The Bad Ones - Stylo Fantome
The Bad Ones - Stylo Fantome
The Bad Ones - Stylo Fantome
en un lugar secreto donde solo las cosas salvajes se atreven a ir. Oculto
detrás de una gran cortina negra que cubre cosas que nadie debería ver
jamás.
A veces, ocurre entre dos personas que nunca deberían tener permitido
juntarse. Uno que es una cerilla y el otro que simplemente resulta ser
gasolina.
Prenderlo una vez es todo lo que toma para quemar el mundo entero y
eso es exactamente lo que planean hacer.
1
Juego en el que hay que colar una pelota de ping pong en un vaso de cerveza.
Mientras intentaba esconderse en la biblioteca. Ella lo llamaba y ni siquiera
lo sabía. No sabía que entendía por qué trabajaba tan duro por permanecer
oculta… porque no quería que la gente viera su verdadero yo. Un
sentimiento con el que estaba muy familiarizado, ya que siempre mantenía
oculta una enorme parte de él.
Tal vez, solo tal vez, sus piezas ocultas encajaran.
Con deseaba muchísimo ver su auténtico yo.
2
Escuela Fuller.
Volvió a lamerse los labios. Él se preguntó si se daba cuenta de lo sexy
que era su boca, o la cantidad de tiempo que los chicos probablemente
pasaban pensando en eso.
—Tu dibujo. Soy yo, ¿cierto? —repitió de nuevo, y se inclinó hacia
delante lo suficiente para poder golpear la tapa de su cuaderno de dibujos
con un dedo.
El color que había desaparecido de su rostro volvió apresuradamente y
la cima de sus mejillas se tiñó de un ligero rosa. Alejó su cuaderno más de
él, casi hasta su regazo.
—¿Por qué pensarías eso?
—Porque se parece a mí —señaló. Ella frunció el ceño.
—No se parece en nada a ti.
—Dámelo.
Con estiró la mano y, honestamente, fue un poco chocante cuando ella
lo complació inmediatamente. También pareció sorprendida consigo misma,
pero no pudo hacer nada cuando él le quitó el cuaderno. Ella observó, con
los ojos como platos, mientras él rodeaba los cubículos de estudio ojeando
las páginas hasta que encontró en la que había estado trabajando.
—¿No deberías estar estudiando o algo? —sugirió cuando se detuvo a
su lado. Él resopló y se recostó contra la silla.
—¿No deberías tú?
—Lo hago; no estaba mintiendo, tengo un proyecto de arte para el final
del semestre. —Fue rápida al responder, su tono sarcástico. Él sonrió. Ella
tenía agallas, simplemente parecían estar escondidas. Solo salían cuando la
provocaban.
—Lo entiendo. Entonces, dime algo —suspiró, girando el cuaderno, así
el dibujo estaba hacia ella—, ¿por qué estoy en tu proyecto de arte?
—No eres tú —negó, pero no podía mirar la imagen.
—Definitivamente soy yo.
—¿Por qué pensarías eso? Es una silueta, no hay rostro. Son rasgos —
protestó. Con volvió a girarlo, así podía mirarlo.
—No. Pero aun así lo es. Esos hombros, esa mano —murmuró él,
pasando los dedos por los trazos de lápiz de ella. Casi se sentía como si
estuviese tocándola e inhaló a través de la nariz.
—¿Piensas que te ves así? —cuestionó, su voz suave. Él la miró, luego
de nuevo a la imagen. A la niña pequeña. Luego de nuevo a Dulcie. Vestía
una camisa de cuadros rojos.
—A veces. Sí, a veces creo que lo hago. Y esta. —Pasó un dedo sobre la
niña pequeña—. Esta eres tú, ¿no es así?
Hubo un largo silencio y finalmente la miró de nuevo. Estaba encorvada
en su asiento, con las manos juntas y presionadas entre sus piernas.
Parecía pequeña, casi vulnerable. Pero sus ojos estaban amplios y su boca
apretada en una línea firme. No estaba intimidada por él. Nerviosa, quizás.
Pero no asustada. No, ella era algo más, completamente.
—A veces creo que lo soy —susurró Dulcie, imitando su propia
respuesta.
Con no quería estar en la escuela en ese momento. Quería agarrarla
del brazo y sacarla a rastras del edificio. Llevarla dentro del bosque y
destrozarla. Convertirse en uno con ella, consumirla. Averiguar qué estaba
mal con él y ver si tal vez ella podía curarlo. O incluso mejor, quizás
descubrir que ella era igual.
—Oye, Masters, ¿visitando los barrios bajos de nuevo?
Una vez más, el hechizo fue roto. Con levantó la mirada para ver a sus
amigos acercándose al final del pasillo. Sonrió y se levantó. Dulcie se
encorvó incluso más y parecía como si estuviese a punto de huir.
—Jesús, ¿esa es la hermana de Matt Reid? ¿Estás comprando drogas,
Masters? —bromeó otro amigo.
—Nah, te lo dije. Estaba investigando por mi disfraz de Halloween. ¿Qué
piensan, chicos? —preguntó, dándole la vuelta al cuaderno para que todos
pudieran ver el dibujo.
El jadeo de Dulcie fue audible e inmediatamente alcanzó su cuaderno,
pero Con se movió adelante, apartándolo de los cubículos. Los otros tipos
se amontonaron alrededor, mirando el dibujo.
—¿Esto es lo que dibujas? Estás loca —comentó un tipo.
—No lo entiendo. ¿Por qué no tiene rostro?
—¿Quién tiene tiempo para libros de dibujos? Salgamos jodidamente
de aquí.
Todo el mundo saltó con el último comentario y en el momento de
distracción, Dulcie le arrebató el cuaderno a Con. Se levantó
repentinamente, apartando su silla tan rápidamente que él tuvo que
apartarse. Ella comenzó a meter sus cosas en la mochila mientras los
amigos de él se encaminaban a la salida.
—¿Sabes? —comenzó ella, en voz baja—. Solo porque todo el mundo a
tu alrededor actúe como un imbécil, no significa que también tengas que
hacerlo.
Ella podría haber pisoteado. Estaba enojada, se percató Con. Pero no
quería que tuviese la impresión incorrecta de él. La sujetó con dureza del
brazo, deteniendo sus movimientos.
—Ves, ese es el problema. Conmigo, no es una actuación —le advirtió.
Ella lo miró fijamente durante un segundo, luego se acercó un paso.
—Hay una diferencia entre ser un imbécil y ser un monstruo. Uno es
mucho mejor escondiendo su carácter.
Estaba tan sorprendido que cuando ella se apartó, la dejó ir.
3
Eran médicos especialistas que trataban a aquellos que padecían de la peste. En los siglos
XVII y XVIII, utilizaban máscaras que parecían picos de aves llenas de artículos aromáticos.
La nariz era de quince centímetros de longitud, con la forma de un pico, rellena de perfume
con solo dos agujeros, uno en cada lado, próximos a los orificios nasales.
acentuando sus estrechas caderas. El material caía de sus hombros en una
capa, resaltando lo anchos que eran, y todo el negro hacía que pareciera
aún más alto; era cada centímetro la figura sombría de su dibujo.
Parecía inevitable que se acercara a él. Después de todo, se habían
vestido para combinar. Sin embargo, cuando fue a dar un paso adelante,
alguien bloqueó su camino.
—¡Dulcie! Te ves sexy.
Chuck Beaty se paró frente a ella. Estaba en su clase de penúltimo año
y los comentarios circulando por la escuela decían que sería el nuevo
quarterback después de que Con se graduara. Para eso todavía faltaba casi
un año, pero ya había empezado a actuar como el gallo del corral, énfasis
en gallo4. Como si esperara que todo el cuerpo estudiantil y el personal de
la escuela Fuller cayeran a sus pies.
—Uh, ¿gracias? —logró responder, luego miró por encima de su
hombro. El médico de la peste negra había desaparecido, sustituido por un
hombre lobo.
—¿Por qué no te ves así más a menudo? —preguntó Chuck, sus ojos
repasándola.
—¿Qué? ¿Debería usar un negligé y una máscara en la escuela todos
los días? —resopló, mirándose. La gruesa enagua hacia que la falda del
vestido sobresaliese de su cuerpo, apenas sobrevolando la parte superior de
sus muslos. Su capa caía justo debajo del dobladillo, dejando la mayor parte
de sus piernas en exhibición.
—No me quejaría. —Chuck la miró lascivamente. Ella puso los ojos en
blanco y dio un paso para irse, pero se movió con ella. Cuando intentó ir por
el otro lado, él dio un paso adelante.
—Esto es divertido y todo, pero me gustaría volver al baile ahora —dijo,
retrocediendo con cada paso que él daba hacia adelante.
—Suena bien. Me encantaría bailar. —Se rió. Cuando extendió la mano
para agarrar su enagua de volantes, ella retrocedió y chocó contra una
pared. La había atrapado entre un rincón del gimnasio y las gradas.
—No bailo —le dijo.
—Vamos, nena, ¿cuál es el problema? Soy quarterback, eres sexy.
Vamos a ver lo que podemos hacer —sugirió, invadiendo su espacio tan
cerca que fue capaz de oler el adulterado ponche en su aliento. Se apretó
contra la pared.
—Si no te alejas de mí, voy a encontrar la manera de plantar mi rodilla
en tus pelotas.
4
Juego de palabras. La palabra en inglés es cock, que también significa gilipollas, imbécil,
además de gallo.
—Eres una jodida esnob, Dulcie. Siempre yendo por ahí y actuando
como si fueras mejor que el resto de nosotros —le espetó de repente.
—¿De qué estás hablando? Estás borracho, Chuck. Sal de mi camino
—ordenó, y puso sus manos contra su pecho, tratando de empujarlo. No se
movió.
—Mierda, esta es la primera vez que te has disfrazado. ¿Eres demasiado
genial para Halloween, Dulcie? —gruñó, luego la sorprendió al extender la
mano y quitarle la máscara.
Debería haber estado asustada, se encontraba en un rincón oscuro con
Chuck Beaty. Había todo tipo de rumores sobre él, sobre cómo trataba a las
chicas, sobre que le gustaba emborracharse todo el tiempo.
Pero Dulcie no estaba asustada. Estaba enfadada y molesta. Como al
parecer se estaba convirtiendo en su nuevo hábito, ni siquiera pensó en lo
que estaba haciendo… tan solo elevó su mano a su rostro y rastrilló las uñas
por el costado de su mejilla.
Quiero ver su sangre.
Chuck se sorprendió por un momento, entonces se vio muy molesto.
Agarró el frente de su vestido y retorció la tela en su puño antes de sacudirla
hacia adelante, luego la golpeó contra la pared. De inmediato, ella empezó a
golpearle los brazos y tirar de su muñeca.
Nunca se le ocurrió gritar. Ni una sola vez. Quería rasgarlo por la mitad,
estaba tan enojada, pero nunca tuvo la oportunidad. Una figura oscura salió
de debajo de las gradas y agarró a Chuck por la parte posterior del cuello,
apartándolo de ella. Constantine Masters había perdido su máscara, pero
aún se veía inquietante y formidable en su traje negro, y parecía fácil para
él sujetar al chico más pequeño en el lugar.
—¿Quieres saber por qué prendí fuego a tu auto? —gruñó Con y Dulcie
observó los ojos de Chuck abrirse de par en par.
—¿¡Jodidamente hiciste eso!? —gritó.
—Porque —Con lo ignoró—, pensé que estabas dentro.
Se adelantó y Dulcie saltó fuera del camino, tropezando bajo las gradas
mientras Con golpeaba la cabeza de Chuck contra la pared. Lo hizo dos
veces más, hasta que el otro estuvo inconsciente y cayendo en un bulto en
el suelo.
Dulcie se agarró al entramado de barras que la rodeaban y trató de
recuperar el aliento. Estaba casi jadeando y su corazón estaba acelerado.
Miró fijamente a Chuck por un momento, a su figura, mientras yacía en el
suelo. Luego movió su mirada hacia Con. Estaba mirando a Chuck también,
e incluso en la débil iluminación, podía ver el músculo en el lado de su
mandíbula. Observó mientras pasaban los segundos.
Cuando se movió, Dulcie se quedó quieta. Se deslizó entre las barras,
moviéndose por debajo de las gradas hasta que estuvo frente a ella. Parecía
un poco loco. Su rostro estaba enrojecido y sus ojos eran salvajes. Se movió
para que estuvieran tocándose, de modo que ella pudiera sentir su pecho
mientras subía y bajaba con su respiración jadeante. Era mucho más alto
que ella, nunca se había dado cuenta. Tuvo que inclinar la cabeza hacia
atrás para mirarlo y su capucha cayó de su cabello.
—¿Me tienes miedo? —preguntó con voz ronca.
—No —respondió ella de inmediato.
—Creo que deberías —le advirtió. Ella respiró hondo.
—Creo que tú deberías tenerme miedo.
Cuando la boca de él cayó sobre la suya, se sintió natural. Necesitaba
devorar algo, estaba claro, y ella era carne fresca. Quiso abrirse para él y
yacer a sus pies.
Gimió y agarró los bordes de su chaqueta, acercándolo aún más.
Tropezaron hacia atrás hasta que golpearon la pared, entonces, las manos
de Con se movieron sobre su cuerpo. Arañando su pecho, tirando de su
falda. Cuando se deslizaron alrededor de su espalda, él agarró el material
de su capa y tiró con fuerza, haciendo que el nudo en su garganta se
apretara. Ella jadeó mientras su cabeza se apartaba de él, pero todavía no
estaba asustada. Mientras sus dientes dejaban marcas de mordedura en el
costado de su cuello, pensó que tal vez ya no necesitaba oxígeno. Él podía
respirar por ella.
Dulcie había sido besada antes, pero no en la forma en que la estaba
besando, estaba bastante segura que nadie había sido jamás besado de esa
manera. Seguía siendo virgen, pero, en ese momento, no le importaba. No le
importaba que fuera joven y estúpida, ni que estuviera en un gimnasio lleno
de gente, ni que apenas conociera al chico que la estaba tocando. Quería
que su oscuridad la tragara entera. Quería ser parte de ella. Quería darle su
propia oscuridad.
Él soltó su capa, permitiéndole respirar de nuevo, pero sus manos no
permanecieron ociosas. Inmediatamente se movieron bajo su falda,
revoloteando por todos los volantes, finalmente encontrando piel. Las uñas
se clavaron en la suave carne de sus muslos y ella gimió en su boca.
—Por favor. Por favor, quiero esto —le aseguró, aunque no había
expresado ninguna pregunta ni preocupación.
—Lo sé —gruñó.
Nunca sabría lo lejos que realmente habrían llegado. Con era mucho
más experimentado que ella, tal vez hubiera tenido más autocontrol. Ella
ciertamente no tenía ninguno, había estado lista para empezar a quitarse la
ropa. Pero entonces, una serie de luces parpadeantes se deslizaron a través
de sus párpados cerrados y pestañeó de nuevo a la realidad, levantando su
mano mientras otro flash brillante explotaba.
—¡Vaya, vaya! ¡Dulcie! ¡Ahora veo por qué no querías tomar las fotos
esta noche!
Le tomó un segundo a su cerebro dejar de dar vueltas y reconocer la
voz. Gary era un estudiante de segundo año que estaba en el comité del
anuario con ella. Y el pequeño imbécil acababa de tomarles una foto. Una
de las manos de Con debajo de su falda y los brazos de ella envueltos
firmemente alrededor de su cuello.
—Pequeña mierda, debería hacerte comer esa maldita cámara —
comenzó a amenazar Con, y se dirigió hacia el chico más joven. Un gesto
espantoso sin duda, y Gary rápidamente retrocedió. Luego tropezó con algo
y cuando todos bajaron la mirada, se dieron cuenta que estaba tropezando
con el cuerpo inconsciente de Chuck.
—¿Qué está pasando aquí? ¿¡Qué han hecho!? —gritó Gary.
—Nada, Gary. Espera... —Dulcie intentó calmar la situación.
—Nada que jodidamente no mereciera, y serás el siguiente —
interrumpió Con.
Hubo silencio durante un segundo, luego Gary salió corriendo,
empezando a llamar el director.
Bueno, mierda. Ahí va la noche.
—Esto va a ser peor que detención, ¿verdad? —gimió Dulcie.
—Estará bien, vamos.
Con no explicó, solo agarró su brazo y comenzó a tirar. Ella tropezó
mientras la arrastraba a lo largo de las gradas. Cuando llegaron al otro
extremo, todavía no dijo nada, solo cruzó las falsas telarañas antes de tirar
de ella hasta un conjunto de puertas dobles. Conducían al estacionamiento
trasero, y Con abrió una.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, un poco confundida cuando la
empujó fuera.
—Me encargaré de esto. —Fue todo lo que dijo, luego fue a cerrar la
puerta entre ellos. Ella extendió la mano y la sujetó, deteniendo su impulso.
—¿Qué está pasando?
Era la pregunta del millón de dólares... y no hablaba del baile. Ni
siquiera estaba hablando del beso. Estaba hablando de la sensación que
tenía cada vez que él estaba cerca. Sabía que él también lo sentía. Estaba
segura que, si hubieran estado a la vista de todos, todo el cuerpo estudiantil
lo habría sentido. Por eso la había arrastrado a la oscuridad para besarla.
Si se hubieran hallado frente a otras personas, podrían haber visto sus
verdaderas formas.
Sean lo que sean.
—Nada, Dulcie. Vete a casa.
Y con eso, Con apartó con brusquedad la puerta de su mano y la cerró
de golpe en su rostro.
uando Con regresó con Chuck Beaty, el chico había estado
volviendo en sí, gracias a Dios. Con fue capaz de arreglarlo antes
de que el director apareciera. Al menos, no se veía tan mal como
antes, y a pesar del pequeño mierda de Gary lloriqueando sobre
ser amenazado, Con pudo convencer al director de que no había sido nada.
Solo chicos siendo chicos, una sana rivalidad.
Si no hubiese tenido un partido el fin de semana siguiente, Con estaba
seguro que habría estado en un gran apuro. Pero el partido era importante
contra un gran rival, y sin Con, su equipo perdería. Observó al director
debatir qué hacer con la situación.
—No puedo seguir dejando pasar estas cosas, Masters —gruñó. Chuck
estaba apoyado contra una pared, con la cabeza entre las manos, no lo
suficientemente “atento” para importarle un comino—. Tengo que hacer
algo.
—Comprensible. —Fue todo lo que dijo Con en respuesta.
—Bien. Tres días de suspensión. Prohibidos bailes futuros. Y tengo que
llamar a tus padres. ¿Está bien? —preguntó el director. Gary hizo un ruido
como si quisiera discutir, pero Con simplemente asintió.
—Bien.
—No más peleas, Masters.
—No más.
—Y no más travesuras graciosas. Escuché algo sobre un incendio hace
un par de semanas, tu nombre fue…
—Entendido. Vamos.
Con no se molestó en esperar, se dio la vuelta y salió del gimnasio.
Ser un adolescente era un proceso extraño, Con siempre sintió eso. No
se sentía joven. No se sentía de ninguna edad en particular. Sentía como si
estuviera simplemente pasando el tiempo, siempre fingiendo ser algo que no
era; algo que ya no quería ser.
La única vez que se sentía real era cuando estaba haciendo algo malo.
Y no como saltarse clases o hacer trampa en una prueba. Sino como
prenderle fuego al auto de Chuck. O esa vez que había golpeado como la
mierda a un tipo, después de un partido en una ciudad vecina. O cuando
había besado a Dulcie. Solo cuando se dejaba ir por completo se sentía
verdaderamente libre.
Así que, sentado en la oficina, escuchando a su padre gritar tanto al
director como a él, Con no se sentía real. Se sentía como un muñeco de
papel, sentado en una silla, esperando a que su padre lo pasara a buscar.
Que le dijera cómo debía ser, que le dijera qué hacer, hasta que llegara el
momento en que podría volver a ser él mismo.
Después que le fue recordado al director QUIÉN era el padre de Con, y
exactamente CUÁN valioso era el brazo de Con para la ciudad, se fueron. El
mayor de los Masters fue a casa en su propio auto, Con lo siguió de cerca
en su camioneta. No quería ir a casa. Quería ir a buscar a Dulcie y terminar
lo que habían empezado. Lo que demonios fuere.
Fue un sacrificio humano, y ella estaba ofreciéndose en tu altar.
—¿¡Qué mierda te pasa, Constantine!?
Con suspiró mientras cruzaban su puerta principal y su padre
instantáneamente comenzó a gritar. No fue una sorpresa. Érase una vez,
Jebediah Masters había utilizado sus puños para mantener a su hijo en
línea. Pero entonces, Con se había vuelto más grande que su padre y nunca
había tenido miedo de regresar el golpe. Así que las palizas habían parado
para dar paso a los sermones. Su padre podía hablar, hablar y hablar; antes
de convertirse en alcalde, había sido un abogado muy exitoso.
—¡No le hables a mi hijo de esa manera!
Ah, la señora Masters se unió a la pelea, con un Martini en la mano.
Ella, lamentablemente, no era más grande que su marido, y su rostro
mostraba moretones frescos que atestiguaban ese hecho. No le molestaba a
Con; su madre había sido una figura ausente en su vida, pasando la mayor
parte de su tiempo en ciudades más grandes. Cuando había estado en casa,
siempre había hecho caso omiso de los golpes y gritos. Que ahora lo
defendiera, era solo munición contra su marido. Otra razón para gritarse
entre ellos.
Mientras los dos Masters "adultos" gritaban y chillaban, Con se sentó
en el extremo de su mesa de comedor de doce plazas. Había sido ubicaba
allí por las fiestas, completada con guirnaldas enlazadas con oropel púrpura
y velas naranjas llameando en toda la longitud.
Se quedó mirando una llama mientras escuchaba a sus padres
discutir. Padres. Más como animales. Explicaría mucho, en realidad. Una
arpía y una serpiente, gruñendo y siseando al otro. Tratando de sacar
sangre, pero ninguno lo suficientemente valiente como para hacerlo.
Aunque Con era lo bastante valiente. Era un tipo diferente de bestia.
Solo quémalo todo.
Extendió la mano e inclinó la vela que estaba directamente frente a él.
La llama parpadeó cuando golpeó la mesa, pero no se apagó. El pilar de cera
rodó en la guirnalda, que rápidamente se incendió. El oropel de plástico
actuó como fusible y fue solo cuestión de segundos antes de que todo el
tapete estuviera en llamas.
Con no era un pirómano, en absoluto. El fuego era más rápido y fácil.
Había incendiado el auto de Chuck simplemente porque había tenido un
encendedor. Si solo hubiera tenido un bate, habría golpeado como la mierda
el auto. Si hubiera tenido una pistola, habría disparado a sus padres. Pero
todo lo que tenía era una llama y una idea, y sin molestarse en pensar
mucho en ninguno de los dos, prendió fuego a la mesa del comedor.
Mientras observaba las llamas crecer, extenderse y caer sobre una costosa
alfombra persa, su mente estaba a kilómetros de distancia.
Me pregunto cuál es el sabor de Dulcie. Me pregunto si me dejaría morder
lo bastante duro para averiguarlo.
adie sabía que Gary Eckland existía, mucho menos escucharon
de él, así que nunca se extendió la información sobre el pequeño
momento privado de Dulcie y Con. Nadie lo habría creído, de
todos modos. La mitad del tiempo, incluso ella no creía que
hubiera sucedido de verdad.
Sin embargo, las noticias sobre la “pelea” entre Con y Chuck sí se
extendieron. Algunas historias declaraban que Con lo había golpeado hasta
casi la muerte. Otras, decían que Chuck casi había ganado, y que Con lo
había terminado con un puñetazo en el estómago. Nadie sabía la verdad,
excepto Dulcie y Con. Ella no iba a hablar y Con estaba suspendido, así que
las historias no fueron verificadas.
No habló con él durante casi todo el mes de noviembre. Más rumores
se esparcieron, hablando del departamento de bomberos siendo llamado a
la casa Masters. Volvió a la escuela por un día, luego el equipo se fue para
un juego en otra ciudad, el cual, por supuesto, ganaron. Dos semanas
después, llegó el descanso de Acción de Gracias. Los Masters realizaron su
viaje anual a Vail para esquiar.
Dulcie trabajó en vacaciones y evitó su casa tanto como era posible.
Matt, su loco medio hermano, se había estado volviendo incluso más loco.
Más de una vez, había salido del baño recién duchada para encontrarlo
acechando cerca de la puerta. Su madre también estaba pasando más
tiempo en casa, pero eso no era de ninguna ayuda; se prostituía con los
amigos de su marido a cambio de drogas, las cuales su marido luego vendía
por un dinero que guardaba para sí.
Las semanas se convirtieron en meses. El invierno en primavera. Dulcie
había soñado con un sombrío hombre, escabulléndose furtivamente y
llevándosela en la noche. Besándola en la oscuridad y tocándola de maneras
que la hacían despertar sudando excitada, jadeando por más.
Pero Con no dijo nada. Era como si nunca hubiera sucedido. El
momento más profundo de su breve vida y él actuaba como si ni siquiera
hubiera importado. Por supuesto, tal vez no lo hacía. Con besaba a
montones de chicas. Había dormido con montones de chicas, tenido
montones de novias. Besar a Dulcie solo fue más de lo mismo para él,
probablemente.
No. Él lo sintió. Estuvimos en ese espacio juntos.
No importaba. Chocaron el uno con el otro un par de veces. Una vez,
de alguna manera, incluso habían hablado en el pasillo principal, después
de que la última campana para clase sonara. Ella había estado luchando
con su portafolio en su bolso y lo había dejado caer. Antes de que pudiera
recogerlo, alguien estaba de pie delante de ella y lo agarró del suelo.
Él le había preguntado cómo había resultado su proyecto de arte, si
había sido capaz de acabar el trabajo sin la cámara. Ella había estado
sorprendida de que siquiera recordara romper su cámara. Antes de que
pudiera responder, sin embargo, la mitad del equipo de fútbol había llegado
al pasillo. Con hizo una broma sobre pedirle a Dulcie que hiciera retratos de
desnudos, y todos rieron. Entonces, le había guiñado el ojo y se había
alejado con sus amigos. Como si ella fuera solo alguna chica normal con la
que podía flirtear y bromear.
NO soy una chica normal, Constantine Masters.
Incidentes similares ocurrieron. Él aparecía mágicamente en un lugar
donde ella se encontraba —la biblioteca, el aula de arte, el gimnasio
trasero—, pero antes de que algo pudiera ser dicho, alguien los interrumpía.
Y era como ver una máscara caer del rostro de alguien. Él sonreía y era
lindo, pero no era Con. Dulcie simplemente sabía que no era él.
El día de graduación llegó y mientras que la mayoría de chicos estaban
emocionados, Dulcie se sentía como si estuviera siendo estrangulada. Era
como si Con hubiera dado vida a algo en ella y luego se lo llevara
abruptamente. La mayoría de estudiantes de penúltimo año celebraban
pasar a último año, y todos los de último año celebraban el final de la
escuela. Había fiestas en todas partes, todas las noches. Ella quería ir,
quería arrinconarlo en alguna parte, quería patearlo y arañarlo y morderlo
hasta que la reconociera por lo que de verdad era… su reflejo.
Pero era débil y estaba nerviosa y, después de todo, solo era una chica
de diecisiete años. Una estúpida, estúpida chica de diecisiete años que había
sido lo bastante cliché como para caer por el deportista guapo.
Caperucita Roja se enamoró del lobo.
Y así fue que Constantine Masters se graduó con las mejores
calificaciones, con grandes alabanzas y elogios, y dio un gran discurso en la
ceremonia de graduación. La gente lloró y rió. Oh, ese Con, tan bueno
diciendo todas las cosas correctas.
Dulcie no vio nada de eso. Se sentó bajo las gradas y se puso sus
auriculares y se dejó llevar. A un sombrío lugar, donde las cosas malas
podían llenar sus oscuros deseos y necesidades y no meterse en problemas
con el brillante y reluciente mundo.
Ser una adolescente es tan negro y blanco. Ansío el tecnicolor.
Dulcie se aferró a la esperanza de que tras la graduación, después de
que todo se calmara, Con la buscaría. Sabía dónde trabajaba, sabía que
pasaba un montón de tiempo en la biblioteca. Pero su sueño rápidamente
murió… descubrió que Con había dejado la ciudad una semana después de
la graduación. Pasaría el verano en California con la familia, luego iría
directamente a la universidad en Ohio. Había una posibilidad real de que
Dulcie nunca lo viera de nuevo.
Una vez más, no estaba triste. Estaba enojada. Con había arruinado
algo genial. Le había quitado algo. Ella no podía haberlo imaginado
posiblemente. Había sido solo un momento en el tiempo, pero había sido
uno de los grandes. Algo que recordaría por mucho tiempo. Un beso, y
ningún otro chico se le compararía. No era justo.
Casi un mes después de la graduación, llegó a casa por la tarde del
trabajo de un turno de desayuno en el restaurante. Hizo una mueca ante la
vista en la sala de estar. Su padrastro en bóxer, sentado en el sofá abierto
de brazos y piernas mientras roncaba. Su madre llevaba una combinación
y se sentó cuando Dulcie entró en la caravana.
—¡Hola, cariño! Me alegra que estés en casa, siento que no te he visto
en años —arrulló su madre mientras se ponía de pie.
La señora Bottle —anteriormente señora Travers, anteriormente señora
Reid, anteriormente Tessa Banks—, tenía el suave acento que era común en
la zona, sin embargo, de alguna manera, se había perdido en su hija. No
sureño, pero casi. Country, así lo llamaba Dulcie en su mente. Un distintivo
deje. No todos lo tenían y ella no estaba muy segura de a qué se debía, pero
la familia de su madre había vivido en West Virginia durante años. Todos
los Banks lo tenían… en el abuelo de Dulcie era tan marcado que a veces
era difícil entenderlo, pero a ella le encantaba. A veces, deseaba tenerlo. Se
preguntaba si eso la suavizaría.
—Me viste anoche, mamá —dijo con un suspiro, manteniendo su
cabeza gacha mientras se dirigía hacia el pasillo.
Odiaba mirar a su madre porque se parecían muchísimo. Sus ojos, sus
labios, su color de cabello… sus más distintivos rasgos los había heredado
todos de su madre. Al mirar a Tessa Bottle, Dulcie sentía como si estuviera
mirando su potencial futuro, y no era bonito.
—¿Sí? —Tessa parecía insegura. Dulcie no estaba sorprendida, la
mujer había estado drogada.
—Sí. Mira, estoy muy cansada. Podemos hablar más tarde, ¿sí? —
sugirió Dulcie, sabiendo muy bien que eso no sucedería. Más tarde, Tessa
estaría o drogada u ocupada “ganándose su sostén”.
—Claro, cariño. ¡Oh! Tienes un paquete. Lo dejé en tu cama —le
informó su madre.
Dulcie se congeló por un segundo, luego se apresuró por el pasillo.
Nada estaba a salvo en la casa, nunca dejaba nada privado o de valor
monetario en su habitación. No esperaba ningún paquete, no tenía ni idea
de qué era, pero sabía que atraería atención indeseada.
No estaba equivocada.
—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó, irrumpiendo en su habitación justo a
tiempo para ver a su medio hermano, Matt, de pie junto a su cama,
sacudiendo una caja marrón entre sus manos.
—¿Qué recibiste? —preguntó, alzando el paquete a su oreja y
sacudiéndolo más fuerte.
—¿Cómo lo sabría? No lo he abierto. Sal de mi habitación —exigió,
apresurándose a rodear su cama y alcanzar la caja. Matt retrocedió y la
sostuvo fuera de su alcance.
—Aw, vamos, somos familia. Tienes que compartir —se burló, dando
un paso atrás.
—Dame la caja, Matt —gruñó, extendiendo la mano por ella de nuevo.
—Trabaja por ello, Dulcie.
Ella saltó, intentando arrebatarle la caja, y él le rodeó la cintura con un
brazo, acercándola con brusquedad. Casi tuvo arcadas cuando cayó contra
su pecho desnudo. Él solo llevaba holgados vaqueros, presumiendo de un
enclenque y delgado torso cubierto con tatuajes mal hechos. Ella olvidó el
paquete e intentó liberarse de él, causando que se tambalearan a través de
la habitación.
—Si no me quitas las malditas manos de encima, lo juro por Dios, voy
a…
—Mmm, Dulcie, hueles bien.
Sintió su nariz contra su cabello. Matt siempre había sido… extraño
hacia ella. Nunca habían sido cercanos y cuando él había cumplido trece,
se había escapado para vivir con su padre. Ella solo había tenido cinco en
ese momento. Luego, él había vuelto cuando tenía veintiuno, y ella trece.
Nunca lo había sentido como su hermano y, obviamente, él se sentía de la
misma manera.
Desearía que simplemente tuviera una sobredosis ya y se sacara a sí
mismo de mi miseria.
Estaban cerca de la puerta y Dulcie se las arregló para liberar un brazo
de su agarre. Extendió la mano y agarró una hucha de cerdito de su cómoda,
oscilándola y golpeándola contra el lado de la cabeza de él. La gruesa
porcelana se rompió, duchándolos con dinero suelto y poniendo a Matt de
rodillas con un gemido. Le arrebató el paquete y lo lanzó a su cama.
—¡Nunca jodidamente vuelvas a tocarme! —siseó, moviéndose
alrededor y plantando un pie justo en el centro de su espalda. Él cayó hacia
delante, por la puerta abierta y en el pasillo. Luego dio un portazo detrás de
él.
De inmediato, fue al otro lado de su cómoda y empujó con tanta fuerza
como pudo. El mueble era viejo y hecho de pesada madera, por no
mencionar el hecho de que estaba lleno con su ropa. Pero había tenido un
montón de práctica moviéndolo, y después de rechinar los dientes y poner
algo de fuerza extra, lo deslizó a lo largo del suelo. Siguió empujando hasta
que bloqueó la entrada de su habitación. Matt, al parecer, se había puesto
de pie porque empezó a golpear la puerta. Dulcie lo ignoró y recogió una
gruesa pieza de dos por cuatro que estaba en el interior de su armario. Se
puso de rodillas, acuñándolo entre la cómoda y la estructura de su cama.
Su puerta era ahora imposible de abrir.
—¡Estúpida puta! ¡Más te vale quedarte ahí, porque si sales aquí, te
haré lamentar haberme jodido! —gritó prácticamente Matt.
La puerta estaba cerrada, así que él ya no era un problema. Podía gritar
toda la noche y no molestaría a Dulcie. Sabía que con el tiempo perdería
interés, o se metería en una pelea con el marido de Tessa, o se drogaría y
olvidaría que estaba enojado. Lo que sea.
Dejó caer su bolso de mensajero al suelo y se movió hacia el centro de
la cama, recogiendo el paquete. Estaba envuelto en papel marrón y llevaba
su nombre, junto con su dirección, escrito en grandes letras de imprenta.
Sin dirección de regreso. Sin otra información, punto. Frunció el ceño y
empezó a desgarrar el papel.
Había un regalo envuelto debajo, con un enorme sobre cuadrado
pegado con cinta sobre la caja. De nuevo, su nombre estaba escrito, pero
solo en simples letras mayúsculas. Sin nada distintivo. Lo retiró y lo dejó a
su lado en la cama, luego continuó desenvolviendo su misterioso correo.
Cuando casi la mitad del papel estaba arrancado, se sorprendió ante la
vista del producto en la etiqueta de la caja. No quería tener esperanzas, sin
embargo… la gente envolvía calcetines en cajas de licuadoras, así que quién
sabía lo que había realmente dentro. Rápidamente arrancó un poco de cinta
y abrió la caja.
Nop. La etiqueta no era mentira. Alguien le había enviado una nueva
cámara digital. Mejor que la que había sido destruida el pasado otoño. Giró
la máquina en sus manos. Era bonita y probablemente muy cara.
¡¿Quién diablos me enviaría una cámara?!
Dulcie abrió torpemente el sobre que había sido pegado a la caja de la
cámara. Había una tarjeta dentro, pero la cubierta estaba en blanco. La
abrió y tampoco había un mensaje impreso en el interior. Solo una nota
escrita a mano para ella.
Dulcie,
No pude despedirme. No diré que lo siento, porque no es así, y creo que
sabes por qué.
Debería haberte comprado esto antes. Ves cosas que otra gente no. Toma
fotos y luego míralas y dibuja lo que realmente ves en las imágenes.
No te asustes.
Y no me decepciones.
Constantine
Dulcie estaba respirando duro para el momento en que llegó al final de
la nota. Lo había sabido. Había tenido razón. No se trató solo de ella, no fue
solo algún momento al azar en el tiempo. Había sido más real que cualquier
cosa que jamás hubiera experimentado. Esta vida, su casa, su trabajo, todo
era agua sucia e insípida. Desenfocado y borroso. Constantine Masters,
ahora había un poco de alta definición para su vida.
Tomaré esas fotos y dibujaré lo que veo y cuando vuelvas por mí, verás
que somos iguales.
o, no, no, este lado! ¡Hazla de mi lado bueno!
Dulcie suspiró y presionó un botón. El flash de la
cámara destelló, lo que pareció calmar a la chica que
había estado quejándose. O, al menos, la distrajo de darse cuenta que el
obturador no se movió.
—Gracias, Dulcie. Eres genial.
El novio de la chica quejosa chocó su puño con el de Dulcie, luego el
par salió de la habitación y volvió al baile.
El baile de Halloween.
El último año no cumplió las expectativas que se esperaban. Tal vez
saber que la universidad estaba en el horizonte lo hizo más emocionante
para algunas personas, pero Dulcie sabía que no iba a ir a la universidad.
Había estado ahorrando para mudarse a su propio apartamento al momento
en que cumpliera dieciocho, pero el restaurante apenas pagaba lo bastante
para cubrir sus actividades extracurriculares y libros de texto, mucho
menos para ahorrar montones de efectivo para el alquiler. Su cumpleaños
dieciocho llegó y pasó, aun así, Dulcie todavía vivía en la caravana.
Seguía bloqueando la puerta de su dormitorio.
—¡Dulcie! ¡Aquí!
Una rubia estaba haciéndole gestos con la mano desde dentro del
gimnasio y Dulcie sonrió y bajó la cámara. Nadie estaba en la fila para
hacerse una foto, así que pensó que podía tomarse un par de minutos libres
y dirigirse al baile.
El último año tampoco había sido tan malo. Cuando habían recibido
sus anuarios durante el verano, había descubierto que la foto de ella y Con
besándose había sido publicada en la sección del “Salón de la Vergüenza”.
Era de casi buen gusto, supuso, y solo los mostraba de hombros para arriba,
sus labios apenas tocándose.
Al principio, había estado molesta. No quería que nadie viera su beso,
era un momento privado entre Con y ella. Se preocupó de que cuando él
viniera a casa, estuviera enojado sobre la foto. O avergonzado.
Pero Con nunca volvió. Nunca llamó, mandó correos electrónicos,
escribió, nada. Su cuaderno estaba desbordado con dibujos, sus paredes
estaban llenas de ellos.
Y ningún Constantine para verlos.
Se enojó. Unos cinco meses habían pasado y no había habido
comunicación. Sabía que no era que él no tuviera tiempo… había oído por
la escuela que había estado en contacto con otros amigos. Con otras chicas.
Entre tanto, la infame foto del beso le había dado un poco de fama. Si
Con Masters la había encontrado atractiva, bien, entonces debía ser
atractiva. E ingeniosa y divertida y algo que merecía la pena mirar dos veces;
de repente, chicos que nunca le habían dado la hora del día, charlaban con
ella en los pasillos. Robaban asientos a su lado. Le pedían citas.
Los ignoró, al principio. Luego, más tiempo pasó y se enojó más con
Con. Se enojó consigo misma. Se enojó con la ciudad en la que vivía y se
enojó con su vida. ¿Por qué debería vivir la vida en los márgenes?
Simplemente aguardando su momento, intentando pasar desapercibida.
Antes, había empezado a pensar que de verdad había estado esperando que
Con la notara.
Ahora, se daba cuenta que simplemente había estado asustada. Bueno.
Ya no. Odiaba la idea de estar asustada de nada, así que un día, cuando un
relativamente guapo chico le pidió salir, dijo que sí.
Jared era lo bastante agradable. Jugaba al fútbol… incluso había
jugado con Con. Tenía la misma edad que ella y en realidad estaba en un
par de sus clases de arte. Le gustaba reír y era muy educado. También era
súper comprensivo con el hecho de que las piernas de ella parecían estar
soldadas por las rodillas.
No era que a Dulcie le asustara el sexo; estaba muy familiarizada con
su propio cuerpo y perfectamente cómoda cediendo a sus más básicos
deseos. Tenía una fantasía muy activa. Desafortunadamente, sin embargo,
ninguna de esas fantasías era con Jared, así que simplemente no podía
obligarse a acostarse con él.
No, todas sus fantasías invocaban a un hombre hecho de sombras. Un
chico con una sonrisa de oro y un corazón oscuro.
—Oye, deja la sala de fotos por un rato, divirtámonos a costa de los
disfraces de la gente. —Su amiga Anna rió cuando Dulcie finalmente llegó a
su lado.
—Demasiado fácil. ¿Qué ocurre después de esto? —inquirió, echando
un vistazo por la habitación.
Oh, sí, Dulcie incluso iba a fiestas ahora. Se sentía muy experta.
—Bryce dijo que algo está pasando en el lago —comentó Anna,
refiriéndose a su novio—. Jared mencionó que ustedes podrían ir.
—Oigan, chicas, ¿están hablando de mí?
Dulcie no tuvo oportunidad de darse la vuelta antes de que un brazo
se deslizara alrededor de su cintura. Sintió los cálidos labios de Jared contra
el costado de su cuello y sonrió mientras se apoyaba contra él. Era tan
cómodo, como un viejo suéter. Una cómoda manta. La casa de su abuela.
No sexy en absoluto.
—Sí, ¿ustedes van a ir al lago más tarde? —intervino Bryce. Jared se
movió para estar al lado de Dulcie.
—No, está muy lejos y tengo práctica por la mañana —respondió él.
Dulcie dejó escapar un suspiro de alivio. Iba a fiestas, pero no le gustaban
particularmente.
—Vamos, ¡tienen que ir! ¿No oyeron quién va a estar allí? —exclamó
Bryce.
—No, ¿quién?
—¡El jodido Constantine Masters!
La gravedad se cuadruplicó por un momento y Dulcie se sintió como si
fuera a colapsar. El resto de sonidos se desvanecieron y todo lo que pudo
oír fue la conversación que tenía lugar entre los chicos.
—¿Con está en la ciudad? Oí que estaba subiendo de rango en Ohio,
va a estar en la alineación principal el siguiente año, fácil. El tipo va a ir a
la NFL —comentó Jared.
—Sí, pero su mamá murió. Volvió para el funeral, llegó hace una
semana. Llamó el otro día, solo para hablar. Mencioné la fiesta y dijo que
intentaría ir.
Una semana. Había estado en la ciudad una semana y no había hecho
intento de contactarla.
Nada. Estaba todo en tu cabeza. Solo un estúpido chico, besando a una
incluso más estúpida chica.
—¿Qué dices? ¿Quieres ir al lago? —preguntó Jared, sacudiéndole los
hombros gentilmente. Ella negó.
—No. No, no quiero ir al lago.
Se fueron del baile y se dirigieron a su casa. Él estacionó el auto al otro
lado de un puente cubierto y la acercó, presionando sus labios contra los de
ella. Dulcie suspiró y se inclinó contra él. Tal vez debería acostarse con
Jared. Superarlo, aliviar un poco de tensión.
Pero cuando su mano vagó torpemente a su ropa interior, ella pudo
sentirse enfriarse. Siempre empezaba en su centro y se extendía por sus
extremidades, hasta que estaba completamente entumecida. La idea de
tener sexo, de él estando dentro de ella, la hizo sentir físicamente enferma.
Así que lo empujó a su asiento y lo sorprendió con una paja en su lugar.
Al menos, alguien obtiene un final feliz.
a biblioteca municipal tenía un patio detrás con grandes bancos y
Dulcie se sentó en uno. Los días todavía eran un tanto calurosos
y quería absorberlo un poco mientras todavía pudiese, mantener
un poco a raya el frío en ella. Una mujer joven estaba sentada en
otro banco y su hija de tres años gateaba alrededor. Dulcie le hizo muecas
a la niña pequeña, haciéndola reír y sonreír. Intentó capturarlo todo con su
lápiz, esbozando el rostro sonriente de la niña.
—Es un buen dibujo, pero si deseases que fuese genial, deberías
hacerla llorar.
Se congeló, pero solo por un segundo. Luego tomó una profunda
bocanada de aire y continuó dibujando.
—Tal vez no estoy buscando eso —contestó. Estaba sentada con las
piernas dobladas encima del banco y escuchó mientras Con Masters se
sentaba frente a ella.
—Lo encuentro difícil de creer.
Levantó la mirada, pero él contemplaba el papel, observando los trazos
de su lápiz.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella, volviendo a mirar a su
trabajo.
—Estaba dejando algunos libros de la colección de mi madre, como una
donación. Te vi sentada aquí —explicó. Ella asintió.
—Oh.
De repente, él agarró su cuaderno y lo quitó de su regazo. En el mismo
momento, una fuerte ráfaga de viento sopló a través del patio. La niña
pequeña comenzó a llorar y su madre la levantó, arrullándola mientras la
llevaba adentro.
—Estos son buenos —indicó él, ojeando las páginas.
—Oye, no tienes ningún derecho a mirarlos —exclamó Dulcie,
alcanzando el cuaderno.
—¿No? Te dije que los dibujases.
Con podría haberle golpeado y no estaría menos sorprendida. Parecía
completamente tranquilo, relajado pasando cada página, como si el deber
de ella hubiese sido esperar por él. Como una cita. No pudo soportar la
tensión y se levantó de un salto.
—Ha pasado mucho tiempo, Con. Gracias por la cámara, pero ese es
mi cuaderno y me gustaría recuperarlo —dijo, con un tono que normalmente
reservaba para hablar con los clientes maleducados o padres beligerantes.
—Oh, ¿de verdad?
Cerró el cuaderno y se levantó lentamente. Ella se había olvidado de lo
alto que era, cómo imponía. Se veía muy diferente. Solo era un año mayor
desde la última vez que realmente lo había mirado. Solo un chico de
diecinueve años, eso era todo. Nada para ponerla nerviosa.
Excepto que no parecía un chico de diecinueve años. Parecía algo más.
Un hombre. Algo hambriento. Algo que ella se había estado perdiendo desde
hace mucho más tiempo de lo que él se había ido.
Ya no tenía frío. Oh, no. Ahora tenía calor, por cada centímetro de ella.
Se lamió los labios y observó que él seguía el movimiento con la mirada.
—Siento lo de tu madre —dijo repentinamente. Él arqueó una ceja.
—¿Por qué?
—Porque murió. Lo siento.
—Yo no. No éramos cercanos.
—¿Cómo murió?
—Se cayó por las escaleras.
—Eso es muy malo.
―O fue empujada.
Eso hizo que ella se detuviese por un momento. Podía haber estado
sobrecalentada, pero Con alcanzó nuevos niveles de frialdad. Estaba
acercándose a temperaturas bajo cero.
—¿Crees que la empujaron? —aclaró Dulcie. Él se encogió de hombros.
Luego, sonrió. Había olvidado su sonrisa, olvidado el efecto que tenía
en ella. Esa sonrisa lenta, viajando sin prisa por la longitud de sus labios.
De repente, también estaba hambrienta.
—Volví por esto —indicó, sacudiendo el cuaderno frente al rostro de
ella.
Luego se giró y se alejó, llevándose su cuaderno con él.
Su sonrisa la irritaba más que nada. Con había aprendido eso hacía
mucho, y casi se rió cuando ella se dio la vuelta y se alejó corriendo cuando
enseñó algún diente. Volvió detrás de la barra y fingió estar ocupada lavando
tazas.
—¿De verdad vas a ir esta noche?
Con se giró de nuevo hacia la mesa. Casi se había olvidado que Dulcie
y él no estaban solos. Bryce, un tercer jugador reserva con el que apenas
había pasado tiempo, le estaba sonriendo con entusiasmo. Había una rubia
sentada a su lado, una chica que Con no reconocía.
Era Jared quien le había hablado. Había jugado con él en el equipo, era
junior, pero nunca habían sido cercanos. Realmente no habían estado en
los mismos círculos. Habían estado juntos en algunas fiestas, pero hasta
ahí era donde se extendía su amistad.
—Sí, por qué no. Por los viejos tiempos —contestó Con. La pareja se rió
y se giró para hablar con entusiasmo sobre la inminente noche. Jared sonrió
y le dio una palmada en la espalda.
—Eso es increíble. Aunque tengo que preguntar… No es extraño, ¿no?
—¿El qué? —inquirió Con confuso.
—Esto… ya sabes. Dulcie y yo. Dulcie y tú. Tuvieron algo, ¿cierto? —
cuestionó Jared.
Con tuvo que evitar responder: No hay un Dulcie y tú, así que, ¿por qué
sería extraño?
—No. —Se aclaró la garganta, deteniendo las otras palabras por salir—
. No es extraño. Solo fue un beso, una noche. Dulcie y yo nunca fuimos
“algo”.
No, casi lo fuimos todo.
ulcie se sintió intranquila desde el momento en que salió del auto.
No por el oscuro bosque frente a ellos, o la idea de estar en medio
de la nada con un montón de adolescentes borrachos. No, era
algo más.
Algo malo iba a suceder esa noche.
—¿Deberíamos hacer esto? —preguntó mientras subían una colina.
Jared se rió y agarró su mano, enlazando sus dedos.
—Será divertido, lo prometo —dijo, luego se inclinó y besó el costado
de su cabeza.
Ella frunció el ceño.
De hecho, fue una caminata decente, les tomó casi veinte minutos.
Dulcie se preguntó cómo lograban regresar estando borrachos o drogados.
Se encontraba sobria y estaba bastante segura que no podría encontrar el
camino de regreso al auto si necesitara hacerlo.
Había una gran hoguera frente a la boca de la mina, con un par de
barriles justo en la entrada. La gente estaba esparcida alrededor y alguien
había acomodado un montón de altavoces inalámbricos. El bosque estaba
lleno con los sonidos de las canciones de moda.
Dulcie no era una gran bebedora, había visto lo que el abuso de
sustancias le hizo a la gente de su familia. Nunca había conocido a su padre
verdadero, pero había escuchado unas historias bastante horribles sobre él
y, por supuesto, su madre y Matt eran recordatorios diarios de por qué no
debía beber. Así que cuando Jared le dio una cerveza, la tomó y sonrió, pero
apenas bebió.
—¿Podrías haberte imaginado estar aquí el año pasado? —dijo Anna
emocionada. Dulcie la miró.
—No, honestamente no puedo —admitió. En noviembre del año pasado,
había estado sentada en casa, suspirando por Constantine.
Ahora estaba en medio de una fiesta y todavía suspiraba.
—¿Puedo preguntarte algo? —cuestionó Anna en voz baja al momento
en que los chicos se alejaron.
—Claro.
