (Aguilar García 2008; Burgos
Díaz 2002). Es decir, que si el sexo pertenece al campo de la biología y hace referencia a las
diferencias puramente anatómicas entre hombres y mujeres, el género pertenece al ámbito
de la sociología y la psicología y construye las diferentes actitudes, aptitudes y
comportamientos atribuidos a cada sexo. El género, entonces, puede ser definido como “la
significación subjetiva y colectiva que una sociedad da a lo masculino y lo femenino y
cómo al hacerlo, ella confiere a las mujeres y a los hombres sus respectivas identidades”
(Scott 1999, p.6).
Estas identidades, escribe Bourdieu (1998/2000), no son naturales sino resultado de la
socialización, pero interiorizadas hasta el punto de ser indistinguibles de la biología. El
género, entonces, se revela como una “construcción social naturalizada” (Bourdieu
1998/2000, p.14), subrayando así que la fuerza de sus mandatos reside precisamente en la
4 La noción de dispositivo a la que hacemos referencia fue, en primer lugar, desarrollada por Foucault, para identificar un
“conjunto decididamente heterogéneo que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones
reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, y proposiciones filosóficas, morales y filantrópicas”
(Foucault, 1977). Es a partir de esta formulación que, en un segundo momento, las teóricas feministas de inspiración
foucaultiana elaboraron la noción de dispositivo de género. Gracias a ella, argumentan Amigot y Pujal (2009), se ha podido
visibilizar la existencia de un conjunto de elementos que, aun siendo heterogéneos y variables, se encuentran, sin embargo,
aunados por su función que es, en todos los casos, producir y regular las identidades de género y la subordinación de las
mujeres.
20
El contexto estructural que posibilita la violencia de género
21
Violencia de género en la pareja y exclusión social
simplificar y clarificar, excluye otras dominaciones, como las de clase o etnia (Tarrés
2012). Nosotras, en consonancia con los estudios sobre interseccionalidad5, consideramos
que estas críticas no invalidan el concepto de género, pero sí nos obligan a permanecer
alerta y a recordar que la encarnación del género no es uniforme ni unívoca, sino que
adquiere matices diferentes en función de su interrelación con otras variables (Amigot
2011; Amigot y Pujal 2009). Otras críticas a la noción de género apuntan al riesgo de
reificación y anulación de las relaciones de poder que ésta entraña. Desde aquí, sin
embargo, consideramos que este riesgo se neutraliza cuando el género es utilizado como
categoría analítica, no sustantiva (Amigot y Pujal 2009)
A lo largo de este apartado y el anterior se han analizado las nociones de patriarcado y de
género. Resulta ahora interesante preguntarnos cuál es su relación recíproca, los puntos de
contacto y las diferencias entre los dos. En lo que a esto respecta, algunas autoras
consideran que, a diferencia de la noción de patriarcado, la de sistema de género se presenta
como un concepto neutro, capaz de visibilizar que, aunque la creación de un mundo sexual
es consustancial a la naturaleza humana, su manifestación como un sistema opresivo es el
resultado de unas relaciones sociales determinadas, que podrían ser diferentes (Rubin 1995).
En este sentido, entonces, podríamos afirmar que el patriarcado no es otra cosa que un
“sistema de sexo/género de dominación masculina” (Jonasdottir 1991/1993, p. 74). Otras
autoras, sin embargo, critican esta visión y la diferenciación entre sistema de género y
patriarcado que ésta conlleva, defendiendo que un sistema igualitario simplemente no daría
lugar a diferencias genéricas (Amorós 1992). Desde aquí, finalmente, consideramos que una
diferencia entre sistema de género y patriarcado sí existe, pero es de otra índole, y responde
a la distinción entre sistema y estructura: patriarcado haría referencia a una estructura
social, algo más estático, mientras que el sistema de género sería la herramienta, el
dispositivo que asegura el mantenimiento de la estructura patriarcal. En otras palabras, si
uno responde al qué, el otro responde al cómo.
5 Para un análisis detallado de los estudios sobre interseccionalidad, véase apartados 2.2.4 y 3.2.4.2.
22
El contexto estructural que posibilita la violencia de género
6Es lo que, por diferentes autores, ha sido definido como subjetivación (Foucault) o interpelación (Althusser) de los mandatos de
género. Se trata de conceptos análogos al de corporeización, pero no idénticos, ya que este último, traducción del inglés
embodiement, hace especial hincapié en la dimensión corporal (Amigot 2011).
7 Para un análisis de cómo las identidades de género inciden en el desarrollo del proceso de violencia, véase apartado 3.4.2.1.1.
8 Es éste un aspecto especialmente relevante del sistema de género y, lo que más nos interesa, un elemento clave en el
mantenimiento de la desigualdad entre hombres y mujeres incluso en el contexto de igualdad formal en el que nos movemos.
Un análisis más exhaustivo del mismo, por lo tanto, será realizado en los apartados que se ocupan precisamente de la
persistencia de la desigualdad en la Europa Occidental contemporánea.
23
Violencia de género en la pareja y exclusión social
2.2.4 La interseccionalidad
Los conceptos hasta ahora analizados permiten pensar y entender las desigualdades entre
mujeres y hombres. Estas desigualdades, sin embargo, no se dan en un vacío social, sino en
intersección con otros ejes de desigualdad y otros sistemas de opresión (clasismo, racismo,
etc.). Para comprender cómo la estructura patriarcal, el sistema de género y las identidades
de género se manifiestan y funcionan en la práctica, entonces, debemos ser conscientes de
las implicaciones de su interrelación con estos otros ejes; de ello se ocupa la teoría de la
interseccionalidad.
Esta teoría, también conocida como feminismo multicultural o multirracial (Burgess-
Proctor 2006), perspectiva de las mujeres de color o feminismo integrador (Mann 2000),
parte, efectivamente, de la constatación de que los diferentes sistemas de opresión (sean
raciales, sexuales, clasistas, etc.) están interconectados (Collins 1990/2000) y, a partir de
allí, argumenta que no se pueden analizar los efectos de uno de ellos ignorando los demás.
Más concretamente, en el caso del sistema de sexo/género, esta formulación “revela el error
de considerar que el género afecta a todas las mujeres de la misma manera – raza y clase
importan enormemente” (Collins 1990/2000, p. 229). Ambas variables, de hecho, tienen
una gran influencia tanto en el nivel personal, por la manera en que las mujeres
experimentan su condición genérica, como en el estructural, porque determinan una mayor
o menor posibilidad de acceso a los recursos (Warner y Shields 2013).
Las primeras formulaciones e inquietudes que, posteriormente, llevaron al desarrollo de
esta teoría se remontan, según algunos autores (ej. Hearn 2011), hasta el movimiento
antiesclavista de Estados Unidos del siglo XVIII. No es hasta el año 1977, sin embargo,
cuando esta noción empieza a formularse y explicitarse como tal: es entonces, de hecho,
cuando, en el manifiesto del colectivo feminista negro Combahee River Collective, aparece
la noción de “simultaneidad de opresiones” (Gandarias Goikoetxea 2016), cuyos
paralelismos con la definición de interseccionalidad son más que evidentes. En la década
siguiente, por otra parte, esta noción comienza a adquirir un protagonismo creciente en el
movimiento feminista anglosajón. Por un lado, de hecho, en Estados Unidos, numerosas
mujeres afroamericanas –como Davis (1983/2004), Hooks (1984), Lorde (1984), Collins
(1990/2000) y Crenshaw (1991)– comienzan a denunciar la exclusión que experimentan en
los movimientos políticos en los que ellas mismas militan y atribuyen su origen al hecho de
que éstos se articulan entorno a un sujeto homogéneo y excluyente y, por lo tanto,
sistemáticamente incapaz de representarlas. Por otro lado, en esa misma época, en Gran
Bretaña, varias autoras analizan y evidencian la complejidad de la identidad y ponen de
relieve que las identidades particulares pueden verse influidas por otras modalidades de
categorías de identidad (Gandarias Goikoetxea 2016). En otras palabras, muestran que el
género incide en cómo se manifiesta la etnicidad o la pertenencia de clase; y, paralelamente,
que la clase y la etnicidad inciden en las vivencias y los significados del género (Prins
2006). Éste, entonces, es el contexto en el que, en el año 1989, Crenshaw publica
“Demarginalizing the intersections of race and sex”, artículo en el que, al analizar la
discriminación específica vivida por las mujeres negras, se utiliza, por primera vez, la
noción de interseccionalidad. Es en esta época, entonces, cuando dicha noción se convierte
en la principal herramienta teórica de crítica al feminismo radical, percibido como parcial
porque, por un lado, visibilizaba solo la realidad de las mujeres blancas y occidentales de
24
El contexto estructural que posibilita la violencia de género
clase media y, por otro, la presentaba como algo universal (Baca y Dill 1996; Carbonero
2007; Damant et al. 2008).
En las últimas décadas, la interseccionalidad ha obtenido amplia difusión y
reconocimiento, tanto que numerosas autoras y autores la consideran “la mejor práctica
feminista de la academia” (Weber y Parra-Medina 2015, p. 224); McCall la define como “la
contribución teórica más importante que los estudios de género (…) han realizado hasta
hoy” (2005, p. 1771); y Yuval-Davis (2006) la considera el marco que mejor permite
entender las desigualdades sociales.
En los últimos años, sin embargo, han aparecido también una serie de investigaciones –
que podríamos definir post-interseccionales (Hutchinson 2004; Choo y Ferree 2010; Kwan
2000)– que ponen de relieve las limitaciones de la interseccionalidad. Una de estas
limitaciones se deriva del hecho de que aunque, en línea de principio, la teoría que nos
ocupa reconoce que la identidad de las personas se ve condicionada por múltiples ejes de
desigualdad; en la práctica, se ha creado una “hegemonía categorial” (Kwan, 1997, pp.
1.276), donde el género y la raza han adquirido una importancia enorme en comparación
con otros ejes (Choo y Ferree 2010). Esta hegemonía, por otra parte, queda patente en las
denominaciones alternativas de interseccionalidad antes mencionadas, todas centradas en la
raza/etnia. Desde aquí, compartimos la apreciación de Kwan (1997) y Choo y Ferree (2010)
y subrayamos la necesidad de ampliar la mirada a otros ejes de desigualdad, tanto
“clásicos”, como la clase social (Sokoloff y Dupont 2005), como menos clásicos, como, por
ejemplo, la situación de integración o exclusión social que se analiza en nuestra
investigación.
Otra limitación señalada por las investigaciones post-interseccionales es el hecho de que,
tradicionalmente, la interseccionalidad ha puesto el foco únicamente en las opresiones,
olvidando que el sujeto que reúne en sí múltiples situaciones de privilegio también es un
sujeto interseccional y como tal debe ser analizado (Choo y Ferree 2010). De lo contrario,
de hecho, se seguirá transmitiendo la idea –tanto criticada por los estudios de género– de
que ese sujeto representa la norma y todo lo que de él se aleja la excepción. Reconocer esto,
entonces, significa reconocer que, así como existen personas que reúnen en sí múltiples
opresiones, otras acumulan privilegios y otras vivencian contemporáneamente tanto la
opresión como el privilegio. Esta consideración permite visibilizar las diferencias
intragrupales; y, de esta manera, romper también el dualismo centro/margen (ya que, por un
lado, el margen puede tener varios centros en su interior y, por otro, una misma persona
puede ocupar simultáneamente posiciones centrales y marginales según desde dónde se
mire) (Gandarias Goikoetxea 2016). Desde aquí consideramos que esta última aportación es
fundamental para nuestra investigación, ya que nos ayuda a aprehender la complejidad de la
posición social de los varones en situación de exclusión, seres oprimidos desde una
perspectiva de clase, pero privilegiados desde un punto de vista de género9.
La interseccionalidad, en suma, constituye una aportación fundamental; y las
contribuciones de los estudios post-interseccionales una ocasión para seguir enriqueciendo
esta teoría. Ponerla en práctica, sin embargo, no es fácil: en primer lugar, porque existe el
9 Para un análisis más detallado de las ambivalencias de la posición de los varones en situación de exclusión y de cómo esto
inciden en la aparición y desarrollo de procesos de violencia de género, véase apartado 5.2.3.2.
25
Violencia de género en la pareja y exclusión social
26
El contexto estructural que posibilita la violencia de género
10 Se ha aclarado cómo los dispositivos prácticos de género revierten en un reforzamiento de la estructura social patriarcal. Los
análisis de inspiración foucaultiana (con el concepto de dispositivo práctico de género), sin embargo, a la vez que permiten dar
cuenta de los elementos de continuidad, también ayudan a comprender los cambios que han tenido lugar. Foucault, de hecho,
no analiza únicamente la manera en que las prácticas favorecen el mantenimiento de un orden dado, sino que plantea también
la posibilidad contraria, de prácticas que, lejos de obedecer la norma que las ha generado, la problematizan, abriendo así
espacios de libertad (Amigot y Pujal 2009) . Sería éste el caso de todas aquellas mujeres y aquellos hombres que, aun siendo
productos de un sistema social determinado, han desafiado y desafían las normativas genéricas de su tiempo y lugar.
Haciéndolo, de hecho, han logrado y todavía logran que tanto las normas como las prácticas tengan que modificarse y
adaptarse.
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Violencia de género en la pareja y exclusión social
poder en las que están atrapados, unos esquemas mentales que son el producto de la
asimilación de estas relaciones de poder”. En otras palabras, tales dispositivos, por una
parte, consiguen que las mujeres interioricen unos valores y conductas determinados
(astucia, mentira, pasividad, etc.) y, por otra, logran que, a la hora de percibirse y valorarse,
o de percibir y valorar a los hombres, devalúen los valores y prácticas que han aprendido y
ensalcen los del grupo dominante. De esta manera “la visión androcéntrica” se encuentra
“continuamente legitimada por las mismas prácticas que determina” (Bourdieu 1998/2000,
p.48), tanto que una de las tareas más difíciles para el feminismo ha sido mostrar y
demostrar la existencia de la opresión –y esto pese a la existencia de indicadores muy claros
que la prueban (Juliano 2004)–. En este sentido, entonces, la interiorización de los
mandatos de género, llegando a configurarse como una profecía que se autocumple,
contribuye a confirmar el prejuicio y perpetuar la dominación (Bourdieu 1998/2000;
Esteban 2008).
También en este caso, entonces, existen fuertes puntos de contacto entre la noción aquí
analizada y la de operatividad del sistema de género. Resulta, sin embargo, interesante
destacar aquí dicha noción porque, al igual que la anterior, permite focalizar la atención
precisamente en lo que nos interesa profundizar en este momento: no tanto el sistema de
género en cuanto tal, sino las propiedades del mismo que garantizan su supervivencia
incluso en épocas de igualdad formal.
Finalmente, también pueden evidenciarse fuertes puntos de contacto entre la noción de
dispositivos prácticos de género y la de violencia simbólica, ya que ambas nos hablan de
cómo el sistema de género se perpetúa gracias a las prácticas que determina. La noción de
dispositivos prácticos de género, sin embargo, pone el acento precisamente en eso, en las
prácticas y en cómo éstas contribuyen a mantener y magnificar las desigualdades existentes.
La noción de violencia simbólica, por el contrario, aun hablándonos de estas prácticas, fija
su atención en otro elemento: la valoración y el juicio que, de las mismas, se hace y la
manera en que esto contribuye a perpetuar una devaluación de lo femenino y revaloración
de lo masculino y, de esta manera, mantener la opresión.
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El contexto estructural que posibilita la violencia de género
11 La creciente individualización de las mujeres es el resultado de las contradicciones un sistema social progresivamente más
complejo, que, si bien necesita a unos sujetos (mujeres) con identidad relacional para asegurar el bienestar de todos sus
miembros, también requiere de la individualización de todas las personas para asegurar su propia sostenibilidad (Hernando
2003).
12 En ambos casos, se utiliza el concepto de explotación en términos marxistas, como extracción de valor excedente, libre de
29
Violencia de género en la pareja y exclusión social
(Amigot 2012) 13 . Paralelamente, además, se han incrementado las presiones sobre los
individuos para que se hagan a sí mismos, se diferencien de los demás y sean únicos y
exitosos. En este contexto, la necesidad de reconocimiento social (tanto de hombres como
de mujeres) se ha incrementado de forma muy clara.
Si esta necesidad de reconocimiento es transversal al sexo, las herramientas socialmente
disponibles para alcanzarlo no lo son, sino que varían en función del mismo. Los hombres,
de hecho, pueden más fácilmente obtener reconocimiento en ámbito laboral, público, etc.,
mientras que las mujeres, no solamente encuentran mayores dificultades para ser
reconocidas en estas esferas, sino que paralelamente experimentan también una mayor
presión social al “éxito” amoroso. La combinación de estos elementos hace que una parte
más significativa de su reconocimiento social (y de su auto-valoración) venga de y se en
encuentre en el amor (Illouz 2012), lo cual a su vez nos ayuda a comprender por qué este
amor es tan importante en la construcción de la identidad femenina. En este contexto,
entonces, la narrativa sobre el amor romántico (con su fantasía de completitud y fusión),
lejos de perder relevancia, adquiere aún más importancia y se vuelve aún más peligrosa para
las mujeres.
Resumiendo, la modernidad líquida se manifiesta de forma diferente para hombres y
mujeres y confirma la importancia de poner el amor en el centro del análisis sobre el
patriarcado contemporáneo. En el caso específico de los procesos de violencia de género en
relaciones de pareja, por otra parte, el papel de este factor es aún más significativo. La
enorme importancia que las relaciones y el amor adquieren en la vida de las mujeres, de
hecho, constituye un elemento clave de cara a comprender el desarrollo de tales procesos14.
La innegable relevancia de las relaciones y el amor, sin embargo, no puede llevarnos a
ignorar el hecho de que su centralidad probablemente varíe en función de otros ejes
fundamentales, como, por ejemplo, la clase social o, en nuestro caso, la situación de
exclusión. Los imperativos de la sociedad líquida, de hecho, no afectan igualmente a todos
los grupos sociales. Piénsese, por ejemplo, que la presión al “éxito” es un valor
característico de las clases medias o medias-altas (Elley 2011); y que esto vale también para
la presión al éxito amoroso. Es ésta una interpretación que, como veremos, se ve
confirmada por las mujeres en situación de exclusión entrevistadas. En sus relatos, de
hecho, los elementos de corte más simbólico (in primis el amor) no adquieren el
protagonismo esperado.
Como último punto, queremos destacar que la importancia de los elementos simbólicos
hasta aquí analizados no puede hacernos olvidar que, también en las sociedades
occidentales contemporáneas, mujeres y hombres siguen accediendo de manera muy
diferente a los recursos materiales y que permanece cierta dependencia económica de las
primeras con respecto a los segundos, dependencia que puede revestir un papel ciertamente
importante en el desarrollo de los procesos de violencia de género en el marco de relaciones
13 Para dar cuenta de estas transformaciones, varios autores han acuñado expresiones como “modernidad líquida” (Bauman
2000/2003), “sociedad del riesgo” (Beck 1986/2006) o también “nuevo espíritu creativo del capitalismo” (Boltanski y Chiapello
1999).
14 Para un análisis más detallado de cómo esta centralidad del amor incide en el desarrollo de procesos de violencia de género,
30
El contexto estructural que posibilita la violencia de género
31
2.4 Conclusiones
Al principio de este capítulo se ha aclarado que, siendo las diferentes manifestaciones de
la violencia de género un producto de la estructura de dominación patriarcal (Lorente 2007;
Millett 1970/1995), cualquier análisis de las mismas requiere el previo conocimiento de los
mecanismos que sustentan dicha estructura que las hace posibles. Este conocimiento, por
otra parte, es, si cabe, aún más relevante en el caso específico de nuestro análisis, ya que, de
lo contrario, el tema en ella tratado podría, por un lado, terminar fomentando explicaciones
individualistas de la violencia y, por otro y en estrecha relación con lo anterior, resultar en
procesos de criminalización de la población en situación de exclusión.
Es por ello que hemos empezado nuestro trabajo definiendo y examinando brevemente
algunos conceptos clave de los estudios de género. Para ello, hemos empezado
ocupándonos de las nociones de patriarcado y (sistema de) género. Éstas pueden, a primera
vista, parecer conceptos muy similares y, efectivamente, en la práctica, tienden a menudo a
utilizarse como sinónimos; un análisis más pormenorizado, sin embargo, permite evidenciar
claras diferencias entre los dos. La noción de patriarcado, de hecho, hace referencia a una
estructura social de dominación y explotación masculina (Puleo 1995); mientras que la de
(sistema de) género define el conjunto de características que una sociedad asocia a cada
sexo y la manera en que esto configura las identidades de mujeres y hombres (Scott 1999).
En otras palabras, si la primera hace referencia a una estructura social, algo más estático, la
segunda identifica la herramienta, el dispositivo que asegura el mantenimiento de dicha
estructura. Resumiendo, si uno responde al qué, el otro responde al cómo.
En tercer lugar, hemos presentado la noción de identidades de género. Éstas, por un lado,
reflejan el hecho de que, socialmente, se atribuyen a cada género características opuestas,
en apariencia complementarias, en realidad jerarquizadas (Blanco 2005); por otro, indican
que tales mandatos sociales no permanecen exclusivamente en un plano abstracto, externo,
sino que llegan a condicionar el desarrollo subjetivo de los individuos (Amigot 2011). Las
identidades de género representan, en suma, el producto de un determinado sistema de
género y –lo que más nos interesa– revisten un papel fundamental en la comprensión de la
etiología y desarrollo de los procesos de violencia de género en el marco de relaciones
íntimas.
Finalmente, nos hemos ocupado de la noción de interseccionalidad. Ésta aclara que las
desigualdades entre mujeres y hombres no se dan en un vacío social, sino en intersección
con otros ejes de desigualdad y otros sistemas de opresión (clasismo, racismo, etc.) (Collins
1990/2000). Si se considera que, en nuestra investigación, nos ocupamos precisamente de la
manera en que –en el caso concreto de los procesos de violencia de género en relaciones de
pareja– el sistema de género interactúa con la situación de integración/exclusión social,
entonces, se desprende que esta noción constituye un marco privilegiado para pensar la
interrelación que nos ocupa. Es, por lo tanto, un referente teórico ineludible para nuestro
estudio.
Una vez examinados estos conceptos, en la segunda parte del capítulo hemos tratado de
comprender cómo es posible que, en un contexto de formal igualdad entre hombres y
mujeres, tanto las desigualdades como la violencia de género sigan manteniéndose. Para
32
El contexto estructural que posibilita la violencia de género
33
3. La violencia de género en la pareja
3.1 Introducción
Una vez examinados los conceptos más significativos entre aquellos habitualmente
utilizados para dar cuenta de la estructura que causa las diferentes manifestaciones de la
violencia de género; y una vez mostrados los elementos más relevantes en el mantenimiento
del patriarcado contemporáneo, disponemos de las herramientas necesarias para adentrarnos
en el análisis del fenómeno que nos ocupa: la violencia de género que tiene lugar en el
marco de relaciones íntimas. A ella dedicamos, por lo tanto, el presente capítulo.
Para ello, en primer lugar efectuamos una breve panorámica de los diferentes marcos
analíticos que se han utilizado para estudiar dicha violencia, prestando especial atención a
aquellos que nos permiten avanzar en el tema que específicamente nos ocupa: la
interrelación entre esta violencia y los procesos de exclusión social. En segundo lugar,
definimos el fenómeno de la violencia de género y aclaramos qué conductas se incluyen en
él. Finalmente, realizamos una aproximación “desde abajo” e intentamos comprender cómo
se manifiestan los procesos de violencia de género y qué dinámicas los caracterizan.
15 Para un análisis detallado de las diferentes conductas que se incluyen en la noción de violencia de género, véase apartado
3.3.3
Violencia de género en la pareja y exclusión social
solamente un producto de la desigualdad, sino también una pieza central del mecanismo de
perpetuación de la dominación patriarcal (Fernández 2004; Izquierdo 2007; Lorente
2007)16. En resumen, la relación entre desigualdad y violencia es biunívoca: por un lado, la
desigualdad genera violencia; por otro, la violencia contribuye al mantenimiento de la
desigualdad (Lorente 2007).
Varios estudios confirman la existencia de una relación entre desigualdad y violencia: a
nivel macro, por ejemplo, Levinson (1989) y Jewkes (2002) muestran que existe una
correlación entre la intensidad de las desigualdades de género y la incidencia de la violencia
de género en la pareja. Más concretamente, donde las primeras son más elevadas, también
la segunda lo es, y viceversa17. A nivel micro, el esquema se repite y el hecho de que un
varón muestre actitudes conservadoras acerca del estatus de las mujeres se configura como
un claro factor de riesgo (Jewkes 2002; Jewkes et al. 2002). Más genéricamente, sólo si
consideramos las violencias de género como una consecuencia del sistema de género,
podemos explicar por qué la propensión a agredir es tan mayoritariamente masculina y los
blancos de tales agresiones son tan a menudo mujeres (Schechter 1982).
Para comprender la etiología y desarrollo de este fenómeno, entonces, debemos
referirnos al nivel estructural. En el capítulo anterior nos hemos ocupado ampliamente de
este nivel. Sin repetir todo lo que allí ya se dijo, cabe, sin embargo, resaltar aquí algunas
cuestiones fundamentales18.
Más concretamente, ante todo hay que considerar que las relaciones de género son
relaciones de poder: en ellas lo masculino y lo femenino no coexisten en un plano de
igualdad, sino en clara jerarquía, tanto simbólica como material (Amigot y Pujal 2009;
Tarrés 2012). Los varones, en otras palabras, ocupan una posición de privilegio por el
simple hecho de ser varones, y esto es lo que Bonino (2007a), gráficamente, llama “tarjeta
VIP.. Esta situación de desigualdad preexistente y la detención de una posición de poder se
acompañan, además, a un derecho percibido –aunque no sea de forma consciente– a ocupar
16 No solemos asociar el sistema de dominación patriarcal con la fuerza, pero esto no implica que no la utilice, sino que indica
que “su sistema socializador es tan perfecto, la aceptación general de sus valores tan firme y su historia en la sociedad
humana tan larga y universal, que apenas necesita el respaldo de la violencia” (Millett 1970/1975, p.58). Esta cita de Millett nos
está hablando de la naturalización del sistema de dominación patriarcal, un proceso que, escribe Amigot (2011), invisibiliza las
relaciones de poder, logra que parezcan obvias, inmodificables e incuestionables (naturales), transmite, en suma, la idea de
que “no podría ser de otra manera”. Si la naturalización es un elemento común a todos los dispositivos de poder (es más, la
eficacia de unas relaciones de poder es tanto más grande cuando mayor es su grado de naturalización e invisibilización), este
proceso es aún más acentuado en el caso de la estructura de dominación patriarcal. Esta última, de hecho, se basa
precisamente en la atribución a cada sexo de unas características, roles y funciones que, aun siendo sociales, se pretenden
biológicos y naturales. Ésta, entonces, es la razón por la que, como aclarábamos más arriba, la estructura de dominación
patriarcal no requiere (o lo hace en grados mucho menores de lo esperable) del uso de la fuerza para ser mantenida.
17 Los datos extraídos de la encuesta realizada en 2014 por parte de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión
Europea (FRA) muestran un panorama más matizado, donde la intensidad de las desigualdades de género no guarda una
relación directa con la incidencia de la violencia de género en la pareja. Estos resultados, sin embargo, pueden deberse a
varios factores (analizados en el capítulo Entorno de la observación, apartado Datos de encuesta. Comparativa UE) y, por lo
tanto, no ponen, por sí solos, en entredicho las conclusiones a las que llegaron los estudios aquí citados.
18 En lo que a esto respecta, resulta importante resaltar que, si bien la causa primaria de la violencia ha de ser buscada en la
construcción de la masculinidad, la gran mayoría de las acciones que han sido llevadas a cabo en los últimos años, tanto para
prevenir la violencia de género como también para paliar sus efectos, ha estado dirigida a las mujeres. Aunque, en un contexto
de competencia por recursos escasos, esta elección es comprensible, por otro puede sugerir la idea (equivocada) de que la
violencia de género es un problema “de” las mujeres. Y esto “es un obstáculo para la acción que debe ser removido, ya que la
violencia no es un problema “de” sino un problema “para” las mujeres, siendo en realidad, y fundamentalmente, un problema
“de” la cultura masculina/patriarcal y “de” los varones” (Bonino 2002, p. 199; Bonino 2008).
36
La violencia de género en la pareja
esta posición de privilegio y a ejercer dicho poder (Bonino 2002). Los privilegios que esta
simbólica tarjeta otorga, en suma, requieren ser defendidos –con la violencia si hace falta– y
esto es un primer elemento que sitúa la etiología de la violencia de género en el nivel
estructural.
A esto hay que añadir que la contrapartida necesaria de la superioridad masculina es la
inferiorización de las mujeres: y esto implica que los privilegios que esta simbólica tarjeta
otorga no solamente requieren ser defendidos sino que, además, pueden serlo. Es decir, que
la inferiorización convierte a las mujeres en un blanco legítimo de esa violencia que es
necesario ejercer para mantener la superioridad (Bonino 2002)19.
Finalmente, no podemos ignorar que la masculinidad incorpora la violencia como un
elemento importante de estructuración de la identidad (Bonino 2002; Cortés 2004;
Hernández et al. 2007; Kimmel 2001) y que la violencia se presenta, en el caso de los
varones, como un instrumento legítimo de resolución de conflictos. Paralelamente, además,
la socialización diferencial de género conduce, en ellos, a un infradesarrollo de habilidades
que permitan asumir el fracaso y gestionar las emociones que esto conlleva (Basaglia 1983;
Bourdieu 1998/2000; Lagarde 2008; Tormey 1976). Todo esto también suporta una
explicación estructuralista de la violencia.
Los argumentos hasta aquí expuestos demuestran que la violencia de género en la pareja
es un fenómeno con causas estructurales y, como tal, ésta no pude tener paralelo en el sexo
masculino20.
19 Esta simbólica tarjeta, que otorga unos privilegios que los hombres se resisten a abandonar, por otra parte, nos ayuda a
comprender por qué la violencia no es recurso exclusivo de varones tradicionales; al contrario, es una herramienta que puede
ser utilizada también por los hombres que adhieren a las llamadas “nuevas masculinidades” y lo es precisamente porque, más
allá de una renuncia explícita a la masculinidad tradicional (y a su carga de violencia), permanecen un estatus más elevado y
una condición de superioridad.
20 De hecho, si bien es verdad que existen situaciones (minoritarias) en las que el agresor es una mujer y la víctima un varón, en
esos casos la violencia “no tiene su razón de ser en el sexo de la víctima” ni es un instrumento de perpetuación de la
desigualdad (Laurenzo 2005). En otras palabras, en un caso la violencia es una herramienta para apuntalar o reforzar una
posición de poder, socialmente atribuida; en el otro no. En un caso, se trata de un reflejo de las desigualdades de género
existentes en la sociedad (De Miguel 2005; Marugán 2012; Vives-Cases 2011); en el otro, es la manifestación de dinámicas de
poder internas a una pareja. La experiencia concreta de esta violencia también es profundamente diferente en un caso y en
otro: un estudio canadiense, de hecho, muestra que, aunque tanto hombres como mujeres pueden sufrir violencia por parte
del/la compañero/a íntimo/a, las segundas tienen un riesgo mucho más elevado de experimentar una violencia prolongada, con
un fuerte componente de control y asociada a miedo (Ansara y Hidnin 2010). Las violencias que mujeres y hombres pueden
vivenciar, en resumen, constituyen fenómenos profundamente diferentes –violencia de género en un caso, violencia
intrafamiliar en otro–, que no pueden ser correctamente analizados de forma unitaria (García y Casado 2010). Es por ello que,
en la presente investigación, nos ocupamos únicamente de la violencia que experimentan las mujeres.
37
Violencia de género en la pareja y exclusión social
existencia de otros factores que interactúan con el género y que también son esenciales para
comprender el fenómeno que nos ocupa.
Varias autoras y autores han puesto de relieve las limitaciones de la perspectiva
estructural. Heise (1998), por ejemplo, subraya que las teorías feministas estructuralistas no
pueden dar cuenta del por qué no todos los hombres agreden a las mujeres. Análogamente,
Jewkes y otras (2002) destacan que tales formulaciones no pueden explicar “por qué ciertos
hombres, y no otros, agreden a las mujeres en una sociedad determinada” (Jewkes et al.
2002, p. 1614). García y Casado, (2010), finalmente, subrayan que la dominación patriarcal
constituye sí una condición necesaria de la violencia (como correctamente identifican las
teorías estructuralistas), pero no es una condición suficiente de la misma (y aquí es donde
tales teorías fallan). En otras palabras, estas autoras y autores ponen de relieve que las
teorías estructuralistas identifican con claridad cuáles son las condiciones que posibilitan la
violencia (el “caldo de cultivo” de la misma), pero no permiten identificar cuáles son los
factores que hacen que ésta llegue efectivamente a producirse 21 . Aplicadas al tema que
específicamente nos ocupa, las limitaciones ahora señaladas implican que las teorías
estructuralistas no pueden, por sí solas, ayudarnos a analizar la interrelación entre la
violencia de género y la exclusión social.
Pese a estas limitaciones, una gran parte de las investigadoras feministas, a la hora de
estudiar las causas de la violencia, se ha mostrado reacia a aceptar cualquier explicación
más allá de la que remite a la dominación masculina (Heise 1998). Si consideramos que la
comunidad académica ha manifestado siempre gran renuencia a la hora de reconocer el
papel de las desigualdades de género en la etiología de la violencia (ej. Follingstad y Rogers
2013; Montero 2001; Woodin, Sotskova y O’Leary 2013), esta reluctancia resulta
comprensible y, por lo menos en un primer momento, incluso estratégicamente necesaria
(Heise 1998; Richie 2000). En esa fase, de hecho, era preciso contrarrestar todo un
entramado científico-ideológico ya asentado que negaba el papel de las desigualdades de
género en la etiología de la violencia, y para hacerlo había que crear un marco alternativo
claramente diferenciado. Treinta años después, sin embargo, este marco alternativo ya ha
sido creado: la producción académica es muy abundante (Messing, Adelman y Durfee
2012) y el papel de la estructura patriarcal en la etiología de la violencia ha sido
ampliamente analizado. En este contexto, por lo tanto, la resistencia a considerar otros
factores más allá del género limita la capacidad explicativa de las teorías estructuralistas y
debe, por lo tanto, ser puesta en cuestión.
21 Una interesante excepción la constituye precisamente el análisis de García y Casado (2010). Estas autoras, de hecho,
partiendo de un marco estructural, intentan dar cuenta de cómo este marco (condición de posibilidad de la violencia de género)
necesita interaccionar con otros elementos (más concretamente, el vínculo de pareja y sus dinámicas de dependencias y
reconocimientos) para desembocar en violencia. Aquí, sin embargo, no profundizamos en su propuesta, porque nuestro
objetivo es realizar una presentación de los modelos explicativos “hegemónicos” (García y Casado 2010), es decir, aquellos
que más éxito y difusión han alcanzado, llegando a constituir una referencia ineludible para las investigaciones posteriores.
Para un análisis más detallado del trabajo de García y Casado , entonces, véase apartado 3.4.2.1.2.
38
La violencia de género en la pareja
adoptan la perspectiva de la violencia familiar (Yick 2001). Es éste un bloque muy amplio,
formado por múltiples subsistemas, todos, sin embargo, aunados por el hecho de que no
reconocen el origen estructural de la violencia de género, ni –por lo tanto– muestran algún
interés por analizar el papel del género en la etiología de la violencia22. Como resultado,
brindan su apoyo a la noción de simetría de género (ej. Dutton 2006; Straus 1993; Straus,
Gelles y Steinmetz 1980).
Hasta un pasado reciente, dichas investigaciones recibieron duras críticas en relación con
la selección de la muestra, que no obedecía a criterios estadísticos (ej. Bonino 2008; Ferrer
y Bosch 2005a; Ferrer y Bosch 2005b)23. Con el paso del tiempo, sin embargo, este defecto
ha sido subsanado y, en la actualidad, la mayoría de ellas suele efectuar sus análisis a partir
de encuestas representativas de la totalidad de la población. Se trata, sin lugar a dudas, de
un avance significativo; el hecho de que esas encuestas midan la presencia de violencia a
partir de la Conflict Tactic Scale, sin embargo, sigue siendo una limitación importante. Esta
herramienta, de hecho, se aplica de forma indistinta a mujeres y hombres, sin tener en
cuenta la posición desigual que unas y otros ocupan en la estructura social, y además evalúa
solamente hechos aislados, sin considerar las circunstancias en las que se dieron, sus
significados, las razones que los motivaron y las consecuencias que tuvieron (Belknap y
Melton 2005; Dasgupta 2001). Todo esto distorsiona la realidad. Algunas autoras, además,
subrayan que los resultados de tales estudios podrían estar asimismo viciados por sesgos de
respuesta, ligados a diferentes patrones de declaración entre hombres y mujeres (se
considera que los primeros tenderían a magnificar la violencia sufrida y las segundas la
ejercida) (Kurts 1989). Estos defectos explicarían por qué estos estudios detectan una
fundamental simetría de género que de ninguna manera es confirmada por los datos
administrativos y judiciales disponibles (Gobierno de Navarra 2014).
En resumen, si los estudios que enfatizan el papel de la estructura social como causa
única de la violencia son inespecíficos, difusos y excesivamente generalizados y no
atienden a lo más concreto; aquellos que se engloban en la perspectiva de la violencia
familiar y que se dirigen a la creación de “perfiles” de agresores y víctimas son
evidentemente parciales. Análogamente, si los primeros no consiguen explicar por qué,
aunque las desigualdades de género afectan al conjunto de la sociedad, solamente en
22 Entre estos subsistemas identificamos la teoría sistémica, la teoría del cambio/control social, la teoría de la subcultura de la
violencia, etc. La primera defiende que la violencia doméstica – éste es el término que emplean –no es el resultado de una
socialización inadecuada ni de una personalidad psicótica, sino que es un producto del sistema familia; la segunda apunta que
esta violencia tiene lugar porque los beneficios que aporta son mayores que los costes; la última, finalmente, considera que si
ciertas subculturas exhiben mayores niveles de violencia es porque ésta es parte de las normas y valores sociales del grupo
(Lawson 2012).
23 Dentro de las investigaciones que analizaban el perfil de los hombres agresores (ej. Basile, Hall y Walters 2013), el sesgo de
muestreo era consecuencia del hecho de que solo un pequeño porcentaje de varones maltratadores aceptaba ser entrevistado.
Este reducido porcentaje no era representativo de la totalidad del colectivo, sino que solía pertenecer a la subcategoría de
maltratadores que ejercían violencia física legalmente punible y/o que estaban asistiendo a programas de reinserción social (la
mayoría de las veces por mandato judicial). Esta muestra, que representaba no más del 5% del total de los hombres agresores,
por lo tanto, invisibilizaba todos aquellos que ejercían formas de violencia física “menor” (Bonino 2008). Dentro de los estudios
que analizaban las características de las mujeres agredidas, por otra parte, el sesgo era consecuencia del hecho de que la
mayoría de las veces la muestra estaba constituida por mujeres procedentes de casas de acogida u otros recursos de carácter
público (los más accesibles para las investigadoras) (Ferrer y Bosch 2005b). Las mujeres que acudían a este tipo de recursos,
sin embargo, no eran representativas de la totalidad del colectivo; sino que pertenecían al reducido porcentaje de mujeres que
había vivido las formas más intensas de maltrato físico (Ferrer y Bosch 2005b) y que presentaba un nivel socio-económico bajo
o incluso una situación de exclusión social (Gobierno de Navarra 2014).
39
Violencia de género en la pareja y exclusión social
algunos casos éstas cristalizan en violencia; los segundos no pueden aclarar por qué la
propensión a agredir es tan mayoritariamente masculina y los blancos de tales agresiones
son tan a menudo mujeres (García y Casado 2010).
24 En lo que respecta a la atribución de los varios factores a los distintos niveles, cabe destacar la existencia de una gran
variabilidad en función del estudio analizado (ej. Aldarondo y Castro-Fernández 2011; Barrett, Habibov y Campbell et al. 2011;
Chernyak 2012; Heise 1998; Nóblega 2012; Stöckl, Heise y Watts 2011). Esto se explica si consideramos que atribuir un
elemento a un nivel u otro presenta un elevado componente de arbitrariedad. Si consideramos el factor pobreza, por ejemplo,
veremos que éste, pese a ser definido por Heise como factor de nivel de exosistema, tiene consecuencias en todos los niveles:
en el plano individual, porque influye en la manera en que cada varón vivencia su identidad masculina; a nivel de relación
porque puede ser fuente de conflictos en la pareja o el núcleo familiar; a nivel comunitario porque el nivel de recursos
económicos de los que una comunidad dispone tiene consecuencias en la definición social de masculinidad exitosa (Jewkes,
Levin y Penn-Kekana 2002); y a nivel estructural porque es una consecuencia de la estructura de clase.
41
Violencia de género en la pareja y exclusión social
25 Para un análisis de los factores que contribuyen al desarrollo de una masculinidad de este tipo, véase cap. 5 y apartado 4.4.1
apartado 4.4.1.
42
La violencia de género en la pareja
causas directas sino como factores desencadenantes, facilitadores, como elementos que
desarrollan un papel explicativo relevante, pero sólo lo hacen en presencia de una
precondición: una estructura social patriarcal (Ferrer y Bosch 2005b).
Esta apreciación, sin embargo, no cuestiona la relevancia del marco ecológico integrado
para nuestro estudio, ya que lo que nos interesa no es tanto la arquitectura específica del
mismo como la idea que éste propone: analizar la violencia de género en la pareja como el
resultado de la interrelación entre factores de diferente tipo (causal vs precipitante) y nivel.
43
Violencia de género en la pareja y exclusión social
de su posición de clase, raza, etc.26; por otro, también el tipo de violencia, su intensidad y
las consecuencias que ésta acarrea varían en consonancia con esas mismas variables (Nixon
y Humphreys 2010; Richie 2000; Sokoloff 2004).
La aplicación de esta perspectiva, aunque necesaria, presenta varias dificultades y
desafíos. Por una parte, de hecho, su utilización en estudios de carácter empírico es
compleja, por el análisis multinivel que requiere y por la escasez de antecedentes teóricos,
ya que gran parte de la producción existente tiene carácter abstracto (Damant et al. 2008).
Por otra, el estudio de la violencia de género en la pareja en grupos marginalizados presenta
el riesgo de una ulterior marginalización de sus miembros (Sokoloff y Dupont 2005). Para
evitar que esto suceda, entonces, es necesario mantener siempre una mirada estructural,
donde las diferencias entre grupos dominantes y marginalizados se explican en relación al
“impacto de esta violencia pública del imperialismo, clasismo y racismo en la esfera
privada del hogar y las relaciones de pareja” (Almeida y Lockard 2004).
Las investigaciones que aplican la interseccionalidad al estudio de la violencia de género
en la pareja se han desarrollado sobre todo en Estados Unidos, mientras que no han
encontrado apenas difusión a nivel estatal. Esta ausencia puede estar relacionada con el
hecho de que, si bien, a nivel teórico, las autoras que se han ocupado de interseccionalidad
han subrayado la importancia de considerar una multiplicidad de factores, en los análisis
empíricos subsiguientes se ha profundizado casi únicamente en el factor racial (Sokoloff y
Dupont 2005)27. Y un examen del elemento racial resultaba evidentemente más atractivo en
Estados Unidos –donde exista una cuestión racial muy clara y antigua– que en el Estado
español –donde ésta es mucho más reciente y, en muchos casos, interrelacionada con otros
factores (ej. proceso migratorio).
Partiendo de estas reflexiones, desde aquí, por un lado, queremos subrayar la necesidad
de que, también en el Estado español, se realicen investigaciones que apliquen la
interseccionalidad al estudio de la violencia de género en la pareja. Por otro, deseamos
remarcar la necesidad de que los estudios venideros –tanto a nivel estatal como
internacional– no se limiten a analizar la intersección entre género y raza/etnia, sino que
amplíen su mirada a otros nodos de interrelación. Se piense, en primer lugar, al que une el
género con la clase (Nixon y Humphreys 2010) –algo que no solamente es importante per
se, sino que, en muchos casos, podría incluso contribuir a explicar parte de las diferencias
interraciales (Sokoloff 2004)–; pero también a otras intersecciones, como la que aquí nos
ocupa y que vincula el género con la situación de integración/exclusión social.
Los estudios que han aplicado la interseccionalidad al análisis de la violencia de género
en la pareja representan, en suma, una aportación científica muy relevante y constituyen un
marco de referencia privilegiado para el análisis que nos ocupa. Al igual que en el caso del
26 Para un análisis más detallado de las diferencias intergrupales en el caso de la violencia de género en la pareja véase el
apartado 4.1. En lo que respecta a otros tipos de violencia de género (como la violencia sexual de gravedad extrema o los
casos de feminicidio que no tienen lugar en la pareja), por otra parte, observamos que los efectos de la intersección entre
estructura patriarcal y otras estructuras de dominación (como las de clase y raza) son aún más significativos que en el caso de
la violencia en la pareja. Se considere, por ejemplo, el caso de los feminicidios en Guatemala o en Ciudad Juarez, que
muestran con toda claridad la situación de mayor vulnerabilidad de las mujeres pobres y/o indígenas, que se encuentran en la
intersección ente diferentes estructuras de desigualdad y, por ello, ven enormemente incrementado su riesgo de victimización
(Cobo 2011; García Selgas y Romero Bachiller 2006).
27 Para un análisis más detallado del rol predominante del factor racial, véase apartado 2.2.4.
44
La violencia de género en la pareja
marco ecológico, sin embargo, también en lo que a éstos se refiere consideramos necesario
efectuar algunas matizaciones. Las investigaciones interseccionales, de hecho, defienden
que ninguna dimensión tiene un papel privilegiado a la hora de explicar la violencia que las
mujeres viven en sus relaciones de pareja, ni siquiera el género (Bograd 2005; Sokoloff y
Dupont 2005; Volpp 2005). Desde aquí, creemos necesario contradecir esta afirmación, ya
que, si bien es verdad que el género no es el único elemento interviniente, en el caso
específico de la violencia de género éste es el único factor verdaderamente causal 28. Es
decir que, aunque las desigualdades de clase, de raza, etc. pueden exacerbar o desencadenar
la violencia, no la pueden causar. En otras palabras, éstas, a diferencia de las desigualdades
de género, no son una condición necesaria de la violencia de género en la pareja, sino
factores de riesgo, elementos precipitantes.
Resumiendo, tanto el marco ecológico como la interseccionalidad constituyen referentes
privilegiados para nuestro análisis. Aún más enriquecedora, por otra parte, es la integración
de sus respectivos hallazgos, y esto porque ambas propuestas, por relevantes que sean, son
parciales. El marco ecológico, de hecho, falla cuando olvida subrayar que no existe una sola
estructura de desigualdad, sino varias. Y la interseccionalidad, que visibiliza muy bien el
cruce de sistemas, no deja espacio para elementos de corte más micro, esenciales para
explicar la persistencia de diferencias entre individuos, incluso en el marco de una
estructura homogeneizadora.
En conclusión, entonces, los hallazgos conjuntos de la teoría ecológica y de la
interseccionalidad permiten acortar el abismo existente entre los estudios feministas
estructuralistas, por un lado, y las investigaciones que se engloban en la perspectiva de la
violencia familiar, por otro. Más concretamente, ambas teorías sustentan nuestra hipótesis
de que una mayor incidencia de la violencia entre mujeres en situación de dificultad no está
reñida con una conceptualización de la misma como resultado de la dominación masculina
(Nixon y Humphreys 2010). Tanto la teoría ecológica como la interseccionalidad se
confirman, por lo tanto, como marcos de referencia privilegiados para nuestra investigación.
28 Para un análisis más detallado del papel privilegiado del género en la etiología de la violencia de género, véase apartado 2.2.4.
45
Violencia de género en la pareja y exclusión social
29 La encuesta realizada en 2014 por parte de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), de hecho,
recurre a la noción de violencia contra las mujeres; y, siguiendo las recomendaciones UE, lo mismo hace la encuesta de
Violencia contra la Mujer de 2015 (aunque, en este caso, se habla de “mujer”, en singular, una decisión que no podemos sino
criticar duramente, ya que ésta, desatendiendo las aportaciones de la interseccionalidad, transmite la idea de que las mujeres
conforman un grupo absolutamente homogéneo y, de esta manera, invisibiliza la existencia de diferencias internas al colectivo,
en función, por ejemplo, del lugar de origen, la clase social, la orientación sexual, etc.).
46
La violencia de género en la pareja
hace posible (Fernández 2004). Desde aquí, sin embargo, consideramos que estos
conceptos, aun siendo preferibles al de violencia contra las mujeres, son menos rigurosos
que el de violencia de género. Mientras que este último identifica la violencia como el
resultado de un determinado “sistema de sexo/género de dominación masculina”
(Jonasdottir 1991/1993, p. 74), situándola así claramente en el nivel de la estructura, las
nociones de violencia sexista o machista pueden sugerir que se trata de la conducta desviada
de poco individuos todavía anclados en valores que pertenecen al pasado y que están
generalmente superados.
Otra posible denominación del fenómeno que nos ocupa es la de terrorismo sexual,
doméstico, machista o patriarcal. Es este caso, lo más relevante no es el apelativo, sino la
utilización estridente de un concepto que habitualmente pertenece a otros ámbitos y que
aquí se utiliza de forma metafórica (Moreno 2010). El objetivo, en este caso, es recordar
que los efectos buscados por el terrorismo de los grupos armados se asemejan a los
deseados por los hombres que ejercen violencia contra las mujeres: el primero, de hecho, a
través de actos militarmente poco significativos, logra instilar temor en toda la población
incluso cuando ésta no se encuentra directamente afectada; análogamente, el segundo, a
través de actos de violencia contra un (relativamente) reducido porcentaje de mujeres,
consigue el mantenimiento de todas ellas en una posición subordinada (Sheffield 1992;
Wheeler 2008)30. A esto se añade que la utilización de la noción de terrorismo tiene también
un objetivo estratégico: suscitar contra la violencia que enfrentan las mujeres el mismo
rechazo que suscita el terrorismo de los grupos armados (Moreno 2010). Se trata, entonces,
de una denominación que pretende incidir en la esfera de los sentimientos y las emociones
para generar un rechazo (quizás más instintivo que meditado) en contra de la violencia que
enfrentan las mujeres. Por estas razones, entonces, puede ser una denominación eficaz en
contextos activistas o mediáticos, pero no resulta especialmente adecuada para el análisis
académico.
Finalmente, otra posible denominación es la de violencia de género. Esta expresión logró
la popularidad con la Cumbre Internacional Sobre la Mujer de Beijing de 1995; nueve años
después fue adoptada por la legislación española (Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,
de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género); y es, actualmente, la más
utilizada en ámbito tanto mediático como académico (Moreno 2010; Rodríguez 2008). Se
trata de un anglicismo, derivado de la expresión inglesa gender-based violence (Moreno
2010): la traducción correcta sería, por lo tanto, “violencia basada en el género” y no
“violencia de género”. La primera opción es seguramente más precisa y esclarecedora que
la segunda; desde aquí, sin embargo, considerando que el nivel de precisión y rigor teórico
es elevado en ambos casos, hemos reputado oportuno no utilizarla, para no introducir más
términos al ya amplio panorama de denominaciones existente. En cualquier caso, el valor de
esta denominación reside en la precisión que muestra a la hora de “poner en evidencia el
carácter estructural de la violencia, de denunciar la existencia de un marco patriarcal de
relaciones que hace de mujeres y hombres lo que somos y que nos impulsa a hacer lo que
30 Existe, sin embargo, una diferencia fundamental entre el terrorismo político y el fenómeno del que nos ocupamos, ya que para
el primero instilar terror en la población es un objetivo estratégico que se busca de forma consciente con cada acto militar; en el
segundo, por el contrario, infundir miedo en las mujeres como grupo para así perpetuar la dominación no es algo que cada
agresor conscientemente busque, sino la consecuencia estructural de un acto individual.
47
Violencia de género en la pareja y exclusión social
hacemos” (Izquierdo 2007, p. 1). De hecho, mientras que definiciones como violencia
sexista y machista se limitan a nombrar la ideología que sustenta la violencia, la expresión
violencia de género subraya los mecanismos de actuación de la estructura patriarcal,
específicamente la asignación a mujeres y hombres de unas identidades de género
dicotómicas y jerarquizadas que convierten a las unas en victimas y a los otros en agresores.
En suma, la gran aportación de este concepto está en el hecho de que éste, a diferencia de
otros –como el de violencia contra las mujeres– permite evitar la naturalización de la
agresión masculina o de los hombres como agresores. Finalmente, cabe destacar que,
mientras que el concepto de violencia de género es el más preciso entre las posibles
denominaciones existentes, no es ciertamente el más inmediatamente comprensible para un
público no especializado (Moreno 2010). Esta noción, entonces, quizás no sea la más
idónea para ser utilizada en los medios de comunicación (sobre todo si paralelamente no se
aclarara qué es el género), pero es seguramente la más apropiada para un uso especializado,
y por esto hemos decidido utilizarla en la presente investigación.
48
La violencia de género en la pareja
espacio en función de los cambios sociales (García y Casado 2010; Marugán 2012). La
dificultad, además, aumenta conforme la sociedad va evolucionando y se amplía el abanico
de conductas consideradas inaceptables (Marugán 2012). En relación con la violencia que
se da en relaciones de pareja, por ejemplo, el panorama se ha complejizado mucho desde
que la violencia psicológica ha entrado a formar parte del abanico de conductas
inadmisibles (Osborne 2008). Ya no existe una línea divisoria clara entre maltrato y
sexismo y resulta muy difícil saber cuando tiene lugar el salto desde la desigualdad
“natural” de las relaciones entre hombres y mujeres socializados en valores tradicionales
hasta situaciones de verdadero maltrato (Fernández 2010).
En conclusión, la violencia propiamente dicha está íntimamente relacionada con la
violencia simbólica y estructural. A la hora de realizar un análisis empírico, sin embargo,
diferenciar la una de las otras es imprescindible (Osborne 2008), pero también muy
complejo. Por ello, hemos considerado oportuno remitirnos a las diferentes definiciones
operativas elaboradas por organismos nacionales y supranacionales.
“todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener
como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como
las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se
producen en la vida pública como en la vida privada”.
Un año después, en Beijing, durante la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres de las
Naciones Unidas, las definiciones de la Declaración sobre la eliminación de la violencia
contra la mujer son retomadas y repetidas. La nueva Convención, de hecho, concluye que la
violencia contra las mujeres incluye:
49
Violencia de género en la pareja y exclusión social
“todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño
físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de
la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada”.
A nivel regional, cabe reseñar el Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y
lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica del año 201133. Varios
elementos hacen de él un acuerdo especialmente significativo: el primero y más relevante es
que se trata del primer instrumento obligatorio a nivel europeo en materia de violencia de
género (Ushakova 2013); el segundo es que en él se establece claramente que la violencia
contra las mujeres constituye una violación de los derechos humanos (Lousada 2014); el
tercero es que, a la par que los acuerdos antes nombrados, éste también utiliza una
definición amplia de violencia contra las mujeres. Más concretamente, incluye en ella:
“todos los actos de violencia basados en el género que implican o pueden implicar para las
mujeres daños o sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica,
incluidas las amenazas de realizar dichos actos, la coacción o la privación arbitraria de
libertad, en la vida pública o privada” (art. 3a)
A nivel estatal, por el contrario, el panorama es más ambiguo. La Ley Orgánica 1/2004
de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, de hecho, en el
Preámbulo sí reconoce la existencia de múltiples manifestaciones de la violencia de género,
que puede tener lugar “en los tres ámbitos básicos de relación de la persona: maltrato en el
seno de las relaciones de pareja, agresión sexual en la vida social y acoso en el medio
laboral”. En el Objeto de la Ley, sin embargo, el espectro se cierra únicamente a la
violencia que se ejerce sobre las mujeres “por parte de quienes sean o hayan sido sus
cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de
afectividad, incluso sin convivencia”. Diferentes instancias, por otra parte, critican esta
limitación y subrayan la necesidad de incorporar en la Ley también la violencia de género
que tiene lugar fuera del ámbito de la pareja (ej. Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b).
En lo que atañe a la Comunidad Foral de Navarra, la Comunidad Autónoma en la que se
desarrolla este estudio, finalmente, cabe reseñar la Ley Foral 14/2015 para actuar contra la
violencia hacia las mujeres. Ésta, contrariamente a la Ley Orgánica 1/2004 y respetando
tanto los requerimientos de Estambul como las advertencias de personas expertas (ej.
Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b), recurre a una definición amplia de violencia de
género, incluyendo en ella tanto las agresiones que tienen lugar en la vida privada como las
que se perpetran en la vida pública. Más concretamente, considera tanto la violencia
ejercida por la pareja o la ex pareja como las distintas manifestaciones de la violencia
sexual, la explotación sexual, la mutilación genital femenina, la trata, el matrimonio
temprano o forzado, el feminicidio y “cualquier otra forma de violencia que lesione o sea
susceptible de lesionar la dignidad, la integridad o la libertad de las mujeres que se halle
prevista en los tratados internacionales, en el Código Penal español o en la normativa estatal
o foral”.
A partir de estas consideraciones, podemos definir cuáles son las diferentes
manifestaciones de la violencia de género, y específicamente:
33 Este acuerdo, que fue adoptado en el año 2011 en Estambul (y por eso es también conocido como Convenio de Estambul),
entró en vigor en el año 2014, fecha en la que se alcanzó el número mínimo de ratificaciones (10) necesario para ello.
50
La violencia de género en la pareja
51
Violencia de género en la pareja y exclusión social
34 Como ya se ha apuntado, no nos referimos al conjunto de la violencia de género, sino únicamente a aquella que tiene lugar en
el marco de relaciones íntimas.
35 Cabe señalar que no hay consenso en la literatura acerca de si la amenaza de tales actos debe ser considerada también
ejemplo de violencia física o si identifica un caso de violencia psicológica (Follingstad y Rogers 2013). Desde aquí se ha
considerado más acertada la segunda opción, en consideración de que el daño infringido no es físico sino psicológico (Ruíz-
Jarabo y Blanco 2007).
36 Aún hoy en día, de hecho, se llevan a cabo estudios que contemplan únicamente este tipo de violencia. Para un análisis más
52
La violencia de género en la pareja
referencia al hecho de que el varón controla el dinero, impide a la mujer hacer libre uso del
mismo, controla el patrimonio familiar etc.
Finalmente, la violencia sexual incluye toda imposición de un contacto sexual no
deseado –desde la obligación de vestir determinadas prendas o adoptar ciertas posturas
hasta la violación con uso de fuerza física– y también todo acto de chantaje, venganza o
amenazas contra la mujer que se ha negado a tener relaciones sexuales (Ruíz-Jarabo y
Blanco 2007). Se trata de comportamientos más normalizados y socialmente aceptados que
cualquier otra forma de violencia en la pareja (Dobash y Wilson 1992; Follingstad y Rogers
2013), lo cual hace que su reconocimiento y visibilización sea especialmente difícil
(Hanneke y Shields 1985; Martin et al. 2007). Asimismo, cabe evidenciar que, mientras que
las interrelaciones entre la violencia psicológica y la física quedan relativamente claras, las
dinámicas de la relación entre la violencia sexual y otros tipos de maltrato todavía no se han
explorado en profundidad (Woodin, Sotskova y O`Leary 126).
53
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Nos referimos, ante todo, a la manera en qué la identidad femenina se construye: ésta, de
hecho, no solamente se rige alrededor de las ideas de amabilidad, empatía, entrega y
autosacrificio; sino que, además, se define por un sentimiento de fragilidad y dependencia,
de “ser para otros” y a través de los otros (Basaglia 1983; Bourdieu 1998/2000). Estos
primeros elementos ya nos ayudan a comprender por qué, para las mujeres, ponerse a sí
mismas en primer lugar y poner fin a las relaciones en cuanto éstas dejan de ser
beneficiosas para ellas –sea porque aparecen los primeros episodios violentos, sea por otras
razones no ligadas a la violencia– puede llegar a ser tan difícil.
Paralelamente, hay que tener en cuenta que el amor sigue siendo la piedra angular del
proyecto vital de las mujeres (Esteban 2008; Lagarde 2005; Sanpedro 2005), con el
resultado de que, incluso en la actualidad, una gran parte de la capacidad de éstas de amarse
a sí mismas sigue dependiendo de su éxito en campo amoroso (Fernández 2004). Éste es
otro –importantísimo– elemento que juega en contra de la capacidad de las mujeres de
poner fin a relaciones no satisfactorias o directamente violentas.
Y aún es más: en las últimas décadas la importancia del amor, lejos de disminuir, se ha
incluso incrementado. Tanto los procesos de individualización característicos de la sociedad
del riesgo (Beck 1986/2006), como (en relación con éstos) el aumento de las presiones
sobre los individuos para que sean únicos y exitosos, de hecho, han incrementado la
necesidad de reconocimiento social. Y, en el caso de las mujeres, el lugar privilegiado en el
que hallar este reconocimiento sigue siendo el amor (Illouz 2012). Éste es otro factor que
nos ayuda a comprender por qué, pese a los avances habidos en términos de igualdad en las
últimas décadas, renunciar voluntariamente a un “amor” (por insatisfactorio, tóxico o
incluso violento que éste sea) sigue siendo, para las mujeres, algo tan arduo.
Cuando nos preguntamos por qué las mujeres pueden llegar a permanecer durante años,
e incluso décadas, con parejas que las maltratan, por lo tanto, debemos, en primer lugar,
tener en cuenta factores de nivel estructural, sociales antes que psicológicos, colectivos
antes que individuales (Craven 2003).
38La separación entre dependencias materiales y simbólico-emocionales es analítica, no real, ya que en ambos casos coexisten
elementos materiales y elementos simbólicos, aunque en proporción diferente.
54
La violencia de género en la pareja
hombres– constituye el núcleo del vínculo y puede ayudarnos a comprender muchas de las
dinámicas que caracterizan las relaciones de pareja: sus interacciones cotidianas (más o
menos saludables), pero también la aparición de la violencia y –lo que aquí más nos
interesa– la permanencia de las mujeres en la relación una vez que ésta ha aparecido.
Asimismo, es importante recordar una vez más que, en la sociedad líquida
contemporánea –donde vienen a faltar las formas de validación y reconocimiento
tradicionales, como el gremio o la clase (Amigot 2012)– la relevancia del amor como fuente
de reconocimiento es aún mayor que en épocas anteriores. En un contexto como éste,
entonces, la reflexión de García y Casado (2010) acerca de la importancia del vínculo
resulta especialmente pertinente y es un elemento esencial para comprender la permanencia
de las mujeres en relaciones insatisfactorias, tóxicas e incluso manifiestamente violentas39.
39 Como se ha podido observar, entonces, existen fuertes vínculos entre lo analizado en el apartado anterior (donde también nos
hemos ocupado de reconocimiento) y lo que aquí se ha examinado. Las diferencias, sin embargo, también son significativas.
En un caso, de hecho, el reconocimiento se analiza, por un lado, como una necesidad humana universal que puede ser
cubierta en múltiples ámbitos (pareja, pero también esfera pública, etc.); y, por otro, como algo eminentemente social (no hace
tanto referencia al hecho de que las mujeres buscan ser reconocidas por la pareja como al hecho de que tener pareja se
vuelve una condición necesaria para ser –y sentirse– reconocidas por la sociedad entera). En otro, por el contrario, el
reconocimiento adquiere un significado mucho más específico y limitado al ámbito de la relación de pareja y al funcionamiento
del vínculo afectivo.
55
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Lo que nos interesa destacar aquí es que la existencia de una fase de reconciliación o
“luna de miel”, donde los hombres se muestran arrepentidos y amables y aseguran que el
hecho no volverá a repetirse40 representa un refuerzo positivo para la permanencia de las
mujeres en la relación. El funcionamiento de este ciclo, por lo tanto, es otro elemento que
nos ayuda a comprender por qué las mujeres permanecen en relaciones donde hay violencia
contra ellas.
Para comprender por qué este ciclo funciona como lo hace, facilitando el mantenimiento
de las mujeres en relaciones violentas, sin embargo, no podemos limitarnos a observar su
funcionamiento, sino que debemos asimismo tener en cuenta las identidades de género: la
configuración de la mujer desde el “ser para los demás” y el hecho de que el amor continúe
siendo el eje vertebral del proyecto vital femenino (Fernández 2004), de hecho, son
elementos esenciales de cara a comprender el comportamiento de las mujeres en las
distintas fases de este ciclo (Delgado et al. 2007). Más concretamente, solo así se entiende
por qué, en la fase de acumulación de tensión, las mujeres asumen como “natural” el
sufrimiento provocado por la irritabilidad de su pareja y por qué, durante la “luna de miel”,
aceptan sus muestras de arrepentimiento, aunque ya hayan experimentado que luego el ciclo
vuelve a empezar (Delgado et al. 2007).
Otro elemento a resaltar es el hecho de que la violencia no irrumpe de manera repentina
en las relaciones de pareja, sino que lo hace poco a poco, y sólo con el tiempo va
aumentando en intensidad y frecuencia. En un primer momento, de hecho, se manifiesta con
40 No hay acuerdo en la literatura acerca de la proporción de relaciones tóxicas que presentan este patrón: según estudios más
antiguos, de hecho, éste afectaría a un porcentaje que oscila entre el 57% y el 78% del total (Labell 1979). Según estimaciones
más recientes, sin embargo, la proporción sería notablemente inferior, y no superaría el 33% del total de las relaciones
violentas (Sarasúa y Zubizarreta 2000). Investigaciones aún más novedosas, por otra parte, indican que, aunque en la mayoría
de los casos no se puede identificar un ciclo tan “perfecto”, sí se pueden detectar claros altibajos (García y Casado 2010).
Desde aquí, por otra parte, esta última aportación nos parece especialmente significativa, ya que, en lo que nos ocupa, los
efectos de un “ciclo” o de altibajos más irregulares son fundamentalmente análogos.
56
La violencia de género en la pareja
actos de dominación pequeños, de carácter psicológico, que rara vez son percibidos como
violencia por parte de las mujeres –ya que tienen un gran parecido con las manifestaciones
de la asimetría de poder características de la socialización en los valores tradicionales– y
que, sin embargo, son muy perjudiciales para sus defensas psicológicas. Solo en un segundo
momento, cuando estas defensas ya han sido debilitadas, asoma la violencia verbal y, a
veces, también las primeras amenazas de violencia física y asesinato o suicidio. Finalmente,
es exclusivamente en la última fase, cuando las defensas de las mujeres han sido
ulteriormente dañadas, sus redes destruidas, etc. cuando puede llegar a aparecer la violencia
física (Delgado et al. 2007; Fernández 2004). Resumiendo, entonces, en este caso, lo que
nos ayuda a comprender la permanencia de las mujeres en relaciones violentas es la
progresión del proceso de violencia, conjuntamente a las secuelas que éste va teniendo
sobre ellas.
41 Seligman elaboró su teoría a partir de un experimento de laboratorio en el que dos grupos de perros eran repetida y
aleatoriamente sometidos a descargas eléctricas. La diferencia estribaba en que, mientas que los del primer grupo podían huir
de esta situación, los del segundo no tenían escapatoria posible. Cuando, en un segundo momento, se ofrecía a todos la
posibilidad de huir de la situación dolorosa, sólo los perros pertenecientes al primer grupo lo intentaban. Los otros ni siquiera
probaban a escapar de ella, ya que habían aprendido que, hicieran lo que hicieran, no podían alterar su situación, y esto les
había conducido a una situación de indefensión aprendida (Ali y Nailor 2013).
42 Véase apartado 3.4.2.1.2.
57
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Casado 2010, p. 195). Evidentemente, este proceso no es a-genérico, sino que, al contrario,
constituye una asunción hiperbólica y exagerada del arquetipo femenino y, como tal, guarda
estrecha relación con las desigualdades de género que atraviesan la sociedad.
Otra formulación es la del Síndrome de Estocolmo Doméstico (Montero 2001). Se trata
de una teoría relativamente reciente, que adapta el famoso Síndrome de Estocolmo a la
violencia de género, estableciendo un paralelismo entre la respuesta psicológica
experimentada por las víctimas de secuestros y por las mujeres que han enfrentado violencia
de género (Ferreira 1995). En ambos casos, la víctima negaría la violencia del agresor
desarrollando un vínculo con los aspectos de éste que percibe como más positivos (Graham
y Rawling 1991). Se trataría de una respuesta psicológica adaptativa, que mira a “obtener
un mayor nivel de ajuste sobre un entorno amenazante sobre el que [se] ejerce nulo control”
(Escudero et al. 2005). También en este caso, sin embargo, se trata de un mecanismo que
dificulta fuertemente la separación.
Finalmente, cabe añadir que, siendo la pregunta acerca del por qué las mujeres
permanecen en relaciones tóxicas una de las más frecuentes en tema de violencia de género
(Rhodes y McKenzie 1998), las teorías que se han formulado al respecto son innumerables.
Entre ellas, señalamos, por ejemplo, el trastorno de estrés postraumático (Coker et al. 2011;
Sarasúa et al. 1994; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994), el Síndrome de Adaptación
Paradójica a la Violencia Doméstica (Montero 2001) y la persuasión coercitiva (Escudero et
al. 2005). Su análisis, sin embargo, va más allá de los objetivos de este trabajo.
Como último punto, también cabe destacar que parte de la literatura evidencia que
considerar la permanencia en una relación violenta como una respuesta pasiva es un error.
Al contrario, esta decisión podría ser interpretada como una verdadera estrategia de
supervivencia (Seuffert 1999) puesta en acto por las mujeres que se hallan en situación de
violencia. Desde aquí, consideramos que se trata de una hipótesis interesante, sobre todo en
el caso de mujeres que experimentan violencia de muy alta intensidad y que se encuentran
amenazadas por la pareja.
58
3.5 Conclusiones
Después de haber examinado, en el capítulo anterior, algunas cuestiones relativas a la
estructura social que causa la violencia de género, en éste hemos avanzado con el análisis
focalizando la mirada directamente en dicha violencia.
Para ello, en la primera parte de este capítulo hemos presentado diferentes marcos
analíticos desde los cuales este fenómeno ha sido analizado, prestando especial atención a la
mayor o menor capacidad que cada uno de ellos tiene de ayudarnos a responder a la
pregunta que específicamente nos ocupa, es decir: cómo esta violencia se interrelaciona con
los procesos de exclusión.
Más concretamente, en primer lugar nos hemos ocupado de las investigaciones
feministas estructuralistas y hemos aclarado que éstas, si, por un lado, revisten una
importancia fundamental en la identificación del “caldo de cultivo” de la violencia de
género; por otro, no pueden aclarar por qué, si las desigualdades de género atraviesan toda
la sociedad, solamente en algunos casos –especialmente frecuentes en contextos de
exclusión– éstas cristalizan en violencia. A partir de estas consideraciones, por lo tanto,
hemos concluido que, aunque tales investigaciones constituyen un marco de referencia
necesario para toda investigación que se ocupe de violencia de género; no representan, sin
embargo, una guía suficiente para contestar a la pregunta que específicamente nos ocupa
(García y Casado 2010).
En el lado opuesto de la barricada, hemos hallado los estudios que adoptan la perspectiva
de la violencia familiar. Hemos así observado que éstos, contrariamente a los anteriores, sí
podrían explicar por qué, en determinados contextos, la incidencia de esta violencia es
mayor –algo que, en principio, podría convertirlos en un referente privilegiado para nuestro
estudio–; pero no pueden aclarar por qué, en la gran mayoría de los casos, los agresores son
varones y las víctimas mujeres (Schechter 1982) –algo que definitivamente invalida sus
hallazgos–.
Frente a este panorama, nos hemos dirigido tanto a las investigaciones que elaboran la
noción de marco ecológico como a aquellas que aplican la interseccionalidad al análisis de
la violencia de género. Hemos podido así aclarar que ambas resultan especialmente
interesantes de cara a la presente investigación, ya que permiten reconocer el papel del
género en la etiología de la violencia, sin por ello desconocer la existencia de diferencias,
tanto cuantitativas como cualitativas, entre grupos. Es cierto que el análisis efectuado
también ha puesto de relieve que ninguna de ellas otorga al género un papel privilegiado en
la explicación de la violencia de género –algo que no compartimos–; pero igualmente cierto
es que este mismo análisis ha evidenciado que –si se readaptan y revisan para reconocer el
rol privilegiado de éste– ambas pueden convertirse en referentes fundamentales de cara a
analizar la interrelación entre la violencia de género en la pareja y los procesos de exclusión
social. La interseccionalidad, de hecho, nos ayuda a tener a mente que la estructura
patriarcal, aun siendo la causa última de la violencia, no actúa en un vacío social sino en
intersección con otras estructuras de dominación –como la clase, pero también la
integración/exclusión social–, que pueden desencadenar o exacerbar la violencia,
explicando así la existencia de diferencias entre grupos. Análogamente, el marco ecológico
59
Violencia de género en la pareja y exclusión social
nos ayuda a recordar que, aunque la violencia de género tiene origen estructural, también
existen factores de corte más micro –no necesariamente distribuidos de manera homogénea
entre los grupos– que pueden contribuir a detonarla o intensificarla, dando así lugar a
diferencias intragrupales, incluso en el marco de una estructura homogeneizadora.
Una vez examinada la mayor o menor capacidad que estos diferentes marcos teóricos
tienen de analizar la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión
social, en la segunda parte de este capítulo nos hemos detenido a definir el fenómeno que
nos ocupa. Para ello, en primer lugar, hemos aclarado las razones que nos han empujado a
recurrir a la denominación de violencia de género en lugar que a otras que también se
utilizan, como violencia doméstica, contra las mujeres, violencia machista o sexista o
terrorismo doméstico, sexual o machista. Más concretamente, hemos concluido que, si
hemos escogido utilizar este término, es porque es el único capaz de subrayar los
mecanismos de actuación de la estructura patriarcal (Izquierdo 2007). Y, como se ha
aclarado el capítulo anterior, en el caso de nuestra investigación poner el acento en el
carácter estructural del fenómeno es especialmente importante ya que, de lo contrario, el
tema en ella tratado podría potenciar explicaciones individualistas de la violencia, así como
derivar en una ulterior criminalización de grupos ya emarginados (Sokoloff y Dupont
2005).
En segundo lugar, hemos aclarado qué conductas se incluyen en la noción de violencia
de género. Con ese objetivo, hemos empezado distinguiendo entre definiciones amplias y
operativas y hemos aclarado que, aunque las primeras son indudablemente útiles para
reflexionar acerca de la violencia y la estructura que la hace posible; no son, sin embargo,
aptas para una investigación empírica como la nuestra, donde es fundamental diferenciar la
desigualdad y el sexismo de la violencia propiamente dicha (Osborne 2008). La necesidad
de recurrir a una definición operativa de violencia de género, por otra parte, nos ha llevado
a examinar las definiciones recogidas en diferentes documentos jurídicos elaborados por
organismos nacionales y supranacionales. A partir de esta revisión, hemos podido concluir
que las diferentes manifestaciones de la violencia de género incluyen todas aquellas
violencias que se ejercen sobre las mujeres por el mismo hecho de serlo (Rodríguez 2008),
y entre ellas la violencia en relaciones de pareja, las distintas manifestaciones de la
violencia sexual, la violencia en el trabajo, la prostitución forzada, la mutilación genital
femenina, etc. Finalmente, una vez establecido que la noción de violencia de género
identifica un fenómeno muy amplio, se ha aclarado que, en la presente investigación –y
también en este caso por las necesidades de un estudio empírico– el análisis se acota a una
sola de sus múltiples manifestaciones: la violencia ejercida por la pareja o la ex pareja
En la tercera parte de este capítulo, finalmente, hemos efectuado una aproximación
“desde abajo”, intentando comprender cómo se manifiestan los procesos de violencia y qué
dinámicas los caracterizan. Para ello, en primer lugar hemos definido qué diferentes formas
puede asumir la violencia de género en la pareja, una tarea especialmente relevante, ya que
sobre esta esquematización se estructura gran parte del análisis empírico. Más
concretamente, hemos diferenciado entre violencia física, sexual y psicológica; en lo que
respecta a esta última, hemos asimismo distinguido entre violencia emocional, de control y
económica (informe “Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015” del Ministerio de
Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad).
60
La violencia de género en la pareja
En segundo lugar, hemos tratado de comprender cuáles son y cómo actúan los factores
que favorecen la permanencia de las mujeres en relaciones violentas. Analizar qué es lo que
induce a las mujeres a no separarse de hombres que las maltratan, de hecho, es
especialmente importante, ya que se trata de una conducta a primera vista difícil de
entender. Y esta ausencia de comprensión, además de impedirnos aprehender las dinámicas
del proceso de violencia en su totalidad, puede propiciar procesos de culpabilización de las
víctimas, algo que es imprescindible evitar.
El análisis efectuado ha puesto así de relieve que, para contestar a la pregunta que nos
ocupa, debemos, en primer lugar, examinar factores de tipo estructural, que no guardan una
relación directa con la experiencia de la violencia. Nos referimos, ante todo, a la identidad
de género (Basaglia 1983; Bourdieu 1998/2000; Esteban 2008; Fernández 2004; Illouz
2012; Lagarde 2005; Sanpedro 2005) y a la importancia del vínculo afectivo (García y
Casado 2010), pero también a elementos de tipo material (Buesa y Calvete 2013; Craven
2003; Delgado et al. 2007; Zubizarreta et al. 1994). En segundo lugar, se ha observado que
el mantenimiento en relaciones violentas también se ve propiciado por las dinámicas
mismas del proceso de violencia, que suele inicialmente manifestarse con agresiones de
muy baja intensidad, difícilmente reconocibles como tales (Fernández 2004 y Delgado et al.
2007) y presenta, además, un curso cíclico (Walker 1984), que constituye un ulterior
refuerzo para las permanencia de las mujeres en relaciones tóxicas. Los elementos ahora
nombrados despliegan sus efectos desde el primer momento; en una segunda fase, sin
embargo, a éstos se añade el impacto que la violencia misma tiene en las mujeres que la
vivencian, que pueden experimentar indefensión aprendida (Walker 1984), Síndrome de
Estocolmo Doméstico (Montero 2001), etc., todas secuelas que obstaculizan ulteriormente
la separación. Resumiendo, hemos podido establecer que si, en un primer momento, la
permanencia se ve favorecida por factores de nivel estructural, sociales antes que
psicológicos, colectivos antes que individuales (Craven 2003); en un segundo momento es
el deterioro asociado al proceso de violencia lo que dificulta aún más la salida. Finalmente,
se ha destacado que, en casos en los que la violencia alcanza una intensidad muy elevada, la
permanencia en la relación podría asimismo constituir una estrategia de supervivencia
(Seuffert 1999), destinada a evitar los riesgos asociados a la separación.
Una vez examinado el fenómeno de la violencia de género en la pareja, debemos
ocuparnos del segundo término de nuestra ecuación: los procesos de exclusión social. A
ellos dedicamos, por lo tanto, el próximo capítulo.
61
4. La exclusión social
4.1 Introducción
Tal y como se ha apuntado al final del capítulo anterior, si el objetivo de la presente
investigación es examinar las dinámicas y los efectos de la interrelación entre la violencia
de género y la exclusión social, una vez examinadas diferentes cuestiones relacionadas con
la violencia, es necesario efectuar un análisis pormenorizado del segundo término de esta
ecuación: la exclusión social.
Para poder comprender plenamente el alcance y significado de este concepto, sin
embargo, es antes necesario conocer y entender cómo y por qué se desarrolló. Y esto, a su
vez, remite a la preexistente noción de pobreza y a las razones de su declino. Precisamente
de allí, entonces, empezamos nuestro análisis.
43 Otra posibilidad –cuyo éxito, sin embargo, ha sido mucho menor– es recurrir a los “umbrales legales de pobreza”, según los
cuales se hallan en situación de pobreza todas las personas y hogares que tienen ingresos inferiores a la renta mínima. Este
tipo de umbral, sin embargo, requiere la existencia de un sistema de renta mínima con carácter estatal, y esta es una condición
que no se da en el caso español (Ayala 2000; Subirats 2004).
Violencia de género en la pareja y exclusión social
crecimiento, sea por una dura crisis), la fotografía se vuelve aún menos fiable, ya que los
propios cambios en la mediana modifican continuamente el umbral a partir del cual las
personas y hogares se consideran pobres (Zugasti, Laparra y García 2015).
Otro reto hace referencia al carácter muchas veces irregular de los ingresos de los
hogares más pobres, donde con irregularidad hacemos referencia tanto a la economía
sumergida, como al carácter puntual de los ingresos o al hecho que puedan darse en especie,
etc. (Halleröd y Larsson 2007). Esto es algo que dificulta enormemente la medición
precisamente en aquellos casos en los que ésta es más necesaria.
A esto se añade, además, que –incluso en el supuesto de que los ingresos de los hogares
logren medirse correctamente– los bajos ingresos no son condición suficiente ni necesaria
para que se dé una situación de pobreza (Saunders y Adelman 2006).
Las críticas a la noción de pobreza por su orientación exclusivamente economicista
(Allman 2013; Laparra et al. 2007; 2011; Shabaan 2011; Subirats 2004), finalmente, se han
hecho particularmente relevantes en las últimas décadas. Los cambios sociales acaecidos en
este tiempo, de hecho, han mostrado con especial fuerza la necesidad de visibilizar otros
elementos de desigualdad además del estrictamente económico (Subirats 2004). Es en este
contexto cuando se desarrollan nuevas formulaciones, como la underclass en Estados
Unidos y las concepciones multidimensionales de la pobreza y la noción de exclusión social
en Europa.
Antes de adentrarnos en el análisis de estos nuevos conceptos, sin embargo, es
imprescindible ahondar en los cambios que intensificaron las críticas a la noción de pobreza
y llevaron a la crisis de la misma. Analizar y conocer estas transformaciones, de hecho, es
imprescindible para entender en toda su complejidad la noción de exclusión social que,
como veremos, nace precisamente para dar respuesta a tales cambios y a las nuevas
necesidades que éstos plantearon.
64
La exclusión social
44 Para un análisis detallado del carácter multidimensional de la exclusión véase apartado 4.5.2.3.
65
Violencia de género en la pareja y exclusión social
45 Estos tres factores se corresponden con las tres dimensiones de la exclusión social contempladas en la definición operativa de
exclusión que utilizamos en nuestra investigación. Para un análisis más detallado, véase apartado 4.5.3.2.
46 La “familia tradicional” (con un varón proveedor y una mujer que desarrolla el trabajo reproductivo y de cuidados) fue un gran
proveedor de recursos y de servicios, sobre todo en los países mediterráneos, donde se constituía como un elemento crucial
tanto para el bienestar social como para el desarrollo económico (Aznar-Márquez y Azorín 2010; Moreno et al. 2003). La
erosión de la estructura patriarcal (Brugué, Gomá y Subirats 2002) y la gradual incorporación de las mujeres al mercado de
trabajo (Aznar-Márquez y Azorín 2010), sin embargo, privando a las familias de una mano de obra gratuita y siempre disponible
para prestar servicios de distinto tipo (Moreno et al. 2003), conllevaron también la crisis de este modelo. Esto, por un lado,
representa un avance indudable en términos de igualdad de género, por otro, sin embargo, también conlleva una clara
reducción de la capacidad integradora de las familias.
66
La exclusión social
67
Violencia de género en la pareja y exclusión social
47 Existen, sin embargo, investigadoras que toman una decisión diferente. Es éste, por ejemplo, el caso de Espinar Ruiz que, en
2003, defendió su tesis doctoral acerca de “Violencia de género y procesos de empobrecimiento. Estudio de la violencia contra
las mujeres por parte de su pareja o ex-pareja sentimental”.
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La exclusión social
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Violencia de género en la pareja y exclusión social
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La exclusión social
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Violencia de género en la pareja y exclusión social
72
La exclusión social
51Es importante destacar que poner el foco en la estructura no significa en absoluto desconocer la importancia de factores de
corte más micro (Laparra et al. 2007; Pérez y Laparra 2007), sino aclarar que éstos actúan sobre desigualdades estructurales.
73
Violencia de género en la pareja y exclusión social
74
La exclusión social
algo reciente o, por el contrario, algo muy enquistado en el tiempo. Esto, por otra parte, es
un elemento que aparece claramente en el análisis53.
El hecho de que la exclusión tenga carácter procesual también significa que en ella no se
“cae” de forma repentina e improvisa, sino que se llega gradualmente, como resultado de un
proceso que paulatinamente aleja al individuo de la zona de integración (Rubio 2012).
Trasladado a la práctica, este carácter dinámico implica la existencia de diferentes niveles
de intensidad en los procesos de exclusión, los cuales deben ser identificados, medidos y
analizados para llegar a una mejor comprensión del fenómeno (Laparra 2001).
La identificación de diferentes niveles de intensidad, de hecho, es precisamente lo que
sustenta la decisión, cada vez más común, de no estructurar el análisis en base a las dos
categorías dicotómicas de integración y exclusión, sino de optar por la “diferenciación de
una heterogeneidad de espacios situados en el continuo entre integración y exclusión”
(Laparra et al. 2007, p. 28).
Integración Exclusión
Tal y como se puede apreciar en la figura anterior, los nombres asignados a estos lugares
sociales varían (Laparra, Gaviria y Aguilar 1998), así como cambia también el número de
niveles considerados; un elemento, sin embargo, se mantiene constante en todas las
investigaciones: la identificación de un espacio intermedio, distinto tanto de la zona de
integración como de la de exclusión (Castel 1995; García, Malo y Rodríguez 2001; Raya
2004; Tezanos 2002).
Para terminar, es necesario destacar que el interés por el carácter procesual de la
exclusión, así como ha llevado a superar una tipología dicotómica a favor de una tri o
cuadripartita y a focalizar la atención en la zona de vulnerabilidad, también ha alimentado el
interés para herramientas alternativas de análisis. Más concretamente, nos estamos
refiriendo a las encuestas tipo panel y a las metodologías cualitativas, que, con su capacidad
de analizar itinerarios y visibilizar tendencias, representan un tentativo de atribuir la
necesaria importancia a la dimensión temporal de la exclusión (Laparra et al. 2007; Pérez y
Laparra 2007). Más concretamente, las encuestas tipo panel son indispensables si queremos
75
Violencia de género en la pareja y exclusión social
54 Desafortunadamente, su desarrollo es todavía muy escaso, mientras que la mayoría de los instrumentos de los que
disponemos sólo consienten sacar una foto fija en el tiempo (Laparra y Aguilar 2000).
76
La exclusión social
55 En sentido opuesto, las nociones de pobreza y exclusión pueden acabar confundiéndose por un proceso inverso, donde es la
noción de pobreza la que paulatinamente se desplaza hacia el espacio de la exclusión. Es éste el caso de las investigaciones
que recurren a una noción multidimensional de pobreza (ej. Atkinson 2003; Chowdhury y Mukhopadhaya 2014; Coromaldi y
Zoli 2011; Esposito y Chiappero-Martinetti 2010; Fedriani y Martín 2011).
56 En lo que respecta a las medidas adoptadas por la UE para permitir la realización de estudios comparados, cabe asimismo
recordar que hubo un primer intento de estandarización en 2001, cuando se crearon los indicadores de Laeken (Rende, Rende
y Baysal 2011). Estos indicadores –fuertemente centrados en lo económico (Levitas 2007; Rende, Rende y Baysal 2011) pero
capaces de captar, en cierta medida, la multidimensionalidad de los procesos de exclusión56– representaron un avance en la
medición de la exclusión social a nivel UE; su relevancia práctica, sin embargo, se vio disminuida por el hecho de que no
permiten extraer un dato sintético.
57El indicador AROPE, creado a partir de la armonización de indicadores realizada en el marco de EUROSTAT, fue puesto en
marcha por la Estrategia Europa 2020, aprobada en el año 2010 (INE). Combina tres elementos, todos pertenecientes a la
esfera económica o de empleo, mientras que lo relacionado con las otras esferas simplemente desaparece del mapa. Más
específicamente, según este indicador se consideran en riesgo de pobreza y/o exclusión social aquellas personas que
experimentan: riesgo de pobreza después de transferencias sociales (personas cuyos ingresos son inferiores al 60% de la
renta mediana disponible equivalente después de transferencias sociales); Carencia material severa (personas que viven en
hogares que carecen al menos de cuatro conceptos de los nueve siguientes: no tener retrasos en el pago del alquiler, hipoteca,
recibos relacionados con la vivienda o compras a plazos; mantener la vivienda con una temperatura adecuada durante los
meses fríos hacer frente a gastos imprevistos; hacer frente a gastos imprevistos; una comida de carne, pollo o pescado cada
dos días; ir de vacaciones fuera de casa, al menos una semana al año; un coche; una lavadora; una televisión a color; un
teléfono); o personas que viven en hogares con muy baja intensidad de trabajo (personas de 0 a 59 años que viven en hogares
cuyos miembros en edad de trabajar lo hicieron menos del 20% de su potencial total de trabajo en el año anterior al de la
entrevista).
77
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Otros estudios (ej. Boon y Farnsworth 2011; Eberharter 2012; Linarez 2002) defienden
que la exclusión es algo más que la pobreza, pero la engloba. Dicho de otra manera,
reconocen la existencia de múltiples dimensiones en los procesos de exclusión, pero
consideran que la pobreza es una condición necesaria para que éstos se den.
Finalmente, un último grupo de investigaciones (ej. Bak y Larssen 2014; Dahl, Fløtten y
Lorentzen 2008; Izcara 2007; Laparra et al. 2007; Pérez 2010; Pirani 2011; Riba y Subirats
2005; Subirats 2004) considera que hay puntos de contacto entre los dos conceptos pero que
ninguno engloba al otro. Desde esta perspectiva, la pobreza es considerada una dimensión
sin duda muy relevante de los procesos de exclusión, pero no es un elemento suficiente ni
necesario de los mismos. En otras palabras, la pobreza puede sí desencadenar procesos de
exclusión y es por lo tanto un factor de riesgo; pero también existen procesos de exclusión
que no guardan relación con la dimensión económica, así como situaciones de pobreza que
no conducen a exclusión. Las nociones de pobreza y exclusión social, entonces, no
identifican al mismo colectivo social, sino a grupos diferentes aunque relacionados: esto,
por otra parte, también implica que, si dividimos la población en las tres grandes zonas de
integración, vulnerabilidad y exclusión, observaremos que en todas hay personas afectadas
por la pobreza, aunque la proporción claramente varía (García, Malo y Rodríguez 2001)58.
La definición de exclusión que aquí se utiliza se engloba precisamente en este último grupo.
Un segundo nodo de desacuerdo aparece a la hora de establecer qué dimensiones
contemplar: si en lo referente a la esfera económica existe cierta unanimidad, de hecho, en
lo relativo a las otras dimensiones las propuestas varían considerablemente. Pirani (2011),
por ejemplo, contempla las relaciones entre individuos y los derechos civiles. Spoor (2011)
considera el nivel de participación familiar, comunitaria e institucional y el al acceso a los
sistemas de protección social. Van Bergen et al. (2014) siguen este mismo esquema pero
añaden la presencia de comportamientos incívicos. Dahl, Fløtten y Lorentzen (2008) y
Boon y Farnsworth (2011), finalmente, recurren a la noción de capital social. Ésta es
únicamente una pequeña muestra de las innumerables propuestas existentes en ámbito
europeo, pero es suficiente para poner de manifiesto la heterogeneidad de soluciones a las
que las y los investigadores han llegado.
Resumiendo, a nivel internacional, coexisten propuestas muy diferentes; y, a nivel UE,
todavía no existe una herramienta de análisis que permita efectuar estudios comparados y, a
la vez, aprehender la multidimensionalidad de los procesos de exclusión.
A nivel estatal, por otra parte, también coexisten varias propuestas. Entre ellas,
consideramos necesario destacar las de Tezanos (2001), de Subirats (2005) y –sobre todo–
de Laparra y Pérez-Eransus (2008). Todas ellas reconocen el carácter multidimensional de
58 Algunos estudios avanzan la hipótesis de que la relación entre la pobreza y la exclusión es más estrecha de lo que refleja la
mayoría de las investigaciones existentes. Desde esta perspectiva, la debilidad de la correlación registrada en dichos estudios
respondería sobre todo a cuestiones de orden metodológico. Por un lado, de hecho, si consideramos que el carácter
estructural de la exclusión hace que ésta se modifique más lentamente que la pobreza (Laparra y García 2010) y que la
mayoría de las investigaciones se basan en datos estáticos y no dinámicos (Dahl, Flotten y Lorentzen 2008), esta falta de
correlación podría ser simplemente el resultado de la ausencia de una perspectiva temporal en los estudios sobre exclusión.
Por otro lado, también cabe reseñar que hay otro elemento que media en la fuerza de la relación entre pobreza y exclusión, y
es la definición de pobreza que utilizamos: cuando recurrimos a una definición de pobreza en término de bajos ingresos, de
hecho, la relación encontrada es mucho más débil que cuando identificamos la pobreza como privación (Halleröd y Larsson
2006).
78
La exclusión social
la exclusión, pero varían las dimensiones consideradas. Tezanos (2001), por ejemplo,
considera diferentes aspectos vinculados con la insuficiencia de ingresos, las dificultades de
acceso al mercado de trabajo (empleo de exclusión, precariedad laboral y desempleo), las
problemáticas relacionadas con la vivienda (acceso y mantenimiento), la presencia de
adicciones y enfermedades y la existencia de relaciones conflictivas o aislamiento social.
Subirats (2005), por su parte, contempla los ejes económico, laboral (acceso al mercado
y condiciones laborales), formativo (acceso al sistema educativo y capital formativo),
sociosanitario (mortalidad y morbilidad), residencial (acceso a la vivienda y condiciones de
la misma), relacional (cantidad y calidad de las redes familiares y sociales) y político
(ciudadanía y participación). Considera, además, el contexto espacial (físico, sociocultural y
económico) en el que se dan tales procesos.
Laparra y Pérez (2008), finalmente, incluyen una esfera económica, una esfera política y
una esfera social-relacional. Esta última propuesta resulta especialmente interesante para
nosotras, sea porque representa el resultado de un amplio consenso alcanzado a nivel estatal
(Pérez y Laparra 2007), sea porque sobre ella se estructura nuestro análisis empírico. Es,
por lo tanto, oportuno efectuar un examen más pormenorizado de la misma; a ello
dedicamos, entonces, los próximos apartados.
79
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Y aún es más: en el año 2008, en el marco del VI Informe Foessa, este trabajo colectivo
terminó originando una herramienta empírica de medición de la exclusión social basada en
35 indicadores que identificaban “situaciones fácticas, constatables empíricamente, que
suponían cada una de ellas suficiente gravedad como para poner en cuestión la plena
participación social de las personas afectadas” (Laparra, Zugasti y García 2014, p. 4) 59.
Esta formulación es justamente la que se utiliza en nuestro análisis. Por ello, resulta
ahora oportuno observar con mayor detalle qué se mide en cada eje y en cada dimensión.
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La exclusión social
81
Violencia de género en la pareja y exclusión social
82
La exclusión social
64 La noción de feminización de la pobreza, de hecho, se ha utilizado para indicar: el aumento progresivo de la presencia de
mujeres entre las personas pobres (Aguilar 2011; Brunet, Valls y Belzunegui 2008; Cabrera 2004; Fernández 1992; Fernández
1998; Tortosa 2009); el aumento de la pobreza en hogares encabezados por mujeres (Aguilar 2011); la sobrerrepresentación
de las mujeres en la franja de pobreza(Aguilar 2011; Mateo 2000); el aumento de visibilidad de la pobreza de las mujeres
(Aguilar 2011; Fernández 1992; Fernández 1998); y el hecho de que las mujeres se empobrecen por razones y procesos
específicos y condicionados por el género (Aguilar 2011; Fernández 1998; Mateo 2000).
83
Violencia de género en la pareja y exclusión social
65 Para un análisis detallado de los efectos de la violencia de género en términos de exclusión véase apartado 9.3.
84
4.6 Conclusiones
Después de haber examinado diferentes cuestiones relacionadas con las desigualdades de
género y la violencia de género, en este capítulo hemos dirigido la mirada al otro fenómeno
que nos ocupa: la exclusión social.
Para ello, en primer lugar, hemos delineado muy rápidamente las diferentes críticas que,
desde varios ámbitos, se han movido a la noción de pobreza, el antecedente teórico más
inmediato del concepto de exclusión.
En un segundo momento hemos analizado una serie de cambios sociales que,
determinando el paso de una sociedad industrial a una “líquida” (Bauman 2000/2003), o
“del riesgo” (Beck 1986/2006), han gravemente intensificado esta crisis de la noción de
pobreza. Más concretamente, hemos observado que la sociedad que así se ha configurado se
caracteriza por un nivel creciente de diversificación y complejidad, por una progresiva
individualización, por el desmantelamiento de la dimensión colectiva de la existencia –algo
que no es un efecto colateral, sino una dimensión esencial del capitalismo avanzado (Beck
1986/2006)– así como por la destrucción de los nexos de unión y solidaridad en el seno de
la clase obrera (Brugué, Gomá y Subirats 2002; Shaaban 2011; Subirats 2004; Subirats
2005). En este contexto, los colectivos más desfavorecidos carecen tanto de cohesión
interna como de capacidad de organización y lucha, y esto es un primer elemento capaz de
explicar por qué el interés científico –tanto a nivel general como en el casi específico de la
presente investigación– se ha desplazado cada vez más hacia el estudio de la exclusión
social y la necesidad de inclusión (Rose 1999).
