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TEATRO SOBRE

EL CUERPO ARMADO
Acerca del espectador en la escena contemporánea
y otras emergencias

ESTUDIOS E INVESTIGACIONES
Rubén Ortiz

TEATRO SOBRE
EL CUERPO ARMADO
Acerca del espectador en la escena contemporánea
y otras emergencias
Primera edición
TEATRO SOBRE EL CUERPO ARMADO
Acerca del espectador en la escena contemporánea y otras emergencias
2022

Producción:
Secretaría de Cultura
Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura

© Rubén Ortiz

Cuidado editorial / Rodolfo Obregón


Diseño y programación / Alberto Figueroa (fich)
Imágen de portada / El paraíso. La comedia humana, dir. Rubén Ortiz.
Fotografía: Alain Kerriou

D.R. © 2022 de la presente edición


Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura / CITRU
Paseo de la Reforma y Campo Marte s/n, colonia Chapultepec Polanco,
alcaldía Miguel Hidalgo, 11560, Ciudad de México.

Las características gráficas y tipograficas de esta edición son propiedad del


Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura de la Secretaría de Cultura.

Esta obra está sujeta a una licencia Creative Commons Atribución 2.5
México (CC BY 2.5). Para ver una copia de esta licencia visite:
creativecommons.org. Puede ser utilizada con fines educativos, informativos o
culturales siempre que se cite la fuente y se respeten a cabalidad los
derechos morales de los autores involucrados. Disponible para su acceso
abierto en: Repositorio INBA Digital.

ISBN:978-607-605-726-1
Hecho en México
Índice

PRESENTACIÓN
Luis Rodríguez

PRÓLOGO

I. CUERPO(S)
1. Hacia una etología del espectador
2. Las capas tectónicas de lo contemporáneo: el retorno de lo
político
3. Teatralidades y juegos de verdad
4. Cuerpos ocupados
5. ¿Participación?
6. Lo trágico o el sistema de la memoria
7. Rousseau, nuestro (teórico) contemporáneo

II. NOMBRES
1. La teatralidad como insurrección y la insurrección como
teatralidad
2. Entrevista a Héctor Bourges
3. La ciudad y sus teatralidades
4. Un nuevo contrato social: La comuna

III. EMERGENCIAS
1. Irse a dormir como artista y despertar como trabajador precario
2. Economía política para teatreros o Cómo ser trabajador precario y
no matar en el intento

IV. BIBLIOGRAFÍA CITADA


PRESENTACIÓN

…multitud significa la pluralidad —literalmente, el ser-muchos—


como forma durable de existencia social y política, contrapuesta a
la unidad cohesionada del pueblo. Es decir, la multitud consiste en
una red de individuos; los muchos son singularidades.
Paolo Virno

Existe una figura que funda una noción de teatro que sigue vigente
en nuestros días, la del (actor)artista. Su identidad ha determinado
profundas capas de saber teniendo como centro su cuerpo. Son
numerosas las propuestas metodológicas de creación que se han
desarrollado desde, sobre y para el cuerpo del actor, sin embargo
en la ecuación convivial se echan de menos las propuestas sobre
el otro cuerpo del convivio, el del espectador.

En la primera parte del libro que antecede este volumen, 1 Rubén


Ortiz retoma de Giorgio Agamben la noción de paradigma como
un “modelo tomado de un dispositivo que funciona para describir y
comprender las estrategias, las redes de poder, los espacios de
saber, las distribuciones de los cuerpos y los circuitos de
conocimiento en un periodo determinado” (20), para referirse a la
puesta en escena, ese artefacto que la persona encargada de la
dirección escénica tomará como el espacio para la “construcción
del acontecimiento-mundo” (26). Viene a colación este
recordatorio toda vez que no es sólo la puesta en escena como
paradigma lo que sigue sosteniendo gran cantidad de las
propuestas que marcan las políticas de lo que se considera o no
teatro (discusión que las propuestas escénicas durante el encierro
debido a la pandemia por Covid19 nos señaló como ociosas), sino
que debemos hablar del (actor)artista como paradigma, justo
como uno de esos modelos de “tecnología política” (Agamben,
párr. 25) probada que marca el lugar hacia el cuál la luz debe
apuntar para, siguiendo a Ortiz, dejar en la oscuridad ese otro
cuerpo espectador, esos cuerpos que están sumidos en la
oscuridad y más incapacitados para hacer que para obedecer.

Entonces nos encontramos con la compilación de textos que Ortiz


integra en esta ocasión y, muy pertinentemente divide en tres
capítulos iniciando desde el Cuerpo(s) y la pregunta sobre el
estatus político [que] ha tenido el espectador durante la
modernidad para ofrecer un recorrido que inicia con una etología
del espectador que permita identificar su o sus roles en la escena
contemporánea, no ya para cerrarlos y replicarlos sino, hacia el
final del capítulo, poner en crisis la misma noción de convivio y
pensarlo más que un escenario del consenso como uno del
disenso y la diferencia; pasando entonces por los Nombres de
aquellos que han ido más allá del monopolio de la representación
y que dan cuenta de las insurrecciones probadas de pensar la
escena desde el cuerpo del espectador; arribaremos así a esas
Emergencias como viaje de vuelta o, mejor aún, como mirada
posicionada en el espectador y hacia el artista y desde ahí
descubrir nuestra precariedad como artistas que compartimos con
el resto del 99% la opresión del capitalismo más salvaje.

El (actor)artista como paradigma no sólo ha acaparado la luz de la


escena, sino también de las indagaciones, por ello las cuestiones
que se plantean acá son imprescindibles para comprender el
estatus político no sólo del espectador sino su devolución como
desmontaje del aura que todavía rodea a las y los artistas,
creadores/as que viven-vivimos en la precariedad mirando el
mundo con capas y capas de filtros que aburguesan su-nuestra
percepción y separación del mundo.

En momentos como los actuales donde las instituciones


educativas de teatro se encuentran en crisis debido al
desmantelamiento de las ficciones pedagógicas de un modelo
estructurado sobre una noción cerrada y muy conservadora del
fenómeno teatral y atada a una visión patriarcal del mundo,
reflexiones como la presente desvían la mirada para concentrarse
en los cualsea, y con ello, ensayar una economía política del
espectador desde la cual poder imaginar la construcción sin
resultado de otro posible paradigma, uno que a futuro
(deseablemente muy próximo) nos permita que no sean los
cuerpos del (actor)artista quienes se formen en las escuelas, sino
imaginar que esa formación en teatro se dirija hacia armar los
cuerpos de las y los espectadores por venir y así restituir lo
político, las posibilidades políticas de las teatralidades.

Luis Rodríguez
Coordinador de Investigación
CITRU

Trabajos Citados

- Agamben, Giorgio. ¿Qué es un paradigma? Revista Fractal. Enero-marzo 2008


mxfractal.org .

- Ortiz, Rubén. Escena expandida. Teatralidades del siglo XXI. El amo sin reino.
Velocidad y agotamiento de la puesta en escena. México: Instituto Nacional de
Bellas Artes y Literatura, 2015.

Nota

1
Escena expandida. Teatralidades del siglo XXI. El amo sin reino. Velocidad y
agotamiento de la puesta en escena.
El sueño (autor de representaciones),
En su teatro, sobre el viento armado,
Sombras suele vestir de bulto bello.

Síguele; mostraráte el rostro amado,


Y engañarán un rato tus pasiones
Dos bienes, que serán dormir y vello.

Luis de Góngora

Yo te prefiero irreversible, casi intocable


... Soy un espía, un espectador

Soda Estéreo

Cuando esta voz no está de hecho «silenciada», se ve con todo


negada y sólo es posible rastrearla a través de los síntomas que la
lógica de la negación deja a modo de residuos en el orden del
discurso dominante.

Sandro Mezzadra
PRÓLOGO

Estos textos están destinados a servir como complemento del


libro anterior, Escena expandida, teatralidades del siglo XXI. Y
aunque no queda del todo apuntado en él, una característica
nodal en las teatralidades contemporáneas es el lugar que el
espectador va adquiriendo en ellas. De manera que varios de
estos textos intentan responder diversas preguntas acerca del
estatuto del espectador en las prácticas contemporáneas: ¿Es
posible pensar al espectador a partir de las operaciones
ideológicas en las que lo colocan los dispositivos escénicos? Es
decir: las operaciones narrativas, las estrategias de visibilidad, las
construcciones de discurso que fabrican los hechos escénicos;
¿son capaces de decirnos qué efectos esperan producir en su
percepción y, por tanto, qué tipo de espectador construyen?

Si el dispositivo escénico cumple una tarea política al distribuir


cuerpos, visibilidad y turnos de la palabra, ¿qué estatus político ha
tenido el espectador durante la modernidad?

¿Será aquello que llamamos “espectador” la parte forcluida,


descontada, apartada de las teatralidades de la modernidad?

En principio, el recorrido para desarrollar las preguntas era


histórico: la idea era partir de un momento que me parece
fundacional: la aparición y hegemonía de los teatros cerrados de
perspectiva, a partir del siglo XV y la aparición de lo que ahora
entendemos como espectador, que llega con la consolidación de
esos mismos teatros, hacia el siglo XVII. Posteriormente, revisar
cómo bajo otro aparato, esta vez el cinematográfico, muchos
planteamientos que se habían consolidado en cinco siglos
comienzan a resquebrajarse; en especial los que conciernen a la
posibilidad de aparición de cualquiera en el cuadro o lo que
Walter Benjamin llamaría el derecho a ser filmado. Esto es, a mi
ver, un replanteamiento en las políticas de representación de las
artes, que nos llevaría a entender la posibilidad de desplazamiento
del espectador hacia el centro del escenario y de vuelta a la
mirada.

Se trataría, además, de mostrar que este desplazamiento implica


un cambio en el propio concepto de cuerpo para la escena: ya no
sólo el cuerpo virtuoso del actor gladiador o el cuerpo masa de la
modernidad llamado público. Hablamos de la toma de la palabra
por parte de la multitud, de los cualsea o, como lo designo en uno
de los ensayos, del(os) cuerpo(s) ocupado(s); donde los paréntesis
más que un juego postestructuralista o lo que sea, quisieran
señalar que el espectador así como va del mirar al ocupar, del
contemplar al navegar, también oscila entre una presencia singular
y una plural. Su presencia y representación no siempre son “a
nombre propio” de una persona, sino generalmente como parte de
un “dispositivo colectivo de enunciación”.

Se trataba pues casi de intentar una economía política del


espectador. Sin embargo ese plan histórico -que finalmente dio
lugar a otro libro de próxima aparición: En busca del espectador-,
fue desviado por diversas emergencias.

La primera y más obvia se encuentra en la situación por la que


atraviesa el país. Si los artistas se preguntan acerca de la
relevancia de su quehacer en circunstancias de peligro, también
me lo pregunto yo como investigador. Ciertamente, vale toda la
pena continuar examinando el teatro de cualquier manera en la
que uno tenga las habilidades; sin embargo -y esta es la segunda
emergencia- debo el campo de esta investigación teórica a la
propia investigación artística que llevo a cabo con el proyecto La
comuna de La comedia humana. De manera que también mi
propio estatuto como artista e investigador lleva un vaivén. En él
surgen preguntas acerca del presente que en ocasiones no dejan
tiempo para ir tan lejos en el pasado, preguntas que, por otra
parte, no quedan sólo en el ámbito del colectivo sino que a veces
se vuelven más complejas en el diálogo con el quehacer de otras
agrupaciones artísticas; escénicas y no escénicas.

La tercera emergencia proviene de la velocidad de la información.


Aun cuando estas líneas se escriben cuando el primer libro sobre
la escena expandida está recién impreso, la discusión en el medio
teatral mexicano sobre este concepto lleva tiempo corriendo. Se
trata de una comedia de los errores en la que (tal como advertí en
el prólogo anterior acerca del teatro posdramático) el término se
toma más como un recetario que como un intento de articulación
conceptual de un fenómeno que está ocurriendo. La gente que
hace teatro ha tomado el término como si fuera la nueva
vanguardia que negaría todo lo anterior o bien -como ha pasado
con algunos dramaturgos- se lleva como anatema en contra del
texto dramático. En ese sentido, muchos textos aquí escritos se
inscriben en la necesidad no de aclarar, sino de complejizar
todavía más lo dicho anteriormente, pero también de seguir
poniendo el foco en prácticas que van tomando visibilidad a lo
largo del país o de las que voy teniendo conocimiento.

Una emergencia más: la mayoría de las prácticas teatrales -


llamémoslas- experimentales, y que son de las que doy cuenta
mayoritariamente, suceden con subvención estatal. Pues bien, las
modificaciones realizadas en las políticas culturales del país (cuyo
epítome es la creación de la Secretaría de Cultura) no han hecho
sino precarizar todavía más el trabajo artístico, al margen del nulo
desarrollo que ha tenido la posibilidad de hacer que la población y
los resultados artísticos se encuentren. El que muchas prácticas
expandidas decidan justamente trabajar con la población obliga a
revisar el ítem de las políticas y las prácticas culturales. Si bien ese
no es el tema de mi especialidad, debo decir que el problema de
la implicación política por parte de los artistas escénicos comienza
a ser cada vez más evidente, como lo atestigua la “toma simbólica”
del Conaculta en marzo de 2015. Se trata de un problema, cómo
no, de espectadores que pasan a implicarse en la configuración
del escenario de sus representaciones.

De esta manera, la organización de los textos ha quedado en tres


secciones: Cuerpo(s), en donde están artículos y conferencias que,
en referencia con los temas de la investigación, han sido
pronunciados o escritos en invitaciones que tienen todo que ver
con la necesidad de explicarnos el presente entre muchos. En
Nombres, quedan escritos que tienen que ver con un
acercamiento más conciso a colectivos o piezas que nos ayudan a
localizar y complejizar el problema del espectador y lo
contemporáneo. Finalmente, en Emergencias, presento un par de
textos escritos para comprender la magnitud del problema que la
gente de teatro enfrenta en la medida en la que quisieran seguir
siendo “sólo espectadores” de su realidad.
A La Comedia Humana
(2007-2022)
I. CUERPO(S)
HACIA UNA ETOLOGÍA DEL
ESPECTADOR

1.

Durante un par de cursos, mis alumnos de dirección del Colegio


de Teatro de la UNAM decidieron que el pequeño teatro Wagner
que teníamos como salón era insuficiente para sus prácticas, así
que no sólo sentaron a los espectadores en el escenario a la
menor provocación, sino que anduvimos por casi todo el campus
universitario en busca del teatro perdido. Nunca sabré si
efectivamente lo hicieron con soberana libertad o sólo querían
complacer la que consideraban una elección estética de su
profesor. En todo caso, la única pregunta pedagógica pertinente
era: y ¿para qué? Ante la cual escuché todas las respuestas
posibles, desde los argumentos más emocionales hasta los
pseudo-racionales.

El asunto no deja de llamarme la atención, máxime que una


oleada de actos de supuesta genealogía posdramática o
postquiénsabequé se han dedicado últimamente a movilizar,
azuzar, desempolvar, desafiar, corporeizar y, francamente,
incomodar al espectador.

Desde cierto punto de vista sería comprensible: el arte


contemporáneo es lo que es de alguna manera porque ha puesto
su acento en la presencia del espectador y los procesos de
recepción. Sin embargo, se trata de eso: de procesos que
requieren para su abordaje cierta astucia similar a la que Margules
incitaba con respecto a los procesos de asimilación del actor,
basada en un eficaz conocimiento de la complejidad del
comportamiento humano.
Quiero decir, en fin, que -como ha demostrado Rancière- no es
cierto que sentarse y mirar sea igual a no hacer nada ni tampoco
que mover al espectador equivalga a una desalienación como
quieren demostrar algunos teatreros post-algo. El asunto es
mucho más complejo.

Eso que llamamos convención teatral (el espectador sentado en


una butaca, suspendiendo el juicio hacia el universo de ficción
dramática que se le presenta, completo y cerrado) implica un
aprendizaje centenario que se consuma cuando Wagner apaga la
luz de la sala y, luego, la luz eléctrica permite una parcelación
minuciosa del escenario para la mirada y ejecución del
todopoderoso director de escena. He hablado de eso en la
conferencia “Teatro fuera del teatro” (Ortiz, 2012).

Evidentemente, los documentos acerca del hecho teatral rara vez


dan voz a los espectadores, pero sí nos pueden dar una idea tanto
de cómo se imaginan los hacedores del teatro el cuerpo de los
espectadores, así como de la conducta esperada de ellos. Es de
hacer notar cómo en las representaciones medievales el
espectador está en movimiento y recorre con su cuerpo los
diferentes espacios de escenificación para, posteriormente,
comenzar un largo trayecto de interiorización hacia espacios
semiabiertos donde aún permanece de pie e interactuando con
los actores, hasta llegar a los teatros absolutamente cerrados
donde la dirección de su mirada es dirigida todo el tiempo a la
escena y donde se exige su silencio y recogimiento interior, así
como unos modales especiales, por ejemplo:

¿Qué reglas debe observar un caballero en el teatro?


En el teatro deberá
observar un caballero,
para dar pruebas de urbano,
estas reglas o preceptos.
Al entrar debe quitarse
modestamente el sombrero,
y hasta que vaya a salir,
no ha de volver a ponérselo.
No debe hacer nunca acciones
que manifiesten desprecio
de la función que los cómicos
en la escena estén haciendo.
Al contrario, guardará
siempre un profundo silencio,
y se abstendrá de fumar,
aun en los intermedios.
Si acaso acompaña a otros
a quienes deba respeto,
se adelantará a tomar
las tarjetas para ellos.
En caso de ir a un palco,
después que se lo haya abierto,
ofrecerles deberá
los más cómodos asientos.

Francisco de Asis Mardorell


La urbanidad en verso, 1851

Este trabajo con el cuerpo y comportamiento del espectador, es


claro, tiene una correspondencia con la aparición en el arte, las
ciencias y la sociedad de la singularidad del individuo y una idea
de interioridad humana que convierte aquello llamado alma en
algo cada vez más interno e incluso misterioso como el
inconsciente; así como una adecuación a los hábitos y
pretensiones burguesas.

Ahora bien, me parece no sólo interesante, sino indispensable, en


pos de comprender las posibilidades del cuerpo del espectador,
continuar este seguimiento genealógico acerca de su
comportamiento; o bien, como pomposamente le llamo: una
etología del espectador. Y pues, como dije arriba, un primer
movimiento ya está hecho, ahora quiero compartir el seguimiento
hecho al comportamiento del espectador mexicano a través de las
instituciones culturales que han edificado recintos y políticas
teatrales.

Del asegurado al televidente en 3D


Nunca está de más aclarar que el espectador al que nos
referiremos es la proyección de cierto grupo de artistas que han
sido incluidos o autoincluidos en la disciplina que llaman teatro de
arte, que va desde un teatro independiente -es decir,
autosubsidiado y sin fines de lucro- hasta un teatro que depende
de la subvención mayoritaria del Estado a través de programas de
instituciones culturales. Estos teatros son los que funcionarían
dentro de lo que Rancière define como “régimen estético de las
artes”.

Para ubicar a este espectador, haré un breve repaso del


funcionamiento de las instituciones culturales de los gobiernos
posrevolucionarios, de acuerdo con el seguimiento que el
investigador Bolfy Cottom, presentara en la Muestra Nacional de
Teatro de 2011 (véase Chavero, 2012).

Recordemos pues que durante el siglo XX y en particular después


de la Segunda guerra mundial, el Estado fue asumiendo ciertas
tareas de responsabilidad social que llevarían a lo que se conoce
como Estado de bienestar. Por ejemplo, a partir de 1942 en
Inglaterra se pone a andar el plan Beveridge que sirvió de ejemplo
para los programas de salud de los demás países. Y en un tenor
similar, en Francia en los años 50, a raíz de la propuesta del
escritor André Malraux y la fundación de las Casas de Cultura, la
cultura se definió a sí misma como tarea que debería ser protegida
y fomentada por un estado democrático. Un fenómeno similar
ocurría ya en México en los primeros gobiernos posrevolucionarios
que, con la formación del INBA en 1946, cambiarían la relación entre
artistas, público y gobierno.

Esto es, una vez situado dentro de los teatros, al espectador


además hay que ubicarlo dentro de una cobertura gubernamental
que muchas veces supera las intenciones de los mismos artistas.
Si el Estado paga los teatros y a los artistas, bajo un programa de
paternalismo cultural, los espectadores quedan de antemano
sometidos al estatus de asegurados. Lo cual no es una hipérbole,
si tomamos en cuenta que en absoluta concordancia con la
discrecionalidad y gigantismo de los proyectos de los gobiernos
priístas, a partir de 1958 el Seguro Social construyó la red de
teatros más grande de Latinoamérica (“38 teatros cubiertos y 36 al
aire libre, distribuidos en toda la república”, según Luz Emilia
Aguilar Zinser), bajo la consideración “del arte teatral como un
disfrute importante del tiempo libre” (Olga Harmony) (ambas citas
en Olguín, 2011). Del tiempo libre ¿de quién? Del trabajador
asalariado.

En esta misma etapa se construyó la Unidad Artística y Cultural del


Bosque, que contemplaba también al teatro como una
responsabilidad social para la población que construía y disfrutaría
del “milagro mexicano”. Y también es de considerarse que por esas
fechas aparecían los programas de Poesía en Voz Alta, como
culminación de una serie de intentos universitarios por hacer uso
del teatro como herramienta de aculturación. Aquí, señalemos,
existía un grupo de espectadores más sofisticados, pues se trataba
de estudiantes o profesionales universitarios -capaces de saborear
los anacronismos que suscitaban las líneas del Arcipreste de Hita,
por ejemplo-, lo mismo que intelectuales dispuestos a hincar el
diente a las nuevas corrientes de la vanguardia en turno. 1

Avanzaré con unas líneas de Luis Mario Moncada:

El milagro mexicano representó una época de bonanza que dejó un rico legado en
la vida nacional; en el caso del teatro la cantidad y calidad de sus obras, la
infraestructura teatral, la apertura de escuelas profesionales, la creación de
nuevos públicos, la gestación de un movimiento único, como fue el del teatro
universitario, así como bases para el desarrollo del teatro a nivel nacional, son una
herencia que hoy valoramos. Sin embargo, también resulta aleccionador que un
movimiento artístico surja, sobre todo, al amparo de los gobiernos, pues siendo así
es natural que con ellos sucumba. (Moncada en Olguín, 2011: 115-116)

Así, pues, la infraestructura teatral nos deja ver que, aun dentro de
la escena cerrada, podemos apreciar diferencias en el estatus del
espectador: trabajador asegurado o intelectual en potencia.
Y aún me faltaría una categoría de espectador: el proletario por
educar, ya sea dentro de las caravanas oficiales del INBA o de la
CONASUPO, o bien dentro de las enormes hazañas de grupos de alto
compromiso social que se internaron en el México Profundo con la
intención de hacerlo despertar.

2.

Daré a continuación un salto que tiene que ver con la propia


devaluación de aquel milagro mexicano. Veamos: durante el
sexenio de Miguel de la Madrid, de 1982 a 1988:

El año inicial, 1983, pero también 1986 y 1987 fueron el caos. En 1987 no hubo mes
que (la inflación) no estuviera por arriba de 100% anual. Ese penúltimo año cerró
con una inflación anual de 159.17%. (…) Al final de 1988 el salario sólo servía para
adquirir 60% de lo que se podía comprar en 1983. (…) El precio del dólar aumentó
mil 450% en su sexenio. En 1988 el dólar costaba casi 16 veces lo que valía en
1983. (…) la dinámica propia del endeudamiento –intereses que no se pueden
pagar, se renegocian y pasan a formar parte del capital–, llevó a la deuda en el
sexenio de Miguel de la Madrid a niveles inéditos, de hasta 86.2% del PIB en 1987.
(Acosta Córdova, 2012)

El “milagro mexicano” había tocado fondo. El gran momento de los


directores de escena con presupuesto a discreción ya no era
viable; lo que había sido experimentación, se volvió rutina; en los
años setenta la cantidad de población en las ciudades ya se había
exponenciado bajo la búsqueda de empleo; el anillo de miseria se
hacía más visible; la violencia comenzó a aparecer en las ciudades.
El público de la capital dejó de ir al teatro.

Y sin embargo, para entonces ese espectador ya volvía a ser un


espectador indiferenciado, la barrera entre teatro universitario y
teatro de aculturación estaba superada. Muestra de esto, lo señala
Rodolfo Obregón, es que para los festejos de los cincuenta años
del Palacio de Bellas Artes, en 1984, se llamara a un director
universitario a dirigir. Es evidente que el despunte hacia un
capitalismo industrial había urbanizado a la población, con lo que
esto acarreó también en cuanto a posibilidades de educación y de
acceso a la cultura.

Sin embargo, es a partir de esta fecha que se puede localizar


también el quiebre mundial de aquel Estado de bienestar, con la
paulatina retirada de los gobiernos de sus compromisos en
materia de cobertura social. La entrada de ese régimen que
algunos llaman neoliberalismo implica la financiarización de la
economía y el paso de una economía industrial a una economía de
servicios.

Esto obligaría al gobierno mexicano a llevar a cabo una fuerte


reforma de políticas culturales con la creación de un apéndice
institucional que se encargaría de rebajar las cantidades de apoyo
a la cultura, dejando en manos de tecnócratas la administración
cultural y en mafias artísticas la toma de decisiones. Este
organismo fantasmal se llamó Conaculta.

Es curioso observar que, justamente por esas fechas, una nueva


generación de artistas escénicos, frustrados por la falta de público
en los teatros, tomara (inconscientemente) la estafeta de las
políticas culturales y comenzara a hibridar al teatro del arte con
recursos de fácil acceso para un público en general (las actuales
“políticas” de programación en la UNAM y el INBA, son herederas de
los éxitos de taquilla de Entre Villa y una mujer desnuda y Sexo
pudor y lágrimas). El espectador se convertía así en público,
validado sólo de acuerdo a su cantidad; la urgencia eran los
números de entrada a la sala.

Pero, por otra parte, el desprestigio del teatro “de búsqueda” que
hacía huir al público general, había sido compensado por una
variable demográfica: desde los años noventa a la fecha, no se
había tenido tanta gente haciendo teatro. Resultado: el público del
teatro subvencionado serían los artistas mismos. Artistas
escénicos, pues, doblemente encerrados: encerrados en el
régimen estético de las artes y, a la vez, encerrados en la dinámica
de ser espectáculo y público. 2

Así entonces, aquí estamos. En primer lugar, existe un teatro cuyo


modo de producción es heredero de los viejos modos
posrevolucionarios: es un teatro que mira al Estado como un
benefactor paradójico, como un ogro filantrópico sin el cual no se
concibe la propia existencia y, a la vez, es de quien provienen los
mayores malestares. Se trata de un Estado que articula sus
subvenciones con base en caudillismos y en un refinado árbol
meritocrático, a través de diversas formas de organización
burocrática: de la subvención directa de los primeros años de las
instituciones priístas a la regulación del Fondo Nacional para la
Cultura y las Artes, sólo ha cambiado el sujeto que ejecuta las
dinámicas corporativistas; antes quien decidía era el burócrata en
turno, ahora toca a los artistas organizar su propia miseria. Por
medio de jurados que resguardan un orden casi inmutable,
distribuyen becas y subsidios en resguardo del propio futuro; la
dinámica que un investigador ha descrito como “el que consagra,
se consagra”. O en otras palabras, las becas se dan a estéticas
similares a la propia, lo que fortalece una mutua consagración y el
establecimiento de un status quo que se prolonga en las escuelas
y que es favorecido por la crítica. 3

El segundo esquema -que trenza sus dinámicas con el primero-


es el de una alianza entre el capital privado y el teatro de arte
(podríamos llamarlos de “economía mixta”). Se trata de llevar a
escena obras dramáticas consagradas en la modernidad u otras
obras actuales con cierto éxito en alguna capital mundial,
manufacturadas por artistas escénicos educados en las escuelas
de arte, cuyo reparto encabeza alguna estrella de la pantalla. El
asunto se explica: el capital sólo quiere reproducirse a sí mismo, y
su medida, aquí, es la entrada de público. Así, el modo de
producción se subsume al productor que sólo quiere multiplicar
las entradas a toda costa, por lo que en escena no habrá más que
la ilación de obviedades ya probadas por la televisión o el cine,
con la apropiación de uno que otro descubrimiento de la
experimentación escénica que no le pone copyright a sus
aportaciones. Esta forma de pensar y hacer el teatro en función del
número de entradas, ha producido furor en los creadores
escénicos también por razones simples; principalmente, por la
irreprimible necesidad de exposición de artistas precarios que
durante muchos años vieron las butacas semi vacías y sus bolsillos
llenarse de a muy poco a poco. Este teatro semicomercial, pagado
con dinero del Estado, garantiza un sueldo y aplausos seguros,
que son, a decir de muchos, “el alimento del artista”.

3. Estéticas de la emergencia y comunidad

Repaso brevemente mis círculos concéntricos. En uno se


encuentra el régimen estético de las artes que ha llevado al teatro
a unos espacios cerrados que funcionan como la interfaz, el lugar
de interacción e intercambio entre la producción artística y la
dinámica social. Los gobiernos democráticos entonces han
asumido la administración de esta interfaz dando lugar a juegos de
inter e independencia de los artistas, pero también dando lugar a
la caracterización del espectador -trabajador, intelectual, artista
escénico o consumidor- en consonancia con las transformaciones
de los intereses hegemónicos.

Entonces, ¿qué tipo de espectador está en el imaginario de la


escena contemporánea?

Daré un rodeo. Según el investigador Franco Berardi Bifo, en este


semiocapitalismo no sólo nuestro cuerpo sino también nuestra
alma está puesta a trabajar; esto es que la riqueza se genera
también en la producción creativa y emocional. Y aún más, todo
nuestro tiempo está dedicado al trabajo, aun los tiempos libres en
que siempre estamos disponibles o simplemente reponiéndonos
para la siguiente jornada. Un ejemplo extremo lo tiene esta noticia
en la que una empresa coreana forzó a sus empleados
panameños a usar pañales para no perder tiempo en el baño. Lo
cual no difiere mucho de quien en ese mismo cuarto tuitea o
actualiza su estado de Facebook. A final de cuentas, los cuerpos
se encuentran sobresaturados de información y en guardia para la
producción. Cuerpos ausentes o muertos vivientes, zombis, pues.

Y entonces recuerdo Laughing Hole, de María la Ribot, donde


acudíamos a una galería en la que tres mujeres reían por seis
horas, mientras elevaban cartones con frases referentes al
desconcierto presente. Allí, uno podía sentarse, tenderse, hincarse;
entrar o salir; reír o llorar. El cuerpo estaba listo para regresar a la
vibración de las sensaciones. La Ribot, alguna vez describió este
dispositivo como algo hecho para descapitalizar el tiempo.

Pienso, asimismo, en Actos de amor perdidos de Tamara Cubas.