—Esa foto…
Santo Dios, la foto de ella y Con besándose iba a atormentar a Dulcie
por el resto de su vida.
—¿Qué pasa con eso?
—Bueno, nunca me contaste la historia y ahora él está de regreso, y
pareces… —Anna dejó de hablar mientras buscaba la palabra correcta.
Dulcie sintió su pulso acelerarse.
—¿Parezco qué? —exigió. Pensó había estado haciendo un jodido buen
trabajo aparentando que nada era diferente.
—No lo sé, distraída. No te he visto dibujar nada, no has tomado
ninguna foto. Solo pensé que tal vez… tal vez había más que solo un beso.
Pensé que a lo mejor querías hablar al respecto —ofreció Anna.
Dulcie sabía que había dado por sentado a la otra chica. Anna había
estado ahí antes de la “mejora” de Dulcie, por decirlo así. Se merecía una
mejor amiga, de verdad, alguien con quien pudiera hacer fiestas de pijamas
y reírse sobre chicos. Alguien con un poco de calidez.
—No —dijo Dulcie, luego miró alrededor para asegurarse de que
estaban solas antes de acercarse a su amiga—. Solo nos besamos. Pero fue…
intenso. ¿Recuerdas que mi cámara se rompió? ¿Porque él chocó conmigo?
Cuando estuvimos en detención, miró mi cuaderno de dibujos y fue como…
si entendiera, ¿sabes? No pensó que fuera raro, no cuestionó nada. Vio todo
exactamente como yo lo veía. Fue por eso que me arreglé para el baile, por
una imagen que dibujé de ambos. Hizo lo mismo. Es por eso que nos
besuqueamos bajo esas gradas.
—Oh, Dios mío. —Jadeó Anna. No era toda la historia, pero era lo
suficientemente jugosa para la otra chica—. ¡Oh, Dios mío! ¡Entonces, era
algo! Oh, Dios mío, se metió en problemas esa noche, ¿no es cierto? Dios
mío, ¿y si no? ¿Y si ambos hubieran salido? ¿Y si hubieran estado
destinados a estar juntos y tener cientos de bebés y esa noche lo arruinó?
¡Oh, Dios mío! ¿Jared lo sabe?
—¡No! No, no lo sabe, y no quiero que lo sepa —contestó Dulcie
rápidamente.
—¿Todavía te gusta? —preguntó Anna. Dulcie miró alrededor.
—No estoy segura si alguna vez me gustó. Éramos simplemente… algo
raro. Apenas hablábamos antes de eso, ni después, ni siquiera ahora. Se
graduó y se fue sin decir adiós —explicó. Anna hizo una mueca.
—Duro.
—Pero entonces, dos semanas después, me envió una nueva cámara y
me dijo que hiciera dibujos de las fotos que tomara.
—Oh, Dios mío, está enamorado de ti, definitivamente deberías tener
bebés con él.
Cuando Anna se emocionaba, su discurso se aproximaba a la velocidad
de la luz. Los espacios entre las palabras y la respiración se volvían
opcionales.
—No está enamorado de mí. Nunca volví a escuchar de él después de
eso, ni una vez, no hasta que volvió a la ciudad. Como dije, era algo raro y
sucedió hace mucho tiempo. Se acabó, se terminó, y ahora lo sabes, así que
no hablemos de esto nunca más —dijo Dulcie, su voz endureciéndose.
—Pero y si…
—Hablo en serio, Anna.
Anna intentó fruncir el ceño, pero estar molesta no estaba en su
naturaleza. Hizo un mohín y suspiró dramáticamente, luego finalmente se
rió.
—Está bien, bueno. Entonces no le gustas.
—Sí.
—Y a ti no te gusta.
—Correcto.
—Entonces, no te importará que esté coqueteando con Frannie McKey
ahora mismo.
Dulcie se congeló por un segundo. Por supuesto, cuando llegaron a la
fiesta, había revisado el lugar, buscándolo. No lo había visto en la multitud,
aunque suponía que podría haber estado en la mina, o en el bosque. Medio
había esperado que no hubiera venido.
Pero, más que nada, esperaba que estuviera allí.
Miró sobre su hombro, intentando parecer indiferente. Probablemente
fallando. Estaba de pie a tal vez cuatro metros directamente detrás de ella.
Una chica estaba a su lado, apoyada contra un árbol, y él se cernía sobre
ella. Mostrando su maliciosa sonrisa, su brazo apoyado en el tronco sobre
la cabeza de ella. Frannie le sonreía, riéndose y coqueteando. Dulcie recordó
que habían salido por un tiempo, cuando Con había estado en primer año.
Hubo historias locas sobre los dos siendo atrapados en algunas situaciones
“interesantes” en el vestuario de los chicos.
Solo me ha besado, y la ha visto a ella desnuda. ¿Por qué vine aquí?
—No. No, no me importa. Tengo un novio, ¿recuerdas? ¿Por qué debería
importar con quién o qué está coqueteando Constantine Masters? —
respondió Dulcie, pero su voz fue tan baja que se preguntó si alguien
escuchó.
Entonces se bebió toda su cerveza antes de ir por otra.
Estaba en medio de tomarse el tercer vaso seguido cuando Jared la
encontró de nuevo. Se rió y alejó el vaso rojo de sus labios, haciendo que la
espuma se resbalara por su barbilla.
—Nunca te he visto beber así, alguien está un poca loca hoy —bromeó,
estirando la mano para limpiar la espuma. Le dio una palmada a su mano
y se encargó por su cuenta.
—Estoy loca, muy bien —aceptó, luego lo siguió mientras la alejaba de
los barriles.
—Entonces, estaba pensando —empezó, y ella gruñó por dentro—. El
descanso del día de Acción de Gracias está acercándose. ¿No sería genial
irnos? Mis padres tienen una cabaña en el lago. Podríamos ir allá el viernes,
quedarnos hasta el domingo. Acurrucarnos frente a la chimenea, dar paseos
por el lago.
Mmm, todo un fin de semana a solas en una cabaña con él. Intentó
imaginarse cómo sería, hizo su mejor esfuerzo para invocar las imágenes de
chimeneas y noches románticas y noches más sexys.
Pero lo único que venía a su mente era el insoportable deseo de
apartarlo. Derribarlo y gritarle, y hacerle entender que no quería
“acurrucarse”. Quería a alguien que le diera un mordisco. Quería a alguien
que sangrara por ella. Quería hacerle entender que preferiría apuñarlo en el
ojo con un atizador caliente que desnudarse con él.
Dios, solo termina con este pobre niño antes de que se dé cuenta que
eres una maldita psicópata.
—No lo sé. —Suspiró, luego se tropezó con una raíz. No era una
completa novata con el alcohol, no estaba ebria, pero su cabeza giraba. Él
la había llevado hasta el límite de los árboles, donde estaba oscuro y la luz
de la fogata no llegaba del todo. No podía ver sus pies en la oscuridad.
—Vamos, cariño. Hemos estado saliendo por un tiempo —le recordó
mientras la empujaba contra el árbol.
—Dos meses no es mucho tiempo —discutió, luego soltó un hipo. Se
rió de ella.
—Eres linda cuando estás ebria.
—No estoy ebria.
Su lengua estuvo en su boca y casi tuvo una arcada. Puso sus manos
sobre su pecho, intentando alejarlo, pero lo tomó como una invitación y
apoyó su peso sobre ella. Podía sentir su erección contra su cadera y la
urgencia de vomitar se intensificó.
—Dios, no tienes ni idea de lo mucho que te deseo —gruñó, sus manos
deslizándose bajo su camisa.
—Tengo una muy buena idea ahora. Suéltame —le dijo, agarrando sus
muñecas.
—Vamos, Dulcie. Nadie puede vernos —le aseguró mientras dejaba
besos por su cuello. Se estremeció y movió con fuerza sus brazos.
—No me importa.
—Por favor. Será tan excitante, lo prometo.
—No va a suceder, Jared.
—¿Qué tal en el auto? Muy rápidamente, y no me correré en tu boca.
Dulcie por un momento se preguntó si los chicos de verdad pensaban
que eso servía. ¿Era esto algo que usaban como moneda de cambio?
¿Funcionaba?
—No voy a hacerte una mamada en el bosque mientras un grupo de
personas está a seis metros de nosotros. ¡Ahora, déjame! —espetó, y empujó
sus hombros. Él dio un paso atrás y tropezó, casi cayéndose.
—¿Cuál es tu jodido problema? —exigió, y estuvo un poco sorprendida.
Jared siempre era muy tranquilo y controlado.
—Muchas cosas. —Suspiró, frotándose la mano en la frente. Había
sabido que no durarían. Que Con regresara a casa en realidad había sido el
punto definitivo. Sabía que debía romper con Jared, pero no había querido
hacerlo en una fiesta. Ahora, parecía que iba a suceder de todas formas.
—No me jodas. Lo he intentado contigo, Dulcie. De verdad —expresó.
Ella asintió.
—Síp, seguro que sí. Lo siento. Solo soy una chica jodida. Elegiste a la
chica equivocada para que te gustara, Jared. De verdad lo siento —le dijo.
Pareció triste por un segundo, mientras asimilaba el hecho que de
verdad estaban terminando. Luego, la rabia cubrió sus rasgos.
—Entonces, esto es mi culpa, ¿eh? —preguntó. Ella negó.
—No. Es mía. No debí haber salido contigo —respondió.
—¿Por qué no?
—Porque… no era justo. No soy normal.
—No me digas —gruñó—. Siempre con tu estúpido cuaderno,
dibujando. No me dejas tocarte, no me tocas. ¿Qué mierda?
—Bien, solo porque estemos terminando y no voy a hacerte una
mamada, no quiere decir que tengas que ponerte desagradable. Solo vuelve
a la fiesta —le dijo.
—Jódete, Dulcie. Oh, espera, no haces eso.
Lo que estaba diciendo no dolía, porque Dulcie estaba más allá del dolor
la mayor parte del tiempo. Pero sí la sorprendió y sí la enfureció. Claro, había
estado saliendo con Jared por las razones incorrectas, y sí, eso la convertía
en la mala. Pero no quería decir que tuviera que soportar esta mierda.
Fue a abrir la boca para decir algo en respuesta, pero hubo un fuerte
chasquido. Ambos giraron la cabeza a la derecha y vieron a Constantine
salir de las sombras. Dulcie se quejó y cayó contra el árbol.
Esta noche simplemente mejora y mejora. ¿Por qué vine aquí? Oh, sí,
porque el jodido Constantine Masters me retó a hacerlo.
—Lo siento, chicos, nos perdimos un poco. —Se rió. Hubo una risita, y
Dulcie miró con los ojos como platos mientras Frannie también aparecía.
Estaba abotonándose su camisa y seguía riéndose.
Oh. Por supuesto. Sí. Ya lo veo. Soy lo suficientemente divertida como
entrante, pero no lo suficientemente buena para el plato fuerte.
—Perdidos, sí, claro. Gracias por interrumpir. Siento que tu novia sea
una perra frígida —se burló Frannie y se rió, mirando a Dulcie. Frannie era
la animadora de la escuela secundaria por excelencia, a quien simplemente
le encantaba meterse con la chica rara de arte. Jared tragó saliva y miró
alrededor del grupo. Con solo sonrió.
—Oye, no hables de ella… —Jared comenzó a poner una resistencia
simbólica.
Pero Dulcie estaba tan cansada de fingir. Cansada de ser demasiado
joven, demasiado confundida y tener demasiado frío. Cansada de todo.
—No lo sientas, Frannie. Yo no lo hago. Y ya no soy su novia. Acaba de
dejarme —interrumpió. Frannie se rió más fuerte. Con seguía mirando, su
estúpida sonrisa todavía en su lugar.
—No te he dejado, Dulcie —dijo Jared en voz baja.
—Deberías hacerlo. Si no lo haces, lo haré yo. De cualquier manera,
voy a salir de aquí soltera —le dijo, luego se apartó del árbol para enfatizar
su punto.
—Y virgen —gritó Frannie. Dulcie dejó de moverse. Suspiró y alzó la
mirada.
—Me encanta. Porque no quise follar con algún tipo contra un árbol en
el bosque, soy la rara. Soy la perdedora. Buena suerte con tus esperanzas
y sueños, Frannie. Espero que sean fáciles de lograr mientras estás acostada
bocarriba.
La mandíbula de Jared se abrió. Frannie empezó a sisear y gritar.
Y Constantine, bueno. Solo seguía sonriendo. Solo seguía echando sal
a la herida.
Dulcie se alejó, sin molestarse en mirar hacia atrás cuando Jared gritó
su nombre. Bordeó la fiesta, luego se dirigió al bosque donde había una
especie de sendero. Un sendero para caminar, en realidad, el que oró que le
llevara a donde estacionaron los autos. No quería pasar la noche en el
bosque.
Qué mierda. Qué puta mierda. Jadeaba por aire y se dio cuenta que casi
estaba corriendo por el bosque. La luz de la luna apenas se filtraba a través
del follaje y le asombraba no haberse golpeado contra un árbol o haberse
caído. Se apoyó contra un tocón por un momento y trató de recuperar el
aliento.
No estaba molesta por Jared… había dicho la verdad. Si su pelea no
hubiera ocurrido, habría terminado con él de todos modos. Y ni siquiera
estaba enojada con Frannie, todo lo que la chica dijo había sido
técnicamente verdad. Dulcie era frígida y virgen. Estar enojada con la
realidad sería ridículo.
Estaba enfadada con Con, pero, sobre todo, estaba furiosa consigo
misma. Por no entender lo que estaba pasando en su cabeza y en su corazón.
Por no poder comprender a un muchacho tan extraño. Por creer la máxima
estupidez de que él sentía algo por ella. Y por sentir que su corazón se
rompió un poco cuando salió de la oscuridad con otra chica.
Quiero estar en la oscuridad con él.
Finalmente, logró controlarse y continuó andando por el bosque. Su
mente se aceleró mientras avanzaba. Dejaría la escuela. No era que le
importara de todos modos, ¿verdad? La dejaría y se iría a otra parte. Robaría
el alijo de drogas de Matt, lo vendería y se iría a cualquier otro sitio. A algún
lugar donde poder ocultarse en un rincón oscuro y borrar sus oscuros
pensamientos. Se iría a cualquier lugar donde Con Masters no estuviera,
ahí era donde quería ir.
Ni siquiera puedo salir de este jodido bosque, ¿cómo voy a huir?
Dulcie estaba segura de estar perdida. Si había un camino, hace tiempo
que lo había dejado. Tuvo que patear varios arbustos y evitar las ramas. La
fiesta había desaparecido hace mucho tiempo, ni siquiera podía decir desde
qué dirección había partido. Estaba en una ligera inclinación, por lo que su
única opción, en realidad, era seguir bajando y esperar lo mejor.
Estaba tan oscuro en el bosque que cuando finalmente se liberó de la
línea de los árboles, se sorprendió de lo brillante que estaba la luna, tan
grande y llena en el cielo. Brillaba e iluminaba un conjunto de vías de
ferrocarril oxidadas, haciéndolas casi relucir. Parecían muy viejas, como si
ningún tren hubiera pasado por ellas en mucho tiempo, y se dio cuenta que
eran las líneas abandonadas a las afueras de la ciudad. Se había estado
alejando de casa. Todo lo que tenía que hacer era seguir las vías y, con el
tiempo, aparecería cerca del sitio donde estacionaron los autos.
Empezó a caminar por el centro de las vías. Realmente deseaba haber
traído su cámara. Todo parecía oscuro y misterioso, se sentía como si
estuviera caminando por el inframundo. Como si algo mágico fuera a pasar.
Deseando que un chico te quiera. Deseando huir. Deseando magia. Eres
tan trágicamente joven, ni siquiera es gracioso.
Dulcie estaba prácticamente dentro del campamento de los
vagabundos antes de que se diera cuenta que había uno. Las vías rodeaban
una curva pronunciada y bam, allí estaba; una estación de tren abandonada
se alzaba delante de ella. Había velas encendidas en un par de ventanas y
tiendas de campaña instaladas a lo largo de la plataforma, así como en las
propias vías.
Aunque no tenía miedo, tampoco tenía ganas de ser violada, así que
dejó las líneas y subió a un terraplén que había junto a ellas. Un par de
voces gritaron en la oscuridad, un par de silbidos y comentarios groseros,
pero Dulcie los ignoró. Solo envolvió los brazos a su alrededor y caminó en
contra de una fuerte brisa.
Las tiendas finalmente disminuyeron y cuando por fin vio una sin otra
a su lado, regresó a las vías. El suelo era más parejo y le daba algún refugio
del viento que soplaba. Se cruzó con un gran pedazo de cuarzo y lo pateó
mientras pasaba, rebotó contra las vías. Miró la gran piedra blanca y pensó
en un muchacho muy oscuro.
¿Qué pasa conmigo? ¿Qué quiero? Por qué no puedo retirar... esta cortina
de mi cabeza. Como una cortina negra, simplemente bloqueando todo hasta
que tomo un lápiz. Necesito mi cuaderno para ver cualquier cosa. Necesito
algo, necesito…
—Tengo lo que necesitas, señorita.
La voz era tan baja que parecía un siseo, por un momento pensó
genuinamente que era una serpiente. No, no era que una serpiente estuviera
hablando literalmente con ella. Pensó que finalmente se había vuelto loca y
estaba imaginando cosas.
Pero entonces, una forma salió gateando de debajo de algunas cajas de
cartón y se deslizó hacia ella, y vio que era un hombre.
Eh. Casi.
—Ni siquiera yo sé lo que necesito —respondió, haciendo una pausa
para mirarlo—. ¿Cómo puedes saberlo?
—Porque sí —farfulló, poniéndose de pie—. Soy un hombre. Eres una
mujer. Tengo lo que necesitas.
Acarició su entrepierna mientras avanzaba y Dulcie puso los ojos en
blanco.
—Nadie necesita eso, te lo prometo. Buenas noches —dijo, y empezó a
marcharse.
De repente, unos dedos tiraron de su camiseta. Agarrándola y
haciéndola retroceder, desequilibrándola. Chilló y agitó los brazos antes de
caer sobre él. Ambos se desplomaron, uno sobre el otro, y terminaron en un
montón en la parte superior de las vías.
—Oh, sssssssí, justo así, nena —gruñó en su oído mientras ella se
movía, tratando de liberarse.
—¡Oh, por el amor de Dios, quítate de encima! —gritó, finalmente
arrastrándose de debajo de él. Se las arregló para ponerse de pie y dio un
paso atrás, limpiando el barro y la suciedad y la sensación de su cuerpo.
El vagabundo se había arrodillado y se lanzó hacia adelante,
envolviendo sus brazos alrededor de sus piernas. Ella gritó y golpeó sus
hombros, tratando de liberarse. Sin embargo, no estaba realmente
asustada. Enojada de nuevo, sí, y muy frustrada. Esa cortina negra en su
mente empezó a retirarse y moverse, como si una fuerte brisa amenazara
con abrirla.
—No hay nadie para ayudarte, cariño. Solo tú y yo aquí afuera. Nadie
va a oírte, señorita —le susurró, y luego inclinó la cabeza hacia adelante,
directamente en su entrepierna.
Sus dientes. Podía sentir sus dientes contra la costura de sus
pantalones, directamente debajo de su cremallera. Sus manos subían por
la parte de atrás de los muslos y se clavaban en su culo, tirando de sus
vaqueros.
Este hombre, esta sucia excusa de ser humano, tuvo la audacia de
tocarla. De pensar que se le permitía tocarla. Que lo dejaría salirse con la
suya.
Con un grito primitivo que definitivamente salió de detrás de la cortina,
Dulcie lanzó la rodilla tan fuerte y rápido como pudo. Conectó con la parte
inferior de su mandíbula y escuchó sus dientes chocar, lo sintió escupir
sangre mientras caía hacia atrás.
—¿Quién mierda te crees que eres? —le gritó, caminando a su lado.
Fue a sentarse y ella pisoteó su pecho. Cuando volvió a caer, se movió para
arrodillarse sobre él, clavándole una rodilla en el hueso del pecho. Él gimió
en protesta.
—Por favor, cariño...
—No soy tu cariño —gruñó entre dientes, luego se levantó, hundiendo
los dedos en su cabello y tirando—. Maldición, debería matarte. Por
jodidamente tocarme. Por siquiera pensar que podías tocarme. Asqueroso.
Ni siquiera me mires mientras me marcho.
Golpeó su cabeza contra el suelo, provocando otro gemido. Cuando se
puso de pie, le dio una patada en las costillas y luego le escupió en el rostro.
Era una forma de vida más baja en comparación con ella, y quería
asegurarse de que lo supiera; asegurarse de que lo sintiera.
Sin embargo, su advertencia no había sido lo bastante fuerte, porque
mientras se alejaba, él la agarró del tobillo. Tiró de su pierna y cayó
rápidamente, golpeando el costado de su cabeza contra la vía. Su cerebro
entraba y salía de la realidad.
¿Es esta la cortina? ¿O es detrás de la cortina? ¿Soy real?
Había manos en su cuerpo y peso en sus piernas. Dulcie era consciente
de que estaba gritando, pero no por miedo. Era un instinto más primitivo.
Algo dentro de ella, liberándose de años de opresión. Gritó y gritó mientras
el viento aullaba, y golpeó con los puños al hombre que estaba
arrastrándose sobre ella.
Entonces, una sombra se movió en la oscuridad que los rodeaba y el
vagabundo fue arrancado de ella. Jadeó por aire y solo miró mientras
Constantine lanzaba al otro hombre al otro lado de las vías.
No la miró, ni siquiera una vez, mientras atacaba a su presa. Dulcie se
sentó, observando mientras clavaba el puño en el rostro del hombre. Una y
otra vez. Pero no era suficiente. Mientras ella se ponía de pie, Con agarró al
hombre por el cabello y golpeó repetidas veces la parte posterior de su
cabeza contra la línea de ferrocarril.
Se escuchó un fuerte gruñido y miró a su alrededor, esperando ver un
oso o un coyote. Pero no procedía de los árboles. Provenía directamente de
delante de ella. Era Con, gruñendo mientras golpeaba como la mierda al
vagabundo.
Dulcie se acercó tambaleándose, así que estaba justo detrás de él. Su
gruñido se convirtió en un grito. Tenía las manos cubiertas de sangre y se
esforzaba por mantener el agarre en el cabello del vagabundo.
¡Bueno, ahora vamos a retirar esta vieja cortina negra y ver lo que ha
estado ocultando detrás!
—Jodidamente te tocó. —Con estaba jadeando por aire cuando
finalmente se alejó del daño—. A nadie se le permite tocarte. No puedo creer
que te haya tocado.
Tenía razón. Lo había pensado antes... ¿Qué le había hecho pensar al
hombre que podía tocarla, molestarla con su presencia y no pagar las
consecuencias? ¿No conocía lo qué era la invasión de propiedad privada?
¿La propiedad exclusiva de un chico muy oscuro?
Dulcie miró a su alrededor, casi maniáticamente en sus movimientos.
Un par de metros más allá, había una vara de metal tendida en una zanja y
se apresuró a recogerla. Era un poste para una señal de alto, aunque la
señal en sí había desaparecido hace tiempo. Los bordes estaban oxidados y
un par de pernos de aspecto malvado sobresalían de la parte superior.
Esto servirá.
Caminó tranquilamente hacia la cosa que estaba tendida en las vías.
Con no se había movido en absoluto, aunque todavía tenía una mirada
salvaje en sus ojos y seguía observando al hombre. Dulcie se movió para
quedar a su lado y bajó la mirada también. El vagabundo estaba
gorgoteando, escupiendo sangre, pero aún se las arreglaba para reír.
—Cariño... esto es... lo que necesitas...
Con un grito, Dulcie movió el poste en un amplio arco. Aterrizó en el
rostro del hombre, empujando su cabeza con dureza contra la vía que había
debajo de él. Pudo oír el hueso romperse, oyó quebrarse los dientes y fue
como música para sus oídos. Volvió a balancear el poste y el rostro del
hombre quedó irreconocible como ser humano. Otro balanceo, y un chorro
de sangre arterial salpicó a través de la luz de la luna. Finalmente, un último
balanceo, un último grito primitivo, y hubo un crujido. Algo duro
desmoronándose contra algo blando. El señor Vagabundo nunca volvería a
tocar nada, jamás.
Se dio cuenta que estaba jadeando de nuevo y dejó caer la vara. Golpeó
la vía y un ruido de gong resonó en la noche. En algún lugar a lo lejos, oyó
el grito de un búho.
—Muévelo.
La voz de Con era profunda, normal, pero también ligeramente sin
aliento. Ni siquiera preguntó qué quería decir, solo caminó alrededor y
agarró al vagabundo por las axilas. Con agarró sus piernas y lo levantaron
juntos.
La mitad de la cabeza del hombre permanecía en la vía.
Mientras llevaban el cuerpo a la zanja, podía sentir su sangre corriendo
sobre sus manos. Miró a Con y se dio cuenta que sus manos y antebrazos
también estaban cubiertos con la sustancia roja. Estaba oscuro, y solo había
una luna llena para alumbrar, pero por alguna razón, la sangre era de color
escarlata. Brillante y luminosa.
No dijeron ni una palabra. Dejaron caer el cuerpo y Con lo puso
bocabajo. Luego la agarró de la mano y comenzó a tirar de ella. Dulcie
todavía no dijo nada, solo corrió para mantener su paso.
Estaban cerca de la esquina donde un montón de autos estaban
estacionados en la base de una colina. No la llevó hacia ellos, sin embargo;
la guió en dirección opuesta, a través de un viejo cruce de ferrocarril. Había
una cerca oxidada que corría por el lado de las vías y la siguieron casi todo
el camino de regreso a la estación. Su camioneta estaba allí, fácilmente a
menos de ciento cincuenta metros del viejo edificio. ¿Por qué había
estacionado tan lejos del camino?
Porque sabía que me traería aquí. Porque sabía que necesitaríamos
privacidad.
Mientras Con buscaba las llaves, ella miró su reflejo en la ventana del
pasajero. Una raya roja brillante cruzaba su cuello y había sangre por todos
sus brazos. Parecía un muerto viviente. Comenzó a limpiar sus manos
contra su ropa, deshaciéndose del lío tanto como era posible.
—Toma.
Había una caja de agua en la parte trasera de su camioneta y le arrojó
una botella. Vertió el agua sobre sus manos, enjuagando lo mejor que pudo,
fregando con el dobladillo de su camisa. Miró a través de la camioneta y
observó que él hacía lo mismo.
Con finalmente abrió las puertas y se sentó en el enorme vehículo. Se
sentaron en silencio durante un rato, su respiración empañando el cristal.
Luego él abrió la boca.
—¿Te tocó?
Dulcie sabía que no estaba preguntando por el vagabundo.
—No de la manera que cuenta —replicó, volviéndose para mirarlo. Sus
manos se habían movido para agarrar el volante.
—Así que te ha tocado.
—Jared era solo un experimento, quería ver si...
—Dejaste que te tocara.
—¡Me dejaste, maldición! —gritó de repente. Él ni siquiera se inmutó,
solo agarró el volante con más fuerza—. ¡Me dejaste en esta maldita ciudad
sin un maldito adiós! ¡Sin una maldita palabra! Dios, no tienes ni idea de
cómo ha sido. Esa jodida cámara, todos esos dibujos. Y toda esa gente, y
hablar, y sentirme de esta manera, toda la oscuridad, y ni siquiera sé qué
me pasa, y nada. Vuelves, y es como nada para ti. Oh, hola, Dulcie. ¿Dónde
está tu cuaderno de dibujos, Dulcie? Ven a una fiesta, Dulcie. Déjame follar a
esta chica en el bosque, Dulcie. ¿Sabes qué? Sí, me tocó. Dejé que me tocara.
Y odiaba cada minuto, y fingía que eras tú y te odiaba, y me odiaba, y dejé
que sucediera.
Con se lanzó a través del asiento y, absurdamente, su primer
pensamiento fue "vaya, es muy rápido" antes de que sus dedos se
envolvieran alrededor de su garganta. Sin embargo, no se sintió aturdida y
echó la mano hacia atrás, golpeándolo en el rostro. Esto solo le hizo apretar
las dos manos alrededor de su cuello y tiró de ella hacia adelante,
arrastrándola hacia él para que sus rostros estuvieran a solo unos
centímetros de distancia.
—Pequeña estúpida Dulcie —susurró, su aliento cálido contra sus
labios. Ella se aferró a sus muñecas y lo miró, pero no trató de alejarse. Sus
dedos se tensaron—. Tan asustada del gran lobo malo.
—No me… asustas —logró decir entrecortadamente, pero entonces su
agarre se hizo tan apretado que cortó completamente su oxígeno.
—Por supuesto que no tienes miedo de mí. No soy el lobo. Lo eres tú.
Así que eso es lo que se esconde detrás de la cortina. Ojalá me lo
hubieras dicho antes, Con. Podríamos habernos deleitado juntos en nuestra
oscuridad.
Sintió como si un peso fuera levantado de su espalda. Había estado
fingiendo por tanto tiempo, y ni siquiera se había dado cuenta. Se había
condicionado a hacerlo. Era más fácil creer que Con era la oscuridad, y ella
simplemente se sintió atraída por ésta. Tomando el sol en su estela. Pero
era mentira, era tan oscura como él. Eran el mismo animal. Ella había sido
mejor en engañarse. Y ahora habían evolucionado hacia algo más, hacia un
ser nuevo y superior.
Sus pulmones palpitaban, gritando por oxígeno. Podía sentir su pulso
palpitando detrás de su rostro. Su boca estaba abierta, pero no podía hacer
un sonido. Puntos negros bailaban delante de sus ojos, pero, aun así, se
miraban fijamente. Reconociéndose el uno al otro, tal vez por primera vez.
Quizás por última vez.
Qué manera de morir, mirando al rostro de este hermoso chico. Qué
regalo.
La soltó y cuando fue a jadear por aire, se inclinó y la besó en su lugar.
Justo como recordaba. Él era un tsunami que se estrellaba contra ella,
destruyéndola, y le dio la bienvenida a la destrucción. Empujó su lengua
contra la suya, arrastró sus dientes a lo largo de su labio, clavó sus dedos a
través de su cabello.
Con se acercó y ella se movió, arrastrándose sobre su regazo. Rasgó su
camisa, enviando los botones a rebotar alrededor de la cabina de la
camioneta, y luego su rostro estaba entre sus pechos mientras ella se
quitaba la camiseta.
—No es nada —exclamó él, con su lengua recorriendo el encaje del
sujetador—. No fueron nada.
—No has dormido con Frannie allá arriba —señaló ella, luego tiró de la
parte de atrás de su suéter. Este y su camiseta quedaron sueltos, y la dejó
quitarlos. Arrojó su ropa al suelo y luego miró su pecho, pasando sus manos
sobre él. Era increíble. Tallado en mármol, grabado en piedra. Quería
pintarlo. Quería inmortalizarlo.
—No. Ella me siguió. Te estaba observando —respondió él, alcanzando
su espalda para desabrochar su sujetador. Este se unió a sus camisas.
—Deberías hacer menos observación, hablar más.
De repente, la hizo girar y la bajó contra el asiento múltiple. Pronto
empezó a tirar de sus pantalones y ella se apresuró a desabotonar los suyos
también. Apenas había bajado sus vaqueros por sus caderas cuando él se
estaba alejando, tirando de sus vaqueros mientras lo hacía. Se deslizaron
por sus piernas y se fueron con un susurro, entonces su cuerpo se cernió
sobre ella.
—¿Le dejaste hacerte esto? —preguntó Con, su áspera mano
moviéndose sobre sus pechos. Ella puso los ojos en blanco y asintió.
—Sí.
—Ah. ¿Y qué hay de esto?
Su voz era un ronroneo en la oscuridad y sintió su mano acariciar su
entrepierna, cálida a través de sus bragas. Gimió quedo cuando él aplicó
presión.
—Sí, eso también. —Suspiró.
—Dulcie.
El ronroneo se había convertido en un siseo e hizo arder su sangre. La
hacía sentir como en casa. Levantó las caderas mientras se quitaba la ropa
interior. Una vez que el material fue tirado a sus pies, lo sintió moviéndose
sobre ella y abrió los ojos.
Era la primera vez que había estado completamente desnuda con un
chico, pero no le importaba. ¿Cuál era el punto en ser tímida? Su cuerpo le
pertenecía a él tanto como a ella. La luz de la luna llenaba la cabina de la
camioneta y lo observó mientras la miraba fijamente.
—Dios, eres tan hermoso —susurró.
—¿Qué hay de esto? —Continuó con sus preguntas, moviéndose para
estar entre sus piernas—. ¿Ha estado aquí alguna vez?
—No —respondió, apoyándose y rodeando sus hombros con un brazo.
Arrastró la lengua a lo largo de su clavícula, deseando probarlo. Él se acercó
aún más.
—¿Estuvo alguna vez dentro de ti? ¿Lo dejaste follarte?
—No.
Dolía, pero a ella no le importó. Gritó, pero a él no le importó. Dulcie
mordió su hombro tan fuerte que probó su sangre en su boca, pero a
ninguno le importó. Quería que su dolor se mezclara con el de ella. Quería
que fueran perfectos.
Era virgen, ninguna conexión de alma entre ellos podía cambiar ese
hecho, así que por supuesto fue desagradable. Él era grande y áspero. Ella
era pequeña e inexperta. Pero le encantó. Amaba estar llena de una manera
que le hacía difícil respirar, amaba sentir un dolor que solo él podía
proporcionar.
—Pensé en esto —exhaló en su oído mientras sus caderas se
aceleraban—. En la escuela. Mientras estaba lejos. Cuando estaba mirando
tus fotos.
Una lágrima fluyó por su mejilla, pero antes de que pudiera volcarse
por el lado de su mandíbula, la lengua de él la barrió.
—Todo el tiempo. Pienso en esto todo el tiempo —susurró ella en
respuesta.
Él los movió otra vez, más suave que al principio, y estaban de vuelta
en la misma posición que antes, con ella a horcajadas sobre su regazo. Si
había pensado que estaba llena antes, se había equivocado. Todo su cuerpo
se estremeció cuando se deslizó por toda su longitud.
—Mírame —gruñó, y su mano agarró dolorosamente su mandíbula,
forzando su cabeza para enfrentarlo—. Dios, te ves increíble cuando lloras.
Lo besó, volcando todo lo que tenía en él, envolvió un brazo alrededor
de su cuello antes de mover su cuerpo arriba y abajo. El dolor seguía allí,
agudo e insistente, pero algo más estaba empezando a cubrirlo. Las manos
de Con se movieron hacia su culo, impulsándola más rápido, y ella obedeció.
Como si tuviera elección en el asunto.
Se agarró al respaldo del asiento, lo utilizó para empujar con más
fuerza. Frotándose contra él. Gritó cuando un estremecimiento arrasó su
cuerpo, sorprendiéndolos a ambos. Su boca fue a sus pechos, sus labios se
cerraron alrededor de un pezón, chupándole con la fuerza suficiente para
que supiera que habría un moretón. Ella devolvió el favor mordiéndole con
fuerza el lóbulo de la oreja. No se detuvo hasta que él la apartó tirando de
su cabello.
—Oh, Dios mío, Constantine —susurró. Más bien imploró. Toda la
frialdad había desaparecido de su cuerpo, finalmente, y sabía que no pasaría
mucho tiempo antes de que él la destrozara. Tal como siempre había
deseado.
Su mano todavía agarraba su cabello, forzando su cabeza hacia atrás
y su columna vertebral a arquearse. La posición hizo a su pecho sobresalir
y una de sus manos se movió hacia su seno, pellizcando el pezón magullado.
Era como encender un fusible, uno que conducía directamente a donde
estaba empujando contra ella. Sus movimientos se volvieron erráticos y
clavó sus uñas en sus hombros. Arrastrándolas por su pecho.
—Tan buena chica, Dulcie. Harías cualquier cosa por mí, ¿verdad? —
Suspiró, inclinándose para besarla a lo largo de su cuello. Estaba
quejándose y gimiendo cuando otro estremecimiento la sacudió, ella lo
escuchó gemir también.
—Sí.
—Cada vez que te lo pedí, además.
—Sí.
—Me gusta esto. En este momento, sin embargo. —Su voz era
entrecortada. La mano en su cabello se tensó más y sus caderas empujaron
con más fuerza. El dolor era amortiguado ahora, pero el placer, santo Dios.
Eso seguramente la mataría.
—Cualquier cosa —gritó ella—. Todo lo que quieras.
—Creo que es hora de que te corras.
Jared había intentado y fallado varias veces en darle un orgasmo. No
era tímida sobre tocarse, pero era casi tan difícil de alcanzar para ella como
lo había sido para Jared. No había esperado un orgasmo en su primera vez
teniendo sexo. A casi nadie le pasaba, por lo que le habían dicho.
Pero, estúpida chica. Cuando Constantine Masters decía algo, bueno,
así jodidamente sería.
Ella gritó, golpeando su mano contra la ventana detrás de su cabeza.
Su orgasmo fue eléctrico, haciendo hervir su sangre y friendo su cerebro.
Mientras sollozaba y gimoteaba y se retorcía contra él, Con solamente se
aferró más fuerte, se enterró más profundo y golpeó con más ímpetu. Estaba
follándola para expulsar los últimos pedazos de la vieja Dulcie y cuando él
se corrió, esa chica se había ido hace tiempo.
¿Por qué tardó tanto en irse? Siento que he estado esperando esta noche
por siempre.
o puedo creer que acabemos de hacer eso.
—¿Qué, matar a un hombre?
—No. No puedo creer que acabemos de follar en tu
camioneta.
Con rió.
—Elocuente. Sigue moviéndote.
Después de que él se corriera con un grito tan alto que ella estaba
segura que lo habían oído en la fiesta, Con había colapsado en el asiento.
La atrajo contra él y ella se extendió sobre su pecho, escuchando su
acelerado latido.
Hacía mucho frío afuera, pero toda su actividad había calentado el auto
y yacieron desnudos por un tiempo. Recuperando su aliento. Volviendo a la
realidad. Cuando el aire frío finalmente empezó a colarse, Dulcie lentamente
se enderezó. Todo a partir de sus caderas estaba dolorido, y cuando se
apartó de él, hubo una más aguda punzada de dolor que le provocó una
mueca. Con ciertamente había dejado su marca, muy bien. Se preguntó si
sería capaz de caminar bien.
Se puso los pantalones y él le dio su suéter. Era mucho más grande
que el de ella y casi caía hasta sus rodillas, lo que los hizo reír. Después de
adecentarse, salieron de la camioneta. Él bloqueó las puertas y no dijeron
nada, simplemente empezaron a regresar al cruce de la vía férrea. Cuando
llegaron a las vías, de inmediato comenzaron a recorrerlas. Después de un
par de pasos, la tomó de la mano, entrelazando sus dedos. Ella sonrió y se
equilibró en uno de los raíles mientras andaban. Solo eran un par de
adolescentes, sosteniendo sus manos mientras daban un romántico paseo.
Por supuesto, no podían dejar el cuerpo ahí. Dulcie no sentía ganas
particularmente de ir a prisión. Mientras Con arrastraba el cuerpo a la
caótica choza de cartón, Dulcie buscó en la zona, usando su teléfono como
linterna. Se aseguró que nada quedara atrás, ni un pendiente ni un botón o
un trozo de basura que pudiera vincularse a cualquiera de ellos. Luego usó
una botella de agua que había traído para lavar la sangre de los raíles lo
mejor que podía, arrojando pedacitos de cráneo en una bolsa de plástico
mientras limpiaba.
¿De verdad se supone que regrese a la escuela el lunes?
Cuando acabó tan bien como era posible, fue a ayudar a Con. Había
movido el cartón y estaba trabajando en cavar una tumba superficial. Dulcie
se arrodilló y le ayudó a cavar. Cuando el espacio fue lo bastante grande,
arrastraron el cuerpo en él. Ella lanzó la bolsa de plástico en el agujero,
además del oxidado poste que había usado para terminar al vagabundo,
luego lo cubrieron todo. Cuando el suelo estuvo plano y regular otra vez,
Con movió el cartón de nuevo a su lugar.
—¿Qué hora es? —preguntó. Estaban de pie en medio de las vías,
mirando su trabajo. Él echó un vistazo a su reloj.
—Un poco después de la una —respondió. Ella gimió.
—Mierda, se supone que esté en el trabajo a las ocho.
La agarró del brazo y la volvió hacia él. Ella casi rió. Estaban
absolutamente sucios, sus manos casi negras de la tierra, sus ropas
cubiertas de barro.
—Realmente hicimos esto. Sucedió de verdad —le informó. Ella dejó de
sonreír.
—Lo sé, Con. Sé que lo hizo.
—Y no me importa. No me importa que lo matáramos. Ni siquiera un
poquito.
—Lo sé.
—¿Eso no te molesta? ¿Que esté jodidamente loco? —verificó. Ella negó.
—No.
—¿Por qué? ¿Por qué nunca te ha molestado? Siempre lo has sabido,
¿cierto? —continuó él.
Dulcie lo miró con fijeza. Este chico, este hombre, apenas lo conocía,
pero, de alguna manera, lo conocía demasiado bien.
—No me molesta —dijo con suavidad—, porque estoy bastante segura
que estoy igual de loca. Tal vez más loca. Al menos, sabías qué estaba
pasando dentro de tu cabeza. Yo no… no sabía que pudiera hacer algo así.
Él le frunció el ceño y no pareció natural en su rostro. La emoción
verdadera en general se veía extraña en él. Ella quería ver esa sonrisa, esa
sonrisa de Cheshire.
—Sabía que estaba jodido, y sabía… sabía que algo te pasaba también.
A nosotros. Y pensé que te jodería también. No quería eso, así que me alejé.
Vuelvo y mira lo que sucede. No quiero ser responsable por ti, Dulcie. No
quiero ser la cosa que te arruine —intentó explicar. Ella finalmente rió de
nuevo.
—Niño estúpido, estaba arruinada mucho antes de que aparecieras.
Sus manos estaban a cada lado del rostro de ella y la estaba besando.
Intentando tragarla entera. Ella se agarró a su camiseta y se apuntaló,
haciendo su mejor esfuerzo para no ser devorada.
Demasiado tarde.
—Eres malditamente asombrosa, lo sabes, ¿verdad? —exhaló él.
—Dime por qué.
—Porque me ayudaste a matar a un hombre.
—¿Eso es todo?
—Y eres la cosa más hermosa que jamás he presenciado en toda mi
vida.
—Hmmm, bueno, pero todavía no increíble.
—Porque fuiste hecha para mí —susurró él, su frente contra la de ella—
. Y ni siquiera lo sabías. Tuve que mostrártelo. Esa es la parte más
impresionante.
—Ahora estás entendiéndolo.
—No voy a soportar esta mierda más, Dulcie. No para de pisarme, voy
a pegarle.
Dulcie puso los ojos en blanco y levantó la vista de su tablet. Su
camarero estaba mirándola, de brazos cruzados.
—Hazlo —le dijo. Él pareció sorprendido por un segundo.
—Lo digo en serio. Si Frank vuelve por aquí a fastidiar, jodiendo con mi
bar, hablando mierda de mí y las camareras. Le golpearé uno de estos días
—le aseguró. Ella asintió.
—Sigues diciendo eso. Todavía tengo que verlo suceder. Hazlo.
Tuvieron un concurso de miradas. David tenía veintiséis años y cuando
había sido contratado como camarero en el Blue Rock, había tenido
problemas para adaptarse por tener una chica de veintiuno como su
supervisora. Con el tiempo, sin embargo, había reconocido a Dulcie por lo
que era… una rompebolas que no tomaba mierda de nadie y que haría
absolutamente lo que fuera necesario para ver un trabajo bien hecho. Al ser
un individuo con ideas afines, la respetaba. Por lo que solo se rió de su
osadía.
—Te gustaría eso, ¿no es así? A la espera de una excusa para
despedirme —se burló. Ella negó y volvió a su tablet.
—No, sigo esperando una excusa para despedirlos a los dos. Si inicias
una pelea, eso resolverá mi problema. Si vas a hacerlo esta noche, por favor,
espera hasta después de las nueve. Por lo general, la mayoría de los
miembros se han ido para entonces.
Él le lanzó un trapo al rostro y los dos se rieron.
—¿Cuándo saldrás en una cita conmigo, Dulcie? —preguntó, por
enésima vez. Ella le lanzó el trapo de vuelta.
—Te lo dije, cuando deje este trabajo y haga un millón de dólares.
Entonces, soy toda tuya.
Se rieron de nuevo, pero no estaba bromeando. Dulcie no salía con
nadie. Los chicos eran irrelevantes para ella. Solo un medio para un fin. Los
jóvenes eran los peores, pensando que tenían algo que ofrecerle. Ridículo.
Las únicas personas a las que Dulcie miraba dos veces eran a los
visitantes del club. Parte de la razón por la que había tomado el trabajo era
porque sabía que la élite rica de la zona acudía al prístino campo de golf.
Pertenecer al club no era fácil, la membresía no era barata.
Tampoco Dulcie.
Tenía reglas para su pequeña estafa. Nadie joven… solo hombres de
más de cuarenta. Eran más fáciles de agotar, más fáciles de manipular. Una
mujer joven y sexy prestándoles atención. Coqueteando con ellos. Dejando
ver un poco de piel cuando les llevaba sus cócteles y comidas.
Nadie que fuera permanente en el club, no quería perder su trabajo si
podía evitarlo. Cazaba entre los invitados de los miembros. Les convencía
para que la llevaran a moteles de mala muerte en las carreteras que
rodeaban el campo de golf.
Ninguno soltero, necesitaba tener munición, en caso de que se pusieran
juguetones y quisieran perseguirla, fuera para buscar más de lo que tenía
que ofrecer, o para meterla en problemas. Tenía que protegerse.
Y lo más importante, nunca más de una vez al mes. Volverse codiciosa
es lo que trae problemas a la gente. Lento y constante ganaba la carrera.
Oportunidades como las que tenía no aparecían a menudo en su pequeño
pueblo, y estaba segura que no podría competir en una ciudad más grande.
Así que se quedó en Fuller. Trabajaba en el club de campo. Atraía a los
hombres, los follaba y luego les robaba todo. Dinero en efectivo, cualquier
cosa de valor, todo se iba a casa con ella. La mayoría de los hombres no se
daban cuenta que algo había sucedido hasta que era demasiado tarde. El
orgullo y sus posiciones evitaban que la mayoría dijera algo, y los pocos que
se atrevían a enfrentarse a ella, eran amenazados en respuesta. No tenía
ningún problema en decirles a sus esposas o novias o parejas exactamente
lo que habían estado haciendo con ella.
Hasta ahora, le había funcionado de maravilla. Había construido un
pequeño nido, escondido dentro de su colchón. Estaba tratando de ahorrar
lo suficiente para mudarse a Europa. Por supuesto, la vida no sería diferente
en el sur de Francia. Pero el paisaje sería mucho más brillante. Tal vez le
ayudaría a mantener a raya la oscuridad, porque, últimamente, eso había
sido cada vez más difícil.
—¿Me has oído?
Dulcie volvió su atención y miró a David. La estaba mirando mientras
limpiaba vasos.
—No, lo siento. ¿Qué? —preguntó. Él entrecerró sus ojos por un
segundo.
—¿A dónde vas?
No debería haber tenido sentido, pero sabía lo que estaba preguntando.
—A algún lugar al que nunca quieres ir —susurró. Parecía un poco
sorprendido, y ella se aclaró la garganta. Cerró la cortina en su cerebro,
manteniendo la oscuridad bajo control—. Solo tengo muchas cosas en mi
mente. Abrimos en cinco, asegúrate de que esos vasos estén ordenados.
A Dulcie no le gustaba especialmente su trabajo, pero no era difícil, era
buena en ello y había encontrado su segunda fuente de ingresos allí, así que
no era del todo malo. Cuando las puertas se abrieron, los golfistas
comenzaron a entrar, buscando saciar su sed después de dieciocho hoyos
bajo el sol ardiente del verano. Las mesas empezaron a llenarse y la comida
fue servida a clientes hambrientos. Durante el verano, se ocupaba tanto que
el restaurante esencialmente funcionaba solo. No había tiempo para que
nadie pudiera tomarse un descanso, así que, normalmente, ni siquiera tenía
que pensar mucho acerca de ser la jefa una vez que el lugar abría.
Esa noche, la anfitriona enfermó. No solo un poco, sino enferma del
tipo: correr por la cocina y apenas llegar al cubo de la fregona para vomitar.
Había estado luchando contra la gripe y, al parecer, había perdido. Dulcie
la envió a casa, después, tomó su posición como anfitriona.
Una vez más, no era difícil. Había sido su primer trabajo en el
restaurante, cuando tenía diecinueve, por lo que se metió en el papel
fácilmente. El único problema era que ahora tenía que interactuar
directamente con cada persona que entraba por las puertas.
Quisiera o no.
—¿Dulcie?
Había estado mirando la hoja de reserva, tratando de reorganizar las
mesas y las horas, y no había estado prestando atención a quien se había
acercado. Cuando levantó su cabeza, casi gimió en voz alta. Jared Foster
estaba de pie frente a ella. El chico que había dejado en el bosque, justo
antes de que matase a alguien. El novio con el que se había negado a dormir,
justo antes de haber tenido relaciones sexuales con otra persona.
No es que estuviera necesariamente sorprendida o conmocionada de
verle. Fuller era una ciudad pequeña, se encontraron varias veces a lo largo
de los años. Siempre era agradable y educado, como había sido en la
secundaria. No, Jared no era el problema. El problema era su esposa.
Frannie Foster… McKey anteriormente.
La chica que también había sido dejada en el bosque.
A Frannie nunca le había gustado Dulcie. El universo había escrito el
guión de sus vidas para que fuera así; Frannie había sido la animadora
popular que había salido con el quarterback del equipo de fútbol. Dulcie era
la chica rara de arte que de alguna manera había capturado la atención de
dicho quarterback. Frannie había sido una zorra en la escuela y eso solo se
había intensificado tras la graduación.
Ella y Jared habían salido durante su último año. Dulcie podía decir
que no había realmente amor, sin embargo; Frannie lo hizo para molestar a
Dulcie. Chica estúpida… a Dulcie tendría que importarle antes de poder
lograr enojarla por algo.
Entonces, justo antes del baile de graduación, una bomba social golpeó
la escuela. Frannie estaba embarazada. Sorprendente. O, al menos, lo era
en una pequeña ciudad de la zona rural de West Virginia. Dos semanas
después de la graduación, Jared y Frannie se casaron en una ceremonia
pequeña en el juzgado. Claramente lo que había que hacer.
Dulcie no podía decir sinceramente que se sintiera mal por Jared,
porque rara vez se sentía mal por nadie. Pero podía reconocer que la vida le
había dado una mano de mierda. Ahí se iban sus esperanzas para la
universidad. En cambio, se quedó encerrado en una relación con una chica
que pensaba que ser una perra se veía bien en cualquier época del año.
Es mejor enterrar tu corazón en una tumba poco profunda al lado de
unas vías de tren abandonadas.