En tercer lugar, hemos observado que las transformaciones antes descritas se han
asimismo manifestado en la crisis de los tres grandes factores de integración de la época
posbélica: empleo, Estado de Bienestar y familia (Gaviria, Laparra y Aguilar 1998; Laparra
2001). Sin entrar en el detalle de esta crisis, lo que aquí nos interesa resaltar es que ésta no
supuso únicamente un incremento de la pobreza, sino –y sobre todo– la aparición de
dificultades que abarcan ámbitos muy diversos y que no pueden ser aprehendidas con un
instrumento unidimensional como la pobreza (Subirats 2004). Esto es otro elemento que nos
ha llevado a preferir –en la presente investigación– la noción de exclusión social frente a su
antecedente, la pobreza.
El resultado de los procesos descritos, como ya se ha anticipado, es que las nociones
economicistas de la pobreza empiezan a ser objeto de un cuestionamiento creciente y,
paralelamente, aparecen nuevas formulaciones, que intentan captar las exigencias de los
nuevos tiempos. Más concretamente, nos referimos a la noción de underclass, mayoritaria
en el contexto anglosajón, y a las concepciones multidimensionales de la pobreza y a la
exclusión social, que han logrado ocupar un lugar hegemónico en Europa. Si estas últimas
son nociones muy similares, existen, por el contrario, profundas diferencias entre la
exclusión social y su (casi) homólogo estadounidense: la underclass. Mientras que una
engloba a todas las personas que encuentran dificultades para acceder a los mecanismos de
integración social, de hecho, la otra identifica un sector de población mucho más reducido,
con valores y comportamientos radicalmente diferenciados de los del resto de la población
(Laparra 2000). En el caso específico de esta investigación recurrimos a la noción de
85
Violencia de género en la pareja y exclusión social
exclusión –mucho más adecuada para captar las dinámicas de la desigualdad en Europa,
donde ni la alarma social (Piketty y Saez 2014) ni los procesos de guetización (Wacquant
1996) son tal elevados como en EE.UU–, pero efectuamos también algún guiño a la noción
de underclass, útil para analizar algunos datos y dinámicas concretas que aparecen en el
análisis.
Una vez efectuada esta revisión de las principales nociones que se han desarrollado en
respuesta a los cambios sociales antes nombrados, hemos realizado un análisis más
pormenorizado del concepto que específicamente nos ocupa: la exclusión social. Para ello,
en primer lugar, hemos aclarado que, pese al carácter parcialmente indeterminado de éste,
hay cierto acuerdo entre las y los investigadores en definirla como un fenómeno estructural,
procesual y multidimensional. Poner el foco en el carácter estructural de la exclusión, por
otra parte, resulta especialmente relevante en un trabajo como el nuestro, ya que –al igual
que una concepción estructural de la violencia de género– también contribuye a evitar el
riesgo de procesos de criminalización de la población excluida.
En segundo lugar, hemos examinado cómo este concepto ha sido operacionalizado, tanto
a nivel europeo como estatal. Es éste un tema especialmente relevante ya que, hasta la
fecha, no existe consenso en la literatura acerca de cómo traducir la multidimensionalidad
característica de los procesos de exclusión en una definición operativa. Una vez presentadas
algunas de las propuestas existentes, nuestra atención se ha focalizado en una sola de ellas,
especialmente relevante no solamente porque representa el resultado de un amplio consenso
alcanzado a nivel estatal (Pérez y Laparra 2007) sino, sobre todo, porque sobre ella se
estructura nuestro análisis empírico. Esta propuesta considera tres ejes fundamentales
(económico, político y social-relacional), fuertemente interrelacionados entre sí, que se
descomponen en ocho dimensiones (exclusión del empleo, del consumo, política, de la
vivienda, de la educación y de la salud, aislamiento social y conflicto social) y éstas, a su
vez, en 35 indicadores (Laparra y Pérez Eransus 2008).
Finalmente, hemos finalizado el capítulo señalando la importancia de mantener siempre
una perspectiva de género en el análisis de los procesos de exclusión. La dimensión del
género, de hecho, es relevante tanto en términos cuantitativo (el riesgo de exclusión es
claramente mayor entre los hogares encabezados por mujeres) (Damonti 2014b; Laparra
2014a) como cualitativos (la importancia relativa de cada factor de exclusión varía según el
sexo) (Pérez y Laparra 2007).
86
5. Interrelación entre la violencia de género en la
pareja y la exclusión social
5.1 Introducción
Después de haber analizado los fenómenos de la violencia de género y la exclusión
social de forma separada, en este capítulo focalizamos la mirada en su interrelación,
profundizando en las características de la misma y en los mecanismos que la sustentan.
Hasta donde conocemos, prácticamente no se encuentran estudios que se ocupen
expresamente de dicha interrelación. Es por ello que, para llevar a cabo nuestro análisis,
debemos dirigirnos al nutrido grupo de investigaciones que relaciona la violencia de género
con una serie de factores (nivel educativo, relación con el mercado laboral, situación
económica, etc.) que, aun sin constituir situaciones de exclusión social propiamente dicha,
guardan cierta relación con la misma.
La mayoría de tales investigaciones pone de manifiesto que, aunque la direccionalidad
de la relación no puede ser establecida con seguridad (Coker et al. 2011; Khalifeh et al.
2013) –y esto por la inexistencia de investigaciones con carácter longitudinal (Barrett,
Habibov y Chernyak 2012; Campbell et al. 2011; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012;
Stöckl, Heise y Watts 2011)–, en términos generales la relación entre la violencia de género
y los factores antes mencionados puede discurrir en ambos sentidos (Barrett, Habibov y
Chernyak 2012; Campbell 2005; Josephson 2005; Khalifeh et al. 2013; Stöckl, Heise y
Watts 2011; Walby y Allen 2004).
Por ello, consideramos que la mejor forma de atender a esta relación es diferenciar de
manera esquemática los dos posibles recorridos. Por un lado, entonces, analizamos cuáles
son los factores que, en el marco de una estructura social patriarcal, incrementan el riesgo
de experimentar violencia de género y cómo operan. También investigamos cómo estos
factores se relacionan con los procesos de exclusión social. Por otro lado, observamos cómo
la relación entre la violencia de género y los factores antes enumerados puede ser explicada
por un proceso inverso, donde es la violencia experimentada lo que –además de ser un
factor de exclusión en sí misma– incrementa las dificultades en otros ámbitos.
88
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
68 Esta indiferencia guarda una relación estrecha (aunque no automática) con la ausencia de perspectiva de género antes
mencionada y con el deslizamiento de factor de riesgo a explicación causal que se detecta en muchas investigaciones.
69 Es más, si en algunos casos la limitación del análisis a la violencia física y sexual se justifica por la falta de información, en
otros (ej. Pedersen, Malcoe y Pulkingham 2013; Barrett, Habibov y Chernyak 2012) es una decisión metodológica consciente,
que conlleva la acotación de la violencia de género a la violencia física y la consideración de la violencia psicológica y
89
Violencia de género en la pareja y exclusión social
factores de riesgo que tales estudios encuentran no pueden, por lo tanto, ser
extendidos de forma automática a otros tipos de violencia.
Finalmente, en algunos casos también se encuentran problemas de no
representatividad de la muestra, por ser ésta reducida y/o no aleatoria (ej. Basile,
Hall y Walters 2013; Cunradi, Ames y Moore 2007; del Río Ferres, Megías y
Expósito 2012; Nóblega-Mayorga 2012; Panchanadeswaran et al. 2010; Ramirez
2007; Rodríguez-Borrego, Vaquero-Abellán y Bertagnolli da Rosa 2012;
Trygged, Hedlund y Kåreholt 2013).
En suma, los estudios sobre factores de riesgo presentan importantes limitaciones, que es
necesario tener en cuenta a la hora de recurrir a investigaciones de este tipo. Por otra parte,
sin embargo, no todos los trabajos revisados presentan tales defectos:
En primer lugar, de hecho, algunas investigaciones sí consideran el papel del
género en la etiología de la violencia (aunque ninguna otorga un papel
privilegiado al análisis del mismo) (ej. DeKeseredy y Schwartz 2005; Franklin y
Menaker 2014; Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002; Nóblega-
Mayorga 2012; Peralta, Tuttle y Steele 2010; Ruiz-Pérez et al. 2006; Strier et al.
2014; WHO 2002; Yick 2001) 70.
En segundo lugar, también existen investigaciones que analizan de qué manera
un elemento determinado llega a convertirse en factor de riesgo (ej. Barrett,
Habibov y Chernyak 2012; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Guruge,
Khanlou y Gastaldo 2009; Hampton, Oliver y Magarian 2003; Heise y Watts
2011; Jewkes 2002; Kiss et al. 2012; Peralta, Tuttle y Steele 2010; Ramirez
2007; Stöckl, Khalifeh et al. 2013).
En tercer lugar, son asimismo cada vez más numerosos los estudios que incluyen
la violencia psicológica como un elemento esencial del análisis (ej. FRA 2014;
Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Grose y Grabe 2014; Khalifeh et al. 2013;
Nagassar et al. 2010; Ruiz-Pérez et al. 2006; Vives-Cases et al. 2009).
Y, finalmente, con respecto a los problemas de muestreo, se señala que, si hace
unas décadas éstos constituían un problema endémico, en la actualidad afectan a
una proporción muy minoritaria de los estudios que se ocupan de factores de
riesgo, mientras que la mayoría funda sus análisis en datos de encuesta (ej.
Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Chan 2014; FRA 2014; Franklin y Menaker
2014; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Grose y Grabe 2014; Guruge,
Khanlou y Gastaldo 2009; Hampton, Oliver y Magarian 2003; Lanier y Maume
emocional (bajo la forma de “control marital” o “control coercitivo”) como simple factor de riesgo de violencia (física), en lugar
que maltrato en sí mismo.
70 Más concretamente, estos estudios aclaran que si los factores de riesgo llegan a actuar como lo hacen es precisamente
porque se cruzan con una determinada construcción de la masculinidad. Un análisis de este tipo, sin embargo, evidencia cierta
parcialidad, ya que se consideran los efectos de los factores de riesgo sobre la identidad masculina, pero no se contemplan las
condiciones que logran que tal crisis identitaria se convierta en violencia. Nos referimos, en primer lugar, al estatus más
elevado y la posición de superioridad de los varones en comparación con las mujeres y, en segundo lugar, al hecho de que la
violencia es un elemento central en la estructuración de la identidad masculina y las mujeres un blanco legítimo de la misma
(Kimmel 2001; Bonino 2002; Cortés 2004; Hernández et al. 2007).
90
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
2009; Peralta, Tuttle y Steele 2010; Renner y Whitney 2012; Smith et al. 2011;
Stöckl, Heise y Watts 2011; etc.).
Como último punto, cabe resaltar que incluso los estudios que presentan las limitaciones
antes consideradas aportan datos interesantes. Los que no atienden a los mecanismos
causales subyacentes, por ejemplo, pueden ser una importante fuente de información a la
hora de establecer qué elementos constituyen un riesgo. Son, en otras palabras,
investigaciones que abren interrogantes que otras deberán contestar. Los que carecen de
perspectiva de género también pueden ser una fuente interesante: ofrecen pistas
interpretativas que podrán luego ser reanalizadas con una mirada atenta a los efectos del
género. Los que limitan su investigación a la violencia física o física/sexual permiten
conocer los factores de riesgo de este tipo de violencia. Y, finalmente, los que realizan un
análisis muy generalista pueden ser utilizados como un marco muy amplio que nos permite
pensar la interrelación entre exclusión y violencia.
91
Violencia de género en la pareja y exclusión social
92
Tabla 2. Investigaciones internacionales que documentan la existencia de varios factores de riesgo y que están basadas en muestras representativas a nivel estatal o
regional
93
Violencia de género en la pareja y exclusión social
94
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
investigación más reciente muestra que las diferencias de estatus no influyen en el riesgo de
experimentar violencia (Franklin y Menaker 2014).
En lo que se refiere a las dinámicas subyacentes a los datos ahora esgrimidos, las
explicaciones halladas en la literatura son muy variadas. En el caso de las mujeres, algunas
autoras sugieren que elevados niveles educativos constituyen un factor de protección porque
el acceso a la formación se relaciona con mayor empoderamiento social, integración en
redes sociales, seguridad en una misma, habilidad para utilizar los recursos disponibles en la
sociedad e incluso bienestar, y todos estos factores constituyen antídotos frente a la
violencia (Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002).
En el caso de los varones, el panorama es más complejo y variado. Según Messerschmidt
(1993), por ejemplo, para comprender cómo un bajo nivel formativo llega a convertirse en
un factor de riesgo hay que tener en cuenta dos elementos: el primero es que los varones sin
estudios o con estudios básicos ocupan una posición más baja en el escalafón social y
disponen de menores cuotas de poder en la esfera pública. El segundo es que, en una
sociedad patriarcal, todos los varones, si bien en diferentes grados según los contextos, han
sido socializados, por un lado, en la superioridad frente a las mujeres y, por otro, en la
competitividad, la agresividad y la búsqueda de poder sobre el mundo como pilar básico de
la identidad. En este contexto, continúa este autor (1993), los varones que no pueden
acceder al poder en la esfera pública tendrán mayor necesidad de mantenerlo en la esfera
privada y, por ello, más fácilmente reaccionarán con violencia frente a cualquier amenaza a
su autoridad y dominio.
Otras autoras sugieren que la educación es un elemento protector porque otorga a los
varones mayores capacidades para un manejo no violento de los conflictos (Friedemann-
Sánchez y Lovatón 2012). La hipótesis subyacente a este planteamiento es, evidentemente,
que la violencia de género es una consecuencia inmediata de estos últimos y, en este
sentido, refleja una consideración del conflicto que es muy plana y olvida el papel jugado
por la socialización y los modelos normativos de género. Éstos últimos, de hecho, también
contribuyen de forma muy clara a desarrollar o, por el contrario, inhibir capacidades
subjetivas diferenciales para afrontar dichos conflictos. En suma, se trata de una hipótesis
interesante que, sin embargo, debe ser reinterpretada con perspectiva de género.
Finalmente, otros análisis sugieren que un bajo nivel educativo es un factor de riesgo
porque se relaciona con una mayor adhesión, en varones y en mujeres, a valores patriarcales
y con creencias más tradicionales acerca de los roles de género (Ahmad et al. 2004; Flood y
Please 2009; Hunnicutt 2009; Messerschmidt 1993). Un mayor nivel educativo, por el
contrario, se relacionaría con un incremento tanto de las actitudes como de las prácticas
igualitarias, y éstas reducen el riesgo de violencia de género (Holter, Svare y Egeland
2009).
Con respecto a la diferencia de estatus, los estudios, más antiguos, que hallan una
relación entre ésta y la violencia de género parecerían indicar que, por lo menos en este
caso, la violencia es un recurso utilizado para restablecer una jerarquía tradicional de género
que se ve amenazada y para apuntalar una situación de dominio que parece peligrar
(Franklin y Menaker 2014; Rodríguez-Borrego, Vaquero-Abellán y Bertagnolli da Rosa
2012). Las investigaciones más recientes, que no encuentran relación entre los dos factores,
al contrario, sugieren que la incongruencia de estatus en ámbito educativo ya no se percibe
95
Violencia de género en la pareja y exclusión social
como una amenaza al statu quo de género. Esto, a su vez, sería consecuencia de dos
procesos, diferentes pero relacionados: por un lado, incremento generalizado del nivel de
formación; por otro, debilitamiento de la relación existente entre nivel de formación y
acceso a recursos tangibles (Franklin y Menaker 2014).
5.2.2.3.2 Desempleo
Una vez analizada la relación existente entre nivel educativo y violencia de género,
centramos nuestra atención en la esfera laboral. También en este caso diferenciamos entre la
situación de las mujeres y de sus parejas.
Con respecto a las primeras, las evidencias empíricas son discordes. Algunas autoras, en
efecto, destacan que el hecho de tener un trabajo regular es un factor de protección¸
mientras que el desempleo es un factor de riesgo (van Wijk y de Brujin 2012; Walby y
Allen 2004). Friedemann-Sánchez y Lovatón (2012), por el contrario, subrayan que no es el
desempleo lo que constituye un factor de riesgo, sino el empleo remunerado. Stith y otras
(2004), finalmente, evidencian que el empleo tiene sí un efecto protector pero apenas
perceptible. Estas tres posturas fundamentales son luego objeto de reinterpretación y
matización por parte de otras investigaciones: Riger y Staggs (2004), por ejemplo, muestran
que el hecho de que la mujer tenga un empleo remunerado es un factor de protección
cuando el varón también tiene empleo pero se convierte en un factor de riesgo cuando él no
lo tiene. Ruiz-Pérez y otras (2006), por su parte, muestran que el desempleo femenino es un
factor de riesgo solamente con respecto a la violencia psicológica y sexual, pero no en el
caso de la violencia física. Vives-Cases y otras (2010), finalmente, crean una línea de
demarcación distinta y nos muestran que el empleo remunerado es un factor de protección
en el caso de las mujeres autóctonas, mientras que se convierte en un factor de riesgo para
aquellas que tienen origen inmigrante.
Frente a un panorama tan contradictorio, resultan especialmente interesantes las
aportaciones de aquellos estudios que evidencian que la variable clave no es la situación
laboral de la mujer, sino la del hombre (Gonzáles y Santana 2001; Tauchen y Witte 2001).
Estos datos se ven confirmados por el meta análisis realizado por Stith y otras (2004), que
corrobora que la relación existente entre paro masculino y violencia de género es mucho
más intensa que la que se detecta en el caso del desempleo femenino. También en este caso,
sin embargo, existen datos contradictorios: Lanier y Maume (2009), por ejemplo, detectan
la existencia de una relación entre desempleo masculino y violencia de género en área rural
pero no en área urbana; mientras que Kiss y otras (2012) directamente no encuentran
asociación entre situación laboral del varón y riesgo de victimización para la mujer.
En lo que respecta a la incongruencia de estatus, finalmente, cabe resaltar que, aunque
muy pocos estudios se han ocupado de este tema (Franklin y Menaker 2014), los que lo han
hecho han descubierto que tanto el hecho de que ella tenga empleo mientras él está
desempleado (Riger y Staggs 2004) como el hecho de que ella tenga un sueldo más elevado
que él (Atkinson, Greenstein, y Lang 2005; Chung, Tucker y Takeuchi 2008; Fox et al.
2002; Grose y Grabe 2014) se asocian muy claramente con un incremento en el riesgo de
victimización.
96
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
97
Violencia de género en la pareja y exclusión social
otras que, partiendo de premisas similares, llegan a una conclusión parcialmente diferente,
donde la relación desempleo/violencia estaría mediada por una redefinición de la
masculinidad en términos de misoginia, consumo de drogas y criminalidad (Jewkes 2002)72.
Desde un punto de vista de género, todas estas teorías representan un avance en
comparación con las que remiten al estrés familiar; el análisis que realizan, sin embargo,
sigue siendo incompleto: la crisis de identidad relacionada con el desempleo, de hecho, es
ciertamente una pieza central del puzzle, pero no puede por sí sola explicar el recurso a la
violencia. Para ello, de hecho, es necesario tener en cuenta también la posición desigual que
hombres y mujeres ocupan en la estructura social y, en relación con esto, el derecho
percibido por parte de los hombres a ocupar una posición de privilegio y a ejercer el poder
(Bonino 2002).
Finalmente, con respecto a la diferencia de estatus, la mayor incidencia de violencia de
género registrada en los hogares en los que la mujer es la única proveedora se explica a
partir de lo que tal circunstancia significa en términos simbólicos para los varones. Más
concretamente, algunas autoras subrayan que el hecho de no poder acceder al empleo y
tener que depender económicamente de una mujer puede producir estrés y vergüenza, y
éstos pueden actuar como combustible para la violencia de género (Edin 2000; Franklin y
Menaker 2014; Raphael 2001). Otras, parecidas a las primeras, consideran que la violencia
que se da en las situaciones ahora consideradas representa una reacción a la pérdida de
identidad masculina (Fodor 2006). Un tercer grupo, finalmente, considera que, en este caso,
la violencia es una forma de recuperar un poder y un control que se perciben amenazados
(Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Franklin y Menaker 2014; Hewkes 2002). En otras
palabras, la violencia es una herramienta que “permite una expresión de poder que de otra
manera es negada” (Jewkes 2002, p. 1424). Desde aquí, consideramos que, si las primeras
interpretaciones son claramente carentes en términos de perspectiva de género, la última es
más interesante. Como ya se ha aclarado, sin embargo, también en este caso es necesario
poner más énfasis en el hecho de que, si el miedo a perder el poder puede precipitar un
proceso de violencia, es precisamente porque existe una situación de desigualdad anterior y
–en relación con ella– un derecho percibido al ejercicio de este poder (Bonino 2002).
5.2.2.3.3 Pobreza
En el caso de la pobreza, cabe diferenciar entre la realidad de los individuos y la del
entorno. En lo que respecta a la primera, numerosas investigaciones asocian la falta de
recursos económicos con una mayor incidencia de la violencia de género. En algún caso, el
análisis se limita a la violencia física (ej. Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002) o a la
amenaza de ésta (ej. Walby y Allen 2004). En otros, sin embargo, se recurre a una noción
de violencia más amplia, que incluye también el maltrato psicológico (ej. Mavrikiou,
Apostolidou y Parlalis 2014). Un tercer grupo de estudios, finalmente, afina el análisis y
diferencia en función del tipo de violencia, confirmando así la existencia de una relación
72 Tales explicaciones presentan ciertos puntos de contacto con el concepto de anomía de Merton, que puede ser definido como
el “uso de medios institucionalmente prohibidos para alcanzar una meta culturalmente valorada” (Merton 1968/1980, p. 260).
En el caso de la violencia de género, este concepto puede ayudarnos a comprender por qué los hombres que no disponen de
recursos económicos que sustenten su poder pueden con más facilidad recurrir a medios prohibidos, como la violencia de
género, para lograrlo. Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 5.2.3.2.
98
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
99
Violencia de género en la pareja y exclusión social
pocos aquellos que incluyen también variables relativas al entorno73. A través de nuestro
análisis intentaremos llenar este vacío.
Para comprender por qué el nivel económico del barrio no se limita a reflejar el estatus
de sus habitantes, sino que tiene un efecto autónomo (Khalifeh et al. 2013), puede ser
interesante efectuar –obviamente mantenido las debidas cautelas– un paralelismo con la
realidad de los guetos de Estados Unidos y la infraclase que allí reside. Varias autoras, de
hecho, ponen de manifiesto que los mayores niveles de violencia de género que allí se
detectan se derivan del hecho de que, cuando faltan las herramientas tradicionalmente
utilizadas para alcanzar una masculinidad exitosa, ésta tiende a redefinirse en términos
anómicos (Hampton, Oliver y Margarian 2003; Jewkes 2002). Lo que más nos interesa
destacar aquí, por otra parte, es que el surgimiento de una masculinidad de este tipo no se
debe tanto a la existencia de dificultades individuales como a la presencia de problemas
grupales. Cuando un solo varón carece de la capacidad de cumplir con su rol de proveedor,
de hecho, es improbable que acabe desarrollando una definición alternativa de masculinidad
(algo que es, por definición, un proceso social); cuando la mayoría de los habitantes de un
determinado barrio o comunidad se encuentran en esa situación, por el contrario, la
probabilidad de que esto suceda es mucho mayor. Esto, por un lado, confirma la
importancia de incorporar al análisis variables relativas al entorno y, por otro, alerta frente a
los peligros derivados de la concentración espacial de la pobreza o la exclusión.
73 Recuérdese que, dentro de las investigaciones que se engloban bajo la etiqueta de marco ecológico (aquellas que,
presumiblemente, más atención deberían prestar a elementos referidos al entorno), se reúnen investigaciones muy diferentes,
algunas de las cuales (ej. Heise 1998) directamente no incluyen elementos referidos a este nivel (ej. pobreza del barrio, etc.). A
esto se añade que incluso las que sí lo hacen se han concretado sobre todo en estudios de carácter teórico, mientras que
apenas hay investigaciones de carácter empírico (Alencar-Rodrígues y Cantera 2012). Para un análisis más detallado, véase
apartado 3.2.4.1.
74 No se han encontrado estudios que analicen la realidad de parejas en las que solamente uno de los dos miembros tiene origen
inmigrante o pertenece a una minoría étnica. Hipotetizamos que esto se debe a cuestiones de muestreo y, más concretamente,
al hecho de que estas parejas son todavía demasiado escasas para ser representadas en una encuesta.
75Se trata de una matización muy importante; muchas autoras, sin embargo, en su afán por restar relevancia al factor racial,
olvidan subrayar que un bajo estatus socioeconómico, la falta de educación, el desempleo y la pobreza tampoco constituyen
causas de violencia (ej. Daoud et al. 2013; Mechanicy Pole 2012).
100
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
Incluso así, sin embargo, ciertas diferencias permanecen (Campbell et al. 2011). Esto
pone de relieve la necesidad de averiguar cuáles son los mecanismos específicos que
subyacen al mayor riesgo de enfrentar violencia de género entre mujeres de origen
extranjero o pertenecientes a minoría étnica.
Si focalizamos nuestra atención en el lado de las mujeres, podemos observar que existen
varios elementos que incrementan su vulnerabilidad y reducen sus posibilidades de
oponerse a la violencia y poner fin a la relación (Raj y Silverman 2002). Más
concretamente, en el caso de las mujeres migradas varias autoras llaman la atención sobre:
el aislamiento que a menudo sigue al proceso migratorio (Montañés y Moyano 2006;
Campbell et al. 2011; Raj y Silverman 2002); la existencia de barreras lingüísticas
(Montañés y Moyano 2006; Sokoloff 2008); la falta de derechos legales (Campbell et al.
2011; Montañés y Moyano 2006; Raj y Silverman 2002; Sokoloff 2008); y el hecho de que
el estatus de inmigrante de la mujer puede convertirse en un potente mecanismo de control
y chantaje por parte del varón (Dutton, Orloff y Hass 2000; Raj y Silverman 2002). En
referencia tanto a las mujeres migradas como a las que pertenecen a una minoría étnica, por
otra parte, se evidencia la existencia de reticencias a buscar ayuda fuera de la comunidad,
por miedo a que esto pueda contribuir a desacreditar aun más a un grupo ya marginalizado
(Raj y Silverman 2002).
Con respecto a los varones, podemos identificar múltiples explicaciones. La primera
pone el acento en la rabia y la frustración generadas por la opresión y el racismo vividos
(Hampton, Oliver y Margarian 2003). Se trata de una aportación interesante y respaldada
por la afirmación de Galtung de que “la violencia genera violencia” (Galtung 1990/2003, p.
266). El hecho de que las mujeres, pese a vivir la misma opresión, apenas recurran a esta
violencia, sin embargo, vuelve a poner sobre la mesa el sistema de género. La importancia
de este último, además, se reconfirma si consideramos que, a menudo, la ira de los varones
no se dirige contra el responsable directo de la misma, sino que se desvía contra la pareja
femenina (Hampton, Oliver y Margarian 2003), blanco perfecto de la violencia en cuanto
sujeto dotado de un estatus inferior (Myers 2008) y desprovisto de poder (Hochschild
2009)76. En suma, aunque la agresión puede verse desencadenada por la opresión vivida,
sólo manteniendo una sólida perspectiva de género es posible comprender por qué
únicamente los varones expresan con violencia la rabia que ésta genera; y por qué, al
hacerlo, la dirigen expresamente contra sus parejas.
Otras autoras subrayan la importancia de tener en cuenta también el papel jugado por
factores de índole cultural (Raj y Silverman 2002) y el hecho de que los grupos sociales que
nos ocupan suelen caracterizarse por una mayor adhesión a valores y prácticas
profundamente patriarcales (Crittenden y Wright 2013).
Un tercer grupo de aportaciones, finalmente, destaca que la violencia de género que
algunas mujeres migradas enfrentan tras el proceso migratorio puede guardar relación
justamente con dicho proceso, sea porque es algo que conlleva cambios en el estatus
relativo de los miembros de la pareja (Yick 2001), sea porque se acompaña de determinadas
76 Es lo que en psicología social se conoce como teoría del “chivo expiatorio”. Para un análisis más detallado, véase apartado
5.2.3.2.
101
Violencia de género en la pareja y exclusión social
expectativas, emociones y miedos que pueden actuar como combustible para la violencia
(Albertín 2009).
102
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
comprender el incremento del riesgo hay que dirigir la mirada a los lugares que éstas
frecuentan y en los que eligen a sus parejas (Santangelo 2008).
En el caso de los varones, algunos estudios evidencian que el abuso de alcohol puede
crear un ambiente conflictivo, empeorar la calidad de la relación y facilitar así que la
violencia se desencadene (ej. Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Jewkes, Levin y Penn-
Kekana 2002; Stöckl, Heise y Watts 2011). Otras investigaciones ponen el acento en la
reducción de las inhibiciones y de la capacidad de controlar de los impulsos (ej. Barrett,
Habibov y Chernyak 2012; Jewkes 2002). Otras tantas nos recuerdan que, socialmente,
hallarse bajo el efecto del alcohol se ha considerado una “excusa” aceptable para el
comportamiento violento (ej. Jewkes 2002), algo que también puede facilitar el recurso a la
violencia. Otra teoría sugiere que la relación alcohol/violencia podría en realidad ser una
relación espuria y ambos elementos estar relacionados con un tercer factor (ej. estrés) no
incluido en el análisis (ej. Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Hamby 2005; West 2005).
Finalmente, algunas autoras subrayan la importancia de llamar en cuestión la noción de
masculinidad y ponen en relación posición de clase, consumo de alcohol y violencia de
género. Más concretamente, señalan que situaciones como la falta de empleo y de recursos
constituyen una amenaza a la masculinidad y que tanto el alcohol como la violencia son una
forma de restablecerla (Peralta, Lori y Steele 2010).
En conclusión, todos estos estudios ofrecen interesante pinceladas para comprender la
relación entre consumo de drogas (alcohol incluido) y violencia. Todos, sin embargo, son
también parciales, ya que olvidan subrayar que si estos elementos actúan como lo hacen es
justamente porque se insertan en un contexto de desigualdad entre géneros. En ausencia de
esta precondición, de hecho, sería imposible comprender por qué el consumo de tales
sustancias desencadena violencia masculina contra la pareja femenina pero no lo contrario.
79 La mayoría de estos estudios, sin embargo, se limita a analizar la violencia física y sexual, mientras que solamente una exigua
minoría contempla también la violencia psicológica.
103
Violencia de género en la pareja y exclusión social
también es posible que la discapacidad sea una consecuencia del abuso (Beaumont et al.
2015; Campbell et al. 2011).
Con respecto al lugar de residencia, varios estudios muestran que el hecho de vivir en
zonas rurales reduce el riesgo de experimentar violencia de género (ej. Friedemann-Sánchez
y Lovatón 2012; Walby y Allen 2004). Algunas autoras sugieren que esto podría explicarse
a partir de la falta de anonimato y el mayor control social comunitario que caracterizan estas
zonas, así como por el menor impacto de varios factores de estrés (Friedemann-Sánchez y
Lovatón 2012). Otra hipótesis remite al hecho de que, en las zonas rurales, el
cuestionamiento de los roles tradicionales podría ser menor y, por lo tanto, toda aquella
violencia que se configura como una reacción patriarcal frente a la puesta en cuestión de la
dominación masculina (García y Casado 2010; Ferrer, Bosch y Madurell 2006; Moya 2014)
tendería a reducirse. Una última posibilidad, finalmente, es que el efecto protector de vivir
en zonas rurales sea en realidad un espejismo, resultado de diferencias en el proceso de
detección. Es decir, que en zonas rurales, más tradicionales, la detección se vería dificultada
por el hecho de que, allí, las mujeres serían menos capaces tanto de reconocer como de
expresar la violencia que viven80.
Asimismo, numerosas investigaciones evidencian que la falta de apoyo social se asocia
con un incremento en el riesgo de victimización (Ruiz-Pérez et al. 2006; Stöckl, Heise y
Watts 2011; Vives-Cases et al. 2010). La sucesión temporal, sin embargo, no queda clara: el
aislamiento podría ser tanto un factor de riesgo como una consecuencia de la violencia
experimentada (Jewkes 2002; Stöckl, Heise y Watts 2011). Por un lado, de hecho, unas
redes sociales y familiares ausentes o poco desarrolladas pueden incrementar el riesgo de
experimentar violencia de género porque, en tales circunstancias, viene a faltar una fuente
de apoyo y bienestar fundamental así como una importante medida disuasoria para
comportamientos socialmente desaprobados (Lanier y Maume 2009; Stöckl, Heise y Watts
2011). Es ésta una aportación muy interesante, que nos ayudará a comprender determinados
procesos relatados por las mujeres entrevistadas 81 . Por otro, sin embargo, la relación
aislamiento/violencia podría reflejar un recorrido inverso, donde el aislamiento es
simplemente una consecuencia del maltrato (Jewkes 2002; Jewkes, Levin y Penn-Kekana
2002; Stöckl, Heise y Watts 2011)82.
En relación con el hecho de haber experimentado violencia de género en la familia de
origen, varias investigaciones detectan un incremento en la probabilidad de victimización
en el caso de las mujeres (ej. Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Franklin y Menaker 2014;
Stöckl, Heise y Watts 2011; van Wijk y de Brujin 2012) y de agresión en el caso de los
varones (ej. Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012). Con respecto a las primeras, se plantean
varias explicaciones: algunas autoras subrayan que el hecho de haber observado y
experimentado violencia de género en la infancia reduce la autoestima, incrementa la
vulnerabilidad emocional y dificulta el desarrollo de capacidades de autoprotección frente a
80 Esta hipótesis se ve respaldada por el informe de la encuesta realizada en 2014 por parte de la Agencia de los Derechos
Fundamentales de la Unión Europea (FRA). En él, de hecho, para explicar los mayores niveles de violencia detectados en
países más igualitarios se remite precisamente a diferencias en la capacidad de detección. Para un análisis más detallado,
véase apartado 6.2.2.1.
81 Véase apartado 9.2.2.3.1.
104
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
sucesivas amenazas de abusos (Stöckl, Heise y Watts 2011). Otros estudios subrayan que el
hecho de que los padres hayan sido una fuente de angustia y, a la vez, el único posible
consuelo para la misma conlleva una confusión de miedo y amor en la cosmovisión de lo
que debe ser una relación, abriendo así el camino a la violencia (Barrett, Habibov y
Chernyak 201). Otras autoras, finalmente, aclaran que una temprana experiencia de
violencia de género lleva a considerar la violencia algo normativo, lo cual conduce a una
mayor tolerancia frente a comportamientos que, en última análisis, se relacionan con ésta
(Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002). Con respecto a los varones, la relación entre
victimización y agresión se comprende si tenemos en cuenta que el hecho de haber
vivenciado violencia en la infancia lleva a aprender e imitar unos patrones de conducta
determinados (Smith et al. 2011). Obviamente, al igual que en todos los factores de riesgo,
esta relación no es automática ni ineluctable, ni para los varones ni para las mujeres
(Nicolson 2010).
Finalmente, varios estudios muestran que la presencia de conflictividad en la pareja
también es un importante factor de riesgo (ej. Aldarondo, Kaufman Kantory Jasinski 2002;
Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002), sobre todo cuando ésta se relaciona con unos intentos
de la mujer de transgredir su rol de género y desafiar el privilegio masculino (Jewkes
2002)83. Para comprender por qué unos elevados niveles de conflictividad incrementan el
riesgo de maltrato hay que tener en cuenta, escribe Jewkes (2002), que la violencia a
menudo se utiliza como una táctica en el conflicto o como una expresión de frustración o
rabia. Tal y como ya se ha aclarado con anterioridad, sin embargo, ésta es una explicación
interesante, pero solo si se recuerda en todo momento que la conflictividad no es causa de
la violencia, sino simple factor de riesgo que actúa sobre un sustrato estructural de
desigualdades entre géneros.
83 Si las investigaciones ahora mencionadas se ocupan de la cuestión del conflicto de forma explícita, muchas otras recurren a él
para dar cuenta de otros factores de riesgo, como pobreza, desempleo, uso de alcohol, etc. (ej. WHO 2002; Walby y Allen
2004; Hampton, Oliver y Margarian 2003; Guruge, Khalou y Gastaldo 2009; Stöckl, Heise y Watts 2011; Barrett, Habibov y
Chernyak 2012; Frankiln y Menaker 2014; Basile, Hall y Walters 2013 84).
105
Violencia de género en la pareja y exclusión social
84 Un estatus socioeconómico bajo se asocia con menor autoestima tanto en el caso de las mujeres como de los hombres. Este
efecto simétrico, sin embargo, se cruza con una valoración simbólica asimétrica de lo femenino y masculino. Como resultado,
en el caso de ellas la relación entre estatus socioeconómico y autoestima se ve intensificada, mientras que en ellos actúan
unos mecanismos de compensación.
106
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
85 Es interesante recordar que, cuando hablamos de feminidad tradicional, no nos referimos a una mera repetición de valores,
comportamientos y actitudes propios de generaciones anteriores. Al contrario, tal y como aclara McRobbie (2007/2010), las
chicas jóvenes de clase obrera experimentan una época de profunda ambigüedad: por un lado, de hecho, se las invita a
encarnar una feminidad descarada y a adoptar patrones sexuales hasta ahora reservados únicamente a los hombres. Por otro
lado, sin embargo, esta supuesta igualdad no es más que ficción, y sirve “para reafirmar la ley patriarcal y la hegemonía
masculina” (McRobbie 2007/2010, p. 119). Es lo que la autora llama respectivamente “mascarada postfeminista” y “chica
fálica”. A esto se añade que estas jóvenes y sus comportamientos son objeto de una clara estigmatización social, que
contribuye a incrementar ulteriormente la ambivalencia antes nombrada. Un claro ejemplo de todo esto es el fenómeno “choni”,
donde una apariencia de chicas descaradas, transgresivas e incluso agresivas se combina con actitudes profundamente
tradicionales y con una clara reprobación social por parte de la clase media y media alta.
107
Violencia de género en la pareja y exclusión social
exclusión social del hombre puede incrementar el riesgo de que éste ejerza violencia sobre
su pareja.
Un primer grupo de explicaciones remite a las situaciones de estrés y frustración como
desencadenantes de la agresión. Para comprender plenamente estos planteamientos,
debemos adentrarnos en el campo de la psicología social y, más concretamente, en los
estudios que se ocupan de la relación entre frustración y agresión, entendiendo la primera
como todo aquello que nos impide alcanzar nuestros objetivos y la segunda como
“cualquier forma de conducta que pretenda herir física o psicológicamente a alguien”
(Ovejero 2010, p. 271). Observamos así que, si Dollard y otros (1939/1967) estipulaban que
la frustración “siempre conduce a alguna forma de agresión” (p.1), en épocas más recientes
esta relación ha sido matizada y se ha aclarado que la frustración no produce
automáticamente agresión, sino ira, la cual a su vez crea una disposición emocional que
favorece la agresión (Berkowitz 1989) 86 . En cualquier caso, es lógico suponer que los
varones en situación de exclusión social experimentan niveles de frustración superiores a la
media y, por lo tanto, según estos planteamientos, también una mayor predisposición a la
agresión. Las influencias ambientales, y entre ellas el calor y el hacinamiento, finalmente,
también incrementarían la probabilidad de que se den conductas violentas (Myers 2008) y
también pueden guardar cierta relación con los procesos de exclusión, sobre todo habitativa.
Bandura (1979), por su parte, nos advierte de que el hecho de que esta disposición
emocional se convierta o no en agresión guarda relación con las consecuencias anticipadas
de la misma. Más concretamente, es más probable que una experiencia de aversión (como la
frustración, pero también el menosprecio, el insulto, un entorno incómodo, etc.) se convierta
en agresión cuando tenemos la impresión de que hacerlo es seguro y ventajoso. A esto se
añade que la agresión, aunque sea resultado de una frustración, no siempre se dirige contra
la causa de la misma, sino que, cuando el destinatario del enojo es alguien poderoso o no
claramente definido, tiende a desviarse de su objeto “legítimo” y a dirigirse hacia personas
cuyo poder es menor y que, por lo tanto, no pueden castigar o sancionar la agresión
recibida. El enojo, en suma, corre por los canales que ofrecen una resistencia más débil
(Hochschild 2009). Es evidente que, desde una perspectiva de género, estas matizaciones
tienen una importancia fundamental y nos ayudan a comprender por qué este enojo, en el
marco de una estructura social patriarcal, puede fácilmente desviarse hacia la pareja
femenina. Finalmente, cabe añadir que, si los varones pertenecientes a las capas más altas
de la población pueden tener a su alcance un abanico relativamente amplio de personas de
estatus inferior contra quién dirigir su hostilidad, en el caso de los varones en situación de
exclusión social esta posibilidad de “elección” disminuye, quedando muchas veces reducida
a la pareja femenina, que, en el sistema de creencias patriarcal, siempre posee un estatus
inferior al del hombre y es, por lo tanto, un blanco “legitimo” de su frustración. En suma, en
el caso de los varones en situación de exclusión el riesgo de agresión sería mayor tanto
porque experimentan niveles de frustración mayores que el resto como porque es más
86 Se trata de un análisis interesante que, sin embargo, carece de perspectiva de género. Más concretamente, olvida que la
socialización de género inhibe actitudes/conductas agresivas en las niñas y mujeres, mientras que las incita en los niños y
hombres. La socialización, de esta manera, condiciona la expresión de un estado emocional como la ira y la dirección de la
propia agresión (que puede dirigirse tanto contra las y los demás como contra una misma). En suma, la frustración puede
expresarse como agresión o como tristeza/depresión y los dispositivos de género juegan un papel muy importante a la hora de
determinar qué vía se seguirá.
108
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
probable que desvíen contra la mujer la agresión que esta predisposición emocional
contribuye a desencadenar.
En segundo lugar, resulta interesante rescatar la teoría de la violencia de Galtung. Este
teórico descompone el fenómeno de la violencia en tres dimensiones, diferentes pero
interrelacionadas: violencia directa, violencia estructural y violencia cultural (Galtung
1990/2003). La primera es la violencia manifiesta, aquella que, sea física, sexual o
psicológica, es ejercida por un actor intencionado. La segunda es la violencia incorporada
en los sistemas sociales, políticos y económicos. Finalmente, la violencia cultural hace
referencia al hecho de que partes de la cultura son violentas en cuanto pueden ser utilizadas
para legitimar tanto la violencia directa como la estructural (Galtung 1990/2003; Calderón
2009).
Estas tres dimensiones de la violencia se relacionan en múltiples maneras; aquí, sin
embargo, lo que nos interesa es cómo la violencia estructural y cultural pueden generar
violencia directa. Es ésta una relación quizás difícil de observar, pero no por ello menos
real. Tal y como escribe Galtung (1990/2003), de hecho, el sufrimiento generado por las
primeras puede fácilmente desembocar en la segunda. Piénsese, por ejemplo, en cómo una
mayor o menor inequidad en la distribución de los recursos influye en las tasas de
criminalidad87 . Galtung considera que este proceso puede ser explicado a través de una
fórmula sencilla: “la violencia genera violencia” (Galtung 1990/2003, p. 266).
Nosotras, aun compartiendo su análisis, consideramos necesario matizar esta última
afirmación, ya que existen evidentes diferencias de género en su aplicabilidad: si, en el caso
de los varones, ésta es autoevidente, en el caso de las mujeres la relación es más
problemática, ya que, entre ellas, la violencia estructural y cultural no parecen apenas dar
lugar a violencia directa. Esto no invalida la afirmación de Galtung, pero nos obliga a
matizarla, teniendo en cuenta las aportaciones de los estudios de género y de la
interseccionalidad. Los primeros son fundamentales, ya que únicamente poniendo el foco en
el género y en la manera en que éste incide en nuestra manera de vivenciar, procesar y
manifestar emociones es posible comprender por qué una misma violencia estructural tiende
a generar violencia directa en el caso de ellos pero no de ellas. La interseccionalidad, por su
parte, al subrayar que las personas pueden ocupar simultáneamente posiciones de opresión y
de privilegio 88 , permite aprehender con mayor precisión la situación de los hombres en
situación de exclusión. Éstos, de hecho, ocupan una posición de opresión desde el punto de
vista de clase, pero una de privilegio desde el punto de vista de género, y esto es
fundamental para comprender cómo la violencia estructural que tanto hombres como
mujeres experimentan puede llegar a traducirse en violencia de los unos sobre las otras.
Como se puede ver, es éste un análisis que, aun partiendo de premisas diferentes, presenta
ciertos puntos de contacto con los hallazgos de Hochschild (2009) antes mencionados.
En tercer lugar, encontramos una serie de teorías, ya analizadas en el apartado anterior,
que remiten al conflicto como desencadenante de la agresión (Jewkes 2002; Walby y Allen
87 Países como Suecia o Noruega, donde la inequidad es menor, presentan bajos niveles de conflictividad; mientras que países
como Estados Unidos o Brasil, que se caracterizan por grandes inequidades, también presentan altos niveles de conflictividad
social (Galtung 1990/2003).
88 Para un análisis más detallado de esta ambivalencia, véase apartado 2.2.4.
109
Violencia de género en la pareja y exclusión social
2004). Según estas formulaciones, dicho conflicto puede precipitar violencia de varias
maneras: por un lado, porque es fuente de frustración y ésta, como se ha visto más arriba,
crea una disposición emocional para la agresión; por otro, simplemente porque
frecuentemente la violencia es utilizada como una táctica dentro de este conflicto (Jewkes
2002). Para el fenómeno que nos ocupa, estas explicaciones son interesantes, ya que la
conflictividad en la pareja, sin ser obviamente exclusiva de los procesos de exclusión, sí
puede guardar cierta relación con éstos. Cabe además añadir que la probabilidad de que los
conflictos desemboquen en violencia guarda estrecha relación con la disponibilidad de
herramientas para un manejo no violento de los mismos (Friedemann-Sánchez y Lovatón
2012), algo que también puede guardar cierta relación con procesos de exclusión, sobre
todo educativa. También en este caso, sin embargo, es importante mantener una clara
distinción entre factores desencadenantes –en este caso, el conflicto– y factores causales –
que han de ser buscados en el nivel de la estructura social y en las desigualdades de género
que la atraviesan–.
Un cuarto grupo de estudios parte del presupuesto de que las herramientas que permiten
a los varones mantener el dominio sobre sus parejas son múltiples y variadas; y que, en este
contexto, a menudo, no hace falta recurrir a la violencia para conservar el poder. Esto
implica que la violencia es una herramienta utilizada más fácilmente por aquellos varones
que advierten una pérdida de poder (Hearn 1998; Fisher 2013) y carecen de los recursos
(tanto materiales como simbólicos) socialmente aceptados que permiten asegurar su
dominio sobre la pareja femenina (Basile, Hall y Walters 2013; Callá 2008; Lawson 2012;
Walby y Allen 2004). En este sentido, las situaciones de exclusión social (in primis la
exclusión económica) podrían ser interpretadas no tanto como un factor de estrés o conflicto
sino como circunstancias que dificultan el mantenimiento del poder y del control masculino
sobre la pareja femenina.
Las conclusiones a las que llegan estas investigaciones guardan una clara relación con
las nociones de anomía, por un lado, y de “patriarca desposeído”, por otro. La primera ha
sido definida por Merton (1968/1980) como el “uso de medios institucionalmente
prohibidos para alcanzar una meta culturalmente valorada” (p. 260). Su difusión, escribe
este autor, será mayor en aquellos colectivos sociales que, por su posición desventajosa en
el reparto de recursos, “están más sometidos que otros a las tensiones que nacen de la
discrepancia entre metas culturales y accesos efectivos a su realización” (p. 259). Aplicado
a la violencia de género, este concepto nos dice que si la meta valorada es el dominio del
hombre sobre la mujer, en contextos donde los hombres encuentran mayores dificultades
para asegurar este dominio de forma “legitima” (ej. ejerciendo un rol de proveedores;
teniendo éxito en la vida pública, etc.), el recurso a la violencia se volverá más probable.
Análogamente, la noción de “patriarcas desposeídos” subraya que no son los patriarcas
en plena posesión de sus facultades y prerrogativas los que ejercen violencia sobre las
mujeres, sino los “patriarcas desposeídos”. Mientras que los primeros consiguen el
sometimiento sin necesidad de violencia, los segundos necesitan recurrir a ella para
reafirmar su posición dominante (Izquierdo 2007). Si aplicamos este concepto a los varones
en situación de exclusión, podemos hipotetizar que éstos, pese a haber sido socializados, en
110
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
cuanto varones, para ejercer el rol de “patriarca”, luego se han encontrado con una realidad
que los ha convertido en “patriarcas fallidos”89; y este fracaso, al operar sobre un trasfondo
estructural de relaciones desiguales de género, constituiría un excelente caldo de cultivo
para la violencia de género.
Se habrá observado que las nociones de anomía, por un lado, y de patriarca desposeído,
por otro, presentan evidentes puntos de contactos entre sí: la mayor diferencia entre la una y
la otra, en efecto, reside en el hecho de que la primera, más antigua, es una teoría de
carácter general, mientras que la segunda, más reciente, se aplica al caso específico de la
violencia de género y es, por ello, más explícita en su enunciación.
En quinto lugar, encontramos un nutrido grupo de investigaciones que explica los
mayores niveles de violencia de género detectados en situaciones de vulnerabilidad social a
partir de las repercusiones que éstas tienen en términos de identidad masculina (ej. De
Kaseredy y Schwartz 2005; Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Messerschmidt 1993;
Strier et al. 2014). Más concretamente, estos estudios ponen el acento en el riesgo de
emasculación (Hochschild 1991), crisis de identidad (Fodor 2006), sensación de pérdida de
poder –cuando se presupone que se tiene derecho a mantener y a ejercer este poder–
(Jewkes 2002; Peralta, Tuttle y Steele 2010; Walby y Allen 2004) y redefinición de la
masculinidad en términos anómicos (Jewkes 2002), todos elementos que, por un lado,
pueden actuar como detonantes para la violencia y, por otro, pueden asociarse al desempleo,
la pobreza y el fracaso como proveedor. Esta dinámica, por otra parte, puede verse
fuertemente intensificada en contextos en los que la pobreza y la incapacidad de ejercer un
rol de proveedor no son algo coyuntural, sino situaciones enquistadas, que se arrastran entre
generaciones. En contextos de este tipo, de hecho, los cambios identitarios se afianzan y
tienden a acrecentarse con el paso del tiempo. Otro factor que también puede intensificar las
dinámicas descritas es la concentración espacial de las situaciones de pobreza y exclusión
(gueto). En este caso, de hecho, la creación de una definición alternativa de masculinidad
puede verse favorecida por la presencia de actitudes imitativas. El riesgo, por lo tanto, será
máximo para todos aquellos colectivos y hogares que, por un lado, llevan arrastrando
situaciones de exclusión desde generaciones y, por otro, residen en zonas claramente
marginales. Podría ser éste, por ejemplo, el caso de algunos varones afroamericanos en
Estados Unidos, pero también de algunos varones de etnia gitana y/o en situación de
exclusión extrema en el Estado español.
Finalmente, algunas investigaciones sugieren que la relación entre exclusión social y
violencia de género podría estar mediada por la presencia de valores y actitudes más
fuertemente patriarcales entre los varones excluidos. Diversos estudios, de hecho, detectan
la existencia de una relación entre nivel socioeconómico e ideología patriarcal (ej. Kiss et
al. 2012; Smith 1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009) y, más en general, entre posición
socioeconómica y prejuicios (Pettygrew et al. 1997). Para comprender el origen de esta
relación, hay que tener en cuenta que todas las personas necesitan tener estatus; que el
estatus es relativo (es decir, para tenerlo se necesita que haya alguien por debajo de
89 Aunque el “fracaso” en el rol de patriarca es característico de las situaciones de exclusión (donde se desprende de elemento
“objetivos”, como la incapacidad de cumplir con la función de proveedor), también puede darse en clases medias y altas,
cuando el hombre percibe que su autoridad es puesta en entredicho.
111
Violencia de género en la pareja y exclusión social
nosotros/as); que al bajar la cuesta social la garantía de estatus disminuye; y que los
prejuicios son algo que la refuerza (Myers 2008). Todos estos elementos pueden ayudarnos
a comprender por qué, al disminuir la posición económica, los prejuicios, y entre ellos los
de género, tienden a incrementarse.
Para concluir, es necesario recordar que las explicaciones que aquí se han ofrecido
pueden ayudarnos a comprender un tipo de violencia –la violencia de de los varones
“desposeídos” (Izquierdo 2007)– pero no otro –la violencia de los poderosos (Hearn 2012a;
Hearn 2012b)–. Si la primera representa la reacción de alguien que siente que su posición
de superioridad está amenazada y peligra, de hecho, la segunda se configura como una
simple y brutal manifestación del poder detenido (Hearn 2012a; Hearn 2012b)90. El hecho
de que prevalga una u otra, evidentemente, guarda relación con la posición de clase y otras
intersecciones sociales (Hearn 2012b).
90Elexperimento de la cárcel de Stanford es la ejemplificación perfecta de este concepto: en 1971, en Estados Unidos, un equipo
de investigadores liderado por Zimbardo creó una prisión simulada, donde guardias y presos habían sido elegidos
aleatoriamente entre unos estudiantes universitarios que se habían ofrecido voluntarios y habían sido seleccionados por su
estabilidad emocional. Con el paso de los días, mientras los guardias (sujetos con poder) se volvían más fuertes, los
prisioneros (sujetos carentes de poder) se hacían más dependientes, deprimidos y desesperados. Mientras los primeros lo
admitían todo con tal de mantener la dominación, los segundos se iban resignando a su destino. La situación era tal que el
sexto día el experimento, que debía durar dos semanas, fue interrumpido (Zimbardo et al. 1986). En este caso, en suma, el
recurso a la violencia no es la reacción a una temida pérdida de poder, sino expresión misma de la dominación. Los resultados
obtenidos son de vital importancia para entender la violencia de género, ya que “la institución física de la prisión no pasa de ser
una metáfora de acero y hormigón frente a la existencia de prisiones más generales, desgraciadamente menos evidentes”, y
entre ellas el sexismo (Zimbardo et al. 1986, p. 105).
112
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
113
Violencia de género en la pareja y exclusión social
91 Es importante, sin embargo, señalar que el éxito alcanzado por este síndrome (síndrome que, por otra parte, no está
reconocido ni en ámbito psicológico ni psiquiátrico) en la práctica puede llegar a tener efectos perversos, llegando hasta el
punto de restar credibilidad a todas aquellas mujeres que, aun habiendo vivido violencia, no presentan la sintomatología que
éste describe como caracterísitca de tales situaciones (Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010a).
114
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
115
Violencia de género en la pareja y exclusión social
117
Violencia de género en la pareja y exclusión social
93Conrespecto a estas últimas, cabe destacar que existe, en la literatura, una falta de consenso acerca de la definición del
fenómeno, que puede ser entendido en sentido restringido o más amplio. En el primer caso, nos referimos a las situaciones de
ausencia total de un techo bajo el que vivir (sinhogarismo absoluto); en el segundo, a todos aquellos casos en los que las
personas no disponen de una vivienda segura y adecuada (sinhogarismo relativo) (Tutty et al. 2014).
118
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
al. 2002; Gil de Miguel y Campuzano 2014; Laparra 2014b; Laparra, Pérez y
Corera 2012; Siefert et al. 2004). Estos estudios tratan con exhaustividad el
impacto del desempleo y la pobreza en las otras dimensiones de la exclusión,
pero, al no ocuparse de violencia de género, no analizan con suficiente precisión
el ámbito de la salud y sus ramificaciones.
Estudios pertenecientes a los ámbitos más diversos y que nos ayudan a dilucidar
cuestiones concretas no tratadas en las investigaciones antes nombradas (ej. Ford
et al. 2011 Khusainova 2014; Miyawaki 2014).
Partiendo de aquí, intentamos crear un marco general, coherente y completo que nos
sirva como guía para, más adelante, analizar tanto los efectos de la violencia de género en
las distintas dimensiones de la exclusión, como –y sobre todo– las dinámicas de las
interrelaciones entre dichas dimensiones.
Observamos así que los ámbitos que antes hemos estudiado de forma separada
constituyen en realidad una maraña intricada, constelada de intensos vínculos e
interrelaciones (Ilustración 3). Más concretamente, las secuelas a nivel de salud psicológica
tienen recaídas físicas y los daños físicos a su vez acarrean consecuencias psicológicas y
emocionales (Ford et al. 2011; Khusainova 2014). La angustia, estrés y ansiedad que la
violencia conlleva, por otra parte, puede conducir al abuso de alcohol u otras drogas
(Campbell et al. 2011; Pyles y Banerjee 2010; Salomon, Bassuk y Huntington 2002) y éste
a su vez intensificar las secuelas tanto psicológicas como físicas antes nombradas (Coullaut-
Valera et al. 2011). Estos daños psicológicos y físicos, por un lado, dificultan la búsqueda y
el mantenimiento de un empleo (Adams et al. 2013; Moe y Bell 2004; Swanberg y Logan
2005; Swanberg, Logan y Macke 2005; Wettersten et al. 2004) y, por otro, se ven a su vez
agravados por las dificultades en la esfera laboral (Cooper, McCausland y Theodossiou
2014; Laparra, Pérez y Corera 2012). Asimismo, no podemos olvidar que los problemas en
ámbito laboral fácilmente desembocan en pobreza y privación (Adams et al. 2008; Adams
et al. 2013; Brush 2004; Danziger et al. 2002; Moe y Bell 2004; Siefert et al. 2004; Tolman
y Rosen 2001) y en situaciones de exclusión habitativa (Brush 2004; Romero et al. 2003;
Siefert et al. 2004; Tutty et al. 2014). Tanto las dificultades económicas como la
precariedad a nivel de vivienda (cuando no directamente situaciones de sinhogarismo), por
otra parte, pueden desembocar en una merma ulterior de la salud psicofísica de la mujer
(Gil de Miguel y Campuzano 2014; Laparra 2014b; Laparra, Pérez y Corera 2012) y en
dificultades añadidas a la hora de encontrar y mantener un empleo (Laparra, Pérez y Corera
2012). A todo esto se suman los efectos perversos del aislamiento social, que es una de las
consecuencias de la violencia y guarda relación tanto con el ámbito de salud como de
recursos. El aislamiento, de hecho, por una parte, se ve intensificado por los problemas de
salud mental y física que la violencia ha ocasionado (Jewkes 2002; Nicolson 2010; Ruíz-
Jarabo y Blanco 2007) y, por otra, puede llegar a agravarlos o, por lo menos, dificultar su
superación (Miyawaki 2014). Asimismo, también se evidencia que la escasez de contactos
sociales, por un lado, incrementa las dificultades a la hora de encontrar empleo (Dahl,
Fløtten y Lorentzen 2008) y, por otro, se ve agravada por la ausencia de estabilidad en esta
esfera (Pyles y Banerjee 2010). Finalmente, considérese también que la pobreza económica
y la privación llegan a intensificar el aislamiento antes nombrado (Laparra 2014b; Laparra,
119
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Pérez y Corera 2012), mientras se ven por éste incrementadas (Dahl, Fløtten y Lorentzen
2008).
Resumiendo, la revisión bibliográfica realizada muestra con claridad que existen intensas
y profundas interrelaciones entre las dificultades que las mujeres pueden estar
experimentando en cada ámbito.
Esta maraña compleja e intricada recuerda muy de cerca las interrelaciones existentes
entre las diferentes dimensiones de la exclusión social. En otras palabras, la revisión
efectuada permite vislumbrar, incluso en ausencia de estudios que se ocupen
específicamente de este tema, cómo la violencia experimentada puede desembocar en
trayectorias descendentes en el continuum integración/exclusión social. En el análisis
intentaremos confirmar esta hipótesis.
120
5.4 Conclusiones
Después de haber analizado los fenómenos de la violencia de género y la exclusión
social de forma separada, a lo largo de este capítulo nos hemos ocupado de su interrelación.
Frente a la ausencia de estudios anteriores que se ocupen específicamente de la misma, sin
embargo, hemos tenido que acercarnos a nuestro objeto de análisis de forma indirecta,
examinando la relación entre violencia de género y una serie de factores de riesgo –como
nivel educativo bajo, desempleo, pobreza, origen inmigrante, abuso de alcohol y otras
drogas, etc.– que están, a diferente título, relacionados con procesos de exclusión.
En lo que respecta a estos factores, la literatura considera que la relación puede discurrir
en ambos sentidos (Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Campbell 2005; Josephson 2005;
Khalifeh et al. 2013; Stöckl, Heise y Watts 2011; Walby y Allen 2004). Esta consideración
es lo que nos ha llevado a la decisión de diferenciar, también aquí, los dos posibles
itinerarios.
En la primera parte de este capítulo, por lo tanto, hemos estudiado cuáles son los factores
que, en el marco de una estructura social patriarcal, incrementan el riesgo de experimentar
violencia de género y cómo operan. Hemos podido así observar que, en algunos casos, la
evidencia empírica es muy contundente, mientras que, en otros, es más discorde: el hecho
de que uno de los dos miembros de la pareja no tenga estudios, por ejemplo, parece ser un
factor de riesgo muy claro; y lo mismo puede decirse del lugar de origen, así como del
hecho de que el varón abuse de alcohol u otras drogas. En el caso de la pobreza y el empleo,
por el contrario, el panorama es más ambiguo: tanto la pobreza como el desempleo
masculino, de hecho, a veces parecen incrementar el riesgo de violencia de género y otras
no influir en él; mientras que el empleo femenino a veces parece incrementar este riesgo y
otras incluso reducirlo.
Una vez examinados tales factores, hemos avanzado con el análisis presentando varias
teorías que nos ayudan a comprender cómo una situación de exclusión social preexistente
puede favorecer el desencadenamiento de violencia de género. Algunas de estas
formulaciones han sido elaboradas en el marco de investigaciones que se ocupan
específicamente de violencia de género; otras, por el contrario, tienen un alcance más
general, pero todas son igualmente necesarias para crear un marco explicativo de la relación
que nos ocupa. Y la formulación de un marco de este tipo es especialmente relevante ya que
aunque, en la literatura, a menudo se ha subrayado la importancia de analizar el impacto
cumulativo de varios factores y sus interrelaciones (Aldarondo y Castro-Fernández 2011;
Campbell et al. 2011), hasta la fecha muy pocos estudios se han adentrado en análisis de
este tipo (Campbell et al. 2011) y, hasta donde sabemos, ninguno se ha ocupado de la
realidad específica de la exclusión social.
En el caso de los varones, un primer grupo de teorías aclara que las situaciones de estrés
y frustración pueden actuar como desencadenantes de la agresión (Berkowitz 1989; Dollard
et al. 1939/1967). Otros autores y autoras, sin embargo, matizan este concepto y explican
que tanto la probabilidad de que dicha agresión tenga lugar (Bandura 1979) como la
dirección que ésta tome (Hochschild 2009) guardan una relación directa con las
consecuencias anticipadas de la misma: y ésta es una aportación fundamental para
121
Violencia de género en la pareja y exclusión social
122
Interrelación entre la violencia de género en la pareja y la exclusión social
imprescindibles para comprender por qué estos factores facilitan el recurso a la violencia en
el marco de la pareja únicamente por parte de los hombres.
Una vez analizados los mecanismos que permiten comprender cómo una situación de
exclusión preexistente puede llegar a incrementar la probabilidad de que se manifiesten
determinados procesos de violencia de género, en la segunda parte de este capítulo hemos
analizado la posibilidad contraria, es decir, cómo la violencia experimentada puede dar
lugar a trayectorias descendentes en el continuum integración/exclusión social. También en
este caso, frente a la ausencia de estudios que analicen el impacto de la violencia en
términos de exclusión, hemos analizado los efectos de la violencia en una serie de
elementos que, sin ser sinónimos de exclusión, guardan, sin embargo, una clara relación con
la misma. De esta manera, hemos podido observar que la violencia tiene un fuerte impacto
sobre la salud (tanto física como emocional) de la mujer; que puede inducirla a abusar de
fármacos, alcohol u otras drogas; y que, a menudo, tiene profundas secuelas también en el
ámbito relacional (aislamiento), económico (en términos tanto de empleo como de pobreza
y privación) y de vivienda.
En un segundo momento, hemos completado esta información analizando cómo todos
estos elementos pueden llegar a interrelacionarse y retroalimentarse. Frente a la ausencia de
investigaciones que se ocupen explícitamente de este tema para el caso específico de la
violencia de género, sin embargo, hemos tenido que remitirnos a estudios pertenecientes a
campos muy diversos. Combinando la información proporcionada por cada una de estas
fuentes, hemos podido así crear un esquema general que pone de manifiesto la existencia de
fuertes interconexiones entre las secuelas que la violencia puede tener en varios ámbitos. A
partir de la información así conseguida, en el análisis trataremos de comprobar la validez de
este esquema para el caso específico de las mujeres que experimentan o han experimentado
violencia de género.
123
PARTE II. EL ENTORNO DE LA
OBSERVACIÓN
7. Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que
nos ocupan
7.1 Introducción
En los capítulos anteriores hemos examinado los fenómenos de la violencia de género y
la exclusión social desde un punto de vista eminentemente teórico. En éste avanzamos con
el análisis y efectuamos una aproximación cuantitativa a los mismos, presentando una
panorámica general tanto de su incidencia actual como de su evolución en la última década
y aportando datos tanto a nivel estatal como europeo. La fotografía que de esta manera se
dibuja, por un lado, nos ayuda a dimensionar los fenómenos que nos ocupan y, por otro,
constituye un elemento de conjunción entre el estudio eminentemente teórico efectuado en
los capítulos anteriores y el análisis propiamente dicho, al que se dedicarán los próximos
capítulos.
interpusieron denuncia en el pasado podría haber decidido no repetir una experiencia que
fue traumática para ellas94.
95
Tabla 3. Denuncias interpuestas. Años 2007-2015
94 Es ésta una interpretación que se ve sustentada por los relatos de las mujeres entrevistadas, que, a menudo, señalan que la
experiencia vivida, tanto en el momento de la denuncia como en el posterior juicio, les causó una fuerte victimización
segundaria. Para un análisis más pormenorizado, por otra parte, se remite al Anexo VIII, donde se detalla la experiencia vivida
por cada mujer.
95 Se han incluido datos a partir de 2007 porque es entonces cuando los informes del Consejo General del Poder Judicial
empiezan a incluir información comparable: en 2006, de hecho, estos Informes no proporcionan datos acerca del número de
denuncias interpuestas; y anteriormente se utilizaba la noción de violencia doméstica en lugar que la de violencia de género
(tal y como ésta se entiende en la LO 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género).
96 Sobre todo porque el momento en que la mujer interpone la denuncia con frecuencia se acompaña de un agravamiento de la
situación de violencia (Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010), con mayor riesgo de agresiones de alta intensidad e incluso
asesinatos.
128
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan
es, sin embargo, demasiado pronto para saber si se trata de un dato aislado o del inicio de un
cambio de tendencia.
% de condenas sobre
Enjuiciamientos Condenas totales el total de
enjuiciamientos
2010 56.470 34.376 60,9
2011 52.634 31.403 59,7
2012 51.656 30.294 58,6
2013 47.258 28.253 59,8
2014 46.318 28.341 61,2
2015 46.275 28.871 62,4
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de datos del Consejo General del Poder Judicial 2010-2015
Finalmente, nos ocupamos del número de feminicidios íntimos cometidos entre 2003 y
2015. En este caso, como se puede apreciar en la tabla que aparece a continuación, se trata
de cifras demasiado bajas como para analizar tendencias; lo que queremos destacar aquí, sin
97 Se han incluido únicamente datos a partir de 2010 porque es entonces cuando los informes del Consejo General del Poder
Judicial empiezan a presentar datos desagregados por sexo.
129
Violencia de género en la pareja y exclusión social
embargo, es que, según datos del Ministerio, en los últimos 13 años, 826 mujeres han sido
asesinadas por su pareja o ex pareja.
98
Gráfico 1. Feminicidios íntimos (mujeres asesinadas por la pareja o la ex pareja). Años 2010-2015
80 76
71 72 71 73
69
70
61 60
60 57 56
52 54 54
50
40
30
20
10
0
2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015
Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.
Los datos proporcionados a lo largo de este apartado son muy fiables, pero presentan dos
inconvenientes: por un lado, aun mostrando claramente que se trata de un fenómeno
numéricamente muy importante, invisibilizan los casos no denunciados y, por otro, no
aportan información alguna sobre las características socioeconómicas de las mujeres que
enfrentan violencia (Ferrer, Bosch y Madurell 2006). Es por ello que, en épocas más
recientes, éstos comenzaron a ser integrados con encuestas dirigidas al conjunto de las
mujeres. A ellas dedicamos, por lo tanto, los próximos apartados.
98 Se han incluido únicamente datos a partir de 2010 porque es entonces cuando el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e
Igualdad empieza a recoger información. Es cierto que el Centro Reina Sofía recoge datos anteriores, pero las series se
interrumpen en 2011 (año en que el Centro cerró). Antes que mezclar datos provenientes de fuentes diferentes (y recogidos
con metodologías diferentes), entonces, hemos preferido limitarnos a proporcionar las cifras más recientes. Asimismo, cabe
destacar que se han incluido únicamente los denominados “feminicidios íntimos” (mujeres asesinadas por la pareja o la ex
pareja), mientras que no se han contabilizados otros tipos de feminicidios (todos los que tienen lugar fuera del ámbito de la
pareja). Si hemos tomado esta decisión es porque, en este trabajo, no nos ocupamos del conjunto de la violencia de género,
sino únicamente de aquella que tiene lugar en el ámbito de las relaciones de pareja y, por lo tanto, el mismo esquema debe
aplicarse a los casos de feminicidio.
130
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan
Gráfico 2. Porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de una
pareja o ex pareja desde los 15 años hasta la actualidad en los países UE-28. Año 2013
35
30
25
20
15
10
5
0
Eslovaquia
Eslovenia
Francia
Estonia
Grecia
Lituania
Letonia
Bulgaria
Italia
Irlanda
Austria
Polonia
Croacia
Finlandia
Bélgica
Romania
EU-28
Reino Unido
Suecia
Holanda
España
Malta
Alemania
República Checa
Chipre
Hungria
Dinamarca
Luxemburgo
Portugal
99 En todas las fuentes analizadas, la presencia de violencia de género no se mide preguntando directamente por el padecimiento
de malos tratos, sino de manera indirecta, a partir de la respuesta afirmativa a una serie de ítems que describen situaciones
concretas que se consideran indicativas de la presencia de violencia de género.
131
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Gráfico 3. Porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia psicológica por parte de una
pareja o ex pareja alguna vez en la vida en los países UE-28. Año 2013
70
60
50
40
30
20
10
0
Polonia
Eslovenia
Grecia
Estonia
Francia
Eslovaquia
Bulgaria
Lituania
Letonia
Finlandia
Bélgica
Croacia
Austria
Italia
Irlanda
EU-28
Suecia
Romania
Malta
Holanda
Reino Unido
España
Alemania
República Checa
Chipre
Hungria
Luxemburgo
Dinamarca
Portugal
Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de datos del FRA (2014)
¿Por qué habría más violencia precisamente donde las desigualdades de género (que,
como se ha dicho, constituyen la causa prima de dicha violencia) son menores? Podemos
formular varias hipótesis, diferentes pero no necesariamente excluyentes. La primera parte
del presupuesto de que los datos presentados constituyen un reflejo fiel de la realidad y que,
efectivamente, en los países nórdicos la incidencia de la violencia de género es mayor de lo
esperado. Esto podría, a su vez, ser el resultado de procesos diferentes. Por un lado, de
hecho, podría interpretarse como una reacción patriarcal frente a las conquistas de las
mujeres 100 . Por otro lado, los datos obtenidos podrían estar asimismo reflejando la
existencia de un vacío, tanto en las políticas de género como en las herramientas de
medición de la desigualdad, demasiado centradas en cuestiones materiales y no
suficientemente atentas a la esfera emocional (siendo ésta la principal fuente de desigualdad
en los países occidentales contemporáneos) (Jonasdottir 1991/1993). Finalmente, también
cabe destacar que parte de estas diferencias podría explicarse por la existencia de un diverso
patrón de consumo de alcohol en los países del Norte y del Sur de Europa (FRA 2014) 101.
Todas estas hipótesis encuentran confirmación en el hecho de que, según datos del Centro
100Según García Selgas y Casado (2010), de hecho, sería precisamente el desajuste causado por estas modificaciones lo que
habría conducido a un incremento de la conflictividad en la pareja y también de la violencia que se da en ella. Para comprender
esta afirmación hay que tener en cuenta que los cambios que han tenido lugar no han sido espontáneos, ni representan el
resultado de un pacífico consenso entre mujeres y hombres. Muy al contrario, se han logrado gracias a las luchas de un
movimiento –el feminismo– que ha supuesto un reto para los varones y que ha conducido a unos cambios que, en términos
generales, han recibido mejor aceptación por parte de ellas que por parte de ellos. Esto es fácilmente comprensible, ya que,
para las mujeres, estas transformaciones, aunque no siempre fáciles ni faltas de contradicciones, suponían un cambio para
mejor; mientras que, para los hombres, implicaban una renuncia a determinados privilegios antes indiscutidos (Bourdieu 1990;
García y Casado 2010). Esto, evidentemente, ha hecho que las mujeres hayan cambiado más y más rápidamente que sus
compañeros. En este desfase se encontraría la semilla, el germen de la violencia (Moya 2014). Si a esto se añade que, a nivel
general, las conquistas de los grupos subordinados siempre son vividas, por parte de los grupos dominantes, como agresiones
en contra de ellos, se comprende que es aquí, en esta percepción de haber sufrido una injusticia, donde se encuentra el
germen de un posible aumento de los conflictos y de la violencia en contra de las mujeres (Ferrer, Bosch y Madurell 2006;
García y Casado 2010; Moya 2014).
101 Esto no significa que el abuso de alcohol pueda causar la violencia, sino que –tal y como se ha analizado en el capítulo 4
132
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan
Reina Sofía (2010), las tasas de feminicidio en los países nórdicos no son inferiores que las
de los países mediterráneos.
Otra posibilidad es que los datos obtenidos no sean un reflejo fiel de la realidad sino el
resultado de diferencias en el proceso de detección. El hecho de que los países nórdicos
tengan mayores niveles de igualdad de género (EIGE), así como una mayor tradición de
políticas de igualdad, de hecho, podría haber creado un ambiente más favorable para la
misma. En otras palabras, allí las mujeres podrían ser mayormente capaces tanto de
reconocer como de expresar la violencia que experimentan y esto, evidentemente, podría
haber influido en los resultados finales (FRA 2014).
Finalmente, cabe formular una última hipótesis que, remitiéndose a consideraciones de
tipo metodológico, también cuestiona la fiabilidad de los resultados. Nos referimos, en
primer lugar, al hecho de que la muestra por país es reducida (alrededor de 1.500 mujeres
para el Estado español, cuando la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 entrevistaba
a alrededor de 8.000 y las anteriores a más de 20.000) y, por lo tanto, el margen de error
relativamente amplio; y, en segundo lugar, al hecho de que la tasa de respuesta es a menudo
muy baja (en España y Suecia, por ejemplo, se sitúa en el 31,1% y 19,7% respectivamente),
algo que también puede estar distorsionando los resultados (Frankfort-Nachmias y
Nachmias 1992).
102En las primeras ediciones (1999, 2002 y 2006) las entrevistas se realizaban por teléfono, mientras que en 2011 se pasa a
efectuar entrevistas presenciales. En 2015, por otra parte, el cuestionario se modifica totalmente, con lo cual ninguna
comparación ya es posible.
133
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Una vez analizada la evolución del fenómeno, es oportuno contrastar los datos extraídos
de la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 (que es una de las fuentes de nuestro
análisis) con los que proporcionan otras encuestas, como la Encuesta Foessa sobre
Integración Social y Necesidades Sociales 2013 (que es otra de nuestras fuentes) y la
Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 (que representa el estudio más reciente
realizado a nivel estatal). En este caso, la comparación resulta algo más complicada, ya que
las definiciones empleadas y los horizontes temporales contemplados no siempre
coinciden107.
Si antes nos hemos limitado a proporcionar datos de violencia de género globalmente
considerada, aquí intentamos profundizar algo más y, cuando posible, diferenciamos por
tipos de violencia. Observamos así que el porcentaje de mujeres que experimenta violencia
física a mano de la pareja o la ex pareja se sitúa en un 1,6% según datos de la
Macroencuesta 2011, en un 1,8% según la Macroencuesta 2015 y en un 3% según la
103 No se incluyen aquí datos de la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 porque, en su caso, el Informe publicado
por el Ministerio no incluye información acerca del porcentaje total de mujeres que experimentan violencia de género, sino
únicamente de las que experimentan cada tipo de maltrato.
104 Los datos extraídos de los informes (y presentando en las tabla 5 y 6) no contemplan los valores perdidos. Para favorecer la
comparabilidad entre fuentes, por lo tanto, nosotras también hemos decidido seguir el mismo criterio; sin embargo,
considerando que un análisis que tiene en cuenta estos valores constituye un reflejo más fiel de la realidad, hemos optado por
incluir (entre paréntesis) también datos que sí los contemplan. Esto, por otra parte, también asegura una mayor armonía entre
la información aquí proporcionada y la que se ofrece en el análisis propiamente dicho.
105 Hemos tenido que recurrir a los microdatos porque el informe “Macroencuesta de Violencia de Género 2011. Avance de
resultados” de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género (2012) se limita a analizar el maltrato declarado, sin
medir la “violencia técnica”; mientras que el “Análisis sobre la Macroencuesta de Violencia de Género 2011” de la Delegación
del Gobierno para la Violencia de Género, aun utilizando la noción de “violencia técnica”, analiza siempre de forma separada la
violencia de la pareja y la ex pareja.
106 Se hace referencia a los años 1999, 2002, 2006 y 2011 porque ésos son los años en los que se llevó a cabo el trabajo de
campo.
107Esta ausencia de uniformidad puede ser el producto de varios factores. En primer lugar, de hecho, hay que considerar que el
intento de medir la violencia de género es algo reciente, con lo cual la ausencia de un sólido consenso acerca de cómo medirla
era algo esperable. A esto se añade que es virtualmente imposible crear una definición operativa de violencia de género que
abarque todas sus posibles manifestaciones, lo cual hace que toda operacionalización sea parcial (Woodin, Sotskova y
O’Leary 2013 121) y, por lo tanto, llegar a un acuerdo acerca de qué incluir y qué excluir algo muy difícil. En el caso específico
de las fuentes aquí utilizadas, por otra parte, cabe resaltar que, mientras que en el caso de la Macroencuesta 2011 y la
Encuesta Foessa 2013 la comparabilidad es muy elevada, la Macroencuesta 2015 presenta evidentes diferencias con respecto
a las otras fuentes. Para un análisis más detallado véase Anexo III.
134
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan
Encuesta Foessa 2013108. La incidencia de la violencia sexual, por otra parte, es del 1,4%
conforme a los datos la Macroencuesta 2015, del 3,1% según la Encuesta Foessa 2013 y del
3,3% conforme a datos de la Macroencuesta 2011 109 . En lo que respecta a la violencia
psicológica, sea de control o emocional, por otra parte, la incidencia es, según todas las
fuentes, claramente más elevada que en el caso de la violencia física o sexual. Más
concretamente, en el caso de la violencia de control, la incidencia se sitúa en un 4,6% según
la Encuesta Foessa 2013, en un 6,7% según la Macroencuesta 2011 y en un 9,2% según la
Macroencuesta 2015. En lo que respecta a la violencia emocional, el dato más bajo sigue
siendo el de la Encuesta Foessa 2013 (5,1%), algo que puede explicarse por el hecho de que
allí el número de conductas violentas contempladas es menor110, seguido esta vez por el de
la Macroencuesta 2015 (7,9%) y, por último, por la Macroencuesta 2011 (9,8%).
Finalmente, el porcentaje de mujeres que experimenta violencia económica se sitúa en un
1,1% en la Macroencuesta 2011, en un 2,5% conforme a la Macroencuesta 2015 y en un
2,8% según la Encuesta Foessa 2013111.
108 Desde aquí, consideramos que la mayor incidencia arrojada por la Encuesta Foessa en comparación con las otras fuentes se
debe a cuestiones de orden metodológico y, más concretamente, al diferente marco en el que se realiza la pregunta en un
caso y en otro. La Macroencuesta, de hecho, venía siendo promocionada por el Instituto de la Mujer y está claramente dirigida
a conocer el alcance de la violencia en el ámbito familiar. En este contexto el objetivo de las preguntas es fácilmente deducible
y, así, el miedo a la estigmatización y a reconocerse (frente a sí mismas y a los demás) como “mujer maltratada” podría estar
jugando un peso relevante en la no emersión del maltrato (sobre todo en el caso de la violencia física, la más estigmatizadora).
La Encuesta Foessa, por el contrario, se ocupa de integración social y necesidades sociales y, además, las preguntas sobre
violencia de género siguen a un largo apartado sobre consecuencias económicas de la crisis. En este contexto el maltrato
podría más fácilmente ser percibido como un elemento más de las situaciones de dificultad social que esta fuente investiga.
Admitirlo podría haber resultado, por lo tanto, más fácil.
109 Como ya se ha apuntado, el hecho de que la incidencia en la Macroencuesta 2015 sea claramente menor que en
Macroencuesta 2011 y la Encuesta Foessa 2013 es un resultado inesperado, ya que en la primera ésta se deduce de la
respuesta afirmativa a uno de 5 ítems diferentes y en las otras a partir de un único ítem. Desde aquí, avanzamos la hipótesis
de que esto puede deberse al carácter excesivamente explícito de los ítems contemplados en la Macroencuesta 2015, que
podrían haber disuadido a las mujeres de contestar afirmativamente.
110 En la práctica totalidad de las encuestas, la presencia de violencia de género se mide de forma indirecta, a partir de una serie
de ítems que identifican situaciones concretas. Al incrementarse del número de ítems contemplados también se facilita la
detección y, por lo tanto, la incidencia también puede tender a aumentar.
111 La mayor incidencia detectada en el caso de la Macroencuesta 2015 no debe sorprender ya que, en ella, no solamente se han
incorporado un mayor número de ítems, sino que, además, se han considerados constitutivos de violencia económica
comportamientos que, en las otras, se han considerados ejemplos de violencia de control (nos referimos, por ejemplo, al ítem
“no le dejaba trabajar o estudiar”). Los datos extraídos de la Encuesta Foessa, por otra parte, pueden explicarse por el marco
en el que se han realizado las preguntas (v. nota pre anterior). A esto hay que añadir que el ítem a partir del cual, en ambas, se
deduce la presencia de violencia económica (“le quita el dinero que Ud. gana o no le da lo suficiente que necesita para
mantenerse”) es impreciso y puede ser mal interpretado (aclara que la mujer no recibe dinero suficiente para mantenerse, pero
no permite saber si esto es así por la violencia o porque el hogar está experimentando graves dificultades económicas, en un
contexto de división sexual del trabajo). Desde aquí, avanzamos la hipótesis de que esta ambigüedad, si bien no resultaba
especialmente problemática en el marco de una encuesta expresamente dedicada a temas de violencia intrafamiliar (es el caso
de la Macroencuesta 2011) sí resulta claramente equívoca en el marco de una encuesta sobre pobreza (es el caso de la
Encuesta Foessa) y es responsable de los diferentes resultados arrojados por una y por otra.
135
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Resumiendo, entonces, los resultados ahora presentados, por un lado, indican con toda
claridad que la violencia de género es un fenómeno muy extendido en la sociedad; por otro,
sin embargo, también muestran una elevada variabilidad, que pone de manifiesto las
limitaciones del análisis cuantitativo aplicado a este fenómeno.
Es también por ello que, siguiendo las recomendaciones de Woodin, Sotskova y O’Leary
(2013), a lo largo de la presente investigación, los resultados obtenidos a través de
encuestas dirigidas a la totalidad de la población se triangulan con la información cualitativa
recogida mediante entrevistas a mujeres supervivientes
136
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan
Tabla 9. Relación entre datos de encuesta y judiciales para el caso específico de la violencia física
no debe llevarnos a concluir que los datos judiciales carecen de utilidad; muy al contrario,
éstos aportan una información muy valiosa acerca del funcionamiento del sistema judicial,
pero no deben ser utilizados como indicadores indirectos de la incidencia de violencia de
género en la sociedad.
112Una explicación detallada acerca de los orígenes del indicador AROPE (At-Risk-Of Poverty and Exclusion), sus puntos de
fuerza y sus limitaciones se puede encontrar en el apartado Carácter multidimensional de la exclusión. Aquí, valga con recordar
que éste combina tres elementos, todos pertenecientes a la esfera económica o de empleo, mientras que lo relacionado con
las otras dimensiones simplemente desaparece del mapa. Más específicamente, según este indicador se consideran personas
en riesgo de pobreza y/o exclusión social aquellas que experimentan riesgo de pobreza después de transferencias sociales,
que enfrentan carencia material severa o que viven en hogares con muy baja intensidad de trabajo.
138
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan
Gráfico 4. Riesgo de pobreza o exclusión social (indicador AROPE) en los países UE-28. Año
113
2015
45
40
35
30
25
20
15
10
5
0
Grecia
Polonia
Eslovenia
Eslovaquia
Francia
Bulgaria
Estonia
Lituania
Irlanda
Austria
Serbia
Finlandia
Rumania
Letonia
Croacia
Italia
España
Malta
Bélgica
UE 28
Reino Unido
Holanda
Suecia
Islandia
Macedonia
Chipre
Alemania
República Checa
Noruega
Hungria
Luxemburgo
Dinamarca
Portugal
Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de datos de Eurostat (EU statistics on income and living conditions)
113 Como se puede observar, no se presentan datos desagregados por sexo. Esto obedece a dos razones: la primera es que, en
este caso, el objetivo no es efectuar un análisis pormenorizado, sino situar, a grandes rasgos, al Estado español en el contexto
europeo. La segunda es que la información desagregada a la que podemos acceder se ha en realidad obtenido a partir de una
información agregada relativa al hogar, considerando que todos sus miembros comparten el mismo nivel de pobreza y de
exclusión social. Dicha información invisibiliza e infrarrepresenta las desigualdades entre mujeres y hombres y no constituye,
por lo tanto, una información valiosa que merezca la pena introducir si ello puede dificultar la lectura gráfica de los resultados.
114 A diferencia de antes, la información que aquí se presenta está desagregada por sexo. Las diferencias entre hombres y
mujeres, sin embargo, quedan parcialmente invisibilizadas por el hecho de que los datos de carácter individual esgrimidos se
han, en realidad, obtenido a partir de una información agregada relativa al hogar. A la hora de interpretar los datos que
aparecen en la siguiente tabla, por lo tanto, debemos en todo momento ser conscientes de esta distorsión.
115 Se proporcionan datos de este año porque es el último disponible.
139
Violencia de género en la pareja y exclusión social
lo ha hecho tanto en el caso de los hombres (donde han pasado del 3,7% al 6,6%) como en
el de las mujeres (donde han pasado del 3,5% al 6,3%).
En lo que se refiere a las personas que viven en hogares con baja intensidad de trabajo,
por otra parte, el incremento ha sido aún más significativo, pasando del 6,1% en 2008 al
15,8% en 2015 en el caso de los hombres y del 7,0% al 15,1% en el de las mujeres.
Finalmente, en lo que respecta al dato de síntesis, se observa que, entre 2008 y 2015, el
porcentaje de personas en riesgo de pobreza o exclusión se ha incrementado en 7 pp. en el
caso de los hombres (pasando del 22,4% en 2008 al 29,0% en 2015) y de 3 pp. en el de las
mujeres (pasando del 25,1% en 2008 al 28,3% en 2015). Esto significa que, en las fechas
consideradas, las desigualdades entre mujeres y hombres parecen haberse reducido hasta
prácticamente desaparecer. Este dato, sin embargo, debe ser tomado con cautela, tanto por
el hecho de que los datos individuales esgrimidos se han en realidad obtenido de una
información agregada relativa al hogar, como por el hecho de que lo que aquí estamos
observando es una simple igualación a la baja que, además de no resultar beneficiosa para
nadie, tampoco refleja un cambio estructural. Muy al contrario, la reducción de las
diferencias entre hombres y mujeres parece ser puramente coyuntural, reflejo de una crisis
que ha impactado con mayor intensidad en sectores profesionales masculinizados.
Tabla 10. Riesgo de pobreza o exclusión social (indicador AROPE) y sus componentes según el
sexo. Años 2008-2015
Baja intensidad en el
Riesgo de pobreza Carencia material severa AROPE
trabajo
Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres
2008 18,4 21,2 3,7 3,5 6,1 7,0 22,4 25,1
2009 19,4 21,3 4,6 4,4 7,2 8,0 23,8 25,6
2010 20,1 21,3 4,7 5,1 10,6 11,0 25,5 26,7
2011 19,9 21,4 4,5 4,6 12,9 13,8 26,1 27,4
2012 20,7 20,9 6,2 5,5 13,8 14,8 27,3 27,2
2013 20,9 19,9 6,3 6,1 15,9 15,4 27,9 26,7
2014 22,4 22,1 7,0 7,1 17,0 17,2 29,4 28,9
2015 22,5 21,8 6,6 6,3 15,8 15,1 29,0 28,3
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de datos del INE (Encuestas de Condiciones de Vida 2008-2015)
El interés de los datos ahora presentados estriba en el hecho de que han sido extraídos a
partir de una herramienta estandarizada que, como tal, posibilita la contextualización de la
realidad estatal en el marco europeo. Tales datos, sin embargo, por un lado, invisibilizan las
diferencias en función del sexo y, por otro, no permiten captar la multidimensionalidad de
los procesos de exclusión. Es por ello que consideramos oportuno completarlos con la
información proporcionada por las Encuestas Foessa sobre Integración Social y
Necesidades Sociales de 2007, 2009 y 2013. Éstas, de hecho, no solamente permiten captar
en toda su complejidad el carácter multidimensional de la exclusión sino que, además,
140
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan
consienten reflejar con mayor precisión las desigualdades existentes entre mujeres y
hombres116.
Empezando por el nivel de integración/exclusión, cabe destacar dos hallazgos
fundamentales: por un lado, desde un punto de vista diacrónico, se confirma que, entre 2007
y 2013, la situación social ha empeorado para todo el mundo. Más en detalle, podemos
observar que, en estas fechas, el porcentaje de hogares en plena integración se ha reducido
drásticamente, tanto en el caso de hogares encabezados por mujeres como por aquellos en
los que el sustentador principal es un hombre (en 9,2 pp. y 9,9 pp. respectivamente)117;
mientas que se han incrementado los hogares en situación de integración precaria (en 3,1
pp. y 4 pp. respectivamente), exclusión moderada (en 2,7 pp. y 2,8 pp.) y exclusión severa
en (3,2 pp. y 3,5 pp.). Si extrapolamos estos datos al conjunto de la población, podemos
observar que, en 2013, más de más de 4.000.000 de hogares se encontraban en una situación
de exclusión y que, de ellos, más de 1.600.000 se hallaban en exclusión severa.
Por otro, desde un punto de vista sincrónico, se evidencia que, en 2013, los hogares
encabezados por mujeres seguían enfrentando un riesgo de vivir procesos de exclusión
considerablemente más elevado que los hogares donde el sueldo principal era aportado por
un hombre. En 2013, de hecho, el porcentaje de hogares en situación de integración plena
era 8,6 pp. más elevado en el caso de estos últimos. Las situaciones intermedias (integración
precaria y exclusión moderada), por el contrario, eran más numerosas cuando el sueldo
principal era aportado por una mujer (45,0% frente a 39,2% en lo que respecta a la
integración precaria; y 14,8% frente a 12,3% en el de la exclusión moderada). En el caso de
la exclusión severa, finalmente, no se evidencian diferencias significativas en función del
sexo de la persona que más ingresos aporta al hogar, ni el 2007 ni en 2013.
116 Al igual que el indicador AROPE, también la Encuesta Foessa utiliza el hogar como unidad de análisis, algo que, como se ha
visto, invisibiliza las diferencias internas al hogar. En este caso, sin embargo, no nos vemos obligadas a presentar datos en
función del sexo de todos los individuos, sino que podemos clasificarlos en función del sexo de la persona que aporta más
ingresos al hogar, algo que permite sacar a la luz las diferencias antes nombradas.
117 Los datos que se presentan a lo largo de este capítulo se basan en una batería de 35 indicadores. Los que se proporcionan
en el análisis propiamente dicho, por el contrario, se han obtenido a partir de una batería reformulada, en la que el indicador nº
28 (que identifica aquellas circunstancias en las que “alguien en el hogar ha recibido o recibe malos tratos físicos o psicológicos
en los últimos 10 años”) ha sido eliminado. Cualquier diferencia entre unos datos y otros, por lo tanto, es el resultado de tales
diferencias metodológicas. Para un análisis más detallado, véase Anexo II.
141
Violencia de género en la pareja y exclusión social
100%
90%
36,6 31,2
80% 40,4 39,8
49,7 45,9
70%
60%
Integración
50%
45 Integración precaria
40,6 39,2
40% 41,9
38,9 Exclusión moderada
30% 35,2
Exclusión severa
20%
13,8 12,3 14,8
10% 9,5 12,1 9,4
5,6 5,5 5,9 9 8,8 9
0%
Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres
2007 2009 2013
Gráfico 6. Índice Sintético de Exclusión Social de los hogares según el sexo de la persona de la
persona que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013
2
1,39
1 1,32 1,29
1,15
1 1,03
0,95
1
1 Hombres
1 Mujeres
0
0
0
2007 2009 2003
Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de la Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2009 y de
Damonti 2014b
Una vez analizados los procesos de exclusión desde el punto de vista de la intensidad,
vamos a efectuar un análisis por sectores, atendiendo de forma separada a la exclusión que
se da en cada ámbito.
Para ello, en primer lugar consideramos los tres ejes que conforman las situaciones de
exclusión. En lo que a esto respecta, cabe evidenciar dos hallazgos fundamentales: el
142
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan
primero es que no todos los ejes considerados presentan la misma elasticidad 118 : el eje
económico, por ejemplo, es el que más inmediata y rápidamente reacciona a cambios
externos (entre 2007 y 2013, de hecho, el riesgo de enfrentar exclusión en esta esfera se ha
incrementado 20 pp. en el caso de hogares encabezados por mujeres y 18,1 pp. en el caso de
hogares cuyo sustentador principal es un hombre); los ejes político y relacional, por el
contrario, presentan una variabilidad mucho más reducida (en lo que respecta al primero, ha
habido un incremento de 4,2 pp. y 1 pp. respectivamente; y, en lo que respecta al segundo,
un incremento de 0,9 pp. en el caso de los hogares encabezados por mujeres y una
reducción de 2,6 pp. cuando el sustentador principal era un hombre).
Por otro lado, desde un punto de vista sincrónico, cabe resaltar dos cuestiones
fundamentales. La primera es que no todos los ejes engloban a la misma proporción de
población: en 2013, de hecho, casi la mitad de los hogares encabezados por mujeres y el
42,3% de los encabezados por hombres experimentaba exclusión política; una proporción
algo menor pero igualmente muy elevada enfrentaba exclusión económica (38,0% y 35,0%
respectivamente); mientras que la exclusión social-relacional se configuraba como un
fenómeno mucho más minoritario (afectaba al 17,5% y 5,8% d los hogares
respectivamente).
La segunda es que la intensidad de las diferencias entre hombres y mujeres varía de
forma muy significativa en función del eje considerado. En todas las fechas consideradas,
de hecho, las desigualdades son máximas en el caso del eje social-relacional, intermedias en
lo que respecta al eje político y mínimas en lo que atañe al eje económico. Más
específicamente, en 2013, éstas ascendían a 9,7 pp. en el caso del primero, a 7,1 pp. en lo
que se refiere al segundo y a 3 pp. en el del tercero.
60
49,6 49,4
50 45,2
38,0
40
41,3 41,4 42,3
30 25,5 35,0
Hombres
18,0 19,6
20 16,6 17,5 Mujeres
23,9
16,9
10
10,4 8,7 7,8
0
2007 2009 2013 2007 2009 2013 2007 2009 2013
Eje económico Eje político Eje social relacional
Fuente: Gráfico de elaboración propia a partir de la Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2009 y de
Damonti 2014b
118Laelasticidad es un concepto económico, formulado por primera vez en 1980 por Marshall, que lo tomó prestado de la física.
Se utiliza para cuantificar las variaciones que experimenta una variable ante cambios en otra (Veres y Pavía 2012).
143
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Una vez analizada la incidencia de los distintos ejes de exclusión, acercamos la mirada y
focalizamos nuestro análisis en cada una de las dimensiones que conforman este fenómeno.
Nuevamente, desde un punto de vista diacrónico, cabe resaltar que no todas las dimensiones
presentan la misma elasticidad. En el caso de la exclusión del empleo, por ejemplo, ésta es
máxima (la variación registrada entre 2007 y 2013 asciende, en este caso, a 18,1 pp. cuando
la sustentadora principal es una mujer y a 18,7 pp. cuando es un hombre); en el caso de la
vivienda y la salud, la variabilidad es claramente más reducida (el incremento registrado, en
este caso, es de 6,9 pp. y 5,0 pp. en el caso de la primera y de 5,6 pp y 3 pp. en el caso de la
segunda); en lo que respecta a las demás dimensiones, finalmente, la variabilidad es
mínima119.
