Chained

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Staff
Traducción
Anubis
Hera
Huitzilopochtli
Nyx

Corrección
Amalur
Astartea
Moira
Perséfone

Revisión final
Hera

Diseño
Hades

Pdf y Epub/Mobi
Iris
Huitzilopochtli
Contenido
Sinopsis
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Díez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
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Sinopsis
Una vez pensé que cuando encontrara la luz que había estado buscando en
aquel largo y oscuro túnel, me daría por fin el regalo al que me había estado
aferrando.

Había escudriñado el cielo nocturno sin alegría en busca de paz, una paz
que sólo el brillo de las estrellas podía conceder.

Y me había esforzado por atrapar ese único copo de nieve mágico en medio
de una aullante tormenta de nieve.

Había estado buscando. Desde siempre.

Pero no sabía que el regalo era la siniestra oscuridad del túnel. ERA la
reserva negra de la noche más profunda y oscura lo que daría paz a mi alma
caótica. Y ERA la agitada ventisca más sombría la que estaba llena de magia.

Anderson Cain ERA la oscuridad.

ERA la paz negra de mi alma.

Y dentro de la piscina furiosa de sus salvajes ojos verdes estaba la magia.

La magia que me veía. Mi verdadera yo.

Se aseguró de que yo también me viera. Toda yo. Me había dicho que me


haría aceptar quién era realmente.

Yo era Kloe Grant. Y ahora... ahora soy la personificación de lo que él quería


que fuera.

Pero cuando finalmente me dejé ir, y permití que la oscuridad me


encontrara, ninguno de los dos estaba preparado para lo que realmente era.

La muerte misma.

Este libro contiene violencia extrema, fuerte lenguaje adulto y escenas


de sexo oscuro, incluyendo MFM.

Caged #2
Todo tiene sus maravillas, incluso la oscuridad y el silencio, y aprendo, sea
cual sea el estado en que me encuentre, a ser feliz con ello.

-Helen Keller.
Uno
Kloe
Entró en silencio, suspiró y recogió el correo de mi tapete. Sus pies hacían
ruido al deslizarse por la alfombra y entrecerré los ojos cuando abrió las cortinas y
la luz se derramó en mi salón. Al girarse, dio un respingo y jadeó cuando sus ojos
se abrieron de par en par al verme.

—¡Jesús, Klo! —Odiaba que me llamara Klo. Lo odiaba—. ¿Qué carajo?

Se quedó mirándome en silencio, como si tuviera miedo de acercarse, sobre


todo porque yo le apuntaba a la cabeza con una pistola desde el sofá.

Apunta y dispara, había dicho. Apunta y dispara.

—Hola, Richard.

Hizo una pausa, con el ceño fruncido mientras trataba de entenderme.

—¿Qué está pasando?

Chasqueando la lengua, sonreí, pero no fue una sonrisa acogedora.

—¿Cómo entraste?

Sus ojos brillaron. ¿Cómo pude ser tan estúpida?

—Me diste una llave, ¿recuerdas?

Sacudiendo lentamente la cabeza ante su mentira, me reí entre dientes.

—¿Eso es todo lo que tienes? ¿Te di una llave? Inténtalo de nuevo, Richard.
¿O igualamos las probabilidades? Tú llámame Samantha y yo te llamaré Robert.

El miedo le hizo recuperar el aliento y se lamió los labios resecos.

Apunta y dispara. Simple, había dicho. Solo apunta y dispara.

—¿Dónde está?

Sacudiendo la cabeza, frunce el ceño.

—No sé...
No dijo nada más. Su sangre salpicó mis preciosas cortinas color crema
cuando le metí una bala en medio de la frente.

Al parecer, fue tan fácil como apuntar y disparar.

Cargué lentamente otra bala en la pistola y sonreí, acariciando suavemente


la fría empuñadura metálica.

Y luego me senté.

Y esperé.

A Anderson.

El día se convirtió en noche, y luego de nuevo en día.

Sabía que vendría; en mi corazón, lo sabía. Era su presa y me perseguiría el


resto de mi vida. Yo era su juguete, su juguete para maltratar y herir. Para
retorcerme entre sus garras y luego arrojarme a la suciedad, donde él creía que yo
pertenecía. Tal vez sí, pero joder, no me iría sin luchar.

Así que mientras permanecía sentada en la oscuridad durante esas largas


horas, contemplando el rostro azul e hinchado de Richard mientras su sangre
pintaba mi alfombra como un lienzo de arte moderno. Estaba tranquila y muy
relajada. Más segura que de ninguna otra cosa en mi triste vida.

Era curioso, la verdad. Había luchado contra mi pasado, contra mi infancia,


desde que el sistema de acogida había transformado a Samantha Rowan en Kloe
Grant. Me había mentido a mí misma, me había negado a aceptar que tal vez podría
haber arreglado algo tan irreparable. No había permitido que aquella niña accediera
a mis emociones y a mi mente, y ella había querido volver a contar su historia, pero
yo me había negado a que me recordara aquellos días oscuros. Había buscado las
estrellas en la noche negra. Busqué la luz más tenue en el túnel negro y recé por
la calma en medio de la tormenta de mi corazón.

Sin embargo, ahora me encontraba en medio de la tormenta, que me saturó


con su carnicería y su odio, y le concedí la libertad a Samantha Rowan.

A las 10:47 pm, dos días después, Anderson entró finalmente por la puerta
principal.

Cerró la puerta tras de sí, se giró y se sobresaltó al ver la pistola en mi mano


apuntándole directamente al rostro. Me mantuve firme, pero mi determinación, por
un instante, flaqueó. La tormenta en sus vivos ojos verdes era salvaje y sin diluir,
la pasión que siempre lo caracterizaba intensa y abierta mientras me miraba.

Hizo una mueca cruel que hizo que mis dedos se apretaran alrededor de la
empuñadura de la pistola.
—Ohh, Kloe. —Sus ojos se posaron en la pistola que yo intentaba sujetar
con tanta desesperación, y luego volvieron a mis ojos—. Te das cuenta de que antes
de que puedas volver a respirar, puedo quitarte la pistola de la mano y metértela
en tu lindo coño hasta el punto de que me supliques que la dispare.

Dio un paso hacia mí y disparé. La bala se incrustó en la pared junto a su


cabeza. La sorpresa cubrió su rostro, pero luego sonrió.

—No sé si estoy orgulloso de ti o sorprendido de que seas tan jodidamente


estúpida.

—¿Estúpida? —Me burlé mientras me hacía a un lado y me alejaba de él.


Mis brazos estaban bloqueados frente a mí, mis nudillos blancos por el feroz agarre
alrededor del metal que sostenía—. Oh, definitivamente he sido muy estúpida.

Cuando se hizo a un lado, el cuerpo de Richard quedó a la vista. Apretó los


dientes, su mandíbula temblando con rabia cuando su mirada furiosa volvió a mí.

—¿Él te tocó?

Su pregunta me confundió y por un momento vacilé.

—¿Qué? ¿Por qué te importa?

Fue su turno de parecer confundido.

—Porque si lo hiciera entonces cambiaría mi alma para darle vida solo para
poder matarlo de nuevo. Sin embargo, no lo haré tan rápido.

Sacudiendo la cabeza, negándome a que me manipulara, le pregunté.

—¿Por qué Sarah?

Respiró hondo y lo exhaló lentamente.

—Porque necesitabas ver quién soy, Kloe. Tu amor es tonto. Infantil. Te lo


advertí. Te dije que te fueras. No soy el caballero que te va a alegrar la vida. No voy
a conquistarte, casarme contigo y tener bebés contigo como en una maldita novela
romántica.

De todo eso, fue el comentario del bebé lo que me dolió, y escupí.

—¿Tener bebés? —Una risa amarga lo hizo parpadear—. Oh, tu padre se


aseguró de que nunca tuviera bebés, maldito bastardo.

Se quedó paralizado. Su rostro palideció y el sonido de su respiración


sibilante en el silencio de la habitación fue casi ensordecedor. Todo su cuerpo
empezó a temblar y apretó los puños.

—¿Qué dijiste?

Sonreí fríamente, ladeando la cabeza.


—Sí, ya lo sé. ¿No creías que me enteraría de lo de Terry, o Brian, o quién
demonios sea?

Negó.

—No, eso no. Sobre él asegurándose de que no puedas tener bebés.

El sudor hizo que el arma resbalara un poco en mi agarre y mis manos


temblaron.

—Mentí —susurré—. Cuando me preguntaste si me había violado.

Su pecho se agitó con el tirón de sus bocanadas de aire. La ira brilló a su


alrededor, el aire prácticamente crepitando frente a mí. Di un paso atrás cuando
un gruñido salvaje salió de él.

—¿Por qué mentiste? —Su voz era tranquila y estaba restringida por el
apretón de sus dientes.

Como quería que supiera la verdad, respondí con sinceridad.

—Porque me dijiste que cuando fuera honesta contigo podría irme. No quería
ser honesta. No quería dejarte.

El shock lo dejó mudo y me miró fijamente.

—Sí. —Me burlé—. Estúpida, ¿eh? —Las lágrimas me nublaron la vista y


parpadeé rápidamente—. Mató a mi madre y luego me violó. Me pagó con comida.
Yo tenía nueve años. A los nueve años me hice puta. ¡NUEVE! —grité.

Su cabeza tembló y, por un breve instante, el Anderson Cain vulnerable y


asustado salió a la superficie.

—Kloe. —Mi nombre sonó entrecortado, ahogado. Dio un paso hacia mí y


negué.

—¡No te me acerques! —No se detuvo, así que disparé de nuevo—. ¡Dije que
no! Lo sabías, Anderson. Me usaste.

Se detuvo, pero permaneció en silencio, observándome. Vi la emoción en sus


ojos, mi revelación quemando un agujero en su mente.

—¿Desde cuándo sabes quién soy?

Parpadeó, tragó saliva y sacudió ligeramente la cabeza. Parecía estar


luchando, sus muchos pensamientos gobernando sus expresiones.

—Un tiempo.

No debería haberme sentido tan herida. Debería haberlo sabido, haberlo


visto. Una parte de mí se preguntaba si estaba tan desesperada por ser aceptada y
amada que inconscientemente lo había visto pero había elegido ignorarlo. Enterrar
la verdad para poder vivir una mentira.

—¿Por qué, Anderson? ¿Por qué? No entiendo cómo puedes odiarme tanto.

Sus ojos se entrecerraron y el dolor volvió a mí.

—Todavía no lo entiendes, ¿verdad?

—Creo que nunca lo entenderé —susurré con sinceridad—. A ti. A mí. Ni


nada de esto. El destino es un hijo de puta, pero seguramente la vida no es tan
cruel.

Se rió a carcajadas, mirándome como si fuera estúpida. Pero luego parpadeó


como si se le acabara de ocurrir algo, frunció el ceño y miró al suelo.

—No tiene sentido —murmuró en voz baja—. ¿Por qué? No tiene sentido.

—¿Qué? ¿Qué no tiene sentido?

Se puso frenético, abriendo y cerrando los puños mientras intentaba


controlar la emoción que lo embargaba.

—Decidió quedarse contigo. ¿Por qué? ¿Por qué te haría eso?

Hice un gesto de dolor al darme cuenta de que se refería a Terry y aparté la


mirada de él, con la vergüenza burbujeando bajo mi piel y haciendo que todo mi
cuerpo se estremeciera.

Fue una estupidez.

En cuestión de segundos, estaba sobre mí. Agarró la pistola y sus grandes


manos se apoderaron de la parte superior de mis brazos. Arrojándome como un
trozo de carne, se abalanzó sobre mí en cuanto mi espalda cayó al suelo. Mi nuca
rebotó en la alfombra y el miedo me dejó sin aliento cuando me miró lascivamente
al rostro.

—A ver de qué estás hecha ahora. A ver lo jodidamente ruda que eres sin
una bala que te respalde.

Me retorcí cuando arrancó mis pantalones y me los bajó de un tirón mientras


me sujetaba con su cuerpo. Lo escupí y gruñí como un animal salvaje, luchando
contra él hasta el final. La rabia me hizo más fuerte, me dio el combustible que
necesitaba para golpear con mi cabeza hacia adelante.

—¡Mierda! —rugió cuando mi frente chocó con su nariz.

Aprovechando la oportunidad, me di la vuelta y me escabullí.

—No tan rápido.


Cuando se abalanzó sobre mí aplastándome contra la alfombra, le di un
puntapié en la espinilla y siseó.

—Creo que me gustas así. Boca abajo, debajo de mí. ¿Puedes sentir lo dura
que está mi polla, Kloe? Hmm, ¿puedes?

—¡Bastardo! —escupí, mirándolo por encima del hombro.

Me sonrió. Me costaba respirar, su peso encima de mí me oprimía los


pulmones, cuando lo escuché bajar la cremallera de sus pantalones.

—¡No te atrevas! —Le advertí.

Pero él se rió.

—Te lo dije, Kloe. Te lo advertí. Deberías haberme escuchado.

Grité cuando se forzó a entrar dentro de mí. Las lágrimas me quemaron los
ojos y arañé la alfombra.

Pero se movía lentamente, sorprendiéndome. No podía moverme debajo de


él. No podía respirar. No podía permitirme sentir. Pero lentamente, con ternura,
entró y salió de mí, su cuerpo se deslizó rítmicamente por mi espalda mientras su
respiración entrecortada contra mi mejilla se convertía en una melodía que
lastimaba mis oídos.

Nada tenía sentido. La forma brutal en que me había atrapado, y luego la


forma suave en que me tomó. Mi mente enloqueció, las emociones chocando y
convirtiendo la realidad en ilusión, la forma en que me folló suavemente haciendo
que la rabia se convirtiera en excitación. Mi cuerpo traicionó el momento, el placer
se mezcló con el horror y me obligó a sentir.

—Kloe. —Una vez más forzó mi nombre, pero esta vez lo dijo de un modo
muy diferente. El sonido rompió algo dentro de mí, la necesidad y la emoción de su
voz abrasaron cada fibra de mi ser.

Esto estuvo mal. Tan mal. Pero inconscientemente lo disfrutaba, ansiaba


más. Necesitaba que me amara, fuera como fuera.

Mi cabeza temblaba y me negaba a permitirlo. No podía permitirlo; acabaría


con mi cordura.

—¡NO! —grité—. ¡Basta!

Gruñendo con una ferocidad que me heló la sangre en las venas, me agarró
del cabello y tiró de mi cabeza hacia atrás.

—¿Sientes eso? —gruñó—. ¡Sé que lo sientes!

—¡No! —sollocé—. ¡No!


Empujó con más fuerza y el gemido de necesidad que salió de mí trajo
consigo lágrimas de negación. Mi cabeza tembló con más fuerza cuando empezó a
follarme más rápido, más necesitado, más codicioso.

—Tú y yo. Esto somos nosotros, Kloe. Acepta quién eres.

—¡Nunca!

Él se burló y yo gemí cuando me obligó a ponerme a cuatro patas, con su


polla todavía golpeando dentro y fuera de mí. Se me rompió el corazón al ver cómo
no intenté escapar, cómo permitía que me rompiera más y más.

—Por favor —grité—. ¡Por favor! ¡Ayuda!

Estaba perdiendo la lucidez, toda mi cordura se retorcía en un revoltijo de


emociones dentro de mí. Lo odiaba, odiaba lo que había hecho, lo que estaba
haciendo. Sin embargo, lo deseaba. Solo respiraba por él. Mi corazón solo latía por
él. Mi cuerpo cobraba vida bajo él y me encantaba cada maldito minuto de eso.

—¡Acéptalo, Kloe! —Sus dedos se apretaron alrededor de mi garganta—.


¡Admite quién y qué eres!

Cuando sentí el empuje del frío acero en mi ano, se me pusieron los ojos en
blanco y me dejé caer al suelo. Me folló, tanto con su polla como con la pistola,
cada una arrastrándome al oscuro remanso del éxtasis. El miedo intensificaba cada
sensación. La lujuria amplificaba cada una de las vibraciones que sacudían mi
cuerpo. Pecado. Libertinaje. Indulgencia. Inmoralidad. Cada una de ellas me jodió
tan fuerte como Anderson. Cada una de esas cosas me partió en dos cuando las
acepté. El orgasmo que me atravesó desgarró mis músculos, dominando mi cuerpo
con un éxtasis insoportable mientras marcaba mi corazón negro con su vileza.

Sentí el chorro de esperma de Anderson dentro de mí, su rugido indomable


mientras se corría dentro de mí arrastrándome a los pozos del infierno.

Donde pertenecía.

—¿Qué te pasa? —grité mientras me lanzaba sobre él, mis puños conectando
con fuerza con su sólido pecho, su rostro furioso y sus voluminosos brazos—.
¡Estás enfermo!

Se mantuvo firme, inmóvil, mientras yo sacudía su cuerpo con cada uno de


mis golpes. Se me llenaron los ojos de lágrimas, mi corazón roto abrasando mi
cuerpo con agonía mientras me abalanzaba sobre él con una furia incontrolable.

—¡Te odio! —grité—. ¡Te odio!

—Bien —susurró.
Aquella sola palabra irrumpió en mi mente enloquecida y me quedé inmóvil,
con los puños apretados contra su pecho. El latido de mi corazón tartamudeó
mientras levantaba los ojos hacia su rostro.

Sus propios ojos tempestuosos me miraron fijamente. Esperaba que me


recibiera con su cruel sonrisa, pero, en cambio, nada más que dolor me devolvió la
mirada. Esa sola palabra no sólo me partió en dos a mí, sino a él también.

—¿Bien? —Mi propia voz era tranquila, forzada, mientras tragaba contra la
bilis que me abrasaba la garganta.

—Tienes que odiarme, Kloe. Es la única manera.

—¿La única manera de qué? —No estaba segura de querer escuchar su


respuesta. Pero cuando la escuché, supe que no.

—El odio mata todo por dentro, Kloe. Te come el alma hasta que sólo queda
la negrura y el vacío de la nada. Y entonces no queda nada que romper. —Dio un
largo suspiro y levantó el dedo hasta una de mis lágrimas, presionándola contra la
piel de mi mejilla—. Cuando termine esto, no quedará nada de ti, y la muerte es
mucho más fácil de esa manera.

Un escalofrío me recorrió, la fría promesa de sus siniestras palabras hizo


que mi boca se secara de miedo. Dando un paso atrás, intenté hablar por encima
de la fuerza del terror que se apoderaba de mí.

—¿Qué?

Anderson parpadeó, se mordió el labio inferior y dejó de mirarme.

—Eras lo único que siempre quiso. Bueno, Samantha lo era.

Mi cabeza empezó a temblar mientras daba otro paso atrás.

—Me vendió a mí, a su propio hijo. Y luego pasó a ti.

—No —me atraganté. Luchaba por mantenerme erguida, el zumbido en mis


oídos me hacía sentir débil.

—Sí. —Su voz era fría, su mirada aún más fría—. Quería retenerte, Kloe. —
Hizo una mueca llena de disgusto, de odio—. Él realmente te amaba. Eras su
angelito. Su princesa.

Los recuerdos inundaron mi mente y me dejé caer en el sofá detrás de mí


mientras intentaba aspirar aire en mis pulmones.

—Cállate, princesa. No pasa nada.

Su mano me acarició el cabello mientras me aferraba al cuerpo frío y rígido de


mamá.
—¡Quiero a mamá!

—Ahora nos tenemos el uno al otro, ángel. Te voy a cuidar bien. Mamá estaba
cansada de ti. Pero yo no. Nunca me cansaré de ti, mi dulce niña. Ahora eres mía. Y
yo soy tuyo. Estamos juntos, como debe ser. Como siempre será.

Lloré en el pecho de mamá, suplicando poder escuchar de nuevo el latido de


su corazón en mi oído. Había tenido frío durante tantos días, pero solo habíamos
estado ella y yo. Pero ahora Brian había vuelto y ya no éramos solo mamá y yo.

—¡Te odio! —Le grité.

Chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza en señal de castigo.

—Vamos, vamos, princesa. Tienes que quererme, o me temo que tu estómago


volverá a tener hambre esta noche.

Sabía lo que quería decir. La forma en la que mamá había tenido que quererlo
para llenarnos el estómago. No pude evitar llorar cuando sus dedos empezaron a
levantarme el camisón por encima de las piernas. No quería llorar, quería ser una
niña grande por mamá, pero tenía hambre. Mucha hambre....

—¡No puedes! —Le supliqué a Anderson, cayendo de rodillas ante él—. Por
favor.

Cerró los ojos y su garganta se estremeció con fuerza, pero inhaló


profundamente y volvió a abrir los ojos. Su mirada era gélida, sus ojos me helaban
por dentro.

—No tengo elección, Kloe. Necesito acabar con esto. Ver cómo se le dibuja el
horror en el rostro cuando acabe con tu vida ante él. Para quitarle lo que siempre
quiso.

Me quedé mirando a la nada, con la mente en blanco. El terror se deslizó por


mis venas, restringiendo mi flujo sanguíneo y convirtiendo el mareo en oscuridad.
Dos
Anderson
Perfección.

La suave luz saltaba sobre su pálida piel, resaltando cada cicatriz y


haciéndolas bailar para mí. Su cuerpo blando pero lleno se balanceaba en las
cuerdas ante mí, su vientre grande y redondo acariciado en mis manos, mis dedos
extendidos sobre la piel estirada.

Mi chico me dio una patada, diciéndome que sabía que estaba allí.

Kloe sonrió, el azul de sus ojos brillaba con lágrimas de alegría. Era tan
increíblemente hermosa cuando estaba feliz. Y yo le había dado eso. Yo era quien
había llenado su vientre con lo que ansiaba, con lo que había soñado una vez.

Aplastó mi boca contra la suya y gimió dentro de mí. La pequeña bocanada


de aire me recorrió la lengua y me hizo desearla aún más.

—Te amo —susurró contra mis labios. Sus ojos estaban fijos en los míos, la
declaración de sus palabras se reflejaba en mí a través de su mirada—. Me encanta
lo que me haces, Anderson. Lo que me has dado.

Ella esperó. Como siempre.

Sus suaves labios se movieron con el toque de una sonrisa amable.

—Incluso ahora —ella suspiró—. Incluso ahora, después de todo, todavía no


puedes decirlo, ¿verdad?

La sangre llenó mi corazón, haciendo que el siguiente latido fuera doloroso.


Sabía que la amaba. Sabía sin ninguna duda que ella era lo único que permitía que
mi corazón latiera. Sin embargo, mi alma no lo permitía. Incluso ahora.

Tomó aire, sus ojos se cerraron en éxtasis cuando introduje la punta de la


navaja entre sus pechos, rebanándola con tal delicadeza que incluso el torrente de
sangre a la superficie fue perezoso y sereno.

—Esto.... —Pasé la navaja por más piel, observando cómo la niebla del placer
recorría su bonito rostro— ...Esto es todo lo que puedo darte, Kloe.
Mi polla se deslizó entre sus muslos cerrados y aproveché la fricción para
darme la estimulación que necesitaba. Ella se balanceó en el arnés y yo levanté sus
piernas alrededor de mi cintura, sujetándola contra mí. Su enorme vientre se
apretó contra el mío, el hilillo de sangre manchando nuestra piel en contacto, pero
eso solo aumentó mi excitación.

Kloe era mía en todos los sentidos. Y lo que llevaba dentro era mío. Por
primera vez en treinta años, algo me pertenecía.

—Sabes que nunca te dejaré ir, ¿verdad? —Respiré en la suavidad de su


cuello, mordisqueando su piel con los dientes hasta que el familiar sabor
hormigueó en mi lengua.

Su cabeza cayó hacia un lado y resopló.

—Y sabes que yo nunca te dejaré ir. Nunca.

Ella gritó, sus ojos se abrieron de golpe cuando introduje mi polla en su


interior. Sus paredes me apretaron como un tornillo, un acto para verificar su
promesa, mientras sus piernas se apretaban alrededor de mi cuerpo.

—Nunca —repitió cuando comencé a sumergirme dentro y fuera de ella con


una furia que no podía seguir.

Solo cuando estaba dentro de ella, en lo más profundo de mi mujer, me


sentía completo. Su amor, su pasión, me empapaban por dentro y electrizaban
cada uno de mis sentidos.

—Más fuerte —gritó—. Ódiame, Anderson. ¡Ódiame!

—¡Nunca! —siseé apretando la mandíbula, con mis dientes atrapando el


borde de mi lengua y haciéndome estremecer.

—Sí —gritó mientras empujaba su cuerpo contra el mío con avidez—. Lo


necesito. Por favor.

La oscuridad burbujeó en sus ojos cuando aplasté su tráquea bajo mis


dedos, el jugueteo de su pulso bajo mi palma hizo que mis bolas se sacudieran de
placer.

—¡Sí! —escupió a través de la restricción de su laringe—. ¡SÍ!

Al penetrarla con más fuerza, una lágrima se filtró por el rabillo del ojo.

—Mi pequeña loba —gruñí mientras arremetía con más fuerza, sacudiéndola
contra las cuerdas del arnés.

Hizo un gesto de dolor y se echó hacia delante, con el rostro contorsionado


por el dolor. Le encantaba el dolor; le daba vida, alimentaba su necesidad de
venganza. Le ayudaba a enterrar su pasado.
Pero esto era diferente.

Un golpe de agonía hizo que su mandíbula se abriera y sus ojos se cerraron


con fuerza

—Anderson...

Puso los ojos en blanco y yo tiré de ella, cortando rápidamente las cuerdas.
Cayó sobre mí y un gemido feroz se convirtió en un grito de dolor al doblarse sobre
sí misma. Cayó de rodillas, cubriéndose el vientre con los brazos y soltando otro
horrible gemido.

—Anderson...

—¿Kloe?

Sangre. Estaba por todas partes. Se acumulaba sobre el hormigón y se


extendía como un río a su alrededor, filtrándose por el suelo gris pálido y
convirtiendo el sótano en el epítome del infierno que siempre había sido.

—¡No!

—Yo... —se atragantó mientras el vómito salía de ella, rociándome con un


hedor enfermizo—. Por favor...

Él había ganado.

Mientras miraba a mi mujer perder el conocimiento en mis brazos y a mi


hijo perder la vida ante mí. Lo supe. Sabía que había ganado. Después de todo.

Él había ganado.

Incluso en la muerte.
Tres
Kloe
Siete meses antes

Estaba oscuro cuando me desperté. Mi cuerpo yacía pesado contra la


suavidad del colchón, el tacto sedoso de las sábanas me envolvía en su abrazo
celestial.

Suspirando, estiré lánguidamente los brazos por encima de mi cabeza.

Mi cerebro se puso en marcha y el ayer volvió a filtrarse.

—No tengo elección, Kloe. Necesito acabar con esto. Ver cómo se le dibuja el
horror en el rostro cuando acabe con tu vida ante él. Para quitarle lo que siempre
quiso.

El miedo obstruyó mi garganta y salí disparada hacia arriba, llevándome la


mano al pecho en un intento de asentar el vacío que me quitaba el aliento.

—Está bien, estás a salvo.

La voz de Anderson atravesó la oscuridad que me rodeaba y me volví hacia


él.

—¿Segura? Estás bromeando ¿no?

Se rió entre dientes, enfureciéndome aún más.

—Bueno, sí. Quizás fue una mala elección de palabras.

Ignorándolo, me baje de la cama y crucé la habitación furiosa. La puerta se


negó a moverse cuando tiré de la manija.

—Déjame ir, Anderson.

—Sabes que no puedo hacer eso, Kloe. Especialmente ahora que sabes por
qué estás aquí.

Un gruñido feroz salió de mi boca mientras tiraba de la puerta, mi inútil


intento de liberarme me enfurecía aún más.
—¿Acabas de gruñir? —Anderson se rió—. La dulce Kloe es una loba debajo
de todo eso...

Su mano salió disparada y me agarró de la muñeca cuando lancé mi mano


hacia él. Solamente oscuridad cubría la habitación, pero mi ira me ayudó a buscar
sombras.

—Esa no es una buena idea, pequeña loba.

—¡Vete a la mierda! —siseé, apartando mi brazo de él.

Otra risita en la oscuridad, pero me negué a aceptarla.

—Entonces, ¿qué? —gruñí—. ¿Vas a retenerme aquí otra vez? Repetir la


historia. —Me reí con toda la amargura que pude reunir—. Eso es un poco aburrido
para ti, ¿no? ¡Incluso si tiende a ser algo de familia!

Parpadeé cuando una suave luz se filtró en la habitación procedente de la


lámpara de techo, cuyo tono oscuro eclipsaba el brillo de la bombilla. Anderson me
sonrió desde donde estaba junto al interruptor de la luz.

—Al contrario, Kloe. Contigo nunca hay nada aburrido. Y en cuanto a la


tradición familiar, estoy seguro de que lo entenderás.

—¿Entender? —Me burlé, el agotamiento manejando mi ira y viéndome caer


a la cama—. Nunca te entenderé, Anderson. Tú quisiste que lo hiciera, durante
tanto tiempo. Me rindo, ¿bien? Me rindo. Te he fallado. No te entiendo. Nada de
esto.

Me miró fijamente, la fiereza de sus ojos se abrió paso a través de mi mirada


cansada.

Cuando pensaba que se iba a quedar mirándome toda la noche, suspiró.


Sacó una llave del bolsillo de su pantalón, se giró y abrió la puerta.

—Ven.

Mis ojos se abrieron de par en par ante su contundente orden. Sin embargo,
antes de que pudiera replicar, había desaparecido por la puerta que había estado
previamente cerrada, y el sonido de sus suaves pisadas en la escalera se desvanecía
a medida que descendía.

El silencio que quedó atrás trajo la realidad a mi mente y el aguijón de la


lástima me quemó el fondo de los ojos. Con la mirada fija en la alfombra, lágrimas
silenciosas cayeron por mi rostro, y mi corazón, oculto bajo la piel y los huesos de
mi cuerpo roto, se astilló en pedazos diminutos e implacables. El dolor rompió cada
parte de mí, la agonía invisible devastó mi alma hasta la rendición.

Nunca me dejaría en paz. Para él, yo era su enemiga. La que le había


arrebatado. Le había quitado su confianza, su esperanza y el amor de su padre.
Estaba equivocado, por supuesto. Pero sabía que él nunca lo vería de otra manera.
Su propio padre lo había desechado como basura podrida, pero se había aferrado
a mí como a una preciada posesión. Anderson nunca vería el pecado y la
enfermedad que me unían a su padre. Solo escucharía una historia narrada con
mentiras y palabras falsas, las verdades repugnantes nunca murmuradas en su
oído, o en su corazón.

—¡Vamos, pequeña loba!

Su estúpido apodo me hizo apretar los dientes y otro gruñido vibró en mi


pecho.

Cediendo, me dirigí lentamente hacia él. Estaba en el salón y se volvió hacia


mí cuando entré.

—Siéntate.

—No eres mi amo, Anderson. Deja de darme órdenes.

Poniendo los ojos en blanco, resopló.

—Por favor, toma asiento, Kloe.

Esperé un momento para dejar claro mi punto y finalmente me senté en la


silla frente a él. Entre los dos había una mesa de café y miré hacia abajo. El fuego
se apoderó de mi aliento y me quemó los pulmones.

—Es hora de que lo entiendas.

Fotos y documentos cubrían la mesa de vidrio negro, papeles y objetos


diversos esparcidos en ningún orden por la extensión de metro y medio. Una caja
estaba a un lado, con la tapa tirada en el suelo. Una botella de whisky, medio vacía,
y dos vasos de cristal completaban el conjunto.

—¿Entender? —susurré, incapaz de alzar más la voz.

Sus ojos brillaron con fuego verde al captar mi mirada.

—Entender por qué. Entender quién soy realmente. Entender quién eres tú.
Y entender por qué tengo que hacer esto.

—¿Qué... qué es esto?—pregunté, bajando los ojos a la mesa.

Anderson se inclinó hacia delante y vertió una medida de whisky en cada


vaso.

—Esto... —La emoción fluyó por su voz y sus palabras salieron ásperas y
llenas de derrota—. Esto es mi historia. Mi vida. —Una vez más sus ojos se alzaron
hacia los míos y me pasó un vaso—. Y la sanción por tu muerte.
Cuatro
Anderson
Coloqué el primer papel en la esquina superior izquierda de la mesa.

—Mi certificado de nacimiento. Lo único que tengo de Judd Asher.

—¿De dónde lo sacaste?

Se quedó mirando el certificado, evitando mis ojos, pero yo no podía apartar


la vista de ella. Su hermoso rostro me cautivó, la suavidad de sus serenos ojos
azules me retuvo como rehén, y la forma en que su labio inferior desaparecía detrás
de sus dientes superiores cuando lo chupaba sin piedad hizo que mi polla se
endureciera.

A lo largo de mi vida había luchado por todo. Respirar, detener el dolor, tener
esperanza. Pero esto, Kloe, era mi mayor lucha. Ella gobernaba la batalla que tenía
conmigo mismo a diario. Ella apuñaló mi corazón una y otra vez con su compasión
y su dulzura. Pero sólo tenía una opción. Tenía que arruinarla. Era la única manera
de seguir adelante.

—Oh, no es el original, desafortunadamente. Es una copia.

Luego, colocando el siguiente papel junto al certificado, observé cómo la


tristeza se filtraba en sus bonitos ojos.

—Un recorte de periódico sobre mi desaparición.

Tragó saliva pero asintió lentamente, con la mirada fija en cualquier lugar
menos en mí.

Y luego coloqué otro recorte en el extremo derecho de la mesa, dejando un


largo espacio entre ambos artículos.

—Y un artículo de periódico al azar cuando me encontraron en el sótano de


Hank y Mary.

Kloe respiró hondo y luego bebió un buen trago de whisky. Lentamente,


volvió a asentir.

—¿Y en el tiempo intermedio?


Puse los ojos en blanco e hice una mueca.

—Tú más que nadie deberías saber que no hay evidencia de que exista un
tiempo intermedio. No tengo nada, solo recuerdos. Recuerdos horribles y
sangrientos para llenar ese vacío, Kloe.

Sus ojos finalmente se fijaron en los míos.

—Anderson...

—Pero —levanté un dedo para hacerla callar—, necesitaba llenar ese vacío
con algo que no fueran recuerdos aleatorios y rotos, Kloe. Que nada me persiguiera
para siempre, me ahogara, masticara mi mente con todas las mentiras y
pensamientos crueles que nunca se van.

Levantó la mano, dejándola flotando en el aire entre nosotros antes de


suspirar y bajarla de nuevo a su regazo. Tuve que contener la necesidad de tomar
la mano que me ofrecía. Pero su tacto no haría esto más fácil. Nada más lejos de la
realidad.