—Hola, ¿cómo estás? —dijo Dulcie, plantando una sonrisa en su rostro.
Jared comenzó a moverse alrededor del mostrador y ella se esforzó por
mantener la sonrisa en su lugar. Entonces, recordó que se suponía que
debía mostrarse normal, así que se movió hacia él y se inclinó en el abrazo
que le dio.
—Bien, creo. Cena de aniversario. —Suspiró después de finalmente
dejarla ir.
—Oh, ¿sí? ¿Dónde está la mujercita? —bromeó, después exploró el gran
recibidor que había fuera del restaurante.
—Ayudando a sus padres; comerán con nosotros.
El padre de Frannie era la segunda persona más rica de Fuller, así que
no era demasiado sorprendente que fuera miembro del club. El señor McKey
gobernaba a su hija con puño de hierro y, por lo tanto, controlaba a su
marido. Jared trabajaba para el señor McKey, vivía en una casa que el señor
McKey había comprado para ellos.
Sí, en realidad, esa tumba suena como una mejor opción.
—¿Y cómo está el pequeñín? —Dulcie siguió con las preguntas. Años
de fingir ser normal la habían condicionado para decir las cosas correctas.
—Bien, bien. Comenzando a hablar. —Suspiró—. Estamos, eh, estamos
esperando otro.
—¿En serio?
Al parecer, todo el fingimiento no la había condicionado lo
suficientemente bien. Dulcie escuchó cuán plana y fuerte sonaba su voz y
vio a Jared hacer una mueca.
—Sí. Pero es bueno, ¿sabes? Quiero a la pequeña Amy, y estamos
esperando un niño esta vez. Alguien con quien jugar a lanzar la pelota. —
Se rió. Por encima de su hombro, Dulcie vio a Frannie correr hacia ellos,
dejando que sus padres la siguieran. Llevaba un vestido verde ajustado y no
se veía embarazada en absoluto. Cuando los alcanzó, meneó la cabeza,
haciendo que sus mechones rubios claros cayeran en cascada sobre sus
hombros.
—Ew, ¿todavía trabajas aquí, Dulcie? —se burló.
—Cuidado, Fran. —La voz de Jared contenía una advertencia, pero no
tuvo ningún efecto.
—Aún aquí. ¿Les gustaría que los acompañara a su mesa? —ofreció, y
tomó algunos menús.
—No puedo creer que dejen a basura blanca trabajar aquí. Los
estándares realmente han bajado.
—¡Frannie, para!
Dulcie los ignoró a ambos, simplemente se volvió y sonrió cuando
llegaron a su mesa designada. Incluso esperó hasta que los MacKeys
mayores habían llegado y retiró las sillas para ellos. Frannie hizo
comentarios maliciosos todo el tiempo, pero Dulcie estaba acostumbrada.
Cada vez que se encontraba con Frannie, ya fuera en el trabajo, en la tienda
o en la acera, la otra chica tomaba la oportunidad para insultarla. Para
“ponerla en su lugar”, por así decirlo. Desafortunadamente, la antigua
animadora no tenía ni idea de que Dulcie estaba muy fuera de lugar, así que
ponerla de vuelta ni siquiera era una opción.
Tomó sus órdenes de bebidas, luego esperó ante la barra mientras
David las preparaba.
—¿Amigos tuyos? —preguntó, haciendo un gesto con su cabeza. Ella
rió.
—No. La puta me odia. Solía salir con su marido, por más o menos
medio minuto, en la escuela —explicó Dulcie.
—¡La Reina del Hielo salió con alguien, oh, Dios mío! —bromeó él,
presionando una mano sobre su corazón.
—Lo hice. Los peores cinco minutos de mi vida. Ahora apresúrate con
eso, no le des más munición.
Cargó una bandeja con vasos y ella los llevó a la mesa. Entregó el vaso
de agua mineral de Frannie primero, para quitárselo de encima, luego sirvió
a los padres. Jared fue el último y cuando se inclinó para colocar su vaso
en el lugar correcto, el brazo de Frannie se extendió por la mesa. Vino tinto
voló por el aire, con la mayoría aterrizando en la recién lavada y planchada
camisa blanca de vestir de Dulcie.
—Jesús, Frannie, ¿por qué no puedes…? —empezó a espetar Jared, y
mientras que Dulcie estaba impresionada con cuán enojado parecía, alzó su
mano para detenerlo. Hacer una escena no era su cosa.
—Por favor. No pasa nada, haré que alguien los cambie a una mesa
limpia. ¡No, no lo toque, señor McKey! Es por eso que tenemos limpiadores
y friegaplatos. Quiero que disfruten de su noche. Por favor, no se preocupen
en absoluto. ¡Greg!
Dulcie llamó al camarero más cercano, dándole instrucciones para
mover a la familia y limpiar la mesa manchada. Luego se dirigió hacia la
cocina. Cuando pasó por la barra, David caminó con ella.
—Qué puta. ¿Quieres que eche algo de jabón en su siguiente bebida?
—ofreció. Ella resopló.
—El jabón podría mejorarla. ¿Tienes lejía ahí atrás? Tal vez mézclalo
con eso.
David rió, pero Dulcie no.
No estaba de broma.
Siendo una buena empleada que anticipaba todo, por supuesto Dulcie
tenía un uniforme extra. Lo agarró de su casillero y se apresuró al baño de
empleados, bloqueando la puerta detrás de ella.
No se desvistió de inmediato. Abrió el lavabo, tan caliente como pudo,
luego agarró el borde de porcelana. Intentó tomar profundos y terapéuticos
alientos. Intentó calmarse. Apretó los dientes y resistió la urgencia de gritar.
Respirar profundamente no estaba ayudando, así que levantó la
cabeza, exhalando ruidosamente. El espejo empezaba a empañarse, pero
aún podía ver su reflejo. Ver el pesado vino rojo salpicando por el lado
izquierdo de su camisa. Estaba por todas sus manos, un poco incluso en su
cuello. Goteando más allá de su clavícula. Tanto rojo. Todo sobre ella.
La última vez que se había mirado, realmente mirado, había estado
observando un difuso reflejo. Mirando a la chica cubierta de rojo. De pie en
un lugar y deseando que pasaran tantas cosas malas. Solo que entonces,
no había estado sola. Entonces, había sabido que había alguien que quería
todas esas cosas malas también. Era tan solitario ahora, ser la única que
pensaba de esa manera. Ser la única con sangre en sus manos.
Solo quería sentirme normal en mi oscuridad. ¿Por qué tuvo que quitarme
eso?
Por supuesto, no había respuesta. Así que mientras que la mayoría de
las chicas se hubieran limpiado o estallado en lágrimas o preparado su
venganza, Dulcie miró su reflejo. Luego plantó su puño en la mitad del
espejo, haciendo añicos la imagen.
ulcie se sentó en un banco, mirando al otro lado del parque.
Había algunos niños pequeños jugando en una morsa de piedra,
pero no les estaba prestando atención. Tenía sus gafas de sol
puestas y esperaba inspiración, su libreta en su regazo.
No tenía tantas oportunidades de dibujar como en el instituto, pero los
domingos, su día libre, siempre se hacía el propósito de pintar algo. La vida
le había quitado muchas cosas, pero no permitiría que le quitase su arte,
eso podía controlarlo.
—¡¿Estás intentando imaginar cómo sería tener a alguien tocándote lo
suficiente para darte hijos?!
La estridente voz de Frannie llegó desde el otro lado del parque. Dulcie
no se había dado cuenta que la rubia había llegado con su pequeño
engendro.
—¡Tu ex novio lo hizo! —gritó, sonriendo ampliamente. Frannie se
quedó boquiabierta.
—¡Eres asquerosa!
Dulcie le enseñó el dedo medio.
Le divertía ver a Frannie tan alterada. Después de todo, eran las
pequeñas cosas en la vida las que hacían que valiese la pena vivir. Pero por
supuesto, justo mientras estaba comenzando a sentirse casi bien, algo tenía
que arruinarlo.
Y no de un buen modo.
—Hola, nena —siseó una voz cerca de su oreja.
Por un momento irracional, un horrendo momento que provocaba el
vómito, Dulcie pensó que era el hombre. El vagabundo que estaba enterrado
en la estación de tren. El hombre que había asesinado. La misma voz
sibilante, el mismo sonido de depravación. La misma sensación brotando en
su interior, la que le decía que tomase el control allí y ahora, para hacer lo
que fuese necesario para dominar la situación. La sensación que le decía
que destrozase algo.
Pero Dulcie también sabía que no estaba completamente loca, así que
cuando se levantó del banco y se giró, no se sorprendió mucho al ver que
era su medio hermano, Matt. Básicamente un ser que solo estaba a dos
pasos de un cadáver andante, de todos modos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió ella, poniéndose las gafas de sol
sobre la cabeza.
Antes de que se hubiese mudado de la caravana, él había alcanzado la
cima de lo espeluznante. Era como si simplemente pudiese oler que ella
había comenzado a tener sexo y quisiera entrar en acción. Cada vez que
Dulcie estaba en su habitación, bloqueaba la puerta. Al momento que había
tenido dinero suficiente para costearse su propia casa, había huido y no
había dejado una dirección de referencia.
Por supuesto, Fuller no era grande. Mantener su localización en secreto
no era posible… incluso una psicópata como ella tenía amigos. Todo lo que
Matt tuvo que hacer fue hacer unas cuantas preguntas y antes de que se
diese cuenta, él estaba merodeando en su edificio. Esperando fuera de la
puerta de entrada, pidiéndole dinero. Pidiéndole un lugar donde dormir.
Pidiéndole que se la chupase a cambio de metanfetamina.
Por muy tentadora que fuese su oferta, Dulcie lo había golpeado en la
garganta, luego lo amenazó con decirle a su agente de libertad condicional
la mierda escalofriante que estaba siendo Matt y hacer que lo metiesen en
prisión. Funcionó por un tiempo, pero después de unas semanas, comenzó
a aparecer de nuevo. Había estado en un bar para tomar una bebida con
sus compañeros de trabajo y, de repente, él había estado en el taburete a su
lado. En la fila detrás de ella en el supermercado. Agarrándole el culo
mientras caminaba por la calle.
Pasó muchas noches pensando en diferentes formas de matarlo. ¿Pero
qué haría con el cuerpo? No podía exactamente arrastrarlo a ningún lado y
no quería despedazarlo. Lo único que pudo pensar fue atraerlo a las vías del
tren una noche. Había un encantador espacio donde el suelo era suave, lo
conocía. Probablemente ella misma podría cavar el hoyo.
Aunque estaría mal. Ese lugar era especial. Sagrado. No podía hacer
eso por su cuenta, tanto si era capaz como si no. Ese lugar le pertenecía a
él tanto como a ella. Para hacer un acto tan memorable, para quitar una
vida y esconder un secreto… no, no estaría bien hacerlo sin su compañero
en el crimen.
Aun así, había días donde su razonamiento se debilitaba.
—Es un parque libre, te vi sentada aquí, pensé en decirle hola a mi
hermana favorita. —Matt comenzó a reírse, pero se convirtió en una tos. Ella
hizo un sonido de náuseas y tomó su bolso del banco.
—Jodidamente no me sigas o, lo juro por Dios, te golpearé de nuevo —
amenazó mientras metía el cuaderno en el bolso.
—Vamos, no seas así. No nos hemos visto en un tiempo, solo estoy
siendo amigable —señaló él.
Dulcie no dijo nada más, solo se giró y comenzó a alejarse. Gimió
cuando escuchó los pasos de él resonando detrás.
—No estoy bromeando, Matt. De todos modos, ¡¿cómo saliste de
prisión?!
Por un momento, parecía que sus súplicas habían sido escuchadas.
Matt había sido arrestado por cargos de robo de vehículos y fue enviado a
prisión. Había creído que se habría ido tiempo antes de que él fuera liberado.
—Los malditos policías en esta ciudad no pueden hacer bien su trabajo.
Registro e incautación ilegal, tuvieron que retirar todo. ¿Tienes veinte
dólares? —preguntó. Ella dejó el parque y corrió por la calle. Él la siguió
paso a paso.
—¿Cuándo siquiera te he dado dinero? En lo que a ti respecta, nunca
jamás he oído hablar de dinero, ¿está bien? Así que no vuelvas a
preguntarme de nuevo —masculló, apresurándose al frente de su edificio.
—¿Por qué tienes que ser tan fría, Dulcie? No sabes cómo es, vivir en
esa puta caravana. Te va jodidamente bien y no compartes nada —se quejó.
—¡¿Compartir?! ¿Por qué jodidamente tendría que compartir nada
contigo? Un maldito perdedor drogadicto que quiere follarse a su hermana.
Tienes suerte de que no haya huido aún. No me molestes más —advirtió,
luego abrió la puerta de un tirón.
Matt era tocón, pero apenas reunía la energía para ser violento, así que
estuvo sorprendida cuando la empujó desde atrás. Ella se tambaleó por la
puerta de entrada, casi golpeándose la cabeza con el extintor. Antes de que
pudiese recuperar el equilibrio, él la estaba agarrando de la camiseta y
aplastándola contra la pared junto al ascensor. Dejó salir un gruñido
cuando se le escapó el aire de los pulmones. Luego Matt se presionó contra
ella y Dulcie resistió la urgencia de vomitar.
—Así que solo soy un drogadicto, ¿eh? ¿Un jodido perdedor? —siseó,
usando su peso para mantenerla en el sitio.
—¡Apártate de mí! —exigió.
—Al menos tienes razón en una cosa. Alguien está a punto de ser
follado —amenazó, y ella sintió su mano en la cima de sus pantalones.
Ahí estaba de nuevo, el mismo sentimiento de cólera fría. De alguien
traspasando una propiedad privada. Propiedad que ni siquiera le pertenecía
a ella. Dejó salir un grito y le dio un codazo a un lado de la cabeza. Él gritó
y se tambaleó hacia atrás, llevándose la mano a la oreja.
Ella se giró y prácticamente se hundió en el ascensor. Era un enorme
y viejo montacargas con una puerta de madera que necesitaba ser cerrada
de un tirón para que el aparato funcionara. Saltó y tiró de la correa justo
cuando Matt se echó hacia delante. Las puertas venían de arriba y abajo y
se cerraban en el medio, y las dos piezas se juntaron justo cuando él estiró
la mano para alcanzarla. Su muñeca quedó atrapada en medio, y mientras
chillaba de dolor, Dulcie giró el cerrojo para bloquear la puerta.
—Lo siento. —Estaba jadeando por aire—. ¿Eso dolió?
—¡Mi mano! ¡Mi puta mano! ¡Jodidamente la rompiste! —Matt estaba
gritando y tirando de su brazo, tratando desesperadamente de liberarse.
Ella se agachó y examinó sus dedos moviéndose.
—No, no parece rota. Creo que se está moviendo demasiado para eso
—le informó.
—¡Abre la puerta, puta loca!
—Aunque no te preocupes, podemos resolver ese problema.
Con un grito, balanceó su pesado bolso directamente sobre la mano de
él. Matt chilló cuando le rompió la muñeca. Ella colapsó contra la pared
trasera del ascensor y observó mientras él caía de rodillas. Su mano
colgando sin fuerza en su lado de la puerta. Parecía completamente
antinatural y la hizo sonreír. Una sonrisa de verdad, la primera que había
tenido en años.
Él estaba sollozando demasiado para ser amenazador, así que Dulcie
finalmente desbloqueó la puerta y lo liberó. Él lloró y se sujetó la mano
contra el pecho, pero a ella no le importó. Lo pateó en el estómago, haciendo
que se quedase de espaldas, luego cerró la puerta de nuevo.
—Te lo digo; no vuelvas a molestarme y ni siquiera vuelvas aquí, o, lo
juro por Dios, jodidamente te mataré.
Y con eso, pulsó el botón de su piso con la mano y lo miró hasta que el
ascensor lo quitó de su vista.
sus lugares! Hacemos esto todas las noches, ¡¿por qué
actúan como si fuera su primera vez?! —gritó Dulcie
mientras caminaba por el comedor del restaurante.
El Blue Rock Bar and Grill era uno de los tres restaurantes del club de
campo Blue Rock. Había uno mucho más elegante, en el que Dulcie no se
había molestado en encontrar trabajo. El otro era un bufet de desayuno y
almuerzo. No tenía bastante clase, ella necesitaba peces más grandes para
su estafa.
El bar era el más ocupado, ofrecía algunas de las mejores propinas y
era más despreocupado. En la temporada de verano, el personal aumentaba
para atender a todos los clientes, y el trabajo estacional atraía a un montón
de trabajadores jóvenes. Estaba rodeada de gente que variaba en edad desde
los dieciséis a los treinta. No se involucraba en el proceso de contratación,
el gerente general se encargaba de todo eso, pero Dulcie malditamente se
aseguraba de que quien estuviera en su turno, fuera más que capaz de
cumplir con su parte.
Así que no tenía ni idea de por qué la mitad de su personal estaba
vagando y riendo nerviosamente. Llevaban fácilmente dos meses en la muy
ocupada temporada, todos sabían hacer su trabajo. El gobernador había ido
a jugar en mayo y se había pasado para una bebida y todos lo habían
manejado bien. Entonces, ¿qué sucedía? Dejó de moverse y puso sus manos
en sus caderas, sus ojos repasando el restaurante.
David se hallaba detrás de la barra, limpiando vasos, y le guiñó un ojo.
La acción le recordó a Matt, sin embargo, y rápidamente alejó la mirada.
Después de que rompiera la muñeca de su medio hermano, había observado
por su ventana mientras él se había alejado tropezando del edificio. Eso
había sido hace una semana y no había visto u oído de él desde entonces.
Pero aún miraba sobre su hombro, todavía cautelosa cuando salía de noche.
Tenía un muy fuerte presentimiento de que la batalla no había sido ganada.
Que, de hecho, simplemente había subido la apuesta y hecho una
declaración de guerra. Era solo cuestión de tiempo antes de que él
contraatacara.
Sin embargo, pensar en algo no lo cambiaba. No había nada que
pudiera hacer hasta que sucediera, o hasta que tuviera bastante dinero para
largarse, así que lo empujó a la parte trasera de su mente e intentó enfocarse
en el trabajo.
Volvió a repasar el restaurante, intentando averiguar a qué venía el
alboroto. Un par de ayudantes estaban poniendo los toques finales a las
mesas, enderezando los cubiertos y colocando los vasos. Un par de
camareros estaban en la zona de espera, asegurándose de que los especiales
estuvieran dispuestos correctamente para la noche. Ella entrecerró los ojos
y lo entendió.
Eran todas las chicas. Había un par de grupos de camareras, soltando
risitas y charlando en susurros. Los camareros se ocupaban de sus asuntos,
asegurándose de que sus secciones estuvieran limpias y arregladas. Dulcie
suspiró y caminó al grupo más cercano de mujeres.
—De acuerdo, ¿qué sucede? Abrimos en diez minutos y no las he visto
revisar sus zonas ni una vez —declaró.
Hubo un coro de “lo siento” y la mayoría de las chicas se fueron. Una
se quedó, sin embargo… su amiga, Anna. La jovial rubia en realidad había
salido de Fuller. Resultó que todas sus risitas escondían un cerebro
bastante inteligente y había ido a la universidad con una beca completa.
Ahora solamente volvía a Fuller en verano. A Dulcie no le gustaba mucha
gente, pero, por alguna razón, siempre le había caído bien Anna, así que le
había dado un trabajo en el bar.
—Se ve bien aquí y lo sabes —se burló Anna. Dulcie se encogió de
hombros.
—No me importa, aun así, necesitan hacerlo. Deja que se escapen una
vez y se aprovecharán de mí durante el resto de la temporada. ¿Qué sucede,
de todos modos? —preguntó.
—¿No has oído?
—Obviamente no.
—El honorable y anterior alcalde Masters va a honrarnos con su
presencia.
Dulcie gimió. Jebediah Masters era, por supuesto, un miembro del
club; era una de las quizá tres personas en Fuller lo bastante rico para en
realidad permitírselo. Raramente visitaba, pero había estado allí antes, así
que aún no lo explicaba todo.
—Gran cosa. Advierte a las chicas, después de tres bebidas, se pone
tocón —dijo Dulcie, recordando una vez que había metido una mano bajo
su falda. Casi lo había apuñalado con un tenedor. Brevemente consideró
estafarlo y luego matarlo mientras dormía. Finalmente se había reído y
flirteado para obtener una gran propina.
—Sí, todas sabemos que es tocón, pero eso no es sobre lo que están
muriendo —continuó Anna, una sonrisa apoderándose de su rostro.
—Entonces, ¿qué? Da propinas de mierda, tendrán que enseñar un
montón de culo si quieren más que un diez por ciento.
—No viene solo.
Dulcie se sorprendió.
—¿A quién trae? Dios, por favor, no digas que tiene una cita. No puedo
esperar para ver a esta perra. —Se carcajeó.
—Oí que va a traer a su hijo.
—No tiene un hi…
La boca de Dulcie dejó de funcionar. O más bien, todo su cerebro se
apagó. Había separado por completo a Jebediah Masters de Constantine en
su mente. Había tenido que hacerlo, después de haber empezado a trabajar
en el club. No se permitía pensar en Con, en absoluto. Ayudaba que el mayor
de los Masters no se pareciera mucho a su hijo.
—Uh, estoy bastante segura que lo conoces —se burló Anna. Frannie
había esparcido el rumor de que Dulcie le había robado a Con la noche de
la fiesta, que era una gran puta roba-novios. No importó el pequeño hecho
de que Frannie y Con no hubieran estado saliendo. No importó que a Dulcie
le diera igual lo que Frannie, o cualquier otro, pensara de ella. Ser una puta
no era lo peor que una persona podía ser.
Una asesina, sin embargo… eso está bastante alto.
—Mierda. ¿Estás segura? —preguntó Dulcie, mirando por las ventanas.
La entrada estaba técnicamente detrás de ella, al otro lado del club, pero
toda la parte de atrás de la barra era de cristal, extendiéndose hasta los
techos abovedados. Había unas impresionantes vistas de la pista y un
camino que rodeaba el edificio. Los clientes podían ser vistos yendo y
viniendo del campo.
—No, solo es lo que todos dicen. El señor Masters estaba alardeando
sobre ello en la tienda, dijo que Con venía a la ciudad, que lo iba a llevar a
cenar, solo el mejor, bla bla bla —explicó Anna—. Y tiene una reserva para
esta noche, así que todas pensamos que iba a ocurrir. Constantine Masters.
Dios, ¡no lo hemos visto en una eternidad! ¿Crees que aún es sexy?
—Sí —respondió Dulcie sin dudar—. Jugó al fútbol durante toda la
universidad, oí.
—¿Sigues teniendo una cosa por él?
En realidad, no. Solo un secreto enterrado cerca de las vías del tren, eso
es todo.
—No. Pero me pregunto algo. —Dulcie levantó su mano, golpeteando
su labio inferior con sus dedos.
—¿Qué? —cuestionó Anna. Dulcie entrecerró sus ojos.
—Si él sigue teniendo una cosa por mí.
La reserva del señor Masters no era hasta las ocho de la noche. Dulcie
desearía que Anna lo hubiera mencionado; el restaurante abría a las cinco.
Pasarían horas antes de que la curiosidad de todos fuera saciada.
—¡Dejen de pasar el rato aquí! —Tuvo que sisear Dulcie más que unas
pocas veces cuando las chicas se reunían en el puesto de la anfitriona.
—¿Quién es este chico?
Dulcie estaba detrás de la barra, haciendo un Martini para uno de los
administradores. Él declaró que ella era la única que lo hacía de la manera
que le gustaba.
—¿Quién es quién? —preguntó, buscando una coctelera.
—Este chico del que todos hablan. ¿Connie? —cuestionó David,
inclinándose sobre ella para agarrar un vaso. El restaurante estaba lleno.
Era viernes por la noche y, por como iban las cosas, iban a cerrar tarde.
—Con. —Dulcie estalló en risas—. Su nombre es Con.
—¿Qué jodido tipo de nombre es ese? —David resopló. No era de Fuller.
Ni siquiera de West Virginia. No estaba segura de cómo había terminado en
el club y nunca le había preguntado. Realmente no le importaba.
—Es la abreviatura de Constantine.
—Eso es incluso más raro. ¿Por qué es tan importante?
—Constantine es… —Dulcie buscó las palabras correctas. Bien, en
realidad no. Buscó las palabras que sería apropiado usar—. Era muy
importante en la escuela. Es difícil salir de Fuller, la mayoría de la gente va
a trabajar en las fábricas de vidrio. Pero él era un dios en el campo de fútbol
y tenía las mejores notas, y su padre era el alcalde. Creo que todos estaban
un poco enamorados de él. Entonces, fue a la universidad y nunca miró
atrás.
—¿Y qué hay de ti, jefa? —insistió David, moviéndose detrás de ella. La
barra era estrecha y pudo sentir su calor contra su espalda.
—¿Qué hay de mí?
—¿Estabas enamorada de este inteligente dios del fútbol?
En realidad se las arregló para reír y mirarlo sobre su hombro.
—¿Estarías celoso si dijera que sí? —se burló.
—Devastado. Nunca jugué fútbol —coqueteó él en respuesta.
Ella se rió entre dientes y abrió la coctelera, echando el Martini en su
vaso.
—Bueno. Jodidamente odio el fútbol.
—Sabes, odio arruinar el momento, pero creo que te gusto, jefa —
advirtió David.
—Ah, pero estás equivocado —dijo ella con un suspiro, luego se
estremeció cuando un escalofrío recorrió su espalda.
—¿Cómo es eso?
—No me gusta nadie.
Alzó la mirada entonces. Miró al otro lado del restaurante. Constantine
estaba al otro lado de la habitación, observándola. Esa sonrisa que había
trabajado tan duro para borrar de su memoria, estaba de vuelta en toda su
gloria tecnicolor. Él asintió hacia ella, reconociendo su existencia. Ella le
devolvió la mirada por un segundo más, luego volvió a decorar el Martini.
—Hmmm. Me parece que la dama protesta demasiado.
Dulcie codeó a David antes de que pudiera hacer otro comentario
sabihondo, luego recogió el cóctel y lo entregó a su propietario. Después de
charlar con el caballero por un rato, se dirigió a la cocina. Se aseguró de que
todo funcionara bien. Cuando volvió a la sala, Anna la estaba buscando.
—Oh, Dios mío, oh, Dios mío, ¡ha preguntado por ti! ¡Ha preguntado
por ti! —chilló. Algunas cosas nunca cambiaban, y la emoción de otras
chicas por… cualquier cosa, era lo mismo de siempre. Dulcie no le pidió que
lo aclarara.
—Por supuesto que sí.
—¡Así es! ¡Aún puedes tener todos sus bebés!
Dulcie resistió la urgencia de tener arcadas y empujó a la otra chica
fuera del camino. Fue en línea recta hasta su mesa, luego se paró a su lado,
sus manos unidas detrás de su espalda.
—Señor Masters, estamos muy contentos de que pudiera unírsenos.
Espero que la mesa sea de su agrado —parloteó en su más dulce voz. Con
le sonrió.
—Lo es. Tuve una buena bienvenida cuando llegué —dijo. Ella asintió.
—Por supuesto, su padre es un valorado miembro. ¿Puedo traerle algo?
Anna es una de nuestras mejores camareras, debería tomar excelente
cuidado de usted.
—Lo hace. Apenas la reconocí. ¿Es la rubia de la escuela de la que
solías ser amiga?
—Sí, es la rubia de la escuela de la que todavía soy amiga.
Él se rió alto de ella y añadió:
—Encuentro difícil de creer que tengas amigos.
—Gracias. —Suspiró—. Ahora, si me excusa, parece que al señor
Jeffries le gustaría hablar con usted. —Asintió en dirección del caballero
mayor con aspecto ansioso que los estaba mirando.
—¿Quién mierda es el señor Jeffries y por qué me importa? —preguntó
Con, echando un vistazo sobre su hombro.
—El señor Jeffries es el administrador principal del comité aquí. Estoy
segura de que los administradores esperan que se una a sus sagradas filas
y se convierta en miembro, como su padre —explicó Dulcie. Su sonrisa era
tan tensa que empezó a doler. Él finalmente la miró de nuevo.
—¿Lo hacen? ¿Y cómo te sientes sobre eso? —preguntó él, su voz baja
y sus ojos brillantes.
—Siento que cometerían un error. Tenga una buena noche, señor
Masters.
Y con eso, se volvió y se alejó.
Más tarde esa noche, Dulcie yacía en su cama. Tenía todas las ventanas
abiertas, dejando que una brisa soplara por el apartamento, intentando
sofocar algo del calor del verano. Sus enormes auriculares estaban en su
lugar sobre sus orejas, ahogando todos los sonidos de la calle. Sonrió para
sí y canturreó con la canción, dejando que sus ojos se cerraran.
Obviamente no había permanecido célibe desde que Con se marchó,
pero realmente no consideró que lo que hacía era tener sexo. Se trataba más
de realizar un trabajo. Uno particularmente desagradable. La única vez que
era bueno era cuando se lo hacía ella misma. Y con un nuevo recuerdo de
esa malvada sonrisa aún fresco en su cerebro, sus dedos echaron una
carrera contra su pulso, viendo cuál sucedería primero... fallo cardíaco u
orgasmo.
Jesús, Con, te tomó bastante tiempo volver, idiota. Ahora date prisa y
encuéntrame de nuevo.
er llorar a Dulcie Travers había sido un momento hermoso, pero
llegar a verla enojada, bueno. Ella había estado impresionante.
Tres años. Supongo que podría haberle escrito unas líneas.
Sin embargo, no estaba en la naturaleza de Constantine atender a los
sentimientos de los demás. Le había dicho que eran solo ellos, sin importar
el tiempo y la distancia, y lo había dicho en serio. Así que, si le tomó tres
años regresar a ella, entonces era simplemente lo que se requirió.
Ahora, la verdadera prueba era ver si ella hablaba en serio cuando
estuvo de acuerdo con él.
Averiguar dónde vivía había sido bastante fácil. La ciudad era diminuta,
todos se conocían, y, además, era excéntrica, joven y sexy. Todos la
conocían, o sabían de ella, de alguna manera.
Con también sabía que los sábados por la noche el club de campo
cerraba a las once en punto. Observó desde el otro lado de la calle mientras
ella estacionaba su auto y se dirigía al viejo almacén de ladrillos donde
estaba su apartamento. Seguía con su uniforme, medias negras, falda negra
y camisa blanca. Su cabello estaba en una trenza apretada que se envolvía
en la base de su cabeza, y se parecía tanto a la chica de la escuela
secundaria, que le hizo preguntarse si el tiempo había pasado en realidad.
Sin embargo, cuando volvió a salir media hora más tarde, fue muy
evidente que definitivamente ya no era esa chica. Con se sorprendió un poco
cuando vio que se había cambiado a un par de pantalones cortos. Siempre
había sido una chica muy delgada con una silueta pequeña, pero se había
rellenado un poco desde la última vez que la había visto. Ciertamente
llenaba muy bien sus pantalones cortos, mostrando un par de piernas muy
bronceadas. Llevaba una camiseta de manga larga y se había deshecho de
la trenza. Su cabello era más largo también y caía en ondas sobre un
hombro. Parecía totalmente la chica buena de campo que realmente era.
Lo que en realidad, realmente, no es.
Se quedó helada por un segundo cuando lo vio. Se miraron durante
largo rato. Ella tenía su teléfono y las llaves del auto en la mano, obviamente
iba a alguna parte. Pero no se movió. Él sonrió lentamente y la observó
temblar.
Luego se volvió bruscamente y se marchó por la acera, yendo en
dirección opuesta a su vehículo. Con echó un vistazo en ambos sentidos,
luego cruzó a trote la calle y rápidamente la alcanzó. Era mucho más alto
que ella, sus largos pasos eliminaron la distancia entre ellos, a pesar de que
Dulcie casi estaba trotando.
—¿Estás seguro que tres años fue suficiente tiempo? —cuestionó ella
por encima del hombro.
—Eh. ¿Quieres que tarde tres años más? —preguntó. Ella echó la
cabeza hacia atrás y rió.
—¡Claro! Pero primero, vamos, divirtámonos.
Dulcie ya había empezado a correr para entonces y había desaparecido
por una puerta antes incluso que él viera a dónde se estaba dirigiendo.
Levantó la mirada hacia un letrero mientras la seguía. Beavers. Un bar que
era muy posiblemente más viejo que Dios; Con nunca había estado porque
se había mudado antes de cumplir los veintiún años, pero había oído
historias. Un montón de paletos locos, bebiendo cerveza y drogándose,
bailando honky tonk5 y música blue grass6.
Estaba tan oscuro en el interior que no pudo ver nada al principio, le
tomó a sus ojos un momento para adaptarse. Caminó por un pasillo corto y
estrecho que finalmente se abrió en una gran área. Cerraba a medianoche,
por lo que la noche estaba simplemente empezando a ganar velocidad. Había
una banda en el escenario a su derecha y una barra justo frente a él al
fondo. Había mucha gente bailando y riendo, pero fue capaz de distinguir la
figura de Dulcie mientras se deslizaba a través de la multitud. Respiró hondo
y se adelantó.
—¿Ahora eres una gran bebedora? —preguntó, llegando a la barra justo
a tiempo para verla tomarse una Corona entera. Ella se encogió de hombros
y dejó caer la botella en la barra antes de pedir otra.
—Solo cuando la situación lo requiere.
—¿Qué has estado haciendo?
—¿Te importa?
—En realidad, no, solo hablo para ahogar este ruido —explicó Con. Ella
rió en alto otra vez y extendió la mano para tomar una cerveza fresca.
—Póngalo en su cuenta —dijo, golpeándolo en el brazo. Él puso los ojos
en blanco y sacó su billetera, entregándole al camarero uno de veinte.
—Así que, ¿vienes aquí a menudo? —Intentó de nuevo. Ella se ahogó
con el sorbo de cerveza que estaba tomando y, finalmente, se dio la vuelta
para mirarlo. Él casi se cayó en sus amplios ojos ámbar.
7 Es aquella parte del público que queda prácticamente al pie del escenario en los
conciertos, donde la gente se lanza unos contra otros en una danza frenética.
sobre su regazo y abrió la guantera. Rebuscó en su interior durante un
segundo, luego sacó un pañuelo y se lo entregó. Él lo tomó y lo presionó
contra su corte.
—Entonces, ¿eso es lo que haces los sábados por la noche? ¿Empiezas
peleas de bar? —preguntó después de unos quince minutos. Ella se echó a
reír, pero no era el sonido hueco de antes. La carcajada que le había dado
en el bar. Esta fue cálida y real y descongeló parte del hielo en su corazón.
—Por lo general, no —respondió finalmente.
—Entonces, ¿qué mierda fue eso?
Ella permaneció en silencio y Con notó que la velocidad aumentaba.
Estaban corriendo por la carretera, zigzagueando alrededor de otros autos.
—Quería verte sangrar —respondió finalmente, luego giró el volante con
brusquedad, entrando por poco en una rampa de salida.
—Podrías haber preguntado. Tengo una navaja de bolsillo —le informó.
Ella resopló y siguió tomando curvas, conduciendo por un largo y sinuoso
camino.
—Oh, sí. Y estoy segura que la habrías sacado y cortado la palma de tu
mano ante la primera mención de sangre. —Se rió entre dientes.
—Sí, lo habría hecho.
—¿Por qué?
—Porque me lo habrías pedido.
Con había averiguado a dónde iban mucho antes de que el club de
campo estuviera a la vista. Ella ignoró el estacionamiento y dio la vuelta al
edificio principal, deteniéndose en un pequeño estacionamiento junto a una
casa de mantenimiento. Salieron del auto y ella se dirigió hacia una puerta
trasera.
—Parece cerrado —comentó él, mirando a través de una ventana
grande en el restaurante en el que ella trabajaba mientras jugueteaba con
sus llaves.
—Lo está —le informó, luego abrió la puerta. Lo agarró por la chaqueta
y tiró de él antes de bloquear la puerta detrás de ellos—. De hecho, cerramos
temprano porque mañana por la mañana va a haber una boda enorme, en
el cuarto hoyo. Su recepción será aquí por la tarde. Lo querían organizado
esta noche.
Cuando Con había estado allí la noche anterior, se había hallado
ocupado, lleno de gente ruidosa, con camareros corriendo alrededor. Ahora
se veía mucho más grande, desprovisto de todo el bullicio y ajetreo.
Dulcie encendió las luces junto a la barra, iluminando una pared con
licor y algunos paneles. Dejó todo lo demás apagado. Todo el restaurante
estaba hecho con roble oscuro y grandes alfombras, dándole a la habitación
una sensación inquietante y sombría.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí? —preguntó, quitándose la
chaqueta y dirigiéndose hacia ella. Dulcie se encogió de hombros y se movió
para que la barra estuviera entre ellos.
—Un poco más de dos años. Ascendí muy rápido, me hicieron
encargada de turno.
—Vaya, impresionante.
—La más joven de todos.
—¿Te gusta? —Tenía curiosidad. Ella rió de nuevo y el sonido resonó
en la amplia sala.
—¿Gustarme? ¿Qué clase de pregunta es esa? Es un jodido restaurante
en un maldito club de campo, Constantine. ¿Qué piensas? Por supuesto que
no me gusta. Pero me gusta comer y me gusta tener mi propio apartamento,
y no todos hemos nacido con papis ricos. —Su voz se volvió sarcástica al
final de su discurso. Tomó una botella de la pared y la dejó en el mostrador.
Johnnie Walker Red le devolvió la mirada.
—Por lo que he oído, ni siquiera sabes quién es tu papi —contraatacó,
luego se deslizó sobre un taburete.
—Touché. —Giró la tapa de la botella antes de verter una cantidad
saludable en un vaso—. No lo hago. Podría ser rico, por lo que sé. Realmente
no me ayuda.
—¿Y crees que el dinero de mi padre me ayuda?
No respondió. Él observó mientras se izaba sobre la barra. Ella se movió
hasta que estaba sentada a su lado, sus piernas colgando por el lado. Luego
se sirvió el whisky en un vaso y lo hizo tintinear contra el suyo.
—Salud —susurró, luego tomó un sorbo. Con hizo lo mismo, aunque
bebió todo lo que ella le había servido—. Y sí, lo hago. El dinero de papi te
ayudó a huir. El dinero de papi te ayuda a olvidar.
Se ahogó con el líquido ardiente por un segundo.
—¿Olvidar qué? —espetó. Ella sonrió y extendió la mano, limpiando un
poco de whisky de su barbilla.
—La persona que realmente eres —lo provocó.
—Oh, y como eres tan buena en recordar. Corriendo por este lugar con
tu título de jefa, actuando tan formal y correcta. Actuando como si no
vinieras de una puta caravana. Si yo estaba tratando de olvidar, entonces,
¿qué diablos has estado haciendo? —espetó en respuesta.
—¿Es una broma? Tuve que conducir por delante de esa estación de
tren cada día de camino a la escuela. Vivo a ocho kilómetros de allí. A veces,
en una noche clara, puedo ver la chimenea desde mi azotea. Así que no,
Constantine, no he olvidado. No es posible para mí olvidar. ¿Y sabes qué?
No quiero —le susurró.
Con se levantó de su asiento y se movió para estar frente a Dulcie. Ella
no se movió en absoluto, solo lo miró con ojos caídos, así que él agarró sus
rodillas y forzó sus piernas a separarse. No se resistió, como él sabía que no
haría, y se movió en la V de sus muslos.
—¿Estabas asustada? —preguntó. Ella asintió y bebió el resto de su
bebida.
—Sí.
—Aw, pobrecita Dulcie. Todavía tiene miedo de sí misma.
—No. —Negó, luego lanzó el vaso sobre su hombro. Golpeó una pared
y pudo oírlo romperse.
—¿No?
—Estaba asustada porque... porque empecé a pensar que sería la única
persona que lo sabría. —Su voz cayó a un susurro de nuevo—. Que sería la
única que sabría de lo que era capaz. Que sería la última vez que me llegaría
a sentir como yo. Que mientras lo enfrentaba todos los días, tú huías de ello.
Que no fuiste lo suficientemente fuerte como para manejarlo, y yo lo fui. Ese
pensamiento me asustó.
—Tenía que terminar lo que había empezado, tenía que... solucionar
mierda. No podía volver hasta entonces. Te lo dije, solo somos nosotros,
niña. Solo nosotros. No te di un marco de tiempo —le recordó. Ella puso los
ojos en blanco y empujó su pecho.
—Muy conveniente para ti. Entonces, ¿cuál es el plan, Con? ¿Vas a
follarme y luego irte por otros tres años? ¿Qué tal unos cinco? No voy a
ninguna parte. Funciona muy bien para ti —señaló, saltando de la barra y
pasando por delante de él.
—No había planeado mucho más allá del sexo. —Fue sincero.
—¡Tan seguro! Admiro eso. —Se rió, luego pasó sus dedos por su
cabello.
—¿Y quién es el camarero? ¿Novio? —preguntó.
Ella giró la cabeza hacia un lado y lo miró fijamente, y solo por un
momento, por primera vez, Con sintió una pizca de miedo. Los había visto
la noche anterior, había visto cómo la miraba su compañero de trabajo, que
había encontrado excusas para tocarla. Con había querido enterrar su
cuchillo de carne en la frente del tipo.
Nunca le había mentido, ni una vez… había querido decir todo lo que
había dicho aquella noche. Eran especiales. Ella era especial para él. Fue
toda su razón para hacer las cosas que hizo. Se había mantenido alejado
porque ella sacó la oscuridad en él. Necesitaba aprender un poco de
autocontrol. Si se hubiese quedado en casa, o si hubiera llevado a Dulcie
con él, se hubiera salido de control. La paciencia desaparecía cuando ella
estaba cerca, y no podían permitirse eso, no con el tipo de gente que eran.
Solo necesitaba algo de tiempo.
Si tenía novio, sin embargo, supondría un problema. Cuando Con la
miró fijamente, se preguntó si ese hombre muerto se habría descompuesto
ya y si había espacio suficiente para otro cuerpo en el agujero.
—No. No es nadie. Piensa que soy linda —respondió finalmente.
—Ah. Eres adorable —bromeó, y fue recompensado con ojos puestos en
blanco—. ¿Y qué piensas de él?
—No lo hago.
—¿Algunos otros príncipes encantadores vinieron mientras no estaba?
—cuestionó.
—Jesús, Con, solo haz la pregunta que quieres. ¿He salido con alguien?
No. ¿He follado a alguien? Sí —espetó.
—Solías ser tan dócil y tranquila. ¿Qué le pasó a esa chica?
—Tú.
Él había estado avanzando todo el tiempo y se detuvo cuando se cernió
sobre ella. Dulcie no retrocedió en absoluto, solo lo miró.
—Entonces, ¿estás diciendo que no saliste con ellos… solo un montón
de sexo casual? —Quería asegurarse de que lo que estaba sucediendo no
fuera unilateral. Que no había desperdiciado tres años.
—Ni siquiera lo llamaría así. Después de follarlos, les robo su dinero y
amenazo con decírselo a sus esposas —le informó. Él estaba impresionado.
—Chica lista. ¿Ellos…?
—¿Vamos a hablar de mi vida sexual toda la noche? ¿Quieres detalles?
¿Cuántas veces, cuántos hombres? ¿Cuántas posiciones? Qué te parece la
vez que el tipo me pidió que llevara un uniforme de colegiala, que había
traído con él. Todavía tengo las fotos, ¿quieres ver? O qué tal la otra vez,
cuando el tipo me pidió que se la mamara mientras hablaba por teléfono con
su esposa. Quería ver si podía correrse antes de colgarle, así que...
Suficiente.
Con extendió su brazo y agarró su rostro, sus dedos hundiéndose en
sus mejillas tan duro que podía sentir sus molares a través de su piel. Ella
dejó escapar un grito ahogado, obviamente sorprendida, y luego empezó a
golpearlo. Fue ineficaz; era mucho más grande que ella. Podía hacerle lo que
quisiera y no había ni una maldita cosa que ella pudiera hacer al respecto.
—No pedí una descripción detallada de tu vida diaria —gruñó,
empujándola hacia atrás y forzándola contra una mesa.
—¿De verdad? ¡Podrías haberme engañado! —gritó, su voz amortiguada
detrás de la palma de su mano.
—No me importa con cuánta gente hayas dormido, Dulcie —exhaló
mientras la ponía de puntillas—. Aún es mi propiedad la que están follando.
—Oh, que te jodan, Constantine. No te pertenezco más que a ninguno
de los otros chicos con los que he dormido —siseó.
Bueno, eso era simplemente ir demasiado lejos. La golpeó contra la
mesa, enviando platos, cubiertos y decoraciones de boda al suelo. Ella gritó
y le clavó las uñas en el costado del rostro, así que él sujetó su muñeca
contra la mesa por encima de su cabeza. Con la otra mano, soltó su boca y
le rodeó la garganta con los dedos.
—¿Es así? Entonces, ¿por qué estás tan excitada? —susurró, frotando
la nariz a lo largo de su mandíbula, inhalándola. Ella se retorció debajo de
él.
—Porque me estás tocando —respondió honestamente.
—He hecho más que solo tocarte, Dulcie.
—Sí, y luego te fuiste. Voy a poner un cronómetro para ver lo rápido
que te vas esta vez.
—Tan amargada. De verdad, es conmovedor saber que te preocupas
tanto —la provocó él.
Dulcie lo había enfurecido más temprano y, aparentemente, lo acababa
de hacer con ella. Se volvió loca debajo de él, golpeando y empujando su
cuerpo. Luchando por apartarlo.
—¿Eso es una puta broma? Muy jodidamente gracioso, Con —gritó
mientras lo golpeaba en los brazos, muñecas y hombros. Él agachó la cabeza
y aguantó los golpes mientras pasaba las manos por el cuerpo de ella—.
¡Después de todo lo que hicimos, después de todo lo que dijimos, y
simplemente lo hiciste de nuevo! Ni una puta palabra… —Todavía estaba
gritando, aún golpeándole, pero no hizo nada cuando le desabotonó los
pantalones cortos y comenzó a tirar del material por sus piernas—… Dios,
espero que alguien te mate. Espero que alguien te mate y espero estar allí.
Enterraré tu cuerpo bajo una caja de cartón junto a la estación de tren, y ni
siquiera me importará una mierda.
La última vez apenas fuimos capaces de saborearnos el uno al otro. Esta
vez, voy a devorarla completamente.
Sujetó la parte superior de los muslos de ella y tiró con fuerza,
deslizándola sobre la mesa hacia él. Tomó un puñado de su camiseta y tiró
hacia él, obligando a que alzase la espalda, así su rostro estaba justo frente
al de él.
—Mientras prometas que serás quien lo hará, estoy bien con ello —
gruñó.
—Maldito cabrón desquiciado, Con. Eres un cabrón enfermo y retorcido
—juró, golpeándolo en la cima de la cabeza. Él apretó los dientes y logró
deshacerse de sus propios pantalones con una mano, bajándolos con prisa.
—Solo para ti, nena.
Dulcie finalmente lo besó. Jesús, le llevó mucho tiempo. Él había estado
soñando con esos labios y esos dientes afilados durante mucho tiempo.
Mientras ella llenaba su boca con su lengua, Con le arrancó la ropa interior
del cuerpo.
—Te fuiste durante mucho tiempo —susurró, pasando las manos por
el pecho de él—. Ido durante tanto tiempo. Empecé a pensar que nunca
volverías.
—Deberías haber confiado en mí —susurró él, luego inspiró a través de
sus dientes cuando le rodeó la base de la polla con la mano. Sí, la virginal
Dulcie había desaparecido hace tiempo. Esta criatura ya no era vergonzosa
o tímida. Ella le mordió el lóbulo mientras pasaba la mano sobre su sensible
cabeza.
—Debería. Te eché de menos. Te eché mucho de menos. Fingía que todo
el mundo eras tú —le prometió, aumentando la velocidad de su mano.
—Bien.
—Solía caminar por las vías y pensaba en ti. Deseaba que estuvieses
aquí conmigo —continuó.
—Iremos juntos.
Quizás era porque era una artista, no estaba seguro, pero era
mágicamente hábil con su muñeca. Podía girar y curvar la mano en ángulos
imposibles. Si no la detenía, se estaría corriendo sobre ella y no en su
interior.
No necesariamente algo malo… Me guardaré eso para más tarde.
La apartó repentinamente y ella cayó de espaldas sobre la mesa.
Rompió el agarre que tenía en él y fue capaz de tumbarse sobre ella.
Sus besos fueron brutales, llenos de dientes y mordeduras. Sus dedos
fueron crueles, arañando sobre la suave carne y dejando marcas. Él la
mantuvo abajo, deseaba empujarla sobre la mesa. Ella seguía hablando,
continuaba recordándole lo horrible que era, y le puso una mano sobre la
boca. No porque no quisiese escucharla, sino porque lo estaba excitando. A
este paso, al momento en que comenzasen a tener sexo, probablemente
explotaría.
—¿Así que el camarero nunca ha estado aquí? —Con lo comprobó dos
veces y metió tres dedos dentro de ella. Dulcie chilló, un agudo sonido de
dolor que envió un escalofrío por el cuerpo de él, luego gimió y se retorció
contra su mano.
—No. Desde que te fuiste, no he tenido los dedos de nadie más. —Ella
estaba jadeando por aire.
—¿Nadie?
—Solo yo. Solo tú —le aseguró.
Estaba reteniendo ambas muñecas con una mano, y con la otra estaba
haciendo que estuviese tan desesperada como él, posiblemente incluso más,
si sus movimientos eran alguna indicación. Ella estaba chillando de forma
aguda. Lamentándose, y a él le recordó el sonido que hacía un animal
cuando estaba siendo cazado. Cuando estaba cerca de la muerte.
Suena bien para mí.
Clavó los dedos en sus muslos y le separó las piernas. Deseaba que
fuese a cámara lenta… las cosas habían sido una locura en su camioneta,
y luego confusas en su apartamento. No había tenido la oportunidad de verla
en toda su esplendorosa gloria. Deseaba observarla mientras tomaba cada
centímetro que él tenía para ofrecer.
Pero no podía hacerlo. Algo en Dulcie siempre había sacado a la luz el
animal salvaje en él. El que vivía bajo su piel, escondido justo detrás de su
sonrisa. Apenas tuvo la punta dentro y empujó, sin darle ninguna
advertencia. Sin tiempo para ajustarse. Ella gritó y hubo un crujido. Él alzó
la cabeza y se dio cuenta que ella había agarrado una de las copas de
champán caídas. La aplastó en su puño y gruesas gotas de sangre roja
cayeron sobre el mantel limpio.
—Dulcie, Dulcie, Dulcie —susurró su nombre, moviéndose lentamente
adelante y atrás.
—Dios, sí —farfulló, y movió las caderas en círculos contra él.
—Posiblemente no puedes tener ni idea de cómo se siente esto —
comentó. Ella logró negar.
—No, porque se siente mejor para mí —lo retó. Él detuvo sus
movimientos y se inclinó hacia abajo, aplastándola con su peso.
Empalándola con su longitud. Ella dejó salir un largo gemido.