Desde un punto de vista sincrónico, por otra parte, también en este caso cabe resaltar dos
cuestiones fundamentales. La primera es que se trata de situaciones que afectan a un
porcentaje de población muy variable: tal y como se puede observar en la tabla que aparece
a continuación, de hecho, mientras que algunas dimensiones engloban a una proporción
muy significativa de hogares (es éste, por ejemplo, el caso de la exclusión del empleo, de la
vivienda y de la salud), otras son más reducidas (se piense en la exclusión política y de la
educación) y otras, finalmente, son claramente minoritarias (es éste, por ejemplo, el caso de
las situaciones de exclusión del consumo o de conflicto social).
La segunda es que la intensidad de las diferencias entre hogares en función del sexo de la
persona sustentadora principal no se mantiene siempre estable, sino que varía de forma muy
significativa en función de la dimensión considerada. Más concretamente, ésta es máxima
en el caso del conflicto y aislamiento social (donde los hogares encabezados por mujeres
enfrentan un riesgo dos veces más elevado que los hogares encabezados por hombres);
intermedia en lo que respecta a la exclusión de la educación, de la salud y de la vivienda (en
este caso, las diferencias se sitúan en 23,7 pp., 22,9 pp. y 17,4 pp. respectivamente); y
mínima en lo que atañe a la exclusión política y del empleo (donde las diferencias no
superan los 8,1 pp. y los 6,9 pp. respectivamente).
Tabla 11. Dimensiones de la exclusión en los hogares según el sexo de la persona que aporta más
ingresos. Años 2007, 2009 y 2013
119En lo que respecta a la exclusión del consumo, la variación interanual no se pudo medir, ya que disponemos únicamente del
dato de 2013.
144
Una aproximación cuantitativa a los fenómenos que nos ocupan
120 En este caso, para no complicar excesivamente el análisis, se han proporcionado únicamente datos relativos a 2013.
145
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 12. Indicadores de exclusión en los hogares según el sexo de la persona que aporta más
ingresos. Año 2013
Aspecto Nº Indicadores FOESSA Hombres Mujeres
1 Sustentador principal en paro desde hace un año o más 8,2 5,8
2 Sustentador principal con un empleo de exclusión (por el tipo de empleo) 2,0 5,8
Sustentador principal con un empleo de exclusión (sin cobertura de la
3 2,4 3,8
Seguridad Social)
Empleo Hogares sin personas ocupadas, de baja, con prestaciones contributivas por
4 7,9 7,6
desempleo o pensiones contributivas
Hogares con personas en paro y sin haber recibido formación ocupacional en
5 28,2 26,5
el último año
6 Todas las personas activas en paro 11,1 10,6
Ingresos 7 Pobreza extrema (menos de 3.000 € /año) 5,1 5,9
Hogares que no cuentan con algún bien considerado básico por más del 95%
Privación 8 1,5 2,0
de la sociedad por no poder permitírselo
Hogares con alguna persona mayor de edad y de nacionalidad
9 5,3 4.3
extracomunitaria
Participación política
No participan en las elecciones por falta de interés y no son miembros de
10 7,9 9,6
ninguna entidad ciudadana
11 Hogares con menores de 3 a 15 años no escolarizados 1,0 0,8
Educación 12 Hogares en los que nadie de 16 a 64 años tiene estudios 3,0 2,5
13 Hogares con alguna persona de 65 o más años que no sabe leer y escribir 3,9 6,2
14 Infravivienda 0,8 0,6
15 Deficiencias graves en la construcción, ruina, etc. 1,8 1,2
16 Humedades, suciedad y olores (insalubridad) 9,1 10,7
17 Hacinamiento grave (< 15 m2 /persona) 3,4 3,3
Vivienda 18 Tenencia en precario 1,5 1,4
19 Entorno degradado 2,5 2,3
20 Barreras arquitectónicas con personas con discapacidad física en el hogar 5,9 5,2
Gastos excesivos de la vivienda (ingresos - gastos viv < umbral pobreza
21 9,6 14,1
extrema)
22 Alguien sin cobertura sanitaria 0,6 0,2
Han pasado hambre en los 10 últimos años con frecuencia o la están pasado
23 3,7 4,4
ahora
Todos las personas adultas con discapacidad o enfermedades que generan
24 1,7 4,4
limitaciones para las actividades cotidianas
Salud
25 Hogares con personas dependientes sin ayuda 1,3 0,8
Hogares con personas enfermas que no han usado los servicios sanitarios en
26 1,0 0,6
un año
Hogares que han dejado de comprar medicinas, seguir tratamientos o dietas
27 12,8 14,4
por problemas económicos
En los últimos diez años, alguien en el hogar ha recibido o recibe malos tratos
28 1,2 5,2
Conflictos familiares físicos o psicológicos
29 Hogares con relaciones muy malas, malas o más bien malas 0,6 0,9
Alguien tiene o ha tenido en los 10 últimos años problemas con el alcohol,
30 2,3 2,6
Conductas asociales otras drogas o el juego
31 Alguien ha sido o está a punto de ser madre adolescente sin pareja 0,4 1,0
Conductas delictivas 32 Alguien tiene antecedentes penales o los ha tenido en los 10 últimos años 0,7 0,8
Personas sin relaciones en el hogar y que no cuentan con ningún apoyo para
Sin apoyo familiar 33 3,5 9,2
situaciones de enfermedad o dificultad
Conflicto vecinal 34 Hogares con malas o muy malas relaciones con los vecinos 0,6 0,5
Hogares con personas en instituciones: hospitales (generales y psiquiátricos)
Institucionalizados/as 35 0,2 0,1
y centros de día (salud mental y rehabilitación)
Fuente: Tabla de elaboración propia a partir de la Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013
(microdatos).
146
7.4 Conclusiones
A lo largo de este capítulo se ha efectuado una aproximación cuantitativa a los procesos
de violencia de género y de exclusión social. De esta manera, por un lado, se ha completado
la información esencialmente teórica proporcionada en los capítulos anteriores y, por otro,
se han facilitado al/a la lector/a los conocimientos necesarios para dimensionar los
fenómenos que nos ocupan y, así, contextualizar, desde un punto de vista cuantitativo, el
análisis propiamente dicho, al cual dedicamos los próximos capítulos.
Más concretamente, en lo que respecta a los procesos de violencia de género, resulta
imprescindible poner de relieve los resultados obtenidos del cruce entre datos judiciales y
de encuesta. Éstos, de hecho, indican claramente que, pese al incremento exponencial de las
denuncias registrado en la última década, la gran mayoría de la violencia de género sigue
sin llegar a conocimiento del sistema judicial. En 2011, por ejemplo, frente a más de
2.000.000 de mujeres que se calcula experimentaron violencia por parte de la pareja o la ex
pareja (Macroencuesta 2011), los casos denunciados fueron 134.002 (6,6% del total), y las
cifras se reducen aún más si consideramos las Órdenes de Protección solicitadas (35.813,
correspondientes al 1,7% del total) y concedidas (23.566, correspondientes al 1,1% del
total). Los datos analizados, en suma, evidencian claramente que, pese a los innegables
avances de las últimas décadas, el margen de mejora sigue siendo amplio: de hecho, frente a
una opinión pública especialmente preocupada con el tema de las “denuncias falsas” (que,
por otra parte, no superan el 0,01% del total) (Memorias de la Fiscalía General del Estado
2016), los datos aquí presentados arrojan un panorama muy diferente y según el cual, en la
actualidad, la gran mayoría de la violencia de género –incluida la física– sigue sin llegar a
conocimiento del sistema judicial.
En lo que respecta a los procesos de exclusión, hemos recurrido tanto al indicador
AROPE (At-Risk-of Poverty and Exclusión) como a los datos proporcionados por las
Encuestas Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales de 2007, 2009 y 2013. El
primero representa una herramienta consensuada a nivel UE y, como tal, permite comparar
los índices de pobreza y exclusión registrados a nivel estatal con los que se detectan en los
otros países de la UE. Pone así de manifiesto el mal posicionamiento del Estado español,
que presenta índices de pobreza o exclusión muy elevados (29,2%, frente a una media UE
del 24,4%). El innegable interés de este indicador, sin embargo, se ve parcialmente
menoscabado por su incapacidad para captar la multidimensionalidad de los procesos de
exclusión sobre la que tanto se ha insistido a lo largo de este trabajo.
Es por ello que este primer acercamiento se ha complementado con la información
proporcionada por las Encuestas Foessa, que sí permiten captar en todos sus matices la
multidimensionalidad de tales procesos. Sin entrar en el detalle de los resultados obtenidos,
cabe destacar algunas cuestiones fundamentales. En primer lugar, se evidencia que, en los
últimos años, los hogares en situación de exclusión se han incrementado de forma muy
clara, llegando a superar los 4.000.000 en 2013 (de ellos, más de 1.600.000 se encontraban
en situación de exclusión severa). En segundo lugar, un análisis por sectores pone de
manifiesto que los distintos ejes que conforman los procesos de exclusión se comportan de
forma muy diferente el uno del otro. Más específicamente, ni afectan al mismo porcentaje
147
Violencia de género en la pareja y exclusión social
de hogares (si la exclusión política y económica son algo muy extendido, la exclusión
social-relacional es mucho más minoritaria), ni reaccionan con la misma rapidez a cambios
externos (en los últimos años, la exclusión económica se ha incrementado de forma muy
clara, mientras que los cambios en el eje político y relacional han sido mucho más
reducidos), ni se ven igualmente influidos por las desigualdades de género que cruzan la
sociedad (éstas, de hecho, son máximas en lo que respecta al eje relacional, intermedias en
lo que se refiere al eje político y mínimas en el caso del eje económico). Se confirma, en
suma, que los procesos que nos ocupan son múltiples, variados y dotados de relativa
autonomía (Laparra 2010; Laparra y García 2010).
Una vez analizados, desde un punto de vista cuantitativo, los fenómenos que nos ocupan,
disponemos de las herramientas necesarias para examinar las dinámicas de su interrelación.
A ello dedicaremos, de hecho, los próximos capítulos, pero no sin antes haber efectuado
algunas consideraciones de carácter metodológico.
148
PARTE III. PROPUESTA METODOLÓGICA
8. Apartado metodológico
En los capítulos anteriores hemos definido los conceptos clave del análisis y hemos
presentado las principales herramientas teóricas que permiten dar cuenta de su interrelación.
Partiendo de los conocimientos así adquiridos, podemos ahora definir cuáles son las
hipótesis y los objetivos de la investigación, así como la metodología de análisis utilizada.
8.1 Objetivos
En esta investigación, como ya se ha apuntado, tratamos de explorar la relación existente
entre la violencia de género en relaciones de pareja y situaciones de exclusión social. Esto
se traduce en 2 objetivos generales y 4 específicos que se detallan a continuación:
1) Analizar el riesgo de vivir violencia de género en las situaciones de integración y
exclusión social:
Cuantificar el riesgo de vivir violencia de género en las situaciones de
integración y en los distintos espacios y dimensiones de la exclusión social.
Identificar los itinerarios y procesos subyacentes a los datos encontrados.
2) Analizar el tipo de violencia de género que las mujeres experimentan en las
situaciones de integración y exclusión social:
Determinar las características de la violencia vivida (tipo, intensidad, duración y
consciencia de la misma) en las situaciones de integración y exclusión.
Explorar los procesos subyacentes a los datos encontrados.
8.2 Hipótesis
1. La violencia de género es un fenómeno con causas estructurales que afecta a todas las
mujeres, independientemente de la situación de integración o exclusión social.
2. En situaciones de exclusión la incidencia de la violencia de género es mayor.
3. La relación entre la violencia de género y la exclusión social es de doble sentido: una
situación de exclusión social preexistente puede facilitar el desarrollo de procesos de
violencia de género; y la violencia vivida puede desembocar en exclusión.
4. En situaciones de exclusión es especialmente frecuente que la violencia sea física.
5. En situaciones de exclusión la violencia tiende a ser más intensa.
6. En situaciones de exclusión las mujeres tardan más tiempo en salir de las relaciones
violentas.
7. En situaciones de exclusión las mujeres experimentan más dificultades a la hora de
identificar la violencia vivida.
Violencia de género en la pareja y exclusión social
121Esto, evidentemente, con la excepción de las encuestas tipo panel, que sí permiten conocer la direccionalidad de una relación
(aunque no profundizar en las dinámicas de la misma) (Coker et al. 2011).
152
Apartado metodológico
hecho, con su mayor nivel de complejidad (Palacios 2014), pueden ayudarnos a “interpretar,
ilustrar y cualificar las relaciones determinadas estadísticamente” (Walker 1985/1988, p.
22). Resultan, por lo tanto, imprescindibles para responder a nuestra segunda pregunta de
investigación, ya que permiten comprender e interpretar (Puigdevall y Albertín 2016) la
relación entre la violencia y la exclusión cuantitativamente demostrada.
Finalmente, el último objetivo de la presente investigación es analizar las características
de la violencia que tiene lugar en las situaciones de integración y exclusión. En este caso,
planteamos una metodología combinada cuantitativa-cualitativa. Hemos tomado esta
decisión porque, diversamente que antes, aquí el objeto de análisis admite tanto la una como
la otra, y –dado que cada método permite alumbrar aspectos diferentes del tema estudiado–
la combinación de ambas es funcional a efectuar un estudio más completo.
Asimismo, la utilización de una metodología combinada cuantitativa-cualitativa permite
triangular los resultados de la investigación, es decir, contrastar la información obtenida con
cada método (Palacios 2014). Y esto es algo que, como escribe Palacios (2014), resulta
conveniente hacer siempre que la pregunta de investigación lo permita, ya que incrementa
la fiabilidad de los datos obtenidos (Denzin 1975; Palacios 2014).
153
Violencia de género en la pareja y exclusión social
de vulnerabilidad social, entendida como un espacio de fragilidad que, sin ser sinónimo de
exclusión, guarda, sin embargo, cierta relación con la misma (Damonti 2014). Frente a estas
limitaciones, queremos subrayar la importancia de incluir en el cuestionario alguna
pregunta que permita determinar con mayor precisión en nivel socioeconómico de las
mujeres y sus parejas. Es algo que se ha hecho en la Macroencuesta de Violencia contra la
Mujer 2015 y que, desde aquí, saludamos positivamente124.
La Encuesta Foessa, por su parte, también incluye preguntas para detectar –de la forma
estandarizada que es habitual– situaciones de violencia de género, pero ha sido diseñada
con el objetivo específico de investigar los procesos de exclusión social. Esto significa que
a la hora de detectar y describir procesos de violencia de género, esta fuente es menos
precisa que la anterior. El número de ítems que identifica comportamientos constitutivos de
maltrato, por ejemplo, aquí es 3 veces menor; no ofrece información acerca de la duración
ni de la conciencia de la violencia vivida; y tampoco permite diferenciar entre la violencia
ejercida por la pareja y por la ex pareja.
La información que recoge acerca de los procesos de exclusión, sin embargo, es amplia y
pormenorizada. Esto permite realizar un análisis verdaderamente multidimensional,
distinguir las diferentes dimensiones que conforman los procesos de exclusión, medir la
intensidad de los mismos, etc. Otro elemento especialmente importante guarda relación con
el procedimiento de muestreo, expresamente pensado para garantizar la presencia de un
número suficiente de hogares en situación de exclusión social 125. Si se considera que la
insuficiente representación de sectores minoritarios de la población es un problema grave
que afecta la práctica totalidad de las encuestas sobre violencia de género (Ferrer, Bosch y
Madurell 2006), se puede comprender la relevancia de este segundo elemento. También
ésta, entonces, es una fuente de inestimable valor para nuestro análisis.
Desde un punto de vista más estrictamente metodológico –incluyendo tanto el diseño del
cuestionario como el contexto de realización del mismo–, también se detectan claras
diferencias entre una fuente y otra. En lo que respecta al diseño del cuestionario, por
ejemplo, cabe reseñar que, en la Encuesta Foessa, los ítems que describen situaciones de
violencia aparecen en la parte final de un cuestionario que es muy largo y en el que además
se han ido tratando temas muy alejados de la violencia de género. En la Macroencuesta, por
el contrario, los ítems que describen situaciones de violencia aparecen en la primera parte
del mismo, cuando tanto la persona que realiza la encuesta como la mujer que la responde
tienden a formular y contestar a las preguntas de forma más sosegada y meditada. Parece
sensato hipotetizar que, en el primer caso, las respuestas hayan sido menos precisas. Esta
hipótesis, por otra parte, se ve respaldada por el hecho de que, en la Encuesta Foessa, la
coincidencia entre ítems es mucho mayor que en la Macroencuesta (en otras palabras, en un
caso, las mujeres que han contestado afirmativamente a un ítem han tendido a contestar
afirmativamente a todos, mientras que, en otro, no ha sido así).
124 En sentido contrario, criticamos con fuerza la eliminación de la pregunta que permitía identificar violencia declarada. Esto, de
hecho, imposibilita medir el maltrato no reconocido, algo que, con las Macroencuestas anteriores, sí se podía hacer.
125 Antes de realizar el cuestionario principal se realiza un cuestionario de filtro, con el objetivo de descubrir indicios de exclusión
social. Una vez aclarado cuáles son los hogares que, con toda seguridad, se encuentran en una situación de exclusión, se
procura que éstos representen la mayoría de la muestra final. Luego, a través de una adecuada ponderación, se corrige el
error (Trujillo 2014).
154
Apartado metodológico
126 La Encuesta Foessa constituye la tercera de una serie de encuestas realizadas en los últimos 8 años (2007, 2009 y 2013) por
la Fundación Foessa; mientras que la Macroencuesta es la cuarta de una serie de encuestas llevadas a cabo en los últimos 15
años (1999, 2002, 2006, 2011 y 2015) por el Centro de Investigaciones Sociológicas para el Ministerio de Sanidad, Servicios
Sociales e Igualdad.
127 En la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 el cuestionario ha sido modificado y ampliado con el objetivo de
cumplir los requerimientos de calidad recomendados por el Comité de Estadística de las Naciones Unidas y por la Agencia de
Derechos Fundamentales de la UE. Representa un claro avance con respecto a las encuestas anteriores. A nivel general, de
hecho, los indicadores que esta encuesta utiliza son de mayor calidad y no presentan (o presentan en menor medida) los
inconvenientes de las Macroencuestas anteriores (por ej. ítems que no permiten distinguir la violencia del sexismo o del
conflicto). A nivel específico, se ha mejorado sobre todo la capacidad de detección de la violencia física y sexual (se pasa de
un ítem para cada una a 6 y 4 respectivamente), mientras que los avances son más moderados en el caso de la violencia
psicológica.
128 Se han mejorado, sobre todo, los instrumentos de medición de la violencia física y sexual (en la Macroencuesta 2011 éstas se
miden a partir de un único indicador, mientras que en la Macroencuesta 2015 los ítems destinados a captar estos tipos de
maltrato se elevan a 6 y 4 respectivamente). En sentido contrario, sin embargo, también cabe recordar que esta nueva fuente
ya no permite identificar situaciones de violencia declarada y, por lo tanto, tampoco permite identificar maltrato no reconocido.
Desde nuestro punto de vista, se trata de un claro retroceso. Para más detalles, véase Anexo III.
155
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Volver a efectuar todo el análisis, por otra parte, tampoco era una opción, sea por la carga
de trabajo que esto habría supuesto, sea porque el fenómeno que estas fuentes analizan –la
violencia de género– tiene carácter estructural y no se encuentra, por lo tanto, especialmente
vinculado a la contingencia ni experimenta fluctuaciones muy grandes (diferente sería, por
ejemplo, el caso de una investigación que se ocupara de características del mercado
laboral). Otro elemento que hemos valorado es que el contexto macroeconómico y social no
ha cambiado de forma muy significativa desde el momento en que se efectuó el trabajo de
campo para la Macroencuesta 2011, algo que ha confirmado la relevancia actual de la
información que allí se proporciona.
129 Se trata de un artículo de Sanz, Rey y Otero publicado en Gaceta Sanitaria en 2014 y titulado “Estado de salud y violencia
contra la mujer en la pareja”.
130 Un breve análisis anterior sí existe, y ha sido publicado por la autora de esta tesis en el marco del VII Informe Foessa sobre
exclusión y desarrollo social en España, en el marco de un artículo con el título de “Una mirada de género a la exclusión
social”. Este artículo, sin embargo, aborda sólo tangencialmente la interrelación entre la violencia de género y los procesos de
exclusión social y los análisis que allí se realizan de ninguna manera pueden ser comparados con los que se efectúan aquí.
156
Apartado metodológico
157
Violencia de género en la pareja y exclusión social
seguido por la gran mayoría de los estudios sobre factores de riesgo que se han consultado
(ej. Cunradi, Ames y Duke 2011; Daoud et al. 2013; Franklin y Menaker 2014;
Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Kiss at al. 2012; Lanier y Maume 2009; Ramirez
2007; Rodríguez-Borrego, Vaquero-Abellán y Bertagnolli da Rosa 2012; Ruiz-Pérez et al.
2005; Stöckl, Heise y Watts 2011).
En lo que respecta a los estudios de regresión, presentamos, en primer lugar, los datos
extraídos de la Macroencuesta. Más concretamente, realizamos dos análisis diferentes: en el
primero medimos el peso de la vulnerabilidad social así como el de otros factores de riesgo;
en el segundo eliminamos el factor vulnerabilidad y lo sustituimos por las variables que se
habían utilizado para construirlo (empleo y nivel educativo).
En un segundo momento, la información así proporcionada se completa con los datos
extraídos de la Encuesta Foessa. Ésta, como ya se ha explicado, asegura un menor nivel de
precisión en la detección de la violencia de género, pero ofrece información detallada y
abundante sobre procesos de exclusión. Por esta razón, recurrimos a ella con el objetivo
específico de ahondar en el análisis de estos procesos, sin, por el contrario, volver a analizar
el comportamiento de otros factores de riesgo134. Más en detalle, se efectúan tres análisis
diferentes: el primero, que remite al carácter progresivo y gradual de la exclusión social,
muestra cómo la relación entre violencia y exclusión varía dependiendo de la intensidad de
esta última; el segundo y el tercero, que hacen referencia a otro atributo fundamental de los
procesos de exclusión –la multidimensionalidad de los mismos–, permiten conocer qué
dimensiones e indicadores influyen mayormente en la probabilidad de enfrentar violencia
de género.
En los casos específicos de la violencia ejercida por la pareja y la ex pareja, por el
contrario, podemos recurrir únicamente a la Macroencuesta, ya que la Encuesta Foessa no
permite establecer con seguridad quién de los dos ejerce el maltrato.
En todos los casos, para orientar el análisis de regresión nos hemos remitido al modelo
propuesto por Stöckl, Heise y Watts (2011), inspirado en el marco ecológico formulado
precisamente por Heise en 1998. Siguiendo la propuesta de estas autoras, hemos
diferenciado entre factores de riesgo relativos a diferentes niveles de análisis (el individuo,
el hogar, la relación de pareja y el entorno más amplio); y hemos además añadido otro nivel
que hace referencia a la situación social (vulnerabilidad o exclusión social). Para cada uno
de estos factores hemos realizado análisis descriptivos y calculado el chi cuadrado. En un
segundo momento, hemos aplicado a cada uno de ellos análisis de regresión logística y
hemos estimado los crude odds ratios (OR). Todos los factores que, con este
procedimiento, han resultado ser significativos (p < 0,005) han sido introducidos en varios
modelos de regresión logística multivariante que incluyen todas las variables pertenecientes
a un mismo nivel del marco ecológico135. De esta manera hemos podido observar cuáles
134 Se incluyen en el análisis porque la técnica estadística así lo requiere, pero no se comentan en el texto. Quién tuviera interés
en observar su comportamiento, sin embargo, puede hacerlo mirando las tablas de regresión.
135 En el caso específico de la violencia de larga duración y de la violencia no reconocida, por otra parte, este modelo general
sufre algunas modificaciones. Más en detalle, en lo que a la primera se refiere, el análisis de crude odds ratio (OR) indica que
la variable dotada de mayor poder explicativo es la edad. Por ello, una vez una vez comprobados los crude odds ratio (OR) de
todas las variables, se efectúa una nueva comprobación de todas ellas, pero controlando por la edad. Solamente las que
158
Apartado metodológico
eran las variables significativas en cada nivel, una vez controladas las demás variables del
mismo. Finalmente, los factores que seguían siendo significativos en estos modelos
intermedios, se han introducido en el modelo final136, que sigue un esquema “por añadido”.
Si, en este proceso, alguna variable pierde significación, se crea también un modelo de
resumen que incluye solamente las variables significativas.
La utilización de un esquema inspirado en el marco ecológico resulta tanto más relevante
en cuanto, pese al creciente éxito de esta formulación, la práctica totalidad de la producción
científica que se engloba bajo este planteamiento se ha concretado en estudios de carácter
teórico, mientras que apenas hay investigaciones de carácter empírico (de Alencar-
Rodrígues y Cantera 2012).
Con esta exposición hemos aclarado algunas cuestiones de carácter general. Para un
análisis más detallado, tanto de las técnicas estadísticas utilizadas como de las variables
clave de nuestra investigación, se remite a los Anexos137.
siguen siendo significativas se introducen luego en el modelo por etapas ahora descrito. En lo que se refiere a la violencia no
reconocida, por otra parte, se aplica este mismo esquema, pero sustituyendo el factor edad por la variable de intensidad.
136 Éste es el esquema que se ha seguido a nivel general. En algunos casos, sin embargo, cuando nos encontramos con factores
que la literatura específica reconoce ser muy relevantes y que, sin embargo, en nuestro esquema no son significativos, se han
efectuado comprobaciones diferentes. Más en detalle, se ha comprobado si este factor adquiría significación en un segundo
momento, una vez introducidas otras variables. De ser así, se ha introducido en el modelo. Estos casos se detallarán en el
análisis, conforme vayan apareciendo.
137 Más específicamente, para las técnicas estadísticas utilizadas véase Anexo II y III; para las variables clave de la investigación
159
Violencia de género en la pareja y exclusión social
recoger una información subjetiva y personal. Y la técnica que mejor responde a este
objetivo es la entrevista en profundidad a mujeres supervivientes (Kvale 2011).
Consideraciones de tipo ético también nos han reafirmado en la presente elección: el
fenómeno que indagamos, de hecho, causa profundo dolor y laceraciones en la vida de las
protagonistas, y la entrevista se ha configurado como la técnica de recogida de información
mayormente respetuosa de la intimidad de las narradoras, sus tiempos y necesidades. En
sentido contrario, las técnicas grupales, aun pudiendo ser perfectamente adecuadas (y
recomendables) desde un punto de vista terapéutico, nos han parecido “violentas” como
técnicas de investigación.
Entre las múltiples posibilidades que la técnica escogida ofrece, se ha optado por la
realización de entrevistas semiestructuradas, considerando que son las que mejor responden
a los objetivos del presente estudio: por un lado, permiten que las mujeres entrevistadas se
expresen con libertad, facilitando la recopilación de gran cantidad de información acerca de
cómo ellas vivencian e interpretan un determinado fenómeno; y, por otro, posibilitan que la
entrevistadora intervenga activamente en la conversación, guiándola hacia las cuestiones de
mayor interés para la investigación.
160
Apartado metodológico
únicamente para la realización del Trabajo Fin de Máster, sino que desde el primer
momento se entendieron como un adelanto del trabajo de campo necesario para la
realización de la Tesis Doctoral.
Tuvimos así la oportunidad de efectuar un primer análisis de cómo la violencia de
género y los procesos de exclusión social se interrelacionan. Esto permitió evaluar puntos
fuertes y puntos débiles del material recogido, lo cual, a su vez, permitió refinar los criterios
a utilizar en la segunda fase de selección de la muestra. Más concretamente, este primer
análisis mostró que la relación que nos ocupa es de doble sentido y que los procesos de
exclusión social pueden ser tanto un detonante como un resultado de la violencia vivida.
También se observó que el material cualitativo disponible permitía ilustrar con claridad el
segundo de estos recorridos, mientras que no ofrecía una imagen suficientemente detallada
del primero. Es por ello que, en la segunda fase de recogida de datos, llevada a cabo en
2015, intentamos poner remedio a estas carencias procurando que, en la muestra, se
incluyesen casos en los que la exclusión fuese algo preexistente a la violencia y hubiese
contribuido a desencadenarla.
Esta decisión es coherente con el método de muestreo gradual de Glaser y Strauss (Flick
2002/2004). En él, las decisiones sobre la selección y reunión del material empírico se
toman durante el proceso de recogida y análisis de los datos. Es decir, que los individuos se
seleccionan poco a poco, precisamente por su capacidad (esperada) de aportar nuevas ideas
para la teoría en desarrollo, teniendo en cuenta el estado de elaboración de la teoría hasta
ese momento. En otras palabras, partiendo de lo que ya se sabe, se escoge entrevistar a
quién se cree que más puede ayudar a mejorar el conocimiento (Flick 2002/2004). Lo que
impulsa las decisiones de muestreo, por lo tanto, es lo que todavía falta en los datos (Flick
2007/2015). Aplicado a nuestro caso, esto significa que buscamos entrevistar a mujeres que
hubiesen vivido violencia a partir de caídas en la exclusión, porque eso era lo que faltaba y,
por lo tanto, era también lo que más permitía mejorar nuestro conocimiento del fenómeno
estudiado138.
Se podría objetar que una estrategia de este tipo influencia los resultados del análisis; sin
embargo, al tratarse de un estudio de tipo cualitativo, que no pretende dimensionar
fenómenos (es decir, no pretende establecer en qué medida la exclusión es detonante o
resultado de la violencia) esta objeción no se sostiene.
Asimismo, en esta segunda fase de recolección de datos también se modificó
parcialmente el guión elaborado en 2013139, atribuyendo algo menos énfasis a áreas de clara
saturación teórica conseguida y, por el contrario, otorgando más relevancia a áreas donde
era necesario recabar mayor información.
Resumiendo, el hecho de haber podido efectuar una primera aproximación a nuestro
objeto de análisis en el Trabajo Fin de Máster mejoró la calidad de la presente
investigación, ya que pudimos individuar los puntos más débiles del mismo y solventarlos
en la segunda fase de selección de la muestra y recogida de datos.
138Para una información más detallada de los perfiles de las mujeres entrevistadas, véase Anexo IX.
139En el Anexo V se podrá encontrar tanto el guión originario, utilizado en 2013, como la versión adaptada y mejorada, utilizada
en 2015.
161
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tanto en un caso como en otro, una vez establecidos los criterios de selección, nos
hemos acercado a diferentes asociaciones y entidades que trabajan con mujeres que han
vivido situaciones de violencia de género para que nos pusiesen en contacto con mujeres
que encajasen con los perfiles descritos. Más concretamente, hemos contactado con el
Servicio Municipal de Atención a la Mujer del Ayuntamiento de Pamplona, con Cruz Roja
Navarra, con el Área de Mujer e Igualdad del Ayuntamiento de Estella, con el Servicio
Social de esta misma ciudad, con la Asociación pro derechos de la mujer maltratada, con la
Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica y con una
comunidad terapéutica que, para evitar la posible identificación de la mujer superviviente
entrevistada, consideramos más oportuno no nombrar. A través de la mayor variedad de los
canales de contacto, hemos pretendido reducir el sesgo de selección.
Una vez establecidos los contactos, hemos procedido a la realización de las entrevistas,
11 en una primera fase y 5 en la segunda (16 en total). El número de entrevistas a realizar
no había sido definido previamente, sino que, siguiendo las indicaciones de Kvale
(2008/2011), hemos realizado las entrevistas que era preciso efectuar para averiguar lo que
necesitábamos saber.
Más concretamente, el criterio para juzgar cuando dejar de muestrear los diferentes
grupos relevantes a una categoría es la saturación teórica de ésta. Saturación, según Glaser y
Strauss (1967, p. 61) significa que “no se encuentran datos adicionales por medio de los
cuales el sociólogo pueda desarrollar las propiedades de la categoría (Glaser y Strauss 1967,
p. 61)”. Es decir que, según esta definición, se deja de añadir casos cuando ninguno aporta
nada nuevo (Flick 2002/2004).
Desde aquí, sin embargo, consideramos que esta definición, aún siendo la más conocida
y habitualmente aceptada, es demasiado categórica y establece unas condiciones que
difícilmente se cumplen en la realidad. Lo más habitual, de hecho, es que cada caso nuevo,
por repetitivo que sea, termine siempre aportando algún matiz nuevo al análisis. Nos parece,
por lo tanto, más adecuada la definición, mucho menos conocida, de Kvale (2008/2011)
según la cual se llega al punto de saturación cuando más entrevistas producen poco
conocimiento nuevo. Aplicado a nuestro caso, esto significa que realizamos el número de
entrevistas necesario para cumplir con los objetivos propuestos y, cuando vimos que las
nuevas entrevistas realizadas apenas aportaban información novedosa, ya no efectuamos
más.
162
Apartado metodológico
140 En el marco de esta investigación se realizaron ocho entrevistas: la mayoría no resultaba interesante para nuestra
investigación; una de ellas, sin embargo, sí aportó información muy significativa para el análisis de la interrelación entre la
violencia de género y los procesos de exclusión social y fue, por lo tanto, incluida en nuestro análisis.
141 Para el esquema demográfico véase Anexo VII, para el esquema biográfico el Anexo VIII, para el análitico los Anexos IX y X.
163
PARTE IV. EL RIESGO DE VIVIR VIOLENCIA
DE GÉNERO EN LA PAREJA EN LAS
SITUACIONES DE INTEGRACIÓN Y
EXCLUSIÓN SOCIAL
9. Probabilidad de experimentar violencia de género
en las situaciones de integración y exclusión social
9.1 Introducción
Después de haber definido los conceptos que nos ocupan, revisado el material teórico
que nos permite acercarnos a las dinámicas de su interrelación y definido el método de
análisis, empezamos nuestro examen de la interrelación entre la violencia de género y los
procesos de exclusión social. Para ello, en primer lugar analizamos qué porcentaje de
mujeres en situación de integración y de vulnerabilidad/exclusión experimenta dicha
violencia.
Nuestra hipótesis de partida es que, aunque la violencia de género es un fenómeno
transversal y ningún grupo social es inmune a ella, en las situaciones de vulnerabilidad o
exclusión su incidencia se ve incrementada, como efecto de la intersección de estructuras de
desigualdad que vulnerabilizan en mayor medida.
Para comprobar esta hipótesis, recurrimos a una metodología cuantitativa, combinando
análisis descriptivos y multivariante. Medimos la incidencia de la violencia de género
utilizando la variable de violencia técnica, que, como ya se ha apuntado, deduce la
presencia de esta violencia de forma indirecta, a partir de una serie de ítems que
identifican situaciones concretas142.
Recurrimos a la Macroencuesta 2011 y a la Encuesta Foessa 2013. Ambas fuentes se
complementan: la primera, como se recordará, no ofrece datos suficientes para identificar
un espacio de exclusión social propiamente dicha, sino únicamente de vulnerabilidad, pero
sí permite diferenciar la violencia ejercida por la pareja del maltrato perpetrado por la ex
pareja. La segunda, por el contrario, sí permite identificar un espacio de exclusión social
propiamente dicho, pero permite efectuar únicamente análisis conjuntos de la violencia
perpetrada por la pareja y la ex pareja.
Un análisis conjunto de ambos tipos de violencia se justifica por razones tanto teóricas
como metodológicas. Las primeras remiten al hecho de que, en ambos casos, se trata de
violencias causadas por las desigualdades de género y la cultura patriarcal (De Miguel
2005; Marugán 2012; Vives-Cases 2011) y al hecho de que, tal y como reflejan los relatos
de las mujeres entrevistadas, a menudo se trata de estadios diferentes del mismo proceso.
Las razones metodológicas hacen referencia al hecho de que sólo un análisis conjunto
permite contrastar la información de las dos fuentes.
Un análisis específico de cada una de estas violencias, por otra parte, también es
necesario, ya que se trata de tipologías de violencia diferentes, que no presentan las mismas
dinámicas ni tienen las mismas implicaciones para las mujeres que las experimentan. En el
caso específico de la violencia ejercida por la pareja, finalmente, este análisis se vuelve aún
142 Para un análisis detallado de la construcción de estas variables véase Anexo III.
Violencia de género en la pareja y exclusión social
143Para un análisis más detallado tanto de los procedimientos seguidos para construir estas variables como de los indicadores
que cada una contempla véase Anexo III.
168
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
25
20,9
20
16,6
15 13,9
11,6
Integración
10 8,9
Vulnerabilidad
6,7
0
Violencia técnica Instituto de la Violencia técnica Enveff Violencia técnica ponderada
Mujer
A la hora de interpretar estos datos, por otra parte, no podemos olvidar que, aunque el
riesgo es mucho mayor en el espacio de vulnerabilidad, la gran mayoría (67,3%) de las
mujeres que experimentan violencia de género se encuentran en una situación de
integración. Este dato, sin poner en entredicho la existencia de una relación entre violencia
169
Violencia de género en la pareja y exclusión social
100%
90%
80%
70%
67,3
60% 80,6
50% Integración
40% Vulnerabilidad
30%
20%
32,3
10% 19,4
0%
No experimentan violencia Experimentan violencia
Los datos aportados por la Encuesta Foessa no solamente corroboran los resultados
hasta aquí presentados, sino que, gracias al mayor nivel de precisión de la variable de
exclusión comparada con la de vulnerabilidad, permiten un mayor nivel de detalle en el
análisis y, de esta manera, una mejor comprensión de la interrelación entre la violencia de
género y los procesos de exclusión social.
En este caso, a diferencia que en el anterior, no hemos creado una variable dicotómica
integración/exclusión, sino que hemos identificado cuatro espacios diferenciados,
correspondientes a diferentes grados de alejamiento de la zona de plena integración. Esta
decisión, que remite al carácter progresivo y gradual de los procesos de exclusión (Boon y
Farnsworth 2011; Brugué, Gomá y Subirats 2002; Cabrera 2004; Castel 1995; Laparra
2010; Oxoby 2009; Subirats 2004), permite alcanzar un mayor nivel de profundidad en el
análisis. Observamos así que, conforme aumenta la intensidad de la exclusión, también
crece el porcentaje de mujeres que enfrenta violencia de género por parte de la pareja o la
ex pareja. Más en detalle, éste pasa de un 6,0% en las situaciones de integración plena a un
8,3% en las de integración precaria, un 11,6% en las de exclusión moderada y, finalmente, a
un 15,5% entre mujeres en situación de exclusión severa. En el caso de estas últimas, en
suma, la incidencia de la violencia de género es dos veces y media más elevada que entre
las primeras.
170
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
18
15,5
16
14
11,6
12
10
8,3
8
6,0
6
4
2
0
Integración plena Integración precaria Exclusión moderada Exclusión severa
Gráfico 11. Índice Sintético de Exclusión Social de las mujeres que, en la actualidad, experimentan
y no experimentan violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja
3
2,40
3
2 1,21
1
0
No experimentan violencia Experimentan violencia
171
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Los datos hasta ahora presentados remiten al carácter procesual de la exclusión social;
una correcta comprensión de este fenómeno, sin embargo, no puede olvidar otro atributo
fundamental del mismo, es decir, su carácter multidimensional (Boon y Farnsworth 2011;
Brugué, Gomá y Subirats 2002; Halleröd y Larsson 2006; Laparra et al. 2007; Laparra y
Aguilar 2000; Moreno y Acebes 2008; Pérez y Laparra 2007; Pirani 2011; Raya 2004;
Spoor 2011; Subirats 2005; van Bergen et al. 2014). Para incrementar el nivel de precisión
de nuestro análisis, entonces, los resultados hasta aquí mostrados deben ser
complementados con otros, que permitan observar cómo la relación entre violencia y
exclusión varía en función del tipo de exclusión considerado. Para visualizar estas
variaciones, realizamos una panorámica de lo más general a lo más específico y estudiamos
la incidencia de la violencia de género en función de los ejes, dimensiones e indicadores de
exclusión social considerados.
Empezando por los tres ejes fundamentales de los procesos de exclusión –económico,
político y social-relacional– ante todo cabe recordar que se trata de situaciones que afectan
a una proporción de población extremadamente variable: mientras que un porcentaje muy
elevado de mujeres enfrenta exclusión en los ejes político y económico (el 45,6% y 35,4%
del total respectivamente), el número de las que experimentan exclusión en el ámbito
social-relacional es mucho más reducido (9% del total)145.
Aclarado esto, se observa que la fuerza de la relación entre violencia y exclusión es
máxima en el caso del eje social-relacional, mientras que se reduce claramente en el caso
del eje político y, sobre todo, económico. Más concretamente:
Entre las mujeres que experimentan exclusión social-relacional, casi 1 de cada 4
(23,6%) enfrenta violencia de género, mientras que, en el resto de las mujeres, la
proporción se reduce a 1 de cada 17 (7,2%).
En lo que respecta a la exclusión política, las diferencias son más reducidas pero
aún así muy significativas. Entre las mujeres que experimentan exclusión en esta
esfera, de hecho, el 11,4% enfrenta violencia, mientras que, en el resto, el
porcentaje se reduce a la mitad (5,9%).
Finalmente, en el caso de la exclusión económica, las diferencias siguen siendo
significativas pero son aún menores (el hecho de experimentar o no exclusión en
esta esfera se asocia a una variación de 2 pp. en el riesgo de enfrentar violencia
de género).
Para comprender estos resultados, un primer elemento a tener en cuenta es que no todos
los ejes considerados presentan la misma elasticidad: el eje económico, por ejemplo, es el
que más inmediata y rápidamente reacciona a cambios externos (el porcentaje de mujeres
que experimenta exclusión en esta esfera se ha incrementado 20 pp. entre 2007 y 2013); el
eje social-relacional, por el contrario, apenas varía (en las mismas fechas, el porcentaje de
mujeres que enfrenta exclusión en este ámbito se ha mantenido prácticamente invariado) 146.
Como consecuencia, en un caso existe una parte significativa de hogares para los cuales la
situación de exclusión es algo contingente y fruto de una coyuntura económica concreta;
172
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
mientras que, en el otro, la práctica totalidad de los hogares se hallan en una situación de
exclusión mucho más cronificada y enquistada. Los resultados obtenidos, por lo tanto,
podrían indicar que es precisamente esta cronificación y enquistamiento lo que mayormente
incrementa el riesgo de enfrentar violencia de género. Es ésta una hipótesis especialmente
preocupante, ya que, de ser cierta, nos indica que, si no se evita la cronificación de aquellos
procesos de exclusión que han empezado siendo eminentemente coyunturales, el porcentaje
de mujeres que enfrentan violencia de género podría crecer de forma dramática. Sería, por
otra parte, interesante repetir este análisis en un contexto de bonanza económica, cuando la
población en situación de exclusión económica fuese mucho más reducida (y,
presumiblemente, menos “normalizada”). De esta manera, de hecho, podríamos observar si
la relación entre exclusión económica se mantiene tan débil como es ahora o si, por el
contrario, su fuerza aumenta.
Gráfico 12. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la pareja o la ex pareja en los diferentes ejes de exclusión
25 23,6
20
15
11,4
9,7
10 7,5 7,2
5,9
5
0
No Sí No Sí No Sí
Exclusión económica Exclusión política Exclusión social-relacional
173
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 13. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por
cada dimensión de exclusión
148 La muestra es reducida (N=50), algo que debe recordarse a la hora de interpretar las cifras que aquí se ofrecen.
149 Nuevamente, la muestra es reducida (N=45); los márgenes de error, por lo tanto, son elevados. Esto, sin embargo, no pone
en duda la significación del dato ofrecido.
150 También en este caso, la muestra es bastante reducida (N=61) y los márgenes de error, por lo tanto, bastante elevados. La
174
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
151 La muestra es algo reducida (N=72). Esto, si bien no pone en cuestión la significación del dato proporcionado, sí incrementa
los márgenes de error, realidad que ha de ser tenida en cuenta a la hora de interpretar las cifras que se ofrecen.
152 También en este caso, la muestra es bastante reducida (N=66). Al igual que antes, por lo tanto, también aquí esto ha de ser
175
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Finalmente, una mención especial la merece la dimensión del aislamiento social. Ésta, de
hecho, globalmente considerada no era significativa, pero esto se debía únicamente al hecho
de que en ella coexisten indicadores que son factores de riesgo con otros que actúan como
factores de protección. Más en detalle, cabe reseñar que:
Vivir en hogares con personas en instituciones, tanto hospitales (generales y
psiquiátricos) como centros de día (salud mental y rehabilitación), parece
incrementar muchísimo la probabilidad de enfrentar violencia de género
(60,0%)155.
No tener relaciones en el hogar y no contar con ningún apoyo para situaciones de
enfermedad o de dificultad se asocia a una reducción de la misma (2,7%)156. Este
último dato puede resultar sorprendente, sin embargo, si se considera que es ésta
una situación en la que se encuentran mayoritariamente mujeres mayores viudas,
se comprende por qué la incidencia de la violencia de género es aquí tan baja.
154 También aquí, la falta de significación se debe a la combinación entre una muestra bastante reducida, por un lado, y unas
diferencias no muy elevadas, por otro.
155 En este caso, la muestra es muy reducida (N=15). El dato ofrecido, por lo tanto, debe entenderse únicamente como algo
orientativo.
156 Es precisamente la coexistencia de indicadores que actúan en sentido opuesto lo que podría explicar por qué la dimensión del
aislamiento, cuando se considera en su conjunto, no parece influir de forma significativa en la probabilidad de enfrentar
violencia de género.
176
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 14. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por
cada indicador de exclusión
Violencia
Aspecto Nº Indicadores FOESSA N
técnica
1 Sustentador principal en paro desde hace un año o más 502 8,8
2 Sustentador principal con un empleo de ex clusión (por el tipo de empleo) 179 10,4
Sustentador principal con un empleo de ex clusión (sin cobertura de la Seguridad
3 143 11,9
Social)
Empleo Hogares sin personas ocupadas, de baja, con prestaciones contributiv as por
4 643 13,3 **
desempleo o pensiones contributiv as
Hogares con personas en paro y sin haber recibido formación ocupacional en el
5 1576 8,8
último año
6 Todas las personas activ as en paro 1042 11,0 *
Ingresos 7 Pobreza ex trema (menos de 3.000 € /año) 349 11,3
Hogares que no cuentan con algún bien considerado básico por más del 95%
Priv ación 8 124 6,0
de la sociedad por no poder permitírselo
9 Hogares con alguna persona may or de edad y de nacionalidad ex tracomunitaria 263 11,4
Participación
política No participan en las elecciones por falta de interés y no son miembros de
10 464 10,0
ninguna entidad ciudadana
11 Hogares con menores de 3 a 15 años no escolarizados 72 20,0 **
Educación 12 Hogares en los que nadie de 16 a 64 años tiene estudios 283 14,2 *
13 Hogares con alguna persona de 65 o más años que no sabe leer y escribir 304 17,0 ***
14 Infrav iv ienda 38 3,2
15 Deficiencias grav es en la construcción, ruina, etc. 74 2,2
16 Humedades, suciedad y olores (insalubridad) 514 13,1 **
17 Hacinamiento grav e (< 15 m2 /persona) 255 13,6 *
Viv ienda 18 Tenencia en precario 94 10,0
19 Entorno degradado 92 17,0 **
20 Barreras arquitectónicas con personas con discapacidad física en el hogar 286 10,5
Gastos ex cesiv os de la v iv ienda (ingresos - gastos v iv < umbral pobreza
21 628 12,7 **
ex trema)
22 Alguien sin cobertura sanitaria 14 7,1
Han pasado hambre en los 10 últimos años con frecuencia o la están pasado
23 259 24,5 ***
ahora
Todos las personas adultas con discapacidad o enfermedades que generan
24 168 3,5
limitaciones para las activ idades cotidianas
Salud
25 Hogares con personas dependientes sin ay uda 85 11,1
Hogares con personas enfermas que no han usado los serv icios sanitarios en
26 66 28,9 ***
un año
Hogares que han dejado de comprar medicinas, seguir tratamientos o dietas por
27 863 15,5 ***
problemas económicos
Conflictos
29 Hogares con relaciones muy malas, malas o más bien malas 45 35,7 ***
familiares
Alguien tiene o ha tenido en los 10 últimos años problemas con el alcohol, otras
Conductas 30 140 46,3 ***
drogas o el juego
asociales
31 Alguien ha sido o está a punto de ser madre adolescente sin pareja 61 25,7 ***
Conductas
32 Alguien tiene antecedentes penales o los ha tenido en los 10 últimos años 50 41,2 ***
delictiv as
Sin apoy o Personas sin relaciones en el hogar y que no cuentan con ningún apoy o para
33 266 2,7 *
familiar situaciones de enfermedad o dificultad
Conflicto
34 Hogares con malas o muy malas relaciones con los v ecinos 31 18,2
v ecinal
Institucionaliza Hogares con personas en instituciones: hospitales (generales y psiquiátricos) y
35 15 60,0 ***
dos/as centros de día (salud mental y rehabilitación)
Total 5.473 8,4
177
Violencia de género en la pareja y exclusión social
En resumen, entonces, los datos hasta ahora presentados confirman que, aunque ningún
grupo social puede considerarse inmune a este tipo de violencia, la probabilidad de
enfrentarla varía, de forma muy notable, en función de la situación social en la que cada
mujer se encuentra.
Tal y como ya se ha aclarado más arriba, por otra parte, también en este caso debemos
recordar que, aunque la probabilidad de experimentar violencia de género es mucho mayor
en el espacio de exclusión, más de dos tercios (69,0%) de las mujeres que la enfrentan se
halla en una situación de integración social (plena o precaria). Nuevamente, esto nos
recuerda que se trata de un fenómeno con carácter estructural, cuyos orígenes han de ser
buscados en el nivel de la estructura social patriarcal en la que nos movemos y que, como
tal, puede afectar a mujeres de toda clase y circunstancia social (Delgado et al. 2007; De
Miguel 2005; Gimeno y Barrientos 2009; Marugán 2012; Vives-Cases 2011).
Gráfico 13. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de la integración a la exclusión
según experimenten o no violencia de género
100%
6,4
13,0
90%
12,5
80% 18,0
70%
60% 42,8 Exclusión severa
Una vez presentados los datos de incidencia, es necesario subrayar que, al tratarse, en
ambos casos, de estudios de carácter transversal, no podemos conocer con certeza si las
situaciones de vulnerabilidad o exclusión son anteriores o posteriores a la violencia. Por un
lado, la forma en la que estas nociones han sido operacionalizadas hace pensar sobre todo
en un recorrido de la vulnerabilidad y la exclusión a la violencia 157 . La literatura
157La noción de vulnerabilidad, de hecho, considera tanto situaciones de desempleo como de ausencia de formación y lo hace
tanto en el caso de la mujer como de su pareja: si el desempleo femenino puede fácilmente ser una consecuencia de la
violencia, en el caso del desempleo masculino o a la ausencia de formación (de ambos) es lógico hipotetizar que la dirección
de la relación será la inversa. La noción de exclusión social, por otra parte, se construye a partir de 35 indicadores y solo una
pequeña minoría identifica situaciones que pueden constituir tanto “causas” como efectos de la violencia, mientras que la
mayoría, por su propia lógica, son compatibles únicamente con un recorrido de la exclusión a la violencia. Más en detalle, en lo
que a la dimensión del empleo se refiere, los indicadores contemplados no hacen referencia a la mujer, sino al sustentador/a
principal o a al conjunto de los miembros del hogar (desempleo total familiar), y parece difícil que estas situaciones puedan ser
un producto de la violencia. Lo mismos sucede en el caso de la exclusión educativa, con la diferencia de que aquí la dirección
de la relación (lógica y temporal) entre exclusión y violencia es aún más evidente. Análogo es el panorama observado en
referencia a la dimensión del conflicto social, donde, de los 4 indicadores contemplados, 3 son compatibles únicamente con un
178
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
recorrido de la exclusión a la violencia y solamente úno (el nº 30) identifica situaciones que pueden ser tanto un
desencadenante como un resultado de ésta. En el caso del aislamiento, por el contrario, el panorama es ligeramente diferente:
aquí, de los 3 indicadores contemplados, sólo 1 (el nº 35) indica claramente un recorrido de la exclusión a la violencia (aunque,
como veremos, se trata precisamente del único indicador relevante). En lo que respecta a la exclusión política, también existe
cierta incertidumbre: de los 2 indicadores contemplados, de hecho, 1 (el nº 9) indica necesariamente un recorrido de la
exclusión a la violencia, el otro (el nº 10) es comparible con ambas posibilidades. En lo que respecta a las dimensiones de la
vivienda y de la salud, finalmente, la direccionalidad de la relación es menos clara aún: los indicadores correspondientes, de
hecho, identifican situaciones que pueden ser tanto anteriores a la violencia como un resultado de la misma. Recapitulando, en
algunas dimensiones la direccionalidad de la relación encontrada puede deducirse fácilmente de la lógica interna a los
indicadores, en otros el panorama es más confuso. Tal y como veremos más adelante, sin embargo, esta parcial indefición se
ve claramente reducida por el hecho de que las dimensiones más relevantes (sobre todo el conflicto) tienden a insertarse en al
primer grupo.
158 En cualquier caso, se trata de explicaciones que sólo se aplican porque se suman a un trasfondo estructural de relaciones
desiguales de género. Para un análisis detallado de este trasfondo, véase cap. II y apartado 3.2.1.
159 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 5.2.3.
179
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Iraizoz 2011; Perela 2010; Roth y Coles 1995; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007;
Sarasúa et al. 1994; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994).
a nivel de adicciones (Coker et al. 2011; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; WHO
2002; Zubizarreta et al. 1994).
en el ámbito relacional, bajo forma de aislamiento (Jewkes 2002; Ruíz-Jarabo y
Blanco 2007).
en la esfera económica, en términos tanto de empleo (Adams et al. 2013;
Brownie, Salomon y Bassuk 1999; Lloyd y Taluc 1999; Meisel, Chandler y
Rienzi 2003; Riger, Staggs y Schewe 2004; Staggs y Riger 2005; Tolman y
Wang 2005; Wettersten et al. 2004) como de pobreza y privación (Adams et al.
2008; Adams et al. 2013; Brush 2004; Danziger et al. 2002; Moe y Bell 2004;
Siefert et al. 2004; Tolman y Rosen 2001).
y, finalmente, también en lo relacionado con la vivienda (Baker, Cook y Norris
2003; Brush 2004; Siefert et al. 2004; Tutty et al. 2014).
Éstas son las explicaciones halladas en la literatura especializada. En el próximo capítulo
todas ellas se contrastarán con los relatos de las mujeres supervivientes entrevistadas.
180
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
tiene una enfermedad crónica o una discapacidad (riesgo 127% y 70% más
elevado respectivamente según que se trate de problemas más o menos graves);
o tiene pareja (el riesgo se multiplica por 3)160.
La mayor incidencia de la violencia de género en mujeres de origen extranjero –
elemento que, como hemos visto, está ampliamente reconocido por la literatura (ej. Raj y
Silverman 2002; Montañés y Moyano 2006; Vives-Cases et al. 2010)– puede ser el
resultado de varios factores que, conjuntamente considerados, ponen a las mujeres en una
situación de mayor desprotección. Más en detalle, nos referimos:
al aislamiento que a menudo sigue el proceso migratorio (Campbell et al. 2011;
Montañés y Moyano 2006; Raj y Silverman 2002);
a la existencia de barreras lingüísticas (Montañés y Moyano 2006; Sokoloff
2008);
a la falta de derechos legales (Campbell et al. 2011; Montañés y Moyano 2006;
Raj y Silverman 2002; Sokoloff 2008);
y al hecho de que el estatus de inmigrante de la mujer puede convertirse un
potente mecanismo de control y chantaje por parte del varón (Dutton, Orloff y
Hass 2000; Raj y Silverman 2002).
En lo que se refiere a las situaciones de enfermedad y discapacidad, la relación temporal
con la violencia de género no está clara:
por un lado, de hecho, podría tratarse de circunstancias anteriores a la misma que
la han facilitado precisamente por la mayor dependencia y desprotección que
conllevan (Beaumont et al. 2014; Stöckl, Heise y Watts 2011);
por otro, sin embargo, también podrían ser una simple consecuencia del abuso
(Beaumont et al. 2014; Campbell et al. 2011).
Finalmente, el incremento del riesgo registrado en el caso de mujeres que tienen pareja
podría estar directamente relacionado con los ítems contemplados en la Macroencuesta
(ítems a partir de los cuales se ha construido la variable de violencia técnica). Éstos, de
hecho, se han elaborado con el objetivo específico de captar la violencia ejercida por parte
de la pareja y, luego, se han simplemente extendido a la violencia de la ex pareja; mientras
que no se han codificado comportamientos violentos (como el reiterado impago de las
pensiones alimenticias debidas o situaciones de acoso) típicos de la violencia de la ex
pareja161.
A nivel de hogar, los factores de riesgo son la presencia, en el mismo:
160 La decisión de incluir la variable “tiene pareja” en lugar que “vive con pareja” se debe al hecho de que éste es el factor que
asegura una mayor capacidad explicativa al modelo. Más en general, también cabe anticipar que esto será así para todos los
análisis referidos al conjunto de la violencia de género (tanto a nivel general como en el caso específico de la violencia física,
sexual o psicológica). En sentido contrario, sin embargo, cuando analizamos la realidad concreta de la violencia ejercida por la
pareja recurrimos únicamente a la variable “vive con pareja” (la otra no tiene relevancia alguna, ya que por definición sólo se
incluyen en el análisis mujeres que tienen pareja).
161 Para un análisis más detallado de los ítems contemplados en la Macroencuesta de violencia de género 2011 véase Anexo III.
Resulta, por otra parte, interesante resaltar aquí que la Macroencuesta de violencia contra la mujer 2015, pese a haber
renovado totalmente el cuestionario, no resuelve este problema.
181
Violencia de género en la pareja y exclusión social
162 En la Macroencuesta, la presencia de personas mayores en el hogar casi siempre refleja una mayor edad de la mujer y, por lo
tanto, se configura como una forma alternativa de aproximarnos a la edad de ésta. Esto implica que, siempre que la variable
“vive con personas mayores” demuestra tener una mayor capacidad explicativa que el factor “edad”, se prefiere recurrir a ella.
En el caso específico del modelo que aquí se presenta, esta decisión se ve ulteriormente confirmada por el hecho de que la
variable alternativa “edad” arrojaba un panorama algo confuso y dejaba de ser significativa en cuanto se introducían las
variables relativas a la composición del hogar.
163 Para un análisis más detallado del comportamiento del factor edad para cada tipo de violencia, véase capítulo 10.
164 Para un análisis más detallado de los varios factores de riesgo, véase apartado 5.2.2.3.
182
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 15. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
183
Violencia de género en la pareja y exclusión social
165 A lo largo del análisis, la relación con la actividad laboral se ha clasificado de cuatro formas diferentes. La primera es la
agrupación clásica en ciencias sociales (ocupación; desempleo; inactividad); la segunda diferencia por tipo de empleo (estable
o precario); la tercera distingue por subgrupo de inactividad (ama de casa; jubilada; estudiante); la última, finalmente, diferencia
tanto por tipo de empleo como por subgrupo de inactividad. Para decidir cuál de ellas utilizar en cada caso, se han realizado
las pruebas correspondientes y, entre las variables que no nos hacían perder información, se ha incorporado la que tenía
menos categorías. En el caso específico del modelo aquí presentado, por ejemplo, las comprobaciones efectuadas nos han
llevado a incorporar la variable que diferencia por tipo de empleo pero no por subcategoría de inactividad.
166 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 5.2.2.3.2.
184
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 16. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de
nivel educativo y relación con la actividad laboral
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 3,661 (2,982-4,495) ,000 3,475 (2,826-4,273) ,000 3,486 (2,831-4,293) ,000
Niv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,000 ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 1,432 (1,146-1,788) ,002 1,397 (1,116-1,749) ,004 1,349 (1,075-1,692) ,010
ESO 1,914 (1,555-2,356) ,000 1,901 (1,542-2,343) ,000 1,834 (1,483-2,268) ,000
Primarios o inferiores 2,269 (1,840-2,800) ,000 2,347 (1,899-2,902) ,000 2,229 (1,796-2,766) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,962 (1,592-2,419) ,000 1,840 (1,486-2,279) ,000 1,891 (1,518-2,355) ,000
Relación con la activ idad laboral
Empleo estable (ref.) ,001 ,003 ,024
Empleo precario 1,439 (1,144-1,811) ,002 1,409 (1,118-1,777) ,004 1,358 (1,074-1,718) ,011
Parada 1,187 (,967-1,456) ,101 1,180 (,961-1,449) ,115 1,138 (,925-1,399) ,222
Inactiv a ,918 (,760-1,110) ,377 ,945 (,779-1,147) ,569 ,965 (,794-1,172) ,720
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,579 (1,316-1,895) ,000 1,604 (1,334-1,928) ,000 1,631 (1,354-1,966) ,000
Sí, grav e 2,074 (1,543-2,789) ,000 2,086 (1,548-2,811) ,000 2,050 (1,517-2,769) ,000
T amaño y composición del hogar
Viv e con menores
No (ref.)
Sí 1,243 (1,066-1,450) ,006 1,238 (1,060-1,446) ,007
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Hasta 2.000 (ref.) ,121
De 2.001 a 50.000 1,403 (,999-1,969) ,051
De 50.001 a 100.000 1,529 (1,051-2,225) ,026
Más de 100.000 1,309 (,923-1,855) ,130
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,002 (,733-1,369) ,991
Noreste 1,738 (1,165-2,594) ,007
Comunidad de Madrid 2,661 (1,850-3,827) ,000
Centro 0,993 (,769-1,281) ,954
Este 1,965 (1,510-2,558) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,305 (1,007-1,692) ,044
Baja 2,408 (1,809-3,206) ,000
N casos usados por cada modelo 7497 7551 7423
R cuadrado de Nagerkelke 0,083 0,082 0,098
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011
185
Violencia de género en la pareja y exclusión social
como aquellas acepciones del marco ecológico que, al poner el acento en la existencia de
factores de riesgo que operan en distintos niveles de organización social, evidencian que
residir en una zona empobrecida incrementa el riesgo de enfrentar violencia de género (ej.
Olivares e Incháustegui 2011). Se trata de un resultado especialmente interesante, ya que
son muy pocas las investigaciones que se han ocupado de este tema (la gran mayoría de los
estudios empíricos existentes contempla únicamente elementos relativos al individuo o al
hogar).
Para comprender por qué el entorno se constituye como un factor de riesgo al margen de
la situación del hogar, puede ser útil remitirnos a la realidad de los guetos de Estados
Unidos, y eso por varias razones. La primera es que se trata de un fenómeno mucho más
estudiado que el de los barrios marginales de las ciudades europeas y españolas; la segunda
es que allí también se detectan unos mayores niveles de violencia de género (Hampton,
Oliver y Margarian 2003); la tercera es que, de alguna forma, la evolución que los barrios
marginales de las ciudades europeas y españolas han experimentado en las últimas décadas
y los procesos que los han caracterizado se asemejan –hasta cierto punto– a los de los
guetos estadounidenses (Sales 2016). En ambos casos, de hecho, el componente identitario
y reivindicativo ha ido paulatinamente desapareciendo, sustituido por un incipiente
sentimiento de vergüenza por las condiciones en las que se vive167.
En lo que respecta a los guetos, numerosas autoras han evidenciado que los mayores
niveles de violencia de género allí detectados se deben al hecho de que, en ese contexto,
vienen a faltar las herramientas tradicionalmente utilizadas para alcanzar una masculinidad
exitosa (ej. cumplir con el rol de proveedor), con lo cual ésta ha tendido a redefinirse en
términos anómicos (Hampton, Oliver y Margarian 2003; Jewkes 2002). Es ésta una
reflexión especialmente relevante y que puede fácilmente extenderse a las barriadas
marginales de las ciudades españolas.
A esto se debe añadir que la progresiva redefinición de la masculinidad en términos
anómicos podría asimismo haberse acompañado de una progresiva disminución de la
reprobación social para con las actitudes violentas de los varones hacia sus parejas y esto, al
reducir el miedo a la sanción del entorno, también podría haber contribuido a facilitar el
recurso a la violencia (Bandura 1979). Los relatos de las mujeres supervivientes, como
veremos, respaldan esta hipótesis168.
Desde aquí, por otra parte, lo que más nos interesa subrayar es que tanto la aparición de
una masculinidad anómica como lo que esto conlleva no guardan relación tanto con la
existencia de dificultades individuales, como con la presencia de problemáticas grupales. La
creación de una definición alternativa de masculinidad, de hecho, es por definición un
proceso social y, como tal, se ve impulsada principalmente en presencia de dificultades que
afectan al conjunto de una sociedad (aunque se trate de una microsociedad como es un
barrio). Esto, por un lado, ratifica la importancia de incluir en al análisis variables relativas
al entorno y, por otro, alerta frente a los peligros resultantes de la concentración espacial de
la pobreza o la exclusión.
187
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Los resultados obtenidos, finalmente, también nos obligan a subrayar con fuerza que,
aunque la situación de exclusión social del hogar es un factor de riesgo significativo, la
situación de exclusión del entorno lo es muchísimo más.
Tabla 17. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
169
Modelo que incluye la variable de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de exclusión social
Integración plena (ref.) ,000 ,001 ,002 ,017
Integración precaria 1,419 (1,080-1,864) ,012 1,181 (,891-1,564) ,247 1,164 (,878-1,543) ,290 1,078 (,806-1,442) ,613
Exclusión moderada 2,071 (1,473-2,912) ,000 1,673 (1,174-2,382) ,004 1,610 (1,128-2,298) ,009 1,446 (1,000-2,091) ,050
Exclusión severa 2,875 (1,953-4,231) ,000 2,126 (1,417-3,190) ,000 2,020 (1,341-3,042) ,001 1,823 (1,182-2,811) ,007
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,188 (1,502-3,186) ,000 2,224 (1,527-3,241) ,000 2,034 (1,381-2,995) ,000
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000 ,000
Pareja de hecho 2,240 (1,532-3,274) ,000 2,224 (1,520-3,254) ,000 1,944 (1,308-2,890) ,001
Separada/divorciada 6,212 (4,605-8,380) ,000 6,798 (4,927-9,378) ,000 6,698 (4,794-9,359) ,000
Viuda 1,456 (,841-2,519) ,180 1,752 (,968-3,171) ,064 2,133 (1,163-3,914) ,014
Soltera 1,814 (1,301-2,529) ,000 1,973 (1,393-2,796) ,000 1,812 (1,265-2,594) ,001
Características del hogar
Nº de núcleos
Ninguno (ref.) ,093 ,039
1 1,333 (,910-1,952) ,140 1,582 (1,066-2,348) ,023
2 o más 1,836 (1,061-3,177) ,030 1,940 (1,098-3,428) ,023
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,780 (,960-3,299) ,067
Noreste ,987 (,493-1,975) ,971
Comunidad de Madrid 2,789 (1,523-5,106) ,001
Centro ,987 (,572-1,704) ,963
Este 2,083 (1,284-3,378) ,003
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,098
Media ,627 (,410-,960) ,032
Baja ,749 (,473-1,185) ,217
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,200 (1,772-5,779) ,000
Entre 20.000 y 100.000 2,098 (1,75-3,744) ,012
Más de 100.000 2,054 (1,168-3,609) ,012
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,000
Barrio o zona en buenas condiciones 2,649 (1,351-5,194) ,005
Barrio o zona deteriorado 3,688 (1,799-7,563) ,000
Zona marginal 5,600 (2,323-13,500) ,000
N casos usados por cada modelo 4.148 4.112 4.112 4.112
R cuadrado de Nagerkelke 0,019 0,099 0,102 ,151
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
169Como se puede observar, en este modelo se incluye la variable “estado civil”, que hasta ahora nunca había sido incorporada.
Esto se debe al hecho de que, hasta ahora, hemos presentado resultados extraídos de la Macroencuesta de violencia de
género, donde otras variables (como convive con la pareja; es un hogar monoparental; es un hogar con algún núcleo
monoparental) tienen poder explicativo mayor. En el caso de la Encuesta Foessa, por el contrario, la variable que otorga una
mayor capacidad explicativa al modelo es ésta y, por lo tanto, ésta es justamente la que ha sido incorporada.
188
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
170Nos referimos al indicador nº 29 (hogares con relaciones muy malas, malas o más bien malas); nº 30 (hogares con personas
que tienen o han tenido en los 10 últimos años problemas con el alcohol, con otras drogas o con el juego); nº 31 (alguien ha
sido o está a punto de ser madre adolescente sin pareja; y nº 32 (hogares con personas que tienen o han tenido en los 10
últimos años problemas con la justicia).
189
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Asimismo, cabe reseñar que, aunque existe evidencia de que la dimensión del conflicto
social es poco elástica, es posible que la prolongación en el tiempo de dificultades en otras
esferas pudiera paulatinamente incidir también en ésta. En caso de que un proceso de este
tipo tuviese lugar, un mayor número de mujeres vendría a encontrarse en una situación de
riesgo especialmente elevado. Preverlo de antemano podría ser muy relevante de cara a la
planificación de políticas y a la intervención social, ya que permitiría identificar nuevas
necesidades y, de esta manera, ofrecería la posibilidad de anticiparnos y adecuar las
dotaciones de las que disponemos para hacerles frente.
Tabla 18. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con
171
las variables significativas
OR CI p valor
Dimensiones de exclusión
Dim 4 Exclusión de la educación
No (ref.)
Sí 1,876 (1,295-2,716) ,001
Dim 6 Exclusión de la salud
No (ref.)
Sí 1,567 (1,183-2,076) ,002
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 5,640 (3,841-8,282) ,000
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,849 (1,228-2,783) ,003
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,967 (1,313-2,948) ,001
Separada/divorciada 5,751 (4,184-7,906) ,000
Viuda 1,686 (,953-2,982) ,072
Soltera 1,549 (1,087-2,206) ,015
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,506 (1,041-2,180) ,030
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,766 (,930-3,355) ,082
Noreste ,933 (,460-1,895) ,848
Comunidad de Madrid 2,762 (1,486-5,133) ,001
Centro 1,130 (,650-1,967) ,665
Este 1,989 (1,213-3,261) ,006
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,092
Media ,624 (,401-,970) ,036
Baja ,685 (,430-1,091) ,111
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,002
Entre 5.000 y 20.000 2,954 (1,629-5,356) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,873 (1,046-3,356) ,035
Más de 100.000 1,765 (1,001-3,114) ,050
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,011
Barrio o zona en buenas condiciones 2,194 (1,121-4,298) ,022
Barrio o zona deteriorado 2,860 (1,398-5,853) ,004
Zona marginal 3,728 (1,527-9,097) ,004
N casos usados por cada modelo 4.108
R cuadrado de Nagerkelke 0,200
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
171En este modelo se controla también por el origen, la edad, la relación con la actividad laboral y la situación económica del
hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa. Si se han podido incluir estas variables (tanto aquí como a nivel general)
es porque ninguna de ellas ha sido utilizada para construir las dimensiones de exclusión aquí incorporadas. Cabe además
reseñar que, a la hora de crear un modelo de resumen que sólo incluyese las variables significativas, hemos tenido que decidir
si eliminar el factor origen o la dimensión 5 (que, conjuntamente consideradas, no eran significativas). Considerando que, al
quitar el primero, la segunda adquiría significación, mientras que, al eliminar la segunda, el primero seguía sin ser significativo,
se ha decidido quitar el factor origen.
190
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
172 La muestra es muy reducida (N=15). El dato ofrecido, por lo tanto, debe entenderse únicamente como algo orientativo.
173 Nuevamente, la muestra es reducida (N=45); los márgenes de error, por lo tanto, son elevados. Esto, sin embargo, no pone
en duda la significación del dato ofrecido.
174 La muestra es algo reducida (N=72). Esto, si bien no pone en cuestión la significación del dato proporcionado, si incrementa
los márgenes de error, realidad que ha de ser tenida en cuenta a la hora de interpretar las cifras que aquí se ofrecen.
175 Aunque, en el cuestionario, se contemplan también centros de acogida y residencias para mujeres, en ningún caso esto se
acompaña de presencia de violencia de género, con lo cual la relación encontrada no puede atribuirse a tales situaciones.
176 Esto es algo que aparece claramente en la literatura y que se ve confirmado por el testimonio de las mujeres entrevistadas.
191
Violencia de género en la pareja y exclusión social
177El hecho de que el varón sea conflictivo y agresivo en la esfera pública, al interseccionarse con un trasfondo estructural de
relaciones desiguales de género, puede fácilmente llegar a traducirse en violencia de género en la esfera privada. Esto es algo
que aparece con claridad en el relato de las mujeres entrevistadas. Para un análisis más detallado, entonces, véase apartado
9.2.2.5.
192
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
193
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 19. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
178
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social . Resumen con las
variables significativas
OR CI p valor
I ndicadores de exclusión
IND 11 Menores de 3 a 15 años no escolarizados
No (ref.)
Sí 2,554 (1,139-5,728) ,023
IND 23 Han pasado hambre
No (ref.)
Sí 2,434 (1,542-3,840) ,000
IND 29 Malas relaciones en el hogar
No (ref.)
Sí 8,417 (3,232-21,919) ,000
IND 30 Problemas con el alcohol, otras drogas o el juego
No (ref.)
Sí 4,730 (2,840-7,877) ,000
IND 35 Personas en instituciones
No (ref.)
Sí 13,934 (2,983-65,075) ,001
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,768 (1,153-2,711) ,009
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 2,353 (1,555-3,561) ,000
Separada/divorciada 6,361 (4,547-8,899) ,000
Viuda 1,615 (,898-2,903) ,110
Soltera 1,916 (1,329-2,762) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,565 (1,068-2,294) ,022
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,075
Bachiller o FP grado medio 1,325 (,880-1,995) ,177
ESO 1,485 (1,018-2,166) ,040
Primarios o inferiores 1,719 (1,137-2,598) ,010
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,550 (,789-3,046) ,203
Noreste ,898 (,434-1,858) ,771
Comunidad de Madrid 2,767 (1,459-5,247) ,002
Centro 1,120 (,632-1,985) ,697
Este 2,011 (1,203-3,360) ,008
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,044
Media ,581 (,373-,905) ,016
Baja ,646 (,401-1,040) ,072
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,078 (1,682-5,634) ,000
Entre 20.000 y 100.000 2,012 (1,113-3,638) ,021
Más de 100.000 1,772 (,994-3,160) ,053
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,041
Barrio o zona en buenas condiciones 2,231 (1,113-4,473) ,024
Barrio o zona deteriorado 2,747 (1,305-5,782) ,008
Zona marginal 3,272 (1,284-8,337) ,013
N casos usados por cada modelo 4.014
R cuadrado de Nagerkelke 0,208
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
178En este modelo se controla también por el origen, el nivel educativo, la relación con la actividad laboral y la situación
económica del hogar, aunque solo las dos primeras son significativas. Como ya se ha apuntado, se han podido incluir estas
variables porque ninguna de ellas ha sido utilizada para construir los indicadores de exclusión aquí incorporados.
194
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
179Como ya se ha apuntado más arriba, sin embargo, estos resultados han de ser tomados con cautela, ya que podrían
depender de los ítems incluidos en la Macroencuesta, que no captan adecuadamente las dinámicas de la violencia ejercida por
la ex pareja y, por ello, no permiten una buena detección de la misma. En sentido contrario, sin embargo, no podemos ignorar
que la Encuesta Foessa, aún utilizando los mismos ítems (aunque no todos ellos), arroja una imagen diferente y, en
comparación, mucho más centrada en la violencia ejercida por la ex pareja. Como ya se ha anticipado más arriba, estas
diferencias entre fuentes parecen remitir al diferente contexto de realización de las preguntas en un caso y en otro.
195
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Gráfico 14. Distribución de la violencia de género en función de la persona que la ejerce (pareja, ex
pareja o ambos) según la situación de integración y vulnerabilidad social
Gráfico 15. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social
20
17,6
18
16
14
12 10,4
10
8
6
4
2
0
Integración Vulnerabilidad
El análisis multivariante, por su parte, permite afinar el análisis y conocer en qué medida
este incremento se debe a la situación de vulnerabilidad propiamente dicha o a otros
factores a ella asociados. En este caso, además, a diferencia de antes, el hecho de centrarnos
exclusivamente en la violencia ejercida por la pareja permite incorporar al análisis nuevas
variables relacionadas con las características sociodemográficas de los hombres y con la
incongruencia de estatus entre los dos miembros de la pareja. Se trata de una aportación
fundamental, ya que, como hemos visto con anterioridad, el fenómeno de la violencia de
196
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
género, aunque indudablmente supone un problema para la vida de las mujeres, no es, en
realidad, un problema de ellas, sino de la cultura masculina/patriarcal y de los varones
(Bonino 2007b), y como tal debe ser tratado.
Finalmente, y como también se ha aclarado, efectuar análisis separados dependiendo de
quién es el agresor es útil asimismo porque permite diferenciar entre dos tipologías de
violencia que, aunque presentan elementos en común, también se diferencian en varios
aspectos.
En primer lugar, entonces, observamos que, aunque la situación de vulnerabilidad social
sigue siendo un factor de riesgo significativo (supone un incremento del 63% en el riesgo de
experimentar violencia de género), su peso es aquí más reducido que para el conjunto de la
violencia de género (cuando el incremento alcanzaba el 95%). Esto, por otra parte, confirma
los resultados del análisis descriptivo (Gráfico 14), que ya sugería que la relación entre
vulnerabilidad y violencia era más fuerte en el caso de la violencia ejercida por la ex pareja
y más débil en lo que respectaba al maltrato perpetrado por la pareja.
Con respecto a las características de la mujer, en términos generales se replican aquí los
mismos factores de riesgo ya enumerados para el conjunto de la violencia de género, lo cual
no debe sorprendernos, ya que la violencia ejercida por la pareja supone el 87,5% del total.
La única diferencia es que, al incluir en el modelo el lugar de origen de la pareja, el de la
mujer pierde relevancia.
En lo que se refiere a la composición del hogar, al contrario, la fotografía cambia: ya no
es la presencia de menores lo que incrementa el riesgo, sino el hecho de vivir con la pareja
(aumento del 45%). Para comprender por qué la convivencia es un factor de riesgo,
considérese, por un lado, que la violencia no aparece nada más empezar una relación, sino
después de algún tiempo, cuando es más probable la pareja conviva; y por otro que, cuando
hay convivencia, tanto las interdependencias como las dificultades para poner fin a una
relación suelen ser mayores (Delgado et al. 2007; Fernández 2004).
Los resultados más interesantes, sin embargo, son los que hacen referencia a las
características sociodemográficas de la pareja. El lugar de origen, de hecho, en este caso se
configura como un factor de riesgo muy relevante (cuando el varón tiene origen extranjero
el riesgo de agresión se duplica), mientras que, en el caso de las mujeres, su peso era
claramente menor180. Varios elementos dan cuenta del incremento del riesgo en el caso de
hombres de origen extranjero. Más en detalle, nos referimos:
a la frustración que la opresión y el racismo vividos pueden generar en algunos
hombres (Hampton, Oliver y Margarian 2003);
al proceso migratorio mismo, que puede conllevar cambios en el estatus relativo
de los dos miembros de la pareja (Yick 2001) así como vincularse a
determinadas expectativas, emociones y miedos (Albertín 2009) que pueden
actuar como combustible para la violencia;
y, finalmente, a factores de índole cultural relacionados con una mayor adhesión
al patriarcado (Crittenden y Wright 2013; Raj y Silverman 2002).
197
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Finalmente, en lo que respecta al entorno más amplio, también se replican los resultados
obtenidos analizando el conjunto de la violencia de género.
Tabla 20. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que
181
incluye la variable de vulnerabilidad social. Resumen con las variables significativas
OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de v ulnerabilidad social
N o (ref.)
Sí 1,645 (1,384-1,955) ,000
Características de la mujer
Edad
55 o más años (ref.) ,000
De 35 a 54 ,629 (,525-,754) ,000
De 18 a 34 ,583 (,462-.736) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000
Sí, en cierta medida 1,780 (1,451-2,185) ,000
Sí, grav e 2,435 (1,754-3,382) ,000
T amaño y composición del hogar
Viv e con la pareja
N o (ref.)
Sí 1,520 (1,101-2,097) ,011
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,080 (1,603-2,700) ,000
Características del entorno
C lasificación N U TS
N oroeste (ref.) ,000
N oreste ,928 (,651-1,323) ,681
C omunidad de Madrid 2,214 (1,420-3,451) ,000
C entro 3,609 (2,416-5,390) ,000
Este 1,056 (,805-1,386) ,693
Sur y C anarias 2,408 (1,806-3,211) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,545 (1,157-2,064) ,003
Baja 3,535 (2,577-4,847) ,000
N casos usados por cada modelo 5318
R cuadrado de N agerkelke 0,082
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
181 A lo largo del texto, la variable referida a la edad de la mujer se ha recodificado de dos formas diferentes, dando así lugar a
una clasificación en 3 y 4 grupos respectivamente (16-34; 35-54 años; 55 o más años en un caso; 16-24; 25-44; 45-64; y 65 o
más años en otro). En un segundo momento, para decidir qué clasificación utilizar en cada caso, se ha tenido en cuenta tanto
la significación como la capacidad explicativa de cada una. En términos generales, cuando la muestra era reducida esto nos ha
llevado a utilizar la primera agrupación y cuando era más amplia la segunda. Siguiendo estas indicaciones, en el caso
específico de este análisis se ha recurrido a una clasificación en 3 grupos.
198
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
El segundo análisis que se efectúa sustituye la noción de vulnerabilidad por las variables
de empleo y formación, tanto de la mujer como de su pareja182.
Se observa así que el efecto de la formación no es idéntico en mujeres y hombres. En el
caso de las primeras, se confirma el efecto protector de la educación ya observado para el
conjunto de la violencia de género (en comparación con las mujeres con estudios
superiores, entre mujeres con estudios primarios o inferiores el riesgo se multiplica por más
de 2). En el caso de los hombres, por el contrario, la fuerza de la asociación entre nivel
formativo y violencia de género es mucho más reducida: sólo se registra cuando se mide la
incongruencia de estatus 183 ; incluso en ese caso, los incrementos registrados son muy
reducidos (32%) y limitados al nivel formativo más bajo; y, en el modelo de resumen, esta
variable directamente desaparece. Estos resultados, por lo tanto, contradicen directamente
los de aquellos estudios que consideran el nivel formativo de los varones un factor muy
relevante, incluso más que el de las mujeres (ej. Stith et al. 2004; Yick 2001).
Al principio de este trabajo se ha señalado que un estudio de la interrelación entre la
violencia de género y la exclusión social puede, si no pone el suficiente énfasis en el origen
estructural de la violencia y la exclusión, entrañar cierto riesgo de estigmatización de los
varones excluidos. Unos datos como éstos, sin embargo, van exactamente en la dirección
contraria, ya que indican que la clave no está tanto en que los hombres con menos
formación agredan más, sino en que son las mujeres más indefensas (las que no tienen
formación) las más agredidas.
En lo que respecta a la relación con el mercado laboral también se detectan diferencias
entre mujeres y hombres. En el caso de las primeras, de hecho, se confirma el escaso peso
de esta variable ya observado para el conjunto de la violencia de género184. La situación de
los hombres, por el contrario, es diferente: en su caso, de hecho, a paridad de otras
condiciones, estar en desempleo sí conlleva cierto incremento en la probabilidad de ejercer
violencia (en un 48%), un resultado confirmado por la literatura (Gonzáles y Santana 2001;
Honeycutt, Marshall y Weston 2001; Stith et al. 2004; Tauchen y Witte 2001) 185 . Las
teorías que intentan comprender la correlación entre desempleo masculino y violencia de
género pueden ser agrupadas en dos grandes bloques:
las que ponen el acento en el estrés y ansiedad causados por el desempleo
(Stöckl, Heise y Watts 2011);
182 En este caso la progresiva introducción de factores pertenecientes a diferentes niveles se concreta en siete diferentes pasos
de regresión logística (véase Anexo del capítulo, tabla 27): el primero incluye las variables referidas a la mujer; el segundo a la
mujer y el hogar; el tercero a la pareja; el cuarto incorpora todos los factores contemplados en las regresiones anteriores; el
quinto incluye además las características del entorno; el sexto sustituye las variables relativas a la mujer y a su pareja con otras
que miden el efecto de la incongruencia de estatus entre los dos; el último, finalmente, incorpora también a este análisis las
características del entorno.
183 Véase Anexos del capítulo, tabla 26.
184 En el modelo completo se registran únicamente pequeños incrementos vinculados al hecho de tener un empleo precario; en el
masculino creamos dos variables diferentes: nuevamente, la primera se corresponde con la agrupación estándar en ciencias
sociales (ocupación; desempleo; inactividad); mientras que la segunda diferencia por subgrupo de inactividad (jubilados y
estudiantes). Siguiendo el esquema habitual, también aquí, la variable con más categorías se utiliza solamente cuando aporta
información (es decir, cuando las categorías “jubilados” o “estudiantes” tienen significación).
199
Violencia de género en la pareja y exclusión social
y las que remiten a los efectos del paro en términos de masculinidad (Jewkes
2002; Peralta, Tuttle e Steele 2010; Walby y Allen 2004).
En ambos casos, como se ha venido repitiendo a lo largo del texto, se trata de
aportaciones interesantes, pero parciales, que deben ser completadas teniendo en cuenta la
posición desigual que hombres y mujeres ocupan en la estructura social (Bonino 2002), así
como el diferente significado que, para unas y para otros, tiene el empleo remunerado (y su
falta). Precisamente estos elementos, de hecho, son los que nos ayudan a comprender por
qué el desempleo es un factor de riesgo de agresión en el caso de los hombres pero no lo es
en el caso de las mujeres.
En cualquier caso, el hecho de que el desempleo masculino sea un factor de riesgo es
algo que merece ser tenido en cuenta: en un contexto en el que las tasas de desempleo han
crecido de forma dramática (en el caso de los hombres, del 6,4% en 2007 al 18,1% en 2016)
(INE. Encuesta de Población Activa 2007 y 2016), de hecho, esto podría haber revertido en
un paralelo incremento en el número de mujeres que está experimentando violencia de
género186.
Un análisis de la situación laboral relativa de los dos miembros de la pareja, por otra
parte, permite afinar aún más el análisis. Observamos así que:
cuando los dos miembros de la pareja están en desempleo (en teoría, la situación
más dramática y estresante) el riesgo se incrementa un 48%187;
cuando él es el único desempleado (una situación teóricamente menos
problemática) el riesgo se incrementa aún más (70%);
cuando solamente ella está en paro, por el contrario, el riesgo no aumenta en
absoluto.
Aunque se trata de un tema muy poco estudiado (lo cual otorga especial relevancia a
nuestros hallazgos), las escasas investigaciones existentes (ej. Riger y Staggs 2004)
confirman que la situación de mayor riesgo se da cuando el varón está desempleado y la
mujer no. También en este caso, encontramos varias teorías explicativas:
algunas remiten al estrés, vergüenza y crisis identitaria resultados de la
dependencia económica (Edin 2000; Fodor 2006; Franklin y Menaker 2014;
Raphael 2001);
otras evidencian que la violencia ejercida por varones desempleados cuya pareja
es la única proveedora del hogar es una forma de recuperar un poder y un control
que se perciben amenazados (Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Franklin y
Menaker 2014; Hewkes 2002; Jewkes 2002).
A partir de todo esto podemos concluir que el incremento del nivel formativo “protege”
a las mujeres pero no parece cambiar la masculinidad. Por el contrario, ocupar una posición
determinada en el mercado laboral (ej. tener empleo) no parece proteger a las mujeres pero
sí afecta a la posición masculina (el desempleo del varón incrementa el riesgo de agresión).
186 Desafortunadamente, las sucesivas modificaciones introducidas en la Macroencuesta de violencia de género (en 2015
Macroencuesta de violencia contra la mujer) impiden comprobar esta hipótesis.
187 Obsérvese que el nivel de significación, aún siendo aceptable, es muy elevado (0,049).
200
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 21. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo
188
y relación con la actividad laboral. Resumen con las variables significativas
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 1,514 (1,181-1,940) ,001 1,515 (1.180-1,944) ,001
ESO 1,670 (1,320-2,114) ,000 1,684 (1,328-2,137) ,000
Primarios o inferiores 2,073 (1,620-2,639) ,000 2,179 (1,716-2,766) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,493 (1,048-2,126) ,026 1,511 (1,061-2,151) ,022
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,745 (1,426-2,135) ,000 1,776 (1,451-2,172) ,000
Sí, grave 2,256 (1,627-3,128) ,000 2,216 (1,591-3,086) ,000
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 1,410 (1,040-1,913) ,027 1,513 (1,123-2,038) ,007
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,557 (1,081-2,242) ,017 1,512 (1,050-2,178) ,026
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,002
Parado 1,476 (1,166-1,868) ,001
Jubilado 1,306 (1,063-1,604) ,011
Estudiante ,688 (,276-1,715) ,423
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,011
Los dos parados 1,480 (1,001-2,188) ,049
Ella trabaja él parado 1,703 (1,216-2,386) ,002
Él trabaja ella en paro 1,116 (,867-1,438) ,394
Uno de los dos inactivo 1,258 (1,028-1,539) ,026
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000 ,000
Noroeste 0,871 (,611-1,242) ,445 0,877 (,615-1,251) ,469
Noreste 2,285 (1,482-3,523) ,000 2,308 (1,494-3,565) ,000
Comunidad de Madrid 3,579 (2,409-5,317) ,000 3,593 (2,416-5,345) ,000
Centro 0,981 (,749-1,286) ,891 0,993 (,757-1,302) ,959
Este 2,309 (1,736-3,071) ,000 2,348 (1,763-3,126) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000 ,000
Media 1,512 (1,134-2,016) ,005 1,517 (1,138-2,022) ,005
Baja 3,417 (2,495-4,680) ,000 3,402 (2,482-4,664) ,000
N casos usados por cada modelo 5469 5445
R cuadrado de Nagerkelke 0,091 0,09
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
188Se ha decidido mantener la variable referida al nivel educativo de la mujer (en lugar que del hombre) porque ésta tiene un p
valor inferior y, además, otorga mayor capacidad explicativa al modelo. Son estas mismas razones, por otra parte, las que nos
han llevado a conservar la relación con la actividad laboral del varón (en lugar que la de la mujer).
201
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Gráfico 16. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte
de la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social
4 3,7
4
3
3
2
2 1,3
1
1
0
Integración Vulnerabilidad
189 Esta ausencia de significación podría estar relacionada con el carácter reducido de la muestra.
202
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
Cabe subrayar que, mientras que en lo referente al lugar de origen se repite el mismo
patrón ya observado en el caso de la violencia perpetrada por la pareja, en lo que respecta a
la edad éste es exactamente opuesto: la juventud ya no es factor de protección, sino
elemento de riesgo. Parece lógico hipotetizar que el efecto protector de la edad no se debe a
que los hombres mayores tengan menor propensión a reaccionar con violencia frente a las
rupturas, sino al hecho de que, en estas edades, es más difícil que tales rupturas tengan
lugar.
Tabla 22. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de vulnerabilidad social.
Paso 1 Paso 2
OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 2,852 (2,011-4,045) ,000 2,475 (1,725-3,552) ,000
Características de la mujer
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,704 (1,081-2,686) ,022
Edad
55 o más años (ref.) ,003
De 35 a 54 2,095 (1,264-3,473) ,004
De 18 a 34 2,419 (1,432-4,087) ,001
N casos usados por cada modelo 7257 7228
R cuadrado de Nagerkelke 0,026 0,045
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
El segundo modelo, por su parte, incluye las variables de formación y empleo. En lo que
respecta a la primera, el análisis realizado muestra que el riesgo más alto se da entre
mujeres con estudios obligatorios. Es éste un resultado sorprendente, ya que, en términos
generales, no es esto lo que más incrementa la probabilidad de experimentar violencia, sino
el hecho de tener estudios primarios o inferiores.
En lo que se refiere al empleo, observamos que, aunque no existen diferencias
significativas entre mujeres empleadas y desempleadas, el riesgo se reduce de forma muy
clara para mujeres inactivas. Consideramos que estos datos pueden estar reflejando que, en
situaciones de inactividad, la ruptura conlleva dificultades añadidas y es, por ello, menos
frecuente.
Finalmente, cabe resaltar que, en este caso y diversamente que en los anteriores, la
discapacidad no se configura como un factor de riesgo. Avanzamos la hipótesis de que esto
responde al hecho de que ésta, al reducir la autonomía de las mujeres, también dificulta las
rupturas y, de esta manera, las hace menos probables.
203
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 23. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la ex pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo
190
y relación con la actividad laboral
OR CI p v alor
Características de la mujer
Edad
65 o más años (ref.) ,017
De 45 a 64 2,131 (,838-5,421) ,112
De 25 a 44 3,641 (1,383-9,587) ,009
De 18 a 24 2,209 (,743-6,567) ,154
Niv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,005
Bachiller o FP grado medio 1,103 (,655-1,858) ,711
ESO 2,122 (1,354-3,325) ,001
Primarios o inferiores 1,411 (,783-2,543) ,252
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,090 (1,342-3,256) ,001
Relación con la activ idad laboral
Ocupada (ref.) ,003
Parada 1,036 (,687-1,561 ,867
Inactiv a ,400 (,230-,696) ,001
N casos usados por cada modelo 7426
R cuadrado de Nagerkelke 0,056
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
190En este caso, para la edad se ha utilizado una clasificación en 4 grupos en lugar que la habitual clasificación en 3 grupos
porque esta última no era significativa.
204
9.4 Conclusiones
A partir del análisis efectuado en este capítulo, podemos concluir que, en las situaciones
de vulnerabilidad social, la probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja se incrementa de forma muy relevante (llega a multiplicarse por 2).
La noción de exclusión social recogida en la Encuesta Foessa, por otra parte, permite
afinar el análisis. Ésta, de hecho, a diferencia de la vulnerabilidad, no es una variable
dicotómica, sino que identifica cuatro grupos diferentes, en función de la mayor o menor
intensidad de los procesos de exclusión considerados. Esto permite mostrar con mayor
precisión que, conforme aumenta la intensidad de la exclusión, se registra también una clara
progresión ascendente en el riesgo de enfrentar violencia de género. A paridad de otras
condiciones, de hecho, no hay diferencias significativas entre integración plena y precaria;
en las situaciones de exclusión moderada, el riesgo es el 45% más elevado que en las de
integración plena; y en las de exclusión severa un 82% mayor.
Se trata de unos incrementos significativos pero bastante contenidos. Esto, sin embargo,
se debe a que la exclusión es un concepto sintético que engloba dificultades en múltiples
esferas, algunas de las cuales constituyen factores de riesgo muy relevantes mientras que
otras no lo son en absoluto. Si descomponemos esta noción en los ejes y dimensiones que la
conforman, de hecho, comprobamos que las diferencias son máximas en el caso del eje
social-relacional y claramente más reducidas en el caso del eje político y, sobre todo,
económico. Más en detalle, a paridad de otras condiciones, hay una dimensión –el conflicto
social– en cuya presencia el riesgo se dispara (se multiplica por 5,6); hay otras que inciden,
aunque de forma mucho más reducida –es éste el caso de la exclusión educativa (88% más
elevado) y de la salud (57% mayor)–; mientras que ni la exclusión del empleo, ni del
consumo, ni de la vivienda, ni la exclusión política o la situación de aislamiento social
llegan a aumentar de forma significativa el riesgo de experimentar violencia de género.
Resulta, por otra parte, relevante subrayar que, aunque la dimensión del aislamiento,
globalmente considerada, no parece incrementar el riesgo, uno de los indicadores que la
conforman (presencia de personas en instituciones) sí llega a aumentarlo de forma muy
evidente.
Los resultados presentados, en suma, muestran con claridad la existencia de una relación
positiva entre el riesgo de enfrentar violencia de género y las situaciones de vulnerabilidad
y exclusión social. La direccionalidad de esta relación no puede ser establecida con
seguridad, ya que los datos de los que disponemos tienen carácter transversal y solamente
las fuentes de tipo longitudinal permiten conocer la secuencia temporal de los hechos
(Coker et al. 2011). La forma en la que las nociones de vulnerabilidad y exclusión han sido
operacionalizadas, sin embargo, sugiere sobre todo un recorrido de la vulnerabilidad y la
exclusión a la violencia, no el inverso.
La literatura especializada ha explicado este recorrido de diferentes maneras,
evidenciando que una situación de dificultad podría mermar las posibilidades de reacción de
las mujeres (Hamby 2005) o incidir negativamente en su autoestima (ej. Falci 2011; Santo
et al. 2013; Veselska et al. 2010; Zhang y Postiglione 2001); pero también incrementar el
205
Violencia de género en la pareja y exclusión social
206
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
En nuestro análisis hemos asimismo diferenciado entre la violencia ejercida por la pareja
y la ex pareja (aunque se trata de una información recogida únicamente en la
Macroencuesta y para la cual, por lo tanto, sólo podemos hacer referencia a una genérica
situación de vulnerabilidad social). A partir del estudio así efectuado podemos concluir que
el maltrato perpetrado por la pareja tiene un mayor grado de transversalidad (en su caso, el
incremento asociado a situaciones de vulnerabilidad es del 64%), mientras que la violencia
de la ex pareja está mayormente ligada a situaciones de dificultad social (el aumento
alcanza aquí el 147%). Esto puede explicarse por el hecho de que, en contextos de
vulnerabilidad social, puede haber menores capacidades para un manejo no violento de los
conflictos (Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012), conflictos normalmente inevitables en
una separación; así como por el hecho de que, en tales contextos, puede haber una menor
disponibilidad de recursos económicos, hecho que incrementa las dificultades y el estrés
resultantes de esta separación y, por lo tanto, también el riesgo de que se den conductas
violentas.
