Antología de Textos 4º ESO 2324

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Antología de textos 4º ESO 2023/2024

José Cadalso, Noches lúgubres


[Nota preliminar: Edición digital a partir de la edición del Correo de Madrid, número 319, pp. 2562-2568; número 322,
pp. 2590-2592; número 323, 2597-2599; y número 325, pp. 2614-2616; (diciembre, 1789 - enero, 1790)]

PERSONAJES
TEDIATO

LORENZO

NIÑO

LA JUSTICIA

SEPULTURERO
CARCELERO

Noche primera

TEDIATO y un SEPULTURERO

Diálogo
TEDIATO.- ¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso, interrumpido por los lamentos que se
oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón. El cielo también se conjura contra mi
quietud, si alguna me quedara. El nublado crece. La luz de esos relámpagos..., ¡qué horrorosa! Ya
truena. Cada trueno es mayor que el que le antecede, y parece producir otro más cruel. El sueño,
dulce intervalo en las fatigas de los hombres, se turba. El lecho conyugal, teatro de delicias; la cuna
en que se cría la esperanza de las casas; la descansada cama de los ancianos venerables; todo se
inunda en llanto..., todo tiembla. No hay hombre que no se crea mortal en este instante... ¡Ay, si
fuese el último de mi vida, cuán grato sería para mí! ¡Cuán horrible ahora! ¡Cuán horrible! Más lo fue
el día, el triste día que fue causa de la escena en que ahora me hallo.
Lorenzo no viene. ¿Vendrá, acaso? ¡Cobarde! ¿Le espantará este aparato que Naturaleza le ofrece?
No ve lo interior de mi corazón... ¡Cuánto más se horrorizaría! ¿Si la esperanza del premio le traerá?
Sin duda..., el dinero... ¡Ay, dinero, lo que puedes! Un pecho sólo se te ha resistido... Ya no existe...
Ya tu dominio es absoluto... Ya no existe el solo pecho que se te ha resistido.
Las dos están al caer... Ésta es la hora de cita para Lorenzo... ¡Memoria! ¡Triste memoria! ¡Cruel
memoria! Más tempestades formas en mi alma que nubes en el aire. También ésta es la hora en que
yo solía pisar estas mismas calles en otros tiempos muy diferentes de éstos. ¡Cuán diferentes!
Desde aquélla a éstos todo ha mudado en el mundo; todo, menos yo.
¿Si será de Lorenzo aquella luz trémula y triste que descubro? Suya será. ¿Quién sino él, y en este
lance, y por tal premio, saldría de su casa? Él es. El rostro pálido, flaco, sucio, barbado y temeroso;
el azadón y pico que trae al hombro, el vestido lúgubre, las piernas desnudas, los pies descalzos,
que pisan con turbación; todo me indica ser Lorenzo, el sepulturero del templo, aquel bulto, cuyo
encuentro horrorizaría a quien le viese. Él es, sin duda; se acerca; desembózome, y le enseño mi
luz. Ya llega. ¡Lorenzo! ¡Lorenzo!
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LORENZO.- Yo soy. Cumplí mi palabra. Cumple ahora tú la tuya: ¿el dinero que me prometiste?
TEDIATO.- Aquí está. ¿Tendrás valor para proseguir la empresa, como me lo has ofrecido?
LORENZO.- Sí; porque tú también pagas el trabajo.
TEDIATO.- ¡Interés, único móvil del corazón humano! Aquí tienes el dinero que te prometí. Todo se
hace fácil cuando el premio es seguro; pero el premio es justo una vez ofrecido.
LORENZO.- ¡Cuán pobre seré cuando me atreví a prometerte lo que voy a cumplir! ¡Cuánta miseria
me oprime! Piénsala tú, y yo... harto haré en llorarla. Vamos.
TEDIATO.- ¿Traes la llave del templo?
LORENZO.- Sí; ésta es.
TEDIATO.- La noche es tan oscura y espantosa.
LORENZO.- Y tanto, que tiemblo y no veo.
TEDIATO.- Pues dame la mano y sigue; te guiaré y te esforzaré.
LORENZO.- En treinta y cinco años que soy sepulturero, sin dejar un solo día de enterrar alguno o
algunos cadáveres, nunca he trabajado en mi oficio hasta ahora con horror.
TEDIATO.- Es que en ella me vas a ser útil; por eso te quita el cielo la fuerza del cuerpo y del ánimo.
Ésta es la puerta.
LORENZO.- ¡Que tiemble yo!
TEDIATO.- Anímate... Imítame.
LORENZO.- ¿Qué interés tan grande te mueve a tanto atrevimiento? Paréceme cosa difícil de
entender.
TEDIATO.- Suéltame el brazo. Como me lo tienes asido con tanta fuerza, no me dejas abrir con esta
llave... Ella parece también resistirse a mi deseo... Ya abre, entremos.
LORENZO.- Sí..., entremos... ¿He de cerrar por dentro?
TEDIATO.- No; es tiempo perdido y nos pudieran oír. Entorna solamente la puerta porque la luz no
se vea desde afuera si acaso pasa alguno..., tan infeliz como yo, pues de otro modo no puede ser.
LORENZO.- He enterrado por mis manos tiernos niños, delicias de sus mayores; mozos robustos,
descanso de sus padres ancianos; doncellas hermosas, y envidiadas de las que quedaban vivas;
hombres en lo fuerte de su edad, y colocados en altos empleos; viejos venerables, apoyos del
Estado... Nunca temblé. Puse sus cadáveres entre otros muchos ya corruptos, rasgué sus vestiduras
en busca de alguna alhaja de valor; apisoné con fuerza y sin asco sus fríos miembros, rompiles las
cabezas y huesos; cubrilos de polvo, ceniza, gusanos y podre, sin que mi corazón palpitase..., y
ahora, al pisar estos umbrales, me caigo..., al ver el reflejo de esa lámpara me deslumbro..., al tocar
esos mármoles me hielo..., me avergüenzo de mi flaqueza. No la refieras a mis compañeros. ¡Si lo
supieran, harían mofa de mi cobardía!
TEDIATO.- Más harían de mí los míos, al ver mi arrojo. ¡Insensatos, qué poco saben!... ¡Ah! Me
serían tan odiosas por su dureza como yo sería necio en su concepto por mi pasión.
LORENZO.- Tu valor me alienta. Mas ¡ay, nuevo espanto! ¿Qué es aquello? Presencia humana
tiene... Crece conforme nos acercamos... Otro fantasma más le sigue... ¿Qué será? Volvamos
mientras podemos; no desperdiciemos las pocas fuerzas que aún nos quedan... Si aún conservamos
algún valor, válganos para huir.
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TEDIATO.- ¡Necio! Lo que te espanta es tu misma sombra con la mía, que nacen de la postura de
nuestros cuerpos respecto de aquella lámpara. Si el otro mundo abortase esos prodigiosos entes, a
quienes nadie ha visto, y de quienes todos hablan, sería el bien o el mal que nos traerían siempre
inevitables. Nunca los he hallado; los he buscado.
LORENZO.- ¡Si los vieras!
TEDIATO.- Aún no creería a mis ojos. Juzgara tales fantasmas monstruos producidos por una
fantasía llena de tristeza. ¡Fantasía humana, fecunda sólo en quimeras, ilusiones y objetos de terror!
La mía me los ofrece tremendos en estas circunstancias... Casi bastan a apartarme de mi empresa.
LORENZO.- Eso dices porque no los has visto; si los vieras, temblaras aún más que yo.
TEDIATO.- Tal vez en aquel instante, pero en el de la reflexión me aquietara. Si no tuviese miedo de
malgastar estas pocas horas, las más preciosas de mi vida, y tal vez las últimas de ella, te contara
con gusto cosas capaces de sosegarte...; pero dan las dos... ¡Qué sonido tan triste el de esa
campana! El tiempo urge. Vamos, Lorenzo.
LORENZO.- ¿Adónde?
TEDIATO.- A aquella sepultura; sí, a abrirla.
LORENZO.- ¿A cuál?
TEDIATO.- A aquélla.
LORENZO.- ¿A cuál? ¿A aquella humilde y baja? Pensé que querías abrir aquel monumento alto y
ostentoso, donde enterré pocos días ha al duque de Faustotimbrado, que había sido muy hombre de
palacio y, según sus criados me dijeron, había tenido en vida el manejo de cosas grandes.
Figuróseme que la curiosidad o interés te llevaba a ver si encontrabas algunos papeles ocultos, que
tal vez se enterrasen con su cuerpo. He oído, no sé dónde, que ni aun los muertos están libres de
las sospechas y aun envidias de los cortesanos.
TEDIATO.- Tan despreciables son para mí muertos como vivos, en el sepulcro como en el mundo,
podridos como triunfantes, llenos de gusanos como rodeados de aduladores... No me distraigas...
Vamos, te digo otra vez, a nuestra empresa.
LORENZO.- No; pues al túmulo inmediato a ése, y donde yace el famoso indiano, tampoco tienes
que ir; porque aunque en su muerte no se le halló la menor parte de caudal que se le suponía, me
consta que no enterró nada consigo, porque registré su cadáver: no se halló siquiera un doblón en
su mortaja.
TEDIATO.- Tampoco vendría yo de mi casa a su tumba por todo el oro que él trajo de la infeliz
América a la tirana Europa.
LORENZO.- Sí será, pero no extrañaría yo que vinieses en busca de su dinero. Es tan útil en el
mundo...
TEDIATO.- Poca cantidad, sí, es útil, pues nos alimenta, nos viste y nos da las pocas cosas
necesarias a la breve y mísera vida del hombre; pero mucha es dañosa.
LORENZO.- ¡Hola! ¿Y por qué?
TEDIATO.- Porque fomenta las pasiones, engendra nuevos vicios y a fuerza de multiplicar delitos
invierte todo el orden de la Naturaleza; y lo bueno se sustrae de su dominio sin el fin dichoso... Con
él no pudieron arrancarme mi dicha. ¡Ay! Vamos.
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LORENZO.- Sí, pero antes de llegar allá hemos de tropezar en aquella otra sepultura, y se me eriza
el pelo cuando paso junto a ella.
TEDIATO.- ¿Por qué te espanta esa más que cualquiera de las otras?
LORENZO.- Porque murió de repente el sujeto que en ella se enterró. Estas muertes repentinas me
asombran.
TEDIATO.- Debiera asombrarte el poco número de ellas. Un cuerpo tan débil como el nuestro,
agitado por tantos humores, compuesto de tantas partes invisibles, sujeto a tan frecuentes
movimientos, lleno de tantas inmundicias, dañado por nuestros desórdenes y, lo que es más, movido
por una alma ambiciosa, envidiosa, vengativa, iracunda, cobarde y esclava de tantos tiranos..., ¿qué
puede durar? ¿Cómo puede durar? No sé cómo vivimos. No suena campana que no me parezca
tocar a muerto. A ser yo ciego, creería que el color negro era el único de que se visten... ¿Cuántas
veces muere un hombre de un aire que no ha movido la trémula llama de una lámpara? ¿Cuántas de
una agua que no ha mojado la superficie de la tierra? ¿Cuántas de un sol que no ha entibiado una
fuente? ¡Entre cuántos peligros camina el hombre el corto trecho que hay de la cuna al sepulcro!
Cada vez que siento el pie, me parece hundirse el suelo, preparándome una sepultura... Conozco
dos o tres hierbas saludables; las venenosas no tienen número. Sí, sí..., el perro me acompaña, el
caballo me obedece, el jumento lleva la carga..., ¿y qué? El león, el tigre, el leopardo, el oso, el lobo
e innumerables otras fieras nos prueban nuestra flaqueza deplorable.
LORENZO.- Ya estamos donde deseas.
TEDIATO.- Mejor que tu boca, me lo dice mi corazón. Ya piso la losa, que he regado tantas veces
con mi llanto y besado tantas veces con mis labios. Ésta es. ¡Ay, Lorenzo! Hasta que me ofreciste lo
que ahora me cumples, ¡cuántas tardes he pasado junto a esta piedra, tan inmóvil como si parte de
ella fuesen mis entrañas! Más que sujeto sensible, parecía yo estatua, emblema del dolor. Entre