En esta pieza, la acción transcurre sin sobresaltos dramáticos,
pues se trata de un serial de instalaciones dentro de las cuales se
mueven extractos de coreografías prestadas o hurtadas (incluso
Laughing Hole). La obra intenta retratar el trabajo de la memoria
de la artista montando imágenes que refieren a los años de la
dictadura uruguaya. Y este trabajo de memoria se vuelve un
agenciamiento colectivo de enunciación; esto es, se trata de la
unión de partes heterogéneas que arma frente a nosotros y con
nosotros, porque, al final, ninguna memoria es personal. No se
traen escenas de la dictadura del pasado, sino el conflicto
presente, que deriva a veces en frustración. Como en la función
que vi, donde Tamara alza un cartel pidiendo al público cantar la
Internacional. Nadie supo. El tiempo ha desplazado el lugar
simbólico de esta pieza y, por ese día, en lugar de llevar
emancipación, la pieza —su ausencia— trajo frustración y
desconcierto.

Convenimos, entonces, con Rancière en que una persona que


mira, que atiende, no está inactiva. La pregunta, pues, no está en si
el espectador se para de su asiento o no, ni tampoco en si se le
hacen preguntas o se le hace hablar; el asunto está en otro lugar:
¿hacia dónde se dirige su actividad en este momento?

Hasta donde puedo captar, obras como las citadas no contemplan


al espectador como un cuerpo de consumidor, construido con
automatismos del consumo tanto en términos de movilidad o de
imaginario o de uso del tiempo o la memoria. En este sentido, se
alejan totalmente de la forma-espectáculo que tiene ya
subsumida a la puesta en escena de un relato. No son tampoco
obras interactivas en el sentido en el que entendemos el juego de
preguntas y respuestas prefabricadas que son como un chupón
para tener al nene en paz. Se trata de obras que comprenden la
tremenda aceleración de las transformaciones y las indecisiones
cotidianas e intentan aminorarlas. Son obras que se hacen al lado
del cuerpo del espectador, que le hacen un espacio y un tiempo
del que se carece en la vida diaria.

Y aún más. Recientemente hemos tenido un par de buenos


ejemplos de esto en el teatro mexicano. Por un lado, Teatro Ojo ha
pasado por Atenas y Madrid presentando Ponte en mi pellejo, una
pieza que parte de la celebración mexica a Xipe Totec, donde el
performer llevaba encima la piel del sacrificado. 4 En este caso, la
compañía ha fabricado una piel de látex hecha a partir del cuerpo
de una persona en condiciones precarias de vida o trabajo (un
migrante, un desempleado). Ahora bien, en algún lugar de la vía
pública, se invita a otra persona a ponerse la piel fabricada y a
desplazarse con ella. Se trata, en mi lectura, de una radicalización
de la supuesta identificación que podría tener un actor ante su
personaje y un espectador ante la ficción que observa. Estamos,
literalmente, ante un acto que compromete al cuerpo
representado y al que lo encarna.

Por otra parte, no podemos olvidar Baños Roma de Teatro Línea


de Sombra. Aquí, el proyecto original consistía en investigar la
deriva vital del campeón de box Mantequilla Nápoles, quien migró
a Ciudad Juárez donde en la parte alta del local de los “Baños
Roma”, de dudosa reputación, entrenaba jóvenes en el deporte de
los jabs y uppercuts. Con los años, el campeón ya no tenía pupilos
y el lugar demostraba el abandono de una ciudad por lo demás
adolorida. Pues bien, este proyecto original se convirtió, por una
parte, en la reconstrucción del local que sintomáticamente atrajo
—sólo para la foto— las miradas del Conaculta y la Comisión
Mundial de Boxeo, con lo que se reavivó un espacio de interés
público. Y, por la otra, la compañía realizó una puesta en escena
en la que se relataba, no la historia del boxeador, sino el punto de
quiebre de los artistas participantes en la investigación. Un
problema doble, de representación y de imagen; pues los artistas
sólo pudieron ponerse a sí mismos en el papel de testigos de algo
que los rebasaba: la historia del boxeador, la historia del local y la
historia de la ciudad; y, a la vez, eso mismo los ponía en otra
posición vital frente a la imagen de sí mismos, de la ciudad, del
padre… En este sentido, implicaban al espectador, otra vez no sólo
como observador, sino también como testigo segundo de unas
peripecias frente a lo real.

He dado cuatro ejemplos de las distintas categorías que, en el


teatro contemporáneo, puede adquirir la función de espectador, y
que son mucho más complejas que un observador tras una mirilla
o un participante “interactivo”. Estos ejemplos pueden servirnos
quizá para dar una caracterización actual a la función espectatorial
del teatro de arte de nuestros días.
LAS CAPAS TECTÓNICAS DE LO
CONTEMPORÁNEO: EL RETORNO DE
LO POLÍTICO 5
A la memoria de +43

Actualidad

Comencemos poniendo como ejemplo una de las formas de


entender la actualidad. En México, ahora mismo, una gran cantidad
de artistas de teatro que cuentan historias de otra manera o
simplemente buscan explicación para su desorden, denominan a
su práctica como “posdramática”. Y, con el mismo tino, una
persona que escribe reseñas de teatro en un conocido periódico,
comienza un texto sobre el libro de Lehmann así: “Hans-Thies
Lehmann, uno de los críticos y teóricos alemanes más importantes
de los últimos años, está convencido de que en el principio está el
verbo (subrayado mío), pero el teatral.” Bueno, es evidente que ni
el reseñista ni los adelantados artistas han leído el libro de marras.
Entonces, ¿a qué actualidad atienden? A la moda, à la mode.

Pero vayamos un poco más lejos de lo que ya sabemos. Leamos


estos fallos como fallas, como intentos fallidos de algo que se
quiere expresar. ¿Qué puede ser esto? En primer lugar, una
angustia, un duelo. En lo que va del siglo han ido expirando los
grandes maestros que nos dieron teatro moderno e instituciones,
la generación del milagro teatral mexicano: Mendoza, Margules,
Gurrola. Maestros cuyos alumnos más cercanos han intentado
infructuosamente negarlos, pero sin rechazar sus modos de
producción: mantienen la verticalísima práctica de la dirección de
escena y el adoctrinamiento actoral y pedagógico, mientras
estéticamente o bien se han vuelto light hasta el aburrimiento o
bien de plano más que quemar las naves, se las han entregado al
más vil teatro comercial y casi ruegan porque algún actor ungido
por la televisión les encabece el reparto, con presupuestos de la
Nación. Y, por otra parte, las novísimas generaciones que sólo
conocieron a aquellos maestros de oídas, se encuentran en la
heroica tarea de volver a descubrir el Mediterráneo. Por una parte
están en un lugar tan llano y fértil como aquel donde estuvieron
aquéllos e incluso poseen gran capacidad de juego e inventiva,
capacidades que pronto se vienen abajo merced a la falta de
aquello que los maestros introdujeron con sangre y fuego: el rigor.
Los más jóvenes sobreviven a base de gags, de manejar con cierta
habilidad los últimos softwares de proyección sobre pantallas
siempre rectangulares o de retar a todo cuerpo a lo real en busca
de un grotesco primario; pero cuando se trata de estructura
dramática, montaje de escenas o construcción de un habla
escénica, todo queda a la buena de dios: 20 minutos
sobresalientes, 20 de caos, 20 de suspenso que promete sin
cumplir y 15 de finales sin final, pues se aseguran de dejar todo
“abierto”.

Ahora bien, en lo que todas las generaciones coinciden es en


negar a los santones, lo cual es sanísimo, pero todo se reduce a
una negación “estética”, pues los modos de producción,
circulación y legitimación siguen intactos. Así que en medio de
esta polvareda que no deja mirarnos, aparecen lucecitas que se
supone marcarían una salida. Tal el término “posdramático”, que se
tiende como tabla de salvación ante la tormenta de la diversidad.
Porque lo que existe ahora y provoca angustia, es la incapacidad
de subordinar lo múltiple a lo uno: el teatro mexicano se encuentra
en un momento de “balcanización” ante la falta de mirada paternal.
Y sin embargo, decíamos, los modos, paradójicamente, se
reproducen y “posdramático” quisiera ser lo que selle la falta, lo
que re-una lo disperso. Y en la angustia de la reparación nadie se
detiene a leer críticamente el libro ni a ahondar en su genealogía:
se trata de un libro escrito hace diez años que describe el teatro
europeo de hace veinte. Es decir, la descripción de un teatro que
aquí nunca aconteció y que se pone como horizonte. Ante la falta
de guía, el colonialismo de nosotros tan querido.

Repitamos: lo que se busca es una guía, una luz.

Contemporáneo

Pero, sigamos, más allá de la falla, ¿qué puede haber?, ¿qué más
hay?

Es la hora de la cita:

Percibir en la oscuridad del presente esa luz que trata de alcanzarnos y no puede:
eso significa ser contemporáneos. Por eso los contemporáneos son raros; y por
eso ser contemporáneos es, ante todo, una cuestión de coraje: porque significa
ser capaces, no sólo de mantener la mirada fija en la oscuridad de la época, sino
también de percibir en esa oscuridad una luz que, dirigida hacia nosotros, se nos
aleja infinitamente. Es decir, una vez más: ser puntuales a una cita a la que sólo es
posible faltar. (Agamben, 2011: 22)

Hay, entonces, lo que es contemporáneo, lo que más que


perseguir a su actualidad (buscar la luz), la pone en crisis
(“percibiendo los haces de oscuridad”). Pienso, por ejemplo, en un
problema actual como pocos: la representación de la violencia en
el arte, en México, ahora. Tenemos obras que intentan poner a luz
el shock de la violencia: asesinatos, víctimas, mutilaciones,
punciones, teorías de la conspiración del “Estado” contra “el
pueblo”. Y no es que no haya víctimas y mutilaciones y un Estado
fallido, pero cuando los empresarios del crimen de la droga y los
empresarios del crimen mediático reproducen los efectos de la
violencia, existe detrás, fuera de escena, la búsqueda de un
plusvalor: intimidar a la competencia o simplemente vender
espacios publicitarios. Lo mismo, pues, con el discurso de los
partidos políticos y sus autohagiografías. Y es esta estética la que
esas obras sin pensamiento se dedican a reproducir.
Pero en medio de todo, destaca un poeta al que le matan a su hijo,
y -como dijo de él otro poeta-: “abandona la pluma y pone su
cuerpo a andar sobre el cuerpo de un país herido, para generar
escenarios donde se escuchen voces que no se escuchaban”. Y
así, pienso yo, esta decisión est/ética señala el vórtice hacia el que
se dirige otro tipo de representación: hablan los familiares, hablan
los ciudadanos y sus historias fuerzan a generar otra historia
común, a revisar la historia oficial y escuchar las voces escindidas,
mutiladas, acalladas.

Entonces todo se vuelve profundamente actual y rabiosamente


anacrónico: se hace notar cómo los intereses del capital más
salvaje se han aliado con virreinales hábitos, con
posrevolucionarias componendas, con la construcción -actual- de
una subjetividad de la corrupción y la impunidad. Y las preguntas
se vuelven ahora: ¿qué teatro está a la altura de estas
circunstancias?, ¿qué teatro se permite imaginar algo más que la
actualidad de la violencia mediatizada o (melo)dramatizada?, ¿qué
teatro sobrepasa el drama para situarse en la fragmentación y
multiplicidad de los sentidos que dan escenario a la violencia?
Muy pocos. Porque muy pocos teatros piensan o, mejor dicho,
muy pocos teatros entienden que a la producción de sensación,
en estos tiempos, habría que sumarle la producción de
conocimiento. O dicho en anacrónicas palabras: hace falta el
sentido de la praxis, donde el hacer y el pensar son indispensables
para la construcción de un presente distinto.

Genealogías

Ubiquemos, entonces, dos momentos: el primero en 1931, cuando


se suspende la segunda temporada del proyecto Teatro de Ahora
que fue, según sus hacedores, el "primer intento de teatro político
latinoamericano", con una visión claramente marxista. La coyuntura
era evidente: México salía de la lucha armada que llamamos
Revolución mexicana, y las nacientes instituciones habían optado
por una democracia que impulsaba el modelo de desarrollo
capitalista. La suspensión de la segunda temporada
aparentemente tenía su motivo en la poca respuesta por parte del
público para la primera y en su lugar, en cambio, se programaron
obras de corte más "artístico". 6

Asimismo, en 1979 se escindía el Centro Libre de Experimentación


Teatral y Artística (CLETA), una organización que en 1973 había
coagulado a los grupos que se encontraban haciendo teatro
político como resonancia del año 1968. Eran los años de la
represión y de la insurrección guerrillera en las zonas más pobres
del país. CLETA terminaba su vida colectiva, en parte debido a las
transformaciones del país y sus propias divisiones entre los fines
políticos y los fines artísticos.

Así entonces, en la década que corre podemos observar una serie


de piezas escénicas que, queriéndolo o no, son herederas de
aquellos intentos políticos acallados por la voluntad estetizante. Es
importante, sin embargo, señalar la singularidad de estas
propuestas recientes en tanto no se presentan a sí mismas como
"teatro político" en la forma de aquellos intentos herederos de
Piscator o Brecht. Se trata de piezas que activan otro tipo de
estéticas, pues mientras las del siglo XX eran aún estéticas
protésicas (que suponen que el mundo carece de algo que ellas
pueden proveer y que se asientan en principios universales), en
este caso estamos de lleno en estéticas dialógicas (que suponen
la puesta de escenarios para poner a dialogar a los agentes de una
realidad que ya está aquí y, son, por lo tanto, mucho más
locales). 7 Sus procedimientos, entonces, son decididamente
documentales y ponen en relevancia más que una historia, al
documento, al testigo y al contexto. En este sentido, su práctica
implica una crítica directa a lo que llamo el monopolio de la
representación, pues intentan hacer visible y actuante aquello que
queda obsceno en la representación hegemónica.
Así, en Está escrita en sus campos, el grupo Lagartijas Tiradas al
Sol se lanza en pos de la historia documental del narcotráfico, pero
a través de la trágica vida de El Tigre, rapero y narcomenudista
expulsado de su casa rural por la violencia hacia la ciudad más
grande del mundo. De manera similar, Teatro Línea de Sombra se
lanza a rastrear la suerte del excampeón mundial de boxeo,
Mantequilla Nápoles, y termina haciendo Baños Roma, un
testimonial sobre lo hallado en Ciudad Juárez, emblema del
desastre nacional del inicio del siglo. Y, aún más, el colectivo
Campo de ruinas ofrece un espacio de rememoración de los
estudiantes y jóvenes desaparecidos, aquellos que no están pero
tampoco se han ido, a través de instalación, documentos y la
presencia de los familiares de los chicos; un espacio que
discretamente dialoga con las asociaciones civiles que trabajan a
ras de las fosas comunes.

Y en otra línea de pensamiento, igualmente contemporánea, en


Guadalajara, la Compañía Opcional, con Encuentros secretos
(2013), le hace una disección emocional a la urbe a través de las
experiencias ciudadanas y las dinámicas de transformación
arquitectónica y de planeación urbana. Asimismo, en la Ciudad de
México, La comedia humana a través del largo proyecto La
comuna: revolución o futuro, se pone a recuperar la materialidad
de las relaciones entre territorio, memoria e imaginario,
integrándose durante meses en colonias de la ciudad y activando
el reconocimiento y la reapropiación. A la vez que en Mérida,
Murmurante Teatro, con Sidra Pino (2014) indaga en los rastros que
deja la desaparición de una bebida gaseosa en la ciudad, un
producto capitalista que se retira dejando memoria, pero también
a los trabajadores sin empleo y sin justicia.

Se trata pues, ya no de un teatro de crítica política sino de un


intento por expandir las operaciones de la puesta en escena para
restituir lo político: aquello que funda nuestros modos de relación
y nuestro imaginario, y que tiene que ver más con la multitud
ciudadana que con la excitación estética. Se trata de la elaboración
de dispositivos escénicos como "agentes colectivos de
enunciación" y como laboratorios de imaginación social.

Tiempo

Me atrevo a decir que cierta ficción dramática o posdramática es


difícil de sostenerse en una estética compleja, con operaciones de
construcción de “otro mundo” o de “hablar en lugar de” cuando el
crimen y la policía pueden desaparecer a 43 estudiantes y
arrancarle el rostro a uno más; cuando el Estado vuelve el
monopolio de la violencia contra la población a causa de disputas
territoriales y disuaciones del negocio que mueve y mantiene
despierto al mundo de los trabajadores precarios. Es difícil, bajo
esta actualidad, quererse poner al día con tendencias globales
que vienen de territorios que no conocen las palabras
“desaparecido” o “crimen de Estado”. Es difícil hablar o hacer teatro
sin pensar en las capas tectónicas que hacen moverse a este duro
presente.

Es difícil aún más cuando la estética teatral depende tanto de las


políticas de legitimación que no conocen la horizontalidad y que
se pierden cuando pierden la cabeza y con el rezago monumental
de las políticas públicas que no entienden que el desarrollo
territorial es tanto o más importante que la globalización a ciegas.
Es difícil pensar o echar adelante lo que el teatro piensa. Es difícil
darse tiempo para pensar. Pero es indispensable.
TEATRALIDADES Y JUEGOS DE
VERDAD 8
Quisiera, en un solo movimiento, generar dos acciones: la primera,
un agradecimiento por invitarme a participar en este coloquio. Y la
segunda, desmarcarme lo más pronto posible del marco
epistemológico del mismo. Debo decir que mi preocupación no se
relaciona ni con lo que vendría después del drama ni con los
logros a nivel de jerarquías de trabajo. Debo decir, pues, que mi
interés por asuntos internos del campo teatral -qué es lo nuevo
ahora, qué transgrede lo que había- es secundario con respecto a
un movimiento mayor. Mi interés no se encuentra en el arte teatral
y sus obsesivos días circulares: mi ocupación se encuentra en las
posibilidades políticas de las teatralidades. Así es que desde aquí
intentaré explicarme y lamento las decepciones que pudiera
provocar a quienes quisieran escuchar una apasionada defensa de
lo post, lo expandido, lo anti o lo que fuera.

Para comenzar, entonces, permítaseme exponer lo que entiendo


por teatralidades. Por una parte, el artista e investigador ruso
Nicolai Evreinov ya hablaba de la inclinación humana hacia ejercer
la teatralidad, el procedimiento por el cual somos llevados a hacer
de otros, a enmascararnos, incluso en las situaciones más
ordinarias.

El instinto de teatralización en el hombre, el honor de cuyo descubrimiento


reivindico, puede encontrar su mejor definición en el deseo de ser “otro”; de
cumplir algo “diferente”; de crear un ambiente que se “oponga” a la atmósfera
cotidiana. He aquí uno de los principales resortes de nuestra existencia y de lo que
llamamos progreso, cambio, evolución, desarrollo en todos los dominios de la
vida. Todos hemos nacido con este sentimiento en el alma, todos somos seres
esencialmente “teatrales”. (...) La teatralidad es pre-estética, es decir más primitiva y
de un carácter más fundamental que nuestro sentido estético. (Evreinov, 1936).
Ejercer la teatralidad es, pues, consustancial a nuestra humanidad
y puede tener múltiples propósitos.

Uno de estos propósitos, no el principal sino el más visible, es el


que se utiliza en el gobierno de las personas, lo que
desatinadamente llamamos poder. El investigador Georges
Balandier en su imprescindible El poder en escenas, nos llama la
atención acerca de que:

Todo poder político acaba obteniendo la subordinación por medio de la


teatralidad, más ostensible en unas sociedades que en otras, en tanto que sus
diferencias civilizatorias las distribuyen en distintos niveles de
«espectacularización». Esta teatralidad representa, en todas las acepciones del
término, la sociedad gobernada. Se muestra como emanación suya, le garantiza
una presencia ante el exterior, le devuelve a la sociedad una imagen de sí
idealizada y aceptable. Pero representación implica separación, distancia;
establece jerarquías; cambia a aquellos a cuyo cargo se halla. Son estos últimos
quienes dominan la sociedad, brindándole un espectáculo de ella misma en el
que se contempla (o debería hacerlo) magnificada. (Balandier, 1992: 23)

Esto es, que aquella capacidad de la especie tiene propósitos y


tiene usos, y uno de ellos es la posibilidad de aplicarse a una serie
de actos de subordinación, de dominio, de unos de la especie
humana sobre otros semejantes. Ahora bien, estos actos de
teatralidad, al ser repetidos, pueden naturalizar la propia
dominación. Veamos.

De acuerdo con el investigador Óscar Cornago, la teatralidad


puede ser definida “como la cualidad que una mirada otorga a una
persona (como caso excepcional se podría aplicar a un objeto o
animal) que se exhibe consciente de ser mirado mientras está
teniendo lugar un juego de engaño o fingimiento”. Pero, asimismo
la teatralidad es tal en tanto también muestra los propios
mecanismos con los que se construye a sí misma. Es decir, que si
un efecto de la teatralidad es la representación, ésta puede o bien
ocultar los mecanismos por los que ella misma es construida o
bien puede exhibirlos. En el primer caso, la representación quiere
fundirse con la realidad. Se da una representación y se intenta que
pase por la realidad misma, blindando incluso toda posibilidad de
ser cuestionada como representación. En ese caso, como
sabemos por la historia, podríamos hablar de procedimientos
totalitarios de la representación. Ahora bien, uno podría en este
momento referirse a las enormes exhibiciones nazis, soviéticas o
priístas para comprender cómo estas representaciones utilizan
teatralidades muy sofisticadas para afirmarse como realidades. Y
sin embargo, en nuestros días, aun sin estos usos duros de las
teatralidades masivas, el totalitarismo de la representación se
cuela por todas partes: por los medios, por los comerciales, por la
arquitectura de los centros comerciales, por la dramaturgia del
amor romántico, por las aulas escolares, por los duros
procedimientos de la academia, por lo dramático, por lo
posdramático, etcétera. Pues el dominio en estos momentos es
transversal al Estado, es decir, quien ejerce el poder de
subordinación utiliza los medios del Estado, pero también los del
deseo y la memoria. El polo hegemónico del poder se encuentra
en la reproducción del capital bajo los aparatos ideológicos del
Estado.

Pero permítaseme hacer una aclaración, no confundamos


representación con teatralidad. Volvamos a Cornago:

la teatralidad saca la representación a la superficie, pero la verdad de esta no


coincide con la verdad de la teatralidad. (...). Su verdad es su ser como juego,
fingimiento y disimulo, y su realidad no es la realidad de lo representado, sino la
realidad del proceso de representación que está teniendo lugar; lo otro —la
representación— es el resultado de este mecanismo. Cuando hablamos de
representaciones pensamos en los productos representados, en las imágenes o
escenas construidas, pero cuando aplicamos un enfoque teatral lo que se pone
de manifiesto es el carácter procesual de este mecanismo, su funcionamiento
interno, y es ahí donde hay que encontrar su sentido. (Cornago, 2005: 7)

Es decir, que allí donde verdad y representación quisieran fundirse,


el poder de la teatralidad devela que toda verdad sólo es una
puesta en escena de un juego de verdad, es una representación
construida en un momento, por unas personas, con unos
intereses, con ciertas herramientas. Es en este poder de hacer ver
lo invisible de la representación donde la teatralidad tiene un
primer poder de hacer política.

Me interesa que quede claro que no me estoy refiriendo a las


posibilidades del teatro político, sino a las políticas de las
teatralidades. La diferencia es fundamental pues para mí lo que
llamamos teatro no es más, pero tampoco menos, que un capítulo
muy breve de la larga serie de las teatralidades. Un momento que
corresponde a los tiempos de la modernidad que hizo posible a
las artes como campos autónomos y que subsumió a las prácticas
teatrales al subcampo teatro. Un subcampo que, a su vez, para
existir, ha tenido que jugar de cierta manera el totalitarismo de la
representación. Lo cual es sumamente visible en su disposición
material: de un lado, cuerpos iluminados con capacidad de
movimiento, decisión y discurso y, del otro, cuerpos en la
oscuridad, inmóviles y silenciosos. Una forma que ninguna
teatralidad anterior o posterior ha tenido de manera tan extrema.

Sigamos adelante.

Si hay una teatralidad hegemónica actuando bajo mecanismos de


totalitarización de la representación, ¿habrá usos no totalitarios de
la representación?, ¿cómo serían?, ¿cuáles son sus posibles
escenarios, sus textos, sus actores, sus espectadores? Hace
tiempo Ileana Diéguez nos ha llamado la atención acerca de las
teatralidades liminales que son, de manera breve, acciones de
teatralidad disidente que cierta ciudadanía ha utilizado como
manera de manifestar su desacuerdo, de plantear discursos
acallados, de hacer visibles posiciones distintas y, por supuesto,
de hacer notar que los cuerpos no pueden ser reducidos ni a su
sola materialidad ni a su carácter individual.

Percibo lo liminal como tejido de constitución metafórica: situación ambigua,


fronteriza, donde se condensan fragmentos de mundo, perecedera y relacional,
con una temporalidad acotada por el acontecimiento producido, vinculada a las
circunstancias del entorno. Como estado metafórico, lo liminal propicia situaciones
imprevisibles, intersticiales y precarias; pero también genera prácticas de inversión.
(Diéguez, 2014: 64)

Los cuerpos, parecen decirnos estas manifestaciones teatrales,


sólo existen por sus relaciones: el cuerpo en relación con lo que y
con quienes afectan y son afectados. Los cuerpos y sus afectos y
sus deseos y sus producciones. Cuerpo(s) en plural, pues un
cuerpo siempre está en tránsito entre un afecto y otro, entre una
producción y otra, entre un cuerpo y otro cuerpo. Los cuerpos son
transitivos y existen como formas-de-vida. Nada condena tanto a
un cuerpo como la fuerza de la representación que lo reduce a ser
sólo un personaje, un punto en una gráfica, un gafete. Pues bien,
estos cuerpos ciudadanos utilizan la potencia de la condensación
teatral para enmascararse y tomar voz y cuerpo con posibilidades
que el cuerpo reducido a número no podría tener.

Ahora pasaré a contradecirme.

Dije al principio que el teatro como campo autónomo me


interesaba menos; y es cierto. Pero es de aquí de donde me viene
una inquietud central: si las escenas liminales nos muestran
ciudadanías organizadas teatralmente, ¿qué posibilidades tienen
los profesionales del teatro para generar escenas similares, para
abrir escenarios que funcionen como lugares de enunciación de lo
subalterno?

Creo que entonces habría que jugar el asunto de otra manera:


¿será posible que nosotros, profesionales de las teatralidades,
pudiéramos poner nuestros saberes y nuestros poderes al servicio
de otros sujetos de enunciación, de otras voces, y hacer cuerpo
con otros cuerpos? Ya no los cuerpos virtuosos del campo de
legitimación, sino el cuerpo del cualsea, de la multitud. Es lógico
que entonces admitiéramos que fuera de nuestro campo no
sabemos casi nada; tendríamos que dar lugar a la contaminación
de otros campos, de otros saberes; tendríamos que ponernos al
servicio de otros juegos de verdad; tendríamos que imaginar lo
inimaginable: jugar a generar imaginarios allí donde la gran
representación totalitaria del capital sólo dibuja uno: el del éxito, el
del empresario de sí, el del individuo que hace la lucha aislado, el
del explotado que baila por un sueño en la peor de las
precariedades de trabajo y existencia. ¿No es justamente la
posibilidad de un solo escenario, de un solo desenlace, una
cualidad de la tragedia, aquel relato en el que todo acto disidente
termina con el aplastamiento del desacuerdo, con la victoria del
orden hegemónico? ¿No será posible escribir en otros tonos,
imaginar otras dramaturgias, otras narrativas, otros dramatis
personae?

Si lo hiciéramos, ¿no tendría que cambiar nuestro emplazamiento


como artistas?, ¿no tendríamos que mirarnos a nosotros mismos
desde otros emplazamientos? Ciudadano, cualsea, Bloom, 99%,
trabajadores precarios...

Permítaseme cerrar mis ideas un poco apresuradamente.

Mientras me han prestado sus oídos, también me han prestado su


mirada hacia algunas prácticas artísticas en las que aparecen las
teatralidades de ciertos artistas al servicio de los comunes. 9
Quiero adelantar entonces una idea que no es mía sino del
antropólogo y filósofo Eduardo Grüner (2015), la de que, como he
dicho arriba, toda sociedad se basa en los lazos de una fuerte
representación. Esa representación pretende ocultar que para
estar juntos hemos tenido que hacer a un lado muchos impulsos
violentos, y que generamos acuerdos de mutua dependencia que,
sin embargo, contienen mucha fuerza destructiva
(mitológicamente, pues, que toda sociedad se funda en el
asesinato de un hermano por otro o en el sacrificio del chivo
expiatorio). En todo caso, nos une una consonancia de diferencias
que jamás apaciguará su desacuerdo. Hay momentos, continúa
Grüner (los de las catástrofes, como en el 85; de la conciencia de
clase, como en el 68; del intersticio del ritual ciudadano, como en
2012; de la fractura abierta por la la barbarie que sostiene el
neoliberalismo), en que la sociedad es llevada a rememorar su
fundación, su condición de representación como construcción
provisional de una verdad. En esos momentos, la fuerza de la
fundación emerge y los acuerdos pueden volver a ponerse en
consideración, pueden reacomodarse o, simplemente, mostrarse
como modificables (esto, por ejemplo, nos lo recuerda el artículo
39 de la Constitución). En esos momentos reaparece lo trágico: la
memoria de los impulsos contradictorios que nos unen, la
memoria de lo que Walter Benjamin describe en la famosa frase
de sus Tesis sobre la historia: “todo acto de cultura representa un
acto de barbarie”. Lo trágico nos reúne con nuestra violencia, con
nuestra potencia, bien para destruir lo que no es ya pertinente,
bien para construir el porvenir. Pero, prosigue Grüner -en mi glosa
que seguro lo violenta-, esa potencia de re/construcción social es
inapropiable, no le pertenece a nadie, sino a la fuerza de la
multitud, del nosotros, de los comunes. No hay representante,
político, líder de opinión, artista, que pueda decirse propietario -y
menos actor o protagonista- de la fuerza del demos, de todos. Lo
trágico es la apertura del escenario en el cual todos podemos
ensayar lo imposible, el porvenir. Lo trágico desencadena la
potencia de lo político.

Pues bien, ésta es la fuerza que me interesa, la que me llama tanto


en estos momentos. Lo político, lo trágico como fuerza teatral de
lo imposible, de la disidencia, del imaginario necesario, de la
reaparición de los cuerpos subalternos, de la reaparición de los
cuerpos desaparecidos.

¿Que por qué me interesa este asunto por encima de los asuntos
de nuestro campo gremial? Hay 43 nombres, más el de Nadia,
más el de Rubén, más otros veintitantos mil que me urgen a poner
el cuerpo, el pensamiento y la acción en otros escenarios.
CUERPOS OCUPADOS 10
La lógica del incremento de potencia, es todo lo que se puede
oponer a la lógica de la toma de poder. Habitar plenamente, esto
es todo lo que se puede oponer al paradigma del gobierno.
A nuestros Amigos. El Comité Invisible

o.

Leo esto mientras Tania Bruguera lee La condición humana de


Hannah Arendt en Tejadillo 214, en tanto el Estado cubano miente
sin tapujos sobre su localización a quienes llegan a Cuba
interesándose por ella. Tania Bruguera no está en la Isla.

1.

