Hechizada Laura Thalassa
Hechizada Laura Thalassa
Hechizada Laura Thalassa
Si mueves la mano
y la desgracia sigue tus pasos,
por triplicado volverá su poder.
Por triplicado la maldición habrá errado.
PRÓLOGO
Memnón
Estoy atrapado.
Desde hace muchísimo tiempo. Unos conjuros tan sofocantes como
reconfortantes me han aprisionado mente y cuerpo. No puedo escapar de
ellos por mucho que lo intente.
Y vaya si lo he intentado.
Esto no debería ser así. Lo sé. Lo recuerdo.
Alguien me ha hecho esto.
Pero… ¿quién?
La respuesta se me escapa.
Mis pensamientos están… fragmentados. Las mismas barreras que me
envuelven los han destrozado y esparcido.
Hubo una vida antes de esta sombra de existencia. A veces capto sus
destellos. El recuerdo del sol, la pesada carga de una espada en la mano, la
sensación de una mujer —la mía— debajo de mí.
Aunque no recuerdo demasiado bien mi propio aspecto, veo el perfil de
su hombro, la curva de su sonrisa y la picardía que brilla en sus ojos azules
como el zafiro.
Su imagen… duele más que una herida profunda.
La necesito.
Mi reina. Mi esposa.
Roxilana.
He de salir de este sitio. Debo encontrarla.
A menos que…
¿Y si…? ¿Y si de verdad se ha ido?
¿La he perdido para siempre?
El terror me eclipsa el anhelo y me despeja parte de la neblina de la
mente. Libero toda la magia que puedo y la canalizo a través de los pocos
resquicios que he encontrado en estos conjuros.
Roxilana no puede estar muerta. Mientras yo exista, también debe existir
ella. Me… me esforcé para que así fuera.
Me relajo.
Ella me encontrará.
Un día.
Un día.
Así que la llamo, como siempre he hecho. Y espero.
CAPÍTULO 1
Selene
Martes, 29 de agosto
29 de agosto
Mierda.
Abro el armario de todos modos y por supuesto que no hay té. Sin
embargo, lo que sí hay es una botella de vino.
También tiene una nota pegada, solo que esta no está escrita con mi letra.
¡El hada del bebercio ha estado aquí!
<3 Sybil
Conseguir un familiar.
Miro por la ventanilla del avión y disfruto de la densa masa de nubes que se
extiende en la distancia. Ahora que de verdad estoy en el cielo y de camino,
la emoción empieza a apoderarse de mí.
Me voy a las islas Galápagos. Al margen del precio del viaje y de las
búsquedas mágicas, estas islas casi deshabitadas han estado en mi lista de
deseos desde hace mucho tiempo.
Cuando la vista de nubes y más nubes, y, uy, mira, más nubes, empieza a
aburrirme, dejo la mente vagar hasta cuando me convertí en bruja.
Fue hace tres años, poco después de que empezara las clases en la
Academia Peel, un internado para seres sobrenaturales. Junto con el resto de
los nuevos estudiantes, pasé por una ceremonia de iniciación: el Despertar,
una antigua tradición que manifiesta nuestros poderes latentes.
Nos dan un sorbo de una poción amarga que les da vida a nuestros
aspectos paranormales. Fue la primera vez que noté que mi magia se
agitaba dentro de mí y me di cuenta del elevado precio que exigía.
Vuelvo a concentrarme en el libro que tengo en el regazo, Magia
multifuncional: ingredientes y versos para aplicar a los conjuros diarios.
Como mi mente no siempre es de fiar, tengo lo que cariñosamente me gusta
llamar «magia adaptativa». Es una forma elegante de decir «Voy a sentir las
cosas y a dejarme llevar sobre la marcha sin más». No quiero alardear, pero
tiene un sesenta y dos por ciento de índice de éxito.
Y, siendo sincera, es mejor que nada.
Pero tengo la esperanza de que, cuanto más estudie y aprenda, más capaz
seré de soltar mis habilidades innatas y aprovechar cosas como las fases
lunares, los cristales, los ingredientes de los hechizos y los encantamientos.
Tengo que creer que, cuanto más conocimiento le conceda a mi mente, más
difícil será que mi poder lo elimine por completo.
Emperatriz…
Me detengo; una mueca me tira de las comisuras de los labios. ¿Acabo
de oír algo?
Un susurro de magia me roza la piel y se me pone de gallina.
Ven… a… mí…
Suelto el bolígrafo.
Vale, ¿qué coño ha sido eso?
Miro a mi alrededor para ver si alguien se ha dado cuenta. La mayoría de
los pasajeros están durmiendo o viendo algo en las pantallas individuales.
Sin embargo, atisbo una estela de magia color índigo que serpentea por el
pasillo.
¿Alguien está lanzando conjuros…?
¡EMPERATRIZ!
El avión se tambalea y la magia azul se lanza a por mí; los hilillos de
humo se me enroscan en las piernas y en la cintura. Ahogo un grito cuando
veo que las hebras suben más y más con cada segundo que pasa y me
cubren ya la mitad inferior del cuerpo.
Le echo un vistazo rápido a la gente que me rodea, pero, aunque unos
pocos pasajeros miran a su alrededor, nadie parece ver la magia que está
provocando las turbulencias ni que solo se aferra a mí.
Hago un absurdo intento de apartarla, pero es tan efímera como el humo
y la atravieso con las manos. El hombre que tengo sentado al lado me mira
con las cejas arqueadas. Los humanos que no tienen magia no pueden ver el
poder del mismo modo que las brujas. Seguro que estoy ridícula dándole
manotazos a la nada.
Antes de que pueda explicarme, la magia que me aferra cae con fuerza y
el avión vuelve a descender. Juro que siento como si intentara arrancarme
del cielo.
La cabina se inclina a la derecha y el libro se me cae del regazo. No veo
dónde ha aterrizado, pues la magia azulona lo oculta.
Sobre mí se enciende la señal de «Abróchense los cinturones». La
megafonía chisporrotea antes de volver a la vida.
«Señores pasajeros…», empieza a decir el auxiliar de vuelo.
¡Ven a mí!
Me agarro la cabeza mientras la potente voz masculina ahoga el anuncio
de la tripulación. No sabría decir si proviene de dentro de mí o no, pero
parece estar en todas partes y siento el extraño impulso de ceder a sus
exigencias. Durante todo este tiempo, el distintivo color índigo de la magia
sigue su camino por mi torso.
Las luces superiores parpadean y se me revuelve el estómago conforme
el avión va perdiendo altitud. Unas cuantas personas gritan.
«Es solo una turbulencia —continúa el auxiliar de vuelo, que también
traduce el mensaje tranquilizador a español y portugués, mientras el cielo
que se ve por las ventanillas empieza a oscurecerse—. Por favor,
permanezcan en su asiento. Alguien pasará enseguida para tomar nota de
las bebidas.»
Vuelvo a mirar por la ventana, pero ya no veo las nubes. En su lugar, hay
estelas de magia color índigo que envuelven el avión por fuera.
¡Emperatriz, escucha mi llamada!
A lo mejor es el pánico o quizás este extraño poder que la magia ejerce
sobre mí, pero, antes de ser consciente al cien por cien de lo que estoy
haciendo, me desabrocho el cinturón y me pongo de pie. Mientras murmuro
unas cuantas disculpas, distraída, me abro paso entre los pasajeros de mi
fila y me dirijo al pasillo. El humo de la magia se mueve conmigo, sin dejar
de latir.
Más magia de ese intenso color azul sigue colándose por los conductos
de ventilación e incluso por las paredes; la cabina se va llenando
rápidamente.
—Ey —me dice una de las auxiliares de vuelo al verme—. Vuelva a
su…
¡Mi reina!
Jadeo y me llevo una mano a la cabeza mientras el avión cae en picado.
Me caigo contra un asiento cercano, a pesar de que noto que la magia sigue
apretándome con sus tentáculos.
Me detengo, el corazón me late desbocado, y tengo un momento de
claridad absoluta.
«Es un ataque mágico.»
Recorro con la mirada el avión y a sus pasajeros, a pesar de que la
auxiliar de vuelo de antes empieza a gritarme que me vuelva a sentar. No
sabría decir si el atacante está dentro del avión o en alguna otra parte en
tierra firme, pero no creo que tenga tiempo de encontrar al culpable y
enfrentarme a él.
No nos hemos enderezado; seguimos cayendo en picado y tengo revuelto
el estómago, como si se me fuera a salir por la boca.
La magia atacante está por todas partes y cada vez se vuelve más fuerte.
Parece una nube de color índigo cuyas grandes columnas de humo
oscurecen la cabina. Nadie más parece darse cuenta de ello, lo que significa
que es probable que yo sea la única sobrenatural a bordo y puede que la
única capaz de hacer algo para detenerlo.
Ignoro a la auxiliar de vuelo, que sigue gritándome, y me centro en mi
poder para dejarlo salir a la superficie. Lo noto hacer presión por debajo de
mi piel y trago saliva, el corazón me sigue latiendo desbocado por los
nervios. Me encanta la magia, disfruto la libertad y la fuerza que me otorga,
pero siempre siento una punzada de terror al saber que algunos recuerdos se
desvanecerán cada vez que la use…, y no soy yo quien elige cuáles.
No tengo ingredientes mágicos para mitigar el coste de esta magia, nada
salvo el propio encantamiento. Por lo que sea, a los conjuros les gusta lo
pulcras que son las rimas.
—Convoco mi poder y repelo este ataque —digo mientras reúno mi
poder—. Que expulse al enemigo y su magia socave.
Abro los ojos mientras la magia sale de mí. Su tono naranja pálido
recuerda a las nubes del atardecer y, cuando se encuentra con la magia azul
oscuro, solo refuerza el efecto: los dos poderes enfrentados parecen el día
dándole paso a la noche.
Mi magia me libera del atacante del torso y, poco a poco, pero con
seguridad, lo expulsa de la cabina. No aparto la mirada hasta que la última
estela se escabulle por los conductos de ventilación y se arremolina en las
ventanas.
Una vez que se ha desvanecido, cojo aire, temblando aún, y hundo los
hombros cuando el avión se endereza. A mi alrededor, los pasajeros parecen
relajados. Luego aprieto los dientes cuando siento un leve tirón en la
cabeza. Es la única señal de que debo de haber perdido un recuerdo.
—¡… he dicho que vuelva a su asiento! —chilla la auxiliar de vuelo, que
me señala con el dedo y me lanza una mirada que supongo que debería
asustarme.
Es demasiado tarde para eso. Ya estoy aterrada.
Sobre mí, la megafonía se enciende.
«Lo siento, amigos. —El piloto suelta una risilla—. Son solo
turbulencias. Parece que…»
Mi reina… Te siento…
Mi magia sigue suspendida en el aire, apenas brilla. Pero, mientras la
observo, esa pérfida azul vuelve a filtrarse en la cabina.
—No —susurro.
Barre la mía con un débil roce.
Juraría que incluso oigo una carcajada incorpórea.
Sí. Mi reina, ahí estás.
En unos pocos segundos, se entrelaza con mi magia y ambas se mezclan
hasta que el color resultante se parece a un moratón.
Te he buscado hasta la saciedad.
¿Qué narices es esta voz?
Ahora escucha mi llamada, emperatriz, y VEN A MÍ.
El avión se sacude y empieza a caer en picado. No parecen unas
turbulencias de nada, sino más bien que los pilotos han perdido el control
del vehículo.
La gente vuelve a gritar y la auxiliar de vuelo ha apartado los ojos de mí
lo justo para darles instrucciones a los pasajeros sobre el protocolo de
seguridad.
Mientras está distraída, corro por el pasillo, me choco con los asientos
cuando el avión se sacude y se tambalea. No sé qué voy a hacer
exactamente hasta que irrumpo en primera clase.
Quien quiera que sea a quien me enfrento, su magia es más fuerte que la
mía. No puedo esperar detener el ataque. Lo máximo a lo que aspiro es a
mitigarlo. Si de verdad hay alguien intentando sacarme a rastras del avión y
soltarme en el cielo, lo único que puedo hacer es ayudar a que aterrice.
No te opongas a esto…, a nosotros…
La extraña magia se arremolina a mi alrededor y siento como si intentara
meterse dentro de mí. Como si quisiera que la respirara para que estar lo
más cerca posible. La experiencia es inquietante que te cagas y, aun así,
algunos aspectos de esta magia me nublan el juicio.
Más auxiliares de vuelo me gritan, exigiendo que me dé la vuelta y
regrese a mi sitio. Hasta ahora, no han intentado contenerme físicamente,
dado que su atención está dividida entre mí, el resto de los pasajeros y las
peligrosas condiciones para andar que se dan en la cabina. Sin embargo,
cuanto más me acerco a la parte delantera del avión, más desesperadas se
vuelven las voces. Conforme me aproximo a la cabina, uno de los auxiliares
por fin avanza para cortarme el paso. Creo que su intención es hacerme
frente.
—Aparta a este cretino. —Levanto una mano hacia el auxiliar de vuelo
—. Que no interrumpa mi camino.
Le lanzo mi magia. Se tropieza y cae sobre el regazo de una pasajera.
Siento las miradas aterradas a mi espalda y que un par de personas se
levantan de su asiento; está claro que dan por hecho que tengo malas
intenciones.
Mi magia reparte golpes a diestro y siniestro para que esos héroes
insensatos vuelvan a sentarse.
Ahora mismo están actuando poderes más fuertes y aterradores que los
de una joven bruja.
Ven, brujilla. Nuestro destino nunca fue separarnos.
La voz es como el terciopelo, quiere engatusarme. Me corta la
respiración.
Me obligo a mí misma a avanzar hacia delante, hacia la puerta cerrada
de la cabina de mando.
Extiendo la mano y ni siquiera me molesto en decir un encantamiento
rápido.
—Ábrete.
La magia sale disparada de mí, salta la cerradura y la puerta se abre de
par en par.
Ven a mí, emperatriz.
Casi me desplomo encima de los interruptores y los botones del panel de
control cuando la magia color índigo vuelve a tirar del avión.
Una de los dos pilotos me echa un vistazo. Luego vuelve a mirar otra
vez.
—¿Qué narices…?
El otro piloto ruge:
—¡Vuelve a tu asiento! ¡Ya!
Detrás de mí todavía oigo a varias personas gritándome que vuelva a mi
sitio.
Me aparto del panel de mando y levanto una mano hacia la puerta.
—Ciérrate —digo.
Da un portazo y la cerradura vuelve a su sitio; nos quedamos aislados
del resto de la cabina.
El piloto pasa de mirarme a mí a la puerta que se encuentra a unos
metros y que al parecer se ha cerrado sola. Abre los ojos como platos,
incrédulo y quizás con algo de miedo.
—Están intentando derribarnos —digo, como si eso explicara que yo
misma tengo magia.
Para enfatizar mis palabras, el avión da un bandazo violento y me tira
hacia delante. Apenas consigo agarrarme a los asientos de los pilotos para
intentar recuperar el equilibrio.
—He venido para ayudaros a aterrizar.
La mujer se ríe; es un sonido cargadísimo de escepticismo. Siendo
sincera, probablemente yo también me reiría si una tirillas que se ha
estrellado contra el panel de control asegurara que puede ayudar.
Ven a mí…, emperatriz…
La voz fantasmal me susurra en el oído y en la piel. El vello de los
brazos se me pone de punta. Es una voz que tiene algo de seductora, pero en
un sentido perverso.
—Mirad, me da igual cuánta experiencia tengáis entre los dos: os estáis
enfrentando a fuerzas que sois incapaces de percibir y no vais a poder
aterrizar este avión sin mi ayuda.
Me gustaría decir que mis palabras los motivan, pero la verdad es que
ambos han vuelto a centrarse en pilotar el avión y la mujer le está hablando
a su compañero de una línea de actuación que podría funcionar.
Vale.
Cierro los ojos y recupero el aliento mientras me centro en mi interior.
—Usa mi poder. Ignora mi dolor. Con este conjuro, aterrizo el avión. —
Entono la rima una y otra vez mientras mi poder lanza un destello y luego
se extiende.
Cuando abro los ojos, veo por la ventana que la magia de color azul
oscuro que enturbiaba la visión se está difuminando. En cuanto vislumbro
lo que nos rodea, intento no gritar. Por debajo de nosotros, hay unas
montañas onduladas y un mar de árboles y cada vez están más cerca.
«Ay, Diosa, vamos a morir.»
Respiro hondo y obligo a ese pérfido pensamiento a que se esfume.
Solo necesito ayudar a que el avión aterrice. No es imposible. Me vuelvo
a concentrar en mi poder, dejo que se desate dentro de mí y sigo repitiendo
el encantamiento.
Sale de mí a toda velocidad y se desliza hasta el vientre del avión. No
consigo ver lo que está pasando, pero tengo la vaga sensación de presionar
contra el suave metal del vehículo. Y luego noto que se ondula como si
estuviera convirtiéndose en su propia corriente de aire. Demonios, a lo
mejor es eso.
Se tensa para cambiar el ángulo del avión.
«¡No es suficiente! ¡No es suficiente!»
Aprieto los dientes, la cabeza me late por el esfuerzo.
—Invoco a la magia arcana. Protege a estas personas. Aterriza esta
tartana. —Mi voz se oye más fuerte, a pesar del rugido de las turbinas y los
gritos ahogados que llegan de la cabina.
Con cada palabra, más magia brota de mí. La del enemigo sigue
presente, pero en lugar de luchar por el dominio se funde con la mía.
Cuando lo hace, siento que el morro del avión sube, solo un poquito. Y
luego un poco más.
Los pilotos disparan órdenes a toda velocidad, no sé si el uno al otro o a
alguien que está al otro lado de los auriculares. A lo mejor todo sale bien, a
lo mejor…
—¡Mayday! ¡Mayday! ¡Mayday! ¡Estamos perdiendo altura!
Joder.