—Así que —continué mientras nos servía más alcohol—, empecé a escarbar
en mi pasado para encontrar cualquier cosa, cualquier esperanza de que alguna
vez hubiera sido un niño normal. Con una familia que me quería. Tal vez un gran
perro peludo que hubiera sido mi mejor amigo. Demonios, incluso quizás una
hermana a la que pudiera encontrar. Cualquier cosa. Algo diminuto, lo que sea. —
Tomando otro trago de whisky, incliné la cabeza y la observé—. ¿Sabes lo que
encontré?

La impaciencia se apoderó de su expresión. Sus labios se entreabrieron para


dar cabida a una pequeña bocanada de aire, su emoción al escuchar mi
descubrimiento brillaba en sus ojos.

—¿Qué has encontrado?

Me burlé, bebiendo más alcohol.

—Nada.

La emoción de su mirada se desvaneció, y en su lugar un brillo de acuoso


empañó sus ojos.

—Yo...

—Nada. Fui borrado de la tierra tan fácilmente, Kloe. A nadie le importó que
Judd Asher acabara de desaparecer. Murió ese día. Mi vida simplemente... de
repente no había sido. Nadie me lloró. Nadie se molestó en buscar demasiado. Judd
Asher se fundió en el fondo, y la nada se lo llevó.

Se bebió un trago y tomó la botella que estaba sobre la mesa, llenando el


vaso hasta arriba.
—Así que necesitaba algo, cualquier cosa, para llenar ese vacío. —Sus ojos
volvieron a clavarse en los míos—. Y ahí es donde entraste tú.

—¿Yo?

—Si no podía llenarlo con mi vida, tal vez pudiera llenarlo con la tuya.
Necesitaba llenar ese abismo con cualquier cosa, solo para hacer que mi existencia
fuera real. Para saber que la vida seguía mientras la mía se detenía.

—No lo entiendo. —Su voz era tranquila, su confusión evidente en sus ojos
entrecerrados.

—El mundo podría haber estallado. Los alienígenas podrían haberse llevado
a todas las personas vivas de este maldito y cruel planeta, y yo no habría tenido ni
idea mientras me pudría ahí dentro. Veinte años es mucho tiempo, Kloe. Tanto
tiempo que empiezas a pensar que tal vez la nada se apoderó de todo lo demás. —
Otro trago—. Y tal vez si llenaba esa nada con tu vida, entonces tal vez la mía no
fuera tan poco importante para el mundo. Que mi existencia tenía un significado
después de todo.

Pude ver que seguía sin comprender lo que le decía. Tal vez no tenía sentido
que yo llenara el vacío en mi vida con la de otra persona, pero para mí tenía todo
el sentido del mundo. Una historia que escribir en las páginas en blanco de veintiún
años. Una letra para acompañar la pieza musical que, de otro modo, no circulaba
con fluidez desde la orquesta. Una vida para llenar una vida.

Empujando mi certificado de nacimiento ligeramente hacia la derecha,


coloqué la suya delante de la mía.

—¿Es ese mi certificado de nacimiento?

—Lo es —respondí sin mirarla—. Naciste dos años antes que yo así que, por
supuesto, vas primero.

Se quedó sentada, atónita en silencio, mientras me veía colocar el siguiente


papel al lado del artículo sobre la desaparición de Judd.

—Tenías siete años cuando tu madre, Josie Rowan, se casó con Brian Smith.

El dolor se reflejó en su rostro cuando miró el certificado de matrimonio.


Odié la tristeza que emanaba de ella, así que rápidamente volví a bajar los ojos y
coloqué el siguiente objeto.

—¿De dónde sacaste eso? —Su voz sonaba entrecortada, el horror cubría su
suave voz mientras empezaba a temblar a mi lado.

—Es mejor que no preguntes eso —respondí, dedicándole una rápida


sonrisa.
El historial médico de Samantha Rowan se burlaba de los dos. Se burlaba
de sus mentiras y de su infancia.

—Eras un encanto —murmuré mientras abría el expediente—. No me atrevía


a leerlo. Aunque admito que hace tiempo que lo tengo. Pero cuando me contaste lo
que mí... padre —escupí la palabra, haciéndola estremecerse—, te había hecho, me
obligué a mirar.

Mis ojos se deslizaron hacia los suyos cuando dejé el informe policial en el
suelo y tuve que apretar los puños.

—¿Quieres decirme quién miente? ¿Tú o el informe?

Se puso rígida, con la espalda erguida, y apartó su rostro del mío.

Jadeó cuando la agarré de la mandíbula y la obligué a mirarme.

—¿Por qué mentiste?

Las lágrimas rodaron por sus mejillas, mojando mis manos con su
sufrimiento mientras intentaba zafarse de mi agarre.

—¡Dime!

—¡Vete a la mierda! —escupió, la agonía derramándose de ella con sus


lágrimas—. ¡Basta ya! ¡Detén esto!

—Dime, Kloe. —Luchó conmigo, intentando retroceder, pero no pudo


escapar, no esta vez—. Dime la puta verdad. Deja de mentirte a ti misma. Afróntalo.

—¡No! —gritó mientras sus puños luchaban por conectar con cualquier parte
de mí que pudiera.

La evidencia de su dolor me estaba paralizando, pero ella necesitaba


afrontarlo. Tenía que dejar de esconderse de sí misma. Nunca sanaría si no
aceptaba los recuerdos correctos...

—Todo eran mentiras, Kloe. Todo mentiras que te dijiste a ti misma para
evitar que doliera. Pero el dolor es bueno. Es lo único que puede ayudarte a aceptar
la verdad.

Me empujó, desesperada por escapar de lo que la obligaba a recordar. Había


construido tantos muros que incluso ahora luchaba por derribarlos y permitir que
la verdad se filtrara en su interior. Yo la entendía, de verdad, y sabía que cuando
contara la verdadera historia de su vida, la destrozaría. Tal vez por eso la obligaba
a ver, o tal vez en realidad quería ayudarla, o tal vez ambas cosas, pero en cualquier
caso, tenía que admitir su pasado.
—Tu madre nunca te llamó Taza de miel, ¿verdad? Nunca te abrazó ni te
amó. Nunca te consoló en las horas que pasabas sola en ese ático. Porque ella era
tan mala como él. ¿No es así? Te hizo tanto daño como él. ¿No es así? ¿NO ES ASÍ?

El gemido que salió de ella rompió algo dentro de mí. Fue crudo y
desenfrenado, la devastación que había encerrado, oculta incluso para sí misma,
brotó de ella cuando abrí la parte de su mente que había encerrado y la obligué a
ver la verdad.

—¡Para! —gritó, sacudiendo la cabeza. Sus ojos imploraban, me suplicaban


que parara—. Por favor...

—Es hora de ver tu verdadero yo, Kloe. Es hora de permitirle a Samantha la


verdad que se merece.

No lo vi venir. Debería haberlo hecho. Debería haber estado preparado para


ello.

El vaso que tenía en la mano se estrelló contra mi sien. El olor a whisky y


sangre me picó en las fosas nasales. La habitación me dio vueltas cuando su puño
la siguió, sus nudillos golpearon mi sien de tal forma que las estrellas estallaron
detrás de mis ojos.

—¡Cállate! —gritó.

La había visto enfadada antes. La había visto furiosa. Pero esto, esto era algo
completamente diferente. Las cadenas en las que se había encerrado con candado
muchos años atrás se desintegraron y el alma real retenida como rehén por ellas
finalmente salió a la superficie. Quería que aceptara a Samantha, que permitiera
que la niña que una vez fue se liberara y sanara. Sin embargo, por un breve
instante, no estuve seguro de si finalmente la había destruido. Arruinarla como
nos había prometido a ambos.

—¡Cállate! — exigió en un tono gélido que me heló la sangre—. No sabes


nada. Nada.

—¡Déjala hablar! —grité mientras la agarraba de los brazos y la obligaba a


tumbarse en el sofá debajo de mí—. Samantha merece libertad, Kloe. ¡Deja de
enterrarla bajo todas tus putas mentiras! ¡Te está ahogando lentamente en
mentiras, masacrando lo que realmente eres!

Era salvaje, se agitaba y se retorcía. Sus dientes chasqueaban al intentar


morder y sus piernas se agitaban al luchar conmigo.

—¡Suéltame!

—¡Dime quién eres!

—¡Suéltame!
Obligándola a retroceder acerqué mi rostro a una pulgada del suyo.

—¡Dime quién carajo eres!

—¡No soy nadie! —gritó—. Soy una niña que solo nació para ser abusada.
Una niña criada para ser prostituida y vendida por drogas. Una niña sin corazón
ni alma. No soy nadie. ¡NADIE!

Se derrumbó y se hundió hacia atrás mientras sus sollozos le quitaban el


aliento y la verdad le quitaba la cordura. Mi corazón se rompió junto con el suyo al
ver cómo sus ojos se apagaban cuando su mente se quebró y todo lo que había
reprimido se derramó en su cabeza en una furiosa sobrecarga de recuerdos
horribles.

—Samantha Rowan fue un pago en especie por los bienes recibidos —


susurró—. Ella no era una Taza de miel. Ni siquiera era dulce. —Sus ojos sombríos
encontraron los míos y tuve que tragarme el vómito cuando se me subió a la
garganta—. Ella no era más que un pagaré.
Cinco
Kloe
Me había despertado hace tiempo pero no había encontrado la energía para
moverme. Si respirar no fuera involuntario creo que también habría renunciado a
ello. Mi cuerpo estaba dolorido por la pena… por la verdad.

Las llamas del fuego rugían con fuerza y yo seguía tiritando, aunque
Anderson me había puesto una manta encima en algún momento de la noche.

No estaba segura de cuánto tiempo había estado fuera, pero la luz del sol
empezaba a colarse por las cortinas color crema, las salpicaduras de la sangre de
Richard proyectaban un patrón rosa claro sobre la alfombra.

El cuerpo de Richard había desaparecido, un rastro de sangre en la alfombra


y las cortinas era la única evidencia de que había estado allí. No había oído a
Anderson cambiarlo de lugar, pero en realidad no había oído nada más que el eco
del llanto de Samantha en mi cabeza.

Podía sentir la presencia de Anderson en la habitación, pero aparte de su


suave respiración estaba en silencio.

—No estoy segura de cuándo me entró la locura y empecé a creerme mis


propias mentiras —dije en medio del silencio—. O incluso cuándo empezaron a
tener sentido para mí. Ni siquiera estoy segura de por qué yo... por qué yo...

—¿Por qué inventaste una madre amorosa de una cruel y egoísta? —


Anderson terminó por mí.

Doblé el borde de la manta entre mis dedos, girándola una y otra vez hasta
que fue un grueso acordeón de material en mi agarre.

—Sí.

—Creo que tal vez tu mente lo hizo por ti.

Asentí. Era la única explicación. Eso, o que me había vuelto loca.

—Tal vez.
Anderson se deslizó por el suelo delante de mí. Sus profundos ojos verdes
me buscaron en la penumbra y el dolor y la tristeza que mostraban tan
abiertamente me hicieron apartar la mirada.

—Mírame, Kloe —susurró.

Hice lo que me pedía, y la ternura de su voz supuso un gran cambio con


respecto a su agresividad anterior. La tormenta de sus ojos me tragó, la ira en sus
emociones me arrastró más y más profundo hasta que no pude respirar.

—Eras una niña pequeña. Pasaste por algo tan horrible que tu cerebro lo
bloqueó para mantenerte con vida. Sé que no conjuraste a una madre amorosa de
la nada...

—Fui débil...

—¡Tenías siete años! —Me espetó, haciéndome estremecer.

—Y tú tenías cuatro años pero recuerdas cada detalle.

—No. No, no quiero.

—Pero lo recuerdas.

—Sí, pero estuve con Hank y Mary más de veinte años, Kloe. Eso es mucho
para bloquear. Las primeras cosas... Judd, no lo recuerdo. No siento ninguna
conexión con el niño que fui.

Me secó una lágrima perdida que rodaba por mis ojos. Era como Jekyll y
Hyde1: frío y caliente. Un segundo estaba furioso y rencoroso, y al siguiente era
tierno y tranquilizador. No podía seguirle el ritmo. Mi corazón sangraba y luego se
resecaba, mi alma se emocionaba y luego se abatía, y empezaba a cuestionarme mi
propio juicio.

—¿Cuál es tu primer recuerdo? —preguntó mientras deslizaba un dedo por


mi cuello y mi hombro. Apenas me tocó, pero mi cuerpo cobró vida con la
conciencia. Odiaba que tuviera tanto control sobre mí. Quería ser libre, de él y de
mí misma.

Un escalofrío me invadió y cerré los ojos con fuerza.

—Déjala salir, Kloe —exigió Anderson, con su tono severo de nuevo una vez
más—. Tienes que permitirle a Samantha sus recuerdos o nunca encontrará la paz.

Lo hizo sonar como si estuviera poseída, como si otra entidad se hubiera


enterrado muy dentro de mí. Sin embargo, era todo lo contrario. Otra vida había

1Hace referencia a la novela psicológica de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del
doctor Jekyll y el señor Hyde donde la dualidad del bien y del mal en la humanidad es uno
de los temas principales.
surgido de la niña asustada y herida. Una nueva alma había sangrado de las
heridas de Samantha Rowan. Kloe Grant había sido creada del tormento de otra.
Había sido expulsada y empujada a una existencia sin las pesadillas de las que
había nacido.

—Escuché ese nombre una vez. —Anderson me miró con curiosidad, pero
yo continué—. Estaba... ni siquiera estoy segura de dónde estaba, pero era
pequeña. Mi madre había quedado con un hombre, creo. —La imagen revoloteó en
mi cabeza y me concentré en ella—. Estaba sentada en un escalón sucio afuera de
una casa. La gente me empujaba para entrar, la mayoría de ellos ruidosos y
animados, y recuerdo que sus risas me hacían temblar. Era una risa cruel. Incluso
entonces ya sabía que la risa procedía de gente mala. Aquel día hacía mucho calor.
—Prácticamente podía sentir el calor agobiante del sol aplastándome y tragué
saliva, intentando humedecer mi boca seca—. Una mujer empujaba un cochecito.
Estaba al otro lado de la carretera. Su hijo tiró el peluche y se le cayó a la acera.
Ella se agachó, lo recogió y se lo devolvió, y dijo: “Aquí tienes, Taza de miel”.

Anderson me dedicó una pequeña sonrisa.

—¿Y qué pasó después?

Me estremecí y lentamente moví mis ojos hacia él.

—Créeme cuando te digo que no quieres saberlo.

Tragó saliva y chasqueó la lengua, pero asintió, permitiéndome mis secretos.


Suspirando, inclinó la cabeza.

—Me dijiste que Terry mató a tu madre...

Sabía adónde iba y asentí.

—Lo hizo.

—¿Estás segura? —Me preguntó en voz baja, con los ojos entrecerrados.

—Sí. —Cada fibra de mí se puso rígida y me mordí el labio—. ¿Está... está


mal que...?

Al notar mi desesperación, Anderson encontró mi mano bajo la manta y


entrelazó sus dedos con los míos. Su contacto hizo que me invadiera un hilo de
esperanza, pero lo aparté, me negué a dejar que se extendiera en mi interior. Solo
me abriría a más decepciones.

—Está bien que aún la quisieras, Kloe. No pasa nada.

Nadie podrá saber nunca hasta qué punto su seguridad permitió que mi
corazón volviera a latir, que mi alma cayera de rodillas y le agradeciera. Porque, en
realidad, no estaba bien. Mi madre me había quitado tanto, pero aun así, incluso
ahora, seguía dándole mi corazón.
—A veces era simpática —Le dije con tristeza mientras las lágrimas se
deslizaban silenciosamente por mi rostro—. Recuerdo una vez, después de...
después de.... —Anderson asintió, diciéndome que entendía lo que yo no podía
expresar—. Me dio una muñeca. Era vieja y tenía el vestido roto. Tenía el cabello
rubio y corto, como si se lo hubiera cortado otra niña. Sabía que era una que tal
vez había encontrado. Pero me la dio.

—¿Todavía la tienes?

Negando, sonreí con tristeza, el recuerdo de la muñeca desaliñada al menos


me daba un buen recuerdo.

—No. Brian la quemó.

Anderson respiró hondo. La indignación se apoderó de él, me soltó la mano


y se levantó.

—¿Café?

Lo miré cuando se inclinó por encima de mí.

—¿Té?

Asintió una vez y desapareció en la cocina.

Todo era un poco surrealista. No hacía ni unas horas que Anderson me había
inmovilizado en el suelo debajo de él y me había follado sin contemplaciones, tanto
con su polla como con mi propia pistola, mientras un hombre muerto nos
observaba. Me había infundido un miedo que se había apoderado de mi mente y la
había aplastado bajo su crueldad. Y aquí estaba yo, tapada con una manta en mi
sofá, frente a un fuego crepitante, mientras Anderson me preparaba un té en mi
cocina.

¿Cómo demonios tenía eso sentido? No lo tenía. No podía tenerlo.

Me dolía el trasero y me moví incómoda. Mis ojos se posaron en el suelo,


donde Anderson me había tomado, y el recuerdo hizo que se me retorciera el
estómago y me doliera con una necesidad que no quería aceptar. Me dolía el pecho
y cerré los ojos con fuerza, con la esperanza de bloquear las visiones que
empezaban a atormentarme y a excitarme.

¿Qué demonios me pasaba?

Estaba decidida a disparar a Anderson directamente entre los ojos. Hacerle


un agujero en el cerebro y evitar que volviera a hacerme daño. Sin embargo, me
había vuelto a hacer daño. Físicamente, al menos. Sus palabras también. Pero
entonces el hombre que recordaba de hace cuatro años se abrió paso y tomó mi
mano mientras revivía algunos recuerdos dolorosos. Me había animado a curarme.

¿Pero por qué? Nada de eso tenía sentido.


—Té. —Anderson habló en voz baja, sacándome de mi discusión interna.

Tomé la taza humeante, me incorporé y bebí un sorbo. Mi estómago gorgoteó


como si le molestara el líquido caliente, y mi reflejo nauseoso me hizo rechazar el
sabor agrio. Me pregunté cuánto tiempo llevarían las bolsitas en el armario. Estaba
segura de que eran frescas.

Anderson se quedó callado mientras tomaba su propia bebida, el único


sonido provenía del creciente viento del exterior y del pequeño repiqueteo de las
gotas de lluvia en la ventana.

—¿Cómo conoces a Sarah?

Lo sorprendí estremeciéndose, pero mantuve la mirada fija en la taza que


tenía en la mano.

—La conocí en una pelea.

Asentí.

—¿Sabías quién era?

—Al principio no. Me sorprendí un poco cuando descubrí que era la misma
puta que se folló a tu ex.

No sabía si estaba enfadada o triste. Mis emociones estaban por todas partes
y no podía seguir la pista.

—Acabas de llamarla puta.

—Ella lo es.

—Pero... aún así la usaste.

Inhaló bruscamente.

—Para eso suelen ser las putas.

Me estremecí por su forma de hablar, y volví a asentir.

—¿Eso es lo que soy? ¿Para ti? —susurré, temerosa de su respuesta—. ¿Una


puta?

Se rió con frialdad.

—¿Crees que te estoy usando?

—Bueno, ¿no es así? —espeté, harta de sus malditos acertijos. Otra oleada
de náuseas se apoderó de mí y dejé la taza sobre la mesa—. Ya me dijiste que estoy
aquí por el juego que estás jugando con tu padre.

—Y lo estás —pronunció—. Pero no necesito follarte para usarte, Kloe.


—Oh, eso es solo una bonificación entonces, ¿no?

Se rió, haciendo que mis dientes vibraran de rabia.

Exhalé un suspiro cuando la piel se me puso húmeda, me quité la manta de


encima y cerré los ojos. El vómito me subió por la garganta y me apresuré a ir al
baño, justo a tiempo antes de que las escasas raciones de comida que había
ingerido los días anteriores regresaran rápidamente.

Mi estómago se agitaba una y otra vez y las lágrimas corrían por mi rostro
con la fuerza del malestar que me invadía.

—Jesús —resoplé cuando por fin conseguí reclinarme durante un descanso.

—¿Estás bien? —Anderson me observó con el ceño severamente fruncido


desde su posición contra el marco de la puerta.

—Sí —dije—. Pero debo decir que me sorprende que te importe.

Parecía furioso, con los ojos entrecerrados y los dientes apretados, y me eché
hacia atrás cuando de repente estaba agachado frente a mí. Sus dedos me
pellizcaron cruelmente la barbilla y me echó la cabeza hacia atrás para que mis
ojos se clavaran en los suyos.

—¡Oh, me importa! —gruñó—. Y para ser honesto, ni siquiera estoy seguro


de por qué.

Mis pulmones se tensaron demasiado con su cercanía, su furia trepando


dentro de mí y encendiendo las partes de mí que despreciaba. Se me llenaron los
ojos de lágrimas y me aparté.

—¿Qué demonios te pasa? No puedo seguirte el ritmo. Decídete, Anderson.


O me entregas a tu maldito padre, o acabas con esto. ¡Ahora mismo!

Me quedé atónita cuando una sonrisa malvada curvó sus labios y sus ojos
brillaron de emoción.

Jadeé cuando sus dedos se enroscaron en la parte delantera de mi garganta,


me quedé paralizada y volví a apretarme contra el pedestal del inodoro. El olor a
vómito me llegó a la nariz y volví a vomitar.

Anderson me soltó al instante y me guió hasta la taza del inodoro. Sus dedos
agarraron mi cabello y lo apartó de mi rostro mientras con otra serie de arcadas,
me desplomaba sobre el retrete.

—¿Has comido algo en mal estado? —preguntó.

Haciendo memoria, negué.

—No. No lo creo.
—¿Así que fue sólo el té? —Frunció el ceño, preocupado, y me puso la mano
en la frente—. No te sientes caliente.

Tan pronto como las náuseas me permitieron un poco de alivio, Anderson


me levantó en brazos y me llevó al dormitorio. Tras arroparme suavemente bajo el
edredón, desapareció y regresó con un cubo, colocándolo junto a la cama.

—Duerme —me ordenó.

Se acomodó en la silla apartada en un rincón. Tenía el rostro tenso, pero la


mirada suave y preocupada. Chasqueando la lengua, se inclinó hacia delante y
apoyó los codos en las rodillas.

—Kloe —susurró mi nombre, pero la angustia en su tono era fuerte y feroz.

—Estoy bien —respondí en voz baja. Incluso le dediqué una suave sonrisa
de tranquilidad—. Estoy bien.

—¿Lo estás?

—Es sólo un virus, Anderson.

Dudó, parpadeando antes de chasquear la lengua.

—¿Lo es, mi pequeña loba?

Frunciendo el ceño, me encogí de hombros bajo el edredón.

—Claro, ¿qué más....?

Mi corazón se detuvo. Respiré hondo. Y salí disparada hacia arriba.

Anderson tragó saliva con fuerza, haciendo una mueca de dolor al ver el
miedo que se agolpaba en mi rostro.

Mi cabeza se sacudió, mi mandíbula tembló y cada fibra de mí gritó cuando


el horror me recorrió las venas.

—No. No.

Anderson corrió hacia mí cuando se me escapó un extraño lamento y la


habitación se inundó. No podía respirar. La agonía me desgarró el pecho cuando el
shock me congeló los pulmones.

Intenté pensar. No podía pensar. Las fechas se fundían en mi cabeza,


provocando el caos mientras me agitaba en el feroz agarre de Anderson.

—Respira, Kloe. Vamos, respira.

Su rostro se desenfocó mientras mi cerebro luchaba contra la falta de


oxígeno.
—Cálmate —me instó, apretando los dedos en la parte superior de mis
brazos.

Cerrando los ojos, me concentré en respirar, inhalando lentamente y


expulsando el aire. Mi ritmo cardíaco amenazaba con hacerme entrar en pánico y
mi estómago revuelto me ofrecía más náuseas.

—Shh —susurró Anderson en voz baja. Asintió cuando fijé mi mirada en él,
concentrándome en la intensa mirada de sus ojos. Sonrió cuando mi respiración
empezó a regularse y mi pulso dejó de latir con fuerza en mis oídos—. Buena chica.

Bajé los ojos y miré al suelo.

—Esto no puede pasar —Me atraganté—. No puede ser. Yo... Ben y yo lo


intentamos durante meses, años, pero... nada.

—Y simplemente asumiste que era tú culpa.

Asentí.

—Bueno, sí, después de mi pasado... ya sabes. —Me encogí de hombros,


haciendo una mueca de dolor ante mi propia estupidez—. No he tomado
anticonceptivos desde mi adolescencia. No parecía tener sentido después de lo de
Ben y no quedarme embarazada. —Lo miré e hice una mueca—. Lo siento. Yo
nunca...

Anderson apartó la mirada y se levantó, suspirando mientras cruzaba los


brazos sobre el pecho.

—Esto no es culpa tuya, Kloe. Joder... —Hizo una mueca, sacudiendo la


cabeza con enfado—. Y de todos modos, podría ser solo un virus.

Asentí, esperando, rezando, que tuviera razón.

Me guió de vuelta a la cama.

—Duerme. Volveré dentro de un rato. —Me tapó con el edredón y entrecerró


los ojos—. Red está fuera. No dejará entrar a nadie. Descansa un poco.

Su tono suave, su preocupación, su compasión... eran tan diferentes del


Anderson que había entrado por mi puerta hacía tan solo unas horas. Vi la
preocupación en su rostro, la esperanza que también se reflejaba en mis ojos. No
podía estar embarazada. Así no. No después de esto.

—Anderson —susurré mientras daba un paso hacia la puerta.

Se volvió hacia mí y sus ojos encontraron los míos en la penumbra de la


habitación.

Me lamí los labios secos, intentando encontrar algo de humedad para formar
palabras.
—¿Y si...?

Me sostuvo la mirada y su lado amable me devolvió la mirada. Estaba


asustado, no, estaba aterrorizado, y la visión de una emoción tan poderosa en sus
ojos hizo que mi corazón llorara.

Finalmente, bajó los ojos al suelo junto a la cama.

—Entonces nos ocuparemos de ello, pequeña loba.

No dijo nada más. Se dio la vuelta y cerró la puerta silenciosamente.


Seis
Anderson
Robbie me miró fijamente. Podía ver el horror en sus ojos, el dolor por mí
que él sabía que yo también sentía.

—Así que —murmuró en voz baja, bajando los ojos de mí—. Encárgate tú.
Es solo un procedimiento rápido ahora...

—¿Estás bromeando?

Se estremeció ante mi mirada y la furia que salió de mi boca.

—Anderson. No puedes... es...

—¿Imposible? —terminé por él—. ¿Lo es?

Aún podía ver la imagen del pequeño signo más en la prueba que Kloe se
había hecho hacía menos de dos horas, la cruz grabada a fuego en el fondo de mis
retinas y de mi alma. El vómito chocaba con la esperanza y no podía seguir el ritmo
fluctuante de los latidos de mi corazón.

—¡Es un bebé, Rob! ¡Mi bebé!

Sacudiendo la cabeza, se acercó a mí.

—Pero no lo es. Todavía no. Es sólo una célula. Una mancha. No tiene
rasgos. Ni siquiera ha establecido un carácter todavía.

No lo entendía. No podía entenderlo.

—Rob. Este es mi hijo. El niño que puede y va a cambiar el curso de mi vida.


No podrías entenderlo, y no espero que lo hagas. El futuro solo me depara dolor.
Dolor y soledad. No tengo esperanzas ni aspiraciones. Ni siquiera puedo contemplar
lo que está por venir. Porque sé que no hay absolutamente más nada. Y en el mejor
de los casos, nada más que muerte y destrucción.

—Pero esta es Kloe —Me recordó en voz baja, como si lo hubiera olvidado.
Como si pudiera olvidarlo—. ¿Qué te depara el futuro con ella en él? ¿Viva?

Y ese era el problema. Y ambos lo sabíamos.


Mi alma no se calmaría hasta que hubiera buscado venganza por lo que él
había hecho, y por lo que ella había hecho. Ambos eran más parecidos de lo que
creían. Ambos tomaron lo que querían de mí y luego me desecharon como basura.
Juntos fueron el amén final en mi oración silenciosa.

Quería lastimarlos. Necesitaba lastimarlos.

Mi alma no podía recostarse y descansar hasta que su agonía me envolviera.


Quería oír sus gritos punzando mis oídos; el único sonido que serenara mi dolor.
Su sangre derramada podría ser la única sustancia que saciara mi hambre. Sin
embargo, ahora, ahora sus gritos contendrían las lágrimas de mi hijo, y su sangre
poseería el latido de mi propia carne y sangre.

—No lo sé —respondí finalmente.

—¿Dónde está ahora?

—La llevé de vuelta a mí casa. Ella no va a ninguna parte por el momento.

Se movió incómodo, mirándome con curiosidad desde la silla que ocupaba


frente a mí.

—¿Y Robert? ¿Qué piensas hacer con él?

Eso fue un giro. Kloe había depositado perfectamente una bala en el centro
de la frente del cabrón. Era extraño pensar que la chica por la que ahora vivía mi
vida había acabado con la vida de mi hermanastro, el hermanastro que no sabía
que tenía hasta hacía poco. No sentía ninguna conexión con él. No tenía ninguna
importancia para mí. Sin embargo, cuando lo había visto en casa de Kloe no había
podido resistirme a clavarle la navaja en su estómago y retorcerlo. Había visto el
parpadeo de reconocimiento en sus ojos cuando me había visto de pie junto a los
dos mientras intentaba devolver la vida a Dave, el perro al que no hacía ni unas
horas había enrollado una maldita cuerda alrededor del cuello y exprimido hasta
la última gota de vida. Solo podía pensar que había sido parte de su plan, para
acercar a Kloe a él, para hacerla dependiente de él. Sin embargo, no había contado
con mi repentina aparición. Y cuando le había dicho que me follaba a Kloe, la rabia
que había hervido en sus ojos me había devuelto una pizca del placer que me había
quitado.

Sin embargo, ahora estaba fuera de la ecuación, aunque yo hubiera querido


ser quien le succionara el último aliento de sus pulmones.

No habría pensado que mi pequeña loba lo tenía en ella. Y cuando me


disparó, bueno... supe que no me haría daño. La tonta estaba enamorada de mí.

Y eso era otra cosa que no tenía sentido para mí. ¿Cómo podías enamorarte
de alguien que estaba empeñado en destruirte?
A menos que rezaras por la destrucción todos los días. Y tu destructor te
concediera todo lo que anhelabas.

Podía ver la necesidad de violencia enterrada en lo más profundo de los ojos


de Kloe, el hambre de depravación suplicándome cada vez que me miraba. Ella
anhelaba algo que nunca podría entender. Su alma era tan gentil, tan compasiva,
que sabía que cuando finalmente le diera exactamente lo que ella creía que
anhelaba, se extinguiría todo lo bueno que tenía.

Mi polla se endureció con ese pensamiento, y como si percibiera mi


excitación, Robbie inclinó la cabeza.

—¿Lo necesitas?

—No. —Sacudí la cabeza y me puse de pie, sin disculparme por la erección


que empujaba contra mis pantalones—. Aunque creo que es hora de que ambos le
demos a Kloe exactamente lo que ella cree que necesita.

Levantó las cejas.

—¿Ahora?

—Esta noche. —Agarré mi chaqueta y me la puse encogiéndome de


hombros—. Tengo una pelea. Después.

Asintió, viéndome alejarme.

—Anderson.

No le respondí nada, pero me detuve en la puerta.

—Pase lo que pase, tienes que pensar en lo que realmente quieres. Sabes
que apoyaré cualquier decisión que tomes. Pero tienes que aceptar que ahora hay
dos opciones. Si tomas una sin prestarle a la otra la atención que merece, te
arrepentirás el resto de tu vida.

Asentí, permitiéndole su honestidad.

—Ya tengo demasiados remordimientos, Rob. No voy a permitirme más.

Todo había parecido tan fácil. Llevar a Kloe ante mi padre y ver cómo caía
de rodillas al ver cómo se le escapaba la vida a lo único que había amado. Quitarle
lo que él me había quitado a mí.

Pero ahora, hacer eso, me quitaría lo único que amaría.

Mi propio hijo. Mi salvación. Mi redención. Mi expiación por cada pecado que


he cometido.

La vida tiene una forma cruel de burlarse de ti. De hacerte pagar tus
esperanzas de la forma más cruel posible.
Era el momento de decidir.

¿La nada?

¿O todo?
Siete
Kloe
La casa había estado tranquila durante demasiado tiempo. Empezaba a
pensar que me volvería loca. No había nada en lo que concentrarme más que en
mis pensamientos y en la admisión de lo que era.

Embarazada.

Una vez más, aquella solitaria palabra llevó mis manos a mi vientre, mi
corazón tartamudeando para encajar el latido extra que ahora atendía. Tenía a un
niño, un ser vivo inocente que dependía exclusivamente de mí: mi hijo. El hijo de
Anderson.

Red empujó su nariz contra mi mano, intentando llamar mi atención. Sentía


mi alegría. Y sentía mi esperanza. Pero ¿qué era una cosa sin la otra? Sin esperanza
no podía permitir la alegría. Y la alegría solamente me daba esperanza.

No deseaba más que un hijo propio. Un bebé que compartiera mi alma y mi


esencia. Era un regalo. ¿Pero me lo arrancarían? Tenía que tener fe en que
Anderson cedería ante el hombre que yo sabía que aguardaba bajo la oscuridad
que había tomado su núcleo como rehén. Aún veía al verdadero Anderson bajo todo
el odio y la destrucción, el hombre amable y destrozado que quería más de mí de
lo que jamás aceptaría.

Ahora todo era diferente. En cierto modo, había aceptado el final y que
Anderson fuera quien me lo diera. Incluso había consentido en ello, en la muerte.
Sin embargo, una parte de mí la había rechazado, había luchado contra ella.

Dentro de mí solamente quedaba oscuridad. Samantha Rowan había dejado


los fragmentos de su alma destrozada dentro de mí. Y habían supurado, echado
raíces y se habían extendido como una hiedra furiosa por todo mi torrente
sanguíneo, corrompiéndome y ennegreciéndome poco a poco hasta que no quedó
más que carne podrida.

Ya estaba muerta, me matara Anderson o no.

Red aguzó las orejas cuando el cerrojo se movió en su lugar en la puerta del
sótano. Una vez más me encontraba en las profundidades del infierno de Anderson.
Sin embargo, lo que él pensaba que era un castigo, no lo era. Extrañamente, me
sentía como en casa en el piso inferior. El frío me calaba hasta los huesos,
adormeciendo todo el dolor que amenazaba con volverme loca. La familiaridad de
las herramientas con las que Anderson se daba placer me hacía sentir cerca de él,
honrada de estar al tanto de sus profundos y oscuros secretos. Y la cama en la que
me sentaba solamente me traía recuerdos felices.