otros días, uno se me pasó sobre ese banco. Los que cuidan de este templo, varias veces me
habían sacado del letargo, avisándome ser la hora en que se cerraban las puertas. Aquel día
olvidaron su obligación y mi delirio: fuéronse y me dejaron. Quedé en aquellas sombras, rodeado de
sepulcros, tocando imágenes de muerte, envuelto en tinieblas, y sin respirar apenas, sino los cortos
ratos que la congoja me permitía, cubierta mi fantasía, cual si fuera con un negro manto de
densísima tristeza. En uno de estos amargos intervalos, yo vi, no lo dudes, yo vi salir de un hoyo
inmediato a ése un ente que se movía, resplandecían sus ojos con el reflejo de esa lámpara, que ya
iba a extinguirse. Su color era blanco, aunque algo ceniciento. Sus pasos eran pocos, pausados y
dirigidos a mí... Dudé... Me llamé cobarde... Me levanté..., y fui a encontrarle... El bulto proseguía, y
al ir a tocarle yo, y él a mí..., óyeme...
LORENZO.- ¿Qué hubo, pues?
TEDIATO.- Óyeme... Al ir a tocarle yo y él horroroso vuelto a mí, en aquel lance de tanta confusión...
apagose del todo la luz.
LORENZO.- ¿Qué dices? ¿Y aún vives?
TEDIATO.- Sí; y con grande atención.
LORENZO.- En aquel apuro, ¿qué hiciste? ¿Qué pudiste hacer?
TEDIATO.- Me mantuve en pie, sin querer perder el terreno que había ganado a costa de tanto
arrojo y valentía. Era invierno. Las doce serían cuando se esparció la oscuridad por el templo; oí la
una..., las dos..., las tres..., las cuatro... Siempre haciendo el oído el mismo oficio de la vista.
LORENZO.- ¿Qué oíste? Acaba, que me estremezco.
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TEDIATO.- Una especie de resuello no muy libre. Procurando tentar, conocí que el cuerpo del bulto
huía de mi tacto. Mis dedos parecían mojados en sudor frío y asqueroso; y no hay especie de
monstruo, por horrendo, extravagante e inexplicable que sea, que no se me presentase. Pero ¿qué
es la razón humana si no sirve para vencer a todos los objetos y aun a sus mismas flaquezas? Vencí
todos estos espantos. Pero la primera impresión que hicieron, el llanto derramado antes de la
aparición, la falta de alimento, la frialdad de la noche y el dolor que tantos días antes rasgaba mi
corazón, me pusieron en tal estado de debilidad, que caí desmayado en el mismo hoyo de donde
había salido el objeto terrible. Allí me hallé por la mañana en brazos de muchos concurrentes
piadosos que habían acudido a dar al Criador las alabanzas y cantar los himnos acostumbrados.
Lleváronme a mi casa, de donde volví en breve al mismo puesto. Aquella misma tarde hice
conocimiento contigo y me prometiste lo que ahora va a finalizar.
LORENZO.- Pues esa misma tarde eché menos en casa (poco te importará lo que voy a decirte,
pero para mí es el asunto de más importancia), eché menos un mastín que suele acompañarme, y
no pareció hasta el día siguiente. ¡Si vieras qué ley me tiene! Suele entrarse conmigo en el templo, y
mientras hago la sepultura, ni se aparta un instante de mí. Mil veces, tardando en venir los entierros,
le he solido dejar echado sobre mi capa, guardando la pala, el azadón y demás trastos de mi oficio.
TEDIATO.- No prosigas, me basta lo dicho. Aquella tarde no se hizo el entierro. Te fuiste, el perro se
durmió dentro del hoyo mismo. Entrada ya la noche se despertó, nos encontramos solos él y yo en la
iglesia (mira qué causa tan trivial para un miedo tan fundado al parecer), no pudo salir entonces, y lo
ejecutaría al abrir las puertas y salir el sol, lo que yo no pude ver por causa de mi desmayo.
LORENZO.- Ya he empezado a alzar la losa de la tumba. Pesa infinito. ¡Si verás en ella a tu padre!
Mucho cariño le tienes cuando por verle pasas una noche tan dura... Pero ¡el amor de hijo! Mucho
merece un padre.
TEDIATO.- ¡Un padre! ¿Por qué? Nos engendran por su gusto, nos crían por obligación, nos educan
para que los sirvamos, nos casan para perpetuar sus nombres, nos corrigen por caprichos, nos
desheredan por injusticia, nos abandonan por vicios suyos.
LORENZO.- Será tu madre... Mucho debemos a una madre.
TEDIATO.- Aún menos que al padre. Nos engendran también por su gusto, tal vez por su
incontinencia. Nos niegan el alimento de la leche, que Naturaleza las dio para este único y sagrado
fin, nos vician con su mal ejemplo, nos sacrifican a sus intereses, nos hurtan las caricias que nos
deben y las depositan en un perro o en un pájaro.
LORENZO.- ¿Algún hermano tuyo te fue tan unido que vienes a visitar los huesos?
TEDIATO.- ¿Qué hermano conocerá la fuerza de esta voz? Un año más de edad, algunas letras de
diferencia en el nombre, igual esperanza de gozar un bien de dudoso derecho y otras cosas
semejantes imprimen tal odio en los hermanos que parecen fieras de distintas especies y no frutos
de un vientre mismo.
LORENZO.- Ya caigo en lo que puede ser: aquí yace sin duda algún hijo que se te moriría en lo más
tierno de su edad.
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TEDIATO.- ¡Hijos! ¡Sucesión! Éste que antes era tesoro con que Naturaleza regalaba a sus
favorecidos, es hoy un azote con que no debiera castigar sino a los malvados. ¿Qué es un hijo? Sus
primeros años..., un retrato horrendo de la miseria humana. Enfermedad, flaqueza, estupidez,
molestia y asco... Los siguientes años..., un dechado de los vicios de los brutos, poseídos en más
alto grado..., lujuria, gula, inobediencia... Más adelante, un pozo de horrores infernales..., ambición,
soberbia, envidia, codicia, venganza, traición y malignidad; pasando de ahí... Ya no se mira el
hombre como hermano de los otros, sino como a un ente supernumerario en el mundo. Créeme,
Lorenzo, créeme. Tú sabrás cómo son los muertos, pues son el objeto de tu trato...; yo sé lo que son
los vivos... Entre ellos me hallo con demasiada frecuencia... Éstos son..., no..., no hay otros; todos a
cual peor... Yo sería peor que todos ellos si me hubiera dejado arrastrar de sus ejemplos.
LORENZO.- ¡Qué cuadro el que pintas!
TEDIATO.- La Naturaleza es el original; no adulo, pero tampoco la agravio. No te canses, Lorenzo.
Nada significan esas voces que oyes de padre, madre, hermano, hijo y otras tales; y si significan el
carácter que vemos en los que así se llaman, no quiero ser ni tener hijo, hermano, padre, madre, ni
me quiero a mí mismo, pues algo he de ser de todo esto.
LORENZO.- No me queda que preguntarte más que una cosa; y es, a saber, si buscas el cadáver
de algún amigo.
TEDIATO.- ¿Amigo? ¿Eh? ¿Amigo? ¡Qué necio eres!
LORENZO.- ¿Por qué?
TEDIATO.- Sí; necio eres, y mereces compasión, si crees que esa voz tenga el menor sentido.
¡Amigos! ¡Amistad! Esa virtud sola haría feliz a todo el género humano. Desdichados son los
hombres desde el día que la desterraron o que ella los abandonó. Su falta es el origen de todas las
turbulencias de la sociedad. Todos quieren parecer amigos; nadie lo es. En los hombres, la
apariencia de la amistad es lo que en las mujeres el afeite y composturas. Belleza fingida y
engañosa... Nieve que cubre un muladar... Darse las manos y rasgarse los corazones; ésta es la
amistad que reina. No te canses; no busco el cadáver de persona alguna de los que puedes juzgar.
Ya no es cadáver.
LORENZO.- Pues si no es cadáver, ¿qué buscas? Acaso tu intento sería hurtar las alhajas del
templo, que se guardan en algún soterráneo, cuya puerta te se figura ser la losa que empiezo a
levantar.
TEDIATO.- Tu inocencia te sirva de excusa. Queden en buena hora esas alhajas establecidas por la
piedad y trabaja con más brío.
LORENZO.- Ayúdame; mete esotro pico por allí y haz fuerza conmigo.
TEDIATO.- ¿Así?
LORENZO.- Sí, de este modo. Ya va en buen estado.
TEDIATO.- ¿Quién me diría dos meses ha que me había de ver en este oficio? Pasáronse más
aprisa que el sueño, dejándome tormento al despertar, desapareciéronse como humo que deja las
llamas abajo y se pierde en el aire. ¿Qué haces, Lorenzo?
LORENZO.- ¡Qué olor! ¡Qué peste sale de la tumba! No puedo más.
TEDIATO.- No me dejes; no me dejes, amigo. Yo solo no soy capaz de mantener esta piedra.
LORENZO.- La abertura que forma ya da lugar para que salgan esos gusanos que se ven con la luz
de mi farol.
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TEDIATO.- ¡Ay, qué veo! Todo mi pie derecho está cubierto de ellos. ¡Cuánta miseria me anuncian!
En éstos, ¡ay!, ¡en éstos se ha convertido tu carne! ¡De tus hermosos ojos se han engendrado estos
vivientes asquerosos! ¡Tu pelo, que en lo fuerte de mi pasión llamé mil veces no sólo más rubio, sino
más precioso que el oro, ha producido esta podre! ¡Tus blancas manos, tus labios amorosos se han
vuelto materia y corrupción! ¡En qué estado estarán las tristes reliquias de tu cadáver! ¡A qué sentido
no ofenderá la misma que fue el hechizo de todos ellos!
LORENZO.- Vuelvo a ayudarte, pero me vuelca ese vapor... Ahora empieza. Más, más, más; ¿qué
lloras? No pueden ser sino lágrimas tuyas las gotas que me caen en las manos... ¡Sollozas! ¡No
hablas! Respóndeme.
TEDIATO.- ¡Ay! ¡Ay!
LORENZO.- ¿Qué tienes? ¿Te desmayas?
TEDIATO.- No, Lorenzo.
LORENZO.- Pues habla. Ahora caigo en quién es la persona que se enterró aquí... ¿Eras pariente
suyo? No dejes de trabajar por eso. La losa está casi vencida, y por poco que ayudes, la
volcaremos, según vemos. Ahora, ahora, ¡ay!
TEDIATO.- Las fuerzas me faltan.
LORENZO.- Perdimos lo adelantado.
TEDIATO.- Ha vuelto a caer.
LORENZO.- Y el sol va saliendo, de modo que estamos en peligro de que vayan viniendo las gentes
y nos vean.
TEDIATO.- Ya han saludado al Criador algunas campanas de los vecinos templos en el toque
matutino. Sin duda lo habrán ya ejecutado los pájaros en los árboles con música más natural y más
inocente y, por tanto, más digna. En fin, ya se habrá desvanecido la noche. Sólo mi corazón aún
permanece cubierto de densas y espantosas tinieblas. Para mí nunca sale el sol. Las horas todas se
pasan en igual oscuridad para mí. Cuantos objetos veo en lo que llaman día, son a mi vista
fantasmas, visiones y sombras cuando menos...; algunos son furias infernales.
Razón tienes. Podrán sorprendernos. Esconde ese pico y ese azadón. No me faltes mañana a la
misma hora y en el propio puesto. Tendrás menos miedo, menos tiempo se perderá. Vete, te voy
siguiendo.
Objeto antiguo de mis delicias... ¡Hoy objeto de horror para cuantos te vean! Montón de huesos
asquerosos... ¡En otros tiempos conjunto de gracias! ¡Oh tú, ahora imagen de lo que yo seré en
breve! Pronto volveré a tu tumba, te llevaré a mi casa, descansarás en un lecho junto al mío; morirá
mi cuerpo junto a ti, cadáver adorado, y expirando incendiaré mi domicilio, y tú y yo nos volveremos
ceniza en medio de las de la casa.
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Noche segunda