Los árboles que se ven desde la ventana cada vez se hacen más grandes.
Sigo forzando la magia para que salga de mí y me esfuerzo por
enderezar el avión. Ahora que la otra magia está ayudando, funciona. Pero
no estoy segura de que lo bastante rápido.
Rujo y grito de cansancio.
Emperatriz, siento que te estás acercando.
Muy poquito a poco, la parte delantera del avión se levanta.
—¡Hostia! —dice el piloto, mirando los mandos; ha apartado las manos
por un momento. Aunque no lo esté manejando, el vehículo sigue tomando
altura—. ¿Qué coño pasa?
Me mira, pero estoy demasiado ocupada recitando conjuros y dirigiendo
el poder y no puedo perder el tiempo en dedicarle una mirada.
—¡Matt, agarra la mierda esa y ayúdame a aterrizar el avión! —chilla la
otra piloto.
Él le hace caso y agarra los mandos mientras el follaje que se encuentra
bajo nosotros sale a recibirnos. Veo las hojas de los árboles y el resplandor
de la lluvia.
Está sucediendo demasiado rápido y no estoy sujeta a ningún sitio, ni
siquiera a un asiento. Nada impedirá que salga despedida de la cabina de
mando por la ventana.
En respuesta a este pensamiento, mi magia me envuelve y me sujeta en
el sitio. Ni siquiera estoy segura de si necesito protegerme. Un segundo
después, esa otra magia extraña y maliciosa me cubre. Por extraño que
parezca, siento que me protege.
Sé que nos vamos a estrellar. Lo que veo me hace tener esa certeza, pero
aun así me obligo a sacar más magia en un último intento desesperado por
salvarnos. Siento que la cabeza se me parte en dos del esfuerzo y ni siquiera
quiero pensar en cuántos recuerdos se me van a borrar.
Una bandada de pájaros se alza de uno de los árboles que está por debajo
de nosotros y se dispersan mientras nos acercamos a la neblinosa jungla.
—¡Prepárate! —grita el piloto.
El avión golpea la primera rama. Se escucha un crujido horrible y
luego…
Pum, pum, pum…
La madera se astilla y el metal chirría cuando el vientre del avión aplasta
las copas de los árboles. Rebotamos y mi magia y este extraño poder son lo
único que me sujetan el cuerpo.
El morro del avión desciende y luego…
¡PUM!
A pesar de que la magia me inmoviliza en el sitio, algo tira de mí otra
vez hacia ese maldito panel de control y entonces todo se vuelve negro.
CAPÍTULO 4
El viento inunda la estancia, casi apaga las antorchas. Se oye un grito y otra
voz llena la habitación.
«¿Qué has hecho?», se lamenta.
Aparto la mano de la mejilla del hombre y parpadeo para librarme del
extraño aturdimiento que me envuelve desde que se estrelló el avión.
¿Qué estoy haciendo?
Antes de que se me ocurra una respuesta, los ojos del hombre se abren
de repente.
Trastabillo hacia atrás y me llevo una mano a la boca para ahogar un
grito.
Sus iris son de un precioso tono marrón, oscuros en el borde exterior y
claros como el licor en el interior. Se le dilatan las pupilas mientras me
observa.
Memnón respira hondo y su pecho por fin se alza. Cuando lo hace,
varias escamas de la armadura se le caen y tintinean.
—Roxilana —suspira el hombre, sin apartar la mirada de mi rostro.
Me quedo sin aliento al oír su voz. Ya no hace eco ni es incorpórea, y
que sea áspera y humana hace que sea aún más íntima.
Si el anhelo fuera un sonido, sería este.
Parece devorarme con la mirada.
—Me has encontrado. Me has salvado. —Sigue hablando en el mismo
idioma que está escrito en las paredes. No sé qué es ni por qué lo entiendo.
Memnón se sienta y otra docena de escamas de metal se le caen del
pecho.
Doy un paso atrás y luego otro.
Pone las manos en el borde del ataúd de piedra y se levanta.
Oh, Gran Diosa, está saliendo.
Con un único movimiento fluido, abandona el sarcófago. Las ropas se le
resbalan del cuerpo y su armadura de escamas cae sobre el suelo como si
fuera lluvia, repiqueteando a cada paso.
El muerto viviente no parece darse cuenta de nada de esto, pues sus ojos
siguen fijos en mí.
Sin embargo, yo sí me doy cuenta; por un lado, porque se queda desnudo
y, por otro, porque tiene la piel cubierta de unos extraños y estilizados
tatuajes; son los mismos dibujos de los tallados que me rodean. Animales y
flores se le enroscan en los brazos y se extienden por el torso y el cuello.
Otros le envuelven las pantorrillas y le trepan por los muslos. Tiene otros
pocos esparcidos por los abdominales y puede que haya más en la espalda,
pero no los veo. Parece como si la tinta se cerniera poco a poco sobre él,
desde las extremidades exteriores hasta su mismísimo centro.
Camina hacia mí, me mira como si yo fuera su oxígeno, como si no le
importara lo más mínimo estar casi desnudo, salvo por lo pocos jirones de
armadura y de ropa que lo envuelven como si fueran vendas de lino.
—Sabía que vendrías, mi reina.
El aire se agita a su alrededor con su magia, llena todo el espacio y se
restriega contra mí.
—Sabía que no era cierto. No podía serlo. Un amor como el nuestro lo
desafía todo.
Sus palabras evocan imágenes a las que no les encuentro sentido. Veo
kilómetros y kilómetros de hierba que se extiende en todas direcciones.
Oigo los chasquidos de las tiendas de campaña al viento, el repiqueteo de
los cascos de caballo. Noto una piel contra la mía, una luz que parpadea y
una voz en el oído: «Soy tuyo para siempre…».
Las imágenes se desvanecen tan rápido como han venido.
—Vak zuwi sanburvak —digo; ni siquiera necesito mi magia para
responderle en el mismo idioma. Está ahí, enterrado en mis huesos. «Te
estás equivocando.»
—¿Equivocando? —Se ríe y, hostia puta, quien sea, o lo que sea, este
hombre tiene una risa preciosa.
Camina hacia mí y me envuelve el rostro con las manos; me sorprende
que este contacto sea tan posesivo. Por no mencionar el modo en que me
mira.
—Yo no…, no te conozco.
Las palabras no encajan del todo con su traducción en mi idioma. Sea
cual sea esta lengua antigua, su léxico ni siquiera se centra en las mismas
cosas que la mía. Me siento como una persona diferente cuando la hablo.
—¿No me conoces? —Curva los labios en una sonrisa traviesa—.
Venga, ¿qué clase de juego es este, Roxilana?
Le brillan los ojos y de verdad parece que le importa un pepino estar
desnudo.
Le cojo la cintura con las manos, preparada para empujarlo. Pero, al
tocarlo, suelta una exhalación desgarrada y cierra los ojos por un segundo.
—Tu roce, Roxi… Cuánto te añoraba. Estaba atrapado en una pesadilla
de la que no me podía despertar. —Abre los ojos y me duele que su
expresión sea tan cruda—. Hace mucho que languidezco. A pesar de todo,
me aferré a la esperanza de que vendrías y me salvarías, mi reina.
Vale, aquí hay algo que está muy muy mal. Yo no soy esa tal Roxilana,
ni una reina ni una emperatriz. Y sin duda alguna no soy suya.
Abro la boca para decirle precisamente eso, pero entonces Memnón se
inclina y me besa.
Aspiro una fuerte bocanada de aire.
«¿Qué narices, por el amor del infierno?»
Un hombre desnudo que acaba de resucitar me está besando.
Apenas puedo registrar ese pensamiento cuando sus labios abren los
míos como si yo fuera una cerradura, y él, la llave. Y entonces pruebo su
sabor.
Debería saber a telarañas y a cadáveres putrefactos, pero, en todo caso,
juraría que su lengua tiene gusto a un vino fuerte y delicioso. Paso las
manos de su cintura a sus pectorales; al tocarlo se desprenden un par de
trozos más de la armadura. Tengo toda la intención de apartarlo, pero su
lengua embiste la mía del modo más carnal posible y, en lugar de hacerme
caso, mis dedos deciden explorar su piel.
Gruñe cuando nota mi presión y se acerca más, su muslo desnudo roza el
mío vestido.
Y…, en contra de mi voluntad, respondo a su beso.
Hace otro ruidito pecaminoso y me aprieta contra él. Me besa como si se
fuera a morir si se detuviera.
Ha bajado una mano a mi cintura y ahora está jugueteando con el borde
de mi camiseta, y yo sé muy bien hasta dónde va a llegar esto si no lo
detengo ya.
Requiere muchísima fuerza de voluntad romper el beso e, incluso
entonces, mis pies no quieren alejarse de él. Memnón sigue acunándome el
rostro con una mano, con sus oscuros ojos clavados en los míos.
—Te he llamado, Roxi. Te he llamado durante muchísimo tiempo, pero
nunca has respondido. Mi poder se debilitó y, entonces, se sumió en un
letargo; solo se despertó cuando… —Parpadea, baja la vista para mirarse y
luego observa mi ropa por primera vez—. ¿Estoy muerto? —pregunta, y
vuelve a levantar la mirada hacia la mía—. ¿Has venido para conducir mi
alma a la otra vida?
¿La otra vida?
—¿De qué estás hablando? —digo. Doy un paso atrás para liberarme de
su abrazo—. Me llamo Selene, no Roxi.
Frunce las cejas y dibuja una mueca con la boca.
Sin duda este hombre está confundido. Se piensa que soy otra persona y
que tenemos algo, pero no dispongo de suficiente información sobre toda
esta situación como para manejarla bien.
Su mirada pasa a la escritura que decora las paredes. Entrecierra los ojos
mientras observa las inscripciones.
Sigo sus ojos.
El viento se lamenta entre los árboles y sacude las copas perennes que se
ciernen sobre nosotras. El aire es frío y huele a madera quemada en algún
lugar cercano. Lo que sucedió en América del Sur parece pertenecer a otro
mundo.
No tengo escoba, aunque puede que mi vestido sea lo bastante corto
como para que Sybil esté orgullosa. Si doy un paso en falso, todo el mundo
me verá el chichi.
Nero camina a mi lado y estoy orgullosísima de tenerlo aquí. Siento
como si siempre hubiera estado conmigo y tener la posibilidad de mostrar
en su gloriosa corpulencia y ferocidad aplaca mis inseguridades mágicas.
La gente no sentirá pena de una bruja que se ha agenciado una pantera
como familiar. Es el tipo de vínculo que inspira respeto… y puede que
incluso un poco de miedo. Es algo que no me importaría, si soy del todo
sincera.
Pasamos junto a los edificios de las aulas y el enorme invernadero de
tres pisos de camino al bosque que rodea el aquelarre: Everwoods. Sigo el
distante sonido de las risas y la música. Por un momento, finjo que
pertenezco a este lugar, que conozco este campus como tan desesperada
estoy por hacerlo.
El móvil me vibra en el escote, que uso en lugar del bolso.
Lo saco y veo el mensaje de Sybil:
¿Ya estás aquí? ¿Necesitas que vaya a buscarte? Acabamos de pasar por el
invernadero.
Respondo enseguida:
Estoy bien. Ahora en el campus. Debería llegar enseguida.
Se levanta una ráfaga de viento que me provoca un escalofrío.
Me froto los brazos descubiertos y miro a Nero.
—¿Tienes frío, amigo?
Posa los ojos en mí el tiempo suficiente para hacerme sentir que he
hecho una pregunta absurda.
—Está bien, vale, olvida que lo he preguntado.
Aplasto con los tacones las agujas de pino caídas y el olor de la madera
quemada se hace más fuerte. Para una bruja, es una fragancia que despierta
algo en los huesos. Es la magia de la que estamos hechas: hogueras de
medianoche y bosques sumidos en la niebla.
La espesura da paso a un claro lleno de docenas y docenas de seres
sobrenaturales charlando, bailando, bebiendo y riendo alrededor de
montones de tallos de maíz secos. La mayoría son mujeres; a algunas las
reconozco del aquelarre, pero hay brujas cuya cara no me suena, igual que
también varios licántropos. Observo a los magos, el equivalente masculino
de la bruja, y al resto de los hombres lobo. La magia resplandece en el aire,
aparte de la luz que desprenden las hogueras y las linternas encantadas que
flotan en el cielo.
He echado de menos esto.
Me he pasado el último año trabajando en el mundo normal, lleno de
humanos sin magia, igual que su vida. Había olvidado el modo en que me
vibra la sangre durante las reuniones de seres sobrenaturales.
Oigo un chillido y luego Sybil corre hacia mí, con la bebida
desbordándose en su mano, mientras que su búho, Merlín, se alza de su
hombro, donde estaba posado.
—¡Aquí estás! —grita; su largo pelo oscuro se balancea a su espalda—.
Me preocupaba que no vinieras… —Se detiene de repente y posa los ojos
en Nero—. Por el Rey Tigre, ¿qué demonios es esa cosa? —dice, mirándolo
fijamente. Su propio familiar también estudia a la pantera; a Merlín se lo ve
todo lo contrariado que puede parecer un búho.
¿No se lo dije?
—Este es mi familiar, Nero.
Planto una mano en la cabeza del susodicho y le sacudo el pelaje; quizás
soy algo más agresiva de lo que hace falta.
En respuesta, mi familiar gruñe, seguro que porque es consciente de que
estoy siendo una cabrona.
Tenemos una relación de amor-odio.
—¿Eso es tu familiar? —dice, retrocediendo un poco—. Creía que
habías dicho que era un gato.
Nero me mira durante un buen rato, como si lo hubiera decepcionado.
Pero, ¿sabes qué?, es él quien se lame el culo, así que no tiene ningún
derecho a juzgar.
—Es un gato —digo a la defensiva—. Solo que es muy muy grande.
—¿Tú crees? —dice Sybil.
Su búho aletea agitado; está claro que se siente incómodo por estar tan
cerca de una pantera. Mi amiga parece igual de inquieta, como si estuviera
luchando contra sus propios instintos de huir ante un depredador tan grande.
Aunque no es que eso deba preocuparle. Es bastante seguro estar cerca de
familiares. Como es una extensión animal de mí misma, Nero solo atacará a
otro humano si yo se lo ordeno o si es para defender mi vida. Aparte de eso,
actuará de acuerdo con mis valores, entre los que no se incluye mutilar a mi
mejor amiga.
Después de un rato, la expresión de Sybil se ilumina.
—Bueno, ey, seguro que así el Aquelarre del Beleño Negro no te
rechaza, no cuando tienes un familiar así.
Entre las brujas, se suele pensar que, cuanto más fuerte es una, más
grande y poderoso es el familiar. Y me siento halagada y orgullosa y
también redimida por todas las dificultades a las que me he enfrentado.
Pero, cuando bajo la mirada, me muerdo la comisura del labio. Hablar de
esto ha desbloqueado una preocupación completamente nueva: a lo mejor
mi familiar es demasiado para mí.
Sin duda, Nero parece pensar lo mismo.
Después de un rato, Sybil se recompone y me coge del brazo.
—Venga. Vamos a beber algo.
La dejo que me arrastre por el claro y pasamos junto a la hoguera y un
violinista que toca una melodía alegre. A su lado hay una arpista, aunque
ahora mismo está recostada en un tronco caído con una bebida en la mano,
hablando con un mago que lleva el blasón del Cónclave del Sargazo
Vejigoso, que es la asociación mágica local de magos.
Cuando el violinista ve a Nero, deja de tocar y mira a mi pantera con los
ojos como platos. Un grupo cercano de lo que deben de ser cambiaformas
olisquea el aire cuando pasamos por su lado. En cuanto siguen el rastro
hasta Nero, se quedan quietos, de una forma casi preternatural, y los ojos se
les iluminan cuando sus lobos interiores asoman.
De hecho, poco a poco, la fiesta se sume en el silencio. Nunca he tenido
tanta atención puesta sobre mí al mismo tiempo. Aunque, técnicamente, no
es a mí a quien están mirando. Tienen los ojos clavados en mi pantera.
Al final, alguien grita:
—Por los siete infiernos, ¿qué es eso? —La voz inunda el claro.
El estómago se me encoge, como si yo hubiera hecho algo malo. No sé
por qué me siento así. Hacía muchísimo tiempo que quería que se
reconociera mi valía como bruja, pero, al parecer, no tengo ni idea de qué
hacer ahora que la gente se ve obligada a hacerlo.
Me detengo y planto una mano en la cabeza de Nero mientras observo a
la multitud para encontrar la voz.
—Este es mi familiar.
En cierto modo, el silencio se hace más denso. Lo único que se oye son
los chasquidos del fuego y el siseo del familiar de otra bruja.
Entonces, alguien dice:
—Tío, menuda pasada, qué alucine.
Una bruja que está cerca se ríe y, tan solo con eso, la tensión se relaja
como el aire que sale de un globo.
Sybil me coge de la mano una vez más y sigue tirando de mí mientras el
resto de la fiesta se sume de nuevo en sus conversaciones.
—Bueno, ¿ya has sabido algo del comité de admisiones? —pregunta
Sybil mientras avanzamos hacia un caldero enorme. A sus pies crecen
flores silvestres y de él se alza el humo.
Sacudo la cabeza.
—No —digo en voz baja; intento no pensar en que es posible que me
pase otro año muriéndome de ganas por entrar en el aquelarre.
Llegamos al caldero, que está lleno de un líquido oscuro color ciruela.
En su superficie flotan hierbas y flores secas y de él surge un vapor blanco.
Ah, poción mágica. Justo lo que necesitaba para aliviar mi ataque de
nervios.
—¿Vas a tomar otra copa? —le pregunta una bruja a Sybil, la cual finge
que está sorprendida—. ¡Borrachilla!
Ambas se ríen mientras mi amiga se sirve un vaso y me pone otro a mí.
La otra bruja mueve los ojos hacia mí y, por su brillo, veo que me
reconoce.