Sí, estaba enferma. Tal vez un poco loca. Pero era lo que era.

Me miró fijamente mientras bajaba lentamente, sus pesadas pisadas sobre


los escalones de madera resonaban en el silencio de la habitación. Intenté descifrar
su estado de ánimo, averiguar qué Anderson me acompañaba, pero fue una tarea
imposible hasta que me concedió el privilegio.

—Kloe.

La forma en que mi nombre salió de su boca me puso la piel de gallina, y lo


desconocido me dejó sin aliento mientras caminaba hacia mí por el cemento. La
luz era tenue, pero me permitió verle un ojo morado y una profunda herida en el
pómulo que le habían cosido al azar.

—Peleaste —murmuré. Me dolía el cuello al mirarlo cuando se acercó a mí.

—Lo hice.

—Me alegro de que hayas ganado.

Ninguno de los dos estaba seguro de si estaba siendo sarcástico o no, pero
Anderson siguió sonriendo.

—Yo también.

—¿De verdad?

Parpadeó.

—Hoy sí.

—¿Por qué hoy?

No me inmuté cuando alargó la mano y me tocó el cuello. Su tacto era cálido


y suave, pero no tan tierno como la forma en que me miraba. Mi corazón se ablandó
cuando el gentil Anderson me sonrió cariñosamente.

—Porque estás aquí.

Levanté la mano y la apoyé sobre la suya.

—No hace falta que cierres la puerta, Anderson. Sabes que siempre estaré
aquí.

Entrecerró los ojos e inspiró profundamente.


—Sin embargo, no hace ni unas horas querías atravesarme con una bala.

Me reí, encontrando humor en lo que no debía. Ese era el estado de mi


mente.

—Y tú me habrías dejado, ¿verdad?

Sonrió, esa sonrisa arrogante que hizo que la sangre caliente se extendiera
a mi vientre.

—¿Así que solamente querías dispararme porque sabías que no te dejaría?

Me encogí de hombros, insegura de mis intenciones.

—Tal vez.

—¿Y si te hubiera dejado?

Bajando los ojos, fruncí el ceño ante la pregunta sin respuesta que tenía en
la cabeza.

—¿Quién sabe?

Di un respingo cuando de repente se dejó caer sobre sus rodillas frente a mí.
Su hermoso rostro estaba a la altura del mío y no deseaba otra cosa que inclinarme
hacia delante y arrastrar la punta de mi lengua por sus labios pecaminosos. Quería
apretar su labio inferior entre mis dientes y morderlo, e introducir su sangre en mi
organismo y cabalgar sobre ella.

El dolor cubrió su rostro y, pareciendo luchar consigo mismo por un


momento, tragó saliva.

—¿Qué demonios estamos haciendo, Kloe?

Un escalofrío recorrió mi piel y me estremecí. Cediendo a mis necesidades,


le pasé suavemente el pulgar por el labio, observando cómo la carne se hinchaba
bajo mi contacto.

—Vivir. Antes de morir.

Aspiró con fuerza. La mano que me sujetaba la cara se disparó hacia mi


cabello y sus dedos agarraron un puñado. Arrastró mi rostro hacia él y me obligó
a acercar mi boca a la suya. Su lengua atravesó mis labios y azotó con furia los
míos. Un gruñido lleno de rabia brotó de él mientras sus dos manos aplastaban los
lados de mi cabeza y profundizaba el beso. La fuerza era contundente, despiadada,
y mi alma se llenó de placer ante el dolor que me regalaba. Porque era un regalo,
una ofrenda que me daba mucho más de lo que jamás hubiera creído posible. Y en
el fondo Anderson lo sabía, y me lo dio.
—Sabes que me entrego a ti, Anderson —susurré contra sus labios cuando
me aparté para respirar—. Moriría por ti. Quiero que me ofrezcas a tu padre. Porque
quiero que tengas la paz que necesitas.

Me miró fijamente, sorprendido, horrorizado y torturado por mi confesión.


Creo que incluso yo me sorprendí a mí misma. Pero solamente porque por fin había
aceptado quién era, y por qué me había dado una vida el espíritu devastado de
Samantha. Kloe Grant solamente había sido una incubadora para Samantha. Para
nutrirla y protegerla, lista para cuando se le necesitara de nuevo.

Y su destino. Siempre había sido este. Devolverle la vida a Judd Asher.


Nuestras vidas habían estado entrelazadas desde el mismo día en que Terry y
Janice cambiaron lo que debería haber sido su posesión más preciada por algo tan
insignificante como unas pocas libras.

—Pero ahora tengo un regalo para ti aparte de mi propio sacrificio. Nuestro


hijo.

La confusión se filtró en sus ojos y negó.

—Basta ya. No sabes lo que dices.

—Te amo, Anderson Cain. Te amo, Judd Asher. Samantha Rowan siempre
te ha amado. Igual que Kloe Grant siempre lo hará.

—¡Basta! —Su respiración se acortó en agudos jadeos y su cabeza se sacudió


de lado a lado. Pero yo lo vi. Detrás de la tormenta en sus ojos salvajes. Vi la
esperanza y la necesidad, el deseo y la devoción. Por los dos. Por mí y por nuestro
bebé.

—Fui creada para servirte, Anderson. Fui hecha de los mismos horrores del
infierno que te dieron a luz. Fuimos hechos del mismo molde. Pero, ¿qué regalo
aceptarás?

Se me encendió la sangre cuando me agarró por los brazos y me tiró de la


cama.

—¿Crees que no puedo tener los dos, pequeña loba?

Mi pecho se agitó contra el suyo, mis pezones duros y excitados rozaban el


fino algodón de mi top con el firme contacto de su sólido cuerpo contra mí.

—¿Crees que no puedo esperar a que nazca el niño? He esperado treinta


años para vengarme. Otros nueve meses no me parecerán tanto tiempo.

Asentí, sosteniéndole la mirada.

—Perdiste a tus padres siendo tan joven. ¿Me estás diciendo que le
arrebatarías eso a tu propio hijo o hija? ¿Que le quitarías a su madre?
La ira brotaba de él, sofocándome a medida que su agarre se hacía más
doloroso.

—No me conoces muy bien, Kloe. Creía que ya sabrías quién soy, qué soy.

Una sonrisa rozó mis labios.

—Oh, lo entiendo. —Me puse de puntillas y le di un suave beso en los labios,


mi cuerpo se estremeció ante el leve contacto—. Tú eres mi amo. Y yo solo estoy
aquí para servirte. Eso es lo que entiendo. Y para ser sincera, no creo que haya
nada más que saber.

Se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos y fijos en mí. No podía controlar
la emoción que le embargaba y sus ojos se entrecerraron cuando apreté mis
caderas contra él. La dureza de su polla me hizo temblar las rodillas.

—Estoy aquí para follarte. Para realizar cualquier acto depravado que
desees. Estoy aquí para alimentarme de tu despiadada lujuria y saciar la sed eterna
de degradación que tienes.

Saliendo de su asombro, se rió. No era humorística y alegre, era fría y cruel,


sus ojos goteaban con la misma malicia que su risa.

—Entonces vamos a averiguarlo, ¿de acuerdo?

Como si lo hubiera conjurado, Robbie bajó las escaleras. Tenía la misma


sonrisa áspera que Anderson y me crujieron los huesos.

Pero no estaba asustada, ni mucho menos. Era liberador soltar lo que había
estado oculto bajo la Kloe artificial durante tanto tiempo. La excitación fluyó
rápidamente y Anderson frunció el ceño al ver cómo temblaba por mi cuerpo.

Se me cortó la respiración cuando me arrastraron bruscamente por la


habitación y me encajaron rápidamente las muñecas en las mismas esposas con
las que Robbie había atado a Anderson.

Me palpitaba el coño, la sangre caliente que me recorría casi tan tortuosa


como la anticipación que me secaba la boca.

Me pusieron más esposas metálicas en los tobillos y Anderson tiró de una


palanca hasta que las cadenas se movieron y obligaron a mi cuerpo a formar una
“X”. Me quedé indefensa, ya que la tensión de las ataduras no me permitía ceder
en absoluto.

Robbie sonrió satisfecho mientras hacía girar una navaja larga y fina entre
sus dedos. No fue hasta que reconocí el acero brillando bajo la suave luz cuando
me di cuenta de que tal vez había mordido más de lo que podía masticar.
Pero cuando presionó suavemente la punta de la navaja contra mi piel, una
serenidad se coló en mis huesos y me hundí en las cadenas que me proporcionaban
el apoyo que mis huesos ya no podían.

Se me desencajó la mandíbula y me estremecí cuando, con suma delicadeza,


deslizó el filo por el costado de mi garganta. Mi piel se abrió. Pero no solo le dio
libertad a mi sangre, sino que le dio a mi esencia misma espacio para respirar.
Como si alguien me hubiera practicado una traqueotomía después de haber
luchado durante horas por respirar, mis pulmones obstruidos se llenaron de aire
y la tirantez de mi piel se relajó de felicidad. Todo mi cuerpo suspiró de alivio y mi
mente se relajó.

Un gemido arrebatador brotó de mí y mi cabeza se echó hacia atrás mientras


el placer recorría mis venas en espiral. Cada diminuto capilar se llenó de un
narcótico que hizo que mi ritmo cardíaco disminuyera a un ritmo plácido, y mis
ojos se pusieron en blanco ante el subidón.

—¿Anderson? —Apenas logré reconocer la confusión en la voz de Robbie.

Unos dedos me apretaron la barbilla y me obligaron a abrir los ojos. La


mirada curiosa de Anderson me robó la serenidad que me embargaba.

—¿Qué ha pasado?

Fruncí el ceño, negando.

—¿Qué?

—¿Qué ha cambiado? —preguntó mientras presionaba con la palma de la


mano el corte que Robbie había dibujado en mi piel.

Sonreí, todavía drogada por el éxtasis.

—Mi mente cambió.

Apretó los dientes, pero lo que yo creía que era furia era lujuria. Me arrancó
la camisa del cuerpo de un tirón. Agarró la navaja de Robbie y me cortó los
pantalones como si fueran de papel, arrancándomelos de las piernas con rapidez y
eficacia hasta que me quedé en ropa interior.

Observé con delicioso deleite cuando Anderson sacó su polla de los


pantalones. Se rodeó con el puño y deslizó la mano arriba y abajo lentamente. Se
me hizo la boca agua al verlo masturbarse, su suave longitud era tan hermosa que
no pude evitar mirarlo con asombro.

Su polla estaba tan dura que cada uno de sus movimientos parecía doloroso.
El semen brillaba en la cabeza hinchada y me lamí los labios con avidez.

Anderson movió la cabeza y luego se apartó cuando Robbie vino a colocarse


frente a mí.
—¡Fóllatela!

Mis ojos se abrieron de par en par y miraron a Anderson. Él sonrió y se rió.

—Fóllale el culo hasta que sangre.

Robbie me agarró del cabello y me echó la cabeza hacia atrás hasta que lo
miré a él y solamente a él.

—¿Has oído eso, Kloe? Quiere que te haga sangrar.

Asentí.

—Hazlo.

Ambos parecían confundidos cuando Robbie lanzó una mirada hacia


Anderson.

—¿Creen que es mentira? —Les pregunté a ambos—. Pues no lo es. Ya se


los he dicho. Esta soy yo. La verdadera yo. Querías que la liberara, Anderson. Pues
aquí la tienes.

—¡No tienes ni idea de lo que estás diciendo! —gruñó, enfadado por mi


rendición.

—Sí. —Asentí—. Sí que la tengo. Solamente te pido que, sea cual sea el dolor
que me inflijas, no le hagas daño a mi bebé, a nuestro bebé.

La vulnerabilidad brilló en él, su ceño se arrugó y pareció asustado por un


momento. Sacudiéndose, la ira volvió a contorsionar su hermoso rostro. Volvió a
asentir hacia Robbie.

—Hazlo.

Las cadenas que me sujetaban traquetearon cuando Robbie me recolocó,


girándome sobre el eje que sujetaba ambas cadenas, de modo que mi cuerpo se
giró y quedé de espaldas a los dos hombres. Anderson caminó a mi alrededor hasta
colocarse frente a mí. Sus ojos se clavaron en mí mientras me quitaba la ropa
interior y ésta caía a mis pies. Robbie me empujó hacia delante y su mano recorrió
mi columna vertebral, metiendo un dedo entre las nalgas y haciéndome cosquillas
en el ano.

Hundiendo los dientes en el labio inferior por la sensación, me concentré en


Anderson y su autoplacer. Tenía tantas ganas de tocarlo, de sentirlo bajo mi mano,
de tomar su semen entre mis dedos y untármelo en los labios.

Cuando Robbie introdujo un dedo en mi interior, me permití relajarme y


aguantar lo que me forzara a hacer.

Anderson gritó:
—Abre —Cuando mis ojos se cerraron—. Quiero ver el dolor en tus ojos.

Forcé mi mirada hacia la suya, luchando contra la necesidad de cerrar los


ojos mientras absorbía el hambre que emanaba de él.

Robbie me folló el culo con los dedos mientras Anderson se follaba la mano.
El placer me retorció el vientre cuando Robbie me agarró de las caderas,
manteniéndome quieta, y empujó dentro de mi culo. Su polla no era tan gruesa
como la de Anderson, pero era larga. El dolor se apoderó de mi respiración cuanto
más presionaba, sus dedos clavándose más profundamente en mi carne para
mantenerme quieta de la necesidad instintiva de alejarme de él.

Anderson se acercó a mí, estabilizando mi cuerpo para que Robbie pudiera


llenarme. Inclinándome hacia delante, le supliqué a Anderson que me besara.
Deseaba tanto tener su boca sobre mí que, cuando se negó, gemí como una niña
mimada.

Sin embargo, dándome algo, me soltó las esposas de los tobillos, me sujetó
la parte posterior de los muslos y levantó mis piernas alrededor de su cintura. Su
camisa rozó mis pechos desnudos, rozando mis sensibles pezones con la áspera
tela.

Robbie empezó a moverse más deprisa, entrando y saliendo de mí como si


quisiera satisfacer momentáneamente la petición de Anderson. Me escocía el ano,
pero cada golpe de su polla contra mis músculos elevaba más y más la sensación
hasta que mis jadeos se convirtieron en acalorados gemidos, y enredé los dedos
alrededor de la cadena para contrarrestar el creciente éxtasis en mi interior.

—Por favor —Le supliqué cuando arremetió con más fuerza y sus uñas se
clavaron en mi piel cuanto más luchaba contra su propio orgasmo.

La mente me daba vueltas y grité cuando Anderson me pasó la navaja por el


pecho derecho. La sangre resbaló por mi vientre y me estremecí cuando el nirvana
me golpeó de lleno y me impulsó hacia los reinos del placer increíble.

Anderson gruñó y yo ahogué un gemido cuando forzó su polla dentro de mi


coño.

—¡Joder! —gruñó Robbie cuando la polla de Anderson se deslizó junto a la


suya, apretando mis músculos a su alrededor mientras recibía las dos pollas dentro
de mí.

Mis dientes chocaron con los de Anderson cuando su boca se estrelló contra
la mía. Me mordió el labio y la sangre fluyó por nuestras bocas. El sabor del cobre
en mi lengua y la sensación del líquido caliente que se deslizaba por mi garganta
me dejaron sin aliento.
La garganta se me contrajo bajo el agarre de Anderson cuando me presionó
con el talón de la mano en la base de la garganta y me negó el aire. Ambos hombres
me follaron con fuerza, ambos me follaron con una violencia que rayaba en lo
sádico, y ambos me llenaron de tanto dolor que no pude luchar contra el placer
que me embargaba.

Mi orgasmo me desgarró con tanta brutalidad que el grito que me desgarró


la garganta me rozó la laringe.

Anderson y Robbie gimieron mientras sus propios clímax sacudían sus


huesos, ambos empujando profundamente dentro de mí para inundarme con su
esperma.

La sangre y el semen goteaban por el interior de mis muslos cuando


Anderson abrió las esposas y me abrazó cuando caí al suelo. Mi cuerpo se sintió
pesado y temblé en su abrazo, haciendo que me estrechara más contra él de forma
protectora.

Una vez más, afloró su lado más suave. Le gruñó algo a Robbie que no pude
oír y me sentí transportada por la casa.

Me dormí antes de sentir la suavidad de la cama envolviendo mi cuerpo


exhausto.
Ocho
Kloe
Por qué cuanto más duro caíamos, más fuerte nos aferrábamos. A la
esperanza. ¿Al amor?

Anderson me había encadenado a él. Pero esas cadenas eran frágiles,


corroídas y quebradizas. Un fuerte tirón y el vínculo se rompería como cadenas de
papel hechas con las torpes manos de un niño. Las lágrimas de nuestro odio eran
lo que debilitaría el vínculo que nos mantenía unidos y, al final, nos romperían.

Anderson paralizó el dolor de mi interior dándome el dolor del exterior para


centrarme en él. Tomó las partes insensibles que me atormentaban y les dio vida.
Me obligó a sentir las mismas cosas que había luchado por olvidar durante tanto
tiempo.

Y ahora que las había sentido, el dolor y el placer, las sensaciones


abrumadoras que me habían envuelto, no podía imaginar no volver a sentirlas
nunca más.

Había desterrado la verdad de mi vida de mi cabeza durante tanto tiempo


que mi mente había olvidado que estaban ahí. Mi madre. La violación. El golpe en
el pecho cuando la oscuridad empezó a filtrarse en mis terminaciones nerviosas.

Mi frágil estado mental, a la edad de nueve años, había bloqueado los


horrores que podían, y querían, volverme loca, y los había encerrado con tanta
seguridad que habían quedado enterrados bajo mentiras y fantasías.

Anderson los había liberado a la fuerza. Y ahora Samantha volvía a tener la


palabra en mi cabeza, las visiones reales de mi pasado me masacraban una y otra
vez.

Luchaba por respirar bajo el pánico que aplastaba mis pulmones.

—Respira, Kloe —Me instó Anderson, la hermosa visión de su rostro


difuminándose bajo la niebla que oscurecía mi vista. Sus manos agarraron las mías
con fuerza, exigiéndome que lo sintiera, que sintiera algo que me sacara de las
alucinaciones que me asolaban.
No hacía ni unos segundos que me había despertado, con una pesadilla que
se había apoderado de mi mente y me había sumido en una espiral de terror.

La risa de Brian, unida a la cruel mueca de mi madre, se burlaba de mí una


y otra vez, mientras el calor abrasador de mis lágrimas marcaba una ruta por mis
mejillas húmedas.

—Es sólo un sueño —Me tranquilizó Anderson mientras sus manos


enmarcaban mi rostro y me obligaba a verlo—. Sólo un sueño, pequeña loba.

Aquel maldito y estúpido apelativo cariñoso se coló con rabia en mi torrente


sanguíneo y arremetí con rabia, el miedo que había en mí necesitaba encontrar
una salida rápida.

—No soy tu maldita pequeña loba —dije—. ¡No lo soy, idiota!

Jadeé, y mi cuello se quebró cuando la palma de la mano de Anderson golpeó


mi mejilla y mi cara se inclinó hacia un lado. El agudo pinchazo rompió el
caparazón que aprisionaba mi cordura y se me escapó un sollozo.

Como si quisiera jugar, su enérgico enfado por mi arrebato desapareció y


tiró de mí hacia su regazo. Sus brazos me envolvieron protectoramente mientras
empezaba a mecerme con suavidad.

—Shh —Le susurró contra el cabello—. Cálmate.

Me aferré a él como si pudiera salvarme, como si pudiera cambiar mi pasado


y darme una vida diferente.

—Lo siento —Hipé—. No quería decir eso.

Asintió.

—Lo sé, igual que yo no quería hacerte daño.

Una vez más me quedé perpleja ante sus diferentes estados de ánimo.
Anderson sí quería hacerme daño, hasta tal punto que sería la última persona que
verían mis ojos.

—Pero lo haces, Anderson. Una y otra vez.

No me contestó, prefirió guardar silencio y no conceder claridad a mi


confusión.

—¿Cuál era tu sueño?

Me puse rígida y me giró para que siguiera en su regazo, pero de frente a él.
Aún estaba oscuro y me encontraba en la cama de Anderson. Me había desmayado
después de que tanto Anderson como Robbie me hubieran follado hasta dejarme
inconsciente, y cuando mi visión se aclaró no pude evitar sonreír suavemente al
ver el cabello revuelto de Anderson y el pliegue creado por una arruga en la
almohada que recorría su mejilla izquierda.

Rastreé con el dedo la marca inducida por el sueño y suspiré.

—Esto —susurré—. Así es como quiero imaginarte siempre. Sin barreras.


Eres tú, libre de las obligaciones que te impones.

Me miró fijamente, pero no hizo ademán de moverse ni de apartarme.

—Este es tu verdadero yo, Anderson Cain.

—¿Y cuál es tu verdadero yo, Kloe Grant?

Sonriendo de nuevo, le pasé el pulgar por el ojo, limpiando la pequeña


cantidad de sueño que se había acumulado en la esquina.

—Mi verdadero yo vino a saludarme anoche.

Su ceño se frunció y suspiró como si esperara mi respuesta pero se negara


a creerla.

—No estoy tan convencido.

—Pues deberías estarlo. No sé cómo puedo hacer que me creas.

Me pasó ambos pulgares por los labios, manchando la humedad de mis


lágrimas que se habían acumulado en el rubor de mis mejillas.

—Dime qué sentiste anoche cuando te corté. Cuando Rob y yo te follamos.

Pensando en cómo describirlo, todo lo que pude decir fue:

—Me sentí libre.

Una sombra se filtró en sus ojos y parpadeó. Asintió bruscamente y me


levantó de sus rodillas, dejándome suavemente sobre la cama. Sin decir nada más,
salió de la habitación y me dejó mirándolo fijamente.

No entendía qué había dicho mal. Había sido todo lo sincera que pude,
sintiendo que era importante para él. Quizá me había equivocado. Tal vez mi
reacción a lo ocurrido la noche anterior fue “equivocada”.

Anderson reapareció minutos después con una taza humeante. Asintió


cuando me la tendió.

—Bebe. Es de limón y jengibre. Te aliviará las náuseas matutinas.

Pequeñas tonterías como esta me hacían quererlo aún más, el monstruo que
residía en él acobardándose ante el tierno hombre que sabía que podía dominarlo
si se lo permitía.
—Gracias. —Tomé un sorbo, sorprendida por lo mucho que me gustaba—.
Qué rico. —Le sonreí. Me estaba mirando, con una mirada suave en sus ojos que
era un espectáculo raro. No mucha gente le veía ese lado, pero yo sabía que era él
quien nunca se lo permitía. Anderson tenía que ser duro para protegerse, para
acorazarse de los horrores que le acechaban en la vida. Igual que yo, en realidad.

Volvió a acomodarse en la cama, apoyándose en el cabecero. Con cuidado,


para no derramar mi té, me movió hasta sentarme entre sus muslos con la espalda
apoyada en su pecho. Los dos estábamos desnudos, pero yo me sentía tan cómoda
como si mi piel desnuda estuviera cubierta de ropa.

—Cuéntame —Me ordenó en voz baja.

Tomé otro sorbo del té caliente y lo tragué para lubricar mi garganta reseca.

—¿Podemos intercambiar? ¿Yo comparto contigo y tú compartes un trozo de


ti después?

Inspiró largamente por la nariz, pero lo sentí asentir detrás de mí. Me rodeó
con los brazos y me acercó el vaso a la boca.

—Bebe. Te ayudará.

Hice lo que me había dicho y volví a beber, relajándome al sentir el cálido


goteo en mi vientre mareado.

—Creo... creo que era un recuerdo, no un sueño.

Permaneció en silencio, esperándome pacientemente.

Me estremecí y él rodeó mis piernas con las suyas. Sus brazos y sus piernas
me protegieron y me sentí lo bastante segura para continuar.

—Tenía hambre. —Mi estómago se revolvió como si el recuerdo cobrara vida,


así que bebí otro sorbo para calmarlo—. Mi madre estaba sentada en una vieja silla
en un rincón del ático, y Brian se sentó a mi lado en la cama. Tenía chocolate y
una lata de gaseosa. —No recordaba de qué marca era, y por alguna razón eso me
enfurecía—. Estaba enfadado conmigo. —Parpadeé, intentando recordar por qué—
. Creo que quería algo a cambio de las golosinas. Y yo no...

Sacudí la cabeza, con la piel de gallina al darme cuenta de lo que quería de


mí.

—Vamos —Me instó Anderson—. Tienes que sacarlo, Kloe. O te perseguirá


para siempre.

Exhalé un suspiro restringido.

—No abriría las piernas —susurré.


Un leve gruñido, el feral que solamente Anderson perfeccionaba, resonó en
él, y su agarre se tensó aún más.

—Mi madre... —Incliné la cabeza, concentrándome en el recuerdo—.


También estaba enfadada. Pero creo que lo entendía. Me miraba y juro que vi
compasión en sus ojos. —Me encogí de hombros—. No estoy segura de si eso es
una parte corrupta del recuerdo, pero no lo creo. Se levantó de la silla y vino hacia
nosotros.

Tragué la bilis que me subía lentamente por la garganta y bebí otro trago
para guiarla hacia abajo.

—Se puso de rodillas delante de Brian y empezó a desabrocharle los


pantalones. Y dijo: Déjala hoy, Brian. Yo compraré la comida.

Me dolía el pecho de tristeza y tragué saliva.

—Me comí la comida y me bebí la gaseosa mientras ella le pagaba a Brian


con una mamada.

Anderson permaneció en silencio detrás de mí mientras ambos tratábamos


de encontrarle sentido. No estaba segura de si alguna vez lo entendería.

—¿Crees que te estaba protegiendo? —preguntó.

—No lo sé. Quizás. O tal vez no podía soportar mis lloriqueos.

Resopló, comprendiendo el humor enfermizo de mi afirmación.

—Entiendo cómo se siente.

Jadeé, y juguetona y ligeramente le di una palmada en el brazo.

—Descarado. No soy tan mala.

—No sé. —Sonrió satisfecho—. Sí que gimes bastante.

Me acerqué a la mesita de noche y dejé la taza en el suelo. Me giré para


mirarlo de rodillas y lo fulminé con la mirada.

—Te encanta hacerme gemir. —Le guiñé un ojo y su brillante sonrisa hizo
que mi corazón tartamudeara.

Su sonrisa se desvaneció cuando tomé su polla semidura en mis manos.


Incluso blanda, Anderson era grande y grueso, llenando mi palma con su tamaño.

Aspiró aire entre los dientes y sus ojos se oscurecieron al mirarme.

Lentamente, acaricié su polla con la mano, disfrutando de la sensación de


que se endurecía bajo mi agarre. Lo tengo duro. Por mí. Fue mi tacto lo que lo
excitó. Mis caricias lo excitaron.
Nuestras miradas se clavaron mientras lo follaba con el puño, el suave
movimiento hizo que su mandíbula cayera para acomodarse a la rapidez de sus
pantalones.

—Kloe —susurró—. Pequeña loba.

El dolor de su voz me hizo inclinarme hacia delante y apretar mis labios


contra los suyos. Me besó, pero las veces anteriores que nuestros labios se habían
encontrado, el beso había sido frenético, desesperado y áspero. Sin embargo, esta
vez fue suave y delicado, tan lleno de adoración que no pude evitar que el corazón
me oprimiera la caja torácica.

Gemí débilmente cuando me pasó las manos por el cabello y lo alisó con sus
largos dedos.

Mis besos abandonaron su boca y los pasé suavemente por su mandíbula,


bajaron por su garganta y recorrieron las duras llanuras de su pecho. La tenue
capa de cabello me hacía cosquillas en la barbilla cuanto más bajaba, y cuando
pasé la lengua por su polla, me apretó con fuerza el cabello.

—Sabes tan bien —murmuré mientras acariciaba la cabeza de su polla con


la lengua, recogiendo el regalo que me había hecho.

Él gimió cuando enfundé los dientes detrás de mis labios y penetré hasta el
fondo. La saliva me llenó la boca cuando mi garganta luchó por acomodarse a su
longitud, y sentí una fuerte arcada cuando sus manos se agarraron a mi cabello y
me agarró el cuello, empujándome hacia abajo hasta que sentí que la bilis me
cubría la boca.

Al apartarme, su mirada se clavó en la saliva que iba de mis labios a su


polla, y el brillo perverso de sus ojos me hizo palpitar.

—Chúpamela hasta que me corra en tu sucia boquita.

La excitación se apoderó de mí y accedí al instante a su petición, subiendo


y bajando por él hasta que no supe si debía chupar hacia arriba o hacia abajo. Me
alimenté ávidamente de él, del sabor agridulce de cada gota de esperma que me
tentaba a ir más fuerte y más rápido. Cuando sentí que su polla se hinchaba
preparándose para su eyaculación, metí un dedo bajo su culo y se lo hundí hasta
el fondo.

Se sacudió y expulsó su semen en mi boca mientras yo lo acariciaba


suavemente. Echó la cabeza hacia atrás y vi con asombro cómo se le abría la boca,
se le cerraban los ojos y se le escapaba un grito silencioso.

—Y me dices que no eres una pequeña loba. —Soltó una risita cuando
recuperó el aliento. Su sonrisa era cegadora, la gratificación que ahora lo recorría
lo hacía relajarse y abrirse.
Me reí.

—No vas a soltar ese maldito nombre, ¿verdad?

Negó lentamente, la picardía de sus ojos centelleándome.

—No.

—Bueno, si yo soy la pequeña loba, ¿en qué te convierte eso a ti?

Sus labios se curvaron en la sonrisa más letal de la historia y me recorrió


un escalofrío. Se inclinó hacia delante y me besó tiernamente en la frente.

—Eso me convierte en el lobo feroz, nena.


Nueve
Anderson
—Tu turno.

Su dulce voz y la tristeza de sus ojos me enfurecieron. No sabía muy bien


por qué, pero no podía apagar el calor de la furia con su suave petición. Mis
emociones estaban por todas partes. Nunca había tenido que pensar en nadie más,
solamente en mí, y ahora que mi vida incluía a Kloe -y a mi hijo- me costaba seguir
la pista de cada pensamiento y estado de ánimo contradictorios que me inundaban.

—No creo que estés en posición de exigir nada, Kloe.

Parpadeó, dolida y aturdida por el tono de mi irritación y, muy


probablemente, por mi severo cambio de humor.

—Me lo prometiste.

—No. —Le tomé la barbilla con los dedos y la miré fijamente, apretándola
hasta que vi una mueca de dolor en sus ojos—. Asentí. Un asentimiento no es la
confirmación de una promesa.

—¿De qué tienes miedo?

Me reí, sacudiendo la cabeza ante su ingenuidad.

—¿Miedo? Oh, no tengo miedo, es sólo que no estoy seguro de que compartir
historias entre nosotros vaya a cambiar nada.

—No cambiará nada, pero quiero compartir algo, lo que sea, contigo. Quiero
aprender, Anderson. Quiero entender.

—Crees que tenemos una conexión, pero no es así. Yo soy yo. Y tú eres tú.
El romance no nos unió, Kloe, ni tampoco el destino. Tienes la estúpida idea de
que todo tiene una explicación.

—La hay —susurró ella—. Es la única manera de explicarme algo a mí


misma.

—Entonces eres una maldita tonta.


—Posiblemente. Sí. Pero cómo explicas lo que nos unió. Ninguno de los dos,
para empezar, tenía idea de las similitudes...

—¿Similitudes? —Me burlé—. ¿Quieres decir que los dos estábamos jodidos
desde niños?

Se estremeció. Odiaba estar haciéndole daño, pero no podía detener cada


palabra viciosa que salía de mí.

—Que los dos fuimos inmovilizados y sangramos por pollas y dolor.

—¡Basta!

—¿Que los dos éramos putas para la misma gente que se suponía que debía
criarnos?

—¡PARA!

Intentó golpearme, pero la agarré de la muñeca y tiré de ella hacia mí,


acercando su rostro al mío.

—Acéptalo. Eres una puta, Kloe. Me lo has demostrado una y otra vez. Te
has apresurado a abrirme las piernas. Es tan fácil para mi polla deslizarse dentro
de ti.

—¿Por qué te comportas así? —sollozó, las rápidas lágrimas que corrían por
su rostro me apuñalaron el corazón y me hicieron sangrar por su dolor—. Sé que
me amas, Anderson. Sé que lo haces.

—¡Estúpida!

Sus ojos acuosos se fijaron en mí y el abatimiento que brotaba de ella me


envolvió.

Tomé su mejilla con la palma de la mano y finalmente bajé la voz.

—Esto que siento no es amor. No es suave. No es romántico. No inspira el


alma. Es violento. Es furioso. Una tormenta de rabia que me quema hasta el alma,
Kloe. Y duele. Es una puta agonía.

Su mirada se suavizó y sus labios esbozaron una sonrisa. Su reacción me


desconcertó, me confundió. No entendía qué encontraba tan agradable en mi
afirmación.

—Y dices que no me amas —susurró—. El amor no es suave. No es


romántico. Pero cuando es furioso y envolvente, entonces es el único tipo de amor
que está bien. Tiene que ser una furia que devore cada parte de ti, Anderson. Tiene
que ser jodidamente doloroso. Porque es doloroso. El amor es jodidamente
agonizante.
Fruncí el ceño. Se me secó la garganta y me costó tragar. Kloe me miró, con
esa puta sonrisa suya que embellecía aún más su bonito rostro. Incapaz de
resistirme, tomé su mano y la apreté contra mi pecho. Ambos sentimos el latido
como si nos perteneciera.

—¿Crees que me queda algo aquí para amarte? ¿Crees que soy siquiera
capaz de amar?

—Sé que lo eres, Anderson.

—Yo…

Ambos dimos un respingo cuando la puerta del dormitorio se abrió de golpe


y la silueta de Robbie formó una escultura negra sobre el fondo brillante del pasillo.
Parpadeé cuando no se movió, desconcertada por su repentina entrada.

—¿Rob?

La respiración de Kloe se entrecortó, y muy lentamente desenroscó las


piernas y se levantó de la cama.

—¿Anderson? —Su voz era tranquila y vacilante mientras ambos mirábamos


fijamente hacia Robbie.

Cuando finalmente cayó de rodillas, Kloe cruzó la habitación. Al instante lo


subió a su regazo y le acercó la cara a la suya.

—Llama a una ambulancia —gritó—. Anderson, llama a una ambulancia. —


Sus ojos encontraron los míos, sus lágrimas brillando en la suave luz que ahora se
derramaba en la habitación—. Lo han apuñalado.
Díez
Kloe
Llevábamos horas sentados en la lúgubre y antigua habitación del servicio
de urgencias del hospital, donde nos habían recibido cuando el sol se abría paso a
través del cielo negro. Anderson no se había movido de su sitio junto a la ventana,
la vieja y decrépita silla en la que estaba sentado luchaba por contener su enorme
cuerpo.