El análisis efectuado permite asimismo evidenciar la existencia de otros factores de
riesgo, relacionados a diferente título con situaciones de dificultad social. Entre ellos, el
nivel educativo se configura como un elemento muy relevante, por lo menos en el caso de
las mujeres: conforme éste disminuye, el riesgo de experimentar violencia de género se
incrementa, tanto que, a paridad de otros factores, entre mujeres con estudios primarios o
inferiores, éste es 2,2 más elevado que entre mujeres con estudios superiores. Se trata de un
resultado en línea con la gran mayoría de las investigaciones anteriores, que también
subrayaban la importancia del nivel educativo (ej. Campbell et al. 2011; van Wijk y de
Brujin 2012; Vives-Cases et al. 2009 ; Vives-Cases et al. 2010). En el caso de los hombres,
por el contrario, esta variable no tiene apenas influencia. Se desmienten, por lo tanto, los
resultados de aquellos estudios que consideraban que la formación de los hombres tenía un
peso superior a la de las mujeres (ej. Stith et al. 2004; Yick 2001). Es decir, que la
formación logra “protegerlas” a ellas pero no cambia la masculinidad.
El hecho de que, según nuestra investigación, el nivel educativo sea importante en el
caso de las mujeres pero no de los hombres, por otra parte, reduce claramente el riesgo de
estigmatización de los varones “incultos” que puede derivarse de estudios como éste.
Nuestros hallazgos, de hecho, van exactamente en la dirección contraria, ya que muestran
que la clave no está tanto en que los hombres sin formación agredan más, sino en que son
las mujeres más indefensas (las que no tienen formación) las más agredidas.
Opuesto es el comportamiento del factor empleo: en el caso de los hombres, de hecho,
este elemento sí es relevante (estar en desempleo incrementa la probabilidad de ejercer
violencia en un 48%, porcentaje que se eleva hasta el 70% cuando él está en paro mientras
que ella sí tiene empleo); en el de las mujeres, por el contrario, no lo es (ni estar en
desempleo ni ser inactiva se configura como un factor de riesgo). Se confirman así las
aportaciones de aquellos estudios que evidencian que la variable clave no es la situación
laboral de la mujer, sino la del hombre (ej. Gonzáles y Santana 2001; Stith et al. 2004;
Tauchen y Witte 2001). Resumiendo, el empleo no logra protegerlas a ellas, pero sí afecta a
la posición masculina.
El hecho de que una situación de desempleo del varón se configure como factor de
riesgo, por otra parte, también permite hipotetizar que, en momentos de crisis y destrucción
207
Violencia de género en la pareja y exclusión social
208
Probabilidad de experimentar violencia de género en las situaciones de integración y exclusión social
Tener acceso a una información de este tipo puede ser de gran importancia tanto para la
definición de las políticas como para la intervención social. Conocer cuáles son las
situaciones que se asocian mayormente a procesos de violencia, de hecho, puede servir
(siempre y cuando se intervenga con perspectiva de género) para focalizar la intervención,
sea destinando recursos añadidos a colectivos que sabemos están en situación de riesgo
particularmente alto, sea definiendo protocolos de actuación específicos para favorecer la
detección e intervención en situaciones muy concretas (sería éste, por ejemplo, el caso de
todas aquellas mujeres que viven en hogar donde alguien se encuentra institucionalizado, o
tiene problemas de adicciones, etc.). Además, disponer de este conocimiento también
permite, a partir de los cambios que se van observando en el espacio social, pronosticar
futuros aumentos o reducciones en el porcentaje de mujeres que se encontrará en una
situación de riesgo especialmente elevado. Disponer de esta información puede resultar
muy útil, ya que nos ayuda a prever necesidades futuras y a adecuarnos a ellas.
Finalmente, el hecho de haber podido comprobar que el riesgo se incrementa de forma
muy clara al empeorar el estado y nivel social del barrio también es crucial para la
definición de políticas y la intervención social. La existencia de claros peligros derivados de
la concentración espacial de la pobreza o la exclusión, de hecho, conlleva la necesidad de
evitar a toda costa la formación de guetos. Esto es algo que debe ser tenido en cuenta a la
hora de diseñar e implementar políticas de vivienda, diversificando al máximo, por ejemplo,
la localización espacial de las Viviendas de Protección Oficial y, sobre todo, de los pisos de
integración social. Evitar la formación de nuevos guetos, sin embargo, no es suficiente, sino
que debe asimismo acompañarse de una intervención especialmente intensiva en todas
aquellas zonas marginales que ya existen. Esto significa que las políticas de lucha contra la
violencia deberían tener una mayor dimensión territorial y que todas aquellas actuaciones
sociales que ya se llevan a cabo en esos barrios deberían incluir, de forma transversal, la
violencia de género como problema a tratar.
209
9.5 Anexos del capítulo
Tabla 24. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
191
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Dimensiones de exclusión
Dim 4 Ex clusión de la educación
No (ref.)
Sí 1,732 (1,226-2,448) ,002 1,874 (1,313-2,674) ,001 1,861 (1,285-2,696) ,001
Dim 5 Ex clusión de la v iv ienda
No (ref.)
Sí 1,403 (1,093-1,802) ,008 1,277 (,984-1,658) ,066 1,252 (,953-1,644) ,107
Dim 6 Ex clusión de la salud
No (ref.)
Sí 1,676 (1,284-2,188) ,000 1,436 (1,087-1,898) ,011 1,490 (1,118-1,987) ,007
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 6,461 (4,534-9,205) ,000 5,841 (4,013-8,500) ,000 5,571 (3,790-8,188) ,000
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,064 (1,388-3,068) ,000 1,862 (1,238-2,803) ,003
Estado civ il
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,197 (1,487-3,246) ,000 1,932 (1,289-2,897) ,001
Separada/div orciada 6,011 (4,416-8,182) ,000 5,696 (4,143-7,831) ,000
Viuda 1,543 (,882-2,700) ,129 1,701 (,960-3,014) ,069
Soltera 1,778 (1,264-2,502) ,001 1,532 (1,074-2,184) ,018
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,494 (1,035-2,154) ,032 1,446 (,995-2,101) ,053
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,785 (,939-3,392) ,077
Noreste ,931 (,458-1,890) ,842
Comunidad de Madrid 2,773 (1,492-5,152) ,001
Centro 1,124 (,646-1,955) ,679
Este 1,986 (1,211-3,257) ,007
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,101
Media ,630 (,405-,981) ,041
Baja ,688 (,431-1,096) ,115
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,044 (1,675-5,532) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,927 (1,073-3,459) ,028
Más de 100.000 1,801 (1,020-3,180) ,043
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,027
Barrio o zona en buenas condiciones 2,158 (1,101-4,230) ,025
Barrio o zona deteriorado 2,718 (1,324-5,582) ,006
Zona marginal 3,366 (1,368-8,279) ,008
N casos usados por cada modelo 4.148 4.108 4.108
R cuadrado de Nagerkelke 0,086 0,159 0,201
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
191En este modelo se controla también por el origen, la edad, la relación con la actividad laboral y la situación económica del
hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa.
Tabla 25. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja.
192
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
I ndicadores de exclusión
IN D 11 Menores de 3 a 15 años no escolarizados
N o (ref.)
Sí 2,653 (1,228-5,731) ,013 2,734 (1,253-5,965) ,011 2,472 (1,085-5,630) ,031
IN D 23 H an pasado hambre
N o (ref.)
Sí 3,446 (2,268-5,235) ,000 2,543 (1,632-3,960) ,000 2,453 (1,551-3,878) ,000
IN D 29 Malas relaciones en el hogar
N o (ref.)
Sí 6,202 (2,611-14,732) ,000 7,979 (3,207-19,854) ,000 8,371 (3,213-21,808) ,000
IN D 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
N o (ref.)
Sí 7,440 (4,659-11,882) ,000 5,222 (3,156-8,639) ,000 4,770 (2,856-7,968) ,000
IN D 31 Madre adolescente sin pareja
N o (ref.)
Sí 3,051 (1,308-7,115) ,010 2,380 (,977-5,797) ,056 2,224 (,908-5,452) ,080
IN D 35 Personas en instituciones
N o (ref.)
Sí 10,728 (2,626-43,824) ,001 14,867 (3,535-62,524) ,000 14,645 (3,167-67,716) ,001
Características de la mujer
Discapacidad
N o (ref.)
Sí 2,036 (1,340-3,093) ,001 1,838 (1,196-2,824) ,005
Estado civ il
C asada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,616 (1,750-3,910) ,000 2,317 (1,530-3,508) ,000
Separada/div orciada 6,742 (4,882-9,309) ,000 6,422 (4,590-8,985) ,000
Viuda 1,267 (,687-2,336) ,448 1,360 (,727-2,544) ,335
Soltera 2,144 (1,503-3,058) ,000 1,851 (1,280-2,677) ,001
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,585 (1,087-2,312) ,017 1,557 (1,061-2,284) ,024
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,071 ,109
Bachiller o FP grado medio 1,459 (,978-2,177) ,064 1,322 (,878-1,991) ,181
ESO 1,422 (,988-2,048) ,058 1,484 (1,016-2,167) ,041
Primarios o inferiores 1,700 (1,140-2,535) ,009 1,653 (1,090-2,506) ,018
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste 1,591 (,805-3,142) ,181
N oreste ,951 (,457-1,977) ,892
C omunidad de Madrid 2,939 (1,541-5,606) ,001
C entro 1,207 (,677-2,150) ,524
Este 2,112 (1,255-3,554) ,005
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,058
Media ,597 (,383-,930) ,023
Baja ,654 (,405-1,053) ,081
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,115 (1,701-5,706) ,000
Entre 20.000 y 100.000 2,041 (1,128-3,692) ,018
Más de 100.000 1,775 (,994-3,168) ,052
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,070
Barrio o zona en buenas condiciones 2,215 (1,104-4,444) ,025
Barrio o zona deteriorado 2,701 (1,281-5,696) ,009
Zona marginal 2,680 (1,020-7,042) ,045
N casos usados por cada modelo 4.052 4.011 4.011
R cuadrado de N agerkelke 0,082 0,167 0,212
192 Eneste modelo se controla también por el origen, el nivel educativo, la relación con la actividad laboral y la situación
económica del hogar, aunque solo las dos primeras son significativas.
212
193
Tabla 26. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4 Paso 5 Paso 6
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 1,780 (1,513-2,094) ,000 1,792 (1,514-2,120) ,000 1,775 (1,500-2,100) ,000 1,709 (1,446-2,020) ,000 1,717 (1,448-2,036) ,000 1,629 (1,370-1,939) ,000
Características de la mujer
Edad
55 o más años (ref.) ,000 ,000 ,028 ,031
De 35 a 54 ,644 (,538-769) ,000 ,647 (,541-,773) ,000 ,646 (,468-,893) ,008 ,647 (,467-,897) ,009
De 18 a 34 ,544 (,437-,676) ,000 ,590 (,469-,743) ,000 ,621 (,406-,951) ,028 ,626 (,408-,961) ,032
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,922 (1,510-2,448) ,000 1,893 (1,486-2,412) ,000 1,380 (,964-1,974) ,078 1,454 (1,012-2,089) ,043
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,755 (1,438-2,143) ,000 1,760 (1,441-2,148) ,000 1,720 (1,407-2,104) ,000 1,785 (1,453-2,192) ,000
Sí, grave 2,477 (1,790-3,428) ,000 2,480 (1,792-3,432) ,000 2,454 (1,772-3,397) ,000 2,446 (1,760-3,400) ,000
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.) 1,392 (1,016-1,908) ,040 1,398 (1,010-1,935) ,043 1,452 (1,046-2,016) ,026
Sí
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,000 ,815 ,796
De 35 a 54 ,596 (,504-,704) ,000 ,982 (,712-1,355) ,914 ,960 (,695-1,327) ,806
De 18 a 34 ,460 (,369-,573) ,000 ,890 (,578-1,373) ,599 ,871 (,564-1,346) ,534
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,942 (1,516-2,487) ,000 1,569 (1,084-2,273) ,017 1,607 (1,105-2,336) ,013
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 0,938 (,658-1,337) ,723
Noreste 2,201 (1,412-3,433) ,001
Comunidad de Madrid 3,563 (2,384-5,325) ,000
Centro 1,048 (,799-1,376) ,734
Este 2,394 (1,795-3,194) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 1,529 (1,144-2,044) ,004
Baja 3,546 (2,584-4,866) ,000
N casos usados por cada modelo 5374 5339 5338 5346 5310 5310
R cuadrado de Nagerkelke 0,015 0,055 0,056 0,037 0,057 0,084
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011
193Al igual que la variable referida a la edad de la mujer, también la del hombre se ha recodificado de dos formas diferentes, dando así lugar a una clasificación en 3 y 4 grupos respectivamente (16-34; 35-54 años; 55 o
más años en un caso; 16-24; 25-44; 45-64; y 65 o más años en otro). En un segundo momento, para decidir qué clasificación utilizar en cada caso, se ha tenido en cuenta tanto la significación como la capacidad
explicativa de cada una. En términos generales, cuando la muestra era reducida esto nos ha llevado a utilizar la primera agrupación y cuando era más amplia la segunda. Siguiendo estas indicaciones, en el caso
específico de este análisis se ha recurrido a una clasificación en 3 grupos.
213
Tabla 27. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo
y relación con la actividad laboral
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 1,562 (1,222-1,996) ,000 1,585 (1,240-2,027) ,000
ESO 1,856 (1,471-2,341) ,000 1,835 (1,453-2,318) ,000
Primarios o inferiores 2,610 (2,075-3,283) ,000 2,503 (1,984-3,158) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,909 (1,512-2,410) ,000 1,903 (1,507-2,403) ,000
Relación con la actividad laboral
Empleo estable (ref.) ,066 ,081
Empleo precario 1,409 (1,091-1,820) ,009 1,399 (1,,081-1,812) ,011
Parada 1,142 (,910-1,433) ,251 1,146 (,912-1,439) ,242
Inactiva 1,076 (,870-1,320) ,482 1,086 (,885-1,333) ,429
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,750 (1,439-2,130) ,000 1,750 (1,437-2,130) ,000
Sí, grave 2,258 (1,629-3,129) ,000 2,251 (1,623-3,121) ,000
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 1,386 (1,036-1,855) ,028
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,016
De 35 a 54 ,851 (,671-1,081) ,187
De 18 a 34 ,665 (,500-,886) ,005
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,267 (1,775-2,896) ,000
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,000
FP 1,341 (1,011-1,779) ,042
Secundarios 1,286 (,989-1,673) ,060
Primarios 1,932 (1,535-2,432) ,000
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,000
Parado 1,584 (1,254-2,001) ,000
Jubilado 1,367 (1,069-1,749) ,013
Estudiante ,751 (,328-1,719) ,499
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.)
Los dos parados
Ella trabaja él parado
Él trabaja ella en paro
Uno de los dos inactivo
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.)
Noroeste
Noreste
Comunidad de Madrid
Centro
Este
Riqueza provincial
Alta (ref.)
Media
Baja
N casos usados por cada modelo 5473 5448 5434
R cuadrado de Nagerkelke 0,059 0,06 0,048
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011
214
Tabla 27 (continúa de pág. Anterior). Probabilidad de experimentar violencia de género por parte
de la pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las
variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral
Paso 4A Paso 5A Paso 4B Paso 5B
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,001 ,003 ,000 ,001
Bachiller o FP grado medio 1,452 (1,115-1,890) ,006 1,404 (1,075-1,833) ,013 1,480 (1,138-1,924) ,003 1,428 (1,094-1,862) ,009
ESO 1,541 (1,183-2,009) ,001 1,473 (1,127-1,927) ,005 1,568 (1,205-2,039) ,001 1,492 (1,143-1,948) ,003
Primarios o inferiores 1,838 (1,376-2,454) ,000 1,725 (1,285-2,314) ,000 1,899 (1,427-2,526) ,000 1,773 (1,327-2,370) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,433 (,993-2,067) ,054 1,522 (1,052-2,201) ,026 1,464 (1,020-2,102) ,038 1,548 (1,075-2,227) ,019
Relación con la actividad laboral
Empleo estable (ref.) ,081 ,184
Empleo precario 1,418 (1,088-1,846) ,010 1,342 (1,026-1,755) ,032
Parada 1,119 (,884-1,417) ,348 1,071 (,884-1,358) ,574
Inactiva 1,098 (,871-1,384) ,430 1,130 (,893-1,429) ,308
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,671 (1,364-2,047) ,000 1,728 (1,405-2,125) ,000 1,669 (1,364-2,043) ,000 1,729 (1,407-2,124) ,000
Sí, grave 2,180 (1,563-3,040) ,000 2,192 (1,565-3,069) ,000 2,179 (1,564-3,037) ,000 2,190 (1,566-3,064) ,000
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 1,270 (,912-1,767) ,157 1,339 (,959-1,870) ,086 1,327 (,959-1,837) ,088 1,405 (1,012-1,951) ,042
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,600 ,622 ,469 ,482
De 35 a 54 ,953 (,738-1,231) ,714 1,101 (,870-1,395) ,424 ,944 (,754-1,183) ,619 1,116 (,883-1,411) ,358
De 18 a 34 ,859 (,627-1,179) ,347 1,163 (,845-1,599) ,354 ,838 (,627-1,120) ,233 1,195 (,892-1,602) ,233
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,583 (1,082-2,315) ,018 1,590 (1,085-2,332) ,017 1,626 (1,118-2,365) ,011 1,635 (1,121-2,384) ,011
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,044 ,074 ,029 ,057
FP 1,074 (,797-1,447) ,640 1,095 (,811-1,480) ,553 1,094 (,813-1,473) ,552 1,115 (,826-1,505) ,479
Secundarios ,972 (,728-1,297) ,848 ,956 (,714-1,280) ,764 1,008 (,757-1,342) ,959 ,988 (,740-1,320) ,936
Primarios 1,311 (,999-1,722) ,051 1,276 (,968-1,683) ,084 1,358 (1,037-1,779) ,026 1,317 (1,001-1,732) ,049
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,003 ,007
Parado 1,534 (1,209-1,947) ,000 1,507 (1,185-1,918) ,001
Jubilado 1,150 (,881-1,501) ,306 1,176 (,898-1,541) ,239
Estudiante ,671 (,267-1,690) ,397 ,734 (,291-1,853) ,513
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,006 ,010
Los dos parados 1,527 (1,031-2,263) ,035 1,478 (,994-2,200) ,054
Ella trabaja él parado 1,808 (1,292-2,531) ,001 1,773 (1,261-2,491) ,001
Él trabaja ella en paro 1,161 (,899-1,499) ,252 1,132 (,875-1,464) ,347
Uno de los dos inactivo 1,144 (,916-1,429) ,236 1,219 (,973-1,527) ,085
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000 ,000
Noroeste 0,921 (,643-1,319) ,653 0,904 (,631-1,294) ,580
Noreste 2,149 (1,376-3,358) ,001 2,226 (1,428-3,468) ,000
Comunidad de Madrid 3,583 (2,392-5,366) ,000 3,600 (2,406-5,386) ,000
Centro 0,992 (,755-1,304) ,955 0,979 (,745-1,287) ,880
Este 2,356 (1,763-3,148) ,000 2,337 (1,749-3,122) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000 ,000
Media 1,480 (1,105-1,982) ,009 1,502 (1,122-2,012) ,006
Baja 3,356 (2,436-4,622) ,000 3,421 (2,484-4,710) ,000
N casos usados por cada modelo 5320 5320 5352 5352
R cuadrado de Nagerkelke 0,07 0,095 0,069 ,094
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
215
10. Dinámicas de la interrelación entre la violencia de
género y los procesos de exclusión social
10.1 Introducción
En el capítulo anterior se ha demostrado que la violencia de género en relaciones de
pareja y los procesos de exclusión social están interrelacionados.
En este capítulo avanzamos con el análisis y focalizamos nuestra mirada en las
características de dicha interrelación. Más concretamente, una vez demostrado que ésta
existe, queremos descubrir cómo se articula, qué factores operan en ella, qué mecanismos
están actuando, etc.
Si antes hemos utilizado una metodología cuantitativa –la única capaz de demostrar la
existencia de una correlación entre variables– ahora necesitamos recurrir a una metodología
cualitativa –necesaria para ahondar en el cómo, en los procesos, en las dinámicas de una
relación–. El recurso a una metodología de este tipo, por otra parte, se vuelve aún más
necesario si se considera que los datos cuantitativos disponibles tienen carácter transversal,
con lo cual ni siquiera permiten establecer con seguridad la secuencia temporal de los
hechos (Cooker et al. 2011). Más concretamente, los resultados a los que hemos llegado se
extraen de entrevistas semiestructuradas a 16 mujeres supervivientes, en situación tanto de
exclusión social como de integración –estas últimas con función de control–.
Este capítulo, al igual que el número 5, se divide en dos partes: en la primera se analiza
de qué manera una situación de exclusión social preexistente puede contribuir a
desencadenar violencia de género; en la segunda se estudia cómo el hecho de enfrentar una
situación de violencia en el marco de la pareja –además de ser un factor de exclusión en sí
mismo– puede además derivar en rutas descendentes en otras dimensiones de la exclusión.
Si hemos decidido estructurar el capítulo de esta manera, por otra parte, es porque tanto
la literatura especializada como el análisis cualitativo realizado indican que la mayor
incidencia de violencia de género en situaciones de dificultad social es el resultado
combinado de ambos procesos.
la realidad es infinitamente más compleja y las interrelaciones entre los dos grupos de
factores estrechas y frecuentes.
Esto, en primer lugar, significa que no hay relatos que respondan totalmente a un modelo
y otros que se apliquen perfectamente a otro, sino que lo más frecuente es que en cada
historia se fundan elementos de riesgo que condicionan la elección de la pareja con otros
que influyen en las dinámicas de la relación y así favorecen la emersión del maltrato.
En segundo lugar, también cabe destacar que esta complejidad no hace referencia
solamente a las historias en su conjunto, sino que puede asimismo llegar a aplicarse a los
propios factores identificados: tal y como veremos, de hecho, un mismo elemento puede
influir tanto en la elección de la pareja como en las dinámicas de la interrelación entre los
dos miembros de la misma.
La práctica totalidad de los factores aquí identificados nos ayuda a comprender cómo
una situación de exclusión preexistente puede incrementar el riesgo de victimización de las
mujeres. Otro posible acercamiento sería observar cómo esta misma situación incide en los
varones, favoreciendo que éstos ejerzan violencia en el marco de relaciones de pareja. Es
éste un objeto de análisis sumamente interesante que, sin embargo, excede los objetivos de
este estudio. Lo señalamos, por lo tanto, como posible línea de desarrollo futuro de la
investigación
10.2.1.1 Homogamia
Tal y como ya se ha anticipado, uno de los primeros elementos a considerar es la
homogamia. Ésta, como se recordará, designa la tendencia de mujeres y hombres a formar
pareja con personas cercanas desde un punto de vista socioeconómico (Samper y Mayoral
1998; Rodríguez 2012; Uunk, Ganzeboon y Robert 1996). Es la norma en las relaciones de
pareja, pero se intensifica incluso más en los extremos de la jerarquía social (Rodríguez
2012), lo cual permite suponer que será especialmente frecuente en las situaciones de
exclusión, sobre todo cuando ésta es extrema.
En nuestro caso, entonces, la homogamia implica que las mujeres en situación de
exclusión –sobre todo si severa– tenderán a formar pareja con hombres en su misma
situación.
218
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Esto sugiere que, en muchos casos, la comprensión de cómo la exclusión social llega a
desencadenar violencia de género no habría de ser buscada en la experiencia vital,
comportamientos y actitudes de las mujeres en situación de exclusión sino en los de los
hombres.
Evidentemente, para un análisis detallado de estos procesos se necesitan investigaciones
que focalicen su atención en los varones. Esto excede los objetivos de nuestro estudio, pero
hay un elemento que consideramos imprescindible subrayar: el hecho de que, tal y como se
deduce del testimonio de dos mujeres supervivientes, en situaciones de exclusión severa es
más fácil que los hombres vengan de un entorno “conflictivo”, donde el recurso a la
violencia –toda, no únicamente aquella que se ejerce por razones de género– es más
habitual y frecuente que en contextos de integración. Varios testimonios así lo reflejan:
Es una familia... como… conflictiva, ¿no? El hermano mayor siempre ha estado en la cárcel
metido, el... el…el otro hermano igual... la prima sí... el tío, un patat... o sea... luego lo que
pasa que también sus padres, pues no... pues él con tres añitos, o sea, veía muchísimos
malos tratos, de su padre a su madre… veía muchas cosas, entonces... un hermano en la
cárcel, todo el día robando, era drogadicto... el otro que tomaba pastillas con alcohol...
(E12)
Allí, se le teme a esta familia, esta familia tiene un apodo, y allí en el pueblo, un pueblo de
6000 habitantes, eeh… nadie se atreve a meterse con esta gente, para nada, porque saben, lo
agresivos que son. Y que, si te pones con ellos, pues te pegan, les da igual, que les
denuncies, te pegan. Porque es que, en el… en el mismo... juzgado, eeh… ellos, tanto él
como los hermanos… las hermanas… a… están…. mhm… que han tenido muchas
denuncias, han tenido juicios, o sea han tenido… son… personas, conflictivas con el resto
de la gente. (E5)
¿Al principio, que me gustaba de él? (…) claro, al principio a mí me gustaba, luego ya me
daba asco, pero era muy chulito, muy “aquí estoy yo”, ¿sabes? Y eso, a mí siempre me…
me ha tirado un tipo duro, ¿no? Y… pues me da… me daba la sensación de que estaba
protegida, ya nadie me iba a tocar, que “mira con quién estoy”. Y total, que mira total,
219
Violencia de género en la pareja y exclusión social
quién… quién me acaba pegando, ¿sabes cómo te quiero decir? Pero me sentía protegida,
me sentía que ya nadie me iba…ya nadie se iba a meter conmigo, más que si llevaría un
pitbull al lado. Porque iba el tiarrón éste y… y mira, total que… era así, ¡eh! Lo que pasa
que tenía una mala folla, buah, el tío, una mala leche (…), un nervio, buah… si es que…
trepa por todas las paredes, trep… buah, una pasada. Y… y yo creo que eso lo que me ha
mantenido con él. (E15)
220
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Siempre he tenido prototipo (…) siempre, pues no sé, siempre un poco pues que se
parecerían a mi padre en… psicologicam… o sea… carácter, y así. Mi padre tiene mucha
mala hostia, muuucha. Y siempre pues… siempre me he dado cuenta de que me ha llamado
la atención, igual, pues un gesto que les he visto parecer a mi padre, o alguna cosa, o
cuando me decían; “pues tú no sales” o lo que sea… pues me recordaba a mi padre y… me
engancha. Me engancha esa persona. No sé. (E15)
La pareja de mi madre era otro bala, era otro maltratador (…) Y... nada, eeh… como su…
como yo era menor, y a su… y a él no le dejaban tampoco ni su madre ni sus hermanas,
que, por las buenas dijera: "mañana me voy a vivir con mi pareja", pues, decidimos tener un
hijo. Ésa, fue buscada. Fue la única manera de… él salir de su casa, y yo de salir de la mía...
¿no? Y… y podernos juntar, y así fue. (…) me salí de Herodes para meterme en Pilatos (…)
Entonces... pues no sé, era... buscar un asi… escaparme desde un sitio, y me metí en otro,
peor. (E5)
En otros casos no hay violencia explícita, pero sí un machismo tan intenso que llega a
confundirse con la misma. También aquí, el deseo de alejarse de la familia de origen es lo
que empuja a las mujeres a iniciar una relación:
Trabajaba, como una negra, porque mi madre... pues, es de las antiguas, y... el hombre
trabaja y, hay que atenderlo. Machistos. Machismo. Que aún sigue... Y eso, pues igual
estaba comiendo, y venía mi hermano de trabajar: "¡venga! ¡Limpiarme los zapatos!".
Tenía que dejar... el plato, pa´ limpiarle los zapatos... Y "¡plánchame!". O sea, a mí me han
machacado ya desde hace mil... Esto también hay que decirlo. (…) Yo pienso que más, me
casé también con él, por salir de mi… de mis hermanos, me agobiaban, tan machismos...
tan machistas que eran... Que me metí en un sitio peor, pero... (E7)
222
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
hecho, son estrategias claramente marcadas por la posición de clase: son típicas de clases
bajas –o, aún más, de situaciones de exclusión– mientras que en clase alta se seguirían otras
vías.
Si las estrategias aquí descritas son características de situaciones de exclusión es porque
muestran que el horizonte vital de estas jóvenes es limitado, tan limitado que la decisión de
quedarse embarazada siendo aún adolescente no es percibida como algo inviable, algo
dramático que impide alcanzar otras metas que se tengan en la vida (como el éxito
académico, profesional, etc.), sino como algo posible e incluso deseable194. Y esto es así
porque si, para jóvenes de clase media, tales metas son algo que efectivamente se percibe
como alcanzable a la par que coherente con los valores e ideales propios de su clase social;
para jóvenes que disponen de menores recursos, tanto económicos como relacionales, éstas
aparecen muy lejanas. En este contexto, por lo tanto, la decisión de quedarse embarazada no
supone una gran renuncia, sino más bien una herramienta alternativa –y alcanzable– para
obtener un lugar en la sociedad y una identidad propia (Elley 2011).
Para terminar, cabe añadir que, en estos casos, a menudo la decisión de formar pareja no
está mediada por un fuerte sentimiento de enamoramiento, lo cual constituye una ulterior
confirmación de la existencia de razones ocultas que empujan a las mujeres a iniciar la
relación.
Algo sí le tuve que querer, porque... yo que sé, pienso que sí, es que ya, de eso, ni me
acuerdo... Pero, también te digo que, me duró muy poco. Me duró muy muy poco. (E5)
223
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Yo, cuando ya me eché un amigo y… novio ya que se diga, porque ya llevaba tiempo con
él y me quedo… embarazada, que era el padre de mi hijo, que tiene ahora 34 años, esa
mujer, tipi tapa tipi tapa, a mí me pone en un tren con su hijo, y me lleva… y me transportó
a Salamanca. (…) Y entonces, pues… pues sí que me echó, y me decía que yo no tenía que
volver a Pamplona… esto me duele a mí contarlo. (…) Bueno después, como no quería
estar allí, me volví p’aquí, y decía ella, mi madrastra: “Ah, pues, que sepas que aquí no vas
a venir” (…) Empecé a salir con él, pues por eso, por… porque yo no tenía sitio, él tampoco
tenía sitio, nos reunimos allí, nos juntamos, y eso… y empezamos la vida esa y eso, pero…
vamos que yo no… yo no quería eso. Si yo, tengo a mi hijo el grande, y yo, puedo estar en
mi casa, yo, con el primero y ya ninguno más. Yo lo digo. Yo lo digo. (E16)
Otro elemento a destacar es que, también en este caso, al igual que en anterior, a menudo
las mujeres acaban formando pareja con personas que ni siquiera sienten atracción:
Pues no me gustó él. Porque a mí no me gustaba él. (…) yo no quería nunca a un negro.
(E16)
Como ya se ha aclarado, por otra parte, esta ausencia de atracción y deseo es una ulterior
confirmación de que, en contextos como los descritos, la decisión de formar pareja puede, a
menudo, constituir una estrategia –más o menos consciente– de huida.
En otros casos, lo que empuja a las mujeres a iniciar una relación no es algo material
sino emocional: la búsqueda de apoyo y afecto en un momento vital muy duro. Aunque la
necesidad de cariño y sostén no es ciertamente exclusiva de situaciones de exclusión social,
los itinerarios vitales que crean tal necesidad sí están claramente marcados por la situación
de exclusión.
Es éste, por ejemplo, el caso de Gabriela, una mujer que, después de años de malos
tratos, logra interrumpir la relación con su pareja pero que, en este proceso, no se ve
apoyada ni por los recursos públicos ni por la familia, hasta el punto de que termina
viviendo en la calle196. Y allí es donde conoce a su segunda pareja, que también acaba
ejerciendo violencia contra ella. Como se puede apreciar en su relato, la razón de que
empezara esta relación es precisamente la necesidad de recibir cariño en un momento vital a
todas luces durísimo.
También en el caso de Sheila el itinerario vital está claramente marcado por la situación
de exclusión: el padre es drogodependiente, ella en la infancia sufrió abusos por parte del
tío paterno, con 13 años ya consumía drogas, con 15 abandona la casa materna con 16 se
queda embarazada. A esto se añade que –a lo largo de su vida– nunca se ha visto
plenamente apoyada por parte de la familia (ni en relación con los abusos, ni con respecto a
la violencia de género que ha vivido o a la desintoxicación). Todo esto le genera una gran
necesidad de encontrar afecto “como sea”; y esa necesidad es precisamente lo que la
empuja a iniciar una relación con un hombre que termina ejerciendo violencia contra ella:
224
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Otros ejemplos hacen referencia a la situación de dos mujeres extranjeras que empezaron
la relación poco tiempo después de haber efectuado el proceso migratorio. En ambos casos
se aprecia cómo el desarraigo y la soledad inherentes a estos procesos –sentimientos
evidenciados por numerosos estudios anteriores (ej. Campbell et al. 2011; Montañés y
Moyano 2006; Raj y Silverman 2002)– favorecieron que las mujeres iniciasen unas
relaciones de pareja con unos varones que también acabaron ejerciendo violencia contra
ellas:
Yo me metí con él, no por gusto, ni por un placer, ni por una atracción... (…) Me metí con
él por soledad. Por la soledad que vivía aquí. Esa es la verdad. (…) Porque... pues no sé,
hay mucha soledad aquí. Aunque se sale mucho, aunque se baila mucho, aquí hay mucha
soledad. Mucha. Mucha mucha mucha. Se vive mucha soledad. Yo creo que los
inmigrantes, tenemos un vacío, muy grande, y es, es eso. Sentirnos solos aquí. Aunque
estemos rodeados de gente, nos sentimos solos. Entonces yo creo que fue (…) ni por
atracción, porque a mí no me atraía físicamente... no me enamoré de él... ni por placer,
porque tampoco... había un placer... ni una pasión... nunca la hubo. No. No. Eso no existió,
ni antes, ni, ni en medio, ni después. (E11)
225
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Me quedé embarazada enseguida. Entonces... decisión propia, mutua, de los dos. (…) Sí. Sí
sí, buscamos, a Jokin sí. (E13)
Lo tuve a los 17. (…) quería tenerlo. Tenía claro que quería tenerlo, y... y lo llevé súper
bien, ¡eh! Estaba yo en mi casa, buah… si lo llevo… me iba todo orgullosa por la calle con
mi carrito, con mi hijo... Sí. (…) hasta un año y medio que tenía el crío, ni salía de fiesta, ni
consumía nada… no quería más que estar en casa con mi hijo, hacer vida… tranquila. (E15)
Siempre… he elegido muy mal los hombres yo. Muy mal. Porque entre uno y otro también,
entre uno y otro, estuve con uno que… que también, buah, muy mal (E15)
226
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Pues, a ver… mi madre, era prima de una. Y dijeron: "bah, como son primos, y tal, y son
familia, y era como buena casa… pues bueno… yo no lo conocía. Yo no lo había visto
nunca en mi vida. Nunca en mi vida lo había visto. Se contestaron las madres, y las madres
lo hicieron todo. (…) Sin conocernos, cariño. Sí sí sí sí. Sin conocernos. Él, vino a casa,
dijo: "bueno, pues ésta es pa´ ti y éste es pa´ tì. Venga, ¿cuándo le sacamos el pañuelo y
hacemos la boda? Pues venga, pues venga". Lo decidieron ellas. Cómo es pa´ buena casa, y
es familia, antes que se la lleve cualquier otro que no sea, familia, pues mejor pa´ la familia.
Es lo que pensaban. Pero el… bueno, el peor día de mi vida, fue. (…) yo me quería morir.
Morir me quería. Cuando me metí a la cama con él, y me dijeron… y me sacaron todo… y
en mi boda… toda la boda entera llorando estaba. Me preguntaban mis tías, me
preguntaban todas: "¿por qué lloras, cariño?" Y yo: "porque no me quiero casar”. Y todas:
"pero, cariño, si tienes que estar contenta" "¿contenta?" Decía: "¿contenta? Pero pero pero,
¿de qué? ¿Qué es esto?" Se me cayó el mundo, el… es que… es que no. Es que, vamos, lo
pasé fatal, fatal. (E10)
Los malos tratos empiezan ya en la primera noche de bodas, cuando la joven es violada
por su marido y, como consecuencia de ello, tiene una hemorragia interna que obliga a éste
y su familia a llevarla al hospital197
En este caso, a diferencia que en los anteriores, si queremos comprender las dinámicas
que llevan a la concertación de la boda no debemos focalizar la atención en la chica, que fue
una simple víctima de los acontecimientos, sino en los padres de ella, ya que son éstos
quienes deciden cuándo y cómo casarla, y quiénes además resuelven hacerlo aunque sea en
contra de su voluntad. La pregunta que debemos ponernos, entonces, es: ¿qué les llevó a
obligarla a casarse, siendo tan joven, y además yendo en contra de su voluntad? Como viene
siendo habitual en ciencias sociales, la respuesta no está en un único factor, sino en la
conjunción de varios elementos. El primero de ellos es la situación de exclusión social
extrema en la que esta familia se encontraba. Esto se puede apreciar, ante todo, por las
condiciones en las que vivían:
Los 14 en casa. En un piso, que tenía, tres habitaciones, na´ más, y la cocina y un baño. No
había más. Allí nos echábamos todos. Todos revolcaos, unos con los pies, otros con los
suelos, como podíamos. (E10)
El hecho de que Bienestar Social acabara retirando a ocho de los 14 hijos e hijas de este
matrimonio, por otra parte, supone una ulterior confirmación de las dificultades por las que
esta familia estaba pasando:
197En este caso, los médicos no llegan interponer denuncia, y eso que se trataba de una chica menor de edad con hemorragias
internas fruto de una violación brutal. Avanzamos la hipótesis de que esta negligencia guarda relación con el hecho de que se
trataba de una chica de etnia gitana, lo cual indicaría que la actuación institucional puede llegar a estar marcadas por prejuicios
y racismo. Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 9.3.3.1.1.
227
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Las asistentas le quitaron ocho de golpe a mi mamá, ¡eh! Ocho hijos de golpe se llevaron a
Pamplona a… y se han criado en Pamplona, con otros padres… (E10)
En una situación como la que se ha descrito, casar a las hijas en cuanto llegan a la
pubertad es una manera de librarse de la carga que éstas representan, tal y como ella misma
relata:
14 semos. Semos siete chicas y siete chicos. Entonces, tú me dirás. Mi madre, cada año
tenía uno, y no lo criaba ella, lo criábamos, nosotras. Y, pa´ los cinco añicos, ya nos ponía
en un taburete, que no llegábamos a la fregadera, a fregar. Entonces no nos mandaba a la
escuela. Y de allí, en cuanto que te hacías un poco moza, que te salían un poquico las tetas,
y un poquico... a casadas. Pa´ quitarte… yo pienso que era pa´ quitárselas de encima.
Porque es que vamos, éramos muchas. (E10) 47
Decían, que una mujer, que no podía ponerse al nivel del hombre. (…) la mujer, a callar. La
mujer, a callar (…) La mayoría de la gente pensaba eso (…) Ahora, que ahora se está
mejorando, y ves parejas, mejor, que va evoluciando, no sé cómo decirte... pero... es difícil.
(E10)
Para terminar, queremos destacar que, aunque estos dos elementos –situación de
exclusión extrema y valores patriarcales muy enraizados– han sido presentados como
netamente separados, la realidad es mucho más compleja: tal y como se ha subrayado en el
capítulo 5, de hecho, numerosas investigaciones demuestran que existe una correlación
entre clase social y adhesión a valores patriarcales (ej. Kiss et al. 2012; Smith 1990;
Uthman, Moradi y Lawoko 2009).
10.2.1.3.4 Los elementos que “fuerzan” a las mujeres a iniciar una relación, ¿cómo
influyen en el proceso de selección de pareja?
A lo largo de los anteriores apartados se han enumerado una serie de elementos que
empujan a las mujeres a iniciar una relación de pareja. Para comprender de qué manera esto
incrementa el riesgo de enfrentar violencia de género, ante todo cabe recordar que si los
primeros dos factores nombrados –homogamia y modelos de masculinidad– influían de
forma directa en quién se elige como pareja, éstos actúan diversamente: no inciden
directamente en quién se escoge, sino que lo hacen de forma indirecta, condicionando el
cómo se efectúa esta elección. Más concretamente, el hecho de necesitar una pareja “como
sea” (E15) empuja a las mujeres a elegirla: en edad muy temprana; con urgencia; y además
ignorando señales de peligro a veces muy evidentes.
En primer lugar, entonces, el hecho de verse forzadas a iniciar una relación empuja a las
mujeres a formar una pareja muy pronto, siendo apenas adolescentes:
228
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
El primero, pues, empecé con su padre, cuando tenía 15 años o así (…) me fui de casa con
16 años (…) Me fui a su casa, a casa de su madre, y de allí... antes de que me quedara
embarazada y todo nos cogemos un piso y... y luego, pues me quedé embarazada. (E15)
Yo me quedé embarazada a los 16, y tuve mi hija a los 17, a los 17 años. (E4)
El hecho de tomar una decisión tan importante siendo tan joven significa tener que
hacerlo sin estar preparada para ello, sin haber podido adquirir las herramientas necesarias
para efectuar una decisión ponderada:
A las mujeres nos va la caña muchas veces y... y eso, claro, cuando tienes 19 años no te
fijas mucho tampoco... (E13)
Asimismo, el hecho de que –por factores externos– las mujeres se vean forzadas a
formar una pareja también favorece que la relación sentimental se desarrolle con gran
rapidez. Esto, en primer lugar, se puede apreciar en el hecho de que algunas mujeres llegan
incluso a establecer relaciones de convivencia con hombres que han conocido pocos días
antes:
Porque además… bueno yo… no es que… empiece con los chicos “somos amigos”
¿sabes?, y se va haciendo una relación… no. Yo empiezo en segundo día, que es mi novio,
¿me entiendes? (…) con éste yo vivía sola, y él directamente se vino a vivir a mi casa.(…)
Nada, a los 3 días. A los 3 días. Vivía él con su hermana, y me dijo: “es que mi hermana me
ha dicho que… que a ver cuántos días voy a dormir aquí…”. Pues, me las tiró para ver lo
que le decía. Y yo le dije -pues estaba sola en mi casa- “pues quédate”, le dije, “pues
quédate”. Me cago en diez, quédate… ya puedo ser más… más… selectiva, y más
tranquila, porque… (E15)
Me quedé embarazada con 17 años, nada, al poco tiempo de conocernos, ¡eh! Y, con 18,
tuve a mi hija y… y nos casamos, o sea, a los pocos meses. (E5)
Empecé la relación con él 19 años, pero yo tuve mi hijo con... 20 años recién cumplidos
prácticamente. (E13)
Si iniciar una relación de convivencia con un hombre que se acaba de conocer significa
exponerse a una situación de gran peligro, tener una criatura tan pronto representa un
verdadero salto al vacío sin paracaídas: no solamente hace que sea más difícil, para la
mujer, poner fin a la relación, sino que –en relación con esto– también incrementa de forma
muy clara su indefensión198. Todo esto influye en las dinámicas de la relación y pone a las
mujeres en una situación especialmente peligrosa.
Finalmente, la necesidad de encontrar a una pareja no solamente empuja a las mujeres a
iniciar relaciones sentimentales con gran rapidez, sino que –en relación con esto– también
198 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 9.2.2.3.3.
229
Violencia de género en la pareja y exclusión social
las induce a ignorar señales de alarma bastante evidentes (cuando no verdaderas conductas
violentas). Elena, por ejemplo, relata:
Empezamos a salir, como pareja y tal, y... pues nada… ehm, él, según sus creencias, ¿no?
Mhm... no le gustaba mi… mi… mis amistades que yo tenía antes, con lo cual, dejé de
tener las amistades que yo tenía antes de conocerle a él, pues no le gustaban, pues nada.
(E5)
Una vez hubo una situación, en la que él me… pero era como… bueno… no lo vi, así como
tan… tanto como… como cuando ya lo hizo, constantemente. (E2)
Lo que más nos interesa, sin embargo, no es tanto la existencia de estas señales, sino el
hecho de que –por lo menos en algunos casos– las mujeres las reconocen y, pese a ello, no
toman medidas, no actúan en consecuencia. Tal y como admite Sheila: “claro que se ven
señales, claro que se ven… pero… no sé…” (E15).
Por un lado, el hecho de ignorar estas señales de peligro puede estar relacionado con
determinados modelos de masculinidad, con una mayor adhesión a valores patriarcales, o –
más genéricamente– ser un producto del sistema de sexo/género. Por otro lado, sin
embargo, el hecho de verse forzadas –por la razón que sea– a encontrar una pareja
seguramente contribuye a que las mujeres terminen –consciente o inconscientemente– por
ignorar la existencia de señales de alarma. Se trata, en suma, de una necesidad que las
vulnerabiliza.
Resumiendo, cuando hay necesidad de encontrar a una pareja –porque es la única
estrategia que se ha podido desarrollar para huir de casa, o para encontrar un lugar acogedor
en el que estar, o para hallar el apoyo y el cariño que, en la familia de origen, no se tiene– la
capacidad de elección disminuye. Hay que encontrar a un hombre rápidamente y, por lo
tanto, efectuar una selección minuciosa queda descartado. Sheila lo explica de forma muy
clara por medio de un paralelismo con la búsqueda de un vestido:
Que es lo que me decía mi tutora. Dice: “es que si yo tengo una boda… tengo una boda en
mayo, y tengo que comprarme un vestido, porque desnuda no voy a ir, claro. Pues yo voy a
las tiendas, y el que más me guste… ¿me entiendes? Me tendré que comprar. Pero tendré
que elegir de los que hay. De los que hay en ese momento. No puedo pues… yo quiero un
vestido rojo… jo, yo encuentro uno que tiene rojo, verde, azul… bueno, pues como es lo
más parecido a lo que yo quería, ¿no?, pues me lo compro. Igual otro día, que no tengo
boda, ni tengo nada, voy pasando por Pamplona, voy mirando escaparates, y digo: “¡joder!
El vestido rojo que quería…”, ¿sabes? Y… a mí el problema que eso, que siempre los he
buscado, no he sabido estar sola, no he sabido… y siempre he ido buscándolo, y… y mal. Y
así mal. Mal. Mal. Cuando tenga que llegar, ya llegará… y que llegue bien, y… y ya está. Y
se acabó. (E15)
Hasta ahora hemos analizado una serie de factores que hacen referencia a la situación de
las mujeres. Una pareja, sin embargo, está conformada por dos personas y esto implica que
no podemos simplemente ignorar qué sucede en el caso de los hombres. De hecho, si bien
es cierto que un análisis detallado de estas cuestiones va más allá de los objetivos de la
presente investigación, es, sin embargo, oportuno efectuar algunas consideraciones de
carácter general. En este sentido, entonces, nuestra hipótesis es que el hecho de que las
230
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Bueno… pues… a ver… eeh… él, en su casa, estaba… bueno pues… no vivía, tampoco
bien, porque, con su madre… pues… también era, bastante, conflictiva, y... le machacaba
mucho… ehm… se quería… quería que nos fuésemos, que nos casásemos, que nos
fuésemos a vivir juntos. (E5)
231
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Cuando, le conocí, él me lo pintó muy bonito. Mmh… nos vamos a vivir a una casa, no
vamos a vivir en un piso, pueden los niños saltar correr jugar. Y como me lo pintó, pues yo
decía pues... paraíso ¿no? Una casa, vivir solos, juntos, eeh… "yo trabajaré, estarás con los
críos"… (E2)
He trabajado (…) pues… simplemente, para ayudarle un poco a él, y acarrearme mis
gastos, pues si me apetecía un chandal, o una crema, unas pinturas de lab... lo típico que
hacen las chicas, ¿no?, pues… pues eso… pero para no acorrearle a él, gastos. Y entonces,
pues él contento, y yo también. (E8)
Es que yo cuando, doy, doy todo. Yo cuando, una pareja doy todo. Y espero que la… que
me lo retribuyen lo mismo. Y no es así. (…) Es que yo doy todo, yo sí puedo dar una pierna
do… daría una pierna, es que doy todo. (E4)
232
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Ahora la mala soy yo también, ¡eh! Yo le estoy haciendo sufrir mucho a él, ¡eh! Sin falta de
pegarle, ¡eh! Porque las mujeres somos muy malas si queremos, ¡eh! Machacamos al
hombre mucho, ¡eh! Es verdad. No con palizas, ni con hostias, no hace falta. Les haces
daño, como digo yo, psicológicamente. Sin falta de pegarles. No hace falta. Y yo soy una
de ellas. Pero me he vuelto muy mala porque he sufrido mucho, y cuando a mí me da la
gana, bueno no lo atiendo como lo tengo que atender. Lo tengo como un pe… como un
perro en casa. Lo pongo a limpiar, lo pongo a recoger (…) Le pongo el delantal, él me hace
la comida, él me limpia, él me... muchas veces abuso yo, ¡eh! Las cosas como s… que se
joda, digo (lo dice con voz alegre). Así de claro. Bastante he sufrido yo, ahora que se joda
él (aquí su voz es más seria, entristecida). Ahora que es viejo, y puedo con él, pues hago lo
que me da la gana con él. ¿No te parece? ¡Claro! (E10)
Esto significa que, en el caso descrito, las desigualdades de género están tan
interiorizadas y aceptadas que cualquier acercamiento a la igualdad se interpreta como
privilegio.
El relato más impactante, finalmente, es el de Gabriela que, aunque sea de forma
indirecta, llega hasta el punto de justificar el recurso a la violencia de género en todos
aquellos casos en los que las mujeres no cumplen con sus supuestas obligaciones
relacionadas con el cuidado del hogar. Hablando de su ex pareja, de hecho, esta mujer
afirma: “no me tienes porque pegar, tienes la casa hecha, y la comida... no me tienes que
pegar...” (E7).
Los relatos de las mujeres supervivientes, en suma, sugieren que, en situaciones de
exclusión social, la adhesión a valores y actitudes patriarcales es especialmente elevada.
Evidentemente, la presencia de tales valores y actitudes no es algo exclusivo de situaciones
de exclusión, sino algo estructural y, como tal, presente en mujeres de toda clase, etnia, etc.
Tal y como nos recuerdan los estudios sobre interseccionalidad, sin embargo, la estructura
de género no se da en el vacío, sino en interrelación con otras desigualdades de muy diverso
tipo, lo cual conlleva que el género no afecte a todas las mujeres de la misma manera
(Collins 1990/2000; Warner y Shields 2013). Aplicada a nuestro caso concreto, esta
reflexión implica que el estatus socioeconómico puede guardar relación tanto con la
intensidad de tales desigualdades como con la manera en la que éstas se manifiestan. En lo
que a la intensidad respecta, de hecho, los relatos de las mujeres supervivientes sugieren
que, en situaciones de exclusión, la adhesión a modelos de género tradicionales es
especialmente intensa. Nuestro resultados, por otra parte, se ven respaldados por los
hallazgos de investigaciones anteriores, tanto cuantitativas (ej. Kiss et al. 2012; Smith 1990;
Uthman, Moradi y Lawoko 2009) como cualitativas (ej. Elley 2011), que muestran que
tener una visión muy tradicional de los roles de género guarda relación con el estatus
socioeconómico. Si además se considera que, tal como se ha aclarado en el marco teórico,
esta adhesión a unos modelos de género muy tradicionales es un factor de riesgo de
violencia de género (Villavicencio 1993), se comprende la relevancia de los resultados
obtenidos. En lo que respecta a la manera en la que estas desigualdades se manifiestan, por
otra parte, cabe destacar que los elementos detectados, sin ser específicos de exclusión,
resultan aquí más evidentes y estereotipados, más histriónicos y menos “sutiles”. Se repite,
en suma, un fenómeno análogo el detectado en el caso de los modelos de masculinidad.
Cuando hablamos de una visión tradicional de los roles de género, sin embargo, no
debemos imaginarnos un panorama libre de fisuras o contradicciones. Al analizar el relato
de las mujeres supervivientes, de hecho, no detectamos una mera reproducción de valores,
233
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Él sí que era celoso. Al principio sí era celoso. Y pero yo lo bajaba mucho del carro. Es
decir, era celoso, yo también era celosa. Pero... no…no… ciertas actitudes no me gustaban,
y las cortaba y, no se volvían a repetir. Es decir, que no era una persona "que tú eres mía",
no sé... es... éramos los dos un poco de los dos, ¿no?, un poco... digamos... éramos muy
similares, ya te digo, desde el principio conectamos por eso, porque éramos muy iguales.
(E13)
Este espejismo de igualdad, sin embargo, desaparece con el nacimiento de las criaturas,
cuando –tal y como cabía esperar– las desigualdades de género subyacentes vuelven a
aparecer con toda su fuerza, abriendo así el camino a procesos de violencia de género.
Estaba yo embarazada y todo, y uno de los días, no aguantaba más, no aguantaba más,
porque se iba, venía, y… paliza y… y otra, y otra, y otra, vivía su sobrino en frente, le daba
igual, delante de su sobrino, de su novia, de… es que le daba igual, hasta delante de sus
hermanas, delante de… que le daba igual. (E15)
Esto significa que los hombres no necesitan ocultar la violencia que ejercen, lo cual, por
otra parte, implica que no temen la reprobación de su entorno, que no hay riesgo de sanción
social.
En situaciones de integración, por el contrario, la violencia es más oculta, sea porque él,
cuando está delante de otras personas, mantiene una actitud impecable:
Delante de la gente, parece un santo. Es un santo. Delante de la gente, habla muy suave... es
muy educado... es que no, nadie diría, nadie diría... o sea, nadie diría... (E9)
Sea porque, sin ser tan hábil en el ocultamiento, cuando se halla en presencia de otras
personas se esfuerza, sin embargo, por disimular la violencia que ejerce:
234
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Mi hermano (…) cuando me separé de él, me dijo que... que yo tenía la culpa. También, sí.
Y me dijo que... de hecho, tiene trato con él todavía (…) y la casa de mi hermano está
abierta para él (…) Ponerle la denuncia, y divorciarme, y ya el otro llamándome, que cómo
le he podido hacer eso... que le he tirado la vida abajo... que le he amargado la vida... (E13)
No me entraba en la cabeza que mi familia me dejeran de lao... dejaran de lao... le dio la...
la razón a él (…) Que él era muy majo, que era muy bueno, que... (E7)
El hecho de que incluso la familia de la mujer –es decir, las personas que deberían
respaldarla más allá de toda duda– defienda al maltratador es un indicador especialmente
claro de hasta qué punto el entorno puede llegar a ser comprensivo con el recurso a la
violencia. Si además consideramos que, en ambos casos, se trata de situaciones de violencia
muy intensa –que, en un caso, incluye incluso un intento de asesinato– podemos formarnos
una idea de hasta qué punto llega la ausencia de reprobación social. Y esto, como ya se ha
aclarado, supone un debilitamiento de las barreras que dificultan el recurso a la violencia.
Los testimonios de las mujeres en situación de integración, por el contrario, en ningún
caso muestran indicios de que su propia familia las culpe de la violencia sufrida. Muy al
contrario, ésta suele ser una fuente de apoyo:
Mira, el día que me fui de casa (…) mi familia me dijo “sí sí, ya te dijimos en su día que era
un cabrón”. (E1)
Finalmente, cabe destacar que, en algunos casos, la familia del varón –in primis las
madres– no se limita a no reprobar la violencia que éste ejerce, sino que llega a incluso a
incitarla y hasta ejercerla en primera persona. Esto es algo que, en los testimonios de las
mujeres supervivientes, aparece con alarmante frecuencia:
Vivía con las… padres de él, que eran peor que él, pff, muy mala... horrible. A mí me
trataban como una... cucaracha... se puede decir. (…) un mes, llevaba de casada. Y me dio,
una paliza tremenda, se me llevó, media mata de pelo... (…) Subió la madre, le vio que me
pegaba, y aún cómo "que dale, dale", decía, ¿no? (E7)
235
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Su madre, es otra maltratadora... le decía a él que me pegase (llora). (…) su madre, era
muy... para mí muy mala muy mala, o sea, muy mala. Para mí ha sido muy (remarca con la
voz) mala. (E5)
A él le… una vez, a los ocho meses de estar embarazada de mis… de mi hijo pequeño me
dio una golpiza, que me… me abrió el labio por dentro, y... (…) y yo me bajé sin dinero
corriendo, porque me escapé de la casa, salí corriendo de casa, entonces, al bajar la cuesta,
pues estaba la guardia civil, y les pedí por favor que me dejaran llamar… llamar por
teléfono, porque no tenía dinero. Cuando ellos me preguntaron qué que me había pasado yo
les dije que me había caído de la… de la escalera. Ellos, se quedaron callados, pero lo que
hicieron fue llamar al centro de salud para que el centro de salud me viera (…) y el centro
de salud me dijo "esto no es de una caída, esto, tu pareja te ha golpeado". Y les decía yo
que no (…) al tiempo, o sea, a los meses siguientes, llegó una… una denuncia a… a la casa
de… de su madre, estábamos allí los dos, cuando (llora) le llegó la denuncia, por malos
tratos, del juzgado. Teníamos que presentarnos el día 16 diciembre del 2003, nos
presentamos. Su madre antes de irme, me dijo, que si yo no le quitaba la denuncia a él, y si
a él lo metían a la cárcel, que yo me iba a ir en patera a mi ciudad... Eso me dijo, "si no le
quita la denuncia a mi hijo, te mando en patera pa’… (llora). Yo fui, nos pusieron a los dos
en el… en el juzgado, a hablar, a mí me preguntaron que qué era lo que había pasado, y
yo... le mentí. (E2)
En los casos ahora señalados la complicidad del entorno es total, y esto evidentemente
facilita enormemente el recurso a la violencia. En situaciones de integración, por el
contrario, en ningún caso hay evidencia de que la familia del hombre supiera que éste
ejercía violencia sobre la mujer y, menos aún, de que la respaldase.
Podría objetarse que, en todos los casos descritos, la violencia ya había tenido lugar: esto
implicaría que la actitud del entorno podría haber favorecido únicamente su intensificación
(pero no su aparición). Desde aquí, sin embargo, hipotetizamos que esta ausencia de
reprobación –aunque se detecta más fácilmente cuando la violencia ya ha alcanzado cierta
intensidad– podría haber estado presente desde el primer momento, cuando los actos de
dominación y agresión eran más sutiles, y que precisamente esto podría haber favorecido
que la violencia se perpetuara, volviéndose paulatinamente más evidente e intensa (y visible
para nosotras). A esto se añade que esta ausencia de reprobación social podría asimismo ser
algo que el varón ha ido observando e interiorizando a lo largo de toda su vida (en la familia
de origen, en su entorno más inmediato, etc.), y esto también es algo que podría haber
facilitado que acabara recurriendo a la violencia.
Llegadas a este punto, podríamos preguntarnos por qué en situaciones de exclusión el
entorno es más comprensivo con el recurso a la violencia de género. Seguramente, varios
factores pueden estar contribuyendo a ello: desde valores y actitudes más intensamente
patriarcales (Kiss et al. 2012; Smith 1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009) hasta una
mayor normalización de la violencia como método legítimo de resolución de conflictos
(Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012). Nuestro objetivo, sin embargo, no es establecer por
qué razón el entorno es más comprensivo con el recurso a la violencia sino aclarar que
efectivamente lo es y que esto favorece que haya malos tratos. Estando así las cosas, por
otra parte, parece necesario extender también a estos contextos el trabajo de sensibilización
y concienciación de las familias que algunas autoras ya recomendaban para el caso
específico de mujeres migradas (ej. Albertín 2009).
Recapitulando, el análisis realizado permite concluir que, en situaciones de exclusión, el
entorno suele ser más comprensivo con el recurso a la violencia. Como consecuencia, se
crea una situación que –por paralelismo con la noción de indefensión aprendida de
236
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Y se casó con esta mujer (…) y yo no me acostumbraba a ella (…) yo con ella no me he
acostumbrado nunca (…) cuando me quedé embarazada (…) esa mujer, tipi tapa tipi tapa, a
mí me pone en un tren con su hijo, y me lleva… y me transportó a Salamanca. Sí sí (…)
Porque ella decía que yo no tenía que ver al padre de mi hijo y eso (…) cada vez que iba a
la casa, a preguntar por mí al hijo, la madrastra le decía que no sabía nada, y sabía un
montón, y que quería saber de nosotros y eso (…) mi hermanastro, la nuera y la otra. Han
querido siempre… han hecho mi vida imposible siempre (…) Me hizo mu… una vida muy
imposible, yo, entre mi madrastra, lo de alrededor… (E16)
237
Violencia de género en la pareja y exclusión social
En lo que respecta a las amistades, por otra parte, cabe por ejemplo evidenciar la
situación de Gabriela, que relata:
No he tenido nunca. No m´ han dejao nunca tener amistades (…) Sola… sola. No he tenido
(…) Ni tengo ahora tampoco… no tengo amigas… (E7)
En cualquier caso, lo que nos interesa destacar es que el hecho de carecer de apoyos –
sobre todo por parte de la familia, pero también por parte de las amistades–, si por un lado
es un factor de exclusión (Pérez y Laparra 2007), por otro es un elemento de riesgo de
violencia de género: limita la capacidad de las mujeres de hacer frente a la violencia y, de
esta manera, las sitúa en una situación de indefensión especialmente elevada. Manuela, por
ejemplo, relata cómo el hecho de hallarse sola, de no tener apoyos ni recursos propios
incide en todas las dinámicas de la relación, incrementa la desigualdad y pone a la mujer en
una situación en la que obedecer a la pareja masculina es la única opción viable:
Lo que me pasaba, es que yo, entretanto estaba en su casa, yo me salí de mi casa y me fui a
su casa a vivir con mis hijos, y estaba en su casa. Entonces él mandaba en su casa. Yo tenía
que hacer lo que él quería, porque yo estaba totalmente isolada, del mundo. (E4)
También resulta interesante el relato de Blanca, que evidencia cómo el hecho de no tener
a nadie que pudiese acogerla le impidió reaccionar a un episodio de violencia
particularmente intensa:
Me golpeó... y pues…. él… me golpeó mucho ese día, pero (…) como no tenía yo, adonde
más ir... (E2)
Es cierto que, en este último caso, la violencia ya ha tenido lugar; lo que aquí se relata,
sin embargo, podría aplicarse a todas las interacciones que, desde que se conocieron, han
tenido lugar entre los dos miembros de la pareja. En otras palabras, lo vemos aplicado a
casos de violencia muy evidente, pero es muy posible que este mecanismo haya estado
actuando desde el minuto cero, en las pequeñas desavenencias, en las dominaciones más
sutiles, etc. En todos estos casos, de hecho, la situación de indefensión en la que la mujer se
encontraba podría haber favorecido su aceptación de las exigencias del varón y éste, viendo
que su conducta no era sancionada, paulatinamente habría ejercido violencias cada vez más
intensas, hasta llegar a los episodios aquí descritos. En tales contextos, en suma, los varones
habrían experimentado un aprendizaje de impunidad, que no solamente podría haber
favorecido que el proceso de violencia iniciara sino que, paralelamente, también podría
haber propiciado que éste se perpetuase, incrementando paulatinamente su intensidad. Es
ésta una teoría que se ve confirmada por aquellos estudios que subrayan que, si unas redes
sociales y familiares ausentes pueden incrementar el riesgo de violencia de género, es
precisamente porque, en tales circunstancias, viene a faltar una importante medida
disuasoria para comportamientos socialmente desaprobados (Lanier y Maume 2009; Stöckl,
Heise y Watts 2011).
De lo expuesto hasta ahora se puede deducir que la falta de apoyos influye tanto en la
capacidad de las mujeres de hacer frente a la violencia vivida como en la facilidad con que
los hombres recurren a ella. Este último elemento se ve confirmado por el testimonio de
Carmen, que relata:
238
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Entonces, él se aprovecha por eso, y se piensa que: "bueno, como su familia también le ha
dado de lado, la tienen tiradita, pues aquí aprovecho yo y la pongo, vamos... que hoy he
consumido, que he llegado a casa a las tres de la mañana, y pillo el móvil"... y ya pues, te la
lía. (E12)
Ya sabes que cuando estás con un maltratador, te quiere aislar, evidentemente, para que no
tengas ayuda externa, sino que estés en… estés continuamente… con él, a todas horas, que
te lave el coco, y que no tengas tú ni apoyos, ni de amigas, ni de familia, ni nada, y la
verdad que son muy hábiles y lo consiguen. (E1)
Otro elemento que permite vislumbrar hasta qué punto carecer de apoyos favorece el
desencadenarse de la violencia es el hecho de que, incluso en el caso de mujeres plenamente
integradas, la violencia más intensa se produce precisamente en los momentos en los que
ella se encuentra lejos de su casa y está sola:
Cuando íbamos a casa de sus padres, sus padres son de Gijón, Asturias, pues… era llegar
allá y empezar a decirme: “me voy a separar de ti, porque eres una puta, porque no te
quiero, porque no sé qué, o sea, era… matemático, o sea, era… como… ahora estoy en mi
territorio ¿no?, estoy con mis padres, y tú estás sola, ¡eh! y ahora voy a machacarte todo lo
que pueda y más. (E1)
Él ha venido con contrato de trabajo. En ese tiempo, estaba embarazada, y he dado un… luz
a la niña. Y, luego a partir de tres meses, pues él me ha hecho invitación para venir con la
hija, y vivir con él la… en la España. Y he venido, y... las cosas se ha empeorado, porque
yo… dos años… cuando la hija estaba... menor, no… no me encontraba trabajo porque no
sabía... hablar, no tenía muchos, conocidos, (…) no tenía permiso de trabajo (…) Ningún
tipo de apoyo. Sólo tenía amistades, sus amigos. Y no podía, hablar con ellos, me está
maltratando, porque… a él le veía cómo... una persona, muy agradable, muy... que ti…
tenía muchos amigos, que estaba, más de su parte. (E6)
239
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Me tiraba la ropa por las ventanas, me echaba, me insultaba, me decía que yo era un
emigrante de mierda (habla entre lágrimas) que aquí, no me iban a… a poner cuidado a mí,
nadie. Que nadie me iba a escuchar, porque él era español, y yo, una migrante. Que los…
mis hijos, los quitaría, porque yo no era de aquí. (E2)
También en este caso, los resultados obtenidos están en línea con los de investigaciones
anteriores, que señalan que el estatus de inmigrante de la mujer puede convertirse en un
potente mecanismo de control y chantaje por parte del varón (Dutton, Orloff y Hass 2000;
Raj y Silverman 2002).
Los datos cuantitativos disponibles, sin embargo, no respaldan nuestros resultados. La
muestra, no obstante, es muy escasa, y esto podría estar influyendo en los resultados. Frente
a tal incertidumbre, nos vemos obligadas a mantener gran cautela en nuestras conclusiones
y a recomendar que se siga investigando sobre este tema.
240
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Representar una estrategia que las mujeres utilizan para alejarse de su familia de
origen. Dicha estrategia no sólo es característica de procesos de exclusión, sino
que también revierte en una intensificación de los mismos200.
Responder a una fantasía de hogar feliz y completud. Si se considera que las
mujeres que hacen propia esta fantasía son apenas adolescentes, se comprende
que, también en este caso, el componente de clase es muy fuerte. Asimismo,
cabe recordar que, al igual que en el anterior, también en este caso la realización
de esta fantasía es generadora de exclusión201.
Con respecto al momento, cabe recordar que, en situaciones de exclusión y por razones
que ya hemos analizado, a menudo las parejas se forman con extraordinaria rapidez y, más
específicamente, las mujeres se quedan embarazadas en los primerísimos tiempos de
relación202.
Resumiendo, tanto las motivaciones subyacentes al embarazo como, en relación con
éstas, el momento en el que éste tiene lugar guardan relación con la situación social de la
mujer.
Lo que debemos preguntarnos ahora, entonces, es de qué manera este embarazo acaba
favoreciendo el desencadenamiento de procesos de violencia de género. En lo que a esto
respecta, por un lado, observamos que el embarazo incrementa el nivel de estrés, a la vez
que conlleva cambios en el cuerpo de la mujer que pueden volverla menos atractiva a ojos
del varón:
Le most… molestaba la niña por… por… por la noche cuando, se levantaba para... que le
daba de comer (habla en tercera persona pero se refiere a sí misma). Me gritaba... pff... me,
insultaba (…) Estaba frustrado (…) porque yo, empezó a engordarme, y no estaba muy
atraído... físicamente, de mí. Porque después de nacer, empezó a poner… subirme el peso...
y, por eso, creo. (E6)
Por otro lado –y sobre todo– sin embargo, si el embarazo propicia el desencadenarse de
procesos de violencia es porque se asocia a una mayor indefensión de la mujer. Ellas
mismas, de hecho, reconocen que esto sucede:
Después no… yo creo que entre los críos, una cosa y otra, yo también me vine un poco
abajo, cuando empezó a ir todo mal, no... no tenía la misma fuerza tampoco, no... estaba
más... más vulnerable, digamos. (E13)
241
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Él me decía que yo era su mujer. Y era su mujer. Y... buah… enseguida me hizo quitar el
DIU, me hizo quitarme el DIU, porque me decía que eso era de guarras, que eso era para
poder ir follando por ahí, y que no pasaría nada… bueno bueno... y por no escucharlo, por
no llevarme la paliza, por no esto… me lo quité. Y total que, claro, lógicamente, me quedé
embarazada, del segundo. (E15)
Siguiendo con nuestro razonamiento, podemos sospechar que una dinámica parecida está
funcionando también en los casos de mujeres que tienen hijos e hijas por las violaciones de
su pareja:
Sonia tenía, la mayor, tenía tres meses, y, allí comprendo yo que me quedé en el estado del
segundo, lógicamente pues... a ver... en sus famosas borracheras, venía... estás dispuesta
para mí, quieras o no quieras, y... y cuando Sonia tenía cuatro mesecitos, ya tuve la primera
falta de... del período, ya... pues nada. A mí, mi… mi regla, no me ha fallado nunca, y,
jobar, cuando ya… vi que no me venía en mi día, pues ya decía, ya me la ha liao (…). Y ya
está. Venía otro (silencio). Claro…
Y tú, ¿no estabas buscando...?
No no no no. Es que no vino, o sea, buscao. Ni ése, bueno… y los tres restantes, no vino
ninguno buscao. No vino ninguno buscao, pero bueno... son tus hijos, ¿qué haces? (…) a
los 13 meses, nació el segundo, ee… cuando el segundo tenía dos años, nació el tercero,
ee… cuando el tercero tenía cinco años, vino el cuarto, con lo cual... en ese tiempo, no
podía trabajar, no me daba tiempo para trabajar, con tanto hijo, entonces... (E5)
Cabe resaltar que, en este último caso, las palabras de la mujer no permiten saber con
certeza si, detrás de esta violencia, había o no un intento oculto del varón de dejarla
embarazada para, así, afianzar su control sobre ella. Lo que sí queda patente es que, fuera
ésa la intención o no, el resultado fue una disminución de la autonomía de la mujer.
Finalmente, también se registran algunos casos en los que un embarazo en las primeras
fases de la relación –a veces meses después de haber conocido a la pareja, otras incluso
semanas– es el factor contingente que fuerza a las mujeres a iniciar una relación de
convivencia, y a comenzarla rápidamente y sin posibilidad de meditar adecuadamente pros
y contras:
Iba a hacer un año, cuando yo... mmh... bueno, no, más o menos, ocho meses, algo así, de
cuando le… de cuando, empezamos la relación, a cuando me fui a vivir a él… con él (…)
yo cuando me fui a vivir con él fue que había quedado en embarazo. (E2)
Entonces, ya con él, ya me quedo yo embarazada con él, me quedé embarazada del niño
que tiene 33 años. Nos vamos a vivir en un piso (…) Enseguida me quedé yo embarazada
(…) Enseguida, no llegó ni al mes. Me quedé enseguida… (E16)
242
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Al principio estuvimos muy bien. Claro, hasta que se confían, hasta que ya te ven que te
tienen agarrada, pues depende, conmigo… pronto. Conmigo pronto. Pues tres, cuatro
meses, cinco. Conmigo pronto. (E15)
En cualquier caso, lo que nos interesa destacar es que el hecho de que la mujer se
encuentre –por la razón que sea– en una situación de indefensión especialmente elevada
otorga al varón más poder del que tendría habitualmente, y esto precisamente cuando ella ve
su propio poder disminuido. Es decir, que el diferencial de poder entre los dos miembros de
la pareja acaba siendo más elevado del que ya sería por efecto de la estructura social
patriarcal. Si se considera que –tal y como hemos aclarado en el capítulo 2 y 3– la violencia
de género guarda relación con el poder y la desigualdad, entonces podemos suponer que,
cuando la brecha de poder entre los dos miembros de la pareja aumenta más allá de lo
esperado, también lo hace la probabilidad de que se desencadenen procesos de violencia de
género. Nuestros hallazgos, por lo tanto, no contradicen las posiciones habituales
feministas: no negamos que la violencia de género sea el resultado de las desigualdades de
género; al contrario, lo confirmamos, si bien con una matización. Nos referimos al hecho de
que poder y desigualdad, aún siendo cuestiones estructurales, no se aplican de forma
idéntica a todas las mujeres y todos los hombres, sino que hay situaciones (como las que
243
Violencia de género en la pareja y exclusión social
hemos visto, pero también otras no relacionadas con procesos de exclusión), en las que el
diferencial de poder aumenta, y lo mismo la desigualdad, y esto puede favorecer la
aparición de violencia de género.
Descargaba todo que tenía él, de enfado, de… con trabajo, en familia, gritando mí… a la
hija, que le mo… les…. que le molestaba... (E6)
Empezó, pues eso, venía de trabajar, y, todos los problemas que tenía en el trabajo… yo te
puedo decir que en el trabajo es… es un trabajador ejemplar, seguramente, ¿eh? Pero en
cambio, todos esos problemas, venía a casa y empezaba a gritar, a veces pegaba puñetazos,
pues una vez pegó un puñetazo a la campana y la hundió, la campana de extractora de los
humos, pues cosas así, empezaba a "me cago en Dios" era la palabra que siempre más
empleaba. Pues empezaba a gritar, a mover las cosas, a dar golpes con las cosas, así. (E3)
El hecho de encontrar empleo, por el contrario, parece actuar como factor protector:
Los hombres, sabes, un día, están bien... otro día, les da por irse por ahí... a beber... ¿qué sé
yo? No sé... por lo menos en mi caso... Pero bien, cuando empezó ya a trabajar, se centró.
Muy bien. Cinco años, no sabía dónde ponerme. Era muy casero, muy familiar... (E7)
Los fragmentos presentados, en suma, parecen sugerir la existencia de una relación entre
la existencia de dificultades en el ámbito laboral y violencia de género. Este resultado ha
sido apuntado por numerosos estudios anteriores (ej. Gonzáles y Santana 2001; Honeycutt,
Marshall y Weston 2001; Stith et al. 2004; Tauchen y Witte 2001), y nuestro propio análisis
cuantitativo lo ha confirmado. Este mismo análisis, sin embargo, también ha puesto de
relieve que se trata de un factor de riesgo significativo sí, pero no especialmente relevante
(el incremento en el riesgo de victimización que se le asocia no llega al 50%). Si a esto se
añade que las evidencias extraídas de los relatos también son bastante débiles, se deduce
que los resultados aquí obtenidos deben ser tomados con cierta precaución.
244
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
La relación muy bien, los dos trabajando... el bebé la… nos lo cuidaban, o el crío a la
guardería, todo muy bien muy bien muy bien. Luego... según pasaban los años, el crío ya
era mayor, decíamos: "jo, pues, el día de mañana, ¿sólo? El crío, pues, un hermanito, ¿no?
Pero, qué pereza tirar de silleta, otra vez, y tal, pero bueno, vamos a animarnos". Y tuve al
crío pequeño, y a raíz de allí ya... de llevarnos siempre bien, o sea, es que, para todo. O sea,
si yo estaba mala, él estaba allí, si estaba alegre, estaba allí... o sea, para todo. Y a raíz de
nacer el pequeño, pues, ya la relación se empezó a complicar. Luego, su padre, empezó con
cáncer, una cuñada suya también, pa’ colmo mi enfermedad... porque él ya la había vivido
en mi casa, con mi madre, y sabía lo que era... y ya, para... la gota que colmó el vaso fue el
crío, el crío también la misma enfermedad. Luego, pues, yo dejé de trabajar, se nos
acumularon los gastos de la hipoteca, bueno... todo eso... Pues él, nunca le faltaba la
cocaína en el bolsillo, para el trabajo y para todo y... y eso fue ya... yo intentaba
convencerlo: "venga, déjalo ya, vamos con los críos al monte, a correr pa’ allí, y tal...". Y
él: "sí, hay que dejarlo...". Pero es que no. Entonces, claro, yo ya tenía mi agobio del crío, la
enfermedad, yo la enfermedad, mis cosas, mi mundo, lo de mi madre que no lo había
superado aún... y bueno, pues en vez de unirnos más, ¿no? (…) Yo creo que nos agobiamos
los dos, con tanta cosa, que se nos vino todo encima, y todo tan seguido… una cosa tras de
otra y bum bum… porque ya te digo, o sea… nos llevábamos súper bien, los dos
trabajando, el crío, o sea…pescar, cazar… o sea… ya bum bum bum… y ya no se pudo
aguantar más. (E12)
245
Violencia de género en la pareja y exclusión social
También sus padres, pues no... pues él con tres añitos, o sea, veía muchísimos malos tratos,
de su padre a su madre… veía muchas cosas, entonces… (E12)
Si bien es cierto que, en un primer momento, él intentó rechazar estos modelos, cabe, sin
embargo, hipotetizar que, en situaciones de gran estrés, dificultad, etc. ese patrón pueda
haber vuelto a aparecer y a hacer notar sus efectos. El hecho de que varios estudios (ej.
Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012) encuentren, en el caso de los varones, una
correlación entre el hecho de haber presenciado violencia de género en la familia de origen
y riesgo de agresión corrobora esta hipótesis.
No ha sido una relación desde el principio, digamos, tormentosa ¿no? Él sí que era celoso.
Al principio sí era celoso. Y pero yo lo bajaba mucho del carro… (E13)
Cuando el hijo mayor tiene siete años, la relación todavía parece proceder bien, tanto que
la pareja decide tener otro hijo.
Decidimos tener nuestro segundo hijo (…) las cosas no iban mal… ¿no? Jokin tenía ya
siete años, el mayor, y claro, yo digo… ahora o nunca, porque yo ¡con 40 años no voy a
tener un hijo! O nos decidimos ahora o… o no esto… entonces, no e… no había… sí…
deteriorando no era. (E13)
Las primeras violencias aparecen precisamente con el nacimiento del segundo hijo –hijo
que, como parece intuirse en el fragmento que acabamos de presentar, quizás había sido
buscado más por la madre que por el padre–:
No vino... me llevó a dar a luz, y se fue, y… y apareció a los tres días a recogerme... puesto
de todo. (E13)
203 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 9.2.1.1.
246
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Cuando nació mi hijo (…) ya empezó más a consumir (…) Tenía consusmo… consumos
más… más seguidos… luego… ee… iba buscando a gente más a su… más afín, ¿no?, a él,
vamos, a tíos que más… pues que les gustaba consumir, de todo, entonces… se fu… se fue
separando un poco también de la cuadrilla que teníamos de siempre. (E13)
El hecho de que él consuma cantidades de droga cada vez más elevadas es fuente de
continuos conflictos entre los dos miembros de la pareja, y esto –tal y como evidencian
varias autoras (Barrett, Habibov y Chernyak 2012; Jewkes, Levin y Penn-Kekana 2002;
Stöckl, Heise y Watts 2011)– es otro elemento a tener en cuenta para comprender el
desarrollo del proceso de violencia de género. Además, cabe destacar que, en este contexto
revuelto y probablemente con el secreto objetivo de reconducir las cosas, ella decide que
compren una vivienda (hasta ese momento, seguían viviendo con los padres de él):
Y yo, pues, la verdad que… pues yo empecé a mosquearme también mucho y…enredamos
cada vez más. No habíamos sido una pareja muy que discutíamos mucho, ¡eh!, pero…
cuando empecé a ver de qué iba la historia, me empecé a mosquear un montón más y… y a
exigirle más y (…) y decidí comprarme una casa (…) Cuando nació Iosu, me fui a… había
mirado una casa, y enseguida la compramos. (E13)
Esta decisión, sin embargo, no parece ser bien acogida por él: por un lado, por la
responsabilidad que conlleva; por otro, porque ésta evidentemente se acompaña a mayores
necesidades de control del gasto:
Y… claro, eso ya… era una exigencia más, porque ya tenías una… hipoteca. Por lo tanto,
todo lo que habíamos estado hablando hasta entonces, pues era como gastos mensuales,
pues t… te permitías algún capricho, de vez en cuando, ¿no? Pero ya había… una
obligación, que era la casa. Entonces yo creo que le vino a él grande, porque él no quería
comprar. Yo le dije que con su familia no iba a vivir toda la vida… (E13)
Mientras tanto, cogen la gestión de un bar. En este momento, los problemas se disparan,
las adicciones de él ya son muy evidentes, las compañías malas, los conflictos cotidianos:
Entonces, pues eso, ya… empezamos a vivir juntos, y decidimos… a part… nos ofrecieron
un bar de piscinas, para llevar. En el pueblo (…) pero cuando nos metimos en el bar, pues
¡imagínate en un bar de piscinas! Pues ala, por el día venía la gente, con los críos y tal, y se
estaba bien, pero luego a la noche, venían todos los debandaos que se juntaban con él. Pues
entonces, empieza a llegar tarde, a faltar dinero de la caja, pues igual de una caja de cientos
euros me faltaban 400 (…) empezó a apartarme del bar a mí… yo iba a limpiar el bar a la
mañana, y empezó a meter su familia y a gente de fuera, a gente chunga, vaya, vamos a
decir. Entonces empezó las movidas gordas, porque yo le dije que, a ver, el bar lo había
cogido yo (…) y que no… no le iba a consentir que… que apareciera, a las nueve de la
mañana, del día siguiente, un d… ¡un lunes, o un martes! Encima puesto hasta las cejas,
¿no? Empezamos allí ya… movidas. (E13)
Empezamos con movidas allí. Entonces fue… la primera vez que me pegó. Me pegó un
bofetón un día. Porque le recriminé yo, íbamos en el coche, él, un amigo suyo, mi hijo el
pequeño, y yo. Íbamos los cuatro, y de repente, le dije, estábamos… estaba conduciendo,
iba con el coche, a toda pastilla, y íbamos con el crío pequeño, entonces le dije: “oye, tío,
¿qué pasa, que… qué quieres, matarnos? Bájame del coche, me voy con el crío y… ¡si te
quieres estrellar te estrellas tú!” Y empezó: “¡ueee!”. Y se paró el coche, me pegó un
bofetón, delante de su amigo. Y del crío. (E13)
247
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Ya fue todo a peor, a peor, porque yo ya no confiaba en él, él hacía lo que le daba la gana,
pasaba de sus hijos, pasaba de su familia porque su familia, claro, su familia no q… no
quería que yo… que nos separábamos, porque claro, yo como que le había aportado,
estabilidad a él, él había debid… había debido ser un cabra loca, como yo, ¿no?, en
tiempos, entonces, claro con dos hijos y todo, pues su familia no quería que… pasaban
cosas. Entonces empezaron a meterse otra vez en medio, y que: “¿qué haces?”. Empezaron
también a humillarle a él, él como que perdió también el norte, totalmente, y la familia
perdió el norte, y todos, perdimos el norte… (E13)
Frente a este panorama, ella toma la decisión de separarse. Desde que se lo comunica
hasta que efectivamente abandona la casa, sin embargo, pasa un tiempo. Precisamente aquí
es cuando tiene lugar la violencia más intensa:
Y luego, pues, más adelante… lo peor fue cuando pedí la separación (…) Fue cuando
empezó ya la violencia de género, digamos, más dura, ¿no? (…) Entonces sí que empezó a
consumir más, y entonces ya me… me pegaba. Encima lo hacía delante de los críos, no se
cortaba. Llegaba como un loco, a las tantas de la madrugada… (E13)
Su personalidad, por supuesto. Él... intentó ser como quería que yo fuera, hasta que... no
pudo aguantar más. Yo lo tengo claro eso, ¡eh! ¿Entiendes? Él aguantó unos años, él quería
estar conmigo, y yo quería estar con... no por el mismo motivo, igual. No sé si me
entiendes. Nos queríamos, hacíamos... hicimos una vida juntos, no discutíamos, apenas...
era todo como demasiado perfecto, ¿no? Y en el momento que nació Iosu se cayó todo eso.
¿Por qué se cayó? Porque él ya no podía aguantar más de estar haciendo cosas a escondidas
mías, que estaba haciendo. Es decir, decidió ser como era él de verdad. Yo lo tengo así de
claro, ¡eh! (E13)
248
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Recuérdese, por ejemplo, que llegó a atracar una gasolinera, delito que incluye una buena
dosis de violencia; o que, a lo largo de su vida, agredió también a otras personas, tanto
mujeres como hombres:
Me dijo que había estado en la cárcel, que había atracado una gasolinera (…) ha intentado
matarle, a mi hijo también, ha intentado... matar a su tío, con el que vive, que es su
hermano, de su padre, y... los tiene amenazados, han tenido que irse a vivir a otro pueblo
también (…) a esa tía también la agredió. Físicamente. A su tía también. La cogió del
cuello y intentó matarla también, ¡eh! (…) y ha... y ha agredido a su tía, otra tía, es decir...
(E13)
Mientras la relación fue satisfactoria para él, esta violencia no se dirigió contra la pareja.
En cuanto aparecieron diferencias irreconciliables con ella, sin embargo, fue relativamente
fácil que esta agresividad se desplazara dirigiéndose contra la mujer.
La primera vez que me tocó, fue la... la del coche (…) él iba hasta el culo, el tío. Iba, puesto
totalmente. (E13)
Nos dejaba en la calle, a mí y a mis hijos (…) venía borracho y... (…) venía borracho, y se
ocurría… en puro invierno, se encerraba. Con cadena, con llave y todo (…) y no podíamos
entrar. Y bueno… a ver si se le pasa, si espera, más rato, y nada. Al final tenía que ir a la
guardia civil, la guardia civil tenía que venir, romper la puerta, luego veían a él tirado en el
sofá... (E7)
249
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Una por una, que él… que a él no le faltara pa´ consumir. Una por una. Eso, era sagrado pa´
él. Cada vez que podía faltar lo que siera, pero pa´… y mismo yo no me permitía que a él le
faltara a él pa´ consumir, porque sabía yo lo que iba a pasar. Es que, día que no consumía,
palizón que llevabas. (E4)
Yo, si voy muy hasta arriba, no... no sé si llegaría a pegar a nadie, ¿no? No sé... yo mi...
mi... mi mentalidad no es así, ¿no? Igual puedes tener alguna bronquilla: "oye, que... que
me has empujado... lo que sea, ¿no?". Pero... pero es que allí ya… (E13)
En relación con esto, también cabe destacar que –la mayoría de las veces– el hecho de
que la pareja haya o no consumido no guarda relación con la presencia o ausencia de
violencia, sino con su intensidad. Es decir, que el hecho de encontrarse bajo los efectos de
sustancias estupefacientes, más que desencadenar violencia, la intensifica:
Él, no le hacía falta estar borracho para decir que "puta". ¿No? O para decir que "esto no
sabes hacerlo así", o para decirte, yo que sé… para eso no le hacía falta estar borracho,
¿vale? Pero si es cierto que cuando venía borracho era peor. (E5)
250
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
constituir verdaderas conductas violentas 204 –. Esto, por otra parte, no puede llevarnos a
desdeñar el papel de elementos que, en cualquier caso, determinan un salto cualitativo muy
importante en la intensidad de la violencia de género que las mujeres experimentan.
Por otro lado, sin embargo, también cabe sospechar que –por lo menos en algunos
casos– los factores antes mencionados sí pueden haber actuado como verdaderos elementos
desencadenantes, determinando el paso de una situación de no violencia a otra caracterizada
por una violencia de baja intensidad. Acceder a tales perfiles, sin embargo, resulta muy
difícil, y esto porque es altamente improbable que una violencia de baja intensidad sea
reconocida como tal por las mujeres que la experimentan205 y, aún menos, que sea puesta en
conocimiento de recursos especializados.
Para terminar, queremos recordar que, aunque necesidades analíticas nos han obligado a
analizarlos de forma separada, en los itinerarios vitales de las mujeres estos factores no
sueles darse de forma aislada, sino que lo más común es que se pueda apreciar una maraña
intricada de varios elementos de riesgo que actúan simultáneamente. En este sentido,
entonces, establecer con seguridad cuál es el peso de cada factor y si éste ha desencadenado
violencia o la intensificado, puede llegar a ser un ejercicio imposible.
251
Violencia de género en la pareja y exclusión social
10.3.1.1.1 Empleo
En lo que respecta a la esfera laboral, los efectos de la violencia resultan muy evidentes,
frecuentes e intensos, tanto durante la relación como una vez que ésta ha terminado.
Durante la relación, de hecho, la violencia merma de forma muy clara las posibilidades
de las mujeres de acceder a y mantener un empleo remunerado, y lo hace a través de
mecanismos muy variados. En algunos casos, por ejemplo, se detecta una negativa explícita
de la pareja, que directamente prohíbe a la mujer acceder al empleo:
Él. No quería él. Que yo, porque eso era, dinero que yo aportaba... y yo no era quien para
aportar dinero... O sea, a sus ojos, yo no era nadie. (E8)
En otros casos no se detecta una prohibición directa, sino comportamientos que, de facto,
impiden que las mujeres puedan encontrar o mantener un empleo, lo que en la literatura se
ha llamado tácticas de perturbación del empleo (Swanberg, Logan y Macke 2005). Éste es,
por ejemplo, el caso de Gabriela, que había conseguido montar un negocio exitoso pero que
se ve forzada a abandonarlo desde el momento en que su pareja empieza a robarle dinero de
la caja, dejándola incluso en la imposibilidad de pagar a los repartidores:
252
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Y, luego, pues me dio el ayuntamiento un... un club, que era… que estaba hundido, un club
de… de niños, de… pues… para… máquinas de futbolín, y todo eso, ¿no?, y chuches... Y
estaba… pues que lo iban a cerrar, y yo, he sido siempre muy... procreativa, ¿no? Me gusta,
no sé... me gusta mucho los niños, como los ancianos, ¿no? Y… pues tenía niños de 12
años, que estaban en el pueblo aburridos en la calle, no sabían adónde ir, no podían entrar a
los bares ni nada. Bueno… se me ha ocurrido hacer un, disco bar... o sea como una
pequeñ... me traje un tocadiscos, de antes, y se hacía, los sábados... empecé a hacer,
campeonatos de… futbolín, bueno se me llenó. Pero... venía él borracho, y me quitaba el
dinero de la caja... tuve que dejar ese... Yo ganaba muy bien, pero me lo robaba. Entonces,
al dejarlo, cogió el pueblo y… hizo una huelga, y todo... los niños, nunca me habían hecho
una cosa tan bonita. Chavales de 18 años, porque entraron ya de todo, o sea, de todas las
edades. De 18, hasta seis. Venía… p… hacía muchas cosas, campeonatos… ya te digo, de
todo. Luego hacía campeonatos de baile, quién bailaba mejor, quién cantaba mejor... pero
lo tuve que dejar. Porque, ya te digo, era una amargura. Yo... yo era… pues me gustaba
pagar antes de… me traí… yo hacía el pedido y me gustaba pagar, e… últimamente ni
podía, porque se gastaba él, tenía que esperar a... a venderlo. Y así. Y allí tuve que dejar, y
uah… unos años muy malos, pasé, sí... no sé, ya no podía más, yo llegué al límite… (E7)
Él no quería que trabajase (…) Y no… no volví a trabajar, porque... nada, tuve a Sonia,
luego, a los 13 meses, nació el segundo, ee… cuando el segundo tenía dos años, nació el
tercero, ee… cuando el tercero tenía cinco años, vino el cuarto, con lo cual... en ese tiempo,
no podía trabajar… no me daba tiempo para trabajar, con tanto hijo, entonces... (E5)
Se podría objetar que ésta no es una situación que afecta únicamente a mujeres que
experimentan violencia de género, pero hay una diferencia: en este caso, diversamente que
en la mayoría de las relaciones, ninguno de los hijos e hijas –a excepción del primero– fue
deseado por la mujer, al contrario, todos fueron fruto de sendas violaciones perpetradas por
la pareja206.
Finalmente, también cabe señalar la existencia de situaciones en las que la violencia, si
bien no determina pérdida del trabajo, sí dificulta su desarrollo. Es éste, por ejemplo, el caso
de Idoia, que –por las secuelas físicas de la violencia– encuentra grandes dificultades a la
hora de realizar su trabajo en una residencia de personas mayores:
Él no quería que yo trabajase (…) El 8 del 12 del 11, me coge del pecho, me levanta unos
cinco palmos, y, con el occipital izquierdo, tira hacia la pared. Un chichón, de cuatro días.
Que eso me impidía a mí, a la hora de agacharme, para ayudarle a los, ancianos a vestirles
esto y tal. (E8)
En suma, los relatos de las mujeres entrevistadas muestran con toda claridad que la
violencia vivida puede llegar a dificultar la búsqueda y mantenimiento de un empleo.
A esto debe añadirse que los efectos en esta esfera no terminan con el fin de la relación
violenta, sino que suelen perdurar incluso una vez que la mujer ha logrado alejarse del
maltratador. En ese momento, de hecho, vuelven a hacer su aparición numerosas tácticas de
perturbación del empleo (Swanberg, Logan y Macke 2005); tácticas que parecen tener aquí
un peso incluso mayor que el tenían durante la relación, quizás porque, al desaparecer la
253
Violencia de género en la pareja y exclusión social
posibilidad de establecer una prohibición explícita, éste es el último recurso que queda en
las manos del maltratador. Piénsese, por ejemplo, en el caso de Cristina, cuya pareja le
sabotea el coche para que no pueda ir a trabajar:
É… él fue… iba todos los días a la puerta de la casa de mi madre… y yo tenía un coche que
tenía un código. Un código que le metías un código para andar. Y él sabía el código, me
forzaba el coche, me… me quitaba el código, pa’ que no pudiera ir a trabajar. (E13)
O piénsese también en el caso de Gabriela, cuya ex pareja moviliza todos sus contactos y
amistades para impedirle encontrar empleo:
Mi ex marido seguía seguía seguía, toda la vida machacándome... era todo el mundo… pues
que era yo mala, una puta, que... mi marido me atacó mucho, a toda ami... stades, na…
nadie me quería coger a trabajar... tanto en Tudela, como en el pueblo... el pueblo, yo...
pff... (E7)
En las situaciones ahora descritas se puede detectar una actitud activa por parte de la ex
pareja, destinada a evitar que la mujer pueda encontrar o mantener un empleo; sin embargo,
también cabe destacar la existencia de situaciones parcialmente diferentes, en las que el
varón no realiza ningún intento explícito en este sentido y es, pese a ello, el responsable
último de las dificultades de la mujer. Es éste, por ejemplo, el caso de Elena que, como se
ha visto más arriba, durante la relación nunca pudo tener un empleo remunerado porque una
serie de embarazos –forzados– se lo impidió, y ahora no encuentra trabajo precisamente
porque carece de experiencia.
(…) enseguida empecé a tener hijos, y ¿qué experiencia… qué experiencia puedo tener yo
cara a un trabajo? ¿Qué experiencia puedo tener? No tengo salidas de trabajo. No la tengo.
(E5)
Y... ya, tercer mes que estaba trabajando allá, ya... estábamos separados, pero él seguía...
yendo... a vigilarme... a ver con quién iba... si, salía con alguna compañera... o con algún
compañero, que había hombres trabajando allá también... a ver con quién me movía...
llamándome 50.000 veces por teléfono... y ya, estaba saturada, y cuando me dio el
lumbago, al mes, pues se me ocurrió la gran idea... la religión, ¡qué buena es! Vamos a
decirlo así... ¡Eh! De decirle a la monja... porque yo sabía que ellas tenían... tenían, hogares
esos de cuidar abuelos, por todo... por toda España. Y decidí preguntarle, que a ver si me
podía mandar fuera de Tafalla... (…) Y me dijo que no. Que yo, como me había casado por
el juzgado, pues que tenía que aguantar todo lo que me echara mi marido encima. Tan claro
como te lo digo. Entonces le dije: "vete a tomar por culo". Y me fui. Ya no es que me iban
a despedir, es que me fui yo. (E13)
En otros casos, el relato de las mujeres supervivientes muestra una situación aún más
preocupante, donde no es un único empleador quién muestra una completa falta de
254
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Y ahora estoy bastante a gusto en esta casa, bastante tranquila… mhm… estoy con dos
niños (llora), evidente es que el matrimonio con que trabajo, pues… no saben nada de esto,
¡eh! Porque… bueno… no sé… ehm… cierto es que… que también te cierra mucho las
puertas. En vez de abrirte, lo que hace es cerrarte puertas, ¿no? (…) eso de violencia de
género y tal... buff… o sea… se te cierran todas las puertas. Todas, ¡eh! Te lo digo yo.