—Oye —dice—, eres la chica del accidente de avión, ¿verdad?
Tomo la copa que Sybil me tiende.
—Eh…, sí.
En mi mente, veo la magia color índigo.
«Nuestro destino nunca fue separarnos…»
—Menuda locura. Oí que el avión solo podría haber aterrizado así con
magia —dice.
Eso es nuevo para mí.
—¿Ayudaste a aterrizarlo? —pregunta. La expresión de los ojos de la
bruja me pone un tanto nerviosa. Siempre he odiado que me subestimen,
pero entre lo de Nero y ahora esto estoy bastante segura de que odio mucho
más ser el centro de atención.
—No me acuerdo —digo, porque es la verdad. Se me han borrado los
recuerdos del acontecimiento.
Aun así, sus palabras se me quedan grabadas.
«El avión solo podría haber aterrizado así con magia.» La bruja mira a
Nero y casi veo su siguiente pregunta: «¿Encontraste a tu familiar mientras
estabas allí?».
Antes de formularla, Sybil me coge de la muñeca y empieza a alejarme.
—¡Luego volvemos a por más poción! —grita mi amiga.
Hago un gesto de impotencia y la sigo.
—¿Vas a dejar de manosearme en algún momento de la noche? —le
pregunto.
—No finjas que te habría gustado quedarte para responder las preguntas
de Tara —dice Sybil.
Cierto.
En lugar de contestar, me llevo la bebida a los labios. Esta poción
mágica es ahumada y tiene un regustillo a regaliz. No siempre sabe así; a
veces es floral, y otras es cítrica o melosa. Lo único que siempre está
presente en el sabor de la bebida alcohólica es el ligero matiz amargo del
espiritus, un ingrediente que interacciona con tu magia.
Mi amiga me acerca más a ella.
—Siento decirte que Kane no ha venido.
Casi me atraganto con la bebida.
—Ay, por Diosa, Sybil —exclamo—. Por favor, deja de hablar de él.
Hace muchísimo tiempo que dejó de gustarme.
Resopla.
—Si hace un mes es muchísimo tiempo…
La miro con los ojos entrecerrados; no estoy segura de si recuerda algo
que yo no o si solo se está quedando conmigo.
Mi emperatriz…
El pelo de los brazos se me pone de punta.
Madre santísima.
Mis ojos vuelan hacia los árboles que rodean el claro, buscando al
hombre que se encuentra detrás de la voz.
¿Me has echado de menos, brujilla?
Se me corta la respiración.
Esto no puede ser real. Lo dejé en América del Sur. Estaba desnudo,
hablaba otro idioma y estaba confundido sobre en qué lugar y época se
encontraba.
Es imposible que haya conseguido llegar hasta aquí.
—¿Selene? —dice Sybil.
Voy a por ti.
Miro, frenética, a mi alrededor. La última vez que oí su voz, su magia
estaba en todas partes y su tono azulón llenaba toda la cripta. Ahora, sin
embargo, el aire está saturado de todo tipo de magias. Si la de Memnón se
encuentra entre ellas, está mezclada con la de los demás.
Y cuando te encuentre, querida, mi intención es que me las pagues.
—Cariño, ¿estás bien? —dice Sybil, interrumpiendo mi hilo de
pensamientos—. Parece que has visto a un fantasma.
Me humedezco los labios y me centro en ella. Toda yo estoy temblando.
Nero se deja caer contra mí para darme su apoyo. Le pongo la mano en la
cabeza y deslizo los dedos por el pelaje.
Le doy un buen trago a mi copa. Luego, en voz baja, admito:
—Cuando estuve en América del Sur, después de que se estrellara el
avión, creo que… —Miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie nos
está oyendo. Trago saliva—. Creo que desperté algo —susurro.
—¿Qué? —Sybil me lanza una mirada escéptica—. ¿Qué quieres decir
con que despertaste algo?
Recuerdo los ojos de Memnón: oscuros y ahumados en el exterior, claros
como la miel en el interior. Recuerdo el modo en que me miró, como si yo
hubiera sido todo lo que amaba y luego todo lo que odiaba.
—Eh… Después de que se estrellara el avión, había una voz… y
magia… que me llamaban.
—¿Te llamaban? —repite, y levanta las cejas, incrédula.
Asiento con la cabeza.
—Tengo la memoria un poco borrosa. Pero esa magia… me condujo a
una tumba.
—¿Una tumba? —Me mira como si se me hubiera ido la pinza.
—Maldita sea Diosa —susurro—. No me lo estoy inventando. Me
encontré una tumba abandonada mientras estaba con mi búsqueda mágica y
la profané, joder. —Me detengo para respirar hondo—. Escucha, sé que es
difícil de entender. No soy Indiana Jones. Aun así, seguí un rastro de magia
que me condujo a una cripta y entré.
—¿Por qué ibas a hacer eso? —susurra, furiosa. Ahora, por fin, parece
creerme.
—No lo sé.
¿Cómo puedo explicarle el efecto que tuvo esta magia en mí? Incluso
ahora sigo recordando cómo me susurraba en el oído, cómo me tiraba de la
piel y cómo me empujó a acercarme a la tumba. No… pude ignorarla. No
quería hacerlo.
—Vale —dice Sybil, y hace un gesto con la mano, como si alejara mi
explicación—. Así que entraste en una cripta… —Espera a que yo continúe.
Respiro hondo.
—El lugar estaba cubierto de hechizos, muy arcanos. No sé cuánto
tiempo llevaban ahí, pero estaban intactos.
Sybil asiente con la cabeza.
—A veces pasa con los hechizos antiguos —explica—. El tiempo puede
reforzar la magia si está bien colocada. —A esta chica le encanta la historia
mágica.
Sigo hablando:
—Detrás de esos conjuros, había un sarcófago…, y yo, eh, lo abrí.
Sybil se pellizca el puente de la nariz; luego le da un buen trago a su
vaso. Sacude la cabeza.
—Se supone que no hay que abrir mierdas así. Las tumbas, sobre todo
las antiguas, están llenas de maldiciones.
Hablando de eso…
—Había un hombre dentro del sarcófago, Sybil. Parecía que estaba tan
vivo como tú y como yo, pero estaba durmiendo. —Bajo aún más la voz—.
De algún modo, era quien me había estado llamando. No sé cómo consiguió
usar la magia si no podía despertarse, pero lo hizo. Y parecía como si
llevara siglos en ese ataúd.
Sybil frunce el ceño.
—Selene, te digo esto con todo el cariño de mi corazón, pero ¿estás
segura de que no te lo estás imaginando? A lo mejor sufriste una contusión
durante el accidente…
Le lanzo una mirada a mi amiga.
—Puede que mi memoria no sea perfecta, pero sé lo que vi.
En todo caso, Sybil parece más aterrada, no menos.
—Entonces, ¿qué crees que le sucedió a ese hombre? —pregunta.
—Le habían lanzado una maldición —«Mi reina, ¿qué has hecho?»—.
Creo que se lo hizo alguien a quien estaba muy unido.
—¿Y lo enterraron vivo en esa tumba? ¿Durante siglos? La verdad es
que es un futuro aterrador.
—No lo sé, Sybil. Es obvio que hay mucho más. Parecía… como si
hubiera hecho algo para merecérselo.
Me mira fijamente por un momento; tiene una expresión extraña.
—Antes has dicho que despertaste algo —empieza a decir despacio—.
Por favor, no me digas que él era esa cosa.
Trago saliva.
—A ver, no podía dejarlo ahí sin más.
—Selene —me reprende como si me hubiera olvidado de que habíamos
quedado para tomar un café, no como si, ya sabes, hubiera dejado suelto por
ahí a un tipo antiguo y demoniaco.
Abro la boca para defenderme, pero ¿qué puedo decir? Fue la peor idea
del mundo. Y encima la acepté sin preocuparme mucho hasta que Memnón
el Maldito decidió que yo había sido la cabrona que le había arruinado la
vida.
Paso un dedo por el borde del vaso que tengo en la mano y me muerdo el
labio.
—Hay algo más.
Sybil abre los ojos como platos.
—¿Cómo es posible que haya más?
Suelto una risa, aunque mi estómago está intentando ahorcarse.
—Creo que Memnón…
—¿Memnón? ¿Tiene nombre?
Asiento con la cabeza. Respiro hondo y la miro a los ojos.
—Creo que me ha seguido hasta aquí.
Sybil parce aterrorizada.
—¿Que te ha seguido hasta aquí? ¿Por qué haría eso?
Mi emperatriz.
Mi reina.
Lo único que oigo son esas palabras, y solo veo sus ojos cuando las
pronuncio.
—Parece que Memnón cree que yo fui quien lo encerró en la tumba y
ahora me está buscando.
Voy a por ti.
Joder. En serio, no debería olvidarme de esto.
CAPÍTULO 11
Dos días después, estoy de pie en el sendero que conduce a la residencia del
Beleño Negro, con Nero a mi lado.
No estoy del todo segura de que esto sea real, no hasta que no abro el
cuaderno y veo las indicaciones sobre el alojamiento impresas y pegadas en
la agenda, con mi nombre en ellas. He rodeado el número de la habitación,
la 306, varias veces.
Recorro el sendero hasta la puerta principal.
Esta vez, cuando me acerco a las lamassus, me detengo para tocar una.
No sé por qué me gustan tanto estas estatuas medio mujeres, medio bestias,
pero me emociono cuando me doy cuenta de que estarán protegiéndome
todos los días.
Dejo caer la mano y recorro el resto del camino hasta la entrada
principal. La oscura puerta con manchas de humedad tiene una elaborada
aldaba de bronce que Medusa sujeta entre sus dientes afilados. Como las
lamassus, es otra de las guardianas de la entrada. En cuanto cierro la mano
alrededor de la aldaba, la Medusa de metal se mueve, las serpientes del pelo
se retuercen y se le abren los labios.
—Bienvenida, Selene Bowers —dice.
Por un segundo, huele a romero, a lavanda y a hierbabuena, olores
asociados con la protección. Unas voces de mujeres me susurran en el oído
y, cuando una de ellas se ríe, el sonido se transforma en una carcajada.
Y entonces, sea lo sea este ritual de brujería, se ha terminado. Los olores
y los sonidos fantasmales desaparecen y la cabeza de Medusa se queda
quieta en su sitio.
Empujo la puerta para abrirla, entro en el edificio y Nero me sigue.
Voces de mujeres llenan el espacio. No puedo evitar que una sonrisa se
me extienda por la cara.
A mi izquierda, hay un salón y una cocina para hacer conjuros. Más allá
se encuentra la verdadera cocina de la casa, donde se prepara la comida, y,
cruzándola, está nuestro comedor.
A mi otro lado hay una biblioteca, un patio interior y un pasillo que sé
que conduce a una sala de estudio y a la sala de rituales. Y, justo enfrente,
está la escalera principal.
Igual que sucedió en la fiesta de la cosecha, el edificio se va sumiendo
en el silencio poco a poco cuando nos ven a Nero y a mí.
El mutismo empieza a ser incómodo, pero entonces Charlotte, una bruja
que reconozco de la Academia Peel, sale de la cocina y grita:
—¡Bienvenida a la familia, Bowers!
Muchas otras la siguen y me dan la bienvenida. Los hombros, que había
tensado, se me relajan. Independientemente de lo que provocara ese
silencio, las mujeres lo han dejado atrás para hacerme sentir cómoda.
—Gracias —les digo a Charlotte y a las demás.
Cruzo el vestíbulo y me dirijo a las escaleras con mi familiar al lado. Los
peldaños de madera crujen cuando subimos.
Llego hasta el tercer piso y me dirijo a mi derecha, observando las placas
de los números de habitación hasta que llego a la mía.
Habitación 306.
La puerta está abierta de par en par. Dentro, hay una cama individual y,
al lado, una silla de terciopelo azul. En la pared contraria hay una estantería
vacía. Al lado, una gran ventana que da a un roble retorcido.
Enfrente de la cama hay un escritorio que parece viejo, con una lámpara
de la misma época. Encima de él, justo en medio, hay una llave de hierro
enorme.
Entro y la cojo.
Es una broma, ¿verdad? A ver, ¿cómo se supone que tengo que llevar
esto en el llavero sin parecer un guardia de prisiones de alguna época
pasada?
Miro la puerta, con su recargada aldaba de bronce y una enorme
cerradura.
Vale, entonces no es una broma. Es solo que el aquelarre no ha renovado
las cerraduras de las habitaciones desde hace un siglo más o menos.
En realidad, espero que esas lamassus hagan bien su trabajo de proteger
este sitio, porque la cerradura sin duda es una mierda.
De todos modos, me guardo la llave en el bolsillo.
—¿Qué te parece? —le digo a Nero.
Mi pantera recorre la habitación con la mirada y luego se restriega la
cara contra mi pierna.
Yo también estudio el lugar.
—Me alegro. A mí también me encanta.
CAPÍTULO 12
—Dicen que le sacaron los ojos y que le arrancaron el corazón del pecho —
explica Charlotte, la chica que está sentada justo delante de mí. Estoy
cenando en el comedor con ella, Sybil y otras cuantas brujas.
Le pongo cara de asco a la comida. Los detalles no tardan en quitarme el
apetito.
—Yo he escuchado que estaba desnuda —añade una bruja llamada
Raquel, que parece como si quisiera chillar.
Ya van veinte veces hoy en que el corazón me late desbocado. Memnón
apareció anoche lanzando amenazas siniestras y ¿ahora ha muerto una
bruja?
«Solo es una coincidencia —intento decirme—. Quiere vengarse de ti,
no de otras brujas.»
—Pobre Kate —dice otra.
—¿La conocías? —pregunta Charlotte mientras levanta las cejas, casi
albinas.
Sobre nosotras, las luces de los candelabros de hierro forjado parpadean,
lo que intensifica el tenebroso ambiente de la habitación.
—Ajá. Tenía un año más que yo, pero se había cogido una excedencia
para trabajar en no sé qué compañía que necesitaba brujas. No recuerdo
cómo se llamaba. No sabía que había vuelto a clase.
—Creo que había vuelto —comenta Sybil—. Estoy bastante segura de
haberla visto metiendo sus cosas en la residencia…, al final de tu pasillo,
Selene —añade, dándome un codazo.
—¿Es mi vecina? —Recuerdo vagamente haber hablado con un par de
chicas que vivían en mi planta, pero ninguna se llamaba Kate.
—Era —me corrige Raquel.
Hay demasiados ojos abiertos y asustados alrededor de la mesa. Y,
cuando miro al resto del comedor, las brujas están tensas y mantienen
conversaciones en voz baja. Creo que todas están pensando que la bruja
encontrada en el aquelarre podría haber sido una de ellas.
Otra bruja con el pelo hirsuto y la nariz afilada se sienta a la mesa
mientras suelta encima un enorme diario de cuero.
—Quiero saber cuáles fueron sus últimas palabras —dice.
Mis ojos vuelan hacia su hombro, donde está sentado un… ¿Eso es un
tritón?
—¿Qué es eso? —Raquel señala el libro con la cabeza.
—Es mi propio «registro de últimas palabras».
—Olga —la reprende Sybil—, ahora no es el momento.
—En realidad, ahora mismo es precisamente el momento. —Sus ojos
tienen un brillo fanático—. Justo estoy intentando conseguir las últimas
palabras de Kate. Podría ayudar a pillar al asesino.
—Eso es perturbador que te cagas —dice la bruja que está a la mesa y
cuyo nombre todavía no sé.
Olga se encoge de hombros.
—Nunca he dicho que no fuera una perturbada.
Se ríe y algunas de las chicas de la mesa la acompañan hasta que la risa
se apaga. A su paso deja un silencio tenso, solo interrumpido por el ruido de
los cubiertos.
Charlotte se inclina hacia delante.
—¿Quién creéis que lo hizo? —susurra.
El miedo se me expande por el pecho.
Puede que sea mi culpa. Liberé un mal antiguo y quizás esté acechando a
las brujas jóvenes.
Miro a Sybil a los ojos antes de tragarme los nervios y sacudir la cabeza.
—Ni idea —le digo a Charlotte.
Nadie más en la mesa da una respuesta mejor.
Después de cenar, cuando mi amiga y yo nos vamos a su habitación a
hacer nuestros primeros deberes, decido desahogarme.
Intento que no me tiemble la mandíbula cuando estoy sentada en el
suelo, con uno de los libros de texto abierto delante de mí, mientras ella se
mueve de un lado a otro de la habitación, regando las docenas de plantas en
macetas que están apiñadas en estanterías o que cuelgan del techo.
Ahora que una bruja ha muerto, que además vivía al final de mi pasillo,
no puedo evitar que el terror se me aferre a las venas.
—Me ha encontrado —digo en voz baja mientras muevo una pierna por
puro nerviosismo.
Sybil se detiene.
—¿Qué? —dice; para y me mira por encima del hombro.
—Memnón —digo—. Me ha encontrado.
—Espera. —Deja la regadera—. ¿Qué? —Su tono estridente le eriza las
plumas al búho antes de que este vuelva a colocarse en su percha.
—Ayer, cuando estaba a punto de volver a la residencia, me encontró.
Estaba acechando en los bosques que rodean el aquelarre.
—¿Estás bien? —me pregunta, alarmada—. ¿Te hizo daño? ¿Te
amenazó?
Trago saliva y sacudo la cabeza.
—Estoy bien. No, no me hizo daño. Sí, me amenazó —respondo.
—¿Te amenazó? —La voz de Sybil se ha vuelto más aguda—. Que le
den a la ley del tres y a sus consecuencias, encontraré una maldición tan
potente que se le marchitará la polla.
Se me escapa una risilla al pensarlo.
Se sienta delante de mí y me aparta el libro.
—Cuéntame todo lo que pasó.
Y eso es lo que hago.
Cuando termino, Sybil se ha quedado pálida.
—¿Así que ese tipo de verdad se cree que eres su esposa?