Hacerse pasar por quien uno no es, es una de las definiciones de


representación. Hacerse pasar por quien uno no es, obedece
generalmente a un juego; por eso en muchos idiomas, actuar es
jugar.

Hacerse pasar por quien uno no es, es asimismo parte de un


deseo: menos el de tomar el lugar de alguien para dejar de ser
quien uno es, que el de encontrar otra voz, otro cuerpo que, a su
vez, dé existencia a lo que no cabe dentro de las representaciones
existentes; y esto significa, pues, confrontar una representación
contra otra representación. No me imagino de otro modo, por
ejemplo, a Viola, la heroína de la Noche de epifanía de
Shakespeare, quien lo mismo tiene que tomar las ropas de un
muchacho que las de una doncella para mantenerse viva. Y en ese
desplazamiento de representaciones, Viola se reconoce como
“monstruo” al seducir lo mismo a un hombre que a una mujer.

Representación vital como desplazamiento de las


representaciones hegemónicas.

Así pues, para comenzar a expresar aquí lo que quisiera expresar


intentaré hacerme pasar por alguien que no soy. En este primer
apartado, entonces, me haré pasar nada más y nada menos que
por la pensadora Judith Butler, quien precisamente ha hablado in
extenso de ciertos procedimientos de performatividad de los que
quiero servirme para expresar lo que quiero expresar. Y lo que
quiero expresar es el lugar del espectador en ciertas prácticas
escénicas contemporáneas. Y aquí es donde los malestares
comienzan a hacerse sentir porque, de la misma manera en la que
para decir algo de la sexualidad -ya no se diga de lo femenino- se
comienza uno entrampando de principio en el discurso
heteronormativo, así, cuando quiero decir teatro -ya no se diga
espectador-, me encuentro entrampado de principio en el
discurso teatro normativo.

Así que tal vez sea bueno comenzar a ponerme en la persona, en


la máscara de Judith Butler, cuando hablando de la
performatividad enuncio que

En el primer caso, la performatividad debe entenderse no como un "acto" singular


y deliberado, sino, antes bien, como la práctica reiterativa y referencial mediante la
cual el discurso produce los efectos que nombra. 11

Y, hablando del sexo en particular, agrego:

El "sexo" no es pues sencillamente algo que uno tiene o una descripción estática
de lo que uno es: será una de las normas mediante las cuales ese "uno" puede
llegar a ser viable, esa norma que califica un cuerpo para toda la vida dentro de la
esfera de la inteligibilidad cultural. (Butler, 2002: 19)
Esto es, no existe ningún sujeto metafísica o físicamente superior y
omniabarcante que imponga una normatividad fija y rígida de lo
que el sexo es sino que, justamente, el sexo se construye a partir
de procesos de citación de una ley que, paradójicamente, se da
fuerza en su reiteración en los hechos de la vida.

Pero, a su vez, ese proceso no es enteramente positivo en la


medida en que para conformarse debe también hacer una
exclusión de lo que de suyo no es. Se trata de que

el sujeto se constituye a través de la fuerza de la exclusión y la abyección, una


fuerza que produce un exterior constitutivo del sujeto, un exterior abyecto que,
después de todo, es "interior" al sujeto como su propio repudio fundacional.
(Butler, 2002: 20)

¿Y qué supone este proceso en términos de acción? Prosigo


citándome:

Cuando en el lenguaje lacaniano se dice que alguien asume un "sexo", la


gramática de la frase crea la expectación de que hay "alguien" que, al despertarse,
indaga y delibera sobre qué "sexo" asumirá ese día, una gramática en la cual la
"asunción" se asimila pronto a la noción de una elección en alto grado reflexiva.
Pero si lo que impone esta "asunción" es un aparato regulador de heterosexualidad
y la asunción se reitera a través de la producción forzada del "sexo", se trata pues
de una asunción del sexo obligada desde el principio. Y si existe una libertad de
acción, ésta debe buscarse, paradójicamente, en las posibilidades que ofrecen la
apropiación obligada de la ley reguladora, la materialización de esa ley, la
apropiación impuesta y la identificación con tales demandas normativas. (Butler,
2002: 33)

Quiero decir, yo, la Butler, que una vez apropiada la ley que dicta
nuestra representación, sólo podemos elegir dentro de ella, no
porque abiertamente apoyemos la normatividad de la ley como un
creyente su libro sagrado o un ciudadano su reglamento de
tránsito, sino porque de entrada ya incorporamos, ya metimos en
el cuerpo, la normatividad; lo mismo para citarla que para refutarla.
Un embrollo, me digo ahora que reviso este texto que escribí hace
más de veinte años.
Y prosigo hablando del acto reiterativo:

Además, este acto no es primariamente teatral; en realidad, su aparente


teatralidad se produce en la medida en que permanezca disimulada su
historicidad (e, inversamente, su teatralidad adquiere cierto carácter inevitable por
la imposibilidad de revelar plenamente su historicidad). (Butler, 2002: 34)

Es decir, que el acto reiterativo aparece como teatro en la medida


en que aparece como un acto de magia al no demostrar sus
condiciones de producción. (Guarden, por favor, esta imagen de
teatro como ilusión formadora de subjetividades, pues vendrá al
caso cuando le devuelva la palabra al ponente). De acuerdo con
esto, una persona toma el papel de varón o mujer en la medida en
la que estos actos reiterativos que apelan a la normatividad
permanecen invisibles y silenciados. Pero, asimismo sucede que
invisibles y silenciados también quedan algunos actos y
personajes que han quedado afuera del escenario de la
teatralidad en la construcción del sujeto sexuado.

Aquellos monstruos, pues, son la parte que resta de la


conformación de los sujetos. Monstruos son quienes, excediendo
la representación hegemónica, permanecen en la oscuridad, pero,
a su vez, fundamentan la representación en su propia exclusión.

2.

Me despojo de la máscara -no sea que para estas alturas ustedes


ya me confundan con el original, que es la aberración más
horripilante de hacerse pasar por quien uno no es- y continúo con
mi voz (pero ¿cuál puede ser ésa: la del que investiga, el artista, el
profesor, el crítico?), pues quiero pasar a una definición de teatro
que me interesa muchísimo pues hay en ella una serie de
supuestos y conformaciones que conforman a nuestro sujeto
llamado “teatro”:
Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un
hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo
que se necesita para realizar un acto teatral.

Reconocen ustedes la voz. Se trata de Peter Brook quien, en esta


declaración inicial de su libro El espacio vacío: arte y técnica del
teatro, propone justamente eso: una visión y una performatividad
de lo que podemos entender por teatro. ¿Qué suponen esta visión
y esta performatividad?

Suponen, en un principio, un escenario que es un espacio


separado de todo, un espacio sagrado; pues la vacuidad o bien es
un concepto mental (como cuando se dice “vacía tu mente”) o bien
un espacio de autoexclusión dado que relega todo lo posible para
sólo materializar algunas cosas. En este sentido, el espacio vacío
es una petición de principio del teatro moderno. Quiero decir que
cuando Brook enuncia este principio, es porque ya está operando
en las mentalidades de su contemporaneidad.

Se trata de una operación discursiva interesante pues en su


enunciación y materialización ejerce ya una repartición de cuerpos
y de haceres; lo que Jacques Rancière apunta como acto político
por excelencia. De un lado, un espacio que ha sido vaciado para
que un hombre camine a través suyo. Mientras de la otra parte,
tenemos a un observador. Es decir, a la forma-teatro la conforman
alguien dinámico y alguien estático. Brook no nos dice si ambos
existen en el mismo espacio, pero debo suponer, por vía de la
historia, que no. Y lo sé porque precisamente una operación del
discurso moderno ha sido la de vaciar los espacios artísticos.

Decía arriba que la enunciación de Brook es sintomática, y


mostraré cómo en el Cubo negro ocurre algo similar a lo que
ocurre en el Cubo blanco, que Brian O´Dorethy ha definido así:

Sin sombras, blanco, limpio, artificial: el espacio se dedica por completo a la


tecnología de la estética. Las obras de arte se montan, se cuelgan, se despliegan
para su estudio. Ni el tiempo ni sus vicisitudes afectan sus inmaculadas superficies.
El arte existe en una especie de eternidad visible (...) Esta eternidad hace que el
espacio expositivo se asemeje al limbo: se tiene que haber muerto para estar en
él. En efecto, la presencia de esa extraña pieza de mobiliario -nuestro propio
cuerpo- parece superflua, una intromisión. (O´Doherty, 2011: 21)

Y en efecto, quien se haya asomado por la arqueología de los


espacios artísticos modernos, y en especial los escénicos, no
podrá sino asombrarse de la manera en la que se conformó
aquello que llamamos Sala: se trata de un largo proceso de
atornillamiento del cuerpo al mueble llamado asiento, que
comienza con la aparición del proscenio de los teatros cerrados
del XVI y que culmina con el apagón que Wagner impone a los
ahora sí meros observadores.

En efecto, para el teatro moderno, el espectador es un muerto-en-


vida, del que únicamente se exige la capacidad analítica:

El espacio -prosigue O´Dorethy- nos hace pensar que mientras la vista y la mente
sí son bienvenidas, los cuerpos con que ocupamos su interior no lo son, o son
tolerados únicamente como maniquíes cinestésicos que habrá que estudiar más
tarde... (O´Doherty, 2011: 21)

De modo que para el teatro los únicos cuerpos con vida, los
únicos cuerpos que se materializan, que importan, son los cuerpos
de los que representan otros cuerpos: los actores. Hay que echar
ojo a esa tradición del teatro moderno llamado training para
encontrar todo un catálogo de “formas ideales” que el cuerpo del
actor “debe ser” una y otra vez: desde la encarnación
stanislavskiana, la biomecánica meyerholdiana, la supermarioneta
craigiana, el maniquí kantoriano, hasta el actor santo de Grotowski;
los enunciadores de la ley, es decir, los directores de escena, han
formado y reformado una serie de normativas sobre el cuerpo que
debe aparecer en escena, haciéndolo pasar por actos reiterativos
que se mostrarán frente a un espectador atornillado a su asiento.

Pero siguiendo el curso de la genealogía del proscenio hasta el


apagón wagneriano, se hace pertinente hacer una pausa. Enunciar
de entrada la división actor/espectador ¿no es ya un binarismo
que empieza a condicionar nuestra mirada? ¿Es posible
desplazarse fuera de él? Para intentar aclararnos mejor, hagamos
una recapitulación: ¿será posible pensar en el espectador como
eso monstruoso, forcluido, de la ley del teatro?

Ya en los principios de lo normativo, en el periodo que el citado


Rancière llama régimen poético -el momento de las grandes
normativas-, el buen Lope de Vega, en su Arte nuevo de hacer
comedias, se refiere al público como algo difuso y secundario, que
tiene con el escenario una relación utilitaria:

y escribo por el arte que inventaron


los que el vulgar aplauso pretendieron
porque como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto
(Lope, S/F: 1-2)

Hablar en necio y pasar por agudo es uno de los objetivos de la


dramaturgia áurea que, como se ve, asume el proscenio como
relación de poder. Pues, a fin de cuentas, como sabemos, se trata
de un teatro que repite el gran Teatro del Mundo que gira
alrededor del sol del Emperador.

Y aun después, la escena cerrada va a seguir engulléndose todo


lo que se encuentra a su alrededor, de manera que no quede
ninguna referencia circunstancial a lo que se hace visible. Peter
Szondi, ya declarará que en el drama -esa forma teatral cuyo
apogeo es el periodo romántico, pero que subyace “en crisis” hasta
bien entrado el siglo XX- el drama, pues, es un espacio hermético,
autónomo que exige del espectador “una fe” o aún mejor: una
suspensión del juicio para poder ejercer su fuerza. De manera que
nos encontramos ya sin posibilidad alguna de rebatir el texto o las
actuaciones o al menos de mirar personas que nos gusten, como
se hacía todavía hasta los corrales. Se trata del acorralamiento de
aquello que Jorge Dubbatti llama la parte covivial del teatro. Una
sustracción que, por supuesto opera con precisas normativas. Por
ejemplo, tenemos esta crónica de Benedict Nightingale, crítico
teatral del Times de Londres, que ha escrito 15 reglas del
comportamiento en una obra de teatro, de la que rescato tres:

2. Nunca susurre y mucho menos hable durante la ejecución. Si es usted un poco


duro de oído, cómprese algún complemento auditivo, pero no distraiga a su
compañero para obtener información acerca de la trama de la obra. Y por favor, no
tararee nunca las canciones, incluso aunque sean las de Abba en Mamma Mia.

3. No haga picnics. De hecho, no coma nada, ni siquiera las uñas, incluso si la obra
es, por así decirlo, de mordérselas. Si tiene que comprar un helado en el
descanso, asegúrese de que al comenzar la segunda parte ya lo ha terminado y
se ha deshecho cuidadosamente del envoltorio. El ruido del papel rasgándose o
arrugándose suena como un gato enloquecido arañando una puerta.

13. Si va al teatro acompañado de uno de esos niños de tipo locuaz, amordácelo


sin contemplaciones. Si el niño es de los llamados inquietos, espósele y póngale
grilletes. Y si resultara ser usted tan altruista e incauto como para llevar a toda una
fiesta infantil a una matinée de Shakespeare, amenace previamente a los
pequeños presuntos malhechores con entradas para una sesión de lectura
intensiva del Ulises de Joyce o para un curso avanzado sobre ética de
Apemantus. 12

Se trata, a fin de cuentas, de unos cuerpos que están sumidos en


la oscuridad y más incapacitados para hacer que para obedecer.

¿Se trata de cuerpos forcluidos?, ¿de identidades reguladas? Yo


digo que sí.

Ahora bien, toda forclusión es una forclusión de lo Real. Es decir,


se trata de la exclusión de aquello que a su vez, fundamenta al yo,
a la personalidad. Su retorno, el retorno de la fuerza psíquica
desplazada no se da sin el peligro psicótico; esto es, sin poner en
peligro la propia estabilidad de la identidad del sujeto. En este
sentido, ¿qué nos dicen algunas prácticas escénicas
contemporáneas acerca del estatus de la identidad “teatro”,
fundada en la división binaria actor/espectador? Veamos un
ejemplo:
En enero de 2013, Roger Bernat y otros artistas, llevaron a cabo la
pieza Desplazamiento de La Moneda en Santiago de Chile. Esta
consistió en el armado de una maqueta del Palacio de La Moneda
que fue llevada luego en procesión. En palabras de los artistas:

Diferentes organizaciones sociales levantan el Palacio de La Moneda y lo trasladan


al barrio con la menor renta per cápita de la ciudad. En este caso el emblemático
barrio de La Legua. Cada colectivo se hace cargo de llevar el palacio a hombros
durante un tramo en el que decide qué comunicar desde el balcón y si adornar el
tramo con música, baile o el silencio. 13

Ahora bien, durante el traslado los colectivos no solamente se


subían al balcón de La Moneda para hacer su declaración, sino
que también en su andar sumaban a ciudadanos quienes a su vez
ponían sus propios cuerpos y se volvían receptores de las
declaraciones, pero también hacedores del acontecimiento.

Pongamos un segundo ejemplo, el año anterior, el colectivo La


comedia humana -al que pertenezco- echó a andar un proyecto
llamado La comuna: revolución o futuro, que consiste en trabajos
de largo tiempo en barrios, colonias o comunidades específicas,
con el propósito de intercambiar saberes y ejecutar prácticas
artísticas que recuperen la memoria territorial e incentiven
imaginarios sobre el futuro.

En la colonia Campamento Dos de octubre, se llevó a cabo un


taller con las fundadoras de la colonia que narraron la historia de
lucha por la tierra y construcción de la Colonia; y un taller de
periodismo escénico con los muchachos afiliados al INJUVE. La
memoria de fundación no existía en las nuevas generaciones que
sólo apostaban por salir del barrio o bien repetir los esquemas de
precariedad que comúnmente los enfrentan con la Ley. Ahora
bien, como trabajo final, los chicos decidieron hacer -entre otras
cosas- un grafiti mural con la historia del campamento, justo en el
espacio del taller. El día que comenzaron a pintar, la policía llegó
para llevárselos por vandalismo; los chicos se defendieron
argumentando que estaban pintando “la historia del barrio”. Los
policías preguntaron que cómo era eso, y los muchachos,
finalmente, les narraron la historia de la fundación.

Estos chicos y aquellos ciudadanos de la procesión, ¿son actores o


son espectadores? O incluso: ¿esta dicotomía resulta todavía útil
para describir su quehacer? O en otro sentido: la normativa
escénica ¿no resulta psicotizada -desplazada en su identidad- ante
fenómenos así? Y aún más: ¿es necesario seguir concibiendo
únicamente la aparición del cuerpo del artista como central en los
actos performativos estéticos?, ¿sigue teniendo poder de
traslocación centrar nuestra práctica y nuestro análisis de “el
cuerpo” únicamente en la ficcionalización del cuerpo del artista?
¿No pasamos por alto que hay otros cuerpos y otras formas de
aparición posibles que pueden dar sentido a lo que entendemos
por prácticas performativas hoy día? ¿Qué podría representar para
la práctica y la investigación performativa un pensamiento acerca
de las performatividades del espectador? En dicha práctica, en
dicha teoría, ¿sería posible seguir atendiendo a la normativa
teatrológica/museística que divide en actor-obra/espectador?
¿Son las teorías y prácticas relacionales una respuesta a esta
encrucijada o, como dice Claire Bishop, al excluir el antagonismo
se encuentran todavía en la narrativa del arte como mediador de
conflictos y no como problematizador de estrategias de
construcción de imaginarios?

3.

Podríamos hacer aquí, del lado de las artes visuales, una


genealogía que enlazara la aparición del performance, el desafío,
la negociación de espacio físico y mental del minimalismo entre el
objeto y el cuerpo del espectador, hasta las estéticas relacionales,
para mostrar que el asunto del estatus del espectador ya ha sido
adelantado desde hace tiempo. Sin embargo, es preciso apuntar
que no se trata siempre de lo mismo: una cosa son las prácticas
interactivas, otra las participativas y otra las que necesariamente
tendríamos que llamar teatrales. En las primeras, como en el caso
del minimalismo, se trata de negociar el sentido de la obra, pues
ésta nos invita a pasar de la contemplación a la movilización de los
sentidos posibles; obras abiertas de acuerdo con Umberto Eco.
Las obras participativas se encuentran diseñadas no sólo para
interactuar con ellas, sino incluso para modificarlas en el mismo
sentido en el que se modifica un paseo: se elige entre una serie de
opciones sobre las cuales la definición de la pieza puede variar y,
sin embargo, el sentido sigue dado de antemano. En ambas
formas de relación me parece que el espectador continúa definido
como tal; no sólo en cuanto el invitado a un evento diseñado, sino
como alguien que únicamente participa en la contingencia del
suceso sin implicar nada más que la inmediatez de su presencia.

En cambio, en los momentos de teatralidad citados y otros que


me interesan lo que es de llamar la atención no sólo es la
aparición del cuerpo del espectador como participante, sino lo
que se entiende como cuerpo y la medida de su implicación en la
pieza.

Lo explicaré de nuevo desde el lado de Judith Butler, pero con la


ayuda de Bordieu. Arriba decía yo -en el papel de la Butler- que la
performatividad implicaba una recurrencia y una relación con la
ley en la conformación de una identidad. Bueno, para lo que aquí
me interesa, esa también puede ser una definición de lo que
Bordieu llama un habitus. Para Bordieu:

se trata de aquellas disposiciones a actuar, percibir, valorar, sentir y pensar de una


cierta manera más que de otra, disposiciones que han sido interiorizadas por el
individuo en el curso de su historia. El habitus es, pues, la historia hecha cuerpo. (...)
El habitus no es propiamente "un estado del alma", es un "estado del cuerpo", es
un estado especial que adoptan las condiciones objetivas incorporadas y
convertidas así en disposiciones duraderas, maneras duraderas de mantenerse y
de moverse (los brazos y las piernas están llenos de imperativos adormecidos), de
hablar, de caminar, de pensar y de sentir que se presenta con todas las
apariencias de la naturaleza. (Gutiérrez, Alicia, 2005: 78)
Si se me pidiera ofrecer una diferencia teórica de ciertas prácticas
participativas respecto de las que en adelante llamaré prácticas de
ocupación, tendría que hablar de la manera en la que:

a) En la práctica artística se inserta el habitus de las personas. Pero,


y esto es vital, este habitus implica su territorio y su puesta en
relación con los otros. No se trata, como el arte moderno supone,
de una puesta en acción del individuo aislado que se coloca en un
cubo eterno o que es separable de su entorno.

b) De la medida en la que este habitus modifica la práctica y se


modifica con la práctica. Si Didi-Huberman -siguiendo a Benjamín-
habla de la imagen dialéctica, yo hablaría aquí de una
performatividad dialéctica. Y permítaseme llegar apuradamente a
una conclusión para la que requeriría tiempo de demostración.
Esta performatividad dialéctica (que restituye, monstruosamente
para el discurso binario de la autonomía artística, el lugar del
cuerpo del espectador en su quehacer -en la poética más que en
la estética); esta performatividad, digo, es de suyo problemática,
pues requiere de otros tiempos y espacios de elaboración que no
se restringen al salón de ensayos o al estudio, pero tampoco a la
intervención efímera. Hablamos de una verdadera ocupación del
espacio, el tiempo y el habitus tanto del artista como del cuerpo
social del territorio intervenido. Ocupación en el sentido que Hito
Steyerl, siguiendo los movimientos Occupy, define para las
prácticas artísticas posibles.

La ocupación obliga la inversión de las dimensiones estándares del espacio. El


espacio en una ocupación no es sólo el contenedor de nuestros cuerpos, es un
plano de potencialidad que ha sido congelado por la lógica de la mercancía. En
una ocupación, uno debe involucrarse con el espacio topológicamente, como
estratega, preguntándose: ¿Cuáles son sus hoyos, entradas, salidas? ¿Cómo
puede uno desalienarlo, desidentificarlo, hacerlo inoperante, hacerlo común? (Q.
Libet, citado en Steyerl, 2014: 120)

Se trata pues de una operación enteramente política, una


restitución de lo político en cuanto esto implica la renegociación
de nuestros contratos sociales; en este caso, de problematizar los
cuerpos “congelados por la lógica de la mercancía”, por la
violencia de la normativa heterosexual, por la violencia de los
espacios vacíos y eternos que desaparecen a los cuerpos que les
dan razón y sentido.

Se trata del cuerpo del espectador y a la vez no. Se trata de poner


en práctica y a la vez de encontrar una manera de nombrar lo
monstruoso, lo que excede a la representación de teatro y de arte.
Se trata de redefinir los propios habitus del campo artístico.
¿PARTICIPACIÓN?

Tensiones del régimen estético

En su famoso texto “El espectador emancipado”, Jacques Rancière


deja claro un punto: al espectador no se le emancipa por el sólo
hecho de ponerlo a participar en la obra teatral. Dos ideas son los
blancos de su crítica: la primera, la que opondría a una supuesta
“pasividad” del mirar en contra de una supuesta “actividad” del
hacer; y la segunda, la que opondría una inmersión política contra
otra que sería mero esteticismo. Un ejemplo de cada oposición la
darían Artaud y Brecht. Ambos intentaban derribar la barrera del
proscenio en busca, el primero, de una disolución del arte en la
vida a través de la completa inmersión del espectador en el
misterio desatado por el performance escénico; mientras que
Brecht buscaría una continuidad entre lo que el público aprendiera
en el escenario y lo que luego practicaría en el escenario político
de la vida.

Las dos ideas (la que supone actividad y la que supone política),
dice Rancière, fallan pues por una parte es falso imaginar que el
espectador que sólo mira no está activo, pues la mirada es ya una
posibilidad de relacionar y de generar interpretaciones propias; y
por la parte que corresponde a la idea brechtiana -y de otras
presuposiciones del llamado arte político-, es falso también que
quien mira una obra de teatro, sepa luego qué y cómo hacer en la
vida cotidiana.

Es importante, sin embargo, citar la manera en que Rancière


articula la idea de emancipación y el estatuto del espectador:

El espectador también actúa, como el alumno o como el docto. Observa,


selecciona, compara, interpreta. Liga lo que ve con muchas otras cosas que ha
visto en otros escenarios, en otros tipos de lugares. Compone su propio poema
con los elementos del poema que tiene delante. Participa en la performance
rehaciéndola a su manera, sustrayéndose por ejemplo a la energía vital que esa
debería transmitir, para hacer de ella una pura imagen y asociar esa pura imagen a
una historia que ha leído o soñado, vivido o inventado. Así, son a la vez
espectadores distantes e intérpretes activos del espectáculo que se les propone.
(Rancière, 2008:19-20)

En este sentido, no podemos dejar de lado otras afirmaciones


importantes del filósofo francés al respecto de la relación entre el
arte y la política o, en su caso, entre estética y política. En su
indispensable El malestar de la estética, el autor nos habla de que
hay una estética en la política, en la medida en la que ésta implica
un diferente reparto de cuerpos y de voces en un espacio común:
quién puede hablar, qué cuerpos pueden aparecer.

La política adviene cuando aquellos que «no tienen» tiempo toman ese tiempo
necesario para proponerse como habitantes de un espacio común y demostrar
que su boca emite efectivamente una palabra que enuncia lo común, y no
solamente una voz que señala el dolor. Esta distribución y redistribución de
lugares e identidades, esta delimitación y redelimitación de espacios tiempos, de
lo visible y lo invisible, del ruido y la palabra constituyen lo que he llamado el
reparto de lo sensible. La política consiste en la reconfiguración del reparto de lo
sensible que define lo común de una comunidad, en la introducción de sujetos y
objetos nuevos, en hacer visible aquello que no lo era y en hacer escuchar como
hablantes a aquellos que eran percibidos como animales ruidosos. (Rancière, 2011:
34)

Pero, a su vez, también hay una política de la estética: qué estatuto


tienen, en un espacio común determinado, los objetos y modos de
hacer que llamamos artísticos. En este sentido, Rancière propone
tres estatutos que él llama regímenes: el régimen poético, el
régimen representativo y el régimen estético. Es en este último
régimen en el cual podemos hablar propiamente de las cosas del
arte como propias, sin una legislación con respecto a las demás
cosas del mundo.

«Estética» es la palabra que dice la articulación singular, incómoda de pensar, que


se formó hace dos siglos entre las sublimidades del arte y el ruido de una bomba
de agua, entre un timbre de cuerda velado y la promesa de una humanidad nueva.
El malestar y el resentimiento que suscita hoy giran siempre en torno a estas dos
relaciones: escándalo de un arte que acoge en sus formas y espacios el «lo que
sea» de los objetos de uso y de las imágenes de la vida profana; promesas
exorbitantes y mentirosas de una revolución estética que quería transformar las
formas del arte en formas de una vida nueva. Se acusa a la estética de ser
culpable del «lo que sea» del arte, se la acusa de su extravío en las promesas
falaces del absoluto filosófico y la revolución social. (Rancière, 2011: 25)

En este régimen, continúa Rancière, existen dos polos de tensión:


por un lado aquel que emancipa la relación, lo que entendemos
por arte de la pieza artística del resultado en tanto pieza bien o mal
hecha, pues la existencia del arte depende de una plataforma que
lo saca de las categorías de los otros modos de hacer de la
existencia (la plataforma arte es eso, una plataforma y no -
solamente- una serie de técnicas u obras). Y, por el otro, un polo
que intenta reinsertar esos haceres autónomos a la vida para
lograr la transformación de ésta: no hay (idea de) revolución sin
arte, pero tampoco hay revolución sin (plataforma para) el arte.

Tanto bajo el argumento lineal de modernidad y postmodernidad, como bajo la


oposición escolar del arte por el arte y arte comprometido, tenemos, por tanto,
que reconocer la tensión original y persistente de las dos grandes políticas de la
estética: la política del devenir-vida del arte y la política de la forma resistente. La
primera identifica las formas de la experiencia estética con las formas de otra vida.
Otorga al arte la finalidad de construir nuevas formas de la vida común, esto es, su
autosupresión como realidad separada. La segunda, al contrario, encierra la
promesa política de la experiencia estética en la separación misma del arte, en la
resistencia de su forma a toda transformación en forma de vida. (Rancière, 2011: 58.
Cursivas mías)

Es en esta tensión de dos polos, entre la política del devenir-vida


del arte y la política de la forma resistente, que quisiera decir algo
acerca de lo que llamamos “participación” en las artes escénicas.
Se trata de una distinción acaso sutil, pero que puede hablarnos
de lo que esperamos del espectador en piezas contemporáneas.

Acción y representación
Siempre me llamó la atención el elemento faltante en la lista de
“materias primas de la puesta en escena” que Ludwik Margules
enseñaba: espacio, tiempo, actuación, texto, movimiento e
imagen, me parecía que quedaban truncas ante la falta del
espectador. Con el tiempo, aprendí que para Margules el
espectador era como la palabra “camello” en las Mil y una noches,
según Borges: una palabra no escrita, porque se da por sentada,
porque está allí, implicando todo lo que puede suceder con su
presencia y que no necesita ser ilustrada ni explicada. Máxime
cuando en el 2001 le pregunté acerca de la tremenda cercanía de
los espectadores con respecto a los actores en su puesta en
escena de Los justos, y él me comentó que su idea era ir más lejos
que Brecht: “él planteaba sus obras como espacio de participación
del público, yo quiero desafiar al espectador”, me dijo.

Era, sin embargo, importante para él mantener una zona vacía


entre los cuerpos; “espacio de ficción” le había llamado en
Cuarteto a ese metro y medio que separaba a la primera fila de la
caja metálica y que en Los justos se reducía a veinte centímetros
marcados con una cinta adhesiva. El objetivo para él era primordial:
no confundir la realidad con la ficción.

En este sentido, en términos teatrales, me parece fundamental


recordar aquí el planteamiento que hace José A. Sánchez al
respecto de la relación entre representación y acción. En la forma
escénica que autonomiza completamente los contenidos formales
de la obra y que obliga al espectador a una interpretación
intelectual (la forma resistente), la acción está subordinada a la
representación. Tal como en las explicaciones marguleanas, la
ficción (entendida como presentación de un mundo opuesto a
éste) debe establecerse por un lado y la realidad por el suyo, sin
posibilidad de con/fusión.

Por su parte, en las formas teatralizadas en las que el cuerpo del


espectador no sólo forma parte de la representación, sino que
además ésta se desborda para fundirse en la vida, la
representación se subordina a la acción. Tomamos aquí acción en
el sentido en el que Pasolini entendiera que “no hay más poesía
que la acción real”; es decir, una acción que si bien iniciaría en el
marco artístico, se desbordaría hacia el afuera de este mismo
marco, desdibujando su forma disciplinar y, de alguna manera,
convocando o haciendo espacio para consecuencias que
sobrepasan el acuerdo artístico. De esta manera, la presencia del
espectador no significaría lo mismo cuando en una pieza escénica
la acción queda subordinada que cuando es la representación la
que va detrás.

Así, podemos apreciar puestas en escena que más que


preguntarse por el estatuto del espectador, utilizan su presencia
como parte de las “circunstancias dadas” que absorberán la trama
y el tiempo de la puesta en escena. Esta verdadera participación
del espectador abarca desde el famoso épater les bourgeois
decadentista, hasta la simple instrumentalización de su presencia.

