Reflexiones Sobre El Populismo y La Polarizacion

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Reflexiones sobre

el populismo y la polarización
en América Latina y sus
consecuencias para
la democracia*
Jennifer McCoy**

Doi: https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.11307

Para citar este artículo: McCoy, J. (2022). Reflexiones sobre el populismo y la polarización
en América Latina y sus consecuencias para la democracia. Desafíos, 34(2), 1-19. https://
doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.11307

En la última década, el populismo y la polarización han disparado las


alarmas de las amenazas a la democracia en todo el mundo. Una lite-
ratura emergente considera que la hiperpolarización es un factor clave
que contribuye a la erosión democrática y a la creciente autocratización
(Carothers & O’Donahue, 2019; McCoy & Somer, 2018; Levitsky &
Ziblatt, 2018; Haggard & Kaufman, 2021). En América Latina, el
populismo de izquierda y de derecha ha sido un elemento básico del
debate popular y académico durante, al menos, las dos últimas déca-
das, especialmente a partir de la elección de Hugo Chávez en 1998 y
cuyo mandato empezó en 1999. Por el contrario, en Estados Unidos
el debate académico se centró en la polarización política durante las
últimas tres décadas, pero solo comenzó a incorporar el populismo con
la elección de Donald Trump, en 2016. Incluso entonces, quienes estu-
dian política comparada, a menudo latinoamericanistas, dominaron

* Agradezco a Ozlem Tuncel Gerlek por su trabajo como asistente de investigación. Tam-
bién a Sandra Botero y al par evaluador anónimo, por sus comentarios.
** Georgia State University (Atlanta, Estados Unidos). Correo electrónico: jmccoy@gsu.
edu. orcid: https://orcid.org/0000-0001-5844-2504

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el análisis del populismo (Hawkins & Littvay, 2019; Weyland & Madrid,
2019; Inglehart & Norris, 2016; McCoy, 2016).

En realidad, los dos conceptos están íntimamente relacionados, ya que


la ideación populista es fundamentalmente divisiva y polarizadora, y su
forma particular de polarización es perjudicial para la democracia. Pero,
incluso al margen de la polarización populista, las segundas vueltas en
las elecciones presidenciales latinoamericanas de los últimos años han
enfrentado a candidatos de la izquierda con candidatos de la derecha, y
los candidatos centristas se han quedado cortos en países como Chile,
Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú y Brasil. Los principales candidatos
en las elecciones de 2022 en Brasil indican que esta tendencia conti-
núa. Esta polarización ideológica se suma a la explosión de protestas
sociales que, en muchos casos, reflejan una antipatía hacia el establish-
ment político en su conjunto. A su vez, el apoyo a la democracia está
disminuyendo (Zechmeister & Lupu, 2019).

¿Está creciendo la polarización en América Latina y, de ser así, es


peligrosa para la democracia? ¿Cómo encaja la experiencia latinoame-
ricana con las tendencias globales? En este ensayo, reflexiono sobre
estas preguntas discutiendo primero el concepto de polarización como
un proceso de simplificación de la política hacia una división bina-
ria de la sociedad, en lugar del tratamiento más convencional que la
entiende como la distancia entre posiciones ideológicas o posturas
políticas. Sitúo el populismo como un clivaje, de muchos posibles,
que subyace a la polarización. Después, analizo las tendencias globa-
les de polarización y democracia, y a América Latina como región,
así como a los países individuales. Para cerrar, interpreto los desafíos
contemporáneos en América Latina desde la perspectiva de esta con-
ceptualización del proceso de polarización.

El cambiante concepto de polarización

Del otrora enfoque convencional, en la ciencia política, el concepto


de polarización se ha transformado en la última década en una escala
unidimensional de distancia entre posturas ideológicas o preferencias.