Asiento con la cabeza miserablemente.
—¿Y te ha seguido hasta aquí, el Beleño Negro?
Vuelvo a asentir.
Me retuerzo las manos y me muerdo el labio.
—Y ahora ha muerto una bruja —añado en voz baja.
Veo en sus ojos que lo ha entendido.
—Crees que lo hizo él.
Me froto la cara.
—No lo sé. Aunque parece probable, por horrible que sea, ¿no? Se
presenta aquí y, al día siguiente, muere una bruja.
Sybil sacude la cabeza.
—Sí… Sin duda alguna, no tiene buena pinta —conviene—. Pero, de
todos modos, podría ser una coincidencia.
Quiero creerlo. De verdad que sí. Si no, la muerte de esa bruja pesará
sobre mi conciencia.
Mi amiga frunce el ceño.
—Cariño, tú prométeme que tendrás cuidado.
Respiro hondo.
—Lo prometo.
Me despierto sin aire. Vuelvo a tener la mano entre las piernas y mi casi
orgasmo se está retirando. Tengo la piel sudorosa y ardiendo. He estado a
punto de morir por un puto sueño. Otra vez.
Suelto un jadeo de frustración y miro al techo. Está claro que mi
subconsciente cree que necesito un polvo. Y, por desgracia para mí, ha
puesto el punto de mira en el peor hombre posible.
Incluso al pensarlo, una pequeña parte de mí se entristece porque puede
que no vuelva a ver a Memnón. Es mi parte ilógica y masoquista, pero
sigue ahí.
Por otro lado, también me pregunto si se ha ido de verdad. Ya lo expulsé
una vez y básicamente no sirvió para nada. Creo que soy demasiado
optimista al dar por hecho que se ha ido de una vez por todas.
Un sonido que entra por la ventana abierta me distrae de mis
pensamientos. El roble cruje y enseguida Nero aparece de entre la
oscuridad, salta de la rama a la ventana y clava las garras en el marco de
madera.
—Nero.
Sonrío, feliz por ver a mi familiar. Ha estado fuera la mayor parte del día
y, aunque sé que siempre puedo deslizarme en su mente y asegurarme de
que está bien, no es lo mismo que tenerlo aquí, delante de mí.
La forma sombría de mi pantera brinca de la ventana y se acerca a la
cama. Sin muchos preámbulos, salta al colchón y empieza a amasar las
mantas.
Es una adorable maquinita de matar.
Extiendo la mano y le acaricio la cara. Incluso en la oscuridad veo que
cierra los ojos, feliz, porque le estoy rascando.
—Qué buen familiar eres —lo arrullo, y, por una vez, Nero me permite
que lo mime.
Le paso la mano por el cuello y el flanco, pero me detengo cuando toco
algo húmedo y pegajoso.
Un mal presentimiento me invade. Aparto la mano, restriego los dedos
entre sí y luego me los llevo a la nariz. Casi de inmediato, me doy cuenta de
que desprenden un olor empalagoso y a caza.
—Ilumina esta habitación —digo, lanzado mi magia rápido y con fuerza.
Mi poder surge de mí como un látigo y se enrosca para formar un orbe de
luz.
En cuanto se ilumina el espacio, contengo el aliento.
Tengo los dedos cubiertos del brillante color rojo de la sangre. Pero no
está solo en mis dedos, sino por todo…
—Nero.
Me meto en su mente tan rápido que por un segundo me quedo
confundida al ver mi propio rostro humano mirándome fijamente.
Siento que tengo —es decir, él— el flanco, las patas y las garras
húmedas. Pero no hay ningún dolor ni molestia obvios.
«No es de Nero.»
Vuelvo a mi propia cabeza un segundo después. Mi familiar se tumba de
lado y ahora veo que la sangre ha manchado mi colcha de cuadros.
—¿Qué ha pasado? —le pregunto, aunque sé que no puede responder—.
¿Esta sangre es de una de tus presas?
No hay ninguna reacción por su parte.
—¿Le has hecho daño a la criatura a la que pertenece esta sangre?
Sigue sin reaccionar, salvo por la cola, que mueve con irritación.
No estoy haciendo las preguntas correctas.
Mi mente se mueve a lugares más oscuros y aterradores.
—¿Era un humano?
Lentamente, la cabeza de Nero se hunde y se levanta, un movimiento
antinatural en él. Pero sí, ha sido un asentimiento.
—¿Está vivo? —le pregunto.
Nada.
Joder.
Eso es un no.
—¿Puedes llevarme a donde está?
Nero se levanta de la cama y camina hacia la ventana una vez más. Cojo
mi móvil y una sudadera, meto los pies en las zapatillas deportivas y lo
sigo.
CAPÍTULO 21
Regreso a la residencia una hora antes del amanecer, con el cuerpo más que
exhausto.
Me han interrogado durante horas y a mi familiar y a mí nos han hecho
fotos y nos han tomado muestras de sangre y de cualquier cosa que
hayamos podido coger de la escena del crimen mientras los agentes de la
Politia registraban mi habitación en busca de más pruebas. Mi cuarto sigue
sellado, pero no tengo prisa por ver ni afrontar las manchas de sangre que
hay por todas mis cosas.
«Voy a tener que bendecirlo todo cuando me permitan regresar.»
Me paso las primeras horas del día llorando en una de las duchas. Nero
está aquí conmigo, restregándome la cabeza contra la pierna para
tranquilizarme. Cualquier otro día, me habría parecido que esta situación
era más que rara: mi familiar y yo dándonos una ducha juntos para
limpiarnos la sangre y la magia negra que se nos han quedado pegadas.
Pero hoy no.
En lo único en lo que puedo centrarme es en el recuerdo de esa persona
muerta, sus órganos arrancados y su propia sangre imbuida de magia negra.
No vi el rostro ni el resplandor de su propia magia, suponiendo que la
tuviera, para empezar. En cierto modo, la falta de rasgos distintivos
empeora todo esto. Al no saber quién es, no puedo convertir mi horror en
duelo o simpatía.
Apoyo la cabeza contra la pared de la ducha y me permito llorar hasta
que me siento vacía.
Me tiemblan las manos mientras cojo una de las dos toallas que el agente
de la Politia me ha sacado antes de mi habitación. Me envuelvo con ella y
uso la otra para secar a mi familiar.
Siento los huesos cansados. Me duelen partes del cuerpo que no me
puedo curar con ungüentos y tiritas.
Una vez que Nero y yo estamos secos, salimos del cuarto de baño
común. Si hay un resquicio de esperanza en toda esta experiencia de mierda
es que siento una conexión mucho más profunda que antes con mi pantera.
Supongo que es cosa del trauma.
Cubierta solo con una toalla, bajo a la segunda planta, donde se
encuentra el dormitorio de Sybil. Me detengo delante de su puerta, con el
pelo aún chorreando. Miro a Nero. Mi pantera me observa con la cabeza
levantada. A lo mejor hay algo en mis ojos o quizás ve que el labio inferior
me tiembla, algo que ha estado sucediendo de manera intermitente durante
las últimas horas, pero restriega la cabeza contra mi pierna y apoya el
cuerpo con fuerza sobre mí.
Me trago un sollozo ante el alarde de afecto protector que exhibe mi, por
lo general distante, familiar.
Le acaricio la cara y el cuello. Me giro de nuevo hacia la puerta, respiro
hondo y llamo.
Al otro lado, oigo a Sybil gritar adormilada:
—¡Largo!
Quiero responder algo rápido, pero siento que tengo la garganta llena de
algodón y no me salen las palabras.
Espero a que mi amiga se levante y abra la puerta. Como no lo hace,
vuelvo a llamar con más insistencia. Oigo un gruñido.
—Más vale que haya muerto alguien, no son horas para que me
despiertes. —Las palabras de Sybil atraviesan la pared. Apoyo la frente
contra la puerta.
—Eso es. —La voz me sale más baja y áspera de lo que imaginaba.
Cierro los ojos para luchar contras las imágenes que hacen fuerza en mi
mente por ponerse en primera fila.
Hay un largo silencio y casi creo que mi amiga se ha vuelto a quedar
dormida cuando oigo el roce de las mantas.
Unos segundos después de que me haya enderezado, la puerta se abre y
Sybil me observa con los ojos desorbitados.
—Selene —dice, frunciendo el ceño—. ¿Qué está pasando?
«Mantén el tipo. Mantén el tipo.»
—Es una larga historia —susurro—. ¿Nos podemos quedar Nero y yo en
tu habitación un par de horas?
—Eso no tienes ni que preguntarlo —dice, cogiéndome de la muñeca y
arrastrándome al interior. Sujeta la puerta para que la pantera se deslice
detrás de mí.
Su ventana está abierta y la percha de su familiar está vacía. Suspiro de
alivio, pues no quiero, para colmo, tener que enfrentarme a que el mío
intente comerse al suyo.
—¿Necesitas ropa? —pregunta.
—Por favor —digo, mientras, a mi lado, Nero olfatea las plantas que
parecen surgir de cada rincón y recoveco de la habitación de mi amiga.
Sybil rebusca en su armario antes de sacar unas mallas y una camiseta.
Me quito la toalla, la cuelgo y me pongo las prendas. Son suaves y
huelen como mi amiga y, una vez que las tengo puestas, me dejo caer en su
cama.
Ella se coloca al otro lado del colchón.
—Hazme sitio —dice, empujándome.
Me arrastro por debajo de las mantas y me acomodo como si la
habitación de mi amiga fuera mi casa, igual que hecho muchísimas veces.
Nero viene a mi lado antes de tumbarse en el suelo junto a mí. Sybil se mete
debajo de las mantas.
Después de un segundo, me pasa los dedos por el pelo.
—¿Estás bien, cariño? —pregunta con dulzura.
Sacudo la cabeza.
—¿Quieres hablar de ello?
Me cuesta respirar.
—No —admito.
Pero de todos modos acabo contándoselo todo.
Kasey
—Estoy bastante segura de que la gente que inventó los tacones era fan de
la tortura del submarino, las doncellas de hierro y la Inquisición española —
murmuro mientras me pongo unas botas altas del armario de Sybil. Llevo
un vestido corto de color azul oscuro con unas exageradas mangas de
campana—. Y yo soy la idiota que se los pone —continúo— para beber
garrafón y tomar malas decisiones.
—Diosa mía, Selene, deja de canalizar a tu yo octogenaria interior y
suéltate un poco.
Hago una mueca mientras me pongo la otra bota.
—Mi octogenaria interior ha descubierto cosas —replico.
—¿No quieres ver el territorio de los hombres lobo?
En realidad, no.
—Además, Kane va a estar allí…
—Por el amor de nuestra diosa, deja ya lo de Kane —gruño.
—Solo si vas. Si no, lo buscaré y le diré que estás enamoradísima de él y
que quieres tener lobitos bebé con él.
Aterrada, miro a mi amiga.
—Sybil.
Puede que antes sí me hubiera gustado. Pero ahora, cuando cierro los
ojos, pienso en una cara diferente, que me encoge el estómago tanto de
pavor como de deseo.
Mi amiga se carcajea cual bruja malvadísima.
—No lo harás —digo.
—No, pero solo porque vienes.
Sybil me hace unas trencitas a ambos lados de la cabeza y luego las
sujetas atrás con unas horquillas que están pintadas para que parezcan
mariposas reales. Murmura un conjuro bajo el cuello de su camisa y,
cuando me miro en el espejo, veo que las alas de los broches baten y se
recolocan, como si fueran de verdad.
Las dos retocamos el maquillaje la una a la otra y nos marchamos de la
residencia. Sybil y yo atajamos por el campus, pasamos por el enorme
invernadero de cristal que queda a nuestra derecha, el cual todavía está
iluminado a pesar de lo tarde que es. Las farolas que rodean la escuela
bañan el resto del campus de una preciosa luz dorada, pero en cuanto
llegamos a la línea de árboles las sombras nos engullen.
—Esto es una mala idea, Sybil —digo, mirando las formas oscuras de
los árboles que nos rodean. No ayuda nada que esta noche mi familiar esté
cazando por ahí en lugar de a mi lado. No hay nada como tener a una
pantera de guardaespaldas para que una chica se sienta segura.
Sybil se agacha y arranca un tallo del suelo. Lo sujeta en la palma de la
mano y susurra un encantamiento. La planta tiembla y se retuerce ante
nuestros ojos. Donde estaba, aparece una bola de una pálida luz verde. La
sopla y se coloca delante de nosotras para iluminarnos el camino. Casi
como si se le hubiera ocurrido después, tira el tallo muerto que tiene en la
mano.
La miro fijamente durante un segundo.
—De verdad que eres extraordinaria, ¿sabes?
Estoy muy orgullosa de ella, mi amiga cambiará el mundo algún día.
—Oooh —dice Sybil, dándome con el hombro—. Tú también, Selene.
Guardo sus palabras y me permito creer en ellas. Cuando mis pérdidas
de memoria me resultan sobrecogedoras o cuando me impiden hacer otras
cosas que el resto de las brujas dan por sentadas, pongo en duda mis
habilidades. Este es mi recordatorio de mandar a tomar viento mis
inseguridades.
Sybil me envuelve con el brazo.
—¿No es una locura? —dice—. Piensa en todas esas historias que
cuentan sobre estos bosques.
Le lanzo una mirada penetrante.
—¿Te refieres a las brujas que han asesinado? —digo, levantando un
poco la voz.
—Por Diosa —dice Sybil, exasperada y entornando los ojos—.
Everwoods tiene muchísima más historia que los recientes asesinatos. —Me
mira—. ¿Has oído hablar de las brujas reclamadas durante los Siete
Sagrados?
Según los hombres lobo, son los siete días más próximos a la luna llena,
la época en la que su magia los obliga a convertirse. Por lo general, las
manadas se mantienen aisladas durante esos días, normalmente para evitar
herir por accidente a los no cambiantes.
—No —digo—. ¿Qué demonios quieres decir con que han reclamado a
brujas durante los Siete Sagrados?
Sybil se encoge de hombros.
—Los licántropos son conocidos por reclamar el derecho a darles un
mordisco a las brujas que vagan por estos bosques de noche… si, por
supuesto, ellas son incapaces de detenerlos o no están dispuestas a hacerlo.
—¿Qué? —digo, espantada—. ¿Eso sucede de verdad?
Los ojos se me van al cielo para buscar la luna. Pero por supuesto que no
está ahí. Aunque los árboles y las nubes no me obstruyeran la vista, mañana
es luna nueva, lo que significa que ahora mismo no hay mucho que ver ahí
arriba.
—Así reclaman los licántropos a sus parejas. —Sybil me lanza una
sonrisa maliciosa—. Esta noche, pregúntale a cualquier cambiaformas
cómo se conocieron sus padres. Algunos tienen madre bruja.
La cual también podría transformarse en loba si lo que dice mi amiga es
verdad.
—Pero no es solo cosa de los licántropos —continúa Sybil—. Hay
historias de seres feéricos que han secuestrado a brujas en estos bosques
para que fueran sus esposas.
—¿Se supone que esas historias me van a hacer sentir mejor? Porque lo
único que sé ahora es que debería preocuparme por asesinos, hombres lobo
y hadas.
—No te olvides de tu momia vengativa —dice juguetona, con una
sonrisa expandiéndosele en los labios.
Mi estado de ánimo decae cuando me lo recuerda. Pero, antes de darle
muchas vueltas, el golpeteo distante de la música se cuela por el bosque.
Seguimos andando un poco y, entonces, delante de nosotras, el bosque
brilla y, a través de los árboles, atisbo a seres sobrenaturales bailando y
mezclándose en un pequeño claro que hay junto a una cabaña.
Sybil y yo llegamos hasta los juerguistas y el orbe de mi amiga flota y se
une a otra docena de bolas de luz que tenemos encima; cada una emite luz
del color de la magia de quien lo ha lanzado. El conjunto tiene un aspecto
etéreo y, al verlo, me acuerdo de lo que me ha contado antes sobre seres
feéricos reclamando esposas en noches como esta.
Un escalofrío me recorre el cuerpo.
A mi lado, Sybil murmura:
—Con sudor, sal y miedo almizclado, llévate el frío a otro lado.
El frescor se dispersa y la noche se torna cálida.
—De nada —susurra.
Sacudo la cabeza y sonrío. Siempre se me olvida lo divertido que es usar
la magia sin tapujos. Todavía estoy acostumbrada a vivir entre humanos y a
ocultarla.
Entramos en la cabaña, donde más cambiaformas y brujas pasan el rato.
Reconozco a un gran grupo de brujas de nuestra residencia y me reúno con
ellas mientras Sybil corre a servirnos algo de beber.
Escucho a mis hermanas de aquelarre hablar sobre lo difícil que es la
magia premedicinal y asiento con la cabeza cuando me parece apropiado,
pero estoy distraída por mi propia incomodidad. Esto parece una recreación
de Caperucita Roja, solo que la historia está al revés y los lobos no van a
comernos…, independientemente de lo que aceche en los bosques.
En mi imaginación, vuelvo a ver a esa bruja asesinada, con el pecho
abierto y sin órganos…
—He visto a Kane.
Casi doy un brinco al oír la voz de mi amiga en el oído.
—Por la doncella, la madre y la anciana, Sybil —digo, agarrándome el
pecho—. Me has asustado.
—Relájate, Bowers —repone, poniéndome un vaso rojo en la mano—.
No voy a morderte. En cambio, Kane…
—¿Quieres dejarlo? —susurro, desesperada.
—Nunca —me responde también susurrando.
Mientras hablo con Sybil, pillo mirándome a una de las brujas que
tenemos enfrente, de rasgos tan simétricos que casi duele.
Estoy un setenta y cinco por ciento segura de que es Kasey, la bruja del
círculo de hechizos turbio. Me respondió al mensaje que le envié con la
hora y el lugar donde se reúnen.
Ahora me saluda con la mano y yo hago lo mismo con un nudo en el
estómago.