—Quiero follarte hasta que tengas morados en lugares que ni siquiera
creías posibles —le susurró al oído.
—He estado muriendo para que me hagas eso.
Era lo más cerca que cualquiera de ellos iba a estar jamás de buscar y
dar permiso, y Con lo aceptó. Se apartó de ella y mientras le rodeaba el
cuello con una mano, comenzó a golpear entre sus piernas. Cuando ella
estuvo casi a punto de jadear por aire y tirar de su muñeca, la soltó, pero
movió la mano a su cabello. Tiró con fuerza, forzándola a que mirase a un
lado, así podía morderle un hombro.
Obtuve sangre de ella la última vez. Solo parece correcto que esta vez se
la provoque.
—Con… Constantine. —Sus jadeos hicieron que tartamudease su
nombre.
—Joder. ¡¿Qué?! —gritó, levantando la pierna así su rodilla estaba
sobre la mesa. Le dio más palanca para empujar más fuerte, para ir más
profundo, quería follarla de adentro hacia fuera.
—Por favor, por favor —suplicó, y él sintió sus brazos a su alrededor,
deslizando las manos bajo su camisa. Sintió sus uñas contra su espalda.
Contra las cicatrices que todavía tenía, tres años después de que ella las
hubiese provocado.
—¿Por favor qué, Dulcie? —exigió, finalmente soltándole el cabello. Le
estaba sujetando un muslo con una mano, pero su mano libre la metió bajo
su camiseta. Alzó la tela sobre su torso, amontonándola sobre su pecho.
Ella tenía pechos pequeños. Chiquitos. Encajaban perfectamente en su
mano. Fueron hechos para sentir sus afilados dientes.
—Por favor, haz que me corra —susurró finalmente. Él le mordió un
pezón, haciéndola chillar—. Por favor. Por favor, solo tú… solo tú puedes…
Estaba suplicando. Suplicando de verdad. Con casi se sintió mal por
ella, pero le estaba bien empleado. Dejando que otros hombres la tocasen.
Por supuesto, no pudieron darle orgasmos, todos le pertenecían a él.
—Pobre pequeña Dulcie, no puede conseguir lo que necesita —se burló
mientras colaba la mano entre sus cuerpos. Brevemente deslizó los dedos a
cada lado de su polla, solo por un segundo, luego los deslizó a través de la
humedad de ella. Golpeando en su calor.
—No, nunca —concordó ella, moviendo las manos para apretarse los
pechos.
—Veamos si puedo dártelo —susurró, luego apretó los dedos.
Con pudo sentir el orgasmo de ella de dentro hacia fuera. Sintió sus
temblores a lo largo de su polla, succionándolo. Forzándolo a que empujase
con más fuerza. Chilló y arañó el mantel, destrozándolo. Todo su cuerpo se
apoderó, corriéndose a trompicones, haciendo que arquease la espalda, que
sus pechos temblasen. Era como si estuviese latiendo acorde con los
empujes de él, y no pudo soportarlo. Le apretó las tetas mientras se corría,
haciendo que ella chillase de nuevo, pero esta vez de dolor.
Ella estaba respirando con dificultad, con el tiempo se dio cuenta. Tenía
la frente apoyada contra el esternón de ella. Lo había secado completamente,
no podía recordar la última vez que se había corrido con tanta fuerza. Podía
sentir que le temblaban las piernas, así que la movió y siguió adelante,
estirándolas sobre la mesa, así podía quitarse el peso de los pies.
Cuando la miró al rostro, Con no estaba completamente sorprendido al
ver que estaba llorando. Estaba mirando al techo, luchando por recuperar
el aliento y las lágrimas se deslizaban por su rostro. Se preguntó si era a
causa de haber sido tan duro. O porque se había ido durante tanto tiempo.
Si estaba feliz, triste o arrepentida de lo que acababan de hacer.
Aunque en lugar de preguntar, subió sobre la longitud de su cuerpo y
le dio una larga lamida lenta a un lado de su rostro, capturando tantas
lágrimas como fue posible.
—Una pregunta más. —Él también estaba jadeando.
—Cualquier cosa —contestó ella, todavía mirando al techo.
—¿Mataste a alguien más mientras yo no estaba? —susurró. Ella negó.
—No, Constantine. Estaba esperando a hacerlo contigo.
—Buena chica, Dulcie.
i siquiera puedes decirlo —murmuró Con. De soslayo, vio a
Dulcie asentir.
—Lo sé. Es asombroso lo que el tiempo puede hacer.
Estaban en las abandonadas vías del tren, mirando a lo que quedaba
de la choza de cartón. En su mayoría estaba aplastada, mitad arrastrada
por el viento. Todo el suelo alrededor era grumoso e irregular, cubierto de
malas hierbas. No había señal de que hace tres años habían matado
brutalmente a una persona y enterrado su cuerpo allí.
Qué trágico.
Después de que Con se hubiera apartado de ella, Dulcie le había
asegurado que sus lágrimas eran de felicidad. Había estado vacía durante
tres años. Él había llenado su vacío. Luego la ayudó a limpiar el desastre.
Tuvieron que poner un mantel totalmente nuevo… el corte del cristal había
sido profundo y había sangrado por todo el lugar, por no mencionar todas
las marcas de arañazos que ahora había en la tela. Él la obligó a sentarse y
ella simplemente le instruyó cómo armarlo todo.
“¿Por qué quisiste hacer esto aquí? ¿En el restaurante?”.
“Porque odio este lugar, pero la próxima vez, voy a caminar por este suelo
y todo lo que veré es a ti follándome en esta mesa, y ya no parecerá tan malo”.
“Bueno, entonces. De nada”.
Condujeron de vuelta a casa de ella y usaron un viejo kit de primeros
auxilios, él le vendó la mano. Entonces tuvieron sexo de nuevo. Después,
hablaron durante mucho tiempo. Él le contó sobre la universidad. Ella le
habló de su vida. Tomaron una ducha juntos.
Y luego él le pidió que le mostrara.
Para el momento que llegaron a la estación de tren, el sol estaba
empezando a elevarse. Dulcie lideró el camino, sus pasos seguros y rápidos.
Era obvio que iba allí un montón. Se había puesto de nuevo sus pantalones
cortos, pero llevaba un enorme jersey negro que caía tan bajo que los cubría
por completo. Casi parecía que caminaba por ahí sin bragas y a él le tomó
la mitad del recorrido percatarse que ella llevaba su sudadera. La que le
había dado aquella trascendental noche.
Es una romántica.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó finalmente. Con se giró para
enfrentarla, pero Dulcie siguió mirando la improvisada tumba.
—Significa que podemos hacer lo que queramos —respondió él, y fue
como dejar escapar el aliento que había estado conteniendo durante
demasiado tiempo. Dulcie estaba equivocada… él lo había tenido mucho
peor. Al menos en casa, en esa ciudad, ella había sido capaz de guardárselo.
En la universidad, él siempre estaba actuando una parte. Siempre
pretendiendo ser alguien más. No tenía dibujos en los que poder
desaparecer, ni tiempo extra para visitar viejos fantasmas.
—¿Y qué queremos? —insistió. Él la agarró por los hombros y la forzó
a mirarlo.
—Te quiero —declaró sin rodeos. Ella simplemente asintió—. Quiero
hacer lo que mierda queramos. Tengo un montón de dinero, Dulcie. Un
montón. Podemos ir a donde queramos, hacer lo que queramos. Podemos…
podemos ser tan extraños como queramos. Tan horribles. Tan jodidamente
horribles como malditamente queramos.
—Eso parece el paraíso.
—Pero tenemos cosas que hacer. —Se puso serio. La tomó de la mano
y empezó a dirigirla a su auto.
—Bien —replicó y ahora fue el turno de él de sonreír. No le preguntó
qué, no lo cuestionó. Lo dijo, y eso era todo, ella estaba de acuerdo.
—Tengo que quedarme en la ciudad por un tiempo. Una vez que nos
vayamos, no quiero que quede nada que pudiera hacernos regresar. ¿De
acuerdo?
—Completamente.
—Nunca le dijiste a nadie lo que hicimos, ¿cierto?
Dulcie lo golpeó en la parte de atrás de su cabeza. Fue cómico; ella casi
tuvo que saltar para alcanzarlo.
—¡Por supuesto que no lo hice!
—¡De acuerdo! Bien, cálmate, tigresa. Venga, vayamos a mi casa —dijo.
—Tu apartamento de mierda es muy caluroso. Volvamos a la mía —
sugirió ella.
—Me quedo en la casa grande —la corrigió. Ella hizo una mueca.
—Estoy segura que tu padre no apreciará que me halle allí, con mis
raíces de basura blanca y mi falta de educación universitaria —señaló. Él
entrecerró sus ojos y aceleró el paso, forzándola a trotar.
—No creo que tengas que preocuparte por él.
La casa de los Masters era fácilmente la residencia más grande en la
que Dulcie había estado; aunque realmente había crecido en una caravana,
luego se había mudado a un almacén abandonado. Casi ninguna parte era
más grande que esas dos casas.
—¿Te gusta vivir aquí? —preguntó, sus ojos vagando sobre todo
mientras subían las escaleras y cruzaban la casa.
—No mucho —replicó él.
—Entonces, ¿por qué te quedas?
—Porque está aislada de la ciudad.
—Solo estás a cinco kilómetros del centro —señaló, deteniéndose
detrás de él mientras abría un conjunto de puertas dobles.
—Me gusta la privacidad. —Fue todo lo que dijo, de pie a un lado para
que ella pudiera entrar en la habitación. Se paró al pie de una enorme cama,
observando todo, luego se volvió cuando él se le acercó.
—¿Planeando algo malo? ¿Por qué necesitas tanta privacidad? —se
burló. Él sonrió, luego se inclinó cerca de ella, agarrando su cabello con sus
dedos.
—Porque la próxima vez que te folle, voy a hacerte gritar y no quiero
que nadie lo oiga.
Se estremeció ante sus palabras y lo hizo reír. Luego la besó en la sien
y salió de la habitación.
Habían comprado comida china y se dirigieron a la cocina. Se colocaron
alrededor de la enorme isla y comieron de los recipientes. Ella lo miró
mientras picoteaba su comida, apartando todas las cebollas. Dulcie apartó
todos sus guisantes.
Puede que fueran raros, que estuvieran atados físicamente, que fueran
almas gemelas sociópatas, pero las comidas más odiadas y las películas
favoritas y las cosas sin las que no podían vivir, eran aún desconocidas.
—¿Por qué crees que somos así? —susurró más tarde en la noche.
Yacían en la enorme cama de la habitación principal. La que debería haber
pertenecido al señor Masters.
Pero Dulcie ya sabía que el señor Masters nunca iba a volver a casa.
—No lo sé. Desequilibrio químico —ofreció Con. Su voz era pesada con
sueño. Ambos yacían sobre sus costados y estaban frente a frente, pero los
ojos de él estaban cerrados. Dulcie estaba muy despierta y dejó que sus ojos
vagaran sobre sus rasgos. Memorizándolos, en caso de que desapareciera
de nuevo.
—¿Estamos locos? —insistió ella.
—Sí.
—Creía que la gente loca no sabía que estaba loca.
—Hemos evolucionado. —Él cambió de táctica.
—Si esto es evolución, temo por el mundo. —Se las arregló para reír. Él
suspiró.
—¿De verdad quieres quemar tu cerebro? ¿Qué tal cuáles son las
probabilidades de que dos personas como nosotros nacieran en la misma
ciudad, alrededor del mismo tiempo y fueran a la misma escuela? Tal vez
fue algo en el agua. Tal vez nuestras madres consumieron el mismo tipo de
drogas. Tal vez simplemente estamos bendecidos. Tal vez estamos malditos
—dijo él.
Ella nunca lo había pensado de esa manera. Jesús, ¿cuáles eran las
probabilidades? ¿Y si él hubiera nacido en Arizona? ¿Cómo habría ido ella
por la vida, nunca sabiendo el tipo de persona que realmente podía ser? Con
hubiera estado bien. Tal vez solitario, pero siempre había aceptado lo que
era; ella había necesitado arrancar esa cortina negra en su cerebro.
¿Es esto amor? ¿Y si solo alimentamos la oscuridad del otro? ¿Y si solo
nos hacemos peores mutuamente?
—Tal vez estamos enfermos. —La voz de ella cayó a un susurro. Él
gimió y le rodeó la cintura con un brazo, acercándola para que estuviera
presionada contra su pecho.
—Si esto es una enfermedad, entonces no quiero una cura —susurró
él en respuesta.
—Eres muy inteligente para un sociópata.
—Bueno, la inteligencia es un rasgo distintivo de ser uno. Ahora cállate
y duérmete antes de que le dé a tu boca algo mejor que hacer.
namorarse de Con, bueno. Todo fue cuesta abajo, en realidad.
Simplemente un descenso a la oscuridad.
Fue como volver a ser una adolescente de nuevo, solo que de
la manera en que ella deseó que hubiera ocurrido. Se dirigieron al lago y
fueron a nadar. Se tumbaron en la hierba y miraron las nubes. Pasaban
horas hablando de absolutamente nada; todas esas cosas normales que dos
personas hacían cuando se estaban enamorando.
Pero por la noche, caminaban por las vías del tren. Aproximadamente
seis meses antes de la reaparición de Con, el campamento de los
vagabundos había sido limpiado por la patrulla de la autopista. No pasaría
mucho tiempo antes de que las carpas volvieran a aparecer y la gente hiciera
sus casas en la estación, pero por el momento, la pareja tenía el área para
ellos solos.
Exploraron la antigua estación de tren, subieron las escaleras que se
desmoronaban y se asomaron a largas oficinas abandonadas. En la planta
superior, había un pasillo que daba a la gran entrada a la vieja estación.
Con la sujetó contra la barandilla y la hizo sentarse encima mientras la
follaba lentamente. Era una larga caída al suelo de mármol debajo de ellos…
la muerte, si la dejaba caer.
No estaba asustada.
Esto no es normal. Esto es más que normal. Esto es perfección. ¿Cuándo
se arruinará? Mi vida podría necesitar una pequeña explosión.
—Deberías dejar el trabajo mañana —dijo él mientras caminaban por
un pasillo en el supermercado local.
—Te das cuenta que dices eso todos los días —señaló. Estaban en la
sección de dulces y rebuscó en uno de los contenedores. Cuando sacó una
piruleta, le quitó el envoltorio y se la metió en la boca.
—Eso es porque odio cuando sales todos los días —respondió.
—Si dices algo más dulce, te voy a patear en las bolas.
La empujó con tanta fuerza que se estrelló contra un exhibidor de
papas fritas.
—Cállate.
A veces, Dulcie se preguntaba si se habrían divertido tanto en la
escuela secundaria como lo hacían en ese momento. Con nunca lucía como
si no lo estuviera pasando bien, pero aun así. Solo se sentía muy bien junto
a él. ¿Cómo habían negado este sentimiento durante tanto tiempo? A veces,
pensar en ello la hacía enojar. Esas eran las veces que lo marcaba.
Constantine tenía un conjunto de cicatrices en la espalda que muy
probablemente nunca sanarían.
—¿Cuánto tiempo vamos a hacer esto? —preguntó, moviéndose hacia
un nuevo pasillo. Él metió las manos en los bolsillos de los pantalones y la
siguió.
—Hasta que yo lo diga —respondió. Ella gimió.
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué quieres quedarte en este pequeño lugar?
¿En esa casa grande? —preguntó en voz alta.
—Porque sí. Me gusta verte incómoda. Ten paciencia, Dulcie. —Fue lo
único que dijo. Era todo lo que siempre decía sobre el asunto. Ella le lanzó
una mirada furiosa.
—Aquí es aburrido —gruñó ella. Con se le acercó.
—Entonces encuentra algo divertido que hacer.
Dulcie lo miró por un momento, hipnotizada por sus ojos azules. Luego
le entregó su caramelo y le guiñó un ojo antes de salir del pasillo.
No necesitaban nada de la tienda, Con recibía víveres en su casa, y la
mini nevera de Dulcie estaba bastante bien surtida. De todos modos, ella
comía casi siempre en el restaurante. Habían estado cruzando la calle
cuando notó que una figura de apariencia familiar se dirigía a la tienda. Por
un impulso, había cambiado de rumbo y entrado en el edificio también.
Lo encontró en el pasillo de los congeladores, mirando el helado. Él
llevaba una camiseta de color naranja pálido y pantalones caqui. Se estaba
riendo de algo que estaba diciendo la mujer a su lado, así que no se dio
cuenta cuando Dulcie se acercó a él. Por el rabillo del ojo, vio a Con entrar
en el pasillo, pero no caminó hasta el final. Se quedó por las pizzas
congeladas, sin siquiera mirarla una vez.
—...nena, no hay tal cosa como helado de dieta —le aseguraba el tipo
a la mujer.
—¡Pero dice eso, justo aquí! Dieta.
—Disculpe.
Dulcie se inclinó frente al hombre, acercándose inapropiadamente
cuando abrió un congelador y metió la mano. Sacó una paleta de helado y
se volvió hacia él. Quitó el envoltorio mientras lo veía ponerse pálido.
Observó el destello de reconocimiento en sus ojos.
—Yo... eh... tú... —tartamudeó. Dulcie sonrió y se volvió hacia la mujer
que tenía a su lado.
—¿Cómo puedes hacer dieta cuando algo tan bueno te está mirando?
—preguntó ella, luego lentamente llevó el helado a su boca, tan profundo
como pudo.
La insinuación no pasó desapercibida para nadie, y su esposa hizo un
sonido de atragantarse.
Dulcie se había acostado con el hombre hace más de un año. Él era de
una ciudad vecina, pero tenía una cabaña en el lago a las afueras de Fuller
y se llevaba bien con algunos de los locales. Una de esas almas bondadosas
lo llevó al restaurante de Dulcie para una velada divertida. Luego ella fue a
la cabaña con él para divertirse aún más.
Era un completo chiflado en la cama y después de su primer revolcón
en las sábanas, había querido orinar sobre ella. Dulcie estaba de acuerdo
con un poco de perversión, pero tenía algunos límites rígidos, y la orina era
uno de ellos. Sin embargo, el señor Perversión no entendió la palabra "no",
y había luchado para mantenerla abajo e intentó obligarla a que lo
soportara. Ella había roto una lámpara sobre su cabeza, dejándolo
inconsciente. Había robado su cartera y le había dejado una nota
encantadora informándole que si se atrevía a llamar a la policía o llamar a
su trabajo, se presentaría en su casa y orinaría sobre su linda esposa. El
trato era justo, después de todo.
Ahora no parecía un chiflado. Parecía que iba a vomitar encima de sus
mocasines.
—Perdona, ¿te conocemos? —le espetó su mujer.
—No, tú no —respondió Dulcie, sus ojos nunca dejando al hombre.
Trató de recordar su nombre, pero no pudo. Una vez los abandonaba, todos
prácticamente dejaban de existir para ella.
—Mira, no queremos ningún problema. —Él finalmente se las arregló
para soltar, aunque tartamudeó un poco.
—Mmm, ¿estás seguro de ello? —susurró ella, luego le dio una larga
lamida a su helado.
—Mira, zorra... —Su esposa comenzó a enfurecerse.
—¡Cállate, Marcy! Es solo una mujer del pueblo, tratando de
asustarnos. Vamos a salir de aquí —instó él, dándose vuelta y tratando de
alejar a la mujer del pasillo. Un recuerdo pasó por la mente de Dulcie. Su
mano alrededor de su cuello, llamándola puta. Él diciéndole que rogara,
diciéndole que gritara su nombre.
—¡Fue genial verte de nuevo, Ted! —gritó tan fuerte como pudo.
Hubo silencio por un segundo, luego su esposa se volvió loca. Las
palabras "no otra vez" fueron gritadas repetidamente mientras lo golpeaba
con una lechuga. Volutas verdes volaban por todo el lugar.
Dulcie se dio la vuelta y regresó con Con. Él no dijo nada, solo se alineo
a su lado mientras salían del pasillo.
—Estoy seguro que acabas de terminar su matrimonio —le advirtió.
Ella se encogió de hombros y dio un mordisco a la paleta.
—Dijiste que encontrara algo divertido para hacer —le recordó. Él soltó
una carcajada.
—¿Cuánto dinero le sacaste?
Le había contado a Con todo sobre sus pequeña estafas.
—Pffft, solo tenía ochenta dólares. Un total desperdicio.
—¿Aunque sabes lo que fue realmente impresionante? —comenzó él,
deteniéndola. Un montón de empleados de la tienda corriendo a su lado,
apresurándose hacia la pelea que estaba sucediendo en el pasillo tres.
—¿Qué?
—Tus habilidades con el helado —comentó, mirándole la boca. Ella le
sonrió y pasó la lengua alrededor de la cima de su postre—. Me lo has estado
ocultando.
—Nunca preguntaste —indicó ella.
—¿Eso es todo lo que se necesita?
—Por supuesto.
—¿Y si te lo pidiese ahora mismo? —retó él.
—Diría que aquí hace frío, dejemos la investigación.
Él tenía esa mirada en sus ojos, como si quisiese herirla. Eso le
aceleraba el pulso a Dulcie y se lamió los labios, probando la naranja
química de su gusto. Ella quería probarlo.
—¡¿Constantine?!
Dulcie gimió. Frannie. Desde que Con había vuelto, no había visto a la
otra mujer. Había comenzado a pensar que quizás era una señal, que su
suerte estaba cambiando. Con era su pequeño arco iris oscuro, esparciendo
paz en su mundo. Pero no. Aparentemente no.
—Hola, Frannie —dijo él amablemente, su sonrisa de político haciendo
acto de presencia. Ningún indicio del gran lobo malo en esa sonrisa.
—¡Ha pasado mucho tiempo! ¿Cómo estás? Muévete. Dulcie, Jesús,
estoy intentando hablar con un viejo amigo —exigió Frannie, apartándola
del camino de un empujón. El helado cayó de su mano y terminó en el suelo.
—Ha pasado un tiempo —concordó Con, ignorando el incidente entre
las chicas—. ¿Cómo has estado? Te ves genial.
Dulcie observó su interacción, atónita.
—Oh, detente. No lo hago. ¿O sí? Bueno, no tan bien como tú. Te ves
increíble —comentó Frannie con entusiasmo. La sonrisa de él se hizo más
grande y Dulcie observó mientras Frannie se enamoraba un poco más de él.
—Gracias.
—Suficiente de mí. ¿Qué estás haciendo aquí? Y Dios, ¿Dulcie está
molestándote? Pueblerinos, lo juro. Vamos, hay una gran cafetería al otro
lado, está abierta. Déjame invitarte a una taza —se ofreció Frannie, luego
enganchó su brazo con el de él y comenzó a alejarlo.
—¿Una cafetería? Vaya, Fuller es casi una cuidad de verdad —se burló
y ella se rió a carcajadas junto con él mientras salían juntos por la entrada.
Con no miró atrás, ni una sola vez.
Qué. Mierda.
Dulcie pisoteó todo el camino a casa. Evitó el ascensor y subió por las
escaleras, queriendo quemar algo de energía. Cuando llegó a su
apartamento cerró la puerta de golpe detrás de ella y la bloqueó. El pomo y
el cerrojo, incluso puso la cadena. Algo que rara vez hacía, compadecía a
quien fuese lo suficientemente estúpido como para intentar robarle. Pero
esa tarde, no estaba de humor para que entrase alguien.
Sentía como si fuese a explotar, tenía que hacer algo con toda la tensión
que estaba amenazando con destruirla, así que deambuló por el
apartamento. La cama era un desastre. Sábanas desperdigadas por todas
partes… se habían quedado esa noche en su casa, pero no habían dormido
mucho. Así que cambió las sábanas e hizo la cama, luego ordenó otras
partes de la habitación. Había un lavamanos colocado encima de una
encimera, así que limpió el escaso montón de platos que tenía y los dejó
secándose. Estaba levantando un cuchillo de chef cuando escuchó lo que
había estado esperando… arañazos, al otro lado de la puerta.
—¡Jódete, no estoy de humor para ti ahora mismo! —gritó. Una
profunda risa atravesó la madera y ladrillo, casi llenando su apartamento.
—Eso es mentira y lo sabes.
Ella frunció el ceño y se giró, así su espalda estaba contra la pared
entre la encimera y la puerta.
—No quiero que entres.
—No te lo estaba pidiendo. Abre la puerta, o la abriré yo mismo.
Ella alzó el cuchillo, tocando la punta de la hoja con el dedo índice.
—Adelante.
El edificio era viejo, no esperaba que la puerta pusiese mucha
resistencia. Se giró hacia el lavabo y se dispuso a secar el cuchillo. Hubo
silencio durante todo un minuto después de la amenaza de ella y detuvo sus
movimientos. Luego la puerta casi se salió de los goznes mientras Con la
cruzaba, y ella siguió secando.
—Honestamente, no puedes estar enfadada conmigo —dijo
simplemente, limpiándose el hombro mientras se ponía junto a ella.
—¿No creíste que fuese posible? Pasé tres años enfadada contigo. Soy
realmente buena en ello —le informó. Él se rió y apoyó las manos sobre la
encimera, inclinándose, así estaba al nivel de ella.
—Dulcie, no podrías estar enfadada conmigo ni aunque lo intentases.
Estás asustada. ¿De qué estás asustada, pequeña?
Yo le mostraré asustada.
Ella dejó salir un grito mientras clavaba el cuchillo justo frente a él. La
hoja alojada en la madera, justo entre los dedos índice y corazón de él, y fue
tan profundo, que se mantenía en pie por sí mismo. Con ni siquiera se
estremeció.
—Ella no —siseó Dulcie—. Puedes hacer lo que quieras, pero jamás
juegues tu pequeño acto de fingir con ella. ¡¿Lo entiendes?!
Casi apuñalarlo estaba bien, ¿pero decirle qué hacer? Eso simplemente
era ir demasiado lejos. Le rodeó la mandíbula con la mano, clavándole las
uñas en la piel, y literalmente la arrastró por la habitación. Ella gritó cuando
la aplastó contra la ventana, la parte trasera de su cabeza rompiendo un
cristal.
—Si realmente te sientes amenazada por una chica como ella, entonces
estoy insultado. Entonces eres jodidamente estúpida, y lo que está
sucediendo aquí entre nosotros no es lo que pensaba. Nunca vuelvas a
hablarme de ese modo —espetó él, clavando los dientes en un lado de su
rostro. Ella se aferró a su muñeca, intentando aliviar algo de la presión que
estaba ejerciendo en su mandíbula.
—Mientras estabas fuera intentando fingir durante estos tres años, me
quedé atrapada aquí escuchando su voz. Lidiando con sus insultos, sus
golpes, sus calificativos. Observando mientras le chupaba la vida a su
marido. Un tipo cuyo único error en la vida fue salir conmigo, aun así, no
dejará de castigarlo por ello. He tenido que escucharla esparcir rumores
sobre mí, sobre ti. Tuve que lidiar con no ser contratada porque hizo que su
padre lo impidiera. Así que, ¿sabes qué? Que te jodan, Constantine. Te
hablaré como me dé la gana.
Él se quedó en silencio por un momento, pasando la mirada sobre el
rostro de ella. Dulcie sabía que se sentía atraído por ella, obviamente, pero
a menudo se preguntaba si la encontraba la mitad de hermosa de lo que ella
lo encontraba a él. Con bajó sus ojos azules, pasándolos sobre el borde de
sus labios, observando mientras ella jadeaba por aire.
—Eres la cosa más increíble que he visto jamás —afirmó, leyéndole los
pensamientos. Ella luchó por tomar aire y se tambaleó un poco, él todavía
tenía la mano sobre su mandíbula, alzándola, así que se vio forzada a
ponerse de puntillas. Él tenía apoyado el antebrazo en su pecho,
dificultándole la respiración. Aun así, Dulcie soltó su muñeca. Le permitió
empujar casi todo su peso contra ella, y contra el cristal detrás.
—Vamos a matarnos el uno al otro, ¿no es así? —susurró.
—Nena… —suspiró él, cerrando los ojos mientras se movía para apoyar
la frente contra la de ella—. Qué cosas tan bonitas me dices.
xplícamelo.
—Es estúpido. Lo dijiste, soy estúpida por permitir que
ella me moleste.
—Tal vez. Pero hazme entender.
Con estaba inclinado sobre la isla de su cocina. Dulcie estaba sentada
en un taburete, sus piernas subidas, por lo que sus pies descansaban sobre
la parte superior del asiento. Puso su barbilla sobre sus rodillas. Habían
vuelto a casa de él para hablar. Para planear. Los oscuros suelos de madera
y las ventanas cerradas intensificaban la ominosa sensación que siempre
los rodeaba.
—Ella solo… no lo entiendo. Si no me gusta algo, deja de existir para
mí. Se vuelve irrelevante. Pero ella hace todo lo posible para complicarme
las cosas. ¿Recuerdas que trabajaba en aquel restaurante? Bueno, cerró
justo antes de terminar la escuela. Intenté conseguir un trabajo en una
tienda de ropa en el centro… su madre es una “clienta predilecta” con una
cuenta, averigüé. Les dijo que no me contrataran. Lo mismo sucedió cuando
apliqué para un trabajo de entrada de datos en la fábrica de cristal a las
afueras de la ciudad. ¿Sabías que su padre es el CEO, o lo que sea? Sí, yo
tampoco. Así que, básicamente, tuve que ir a media hora de la ciudad solo
para conseguir un trabajo —explicó Dulcie.
—Molesto, sí, ¿pero eso es lo que te desquicia tanto sobre ella? —Con
parecía sorprendido. Ella negó.
—No, solo es un añadido. Me molesta que hable mierda sobre ti a
cualquiera que escuche, pero luego te bese el culo al momento en que te
encuentras delante. ¿Sabes que cuenta a la gente que básicamente la
violaste y le robaste su virginidad? —preguntó Dulcie. Él estalló en risas.
—Probablemente habría sido más divertido si lo hubiera hecho. Para el
momento en que empezamos a follar, no había sido virgen en años. Ni
siquiera estábamos saliendo la primera vez que nos acostamos…
prácticamente me atacó en el vestuario después de un juego, me folló en las
duchas mientras el resto de los chicos se cambiaban. Un poco triste, en
realidad —comentó él.
—Muy triste. ¿Y qué dice eso sobre ti?
—Oye, eras una estudiante de primero, por aquel entonces, ibas por
los pasillos mirándote los pies. Tuve que esperar a que averiguaras la
mierda. Tuve que cuidar de mis necesidades básicas —se defendió. Ella rió
y le lanzó un paño de cocina.
—Ni siquiera sabías que existía por aquel entonces.
—Dulcie, te he estado esperando más tiempo del que puedes imaginar.
Calidez recorrió las venas de ella y sonrió mientras miraba con fijeza
sus grandes ojos azules.
—Bueno. —Suspiró, volviendo al momento presente. Era tan fácil ser
consumida por él—. Mierda como esa. Camina por ahí como si se creyera
mejor que yo, mejor que nosotros, cuando está tan por debajo que ni siquiera
debería tener permitido pronunciar nuestros nombres. Y engaña a Jared.
Vive en su jodidamente perfecta casa que papi le compró, trata a Jared como
un jodido perrito y a mí como a una puta, mientras tanto se folla al
encargado de Piggly Wiggly y es prácticamente clienta platino en el motel
“pague por hora” en la ruta cincuenta y dos. Nunca tuvo que trabajar duro
por nada y trata a la gente como basura. Quiero enseñarle cómo se ve la
auténtica basura.
Dulcie casi estaba sin respiración para el momento en que dejó de
hablar. La sensación cálida se había convertido en una febril y podía sentir
el sudor romper alrededor de la línea de su cabello. Sus manos sujetaban
sus piernas y sus uñas se clavaban en su piel.
Con la miró, sus ojos amplios y sus pupilas enormes. Estaba bastante
segura que si hubiera sido capaz de ver su reflejo, sus ojos se verían igual.
Habían estado divirtiéndose desde que Con había vuelto, conociéndose.
Aprendiendo a gustarse bajo la brillante luz del día. Pero eso no era lo que
los unía y ambos lo sabían.
Ha pasado mucho tiempo desde que caminé en la oscuridad. Veamos si
aún conozco el terreno.
—Entonces, vamos a enseñárselo. Venga.
Él aún tenía su camioneta de la escuela, aquella en la que ella había
perdido su virginidad… a su auto le había reventado un neumático esa
semana y él la había estado dejando usar la enorme Ford F-150. No la
tomaron, sin embargo. Había un viejo Cutlass restaurado estacionado en el
lateral de la casa y Con se deslizó detrás del volante sin una palabra. Dulcie
no dudó, subió al asiento del pasajero y cuando cerró la puerta, él arrancó
el motor.
Los neumáticos traseros escupieron grava al pisar el acelerador, luego
salieron deprisa del estacionamiento y aceleraron por la carretera. Era tarde
en la noche… después del incidente en su apartamento, Con había arreglado
su puerta lo mejor posible mientras ella había pegado la ventana con cinta.
Luego habían cenado antes de conducir a casa de él. Eran más de las diez,
el sol se había ocultado completamente un tiempo antes, pero aún hacía
calor afuera. Dulcie bajó su ventana y dejó su brazo colgar fuera del auto.
—¿Plan? —preguntó. Con rió entre dientes.
—Oh, no, pequeña, este es tu plan. No me importa una mierda Frannie,
pero si quieres sacar sangre, entonces es todo lo que importa. Estoy a tu
servicio.
Ella pensó por un segundo.
—¿Qué te dijo durante su pequeña cita para café?
—Mayormente habló de cuán bien me veía.
—Dios, la pobre chica se ha quedado ciega con los años.
—Cállate, el adulto está hablando.
—Eres un año mayor que yo.
—Aun así, mucho más sabio.
—Deja de ser lindo y solo dime qué dijo —interrumpió Dulcie finalmente
el cotorreo.
—Que era infeliz en su matrimonio y realmente querría reconectar
conmigo. Le ofrecí salir esta noche… sabía que estarías emocionada ante la
oportunidad de tenerla a solas. Pero dijo que iban a Charleston, a llevar a
su hija el fin de semana —le contó. Ella sonrió y se hundió más en su
asiento.
—Perfecto.
—Pensé que dirías eso.
La casa de Frannie y Jared era bonita, no obstante simple. Se asentaba
en el final de una calle secundaria y su calzada estaba rodeada por un
grueso seto, aislándola de alguna manera del resto del vecindario. Con
estacionó delante de la casa y apagó el motor. Cuando Dulcie salió, se dio
cuenta que él no había rodeado el auto y cuando miró atrás, estaba
arraigado en el mismo. Para el momento en que ella se movió para unírsele,
él había encontrado lo que buscaba.
—¿Simplemente llevas esto por ahí? —preguntó, tomando el bate de
aluminio de él cuando lo extendió.
—Solía jugar, ¿recuerdas?
—Recuerdo que eras bueno en fútbol.
—Nena, era bueno en todo. Vamos.
La puerta principal estaba bloqueada, pero no era demasiado
obstáculo. Con dirigió el camino a la parte trasera de la casa. Dulcie se
sorprendió al encontrar una pequeña piscina allí atrás; el padre de Frannie
había sido generoso. La puerta trasera tenía paneles de cristal y, con un
golpe de un codo, Con posibilitó que entraran en la casa.
Era exactamente como Dulcie la habría imaginado si se hubiera
molestado. Tenían mobiliario beige y alfombra crema. Una cocina abierta
que daba a la sala de estar, la cual tenía una chimenea de gas. La repisa
contenía fotos familiares, también algunos candelabros de aspecto elegante
y otras cositas. Y sobre todo ello, en una absolutamente enorme marco,
había un retrato gigante de la señora de la casa.
—Ugh, ya es lo bastante difícil de mirar a tamaño normal —gruñó
Dulcie mientras se paraban delante de la pintura.
—No sé, es bastante sexy. —Con fue honesto—. Me sorprendió. Aún se
ve muy bien, especialmente para alguien que ha tenido una hija hace solo
un año o dos.
—Está embarazada.
—Incluso más impresionante.
—¿Quieres que los deje a solas? —ofreció Dulcie, usando el bate para
hacer un gesto entre él y el retrato. Con rió.
—No. Ahora tengo una cosa por rubias oscuras con mala actitud —
replicó él, guiñándole un ojo.
—No tengo mala actitud.
—Lástima. Es la mejor para tener.
—Mira todo esto —murmuró, dando un paso más cerca de la chimenea.
Una foto era de la fiesta de la ciudad del cuatro de julio, hace solo dos
semanas. Jared estaba sosteniendo a su hija y ambos sonreían a la cámara,
moviendo sus dedos. Frannie estaba un poco apartada, con sus manos en
sus caderas y una pierna delante de la otra, luciendo para todo el mundo
como si posara para una sesión de fotos de catálogo y no tuviera ni idea de
quién era la familia feliz a su lado.
—Linda niña —comentó Con. Dulcie se movió para mirar otra foto y
asintió.
—Sí. Se parece a Jared —dijo ella.
—Ya sabes, podrías haber sido tú. —Su voz fue suave. Ella dio un paso
atrás para estar junto a él de nuevo.
—Tal vez. No sé si alguna vez le gusté tanto —replicó—. Pero tal vez. Es
tan despreocupado, hubiera sido simple convencerlo.
—Simple. Y entonces tendrías una casa con tres dormitorios y una
piscina y una cerca blanca. Una hija ya y un bebé en camino. Un marido del
que nadie se asustaría.
Dulcie asintió y siguió mirando. Las luces estaban encendidas
alrededor de la piscina afuera y la poca luz que se filtraba en la casa era
toda la que necesitaban para ver. Observó las fotos de la familia perfecta e
intentó imaginarse en ellas.
—Que se joda. Preferiría asustar a la gente.
Balanceó el bate duro contra la repisa, causando que todo saltara y se
desparramara. Su siguiente movimiento lo hizo como si estuviera jugando a
beisbol, golpeando el bate contra la parte superior de la chimenea, tirando
todo al suelo. Un candelabro al final fue lanzado al otro lado de la habitación,
donde se incrustó en una pared.
—¡Eso es de lo que estaba hablando! —Con rió, aplaudiendo antes de
quitarse la chaqueta—. Pero tienes que sostener el bate más alto, nena.
Nunca alcanzarás el éxito con ese agarre de chica que tienes ahí.
—¿Así?
Ella se volvió y golpeó el bate de aluminio contra la mesa de café de
cristal. Explotó, el cristal yendo a todos lados. Continuó golpeando la
estructura de metal, intentando reducirla a nada. Luego oyó un sonido
sibilante y alzó la mirada. Con se había movido detrás del sofá y estaba
arrojando algo arriba y abajo en su mano.
—Pregunta: esto va a molestar a tu pequeño novio tanto como a ella.
¿Has pensado en eso? —cuestionó, y Dulcie se dio cuenta que el objeto que
estaba lanzando era un grueso sujeta-libros de metal.
—Debería haber pensado en eso antes de casarse con ella. Es solo una
víctima en una guerra por el bien mayor —replicó ella, ampliando su postura
y alzando el bate.
—Dulce Jesús, espero que no impliques que somos el bien mayor.
—Todo depende desde el lado en que lo mires. Estoy segura que el Joker
pensaba que estaba trabajando por el bien mayor.
—Bueno, cuando lo pones así. Batea.
Con no se contuvo cuando le lanzó el sujeta-libros. Echó su brazo hacia
atrás y lanzó una bola rápida perfecta, con tanta velocidad como pudo.
Dulcie falló completamente y el trozo de metal la pasó volando, estrellándose
contra el centro del retrato, y se pudo oír el desgarro en la habitación de al
lado. Miró la pintura, el agujero donde el rostro de Frannie solía estar, luego
se volvió a mirar a Con.
—Tienes un montón de rabia acumulada, ¿eh?
—Tal vez, pero aun así, ni la mitad que tú.
Convirtieron la parte principal de la casa en una escena de demolición.
Él tenía razón. Dulcie tenía un montón de rabia que ejercitar. Del valor de
tres años. Del valor de una vida. La liberó toda en la propiedad de Frannie,
golpeando las ventanas y destrozando el mobiliario. Le entregó el bate a Con
y agarró un atizador como arma, usándolo para apuñalar cojines, para
perforar las paredes y desgarrar la alfombra.
Cuando finalmente se dirigió a la cocina, fue para encontrar que Con
ya había hecho un gran daño. Había destrozado completamente el
refrigerador y todos los armarios estaban abiertos. De hecho, la mayoría de
puertas habían sido arrancadas de sus bisagras y su contenido esparcido
por el suelo. Así que se contentó con tirar de un colgador de ollas y las lanzó
sobre la cocina. Luego encendió los quemadores… eran de propano, así que
las llamas recorrieron las caras ollas de cobre.
Miró hacia fuera y encontró a Con meando en la piscina. Tenía el bate
metido bajo el brazo y con la mano libre bebía cerveza.
—Muy maduro —resopló, quitándole la cerveza.
—¿Estás bromeando? Estamos destrozando la casa de tu ex novio y tu
archienemiga de la escuela. Yo meando en su piscina es probablemente lo
más maduro que hemos hecho en toda la noche. Ciertamente lo menos
destructivo.
Ella bebió la Bud Light, luego lanzó la botella al aire y la golpeó con el
atizador. La rompió y mandó cristales a la piscina. Con se abrochó los
pantalones antes de aplaudir por su golpe.
—¿Qué sucede si los vecinos llaman a la policía? ¿Qué sucede si nos
atrapan? —Dulcie expresó sus preocupaciones. Él se giró para enfrentarla.
—Entonces será mejor que hagamos que ir a la cárcel realmente valga
la pena.
Se miraron el uno al otro por un segundo, luego ella salió corriendo
hacia la casa. Pudo escucharlo justo detrás de ella, y comenzó a reírse.
Fuerte, desquiciada, toda una carcajada. Cuando llegaron al pasillo, golpeó
una pared con el atizador y lo arrastró con ella, dejando un tajo en el tablón
de madera a su paso.
Fue una sensación impresionante. Finalmente llegando a hacer lo que
quería y sin importarle. Sintiéndose muy por encima de todo a su alrededor.
Sus preguntas no habían sido frívolas, los vecinos realmente podían haber
oído los ruidos y la policía posiblemente podría estar en camino. Pero a
Dulcie no le importaba. No estaba huyendo de la casa… se estaba
adentrando más en ella.
Finalmente encontró la habitación principal y se precipitó dentro,
soltando el atizador mientras corría hacia la cama. Tiró del cobertor y estaba
quitando todas las sábanas del colchón cuando Con la agarró por detrás.
—Pregunta. —Estaba jadeando mientras él le quitaba la camiseta.
—Nada de hablar.
—Cuando hayamos acabado, quiero…
—¿Eres dura de oído?
Tenía la mano en el cabello de ella, tirando con tanta fuerza que a
Dulcie inmediatamente se le llenaron los ojos de lágrimas, y tiró hacia abajo,
obligándola a ponerse de rodillas.
Era extraño, ella lo sabía. Estar con alguien tan violento, alguien tan
impasible a la violencia, aun así, nunca temió que realmente pudiese hacerle
daño. Quizás era porque sabía que el sentimiento era mutuo. Dulcie no era
suave cuando se trataba de él, y ciertamente nunca se contenía. Él tenía
cicatrices para probarlo. Contenerse simplemente no era una opción para
ellos, ya no más. Habían estado cociéndose a fuego lento por demasiado
tiempo.
Quiero hervir completamente.
Ella estaba luchando contra su agarre y cuando finalmente la soltó, fue
solo para encontrar su polla frente a ella. Recordó su conversación en la
tienda, él acusándola de engañarlo, y casi se rió.
—Tienes que hacerme un favor. —Dulcie jadeó, pasando los dedos
lentamente sobre la longitud de su polla.
—Mi favor te está mirando al rostro.
—No puedes correrte en mi boca —continuó ella, sosteniéndolo con la
palma.
—¿Crees que tienes elección?
—Quiero todo de ti, todo sobre este colchón. ¿Lo entiendes?
Hubo un silencio durante un segundo y tomó la oportunidad para
pasar su lengua húmeda desde la base de su polla a la cabeza.
—Está bien. No más hablar.
Ella apenas tuvo la punta entre sus labios cuando el puño de él estaba
de nuevo en su cabello, y tiró de su cabeza hacia delante. Casi tuvo arcadas
cuando le golpeó la parte de atrás de la garganta, pero luego logró exhalar
mientras la echaba un poco hacia atrás. Luego estaba empujándola de
nuevo, más fuerte que antes. Siguió repitiendo la acción, y fue menos una
mamada y más follarle el rostro. Él tiraba de su cabello, bajando su cabeza
y empujando las caderas hacia delante. Estaba controlando completamente
todo el acto.
Dios, ¿esto es lo que se siente al no tener control? Desearía que lo
hubiésemos hecho hace años.
—Realmente esto no es lo mismo que comer helado. —Jadeó cuando
finalmente le permitió tomar aire. Él mantuvo las manos en su cabello y la
levantó lo bastante para poder besarla, apoderándose de su boca con la
lengua.
—La próxima vez te daré algo bueno que tragar —le aseguró, luego la
puso de pie de un tirón.
Se desabrochó los pantalones cortos mientras se levantaba y apenas se
los había bajado cuando él le dio un fuerte empujón. Cayó sobre la cama y
Con le quitó la ropa. Intentó sentarse, pero entonces él forzó sus dedos en
su interior, preparándola para algo incluso más invasivo, y gimió antes de
volver a tumbarse.
—No… no tenemos tiempo para esto. —Jadeó por aire. Él bajó un poco
y mordió el interior de su muslo.
—Siempre tengo tiempo para hacerte sentir bien —aseguró, empujando
los dedos más rápido. Ella apretó los labios.
—Eso es agradable, pero ciertamente quiero asegurarme de que tienes
oportunidad de…
—Maldición, Dulcie, ¡¿te han dicho alguna vez que hablas demasiado?!
—espetó, luego apartó la mano y metió tres dedos muy húmedos dentro de
la boca de ella. Por un momento alcanzaron su garganta, y todo lo que pudo
probar fue a sí misma mientras Con los metía y sacaba—. Ahí. ¿Ves lo bien
que sabes? Siempre hay tiempo para esto.
Bueno, cuando lo pone así, ¿quién soy yo para protestar?
Él se apartó, pero no había acabado con ella. Mientras se desvestía, le
ordenó que jugase consigo misma. No era una orden difícil de atender
mientras tenía que mirar el fantástico cuerpo de él al mismo tiempo. Estaba
cerca del orgasmo cuando hizo que se levantase. Se puso de pie, irguiéndose,
así sus pechos rozaban el abdomen de él. Medía poco más de metro sesenta
y siempre se sentía mucho más pequeña que él. Su presencia era enorme.
Más grande que ella, en todos los sentidos. ¿Cómo demonios habían
terminado juntos?
—Estoy preocupada de que esto no sea real —susurró. Él sonrió y alzó
la mano, pasando suavemente un dedo por un lado del rostro de ella—.
Tengo miedo de que te vayas. Me preocupa que jamás vuelva a sentirme de
este modo. No hay nadie ahí fuera que pudiese hacer todo esto conmigo.
Él se inclinó, así sus labios estaban contra su oreja, y susurró:
—¿Qué tengo que hacer para ganar tu confianza?
—No me dejes nunca —contestó inmediatamente, y pudo sentir la
sonrisa de él. Esa sonrisa malvada.
—Trato —siseó. Una alarma de incendios en el salón se disparó y él se
echó hacia atrás para mirarla.
—Alguien escuchará eso —le advirtió ella.
—Entonces será mejor que nos pongamos en marcha. Esto va a doler
—avisó. Ella le sonrió satisfecha.
—Es mi favorito.
Con puso su rostro sobre la cama y ni siquiera dudó, deslizó cada duro
centímetro que tenía dentro de ella. Dulcie chilló, luego mordió el colchón
mientras él comenzaba a empujar. Era pequeña en más sentidos que solo
su constitución, pero Con nunca lo tuvo en cuenta, no había afecto, ni hacer
el amor suavemente. Solo follar, simple y llanamente. Había veces que era
menos una amante y más un recipiente. Algo donde él podía verter toda su
pura energía sexual, algo que podía golpear hasta que hubiese alejado algo
de su oscuridad.
No puedo pensar en un propósito más bonito en la vida.
Esta, definitivamente, parecía una de esas veces. Ella ni siquiera podía
respirar apropiadamente, mucho menos pensar en lo que su cuerpo estaba
sintiendo. Los dedos de él le estaban dejando moratones en las caderas
mientras la embestía y seguramente con el ritmo que estaba estableciendo,
se correría pronto.
Pero luego se apartó y la estaba urgiendo sobre la cama, tumbándola
de espaldas. Ambos estaban empapados en sudor y se deslizó contra ella,
rodeándole el pezón con la lengua.
—Dios, realmente lo hago, deseo que pudieses experimentar esto desde
mi lado —susurró. Dulcie finalmente abrió los ojos y levantó la cabeza.
Aunque no la estaba mirando, tenía la cabeza gacha. Así que siguió su
mirada y se dio cuenta que estaba observando mientras hundía los primeros
centímetros de su polla en ella. Luego se salió completamente antes de volver
a empezar. Eso la volvía loca, la anticipación seguida de la negación.
—Es bastante bueno desde este lado —aseguró, su voz temblorosa.
—No. No, Dulcie. Esto. —Unió un dedo a su polla en la entrada de ella
y finalmente empujó hasta que sus caderas se encontraron. Ella puso los
ojos en blanco cuando movió el dedo—. No me entiendas mal, un coño en
general es bastante fantástico, ¿pero este de aquí? Este coño es el billete
dorado. Podría morir ahora mismo y sería con una sonrisa, porque moriría
haciendo algo que amo.
Aceleró el ritmo de las caderas y la respiración de ella rápidamente se
salió de control. La alarma de incendios estaba haciendo ruido, pero no
tanto como ella. Le suplicó que la follara más fuerte, que le dejase
moratones, que la hiciese correrse. Por favor, querido Dios, quería correrse
antes de que lo hiciese él. Quería saber que había estado en la cama de
Frannie, teniendo el mejor sexo que una mujer jamás podría conocer y tener
un orgasmo del tipo que Frannie nunca podría experimentar.
Con siempre había sido bueno haciendo que sus oscuros sueños se
hiciesen realidad, así que no tuvo que esperar demasiado. Se deslizó por su
cuerpo en un segundo, su lengua tomando el lugar de su polla. Ella lo agarró
por el cabello con los dedos y tiró, forzándolo a que presionase más fuerte.
—Constantine… oh, joder… me estoy corriendo… me…
Se movió tan rápido que la sorprendió. Un momento su cabeza estaba
entre las piernas de ella, al siguiente estaba empujando su polla en ella. El
cambio de velocidades fue como un choque para el sistema de ella y el
orgasmo simplemente explotó. Su grito provino de algún pozo lejano en el
infierno y cuando arrastró las uñas por el pecho de él, le sacó sangre de
nuevo.
—Sí, joder, buena chica, Dulcie. Justo así, joder —siseó, presionando
una mano en la parte baja del estómago de ella. Justo donde su polla se
estaba haciendo una nueva casa.