Trabajar, no te... no. No no no no no. (…) Mucho la gente: "te apoyamos, no sé que no sé
cuanto", y luego (ríe con amargura) vas a buscar un trabajo, como sepan que... que andas en
estas cosas, no te creas tú que te quieren en su casa, ¡eh! No no no no no. O sea que... pero
bueno... deberíamos estar mejor miradas, o por lo menos de otra manera. (E5)
Me… me influyó mucho, la situación, estaba en... pues la sentencia de… el… el proceso de
divorcio duró un año. En este tiempo, faltaba del trabajo para irme, a citar con los
abogados... o, venía tarde... no estaba puntual, porque... me llamaba pa’… presentarme en
Tafalla, a notificarme… recibía notificaciones en Tafalla, o a palacio de justicia, o... debería
faltar por... motivos que me llamaba, el abogado para hablar conmigo... y… ha sido muy
difícil. Porque… de éstos no... en… trabajo no le gusta personas que tiene, problemas... por
es… cargos familiares... y yo ahora, entrevista no le digo que... estoy divorciada o que
tengo hijos. Porque si ve que tengo responsabilidades, no… no me da ningún trabajo. Me…
me influye mucho. (E6)
255
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Sí, estuve, pues… como 7 años o 8 sin trabajar… ehm… cuando volví, me volvieron a
coger en la oficina donde trabajé antes, de administrativa, aquí en Pamplona. (…) Volví con
mis hijos, sin él, ya, en plan de… me separo, me voy. Y me cogieron en la misma empresa,
y estuve unos cuatro-seis meses, y luego pues era dejar un trabajo coger otro, la verdad que
en esos tiempos había mucho trabajo (…) y era una pasada, porque… enseguida encontraba
trabajo (…) porque es cierto que en dos mil… tres… mhm… hasta hace poco, pues había
trabajo, o sea… era, dejar un trabajo coger otro, o sea… yo no he estado en el paro, ni un
día. (E1)
Yo, preferiría... prefiero estar trabajando (se queda en silencio) pero como está... o sea, no
por mi caso, sino fíjate cómo está todo el mundo, ¿no? Es que no hay trabajo, entonces, está
todo más parado que el copón. Y si encima no… hay trabajos en los que no puedes, pues
mira... ts… (E12)
Otro factor que da cuenta de la importancia del empleo es el hecho de que –cuando la
realidad cotidiana está compuesta de violencia y dolor– éste puede ser algo que permite
desconectar y evadirse:
He vivido un auténtico calvario, Paola. Porque... ya te digo, por ejemplo, ese año que
estuve en casa con mi hijo, buah, es que fue... horrible. O sea, horrible. De tratarme como
una puta mierda... y... ¿sabes lo único que me aliviaba? Es saber que me iba a trabajar,
¿sabes? Desconectaba y... y muchas veces me quedaba en el garaje, en el coche metida, allí,
un rato, ¿sabes?, diciendo: "venga, tienes que subir y...". (E14)
Como resultado, en algunos casos el lugar de trabajo llega a ser el único sitio en el que
las mujeres pueden aspirar a algo de serenidad e –incluso– felicidad:
256
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Para mí es... es primordial. Estar… trabajando... porque, para empezar, creo que soy muy
feliz en mi trabajo. Es el sitio donde me siento feliz. Después, para de contar. (E11)
Me pegaba porque no... he dejado la tienda. (…) Y entonces, le pegaba para irme, para
vestirme y… y irme a la tienda a trabajar. (E6)
En otro, aunque no llega a forzarla, sí queda manifiesto que en absoluto se opone a que
ella gane dinero:
He trabajado, siempre.
(…)
¿No te ponían problemas? Las parejas digo
¡Noo! ¿Trabajar para llevarle dinero? Pff…
¿Eso nunca?
Ts ts ts. No. No no. (E15)
En el fragmento ahora presentado ya se intuye que ella es la que desarrolla el rol de
proveedora principal y que él no parece incómodo por eso. Ésta, por otra parte, es una
situación que se repite también en el relato de otras mujeres:
Si consideramos que, entre las mujeres entrevistadas, éstas son justamente las que
provienen de las situaciones de exclusión más severa, se puede avanzar la hipótesis de que,
en tales circunstancias, cumplir con el rol de proveedor no es tan importante para la
construcción de la masculinidad como lo es en contextos más normalizados. Esto, por otra
parte, podría ser el resultado de la imposibilidad de desarrollar una masculinidad exitosa en
términos clásicos y del subsiguiente desplazamiento de la misma hacia definiciones
alternativas y anómicas (De Kaseredy y Schwartz 2005; Friedemann-Sánchez y Lovatón
257
Violencia de género en la pareja y exclusión social
2012; Hampton, Oliver y Margarian 2003; Jewkes 2002; Messerschmidt 1993; Peralta,
Tuttle e Steele 2010; Strier et al. 2014; Walby y Allen 2004)207.
Los resultados obtenidos, sin embargo, también admiten otra explicación: que, al tratarse
de mujeres profundamente excluidas, solas y sin apoyos –es decir, sin alternativas– el varón
no considere necesario privarlas del empleo para asegurar su dominio.
Él sólo… de su sueldo pagaba sólo... el alquiler de 700 euros. Luego de 700 a 1500 euros,
no sé qué hacía con el dinero. Nunca lo ha compartido conmigo. Pero los ingresos míos,
estaba de toda la familia. Yo pagaba… pff… los gastos… lo… los gastos de la hija, todo
yo. (E6)
Asimismo, también se detectan situaciones en las que las mujeres, pese a no vivir en
hogares pobres, viven una situación de pobreza de facto, y esto porque no se les permite
disponer de dinero más que para satisfacer necesidades del hogar:
Yo disponía del dinero, justo cuando íbamos a… a comprar. Ese dinero, ese, y ese. Punto.
Pero a él, que no le faltara. (E4)
En otros casos, la causa del empobrecimiento de las mujeres ha de ser buscada en los
patrones de gasto de los varones. Cristina, por ejemplo, relata que su pareja:
Era una persona muy compulsiva también, comprando (…) E… el día de mi divorcio, había
más gente, para ir a coger, el… el… el cheque de la pasta, que entre abogados, y familia
que había ido. Igual había diez personas para llevarse la pasta. Entre los de la hipoteca, los
coches que había comprado, furgoneta… motos, no sé qué… cosas que no sabía ni yo…
(E13)
207Esto, por otra parte, y como ya se ha aclarado en el apartado 9.2.1.2, favorecería el recurso a la violencia por parte de los
varones.
258
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
de apoderarse de la nómina de ella, nómina que, por otra parte, se destinaba a pagar la
hipoteca:
Iba a la carnicería, no me daba sueldo, pero me daba carne pa´ mis hijos... (…) yo iba a
hacer chistorras, chorizos, pero a cambio, pues me daba comida pa´ mis hijos, o… y ropa,
porque no me daba… o sea él... (…) no me daba tampoco, nada... (…) La comida, el
dinero, nada. (…) yo nunca en la vida... sabía lo que era pasar hambre, como con éste
hombre, con lo me casé… me hizo pasar hambre... (E7)
Los fragmentos hasta aquí presentados nos hablan de la realidad vivida por las mujeres
cuando éstas todavía mantenían una relación sentimental con el maltratador. Los efectos de
la violencia en términos de empobrecimiento y privaciones, sin embargo, perduran –e
incluso se recrudecen–cuando esta relación ha terminado.
El empobrecimiento, en la práctica totalidad de los casos, guarda relación con el hecho
de que las mujeres, cuando deciden separarse de su pareja, se encuentran privadas de
recursos y no disponen de ningún colchón sobre el que apoyarse para construir una nueva
vida. Esta realidad puede ser el resultado de procesos muy diferentes entre sí. En el caso de
Nicoleta, por ejemplo, se debe a que, mientras duró la relación, el varón mantenía un
control absoluto sobre los recursos del hogar, lo que impidió que la mujer pudiera ahorrar:
Yo... sin dinero, no ten… estaba trabajando de autónomo y no tenía ni… si él me cogía
todo el dinero… no tenía dinero, aparte... y… me dejó sin dinero… con la hija… sin dinero
para pagar... alquiler, comprar comida. Y... (E6)
O piénsese también en la situación de Idoia, cuya pareja –en cuanto supo que ella quería
separarse– vació la cuenta bancaria que tenían en común, dejándola sin nada:
Este año, en el 2012, el 12… el 12, de 12, no sé si es por manías, o qué narices... o tonterías
que tiene en la cabeza él, ha sacado otra vez la pasta que teníamos... en otra, libreta, y me
ha dejado otra vez a cero. (E8)
Asimismo, también se detectan casos en los que las mujeres han tenido, literalmente, que
huir de sus parejas y, por esta razón, no han podido llevarse nada consigo:
Me vine… me vi… con mi hija, una maleta y un bolso, y ya está. Reuní el poco dinero que
he podido reunir, por vía que él se quedaba con todo, y nada… y me vine con mi hija. (E4)
259
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Yo me vine, nada… con lo puesto (…) yo vendí todo lo… lo que tenía, pa´ poder salir de
allí, porque es que… el padre de mis hijos no me daba ni para comer. (…) Lo vendí, y con
ese dinero nos vinimos, y una beca que ella tenía del Instituto. (E5)
Compramos una furgoneta, y está a mi nombre, y la lleva él, y de hecho, no está pagando,
no está pagando, y encima como que me exige a mí que... "a ver, bonito, yo no tengo ni
carnet de conducir... mi... yo ni lo disfruto, o sea... la tienes tú. O sea, te lo pagas tú, yo no
tengo por qué pagarte...". "Si sí, que sepas que van a ir a por ti, que el banco Santander...".
O sea... (E12)
Se trata, en suma, de itinerarios que están claramente marcados por la violencia vivida.
Esto, sin embargo, no puede hacernos olvidar que el empobrecimiento femenino como
consecuencia de una ruptura sentimental no es ciertamente exclusivo de situaciones de
violencia (Fernández 1992; Fernández 1998; Pérez y Laparra 2007), sino que simplemente
se ve por éstas acentuado (Espinar 1993).
Finalmente, deseamos llamar la atención sobre una causa de empobrecimiento que afecta
a la práctica totalidad de las mujeres con criaturas: el impago de las pensiones alimenticias.
Éste es, por ejemplo, el caso de Laura, cuya pareja, tal y como ella relata: “tiene dos
trabajos y vive de puta madre!” (E14) y, pese a ello, no paga la pensión que le corresponde:
Porque vamos, no me pasa un duro... (…) por ejemplo, yo ahora cuando he estado... llevo
en el paro y... porque hasta que... ahora, pues mira, yo trabajaba en Eroski, no tenía un
sueldazo, pero mira, no nos faltaba, la verdad, pa’ comer, para: "oye, unas zapatillas...".
Pero claro, al quedarme yo así, pues... pues, los gastos del colegio y... yo le mandaba
whatsapps de...: "hay que pagar 80 € de material, otros 100 y pico de no sé qué...". Me
decía que qué me cre… qué me creía, ¿qué era un cajero? Automático, eé... Cuando no
paga nada (enfatiza con la voz). (E14)
No da ni un duro ni pa’ la luz, ni pa’l agua, ni pa’l alquiler, ni pa’ la compra de los críos, o
sea... es su nómina para él entera. (…) antes de pagarme… me ha dicho que antes de darme
un duro que se va fuera, que deja el trabajo y todo. (E12)
El hecho de que el padre no contribuya a los gastos de manutención de los hijos puede
derivar en privaciones muy intensas, tanto para la mujer como para las y los menores:
No pasaba la manutención y claro yo me he visto sola con... la ayuda esta que te dan la
Renta Básica... y estoy pagando un alquiler, estoy en unas condiciones con los críos… pff...
(…) Se los dejas al comedor y te ahorras viajes, y encima es eso: que sabes que encima van
a estar comidos. Todo el mes. Porque las cenas ya es distinto, pero por lo menos, comer...
(E12)
208 Vive en casa de una monja a la cual no da ningún dinero ni para el alquiler ni para los gastos de manutención.
260
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Me dejó sin dinero… con la hija… sin dinero para pagar... alquiler, comprar comida (…).
Y… a él le estaba, llama… llamando, para, que me ayuda con dinero, para comprar comida
a la hija y no… no me ha pasado ningún dinero. Para la hija. (E6)
Finalmente, cabe destacar que, al igual que en lo que respecta al acceso al empleo,
también en lo que se refiere al riesgo de empobrecimiento y privaciones la prolongación –e
incluso intensificación– de las secuelas una vez que la relación ha terminado es el resultado
de un conjunto de factores. La literatura pone el acento en el hecho de que viene a faltar el
ingreso del varón y de que el estrés relacionado con la ruptura puede llegar a agudizar los
efectos psicológicos del maltrato (y por ende sus consecuencias en términos de pobreza)
(Espinar 1993). Desde aquí, sin embargo, queremos subrayar que, aun sin negar la posible
relevancia de estos factores, la causa principal ha de ser buscada en el hecho de que la
separación no conlleva automáticamente el fin de la violencia de género; muy al contrario, a
veces ésta llega incluso a intensificarse y, por ende, también lo hacen sus efectos209.
209 Para un análisis más detallado de estas cuestiones, véase apartado 9.3.2.2.
261
Violencia de género en la pareja y exclusión social
por ejemplo, tales efectos son mínimos. En lo que se refiere a la vivienda, por lo contrario,
las consecuencias parecen ser algo más frecuentes, pero sobre todo muy intensas, ya que
afectan un área que es vital para la integración. Y, finalmente, en lo que atañe a la última
dimensión, aunque apenas se detectan efectos en términos de acceso al sistema sanitario, las
secuelas a nivel de salud –tanto física como emocional– son, sin embargo, abrumadoras.
El relato de Nicoleta muestra claramente cómo su formación se vio interrumpida por los
requerimientos de su pareja. Esto, sin embargo, es algo que se detecta únicamente en un
relato, lo cual sugiere que no se trata de una dinámica muy frecuente.
Asimismo, no podemos ignorar el hecho de que el único caso detectado hace referencia a
un nivel elevado de formación. Avanzamos la hipótesis de que la ausencia de efectos en los
niveles básicos se debe tanto a la edad –muy temprana– en la que éstos se suelen cursar
como al hecho de que –al tratarse una formación básica– es más difícil que sea percibida,
por parte del varón, como una amenaza, tanto a su dominio como a la estabilidad de la
relación.
Si, como hemos podido observar, solamente en contadas ocasiones la violencia impide
formarse –y, de todas formas, lo hace únicamente en los tramos altos de formación–
entonces la mayor incidencia de violencia de género entre mujeres sin estudios –detectada
por medio del análisis cuantitativo– parece ser el resultado de un recorrido inverso, donde el
hecho de carecer de formación es anterior a la violencia y es precisamente lo que ha
expuesto a las mujeres a un mayor riesgo de vivenciarla.
Era normal que me echara de casa. Me decía que me fuera… “vete….”, ¿cómo me decía?
“vete a Pamplona, puta” me decía… (E1)
262
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Los resultados obtenidos, que reflejan una situación de gran precariedad habitativa, se
ven respaldados por estudios anteriores (ej. Tutty et al. 2014). Nuestro análisis, sin
embargo, evidencia también situaciones en las que los efectos de la violencia en términos de
acceso a una vivienda digna son aún más evidentes. Es el caso de Sheila, que se ve obligada
por su pareja a dejar la casa y la ciudad en la que ambos vivían, para mudarse a una chabola
en un pueblo para ella desconocido:
Y ya, cuando me enteré que estaba embarazada, bueno, a parte que me llevó a vivir a un
pueblo, a 50 km de aquí… (…) Pues… pues allá me llevó. Una casa… que era de... que se
la hab… que se la había dejado un amigo, porque el amigo ni la quería, que… o sea, que
eran cuatro paredes, las ventanas rotas… no sé el frío que pasé yo allí… buah… y hambre.
Frío y hambre. Mucho mucho. Más las palizas que me daba él, más… (E15)
En este momento, pues estuvo… empezó a buscar una… habitación. No, primero…
buscaba… gerente para alquila… para compartir lo… el duplex... y no… encontraba.
Entonces, después de un mes, que tenía yo, dos alquileres, de fianza, y… entonces... busco
una habitación, y me mudo… después de un mes, me mudo, con mi hija. (E6)
Y yo ahora mismo pues eh… lo que más había por 300 €, pero vamos... pffff... no sé ni
cómo decirte, porque ya... una pasada las condiciones que estoy (…) Porque claro con la
manutención esa, quieras o no, pues coges un piso decente, y más en el barrio, los críos...
los colegios... todo. Pero es que a mí no me llega, ts ts ts... date cuenta aquí mínimo, un
piso, 450... luego échale luz, agua, gas... come... y estoy en unas condiciones, vamos... y él
lo sabe. Bueno... pasa del tema. Cuando luego por otro lado te dice: "¡aaah, mis hijos, allí,
en ese barrio, no sé qué, o sea... qué vergüenza de madre... llevar a tus hijos...". (E12)
La casa me cambiaron hasta la cerradura, de mi casa, porque la casa era de los dos, y de
tantas que me hacía, y que me fuera que me fuera que me fuera. Y me tuve que salir del
piso por no discutir más. Con los críos. Y estuve en casa de acogida (…) Y me cambiaron
la cerradura, los UPAS. Y aún y todo me tuve que ir. (…) Me lo encontraba, allí debajo de
casa, y de todo, y que me iría que me iría, que me iría que me iría, que... que no me dejaba
vivir en casa. Me fui. (E12)
263
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Ahora, vivo con mis padres... este fin de semana, me tengo que mudar otra vez a mi casa...
porque ya me han dado la guarda y custodia de la niña, pero… eee… el padre de la cría,
con que al que siempre me dirijo así, el padre de la cría… eee… no se quiere marchar. (E8)
Llegó a casa, comió, destrozó la casa, llevó todo lo que se ha podido vender, dejó la casa
hecha una puta mierda, pero totalmente una chabola, con… comparado con mi casa como
estaba, no es nada. (…) ¡Cómo, cómo vi yo mi casa! Vacía, destrozada, con restos de... te
puedes imaginar. Me dio un bajón tan grande tan grande tan grande que me tuvieron que
sacar de mi propia casa. Yo esa misma noche no dormía en mi casa. Tanto yo como mis
hijos nos tuvimos que ir a dormir a un hostal... de las, maneras, en que él me había dejado
la casa. (E4)
Me puse de parto y… también por… me puse… nació un mes antes o así. Y ya fue… nació
antes por eso, porque… yo estaba muy mal y… o nacía o nacía. (E15)
264
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Y yo misma digo adonde mis amist… mis amigas, de infancia, me hubiesen visto, no se lo
hubieran creído, como yo estaba. Yo parecía una mujer, mucho mayor a los 26 años, con
los, cuando yo vivía con él a los 27 años, pero mucho mayor. Tuve una foto, que aún tengo
la foto, la copia, una foto de donde yo parezco una mujer muchísimo mayor que el día que
me fueron a hacer la foto del DNI, y el, y el del banco, me decía que si del DNI era yo
(llora), porque es que yo, ya te digo, él, muy mal, una convivencia horrorosa, no se la
deseo, a nadie, de las mujeres, no, no. (E2)
A nivel de salud, perdí 10 kilos. Sí, me quedé... 50 kilos. Pesaba… sí me… me... perdí
bastante peso... (E13)
Otras evidencian que los efectos en términos de salud pueden aparecer incluso años
después de que la relación haya terminado. Es éste, por ejemplo, el caso de Elena que, años
después de haberse separado, experimenta una menopausia extremadamente precoz:
Estoy en plena menopausia, con 38 años (ríe pero sus ojos son tristes)… eeh… y
psicológicamente, la menopausia, la estoy notando. Si sí. O sea, la estoy notando, porque…
yo esto que tengo con… desde que se... ya yo andaba con… con… síntomas, pero yo, ¡qué
me iba a pensar que una menopausia con... con 35 o 36 años, como empecé! (E5)
Una vez analizadas las secuelas a nivel de salud física, nos ocupamos de la salud
emocional. En este caso, contrariamente a lo habitual, no diferenciamos entre efectos que
tienen lugar durante y después de la relación, y esto porque se trata de fenómenos tan
complejos y prolongados en el tiempo que asociarlos a un momento determinado resulta
difícil a la par que impreciso. En primer lugar, entonces, observamos que el hecho de vivir o
haber vivido violencia de género puede asociarse con un fuerte sentimiento de ansiedad:
Esto, me ha dejado... una angustia muy grande dentro, sobre todo la angustia, que me ha
creado... una angustia muy grande (…) era una historia que la verdad es que me... mucha
ansiedad... mucha ansiedad, la verdad. Yo he pasado mucha ansiedad. Sí. Mucha ansiedad.
(E9)
Al fin y al cabo lo que pasa ¡aaargh! de los nervios, agresiva, y de todo. Sales por la puerta
y... andar andar andar andar andar andar y ¡vuuum! Pero vamos, para cuando me descuido,
igual en 10 minutos estoy en Sarriguren (se ríe). Bueno, intento relajarme, ¿no? Porque si
no... cuando puedo, cuando me da mis crisis de ansiedad... si la controlo bien, cuando no...
ya mal... pero bueno... (E12)
Me marcó mucho el... maltrato psicológico, mucho, Paola. Yo creo que, a día de hoy,
todavía no me valoro como para... no sé... mismamente voy andando y siempre voy con la
265
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Entonces pues claro mira yo ya, pienso… no… yo ahora hoy en día veo… que yo… no
estaba bien. O sea, emocionalmente estás… no sé cómo explicar que… porque para mí no
tiene ni palabras… decir ni cómo te encuentras… es que en nada que pienses está bien
hecho, ¿no? (E5)
En estrecha relación con esto, también cabe resaltar una alta probabilidad de padecer
depresión:
La verdad yo he sufrido muchísimo. Hasta que al final, ya, caí en una depresión (…) la
psicóloga, me la pusieron aquí en el Servicio Social, porque yo estaba muy deprimida,
estaba muy mal, iba a trabajar y estaba… pfff… muy mal, entre la casa el trabajo, los
problemas que tenía, se me juntó todo. No tenía ganas más que de echarme a llorar, y llorar
y llorar y llorar. No sabía lo qué hacer. Es que no sabía, como actuar, ni lo qué hacer, ni...
es que no sabía. (E10)
Todo esto, por otra parte, está profundamente relacionado con la posibilidad de sufrir
desordenes del sueño:
Perdí el sueño, perdí, totalmente, no dormía, aún no confirió [sic] el sueño todavía, no
duermo bien (llora, silencio). (E11)
Sobre todo cuando me quitaron la custodia, quería quitarme la vida... en mi mente sólo
estaba morirme... (E7)
Los resultados ahora expuestos se ven respaldados por la literatura, que también halla
una asociación entre el hecho de vivir o haber vivido violencia de género y el riesgo de
experimentar: estrés y ansiedad (ej. Coker et al. 2011; FRA 2014; Ruíz-Jarabo y Blanco
2007; Sarasúa et al. 1994; WHO 2002); baja autoestima (ej. FRA 2014; Iraizoz 2011; WHO
2002; Zubizarreta et al. 1994); depresión (ej. Coker et al. 2011; Devries et al. 2013; FRA
2014; Iraizoz 2011; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; Sarasúa et al. 1994; WHO 2002;
Zubizarreta et al. 1994); insomnio (ej. FRA 2014; WHO 2002); e intentos de suicidios (ej.
WHO 2002).
Como se recordará, las consecuencias hasta ahora enumeradas tienen carácter
eminentemente clínico. Existen, sin embargo, propuestas diferentes, que sugieren ampliar la
mirada y observar elementos como las modificaciones a nivel de personalidad y los cambios
en la conducta (Coker et al. 2011). Nuestro estudio confirma la existencia de secuelas en
este sentido; Elena, de hecho, afirma:
(…) no es que yo tenga problemas mentales, pero de comportamiento sí. Sí. ¿Sabes? Es, es
estar siempre a la defensiva, ¿sabes? Es ee, mhm, cualquiera, cualquier comentario,
cualquiera, por mucho que tú quieras, o que, quier... que quieras a esa persona, ya piensas
que va por lo malo y no es por lo malo, ¿sabes?, o sea, problemas de estos de conducta, sí...
y eso es lo que, lo que estoy tratando de... de apaciguar un poco, porque, bueno, mhm,
queda, queda. No, no, no terminas de ser feliz en la vida. (E5)
266
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Llegadas a este punto, cabe evidenciar la existencia de otro factor que también
contribuye a intensificar ulteriormente la intensidad y duración de las secuelas sobre la
salud: haberse visto obligadas a abandonar a los hijos. Éste es, por ejemplo, el caso de
Elena, que relata:
Y… bueno, pues… o sea, mi hija, se iba a estudiar fuera, y yo aproveché que se fue. Pero,
no… yo no premedité es decir… no… ésta se v… mi hija se va la semana que viene, me
voy con ella, y aquí los dejo (…) Incluso, cuando mi hija se fue a estudiar fuera que yo me
fui con ella, con la… con la… con el pretexto de que, ha… había alquilado un piso con
otros chico… otras chicas, porque si fuera con otros chicos no… su padre no le dejaba, el…
le iba a hacer una limpieza, le iba a ayudar y tal y luego volve… volvía. Cosa que no volví
nunca. Vale. Entonces, bueno. Para mí es un recuerdo muy malo. No supero haber dejado
allí a mis tres hijos, porque… no lo supero. No lo supero. Me he llevado muchos palos en
mi vida, muchos insultos, violaciones, todo, pero... veo que aquello… al tener que dejar allí
a tres hijos menores... no… no duele tanto (…) Y yo de que me iba… mi… a mis hijos salir
por la puerta, y no poder decirles: "no sé cuándo te voy a volver a ver...", me duele mucho
más, que todos los palos que haya recibido nunca, eso... eso te lo aseguro, mucho más...
y… pues nada, eeh… ya te digo, que gracias a que me marché así, les he visto en… dos
ocasiones... y… no tengo acceso a ellos (…) Yo, aquí… aquí, cuando vine a lo de Mirenjo,
eeh… yo vine, me recibió muy bien, yo… pff… bueno… venía… todas las semanas tenía
cita con ella, pues cada vez que venía llorando, normal, a m´había dejado allí a mis hijos, y
me dolía tremendo. O sea, es que me dolía, es que… ya te digo que eso, me ha dolido tanto,
que… que… m ´hubiesen terminado de pegar hasta yo… aunque yo cumpliera 100 años, y
me hubiese dolido menos que eso (…) el haberlos abandonado, lo sentiré toda la vida. Es
que lo… llámalo como quieras, es: abandono. Que tenga la justificación que tenga, vale.
Para mí, los he abandonado. Y no puedes hacer nada. Nada, de nada (…) no hay día que no
me acuerde de mis hijos, y no llore. Eso no me lo quita nadie (mientras habla de sus hijos
no deja nunca de llorar). (E5)
Nunca me voy a encontrar bien, ya te lo he dicho. Mis hijos mayores, pues... sobre todo el
segundo, me tiene... psicológicamente machacada. No sé qué hacer con él, pa´ que él me
quiera... quiero que vea que yo le quiero, que es mentira todo lo que le han llegado a decir...
(silencio). (E7)
Para terminar, cabe evidenciar que, aunque a lo largo de este apartado la salud emocional
y física se han presentado como compartimentos estancos, la realidad es mucho más
compleja, ya que la salud emocional tiene secuelas a nivel físico y viceversa (Ford et al.
2011; Khusainova 2014). Más concretamente, lo que más nos interesa destacar es
precisamente cómo las secuelas a nivel emocional –las más absolutamente transversales en
todos los procesos de violencia analizados– tienen claras recaídas a nivel físico. Cristina,
por ejemplo, relata:
Los 10 últimos meses que estuvimos juntos, estuve trabajando en una residencia en Tafalla
(...) Entonces, allí... allí ya era terrible, porque... me llamaba igual 40 veces al día, por
teléfono... y no me dejaba trabajar. Apagaba el móvil, cuando yo… cogía el móvil igual
tenía 40 llamadas... empecé a hablar con una colega mía de: "mira lo que me está
pasando...". Igual iba yo con mi coche, iba él con su coche, se escondía para ver si salía sola
o acompañada de... de la residencia... me espiaba... me seguía a todos lados... (…) al final,
cogí... mira, me dio un lumbago... una caída de una abuela me... me pilló mal, me dio un
lumbago... estuve un mes sin ir, porque me dieron la baja, pedía... aparte la baja era todo lo
267
Violencia de género en la pareja y exclusión social
que tenía yo en la cabeza, era una... que no me recuperaba, vaya. Estaba... era una cosa que
podía haber sido igual de... de una semana, o dos semanas como mucho, para ponerme
bien... a mí me costó un mes. Me costó un montón, y me decía la enfermera: "es que estás
muy... tal, y enseguida...". Es que no podía ni moverme, ¿no? (E13)
Yo hasta en casa era… me mostraba… era un poco enfadada, en casa. Que tampoco era
muy normal en mí, porque siempre estoy bien, ¿no? pero claro, el estar con… un chico, que
te amarga todos los días, pues llegas a casa, quieras, o no quieras, llegas disgustada, ¿no?, y
ellos lo… me lo notaban. (E1)
268
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
En segundo lugar, nos ocupamos de las secuelas a nivel de consumo de drogas En este
ámbito, el impacto de la violencia se puede apreciar con claridad en el relato de las mujeres
entrevistadas, un resultado que se ve confirmado por numerosos estudios anteriores (ej.
Coker et al. 2011; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; WHO 2002; Zubizarreta et al. 1994). Las
razones que llevan a las mujeres en situación de violencia a usar drogas son variadas. Ana,
por ejemplo, evidencia que, en su caso, el hecho de consumir sustancias estupefacientes
tenía el preciso objetivo de evadirse y olvidarse de la violencia que experimentaba:
Es un… un desgaste psicológico… ufff… impresionante. Muy grande. Muy grande. Muy
grande. Chica, normal, luego no quería más que fumar porro, meterme ralla, olvidarme de
todo, y ya está. Y ya está. (E15)
Éste es un resultado en línea con los de investigaciones anteriores (ej. Campbell et al.
2011; Pyles y Banerjee 2010; Salomon, Bassuk y Huntington 2002). Nuestro análisis, sin
embargo, permite ir más allá y mostrar asimismo la existencia de realidades diferentes, en
las que el panorama es más complejo y lo que las empuja a ello no es un único factor, sino
un conjunto de elementos, que van desde el intento de desconectar, evadirse, en fin,
soportar la violencia hasta la búsqueda de unas herramientas que permiten acercarse a la
pareja y ver el mundo con sus ojos:
Yo, por ejemplo, empecé a meterme droga también con él. Llegó un momento que… tiré la
toalla, ¿no? Me vine abajo y… antes de separarme… un tiempo antes, sí que empecé…
empezó a venir gente a casa, y a… nuestra casa, el botellón oficial, de todo, éste
trapicheaba con droga también, y me dio una temporada por meterme. Me metía a diario,
pasaba de todo…de los críos… todo. Era como un poco, digo, c… como no podía con él,
pues te unes a él, ¿no?
¿Por qué crees que empezaste a meterte?
Porque no podía con todo. Yo he sido una persona… siempre que me lo he echado todo a la
espalda, ¿no? y… y fue… no podía cambiarle, ¿no? Yo quería cambiarle, y no podía, y
era… como… sin querer, te vas metiendo en esas historias, ¿no? No queriendo, ¿no? “Ala,
me voy a meter una ralla y tal”. No. Era… como una manera de desconectar total, ¿no? Yo
este… estaba dejando a mis otras historias… mis hijos estaba dejándolos a un lado, ¿no?
Por culpa de él también. Por culpa mía, pero por culpa de él, porque decía: a ver si de esta
manera… ¿no? Era como… pa’ estar más con él, estar con él y…y ver, ¿no?, las cosas de
otra manera, ¿no? Que no ves nada, porque estás hecho una mierda, pero… (E13)
En tercer lugar, centramos la mirada en las conductas delictivas. Ante todo, cabe
recordar que solamente en casos muy contados el hecho de experimentar violencia conduce
a ellas. Las consecuencias en términos de procesos de exclusión, sin embargo, son tan
intensas que hacen que sea imprescindible detenernos sobre este tema. El hecho de que la
literatura especializada apenas lo haya tocado, por otra parte, hace que profundizar en él sea
aún más relevante. Aclarado esto, observamos que, en algunas ocasiones, la obligación de
cometer actividades delictivas –con el riesgo que esto supone– llega a ser un componente
más de la violencia que la mujer experimenta. Sheila, por ejemplo, lo relata claramente:
Con este último no trabajé. “¿Para qué vas a trabajar tú, que ya… que ya consigo el dinero?
Que tenemos la Renta Básica, que ya no nos hace falta más…”. Sí, eso sí, es verdad. Sí. No
es que no me… no es que diría: “no te dejo”, pero… pero: “¡que no! ¿pa’ qué?” Y no sé
qué… Y bueno pues, por no liarla, pues le hacía caso, y ya está, pues vale. Nos íbamos a
buscar chatarra… que tú te vienes conmigo a buscar chatarra, que pa’aquí que pa’allá…”.
Pues trabajábamos es eso. Con él a buscar chatarra y… a robar, y… (…) En cualquier lado.
Sí. Sí. En casas… en el eskis, en… en camiones, en… pff… cualquier sitio. Cualquier sitio
que llevara dinero, o lo que sería… (…) Y si no robabas, es que no valías pa’ nada… que si
269
Violencia de género en la pareja y exclusión social
no… “pues vaya mujer, que no vale pa’ nada, que no sabe ni cholar… que no sé qué…”.
(E15)
Mi hijo... lo llevaba a ir a robar por ahí... se llevaba a mis hijos a pedir... por las casas...
(E7)
Y de familia, a mí no me dejaba tener... relaciones para irme, por ejemplo quedar más de
una semana con mi familia, no me dejaba. Sólo dos-tres días, pero con él. No me dejaba, ir
sola o pasar más tiempo con mi familia. (E6)
Cuando yo hablaba con mi familia, a mi país, él, estaba allí, presente. Porque él no me
dejaba hablar, si yo estaba sola no me dejaba hablar, con nadie. Había un solo móvil en
casa, que era, para él y para mí. Y a mí me tenían que llamar, y él tenía que escuchar... (E2)
En lo que respecta a las amistades, las técnicas que los varones utilizan para lograr el
aislamiento de la mujer suelen ser más variadas y pueden oscilar desde el control directo
hasta la manipulación e incluso el engaño. En los relatos de Nicoleta y Blanca, por ejemplo,
se aprecia claramente la existencia de un control directo, que puede llegar a ser brutal:
He perdido todas las amistades, en Rumania, porque él no me dejaba salir, con amigas... si
le decía que yo tengo amigas, decía: "ah, son unas putas, te… no quiero que sales con…
éstas" (…) Me… me ha aislado de… compañeros de trabajo, de... sólo debería salir con él.
No me dejaba, salir sola. (E6)
270
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Él me aisló totalmente. De amistades, y... hubo una... yo, conocí a una chica, española, y,
mi amistad, se vio, dañada por él, porque, ella… fuimos a ver… a visitar una vez al pueblo,
que vivía, y luego la íbamos, a querer llevar a Logroño, a pasar un rato, todos juntos, y ella,
hizo una broma. A él no le gustó, y la cogió del pelo y la bajó del coche... Y yo me metí en
medio, pero como estaba embarazada, yo hice… no hacía sino coger al otro crío, que
estaba, también pequeño, en brazo, yo metiéndome en medio de que no le fuera a hacer
nada a la chica, la dejó a la… en la calle, en… o sea, mmh… en una vía, la dejó allá. Ella
me decía que me fuera, porque, claro ya nos golpearía a las dos (llora). Dejó tirada a mi
amiga, o sea que era la una de las con que tenía más comunicación, pero... fue, la que... la
que destruyó… aparte amistad… no… no tenía porque él no… no me han dejado... mmh...
yo no podía estar sola, no podía, ir sola, a ningún sitio. Siempre estaba con él. Siempre. El
dejó de trabajar, para poder, estar allí conmigo. Y su madre, pues era la que, le daba dinero
(llora, silencio). (E2)
Finalmente, también se dan situaciones en las que la ausencia total de relaciones sociales
no es fruto ni de prohibición ni de engaño, sino que es más bien producto de la ausencia de
experiencias diferentes, hecho que la pareja utiliza para manipular a la mujer y aislarla de
cualquier tipo de relación de amistad. Laura, por ejemplo, al preguntarle cómo llegó a
perder el contacto con las amistades, contesta:
Lo de salir y eso, pues ya es que como... nunca lo había hecho... pues al final es que lo ves
normal, entre comillas. O... como no sabes lo que te estás perdiendo, tampoco... (E14)
Yo me he llegado a pegar… un mes, igual, sin salir de casa, por… moratones, por… todo
de… de… mal, de… muy mal. Muy mal. (E5)
271
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Otras veces, lo que lleva a las mujeres a auto aislarse no son tanto las secuelas físicas
como el malestar psicológico que la violencia ocasiona, un dato confirmado por estudios
anteriores (ej. Jewkes 2002; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007):
Que a lo que dices: "¿no tienes amigas con quien desahogues?" Es que llega un momento
que no tien... no te apetece ni tomarte un café con tus amigas, ni... ni llames a la puerta
porque ni te abro. Muchas veces me han llamado a la puerta y, o sea, por la tele igual un
poco baja, o estar así callada y... la perra: "uao, uao, uao". Ni abrir. Ni abrir. No tienes
ganas. Entonces claro, para que estén insistiendo: "ah, venga, chica, vamos, tomamos un
café, vamos dando un paseo por aquí por allá...". Pero es que... yo me encierro mucho en mí
misma, y allí no... ts ts... (E12)
Una vez examinados los efectos de la violencia durante la relación, avanzamos con el
estudio y analizamos qué sucede después de la separación. Como viene siendo habitual,
también en este caso los efectos de la violencia no desaparecen automáticamente con el fin
de la relación, sino que, en muchos casos, perduran –sobre todo en lo que respecta a las
amistades, ya que restablecer contacto con la familia suele ser más fácil–. Un primer factor
a tener en cuenta para poder comprender las dificultades que las mujeres experimentan a la
hora de superar el aislamiento en el que están sumidas es el hecho de que, después de años –
incluso décadas– en las que no han podido mantener el contacto con las antiguas amistades,
intentar retomarlo puede parecer difícil y careciente de sentido. Elena, por ejemplo, al
preguntarle si volvió a recuperar alguna de las amistades que había perdido, contesta:
No. No no no, porque, pff, aquellas amistades luego cada uno se ha casao, no sé qué, o sea,
no. No tenía caso, retomar... no tenía caso retomar. (E5)
Otro elemento que debemos tener en cuenta es que, en una sociedad que, por un lado,
vive de prisa y, por otro, está fuertemente nuclearizada, hallar personas que dispongan de
tiempo no es fácil:
Yo lo pasé muy mal. Yo... al... el primer año, que estuve en casa de mis padres, yo...
trabajo, mi hijo, y nada más. O sea, nada más. Yo, llegaba el sábado, muchos sábados,
llegaba de trabajar a la una de la tarde, y hasta el lunes, o sea, me cambiaba de pijama pa’
ducharme el domingo, o sea... no salía, no tenía vida, no... nada. O sea, nada. Entonces,
cuando empecé yo un poco ya... pues, claro, no tenía amigas... nada. Y, claro, mi hermana
por ejemplo, ella tenía sus dos hijos, entonces, mi hermana me decía muchas veces... dice:
"hombre, y yo un día puedo ir al cine contigo, pero... con los críos, tampoco puedo, ni irme
tres días por ahí, pues no te... yo qué sé... ¿no? (E14)
Los factores nombrados podrían aplicarse a cualquier persona que, en edad no muy
temprana, intentara restablecer una red de amistades profundamente dañada o incluso
inexistente. En el caso específico de mujeres que han experimentado violencia de género,
sin embargo, a estos elementos se deben sumar dificultades específicas, relacionadas con las
secuelas de la violencia vivida. Piénsese, por ejemplo, en el hecho de que, a menudo, las
mujeres experimentan depresión, y esta condición, tal y como relata Carmen, claramente
dificulta la superación del aislamiento:
272
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Porque claro, yo sola también... me veo, vamos... (ríe con tristeza) porque siempre dices:
"bueno, tienes las amigas, y esto...". Pero es que no... tampoco... hay veces que no tienes
ganas de nada y... no... entonces claro te ves en casa sola y dices: "¡uf!". (E12)
Asimismo, también cabe destacar que el hecho de entablar nuevas relaciones resulta
especialmente difícil porque estrechar lazos supone exponerse a la mirada de las y los
demás, tener que contestar a preguntas, y todo esto puede asustar profundamente a unas
mujeres que cargan con un pasado –y, a menudo, también un presente– tan duros. Elena,
por ejemplo, lo expresa con claridad:
Eeh… es que tampoco hago mucha vida… social. Mmh… hace poco hice un curso, en…
ANAFE213, y… y… al principio bien, pero luego, o sea, me cuesta… me cuesta… estar,
con más gente... mmh… y… y hice… sí tengo… hice dos amigas allí, pero bueno, tampoco
son... apenas… llevo poco con ellas, tampoco es mucho. Es que, me… me cuesta, y…
con… y... lo que digo, me cuesta… esto… estar con… más gente, con... la comunicación,
el que… o el miedo a que me pregunten cosas, o el que sepan… mi vida, entonces... estoy
aún, en ese proceso, de… de poder salir, hablar con más, estar con… o eso... estar con más
gente, ser más… libre con… menos miedo. Tengo muchos miedos. (E5)
A lo largo de este apartado hemos podido observar que uno de los elementos más
comunes y transversales de la violencia de género es el aislamiento de las mujeres que la
experimentan. Llegadas a este punto, queremos subrayar que, si los maltratadores procuran
aislar a las mujeres, es porque el hecho de carecer de redes y apoyos merma su capacidad de
reacción y hace que tanto pedir ayuda como alejarse sea, para ellas, más difícil. Sheila, por
ejemplo, lo afirma claramente:
Claro, aislada de mis amigas, de todo, ni móvil ni nada, ni… nada, o sea, nada. Nadie para
poder hablar, para poder decir: “oye, que me tengo que ir de aquí, ayúdame, o lo que
sea…”. Nada, ni móvil, ni dinero para una cabina, nada. Nada. (E15)
213ANAFE-CITE es una fundación vinculada a la Unión Sindical de Comisiones Obrera de Navarra que tiene como fines propios
la incorporación social y laboral de la población inmigrante residente en Navarra, así como sensibilizar e informar a la población
receptora sobre el fenómeno migratorio a fin de promover valores de respeto y aceptación mutua (Anafe-Cite).
273
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Si tienes salud, la... es lo mejor que hay. Aunque no tengas trabajo, mira, si tienes salud
puedes buscarlo, si no no. Y yo he estado mucho tiempo parada, ahora, por eso. Por eso te
comentaba l... lo laboral ha tenido que ver mucho también con... mi paro laboral, pues... sí,
por la salud. (E13)
Ehm… yo estuv… estuve trabajando un año en una carnicería también, ¿vale? (…) pero, ya
empecé a tener problemas, con que… no sé… en el trabajo… mmh… emocionales, y al
final pues… bueno… pues… mmh… en la empresa… eeh… el jefe me despidió, como... a
274
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
ver, como que no podía mantener, a ese trabajador, y yo era la última que había entrado era
la primera en salir, ¿vale? Pero ya había tenido problemas de que, "es que Elena, no haces
esto bien, es que Elena, esto, que Elena pa´ca...", y ellos sabían… ellos sab… ellos
sabían… eeh… mi problema (…) Porque estaba en espera de juicio, y… mi jefe le tenía
que avisar, tenía que ir a Extremadura, volver, y tenía que pedir días. ¿Vale? Entonces, eso
lo sabía. Pero, bueno, que no es decir que a mí se me había echado por una cosa,
simplemente, empecé a tener problemas en el trabajo, al año, empecé a tener problemas,
eeh… y luego pues nada, a mí se me despidió. (E5)
Por otro lado, las dificultades en la esfera laboral empeoran ulteriormente la salud –ya
deteriorada– de las mujeres:
El problema de salud ha sido también... de casi dos años en el paro, que he estado... y me...
y me ha veni... me vino como un bajón muy fuerte, ¿no?, de... de todo, de no encontrar
trabajo, de... de todo lo que tenía con él, con los críos, con... con lo que vino Jokin también
con... con lo que le había pasado... y es como que nos es sabido un poco, gestionarlo, ¿no?
Y... pues, me ha afectado directamente a los nervios. (E13)
Yo lo pasé muy mal. Yo... al... el primer año, que estuve en casa de mis padres, yo...
trabajo, mi hijo, y nada más. O sea, nada más. Yo, llegaba el sábado, muchos sábados,
llegaba de trabajar a la una de la tarde, y hasta el lunes, o sea, me cambiaba de pijama pa’
ducharme el domingo, o sea... no salía, no tenía vida, no... nada. O sea, nada. Entonces,
cuando empecé yo un poco ya... pues, claro, no tenía amigas... nada. Y, claro, mi hermana
por ejemplo, ella tenía sus dos hijos, entonces, mi hermana me decía muchas veces... dice:
"hombre, y yo un día puedo ir al cine contigo, pero... con los críos, tampoco puedo, ni irme
tres días por ahí, pues no te... yo qué sé... ¿no? Y... y entonces, mi salida fue el trabajo,
Paola. Empecé a... pues a c...como era sociable, y bueno, dentro de lo que cabía, pues un
poc... era alegre... y pues empecé a quedar con amigas del... con mis compañeras para ir al
cine... para... a tomar un café... (E14)
275
Violencia de género en la pareja y exclusión social
quedaba con… nada. Y así que he pedido, con… comida, de la parroquia de Burlada... y,
así, he aguantado. (E6)
Se los dejas al comedor y te ahorras viajes, y encima es eso: que sabes que encima van a
estar comidos. Todo el mes. Porque las cenas ya es distinto, pero por lo menos, comer...
pero vamos... a veces te dan ganas de... de darte cabezazos contra la pared, otra vez del
puente abajo, pero... bueno, te dan bajones y… dices: "bueno, mañana será otro día, va".
Pero, muchas veces, acabo con dolores de cabeza de tan… es que... es tanto que... ¿no?
tantas cosas que al final... luego, claro, si te ves sola, no tienes apoyo de nada, lo que sea,
no tienes alguien con decir: "oye, pues déjame 50 €, y cuando cobre, te los doy". Es que...
es que ni a eso, ¿no? Entonces, son tantas cosas, tantos... cuando estoy sola, claro, porque
con los críos estás pum pum pum. Quieres pensar tanto a la vez, que acabo con un dolor, de
cabeza, que... hasta pincharme, ¡eh! Venía al centro de salud, y tenían que pincharme para
el dolor. (E12)
Él me cogía todo el dinero, no tenía dinero, aparte... y… me dejó sin dinero... con la hija…
sin dinero para pagar... alquiler (…) él se... se ha alquilado un piso sólo. Para poder coger la
custodia de la hija y… vengarse conmigo (…)
Y al final, ¿el juicio por la custodia?
Hemos llegado a un… acuerdo. Yo, estuvo de acuerdo para… dar a él la custodia, porque
pensaba cómo él tiene... trabajo fijo… mhm… va a ser mejor para la niña. Va a tener... no
va a compartir piso, con otras personas... y, la hija le… le ama, le ama mucho, y estaba muy
a gusto con él. Pero, me he… equivocado (silencio). (E6)
La pérdida de la custodia, por su parte, también tiene profundas recaídas a nivel de salud
emocional:
Ha sido muy duro para mí. La hija con él, yo he sufri… yo… yo he tenido muchas noches,
que, no he podido, dormir... mucha ansiedad... (E6)
Hemos observado que múltiples factores contribuyen a minar la salud de las mujeres.
Otro elemento que, tal y como evidencia la literatura, también puede contribuir a ello, es el
276
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
abuso de alcohol u otras drogas (Coullaut-Valera et al. 2011). Los relatos de las mujeres
entrevistadas lo corroboran:
Finalmente, no podemos olvidar que también existe una relación entre la esfera sanitaria
y el ámbito relacional (Jewkes 2002; Nicolson 2010; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007). Las
dificultades en el ámbito de la salud –sobre todo emocional–, de hecho, contribuyen a
agravar el aislamiento en el que muchas mujeres se ven inmersas:
Tardé mucho tiempo en... rehacer mi vida y... y empezar a salir un poco y tal. Porque me
creía, o sea, una mierda. Yo no me valoraba nada. (E14)
A lo largo de este apartado hemos visto que las secuelas que la violencia tiene en las
distintas dimensiones de la exclusión se relacionan entre sí y se retroalimentan. Observamos
ahora que los efectos de esta interrelación se amplifican ulteriormente en presencia de
dificultades preexistentes. Éstas, de hecho, también interaccionan con las secuelas de la
violencia y también contribuyen a amplificar los efectos de los malos tratos. Es éste, por
ejemplo, el caso de Elena, cuyas dificultades en ámbito laboral se deben tanto a la ausencia
de experiencia –fruto indirecto de la violencia– como a la falta de estudios –elemento de
vulnerabilidad preexistente–:
No tengo carrera, no tengo estudios (lo dice llorando), enseguida empecé a tener hijos, y
¿qué experiencia… qué experiencia puedo tener yo cara a un trabajo? ¿Qué experiencia
puedo tener? No tengo salidas de trabajo. No la tengo. (E5)
Y una noche ya, harta también, ya decidí. A casa de una amiga me fui... ya me fui, pues…
yo le conté a la asistenta, pero allí… antes las asistentas no era como ahora... En mi caso,
no… ni se creían… porque claro, se pensaban que era rico. Tenía un taller. Mucho...
muchos clientes... hacía coches antiguos... pues no… no se creían... no me daban nada.
¿Entiendes? No investigaron, nada. Yo… yo les decía que investigaran, no había las ayudas
que hay ahora... y me vi tirada (…) me fui a casa de una amiga, pensando que era amiga,
bueno... (…) Eee… bueno, yo me quedé allí, porque, no tenía a dónde ir. Yo hice caso,
perdí el derecho al piso de alquiler... él, tenía todo a nombre de los padres, que no me
dieron nada... Él no tenía nada a su nombre, ni siquiera una libreta, para… de los dos…
teníamos... todo a nombre de los padres, siempre... entonces, claro, al separarme, me quedó
en la calle, sin trabajo, y con mis hijos... voy a una abogada de oficio... esto a la semana o
así, me quita él al hijo por la calle. Voy a reclamar, y me dice la abogada de oficio, que me
277
Violencia de género en la pareja y exclusión social
aguante. Que tengo que esperar hasta el juicio... y ya no pude ver a mi hijo... vino en... a esa
casa de mi amiga, en tres ocasiones pa´ querer pegarme... (…) Entonces se llevó al hijo, y...
yo aguantando, yo peleando con la abogada, porque me decía que me aguantara, que tenía
que esperar al juicio, que tal... al final, ee… mi hija, tenía ya 12 años, entonces claro, yo
veí… mi hijo lloraba mucho, tenía hucha, de estar las 24 horas conmigo a no estar... y
encima sin su hermana... pues decidimos y… mi hija se fue por… por su hermano, a… con
el padre. Al final me quedé sola. Tan mal lo pasé, que me quedé en la calle... (…) Estuve
dos años y pico en la calle. Luego estuve, a esperar el juicio, cuando le dieron, de… la
abogada me dijo, que pa´ que me llamaran a declarar… yo veía a mis hijos, lloraba
mucho... no me dejaban ni verlos. Ee… pues me dijeron que retirara las denuncias, tenía
casi 40. Y yo, no entendía de leyes, le hice caso, la retiro. Perdí todos los derechos. (…)
Cuando, allí, firmé mi sentencia, me quitaron la guardia y custodia y todo. Sí... (…) mi
familia, pues como que... no me apoyó... (…) Y yo me quedé en la calle... sin familia... no
me entraba en la cabeza que mi familia me dejeran de lao... dejaran de lao... le dio la... la
razón a él... (E7)
215Aunque este último elemento será analizado con detalle en el próximo apartado, queremos señalar desde ya que tales
carencias institucionales remiten, por lo menos en parte, a un completo desconocimiento de las dinámicas de la violencia por
parte de las profesionales y, más en general, a la ausencia de perspectiva de género en la intervención (Cubells, Albertín y
Calsamiglia 2010)
278
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
es algo infrecuente, al contrario, los casos donde la separación no solamente no pone fin a la
violencia, sino que llega incluso a recrudecerla son muy numerosos. Uno de ellos es el de
Cristina, que relata:
Lo peor fue cuando pedí la separación. Esas cosas pasaban muy a menudo, lo de…
vejaciones, ya empezaba a meterse conmigo, hablarme mal… pero cuando le pedí la
separación, fue peor. Fue cuando empezó ya la violencia de género, digamos, más dura,
¿no? (…) dije: “bueno, ya se le irá pasando, ya… ya se le… con la… con la distancia de la
separación, ya irá…irá entrando en vereda él…”. Pero fue todo lo contrario… (E13)
Cuando él está calmado, yo es cuando estoy bien. Entonces... igual es por esto, no sé...
igual si hablo ahora está contigo, y resulta que a la tarde (imita un grito, una pelea) entonces
igual dices: "ostras". Y te cambia otra vez. Pero, si que es duro, estar cada dos por tres y
mensajes y insultos y "mala madre" y de todo. Bum bum bum, o sea... te cansa. Te cansa.
(E12)
Ya... empecé... empecé, pues eso, a ir al... a seguir yendo al pueblo cuando podía... con el
crío... y entonces allí, pues, nos lo pasábamos bien, porque hacíamos cenas con los críos, y
todo, allí en la peña y... y bueno, pues joder, poco a poco... veía que no me... que no me iba
tan mal. Pero luego me llegaba... o me llamaba el abogado… pf… o me llegaba otra carta
de... del Juzgado... ¿sabes? De otra vez, que me había denunciado por lo que sea, o que me
había demandado… pf… y... otra vez me volvía a venir abajo… (E14)
Blanca es aún más explícita y llega a afirmar que el hecho de que la violencia no haya
terminado (aunque ahora no la ejerza directamente el que fue su pareja, sino la familia de
él) es precisamente lo que le ha impedido avanzar y tener una vida normalizada:
Tampoco he podido tener una… facilidad… de… para emp… hacer una vida normal como
las de… demás mujeres, porque la familia de él, me ha denunciado, me ha querido quitar
mis hijos, ha sido una pelea constante hasta ahora mismo. (E2)
279
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Trabajando pues siempre he tenido gente, también pendiente encima mía, que si…
exigiendo mucho, y... a ver, me siento… yo me he sentido maltratada por toos lao... A ver,
pegarme no me han pegado en el trabajo, ¿no?, pero, sí, yo que sé… chillarte, o hacerte
sentir, como que… no vales... yo… aparte de que yo ya lo traía arrastrado de mi casa, ¿no?
Pues allí también se puntuaba un poco, ¿no? (E5)
Sí, yo me volví, de Portugal. Yo sabía que... que eso cada vez iba a peor, y yo no sé, por
qué, ni por qué no, pues… decidí, venirme pa´ Pamplona. Lo convencí, que no sé como la
verdad, ni… ni me acuerdo como lo he podido convencer, pa´ venirme a Pamplona, que yo
aquí tenía yo la espalda bien cubierta. A ver que… los municipales de aquí, no me quejo de
ninguno, pero que nadie, municipales forales, de ninguno (…) Yo, principalmente, tanto
asistentas como eso, me han puesto todos los medios, to´… to´… a mi alcance. La verdad,
es que no me puedo quejar (…) Ahora tengo mi trabajo, eso sí que trabajo como una negra,
eso sí es verdad, porque trabajo de lunes a lunes, pero bueno... (…)
Y, ¿cómo encontraste este trabajo?
Pues, gracias a la asistenta. Yo te digo, no me han dejao, un segundo. (E4)
280
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
La chica de Servicios Sociales del ayuntamiento, que también me ayudó un montón, porque
sa… siempre que había un trabajo, de... me llamaban también (…) yo los Servicios Sociales
he tenido mucha suerte, también te lo digo, ¿no? Yo en Estella, tuve mucha suerte con los
Servicios Sociales, me ayudaron mucho, a salir adelante, me han tenido que meter caña
cuando me han tenido que meter caña… y tal, ¿no? (E13)
Porque yo me quedé, sin dinero, sin ayu… no tenía ayudas en Logroño, lo único que tenía
era… la guardería, y fuera yo no tenía donde vivir. Vivía en una habitación porque allí no
tenía las posibilidades, de una… vivienda protegida (silencio) No tenía pensión, mi si… mi
hijo no quedó con... la… con orfandad, ni nada de ello, o sea que no… mmh… no he…
dependía de lo que yo... pudiera trabajar. Y ya fue cuando me vine aquí, entonces a través
del… me dio el… por medio del trabajador social, y ya fue… fue haciendo como una
cadena, porque ya me llevaron al centro de la mujer, a la psicóloga, y ya allí empezaron,
pues, a moverse, a ayudarme, y ya fue un equipo, de profesionales, que entró, y hasta…
les… tuvieron que estar en el juzgado, como testigos, porque era lo único que yo tenía,
porque yo no tenía a nadie más, en el juicio sólo eran… los testigos eran los profesionales y
yo sola, mientras que, en el otro lado del… del juzgado, se veía toda la familia al completo,
de ellos... (E2)
Salió sentencia compartida, un año cada uno en el piso, no tenía obligación de llevarse al
crío si no podía... bueno... un caos. Y eso, y un año cada uno en el piso. Y... total que nada,
al año o así yo... claro, él no se llevaba al crío, no me pasaba un duro... entonces yo,
presenté todo eso en el Juzgado, llevé un informe del médico, del pediatra, del dentista,
del... director del colegio, del comedor, donde ponía que yo me hacía cargo de todo, que la
dentista no conocía a su padre, que la pediatra... no conocía a su padre... bueno, a pesar de
todo eso, la sentencia salió que (…) que el padre tenía buena voluntad, de llevarse al crío y
281
Violencia de género en la pareja y exclusión social
de que... esto, y entonces... salió a su favor (…) es cuestión de días ya que tenga que
abandonarla (…)
La idea, ¿no es que vayáis turnando el piso, para que el crío esté allí siempre?
Claro, esa es la idea, pero claro, él... no se lleva al crío. Se lo lleva martes y jueves, de seis a
nueve, un ratito, y algún fin de semana. Entonces... no. De hecho, está... o sea, yo lo
demostré ante el juez, que él no... no estaba cumpliendo la compartida, (…) Se lleva al crío,
cuando le da la gana, o sea... veces, así de veces de... mandarme un whatsapp... tener que
recoger al crío a las seis, mandarme un whatsapp a las cinco de la tarde: "que hoy no voy a
por el crío". Entonces, bueno, yo, pues si est… si estaba trabajando, buscarme la vida,
amiga, mi padre, mi hermana... "por favor, ir a por el crío", ¿sabes? Nunca... bueno, pues ya
está. He pasado por todo, le he consentido todo, llegó un momento que dije: "bueno, ¿ahora
encima me tengo que ir de mi casa, con mi hijo?" Porque claro, ¡no es que tenga que
abandonarla yo! Y... y... y coge el juzg… la jueza y le da la razón, de que no me lo creo,
Paola. (E14)
En suma, una ley pensada para garantizar el bienestar del menor se aplica de manera tal
que revierte en victimización secundaria, tanto para la mujer como para su hijo. En la
actualidad, de hecho, ambos enfrentan un claro riesgo de experimentar exclusión habitativa.
Si además se considera que, en el momento de la entrevista, la mujer se halla en paro y el
padre no está pagando la pensión que le corresponde para la manutención del hijo, pueden
vislumbrarse también los posibles efectos de la acumulación e interrelación de dificultades
en distintas esferas (in primis residencial y económica).
Otro caso especialmente sangrante es el de Gabriela, una mujer con dos criaturas que,
cuando decide alejarse de su pareja, acude a los Servicios Sociales, donde se le deniega
cualquier apoyo, en la convicción de que –como su pareja tenía un negocio exitoso– ella
también tendría una situación económica desahogada:
En mi caso, no… ni se creían… porque claro, se pensaban que era rico. Tenía un taller.
Mucho... muchos clientes... hacía coches antiguos... pues no… no se creían... no me daban
nada. ¿Entiendes? No investigaron, nada. (E7)
282
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
hemorragia interna. Los parientes decidieron, por tanto, llevarla al hospital; allí, los médicos
pudieron reconocer perfectamente el origen de estas lesiones, pero no interpusieron ninguna
denuncia, actitud que –en nuestra opinión– difícilmente habrían tenido si la chica de 14
años no hubiese sido de etnia gitana:
Racismo. Puro y duro (…) Tengo la doble nacionalidad. Tengo nacionalidad española, y
tengo nacionalidad venezolana. Pero desde recién nacida, ¡eh! Doble nacionalidad. Sí. Pero
según para qué gremio, o sea, para pagar impuestos esto y tal, soy una ciudadana más, una
española, ¿vale? Pero para cosas, ya... de abogados, y cosas de estas... una sudamericana
más, aquí en... se dice que no hay racismo, pero lo hay. Y mucho. (E8)
Para finalizar, queremos evidenciar que la ausencia de una acción institucional adecuada,
aunque puede tener consecuencias negativas para todas las mujeres, no será igualmente
dañina para todas ellas. No todas las mujeres, de hecho, se hallan en la misma situación,
sino que viven realidades diferentes y tienen, por lo tanto, necesidades también diferentes
(Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b). Aplicado a nuestro análisis, esto significa que, en
situaciones de exclusión, donde la disponibilidad de recursos alternativos es menor, una
experiencia de victimización secundaria será incluso más perjudicial que en otros contextos.
La ausencia de una acción institucional adecuada es, por lo tanto, socialmente regresiva.
no había las ayudas que hay ahora... y me vi tirada (…) entonces, no había, te digo, esta vez
había... y me ayudaron. Esta vez me ayudaron. Me dieron, una renta básica, que no había
cobrado yo nunca... (…) Me apoyaron mucho, psicológicamente, económicamente... fue
tremendo, la Mirenjo... una gran mujer... me dio mucho… ayuda... muchos ánimos... me
dio… una ayuda para lo… comprar colchones. (E7)
En este caso, entonces, se registra una clara mejora con respecto a la década anterior;
mejora que no se registraba –no, por lo menos, de forma tan rotunda– en el caso de la
acción institucional globalmente considerada. Avanzamos la hipótesis de que esto es así
porque, cuando se trata de introducir nuevos recursos y prestaciones, los cambios
283
Violencia de género en la pareja y exclusión social
normativos pueden fácilmente tener una eficacia inmediata; cuando se trata de modificar la
acción de las instituciones en sentido más amplio, por el contrario, el cambio es más costoso
y las resistencias mayores (se requiere un cambio de mentalidad, cambio que no tiene lugar
inmediatamente, sino que precisa de tiempo, formación en género y violencia de género, un
contexto político propicio, etc.). Esta hipótesis, por otra parte, concuerda con la apreciación
de Cubells, Calsamiglia y Albertín (2010a), según la cual los mayores déficits en la acción
pública en tema de violencia de género no se derivan tanto de carencias en la Ley (que tiene
perspectiva de género), como de limitaciones en el nivel de los actores (que, en su mayoría,
todavía carecen de esta perspectiva).
El hecho de que a nivel de prestaciones sí haya habido unos avances significativos, sin
embargo, no implica que el panorama actual sea totalmente satisfactorio; muy al contrario,
el margen de mejora sigue siendo amplio. En algunos casos, por ejemplo, se han creado
recursos muy interesantes –es éste, por ejemplo, el caso del Servicio de Atención Integral a
Mujeres y sus hijos/as en Dificultad Social y/o Problemática de Género 218 – pero cuya
duración es, en opinión de las usuarias, insuficiente:
Pues nada, ya… una de… Mirenjo, me había ofrecido: "a ver, Elena, tenemos un programa
en el que puedes entrar tú y tu hija… eeh… tenéis que ciertos requisitos pero que tampoco,
son… incumplibles, ni nada, pero eso, te… ir… vivir en un piso, en el que no pagábamos
en nada, ¿no? Eee… tenías en la obligación, de ahorrar, de donde… eso sí, tenías que
ahorrar (…) Mi hija ha estado viviendo conmigo… eeh… aquí, en el piso. Luego, del piso,
pues nos tuvimos que ir. Nos tuvimos que ir, pues… no sé... tampoco, el motivo exacto, yo
para mí no estaba preparada para salir... porque no estaba preparada para salir del pr… de…
de interna. Se les llama internas cuando vives en el piso. No me veía preparada para salir,
pero, bueno… salí. Mi hija y yo, busqué una habitación, y… he estado viviendo, en una
habitación, desde… tres o cuatro meses. (E5)
Entonces lo primero que hice fue… empadronarme, me… me… me empadroné en casa de
mi abuela, que luego tampoco tuve acceso a ayuda de ninguna clase, económica, porque
como me empadroné en casa de mi abuela, mi abuela cobraba su paga, ¿entiendes? A mí mi
abuela no me daba nada, esa es otra cosa, ¡eh! (E5)
218El Servicio de Atención Integral a Mujeres y sus hijos/as en Dificultad Social y/o Problemática de Género depende del Servicio
de Atención a la Mujer del Ayuntamiento de Pamplona. Su objetivo general es asegurar una atención integral, intensa y
especializada a las madres y gestantes en situación de dificultad social. La atención se realiza a través de un equipo
multidisciplinar formado por una trabajadora social, seis educadoras sociales y una psicóloga. Los recursos que se ofrecen son
de alojamiento y/o apoyatura, acompañamiento e intervención integral que permita a las mujeres atendidas llevar a cabo un
proceso de incorporación social (Cooperativa de Iniciativa Social Kamira).
284
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Allí está. El segundo dilema: que estando con mis padres… eee… por el sistema, ¿no?,
pocas ayudas... (E8)
Resumiendo, pese a los avances de los últimos años, las carencias siguen siendo
significativas. Esto último resulta especialmente preocupante porque, como ya se ha
apuntado en referencia al conjunto de la acción institucional, se trata de carencias que
afectan principalmente a mujeres pertenecientes a las capas más bajas de la sociedad y que
son, por lo tanto, socialmente regresivas.
Para finalizar, queremos destacar que la previsión de prestaciones y recursos de calidad
resulta especialmente necesaria en la situación actual, en el que el contexto
macroeconómico es adverso.
La mención de este contexto, sin embargo, no debe inducirnos a olvidar la importancia
de recursos que vayan más allá de lo estrictamente económico. Si la exclusión social es un
fenómeno multidimensional, de hecho, una intervención de calidad no podrá limitarse a
incidir en una única esfera, sino que deberá tender a abarcarlas todas219.
219Esto significa, por ejemplo, que si una de las esferas más perjudicadas es la relacional, entonces resultarán especialmente
útiles y necesarios todos aquellos recursos, dispositivos e intervenciones que permitan incidir en esta esfera, favoreciendo el
potenciamiento de las redes sociales de la mujer. A su vez, esto implica que es especialmente acuciante potenciar e impulsar
intervenciones de carácter grupal. Estas intervenciones, sin embargo, tal y como escribe Aretio (2015) y corroboran los relatos
de las mujeres supervivientes, hasta la actualidad apenas se han llevado a cabo.
285
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Yo cobraba 500 y algo. Y yo... y yo con eso he pasado, si no llega a ser con la ayuda de mis
padres... (…) Mis padres vi... vinieron a vivir... ¡es que si no llega a ser por ellos...! Mis
padres vinieron a vivir, o sea... cuando yo ya salió la sentencia, y nos dijeron: "pues tal día
ya podéis volver a casa, porque él la abandona", pues nos fuimos los cuatro. Claro, te estoy
hablando de que allí habían pasado casi un año, ¡eh! Ahí, Paola, empecé a vivir. Cuando
nos fuimos los cuatro a casa, jo…, empecé a ser feliz. Éramos una familia. Bueno, mi hijo,
imagínate: había borraja pa’ comer, mi madre... le hacía patatas fritas. La movida de los
cuatros comiendo... (lo dice con alegría, recordando algo bonito) Pero íbamos a todos lados
juntos... tenía yo igual una semana en Eroski, porque se me acababa el contrato, imagínate,
pues nos íbamos los cuatro al pueblo... o sea, todo los cuatro (…) Y, bueno, pues, ha sido...
mis padres... yo no compraba nada de comida, Paola, nada. O sea, él... mi p… la comida,
todo, lo... mi padre se encargaba de todo. Y bueno... y luego el… el que llegaba a casa a la
una, tenía el plato ya en la mesa... Esa época, para mí, pues cuando empecé a... a ver que...
que... que salía adelante, y que… joder… éramos muy felices. Esa época fue muy buena.
(E14)
Para mí, fue un palo muy gordo el... el volver a casa de mis padres. El... tonterías como
el… poner la lavadora. O... ver la tele, o... Claro, yo me había pegado 18 años fuera de esa
casa, entonces... (…) porque claro, cuando... vives en tu casa, pues ti… haces... un poco,
entre comillas, lo que tú ves, entonces cuando… lle… vuelves a casa de tus padres, pues...
te tienes que amoldar un poquito a… ¿no?, a… a ellos. Y sí que me costó. No voy a
mentir... (…) Y más cuando al principio mis padres no estaban de acuerdo. Entonces
bueno, pues... era una situación un poco... tirante y… buah, mis padres, es que yo anduviera
con juicios y… es que les quedaba muy grande. (E14)
Mi familia no me ha ayudado, tampoco (…) Mis hijos si han tenido sí (…) Y me han dicho,
pero ellos necesitan. El que tiene 32 años se está pagando el piso. (E16)
En los que respecta a los recursos emocionales, por otra parte, resulta emblemática la
historia de Elena. Su madre, de hecho (que también ha tenido una historia vital muy dura y
también experimentó violencia de género), no solamente no logra ayudarla, sino que
286
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
termina por dañarla ulteriormente, tanto que Elena finalmente acaba solicitando a la
trabajadora social una solución alternativa, que le permita vivir de forma autónoma:
Pero… y… eeh… estuve viviendo unos meses en casa de mi madre, otros meses en casa de
mi hermana, claro, luego ya la situación con mi madre empeoró. Empeoró la relación,
¿sabes?, porque ella (…) sin darse cuenta, me ha estado machacando… no ha estado
machacando. Entonces, pues nada, ya vine a Mirenjo, "Mirenjo, por favor, que yo no sé qué
hacer, porque, mira, yo no puedo estar en casa de mi madre, porque mi madre, es que,
emocionalmente, sin darse cuenta me está hundiendo (…) Que, bueno, mi madre es que,
también… tampoco a... anda... muy bien de... te digo yo, de los nervios, entonces... pues
tampoco razona en condiciones. (E5)
El análisis efectuado, en suma, evidencia que –si bien el apoyo de la familia puede ser de
gran valor– no se trata de un recurso exento de inconvenientes ni que siempre está
disponible. Muchas mujeres, de hecho, como ya evidenciaban investigaciones anteriores (ej.
Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010b) y confirman los relatos de las mujeres
supervivientes entrevistadas, no pueden contar con ello, sea porque su familia vive lejos
(caso especialmente frecuente entre mujeres migradas); sea porque las culpa de la
separación; sea porque, aun queriendo, no dispone de las herramientas necesarias para ser
realmente de ayuda220. Esto, por otra parte, significa que las instituciones no pueden contar
con ese apoyo, no pueden suponer que existe, sino que deben poner los medios para
garantizar un sostén y un acompañamiento profesional. De lo contrario, se crea una
situación que, nuevamente, discrimina negativamente a las más vulnerables entre las
mujeres.
Gracias a Dios, que yo... cuando me lo... cuando me casé, hice separación de bienes. (…)
La casa la compré yo, con separación de bienes y tal... por lo menos, ¿no? (E9)
Yo siempre estaba… decía… bueno… cuando sean un poco mayores, y... yo con una
segunda intención, compré un piso de segunda mano, no le dije pero le dije: "ay, es buena
época, están baratos, así, luego, lo…”. No teníamos dinero ¿eh? No tenía dinero ni pa´ la
fianza, pero le engañé, a la… a la inmobiliaria, le dije: "es que tenemos un dinero invertido,
yo te daré, cuando es que no lo quiero sacar todavía, porque pierdo los intereses", bueno... y
era mentira, era que yo quería meterme porque yo quería salir de allí, y entonces es el piso
donde yo vivo ahora. (E3)
El hecho de no disponer de una vivienda propia, por el contrario, implica que, con la
ruptura, las mujeres podrán verse privadas de un importante factor de integración, lo cual
facilita que la separación pueda acompañarse de rutas descendentes hacia la exclusión. Para
un análisis más detallado de estas cuestiones, por otra parte, se remite al apartado que se
ocupa específicamente de las consecuencias de la violencia en términos de vivienda.
220 Para un análisis más detallado de estos elementos véase apartado 9.2.2.3.1.
287
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Yo tengo casa en Pamplona, pero… no me dejaron ir allí, porque decían que igual, él, venía
un día y me pegaba, me insultaba, algo. Entonces estuve seis meses, con mis hijos, en casa
de mi madre, viviendo, en casa, comiendo, durmiendo, seis meses. (…) estuve con
psicólogos, durante dos años, y eso, pues bueno… me ayudó a remontar…
psicológicamente, pues (no se entiende) y todo bien. Pero eso, ha sido, con ayuda
psicológica, ayuda de mi familia, mis amigas… (E1)
Yo estudié derecho, y… ehm… bueno… como me pasó… todo este tema, pues, decidí
abrir una asociación de mujeres maltratadas, pues porque, cuando yo me… me divorcié, por
el tema éste de los malos tratos, en La Rioja no había ninguna asociación ni nada. (E1)
288
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
Yo, me siento muy bien, estoy en una relación estable de un año… no, este año cumplo dos
años de… de relación en pareja. Que… me apoya también, me apoyó… mucho con la
hija... estoy estudiando, también. Estoy trabajando con… por horas... hago algunos trabajos
de… con limpieza... y... estoy bien. Estoy bien. Muy tranquila, muy... feliz, muy... estoy
feliz, me sé tomar yo mis decisiones de… qué hago con mi vida, no dependo que alguien...
me siento bien (…) no pienso en casarme, no sé, no... no pienso en casarme otra vez, o...
me da miedo (se ríe). Que no… no quiero pasar otra vez por... por que he pasado. Soy...
mhm... tengo mucha precaución, cuando conozco... un hombre, es... me informo, mas,
sobre él. Estoy buscando más informaciones, sobre las… las personas, antes de...
implicarme (…) hago… estoy en una programa de... de... fundación Eisol, de ayuntamiento
de… de Pamplona. Para hacer un curso de… competencias en... búsqueda activa de
empleo. Y por la mañana, estoy… en este curso, de 9:30 hasta las 12, y, luego, en
Cuatrovientos, de 5:30 a... 8:30 (…) es un... centro de formación profesional ciclo superior
(…) yo, quería... prepararme en mi… en mi especialidad (…) un ciclo de formación
profesional ciclo superior, de administración y finanzas. (E6)
En su caso, en suma, una vez eliminado el principal factor generador de exclusión –la
violencia– la recuperación ha sido relativamente sencilla.
Claramente diferente, por el contrario, es la historia de Sheila, en cuyo caso la exclusión
no es un producto de la violencia ni tampoco algo coyuntural, sino algo preexistente y
enquistado. La situación de exclusión de Sheila, de hecho, se remonta a su infancia,
marcada por un padre drogodependiente que, además, abandonó a la familia cuando ella aún
era una niña:
289
Violencia de género en la pareja y exclusión social
A todo esto deben añadirse los abusos sexuales que, a la edad de siete años, esta mujer
sufrió por parte del tío paterno:
Bueno, yo... el recuerdo primero que tengo de la infancia, es… es, bueno, yo estuve... yo
vivía con mis padres, y... y nos concedieron un piso nuevo, y para esperar a que nos lo
darían (…) tuvimos que ir un año a vivir a... a casa de una hermana de mi padre. Y... su
marido, durante el año entero, pues abusó de mí y... con siete años... y es de las primeras
cosas que recuerdo, que tengo más... más presente. (…) Porque yo achaco todo lo malo
que... que me ha ido pasando, siempre lo achaco a eso, ¿sabes? (…)
Y en ese momento, nadie se dio cuenta, ¿no?
Ts ts. No. No. Y eso que estaban en casa, ¡eh! Estaban en casa. (…) Con 14 años lo conté
(…) yo pensaba que mi padre lo iba a matar (…) pero ahora el otro día me enteré de que se
iba a comer por ahí con él y... es muy fuerte. Ya he dejado la relación con mi padre... que
haga lo que quiera... (E15)
Empecé a drogarme con 13 o 14 años... siempre discutiendo con mi madre... siempre, buah,
mal. Mal. Siempre de fiesta, siempre... no quería más que estar con mis amigos, en la calle
(…) empecé a juntarme con… con gente que... pues que no me convenía y… mi padre, no
estaba en casa, ¿sabes? Hacía lo que me daba la gana… pff… y... y mal. Y me escapaba de
casa, o… y me volvía a escapar… estuve, con 14 años o así, estuve en el COA ¿sabes qué
es el COA? Pues en el COA estuve, tres meses. Sí. Me cogieron a las 3:30 de la mañana,
ocho nacionales, con… iba yo de coca hasta arriba, pff… me llevaron pa’allí… buah… (…)
Yo dejé de estudiar… pues después del COA. Fue poco después. Me metí a hacer un PIF de
cocina… y cuando me enteré que podía firmar y pirarme… me costó 5 minutos… (E15)
Volví a casa. Volví a casa con mi madre, estuve… seis meses o así, poco más y me fui de
casa (…) Con este chico (…) tenía 15 años o así... y... 15 años. Yo estuve con él hasta los
19, casi 20. Y lo tuve a los 17. Pues eso, vivíamos solos… (…) Yo me fui de casa con 16
años (…) Me fui a su casa, a casa de su madre, y de allí... antes de que me quedara
embarazada y todo nos cogemos un piso y... y luego, pues me quedé embarazada. (E15)
En la edad adulta, sigue teniendo problemas con las drogas, llegando incluso a
venderlas:
He dejado, he vuelto, He dejado, he vuelto (…) Antes de entrar aquí. Yo llevaba un año
consumiendo, y… y pasando y… vivía sola, con mis hijos, los dos. Vivía sola con los dos
y… no tenía casi dinero, y un “amigo” me propuso: “venga, que yo te dejo speed, pa’
que… y así te haces algo de dinero…”. ¡Joder te haces algo de dinero! Pff… los bolsillos
lleno llevaba. Pero todo el día drogándome. Todo el día drogándome. (E15)
223El Centro de Observación y Acogida es un recurso para la observación y la valoración de niños y niñas de entre 6 y 14 años
en situación de desprotección. Es un recurso de protección temporal que hace las funciones de hogar de acogida para
menores que provienen de situaciones de desprotección, abandono, malos tratos o desamparo. Está previsto para dar una
respuesta urgente e inmediata a niños y niñas y adolescentes que, debido a su situación personal y socio-familiar, precisan
una intervención de carácter urgente (Fundación Xilema).
290
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
224 Considérese, por ejemplo, que, hasta donde conocemos, los recursos residenciales para mujeres en situación de violencia de
género no admiten a mujeres con consumos activos, mientras que los centros de desintoxicación no suelen abordar la
problemática de la violencia ni tienen conocimientos sobre ello.
225 También en su caso, de hecho, adicciones y enfermedades mentales son factores de riesgo, aunque no de victimización sino
de agresión.
291
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Sería éste, por ejemplo, el caso de Manuela: como se recordará, esta mujer se queda
embarazada con 16 años y se muda a vivir con su novio precisamente porque quiere huir de
su casa y ésta es la única estrategia que conoce para hacerlo (algo que refleja claramente
una posición de clase determinada). A raíz de esta decisión, sin embargo, ella también acaba
experimentando violencia; y, para poder rehacer su vida, se ve obligada a huir, emigrando a
un país extranjero, donde no tiene ni familia, ni amistades, empleo ni vivienda (es decir,
donde se encuentra en una situación de exclusión muy clara y mucho más intensa que la que
experimentaba en su lugar de origen).
O piénsese también en la historia de Elena, que también se queda embarazada para huir
de la violencia que hay en su familia de origen (una estrategia que, como hemos visto, tiene
un componente de clase muy claro), y que, a raíz de esta elección, también termina
experimentando una situación de exclusión mucho más severa que la de origen (su pareja le
impide trabajar, apenas le da dinero suficiente para alimentarse, no le permite tener ningún
tipo de relaciones sociales, etc.).
Análogo es también el caso de Sheila: esta joven, de hecho, proviene de un hogar en
situación de clara exclusión, y esto es un elemento esencial para poder comprender cómo
ella vivencia sus relaciones sentimentales, qué varones elige y cómo termina
experimentando violencia a mano de ellos. En sentido contrario, sin embargo, no podemos
olvidar que precisamente una de estas parejas es quién la obliga a dejar su casa y su ciudad,
a mudarse a vivir en una chabola, donde pasa “frío y hambre” (E15), a cometer actividades
delictivas, etc. En otras palabras, también aquí la violencia vivida redunda en una ulterior
intensificación de la situación de exclusión.
Emblemático, finalmente, es el caso de Gabriela. Esta mujer, de hecho, al igual que
tantas otras, inicia una relación sentimental sin meditarlo adecuadamente, simplemente
porque es la única estrategia que conoce para huir del hogar paterno (algo que, como hemos
aclarado en repetidas ocasiones, es característico de clases bajas, donde es más difícil
292
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
vislumbrar caminos alternativos). Esta decisión la acaba exponiendo a una violencia muy
intensa, de la que decide huir terminando, sin embargo (y por un conjunto de circunstancia
que ya se han analizado) en una situación de exclusión extrema (sinhogarismo).
Precisamente esta situación y el desamparo que se le acompaña, finalmente, la acaban
exponiendo a más violencia, en un círculo que se retroalimenta. En otras palabras, la
situación de exclusión preexistente es un factor de riesgo violencia, pero luego esta
violencia contribuye a una intensificación muy clara de la situación de exclusión vivida, y
esto vuelve a exponerla a más violencia.
Recapitulando, a lo largo de este capítulo se han identificado dos itinerarios claramente
diferenciados, donde la exclusión era respectivamente elemento desencadenante o producto
de la violencia. Ésta, sin embargo, debe entenderse como una decisión estratégica, necesaria
para visibilizar los itinerarios subyacentes pero en absoluto un reflejo fiel de la realidad, que
es mucho más compleja.
293
10.5 Conclusiones
En el capítulo anterior hemos demostrado que el hecho de hallarse en situación de
vulnerabilidad o exclusión social y el hecho de experimentar violencia de género están
interrelacionados. Una vez demostrada la existencia de tal relación, en este capítulo hemos
avanzado con el análisis intentando comprender cómo ésta se articula y qué dinámicas la
caracterizan.
Nuestra hipótesis de partida era que la mayor incidencia de violencia de género en
situaciones de exclusión social puede ser el resultado de dos procesos diferentes y
complementarios, en los que la exclusión puede ser tanto un detonante como un producto de
la violencia. A partir del análisis efectuado, podemos concluir que la hipótesis se confirma.
Más concretamente, en lo que concierne al primer recorrido, el estudio efectuado ha
permitido identificar tanto factores que condicionan el proceso de selección de pareja como
elementos que inciden en el desencadenamiento de violencia de género en el marco de una
pareja ya existente. Los primeros resultan especialmente relevantes, ya que se trata de
elementos casi totalmente ignorados por la literatura que se ocupa de violencia de género.
Entre ellos, cabe destacar, ante todo, la homogamia, es decir, la tendencia de mujeres y
hombres a formar pareja con personas cercanas desde un punto de vista socioeconómico
(Samper y Mayoral 1998; Rodríguez 2012; Uunk, Ganzeboon y Robert 1996). Aunque un
estudio detallado en este sentido excede los objetivos de la presente investigación y deberá
ser examinado en nuevos estudios, resulta, sin embargo, interesante destacar que, en
contextos de exclusión, es más fácil que los hombres provengan de entornos “conflictivos”
y que esto favorece el uso de la violencia por su parte, incluida aquella que se ejerce por
razones de género.
Un segundo elemento que condiciona el proceso de selección de pareja es la existencia,
en contextos de exclusión, de un modelo de masculinidad con especificidades propias y que
incrementa el riesgo de violencia de género. Se trata de un hallazgo que se ve respaldado
por estudios anteriores sobre masculinidades (ej. De Kaseredy y Schwartz 2005;
Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012; Hampton, Oliver y Margarian 2003; Jewkes 2002;
Kiss et al. 2012; Messerschmidt 1993; Peralta, Tuttle e Steele 2010; Smith 1990; Strier et
al. 2014; Uthman, Moradi y Lawoko 2009; Walby y Allen 2004). Éstos, sin embargo, se
acercan al fenómeno con una mirada masculina (ponen el acento en el hecho de que los
varones de ciertos grupos sociales tienden a desarrollar una masculinidad propia); nosotras,
por el contrario, ponemos el foco en el lado de las mujeres (observamos cómo, en
determinados contextos, lo que las mujeres buscan en los hombres también tiene
especificidades propias).
El último elemento que condiciona el proceso de selección de pareja hace referencia a la
existencia de diferentes circunstancias (como el deseo de huir de la familia de origen; la
necesidad de encontrar un lugar en el que vivir, etc.) que “fuerzan” a las mujeres a iniciar
una relación. Estas circunstancias, a diferencia de los elementos antes nombrados, no
influyen de forma directa en quién se elige como pareja, sino que lo hacen de manera
indirecta, reduciendo la capacidad de elección de las mujeres y, de esta manera,
294
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
295
Violencia de género en la pareja y exclusión social
296
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
se confunden; sea porque un mismo elemento –nos referimos, por ejemplo, a la presencia de
circunstancias que “fuerzan” a las mujeres a iniciar una relación– puede incidir tanto en el
proceso de selección de pareja como en las dinámicas de la relación.
Nuestros resultados aportan evidencias que contradicen buena parte de la literatura. En
primer lugar, de hecho, hasta donde conocemos, la práctica totalidad de los estudios que se
ocupan de factores de riesgo focaliza la mirada en los elementos que pueden favorecer la
aparición de violencia de género en una pareja ya existente; mientras que casi ninguno
analiza los factores que inciden en el proceso de selección de pareja. Y, por lo menos en
situaciones de exclusión, y teniendo en cuenta la rapidez con la que la violencia hace su
aparición, parece lógico suponer que el peso de estos últimos es muy grande.
Asimismo, también cabe reseñar que, incluso limitando la mirada a los elementos que
facilitan la aparición de violencia de género en una pareja ya constituida, las diferencias
entre los factores de riesgo evidenciados por la literatura y los que aquí se identifican son
muy relevantes: si allí la atención se focaliza principalmente en factores estresores externos,
de hecho, aquí éstos representan solamente un elemento entre muchos.
Finalmente, si acercamos ulteriormente la mirada y nos focalizamos exclusivamente en
estos factores estresores, las diferencias persisten: mientras que la literatura suele analizar
tales factores de forma separada, de hecho, aquí se evidencia sobre todo el peso de la
acumulación de dificultades en múltiples ámbitos (situación que, por otra parte, guarda una
relación muy estrecha con procesos de exclusión). El presente análisis refleja, en suma, un
panorama más completo, complejo y matizado que el mostrado por estudios anteriores y
constituye, por lo tanto, una significativa contribución al conocimiento científico.
El estudio efectuado tiene claras implicaciones de cara a la intervención. Más
concretamente, el hecho de que los procesos de exclusión se asocien con una serie de
factores que condicionan el proceso de selección de pareja sugiere la necesidad de
actividades de prevención específicamente dirigidas y de amplio espectro, que abarquen
desde un trabajo en profundidad con las mujeres y las chicas jóvenes, con el objetivo de
modificar unos modelos de masculinidad que constituyen, por sí solos, un importante factor
de riesgo; hasta un monitoreo de las familias, de cara a evitar que las mujeres se vean
forzadas a iniciar relaciones de pareja con el único objetivo de alejarse de un hogar
violento, o que no las apoya, etc.
El análisis realizado, además, no se limita a mejorar nuestra comprensión de cómo se
manifiesta la violencia de género en contextos de exclusión, sino que, paralelamente,
también nos ayuda a comprender mecanismos más generales de aparición y desarrollo de la
violencia, al margen de la situación social de la mujer. Piénsese, por ejemplo, en cómo la
presencia de elementos que fuerzan a las mujeres a encontrar una pareja puede fácilmente
trasladarse a contextos sociales más normalizados: la razón que está a la base de esta
necesidad de encontrar pareja a cualquier precio será seguramente diferente (muy
probablemente no se tratará de encontrar un lugar en el que estar, sino de cumplir con el
mandato social de formar una pareja y una familia o del miedo a la soledad, etc.), pero las
consecuencias serán parecidas. O piénsese asimismo en el papel jugado por la presencia de
elementos que incrementan la vulnerabilidad de las mujeres, algo que aparece con especial
evidencia en situaciones de exclusión pero que se puede fácilmente extender a otros
contextos. En suma, el hecho de analizar la violencia en contextos de exclusión puede
297
Violencia de género en la pareja y exclusión social
asemejarse a mirarla con una lupa que vuelve todo más evidente. Manteniendo las debidas
distancias, se trataría de algo parecido a lo que hizo Bourdieu (1998/2000) cuando, para
analizar la violencia simbólica, decidió estudiar la Cabilia argelina (una sociedad donde
todos los elementos que él pretendía analizar aparecían de forma mucho más evidente que
en la sociedad francesa de la cual era originario).
Los factores hasta aquí enumerados nos ayudan a comprender de qué manera una
situación de exclusión social preexistente puede contribuir a desencadenar procesos de
violencia de género. La mayor incidencia de esta última en situaciones de exclusión, sin
embargo, puede reflejar también un proceso inverso, donde el hecho de experimentar malos
tratos es precisamente lo que puede haber derivado en rutas descendentes hacia la
exclusión. Más específicamente, el análisis efectuado demuestra que la violencia puede
conllevar secuelas: en la esfera económica –incluyendo los efectos en términos de acceso al
empleo y de pobreza o privaciones–; en la esfera social –que engloba las consecuencias en
términos de vivienda, formación y salud–; y en la esfera relacional –que analiza las secuelas
a nivel de conflicto y aislamiento social–.
En el caso de la esfera económica, los efectos de la violencia son muy evidentes,
frecuentes e intensos, tanto durante la relación como una vez que ésta ha terminado.
En lo que respecta a la esfera social el panorama es diferente, ya que aquí los efectos de
la violencia varían muy grandemente en función de la dimensión considerada. En el caso de
la formación, de hecho, tales efectos son mínimos y limitados a niveles formativos
elevados. En lo que se refiere a la vivienda, por el contrario, las consecuencias son algo más
frecuentes, pero sobre todo muy intensas, ya que afectan un área que es vital para la
integración. Finalmente, en lo que atañe a la salud –tanto física como emocional– las
secuelas son abrumadoras, tanto durante la relación como una vez que ésta ha terminado,
una realidad que también es subrayada por la literatura (Coker et al. 2011; Craven 2003;
Cripe et al. 2008; Devries et al. 2013; FRA 2014; Iraizoz 2011; Pallitto y O´Campo 2004;
Perela 2010; Plazaola-Castaño y Ruiz-Pérez 2004; Remes-Troche et al. 2007; Roth y Coles
1995; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007; Sarasúa et al. 1994; Walker 1984; WHO 2002;
Zubizarreta et al. 1994).
En lo que concierne a la esfera relacional, finalmente, diferenciamos entre los efectos en
términos de aislamiento social y a nivel de conflicto/anomía. Los primeros son reflejados
con fuerza por la práctica totalidad de las entrevistas, un resultado confirmado por estudios
anteriores (ej. Jewkes 2002; Ruíz-Jarabo y Blanco 2007). Las secuelas a nivel de
conflicto/anomía (incluyendo tanto abuso de alcohol u otras drogas como la realización de
actividades delictivas), por el contrario, afectan a un número de casos bastante reducido,
pero su impacto en el nivel de exclusión es especialmente intenso.
El análisis efectuado, finalmente, pone asimismo de relieve la existencia de una serie de
factores que pueden incrementar de forma significativa el impacto de la violencia de género
en términos de exclusión. Precisamente aquí, de hecho, nuestras aportaciones son
especialmente significativas, ya que se trata de un tema escasamente estudiado por la
literatura. Más concretamente, cabe destacar que las secuelas de la violencia –y, por lo
tanto, su impacto en términos de exclusión– se ven intensificadas: por la interrelación y
acumulación de las dificultades que las mujeres experimentan en las distintas esferas (sean
ésas consecuencias de la violencia o elementos de vulnerabilidad preexistentes); por el
298
Dinámicas de la interrelación entre la violencia de género y los procesos de exclusión social
hecho de que, a menudo, la separación no conlleva el fin de la violencia, sino que ésta se
sigue perpetuando; y, finalmente, por el hecho de que, en contextos de dificultad social, es
muy posible que la violencia por parte de la pareja se sume a violencias en otras esferas.
Asimismo, también cabe destacar la existencia de una serie de factores –de nivel tanto
institucional como individual– que cruzan de forma transversal la experiencia de la
violencia de género y que pueden llegar a amplificar o, por el contrario, reducir sus efectos
–y, por lo tanto, el riesgo de rutas descendentes hacia la exclusión–. Los factores de nivel
institucional hacen referencia a la calidad de la actuación institucional y al tipo y alcance de
las ayudas sociales, ya que de ellas depende que el daño que la violencia ocasiona tenga
mayor o menor magnitud. Es más, la previsión de medidas eficaces en este sentido es
especialmente relevante porque, aunque su ausencia afecta negativamente a todas las
mujeres, su impacto será mayor en el caso de aquellas que más las necesitan, como las
mujeres en situación de exclusión, ya que su disponibilidad de recursos alternativos es
menor.
Los factores de nivel individual hacen referencia al apoyo familiar (apoyo, que, sin
embargo, no está libre de efectos secundarios); a la tenencia de recursos económicos
propios; y, más en general, al hecho de no arrastrar elementos de vulnerabilidad
preexistentes. Todos estos elementos, de hecho, pueden mitigar las secuelas de la violencia,
mientras que su ausencia puede intensificarlos. Ninguno de ellos, sin embargo, se distribuye
homogéneamente en el espectro social y resulta, por lo tanto, necesaria una intervención
pública con el objetivo de corregir estas desigualdades.
Todo esto tiene implicaciones muy claras de cara a la intervención, ya que si la violencia
puede –sobre todo en el caso de mujeres que, de antemano, se encontraban en una situación
de precariedad– desembocar en procesos de exclusión, entonces es necesario diseñar e
implementar una serie de recursos que puedan evitar, en la medida de lo posible, el riesgo
de caída. Piénsese, en primer lugar, en la necesidad de diseñar un sistema de garantías de
renta adecuado. En el caso específico de mujeres en situación de violencia de género, que a
menudo se han visto obligadas a abandonar su hogar y a buscar refugio en casa de otros
miembros de su familia, esto significa, por ejemplo, crear un baremo que no contemple
todos los ingresos del hogar sino únicamente los de la mujer; análogamente, también se
evidencia la necesidad de eliminar los retrasos en el cobro de las ayudas, ya que, en el caso
de mujeres en situación de necesidad y que carecen de redes que puedan suplir a los retrasos
de la ayuda institucional, esto puede convertirse en un obstáculo insalvable. Asimismo, y
teniendo en cuenta la importancia que el empleo reviste de cara a la recuperación, también
se evidencia la necesidad de integrar las políticas pasivas ahora descritas con políticas
activas, que garanticen el acceso al mercado laboral al margen de las reglas de mercado
clásicas (con opciones que vayan desde empleo social protegido hasta centros de inserción,
clausulas sociales, contactos con empresas, etc.). Asimismo, también es necesario
implementar políticas de vivienda, así como diseñar intervenciones que ayuden a superar el
aislamiento en el que muchas mujeres se ven inmersas (por medio, por ejemplo, de
actividades grupales, que ayuden a las mujeres en la generación de nuevas redes sociales).
Para finalizar, cabe resaltar que los itinerarios claramente separados y diferenciados que
aquí hemos identificado y analizado constituyen una esquematización y –por lo tanto–
simplificación de una realidad que es mucho más compleja y matizada. Una situación de
299
Violencia de género en la pareja y exclusión social
exclusión, de hecho, efectivamente puede actuar como elemento de riesgo y empujar a las
mujeres en relaciones tóxicas; pero luego la violencia vivida fácilmente termina redundando
en una intensificación de la exclusión preexistente (y esto, a su vez, puede exponer a las
mujeres a nuevas violencias). Esto significa que la relación descrita, aunque ha sido
esquematizada como proceso lineal, se asemeja más bien a un círculo, o una espiral, que a
una línea recta y clara. Esto, por otra parte, no debe sorprender, ya que los procesos sociales
difícilmente son tan “pulcros” y redondos como sus esquematizaciones pretenden que sean.