Por ejemplo, en el Valle del asombro de Peter Brook (2015), en


alguna parte, uno de los actores convertido en mago, hace un
truco que requiere la participación de un espectador. La acción
implica una suspensión momentánea del contrato ficcional, pero
ya que aquella participación no desvía en nada el devenir de la
ficción ni los roles establecidos, finalmente lo que intenta es
reforzarlo.

Otro ejemplo memorable es la pieza Ícaro de Danielle Finzi (1998),


que requería la presencia de un espectador en escena como
mudo interlocutor del personaje. La presencia, aquí, del
espectador, tampoco alteraba el curso de los acontecimientos y,
sin embargo, sí cambiaba la tonalidad del acontecimiento de la
noche.

En otro nivel, por ejemplo, podríamos situar una pieza como


Dionysus 69 de Richard Schechner, en donde el público elegía su
lugar de emplazamiento, era “invitado” a matar a Penteo y luego a
bailar en escena e, incluso, “al final de la pieza, si el clima lo
permite, la gran puerta del Garage se abre y todos los intérpretes
salen a la calle Wooster, frecuentemente seguidos por los
espectadores” (Schechner, 1971: 115). Aquí, como en la famosísima
Paradise now del Living Theatre, el público tiene otro margen de
acción: su presencia mueve los derroteros del guión, puede
prolongar o apresurar una escena e incluso tomar la voz o mezclar
su cuerpo con el de los actores. Y sin embargo, el espacio de la
vida apenas es afectado.

Me parece que a pesar de las intenciones llamadas políticas en


muchas de estas formas de hacer participar al espectador, éste
queda reducido a una más de las diversas materias primas de la
puesta en escena. Estamos en un nivel en el que se prueban
herramientas y se exploran las posibilidades materiales de la
representación sin pretensión ni posibilidad de pasar del teatro a
otra dimensión que lo desborde.

Quiero decir que, en el caso del Living Theatre, el paso del umbral
de la ficción a la vida lo daría mucho mejor su famosa toma del
Teatro del Odeón durante los acontecimientos del mayo del 68.
Allí, la estructura arquitectónica, con toda su carga simbólica,
transformó su capacidad de hacer comparecer los cuerpos. El
espacio se volvió refugio y asamblea en respuesta directa al curso
de los acontecimientos que ocurrían afuera, pero que tenían su
prolongación y provocación adentro del recinto. Así, incluso, el
concepto de ficción cambia también su umbral de pertinencia,
pues, volviendo a Rancière:

La ficción no es la creación de un mundo imaginario opuesto al mundo real. Es el


trabajo que produce disenso, que cambia los modos de presentación sensible y
las formas de enunciación al cambiar los marcos, las escalas o los ritmos, al
construir relaciones nuevas entre la apariencia y la realidad, lo singular y lo común,
lo visible y su significación. Este trabajo cambia las coordenadas de lo
representable; cambia nuestra percepción de los acontecimientos sensibles,
nuestra manera de relacionarlos con sujetos, la manera en la que nuestro mundo
es poblado de acontecimientos y de figuras. (Rancière, 2010: 66-67)
Digamos que en el caso de la forma resistente, la ficción puede ser
disensual al presentarnos otros mundos y sus posibilidades de
representación para unos cuerpos que, sentados y en lo oscuro,
invierten un tiempo que no dedican al trabajo sino al libre curso de
sus sensaciones y al movimiento de su intelecto al descifrar lo que
los artistas ofrecen. En el caso del arte que deviene-vida, los
espectadores -también librados del tiempo del trabajo- se
encuentran ocupados y ocupando un espacio y un diálogo al que
no tenían acceso en la vida y que, además, puede ser torcido por
el curso del azar de los acontecimientos.

Tal es el caso, por ejemplo, de Atlas Electores 2012 de Teatro Ojo;


una serie de ocho sesiones quincenales que analizaba los distintos
niveles de conformación en la intención de voto de veinte
electores, veinte ciudadanos convocados para la pieza que, en
cada sesión, iba observando y confrontando los afectos, la
información, la historia política y los accidentes que hacen que un
ciudadano emita su voto por tal o cual candidato. La pieza corría a
la par que el tiempo electoral (el de la acción real) con el que
dialogaba, al punto en que tuvo que dar cabida a la emergencia
del movimiento Yo Soy 132.

Así también la pieza Úumbal, de Mariana Arteaga, en la que


mediante un taller con diversos ciudadanos, se realizó una
coreografía nómada que se abría a la presencia de quienes
pasaban por el barrio de Santa María la Ribera, los días de función.

La pieza,

inició en abril del presente año [2015] cuando se abrió la convocatoria para que
aficionados al baile de cualquier edad y procedencia, donaran pasos a La
Pasoteca, mismos que se convertirían en la materia prima a partir de la cual
generar Úumbal. En la segunda etapa conocida como Laboratorio de Tejedores,
contamos con la participación de voluntarios que crearon junto con el equipo de
trabajo de Úumbal, nuevas secuencias de movimientos inspiradas en los pasos
donados y propusieron formas de andar y estar en el espacio público. Por último,
luego de audicionar a voluntarios aficionados al baile dispuestos a participar en el
montaje de esta coreografía nómada, se completó el grupo de 54 habitantes para
montar la coreografía y desplazarla por tres rutas: dos en el barrio de Santa María
la Ribera y en otra zona aledaña al museo [del Chopo]. 14

Aquí sucedían diversos niveles de inmersión de los espectadores.


Por una parte, había quienes eran convocados a una función a la
manera común y que se unían a la procesión bailada. Pero, por
otra, la colonia era “tomada por asalto” por la coreografía, de
manera que muchos transeúntes y habitantes se transformaban en
espectadores efímeros a quienes se les descolocaba la
distribución cotidiana de los flujos de su barrio. Así, por ejemplo,
mientras la coreografía se movía de calle en calle, un equipo
detenía el tráfico; pero en la ocasión en que la presencié, un auto
quedó atrapado por la coreografía; los bailarines hicieron una valla
para el auto, y su conductora marchó muy despacio, sorprendida y
emocionada; esto hizo que por un momento tanto el transcurso de
la mujer como el de la coreografía se modificaran, mientras la
conductora quedaba en relación afectiva con los bailarines que la
saludaban y le daban una centralidad dentro del carnaval.

Un elemento importante no se nos puede escapar en ambos


casos: no estamos hablando de piezas que acontecen únicamente
en su momento de (re)presentación. No se trata de productos, sino
de procesos. Me explico: este devenir-vida del teatro que señala
Rancière, no implica únicamente que una pieza haya sido
mostrada en ocho sesiones ni que la otra ocurra en las avenidas.
En ambas piezas hay un acto de disenso fundamental, pues
quienes tienen la centralidad son cuerpos y son voces que antes
estaban destinadas al lado oscuro de la sala. No se trata de
profesionales de la actuación sino de personas que se
autorrepresentan en el hacer sobre la escena. Si bien no están allí
de manera “natural” (¿qué sería eso?), sí se encuentran haciendo la
parte de sí mismos, mostrando lo que la representación no alcanza
a mostrar, pero que la acción devela. Ambas piezas, además, están
realizadas a través de procesos largos, de talleres que, en estos
casos, funcionan mucho más que como espacios de pedagogías
de conocimiento, como espacios de intercambio de afectos. Su
relevancia no estriba únicamente en la información que los artistas
pudieran tomar de los ciudadanos o de los saberes nuevos que
éstos podrían adquirir; lo que se juega es la conformación de
cuerpos más complejos, de un tiempo ocupado no en el sentido
de la ocupación como empleo, sino de la ocupación como
posibilidad de habitar. Habitar con otras formas de vida, habitar
otras formas de vida en los otros cuerpos, en el propio.

Pero, incluso, me gustaría, de ser posible, pasar más lejos; me


gustaría hablar de prácticas que, algunas sin provenir de las artes
escénicas, en su manera de involucrar los cuerpos, los espacios y
las voces, acceden a diversos tipos de teatralidad y que involucran
los cuerpos de otras maneras. De las artes escénicas hacia otras
disciplinas y de regreso.

Más allá de la participación

Hay unas cuantas piezas artísticas que me interesa revisar, pues


nos hacen pasar del campo artístico al plano de las estéticas de la
emergencia.

En 2004, el escultor Thomas Hirschhorn realizó en Albinet, un


suburbio de París, el Museo precario. Este consistía en la
construcción de una sala museística en medio del barrio, donde
serían exhibidas -a modo de préstamo por el Museo Georges
Pompidou- piezas originales de Andy Warhol, Le Corbusier,
Joseph Beuys, Salvador Dalí, Kasimir Malevich, Fernand Léger,
Marcel Duchamp y Piet Mondrian.

En este barrio, que pasó de ser de obreros a ser de migrantes,


Hirschhorn entrenó a siete jóvenes, los “guardianes”, para ir al
museo semanalmente por piezas de cada artista y volver al barrio.
Las piezas eran expuestas junto con material contextual en un
espacio de exhibición, el Museo, que había sido construido con
madera y cartón (material precario, de uso corriente del artista)
junto con los habitantes, quienes habilitaron también una
biblioteca, un espacio de usos múltiples y una cafetería.

Ahora bien, los chicos iban por las piezas y regresaban a manera
de procesión, presididos por el “Luchador” (Hirschhorn mismo).
Una vez que las piezas se integraban al Museo precario, en los
demás espacios también se detonaban actividades como talleres,
conversatorios o visitas guiadas a otros lugares relacionados con el
artista o las piezas exhibidas.

Los domingos se cancelaba la parte correspondiente de la


exhibición con una comida abierta para la comunidad, preparada
por los propios miembros de ella. El último día del proyecto, todos
desmantelaron la pieza y se rifaron objetos importantes.

Me interesa mencionar también el proyecto New World Summit,


del artista Jonas Staal, que implica la instalación de “parlamentos
alternativos” en donde se discuten temas que están fuera de las
agendas oficiales o donde comparecen países o grupos sin voz en
los grandes foros:

Los primeros cinco encuentros ocurrieron en museos y teatros de Berlín, Leiden,


Kochi, Bruselas y Derik. Y se enfocaron en el uso de las listas de grupos llamados
terroristas que se utilizan para desmantelar y aislar organizaciones políticas. En
estas reuniones hubo representantes del Movimiento Kurdo de Mujeres, el
Movimiento de Liberación Nacional de Azawad y el Movimiento Nacional
Democrático de Filipinas, así como abogados, fiscales, jueces y asesores
gubernamentales envueltos en casos de alto perfil luego de la aceptación de la
Ley Patriota en Estados Unidos. 15

En este caso, tenemos grupos cuya representatividad queda


cuestionada por los poderes hegemónicos mundiales y, por tanto,
sus voces quedan silenciadas. Se trataría tanto de ofrecer un
espacio de emancipación (en el sentido de Rancière, donde los
que no forman parte acceden a formar parte) que utiliza el
prestigio del arte y sus espacios para hacer resonancia de los
cuerpos y las voces sin representación. El acceso a un lugar de
enunciación.
Por último, en la pasada Cuadrienal de Escenografía de Praga, el
primer premio se lo llevó el proyecto Estonia Unida, del grupo
Teatro NO99. El proyecto se define como:

un movimiento político ficticio (...) Duró 44 días en los que fueron introducidas
varias técnicas políticas. El teatro utilizó todas las formas de manipulación política
para crear una nueva realidad: promesas más largas que la vida, anuncios políticos
en la TV y en la calle, video-conferencias virales sobre política, provocación,
entrevistas en TV y en shows de radio, etc. El teatro estuvo por todas partes en los
medios, utilizando los medios para sus propios fines. Se cruzó el límite entre la
realidad y la ficción y lo que generalmente era teatro, ahora era política pura, que
tomaron como real lo mismo los medios masivos que los ciudadanos. El teatro ya
no estaba en su lugar habitual, sino que capturaba completamente nuevos
espacios: calles, encabezados de periódicos, estudios de TV y el lobby del
parlamento. El teatro no era más un mero performance. Era real ahora. 16

Se trató, justamente, de una pieza teatral que tomó a todas las


personas de su país como ejecutantes. En el borde del engaño, la
campaña del falso partido político sacó a relucir precisamente lo
que sucede cuando naturalizamos el hecho de que la
representación subordine a la acción: un todo es posible donde
nada ocurre realmente. En este caso, la exploración se encontraba
justamente allí, en cómo una acción real podía pasar como
representación en el reino del monopolio de las representaciones.
Se trata menos de una broma que de una toma (¿tendría que decir
política?) de los modos de producción de la realidad y la
visibilización de cómo sus mecanismos conforman nuestros
hábitos y, por tanto, nuestras tomas de posición cotidianas. En este
sentido, no puede dejar de resonar en mi cabeza la consigna
mayor del 11M español: “No nos representan”, no como
cancelación de las representaciones, pero tampoco como un
teatro en el que somos meros participantes sin posibilidad de
acceder a la creación de los guiones; sino como habitantes de esta
ficción de la que, simplemente, queremos tomar el poder de
ensamblarla de otras maneras.
LO TRÁGICO O EL SISTEMA DE LA
MEMORIA 17

La tragedia

En un texto de Los peregrinos de la materia, Romeo Castellucci


habla de su intención escénica por remontarse a lo pretrágico: ese
momento de las teatralidades en que los animales no eran aún
expulsados del escenario. Se trata de un “gesto polémico”, un
rescate de la infancia, de todo aquello que se encuentra antes de
la Palabra, del Logos:

El momento en el que el animal desaparece de la escena nace la tragedia. El


gesto polémico que hacemos con respecto a la tragedia ática es devolver al
animal a la escena, dando un paso atrás. Llevar el arado sobre sus propios pasos,
ver un animal en escena significa dirigirse hacia la raíz teológica y crítica del teatro.
Un teatro pretrágico significa, ante todo, infantil. El teatro pretrágico es, acelerando
esta imagen, la infancia, entendida como “in/fancia”, o sea como la condición de
quien está fuera del lenguaje. (Castellucci, 2013: 55)

De manera similar, en otro texto memorable, Gilles Deleuze señala


que: “De la tragedia griega a la filosofía moderna hay toda una
doctrina del juicio que se va elaborando y desarrollando. Lo
trágico no es tanto la acción como el juicio, y la tragedia griega
instaura primero un tribunal” (Deleuze, 1996:176).

Hay en ambas afirmaciones una idea de que la tragedia, al instalar


el reino del Logos, instalaría también una separación, una esquicia.
Como si todo aquello anterior al orden de la palabra racionalizada
que da lugar a la tragedia ática, fuera el símil de cierta inocencia
que, a su vez, no se encuentra lejos de la bestialidad y de la
inarticulación pasional del lenguaje. Podríamos citar en Sófocles
un momento sintomático del rompimiento de la escena original. En
Edipo Rey, Edipo responde a la Esfinge con una respuesta
contundente: al acertijo acerca del animal que en la mañana anda
en cuatro patas, en la tarde en dos y en la noche en tres, Edipo
contesta: “El hombre”. Y hay, en esta enunciación, una separación
de lo que Agamben denominará “lo abierto” de la animalidad, a
favor de la singularidad del portador del Logos, el Hombre. No
está de más apuntar que ante esta respuesta, la Esfinge, esa unión
monstruosa de naturalezas diferentes, o mejor dicho, ese
paradigma que muestra cómo la naturaleza es monstruosidad por
su capacidad de sobreponer las diferencias (como en el caso de la
Viola shakespeariana que hemos mencionado), ese paradigma
natural, pues, se tira el vacío, llevándose en su caída los acertijos y
el universo del Mythos.

Y sin embargo, pareciera que en estos siglos de modernidad se ha


intentado lo mismo cuestionar que revivir a la tragedia como
género literario. Otro acto sintomático, pues, que oculta dos
detalles: el primero, que esos intentos acaso provengan del
impulso de (digamos y explicaremos después), cierto inconsciente
de la historia: hay algo que aún late en la tragedia que es más
urgente que la propia literatura y que nos hace buscarla allí donde
menos está; y no está allí, en la literatura, porque, segundo, la
tragedia ática y sus reconstrucciones es, digamos, el resto textual
de un acto performático: la conjunción del demos, del Todos,
alrededor de la narración de un Mythos fundacional. Un acto que
intenta volver a poner en el cuerpo colectivo, “las sucesivas
transformaciones de la pregunta instituyente” de una sociedad
(Grüner, 2005: 26).

En este sentido, este poner en escena la pregunta instituyente nos


llevaría a algo más importante que la representación escrita de
una historia acabada: se trata de presenciar y comparecer, otra vez
-siempre otra vez-, en el Territorio ante la fuerza de la fundación
misma del demos. Se trata de alcanzar el momento de lo trágico.
Lo trágico, una vez más, no como literatura ni representación sin
cuerpo; sino como in/corporación de la pregunta por el estar
juntos de un colectivo de personas. Lo trágico sería, cuando atrae
a los cuerpos, “el fundamento perdido de lo político” (Grüner, 2005:
69).

Como indica entre otros Rene Girard, lo social se instaura a costa


de un sacrificio que representa la violencia misma que implica el
estar juntos -o bien, esta violencia es la composición de fuerzas al
tener reunidas (monstruosamente) las diferencias-, pues “si el otro
es un obstáculo para ese deseo, pero al mismo tiempo es el que
lo indica, el que señala hacia él: El fracaso del ritual de sacrificio
produce la ‘crisis sacrificial’: es el riesgo de recomposición de la
violencia mimética, del todos contra todos” (Grüner, 2005: 94). Lo
trágico, pues, sería ese justo momento en el que el ritual de
sacrificio recuerda la violencia originaria (que no original) que da
lugar a la organización del demos. Es un momento pre-social que
recuerda que lo social (el estar juntos) se encuentra sobre un
inquietante suelo, al borde de una crisis en la cual la violencia
puede reaparecer si no queda negociada bajo cierto contrato
social. La tragedia, cuando alcanza el núcleo de lo trágico, sería
entonces “una suerte de antropología de lo político, situada en la
transición conflictiva entre la cultura basada en el sacrificio (orden
‘arcaico’) y un orden racional, que sustituye la protolegalidad del
sacrificio por la Ley a secas” (Grüner, 2005: 94).

En este sentido es que el olvido de lo trágico es el olvido del


sacrificio que ha dado origen a nuestro estar juntos; un sacrificio,
repitamos, cuya intención fue conjugar la violencia originaria (que
no original) del todos contra todos. (No sería muy errado señalar a
este momento de nuestro estar aquí, pues, como el fracaso del
ritual trágico de nuestra nación). Un olvido que inquieta a la
Memoria, que la fuerza a hacer el trabajo de remontarse a la
tragedia.
Pero demos un paso más: lo trágico sólo puede ser expresado
como Mythos. Se trata de un lenguaje (imagen, lenguaje, gesto)
incapaz de ser puesto al lado por el Logos. Un Mythos que no le
pertenece -como el Logos- sólo a la Palabra, a la Historia como
apropiación hegemónica de las narraciones plurales. Un Mythos
que, justamente, recoge, reúne la multiplicidad de las historias y
les da carácter simbólico para que no dejen de ser de todos. El
Mythos es, por tanto, inapropiable. Y es por su propia naturaleza,
por guardar la memoria de la violencia constituyente, también el
espacio de la crueldad, pues:

hay una justicia que se opone a todo juicio, según la cual los cuerpos se marcan
unos a otros, la deuda se asienta directamente en el cuerpo, siguiendo unos
bloques finitos que circulan en un territorio. El derecho no tiene la inmovilidad de
las cosas eternas, sino que se desplaza sin cesar entre familias que deben
derramar o devolver la sangre. Son signos terribles los que labran los cuerpos y
los colorean, trazos y pigmentos, que revelan en plena carne lo que cada cual
debe y lo que se le debe: todo un sistema de la crueldad. (Deleuze, 1996:202)

Como apunta Deleuze a propósito de los sistemas que se han


opuesto a la doctrina del Juicio, es decir, a la hegemonía del
Logos y sus variantes greco-cristiano-capitalistas, este es un
sistema de la crueldad, que en el siglo anterior mantuvieran
vigentes Kafka, Artaud, Gurrola o Margules.

Se trata, como se puede deducir, de un sistema que no intenta ni


ocultar la violencia originaria, ni tampoco dedicársela a un
sacrificio que la borraría de una vez y para siempre; pero que
tampoco promete su erradicación futura, en el progreso o más
allá, interiorizándola primero en los individuos como un sistema de
deuda infinita.

Pero, ¿qué otras puertas abre lo trágico?, ¿cómo convocarlo?

La memoria
Decíamos arriba que el Logos supone la subsunción de las
pequeñas historias a la hegemonía de la Historia (al monopolio de
la representación) y que, por tanto, supone también la redención (y
rendición) total de la violencia (y la erótica) del estar juntos:
pensemos en el monopolio de la violencia que tanto repetimos
cuando nos referimos al aparato de Estado-nación. Es, en todo
caso, esta subsunción de las historias -su rendición a golpe de
espada y fuego (como Cuauhtémoc ante Cortés)-, la que ofrece la
parte simbólica al poder hegemónico.

Y si hemos de recordar a Georges Balandier, el poder no se ejerce


únicamente por la fuerza de la espada, sino ante todo por la
eficacia simbólica, por el monopolio de signos y la construcción de
imaginarios, en operaciones abiertamente teatrales.

Un poder establecido únicamente a partir de la fuerza, o sobre la violencia no


domesticada, padecería una existencia constantemente amenazada; a su vez, un
poder expuesto a la única luz de la razón no merecería demasiada credibilidad. El
objetivo de todo poder es el de no mantenerse ni gracias a la dominación brutal ni
basándose en la sola justificación racional.

Para ello, no existe ni se conserva sino por la transposición, por la producción de


imágenes, por la manipulación de símbolos y su ordenamiento en un cuadro
ceremonial. (Balandier, 1992: 19)

Pensemos por ejemplo, en la disputa abierta en las redes sociales


en los últimos años acerca de la apropiación del Zócalo para el 16
de septiembre. No es poca cosa que el año anterior se haya
sacado (desterrado) el plantón de los maestros unos días antes, y
este año, se haya llevado (trasterrado) a tantos cuerpos a ocupar el
territorio simbólico para la realización del ritual anual.

Esta verdadera disputa de los territorios, los cuerpos y los


símbolos, es también sintomática de que el Estado (como
representación del demos) ya no tiene el monopolio de la
producción de imaginarios; y así, para la política clásica, no
tenemos eficientes símbolos, no aparecen los cuerpos y los
territorios han sido expropiados.

De manera que a la Historia que expropia símbolos, cuerpos y


territorios, se le puede oponer un -llamémoslo así- sistema de la
Memoria. ¿En qué consistiría tal sistema? En primer lugar, en el
establecimiento de un lugar de enunciación (recordemos que
Spivak define a los subalternos como aquellos que no tienen
poder de enunciación): un escenario que pueda congregar las
historias en su multiplicidad, en su equivocidad, en su fundacional
incompletud. No se trata, por su puesto de la Historia que implica
una teleología que lleva siempre a la justificación del poder en
turno; no se trata de la Historia en su inequívoca lógica de
causalidades lineales; no se trata de la Historia como gran
Totalidad cobijadora de los Justos a la vez que segregadora de los
réprobos. Se trata de las historias que se muestran como montaje
de experiencias, donde nunca sabremos cuánto hay de realización
y cuánto de invención; se trata de aquella Babel accidental y a-
lógica de la historia efectiva que Nietzsche evocara y que luego
Foucault convocara como construcción genealógica; se trata de
las historias que registran y componen formas de vida.

Se trata, pues, en el sistema de Memoria, de esta misma -la


memoria- como constelación benjaminiana, como caos de
velocidades, de encuentros a veces alegres, a veces tristes de los
cuerpos, pero que no ocultan su crueldad (y erotismo) originaria,
su rebelión a “hacer sociedad”. Y en este sentido, se trata también
de la Memoria como un inapropiable, pues la memoria es siempre
un asunto de la colectividad, de la conjunción de los cuerpos; con
lo cual se opone al simple recuerdo personal, en donde la
teleología de la Historia se proyecta en la historia individual y la
escena familiar.

El territorio
Así, el sistema de la Memoria es, sin lugar a dudas, un espacio de
reunión de los cuerpos. Un espacio común. Por tanto, y
parafraseando a Grüner, la Memoria o la hacemos nosotros o
aceptamos la que ya nos dieron. Y en este sentido, pensándola
como espacio, convendría pensar que la Memoria está ligada a los
Territorios. No es que la supuesta dislocación global nos haya
dejado sin lugar y, por tanto, hubiera que volvernos radicantes: eso
dejémoslo a quienes pueden hacerse de pasajes de avión con
facilidad. Es justamente el lugar lo que se encuentra expropiado
en la gran narración global. No me voy a detener demasiado a
justificar lo que Grüner llama de nuevo Nación y que se encuentra
completamente al otro polo de los nacionalismos de toda laya; me
concentraré más bien, en lo que él retoma de Marx: la Tierra y la
Lengua: las condiciones materiales y simbólicas de la existencia en
común. En la Tierra y en la Lengua se encuentran las condiciones
simbólicas y materiales que nos constituyen como sujetos
individuales a la vez que sociales. Para decirlo de otra manera, son
de estos niveles de los que es posible hacer memoria: se trata de
los sistemas con los que nos representamos la realidad y los
modos en los que conducimos nuestros cuerpos.

Bien puede ser que ese Territorio (Tierra y Lengua = Territorio) se


encuentre atravesado por diversas velocidades: la de la familia, la
de la comunidad, la de las conexiones externas-internadas,
incluyendo, claro que sí, la velocidad global; pero el Territorio nos
permite volver a pensar en una conjunción material de cuerpos
que se encuentran juntos en situaciones agonistas, no siempre
equilibradas ni armónicas, sino en constante conflicto y en peligro
de entrar en el caos, al borde de la crisis ritual.

Es así que el Territorio nos permite enfocar una inquietud


benjaminiana esencial: cómo extraer del pasado relámpagos que
iluminen el presente; lo cual es posible justo moviéndonos hacia la
Memoria, adentrándonos en el Territorio, en los momentos
fundacionales de la Tierra y de la Lengua, pues conviene no
olvidar que “Es este ‘fondo común’ -esta propiedad comunitaria
ontológicamente previa y condicionante de la individualidad- el
que es enajenado por la emergencia de la propiedad privada en
general, y muy en particular por la propiedad privada de tipo
capitalista” (Grüner, 2005: 196).

La multitud

Ahora bien, lo trágico, decíamos arriba, es el fondo perdido de lo


político: lo político como el establecimiento de esos pactos que
nos ayudan a estar juntos, pactos que darán lugar a la Ley cuando
el Logos se apropie de los pactos mismos. El Mythos, en cambio,
es inapropiable, porque es de todos. De manera que lo trágico
exige la comparecencia y la actividad del demos, es un acto de
teatralidad -que no teatral- pues reúne cuerpos en un escenario,
en una ordenación diferente (ficticia, si se quiere), del Territorio. Lo
trágico es también propio de las teatralidades, pues muestra a la
propia conformación social como una construcción de las
personas, y menos como la cesión de la soberanía a una Ley o un
Logos que cierra su acceso; es algo más como un software libre,
iniciado siempre, pero también siempre renovable. Se relaciona
con las teatralidades, pues como afirma Óscar Cornago: “En todos
los órdenes culturales, afirmar de algo que es teatral implica una
mirada consciente que hace visible los códigos exteriores que
están siendo empleados. La realidad es desvelada como un juego
de representaciones y su sentido ulterior queda cuestionado”
(Cornago, 2005: 8).

Hay, entonces, en la tragedia (la tragedia como representación


común o no apropiada de lo trágico) una cualidad erótica: la
tragedia es violenta siempre, por cuanto hace aparecer lo
obsceno, por cuanto vuelve a poner los cuerpos inocentes (sin
culpa y contra la doctrina del juicio) sobre la escena. Y no se trata
(como alguien que se hubiera entregado alguna vez lo sabe) de
pensar el erotismo como otra cosa sino como un campo de lucha
de los cuerpos, de la aparición de las diferencias en conflicto
siempre, exhibiendo siempre su singularidad, pero dejándose
penetrar (u oponiéndose) a las demás singularidades. El campo de
juego y lucha de los afectos

Se trata menos de la aparición de la masa de espectadores y más


de la comparecencia de la Multitud, pues:

La multitud también puede ser concebida como una red abierta y expansiva, en
donde todas las diferencias pueden expresarse de un modo libre y equitativo, una
red que proporciona los medios de encuentro que nos permitan trabajar y vivir en
común.(...) La multitud, en cambio, es plural. La multitud se compone de
innumerables diferencias internas que nunca podrán reducirse a una unidad, ni a
una identidad única. Hay diferencias de cultura, de raza, de etnicidad. de género,
de sexualidad, diferentes formas de trabajar, de vivir, de ver el mundo, y diferentes
deseos. La multitud es una multiplicidad de tales diferencias singulares. (Hardt,
2004: 15-16)

La multitud es siempre erótica; la masa, el público, no. La multitud


hace su historia, la masa, el público, se contenta con la que le dan.
Como dice Bifo:

¿Por qué ocupar una plaza, una calle o un territorio cuando sabemos muy bien
que allí no reside ningún poder político y que el sistema financiero no se localiza
en una dimensión territorial? Porque la primera cosa que necesitan los
trabajadores precarizados es la reactivación de una dimensión afectiva y territorial
que permita reconstruir las condiciones emocionales de la solidaridad. Me parece
que ese es el sentido de la toma de las plazas, de las acampadas. Una
sublevación colectiva es antes que nada un fenómeno físico, afectivo, erótico. La
experiencia de una complicidad afectuosa entre los cuerpos. (Bifo, 2014)

Las teatralidades

Finalmente, tengo que decir que pensar en teatralidades (lo


performativo, lo liminal, lo que quiebra el monopolio de la
representación) más que en el teatro, me permite posicionar
prácticas artísticas como las que he mostrado aquí en su
potencia. 18 Ante la Historia, ante el monopolio de las historias
tomado por políticos, profesores o artistas, no puedo dejar de
pensar en estas otras palabras de Grüner:

Desencajar ese horizonte temporal dominante, ponerlo fuera de lugar, out of joint,
hamletianamente, no es -aunque lo sea también- tarea de historiógrafos, de
filósofos, de teóricos sociales [añado: de los artistas]: es tarea de las multitudes
anónimas, dispersas, múltiples, de lo que antes se llamaban los pueblos, los
“vencidos”, dice Benjamin -pero no, por completo, derrotados para siempre-
rehaciendo su propia historia sobre las ruinas mortificadas de un pasado que no es
el suyo, sino el que les dieron (los progresistas) para aplastarlo bajo el monumento
[o la “obra de arte”, añado]. El historiador, el filósofo [el artista], lo que fuere, es en
todo caso uno menos en esa multitud: es el que está allí, en la incómoda,
ambivalente posición de un testigo, de un observador participante, del
relampaguear de las ruinas del pasado en el presente. (Grüner, 2005: 22)

Ser uno menos sería, la tarea de las prácticas teatrales que me


interesan. Ser uno menos, sin embargo, se puede ser de muchas
maneras. En algún texto, Jean Duvignaud decía que en épocas de
crisis (y qué son esas crisis, sino fallas del ritual trágico), el teatro,
las teatralidades, funcionan como ensayos del porvenir. Ser uno
menos, entonces, implica meter el cuerpo para obtener cuerpos
que ocupen el Territorio. Ser observador participante es estar allí y
no en un lugar cualquiera, para activar la potencia de generar
escenarios, lugares de enunciación, del Territorio y la Memoria
bajo el guión de lo trágico, moviendo a los participantes a ser
observadores y a los observadores a ser participantes, en un
deslizamiento dialógico de los roles, de las identidades;
desencajando los cuerpos de su gozne identitario para, juntos,
rastrear brasas en las ruinas e imaginar nuevos contratos sociales.
ROUSSEAU, NUESTRO (TEÓRICO)
CONTEMPORÁNEO 19

El teórico

Permítaseme comenzar trayendo a cuento una vieja discusión.