Tiene razón, uno de nosotros va a morir haciendo esto. Espero ser yo, no
sé a cuántos orgasmos más como este podré sobrevivir.
Pudo sentir cuando se corrió él, era muy fuerte. Luego Con se apartó,
moviendo el puño sobre su polla, exprimiendo más el orgasmo. Ella gimió
cuando los primeros trazos viscosos cayeron sobre su estómago, luego él se
apartó a un lado e hizo exactamente lo que le había pedido… se corrió sobre
el colchón de Jared y Frannie.
—¿Cómo fue eso? —preguntó, completamente sin respiración. Ella
pasó su dedo índice sobre el desastre en su estómago, luego se llevó la mano
a la boca y lamió el dedo hasta dejarlo limpio.
—Eso fue absoluta y jodidamente perfecto.
Con gimió y tiró de su brazo. Ella apenas se había sentado derecha
cuando la estaba sujetando por la cabeza y besándola, estrellando sus labios
con los de ella. Dulcie movió la lengua contra la suya, luchando, afirmando
su propia dominación.
—Eres perfecta —dijo con un jadeo cuando se apartó. Ella sonrió y se
pasó la lengua sobre el labio inferior—. Ahora, salgamos como la mierda de
aquí antes de que la casa se incendie a nuestro alrededor.
or supuesto, Dulcie oyó sobre la tragedia que había acontecido
en la casa Foster. ¿Sabía que alguien había irrumpido en casa de
Jared y Frannie? ¿Había oído que las ollas habían sido dejadas
para arder en la hornilla? ¡¿Era consciente de que algún bárbaro
había destrozado su mobiliario?! ¡Gracias a Dios, sin embargo, el fuego no
se había extendido al resto de la casa! Y gracias a Dios que solo la sala de
estar y la cocina habían sido principalmente atacadas. Los dormitorios
habían quedado indemnes.
Hmmm. Supongo que no hubo una muy profunda investigación. O
Frannie no permite que se sepan ciertos detalles.
Mientras Con se había asegurado de que la casa no ardía, Dulcie había
limpiado el dormitorio. Después de que todo el colchón se secara, hizo la
cama cuidadosamente. Cuando finalmente se alejó un paso para mirar su
trabajo, estuvo complacida… una persona nunca sabría que alguien había
estado en la habitación, mucho menos que dos personas habían follado
como maníacos en la cama.
—Estás jodidamente loca —había susurrado Con mientras la abrazaba
desde atrás—. Lo amo.
¿Es eso lo que es? ¿Amor? Es bastante jodidamente aterrador.
Se fueron exactamente igual que llegaron, y Dulcie había esperado ver
policía. Bomberos. Al menos vecinos boquiabiertos. Pero no había habido
nada. Un perro a un par de puertas volviéndose loco detrás de su cerca, pero
eso fue todo. Mientras se habían alejado, había mirado por la ventana de
atrás y ni siquiera habría podido decir que algo había pasado en la casa de
los Foster. Su calzada se veía como siempre, no había atisbo de la locura
que había ocurrido dentro de sus cuatro paredes.
Que algo así pudiera suceder, inquietó a la comunidad. Tal acto de
violencia al azar. Tan sin sentido. La pequeña fuerza policial no sabía cómo
tratarlo, no sabía qué hacer. Un toque de queda fue establecido para
cualquiera menor de dieciocho, solo en caso de que estuvieran tratando con
un loco. Dulcie rió tanto cuando lo leyó en el periódico que empezó a
ahogarse y Con tuvo que palmearle la espalda.
Una semana pasó y luego otra. No había pistas ni avances en el caso y
el tiempo seguía pasando. Agosto llegó, incluso más caluroso que julio.
Dormían en su apartamento con todas las ventanas abiertas, yaciendo
desnudos y rezando por una brisa. Haciendo el amor y sin preocuparse por
nada en absoluto.
Por supuesto, podrían haberse quedado en casa de Con. Tenía aire
acondicionado y montones de habitaciones para elegir; el señor Jebediah
Masters no iba a quejarse. Nunca le preguntó a Con por su padre, pero lo
sabía. Simplemente sabía que el señor Masters nunca regresaría a casa y
era por eso que no podían dejar la ciudad. Sería demasiado sospechoso.
Tendrían que resolver la manera de “cubrir su rastro” como fuera. Lograrlo
para que nadie tuviera una razón para hacer preguntas.
El trabajo se estaba volviendo más y más difícil. Con había heredado
mucho dinero cuando su madre había muerto, era rico por eso, pero además
tenía acceso a la fortuna de su padre. Ni siquiera fue necesario discutirlo…
él tenía dinero, así que los cuidaría. Si la situación fuera al revés, ella habría
hecho lo mismo. Así que, en realidad, no necesitaba su trabajo. Pero por el
bien de la normalidad, lo mantuvo. Así que, a pesar de que lo odiaba, odiaba
salir de la cama cuando él estaba tan hermoso y desnudo y disponible para
ella, se preparaba y se iba a trabajar.
—Pareces distraída —le comentó David un día. Estaba detrás de la
barra con él, haciendo un inventario del licor.
—¿Sí? ¿Cómo es eso? —preguntó ella, sin alzar la mirada de su papeleo.
—No sé. Solías tener tiempo para tontear. Ahora estás abstraída.
—Nunca me quedé por aquí y “tonteé” contigo ni con nadie —señaló
ella.
—De acuerdo, tal vez no. Pero Anna dice que no has quedado con ella
para tomar una copa en casi un mes —añadió. Ella finalmente alejó la
mirada del portapapeles.
—¿Has estado preguntando sobre mí? —Su voz fue dura. Él se vio
avergonzado y se frotó la nuca.
—No. Algo así. Sí, de acuerdo. Lo hice. Te vi, el otro fin de semana. Con
ese tipo —explicó. Dulcie entrecerró los ojos.
—¿Qué fin de semana? ¿Qué tipo?
—Fui a Fuller a ver una película —comenzó. El trabajo de David venía
con alojamiento y comida en el club, y ella sabía que normalmente él
conducía a la gran ciudad más al sur para divertirse, más que el viaje de
treinta minutos a Fuller—. Te vi en el vestíbulo, después. Iba a saludar, pero
estabas con ese tipo. Ya sabes, ese por el que todos estaban enloquecidos.
Connie.
Ella casi se rió.
—Sí, bien, así que estaba en el cine con Connie. ¿Eso te da el derecho
de preguntar sobre mí a nuestros compañeros? —verificó ella.
—¡Bien! Soy un imbécil. Solo quería saber si estaban saliendo. Parecía
que no te importó cuando estuvo aquí, pero entonces en el cine, no sé, te
veías… parecía que estaban juntos —intentó explicar.
Dulcie y Con salían a menudo y a lugares muy públicos, pero siempre
se cuidaban de mantenerlo platónico. Nunca se besaban o tocaban mientras
estaban fuera, por un acuerdo silencioso. Ella no estaba muy segura de por
qué era; simplemente siempre habían actuado así, desde que él había vuelto
a la ciudad. Parecía más seguro si la gente no sabía que los dos lobos entre
ellos eran en realidad una pareja. Ella se sentía como si les diera una especie
de coartada, si se llegaba a eso. Eran solo amigos a ojos de todos.
Amigos que no pueden dejar de acostarse y no entienden en qué tipo de
monstruo se están convirtiendo y tal vez quieren quemar toda la ciudad. Ese
tipo de amigos.
—Mira, David. Eres impresionante. Eres ridículamente sexy, y eres
divertido y bueno en tu trabajo —le aseguró, y él sonrió. Ella no—. Pero
nunca ni una vez te mentí sobre lo que pasaría entre nosotros… nunca
saldré contigo. Mi relación con Constantine no es asunto tuyo, pero ya que
quieres saberlo tanto como para invadir mi privacidad, no, no salimos.
Nunca hemos salido. Pero eso no quiere decir que saldré contigo alguna vez.
No me preguntes de nuevo.
No era mentira. Con nunca le había pedido una cita. Ella no estaba
segura de saber qué hacer si alguna vez lo hacía. Eran como una cerrilla y
un bidón de gasolina. ¿Quién quería perder el tiempo en citas cuando había
explosiones que provocar?
No esperó a que él respondiera, simplemente empezó a alejarse. La
entrada al restaurante acababa de ser abierta y mientras se dirigía hacia
ella, reconoció una figura de pie en el vestíbulo. Dejó escapar un suspiro,
luego continuó hacia la entrada.
—Hola, Dulcie —dijo Jared, su voz cansada y suave. Ella le sonrió
dulcemente.
—Hola. ¿Cómo estás? No sabía que iban a venir esta noche, ¿tienen
reserva? —preguntó, dirigiéndose al puesto de anfitriona. Él extendió la
mano y la agarró del codo, deteniendo su movimiento.
—No, sin reserva. Soy solo yo —le dijo.
—Oh. Bien, eso es agradable también. Abrimos en media hora.
—Sí, lo sé. Solo… quería hablar contigo.
Ella ladeó la cabeza e intentó dar su mejor impresión de confusión,
aunque en realidad su mente estaba alterada. La casa había sido una zona
desastrosa, pero ella y Con habían repasado todo para asegurarse de que
no habían dejado pistas, que no había ninguna cámara oculta para niñeras
o algo. A menos que Fuller tuviera un increíble departamento de CSI, lo cual
sabía con certeza que no era así, no había manera de que el acto vandálico
pudiera ser relacionado con ella.
—¿Hablar conmigo? ¿Sobre qué? —Se aseguró de sonar sorprendida.
—En realidad, solo necesito hablar con alguien.
Dulcie lo guió al final de la barra e hizo que se sentara antes de servirle
un trago. Le hizo un gesto a David para que se fuera, luego se sentó también.
—¿Qué pasa? —preguntó, cruzando sus piernas y volviéndose para
enfrentarlo.
—Lo oíste, ¿verdad? ¿Lo que nos pasó? —indagó. Ella se las arregló
para fruncir el ceño.
—Sí, sí lo hice. Suena horrible. Oí que hubo un montón de daño
causado por el humo. ¿Van a tener que mudarse? —cuestionó. Él negó.
—No, es en su mayoría en la cocina. Algunas reparaciones en la pared,
un montón de limpieza. Pero Frannie está muy… molesta. No se ha quedado
en casa. Solo estamos la pequeña Amy y yo. —Jared suspiró.
Dulcie no se sorprendió en absoluto. Una vez que había tenido tiempo
para pensar sobre su pequeña fiesta, se había imaginado que Frannie
tendría un berrinche. Una rabieta. Estaría tan molesta, tan enojada, tan
secretamente emocionada por tener una excusa para no quedarse en casa.
Más ruedas empezaron a moverse y Dulcie hizo sonidos de simpatía,
asintiendo mientras Jared hablaba.
—Eso es muy triste. Me siento fatal por ti, y estoy aquí si necesitas
hablar, pero tengo que ser honesta. No hemos hablado mucho desde la
escuela, me sorprende que incluso pensaras en mí. —Se rió un poco. El
tragó el resto de su bebida y Dulcie la rellenó.
—Lo sé. En realidad he estado pensando en ti un montón últimamente
—confesó. Ahora ella estaba de verdad sorprendida. ¡¿Por qué estuvo
pensando en ella?!
—¿En mí? ¿Por qué?
—Solo… realmente me gustabas en la escuela. Cuando salimos. —Fue
honesto.
—Aw, eso es muy dulce. Pero fue hace años, éramos mucho más
jóvenes. Nunca fui el tipo de persona con el que deberías haber salido.
Necesitabas salir con una animadora —se burló.
—Lo hice. Mira dónde me llevó.
—A pesar de eso, no significa que estuviéramos destinados a ser.
—No, lo sé, pero simplemente había algo sobre ti. Justo después de que
la casa fuera destrozada, nos quedamos en un hotel cama y desayuno en el
centro. Salí a correr una mañana, solo para tomar el aire, y te vi en el
parque. Estabas dibujando algo. Siempre estás dibujando algo. —Se rió un
poco.
—Podrías haber saludado.
—No quería molestarte, ¿y qué habría dicho? Hola, chica con la que
solía salir, pero entonces te traté muy mal, pero aun así te quería, pero ahora
apenas hablamos, ¿cómo estás? Nah, no es exactamente una buena entrada
para una conversación. Seguí corriendo y estuve pensando en ti y tu
cuaderno y que siempre lo llevabas en la escuela. Que nada te molestaba.
Todo lo que siempre querías hacer era dibujar. Era como si estuvieras en
otro plano del resto de nosotros, nada podía tocarte. Ni Frannie y toda la
mierda que solía darte, ni nuestra ruptura, nada.
»Entonces me pregunté qué sentirías si alguien te lo hubiera hecho a
ti, destrozar tu apartamento. Y pensé: “A Dulcie no le importaría una mierda.
Simplemente limpiaría el desastre y seguiría dibujando. Ni siquiera dejaría
que perturbara su día”. ¿A quién le importa la mierda material cuando tienes
todo otro mundo en tu cabeza donde puedes vivir? —Se rió entre dientes.
Dulcie estaba un poco atónita. No había tenido ni idea que había
resaltado así en la escuela. Se había colocado a sí misma en la demografía
de los inadaptados. Una rarita de arte. Nadie que valía la pena respetar o
admirar. Había pasado desapercibida. O eso había creído… al parecer, Jared
había visto a través de todo eso, peligrosamente cerca de la Dulcie real. Nada
nunca la había molestado realmente y nada que nadie dijera o hiciera nunca
la afectó. No se había dado cuenta que fuera tan transparente.
Necesito ser muy, muy cuidadosa cuando esté en público de ahora en
adelante.
—Bueno, tienes razón. —Se rió—. No me importaría. No hay mucho que
romper en mi casa, solo una cama y un pequeño refrigerador. Son cosas,
Jared. Eso es lo que pienso. Solo cosas. Así que alguien rompió tu mierda,
¿a quién le importa? Ve y reemplázalo todo.
—¿Sí? ¿Y qué pasa con la gente? ¿Qué piensas de ellos? —Su voz era
un susurro ronco y Dulcie se quedó muy quieta.
—Creo… creo que a veces necesitan ser reemplazados también. —Habló
con cuidado. Él no levantó la cabeza, solo asintió.
Jared se quedó toda la noche. Se emborrachó un poco, pero no perdió
el control, y después de que ella empujara un plato de patatas fritas delante
de él, se despejó. Se quedó en la barra por el primer par de horas, charlando
con la gente, y luego su entrenador de gimnasia de la escuela fue a comer.
Se sentaron y rieron. Ella supuso que fue agradable, de alguna manera.
Jared probablemente no tenía un montón de oportunidades para reír ya, y
ella definitivamente le había dado algunas razones más para fruncir el ceño.
Pero aun así, esas ruedas siguieron girando.
Fueron los últimos en irse del restaurante y eran las once y media para
el momento en que ella finalmente lo acompañó a su auto. No había bebido
nada en un par de horas y le aseguró que estaba bien para conducir. Luego,
la sorprendió dándole un gran abrazo, apretándola contra él. Ella le palmeó
la espalda un par de veces, luego lo empujó a su auto.
—En serio —dijo, inclinándose hacia la ventana—. En cualquier
momento que necesites hablar. Sobre cualquier cosa. Simplemente
desahogarte. Estoy aquí para ti.
—Debería haber sido más agradable contigo después de la escuela —
gruñó él, mirándola. Ella le dio una sonrisa tan grande como pudo manejar
y lo vio iluminarse.
Eso es, sigue mirando mi sonrisa, no importan esos molestos colmillos.
Todo para comerte mejor.
—Tal vez. Pero podría haber sido más agradable cuando rompimos, así
que es justo. Pásate pronto, ¿de acuerdo? Cenaremos —ofreció ella.
—Realmente me gustaría eso, Dulcie —dijo, luego extendió la mano y
metió un mechón suelto de cabello detrás de la oreja de ella. Dulcie respiró
profundamente.
—No trabajo los domingos.
—Domingo. Cena. Tú y yo.
—Encuéntrame aquí a las ocho, podemos ir a Tableau —dijo
rápidamente, refiriéndose al exclusivo restaurante del club de campo.
Mucho más agradable que el lugar donde trabajaba, era fácilmente un
cuatro estrellas y la gente normalmente tenía que reservar con semanas de
antelación.
—El domingo a las ocho. Estaré aquí. Gracias.
Ella apretó su mano una vez, luego se apartó del auto. Su corazón latía
rápido mientras lo observaba alejarse.
Era un movimiento atrevido. A Con probablemente no le gustaría que
tomara decisiones audazmente sin él. Podrían haber sido una especie de
Bonnie y Clyde dementes, pero no era realmente justo involucrarse en un
acto de depravación sin preguntarle si quería o no participar.
Rodeó el edificio hacia el estacionamiento trasero e intentó resolver
cómo explicárselo a él. Con se apuntaría, por supuesto, pero ella no quería
que pensara que era para ayudar a Jared. No, esto era puramente por
razones egoístas. Esto era para prolongar el juego un poco más.
Podría también divertirme si él nos va a mantener recluidos en esta
ciudad.
Dulcie estaba tan perdida en sus pensamientos que no oyó los pasos a
su espalda. Estaba buscando las llaves en su bolso cuando alguien la agarró
desde atrás. Fue golpeada contra la puerta de su auto, causando que se le
cayeran todas sus pertenencias, luego fue apartada con brusquedad y
empujada sobre el capó. Su cabeza se golpeó contra el limpiaparabrisas y
gritó de dolor.
—¡¿Pensaste que te saldrías con la tuya, puta?!
Maldita sea.
Matt, siseando en su rostro. Era como una cucaracha que simplemente
no moría. Mientras tocaba la parte trasera de su cabeza para ver si estaba
sangrando, él se empujó entre sus piernas, las cuales colgaban sobre el
lateral del auto.
—Hay cámaras de seguridad aquí —le advirtió, luchando contra su
peso cuando se inclinó sobre ella.
—Entonces, mejor les damos un buen espectáculo. ¿Recuerdas esto?
Él tenía una escayola alrededor de su antebrazo derecho y mano y la
golpeó con la misma en el rostro. Ella intentó alejarse, pero no fue lo
bastante rápida y el borde de la escayola dio en su mejilla.
—Oh, joder —gimió, presionando su palma en el lado de su rostro.
Podía sentir el lugar donde había arañado su piel.
—Sí, ¿crees que puedes hacer mierda como esa y salirte con la tuya?
Jodida puta, vas a pagar por ello. Debería meterte esta escayola por el culo
—amenazó. Ella empezó a reír.
—Bueno, sería lo más cerca que alguna vez estarías de follar en
realidad.
La escayola golpeó su pecho y ella se atragantó con aire. Mientras él la
sujetaba, empezó a quitarle la ropa. Ella comenzó a gritar, pura rabia
ardiendo en sus venas, y movió su cuerpo, intentando librarse de él.
—¡Ríndete, Dulcie! Incluso si escapas, sé dónde trabajas. Sé dónde
jodidamente vives. ¡No voy a ninguna parte hasta que hayas pagado por esta
puta muñeca rota! ¡No pararé hasta que reciba lo que me debes! —le gritó.
Ella envolvió sus manos alrededor del cuello de él y apretó tan fuerte
como pudo, clavándole las uñas; quería sacarle sangre. Él no le dio la
oportunidad… cuando se dio cuenta que no iba a soltarlo y que en realidad
no podía respirar, entró en pánico y ella recibió otro golpe con la escayola.
Antes de que pudiera golpearla de nuevo, sin embargo, las sombras
detrás de él se movieron. Respiraron y cobraron vida. Matt estaba en el suelo
antes de que Dulcie siquiera se diera cuenta que Con lo derribó. Cayó del
capó y gateó, observando mientras los dos chicos luchaban. Debería haber
sido una pelea sencilla para Con, medía uno noventa y estaba construido
de sólido músculo. Matt tal vez medía poco más de uno setenta y cinco y
tendría suerte de llegar a los sesenta kilos estando mojado. La
metanfetamina no había sido amable con él.
Aun así, fue Con quien retrocedió primero. Soltó al hombre más
pequeño y se desplazó hacia atrás, luego se puso de pie. Se movió para estar
delante de Dulcie, bloqueando su visión, así que ella se levantó. Pero cuando
fue a dar un paso alrededor de él, Con extendió su brazo, deteniéndola. Ella
se asomó a su alrededor y vio el problema… Matt tenía una pistola. Una
cosita, una pistola chata, pero todavía mortal. Todavía letal. Quitó el seguro
y apuntó directamente hacia delante, tal vez a treinta centímetros del
corazón de Con.
—Oh, sí, ¡¿quieres joderme ahora, chico dorado?! —gritó Matt.
—No hagas esto, solo… —Dulcie intentó persuadirlo.
—Cállate —espetó Con. Ella cerró la boca.
—Esto es jodidamente hilarante. Al chico rico le gusta follar basura
blanca, ¿eh? Deberías haber venido a hablar conmigo, hombre, podría
haberte encontrado algo mucho más ardiente que ella.
—Gracias, pero me quedaré con este pedazo en particular de basura
blanca.
—No, no, amigo, tienes que esperar tu turno. Estaba aquí primero.
—Estás muy equivocado. ¿Sabes cómo usar ese juguete, niñito? —
preguntó Con. La piel enfermizamente gris de Matt se sonrojó de un brillante
rosa.
—¡¿Es eso una puta broma?! ¡Jodidamente dirigía esta ciudad cuando
ustedes, imbéciles, aún se encontraban en el jardín de infancia! —los
informó Matt.
—Dirigirla, en serio. ¿Dirigir qué? Tal vez un antro de metanfetamina.
O una división local para bastardos incestuosos anónimos. —Con siguió
aguijoneándolo. Dulcie quería reír, pero el dedo de Matt en el gatillo no
parecía exactamente firme. El chico obviamente estaba drogado como la
mierda, por no mencionar realmente molesto. No le tomaría mucho para
apretar el gatillo y aunque Con fuera como un dios, estaba bastante segura
que ni siquiera él podría sobrevivir a un disparo directo al corazón.
—Muy divertido, ¿eh? El niño bonito cree que es tan divertido. Deberías
jodidamente venir a donde vivo, jodidamente te enseñaría para lo que es
buena una boca como la tuya —espetó Matt.
—Tengo un plan mejor —sugirió Con—. Por qué no vienes a donde vivo,
y después empujaré esa pistola por tu culo y apretaré el gatillo, te arrancaré
los putos brazos y te golpearé hasta la muerte con ellos.
Dulcie se rió en voz alta esta vez y el sonido sobresaltó a Matt, llevando
su atención hacia ella. Distrayéndolo. Con no estaba distraído en absoluto
y, sin advertencia, extendió su mano y agarró la pistola.
Recuerda, él es muy rápido.
Un disparo sonó y ella gritó. De verdad gritó, como una niñita asustada.
Antes de ese momento, Dulcie en realidad nunca había sentido verdadero
miedo, pero cuando oyó el disparo, floreció en su pecho. Con había sido
disparado, y moriría, y estaría también muerta sin él. La vida no valía la
pena sin el tecnicolor que él aportaba.
Aunque antes de que su grito hubiese muerto, vio que él no había sido
disparado. Había sujetado el cañón del arma y lo alejó de ellos. Para cuando
Matt había apretado el gatillo, el cañón estaba apuntando al cielo. Con lo
golpeó en el rostro y mientras el otro tipo se caía al suelo, le arrancó el arma
de un tirón. Luego la giró en su mano y la apuntó hacia su oponente.
—¡No! —gritó Dulcie, luego lo rodeó y le tiró del brazo. Él le pegó un tiro
a la luna trasera del auto.
—¡¿Qué mierda crees que estás haciendo?! —exigió, mirándola como si
estuviese loca. Ella mantuvo una mano en su muñeca y observó mientras
Matt se levantaba de forma tambaleante. No perdió ningún tiempo,
inmediatamente huyó hacia el bosque que lindaba con el campo de golf.
—Vamos, si disparas tan cerca del club la gente puede acercarse a
mirar qué sucede. —Se dio cuenta que estaba casi jadeando por aire, y tiró
de él hacia el auto.
Parecía enojado, pero no discutió y se subió al asiento del pasajero. Ella
dejó el estacionamiento y salió de la propiedad, haciendo una escapada
apresurada. No fue hasta que estuvieron a medio camino de Fuller que ella
se dio cuenta que habían dejado atrás el auto de Con.
—¿Por qué demonios no me dejaste dispararle? —masculló. Ella tomó
una profunda bocanada de aire.
—Porque es demasiado fácil —respondió simplemente.
—No me importa. Jodidamente te tocó. ¿Cuánto tiempo ha estado
sucediendo esto? —exigió.
—¿Desde siempre? Solía cerrar mi puerta cuando vivía en casa. Ahora
viene y va. Es como si se olvidase de mí durante un tiempo, luego se decide
repentinamente y me molesta durante un par de semanas. La última vez fue
justo antes de que volvieses a la ciudad. Me siguió a mi edificio, le atrapé el
brazo con la puerta del ascensor y le rompí la muñeca —explicó ella.
—Deberías habérmelo dicho.
Peor que él sonando enfadado, peor que él gritando. Sonaba
decepcionado. Si no lo hubiese sabido mejor, también habría dicho que
sonaba un poco herido. Molesto de que ella le hubiese ocultado algo.
—No estabas allí. —Fue todo en lo que pudo pensar decir—. Te habías
ido, ¿recuerdas? Me he acostumbrado tanto a lidiar con él que ni siquiera
pensé en ello después de que volvieses. No había estado alrededor. Fuera de
la vista, fuera de la mente.
Dulcie no podía estar segura si su explicación había apaciguado o no a
Con. Él se mantuvo en silencio el resto del viaje a casa, pero de todos modos,
no era siempre la persona más comunicativa. Cuando realmente llegaron a
Fuller, todavía no había dicho una palabra, así que ella automáticamente
los dirigió a su apartamento.
—Déjame ver.
Él habló tan pronto como cruzaron la puerta, y ella ni siquiera tuvo la
oportunidad de girarse. La agarró del brazo y tiró de ella hacia la cocina.
Encendió las luces fluorescentes, luego le ahuecó la mandíbula con la mano,
forzándola a que lo mirase. Deslizó el pulgar sobre la cima de su mejilla y
ella se estremeció.
—Esa muñeca rota realmente volvió a morderme el culo —intentó
bromear. Él siguió frunciendo el ceño.
—Tienes suerte de que no te rompiese la cuenca del ojo.
—Gracias a Dios.
—Necesitamos ocuparnos de él —comentó. Hizo una declaración.
Dulcie respiró profundamente.
—Lo sé. Pero no es tan fácil. Y todavía no, tenemos algunos negocios
sin terminar.
—Aparentemente. Llegué a tu trabajo alrededor de las diez.
Ella estaba sorprendida.
—¡¿Me estabas espiando?! —exigió. Él se rió y le soltó el rostro.
—Suenas muy enfadada. Dulcie, si quiero espiarte, no hay nada que
jodidamente puedas hacer para detenerlo. Pero no, no te estaba espiando.
Cené en otro lugar, pensé en pasarme a saludarte —explicó.
—Oh. ¿Por qué no lo hiciste? —cuestionó.
—Porque estabas ocupada saludando a Jared Foster. Parecías
enfrascada en la conversación. ¿Es parte del trabajo de encargada de turno?
—indagó él.
—Se me permite sentarme y tener una charla con viejos amigos —
insistió. Él se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y se inclinó,
así su rostro estaba al nivel del de ella.
—Seguro que sí, con amigos de verdad. No gente contra la que hemos
cometido delitos graves —le informó él—. Y quiero saber cada maldita
palabra que te dijo.
—¿No confías en mí? —espetó ella.
—Confío en ti. Deja de cambiar de tema. Dime qué te dijo.
—Dime qué sucedió con tu padre.
Con había estado en casa por casi dos meses, pero Jebediah Masters
todavía no había hecho acto de presencia. Al principio, Con le había dicho a
todo el mundo que su padre estaba fuera, en un negocio en Nueva York;
pero con el tiempo eso había dado paso a “No lo sé”. No, no sabía dónde
estaba su padre, y sí, estaba preocupado. Sí, sus abogados habían estado
en contacto y la policía en Nueva York había estado llamando. Sí, esa era la
razón por la que se estaba quedando en Fuller, quería estar allí en caso de
que su padre apareciese. Pero no, no estaba demasiado preocupado.
Jebediah Masters tenía el hábito de irse solo; de caza, de pesca, de putas,
lo que fuese y sin decírselo a nadie. Siempre volvía con el tiempo.
Dulcie sabía que no “volvería”. Podía sentirlo. Con había hecho algo.
Algo muy, muy malo y se lo estaba ocultando. Eso era lo que la molestaba.
Se suponía que estaban en esto juntos. En la mente de ella, era hasta la
muerte. Conocía todos los pequeños secretos oscuros de ella, podía entrar
justo en el centro de su pequeña alma oscura. Ella le permitió tener carta
blanca. Aun así, él mantenía sus pequeñas acciones oscuras para sí mismo.
¿Por qué?
—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó, mirándola fijamente.
—Porque merezco saberlo. Porque me lo he ganado. Porque si esta es
una relación donde se necesita saber lo básico, entonces no estoy
interesada. —Lo dejó salir todo.
Constantine se rió. Tenía una gran risa, casi no encajaba con su
persona. Bueno, la persona que ella llegó a ver. Su risa era algo hecho para
el campo. Hecha para las bromas en los vestuarios, o para reírse en el bar
después de un partido. Podía imaginárselo en la universidad, usando esa
risa para atraer a la gente, para hacerles querer reírse con él. Normalmente,
se asentaba alrededor de ella, haciéndola querer sonreír y gozar con su
felicidad. Pero no en ese momento.
Jodidamente no me siento bien para reír.
—¿Realmente crees que es así de fácil? ¿Que simplemente puedes
alejarte, pequeña? Oh, no. Ahora estamos demasiado hundidos. Ya no
puedes dejarme más de lo que yo puedo dejarte a ti. Así que espero que estés
preparada para ponerte el cinturón de seguridad, porque este va a ser un
puto viaje con muchos baches.
Con le enojaba que Dulcie lo cuestionara. Él la cuestionaba muy
poco. Por ejemplo, su deseo de destruir la casa de los Foster. Dijo
que era por Frannie, así que Con le creyó. El hecho de que Jared
Foster fue ex novio de Dulcie no lo tomó en cuenta, afirmó ella, y
Con creyó eso también. No era que fuera fácil; Jared era el chico con el que
había salido. El primero en muchas cosas, estaba seguro. No era justo. Con
solo había llegado a ser el primero en una cosa.
Aunque definitivamente llegaré a ser el último.
De modo que ella lo cuestionara y dudara de cosas, le molestaba.
También lo entristecía. Hacían cosas indescriptibles con el otro. Apenas
necesitaban hablar y, aun así, podían entender lo que el otro estaba
pensando. ¿Era el único que lo experimentaba?
Cuando Con tomó el arma de Matt, el disparo le había quemado la
palma de la mano. Mientras limpiaba la herida, Dulcie fue a cambiar las
sábanas de su cama. Notó que estaba obsesionada con las sábanas limpias.
Las cambiaba cada tarde, y cada vez que tenían sexo.
Pasaba mucho tiempo lavando ropa.
—¿Vas a estar molesta toda la noche? —preguntó Con, observándola
mientras se metía bajo la sábana superior y le daba la espalda.
—No lo sé. ¿Me vas a decir lo que quiero saber? —respondió. Él puso
los ojos en blanco y se movió sobre el colchón.
—Estás siendo infantil —le informó, sentándose. Ella resopló.
—Tengo veintiún años. Tengo permitido ser infantil.
—Eso es debatible.
—Si no tienes nada que decir, entonces deberías dejar de hablar.
Con respiró hondo y se estiró detrás de ella. Miró fijamente la parte
posterior de su cabeza por un momento, luego extendió la mano y rozó con
las puntas de sus dedos su espina dorsal.
—La primera vez que te vi. —Mantuvo su voz suave—. Quiero decir,
realmente te vi, estábamos en octavo grado. Teníamos una asamblea de
premios para algo de baloncesto, ni siquiera me acuerdo. Estabas en la
primera fila y mientras todos aplaudían y vitoreaban, dibujabas en un
cuaderno. Cuando fue mi turno y dijeron mi nombre, levantaste la mirada.
Por primera vez en toda la asamblea. Levantaste la mirada y me miraste
fijamente.
—¿Hace tanto tiempo? Nunca hablaste conmigo —señaló. Él asintió y
continuó moviendo sus dedos sobre sus vértebras.
—Lo sé. La escuela terminó, fuimos de vacaciones, todo lo habitual.
Luego, era un estudiante de primer año, estábamos en diferentes escuelas.
Me olvidé de ti, pero en mi segundo año, ahí estabas otra vez. Tuvimos una
clase de arte juntos, ¿lo sabías?
Eso le llamó la atención. Se giró hasta que estaba frente a él.
—Mentiroso. Lo habría recordado.
—Está bien, no estaba en la clase, era asistente, pero aun así. El
profesor me mantuvo en su oficina, pasando calificaciones, limpiando
cepillos, mierda aburrida. Un día, dejaste tu cuaderno de bocetos.
Simplemente te levantaste y te fuiste sin él —le dijo.
—Lo recuerdo. Era la hora del almuerzo. Regresé y la puerta estaba
cerrada.
—Porque me encontraba dentro viendo tu cuaderno.
—Entrometido.
—Ni que lo digas. Y fue como… sin siquiera hablar contigo, sabía que
me conocías. Suena jodidamente estúpido, pero así es como se sentía. Así
que, antes de que me registraras en tu pequeño mundo, Dulcie, yo tenía
conversaciones contigo en mi cabeza. Eras tan tímida entonces, me
preocupaba tanto asustarte. Que te asustaría y nos arruinaría, y que nunca
tendríamos la oportunidad de ser… de ser… —Le faltaban palabras.
—Grandeza.
¿Ves? Me conoces tan bien. Solo confía en eso y lo superaremos.
—Sí. ¿Ves? Se siente como si te conociera por mucho más tiempo de lo
que me has conocido. Iba a todos los espectáculos de arte que la escuela
tenía, me metía en la sala de arte antes de la práctica de fútbol. Seguía
esperando que te fijaras en mí, que me miraras, para que lo entendieras.
Casi comencé a pensar que nunca lo harías. Y luego vi el dibujo que hiciste
de nosotros, el hombre sombra y la niña, y eso fue todo. Ya no me
preocupaba. No estabas lista en ese entonces, y tampoco el año siguiente,
pero sabía que estaríamos juntos. —Dejó salir todo.
—Así que, me acechaste durante toda la secundaria —le aclaró.
—Es muy romántico, ¿no?
—Es espeluznante como la mierda.
—Sí, exactamente; romántico. De todos modos, te estoy diciendo todo
esto para ayudarte a entenderme de la manera que te entiendo. Tienes que
ponerte al día y yo…
—¡Oye! Yo no…
—Sí tienes que hacerlo. Hace tiempo que he aceptado lo que somos.
Locos. Jodidos. Asesinos. No lo has hecho completamente. No me mientas y
me digas que lo has hecho, porque sé que no. Y está bien. Te esperé durante
años. Voy a esperar todo lo que tenga que hacerlo —le aseguró.
Hubo un largo silencio y ella lo miró fijamente. Él estaba un poco
nervioso. Admitió acosar a una chica y luego, básicamente, afirmó que la
conocía mejor que ella misma, había una fuerte posibilidad que no lo tomara
bien. Podía terminar con todo el asunto. Podría dejarlo solo en la oscuridad.
No lo toleraría. La miró fijamente, memorizando la forma en que se veía.
Sus ojos eran inmensas piscinas de color ámbar, tratando de ahogarlo.
Estaba desnuda, con la sábana hasta la clavícula, por lo que solo sus suaves
hombros estaban expuestos. Parecía de su edad, tan joven. Tan vulnerable.
Solo una chica estúpida, confiando en un chico muy malo.
Por favor. Por favor, confía en mí. Por favor, entiéndeme. Por favor,
déjame amarte de la única manera que sé. Por favor, no me dejes destruirnos.
—Dime qué le pasó a tu padre.
Su voz era suave, pero como todas las otras veces, él simplemente lo
supo. Todo estaba bien. Ella no estaba asustada de lo que había hecho. No
le tenía miedo. No estaba disgustada. Quería saberlo porque estaban juntos.
Porque eran compañeros. Porque eran amantes.
—Lo maté la noche que regresé —declaró. Ella no se estremeció. Apenas
parpadeó.
—¿Cómo lo hiciste?
—Llegué a casa tarde por la noche y él había estado bebiendo. Estaba
enojado porque había llegado tarde. Empezó a gritar. Maldecir. Y yo estaba
tan cansado. Tan cansado de pretender ser alguien más. Siguió gritando y
simplemente lo miré. Recuerdo preguntarme si sería extraño que te llamara.
Dios, era pasada la medianoche, habían pasado tres años desde que
habíamos hablado por última vez, y estaba pensando en tratar de llamarte.
Me has convertido en un perrito faldero. —Se rió.
—Hiciste eso por tu cuenta, idiota.
—Se enojó porque no estaba asustado. Eso siempre lo molestaba. Así
que me dio una bofetada. No hice nada, así que lo hizo de nuevo. Me dijo
que era como mi madre, me dijo que pensara en lo que le había sucedido,
luego me golpeó de nuevo. Eso simplemente me molestó. Ella no daba pelea.
No soy como ella. Así que, lo empujé y cayó por las escaleras. —Respiró
hondo.
—¿La caída lo mató? —preguntó Dulcie. Él se rió entre dientes.
—No. Se rompió un brazo, tal vez una pierna. No cerraba la jodida boca,
estaba sollozando cuando llegué allí. Lo miré un rato, trató de gatear hasta
la puerta principal. Una vez más, es muy estúpido, pero pensé en tratar de
encontrarte. Es una ciudad pequeña, no podría haber sido demasiado difícil.
No quería hacer eso, no sin ti. Pero me preocupaba que él escapara, o
buscara ayuda, y entonces nosotros no tuviéramos la oportunidad de
empezar. Lo hice por nosotros —explicó por qué había hecho algo tan
trascendental sin ella.
—¿Qué hiciste?
—Ubiqué su cabeza en el escalón inferior y pisé su cuello. Chasquido.
—Jesús.
—Rápido y sencillo. Más de lo que se merecía.
—¿De verdad crees que mató a tu madre?
—No me importa de ninguna manera. Sabía que se habría convertido
en un problema para nosotros en algún momento, habría estado en nuestro
camino. Lo odiaba. Nunca quise volver a verlo, así que malditamente me
aseguré de no hacerlo.
Hubo un largo silencio. Acababa de admitir que había asesinado a su
padre. No en defensa propia, ni en una pelea justa. Había empujado a un
hombre por unas escaleras y le había roto el cuello. Ya no podía retractarse.
Dulcie sostenía su vida en sus manos. Mientras la observaba, se dio cuenta
de lo verdadera que era esa declaración; si ella quería marcharse, Con ya no
estaba seguro de cuánto estaría interesado en vivir.
Luego, ella suspiró y se movió hacia delante. Su cálido cuerpo
presionado contra el suyo, toda su piel suave y enrojecida por la dureza de
la ropa de él. Su cabeza cabía debajo de su mandíbula, y Con podía sentir
su nariz en el hueco de su garganta. Cerró los ojos y la abrazó.
—Ojalá hubiera estado allí —susurró. La besó en la parte superior de
la cabeza.
—Estarás la próxima vez.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo. Ahora. Quiero saber todo lo que hablaste con Jared.
rofundos ojos azules. Espeso cabello castaño. Largas piernas,
anchos hombros y una sonrisa asesina.
No saben ni la mitad.
Constantine sabía que su aspecto trabajaba a su favor. De la misma
manera que el de Ted Bundy había trabajado en el suyo; excepto que Con
no tenía interés en ser un asesino en serie. Ni siquiera pensaba en sí mismo
como un asesino. Simplemente no le gustaban los obstáculos y los seres
humanos eran poco más que obstáculos móviles la mayoría de las veces.
Un hombre guapo le daba a la gente una falsa sensación de seguridad…
particularmente a las mujeres. Por encima de su aspecto, era también
inteligente. Muy inteligente. Así que sabía que si esbozaba el tipo correcto
de sonrisa y decía la clase correcta de palabras, podía conseguir casi
cualquier cosa que deseara. Dulcie era una de las pocas personas que vio a
través de su sonrisa; no se creía su mierda, siempre exigía la verdad. Todos
los demás, sin embargo, eran un blanco.
—Esperaba encontrarme contigo.
Con esbozó esa perfecta sonrisa cuando Frannie McKey —no, espera,
Foster, tenía que recordar eso—, se volvió. Obviamente no lo había oído
aparecer y parecía absolutamente sorprendida. Como debería estar; se
encontraban en un centro comercial en una ciudad a casi una hora a las
afueras de Fuller.
—¡Oh, Dios mío! ¡Hola! ¿Qué haces aquí? —preguntó con rapidez.
—Solo algunas compras. No puedo obtener nada decente en casa —
comentó. Ella se rió en voz alta.
—Oh, Dios, lo sé. Esa estúpida pequeña ciudad. ¡No puedo creer que
nos encontráramos así! Es tan bueno verte de nuevo —dijo con entusiasmo,
luego se inclinó y lo abrazó. Cada centímetro de su cuerpo hizo contacto con
el de él y la sostuvo apretadamente. No había pasado tanto tiempo de la
escuela, aún podía recordar sus curvas. Su piel, los pequeños sonidos que
hacía cuando estaba excitada. A juzgar por la manera en que se movía
contra él, también lo recordaba.
—Sí, así es. He estado pensando, ese café que compartimos no fue ni
de cerca suficiente. ¿Quieres cenar? —preguntó, finalmente dando un paso
atrás.
—¡Por supuesto! —respondió antes de que él terminara de hablar—. Me
encantaría, Con. ¿Cuándo te va bien?
—¿Qué haces esta noche?
Podría haber jurado que ella en realidad empezó a jadear.
—Nada. Nada en absoluto. ¿Te quedas aquí o te diriges a casa? —
inquirió.
—Me iba a casa, pero si tuviera algo que mereciera la pena para
quedarme, podría tal vez seguir por aquí.
—Entonces me encantaría cenar contigo esta noche.
La sonrisa de él se hizo más grande.
Ella se quedaba en un Comfort Suites en la carretera, cerca de Fuller.
Él sugirió que se encontraran en un Applebee’s. No era exactamente un
lugar de romance y luz de las velas, pero era lo más cercano a su hotel.
Hacía la vida más simple, ya que ninguno quería estar demasiado lejos de
la habitación de ella.
Cuando llegó al restaurante un poco después de las ocho, ella estaba
sentada ante una mesa alta e impecablemente vestida. Llevaba un apretado
vestido rojo… Dulcie había dicho que Frannie estaba embarazada, pero no
lo mostraba en absoluto. Se veía increíble. Era todas las cosas que el
universo requería para ser una animadora; alta, bronceada y rubia. Tenía
estrechas caderas y grandes tetas, ojos azules y labios que estaban hechos
para estar envueltos alrededor de una polla.
Esta noche va a ser divertida.
—No puedo creer lo poco que has cambiado. —Él se rió un poco
después, dejando que sus ojos la repasaran de arriba abajo. Ella se atusó y
pasó sus manos por su vestido.
—Basta. Estoy tan gorda ahora. Nunca debería haber tenido hijos. —
Hizo un puchero. Él rió entre dientes.
—Es cierto. Niños. ¿Cómo es la vida de casada? —preguntó,
apartándose de la mesa cuando un camarero llegó para quitar sus platos
vacíos. Él había cenado mientras Frannie había picoteado de una ensalada.
Había hablado una eternidad, contándole todo sobre su increíblemente
aburrida vida… la gente que odiaba, el trabajo que odiaba, los clientes que
odiaba. Entonces lo había sorprendido ordenando dos postres. Hasta aquí
llegó la cena siendo una rápida cosa de entrar y salir.
—Muy aburrida —gimió—. Solo lo hice porque papá dijo que me
repudiaría si tenía un bebé fuera del matrimonio.
—Bueno. Papá siempre tiene razón.
—Quiero decir, Jared es lindo y todo, pero simplemente no… ya sabes…
—Su voz se desvaneció.
—¿No lo bastante? —sugirió. Ella dejó escapar una profunda
exhalación.
—Sí. Quiero decir, ¡¿cómo puede alguien en realidad esperar que me
quede con él?! ¡Mírame! —insistió, gesticulando hacia su cuerpo.
—Lo hago. Lo he hecho toda la noche —dijo Con, sus ojos
sumergiéndose en su pecho.
—Solíamos pasarlo muy bien en la escuela, ¿verdad? —preguntó ella,
acercando su silla a él.
—Dios, sí. ¿Recuerdas esa vez en la Senior Sneak8? ¿En los bosques?
—Empezó a reír. Ella en realidad se sonrojó.
—Solía esperar que volvieras y que pudiera ser así de nuevo. —Exhaló,
poniendo su mano en el muslo de él a la vez que se inclinaba cerca—. Puede
ser así de nuevo. Te vas a quedar, ¿verdad?
—Vamos, Frannie, no quieres decir eso —dijo.
—Lo hago. De verdad, de verdad lo hago. ¿Qué nos detiene?
—Tu marido, para empezar.
—Eso no me ha detenido antes.
—No sé, es una ciudad tan pequeña. Si alguien lo descubriera…
—Nadie lo hará, e incluso si lo hicieran, soy la que está casada… estás
soltero, ¿cierto? ¿Nada con esa chica rara?
—¿Dulcie? —Se rió en voz alta—. Somos amigos.
—Entonces no hay problema.
—En realidad no esperas que crea que engañarías a tu marido. —
Intentó destapar su farol. La mano de ella subió por su muslo y acunó su
entrepierna.
—Haría cualquier cosa que me pidieras —susurró.
—Entonces salgamos de aquí.
Apenas se las había arreglado para abrir la puerta de su habitación de
hotel antes de que Con la agarrara desde atrás. La movió en círculo y la
presionó contra una pared. Pareció sorprendida, pero no le dio la
oportunidad de procesar lo que sucedía… se acercó y la besó duro, llenando
su boca con su lengua.
—Dios, extrañé esto —gimió cuando él se movió para besar su cuello.
—¿Cuándo regresa tu marido? —preguntó, su voz amortiguada
mientras enterraba su rostro en su escote.
8
Es una enorme celebración para los graduados de último año de la escuela.
—No… no se queda aquí. Después de que la casa fuera destrozada, nos
quedamos en el centro por un tiempo. Pero luego insistió en ir a casa, así
que vine aquí —explicó, agarrando su chaqueta, bajándola por sus brazos.
—Mmm, así que tenemos el lugar para nosotros. —La voz de Con cayó
a un gruñido y agarró el dobladillo de su vestido, sus movimientos lentos
mientras subía la tela por sus caderas.
—Toda la noche. Todas las noches. Cada vez que quieras. Podríamos…
incluso podríamos ir a tu casa alguna vez —sugirió. Él rió entre dientes y
mordió el borde de su hombro. Quería meterse en su casa; convertirse en la
siguiente señora Masters.
—Podría ser divertido. ¿Recuerdas después del juego de bienvenida,
cuando te llevé a mi habitación por primera vez? —preguntó. Ella soltó una
risita.
—¿Cómo podría olvidarlo? Fue la primera vez que un chico hizo que me
corriera.
—Veamos si podemos repetirlo esta noche.
Su mano estaba en la ropa interior de ella, su dedo medio
introduciéndose en su interior. Ella gritó y gimió, sus dedos clavándose en
sus hombros. Él volvió a besar su cuello, luego chupó su lóbulo. Recordaba
todos sus viejos favoritos.
—Aún eres tan bueno —gimió ella.
—No tienes ni idea.
Se retiró entonces, pero no dejó de besarla mientras retrocedía. Ella lo
siguió hasta que llegaron a la cama. Entonces, él se sentó abruptamente. La
besó alrededor del borde de su cadera, luego bajó sus bragas por sus
piernas. Cuando ella dio un paso fuera de las mismas, la colocó sobre él
para que estuviera a horcajadas sobre su regazo. Su mano estaba debajo de
ella y, esta vez, no fue tímido. Dos dedos la embistieron dentro y fuera
mientras su pulgar frotaba en círculos, enviándola de vuelta a esa noche
hace tanto tiempo en la escuela.
Frannie se volvió loca. Montó sus dedos como si fuera el mejor sexo de
su vida, lo cual en realidad era un poco triste. Tenía sus manos en su
cabello, estaba gritando el nombre de él y arqueaba su espalda. Era una
imagen perfecta. Él no podría haberlo hecho parecer más erótico si lo
hubiera intentado.
Lo juro, el universo siempre se las arregla para desarrollarse a mi favor.
Dulcie miró su reloj. Diez en punto. Entonces se sentó por otra hora,
tamborileando sus dedos encima de la mesa, antes de mirar su reloj de
nuevo.
10:05. Que me jodan.
—Hola, lo siento.
Jared sonrió disculpándose mientras se deslizaba en el asiento frente
a ella. Le sonrió brillantemente.
—Oh, no te preocupes. Debías de llamar a tu niñera, así que lo
comprendo.
Habían estado en la cena durante dos horas. Dulcie ni siquiera quiso
estar ahí tanto tiempo, pero Jared parecía emocionado de solo salir de su
casa. Estaba feliz de poder hacerlo sentir mejor, darle un pequeño escape,
pero su generosidad tenía sus límites. Estaba cansada, aburrida, y quería
irse a casa.
—Pareces un poco distraída. —Su voz interrumpió sus pensamientos.
Negó.
—¿Yo? No —empezó, pero la mirada en su rostro la detuvo—. Solo tengo
mucho en mi cabeza, lo siento.
—¿Es Constantine? —preguntó.
—¿Por qué dirías eso? —Tenía curiosidad.
—Solo recuerdo que las cosas eran un poco raras entre ustedes en la
escuela, ahora regresó, y los he visto por el pueblo juntos. ¿Es tu novio? —
Jared siguió con las preguntas. Ella frunció el ceño y nerviosamente
jugueteó con su cabello. No estaba segura de cómo responder mejor esa
pregunta.
—No, no es mi novio. Es… algo más —murmuró.
—Suena… complicado —contestó, y ella resopló.
—No sabes ni la mitad. A veces las cosas son un poco intensas. —
Extendió la palabra.
—No me sorprende. Todo el mundo siempre estuvo enamorado de él,
pero siempre pensé que era un poco extraño.
—¿En serio?
—Sí. Solo la forma en que era en la escuela, un poco cerrado.
—Eh. Nunca lo noté. —Su voz cayó a un susurro.
—Dulcie —empezó Jared, y bajó la voz—. Sé que siempre dijiste que
podía hablar contigo, y solo quería que supieras que el sentimiento es
mutuo. Si algo está pasando con él, si te está tratando mal, puedes decirme.
Tenemos un cuarto extra, siempre está disponible.
Dulcie casi estalló en carcajadas. Logró mantenerlo en una pequeña
risita.