Se trataría, en suma, de extender también a estas situaciones el modelo de intervención
propio de la lucha contra la exclusión. En este caso, sin embargo, ciertos elementos –como,
por ejemplo, el acceso al empleo– resultan imprescindibles no solamente para evitar una
caída en la exclusión, sino también para reconstruir una identidad personal profundamente
dañada por la violencia vivida y adquieren, por lo tanto, una importancia aún mayor que en
otros contextos.
300
PARTE V. LAS CARACTERÍSTICAS DE LA
VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA PAREJA EN
LAS SITUACIONES DE INTEGRACIÓN Y
EXCLUSIÓN SOCIAL
11. Violencia física, sexual y psicológica en las
situaciones de integración y exclusión social
11.1 Introducción
En el capítulo 7 hemos demostrado que, en las situaciones de vulnerabilidad o exclusión
social, la incidencia de la violencia de género es mayor que en las de integración. Esta
conclusión corroboraba las afirmaciones de los estudios sobre interseccionalidad, que nos
dicen que, aunque ninguna mujer es inmune a la violencia, el riesgo de vivirla es mayor
para algunas que para otras (Richie 2000).
Estos mismos estudios, por otra parte, también evidencian que la posición de clase, raza,
etc. no influye solamente en la probabilidad de experimentar maltrato, sino también en las
características del mismo (Sokoloff y Dupont 2005). En otras palabras, estas
investigaciones sugieren que la fuerza de la correlación entre la violencia de género y las
situaciones de dificultad social varía dependiendo del tipo de maltrato. Los estudios sobre
factores de riesgo, por su parte, parecen corroborar estas reflexiones ya que, cuando
diferencian por tipo de maltrato, muestran que existen ciertas disparidades entre los factores
de riesgo relativos a la violencia física, sexual y psicológica (ej. Friedemann-Sánchez y
Lovatón 2012; Grose y Grabe 2014; Khalifeh et al. 2013; Nagassar et al. 2010; Ruiz-Pérez
et al. 2006). Estas consideraciones, conjuntamente al hecho de que solamente una pequeña
minoría de estos estudios distingue los diferentes tipos de maltrato, evidencian la necesidad
de seguir investigando sobre este tema.
Es por ello que, después de haber efectuado un análisis de la violencia de género en su
conjunto, acercamos la mirada y nos detenemos a observar en qué medida las mujeres en
situación de integración y vulnerabilidad/exclusión experimentan cada tipo de violencia.
Más concretamente, diferenciamos entre maltrato físico, sexual y psicológico; dentro del
maltrato psicológico distinguimos además entre violencia emocional y violencia de control.
Esta última es una aportación especialmente novedosa, ya que, hasta donde conocemos, no
existen, en la literatura sobre factores de riesgo, investigaciones previas que lleguen a
identificar subtipos de maltrato psicológico.
Dentro de cada sección se distingue además entre el conjunto de la violencia y el caso
específico del maltrato perpetrado por la pareja. Poner el acento en este último es
especialmente relevante porque solamente de esta manera es posible incluir en el análisis
también las variables relativas a los hombres. Y contemplar las características de ellos,
como se ha más veces aclarado a lo largo del texto, es fundamental, ya que precisamente
“de” ellos es este problema que luego recae sobre el cuerpo y la vida de las mujeres (Bonino
2007). La necesidad de interpelar a los hombres, por otra parte, se ve ulteriormente
intensificada por el hecho de que, en su caso, las evidencias disponibles son mucho más
limitadas.
Finalmente, cabe reseñar que el hecho de contemplar las características de ambos
miembros de la pareja permite asimismo ponerlas en relación, analizando el rol jugado por
Violencia de género en la pareja y exclusión social
la incongruencia de estatus entre los dos. También ésta es una aportación especialmente
relevante, ya que, hasta la fecha, muy pocos estudios han llegado a analizar dicho elemento
(Franklin y Menaker 2014).
Para llevar a cabo este análisis utilizamos una metodología cuantitativa, combinando
técnicas descriptivas y multivariante. Cuando la fuente lo permite –es éste el caso de la
Encuesta Foessa 2013– recurrimos a la noción de exclusión social propiamente dicha;
cuando no es posible –es éste el caso de la Macroencuesta 2011– ésta se sustituye por la de
vulnerabilidad.
Una vez presentados estos resultados de carácter cuantitativo, finalizamos nuestro
estudio analizando –aunque sea brevemente– las dinámicas y procesos subyacentes a los
mismos. Para ello, recurrimos a una metodología cualitativa.
226Con “violencia psicológica” nos referimos a aquellas situaciones en las que solamente se da este tipo de violencia. Para un
análisis más detallado de estas cuestiones véase Anexo III.
304
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
14
11,8
12
9,9
10
8,1
8
6,2 6,1 6,0
6 Integración
4,1
3,5 Vulnerabilidad
4 2,5
2 1,1
0
Violencia física Violencia sexual Violencia Violencia Violencia
psicológica psicológica psicológica de
emocional control
Gráfico 18. Distribución de la violencia de género en función del tipo de violencia según la
227
situación de integración y vulnerabilidad social
100%
90%
80%
70% 58,7
70,4
60% Violencia sólo psicológica
50%
Violencia sexual
40%
31,2 Violencia física
30%
20% 22,8
10% 17,7
9,8
0%
Integración Vulnerabilidad
227Como se puede observar, el total no suma 100. Esto se debe al hecho de que una misma mujer puede estar experimentando
simultáneamente violencia tanto sexual como física.
305
Violencia de género en la pareja y exclusión social
306
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
9
8,1
8
7 6,3
6 5,3
5,0 5,0 Integración plena
5 4,6 4,6
3,9 Integración precaria
4 3,2 Exclusión moderada
3 2,7
2,3 2,4 Exclusión severa
2
1
0
Violencia física Violencia sexual Violencia psicológica
Si recurrimos al ISES (Índice Sintético de Exclusión Social), por otra parte, el panorama
se clarifica y tiende a acercarse a la realidad dibujada por la Macroencuesta. Más en detalle,
según éste:
la violencia física es la que mayormente se asocia con situaciones de exclusión
social (el ISES medio de las mujeres que la experimentan es de 2,69);
la violencia psicológica es la que presenta un mayor nivel de transversalidad (el
ISES se sitúa en 2,25);
la violencia sexual se sitúa en un lugar intermedio (el ISES se sitúa en 2,38).
En el caso específico de la violencia psicológica, cabe además diferenciar entre violencia
emocional y de control, la primera con un grado de asociación con los procesos de
exclusión claramente mayor que la segunda (ISES de 2,21 frente al 1,79 en el caso de la
violencia de control).
Finalmente, una comparación de los ISES medios de las mujeres que experimentan
diferentes tipos de violencia de género con el ISES medio del conjunto de la población
femenina pone de relieve que, aunque todos los tipos de violencia considerados presentan
cierta asociación con procesos de exclusión (el ISES medio del conjunto de la población
femenina es siempre más reducido que el de las mujeres que experimentan algún tipo de
maltrato), las diferencias en función del tipo de violencia son muy elevadas (el ISES oscila
entre el 2,69 en el caso de la violencia física y el 1,79 en los que respecta a la violencia
psicológica de control).
228Como se puede observar, la incidencia de la violencia (exclusivamente) psicológica, comparada con la violencia física y
sexual, es muy reducida. Esto se debe al hecho de que, en la Encuesta Foessa, la coincidencia entre ítems es muy elevada
(es decir, que las mujeres que han contestado afirmativamente a un ítem han tendido a contestar afirmativamente a todos,
patrón que no se detecta en el caso de la Macroencuesta) y, por lo tanto, el porcentaje de mujeres que afirma haber vivido
situaciones de violencia psicológica pero no física o sexual bastante reducido. Para un análisis más detallado de estas
cuestiones, véase apartado 7.3.1.1.
307
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Resumiendo, los datos hasta ahora presentados confirman que, aunque todos los tipos de
violencia contemplados presentan cierta relación con los procesos de exclusión, la
intensidad de la misma varía de forma muy clara en función del tipo de violencia
considerado.
Gráfico 20. Índice Sintético de Exclusión Social de las mujeres que, en la actualidad, experimentan
violencia física, sexual o psicológica por parte de la pareja o la ex pareja
3,0 2,69
2,5 2,38
2,25 2,21
2,0 1,79
1,5 1,31
ISES
1,0 ISES medio
0,5
0,0
Violencia física Violencia sexual Violencia Violencia Violencia
psicológica psicológica psicológica de
emocional control
308
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
aunque el fenómeno analizado –la exclusión social– es siempre el mismo, los aspectos
medidos en un caso y otro varían229.
Gráfico 21. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o
psicológica por parte de la pareja o la ex pareja en los diferentes ejes de exclusión
14
12,1
12
9,9
10 8,2
8
5,5 5,3
6 4,7 4,7
3,6 3,9 3,7 3,5 3,8
3,3
4 2,73,2 2,9
2,2 2,5
2 No hay exclusión
0 Hay exclusión
Violencia física
Violencia física
Violencia física
Violencia psicológica
Violencia psicológica
Violencia psicológica
Violencia sexual
Violencia sexual
Violencia sexual
Eje económico Eje político Eje relacional
Una vez observada la incidencia de los diferentes tipos de violencia de género en función
del eje de exclusión considerado, acercamos la mirada y nos centramos en las diferentes
dimensiones de la exclusión. Descubrimos así que:
El conflicto social es, con mucha diferencia, la dimensión que se asocia con un
mayor incremento en la probabilidad de experimentar cada tipo de violencia (la
incidencia de violencia física, sexual y psicológica es aquí del 19,1%, 15,2% y
13,5% respectivamente).
Otras dimensiones que también se relacionan con un incremento del riesgo para
los tres tipos de violencia considerados son la exclusión de la salud y de la
vivienda (cuando hay exclusión de la salud la incidencia de violencia física,
sexual y psicológica es del 7,5%, 6,8% y 4,2% respectivamente; y cuando hay
exclusión de la vivienda es del 6,0%, 5,7% y 4,2% respectivamente).
La exclusión del empleo, del consumo y política se asocian con un aumento
significativo del riesgo exclusivamente en lo que se refiere a la probabilidad de
experimentar violencia física (4,9%), psicológica (6,8%) y sexual (6,0%)
respectivamente.
El aislamiento no es un factor de riesgo significativo para ningún tipo de
violencia (y esto por el hecho de que, en su interior, coexisten factores de riesgo
y factores de protección que se anulan recíprocamente).
229Más concretamente, en este caso viene a faltar un elemento central de los procesos de exclusión, es decir, su carácter
cumulativo.
309
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 28. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o
psicológica por parte de la pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en
hogares afectados por cada dimensión de exclusión
*p
< 0,050; ** p < 0,010; *** p < 0,001
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
Gráfico 22. Distribución de los diferentes tipos de violencia de género en función de la persona
que los ejerce (pareja, ex pareja o ambos) según la situación de integración y
vulnerabilidad social
100% 6,0
15,3 10,0 14,1 12,0 15,3 7,9 9,7
90% 21,5 28,6
80%
70%
60%
50% 94,0
84,7 89,1 85,3 87,3 84,7 91,6 90,3
40% 78,5 71,4 Ambos
30%
20% Ex pareja
10%
Pareja
0%
Integración
Vulnerabilidad
Integración
Vulnerabilidad
Integración
Vulnerabilidad
Integración
Vulnerabilidad
Integración
Vulnerabilidad
Diferente, por el contrario, será el caso del análisis multivariante ya que allí, como ya se
ha aclarado, un análisis específico de la violencia ejercida por la pareja ofrece la evidente
ventaja de permitir incluir las variables referidas a los hombres.
310
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
230 Para un análisis más detallado de la intensidad de la violencia véase apartado 11.2.
311
Violencia de género en la pareja y exclusión social
312
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 29. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
231
que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de v ulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 3,297 (2,299-4,730) ,000 3,044 (2,104-4,405) ,000 3,028 (2,082-4,405) ,000
Características de la mujer
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,032 (1,252-3,299) ,004 1,922 (1,165-3,171) ,011
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 2,472 (1,623-3,764) ,000 2,487 (1,632-3,792) ,000
Sí, grav e 2,778 (1,411-5,470) ,003 2,980 (1,509-5,886) ,002
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 1,660 (1,050-2,623) ,030 1,604 (1,013-2,541) ,044
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Más de 100.000 (ref.) ,017
De 50.001 a 100.000 ,704 (,340-1,459) ,345
De 2.001 a 50.000 1,565 (1,049-2,334) ,028
Hasta 2.000 ,509 (,154-1,680) ,268
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,032
Media ,505 (,281-,908) ,022
Baja ,667 (,443-1,004) ,052
N casos usados por cada modelo 7580 7542 7542
R cuadrado de Nagerkelke 0,034 0,06 0,074
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
231En este modelo se ha controlado también por la presencia de menores y de personas mayores en el hogar. Ninguna de estas
variables, sin embargo, ha sido incluida, ya que ambas “ensuciaban” el modelo (la primera, de hecho, por sí sola no era
significativa, sino que adquiría significación solamente si se incluía la segunda, que, no obstante, nunca llegaba a ser
significativa).
313
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 30. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
232
educativo
Paso 1 Paso 2
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Edad
65 o más años (ref.) ,000 ,000
45-64 años 2,620 (1,505-4,561) ,001 2,586 (1,484-4,505) ,001
25-44 años 4,136 (2,208-7,749) ,000 4,076 (2,170-7,659) ,000
18-24 años 2,208 (,863-5,649) ,098 2,206 (,859-5,667) ,100
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 2,086 (1,083-4,018) ,028 2,168 (1,124-4,182) ,021
ESO 2,858 (1.543-5,295) ,001 2,950 (1,583-5,497) ,001
Primarios o inferiores 4,726 (2,536-8,807) ,000 4,697 (2,500-8,823) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,086 (1,083-4,018) ,028 2,020 (1,225--3,331) ,006
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 2,464 (1,589-3,823) ,000 2,503 (1,610-3,892) ,000
Sí, grav e 2,678 (1,338-5,359) ,005 2,802 (1,397-5,620) ,004
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
H asta 2.000 (ref.) ,007
De 2.001 a 50.000 3,589 (1,105-11,650) ,033
De 50.001 a 100.000 1,566 (,414-5,919) ,509
Más de 100.000 2,225 (,676-7,332) ,188
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,017
Media ,551 (,320-,948) ,031
Baja ,600 (,400-,900) ,014
N casos usados por cada modelo 7781 7781
R cuadrado de N agerkelke 0,055 0,074
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
232 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
314
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 31. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de exclusión social
Integración plena (ref.) ,000 ,011 ,018
Integración precaria 1,452 (,979-2,154) ,063 1,160 (,775-1,736) ,471 1,088 (,713-1,659) ,695
Exclusión moderada 2,428 (1,521-3,877) ,000 1,831 (1,130-2,968) ,014 1,703 (1,025-2,828) ,040
Exclusión severa 3,113 (1,832-5,291) ,000 2,113 (1,214-3,678) ,008 2,173 (1,195-3,953) ,011
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,257 (1,373-3,710) ,001 1,793 (1,058-3,041) ,030
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,474 (1,427-4,290) ,001 1,650 (,926-2,939) ,089
Separada/divorciada 7,824 (5,221-11,724) ,000 7,032 (4,580-10,798) ,000
Viuda 1,909 (,900-4,047) ,092 2,088 (,954-4,571) ,065
Soltera 2,457 (1,552-3,890) ,000 2,226 (1,379-3,592) ,001
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 3,195 (1,102-9,262) ,032
Noreste ,682 (,221-2,105) ,506
Comunidad de Madrid 1,886 (,693-5,135) ,215
Centro 2,559 (1,053-6,218) ,038
Este 3,759 (1,563-9,042) ,003
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,154 (,083-,287) ,000
Baja ,249 (,128-,486) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,720 (1,813-7,633) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,989 (,965-4,099) ,063
Más de 100.000 1,463 (,730-2,929) ,283
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,003
Barrio o zona en buenas condiciones 3,630 (1,267-10,403) ,016
Barrio o zona deteriorado 3,607 (1,167-11,145) ,026
Zona marginal 11,468 (3,079-42,714) ,000
N casos usados por cada modelo 4.154 4.118 4.118
R cuadrado de Nagerkelke 0,020 0,104 0,211
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
315
Violencia de género en la pareja y exclusión social
las mayores dificultades para reconocer la violencia que experimenta un sector que se
encuentra profundamente marginado y alejado del conjunto de la sociedad233.
Si comparamos estos resultados con los obtenidos para la totalidad de la violencia de
género, descubrimos tanto elementos comunes (en ambos casos el riesgo se dispara cuando
hay conflicto social y se incrementa cuando hay exclusión de la salud) como diferencias
(para la violencia en su totalidad la exclusión de la educación también era un factor de
riesgo y en este caso ya no lo es; y la exclusión del consumo parece tener aquí un efecto
protector que antes no se detectaba).
Tabla 32. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
234
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social . Resumen con las
variables significativas
OR CI p v alor
Dimensiones de exclusión
Dim 2 Ex clusión del consumo
No (ref.)
Sí ,316 (,120-,830) ,019
Dim 6 Ex clusión de la salud
No (ref.)
Sí 2,198 (1,498-3,224) ,000
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 5,048 (3,024-8,425) ,000
Características de la mujer
Estado civ il
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,162 (,619-2,181) ,639
Separada/div orciada 6,530 (4,196-10,163) ,000
Viuda 2,814 (1,286-6,159) ,010
Soltera 1,679 (1,010-2,792) ,046
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,891 (1,153-3,101) ,012
Dificultades escolares
No (ref.)
Sí 2,250 (1,536-3,297) ,000
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 2,958 (,976-8,964) ,055
Noreste ,557 (,173-1,792) ,326
Comunidad de Madrid 1,792 (,633-5,078) ,272
Centro 3,289 (1,335-8,106) ,010
Este 3,446 (1,383-8,588) ,008
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media ,145 (,073-,286) ,000
Baja ,227 (,112-,457) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 4,159 (2,002-8,640) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,728 (,829-3,604) ,145
Más de 100.000 1,356 (,669-2,747) ,398
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,008
Barrio o zona en buenas condiciones 2,723 (,961-7,717) ,059
Barrio o zona deteriorado 2,516 (,822-7,697) ,106
Zona marginal 9,119 (2,426-34,277) ,001
N casos usados por cada modelo 4.091
R cuadrado de Nagerkelke ,266
233 La situación de clara marginación en la que se halla este colectivo queda ejemplificada en el trabajo de Laparra, Zugasti y
García (2014). El análisis de correspondencias múltiples que estos autores llevan a cabo, de hecho, muestra de forma gráfica
la distancia existente entre los hogares que experimentan las situaciones correspondientes a cada indicador de exclusión. Se
puede observar así que los hogares que enfrentan pobreza extrema se encuentran totalmente separados de los demás,
aislados en una esquina del mapa y alejados incluso de los hogares en situación de exclusión severa.
234 En este modelo se controla también por el origen, la relación con la actividad laboral, el nivel formativo y la situación
económica del hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa. Asimismo, cabe resaltar que, frente a la ausencia de
significación de la variable “nivel educativo”, ésta ha sido sustituida por la variable “dificultades escolares”, que sí es relevante.
El mismo razonamiento, por otra parte, se ha aplicado en todos los casos en los que el nivel educativo no resultaba ser
significativo.
316
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
Una vez analizadas las distintas dimensiones que conforman los procesos de exclusión,
efectuamos un tercer análisis que incluye los 35 indicadores a partir de los cuales la noción
de exclusión se construye. Observamos así que la probabilidad de experimentar violencia
física aumenta entre mujeres que viven en hogares en los que:
hay personas en instituciones (el riesgo se multiplica por 75) (indicador nº 35)235;
las relaciones entre sus miembros son malas (la probabilidad de enfrentar
violencia es 11 veces más elevada que entre el resto de las mujeres) (indicador nº
29)236;
alguien tiene problemas con el alcohol, las drogas o el juego (4,2 veces más
elevada) (indicador nº 30);
se ha pasado hambre (3,5 veces mayor) (indicador nº 23);
hay personas dependientes que no reciben ayuda (4,6 veces más alta) (indicador
nº 25)237;
la vivienda es insalubre (el riesgo se multiplica por 2,5) (indicador nº 16).
La probabilidad de experimentar violencia física, por el contrario (y como ya se ha
anticipado), se reduce cuando la mujer vive en un hogar que experimentaba pobreza
extrema ya antes de sufragar los gastos de vivienda238.
Como cabía esperar, dos de estos indicadores (nº 29 y nº 30) se engloban en la
dimensión del conflicto social, la que mayormente incrementa el riesgo de vivir violencia
física. Otros dos, de peso algo menor, pertenecen a la dimensión de la salud (nº 23 y nº 25),
que también es muy relevante, aunque menos que la anterior. Los dos restantes, finalmente,
se incluyen en dimensiones –vivienda (nº 16) y aislamiento (nº 35)– que, globalmente
consideradas, no eran significativas.
Si ponemos estos resultados en relación con los obtenidos para el conjunto de la
violencia de género, un primer elemento reseñable es que aquí el número de indicadores
significativos es mayor, un reflejo del menor nivel de transversalidad de este tipo de
violencia. También se observa que, de los 6 indicadores identificados, los primeros 4 son
exactamente los mismos que aparecían para el conjunto de la violencia física (se confirma,
de esta manera, la relevancia del conflicto social así como de un indicador concreto de
aislamiento y otro de salud), mientras que los últimos dos son nuevos.
También cabe poner de relieve que, aunque el margen de error es muy elevado y las
cifras han de ser tomadas con gran prudencia, los incrementos asociados a cada indicador
varían grandemente y alcanzan su nivel más elevado en el caso de los que se incluyen en el
eje relacional (dimensiones del conflicto y del aislamiento).
235 La muestra es muy reducida (N=15). El dato ofrecido, por lo tanto, debe entenderse únicamente como algo orientativo.
236 Nuevamente, la muestra es reducida (N=45); los márgenes de error, por lo tanto, son elevados. Esto, sin embargo, no pone
en duda la significación del dato ofrecido.
237 La muestra es algo reducida (N=85). Esto, si bien no pone en cuestión la significación del dato proporcionado, si incrementa
los márgenes de error, realidad que ha de ser tenida en cuenta a la hora de interpretar las cifras que aquí se ofrecen
238 Esto, como ya se ha aclarado, es un resultado anómalo. Desde aquí avanzamos la hipótesis de que una situación de privación
extrema, más que a un real efecto protector parece remitir a las mayores dificultades para reconocer la violencia que
experimenta un sector que se encuentra profundamente marginado y alejado del conjunto de la sociedad. Para un análisis más
detallado véase nota 226.
317
Violencia de género en la pareja y exclusión social
318
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 33. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las variables
239
significativas
OR CI p valor
I ndicadores de exclusión
IND 7 Pobreza extrema
No (ref.)
Sí ,201 (,057-,710) ,013
IND 16 Vivienda insalubre
No (ref.)
Sí 2,501 (1,465-4,268) ,001
IND 23 Han pasado hambre
No (ref.)
Sí 3,540 (1,901-6,592) ,000
IND 25 Personas dependientes sin apoyo
No (ref.)
Sí 4,589 (1,491-14,120) ,008
IND 29 Malas relaciones en el hogar
No (ref.)
Sí 11,038 (3,396-35,876) ,000
IND 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
No (ref.)
Sí 4,193 (2,119-8,295) ,000
IND 35 Personas en instituciones
No (ref.)
Sí 74,791 (9,838-568,564) ,000
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,018 (1,084-3,757) ,027
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,547 (,759-3,151) ,229
Separada/divorciada 8,486 (5,210-13,823) ,000
Viuda 2,959 (1,269-6,898) ,012
Soltera 1,835 (1,038-3,244) ,037
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,567 (1,513-4,354) ,000
Dificultades escolares
No (ref.)
Sí 2,108 (1,371-3,240) ,001
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,238 (,127-,447) ,000
Baja ,265 (,165-,426) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,823 (1,658-8,813) ,002
Entre 20.000 y 100.000 1,624 (,707-3,733) ,253
Más de 100.000 1,113 (,502-2,468) ,793
N casos usados por cada modelo 3.294
R cuadrado de Nagerkelke 0,286
239En este modelo se controla también por el origen, la relación con la actividad laboral, el nivel formativo y la situación
económica del hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa.
319
Violencia de género en la pareja y exclusión social
240En un primer momento el origen de la mujer parecía seguir siendo significativo, pero con la inclusión en el modelo de las
variables relativas a los hombres deja de serlo. Para mayor información, véase Anexos del capítulo, tabla 55.
320
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
violencia de género, aunque, en este caso, el origen del varón tiene un peso muchísimo más
elevado que antes (el incremento allí no llegaba al 60%).
Finalmente, cuando analizamos la incongruencia de estatus entre los dos miembros de la
pareja, la importancia del factor origen se confirma. Más en detalle, observamos que:
cuando ella tiene origen extranjero y él no el riesgo no se incrementa de forma
significativa;
cuando los dos tienen origen extranjero, éste se multiplica por 3,2;
cuando él tiene origen extranjero y ella no, finalmente, la probabilidad de
experimentar violencia física a mano de la pareja aumenta de forma vertiginosa
(es aquí 9,6 veces más elevada que en el caso de parejas donde ambos son
autóctonos).
Se trata de unos datos relevantes, sobre todo si se considera que, en lo que respecta al
conjunto de la violencia ejercida por la pareja, esta variable no era significativa.
Desafortunadamente, sin embargo, estos resultados no pueden ser confrontados con los de
otros estudios, ya que, hasta donde conocemos, entre las (pocas) investigaciones que se
ocupan de incongruencia de estatus, ninguna incorpora la variable origen. Avanzamos la
hipótesis de que el gran incremento del riesgo que se registra entre parejas donde él tiene
origen extranjero y ella no puede ser el resultado de varios factores. Un primer elemento
hace referencia al hecho de que, al igual que existen factores que fragilizan a las mujeres,
también hay elementos –como éste– que fragilizan la posición de los hombres, que les
hacen experimentar la tensión de sostener una posición de reconocimiento. Y esto, al ser
interpretado desde una posición de poder, puede conllevar una reacción, que normalmente
suele llevarse a cabo desde una sensación de legitimidad e indignación y puede favorecer el
desencadenamiento de la violencia. Otra hipótesis remite a un menor nivel de adhesión al
patriarcado por parte de la mujer (Crittenden y Wright 2013), lo cual también podría dar
lugar a una reacción patriarcal por parte del hombre (Ferrer, Bosch y Madurell 2006; García
y Casado 2010; Moya 2014). Una última explicación, finalmente, remite a un mayor nivel
de conflictividad, resultado de las diferencias culturales entre los dos.
321
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 34. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja. Modelo que incluye
las variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral. Resumen con las
241
variables significativas
Modelo A Modelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ . (ref.) ,096 ,110
Bachiller o FP grado medio 2,764 (1,110-6,881) ,029 2,673 (1,069-6,686) ,036
ESO 2,344 (,913-6,016) ,077 2,146 (,828-5,560) ,116
Primarios o inferiores 3,076 (1,224-7,730) ,017 3,032 (1,168-7,870) ,023
N o (ref.) ,001 ,002
Sí, en cierta medida 2,264 (1,353-3,789) ,002 2,242 (1,328-3,787) ,003
Sí, grav e 2,757 (1,262-6,023) ,011 2,714 (1,231-5,982) ,013
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 4,690 (2,679-8,208) ,000
N iv el educativ o
Primarios (ref.) ,026 ,024
Secundarios ,332 (,155-,713) ,005 ,333 (,155-,715) ,005
FP ,641 (,307-1,340) ,237 ,607 (,288-1,280) ,190
U niv ersitarios ,445 (,181-1,095) ,078 ,432 (,173-1,077) ,072
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,036
Los dos parados 2,234 (,762-6,556) ,143
Ella trabaja él parado 2,917 (1,139-7,474) ,026
Él trabaja ella en paro 2,927 (1,406-6,094) ,004
U no de los dos inactiv o 1,602 (,806-3,185) ,179
Lugar de origen
Los dos autóctonos (ref.) ,000
Él autóctono ella no 2,172 (,657-7,183) ,204
Ella autóctona él no 9,555 (4,035-22,625) ,000
Los dos origen ex tranjero 3,270 (1,631-6,557) ,001
N casos usados por cada modelo 5586 5535
R cuadrado de N agerkelke 0,084 0,103
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
241Como se puede observar, en este modelo hemos invertido la categoría de referencia del nivel educativo de la pareja. Si
hemos tomado esta decisión es porque, de lo contrario, la variable no habría sido significativa. También cabe reseñar que, por
primera vez, se incorpora una variable que mide el peso de las diferencias de estatus entre los dos miembros de la pareja en el
caso del lugar de origen. Esta última variable ha sido clasificada de dos formas diferentes: en tres grupos (los dos miembros de
la pareja son autóctonos; los dos tienen origen extranjeros; uno es autóctono y el otro tiene origen extranjero); y en cuatro
(diferenciando entre los casos en los que él es autóctono y ella tiene origen extranjero de aquellos en los que ella es autóctona
y él tiene origen extranjero). La segunda clasificación, sin embargo, sólo se ha utilizado en casos, como éste, en los que la
muestra era suficientemente amplia y el mayor nivel de desagregación aportaba información relevante.
322
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
323
Violencia de género en la pareja y exclusión social
de forma muy clara cuando las mujeres viven con la pareja (en este caso, el
incremento asciende al 237%)243;
de manera mucho más reducida, cuando hay alguna persona mayor en el hogar
(aquí se sitúa en un 35%).
Finalmente, a nivel de entorno más amplio, la probabilidad de enfrentar violencia sexual
se incrementa en el caso de mujeres que residen:
en municipios de tamaño intermedio;
en provincias de renta baja;
en el Noreste, la Comunidad de Madrid y el Este.
Si ponemos estos datos en relación con los obtenidos analizando la violencia física,
descubrimos que, pese a las diferencias, hay algunos elementos que se mantienen estables,
como encontrarse en una situación de vulnerabilidad, tener origen extranjero, padecer una
discapacidad y residir en municipios de tamaño intermedio. El hecho de que estos factores
se repitan a lo largo del análisis sugiere que se trata de elementos especialmente
significativos.
Tabla 35. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 2,541 (1,959-3,296) ,000 2,423 (1,859-3,158) ,000 2,473 (1,881-3,252) ,000 2,416 (1,828-3,193) ,000
Características de la mujer
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,549 (1,074-2,232) ,019 1,722 (1,192-2,489) ,004 1,711 (1,173-2,497) ,005
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,003 ,003 ,004
Sí, en cierta medida 1,327 (,950-1,853) ,098 1,336 (,950-1,879) ,096 1,348 (,955-1,902) ,090
Sí, grave 2,211 (1,360-3,592) ,001 2,244 (1,370-3,676) ,001 2,207 (1,344-3,624) ,002
Tamaño y composición del hogar
Vive con personas mayores
No (ref.)
Sí 1,373 (1,016-1,856) ,039 1,381 (1,019-1,870) ,037
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 3,502 (2,405-5,099) ,000 3,375 (2,314-4,921) ,000
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Más de 100.000 (ref.) ,044
De 50.001 a 100.000 1,614 (1,078-2,417) ,020
De 2.001 a 50.000 1,446 (1,063-1,966) ,019
Hasta 2.000 1,043 (,546-1,993) ,898
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,003
Noroeste 0,673 (,335-1,351) ,265
Noreste 2,672 (1,337-5,339) ,005
Comunidad de Madrid 2,334 (1,183-4,606) ,015
Centro 1,043 (,644-1,689) ,863
Este 2,113 (1,310-3,408) ,002
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,019
Media 1,297 (,817-2,059) ,270
Baja 2,057 (1,237-3,421) ,005
N casos usados por cada modelo 7529 7495 7493 7493
R cuadrado de Nagerkelke 0,024 0,031 0,066 0,08
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
243En este caso, diversamente de lo que es habitual para la violencia ejercida por la pareja o la ex pareja, no se ha incluido la
variable “tiene pareja” (que no era significativa) sino “vive con pareja”.
324
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
325
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 36. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de
244
nivel educativo y relación con la actividad laboral
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 2,672 (1,642-4,348) ,000 2,781 (1,688-4,584) ,000 2,692 (1,629-4,448) ,000
ESO 3,733 (2,349-5,932) ,000 3,648 (2,272-5,858) ,000 3,588 (2,224-5,790) ,000
Primarios o inferiores 4,599 (2,888-7,325) ,000 4,778 (2,965-7,701) ,000 4,645 (2,862-7,539) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,993 (1,393-2,851) ,000 1,831 (1,259-2,661) ,002 1,762 (1,199-2,590) ,004
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,032 ,008 ,010
Sí, en cierta medida 1,203 (,853-1,696) ,292 1,340 (,948-1,895) ,097 1,360 (,959-1,929) ,085
Sí, grave 1,917 (1,165-3,155) ,010 2,116 (1,280-4,499) ,003 2,050 (1,236-3,400) ,005
Relación con la actividad laboral
Empleo estable (ref.) ,004 ,063 ,085
Empleo precario 1,589 (1,055-2,393) ,027 1,625 (1,066-2,476) ,024 1,614 (1,054-2,472) ,028
Parada 1,186 (,809-1,737) ,383 1,219 (,827-1,795) ,317 1,176 (,796-1,737) ,415
Inactiva ,770 (,538-1,103) ,154 ,958 (,663-1,386) ,822 ,964 (,664-1,398) ,846
Características del hogar
Vive con menores
No (ref.)
Sí 1,459 (1,089-1,953) ,011 1,461 (1,088-1,963) ,012
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 3,721 (2,538-5,4546) ,000 3,619 (2,465-5,312) ,000
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Más de 100.000 (ref.) ,065
De 50.001 a 100.000 1,581 (1,061-2,356) ,024
De 2.001 a 50.000 1,348 (,994-1,829) ,055
Hasta 2.000 ,912 (,477-1,746) ,781
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,005
Noroeste 0,656 (,324-1,326) ,240
Noreste 2,599 (1,304-5,181) ,007
Comunidad de Madrid 2,427 (1,238-4,758) ,010
Centro 1,024 (,633-1,658) ,922
Este 1,974 (1,220-3,193) ,006
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,071
Media 1,266 (,799-2,005) ,315
Baja 1,814 (1,088-3,024) ,022
N casos usados por cada modelo 7661 7551 7551
R cuadrado de Nagerkelke 0,044 0,082 0,095
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
Observamos ahora qué nos dice la Encuesta Foessa. El primer elemento a resaltar es
que, en este caso, la situación de exclusión social del hogar no es un factor de riesgo
significativo. Más en detalle, se puede apreciar que, aunque a nivel de crude odds ratio esta
variable tenía cierta relevancia, cuando se controla por el estado civil y la situación de salud
deja de ser significativa. Se trata de una diferencia muy relevante con respecto al conjunto
de la violencia de género –y aún más con respecto a la violencia física– cuando esta
variable era un claro factor de riesgo.
244También aquí, a diferencia de lo que es habitual en el caso de la violencia ejercida por la pareja o la ex pareja, se ha incluido
la variable “vive con pareja” en lugar que la variable “tiene pareja” (que no era significativa). No se ha incluido la variable edad
porque ésta, aunque en un principio tenía cierta significación, la perdía al controlar por la presencia de menores en el hogar.
326
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
Los datos referidos al estado y nivel social del barrio, sin embargo, dibujan un panorama
distinto y en el que la situación social vuelve a cobrar importancia: en referencia a las zonas
de clase media alta, de hecho, en los barrios marginales el riesgo se multiplica por 12,2, un
incremento análogo al detectado en el caso de la violencia física. Se trata de un dato muy
relevante, que confirma la existencia de una relación entre riesgo de enfrentar violencia
física y situación de dificultad social.
Si se comparan los datos ahora obtenidos con los que hacen referencia a otros tipos de
violencia se puede, además, observar que, aquí, la situación del hogar pierde peso a favor de
la del entorno. Esto permite avanzar la hipótesis de que un incremento en el riesgo de
experimentar violencia sexual no se deriva tanto de la presencia de elementos estresores
como de la construcción de una masculinidad anómica, algo que no guarda tanto relación
con la existencia de dificultades individuales como con la presencia de problemáticas de
nivel grupal.
Tabla 37. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que testa la relevancia del factor exclusión social. Resumen con las variables
significativas
OR CI p valor
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,727 (1,033-2,889) ,037
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 2,090 (1,219-3,581) ,007
Separada/divorciada 6,058 (4,028-9,110) ,000
Viuda 1,825 (,852-3,908) ,122
Soltera 1,875 (1,182-2,974) ,008
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,208 (,121-,359) ,000
Baja ,150 (,094-,237) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,171 (1,574-6,390) ,001
Entre 20.000 y 100.000 1,876 (,938-3,751) ,075
Más de 100.000 1,313 (,680-2,536) ,418
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,001
Barrio o zona en buenas condiciones 3,418 (1,222-9,559) ,019
Barrio o zona deteriorado 4,688 (1,601-13,724) ,005
Zona marginal 12,232 (3,314-45,150) ,000
N casos usados por cada modelo 4.101
R cuadrado de Nagerkelke 0,168
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
Hemos visto que, en el caso de la violencia sexual, la situación de exclusión social del
hogar globalmente considerada no es un factor de riesgo significativo. La presencia de una
situación de conflicto social –una de las 8 dimensiones que conforman los procesos de
exclusión–, por el contrario, sí lo es. En su presencia, de hecho, la probabilidad de enfrentar
violencia sexual se incrementa y, además, lo hace de manera muy relevante (el riesgo se
multiplica por 3,8).
Este análisis por dimensiones, en suma, por un lado confirma la menor importancia que
tiene aquí la situación social del hogar (en este caso, de hecho, únicamente una dimensión
327
Violencia de género en la pareja y exclusión social
es significativa y su peso es algo menor que para otros tipos de violencia); por otro, vuelve
a poner de relieve la fuerte asociación existente entre una situación de conflicto social y la
vivencia de situaciones de violencia.
Tabla 38. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con
245
las variables significativas
OR CI p valor
Dimensiones de exclusión
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 3,820 (2,241-6,512) ,000
Características de la mujer
Estado civil
Casada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,896 (1,029-3,493) ,040
Separada/divorciada 5,060 (3,240-7,902) ,000
Viuda 1,912 (,824-4,436) ,131
Soltera 1,658 (,965-2,849) ,067
Edad
De 16 a 34 años (ref.) ,036
35-54 1,025 (,633-1,661) ,919
55 y más años 1,958 (1,045-3,668) ,036
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,946 (1,205-3,142) ,006
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,058
Bachiller o FP grado medio 1,780 (1,079-2,939) ,024
ESO 1,367 (,826-2,262) ,224
Primarios o inferiores ,963 (,510-1,817) ,907
Relación con la actividad laboral
Ocupada (ref.) ,008
Parada 1,403 (,933-2,110) ,104
Ama de casa ,362 (,179-,733) ,005
Jubilada ,759 (,395-1,461) ,410
Estudiante 1,424 (,436-4,654) ,559
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,201 (,114-,355) ,000
Baja ,167 (,103-,270) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,002
Entre 5.000 y 20.000 2,656 (1,291-5,463) ,008
Entre 20.000 y 100.000 1,651 (,816-3,343) ,163
Más de 100.000 1,133 (,582-2,206) ,714
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,011
Barrio o zona en buenas condiciones 2,425 (,851-6,909) ,097
Barrio o zona deteriorado 3,405 (1,137-10,202) ,029
Zona marginal 7,655 (1,954-29,989) ,003
N casos usados por cada modelo 4.006
R cuadrado de Nagerkelke 0,212
Para mejorar la precisión del análisis, dirigimos ahora nuestra mirada a los 35
indicadores que se han utilizado para construir la noción de exclusión social. Observamos
así que la probabilidad de experimentar violencia sexual se incrementa entre mujeres que
viven en hogares en los que:
hay personas en instituciones (el riesgo se multiplica por 50) (indicador nº 35)246;
245 En un primer momento se habían incluido las dimensiones nº 2, 5, 6 y 7, así como la variable discapacidad. Las dimensiones
5 y 6 y la situación de discapacidad, sin embargo, en el modelo final perdían significación y, por ello, fueron eliminadas. Como
consecuencia de ello, la dimensión 2 también perdió significación y, por ello, ella también ha sido descartada.
246 La muestra es muy reducida (N=15). El dato ofrecido, por lo tanto, debe entenderse únicamente como algo orientativo.
328
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
las relaciones entre sus miembros son malas (la probabilidad de enfrentar
violencia sexual es 9,7 veces más elevada que entre el resto de las mujeres)
(indicador nº 29)247;
alguien tiene problemas con el alcohol, las drogas o el juego (3,2 veces más
elevada) (indicador nº 30);
se ha pasado hambre (2,4 veces mayor) (indicador nº 23).
De estos indicadores, dos (nº 29 y nº 30) pertenecen a la dimensión del conflicto social,
la única que, globalmente considerada, incrementaba el riesgo de vivir violencia sexual. Los
otros dos, por el contrario, se incluyen en las dimensiones del aislamiento (nº 35) y de la
salud, que, globalmente consideradas, no eran significativas.
Se trata, en todos los casos, de indicadores que también incrementaban el riesgo de
enfrentar violencia física (así como el conjunto de la violencia de género), con la única
diferencia de que allí a éstos se añadían también otros.
Los resultados obtenidos, en suma, por un lado, confirman que, aunque la situación de
exclusión social del hogar globalmente considerada no es un factor de riesgo significativo,
algunos indicadores que la conforman sí lo son; por otro, ratifican el menor peso que tiene
aquí la situación de exclusión social del hogar (pero no la del barrio).
247Nuevamente, la muestra es reducida (N=45); los márgenes de error, por lo tanto, son elevados. Esto, sin embargo, no pone
en duda la significación del dato ofrecido.
329
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 39. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las
248
variables significativas
OR CI p v alor
Indicadores de exclusión
IN D 7 Pobreza ex trema
N o (ref.)
Sí ,227 (,069-,746) ,015
IN D 23 H an pasado hambre
N o (ref.)
Sí 2,419 (1,246-4,698) ,009
IN D 29 M alas relaciones en el hogar
N o (ref.)
Sí 9,652 (2,556-36,447) ,001
IN D 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
N o (ref.)
Sí 3,189 (1,568-6,486) ,001
IN D 35 Personas en instituciones
N o (ref.)
Sí 49,733 (7,738-319,652) ,000
Características de la mujer
Estado civ il
C asada (ref.) ,000
Pareja de hecho 1,770 (,949-3,299) ,072
Separada/div orciada 6,514 (4,045-10,491) ,000
Viuda 2,221 (,931-5,301) ,072
Soltera 1,338 (,751-2,386) ,323
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,155 (1,288-3,607) ,003
Discapacidad
N o (ref.)
Sí 1,913 (1,029-3,557) ,040
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,016
Bachiller o FP grado medio 1,848 (1,025-3,333) ,041
ESO 1,866 (1,053-3,307) ,032
Primarios o inferiores ,924 (,459-1,861) ,826
Analfabeta 3,626 (1,009-13,040) ,048
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste ,631 (,143-2,785) ,543
N oreste ,231 (,062-,853) ,028
C omunidad de M adrid 1,228 (,406-3,716) ,717
C entro 1,888 (,722-4,939) ,195
Este 1,774 (,665-4,738) ,252
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
M edia ,148 (,073-,301) ,000
Baja ,155 (,068-,353) ,000
Tamaño habitat
M enos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,852 (1,668-8,898) ,002
Entre 20.000 y 100.000 1,825 (,792-4,206) ,158
M ás de 100.000 1,242 (,555-2,783) ,598
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,031
Barrio o zona en buenas condiciones 2,186 (,758-6,305) ,148
Barrio o zona deteriorado 3,194 (1,035-9,856) ,043
Zona marginal 6,463 (1,559-26,791) ,010
N casos usados por cada modelo 3.386
R cuadrado de N agerkelke 0,282
248En este análisis se controla por el origen, el nivel formativo y la presencia de dificultades escolares, pero solamente las
primeras dos variables han resultado ser significativas. También cabe resaltar que ésta es la primera (y única) vez que la
variable formación se clasifica en 5 grupos en lugar que en 4 (añadiendo una categoría específica de mujeres analfabetas).
Esta agrupación más precisa se ha testado para todos los modelos extraídos de la Encuesta Foessa, pero se incluye
únicamente aquí porque solamente en este modelo la categoría de mujeres analfabetas (numéricamente minoritaria) tiene
significación.
330
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
331
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 40. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja. Modelo que incluye
las variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral. Resumen con las
249
variables significativas
Modelo A Modelo B
OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 3,425 (1,950-6,016) ,000 3,403 (1,936-5,984) ,000
ESO 3,198 (1,801-5,677) ,000 3,158 (1,772-5,626) ,000
Primarios o inferiores 4,043 (2,221-7,359) ,000 4,180 (2,293-7,622) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,003 ,002
Sí, en cierta medida 1,478 (1,018-2,145) ,040 1,512 (1,041-2,194) ,030
Sí, grave 2,293 (1,351-3,893) ,002 2,376 (1,396-4,044) ,001
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 2,759 (1,196-6,365) ,017 3,183 (1,383-7,329) ,007
Vive con menores
No (ref.)
Sí 1,683 (1,192-2,377) ,003 1,581 (1,142-2,188) ,006
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,057 (1,327-3,191) ,001 2,013 (1,300-3,119) ,002
Nivel educativo
Primarios o inferiores (ref.) ,057 ,048
Secundarios ,559 (,356-,875) ,011 ,548 (,349-,858) ,009
FP ,894 (,557-1,435) ,643 ,868 (,541-1,391) ,556
Universitarios 1,062 (,646-1,747) ,812 1,045 (,636-1,718) ,862
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,058
Parado 1,705 (1,134-3,565) ,010
Jubilado 1,416 (,935-2,146) ,101
Estudiante ,000 0,000 ,997
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,018
Los dos parados 1,842 (,962-3,528) ,065
Ella trabaja él parado 2,486 (1,426-4,334) ,001
Él trabaja ella en paro 1,143 (,701-1,864) ,592
Uno de los dos inactivo 1,324 (,887-1,976) ,170
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,001 ,001
Noroeste 0,736 (,343-1,582) ,432 0,743 (,346-1,596) ,446
Noreste 3,809 (1,794-8,086) ,000 3,933 (1,850-8,360) ,000
Comunidad de Madrid 3,350 (1,603-7,000) ,001 3,453 (1,652-7,219) ,001
Centro 1,101 (,664-1,825) ,709 1,106 (,667-1,833) ,697
Este 2,347 (1,407-3,915) ,001 2,403 (1,437-4,018) ,001
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,002 ,002
Media 1,771 (1,058-2,964) ,030 1,768 (1,056-2,959) ,030
Baja 2,770 (1,571-4,884) ,000 2,790 (1,579-4,930) ,000
N casos usados por cada modelo 5464 5445
R cuadrado de Nagerkelke 0,09 0,091
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
249En el modelo original se incluía el lugar de origen tanto de la mujer como de su pareja. Ambas variables, sin embargo, se
anulaban recíprocamente, y por ello hemos tenido que eliminar una de ellas. Más específicamente, hemos decidido mantener
el origen del varón, ya que ésta es la variable que: tiene el p valor más bajo; se asocia a un mayor aumento del riesgo; y más
incrementa la capacidad explicativa del modelo.
332
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
333
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 41. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de vulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 1,529 (1,276-1,832) ,000 1,441 (1,194-1,738) ,000 1,359 (1,123-1,643) ,002
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 3,128 (2,442-4,008) ,000 3,160 (2,462-4,054) ,000
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,013 ,009
De 35 a 54 1,249 (1,006-1,551) ,044 1,258 (1,012-1,564) ,039
55 o más años 1,425 (1,124-1,806) ,003 1,450 (1,142-1,842) ,002
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,634 (1,258-2,123) ,000 1,759 (1,346-2,300) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,357 (1,085-1,698) ,007 1,379 (1,099-1,731) ,006
Sí, grave 1,803 (1,265-2,571) ,001 1,789 (1,251-2,559) ,001
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,077 (,750-1,548) ,686
Noreste 1,294 (,772-2,169) ,328
Comunidad de Madrid 2,989 (1,956-4,567) ,000
Centro 0,990 (,739-1,326) ,944
Este 2,092 (1,549-2,824) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 1,339 (,976-1,839) ,071
Baja 3,051 (2,185-4,260) ,000
N casos usados por cada modelo 7321 7269 7269
R cuadrado de Nagerkelke 0,006 0,046 0,068
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
334
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
(2012), según los cuales la relación entre ausencia de formación y riesgo de victimización,
aun siendo más intensa en el caso de la violencia física, permanece también en el caso de la
psicológica; mientras que refutan los de Khalifeh y otras (2013) y Ruiz-Pérez y otras
(2006), que simplemente no detectan ninguna relación entre nivel formativo y riesgo de
victimización psicológica.
La relación con la actividad laboral, por el contrario, no es en absoluto significativa, un
resultado ya observado en el caso de la violencia física.
Tabla 42. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
250
educativo
Paso 1 Paso 2
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Tiene pareja
N o (ref.)
Sí 3,218 (2,522-4,106) ,000 3,236 (2,532-4,134) ,000
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,001 ,006
Bachiller o FP grado medio 1,184 (,917-1,528) ,195 1,127 (,871-1,457) ,364
ESO 1,496 (1,181-1,894) ,001 1,394 (1,097-1,771) ,007
Primarios o inferiores 1,532 (1,225-1,916) ,000 1,438 (1,146-1,805) ,002
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,747 (1,368-2,231) ,000 1,850 (1,439-2,379) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,367 (1,099-1,700) ,005 1,404 (1,125-1,750) ,003
Sí, grav e 1,781 (1,256-2,527) ,001 1,777 (1,249-2,528) ,001
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste 0,977 (,682-1,400) ,898
N oreste 1,416 (,863-2,323) ,169
C omunidad de Madrid 2,948 (1,941-4,477) ,000
C entro 0,928 (,695-1,239) ,612
Este 2,037 (1,515-2,737) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,367 (,998-1,873) ,051
Baja 3,120 (2,238-4,348) ,000
N casos usados por cada modelo 7514 7514
R cuadrado de N agerkelke 0,046 0,068
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
250 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
335
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 43. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de ex clusión social
Integración plena (ref.) ,003 ,027 ,022
Integración precaria 1,021 (,648-1,607) ,929 ,887 (,559-1,405) ,608 ,928 (,581-1,480) ,753
Ex clusión moderada 2,160 (1,289-3,618) ,003 1,822 (1,075-3,088) ,026 1,912 (1,116-3,275) ,018
Ex clusión sev era 2,056 (1,080-3,912) ,028 1,495 (,773-2,894) ,232 1,630 (,831-3,197) ,155
Características de la mujer
Estado civ il
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,736 (1,559-4,800) ,000 2,813 (1,565-5,053) ,001
Separada/div orciada 5,452 (3,427-8,676) ,000 4,993 (3,098-8,049) ,000
Viuda ,855 (,266-2,752) ,793 ,917 (,282-2,979) ,886
Soltera 1,269 (,694-2,317) ,439 1,137 (,615-2,102) ,682
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 3,095 (1,396-6,864) ,005
Noreste 17,250 (4,332-68,696) ,000
Comunidad de Madrid 24,318 (6,572-89,979) ,000
Centro ,837 (,337-2,081) ,702
Este 2,554 (1,327-4,915) ,005
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 9,410 (2,988-29,635) ,000
Baja 11,193 (3,520-35,588) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,128
Entre 5.000 y 20.000 5,519 (1,063-28,652) ,042
Entre 20.000 y 100.000 6,747 (1,352-33,671) ,020
Más de 100.000 6,531 (1,314-32,455) ,022
N casos usados por cada modelo 4.132 4.126 4.126
R cuadrado de Nagerkelke 0,014 0,068 0,13
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
336
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
además de ésta, otra dimensión que también se asocia a un aumento del riesgo es
la exclusión de la educación (la probabilidad de experimentar violencia
psicológica se multiplica por 2,6), algo que no había aparecido en el caso de la
violencia física ni sexual;
finalmente, una última dimensión que también parece incrementar el riesgo es la
exclusión del consumo (2,1 veces más elevada).
Esta última dimensión actúa aquí de forma contraria a como lo hacía en referencia a las
otras tipologías de maltrato. Para comprender este dato, debemos recordar que el efecto
protector de la exclusión del consumo observado en el caso de la violencia física y sexual
era probablemente el reflejo de una mayor dificultad de detección de estas violencias por
parte de mujeres que, en su mayoría, pertenecían a colectivos claramente marginados y
alejados del conjunto de la sociedad. Por el contrario, el hecho de que, en el caso de la
violencia psicológica, esto no suceda puede indicar que, al tratarse un tipo de violencia más
normalizado e invisibilizado en todos los grupos sociales, la capacidad de detección tiende a
homogeneizarse en todo el espectro social (reduciéndose, sobre todo, entre mujeres más
normalizadas, ya que entre las capas más desventajadas esta capacidad ya estaba muy
mermada).
337
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 44. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
251
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Dimensiones de exclusión
Dim 2 Exclusión del consumo
No (ref.)
Sí 2,227 (1,275-3,888) ,005 1,880 (1,063-3,323) ,030 2,120 (1,187-3,786) ,011 2,064 (1,123-3,793) ,020
Dim 4 Exclusión de la educación
No (ref.)
Sí 2,175 (1,311-3,611) ,003 2,320 (1,386-3,884) ,001 2,432 (1,447-4,088) ,001 2,623 (1,535-4,483) ,000
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 5,072 (3,019-8,522) ,000 4,421 (2,607-7,498) ,000 4,811 (2,818-8,215) ,000 4,569 (2,622-7,962) ,000
Características de la mujer
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000 ,000
Pareja de hecho 2,554 (1,447-4,510) ,001 2,573 (1,456-4,547) ,001 2,774 (1,534-5,014) ,001
Separada/divorciada 5,133 (3,218-8,190) ,000 4,259 (2,542-7,134) ,000 3,737 (2,189-6,378) ,000
Viuda ,832 (,257-2,695) ,759 ,587 (,168-2,044) ,402 ,592 (,168-2,095) ,417
Soltera 1,271 (,694-2,328) ,437 1,122 (,595-2,114) ,722 ,987 (,517-1,883) ,968
Características del hogar
Tamaño familia
Persona sola (ref.) ,085 ,044
De 2 a 4 miembros ,607 (,326-1,131) ,116 ,531 (,279-1,008) ,053
5 o más miembros ,338 (,129-889) ,028 ,294 (,110-,788) ,015
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 3,552 (1,569-8,045) ,002
Noreste 17,376 (4,291-70,355) ,000
Comunidad de Madrid 25,405 (6,762-95,448) ,000
Centro ,920 (,367-2,304) ,858
Este 2,549 (1,309-4,964) ,006
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 8,647 (2,718-27,510) ,000
Baja 10,467 (3,249-33,720) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,178
Entre 5.000 y 20.000 5,153 (,987-26,905) ,052
Entre 20.000 y 100.000 6,080 (1,212-30,511) ,028
Más de 100.000 5,780 (1,158-28,855) ,032
N casos usados por cada modelo 4.132 4.126 4.126 4.126
R cuadrado de Nagerkelke 0,055 0,103 0,109 0,168
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
251 En este análisis se controla por el origen y la relación con la actividad laboral, pero ninguna de ellas ha resultado ser
significativa.
252 La muestra es algo reducida (N=72). Esto, si bien no pone en cuestión la significación del dato proporcionado, si incrementa
los márgenes de error, realidad que ha de ser tenida en cuenta a la hora de interpretar las cifras que aquí se ofrecen.
338
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
339
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 45. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social
Paso 1 Paso 2 Paso 3 Paso 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Indicadores de exclusión
IND 7 Pobreza extrema
No (ref.)
Sí 2,662 (1,497-4,731) ,001 1,884 (1,036-3,426) ,038 2,314 (1,254-4,272) ,007 2,184 (1,152-4,139) ,017
IND 11 Menores de 3 a 15 años no escolarizados
No (ref.)
Sí 7,980 (3,328-19,134) ,000 8,494 (3,437-20,987) ,000 12,096 (4,641-31,526) ,000 10,649 (3,941-28,773) ,000
IND 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
No (ref.)
Sí 6,025 (3,167-11,464) ,000 4,754 (2,433-9,288) ,000 5,361 (2,736-10,505) ,000 5,065 (2,503-10,247) ,000
Características de la mujer
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000 ,000
Pareja de hecho 2,735 (1,460-5,125) ,002 2,801 (1,492-5,257) ,001 2,636 (1,364-5,095) ,004
Separada/divorciada 5,674 (3,479-9,252) ,000 4,404 (2,5414-7,633) ,000 3,880 (2,189-6,878) ,000
Viuda ,671 (,205-2,196) ,509 ,423 (,117-1,527) ,189 ,412 (,112-1,522) ,184
Soltera 1,180 (,570-2,442) ,656 ,974 (,452-2,100) ,946 ,776 (,359-1,677) ,519
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,002 ,002 ,002
Bachiller o FP grado medio ,766 (,354-1,657) ,499 ,823 (,380-1,786) ,623 ,770 (,349-1,697) ,517
ESO 1,343 (,717-2,513) ,357 1,464 (,775-2,763) ,240 1,582 (,824-3,035) ,168
Primarios o inferiores 2,470 (1,295-4,710) ,006 2,643 (1,381-5,058) ,003 2,664 (1,373-5,168) ,004
Características del hogar
Nº de miembros del hogar
Persona sola (ref.) ,023 ,010
De 2 a 4 miembros ,530 (,272-1,032) ,062 ,462 (,231-,924) ,029
5 y más miembros ,213 (,070-,647) ,006 ,177 (,057-,551) ,003
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 2,516 (1,012-6,254) ,047
Noreste 16,561 (3,901-70,307) ,000
Comunidad de Madrid 28,527(7,403-109,923),000
Centro 1,121 (,436-2,884) ,813
Este 3,069 (1,517-6,209) ,002
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,001
Media 7,961 (2,470-25,655) ,001
Baja 9,800 (3,009-31,918) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,170
Entre 5.000 y 20.000 6,769 (1,003-45,680) ,050
Entre 20.000 y 100.000 7,298 (1,125-47,334) ,037
Más de 100.000 8,198 (1,270-52,911) ,027
N casos usados por cada modelo 3.463 3.456 3.456 3.456
R cuadrado de Nagerkelke 0,060 0,128 0,138 0,197
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
340
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
341
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 46. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja. Modelo que
253
incluye la variable de nivel educativo. Resumen con las variables significativas
M odelo A M odelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,023
Bachiller o FP grado medio 1,155 (,866-1,540) ,326
ESO 1,291 (,985-1,690) ,064
Primarios o inferiores 1,535 (1,163-2,027) ,003
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,862 (1,394-2,486) ,000 1,922 (1,440-2,565) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,554 (1,221-1,978) ,000 1,560 (1,225-1,986) ,000
Sí, grav e 1,819 (1,230-2,692) ,003 1,820 (1,226-2,703) ,003
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,057 ,006
De 35 a 54 ,843 (,667-1,065) ,153 ,785 (,633-,973) ,027
De 18 a 34 ,695 (,516-,936) ,017 ,644 (,4847-,852) ,002
N iv el educativ o
U niv ersitarios (ref.) ,018
FP 1,229 (,876-1,723) ,232
Secundarios 1,302 (,957-1,770) ,093
Primarios 1,537 (1,170-2,018) ,002
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000 ,000
N oroeste 0,920 (,611-1,384) ,688 0,987 (,662-1,472) ,949
N oreste 1,650 (,958-2,840) ,071 1,598 (,923-2,768) ,094
C omunidad de M adrid 3,793 (2,402-5,990) ,000 3,754 (2,372-5,942) ,000
C entro 1,006 (,737-1,375) ,968 0,983 (,718-1,346) ,916
Este 2,433 (1,768-3,350) ,000 2,407 (1,746-3,317) ,000
Riqueza prov incial ,000
Alta (ref.) ,000 ,000
M edia 1,395 (,983-1,980) ,062 1,372 (,966-1,949) ,077
Baja 3,922 (2,730-5,634) ,000 3,854 (2,678-5,547) ,000
N casos usados por cada modelo 5461 5402
R cuadrado de N agerkelke 0,061 0,06
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
253 No se incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral no es significativa. También cabe resaltar que, en
este caso, a diferencia que en los anteriores, se presentan dos diferentes modelos de resumen, que incorporan el nivel
educativo de la mujer y del hombre respectivamente. Si hemos tomado esta decisión es porque no había una variable que
prevaleciera de forma clara sobre la otra.
254 Para un análisis más detallado de los ítems incluidos véase Anexo III.
342
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
255La Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 sí realiza esta distinción, lo cual representa sin duda un avance en la
investigación sobre violencia de género; se trata, sin embargo, de un informe de encuesta, no de un artículo de investigación.
El alcance de sus reflexiones es, por lo tanto, limitado.
343
Violencia de género en la pareja y exclusión social
El análisis efectuado, por otra parte, también nos informa de la existencia de otros
factores de riesgo. Los elementos detectados son los mismos para ambos tipos de violencia;
el peso de cada uno de ellos, sin embargo, varía. Más concretamente, lo que nos interesa
destacar es que:
el peso de la situación de salud es mayor en el caso de la violencia emocional
(tener enfermedad o discapacidad leve supone un incremento parecido en ambos
casos, pero tener enfermedad o discapacidad grave conlleva en un caso un
incremento del 88% y en otro del 120%);
el peso lugar de origen es mucho mayor es mayor en el caso de la violencia de
control (el riesgo se multiplica por 2, mientras que en lo que se refiere a la
violencia emocional el incremento no superaba el 58%).
Estos resultados corroboran las hipótesis antes formuladas: también aquí, de hecho, el
riesgo de enfrentar violencia emocional se incrementa sobre todo en presencia de elementos
(como la discapacidad) que conllevan una devaluación de las mujeres, mientras que el
riesgo de experimentar violencia de control –mayormente ligado a la operatividad del
sistema de género– se encuentra más vinculado a la presencia de patrones culturales
determinados256–.
256No hemos considerado el origen extranjero de la mujer como un elemento que contribuye a devaluarla porque los resultados
relativos a la violencia de control ejercida por la pareja (que representa la gran mayoría del total) indican que la clave no es el
origen de la mujer sino del varón.
344
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 47. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja o la
ex pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de v ulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 1,690 (1,386-2,061) ,000 1,625 (1,311-2,015) ,000 1,544 (1,243-1,918) ,000
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 2,515 (1,928-3,280) ,000 2,512 (1,924-3,281) ,000
Edad
De 18 a 24 años (ref.) ,248 ,238
De 25 a 44 1,421 (,946-2,134) ,091 1,433 (,953-2,155) ,084
De 45 a 64 1,361 (,894-2,073) ,151 1,380 (,905-2,155) ,134
65 o más años 1,565 (1,003-2,443) ,048 1,581 (1,012-2,469) ,044
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,490 (1,115-1,990) ,007 1,584 (1,178-2,128) ,002
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,401 (1,089-1,803) ,009 1,413 (1,095-1,822) ,008
Sí, grav e 2,168 (1,490-3,156) ,000 2,163 (1,483-3,156) ,000
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,001
Noroeste ,905 (,596-1,372) ,638
Noreste ,839 (,468-1,507) ,558
Comunidad de Madrid 2,010 (1,245-3,243) ,004
Centro 1,043 (,762-1,430) ,791
Este 1,364 (,959-1,938) ,084
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,092 (761-1,566) ,632
Baja 1,964 (1,337-2,885) ,001
N casos usados por cada modelo 7.339 7.287 7.287
R cuadrado de Nagerkelke 0,009 0,037 0,050
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
345
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 48. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja o la
ex pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social
Paso 1 Paso 2 Paso 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Variable de resumen
Situación de v ulnerabilidad social
No (ref.)
Sí 1,477 (1,156-1,888) ,002 1,378 (1,070-1,775) ,013 1,253 (,968-1,622) ,086
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 4,073 (2,793-5,940) ,000 4,165 (2,848-6,091) ,000
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,047 ,039
De 35 a 54 1,261 (,937-1,698) ,126 1,262 (,935-1,705) ,129
55 o más años 1,506 (1,089-2,083) ,013 1,533 (1,103-2,131) ,011
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,733 (1,226-2,449) ,002 1,999 (1,399-2,857) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,005 ,005
Sí, en cierta medida 1,414 (1,049-1,906) ,023 1,451 (1,070-1,969) ,017
Sí, grav e 1,886 (1,184-3,005) ,008 1,879 (1,170-3,017) ,009
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,299 (,809-2,086) ,279
Noreste 2,315 (1,136-4,717) ,021
Comunidad de Madrid 5,066 (2,867-8,951) ,000
Centro ,701 (,449-1,094) ,118
Este 3,495 (2,440-5,005) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,844 (1,185-2,867) ,007
Baja 6,331 (4,093-9,794) ,000
N casos usados por cada modelo 7.456 7.414 7414
R cuadrado de Nagerkelke 0,004 0,045 0,089
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
346
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 49. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja o la
ex pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la
257
variable de nivel educativo
Modelo A Modelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 2,503 (1,921-3,262) ,000 2,522 (1,932-3,291) ,000
Niv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,001 ,005
Bachiller o FP grado medio 1,316 (,984-1,760) ,064 1,267 (,946-1,697) ,113
ESO 1,671 (1,277-2,186) ,000 1,571 (1,198-2,060) ,001
Primarios o inferiores 1,668 (1,246-2,232) ,001 1,555 (1,159-2,087) ,003
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,675 (1,265-2,217) ,000 1,768 (1,326-2,356) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,414 (1,102-1,814) ,006 1,417 (1,101-1,823) ,007
Sí, grav e 2,164 (1,494-3,135) ,000 2,132 (1,468-3,096) ,000
Edad
De 18 a 24 años (ref.) ,116 ,159
De 25 a 44 1,584 (1,054-2,382) ,027 1,572 (1,045-2,365) ,030
De 45 a 64 1,418 (,926-2,170) ,108 1,440 (,940-2,206) ,094
65 o más años 1,275 (,795-2,045) ,313 1,333 (,830-2,141) ,234
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,001
Noroeste ,810 (,534-1,228) ,322
Noreste ,840 (,474-1,488) ,550
Comunidad de Madrid 1,931 (1,202-3,103) ,007
Centro ,979 (,716-1,337) ,893
Este 1,311 (,926-1,857) ,127
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,114 (,779-1,593) ,554
Baja 1,975 (1,346-2,897) ,000
N casos usados por cada modelo 7.519 7.519
R cuadrado de Nagerkelke 0,039 0,052
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
257 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
347
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 50. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja o la
ex pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la
258
variable de nivel educativo
Modelo A Modelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 4,137 (2,861-5,982) ,000 4,183 (2,885-6,064) ,000
Niv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,012 ,061
Bachiller o FP grado medio 1,027 (,723-1,457) ,882 ,932 (,654-1,330) ,699
ESO 1,253 (,906-1,733) ,174 1,122 (,807-1,561) ,494
Primarios o inferiores 1,561 (1,162-2,099) ,003 1,393 (1,030-1,883) ,031
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,784 (1,290-2,467) ,000 2,031 (1,451-2,844) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,012 ,007
Sí, en cierta medida 1,383 (1,034-1,849) ,029 1,447 (1,076-1,946) ,015
Sí, grav e 1,748 (1,098-2,780) ,018 1,779 (1,110-2,850) ,017
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,235 (,777-1,963) ,372
Noreste 2,867 (1,475-5,570) ,002
Comunidad de Madrid 5,040 (2,872-8,844) ,000
Centro ,664 (,427-1,032) ,069
Este 3,460 (2,434-4,920) ,000
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media 1,914 (1,232-2,973) ,004
Baja 6,615 (4,284-10,216) ,000
N casos usados por cada modelo 7668 7668
R cuadrado de Nagerkelke 0,044 0,088
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011
258 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
348
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
El hecho de que ella tenga empleo y él no, por otra parte, actúa de forma análoga y
también incrementa únicamente el riesgo de enfrentar violencia emocional (en un 64%-67%
según el modelo que se considere). También en este caso, el hecho de que todas las
formulaciones teóricas existentes a este respecto puedan aplicarse a la violencia emocional
pero no todas a la violencia de control (ej. las que remiten al efecto estresor del desempleo)
puede ayudarnos a comprender los resultados obtenidos.
Recapitulando, una situación de empleo femenino y desempleo masculino favorece el
desencadenamiento de violencia sexual y, hasta cierto punto, emocional, mientras que no
incide en la probabilidad de que se dé violencia física o de control. Se trata de un resultados
especialmente relevante, ya que, hasta donde conocemos, no hay prácticamente estudios
que analicen el rol del empleo en función del tipo de violencia (y menos que analicen la
incongruencia de estatus).
Si la formación y la relación con la actividad laboral son factores de riesgo de violencia
emocional, el hecho de que el varón tenga origen extranjero incrementa de forma
significativa únicamente el riesgo de que la mujer experimente violencia de control (la
probabilidad se multiplica aquí por 2,3). Este resultado también corrobora que este tipo de
violencia se encuentra mayormente ligado a la operatividad del sistema de género (un
sistema de género que no es eterno e inmutable, sino que se encuentra histórica y
geográficamente situado).
349
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 51. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja.
Modelo que incluye la variable de nivel educativo. Resumen con las variables
259
significativas
M odelo A M odelo B
OR CI p v alor OR CI p v alor
Características de la mujer
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,010
Bachiller o FP grado medio 1,271 (,912-1,771) ,157
ESO 1,410 (1,032-1,928) ,031
Primarios o inferiores 1,702 (1,246-2,325) ,001
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,717 (1,242-2,374) ,001 1,803 (1,305-2,493) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
N o (ref.) ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,693 (1,296-2,211) ,000 1,673 (1,281-2,185) ,000
Sí, grav e 2,156 (1,411-3,295) ,000 2,105 (1,371-3,232) ,001
Características de la pareja
N iv el educativ o
U niv ersitarios (ref.) ,002
FP 1,110 (,749-1,644) ,604
Secundarios 1,178 (,824-1,685) ,370
Primarios 1,662 (1,219-2,266) ,001
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,153 ,103
Los dos parados 1,256 (,737-2,141) ,401 1,271 (,746-2,168) ,378
Ella trabaja él parado 1,642 (1,062-2,539) ,026 1,675 (1,083-2,591) ,020
Él trabaja ella en paro ,967 (,682-1,371) ,849 1,073 (,761-1,514) ,686
U no de los dos inactiv o 1,207 (,923-1,579) ,169 1,301 (1,010-1,677) ,042
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000 ,000
N oroeste ,685 (,417-1,126) ,136 ,762 (,472-1,231) ,267
N oreste ,943 (,498-1,785) ,857 ,967 (,511-1,833) ,919
C omunidad de M adrid 2,433 (1,439-4,113) ,001 2,423 (1,430-4,106) ,001
C entro 1,053 (,749-1,481) ,766 1,014 (,720-1,428) ,937
Este 1,487 (1,015-2,179) ,042 1,503 (1,025-2,202) ,037
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000 ,000
M edia 1,126 (,750-1,692) ,566 1,101 (,732-1,656) ,643
Baja 2,388 (1,559-3,657) ,000 2,382 (1,553-3,655) ,000
N casos usados por cada modelo 5.466 5.408
R cuadrado de N agerkelke 0,052 0,051
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
259Como se puede observar, en este caso presentamos dos diferentes modelos de resumen, que incluyen respectivamente el
nivel educativo de la mujer y del hombre. Si hemos tomado esta decisión es porque ninguna variable prevalecía de forma clara
sobre la otra. Cabe además resaltar que ninguno de estos dos modelos incluye la variable empleo, y esto porque la relación
con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
350
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 52. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja.
Modelo que testa la relevancia del nivel educativo. Resumen con las variables
260
significativas
Modelo A Modelo B
OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,215 (1,531-3,203) ,000
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.)
Sí 1,585 (1,186-2,119) ,002 1,564 (1,169-2,093) ,003
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,000 ,000
De 35 a 54 ,701 (,535-,919) ,010 ,695 (,529-,913) ,009
De 18 a 34 ,481 (,332-,697) ,000 ,477 (,328-,694) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,262 (1,533-3,338) ,000
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000 ,000
Noroeste 1,250 (,753-2,074) ,388 1,273 (,766-2,114) ,352
Noreste 3,267 (1,565-6,823) ,002 3,395 (1,623-7,098) ,001
Comunidad de Madrid 6,737 (3,672-12,362) ,000 6,983 (3,800-12,832) ,000
Centro ,708 (,442-1,134) ,151 ,740 (,461-1,187) ,211
Este 4,321 (2,978-6,269) ,000 4,417 (3,038-6,422) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000 ,000
Media 2,045 (1,264-3,307) ,004 2,069 (1,279-3,346) ,003
Baja 8,958 (5,615-14,289) ,000 8,935 (5,598-14,259) ,000
N casos usados por cada modelo 5.583 5.576
R cuadrado de Nagerkelke 0,084 0,083
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011
260Nuevamente, el hecho de que los niveles educativos de la mujer y del hombre se anulen recíprocamente, unido al hecho de
que ninguna de estas dos variables prevalece de forma clara sobre la otra, nos ha llevado a presentar dos diferentes modelos
de resumen. En lo que respecta a la discapacidad, cabe resaltar que, en este caso, a diferencia de lo que es habitual, no
recurrimos a una clasificación en 3 grupos sino en 2 (para ello, agrupamos los problemas más y menos graves en una única
categoría). Recurrimos a esta nueva categorización porque, de lo contrario, en el modelo original la presencia de una
discapacidad grave perdía significación (hecho que parece remitir más a una insuficiencia de la muestra que a una real
ausencia de diferencias).
351
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Y luego eso, tiene antecedentes penales también, él. Yo nunca he dicho nada, pero…
bueno…. antecedentes penales tiene. Se ha encarado a la guardia civil, como que l´ha
pegado a un municipal, ha tenido juicio, o sea…. y eso está allí. (E5)
261No se trata de forma específica el caso de la violencia sexual porque, en los relatos de las mujeres supervivientes, ésta no se
trata con tanto detalle como la violencia física (es decir, no tenemos material suficiente para efectuar una buena comparación).
352
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
Él siempre ha sido así, de… violento y de… siempre. Siempre ha sido violento siempre, por
los… las denuncias y eso, que… que yo las vi (…) vi denuncias que… había pegado a uno,
que le habían hecho sus padres, contra él… que los quería matar, que le había sacado el
cuchillo... (E4)
Ha intentado matarle, a mi hijo también, ha intentado... matar a su tío, con el que vive, que
es su hermano, de su padre, y... los tiene amenazados, han tenido que irse a vivir a otro
pueblo también (…) a esa tía también la agredió. Físicamente. A su tía también. La cogió
del cuello y intentó matarla también, ¡eh! (…) y ha... y ha agredido a su tía, otra tía, es
decir... (E13)
En contextos más normalizados, por el contrario, esto no sucede, sino que el único
ámbito en el que se puede detectar violencia física es la relación de pareja, un ámbito muy
particular, tanto por las desigualdades de género que lo permean como por el ocultismo que
también lo caracteriza.
Otro elemento que también sugiere una mayor normalización de la violencia física en
situaciones de exclusión es el hecho de que, en tales contextos, incluso las mujeres llegan a
usarla, aunque sea para defenderse:
Un mes, llevaba de casada (…) Y me dio… una paliza tremenda, se me llevó media mata
de pelo... pero yo, no sé… como mujer, ante eso no me he dejado, mira, he sido fuerte para
unas cosas y pa´ otras no. Subió la madre, le vio que me pegaba, y aún cómo: "que dale,
dale", decía, ¿no? Entonces, allí me dolió más, y ya, cogí una figura, así, de este tipo (coge
una estatuilla de piedra que tiene en el salón), ¡zas!, y le di. (…) Y ya no se atrevió nunca
más a pegarme.
¿No te volvió a pegar nunca?
No, luego cuando eran los niños un poquito más mayores, quería pegar a los niños. Y yo,
con un cuchillo, grande, aunque quede grabado (hace amago de reír), no es que se lo iba a
clavar, pero... "como… como te acerques a mis hijos, te mato", le decía. Y no le pegaba,
porque no se atrevía, y rompía, pues… entonces le daba por romper armarios, figuras...
(E7)
Otro elemento –estrechamente relacionado con el primero– que también sugiere cierta
normalización de la violencia física es el hecho de que, en contextos de exclusión, ésta no
ocupa un lugar destacado en la narración, sino que las mujeres se limitan a nombrarla, sin
ofrecer ningún detalle, y rápidamente continúan con su relato:
Eso parecía un… una casa de… para que me entiendas, de borrana, porque me metía toda la
gente allí, y yo, que tenía al niño, cuando llegaba él, paliza pa’aquí, paliza pa’allá… (E16)
Luego cobrábamos la Renta Básica por ejemplo, y cogía todo el dinero, me pegaba un
palizón, me lo quitaba… (E15)
Y pues, el chaval pues empezó... me empezó con la tontería, un día soltarme un tortazo... un
día... que si ahora nos sales, si… no te vistas así... (E15)
Finalmente, otro elemento que no podemos ignorar –y que también indica mayor
normalización de la violencia física en contextos de exclusión– es el hecho de que las
mismas mujeres llegan a justificarla en determinadas circunstancias. Gabriela, por ejemplo,
como ya se ha visto con anterioridad, afirma que “no me tienes porque pegar, tienes la casa
hecha, y la comida... no me tienes que pegar...” (E7). Al hacerlo, indirectamente sugiere
que, en el caso de que una mujer no cumpla con sus obligaciones referentes al cuidado del
hogar, entonces sí es legítimo ejercer violencia física contra ella.
En situaciones de integración, por el contrario, la violencia física no está tan
normalizada, sino que se percibe como algo anómalo y excepcional. Esto, evidentemente,
354
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
no significa que las mujeres integradas no experimentan violencia física, sino que, en su
caso, ésta es menos habitual y se vive como tal. Varios elementos permiten evidenciar esta
menor normalización de la violencia física en contextos de plena integración. Nos
referimos, en primer lugar, a la forma en la que ésta se relata. Las mujeres integradas, de
hecho, le dedican amplio espacio, narran la agresión de principio a fin y ofrecen una riqueza
de detalles que no se aprecia en el relato de mujeres en situación de exclusión:
No, no, no me había pegado nunca. Lo que pasa que mi maltrato… yo… para mí… era
psicológico, terrible, ¿entiendes? Sol… salvo que al final, cuando ya le dije que me
separaba, sí que me dio dos empujones, que porque en uno de ellos tuve suerte, que estaba
detrás, si no me tira, me tira de espalda, o sea me pilló… te pillan, que no te lo esperas,
¿sabes? Está bien, y de repente, ¡fuum!, me tiró, así sin motivo, ni nada, tuve la suerte que
choqué con mi hija, porque si no yo creo que mi espalda… y además como yo la tengo, me
la habría... porque me dio me dio un empujón terrible. Mi hija se cayó y todo del empujón
que yo caí encima de ella, o sea, me dio un empujón, terrible. (E3)
Estaba yendo a casa, y vi que él estaba en la puerta, abajo, en la calle, esperándome, y... me
dice: “¿dónde (pone tono enfadado) estabas? no sé qué”, y le digo: “hombre, ¿no me has
echado de casa? Pues me he ido”. Y… “¿por qué te has ido?, no sé qué”. Digo: “porque me
has echado”. Y entonces me empieza a pegar, así… me empieza a pegar así en la espalda,
“venga, ¡sube a casa! no sé qué”. Y había unas escaleras para subir a casa, y todo el rato
empujándome, y cuando estábamos en casa, seguía él pegándome y diciéndome de todo,
entonces yo me eché a correr, me fui al dormitorio, porque luego hay unos ventanales que
está, la terraza, pero claro las… los ventanales estaban cerraos, y yo quise saltar pero
encima de la cama, para… salir, pero él me cogió por detrás, yo estaba en la cama así, boca
abajo, él se me sentó encima de la espalda, me empezó a dar puñetazos, diciéndome que era
una puta, que por qué me había ido de casa, que qué disgusto le había dado, o sea
haciéndose la víctima, e yo flipando, yo decía: “me he ido porque tú me has dicho, y
además quítate de encima que me estás haciendo mucho daño, no me pegues más, no sé
qué”. Y bueno cuando le dio la gana ya dejó de pegarme, y entonces… mmh… yo le
arrinconé a un rincón, de la habitación, y le dije gritando, ¿no? le dije: “me he ido de casa
porque tú me has echado, ¿vale? Si no yo no me voy de casa, pero come me has echado,
pues yo me voy, estoy harta de que me eches, entonces el otro se quedó así, callado, se fue
a su cuarto… y… y ya está. (E1)
Otro elemento que también evidencia una mayor excepcionalidad de la violencia física
en contextos de integración es el hecho de que allí, a diferencia que en situaciones de
exclusión, el recurso a la misma sí constituye un antes y después claro en la evolución del
proceso de violencia:
Yo creo que la decisión, la tomé en ese momento, cuando me estampó contra la pared, me
agarró del cuello y me dijo que yo no me movía de casa (…) previamente yo, antes de todo
esto, llegó... hacía ya unos meses que le había dicho que... que igual nos teníamos que
separar una temporada, ¿no? (…) ya cuando me... enganchó del cuello, me... pues igual ya
allí dije: "no, o sea... se acabó esto, y se acabó, y cargo con todo lo que venga detrás, pero
me voy". (E14)
355
Violencia de género en la pareja y exclusión social
de hecho, suele ser mostrar que no solamente los golpes constituyen violencia, sino que
actitudes de control, menosprecios y agresiones sexuales de diversa intensidad también lo
son. En otras palabras, uno de sus fines es mostrar que se trata, en todo caso, de diferentes
manifestaciones de un mismo fenómeno. En este contexto, entonces, el hecho de que, en
situaciones de exclusión, la violencia física no se perciba como algo excepcional ni
radicalmente diferenciado del maltrato psicológico es algo que puede llegar a facilitar un
abordaje integral de los procesos de violencia.
Finalmente, si partimos de la premisa de que la violencia de género es un proceso
gradual, en el que el recurso a la violencia física simplemente representa el punto de llegada
de una escalada en la intensidad del maltrato (Delgado et al. 2007; Fernández 2004),
entonces podemos formular otra hipótesis –complementaria y no excluyente con lo
afirmado hasta ahora–, según la cual una mayor utilización de la violencia física en
contextos de exclusión podría ser un simple reflejo de la mayor intensidad del maltrato que
allí se da262.
262 Para un análisis más detallado de estas cuestiones véase apartado 11.2.1.
356
11.5 Conclusiones
Como se recordará, nuestra hipótesis de partida era que la intensidad de la correlación
entre la violencia de género y las situaciones de dificultad social varía dependiendo del tipo
de maltrato.
El análisis efectuado ha permitido corroborar esta hipótesis. De hecho, hemos
comprobado que la intensidad de la asociación entre la violencia y las situaciones de
dificultad social es máxima en el caso de la violencia física, intermedia en lo que atañe a la
violencia sexual y mínima en lo que se refiere a la violencia psicológica.
Más concretamente, la Macroencuesta permite concluir que, en situaciones de
vulnerabilidad social: el riesgo de enfrentar violencia física a mano de la pareja o la ex
pareja se multiplica por 3; la probabilidad de experimentar violencia sexual se multiplica
por 2,4; y el riesgo de vivenciar violencia psicológica es un 36% más elevado. Si acercamos
la mirada y diferenciamos entre violencia emocional y de control, por otra parte,
observamos que, en el caso de la primera, en situaciones de vulnerabilidad social el riesgo
es un 54% más elevado, mientras que, en el caso de la segunda, la variable que nos ocupa
simplemente no es significativa. Este último es un dato especialmente interesante, ya que
indica que, aunque la situación de vulnerabilidad es un factor de riesgo para algunos tipos
de maltrato, no lo es para todos, sino que existen también tipologías de violencia que son
auténticamente transversales y afectan de igual manera a mujeres integradas y vulnerables.
La Encuesta Foessa, por su parte, permite utilizar la noción de exclusión social –que, a
diferencia de la vulnerabilidad, no es dicotómica, sino que identifica cuatro espacios
diferentes en función del grado de alejamiento de la situación de plena integración– y
mejorar así la precisión de nuestro análisis. También consiente conocer la situación del
barrio que, como hemos visto, es muy relevante.
Observamos así que: el riesgo de experimentar violencia física se incrementa un 70% en
exclusión moderada y un 120% en exclusión severa, mientras que se multiplica por 11,5 en
el caso de mujeres que residen en barrios marginales; el riesgo de enfrentar violencia
sexual, por su parte, no se ve acrecentado por la situación de exclusión del hogar, pero la
zona de residencia adquiere un peso aún mayor que en el caso de la violencia física (el
riesgo de multiplica por 12,2); el riesgo de experimentar violencia psicológica, finalmente,
se incrementa en un 91% en exclusión moderada, mientras que ni hallarse en exclusión
severa ni residir en un barrio marginal inciden en él.
Estos datos permiten efectuar algunas reflexiones. En primer lugar, se descubre que el
fuerte peso del entorno detectado para el conjunto de la violencia de género escondía, en
realidad, el peso de la violencia física y sexual, mientras que en el caso de la violencia
psicológica esta variable ni siquiera es significativa. Esto sugiere que las primeras dos se
ven más influidas por dinámicas de tipo comunitario, relacionadas sobre todo con una
redefinición de la masculinidad en términos anómicos (Hampton, Oliver y Margarian 2003;
Jewkes 2002), mientras que la violencia psicológica, quizás por efecto de su mayor
normalización y aceptación social, guarda más relación con dificultades de nivel individual
(o de hogar).
357
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Si focalizamos la mirada en la situación del hogar, por otra parte, observamos que la
exclusión moderada se asocia sobre todo a un incremento en la probabilidad de
experimentar violencia psicológica y la exclusión severa a un aumento en el riesgo de
enfrentar violencia física. En otras palabras, en el caso de la primera no solamente la
asociación con situaciones de dificultad social es más débil que en lo que respecta a la
segunda, sino que, cuando ésta se da, es principalmente con las situaciones de dificultad
menos intensa. Resulta, sin embargo, difícil comprender por qué, el caso de la violencia
sexual, la situación de exclusión social del hogar no parece ser un factor de riesgo. El hecho
de que ésta se mida a través de un único indicador y que éste, además, sea poco preciso,
puede quizás explicar parte de los resultados. Nuevas investigaciones deberán seguir
indagando en este tema.
En cualquier caso, para valorar la fuerza de la asociación entre situaciones de dificultad
social y riesgo de enfrentar cada tipo de violencia, lo más adecuado no es analizar la
situación del hogar y del entorno de forma separada, sino valorar su peso conjunto. Y esto
muestra claramente que la asociación más fuerte se registra en el caso de la violencia física,
seguida por la violencia sexual y solamente en último lugar por la violencia psicológica. Se
confirman, en suma, los resultados obtenidos por medio de la Macroencuesta.
El menor grado de transversalidad de la violencia física puede guardar relación con dos
elementos, inextricablemente ligados entre sí. El primero de ellos es el hecho de que, tal y
como evidencian los estudios sobre masculinidades (DeKeseredy y Schwartz 2005), la
violencia física es un instrumento que permite a los varones “construir el género” y este
instrumento tiende a ser utilizado preferentemente por aquellos que carecen de otros medios
que les permitan alcanzar una masculinidad exitosa (una situación especialmente frecuente
en situaciones de exclusión social). El segundo elemento es el hecho de que, tal y como
demuestra el análisis cualitativo efectuado, en situaciones de exclusión, la utilización de la
violencia física está más normalizada que en contextos de integración y es, por lo tanto, más
fácil que los hombres puedan recurrir a ella. Estos elementos, por otra parte, se encuentran
inextricablemente ligados entre sí: por un lado, de hecho, una mayor propensión a utilizar la
fuerza y violencia física conlleva una paulatina normalización de la misma; por otro, esta
normalización es un incentivo añadido a la utilización de esta forma de maltrato. En este
sentido, entonces, la exclusión se configura como un claro factor de riesgo y sitúa a las
mujeres excluidas en posición de clara desventaja. Una última hipótesis que también puede
ayudarnos a comprender por qué la asociación entre exclusión y violencia es especialmente
elevada en el caso de la violencia física parte de la premisa de que la violencia de género es
un proceso gradual y la violencia física el punto de llegada de una escalada en la intensidad
del maltrato (Delgado et al. 2007; Fernández 2004). En este sentido, entonces, el mayor
riesgo de violencia física en contextos de exclusión podría simplemente indicar que, allí, la
violencia tiende a alcanzar con mayor facilidad unos grados a los que en integración más
difícilmente llega.
En lo que respecta a la violencia sexual, que también presenta una fuerte asociación con
situaciones de dificultad, el mecanismo podría ser parecido al que los estudios sobre
masculinidades ponen de relieve para el caso de la violencia física. Más concretamente,
debemos considerar que el éxito en el ámbito sexual es un factor clave de la masculinidad;
que, en determinadas contextos (ej. desempleo masculino) relacionados con situaciones de
358
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
359
Violencia de género en la pareja y exclusión social
hecho de vivir en una vivienda insalubre, otro indicador que pertenece a una dimensión no
significativa y que, sin embargo, sí incrementa el riesgo de experimentar violencia física.
El análisis por indicadores efectuado, además, nos ha permitido concluir que la
presencia, en el hogar, de alguien con problemas de alcoholismo, drogodependencias o
ludopatías es la única circunstancia (entre las 35 consideradas) que incrementa de forma
significativa el riesgo de experimentar cualquier tipo de violencia. Más concretamente, en
este caso, la probabilidad de vivenciar violencia psicológica se multiplica por 5,1; el riesgo
de experimentar violencia física por 4,2; y el riesgo de enfrentar violencia sexual por 3,2. Se
trata, en todos los casos, de incrementos particularmente elevados.
Aunque la formulación del indicador no permite establecer con seguridad quién es la
persona que padece estos problemas, los datos obtenidos son igualmente muy importantes
de cara al diseño de políticas y a la intervención, ya que permiten identificar un grupo de
hogares en los que las mujeres se hallan en situación de riesgo especialmente elevado. Y
esta constatación puede servir tanto para diseñar actividades específicas de sensibilización y
prevención como para diseñar e implementar protocolos de intervención diferenciados para
esos casos en concreto. Esta intervención focalizada, sin embargo, será eficaz únicamente si
no olvida que la violencia es un fenómeno con carácter estructural, producto de las
desigualdades de género que cruzan la sociedad, y que, por lo tanto, tanto el alcohol como
las drogas y el juego no son más que elementos de riesgo, desencadenantes, que de ninguna
manera deben ser interpretados y tratados como causas de la violencia.
El análisis efectuado permite asimismo extraer algunas conclusiones acerca de otros
factores de riesgo. Entre ellos, para nosotras resultan particularmente interesantes aquellos
que guardan relación con procesos de exclusión social. Nos referimos al nivel educativo, la
relación con la actividad laboral, el lugar de origen y la discapacidad (esta última, a
diferencia que los anteriores, no constituye un elemento de exclusión propiamente dicho,
pero sí guarda con ella cierta relación).
El nivel educativo se configura como un factor de riesgo muy relevante, aunque
únicamente en lo que respecta a las mujeres y en el caso específico de la violencia física y
sexual (tener estudios primarios o inferiores multiplica el riesgo por 4,5 y 4,6
respectivamente). En el caso de la violencia psicológica, por el contrario, la importancia del
nivel educativo se reduce notablemente (el incremento no supera aquí el 44%), siendo
mínima en el caso específico de la violencia de control (cuando éste se sitúa en un 39% y
hasta deja de ser relevante si nos centramos en el caso específico de la violencia ejercida
por la pareja). Esto confirma el mayor grado de transversalidad de este último tipo de
violencia. En lo que respecta a los hombres, por el contrario, el nivel educativo nunca es un
factor de riesgo importante, sino que mantiene un peso similar y muy reducido para todos
los tipos de violencia (tener estudios primarios o inferiores ni siquiera llega a incrementar
de forma significativa el riesgo de agresión física o sexual y aumenta en un 54% el riesgo
de agresión psicológica). Esto confirma que un nivel formativo elevado logra proteger a las
mujeres –por lo menos frente al riesgo de victimización física y sexual, aunque no
psicológica– pero no consigue cambiar la masculinidad.
La situación de desempleo es un factor de riesgo mucho menos relevante que la ausencia
de formación, por lo menos en lo que respecta a las mujeres. En el caso de ellas, de hecho,
ésta nunca llega a incrementar el riesgo de victimización. En el caso de los hombres, por el
360
Violencia física, sexual y psicológica en las situaciones de integración y exclusión social
361
Violencia de género en la pareja y exclusión social
362
11.6 Anexos del capítulo
Tabla 53. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
263
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p v alor OR CI p v alor OR CI p v alor
Dimensiones de exclusión
Dim 2 Ex clusión del consumo
N o (ref.)
Sí ,202 (,077-,525) ,001 ,215 (,082-,565) ,002 ,271 (,101-,723) ,009
Dim 5 Ex clusión de la v iv ienda
N o (ref.)
Sí 1,769 (1,254-2,495) ,001 1,499 (1,037-2,168) ,031 1,476 (,995-2,189) ,053
Dim 6 Ex clusión de la salud
N o (ref.)
Sí 2,008 (1,410-2,861) ,000 1,756 (1,206-2,556) ,003 1,891 (1,269-2,817) ,002
Dim 7 C onflicto social
N o (ref.)
Sí 5,898 (3,765-9,239) ,000 4,195 (2,560-6,873) ,000 4,858 (2,895-8,152) ,000
Características de la mujer
Discapacidad
N o (ref.)
Sí 2,126 (1,245-3,631) ,006 1,725 (,974-3,056) ,062
Estado civ il
C asada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 1,770 (,969-3,233) ,063 1,185 (,630-2,228) ,599
Separada/div orciada 6,868 (4,524-10,427) ,000 6,408 (4,112-9,985) ,000
Viuda 2,310 (1,080-4,939) ,031 2,523 (1,127-5,650) ,024
Soltera 1,866 (1,155-3,013) ,011 1,645 (,987-2,739) ,056
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,751 (1,077-2,846) ,024 1,805 (1,082-3,012) ,024
Dificultades escolares
N o (ref.)
Sí 2,255 (1,567-3,245) ,000 2,232 (1,519-3,278) ,000
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste 3,049 (1,001-9,289) ,050
N oreste ,568 (,176-1,835) ,344
C omunidad de M adrid 1,823 (,638-5,209) ,262
C entro 3,194 (1,294-7,884) ,012
Este 3,482 (1,389-8,730) ,008
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
M edia ,152 (,077-,300) ,000
Baja ,237 (,177-,481) ,000
Tamaño habitat
M enos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 4,211 (2,006-8,839) ,000
Entre 20.000 y 100.000 1,776 (,844-3,734) ,130
M ás de 100.000 1,387 (,682-2,823) ,367
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,019
Barrio o zona en buenas condiciones 2,632 (,927-7,472) ,069
Barrio o zona deteriorado 2,369 (,772-7,271) ,132
Zona marginal 7,640 (2,029-28,768) ,003
N casos usados por cada modelo 4.154 4.061 4.061
R cuadrado de N agerkelke 0,074 0,171 0,270
263En este modelo se controla por el origen, la relación con la actividad laboral, el nivel formativo y la situación económica del
hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa.
Tabla 54. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
264
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
I ndicadores de exclusión
IND 7 Pobreza extrema
No (ref.)
Sí ,065 (,016-,258) ,000 ,078 (,018-,331) ,001 ,152 (,037-,616) ,008
IND 16 Vivienda insalubre
No (ref.)
Sí 2,567 (1,570-4,196) ,000 2,455 (1,471-4,099) ,001 2,521 (1,461-4,349) ,001
IND 21 Gastos excesivos de la vivienda
No (ref.)
Sí 2,076 (1,243-3,468) ,005 1,403 (,802-2,456) ,235 1,259 (,682-2,323) ,462
IND 23 Han pasado hambre
No (ref.)
Sí 5,158 (2,902-9,169) ,000 4,048 (2,165-7,568) ,000 4,186 (2,162-8,105) ,000
IND 25 Personas dependientes sin apoyo
No (ref.)
Sí 3,686 (1,286-10,565) ,015 5,925 (1,923-18,255) ,002 6,407 (1,954-21,010) ,002
IND 29 Malas relaciones en el hogar
No (ref.)
Sí 8,531 (2,993-24,316) ,000 13,062 (4,418-38,619) ,000 14,662 (4,106-52,355) ,000
IND 30 Problemas con alcohol, drogas o el juego
No (ref.)
Sí 7,113 (3,859-13,108) ,000 3,544 (1,797-6,990) ,000 4,707 (2,389-9,275) ,000
IND 35 Personas en instituciones
No (ref.)