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Algo típico consistía en pedir a los ciudadanos que se situaran a sí


mismos, o a los partidos/líderes políticos, en una escala de izquierda-
derecha. Esta escala usualmente se dejaba sin definir, pero surgía de
la época de la Guerra Fría, centrada en las funciones económicas del
gobierno: un enfoque liberal clásico más orientado al mercado versus
un enfoque más intervencionista, orientado al Estado o socialista.
En el análisis clásico de Sani y Sartori (1983), estos desplazamien-
tos de las actitudes de los votantes hacia los extremos del espectro
ideológico desestabilizarían la democracia y se correría el riesgo de
llevar al desorden, a la violencia e, incluso, al colapso democrático.
Hoy en día, esa polarización ideológica basada en clivajes de clase o
socioeconómicos ha dado paso en muchos países a clivajes basados
en preferencias culturales e identidad, ya sea racial, religiosa, étnica
o de lugar (por ejemplo, nacionalista versus cosmopolita o urbano
versus rural). En la literatura de política comparada surgió una con-
ceptualización bidimensional de la polarización, la cual contempla una
dimensión económica izquierda-derecha y una dimensión cultural, la
cual suele ir desde un polo globalista/cosmopolita/posmaterial hasta
el polo opuesto: nacionalista/étnico/religioso/tradicional.1

El aumento en la toxicidad de la retórica y las relaciones políticas en


el siglo xxi dieron lugar a un nuevo cuerpo de literatura que analiza el
conflicto partidista como un conflicto intergrupal. La polarización
afectiva se identificó, primero, en Estados Unidos, como una dimen-
sión espacial cualitativamente diferente de la polarización entre los
votantes (Iyengar et al., 2012; Mason, 2015). Basándose en la teoría de
la identidad social y en la psicología social, los académicos analiza-
ron las crecientes divisiones partidistas de las masas en términos de
conflicto intergrupal: los individuos se vinculan con los miembros
de su grupo y tienen opiniones favorables sobre ellos, mientras descon-
fían y estereotipan negativamente a los miembros del grupo externo
(Tajfel & Turner, 1979). La psicología de la polarización se convierte
en algo fundamental, ya que los mecanismos de deshumanización,

1
Véanse, por ejemplo: Kriesi et al. (2008); Bornschier (2010); Dalton (2018); Inglehart
y Norris (2019); Dalton y Berning (2021).

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despersonalización y estereotipación contribuyen a la aversión emocio-


nal, al miedo y a la desconfianza hacia los miembros del otro grupo. A
medida que crece la polarización partidista afectiva, esta adquiere las
características tribales del conflicto intergrupal, en el que los miembros
se vuelven ferozmente leales a su “equipo”, puesto que quieren que
este gane a toda costa, y con fuertes prejuicios contra el otro grupo
(Green et al., 2002).

Los que estudian política comparada fueron pioneros en otro cam-


bio en la conceptualización espacial de la polarización —ya sean las
preferencias políticas o el afecto partidista— hacia un enfoque de
proceso, para examinar cómo la simplificación de la política conduce
a una división binaria de la sociedad en campos mutuamente antagó-
nicos (Bermeo, 2011; McCoy et al., 2018). En este proceso, múltiples
clivajes se refuerzan entre sí, en contraposición a los clivajes ante-
riormente transversales. Así, se avanza hacia una única frontera que
divide a las poblaciones, tanto a las masas como a las élites políticas.
Ken Roberts (2021) llamó recientemente a este enfoque la principal
dimensión constitutiva de la polarización; mientras que la polarización
espacial en función de los temas o las preferencias políticas de los
votantes o de las élites partidistas es una dimensión secundaria. Mis
coautores y yo ampliamos estos argumentos de Roberts para identi-
ficar la polarización como un proceso, un estado o condición y una
estrategia política. Es un proceso de simplificación de la política en el
que “[…] la multiplicidad normal de diferencias en una sociedad se
alinea cada vez más en una sola dimensión y la gente percibe y des-
cribe cada vez más la política y la sociedad en términos de ‘Nosotros’
contra ‘Ellos’” (McCoy et al., 2018, p. 16).

Cuando la polarización llega a un estado de equilibrio, con una sociedad


dividida en campos políticos binarios y mutuamente antagónicos y
ninguna de las partes tiene un incentivo para pasar a una estrategia
despolarizadora, tiene consecuencias perniciosas para la democracia:
los partidos políticos se vuelven reacios a concertar, los votantes pier-
den la confianza en las instituciones públicas y el apoyo normativo
a la democracia puede disminuir. En casos extremos, cada bando

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cuestiona la legitimidad moral de los otros, porque ven al bando


contrario y sus políticas como una amenaza existencial para su forma
de vida o para la nación en su conjunto. Llegan a percibir al “Otro”
en términos tan negativos que un adversario político normal con el
que se compite por el poder se transforma en un enemigo al que hay
que desterrar. A esto lo llamamos polarización perniciosa.