—Gracias, pero está bien, lo prometo. Además, no creo que a tu dulce
y generosa esposita le guste que invada su propiedad —bromeó. Jared puso
los ojos en blanco.
—Mi esposita ha estado quedándose en Comfort Suites. Para ser
honesto, no estoy seguro que regrese a casa. —Suspiró. Dulcie jadeó.
—¡Qué horror! ¡Lo siento mucho! Siempre pensé que eran perfectos
juntos —le dijo, luego estiró su mano y tomó la de él.
—¿En serio?
—Sí. Me refiero a cuando los veía en la tienda, o aquí en el club. Se
veían muy bien juntos, y su bebé es la cosita más linda del mundo. Ambos
siempre sonríen. Parecían estar bien —le dijo. Finalmente él le sonrió
melancólico.
—Sí, Amy es adorable. Puede que Frannie y yo no nos llevemos bien
siempre, pero sí que hicimos un bebé jodidamente lindo juntos. —Se rió.
Dulcie asintió.
—Así fue. Así es; tienen otro en camino —le recordó.
—Sí, así es. —Su voz era más suave. Dulcie se lamió los labios y se
acercó más.
—Mira, Jared, sé que pensaste que venir aquí ayer, que cenáramos,
podría significar algo. Pero no —empezó, luego alzó su mano cuando él quiso
intervenir—. Estás casado. Y eres un buen chico. Un buen hombre. Y un
hombre no deja a su esposa y su hijo. Lo que dije fue en serio, estoy aquí
para ti, como amiga, pero necesitas estar ahí para ella, como su esposo.
Cuando sus ojos brillaron con lágrimas, Dulcie casi tuvo una arcada.
Dios, el hombre era un marica. Pero él resopló, asintió y logró mantener el
llanto a raya. Le dijo que tenía razón sobre todo y que le debía a Frannie
seguir intentándolo. Se lo debía a sus hijos. No era el tipo de hombre que
engañaba a su esposa y no iba a convertirse en uno.
Se abrazaron, salieron al estacionamiento. La acompañó al auto y le
dio otro abrazo. Uno largo; se sintió como si hubiera estado en sus brazos
una eternidad. Luego, finalmente, se alejó y le agradeció. Pero antes de que
pudiera subir a su auto, la llamó una última vez.
—También recuerda lo que dije. Constantine no es normal, no te
enamores de él como todo el mundo —le advirtió. Ella le sonrió.
—No pretendo hacerlo.
Dulcie estaba bastante segura que nadie se había enamorado de nadie
de la forma en que ella amaba a Con.
Cuando estacionó en su gran casa, eran casi las once en punto de la
noche. Entró a la casa y saludó en voz alta, pero nadie respondió. Subió las
escaleras, pero también estaba vacío.
Caminó por la habitación de Con por un rato. Él se mudó a la
habitación principal, era donde guardaba toda su ropa, pero su viejo
dormitorio todavía contenía toda su vida de antes; banderines, cintas y
premios en la pared. Fotos y libros en los estantes. Su chaqueta deportiva
todavía estaba colgada en la parte de atrás de una silla.
Se recostó en su cama y se preguntó cómo habría sido acostarse ahí en
la secundaria. Haber salido con el quarterback estrella, haber sido la envidia
de todas las chicas. ¿Lo habría hecho? En ese baile de Halloween de hace
tanto tiempo, ¿habría dejado que la llevara a casa, le habría dejado que
tomara su virginidad en la misma cama?
Bueno, se la diste en una vieja camioneta, no exactamente mucho mejor.
Se sentó y pasó sus piernas por un lado de la cama. Supuso que la
intromisión no se aplicaba a ellos y abrió el cajón de su mesita de noche.
Casi se rió cuando la pila estándar de revistas porno apareció a la vista, pero
luego algo la detuvo. Metió la mano bajo la pila de revistas y sacó un pedazo
de papel. Era un gran bulto, no un cuaderno de papel normal, y al momento
en que sus dedos lo tocaron, supo qué era.
Era una imagen que había dibujado. Cuándo y dónde, no podía estar
segura. Probablemente en la escuela. Estaba arrugada y plegada, una
basura. Ella lo había arrugado en una bola en algún punto y lo tiró a una
papelera. Era un dibujo de una goleta, nada especial, aun así, Con debió
haberlo sacado y conservado. Sonrió y pasó sus dedos por el dibujo.
También en el cajón estaba su anuario de último año. Lo abrió hasta
su foto de portada a color, y tuvo un momento femenino al ver lo bien que
lucía. Luego pasó las paginas, riéndose por algunas de las notas y firmas
que algunas personas escribieron para él. Pero cuando llegó a su propia foto,
se detuvo.
La pequeña foto en blanco y negro había sido encerrada en un círculo
rojo, y no solo una vez, sino docenas. La había rodeado y rodeado con un
marcador, una y otra vez. Múltiples veces, y estaba asumiendo que no todas
a la vez. Tantas veces que había traspasado el papel y varias páginas detrás.
En el centro del círculo rojo, su rostro sin sonreír estaba en el papel, lo cual
no era anormal en sí; Dulcie no era muy sonriente. No, lo que era inusual
era que sus ojos habían sido completamente oscurecidos con un lapicero.
No estabas lista para que te viera, pero tardaste demasiado; sabía qué
eras desde el principio.
Llevo el anuario y el dibujo de regreso a la habitación principal. Lo dejó
sobre el tocador, y fue a darse una ducha. Cuando salió al cuarto, lo llamó
de nuevo. Escuchó esperando una respuesta que nunca recibió. Frunció el
ceño y se acercó al armario. Se puso la primera camisa que agarró, un
camiseta rosa tipo polo que estaba deshilachada en el cuello. La bajó hasta
la parte de arriba de sus muslos, luego se sentó a los pies de la cama.
Y esperó.
¡¿Dónde mierda está?!
on escuchó los pasos antes de que pudiese ver a nadie y dejó salir
un suspiro de alivio. No estaba seguro de cuánto podría
continuar… Frannie estaba peligrosamente cerca de correrse y
tampoco podría soportar eso, pero no podía apartarse. Ella
esperaba que él hubiese comenzado a desnudarse. Así que siguió
provocándola todo lo que pudo, y estaba más que feliz cuando se dio cuenta
que alguien estaba de pie en la puerta abierta.
—Qué. Mierda.
Jared Foster realmente no parecía enojado. En todo caso, parecía
sorprendido. Desprovisto de emociones. Su esposa estaba a horcajadas en
el regazo de otro hombre, frotándose contra la mano de ese hombre, y aun
así. Jared simplemente observó la habitación.
Frannie chilló y se apartó de Con, él sonrió y se frotó la mano contra el
muslo de sus pantalones.
—Hola, hombre, ¿cómo te va? —preguntó con voz despreocupada.
Jared se giró para mirarlo y, al fin, hubo un brillo en sus ojos. Algo de
enfado. Algo de fuego.
—¿Puedes irte? Necesito tener un momento privado con mi esposa —
siseó. Frannie se puso de pie tambaleándose mientras se recolocaba el
vestido.
—Cariño, sé lo que parece… Con y yo somos viejos amigos, solo…
—Cállate, Frannie.
—Me dejaste aquí y solo fue una cena, y no es lo que piensas…
—Cállate.
—¡¿Qué creías que sucedería?! Me dejaste ahí fuera, no entiendes lo
que ha sido sin…
—¡Cierra la puta boca, Frannie!
Con había estado en el medio, poniéndose la chaqueta, y se detuvo,
pasando la mirada entre la pareja. El rostro de Jared estaba rojo, su mirada
llena de veneno. Frannie parecía no poder decidir si quería parecer una zorra
o patética. Con se irguió y se interpuso entre ellos.
—Oye, no necesitas gritar, la estás aterrorizando —comentó.
—¿Es en serio? ¡Sal inmediatamente de aquí, Constantine! —gritó
Jared, luego señaló la puerta.
—Bien. Pero tranquilízate, solo es una chica. Frannie —Con cambió su
atención hacia ella mientras caminaba de espaldas hacia la puerta—, si
necesitas cualquier cosa, no dudes en venir a verme.
El rostro de ella se iluminó como el día de Navidad, y Con se movió
hacia el pasillo mientras Jared comenzaba a gritar de nuevo. El daño había
sido hecho, no había nada más que pudiese hacer, así que simplemente bajó
las escaleras y se encaminó hacia el estacionamiento.
Cuando finalmente se detuvo frente a su casa, fue casi a medianoche.
Toda la planta de abajo estaba a oscuras, pero cuando entró, pudo ver las
luces brillando en el piso superior. Se detuvo para usar el baño, luego se
apresuró escaleras arriba, gritando mientras se dirigía a la habitación.
—Pensé que ibas a irte toda la noche.
Se detuvo en la puerta para quitarse la chaqueta y admiró la vista.
Dulcie estaba tumbada al final de la cama, con las rodillas dobladas y los
pies apoyados en el borde del colchón. Estaba vistiendo una vieja camiseta
de polo de él y nada más. No se molestó en levantar la mirada mientras él
se acercaba.
—Llevó más de lo que pensé. —Fue todo lo que dijo, luego lanzó la
chaqueta a una silla cercana. Ella asintió, pero siguió sin mirarlo.
—¿Te acostaste con ella?
—Ohhhh, ¿son celos lo que detecto? —se burló él, luego le empujó las
rodillas. Sus pies cayeron al suelo y él se subió a gatas, así estaba tumbado
al lado de ella.
—Solo responde la pregunta, Con.
Se apoyó sobre los codos y bajó la mirada hacia ella. Dulcie mantenía
la mirada en el techo. Su cabello se veía un poco húmedo y su rostro estaba
falto de maquillaje, haciéndola parecer incluso más joven de lo normal. Él
puso un dedo a un lado de su barbilla y la obligó a mirarlo.
—Hice exactamente lo que me dijiste que hiciese —le informó, luego se
inclinó y la besó en un lado del cuello.
—Cuéntamelo todo —ordenó ella.
—La esperé en el hotel y la seguí al supermercado —comenzó a explicar,
básicamente repitiendo el plan que habían preparado la otra noche, después
de que hubiese confesado asesinar a su padre—. La convencí de que cenase
conmigo. La mujer habló una eternidad, me llevó un tiempo llevarla de vuelta
a la camioneta.
—¿A qué hora llegaron al hotel?
—No lo sé, como a las once.
—Jesús, Jared dejó el club alrededor de las diez y media. Te tomaste
tu tiempo, Romeo.
—Oye. Fuiste la que me dijo que fuese sutil —le recordó—. Incluso
hacer que me invitase, hacerla creer que fue idea de ella.
—Tan suave —bromeó, apretando los labios hacia él.
—Lo sé, ¿verdad? Me impresioné a mí mismo.
—Después qué, amante.
—Llegamos a la habitación de su hotel y le metí la lengua en la
garganta. Eso fue todo lo que tomó, podría haber hecho todo lo que quisiese
con la chica —comentó. Dulcie volvió a mirar al techo.
—Qué mierda para ti.
—Oye, este fue tu plan, ¿recuerdas?
—¿La follaste?
—No —respondió simplemente y ella sonrió.
—Buen chico. Así que, ¿cómo sucedió todo? —indagó.
—Me senté en la cama y ella se subió a horcajadas sobre mí. Jared nos
interrumpió así, ella me estaba follando los dedos como si fuese su trabajo.
Estuvo a punto de tener un ataque de pánico cuando se dio cuenta que fue
atrapada —respondió. Dulcie cerró los ojos y dejó salir un suspiro.
—Desearía haber estado allí. Echo de menos toda la diversión —
susurró ella.
—Oh, sí. Súper divertido —se burló, moviendo la mano sobre el cuerpo
de ella y subiéndole la camiseta sobre el estómago.
—Si hubieses pasado la noche como lo hice yo, también estarías celoso
—le aseguró ella.
—Está bien, entonces, la próxima vez, serás la que masturbe a la chica
en la relación que estemos tratando de romper —dijo él.
—Lo preferiría; hubo un momento en que él casi se echó a llorar. No
puedo manejar esa mierda —gruñó ella.
—Oye, no estoy protestando. Si quieres estar con otra mujer, me parece
bien —dijo, apoyándole una mano en el abdomen. La piel de ella se erizó y
sobresaltó con el toque de él, luego se dirigió al valle entre sus pechos.
—¿Qué más sucedió? —preguntó, su voz poco más que un suspiro. Él
se inclinó hacia delante y le mordió un lado de la mandíbula antes de chupar
en el punto del pulso en su cuello.
—Ella intentó fingir, él le gritó, lo normal —murmuró en su piel. Se
presionó contra su costado y comenzó a bajar la mano por el cuerpo de ella.
Aunque antes de que pudiese alcanzar sus piernas, ella lo sujetó de la
muñeca y lo detuvo.
—¿Te lavaste las manos? —inquirió, su voz alta en la silenciosa
habitación. Él se rió.
—¿Disculpa?
—Es lo suficientemente malo que tuvieses que tocarla…
—Idea tuya.
—…pero ciertamente no voy a dejar que me toques si todavía estás
manchado con ella —finalizó Dulcie. Él siguió riendo y besándole un lado
del brazo.
—Sí, me lavé las manos. Dos veces —prometió, luego se movió de tal
forma que estaba encima de ella. Colocó los brazos a cada lado de la cabeza
de ella y se alzó.
—Quizás deberías ducharte —sugirió. Él la miró juguetonamente.
—Tengo una idea. ¿Confías en mí?
—Hmmm, tengo que pensar en eso…
Con no esperó a que respondiese, se apartó de ella y caminó hacia el
armario. Tomó un rato antes de que encontrase algo que encajase y cuando
volvió hacia la cama, estaba sosteniendo un montón de viejos cables de
ordenador y teléfono.
Dulcie lo miró con los ojos abiertos de par en par, pero no dijo nada
cuando le agarró los brazos. No se resistió cuando los estiró por encima de
la cabeza y le ató las muñecas. Con imaginó que eso era tan bueno como
una verdadera respuesta, así que pasó un cable desde la cabecera hasta sus
ataduras y lo anudó todo. Si ella giraba de lado a lado, sería capaz de caer
de la cama y ponerse de pie, pero no se soltaría.
—¿Ahora estás asustada? —susurró, inclinándose hacia ella de nuevo.
Dulcie tomó una respiración temblorosa.
—Nunca podría estar asustada de ti —susurró.
Entonces la besó. Se sentía como si hubiese pasado una eternidad
desde que sus labios habían tocado los de ella. Probablemente porque
habían pasado todo el día separados, el primero desde que habían estado
juntos. Estar con Frannie no había ayudado en absoluto, lo había
empeorado. Nadie besaba como Dulcie, nadie sabía como ella. Cuando le
rodeó la cintura con las piernas, gimió y se dejó caer sobre ella, el
abultamiento de sus pantalones encajando justamente contra la entrepierna
completamente desnuda de ella.
—Voy a pasar horas devorándote —gruñó en su oído, y pudo sentirla
estremecerse ante sus palabras.
—Dios, eso suena increíble. Sí, sí quiero eso.
Él sonrió.
—Bien.
Luego se levantó y se dirigió al baño.
Con se tomó una larga ducha caliente, frotando cada centímetro de su
cuerpo. Ella había hecho un gran comentario, necesitaba bañarse después
de estar con Frannie. Lo había mancillado, y Dulcie mecería ser tocada por
algo impecable.
Cuando finalmente volvió a la habitación, fue para encontrar a Dulcie
rodando de lado a lado. Estaba murmurando entre dientes y tirando de las
restricciones. Cuando lo notó, lo miró fijamente.
—¿Qué demonios, Con? —espetó. Él se puso un par de pantalones y se
movió a un lado del colchón.
—¿No te gusta? —cuestionó, pasando los dedos sobre el tenso cable de
teléfono que se extendía desde sus muñecas hasta el otro lado de la cama.
—¡No cuando me dejas así durante media hora! Si no vas a follarme,
entonces suéltame —insistió. Él se cruzó de brazos.
—No dijiste por favor.
Ella le escupió.
Como castigo, mantuvo sus piernas tan separadas como podía y se
aferró a ella como si estuviese hambriento. Cuando ella estuvo gimiendo su
nombre, suplicándole por el orgasmo, se levantó de nuevo. Le dio un beso
sucio, luego, incluso mientras ella se estaba inclinando por otro, se giró y
salió de la habitación.
Sus maldiciones le siguieron hasta abajo, pero la ignoró. Imploró y
suplicó, fingió llorar, lo llamó cada nombre sucio que él jamás había oído y
finalmente pasó a sobornar. Lanzó algunas sugerencias muy interesantes,
pero se mantuvo fuerte y no respondió. Además, también sabía que podía
hacerle cualquier cosa cuando quisiera, por lo que los sobornos sexuales no
eran muy eficaces.
Las ventanas de la sala de estar daban a un largo camino de entrada y
durante el día se podía ver claramente hasta la calle. Era de noche y aunque
no podía ver nada en la oscuridad total, acercó una silla de comedor hasta
las ventanas y se sentó. Miró hacia la oscuridad y escuchó la voz de Dulcie,
que empezaba a volverse ronca.
Era una mujer increíble y su malvada y maliciosa trama para acabar
con el matrimonio de Jared y Frannie había sido bastante ruin, pero aun
así. Con no podía dejar que tuviera ventaja sobre él. Todavía tenía un par
de manos por jugar. Así que a pesar de que se hizo tarde y su intensa
erección estaba creciendo a un nivel épico de incomodidad, todavía no se
movió. Pasó sus manos por sus pantalones, tratando de reajustarse, dando
a su polla unas caricias lentas mientras escuchaba su voz. Luego se detuvo.
No quería arruinar toda la diversión antes de que empezara.
Para cuando vio luces en la calle, Dulcie se había calmado. Se levantó
y miró al exterior un momento más, luego tomó algo de la cocina y volvió a
subir las escaleras. Se preguntó si su cautiva se había quedado dormida.
Se había movido hacia arriba de la cama, aflojando la holgura de la
cuerda, pero todavía no era lo suficientemente larga como para permitir que
se tocara. Su cabeza se había quedado enterrada debajo de las almohadas
y la observó unos segundos mientras frotaba sus piernas, obviamente
buscando algún tipo de fricción para aliviar la presión que él había
acumulado en ella.
—¿Estás bien? —prácticamente gritó, sorprendiéndola. Trató de
levantar la cabeza, pero las almohadas no se movieron.
—Jódete.
La agarró por el tobillo y tiró de ella al pie de la cama. Gritó cuando sus
ataduras se tensaron, tirando dolorosamente de sus muñecas. Lentamente
se arrastró sobre ella, y aunque lo fulminaba con la mirada, sus piernas se
abrieron muy dispuestas para él.
—Escuchándote gritar y rogar, casi hice justamente eso —le informó.
Ella estiró su cuerpo hacia el suyo, tratando de frotar sus senos contra su
pecho.
—¿Qué estabas haciendo abajo? Me he estado muriendo —gimió.
—¿Confías en mí?
Había hecho la pregunta antes y no había contestado. Ahora la miraba
fijamente, a sus grandes ojos ámbar. No era realmente justo preguntar en
este momento, estaba tan encendida que casi parecía drogada. Pero se
centró en él y respiró hondo.
—Yo... sí —respondió finalmente. Él suspiró.
—Una niña tan buena, Dulcie.
Había dejado caer la cosa que había traído consigo en la cama y palpó
para encontrarla. Cuando finalmente la encontró y la levantó a la vista, los
ojos de Dulcie se hicieron aún más grandes cuando vio el cuchillo que
sostenía.
—Oh, qué colmillos tan grandes tienes —susurró. Él se rió entre dientes
y presionó el lado sin filo de la hoja contra su mejilla.
—¿Todavía confías en mí?
—Siempre.
Se estiró por encima de ella y cortó las cuerdas alrededor de su muñeca.
Ella no vaciló, inmediatamente envolvió sus brazos alrededor de su cuello.
Él dejo caer el cuchillo y rebotó fuera de la cama, haciendo un ruido metálico
cuando golpeó el suelo de madera.
Estaba mordiendo su hombro cuando él se alejó, haciendo que sus
dientes rasgaran dolorosamente a través de su piel. Sin embargo, no lo
retrasó y agarró su brazo, tirando de ella para que tuviera que ponerse de
rodillas.
—Este es un color horrible —comentó mientras le quitaba la camiseta
tipo polo.
—Es tu camiseta. —Jadeó, bajándole los pantalones por las piernas.
Salió de ellos, luego se arrodilló en la cama delante de ella. Seguía tratando
de envolver sus brazos alrededor de él, pero se movía y se movía,
deslizándose contra ella y besándola alrededor de los hombros.
—Solo quiero que recuerdes eso —susurró él, apartando su cabello de
su espalda y tocando ligeramente su cuello.
—¿Tu gusto horrible para la ropa? —bromeó.
—No, que dijiste que confías en mí.
—Lo hago. ¿Qué ha sido ese ruido? ¿Has...?
No le dio la oportunidad de terminar. Su mano le rodeó el cuello y la
empujó contra el colchón. Luego le agarró el lado de la cadera y se aferró,
forzándola a mantener el culo en el aire. Metió su polla en ella sin ninguna
ceremonia, ningún intento de preliminares, pero no importaba. Su breve
tiempo lejos había hecho maravillas para encenderla y no sintió ninguna
resistencia mientras se deslizaba en su estrechura.
Trató de alzarse sobre las manos, pero él se inclinó hacia adelante y
presionó sobre sus hombros, forzándola a mantener la cabeza en la cama.
Luego golpeó su culo, follándola con la mayor fuerza posible. Gritó al
principio cuando tocó fondo, luego solo gimió. Gimió su nombre. Comenzó
a golpear sus caderas contra él.
Con estaba impresionado por su habilidad única para saber qué
funcionaría y qué no con ella. Nunca habían jugado con la esclavitud, pero
simplemente había sabido que la haría arder. Quitándole sus juguetes y
dejándola sola. Se correría en muy poco tiempo, y él estaba tan excitado,
que sabía que iría justo detrás de ella. Mientras observaba una sombra
aparecer por el pasillo detrás la puerta abierta del dormitorio, sonrió para sí
y agarró un puñado de su cabello.
—Buena niña Dulcie, hace todo lo que digo —siseó mientras se echaba
hacia atrás, obligándola a enderezarse. Ella gritó y una de sus manos se
acercó a un poste de la cama, utilizándolo para mantener el equilibrio. Soltó
su cabello y pasó la mano por su cadera.
—Sí, sí, cualquier cosa que digas. —Jadeaba por aire mientras giraba
su rostro para mirarlo.
—¿Tienes idea de lo perfecta que eres? —Suspiró en su oído,
ralentizando sus empujes, pero aumentando su intensidad.
—Solo cuando estoy contigo —contestó ella, y luego le dio un profundo
beso.
—Pechos perfectos —susurró, la mano yendo a su pecho y jugando con
sus pezones—. Cuerpo perfecto. —De nuevo sus dedos se extendieron sobre
su estómago—. Y el coño más hermoso que he follado jamás.
Cuando tocó el coño ya mencionado, soltó un sollozo y un enorme
estremecimiento tensó su cuerpo por un momento. Fue en ese momento que
volvió la cabeza y notó que tenían un visitante.
Podría haber ido mal, pero los instintos de Con demostraron ser
correctos una vez más, cuando Dulcie vio a Frannie de pie en la puerta, su
cuerpo estalló en un orgasmo de proporciones apocalípticas. Gimió
profundamente y empezó a temblar. Perdió su agarre del poste de la cama y
cayó hacia adelante, en la misma posición que había estado al principio,
bocabajo, culo arriba. Su cuerpo se aferró a su polla, deteniendo sus
movimientos, y mientras miraba a Frannie a los ojos, se corrió dentro de
Dulcie.
—¡¿Qué mierda está pasando aquí?! —gritó la rubia. Con tenía sus
manos agarrando la cintura de Dulcie, su cabeza inclinada hacia adelante,
y estaba luchando por recuperar el aliento.
—Un amor del tipo que nunca has experimentado —susurró Dulcie
finalmente.
—Pero... estábamos... pensé que tú y yo estábamos... —La voz de
Frannie se apagó y Con finalmente levantó la cabeza. Ella lo miraba
fijamente, pareciendo a partes iguales sorprendida y confundida.
—Tú y yo nunca fuimos nada. Pensé que tal vez si fueras testigo de algo
tan perfecto, comprenderías eso totalmente —logró explicar Con mientras
se arrodillaba de nuevo. Sin el peso de él sobre su espalda, Dulcie finalmente
se deslizó hasta que se acostó bocabajo sobre su estómago, sus piernas a
cada lado de él. Los ojos de Frannie se deslizaron sobre su forma desnuda
y él le sonrió.
—Entonces, ¿de qué iba esta noche? —preguntó, agarrando su bolso al
pecho, como si el objeto demasiado caro pudiera de algún modo protegerla
de la horrible escena que estaba presenciando.
—Esto. Solo esto. —Suspiró, pasando los dedos por la pantorrilla de
Dulcie. Ella se estremeció, luego lentamente rodó lejos de él y sobre su
espalda.
—No puedo creer que te dejara tocarme, y que estás eligiendo eso por
encima de mí —gritó Frannie—. Estás enfermo. Ustedes dos son
MONSTRUOS, lo han hecho a propósito. Creo que son unos asquerosos.
—Caramba, Fran, sigue hablando de esa manera y podrías excitarme
—dijo Dulcie en tono sarcástico.
—Me voy a enfermar. No puedo... simplemente no puedo. No puedo. —
Frannie empezó a llorar y se volvió y se apresuró a alejarse de la puerta.
Escucharon mientras bajaba las escaleras y ambos sonrieron cuando
oyeron la puerta principal cerrarse de un portazo.
—Estuviste espectacular —gruñó Con, cayendo y plantando un beso
entre los pechos de Dulcie
—Sabes —empezó mientras él se tendía a su lado—. Cuando me
preguntaste si confiaba en ti, pensé que era por el cuchillo. Pensé que
querías cortarme.
—Oh, no. Sin cuchillo. No esta vez. Quería hacer algo que causara daño
permanente. —Suspiró, ahuecando su pecho con la mano. Podía sentir su
latido, sentir lo rápido que corría.
—Podrías haberme dicho, dejarme prepararme —señaló. Él rió entre
dientes y se inclinó para besar el lado de su pecho.
—¿Y arruinar la diversión? Fue mi pequeño regalo para ti. El último
clavo en el ataúd —explicó, arrastrando la lengua por su pezón y luego
viéndolo endurecerse.
—Qué dulce —susurró, y se dio cuenta que seguía mirando al techo.
Se levantó y le besó debajo de la oreja.
—Sabía que te encantaría —susurró él en respuesta, y la escuchó
inhalar un aliento irregular.
—Me gustó. Me gusta. Me encanta todo lo que haces.
—Y es por eso que eres una buena chica.
—Pero ahora todo el mundo lo sabrá. Sobre nosotros.
—Quiero que todos lo sepan. Para cuando terminemos en esta ciudad,
nunca podrán olvidarnos.
Sus ojos se cerraron de nuevo.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
ulcie pudo sentir el cambio en el momento en que llegó al trabajo.
Cuando salió a la sala, notó a la gente mirándola con fijeza.
Frannie probablemente había empezado a hacer llamadas de
teléfono al instante en que se había ido de la casa de Con y luego
tuvo todo el lunes para chismear sobre el incidente. Fuller era una ciudad
muy pequeña, las noticias se extendían rápido. Pero Dulcie solo entrecerró
los ojos y le espetó a la gente que volviera al trabajo, sabiendo que al menos
en el restaurante, nadie se atrevería a preguntarle.
Bien, casi nadie.
—Hoy he oído alguna mierda loca sobre ti —dijo David cuando ella fue
detrás de la barra.
—Fascinante. —Fue su única respuesta mientras dejaba una caja de
vino.
—Me dijiste que no estabas saliendo con ese tipo, Con —señaló. Ella
asintió.
—Lo sé.
—Pero oí…
—¿Oíste qué?
—Oí algunas cosas.
Ella se alejó de lo que estaba haciendo y lo enfrentó por completo.
—Si tienes las pelotas para sacar el tema, entonces al menos ten las
pelotas para decirlo —comentó—. ¿Oíste qué, David? ¿Que alguien nos vio
teniendo sexo? ¿Que lo estaba follando? Sí, todo eso sucedió, pero la última
vez que revisé, el sexo no equivalía a salir con alguien, e incluso si lo hiciera,
aún no estoy segura de por qué es asunto tuyo.
David se veía atónito. Ante su comportamiento, ante el tono de su voz.
Solo había visto a la Dulcie del trabajo. Nunca había visto a la Dulcie real y
ahora estaba presenciando un atisbo, no parecía gustarle demasiado.
—Jesús, ¿qué se te ha metido? —preguntó con voz suave. Ella puso los
ojos en blanco.
—¿Oíste también que estábamos en una casa, en un dormitorio? No
fue exactamente en el lado de la calle… Ella entró, sin ser invitada, y
entonces fue corriendo por toda la ciudad. Lo que él y yo hacemos es privado.
Y no solo estoy silbando, Dixie9…
—Has cambiado. ¿Recuerdas que te lo dije la otra semana? Apuesto
que es por ese chico. No cambies por algún tipo, Dulcie —la urgió David.
—No estoy cambiando por algún tipo, solo somos…
—Lo estás. Mira, oí alguna otra cosa también. Cosas que él estuvo
haciendo justo antes de hacerlo contigo. Mereces algo mejor que eso —
insistió. Ella entrecerró los ojos.
—Sabes. —Dulcie deslizó su cadera por el lateral del mostrador,
moviéndose para estar justo delante de él—. Esto es súper lindo. Lo
entiendo. El gran chico malo vuelve a la ciudad, salvas a la chica, empiezo
a acostarme contigo, ¿cierto? Error. No te follaría ni aunque me lo rogaras,
y nada jamás cambiará eso. Así que, qué tal si cierras la boca, no me hablas
de mierda de la que no sabes nada y haces las malditas bebidas.
De nuevo, una mirada atónita cubrió su rostro. Lo miró con fijeza por
un momento más, casi retándolo a hablar, pero cuando fue obvio que no lo
iba a hacer, se volvió y se alejó.
Todos la evitaron después de eso… todas sus órdenes fueron
obedecidas sin una palabra, nadie intentó charlar con ella o hacerle
preguntas. Las puertas abrieron y las cosas regresaron a la normalidad por
un tiempo. La mayoría de los regulares eran gente mayor, de los cincuenta
para arriba, que tampoco tenían tiempo para chismorrear, o simplemente
no les importaba. Ella solo era una modesta camarera a sus ojos.
Aun así. El interrogatorio de David solo había sido el precursor para
algo más grande que iba a suceder, lo sabía. Mientras las horas pasaban,
rezó para que tal vez esperara hasta el final de la noche, después de cerrar.
Pero no hubo tal suerte.
Un poco después de las ocho, Jared llegó al restaurante y no se veía
feliz. Dulcie acababa de salir de la oficina cuando lo vio y rápidamente lo
interceptó.
—Estoy trabajando, Jared —siseó, alzando sus manos—. ¿Podemos
hacer esto más tarde, por favor?
—¡¿Fue a propósito?! —exigió.
—¡¿Qué?! ¿De qué hablas? Basta, ven aquí —dijo, luego agarró su
mano y lo llevó a la oficina. Él se detuvo en la puerta, sin embargo, y se negó
a ceder.
—Sabes de lo que hablo, Dulcie. ¡¿Qué mierda está pasando?! ¿Por qué
me harías algo así?
9En inglés, I ain’t just whistlin’ Dixie, hace referencia al título de una canción country de
The Bellamy Brothers, solo que en esta la primera palabra es you no I.
—¡¿A ti?! ¡Jared, ella nos sorprendió! ¿Tienes alguna idea de lo
vergonzoso que fue? —señaló Dulcie. Eso pareció sorprenderlo y frunció el
ceño por un instante.
—Aun así. Me dijiste que no era tu novio y…
—Dije que era complicado. ¿Recuerdas?
—Sí, parece real y jodidamente complicado. Lo sorprendí follando a mi
esposa, luego descubro que, una hora después, te estaba follando —gruñó
Jared. Ahora fue el turno de Dulcie de hacer una pausa. Esperó que él no
lo notara.
—¿Los viste teniendo sexo? —indagó.
—¡Casi! ¿Qué mierda, Dulcie? Después de tu pequeña charla
motivacional, me apresuré a decirle que necesitaba volver a casa, pero en
su lugar, entré en la habitación para encontrarlo prácticamente dentro de
ella hasta el codo. —Colapsó. Ella dejó escapar un profundo aliento.
—Mira, Con está autorizado a hacer lo que quiera y si eso significa tener
sexo conmigo y tontear con otra gente, entonces puede hacerlo —dijo.
—¡No es “otra gente”! ¡Es mi esposa! ¡No está autorizado a “hacérselo”
a mi esposa! —gritó Jared y ella hizo una mueca. La oficina estaba a un
extremo del bar y se abría directamente a la sala. Su interacción no pasaría
desapercibida.
—Me parece que eso es algo que debería explicarte tu esposa.
Los ojos de Jared se ampliaron y la miró con fijeza. Era como si acabara
de darse cuenta que no tenía ni idea de quién era la persona delante de él;
que nunca en realidad había conocido a Dulcie.
—¿Siquiera te importa? —susurró, luego carraspeó—. Mi matrimonio
está acabado y él fue una parte en eso. Le dijo a ella que si lo necesitaba,
fuera a encontrarlo. ¿Y qué hizo ella? Fue allí una hora después y lo
encontró… contigo.
Dulcie debería haberse sentido mal. Jared nunca había hecho nada
malo, no era un mal chico. Sin embargo, no pudo reunir los sentimientos
apropiados. Estaba molesta y enojada y tan cansada.
—Sí, Jared. Tu esposa fue a la casa del hombre con el que la acababas
de atrapar engañándote, ESA ES la parte importante de la historia. No qué
o con quién lo estaba haciendo él —espetó.
—Créeme, sé que eso es importante. ¿Cuál mierda es su problema
conmigo? ¿Qué le he hecho? —exigió. Ella alzó sus manos.
—¿Hablas en serio? Él es irrelevante. ¿Cómo no puedes verlo? ¿Qué
mierda te pasa? Ella es un ser humano asqueroso que ha estado follando a
otros hombres durante años, ¿pero ahora tienes un problema? ¿Porque es
Con? ¿Porque soy yo? Tu esposa es un contenedor de semen que te dejó por
un tipo al que ni siquiera le importa ella, ¿aun así estás aquí gritándome?
Eso es jodido. No soy nada para ti, Jared. —Casi chilló al final. Él parecía
estupefacto.
—¡¿Qué se supone que significa eso?! Que no eres nada para mí —
insistió. Ella respiró profundamente de nuevo.
—Déjame reformularlo… no eres nada para mí. No existes para mí. ¿Por
qué estás aquí? ¿Para una fiesta de lástima? Pues viniste al lugar
equivocado, porque no me importa. No me importa lo que tu mujer hizo o
que tu matrimonio esté acabado o cuán mal te hizo sentir Con. Tu esposa
me ha tratado como una mierda durante años y nunca dijiste una palabra.
Ahora que el paraíso está inestable y el magnífico Constantine me presta
atención de nuevo, ¿de repente soy una opción? Que te jodan, Jared.
Aunque probablemente deberías hacerte pruebas primero, porque la
seguridad no parece una alta prioridad para tu mujer cuando está follando
cualquier cosa que se mueve.
Todo el restaurante se quedó en silencio y Dulcie pudo oír cuando un
tenedor cayó sobre el plato.
—Esta no eres tú —murmuró Jared, dando un paso atrás—. Te ha
hecho algo. Él arruina cosas y te está arruinando. Hizo esto a propósito, lo
sé. Lo hizo para acabar con mi matrimonio y luego se aseguró de que Frannie
los viera a ustedes juntos. Simplemente no puedes verlo.
¿Verlo? Lo orquesté. Con solo es la estrella del espectáculo… yo soy la
productora.
—Si necesitas decirte eso para que te ayude a dormir mejor por las
noches, Jared, entonces bien. Porque, ¿sabes qué? Con duerme
perfectamente bien y lo sé de hecho. —Mantuvo su tono insidioso.
Eso cortó profundo. Era obvio que, en su mayoría, Jared asumió que
ella era una espectadora inocente. Solo una estúpida chica, atrapada en los
pequeños juegos enfermos de Con. Cegada por su belleza, perdidamente
enamorada de él. Pero traer a colación el hecho de que se acostaba con él,
arruinó la imagen un poquito. Hizo más difícil ignorar el hecho de que tal
vez, solo tal vez, Con no era el único gran lobo malo acechando alrededor.
—Esto está mal y lo sabes. No quieres decir nada de esto. ¿Qué te ha
estado diciendo? Solo ven conmigo, Dulcie. Ven a quedarte en mi casa,
puedo asegurar…
Ella estalló en risas. Un alto y duro sonido. Más como una carcajada.
—¿Es una jodida broma? ¡¿Quedarme contigo?! Jesús, preferiría
cortarme las venas y quitármelo de encima. Sabes qué, a la mierda esto.
Que se joda este lugar, que se joda esta ciudad y jódete.
Parte del uniforme del Blue Rock era un pequeño delantal negro que
casi cubría las faldas cortas que llevaban. Ella lo arrancó mientras hablaba,
luego se lo lanzó a él al rostro. Mientras se quedaba allí, atónito, ella lo
apartó de un empujón y salió a pisotones de la oficina.
—Dulcie, tal vez deberías… —David estaba hablando quedamente
cuando lo pasó y él extendió la mano para agarrarle el brazo. Ella se apartó
y continuó su camino.
—¿Cuál es el problema? —gritó, moviéndose en círculo mientras
caminaba y miraba toda la habitación, a los clientes boquiabiertos—. A
todos ustedes les encanta susurrar sobre mierda, pero cuando está ante sus
rostros, ¿de repente no tienen nada que decir? ¿El gato les comió la lengua?
¡Vamos! ¿No pueden decir nada? ¡¿Por qué no dicen nada?! Jesús, ¡ninguno
de ustedes es real! ¡Ninguno está vivo en realidad y todos son demasiado
estúpidos para incluso jodidamente darse cuenta!
Estaba gritando para el final de su bronca, pero no pudo evitarlo. Había
dicho la verdad y la verdad no era sumisa. Era atrevida y descarada,
derribaba puertas y rugía a través de los pasillos. Se apresuraba a las vías
del tren y quemaba edificios. Gritar era como abrir un agujero a la realidad.
Podía haber sido una marginada, pero la mayoría del tiempo, se sentía como
si fuera la única cosa real a su alrededor. Una imagen en 3D de una ciudad
en un recorte de cartón. La gente simplemente la ignoraba en sus falsas
existencias, sin verla porque no estaba en su dimensión. Se hallaba a un
plano más alto.
Cuando deshizo su moño y salió del edificio, se dio cuenta de una cosa.
Había una clara probabilidad de que también estuviera completamente loca.
Entonces, ¿qué será? ¿Existir en un plano más alto al de los meros
mortales y estar loca? ¿O conservar algo de cordura y vivir entre la gente
anodina del mundo?
ulcie.
Se enterró aún más debajo en su manta.
—Duuuuuulcie.
Cerró sus ojos con fuerza.
—¿Por qué me estás dejando fuera?
Con estaba al otro lado de la puerta del apartamento. Podía entrar de
un momento a otro, la cosa todavía estaba reventada. Un golpe sólido y se
volvería a caer de sus goznes. Aun así, se quedó de su lado y ella escuchó
mientras rascaba en la madera.
Después de su épica enajenación, se había metido en su auto y se había
alejado conduciendo. Media hora era un largo tiempo para estar sentada
con todos sus pensamientos moviéndose en su cabeza. Constantine, ella,
las cosas que habían hecho juntos. Las cosas que hicieron separados.
¿Estaba convirtiéndose en algo más? ¿O estaba todo fuera de control? Con
estaba jugando un juego, Jared lo había visto a un kilómetro de distancia,
y claro, Dulcie había entrado en el juego, había escogido a los jugadores.
Pero Con había ido un paso por encima y más allá de ella. Realmente había
metido sal en la herida. Y lo había hecho todo sin decir una palabra. Como
con su padre. Como dejar la ciudad. Ella nunca había dejado a Con en la
oscuridad, sobre nada, pero él amaba dejar que ella se revolcara en ello.
Había amado dejarla ciega.
Oh, qué ojos tan grandes tienes...
Después de un par de minutos de ignorarle, él empujó la puerta. Ella
escuchó mientras la dejaba a un lado y luego volvía a colocarla. Luego sus
pasos, siniestros en su lenta aproximación a su cama. Estaba de espaldas
a él y se quedó bajo la sábana, hecha un ovillo.
—Pequeña, ¿qué vamos a hacer contigo? —Suspiró, luego sintió la
inclinación del colchón mientras se sentaba detrás de ella.
—¿Qué pasa conmigo? —susurró. Él pasó su brazo alrededor de su
cintura, luego la deslizó sobre la cama, atrayéndola contra su pecho.
—Ah, sí. He oído sobre tu pequeña explosión, un amigo me llamó. Su
padre fue testigo de todo el asunto.
—Increíble. Espero que lo grabara.
—No seas así —instó Con, apretándola con fuerza—. Háblame.
Estamos en esto juntos.
—No —le espetó—. No, no lo estamos. ¿Hubo alguien molestándote
sobre nuestro pequeño espectáculo erótico de anoche? No lo creo.
—¿Eso es lo que te molesta? Parecías muy feliz por eso anoche. —Se
rió de ella.
—Aun así. No sabía lo que iba a pasar, no tuve nada que decir sobre
ello, y ahora tengo que lidiar con ello. Me gritó, ¿escuchaste eso? Enfrente
de todos. No me gusta ser parte de una escena —le informó.
—¿En serio? Porque creo que gritar a todo el mundo y decir que son
básicamente muertos vivientes es más o menos crear una escena.
—Estaba enfadada y frustrada y furiosa. Primero, cuando llegué allí,
David, el camarero, me estaba dando mierda, preguntándome por nosotros,
y no sé qué decir, porque, ¿qué mierda somos? —preguntó.
—¿Eso es lo que te molesta? —Con sonaba sorprendido.
—No. Sí. Y estaba sola, de nuevo, lidiando con estas preguntas sobre
ti, y no sabiendo qué decir —trató de explicar.
—No digas nada. No le debes nada a nadie, Dulcie. Te dije que dejaras
tu trabajo —le recordó Con, y escuchó mientras él se movía para sentarse
con su espalda contra la ventana de atrás.
—Es fácil para ti decirlo, niño de papá.
Su voz tenía una gran cantidad de veneno, pero Con solo se rió de ella
otra vez.
—Me gusta eso. Asegúrate de gritarlo cuando tengamos sexo esta
noche.
—Vete a la mierda. Y luego Jared apareció en mitad de la noche y
comenzó a volverse loco frente a los clientes. No creo que siquiera realmente
se preocupara por Frannie engañándolo, solo le preocupaba que yo estuviera
contigo. Que estuviera durmiendo contigo. Tú, tú, tú. Quería arrancarme el
cabello —explicó.
—Ah. Ya lo veo. La niñita está celosa. —Se rió. Ella se dio la vuelta y
salió de la manta, le dio un golpe en la pierna.
—¡No estoy celosa! —gritó, sin dejar de golpearlo—. ¡Estoy enfadada
porque tengo que hacer frente a la mierda mientras llevas una vida de lujo,
haciendo Dios sabe qué durante el día! ¡Porque haces planes y cosas y
piensas sin mí! Estoy molesta porque yo... yo...
Se quedó sin palabras, pero todavía continuaba golpeándole. Con se
estaba riendo otra vez y, finalmente, extendió la mano y tomó la de ella.
Luchó un poco con ella y, al fin, logró rodearla con sus brazos. Luchó cuando
él la levantó, con mantas y todo, y la depositó en su regazo.
—Sé cuál es tu problema —dijo, apartando la manta de su cabeza.
Luego entrelazó sus brazos alrededor de ella, acunándola contra él e
impidiendo que se alejase.
—Tú eres mi problema —se quejó, negándose a mirarlo. Era la verdad.
Las cosas parecían a la vez más claras pero más turbias cuando estaba
alrededor de Con. ¿Estaban juntos en la oscuridad? ¿O él la estaba cegando?
¿Tragándosela entera?
—No te preocupas por tu trabajo, así que dejarlo no es un gran
problema —continuó Con, bajando su voz—. Y el camarero no es nadie para
nosotros, así que obviamente no puedes estar molesta por él. Disfrutaste lo
que le hicimos a Jared, por lo que ni siquiera intentes decirme que eso es
un problema.
—No sé por qué hablo, cuando claramente me conoces mucho mejor de
lo que lo hago yo —gruñó, presionando su mejilla contra el pecho de él.
—Lo hago —concordó, y ella sintió su barbilla apoyarse sobre la cima
de su cabeza.
—Entonces, dígame, señor Masters. ¿Cuál es mi problema? ¿Por qué
estoy tan molesta? ¿Por qué no quería verte esta noche? —cuestionó. Él rió
de nuevo y le recordó a una serpiente de cascabel agitando su cola.
—Estás preocupada porque acabas de cortar una enorme atadura con
tu antiguo mundo. Estás molesta porque crees que podrías estar enamorada
de mí y no sabes qué significa. Estás asustada porque crees que no te
correspondo.
Dulcie contuvo el aliento por un segundo.
—Ah. Me conoces mejor que yo misma —susurró. Él asintió contra ella.
—Lo sé. Es muy frustrante.
—¿Por qué?
—Porque sigo esperando que llegues a conocerme.
—Lo intento. Solo estoy…
—…asustada.
—Todo lo que alguna vez he querido es ser yo misma, todo el tiempo.
—Su voz era temblorosa—. Y que me ames.
—Solo confía en mí. Confía en nosotros y lograrás todo lo que quieras
—aseguró él.
—Eso espero. —Exhaló.
—Sabes qué, sé lo que necesitas. —Su voz fue alta de nuevo.
—Por supuesto que lo haces.
—Deja de ser una mocosa. Odio la autocompasión. Vámonos.
No le dio opción. Los brazos de Con la rodearon con fuerza y la sostuvo
cerca mientras se ponía de pie, levantándola con él. Se rió cuando él fue
hacia la puerta, cargándola mientras solo llevaba la sábana y nada más.
Resistirlo siempre había sido imposible, así que Dulcie se vistió y lo
siguió afuera. Su auto estaba estacionado justo delante de su edificio, así
que subieron y él condujo en la noche.
Por supuesto, ella sabía a dónde iban, así que no estuvo sorprendida
cuando estacionó el auto cerca de la estación de tren abandonada.
Posiblemente incluso en el mismo lugar que esa importante noche, tanto
tiempo atrás.
Salieron del auto, pero Con no se dirigió hacia el cruce de las vías. Saltó
la verja, luego se quedó a horcajadas en la parte superior y la esperó. Dulcie
no era tan ágil como él, nunca había sido ningún tipo de atleta, y cuando
llegó cerca de la cima, él simplemente la agarró del brazo y tiró de ella. Ya
estaba en el suelo antes incluso de que ella hubiera bajado un par de
centímetros del lado opuesto, y le gritó que saltara.
—Una súper idea, Con —gruñó con los dientes apretados mientras
saltaba en un pie. Él la atrapó, evitando que cayera, pero su tobillo se había
doblado bajo su peso.
—Eres como Bambi sobre hielo —se burló, pero antes de que ella
pudiera replicar, él la puso detrás de su espalda y le instruyó que subiera.
Se rió mientras él galopaba por las vías, luego chilló cuando los giró en
un círculo cerrado. Cuando amenazó con vomitar sobre su espalda, él echó
la mano atrás y la agarró, haciéndola reír y chillar mientras la ponía sobre
su hombro. Caminó con ella doblada sobre él así, azotándola hasta que ella
pensó que iba a desmayarse de tanto reír.
Incluso los maníacos pueden divertirse un poco.
Por fin la bajó cuando llegaron a su lugar especial. Había llovido mucho
la semana anterior y todas las chozas habían desaparecido oficialmente. Era
solo una simple y vieja zanja a lo largo de las vías. No había un indicador
ahora, sin señal que dijera “aquí enterramos un cuerpo”. Pero, aun así,
podían simplemente decirlo. Dulcie siempre sabría el lugar.
—Lamento ser difícil —dijo con un suspiro. Con se paró detrás de ella
y bloqueó su cuerpo cuando una fuerte brisa sopló a través de ellos.
—Me gusta que seas difícil. Me gusta que seas del tamaño perfecto,
hecha para encajar dentro de mí —replicó él, y sus brazos la rodearon. Tenía
razón, podía quedarse delante de él y todo su cuerpo era capaz de rodearla.
De envolverla. De consumirla—. Me gusta que pueda decirte cualquier cosa
y no tenga que preocuparme sobre qué pensarás… puedo decirte que maté
a alguien, o que tuve mis dedos dentro de alguien, o que no le di el cambio
correcto a un dependiente, y aun así te gustaré.
—¡¿No le diste el cambio correcto a alguien?! Eso es todo, esto ha
terminado —bromeó, luchando contra su agarre. Él rió entre dientes y la
sujetó con más fuerza.
—Me gusta que hiciéramos algo así juntos, antes incluso de saber cuán
lejos podíamos llegar —susurró en su oído y ella se estremeció mientras
miraba la tumba—. Y me gusta saber que llegaremos incluso más lejos. Pero
no hemos acabado aquí aún. No puedo irme, no con mi padre desaparecido,
todo eso necesita resolverse primero. Y no puedo dejar que te vayas, porque
no quiero estar aquí solo. Así que, por favor, por favor, confía en mí.
Superaremos esto.
—Bueno. —Suspiró—. Pero si alguien me da mierda, voy a apuñalarlo
en el ojo.
—Y te ayudaré a esconder el cuerpo —prometió.
—Qué niño tan inteligente, Constantine Masters.
—Qué niña tan buena, Dulcie Travers.
—¿Sabes lo que me gusta? —preguntó, volviéndose en sus brazos para
mirarlo.
—¿Hmmm? —Fue todo lo que él dijo mientras subía y bajaba sus
manos por sus brazos.
—Me gusta que estemos aquí totalmente solos y puedas hacerme
cualquier cosa que quieras —susurró, enganchando sus dedos en la parte
superior de los pantalones de él. Con esbozó su sonrisa de Cheshire y sus
manos se movieron hasta el cuello de ella. Sus dedos sintieron el frío
mientras se envolvían alrededor de su garganta.
—Cualquier cosa que quiera —repitió, aplicando más y más presión.
Ella dejó que sus ojos se cerraran y recordó su primera vez juntos. Cuando
la había ahogado hasta el punto en que casi se había desmayado. Sus dedos
se apretaron más y ella lo sintió inclinarse cerca, sintió su lengua en el lado
de su rostro, y suspiró.
Qué hermosa oscuridad somos.
Apenas lograron llegar al auto. Tal cual, la tumbó sobre el capó y subió
su vestido por su cuerpo, apartó sus bragas a un lado. Una de sus manos
le rodeó el cuello, evitando que ella gritara demasiado alto. No era que
importara, estaban solos en la noche. Solos en su lugar oscuro.