TEDIATO, la JUSTICIA y después un CARCELERO

TEDIATO.- ¡Qué triste me ha sido ese día! Igual a la noche más espantosa me ha llenado de pavor,
tedio, aflicción y pesadumbre. ¡Con qué dolor han visto mis ojos la luz del astro, a quien llaman
benigno los que tienen el pecho menos oprimido que yo! El sol, la criatura que dicen menos
imperfecta imagen del Criador, ha sido objeto de mi melancolía. El tiempo que ha tardado en llevar
sus luces a otros climas me ha parecido tormento de duración eterna... ¡Triste de mí! Soy el solo
viviente a quien sus rayos no consuelan. Aun la noche, cuya tardanza me hacía tan insufrible la
presencia del sol, es menos gustosa, porque en algo se parece al día. No está tan oscura como yo
quisiera. ¡La luna! ¡Ah, luna! Escóndete, no mires en este puesto al más infeliz mortal.
¡Que no se hayan pasado más que dieciséis horas desde que dejé a Lorenzo! ¿Quién lo creyera?
¡Tales han sido para mí! Llorar, gemir, delirar... Los ojos fijos en su retrato, las mejillas bañadas en
lágrimas, las manos juntas pidiendo mi muerte al cielo, las rodillas flaqueando bajo el peso de mi
cuerpo, así desmayado; sólo un corto resuello me distinguía de un cadáver. ¡Qué asustado quedó
Virtelio, mi amigo, al entrar en mi cuarto y hallarme de esa manera! ¡Pobre Virtelio! ¡Cuánto
trabajaste para hacerme tomar algún alimento! Ni fuerza en mis manos para tomar el pan, ni en mis
brazos para llevarlo a la boca, si alguna vez llegaba. ¡Cuán amargos son bocados mojados con
lágrimas! Instante..., me mantuve inmóvil. Se fue sin duda cansado... ¿Quién no se cansa de un
amigo como yo, triste, enfermo, apartado del mundo, objeto de la lástima de algunos, del
menosprecio de otros, de la burla de muchos? ¡Qué mucho me dejase! Lo extraño es que me mirase
alguna vez. ¡Ah, Virtelio! ¡Virtelio! Pocos instantes más que hubieses permanecido mío, te hubieran
dado fama de amigo verdadero. Pero ¿de qué te serviría? Hiciste bien en dejarme; también te
hubiera herido la mofa de los hombres. Dejar a un amigo infeliz, conjurarte con la suerte contra un
triste, aplaudir la inconstancia del mundo, imitar lo duro de las entrañas comunes, acompañar con tu
risa la risa universal, que es eco de los llantos de un mísero... Sigue, sigue... Éste es el camino de la
fortuna... Adelántate a los otros: admirarán tu talento. Yo le vi salir... Murmuraba de la flaqueza de mi
ánimo. La Naturaleza sin duda murmuraba de la dureza del suyo. Éste es el menos pérfido de todos
mis amigos; otros ni aun eso hicieron. Tediato se muere, dirían unos; otros repetirían: se muere
Tediato. De mi vida y de mi muerte hablarían como del tiempo bueno o malo suelen hablar los
poderosos, no como los pobres a quien tanto importa el tiempo. La luz del sol, que iba faltando, me
sacó del letargo cruel. La tiniebla me traía el consuelo que arrebata a todo el mundo. Todo el
consuelo que siente toda la naturaleza al parecer el sol, le sentí todo junto al ponerse. Dije mil veces
preparándome a salir: bienvenida seas, noche, madre de delitos, destructora de la hermosura,
imagen del caos de que salimos. Duplica tus horrores; mientras más densas, más gustosas me
serán tus tinieblas. No tomé alimento; no enjugué las lágrimas; púseme el vestido más lúgubre; tomé
este acero, que será..., ¡ay!, sí; será quien consuele de una vez todas mis cuitas. Vine a este puesto;
espero a Lorenzo.
Desengañado de las visiones y fantasmas, duendes, espíritus y sombras, me ayudará con firmeza a
levantar la losa; haré el robo... ¡El robo! ¡Ay! Era mía; sí, mía; yo, suyo. No, no, la agravio; me
agravio: éramos uno. Su alma, ¿qué era sino la mía? La mía, ¿qué era sino la suya? Pero ¿qué
voces se oyen? Muere, muere, dice una de ellas. ¡Qué me matan!, dice otra voz. Hacia mí vienen
corriendo varios hombres. ¿Qué haré? ¿Qué veo? El uno cae herido al parecer... Los otros huyen
retrocediendo por donde han venido. Hasta mis plantas viene batallando con las ansias de la muerte.
¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Quiénes son los que te siguen? ¿No respondes? El torrente de sangre
que arroja por boca y por herida me mancha todo... Es muerto, ha expirado asido de mi pierna.
Siento pasos a este otro lado. Mucha gente llega; el aparato es de ser comitiva de la justicia.
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JUSTICIA.- Pues aquí está el cadáver, y ese hombre está ensangrentado, tiene la espada en la
mano, y con la otra procura desasirse del muerto, parece indicar no ser otro el asesino. Prended a
ese malvado. Ya sabéis lo importante de este caso. El muerto es un personaje cuyas calidades no
permiten el menor descuido de nuestra parte. Sabéis los antecedentes de este asesinato que se
proponían. Atadle. Desde esta noche te puedes contar por muerto, infame. Sí, ese rostro, lo pálido
de su semblante, su turbación, todo indica, o aumenta los indicios que ya tenemos... En breve
tendrás muerte ignominiosa y cruel.
TEDIATO.- Tanto más gustosa... Por extraño camino me concede el cielo lo que le pedí días ha con
todas mis veras...
JUSTICIA.- ¡Cuál se complace con su delito!
TEDIATO.- ¡Delito! Jamás le tuve. Si lo hubiera tenido, él mismo hubiera sido mi primer verdugo,
lejos de complacerme en él. Lo que me es gustosa es la muerte... Dádmela cuanto antes, si os
merezco alguna misericordia. Si no sois tan benigno, dejadme vivir; ése será mi mayor tormento. No
obstante, si alguna caridad merece un hombre, que la pide a otro hombre, dejadme un rato llegar
más cerca de ese templo, no por valerme de su asilo, sino por ofrecer mi corazón a...
JUSTICIA.- Tu corazón en que engendras maldades.
TEDIATO.- No injuries a un infeliz; mátame sin afrentarme. Atormenta mi cuerpo, en quien tienes
dominio, no insultes una alma que tengo más noble..., un corazón más puro..., sí, más puro, más
digna habitación del Ser Supremo, que el mismo templo en que yo quería... Ya nada quiero... Haz lo
que quieras de mí... No me preguntes quién soy, cómo vine aquí, qué hacía, qué intentaba hacer, y
apuren los verdugos sus crueldades en mí; las verás todas vencidas por mi fineza.
JUSTICIA.- Llevadle aprisa, no salgan al encuentro sus compañeros.
TEDIATO.- Jamás los tuve: ni en la maldad, porque jamás fui malo; ni en la bondad, porque ninguno
me ha igualado en lo bueno. Por eso soy el más infeliz de los hombres. Cargad más prisiones sobre
mí. Ministros feroces: ligad más esos cordeles con que me arrastráis cual víctima inocente. Y tú, que
en ese templo quedas, únete a tu espíritu inmortal, que exhalaste entre mis brazos, si lo permite
quien puede, y ven a consolarme en la cárcel, o a desengañar a mis jueces. Salga yo valeroso al
suplicio o inocente al mundo. ¡Pero no! Agraviado o vindicado, muera yo, muera yo y en breve.
JUSTICIA.- Su delito le turba los sentidos; andemos, andemos.
TEDIATO.- ¿Estamos ya en la cárcel?
JUSTICIA.- Poco falta.
TEDIATO.- Quien encuentre la comitiva de la justicia llevando a un preso ensangrentado, pálido,
mal vestido, cargado de cadenas que le han puesto y de oprobios que le dicen, ¿qué dirá? Allá va un
delincuente. Pronto lo veremos en el patíbulo; su muerte será horrorosa, pero saludable espectáculo.
¡Viva la justicia! Castíguense los delitos. Arránquese de la sociedad los que turben su quietud. De la
muerte de un malvado se asegura la vida de muchos buenos. Así irán diciendo de mí; así irán
diciendo. En vano les diría mi inocencia. No me creerían; si la jurara, me llamarían perjuro sobre
malvado. Tomaría por testigos de mi virtud a esos astros; darían su giro sin cuidarse del virtuoso que
padece ni del inicuo que triunfa.
JUSTICIA.- Ya estamos en la cárcel.
TEDIATO.- Sepulcro de vivos, morada de horror, triste descanso en el camino del suplicio, depósito
de malhechores, abre tus puertas; recibe a este infeliz.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