Por último, las élites políticas también pueden utilizar instrumen-


talmente la polarización como estrategia para obtener y conservar el
poder (Somer & McCoy, 2018). El juicio moralizador maniqueo, que
identifica al grupo interno como bueno y al grupo externo como
malo, es un aspecto particularmente nefasto de esta estrategia de
polarización, que pretende desacreditar la propia legitimidad moral
de una oposición.

El populismo polarizador. El populismo es solo clivajes que pueden


subyacer a la hiperpolarización, pero es una preocupación contem-
poránea de gran alcance, pues está asociado a la erosión democrática
en el siglo xxi. Como idea política, el populismo es intrínsecamente
polarizador, dado su enfoque en una élite nefasta que socava el interés
del pueblo virtuoso (Hawkins et al., 2019). Los políticos populistas
construyen un clivaje que es a la vez inclusivo del “pueblo”, tal y
como ellos lo definen, y excluyente de la “élite o establecimiento”
(Roberts, 2021; Urbinati, 2019). Lo hacen de varias formas: creando
chivos expiatorios en algunos personajes de la élite para que la gente
los culpe de sus agravios, a través del uso de una retórica divisiva
del nosotros contra ellos, la cual crea identidades de grupo interno y
externo, y mediante el uso de llamados emocionales (Hawkins et al.,
2019; McCoy & Somer, 2019).

El populismo también es antipluralista. Aunque esto es un buen


augurio para el aspecto mayoritario de la democracia, amenaza las
protecciones liberales a las minorías políticas (o incluso étnicas) y
las instituciones liberales de separación de poderes e integridad elec-
toral (Team Populism, 2018). La retórica populista combinada con
contextos de hiperpolarización en los que la identidad partidista se
alinea con otras identidades sociales aumenta la relevancia de la

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identidad partidista del grupo y, a su vez, las percepciones de ame-


naza a ese estatus de grupo. A medida que los votantes se identifican
cada vez más fuertemente a favor y en contra de un titular o partido
populista y de los beneficios que aportan, pueden llegar a considerar
al otro bando como una amenaza existencial para su modo de vida,
los intereses de su grupo o la nación en su conjunto.

Tendencias globales de polarización y consecuencias


para la democracia

Este tipo de polarización —de grupo interno/grupo externo o de


nosotros contra ellos—se estudia principalmente en Estados Unidos y
Europa Occidental, pero ¿se da también en América Latina? Hasta
hace poco era muy difícil medir y comparar la polarización política
perniciosa a través de diferentes países; en su lugar, predominaban
los estudios comparativos cualitativos y las medidas indirectas en el
análisis de sus mecanismos y efectos (McCoy & Somer, 2018, 2019;
Carothers & O’Donahue, 2019; Haggard & Kaufman, 2021). Ahora
bien, recientemente, el Instituto V-Dem ha desarrollado una nueva
medida en sus encuestas de expertos sobre democracia, la cual per-
mite realizar estudios empíricos transnacionales y longitudinales. La
pregunta polarización política indaga “¿hasta qué punto está la sociedad
dividida en campos mutuamente antagónicos en los que las diferencias
políticas afectan las relaciones sociales más allá de las discusiones polí-
ticas?”. Esta medida utiliza una escala de 0 a 4, donde el 0 denota que
los partidarios de “campos políticos opuestos generalmente interac-
túan de manera amistosa” y donde una puntuación de 4 indica que “los
partidarios de campos políticos opuestos generalmente interactúan de
manera hostil”.2 Reconociendo que la medida no es precisa, nos da
una idea aproximada de las tendencias de polarización a lo largo del
tiempo y entre países. En el análisis a continuación considero que las
puntuaciones de 3 o más indican niveles perniciosos.3

2
Véase Coppedge et al. (2020).
3
El apéndice en línea incluye versiones de las gráficas con intervalos de confianza. La
base de datos de V-Dem se apoya en encuestas a expertos, lo cual puede introducir algunos