No me había dirigido la palabra mientras esperábamos noticias de Robbie.


Ni siquiera me había reconocido. Quería ayudarlo, abrazarlo y calmar la agitación
que se extendía por él como un reguero de pólvora.

—¿Quieres beber algo? —volví a preguntar, harta de escuchar el sonido de


mi propia voz. Y una vez más me encontré con el silencio.

Exhalando un suspiro, decidí estirar las piernas e ir en busca de una


máquina expendedora. Justo cuando mi mano se apoyaba en la manija de la
puerta, Anderson habló por fin.

—No pienses en huir, pequeña loba.

No estaba segura de si era la ira lo que me dominaba, o la frustración.

—¿Me estás tomando el pelo?

—No. —El tono de su voz era tan distinto al del hombre junto al que me
había despertado; era agudo, áspero y grave, un gruñido de hielo que hizo que me
dolieran los oídos. El Anderson cariñoso y suave había desaparecido, sustituido
por una personalidad que me confundía. Aún no lo conocía, pero tenía la sensación
de que no me iba a caer muy bien.

—¿No has aprendido nada? ¿No has escuchado ni una palabra de lo que te
he dicho? ¿Las cosas que te he dicho?

Sus ojos se movieron lentamente hacia mí. La fría y profunda hostilidad que
había en ellos me dejó sin aliento.

—Huye, Kloe, y te prometo que, cuando te encuentre, te arrancaré cada puto


centímetro de piel de tu cuerpo.
No pude contener el jadeo mientras mi corazón me atravesaba de dolor.

—¿Por qué me culpas de esto? No le hice daño a Robbie. No lo haría. Me


agradaba.

—¿Te agradaba? —escupió—. ¡No está jodidamente muerto!

—¡No quise decir eso!

Sabiendo que no conseguiría nada mientras estuviera tan cerrado, apreté


los dientes y abrí la puerta de un tirón, dejando que el cabrón gruñón se cociera a
fuego lento en su propia amargura.

El pasillo era un hervidero, muchas enfermeras, médicos y gente corriendo


a mi lado. Tratando en vano de encontrar un hueco entre el tráfico de cuerpos, me
metí en la corriente y me moví con el río de gente apresurada.

Por suerte, a la vuelta de la primera esquina había una máquina que


distribuía bebidas calientes. Había una pequeña cola y me coloqué detrás de una
mujer pelirroja que hablaba apresuradamente por teléfono. Me cerré a su
conversación cuando empezó a discutir con quienquiera que estuviera al otro lado.
Sólo quería algo alegre en lo que centrarme, algo que me hiciera sonreír. Pero la
vida era sombría y empezaba a pensar que mirara donde mirara nunca encontraría
ese rayo de sol que había estado buscando desde que era pequeña.

—¿Kloe?

Me giré y mis ojos se abrieron de par en par al ver al hombre que se había
colocado en la cola detrás de mí.

—¿Ben?

Me sonrió y me abrazó.

—Joder, qué pequeño es el mundo. —Se rió mientras le devolvía el abrazo


con la misma fuerza.

Sujetándome por los brazos, se echó hacia atrás y me estudió.

—¿Cómo estás? ¿Qué haces aquí?

—Estoy.... —Decidiendo dejar la primera pregunta, pasé a la siguiente—.


Han traído a un amigo. Tú, ¿estás bien?

Asintió.

—Sí. Anoche trajeron al hermano de Jenny. —Miró a su alrededor—. Acaba


de ir a buscar a un médico.

—Nada grave, espero.

Se encogió de hombros, una expresión de preocupación cruzó su rostro.


—Lo apuñalaron.

No. No podía ser. Solamente era una coincidencia.

—Oh. Umm, mi amigo también fue apuñalado.

Ben frunció el ceño, inclinando la cabeza.

—¿Robbie McMahon?

No. Oh, Dios. La rabia me inundó y mi cuerpo se estremeció mientras


intentaba controlar el temblor de mi mandíbula.

—Sí. Ehh. ¿De qué conoces a Robbie?

—Nos hicimos amigos el año pasado. Así conocí a Jenny. A través de él.

Las lágrimas quemaron la parte posterior de mis ojos y el vómito se retorció


en lo profundo de mi estómago.

—Yo, uhh. Necesito un poco de aire. Vendré a buscarte más tarde...

Ben asintió, frunciendo el ceño con preocupación, pero no impidió que me


fuera.

Todo se nubló en mi visión mientras me abría paso entre la gente para salir,
mi mente daba vueltas, y cuando el aire fresco me golpeó al atravesar las puertas
principales, me apresuré a doblar una esquina y vomité lo poco que tenía en el
estómago.

Juré que había vomitado el corazón junto con toda la devastación que me
ahogaba.

Me estremecí cuando unas manos me recogieron el cabello y me lo apartaron


de la cara. Sin embargo, cuando me giré, esperando encontrar a Ben, me invadió
una rabia cruda al ver que Anderson me miraba sin comprender.

La sorpresa cubrió su rostro cuando me giré y le di una bofetada. Pero eso


no fue suficiente, no podía serlo. Mis puños le golpearon la cara, el pecho, el
estómago y le llovieron golpes tras golpes. Le grité, mi ira se apoderó de mis
palabras y las convirtió en un amasijo de sílabas.

—¡Maldito bastardo! ¿Cómo has podido? ¿Cómo pudiste hacerme eso? ¿A


Ben?

Al darse cuenta, sus ojos se abrieron de par en par. Debería haber sabido
que Ben y su prometida estarían aquí, sobre todo porque era la maldita hermana
de Robbie.

—¿No pensaste que descubriría lo que has hecho? —No me importó, ni sentí,
sus dedos que ahora habían encontrado mi garganta mientras me empujaba contra
la pared para contenerme—. Le tendiste una trampa. ¿Por qué? Ben no tiene nada
que ver con esto. ¿Por qué hacerle daño?

—¡Te sugiero que te calmes de una puta vez!

—¿Que me calme? ¿Cómo pudiste hacer esto? Esto está mal a muchos
niveles, Anderson.

—¿Crees que me importa? —escupió—. ¿Crees que me importa tu estúpido


y jodido ex? Su vida no me importa, sin embargo, también necesitaba un plan de
respaldo, por si acaso se te ocurría hacer alguna tontería.

—Así que plantaste a Robbie en su vida, ¿para qué? ¿Para encontrarme?


¿Para sobornarme? ¿Para hacerme daño?

Se encogió de hombros, la sonrisa de suficiencia en su rostro hizo que


quisiera volver a vomitar.

—Un poco de cada una.

La tristeza me envolvió, me dejé caer contra la pared y sacudí la cabeza.

—He intentado con todas mis fuerzas encontrar al hombre bueno que vive
dentro de ti, Anderson. Pero ya ni siquiera estoy segura de que haya uno.

—Me alegro de que de repente todo se aclare para ti —arremetió, con un


destello de lo que parecía dolor reflejado en sus ojos.

—No creo que nunca haya estado más claro. Y pensar que estaba empezando
a considerar meter a mi bebé en esto.

Su rostro palideció y entrecerró los ojos.

—¿Qué carajo significa eso?

—¿De verdad crees que podría someter a un niño a esto? ¿A ti? Eres más
que malvado, Anderson. No mereces ser padre, no mereces que un niño te quiera.

El dolor que lo dejó en un soplo de hielo me desconcertó. No había más que


odio y codicia en él. No le importaba a quién hería para conseguir lo que quería. La
empatía había abandonado a este hombre hacía mucho tiempo y en su lugar no
había más que rencor calculado y crueldad narcisista.

Soltando su mano de mi garganta, tragó saliva.

—Robbie está despierto.

Parpadeé, aliviada, incluso después de todo el dolor y la rabia que sentía por
Anderson y Robbie.

Retrocedió un paso y me miró fijamente, con el brillo habitual de sus ojos


verdes invadido por la tristeza.
—Vete a casa, Kloe.

No me lo esperaba y abrí los ojos.

—¿Qué?

—Vete a casa. —Su pecho se hinchó—. Robbie estará bien. Tú, por el
contrario. —Sacudió suavemente la cabeza, tragó un poco de aire, se dio la vuelta
y se alejó lentamente.

Y, con la misma lentitud, yo también me di la vuelta.


Once
Anderson
—Así que. —Robbie me miró con el ceño fruncido. El cansancio en sus ojos
aumentó la ira dentro de mí que había estado burbujeando desde que el cabrón de
mi padre había clavado una navaja en el estómago de mi mejor amigo—. ¿La dejaste
marchar sin más?

—No quiero hablar de eso, Rob.

—¿Me estás tomando el pelo? —Hizo una mueca de dolor cuando la ira le
atravesó el estómago. Se movió para ponerse más cómodo y me miró fijamente—.
Esto es por lo que has estado viviendo, durante tanto tiempo. Y ahora que por fin
lo tienes, ¿lo dejas escapar?

—Sí —siseé—. Sí, lo dejo escapar. La dejé ir.

—¿Por qué? —Se calmó, suspirando y mirándome con una expresión que no
me gustó.

—No me compadezcas, Rob. No puedes entenderlo.

—Pues explícamelo.

Me froté la cara con las manos. Estaba muy cansado. El fracaso me pasaba
más factura que la lucha por la venganza. No había dormido desde que había
dejado de lado a Kloe hacía cuatro días, para matar a lo único en este mundo que
era capaz de amar. Sus palabras no podían haberme dolido más que si me hubiera
clavado una puta estaca en el corazón. Porque tenía razón. No merecía el amor de
un niño. Y la verdad fue lo que finalmente me crucificó. Traer un bebé inocente a
este maldito mundo malvado era más que irresponsable, no es que alguna vez me
importaran las responsabilidades. Sin embargo, esta sí, con todo mi corazón.

—¿Qué carajo estoy haciendo? ¿Por qué estoy tan empeñado en vengarme
cuando la venganza es lo que me persigue?

—No estoy hablando de venganza —dijo en voz baja—. Hablo de felicidad.

Lo miré fijamente, sus estúpidos acertijos no tenían ningún maldito sentido.


—La tenías en la palma de la mano, Anderson. Kloe. Una familia. Una puta
vida. Y le diste la espalda como si no significara nada para ti. ¿Crees que no lo veo?
¿Lo que te ha hecho tener a Kloe en tu vida? ¿Para ti?

—Nada de esto se trata de felicidad. Nunca lo fue.

Se burló, sacudiendo la cabeza.

—Quieres vengarte de tu padre. Lo entiendo, de verdad. Pero ¿crees que


lastimar a Kloe, matarla delante de él, te dará esa venganza?

—Sí —respondí con sinceridad—. Sí, lo creo.

—Eres más tonto de lo que pensaba, Anderson Cain. —Resopló—. Hay dos
opciones. Una, sí, adelante. Secuestra a Kloe. Hazle daño. Hazla pagar por haberte
arrebatado el amor de tu padre. O —levantó una ceja—, acepta que esa mujer, y
tu bebé, pueden hacerte feliz. Demuéstrale a ese hijo de puta tu felicidad.
Demuéstrale que lo que hizo no pudo matarte por dentro. ¿Felicidad u odio,
Anderson? Yo sé qué carajo elegiría.

Me dejé caer contra la silla. No podía ser tan fácil. Después de todo, la
venganza no podía ser tan sencilla.

Tuve que admitir que tal vez Rob tenía razón. Mi padre había amado a Kloe,
aunque hubiera tenido una forma enfermiza de demostrarlo. Ella era la niña
perfecta que él siempre había querido. Sin embargo, ¿podría la venganza ser tan
fácil como mostrarle que Kloe me amaba? ¿Que era mía? ¿Que me había dado un
hijo? ¿Y a ella misma? Cuando todo lo que hizo fue huir de él.

Odio o felicidad.

¿Podría ser feliz? ¿Acaso me lo merecía? Sabía la respuesta, pero eso no me


impedía preguntarme y esperar.

—Es demasiado tarde —susurré—. Y aunque no lo fuera, nunca podré


perdonar las cosas que le he hecho. La lastimé de muchas maneras, Rob. —
Suspirando, cerré los ojos—. Sí, podría llevármela, hacerla mía. Pero entonces,
¿qué sentido tiene? Si quiero ser feliz, la única forma de conseguirlo es que Kloe
esté conmigo porque quiere, no porque no tenga elección.

—¿La amas?

Parpadeando, negué.

—El amor ni siquiera entra en esto. No soy capaz de toda esa puta mierda.

—¿Pero ella te haría feliz?

Ni siquiera tuve que pensarlo. Asentí.


—Ella lo hace. Aunque no entiendo por qué. Ella me calma, Rob. Ella calma
la incesante y sangrienta rabia que siempre se retuerce dentro de mí. Es como si
viera el dolor de mi alma y lo curara. Pero entonces tengo que recordarme a mí
mismo por qué estoy haciendo todo esto, y entonces me enfado tanto con ella. Tiene
la capacidad de masacrarme, pero es la única que puede devolverme a la vida.

Rob abrió la boca, pero antes de que ninguna palabra saliera de él, Jenny,
su hermana, entró.

—Hola, chicos.

Rob sonrió, la adoración que sentía por su hermana me hizo doler aún más.
Me había perdido muchas cosas. Judd se había perdido una vida normal. La
familia. Esa palabra significaba tantas cosas diferentes. Lo que debería significar,
y lo que significaba para mí.

El dolor, la rabia, incluso la pena que vivía dentro de mí nunca pudo


aferrarse a nada con sustancia. Siempre estaba ahí, bajo mi piel, arañando y
mordiendo mi cordura, pero parecía que nunca podía aplacarlo hiciera lo que
hiciera.

Había pensado que traer a Kloe a la venganza que tan desesperadamente


deseaba contra mi padre habría frenado ese sentimiento perdido, pero no fue así.
Solamente me había confundido aún más, las distintas emociones que sólo ella
podía hacerme sentir hacían que mi objetivo pareciera aún más inalcanzable.

Sin embargo, ahora tenía que pensar en el objetivo final. ¿Qué quedaría
cuando matara a Terry? Sí, el agujero dentro de mí se llenaría, pero ¿después qué?
Ni siquiera podía imaginarme la vida después de su muerte. Cuando todo acabara,
¿qué parte de mí podría empezar por fin?

Pero entonces, tener a Kloe y a mi hijo, una familia, sólo podía llenar mi
mente de tantas cosas para el futuro. La vida. Vacaciones, Navidad. Felicidad.
Despertar cada mañana con el rostro de Kloe y la risa de mi hijo parecía intocable.

¿Pero lo era?
Doce
Kloe
Ben me sonrió cuando le pasé su bebida.

Habían pasado dos semanas desde que me alejé de Anderson, o mejor dicho,
desde que él me obligó a alejarme.

Ben y yo habíamos mantenido un contacto constante desde el hospital, y


ayer me había llamado, con el corazón roto, después de que Jenny cancelara su
boda. Sorpresa, sorpresa. Ahora que ya no lo necesitaba, la zorra sin corazón no
tuvo ningún problema en deshacerse de Ben más rápido de lo que se había bajado
las bragas por él.

Ben, obviamente, estaba devastado. No tenía ni idea de lo que había hecho


mal, y yo me debatía entre decírselo o no. Sin embargo, no era culpa suya, y no
estaba segura de si decirle que Jenny lo había abandonado y ni siquiera lo había
querido en primer lugar aliviaría sus heridas o las empeoraría.

Así que, mordiéndome la lengua, me senté frente a él en el club al que


habíamos decidido ir y le apreté la mano.

—La superarás, Ben. Puede que ahora no lo parezca, pero puedo prometerte
que estarás mejor sin ella.

—¿Cómo puedes decir eso, Klo? Ni siquiera la conoces.

—No, no la conozco. Pero conozco su tipo. A mis ojos nadie será lo


suficientemente buena para ti de todos modos. Pero soy parcial.

Eso lo hizo sonreír; sus ojos se ablandaron en mí mientras daba un largo


trago a su vodka.

—Así que, cambio de tema. Deprisa. Dime algo que me distraiga de ella.

Tosiendo para aclararme la garganta, sonreí.

—Juguemos a algo.

Levantó las cejas y me miró fijamente, pero asintió.

—Adelante.
—Es un juego de adivinanzas. Adivina lo que intento decirte sin que yo use
palabras.

Me miró perplejo un segundo, pero me hizo un gesto para que continuara.

Levanté mi trago de zumo de naranja.

Frunció el ceño, negando.

Me senté en la silla y apoyé las manos en el estómago.

Seguía completamente perplejo. Hasta que acuné a un bebé invisible en mis


brazos.

El reconocimiento ensanchó sus ojos y la sorpresa hizo que se le cayera la


mandíbula.

—¡Joder! ¿Klo?

Tragué saliva, me chupé los labios entre los dientes y asentí.

La confusión de Ben se convirtió en deleite. La mayor sonrisa que jamás


había visto en su apuesto rostro estalló en sus facciones y se levantó de la silla de
un salto.

—Cariño. Me alegro muchísimo por ti.

Su abrazo fue cálido y reconfortante, su amor por mí se filtró en mi interior


y calmó el dolor de mi alma. Asentí contra él, incapaz de luchar contra las lágrimas
que se deslizaban por mi rostro.

—No puedo quedármelo —Le susurré al oído mientras seguía aferrándome


a él.

Se congeló contra mí y se echó hacia atrás. La tristeza se apoderó de la


euforia anterior, humedeciendo sus propios ojos. Solamente Ben sabía cuánto
deseaba tener un hijo, una parte de mí que me amara incondicionalmente, y una
parte de mí que amaría eternamente.

Richard había sido mi único amigo. Bueno, lo que yo creía que era un amigo.
Trudy también se había ido, y Dave también. Ahora no tenía a nadie. Y de repente
quise dejar salir todo. Retenerlo todo me estaba paralizando. Ben era el único que
alguna vez me entendería, y aunque nuestro matrimonio no había funcionado, yo
sabía que él me amaba, y yo todavía lo amaba. Siempre lo haría. Fue mi primer
amor, el hombre que me había tomado de la mano en la oscuridad y había
intentado ayudarme a salir del pozo en el que a menudo me encontraba. Aunque
no lo hubiera conseguido, no significaba que no lo quisiera por intentarlo.

—Háblame, Klo.
—No puede ser. —Volví a sentarme y di un largo trago a mi zumo, deseando
por Dios que fuera alcohol. Aunque no me iba a quedar con el bebé, no me parecía
bien ahogarlo en whisky—. La razón principal por la que te lo cuento es que
necesito que alguien me acompañe a la clínica. Me preguntaba... me preguntaba
si...

—Por supuesto que sí.

Asentí, ahora sin saber qué decir.

—Kloe —murmuró Ben—. Por favor, habla conmigo. Déjame ayudarte. Sea
lo que sea lo que está pasando...

—No puedo —Me ahogué—. Ni siquiera tiene sentido para mí.

—¿Y el padre?

—Él... no está. Ya no está.

—¿Pero lo sabe? —preguntó vacilante.

—Sí, lo sabe. Y sabe que yo… yo voy a matar al único hijo que probablemente
tendré

Ben se apresuró a rodear la mesa cuando me derrumbé. Se sentó en el banco


a mi lado, me cubrió el hombro con el brazo y me estrechó contra su pecho. Mis
lágrimas empaparon su camisa, mi rímel pintó el algodón azul pálido con rayas
negras. Ben no se preocupó. Me acunó, me hizo callar, me persuadió para que me
calmara.

—Cariño, por favor, no llores. Siempre he odiado que llores.

Lo miré desde donde apoyaba la cabeza en su fuerte pecho. La tensión se


acumulaba entre nosotros, el oxígeno del aire era escaso y sofocante. Durante un
largo momento, ambos nos perdimos en el azul de los ojos del otro, recordando y
luchando por distinguir los sentimientos que habían empezado a filtrarse en
nosotros.

Pero sabía que no era real. No podía serlo. Lo que sentíamos era necesidad
de compasión. Buscábamos apoyo y compañía, y negarnos a ver cuál era realmente
nuestra conexión sería letal.

Me aparté, pero sostuve su mano con fuerza entre las mías mientras me
secaba las lágrimas con la otra.

—Lo siento.

—No seas tonta. —Suspiró y me miró—. Necesito decir esto Kloe, o me


arrepentiré.

Asentí, preparándome para lo que venía.


—Lo que sea que haya pasado entre tú y el padre, no significa que no puedas
hacer esto por tu cuenta. Estaré ahí en cada paso del camino. Serás una madre
fantástica. Y lo que haya pasado en tu pasado, no infligirá el amor que tendrás por
tu propio hijo.

—Lo sé, Ben. No es por mi pasado, ni porque crea que no voy a salir adelante
sola. Hay tanto que no sabes, tanto que ni siquiera yo sé. No le encuentro sentido
a nada. Es todo tan difícil. Pero esto tampoco es culpa de mi bebé. Han pasado
tantas cosas y sé que meter a un niño en medio de todo esto está muy mal.

—Tienes razón, no es culpa del niño. Pero lo estás convirtiendo en su culpa.


Lo estás culpando de lo que está pasando. Es inocente en todo esto, Klo.

—Y por eso tengo que hacer esto. La inocencia es tan frágil, tan rompible. Y
prefiero morir a romper algo tan precioso.

—¿Pero interrumpirlo no es “romperlo”?

Todo era un lío. Y aunque Ben estaba siendo duro conmigo, sabía que
solamente intentaba que todo fuera mejor. Pero nadie podría mejorar esto. Estaba
todo tan jodido que no estaba segura de salir de esto en una pieza, y eso era lo que
me asustaba. Me aterrorizaba. Si yo rompía, o Anderson cumplía su promesa de
usarme para su venganza, entonces, ¿quién tendría a mi hijo? ¿Cómo sobreviviría?
Yo no tenía a nadie y Anderson estaba demasiado destrozado para cuidar de un
niño. Sin embargo, algo en el fondo de mi mente me decía que lo cuidaría, que lo
amaría. Tanto como yo.

Un niño era nuestra redención. Una oportunidad para empezar lo que otros
habían terminado para nosotros. Un propósito para todo este amor que llevábamos
dentro.

Sabiendo que no estaba llegando a ninguna parte, Ben sacudió la cabeza.

—Fin del tema. —Saltando y haciéndome sobresaltar, me agarró de la


mano—. Necesitamos un baile. Han pasado años.

Y eso fue lo que hicimos. Nos olvidamos de todo. Olvidamos la mierda que
era la vida.

Y bailamos.

Volver al trabajo fue como si nunca me hubiera ausentado. Three Ferns, la


residencia de convalecencia en la que había trabajado los últimos cuatro años, fue
mi diversión. Los pacientes eran de los más difíciles con los que había trabajado,
aparte de Anderson.
La mayoría iban desde depresiones graves tras sufrir un accidente, hasta
autolesiones que no encontraban otra forma de amortiguar el dolor que vivía en su
interior. Por razones obvias, conecté con estos casos más que con otros. Porque
comprendía lo que un simple corte en la piel podía hacer por el alma.

Hubo un tiempo en el que me había autolesionado a mí misma, en el que el


odio a mí misma me conquistó hasta que pude liberar parte de esa repulsión
contenida que siempre vivió dentro de mí.

Cuando Robbie y Anderson me habían cortado durante el acto sexual, me


habían sorprendido los diferentes sentimientos que me habían embargado. Un
simple corte no había liberado la tensión, sino que la había aumentado. Una sola
pasada de la cuchilla por mi piel me había consumido en sensaciones que hacían
que mi mente se estremeciera de éxtasis. Dolor + excitación = ¡Maldita felicidad!

La autolesión era una distribución del dolor completamente diferente. Yo era


una de las afortunadas, si es que se podía decir afortunada. Hacía mucho tiempo
que no me cortaba. Ahora solamente utilizaba la comida para consolar las
pesadillas que me atormentaban. Había atendido a muchos “comedores
emocionales” -como a las autoridades sanitarias les gusta que nos refiramos a los
comedores compulsivos, anoréxicos y bulímicos-, pero nunca me había encontrado
con un caso similar al mío. Bueno, todavía no.

—¿Kloe? —Leroy, uno de mis autolesionadores recurrentes más antiguos,


me miró con el ceño fruncido—. Debo decir que es agradable tenerte de vuelta, pero
sigo echando de menos esa sonrisa tuya.

Le dediqué una sonrisa, sacudiendo la cabeza para distribuir mis


pensamientos.

—Lo siento, Leroy. Hoy estoy cansada.

—¿Cansada? —Se rió—. ¿Después de las largas vacaciones que has tenido?

Quise burlarme.

—Por las largas vacaciones que tuve. —Le guiñé un ojo.

Leroy era el guitarrista principal de un grupo de rock de fama mundial. El


estrés de estar en el escenario le resultaba sofocante, y su única liberación era
cortarse y drogarse. Sabía que había otros factores en su SH (autoagresión), pero
los había enterrado tan profundamente que, incluso después de ocho meses
entrando y saliendo de Three Ferns, yo seguía intentando descubrirlos.

—¿Te apetece dar un paseo?

—Claro. —Sonreí, agradecida por su necesidad de un poco de aire fresco.


Él sonrió, asintiendo mientras se levantaba de la enorme y mullida silla que
tenía en su habitación. La llamaba su “silla de escribir”. Era específica para su
petición, pero en Convalecencia Genesis se enorgullecían de satisfacer los deseos
de cada cliente.

Los puntos de sutura de su brazo tiraron y se estremeció.

—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algún analgésico?

Enarcó una ceja y puso los ojos en blanco. Lo seguí hasta su patio personal.
Pero hoy necesitaba más estímulos visuales, así que nos adentramos en los
jardines.

Los terrenos estaban divididos en seis zonas exclusivas, cada una rodeada
por un muro, cercos o árboles. La privacidad que proporcionaba cada uno de los
jardines le costaba a la empresa una pequeña fortuna. Pero eran una parte esencial
del proceso de curación.

Leroy se dirigió al jardín japonés, uno de mis favoritos y el más aislado;


altísimos árboles y varios cercos altos y recortados rodeaban cada pequeño rincón
privado de la sección oriental. Nos condujo a un banco situado a un lado de la
fuente, rodeado por un riachuelo, un puente diminuto y numerosos cerezos en flor.

—Tengo que decirte algo, Kloe.

Asentí, moviéndome en el banco para mirarlo y prestarle toda mi atención.

—Continúa.

Me dio la espalda y se concentró en la fuente. Tenía la sensación de que no


quería mirarme y recé para que por fin se abriera conmigo.

—Te he echado de menos. Frank está bien, pero no es el mismo. —Frank era
el terapeuta que me había sustituido durante mi ausencia. Era bueno en su
trabajo, pero oír eso de Leroy me hizo sentir un poco orgullosa de mí misma—. Me
hizo darme cuenta de que si quiero mejorar, solamente tú puedes ayudarme.

—Y tú —le dije—. Los dos podemos ayudarte, Leroy.

Se encogió de hombros, no estaba segur de si creía en sí mismo tanto como


yo.

—Lo que sea, pero... —Cerró los ojos y tragó saliva. Cuando me acerqué a
él, se apartó de mí y sacudió la cabeza—. Necesito hacer esto; tu compasión no
ayudará. Por favor, no lo hagas.

—De acuerdo.

Junté las palmas de las manos y las deslicé entre mis muslos, mostrándole
que no tenía intenciones de tocarlo.
Durante un largo rato se quedó sentado en silencio, observando el agua que
saltaba de la boca del gran pez de la fuente. Le permití que tuviera paciencia y me
quedé tan quieta como él.

Un escalofrío me recorrió la espalda y los vellos del cuello se me erizaron de


repente. Me di la vuelta, buscando compañía por la zona, pero Leroy y yo estábamos
solos. Lo atribuí a las hormonas del embarazo, di media vuelta y volví a esperar.

Y finalmente, tuvimos un avance.

—He hecho algo malo, Kloe.

Asentí lentamente, dejando los ojos fijos en los jardines.

—¿Sabes que lo que me digas, Leroy, queda completamente entre nosotros?


No consta en ningún registro, solamente en mi cabeza. No estoy obligada a
denunciar ningún delito, y no lo haré. Esto es entre tú y yo.

Asintió, tragando saliva mientras se pasaba la lengua por los dientes. Tenía
la cara pálida y parecía que iba a vomitar.

—Le hice daño a alguien. —Lo dijo con tal brusquedad que no pude evitar
estremecerme. Eso no era lo que esperaba.

—Bien. ¿Fue un accidente o algo planeado?

—Definitivamente planeado. —Se giró hacia mí—. Soy un drogadicto, Kloe.


Haría cualquier cosa por un poco, ya lo sabes.

—¿Así que hiciste daño a alguien para pagar drogas?

Entornó el rostro y meneó la cabeza en consideración a mi pregunta.

—Más o menos. Le debo mucho dinero a alguien. Hacer esto era la única
forma de saldar mi deuda.

—¿Esto?

—Esto —repitió. Tenía una mirada que me heló la sangre.

Cuando sentí movimiento detrás de mí, cerré los ojos y me di cuenta de qué
significaba exactamente “esto”.

—Lo siento mucho, Kloe —susurró Leroy antes de levantarse y alejarse.

—Hola, Samantha. —El tono suave de la voz de Terry Asher susurró en mi


oído.
Trece
Anderson
Robbie gruñó cuando lo ayudé a cruzar la puerta principal. Tenía un brazo
alrededor de mis hombros y una muleta bajo el otro.

—Joder —refunfuñó, la pérdida de independencia lo afligía más que el


dolor—. Ya estoy harto de esta mierda.

Me reí entre dientes, pateando a un lado la pila de postes que había sobre la
alfombra para que Robbie no resbalara.

—Dale tiempo, hombre. Va a llevar mucho.

Exhaló un suspiro mientras lo bajaba al sofá.

—Ya han pasado tres semanas; ya debería estar curándome.

La ira me hizo apretar los puños.

—No te preocupes, Rob. Tendrás tu venganza.

Frunció una ceja.

—Creía que Terry era tuyo.

Riendo a carcajadas, asentí y me dirigí a la cocina para prepararnos una


bebida.

—Lo es, pero te dejaré observar.

—Eres jodidamente generoso —gritó detrás de mí.

—Lo soy.

Después de pasarle el café fui a recoger el correo. Red bajó trotando las
escaleras, finalmente sintió mi presencia y la de Rob y decidió que valía la pena
echar un vistazo. Fiel a su estilo, uno de sus puntos fuertes, se subió suavemente
al sofá junto a Rob y le lamió la oreja.

Él la apartó, pero sonrió y empezó a acariciarle la cabeza. La quería tanto


como yo.
Las primeras cartas eran basura y, al tirarlas a un lado, fruncí el ceño
cuando vi un sobre marrón, acolchado pero fino, entre los habituales sobres
blancos.

Al abrirlo, me quedé viendo confundido mientras sacaba una memoria y un


grueso nudo de cabello largo y cobrizo.

Cada parte de mí se congeló de miedo. Me tembló la mano cuando tomé el


cabello y me lo llevé a la nariz. El aire salió disparado de mis pulmones y mi
mandíbula empezó a vibrar cuando el suave pero único olor a miel y coco -el
champú exclusivo de Kloe- golpeó cada uno de mis sentidos.

—¿Anderson? —Robbie también lo sabía, la forma cautelosa en que dijo mi


nombre me hizo temblar con más fuerza.

La rabia se apoderó de mí, mi corazón luchando para hacer frente a la


afluencia de adrenalina que elevaba mi sistema.

En silencio, tomé la computadora e introduje el USB. Mis manos temblaban


con más fuerza, mis dedos se cernían sobre el icono de reproducción. No quería
verlo, pero cada parte de mí me lo suplicaba.

La pantalla se oscureció cuando el vídeo se enfocó. Una mazmorra.

Se me cortó la respiración y mi corazón dejó de latir cuando apareció el


cuerpo flácido y desnudo de Kloe. Colgaba de una cadena, con los brazos estirados
y los dedos aferrados a los eslabones metálicos. La sangre le corría por el pecho y
el estómago, goteando por los muslos y las piernas. Le habían cortado el cabello y
unos rizos cortos y enmarañados le cubrían el rostro húmedo.

En lugar de sangre, en mi interior fluía hielo. Descargas de electricidad


golpearon mi corazón. Y pura furia sin diluir llenó mis pulmones en lugar de aire.

Robbie miró de la pantalla a mí, pero, sabiamente, no dijo nada.

Mi hermosa mujer parecía muerta. Y como si estuviera unido a ella pude


sentir lentamente como mi alma se desmoronaba y moría dentro de mí también.

—Sabe deliciosa. —La fría voz de Terry llenó los altavoces pero no apareció
en el vídeo—. Su sangre tiene un aroma exquisito, ¿no crees, Judd?

La sangre me llenó la boca y resbaló por mi barbilla cuando me mordí el


labio.

—Te estamos esperando, hijo. Ya sabes dónde encontrarnos. Y si no lo


haces... bueno, no tengo muchas esperanzas en nuestra dama.

—Ella es mía —gruñí cuando el vídeo terminó y me preguntó si quería


reproducirlo de nuevo—. Siempre fue mía, maldito cabrón.
—Anderson, ¿tienes idea de dónde están? —preguntó Rob con cautela, con
su propio miedo reflejado en su tranquila voz.

Me reí.

—Siempre lo he sabido.

Parecía desconcertado.

—¿Qué? ¿Pero por qué has esperado?

¿Por qué había esperado? Era una pregunta que me había hecho una y otra
vez.

—No importa. La espera ha terminado.