JUSTICIA.- Este hombre quede asegurado; nadie le hable. Ponedle en el calabozo más apartado y
seguro; doblad el número y peso de los grillos acostumbrados. Los indicios que hay contra él son
casi evidentes. Mañana se le examinará. Prepáresele el tormento por si es tan obstinado como
inicuo. Eres responsable de este preso, tú, carcelero. Te aconsejo que no le pierdas de vista. Mira
que la menor compasión que para con él puedes tener es tu perdición.
CARCELERO.- Compasión yo, ¿de quién? ¿De un preso que se me encarga? No me conocéis.
Años ha que soy carcelero, y en el discurso de ese tiempo he guardado los presos que he tenido
como si guardara fieras en las jaulas. Pocas palabras, menos alimento, ninguna lástima, mucha
dureza, mayor castigo y continua amenaza. Así me temen. Mi voz entre las paredes de esta cárcel
es como el trueno entre montes. Asombra a cuantos la oyen. He visto llegar facinerosos de todas las
provincias, hombres a quienes los dientes y las canas habían salido entre muertes y robos... Los
soldados, al entregármelos, se aplaudían más que de una batalla que hubiesen ganado. Se
alegraban de dejarlos en mis manos más que si de ellas sacaran el más precioso saqueo de una
plaza sitiada muchos meses; y todo esto no obstante..., a pocas horas de estar bajo mi dominio han
temblado los hombres más atroces.
JUSTICIA.- Pues ya queda asegurado; adiós otra vez.
CARCELERO.- Sí, sí; grillos, cadenas, esposas, cepo, argolla, todo le sujetará.
TEDIATO.- Y más que todo mi inocencia.
CARCELERO.- Delante de mí no se habla; y si el castigo no basta a cerrarte la boca, mordazas hay.
TEDIATO.- Haz lo que quieras; no abriré mis labios. Pero la voz de mi corazón..., aquella voz que
penetra el firmamento, ¿cómo me privarás de ella?
CARCELERO.- Éste es el calabozo destinado para ti. En breve volveré.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

TEDIATO.- No me espantan sus tinieblas, su frío, su humedad, su hediondez; no el ruido que han
hecho los cerrojos de esa puerta, no el peso de mis cadenas. Peor habitación ocupa ahora... ¡Ay,
Lorenzo! Habrás ido al señalado puesto, no me habrás hallado. ¡Qué habrás juzgado de mí! Acaso
creerás que miedo, inconstancia... ¡Ay! No, Lorenzo; nada de este mundo ni del otro me parece
espantoso, y constancia no me puede faltar, cuando no me ha faltado ya sobre la muerte de quien
vimos ayer cadáver medio corrompido. Me acometieron mil desdichas: ingratitud de mis amigos,
enfermedad, pobreza, odio de poderosos, envidia de iguales, mofa de parte de mis inferiores... La
primera vez que dormí, figuróseme que veía el fantasma que llaman fortuna. Cual suele pintarse la
muerte con una guadaña que despuebla el universo, tenía la fortuna una vara con que volvía a todo
el globo. Tenía levantado el brazo contra mí. Alcé la frente, la miré. Ella se irritó; o me sonreí, y me
dormí; segunda vez se venga de mi desprecio. Me pone, siendo yo justo y bueno, entre facinerosos
hoy; mañana tal vez entre las manos del verdugo; éste me dejará entre los brazos de la muerte. ¡Oh
muerte!, ¿por qué dejas que te llamen daño, el mayor de ellos, el último de todos? ¡Tú, daño! Quien
así lo diga, no ha pasado lo que yo.
¡Qué voces oigo (¡ay!) en el calabozo inmediato! Sin duda hablan de morir. ¡Lloran! ¡Van a morir, y
lloran! ¡Qué delirio! Oigamos lo que dice el mísero insensato que teme burlar de una vez todas sus
miserias. No, no escuchemos. Indignas voces de oírse son las que articula el miedo al aparato de la
muerte.
¡Ánimo, ánimo, compañero! Si mueres dentro del breve plazo que te señalan, poco tiempo estarás
expuesto a la tiranía, envidia, orgullo, venganza, desprecio, traición, ingratitud... Esto es lo que dejas
en el mundo. Envidiables delicias dejas por cierto a los que se queden en él; te envidio el tiempo que
me ganas; el tiempo que tardaré en seguirte.
Ha callado el que sollozaba, y también dos voces que le acompañaban, una hablándole de... Sin
duda fue ejecución secreta. ¿Si se llegarán ahora los ejecutores a mí? ¡Qué gozo! Ya se disipan
todas las tinieblas de mi alma. Ven, muerte, con todo tu séquito. Sí, ábrase esa puerta; entren los
verdugos feroces manchados aún con la sangre que acaban de derramar a una vara de mí. Si el ser
infeliz es culpa, ninguno más reo que yo. ¡Qué silencio tan espantoso ha sucedido a los suspiros del
moribundo! Las pisadas de los que salen de su calabozo, las voces bajas con que se hablan, el ruido
de las cadenas que sin duda han quitado al cadáver, el ruido de la puerta estremece lo sensible de
mi corazón, no obstante lo fuerte de mi espíritu. Frágil habitación de una alma superior a todo lo que
Naturaleza puede ofrecer, ¿por qué tiemblas? ¿Ha de horrorizarme lo que desprecio? ¡Si será sueño
esta debilidad que siento! Los ojos se me cierran, no obstante la debilidad que en ellos ha dejado el
llanto. Sí; reclínome. Agradable concurso, música deliciosa, espléndida mesa, delicado lecho,
gustoso sueño encantarán a estas horas a alguno en el tropel del mundo. No se envanezca, lo
mismo tuve yo; y ahora... una piedra es mi cabecera, una tabla mi cama, insectos mi compañía.
Durmamos. Quizá me despertará una voz que me diga. Ven al tormento; u otra que me diga: Ven al
suplicio. Durmamos. ¡Cielos! Si el sueño es imagen de la muerte... ¡Ay! Durmamos.
¡Qué pasos siento! Una corta luz parece que entra por los resquicios de la puerta. La abren; es el
carcelero, y le siguen dos hombres. ¿Qué queréis? ¿Llegó por fin la hora inmediata a la de mi
muerte? ¡Me la vais a anunciar con semblante de debilidad y compasión o con rostro de entereza y
dominio!
CARCELERO.- Muy diferente es el objeto de nuestra venida. Cuando me aparté de ti, juzgué que a
mi vuelta te llevarían al tormento, para que en él declarases los cómplices del asesinato que se te
atribuía; pero se han descubierto los autores y ejecutores de aquel delito. Vengo con orden de
soltarte. Ea, quítenle las cadenas y grillos: libre estás.
TEDIATO.- Ni aun en la cárcel puedo gozar del reposo que ella me ofrece en medio de sus horrores.
Ya iba yo acomodando los cansados miembros de mi cuerpo sobre esta tarima, ya iba tolerando mi
cabeza lo duro de esa piedra, y me vienes a despertar, ¿y para qué? Para decirme que no he de
morir. Ahora sí que turbas mi reposo... Me vuelves a arrojar otra vez al mundo, al mundo de donde
se ausentó lo poco bueno que había en él. ¡Ay! Decidme, ¿es de día?
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

CARCELERO.- Aún faltará una hora de noche.