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Utilizando esta medida, podemos ver tendencias claras: la polariza-


ción nosotros contra ellos está aumentando en todo el mundo. Cuando
se desglosa por regiones, todas las regiones, excepto Oceanía, han
aumentado desde 2005, aunque dentro de Europa, la polarización
en las subregiones occidental y nórdica sigue siendo bastante baja. Si
comparamos solo América Latina con la media mundial y con Esta-
dos Unidos (figura 1), observamos: 1) América Latina como región
ha seguido aproximadamente las tendencias mundiales, aunque la
polarización ha aumentado allí más rápido que los promedios mun-
diales a partir de 2015, y 2) Estados Unidos se mantuvo por debajo
de los promedios mundiales y latinoamericanos desde 1950 hasta
que la polarización empezó a repuntar en 2004. En la actualidad,
Estados Unidos tiene uno de los índices más altos del mundo en este
indicador. Si analizamos estos indicadores habiendo ponderado por
población, para América Latina y para el mundo (figura 2), vemos
aumentos todavía más marcados en la polarización recientemente,
debido a la alta polarización en los países más grandes.

problemas de subjetividad, incluyendo sesgo retrospectivo, sesgos culturales, experiencias


personales o ideología. Adicionalmente, dado que la polarización es un concepto latente
(es decir, no lo podemos observar directamente, sino que lo inferimos), aumentan las pre-
ocupaciones en cuanto a la evaluación basada en encuestas de expertos. V-Dem adopta
modelos de Teoría de Respuesta al Item (tri) para manejar los problemas asociados a la
fiabilidad entre quienes codifican. Al respecto, véanse Levick y Olivarria-Gambia (2015) y
Pemstein et al. (2015).

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Figura 1. Polarización política en América Latina en relación


con Estados Unidos y el resto del mundo

Fuente: V-Dem. Variable: Polarización política: ¿está la sociedad polarizada en campos políticos
antagonistas? (0 = no, de ninguna manera; 4 = sí, en gran medida).

Figura 2. Polarización política ponderada por población

Fuente: V-Dem. Variable: Polarización política: ¿está la sociedad polarizada en campos políticos
antagonistas? (0 = no, de ninguna manera; 4 = sí, en gran medida).

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También podemos ver en estas líneas de tiempo que una mayor pola-
rización está asociada con una menor democracia, como se muestra
en la figura 3. América Latina experimentó una alta polarización
desde los tumultuosos años de la década de 1950 hasta las dictaduras
militares de la década de 1960-1970, y comenzó a despolarizarse en
la década de 1980, con la restauración democrática. Solo en 2005, en
promedio, comienza a aumentar de nuevo. En el siglo xxi, América
Latina está sufriendo el mismo desafío que otros países en el mundo
contemporáneo: el aumento de la polarización y la erosión democrá-
tica en el marco de la democracia.

Figura 3. Democracia liberal y polarización política


en América Latina con intervalos de confianza

Máximo
Código de categorías

Mínimo

Índice de democracia liberal Polarización política

Fuente: V-Dem.

En investigaciones previas, mis coautores y yo mostramos que los


niveles sostenidos de alta polarización, en particular, están asocia-
dos con la erosión democrática (Somer et al., 2021). Las razones son
muchas y pueden variar según el país, pero el patrón general descrito,
de falta de voluntad de concertar junto con la percepción de la otra
parte como una amenaza existencial, puede alentar a los líderes a
tomar medidas para afianzar su ventaja electoral, concentrar el poder
en el ejecutivo y deslegitimar a los críticos y opositores (Haggard &
Kaufman, 2021; McCoy & Somer, 2019a).

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También podemos analizar los países individuales de América del Sur y


México y ver algunos patrones (figura 4). Todos los países que hicieron
la transición a la democracia desde un gobierno militar autoritario se
despolarizaron enormemente, pero variaron en términos de cuánto
tiempo pudieron mantenerla. Solo Uruguay ha logrado mantener una
baja polarización desde su restauración democrática, aunque Chile
mantuvo niveles bastante bajos hasta el precipitado aumento a partir
de 2018. Colombia se despolarizó mucho después de la década de
La Violencia y su posterior acuerdo nacional, pero luego se polarizó
nuevamente, cruzando el umbral pernicioso (de 3 en la escala) más
o menos cuando Álvaro Uribe Vélez estaba buscando tener un ter-
cer mandato, y luego de nuevo con las negociaciones de paz de Juan
Manuel Santos. México se despolarizó con el inicio de elecciones com-
petitivas tras las reformas electorales de 1993-1994, pero se polarizó
nuevamente y alcanzó niveles perniciosos tras la elección de Andrés
López Obrador, en 2018.