Una que, tal vez, parezca que quedó zanjada tan pronto como
apareció. Se trata de la discusión entre Jean Jacques Rousseau y
Jean D´Alambert. Recordarán ustedes la famosa carta que el
ginebrino le dirige al francés y que resulta como respuesta a la
entrada sobre Ginebra en la Enciclopedia escrita por d' Alembert,
donde según éste hace falta un teatro. Sugerencia racional,
diríamos, pues desde este lado de la discusión el teatro nos
parece de lo más natural y, es más, ya motivados, incluso nos
parece uno de esos derechos del Hombre y del Ciudadano cuya
proclama tanto le debe, paradójicamente, al filósofo de Ginebra.
Pero, precisamente Rousseau, en su respuesta, se opone a la
introducción de ese cuerpo extraño en la vida ciudadana de su
localidad.

Para comprender su argumento, será necesario remontarnos más


allá del juicio fácil al filósofo del derecho natural. Ciertamente, su
discurso de oposición hoy nos debe parecer, por lo menos,
reaccionario: Rousseau rechaza, platónicamente, el imperio de las
sombras, de la ilusión y de los simulacros, en nombre del bien de
la polis. Sus reparos no son estéticos, sino morales (morales no:
políticos) y esto para nosotros es ya un rasgo ante el cual
esbozamos una sonrisa socarrona. Pero vayamos un poco más
lejos: ¿a qué políticas del teatro reacciona Rousseau? Se trata, sin
duda y como demuestra Jean Duvignaud en su imprescindible
Sociología del teatro, de una teatralidad específica, la de la
“escena cerrada”. Se trata de un teatro que se contrapone en
estéticas y políticas al teatro abierto del Medioevo y, aún más, al
teatro isabelino y al de los corrales españoles. Es un teatro hecho
desde y para unas élites que, en el asomo de la acumulación
originaria del capital, aprovechan los adelantos tecnológicos para
dar apoyo a ciertos discursos de legitimación de clase. Incluso, el
sociólogo francés llega a mencionar que: "el teatro cerrado
dramático ha sido el santuario de la inmovilidad opuesta a las
transformaciones sociales, una desesperada tentativa por conjurar
el movimiento de la historia" (Duvignaud, 1966: 252).

Se trata, pues, de un teatro que está lejos del interés público. Nos
guste o no, las últimas obras de Shakespeare, de Calderón, las de
Molière y Racine fueron hechas para el gusto del príncipe, con
base en valores aristocráticos. Son, claro, también mucho más que
eso, pero eso lo sabemos ahora. En el momento en el que el
teatro cerrado comienza a imponerse, resulta ser la avanzada de
una distribución diferente del poder entre el gobierno y la
población. Es más, la política y la sociedad han asumido la
metáfora teatral como segunda naturaleza: la idea de que la
política y la vida son sólo teatro se van haciendo moneda
corriente, de manera que, en palabras de Eduardo Rinesi

Rousseau advierte con agudeza las características del proceso que terminará por
convertir a los ciudadanos de las modernas ciudades liberales en sujetos privados,
ajenos al centro de la "escena" y aislados entre sí. Por eso rechaza al teatro y a la
metáfora teatral para pensar las características de un orden político deseable...
Porque entiende que la adopción de la metáfora teatral para pensar la política no
permite concebir la relación del ciudadano con el poder político sino como una
mera relación vertical de consentimiento y no de un consenso alcanzado
colectivamente a través de una interacción horizontal y libre desarrollada en un
contexto de cooperación. (Rinesi, 1996: 33)

El teatro cerrado resulta ser un vehículo de un contrato social que


Rousseau no va admitir tan fácilmente. Mas ese contrato es el que
ha dado lugar a nuestra sociedad y a nuestra idea de teatro.

Ahora bien, el que la historia no le diera la razón no me parece


motivo suficiente para condenarlo en el archivo de los absurdos
históricos. ¿No es Benjamin quien nos alerta a rescatar las chispas
de los discursos vencidos para generar un fulgor que ilumine el
presente?

Para tal ocasión, quisiera rescatar ahora, no las objeciones, sino las
propuestas del ginebrino, que en una nota al pie de su carta,
escribe:

Recuerdo que en mi infancia me sorprendió un espectáculo bastante simple, cuya


impresión, sin embargo, conservé siempre, a pesar del tiempo y de la diversidad
de objetos. El regimiento de San Gervasio había hecho su ejercicio militar y, según
la costumbre, habían cenado por compañías: la mayor parte de cuantos las
componían se reunieron luego en la plaza de San Gervasio y se pusieron a bailar
todos juntos, oficiales y soldados, en torno a la fuente, en cuyo brocal se habían
encaramado los tambores, gaitas y portaestandartes. Un baile de gente alegre tras
una copiosa comida parecería no ofrecer nada demasiado interesante que ver; sin
embargo, la armonía de quinientos o seiscientos hombres uniformados, cogidos
de la mano y formando una larga banda que serpenteaba cadenciosamente y sin
confusión, con mil vueltas y revueltas, mil especies de evoluciones figuradas, la
variedad de ritmos que las animaban, el ruido de los tambores, el resplandor de
las antorchas, cierto aparato militar entre el jolgorio, todo eso producía una
sensación muy viva que no podía soportarse indiferentemente. Era ya tarde y las
mujeres se habían acostado, pero se levantaron todas. Pronto las ventanas se
llenaron de espectadoras que daban nuevos bríos a los actores y que, no
pudiendo permanecer mucho tiempo en sus ventanas, bajaron: las dueñas iban a
ver a sus maridos; las criadas llevaban vino; incluso los niños, a medio vestir,
acudían de la mano de sus padres. Cuando se interrumpió el baile, todo fueron
abrazos, risas, saludos, caricias.

Hubo una afectividad generalizada que no sabría describir, pero que, en un


ambiente de alegría universal, se siente naturalmente en medio de todo lo que
nos es querido. Mi padre, abrazándome, fue presa de un estremecimiento que aún
creo sentir y compartir: «Jean-Jacques, me decía, ama a tu país. ¿Ves a esos
buenos ginebrinos? Todos son amigos, todos son hermanos, entre ellos reina la
alegría y concordia. Tú eres ginebrino, un día verás otros pueblos; pero, aunque
viajes tanto como tu padre, jamás encontrarás otro semejante.»

Cuando se quiso proseguir el baile, no hubo modo de hacerlo: ya no se sabía lo


que se hacía, todas las cabezas daban vueltas con una borrachera más dulce que
la del vino. Tras algún tiempo de reír y charlar en la plaza, hubo que separarse, y
cada cual se retiró pacíficamente con su familia. Y así fue como aquellas amables
y prudentes mujeres se llevaron a casa a sus maridos, no perturbando su
esparcimiento sino yendo a compartirlo con ellos. Sé que este espectáculo que
me hizo tanta impresión carecería de atractivo para otros muchos: hacen falta ojos
dispuestos a verlo y un corazón hecho para sentirlo. No, no hay más alegría pura
que la pública y los auténticos sentimientos de la naturaleza sólo reinan en el
pueblo. ¡Ay!, dignidad, hija del orgullo y madre del aburrimiento, ¿acaso tus tristes
esclavos tuvieron en su vida algún rato semejante? (Rousseau, 1994: 168)

Se trata, para Rousseau, de un evento ciudadano y espontáneo, un


convivio que resulta en el reforzamiento de los lazos locales. Un
acto inclusivo, donde nadie lleva necesariamente la batuta ni
destaca por encima de los otros. Un acto de communitas,
diríamos. Un poco antes, sobre actos como éste, afirmaba:

Pero, finalmente, ¿cuál será el objeto de esos espectáculos?, ¿qué se mostrará en


ellos? Nada, si se quiere. Con la libertad, allí donde hay afluencia, reina también el
bienestar. Plantad en medio de una plaza un poste coronado de flores, reunid allí
al pueblo y tendréis una fiesta. Mejor aún, convertid a los espectadores en
espectáculo, hacedlos actores, haced que cada cual se vea y se guste en los
demás para que de ese modo todos se encuentren más unidos. (Rousseau, 1994:
156)

Se trata, entonces, de actos hinchados de gratuidad e inutilidad


que se contraponen al argumento que líneas antes, Rousseau
esgrime en contra del costo de la entrada al teatro, un análisis
económico que tampoco puede dejarnos indiferentes.

Mi punto, pues, al exponer ante ustedes estas reflexiones, consiste


en que muchas teatralidades contemporáneas son, sin saberlo,
deudoras del gesto de Rousseau. Bien es cierto que hay una serie
de presupuestos no compartidos con el filósofo: su esencialismo
naturalista, su ideal de armonía ciudadana y otras características
que se resumen en el concepto de “voluntad popular” que significa
la reducción a consenso de todas las diferencias, alrededor de la
voluntad del sistema de gobierno. Pero pensémoslo un poco:
Rousseau se ubica en un extremo de la llegada del teatro cerrado
y es mi hipótesis que nosotros nos encontramos en el otro
extremo, pues si bien es cierto que los teatros cerrados aún
tuvieron muchas transformaciones, hoy día muchas teatralidades
ya no suceden entre sus paredes.
Entonces, mi intención será ubicar a un Rousseau distópico:
Rousseau el teórico del teatro contemporáneo. Como dije arriba,
para hacerlo habrá que poner entre paréntesis algunas de las
características de la episteme en la que ejerce su pensamiento, de
manera que pasaré directo a sus propuestas específicas:

1. El teatro no es asunto (exclusivo) de profesionales.


2. El teatro no ocurre exclusivamente en un recinto cerrado.
3. El teatro no distingue entre actores y espectadores. Hay, digamos, sólo
participantes.
4. El teatro son reglas de juego y de relación entre los cuerpos.
5. El teatro no tiene un tiempo determinado, lo genera.
6. El teatro no tiene un espacio determinado, lo genera.
7. Los participantes son apelados en cuanto ciudadanos con capacidades estéticas.
8. El teatro no es una historia qué contar, sino un tiempo y espacio por compartir.

9. El teatro es un espacio de re-conocimiento común.


10. El teatro pone en escena los afectos comunes, no siempre consensuales.

La síntesis, en fin, de estos puntos, estaría cerca de la máxima


gurroleana: "el teatro es: trazo una línea, yo acá, tú allá, y yo
empiezo".

Me parece que este decálogo nos podrá servir para hacer frente a
muchas teatralidades contemporáneas, haciendo hincapié en que
en este recuento no se trata de intentar volver a "un estado de
naturaleza" escénico anterior a cualquier producción artificial. He
considerado que, obviamente, no hay vuelta atrás y que, a pesar
de la voluntad espontánea y armoniosa del Rousseau iluminado,
tomo en cuenta las teatralidades generadas a iniciativa de uno que
llamaremos artista, y que el convivio, más que exponer la parte
armoniosa de la vida, es capaz de hacer surgir los antagonismos.
No es el escenario del consenso, sino del disenso y la diferencia.
II. NOMBRES
LA TEATRALIDAD COMO
INSURRECCIÓN Y LA INSURRECCIÓN
COMO TEATRALIDAD 20
Ha llegado el momento de narrar ampliamente los
desbordamientos artísticos hacia la política y el activismo social sin
restringirlos a la historia del arte, para convertirlos en una
componente de la historia general de las luchas emancipatorias.
Necesitamos elaborar relatos aún más sofisticados que permitan
que las historias de las artes políticas y activistas se incorporen a la
historia general de la emancipación, haciendo ver así cómo dichas
artes forman un cuerpo con las luchas. Hay que martillar con esta
verdad necesaria: la producción de máquinas artístico-políticas es
todo lo contrario de una anomalía en la historia.
Marcelo Expósito

1. París, 1968

“Qué maravilloso happening, Julian”, le gritaba Jean-Luis Barrault a


Julian Beck mientras la multitud de estudiantes y artistas tomaba,
el 15 de mayo de 1968, el Teatro Odeón y lo convertía en espacio
público y teatro de operaciones de la Revolución en curso.
Durante un mes, el recinto teatral que representaba a la “cultura
elitista y burguesa”, se convertía en un umbral entre la calle y el
escenario. Caídas todas las paredes, la cuarta incluida, el tablado
se volvía en estrado para que los cualsea tomaran la palabra; una
asamblea permanente, “un lugar de encuentro entre obreros; una
permanencia revolucionaria, un lugar de meeting ininterrumpido”,
como decía un comunicado.
Y aún más, pues a la irrupción de lo real en el teatro le siguió el
asalto de la teatralidad en la calle, dado que los ocupantes
también tomaron vestuario de las bodegas del teatro, con el cual
se vistieron para salir a las protestas. “Centuriones, piratas y
princesas” fueron rociados de gas en los encuentros con la policía.

No es casual entonces que uno de los grupos que se encontraba


apoyando esta movilización fuera el Living Theatre, cuyos
integrantes estaban en Francia para presentar Paradise Now en el
festival de Aviñón. Nunca como entonces una pieza escénica que
precisamente tenía la revolución como objetivo, podría
encontrarse directamente con una revuelta para ponerse a prueba.
Es así como el 16 de mayo, Beck y Judith Malina suben al
escenario del Odeón con una bandera anarquista cantando la
Internacional y, días después, en Aviñón, el teatro les resultará
insuficiente y buscarán la calle. Afuera, la obra se va volviendo en
el Santo grial de la vanguardia: no sólo rompe las barreras entre
arte y vida, sino que además proporciona la mecha para
numerosas asambleas, para “tomas de conciencia” y, por
supuesto, para el recelo de las autoridades burguesas. Es difícil
saber qué resultaba más peligroso para la policía francesa: los
cuerpos desnudos, el convivio abierto o los discursos alcanzados.
Luego de tres días de performance, el festival le pide al Living
cambiar de obra y los artistas, por supuesto, se niegan. Buscando
el paraíso, el Living se quedará un tiempo en Europa.

2. 2014, Santiago de Chile

Una procesión recorre las calles de Santiago los días 14 y 15 de


enero. La procesión lleva en andas nada menos que el Palacio de
La Moneda, de cuyo predio ha salido y, luego de una parada en el
cementerio junto a la tumba de Salvador Allende, llegará al barrio
de La Legua. Allí, en uno de esos barrios emblemáticos de la
desigualdad como resultado de la depredación del capital, barrio
popular, ruidoso, casi endogámico y, por supuesto punto de
enlace del comercio ilícito, allí pues, un carpintero ha tomado los
diseños de Roger Bernat que querían ser los planos para la
construcción de una maqueta del palacio de La Moneda, los ha
rayado y recompuesto, para luego ponerse manos a la obra. El
resultado: una maqueta de alrededor de 4 metros cuadrados,
capaz de llevarse sobre los hombros, y con un hueco al centro
para que una persona pueda subir al “balcón” a pronunciar un
discurso.

Pero ¿qué personas quisieran hablar desde el balcón de La


Moneda? Txalo Toloza, artista de la compañía, me explicaba que
se había buscado a organizaciones sociales en resistencia para
invitarlas a la acción pero que, sintomáticamente, quienes
accedieron casi de inmediato fueron quienes incluso dentro de la
resistencia carecían casi de espacio de enunciación. Tal el caso de
las trabajadoras domésticas, quienes apenas los artistas les
comenzaron a explicar el proyecto repondieron: “no me diga más:
nosotras vamos”.

Nuestras demandas son –dijo Ruco Late, la presidenta del Sindicato de


Trabajadoras de Casa Particular-: tener una jornada digna, como todos los
trabajadores, de 45 horas. También queremos que se nos haga un contrato digno
que sea ajustable a nosotras como trabajadoras de casa particular, que se diga
cuál va a ser nuestro trabajo, el trabajo que vamos a realizar dentro de la casa. No
como hoy día que nuestros empleadores nos llevan al lugar que ellos quieren
porque no tenemos contrato. Desde esta réplica de La Moneda nosotras exigimos
a nuestra Presidenta electa que se haga el convenio 189 ratificado acá en Chile
este año. Eso es lo que quería decir, y gracias a todos por estar aquí hoy día.
Gracias. 21

Así, familiares de víctimas, trabajadoras sexuales, transexuales,


organizaciones a favor de la agua, de los pueblos milenarios o de
una nueva constitución, fueron distribuyéndose el trabajo inútil de
cargar el artefacto simbólico que, a su paso, congregaba a
curiosos, detractores y amigos, y que iba levantando en su camino
lo mismo desfiles que bailes y cantos. La fiesta y el ágora como
revuelta.
3. 1758, Ginebra

“Plantad en medio de una plaza un poste coronado de flores,


reunid allí al pueblo y tendréis una fiesta. Mejor aún, convertid a los
espectadores en espectáculo, hacedlos actores, haced que cada
cual se vea y se guste en los demás para que de ese modo todos
se encuentren más unidos”. Como ya lo hemos citado, así
contestaba Jean Jacques Rousseau al enciclopedista D'Alembert,
ante su propuesta de edificar teatros (burgueses) en Ginebra. El
misántropo paranoico aborrecía la vida que daba lugar a esos
teatros: la suplantación, el fingimiento, el individualismo utilitario y,
con ello, la sumisión al dinero. Por el contrario, Rousseau pondera
el encuentro, el convivio sin papeles previos, el ciudadano que se
topa con el ciudadano. Así como el ginebrino brindó figuras
discursivas, así también brindó aquí una prefigura performática de
lo que sería la Revolución.

4. 2002, Huanta

En la década anterior, Ileana Diéguez, en un magistral gesto del


pensamiento, dio un giro al uso del concepto “liminal” que Víctor
Turner había utilizado para describir una de las estancias de los
ritos de paso y que los estudios performáticos habían hecho suyo.
A la luz de su experiencia por Latinoamérica y al mirar la manera
en que la sociedad hacía uso de la teatralización como forma de
resistencia, llegó a percibir lo liminal “como la emergencia de un
modo que hacía posible habitar el mundo de forma poética y
auténtica, aunque efímeramente”. Si bien es cierto que muchas de
aquellas prácticas fueron ejercicios aislados de demostración
ciudadana, otras acompañaban acontecimientos políticos de gran
relevancia y que, sin duda, ya prefiguraban el movimiento que
comenzó a girar más rápido a partir de 2011.

En 2002, en Huanta, Perú, la comisión de la Verdad y la


Reconciliación encargada de esclarecer “los hechos y
responsabilidades de la violencia política y la violación de los
Derechos Humanos producidos entre mayo de 1980 y noviembre
del 2000”, dio inicio a las Audiencias Públicas en las que las
víctimas comparecían ante los comisionados. Mucha gente se
desplazó hasta allá ya fuera a rendir testimonio o para conocer el
paradero de sus seres queridos que habían desaparecido en
medio del fuego cruzado entre los militares del gobierno de
Fujimori y el grupo maoísta Sendero Luminoso. Allí, el grupo
Yuyachkani confrontó algunas piezas ya elaboradas y construyó
otras nuevas a partir del diálogo entre la gente, en las plazas y
mercados. Herederos confesos de la estética del Odín Teatret,
perseguidores de ese otro cuerpo casi santo que fue el objetivo de
Grotowski, el grupo sin embargo no se había detenido allí, y su
oficio les permitió en esa ocasión recomponer sus métodos. “Si
nuestros actores –dice Miguel Rubio, director- buscaban otro
cuerpo dentro de su cuerpo, esta vez tuvieron que prestar el suyo
porque en nuestra escena irrumpieron presencias que buscaban
su propio cuerpo, concreto, material, desprovisto de toda
metáfora”.

La contingencia sacaba la teatralidad del recinto cerrado y, aún


más, confrontaba los cuerpos y las experiencias más allá de la
tabla de salvación del proscenio. Así, por ejemplo, la actriz Teresa
Ralli puso en el suelo el rito fúnebre de su Antígona, apoyada en
un hermoso texto de José Watanabe, lo que significaba un
verdadero acto catártico para otras mujeres que “más allá de la
metáfora” buscaban el cuerpo de su ser querido para ser
enterrado. Y de manera similar, la actriz Ana Correa recompone su
Rosa Cuchillo, madre muerta que no cesa de buscar a su hijo, y la
lleva a los mercados. Allí, luego del rito final con agua y flores, la
gente recibe los pétalos y el líquido y los frota con su cuerpo; los
reciben ya como objetos sagrados, de limpieza y sanación.

5. 2011, Siria
“En septiembre de 2011, pocos meses después de empezar la
revolución siria, un amigo mío me dijo: ‘los rebeldes sirios están
grabando sus propias muertes’”. Estas son las primeras palabras de
la conferencia no-académica La revolución pixelada, del
formidable artista libanés Rabhí Mroué. La pieza ocurre en un
teatro: hay una mesa, una silla, un vaso con agua, una pantalla y el
conferencista, por supuesto el mismo Rabhí. ¿De qué va la pieza?
De casi nada y casi todo. En efecto, los rebeldes sirios insistían en
grabar con sus teléfonos la rebelión pero, en algún momento, un
opositor les apuntaba con un arma y ellos no movían la cámara,
con lo que, en efecto, filmaban su propia muerte. ¿Cómo sabemos
esto? Porque las imágenes están en la red. Entonces, las imágenes
mismas son los protagonistas, las actrices si vamos al caso, de
esta obra. ¿Cuál es la acción? Desmontarlas: preguntarse por su
misma existencia, composición y circulación. Ante todo, una
imagen que Mroué llama Double Shooting: en una azotea, un
hombre hace un video luego de que se escuchan disparos, busca,
comenta y, de pronto, un francotirador. El hombre que filma lo ve,
el francotirador también lo mira y alza el rifle apuntándole. La
cámara sigue filmando. Disparo. La cámara cae al suelo. ¿Qué
relación tiene esta obstinación con el ansia de testimoniarlo todo, y
cuánto opera la fusión del ojo y la cámara en la que todo lo que
pasa por la cámara pasa también por ficción, dura, pero finalmente
inofensiva? ¿Por qué no dejan de filmar? Preguntas estrujantes que
llevan a otras sobre la naturaleza de los procedimientos de
filmación (el pixel como prueba de autenticidad: el grado cero de
la ficción donde es llamado a comparecer el manifiesto Dogma
95), las imágenes como herramientas de guerra y propaganda y
otros tópicos que hacen de ésta y otras conferencias de Mroué
unos de los más lúcidos documentos si no para entender, al
menos para enterarse mejor de la complejidad de lo que sucede
en aquella zona que llamamos Medio Oriente.

6. 2011, Madrid
Acampar. Como hemos dicho, cuando en 2007, María la Ribot
habló de su pieza Laughin Holes que se presentaría en el
encuentro Transversales, se refirió a ella como un intento de
“descapitalizar el tiempo”. Y cómo no, si durante seis horas se
confrontaba a tres presencias femeninas que tenían una tarea
principal, reír sin parar, y una secundaria, levantar cartones con
frases contundentes y pegarlas en las paredes de la galería. El
tiempo entonces, en la forma de espasmos repetidos y carcajadas,
operaba sobre el cuerpo del espectador de formas inusuales.

Y lo que ha sucedido a lo largo de estos últimos años en las


revueltas ha sido también una descapitalización del tiempo. Es
sintomático que las insurrecciones más visibles hayan tenido lugar
bajo la acción de compartir un espacio y un tiempo de larga
duración. No se trata de huelgas en las que un grupo determinado
de trabajadores acampa en el lugar de trabajo, sino de la
conjunción de los cualsea, sin identidad previa ni asociación civil
común y que, manifiestamente, no quiere ser subsumida bajo
ninguna identidad. Quizá el logro más palpable desde Tahir, hasta
Sol o Wall Street sea esta declaración de independencia ante el
monopolio de la representación, más allá de las transformaciones
o no de los gobiernos. Una liberación de las identidades que actúa
bajo las coordenadas carnavalescas, pero que no excluye la
asunción de la condición ciudadana como escenario de la utopía.
“El ambiente es festivo: mariachis, batucadas, zancudos y mimos
entretienen a la multitud que abarrota la plaza (Puerta del Sol) y
sus alrededores desde la mañana. El campamento cuenta ya con
varios baños públicos portátiles, con paneles solares, escáneres y
discos duros que empresas han donado. Varias personas
comienzan a plantar un pequeño huerto ecológico al lado de una
de las fuentes: albahaca, pepinos, pimientos, apios…”, comenta Ana
Requena, involucrada. Una puesta en común que expande y
multiplica puestas en escena. Obras donde cada quien escribe su
parte y se da el rol que su deseo le dicta y que pone a actuar ante
el otro, con el otro. Ensayos (teatrales), a fin de cuentas, de un
nuevo contrato social.
ENTREVISTA A HÉCTOR BOURGES 22
Durante 2012 y 2103, Teatro Ojo llevó a cabo el proyecto Ponte en
mi pellejo en tres ciudades europeas: Friburgo, Atenas y Madrid.
En principio concebida como la elaboración de pieles de látex
obtenidas de personas en condiciones precarias de vida, para ser
luego portadas por alguien más, la idea sacrificial original se fue
adaptando a los tiempos y el contexto de la crisis europea; el
énfasis recayó en el proceso de elaboración y luego, por ejemplo,
una piel fue enviada a Mariano Rajoy y otra fue arrojada desde un
promontorio de la Acrópolis. En un desarrollo coherente de su
búsqueda a partir de Visitas guiadas (Tlatelolco, 2007), Teatro Ojo
hace visible y complejiza la relación entre las teatralidades y lo
político. En 20015, platiqué sobre este proceso con Héctor
Bourges, director artístico del colectivo. Me parece que mucho de
lo que plantea sobre metodología y trabajo específico de territorio
y con espectadores complementa y contrasta con lo escrito hasta
ahora, por tal motivo, voy a reproducir aquí sus palabras en directo
y en cursivas, sin mis preguntas o mi réplica.

Premisa

Este es un proyecto que ha pasado por varias fases. Una, que es


con la que empezamos a trabajar, tenía que ver con la figura de
Xipe Tótec, Nuestro señor el Desollado, que es una figura oscura,
con referencias muy confusas. Esto de entrada plantea una
teatralidad radical en muchos sentidos. Con qué ojos se puede ver
la acción del sacrificio gladiatorio con la que rasgaban estos
cuerpos vivos todavía, y que luego eran subidos al templo
dedicado a Xipe. Luego el sacerdote vestía esa piel y con ella
pasaba veinte días, se volvía Xipe Tótec. Si bien Xipe siempre se ha
considerado el dios de la regeneración vegetal (más
específicamente del maíz), hay quien piensa que es también la
representación de la nixtamalización del maíz, que implica quitarle
la piel, lo cual hace que sea un alimento en el cual se pueda
fundar una cultura.

Entonces, había un interés por esa figura en términos de acción, de


teatralidad, de producción de una imagen, de aparición de alguna
divinidad. Había un interés por el maíz, para preguntarnos por él en
medio de discusiones legislativas y científicas sobre el papel que
juega el maíz. Pero también interés por el simple hecho de ponerte
la piel y sentir que esa piel es ligeramente distinta a ti: te queda
chica o te queda grande, nunca hay un cuerpo igual a otro; y
además obviamente esa piel se iba secando, secando y secando
hasta volverse un chicharrón que luego hay que quitarse. Pero
había también una imagen de exceso o de resto, algo que tiene
que ver con preguntarse por ese otro. En principio como un
conocimiento de ese otro, no en términos de tolerancia ni de
multiculturalidad, sino de un acto que implica por un lado una
violencia obvia, pero por otro lado la necesidad de un contacto
físico radical también.

Y, de manera más práctica, teníamos una invitación a trabajar en


Finlandia, que era como la antípoda de México en todos los
sentidos. El lugar con más alto índice de desarrollo, de educación,
pero además el lugar de lo blanco por excelencia.

Suiza

Lo de Finlandia no se hizo, pero un año después apareció una


invitación al festival Bollwert en Friburgo, Suiza. Y llegando a Suiza,
en el trabajo con los curadores, nos pareció interesante lo que
tenía que ver con que Suiza es uno de los países donde la
exclusión de todo lo que ellos llaman la sociedad está
absolutamente incorporado a la legislación. Por ejemplo, ser suizo
implica tener dos generaciones arriba por vía paterna: el
nacimiento no te da la nacionalidad, el que llega a Suiza nunca va
a ser suizo. Las reglas para los migrantes son durísimas, a
diferencia de Francia y otros países, que pueden ser muy violentas
en muchos sentidos pero donde finalmente se logra incorporar a
muchos. En Suiza, especialmente en la zona de Friburgo, hay muy
pocos migrantes pero los que hay están sometidos a unas reglas
brutales.

Entonces se trabajó con modelos de gente que estaba de manera


ilegal, para que dejaran sus pieles que iban a ser colgadas en un
stand de un centro comercial de Friburgo (el único que hay). Esas
pieles estarían expuestas ahí y además podría uno vestirse con
ellas y pasear por la ciudad. Más que saber quién era ese otro en
particular, se trataba de plantear también en esa piel vacía, un
espacio vacío que implicaba asomarse a un otro posible. El ponte
en mi pellejo -que tiene que ver con una elaboración mexicana-
no es "ponte en mi pellejo para que sientas lo que yo siento", sino
más bien es plantearse una imposibilidad radical, que en el
momento que se materializaba mostraba su propia impotencia.

Entonces, después del periplo iniciado con Visitas guiadas,


volvimos a trabajar sólo con un cuerpo: al que se le ponía un
material, y al cual ese mismo cuerpo le iba a imprimir lo más
elemental que son los poros, las vellosidades, alguna cicatriz. Pero
que implicaba también simplemente eso: el tiempo de
elaboración. Todo eso nos parecía que dibujaba una línea que
habíamos ido trabajando, no a priori, y cuando estábamos
pensando en lo que haríamos en España y Grecia, nos resultaba
claro que el trabajo tenía que ir en otro sentido que no era el de
Suiza.

