Jose Cadalso - Noches Lugubres
Jose Cadalso - Noches Lugubres
Jose Cadalso - Noches Lugubres
José Cadalso
textos.info
Biblioteca digital abierta
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Texto núm. 3950
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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Personajes
TEDIATO.
LORENZO.
NIÑO.
LA JUSTICIA.
SEPULTURERO.
CARCELERO.
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Noche primera
TEDIATO y un SEPULTURERO
Diálogo
Las dos están al caer... Ésta es la hora de cita para Lorenzo... ¡Memoria!
¡Triste memoria! ¡Cruel memoria! Más tempestades formas en mi alma que
nubes en el aire. También ésta es la hora en que yo solía pisar estas
mismas calles en otros tiempos muy diferentes de éstos. ¡Cuán diferentes!
Desde aquélla a éstos todo ha mudado en el mundo; todo, menos yo.
¿Si será de Lorenzo aquella luz trémula y triste que descubro? Suya será.
¿Quién sino él, y en este lance, y por tal premio, saldría de su casa? Él es.
El rostro pálido, flaco, sucio, barbado y temeroso; el azadón y pico que
trae al hombro, el vestido lúgubre, las piernas desnudas, los pies
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descalzos, que pisan con turbación; todo me indica ser Lorenzo, el
sepulturero del templo, aquel bulto, cuyo encuentro horrorizaría a quien le
viese. Él es, sin duda; se acerca; desembózome, y le enseño mi luz. Ya
llega. ¡Lorenzo! ¡Lorenzo!
LORENZO.—En treinta y cinco años que soy sepulturero, sin dejar un solo
día de enterrar alguno o algunos cadáveres, nunca he trabajado en mi
oficio hasta ahora con horror.
TEDIATO.—Es que en ella me vas a ser útil; por eso te quita el cielo la
fuerza del cuerpo y del ánimo. Ésta es la puerta.
TEDIATO.—Anímate... Imítame.
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Paréceme cosa difícil de entender.
LORENZO
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.—¡Si los vieras!
LORENZO.—¿Adónde?
LORENZO.—¿A cuál?
TEDIATO.—A aquélla.
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nada consigo, porque registré su cadáver: no se halló siquiera un doblón
en su mortaja.
TEDIATO.—Poca cantidad, sí, es útil, pues nos alimenta, nos viste y nos
da las pocas cosas necesarias a la breve y mísera vida del hombre; pero
mucha es dañosa.
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una sepultura... Conozco dos o tres hierbas saludables; las venenosas no
tienen número. Sí, sí..., el perro me acompaña, el caballo me obedece, el
jumento lleva la carga..., ¿y qué? El león, el tigre, el leopardo, el oso, el
lobo e innumerables otras fieras nos prueban nuestra flaqueza deplorable.
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tres..., las cuatro... Siempre haciendo el oído el mismo oficio de la vista.
TEDIATO.—¡Un padre! ¿Por qué? Nos engendran por su gusto, nos crían
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por obligación, nos educan para que los sirvamos, nos casan para
perpetuar sus nombres, nos corrigen por caprichos, nos desheredan por
injusticia, nos abandonan por vicios suyos.
LORENZO.—¿Algún hermano tuyo te fue tan unido que vienes a visitar los
huesos?
LORENZO.—Ya caigo en lo que puede ser: aquí yace sin duda algún hijo
que se te moriría en lo más tierno de su edad.
TEDIATO
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.—La Naturaleza es el original; no adulo, pero tampoco la agravio. No te
canses, Lorenzo. Nada significan esas voces que oyes de padre, madre,
hermano, hijo y otras tales; y si significan el carácter que vemos en los que
así se llaman, no quiero ser ni tener hijo, hermano, padre, madre, ni me
quiero a mí mismo, pues algo he de ser de todo esto.
LORENZO.—¿Por qué?
TEDIATO.—¿Así?
LORENZO
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.—¡Qué olor! ¡Qué peste sale de la tumba! No puedo más.
TEDIATO.—¡Ay! ¡Ay!
TEDIATO.—No, Lorenzo.
LORENZO.—Perdimos lo adelantado.
TEDIATO
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.—Ya han saludado al Criador algunas campanas de los vecinos templos
en el toque matutino. Sin duda lo habrán ya ejecutado los pájaros en los
árboles con música más natural y más inocente y, por tanto, más digna. En
fin, ya se habrá desvanecido la noche. Sólo mi corazón aún permanece
cubierto de densas y espantosas tinieblas. Para mí nunca sale el sol. Las
horas todas se pasan en igual oscuridad para mí. Cuantos objetos veo en
lo que llaman día, son a mi vista fantasmas, visiones y sombras cuando
menos...; algunos son furias infernales.