Figura 4. Polarización según países

Fuente: elaboración propia a partir de datos de V-Dem.

En general, los niveles más altos de polarización, aquellos que alcanzan


niveles perniciosos de 3 y superiores, se produjeron principalmente

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bajo gobiernos populistas, lo que refleja la tendencia a la retórica popu-


lista divisiva y demonizadora y a una reacción antipopulista que suele
responder con las mismas estrategias polarizantes. Las excepciones
al patrón de polarización populista son los altos niveles de Brasil, en
torno a la destitución de Dilma Rousseff, los escándalos de corrupción
que afectan a toda la clase política y luego la elección del populista
de extrema derecha Jair Bolsonaro; la polarización de Colombia, en
torno al proceso de paz; en Chile, con la explosión de una división de
clases largamente enmascarada y las protestas sociales de 2019-2020,
e inestabilidad presidencial en Perú desde 2016.

Interpretando la polarización y sus consecuencias


en América Latina

En toda la región latinoamericana hemos visto en las últimas dos déca-


das un amplio patrón de crisis de representación y de partidos políticos
insensibles o ineptos, lo que ha producido en muchos casos una alter-
nativa populista y una concomitante reacción de las élites y, en otros,
una fractura del sistema de partidos. En 2019, también vimos que las
protestas sociales generalizadas se extendieron por muchos países.
Estos amplios patrones reflejan una insatisfacción profundamente
arraigada con los legados del consenso neoliberal de la década de
1990, incluida la obstinada desigualdad de ingresos, los fracasos
de gobernanza y la corrupción generalizada, así como con las expec-
tativas frustradas de una clase media emergente. Al desencanto se
suman el resurgimiento de la inseguridad física con el aumento de la
delincuencia, especialmente durante la pandemia, y en algunos países el
persistente desafío del crimen organizado. ¿Están estos agravios relacio-
nados con la creciente polarización identificada? Necesitamos mucha
más investigación para determinar las causas, pero el análisis de los
patrones en países individuales y la comparación con otras partes del
mundo pueden darnos algunas pistas.

En Estados Unidos, Europa Central, India y Turquía —todos ellos


países que experimentan una gran polarización y erosión democrá-
tica—, la polarización se centra en las divisiones socioculturales y de

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identidad en torno a la raza, el género, la religión y el nacionalismo.


Esto puede ser el resultado de una estrategia deliberada de la élite
para distraer la atención de una política económica que beneficia a
las élites, como argumentan Hacker y Pierson (2020) para el caso de
Estados Unidos, y Magyar (2016), para el de Hungría, pero las cues-
tiones de la inmigración, los derechos de los lgbtq, los derechos
de las mujeres y la Iglesia y el Estado han desplazado las cuestiones
socioeconómicas como los temas fundamentales en el discurso par-
tidista y en las encuestas de opinión pública.

En América Latina, en cambio, las divisiones parecen seguir siendo,


en el fondo, sobre exclusión socioeconómica y, a veces, sociocultural
(cuando esta incluye la marginación de las poblaciones indígenas y
afro). Es un continente que aún no ha aceptado renovar el contrato
social para eliminar las jerarquías del privilegio. Las consecuencias
de esta terquedad no prometen nada bueno. Ya hemos visto cómo
esta exclusión, aunada a los fallos de gobernanza y a la corrupción,
ha producido fracasos espectaculares de sistemas de partidos enteros
en varios países. Estos fracasos, a su vez, invitaron al surgimiento
de outsiders populistas (de izquierda o de derecha), como ocurrió en
Venezuela y Perú en la década de 1990, en Ecuador y Bolivia (aunque
no un outsider) en la década de 2000 y en Brasil a finales de 2010.
En Venezuela y Bolivia, los líderes que movilizaron a comunidades
marginadas para acceder al poder por primera vez también generaron
una reacción de las élites, que se sintieron desplazadas, y una pro-
funda polarización subsiguiente, junto con una erosión democrática.
En Perú, Ecuador y Brasil, Alberto Fujimori, Rafael Correa y Jair
Bolsonaro, respectivamente, explotaron el desencanto general con
el establecimiento político y el Congreso para aumentar los poderes
del ejecutivo y, en el caso de Bolsonaro, un tipo de política de identidad
xenófoba, anti-lgbtq y misógina con cierto paralelo a lo visto en los
partidos de la derecha radical en Europa y Estados Unidos.