De verdad, tengo que conseguir un trabajo respetable. Me falta entereza
para andar haciendo bolos turbios.
Olga se nos acerca, con su maraña de rizos y los ojos desorbitados.
—¿No llevas encima tu «libro de últimas palabras»? —dice Sybil,
mirando a la bruja—. Creía que nunca salías sin él.
—Registro —aclara Olga—. Es «registro de últimas palabras». —
Levanta su bebida—. Y no quiero que le caiga cerveza encima. Pero le he
añadido cosas desde la última vez que hablamos…
Me obligo a mí misma a no escuchar el resto de lo que tiene que decir.
Por lo general, siento tanta curiosidad como cualquier otra persona por la
muerte, las últimas palabras y todo eso, pero esta noche como que no. Ya
estoy al límite.
Así que bebo de mi vaso y deambulo con la mirada por el resto de la
cabaña mientras mis hermanas de aquelarre hablan.
La casa tiene dos plantas y, desde donde estoy en el salón, veo las
puertas de la planta de arriba. La mayoría ya están cerradas y no me hace
falta usar ninguno de mis sentidos sobrenaturales para saber lo que está
pasando detrás de ellas.
Sin pretenderlo, mis ojos aterrizan en un grupo de licántropos que están
al otro de lado de la estancia, cerca de una chimenea donde crepita el fuego.
La magia que desprenden es translúcida y rugosa, en lugar de colorida y
nebulosa. En el centro del grupo se encuentra el único e inimitable Kane
Halloway.
Se me encoge el estómago al verlo hablando con uno de sus amigos, y
esos antiguos sentimientos de emoción y encaprichamiento salen de nuevo
a la superficie. Cuando estaba en la Academia Peel, suspiraba por este tío.
Y durante todo ese tiempo él ni me vio.
Kane aparta la mirada de uno de sus amigos y, antes de que yo haga lo
mismo, esos lupinos ojos de color azul atrapan los míos.
«Mira a otro lado», me ordeno a mí misma.
Pero parece que no puedo.
Kane me sostiene la mirada y, cuanto más lo miro, más dispuesta estaría
a jurar que su lobo está asomándose por esos iris. El calor se me sube a las
mejillas mientras los dos nos quedamos quietos, así. No sé mucho sobre
licántropos, pero estoy bastante segura de que mirar fijamente es una
demostración de dominancia. Y también de que desafiar a un lobo de este
modo es una mala idea.
Al otro lado de la habitación, las fosas nasales de Kane se dilatan un
poquito. Entonces sonríe.
—Venga, por Diosa —dice Sybil, que se pispa del intercambio—. Ve
para allá y habla con él como has querido hacer durante los últimos años —
añade.
Al final, en contra de mi voluntad, obligo a mis ojos a apartarse de Kane
para lanzarle a mi amiga una mirada asesina.
—Te va a oír —digo, bajando la voz. Incluso en su forma humana, los
licántropos tienen una audición preternatural.
—Entonces, espero que sepa que te haría muy feliz follártelo —dice
Sybil más alto.
Por todos los hechizos del infierno.
Por el rabillo del ojo, veo a Kane sonreír con la seguridad de un hombre
que sin duda alguna acaba de escuchar esa parte de la conversación.
—¿Por qué me haces esto? —le susurro, furiosa.
—Porque te quiero y llevas mucho tiempo esperando que te pasen cosas
buenas.
Sybil me da un rápido apretón y luego me empuja fuera del círculo de
brujas.
Avanzo a trompicones y le lanzo una mirada con la que pretendo decirle
que me ha traicionado.
—¿Qué estás…?
Pero ella ya ha vuelto a girarse hacia Olga, que está demasiado
entusiasmada por retomar la conversación sobre las últimas palabras.
Me alejo un par de pasos, mordisqueándome el labio y con el corazón
latiéndome a mil por hora. Miro mi cerveza. Voy a necesitar por lo menos
tres más antes de tener la confianza lo suficientemente alta como para
acercarme al tío del que estuve pillada hace tanto tiempo.
—Ey. —Esta voz profunda y masculina casi hace que me tire el
contenido del vaso encima.
Me giro hacia la voz y ahí está Kane, que parece más alto y más fuerte y
mucho más buenorro en conjunto que en los recuerdos que tengo de él.
—Ey, tú —digo.
Estoy orgullosa de haber podido decir dos palabras, porque me estoy
ahogando en adrenalina. Estoy bastante segura de que la misma gente que
es responsable de los tacones y de las doncellas de hierro y de la Inquisición
española también inventó lo de «colgarse» por alguien, porque no hay nada
placentero en esta sensación. Lo cual, siendo justa, puede que sea la razón
de que se diga «colgarse», para empezar, porque estoy cien por cien segura
de que Kane está a punto de estrangular mi maltrecho corazoncito. No
consigo imaginarme que acabe de otro modo.
—Selene, ¿verdad? —dice, con esos ojos lupinos que, al tenerlos tan
cerca, resultan un poco demasiado intensos. Casi siento el poder que irradia
de él. Ahora sí que quiero enseñarle el cuello y mirar para otro lado.
Pero, en cambio, la sorpresa me hace levantar las cejas.
—¿Sabes cómo me llamo?
No puedo creerme que Kane Halloway sepa mi nombre.
Frunce las cejas.
—Por supuesto que sé cómo te llamas.
Estoy gritando por dentro.
Es mucho más grande de lo que recordaba…, aunque tampoco es que
haya que fiarse de mi memoria. Y su voz me penetra por los oídos directa a
mi coño.
«¿Por qué estás pensando en tu coño? ¡Cálmate, Selene!»
—Me alegro de que hayas venido —continúa—. Te recuerdo de la
Academia Peel.
Casi tiro la bebida.
—¿En serio?
Siento que toda la historia de mi enamoramiento con él se pone patas
arriba. Siempre di por hecho que me mimetizaba con las paredes.
Kane me lanza una mirada extraña; luego se inclina con aire conspirador.
—Te invité a una cita —dice—. Pero no viniste.
—No —repongo, casi sin voz por el horror.
¿No fui? ¿Por qué, universo, por qué?
—¿No te acuerdas? —dice.
Sigo agonizando solo de pensar que podría estar saliendo con este
hombretón desde el instituto.
—Eh, hablando de eso… —¿Cómo le explico mi poder?—. Tengo un
problemilla con mi magia…
Antes de terminar, aparecen unos amigos suyos y uno le da unas
palmaditas en la espalda.
—Kane, tío, qué fiestón.
Otro de los cambiaformas, que tiene el pelo oscuro, levanta la barbilla
hacia mí a modo de saludo.
—Ey —dice, con una sonrisa.
Kane gruñe, lo juro por la diosa de los cielos. Lo hace tan bajo que no
estoy del todo segura de haberlo escuchado correctamente, pero entonces
los amigos de Kane reculan.
—Tranquilo, chico —dice el del pelo oscuro, aunque sigue echándose
hacia atrás—. No pretendía hacerle daño. Solo quería decirle a la bruja que
tiene unos ojos muy bonitos. —Me guiña un ojo, a pesar de que Kane gruñe
otra vez.
Supongo que así es como te metes con tus amigos si eres un
cambiaformas: haces que parezca posesivo de narices con una chica con la
que acaba de empezar a hablar.
Y a lo mejor, si no hubiera estado pilladísima de Kane durante años,
habría dejado que esos gruñidos me asustaran. Pero a mi alegre corazoncito
todo esto le parece fascinante; que le den a la dignidad.
Ayuda que Kane esté haciendo una mueca, como si estuviera frustrado
por su propia reacción. Mira a sus amigos y estos se alejan.
—Lo siento —dice, volviéndose hacia mí—. Hay cosas sobre ser licán…
—Se le tensa un poco la mandíbula mientras intenta encontrar las palabras.
¿A Kane le cuesta que la gente acepte ciertas partes de su identidad? Eso
no me lo esperaba.
Hago un gesto para quitarle importancia.
—Créeme cuando te digo que lo entiendo.
CAPÍTULO 23
«Alma gemela.»
Las palabras, aterradoras y embrujadas, resuenan en mi cabeza.
Me tambaleo hacia atrás.
—No…, no soy tu alma gemela —digo, aunque la voz me flaquea.
Espero que reciba mis palabras con enfado o frustración, pues esta es,
después de todo, una nueva versión de la misma discusión que ya hemos
tenido.
En lugar de eso, sus ojos se dulcifican.
—Vi tu mente, brujilla. Entiendo cuánto luchas y que muchas cosas se
han escapado de tu propia percepción.
Cubre el espacio que nos separa y me pone la palma de la mano en el
corazón.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto.
Debería apartársela. Sin embargo, la horrible realidad es que me gusta su
roce, a pesar de todo lo que acaba de hacer.
Menuda osadía por parte de mi cuerpo.
En lugar de responder, Memnón me mira con más intensidad.
Emperatriz… ¿Por qué crees que puedo hablarte de este modo?
No respiro, tengo la mirada atrapada en la suya.
Tu corazón sabe la respuesta…, igual que tu magia.
Ahora siento que el poder al que se refiere se alza y se entrelaza con el
suyo.
Ay, Diosa.
Sacudo la cabeza.
No, no, no.
Los brillantes ojos marrones de Memnón siguen concentrados en los
míos y una sonrisa complacida se le extiende despacio por los labios, como
si oyera mis propios pensamientos sorprendidos.
Somos almas gemelas, brujilla, y podemos hablar a través de nuestro
vínculo…
Aprieto los párpados para cerrar los ojos y hago una mueca al sentir sus
palabras en mí. Se me filtran en la sangre como un río que avanza hacia el
océano.
He notado esto todas las veces que me ha llamado…, incluso cuando nos
estábamos besando hace unos minutos. Tan solo había dado por hecho que
así era como funcionaba su magia. Ahora, sin embargo… Ahora su
explicación tiene cierto sentido, por muy retorcido que parezca.
Los vínculos son cuerdas mágicas que conectan a dos entidades…, como
el que comparto con Nero. Las almas gemelas también las tienen.
¿Sería posible? ¿De verdad Memnón podría ser mi alma gemela y
hablarme a través del vínculo que compartimos?
No. Rechazo ese pensamiento antes de que se enraíce más.
Sus ojos tienen un brillo taimado y me maravilla lo formidable que es
este hombre en realidad. He visto su magia y su poderoso cuerpo y he
escuchado lo suficiente sobre su pasado como para saber que debió de ser
algún tipo de mandamás que gobernaba en un gran imperio en expansión.
Aun así, incluso sabiendo todo esto, sigo pensando que la mente de
Memnón es en su mayoría un misterio. Y creo que esa misma mente es lo
más terrible de todo.
—Tú también puedes hablarme a través de nuestro vínculo —dice en
voz baja, con la mano todavía sobre mi corazón.
Cierro los ojos con fuerza.
—Deja de decir eso —susurro.
Vínculos, compañeros espirituales… No quiero escuchar nada al
respecto.
—¿El qué, «vínculo»? ¿Por qué? —pregunta, al parecer muy
desconcertado—. Es la base de todo, est amage. Tu poder, mi poder. Todo
lo que sé sobre mi magia viene de ahí. Antes incluso de que nos
conociéramos cara a cara, oí tu voz, justo aquí. —Memnón usa la otra mano
para tocarse el corazón—. Me pasé muchísimas noches susurrándote y
todos mis días dejando que me guiara a través del mundo para encontrarte.
Siento un cosquilleo en la piel cuando confiesa esto y, al abrir los ojos,
hay una crudeza y una intensidad en sus palabras que me atrapan.
—Así que, seamos enemigos o no, Selene, por favor, hazme una
pregunta a través de nuestro vínculo… Proyéctala hacia mí.
Quiero echar por tierra su argumento porque estoy en la fase de
negación, pero su súplica se me mete bajo la piel y la retorcida curiosidad
gana.
No debería funcionar. De verdad que no.
Cierro los ojos una vez más y me centro en ese lugar que está justo por
debajo de la cálida palma de Memnón, pues se supone que es por donde la
magia une a las almas gemelas. Sí que siento algo ahí ahora que me
concentro, lo cual me resulta aterrador.
He oído que los vínculos se describen como cuerdas o carreteras, pero
esto se parece más a un río que fluye dentro y fuera de mí.
«¿Cómo te hiciste la cicatriz de la cara?» Empujo el pensamiento con mi
poder y lo obligo a bajar por ese río mágico que siento.
—Cuando tenía quince años, un hombre intentó despellejarme en la
batalla —responde Memnón.
Abro los ojos, afligida y fascinada al mismo tiempo, no solo por lo que
me ha contado, sino porque ha oído mi voz en la cabeza.
—Me has leído la mente —lo acuso. No quiero creer la alternativa: que
estamos… vinculados, que nuestras almas están entrelazadas de manera
inextricable.
—No me hace falta hacerlo cuando hablas con tanta gracia por nuestro
vínculo.
Memnón me mira con la emoción inundándole los ojos.
Le aguanto la mirada por un segundo, y por dos y por tres. Tengo el
pulso descontrolado y oigo el rugido de mi sangre en los oídos. Las rodillas
se me empiezan aflojar.
—No soy tu alma gemela —insisto.
¿Estás segura?
Como si quisiera enfatizar sus palabras, su poder se me filtra a través del
río mágico. Por un momento, cierro los ojos y siento su fascinante pellizco
justo en el corazón. Aprieto la palma contra ese lugar, pero cuando descansa
sobre la de Memnón me doy cuenta de que todavía me está tocando y estoy
empezando a confundir dónde termina él y empiezo yo.
—No —susurro, casi suplico.
—Sí, emperatriz, estás segura —dice con una voz tranquilizadora, con
un aplomo que me lleva al límite.
Me he pasado mucho tiempo intentando convencerlo de mi identidad sin
ningún resultado. Quizás ha llegado el momento de que sea él quien me
convenza.
Levanto la barbilla.
—Entonces, dime quiénes éramos —lo reto.
Memnón extiende la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos; esta
delicadeza no tiene nada que ver con el hombre que he llegado a conocer.
—Yo era rey y tú eras mi reina —dice; sus ojos se han ablandado.
—No tienes pinta de rey —lo desafío.
Es demasiado joven, guapo y musculoso, y tiene demasiadas cicatrices.
Me mira entrecerrando los ojos, pero sonríe.
—De donde yo soy, sí. —Después de un rato, se toca el pelo—. Salvo
por esto —admite. Se pasa la mano por la mandíbula—. Y esto.
Mientras habla, mi familiar surge de entre los árboles y se pone a mi
lado en silencio, cuando hace ya un buen rato que lo necesitaba. Le dedico a
la pantera una mirada molesta.
—Los hombres sármatas se dejan crecer la barba y el pelo —continúa
Memnón. Me lanza una mirada conspiratoria—. Pero me preferías
esquilado como una oveja y, tengo que admitirlo, disfrutaba muchísimo de
tu coño contra mi cara lampiña cuando te comía…
Le tapo la boca antes de que termine.
—Nop, eso no quiero escucharlo —digo, aunque mis sueños húmedos
vuelven a mí en toda su refulgente gloria.
Bajo mi mano, él sonríe y sus ojos brillan con regocijo. Ha desaparecido
el monstruo enfurecido que irrumpió en mi habitación…
«Kane.»
Joder, tengo que volver con él.
Aunque le doy vueltas, no sé cómo escapar de esta situación sin atraer a
Memnón otra vez a donde está el licántropo y que le siga haciendo daño.
El hechicero se aparta mi mano de la boca.
—Pregúntame algo más, est amage. Déjame que te demuestre nuestro
pasado.
Al menos ahora parece creer que, sea cual sea el pasado que existió para
él, yo no tengo ningún recuerdo.
Busco en su mirada; una parte de mí está desesperada por comprobar
cómo está Kane y otra está ansiosa por escuchar más cosas sobre este
hombre.
—¿En qué tierra gobernabais Roxilana y tú? —digo al fin, apartándome
hacia atrás.
—Sarmatia. —La palabra está cargada de anhelo—. Éramos un imperio
de nómadas y guerreros, nos desplazábamos por la estepa póntica, con la
migración de los rebaños. Aunque derroté al rey de Bósforo para que
pudieras establecerte en un palacio junto al mar. Los viajes constantes eran
difíciles para ti.
—Nunca he oído hablar de nada de eso —digo. No me atrevo a
mencionar que mi propia magia podría haberme privado de esa información
Memnón suspira.
—Sí, bueno, gran parte de la historia de esa época la escribieron los
romanos. —Arruga los labios mientras habla—. Para ellos, éramos bárbaros
sin nombre. Existíamos en sus pesadillas y en los márgenes de su mundo,
pero no en sus historias de autoengrandecimiento. Pero sí existíamos.
—Ajá —digo, apartándome un poco más—. Igual que existía mi
infancia.
Memnón entrecierra los ojos, sin duda entiende a la perfección lo que
quiero decir: «Creo en tu palabra siempre y cuando tú creas en la mía».
Antes de que uno de los dos añada algo más, escucho una voz rota que
grita: «¡Selene!».
Kane.
Por Diosa, está vivo. El alivio me recorre las venas.
Doy varios pasos hacia atrás, pues la necesidad de volver con el
licántropo es abrumadora.
La expresión de Memnón se vuelve muy fría, demasiado…, sobre todo
en sus ojos.
Señala con la cabeza hacia donde esté el otro y siento las oleadas de
amenazas que surgen de él.
—Est amage, me está costando la vida no matar a ese lobo ahora mismo.
Si tocas a ese chico, morirá. Lentamente. La misma amenaza se aplica a
cualquiera que piense en ir a por ti, brujilla. ¿Lo entiendes?
Levanto la barbilla, pues me niego a acobardarme ante este hombre.
—Haré lo que me dé la puta gana. Esto no es la Edad Media, Memnón.
Los ojos del hechicero arden un poco cuando su poder vuelve a salir a la
superficie con su creciente agitación.