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Noche segunda
TEDIATO, la JUSTICIA y después un CARCELERO
Diálogo
¡Que no se hayan pasado más que dieciséis horas desde que dejé a
Lorenzo! ¿Quién lo creyera? ¡Tales han sido para mí! Llorar, gemir,
delirar... Los ojos fijos en su retrato, las mejillas bañadas en lágrimas, las
manos juntas pidiendo mi muerte al cielo, las rodillas flaqueando bajo el
peso de mi cuerpo, así desmayado; sólo un corto resuello me distinguía de
un cadáver. ¡Qué asustado quedó Virtelio, mi amigo, al entrar en mi cuarto
y hallarme de esa manera! ¡Pobre Virtelio! ¡Cuánto trabajaste para
hacerme tomar algún alimento! Ni fuerza en mis manos para tomar el pan,
ni en mis brazos para llevarlo a la boca, si alguna vez llegaba. ¡Cuán
amargos son bocados mojados con lágrimas! Instante..., me mantuve
inmóvil. Se fue sin duda cansado... ¿Quién no se cansa de un amigo como
yo, triste, enfermo, apartado del mundo, objeto de la lástima de algunos,
del menosprecio de otros, de la burla de muchos? ¡Qué mucho me dejase!
Lo extraño es que me mirase alguna vez. ¡Ah, Virtelio! ¡Virtelio! Pocos
instantes más que hubieses permanecido mío, te hubieran dado fama de
amigo verdadero. Pero ¿de qué te serviría? Hiciste bien en dejarme;
también te hubiera herido la mofa de los hombres. Dejar a un amigo infeliz,
conjurarte con la suerte contra un triste, aplaudir la inconstancia del
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mundo, imitar lo duro de las entrañas comunes, acompañar con tu risa la
risa universal, que es eco de los llantos de un mísero... Sigue, sigue... Éste
es el camino de la fortuna... Adelántate a los otros: admirarán tu talento.
Yo le vi salir... Murmuraba de la flaqueza de mi ánimo. La Naturaleza sin
duda murmuraba de la dureza del suyo. Éste es el menos pérfido de todos
mis amigos; otros ni aun eso hicieron. Tediato se muere, dirían unos; otros
repetirían: se muere Tediato. De mi vida y de mi muerte hablarían como
del tiempo bueno o malo suelen hablar los poderosos, no como los pobres
a quien tanto importa el tiempo. La luz del sol, que iba faltando, me sacó
del letargo cruel. La tiniebla me traía el consuelo que arrebata a todo el
mundo. Todo el consuelo que siente toda la naturaleza al parecer el sol, le
sentí todo junto al ponerse. Dije mil veces preparándome a salir:
bienvenida seas, noche, madre de delitos, destructora de la hermosura,
imagen del caos de que salimos. Duplica tus horrores; mientras más
densas, más gustosas me serán tus tinieblas. No tomé alimento; no
enjugué las lágrimas; púseme el vestido más lúgubre; tomé este acero,
que será..., ¡ay!, sí; será quien consuele de una vez todas mis cuitas. Vine
a este puesto; espero a Lorenzo.
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semblante, su turbación, todo indica, o aumenta los indicios que ya
tenemos... En breve tendrás muerte ignominiosa y cruel.
TEDIATO.—¿Estamos ya en la cárcel?
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JUSTICIA.—Poco falta.
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dominio han temblado los hombres más atroces.
¡Qué voces oigo (¡ay!) en el calabozo inmediato! Sin duda hablan de morir.
¡Lloran! ¡Van a morir, y lloran! ¡Qué delirio! Oigamos lo que dice el mísero
insensato que teme burlar de una vez todas sus miserias. No, no
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escuchemos. Indignas voces de oírse son las que articula el miedo al
aparato de la muerte.
¡Qué pasos siento! Una corta luz parece que entra por los resquicios de la
puerta. La abren; es el carcelero, y le siguen dos hombres. ¿Qué queréis?
¿Llegó por fin la hora inmediata a la de mi muerte? ¡Me la vais a anunciar
con semblante de debilidad y compasión o con rostro de entereza y
dominio!
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soltarte. Ea, quítenle las cadenas y grillos: libre estás.