Catorce
Kloe
Mi bebé estaba muerto. Y por dentro, yo también lo estaba.
La sangre parecía brotar de cada centímetro de mí. Mi piel, mi vientre, mi
corazón. El dolor ya no formaba parte de mí. La nada se había apoderado de mí
hace días.
Anderson me había dicho que su padre me había amado. Qué equivocado
estaba. Como yo siempre le había dicho. Sin embargo, ahora era demasiado tarde
para que viera exactamente lo que su padre había pensado de mí.
Las horas se habían convertido en días, y los días en una semana. Sabía
que no saldría viva de allí, no ahora. La maldad de Terry se había transformado en
algo mucho más depravado. Creí que lo que me había hecho de niña no podría ser
superado. Qué equivocada estaba.
La orina resbalaba por el interior de mi pierna y la sensación del líquido
caliente entre mis piernas fue, durante un breve periodo, relajante, lavando la
suciedad y la sangre que apelmazaban mi piel dolorida.
Había tenido mucha hambre, pero el cansancio ahora se imponía a
cualquier otra cosa. De todos modos, no creía que mi estómago pudiera soportar
ahora otra cosa que ácido y bilis.
Como de costumbre, sonaba una música suave de fondo. Había sido una
constante desde que me desperté en esta habitación oscura y fría hacía muchos
días. Rezaba por que hubiera silencio, rogaba en silencio que mi mente escuchara
algo que no fueran las estúpidas piezas orquestales que plagaban mis horas de
vigilia, y ahora mis agitadas horas de sueño.
De vez en cuando, Terry me quitaba las esposas y me dejaba descansar unas
horas en el duro suelo de concreto, con los músculos tensos gritando de gratitud
y agonía. Pero hoy, una vez más, colgaba sin fuerzas de la cadena, con el cuerpo sin
nada más que agotamiento.
Había un charco de sangre seca y fresca debajo de mí, un amplio círculo de
líquido rojo en el que ansiaba acurrucarme para sentir calor y el más mínimo
indicio de suavidad. Resultaba tan atractivo frente a la dura extensión de gris, el
profundo tono de mi propia vida me tentaba más allá de todo.
La habitación tenía unos seis metros cuadrados de ladrillos y cemento.
En una esquina había una vieja cama individual de hierro y en una de las
paredes colgaban cadenas de varios tamaños. Gruesos lazos de metal estaban
sujetos a la pared y al suelo, con un trozo de cadena conectado a cada uno y un
brazalete conectado al extremo de cada uno. Unos desvencijados escalones de
madera conducían a una puerta por la que, esporádicamente, entraba Terry. No
había rutina en sus visitas, ni una secuencia regular para la que yo pudiera
prepararme. Venía cuando quería y solamente se iba cuando yo estaba más
destrozada que la vez anterior que había venido.
Sabía exactamente dónde estaba.
Y por qué estaba aquí.
La casa de campo de Dawson donde Anderson había sido rehén durante más
de veinte años era ahora el lugar donde moriría. Algo irónico, la verdad. Como
perseguido por alguna presencia paranormal, podía sentir el alma llorosa de Judd
Asher a mi alrededor, como si las paredes contuvieran los ecos de los gritos de aquel
muchacho y el suelo fuera una esponja que había absorbido sus muchas lágrimas.
Mi sangre se mezclaba ahora con la suya, y el infrecuente latido de mi corazón
jugaba en perfecta simetría con el de un fantasma.
La música se detuvo y me tensé en los grilletes. Sus pasos se hicieron más
fuertes y, si hubiera tenido fuerzas, habría levantado la cabeza y lo habría
fulminado con la mirada cuando su fría risita heló el poco aire que había en la
habitación. Los vellos de mis brazos se crisparon con fuerza y mi garganta, ya seca,
se hinchó, dificultándome la respiración.
—Buenos días, Samantha.
No podía darle una reacción. Estaba demasiado metida en los recuerdos
de mi mente como para plantearme siquiera responderle. En mi cabeza hacía calor;
un lugar soleado donde las campanillas se mecían con la suave brisa. Mi padre
estaba de pie ante mí, con los brazos extendidos y una amplia sonrisa que me
daba la bienvenida a su corazón. Aunque nunca lo había conocido, ni había
sabido nada de él aparte de las mentiras que me contaba mi madre, sabía en el
fondo de mi corazón que estaba muerto.
Sabía sin lugar a dudas que la única persona que podría haberme amado me
había sido arrebatada antes incluso de que tuviera la oportunidad de susurrar
sus palabras de amor en mi pequeño oído.
—Samantha —susurró mi padre—. Te he estado esperando por tanto tiempo.
Sonreí. La muerte estaba ahora tan cerca, tan real. Y supliqué por ella.
Supliqué a mi corazón que se detuviera, que se tomara el descanso que tanto
anhelaba, que cediera y nos concediera a mí y a mi padre el tiempo que nunca
tuvimos la oportunidad de tener.
—¡Samantha! —La voz de Terry se abrió paso entre mis súplicas y mi mente
se debatió en qué concentrarse. La vida o la muerte. La elección era fácil, pero
aceptarla era más difícil que dejarse llevar.
Un dolor golpeó mi mejilla y por fin abrí los ojos. No veía nada. Llevaba tanto
tiempo a oscuras que mis iris gritaron de dolor cuando una luz cegadora
irrumpió en la oscuridad.
Apretando los ojos una vez más, la oscuridad un alivio bienvenido, otra voz
trajo mi conciencia de golpe al frente.
—¿Qué carajo has hecho?
—¿Anderson? —Su nombre salió arrastrando las palabras y supe que no
me había oído. Pero Terry sí.
—Te he traído un regalito, Princesa.
Hubo un forcejeo y luego la despiadada mueca de Terry.
—Cuidado, Judd. Un simple intercambio. Ella por ti. Mantener las promesas
es algo que habría pensado que cumplirías. Parece que me equivoqué.
—Siempre prometí matarte —espetó Anderson. Quería que mis ojos
funcionaran. Quería ver su rostro, ver la furiosa tormenta en el fondo de sus ojos,
lo único que podía calmar la furiosa tormenta en mi interior. Pero la ceguera seguía
crucificándome.
—Y, sin embargo, aquí estamos —Se burló Terry—. Si quieres liberarla
entonces harás lo que te pedí, Judd.
Se hizo el silencio, pero estaba cargado de furia y tensión, ambos
hombres se negaban a retroceder. Quise decirle a Anderson que corriera, que se
fuera, pero sentí que algo lo retenía, algo de lo que no era consciente y que lo
ataba a la habitación conmigo.
El silencio se rompió cuando las cadenas y el metal se entrechocaron y cada
sonido punzante hirió mis sensibles oídos. Luché por bloquear el volumen después
de tanto tiempo sin oír nada más que música apagada y la voz de Terry, pero
entonces mis oídos se aguzaron con cada palabra pronunciada y mi cabeza se volvió
confusa.
—Tienes lo que quieres —habló Anderson—. Ahora déjala ir.
Se oyó una sonora carcajada que supe que provenía de Terry; nunca
olvidaría su sonido.
Intenté sacudir la cabeza. Sabía lo que estaba pasando. Anderson había
vuelto a ponerse las mismas cadenas que lo habían sujetado durante tanto tiempo,
solamente por mi libertad. Dijo que no me había amado. Y en eso también se había
equivocado.
—¿En serio crees que es tan fácil, hijo? ¿Tan fácil de olvidar?
—¿Olvidar? —Anderson se burló—. Nunca olvidaré lo que hiciste.
Luchaba con la luz para ver, pero era inútil. No había bordes borrosos, ni
contornos nebulosos en los que concentrarme. Había perdido la vista. No sabría
decir si se debía a la conmoción, al daño que me habían causado los crueles y
persistentes golpes de Terry o al hecho de que la negrura que me rodeaba se había
filtrado tanto en mi visión como en mi alma, pero sabía que nunca volvería a ver.
—Bien, esperaba que no lo hicieras —se burló Terry—. Algunas cosas
siempre merecen un recuerdo.
Aunque no podía ver, podía sentir cada fibra de Anderson. Podía sentir
cuando sus ojos se movían hacia mí, cuando el latido de su corazón
tartamudeaba, cuando se producía el ligero temblor de su respiración y cuando el
tacto de las cadenas sobre su piel lo fracturaba una y otra vez. Estaba tan en
sintonía con este hombre que sentía físicamente su mano deslizarse entre las
mías y sus palabras reconfortantes flotar en mi cabeza.
—Está bien, pequeña loba —susurró en mi cabeza—. Todo va a ir bien. Te
lo prometo. Confía en mí.
—Confío en ti.
Sin darme cuenta de que había hablado en voz alta, me sobresalté cuando
Terry me espetó:
—¿Qué carajos? Te has vuelto loca. No tardó mucho en romperse. Tiene el
coño muy apretado. Pero, de nuevo, estaba mucho más apretado cuando tenía
nueve años.
Las cadenas temblaron mientras el gruñido único de Anderson llenaba mis
oídos.
—Maldito enfermo.
—Ella siempre fue algo especial. —La voz de Terry empezaba a calarme hasta
los huesos, mi cuerpo temblaba de miedo, de odio, de la abrumadora necesidad de
matar—. Una niña mucho mejor de lo que tú nunca fuiste. Nunca dejaste de
quejarte por esto y aquello. Tan jodidamente cobarde. ¡Igual que tu madre!
—Vas a arder en el infierno —gruñó Anderson—. Y luego, cuando por fin
me reúna contigo, arrancaré cada trozo de carne carbonizada de tu cadáver
putrefacto y te enterraré en el horror muerto y putrefacto del que procedes.
—Mmm. —Terry se rio—. ¿Todavía crees que puedes mantener tu promesa
de matarme?
Esta vez fue Anderson quien se rio.
—Oh, definitivamente voy a romper mi promesa.
Terry vaciló y su respiración entrecortada me dijo que estaba tan confundido
como yo por la derrota de Anderson.
—¿Así que finalmente aceptas que no vas a matarme?
—Oh, lo acepté hace mucho tiempo. No será mi trabajo tomar tu último
aliento...
Se hizo un silencio embarazoso. Ladeé la cabeza, preguntándome si mi oído
había seguido el mismo camino que mi vista. Entonces, tantos sonidos. Tantas
cosas en las que concentrar a la vez mis maltrechos sentidos.
El crujido de la puerta.
Revuelven algo.
Un jadeo pesado.
Traqueteo de cadenas.
Nada de eso tenía sentido en mi cabeza.
Hasta que mi cuerpo cayó en brazos fuertes cuando las esposas alrededor
de mis muñecas se abrieron de golpe. Y Anderson terminó su frase en dos pequeñas
palabras...
—Kloe lo hará.
Quince
Anderson
Sus gritos hieren oídos y mi alma. Estaba frenética, sus manos
abofeteaban todo lo que se acercaba a su espacio personal.
Su mente estaba rota. Por fin se había rendido a la locura que la atormentaba
cada maldito día.
—Kloe, por favor —Le dijo el Doctor Mike Barney mientras intentaba tomarle
las manos—. Ahora estás a salvo.
Cada parte de ella temblaba mientras arremetía. Mike me miró
inquisitivamente y yo asentí.
—Hazlo.
Tomando la jeringuilla ya preparada, Caroline, una de sus enfermeras, hizo
todo lo posible por sujetar a Kloe mientras él deslizaba rápida pero eficazmente la
aguja en la vena de Kloe.
En cuestión de segundos su cuerpo se hundió y sus gritos se terminaron.
Su mente comenzó a descansar y permitió que su cuerpo sanara.
Mike exhaló un suspiro.
—Ella realmente necesita estar en el hospital, Anderson.
—No. Ella se queda aquí. Eres más que capaz de cuidar de ella.
Se frotó el rostro con las manos.
—Aparte de atender sus heridas físicas, me temo que no hay mucho que
pueda hacer por su estado mental. Necesita ayuda psiquiátrica profesional.
Mi mirada se dirigió a Kloe, que por fin dormía.
—Ella es fuerte.
Se encogió de hombros y miró con preocupación a su paciente antes de
volver a dirigirse a mí.
—¿Te duele algo? Caroline puede darte algún analgésico.
Sacudí la cabeza. Una cuchillada en el estómago no era nada comparado
con lo que estaba sufriendo Kloe, y me parecía una pequeña parte de justicia que
yo soportara una fracción de dolor.
Debería haber sabido que el cabrón haría esto. Pensé que esperaría su
momento, que esperaría igual que yo. Me había equivocado tanto sobre sus
sentimientos hacia Kloe.
Nada de eso tenía sentido.
Mike y yo salimos de la habitación, dejando a Caroline lavando a Kloe.
—Volveré por la mañana para ver cómo está. Pero, por favor, debes
descansar. Tu herida se infectará si no lo haces.
Asentí. No tenía intención de hacer caso a su petición. Pero él no
necesitaba saberlo.
Rob me sonrió cuando me senté a su lado en el sofá. Era una sonrisa
preocupada, llena de inquietud.
Y yo sabía por qué.
—¿Cómo está?
Mordiéndome el labio inferior, negué.
—Yo... No está bien.
—Anderson...
—No tengo ni idea de lo que le ha hecho ese cabrón, Rob —dije, cortándole—
. Pero por lo que Mike me dice, va a hacer falta un maldito milagro para que salga
de esta.
Se quedó en silencio, observando las vacilantes llamas del fuego. Suspiró con
fuerza mientras se bebía el resto del whisky.
—¡No deberías beber eso mientras tomas antibióticos!
Parpadeé, sacudiéndome cuando su vaso atravesó la habitación y se hizo
añicos contra la pared.
—No ignores esto, Anderson. —Estaba furioso, con los ojos desorbitados
sobre mí.
Lo entendía. Lo entendí. Pero era demasiado tarde.
—Hice lo que era necesario, Rob. No podía sacarla de allí yo solo.
Se burló amargamente.
—¡Así que fuiste contra todo!
Ahora me tocaba a mí enfadarme. Me levanté de un salto y me incliné hacia
su rostro, apretando los puños contra el cojín del sofá a ambos lados.
—¿Y cuál era la alternativa? Es culpa mía lo que le ha pasado a Kloe. ¿Crees
que debería haberla dejado allí? ¿Dejarlo que hiciera con ella lo que le diera la gana?
—Pero...
—No hay peros que valgan, Rob. Está hecho.
Sacudió la cabeza, luchando con su rabia y la pena que le consumía.
—¡También podrías haberte cambiado por ella porque esto no es jodidamente
mejor!
—¿De verdad crees que habría cumplido su parte del trato? —Le pregunté.
—Claro que no, pero nos habría dado más tiempo para arreglar esta
mierda. Tal vez...
—Tal vez ni siquiera entra en esto, especialmente con la vida de Kloe en
riesgo. Hice lo que tenía que hacer. Está hecho. ¡No hablemos más de ello!
Se mordió el labio y se empujó para levantarse del sofá, su cuerpo se
sacudió de dolor por el esfuerzo que le costó.
Sabía que estaba más enfadado porque no podía ser él quien me ayudara a
sacar a Kloe. Pero no habría tenido ninguna oportunidad contra Terry en ese estado.
No podía arriesgarlo a él tanto como a Kloe. Y sabía que Robbie nunca me
perdonaría por eso. Pero un día, lo entendería.
—Voy a acostarme.
Asentí.
—Buenas noches.
No me contestó. Lo vi alejarse. Me dolía el estómago por mi mejor amigo.
Aparte de su hermana, Rob no tenía a nadie más que a mí. Pero esperaba que él y
Kloe, cuando yo me hubiera ido, pudieran apoyarse mutuamente. Se necesitarían
el uno al otro. No me refería en un sentido sexual, sino como amigos. Robbie era
leal y protector, y yo no confiaría la vida de Kloe a nadie más que a él.
Mi cuerpo se estremeció al pensar en lo que guardaba mi sótano. Mi
instinto me decía que bajara esas escaleras y le clavara una puta navaja en el
corazón a Terry.
Sin embargo, no lo haría. Sería el trabajo de Kloe.
Y no sentía mayor placer que saber que tenía que mantener vivo a Terry
mientras esperaba la redención de Kloe. Al menos me divertiría un poco antes de...
—¿Señor Cain? —La voz de Caroline me sacó de mi ensoñación.
Me giré para mirarla.
—¿Sí?
—La Señorita Grant está cómoda. La he lavado y parece mucho más...
Asentí, dándole las gracias con una pequeña sonrisa.
—Gracias. Te he preparado el dormitorio de invitados.
—Entonces me retiraré por esta noche, ¿si le parece bien? La Señorita
Grant debería dormir toda la noche, pero por favor venga a buscarme si se le
pasa el efecto del sedante.
Me levanté del sofá, saludé a Caroline con la cabeza y subí al dormitorio
donde descansaba Kloe.
Parecía tan pequeña y pálida contra la oscuridad de las sábanas negras.
Estaba tumbada boca arriba y ahora con el rostro limpio, los moretones que
pintaban su piel me hicieron tomar aire. Su hermoso rostro estaba oscuro, sus
ojos rodeados de círculos negros. Sus pómulos parecían duros, el peso que había
perdido los hacía sobresalir con rabia del resto de los suaves contornos de su rostro.
Sus ondas, antes largas y deliciosas, habían desaparecido, y un corto mechón de
rizos enmarañados le rodeaba el rostro.
Acomodándome en el colchón junto a ella, recosté suavemente mi cuerpo
cansado y alargué con cuidado la mano para pasar el pulgar por sus labios pálidos
y agrietados. Estaban ligeramente grasientos y supuse que Caroline le había
aplicado algún bálsamo labial para aliviar la sequedad.
Con delicadeza, desplacé mi mano por su cuello hasta la parte superior de su
pecho, que asomaba por encima de la sábana que le habían colocado.
Un tajo largo y furioso desapareció bajo el algodón y lo moví lentamente
hacia abajo.
Me escocía el calor en los ojos al ver las numerosas incisiones que Mike y
Caroline habían suturado. Eran tantas que su cuerpo parecía como si alguien
hubiera jugado muchas veces al gato sobre su piel con una cuchilla en lugar de con
un lápiz.
Y entonces mi mano se posó en la depresión de su vientre. Antes, su vientre
tenía una ligera redondez, pero ahora se hundía hacia dentro.
—Hola, pequeñín —susurré—. Rezo para que sigas ahí. Rezo para que seas
tan fuerte como tu mamá.
Era demasiado pronto para que el médico pudiera decir si Kloe seguía
embarazada. Había analizado su orina y seguía mostrando que estaba embarazada,
pero dijo que las hormonas del embarazo podían tardar un tiempo en desaparecer.
Mañana iba a traer un escáner vaginal. Sin embargo, había visto la sangre.
El agotamiento me golpeó de repente y mis ojos se volvieron pesados.
Justo cuando los cerré, mi teléfono vibró contra mi pierna, notificándome un
mensaje de texto.

Ivan Moritz: Lucha agendada para dentro de 4 semanas para darte tiempo con tu mujer.

Yo: Esta bien. Me aseguraré de que todo esté listo.

Suspiré, tirando el teléfono a un lado. Cuatro semanas. Eso era todo.


Cuatro semanas hasta que tuviera que pelear y darle a Ivan Moritz su pago
por poner a Kloe a salvo.
Mi vida.
Dieciséis
Anderson
Mike llegó temprano al día siguiente. Sonreía, pero podía ver la preocupación
en sus ojos, la aprensión por cómo reaccionaría si las cosas no salían como yo
quería.
Conocía a Mike desde hacía unos cuantos años. Era amigo de Marty, el
dueño del ring de lucha, y sabía ser discreto. Era el tipo al que todos veíamos
después de una pelea cuando necesitábamos un parche. Cobraba una barbaridad,
pero pagar por el silencio costaba dinero.
—¿Cómo pasó la noche la paciente? —preguntó nada más poner un pie en la
puerta y procedió a subir él mismo las escaleras.
—Tranquila. Caroline le puso un gotero y Kloe durmió casi toda la noche.
Aunque tenía fiebre, pero no estoy seguro de si fue porque se despertó gritando.
Una pesadilla tal vez.
Asintió, pero no me ofreció nada más.
Kloe estaba acostada, como ayer, boca arriba, con la sábana pegada a su
delgado cuerpo. Le sobresalían los huesos de la cadera y tuve que apartar la
mirada. Me hizo preguntarme en qué estado la habría encontrado si Terry la
hubiera tenido más de una semana. No podía creer la diferencia en ella después
de solamente siete días, así que más tiempo habría sido mucho más tortuoso.
Al hacer sus comprobaciones iniciales, Mike murmuró:
—Tiene fiebre. Le daré antibióticos por si acaso, y espero que el paracetamol
le ayude.
Cada minuto viéndola así me rompía el corazón. Quería quitarle el dolor,
tanto de sus heridas como de su alma. Debería haber buscado a Terry antes.
Debería haberme ocupado de él antes de que se diera cuenta de que había vuelto.
Había atormentado a Kloe mucho antes de que yo la encontrara de nuevo, matando
a su amiga y a su perro. No tenía intención de matarla, solamente quería burlarse
de ella, jugar con ella a sus putos juegos enfermizos.
Sin embargo, Kloe me había sorprendido con todo lo que había descubierto.
Una parte de mí quería meterla en la boca del lobo a ciegas, llevarla directamente a
la puerta de Terry y deleitarme con el espectáculo de su conmoción conjunta.
Excepto que había descubierto quién era Richard en realidad, Robert, el hijo menor
de Terry, y luego había descubierto la conexión entre mi padre y su padrastro. Y
exactamente quién era yo.
Me había llevado más tiempo que a Kloe. No había sido hasta que había
profundizado en la vida de Kloe cuando descubrí exactamente quién era su
padrastro. Mi conmoción había sido devastadora. Hank y Mary a menudo me
habían hecho creer que yo había nacido únicamente para su enfermizo y retorcido
entretenimiento. Una parte de mí no quería creerlo; quería pensar que era otra de
sus crueles costumbres. Pero en el fondo lo sabía, lo creía. Y encontrar varios
artículos de periódico que se remontaban a Kloe lo confirmó.
Deduje que Terry había visto toda la cobertura mediática cuando los
Dawson se habían suicidado y a mí me habían sacado del sótano, y luego eso llevó
a que Kloe fuera la terapeuta que me habían asignado. Imaginé que la conmoción de
Terry había sido tan grande como la mía.
Pero entonces se habría dado cuenta de lo que esto podría significar para él.
Su falsa muerte podría ser descubierta, el atroz acto de vender a su propio hijo
habría salido a la luz, y el encarcelamiento y abuso de su hijastra expuestos. Todo
porque el destino había unido a dos almas rotas.
Así que, por supuesto, tuvo que acercar a Kloe, hacer que confiara en su hijo,
Robert, para ver qué sabía, qué le revelaba y si yo estaba en su vida.
Y luego, cuando Robert me encontró en casa de Kloe, Terry supo que tenía
que actuar rápido. Pero no habría contado con que me llevara a Kloe y la
escondiera en la mía. Yo suponía que él sabía exactamente quién era yo y lo que
hacía para ganar dinero, así que tratar de eliminarme se había vuelto de repente
más difícil de lo que él pensaba inicialmente, pero sabía que necesitaba silenciarnos
tanto a mí como a Kloe antes de que reveláramos exactamente qué clase de hombre
era en realidad.
Observé en silencio cómo Mike preparaba el escáner. Ya tenía el corazón
en el estómago y los nervios a flor de piel. Una parte de mí sabía que, después de lo
que había pasado Kloe, era imposible que un bebé sobreviviera a aquello. Pero, mi
alma me decía que confiara, que aguantara un momento más antes de aceptar lo
que mi cabeza me decía.
Me dolía la mandíbula al ver cómo Mike separaba las piernas de Kloe. Quería
darle un puñetazo al cabrón por tocarla, y me mordí la rabia, exhalando un
suspiro para calmar mi posesividad.
Manteniendo la mirada fija en la pequeña pantalla, negándome a torturarme
más con el rostro de otro hombre entre las piernas de mi mujer, apreté los dientes
y recé.
Sonó un teléfono en algún lugar de la casa. La lluvia que azotaba con fuerza
desde primera hora golpeaba la ventana. El viento aullaba, silbando entre los
árboles y creando inquietantes siluetas en las paredes del interior de la habitación.
No vi nada más que el parpadeo del monitor. No oía nada, solamente el ruido
sordo de mi pulso en los oídos.
Las imágenes borrosas no mostraban más que estática, y mi pulso, que
había oído retumbar en mis oídos durante los últimos minutos, cesó. En la imagen
granulada no aparecía ningún bebé. No había más que líneas blancas, masa gris e
inmensidad negra.
Mike parecía perdido en su procedimiento, seguía cambiando de sitio la
sonda mientras mi alma se desmoronaba dentro de mí. Me enfadé con él, la falta
de emoción con la que continuaba sin importarle nada aumentaba la rabia en
mí hasta un nivel peligroso.
Mis ojos se entrecerraron en él. ¿Me estaba tomando el pelo? Era evidente
que no había nada más que un útero vacío, pero él seguía hurgando y hurgando
como si no pudiera saciarse del coño de Kloe.
Por fin se volvió para mirarme. Ignorante de la tormenta que se formaba
a su alrededor, me sonrió.
—Tu mujer es una fuerte fortaleza, Anderson.
Parpadeé, sus palabras no se entendían con el sonido en mi cabeza.
—¿Qué?
Inclinó la barbilla hacia la pantalla.
Moviendo lentamente los ojos, se me cortó la respiración cuando el
contorno de una pequeña, pero perfecta, gominola se retorció contra la reserva de
vacío negro de la pantalla. Un punto parpadeante parpadeó rápidamente y Mike
lo señaló.
—Tiene un fuerte latido.
—¿Qué?
Volvió a sonreír y luego su expresión se entristeció.
—Hay restos, fibras, en el líquido amniótico. Supongo que este pequeñín tuvo
compañía.
—¿Qué? —No podía formar otra palabra.
—Gemelos, Anderson. Lo siento mucho, pero uno no sobrevivió.
—Pero...
Cuando no pude terminar, Mike me agarró suavemente del antebrazo y
asintió.
—Vas a ser padre en unas treinta y dos semanas.
Por supuesto que no estaría aquí tanto tiempo, pero la abrumadora felicidad
por Kloe que me embargaba era asombrosa.
—¿Todavía está embarazada?
—Todavía está embarazada —verificó Mike con una sonrisa más amplia—.
Felicidades.
Me temblaron las piernas y me dejé caer pesadamente en el borde de la
cama de Kloe.
Mike recogió rápidamente sus cosas.
—Volveré en un par de días. Caroline se quedará aquí en un futuro próximo,
solamente hasta que Kloe vuelva a ser la de siempre.
Levantando los ojos hacia él, suspiré.
—¿Y crees que eso es una posibilidad? ¿Que lo superará?
Pareció ansioso durante un segundo.
—Siempre existe la posibilidad de cualquier cosa, Anderson. Kloe es fuerte
de salud, pero aún no puedo determinar su fortaleza psicológica. El tiempo está
de nuestro lado aquí, y todo lo que podemos hacer es esperar.
Le dedicó una breve inclinación de cabeza, me devolvió la inclinación y se
marchó, cerrando en silencio la puerta del dormitorio tras de sí.
Deslizando mi mano por la de Kloe, no pude contener la sonrisa, aunque mi
instinto no se atreviera a albergar esperanzas.
—¿Has oído eso, mi pequeña loba? Has mantenido a salvo a nuestro bebé. Ya
eres tan buena madre.
No respondió. Siguió durmiendo en el reino de paz al que pertenecía, al
menos durante un rato más.
Y yo estaría aquí, a su lado, ahuyentando los demonios de sus pesadillas
hasta que su mente aceptara que todo iba a ir bien. Al menos para ella.
Diecisiete
Kloe
Tenía frío. Mucho frío. Me recorrió un escalofrío y apreté los dientes contra
el hielo que parecía soldarme la mandíbula.
Todo estaba oscuro.
Sentí su mano entre las mías, pero su respiración suave me decía que
estaba dormido. No quería despertarlo, pero tenía que hacerlo.
—Anderson. —Mi voz era ahogada, áspera y tranquila, y no estaba segura
de sí me había oído—. Anderson. —Me costó un esfuerzo apretarle la mano, pero
poniendo toda mi fuerza en ello, sentí que se sacudía.
Jadeó.
—¿Kloe?
—No puedo ver, Anderson. —Al sentir su vacilación en lugar de verla, mi
pecho se hinchó de pánico—. ¡Anderson! ¡No puedo ver!
—Eh, eh —Me tranquilizó. Su voz era suave, la más suave que había
escuchado desde que habíamos estado atrapados en su habitación en Seven Oaks,
su petición de besarme le quitó el coraje e hizo que su voz fuera baja y cautelosa—
. Todo irá bien. Es solamente tu mente que necesita un respiro.
Sabía que él no lo creía tanto como yo y fruncí el ceño en señal de
frustración. Cuando su mano se posó en mi mejilla, me apreté contra su tacto.
—¿Y si no es así?
—No tiene sentido preocuparse por algo de lo que aún no estamos seguros.
Hay que darle tiempo. ¿Cómo te sientes por lo demás?
Era una de las preguntas más estúpidas que me habían hecho nunca, y
resoplé.
—¡Todo en orden!
Chasqueando la lengua, sentí que se tensaba a mi lado. Pero luego, como
si se recuperara, volvió a relajarse.
—Nuestro bebé sigue vivo.
Cada parte de mí se congeló en estado de shock. No me atrevo a esperar.
No me atrevía. Anderson podía ser cruel, y aunque sentía cada pizca de su bondad
irradiando a mí alrededor, también sabía que sus palabras podían haber sido una
broma sádica.
—¿Kloe? —insistió cuando no le contesté.
Quería ver la verdad en sus ojos, determinar la mentira en el verde vivo de sus
ojos. Pero no pude. La frustración creció y me moví con rabia.
—Por favor, no me mientas, Anderson. No sobre esto. Por favor.
—¿Qué?
—Me has mentido en tantas cosas. No puedo verte. No puedo ver los hechos
en tus ojos. ¡No puedo establecer lo que es real y lo que no contigo si no puedo verte,
joder!
Su mano se apretó contra la mía y me tensé al sentir que se acercaba a mí. Su
aliento me hizo cosquillas en la mejilla y me acarició la oreja.
—Es la verdad. Nuestro bebé sigue vivo. Llevabas gemelos y, por desgracia,
uno se perdió. Pero el otro está sano y fuerte, Kloe. Su corazón late tan fuerte como
el tuyo y el mío.
Algo se rompió dentro de mí y un gemido reflejó la agitación que me había
estado perturbando.
—Pensé... pensé que porque quería... matar a mi propio hijo que... que...
Anderson me rodeó con los brazos y me estrechó contra su pecho. Sus
dedos me acariciaron la cabeza y su pulgar me revolvió un mechón de cabello.
—Eso es una tontería. Nada de lo que has hecho es culpa tuya. Todo es
culpa mía. Todo se debe a que estaba demasiado obsesionado con la venganza como
para aceptar la verdad.
—¿La verdad? —Pregunté mientras mis lágrimas empapaban su camiseta.
—Que nada de esto es culpa tuya. Nunca lo fue. Me equivoqué, Kloe. Admito
que me equivoqué. Toda mi vida nunca entendí cómo mis padres pudieron hacer
algo así. Tenía que haber una razón. Y busqué una razón casi toda mi vida. Y
entonces ahí estabas tú, y era tan fácil echarte la culpa a ti. Culparte me ayudó a
darle sentido a todo. Me ayudó a liberar la culpa. Pero también me hizo creer una
mentira. Una mentira en la que no estaba dispuesto a confiar, pero no podía
encontrar otra explicación que hiciera desaparecer esa estupidez. Tenía que tener
algo, lo que fuera, a lo que culpar. Y te culpé a ti. Me equivoqué.
No podía ni empezar a traducir su declaración. Estaba cansada y su
declaración merecía algo más que una rápida reflexión y un argumento a medias por
mi parte.
—Bien. Estoy cansada, Anderson, pero eso no significa que no tengamos
que seguir hablando de esto.
—Lo sé. Solamente necesitaba decirlo antes de...
Se calló y yo ladeé la cabeza, escuchando el cambio en su respiración.
—¿Antes de qué?
—Antes de que no pueda.
Bueno, eso no tenía ningún sentido, pero antes de que pudiera reaccionar
a sus desconcertantes palabras, deslizó su pulgar contra mi labio, indicándome
que necesitaba mi silencio.
—Terry te está esperando.
El miedo, solamente con su nombre, se instaló en mis huesos, y aspiré un
suspiro mientras mi cabeza temblaba de un lado a otro.
—¿Esperándome?
Rápidamente, Anderson dándose cuenta de su error, dijo:
—No, así no. Yo lo tengo. Está en el sótano. Esperando tu venganza.
Visiones de la última semana me inundaron y me estremecí.
—No lo dejé entrar, Anderson.
Tras un breve silencio, preguntó:
—¿Qué quieres decir?
—Quería mi cordura. Pero yo no se lo permití. Intenté con todas mis fuerzas
mantenerlo fuera, y creo que si no hubieras aparecido cuando lo hiciste, entonces
él habría forzado su entrada.
—No tienes ni idea de lo fuerte que eres —susurró.
—Tú. Es lo único en lo que podía pensar. A lo largo de todo, todo lo que
me hizo, seguí diciéndome que no podía dejarlo ganar. No podía fallarte. Sé que
hizo lo que me hizo para herirte, así que no se lo permitiría. Puedo soportar el
dolor físico, pero le rechacé la tortura mental que intentó infligirme. Lo aparté, me
cerré a él. —Giré la cabeza, mirándole sin verlo—. ¿Crees que me forcé a mí misma
a esta ceguera?
Su suspiro fue pesado.
—Tal vez. Quizá te ayudó. Si no pudieras ver, no visualizarías el horror
durante el resto de tu vida. Como tú dices, el dolor físico se cura, pero el mental nos
quema durante mucho tiempo.
Su mano se deslizó hasta mi vientre y yo bajé la mía, la cánula que tenía
clavada en el dorso de la mano se enganchó y me hizo sisear.
—Lo siento —susurré mientras la vergüenza me retorcía el estómago—. No
debería haberte dicho esas cosas que te dije. Estaba enfadada. Serás un padre
fantástico. Tienes tanto amor que dar, tanta dulzura dentro de ti.
Parecía que le embargaba la tristeza. No lo entendía; pensaba que estaría
feliz.
—¿Anderson?
Sacudiéndose, me frotó el vientre.
—Lo sé. Te hice daño. Tenías todo el derecho a decir esas cosas.
Antes de que pudiera decir nada más, sentí que la cama se movía mientras
Anderson se levantaba.
—Necesitas comer. Necesitas fortalecerte, por ti y por nuestro hijo.
Abrí la boca para decir que no tenía hambre, pero el sonido de la puerta al
cerrarse me hizo parpadear. Algo le preocupaba. Aun así, incluso ahora, me mentía.
Me ocultaba cosas. Mi corazón se había acelerado cuando me dijo que ya no me
culpaba, que se había equivocado. Ahora había lugar para la esperanza, para
nuestro futuro y para los dos. Pero sentí que Anderson no pensaba así, que algo lo
retenía.
El silencio hacía aún más real mi ceguera. La cabeza me daba vueltas y
mis oídos captaban ruidos diversos. El pánico me oprimía el pecho y mis dedos se
clavaban en la sábana que me cubría. Estar atrapada en un vacío de oscuridad
era brutal. Damos la vista por sentada, bueno, yo lo hacía, y de repente
desapareció, dejando nada más que un enorme agujero de cosas que no podía ver,
cosas de las que era vagamente consciente, pero de las que no estaba segura. Cada
sonido se burlaba de mí y mi cabeza giraba de un lado a otro, mis ojos incluso se
entrecerraban como si pudiera ver a través de pequeñas rendijas en lugar de ojos
grandes.
—¿Señorita Grant? —Una voz femenina cortó el estrepitoso silencio de mi
cabeza y rompió el asfixiante pavor que me ahogaba.
La voz desconocida me confundió y fruncí el ceño, moviendo la cabeza para
intentar determinar dónde estaba.
—Me llamo Caroline. —Una mano pequeña cubrió la mía—. Y estoy
ayudando a cuidar de usted.
Retrocedí ante su contacto y mi cuerpo retrocedió. Rápidamente, retiró la
mano.
—Lo siento. No quería asustarla.
—Yo, uhh, no puedo verla.
Hizo una pausa, pero bajó la voz como si eso fuera a reforzar mi confianza.
—Ahh. Está bien. Entonces puedo ser sus ojos hasta que pueda usar los
suyos.
Una vez más posó su mano sobre la mía. Me dio escalofrió mi piel gritó ante
su contacto. Mi respiración se entrecortó y me ahogué en un grito.
—No pasa nada —Se apresuró a decir Caroline—. Ha pasado por muchas
cosas. Tenemos que conocernos, pero por favor, no voy a hacerle daño. Estoy
aquí para ayudarla, señorita Grant.
—Kloe —ahogué, obligándome a concentrarme en sus palabras y no en el
miedo atroz que me invadía. El corazón me latía tan deprisa que me sentía mareada,
y sentía la piel húmeda y demasiado tirante alrededor de los huesos.
—Solamente voy a hacer algunas comprobaciones, Kloe —me informó
Caroline mientras se movía por la habitación y mi cabeza seguía el sonido de sus
pantalones al rozar sus muslos—. Intentaré no tocarla en la medida de lo posible,
pero si tengo que hacerlo se lo diré. ¿Le parece bien?
Asentí, tragando saliva. No podía concentrarme en nada más que en
Caroline. Sentía náuseas en el estómago y me clavé las uñas en las palmas de las
manos para no arremeter contra la nada oscura que tenía delante.
Sonidos que no podía registrar se burlaron de mi juicio, jugando con cada
uno de mis sentidos hasta que no pude distinguir entre lo real y lo que mi
mente estaba inventando, y empecé a temblar.
—Estoy junto a la ventana, Kloe —dijo Caroline en voz baja—. Y ahora me
muevo hacia el tocador para recoger algunas cosas.
—¿Qué cosas? —espeté. El pánico amenazaba con invadirme y luchaba
contra la necesidad de hundirme aún más en el cabecero.
—Necesito tomarte la temperatura. Tenías fiebre y me gustaría comprobar
que la medicación ha hecho su efecto.
Me eché hacia atrás cuando su voz se hizo más cercana.
—¿Te parece bien? —preguntó en voz baja, pero aun así me sobresalté al
oírla tan cerca.
Mis pulmones se estaban estimulando demasiado mientras intentaban hacer
frente a la profunda atracción de oxígeno. Succioné el aire como si fuera una
sustancia líquida, inspirando antes de que tuviera oportunidad de liberar el último
flujo de aire.
—Kloe. —Caroline instó suavemente—. Tienes que calmarte. No voy a
tocarte, lo prometo. Podemos hacerlo más tarde. —Su voz se alejó, pero yo seguía
sin poder agarrarme a nada tangible.
Extendí las manos, tratando de encontrar algo sólido que compensara la
sensación de ilusión, mi mente compensando en exceso lo que no podía
comprender.
Nada rompió el contacto. Nada invadió mi espacio. Sin embargo, seguía sin
poder calmar la ansiedad que me invadía.
La realidad se difuminó y el mareo empezó a apoderarse de mi conciencia.
Tragué saliva, luchando contra la espesura del aire para llenar mis pulmones de
sustancia.
Y entonces la mano de él se posó en mi mejilla. Su aliento recorrió mi frente
pegajosa. Su presencia adormeció el terror que me invadía y al instante mi cuerpo
se giró hacia él. El aire entró en mis pulmones y jadeé ante la repentina oleada que
se me subió a la cabeza.
—Cálmate, Kloe —Me instó Anderson—. Está bien. Todo está bien.
Me abalancé sobre él, ávida de la sensación de seguridad que me
proporcionaba su presencia.
—Anderson. —Enterré el rostro en su pecho, inhalando su aroma y
deleitándome con su tacto.
Me abrazó con fuerza mientras lloraba, sus brazos me sujetaban tan
firmemente que mi cuerpo, ya dañado, gritaba de agonía. Pero yo necesitaba ese
dolor. Me enraizaba. Daba a mi mente algo distinto a la nada en lo que
concentrarme.
—Caroline, por favor, déjanos —ordenó Anderson.
Caroline no contestó, pero oí cómo se cerraba la puerta. Anderson se movió
en la cama, tumbándonos a los dos, y su mano me tomó por la nuca, atrayéndome
hacia él.
—Tienes que confiar en que no dejaré entrar en esta casa a nadie que pueda
hacerte daño, Kloe. Aquí estás a salvo.
Mis sollozos se apagaron, pero no le contesté. No podía decirle que no le
creía. Me había hecho daño tantas veces que seguía sin confiar e n lo que me
decía. Tantas mentiras habían construido tantos muros de duda en mi interior y
haría falta algo más que unas pequeñas palabras para derribarlos.
Sin embargo, había una parte de mí que solamente confiaba en él. Era la
única persona capaz de calmar el terror que llevaba dentro, de acallar el ruido
furioso de mi cabeza. Era el único que podía tomarme de la mano y llevarme
ciegamente a donde él quería que fuera. Y yo iría. Por mucho que me asustara.
Porque llevaba mi alma con él. Siempre lo había hecho. El destino nos había unido,
y el destino nos llevaría hasta el final, fuera lo que fuera lo que nos tenía reservado.
Dieciocho
Anderson
Habían pasado varios días desde que Kloe se había despertado, asustada y
destrozada. Aunque sus heridas empezaban a cicatrizar, las cicatrices del interior
supuraban y se descomponían, las cosas viles que Terry le había hecho le corroían
el alma y la carcomían por dentro. No quería hablar de ellas, no quería abrirse a
mí y contarme lo que él había hecho o dicho. Las había escondido en lo más
profundo de su ser, la parte intocable de ella a la que yo era incapaz de llegar por
mucho que lo intentara.
Su vista seguía entorpecida, ni siquiera aparecían vagos contornos que nos
dieran alguna esperanza. Mike no me había dado muchas pistas y, aunque le había
revisado los ojos todo lo que Kloe le había permitido y no había encontrado ningún
daño físico, había mencionado la posibilidad de traer a un oftalmólogo.
Kloe echaba la culpa de todo a su falta de vista, pero yo veía que eso era
solamente una parte de lo que la preocupaba. Se volvió amargada, su humor
oscilaba de un lado a otro. Escupía odio y acosaba a Caroline, obligándola a alejarse
con palabras y maltrato físico.
Su frustración se estaba volviendo intolerable, y rápidamente descubrí que,
aunque quería aliviar su dolor, tomar todas las cosas podridas que la
atormentaban y eliminarlas, mi paciencia se estaba agotando.
Me debatía entre el bien y el mal, entre la disciplina y la compasión. Quería
sacudirla, herirla por esforzarse tanto en hacer daño a todos los que intentaban
ayudarla. Ni siquiera Robbie había sido capaz de llegar a ella.
El dormitorio se convirtió en su tumba, albergando todas sus partes
muertas. Red y yo éramos los únicos a los que permitía acercarse a ella. Pero
cada vez me costaba más controlar mi propia rabia con ella. Me decía a mí mismo
que estaba dolida, que Terry, de hecho, se había enterrado en su mente como ella
se había negado a creer.
Me obligué a mantener la calma, pero nunca había sido el hombre más
controlado.
El domingo siguiente, la mente perturbada de Kloe arremetió contra Red. Mi
propia furia reprimida estalló y todo cambió.
Había sido una mañana tranquila. Había pasado unos minutos viendo a
Terry colgado de las cadenas en el sótano. Como de costumbre, se había limitado a
sonreírme, aunque yo no tenía muchas ganas de hablar.
Había llegado el otoño y las hojas empezaban a caer. Era la época favorita de
Red y mía. Le encantaba abalanzarse sobre cada alta duna de hojas muertas en
los rincones más alejados del parque, con su cola azotando de izquierda a derecha
mientras intentaba enterrar todo su cuerpo bajo cada colorido montículo. Cada
ardilla que perseguía por los altos troncos de los árboles la atormentaba desde sus
seguras alturas, hasta que descubría su alijo de bellotas caídas.
Hice una mueca de dolor, reprendiéndola cuando sus dientes crujieron
en las yemas de hierro fundido.
—No te llevaré al veterinario cuando te rompas los dientes, niña.
Sus ojos me sonrieron y, al más puro estilo Red, se dio la vuelta y se lanzó
al lago a toda velocidad. El agua saltó al mismo tiempo que ella. Mi risa llenó el
silencioso parque y sacudí la cabeza cuando su cabeza salió a la superficie.
Eran esos días los que reponían mi alma perdida. Estar al aire libre, en
medio de tanta belleza, me llenaba de una sensación no solamente de existir,
sino de vivir. Durante tantos años solamente había tenido paredes y aire viciado.
Y como si aún estuviera recuperándome, aspiré una bocanada de aire fresco que
llevaba dentro y suspiré de placer.
Las mismas cosas que la mayoría de la gente daba por sentadas eran las
que me permitían sonreír. Muchos pasaban por alto la sencillez, y a veces la
extravagancia, de la naturaleza. Pero yo no.
La dura bofetada de realidad me sirvió una puñalada en las tripas cuando
la fecha de la pelea disparó una bala a través de mi felicidad. Quedaban poco
más de dos semanas. Kloe estaba lejos de estar preparada para arreglárselas sola
y la aprensión me acosaba. Su rehabilitación iba mucho más lenta de lo que había
previsto y necesitaba que saliera de la oscuridad en la que se acobardaba.
Red lamio mi mano al notar mi preocupación. Su pelaje frío y húmedo me
sacó de mi mal humor y le reñí con desgana.
Su cola no dejó de moverse en todo el camino de vuelta a casa; había
disfrutado de su hora de libertad. Me dolió el corazón cuando me di cuenta de que,
por mucho que lo intentara, no podía darle a Kloe esa libertad de su propia mente
que tanto ansiaba.
En cuanto puse un pie dentro de la casa, el fuerte grito feral y el estruendo
del piso de arriba hicieron que mis hombros se hundieran de cansancio.
Robbie, que estaba sentado en la isla de la cocina, me miró y exhaló un
suspiro frustrado. No dijo nada, pero no tenía por qué hacerlo. Todo el mundo
andaba con pies de plomo, cansado de la atmósfera fracturada que nos cubría a
todos con la depresión de Kloe.
Red salió corriendo hacia el interior de la casa mientras yo tomaba una
botella de agua del refrigerador y me apoyaba en la encimera para bebérmela.
Necesitaba aquellos instantes para recomponerme, para situarme en la zona en la
que podría enfrentarme a aquella mujer tan llena de odio y rabia.
—Deberías saberlo —dijo Robbie. Miraba a través de la ventana, sin
mirarme a mí—. Que ella estará diez veces peor que esto cuando te hayas ido.
Esperas que la cuide, que la ayude a superar tu pérdida. Pero no estoy seguro de
poder hacerlo. Ella no escuchará a nadie más que a ti. ¿Cómo demonios voy a cargar
con ella si no me deja?
—Encontrarás la manera. —Y lo haría. No me preocupaba que Robbie no
cuidara de Kloe, aunque él no sintiera lo mismo.
—Su mente ya está torturada, Anderson. Esto la quebrará.
Dejando su preocupación sin respuesta, le dije:
—¿Te asegurarás de que se ocupe de Terry?
Apretando los dientes ante mi desplante, resopló, pero asintió.
—Sabes que lo haré. Aunque eso no significa que esté de acuerdo.
—¡Bueno, no hay mucho que podamos hacer al respecto! —espeté.
—¿Sabes qué? —Rob levantó las manos en señal de rendición y se deslizó
cautelosamente del taburete, con sus propias heridas todavía agravándole—. Me
largo de aquí. No puedo hacer esto. Volveré cuando estés muerto.
Sus duras palabras deberían haberme dolido, pero solamente consiguieron
enfadarme más. No sabía qué esperaba que hiciera. Terry no había sido tan
estúpido como para dejar la casa de campo desatendida. Tenía músculos. Y yo
había necesitado el mío para llegar hasta Kloe. Ivan era tan rudo y duro como
cualquiera. Él había sido la elección obvia, la única elección, para poner a Kloe a
salvo. Mientras ella saliera viva de allí, no importaba que yo no lo hiciera. Ivan sabía
lo que estaba en juego, y su pago había reflejado esos riesgos.
Estaba hecho. Se había acabado.
Los gritos bajaron por las escaleras y, resoplando, tiré la botella vacía a la
papelera y subí las escaleras.
—¡Perra estúpida!
Kloe estaba apretada contra la pared del fondo, con el rostro pálido y lleno de
rencor mientras le escupía odio a Caroline. Caroline, acostumbrada ya al humor
de Kloe, se limitó a enarcar las cejas cuando entré en el dormitorio.
—¡Kloe!
Su rostro se dirigió hacia mí, sus ojos sin ver me buscaban en la negrura de
su mente.
—¿Dónde has estado?
Su tono era cortante y apreté los labios para retener cada palabra de rabia
que luchaba por liberarse.
—Fuera con Red.
Sus ojos se entrecerraron, un acto involuntario que ni dificultaba ni
ayudaba a su visión.
—No me mientas, Anderson. ¿Has visto a Sarah? ¿Es ahí donde has estado?
¿Con ella?