—No, no lo es —está de acuerdo. Tengo que esconder la sorpresa por
que haya entendido la referencia—. Pero tampoco soy un hombre moderno
—continúa—. He matado por mucho menos y me alegraría volver a
hacerlo, en lo que a ti respecta.
Lo miro con mala cara; mi magia se retuerce y sale de mí ante mi
irritación.
Me mira la boca como si de verdad estuviera considerando besarme.
—Te volveré a ver pronto, emperatriz —dice, apartándose de mí—.
Hasta entonces, dulces sueños.
Memnón gira sobre sus talones y se aleja por el oscuro bosque mientras
su magia ondula a su alrededor.
CAPÍTULO 25
Bzzz.
El sonido de mi móvil me levanta de la silla del escritorio. No estoy
segura de dónde proviene, pero no está donde debería: en la mesita de
noche.
Bzzz.
Sigo el sonido y palpo la ropa que llevé anoche.
Bzzz.
Agarro una de las botas y le doy la vuelta. El móvil sale disparado antes
de caer al suelo con un golpe seco.
Me da tiempo a ver que es Sybil, pero en cuanto lo atrapo se corta la
llamada.
Estoy a punto de llamarla, medio acojonada por todo lo que tengo que
contarle, cuando me doy cuenta de que hay una cantidad ingente de
mensajes y llamadas perdidas que debo de haber obviado mientras dormía.
Oh, Diosa, ¿estará bien Sybil? Los miro, aterrada.
¿Te divertiste anoche?
¿Kane era todo lo que siempre habías soñado?
Vale, supongo que estás sopa después de una noche de sexo descontrolado,
pero, por favor, contéstame.
Hostia puta, ¿QUÉ PASÓ? ¿POR QUÉ NO ME RESPONDES?
SI NO ME CONTESTAS AHORA MISMO, VOY A IR A TU HABITACIÓN.
Vale, he sido una pervertida total y me he colado en tu habitación y estabas
sobadísima y abrazada a tu familiar como si fuera una almohada gigante, y qué
bonito, joder.
Debajo del mensaje hay una foto que la perturbada de mi mejor amiga
me ha hecho dormida con Nero.
En cierto modo, sí es una foto bonita.
Vale, voy a dejarte dormir, cariño. Ven a verme cuando te despiertes.
P. D.: Voy a dejarte dormir *un poco*. A lo mejor me pongo a llamarte si me
impaciento.
Ahora que sé que mi amiga está bien —a pesar de que fui una capulla al
dejarla anoche para tirarme a un hombre lobo («Venga, Selene, supérate»)
—, todo mi cuerpo se relaja y la tensión me deja.
Está bien. Ningún asesino la tiene secuestrada. Solo está preocupada por
mí.
Mientras sujeto el teléfono, me llega otro mensaje:
P. D. 2: Le he pasado tu número a Sawyer, que se lo va a pasar a Kane. Pasara lo
que pasara anoche, sigue coladísimo por ti.
El túnel por el que nos hemos metido es pequeño y húmedo. Las paredes
son solo de tierra y el mármol del suelo da paso a unas losas. Hay luces
encendidas, probablemente de cuando han pasado las otras brujas; supongo
que, si sigo las velas, me conducirán fuera. Tengo que pensar que eso es lo
que pasará. Pero si me equivoco…
No puedo pensar en eso.
Mientras corro, vuelvo a dudar de lo que he hecho. A lo mejor me he
pasado. Quizás he visto un poco de sangre y magia oscura y he exagerado
las cosas.
Pero mi intuición me dice que he interpretado bien la situación. Que algo
violento y malo estaba pasando. Algo que casi termino porque me han
embaucado.
Ese conjuro que la sacerdotisa estaba pronunciando, ¿por qué me
resultaba tan familiar…?
Detrás de mí, oigo los lejanos pasos de mis perseguidoras. Mierda, de
verdad quieren darme caza.
Todavía no me han alcanzado, pero quién sabe cuánto tardarán en
hacerlo. Llevo a cuestas a otro ser humano y, a pesar del subidón de poder
que me da mi magia, no creo que tenga ventaja durante mucho tiempo.
Tampoco puedo pensar en eso.
Delante de mí, el túnel se divide. Giro a la derecha, siguiendo la luz.
La túnica negra se me sigue enredando entre las piernas y a la chica le
cuelga la cabeza desde mis brazos.
Espero que esté bien.
Me fijo en el chorretón de sangre que tiene la cambiaformas en la frente
y recuerdo el ensalmo de la sacerdotisa.
«Con sangre ato. Con hueso rompo. Solo a través de la muerte
renunciaré al fin.»
Un escalofrío me recorre la columna vertebral.
Un hechizo vinculante.
Por eso me resultaba familiar la invocación de la sacerdotisa. Estaba
llevando a cabo un hechizo de retención. Solo ahora me doy cuenta del
horror que eso supone.
Hay vínculos naturales, como los de las almas gemelas y los familiares.
Esos no requieren conjuros. Su magia es innata, el vínculo se inicia y se
ejecuta por sí solo.
Otros tipos de vínculos requieren hechizos y pueden ser consensuados
o… —la cambiaformas vuelve a lloriquear en mis brazos— no.
—¡La veo! —grita una voz femenina a mi espalda. Oigo lo que parece
ser una estampida de brujas que corren por el pasillo hacia nosotras.
Me vierto más poder en las piernas y los brazos, consciente de que puede
que mañana me pase el día durmiendo para recuperarme del uso de la magia
y para evitar el dolor de cabeza que me va a provocar este esfuerzo.
Incluso con el poder añadido, oigo que se acercan a mí.
Una de ellas susurra un conjuro y, por instinto, lo esquivo apartándome
hacia la pared que hay a mi izquierda. Una bola de magia verde y ácida
pasa volando por mi lado.
Me enderezo y continúo. Mientras corro, invoco magia de la tierra que
percibo bajo los pies descalzos. La siento alzarse de entre las piedras y
tocarme la piel. Tiro de ella con desesperación para llevar el poder por mi
cuerpo como si fuera agua de un pozo. La canalizo por el brazo hasta la
palma de la mano.
—¡Inmoviliza!
Ni siquiera me molesto en susurrar un conjuro de una palabra antes de
girarme y lanzarlo con cierta torpeza mientras sigo sujetando a la chica
entre los brazos.
Torpe o no, cumple con su cometido. Oigo un grito cuando mi magia
golpea a alguien.
Todo lo rápido que puedo, vuelvo a girarme al frente y reúno más magia
en la palma.
Selene, ¿estás bien?
Casi me tropiezo al oír la voz de Memnón en el oído. Ahora no suena
como si solo estuviera preocupado. ¿Qué está pasando?
No puedo hablar con él y salir de esta, así que ignoro su llamada.
—Inmoviliza —repito. Es el único conjuro que se me ocurre, en serio,
aparte de lo que estoy gritando por dentro.
Una vez más, me giro y se lo lanzo con cierta torpeza a quienes me
persiguen. El conjuro se estrella contra el grupo. Me vuelvo hacia delante;
oigo a una de ellas que maldice a mi espalda y luego el sonido de gente
cayendo. No me permito regodearme, ya estoy reuniendo más poder.
Me tiemblan los músculos, me pesan los pulmones y lo único en lo que
puedo pensar es en formar otro conjuro.
Los que estoy lanzando son toscos y, como resultado, estoy quemando
una cantidad alarmante de magia, pero es lo único que tengo.
Oigo el susurro en el viento un segundo antes de que un hechizo me
golpee el hombro.
Chillo cuando la magia me quema la ropa y me abrasa la piel. Es como
el fuego, pero parece ácido y me corroe la piel.
Me lanzan otro hechizo. El orbe violeta me pasa volando por al lado de
la cabeza y siento alivio durante un segundo cuando golpea el suelo por
delante de mí y la magia suelta una llamarada con el impacto.
Corro hacia delante, preparada para esquivarlo, cuando…
¡Pum!
La cambiaformas y yo nos damos de bruces con una pared que la magia
ha levantado.
Me tambaleo y me caigo de culo. Ella gime en mis brazos.
Ni siquiera me da tiempo a comprobar lo dolida que está, pues nuestras
atacantes se ciñen sobre nosotras.
Invoco mi siguiente conjuro.
—Explota.
Giro el torso y lanzo mi magia lo mejor que puedo hacia el grupo de
seres sobrenaturales que se acerca. Le da en las espinillas a la que está más
cerca…
¡PUMBA!
Nos cubro la cara a la cambiaformas y a mí misma para protegernos del
calor abrasador de la explosión. Oigo los gritos de las brujas mientras salen
despedidas hacia atrás.
Antes de que contraataquen, levanto la mano, con la palma hacia ellas.
—Levanta una pared del suelo al techo. —Las palabras me salen en
sármata—. Protégenos a la cambiaformas y a mí de quienes pretenden
hacernos daño.
Ante mí, las nubes de magia naranja claro empiezan a diluirse y
alargarse hasta que forman una especie de pared transparente. Al otro lado,
las brujas de las túnicas se empiezan a levantar, aunque se tambalean y se
tropiezan, y entonces me acuerdo de que les dieron algo de beber.
Se me encoje el corazón cuando veo que por lo menos hay diez. Son
demasiadas. Y todas están más que decididas a atrapar a esta chica y a
ayudar a la sacerdotisa a vincularse con ella.
Esa idea me genera una nueva oleada de terror que me recorre el cuerpo.
¡Emperatriz!
La voz de Memnón es exigente y está impregnada de pánico.
«Estoy ocupada.»
Empujo el mensaje por ese río que nos conecta.
¿Qué está pasando?
Lo ignoro. Les doy la espalda a las brujas que se están levantando y me
pongo frente a la pared mágica. Es translúcida y de un tono violeta.
Le doy una patada. No se mueve.
Reúno más magia; los brazos y las piernas me tiemblan del esfuerzo.
Intento sacarla del suelo y llevarla a mi carne para minimizar el precio que
debe pagar mi limitada reserva de poder.
La magia se me filtra a través de las plantas de los pies y, cuando
empiezo a oír a las brujas golpear la barrera que he erigido, arrastro el poder
que he reunido por las piernas hasta el brazo.
Una bolita de color naranja pálida toma forma en la mano.
La lanzo a la pared mágica que tengo delante, que ondea un poco; el
resplandor violeta se difumina un poco, pero sigue ahí.
A mi espalda, las otras brujas están haciendo lo mismo con mi muro, lo
aporrean con un conjuro tras otro. Hasta ahora, aguanta mejor que el que
tengo delante, pero hay demasiadas personas intentando derribarlo.
Miro a la cambiaformas. Antes, estaba aturdida pero despierta. Ahora
yace inerte en mis brazos. La sacudo un poco, esperando que se despierte,
pero, aunque su pecho se alza y se hunde con la respiración, sigue
inconsciente.
Esto no pinta bien, pero nada bien.
Reúno mi magia en una ráfaga llena de pánico y la estrello contra la
pared. El hechizo cambia y luego vuelve a su forma.
Otro tirón de magia, otro lanzamiento.
Otra onda cuando golpea la pared.
Vuelvo a hacerlo una y otra vez mientras ignoro el ruido de los conjuros
que le propinan al muro que tengo detrás.
Tras un último golpetazo de mi poder, la barrera violeta que tengo
delante se hace añicos. Casi grito de alivio.
Vuelvo a coger a la cambiaformas en brazos y hago una mueca al sentir
el dolor en el hombro cuando la levanto y me la cargo. La herida ha pasado
de arderme a palpitarme. Sé que, cuando la adrenalina abandone mi sistema
nervioso, me va a doler como mil demonios.
A mi espalda, oigo que mi propio muro protector se desquebraja. Ese es
el único incentivo que necesito para seguir moviéndome.
Vuelvo a correr una vez más por el pasillo. Se curva y las velas casi se
han consumido del todo.
Vale, pero ¿dónde narices está la salida?
Delante de mí, el corredor se abre a una cámara llena de estanterías
repletas de lo que parecen ser grimorios, a juzgar por la borrosa mezcla de
magia marrón que satura el aire.
Las losas de piedra dan paso a más mármol y piso una imagen del sol
cuando entro en la estancia.
Casi de inmediato siento que me late la cabeza por la magia en conflicto.
Avanzo hasta el otro extremo de la habitación, donde otro par de
lamassus de piedra montan guardia en el arco de entrada. Más allá parece
que hay otra escalera de caracol.
En la distancia, oigo el golpeteo de los pasos.
Joder.
Frenética, miro a las protectoras de piedra del umbral y una idea
empieza a tomar forma. Avanzo hacia el primer escalón de las escaleras y
luego me vuelvo hacia las estatuas mezcla de mujer, león y águila.
—Lamassus —las llamo—, os invoco para nuestra protección. Que no
cruce el umbral nadie con mala intención.
Un segundo después, las guardianas de piedra cobran vida. Se alzan
sobre las patas, caminan hacia delante y se alejan de las escaleras mientras
balancean las colas grises. Es la visión más rara del mundo.
Vaya tela la magia. Es mejor que las drogas.
Me giro y empiezo a subir las escaleras, apretando los dientes ante el
esfuerzo que supone levantar a la cambiaformas.
Susurro otro conjuro fortalecedor cuando oigo a las brujas entrar en la
sala de los grimorios de debajo.
«Vamos, vamos, vamos», le urjo a mi cuerpo. Mi magia está llegando a
su límite. Las piernas y los brazos siguen aguantando, pero el conjuro que
se suponía que me iba a ayudar apenas me sirve de apoyo.
Abajo, unos gruñidos ásperos llenan la cámara que se encuentra a mis
pies, un sonido que me pone los pelos de la nuca de punta. Oigo a una de
las lamassus rugir y a una bruja chillar.
Un conjuro explosivo sacude el suelo y casi pierdo el equilibrio; me
tambaleo con la cambiaformas en brazos.
He subido más de la mitad de las escaleras cuando oigo a alguien cerca
de la base. Apenas me da tiempo a procesar que ha conseguido pasar por
delante de las lamassus cuando un hechizo me golpea la espalda.
Grito y caigo por un segundo contra la barandilla cuando siento en la
piel el ardor de la misma maldición correosa.
¡EMPERATRIZ!
Memnón ruge en mi cabeza y ahora no hay ninguna duda: está aterrado
por mí.
«Sigue adelante. Sigue adelante.»
Abajo, la bruja susurra otro conjuro. Me tenso, pero nunca recibo el
golpe. En cambio, una de las lamassus ruge.
Un segundo después, aquella chilla y la veo caer. La guardiana la tiene
cogida con los dientes por una pierna. Nos miramos a los ojos, pero los
suyos están llenos de terror mientras la bestia la arrastra fuera de mi campo
de visión.
Cojo aire, temblando y avergonzada por el alivio que siento, y obligo a
mis piernas a seguir adelante. En cuanto lo hago, tengo que apretar los
dientes para contener el grito que quiero soltar mientras sigo subiendo.
Consigo retenerlo, pero no puedo evitar que las lágrimas me caigan por las
mejillas.
Diosa, qué dolor. Es agotador.
Me fuerzo a subir cada escalón por pura voluntad y no hago más que
golpear la barandilla con las piernas de la chica.
—Lo siento, lo siento, lo siento —jadeo, aunque sé que no puede oírme.
Sigue sin despertarse.
Abajo se siguen oyendo gritos.
Casi he llegado al final de la escalera cuando otro conjuro rebota contra
la pared, me da en la pantorrilla y me abre una herida. Grito cuando mi
pierna se rinde.
Memnón brama: ¡EMPERATRIZ! ¡AGUANTA! ¡YA VOY!
Antes de caer al suelo, le cubro la cabeza a la cambiaformas y es mi
propio cráneo el que se da contra el escalón.
Todo se vuelve blanco por un segundo.
Parpadeo para centrarme de nuevo en el mundo. Oigo gritos y el olor de
la magia me martillea en la cabeza, y, encima, un miedo que no es mío me
inunda el sistema nervioso.
TÓMALA.
—¿Memnón? —susurro.
Sigo parpadeando, intentando encontrarle algún sentido a lo que me
rodea mientras me obligo a ponerme en pie y arrastro a la cambiaformas
conmigo. No puedo evitar soltar un grito cuando obligo a mi pierna herida a
aguantar nuestro peso.
Hay una docena de conjuros diferentes que podría usar para aliviar el
dolor o ayudar a que la herida se cierre por sí sola, pero entre el miedo, el
dolor y el creciente agotamiento no se me ocurre ninguno.
«Necesito poner a la cambiaformas a salvo.»
Subo a trompicones los últimos escalones. Me tiemblan las piernas, me
arden los pulmones, un hombro y la espalda y siento la sangre caliente que
me cae por la pierna y me caldea la piel.
TOMA MI MAGIA.
Hago una mueca al oír la voz de Memnón en mi interior.
¿Es a eso a lo que se refiere? ¿A que tome su magia?
AHORA, COMPAÑERA.
Uf, «compañera».
EST AMAGE, TÓMALA.
—Deja de gritarme —gimoteo.
Me aparto de la escalera a trompicones y me dirijo hacia una puerta de
madera tallada que tengo delante. Solo he dado dos pasos cuando la sangre
que brota de la herida de la pantorrilla burbujea y me hierve la piel.
Chillo por el nuevo dolor.
Pero ¿por qué iba a hacer eso mi herida…?
El conjuro debía de ser una maldición. Una muy jodida.
Trastabillo durante los últimos pasos que me separan de la puerta y cojo
el pomo con cierta torpeza, pues casi tiro a la chica que llevo en brazos. En
cuanto consigo abrirla, la cambiaformas y yo nos caemos hacia delante.
Apenas me da tiempo a girarme para que sea yo la que se dé contra el suelo
húmedo y no ella.
Estamos en el exterior.
Resuello de agotamiento. Siento que es una victoria por derecho propio.