Grecia

Lo que unía a Grecia y a España era la crisis. Y lo que aparecía era


cómo pensar el sacrificio que inundaba los discursos políticos.
Christine Lagarde, la presidenta del Fondo Monetario Internacional,
acababa de decir: “Es necesario que le pidamos disculpas a
España y Grecia, por el sacrificio inútil al que los hemos sometido,
porque hicimos mal las cuentas y las medidas económicas que
exigimos, pues fueron excesivas. Ha sido un sacrificio inútil porque
además no va a servir de mayor cosa, entonces hay que reconocer
que les debemos una disculpa”. Por otro lado están los discursos
de Rajoy pidiendo sacrificios y sacrificios al pueblo español. Es
decir, la palabra sacrificio aparece constantemente en esos
políticos, como apareció en Calderón diciendo: “Esta guerra nos va
a costar dinero, tiempo y desgraciadamente también vidas”.
Entonces acá la pregunta sobre la figura misma de Xipe, también
tenía que ver con la idea de sacrificio, por un lado como forma
sustancial del Estado, de aparición del poder como esa imagen
obscena en muchos sentidos. ¿Qué clase de figura hay en vestirse
con la piel del otro que plasma de manera muy concreta y brutal
la idea de poder? Y, además, que el sacrificio al que llama
Christine Lagarde o que Mariano Rajoy pide, no pasa por sacarle el
corazón a nadie, pero sí cobra vidas. El índice de suicidios en
Grecia se había destapado en los últimos tres años, hasta llegar a
los niveles de Suecia. Y lo mismo en España, la idea de desahucio
-en términos de perder la esperanza- habla de que esos sacrificios
pasan por los cuerpos, no son sacrificios meramente metafóricos.
Atraviesan los cuerpos y además cobraban vidas. En este caso ya
ni siquiera siendo desollados, sino con tipos que se quitan la vida a
sí mismos.

Entonces, en Atenas trabajamos con tres mujeres atenienses que


habían perdido el empleo. A diferencia de Suiza, lo que
cambiamos fue que lejos de poner el énfasis en vestir el cuerpo
del otro, lo más interesante pasaba mientras se hacían las pieles.
Era en ese tiempo, en el proceso, donde iban apareciendo las
cosas más interesantes, porque el proceso es muy lento. Así, el
tiempo de convivencia con el modelo era el tiempo donde
aparecían las conversaciones. Entonces para Grecia y España lo
que decidimos abrir fue el taller, dejar de poner el énfasis en
ponerte la piel y ponerlo en esa construcción. Y esto ya iba
generando conversaciones muy curiosas. Conversaciones que
pasaban desde la cotidianidad más nimia hasta cuando el tiempo
lograba penetrar estos procesos, pues de un momento a otro las
personas volvían a encontrar empleo o lo volvían a perder. O,
como en el caso de Grecia, las chicas no todas habían perdido el
empleo, sólo estaban amenazadas; y, en efecto, cuando se cierra
la televisión griega, eso afecta directamente a una de nuestras
modelos.

Y eso, además, nos permitió participar de un proceso muy


interesante para nosotros. Un día se dijo: “hoy a las once de la
noche va a dejar de transmitir la televisión pública griega”, la ERT,
que para Grecia es un símbolo cultural muy importante, que ni
siquiera la dictadura había cerrado y que había educado a mucha
gente. Entonces la gente fue y ocupó el edificio de la ERT y durante
diez días hubo actos culturales y, desde luego, protestas. Hubo
transmisión ya no por la señal oficial sino por vía internet y por
repetidoras clandestinas. Y de todo ello pudimos participar, así que
movimos nuestro estudio del Conservatorio de Artes al edificio de
ERT. Ya para ese momento las pieles estaban terminadas, y las
llevamos a ERT. Y luego, una piel fue vestida por la subdirectora de
ERT, que enfundada en la piel salió a las cámaras y dijo unas cosas;
esto hizo que el proyecto cobrara algo que nosotros no habíamos
imaginado. Nos dijeron: “no saben cómo les agradecemos que nos
estén acompañando desde México, que estén pasando aquí su
tiempo con nosotros”. Todo eso nos reveló un proyecto que de
alguna manera nos desbordaba.

Y otra imagen, en un sentido más teatral, que nos impresionó


mucho y que vimos en la prensa, es que en la Acrópolis, en la
parte más alta, desde donde se ve todo Atenas, algunas personas
habían elegido ese promontorio para llegar hasta ahí, quitarse los
zapatos, subirse a la bardita y lanzarse. Por lo menos conocimos
cuatro casos. Entonces, una de nuestras modelos llevó su piel
hasta ese punto y la lanzó. Y lo que pasó es que se generó un
instante poderoso y luego la piel quedó ahí en medio de botellas
de agua, en medio de lo que los turistas también lanzan a las
rocas sagradas. La piel quedó expuesta ahí hasta que fueran a
barrer.

España

Pasar a Madrid fue muy distinto porque el marco era otro: un


festival, el Fringe, en su segunda edición y que ocurre en el
Matadero, que es el antiguo rastro de Madrid, un complejo edificio
modernista interesantísimo, convertido en centro cultural. Y
trabajamos en el taller al lado de las naves que decían "Degüello
de ganado". Es decir, es un lugar impregnado de muerte, por más
que sea distinto, limpio, y dedicado al trabajo artístico. Y ahí el caso
fue distinto: trabajamos con un hombre y una mujer que estaban
en proceso de desahucio, es decir de perder su casa. Él es cartero
y ella vendedora de mercancías de conciertos. Ellos estaban
desempleados, así que tuvieron tiempo para hacer sus pieles.

Lo que ahí rescatábamos a manera de instalación sonora, fue a


Christine Lagarde, los discursos de Rajoy y la experiencia de
Grecia. Lo que hacíamos eran procesos donde lo importante era
platicar. La gente que llegaba platicaba con el modelo sometido a
aquella tortura o con nosotros, que de alguna manera le
platicábamos lo que había sido, lo que era eso, quién era Xipe
Tótec, qué había pasado en Grecia y qué estábamos haciendo ahí.

Lo que se producía (además del asunto del idioma) es que con los
griegos había menor discusión política y mayor énfasis en la idea
de ritual, y con los españoles lo que aparecía continuamente era
mucha efervescencia en tratar de decir qué demonios les está
pasando. Y con ellos fueron interesantes ciertas lecturas -no de los
críticos ni nada, sino de espectadores- del tipo: “coño, vienen estos
de México a decirnos que ahora somos nosotros víctimas
sacrificiales”. Eso les movía mucho y fue interesante: ver esa
mirada que de alguna manera ponen fuera de Europa -donde se
matan como bestias-, pues les costaba más trabajo pensarse
como víctimas de sacrificio. Y esa veta se abrió a partir de
conversar, que es donde para mí aparecen preguntas formales
muy interesantes del teatro. Que surgen al contar cosas,
proyectos, procesos, al acudir a una mesa donde una imagen o un
gesto se hace necesario continuarlos. Es decir, el gesto de aventar
la piel -que quedó sólo como fotograma o fotografía- es necesario
continuarlo a partir de conversar. En ese sentido volvíamos a
trabajar con el gesto de Warburg, donde el gesto es algo que es
necesario volver a activar.

Envíos y preguntas

Pero las pieles en estos dos procesos tomaron también otro valor
que tenía que ver con la posibilidad de enviarse, como una
representación vacía: una piel fue empaquetada en los correos de
Grecia y fue enviada a la oficina de Christine Lagarde; la de Joncar
en Madrid fue enviada al palacio de la Moncloa diciendo: "Señor
Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno. Puesto que al pueblo le
pide sacrificio, le entrego mi piel. Le pido que se ponga en mi
pellejo". Y la piel de la chica madrileña iba a ser utilizada en una
manifestación.

Y bueno, no somos ingenuos, no va a llegar eso a la Señora


Lagarde o a Rajoy. Pero ¿qué clase de operación es esa?, es algo
que nos seguimos preguntando. No es un proceso que hayamos
cerrado antes de irnos, fueron soluciones, procedimientos que
fuimos discutiendo durante esas largas horas de construir esos
cuerpos. ¿Qué sentido cobra esa piel cuando llega a esos lugares,
al Fondo Monetario, a la Moncloa? Seguramente pasará a la
basura, pero más allá de eso: ¿qué clase de gesto es ese en
donde el que envía..? Sinceramente es algo que todavía tenemos
que discutir al interior de Teatro Ojo porque tiene implicaciones
que todavía no hemos alcanzado a articular.
LA CIUDAD Y SUS TEATRALIDADES 23
Muchos de quienes llevamos un tiempo viviendo en la Ciudad de
México, al regresar de Guadalajara decimos casi lo mismo: "se
parece al DF de hace veinte años". La frase se dice menos en un
tono nostálgico que catastrófico. "Como me ves, te verás"
parecemos decirle a la Perla Tapatía.

Y es que la Ciudad de México se ha vuelto el paradigma que


ilustra el paso de las plagas del desarrollismo a ultranza; entre
otras cosas, el ahondamiento en las desigualdades ancestrales, la
generación de nuevas desigualdades, la descomposición del
espacio público, la marginalidad de zonas con servicios de tercera,
las consecuencias en el ambiente y en el monopolio del espacio
por el uso del automóvil, y un largo etcétera que, por supuesto,
reacomodan poco a poco las relaciones afectivas, hasta los grados
conocidos de violencia.

A todo esto habría que sumarle la yuxtaposición de hábitos y


costumbres tradicionales, con aspiraciones hipermodernistas que,
en la prisa por sumarnos a la competitividad global, no tienen
lugar para una reflexión en las planificaciones urbanas. Y aún más,
las políticas neoliberales han dado rapidez a todas estas
transformaciones, cuyo pináculo es la gentrificación de las
ciudades y la confusión del espacio público con las zonas
comerciales. En palabras de Manuel Castells: “Se vende una parte
de la ciudad y se abandona el resto”.

Pues bien, ese parecería ser también el destino –si no el presente


ya- de la ciudad de Guadalajara, lo cual implica un fuerte desafío
para los artistas locales, que se imaginan menos confinados a sus
espacios oficiales de autonomía y poco contacto con lo real, y
buscan impulsar proyectos de formas renovadoras; pero que,
además, utilizan esas formas para buscar un diálogo vivo con la
gente de la ciudad.

De los varios proyectos que he podido atestiguar (generados por


artistas emergentes o por artistas con trayectoria que han
renunciado a las comodidades del campo del arte autónomo),
quisiera resaltar dos proyectos que están fuertemente ligados a la
vida de la ciudad: el primero, el del colectivo Escena Expandida
que, en el marco del valioso Encuentro de Escena
Contemporánea, ha realizado acciones de intervención en el
popular barrio Balcones de Oblatos, durante 2014.

Se trata, ya podemos imaginarlo, de una colonia que ha crecido


precariamente a ambos márgenes de un podrido riachuelo y al pie
de las ruinas de un otrora próspero ingenio azucarero. Es una
colonia que en sí misma se muestra como detritus de la
modernidad, máxime que desde hace poco se ha construido un
mall en sus lindes.

Aquí, los artistas convocados por la artista escénica Olga Gutiérrez


han entrado con unos cuantos trompicones metodológicos, para
localizar grupos sociales con los cuales charlar y recabar
información. Por esta vía, se han encontrado con los ancianos de la
Casa de Día -una casa de “personas de la tercera edad” del DIF,
entre quienes se encuentra una de las líderes de la comunidad-,
así como con un grupo pobladores de la colonia, con quienes han
elaborado tres acciones que ejecutaron allí mismo en noviembre
pasado. Acciones transicionales, de mutuo reconocimiento, en la
medida en que la colaboración se extenderá a lo largo del año
presente.

La comunidad se unió a una procesión de las señoras de Casa de


Día, que transcurría mientras en perifoneo por la colonia se
transmitían extractos de los testimonios de las mujeres. Este
trayecto hizo una parada en la ruina cañera, donde ellas contaron
historias relacionadas con leyendas locales y donde
espontáneamente decidieron dejar una ofrenda de flores y hacer
una oración. Allí mismo cantaron un par de canciones hechas ex
profeso para ellas en su taller coral; todo lo cual terminó en una
reunión para compartir chocolate y memoria.

Por otra parte, un grupo se reunió a desayunar alrededor de


fotografías personales y narraciones provocadas por las imágenes.
Y, finalmente, en las afueras de la Casa de Cultura, las señoras del
coro de Casa de Día dieron un pequeño recital. Una pequeña
aproximación apenas al trabajo comunitario, pero que promete
mayores complejidades y sorpresas.

Por su parte, la novísima Compañía Opcional presentó en febrero


de 2014 en el Foro de Arte y Cultura, Encuentros secretos, una
instalación escénica que pretende ser una investigación
urbanística y afectiva de la ciudad de Guadalajara. Durante unos
meses, afuera del convento del Carmen, la compañía (dirigida por
Aristeo Mora) habilitó un instructivo y un buzón donde las personas
podrían escribir y meter una postal en la que narraran un episodio
de desarraigo en la ciudad. Con estas postales se fue haciendo
una maqueta de papel que se exhibía en una vitrina cercana al
buzón, junto con los textos de las postales; esta maqueta, es la
que luego se dispuso en el escenario del teatro, donde los
espectadores compartían el recorrido emotivo a escala, mientras
se proyectaban imágenes de los lugares aludidos y se hacía -por
los artistas- la narración de una historia que iba de lo costumbrista
a lo borgiano, pero que tenía ecos de los dichos de las postales.
En una de las versiones de la pieza, había un autobús esperando
para llevar a los espectadores a un recorrido por aquellos sitios
desarraigados, mientras en el audio del bus se escuchaba la
historia arquitectónica de cada lugar, con lo que se conformaba
una cartografía, una genealogía afectiva de Guadalajara. En
algunos casos, la función era precedida por charlas con urbanistas
o historiadores.
En ambos casos, se trata menos de trabajar en espacios escénicos
representacionales que sólo pueden enunciar y monopolizar la
voz del malestar. Se trata de actividades de implicación de los
artistas que, en una primera parte, diagnostican la microfísica del
poder de la construcción urbana, pero que, pronto, intentan activar
una microfísica de la resistencia, de los pequeños trabajos
estéticos de reapropiación, afinando la conocida afirmación de
Michel de Certeau: “Una sociedad está compuesta de ciertas
prácticas dominantes, las que organizan instituciones normativas; y
otras prácticas que se mantienen menores, siempre allí pero no
organizando discursos, preservando los comienzos o los
remanentes de diferentes hipótesis (institucionales, científicas) para
esa sociedad u otras”.
UN NUEVO CONTRATO SOCIAL: LA
COMUNA

Los escenarios

Un asunto relevante para las artes en esta hora y en este lugar,


consiste en la inevitabilidad de la presión contextual. La llamada
guerra contra la delincuencia organizada que desató el gobierno
de Felipe Calderón hizo visibles y expandibles muchos puntos de
tensión social que se habían venido acumulando al menos desde
los años ochenta. El fracaso de la apuesta neoliberal que quiso
remendar la crisis del 82, 24 hizo mella en las conformaciones
sociales y generó reconfiguraciones en las que el narcotráfico
pasó a ser un segundo gobierno del mercado, imponiendo sus
leyes a fuerza de sangre. A esto se le llama eufemísticamente
"desgarramiento del tejido social a causa de la violencia", como si
al enunciar el síntoma, también se estuviera generando el
remedio. El asunto, es evidente, es mucho más complejo; pero
también es obvio que la estela de muerte y descomposición social
nos ha llegado a tocar a todos. Inclusive a los artistas que no
pueden más seguir ejerciendo desde su "autonomía de campo", a
costa de ellos mismos volverse víctimas o cómplices.

En este sentido, el asunto de la violencia y la representación se


han vuelto inquietudes fundamentales en la práctica artística de
los últimos años. Ahora bien, el suelo mismo es quebradizo. ¿Se
trata de representar la violencia? ¿Es representable? ¿Cómo? ¿Por
sus efectos? ¿Por sus causas? ¿En su presencia misma?

El problema se desdobla en otro, planteado por Rancière (2008)


hace tiempo: en la avalancha de impresiones diarias, lo que nos
falta es justo una imagen. No tenemos demasiadas imágenes,
apenas y las sabemos producir. Los medios se han vuelto el
monopolio de la interfaz de la comunicación social y nos decimos
cosas, nos mandamos gestos a través de un medio que tritura su
mensaje. ¿Vale la pena continuar representando a su modo? ¿Qué
posibilidades de representación se nos aparecen?

En este sentido, en el colectivo escénico La comedia humana, 25


hemos tomado la decisión del materialismo más radical: nos
planteamos estar en la emergencia de las representaciones, en el
suelo donde se apoyan. Hemos dejado de pensar en los
procedimientos de la escena cerrada como primera posibilidad de
nuestro quehacer y optamos por desplazarnos del teatro a las
teatralidades; de la escena a los escenarios; de los actores a los
implicados.

Esto supone no pocos quiebres de cabeza, como se verá a


continuación. Pero quiero adelantar que el hueso más duro de roer
ha sido el de los circuitos de legitimación del campo teatral. Las
políticas de legitimación del teatro mexicano son, por decir lo
menos, terriblemente conservadoras y se enraízan en una
idiosincrática tradición de corporativismo y clientelismo que hacen
que los desplazamientos más intensos se vuelvan invisibles en
aras del mantenimiento del statu quo. Y esto en todos los niveles
de las prácticas: de la estética a la pedagogía, de la crítica a la
investigación.

Pero aun así, para nosotros, lo esencial es responder a la realidad.


En este sentido, somos herederos de ese gesto productivista
benjaminiano que, a fin de cuentas, se pregunta por el límite de la
capacidad del arte autónomo de entrar en el flujo de la vida:

Una de las maneras que el arte encuentra de superar el punto muerto que
constituye ese límite que alcanza, consiste en explorar las posibilidades de
desbordar el marco pictórico para pasar a modificar experimentalmente el marco
más amplio de la institución artística. Ese desbordamiento consiste en dar el paso
hacia una práctica del arte donde no sólo se difumina el concepto de "obra" sino
que también ésta se descentra, pasando a ocupar otro lugar en favor de un
énfasis nuevo sobre los procedimientos de imaginación y construcción de otras
realidades posibles. Tales invenciones no tienen ya un carácter meramente
representacional, virtual o simbólico, sino que buscan adquirir una constitución
enfáticamente material, en el interior de la cual el espectador es invitado a
experimentar procesos de reconfiguración de sus propias condiciones subjetivas.
(Expósito, 2013:13)

La mirada

Los procedimientos de trabajo, entonces, corresponden a


dinámicas que rebasan las del marco del campo autónomo del
arte, y que implican un diálogo y negociación con otras disciplinas
y con los flujos de lo real.

En este sentido, se hace importante mencionar el concepto de


escena expandida como enmarcador de estas acciones. Para
explicar el concepto, pondremos aquí una cita de lo que
escribimos en otro lugar:

Es así que regresamos a una idea: lo que hacemos es escena expandida, por lo
que nuestros parámetros durante un proceso no se desvían mucho de lo que
enseñaba Margules acerca de las materias primas de la puesta en escena: texto,
tiempo, espacio, actuación, imagen, movimiento. ¿Qué pasa con cada uno de
estos materiales?, ¿hacia dónde se ha desplazado su comportamiento?: ¿qué se
dice, cómo y para qué?; ¿cómo distinguir tiempo de duración y qué tiempos
pueden aparecer?; ¿cuál es la naturaleza de este espacio, cómo distribuye los
roles y los poderes?; ¿quién es el sujeto de la enunciación, a quién representa, por
qué dice o calla?; ¿cómo se van a distribuir los cuerpos en el espacio, los espacios,
para conformar qué imagen, y qué imágenes representarán este estado de
cosas?; y, finalmente, ¿cómo se mueve todo este dispositivo, a qué mueve, a
quiénes?

En este sentido, pues, salimos a la calle después de seminarios de focalización de


un concepto y luego de la elaboración de un dispositivo que problematice y
distribuya tiempos y espacios. Dispositivo que nos da un principio de acción, pero
que tiene que mutar en el conocimiento diario. Hacemos trabajo de campo como
los antropólogos; indagamos en los archivos como los historiadores; hacemos
enlaces con la gente como los políticos; damos talleres como los profesores.
Posteriormente, elaboramos espacios de intercambio, dinámicas donde cada
subjetividad se represente y exponga su visión frente a los demás. (Ortiz en VV.
AA., 2014: 54)
Lo interesante del concepto "escena expandida" (Ortiz 2015), frente
a, digamos el concepto de "posdramático" (Lehmann, 2013),
consiste en que permite hablar de prácticas no situadas en un
periodo fijo de la historia europea y que tienen su lugar al lado o
de plano dentro de los flujos de la vida social. Es en este sentido
que podemos retomar también el término "giro social" del arte, que
alguna vez acuñara la crítica de arte Claire Bishop (Bishop, 2012).
En efecto, muchas prácticas artísticas, al incorporarse de lleno al
flujo de la vida común y establecer allí sus repartos ficcionales de
tiempo, espacio y actores, se inclinan a propiciar escenarios donde
otros son los actores, otras las historias y otras las repercusiones
del acontecimiento artístico. (Para mayor referencia acerca de
algunas de las características del tipo de teatralidades que surgen
de este giro social puede consultarse en este mismo libro el
ensayo acerca de Rousseau).

La comuna

La comuna es un laboratorio social que fue concebido a través de


un seminario del colectivo La comedia humana bajo el tema
"Revolución o futuro". La premisa se puede inferir fácilmente: para
la modernidad, el futuro se volvió el tiempo privilegiado, y aún
más, el acceso a él contaba con una sola llave: la revolución. Pues
bien, una vez que el contenido utópico y progresista ha mostrado
sus quiebres, ¿qué vehículo podrá sostener nuestro futuro?; o más
sencillamente, ¿podemos generar imaginarios acerca del futuro?;
de ser así, ¿cuáles son?, ¿a qué discurso ideológico responden? Y
lo más importante, ¿son capaces de generar acciones concretas?

Así, el seminario recorrió la historia desde 1789 y sus correlatos de


las revoluciones de la independencia americana y los cambios de
1910, 1917, hasta 1968. Se ahondó en la revolución digital y sus
implicaciones en las revueltas de 2011 en Madrid y el norte de
África, y en 2012 en México. Y, al mismo tiempo, surgían en las
apostillas ideas acerca de ficciones y acciones artísticas concretas:
se pensó en una distopía para el 2025, posterior a la segunda
revolución mexicana, y se imaginaron instalaciones acerca de los
ríos perdidos de la Ciudad de México.

Finalmente, con la inspiración de la película La comuna, de Peter


Watkins, y el Museo precario de Thomas Hirschhorn, se llegó a un
dispositivo de irrupción en un espacio público. Este consistía en un
transporte que se alojaría durante un mes en algún barrio y a partir
del cual se detonarían acciones en la zona: el lugar sería un museo
cerrado y un teatro abierto que recopilaría objetos, experiencias,
gestos e historias locales y los expondría en diversas formas
artísticas.

Ahora bien, como se sabe, la primera parte de un acontecimiento


se encuentra en concebirlo y, luego, la realización se topa con la
contingencia. Lo que en este caso significa conseguir los recursos
para generar el dispositivo. No tengo que repetir lo difícil que es
instalar en los juegos de legitimación y obtención de recursos un
proyecto híbrido que nace del teatro para luego tomar otras
formas.

Entre carpeta y carpeta, llegó un enlace con Zalihui, una


asociación civil de la colonia Campamento Dos de Octubre en la
delegación Iztacalco del Distrito Federal. El colectivo Gitanos
teatro, que lleva obras y talleres para niños habló de nuestro
proyecto a las directoras del lugar y conversamos acerca de lo
posible. Para nosotros, este trabajo sería un "trabajo piloto" en lo
que lográbamos encontrar los recursos para generar nuestro
transporte/museo/teatro.

Así que en el camino entre lo que teníamos planeado y lo que se


nos presentó, aprendimos muchas cosas. En primer lugar, acerca
del trabajo de campo. El seminario tuvo la fortuna de reunir a un
antropólogo y una historiadora que pudieron guiarnos en el trabajo
de la calle y en el trabajo de archivo; pero aun así, nuestros
conocimientos etnográficos eran casi nulos y establecer contactos
firmes fue algo que nos llevó un tiempo. Bien es cierto que aunque
Zalihui nos había contactado con el grupo de fundadoras de la
colonia y sus puntos de reunión política, sabíamos que la colonia
tenía más vida por descubrir.

En un recorrido sabatino, topamos con un grupo de jóvenes que


se reunían todos los sábados con motivo de un programa local
llamado INJUVE (Instituto de la Juventud del Distrito Federal), 26
mediante el cual, bajo el requisito de acudir a estas reuniones
sabatinas, ellos podrían tener acceso a ciertas labores pagadas y
descuentos en servicios. Para acceder a este programa, además,
los jóvenes deben justificar un entorno difícil.

La pregunta general para nosotros era: aquí están estos grupos y


acá están estas acciones, ¿cómo reunirlos? Pero más aún: ¿qué
quieren y qué podemos otorgar a las personas concretas?
Teníamos claro que las señoras fundadoras querían "contar su
historia", pero ¿los muchachos?

Fue así que en pláticas con Zalihui, el colectivo organizó un par de


talleres, uno sobre "Memoria y Territorio" para las fundadoras que
luego se extendió a la colonia entera, y otro de "Periodismo" para
los jóvenes. Estos talleres, por supuesto, eran la materialización de
dos ideas ya trabajadas en el seminario: un mapeo afectivo y un
taller de fotografía para niños.

Así, sobre estos dos talleres se fueron tejiendo dos niveles de


trabajo: el de recopilación de experiencias e información y el del
encuentro entre la colonia y nosotros.

Así, en el taller de Memoria y Territorio supimos del carácter épico


de la conformación del campamento: la llegada de las
migraciones de provincia, la toma del territorio chinampero, la
oposición gubernamental y la lucha encabezada por las mujeres.
Aquí también aparecieron héroes y villanos, y tragedias como la
quema del campamento donde murieron tres niños.
El taller de periodismo, por su parte, logró atraer la atención de los
jóvenes en tanto, primero, se trataba de un desvío en el hábito
sabatino en el cual los tutores se encargan de llenar a los chicos
con un programa oficialista de asistencia social, con charlas sobre
sexualidad, trabajo u otros temas para los que muchos tutores no
se encuentran capacitados como pedagogos. Y, segundo, el taller
logró tejer ejercicios escénicos con prácticas periodísticas, por lo
que el taller mutó a ser "Periodismo escénico", en tanto las
herramientas podrían servir para otras expresiones informativas
más performáticas que textuales. Asimismo, se generó un
periódico cuyo propósito primario era existir para luego ser
apropiado por los chicos. El periódico daba cuenta de las acciones
del colectivo pero intentaría dar cabida a los textos y fotografías de
los jóvenes.

Por otra parte, se pensó en otra manera de presentarnos ante la


colonia, por lo que se planearon una serie de eventos públicos
convocados por La comuna, donde a través de teatro y música, la
gente acudiría y allí podríamos convocarlos a estos u otros talleres
o, como sucedió, realizar con ellos acciones inmediatas.

Estos eventos, a la larga, se convirtieron en la cristalización de las


acciones artísticas. Si para el primer evento, de febrero, se habían
generado un par de sencillas acciones de expresión de los
vecinos, para el segundo evento (de marzo) ya se tenía un plan
más elaborado:

1. Se construyó una exposición acerca de las narrativas de la fundación de la


colonia. Esta exposición se colgó en el parque y consistía en dos rutas: hacia un
lado, pequeños textos y fotografías elaborados en el taller contaban sucesos
cronológicos desde la llegada hasta la regularización de los terrenos; y hacia el
otro lado (hacia la derecha, claro), había textos y fotografías obtenidas en el
Archivo General de la Nación que, suponemos, eran el archivo del caso
recopilado por la Secretaría de Gobernación.
2. Por otra parte, se expusieron fotografías y crónicas del taller de periodismo. Se
trataba de los primeros acercamientos en imagen de los chicos a su colonia y de
la libre interpretación de un hecho ficticio.
3. Asimismo, se generó el Museo del Uso Imaginario, cuya dinámica era muy
simple: se recorrería el lugar, se encontraría un objeto-basura y, mediante una
ficha ya hecha, se le haría una historia al objeto: para qué se usó, cuándo y quién
y, además, qué uso podría seguir teniendo. Un gesto duchampiano para dar
cuenta de algo diagnosticado en los talleres, el asunto de la basura preocupaba
e implicaba a todos.

El tercer evento fue el más elaborado. Finalmente habíamos


conseguido un apoyo de parte de la Secretaría de Cultura del DF,
pero a cambio nos pedían 12 funciones. Jamás nos habíamos
planteado abrir esto al público, aunque es cierto que en facebook
se podía seguir nuestro proceso. Pues bien, organizamos entonces
seis días de eventos, tres fines de semana. Cada fin de semana se
organizó en torno de un tema. No había mucha ciencia, nuestro eje
de trabajo era el tiempo, así que se la muestra se dividió en
Fundación, Presente y Porvenir, con las acciones siguientes:

1. Acerca de la fundación.

Primero, se construyó una choza de cartón tal como la recordaban


algunas informantes. La choza se hizo con ayuda de vecinos e
invitados externos, con base en un Manual para la construcción
precaria. Dentro de la choza, se generaron conversatorios entre las
fundadoras y los invitados, además de que en un monitor había un
video con entrevistas acerca de cómo se vivía en aquel momento.
Afuera de la choza, se construyó una maqueta del barrio, una
especie de diorama al que se accedía por debajo y sólo podía
entrar la cabeza. En ese diorama había espacio para que la gente
pusiera unas pequeñas chozas. Unas chozas que cada participante
había hecho a escala, siguiendo las instrucciones del Manual, de
manera que cada quien decoraba su choza como quería y luego
subía a la maqueta, donde, además, podía ponerse unos
audífonos y escuchar una pieza hecha con retazos de
testimonios.Además, en ese fin de semana, se volvió a montar la
exposición de las narrativas de la Fundación.

2. Acerca del presente.


Cuando regresamos, la choza seguía allí. Se instaló de nuevo la
maqueta, y se hizo la exposición de los trabajos del taller de
periodismo: esta vez un fotoreportaje colectivo acerca de la
basura. Aquí vale una precisión. Ya dije que no teníamos intención
de abrir el asunto a las miradas externas pero que tuvimos que
hacerlo. La dinámica que surgió desde el primer fin de semana,
pero que tiene que ver con el tema del segundo fin, fue hacer una
convocatoria abierta a quien quisiera llegar al metro Iztacalco a las
doce del día. Allí los estarían esperando tres jóvenes del barrio,
chicos del taller que quisieron quedarse a cooperar con nosotros
y, hasta donde sé, son ya miembros del colectivo. Ellos te
entregaban un mapa de la zona con las calles renombradas (el
camellón central, antes "Juan N. Álvarez", ahora era el camellón
"Heroínas del Campamento Dos de octubre" y las calles aledañas
tenían nombres de heroínas nacionales y fundadoras locales).

Así pues, los chicos recibían a los invitados, les daban el mapa y
los llevaban al lugar del evento. En el camino, recuperaban la
información de la fundación que habíamos obtenido y, a la vez,
mostraban su perspectiva del barrio, lo que llevaba a un diálogo
abierto entre ellos y los invitados que, llegando al lugar, seguían
las demás actividades.

Otra actividad del presente que me conmovió bastante fue que


unos chicos hicieron un graffiti en la barda de reunión del INJUVE. El
graffiti es, previsiblemente, una representación de la historia de la
colonia; pero era una historia que ellos no conocían y que ahora
simbólicamente se apropiaban, al grado de que cuando llegó una
patrulla a levantarlos, ellos se defendieron con el argumento de
estar plasmando la historia del lugar. ¡Historia que luego ellos
transmitieron a los policías! Que, claro, se quedaron sin
argumentos.