¿Qué carajo?

—¿Qué carajos te metiste? —Solté un chasquido, perdiendo rápidamente el


control.
—Bueno, ahora soy inútil, ¿no? Tu necesidad de mí ha terminado, ¿y quién
quiere a una mujer ciega y patética en su cama? ¿Es por eso que no te has
acercado a mí? ¿No soy suficiente ahora?
Caroline, sintiendo que mi furia por fin salía a la superficie, me dedicó una
sonrisa comprensiva y se despidió rápidamente.
Kloe, al oír cerrarse la puerta, señaló en una dirección imprecisa.
—¡Y me odia! ¿La has investigado? ¿Estás seguro de que no tiene algún
motivo oculto para estar aquí?
La paranoia era una putada, y chasqueé la lengua. Aparte de todo lo demás,
Kloe ahora tenía que lidiar con sus celos.
Dando un paso hacia ella y aprisionándola entre mi cuerpo y la pared, bajé
la voz.
—No te he tocado porque quiero que te cures y seas feliz. Quiero ver placer
en tus ojos, no miedo, ni dolor, y definitivamente no ésta amarga sumisión. Te
quiero de vuelta, luchadora, fuerte y llena de pelea. —Levanté la mano y le
acaricié el rostro, odiando la burbuja de lágrimas que cubría sus ojos muertos—.
Te echo de menos, pequeña loba. Te necesito.
Parpadeó y, por un momento, por la forma en que se suavizó su rostro, pensé
que había conseguido convencerla.
—No respondiste mi pregunta, Anderson. ¿Te has estado tirando a Sarah?
Cerrando los ojos, suspiré.
—No, Kloe. No. No he visto a Sarah.
Me empujó y se acercó a la cama. Red, que estaba echada cerca, no tuvo
oportunidad de apartarse. Kloe se tropezó con ella y tropezó. Por suerte, sus
manos cayeron al suelo antes que su cabeza. Me giré rápidamente, pero no lo
suficiente para evitar que se cayera.
Red, enderezándose, se dirigió directamente a Kloe, comprobando que estaba
bien.
Me quedé de pie, horrorizado, cuando el brazo de Kloe giró hacia un lado y
golpeó a Red en la cabeza con tanta fuerza que salió volando hacia un lado.
—¡Maldita estúpida! —gritó Kloe con vehemencia, escupiendo por la boca
mientras Red se acobardaba y retrocedía.
La rabia me golpeó. Mi pecho se partió de pura rabia y mis venas ardieron
de violencia.
Kloe gritó cuando la agarré del cabello y la levanté de un tirón.
—¡BASTA! —Grité mientras la golpeaba contra la pared.
Su cabeza se echó hacia atrás y rebotó contra la pared. El miedo drenó la
sangre de su rostro mientras intentaba alejarse de mí.
—¡Crees que eres la única que sufre! Pero no es así. Esto no solamente te
afecta a ti, nos afecta a todos, incluida Red. Ella no ha hecho más que animarte.
Quererte.
Estaba tan enfadado que mis dedos se clavaron profundamente en sus
hombros mientras la sacudía. Su cabeza se balanceaba de un lado a otro mientras
yo cedía a la irrefrenable necesidad de castigarla.
—¡Se acabó! Se acabó. Terry puede haber empezado esto, ¡pero solamente tú
puedes terminarlo! ¡Deja de permitirle que gane, joder!
Parpadeó, abriendo y cerrando la boca. Intentaba encontrar palabras,
pero le costaba formarlas. Me miró fijamente, con sus ojos azules desorbitados
recorriendo mi rostro mientras se fijaba en mi rabia.
—¡No puedo hacer esto contigo si no me permites ayudarte! —Grité,
acercándome a su rostro.
Sus ojos se abrieron de par en par, bajaron hasta mi boca y volvieron a subir
hasta mis ojos. Intentó hablar una vez más, pero solamente consiguió salir una
bocanada de aire.
—Estás alejando a todos los que pueden ayudarte. ¡Incluido yo!
—Anderson. — Mi nombre salía de ella lleno de conmoción, un susurro
tranquilo que parecía demasiado fuerte en mis oídos. Su mano se levantó y se posó
en mi mejilla—. Eres tan hermoso —suspiró, su mirada recorriéndome como si me
devorara con los ojos.
Por fin hice clic y toda la furia que me dominaba abandonó mi cuerpo en un
suspiro.
—¿Kloe?
Una sola carcajada la abandonó. Las lágrimas que se habían acumulado en
sus ojos se derramaron. Su miedo se transformó en pura felicidad. Sus ojos
volvieron a mi boca mientras su pulgar recorría mi labio inferior.
—Puedo verte —susurró, como si decirlo en voz alta fuera a arrebatárselo
todo de nuevo.
Enmarqué su rostro con las manos y miré fijamente los iris cristalinos que
poseían mi corazón. La vida me devolvía el brillo, la esperanza y la sorpresa
haciendo que sus pupilas fueran grandes y ávidas. Mi sonrisa superó a la suya. Se
rio más fuerte cuando la atraje hacia mí, la rodeé con los brazos y la aferré a mí
por si se lanzaba en busca de la libertad ahora que había recuperado la vista.
No tenía por qué preocuparme. Levantó el rostro y se puso de puntillas para
besarme. La suave sensación de sus labios sobre los míos, el sabor de sus lágrimas
de felicidad en mi lengua y la presión de su frágil cuerpo contra el mío me
consumieron.
Ella gimió de deseo y sollozó de alegría, ambas cosas me perforaron las
entrañas y me hicieron apretarla más fuerte.
—Lo siento —dijo contra mi boca—. Lo siento mucho, Anderson.
—Cállate y bésame otra vez —gemí—. Te he echado de menos.
Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta llegar a mi cabello.
Apretándome la nuca, volvió a acercar mi boca a la suya y me besó como si me
hubiera echado de menos.
Su cuerpecito trepó por el mío y sus piernas me rodearon.
Sacudiendo la cabeza, volví a bajarla.
—Todavía no. —Podía ver la necesidad en sus ojos, la codicia por mí
expuesta tan abiertamente en su hermoso rostro—. Despacio, Kloe. Lo haremos
despacio.
Ella frunció el ceño, su labio inferior desapareciendo detrás de sus dientes.
—Pero te necesito.
Sonreí suavemente, acariciando mis nudillos sobre su mejilla.
—Crees que me necesitas. Has sufrido demasiado. Terry te hizo mucho daño.
Sabía que me refería a que la estaba violando. Tragó saliva y sus grandes
ojos brillaron de horror y adoración a la vez.
—Pero tú no eres Terry. El dolor que infliges me enciende. Viene con amor y
devoción, no con odio y crueldad.
Suspiró contra mí cuando la tomé en brazos y la llevé al cuarto de baño
anexo a mi dormitorio. La senté en el inodoro y empecé a prepararle un baño. Me
observaba en silencio, con los ojos recorriéndolo todo mientras devoraba la realidad
con avidez.
Llené la bañera con una masa de burbujas, la desnudé, mordiéndome el
labio ante cada cicatriz que cubría su pálida piel, y la bajé al agua tibia.
No hablamos, solamente dejamos que la calma nos curara mientras le
lavaba el cabello y bañaba su cuerpo roto.
Las lágrimas que rodaban por sus mejillas se apoderaron de mi corazón
y lo fracturaron poco a poco. Pero no perturbé su duelo mientras seguía
cuidándola; tenía que dejar que se lo llevara. Era la única manera.
—Tienes que saber algo. —Habló en voz baja, pero se volvió para mirarme.
Fruncí el ceño y asentí, instándola a continuar.
Pareció forcejear un rato, pero forzó las palabras.
—Terry dijo algo que al principio no tenía sentido.
Se me erizó la piel de presentimiento.
—¿Qué?
—No paraba de referirse a “él”. Cómo estaría tan feliz, tan contento con
Terry. Que pronto, cuando él llegara, las cosas cambiarían. Para todos nosotros.
El latido de mi corazón se detuvo y mis ojos se abrieron de par en par sobre
ella.
—Eso no tiene sentido.
Tragó saliva, levantó las rodillas y las rodeó con los brazos mientras su
cuerpo se estremecía con un repentino escalofrío.
—Hay otro jugador, Anderson. Alguien más está involucrado en todo esto.
Diecinueve
Kloe
Dos días después, Anderson y Robbie llevaban más de tres horas en el
sótano. Me había prometido que no mataría a Terry y, en sus propias palabras, que
solamente “le sacaría la verdad y me dejaría el resto a mí”.
No estaba segura de querer que “me lo dejara a mí”. No quería volver a ver a
Terry Asher nunca más, pero Anderson insistía en que sería la única forma de seguir
adelante. No creo que entendiera que yo no era como él, que la violencia y la
venganza no alimentaban la calma en mí.
Caroline entró y sonrió. Era muy guapa, con su figura y sus ojos
brillantes y centelleantes, una réplica fiel de cómo me la había imaginado.
Todo parecía tan claro, cada objeto nítido y vívido, cada color diez veces más
vibrante que como solía verlos. No es que mi vista hubiera mejorado, es que
ahora apreciaba cada cosa que veía.
Mis ojos aún eran sensibles a la luz, pero Anderson había corrido las cortinas
antes de descender por los desvencijados escalones hacia el infierno.
—Me alegro de verte levantada, Kloe. —Caroline sonrió mientras se ponía
a una distancia prudencial de mí.
La vergüenza hizo que se me encendieran las mejillas. Bajé los ojos a mi
regazo, donde la cabeza de Red permanecía completamente inmóvil bajo la
caricia de mis dedos, mi disculpa hacia ella ya aceptada.
—Lo siento, Caroline. Yo...
Al instante se deshizo de mis disculpas.
—No te preocupes. He tratado con cosas peores. Mucho peores.
Lo dudaba mucho, pero agradecí su amabilidad.
—¿Cuál es tu nivel de dolor? —Me preguntó, rebuscando ya en su caja de
cosas antes de que pudiera darle una respuesta.
—Estoy bien. Es soportable.
—¿Estás segura? Es mejor ocuparse de las pequeñas molestias antes de
que se conviertan en grandes problemas.
Sonreí y asentí.
—Prefiero no ahogar a mi bebé en drogas, pero gracias.
—Tu bebé está completamente bien. Los analgésicos no le afectarán en
lo más mínimo. Pero lo que le afectará es una madre infeliz.
Cedí y me moví en la silla, con una mueca de dolor en la piel.
—Bueno, sí es seguro…
Su sonrisa respondió a mi pregunta. Colocó dos pastillitas en un botecito y
me las dio con un vaso de agua. Seguía mostrándose cautelosa a mí alrededor, y
ver su cautela me hizo odiarme aún más de lo que ya me odiaba.
Red me dio un codazo, sintiendo mi mal humor, y me lamió la mano. Había
estado a mi lado desde que volví aquí, y su amor e infinita lealtad nunca volverían
a darse por sentados.
El cambio en Anderson fue asombroso. Atrás había quedado el hombre
cruel e iracundo que se había burlado de mí y me había hecho llorar. La primera
faceta suya que había encontrado en Seven Oaks era dominante, su ternura
me consumía en adoración y atención. La forma en que me miraba, con devoción
y tristeza a la vez, me alertó de que me ocultaba algo. Le había preguntado muchas
veces desde que recuperé la vista qué era lo que le preocupaba, pero siempre me
había dado largas. Sin embargo, lo vi y me asusté.
—¿Tienes hambre? —preguntó Caroline mientras deslizaba vacilantemente
el termómetro en mi oreja.
La comida. Hacía semanas que no tenía un “ataque” pero el cambio en mi
ritmo cardíaco me decía que necesitaba calmar la aceleración de la ansiedad antes
de que se convirtiera en un problema.
—En realidad, pensé en prepararme algo hoy.
Caroline enarcó las cejas, pero sonrió.
—Me parece una idea excelente.
Asentí, dándole la razón, y ya me movía de la cama.
Todavía estaba en pijama, todavía con papel y bolígrafo en la mano, todavía
contando desesperadamente el contenido de la despensa de Anderson cuando su
oscura voz me hizo dar un respingo.
—¿Tenemos suficiente comida para el apocalipsis, o no?
Se me secó la boca y parpadeé, haciendo recuento de los paquetes de fideos
que acababa de terminar de contar.
Los dedos de Anderson se enroscaron alrededor de mi muñeca, deteniendo
mi rabioso garabateo.
—¡Kloe! Para.
—No tardaré —murmuré mientras entrecerraba los ojos en las galletas de
trigo, intentando determinar el número de paquetes alineados junto a las bolsas de
arroz.
Extrañamente, su agarre sobre mí se retiró.
—Me aseguré de que estuviéramos abastecidos, Kloe. No necesitas hacer
esto.
Vagamente le hice un gesto con la cabeza, aparté algunas latas de fruta y
miré con mala cara el paquete de galletas que había escondido.
—¡QUIERES PARAR, JODER!
Me estremecí con el grito agudo y fuerte de Anderson, pero no cesé en mi
interminable recuento; había demasiadas cosas que documentar.
Jadeé y grité cuando su mano me agarró del brazo y me sacó de la despensa
y me arrastró por la cocina. Mi mejilla chocó contra la madera de la mesa y la
mano de Anderson me sujetó la nuca, obligándome a bajar. Su cuerpo eclipsó
totalmente el mío, la plenitud de su fuerte pecho y su estómago presionando contra
mi espalda.
—Te he dicho que pares —Me siseó al oído. Su aliento me recorrió el
rostro y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Se me erizó la piel, la violencia que
emanaba de cada uno de sus poros encendió las partes de mi interior que ansiaban
lo que sabía que él podía darme.
Su dura polla se introdujo entre la raja de mi culo, mi fino pantalón de
pijama de seda no suponía ninguna barrera, y lentamente, empezó a frotarse
arriba y abajo, su respiración furiosa convirtiéndose en un calor de deseo.
Sus dedos se enroscaron, enroscando mi cabello alrededor de su mano
para usarlo como palanca y tirar de mi cabeza hacia atrás.
—¿Crees que te permitiría pasar hambre? —Sacudí la cabeza todo lo que
pude en su agarre, sintiendo su ira cabalgar sobre mí.
—No.
—No. —repitió—. Nunca volverás a pasar hambre, Kloe. Jamás.
Su polla me presionó el trasero, la sensación de la seda apretándome el
trasero hizo que mi corazón palpitara con fuerza. Empujé hacia atrás, suplicándole
que me ayudara.
—Anderson, por favor.
—Necesito oírlo, Kloe. Oírte decirlo. Necesito tu permiso.
Una pequeña parte de deseo murió en mi interior y me desplomé sobre la
mesa. Cerrando los ojos, tragué saliva mientras aceptaba lo que yacía bajo mi alma.
—No dejes que Terry nos quite lo que teníamos, Anderson. Por favor.
Anderson se tensó sobre mí. Sentí su cautela, su aprensión, pero también
su aceptación en la forma en que su respiración se endurecía y su polla se sacudía
junto a mi cuerpo. A él también le excitaba, pero se había empeñado en ocultar esa
faceta suya por lo que Terry había hecho.
—No quiero darte mi permiso —susurré—. Quiero que lo tomes.
—No sabes lo que dices, pequeña loba.
—Sí. —Asentí bruscamente—. Sí, lo sé. Y tú también.
Podía sentir su batalla interior, cómo se le agitaba el pecho y cómo su
cuerpo se endurecía a mi lado. Sus pensamientos eran desenfrenados, mi admisión
le escandalizaba y le excitaba a la vez. Así éramos nosotros. Así estábamos hechos.
Para darle un empujoncito en la dirección correcta, levanté la mano por
encima de la cabeza y le agarré un mechón de cabello. Luego, acercando su rostro al
mío, me giré hacia él y le clavé los dientes en el cuello.
Instintivamente, su agarre de mi propio cabello se desvaneció y él se
estremeció, lo que me dio fuerzas suficientes para apartarlo ligeramente de mí.
Antes de que pudiera pensarlo, le di una bofetada brusca y dura en la mejilla.
La furia escupía de sus ojos, pero los míos solamente brillaban de esperanza.
Sus dientes se hundieron en el labio inferior mientras intentaba contenerse. Pero
cuando volví a levantar la mano, su determinación se quebró.
Su mano se levantó y atrapó la mía en medio de la bofetada.
—No es una buena idea —dijo, con la cruel sonrisa que calentaba cada parte
de mí prominente en su rostro.
Su mirada se oscureció, hablando a las fibras de mi interior, y mi cuerpo se
iluminó.
Esta vez mi espalda chocó contra la mesa mientras su mano rodeaba mi
garganta. Su agarre era fuerte, tanto como para cortarme el aire de los pulmones.
—¿Quieres que te haga daño?
El destello de mis ojos le respondió cuando mi voz no podía hacerlo.
Sin soltarme, extendió el brazo libre y tomó un pequeño cuchillo de filetear
de la encimera.
Su respiración se volvió profunda y pesada, su polla palpitó con fuerza
en mi estómago y la inmoralidad de sus ojos verdes arremolinados casi me hizo
correrme allí mismo.
El desgarro de mis pantalones de pijama en la silenciosa habitación fue
ruidoso y excitante, el aire frío que de repente golpeó mi piel estimulante mientras
el cuchillo cortaba la seda como si fuera mantequilla.
Puse los ojos en blanco cuando la punta de la hoja se clavó en mi piel,
hiriéndola lo bastante como para liberar sangre. Al recorrer el interior de mi
muslo, el cosquilleo despertó una serie de sensaciones en mi interior, la descarga
de electricidad en mi sistema me hizo retorcerme de placer.
Con un rápido movimiento, Anderson me deslizó hacia arriba hasta que
toda mi espalda quedó apoyada en la mesa y mis piernas colgaron del extremo.
Soltó un suave gemido y me estremecí al sentir su lengua en mi piel. Lamió la
sangre que goteaba, acercando la lengua a mi piel para recoger hasta la última gota.
Apoyándome en los codos, observé con indulgencia cómo Anderson abría la
boca y derramaba la sangre sobre mi coño. Levanté los ojos hacia su rostro y me
agaché para acariciar su belleza con la mano.
—Haz que me corra fuerte.
El gruñido bajo que se le escapó me cortó la respiración. Se agachó y metió
el rostro entre mis piernas. Se manchó la barbilla y la boca de sangre cuando empezó
a meterme la lengua, la sangre que aún manaba de la pequeña incisión mezclada
con la humedad de mi excitación.
Me invadió una sensación tras otra mientras los dedos de Anderson se
clavaban en mis caderas para sujetar mi cuerpo. No podía respirar, no podía
moverme, no podía procesar mis pensamientos mientras una ola crucificadora de
éxtasis se apoderaba de cada músculo de mi cuerpo y me obligaba a entrar en el
reino del éxtasis.
Arrastrando la mano sobre la sangre, Anderson la arrastró por mi vientre y
por el valle de mis pechos, levantando la seda de mi top y embadurnándome con
un camino de brillante carmesí.
Mis pezones se endurecían bajo su tacto, la mancha de rojez sobre mi pálida
piel se volvía hipnotizante mientras Anderson seguía pintando una ruta sobre mí.
No podía dejar de mirar mientras, poco a poco, mi piel desaparecía bajo la ilustración
de su tacto.
Su polla se deslizó entre mis muslos y Anderson miró hacia abajo,
observando con placentero asombro cómo se deslizaba dentro de mi coño.
Centímetro a centímetro me fue llenando lentamente hasta que lo sentí por
completo.
Su rostro era severo, sus labios tirados detrás de los dientes mientras
seguían viéndose deslizarse dentro y fuera de mí, la lenta fricción haciéndome
enredar los pies detrás de él y juntar los tobillos.
Mi espalda se arqueó, invitándole a penetrar más profundamente, y el dolor
agudo hizo que mis músculos se aferraran aún más a él.
Empezó a follarme con súbita desesperación, golpeándome el clítoris con la
pelvis y enviándome descargas de placer al cerebro. Sus gruñidos eran fuertes y
crudos, el placer divino y el escalofrío de violencia en sus ojos me hacían retorcerme
contra él con cada embestida.
Me agarró las muñecas y las sujetó sobre mi estómago para darse la palanca
que necesitaba para follarme con un ritmo cruel y despiadado. Bloqueé los codos,
dándole el apoyo que necesitaba para follarme duro y rápido.
Fue su agarre de mis muñecas lo que impidió que mi cuerpo se estrellara
contra la mesa, y como me sujetaba con tanta fuerza, cada violenta embestida me
golpeaba de lleno en lugar de alejarme de él.
El éxtasis floreció en cada hueso de mi cuerpo estimulado. Los dedos de
Anderson se clavaban en la carne bajo mis muñecas, mis talones se clavaban en su
firme culo y su polla me llevaba cada vez más alto.
—Eyaculación y sangre, pequeña loba —ronroneó Anderson mientras
miraba una vez más su polla desapareciendo dentro de mí—. La representación
perfecta del dolor y el placer.
Le busqué los ojos y me aferré a su mirada mientras luchaba por
contener el torrente de placer.
—Y los dos son tuyos.
Gruñó, me soltó las manos y, pasando la mano por la sangre que aún
corría, me rodeó la garganta con los dedos y aplicó presión.
El ruido sordo en mi cabeza solamente era exagerado por la profunda y
pesada necesidad que tenía de correrme. La adrenalina se apoderó de mi organismo
y me corrí tan fuerte que por un momento se me paró el corazón y se me congelaron
los pulmones.
El grito silencioso que salió de mí me hizo daño en la garganta mientras el
agarre de Anderson se tensaba con su propio clímax.
Su frente cayó sobre mi vientre y jadeó con cada sacudida de su polla, su
semen derramándose dentro de mí y prolongando mi propio orgasmo con el
repentino y cálido torrente.
Los dos jadeábamos, tragando aire para calmar el frenesí que llevábamos
dentro. Observé su espalda arqueada, la sólida línea de sus hombros cubriendo por
completo la anchura de mi cuerpo. El olor a hierbas de su cabello invadió mis
fosas nasales y la sensación de su aliento sobre mi piel me sumió en una calma
de relajación.
Anderson me besó suavemente el vientre y se rio.
—Lo siento, pequeñín. No quise hacerte saltar tanto.
Se apartó de mí, se subió los pantalones y tomó una cajita de un armario
cercano. Tiró de mi pierna hacia un lado, Anderson colocó con cuidado una
bandita en el pequeño corte de mi muslo y luego me dio otro suave beso encima.
—Como nueva.
Me sonrió y yo le devolví la sonrisa.
Quizá las cosas iban a ir bien después de todo. Tal vez la inquietud que había
visto en los ojos de Anderson muchas veces era solamente mi imaginación.
No pude evitar sonreír al darme cuenta de que la ansiedad que había bullido
en mis entrañas no hacía ni una hora se había esfumado con mi orgasmo.
Huh. Bien jugado, Anderson.
Veinte
Kloe
La siguiente noche, Anderson estaba en una pelea. A Robbie le asignaron la
tarea innecesaria de cuidarme, y Caroline se había retirado por la noche.