TEDIATO.- Pues voyme. Con tantas contingencias como ofrece la suerte, ¿qué sé yo si mañana nos
volveremos a ver?
CARCELERO.- Adiós.
TEDIATO.- Adiós. Una hora de noche aún falta. ¡Ay! Si Lorenzo estuviese en el paraje de la cita,
tendríamos tiempo para concluir nuestra empresa; se habrá cansado de esperarme.
Mañana, ¿dónde le hallaré? No sé su casa. Acudir al templo parece más seguro. Pasareme ahora
por el atrio. ¡Noche!, dilata tu duración; importa poco que te esperen con impaciencia el caminante
para continuar su viaje y el labrador para seguir su tarea. Domina, noche, domina, y más y más
sobre un mundo que por sus delitos se ha hecho indigno del sol. Quede aquel astro alumbrando a
hombres mejores que los de estos climas. Mientras más dure tu oscuridad, más tiempo tendré de
cumplir la promesa que hice al cadáver encima de su tumba, en medio de otros sepulcros, al pie de
los altares y bajo la bóveda sagrada del templo. Si hay alguna cosa más santa en la tierra, por ella
juro no apartarme de mi intento; si a ello faltase yo, si a ello faltase... ¿Cómo había de faltar?
Aquella luz que descubro será..., será acaso la que arde alumbrando a una imagen que está fija en
la pared exterior del templo. Adelantemos el paso. Corazón, esfuérzate, o saldrás en breve victorioso
de tanto susto, cansancio, terror, espanto y dolor, o en breve dejarás de palpitar en ese miserable
pecho. Sí, aquélla es la luz; el aire la hace temblar de modo que tal vez se apagará antes que yo
llegue a ella. Pero ¿por eso he de temer la oscuridad? Antes debe serme más gustosa. Las tinieblas
son mi alimento. El pie siente algún obstáculo... ¿Qué será? Tentemos. Un bulto, y bulto de hombre.
¿Quién es? Parece como que sale de un sueño. ¡Amigo! ¿Quién es? Si eres algún mendigo
necesitado que de flaqueza has caído, y duermes en la calle por faltarte casa en que recogerte y
fuerzas para llegarte a un hospital, sígueme; mi casa será tuya; no te espanten tus desdichas;
muchas y grandes serán, pero te habla quien las pasa mayores. Respóndeme, amigo...
Desahóguese en mi pecho el tuyo; tristes como tú busco yo; sólo me conviene la compañía de los
míseros; harto tiempo viví con los felices. Tratar con el hombre en la prosperidad es tratarle fuera del
mismo. Cuando está cargado de penas, entonces está cual es: cual Naturaleza lo entrega a la vida,
y cual la vida le entregará a la muerte; cual fueron sus padres, y cuales serán sus hijos. Amigo, ¿no
respondes? Parece joven de corta edad. Niño, ¿quién eres? ¿Cómo has venido aquí?
NIÑO.- ¡Ay, ay, ay!
TEDIATO.- No llores; no quiero hacerte mal. Dime, ¿quién eres? ¿Dónde viven tus padres? ¿Sabes
tu nombre? ¿Y el de la calle en que vives?
NIÑO.- Yo soy... Mire usted... Vivo... Venga usted conmigo para que mi padre no me castigue. Me
mandó quedar aquí hasta las dos, y ver si pasaba alguno por aquí muchas veces, y que fuera a
llamarle. Me he quedado dormido.
TEDIATO.- Pues no temas; dame la manita, toma ese pedazo de pan que me he hallado, no sé
cómo, en el bolsillo y llévame a casa de tu padre.
NIÑO.- No está lejos.
TEDIATO.- ¿Cómo se llama tu padre? ¿Qué oficio tiene? ¿Tienes madre y hermanos? ¿Cuántos
años tienes tú y cómo te llamas?
NIÑO.- Me llamo Lorenzo, como mi padre. Mi abuelo murió esta mañana. Tengo ocho años, y seis
hermanos más chicos que yo. Mi madre acaba de morir de sobreparto. Dos hermanos tengo muy
malos con viruelas, otro está en el hospital, mi hermana se desapareció desde ayer de casa. Mi
padre no ha comido en todo hoy un bocado de la pesadumbre.
TEDIATO.- ¿Lorenzo dices que se llama tu padre?
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

NIÑO.- Sí, señor.


TEDIATO.- ¿Y qué oficio tiene?
NIÑO.- No sé cómo se llama.
TEDIATO.- Explícame lo que es.
NIÑO.- Cuando uno se muere, y lo llevan a la iglesia, mi padre es quien...
TEDIATO.- Ya te entiendo; sepulturero, ¿no es verdad?
NIÑO.- Creo que sí, pero aquí estamos ya en casa.
TEDIATO.- Pues llama, y recio.
SEPULTURERO.- ¿Quién es?
NIÑO.- Abra usted, padre; soy yo y un señor.
SEPULTURERO.- ¿Quién viene contigo?
TEDIATO.- Abre, que soy yo.
SEPULTURERO.- Ya conozco la voz. Ahora bajaré a abrir.
TEDIATO.- ¡Qué poco me esperabas aquí! Tu hijo te dirá dónde le he hallado. Me ha contado el
estado de tu familia. Mañana nos veremos en el mismo puesto para proseguir nuestro intento, y te
diré por qué no nos hemos visto esta noche hasta ahora. Te compadezco tanto como a mí mismo,
Lorenzo, pues la suerte te ha dado tanta miseria y te la multiplica en tus deplorables hijos... Eres
sepulturero... Haz un hoyo muy grande, entiérralos todos ellos vivos, y sepúltate con ellos. Sobre tu
losa me mataré y moriré diciendo: Aquí yacen unos niños tan felices ahora como eran infelices poco
ha, y dos hombres, los más míseros del mundo.

Noche tercera
TEDIATO y el SEPULTURERO
TEDIATO.- Aquí me tienes, fortuna, tercera vez expuesto a tus caprichos. Pero ¿quién no lo está? ¿Dónde,
cuándo, cómo sale el hombre de tu imperio? Virtud, valor, prudencia, todo lo atropellas. No está más seguro
de tu rigor el poderoso en su trono, el sabio en su estudio, que el mendigo en su muladar, que yo en esta
esquina lleno de aflicciones, privado de bienes, con mil enemigos por fuera y un tormento interior, capaz por sí
solo de llenarme de horrores, aunque todo el orbe procura mi felicidad.
¿Si será esta noche la que ponga fin a mis males? La primera, ¿de qué me sirvió? Truenos, relámpagos,
conversación con un ente que apenas tenía la figura humana, sepulcros, gusanos y motivos de cebar mi
tristeza en los delitos y flaqueza de los hombres. Si más hubiera sido mi mansión al pie de la sepultura, ¿cuál
sería el éxito de mi temeridad? Al acudir al templo el concurso religioso, y hallarme en aquel estado, creyendo
que... ¿Qué hubieran creído? Gritarían: Muera ese bárbaro que viene a profanar el templo con molestia de los
difuntos y desacato a quien los crió.
La segunda noche.... ¡ay!, vuelve a correr mi sangre por las venas con la misma turbación que anoche. Si no
has de volver a mi memoria para mi total aniquilación, huye de ella, ¡oh, noche infausta! Asesinato, calumnia,
oprobios, cárcel, grillos, cadenas, verdugos, muerte y gemidos... Por no sentir mi último aliento, huya de mí un
instante la tristeza; pero apenas se me concede gozar el aire, que está libre para las aves y brutos, cuando
me vuelve a cubrir con su velo la desesperación. ¿Qué vi? Un padre de familias, pobre, con su mujer
moribunda, hijos parvulillos y enfermos, uno perdido, otro muerto aun antes de nacer, y que mata a su madre
aun antes de que ésta le acabe de producir. ¿Qué más vi? ¡Qué corazón el mío, qué inhumano, si no se partió
al ver tal espectáculo!... Excusa tiene... Mayores son sus propios males, y aún subsiste. ¡Oh Lorenzo! ¡Oh!
Vuélveme a la cárcel, Ser Supremo, si sólo me sacaste de ella para que viese tal miseria en las criaturas.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