Asimismo, algunos chicos que tenían una banda, tocaron durante


una hora en el evento.
3. Sobre el Porvenir.

Como la choza seguía allí, esta vez la decoramos por dentro con
imágenes de retrofuturo: imágenes de un artista gráfico francés
que a principios del siglo XX imaginó el año 2000. También se
generó un conversatorio acerca del futuro del campamento Dos
de octubre y se presentaron más fotografías del taller de
periodismo, pero a través de unos dispositivos precarios de
proyección que los chicos generaron en un taller express.

Decidimos acumular estratos como en las viejas pirámides y


volvimos a instalar las narrativas y la maqueta.

El evento terminó con un concurso vecinal de comida llamado "La


memoria de tu boca", donde se dio un premio al relato y al platillo
más sabroso.

Así terminó el periplo en el Campamento Dos de octubre.

Es importante señalar que La comuna estableció una alianza con


la asociación civil Isla Urbana que se encarga de dotar de
dispositivos de captación de agua a algunas comunidades. Con
ellas fuimos un fin de semana al Valle del Mezquital, en Hidalgo,
con el taller de Memoria y Territorio, y con ellos, actualmente, con
un pequeño apoyo de la Delegación Tlalpan, realizamos un trabajo
en Quiltepec, una pequeña zona que se encuentra notablemente
organizada (tienen su sistema de captación de aguas, de captura
energética con el estiércol de los borregos, sus propios cultivos).
Con ellos se realiza un trabajo doble. Por una parte, las suyas son
tierras en riesgo: debido a su posición privilegiada de mirador de la
Ciudad de México, mucha gente se las disputa y la delegación no
los reconoce como comunidad; de manera que estamos llevando
a cabo un trabajo de creación de una identidad ciudadana
simbólica, generando documentos y acciones de identidad propia
que luego llevaremos al centro de la Delegación. Y, por la otra, ya
que ellos reconocen el lugar como su "paraíso", queremos llevar su
ejemplo a otros lugares con el "Recetario para hacer un paraíso". El
trabajo concluyó en diciembre de 2014.
III. EMERGENCIAS
IRSE A DORMIR COMO ARTISTA Y
DESPERTAR COMO TRABAJADOR
PRECARIO
Estábamos demasiado ocupados analizando las imágenes que se
proyectaban en la pared para advertir que habían vendido hasta la
pared misma.
Naomi Klein

El trabajador ya no existe como persona. Es tan sólo un productor


intercambiable de microfragmentos de semiosis recombinante
que entra en el flujo continuo de la red. El capital no paga ya la
disponibilidad del trabajador a ser explotado durante un período
largo de tiempo, no paga ya un salario que cubra todo el campo
de las necesidades económicas de una persona que trabaja. El
trabajador (máquina que posee un cerebro que puede ser usado
por fragmentos de tiempo) recibe un pago por su prestación
puntual, ocasional, temporal. El tiempo de trabajo es fractalizado y
celularizado. Las células de tiempo están en venta en la red, y las
empresas pueden comprar tantas como quieran sin
comprometerse en absoluto con la protección social del
trabajador.
Bifo

Liminar

Este texto tiene su origen en la amable invitación que Alejandro


Flores me hiciera para participar en el Seminario Telecápita 2013. El
asunto me parecía relevante pues durante las administraciones
panistas de la cultura, el aparente extravío del rumbo en políticas
culturales en realidad escondía iniciativas que dejaban a merced
de la “libre competencia” gran parte de los movimientos de los
recursos. Y eso sin duda, y como he querido demostrar en otros
escritos, dejaba aún más las decisiones estéticas de los artistas
escénicos a los vientos de las políticas económicas; lo cual,
obviamente, puede uno observar en la homogeneidad de las
propuestas.

El texto se quedó sin remate y sin publicar debido a la carga de


trabajo que significó mi investigación sobre escena expandida,
concluida en un seminario y dos libros. Sin embargo, durante 2014,
dos hechos me hicieron volver a él: el primero, la interesantísima
discusión que se dio en una mesa sobre el mercado y las artes
que tuvo lugar en el evento Territorios del arte, en San Luis Potosí,
en agosto de este año. Allí, directores de festivales que apuestan
menos por el mainstream que por el diálogo y la resistencia,
hablaron de cómo se mantienen negociando con las exigencias
neoliberales. En la charla, el videoasta y colaborador de Roger
Bernat, Txalo Toloza, lo dijo con toda claridad: a los artistas nos
hace falta conciencia de clase. Más de uno tuvo casi un infarto,
pero la argumentación no fallaba: ya no basta distinguirnos como
artistas, compartimos con el resto del 99% la opresión del
capitalismo más salvaje. Tener conciencia de clase significa
entonces reconocernos como trabajadores precarios e imaginar
maneras de activar tácticas micropolíticas y estrategias
macropolíticas que enfrenten este estado de hechos.

Un mes después sucedían los hechos de Iguala. Todo un mes


después del crimen de Estado, sintomáticamente, los ciudadanos
reaccionamos. En particular los artistas escénicos dimos marcha a
una asamblea a estas alturas desnutrida, pero en pie de acción.
Por mi parte, como coorganizador de la primera mesa del
presídium, propuse que nos denomináramos como “trabajadores
de la cultura”, denominación que terminó en “trabajadores de la
cultura y las artes” y que, al cabo de dos asambleas más y en
concordancia con el desinterés general, mutó a “comunidad
artística”.

Mientras escribo estas líneas de introducción, el segundo día del


año de 2015, el escándalo general mostró el problema particular:
las instituciones de administración de la cultura deben pagos a
propios y extraños. Es decir, estamos ante un problema de
trabajadores que -yo pienso-, sin conciencia de clase, se resolverá
de nuevo con los paliativos acostumbrados. La encrucijada
debería llevarnos a formular dónde está la conexión entre los
crímenes de Estado y el lugar en el que imaginamos a la cultura
dentro del país. Y aún más: cuál es el lugar o los lugares donde un
artista refuerza a esos poderes hegemónicos y cuáles son los
emplazamientos de resistencia y acompañamiento.

A pesar de la dimensión del contexto, o más bien a causa de,


estas notas no pretenden decirlo todo. Son el inicio de una
discusión que -creo- o será colectiva o no será.

El impasse

Parece que el capitalismo hubiera alcanzado una inédita


capacidad de absorción y reconversión, que, aunque ya se
encontraba en él, ahora pareciera estar al máximo al abarcarlo
todo; desde los afectos, los pensamientos, las acciones; el arte.
Todo es susceptible de ser tamizado por la lógica del capital, al
grado de que éste se ha vuelto una realidad sin afuera, blindada:

La identificación entre capitalismo y realidad señala el comienzo de la época


global en la que estamos. Esta identificación es la consecuencia de una Gran
Transformación iniciada a fines de los años sesenta y dirigida a consumar la
derrota política, económica y social de la clase trabajadora, para así poder iniciar
un nuevo ciclo de acumulación capitalista. (Santiago López Petit: 21)

Esto significa, al nivel de prácticas de resistencia o emancipación,


un momento de impasse; un agotamiento de aquellas estrategias
que se enfrentaban al capitalismo llamado industrial. “El impasse
es también la imposibilidad (o esterilidad) de toda tentativa de
armar un ‘cuadro de situación’ acabado, concebido desde una
perspectiva panorámica definitiva” (Colectivo Situaciones: 11).

Pues el capital ha llegado a una inédita capacidad de captura.


Absorbe y axiomatiza cualquier expresión, hasta “normalizarla”.

El impasse supone también la neutralización del acontecimiento. La novedad


social que se anunció como posibilidad y fue formulada como pregunta, se disipa
cuando es sometida a “clonación”: una vez que las fuerzas que irrumpieron son
duplicadas y dan lugar a una imagen separada, el signo de las fuerzas cambia.
Ahora circulan estériles y encapsuladas como espectros sostenidos por premisas
recortadas y puramente especulares. (Colectivo Situaciones: 38)

Esto implica cierta banalización y circularidad de la existencia: un


eterno retorno de lo mismo, sumado a cierta fatiga de la acción al
mirarse devuelta como espectáculo.

Volviendo a las ideas inspiradas por Foucault, recordemos que


esta forma de gobernar los cuerpos actúa por subjetivación; esto
es, que no se encuentra dictada por un afuera que amoldaría a un
sujeto preexistente a un juego que se le impone, sino que más
bien, se implanta a través de la performatividad cotidiana, tal como
señala Judith Butler con respecto al género:

Yo sugiero que el cuerpo adquiere su género en una serie de actos que son
renovados, revisados y consolidados en el tiempo. Desde un punto de vista
feminista, se puede intentar re-concebir el cuerpo con género más como una
herencia de actos sedimentados que como una estructura predeterminada o
forcluida, una esencia o un hecho, sea natural, cultural, o lingüístico. (Butler: 304)

Esto es, que en la generación de las formas de vida son


fundamentales las acciones que se llevan a cabo repetidamente
en escenarios regulares, con guiones acotados:

Los miedos y angustias que definen el tono afectivo de las ciudades no son una
condición “natural” sino que pueden ser concebidos como el resultado de un
conjunto de dispositivos de control cotidiano sobre la vida: ellos se organizan en
capas diversas y entrelazadas del gobierno de la subjetividad a través de la
gestión de la moneda, la información y el mundo del trabajo, con prolongaciones
en los tratamientos terapéuticos y las disposiciones securitistas, coordinando
sentimientos privados (fobias, pánicos, paranoias, etc.) que forman el paisaje del
neocapitalismo contemporáneo. A la producción de estos efectos de poder sobre
las vidas la llama Toni Negri “performatividad del capital”. (Colectivo Situaciones:
16)

El impasse, pues, apunta a la captura de las viejas dinámicas de


resistencia y a la necesidad de generar contraperformatividades
que puedan colarse por las ranuras del movimiento del capital.
Pero antes de pasar a este asunto, me parece oportuno resaltar
que estas performatividades hegemónicas no se dan de lleno en
el plano de la representación, sino que son justo eso: acciones
sobre el cuerpo de los individuos/performers, y que no distinguen
entre actor y espectador. Por supuesto, estas performatividades
hacen uso de la representación, pero básicamente trabajan sobre
el sistema nervioso de la gente. De hecho, el problema con la
representación no reside en su existencia –lo que llevaría a pensar
en su imposible clausura–, sino en su uso hegemónico. La
pregunta no es si existe o no representación, sino cuál es su uso y
quién puede hacer uso o no de ella. Fue éste el punto nodal de las
reivindicaciones del movimiento Yosoy132 y su asunto con las
televisoras, así como con el 15M con su “no nos representan”.
Puesto que mi subjetividad se está conformando en mi cuerpo,
nada más que mi propio cuerpo puede representarla y nadie
puede darle voz sino mi voz. Creo que aquí, quizás, reside el
concepto de multitud de Negri, Hardt y Virno: la multitud sería una
subjetividad común –un agenciamiento colectivo de enunciación–
hecha de la suma de subjetividades individuales, consciente tanto
de su procesualidad, como de las condiciones que la van
generando y de las transformaciones en las que es posible incidir.

La pregunta, pues, para el artista se vuelve definitiva: “¿Cómo crear


cuando el nuevo régimen consiste justamente, en instrumentalizar
esas fuerzas de creación, esas subjetividades flexibles, esa
libertad de experimentación invirtiendo su sentido?” (Colectivo
Situaciones).

Esto, como puede uno imaginarse, debería plantear problemas


muy serios para las artes escénicas y en especial para el teatro.
Pues si retomamos la pregunta benjaminiana acerca de la relación
entre producción artística y modo de producción social,
encontramos que en estos momentos, para el teatro no hay
posibilidad de distancia entre ambas producciones. Desde mi
manera de ver, la insistencia en monopolizar la representación,
insistir en el drama o, peor aún, proseguir con la idea de personaje
como unidad y en el espectador como mero receptor, sólo viene a
reforzar los parámetros bajo los cuales ya actúa el propio capital.

Práctica artística y trabajo

Lo que me interesa ahora es ubicar el estatus del artista dentro de


nuestro sistema social, lo que implica una mirada reversible. Por
una parte, observaremos el lugar en que el sistema ubica las
prácticas artísticas y, por otra, el emplazamiento que el artista
puede alcanzar en su práctica.

Como afirma Jacques Rancière, las prácticas artísticas se


encuentran ubicadas en la modernidad dentro de la episteme que
él llama “régimen estético”.

El régimen estético de las artes es el que identifica propiamente al arte en singular


y desvincula este arte de toda regla específica, de toda jerarquía de los temas, los
géneros y las artes. Pero lo hace de modo que hace añicos la barrera mimética
que distinguía las maneras de hacer del arte respecto de las otras maneras de
hacer, y que separaba sus reglas del ámbito de las ocupaciones sociales. Afirma la
absoluta singularidad del arte y destruye al mismo tiempo todo criterio pragmático
de dicha singularidad. Inaugura al mismo tiempo la autonomía del arte y la
identidad de sus formas con aquellas mediante las cuales la propia vida se da
forma. (Rancière:14-15)
Esto significa, entre otras cosas, que el arte comienza a poner su
atención en las cosas comunes, por encima de los antiguos
valores aristocráticos, de manera que es capaz de establecer un
espacio de experiencia estética para todos, en contraposición a los
espacios reservados para el gusto estético de las clases
privilegiadas. Esto coincide, a su vez, con la aspiración
democrática y también con la posibilidad de hacer de la cultura un
concepto de necesidad social. Pero lo que me interesa recalcar —
aunque esto no sea dicho por Rancière— es que este régimen, a
su vez, genera en el artista un aura especial a caballo entre la
revelación religiosa y la revuelta política. El artista se hace portador
de un saber singular imposible de enunciar antes de que él lo
despliegue, un saber no únicamente estético sino también político
y, por lo tanto, tiene cierta posición representacional con respecto
de las emociones y de la estética colectiva. Pero también cabe
destacar que el espacio artístico se vuelve un espacio con
limitaciones diferentes y acaso menores a las de otros ámbitos de
convivencia social: “laboratorio de prueba”, “espacio de
experimentación”, “campo de libertades”, el arte es visto con cierta
autonomía de sentir y de pensar que da lugar a una gran
diversidad de formaciones artísticas que desbordan la preceptiva
artística del régimen anterior.

Creo que es de todos conocido el argumento de la “autonomía del


arte” durante la modernidad. Sin embargo, pecaríamos (y hemos
pecado) de ingenuos al imaginar que ese campo de autonomía es
un campo ajeno a las determinaciones políticas y sus intereses. En
este sentido, por ejemplo, no deja de ser sorprendente la manera
en la que algunos artistas se conciben a sí mismos como aves del
pantano, inmaculadas e inmaculables, cuando de intereses no
artísticos se trata y lo poco que estos artistas se involucran en el
diálogo de la sociedad, generalmente tras el escudo de las
emociones puras y la relación exclusiva con su “interior”.

Sabemos bien que los museos y los teatros, paradójicamente, son


espacios de libertad (en el sentido foucaultiano, cabría subrayar) y
también espacios de juegos de poder, como demuestra José Luis
Barrios en su brillante ensayo “Arte, fantasmagoría y museo”. Ahora
bien, quisiera entonces enfocar una de las relaciones importantes
del arte con respecto al socius donde se desarrolla: su relación
con el trabajo. Por dos razones: la primera porque es obvio que un
punto problemático para los artistas es la esfera económica y su
lugar dentro de las relaciones salariales; y, la segunda, puesto que
el trabajo, como componente fundamental del capital es un punto
nodal para comprender un sistema en el que la política está
supeditada a las relaciones económicas de mercado.

Tomaré, para este seguimiento, la brillante aportación de José Luis


Brea, quien en su libro El tercer umbral hace un análisis
genealógico de la relación trabajo-arte durante la modernidad y la
posmodernidad. Se trata, en sus palabras de:

proponer una sucesión sintética de articulaciones cruciales que desde mi punto


de vista recorren y deciden el desarrollo del arte que hemos llamado
contemporáneo, basándola no tanto en la localización de cortes estilísticos o
formales cuanto en su relación a las transformaciones de la esfera del trabajo y la
producción, y cómo ellas determinan algunas demarcaciones significativas en la
especificidad del campo de las prácticas culturales, por un lado, y en su relación
con los modos y figuras del imaginario social, con las expectativas emancipatorias
de la ciudadanía y la construcción colectiva de las formas del “espíritu objetivo”,
por otro. (Brea, 2009: 4)

Todo esto en aras de describir el “estatuto de las prácticas


artísticas en las sociedades del capitalismo cultural”. Pues bien,
Brea definirá tres estaciones y tres tipos de relaciones entre
prácticas artísticas y trabajo: el primer estadio es la era del
capitalismo industrial, es decir, la entrada de la reproductibilidad
técnica en el ámbito artístico. Vale destacar de esta etapa que:

La división entre el trabajo productivo (depositado en efecto en las estructuras del


proceso industrializador) y el inmaterial (el trabajo simbólico productor de los
grandes relatos e imágenes) es todavía un hecho, de tal modo que el productor
simbólico se ve forzado a actuar agonistamente, como una especie de “traidor de
clase” que -en un juego que ha sido caracterizado como de “mecenazgo
ideológico”- viene a asumir el encargo de producir y defender relatos y valores
frontalmente contrarios a los de la clase a cuyos aparatos debe cuando menos su
propia formación, si es que no su posición social efectiva en el mundo. (Brea, 2009
: 6)

El artista, entonces es un bohemio, alejado de las cosas de este


mundo gracias al trabajo que otros asumen por él y que,
paradójicamente, en esta asunción de desapego material,
manifiesta un antagonismo más allá de cualquier oposición en
contra del estado de las cosas. Es traidor de clase, pero, a la vez
tiene un:

grado satisfactorio de credibilidad. Pero ello sobre todo gracias a la efectividad


con que logra desarrollar una codificación global de transgresión, de contraley y
contradiscurso. Para su fortuna, se encuentra frente a un campo tensamente
normalizado, el de la Academia, que fija convenciones y estructuras
marcadamente rígidas, y ello le permite con relativa nitidez –debida al contraluz
flamante que le ofrece un fondo de contraste tan formalizado- desplegar su
propio orden de discurso bajo la apariencia no de una convención específica y
nueva, sino justamente de una contraconvención, de un contradiscurso. (Brea,
2009 : 6)

Es en este sentido que el artista aparece como “compañero” de


viaje de las luchas de emancipación, en la medida en la que
enriquece, si no los argumentos de la lucha, sí los argumentos
antisistema. Es el caso, según Brea, de los artistas de las
vanguardias artísticas. Aunque cabría agregar aquí a los
vanguardistas que, como los constructivistas rusos, formaron parte
del horizonte de transformación desde la posición de la revolución
institucionalizada, pero bajo un discurso emancipatorio.

Posteriormente, en la división de Brea, el capitalismo cambia a una


fase en la que:

La generación de riqueza no depende ya ni única ni prioritariamente del desarrollo


y la optimización de los recursos productivos, sino, y sobre todo, de la extensión y
asentamiento de potentes mercados de consumo abiertos más allá de los bienes
de necesidad e implementando el desarrollo de sectores cada vez más
amplificados de consumo suntuario. Como es evidente, la industria de la cultura y
el entretenimiento crece abrigada en ese contexto, contribuyendo a la emergencia
de las que se han descrito como sociedades del espectáculo, una emergencia en
nada ajena al grado alcanzado “de acumulación de la mercancía” (según la
definición debordiana). Las formas dominantes de la alienación –y en ese sentido
el análisis de Debord sigue siendo impecable- se desplazan desde el ámbito del
trabajo al del consumo, al del ocio administrado. (Brea, 2009: 9)

Este capitalismo cultural cambia el objeto del antagonismo


artístico, pues el asunto le concierne directamente en tanto
productor cultural. De manera que su labor se inclina hacia lo que
podríamos llamar “crítica institucional”, que implica la crítica de sus
propias condiciones de existencia. Otra crítica paradójica en tanto
acepta un estatuto que no cesa de poner en crisis sin abandonarlo
del todo. Siguiendo a Brea, la crítica se mueve a tres escenarios: el
rechazo del trabajo, la regulación de las economías del deseo y la
crítica a la representación. El autor describe cada escenario de la
siguiente manera:

El primero tiene que ver con el rechazo explícito al modelo de sobreproducción e


incitación al consumo suntuario (característico de esta fase de capitalismo
avanzado) desde su misma base, es decir desde el rechazo a la sobretasa de
trabajo que constituye su motor (sin duda en este rechazo está haciendo síntoma
la redefinición del trabajo que está en curso y veremos hacer eclosión en el tercer
estadio).

El segundo escenario en que esta oleada de luchas se proyecta es crucial: el que


concierne a la organización del deseo y la vida de los afectos. La revolución de las
economías libidinales –la revolución sexual de los años sesenta- no es en ese
sentido una anécdota o un programa suplementario: el sistema que mercantiliza el
mundo asienta su eficacia justamente en su poder de regulación exhaustiva de las
economías del deseo, cuyas fuerzas son derivadas, por la mediación del
ordenamiento simbólico, a la propia esfera de la mercancía. (Brea, 2009: 10)

Del tercer estadio, resalta que:

Siendo el espacio de la representación el registro que media las relaciones del


imaginario con lo real –del deseo con las figuras sobre las que éste se fija-, el
trabajo que sobre su crítica pueda realizarse es fundamental, tanto más cuanto
que es también en su espacio donde circulan los arquetipos que fijan las formas
de la subjetivación. Todo el trabajo revolucionario en esta segunda oleada de
luchas tiene entonces en los procesos de crítica de la representación su epítome,
y como es obvio el lugar del trabajo artista –entendido como trabajo productor de
representaciones y articulador por su mediación de las intensidades afectivas, es
decir un trabajo doblemente productor de signo y deseo- tiene en ese nuevo
teatro de la acción revolucionaria una importancia crucial. (Brea, 2009: 11)

Así, pues, en esta segunda etapa la esfera del trabajo y la esfera


artística se acercan más sin mezclarse aún. El artista, en resumidas
cuentas, critica al museo o al espectáculo, pero su emplazamiento
privilegiado se mantiene. Ahora bien, en el presente, en la tercera
etapa, aquello que posmodernamente se nombra como la
decadencia de los grandes relatos en general coincide con “la
decadencia de las viejas grandes Máquinas productoras de
identidad –el Estado, la religión, la familia, la patria, la etnia, la
clase, el género” (Brea, 2009: 13). Y esto es debido a la gran
movilidad de los sujetos en esta fase que coincide con la llamada
globalización; movilidad territorial, pero asimismo inestabilidad
laboral, desterritorializaciones forzadas por las economías, al fin y
al cabo.

Pero es de resaltar también que es la industria de la mercancía la


que toma el relevo de la producción simbólica. Conocemos bien
los efectos de la publicidad en nuestras vidas pero, como dice
Maurizzio Lazzaratto, la publicidad no genera solamente
necesidades, sino que conforma modos de vida, territorios
existenciales que alimentan la reproductibilidad del capital. Al
respecto, añade Brea:

al mismo tiempo que podemos hablar de una fase diferenciada de “capitalismo


cultural” (toda vez que en él es la producción y distribución de simbolicidad el
nuevo gran motor generador de riqueza) debemos referirnos a la constelación de
industrias que se asientan en su potencial como “industrias de la subjetividad” –
puesto que su rendimiento mayor se produce precisamente en los términos de un
“investir identidad”. Con su emergencia y consolidación, esa colisión funcional de
las esferas de la economía y la cultura es un hecho ya insoslayable. (Brea, 2009:
14)

Es de hacer notar, en este sentido, cómo el teatro subvencionado


de la Ciudad de México y sus réplicas en el territorio nacional, a
partir de la mitad de los años noventa, dieron un giro en su estética
en vías de acercarse al público, al cual tomaron en equivalencia al
que conforma la industria televisiva mediante el rating. Las obras
de Sabina Berman, Antonio Serrano y su generación, se
encargaron de abrir la brecha para obras ligeras con aderezo
intelectual, un estilo todavía presente y que tiene su
desembocadura mayor en la activación del fetichismo de la
mercancía en la figura de la estrella de la pantalla que encabeza
los elencos del teatro hecho con recursos del Estado. Al respecto,
puede citarse una aseveración de Ludwik Margules, hecha en
2004:

Teatro comercial existía siempre, mas el teatro ligth es una forma perniciosa del
teatro comercial, que navega bajo banderas artísticas privando al espectador de
profundidad, de complejidad; lo llena de show y de complacencia; es un enemigo
que apareció hace veinte años. Antes era simplemente basura comercial; ahora la
basura comercial encontró una manera de vestirse de gala, elevó banderas
artísticas y, encima, echa mano de recursos del Estado. Éste es nuestro enemigo
en boga. 27

Pero, regresando a la mirada global, esta tercera fase se refiere al


así llamado capitalismo cognitivo, que produce la mayor riqueza
en la distribución y control de la información y que, muy de lejos
podríamos llamar “sociedad de conocimiento”. A este respecto,
Brea puntualiza:

Es por ello que la noción de know-workers, de trabajadores del conocimiento, no


debería señalar en exclusiva –ni aún en absoluto, si la tomamos en puridad– a los
productores de software, patentes o contenidos de información, que únicamente
sean capaces de generar riqueza económica, sino y sobre todo a aquellos
participantes en los juegos de intercambio de información que en su actividad
generen disposición crítica, agenciamientos que favorezcan la intertextualidad de
los datos, el contraste de las ideas recibidas. Entre ellos, el nuevo artista, cuya
función antropológica se vería así recodificada. (Brea, 2009: 15)

Es sobre esta recodificación sobre la cual quisiera proseguir, en


dos sentidos. El primero, en el que este capitalismo cognitivo
pretende dar al artista un estatus: el de empresario o
emprendedor, que enmascara –en los viejos términos de lo que
entendemos por enmascaramiento ideológico– lo que en realidad
tiene otra definición; es decir, el trabajador precario. Y el segundo
sentido es en el que apunta Brea: hacia nuevos emplazamientos
del artista con respecto al socius en el que actúa.

El paradigma

La desmaterialización del objeto artístico no ha supuesto en todo


caso la desfetichización de la producción sino, más bien, los
procesos de fetichización han explotado y afectan ahora a zonas
anteriormente imposibles. Lo que vende y lo que enriquece es el
movimiento de las ideas en un cierto sentido; se mantienen “las
plusvalías”, “los circuitos de lujo” y se engordan los canales
exclusivos de la “economía de la opulencia” en nombre justamente
de una supuesta “difusión social” (Colectivo Situaciones, 240).

Sabemos, de acuerdo con los análisis de Foucault y sus


comentaristas, que en el corazón de las políticas liberales se
encuentra el homo economicus, este

sujeto se comporta como lo haría una empresa y se enfrenta a sus pares de la


misma manera: de forma estratégica, calcula los posibles beneficios y pérdidas
que se desprenden de la interacción y busca ante todo defender sus intereses. De
esta manera, surge lo que denominamos el sujeto-empresa, el empresario de sí
mismo, el emprendedor que compite en el mercado por mantener su nicho y
hacer viable su existencia. (Rowan 2008)

Sabemos además que obviamente este proceso no ha acontecido


de espaldas a marcos institucionales y sin el auspicio de políticas
de promoción, que han sido determinantes a la hora de crear la
figura del emprendedor/a tal y cómo la conocemos hoy en día.

Es así que gran parte de las políticas culturales estatales –y no se


diga el mercado en las artes visuales— se han preparado para que:

bajo el epígrafe “industrias creativas” se pus[iera] en marcha un ambicioso plan


para promover el crecimiento de pequeñas empresas culturales y se articular[a]
un gran número de políticas destinadas a fomentar el emprendizaje en cultura.
Este sector emergente caracterizado por la “creatividad individual” y por “generar
riqueza y empleo a través de la explotación de la propiedad intelectual”, ponía a
los emprendedores culturales en el centro mismo de los procesos de crecimiento
económico de la nación. El modelo básico que sustenta a las industrias creativas
es muy claro, consiste en capturar los flujos creativos y extraer valor económico
de los procesos cooperativos que acontecen en el espacio de lo social. La
propiedad intelectual es un elemento central de esta lógica puesto que es el
marco legal que dota de autoría a ideas que se han creado gracias a
concatenaciones de palabras, sensaciones e imágenes que circulan sin parar en lo
que algunos han definido como cuencas de cooperación social (Lazzarato,
Corsani, Negri, 1996). Dentro de este contexto, y no sin poner cierta resistencia,
emerge la constelación de microempresas y trabajadores/as autónomas que
conforman este sector. (Rowan, 2008)

Ahora bien, si hemos entendido a Jaron Rowan, el modelo de las


“industrias creativas” puede venir como formalización del modelo
laboral artístico informal y precario. Y esta precariedad es sobre
todo, un modo existencial:

En efecto, las prácticas conscientemente resistentes de los modos de vida


alternativos, el deseo por tener cuerpos y relaciones con el sí mismo diferentes (en
contextos feministas, ecologistas, de izquierda radical) se orientaban de forma
persistente a diferenciarse de las condiciones de trabajo normales y a distanciarse
de las coacciones, medidas disciplinarias y controles que a éstas se asociaban.
Sus palabras clave eran: decidir por sí mismo en qué trabajar y con quién; elegir
formas precarias de trabajo y vida en tanto en cuanto parecía posible una mayor
libertad y autonomía, precisamente a partir de la organización del tiempo propio; y
lo más importante de todo, autodeterminación. Con frecuencia, estar bien pagado
o bien pagada no era una preocupación, porque la remuneración consistía en
disfrutar del trabajo. Lo que preocupaba era poder desarrollar las capacidades
propias. Por lo general, la aceptación consciente y voluntaria de condiciones de
trabajo precarias venía a ser una expresión del deseo de vivir la separación
moderna y patriarcal entre reproducción y trabajo asalariado de una manera
diferente a la que permitía la situación de trabajo normal. (Lorey, 2008: 72)

E inmediatamente, Lorey asegura que:

Sin embargo, son precisamente estas condiciones de vida y trabajo alternativas las
que se han convertido, de forma creciente, en las más útiles en términos
económicos, puesto que favorecen la flexibilidad que exige el mercado de trabajo.
Así, las prácticas y discursos de los movimientos sociales de los últimos treinta o
cuarenta años no sólo han sido resistentes y se han dirigido contra la
normalización, sino que también, al mismo tiempo, han formado parte de las
transformaciones que han desembocado en una forma de gubernamentalidad
neoliberal. (Lorey, 2008: 72)
Así, es claro que la mayoría de las iniciativas estatales y privadas
han convertido al trabajo en general en trabajo precario. Y como
prueba se puede echar un ojo a la reciente reforma a la Ley laboral
mexicana, a la aplicación de la Ley 226bis, pero ante todo, a las
políticas de relación laboral entre el Estado y los artistas, que sitúa
a estos como “prestadores de servicios” que obtienen recursos a
través de licitaciones (bajo el eufemismo de “convocatorias
artísticas”), pero sin ningún contrato previo ni mucho menos
garantía de pago y, claro está, sin la oportunidad de acceder a la
seguridad social. De manera que las pomposas denominaciones
actuales para el artista como “emprendedor” o “empresario de sí”,
en el mejor de los casos aparecen como un eufemismo ante la
precarización, aunque sabemos que es más bien, como dijimos,
un enmascaramiento ideológico.

