Neoclasicismo Romanticismo y Realismo Naturalismo
Neoclasicismo Romanticismo y Realismo Naturalismo
Neoclasicismo Romanticismo y Realismo Naturalismo
1. Características generales.
A fines del XVII surgió la “crisis de la conciencia europea”, es decir, la oposición al Antiguo Régimen, el de las
monarquías absolutas, llenas de prejuicios y cargadas de conceptos como “jerarquía”, “disciplina” o “principio de autoridad”.
Pensadores como Locke, Descartes o Spinoza los desplazaron por “igualdad”, “independencia intelectual” o
“experimentalismo”, sujetos a la razón y lo demostrable. Esto se materializó en los 37 tomos de la famosa Enciclopedia
francesa de Diderot y D’Alembert, iniciándose así la Ilustración o el Siglo de las Luces, y la Edad Contemporánea.
A la difusión del enciclopedismo contribuyó la sociedad burguesa, que apoyó a los monarcas ilustrados para luchar
contra la nobleza (improductiva y defensora del Antiguo Régimen) y el clero, que tenía muchos privilegios y posesiones, y
dirigía casi toda la enseñanza (Carlos III, el mejor ilustrado, expulsó de España a los Jesuitas, como habían hecho Portugal
y Francia). La Iglesia perdió adeptos y surgieron ateos, agnósticos y escépticos (Voltaire y Rousseau).
En lo político surgió el “despotismo ilustrado” (“Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”) y se fundaron instituciones
como la Academia de la Historia, la Biblioteca Nacional o la RAE (“limpia, fija y da esplendor”, dijo el marqués de Villena).
También se impulsó el periodismo, se reformó la universidad (se retiró el latín), la burguesía creó trabajo (industria y
comercio) y aumentó la población (de 7,5 millones de h. a 10), aunque sólo trabajaba el 25% de ésta.
El arte denominó a esta etapa “Neoclasicismo” porque hubo gran interés por redescubrir el mundo clásico grecolatino
y el Renacimiento italiano, cuyas obras se consideraban las más perfectas y dignas de imitación. Destacaron músicos
como Mozart o Bach, pintores como Goya, y escritores como Rousseau, Voltaire o el alemán Goethe.
2. Prosa neoclásica.
En el XVIII se modernizó España, pero, como en Europa, no hubo esplendor literario: se rechazó todo lo imaginativo
porque no contribuía al progreso y se apostó por divulgar los saberes en tono didáctico, cuyos géneros en prosa más
apropiados fueron el ensayo y la carta. La novela apenas se cultivó; pero sí triunfó El Quijote, considerada “antinovela”.
Fray Jerónimo Feijoo (1676-1764) fue un sabio gallego cuyos libros se agotaban enseguida, en un país con tantos
analfabetos. Escribió la obra enciclopédica Teatro crítico universal, 8 tomos sobre muchas materias con un estilo muy
didáctico. Su ejemplo incitó a traducir muchos libros, a desarrollar proyectos científicos y divulgarlos en prensa, a estudiar
en el extranjero y a crear tres observatorios astronómicos o el Jardín Botánico de Madrid.
El gaditano José Cadalso (1741-1782), de familia hidalga, estudió con los jesuitas, viajó por toda Europa y habló
varios idiomas. Fue militar de la Orden de Santiago y murió en la guerra a Inglaterra en Gibraltar a los 41 años. La anécdota
de su vida fue intentar desenterrar a su amada, la famosa actriz María Ignacia (“Filis”), hecho que le inspiró Noches
lúgubres (1798), una elegía en prosa en forma dramática, estructurada en tres escenas o noches, en la que el joven
Tediato filosofa con un sepulturero mientras exhuma el cadáver. Le dio fama una sátira en prosa, Los eruditos a la violeta
(1772), destinada a “los que pretenden saber mucho estudiando poco”, y sus 90 Cartas marruecas (1793) entre tres
personajes: el moro Gazel, que trabaja en la embajada de Madrid; su amigo el cristiano Nuño Núñez, que encarna al autor,
y el moro Ben-Beley, consejero de Gazel desde Marruecos. Ésta es una obra crítica pero patriótica.
3. Teatro neoclásico.
Se caracterizó por la intención reformista, el estilo pedagógico, la adopción de las tres unidades, la verosimilitud
(“decoro”), la distinción de géneros y los temas burgueses. Pero la gente prefería los “sainetes”, pese a ser muy criticados
por los ilustrados, y los “autos sacramentales”, prohibidos en 1765 objetando la mala reputación de los actores.
Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) nació en Gijón en una familia burguesa y fue ministro reformista de
justicia, encarcelado por ello siete años en el monasterio de La Cartuja (Sevilla) y en el castillo de Bellver (Mallorca). Se
opuso a una ley que condenaba igualmente a ofensor y ofendido en El delincuente honrado (1773), drama sobre un
condenado por matar en duelo al anterior marido de su esposa, mientras se descubre que el juez es su propio padre.
El madrileño e hijo de dramaturgo Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) fue autodidacta y un gran viajante.
Durante la invasión se hizo afrancesado asumiendo cargos y acompañando a los franceses en su retirada. Los burgueses
le llamaron “el Molière español”, pese a su mediocre y escasa obra: cinco dramas desarrollados en ambientes domésticos
que muestran la igualdad de los cónyuges en edad y posición social, así como el derecho de la mujer a casarse por libre
voluntad. Esto lo refleja, aunque sólo tímidamente, El sí de las niñas (1806), representada durante 26 días, ya que ni
Francisca ni Carlos se rebelan con ímpetu. También escribió poesía satírica y lírica.
4. Poesía neoclásica.
Trató temas pastoriles, filosóficos o anacreónticos (la buena mesa, el vino, el campo...) con un estilo sensorial y cursi.
Predominaron la sátira y la fábula, quizás por ser géneros con cierta utilidad para el progreso social. Destacó el riojano
Felix María Samaniego (1745-1801) con sus Fábulas morales (“La cigarra y la hormiga”, “La lechera”...), que ridiculizaron
defectos humanos; y el tinerfeño Tomás de Iriarte (1750-1791), que compuso Fábulas literarias, cuyas moralejas
defienden las reglas neoclásicas. El más importante fue el extremeño Juan Meléndez Valdés (1754-1817), muy amigo de
Cadalso, cuyos temas giraron en torno a la agricultura, la educación, el trabajo y la mendicidad.
1. Características generales.
El Romanticismo se originó en Alemania con el “sturm und drang” (‘tormenta y borrasca’), movimiento de idealistas
como Goethe que, en contra de la Ilustración, consideraron al espíritu por encima de la razón, al tiempo que siguieron
los principios de la Revolución Francesa (“libertad, igualdad y fraternidad”). Se opusieron al socialismo burgués, cuyas
normas limitan la libertad individual, defendiendo así la subjetividad, el egocentrismo o la rebeldía.
El arte rechazó las reglas; en vez de imitar a los clásicos se buscó la originalidad (mezcla de versos, ruptura con las
tres unidades…) y el estilo sencillo y moderado se sustituyó por la fuerza expresiva (ritmos marcados, retoricismo,
hipérboles…). A ello contribuyeron los temas y ambientes misteriosos (cementerios, ruinas, tormentas, fantasmas,
brujas...) y de naturaleza agreste (la ciudad neoclásica era convencional y opresiva). También se practicó la evasión
espacial y temporal (Edad Media, sobre todo), frente a la afición ilustrada por los clásicos grecolatinos.
El Romanticismo español estalló con una polémica literaria desatada por un cónsul e hispanista alemán (Nicolás
Böhl de Faber), que defendió el “romanticismo” del teatro del Siglo de Oro. Lo cierto es que España ya era un país
romántico desde su Romancero, su Quijote, sus viejas ciudades, sus ruinas y sus paisajes agrestes (incluso desde
Noches lúgubres y El delincuente honrado). Pero la muerte del absolutista Fernando VII en 1833 y la subida al trono de
su hija Isabel II supusieron la vuelta de exiliados liberales y la definitiva entrada de las ideas románticas.
2. La prosa romántica.
En cuanto a géneros, la novela histórica constituyó la moda europea, cuyo mayor exponente fue el escocés
Walter Scott, de quien se tradujeron unas 80 obras. También abundaron los artículos costumbristas, género breve
francés que exaltaba costumbres extrañas de personajes y lugares con intención de mejora social. Se publicaron en
periódicos, como Escenas matritenses, de Mesonero Romanos, y Escenas andaluzas, de Estébanez Calderón.
El mejor articulista fue Mariano José de Larra (1809-1837), que firmaba como “Andrés Niporesas” o “El pobrecito
hablador”. Fundó revistas donde aplicó su máxima de “reírse de las ridiculeces” con un estilo hiriente contra todo y todos.
Las antipatías generadas y su fracaso matrimonial le condujeron a un pistoletazo. Escribió contra la ignorancia (“El café”),
la hipocresía (“El castellano viejo”), los toros (“En este país...”), los funcionarios (“Vuelva usted mañana”), las propias
costumbres (“El casarse pronto y mal”) o la política (“El día de los difuntos”). Estuvo olvidado hasta que Azorín lo llamó
“maestro para la juventud” del 98 y Gómez de la Serna pidió un asiento para él en la RAE.