Estaba aburrida.

Robbie estaba roncando en el sofá mientras yo estaba sentada en la silla


viendo las repeticiones de Game of Thrones. Las frecuentes imágenes de sangre en
la pantalla del televisor me hicieron sonreír, el recuerdo del abrumador orgasmo
de ayer me hizo morderme el labio. Después, Anderson me cargó escaleras arriba,
procedió a cuidarme de una manera que hizo que mi corazón se detuviera. Había
sido tan tierno, sus dedos se clavaban profundamente en mis músculos tensos
mientras masajeaba mi necesidad de comer. No tuve el corazón para decirle que el
orgasmo que me había dado ya se había ocupado de eso, pero su manipulación de
mis músculos se había sentido tan bien que lo dejé continuar.

Había susurrado palabras de amor sin decir las que anhelaba escuchar.
Sabía que se sentía culpable por tomarme de la forma en que lo había hecho, traté
en vano de calmar sus preocupaciones, insistiendo una y otra vez en que había
sido mi elección.

Pero era un hombre terco, rápidamente me silenció haciéndome el amor


lenta y cariñosamente, su ternura trayendo un orgasmo que no había superado el
formidable que había experimentado solo un par de horas antes. No pensé que
nada pudiera tocar ese nivel de nuevo.

Red suspiró, haciendo eco de mi aburrimiento.

—¿Necesitas correr, Red? —pregunté en voz baja, no queriendo despertar a


Robbie.

Ella se levantó disparada, moviendo la cola alegremente con la palabra


“correr”.

—Ven entonces.

Ella trotó detrás de mí, siguiéndome a través de la cocina hasta el jardín.


Tratando de liberar su energía reprimida, bajó los escalones y desapareció en la
oscuridad en la parte de atrás del largo jardín.
Volviendo adentro, preparé una taza de té y la seguí.

Las estrellas brillaban, el cielo despejado traía consigo un intenso frío en el


aire. Me estremecí, tirando de mi abrigo a mi alrededor para obtener un poco de
calor mientras serpenteaba por las escaleras de la terraza y hacia el césped. Red
ladró en la distancia, probablemente viendo algún animal al azar entre la maleza y
decidiendo que sería un juguete divertido.

El vapor de mi té se arremolinaba alto y tomé un sorbo. Por primera vez en


mucho tiempo me sentí tranquila, a gusto conmigo misma. Nunca me “gusté”
mucho a mí misma. La forma en que le había prohibido a Samantha un recuerdo
y el reconocimiento que merecía siempre había pesado en mi alma, y me mantenía
al borde del miedo.

Ahora había una calma que se había asentado dentro de mí. Sin embargo,
había una pizca de preocupación, esta vez debido a otros factores, que se negaba
a permitir que mi mente tuviera paz.

No podría señalar exactamente qué, pero lo vi en Anderson. Lo atrape


mirándome con tanta tristeza que me había robado el aliento. La forma en que me
miró, tanto con asombro como con desolación, verificó el hecho de que estaba
preocupado.

La forma en que le habló a mi estómago con tanta pena me confundió.


Hablaba como si nunca fuera a ver crecer a nuestro bebé. Había cometido un desliz
una o dos veces, y había visto un destello en sus ojos antes de que cambiara de
humor y luego hablará con felicidad.

Había tratado de interrogar a Robbie antes, pero no había querido. Había


visto el conocimiento en sus ojos. Sabía exactamente lo que estaba pasando y me
enfureció saber que ambos me estaban excluyendo.

Anderson no había conseguido ninguna información de Terry, o eso me


había dicho.

Fruncí el ceño para mí misma mientras tomaba otro sorbo de mi té. ¿Y si


Terry le hubiera dicho algo tan malo que Anderson no se atrevía a decirme? ¿Había
sido algo que Terry le había dicho lo que estaba causando todo este problema en
su mente?

Sabía que Anderson nunca me lo diría, especialmente si se trataba de algo


que me preocupaba.

Temiendo la decisión que vino a mi mente, me tragué mis nervios y silbé


bajo para llamar la atención de Red. Ella vino de inmediato, su obediencia era una
de las cosas por las que la amaba.
Al cerrar, Red inclinó la cabeza ante la repentina ansiedad que cubrió cada
una de mis respiraciones entrecortadas, pero retrocedió cuando chasqueé los
dedos hacia su cama. Se sentó erguida, mirándome con desconfianza.

—Está bien. Estaré bien.

Su cola se movió cuando me incliné y le acaricié la cabeza, pero me miró


como un halcón cuando abrí la puerta del sótano y me adentré en el mismísimo
infierno.
Veintiuno
Anderson
Había sido una noche difícil. Me dolía todo y un par de mis costillas rotas
me estaban dando tirones mientras caminaba lentamente a casa. Estaba cansado,
exhausto, y eso se reflejaba en el arrastre de mis pies sobre el pavimento.

Era una noche fresca y agradecí el frío en mi piel.

—Buenas noches, Anderson.

Mohammed, el propietario de la tienda local, me sonrió.

—Pareces adolorido esta noche.

Sonreí, me dolía la mejilla por la acción.

—Fue una noche difícil.

Asintió comprendiendo y me pasó mi habitual paquete de cigarrillos. Agregó


la botella de whisky que había agarrado del estante, tomó mi dinero y lo metió en
la caja.

—Hay rumores, Anderson.

Mis ojos se posaron en los suyos y los entrecerré, pero le hice un gesto con
la cabeza para que continuara.

—Alguien ha estado haciendo preguntas.

—¿Quién?

Se encogió de hombros mientras me devolvía mi cambio.

—Sin nombre todavía, pero es un tipo alto, pelirrojo y ojos de víbora, me


han dicho. Tengo la oreja pegada al suelo. Tan pronto como lo tenga, será tuyo.

—Gracias.

Le deslicé un par de billetes de veinte y le deseé buenas noches, encendiendo


un cigarrillo tan pronto como puse un pie fuera de la tienda. Se me erizó el vello de
la nuca cuando inhalé una dosis crucial de nicotina y mis puños se apretaron con
irritación. Necesitaba encontrar a este hijo de puta antes de la pelea con Ivan. No
podía, y no lo haría, dejar a Kloe expuesta y bajo tal amenaza.

Robbie se sacudió y parpadeó cuando le di una patada en los tobillos y lo


desperté.

—Maldito perezoso. —Sonreí mientras me dejaba caer en el sofá a su lado.

—¿Qué hora es?

—Recién pasada la medianoche.

—Mierda. —Se estiró, bostezando y girando la cabeza alrededor de su cuello.

—No fue mi intención dormir tanto.

Me reí entre dientes, entendiendo lo cansados que ambos estábamos.


Últimamente Robbie había tenido problemas para dormir, sabía por qué, pero
ninguno de los dos quería hablar de eso. En lugar de eso, lo guardamos adentro
como siempre lo hicimos y lo dejamos correr.

—¿Kloe está en la cama? —preguntó.

—Me imagino que sí; Acabo de llegar. ¿Quieres un trago?

Él asintió, frotándose los ojos con las palmas de sus manos. Se mira peor
por la siesta, el color grisáceo de su piel hacía que sus rasgos ásperos habituales
parecieran aún más amenazantes.

Apretando los dientes por el dolor que me atravesó, me levanté y fui a poner
la tetera.

Red gimió tan pronto como abrí la puerta de la cocina y corrió a mi lado, su
nariz fría enterrándose en mi mano.

—¿Qué pasa, pequeña?

Parecía nerviosa, con las orejas aguzadas y el pelaje de la nuca rígido por la
alarma.

—¿Red?

Cada hueso de mi cuerpo crujió bajo la presión del miedo cuando ella rascó
la puerta del sótano. Ella gimió, rascándose más fuerte mientras giraba la cabeza
para mirarme y luego empujaba la puerta.

La manija se sintió caliente bajo mi toque, mi imaginación se volvió loca, y


tan pronto como abrí la puerta, Red corrió delante de mí, su urgencia hizo que mi
corazón se acelerara.

Mis pies se arrastraban por cada escalón, el miedo tiraba de cada músculo
y hacía que el movimiento fuera lento e incómodo.
Nada más que el silencio me saludó. Las oscuras profundidades de mi propio
sótano se volvieron aterradoras y extrañas, lo desconocido jugaba una mala pasada
en mi mente y aumentaba la tensión en mi cuerpo.

Y finalmente di el último paso.

Los mismos pozos del infierno nunca podrían exhibir el horror que me
recibió. Ríos de sangre nunca podrían replicar una escena tan sangrienta. Y nunca
en mis propias pesadillas podría imaginar algo tan siniestro.

Kloe estaba de rodillas, su pequeño cuerpo perdido en el depósito de sangre.


Que se lavó a su alrededor. Su rostro estaba bajo, su enfoque en sus rodillas
mientras permanecía quieta y en silencio.

Mi navaja de mariposa estaba junto a su mano, sus dedos estirados como si


solo en ese segundo hubiera dejado caer el objeto ofensivo.

Mi mirada se elevó a la cadena oscilante. Se me revolvió el estómago y


expulsé el aire rancio que se había guardado en mis pulmones. La cabeza de Terry
era todo lo que quedaba, el terror retratado en sus ojos, lo último que había visto
en su mirada petrificada. El resto de él estaba esparcido en montones por el suelo.

Red gimió de nuevo, golpeando a Kloe y llamando mi atención.

—Santa mierd… —La palabrota se evaporó de la lengua de Robbie cuando


su pie aterrizó en el escalón detrás de mí.

Mi cuerpo estaba congelado en estado de shock, mis partes entumecidas me


negaban cualquier movimiento.

—¿Kloe?

No pensé que me hubiera escuchado, su nombre salió de mí en un susurro


horrorizado.

Se volvió lentamente, con la cabeza girando sobre sus hombros como una
jodida película de terror. Sus ojos vacíos me encontraron.

—Hice que me lo dijera, Anderson. —El tono escalofriante de su voz hizo que
mi garganta se contrajera.

Mi corazón dio un vuelco y el aire abandonó mis pulmones a toda prisa.

—¿Decirte que?

Sus ojos cayeron por un segundo antes de que una vez más encontraran los
míos.

—A quién. —Se estremeció y se lamió los labios, la sangre que los cubría se
corrió con la humedad—. Quién —repitió ella.
Hice una mueca cuando di un paso hacia ella, mis pies resbalaron en las
entrañas que hacían un camino hacia ella.

Ella me miró, sus hermosos ojos parpadearon cuando la levanté en mis


brazos.

—No le creí.

Asentí.

—Así que lo hice pagar por mentirme.

El vómito me subía a toda prisa por la garganta con el olor dulce pero amargo
de toda la sangre. La cargué por la casa, y rápidamente abrí la ducha, entré al
cubículo, ambos completamente vestidos y ella cubierta con más que tela.

El agua caliente nos inundó, azotándonos con torrentes de calor abrasador


y empujando la suciedad que estaba adherida a ella hacia el desagüe.

Aparté la mirada de toda la mierda que se acumulaba contra el desagüe y


comencé a quitarle a Kloe la ropa empapada, arrojando cada artículo al piso del
baño.

Ella me dejó tomar la iniciativa, su tranquila desesperación me asustó. Sus


ojos estaban muy abiertos pero sin ver, el latido de su corazón constante contra mi
mano cuando lavé lo que quedaba de mi padre, y la forma rítmica en que su pecho
se agitaba me hizo temblar de sorpresa.

—¿Qué te dijo, Kloe? —Casi tenía demasiado miedo de preguntar, pero


necesitaba saber.

Ella entrecerró los ojos.

—Muchas cosas.

—Bueno. ¿Vas a compartir? —Traté de mantener mi voz calmada, mi mente


enfocada en su baño mientras dirigía el chorro de agua sobre su cabeza y
comenzaba a lavar los fragmentos de huesos e intestinos que se aferraban a sus
rizos.

Miró la pared y suspiró. Trago fuerte mientras trataba de pasarse su propio


vómito. La espuma del champú le corrió por el rostro y cerró los ojos. Al menos
estaba lo suficientemente lúcida para entender lo que estaba pasando. Tenía miedo
de que hubiera fracturado la última parte cuerda que quedaba de su mente y se
hubiera perdido tanto dentro de sí misma que siempre vería la fealdad de lo que
sea que acababa de suceder.

—Lo siento mucho, Anderson.

Robbie habló en voz baja desde la puerta del baño, mirándonos con cautela.
Negué.

—Esto no es tu culpa.

Volviendo mi atención a Kloe, la limpié suavemente, la mancha de sangre


resultó difícil de quitar.

—Pensé que estaba muerto. Siempre había estado muerto. —dijo Kloe—.
Siempre pensé que estaba muerto.

Fruncí el ceño, pero permanecí en silencio, deseando que continuara.

—Y todo este tiempo, todo ese tiempo, hace tanto tiempo, ha estado
planeando cómo el destino nos arruinaría. —Volvió la cabeza y me miró— ¿Sabías
eso, Anderson? Que se conocían. Así lo conoció mi madre, por eso nos jodieron a ti
y a mí.

Me congelé, la piel de gallina se me metió debajo de la piel y todo mi cuerpo


se sintió hipersensible.

—¿Qué?

Se rio entre dientes y el sonido fue un tanto espeluznante, la miseria


reflejada en el habitual sonido feliz hizo que se me retorciera el estómago.

—Fuimos vecinos. Por tanto tiempo.

No pude formar palabras para cuestionarla. Quería que hablara más rápido,
que llenara las partes en blanco por mí, pero el shock me volvió estúpido.

—Solíamos jugar juntos. Éramos mejores amigos.

—No entiendo —dije finalmente, dejándome caer contra la pared de azulejos


para sostenerme.

—Fue mi propia madre quien le presentó a Terry a los Dawson.

Mi cabeza se sacudió. Mi corazón latía tan rápido que me sentía mareado y


drogado. Saliendo de la repulsión que me abrumaba, agarré a Kloe por los hombros
y la sacudí.

—¿Quién es él, Kloe? ¡Dime!

Parpadeó lentamente y sonrió.

—Es mi padre, Anderson. Mi padre ha vuelto por mí.


Veintidós
Anderson
Su silencio me dijo mucho más de lo que ella había dicho.

Me estaba ocultando algo, pero lo dejé pasar por ahora.

—Dijo que mis padres y los tuyos eran mejores amigos mucho antes de que
naciéramos. —Se estremeció a pesar de que la cubrí con mis brazos y la atraje
hacia mí. El dormitorio estaba a oscuras y nos acurrucamos juntos bajo el edredón,
mi abrazo y el edredón le proporcionaban la red de seguridad que necesitaba—.
Creo que estaban conectados con una secta —murmuró, con el ceño fruncido—.
Pero no estoy segura. No pude distinguir algunas de las cosas que dijo.

Hice una mueca, la imagen del cuerpo mutilado de Terry en mi cabeza


explicaba por qué probablemente no había logrado decir mucho, pero no compartí
ese pensamiento con Kloe.

—Janice, tu madre, tenía muchas deudas de drogas, dijo Terry. Anderson,


trataron de usarte, pero Terry dijo que a nadie en su círculo quiere a niños
pequeños.

Kloe se atragantó cuando la sangre calentó la furia que burbujeaba en el


fondo de mi alma. El bastardo sucio. ¡Los jodidos enfermos y retorcidos!

—Y mi maravillosa madre escuchó rumores de una extraña pareja que vivía


en una casa de campo en Deenslow.

El resto de mi historia era historia, como dicen.

—¿Entonces me vendieron por mil libras para que mi madre pudiera pagar
su deuda de drogas?

Kloe asintió y se retorció en mis brazos. La tristeza la abrumó y alzó la mano


para acariciar mi mejilla. Apenas podía verla en la oscuridad pero su amor y su
dolor eran tan apasionados que eran prácticamente visibles.

—Lo siento mucho, Anderson.


—No lo sientas. Al menos ahora tengo una explicación, por más mierda que
sea —negué, poniendo mi mano sobre la de ella—. Entonces, ¿qué le pasó a tu
padre?

—No sé. Terry acaba de decir que se fue. No estaba muy dispuesto a hablar
en ese momento.

Una vez más hice una mueca y asentí en comprensión.

Kloe se perdió en sus pensamientos y le pellizque la barbilla.

—¿Qué más dijo él?

Ella se tensó pero negó.

—Eso fue todo. Escupió mucho odio y estupideces.

—¿Estupideces?

—Cosas simplemente. —Ella sacudió su cabeza—. No sé qué pasó Anderson.


Yo… Algo se hizo cargo y yo no…

—Está bien. Lo sé. —Y lo hice. La rabia, la necesidad, la determinación, la


corrupción y el profundo sentido de supervivencia que vivía en todos nosotros
hicieron un trabajo que a veces no queríamos hacer.

—Gritó tan fuerte —dijo con un ligero estremecimiento—. Y su sangre, era


tan bonita. Tan fascinante ver cómo se escapa de él tan fácilmente. Sentí una fuerza
que nunca antes había tenido. Creció en mi vientre hasta que se hizo cargo por
completo.

Apreté mis brazos alrededor de ella cuando la repulsión en sus ojos la hizo
estremecerse.

—Hacemos lo que tenemos que hacer, Kloe.

No le dije que la mayoría de la gente no llegaba tan lejos como ella. Sin
embargo, Kloe había pasado por tanto que nadie podía entender cuál era su estado
de ánimo ahora. Lo que debería disgustar a muchos de nosotros se estaba
convirtiendo en algo normal para Kloe. Y aunque lo que había presenciado me
había enfermado incluso a mí, estaba muy orgulloso de ella. Me demostró que
estaba lista para que la dejara. Ella sobreviviría a esto después de todo, y protegería
a nuestro bebé con su vida.

Ella parpadeó hacia mí.

—Lo encontré —susurró.

Fruncí el ceño.

—¿Encontraste qué?
—Lo que sea que había estado buscando. El estampido del trueno en medio
de la tormenta. El fuego más caliente del infierno. El epítome del pecado. Había
estado buscando luz, Anderson, esperanza en medio de la desesperanza. Para un
escape del medio del escapismo. Todo el tiempo había estado buscando lo contrario
de lo que necesitaba. Algo hizo clic cuando vi la sangre salir de Terry, del corte que
le había infligido. La pérdida de su vida me dio la mía. Su último aliento fue el
primero en mucho tiempo. ¿Tiene sentido?

Asentí, presionando mis labios en su frente.

—Tiene total sentido. Todos tendemos a buscar las cosas que creemos que
necesitamos, cuando todo el tiempo, si solo tuviéramos cerrados los ojos y
realmente miráramos, habríamos encontrado que lo que está dentro de nosotros
es exactamente lo que hemos estado buscando.

—Pero fuiste tú quien me abrió los ojos, Anderson. Fuiste tú quien encontró
mi corazón.

Ella me empujó, me hizo rodar y vino sobre mí, sentándose a horcajadas


sobre mi pecho mientras se inclinaba y presionaba su boca contra la mía. Su
pequeña lengua se deslizó entre mis labios y me adoró en ese único beso.

—Te amo —susurró ella—. Sé que no puedes decir lo mismo, y está bien.
Pero tienes que aprender a confiar en mí, Anderson. Soy más fuerte de lo que
piensas. Te protegería con mi vida.

Sus palabras golpearon mi conciencia, diciéndome que debería haber


cuestionado más su declaración. Pero cuando su boca se deslizó por mi cuerpo y
sus labios y lengua jugueteaba con la cabeza de mi polla, todos los pensamientos
me abandonaron.

No fue hasta la semana siguiente, la noche antes de mi pelea con Ivan, que
sus palabras tuvieron perfecto sentido para mí, y descubrí cuánto me amaba Kloe
Grant.

Red podía sentir la tristeza en mí, la pesadez de mi corazón. El viento azotaba


el parque, el área expuesta no proporcionaba refugio de sus golpes en mi rostro.
Necesitaba el aire. Había sentido como si mis pulmones se estuvieran obstruyendo
en la casa.

Kloe y Robbie se habían ido por un tiempo y me estaba poniendo nervioso.


Había enviado a Kloe a recoger algunas de sus cosas. Se había preguntado por qué
quería que se quedara en mi casa, pero después de que su padre volviera a su vida
había sido fácil darle una explicación de por qué necesitaba que se quedara. En
realidad, era porque necesitaría la comodidad de mi casa, y a Red, cuando se
enterara de mi destino.
Se habían ido hace más de tres horas, y aunque sabía que ella estaría a
salvo con Robbie, no pude evitar la punzada de ansiedad que se hizo más profunda
en mi pecho.

Durante la semana anterior había sanado más y más. Su hermosa sonrisa


había regresado y estaba una vez más a gusto consigo misma. Sin embargo, sabía
que todavía me ocultaba algo. La atrapaba mirándome con tristeza y con frecuencia
me decía que me amaba, como si necesitara que yo sintiera cada centímetro de su
afecto en caso de que nunca más volviera a sentirlo. Si no le hubiera confiado mi
vida a Robbie, habría jurado que se lo había dicho, así que no podía ser la pelea lo
que la preocupaba.

No podía contarle sobre mi trato con Ivan; la hubiera roto. Sabía que se
sentiría culpable, que era su culpa que hubiera cambiado mi vida por la de ella.
Pero la vida de mi hijo y de Kloe significaba más para mí que mi próximo aliento.
Si me quedaba sin ellos, entonces mi vida se acababa de todos modos.

No estaba nervioso por la muerte, ni mucho menos, pero estaba triste porque
ahora todo en mi vida se estaba juntando, tenía que terminar.

Robbie se había vuelto a enfadar la noche anterior. Su sugerencia de llevarse


a Kloe e irse fue ridícula. Los tratos son tratos; nunca se romperían. Kloe estaba a
salvo gracias a Ivan. Le debía mi vida, y lo haría de nuevo si fuera necesario.

Las orejas de Red azotaron el aire con una repentina y fuerte ráfaga de
viento; se veía tan cómica que no pude evitar sonreír. El frío empezó a penetrar el
espesor de mi abrigo y me estremecí.

—Es hora de ir a casa, pequeña.

Tragué saliva y cerré los ojos con fuerza. No podía llorar, y aunque mi
corazón estaba triste por Red, sabía que estaría bien con Kloe.

El camino a casa pareció tomar más tiempo de lo habitual, el abatimiento


me hizo lento, pero suspiré con alivio cuando vi el auto de Rob estacionado frente
a la casa.

Rob no estaba a la vista cuando entré, pero Kloe estaba sentada en la mesa
de la cocina. Estaba a kilómetros de distancia, con los dedos aferrados a una taza
de té frío mientras miraba al vacío.

Saltó cuando llegué detrás de ella y le dio un beso en el cabello. El olor a


miel y coco invadió mis sentidos y calmó la tormenta que había comenzado a
arreciar en mi interior.

—Hey.

Se giró, dándome una suave sonrisa. Sus ojos estaban bordeados de


enrojecimiento.
—¿Has estado llorando?

Ella sacudió su cabeza.

—No.

Fruncí el ceño ante su respuesta de una sola palabra y le toqué la barbilla,


volteando su rostro hacia el mío.

—No me mientas, Kloe. Pensé que habíamos establecido esto hace mucho
tiempo.

Ella asintió y resopló.

—Sí, eso lo habíamos establecido hace un tiempo. Pero mientes, así que creo
que tengo derecho a una o dos mentiras.

Su atrevimiento hizo que me ardiera el estómago.

—¿Disculpa que?

Empujando su silla hacia atrás, se puso de pie y se volvió hacia mí. Sus ojos
eran estrechos y duros.

—Confiaba en ti, Anderson. Te confié mi vida, pero no pudiste devolver eso.


No confiabas en mí.

—¿De qué diablos estás hablando?

Ella frunció los labios.

—Ivan Moritz.

Cada hueso de mi cuerpo se rompió mientras el hielo corría a través de mí.


Mi corazón saltó en mi pecho, golpeando contra mi esternón como si quisiera correr
hacia la libertad.

—¿Quién te lo dijo?

Dudó, como si se preparara para mi ira cuando el nombre de Robbie se le


escapó de la boca. Tenía que ser Robbie; nadie más lo sabía.

—Terry me lo dijo. —La conmoción que cubrió mi rostro la hizo sacudir la


cabeza—. ¿Por qué no me dijiste? —preguntó en voz tan baja que casi no escucho
lo que dijo.

Estaba herida, y lo entendí, pero si ella entendiera mi razón sería un asunto


diferente.

—Porque te habrías culpado a ti misma. Porque no podía soportar ver morir


la vida en tus ojos antes de irme. Porque quería que tu hermosa sonrisa fuera lo
último que viera, no tus lágrimas. No las lágrimas que yo había causado. No podía
soportar ir con eso en mi corazón.

Ella asintió y sonrió.

—Todavía deberías haber confiado en mí, Anderson. Si crees que te


permitiría hacer una pelea, por mí, especialmente cuando eso significa la muerte,
entonces estás equivocado. Cuando te dije que te amaba, lo dije en serio. El amor,
como dijiste antes, es violento, es furioso. Una tormenta de rabia que me quema
hasta el alma. Y esa tormenta, esa rabia violenta que me das con tu amor me hace
luchar, me hace fuerte como persona y me da coraje, Anderson. Como pelearías
por mí, yo siempre pelearé por ti.

Abrí la boca para hablar pero ella negó. Tomando mi mano, me llevó a la
puerta del sótano y me jaló detrás de ella. El olor a sangre me golpeó e hice una
mueca; No pensé que el olor se iría alguna vez. Penetró el suelo, las paredes y cada
molécula de aire del lugar.

Sabiendo que estaba a punto de darme el dolor que necesitaba, apreté su


mano con más fuerza. Ella no respondió. En cambio, continuó guiándome hacia
abajo.

Mi boca se abrió cuando mi mirada se posó en Ivan Moritz, colgando de la


misma cadena que había estado Terry días atrás.

—¿Kloe?

Parecía furiosa, sus ojos salvajes me miraban.

—¡Como dije, deberías haber confiado en mí!

—¿Qué diablos? No puedes hacer esto. ¡Hice un trato, Kloe! ¡Un trato que no
debería romperse!

Ella se burló, sacudiendo la cabeza y dando un paso hacia mí.

—¡Un trato que nunca debería haberse hecho en primer lugar!

Robbie estaba parado contra la pared del fondo, observándome. No era


cauteloso como esperaba que lo fuera. Sabía lo que significaba un trato en nuestro
mundo y debería haber dudado de mi reacción, pero no lo estaba. Él estaba
enfadado. Tan enojado como Kloe.

Ivan estaba inconsciente, con la barbilla apoyada en el pecho mientras


colgaba sin fuerzas. Me hizo preguntarme cómo diablos habían logrado someterlo.
Ivan era tan duro como los demás; era fuerte y violento. No tenía sentido.

—¿Cómo diablos lo trajiste aquí?


Kloe sonrió y luego, sorprendiéndome, se rio. Pero no fue gracioso. Un
escalofrío me recorrió y me lamí los labios secos.

—Fue extraño, ya sabes —dijo mientras me miraba directamente—. Cuando


me colgaron de la cadena y viniste a buscarme, mi mente se llenó de visiones de
mi padre. Realmente nunca había pensado en él antes. Realmente nunca sentí una
conexión con él. Y luego, de repente, él estaba conmigo, como si estuviera en la
habitación conmigo.

Mi alma sufría por ella. Todo lo que siempre quiso fue ser amada. Pero una
vez más, al sentir mis emociones, negó.

—Había una razón simple para eso, Anderson. Fue porque él estaba en la
habitación conmigo.

Mis ojos se abrieron como platos mientras mi garganta se contrae.

—¿Q-qué?

Se volvió hacia Ivan. Puro odio se filtró de ella, y escupió.

—Conoce a mi padre, Anderson.


Veintitrés
Kloe
—Te convertiste en una hermosa mujer, Samantha.

Mi padre se sentó en la silla frente a mí. Como si supiera que su vida había
terminado, se había vuelto sombrío y agradable, sus brillantes ojos azules que eran
la imagen de los míos no habían dejado mi rostro en la última hora.

Era hora. Es hora de acabar con todo.

Pero primero quería respuestas, excepto que no estaba segura de obtener


ninguna.

—¿A dónde fuiste?

—Prisión.

Eso me sorprendió, no su respuesta, sino el hecho de que me había


respondido.

—Hay tantas cosas que no sabes, Sammy.

Me estremecí ante su cariñoso acortamiento de mi nombre.

—Entonces, dime.

Él resopló.

—La vida nunca es tan simple.

—No —respondí—. Pero la muerte lo es.

Su sonrisa se veía mal contra la agudeza pálida de su rostro. Él era Ruso, y


me sorprendió saber que tenía esos genes dentro de mí. Las únicas partes de él
que tenía eran mis ojos azules y mi cabello rubio rojizo. Aparte de eso, no nos
parecíamos en nada.

—La muerte es la única cosa simple en la vida —estuvo de acuerdo, su


sonrisa se ensanchó como si acabara de hacer una broma.
—Entonces, ¿vas a iluminarme antes de tu propia muerte? ¿O tengo que
pasar por la vida preguntándome por qué Dios pensó que merecía unos padres tan
maravillosos?

Se rio y tuve que morderme el labio para amortiguar la necesidad de matar


a mi propia carne y sangre antes de que tuviera la oportunidad de decirme algo. La
paciencia nunca fue mi punto fuerte, y como si supiera eso, Anderson deslizó su
mano en la mía. Él había estado sentado a mi lado, dándome todo su coraje y
devoción, pero permaneció en silencio, permitiéndonos a mí y a mi padre nuestros
últimos momentos sin interferencias.

—Nada que contar, pequeña. —Se encogió de hombros.

—Supongo que cómo fuimos hechos tu madre y yo. Nunca hiciste nada malo,
pero tampoco hiciste nada bien. Es posible que hayas adivinado que llegaste como
una pequeña sorpresa. Nunca planeamos tener hijos. Nuestro estilo de vida era
simplemente…

—¿Egoísta? —Terminé por él.

Sus labios formaron una sonrisa y sus ojos brillaron divertidos.

—Sí. Eso es todo.

Tuve que cerrar los ojos para recomponerme. Anderson apretó mi mano,
animándome a calmarme.

—Debería haber imaginado que nos encontraríamos de nuevo —reflexiona


Ivan mientras miraba nuestras manos unidas—. Siempre estuviste cerca. Cuando
Judd se fue, nunca fuiste la misma. Te volviste callada, malhumorada. Una
verdadera pesadilla para estar cerca.

—Bueno, siento mucho haberte decepcionado.

—No. —Sacudió la cabeza con indiferencia—. Nunca fuiste una decepción,


pero tampoco una delicia. Tú y Judd se aferraron el uno al otro porque solo se
tuvieron el uno al otro. Entonces, cuando Terry y Janice te vendieron —le dijo a
Anderson antes de volverse hacia mí—, nos quedamos contigo.

—¿Por qué no me entregaste a los servicios sociales? —Tuve la suerte de


tener una familia adoptiva tan encantadora después de que logré escapar del ático
de Terry, así que los servicios sociales no me asustaron.

Cuando Ivan se encogió de hombros en respuesta a mi pregunta, Anderson


preguntó:

—¿Qué le pasó a mi madre? —Sabía que había sido algo que había querido
una respuesta durante tanto tiempo, y me aferré a la respuesta de Ivan tan de
cerca como lo hizo Anderson.
—Se cayó por las escaleras y se rompió el cuello, lo creas o no.

Tanto Anderson como yo miramos con los ojos muy abiertos e Ivan levantó
las manos.

—Sí. Parece un poco dramático, pero bueno, fue solo una de esas cosas.
Estaba tan drogada como un caballo rabioso en ese momento. —Anderson se
estremeció a mi lado, la risa cruel y la actitud insensible de mi padre lo lastimaron.
El humor de Ivan me enfermó. No le importaba cualquier cosa, su desprecio me
hizo enfadarme más con él.

—Entonces, ¿por qué volver? —pregunté—. ¿Por qué, después de todos estos
años, vuelves para atormentarnos a Anderson y a mí? Teníamos nuestras vidas de
vuelta. Anderson finalmente fue libre de esos cabrones enfermos. ¿Por qué?

Por primera vez, mi padre mostró una reacción real a una de mis preguntas.
Me miró como si estuviera loca.

—Tenías seis años cuando vendieron a Judd, Sammy. No recordabas nada.


Fui a la cárcel y cuando salí estaba bastante contento de seguir adelante. Entonces
Terry se puso en contacto. Me dijo que el destino había intervenido y los había
vuelto a unir. Mi nueva libertad de repente dependía de si ustedes dos hacían la
conexión o no. Y por supuesto, entonces Judd tuvo que profundizar. Y lo encontró
todo. —Miró a Anderson a mí y negó—. ¿Tienes alguna idea de cómo es la prisión?

Antes de que pudiera decir otra palabra, Anderson voló hacia él. La silla de
Ivan cayó hacia atrás y la piel de su garganta quedó atrapada en el puño de
Anderson.