O, al menos, ella pensó que lo estaban…
ulcie se reconcilió con el hecho de que probablemente estarían
pasando otro año en la ciudad. Con tenía más que suficiente
dinero para mantenerlos, le aseguró, por lo que al menos no
tendría que conseguir otro trabajo. Incluso le dijo que podía
mudarse con él cuando quisiera. Pasaban todo su tiempo libre juntos, de
todos modos, y todos sabían que estaban juntos. El escándalo del héroe del
fútbol que se acostaba con la chica del lado equivocado de la ciudad perdería
importancia tan pronto como la gente viera que eran serios el uno con el
otro.
Así que, una semana después de dejar su trabajo, Dulcie empaquetó
sus escasas pertenencias y las cargó en el asiento trasero de su auto. Estaba
con su última carga, llevando una pila de libros por la puerta principal de
su edificio, cuando alguien la golpeó desde un lado. Dejó escapar un grito
cuando fue forzada contra una pared.
—Pensabas que me había olvidado de ti, ¿verdad? —gruñó Matt en su
rostro. Se veía peor de lo que jamás lo había visto, con llagas abiertas en el
rostro y bolsas profundas bajo los ojos, y parecía que le faltaba un diente
inferior.
—Dios, ¿cómo podría? Creo que te he olido venir —replicó con voz
ahogada. Estaba absolutamente sucio, pero, al parecer, no apreció oírlo.
Gruñó y se acercó a su rostro.
—Mira, maldita puta, sé lo que hiciste.
Matt le había dicho muchas cosas a lo largo de los años y, por lo
general, las ignoraba. Eso, sin embargo, logró captar su atención.
—¿Qué quieres decir? —Rechinó los dientes. Apoyó todo su peso sobre
ella, que no era mucho, pero era huesudo y podía sentir sus caderas
clavándose en ella.
—Te vi. ¿La otra noche? En la vieja estación. A tu novio y a ti. Todo un
espectáculo, Dulcie. Nunca supe que lo tenías en ti. —Su voz bajó a un
gruñido y, de repente, sus huesudas caderas no eran todo lo que podía
sentir. Se atragantó de nuevo.
—No me importa si me observaste tener sexo, pervertido. ¡Quítate de
encima! —exigió, tratando de empujarlo.
—Pero vi más que eso. Los he visto allí antes, en las vías. Siempre
parando en el mismo lugar. Estaba allí anoche. Después de dejar que ese
tipo te follara, fui allí para ver qué había de extraordinario.
Bien, la mierda era seria ahora. Habían sido tan estúpidos, asumiendo
que estaban solos. La estación había sido desde hace tiempo un lugar
frecuentado por los marginados de la zona, ella siempre había sabido que
era solo cuestión de tiempo antes de que volvieran a reclamarlo. Solo porque
no había chozas en el exterior, no significaba que la gente no estuviera
acechando en el interior.
—Son solo unas putas vías de tren —maldijo—. Nunca hay nadie allí
abajo, podemos hacer lo que queremos.
—Oh, ahora lo veo. Lo que quieras. Encontré a Larry. Todos nos
preguntamos qué le sucedió —dijo. Ella se congeló completamente.
—No sé quién es Larry.
—Solía hacerme una mamada por metanfetaminas —explicó Matt, y,
de nuevo, Dulcie casi perdió su almuerzo—. Un día fui allí para dejar una
entrega, hacer un depósito para él. No estaba allí. Pensé que finalmente se
había trasladado a la siguiente ciudad. Nunca pensé en buscar una tumba.
Mierda, incluso dormí en esa caja de cartón. Justo encima de él, ni siquiera
lo sabía.
—¿Qué mierda tengo que ver con el cuerpo de un vagabundo adicto a
las metanfetaminas que encontraste?
—Cállate, Dulcie. Sé que es donde vas todo el tiempo. Sé que eso es lo
que ustedes dos siempre están mirando, malditos enfermos. Mirar una
tumba, luego follar como conejitos.
—Mira, Matt, no sabes lo que estás haciendo. Si Con descubre que
estás diciendo todo esto, descubre que sabes algo de esto, te matará. ¿Me
oyes? Tienes que cerrar la maldita boca y desaparecer —dijo rápidamente,
su voz cayendo a un susurro mientras su mente comenzaba a correr.
—Oh, no. No voy a ninguna parte. ¿Quieres que me calle? Entonces
tienes que darme lo que quiero —gruñó.
—¿Qué quieres? ¿Dinero? Puedo…
Su voz se congeló en su garganta cuando su mano agarró con fuerza
su entrepierna. Sus dedos arañaron el vaquero entre sus muslos, tratando
de llegar a un lugar al que ciertamente no se le permitía ir.
—Sabes lo que quiero.
—Oh, Dios mío. Para. Por favor, no puedo hacer eso.
—A no ser que me des lo que quiero, voy a la policía.
La mente de Dulcie pasó de la simple carrera a la velocidad endiablada.
—No puedo —susurró—. También me mataría.
Eso pareció sorprender a Matt, pero antes de que pudiera decir algo, el
sonido de fuertes pisadas los interrumpió. Alguien comenzó a gritar y su
cerebro tardó un segundo en darse cuenta que era Jared. Estaba corriendo
hacia ellos, gritando su nombre.
Matt se largó, soltándola antes de salir corriendo por la calle. Jared lo
persiguió, pero se agachó y entró en un callejón. Dulcie se puso de pie contra
la pared por un segundo, intentando controlar su respiración, ralentizar el
latido de su corazón. Cuando Jared rodeó la esquina, se alejó y corrió hacia
el lado del conductor.
—¡Dulcie! —gritó, pero ella lo ignoró y subió al coche. Él ni siquiera
vaciló, saltó al asiento del pasajero—. Dulcie, para.
Su mano temblaba tanto que no podía poner la llave en el contacto.
Jared suavemente agarró su antebrazo, forzándola a dejar de moverse. Ella
tomó un par de respiraciones profundas, luego sujetó el volante.
—Siento haberte gritado —se las arregló para chillar.
—¿Estás bromeando? Ni siquiera me importa eso ahora mismo, ¿estás
bien? —preguntó, y luego comenzó a frotar su espalda.
—Sí. Sí, estoy bien. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó en voz alta,
mirándolo de soslayo.
—Venía a hablar contigo, quería ver cómo estabas. ¿Qué mierda está
pasando? —preguntó. Ella tragó saliva con fuerza.
—Ese era Matt. Él... tiene algo conmigo. Le gusta darme mierda. Lo
llevó un poco lejos esta vez. —Fue todo lo que dijo.
—¿¡Tú crees!? Dulcie, tenemos que llamar a la policía —insistió Jared.
Ella negó.
—¡No! Nada de policía. Policías no.
—Pero…
—Dije que no.
Hubo un pesado silencio y ella comenzó a respirar rápido. Era un día
cálido y fácilmente hacían más de treinta y dos grados en su coche.
—Dime qué pasa —susurró Jared. Ella respiró profundamente,
tratando de reunir sus pensamientos. Estaban dispersos a su alrededor,
como hojas al viento. Tenía que controlar la situación.
Tienes que pensar en algo.
—No puedo —susurró mientras se volvía para mirarlo.
—Por favor.
Se echó a llorar y cayó contra él. Sus brazos la rodearon, abrazándola
con fuerza mientras le frotaba los brazos.
—Todo está tan jodido, Jared. Lo siento —exhaló en su pecho.
—¿Qué está jodido? ¿Es Con? ¿Sabe que ese tipo te está acosando? —
preguntó Jared.
—Sabe de él, pero no cosas así —respondió.
—Tienes que decírselo.
—Ni siquiera te gusta.
—Lo sé. —Jared suspiró—. Pero es su trabajo protegerte, no el mío.
Dulcie se apartó entonces, pero mantuvo las manos apretadas contra
su pecho. Sus brazos se quedaron flojos alrededor de ella.
—¿Te has preguntado alguna vez? ¿Si no hubiéramos roto esa noche?
¿Si no me hubiera ido de la fiesta? —susurró.
—Si Con no te hubiera seguido —añadió, y ella asintió.
—Sí. ¿Qué hubiera pasado? —preguntó. Él se las arregló para sonreír
y pasó el pulgar por su mejilla, limpiando las lágrimas.
—No lo sé, Dulcie. Pero empiezo a pensar que nunca hubiera sido
suficiente para ti.
No tuvo oportunidad de responder. Apenas había abierto la boca
cuando la puerta detrás de Jared se abrió de un tirón. Alguien lo agarró por
los hombros y fue sacado del auto. Ella jadeó cuando Constantine lo arrojó
al suelo.
—Mételo en tu maldita cabeza, ella no te eligió.
Dulcie estaba fuera de su asiento y corriendo alrededor del auto a
tiempo para ver a Jared recibir un puñetazo en el rostro. Trató de agarrar el
brazo de Con, pero la apartó.
—¡Detente! —le ordenó.
—¿Qué mierda está pasando? Vengo aquí para ayudarte a recoger tu
mierda, ¿y qué encuentro? Él cayendo sobre ti, otra vez —se burló Con,
levantando el brazo para golpearlo una vez más.
—¡Me estaba ayudando! —gritó ella, y eso le hizo detenerse—. Me
estaba ayudando. Matt apareció, y me agarró, y me tocó, y Jared lo espantó.
Estaba alterada, estábamos hablando. ¡Solo estaba ayudando!
Había llegado a su límite. Las cosas se estaban descontrolando, para
los dos, y no de una manera divertida. Perder los estribos en el trabajo había
sido la punta del iceberg. Había un océano entero de locura amenazando
con derramarse, y Matt acababa de abrir el desagüe. Algo tenía que ceder y
parecía que su cordura estaba a disposición.
No esperó una respuesta. Se dio la vuelta y corrió alrededor de su auto.
Con gritó su nombre, pero lo ignoró. Solo se puso detrás del volante e hizo
chirriar los neumáticos mientras se iba del lugar.
Aún no. No te vuelvas loca todavía. Aún tienes que averiguar si realmente
te ama.
Para cuando Con volvió a casa, Dulcie se había calmado. Había tenido
mucho tiempo para pensar en sus opciones. Matt sabía lo que habían hecho
y ninguna mentira podría convencerlo de lo contrario. Siempre había sido
como un cosquilleo en su garganta, una tos de la que no podía deshacerse.
Ahora, se había convertido en un tumor completo.
Además, el pequeño paraíso de los amantes en el que había estado
viviendo había terminado oficialmente. Dulcie se preguntó si incluso habría
durado el año. Eran simplemente demasiado peligrosos juntos. Con había
estado en lo correcto al permanecer lejos esos tres años. No tenían
autocontrol cuando estaban juntos, se consentían mutuamente. Era
demasiado. A la velocidad a la que iban, realmente se destruirían, y ella no
podía permitir que eso ocurriera. Era demasiado hermoso para la prisión,
demasiado exquisito para la muerte, y no podía soportar la idea de que
sufriera si alguna de esas cosas pasara. Así que, si uno de ellos tenía que
hacer un sacrificio, sería ella.
Ese pensamiento la hizo limpiarse las lágrimas cuando finalmente él
entró en la casa.
—¿Le has dado una paliza? —gritó.
Observó mientras él miraba a su alrededor por un momento, tratando
de ubicar de dónde procedía su voz. Estaba sentada en su comedor formal,
un lugar en la casa que nunca habían utilizado. Finalmente la localizó y ella
observó que sus cejas se alzaban con sorpresa. Caminó lentamente hacia
ella, contemplando la escena frente a él.
—No. Fuimos a tomar una cerveza. ¿Qué estás haciendo? —preguntó,
sin moverse más allá de su extremo de la mesa.
Constantine tenía una mesa de comedor de doce plazas. Según el
rumor que corría en la escuela secundaria, se había incendiado durante una
pelea de borrachos entre sus padres. Dulcie sabía que había sido él quien
la había prendido. Hace mucho tiempo había sido lijada y restaurada, el
fuego no había causado ningún daño estructural y era una antigüedad. La
señora Masters había querido salvarla. Así que se quedó en una habitación
vacía y nunca se utilizó.
Hasta esa noche. Dulcie había puesto toda la mesa. Cada asiento tenía
una plaza inmaculada: platos de cena, platos de ensalada, cubiertos de plata
de ley, copas de vino, copas de champán, vasos de agua, todo. Era apropiado
para la realeza y se había sentado a la cabecera de la mesa. Con se hundió
lentamente en la silla al pie.
—Quería ver cómo sería si esta fuera nuestra casa. Si fuéramos el señor
y la señora Masters, y esta fuera nuestra mesa —explicó. Él entrecerró los
ojos.
—Aparentemente, la señora Masters quiere divertirse —adivinó. Ella se
encogió de hombros.
—Realmente no. ¿De qué han hablado? —preguntó, apoyando los codos
en la mesa y la barbilla en las manos.
—Nos desahogamos, hemos tomado unas copas. Tomé una Corona, él
una Bud.
—Constantine.
—Dulcie.
—Enloqueciste —le dijo. Él le dio una tensa sonrisa.
—Te estaba tocando. Ya sabes lo que siento por eso —le recordó. Ella
negó.
—No, no, le estaba permitiendo que me tocara. Hay una diferencia, Con.
—No una que pueda ver.
—Has tocado a Frannie, ¿verdad?
—Sí, pero solo como parte de un plan más grande.
—Exactamente.
Parecía sorprendido otra vez.
—¿Cómo iba a saber que eso era lo que estaba pasando? —preguntó.
—¿Tal vez por preguntándome? ¡En lugar de correr y golpear a
cualquier tipo que esté demasiado cerca de mí! —espetó—. Se supone que
tenemos confianza, ¿verdad? No he visto ninguna esta tarde.
—No me hables de confianza, Dulcie, cuando ni siquiera puedes
aclararte sobre cómo te sientes sobre mí.
Ay.
—Sé qué siento por ti —susurró.
—¿Estás segura de eso? —la desafió. Ella respiró hondo.
—Matt lo sabe. —Fue directa con el plan.
—¿Sabe qué?
—Todo.
—¿Qué, que estamos follando? Dulcie, toda la ciudad lo sabe. Nos han
prohibido la entrada al cine por la mamada de la otra noche. No es un
secreto —le aseguró. Ella negó.
—Lo sabe todo.
Ese pequeño énfasis en la palabra hizo toda la diferencia y ella vio la
claridad apoderarse de su rostro.
—Ah. Eso. ¿Y cómo averiguó nuestro pequeño secreto? —La voz de Con
fue tan suave que fue difícil oírla desde donde estaba sentado.
—Nos vio la semana pasada. Nos observó mientras estábamos en las
vías, cuando estábamos sobre tu auto —explicó.
—¿Nos miró tener sexo? —verificó Con, y ella estalló en risas.
—Bueno, sí, pero también vio qué mirábamos, luego fue allí y encontró
el cuerpo —explicó ella.
—No me importa. Ese asqueroso y pequeño imbécil me observó follarte.
Voy a arrancarle la cabeza —informó y no fue solo una amenaza de pasada
hecha por la ira. Ella vio sus puños apretados, vio los músculos de sus
brazos agruparse y apretarse, sus bíceps tensando las mangas de su
camiseta.
—No puedes hacer eso. —Suspiró.
—¿¡Por qué mierda no?!
—Porque será solo un problema más. Pudimos enterrar al último, pero
no a Matt. Tiene amigos, gente con la que habrá hablado de nosotros. No
puede simplemente desaparecer, sabrán que tuvimos algo que ver —
señaló—. Para colmo, Jared es un problema.
—Te lo dije, lo solucionamos. Le he convencido de que soy algún
cachorro enamorado asustado de perderte por él. Fue a casa con el ego dos
tamaños más grande que cuando habíamos empezado a beber. —Con rió
entre dientes.
—Lo dudo —gruñó.
—¿Qué?
—Cree que eres esta… mala influencia para mí. Lo ha estado diciendo
desde que cenamos, me lo gritó cuando tuve mi crisis nerviosa. Eso es lo
que estaba diciendo en el auto. Cree que eres algún novio psicópata, loco y
posesivo. Incluso si te deshicieras de Matt e incluso si nos las arregláramos
para hacerlo parecer un accidente, aún tendríamos un problema —explicó.
—No creo que clasificaría a Jared realmente como un problema. —Se
rió. Ella dejó escapar un grito y golpeó su mano contra la mesa.
—¡Hablo jodidamente en serio, Con! ¡Estamos sentados aquí
calmadamente discutiendo sobre matar a alguien! ¿Es así como siempre va
a ser? ¡¿Simplemente esperando a que alguien más se percate de lo jodidos
que estamos y luego lo matamos también?! —le chilló.
—¡Sabías en que nos estábamos metiendo! —gritó él en respuesta—.
¡Sabias que esto es lo que soy, lo que somos! ¡Jodidamente no actúes
inocente! Diste el golpe final, pequeña, no yo. Tú quisiste destruir su casa,
y tú quisiste terminar ese matrimonio. Así que no me pintes como el
monstruo en esta historia. Tus garras están tan ensangrentadas como las
mías.
Dulcie saltó de su silla, enviándola hacia atrás. Fue a salir de la
habitación, pero Con era más rápido. Se levantó y se movió delante de ella,
bloqueando su salida y acorralándola junto a la pared.
—¡¿Así que yo soy la mala?! —gritó, golpeándolo en el pecho—. ¿Te hace
eso sentir menos psicópata, Con? Bien. BIEN. ¡Soy la jodida mala! ¡Lo hice
todo!
—¡No he dicho eso! —gritó en su rostro, intentando agarrar sus
muñecas.
—¡Solo soy esta horrible jodida cosa que mata gente y te arrastro
conmigo! —siguió gritando ella, las lágrimas cayendo por su rostro.
—Nadie está diciendo eso, Dulcie. ¿Por qué haces esto? Pensé que
estábamos en esto juntos —le recordó.
—Bueno, no lo estamos —dijo ella audazmente, limpiando su rostro.
—¡¿Qué mierda acabas de decirme?!
—Solo somos dos personas jodidamente locas, volviendo al otro más
loco —dijo.
—Crees que estoy loco. Crees que estamos locos, que lo que sucede
entre nosotros es una locura —indagó dos, tres veces, su voz alzándose de
nuevo.
—Lo hago, ahora aléjate de mí.
—No me hables así.
—¡Quita tus putas manos de mí! —gritó, intentando apartarlo.
—Te toco cuando quiero —gruñó mientras ponía su mano sobre el
pecho de ella, sosteniéndola en el lugar.
—¡No me posees! —chilló. La rabia finalmente rebasó y Con lo perdió.
Empezó a golpear su puño contra la pared junto a la cabeza de ella, que
gritó y se cubrió el rostro.
—¡Nunca jodidamente me digas eso! ¡Por supuesto que jodidamente te
poseo!
Ella se sintió como si fuera a tener un ataque al corazón. ¿Era esto
miedo? No le importaba ni un poco.
Necesitas hacer esto, por ambos. Sé fuerte.
Dulcie se liberó y corrió hacia la puerta, pero, por supuesto, no lo logró.
Tenía una mano en el pomo cuando Con la agarró desde atrás y la giró.
—¡Basta! ¡Déjame ir! ¡Déjame ir! —le gritó y le golpeó.
—Eso es lo que quieres, ¿no es así? Estás sufriendo, así que quieres
que yo sufra. —Su voz fue alta en su oído.
—Quiero que me dejes ir —espetó y lo abofeteó. Se sorprendió cuando,
justo después, él imitó el movimiento y se abofeteó a sí mismo.
—¡¿Es esto lo que quieres?! —gritó, golpeándose de nuevo—. ¿Crees
que no siento dolor? —Otro golpe—. Te dije que sangraría por ti. —Siguió
golpeándose, una y otra vez—. ¿Por qué no confías en mí? Si quieres que
sufra, entonces bien. Jodidamente bien, Dulcie. Sufriré por ti. Sangraré por
ti. Todo lo que tienes que hacer es pedirlo.
Fue a golpearse de nuevo y ella no pudo soportarlo. Se rompió. Agarró
su muñeca y la sujetó, evitando que se moviera. Luego cayó hacia delante,
jadeando por aire mientras dejaba que su frente se apoyara en el pecho de
él.
—Ese es el problema —susurró, mirando sus lágrimas caer en la
camiseta de él—. No quiero que sangres.
Con abruptamente se alejó y ella casi se cayó, la mayoría de su cuerpo
había descansado contra él. Lo miró retroceder en el comedor. Colapsó en
su silla y puso su cabeza entre sus manos.
Ahora era su oportunidad. Había visto justo a través de ella… había
querido que sufriera. Había sido cruel y había dicho cosas que no eran
verdad, porque había querido que estuviera molesto. Tal vez si lo hería lo
bastante, la dejaría y entonces él estaría a salvo de esta loca oscuridad que
se arremolinaba entre ellos. Se había ido una vez, durante tres años enteros.
Podía hacerlo de nuevo.
No pudo hacerlo, sin embargo. No podía soportar verlo sufrir. Le
causaba dolor a ella. Estaban conectados. Para mejor o para peor, ahora.
Por más que alguna tumba sin marcar en una zanja. Por el destino o la
muerte. Por algún poder maligno. No se alejarían el uno del otro.
Se movió al comedor también, sentándose en una silla a mitad de la
mesa. Se sentaron en silencio, ambos respirando con jadeos por sus
esfuerzos. Finalmente, después de cinco minutos, Con se enderezó.
—No eres la mala en esta historia —susurró.
—Lo sé. Sé que no es lo que estabas diciendo.
—Y tampoco lo soy yo —continuó.
—Lo sé.
—Lo somos —dijo él, al fin mirándola—. Ambos. Somos los malos.
Juntos.
Ella asintió.
—Juntos.
—Y resolveremos esto, juntos. Pero, Dulcie, tienes que confiar en mí —
la urgió. Ella asintió de nuevo.
—Lo sé. Lo hago. Solo temía por ti. No quiero que nada te ocurra —
intentó explicar.
—Nada me ocurrirá, siempre y cuando estemos juntos, ¿de acuerdo?
Me hiciste prometer no irme nunca. Eso funciona en ambos sentidos,
sabes… ¿No lo entiendes? Me posees también. Soy una parte de ti, no puedes
simplemente alejarme cuando te asustes.
Bien, ahora Dulcie estaba bastante segura que nunca dejaría de llorar.
Él se veía desconsolado y la mataba saber que le había causado sentirse de
esa manera.
—Lo siento. —Jadeó por aire—. Lo siento tanto.
Él lentamente extendió la mano y agarró la esquina del mantel. Era
blanco prístino, con un borde dorado alrededor. Hermoso. Tiró hasta que
empezó a moverse y luego continuó. Arrastró toda a cosa por la longitud de
la mesa, enviando toda la cara vajilla china a estrellarse contra el suelo. Ella
se sentó allí hasta que hubo acabado, hasta que todo era una pila en el
suelo.
—Ven aquí.
Dulcie se levantó y se movió sobre la mesa. Luego gateó la longitud
hasta que estaba arrodillada frente a él. La miró por un segundo, sus ojos
tan grandes y azules. Tan enormes que casi cayó en ellos. Respiró
profundamente.
—No estoy asustada de ti —le aseguró. Él se puso de pie despacio, luego
presionó sus manos a cada lado del rostro de ella.
—Mentirosa —susurró. Ella negó.
—No. Estoy asustada de mí. —Exhaló.
—No estés asustada —dijo, luego se inclinó y besó una lágrima—.
Nunca te asustes. Me mata. A partir de ahora, dime cuando te asustes y me
llevaré tus lágrimas. Dime cuando sufras y sangraré por ti.
Es tan malditamente hermoso. Brilla con tanta intensidad, ni siquiera
puedo verlo.
Ella jadeó en su boca cuando la cubrió. Se alzó sobre sus rodillas para
poder aferrarse a él, que envolvió un brazo alrededor de la cintura de ella y
la bajó de la mesa. Al momento en que sus pies tocaron el suelo, él alcanzó
bajo su vestido y bajó su ropa interior. Ella dio un paso fuera de la misma
mientras él retrocedía y se sentaba en la silla de nuevo. Ella lo siguió,
pasando una pierna sobre su regazo y descendiendo.
—Ya no podemos quedarnos aquí —exhaló en el oído de él.
—Lo sé.
—No va a ser fácil. Hay tantas cosas que tendremos que hacer… —Dejó
que su voz se desvaneciera. Sintió las manos de él moverse entre ellos,
desabrochando su cinturón y empujando sus pantalones.
—Lo sé. Lo resolveremos. Solo tenemos que confiar el uno en el otro —
le recordó, luego empujó sus caderas. Ella se alzó y pudo sentirlo debajo,
todo ardiente calor y vigorosa dureza.
—Confío en ti —gimió mientras se deslizaba sobre su longitud. Él
desabrochó los botones superiores de su vestido, lo bastante para poder
meter la mano bajo la tela y besar a lo largo de su clavícula.
—Aún no, no lo haces —la informó. Ella negó.
—No, lo hago, yo…
—Está bien —susurró, levantando la cabeza y besándola en los labios—
. Algún día lo harás. Algún día, realmente me amarás y si es siquiera la
mitad de lo mucho que te amo, incendiaremos el mundo.
Dulcie nunca se había dado cuenta que la belleza pudiera herir, y
sollozó mientras él empezaba a moverse debajo. Embistiendo en su interior.
Se aferró a sus hombros y gritó en su cuello, sentándose quieta mientras él
hacía todo el trabajo. No podía dar nada en respuesta.
Solo mi corazón.
Él se levantó, sorprendiéndola un poco, pero no rompió su conexión
mientras la sujetaba en sus brazos. Fue gentil cuando la tumbó sobre la
mesa, cuidadoso mientras los movía para que estuvieran extendidos juntos.
Dios, ¿quién sabía que Constantine podía ser tan gentil? Él desabotonó el
resto de su vestido, apartó el cinturón en el medio y finalmente estuvo
completamente desnuda. Como siempre quería estar cuando se encontraba
a su alrededor.
Después de que él se hubiera quitado su camiseta, yació sobre ella. Lo
rodeó con sus piernas y siguió sus movimientos. Sus caderas se retiraron,
luego golpearon hacia delante en un ángulo, acertando en lugares muy
profundos, se estaba moviendo más allá de su alma.
—No quiero que esto acabe nunca —gimió ella, pasando sus manos por
la espalda de él.
—No tiene que hacerlo. —Con suspiró, moviendo sus caderas más
rápido. Dulcie meneó la suyas contra él, construyendo una fricción que
estaba amenazando con derretirla de arriba abajo.
—Juntos… los dos… para siempre —dijo jadeando de nuevo. Una de
las manos de él se deslizó por su cuerpo y presionó contra su pecho.
—Lo prometiste —dijo, y ella sintió sus dientes a lo largo del costado
de su cuello. Él mordió tan duro que la hizo chillar.
—Con, por favor, no puedo… tú… yo… estoy…
—Por favor —gimió, y ella sintió su mano en el lado de su rostro—. Por
favor, mírame.
—Sí.
El sexo era tal acto de ferocidad entre ellos. Dulce y gentil no eran cosas
que existieran entre bestias salvajes. Pero lo hicieron esa noche. Nunca
había sido tan consciente de él, nunca lo había sentido tan profundamente.
Miró sus ojos mientras el orgasmo se apoderaba de su cuerpo. No dejó de
mirar incluso mientras gritaba y mordía su labio inferior tan duro que sacó
sangre. Siguió mirando mientras las caderas de él embestían más y más
rápido hasta que finalmente se apretaron contra las de ella, sin moverse
más. Solo cuando dejó caer su cabeza sobre el hombro de ella, permitió que
sus ojos se cerraran y se concentró en la sensación de él mientras pulsaba
y latía en su interior.
No lo digas. Aún no. No hasta que lo sepas seguro.
—Te amo. —Él luchó por respirar—. Te amo malditamente mucho.
Destruiría todo este mundo por ti.
Dulcie abrió los ojos y miró al techo.
—Lo sé, Constantine. Lo sé.
veces siento que los colores son demasiado brillantes. No
puedo mirarlos, me hacen daño en los ojos. Esa es la razón
por la que solía pintar y dibujar solo en negro. Es el único
color seguro. Cuando estaba en el instituto, era mi color
favorito. Algo tras lo que me podía esconder. Después fue el rojo. Todavía lo
es. Granate, escarlata, borgoña, marrón, todos ellos. Tan hermoso sobre el
papel. Tan encantador en las puntas de mis dedos.
»Durante años sentí como si quisiese gritar. Eso es. Solo levantarme y
gritar. Y gritar, y gritar, y gritar. Si simplemente pudiese haber gritado todo
el día, cada día, quizás pudiese expulsar toda la locura. Nunca me preocupó,
sabes. De dónde venía, el parque de caravanas, mi madre, Matt. Nada de
eso me molestó jamás, porque simplemente podía esconderme en mis negros
y rojos, y bloquearlo todo. No, lo que me molestaba eran los pensamientos
jodidos que podía tener.
»La gente loca lo tiene fácil; no saben que están locos. ¿Ser
completamente consciente de lo jodido que estás? Eso es lo peor. Mirar a tu
madre y preguntarte si eres lo suficientemente fuerte para arrastrar su
cadáver bajo la caravana, así podrías dejarla pudriéndose, y saber que eso
no es normal, eso es lo peor. Saber que hay algo mal contigo, pero no querer
cambiarlo. Me pasé horas preguntándome qué estaba mal conmigo. Muchos
momentos fuera de la oficina del consejero, intentando convencerme de
entrar.
»Pero la auto-preservación es fuerte, y mi locura la tiene en grandes
cantidades. De todos modos, estaba resistiendo por algo mejor. Por la
grandeza. Si simplemente esperaba mi momento y dibujaba mis pinturas y
mantenía la boca cerrada, todo merecería la pena. Solo tenía que creerlo,
tenía que tener fe.
»Y Dios me envió un hermoso chico. Con grandes ojos azules y
brillantes dientes blancos, y un cuerpo tan jodidamente fantástico que
todavía no puedo creer que llegue a tocarlo. Hablando de una recompensa
por una larga infancia de mierda. ¿Cómo podía esto ser real? ¡El Constantine
Masters, el rey de la fiesta, el ídolo de la ciudad, y estaba hecho solo para
mí! Oh, sí, jodidamente creo en el poder de rezar, ni siquiera sabes la mitad.
»Antes de eso, pensaba que eras malo. Y no como “oh, mira al chico
malo de ahí, es tan excitante pero tan malo”, sino malo. Como más jodido
que dos como yo. Quizás si Dios era realmente bueno, serías peor que yo y
entonces mi locura palidecería en comparación. Fue fácil fingir durante
mucho tiempo. Hasta ahora. Tus hombros son tan anchos y grandes, tan
gruesos y fuertes. Podrías llevar esa marca, imaginé. Podrías ser el malo.
»Aunque tengo que decirlo, realmente eres tan inteligente como todo el
mundo dice que eres. Viste justo a través de mí, incluso antes de que
pudiese verlo yo misma. Viste a través de los rojos y negros, y viste este
precioso horror, estos sueños aterradores y simplemente los amaste. Me
conocías. Me tumbaste, me abriste en canal y me mostraste cosas dentro de
mí que ni siquiera sabía que estaban ahí. Todos los nuevos niveles de sexo,
amor y depravación, gente para la cual el mundo despierto no está
preparado. Y los pusiste frente a mí, aun así me negué a mirar. He tenido
los ojos cerrados por mucho tiempo. ¿Por qué me llevó tanto tiempo abrirlos?
El silencio duró tanto que Dulcie finalmente miró sobre su hombro.
Con estaba sentado en el suelo, observándola. Tenía una cerveza en una
mano y bebió de ella. Solo vestía unos pantalones, sin camiseta, y sus brazos
estaban cubiertos de suciedad hasta los codos. Tenía las rodillas dobladas
y lo pies apoyados en el suelo. También estaban cubiertos de lodo.
—¿Eso es todo? —preguntó, luego tomó otro trago. Ella volvió a darle
la espalda.
—Supongo.
—Tantas palabras, Dulcie. —Suspiró—. Todo porque no puedes decir
dos pequeñas palabras.
—Sí, sí. Sigue arrancando cosas, sigue mostrándomelas —susurró,
luego alzó su pincel y dejó brochazos irregulares sobre la pared. Gruesa
pintura negra siguió su paso. Quedó pintura de cuando el señor Masters
pintó su caseta del jardín. Dulcie la había encontrado en el garaje.
—¿Está terminado? —preguntó Con cuando ella se apartó para mirar
su trabajo.
—Nunca estará terminado —contestó ella, inclinando la cabeza a un
lado. Solo había una luz en la habitación. Ella le había quitado la pantalla,
pero no había servido de mucho. Ya que habían lanzado todos los muebles
a la parte trasera, ella había tenido que dejar la lámpara en el suelo. Solo
podía ver claramente su obra desde un ángulo.
—¿Está terminado por ahora? —corrigió, ella escuchó mientras él se
ponía en pie.
—Por ahora —susurró, soltando el pincel. Él se colocó detrás de ella y
Dulcie se estremeció. Solo llevaba la camiseta de él.
—Un cuerpo jodidamente fantástico, ¿eh? —gruñó, su aliento cálido en
la oreja de ella.
—Me encanta que prestases atención a las partes pertinentes de mi
confesión —se burló.
—Presté atención a todo. No te preocupes, también te amo —le aseguró.
Entonces ella se reclinó, confiando en que él aguantase su peso. Cuando
ella hizo contacto con su pecho, dejó salir un suspiro.
—Esa es la razón por la que nunca estará terminado.
Ella no podía decir las palabras porque aún no confiaba lo bastante en
él, no confiaba en sí misma. Pero podía darle esto… un momento en el
tiempo que siempre recordarían. Un corazón latente que solo le pertenecería
a él. Era todo negro, y la memoria de ella de anatomía era débil como mucho,
pero toda una pared estaba cubierta con un corazón. Un corazón real, con
arterias, ventrículos y sangre. Mucha sangre.
—Me encanta. Es perfecto —susurró él mientras le besaba la sien.
—Lo es, ¿no? —coincidió, los brazos de él envueltos en su cintura.
—Realmente lo es. Una pena que no estará aquí por mucho tiempo.
Vamos, tenemos mucho trabajo que hacer.
ulcie!
Se volvió ante el sonido de su nombre. Jared estaba
saludando mientras trotaba hacia ella, que sonrió y se
levantó.
—Hola, gracias por encontrarme con tan poca antelación —dijo, luego
se inclinó para abrazarlo cuando él se acercó lo bastante.
—Sin problema, me alegró que llamaras.
Ella hizo una mueca cuando vio su mejilla amoratada. Con no se había
contenido.
—Solo quería agradecerte por ayudarme ayer. —Fue directa al punto
mientras tomaba asiento de nuevo. Estaban en medio del parque y él se
sentó a su lado.
—Dios, no me agradezcas. Esperaría que cualquiera hiciera lo mismo
si hubieran visto lo mismo que yo —dijo él.
—Sí, lo sé. Pero aun así fue agradable. Y también quiero pedirte perdón,
por Con —continuó. Él asintió.
—Está bien. Hablamos por un rato. Ese chico realmente tiene una cosa
por ti.
—Él tiene algo, eso seguro.
—Ya sabes —dijo Jared despacio—. Me dijo muchas cosas, sobre
Matt… tu hermano.
—Medio hermano —corrigió rápidamente.
—Dijo cosas como que ha estado ocurriendo por un tiempo —siguió él.
—Sí. Sí, lo ha hecho. Ha empeorado desde que me mudé a la casa
grande. Está volviendo a Con loco —explicó.
—Puedo imaginarlo.
—No. —Ella negó—. Realmente loco. Nos metimos en esta enorme pelea
anoche, se golpeó a sí mismo, rompió un montón de platos. Va… va a hacer
algo.
Miró a Jared con ojos amplios. Sabía que no se veía muy bien; no se
había puesto ni una pizca de maquillaje antes de salir de la casa y había
estado despierta toda la noche. No dormir la había dejado con bolsas bajo
sus ojos y la piel menos reluciente.
—¿Qué va a hacer? —preguntó Jared. Ella suspiró y puso su alborotado
cabello detrás de sus orejas.
—Algo malo. No lo sé. No debería haber dicho nada —murmuró,
golpeteando sus dedos contra sus labios. Él extendió la mano y agarró su
muñeca.
—No, deberías. Tienes que hablar con alguien. Si está actuando de esta
manera, Dulcie, tienes que alejarte de él —insistió, sujetando su mano cerca
de su pecho. Ella negó.
—No. No es así, no me haría daño —dijo, pero su voz estaba temblando.
—No importa. Estás asustada y eso es bastante malo. Por favor, Dulcie.
Sé… sé que las cosas están raras entre nosotros. Pero somos amigos al final
del día. Al menos, te considero una amiga. Déjame ayudarte —insistió Jared.
—Después de todo lo que te dije. —Su voz bajó a un susurro—. ¿Aún
me ayudarías?
—En un latido.
Dulcie frunció el ceño y alejó la mirada, pero no liberó su mano. Él
estaba apretándole los dedos, casi masajeándolos. Ella se dio cuenta que
intentaba calentarlos; ella era puro hielo.
Hombre tonto, esa es la temperatura ambiental para mí. Cuidado,
podrías congelarte.
—No debería haber venido aquí. —Se puso en pie abruptamente. Él se
aferró rápido a su mano.
—Deberías. Me alegra que lo hicieras. En serio, me estás asustando.
—Tengo que irme. Si Con averigua que hablé contigo sobre esto…
—¿Qué? No me asusta —se burló Jared. Ella finalmente bajó la mirada
a él.
—Debería.
Luego se liberó de su agarre y trotó hacia su auto. Para el momento en
que él estaba a medio camino de ella, Dulcie ya se alejaba. Dejó escapar una
profunda bocanada y echó un vistazo por el espejo retrovisor. Apenas
reconoció los ojos que le devolvían la mirada. El ámbar era casi tragado por
el negro. Negó y miró hacia delante.
Uno listo. Uno más al que ir. Sigue moviéndote.
Dulcie raramente veía a su madre ya. Desde que se había mudado,
nunca ni una vez había vuelto a la caravana. Nunca tuvo razón para hacerlo,
por lo que a ella respectaba. Era solo una caja sobre ruedas. Una sala de
espera para los no del todo muertos.
No se molestó en tocar cuando entró. Su padrastro estaba desmayado
en el sofá, roncando ruidosamente mientras la televisión siseaba, llena de
estática y nieve. Había algunos ruidos amortiguados en la parte trasera de
la caravana, un perceptible sonido de chillido. Como los resortes de un
colchón.
—¡Mamá! —gritó Dulcie, luego golpeó la pared. El ronquido en el sofá
continuó, pero los resortes de la cama dejaron de chillar. Un par de minutos
después, su madre salió del dormitorio trasero, poniéndose una camiseta
sin mangas.
—¿Eres tú, niña? Señor, ¡han pasado años! —gritó, abrazando a Dulcie
cuando la alcanzó.
—Sí. Solo quería pasarme, ver cómo estabas —replicó, encogiéndose y
tratando de no respirar por la nariz.
—¡Qué dulce! ¿Quieres un poco de té?
Dulcie dijo que sí y se sentaron a la diminuta mesa en la parte delantera
de la caravana. Mientras su madre buscaba algunas tazas limpias, un
hombre salió desde atrás, carraspeando ruidosamente mientras se subía
sus pantalones. Cuando finalmente desalojó lo que lo molestaba, lo escupió
en el suelo, luego asintió a las mujeres en la cocina.
—Señoras —dijo, luego le guiñó a Dulcie antes de salir por la puerta.
Si pudiera arrancar la estufa de la pared, abriría la manguera de
propano. Una chispa y este lugar ya no existiría. ¿Traje alguna cerilla?
Su madre les sirvió vasos de té dulce. Luego charlaron sobre cosas
estúpidas. Su madre parloteó sin parar sobre un nuevo Walmart que
acababa de abrir, que estaba pensando en conseguir un trabajo, que
esperaba que Matt consiguiera un trabajo.
Dulcie habló cada vez menos, dejando a su madre llenar los huecos.
Miró a la mujer mayor, preguntándose qué había sucedido en su vida para
convertirse en la persona que era en ese momento. Tessa Bottle era la
cáscara de un ser humano, solo viva a medias en el mejor caso. Chupaba
pollas por crack, follaba a extraños por metanfetaminas y ni siquiera se
drogaba apenas… casi todo era para su marido.
¿Por qué era tal sombra de una persona? Dulcie no tenía ni un solo
recuerdo de su madre siendo decente. Estando entera. Tal vez les había dado
todo a sus hijos, tal vez le habían chupado la vida. A veces, Dulcie se sentía
como si estuviera desbordada de vida. Como si estuviera tan llena de energía
y éter y materia oscura que podría explotar en cualquier momento.
—…orgullosa de ti por estar con un chico como él. —La voz de su madre
interrumpió sus pensamientos.
—Lo siento, ¿qué? —Dulcie negó, volviendo al presente.
—Oí que estabas viendo al chico Masters. ¡Mi hija con el hijo del alcalde!
No puedo creerlo. Siempre te dije que eras linda, ¿no es así? Solo
necesitabas hacer algo con tu cabello de vez en cuando, pero aparte de eso,
muy linda. —Su madre suspiró, luego extendió la mano para juguetear con
el extremo de la trenza de Dulcie. Apartó su mano de un golpe.
—Gracias, me aseguraré de recordar eso la próxima vez que salgamos
en una cita —bromeó.
—¿Tiene… tiene mucho dinero?
Ah, ahí estaba. Dulcie se había preguntado cuánto tomaría. La
conversación había sido demasiado normal hasta ese punto. Miró alrededor,
luego se inclinó cerca y sonrió con conspiración.
—Sí. Me mudé a la casa grande. Mamá, es hermosa. Tantos
dormitorios, ni siquiera sabemos qué hacer con todos. Me compra regalos y
me lleva a lugares, es… es como un sueño. —Suspiró.
O una pesadilla. Es difícil decirlo.
—Eso es maravilloso, cariño. Sabes, las cosas han sido horriblemente
duras por aquí. Tu padrastro se hirió la espalda, ya sabes, y no ha sido
capaz de trabajar en la fábrica, y Matt, bueno, está tan enfermo, cariño.
Podríamos realmente usar tu ayuda —dijo. Dulcie frunció el ceño y asintió.
—Por supuesto, mamá. Todo lo que tenías que hacer era decir algo, me
siento horrible.
Rebuscó en su bolso de mensajero y sacó su billetera. Con le había
dado cinco mil dólares esa mañana. Se suponía que los iba a ahorrar en
caso de emergencia, pero sabía que servirían a un mejor propósito en ese
momento. Sacó el fajo de veintes y lo deslizó por la mesa. Los ojos de su
madre casi sobresalieron de su cabeza.
—Oh, Dios mío, cariño, ¡gracias! ¡Muchísimas gracias! Agradécele a ese
hombre —habló mientras agarraba el dinero. Hubo un chirrido desde detrás
y cuando Dulcie miró sobre su hombro, fue para ver a su padrastro de pie,
observando toda la transacción.
—Tu novio es muy generoso —dijo, su voz llena de sospecha.
—Lo es —concordó Dulcie, luego se levantó—. Tengo que irme ya.
Su madre hizo un gran espectáculo para decir adiós, todo sin levantar
la vista del dinero. Dulcie finalmente salió, a media frase. Cuando dio un
paso afuera, fue para encontrar a Matt de pie junto a su auto. Estaba
fumando y dejando caer la ceniza sobre su capó. Suspiró y caminó hacia él.
Había esperado encontrarse con él, pero hubiera preferido que fuera dentro.
Solo podía esperar que le preguntara a su madre sobre qué había sido la
visita; esperar que él investigara un poco.
—¿Visitando a mami y papi? —preguntó. Ella se detuvo delante de él.
—Mira —empezó—. Les dejé un montón de dinero. Hay más por llegar,
si me dejas en paz.
—Nah, eso no fue parte de nuestro trato, ¿recuerdas? Nunca dije nada
sobre darle dinero a mamá. —Se rió entre dientes, luego sopló el humo en
el rostro de ella.
—Matt, no lo entiendes. No puedo… no puedo hacer lo que quieres —
siseó.
—Harás lo que sea que diga o voy a correr a la puta policía —amenazó.
—¡No puedo! Matt… él… te matará —susurró.
De repente, la agarró por la garganta y la giró, sujetándola contra el
vehículo. Contuvo la respiración cuando él se inclinó cerca.
—¡¿Quién, el niño rico?! No tiene las pelotas —gruñó. Ella negó.
—Sí las tiene. Me lo dijo. Descubrió lo que pasó, lo ha planeado todo.
—Se ahogó con las palabras.
—¿Qué jodidamente planea?
—Por favor, Matt, solo créeme. Solo toma el dinero y nadie saldrá
herido.
Él golpeó su espalda de nuevo, luego alzó el cigarro encendido a su
rostro. Ella miró mientras se acercaba más y más, sus pestañas casi
rozando la ceniza que amenazaba con caer en su mejilla.
—Jodidamente dime qué ha planeado el niño rico o alguien saldrá
herido ahora mismo —le aseguró. Ella jadeó por aire.
—Dijo que va a encontrarte y hacerte pagar. Va a demoler todo este
lugar hasta el suelo, contigo dentro. Luego va a enterrarte en las vías del
tren. —Resolló.
Matt retrocedió y ella se dobló, aspirando aire ruidosamente.
—¿El cabrón piensa que puede matarme? ¡¿Un puto niño rico cree que
podría matarme?! Ese hijo de puta. Cree que puede jodidamente comprarme
con su dinero, cree que puede amenazar mi casa —gruñó Matt mientras se
paseaba de un lado a otro. Dulcie finalmente se enderezó, frotando su
garganta.
—Hablo en serio, Matt. Es peligroso. Te hará daño, les hará daño —
insistió mientras movía su cabeza hacia la caravana.
—Que se joda eso. Ve a decirle a ese imbécil que voy a ir a su casa y
joderle. ¿Le gustaría eso? Tal vez joderé a su pequeña princesa, justo delante
de él —sugirió, acercándose a ella de nuevo. Ella se deslizó por el lado del
auto.
—Solo toma el dinero. Dejé cinco mil dólares —dijo.
—¡¿Cinco mil dólares?!
—Sí, me los dio esta mañana, yo…
—¿Ese hijo de puta simplemente te dio cinco mil dólares?
—Bueno, sí. Sus padres son ricos. Pensé… pensé que tal vez si los
tenías, te calmarías —sugirió. Una malvada sonrisa se extendió por el rostro
de él.
—Oh, estoy calmado. Estoy real y jodidamente calmado.
—Por favor, Matt. Está loco. Estoy realmente asustada. —Su voz cayó
a un susurro. Él finalmente la miró a los ojos.
—Bien. Deberías. Ahora ve a decirle a ese imbécil que debería estar
asustado.
l olor golpeó a Dulcie en el momento que entró a la casa de Con.
Comenzó a tener náuseas y se giró en círculo, buscándolo.
—Lo siento —gritó, y ella levantó la mirada para verlo bajar
corriendo las escaleras—. Lo siento por el olor. No estoy seguro de cuál es
peor.
—¿Eso es alcohol? ¡Huele como una fábrica de vodka! —espetó,
tapándose la nariz con la manga. La voz de él fue alta cuando se rió.
—Lo desearía.
—Y qué es eso… eso… Dios… ¡¿qué es eso?! —Ella no era capaz de
reconocer cuál era el otro olor, solo que era el olor más asqueroso con el que
se había encontrado jamás.
—Oh, sí. No lo oliste anoche porque lo dejé en la cabaña. Lo puse a la
mesa, parecía encajar —comentó Con como única explicación. Dulcie se giró
hacia el comedor e instantáneamente comenzó a tener arcadas.
El mantel y los platos todavía estaban hechos un desastre en el suelo.
Muchas sillas estaban volcadas, incluida la de Con, pero no la de Dulcie. Su
silla había sido colocada de nuevo y ahora tenía un ocupante.
Jebediah Masters de nuevo sentado a la cabeza de su mesa de comedor.
Aunque, por supuesto, probablemente se veía mucho peor de lo que había
estado la última vez que había estado ahí. Había estado muerto y enterrado
durante dos meses; la noche anterior mientras Dulcie había pintado su
corazón, Con lo había desenterrado.
—No puedo. —Volvió a tener arcadas—. Voy a… vomitar.
—¿Aprensiva? Estoy sorprendido —se burló Con, luego pasó a su lado
hacia el comedor. Agarró el mantel del suelo y tapó el cuerpo con él.
—No, aprensiva no. Solo… el olor… Santo Dios —intentó explicar. Era
demasiado, realmente iba a vomitar. Se tapó la boca con ambas manos y
corrió escaleras arriba. Corrió directamente a la habitación del corazón y
luego tomó aire con grandes jadeos, oliendo solo los vapores de la pintura.
—¿Mejor? —La voz de Con se oyó detrás de ella.
—Un poco. —Asintió.
—Bien. ¿Cómo fue?
Se giró para enfrentarlo.
—Fui a casa de mi madre, le di todo el dinero que me diste —comenzó.
—¡¿Todo?!
—Sí.
—Jesús, Dulcie. Terrible y jodidamente generosa.
—Matt no estaba allí, no sabía qué hacer. Quería ofrecerle el dinero a
él, sobornarle, pero no estaba allí. Así que se lo di a mi madre, sabiendo que
le hablaría de ello. Entonces, cuando me fui, él estaba esperando fuera —le
contó.
—¿Intentó algo? —preguntó Con. Ella asintió.
—Amenazó con quemarme el ojo con un cigarro. Me dijo que tú deberías
temerle a él. Me dijo que te iba a hacer mirar mientras me violaba. —Lo
contó todo. Con apretó los dientes por un segundo y tomó varias
respiraciones profundas a través de la nariz.
—No creo que tengas ni idea de cuánto voy a disfrutar esto —respondió
finalmente, su voz tan baja que ella tuvo problemas para escucharlo. Tragó
con fuerza.
—Creo que tengo una corazonada. ¿Y si algo sale mal? ¿Y si…? —
comenzó a hablar rápido. Él estiró la mano y juntó sus labios.
—Basta. Sé valiente. Sé quién estabas destinada a ser —susurró,
luego se inclinó y la besó.
Nada en la tierra era como besar a Constantine. Era como si en ese
momento, estuviera dentro de él. Estaba fundida con él, era una con él. Con
nunca se contenía, vertía cada sentimiento que tenía en todos sus besos. La
impresionaba que él nunca hubiese tenido sexo casual, o ella, para el caso,
porque no había nada casual en lo que sucedía entre ambos. Era tan serio
como…
…como un ataque al corazón.
Él gimió en su boca y metió las manos en el cabello de ella,
sosteniéndola en el ángulo que le gustaba. La empujó y ella se lo permitió,
porque, ¿qué otra opción tenía? Su espalda chocó contra la pared y pudo
sentir su ropa pegándose en la pintura todavía húmeda. Pudo sentirla
cubriéndole el cabello. Ella suspiró y arrastró las uñas por sus antebrazos
antes de rodearle los bíceps con los dedos.