Esta noche, ¿cuál será? ¡Lorenzo, Lorenzo infeliz! Ven, si ya no te detiene la muerte de tu padre, la de tu
mujer, la enfermedad de tus hijos, la pérdida de tu hija, tu misma flaqueza. Ven: hallarás en mí un desdichado
que padece no sólo sus infortunios propios, sino los de todos los infelices a quienes conoce, mirándolos a
todos como hermanos; ninguno lo es más que tú. ¿Qué importa que nacieras en la mayor miseria y yo en
cuna más delicada? Hermanos nos hace un superior destino, corrigiendo los caprichos de la suerte que divide
en arbitrarias clases a los que somos de una misma especie: todos lloramos..., todos enfermamos..., todos
morimos.
El mismo horroroso conjunto de cosas de la noche antepasada vuelve a herir mi vista con aquella dulce
melancolía... Aquel que allí viene es Lorenzo... Sí, Lorenzo. ¡Qué rostro! Siglos parece haber envejecido en
pocas horas; tal es el objeto del pesar, semejante al que produce la alegría o destruye nuestra débil máquina
en el momento que la hiere o la debilita para siempre al herirnos en un instante.
LORENZO.- ¿Quién eres?
TEDIATO.- Soy el mismo a quien buscas... El cielo te guarde.
LORENZO.- ¿Para qué? ¿Para pasar cincuenta años de vida como la que he pasado lleno de infortunios..., y
cuando apenas tengo fuerzas para ganar un triste alimento... hallarme con tantas nuevas desgracias en mi
mísera familia, expuesta toda a morir con su padre en las más espantosas infelicidades? Amigo, si para eso
deseas que me guarde el cielo, ¡ah!, pídele que me destruya.
TEDIATO.- El gusto de favorecer a un amigo debe hacerte la vida apreciable, si se conjuraran en hacértela
odiosa todas las calamidades que pasas. Nadie es infeliz si puede hacer a otro dichoso. Y, amigo, más bienes
dependen de tu mano que de la magnificencia de todos los reyes. Si fueras emperador de medio mundo...,
con el imperio de todo el universo, ¿qué podrías darme que me hiciese feliz? ¿Empleos, dignidades, rentas?
Otros tantos motivos para mi propia inquietud y para la malicia ajena. Sembrarías en mi pecho zozobras,
recelos, cuidados, tal vez ambición y codicia..., y en los de mis amigos..., envidia. No te deseo con corona y
cetro para mi bien... Más contribuirás a mi dicha con ese pico, ese azadón..., viles instrumentos a otros ojos...,
venerables a los míos... Andemos, amigo, andemos.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

Gustavo Adolfo Bécquer, El rayo de luna (Leyenda de Soria)

