Educación Cristiana
Educación Cristiana
Educación Cristiana
La educación cristiana no excluye estas intenciones sociales, pero va más allá. En general,
la educación cristiana está más ligada a la formación integral del creyente, a la instrucción y
al crecimiento espiritual del ser humano, para que se manifieste una fe genuina que
transforme, a su vez, a la sociedad, esto es el discipulado.
Una iglesia saludable es una iglesia que educa a la luz de las Sagradas Escrituras.
Consecuente a esta intención, la iglesia invierte sus mejores recursos y esfuerzos para
alcanzar esta hermosa aspiración eclesial. El riesgo de enseñar y aprender el Evangelio de
forma correcta es la transformación social y sobre todo el goce pleno de la libertad en
Cristo Jesús.
Una vez entendido que el papel constructivo de la educación cristiana pone mayor
interés en los aspectos instructivos del carácter creyente que en la ganancia numérica de
adeptos, estamos obligados a explorar el concepto. Para entender su significado tomaré
prestado la siguiente definición esbozada por el Dr. Robert Pazmiño (2002).
El testimonio de la teología paulina ofrece una dirección clara acerca de las metas de la
educación cristiana. En este artículo se privilegia dos textos de la tradición paulina. El
pasaje de Romanos 12:2, parte del escrito redactado por el propio apóstol Pablo cerca del
año 57/58 d.C., nos presenta los siguientes principios pedagógicos:
La vida cristiana debe ser vivida para Dios. Una existencia que honra a Dios se
sostiene en el amor, la humildad y el compromiso por el bienestar común; a su vez,
descarta los valores mundanos que acentúan el odio, la arrogancia y la intolerancia.
La intervención del Espíritu de Dios provoca en las personas cambios en la manera
de ser y de pensar. Así, pues, la transformación o la metamorfosis es más que un
simple cambio exterior. Más bien, el apóstol hace alusión al cambio interior del ser
humano provocado por el encuentro con Dios.
Ambas, la vida para Dios y la metamorfosis interna son la vía más segura para
conocer lo que Dios quiere.
Consecuente con el libro de Romanos, los discípulos más cercanos del apóstol al redactar la
epístola a los Efesios ponen de manifiesto las metas de la educación cristiana. El producto
de la pedagogía eclesial debe suscitar el perfeccionamiento de los santos para la obra del
ministerio, la edificación del cuerpo de Cristo, la unidad de la fe y el conocimiento del Hijo
de Dios (Ef. 4:12-13).
De ahí que podemos dar un salto cualitativo para tratar de establecer tres principios rectores
que sustenten la comprensión de la función de la educación cristiana:
Más sencillo, una educación cristiana auténtica tiene lugar cuando se es consciente (1) del
respeto hacia la dignidad del ser humano; (2) en la afirmación y experiencia de la acción
Trinitaria en la pedagogía eclesial; (3) en fomentar la alegría y el disfrute del Santo
Evangelio.
Tanto la persona de Jesús como su enseñanza acerca de los valores cardinales del reino de
los cielos son objetos de estudio en la educación cristiana. O sea son su contenido. Pero,
¿qué significa el reino de Dios?, ¿cuál es su alcance?, ¿qué implicaciones tiene para la vida
de cada creyente?
Una iglesia que crece saludablemente enseña a los feligreses a encarnar los valores del
reino de Dios en cada acto personal y en cada gesto de afirmación comunitaria. Esto es lo
que Efesios asevera con la expresión “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio”.
Esta perfección encuentra autenticidad en la imitación del modelaje de Jesús y en la
confesión universal de la iglesia que le declara Señor y Cristo.
La iglesia cristiana ha sido instituida para vivir, modelar, educar y propiciar la libertad. Esta
cualidad humana se convierte en uno de los propósitos esenciales del proyecto pedagógico
eclesial. Pero, sin un programa educativo sólido e integral cuya aspiración sea el
redescubrimiento de la condición de libertad, no aflora la conciencia de haber sido creado a
imagen y semejanza divina. Dicha consideración etimológica debe dirigir al magisterio de
la iglesia a reconocer que los procesos pedagógicos auspiciados por la educación cristiana
deben fomentar escenarios educativos, en donde se propicie que el participante emplee sus
funciones intelectuales con el fin de percibir, vivir y re-vivir la realidad de la libertad.
Como hemos mencionado, una iglesia que crece celebra la vida y disfruta la alegría del
Evangelio en comunidad. En el cuarto evangelio, Jesús en una oración intima al Padre
peticiona: A los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como
nosotros (Jn 17:11). De ahí que el esfuerzo constante de la educación cristiana afirma con
mayor ahínco el aspecto relacional sobre el desarrollo personal, énfasis de la educación
secular.
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