—¿Crees que la prisión fue dura, bastardo enfermo? ¡No tienes ni puta idea
de lo que significa estar encerrado! Veinte jodidos años esos cabrones me usaron y
abusaron, y por el resto de mi vida estaré encerrado dentro del odio. ¡Eso es prisión,
Ivan! No unos pocos míseros años tras las rejas con comida en el estómago, una
cama para dormir todas las noches y una hora de aire fresco en los pulmones todos
los días. Ni siquiera sabía cómo se sentía el sol en mi rostro, o qué tan dulce era el
aire fresco. ¡Tu propia hija pasó hambre durante tanto tiempo que nunca más
sentirá el estómago lleno! Tu maldito compañero enfermo la violó a los siete años.
Todos ustedes arruinaron algo tan precioso. Pero te juro que ahora haré todo lo
que esté a mi alcance para borrarte de su vida. Nunca volveré a respirar por
completo hasta que Kloe aprenda a amar quién es en realidad. Ella no es
Samantha, y por mucho que quisiera que ella también la aceptara, finalmente me
di cuenta de que Samantha murió hace mucho tiempo. Kloe nació del dolor y la
miseria de tu hija. Samantha le dio la fuerza de su alma. Ella le dio el coraje en su
espíritu y le dio el amor en su corazón. ¡Los lleva, pero por Dios, nunca más sabrá
el dolor y la destrucción que le impusiste!
Tragué saliva y me quedé quieta mientras los puños de Anderson hacían
implosión en el rostro de mi padre. Sus violentos puñetazos aplastaron el esternón
de mi padre, y su brutalidad despiadada le quitó el último aliento.

Observé. Me senté en silencio, obligando a mis ojos a ver cada pizca de ira
de Anderson. Presencié el final con el corazón lleno, el de Anderson, declarando,
diciéndome lo que siempre había sospechado. Que me amaba.

Una sonrisa se posó en mis labios cuando Samantha Rowan finalmente fue
enterrada.

Esta vez fui yo quien bañó y cuidó al hombre que le concedió la paz a mi
alma. Estaba callado y apagado, perdido en sus propios pensamientos como yo
estaba perdida en los míos.

El agua goteaba por su pecho cuando apreté la esponja sobre él. Se sentó
entre mis muslos, el calor del agua a nuestro alrededor rompiendo el frío que se
había instalado en nuestros huesos.

—¿Crees que alguna vez terminará, Kloe? —preguntó Anderson,


inesperadamente.

—Solo si lo dejas. Se han ido ahora. Todos ellos. Solo quedamos tú, yo y
nuestro hijo para dictar a dónde van nuestras vidas desde aquí.

El asintió.

—¿Y a dónde vamos desde aquí?

—Donde queramos. Judd y Samantha han sido sepultados. Ya es hora de


que honremos sus cortas vidas. No dejes que su dolor se vuelva inútil.

Se giró, deslizándose sobre sus rodillas ante mí. El agua salpicó a nuestro
alrededor cuando me agarró y tiró de mí sobre sus muslos y directamente sobre su
polla dura.

El aire salía de mis pulmones mientras el placer corría por mis venas. Mi
cabeza cayó hacia atrás y Anderson capturó la piel de mi cuello con sus dientes.
Cuando la sangre empezó a correr por mi piel, la atrapó con la lengua y me besó
con una pasión que pronto me abrumaría.

El sabor de Anderson y la sangre en mi lengua hicieron que todo mi cuerpo


temblara de necesidad. Su lengua se retorció alrededor de la mía mientras sus
manos agarraban mi cintura y me levantaba y bajaba lentamente sobre él.

Mi corazón se hinchó con la mirada de ternura en sus ojos, su mirada fija


en cada parte del placer que me estaba otorgando.
Me hizo el amor por primera vez y nunca quise que terminara. Quería sentir
la cercanía de su alma para siempre. Quería sentir su corazón latir junto al mío
por la eternidad.

—Te amo tanto, Anderson —susurré, rogándole que sintiera cada pedacito
de mi declaración en su alma.

Sus manos se movieron de mi cintura y se deslizaron por mis costados hasta


que enmarcó mi rostro. Tomé el control, moviéndome sobre él tan lentamente como
él me había indicado. La suave fricción de su polla dentro de mí trajo mi orgasmo
rápido y bruscamente, el temblor en mis huesos me hizo gritar su nombre.

Empujó duro y profundo, derramándose dentro de mí con mi propio nombre


saliendo de sus labios.

Su rostro enterrado en el hueco de mi cuello mientras mis brazos se


deslizaban alrededor de él.

—Kloe —susurró, y no fue hasta que su cuerpo comenzó a temblar que me


di cuenta de que estaba llorando.

El dolor tenía una forma divertida de mostrarse en los momentos más


extraños. Y Anderson lo sacudió con una ferocidad que le quitó el aliento de los
pulmones y la fuerza de su alma.

Lo sostuve con más fuerza, aferrándome a él mientras él me soltaba. Le


supliqué que me usara, que aceptara lo que le ofrecía.

—Estás bien —le dije—. Sobreviviste a esto. Sobreviviste a todo. El futuro es


nuestro, Anderson. Es todo nuestro y lo vamos a vivir.

Levantó su rostro hacia el mío, sus hermosos y brillantes ojos verdes


reflejaban el amor del que nunca hablaría. Su pulgar limpió mis propias lágrimas,
lo colocó en sus labios y saboreó mi amor en su forma más física.

—Cásate conmigo —susurró.

No pudo cubrir el shock. Miré con ojos enormes mientras una sonrisa
tomaba su miseria y la aniquilaba.

—Hablas de nuestro futuro, Kloe, y todo lo que veo es a ti y a nuestro bebé.


Ese es mi futuro. Familia. Cuando entraste en mi habitación del hospital hace
cuatro años, sentí la conexión que teníamos. Nuestras almas siempre habían
estado unidas por un vínculo que resultó ser inquebrantable. Una vez más nos
encontramos. Nuestras almas nunca están completas la una sin la otra, y siempre
se buscarán la una a la otra.

—Sí —susurré. Ni siquiera había tenido que pensar en ello. Mi alma ya había
decidido por mí.
Su sonrisa se convirtió en la sonrisa más amplia, iluminando su hermoso
rostro. Absorbí la imagen, usándola para alimentar mi corazón.

—Y luego puedes llevarme a algún lugar cálido y tranquilo —Le informé con
una gran sonrisa—. Maldita sea, creo que nos merecemos unas vacaciones.

Se rio, asintiendo.

—Eso haremos, mi pequeña loba. Eso es lo que haremos.


Veinticuatro
Anderson
En la actualidad

Perfección.

La suave luz saltó sobre su piel pálida, resaltando cada cicatriz y haciéndolos
bailar para mí. Su cuerpo suave pero completo se balanceaba en las cuerdas ante
mí, su gran vientre redondo acariciado en mis manos, mis dedos extendidos sobre
la piel estirada.

Mi pequeño me pateó, diciéndome que sabía que yo estaba allí.

Kloe sonrió, el azul de sus ojos brillando con lágrimas de alegría. Era tan
asombrosamente hermosa cuando estaba feliz. Y yo le había dado eso. Yo fui quien
llenó su vientre con lo que ella anhelaba, lo que una vez solo había soñado.

Chocando mi boca con la suya, gimió dentro de mí, la pequeña bocanada de


aire parpadeó en mi lengua y me hizo sentir aún más hambre por ella.

—Te amo —susurró contra mis labios. Sus ojos estaban fijos en los míos, la
declaración de sus palabras se reflejaba en mí a través de su mirada—. Me encanta
lo que me haces, Anderson. Lo que me has dado.

Ella esperó. Como siempre.

Sus suaves labios se movieron con el toque de una dulce sonrisa.

—Incluso ahora. —suspiró Ella—. Incluso ahora, después de todo, todavía


no puedes decirlo, ¿verdad?

La sangre llenó mi corazón, haciendo doloroso el siguiente latido. Sabía que


la amaba. Sabía sin lugar a dudas que ella era lo único que permitía que mi corazón
latiera. Sin embargo, mi alma no lo permitiría. Incluso ahora.

Ella tomó aire, sus ojos se cerraron en éxtasis cuando pasé la punta de la
navaja entre sus pechos, cortándola con tanta delicadeza que incluso el torrente
de sangre a la superficie fue perezoso y sereno.

—Esto… —Pasé la navaja sobre más piel, observando la niebla de placer


rodar por su bonito rostro— …Esto es todo lo que puedo darte, Kloe.
Mi polla se deslizó entre sus muslos cerrados y usé la fricción para darme la
estimulación que necesitaba. Se balanceó en el arnés y levanté sus piernas
alrededor de mi cintura, estabilizándola contra mí. Su enorme vientre presionaba
contra el mío, el hilo de sangre se derramaba entre nuestra piel en contacto, pero
eso solo aumentaba mi emoción.

Kloe era mía en todos los sentidos. Y lo que ella llevaba en ella era mío. Por
primera vez en treinta años, algo me pertenecía.

—Sabes que nunca te dejaré ir, ¿verdad? —Respiré en la suavidad de su


cuello, mordisqueando su piel con mis dientes hasta que el sabor familiar del cobre
hormigueó en mi lengua.

Su cabeza cayó hacia un lado y resopló.

—Y sabes que nunca me iré. Nunca.

Ella gritó, sus ojos se abrieron de golpe cuando conduje mi polla dentro de
ella. Sus paredes se aferraron, un acto para verificar su promesa, mientras sus
piernas se apretaban alrededor de mi cuerpo.

—Nunca —repitió cuando comencé a sumergirme dentro y fuera de ella con


una furia que no podía seguir.

Sólo cuando estaba dentro de ella, en lo más profundo de mi esposa, me


sentía completo. Su amor, su pasión, me empaparon de adentro hacia afuera y
electrificaron cada uno de mis sentidos con sentimientos.

—Más duro —gritó—. Ódiame, Anderson. ¡Ódiame!

—¡Nunca! —Siseé a través de la tensión de mi mandíbula, mis dientes


atraparon el borde de mi lengua y me hicieron estremecer.

—Sí —gritó mientras empujaba su cuerpo contra el mío con avidez—. Lo


necesito. Por favor.

La oscuridad burbujeó en sus ojos cuando aplasté su tráquea bajo mis


dedos, el jugueteo de su pulso bajo mi palma hizo que mis bolas se sacudieran de
placer.

—¡Sí! —Ella escupió a través de la restricción en su laringe—. ¡SÍ! —


Conduciéndola con más fuerza, una sola lágrima se filtró por el rabillo del ojo.

—Mi pequeña loba —gruñí mientras golpeaba más fuerte, sacudiéndola.

Hizo una mueca y tiró hacia delante, con el rostro contraído por el dolor.
Amaba el dolor; la trajo a la vida, alimentó su necesidad de retribución. La ayudó
a enterrar su pasado.

Pero esto era diferente.


Un golpe de agonía hizo que su mandíbula se abriera y sus ojos se cerraron
con fuerza.

—Anderson…

Sus ojos rodaron y salí de ella, cortando rápidamente las cuerdas. Ella cayó
sobre mí, un gemido feroz se convirtió en un grito de dolor mientras se doblaba.
Cayó de rodillas, con los brazos cubriendo su vientre mientras otro horrible gemido
brotaba de ella.

—Anderson…

—¿Kloe?

Sangre. Estaba en todas partes. Agrupándose sobre el hormigón y


extendiéndose como un río a su alrededor, filtrándose sobre el suelo gris pálido y
convirtiendo el sótano en el epítome del infierno que siempre había sido.

—¡No!

—Yo… —Se atragantó cuando el vómito salió disparado de ella, rociándome


con un hedor enfermizo. —Por favor…

Él había ganado.

Mientras miraba a mi esposa perdiendo el conocimiento en mis brazos y mi


hijo perdiendo la vida ante mí. Yo sabía. Sabía que había ganado. Después de todo.

Él había ganado. Incluso en la muerte.

La puerta se abrió y Robbie entró corriendo. Estaba sin aliento, con el rostro
pálido por el esfuerzo.

—¿Cómo esta ella?

Negué, una vez más mirando el reloj en la pared que nunca parecía avanzar.

—Nada aún.

—¿Cuánto tiempo ha estado en cirugía? —preguntó Rob mientras tomaba la


silla a mi lado y tomaba un sorbo de mi botella de agua.

—Tres putas horas.

—¡Seguramente ya debería haber alguna noticia! ¿Qué pasó?

—No sé. Estábamos follando. Hemos follado mil veces, Rob…

—Hey. —Me apretó la mano—. Esto no es tu culpa.

—¿No es así? Fui bastante rudo con ella.


—Siempre eres rudo con ella. —Él sonrió—. El sexo no tiene la culpa y
Tampoco ustedes. Los médicos sin duda lo verificarán, Anderson.

—Ya lo hicieron —me quejé—. Me preguntaron qué había pasado y una


enfermera me aseguró que no era nada que hubiésemos hecho nosotros, aunque
sí me miró como si fuera un jodido leproso cuando me preguntó por los distintos
cortes en la piel de Kloe. No tengo ninguna duda de que cuando despierte la estarán
interrogando al respecto. O eso, o ella no se despertará y la puta policía serán los
próximos en interrogarme.

—Cálmate —dijo Rob—. Ella va a estar bien. Ella es dura. Es Kloe. Tiene que
ser fuerte para estar casada contigo.

Tragué saliva.

Mi corazón duele. El arrepentimiento me dolía en cada parte de mí. La amo.


Siempre lo había hecho, pero nunca había tenido el maldito coraje de decirle eso.
Una parte de mí había pensado que si lo decía en voz alta, me la quitarían, como
todo lo que había amado en mi vida. ¿Y si era demasiado tarde? ¿Demasiado tarde
para que ella supiera lo que sentía por ella?

—¿Por qué no pude simplemente habérselo dicho, Rob? ¿Por qué tuve que
ser tan malditamente egoísta?

—No es egoísta tener miedo, Anderson. Kloe sabe lo que sientes por ella. Ya
sea que hayas dicho las palabras o no, ella lo sabe. Ella lo ve en ti todos los días.
Ella lo siente en la forma en que la tocas, la forma en que la tratas como la puta
princesa que es.

Sonreí. Kloe insistió en que odiaba la forma en que la cuidaba, pero veía el
amor brillando hacia mí cada vez que la levantaba en mis brazos y la subía por las
escaleras, o la forma en que se reía cuando la vestía todas las mañanas. Ella era
demasiado preciosa para darla por sentada. Ella había cambiado mi vida de
muchas maneras, cada mañana que me despertaba a su lado sentía que mi corazón
latía más fuerte y mi alma suspiraba de satisfacción.

La vida había sido cruel en todos los sentidos, pero Kloe me demostró que
todo había valido la pena. Cada minuto que había sido torturado, violado y
mutilado me había llevado a este punto, al punto en que nuestras cicatrices se
unieron y crearon un amor tan increíblemente fuerte que algunos días me
abrumaba con su intensidad.

La puerta se abrió y entró un médico. Tanto Robbie como yo nos


incorporamos.

Hizo un gesto para que ambos nos sentáramos. Su expresión sombría me


hizo un nudo en el estómago y prácticamente me caí en el sofá raído.
—Señor Cain —comenzó con una sonrisa—. Felicidades. Tiene un niño sano.

Nunca podría describir el sentimiento que me invadió. Las lágrimas brotaron


de alivio y emoción. Rob me sonrió, tirando de mí en un abrazo.

—Felicitaciones, amigo. Estoy tan jodidamente orgulloso.

—¿Y mi esposa?

La forma en que su expresión cayó tan rápidamente hizo que mi piel se


erizara de miedo. Parpadeó y suspiró.

—Desafortunadamente, Kloe sufrió una pérdida excesiva de sangre y su


corazón se detuvo durante la cirugía.

El aire a mi alrededor se congeló. Todos mis órganos me fallaron. No podía


respirar. No pude entender sus palabras mientras las decía una y otra vez en mi
cabeza, tratando de darles sentido y hacer que dijeran algo diferente a lo que
decían.

—Logramos resucitarla, pero su cerebro estuvo privado de oxígeno durante


mucho tiempo.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Robbie cuando yo no podía.

—Me temo que su esposa entró en coma. Necesito informarle que debe
prepararse para lo peor. Sus órganos están fallando, señor Cain. Su cuerpo se está
apagando.

Me quedé mirando a Kloe durante una eternidad. No podía moverme más


hacia ella. Tantos tubos entraban y salían de su cuerpo, las máquinas emitían
pitidos a un ritmo que ya me estaba haciendo doler la cabeza, y la masa de luces
intermitentes me lastimaba los ojos.

Una fina sábana blanca cubría su cuerpo y se veía extraña sin su gran
vientre.

Obligándome a avanzar, tomé la silla al lado de su cama y deslicé mi mano


en la de ella.

—Oye —susurré—. Lo hiciste muy bien, pequeña loba. Tenemos un hijo


sano.

Tragué saliva, deseando que sus ojos se abrieran o que sus dedos se
movieran. Cualquier tipo de reacción de ella para decirme que me escuchó.

—Nunca elegimos un nombre; Necesito saber cómo llamarlo.


Las máquinas continuaron emitiendo pitidos, las luces continuaron
parpadeando y mi esposa continuó en silencio y quieta.

—Kloe. —Luché por controlar mis emociones y me moví en la silla. Mi nariz


comenzó a moquear—. Por favor. Yo… ¿Por qué de repente es tan difícil hablar
contigo? Abre los ojos, cariño. Necesito ver tus ojos.

Odiaba las lágrimas que llenaban mis mejillas, pero no podía detenerlas.
Estaban desenfrenadas y rápidas, torturándome.

—Siempre has estado ahí —afirmé con un susurro—. Fuimos mejores


amigos, Kloe, desde el principio. Incluso cuando estábamos separados, siempre
estábamos juntos. Siempre nos encontrábamos.

Llevé su mano a mi boca, besando suavemente el borde de sus nudillos.

—¿Y si no te vuelvo a encontrar? ¿Y si tú subes y yo bajo? ¿Entonces que?


Y si…

Cerré la boca con fuerza, el dolor que me desgarraba la garganta me


dificultaba hablar. Cada fibra de mí gritó de dolor y siseé cuando un sollozo
prohibido se desgarró de mis labios, mi desesperación vocal y fuerte.

—Kloe, por favor —supliqué, apretando mi agarre en su mano—. Me


prometiste que nunca me dejarías. Lo prometiste. ¡Siempre me mientes! —Grité de
devastación, mi alma gritando a mi lado—. Nuestro hijo te necesita. Te necesito,
pequeña loba. No puedo… No puedo hacer esto sin ti, sin tu amor, tu sonrisa, y
tus hermosos ojos que me encuentran cada mañana. No quiero volver a
despertarme nunca más si no estás a mi lado.

Las máquinas continuaron emitiendo pitidos, las luces continuaron


parpadeando y mi esposa continuó en silencio y quieta.

—Lo siento mucho, por todo. Lo hice tan difícil. Al principio. Tienes que saber
que nunca quise lastimarte, incluso cuando te causé tanto dolor.

Estaba balbuceando, tratando de sacar todo. Pero al final, solo una cosa
realmente importaba.

—El día que entraste a mi habitación en el hospital supe que cambiarías mi


vida. Yo sabía. Sentí que mi alma se acercaba a ti. Sentí el latido de tu corazón
dentro de mí. Sentí cada pedacito de tu coraje, tu fuerza y tu gentileza. Tomaste mi
mano entre las tuyas ese día y nunca me dejaste ir.

Las máquinas continuaron emitiendo pitidos, las luces continuaron


parpadeando y mi esposa continuó en silencio y quieta.

—Nunca mencionaste los libros que te dejé cuando estabas en el sótano. —


Fruncí el ceño ante mi propio recuerdo repentino—. Sabía que te gustarían, porque
eran mis favoritos. Incluso de niños, apuesto a que me leías. Sé en mi corazón que
limpiaste mis lágrimas cuando lloraba y me cantaste una suave canción de cuna
para que el dolor se fuera. Siento eso, Kloe, en el centro de mi corazón.

Mi corazón lloró y apreté los dientes cuando pronunciar las palabras se


volvió insoportable.

—Siempre me cuidaste, pequeña loba. Y espero por el maldito Dios que


todavía lo harás. Porque te necesito. Porque si pienso por un momento que no estás
aquí conmigo, entonces no podré hacer esto.

Mi llanto se hizo silencioso. Mi dolor se hizo silencioso. El latido de mi


corazón se volvió silencioso.

Lo sentí. En ese mismo momento. La sentí, y sentí que su amor me rodeaba.


Sentí su alma bailar con la mía, y sentí que su dolor cesaba.

Levanté la mano y presioné suavemente mis labios en su frente, y cerré los


ojos.

—Te amo, pequeña loba. Te amo.

Mi hermosa Kloe murió tres minutos después. Y mi alma murió junto a ella.
Veinticinco
Robbie
El olor me golpeó, tan pronto como abrí la puerta, e hice una mueca. El
correo estaba tirado en el tapete de la puerta principal y me agaché para recogerlo,
arrojándolo sobre la pequeña mesa.

La casa estaba a oscuras, todas las cortinas corridas y el dolor de Anderson


hacía que incluso las sombras se ocultaran. No quería hacer esto, pero tenía que
hacerlo. Habían sido cuatro días. Cuatro días de infierno que nunca más quise
volver a vivir.

Red gimió y levantó la cabeza del regazo de Anderson mientras yo caminaba


lentamente hacia el salón. Su cola se movió una vez y luego volvió a supervisar a
su amo. Numerosas botellas de whisky estaban tiradas, un par rotas y los
fragmentos de vidrio crujían bajo mis pies. El cenicero estaba rebosante y miré a
mi alrededor en busca de alguna señal de comida.

Anderson nunca me reconoció. No estaba seguro de si estaba en coma o no,


pero no se movió.

La ira y el dolor eran una combinación peligrosa, y me detuve a poca


distancia de él. Estaba tendido en el sofá, con los ojos abiertos pero desenfocados.
Vestía pantalón de chándal y chaleco. Días de suciedad y vómito adheridos al
material como una segunda capa de ropa. Tomando aire, lo solté lentamente y me
preparé.

—Tienes que levantarte.

Él no se movió.

—Tu pequeño te necesita, Anderson. Ni siquiera ha puesto sus ojos en ti


todavía.

Silencio.

Así que puse mis manos en puños, me estabilicé y dije la única línea que
garantizaba una reacción.

—¿Qué pensaría Kloe de ti?


Mi espalda golpeó la pared con tanta fuerza que juré que me había
fracturado la columna. Mis pulmones chillaron en estado de shock cuando su
agarre en mi garganta restringió su profunda toma de aire. Salté cuando su otra
mano abrió un agujero en la pared junto a mi cabeza.

—¡Kloe, no está aquí! —Él escupió. Nunca antes había visto tanta rabia y
hostilidad en él. Brotaba de él como si sudara puro odio, repugnancia goteando de
sus poros en abundancia.

—No, no lo esta. —Me atraganté con su agarre—. Pero ella está en ese niño
pequeño que realmente necesita a su papá en este momento.

Anderson parpadeó, retrocediendo ligeramente por el impacto de mis


palabras.

—Ella vive contigo en ese pequeño paquete de amor, Anderson. Ella murió
para darle vida. Eso no es su culpa. Tampoco es tuya, Pero es. Y jodidamente
apesta.

Apretó los dientes y negó.

—Pero… Ella está muerta porque él está vivo.

Esperando exactamente eso, asentí.

—Sí. Pero entonces, también podrías decir que Kloe está muerta porque
estás vivo.

Las palabras agudas de mi lengua me hirieron tanto como a mi mejor amigo.


Sus ojos se abrieron con horror.

—Ivan te habría matado hace tantos meses, Anderson. Kloe lo arregló.


Habrías explotado de terror si ella no te hubiera tomado la mano cuando saliste de
la casa de campo de los Dawson. Kloe te arregló. Después de que Terry se la llevara,
Kloe luchó con todo para mantener con vida a su hijo. Tú creaste a ese niño tanto
como ella. No se quedó embarazada sola, Anderson. ¡Él estaba en su vientre porque
tú lo pusiste allí!

Mi propia ira estaba hirviendo y acerqué mi rostro al suyo, mi saliva lo hizo


parpadear.

—¡ÉL ES TU HIJO! ¡TU BEBÉ!

Su cabeza se sacudió mientras las lágrimas caían de él.

—Y es el bebé de Kloe. Él tiene su alma, su espíritu, su sangre y su puta


fuerza. ¡Y ahora es hora de que encuentres el tuyo!

Lo empujé, apartando su cuerpo caído del mío. Y me alejé.


Veintiséis
Anderson
Abrí las puertas del armario e inhalé. Su aroma golpeó el centro de mi
corazón y cerré los ojos, disfrutando del pequeño golpe.

Mis ojos recorrieron su ropa, mis dedos apenas la tocaban pero sentían
mucho.

La extraño mucho. Mucho.

Me dolía físicamente por todas partes y el dolor aplastante en mi pecho se


negaba a desaparecer, atormentándome en su pena.

Red se sentó al lado de la cama y se quejó. Ella también la extrañaba.

Fruncí el ceño y me giré para ver qué estaba haciendo cuando salió otro
gemido de ella. Tenía la nariz metida debajo de la cama, sus patas delanteras
tratando desesperadamente de cavar algo.

Inclinándome a su lado, metí la mano y saqué un gran sobre marrón.

Mi corazón comenzó a galopar cuando, con la letra de Kloe, vi que “Samantha


Rowan” estaba escrito en el frente.

Saqué el contenido y lo apilé en la cama a mi lado.

Su certificado de nacimiento. Su documento de cambio de nombre. Acta de


bautizo de Samantha. Algunos documentos relativos a la administración de los
servicios sociales.

Recogiendo otro artículo, mi aliento me dejó en una sola carrera.

Una fotografía. Estaba gastada y vieja, las esquinas dobladas.

Un niño y una niña estaban parados contra una pared tomados de la mano.
Ella usaba un vestido vaporoso de verano lleno de bonitas flores rosadas, y el niño
vestía pantalones cortos y una camiseta de Star Wars. La niña lucía una enorme
sonrisa y el niño tenía su rostro volteando hacia la cámara, con una gran sonrisa
propia.

Una niña pelirroja de cinco años. Y un niño rubio de tres años.


Samantha y Judd.

—Oh dios mío.

Mi pulgar acarició sus sonrisas felices y sonreí con ellos. Decir que su
infancia había sido horrible y todavía se consolaban el uno con el otro y sonreían.
Su amor, incluso entonces, era prominente y cegador.

Algo pinchó mis sentidos y entrecerré los ojos en la foto. Red ladró de
sorpresa cuando salté de la cama y corrí a la oficina. Escaneo rápidamente la foto,
luego la amplí en la pantalla.

—Santa mierda.

Algo en mi cabeza hizo clic y tomé la foto del escáner. Dándole la vuelta,
como para verificar la verdad, leí las palabras en la parte de atrás.

“Sam y Judd, edad 5 y 3 años”

Definitivamente fueron Samantha y Judd.

Excepto que la foto del niño no era yo. Judd tenía ojos marrones y su cabello
rubio era casi blanco.

Tenía penetrantes ojos verdes… y una pequeña pero significativa marca de


nacimiento en la parte superior de mi muslo.

El niño rubio no la tenía.

¿Había sabido Kloe todo el tiempo que yo no era Judd Asher? ¿Había sabido
cuando entró en la habitación del hospital que yo no era el mejor amigo que había
perdido hace tantos años?

Y si yo no era Judd, ¿quién diablos era yo?

Estuve de pie durante treinta y ocho minutos, mirando la pequeña cuna de


plástico.

Mis pies no se movían, mi corazón no latía y mis manos temblaban tanto


que pensé que estaba teniendo un ataque.

—¿Señor Cain? —Una pequeña enfermera gordita sumergió su rostro en mi


línea de visión y sonrió.

Asentí, mirándola rápidamente antes de mover mis ojos hacia el pequeño


cuenco que contenía a mi hijo.

Estaba bien envuelto en una manta azul. Su cabeza llena de cabello rubio
rojizo me dejó sin aliento.
La enfermera, percibiendo rápidamente mi resolución que se agotaba
rápidamente, colocó suavemente su mano sobre mi brazo.

—Él es una cosita tan buena. Es muy callado pero pone las caras más
graciosas. Todos nos hemos enamorado de él.

Algo tiró de mi corazón. Parecía que se parecía a su madre con las caras
graciosas entonces.

—¿Te gustaría abrazarlo?

Mi labio se abrió bajo la presión de mis dientes, pero antes de que pudiera
correr, asentí brevemente.

Me condujo a una silla tan rápido que supe que también estaba debatiendo
qué tan rápido podrían correr mis pies.

En unos momentos mis brazos estaban llenos y la enfermera retrocedió


fuera de la vista.

Me quedé helado.

Me dolía la garganta.

Y el dolor en mi pecho era una jodida tortura.

Tenía pestañas tan largas, y descansaban en la parte superior de sus


mejillas.

Como pequeños cepillos. Era un peso, más de lo que había anticipado, y


cuando sus ojos se abrieron lentamente y sus diminutos orbes verdes me miraron
fijamente, el dolor que había estado siempre presente en mi alma apuñaló mi
corazón. El dolor dentro de mí se desangró en lágrimas y sollozos, el pequeño en
mis brazos me miraba fijamente como si me obligara a sentir toda la agonía y la
desesperación.

Pero luego se chupó el labio inferior y parpadeó.

—Tan parecido a tu maldita madre —Me atraganté, tratando de enfadarme


pero solo logrando una sonrisa suave. Su cabeza se movió débilmente hacia un
lado como si me estuviera escuchando, y su mano salió del capullo de la manta y
la empujó hacia mi rostro.

Capturó mi dedo tan pronto como toqué la palma arrugada de su mano, y


me agarró como si me dijera que no podía correr más.

Yo no correría.

Yo no correría nunca.
—Esto va a ser difícil —susurré mientras miraba la creación perfecta que
Kloe me había regalado antes de encontrar la paz—. Probablemente más para mí
que para ti. —Me reí.

Me sequé las lágrimas y olí.

—Pero, creo… Creo que estaremos bien, pequeño. —Fruncí el ceño y luego
sonreí—. Sam.

Sus labios se torcieron, diciéndome que le gustaba mucho ese nombre.

Sentí su mano en mi hombro y bajé mi rostro para frotar mi mejilla contra


él.

Asentí a Sam y sonreí.

—¿La dejamos ir? ¿Dejamos que mamá sea feliz?

Su agarre sobre mí se fue y sentí el más leve roce de sus labios en mi mejilla
cuando me incliné para colocar un beso en la frente de Sam.

—Te amo. Siempre te querré Sam. Te lo digo ahora porque necesitas


escucharlo. Y necesitas escucharlo todos los días. Y si por alguna loca razón no lo
digo un día entonces tienes que obligarme a decirlo. Nunca lo dije lo suficiente, y
aunque tu mamá lo sabe, las palabras lo hacen más fuerte.

Sus ojos se cerraron y se acurrucó contra mí, empujándose dentro de mi


alma junto con los restos de la de su madre.

Siete semanas después, el investigador privado que había contratado me


entregó un sobre. Un sobre con sus hallazgos sobre la familia Dawson.

Dos semanas después, los restos de Judd Asher, de cinco años, fueron
desenterrados de los terrenos alrededor de la casa de campo de los Dawson.

Nací de Hank y Mary Dawson tres años antes de que les vendieran a Judd.
Ni siquiera estaba registrado. Yo era un desconocido. Un niño nacido de la maldad
y el libertinaje.

Las pertenencias de Judd y las pruebas de la venta se habían encontrado en


la casa de campo cuando me descubrieron. Se supuso, ya que no había verificación
de ADN disponible, que yo era Judd.

Sam y yo nos asegurábamos de visitar la tumba de Judd cada vez que


visitábamos la de Kloe. Y cada vez que Sam miraba la pequeña fotografía con las
esquinas dobladas me decía que su mamá estaba en el cielo con su mejor amigo.

Kloe me había dado tanto. Una vez, todo lo que tuve fue dolor. Era todo por
lo que había vivido; todo lo que había sentido. Pero entonces ella entró en mi vida
y me mostró que había mucho más que sentir. Amar. Confianza. Dulzura.
Esperanza. Me había sacado de la jaula, me había desencadenado y me había
enseñado que está bien ser amado y devolverlo. Y al final ella me había dado su
alma. La sentí dentro de nuestro niño tantas veces en los próximos años. La forma
en que sus ojos se iluminaron y el sonido de su risa se parecía mucho a la de su
madre. Su fuerza y su coraje era un regalo que solo Kloe podía hacerle. Y la forma
en que me adoraba tanto para él como para su madre fue suficiente para llenar mi
corazón y mi alma.

Y me aseguré de darle suficiente amor de parte de los dos.

Si algo me ha enseñado la vida ha sido a amar, y a decirlo con la mayor


frecuencia posible.

Fin.
BOUND
Dos años después.

La vida de Anderson Cain ha cambiado


mucho. Pero luego no tanto.

El hambre de violencia y derramamiento


de sangre sigue siendo cruda, sigue
consumiendo tanto como siempre. La
necesidad de saber de dónde viene y cómo ha
llegado hasta allí sigue siendo tan punzante
como siempre. La necesidad de dolor y
degradación que ansía se está volviendo
insoportable, y la aplastante restricción con la
que lucha, de no mezclar la brutalidad con el
sexo, se vuelve más feroz con cada respiración.

Sin embargo, hay una cosa que llena sus


pulmones de aire puro, una cosa que da a su
vida propósito y esperanza, y una sola cosa que
calma la turbulenta tormenta de rabia que lleva
dentro.

Sam. La personificación de su madre.

La réplica del alma gentil que Anderson


nunca olvidará. Nunca dejará de amar. Nunca
dejará de anhelar.

No dispuesto a permitir que nadie destruya lo único por lo que vive, la vida
de Anderson se convierte en un infierno cuando Sam enferma repentinamente. Lo
único que posee el frío y dañado corazón de Anderson se ve amenazado, y cuando
parece que la historia tiene una desagradable forma de repetirse, una vez más, un
alma inesperada da un paso al frente y lo toma de la mano.

La calma y la serenidad que sólo una mujer podía darle le fueron arrebatadas
hace dos años, y pensó que nunca volvería a sentir esa tranquilidad en su interior.

Excepto que, a veces, alguien, en algún lugar, nos ofrece retribución por
nuestros pecados. Una mano nos tiende la nuestra. Y un corazón gentil puede, y
de hecho lo hace, calmar la furia que llevamos dentro.
En medio del sufrimiento.

Viene la misericordia.

Y el castigo.

Este libro contiene escenas de violencia y sexo. Mayores de 18 años.

Caged #2.5
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