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su
fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis
condiciones de imaginación.
Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía lacrimosa; yo he escrito esta leyenda, que, a los que
nada vean en su fondo, al menos podrá entretenerlos un rato.
Era noble; había nacido entre el estruendo de las armas, y el insólito clamor de una trompa de guerra no le hubiera
hecho levantar la cabeza un instante, ni apartar sus ojos un punto del oscuro pergamino en que leía la última carta de
un trovador.
Los que quisieran encontrarlo no lo debían buscar en el anchuroso patio de su castillo, donde los palafreneros domaban
los potros, los pajes enseñaban a volar a los halcones y los soldados se entretenían los días de reposo en afilar el
hierro de su maza contra una piedra.
-¿Dónde está Manrique? ¿Dónde está vuestro señor? -preguntaba algunas veces su madre.
-No sabemos -respondían sus servidores-; acaso estará en el claustro del monasterio de la Peña; sentado al borde de
una tumba, prestando oído a ver si sorprende alguna palabra de la conversación de los muertos; o en el puente,
mirando correr una tras otra las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y
entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan
como exhalaciones sobre el haz de las lagunas. En cualquiera parte estará menos en donde esté todo el mundo.
En efecto, Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra
porque su sombra no lo siguiese a todas partes.
Amaba la soledad porque en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por
extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta, porque Manrique era poeta, ¡tanto, que nunca le
habían satisfecho las formas en que pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había encerrado al escribirlos!
Creía que entre las rojas ascuas del hogar habitaban espíritus de fuego de mil colores, que corrían como insectos de
oro a lo largo de los troncos encendidos, o danzaban en una luminosa ronda de chispas en la cúspide de las llamas, y
se pasaba las horas muertas sentado en un escabel, junto a la alta chimenea gótica, inmóvil y con los ojos fijos en la
lumbre.
Creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de la fuente y sobre los vapores del lago vivían unas
mujeres misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban lamentos y suspiros o cantaban y se reían en el
monótono rumor del agua, rumor que oía en silencio, intentando traducirlo.
En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las grietas de las peñas imaginaba percibir formas o escuchar
sonidos misteriosos, formas de seres sobrenaturales, palabras inteligibles que no podía comprender.
¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. Amaba a todas las mujeres un instante: a ésta porque era
rubia, a aquélla porque tenía los labios rojos, a la otra porque se cimbreaba al andar, como un junco.
Algunas veces llegaba su delirio hasta el punto de quedarse una noche entera mirando a la luna, que flotaba en el cielo
entre un vapor de plata, o a las estrellas, que temblaban a lo lejos como los cambiantes de las piedras preciosas. En
aquellas largas noches de poético insomnio exclamaba:
-Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho, que es posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad
que en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan gentes, ¡qué mujeres tan hermosas serán las mujeres de
esas regiones luminosas! Y yo no podré verlas, y yo no podré amarlas... ¿Cómo será su hermosura?... ¿Cómo será su
amor?
Sobre el Duero, que pasa lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que
conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta
margen del río.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024
En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún
quedaban en pie restos de los anchos torreones de sus muros; aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de
hiedra y campanillas blancas, los macizos arcos de su claustro, las prolongadas galerías ojivales de sus patios de
armas, en las que suspiraba el viento con un gemido, agitando las altas hierbas.
En los huertos y en los jardines cuyos senderos no hollaban hacía muchos años las plantas de los religiosos, la
vegetación, abandonada de sí misma, desplegaba todas sus galas, sin temor de que la mano del hombre la mutilase,
creyendo embellecerla.
Las plantas trepadoras subían encaramándose por los añosos troncos de los árboles; y las sombrías calles de álamos,
cuyas copas se tocaban y se confundían entre sí, se habían cubierto de césped; los cardos silvestres y las ortigas
brotaban en medio de los enarenados caminos, y en los trozos de fábrica, próxima a desplomarse, el jaramago, flotando
al viento como el penacho de una cimera, y las campanillas blancas y azules, balanceándose como en un columpio
sobre sus largos y flexibles tallos, pregonaban la victoria de la destrucción y la ruina.
Era de noche; una noche de verano, templada, llena de perfumes y de rumores apacibles, y con una luna blanca y
serena en mitad de un cielo azul, luminoso y transparente.
Manrique, presa su imaginación de un vértigo de poesía, después de atravesar el puente, desde donde contempló un
momento la negra silueta de la ciudad que se destacaba sobre el fondo de algunas nubes blanquecinas y ligeras
arrolladas en el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los Templarios.
La medianoche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo,
cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde el derruido claustro a la margen del Duero, Manrique
exhaló un grito, un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de júbilo.
En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca que flotó un momento y desapareció en la
oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el
mismo instante en que el loco soñador de quimeras o imposibles penetraba en los jardines.
-¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio... ¡A estas horas! Esa, esa es la mujer que yo busco -exclamó Manrique-; y se
lanzó en su seguimiento, rápido como una saeta.
Llegó al punto en que había visto perderse, entre la espesura de las ramas, a la mujer misteriosa. Había desaparecido.
¿Por dónde? Allá lejos, muy lejos, creyó divisar por entre los cruzados troncos de los árboles como una claridad o una
forma blanca que se movía.
-¡Es ella, es ella, que lleva alas en los pies y huye como una sombra! -dijo, y se precipitó en su busca, separando con
las manos las redes de piedra que se extendían como un tapiz de unos en otros álamos. Llegó, rompiendo por entre la
maleza y las plantas parásitas, hasta una especie de rellano que iluminaba la claridad del cielo... ¡Nadie! ¡Ah!... Por
aquí, por aquí va -exclamó entonces-. Oigo sus pisadas sobre las hojas secas, y el crujido de su traje, que arrastra por
el suelo y roza en los arbustos -y corría, y corría como un loco, de aquí para allá, y no la veía-. Pero siguen sonando
sus pisadas -murmuró otra vez-; creo que ha hablado; no hay duda, ha hablado... El viento, que suspira entre las
ramas; las hojas, que parece que rezan en voz baja, me han impedido oír lo que ha dicho; pero no hay duda: va por ahí,
ha hablado..., ha hablado... ¿En qué idioma? No sé; pero es una lengua extranjera...
Y tornó a correr en su seguimiento, unas veces creyendo verla, otras pensando oírla: ya notando que las ramas por
entre las cuales había desaparecido se movían, ya imaginando distinguir en la arena la huella de sus breves pies;
luego, firmemente persuadido de que un perfume especial, que aspiraba a intervalos, era un aroma perteneciente a
aquella mujer que se burlaba de él complaciéndose en huirlo por entre aquellas intrincadas malezas. ¡Afán inútil!
Vagó algunas horas de un lado a otro, fuera de sí, parándose para escuchar, ya deslizándose con las mayores
precauciones sobre la hierba, ya en una carrera frenética y desesperada.
Avanzando, avanzando por entre los inmensos jardines que bordeaban la margen del río, llegó al fin al pie de las rocas
sobre las que se eleva la ermita de San Saturio.
-Tal vez, desde esta altura podré orientarme para seguir mis pesquisas a través de ese confuso laberinto -exclamó,
trepando de peña en peña con la ayuda de su daga.
Llegó a la cima, desde la que se descubren la ciudad en lontananza y una gran parte del Duero, que se retuerce a sus
pies, arrastrando una corriente impetuosa y oscura por entre las corvas márgenes que lo encarcelan.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024
Manrique, una vez en lo alto de las rocas, tendió la vista a su alrededor; pero al tenderla y fijarla al cabo en un punto, no
pudo contener una blasfemia. La luz de la luna rielaba chispeando en la estela que dejaba en pos de sí una barca que
se dirigía a todo remo a la orilla opuesta.
En aquella barca había creído distinguir una forma blanca y esbelta, una mujer sin duda, la mujer que había visto en los
Templarios, la mujer de sus sueños, la realización de sus más locas esperanzas. Se descolgó de las peñas con la
agilidad de un gamo, arrojó al suelo la gorra, cuya redonda y larga pluma podía embarazarlo para correr, y
desnudándose del ancho capotillo de terciopelo, partió como una exhalación hacía el puente.
Pensaba atravesarlo y llegar a la ciudad antes que la barca tocase en la otra orilla. ¡Locura! Cuando Manrique llegó,
jadeante y cubierto de sudor, a la entrada, ya los que habían atravesado el Duero por la parte de San Saturio entraban
en Soria por una de las puertas del muro, que en aquel tiempo llegaba hasta la margen del río, en cuyas aguas se
retrataban sus pardas almenas.
Aunque desvanecida su esperanza de alcanzar a los que habían entrado por el postigo de San Saturio, no por eso
nuestro héroe perdió la de saber la casa que en la ciudad podía albergarlos. Fija en su mente esta idea, penetró en la
población y, dirigiéndose hacia el barrio de San Juan, comenzó a vagar por sus calles a la ventura.
Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas, silencio
que sólo interrumpían, ora el lejano ladrido de un perro, ora el rumor de una puerta al cerrarse, ora el relincho de corcel
que piafando hacía sonar la cadena que lo sujetaba al pesebre en las subterráneas caballerizas.
Manrique, con el oído atento a estos rumores de la noche, que unas veces le parecían los pasos de alguna persona que
había doblado ya la última esquina de un callejón desierto; otras, voces confusas de gentes que hablaban a sus
espaldas y que a cada momento esperaba ver a su lado, anduvo algunas horas corriendo al azar de un sitio a otro.
Por último, se detuvo al pie de un caserón de piedra; oscuro y antiquísimo, y al detenerse brillaron sus ojos con una
indescriptible expresión de alegría. En una de las altas ventanas ojivales de aquel que pudiéramos llamar palacio se
veía un rayo de luz templada y suave, que, pasando a través de unas ligeras colgaduras de seda color de rosa, se
reflejaba en el negruzco y agrietado paredón de la casa de enfrente.
-No cabe duda; aquí vive mi desconocida -murmuró el joven en voz baja y sin apartar un punto sus ojos de la ventana
gótica-; aquí vive... Ella entró por el postigo de San Saturio... Por el postigo de San Saturio se viene a este barrio... En
este barrio hay una casa donde, pasada la medianoche, aún hay gente en vela... ¿En vela? ¿Quién, sino ella, que
vuelve de sus nocturnas excursiones, puede estarlo a esas horas?... No hay más; ésta es su casa.
En esta firme persuasión, y revolviendo en su cabeza las más locas y fantásticas imaginaciones, esperó el alba frente a
la ventana gótica; de la que en toda la noche no faltó la luz ni él separó la vista un momento.
Cuando llegó el día, las macizas puertas del arco que daban entrada al caserón, y sobre cuya clave se veían esculpidos
los blasones de su dueño, giraron pesadamente sobre los goznes, con un chirrido prolongado y agudo. Un escudero
apareció en el dintel con un manojo de llaves en la mano, restregándose los ojos y enseñando al bostezar una caja de
dientes capaces de dar envidia a un cocodrilo.
Verlo Manrique y lanzarse a la puerta, todo fue obra de un instante.
-¿Quién habita en esta casa? ¿Cómo se llama ella? ¿De dónde es? ¿A qué ha venido a Soria? ¿Tiene esposo?
Responde, animal -ésta fue la salutación que, sacudiéndole el brazo violentamente, dirigió al pobre escudero, el cual,
después de mirarlo un buen espacio de tiempo con los ojos espantados y estúpidos, le contestó con voz entrecortada
por la sorpresa:
-En esta casa vive el muy honrado señor don Alonso de Valdecuellos, montero mayor de nuestro señor el rey, que,
herido en la guerra contra moros, se encuentra en esta ciudad reponiéndose de sus fatigas.
-Pero, ¿y su hija? -interrumpió el joven, impaciente-. ¿Y su hija, o su hermana, o su esposa, o lo que sea?
-No tiene ninguna mujer consigo.
-¡No tiene ninguna!... Pues, ¿quién duerme allí, en aquel aposento, donde toda la noche he visto arder una luz?
-¿Allí? Allí duerme mi señor don Alonso, que, como se halla enfermo, mantiene encendida su lámpara hasta que
amanece.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024
Un rayo cayendo de improviso a sus pies no le hubiera causado más asombro que el que le causaron estas palabras.
-Yo la he de encontrar, la he de encontrar; y si la encuentro, estoy casi seguro de que he de conocerla... ¿En qué? Eso
es lo que no podré decir...; pero he de conocerla. El eco de sus pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un
extremo de su traje, un solo extremo que vuelva a ver, me bastarán para conseguirlo.
Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima; noche y día
me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles
palabras. ¿Qué dijo?... ¿Qué dijo?... ¡Ah!, si yo pudiera saber lo que dijo, acaso...; pero aun sin saberlo, la encontraré...;
la encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca. Verdad es que ya he recorrido inútilmente todas
las calles de Soria; que he pasado noches y noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he gastado más de
veinte doblas de oro en hacer charlar a dueñas y escuderos; que he dado agua bendita en San Nicolás a una vieja,
arrebujada con tal arte en su manto de anascote, que se me figuró una deidad; y al salir de la Colegiata, una noche de
maitines, he seguido como un tonto la litera del arcediano, creyendo que el extremo de sus holapandas era el del traje
de mi desconocida; pero no importa...; yo la he de encontrar, y la gloria de poseerla excederá seguramente al trabajo de
buscarla.
¿Cómo serán sus ojos?... Deben de ser azules, azules y húmedos como el cielo de la noche; me gustan tanto los ojos
de ese color...; son tan expresivos, tan melancólicos, tan... Sí..., no hay duda: azules deben de ser, azules son
seguramente, y sus cabellos, negros, muy negros y largos para que floten... Me parece que los vi flotar aquella noche,
al par que su traje, y eran negros...; no me engaño, no, eran negros.
¡Y qué bien hacen unos ojos azules muy rasgados y adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a una mujer
alta...; porque... ella es alta, alta y esbelta como esos ángeles de las portadas de nuestras basílicas, cuyos ovalados
rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de sus doseles de granito!
¡Su voz!... Su voz la he oído...; su voz es suave como el rumor del viento en las hojas de los álamos, y su andar
acompasado y majestuoso como las cadencias de una música. Y esa mujer, que es hermosa como el más hermoso de
mis sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta de lo que yo gusto, que odia lo que yo odio, que es
un espíritu hermano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no se ha de sentir conmovida al encontrarme?
¿No me ha de amar como yo la amaré, como la amo ya, con todas las fuerzas de mi vida, con todas las facultades de
mi alma?
Vamos, vamos al sitio donde la vi la primera y única vez que la he visto... ¿Quién sabe si, caprichosa como yo, amiga
de la soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se complace en vagar por entre las ruinas en el silencio de
la noche?
Dos meses habían transcurrido desde que el escudero de don Antonio de Valdecuellos desengañó al iluso Manrique;
dos meses durante los cuales en cada hora había formado un castillo en el aire, que la realidad desvanecía con un
soplo; dos meses durante los cuales había buscado en vano a aquella mujer desconocida, cuyo absurdo amor iba
creciendo en su alma, merced a sus aún más absurdas imaginaciones, cuando, después de atravesar, absorto en estas
ideas, el puente que conduce a los Templarios, el enamorado joven se perdió entre las intrincadas sendas de sus
jardines.
La noche estaba serena y hermosa; la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo, y el viento suspiraba
con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.
Manrique llegó al claustro, tendió la vista por su recinto y miró a través de las macizas columnas de sus arcadas...
Estaba desierto.
Salió de él, encaminó sus pasos hacia la oscura alameda que conduce al Duero, y aún no había penetrado en ella,
cuando de sus labios se escapó un grito de júbilo.
Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la
mujer que ya amaba como un loco.
Corre, corre en su busca; llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos
en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso agita sus miembros, un temblor que va creciendo,
que va creciendo, y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe, al fin, en una carcajada, en una
carcajada sonora, estridente, horrible.
Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos; pero había brillado a sus pies un instante, no
más que un instante.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024
Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el
viento movía las ramas.
...
Habían pasado algunos años. Manrique, sentado en un sitial, junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi,
y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre ni a los
consuelos de sus servidores.
-Tú eres joven, tú eres hermoso -le decía aquélla-. ¿Por qué te consumes en la soledad? ¿Por qué no buscas una
mujer a quien ames, y amándote pueda hacerte feliz?
-¡El amor!... El amor es un rayo de luna -murmuraba el joven.
-¿Por qué no despertáis de ese letargo? -le decía uno de sus escuderos-. Os vestís de hierro de pies a cabeza;
mandáis desplegar al aire vuestro pendón de rico hombre, y marchamos a la guerra. En la guerra se encuentra la gloria.
-¡La gloria!... La gloria es un rayo de luna.
-¿Queréis que os diga una cantiga, la última que ha compuesto Mosén Arnaldo, el trovador provenzal?
-¡No! ¡No! -exclamó el joven, incorporándose colérico en su sitial-. No quiero nada...; es decir, sí quiero: quiero que me
dejéis solo... Cantigas..., mujeres..., glorias..., felicidad..., mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra
imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué? Para encontrar
un rayo de luna.
Manrique estaba loco; por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figura que lo que había
hecho era recuperar el juicio.