Sí 40,544(6,712-244,924),000 93,676(13,014-674,274),000 61,059(7,643-487,787),000
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,991 (1,059-3,741) ,032 1,504 (,767-2,949) ,235
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 1,477 (,709-3,074) ,298 1,010 (,471-2,165) ,979
Separada/divorciada 7,547 (4,704-12,107) ,000 8,398 (5,069-13,914) ,000
Viuda 2,112 (,913-4,888) ,081 2,674 (1,121-6,377) ,027
Soltera 1,768 (1,017-3,074) ,043 1,752 (,970-3,165) ,063
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,949 (1,142-3,327) ,014 2,197 (1,246-3,874) ,007
Dificultades escolares
No (ref.)
Sí 2,341 (1,539-3,560) ,000 2,138 (1,372-3,332) ,001
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,886 (,543-6,554) ,318
Noreste ,429 (,121-1,524) ,191
Comunidad de Madrid 1,043 (,333-3,261) ,943
Centro 2,971 (1,103-8,005) ,031
Este 2,513 (,952-6,635) ,063
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,139 (,065-,296) ,000
Baja ,209 (,099-,443) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 4,402 (1,857-10,432) ,001
Entre 20.000 y 100.000 2,187 (,927-5,158) ,074
Más de 100.000 1,398 (,609-3,210) ,430
N casos usados por cada modelo 3.281 3.233 3.233
R cuadrado de Nagerkelke 0,131 0,234 0,324
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
264En este modelo se controla por el origen, la relación con la actividad laboral, el nivel formativo y la situación económica del
hogar, aunque solo la primera resulta ser significativa.
364
Tabla 55. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja. Modelo que elimina
la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y
265
relación con la actividad laboral
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o univ. (ref.) ,001 ,106 ,110
Bachiller o FP grado medio 2,601 (1,119-6,044) ,026 2,677 (1,071-6,693) ,035 2,673 (1,069-6,686) ,036
ESO 2,870 (1,260-6,535) ,012 2,200 (,851-5,687) ,104 2,146 (,828-5,560) ,116
Primarios o inferiores 5,112 (2,324-11,245) ,000 3,089 (1,191-8,014) ,020 3,032 (1,168-7,870) ,023
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,601 (1,119-6,044) ,026 ,617 (,237-1,606) ,322
Relación con la actividad lab.
Inactiva (ref.) ,048 ,094
Parada 1,960 (1,116-3,445) ,019 1,694 (,936-3,063) ,081
Ocupada 1,157 (,663-2,019) ,607 ,928 (,516-1,670) ,804
Enfermedad crónica o discap.
No (ref.) ,000 ,002 ,002
Sí, en cierta medida 2,716 (1,659-4,449) ,000 2,231 (1,323-3,761) ,003 2,242 (1,328-3,787) ,003
Sí, grave 2,872 (1,312-6,288) ,008 2,663 (1,210-5,863) ,015 2,714 (1,231-5,982) ,013
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 4,563 (2,675-7,783) ,000 6,267 (2,583-15,206) ,000
Nivel educativo
Primarios (ref.) ,000 ,024 ,024
Secundarios ,273 (,137-,545) ,000 ,333 (,155-,714) ,005 ,333 (,155-,715) ,005
FP ,420 (,215-,822) ,011 ,611 (,291-1,282) ,192 ,607 (,288-1,280) ,190
Universitarios ,218 (,100-,479) ,000 ,436 (,176-1,081) ,073 ,432 (,173-1,077) ,072
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,036
Los dos parados 2,234 (,762-6,556) ,143
Ella trabaja él parado 2,917 (1,139-7,474) ,026
Él trabaja ella en paro 2,927 (1,406-6,094) ,004
Uno de los dos inactivo 1,602 (,806-3,185) ,179
Lugar de origen
Los dos autóctonos (ref.) ,000
Él autóctono ella no 2,172 (,657-7,183) ,204
Ella autóctona él no 9,555 (4,035-22,625) ,000
Los dos origen extranjero 3,270 (1,631-6,557) ,001
N casos usados por cada modelo 5646 5613 5552 5535
R cuadrado de Nagerkelke 0,071 ,057 0,09 0,103
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
265Como se puede observar, en lo que respecta al nivel educativo de la pareja, en este modelo la categoría de referencia se
invierte. Si hemos tomado esta decisión es porque, de lo contrario, la variable no habría sido significativa.
365
Tabla 56. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye la variable de exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Variable de resumen
Situación de exclusión social
Integración plena (ref.) ,077 ,649 ,777
Integración precaria 1,482 (1,029-2,135) ,035 1,223 (,842-1,776) ,290 1,144 (,776-1,686) ,496
Exclusión moderada 1,714 (1,064-2,763) ,027 1,328 (,813-2,168) ,257 1,305 (,785-2,171) ,304
Exclusión severa 1,644 (,900-3,006) ,106 1,121 (,599-2,100) ,720 1,162 (,601-2,246) ,655
Características de la mujer
Discapacidad
No (ref.)
Sí 2,161 (1,318-3,544) ,002 1,693 (1,010-2,838) ,046
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,354 (1,387-3,995) ,002 2,048 (1,191-3,524) ,010
Separada/divorciada 6,431 (4,332-9,547) ,000 5,870 (3,884-8,872) ,000
Viuda 1,605 (,764-3,373) ,212 1,816 (,847-3,894) ,125
Soltera 2,060 (1,309-3,242) ,002 1,823 (1,145-2,901) ,011
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,210 (,122-,362) ,000
Baja ,148 (,093-,235) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,000
Entre 5.000 y 20.000 3,176 (1,576-6,401) ,001
Entre 20.000 y 100.000 1,882 (,940-3,770) ,074
Más de 100.000 1,305 (,675-2,523) ,428
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,002
Barrio o zona en buenas condiciones 3,296 (1,173-9,257) ,024
Barrio o zona deteriorado 4,394 (1,485-12,997) ,007
Zona marginal 11,376 (3,042-42,534) ,000
N casos usados por cada modelo 4,137 4.101 4.101
R cuadrado de Nagerkelke 0,006 0,076 0,169
Fuente: Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013.
366
Tabla 57. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
Modelo que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p OR CI p
Dimensiones de exclusión
Dim 2 Exclusión del consumo
No (ref.)
Sí ,252 (,098-,646) ,004 ,261 (,100-,682) ,006 ,339 (,126-,909) ,032
Dim 5 Exclusión de la vivienda
No (ref.)
Sí 1,527 (1,082-2,156) ,016 1,485 (1,024-2,155) ,037 1,309 (,888-1,931) ,174
Dim 6 Exclusión de la salud
No (ref.)
Sí 1,684 (1,176-2,412) ,004 1,377 (,922-2,056) ,118 1,385 (,915-2,097) ,124
Dim 7 Conflicto social
No (ref.)
Sí 4,175 (2,589-6,732) ,000 3,624 (2,131-6,163) ,000 3,652 (2,118-6,297) ,000
Características de la mujer
Estado civil
Casada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,120 (1,158-3,880) ,015 1,903 (1,028-3,522) ,041
Separada/divorciada 4,816 (3,122-7,431) ,000 4,881 (3,112-7,654) ,000
Viuda 1,711 (,754-3,882) ,199 1,981 (,839-4,675) ,119
Soltera 1,718 (1,009-2,926) ,046 1,582 (,916-2,733) ,100
Discapacidad
No (ref.)
Sí 1,840 (,967-3,502) ,063 1,483 (,759-2,898) ,249
Edad
De 16 a 34 años (ref.) ,014 ,039
35-54 1,089 (,673-1,763) ,728 1,017 (,626-1,653) ,946
55 y más años 2,159 (1,171-3,982) ,014 1,926 (1,027-3,612) ,041
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,671 (1,034-2,701) ,036 1,808 (1,103-2,964) ,019
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,013 ,049
Bachiller o FP grado medio 1,937 (1,185-3,167) ,008 1,775 (1,071-2,942) ,026
ESO 1,329 (,816-2,166) ,253 1,396 (,841-2,319) ,197
Primarios o inferiores ,898 (,483-1,671) ,735 ,929 (,487-1,770) ,822
Relación con la actividad laboral
Ocupada (ref.) ,003 ,009
Parada 1,243 (,823-1,878) ,302 1,335 (,876-2,033) ,179
Ama de casa ,284 (,141-,569) ,000 ,342 (,168-,694) ,003
Jubilada ,684 (,356-1,314) ,254 ,670 (,341-1,315) ,245
Estudiante 1,261 (,396-4,016) ,695 1,445 (,439-4,755) ,545
Características del entorno
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media ,221 (,125-,392) ,000
Baja ,172 (,106-,280) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,003
Entre 5.000 y 20.000 2,548 (1,229-5,285) ,012
Entre 20.000 y 100.000 1,625 (,797-3,313) ,181
Más de 100.000 1,099 (,561-2,154) ,783
Estado y nivel social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,025
Barrio o zona en buenas condiciones 2,210 (,776-6,296) ,138
Barrio o zona deteriorado 3,105 (1,032-9,338) ,044
Zona marginal 6,363(1,616-25,063),008
N casos usados por cada modelo 4.137 3.976 3.976
R cuadrado de Nagerkelke 0,043 0,148 0,221
367
Tabla 58. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja.
266
Modelo que incluye los diferentes indicadores de exclusión social
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p v alor OR CI p OR CI p
Indicadores de exclusión
IN D 2 Sust. princ. con empleo de ex clusión
N o (ref.)
Sí 2,284 (1,211-4,308) ,011 1,257 (,623-2,536) ,523 1,319 (,639-2,722) ,455
IN D 7 Pobreza ex trema
N o (ref.)
Sí ,178 (,056-,564) ,003 ,179 (,056-,570) ,004 ,214 (,064-,712) ,012
IN D 17 H acinamiento grav e
N o (ref.)
Sí 2,483 (1,255-4,912) ,009 2,366 (1,181-4,738) ,015 1,617 (,766-3,413) ,207
IN D 23 H an pasado hambre
N o (ref.)
Sí 4,528 (2,550-8,040) ,000 3,102 (1,,662-5,790) ,000 2,509 (1,276-4,935) ,008
IN D 29 Malas relaciones en el hogar
N o (ref.)
Sí 7,583 (2,505-22,949) ,000 8,885 (2,817-28,024) ,000 9,712 (2,597-36,322) ,001
IN D 30 Problemas con alcohol, drogas o juego
N o (ref.)
Sí 4,106 (2,076-8,117) ,000 2,414 (1,153-5,055) ,019 2,730 (1,286-5,795) ,009
IN D 35 Personas en instituciones
N o (ref.)
Sí 41,630 (7,983-217,089) ,000 66,950(12,412-361,118),000 56,015 (8,656-362,489) ,000
Características de la mujer
Estado civ il
C asada (ref.) ,000 ,000
Pareja de hecho 2,192 (1,188-4,045) ,012 1,626 (,851-3,106) ,141
Separada/div orciada 5,832 (3,666-9,280) ,000 5,890 (3,589-9,664) ,000
Viuda 1,448 (,605-3,464) ,406 1,857 (,745-4,627) ,184
Soltera 1,624 (,940-2,807) ,082 1,375 (,770-2,454) ,282
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,822 (1,072-3,100) ,027 1,978 (1,136-3,443) ,016
Discapacidad
N o (ref.)
Sí 2,530 (1,412-4,535) ,002 2,074 (1,113-3,864) ,022
N iv el educativ o
FP grado sup. o univ ersidad (ref.) ,015 ,017
Bachiller o FP grado medio 2,062 (1,131-3,760) ,018 1,854 (,996-3,450) ,052
ESO 1,854 (1,047-3,284) ,034 2,011 (1,102-3,670) ,023
Primarios o inferiores 1,012 (,503-2,036) ,973 ,995 (,481-2,059) ,990
Analfabeta 3,565 (1,095-11,609) ,035 4,008 (1,107-14,509) ,034
Características del entorno
C lasificación N U TS
Sur y C anarias (ref.) ,000
N oroeste ,668 (,152-2,941) ,594
N oreste ,258 (,070-,948) ,041
C omunidad de Madrid 1,321 (,437-3,992) ,622
C entro 1,703 (,631-4,593) ,293
Este 1,812 (,682-4,812) ,233
Riqueza prov incial
Alta (ref.) ,000
Media ,151 (,071-,320) ,000
Baja ,181 (,080-,411) ,000
Tamaño habitat
Menos de 5.000 (ref.) ,001
Entre 5.000 y 20.000 3,724 (1,544-8,982) ,003
Entre 20.000 y 100.000 1,858 (,777-4,445) ,164
Más de 100.000 1,249 (,537-2,904) ,606
Estado y niv el social del barrio
Zona de clase media-alta (ref.) ,112
Barrio o zona en buenas condiciones 2,005 (,694-5,794) ,199
Barrio o zona deteriorado 2,848 (,917-8,839) ,070
Zona marginal 4,895 (1,082-22,143) ,039
N casos usados por cada modelo 3.276 3.240 3.240
R cuadrado de N agerkelke 0,089 0,168 0,271
266En este análisis se controla por las variables de origen, nivel formativo y dificultades escolares, pero solamente la primera ha
resultado ser significativas.
368
Tabla 59. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja. Modelo que elimina
la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y
267
relación con la actividad laboral
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 3,015 (1,786-5,089) ,000 3,214 (1,880-5,493) ,000
ESO 3,533 (2,134-5,850) ,000 3,597 (2,150-6,017) ,000
Primarios o inferiores 4,556 (2,819-7,364) ,000 5,024 (3,043-8,295) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,007 (1,358-2,966) ,000 1,787 (1,192-2,679) ,005
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,002 ,001
Sí, en cierta medida 1,445 (1,016-2,055) ,040 1,531 (1,072-2,185) ,019
Sí, grave 2,340 (1,396-3,921) ,001 2,405 (1,432-4,041) ,001
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 2,764 (1,279-5,972) ,010
Vive con menores
No (ref.)
Sí 1,498 (1,107-2,028) ,009
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,516 (1,671-3,788) ,000
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,000
FP 1,295 (,761-2,205) ,341
Secundarios ,916 (,539-1,556) ,745
Primarios 2,032 (1,319-3,130) ,001
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,008
Parado 1,794 (1,206-2,670) ,004
Jubilado 1,566 (1,128-2,175) ,007
Estudiante ,000 0,000 ,997
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.)
Los dos parados
Ella trabaja él parado
Él trabaja ella en paro
Uno de los dos inactivo
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.)
Noroeste
Noreste
Comunidad de Madrid
Centro
Este
Riqueza provincial
Alta (ref.)
Media
Baja
N casos usados por cada modelo 5642 5562 5567
R cuadrado de Nagerkelke 0,05 0,062 0,041
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
267En lo que se refiere al modelo 1, cabe destacar que, si se incluyera la relación con la actividad laboral, se observaría que una
situación de empleo precario incrementa en un 69% el riesgo de experimentar violencia psicológica. Si hemos decidido no
incluir esta variable, sin embargo, es porque ésta perdía toda significación ya en el modelo 2, que controla por la presencia de
menores en el hogar.
369
Tabla 59. (Continúa de pág. anterior) Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la
pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables
de nivel educativo y relación con la actividad laboral
Modelo 4A Modelo 5A Modelo 4B Modelo 5B
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000
Bachiller o FP grado medio 3,480 (1,986-6,097) ,000 3,395 (1,933-5,965) ,000 3,475 (1,981-6,095) ,000 3,378 (1,921-5,939) ,000
ESO 3,294 1,863-5,827) ,000 3,206 (1,806-5,690) ,000 3,277 (1,846-5,816) ,000 3,169 (1,778-5,646) ,000
Primarios o inferiores 4,137 (2,285-7,492) ,000 4,026 (2,213-7,324) ,000 4,341 (2,395-7,869) ,000 4,169 (2,288-7,597) ,000
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,185 (,612-2,295) ,614 1,202 (,618-2,340) ,588 1,188 (,614-2,295) ,609 1,205 (,620-2,342) ,582
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,003 ,003 ,002 ,002
Sí, en cierta medida 1,428 (,987-2,066) ,059 1,480 (1,020-2,149) ,039 1,461 (1,010-2,113) ,044 1,515 (1,043-2,200) ,029
Sí, grave 2,333 (1,378-3,950) ,002 2,299 (1,353-3,904) ,002 2,418 (1,426-4,102) ,001 2,383 (1,400-4,059) ,001
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 2,688 (1,168-6,186) ,020 2,762 (1,197-6,373) ,017 3,105 (1,352-7,132) ,008 3,190 (1,385-7,344) ,006
Vive con menores
No (ref.)
Sí 1,640 (1,164-2,310) ,005 1,667 (1,179-2,356) ,004 1,523 (1,103-2,104) ,011 1,562 (1,127-2,165) ,007
Características de la pareja
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,873 (,966-3,632) ,063 1,813 (,929-3,537) ,081 1,839 (,952-3,554) ,070 1,773 (,911-3,451) ,092
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,053 ,056 ,043 ,048
FP ,826 (,472-1,442) ,501 ,842 (,481-1,475) ,548 ,815 (,466-1,427) ,474 ,830 (,473-1,456) ,516
Secundarios ,519 (,296-911) ,022 ,523 (,298-,920) ,025 ,516 (,294-,907) ,021 ,521 (,296-,918) ,024
Primarios ,932 (,569-1,527) ,780 ,939 (,571-1,545) ,806 ,949 (,580-1,554) ,835 ,954 (,518-1,568) ,853
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,052 ,058
Parado 1,724 (1,150-2,583) ,008 1,705 (1,133-2,565) ,010
Jubilado 1,391 (,923-2,098) ,115 1,420 (,937-2,151) ,098
Estudiante ,000 0,000 ,997 ,000 0,000 ,997
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,018 ,017
Los dos parados 1,897 (,995-3,618) ,052 1,831 (,955-3,511) ,069
Ella trabaja él parado 2,427 (1,399-4,210) ,002 2,496 (1,431-4,352) ,001
Él trabaja ella en paro 1,162 (,714-1,892) ,545 1,135 (,696-1,852) ,612
Uno de los dos inactivo 1,264 (,851-1,879) ,246 1,321 (,885-1,971) ,173
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,001 ,001
Noroeste 0,739 (,344-1,588) ,438 0,746 (,347-1,603) ,453
Noreste 3,780 (1,780-8,024) ,001 3,906 (1,838-8,304) ,000
Comunidad de Madrid 3,330 (1,594-6,959) ,001 3,438 (1,644-7,186) ,001
Centro 1,095 (,660-1,815) ,725 1,100 (,663-1,824) ,713
Este 2,345 (1,406-3,911) ,001 2,404 (1,438-4,020) ,001
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,002 ,002
Media 1,769 (1,057-2,961) ,030 1,767 (1,055-2,960) ,030
Baja 2,780 (1,576-4,905) ,000 2,803 (1,586-4,955) ,000
N casos usados por cada modelo 5453 5453 5434 5434
R cuadrado de Nagerkelke 0,077 0,09 0,078 0,091
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
370
Tabla 60. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja. Modelo que
268
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4
268 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
371
Tabla 61. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la
269
variable de nivel educativo
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4 Modelo 5
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,354 ,396 ,632
Bachiller o FP grado medio 1,332 (,964-1,839) ,082 1,171 (,830-1,653) ,368 1,181 (,831-1,678) ,353 1,146 (,804-1,634) ,450
ESO 1,526 (1,128-2,065) ,006 1,257 (,895-1,766) ,187 1,275 (,901-1,804) ,170 1,204 (,847-1,711) ,300
Primarios o inferiores 1,925 (1,456-2,546) ,000 1,398 (,968-2,019) ,074 1,385 (,948-2,025) ,092 1,287 (,876-1,892) ,199
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,613 (1,184-2,197) ,002 1,687 (1,052-2,707) ,030 1,771 (1,100-2,852) ,019 1,866 (1,156-3,013) ,011
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000
Sí, en cierta medida 1,626 (1,255-2,107) ,000 1,557 (1,193-2,033) ,001 1,608 (1,229-2,103) ,001 1,628 (1,240-2,139) ,000
Sí, grave 2,264 (1,508-3,399) ,000 2,135 (1,409-3,235) ,000 2,063 (1,344-3,167) ,001 2,067 (1,340-3,186) ,001
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,035 ,684 ,672 ,558
De 35 a 54 ,763 (,604-,964) ,023 ,887 (,677-1,162) ,384 ,872 (,644-1,182) ,379 ,845 (,637-1,147) ,280
De 18 a 34 ,721 (,535-,973) ,032 ,910 (,649-1,276) ,586 ,921 (,641-1,322) ,654 ,877 (,609-1,261) ,478
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,567 (1,111-2,211) ,011 1,037 (,621-1,731) ,890 ,950 (,564-1,600) ,847 ,973 (,577-1,642) ,918
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,000 ,055 ,067 ,126
FP 1,310 (,893-1,922) ,168 1,144 (,768-1,704) ,507 1,052 (,700-1,583) ,807 1,100 (,729-1,659) ,650
Secundarios 1,347 (,945-1,921) ,099 1,157 (,790-1,694) ,454 1,128 (,767-1,659) ,542 1,122 (,760-1,656) ,563
Primarios 1,957 (1,439-2,660) ,000 1,552 (1,083-2,223) ,017 1,498 (1,041-2,156) ,029 1,467 (1,013-2,123) ,042
Características de la relación
Empleo de los dos
Los dos ocupados (ref.) ,286 ,367
Los dos parados 1,206 (,698-2,082) ,503 1,172 (,677-2,028) ,570
Ella trabaja él parado 1,622 (1,038-2,535) ,034 1,543 (,948-2,419) ,059
Él trabaja ella en paro ,991 (,695-1,411) ,959 ,965 (,676-1,377) ,844
Uno de los dos inactivo 1,070 (,796-1,439) ,653 1,120 (,832-1,508) ,454
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste ,725 (,441-1,192) ,205
Noreste ,917 (,479-1,754) ,793
Comunidad de M adrid 2,443 (1,437-4,152) ,001
Centro 1,037 (,735-1,464) ,835
Este 1,489 (1,011-2,191) ,044
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
M edia 1,051 (,695-1,590) ,814
Baja 2,323 (1,511-3,572) ,000
N casos usados por cada modelo 5.506 5.426 5.387 5.352 5.352
R cuadrado de Nagerkelke 0,027 0,019 0,031 ,034 ,055
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011
269 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
372
Tabla 62. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja.
Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
270
educativo
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Nivel educativo
FP grado sup. o universidad (ref.) ,000 ,053 ,108
Bachiller o FP grado medio 1,140 (,779-1,667) ,500 ,968 (,644-1,455) ,875 ,884 (,583-1,339) ,560
ESO 1,228 (,856-1,762) ,265 1,025 (,683-1,538) ,905 ,946 (,625-1,432) ,794
Primarios o inferiores 1,939 (1,410-2,667) ,000 1,574 (1,034-2,397) ,034 1,407 (,914-2,168) ,121
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 1,756 (1,235-2,495) ,002 1,388 (,795-2,421) ,249 1,596 (,910-2,798) ,103
Enfermedad crónica o discapacidad
No (ref.)
Sí 1,492 (1,127-1,975) ,005 1,427 (1,069-1,906) ,016 1,518 (1,127-2,045) ,006
Características de la pareja
Edad
55 o más años (ref.) ,000 ,083 ,034
De 35 a 54 ,695 (,529-,913) ,009 ,869 (,636-1,187) ,378 ,795 (,578-1,092) ,156
De 18 a 34 ,466 (,320-,681) ,000 ,625 (,411-,951) ,028 ,571 (,374-,872) ,009
Lugar de origen
España (ref.)
Otro 2,011 (1,380-2,931) ,000 1,602 (,899-2,853) ,110 1,635 (,914-2,924) ,097
Nivel educativo
Universitarios (ref.) ,057 ,241 ,364
FP 1,188 (,755-1,869) ,456 1,097 (,687-1,753) ,698 1,067 (,663-1,718) ,790
Secundarios 1,632 (1,101-2,419) ,015 1,492 (,974-2,284) ,066 1,374 (,890-2,121) ,152
Primarios 1,498 (1,046-2,145) ,027 1,179 (,772-1,800) ,447 1,056 (,683-1,633) ,806
Características del entorno
Clasificación NUTS
Sur y Canarias (ref.) ,000
Noroeste 1,261 (,749-6,654) ,383
Noreste 3,126 (1,468-6,654) ,003
Comunidad de Madrid 7,110 (3,856-13,109) ,000
Centro ,750 (,466-1,206) ,235
Este 4,369 (2,992-6,380) ,000
Riqueza provincial
Alta (ref.) ,000
Media 2,054 (1,264-3,336) ,004
Baja 8,658 (5,401-13,881) ,000
N casos usados por cada modelo 5.599 5.519 5.479 5479
R cuadrado de Nagerkelke 0,021 0,020 0,029 ,091
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
270 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
373
12. Intensidad, duración y conciencia de la violencia
en las situaciones de integración y exclusión social
12.1 Introducción
En el capítulo anterior hemos observado que la fuerza de la asociación entre situaciones
de vulnerabilidad o exclusión social y el riesgo de enfrentar violencia de género varía de
forma muy clara en función del tipo de maltrato contemplado. Esto, como ya se ha
apuntado, significa que el hecho de hallarse en una situación de dificultad social no influye
solamente en el riesgo de experimentar violencia, sino que atañe también a las
características de la misma (Sokoloff y Dupont 2005).
Avanzando en el razonamiento, formulamos la hipótesis de que la existencia de
diferencias de corte más cualitativo entre estos dos grupos no se limita al tipo de maltrato,
sino que abarca también otros elementos, como la intensidad del mismo, su duración y la
capacidad de reconocer la violencia vivida.
Si analizamos precisamente estos factores es tanto por cuestiones de orden metodológico
(es decir, porque se trata de una información que las fuentes cuantitativas recogen) como
por el innegable interés que estos elementos revisten de cara a comprender el significado y
el alcance de los procesos de violencia. Más específicamente, si la intensidad y la duración
del maltrato tienen una importancia decisiva es porque de ellos dependen, en gran medida,
los daños que la violencia puede producir; mientras que la capacidad de reconocer este
maltrato es relevante porque se trata de un requisito necesario– aunque no suficiente– para
poder siquiera plantear la salida de una relación violenta.
En todos los casos, se combina un análisis de tipo cuantitativo con otro de tipo
cualitativo. Esto, por un lado permite obtener un conocimiento más profundo de la realidad
estudiada; y, por otro, permite triangular los resultados, incrementando así su fiabilidad.
Como último punto, cabe resaltar que los análisis que aquí se llevan a cabo son
especialmente novedosos. Hasta dónde conocemos, de hecho, solamente uno de los
innumerables estudios sobre factores de riesgo consultados llega a analizar la intensidad de
la violencia (Barrett, Habibov y Chernyak 2012), mientras que ninguno se ocupa de la
duración de la misma o de la capacidad de reconocer el maltrato vivido. Esto es algo que
impide contrastar los resultados aquí obtenidos con los de investigaciones anteriores.
Asimismo, nuestro análisis es también el único que triangula los resultados cuantitativos
obtenidos con un análisis de tipo cualitativo con el fin de incrementar la validez de los
mismos.
Violencia de género en la pareja y exclusión social
271 Para una explicación detallada de la construcción de la variable intensidad véase Anexo III.
272 Podemos efectuar esta afirmación porque, aunque no los hemos incluidos en el análisis, sí hemos efectuado estudios
específicos tanto de la violencia ejercida por la pareja como del maltrato perpetrado por la ex pareja.
273 Para un análisis más detallado de la relación intensidad/reconocimiento, véase apartado 11.4.1.2.
376
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
resultado muy relevante, porque nos dice que, allí, no solamente hay más mujeres que
experimentan violencia, sino que hay muchas más mujeres que están viviendo una violencia
especialmente intensa. Y una violencia más intensa, como ya se ha apuntado, provoca
mayores daños en las mujeres que la viven, incrementa las secuelas (incluido el riesgo de
vivir rutas descendentes hacia la exclusión), requiere de mayores recursos para la
recuperación, etc. Esto es algo que las instituciones no pueden ignorar.
Los datos presentados ofrecen una primera imagen de la realidad, pero están influidos
por el hecho de que las mujeres en situación de vulnerabilidad enfrentan, en términos
generales, un mayor riesgo de experimentar cualquier tipo de violencia, independientemente
de su intensidad; para confirmar si la situación social incide de forma específica en la
intensidad de la violencia experimentada, entonces, debemos limitar la mirada a las mujeres
que, en el momento de realización de la encuesta, estaban experimentando violencia.
Este nuevo análisis confirma que la situación social efectivamente incide en la intensidad
del maltrato vivido: en las situaciones de vulnerabilidad social, de hecho, ésta es, en media,
un 28,3% más elevada que en las de integración.
Tabla 64. Intensidad media y desviación típica de la violencia de género entre las mujeres que la
experimentan según la situación de integración y vulnerabilidad social
377
Violencia de género en la pareja y exclusión social
100%
9,2
90% 17,7
80% 18,6
70% 19,9
60% 23 Grado 4
40% Grado 2
Grado 1
30%
49,2
20% 42,2
10%
0%
Integración Vulnerabilidad
Gráfico 24. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de integración y vulnerabilidad
según el grado de intensidad de la violencia vivida
100%
90%
80%
51,7
70% 65,8
70,6 70,1
60%
50%
Integración
40%
30% Vulnerabilidad
48,3
20% 34,2
29,4 29,9
10%
0%
Grado 1 Grado 2 Grado 3 Grado 4
Intensidad de menor a mayor
Los datos hasta ahora presentados –y que reflejan la existencia de una correlación entre
la situación de vulnerabilidad y la intensidad de la violencia vivida– hacen referencia a la
378
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
274 Realizamos esta afirmación porque, en el caso de la Macroencuesta, los ítems que describen situaciones de violencia
aparecen en la primera parte del cuestionario, cuando tanto la persona que realiza la encuesta como la mujer encuestada
tienden a formular y contestar a las preguntas de forma más sosegada y meditada. En lo que respecta a la Encuesta Foessa,
por el contrario, estos ítems aparecen al final de un largo cuestionario, en el que además se han ido tratando temas muy
alejados de la violencia de género. Parece sensato hipotetizar que, en este caso, las respuestas hayan sido menos precisas.
Esta hipótesis, por otra parte, se ve respaldad por el hecho de que, en la Encuesta Foessa, la coincidencia entre ítems es
mucho mayor que en el caso de la Macroencuesta (es decir que, en un caso, las mujeres que han contestado afirmativamente
a un ítem han tendido a contestar afirmativamente a todos, mientras que, en otro, no ha sido así).
275 Si se invirtiera la categoría de referencia, para las mujeres en situación de vulnerabilidad, comparadas con las integradas, la
probabilidad de enfrentar violencia de grado 1, 2 y 3 sería respectivamente el 53%, 52% y 42% más reducida que la de
experimentar violencia de grado 4.
379
Violencia de género en la pareja y exclusión social
las mujeres con discapacidad. Si es un resultado de la violencia, estos mismos datos podrían
indicar que, cuanto más intenso es el maltrato, más fácil es que éste pueda llegar a ocasionar
alguna enfermedad crónica o alguna discapacidad en la mujer.
Tener pareja, por el contrario, se configura como un factor de protección (reduce en un
72% la probabilidad de enfrentar las formas más intensas de violencia), lo cual apunta a
que, en términos generales, la intensidad del maltrato es mayor cuando quién lo perpetra es
la ex pareja. Esto, por otra parte, sugiere que, en muchos casos, la separación no representa
el fin del la violencia, sino un momento de riesgo especialmente elevado, cuando el
maltrato puede llegar incluso a recrudecerse. Ésta, de hecho, es una realidad que se refleja
tanto en investigaciones anteriores (ej. Cubells, Calsamiglia y Albertín 2010) como en los
relatos de las mujeres entrevistadas.
Tabla 65. Probabilidad de experimentar violencia de género de diferentes intensidades entre las
mujeres que enfrentan violencia por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
276
incluye la variable de vulnerabilidad social
276Como se puede observar, en este caso la variable discapacidad ha sido clasificada en 2 grupos en lugar que en 3, como era
habitual. Hemos tomado esta decisión en todos aquellos casos en los que la muestra tenía un tamaño reducido y además, en
la clasificación a 3 grupos (pero no en la agrupación a 2), una de las categorías no resultaba ser significativa.
380
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Kekana 2002); y creencias más tradicionales acerca de los roles de género (Ahmad et al.
2004; Flood y Please 2009; Hunnicutt 2009; Messerschmidt 1993);
Tabla 66. Probabilidad de experimentar violencia de género de diferentes intensidades entre las
mujeres que enfrentan violencia por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
277
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo
Mmh… la primera, una de las primeras palizas que me dio, es… tenía tres meses de
embarazo, porque yo cuando me fui a vivir con él fue que había quedado en embarazo... y...
y... y pues... me golpeó... y pues, él… me golpeó mucho ese día, pero… todos los golpes
que me daba, me los daba en la cara (…) Y, cada vez iba peor, y me hacía… peores cosas.
Me tiraba la ropa por las ventanas, me echaba, me insultaba, me decía que yo era una
emigrante de mierda, que aquí, no me iban a… a poner cuidado a mí, nadie. Que nadie me
iba a escuchar, porque él era español, y yo, una migrante. Que los… mis hijos, los quitaría,
porque yo no era de aquí. Y siempre, pues, me dominaba con ello, con los niños... Porque
277 No incluye la variable empleo porque la relación con la actividad laboral, en este caso, no es significativa.
278 Para más detalles acerca de la operacionalización de la variable de vulnerabilidad véase nota nº 157.
381
Violencia de género en la pareja y exclusión social
yo, sí me creía eso (…) me escupía… m… me decía cosas como "me acabo de f… follar a",
me decía los nombres de las que se había ter… ido, y me decía "porque tú no vales nada"…
(E2)
Entonces cog… pues… cuando nos ponemos los dos muy a gusto, digamos… pues él me
hacía… sí que me hacía hum… humillaciones. Me ha dejado… me ha llegado a dejar
desnuda en la calle, en pleno invierno, tirarme de casa, desnuda totalmente… sacarme de…
quitarme la ropa, tirarme (…) porque lo de la calle desnuda, no pasó una vez, fue… pasaron
más veces. Entonces un día… sí que… intentó matarme… ¿no? Estaban mis hijos conmigo,
me encerró en una habitación, y… y me intentó estrangular… empezó a estrangularme.
(E13)
Pues bajé a echar un cigarro, y justo pasó con el coche -me estaba buscando, claro- pasó
justo con el coche, se bajó del coche, me agarró de los pelos, y me metió en el coche. Pues
estaba todo drogado, pues eran… pues las 9 de la noche o así, 10… después de cenar, y me
tuvo, hasta el día siguiente, a las 5 de la tarde, metida en el coche, sin parar de pegarme, me
subí al San Cristóbal -estaba embarazada yo, ¡eh!- me subí al San Cristóbal, me tiró una
botella de agua por encima… me pegó allí arriba un palizón, me dejó allí arriba se fue… al
rato volvió a… a buscarme, buah, unos rollos (…) pues eso, todo julio, una tripona así… yo
con azúcar encima, no sé qué… palizones que le daba igual la tripa… claro, encima me
da… me pega palizas y yo, ¿qué hacía?, taparme la tripa. Pues la cara, pues así. La cara así
(…) Yo pensaba que cualquier día me mataba. Con cuchillos teníamos, ponía, en la tripa,
me… con la ropa, me rajaba la ropa… (…) luego cobrábamos la Renta Básica por ejemplo,
y cogía todo el dinero, me pegaba un palizón, me lo quitaba… porque claro, no se lo quería
dar, porque sabía dónde iba a ir…. Directo a las tragaperras. Y me hacía estar sentada, al
lado de él, mientras que se iba gastando, euro por euro, los setecientos euros en la
tragaperra. Unas lloreras, unas ansiedades… buah, ¡qué mal! ¡Qué hijo de puta! ¡Buah! Y
luego a pasar hambre… (E15)
No nos daba ni para comer a mí y a mi hija. O sea, no me daba dinero, para nada (…) no
nos daba dinero... no podíamos cocinar... (E5)
Económicos sí… Económicos sí, porque él es médico y claro ganaba mogollón (…) y yo
siempre, cuando trabajaba, pues claro era administrativa, e ganaba pues la cuarta parte de lo
que gane él (…). Y, me acuerdo que… yo me tenía que comprar ropa en las tiendas más
baratas, y tal, que a mí no me ha importado, no me importa nada, ¿eh? pero él no, él
si…siempre se compraba ropa de marca, de… Callajan, los Docker… siempre con ropita
así, ¿no? Y… veo… él me decía que… que ganar… que él... porque ganaba el dinero era él,
evidentemente… y que, bueno que además yo no necesitaba… ropa, porque como yo no
trabajaba fuera de casa, pues que no… ¡pues dale! (E1)
No, ¡qué va!, si no había nacido mi… mi primera hija, ¡qué va! No había nacido ni mi
primera hija. (E5)
Pues como que a los dos meses de estar con él, lo metieron en la cárcel, dos meses es que ni
lo conocía… a los dos meses, claro, ya me había ido de casa de mi padre… porque me
había metido el otro en su casa (…) y a los dos meses lo metió en la cárcel, y su madre me
tuvo los dos meses encerrada en una habitación con llave… pero... bueno, estuvo tres
meses, en la cárcel, los tres meses, todo el verano. Todo el verano. Entero. Buah, ¡qué
horror! Yo y mi hijo, claro. Encerrados en una habitación… y que no puedes salir más que
con ella, iba a robar, y volvía a casa, y ya está. Y ya está. (E15)
279Para más ejemplos de violencia económica muy severa, véase apartado 9.3.1.1.2.
280Es cierto que, en este caso, la violencia no la ejerce el varón sino la madre de él, con lo cual no se trataría de violencia de
género stricto sensu. Pese a ello, es un fragmento que resulta especialmente relevante ya que, con su crudeza, ilustra con toda
claridad las especificidades de la violencia vivida por mujeres en situación de exclusión.
383
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Hace las cosas mal, hace todo mal, me pega, me pegaba, y, me maltrataba fi…
psicológicamente, y todo, y llegaba a casa como tú y yo, normalmente: "buenos días
cariño". Pero como si nada hubiera pasado, como si... (E4)
La fase de luna de miel, en suma, es aquí totalmente ausente. Nuestra hipótesis es que
esto es un efecto de la situación de mayor indefensión en la que se hallan estas mujeres,
situación que puede haber contribuido a generar una sensación de absoluta impunidad en los
varones. Éstos, en suma, no se arrepienten, no piden perdón, no declaran su eterno amor
antes de volver a agredir simplemente porque no les hace falta hacerlo.
Esta reflexión también nos lleva a problematizar los datos proporcionados por la
literatura. Ésta, de hecho, pone de relieve que el círculo de la violencia se detecta solamente
en una parte de las relaciones violentas (Labell 1979; Sarasúa y Zubizarreta 2000), pero no
investiga el rol jugado por la situación social de partida en la presencia o ausencia del
mismo. El análisis aquí efectuado, sin embargo, sugiere que ésta juega un rol esencial.
Frente a estos resultados, recomendamos que nuevas investigaciones sigan ocupándose de
este tema.
Pues eso, ya te digo, que en esos momentos tampoco... ni tienes a dónde ir... ni tienes...
nada. Entonces, pues, pues le... le vas... pues lo que dicen, ¿no?, que te dejas la mano y te
cogen el brazo, pues algo así. “Pues no te pongas eso”, pues vas y te cambias, mal. Mal.
“Pues no salgas”, pues coges y te quedas en casa, mal. "Pues ahora… me fumo el porro en
tu cara, y tú no fumas nada, y ahora… y ahora sácame la comida y tú a callar", pues lo
haces, y mal. "Pues ahora, me apetece un café, tráeme un café", pues mal. Mal mal mal.
Hasta ducharlo. Hasta lo tenía que duchar. Lo tenía hasta que duchar. Buah, madre mía…
(E15)
Lo que aquí nos interesa remarcar es precisamente el hecho de que esta ausencia de
reacción, esta aparente aceptación de todas las exigencias del varón no es independiente de
la posición social, sino que guarda una fuerte relación con la situación de exclusión. Sheila,
de hecho, lo afirma con rotundidad:
384
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
¿A dónde me iba yo? ¿A dónde me iba yo? Si ya no tenía a dónde ir... pfff... pues eso ya no
yo… yo decía: "¿a dónde llevo mi hijo? Que me lo quitan…". Claro. Mal, muy mal. Muy
mal (…) salió de la cárcel, y… y ya me tenía agarrada por los cojones, como se dice,
agarradísima. Entre que no te puedes ir a ningún lado, le llevaba tres meses esperando… él
ya, pues ya, ¿sabes?, ya “mi mujer”. Él me decía que yo era su mujer. Y era su mujer. (E15)
Manuela también corrobora que las circunstancias sociales son fundamentales para
entender la reacción de la mujer:
Yo, entretanto estaba en su casa, yo me salí de mi casa y me fui a su casa a vivir con mis
hijos, y estaba en su casa. Entonces él mandaba en su casa. Yo tenía que hacer lo que él
quería, porque yo estaba totalmente isolada, del mundo. (E4)
Llegadas a este punto, nos interesa llamar la atención del/de la lector/a sobre el hecho de
que las mayores dificultades que, en contextos de exclusión, las mujeres experimenten para
oponerse a la violencia vivida no dependen únicamente de sus circunstancias materiales,
sino que guardan asimismo relación con su mayor habituación a experimentar violencia (y,
por lo tanto, con una mayor normalización de la misma 281 ). Manuela, por ejemplo, lo
expresa con claridad:
Otro elemento que puede estar influyendo negativamente en la evolución del proceso de
violencia en contextos de exclusión es el hecho de que, allí, el entorno suele mostrarse más
comprensivo con el recurso a la misma, no suele censurarla sino más bien respaldarla. Esto
es algo que se ha analizado con detalle en el capítulo 9282; para un análisis más detallado,
por lo tanto, se remite a aquel, valga aquí con recordar que esta mayor comprensión social
favorece la creación de una situación de impunidad aprendida en los varones, y esto es algo
que a su vez propicia una paulatina intensificación del maltrato que éstos ejercen contra las
mujeres.
Asimismo, es necesario evidenciar que la evolución del proceso de violencia no depende
únicamente de cómo las mujeres en situación de exclusión o su entorno más inmediato
reaccionan a los primeros episodios violentos, sino también –y sobre todo– del valor que la
estructura social asigna a estas mujeres. Los estudios sobre interseccionalidad, de hecho,
nos enseñan que si el valor de las mujeres ya resulta menoscabado por la mera pertenencia
de género, su situación puede empeorar ulteriormente en función de su posicionamiento en
otras estructuras de opresión (sean raciales, clasistas, etc.) (Collins 1990/2000). En otras
palabras, las mujeres pobres, extranjeras, excluidas se convierten en sujetos que pueden ser
lastimados aún más impunemente que otras mujeres, precisamente porque su valor y estatus
social es especialmente reducido. Esto, evidentemente, puede favorecer que la violencia que
281 Para un análisis más detallado del grado de normalización de la violencia en contextos de exclusión, véase apartado 11.4.2.1.
282 Véase apartado 9.2.2.2.
385
Violencia de género en la pareja y exclusión social
se ejerce contra ellas tienda a tener una mayor intensidad que la que se perpetra contra otras
mujeres. No es ésta una reflexión que pueda aparecer con facilidad en el relato de las
mujeres entrevistadas; en las palabras de Blanca, sin embargo, sí podemos intuir un
mecanismo de este tipo:
Ese mismo día, de días anteriores, él me había golpeado, porque me había cogido del pelo,
y, yendo en el coche, me había cogido del pelo y me había dado, con el… con lo de los
cambios (…) yo le decía: "¿quién se va a creer, en un juicio, si tú no me golpeas si miras
como estoy?". Entonces él fue, y trajo maquillaje de su hermana, me hizo que me echara,
para ir al juicio, para que no me vieran los moretones. Y, saliendo del juzgado, me... se
puso a decirme "¿ves? A vosotros, las extranjeritas, no os… no os hacen caso, aquí no
valéis nada". (E2)
386
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Gráfico 25. Porcentaje de mujeres que, desde hace más de 5 años, experimenta violencia de larga
duración por parte de la pareja o la ex pareja en las situaciones de integración y
vulnerabilidad social
Pareja Ex pareja
14 3 2,1
11,5
12
2
10
8 7,1 2
6 1 0,7
4
1
2
0 0
Integración Vulnerabilidad Integración Vulnerabilidad
Esto, sin embargo, no puede llevarnos a olvidar que la mayoría de la violencia de larga
duración la experimentan mujeres integradas (69,8% del total en caso del maltrato
387
Violencia de género en la pareja y exclusión social
perpetrado por la pareja y 55,7% del total en lo que respecta a la violencia ejercida por la ex
pareja), unos resultados que vuelven a poner sobre la mesa el carácter estructural y
transversal de este tipo de violencia.
Gráfico 26. Distribución de las mujeres que experimentan violencia de larga duración en los
espacios sociales de integración y vulnerabilidad según la identidad del agresor
(pareja o ex pareja)
100%
90%
80%
70% 55,7
69,7
60%
50% Integración
40% Vulnerabilidad
30%
20% 44,3
30,3
10%
0%
Pareja Ex pareja
388
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Gráfico 27. Violencia de larga duración sobre el total de la violencia de género ejercida por la
pareja o la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social
Pareja Ex pareja
100% 100%
24,8
80% 40,0 80% 38,1 39,2
60% 60%
< 5 años < 5 años
40% 75,2 40%
> de 5 años 61,9 60,8 > de 5 años
60,0
20% 20%
0% 0%
Integración Vulnerabilidad Integración Vulnerabilidad
284Esta escalada parece interrumpirse en el caso de la violencia más intensa. Avanzamos la hipótesis de que los amplios
márgenes de error, resultado de la escasez de la muestra, pueden explicar esta anomalía.
389
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 67. Probabilidad de experimentar violencia de larga duración entre las mujeres que enfrentan
violencia de género por parte de la pareja
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la mujer
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,000 ,000 ,000
De 35 a 54 4,663 (3,105-7,001) ,000 4,615 (3,031-7,028) ,000 4,794 (3,125-7,356) ,000
55 o más años 9,813 (6.170-15,607) ,000 9,229 (5,653-15,066) ,000 9,058 (5,520-14,863) ,000
Características de la relación
Lugar de origen
Los dos autóctonos (ref.) ,012 ,012
Un autóctono un extranjero ,310 (,142-,675) ,003 ,306 (,140-,669) ,003
Los dos extranjeros 1,014 (,600-1,715) ,958 ,939 (,549-1,609) ,820
Características de la violencia
Intensidad
Grado 1 (ref.) ,004
390
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Tabla 68. Probabilidad de experimentar violencia de larga duración entre las mujeres que enfrentan
violencia de género por parte de la ex pareja
Modelo 1
OR CI p valor
Características de la mujer
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,004
De 35 a 54 2,378 (1,046-5,409) ,039
55 o más años 11,962 (2,485-57,582) ,002
N casos usados por cada modelo 116
R cuadrado de Nagerkelke 0,161
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
286Tanto si se incorpora únicamente el factor vulnerabilidad como si se incluye también el factor edad, de hecho, el nivel de
significación se mantiene siempre muy elevado (0,615 y 0,977 respectivamente) y OR muy próximo a 1 (0,822 y 1,012
respectivamente).
391
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Al final, realmente, siempre has querido escapar de allí, pero no has visto la posibilidad,
porque yo nunca he tenido un trabajo fijo, yo he trabajado en lo que me ha salido (…)
Luego pasa que también que te endeudas, porque compramos esa casa que valían mu…
bastante dinero, te endeudas estás siempre pillado... al endeudarte, pues estás con préstamos
y tal, siempre estás pillado, y... y eso. (E3)
Yo decía: "¿a dónde me voy?" Me sentía cobarde, es que estaba... no era persona, o sea...
ee... estás hundida, te… te ves todo negro, digamos, ¿no? Entonces... ¿yo qué sé? ¿A dónde
voy yo? Sin... trabajo, sin mis hijos... porque eso no era trabajo de sueldo, era… para la
comida... claro, yo decía: "¿a dónde me voy?" Y sin... sin casa, sin nada... sí, me acobardó
mucho eso me acobardó mucho. (E7)
Otro factor que también dificulta la separación es la ausencia de apoyo familiar (Cubells,
Calsamiglia y Albertín 2010b), algo que afecta, de forma transversal, a la mayoría de las
mujeres en exclusión entrevistadas.
En algunos casos, frente a la ausencia de apoyo, las mujeres –que se encuentran
emocionalmente muy desgastadas por la violencia vivida– simplemente no encuentran la
fuerza de separarse:
Yo lo que necesitaba, en este momento, alguien que te empuje, alguien que te dé una mano,
alguien que te ayude, que te apoye. En ese momento no tenía nada. (E2)
En otros casos, las mujeres sí llegan a separarse, pero no logran mantenerse firmes en su
decisión ya que, en cuanto acuden a su familia en busca de refugio y apoyo, ésta las obliga a
volver con el maltratador:
Yo me voy, digo yo: “tengo que hacer algo, o me voy a las Oblatas, o… o me voy.. yo, me
hablaba con las monjitas y eso, y me… y me dice: “lo que te tienes que ir a casa”. Me
llevaban las monjas (…) Y eso… fui allí, me dijo ella: “¡ja! Yo no te he querido con uno,
pues tampoco te quiero con dos”. Pues me tuve que volver otra vez (…) Y yo ya, mi
hermano ya estaba fuera, que había hecho la mili, le decía a él. “¡Ah! Tú has querido, pues
tú te buscas la vida. Tú has querido, pues tú te b… te buscas la vida” (…) Y después ya…
nos… nos fuimos de allí. Nos fuimos. Él no se quería salir, nos fuimos a la Rotxapea, y allí
lo mismo. Ya, más bronca más bronca, yo no podía estar en ningún sitio… allí, aguantando,
tortazo, pegar… él comiendo de lo mío, no me daba ni un duro… “ala yo… yo me divierto
con las mujeres” así mismo me decía. Yo, esto lo decía y no me hacían caso… A mi
familia: “ah no, tú te lo has buscado, pues tú te lo has buscado”. (E16)
287Evidentemente, una separación de este tipo ha de ser tomada con cautela, ya que el nivel individual se ve profundamente
condicionado por el entorno; y, paralelamente, la manera en la que este entorno afecta a cada mujer depende en gran parte de
su propia situación individual.
392
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Entonces llamé a mi familia de s… de su casa, y me dijeron: “no no, mañana (subraya con
la voz) vamos a buscarte”, y me vinieron a buscar”. Al día siguiente, ¿eh? o sea… (…) Sin
ellos igual ni me hubiera atrevido. Pero mi familia me dijo: “sí sí, ya te dijimos en su día
que era un cabrón”. (E1)
Me ofrecieron casa de acogida, cuando yo denuncié, fui con mi hermana mayor, porque no
sabía ni… ni dónde estaba Pamplona, o sea, yo estaba totalmente embolada, y… y no… no
dije na’. “¿Quieres ir a una casa de acogida?” y dijo mi hermana: “no, que se irá con mi
madre”. Y yo tengo casa en Pamplona, pero, no me dejaron ir allí, porque decían que igual,
él, venía un día y me pegaba, me insultaba, algo. Entonces estuve seis meses, con mis hijos,
en casa de mi madre, viviendo, en casa, comiendo, durmiendo, seis meses. Porque… me
acuerdo que yo, claro, yo no comía, yo… estaba con la moral por los suelos. No tenía
ánimos para estar con mis hijos, y… o sea, no estaba feliz… o sea, tampoco estaba
amargada, o sea, cuando estaba… cuando estaba con ellos, pues muy feliz, muy contenta, y
tal… cuando estaban ellos en el cole, pues yo, me daban los bajones, ¿no? Porque es
normal, está pasando un duelo, porque has perdido una persona. Una persona que te ha
hecho mucho daño, pero, es una pérdida al fin y al cabo, ¿no? Entonces yo estuve pasando
un duelo, estuve con psicólogos, durante dos años, y eso, pues bueno, me ayudó a
remontar… psicológicamente, pues (no se entiende) y todo bien. Pero eso, ha sido, con
ayuda psicológica, ayuda de mi familia, mis amigas… (E1)
Hemos aclarado que, en situaciones de exclusión, en términos generales el apoyo que las
mujeres reciben de sus familias es menor que en contextos de integración. Pero esto, ¿a qué
se debe? La respuesta a esta pregunta reside en un conjunto de factores, que pueden
reconducirse a las dos grandes esferas del querer y del poder.
La primera guarda relación con el hecho de que, como hemos demostrado en el capítulo
9, en contextos de exclusión el entorno tiende, a menudo, a mostrarse más comprensivo con
el recurso a la violencia. Y esto, evidentemente, no facilita que se brinde a las mujeres que
quieren poner fin a una relación violenta todo el apoyo que necesitarían. Algunas veces esta
falta de apoyo la forma de apatía y desinterés:
Y claro, y la gente… mi familia y la gente decía: "pero pero ¿qué pasa, te volviste a caer?".
Y yo: "sí, es que esta vez me he dado...", yo qué sé, con la puerta, otra que me había
resbalado, es que, a ver, que la gente bien… ellos sabían, los municipales iban cada
semana, cada dos semanas, a mi casa. Ellos sabían. Pero es que nadie ha hecho nada pa´...
pa´ decir: "oye, pues, es que no puedes seguir así, es que no… no ves que te está matando,
te está..." no (…) Y nada, es que, veía todo el mundo, veían los chillos que había, todo el
mundo, a ver, sabían que los municipales iban, siempre a mi casa, pero tanto mi familia
como… mis cuadrilla, como eso, ninguno, ha sido capaz de… decir: "oye, Manuela", de
288Para un análisis más detallado de cómo el hecho de contar con el apoyo de la familia puede llegar a reducir el riesgo de
caídas véase apartado 9.3.3.2.1.
393
Violencia de género en la pareja y exclusión social
tener una conversación conmigo, o que yo por lo menos tuviera alguien con quien decir
algo, ninguno. (E4)
En otros casos, aún más impactantes, la familia de la mujer llega hasta el punto de
oponerse frontalmente a la separación:
Mi familia (…) Decía que... que, debo aguantar, que...t… todos los hombres, son así, y...
que pienso que tengo una hija. Que... cómo puedes... crecer una… hija sin su padre. Que se
va a cambiar, pero no... no he visto ningún cambio por parte de él. (E6)
Mi madre me decía, es de las antiguas, me decía... que me había casado por la Iglesia, pues
hasta que me muera, con él... (E7)
Un segundo grupo de factores no guarda relación con el deseo de apoyar sino con las
capacidades que cada familia tiene de hacerlo. En lo que a esto se refiere, lo que aquí nos
interesa subrayar es que estas capacidades no se distribuyen homogéneamente en el
espectro social, sino que dependen grandemente de los recursos (económicos, relacionales,
intelectuales, etc.) de los que cada hogar dispone. En las palabras de Ángela, por ejemplo,
se puede apreciar la importancia de los recursos relacionales con los que su familia cuenta:
Solo quería: irme. Irme, a Pamplona, y olvidarme, de todo, y punto. Solo quería: irme. Pero
mi familia, claro, ya se habían, informado, habían hablado con el abogado, se habían… con
policía habían hablado, porque tienen amigos policías, amigos abogados y tal, y entonces…
pues todos dijeron: “no no, esto hay que denunciarlo, porque tu hija… pues no es
consciente que ha sufrido maltrato, pero, hay que… hacer las cosas bien”. Y, gracias a mi
familia, pues… se hicieron las cosas bien. (E1)
Pero… y… eeh… estuve viviendo unos meses en casa de mi madre, otros meses en casa de
mi hermana, claro, luego ya la situación con mi madre empeoró. Empeoró la relación,
¿sabes?, porque ella (…) sin darse cuenta, me ha estado machacando… no ha estado
machacando. Entonces, pues nada, ya vine a Mirenjo, "Mirenjo, por favor, que yo no sé qué
hacer, porque, mira, yo no puedo estar en casa de mi madre, porque mi madre, es que,
emocionalmente, sin darse cuenta me está hundiendo (…) Que, bueno, mi madre es que,
también… tampoco a... anda... muy bien de... te digo yo, de los nervios, entonces... pues
tampoco razona en condiciones. (E5)
394
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Los relatos de las mujeres supervivientes, en suma, ponen de manifiesto que la familia
constituye un recurso de inestimable valor; un recurso con el que, sin embargo, no todas las
mujeres pueden contar y cuya utilización, además, no está libre de inconvenientes289.
Si el apoyo familiar es tan importante de cara a la separación de una pareja violenta,
entonces se comprende perfectamente qué es lo que motiva a los maltratadores a aislar a las
mujeres. Esto, por otra parte, también parece confirmar que el hecho de que un hombre
decida iniciar una relación con una mujer que –ya antes de iniciar la relación– se encontraba
en una situación de aislamiento social, no es necesariamente una casualidad, sino que puede
constituir un claro indicador de riesgo290.
Un tercer factor que también contribuye a dificultar la separación es el hecho de que la
mujer tenga origen extranjero. En este caso, en efecto, la falta de apoyos se suma a otras
dificultades específicas:
Y… a mí me estaban muy m… acabar así de una vez, estaba muy, muy difícil. Porque…
pensaba que tengo una hija, que no puedo...uff... no sé... tenía m... yo tenía confort con él.
Yo estaba en una zona de confort con él. La hija tenía su padre... uff... teníamos nosotros
los dos dinero... y para empezar de cero con la hija sola, y en un país… extranjero, en
donde no conoces bien idioma, no... te… tenía miedo. (E6)
Otro elemento que dificulta el alejamiento es el hecho de que la mujer tenga consumos
activos. Cristina, por ejemplo, lo expresa con gran claridad:
Yo, igual, como estaba drogada, pues no me enteraba mucho de… me enteraba, pero como
que pasaba, ¿no?, las cosas que pasaba me las estaba mereciendo, ¿no? Era un poco… una
mentalidad un poco… de… como alguien que ha tocado fondo del todo, no sabe, ¿no?
Vamos a decirlo así, ¿no? (E13)
Todos los factores hasta ahora mencionados guardan relación con alguna dimensión de
la exclusión (económica, política, relacional, etc.). A menudo, sin embargo, las mujeres no
experimentan vulnerabilidad en una única esfera, sino en varias de ellas simultáneamente
(hecho que es definitorio de los procesos de exclusión), y esta circunstancia dificulta aún
más la separación. Éste es, por ejemplo, el caso de Blanca, que acumula dificultades en la
esfera económica, relacional y residencial:
A mí nadie me… me decía: "tu tranquila que nosotros te vamos a ayudar, no tengas miedo
que si te vas no le va a faltar nada a los críos, para comer, vas a tener donde vivir", nadie,
entonces me veía yo, sola... y sin mi familia... y sin poderle decir, porque estaban muy
lejos, ¿qué podían hacer desde...?, no tenía un… un euro, nada (llora). Me vi, enjaulada...
(E2)
Una vez analizados los factores que hacen referencia a la situación individual de cada
mujer, analizamos aquellos elementos que atañen al contexto institucional, como la
ausencia de ayudas sociales adecuadas. A este respecto, cabe reseñar las palabras de
Cristina, que subraya cómo la ausencia de una protección social adecuada puede dificultar y
retrasar el proceso de separación:
289 Para un análisis más detallado de estas cuestiones véase apartado 9.3.3.2.1.
290 Para un análisis más detallado véase apartado 9.2.1.3.4.
395
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Las mujeres que... que hemos vivido violencia de género, tenemos muy difícil salir de la
situación familiar. ¿Por qué? Porque supuestamente siempre dependemos del marido, ¿no?
Y aparte de eso, que dices: "no, es que una mujer sale, por si quiere, porque... ¿cómo puede
estar una mujer aguantando cinco años que le pegue su marido?" O 10, o 50, como está
viendo casos ahora. Es que esas mujeres no tienen pa’ dónde salir, ¡eh! Muchas de ellas. El
que dice: "no, es que a las mujeres... es que parece que lo están buscando... que parece
que... lo... Digo: "a ver, si tú, te viene una persona, que está sufriendo violencia de género,
y le dices: "voy a hacer lo posible por ti", y lo haces, tanto políticamente como... en todos
los sentidos...", esa mujer seguramente va a tener las cosas más fáciles pa’ dejar a su pareja,
que no una... una mujer que vaya, a un sitio, y diga: "no, es que tienes que estar esperando
cuatro años a que te... a ver si te toca el piso... Yo estuve esperando tres años para que me
tocara mi piso, ¡eh! (E13)
Las palabras de Cristina evidencian claramente cómo la falta de una protección social
adecuada puede tener efectos negativos para las mujeres. Lo que más nos interesa resaltar
aquí, sin embargo, es que tales efectos no se distribuyen homogéneamente en el espectro
social, sino que son especialmente intensos entre mujeres que se encuentran en una
situación de precariedad o exclusión (ya que su disponibilidad de recursos propios es
menor). Al igual que en lo que respecta al riesgo de vivir rutas descendentes hacia la
exclusión a raíz de la violencia y la separación, por lo tanto, también en este caso la
ausencia de ayudas sociales suficientes es socialmente regresiva.
Finalmente, un contexto macroeconómico adverso también puede dificultar la
separación. A diferencia de los elementos hasta ahora descritos, sin embargo, éste no afecta
únicamente a mujeres excluidas, sino que impacta también en contextos de clase media.
Ángela, por ejemplo, evidencia cómo, en 2006, ni se planteó no separarse de su pareja por
miedo a las consecuencias económicas de tal decisión, mientras que en la actualidad su
comportamiento sería diferente: “ahora, por ejemplo, que estamos en crisis, igual me lo
hubiera pensado mejor” (E1).
Se ha afirmado que el contexto macroeconómico no impacta únicamente en situaciones
de exclusión, sino que tiene un alcance más general. En contextos de pobreza y/o exclusión,
sin embargo, su importancia puede aumentar: allí, de hecho, es más difícil que haya ahorros
con los que contar, una familia que pueda apoyar y suplir, etc.
El fragmento presentado, en suma, evidencia claramente que, en el contexto actual de
crisis económica, separarse de una pareja se vuelve aún más complejo; esta realidad, por
otra parte, se ve confirmada también por la reciente disminución de los casos de violencia
de género que se denuncian (que, según datos del Consejo General del Poder Judicial, pasan
de 142.125 en el año 2007 a 129.193 en el año 2015, es decir, una disminución del 9%)291.
La combinación de ambos elementos evidencia una situación dramática y pone de
manifiesto que, en un contexto económico como el actual, la provisión de una protección
social adecuada cobra una importancia aún mayor que en contextos de bonanza.
291Esta menor propensión a interponer denuncia, por otra parte, podría estar asimismo vinculada con el hecho de que una parte
significativa de las mujeres que ya lo hicieron en el pasado podría haber decidido no repetir una experiencia que fue
traumática. Es ésta una interpretación que se ve sustentada por los relatos de las mujeres entrevistadas, que, a menudo,
señalan que tanto el momento de la interposición de denuncia como el posterior juicio se caracterizaron por una fuerte
victimización segundaria. Para un análisis más pormenorizado véase Anexo VIII, donde se detalla la experiencia vivida por
cada mujer en el trato con las instituciones y los recursos.
396
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Yo siempre… quería… yo… es que bueno, yo… me había hecho un proyecto, de familia y
de vida, que… que tú siempre quieres que eso funcione, ¿no? (llora) Yo era de las mujeres
que se casaba para siempre, como se solía decir, ¿no? Y de hecho, yo… pensaba que había
encontrado la persona (busca un pañuelo) que… que yo pensaba que… no sé, aparte que
estaba súper ilusionada, yo le quería, o sea para mí era el hombre de mi vida, yo estaba,
convencida de que había encontrado el hombre de mi vida. (E3)
Esto guarda relación con la excesiva importancia que la relación de pareja y el amor
revisten en la construcción del proyecto vital de las mujeres (Fernández 2004) –algo que a
su vez está fuertemente vinculado con la falta de reconocimiento que éstas experimentan en
otras esferas de la vida (Illouz 2012)–. También cabe resaltar que se trata de un discurso que
aparece con fuerza mucho mayor en el relato de mujeres de clase media o media alta,
mientras que apenas puede detectarse en el caso de mujeres en situación de exclusión. Tales
diferencias en función de la situación social seguramente se deben al hecho de que, en
contextos de exclusión, hay otras cuestiones de carácter más práctico y urgente que copan la
atención de las mujeres y –sobre todo– al hecho de que la búsqueda del éxito (en el ámbito
que sea) no cobra allí la misma importancia que en contextos de clase media o media alta.
Vinculado con lo anterior, se destaca también la presencia de un fuerte miedo a la
soledad (o, más específicamente, a no poder volver a encontrar otra pareja en el futuro) 292.
También en este caso, se trata de un factor que aparece con más fuerza y frecuencia en el
relato de mujeres en situación de integración. Ángela, por ejemplo, interrogada acerca de
qué fue lo que la mantuvo durante tantos años en una relación violenta, contesta:
292Este miedo, por otra parte, no es solamente un producto de la estructura de género, sino algo que se ve incrementado por los
continuos ataques a la autoestima que las mujeres experimentan durante la relación.
397
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Que no conocía yo a otros, ni nada, que me había comido mucho el coco, también. Me lo
había comido mucho, yo era una cerda, una puta, y ¿quién me iba a querer?, ¿entiendes?
(E1)
Asimismo, y en estrecha relación con los elementos ahora nombrados, cabe destacar que,
en muchos casos, un factor muy significativo es la dependencia emocional que las mujeres
experimentan hacia su pareja:
Era un problema interno mío, de… dependencias, de… miedos. Una mezcla. (E1)
¿Por qué aguantamos? ¿Por qué?, ¿no? Dices... y decía: "por mis hijos". Eee… yo creo que
es también mucho por miedo al fracaso. Cuando has... he tenido una relación tan...
digamos, en contra de todo el mundo, y tan esto... yo... muchas veces pienso que era,
porque no queremos fracasar, ¿no? Preferimos jodernos, y aguantarnos, y que nos
casquen... y que nos... denigren, que nos hagan de todo... que admitir que hemos fracasado.
Yo... en mi caso, por lo menos, ¿no? Y yo creo que en muchos casos también. Luego
decimos: "por los hijos". Sí, los hijos también, pero... yo creo que es algo más personal de
nosotras, ¿no?, más... digamos...el... el no querer fracasar, el no saber llevar bien... porque
muchas veces te puedes caer, pero también muchas te puedes levantar, ¿no? (E13)
En este caso, diversamente que en los anteriores, este elemento aparece en el relato de
una mujer en situación de exclusión. Cabe, sin embargo, avanzar la hipótesis de que, en
términos generales, el miedo al fracaso tendrá un peso mucho mayor en situaciones de
integración y, sobre todo, en contextos de clase media o media alta. Y esto porque, como
veremos, se trata de un elemento que encaja a la perfección con los valores y objetivos
propios de estas clases.
En relación con lo anterior –y estrechamente vinculado con él– también cabe poner el
acento en la vergüenza que este fracaso origina, una vergüenza que dificulta la búsqueda de
apoyos y, de esta manera, también la interrupción de la relación. Nieves, por ejemplo, –una
mujer que proviene de una familia de clase media alta– lo manifiesta claramente:
293 Para un análisis más detallado de los valores y normas que éstas vehiculan, véase apartado 9.3.1.
398
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Me decía mi amiga: "pero ¿por qué no te vas?" Digo: "joder, porque es que lo intento, y no
he podido, y no quiero meter a otras personas en ese problema, porque es que… me da
vergüenza de que… pues que es algo… me da vergüenza yo haber caído en este problema.
Me da vergüenza de que la gente se entera del problema en el que estoy metida. Me da
vergüenza de… de que mi familia se vaya a enterar de todo esto. (E11)
¿Por qué los factores de carácter simbólico y emocional impactan con mayor fuerza en
situaciones de integración? Para comprenderlo, en primer lugar, debemos considerar que los
valores propios del contexto posmoderno (centrados en la libertad del individuo y en la
búsqueda del éxito personal, pero también en una fuerte responsabilización individual de
quién no logra triunfar) tienen un impacto diferenciado en función de la clase: calan más
fácilmente en las clases medias y medias altas, mientras que tienen un impacto mucho más
reducido entre grupos excluidos, sobre todo cuando la exclusión no es algo reciente sino
algo que se arrastra entre generaciones. En situaciones como éstas, de hecho, la búsqueda
del éxito y la presión social hacia él son significativamente menores, simplemente porque el
triunfo nunca ha sido percibido como un objetivo realmente alcanzable.
La importancia del éxito amoroso para la identidad personal de las mujeres también se
manifiesta de forma diferente según la clase social. Y esto porque la presión hacia el éxito
amoroso no deja de ser –por lo menos en parte– un reflejo de una presión más generalizada
hacia el “éxito” en todas las esferas de la vida; y la presión hacia el éxito, globalmente
considerado, es muy elevada entre clases medias y medias-altas, pero es mucho menor entre
grupos excluidos. Otro elemento que puede estar reduciendo la importancia del amor en
contextos de exclusión es el hecho de que, allí, numerosas dificultades de carácter material
pueden fácilmente estar absorbiendo una mayor cantidad de tiempo y energía.
El análisis cualitativo efectuado, en suma, permite concluir que, en lo que respecta a los
factores de carácter material, las mujeres que se hallan en situación de integración se
encuentran en una posición de clara ventaja comparativa con respecto a las que se hallan en
una situación de exclusión; en lo que se refiere a los factores de carácter más simbólico, sin
embargo, son las mujeres excluidas las que parecen encontrarse en una situación de ventaja
comparativa. Es éste un hallazgo que puede ser de gran utilidad de cara al diseño de
políticas y a la intervención, ya que permite valorar cuáles son los factores que –
presumiblemente– estarán teniendo un mayor peso en la permanencia de las mujeres en la
relación violenta en cada caso y, de esta manera, ofrece la posibilidad de adecuar la
actuación profesional en función del contexto en que ésta se realiza. Esto significa, por
ejemplo, que a la hora de diseñar las políticas y la intervención social deberá tenerse en
cuenta que las mujeres en situación de exclusión necesitarán sobre todo poder acceder a
recursos materiales que hagan factible y viable la separación; mientras que en contextos de
integración existe una mayor necesidad de incidir en la esfera emocional y en el
autoconcepto de las mujeres.
Finalmente, cabe resaltar que esta separación entre factores materiales y
simbólico/emocionales es necesaria a fines analíticos, pero –si tomada de forma literal–
puede simplificar en exceso una realidad que es mucho más compleja y matizada. En el
relato de Sheila, por ejemplo, –y en una especie de paralelismo con el marco ecológico de
399
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Heise (1998) 294 – se aprecia claramente la existencia de una estrecha interrelación entre
elementos de diferente tipo y nivel
No es tan fácil, no. No es tan fácil. Para nada. Para nada. Buf. Es muy difícil. Se juntan…
los problemas psicológicos de cada uno, con la situación… personal, con la situación
familiar, con… con el entorno, con… todo. Con todo, con todo, todo. Todo hace una bola
que… que para salir, ¡puf! (E15)
294 Para un análisis detallado del marco ecológico de Heise (1998) véase apartado 3.2.4.1.
295 Para una explicación más detallada de cómo se construye esta variable véase Anexo III.
296 Más específicamente, en la Macroencuesta de Violencia de Género 2011, ya que, en la Macroencuesta de Violencia contra la
mujer 2015 la pregunta sobre violencia declarada ha sido eliminada, considerándose obsoleta. Desde aquí, queremos expresar
nuestra firme oposición a esta decisión, que supone un ahorro (tanto en dinero como en tiempo) irrisorio, pero impide seguir
midiendo el maltrato no reconocido.
400
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Gráfico 28. Porcentaje de mujeres que no reconoce la violencia que experimenta por parte de la
pareja o de la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social
Pareja Ex pareja
20 18,7 3 2,6
3
15 12,5
2
10 2
1,0
1
5
1
0 0
Integración Vulnerabilidad Integración Vulnerabilidad
Esto, sin embargo, no puede llevarnos a olvidar que la mayoría de las mujeres que
experimentan violencia y no la reconocen se halla en situación de integración (70,2% del
total en el caso de la violencia ejercida por la pareja y 58,4% en lo que se refiere al maltrato
perpetrado por la ex pareja), unos datos que constituyen una ulterior confirmación del
carácter estructural y transversal de la violencia de género.
401
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Gráfico 29. Distribución de las mujeres que no reconocen la violencia que experimentan en los
espacios sociales de integración y vulnerabilidad según la identidad del agresor
(pareja o ex pareja)
100%
90%
80%
70% 58,4
70,2
60%
50% Integración
40% Vulnerabilidad
30%
20% 41,6
29,8
10%
0%
Pareja Ex pareja
297El nivel de significación es 0,546, algo que puede verse influido por la escasez de la muestra.
298Y aún es más: nuestra hipótesis es que, en el caso de la violencia ejercida por la ex pareja, el maltrato no reconocido está
claramente subestimado. Y esto porque los ítems que conforman la noción de violencia técnica no están pensados para medir
este tipo de violencia (no incluyen comportamientos, como el impago de alimentos o situaciones de acoso, que suelen
caracterizarla). Y si no disponemos de las herramientas necesarias para detectar la violencia, tampoco podremos identificar
402
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Gráfico 30. Violencia no reconocida sobre el total de la violencia de género ejercida por la pareja o
la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social
Pareja Ex pareja
100% 100%
10,6 16,7
27,8 32,7
80% 80%
0% 0%
Integración Vulnerabilidad Integración Vulnerabilidad
situaciones de no reconocimiento de la misma. Esto significa que, si dispusiéramos de un buen instrumento de detección
también para la violencia ejercida por la ex pareja, las diferencias detectadas en la capacidad de reconocimiento en función de
quién es el agresor serían probablemente aún mayores de lo que ya son.
299 A nivel de crude odds ratio la situación de vulnerabilidad parecía asociarse a una reducción del 40% en el riesgo de no
403
Violencia de género en la pareja y exclusión social
300 Si realizamos esta afirmación es porque, en las situaciones de desempleo masculino, el riesgo de enfrentar violencia sexual
se incrementa un 70%. Para más detalles, véase apartado 10.3.2.2.
301 Cuando la mujer tiene empleo y su pareja está desempleada, de hecho, la probabilidad de enfrentar violencia sexual se
404
Tabla 69.Probabilidad de no reconocer la violencia vivida entre las mujeres que experimentan violencia de género por parte de la pareja
M odelo 1 M odelo 2 M odelo 3A M odelo 4A M odelo 3B M odelo 4B
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la violencia
Intensidad
Grado 4 (ref.) ,000 ,000 ,000 ,000 ,000 ,000
Grado 3 9,312 (5,296-16,372) ,000 9,676 (5,458-17,154) ,000 9,974 (5,569-17,865) ,000 10,815 (5,953-19,646) ,000 10,154 (5,657-18,227) ,000 10,933 (6,009-19,893) ,000
Grado 2 88,331 (26,236-297,396) ,000 93,358 (27,552-316,340) ,000 96,945 (28,401-330,918) ,000 112,240 (32,303-389,990) ,000 100,392 (29,239-344,697) ,000 115,624 (33,077-404,174) ,000
Grado 1 61,841 (30,167-126,772) ,000 64,937 (31,412-134,242) ,000 68,696 (32,805-143,857) ,000 77,768 (36,423-166,046) ,000 68,922 (32,798-144,835) ,000 76,436 (35,783-163,277) ,000
Composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.) 2,599 (1,073-6,296) ,034 2,616 (1,067-6,418) ,036 2,924 (1,188-7,198) ,020 2,995 (1,215-7,379) ,017 3,407 (1,364-8,513) ,009
Características de la pareja
Relación con la actividad laboral
Ocupado (ref.) ,041 ,037
Parado ,474 (,239-,940) ,033 ,487 (,243-,976) ,042
Inactivo 1,162 (,655-2,063) ,607 1,263 (,703-2,269) ,435
Sí
Características de la relación
Relación con la actividad laboral
Los dos ocupados (ref.) ,148 ,181
Los dos parados ,688 (,219-2,163) ,523 ,761 (,235-2,461) ,648
Ella ocupada él parado ,302 (,110-,833) ,021 ,314 (,113-,876) ,027
Ella parada él ocupado 1,159 (,443-3,034) ,764 1,186 (,451-3,119) ,729
Uno de los dos inactivo ,717 (,365-1,410) ,335 ,762 (,383-1,515) ,438
Características del entorno
Tamaño del lugar de residencia
Hasta 2.000 (ref.) ,059 ,076
De 2.001 a 50.000 ,143 (,025-,816) ,029 ,146 (,026-,833) ,030
De 50.001 a 100.000 ,161 (,026-1,010) ,051 ,186 (,029-1,172) ,073
M ás de 100.000 ,250 (,044-1,418) ,117 ,248 (,044-1,409) ,116
N casos usados por cada modelo 883 877 871 871 864 864
R cuadrado de Nagerkelke 0,431 0,438 0,450 0,464 0,454 ,467
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
405
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 70. Probabilidad de no reconocer la violencia vivida entre las mujeres que experimentan
303
violencia de género por parte de la ex pareja
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3A Modelo 3B
OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor OR CI p valor
Características de la violencia
Intensidad
Grado 3 (ref.) ,001 ,002 ,002 ,001
Grado 2 1,337 (,505-3,540) ,559 1,596 (,566-4,499) ,376 1,390 (,462-4,187) ,558 2,216 (,706-6,961) ,173
Grado 1 5,777 (2,127-15,688) ,001 5,951 (2,091-16,939) ,001 6,274 (2,088-18,853) ,001 7,931 (2,543-24,735) ,000
Características de la mujer
Edad
De 18 a 34 (ref.) ,083 ,046 ,048
De 35 a 54 ,955 (,406-2,246) ,917 1,420 (,555-3,635) ,465 1,224 (,480-3,123) ,673
55 o más años 10,817 (1,252-93,478) ,030 16,023 (1,780-144,251) ,013 16,044 (1,764-145,907) ,014
Tiene pareja
No (ref.)
Sí 5,315 (1,797-15,717) ,003
Tamaño y composición del hogar
Vive con la pareja
No (ref.)
Sí 8,307 (1,699-40,626) ,009
N casos usados por cada modelo 130 130 130 128
R cuadrado de Nagerkelke 0,161 0,245 0,338 0,338
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011.
302 La variable vulnerabilidad, de hecho, no resulta ser significativa ni a nivel de crude odds ratio (p valor= 0,615 OR= 0,822), ni
controlando por el factor intensidad (p valor= 0,985 OR= 1,008).
303 En este caso, presentamos dos modelos diferentes, uno con la variable "tiene pareja", el otro con la variable "vive con la
pareja". Hemos tomado esta decisión porque ninguna de las dos variables parecía prevalecer sobre la otra (analizadas por
separado, tenían el mismos poder explicativo; incluidas en un único modelo, ambas perdían significación).
406
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Allí ya no hubo más palos, ni nada, pero cada vez que veía a éste por la calle, me
amenazaba, me decía: “no te vas a salir con la tuya, y voy a hacerte más daño. Al hijo lo
quiero ver muerto (al grande), tú también. Y eso… (E16)
Un año antes, de… de irme de casa, le planteé de separarnos. Pero él unas veces, me decía
"no te vayas", lloraba, pa´ que me quedase, y tal y cual... otras veces, me decía que si me
iba saldría en una caja de pino, con los pies por delante, que me mataría, que no sé qué.
(E5)
Siempre en el plano del discurso, existe además otro elemento que refleja –de forma
mucho más clara que los anteriores– normalización de la violencia de género en contextos
de exclusión. Nos referimos al hecho de que las mujeres, de forma explícita, asumen que
eso es “lo normal”, lo habitual y lo que cabe esperar de un varón:
Porque ya te digo también, hombres habrá buenos, y eso, pero… pocos… (E16)
Y claro, pues los hombres, sabes, un día, están bien... otro día, les da por irse por ahí... a
beber... ¿qué sé yo? No sé... por lo menos en mi caso... (E7)
304 Es algo que ya hemos observado en el caso específico de la violencia física. Para mayores detalles, véase apartado 10.4.
407
Violencia de género en la pareja y exclusión social
espacios públicos y delante de personas desconocidas 305 . Las mujeres, de hecho, así lo
relatan:
En mitad de las cafeterías, entrar y... empezar a chillar, a insultarme, a amenazarme, salía,
entraba, me insultaba, salía, volvía a entrar, me insultaba.... (…) los colegios, venía y me la
armaba, o sea... amenazas, insultos, delante de la policía... (…) estuve mucho tiempo con
los UPAS, acompañándome, que vamos, que ni delante de los… les daba igual, se callaba
el tío, le daba igual, o sea... (E12)
Aunque estaría fuera, también me pegaba fuera. Si a él se le daba igual. Si, cada vez que se
enteraba de una cosa, me… me… me… me pegaba, y si iba la asistenta social y le contaba
yo las cosas que me pasaban, también me pegaba cuando salía a la calle. (E16)
En diciembre, de este año, me fui a Portugal porque mi hijo necesitaba el DNI portugués, y
palizón que llevé (…) En la pura calle. Con gente viendo. (E4)
No. Era más todo, pues, chillos, insultos, desde llamarte al timbre... de dar portazos, de
gritar, de... o sea... engancharme el cuello y eso sí, pero... bueno y empujones pero... así
cómo dar un puñetazo o algo así no, no. (E12)
305Como se recordará, a lo largo de este texto (apartado 9.2.2.2) ya se había apuntado que, en situaciones de exclusión, la
violencia tendía a esconderse menos y a ser perpetrada delante de otras personas. En ese caso, sin embargo, se trataba de
familiares y amistades, con lo cual el acento se ponía sobre todo en el hecho de que el entorno no censuraba el recurso a la
violencia de género. En este caso, por el contrario, se trata de personas desconocidas, con lo cual el acento se desplaza hacia
el hecho de que el recurso a la violencia se percibe como algo tan “normal” que ni siquiera necesita ser escondido.
408
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
Sí… claro. Claro. Es que si no… sí que era cariñoso sí… sí. Pero igual… claro, yo… pues
la primera semana o así, volví a casa en… quedaba con él y tal, y volvía a dormir a casa de
mi padre, con mi hijo y tal… y… e igual, pues me despertaba igual (…) a las 2 o a las 3 de
la tarde, y allí estaba el otro, igual… 50 mensajes en el teléfono, era: “donde estás-qué estás
haciendo- seguro que estás por ahí”. Y me levantaba, y: “a ver, que no, chico, que est…”.
Pero eso también, era como… yo sentía que él… como que se preocupaba por mí. “Pues
fíjate lo que se preocupa por mí, fíjate lo que le importo, fíjate…”, ¿sabes? “Lo que le
gusto... fíjate… fíjate todos los mensajes que me ha mandado, que se ha puesto histérico…”
(…) ¿Sabes? Al principio… claro. Es que si no… es que es… si no hay un principio bueno,
no acabas en final malo. Eso seguro. Si, desde el principio, es malo, o sea, desde el primer
día quedo con él, me voy con él de fiesta y me pega, ¿me entiendes?, pues… ya me quedo
en casa de mi madre… de mi padre, y ya no lo veo más. (E15)
Asimismo, también cabe destacar el relato de Maribel, que interpreta el hecho de que el
varón la considere de su propiedad como una declaración de amor:
Se marchó de casa. Se marchó, y estuvo una semana. Pero luego volvió, llamándome por
teléfono, que quería ver a los hijos, lo de siempre. A todo llorar, se me ponía de rodillas,
que me quiere mucho, que no va a dejar que nadie se acerque a mí, que yo soy pa´ él, que…
bueno... el rollo ese que te mete, que… de primeras te lo crees todo, luego no. Porque ya
se... te lo hace una, y otra, y otra, y otra, y dices: puro cuento. Es puro cuento, no te
engañes. (E10)
Lo más impactante, en este caso, es que Maribel en ningún momento parece considerar
que las palabras de su marido son controladoras y violentas. Al contrario, el rechazo y la
desconfianza que siente hacia ellas se deben simplemente al hecho de que son “puro
cuento”. Es decir, que aunque hay un reconocimiento de que, pese a las palabras, la
violencia no termina; no hay, sin embargo, un análogo reconocimiento de que sus palabras
son violentas en sí mismas.
En situaciones de integración, por el contrario, no se evidencian escenarios de este tipo,
sino que la violencia –por lo menos cuando es de alta intensidad como la que aquí se
describe– sí es reconocida como tal.
Los relatos de las mujeres entrevistadas, en suma, reflejan un panorama diferente del que
dibuja la Macroencuesta: si allí la situación de vulnerabilidad no parecía influir en la
capacidad de reconocer la violencia experimentada, de hecho, aquí las mayores dificultades
de las mujeres en situación de exclusión aparecen con total claridad. Se registra, en suma,
una evidente contradicción entre resultados cuantitativos y cualitativos. Esto puede deberse
a varios factores, no excluyentes entre sí. Una primera posibilidad es que estas diferencias
responden a cuestiones de tipo metodológico y, más concretamente, al hecho de que la
Macroencuesta permite identificar únicamente mujeres en situación de vulnerabilidad
social, mientras que las entrevistas permiten escuchar la voz de aquellas que se hallan en
situación de exclusión (severa). La combinación de ambos resultados, en suma, podría
sugerir que, aunque una situación de simple vulnerabilidad no llega a incidir en la capacidad
de reconocer la violencia, una situación de exclusión social real sí lo hace. El hecho de que,
tal y como evidencia la Encuesta Foessa, en situaciones de pobreza extrema (circunstancia
en la que se encuentran sobre todo mujeres pertenecientes a sectores claramente marginales
409
Violencia de género en la pareja y exclusión social
y alejados del conjunto de la sociedad) los niveles de violencia detectados sean mínimos
parece respaldar esta segunda hipótesis.
Otra posibilidad guarda relación con el hecho de que la capacidad de reconocer la
violencia experimentada depende tanto de las herramientas –intelectuales, culturales, etc. –
de las que cada mujer dispone como de su cercanía al estereotipo social de “mujer
maltratada”. En el caso del análisis cuantitativo, ambos factores estarían operando y
equilibrándose recíprocamente, y esto podría ayudarnos a comprender por qué, allí, las
mujeres integradas no se muestran más capaces de reconocer la violencia que las mujeres en
situación de vulnerabilidad social. En lo que respecta al análisis cualitativo, por el contrario,
todas las mujeres entrevistadas ya se reconocían como víctimas de esta violencia. Esto
implica que, aquí, únicamente el primer factor estaría operando, lo cual puede explicar por
qué, en este caso, las mujeres integradas sí se sitúan en una posición de ventaja.
410
12.5 Conclusiones
En este último capítulo, continuando con el camino empezado en el capítulo anterior,
hemos seguido analizando las características de la violencia de género que tiene lugar en las
situaciones de integración y exclusión social. Más concretamente, hemos analizado la
intensidad de la violencia vivida, su duración y la conciencia que las mujeres tienen de la
misma en las situaciones de integración y exclusión social.
En lo que respecta a la intensidad de la violencia, el análisis cuantitativo efectuado
permite concluir que las formas más intensas de violencia son mucho más frecuentes en
situaciones de vulnerabilidad que de integración (el 7,9% de las mujeres en situación de
vulnerabilidad experimenta violencia de alta intensidad, frente al 3,2% en integración). Si
antes habíamos observado que las mujeres en situación de vulnerabilidad tenían mayores
probabilidades de experimentar violencia, estos resultados muestran que la brecha se
incrementa ulteriormente en el caso de la violencia más intensa.
Si limitamos la mirada a las mujeres que experimentan violencia, la situación de
desventaja comparativa de las mujeres en situación de vulnerabilidad se confirma: éstas, de
hecho, enfrentan una violencia medianamente más intensa que las integradas (un 28%); y,
aun conformando alrededor de un quinto de la población (21,2%), llegan a constituir la
mitad (48,3%) de las que experimentan la violencia más intensa. El análisis multivariante
confirma los datos presentados e indica que, en situaciones de vulnerabilidad, el riesgo de
enfrentar las formas más intensas de violencia en lugar que las más leves se multiplica por
más de 2.
Los relatos de las mujeres supervivientes corroboran estos resultados y además
evidencian que, en contextos de exclusión, la violencia no solamente tiende a ser más
intensa que en integración, sino que tiende a serlo desde el principio.
Los resultados obtenidos deben ser tenidos en cuenta a la hora de llevar a cabo una
intervención profesional con mujeres en situación de violencia de género: en contextos de
exclusión social, de hecho, donde la violencia tiende a ser especialmente brutal, se
requerirá, probablemente, una intervención más intensa y duradera; en situaciones de
integración, donde la violencia se manifiesta de forma más sutil y sofisticada, por el
contrario, quizás no se requiera una intervención de intensidad tan elevada, pero será
especialmente acuciante incidir en el hecho de que la violencia puede manifestarse de
formas muy diferentes, más y menos visibles y reconocibles, todas ellas, sin embargo,
profundamente dañinas para las mujeres que las viven.
La clave para comprender las razones de esta mayor intensidad parece ser el hecho de
que, en contextos de exclusión, no se encuentran actores capaces de poner límites a la
escalada en el proceso de violencia. No lo son las mujeres, por la situación de mayor
indefensión (tanto material como simbólica) en las que se encuentran y porque se han
socializado en contextos en los que la violencia se encuentra más normalizada. No lo es su
entorno social más inmediato, que suele mostrarse más bien comprensivo con el recurso a la
411
Violencia de género en la pareja y exclusión social
412
Intensidad, duración y conciencia de la violencia en las situaciones de integración y exclusión social
objetivos propios de una sociedad posmoderna (miedo al fracaso y a la vergüenza que éste
origina).
Estos resultados pueden explicarse considerando que los valores propios del contexto
posmoderno (ej. búsqueda del éxito personal, pero también una fuerte responsabilización
individual de quién no logra triunfar) calan más fácilmente en las clases medias y medias
altas, mientras que tienen un impacto mucho más reducido entre grupos excluidos. Y esto es
así porque, en un contexto de exclusión, tales objetivos nunca han estado al alcance de la
mano y, por lo tanto, tampoco han sido interiorizados como elementos clave para la
construcción de la identidad. La menor relevancia atribuida al éxito amoroso, por su parte,
también debe entenderse dentro de este contexto más amplio. Ésta, de hecho, no deja de ser
–por lo menos en parte– un reflejo de una presión más generalizada hacia el “éxito” en
todas las esferas de la vida; y la presión hacia el éxito, como hemos visto, es mucho más
fuerte entre clases medias y medias altas que entre grupos excluidos. Otro elemento que
puede estar reduciendo la importancia de los factores de carácter simbólico y emocional en
contextos de exclusión es el hecho de que, allí, las mujeres deben enfrentarse a dificultades
de carácter material mucho más intensas que pueden terminar absorbiendo una mayor
cantidad de tiempo y energía.
Las conclusiones a las que hemos podido llegar ofrecen una información de vital
importancia de cara al diseño de políticas y a la intervención social. Conocer cuáles son, en
cada contexto, los elementos que mayormente dificultan el alejamiento de la mujer de una
pareja maltratadora, de hecho, abre la puerta a la posibilidad de adecuar la intervención en
función del contexto en que ésta se realiza, incrementando así su eficacia.
El análisis efectuado, por lo tanto, sugiere que nuestra hipótesis de investigación acerca
de una mayor duración de las relaciones violentas en contextos de exclusión debe ser
rechazada. Para poder afirmarlo con seguridad, sin embargo, sería necesario verificar si los
datos extraídos de la Macroencuesta y referidos a mujeres en situación de vulnerabilidad
pueden extenderse también a mujeres en situación de exclusión propiamente dicha (sobre
todo si severa). Para ello, se requeriría la incorporación de una pregunta en este sentido en
la próxima Encuesta Foessa
Finalmente, el tercer elemento examinado ha sido la conciencia de la violencia vivida.
En lo que a ésta se refiere, el análisis cuantitativo muestra que la proporción de mujeres que
experimenta violencia y no lo reconocen es mucho mayor en situaciones de vulnerabilidad
que de integración (el 14,7% de las mujeres vulnerables frente al 9,3% de las integradas en
lo que respecta a la violencia ejercida por la pareja; y el 2,6% frente al 1,0% en el caso de la
violencia perpetrada por la ex pareja). Estos resultados indican que la problemática más
significativa de violencia no reconocida se halla en el espacio social de la vulnerabilidad. Y
esto, a su vez, conlleva que justamente allí se encuentran las mayores necesidades de
concienciación y formación, algo que no se puede ignorar a la hora de diseñar e
implementar acciones de este tipo. Tampoco en este caso, sin embargo, podemos ignorar
que la mayoría de las mujeres que no tienen conciencia de la violencia vivida se halla en
situación de integración (70,2% del total en caso del maltrato perpetrado por la pareja y
58,4% del total en lo que respecta a la violencia ejercida por la ex pareja), unos resultados
que, nuevamente, vuelven a poner sobre la mesa el carácter estructural y transversal del
fenómeno estudiado.
413
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Entre las mujeres que experimentan violencia, por parte, las vulnerables no parecen
encontrarse en desventaja: de hecho, la vulnerabilidad ni favorece ni dificulta el
reconocimiento del maltrato vivido (el factor que sí incide en ello es la intensidad de la
violencia).
El análisis cualitativo, sin embargo, refleja una realidad diferente, donde la situación de
exclusión social claramente dificulta el reconocimiento de la violencia. Esta realidad se
explica considerando que tales situaciones suelen caracterizarse por una mayor
normalización de la violencia de género (realidad que puede apreciarse a partir de
elementos tanto discursivos como factuales) y, por lo tanto, también se acompañan de
mayores dificultades para reconocerla.
En suma, los relatos de las mujeres supervivientes respaldan nuestras hipótesis de
investigación, mientras que los datos cuantitativos la rechazan. Varias hipótesis, no
excluyentes entre sí, pueden dar cuenta de esta contradicción. Una primera hipótesis remite
al hecho de que los datos cuantitativos y cualitativos hacen referencia a grupos sociales
distintos (en un caso, mujeres en situación de vulnerabilidad social, en otro, mujeres en
exclusión severa). Esto indicaría que, aunque una situación de simple vulnerabilidad no
influye en la capacidad de reconocer la violencia vivida, una de exclusión propiamente
dicha (sobre todo si severa) sí.
Otra hipótesis parte de la constatación de que hay elementos (como el hecho de poder
contar con mayores herramientas culturales, intelectuales, etc.) que favorecen el
reconocimiento de la violencia por parte de mujeres integradas y otros (como la
disponibilidad a reconocerse como “mujer maltratada”) que propician el reconocimiento el
contextos de exclusión. Los datos de encuesta se explicarían por el hecho de que, allí,
ambos factores estarían operando y equilibrándose recíprocamente. Los resultados del
análisis cualitativo, por el contrario, se explicarían por el hecho de que, en este caso, todas
las mujeres entrevistadas ya se reconocían como víctimas de esta violencia, con lo cual
únicamente el primer factor estaría operando.
Recapitulando, el análisis efectuado permite establecer que, en situaciones de exclusión
social, no solamente el riesgo de experimentar violencia es mayor, sino que ésta, cuando
tiene lugar, tiende a ser más intensa. Análogamente, se detectan también mayores
dificultades de cara a reconocer la violencia vivida (por lo menos en las situaciones de
exclusión más extrema). La duración de las relaciones violentas, por el contrario, no parece
verse influida por la situación social (aunque los elementos que mantienen a las mujeres en
tales situaciones sí varían en función de ésta).
Para finalizar, queremos recordar el carácter extremadamente novedoso del análisis aquí
efectuado. Hasta donde conocemos, de hecho, solamente uno de los numerosos estudios
sobre factores de riesgo consultados llega a estudiar la intensidad de la violencia (Barrett,
Habibov y Chernyak 2012), mientras que ninguno examina la duración de la misma o la
conciencia que las mujeres tienen del maltrato vivido.
414
13. Conclusiones y propuestas
417
Violencia de género en la pareja y exclusión social
autóctonas, de clase media alta, con elevado nivel formativo, etc.)– sería claramente
contraproducente para aquellas que ocupan posiciones más precarizadas. En su caso, de
hecho, seguir ignorando la existencia de elementos que interseccionan con el sistema de
género e incrementan el riesgo significaría renunciar a intervenir para reducir esta
desventaja, y esto no es algo que se pueda defender desde posiciones progresistas.
Recapitulando, una revisión de la producción teórica existente, de sus puntos fuertes y de
sus huecos, pone de relieve el carácter novedoso y necesario del estudio realizado.
Partiendo de aquí, vamos ahora a examinar los resultados que éste arroja.
instituciones (uno de los indicadores que la conforman) sí llega a aumentarlo de forma muy
evidente.
Siguiendo con este mayor nivel de concreción, las situaciones de mayor riesgo son
justamente aquellas en las que:
hay personas en instituciones;
las relaciones entre los miembros del hogar son malas;
alguien tiene problemas con el alcohol, las drogas o el juego;
se ha pasado hambre;
hay menores de 3 a 15 años sin escolarizar.
Se trata de situaciones muy concretas y esto, como veremos más adelante, tiene
implicaciones claras de cara a la definición de políticas y la intervención social (podría dar
lugar a protocolos para la intervención).
Asimismo, cabe resaltar que la presencia, en el hogar, de alguien con problemas de
alcoholismo, drogodependencias o ludopatías es la única circunstancia (entre las 35
consideradas) que incrementa de forma significativa el riesgo de experimentar cualquier
tipo de violencia (sea ésa física, sexual o psicológica). Esto, por otra parte, no significa que
el alcohol o las drogas sean causa de la violencia, sino que el abuso de estas sustancias, al
insertarse en una estructura caracterizada por profundas desigualdades entre sexos, puede
llegar a desencadenarla o intensificarla (así como ser un producto de la violencia).