Huelo el bosque que nos rodea y, cuando echo la vista atrás hacia la
puerta abierta, veo que esta está tallada en el tronco de un árbol, aunque el
interior parece mucho más grande que su exterior.
Vaya tela la magia…
Todavía oigo los ruidos lejanos de las brujas luchando y gritando dentro,
pero dudo que las lamassus las retengan durante mucho más tiempo.
Intento levantarme, pero todo mi cuerpo protesta. Gimoteo por culpa de
las heridas. La magia y la adrenalina van disipándose. No sé cuánta me
queda.
Por el amor de nuestros dioses, brujilla. Por favor… Te lo ruego…
¡Toma lo que te ofrezco!
«¿Qué me ofreces?»
Entonces lo siento a través de ese río mágico que parece fluir justo hasta
mi corazón.
Poder. Poder infinito. Más del que nadie pueda manejar.
No entiendo cómo lo está desviando hacia mí ni me molesto en sopesar
las repercusiones de usar la magia de un hechicero. La tomo sin más.
Jadeo cuando se vierte en mi interior. El dolor de las diversas heridas se
adormece y mi cansancio se desvanece por completo.
Me pongo de pie y cojo en brazos a la chica inconsciente una vez más.
Y entonces corro.
«Necesito llegar al territorio de los cambiaformas.» Es en lo único en
que puedo pensar mientras corro.
Siento la línea de la frontera delante de mí, pero también tengo la
sensación de que podría estar en cualquier otro país.
Me tropiezo con las raíces y las ramitas y las rocas me cortan la planta
de los pies. Aprieto los dientes cuando siento la sangre caerme por la
pantorrilla.
Luego. Me encargaré de eso luego.
Ya no oigo a las brujas detrás de mí y empiezo a recuperar la confianza
cuando la chica que llevo en brazos se pone a vomitar.
No quiero dejar de correr, no cuando unas brujas sedientas de sangre y
que practican artes oscuras quieren someter la voluntad de esta chica a
favor de otra.
Pero tampoco quiero que se ahogue en su propio vómito.
Me detengo y la dejo en el suelo. Ni siquiera está consciente. Mierda.
Mierda, mierda, mierda. La tumbo de lado y centro la atención en ella.
Me temo que le han dado demasiado de lo que sea que le hayan hecho
tomar.
Vuelve a vomitar y queda claro que la sustancia que tiene en el sistema
necesita salir.
Con cuidado, le aprieto el estómago con una mano.
—Purga —ordeno, presionando el poder que he tomado prestado contra
su carne.
La magia de color amanecer se hincha por debajo de la palma de mi
mano y después se hunde en su piel.
Se inclina hacia delante y unas arcadas violentas se apoderan de ella.
Intento no poner cara de asco ante lo que expulsa, pero huele a la magia
corrompida de su vómito.
Pota otra vez. Y otra.
—Lo siento —digo mientras le aparto el pelo hacia atrás y hago una
mueca cuando siento un tirón en el hombro herido.
Debe de haber más veneno en su interior, el del flujo sanguíneo. Ese
también tiene que salir de su sistema.
Poso una mano en el pecho y otra en la espalda. Agarro el poder de
Memnón y lo dejo fluir por los brazos y las palmas.
—Disuelve el poder de su interior —ordeno en sármata.
Luego lo fuerzo a entrar en la chica.
Arquea la espalda y abre los ojos de repente. Empieza a gritar y tengo
que apretar los dientes y sujetarme mientras mi magia batalla en su interior.
Sigo metiéndole tanto poder curativo como puedo, para imponerme a la
toxina que le corre por las venas. Me tambaleo un poco, el esfuerzo
constante me marea.
Una rama cruje a lo lejos, en algún lugar. Entonces oigo el chasquido de
las agujas de pino aplastadas.
Aún vienen a por nosotras.
Debajo de mis manos, la chica está temblando, pero sus gritos se han
convertido en sollozos. Sigue sin despertarse, en ningún sentido real. Trago
saliva y la preocupación se apodera de mí.
Así está indefensa.
Me inclino hacia ella y susurro un ensalmo para el cuello de mi camisa,
pero siento que es tan antiguo como el idioma que hablo.
—Te ofrezco mi protección. Mi magia te defenderá. Mi sangre se
derramará antes que la tuya. Lo juro.
Siento que este juramento es un recuerdo, como un déjà vu.
Los pasos se acercan, sin duda porque las brujas han oído los chillidos
de la chica.
Todavía siento el resbaladizo veneno que se desliza en su interior, pero
tengo que soltarla y espero que la magia que le he imbuido sea suficiente.
Me obligo a levantarme, aunque las piernas me tiemblan, y me vuelvo
para enfrentarme a las brujas que se acercan.
En la oscuridad, apenas las distingo. Ya no hay tantas, quizás cinco o
seis. Y el monstruo sigue en paradero desconocido.
Extraigo magia de la tierra y de la luna oscura, pero también sigo
sacándola del río mágico que fluye hacia mi interior. Mi poder se reúne y se
junta, se arremolina bajo la piel mientras me enfrento a las brujas.
Ya no llevan máscara, pero, por desgracia, la oscuridad les oculta los
rasgos.
—Ataca —susurro, y libero mi magia.
Brota de mí como si fueran serpientes. La visión mental debe de tener
algo que ver, porque veo mi poder retroceder y volver a golpear del mismo
modo que lo haría una víbora. Las brujas chillan y gritan.
Un conjuro me golpea y disuelve mi ataque. Luego le sigue otro, que me
da justo en el pecho y me tira al suelo de espaldas. Ese segundo hechizo me
bloquea los músculos y, en cuestión de segundos, me quedo helada. Puedo
respirar, pero poco más. Ni siquiera puedo mover los ojos.
Un tercer hechizo me da en la cadera mientras sigo ahí tirada; este es de
un color carmesí sucio. Solo por la pinta que tiene sé que es malo. Y
entonces lo siento.
Si pudiera gritar, lo haría.
Es como si me estuvieran apuñalando en veinte sitios diferentes. Quizás
es lo que me pasa. Me estoy ahogando en sangre o puede que simplemente
tenga los pulmones agarrotados.
¡SELENE! QUÉDATE CONMIGO.
Memnón fuerza su magia en mi interior y yo la tomo, permito que se
deslice por mí y que luche contra la maldición que me está desollando.
¿VES A TUS ENEMIGOS? MÁRCALOS, EST AMAGE, AHORA SON
LOS MÍOS.
—Le hemos dado —dice una de las brujas.
—¿Te crees que me importa? Esa zorra casi me arranca la pierna.
—Basta —dice una tercera.
El poder de Memnón debe de estar funcionando, porque el dolor de la
maldición está aminorando y soy capaz de mover los ojos. Así que consigo
ver que una de las brujas se está acercando; tiene las uñas de los pies
pintadas de rosa claro. Por alguna razón, esto me parece ridículo, teniendo
en cuenta la situación.
Se acuclilla a mi lado y me acaricia la mejilla con su pelo negro y liso.
—Cuando te pillen las demás, vas a desear no haberla cagado esta noche
—susurra, mirándome desde arriba.
Levanta la mano y no estoy segura de si es para darme una bofetada o
para lanzarme otro conjuro, pero quiero gritar, porque no puedo hacer nada,
salvo seguir ahí tumbada, vulnerable.
La bruja me lanza una sonrisa desagradable.
—La venganza es dul…
Una sombra negra se estrella contra ella y la oigo gritar. Se ha callado a
media frase; sus palabras han quedado interrumpidas por el sonido de la
carne desgarrándose.
Se oyen más ruidos y más sonidos de carne desgarrándose. Ya puedo
ladear un poco la cabeza. Hay una sombra enorme encima de una de las
brujas y sacude la cabeza mientras arranca un trozo de carne. La criatura se
detiene para mirarme, sus ojos tienen un brillo siniestro en la oscuridad.
«Reconozco esos ojos.»
¡Nero!
Quiero llorar, porque está aquí, defendiéndome. Ruge y se lanza hacia
otra bruja.
Veo un destello de magia azul cobalto correr hacia él. En un segundo,
estoy en su mente. «¡Agáchate!»
Baja el cuerpo, lo presiona contra el suelo y el conjuro pasa de largo sin
hacerle daño.
Un segundo después, estoy fuera de su cabeza y apilo dentro de mí toda
la magia de Memnón que puedo, hasta que elimina los últimos rescoldos de
los conjuros que se aferraban a mi cuerpo.
Antes creía que estaba aterrada, pero saber que mi familiar se está
encargando él solito de un grupo de brujas sedientas de sangre… me tiene
petrificada.
Me retuerzo los dedos de las manos y de los pies, luego giro las manos y
las muñecas, los pies y los tobillos. Quiero gritar de lo dolorosamente lento
que es.
Antes de que consiga recuperar del todo la función motora, siento que
una de las brujas agarra a la cambiaformas que está detrás de mí.
¡No!
Suelto mi magia sin un conjuro y dejo que las cuerdas encuentren a la
bruja. En cuanto lo hacen, mi poder se le envuelve alrededor de los tobillos
y tira de ella.
Gruñe cuando golpea el suelo con fuerza. Antes de levantarse, tiene a mi
familiar encima…
Me estremezco al oír el sonido húmedo que hace al morderla. Me
deslizo en su mente para obligar al familiar a que la suelte. Muy a su pesar,
lo hace.
A través de sus ojos, miro a nuestro alrededor. Parece que ha dado
cuenta de todas las brujas. Algunas están tumbadas en el suelo, quejándose.
Otras dos se alejan juntas cojeando. Las fosas nasales de Nero se dilatan al
olor tanta sangre.
Vuelvo de su mente a la mía. He recuperado control suficiente sobre mi
cuerpo como para hacerme a un lado y vomitar, pues mi organismo quiere
purgar el dolor, los conjuros y todas las cosas horripilantes que he visto esta
noche.
Nero se me acerca y me da un empujoncito por la espalda. Gruño cuando
me dejo caer sobre el hombro herido.
Mi familiar me pone una pata en el pecho y me lanza una mirada intensa
y —lo juro por Diosa— molesta. Por lo general, tengo que adivinar los
pensamientos más complejos de Nero, pero por alguna razón este está claro:
«Llámame cuando necesites ayuda».
Trago saliva y asiento con la cabeza.
—Gracias —murmuro.
El conjuro inmovilizador tarda otro minuto en desvanecerse, incluso con
la ayuda de la magia que he tomado prestada de Memnón.
Cuando desaparece, me acerco renqueando a la cambiaformas. Ya no
está gritando, lo cual es bueno, pero no está despierta y sigue demasiado
quieta para mi gusto. Me arrodillo a su lado y le compruebo el pulso.
Ahí está… y suena fuerte y estable.
Creo que va a estar bien.
—Dame fuerzas —murmuro en sármata. Las palabras se van formando
mientras extraigo más poder de Memnón.
Su magia se ensancha en mi cuerpo mientras me presta su poder.
Vuelvo a coger a la chica en brazos, intentando no pensar en cuánto le
debo al hechicero. Esta noche he usado un montonazo de su poder.
«Tengo que llegar al territorio de los cambiaformas.»
Ya me preocuparé después por el hechicero. Lo más importante ahora es
asegurarme de que esta chica esté bien.
No he dado ni cinco pasos cuando un rugido monstruoso llena el aire
nocturno.
Vaya, joder. Ahí está el monstruo. Ahora sí que está en paradero
conocido.
Y creo que va a por mí.
CAPÍTULO 28
¿Qué?
Le doy a la notificación y la aplicación se abre.
Me llevo una mano a la boca cuando veo el saldo de la cuenta: 5000 $.
Debajo de la transacción hay una nota:
Una lágrima cae sobre la página. Luego otra y otra. No tengo claro si
estoy triste o enfadada.
Ahora no se puede hacer nada al respecto, salvo seguir adelante y
planear mi propia venganza.
Escribo los días de la semana en la siguiente página en blanco de mi
cuaderno y apunto «Baile de Samhain» bajo el sábado. Rodeo el evento en
rojo y anoto al lado:
Aun así, no estoy del todo segura de si iré o no. Odio la idea de acceder
a sus demandas, pero también ha despertado en mí una sed de venganza que
no tenía ni idea de que existía hasta hoy. Pero, cada vez que respiro el olor
del humo, me vuelvo más sedienta de sangre y más dura.
Pagará por esto.
Esa promesa es lo único que le da calor a mi frío y deprimido corazón.
Sigo escribiendo cuando alguien llama a la puerta.
—¿Sí? —grito, y me encojo de vergüenza cuando oigo que mi voz
flaquea.
—Selene —dice una bruja al otro lado de la puerta—, hay un agente en
la entrada que está preguntando por ti.
Respiro hondo; una oleada de temor me revuelve el estómago.
Diosa, es hora de enfrentarse a las consecuencias de lo que acaba de
pasar.
No me suelo asustar con facilidad, pero casi me cago en las bragas después
de la visita de los agentes.
Seguro que alguien me puede ubicar lejos de los crímenes cuando se
cometieron. A ver, vivo en una residencia con otras cien mujeres. Alguien
en alguna parte debería ser capaz de dar fe de dónde estaba.
La agente Mwangi ha reunido a un equipo para que recojan lo que
puedan de los delicados restos de mis cuadernos y, cuando llegan, me
marcho de la habitación para que hagan sus cosas.
Tengo que creer en que podrán revertir el daño que Memnón les ha
causado.
Bajo las escaleras hasta la habitación de Sybil, Nero va pisándome los
talones. Noto algunas miradas de soslayo de otras brujas en los pasillos y
tengo la impresión de que se ha corrido la voz de que soy sospechosa de la
reciente oleada de asesinatos.
La idea de que mis propias hermanas de aquelarre se vuelvan contra mí
me resulta aterradora. Si hay un grupo al que se le da bien negarse a
perseguir a otros, son las brujas. Hemos estado al otro lado demasiadas
veces. Pero incluso nosotras tenemos límites. Me pregunto cuánto le falta a
este aquelarre para llegar al suyo.
También está la agobiante posibilidad de que algunas de las brujas con
las que comparto techo participaran en aquel círculo de hechizos. Ese es
otro pensamiento aterrador.
Cuando llego a la puerta de Sybil, la oigo al otro lado, murmurando.
Llamo. Como no responde, agarro el pomo y abro.
A ver, técnicamente, es de mala educación irrumpir en la habitación de
otra persona, pero ella me lo hace a mí todo el tiempo.
Además, la última vez que me vio, hui de ella con un mojito en la mano
para intentar guardarme todos mis secretos.
No puedo seguir haciéndolo.
Cuando entro en la habitación, la veo sentada dentro de un círculo que
ha dibujado con tiza. Las suaves estelas lilas de su magia la envuelven
mientras sigue entonando un conjuro en voz baja. Alrededor del círculo hay
velas encendidas, cuyas llamas titilan al mismo ritmo que la cadencia de la
voz de Sybil.
Verlas me recuerda otra vez a mis libros ardiendo y a la alegría de
Memnón. Respiro hondo y me obligo a no perder los papeles.
En el lado opuesto de la habitación, el búho Merlín está posado sobre un
busto de la doncella con velo, del que casi se han apoderado las plantas que
crecen a sus anchas por la estancia.
Me siento en la cama mientras Nero olisquea el aire en dirección al otro
familiar.
—Ni se te ocurra —le susurro—. Te convertiré en una salamandra si
haces algo más que relamerte en presencia de Merlín.
La pantera me lanza una mirada malhumorada, pero se sienta en el suelo.
Ni siquiera esta alarmante conversación le abre los ojos a mi amiga.
Sigue lanzando su hechizo durante unos cuantos minutos más mientras
Nero, mi ansiedad y yo pasamos el rato en su habitación. Me acerco a su
estantería, ignorando la venus atrapamoscas que literalmente da un bocado
en mi dirección cuando intento alcanzar un libro.
—No seas mala —la reprendo, dándole un golpecito en la cabeza.
Cojo un libro sobre herbología y lo hojeo mientras espero, aunque en
realidad no veo nada cuando miro las páginas.
«Esta vez estás en un buen lío, Selene.»
Memnón quería que me desesperara y ya siento los primeros tentáculos
de esa desesperación.
La magia de Sybil se vuelve más densa cuando termina el conjuro y las
nubes casi la ocultan del todo. Siento que la energía de la habitación cambia
y las velas se apagan de repente.
La oigo respirar hondo cuando su poder se desvanece.
—Joder, me encanta la magia —dice, abriendo los ojos.
Emborrona parte del círculo de tiza y empieza a recoger los objetos que
tiene por ahí esparcidos.
Cierro el libro sobre herbología.
—¿Para qué era el conjuro?
—Me he torcido el tobillo esta mañana al bajar los escalones del edificio
Morgana.
Hago una mueca de dolor.
—¿Y has venido andando desde allí?
—En realidad, le cogí prestada la escoba a una bruja y he venido
volando. Y, mira, Selene, te voy a ser sincera, eso tenemos que hacerlo
juntas… —Me observa—. ¿Qué te ha pasado?
—¿Tan obvio es? —digo, tocándome la mejilla. Debe de serlo, porque
hasta yo percibo las notas rotas de mi voz.
—¿Qué pasa? —me pregunta, en cambio, con la voz cada vez más
alterada—. Hueles a humo.
Extiendo la mano hacia Nero, para darme ánimos con su presencia.
—Hay muchas cosas que no te he contado —admito. Respiro hondo—.
No puedes decirle a nadie lo que estoy a punto de contarte.
Sybil frunce el ceño.
—Vale, ahora sí que estoy preocupada, Selene. ¿Qué es lo que no me has
contado?
Se lo suelto todo, desde el círculo de hechizos que se torció hasta
Memnón salvándome. Le cuento que me ayudó a sellar el túnel de
entrada…
—Ni siquiera sabía que había túneles —me corta.
—Otro día te lo enseño —le digo, tranquila, antes de continuar.