TEDIATO.—Ni aun en la cárcel puedo gozar del reposo que ella me ofrece
en medio de sus horrores. Ya iba yo acomodando los cansados miembros
de mi cuerpo sobre esta tarima, ya iba tolerando mi cabeza lo duro de esa
piedra, y me vienes a despertar, ¿y para qué? Para decirme que no he de
morir. Ahora sí que turbas mi reposo... Me vuelves a arrojar otra vez al
mundo, al mundo de donde se ausentó lo poco bueno que había en él.
¡Ay! Decidme, ¿es de día?
CARCELERO.—Adiós.
Aquella luz que descubro será..., será acaso la que arde alumbrando a una
imagen que está fija en la pared exterior del templo. Adelantemos el paso.
Corazón, esfuérzate, o saldrás en breve victorioso de tanto susto,
cansancio, terror, espanto y dolor, o en breve dejarás de palpitar en ese
miserable pecho. Sí, aquélla es la luz; el aire la hace temblar de modo que
tal vez se apagará antes que yo llegue a ella. Pero ¿por eso he de temer la
oscuridad? Antes debe serme más gustosa. Las tinieblas son mi alimento.
El pie siente algún obstáculo... ¿Qué será? Tentemos. Un bulto, y bulto de
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hombre. ¿Quién es? Parece como que sale de un sueño. ¡Amigo! ¿Quién
es? Si eres algún mendigo necesitado que de flaqueza has caído, y
duermes en la calle por faltarte casa en que recogerte y fuerzas para
llegarte a un hospital, sígueme; mi casa será tuya; no te espanten tus
desdichas; muchas y grandes serán, pero te habla quien las pasa
mayores. Respóndeme, amigo... Desahóguese en mi pecho el tuyo; tristes
como tú busco yo; sólo me conviene la compañía de los míseros; harto
tiempo viví con los felices. Tratar con el hombre en la prosperidad es
tratarle fuera del mismo. Cuando está cargado de penas, entonces está
cual es: cual Naturaleza lo entrega a la vida, y cual la vida le entregará a la
muerte; cual fueron sus padres, y cuales serán sus hijos. Amigo, ¿no
respondes? Parece joven de corta edad. Niño, ¿quién eres? ¿Cómo has
venido aquí?
NIÑO.—Yo soy... Mire usted... Vivo... Venga usted conmigo para que mi
padre no me castigue. Me mandó quedar aquí hasta las dos, y ver si
pasaba alguno por aquí muchas veces, y que fuera a llamarle. Me he
quedado dormido.
NIÑO.—Sí, señor.
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TEDIATO.—¿Y qué oficio tiene?
SEPULTURERO.—¿Quién es?
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Noche tercera
TEDIATO y el SEPULTURERO
Diálogo
¿Si será esta noche la que ponga fin a mis males? La primera, ¿de qué
me sirvió? Truenos, relámpagos, conversación con un ente que apenas
tenía la figura humana, sepulcros, gusanos y motivos de cebar mi tristeza
en los delitos y flaqueza de los hombres. Si más hubiera sido mi mansión
al pie de la sepultura, ¿cuál sería el éxito de mi temeridad? Al acudir al
templo el concurso religioso, y hallarme en aquel estado, creyendo que...
¿Qué hubieran creído? Gritarían: Muera ese bárbaro que viene a profanar
el templo con molestia de los difuntos y desacato a quien los crió.
La segunda noche.... ¡ay!, vuelve a correr mi sangre por las venas con la
misma turbación que anoche. Si no has de volver a mi memoria para mi
total aniquilación, huye de ella, ¡oh, noche infausta! Asesinato, calumnia,
oprobios, cárcel, grillos, cadenas, verdugos, muerte y gemidos... Por no
sentir mi último aliento, huya de mí un instante la tristeza; pero apenas se
me concede gozar el aire, que está libre para las aves y brutos, cuando me
vuelve a cubrir con su velo la desesperación. ¿Qué vi? Un padre de
familias, pobre, con su mujer moribunda, hijos parvulillos y enfermos, uno
perdido, otro muerto aun antes de nacer, y que mata a su madre aun antes
de que ésta le acabe de producir. ¿Qué más vi? ¡Qué corazón el mío, qué
inhumano, si no se partió al ver tal espectáculo!... Excusa tiene... Mayores
son sus propios males, y aún subsiste. ¡Oh Lorenzo! ¡Oh! Vuélveme a la
cárcel, Ser Supremo, si sólo me sacaste de ella para que viese tal miseria
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en las criaturas.
LORENZO.—¿Quién eres?
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José Cadalso
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visión que de sí mismo dejó en Memoria de los acontecimientos más
particulares de mi vida o su correspondencia (1773–1780).
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