—Nunca llegué a decírtelo —susurró cuando él finalmente se apartó.
—¿Qué? —preguntó, cerrando las manos en puños mientras ella le
besaba un lado de la mandíbula.
—Pienso que eres hermoso. Esa es la razón por la que nunca dibujo tu
rostro. Nunca pude hacerte justicia. Eres la cosa más hermosa que he visto
jamás. Solo quería que supieses eso —farfulló Dulcie.
Dejó de besarla y se echó un poco atrás, así podía mirarla a los ojos.
Sus hermosos ojos azules, rodeados de unas pestañas tan negras. Él se
había puesto moreno durante el verano, aunque no se acercaba al oscuro
de ella. Era de piel clara y encajaba con él. Su cabello castaño estaba hecho
un desastre y greñudo, probablemente necesitaba un corte, pero a ella le
gustaba. Era un poco salvaje, una apariencia que el llevaba bien. A Dulcie
se le llenaron los ojos de lágrimas y movió las manos al pecho de él,
presionándolas sobre su corazón.
—Pequeña —susurró él—. Tienes que empezar a confiar en mí.
—Lo hago —espetó, y una lágrima finalmente se deslizó por su mejilla.
Él la limpió rápidamente con el pulgar.
—Entonces confía en mí cuando digo que saldremos bien de esto.
Simplemente confía en mí y haz todo lo que dije, y no tengas miedo, y
estaremos bien —le aseguró.
—Si tú lo dices —murmuró. Él se rió.
—Y lo hago. Y llegarás a experimentar toda esta magnífica belleza por
tanto tiempo como quieras —bromeó, apoyando la frente contra la de ella—
. Y llegaré a experimentar la tuya. Simplemente vamos a superar esta noche.
Eso es todo lo que tienes que hacer y, entonces, podremos estar juntos del
modo que queramos.
Al final de su declaración, un pensamiento pasó por la mente de Dulcie.
¿Y qué modo es ese? Sin esta ciudad, sin esta leña para nuestro fuego,
¿qué tenemos?
No tuvo oportunidad de explorar sus pensamientos. Con movió las
manos a sus costillas y las apretó, alzándola lentamente del suelo. Era
mucho más fuerte que ella. Mucho más grande. Casi podía levantar el
pequeño cuerpo de ella sobre su cabeza. Aunque no lo hizo, y ella envolvió
las piernas a su alrededor. Estaba presionada contra la pared, luego él
presionó la pelvis contra la de ella y, de repente, hubo temas mucho más
importantes a tratar. Puede que no sobreviviesen a la noche… ¿ella
realmente quería pasar sus últimos momentos juntos hablando sobre el
futuro?
Aparentemente, Con se sentía del mismo modo y, en cuestión de
minutos, le quitó los pantalones cortos y los lanzó al suelo. Chocaron contra
una lata de pintura, y mientras empujaban sus cuerpos, gritaban y gemían
mientras hacían pedazos el alma del otro, todo fue cubierto de negro.
n retrospectiva, tomar una ducha fue estúpido. Pero la pintura se
estaba secando y picaba, y las partes de ella que no estaban
cubiertas con pintura, estaban húmedas con sudor, así que ni
siquiera lo pensaron. Fueron al gran baño al final del pasillo y se
pararon bajo el chorro, limpiando las capas de pintura.
Ella quería lavarse el cabello, así que después de darle un gran beso y
quitarle la respiración, Con salió de la ducha. Dulcie lo miró por la puerta
de cristal de la ducha mientras se ponía un par de viejos vaqueros y luego
salía de la habitación.
Tal vez fue diez minutos después cuando la luz se fue.
Gracias a Dios que aclaré el champú.
En un instante, cerró el agua. Permaneció ahí por un segundo,
quedándose tan quieta como era posible mientras agudizaba el oído. Todo
lo que podía oír era agua goteando de su cuerpo, así que abrió la puerta y
dio un paso en la esterilla de baño.
La habitación estaba oscura como boca de lobo, sin ventanas en
absoluto. Se agachó y se desplazó por el suelo, su brazo extendido frente a
ella. Cuando su mano finalmente colisionó con la cesta de la ropa sucia,
suspiró de alivio. El baño de la habitación principal era lo bastante
agradable, pero el baño de la parte trasera de la casa era mucho más grande,
con un jacuzzi y una ducha aparte que era fácilmente lo bastante grande
para ocho personas. Ella y Con preferían usarla cuando se duchaban juntos,
así que mucha de su ropa estaba guardada en ese baño.
Sacó cosas de la cesta hasta que sintió un pequeño pedazo de vaquero.
Pantalones cortos. Se los puso, todavía agachada en el suelo, luego volvió a
rebuscar. Cuando agarró lo que se sentía como una camiseta, se la puso,
luego rápidamente se dio cuenta que era de Con. Al menos no estaba
desnuda, pensó, así que se puso de pie y se movió hacia la puerta.
Presionó la oreja contra la madera y escuchó. Podía oír algo, pero era
débil. Casi sonaba como risa. Gente, carcajeándose y gritando, vagando por
las habitaciones. No podía decir cuántos, sin embargo. Había una débil luz
que venía por debajo de la puerta, así que se tumbó sobre el estómago e
intentó mirar afuera.
BANG.
Algo golpeó el suelo. Tan rápido, tan abruptamente, que en realidad
chilló. Se puso de pie y dio un par de pasos atrás. Hubieron algunos golpes
más, luego el pomo lentamente empezó a girar. No se había molestado en
cerrarlo. La puerta se abrió y fue cegada por un momento cuando una
linterna fue apuntada a su rostro.
—¡Bien, bien, bien! ¿Qué tenemos aquí? Y ya está húmeda, mi favorito
—siseó una voz.
Dulcie no tenía ni idea de quién era el hombre delante de ella; era alto,
con cabello oscuro y piel con granos. Estaba sosteniendo una linterna y la
balanceaba gentilmente. De un lado a otro. Ella alzó la mano para bloquear
la luz y frunció el ceño.
—¿Qué estás haciendo en mi casa? —exigió.
—No juegues a eso conmigo, niña. Matty nos contó todo sobre tu novio
rico. Nos contó todo sobre lo que le hicieron al pobre viejo Larry. Creo que
vamos a mudarnos aquí con ustedes. Así que, por qué no vienes aquí y nos
das una buena bienvenida a casa —sugirió, luego extendió la mano para
agarrarla del brazo. Ella le golpeó la mano.
—¡Jodidamente no me toques! —gritó.
—¡Cálmate! No quieres que la policía aparezca, ¿verdad? Podría tener
una conversación con ellos sobre algunas de tus actividades
extracurriculares —le advirtió, luego se las arregló para agarrarla de la
muñeca. Apoyó su hombro contra el marco de la puerta y empezó a tirar de
ella.
—¡Para! ¡Basta! —chilló.
Hubo un fuerte ruido y algo húmedo salpicó su cuello. Estaba luchando
para quitar los dedos de él de su muñeca cuando sucedió y se congeló por
un segundo. La mano de él cayó y ella alzó la mirada, luego gritó de
inmediato.
Su globo ocular izquierdo sobresalía de su cabeza. Era una vista
terriblemente poco natural, con su párpado casi completamente cerrado
sobre el orbe. No parecía demasiado molesto, sin embargo. Su boca estaba
floja y parecía estar murmurando algo, aunque ella no podía encontrarle el
sentido. Mientras cubría su boca con su mano, miró a su ojo bueno ponerse
en blanco y cayó de rodillas. Cuando se lanzó hacia delante, ella se apresuró
a salir del camino.
—¿Estás bien?
Miró a la puerta para encontrar a Con allí. La linterna había caído al
suelo en el pasillo, arrojando la luz desde debajo, haciéndolo verse
ligeramente macabro. Aún no llevaba una camisa y tenía marcas de
salpicaduras rojas por su pecho. Ella se dio cuenta que era sangre y bajó la
mirada a sí misma. Había sangre en su camiseta blanca y cuando tocó su
garganta, vio que le había salpicado.
—Bien —exhaló, sus ojos moviéndose al bate que él tenía en su mano.
El mismo bate que ella había usado para destruir la casa de Jared—. ¿Tú lo
estás?
La punta del bate tenía sangre, así que ella se giró para mirar al
invitado caído. Donde la parte trasera de su cráneo debería haber estado,
había solo papilla. Sangre y cabello y hueso. Probablemente materia
cerebral, no miró demasiado cerca. Con debía haber subido justo después
de él y luego solo lo balanceó, intentando dar el golpe perfecto.
Nunca esperaría nada menos que un home run de Constantine.
—Grandioso. Vamos —le respondió, luego la sacó del baño y cerró la
puerta, escondiendo el cuerpo.
Dulcie levantó la linterna y se apresuró detrás de él, que acechaba por
el pasillo, completamente sin miedo de quien pudiera estar en la casa o
cuántos fueran. Se paró en la parte superior de las escaleras y bajó la mirada
a la oscuridad, entonces ella se movió a su lado y alzó la luz.
—¿Ahora qué? —susurró, echándole un vistazo. Él siguió mirando a la
oscuridad.
—Terminamos lo que empezamos.
Rudamente la agarró del brazo y empezó a arrastrarla por el pasillo. La
linterna cayó al suelo y golpeó contra una pared. Debía haberse soltado una
pila, porque la luz empezó a aletear erráticamente, actuando como una luz
estroboscópica en la casa a oscuras. Con la empujó a su habitación. No la
principal, sino la habitación con el corazón en la pared.
—¿Qué estás haciendo? —Estaba atónita cuando él casi la lanzó por la
puerta. Tropezó y cayó contra el corazón gigante.
—Estarás a salvo aquí —la informó, luego dio un portazo.
Se apartó de la pared y corrió tras él, pero cuando sacudió el pomo, lo
encontró bloqueado. Era una casa vieja, las puertas tenían cerraduras de
aspecto antiguo, y una llave maestra servía para todas. Con la había
encerrado en la habitación.
—¡Detente! —chilló, golpeando la puerta—. ¡Detente, no hagas esto!
Hubo pasos entonces, pero no podía decir si eran de él alejándose o de
alguien moviéndose alrededor. Podía oír movimiento en las escaleras, el
sordo sonido de alguien subiéndolas. Enloqueció y empezó a gritar,
sacudiendo y tirando del pomo.
¿Y si resulta herido? ¿Y si algo sucede? Tengo que estar ahí. Si muere,
tengo que ser una parte de ello. ¿Cómo pudo hacernos esto?
Algo pesado golpeó la puerta y ella saltó atrás. Entonces, hubo
completo silencio. La única luz en la habitación procedía de la luna,
haciendo que todo a su alrededor pareciera plata. Excepto por el corazón en
la pared. Seguía siendo tan negro como siempre.
Dulcie respiró profundamente y se dejó caer de rodillas. Se inclinó más
cerca, intentando mirar por la cerradura. La linterna seguía parpadeando
en el suelo. Hubo un ruido en la distancia, algo o alguien desplazándose.
Presionó su oreja contra la puerta por un segundo, intentando averiguar
qué era, luego se movió para mirar por la cerradura de nuevo.
—Dulcie.
Se sobresaltó, pero no se movió cuando vio un ojo devolviéndole la
mirada. Era azul, pero no el azul profundo de Con. Este azul era apagado y
pálido, rodeado de piel que parecía más gris de lo normal en la luz
estroboscópica.
—Matt —dijo con un jadeo—. ¡¿Qué haces aquí?!
—Me invitaste a una fiesta. —Se rió.
—No lo hice.
—Claro que lo hiciste. Me dijiste que ese chico tiene montones de
dinero, me dijiste que va a joderme. A mí me parece una invitación. Así que
traje a algunos de mis amigos a la fiesta, espero que estés lista —le dijo,
luego ella lo escuchó sacudir el pomo.
—No puedes entrar aquí —le advirtió.
—Ya veremos.
Antes de que pudiera cumplir su amenaza, sin embargo, hubo un ruido
de colisión, seguido por un grito. Más bien un rugido. Un sonido animal que
provocó que el corazón de Dulcie latiera más rápido y más duro. Matt saltó
y desapareció de su vista.
—¡No! ¡No huyas! ¡Jodidamente vuelve aquí! —empezó a gritar de
nuevo, golpeando la puerta.
Otra figura pasó corriendo la cerradura, pero solo era negrura
moviéndose en la brillante luz. Una sombra pasándola. No podía decir quién
era… ¿dónde estaba Con? ¿Se encontraba bien? No podía manejar esto, iba
a volverse loca.
Bueno, más loca.
Se puso de pie y se apresuró al otro lado de la habitación, bordeando
con cuidado donde se había derramado la pintura antes. Los rodillos y
brochas que había usado la noche anterior seguían ahí, pero ninguno la
ayudaría. Entonces encontró la pala de Con, la que había usado para
enterrar a su padre. La había subido cuando se había unido a ella en la
habitación.
Dulcie la agarró y cargó contra la puerta. Con un grito, embistió la pala
contra el lado de la puerta. La contoneó de un lado a otro, la sacó, luego la
empujó de nuevo. Realmente la trabajó entre la puerta y el marco. Un golpe
más y cuando lanzó su peso contra el mango, la puerta se inclinó y el cerrojo
se arrancó del marco.
Corrió al pasillo a tiempo para ver a Con y Matt luchando arriba de las
escaleras. Observó cuando Con pudo enganchar un brazo alrededor del
torso del hombre más pequeño, permitiéndole hacer trastabillar al otro tipo
y tirarlo por las escaleras.
Ella escuchó mientras el cuerpo rodaba por los escalones. Hubo gritos,
un enfermizo sonido de crujido, y luego silencio por un momento. Después,
un suave llanto.
—¿Por qué? —susurró, moviéndose para estar junto a Con. Él
respiraba en jadeos.
—Era él o nosotros, Dulcie, sabes que tenía…
Ella lo golpeó en la espalda con la pala, lo bastante duro para
provocarle una mueca.
—¡¿Por qué me encerraste en esa puta habitación?! —chilló.
—Porque tenías razón, has hecho todo lo pesado hasta ahora. Era mi
turno.
Antes de que pudiera golpearlo de nuevo por hacer tan egoísta
declaración, él bajó las escaleras. Estaba más oscuro abajo, todas las
cortinas estaban corridas, aunque la puerta principal se hallaba
ampliamente abierta y dejaba entrar la luz de luna. Caía sobre la forma
desplomada de Matt, mostrando un par de piernas rotas. Algo más no
parecía correcto, pero Dulcie no podía averiguar qué.
—Espera —gritó, siguiendo a Con a un paso más tranquilo. Él alcanzó
la figura llorando y se movió para pararse sobre él.
—Oh, he esperado demasiado tiempo por esto. —Con suspiró, luego se
inclinó y agarró la cabeza del otro hombre. Dulcie jadeó y, al mismo tiempo,
un movimiento en la puerta captó su atención.
—¡No, espera! No lo…
Sin embargo, él no escuchó. Con echó sus brazos hacia atrás con tal
fuerza que Dulcie pudo oír la espina romperse desde donde estaba en las
escaleras. Hizo una mueca cuando echó la cabeza hacia atrás en un ángulo
imposible, de modo que yacía contra los omóplatos del cuerpo.
—Dios, eso se sintió bien —gruñó Con, poniéndose recto.
—No era él —susurró Dulcie, mirando a la puerta.
—¿Qué? —preguntó, finalmente volviéndose para ver lo que ella
miraba.
—Puta mierda.
Matt estaba de pie en la puerta, observando con ojos amplios el acto de
asesinato que acababa de presenciar. Claro, Matt era un mal tipo y
probablemente no tenía escrúpulos para cometer algunos crímenes. Había
estado listo para violar a su propia hermana, no era un buen tipo. Pero el
asesinato era otra cosa completamente y ver a alguien hacerlo con sangre
fría no era fácil para una persona promedio. Especialmente cuando la
persona asesinada era un amigo.
—Te dije que vinieras a donde vivo —exhaló Con, y Dulcie vio su sonrisa
de marca extenderse por su rostro.
—¡Estás jodidamente loco! —gritó Matt, tambaleándose por el porche.
Con corrió tras él, riendo ruidosamente y gritando amenazas.
Dulcie dejó escapar un profundo aliento y fue al pie de las escaleras.
Miró el cadáver. Era algún tipo que nunca había conocido. Más como un
chico… no podía adivinar su edad, pero se veía joven. Probablemente cerca
de su propia edad. Matt debió haberle parecido genial, probablemente le dio
drogas y le prometió un buen rato. “Oye, vamos a una fiesta en la colina,
asustaremos a alguna gente, robaremos alguna mierda, tendremos unas
risas”, y ahora el chico estaba muerto.
Dejó caer la pala sobre él y salió por la puerta. Con se encontraba en
la calzada, mirando a los bosques que rodeaban la propiedad. Dulcie se
detuvo junto a él por un segundo, luego extendió la mano y agarró la de él.
Entrelazaron sus dedos.
—¿Huyó? —preguntó ella.
—Sí.
—Vio lo que hiciste.
—Lo sé.
—Probablemente está ahí fuera, observándonos.
—Eso espero.
Con se volvió para enfrentar la casa y Dulcie fue forzada a seguirlo.
Alzaron la mirada hacia el gran edificio blanco, observando las
contraventanas verdes oscuras y las impresionantes columnas. Recordó
mirarla cuando era pequeña, pensando que era un lugar mágico. Casi se rió
ante cuán cierto había resultado ser ese pensamiento.
Con la soltó y se acercó a donde estaba estacionado el Cutlass. Abrió
la camioneta y rebuscó dentro. Cuando volvió, sostenía una pequeña caja
en su mano. La agarró del brazo y la hizo retroceder un par de pasos,
mirando duro a sus pies.
—No hay vuelta atrás —susurró. Él negó.
—Estamos más allá de eso, de todos modos. Solo hacia el frente, de
aquí en adelante. Di adiós, Dulcie.
—Adiós, Dulcie.
Él pasó una cerilla de madera contra la caja, luego la arrojó al suelo
delante de ellos. Donde un terrón había sido cavado en la grava. Había un
charco de líquido en él, y al momento en que la cerrilla se acercó, estalló en
llamas. El fuego siguió el camino del líquido hacia el porche y por la puerta.
Una vez dentro, incendió la húmeda alfombra de la sala de estar y las
ventanas estallaron con la hinchazón del calor que recorría la casa.
Mientras Dulcie había estado corriendo por toda la ciudad durante el
día, Con había ido a comprar un par de botellas de alcohol isopropílico10 de
tamaño industrial. Había dejado jarras de gasolina en un par de dormitorios
y en el sótano y había vertido un montón alrededor de la parte trasera de la
casa, pero el olor era demasiado para simplemente arrojarlo alrededor de la
casa. Matt y sus amigos lo habrían olido al momento en que hubieran puesto
un pie en el interior. Sin embargo, el alcohol no era un olor que normalmente
asustara a la gente, y el alcohol isopropílico ardía excepcionalmente bien.
Un pequeño hecho que Con había guardado desde la escuela.
Mientras se quedaban ahí juntos y observaban la casa arder en llamas,
estuvo sorprendida al encontrar que se sentía un poco triste. Estaba
mirando una fantasía de la infancia arder. Mirando algunos de sus
recuerdos convertirse en cenizas. Desearía haber tomado una foto de su
corazón.
Una brisa sopló por su espalda y se estremeció, luego le echó un vistazo
a Con tenía los brazos cruzados sobre su pecho desnudo y su mirada era
intensa mientras observaba el fuego arder. Tenía sangre en sus manos y
manchaba su mejilla. Sus pies desnudos estaban sucios también. Se veía
como una cosa salvaje, como algo salido de una pesadilla. Como un
monstruo. Y como si pudiera leer sus pensamientos, lentamente se volvió a
ella y se inclinó cerca. Dulcie se dio cuenta que sonreía. Una sonrisa tan
grande que podía ver todos sus colmillos.
—Esta es la parte en la que huyes, pequeña.
10
Es un alcohol incoloro, inflamable, con un olor intenso y muy miscible con el agua.
amas la golpearon en el rostro, cortaron sus pies desnudos,
mientras Dulcie corría a través del bosque. Respiraba
entrecortadamente, impulsando sus piernas con tanta fuerza
como podía. Se sentía como si llevara corriendo una eternidad,
pero sabía que no estaba lo bastante lejos. Aún no.
Fue atrapada fuera de guardia cuando llegó al borde de la línea de
árboles y chilló mientras se tropezaba y caía por el lado de una colina. Más
como un enorme terraplén. Rodó a través de arbustos y hierba hasta que
chocó contra algo duro. Gimió y se frotó las costillas mientras se ponía de
rodillas. Bajó la mirada para ver qué había golpeado.
Una vía. Había corrido directa a las vías del tren. La casa de Con estaba
a solo tres kilómetros de la estación abandonada y cuando levantó la cabeza,
el enorme edificio se alzaba frente a ella. Limpió su rostro, luego se puso de
pie y empezó a correr de nuevo, veloz por el centro de las vías.
Se alzó sobre la plataforma y corrió por ella. El primer conjunto de
puertas al que llegó, estaba cerrado… alguien había envuelto una cadena
entre los tiradores y los cerró con candado. Maldijo en voz alta y se apresuró
al siguiente par, solo para encontrarlas encadenadas también. No había
estado esperando esto; si todas las puertas estaban cerradas, no estaba
segura de qué hacer.
Cuando llegó a las últimas, sin embargo, se abrieron antes de que
pudiera probar los tiradores. Chilló cuando un brazo se extendió y agarró el
frente de su camiseta. Fue metida a la fuerza en el edificio.
—Qué mierda haces aquí —siseó una voz en su oído mientras un brazo
le rodeaba la garganta. Había estado atónita al principio, pero una vez que
reconoció al propietario de la voz, soltó un suspiro de alivio.
—Matt. Gracias a Dios —exhaló, agarrando su muñeca. Él la arrastró
hacia atrás, adentrándose más en la estación.
—¿¡También vienes a matarme!? —gritó. Ella negó.
—Te lo dije. Te advertí que está loco —dijo rápidamente—. Quemó la
casa, para eliminar las pruebas. Huí.
—Ese hijo de puta mató a mis amigos. —Su voz de repente era un poco
temblorosa. Matt estaba asustado. Ella dejó que sus ojos se cerraran por un
segundo.
—Lo sé. Va a matarme también —susurró.
—Que se joda eso. Que se joda todo esto —gruñó, y la soltó
abruptamente. Ella se tambaleó un poco, luego se volvió para verlo dirigirse
a las escaleras. Fue a seguirlo, luego gritó cuando algo le cortó el pie.
Había cristal por todo el suelo… Matt debía haber roto una ventana
para entrar en el edificio. Ella rodeó con cuidado y de puntillas otra esquirla,
luego dejó gotas de sangre en su estela mientras subía las escaleras.
—¿Qué haces? —preguntó, entrecerrando los ojos para verlo. La luz de
los focos que había en la carretera se filtraba en el edificio, pero aún era
sombrío.
—Necesito esto —gruñó, y cuando ella fue a su lado, vio que estaba
sosteniendo una pequeña pipa de cristal. Tenía una amplia cazoleta al final
y él usó un encendedor bajo la misma.
Jesús, vio a su amigo ser asesinado y viene aquí a drogarse. ¿Me
preguntó si oyó ese sonido afuera?
—¡¿Qué vamos a hacer?! —gritó ella de repente, dejándose caer en
cuclillas a su lado. Su voz se oyó en todo el viejo edificio, haciendo eco por
las escaleras.
—¡Joder, no lo sé! ¡Es tu puto novio loco! —siseó. Ella asintió y empezó
a morderse las uñas.
—No lo sabía. No sabía que terminaría así —murmuró, echando un
vistazo alrededor del espacio. Buscando un arma. Pero no había nada. Matt
estaba arrodillado en un colchón de aspecto sucio, con solo una sábana
echada sobre él. Había algunos cómics viejos y unas pocas cajas vacías de
comida, pero eso era todo. Nada útil.
—No nos tocará. —Matt tomó otra dosis de su droga—. No puede
jodidamente tocarme. No cuando estoy aquí. Le dije que no viniera a mi
casa.
Dulcie oyó otro ruido y movió su cabeza, mirando detrás de ella.
Estaban agachados bajo el pasamano que daba a la planta de la estación.
También le bloqueaba la vista de las escaleras. Manteniéndose abajo,
empezó a retroceder hacia la pared más lejana.
—No lo entiendes —susurró, lentamente alejándose más de Matt.
—Oh, jodidamente lo entiendo. —Tosió, luego aspiró la pipa una vez
más.
—Esta es su casa.
Una ventana abajo estalló, haciendo a Dulcie chillar con sobresalto. Se
presionó contra la pared y se acurrucó en una bola. Matt, sin embargo,
había encontrado una nueva fuerza en la enorme cantidad de estimulantes
que ahora fluían por su cuerpo. Se puso de pie y se inclinó sobre el
pasamano.
—¡¿Quieres joderme ahora?! ¡Deja de esconderte en alguna habitación
oscura, niño rico! —gritó. Hubo un sonido de golpe desde abajo, algo de
metal golpeando el suelo de mármol en rápida sucesión.
—Eres el que cortó la luz. —La voz de Con flotó hacia ellos—. Me habría
parecido bien matar a tus amigos con las luces encendidas.
—Hijo de puta. Voy a rajarte —amenazó Matt, y Dulcie se sorprendió
un poco cuando sacó un enorme cuchillo de dentro de sus pantalones. Lo
miró dos veces y su sorpresa se convirtió en conmoción… era el cuchillo de
Con, de su cocina. Era reconocible porque era un cuchillo diferente. De la
marca Wolfgang Puck, con cuchilla afilada y toda la cosa, hoja y mango, era
roja brillante. Era el mismo cuchillo que Con había usado para liberarla
cuando la había atado a la cama. Matt debió haberlo robado cuando había
estado vagando por la casa.
—¿Está ella ahí arriba?
—¡¿Quién?!
—Caperucita Roja. —Con rió. Matt le echó un vistazo a ella, y Dulcie
rodeó sus rodillas con sus brazos.
—Sí. Sí, tu jodida novia corrió a mí. ¿Cómo se siente eso, psicópata?
—Se siente como que tengo que reclamar mi propiedad.
—Solo inténtalo, hijo de puta. ¡Solo jodidamente inténtalo!
Dulcie se había movido, así que casi estaba frente a las escaleras, por
lo que pudo ver a Con empezar a subirlas. Su despeinado cabello castaño
apareció a la vista, luego su rostro, aunque estaba demasiado oscuro para
ver sus rasgos. Cuando captó un vistazo de su pecho, casi se rió… se había
vestido por completo antes de venir a la estación y se había puesto su
chaqueta del equipo, la de la escuela. Se veía exactamente como el dibujo
que ella había hecho de él, tantos años atrás.
Un hombre sombra, llegando para hacer cosas muy malas en la noche.
Ella no llevaba una capucha, pero su camisa estaba marcada en rojo.
Salpicada con sangre.
Lo bastante cerca.
—¿Te tocó? —preguntó Con una vez que llegó a la cima de las escaleras.
—No —susurró ella.
Él se giró hacia Matt y ella finalmente vio qué había estado haciendo el
ruido de golpeteo. Había traído la pala de la casa, la que ella había usado
para salir de la habitación. La que él había usado para enterrar a su padre.
Dejó que la pala se arrastrara por el suelo mientras pasaba por su lado.
—¡¿Crees que eso me asusta?! —gritó Matt con tanta violencia que la
saliva voló de sus labios—. ¡Vamos, imbécil! ¡Vamos!
Con balanceó la pala, sacando el cuchillo de un golpe de la mano del
otro hombre. Voló al colchón en la esquina, pero no pareció molestar a Matt.
Movió su otra mano y le dio a Con en el lado de la cabeza con el puño. La
pala cayó al suelo y Matt golpeó de nuevo, causando que se tambaleara
hacia atrás. La herramienta de jardín fue pateada, deslizándose por el suelo
hasta que la golpeó en los dedos de los pies. Cerró los ojos con fuerza por
un instante.
Está bien. Todo va a salir bien. Bien. BIEN. Cuatro pequeñas letras en
intercambio por dos pequeñas palabras. Tiene que estar bien.
Cuando Dulcie abrió los ojos, los dos chicos estaban en plena batalla.
Con obviamente era el más grande, el más fuerte de los dos, pero Matt
estaba tan lleno de drogas que se hallaba más allá de sentir dolor. Así que
cuando Con le dio un puñetazo en el rostro, ni siquiera causó que el
drogadicto hiciera una pausa. Gritó y cargó hacia delante, embistiéndolo y
forzándolo a retroceder.
Se balancearon en el borde de las escaleras y Dulcie gritó cuando
pareció como si fueran a caer. Pero entonces, Matt agarró los lados de la
chaqueta de Con y lo giró, golpeándolo contra el pasamano. De inmediato
empezó a golpear al chico más grande, dando puñetazos por todas partes.
—¿Quién está asustado ahora, eh? ¡¿Quién jodidamente va a ser
asesinado ahora?! —gritaba Matt. Le dio un gancho a Con en la mandíbula
y Dulcie miró mientras la sangre salpicaba por el aire.
Lentamente, se puso de pie, y sobre los hombros de Matt pudo ver que
el gran lobo malo podía, de hecho, sangrar. Estaba chorreando de su boca,
corriendo por el lado de su mejilla. Pero aun así, esbozaba esa asombrosa
sonrisa. Mostraba esos colmillos que ella sabía podrían comerla oh, tan
rápidamente.
—Es difícil para mí matarte… cuando ya estás muerto. —Con suspiró.
Matt dejó escapar un grito y lo golpeó en el lado, causando que escupiera
más sangre.
—¡Puto psicópata! ¡No me das miedo! —gritó Matt.
Un estridente sonido llenó el pequeño espacio. Ese mismo sonido de
arañazo. Dulcie dio un par de pasos adelante, hasta que estuvo justo detrás
de Matt, y bajó la mirada a Con. Sus grandes ojos azules finalmente se
fijaron en los de ella y la miró.
—Bien, porque no es de mí de quien deberías tener miedo —susurró.
Matt apenas había mirado sobre su hombro cuando Dulcie dejó
escapar un grito y balanceó la pala. El lado plano dio de lleno en su rostro,
lo bastante duro para hacerlo volar hacia atrás. Acababa de chocar contra
la pared cuando ella la balanceó de nuevo, esta vez golpeándolo en el pecho.
Gritó de dolor, pero ella estaba más allá de oír algo. La pala bajó a su cabeza,
poniéndolo de rodillas.
—¡Simplemente no podías dejarme en paz! —gritó ella, moviéndose en
un lento círculo alrededor de él.
—Por qué… qué estás… —balbuceó Matt. Ahora era el que escupía
sangre.
—Te lo dije. Te advertí que jodidamente no me tocaras. Te dije que algo
malo te sucedería. Dios, das asco, queriendo follar a tu hermana —espetó—
. ¡Y simplemente tuviste que traer a tus putos amigos! Querías una fiesta,
¿cierto? ¡Ciertamente tuviste una! ¿Te divertiste, Matty? Tus amigos
tuvieron una explosión.
—Por favor… por favor —susurró. Ella se rió de él.
—¿Estás jodidamente bromeando?
Un balanceo por debajo del hombro puso la pala bajo su barbilla. Ella
había usado ambos brazos, realmente puso fuerza en ello, y él realmente se
elevó del suelo. Cuando aterrizó sobre su espalda, más sangre voló por el
aire. Desde atrás, oyó a Con aplaudir.
—Hermosa forma, pequeña.
Dulcie se alzó sobre Matt por un segundo, sus piernas a cada lado de
su torso, luego bajó para en realidad sentarse sobre su pecho. Ladeó su
cabeza y dejó que sus ojos vagaran por el rostro de él. Podría haber estado
llorando, no podía decirlo. Había demasiada sangre. Definitivamente perdió
más dientes, sin embargo, eso era seguro.
—¿Por qué no pudiste dejarme en paz? —Suspiró, pasando un dedo
por el desastre en su rostro. Un camino despejado para sus lágrimas.
—Lo siento. —Él tosió.
—Ooohhh, demasiado tarde para eso, Matt. Muy tarde para eso, ¿no es
así? —susurró en respuesta, luego se puso de pie de nuevo.
—Eres… eres una jodida puta loca. Jodidamente loca —dijo él
finalmente con algún entusiasmo.
Dulcie se quedó muy quieta por un instante y lo miró fijamente. Miró
sus ojos e intentó ver cómo se sentía. Cómo se sentía de verdad. Lo había
atraído a casa de Con, había dejado a Con matar a sus amigos y luego lo
había convencido que estaba asustada y necesitaba su protección. Esas
eran cosas tan malas. Tan, tan malas.
…eres una jodida puta loca…
—Más te vale jodidamente creerlo —exhaló.
Luego agarró la pala entre sus manos y levantó sus brazos antes de
conducirla justo a través de su cabeza.
—Te tomó bastante tiempo.
Dulcie soltó el mango y retrocedió tambaleándose. La pala se quedó
recta. Estaba bastante segura que había atravesado su cráneo y había
incrustado la herramienta en el suelo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, limpiándose las manos en el
frente de su camisa. Miró sobre su hombro, pero Con no estaba junto al
pasamano ya. Estaba sobre la cama improvisada de Matt y moviéndose
hacia ella. Ni siquiera se había dado cuenta que él se había movido, había
estado muy perdida en el momento.
—El cabrón me rompió el diente —comentó Con, y ella lo vio escupir la
mitad de un molar—. Empezaba a pensar que estabas disfrutando de dejarle
patearme el culo.
—Dijiste que querías tu ADN esparcido alrededor —le recordó mientras
pasaba sus manos por su cabello.
—Quería que pareciera que hubo una pelea, que luchaste. No quería
un daño permanente —explicó él, sus dedos tocando el lado de su mejilla.
Se deslizaron alrededor y aplanó su mano, limpiando el exceso de sangre en
su rostro.
—¿Qué puedo decir? Me gusta verte sangrar. —Suspiró, mirando toda
la sangre que él había esparcido por todas partes.
—Estuviste asombrosa —le dijo, moviéndose para tocarla.
—Me encerraste en una habitación —gruñó, recordando ese pequeño
hecho. Lo fulminó con la mirada.
—No confiaba en ti. —Se rió entre dientes, pasando sus dedos por el
cabello de ella—. Tenía que ser el que los matara, no tú, pero sabía que si
tenías la oportunidad, enloquecerías y matarías a alguien.
—Buen punto.
El plan había sido atraer a Matt a la casa y, o matarlo allí o convencerlo
que Dulcie era solo una pobre chica en una relación abusiva con un
psicópata… ante la insistencia de Con. De esa manera, si se las arreglaba
para escapar e involucraba a la policía, ella estaría libre de toda culpa. Uno
de ellos tenía que permanecer libre, eso era crucial, y de los dos, Dulcie era
la mejor representando el papel de inocente y modesta.
Matt estando en la estación fue fortuito, Dulcie honestamente había
pensado que no tendría la oportunidad de matarlo. Cuando había huido de
casa de Con, habían pensado que había ido directo a la policía. No era un
problema… su plan ya se había cumplido, Con parecía el chico malo. Por
suerte, se habrían ido antes de que alguien siquiera supiera que habían
desaparecido. Eso, sin embargo, perfectamente establecería una excusa
para lo que había pasado.
Con se había vuelto loco, matado a su padre, matado a los amigos de
Matt, quemado su casa y luego llevado a Dulcie a la estación, a su lugar
especial, del cual Matt lo sabía toooodo. ¿Quién sabía lo que ocurrió después
de eso? Con estaba loco, después de todo. Claramente había hecho algo con
Dulcie. Fugarse con ella. Secuestrarla. Matarla.
—Estás tan hermosa ahora mismo —susurró, su mano acunando el
lado del rostro de ella, alzándolo para que tuviera que mirarlo. Cayó sobre
su boca, besándola de una manera perfecta para el final de un cuento de
hadas.
Una de esas historias que procedían del Bosque Negro y terminaban
con los niños siendo comidos y los grandes lobos malos yendo a casa
satisfechos.
—Tan cerca de terminar. No puedo creer que vayamos a lograr esto. —
Jadeó. Los dedos de él se deslizaron más en su cabello y pudo sentir la
huella de la mano ensangrentada que él había dejado en su mejilla.
—Yo puedo. Somos imparables. Somos malditamente asombrosos —
gruñó, luego le metió la lengua en la boca. Ella le devolvió el beso, queriendo
más de él. Deseándolo todo.
Si pudiera morir así… qué hermoso momento… qué hermoso hombre…
—Dulcie —susurró cuando se retiró. Ella tenía los ojos cerrados y una
de sus manos en la nuca de él, sosteniéndolo cerca.
—¿Qué?
—Estás sangrando.
Abrió los ojos y vio que él miraba hacia abajo, así que siguió su mirada.
Había sangre bajo su talón y recordó que se había cortado el pie cuando
había estado abajo.
—Oh, del cristal en el suelo, me corté. No es muy profundo.
—Demasiado malo.
Hubo un destello de rojo y Dulcie jadeó. Cerró los ojos con fuerza y le
clavó las uñas en el cuello. Tomó un par de bocanadas profundas, luego
bajó la mirada a sí misma de nuevo.
El cuchillo de la cocina de Con, el que Matt había robado, ahora estaba
enterrado en ella. La mano libre de Con aún rodeaba el mango. Ella luchó
por mantener la calma y miró mientras la sangre empezaba a manchar su
camisa blanca.
—No… no estaba… —dijo con jadeos. Sintió los labios de él contra su
frente.
—Nena, desearía que pudieras sentir esto de la misma manera que yo.
Jodidamente increíble.
Retorció el cuchillo y ella finalmente gritó. Se apartó de él y casi vomitó
cuando sintió el cuchillo deslizarse fuera de su cuerpo. Sus manos al
instante cubrieron la herida, aunque eso no ayudaba en nada. Sangre cálida
fluía sobre y alrededor de sus dedos.
Dulcie cayó de rodillas y empezó a reír. Levantó su mano derecha y la
volvió frente a su rostro. Dejó que sus ojos vagaran por el rojo carmesí. Qué
hermoso color. Su risa se convirtió en sollozos y dejó caer su cabeza hacia
delante.
—No estaba lista —lloró. Él se puso en cuclillas frente a ella, que sintió
la punta del cuchillo bajo su barbilla, luego él empujó hacia arriba,
forzándola a mirarlo de nuevo.
—No importa. Tenía que hacerse —le aseguró. Ella lo miró a través de
las lágrimas. Miró esos azules, azules ojos.
—Pero quería decirte que te amo —susurró.
Al fin. Ahora ya no puede envenenarme.
—Ah —exhaló, y su sonrisa de Cheshire volvió a su lugar—. Ahora,
Dulcie. Ahora finalmente podemos estar juntos. —Ella le devolvió la sonrisa
y asintió.
Entonces la apuñaló de nuevo.
a pequeña ciudad de Fuller, West Virginia, fue sacudida por una
serie de eventos que tomaron lugar tarde en la noche del martes.
Una llamada al 911 llevó camiones de bomberos a la vivienda
de los Masters, la cual estaba engullida por las llamas para el momento en
que llegaron allí. No estaban cerca de tenerlo bajo control cuando una
segunda llamada llegó… la vieja estación de tren también estaba en llamas.
Un segundo camión de bomberos fue enviado para tratar con ello. Por
suerte, ese fuego fue mucho más fácil de controlar y, para la mañana, los
investigadores fueron capaces de empezar a caminar por el interior dañado
por el humo.
Tarde al día siguiente, entraron en la casa Masters y lo que encontraron
no fue bonito. Tres cuerpos en los restos, todos muy quemados. El señor
Jebediah Masters fue fácilmente identificado por los registros dentales, pero
había algo extraño. Más tarde, los investigadores determinaron que el señor
Masters había muerto tiempo antes del fuego. Además, fue inmediatamente
obvio que el fuego no había sido un accidente… el suelo alrededor de la parte
trasera de la casa estaba mojado con gasolina y latas quemadas de metal
fueron encontradas en algunas habitaciones.
La altura de los otros dos cuerpos completamente descartaron la
posibilidad de que Constantine Masters fuera uno de ellos, pero nadie había
visto al joven desde el día del fuego. Fue un inmediato sospechoso, para
sorpresa de la ciudad.
Bueno, de la mayoría de la ciudad.
Jared Foster se adelantó y fue firme sobre que Constantine era el
responsable de los incendios, y más que eso, sobre que le había hecho algo
a Dulcie Travers, la chica con la que Con había estado saliendo. Jared
declaró que Dulcie había acudido a él, había admitido estar asustada de
Con y que él personalmente había presenciado a Con actuar extrañamente
hacia la chica.
El cuerpo del medio hermano de Dulcie, Mathew Reid, fue encontrado
en la estación de tren. Había sido violentamente asesinado. Un montón de
sangre fue encontrada en la escena, pero ninguna podía atribuirse a las
heridas de Matthew. Las pruebas demostraron que esa sangre en el
pasamano y la de los puños de Matt, había pertenecido a Constantine
Masters. Un diente parcial perteneciente a Con, también fue encontrado
indicando que algún tipo de pelea había tenido lugar.
Además, rápidamente fue revelado que la enorme cantidad de sangre
pertenecía a Dulcie Travers. Había una piscina de la misma en el segundo
piso, luego un camino sangriento que bajaba por las escaleras y salía por la
puerta y llegaba hasta el cruce de las vías. Desde ahí, desaparecía en los
bosques.
Muchas medidas fueron tomadas para descubrir qué había sucedido.
La madre de Dulcie admitió que su hija había acudido a ella el día de los
incendios y había actuado extrañamente. Que su hijo había dicho algunas
cosas raras sobre la pareja también. La policía estatal fue introducida, pero
no para servir. Mientras que fue determinado que ambos incendios fueron
intencionales, no había otras pistas sobre lo que había sucedido con la joven
pareja.
Por supuesto, hubo susurros. Que todo se trataba de un negocio de
drogas que había ido mal. Que Con había enloquecido y matado a Dulcie,
luego se había suicidado, dejando sus cuerpos para los osos. O que la había
enterrado en los bosques y luego huyó; su cuenta bancaria y la de su padre
habían sido limpiadas. Parecía el escenario más probable.
La ciudad estuvo conmocionada por un largo tiempo, pero cuando el
verano se convirtió en otoño sin ninguna respuesta, y el otoño dejó paso al
invierno, se desvaneció. La casa Masters fue derribada y, para el siguiente
verano, la estación de tren se había ganado la reputación de estar
encantada. La gente venía de todo el estado para ver si podían captar un
vistazo del fantasma de una mujer joven. Un espíritu inquieto, condenado a
vagar por la estación después de que su amante la hubiera asesinado.
Justo después de los incendios, Jared Foster se divorció en silencio.
Ganó la custodia de su hija y se mudaron a un pequeño apartamento. Más
tarde, tomó la custodia de su hijo recién nacido. Entonces, ahorró dinero y,
para el siguiente verano, tenía lo bastante para mudarse. Iba a salir de
Fuller. Lo que debería haber hecho justo después de la graduación. Lo que
Dulcie debería haber hecho.
Y mientras pasaba conduciendo la vieja estación de tren, dejó que sus
ojos vagaran sobre la misma. Dejó que su pie aflojara sobre el pedal del
acelerador. Había una ventana en el segundo piso y, solo por un momento,
creyó ver a alguien allí de pie. Alguien con oscuro cabello rubio y ojos
ambarinos. Alguien que siempre había existido en un plano diferente a él.
Lo siento, no pude ayudarte, Dulcie, pero por si sirve de algo… gracias
por ayudarme.
ara.
—Tú para.
—No estoy haciendo nada. ¡Para!
—No puedo evitar que seas cosquillosa.
—Lo juro por Dios, si no…
—¡Ahí están! —gritó una aguda voz. Una morena en un vestido largo se
apresuraba hacia ellos, saludando con la mano. Un hombre la seguía.
—Oh-oh, estamos atrapados.
—Señor Ford, esta encantadora mujer es Shannon Cork —los presentó
la morena, Carmen Enger—. Y este es su marido, Michael Cork.
La mujer que había sido presentada como Shannon esbozó una gran
sonrisa, estrechando la mano del señor Ford. El hombre reclamando el título
de marido también sonrió, pero no ofreció su mano. En su lugar, rodeó la
cintura de su mujer con el brazo.
—¡Es un placer! Estoy tan feliz de conocerla, señora Cork. Tengo que
decírselo, simplemente adoro… —empezó el hombre, pero su marido alzó la
mano.
—Lo siento tanto, pero, ¿podría excusarnos solo por un segundo?
Olvidé que necesitaba decirle algo a mi esposa —se disculpó, tirando de ella
mientras intentaba retroceder. Ella se mantuvo firme.
—Pero, cariño, Carmen acaba de traerlo aquí, no podemos…
—Por favor, Shannon.
Lo miró fijamente por un segundo, sus labios apretándose fuertemente,
luego suspiró y se volvió hacia sus invitados. Se disculpó y aseguró que
volverían. Luego lo siguió fuera de la habitación. Él la aferró del brazo y la
arrastró por el edificio, llevándola afuera, a la playa.
—¿Qué fue eso? —siseó, golpeando su mano cuando estuvieron fuera
de la vista de otra gente.
—Cuando te digo que quiero hablar contigo, significa que quiero hablar
contigo ahora mismo —explicó. Ella puso los ojos en blanco.
—No estoy hablando de eso.
—Entonces, ¿qué?
—Odio cuando me llamas Shannon.
Constantine estalló en risas. Esa ruidosa risa que ella amaba tanto.
—¿Qué quieres que haga? No puedo exactamente llamarte por tu
nombre real.
Dulcie suspiró y se alejó de él, moviéndose hacia donde una palmera
había caído al borde de la playa. Se sentó en la arena y se apoyó contra el
tronco.
—Dios, por qué acepté Shannon. Suena tan… femenino —se quejó. Él
se rió de nuevo y se sentó a su lado.
—Oye, me gusta Shannon. Teníamos prisa. La próxima vez que
tengamos que evadir la ley, lo planearemos mejor y puedes elegir el nombre
que quieras.
Era solo un viaje de doce horas en auto desde Fuller a Miami. Habían
tenido que parar en Roanoke, Virginia, para aplicarle sus muy necesitados
puntos a ella. Con había mantenido la puñalada cerca del lado de su torso,
en ningún lugar cerca de cualquier órgano, pero aun así, había sangrado
como una perra.
Con les había comprado nuevas identidades en Miami. Ella había
estado fuera de su mente por las pastillas para el dolor en el momento y no
fue hasta que aterrizaron en la isla francesa de Martinica que siquiera supo
que tenía un nuevo nombre.
Aunque, en realidad, vivir toda una nueva vida en el Caribe con el
hombre que amaba, donde nadie conocía a la vieja Dulcie, donde podía ser
quien mierda quisiera ser, era un trato bastante justo por tener un nombre
que no le importaba.
—Entonces, ¿cuál es la emergencia? ¿Por qué me has traído aquí? Ese
tipo iba a comprar algo —dijo, haciendo un gesto con su cabeza hacia el
edificio del que habían salido. Luces y conversación se vertían en el aire de
la noche. Era una exposición de arte, cuya anfitriona era una de las galerías
más importantes de Martinica. Dulcie era la artista exhibida.
—¿Y? No necesitamos el dinero —le recordó Con, luego descendió más
en la arena de modo que estaba estirado a su lado.
—No es sobre dinero, Con. También es agradable saber que mi arte
cuelga en la casa de alguien —intentó explicar. Él resopló y tiró de su diáfano
vestido, subiéndolo por su cuerpo y revelando el biquini blanco que llevaba
debajo.
—Te refieres al arte de Shannon Cork colgado en casa de alguien —la
corrigió. Ella lo golpeó en la parte de atrás de su cabeza.
—No me hagas herirte.
—Oh, sigue hablando así y nunca volveremos a la fiesta.
Él plantó besos a lo largo de su cadera, dirigiéndose a la desagradable
cicatriz en su costado. Había pasado un año, pero todavía estaba sensible.
Se alzaba pronunciadamente contra el oscuro bronceado que ella lucía
ahora permanentemente. El moreno que quedaba tan bien con el nuevo tinte
negro que siempre llevaba. Él besó la cicatriz también.
—Tuviste que hacerla tan grande. —Suspiró y peinó el cabello de él con
sus dedos.
—Gracias a Dios que Matt trajo ese cuchillo… la pequeña navaja que
iba a usar no habría dejado ni de cerca tan hermosa marca.
—¿Hermosa? Con, es enorme, y creí que jamás dejaría de sangrar.
—Ese era todo el punto… tenían que creer que estabas muerta, que te
había matado —explicó por centésima vez.
—La última vez que miré online, aún consideraban el caso abierto —
dijo. Él resopló.
—Sí, y la última vez que miré, tu fantasma deambula por los pasillos
de la nueva atracción encantada de West Virginia. Misión jodidamente
cumplida, Dulcie.
Ella se rió y se movió para estar con él en el suelo.
—Bastante asombroso. Somos bastante asombrosos. —Suspiró ella,
pasando su mano sobre la marca en su piel.
—Brillamos como estrellas, pequeña —concordó, sus dedos
moviéndose junto a los de ella.
—Y, sabes, en realidad me gusta la cicatriz.
—Bien. Tuve que apuñalarte para que admitieras que me amas —le
recordó.
—Tenía que ser dicho con sangre —susurró ella.
—Bueno, ciertamente diste mucho esa noche.
—Eso es lo mucho que te amo.
La besó entonces. Incluso después de un año. Incluso después de
incendios y asesinatos y morar en la oscuridad, amarse en la oscuridad,
besarlo aún se sentía exactamente igual que cuando tenía diecisiete años.
Como todas sus cosas favoritas reunidas en una. Como cada sueño, cada
pesadilla, que alguna vez había tenido.
Aún se siente como si fuera un cuento de hadas.
—En realidad, quería preguntarte algo —susurró, moviéndose para
estar sobre ella.
—Hmmm, ¿y qué es? —cuestionó Dulcie, echando su cabeza hacia
atrás para que pudiera besar su cuello expuesto.
—Quiero saber —exhaló, su lengua moviéndose entre sus pechos—.
¿Cuándo somos malos de nuevo?
Ella sonrió ampliamente.
—Cariño, pensé que nunca preguntarías.
Mujer loca de una remota localización en Alaska (¡donde la necesidad
de una mente creativa es necesaria!), he estado escribiendo desde…
¿siempre? Sí, eso suena casi correcto. Se me ha dicho que le recuerdo a la
gente a Lucille Ball… además, veo matices de Jennifer Saunders y Denis
Leary. Así que, básicamente, me río un montón, soy muy torpe y digo la
palabra con J UN MONTÓN.
Me gustan los perros más que la gente y no confío en nadie que no
beba. No, no vivo en un iglú, el sol no se pone durante seis meses al año,
esa es tu lección de Alaska por hoy. Tengo cabello de sirena —es tanto una
maldición como una bendición—, y la mayoría del tiempo hablo muy rápido,
incluso yo no puedo entenderme.
Sí, creo que eso prácticamente me resume.