Recapitulando, si los datos referidos a la situación de exclusión globalmente considerada
reflejaban unos incrementos en el riesgo de enfrentar violencia de género que, aun siendo
significativos, eran bastante contenidos; un análisis por dimensiones muestra un panorama
mucho más matizado y preocupante.
Este último análisis, por su parte –al poner de relieve que el riesgo se incrementa sobre
todo en presencia de conflicto social, mientras que una situación de exclusión económica
apenas es relevante– pone asimismo de manifiesto la importancia y oportunidad de haber
analizado aquí la relación entre violencia y exclusión, en lugar que entre violencia y
pobreza (como es más habitual).
A todo esto se añade que no es solamente la situación de dificultad social del hogar lo
que se asocia con una mayor probabilidad de enfrentar violencia de género, sino también (y
sobre todo) la de la zona de residencia. Conforme el estado y nivel social del barrio
empeora, de hecho, la probabilidad de experimentar violencia de género se incrementa,
tanto que, en referencia a las zonas de clase media alta, en los barrios marginales ésta se
multiplica por 5,6. Esto, como veremos más adelante, tiene claras implicaciones de cara a la
definición de políticas y a la intervención social.
El análisis efectuado, en suma, permite concluir que la probabilidad de experimentar
violencia de género es mucho mayor en el espacio de exclusión. Esto, sin embargo, no
puede llevarnos a olvidar que, por cada 10 mujeres que la enfrentan, casi 7 se hallan en una
situación de integración social (plena o precaria). Nuevamente, esto nos recuerda que nos
enfrentamos a un fenómeno que tiene carácter estructural y cuyos orígenes han de ser
buscados en el nivel de la estructura social patriarcal en la que nos movemos y que, como
419
Violencia de género en la pareja y exclusión social
tal, puede afectar a mujeres de toda clase y circunstancia social (Delgado et al. 2007; De
Miguel 2005; Gimeno y Barrientos 2009; Marugán 2012; Vives-Cases 2011).
Si comparamos el peso del factor exclusión con el de otros elementos de riesgo,
podemos además establecer que aunque, globalmente considerada, la exclusión social no es
un factor más relevante que otros (ej. discapacidad, lugar de origen, etc.), una de las
dimensiones la conforman (conflicto social) sí tiene un peso mayor que el de cualquier otro
elemento contemplado. A esta misma conclusión, por otra parte, también se llega si no se
considera únicamente la situación del hogar, sino que se contempla a un mismo tiempo la
realidad del hogar y del entorno. También en este caso, entonces, los resultados obtenidos
respaldan nuestra decisión de estudiar precisamente la relación existente entre la violencia
de género, por un lado, y las situaciones de exclusión, por otro.
no debemos dirigir nuestra mirada a las mujeres, sino a sus parejas. Un análisis detallado en
este sentido excede los objetivos de la presente investigación, pero lo que sí podemos
afirmar es que, en tales contextos, es más fácil que los hombres provengan de un entorno en
el que el recurso a la violencia –toda, no únicamente aquella que se ejerce por razones de
género– es más habitual y frecuente que en contextos de integración. Y esto, al
interseccionarse con un trasfondo estructural de relaciones desiguales de género, puede
fácilmente traducirse en violencia masculina contra la pareja femenina.
Finalmente, un último factor guarda relación con el hecho de que, en contextos de
exclusión, con frecuencia las mujeres se han visto, en cierto modo, forzadas a iniciar la
relación. Esto puede deberse a circunstancias diferentes (como el deseo de huir de la familia
de origen; la necesidad de encontrar un lugar en el que vivir o apoyo en un momento vital
muy duro, etc.); pero es, en todo caso, un elemento de riesgo, sea porque reduce la
capacidad de elección de las mujeres y, de esta manera, facilita que acepten como parejas a
hombres manifiestamente inadecuados, sea porque es algo que podría contribuir al
acercamiento de un tipo de hombre muy concreto (aquel que busca maximizar el gap de
género existente).
En lo que respecta a los elementos que pueden favorecer la aparición de violencia de
género una vez que la pareja ya se ha formado, cabe destacar, ante todo, una mayor
adhesión a valores y actitudes fuertemente patriarcales. Esto, por otra parte, es algo que ya
sugerían investigaciones anteriores referidas a la clase social (ej. Elley 2011; Kiss et al.
2012; Smith 1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009).
Otro elemento a resaltar es que, en contextos de exclusión, a menudo el entorno más
inmediato de la pareja parece aprobar –o, por lo menos, no censurar– el recurso a la
violencia por parte de los varones. Esto implica que, en tales situaciones, éstos han ido
paulatinamente efectuando un aprendizaje en la violencia y la impunidad que ha favorecido
tanto la perpetuación de la violencia como su progresiva intensificación. Estos resultados,
además, son coherentes con el hecho de que el riesgo de experimentar violencia de género
se incrementa de forma muy clara en barrios marginales. En tales contextos, de hecho, esta
ausencia de reprobación social se replicaría, pero a escala mucho mayor y esto –
conjuntamente con una redefinición de la masculinidad en términos anómicos que también
tendría lugar– podría terminar propiciando el recurso a la violencia por parte de un
porcentaje más elevado de varones.
Asimismo, no podemos olvidar que las situaciones de exclusión se relacionan con
elementos (como carecer de apoyos, haber efectuado un proceso migratorio o haberse
quedado embarazada en los primerísimos tiempos de la relación) que sitúan a las mujeres en
una situación de indefensión especialmente elevada. Esto otorga al varón más poder del que
tendría habitualmente, precisamente cuando ella ve su propio poder disminuido. Como
resultado, el diferencial de poder existente entre los dos miembros de la pareja se
incrementa y, en relación con esto, también lo hace la probabilidad de que se desencadenen
procesos de violencia de género. Para calibrar el peso de este elemento, considérese que,
cuando esta indefensión no se da de antemano, es el maltratador quién intenta conseguirla
por todos los medios (aislando a las mujeres, impidiéndoles trabajar fuera de casa, etc.).
Otro factor, relacionado con procesos de exclusión, que puede favorecer el
desencadenamiento de la violencia es la existencia de elementos estresores externos, como
421
Violencia de género en la pareja y exclusión social
422
Conclusiones y propuestas
423
Violencia de género en la pareja y exclusión social
fuentes muestra un panorama algo diferente, esto casi seguramente se debe a cuestiones
metodológicas.
La clave para comprender por qué, en contextos de exclusión, la violencia tiende a ser
más intensa reside en el hecho de que, allí, poner límites resulta más difícil. En el caso de
las mujeres, esto guarda relación con el hecho de que se encuentran en una situación de
mayor indefensión, tanto desde un punto de vista material (a menudo carecen de apoyo
familiar y social, no pueden contar con recursos económicos propios, etc.) como simbólico
(su estatus es especialmente bajo). A esto se añade que están más acostumbradas a
experimentar violencia y la viven, por lo tanto, con mayor normalización, algo que también
conlleva que aponerse a la misma sea más difícil.
El entorno, por su parte, tampoco pone límites; a menudo, al contrario, apoya y respalda
el recurso a la violencia. En lo que respecta a familiares y amistades de la pareja esta
aprobación puede guardar relación con la presencia de valores y actitudes más intensamente
patriarcales (Kiss et al. 2012; Smith 1990; Uthman, Moradi y Lawoko 2009), así como con
una mayor normalización de la violencia como método legítimo de resolución de conflictos
(Friedemann-Sánchez y Lovatón 2012). En lo que respecta al entorno más amplio (relevante
en el caso de aquellas parejas que residen en barrios marginales), por otra parte, a esto se
añaden los efectos de una redefinición de la masculinidad en términos anómicos y donde la
misoginia y la violencia adquieren un peso especialmente elevado.
La estructura social, finalmente, tampoco facilita la imposición de límites. Ésta, de
hecho, al otorgar a las mujeres excluidas un valor social especialmente bajo, favorece que la
violencia que se ejerce contra ellas tenga una intensidad mayor que la que se perpetra sobre
mujeres que sí tienen cierto estatus. La intersección entre la estructura de género y otras
estructuras de opresión, en suma, empeora claramente la situación de las mujeres pobres,
extranjeras, excluidas, que se convierten en sujetos que pueden ser violentados aún más
impunemente que otras mujeres, precisamente porque su valor y estatus social es
especialmente reducido.
Hemos aclarando que, en contextos de exclusión, la violencia suele ser más intensa. Otro
elemento a reseñar es que, en tales situaciones, los malos tratos no solamente tienden a
alcanzar una intensidad mayor, sino que además tienden a hacerlo en tiempos
extraordinariamente breves, algo que en ningún caso se detecta en contextos de integración.
Desde aquí, consideramos que esto puede guardar relación tanto con los elementos ahora
nombrados como con la situación de gran indefensión en la que a menudo se hallan las
mujeres excluidas (que carecen de redes familiares y sociales, de recursos económicos
propios, de empleo y, en algunos casos, hasta de una vivienda en qué vivir). De hecho, si se
considera que, normalmente, los primeros estadios del proceso de violencia consisten
precisamente en generar esta situación de desprotección, entonces se puede deducir que
aquí el proceso avanza con mayor rapidez precisamente porque dicha indefensión no debe
ser creada, sino que preexiste.
424
Conclusiones y propuestas
425
Violencia de género en la pareja y exclusión social
que la presencia de elementos que contribuyen a una devaluación de las mujeres (entre
ellos, una situación de dificultad social) puede más fácilmente desembocar en violencia
emocional (consistente precisamente en humillaciones, menosprecios, etc.) que en violencia
de control. Todo esto, de alguna manera, sugiere que la violencia de control remite de forma
más directa a la operatividad del sistema de género y no requiere, por lo tanto, de
condiciones específicas para darse, mientras que la violencia emocional guarda mayor
relación con la existencia de circunstancias determinadas que la potencian.
Recapitulando, si en lo que atañe a la violencia física y sexual la situación de desventaja
comparativa de las mujeres excluidas aparece con total claridad, en lo que respecta a la
violencia emocional las diferencias se difuminan, hasta casi desaparecer en el caso de la
violencia de control. Se trata de unos resultados muy relevantes, que ponen de relieve que,
aunque hallarse en una situación de dificultad social es un factor de riesgo para
determinados tipos de maltrato, no lo es para todos, sino que existen también tipologías de
violencia que son auténticamente transversales y tienden a afectar por igual a mujeres
pertenecientes a todo el espectro social.
426
Conclusiones y propuestas
El origen de las diferencias encontradas puede residir en el hecho de que los valores
propios del contexto posmoderno (como la búsqueda del éxito personal, tanto en términos
generales como en el caso específico del amor, pero también una fuerte responsabilización
individual de quién no logra triunfar) calan más fácilmente en las clases medias y medias
altas, mientras que tienen un impacto mucho más reducido entre grupos excluidos (para los
cuales el éxito nunca ha sido una meta alcanzable). Otro elemento que puede estar
reduciendo la importancia de los factores de carácter simbólico y emocional en contextos de
exclusión es el hecho de que, allí, las mujeres deben enfrentarse a dificultades de carácter
material mucho más intensas que pueden terminar absorbiendo una mayor cantidad de
tiempo y energía.
Recapitulando, en lo que respecta a la capacidad de las mujeres de separarse de parejas
maltratadoras, la fotografía es ambigua: su situación social, de hecho, no parece incidir en
cuándo tiene lugar la separación; pero sí influye en la importancia relativa de los obstáculos
más relevantes en cada caso. Se trata, como veremos, de unos hallazgos especialmente
relevantes de cara a la definición de políticas y la intervención social.
427
Violencia de género en la pareja y exclusión social
(1975) y Walker (1984). Según esta última las mujeres en situación de violencia de género,
a menudo, llegan a experimentar una sensación de profunda indefensión que no es algo
innato, sino un producto de la violencia y de sus intentos –infructuosos– de controlarla. En
sentido análogo, el análisis aquí efectuado ha puesto de relieve que los varones agresores
también vivencian un proceso de este tipo, aunque lo que aprenden no es la indefensión sino
la impunidad. Cada vez que una agresión no es sancionada, cada vez que su violencia no es
censurada, de hecho, tiene lugar un aprendizaje en la impunidad que no solamente favorece
la perpetuación del maltrato, sino también su progresiva intensificación. Éste, por otra parte,
es un proceso que se aprecia con especial claridad en situaciones de exclusión, pero no es en
absoluto exclusivo de estas últimas, sino que puede aplicarse a hombres pertenecientes a
todo el espectro social.
En términos más generales, podríamos afirmar que el hecho de haber examinado las
dinámicas de la violencia en el caso específico de mujeres en exclusión, donde todo se
manifiesta de forma más evidente y menos sutil, es algo que ha podido ayudarnos a
identificar dinámicas que en otros contextos sociales también se dan pero son más difíciles
de apreciar. En otras palabras, focalizar la mirada en contextos de exclusión parece tener un
efecto parecido al de una lupa o un microscopio, es decir, algo que permite observar con
claridad procesos de otra forma invisibles. Esto, por otra parte, recuerda –manteniendo las
debidas distancias– lo que hizo Bourdieu (1998/2000) cuando, para analizar los
mecanismos de funcionamiento de violencia simbólica no estudió la realidad francesa, sino
la Cabilia argelina (es decir, un contexto en el que esta violencia se manifestaba de forma
mucho más evidente).
todas aquellas actuaciones sociales que ya se llevan a cabo en esos barrios deberían
empezar a tratar, de forma sistemática y transversal, el problema de la violencia de género.
Para que una intervención de este tipo –mirada y focalizada– sea eficaz, sin embargo, es
importante que se lleve a cabo con perspectiva de género. Esto significa recordar en todo
momento que, aunque en determinadas circunstancias y contextos el riesgo de experimentar
violencia se incrementa, la causa de la misma no ha de ser buscada allí, sino en las
desigualdades de género que cruzan la sociedad. Esto, por otra parte, no debe llevarnos a
ignorar el papel de los elementos de riesgo aquí identificados –algo que sería
contraproducente– sino a recordar que si actúan como lo hacen es porque se cruzan con un
trasfondo estructural de relaciones desiguales de género.
Los resultados del estudio aquí efectuado también pueden servir para incrementar la
eficacia de todas aquellas intervenciones que tienen como objetivo favorecer la salida de las
mujeres de relaciones violentas. De hecho, si los elementos que más contribuyen a mantener
a las mujeres en tales relaciones varían de forma muy clara en función de la situación social
de cada una, una intervención que tenga en cuenta estas diferencias verá claramente
incrementada su eficacia. Esto significa, por ejemplo, que en situaciones de exclusión será
especialmente importante proporcionar los medios materiales de los que las mujeres
carecen; mientras que en situaciones de integración (y aún más en el caso de mujeres de
clase media o media alta) será necesario incidir especialmente en factores de carácter más
simbólico y emocional.
Finalmente, los resultados aquí obtenidos también pueden servir para reorientar parte de
las intervenciones que se llevan a cabo con mujeres que han vivido violencia de género.
Conocer en qué ámbitos las secuelas de esta violencia son más frecuentes e intensas, de
hecho, permite adecuar la intervención para intentar contrarrestar tales efectos. Esto
significa, por ejemplo, que si una de las secuelas más absolutamente transversales del
maltrato es el aislamiento de las mujeres que lo han experimentado, uno de los objetivos de
la intervención debería ser contribuir a la reconstrucción de unas redes sociales que se
encuentran profundamente dañadas. En este sentido, entonces, parecen especialmente
adecuadas las intervenciones de carácter grupal, intervenciones que, sin embargo, en la
actualidad apenas se llevan a cabo.
Análogamente, el análisis efectuado también indica que la violencia suele repercutir muy
negativamente en términos de participación laboral, algo especialmente grave ya que tener
un empleo parece ser un elemento clave para la recuperación. Esto pone de relieve la
importancia de integrar las políticas de garantía de renta con políticas activas, que
favorezcan el acceso al mercado laboral. Cuando la integración en el mercado laboral
normalizado se revela imposible, por otra parte, debería intentar garantizarse una inserción
por vías alternativas (con opciones que incluyan desde empleo social protegido hasta
centros de inserción, clausulas sociales, contactos con empresas, etc.).
430
Conclusiones y propuestas
Una primera posibilidad es seguir examinando las cuestiones de la salida de las mujeres
de relaciones violentas y de la conciencia de la violencia vivida, para las cuales nuestros
hallazgos son parciales y provisionales. Análogamente, también sería interesante analizar de
forma específica el tema del proceso de formación de parejas, ya que éste parece revestir
una importancia clave en el posterior desarrollo de procesos de violencia de género.
En términos más generales, también se recomienda que, en las investigaciones sobre
violencia de género que se desarrollen en futuro y, sobre todo, en las futuras encuestas que
se lleven a cabo, se tenga mucho más presente la dimensión social. Ésta, de hecho, ha
demostrado ser un elemento que incide de forma significativa tanto en el riesgo de enfrentar
violencia como en las características de la misma y sus posibles consecuencias y, como tal,
es algo que no puede ser ignorado. En el caso específico de las encuestas, por otra parte, la
introducción de preguntas que nos permitiesen acercarnos a esta dimensión social sería
particularmente importante, ya que supondría asimismo la posibilidad de profundizar en
aspectos que aquí no se han podido tratar por carecer de la información correspondiente. En
este sentido, la introducción de una pregunta sobre ingresos en la Macroencuesta de
Violencia contra la Mujer 2015 debe interpretarse positivamente, pero es claramente
insuficiente, sobre todo si se considera que los elementos de riesgo más significativos no
guardan relación tanto con el ámbito económico como con la presencia de conflicto social.
Se recomienda, además, la creación de encuestas longitudinales: solamente de esa
manera, de hecho, será posible analizar cuantitativamente la relación entre la violencia de
género y las situaciones de exclusión social que aquí se ha estudiado con técnicas
cualitativas. Solamente así, en otras palabras, será posible determinar en qué medida la
situación de exclusión es preexistente a la violencia o un producto de la misma.
Finalmente, queremos terminar este trabajo subrayando con fuerza la necesidad de
impulsar investigaciones que no pongan el foco en las mujeres víctimas, sino en los varones
agresores. Hasta la fecha, de hecho, éstos han sido los grandes ausentes en esta temática,
algo que resulta difícilmente comprensible si se considera que la violencia de género, aun
siendo un problema “para” las mujeres, no es, sin embargo, un problema “de” ellas sino
“de” la cultura masculina/patriarcal y “de” los varones” (Bonino 2002). Es cierto que un
análisis de este tipo plantea dificultades inéditas (cómo localizarlos, cómo lograr variedad
de perfiles, hasta qué punto creer en su palabra, etc.), pero igualmente cierto es que, si
queremos seguir mejorando nuestro conocimiento del fenómeno en cuestión, se trata de un
reto que no puede ser eludido durante más tiempo.
431
14. Bibliografía
434
Bibliografía
435
Violencia de género en la pareja y exclusión social
436
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468
15. Anexos
Exclusión social
Se presentan, a continuación, los 35 indicadores de exclusión social habitualmente
utilizados para medir los procesos de exclusión en el marco de las Encuestas Foessa.
Ejes de la
Dimensiones Aspectos Indicadores
exclusión
Hogares cuyo sustentador principal está en paro
1
desde hace un año o más.
Hogares cuyo sustentador principal tiene un empleo
de exclusión: vendedor a domicilio, venta ambulante
apoyo, venta ambulante marginal, empleadas de
2
hogar no cualificadas, peones agrícolas eventuales
temporeros, recogedores de cartón, reparto
Participación propaganda, mendicidad.
Exclusión del
en la Hogares cuyo sustentador principal tiene un empleo
empleo
producción 3 de exclusión: que no tiene cobertura de la Seguridad
Social (empleo irregular).
Hogares sin ocupados, ni pensionistas contributivos,
Económico 4 ni de baja, ni con prestaciones contributivas por
desempleo del INEM.
Hogares con personas en paro y sin haber recibido
5
formación ocupacional en el último año.
6 Hogares con todos los activos en paro.
Pobreza extrema: ingresos inferiores al 30% de la
Pobreza extrema 7
renta familiar mediana equivalente (3.000 € /año).
Participación Hogares que no cuentan con algún bien considerado
en el producto básico por más del 95% de la sociedad (agua
social Privación 8 corriente, agua caliente, electricidad, evacuación de
aguas residuales, baño completo, cocina, lavadora,
frigorífico) por no poder permitírselo.
470
Anexos
Ejes de la
Dimensiones Aspectos Indicadores
exclusión
471
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Ejes de la
Dimensiones Aspectos Indicadores
exclusión
Alguien en el hogar ha recibido o recibe malos tratos
28
Conflictos físicos o psicológicos en los últimos 10 años.
familiares Hogares con relaciones muy malas, malas o más bien
29
malas.
Hogares con personas que tienen o han tenido en los
Conflicto social 30 10 últimos años problemas con el alcohol, con otras
anomia Conductas asociales drogas o con el juego.
Alguien ha sido o está a punto de ser madre
31
adolescente sin pareja.
Lazos
sociales, Hogares con personas que tienen o han tenido
Conductas
relaciones 32 en los 10 últimos años problemas con la justicia
delictivas
sociales (antecedentes penales).
Personas sin relaciones en el hogar y que no cuentan
Sin apoyo familiar 33 con ningún apoyo para situaciones de enfermedad o
de dificultad.
Aislamiento Hogares con malas o muy malas relaciones con los
Conflicto vecinal 34
social vecinos.
Hogares con personas en instituciones: hospitales y
pisos psiquiátricos, centros de drogodependencias, de
Institucionalizados 35
menores, penitenciarios, transeúntes o mujeres.
.
Fuente: Laparra, Zugasti y García 2014, p. 4-6.
Como se puede observar en la tabla, el indicador nº 28 presenta una clara asociación con
situaciones de violencia de género 306 . Esto, por un lado, presenta un inconveniente de
carácter lógico (afirmar la existencia de una correlación entre exclusión y violencia cuando
esta última es precisamente una de las variables utilizadas para medir la exclusión
constituye de alguna manera una paradoja) y, por otro, puede llegar a intensificar la relación
entre violencia y exclusión. Para evitar que estos inconvenientes pudieran sesgar nuestro
análisis, hemos modificado la batería de indicadores eliminando el indicador problemático.
La medición de los procesos de exclusión, sin embargo, no requiere únicamente de la
identificación de un determinado número de indicadores, sino también de su agregación en
un índice sintético de excusión social (ISES). En los informes Foessa éste se obtiene
atribuyendo a cada indicador un peso inverso a su frecuencia (Laparra, Zugasti y García
2014)307. Aquí, este procedimiento se ha vuelto a repetir para adaptarlo a la nueva batería de
34 indicadores.
Finalmente, una vez definido el índice, y teniendo en cuenta el carácter procesual de la
exclusión, los autores del VI Informe Foessa crearon una clasificación en 4 grupos (Laparra,
306 Hablamos de asociación, no de superposición, porque no se trata de dos cuestiones plenamente coincidentes. El indicador
que nos ocupa, de hecho, a diferencia de la noción de violencia de género, no hace ninguna especificación acerca del sexo de
la víctima o del agresor, ni tampoco requiere que el que ejerce los malos tratos sea un miembro del hogar o una persona ligada
a la víctima de relaciones de afectividad.
307 Más en detalle: por cada indicador se calcula el inverso de la frecuencia en 2007 (1/f); luego, en cada dimensión (participación
de la producción, del producto social, derechos políticos, educación, vivienda, salud, conflicto social y aislamiento social) estas
cifras se suman y el resultado se divide por el número de indicadores de cada dimensión (1/f1+1/f2…)/N. Finalmente, los
resultados así obtenidos se normalizan para que su suma sea 1. El valor así obtenido es el peso de cada indicador (Laparra,
Zugasti y Lautre 2014).
472
Anexos
Zugasti y García 2014). Para establecer los puntos de corte siguieron un mecanismo
análogo al que se utiliza para medir el umbral de pobreza en la UE. Más concretamente:
Integración plena: no se detecta ningún factor de exclusión (ISES = 0).
Integración precaria: el ISES se sitúa en torno a la media. Considerando que la
media es 1 y que, por lo tanto, la distancia entre la media y la plena integración
es -1, se fija una distancia equivalente de +1 para delimitar este espacio de
integración precaria (0 < ISES < 2).
Exclusión moderada: está delimitada por la integración precaria por arriba y la
exclusión severa por abajo (2 < ISES < 4).
Excusión severa: el ISES es, por lo menos, dos veces más elevado que el que
demarca el umbral de la exclusión moderada (de forma análoga al umbral de la
pobreza severa, que es la mitad que el de la pobreza moderada).
Siguiendo este mismo mecanismo, nosotras también hemos vuelto a crear una
clasificación análoga, aunque a partir de 34 indicadores en lugar que de 35.
Resumiendo, entonces, el ISES que se utiliza a lo largo de investigación es una variante
del que se creó en 2008 y como tal, por un lado, presenta todas las ventajas de una variable
compleja y exhaustiva como la que se creó entonces y, por otro, se adapta perfectamente a
las exigencias de nuestra investigación.
Vulnerabilidad social
En el caso de la Macroencuesta de Violencia de Género, la información disponible no
era suficiente para crear una variable de exclusión social propiamente dicha, análoga a la
que se maneja en la Encuesta Foessa. Por esto se ha recurrido a un concepto alternativo, la
vulnerabilidad social (Castel 1995), que no hace referencia a situaciones reales de
exclusión, sino que identifica un grupo social en el que es más probable que éstas se den
(Damonti 2015).
La noción de vulnerabilidad se ha construido a partir de dos variables: el nivel formativo
y la relación con la actividad laboral, tanto de la mujer como de su eventual pareja. Por un
lado, esta operacionalización entraña claras limitaciones, ya que, frente a una concepción
multidimensional de la exclusión social, éste resulta parcial, ya que abarca sólo
parcialmente las dimensiones económica (como participación en la producción) y social
(como exclusión de la educación) y no incluye la dimensión relacional (la más relevante).
Por otro, sin embargo, la definición aquí considerada constituye un buen acercamiento al
espacio social de la vulnerabilidad. De hecho, si bien la pertenencia a una de las categorías
antes presentadas no conlleva necesariamente un proceso de exclusión social, sí encarna una
fragilidad, una vulnerabilidad, ya que presupone la exclusión, total o parcial, de (al menos)
una de las dimensiones de la integración.
En la tabla que aparece a continuación se explica con detalle cómo se ha operativizado
esta noción de vulnerabilidad.
473
Violencia de género en la pareja y exclusión social
con quién conviva y de Tiene menos de 45 años y tiene estudios primarios o inferiores309 3,7
la situación laboral de
su eventual pareja Tiene menos de 65 años y no ha ido a la escuela 1,2
Tiene más de 65 años y es analfabeta 0
Los dos se encuentran en situación de desempleo 2,1
La pareja se encuentra en situación de desempleo y ella tiene un empleo
precario (es asalariada eventual o interina o presta ayuda familiar sin
2,4
remuneración reglamentada), trabaja como empleada de hogar, es ama de casa
o estudiante310
Ella se encuentra en situación de desempleo y él tiene menos de 65 años y
4,2
Vive con la pareja estudios primarios o inferiores
Él se encuentra en situación de desempleo y ella tiene menos de 65 años y
1,8
estudios primarios o inferiores
La pareja se encuentra en situación de desempleo y tiene menos de 65 años y
3,4
estudios primarios o inferiores
Los dos tienen menos de 65 años y estudios primarios o inferiores 6,8
Se encuentra en situación de desempleo 2,7
No vive con la pareja ni
Tiene un empleo precario 1,7
con los padres
Trabaja como empleada de hogar 1,5
Vulnerabilidad social 21,2
Fuente: Macroencuesta de Violencia de Género 2011
308 Más en detalle, tener estudios primarios o inferiores significa que el máximo nivel educativo alcanzado es la educación
primaria LOGSE, mientras que no se ha completado (o ni siquiera iniciado) la ESO ni el bachiller elemental. En el caso de los
hombres, que veremos más adelante, por otra parte, el cuestionario es menos detallado y diferencia solamente entre estudios
primarios o secundarios. En su caso, por lo tanto, tener estudios primarios o inferiores simplemente significa que el máximo
nivel educativo alcanzado son los estudios primarios, mientras que no se han finalizado (o comenzado) los secundarios. En
cualquier caso, el hecho de tener estudios primarios o inferiores ha sido considerado un factor de vulnerabilidad solamente en
el caso de personas menores de 65 años. Esta decisión responde a diferentes consideraciones, como el aumento generalizado
del nivel educativo de la población (que impide establecer un criterio único independiente de la edad) y la progresiva reducción
de las oportunidades de inserción laboral para personas que no han terminado los estudios obligatorios (lo cual evidentemente
afecta exclusivamente a personas en edad de trabajar).
309 Como se puede observar, tanto en este caso como en los dos siguientes la definición de formación insuficiente es más
restrictiva que en el caso anterior. Esto se explica considerando que si, en el caso anterior, la vulnerabilidad era el resultado de
la acumulación de dificultades en la esfera formativa y laboral, aquí se contempla solamente la primera.
310 Todas ellas son situaciones que, aun presentando marcadas diferencias entre sí, también tienen importantes elementos en
común: en primer lugar, de hecho, son todas circunstancias que, muy fácilmente, se asocian a una elevada precariedad
económica del hogar. A esto se añade que muchas de ellas son situaciones en las que la independencia económica de las
mujeres no queda garantizada (es éste el caso de las amas de hogar, las estudiantes y las que prestan ayuda familiar sin
remuneración reglamentada). Finalmente, especial consideración merece la condición del trabajo de hogar, que ha sido
incluido aquí por el carácter escasamente integrador de un empleo que, en la fecha de la encuesta, podía desarrollarse sin
contrato escrito y sin cobertura de la Seguridad Social (Real Decreto 1424/1985, de 1 de agosto). Es más, la asociación de
este empleo con los procesos de exclusión se confirma si se considera que, en 2013, éste era el empleo más común en las
situaciones de exclusión severa (Laparra 2014).
474
Anexos
100%
9,0
90%
80% 43,8
70% 41,2
475
Violencia de género en la pareja y exclusión social
476
Anexo III: Construcción de variables relacionadas con procesos
de violencia
Tal y como se ha hecho para las nociones de vulnerabilidad y exclusión, también en lo
que respecta a las variables vinculadas con procesos de violencia de género es necesario
aclarar tanto los procedimientos seguidos para su construcción como los debates
teóricos/metodológicos subyacentes. En este caso, las variables clave son la violencia
declarada, la violencia técnica, la intensidad y duración del maltrato y la violencia no
reconocida.
La violencia declarada
La noción de violencia declarada hace referencia a aquella violencia que se mide
preguntando directamente a la mujer si ha sufrido alguna situación por la que se haya
sentido maltratada. No constituye una buena herramienta para medir la presencia de
violencia de género (Avance de Resultados 2015), pero puede aportar una información muy
útil, ya que, cruzada con la violencia técnica, permite medir el alcance del maltrato no
reconocido.
Es una información que sólo se recoge en las Macroencuestas de 1999, 2002, 2006 y
2011 (ni la Encuesta Foessa 2013 ni la Macroencuesta 2015 incluyen preguntas en este
sentido).
La violencia técnica
La segunda noción clave para nuestro estudio es la violencia técnica, un concepto que,
con diferentes denominaciones, ha sido utilizado en la práctica totalidad de las encuestas
sobre violencia de género que se han realizado en los últimos años, tanto a nivel estatal
como internacional311. Dicha variable hace referencia a aquella violencia que no se mide
preguntando directamente por el padecimiento de malos tratos, sino de manera indirecta, a
partir de la respuesta afirmativa a una serie de ítems que describen situaciones concretas
que se consideran indicativas de la presencia de violencia de género.
311En los informes de las Macroencuestas de Violencia de Género de 1999, 2002 y 2006, por ejemplo, aparece con el nombre de
“maltrato técnico”.
477
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 71. Indicadores de violencia de género utilizados por las Macroencuestas de Violencia de
Género de 1999, 2002, 2006 y 2011, diferenciando entre “situaciones objetivas de
violencia” y “situaciones de sometimiento”
La segunda variable ha sido creada por nosotras a partir de las críticas que Osborne
(2008) mueve a la noción anterior, por ser incapaz de distinguir la violencia propiamente
dicha del sexismo. Para crearla, hemos tenido como referencia la definición utilizada en
L'enquête nationale sur les violences envers les femmes en France (Enveff) en el año 2000 y
la hemos adaptado a la información que proporciona la Macroencuesta. Más concretamente,
y tal como se detalla en la tabla que aparece a continuación, según esta definición hay
violencia de género cuando existe presión psicológica, violencia física, violencia sexual o
amenazas, situaciones que experimenta el 8,3% de las mujeres.
478
Anexos
Tabla 72. La variable inspirada en L'enquête nationale sur les violences envers les femmes
También la tercera variable ha sido construida por nosotras, pero esta vez de forma
autónoma –aunque a partir de las críticas que tanto Osborne (2008) como, sobre todo,
Casado, García y García (2012) mueven a los indicadores de la Macroencuesta–. Osborne,
como ya se ha apuntado, evidencia que tales indicadores no consienten distinguir la
violencia propiamente dicha del sexismo. Casado, García y García, por su parte,
argumentan que los ítems allí incluidos presentan una formulación que es ambigua y no
permite diferenciar la violencia del conflicto, algo especialmente grave en un contexto
como el actual, donde el conflicto es endémico, ya que va necesariamente apareado al
cambio que está teniendo lugar en las identidades y roles de género.
479
Violencia de género en la pareja y exclusión social
La variable que hemos construido parte de estas apreciaciones y, aun evitando una
asunción acrítica de las mismas, las utiliza para crear una noción de violencia técnica que,
en la medida de lo posible, consienta diferenciar claramente la violencia tanto del sexismo
como del conflicto. Más concretamente, en este caso, los ítems disponibles se han dividido
en tres grupos y se ha atribuido un peso diferente a los de cada grupo 312. Por ello, hemos
denominado esta variable violencia técnica ponderada. Según ella, experimenta violencia el
13,7% de las mujeres.
312El cuestionario incluye también dos indicadores (“le dice que no debería estar en esta casa y que busque la suya” y “desprecia
y da voces a sus hijos”) que no se han incorporado al análisis. El primero ha sido eliminado porque parece reflejar más el fin de
una relación que maltrato en ella; el segundo ha sido descartado porque identifica situaciones de maltrato infantil que, si bien
puede ser recurrente en los casos de violencia de género, constituyen un fenómeno claramente diferenciado de la violencia
contra la mujer.
480
Anexos
481
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Gráfico 31. Coincidencias y diferencias entre las tres variables de violencia técnica utilizadas en la
investigación
482
Anexos
313La Macroencuesta identifica también una tercera categoría, la violencia económica, que, sin embargo, no ha sido incluida en
nuestro análisis por cuestiones de muestra.
483
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 76. La variable de violencia técnica ponderada en la Encuesta Foessa sobre Integración
Social y Necesidades Sociales 2013
Ítems considerados
Le insulta o amenaza
En ciertas ocasiones le produce miedo
Cuando se enfada llega a empujar o golpear
Grupo 1. Situaciones especialmente graves y Le impide ver a su familia o tener relaciones con amigos, vecinos, etc.
formuladas con precisión (es suficiente que Le quita el dinero que ella gana o no le da lo suficiente que necesita para
una de ellas se dé “rara vez") mantenerse
No le deja trabajar o estudiar
Decide las cosas que ella puede o no hacer
Le dice que todas las cosas que hace están mal, que es torpe
Grupo 2. Situación de gravedad algo menor
y/o de formulación más ambigua (es
Insiste en tener relaciones sexuales aunque sepa que ella no tiene ganas
necesario que se den “frecuentemente” o “a
veces”)
314En la actualidad, con la realización de una nueva encuesta (la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015), que
modifica radicalmente el cuestionario de las Macroencuestas anteriores, la oportunidad de esta elección puede ser objeto de
debate. En el momento en que la decisión se tomó, sin embargo, este nuevo referente no existía y no había razones para
tomar una decisión diferente.
484
Anexos
Se han mantenido los tres ítems que identifican las situaciones de violencia más
clara (“le insulta o amenaza”, “en ciertas ocasiones le produce miedo 315 ” y
“cuando se enfada llega a empujar o golpear”), por ser muy graves y
escasamente sujetas a la interpretación de las mujeres entrevistadas (Casado,
García y García 2012).
También se han conservado 4 de los 5 ítems que describen situaciones de
control316, ya que éste constituye un elemento fundamental de los procesos de
violencia de género y algo que no es confundible con escenarios de conflicto
(Ruíz-Jarabo y Blanco 2007).
Asimismo, se ha mantenido 1 de los 3 ítems que identifican situaciones de
menosprecio y ridiculización, claros componentes de violencia psicológica 317
(Ruíz-Jarabo y Blanco 2007).
Por el contrario, se ha eliminado el ítem “cuando se enfada la toma con los
animales o cosas que Ud. aprecia” por considerar que, aun siendo también muy
significativo, podría llagar a guardar cierta relación con situaciones de conflicto
mal gestionado (Casado, García y García 2012).
Finalmente, también se ha descartado el ítem “le dice que coquetea
continuamente o por el contrario que no se cuida nunca, que tiene mal aspecto”,
porque, como subrayan Casado, García y García (2012) se refieren
simultáneamente a situaciones distintas e incluso opuestas, lo cual puede llegar a
ser problemático.
En cualquier caso, la principal razón de la eliminación de estos últimos ítems ha sido la
necesidad de limitar a 9 el número de situaciones incluidas. En otras palabras, el hecho de
que un ítem haya sido descartado no indica que sea poco relevante, sino que, en
comparación con otros, nos ha parecido algo menos grave o algo más ambiguo.
Al igual que en la Macroencuesta, también aquí se ha diferenciado entre violencia física,
sexual y psicológica318.
315 Es más, la importancia de este ítem se ratifica si consideramos que, en la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015,
no solamente se mantiene, sino que se utiliza como pregunta de control para detectar situaciones de violencia no revelada.
316 Se ha eliminado un ítem porque nos pareció que, en un contexto donde sólo podemos disponer de 9 ítems, dedicar más de la
mitad al control era excesivo. La decisión de eliminar ese ítem en concreto se debe a que consideramos que era el menos
grave y más ambiguo de los 5.
317 La decisión de eliminar 2 ítems se debe a varias razones: por un lado, al hecho de que, si bien las situaciones de menosprecio
y ridiculización no son menos graves que las de control, sí son algo más ambiguas y, sobre todo, más relacionadas con
escenarios de conflicto (Casado, García y García 2012). Más concretamente, el ítem “delante de sus hijos dice cosas para no
dejarle a Ud. en buen lugar” se ha eliminado porque, por su propia formulación, excluye a las mujeres que no tienen criaturas;
el ítem “le dice que adónde va a ir sin él (que no es capaz de hacer nada por sí sola)”, por otra parte, ha sido descartado
porque su formulación es poco clara y porque presenta un parecido bastante elevado con el ítem “le dice que todas las cosas
que hace están mal, que es torpe”, que se ha mantenido.
318 En un primer momento, dado el carácter reducido de la muestra, que no permitía analizarla de forma autónoma, la violencia
económica había sido englobada dentro de la más amplia categoría de violencia psicológica. En un segundo momento, sin
embargo, decidimos eliminarla, ya que el ítem que permite identificar este tipo de violencia (“le quita el dinero que Ud. Gana o
no le da lo suficiente que necesita para mantenerse”) era impreciso y podía ser mal interpretado (aclara que la mujer no recibe
dinero suficiente para mantenerse, pero no permite saber si esto es así porque enfrenta violencia o porque el hogar está
experimentando graves dificultades económicas, en un contexto de división sexual del trabajo). Más concretamente,
consideramos que, si bien esta ambigüedad no resultaba especialmente problemática en el marco de una encuesta
485
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 77. Violencia psicológica emocional y violencia psicológica de control en la Encuesta Foessa
sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013
La intensidad de la violencia
Para medir la intensidad de la violencia se ha tenido en cuenta, por un lado, el número de
ítems con respuesta afirmativa y, por otro, la frecuencia con la que cada uno de ellos tiene
lugar (“frecuentemente”, “a veces” o “rara vez”).
En el caso de la Macroencuesta, se ha tenido como referencia la variable de violencia
técnica ponderada. El peso atribuido a los varios ítems, por lo tanto, no siempre es el
mismo, sino que se asignan 3, 4 y 5 puntos respectivamente a los ítems del primero y
segundo grupo y 1, 2 y 3 a los del tercero. Luego se conforman 4 grupos, cuyos puntos de
corte han sido establecidos a partir de la media, la mediana y la desviación típica 319. Más
concretamente:
Grado 1. La intensidad oscila entre 2 y 8.
Grado 2. La intensidad oscila entre 9 y 16.
Grado 3. La intensidad oscila entre 17 y 32.
Grado 4. La intensidad oscila entre 33 y 97.
En el caso de la Encuesta Foessa, la escala de intensidad se ha creado atribuyendo 1
punto a los comportamientos que tienen lugar “rara vez”, 2 a los que se verifican “a veces”
y 3 a los que se dan “frecuentemente”. Como se puede observar, en este caso –a diferencia
que en la variable de intensidad ponderada de la Macroencuesta– se atribuye la misma
puntuación a todos los ítems. Esto se explica por el hecho de que aquí todos ellos tienen una
gravedad parecida.
expresamente dedicada a temas de violencia intrafamiliar (es el caso de la Macroencuesta 2011) sí resulta claramente
equívoca en el marco de una encuesta sobre pobreza (es el caso de la Encuesta Foessa). Esto, finalmente, resulta aún más
evidente si se considera que la pregunta en cuestión aparece justo después de un largo bloque que analiza las consecuencias
de la crisis en la capacidad económica del hogar.
319 La mediana marca el inicio del segundo grupo y la media su final, mientras que la amplitud del tercer grupo se corresponde a
la desviación típica; finalmente, los casos con puntuación más elevada de la desviación típica se sitúan en el cuarto grupo.
486
Anexos
A partir de los resultados así obtenidos se crean 3 grupos320, cuyos puntos de corte han
sido establecidos a partir de la media y la moda 321 . Ésta es la clasificación que se ha
obtenido:
Grado 1. La intensidad oscila entre 1 y 5.
Grado 2. La intensidad oscila entre 6 y 18.
Grado 3. La intensidad oscila entre 19 y 27.
La violencia no reconocida
La violencia no reconocida se determina cruzando la variable de violencia declarada y
violencia técnica. Como hemos visto, la primera hace referencia a aquella violencia que se
mide preguntando directamente a la mujer si considera haber sufrido maltrato. La segunda
se calcula a partir de las respuestas a una batería de ítems que identifican situaciones
concretas constitutivas de violencia.
A partir de aquí, se considera que hay violencia no reconocida cuando, por un lado, la
mujer declara que, en el último año, no ha sufrido ninguna situación por la que se haya
considerado maltratada y, por otro, según la variable de violencia técnica ponderada, sí
resulta que ha experimentado violencia
320 La decisión de reducir a 3 los niveles de intensidad responde a cuestiones muestrales (si en la Macroencuesta se
identificaban 1.047 casos de violencia técnica, aquí el número se reduce a 315).
321 Como se puede observar, en este caso los criterios seguidos para establecer los puntos de corte son diferentes que los
aplicados en la Macroencuesta: allí, de hecho, la distancia entre mediana y media era muy elevada, y esto permitía usar estos
valores para marcar los extremos del grupo de intensidad 2. En este caso, sin embargo, dichos valores son demasiado
cercanos y, en caso de seguir el mismo procedimiento, el grupo 2 identificaría un número insuficiente de casos. A esto se
añade que, en este caso y a diferencia que en los anteriores, el valor de la mediana es demasiado elevado para que pueda
marcar el inicio del 2º grupo (es 8 sobre un máximo de 27; en la Macroencuesta era 9 sobre un máximo de 97). Ambas razones
nos han llevado a la decisión de descartar la mediana y de modificar los criterios utilizados para establecer los puntos de corte.
Más en detalle: la mitad de la media marca el final del primer grupo; la moda delimita el final del segundo; y los valores más
elevados de la moda se incluyen en el tercer grupo.
322 En lo que respecta al ítem compuesto (“le hace responsable de las tareas del hogar y le reprocha que viva de su dinero”),
partimos de la consideración de que la violencia reside precisamente en la acumulación de los dos hechos; esto implica que,
para que haya violencia de larga duración, ambos deben verificarse desde hace más de 5 años.
487
Violencia de género en la pareja y exclusión social
488
Anexo IV: Detalles de los análisis de regresión efectuados
Otro elemento a aclarar son los procedimientos seguidos para efectuar los análisis de
regresión, así como las variables incluidas en ellos.
489
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tamaño y
Características de Características de Incongruencia de Características
composición del
la mujer la pareja estatus del entorno
hogar
Creencias
religiosas
Ideología
Relación con la
Situación de pareja Vive con la pareja Edad actividad laboral
relativa
Nivel educativo
Macroencuesta Nivel educativo
relativo
2011
Lugar de origen
Lugar de origen
relativo
Relación con la
actividad laboral
Vive con algún Estado y nivel
Estado civil
joven social del barrio
Dificultades Vive con alguna
escolares persona parada
La decisión de qué variables incluir en cada uno de estos niveles depende, por un lado,
de las posibilidades que la fuente utilizada ofrece y, por otro, de lo que la literatura
especializada enseña. En otras palabras, entre los factores que la literatura científica
considera relevantes para explicar el fenómeno que nos ocupa, se han incluido aquellos de
los cuales teníamos información.
Una vez establecido qué elementos incorporar en el análisis, hemos construido los
modelos de regresión logística siempre tomando como referencia el esquema propuesto por
490
Anexos
Stöckl, Heise y Watts (2011). Según éste, para cada uno de estos factores deben realizarse
análisis descriptivos y calcularse el chi cuadrado. En un segundo momento, a cada uno de
ellos se aplican análisis de regresión logística y se estiman los crude odds ratios (OR).
Todos los factores que, con este procedimiento, resultan ser significativos (p < 0,005) se
introducen en sendos modelos de regresión logística multivariante que incluyen todas las
variables pertenecientes a un mismo nivel del marco ecológico323. De esta manera podemos
observar cuáles son las variables significativas en cada nivel, una vez controladas las demás
variables del mismo. Finalmente, los factores que siguen siendo significativos en estos
modelos intermedios, se introducen en el modelo final 324 , que sigue un esquema “por
añadido”. Si, en este proceso de añadido, alguna variable pierde significación, se crea
también un modelo de resumen que incluye solamente las variables significativas. En la
tabla que aparece a continuación se puede observar en qué orden se han introducido estos
diferentes niveles.
Tabla 80. Orden de introducción de los varios niveles del modelo ecológico
Entre los factores considerados, como se puede observar, se encuentran tanto las
nociones de vulnerabilidad y exclusión social como las variables que se han utilizado para
construirlas (como, por ejemplo, el nivel educativo, la relación con la actividad laboral, el
lugar de origen, la situación económica del hogar, etc.). Esto significa que las nociones de
vulnerabilidad y exclusión social son variables de síntesis y, por lo tanto, el modelo que las
incluye no podrá englobar también las variables a partir de las cuales éstas han sido creadas,
y viceversa. En el caso de la Encuesta Foessa esto no supone un problema, ya que el interés
323 En el caso específico de la violencia de larga duración y de la violencia no reconocida este modelo general sufre algunas
modificaciones. Más en detalle, en lo que a la primera se refiere, el análisis de crude odds ratio (OR) indica que la variable
dotada de mayor poder explicativo es la edad. Por ello, una vez una vez comprobados los crude odds ratio (OR) de todas las
variables, se efectúa una nueva comprobación de todas ellas, pero controlando por la edad. Solamente las que siguen siendo
significativas se introducen luego en el modelo por etapas ahora descrito. En lo que se refiere a la violencia no reconocida, por
otra parte, se aplica este mismo esquema, pero sustituyendo el factor edad por la variable intensidad.
324 Éste es el esquema que hemos seguido a nivel general; sin embargo, cuando nos encontramos con factores que la literatura
específica reconoce ser muy relevantes pero que en nuestro esquema no son significativos, volvemos a testar su relevancia en
un segundo momento, una vez introducidas otras variables. Estos casos, de todas formas, se detallan en el análisis, conforme
aparecen.
491
Violencia de género en la pareja y exclusión social
de esta fuente reside en su capacidad de captar con precisión los diferentes matices que
caracterizan los procesos de exclusión, no en su capacidad de medir el peso de otros
factores de riesgo (que, simplemente, no se incluyen en el análisis). En lo que respecta a la
Macroencuesta, por el contrario, esto sí podría suponer un inconveniente. Para neutralizarlo
se construyen siempre dos modelos diferentes: uno incorpora la noción de vulnerabilidad y
el otro los factores de empleo y estudios.
Asimismo, cabe evidenciar que si, en lo que respecta a la Macroencuesta, un solo
modelo es suficiente para medir el peso del factor vulnerabilidad, en el caso de la Encuesta
Foessa se han creado tres modelos diferentes. El primero remite al carácter procesual de la
noción de exclusión y, por lo tanto, mide el riesgo de experimentar violencia de género en
función de la intensidad de ésta; el segundo y tercero remiten a la multidimensionalidad de
la exclusión social y, por lo tanto, se centran en el tipo de exclusión considerado (más
específicamente, el segundo contempla las diferentes dimensiones de la exclusión, mientras
que el tercero afina ulteriormente el análisis y contempla los 35 indicadores).
Finalmente, señalamos que, en cada regresión que se ha realizado, los casos incluidos en
el análisis han sido funcionales a las necesidades de la misma. Más concretamente: para
mediciones relativas al conjunto de la violencia de género o a la violencia ejercida por la ex
pareja se ha incluido la totalidad de la muestra; para mediciones relativas a la violencia
ejercida por la pareja, al contrario, se han incluido solamente las mujeres con pareja.
Análogamente: para calcular el peso de cada variable en el riesgo de experimentar violencia
se ha incluido la totalidad de la muestra (o la totalidad de las mujeres con pareja); para
medir el peso de cada factor en el riesgo de vivir violencia muy intensa o de larga duración,
o en el riesgo de no reconocer la violencia, al contrario, se han incluido solamente las
mujeres que han experimentado dicha violencia. Evidentemente, en estos últimos casos la
muestra se reduce de forma notable y, por lo tanto, el margen de error se incrementa de
manera muy significativa. Los intervalos de confianza revisten, por lo tanto, una especial
relevancia para determinar hasta qué punto los resultados obtenidos son relevantes o no lo
son.
492
Anexos
326En lo que respecta al nivel formativo, sin embargo, la incongruencia de estatus nunca ha resultado ser un factor de riesgo (o
de protección) significativo.
493
Anexo V: Guión de las entrevistas realizadas
494
Anexos
495
Anexo VI: Perfiles de las mujeres entrevistadas
1. Ángela es una mujer autóctona de 49 años con alto nivel educativo (es licenciada en
Derecho) y proveniente de una familia en situación de integración plena. Tiene una hija y
un hijo, de 18 y 14 años respectivamente. Empezó la relación con el que llegaría a ser su
marido a la edad de 15 años: ya desde el principio se encontró aislada de sus amistades,
pero con el matrimonio todo empeoró. Cuando el marido obtuvo una plaza de médico en
otra Comunidad, la pareja se mudó, hecho que incrementó ulteriormente el aislamiento en el
que ella se encontraba. Cuando, en 2003, después de 11 años de noviazgo y 13 de
matrimonio, decidió interrumpir la relación, pudo contar con el pleno apoyo de la familia.
Volvió a Pamplona, denunció el maltrato, y luego, con más mujeres que habían pasado por
experiencias similares, fundó una asociación de apoyo para mujeres maltratadas. Nunca ha
tenido problemas para encontrar empleo, tenía un nivel educativo elevado y era una época
de pleno empleo.
2. Blanca es una mujer de 37 años de origen colombiano; llegó al Estado español hace
13 años y en la actualidad tiene la nacionalidad española. Tiene tres hijos, de 21, 11 y 9
años respectivamente, el primero fruto de una relación precedente y los otros de una
segunda pareja, autóctona. La convivencia con este último inició muy pronto (8 meses
después de que se hubiesen conocido) y fue precipitada por el hecho de que Blanca se había
quedado embarazada. Desde el primer momento esta convivencia fue marcada por una
violencia de muy alta intensidad y de la cual, al encontrarse ella totalmente aislada, en un
pueblo pequeño, sin familia, amistades, ni empleo, solo pudo salir cuando –dos años
después– él se suicidó. A raíz de su muerte, tuvo que enfrentarse a los suegros para la
custodia de los hijos. En 2007 pudo emplearse, durante un año, en el empleo social del
Ayuntamiento, pero desde entonces se encuentra en situación de desempleo y, en el
momento de la entrevista, su única fuente de ingresos es la RIS.
3. Claudia es una mujer autóctona de 49 años, con una hija y un hijo, de 19 y 16 años
respectivamente. Proviene de una familia económicamente normalizada pero con un padre
extremadamente dominante. Estudió una FP de administración pero apenas ha trabajado
fuera de casa –y nunca ha tenido empleos relacionados con sus estudios– ya que su
prioridad siempre ha sido el cuidado de la casa y las criaturas. Presenta un largo historial de
violencia, por parte del marido primero y de una segunda pareja después. En lo que respecta
al marido, su relación inició cuando Claudia tenía 19 años y, desde el momento en que se
casaron (8 años después), hubo constantes malos tratos tanto contra ella como contra las
criaturas. En lo que respecta a la segunda pareja –un hombre de 30 años originario de la
República Dominicana que precipitó la separación de Claudia de su marido– la relación
también ha estado marcada por constantes malos tratos. Esta relación terminó cuando él
acabó dejándola por otra mujer, pero siguen manteniendo una relación de amistad, y se
intuye que ella no lo superado. El riesgo de recaída parece ser muy elevado. Claudia padece
fibromialgia y, en el momento de la entrevista, su fuente de ingresos es una pensión por
incapacidad total.
4. Manuela es una mujer portuguesa de 32 años, que tiene una hija y dos hijos, de 16, 11
y 2 años respectivamente. Las criaturas son fruto de tres relaciones sucesivas, todas con
496
Anexos
hombres que ejercieron violencia contra ella. La primera relación inició cuando Manuela
tenía 16 años, edad en la que, para alejarse de un hogar marcado por la violencia de género,
decidió quedarse embarazada de su novio, un chico de 26. Dos años después, harta de la
violencia y los celos de él, huyó de Portugal con la hija y se estableció en Pamplona. Aquí,
al cabo de dos años empezó otra relación, con un hombre que también ejerció violencia
contra ella y con el cual tuvo otro hijo. Cuatro años después, decidió poner fin a esta
relación e interponer denuncia. Cinco años después, sin embargo, empezó otra relación con
un hombre portugués que consumía heroína y por parte del cual experimentó la violencia
más intensa, primero en Portugal (donde se había mudado para estar cerca de él) y luego de
nuevo en Pamplona. En este caso fue la hija quién logró convencer a la madre de que
pusiera fin a la relación. En el momento de la entrevista Manuela vive en la comarca de
Pamplona y tiene un empleo social protegido. Tiene a su cargo sus tres criaturas y también
una sobrina, que acogió cuando supo que la madre de ella también había empezado una
relación con el hombre que había sido su última pareja. La hija mayor es la que se ocupa de
los hermanos menores para que la madre pueda trabajar.
5. Elena es una mujer valenciana de 31 años que tiene tres hijos y una hija. El primero lo
tuvo con 17 años, como estrategia para huir de un hogar marcado por situaciones de
violencia de género. Su pareja, sin embargo, también acabó ejerciendo violencia contra ella
(todos sus hijos e hijas, a excepción del primero, son fruto de violaciones por parte de éste).
Durante 18 años Elena experimentó una violencia muy intensa por parte de su marido;
cuando el hijo mayor también llegó a pegarla, sin embargo, decidió aprovechar el hecho de
que la hija se iba a estudiar fuera para acompañarla y no volver. Sufre una gran
victimización secundaria: el juicio no avanza, y mientras tanto el marido tiene la custodia de
los tres hijos, que apoyan al padre y culpan a la madre de haberlos abandonado.
Recientemente ha recuperado la relación con el mayor, pero los otros no quieren saber nada
de ella. Experimenta un gran sentimiento de culpa por haber abandonado a sus hijos, pero
también es consciente de que, si no lo hubiera hecho, estaría muerta, o “muerta en vida”.
Muestra un fuerte deseo de contar lo que le ha pasado, porque considera que ésa es la única
forma para visibilizar la violencia de género.
6. Nicoleta es una mujer de 31 años de origen rumano, con un nivel educativo medio-
alto (dejó los estudios justo antes de empezar la universidad, y lo hizo únicamente por la
negativa explícita de su pareja a que siguiese estudiando). Llegó al Estado español en 2006
con la hija recién nacida, reuniéndose así con su marido que ya tenía un empleo aquí. Al
haber sido reagrupada por el marido, hasta que Rumania no ingresó en la UE tuvo permiso
de residencia pero no de trabajo. Según ella relata, fue con la emigración y el nacimiento de
la hija cuando una relación claramente desigual se volvió abiertamente violenta. El proceso
de reconocimiento de esta violencia se llevó a cabo en absoluta soledad, con una familia
que, además de encontrarse lejos, no le brindó ningún apoyo, y en un país extranjero cuyo
idioma no dominaba y en el que no tenía redes sociales ni empleo. Por otra parte, relata que
el contacto con una cultura menos machista que la de origen, el ejemplo de paternidades
compartidas, etc., fue lo que le abrió los ojos acerca de su propia situación. Ha vivido una
situación de exclusión severa, pero en el momento de la entrevista su realidad ha mejorado
y acaba de recuperar la custodia de la hija.
497
Violencia de género en la pareja y exclusión social
7. Gabriela es una mujer autóctona de 46 años, con un bajo nivel educativo (sólo llegó a
cursar cinco años de escuela) y cuatro criaturas. Se casó con 21 años, en parte también para
huir del machismo imperante en su familia de origen, y dejó Pamplona para mudarse a un
pueblo de Navarra. Con el matrimonio, sin embargo, también apareció la violencia, muy
intensa y facilitada por los suegros. Once años después, Gabriela decidió separarse, proceso
que conllevó una caída en la exclusión más severa: la falta de ingresos, la absoluta ausencia
de apoyo por parte de la familia y las instituciones, una abogada incompetente y las
secuelas emocionales de la violencia, de hecho, se sumaron e interrelacionaron y terminaron
hundiendo a esta mujer, que acabó en una situación de sinhogarismo en la que se mantuvo
durante dos años. En este contexto conoció a su segunda pareja, con la cual logró salir de la
calle y tuvo a sus dos últimos hijos. Después de un tiempo de tranquilidad, sin embargo, él
inició a consumir heroína y a trapichear (involucrando también a los/as hijos/as);
contemporáneamente, también inició a ejercer violencia contra ella, que decidió así
separarse e interponer denuncia. Mientras que la primera vez no había recibido ninguna
ayuda por parte de los Servicios Sociales, esta vez fue muy bien asesorada. En el momento
de la entrevista, después de cuatro años en situación de desempleo, trabaja los fines de
semana cuidando de una persona mayor e integra el sueldo con la RIS. Tiene una nueva
pareja, de la cual, sin embargo, no desea hablar.
8. Idoia es una mujer de 36 años con doble nacionalidad venezolana y española, que
llegó al Estado español a la edad de 13 años. Siete años más tarde se casó con un hombre
que había sido un antiguo flechazo adolescente; nueve años después tuvo a su única hija
que, en el momento de la entrevista, tiene seis años. Cuando se realiza el coloquio, Idoia se
encuentra en proceso de divorcio y hace un año desde que abandonara su propia casa y se
mudara con los padres. Llegó a interponer denuncia por violencia de género, pero ésta fue
archivada; análogamente, la orden de alejamiento que solicitó también le fue denegada.
Frente a las amenazas de su ex pareja, por lo tanto, ha tenido que alejarse ella de él y
mudarse a un pueblo con sus padres. Expresa una fuerte indignación hacia toda la
maquinaria institucional y el racismo que la permea.
9. Carla es una mujer autóctona de 53 años, con alto nivel educativo (es licenciada en
Veterinaria). Tiene dos hijos, de 14 y 12 años, fruto de la relación con su primer marido, del
que se separó en 2004 (y por parte del cual no experimentó violencia). En 2006, durante un
viaje a Cuba, conoció a un hombre cubano con el que, un año más tarde, se casó. Éste la
maltrató, física y psicológicamente, hasta que, pocas semanas antes de la entrevista, la
abandonó por otra mujer, dejándola dolida y todavía enamorada. El maltrato que Claudia
deja entrever presenta algunas características comunes con los otros casos, pero también
algunas muy peculiares: el marido, por ejemplo, nunca la forzó a abandonar su empleo, sino
que su objetivo siempre fue “vivir de ella” en todo lo que pudo. Esto la ha dejado en
mejores condiciones económicas que la mayoría de las mujeres que han experimentado
violencia de género, pero con una fuerte sensación de haber sido explotada y engañada.
10. Maribel es una mujer de etnia gitana de 37 años que tiene dos hijos, de 21 y 16 años
respectivamente. Proviene de una familia en exclusión severa (los padres y sus 14 hijos/as
compartían una vivienda de tres habitaciones; ninguno de los/as hijos/as estaba
escolarizado/a; y 8 de ellos/as fueron retirados/as por Bienestar Social), donde la madre
también experimentaba violencia de género. Al no haber ido nunca a la escuela, Maribel es
498
Anexos
hoy totalmente analfabeta. Cuando tenía 14 años sus padres la obligaron a casarse con un
hombre de 22, que la primera noche de bodas la violó, provocándole una hemorragia interna
a causa de la cual tuvo que ir al hospital. Los médicos no interpusieron ninguna denuncia.
Maribel se ha alejado varias veces de su marido, pero siempre por periodos de tiempo muy
breves; en el momento de la entrevista están juntos. Pese a haber tenido una existencia muy
dura, es una mujer afable, dinámica y con independencia de juicio (piénsese, por ejemplo,
que después de haber tenido dos hijos, y no queriendo repetir la experiencia que ella misma
vivió, decidió hacerse una ligadura de trompas sin contarlo a la familia, ya que ésta no lo
habría aprobado). Ha trabajado tanto en el Empleo Social Protegido del Ayuntamiento
como en empleos normalizados; ella es la sustentadora principal del hogar.
11. Nieves es una mujer colombiana de 35 años que proviene de una familia acomodada.
Tiene un diploma en Sociología y una licenciatura en Psicología sin terminar. En el
momento de la entrevista llevaba ocho años en el Estado español, lugar al que vino no por
necesidades económicas, sino por deseo de viajar. Aquí experimentó una gran soledad,
razón que, según ella misma relata, la empujó a iniciar una relación con el hombre que
terminó ejerciendo violencia contra ella. La separación –en la que llevaba largo tiempo
pensando– fue precipitada por una visita de su hermana, con la cual realizó un viaje por
Europa y que logró convencerla de que ella no tenía la culpa de la situación. En cuanto ésta
se fue, Maribel contactó con un amigo de los padres, y, con su ayuda, consiguió abandonar
la casa donde vivía con la pareja. Desde entonces sufre acoso por su parte y vive
atemorizada.
12. Carmen es una mujer de etnia gitana de 35 años con dos hijos, de 13 y 4 años
respectivamente. Ha terminado los estudios obligatorios e iniciado una FP de peluquería, lo
cual significa que, dentro del colectivo gitano, su nivel educativo es incluso algo superior a
la media. Conoció al que sería su marido a la edad de 22 años; enseguida se quedó
embarazada, hecho que la llevó a casarse ese mismo año. Durante los primeros 10 años de
relación, según ella misma relata, no hubo violencia de género; la situación, sin embargo,
inició a cambiar con el nacimiento del segundo hijo. En ese momento, de hecho, una serie
de eventos (la enfermedad de algunos parientes de él; la reactivación de una enfermedad de
ella; el descubrimiento de que el hijo recién nacido había heredado dicha enfermedad de la
madre; la pérdida del empleo de ella precisamente a causa de dicha enfermedad; el
surgimiento de las primeras dificultades económicas, tanto que no pudieron mantenerse al
día con los gastos de la hipoteca) originó una situación de gran estrés, agravada por el hecho
de que la pareja, que anteriormente había consumido drogas de manera esporádica, inició a
hacerlo de forma incontrolada. Es en este contexto cuando empezó una espiral de violencia
de género. Tres años después, Carmen se separó de su marido. Desde entonces, ha sufrido
un constante acoso y –lo que más la preocupa– no ha recibido ningún tipo de apoyo
económico por su parte. En la actualidad, su situación económica es extremadamente
precaria.
13. Cristina es una mujer autóctona de 40 años; cuarta de seis hermanos/as, tuvo una
adolescencia “rebelde” y pronto dejó la escuela (no llegó a terminar la EGB). Conoció a su
marido (un chico con un pasado difícil, que había atracado gasolineras, etc.) a la edad de 19
años y enseguida ambos decidieron tener un hijo. Cuando, ese mismo año, ella se quedó
embarazada, la madre la echó de casa, con lo cual ella y su pareja se fueron a vivir con los
499
Violencia de género en la pareja y exclusión social
padres de él. Allí estuvieron durante los primeros 7 años de matrimonio, hasta que
decidieron comprarse una vivienda propia y tener otro hijo. Precisamente en ese momento,
sin embargo, el marido inició a consumir drogas de manera descontrolada; la pareja inició a
tener graves conflictos y pronto hubo una situación de violencia de género muy clara.
Pronto Cristina decidió separarse de su marido. La separación, sin embargo, no solamente
no supuso el fin de la violencia, sino que, al contrario, se acompañó a un incremento en la
intensidad de la misma, tanto que, en momento de la entrevista (11 años después de la
separación) ella sigue bajo amenaza y tiene un teléfono de protección.
14. Laura es una mujer autóctona de 41 años que proviene de una familia normalizada y
que tiene un nivel educativo intermedio (FPII sin terminar). Conoció a su marido (4 años
mayor que ella) a los 14 años; dos años después iniciaron una relación de pareja y cuando
ella tenía 22 años se casaron. Desde el primer momento experimentó violencia psicológica
(de control), pero tuvieron que pasar muchos años (concretamente, hasta que, siete años
después de la boda, tuvo a su único hijo) para que ella se "desenamorara un poco" e iniciara
a buscar algo de libertad. Fue en ese momento cuando empezaron las discusiones y la
violencia se fue intensificando, hasta que un día él, intentando impedirle que acudiese a una
cena con unos/as compañeros/as de trabajo, llegó a agredirla físicamente. En ese momento
ella decidió poner fin a la relación. Unos días después abandonó la vivienda con el hijo y se
refugió en la casa de sus padres. En el momento de la entrevista ella está en paro y a punto
de agotar la prestación por desempleo, y el padre no paga la pensión alimenticia debida. En
este contexto, el apoyo de los padres representa una importantísima protección frente al
riesgo de vivir rutas descendentes hacia la exclusión.
15. Sheila es una mujer autóctona de 25 años que tiene dos hijos, de siete y dos años
respectivamente. Proviene de una familia en situación de exclusión (el padre era
drogodependiente y terminó abandonando a la familia; ella durante un año sufrió abusos por
parte del tío paterno sin que nadie se diese cuenta de nada, etc.), hecho que claramente
repercutió en las vivencias de su adolescencia (con 13 años inició a tener problemas con las
drogas; con 14 ingresó en el COA; con 15 dejó la escuela, etc.). A lo largo de su vida ha
tenido tres relaciones de pareja y en todas ellas ha vivido violencia de género. La primera
relación la inició cuando tenía 15 años; un año más tarde abandonó la casa materna e inició
a vivir primero con la familia del novio (de etnia gitana) y luego sola con él; a los 17 años
tuvo a su primer hijo. Dos años más tarde, decidió poner fin a esta relación, hecho que
desencadenó un proceso de violencia de género. Poco tiempo después, conoció a su segunda
pareja, con la que inmediatamente (a los tres días de haberse conocido) inició una relación
de convivencia, marcada por una violencia constante. Muy pronto Sheila decidió poner fin
también a esta relación. Poco tiempo después, a la edad de 20 años y nada más abandonar
una comunidad terapéutica, conoció a su tercera pareja (también de etnia gitana). También
en este caso, la relación se desarrolló con gran rapidez (al mes de haberse conocido, se
mudó con la familia de él y cuando, al poco tiempo, él fue detenido, ella permaneció allí,
esperándole; cuando él salió, se mudaron a un pueblo, en una chabola que un amigo de él
les había dejado). Por parte de esta última pareja Sheila vivió una violencia sumamente
intensa, de la que pudo escapar solamente porque, cuando fue a dar a luz, él estaba en busca
y captura y no pudo acudir al hospital. En el momento de la entrevista Sheila lleva ocho
meses una comunidad terapéutica. Cuando ingresó, sus hijos fueron acogidos por la madre
de ella; cuando ésta enfermó de depresión, sin embargo, los menores entraron en régimen
500
Anexos
501
Anexo VII: Datos demográficos básicos de las mujeres
entrevistadas
Lugar de Contacto a Fecha de la
Edad Nivel educativo Situación laboral Hijos/as
origen través de entrevista
Estudios universitarios Gestiona asociación de apoyo a mujeres 15 de enero de
Entrevista 1 49 España 2 APRODEMM
(Derecho) en situación de violencia de género 2013
Desempleada de larga duración (2007-
Equivalente a ESO en 7 de febrero de
Entrevista 2 37 Colombia 2013). Ha trabajado en Empleo Social 3 SMAM
Colombia 2013
Protegido. Cobra RIS
Equivalente a Bachiller
en Colombia. Inició
Entrevista 16 de abril de
35 Colombia estudios universitarios Camarera 0 EAIV Estella
11 2013
(Psicología) pero no
los terminó
502
Anexo VIII: Esquema biográfico-descriptivo
Inicio y desarrollo de la relación
Aparición y desarrollo de la violencia Descripción del maltrato vivido Interrupción de la relación violenta
violenta
En lo que respecta al marido: durante los Por parte del marido experimentó
Conoció a su marido a los 19 años y a
9 años de noviazgo no hubo violencia. (únicamente después de casada)
los 28 se casó con él. Después de
Ya en la luna de miel, sin embargo, él violencia psicológica y algún episodio de
mucho tiempo pensando en separarse, En el caso del marido, la relación terminó
empezó a mostrarse diferente y muy violencia física de baja intensidad
llegó a hacerlo cuando conoció a otro cuando ella se enamoró de otro hombre.
dado a grandes enfados. Pronto hubo una (empujón). Relata también un episodio de
hombre. Por parte de éste (un hombre de En el caso de este último, la progresión
situación de clara violencia psicológica violencia sexual que, sin embargo, no
Entrevista 30 años originario de República es más caótica: hubo muchas
contra la mujer y, cuando nacieron los culminó en violación. Por parte del novio
3 Dominicana) también experimentó separaciones y reconciliaciones, tanto por
hijos/as, de violencia psicológica y física experimentó violencia psicológica y una
violencia de género. Después de un largo parte de ella como de él. En la actualidad
contra ellos/as. En lo que respecta al amenaza de estrangulamiento. Mientras
tira y afloja, en la actualidad no están mantienen una relación de amistad, pero
novio, la violencia apareció más que el marido era violento únicamente con
juntos, pero siguen manteniendo una el riesgo de recaída parece ser alto
rápidamente, a los pocos meses de haber ella y con los/as hijos/as, el novio tenía
relación de amistad. El riesgo de recaída
iniciado la relación y poco después de un largo historial de violencia (no
parece ser elevado
haber iniciado a convivir necesariamente de género)
503
Violencia de género en la pareja y exclusión social
504
Anexos
505
Violencia de género en la pareja y exclusión social
El papel de la familia es
ambivalente. Por un lado, de
hecho, está el hermano, que la
La separación no ha supuesto el acompañó a Urgencias después
fin de la violencia. En el Su experiencia con el sistema judicial es de una agresión y, pese a las
momento de la entrevista, él Ha tenido contacto con los totalmente negativa: han archivado su preguntas del médico, no la
Llegó a interponer denuncia,
sigue amenazándola y, dado que Servicios Sociales y con el caso y le han denegado la Orden de animó a que denunciase a su
pero el caso ha sido
Entrevista 8 el Juzgado le ha denegado la Servicio Municipal de Protección. Considera que el sistema es marido (ella esperaba solo un
archivado y la Orden de
Orden de Protección, para Atención a las Mujeres del inherentemente racista y que su origen gesto suyo para hacerlo). Por
Protección denegada
mantenerse alejada de él se ve Ayuntamiento de Pamplona venezolano ha influido en el trato que se otro lado, sin embargo, también
obligada a permanecer en el le ha reservado están los padres, que fueron a
pueblo de sus padres buscarla cuando decidió dejar a
su marido y que desde entonces
la han acogido en su casa junto
con la nieta
506
Anexos
507
Violencia de género en la pareja y exclusión social
508
Anexos
509
Violencia de género en la pareja y exclusión social
510
Anexos
A los 17 años había tenido a su primer Durante los primeros años, intentó varias
hijo con el que entonces era su novio, En el momento en que empezaron a vivir veces dejar a su pareja volviendo a la
pero la relación no prosperó juntos, ya había constantes episodios de casa paterna; pero ni la madrastra ni los
Experimentó violencia psicológica, física
(principalmente por intervención de la violencia física. Si se considera que se hermanos la quisieron acoger, con lo cual
y sexual (de los 3 hijos/as que tuvo con
madrastra, que la envió a Salamanca). habían conocido pocos meses antes y tuvo que permanecer con él. Pasaron así
Entrevista su segunda pareja, 2 son fruto de
Tiempo después, vivía en la casa paterna que la violencia física es el último estadio 20 años, hasta que la trabajadora social
16 violaciones). Él la agredía también en
con el hijo, pero allí no era bienvenida. de un proceso gradual, se puede suponer de Cáritas la puso en contacto con una
presencia de otras personas (incluyendo
En este contexto, a la edad de 24 años, que se trata de una relación que desde el familia que necesitaba una trabajadora de
violencia física de alta intensidad)
conoció a su pareja y ya el primer mes principio estuvo marcada por violencia de hogar y deseaba ayudarla. Empezó así a
se quedó embarazada. En cuanto macío género. trabajar como interna y pudo dejar a su
el hijo empezaron a vivir juntos pareja
511
Anexo IX: Esquema analítico. Dinámicas de la relación
violencia/exclusión en la historia vital de cada mujer
Elementos de dificultad que Elementos de dificultad que Efectos de la violencia que
incidieron en el proceso de incidieron en las dinámicas incidieron en el nivel de
selección de pareja de la relación con la pareja integración social de la mujer
Durante la relación, aislamiento
(tanto de la familia como de las
amistades); con la separación,
No hay ningún elemento
sin embargo, la relación con la
relacionado con procesos de
familia v olv ió a la normalidad y
ex clusión. Por otra parte, el
No hay ningún elemento pudo incluso retomar la relación
Entrev ista aislamiento en el que él la había
relacionado con procesos de con sus antiguas amistades. En
1 sumido y , por lo tanto, el hecho
ex clusión. general, sin embargo, las
de que no conociera a otros
secuelas no son muy intensas,
chicos, sí fue relev ante en su
sobre todo gracias a al papel
decisión de casarse con él
protector de la familia (y , más en
general, a que parte de una
situación de integración plena)
Durante la relación: pérdida de
empleo (él la conv ence para que
La situación de dificultad y
deje sus trabajos); gran
soledad en la que se encontraba Varios elementos que
aislamiento y secuelas sobre la
(había migrado hacía poco incrementan su indefensión (tener
salud (emocional y física). Con la
tiempo, aún no había regularizado origen ex tranjero; no poder contar
muerte de él, a esto se añaden
su situación administrativ a; sólo con el apoy o de la familia o de
Entrev ista secuelas a niv el económico
tenía trabajos precarios…). El las amistades; haberse quedado
2 (empobrecimiento), que conllev an
hecho de que nunca sintiera embarazada al principio de la
también efectos a niv el de
v erdadera atracción por él relación). Un entorno que no
v iv ienda (no puede pagar una
confirma la ex istencia de otras censuraba el recurso a la
v iv ienda, solo puede permitirse
razones que la empujaron a v iolencia
una habitación, lo cual la obliga a
iniciar esta relación
dejar a los hijos con los suegros
durante un tiempo)
En general, no hay efectos
remarcables: tiene su
independencia económica
asegurada (cobra pensión por
No hay ningún elemento incapacidad) así como una
relacionado con procesos de v iv ienda propia; y ni el marido ni
No hay ningún elemento
Entrev ista ex clusión. Cabe, sin embargo, el nov io le impidieron
relacionado con procesos de
3 destacar que el padre había sido relacionarse con la familia y las
ex clusión
un hombre ex tremadamente amistades (con ex cepción de
autoritario algún intento por parte de este
último). Por otra parte, padece
fibromialgia y cabe hipotetizar que
la v iolencia v iv ida pueda estar
relacionada con eso
En lo que respecta a la última
Varios elementos que
relación: imposibilidad de trabajar
incrementan su indefensión
(prohibición ex plícita de la
(aislamiento, sobre todo en el
La necesidad de alejarse de un pareja); ausencia de control sobre
caso de su última pareja, a la que
hogar con v iolencia de género y el dinero; aislamiento social
siguió a Portugal; y haberse
Entrev ista la conv icción de que un (pérdida de contacto con la familia
quedado embarazada al principio
4 embarazo era la única manera y las amistades).
de la relación). Imposibilidad, por
para lograrlo (en esto se intuy e Afortunadamente posee una
parte de la pareja, de costearse
un fuerte componente de clase) v iv ienda en propiedad (v iv ienda
sus consumos (el "mono"
que, de todas formas, él destrozó
siempre se acompañaba a una
por v enganza cuando ella lo
v iolencia de muy alta intensidad)
denunció)
512
Anexos
513
Violencia de género en la pareja y exclusión social
514
Anexos
Acumulación de dificultades en
distintas esferas: nació el
Las secuelas en términos de
segundo hijo (hecho a raíz del
exclusión se aprecian sobre todo
cual la relación empezó a
cuando la relación termina:
complicarse); el padre y la
fuertes privaciones (ella no tiene
cuñada de él enfermaron de
empleo y la pareja se niega a
cáncer; ella misma padece
pagar la pensión que le
poliquitosis renal y se le reactivó
corresponde); secuelas en
la enfermedad; descubrieron que
términos de vivienda (sea por el
Entrevista el hijo recién nacido también
Homogamia acoso al que él la somete y que
12 había heredado dicha enfermedad
la obliga a abandonar la casa
de la madre; ella se vio obligada
donde ambos vivían; sea por
–por cuestiones de salud– a dejar
cuestiones económicas, que le
el empleo y aparecieron las
impiden alquilar una vivienda en
primeras dificultades económicas,
buenas condiciones); secuelas a
tanto que no pudieron mantenerse
nivel de salud; y aislamiento
al día con los gastos de hipoteca;
social (autoimpuesto por las
y la pareja, mientras tanto,
secuelas de la violencia)
empezó a consumir con
regularidad
515
Violencia de género en la pareja y exclusión social
516
Anexo X: Esquema analítico. Características de la violencia de
género vivida por cada mujer
Nivel de normalización de la Duración de la relación y Capacidad de reconocer la
Intensidad de la violencia
violencia física proceso de separación violencia vivida
11 años de noviazgo y 13 de
matrimonio. Lo que la mantuvo
La violencia física se relata con Violencia muy intensa (aunque la
con él fue sobre todo un problema
Entrevista gran detalle, lo cual sugiere que intensidad no es comparable con Reconoce y describe con detalle
interno, de miedos y
1 se percibe como algo la que se alcanza en otros casos, y precisión la violencia que vivió
dependencias, junto con la
excepcional, no normalizado como el 2, 5, 10, 13, 15 y 16)
creencia de que nadie más
llegaría a quererla
517
Violencia de género en la pareja y exclusión social
El hecho de que la violencia En el caso del marido: 2 años de Por una parte, en el discurso se
física se relate sin ofrecer noviazgo y once de matrimonio. aprecia un elevado nivel de
muchos detalles sugiere cierta Violencia que, al casarse, se La separación se vio postergada normalización de la violencia de
normalización de la misma; el hizo inmediatamente muy y dificultada por la ausencia de género, lo cual dificulta su
hecho de que ella también llegue intensa. El episodio de violencia recursos económicos propios y reconocimiento, sobre todo
Entrevista
a usarla, aunque sea para física más brutal tuvo lugar al por la falta de apoyo por parte de cuando la intensidad no es
7
defenderse, es otro elemento que mes de casarse. La madre de él la familia. En el caso de la elevada. Por otra parte, sin
indica una mayor normalización animaba e incitaba al hijo en la segunda pareja: más de 5 años embargo, es perfectamente capaz
del uso de la violencia física (no agresión de relación. No ahonda en los de reconocer la existencia de
únicamente de género) en factores que facilitaron/dificultaron violencia de género al margen de
contextos de exclusión la separación la presencia de violencia física
518
Anexos
23 años de matrimonio. En el
Se puede apreciar un nivel de Su capacidad de reconocer la
momento de la entrevista la
normalización de la violencia violencia es bastante reducida.
relación sigue en pie. Entre los
física más elevado que en Cuando la normalidad de la
Violencia muy intensa desde el factores que mantienen a Maribel
contextos de integración (por un subordinación femenina está
primer momento. Destacar que con su marido, cabe destacar: el
lado, porque la relata sin ningún totalmente interiorizada (hasta el
en este caso, contrariamente a lo hecho de que ella todavía lo
Entrevista énfasis; por otro, porque punto de que una equilibrada
esperado, con el paso de los quiere (aunque hipotetiza que este
10 considera normal que su padre, repartición de las tareas
años la intensidad de la violencia amor quizás se deba a que no ha
cuando Bienestar Social retiró a 8 domésticas se interpreta como
no se fue incrementando sino conocido otra cosa); y el hecho
de los 14 hijos que tenía, violencia femenina hacia el
reduciendo de que, cuando ha intentado
reaccionara a la desesperación hombre), de hecho, reconocer la
separarse, no ha recibido ningún
de la madre atándola con violencia se vuelve una tarea
apoyo (ni por parte de la familia ni
cadenas a la cama) extremadamente compleja
de la comunidad)
519
Violencia de género en la pareja y exclusión social
520
Anexo XI: Índice de tablas
Tabla 1. Las dimensiones de la exclusión social ........................................................................................ 80
Tabla 2. Investigaciones internacionales que documentan la existencia de varios factores de riesgo y que
están basadas en muestras representativas a nivel estatal o regional .................................................... 93
Tabla 3. Denuncias interpuestas. Años 2007-2015................................................................................... 128
Tabla 4. Órdenes de Protección solicitadas y concedidas y porcentaje de concesiones sobre el total de
solicitudes. Años 2006-2015............................................................................................................... 129
Tabla 5. Hombres enjuiciados y condenados por violencia de género y porcentaje de condenas sobre el
total de enjuiciamientos. Años 2010-2015 .......................................................................................... 129
Tabla 6. Mujeres que, en el momento de realización de la encuesta, experimentaban violencia de género
por mano de una pareja o ex pareja. Datos y extrapolación de datos de las Macroencuestas de
Violencia de Género de 1999, 2002, 2006 y 2011 .............................................................................. 134
Tabla 7. Incidencia de diferentes tipos de violencia de género según datos de la Macroencuesta de
Violencia de Género 2011, de la Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales
2013 y de la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015 ........................................................ 136
Tabla 8. Relación entre datos de encuesta y judiciales ............................................................................. 137
Tabla 9. Relación entre datos de encuesta y judiciales para el caso específico de la violencia física ...... 137
Tabla 10. Riesgo de pobreza o exclusión social (indicador AROPE) y sus componentes según el sexo.
Años 2008-2015.................................................................................................................................. 140
Tabla 11. Dimensiones de la exclusión en los hogares según el sexo de la persona que aporta más
ingresos. Años 2007, 2009 y 2013 ...................................................................................................... 144
Tabla 12. Indicadores de exclusión en los hogares según el sexo de la persona que aporta más ingresos.
Año 2013 ............................................................................................................................................ 146
Tabla 13. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por cada dimensión de
exclusión ............................................................................................................................................. 174
Tabla 14. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por cada indicador de
exclusión ............................................................................................................................................. 177
Tabla 15. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de vulnerabilidad social ................................................................................. 183
Tabla 16. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación
con la actividad laboral ....................................................................................................................... 185
Tabla 17. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de exclusión social ......................................................................................... 188
Tabla 18. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con las variables significativas
............................................................................................................................................................ 190
521
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 19. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las variables significativas
............................................................................................................................................................ 194
Tabla 20. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que incluye la
variable de vulnerabilidad social. Resumen con las variables significativas ...................................... 198
Tabla 21. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que elimina la
variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral. Resumen con las variables significativas ............................................................... 201
Tabla 22. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la ex pareja. Modelo que incluye
la variable de vulnerabilidad social. .................................................................................................... 203
Tabla 23. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la ex pareja. Modelo que elimina
la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral.................................................................................................................................. 204
Tabla 24. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social ............................................................ 211
Tabla 25. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social ................................................................. 212
Tabla 26. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que incluye la
variable de vulnerabilidad social ........................................................................................................ 213
Tabla 27. Probabilidad de experimentar violencia de género por parte de la pareja. Modelo que elimina la
variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral.................................................................................................................................. 214
Tabla 28. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o psicológica
por parte de la pareja o la ex pareja sobre el total de mujeres que viven en hogares afectados por cada
dimensión de exclusión ....................................................................................................................... 310
Tabla 29. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de vulnerabilidad social ....................................................................................... 313
Tabla 30. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo ..................... 314
Tabla 31. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de exclusión social ................................................................................................ 315
Tabla 32. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con las variables significativas 316
Tabla 33. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las variables significativas ..... 319
Tabla 34. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja. Modelo que incluye las
variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral. Resumen con las variables
significativas ....................................................................................................................................... 322
Tabla 35. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de vulnerabilidad social ........................................................................................ 324
522
Anexos
Tabla 36. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con
la actividad laboral .............................................................................................................................. 326
Tabla 37. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
testa la relevancia del factor exclusión social. Resumen con las variables significativas ................... 327
Tabla 38. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social. Resumen con las variables significativas 328
Tabla 39. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye los diferentes indicadores de exclusión social. Resumen con las variables significativas ..... 330
Tabla 40. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja. Modelo que incluye las
variables de nivel educativo y relación con la actividad laboral. Resumen con las variables
significativas ....................................................................................................................................... 332
Tabla 41. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de vulnerabilidad social ................................................................................. 334
Tabla 42. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo ............... 335
Tabla 43. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye la variable de exclusión social ......................................................................................... 336
Tabla 44. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social ............................................................ 338
Tabla 45. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo
que incluye los diferentes indicadores de exclusión social ................................................................. 340
Tabla 46. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja. Modelo que incluye
la variable de nivel educativo. Resumen con las variables significativas ........................................... 342
Tabla 47. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja o la ex
pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social ........................................................ 345
Tabla 48. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja o la ex
pareja. Modelo que incluye la variable de vulnerabilidad social ........................................................ 346
Tabla 49. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja o la ex
pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
educativo ............................................................................................................................................. 347
Tabla 50. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja o la ex
pareja. Modelo que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel
educativo ............................................................................................................................................. 348
Tabla 51. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja. Modelo
que incluye la variable de nivel educativo. Resumen con las variables significativas ........................ 350
Tabla 52. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja. Modelo
que testa la relevancia del nivel educativo. Resumen con las variables significativas ....................... 351
Tabla 53. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social................................................................... 363
523
Violencia de género en la pareja y exclusión social
Tabla 54. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye los diferentes indicadores de exclusión social ........................................................................ 364
Tabla 55. Probabilidad de experimentar violencia física por parte de la pareja. Modelo que elimina la
variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral.................................................................................................................................. 365
Tabla 56. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye la variable de exclusión social ................................................................................................ 366
Tabla 57. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye las diferentes dimensiones de la exclusión social................................................................... 367
Tabla 58. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que
incluye los diferentes indicadores de exclusión social ........................................................................ 368
Tabla 59. Probabilidad de experimentar violencia sexual por parte de la pareja. Modelo que elimina la
variable de vulnerabilidad social e introduce las variables de nivel educativo y relación con la
actividad laboral.................................................................................................................................. 369
Tabla 60. Probabilidad de experimentar violencia psicológica por parte de la pareja. Modelo que elimina
la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo .................................. 371
Tabla 61. Probabilidad de experimentar violencia psicológica emocional por parte de la pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo ............... 372
Tabla 62. Probabilidad de experimentar violencia psicológica de control por parte de la pareja. Modelo
que elimina la variable de vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo ............... 373
Tabla 63. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género de diferentes
intensidades por parte de la pareja o la ex pareja según la situación de integración y vulnerabilidad
social ................................................................................................................................................... 377
Tabla 64. Intensidad media y desviación típica de la violencia de género entre las mujeres que la
experimentan según la situación de integración y vulnerabilidad social ............................................ 377
Tabla 65. Probabilidad de experimentar violencia de género de diferentes intensidades entre las mujeres
que enfrentan violencia por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que incluye la variable de
vulnerabilidad social ........................................................................................................................... 380
Tabla 66. Probabilidad de experimentar violencia de género de diferentes intensidades entre las mujeres
que enfrentan violencia por parte de la pareja o la ex pareja. Modelo que elimina la variable de
vulnerabilidad social e introduce la variable de nivel educativo......................................................... 381
Tabla 67. Probabilidad de experimentar violencia de larga duración entre las mujeres que enfrentan
violencia de género por parte de la pareja........................................................................................... 390
Tabla 68. Probabilidad de experimentar violencia de larga duración entre las mujeres que enfrentan
violencia de género por parte de la ex pareja ...................................................................................... 391
Tabla 69.Probabilidad de no reconocer la violencia vivida entre las mujeres que experimentan violencia
de género por parte de la pareja .......................................................................................................... 405
Tabla 70. Probabilidad de no reconocer la violencia vivida entre las mujeres que experimentan violencia
de género por parte de la ex pareja ..................................................................................................... 406
524
Anexos
Tabla 71. Indicadores de violencia de género utilizados por las Macroencuestas de Violencia de Género
de 1999, 2002, 2006 y 2011, diferenciando entre “situaciones objetivas de violencia” y “situaciones
de sometimiento” ................................................................................................................................ 478
Tabla 72. La variable inspirada en L'enquête nationale sur les violences envers les femmes .................. 479
Tabla 73. La variable de violencia técnica ponderada .............................................................................. 481
Tabla 74. Diferentes tipos de violencia .................................................................................................... 482
Tabla 75. Violencia psicológica emocional y violencia psicológica de control ....................................... 483
Tabla 76. La variable de violencia técnica ponderada en la Encuesta Foessa sobre Integración Social y
Necesidades Sociales 2013 ................................................................................................................. 484
Tabla 77. Violencia psicológica emocional y violencia psicológica de control en la Encuesta Foessa sobre
Integración Social y Necesidades Sociales 2013 ................................................................................ 486
Tabla 78. Resumen de la información incluida en la Macroencuesta de Violencia de Género 2011 y en la
Encuesta Foessa sobre Integración Social y Necesidades Sociales 2013............................................ 488
Tabla 79. Variables introducidas en cada nivel del modelo ecológico ..................................................... 490
Tabla 80. Orden de introducción de los varios niveles del modelo ecológico .......................................... 491
525
Anexo XII: Índice de gráficos
Gráfico 1. Feminicidios íntimos (mujeres asesinadas por la pareja o la ex pareja). Años 2010-2015 ..... 130
Gráfico 2. Porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de una pareja
o ex pareja desde los 15 años hasta la actualidad en los países UE-28. Año 2013 ............................. 131
Gráfico 3. Porcentaje de mujeres que ha experimentado violencia psicológica por parte de una pareja o ex
pareja alguna vez en la vida en los países UE-28. Año 2013.............................................................. 132
Gráfico 4. Riesgo de pobreza o exclusión social (indicador AROPE) en los países UE-28. Año 2015 ... 139
Gráfico 5. Distribución de los hogares en los espacios sociales de la integración a la exclusión según el
sexo de la persona que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013............................................... 142
Gráfico 6. Índice Sintético de Exclusión Social de los hogares según el sexo de la persona de la persona
que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013 ............................................................................. 142
Gráfico 7. Porcentaje de hogares en situación de exclusión económica, política o social según el sexo de
la persona que aporta más ingresos. Años 2007, 2009 y 2013 ............................................................ 143
Gráfico 8. Porcentaje de mujeres en situación de integración y vulnerabilidad social que, en la actualidad,
experimenta violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja según tres diferentes definiciones
de violencia técnica ............................................................................................................................. 169
Gráfico 9. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de integración y vulnerabilidad según
experimenten o no violencia de género............................................................................................... 170
Gráfico 10. Porcentaje de mujeres en situación de integración plena, integración precaria, exclusión
moderada y exclusión severa que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja ............................................................................................................................ 171
Gráfico 11. Índice Sintético de Exclusión Social de las mujeres que, en la actualidad, experimentan y no
experimentan violencia de género por parte de la pareja o la ex pareja .............................................. 171
Gráfico 12. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja o la ex pareja en los diferentes ejes de exclusión ..................................................................... 173
Gráfico 13. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de la integración a la exclusión según
experimenten o no violencia de género............................................................................................... 178
Gráfico 14. Distribución de la violencia de género en función de la persona que la ejerce (pareja, ex
pareja o ambos) según la situación de integración y vulnerabilidad social ......................................... 196
Gráfico 15. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social ......................................................... 196
Gráfico 16. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia de género por parte de la
ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social .................................................... 202
Gráfico 17. Porcentaje de mujeres en situación de integración y vulnerabilidad social que, en la
actualidad, experimenta violencia física, sexual o psicológica por parte de la pareja o la ex pareja .. 305
Gráfico 18. Distribución de la violencia de género en función del tipo de violencia según la situación de
integración y vulnerabilidad social ..................................................................................................... 305
526
Anexos
Gráfico 19. Porcentaje de mujeres en situación de integración plena, integración precaria, exclusión
moderada y exclusión severa que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o psicológica
por parte de la pareja o la ex pareja .................................................................................................... 307
Gráfico 20. Índice Sintético de Exclusión Social de las mujeres que, en la actualidad, experimentan
violencia física, sexual o psicológica por parte de la pareja o la ex pareja ......................................... 308
Gráfico 21. Porcentaje de mujeres que, en la actualidad, experimenta violencia física, sexual o psicológica
por parte de la pareja o la ex pareja en los diferentes ejes de exclusión ............................................. 309
Gráfico 22. Distribución de los diferentes tipos de violencia de género en función de la persona que los
ejerce (pareja, ex pareja o ambos) según la situación de integración y vulnerabilidad social ............ 310
Gráfico 23. Distribución de la violencia de género en diferentes grados de intensidad según la situación
de integración o vulnerabilidad social de la mujer .............................................................................. 378
Gráfico 24. Distribución de las mujeres en los espacios sociales de integración y vulnerabilidad según el
grado de intensidad de la violencia vivida .......................................................................................... 378
Gráfico 25. Porcentaje de mujeres que, desde hace más de 5 años, experimenta violencia de larga
duración por parte de la pareja o la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social
............................................................................................................................................................ 387
Gráfico 26. Distribución de las mujeres que experimentan violencia de larga duración en los espacios
sociales de integración y vulnerabilidad según la identidad del agresor (pareja o ex pareja) ............. 388
Gráfico 27. Violencia de larga duración sobre el total de la violencia de género ejercida por la pareja o la
ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social .................................................... 389
Gráfico 28. Porcentaje de mujeres que no reconoce la violencia que experimenta por parte de la pareja o
de la ex pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social ............................................ 401
Gráfico 29. Distribución de las mujeres que no reconocen la violencia que experimentan en los espacios
sociales de integración y vulnerabilidad según la identidad del agresor (pareja o ex pareja) ............. 402
Gráfico 30. Violencia no reconocida sobre el total de la violencia de género ejercida por la pareja o la ex
pareja en las situaciones de integración y vulnerabilidad social ......................................................... 403
Gráfico 31. Coincidencias y diferencias entre las tres variables de violencia técnica utilizadas en la
investigación ....................................................................................................................................... 482
527
Anexo XIII: Índice de ilustraciones
Ilustración 1. El ciclo de la violencia ......................................................................................................... 56
Ilustración 2. Diferentes propuestas coinciden en la identificación de una heterogeneidad de espacios en
el continuo entre integración y exclusión ............................................................................................. 75
Ilustración 3. Interrelaciones entre las consecuencias de la violencia detectadas en diferentes esferas ... 120
Ilustración 4. Violencia de género y exclusión social. Una interrelación compleja ................................. 292
528
Anexo XIV: Índice de acrónimos
APRODEMM: Asociación Proderechos de Mujeres Maltratadas
AROPE: At-Risk-Of Poverty and Exclusion
COA: Centro de Observación y Acogida
COCEMFE: Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica
EAIV: Equipo de Atención Integral a Víctimas de Violencia de Género
ISES: Índice Sintético de Exclusión Social
NUTS: Nomenclature des Unités Territoriales Statistiques
SMAM: Servicio Municipal de Atención a las Mujeres del Ayuntamiento de Pamplona
SS: Servicios Sociales
529