Este trabajo identitario, puede quedar bien definido en estos días


en el sujeto-marca:

Así, el emprendedor explota todos sus activos, es decir, sus saberes, sus
contactos, sus redes, sus intuiciones y sus afectos y se convierte prácticamente en
una máquina cuyo objetivo es aumentar la productividad y competir en el
mercado con otras formas empresariales. Debe poner su cuerpo a trabajar y
depende de su capacidad para autogestionarse lo que le hace viable o no como
modelo empresarial. Como cualquier empresa debe aprender a producir una
constelación de signos, elementos visuales, discursos propios y rasgos identitarios
que le diferencien de sus competidores y ayuden a su identificación. Es entonces
cuando se empieza a producir el sujeto-marca, es decir, se genera un interfaz
capaz de mantener de forma sostenida al sujeto-empresa en la esfera pública. La
marca es la condensación del valor del sujeto-empresa, es el punto en el que sus
activos se exponen al escrutinio de sus posibles clientes y potenciales
competidores. (Rowan, 2008)

Leyendo esta descripción, ¿no parece la descripción de la


singularidad artística, donde el valor de la “marca” es sustituida por
la “firma” del autor? Pues tal como afirmaba Jean Baudrillard:

Sobre ella [la firma] actúa el consenso social y, por encima, naturalmente, todas las
combinaciones sutiles de la oferta y la demanda. Pero se ve que este mito no es
un efecto puro y simple de la orquestación comercial. Por esta conjunción en la
firma del signo –del signo diferente de los demás signos del cuadro, pero
homogéneo a ellos, del nombre diferente de los demás nombres de la pintura,
pero cómplice en el mismo juego-, por esta conjunción ambigua, en este signo
flexionado, de las series subjetivas (la autenticidad) y de las series objetivas (el
código, el consenso social, el valor comercial), puede funcionar el sistema del
consumo. (Baudrillard, 1989: 112)

Al mover su firma, acrecentar su valía con la acumulación de


currículum, el artista se mueve como empresario que, a su vez,
requiere de un sistema dentro del cual actuar. Este sistema o
mundo del arte entonces, actúa como caja de resonancia de las
relaciones empresariales. Y, como tal, exige la generación de
plusvalor, en este caso de prestigio, y a la vez, determina los
límites dentro de los cuales estos valores se incrementan; es decir,
que este juego empresarial (político), determina las formas
(estéticas). Esto mediante el juego de artistas, críticos, teóricos,
recintos e instituciones, que conforman el medio estético, del que,
sabemos que: “La construcción de la noción moderna de artefacto
estético no se puede por tanto desligar de la construcción de las
formas ideológicas dominantes de la sociedad de clases moderna,
así como, en realidad, de toda una nueva forma de subjetividad
humana apropiada a ese orden social” (Eagleton, 2006: 53).

Quiero decir que en gran cantidad de casos, las formas estéticas


se presentan consciente o inconscientemente como reforzadoras
de las relaciones empresariales que ocultan las dinámicas de vida
precarias. Cuando se hace arte, se está haciendo también política,
y parte esencial de esta política es confundir las decisiones
políticas detrás de argumentos estéticos. El concepto de artista,
por tanto, es un concepto ideológico y ha sido propósito de esta
charla describirlo en su mirada bajo el capitalismo actual. Las
prácticas artísticas, por supuesto, no están al margen, sino más
bien, demasiado involucradas en estas relaciones.

Y, sin embargo, así como el concepto está definido en su posición


política, tal vez sea posible echarlo a andar en otros sentidos. Para
lo cual volveré al texto de José Luis Brea, pues en su interés por
ubicar la posición del artista en los tiempos que corren, se atreve a
dejar claros un par de puntos:

diríamos que emergen dos dimensiones en las que la problematicidad de un


proyecto de agenciamiento identitario se concreta como reto por excelencia en el
campo de la acción política contemporánea. La primera es de carácter sustantivo,
y se refiere a cómo en ese escenario podrían efectivamente desarrollarse nuevas
“formas de subjetivación” y cómo en ellas podría concretarse la experiencia de lo
común, de la pertenencia y participación en una comunidad. La segunda en
cambio es primeramente instrumental, pero también desde ella puede afirmarse
que el problema reconduce al mismo nudo problemático: el de cómo
instrumentar las mediaciones de representación colectiva que permitan a la
ciudadanía la gobernanza colegiada de su destino, el ejercicio de la libre decisión
y conducción colectiva de los asuntos que le conciernen. (Brea, 2009: 19)

Esta doble problematización -el desarrollo de nuevas “formas de


subjetivización”-, así como la gobernanza colegiada del destino de
la ciudadanía, son finalmente los temas que quedan pendientes
por pensar en la agenda de los días que corren.
ECONOMÍA POLÍTICA PARA
TEATREROS
o Cómo ser trabajador precario y no matar en el intento 28

La cultura no puede ser una esfera separada de la sociedad. No


puede ser solamente una opción de ocio, ni un sector de la
industria, ni un apartado del PIB. Hemos convertido la cultura en un
recurso potentísimo del capitalismo a la vez que nos
empobrecemos culturalmente. Desapropiar la cultura es sacarla
de esta captura sectorial capitalista y entenderla como algo vivo
que forma parte intrínseca de la vida humana. Para ello, creo que
hay un sentido del servicio público al que no podemos renunciar,
pero que no necesariamente significa estatalizar ni burocratizar la
cultura.
Marina Garcés

Este intento está condenado a fracasar


Paul Auster

o.

Quisiera iniciar confrontándonos con los horribles datos: en este


país, en 2010, sólo un 8% de la población había ido a una obra de
teatro. Y sólo un 9% de ese 8% fue a recintos en los que se exhibe
el teatro de arte. 29

2015 será recordado como el primer año de la serie histórica en el que la riqueza
del 1% de la población mundial alcanzó la mitad del valor del total de activos. En
otras palabras: el 1% de la población mundial, aquellos que tienen un patrimonio
valorado de 760.000 dólares (667.000 euros o más), poseen tanto dinero líquido o
invertido como el 99% restante de la población mundial. Esta enorme brecha entre
privilegiados y el resto de la humanidad, lejos de suturarse, ha seguido
ampliándose desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008. La estadística de Credit
Suisse, una de las más fiables, sólo deja una lectura posible: los ricos saldrán de la
crisis siendo más ricos, tanto en términos absolutos como relativos, y los pobres,
relativamente más pobres. 30

Quisiera, entonces, tomar estos datos como dos polos de una


misma línea de tensión: por una parte, la de una práctica artística,
el teatro de arte, que en mayor o en menor medida es
subvencionada por el Estado, pero que no cumple ni por asomo
con un objetivo primario de las políticas culturales oficiales:
acercar el arte y la cultura a la población.

En el otro polo, una realidad que envuelve lo mismo a la población


citada que al subcampo del teatro: la precarización de la vida y del
trabajo bajo las dinámicas de desigualdad aceleradas por el
neoliberalismo.

Las primeras preguntas sobresalen: ¿ambos datos están unidos?,


¿cómo podrían? Y aún más: ¿es posible ofrecer alguna clase de
resistencia (entiéndase ésta no sólo como reclamo, sino como
conformación de estrategia) frente a esta tensión?

Comencemos diciendo que, aunque es cierto que ambos datos


son, como se dice, multifactoriales y de distinta escala, pueden ser
tomados como síntomas. Síntomas ¿de qué? De unas prácticas
culturales, las del capitalismo avanzado, claro.

1.

Pero vayamos por partes. Comencemos por el segundo síntoma:


la precarización del trabajo y la vida. 31

La crisis del 2008 y la que está pasando Occidente entero,


procede de la insistencia en la piedra de toque del (neo)liberalismo
que fue afianzada bajo las imposiciones reagan-tatcheristas: que el
Estado deba apartarse de la oferta y regularización de los servicios
públicos así como de todo lo que pueda ser objeto de transacción
mercantil (o sea, casi todo), para que los mercados puedan
competir en libertad, dando por hecho su capacidad de
autorregulación. Aunque, justamente, estas crisis provienen de que
los mercados han sido incapaces de autorregularse.

Esta sencilla premisa (dejar al mercado la libertad de acción sobre


el cuerpo social) depende de un giro de perspectiva acerca de
quiénes son los actores de la sociedad de mercado. No se trata de
la persona jurídica (sujeto del derecho) ni de la persona social
(sujeto de construcción y protección del Estado), sino del homo
œconomicus (el golem de la economía política). Este homo
œconomicus tiene, a fin de cuentas, su modelo ideal en el
empresario. El neo(liberalismo) se imagina una feliz Disneylandia
construida con relaciones entre empresarios cuya libre relación de
competencia -y esto es lo que el neoliberalismo quiere evitar
hacer visible-, por supuesto, requiere ser sostenida por
trabajadores vueltos consumidores; es decir, por quienes no sólo
venden su fuerza de trabajo, sino que además, mantienen en
activo la producción de mercancías sin ser los beneficiarios del
plusvalor que ellos mismos producen. Y dentro de este
ecosistema (pero ¿podemos llamar ecosistema a lo que está
acabando con el ecosistema?), en los últimos años se ha
presentado un salto evolutivo singular: la aparición del trabajador
precario. No se trata ya del proletario, trabajador fordista que se
suma a un engranaje industrial con su mano de obra, y que es
capaz de organizarse en sindicatos para negociar políticas de
protección a través del Estado; se trata de un ser que se enfrenta
cara a cara con las exigencias del mercado, pues él mismo ha
pasado a ser su propio patrón. Es aquel para quien el tiempo de
trabajo ha permeado toda su existencia: se capacita sin cesar, su
ocio depende no de un tiempo libre sino de tiempos para retomar
fuerzas. Un sujeto que, heredero de las luchas sesentaiochistas, no
cumple ya con un horario de trabajo en una empresa; él es su
propia empresa y pone su fuerza de trabajo en labores
intermitentes, con lo cual ahorra a las verdaderas empresas
(privadas o paraestatales, pero a fin de cuentas las que hacen las
leyes y obtienen las ganancias del plusvalor) todo el dinero que el
proletario obtenía en seguro social, pensiones, liquidaciones,
aguinaldos y demás prestaciones. Un trabajador para el que vivir y
trabajar ya no tienen mucha distinción y es, por tanto, experto en el
miedo, el oportunismo y el cinismo. El trabajador que quieren
conformar las reformas estructurales de este sexenio, por cierto,
incluida la creación de una nueva Secretaría de Cultura.

En palabras del filósofo, Byung-Chul Han: “El sujeto del


rendimiento, como empresario de sí mismo, sin duda es libre en
cuanto que no está sometido a ningún otro que le mande y lo
explote; pero no es realmente libre, pues se explota a sí mismo,
por más que lo haga con entera libertad. El explotador es el
explotado. Uno es actor y víctima a la vez” (La agonía del Eros: 19).
El trabajo precario es, pues, el summum de la dinámica neoliberal
y nadie mejor que los artistas (incluso hay teóricos que llaman a
este modelo “modelo artístico'') para expresarlo en toda su
potencia. Y nada mejor que la irrefrenable aparición del modelo de
“industrias culturales” para mostrar lo que esta dinámica está
significando para la cultura.

2.

Pasemos a la segunda parte de la ecuación: la escasa


participación de la población en eventos culturales.

Comencemos, entonces, con un rodeo histórico. Esa época que


gustamos de llamar modernidad ha implicado una parcelación de
los quehaceres de las personas: una parcelación, por tanto, de
saberes, poderes, espacios, cuerpos y afectos. En corto, según
Max Weber, la modernidad subdividió sus quehaceres en tres
esferas: la política, la económica y la estética. O bien, desde otra
mirada, a estos cajones los podemos llamar campos. Así, el campo
de la política, el de la estética y el de la economía tienen, cada
uno, su propia legislación, su propio espacio de acción y su
propios medios de legitimación. Esto significa, por ejemplo, que en
el Palacio de Justicia y en el Palacio de Bellas Artes (y véase la
herencia monárquica en los designios, lo que nos muestra quién
unificaba las tres esferas: el Estado-Nación) no puede suceder lo
mismo; la justicia en sus espacios, sus códigos y sus profesionales;
la política, lo mismo, y la estética también. Incluso, al interior de los
campos pasaba algo similar: los actores sólo deben actuar, los
directores dirigir y los escenógrafos... “son los mejores amigos del
hombre”, según Margules.

Esta parcelación, implicó, en teoría, un acuerdo social, un gesto


cultural en el más amplio sentido de la palabra, que dividió los
quehaceres y el “disfrute” de los productos. El arte, por ejemplo, se
refugió en espacios cerrados: caja blanca de museos, caja negra
de teatros, caja cerrada de lectura en soledad para los libros;
espacios cerrados a los que la sociedad sólo podía acceder a
través de ciertos rituales de iniciación (de hacerse de un gusto,
pues), y que implicaba asimismo que el arte no circulaba entre la
gente, sino que había que ir hacia él. Las prácticas que, sin
embargo, seguían sucediendo en espacios comunes sin pasar por
la aprobación de las camarillas legislativas del campo artístico, las
prácticas artísticas, pues, realizadas por cualquiera o por personas
consagradas en su propio contexto, fueron burguesamente
denominadas como cultura popular, en contraste claro con la alta
cultura, practicada por los autodenominados y autoconsagrados
“artistas” (monopolizadores de la potencia poética de la sociedad),
que una vez en el campo, adoptaban actitudes tan burguesas
como la propia ideología que dio a luz a los campos.

Esto fue bueno y malo. Bueno, porque permitió a las artes una
autonomía que las hizo hallarse a sí mismas en su propia
materialidad sin depender de otras condicionantes. La idea del
arte por el arte o la posibilidad del arte abstracto e incluso el
nacimiento del teatro como arte que no depende ni de la literatura
ni de la música, son materializaciones de esta autonomía. Lo malo
es que, al continuar sus experimentaciones, el arte ha ido poco a
poco exigiendo rituales de iniciación cada vez más sofisticados
que, automáticamente, excluyen a quienes no tienen información,
tiempo o ganas de someterse a dichos rituales de iniciación. (By
the way: no obstante, el “espectador de a pie” es una falacia,
fácilmente desmontable). Aún más: tenemos que aceptar, por lo
menos en México, que aquel ideal en el cual el arte se ponía al
servicio de la población en recintos cerrados y apartados nunca
cumplió del todo sus propósitos; lo cual se ha ido agravando a
medida que el pacto de la modernidad se ha quebrado por todas
partes, pues ya no es el Estado el garante de mantener la
cohesión entre los campos, sino el Capital.

Como sea, el pacto está quebrado: la gente no intenta (o por lo


menos no por “amor al arte”) tener acceso a las sofisticadas
dinámicas de la alta cultura, ni sabe cómo tenerlo. La respuesta de
la alta cultura, por su parte, tampoco ha sido muy afortunada: ha
descafeinado sus alcances. Exposiciones para la selfie, teatro para
digestión básica, apoyo a best-sellers y demás. O mejor, como
dice Nestor García Canclini, el pacto de autonomía se ha roto, en
parte por las fusiones de campos implicados en la
reestructuración de los mercados, cada vez más diversos, así
como por “la formación de hábitos distintos en lectores que a su
vez son espectadores e internautas”.

Pero, más grave aún -me parece-, es el sometimiento por parte


del Estado a sus políticas culturales al modelo de “Industrias
culturales”. Y explicar esto, quizá sea la bisagra entre el síntoma
primero y el segundo.

3.

Se entiende pues, que el Estado abandona el proteccionismo


cultural que implicaba el estado de bienestar, pero no se entiende
nada bien que arroje todo lo que estaba bajo su cobijo a las reglas
del mercado; y sin embargo, “iniciativas” como la 226 bis prosperan
entre el precariado artístico debido a que, ante la reculación
estatal, se maneja la aceptación del “de lo perdido, lo que
aparezca”. Pasa lo mismo que con el Fonca y con los cursos de
“autogestión”: en la competencia atomizada, el que mejor entiende
los mecanismos de competencia, más consigue. Se trata de la
instalación de una segunda naturaleza de las relaciones del
gremio donde priva la Ley de la selva.

Pero decíamos arriba, que este abandono se encuentra


eufemizado en la conformación de las llamadas “industrias
culturales”, pues como dice el teórico Jaron Rowan:

A lo largo de los últimos años se ha edificado una densa arquitectura institucional


compuesta de incubadoras, planes de promoción, oficinas de información,
eventos, charlas y talleres, líneas de financiación o espacios de co-trabajo, que
complementada con programas de televisión, eventos públicos, películas libros y
revistas, han impuesto un modelo empresarial muy específico en el campo
cultural: la figura del emprendedor/a cultural. Este proceso ha venido
acompañado por importantes cambios en las políticas públicas y los discursos
que las sustentan. Un ejemplo de esto es la escisión entre la tradición que
considera que el acceso a la cultura debe ser un derecho básico de la ciudadanía
garantizado por el Estado versus quien considera que la cultura es un recurso que
hay que aprender a explotar y promover como tal. Por primera vez las políticas
culturales se diseñan siguiendo fines económicos y la cultura se valida
dependiendo de su capacidad de crear riqueza o empleo. Esto tiene
consecuencias directas en el tipo de proyectos o iniciativas que se promueven, las
prácticas culturales más experimentales o minoritarias padecen una constante
pérdida de recursos y visibilidad. De forma paralela desde las diferentes
administraciones se deja de hablar de subvenciones y ayudas para hablar de
inversión pública, intentando de esta manera promover dinámicas de carácter
económico en el que el riesgo y la sostenibilidad se tornan elementos centrales
de las prácticas culturales. (Rowan, 2008)

Y, a mi parecer, uno de los riesgos más determinantes de estas


dinámicas que tienden a naturalizarse si no se les pone en
contexto, tiene que ver con la atomización de los esfuerzos: cada
convocatoria, cada programa público destinado a los que “hacen
la cultura” está dirigido hacia personalidades particulares o
personas físicas, en detrimento del empuje colectivo. Y a esto se
suma el que burocráticamente, la otra opción pasa por la
educación príista del corporativismo (como en la creación y
monopolio de recursos de la CNT), de modo que lo que tenemos
para el teatro es la incentivación de resultados privados por
encima de procesos colectivos.

Así pues, en un polo, el acceso de la población a lo que hacemos


es escaso pues seguimos pensándonos bajo las dinámicas de los
campos autónomos (donde la caja negra universaliza la obra de
arte, pero también homogeniza a la población, convirtiéndola en
un público sin contexto) y, en el otro, no vivimos de lo que
hacemos, o, afinando, existe una parte mayor de artistas en estado
precario y una mínima que ha entendido muy bien los
mecanismos de consagración o de mercado y que vive de
explotar los recursos de todos para su beneficio propio. Pero como
respuesta a ambos síntomas (cuya enfermedad se llaman
capitalismo y corrupción, como he querido mostrar) se nos
incentiva a someternos a las leyes del mercado: obras facilonas o
con un plusvalor de mercado, con el fetichismo de la estrella de la
pantalla, o a la risa sin comedia -como llama el filósofo Alain
Badiou a la risa que extrae lo trágico para venderse mejor-, o la
propia conformación en empresarios de nosotros mismos para -
como dice el lobo feroz del capital- autoexplotarnos mejor hasta la
extrema exhaustión.

4.

Me detengo aquí para posar la pregunta que me inquieta y que ha


articulado mejor que yo el pensador Peter Pal Pelbart:

¿Cómo sostener un colectivo que preserve la dimensión de la singularidad?


¿Cómo crear espacios heterogéneos, con tonalidades propias, atmósferas
distintas, en los que cada uno se enganche a su modo? ¿Cómo mantener una
disponibilidad que propicie los encuentros, pero que no los imponga, una atención
que permita el contacto y preserve la alteridad? ¿Cómo dar lugar al azar, sin
programarlo? ¿Cómo sostener una “gentileza” que permita la emergencia de un
hablar allí donde crece el desierto afectivo? (Pelbart, 2009:44)

Se trata de preguntas que involucran no sólo las políticas de


Estado hacia la cultura, sino por necesidad, las políticas del gremio
hacia el gremio mismo, hacia la población que recibe sus obras y
hacia esas mismas políticas estatales.

De todas las posibilidades que se abren a partir de este


pensamiento, quisiera detenerme en tres. Una de ellas proviene
del trabajo ciudadano e implica la conformación de un
Observatorio Ciudadano de Políticas Culturales, mediante el cual -
con asesoría en diversos órdenes (políticos, jurídicos, económicos,
sociales)- pueda evaluarse la implementación de medidas en
materia cultural y que pueda servir como espacio de diálogo con
quienes detentan la administración pública.

Las otras dos provienen de la revisión de iniciativas


latinoamericanas; la primera de la llamada Trabajadores de Arte
Contemporáneo de Chile y Argentina, que propone “Algunas
hipótesis sobre Gestiones Autónomas de Arte Contemporáneo”. 32

De las ocho hipótesis me detendré sólo en tres:

1. Existe una diferencia entre artista, colectivo de artistas y gestión de arte. El


primero ejecuta su propio deseo a partir de la transformación material por medios
materiales. El colectivo de artistas lleva a cabo el deseo que acordaron o
construyeron entre quienes participan en él. La gestión de arte hace posible el
deseo de otro. Es decir, lo comprende en sus propios términos, lo facilita a través
de su conceptualización y puesta en debate, realiza mediaciones con otros
intereses del campo y pretende sus efectos, sus consecuencias deseadas.

4. ¿Qué pretende una gestión autónoma? Entendemos que hay múltiples


pretensiones que van desde la producción de carrera, de conocimiento y de
relaciones (sociales o de influencia hacia dentro del campo del arte). Así y todo es
preciso distinguir entre las gestiones proto-institucionales y las pro-autonómicas
ya que hay gestiones en las que el énfasis está puesto en consolidarse -en las
acciones y los convenios- como instituciones usando la autonomía como una
etapa de su institucionalización; mientras las segundas centran su acción en
experimentar formas de hacer y pensar lo que se entiende como arte. Es claro que
no son excluyentes.

5. ¿Cuál es la relación de las gestiones autónomas con las escenas locales? Las
escenas locales, a diferencia de las capitales de país o escenas hegemónicas,
desarrollan micro-políticas que les permiten construir consensuadamente
nociones comunes sobre qué entienden por práctica artística y su función social;
además de ciertos criterios y parámetros de evaluación que los comprometen.

Las escenas locales no están exentas de tensiones y disputas en el amplio arco


que va desde la capacidad de nominación legítima hasta la circulación financiera.
Muchas gestiones autónomas surgen como una forma de reparar falencias de la
escena, falencias en la visibilidad, circulación, escritura de textos, producción y
montaje, entre otras. Algunas de ellas logran independizarse -con el pasar del
tiempo- de estas falencias o las convierten en su capital simbólico.

Subrayo aquí, entonces, como resumen, la posibilidad de un


trabajo coordinado en favor de los artistas, experimental e
incluyente, así como favorecedor de las escenas locales.

La segunda iniciativa procede de la Red de Salas de Teatro de


Chile, que propone un Decálogo de organización en red. 33 Leeré
un resumen del mismo:

1. Gestionamos, resguardamos y mantenemos espacios para la exhibición y


circulación de creaciones de artes escénicas.
2. Mediamos entre la creación, los artistas y los públicos.

3. Difundimos la actividad teatral.


4. Formamos audiencias para el teatro.
5. Resguardamos el patrimonio tangible e intangible del teatro.
6. Colaboramos en la sustentatibilidad del sector poniendo bienes y servicios a
disposición de creadores y públicos.
7. Participamos en la articulación del imaginario creativo de las artes escénicas
estableciendo lineas programáticas, promoviendo curatorías y abriendo espacios
para los discursos y las estéticas de los creadores.
8. Generamos empleo para los trabajadores de la cultura.
9. Somos espacios de formación.
10. Aportamos a la colaboración y al trabajo en red en el ámbito de las artes
escénicas.

Resalto aquí, ante todo, pensar el trabajo escénico no únicamente


como un producto terminado, sino como un entramado entre
poética, labor dignificada, archivo, proceso y, ante todo, la
curaduría como una pregunta por el cómo, cuándo y dónde de la
población.

Es decir, por una parte es importante pensar la gestión sin caer en


las absurdas exigencias del empresariado, para lo cual es
indispensable un pensamiento sobre la coherencia de lo que se
hace y sobre lo local; y por otra, es urgente organizar la labor en
redes de contacto, distribución y co-producción de arte y reflexión
al mismo tiempo.

Entiendo, pues, que estos apuntes: observatorio, gestión


autónoma y trabajo en red, parecieran ser áreas o niveles que no
involucran los modos de hacer o, en último término, las estéticas
que los artistas realizan. Sin embargo, aunque no tengo aquí el
tiempo de desarrollarlo, al pensar no sólo el qué y el cómo de
nuestras obras, sino también el cuándo, el dónde y el para quién,
todo queda afectado. Por ejemplo, tenemos que pensar si nos
interesa seguir disputándonos tan solo los recintos consagrados
que no acercan a la población; si somos capaces de organizar
propuestas conjuntas a la administración pública del campo teatral
y si estamos dispuestos a generar redes de economía solidaria y
trabajo en conjunto que desalienten las macropolíticas de división
y extracción de nuestras potencias; del nulo acceso de la
población a nuestro trabajo y, por supuesto, nuestra condición de
trabajadores precarios.

No quiero finalizar sin hacer un apunte: estas tres propuestas


suponen un escenario inalcanzable. El del trabajo solidario,
reflexivo y por un bien común que incluye, por supuesto, a la
población local (eufemismo que aquí ha evadido a propósito el
lugar común de la denominación “espectadores”). Un escenario en
el que, por ejemplo, la deliberación de jurados se vería como una
práctica de función pública en la que se haría absolutamente
necesaria la transparencia y el conocimiento total del campo
teatral, so pena de irresponsabilidad y escarnio público. Un
escenario inalcanzable, repito, pero que ante el empuje del
capitalismo criminal que se ha llevado ya a queridos compañeros
de ruta (nombro a Fernando Landeros, Omar Vásquez, Jefte Olivo
y a Nadia Vera), no puedo evitar plantear ante ustedes, aunque,
como dije, este sea un esfuerzo destinado a fracasar.
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Drama/Carretera 45.
NOTAS

1
Aunque la mayoría de mis ejemplos parten de lo acontecido en la Ciudad de
México, es claro que el centralismo institucional posrevolucionario afectó también
a las dinámicas del teatro de arte. Es un tema, sin embargo, a matizar desde los
diferentes territorios del país.

2
Por lo general, a las obras de teatro de arte atiende -además del mismo
gremio- una mínima parte de la clase media y el estudiantado de educación
media y media superior. Este último, años después y bajo los compromisos y
presiones de la vida laboral, no vuelve a poner los pies en un teatro. Nos debemos
un serio estudio de la caracterización de los públicos escénicos más allá de la
numeralia y estadística que realiza el INEGI.

3
Estas últimas aseveraciones, de 2015, sin embargo, deben ser matizadas, en el
último decenio (escribo en 2022) ha surgido un incipiente y fragmentado
movimiento de artistas escénicos que ha influido para la democratización de las
dinámicas de política cultural. El frágil pero constante avance en el diálogo con las
instituciones fue desgraciadamente ahogado con el desmantelamiento paulatino
de lo que todavía funcionaba por parte del gobierno iniciado en 2018.

4
A este respecto, véase más adelante el diálogo con Héctor Bourges.
5
Texto leído en la Muestra Nacional de Teatro de 2014, en Monterrey, Nuevo
León.

6
No hay que olvidar que tanto Mauricio Magdaleno como Juan Bustillo Oro, ya
habían sido “suspendidos” políticamente en 1929. Pues al apoyar la candidatura de
José Vasconcelos a la presidencia, fueron parte del grupo perseguido por el
callismo que, incluso, llegó a matar a algunos líderes vasconcelistas.

7
Sigo aquí la caracterización de estéticas hecha por Grant Hester en su famoso
Conversation pieces.
8
Texo leído en el Quinto Coloquio de Teatro Mexicano Contemporáneo, Cenart,
9 de octubre de 2015.

9
Este texto fue leído mientras transcurrían imágenes de piezas escénicas ya
mencionadas o por mencionar en otros textos como: Actos de amor perdidos,
Baños Roma, Encuentros secretos, Sidra Pino, Desplazamiento de La Moneda, etc.
10
Este texto fue leído durante el Encuentro Internacional “Poética de la Acción.
Performance, teatralidad, cuerpo y memoria”, organizado por el CITRU, el 27 de
mayo de 2015.

11
Todas las referencias a Judith Butler han sido tomadas de su libro Cuerpos
que importan, Paidós.
12
Texto tomado de: hoyesarte.com . (Consultado el 15 de noviembre de 2015).

13
Tomado de: rogerbernat.info (consultado el 2 de enero de 2016).

14
En: chopo.unam.mx
15
En: newworldsummit.eu

16
En: services.pq.cz

17
Texto leído en el primer Encuentro del Seminario Permanente de Estudios de
la Escena y el Performance (SPEEP), del Posgrado en Historia del Arte de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 12 de septiembre de 2015.

18
Véase la nota 9.
19
Parte de un texto más extenso, leído en el V Coloquio Internacional sobre las
Artes Escénicas UV Xalapa, en septiembre de 2014

20
Texto publicado en la revista La Tempestad, en febrero de 2015.

21
Tomado de: archivoartea.uclm.es
22
Entrevista publicada en la revista La Tempestad en mayo de 2015.

23
Texto publicado en la revista La Tempestad en febrero de 2014.

24
En 1982, México cayó en su mayor crisis económica desde la Revolución. En
febrero, el gobierno devaluó el peso. En agosto, se quedó sin dinero y el país
suspendió el pago de su deuda externa y el presidente López Portillo decidió
nacionalizar la banca. El peso bajó a 70 pesos por dólar y luego a 150.

25
revolucionofuturo.wordpress.com

26
Más información en www.jovenes.df.gob.mx
27
Texto leído por Ludwik Margules en su Homenaje Nacional en el CENART,
2004.

28
Texto escrito para el Primer Congreso Nacional de Teatro, 36 Muestra
Nacional de Teatro, Aguascalientes, noviembre de 2015.
29
CONACULTA, Encuesta Nacional de hábitos, Prácticas y Consumos Culturales
2010.
30
Ignacio Fariza, El País, 13 de octubre de 2015.

31
Algunos de estos son apuntes corregidos de un texto propio denominado:
“Precariado escénico”, del libro Fuera de escena, Malaletra, 2013.
32
El texto completo puede consultarse aquí: curatoriaforense.net

33
Visto aquí: facebook.com
Secretaría de Cultura
Alejandra Frausto Guerrero
SECRETARIA

Marina Núñez Bespalova


SUBSECRETARIA DE DESARROLLO CULTURAL

Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura


Lucina Jiménez
DIRECTORA GENERAL

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SUBDIRECTORA GENERAL DE EDUCACIÓN E INVESTIGACIÓN ARTÍSTICAS

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Lilia Torrentera Gómez


DIRECTORA DE DIFUSIÓN Y RELACIONES PÚBLICAS
Producción digital de ePub a cargo del Centro Nacional de Investigación,
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de Bellas Artes y Literatura.

México 2022

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