Es en estos casos en los que la respuesta populista a las crisis de


representación ha producido líderes autocratizantes en el gobierno,
en que la polarización binaria constitutiva más peligrosa, aquella de
nosotros contra ellos, puede identificarse mejor. Los ciudadanos se

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identifican con un partido o con un líder como grupo interno, man-


teniendo la lealtad hacia ellos, y la antipatía hacia el grupo externo,
independientemente del comportamiento pro o antidemocrático de
cualquiera de los dos. Esto crea un fuerte sentimiento de tribalismo
político y es difícil de superar. En estos casos, los campos tribales
suelen estar simplemente a favor y en contra del movimiento del líder.
La polarización basada en la identidad es difícil de superar, porque
los mecanismos psicológicos asociados (como el razonamiento moti-
vado y la tendencia a exagerar las virtudes del grupo interno y los
defectos del grupo externo) impiden la comunicación, la apertura a
nueva información y la voluntad de negociar y llegar a un acuerdo.
Estos mecanismos se ven reforzados en una época de creciente desin-
formación en redes sociales.

El tipo de polarización basada en la identidad, que supone más desa-


fíos, es la que se forma en torno a una fractura originaria (formative
rift, en inglés): un debate histórico no resuelto sobre ciudadanía o
identidad nacional (Somer & McCoy, 2019). Estos debates incluyen
cuestiones como: quién se considera un miembro de la comunidad
(quien es ciudadano con plenos derechos) y quién le representa legí-
timamente, así como mitos sobre la fundación de la nación y lo que
constituye el núcleo de su cultura e identidad. Algunos ejemplos de
estos debates son: el legado de derechos de ciudadanía desiguales
que se otorgaron a los afroamericanos, a los nativos americanos y
a las mujeres durante la fundación de Estados Unidos; si la lengua
y la etnia, o la religión, deben ser la base de la identidad nacional
en Bangladesh, y si la nación húngara debe identificarse como una
nación exclusivamente cristiana. Estas desavenencias tienden a ser
particularmente divisivas porque:

[…] no pueden eliminarse sin reconfigurar fundamentalmente


estos estados, y porque las personas suelen encontrarse en uno u
otro lado de estas grietas por nacimiento. Como resultado, estas
fracturas originarias pueden tener un poderoso impacto en los
vínculos políticos cuando se activan. (Somer & McCoy, 2019, p. 15)

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En Estados Unidos, los estadounidenses ampliaron periódicamente


los derechos de ciudadanía desde la Guerra Civil, pero cada época
de progreso se encontró con una contrarreacción, como la discrimi-
nación legal e informal contra los afroamericanos durante la era de
Jim Crow de 1877-1964, en respuesta al florecimiento de la partici-
pación de los negros, tras la Ley de Emancipación de 1863 y el fin de
la Guerra Civil. De hecho, a lo largo de la historia política de Estados
Unidos, los afroamericanos han sido a menudo los perdedores en la
resolución de las crisis democráticas (Mettler & Lieberman, 2020).

En América Latina, las antiguas divisiones en torno a la exclusión de


las poblaciones indígenas, como en Bolivia y Guatemala, constituyen
una fractura originaria de este tipo. De forma similar, los debates
actuales sobre los derechos reproductivos y de propiedad de las muje-
res en muchos países reflejan cada vez más las fracturas originarias.
La creciente xenofobia, que ha visto su articulación en la política
con el aumento de la inmigración procedente de Venezuela y de los
centroamericanos que se desplazan hacia el norte, refleja también la
activación de estas grietas para obtener beneficios políticos. Al estar
vinculadas a la identidad social y nacional, así como a la percepción
del estatus social, estos debates son fácilmente explotables para crear
un miedo a la pérdida de estatus social, con su consiguiente poder
político y económico, por parte de los grupos dominantes.