Gustavo Adolfo Bécquer, El monte de las ánimas (Leyenda de Soria)

La Noche de Difuntos, me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a
las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible! Una vez aguijoneada la imaginación es un caballo que se desboca y al que no
sirve tirarlo de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
A las doce de la mañana, después de almorzar bien, y con un cigarro en la boca, no le hará mucho efecto a los lectores
de El Contemporáneo. Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con
miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire de la noche.
Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de copas.
-Atad los perros, haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores y demos la vuelta a la ciudad. La
noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus
madrigueras, pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos
comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
-No, hermosa prima. Tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde
muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos. Los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos
caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían a la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:-
-Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los
Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras
para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así
hubieran solos sabido defenderla corno solos la conquistaron. Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los
hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese
monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres. Los segundos
determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas,
como llamaban a sus enemigos. Cundió la voz del reto, y nada fue a parte a detener a los unos en su manía de cazar y
a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras.
Antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería. Fue
una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres. Los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un
sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró
abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y
enemigos, comenzó a arruinarse. Desde entonces dicen que cuando llega la noche de Difuntos se oye doblar sola la
campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una
cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan
horrorosos silbidos. Y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los
esqueletos. Por eso en Soria lo llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la
noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la
ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporársele los dos jinetes, se perdió
por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel
despedía un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre
conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, y absorta
en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules
pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos
representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y
triste.
-Hermosa prima exclamó, al fin, Alonso, rompiendo el largo silencio en que se encontraban, Pronto vamos a
separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos
sencillos y patriarcales, sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano
señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia: todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus
delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la Corte francesa, donde hasta aquí has vivido se apresuró a añadir el joven. De un modo o de
otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas
cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel
que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura
cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo
quieres?
-No sé en el tuyo contestó la hermosa, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día
de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo..., que aún puede ir a Roma sin volver con las manos
vacías.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven que, después de serenarse, dijo
con tristeza:
-Lo sé, prima; pero hoy se celebran Todos los Santos y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes.
¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volvióse a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y
de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a reanudarse de este modo:
-Y antes que concluya el día de Todos los Santos en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu
voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él, clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un
relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico:
-¿Por qué no? -exclamó ésta, llevándose la mano al hombro derecho, como para buscar alguna cosa entre los pliegues
de su ancha manga de terciopelo bordado de oro, y después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que no sé qué emblema de su color me dijiste que era la
divisa de tu alma?
-Sí.
-¡Pues... se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
-¡Se ha perdido! ¿Y dónde? -preguntó Alonso, incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor
y esperanza.
-No sé... En el monte acaso.
-¡En el Monte de las Animas! -murmuró, palideciendo y dejándose caer sobre el sitial. ¡En el Monte de las Ánimas!
-luego prosiguió, con voz entrecortada y sorda-: Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces. En la ciudad, en toda
Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis
ascendientes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario
de mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas
y sus costumbres, y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me
ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin
embargo, esta noche..., ¿a qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San
Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que
cubren sus fosas... ¡Las ánimas!, cuya sola vista puede helar de terror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos
blancos o arrebatarlo en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa
adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que, cuando hubo concluido,
exclamó en un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas
de mil colores.
-¡Oh! Eso, de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de
Difuntos y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su
amarga ironía; movido como por un resorte se puso en pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el
miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba
aún inclinada sobre el hogar, entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós, Beatriz, adiós, Hasta pronto.
-¡Alonso, Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerlo, el joven había
desaparecido.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de
orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se
desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las
campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
Había pasado una hora, dos, tres; la medianoche estaba a punto de sonar, cuando Beatriz se retiró a su oratorio.
Alonso no volvía, no volvía, y, a querer, en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven, cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber
intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la Iglesia consagra en el día de Difuntos a los que ya no
existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño
inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de las campanas, lentas, sordas,
tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una
voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo-, y poniéndose la mano sobre su corazón procuró tranquilizarse.
Pero su corazón latía cada vez con más violencia, las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes
con chirrido agudo, prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su
orden; éstas con un ruido sordo y grave, y aquellas con un lamento largo y crispador. Después, un silencio; un silencio
lleno de rumores extraños, el silencio de la medianoche; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras
ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones
fatigosas, que casi se siente, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya
aproximación se nota, no obstante, en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos;
se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas las direcciones, y
cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada; oscuridad de las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho. ¿Soy yo tan
miedosa como esas pobres gentes cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos, intentó dormir...: pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a
incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta
habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo,
casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se
acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en
la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los
ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas de aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, y otras
distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin, despuntó la aurora.
Vuelta de su temor entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores,
¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, tendió una mirada serena a su
alrededor, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus
ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y
desgarrada, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron, despavoridos, a notificarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que por la mañana
había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Animas, la encontraron inmóvil; asida con
Antología de textos 4º ESO 2023/2024
ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los
labios, rígidos los miembros, muerta, ¡muerta de horror!
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de Difuntos sin poder salir del
Monte de las Animas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas terribles. Entre otras, se
asegura que vio a los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla
levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a
una fiera a una mujer hermosa y pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de
horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

Gustavo Adolfo Bécquer

Rimas

II

Saeta que voladora


cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;

hoja que del árbol seca


arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;

VII

Del salón en el ángulo oscuro,


de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas


como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

—¡Ay! —pensé—; ¡cuántas veces el genio


así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «¡Levántate y anda!».
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

LII
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán que arrebatáis


del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad que rompe el rayo


y en fuego encienden las sangrientas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!

Llevadme por piedad a donde el vértigo


con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad!, ¡tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!

LIII
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban


tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas


de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

Pero aquellas, cuajadas de rocío


cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos


las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas


como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!

LXVI

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero


de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.
¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024
José de Espronceda, La canción del pirata

Con diez cañones por banda, cómo vira y se previene


viento en popa, a toda vela, a todo trapo a escapar;
no corta el mar, sino vuela que yo soy el rey del mar,
un velero bergantín. y mi furia es de temer.
Bajel pirata que llaman, En las presas
por su bravura, El Temido, yo divido
en todo mar conocido lo cogido
del uno al otro confín. por igual;
La luna en el mar riela sólo quiero
en la lona gime el viento, por riqueza
y alza en blando movimiento la belleza
olas de plata y azul; sin rival.
y va el capitán pirata, Que es mi barco mi tesoro,
cantando alegre en la popa, que es mi dios la libertad,
Asia a un lado, al otro Europa, mi ley, la fuerza y el viento,
y allá a su frente Istambul: mi única patria, la mar.
Navega, velero mío ¡Sentenciado estoy a muerte!
sin temor, Yo me río
que ni enemigo navío
no me abandone la suerte,
ni tormenta, ni bonanza y al mismo que me condena,
tu rumbo a torcer alcanza, colgaré de alguna antena,
ni a sujetar tu valor. quizá; en su propio navío
Veinte presas Y si caigo,
hemos hecho ¿qué es la vida?
a despecho Por perdida
del inglés ya la di,
y han rendido cuando el yugo
sus pendones del esclavo,
cien naciones como un bravo,
a mis pies. sacudí.
Que es mi barco mi tesoro, Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad, que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento, mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar. mi única patria, la mar.
Allá; muevan feroz guerra Son mi música mejor
ciegos reyes aquilones,
por un palmo más de tierra; el estrépito y temblor
que yo aquí; tengo por mío de los cables sacudidos,
cuanto abarca el mar bravío, del negro mar los bramidos
a quien nadie impuso leyes. y el rugir de mis cañones.
Y no hay playa, Y del trueno
sea cualquiera, al son violento,
ni bandera y del viento
de esplendor, al rebramar,
que no sienta yo me duermo
mi derecho sosegado,
y dé pechos mi valor. arrullado
por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad, Que es mi barco mi tesoro,
mi ley, la fuerza y el viento, que es mi dios la libertad,
mi única patria, la mar. mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
A la voz de "¡barco viene!"
es de ver
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

José de Espronceda, A Jarifa, en una orgía

Y encontré mi ilusión desvanecida


y eterno e insaciable mi deseo:
Trae, Jarifa, trae tu mano, palpé la realidad y odié la vida;
ven y pósala en mi frente, sólo en la paz de los sepulcros creo.
que en un mar de lava hirviente
mi cabeza siento arder. Y busco aún y busco codicioso,
Ven y junta con mis labios y aún deleites el alma finge y quiere:
esos labios que me irritan, pregunto y un acento pavoroso
donde aún los besos palpitan «¡Ay! me responde, desespera y muere.
de tus amantes de ayer.
Muere, infeliz: la vida es un tormento,
¿Qué la virtud, la pureza? un engaño el placer; no hay en la tierra
¿qué la verdad y el cariño? paz para ti, ni dicha, ni contento,
Mentida ilusión de niño, sino eterna ambición y eterna guerra.
que halagó mi juventud.
Dadme vino: en él se ahoguen Que así castiga Dios el alma osada,
mis recuerdos; aturdida que aspira loca, en su delirio insano,
sin sentir huya la vida; de la verdad para el mortal velada
paz me traiga el ataúd. […] a descubrir el insondable arcano.»

Yo me arrojé cual rápido cometa, ¡Oh! cesa; no, yo no quiero


en alas de mi ardiente fantasía: ver más, ni saber ya nada:
doquier mi arrebatada mente inquieta, harta mi alma y postrada,
dichas y triunfos encontrar creía. sólo anhela descansar.
En mí muera el sentimiento,
Yo me lancé con atrevido vuelo pues ya murió mi ventura,
fuera del mundo en la región etérea, ni el placer ni la tristura
y hallé la duda, y el radiante cielo vuelvan mi pecho a turbar. […]
vi convertirse en ilusión aérea.
Ven, Jarifa; tú has sufrido
Luego en la tierra la virtud, la gloria, como yo; tú nunca lloras;
busqué con ansia y delirante amor, mas ¡ay triste! que no ignoras
y hediondo polvo y deleznable escoria cuán amarga es mi aflicción.
mi fatigado espíritu encontró. Una misma es nuestra pena,
en vano el llanto contienes...
Mujeres vi de virginal limpieza Tú también, como yo, tienes
entre albas nubes de celeste lumbre; desgarrado el corazón.
yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y podredumbre.
Antología de textos 4º ESO 2023/2024

ACTIVIDADES

1. Lee el poema de Espronceda y di qué características del Romanticismo pueden encontrarse en él.

2. Señala los rasgos que cambian en la evolución del Romanticismo al Posromanticismo, mediante la comparación del
poema de Espronceda «La canción del pirata» con la rima LXVI de Bécquer.

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