Le cuento cómo descubrí que soy su alma gemela. Se me cae una
lágrima por la mejilla cuando admito a quién estoy vinculada exactamente.
—¡¿Qué?!
Merlín sacude las alas ante el arrebato de Sybil y luego me lanza una
mirada solemne, como si fuera mi culpa que su bruja se haya molestado.
Sigo con la historia; menciono que Memnón apareció y me quemó los
cuadernos y termino con mi reunión con la alta sacerdotisa y con que estoy
en la lista de sospechosos de la Politia.
Al acabar, vuelvo a tener las mejillas mojadas.
Sybil se queda en silencio durante un buen rato. Al final, susurra:
—Lo siento muchísimo, Selene.
Tira de mí para darme un abrazo y me dejo llevar; lloro en su hombro
mientras me acaricia la espalda.
—Y yo asqueada porque me he hecho un esguince en el tobillo.
—El que seguro que está asqueado es tu tobillo —digo, sorbiendo un
poco.
Mi amiga se ríe.
—He visto las estrellas —continúa, sin dejar de acariciarme la espalda
—. Pero luego he montado en escoba… Incluso solté una carcajada de puro
gusto.
Suelto una risa triste.
—Estoy bastante segura de que tienes que carcajearte cuando vuelas en
una escoba —digo, apartándome para secarme las lágrimas—. Lo dice la
ley.
Sybil dibuja una sonrisa, pero enseguida desaparece.
—Si te soy sincera, Selene, ni siquiera sé por dónde empezar, cariño,
solo puedo decirte que eso era un montonaco de secretos de mierda.
Vuelvo a reírme, aunque sé que solo lo dice por aligerar el momento.
Extiende la mano y me pone un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Yo sé que eres inocente.
Me alejo para mirarla con una expresión miserable.
—No creo que pueda demostrarlo —admito.
—Yo te ayudaré —dice—. Les preguntaré a las otras hermanas del
aquelarre si te vieron en esos momentos. Te haremos un nuevo cuaderno y
crearemos una cronología que estoy segura de que limpiará tu nombre.
—¿Harías eso por mí?
Estoy tan acostumbrada a sacarme yo sola las castañas del fuego que me
había olvidado de que tengo gente en mi vida que está dispuesta a
ayudarme.
—Eres mi mejor amiga, Selene. Por supuesto que lo haré. Ahora bien —
añade; su tono ha cambiado—, olvídate de la Politia y de esa persecución
por un minuto. Quiero hablar de Memnón. —Dice su nombre de una forma
amenazante.
—Uf.
Me cubro la cara con las manos, deseando que esta no fuera mi vida.
Lo que más me duele es que, en realidad, antes de que me quemara los
cuadernos, había empezado a pillarme por él. Había vislumbrado lo que
sería cuidar a un hombre como Memnón y que él me cuidara a mí.
«Tú y yo, emperatriz, somos eternos.»
Pero luego quería que me sintiera herida como él, que estuviera perdida
y confusa en este mundo moderno, igualito que él. Su venganza eclipsó lo
que fuera que sentía por mí.
Sybil me acaricia la espalda.
—Así que estás vinculada a un puto perdedor. Si quiere que seáis
enemigos, le vamos a hacer pagar.
Levanto la cabeza de entre las manos y mi magia también se alza.
«Sí.»
—Escucha —me dice al ver que estoy interesada—, ese cabrón es tu
alma gemela. Puede que sea lo más rastrero del mundo, pero su destino está
ligado a ti, lo que básicamente significa que va por ahí empalmado cada vez
que te ve.
»Así que tú y yo vamos a encontrar unos vestidos de infarto, vamos a ir
al baile y vas a disfrutar como en tu puta vida delante de ese cabrón. Ganas
puntos extra si bailas y flirteas con todos los magos que estén dispuestos a
hacerlo.
»Verá lo que se está perdiendo y será él quien venga a ti arrastrándose.
La miro sin pestañear.
Y luego sonrío.
CAPÍTULO 40
Qué hombre tan odioso. Con sus perversos labios y sus perversos
pensamientos y sus perversas intenciones.
Menudas agallas tiene para atreverse a besarme después de poner mi
mundo patas arriba.
Así que le muerdo el labio. Con fuerza.
Memnón gruñe al sentir el sabor metálico de la sangre que nos salpica la
lengua. El monstruo sonríe contra mi boca y me besa con más ganas, como
si un poco de violencia lo pusiera cachondo. A pesar de mi furia galopante
—y cómo galopa, madre mía—, le devuelvo el beso, pues estoy hambrienta
de él. Deslizo los dedos por su pelo y tiro con la fuerza suficiente para
hacerle daño.
Odio desearlo aun cuando lo único que deseo en realidad es odiarlo.
Memnón dobla los dedos lo justo sobre mi garganta para recordarme que
me tiene atrapada y vulnerable, aunque no me siento esto último. Lo que sí
siento es que voy a combustionar. Aun así, sé que, si abro los ojos, veré las
columnas de humo de mi magia surgiendo de mí.
—Por fin mi emperatriz está enseñando su verdadera cara —murmura
Memnón contra mis labios.
No hay nada verdadero en todo esto, este es mi peor lado. Pero, si mi
compañero quiere cortarse con las partes más afiladas de mi personalidad,
que así sea.
Cuando vuelve a adentrar la lengua en mi boca, se la muerdo. Memnón
bufa, pero, aun así, me besa con aún más fervor. Un fervor que yo le
devuelvo.
No puedo explicarlo. No hay justificación posible. Odio las agallas que
tiene. Nada me gustaría más que darle una patada en los huevos. Pero
también estoy disfrutando como una enana este beso aversivo. Estoy
bastante segura de que me parecería correcto coger todo este odio y llevarlo
hasta el extremo del deseo.
Creo que acabo de desbloquear un nuevo fetiche.
Memnón se aparta.
—Me conocerás en todos los sentidos —jura.
Sus pensamientos deben de ir en la misma dirección que los míos, eso o
me ha oído a través de nuestro vínculo.
Aunque me parece bien fantasear con él para complacer mis propios
deseos, y una mierda voy a dejar que él haga lo mismo conmigo.
Empujo al hechicero y su mano se aleja de mi cuello sin esfuerzo.
Malditas fantasías de follar con alguien que odio…
—Si no puedo romper el vínculo, lanzaré un hechizo para que se te
marchite la polla y listo —lo amenazo.
Memnón sonríe y una perla de sangre aparece en la comisura de su labio.
—Es adorable que creas que no lo has intentado todavía.
Abro los ojos como platos.
Se limpia la perla de sangre y me observa.
—Libérala —dice en sármata.
Enseguida, su magia se levanta de mi cuerpo y ya no estoy anclada a la
encimera.
Me pone los ojos encima.
—Te quiero, brujilla —dice, con expresión algo triste—. Más que a nada
en el mundo. Esa es mi verdad más profunda y debería habértelo dicho una
y otra vez, igual que hacía antes. Siento que tengas que cargar con el peso
de ese amor. —Sus rasgos cambian un poco, se vuelven determinados—.
Pero así va a seguir siendo.
Tras pronunciar estas palabras, se dirige hacia la puerta.
—Tres días —dice por encima del hombro—. Eso es lo único que te
queda, emperatriz.
Y entonces se va.
—¿Qué?
Quiero reírme. Y gritar. A nuestro alrededor, los cuerpos siguen
golpeando el suelo y soy yo la que está de rodillas, así que esto no puede ser
una proposición de verdad.
Memnón desliza las manos por debajo de mi barbilla.
—Cásate conmigo.
No lo veo bien por culpa de las manchas que me salpican la visión, pero
sí lo oigo bien.
—Acepta levantar la maldición y ser mi esposa de verdad y entonces
liberaré a esta gente.
—Estás enfermo —susurro.
Me aprieta más la barbilla.
—Te estás quedando sin tiempo, brujilla. Es mejor que te decidas rápido.
—No —digo sin aliento—. Elige otros términos.
Suelta una carcajada, como si todo esto tuviera algo de divertido.
—¿Por qué iba a hacerlo? —pregunta—. Te tengo justo donde te quería.
—Su expresión se vuelve seria y su mirada arde—. Sigo bastante resentido
por lo de haber estado encerrado durante varios milenios.
Lo miro mientras se arrodilla delante de mí, con lo que nos quedamos a
la misma altura.
—Pero te quiero —continúa, con un porte apacible—. Siempre te he
querido. La noche que te encontré medio muerta en ese bosque hizo que me
enfrentara a una verdad que intenté enterrar. No puedo vivir sin ti. —El
hierro se apodera de su voz—. Ni pretendo hacerlo.
Me tiembla el cuerpo y el martilleo de la cabeza no hace más que
aumentar. Me ha dado un ultimátum imposible y debo aceptarlo si quiero
que la gente que me rodea sobreviva a esta noche.
—Si lo haces —digo en voz baja—, juro que convertiré todos los días de
tu vida en un infierno.
Despacio, una sonrisa lobuna se le extiende por el rostro.
—Lo estoy deseando, est amage.
Más magia brota de mí, aunque ahora lo hace despacio y choca
inútilmente contra la del hechicero. Empiezo a sentir que mi mente está
vacía. He sobrecargado mi poder y, aun así, hay más sobrenaturales que
están cayendo al suelo. No hay forma de escapar de las exigencias de
Memnón. Al menos no en un sentido real. Mi odio y mi rabia casi me
tragan entera, pero el hechicero tiene razón. No quiero que nadie más muera
por mi culpa.
A mi alrededor, la estancia se ha sumido en el silencio, salvo por los
pocos gorgojeos de pánico y esos perturbadores golpes de los cuerpos al
caer.
Se me agitan los hombros con cada respiración entrecortada. He hecho
todo lo que he podido. Pero no ha sido suficiente.
—Está bien.
Tras eso, me desplomo hacia delante y caigo en sus brazos, que me
esperan. Me cuesta respirar, se me ha acabado la magia.
CAPÍTULO 44
Comienza con los recuerdos más recientes, primero esta noche y luego el
resto del día, completado con tal detalle que casi jadeo.
Está…, está funcionando de verdad.
Una parte de mí no creía que fuera a hacerlo.
La semana anterior vuelve en toda su plenitud, luego la anterior… y la
anterior a esa. Cada vez más rápido, los recuerdos van volviendo, aunque
no me da tiempo a examinarlos uno a uno.
Veo el tiempo que he pasado aquí en el Aquelarre del Beleño Negro, y
luego, la época anterior.
Me veo a mí misma abriendo la tumba… y luego despertando a mi alma
gemela atrapada. Y, antes de eso, encuentro a Nero y el desgarrador
accidente aéreo al que sobreviví.
Se me han abierto los labios y, aunque sé que Memnón me mira con
atención en el presente, yo estoy atrapada en el pasado, pues mis recuerdos
desenterrados exigen casi toda mi atención.
El año pasado vuelve a mí y suelto el aire con temblorosos jadeos. Hay
mucho anhelo, frustración y dudas sobre mí misma mientras me esfuerzo
por entrar en el Aquelarre del Beleño Negro. Pero también descubrí
muchísimas cosas de mí misma durante esa época… Fui capaz de vivir sola
y de arreglármelas bien en San Francisco. Tenía mi propio trabajo y me
pagaba sola el alquiler.
Vuelven a mí fragmentos de conocimientos, cosas de las que antes no
estaba segura, como que sí que me gusta hacer ejercicio, a pesar de haber
protestado y gruñido al respecto. Y es cierto que soy una cocinera terrible:
mi mente ha desenterrado muchísimos intentos desastrosos. He intimado
con cuatro hombres, incluido Memnón, y he tenido muchas más citas de las
que imaginaba. He releído cada uno de mis libros favoritos media docena
de veces y de verdad reviví la alegría de hacerlo una y otra vez.
Mis años en la Academia Peel y el internado sobrenatural al que fui
regresan a mí y luego los recuerdos de la vida que tuve antes del Despertar
de mi poder. Ni siquiera esos recuerdos quedaron a salvo de los estragos de
mi magia.
De niña y adolescente, fui feliz, caótica y salvaje. Jugaba al aire libre la
mayor parte del día, junto con mis poderosos padres, quienes, con la ayuda
de un poco de magia, convirtieron nuestro patio trasero en un país de las
maravillas salvaje. Cuando no tenía las manos y los pies metidos en la
tierra, estaba dibujando o pintando. Lo más sorprendente de todo es que era
un desastre y desorganizada. Mi habitación era una leonera y mi madre me
hacía recitar un conjuro de limpieza con ella.
Recuerdo a mi tía abuela Giselle, que olía a polvos de talco y a
demasiado perfume y que tenía una opinión sobre absolutamente todo;
murió de cáncer. Mi madre estuvo llorando durante semanas y yo creía que
nunca volvería a sonreír, hasta que por fin lo hizo.
Mi mente va mucho más atrás.
Mi padre me enseñó a montar en bicicleta; su magia color verde hierba
ondeaba entre las ruedas cuando yo empezaba a perder el equilibrio. Hice y
comí galletas de jengibre con mi madre y las dos hicimos una mueca al
probar el punzante sabor dulzón.
Qué pequeña era… Mamá me leía cuentos de hadas y a mí me
enfadaban. «Las princesas no llevan vestidos… Llevan pantalones y
disparan flechas montadas a lomos de su caballo. Lo sé porque soy una
reina. Pero ¿dónde está mi rey? Debería estar aquí. Siempre está aquí. Algo
no va bien.»
Mis recuerdos se vuelven confusos y distorsionados.
Veo un columpio hecho con un neumático. Arbustos con fresas, pero
alguien me dijo que no me las comiera. Tenían muy buena pinta y yo quería
hacerlo.
Confundía las palabras antiguas con las nuevas. Fue duro. Mis padres no
lo entendían. En realidad, yo tampoco.
Largos pasillos. Un libro antiguo y pesado que parecía hacer que el aire
brillara a su alrededor. Una manta de cuadros, un gatito peludito.
Me mecían. Me sostenían. Unos brazos cálidos…
Los recuerdos terminan y Memnón se vuelve más nítido. Ya no me
sujeta las manos, sino que me envuelve el rostro con las suyas. «¿Cuándo
ha pasado esto?» Siento la presión de su magia y la mía.
El martilleo que siento en la cabeza ha empeorado.
—Ya recuerdo —susurro.
Sacude la cabeza.
—No, no recuerdas —susurra—. No todo. Aún no.
Me presiona la mejilla con su mano ensangrentada. Y, en algún lugar de
la planta de abajo, la Politia aporrea la puerta principal.
—Prepárate, est amage… Ya viene.
—¿Qué vie…? —Me atraganto con la última palabra.
Se me arquea la espalda y se me abre la boca, sin apartar la mirada del
techo. Le rodeo las muñecas a Memnón cuando mi mente parece partirse y
un conjuro de dos mil años se disuelve.
A su paso, deja un único instante de paz. Los recuerdos de otra época y
de otro lugar se derraman.
Empieza con fuego y sangre y gritos. Puede que estos recuerdos sean
más antiguos, pero son mucho más aterradores que cualquier cosa que haya
experimentado.
Le aprieto las muñecas a Memnón y siento que las lágrimas me recorren
las mejillas.
Tenía razón todo este tiempo. Soy Roxilana. Ella soy yo.
Y en mi mente está muy claro que el único verdadero héroe de esta
primera vida, la única persona que me amó y luchó por mí, que me defendió
y que me adoró, fue Memnón.
El terrible y poderoso Memnón, que en realidad sí que mató ejércitos
enteros. Me amó más que a su propia vida y yo lo amé con la misma
fiereza.
Aquí, en el presente, me acaricia las mejillas con los pulgares y murmura
cosas para tranquilizarme:
—No pasa nada, mi amor. Todo va bien. Estás aquí, conmigo.
Pero en algún punto las cosas cambiaron.
Mi vida se torció y se torció y las paredes se cerraron sobre mí, igual que
ahora.
E hice lo impensable.
Traicioné a mi alma gemela.
Me estremezco al saber la verdad. Los recuerdos terminan de repente.
Aspiro una bocanada de aire cuando la magia los corta.
Apenas soy consciente de que los agentes de la Politia están subiendo
por las escaleras; sus pesados pasos resuenan mientras se acercan a mi
habitación, pero ya casi no me importa.
Todavía siento la humedad de mis lágrimas y la sangre de Memnón en
las mejillas.
Me mira con dulzura y despreocupación.
—¿Roxi? —dice en voz baja.
Al oír ese nombre se me escapa un sollozo. Soy al mismo tiempo la
antigua y la nueva. He renacido.
—Nunca deberías haberme devuelto estos recuerdos —digo, poco más
que con un susurro—. Yo estaba mejor antes… y tú también.
La puerta se abre de repente y los agentes de la Politia se precipitan
dentro de la habitación.
Ni Memnón ni yo les prestamos mucha atención.
—Est amage —dice; su expresión se ha vuelto más febril—, ya lo
solucionaremos. Juntos. Juro enmendar todos mis errores. Lo que quieras,
lo tendrás. Soy tuyo para siempre.
Intenta tirar de mí hacia él, pero alguien me arranca de sus brazos.
Un agente me da la vuelta y me pone las esposas en las muñecas, a pesar
de que Nero les está gruñendo a los intrusos.
—Selene Bowers, quedas arrestada… —Siguen hablando y Nero sigue
gruñendo, pero ya no soy consciente de nada, salvo de Memnón.
Le escudriño los ojos.
—¿Qué he hecho? —susurro.
«Nunca debería haberlo despertado de su sueño.»
He lanzado un monstruo al mundo.
Nota de la autora
© Del texto: Laura Thalassa, 2023. Se han hecho valer los derechos morales de la autora.
© De la traducción: Ana Navalón Valera, 2023
© De esta edición: Faeris Editorial (Grupo Anaya, S. A.), 2023
Conversión a formato digital: REGA
ISBN: 978-84-19988-05-8
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Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Nota de la autora
Agradecimientos
Créditos