En contraste, cuando los países están polarizados en torno a agravios


socioeconómicos, como en Chile y Perú; a cuestiones específicas,
como la paz y la impunidad en torno a las violaciones de los derechos
humanos como en Colombia, o la seguridad y los derechos humanos
en México, la polarización puede ser más fácil de superar mediante la
negociación y la concertación. En todos estos casos, la polarización
política puede ser más fuerte entre las élites que en la sociedad, donde
las protestas no estaban vinculadas a los partidos políticos o a los
líderes, y todavía no son tribales. La experiencia histórica de Europa
Occidental puede proporcionar un modelo de cómo canalizar de
forma constructiva estas divisiones sociales.

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Los sistemas de partidos en la Europa posterior a la Segunda Guerra


Mundial produjeron una política estable en una especie de polarización
simétrica, en la que los partidos políticos no solo estaban definidos
ideológicamente, sino que también estaban incrustados en organiza-
ciones sociales, como la iglesia o los sindicatos, y en estructuras de
partido organizadas territorialmente (Tarrow, 2022). Esto permitió
la adaptación y el acomodamiento de las élites aun en medio de una
fuerte polarización ideológica. Sin embargo, el debilitamiento de este
anclaje social en el siglo xxi y la dilución de las ofertas ideológicas
claras por parte de los partidos mayoritarios han visto el ascenso de
la derecha radical y los partidos populistas en varios países de Europa
Occidental (Berman & Kundnani, 2021).

Las señales de alarma abundan incluso en los países divididos más


en torno a temas que a la identidad. La tendencia de López Obrador
a utilizar una retórica polarizadora y denigrante para deslegitimar a
sus oponentes y desacreditar el proceso electoral, y los comienzos
de esfuerzos por hacerse a más poder desde el ejecutivo, probable-
mente impulsen el avance del proceso de polarización perniciosa en
México. Y en Perú, la fuerte polarización de las élites, la debilidad
de los partidos políticos y la volatilidad de los votantes impiden las
negociaciones en el Congreso para renovar el contrato social, y ello
deja un vacío para que surja otro populista polarizador.

Aunque el proceso de paz fue un tema polarizador en las elecciones


de 2014 y 2018, las elecciones de 2022 en Colombia presentan un
nuevo panorama. El proceso de paz ya no es el clivaje polarizador
dominante, el sistema de partidos y el Congreso recién elegido están
fragmentados, y las primarias de marzo entre tres coaliciones (centro-
derecha, centro-izquierda e izquierda) sugerían que el candidato de la
izquierda (Gustavo Petro) es el candidato que vencerá. En mayo, los
colombianos eligieron a dos candidatos populistas (Petro y Rodolfo
Hernández) para ir a una segunda vuelta polarizada.

Tal vez, Chile presenta el escenario más optimista, con protestas


sociales desvinculadas de los partidos políticos y dando lugar a una
asamblea constituyente llena de independientes, encargados de

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redactar una nueva constitución. Aunque el proceso electoral pro-


dujo una elección polarizada en la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales de diciembre de 2021 entre la izquierda y la derecha,
la sorprendente y decisiva victoria del izquierdista Gabriel Boric y la
rápida concesión del ultraderechista José Antonio Kast contrasta-
ron con los intentos de Trump de anular su derrota y con el intento
de Bolsonaro de deslegitimar las elecciones antes incluso de que se
celebren, en octubre de 2022. La elección de Boric también significa
que habrá más coincidencia entre el presidente y la probable cons-
titución progresista que surja. Por lo tanto, es elevada la posibilidad
de un contrato social renovado a través de este proceso.

De cara al futuro, América Latina se enfrenta a graves desafíos: tras


una severa recesión económica en 2020, se prevé una recuperación
muy anémica para 2022, junto con inflación y una creciente deuda.
Por lo tanto, es probable que los agravios que dieron lugar a las pro-
testas sociales de 2019 se profundicen, mientras que las respuestas
de los gobiernos probablemente se vuelvan más duras y la seguridad
más militarizada (Sahd et al., 2022). Si persiste el patrón de opcio-
nes extremadamente polarizadas para los electores, combinado con
campañas llenas de desinformación, esta combinación es un mal
presagio tanto para frenar a los populistas que buscan concentrar el
poder para reducir la polarización. Si, por el contrario, las socieda-
des latinoamericanas comienzan a revisar sus contratos sociales y a
abordar sus fracturas originarias, mejorarán las perspectivas de que
haya democracias vibrantes.

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