El sevillano Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) malvivió como periodista y censor en Madrid. Existen
colecciones de cartas suyas, pero le afamaron sus Leyendas (“Maese Pérez el organista”, “El rayo de luna” o “El monte
de las ánimas”), género típicamente romántico por sus ambientes misteriosos; aparecieron en prensa y luego se publicaron
junto a las Rimas. La inspiración le surgió de un encargo periodístico sobre los templos de España, por lo que ahondó en
el mundo medieval de ciudades como Sevilla, Toledo o Soria (respectivas a las citadas leyendas).
3. La poesía romántica.
Ésta se renovó al sufrir un caos técnico (retoricismo y mezcla de versos o estrofas) y atraer autobiografismo (amores
apasionados, rebeldía social, angustia religiosa…). Surgió primero la poesía narrativa, como los Romances históricos
(1841) del Duque de Rivas, las leyendas en verso de Zorrilla o los asuntos imaginarios de Espronceda. Después, en un
Romanticismo tardío surgió la poesía lírica, sentimental, desarrollada por Bécquer o Rosalía.
El badajocense José de Espronceda (1808-1842) creó una sociedad secreta, “Los numantinos”, para “derribar al
gobierno absoluto”, por lo que estuvo preso en un monasterio de Guadalajara. Se exilió por varios países y huyó con una
mujer casada que luego le abandonó con una hija pequeña. Escribió un poema épico (El Pelayo), una novela histórica
(Sancho Saldaña), poemas líricos como “Canción del pirata”, “El mendigo” o “El verdugo” (influidos por Lord Byron, el
“poeta maldito” londinense) y largos poemas narrativos como El estudiante de Salamanca (1839), que cuenta las
pendencias de un donjuán, don Félix de Montemar, entre muertos y tumbas, y como El diablo mundo (1848), inacabado,
que incluye el famoso “Canto a Teresa” autobiográfico, emotiva elegía.
Bécquer resumió sus fracasos amorosos en sus Rimas (1871) refiriéndose a las mujeres que le habían “envenenado
el alma” (Julia Espín) y “el cuerpo” (Casta Esteban). El libro contiene cuatro temas autobiográficos: la poesía, el amor
esperanzado, el fracaso del amor y la soledad angustiosa. Su estilo es simbólico y no retórico, pero mantiene la emoción
romántica. Modernistas y poetas del 27 (Cernuda) valoraron su poesía como moderna y “pura”.
4. El teatro romántico.
Predominaron temas de amor imposible y destino fatal sufridos por héroes trágicos, con virtudes, pero de origen
misterioso. Se rompió con las unidades clásicas y la división en tres actos, y hubo mejoras en efectos especiales. Sobre
todo se cultivó el drama histórico, aunque es anacrónico, como excusa para problemas actuales.
El primer éxito fue La conjuración de Venecia (1834), de Martínez de la Rosa, ambientada en el carnaval veneciano
del siglo XIV. El protagonista de Don Álvaro o la fuerza del sino (1835), del Duque de Rivas, es un indiano enriquecido
que llega a Sevilla en busca de su amada, cuyo padre, que no permite la boda, recibe un disparo fortuito,
desencadenándose un cúmulo de fatalidades. El trovador (1836), de García Gutiérrez, que inspiró la famosa ópera de
Verdi, refiere el fatídico triángulo amoroso entre dos hombres por una mujer. Los amantes de Teruel (1837), de Juan
Eugenio de Hartzenbusch, se basa en la famosa leyenda medieval turolense sobre la espera y la desesperación amorosa.
Y Don Juan Tenorio (1844), de José Zorrilla, es una refundición de El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, y el drama
español más representado que fija la figura arquetípica del conquistador canalla.
A mediados del siglo XIX la burguesía capitalista se rebeló contra la crisis política y provocó “La Gloriosa” o
Revolución del 68, en la que Isabel II fue destronada, extendiéndose un sexenio democrático (I República en 1873) hasta
la Restauración borbónica (1874), en la que alternaron partidos liberales y conservadores. Gracias a la Revolución
industrial, la población española creció de 15 a 19 millones de h., aunque España fue más lenta que Europa industrial y
económicamente. Con ello se organizó la clase obrera: se creó la “Primera Internacional” influida por Marx y Engels, Pablo
Iglesias fundó el PSOE (1879) y Mijaíl Bakunin impulsó el anarquismo. Lo que supuso una revolución cultural fue el
método científico, avalado por la filosofía positivista y basado en la documentación, la observación y la experimentación,
frente al subjetivismo romántico; el biólogo Darwin lo aplicó y la sociología o la psicología se convirtieron en ciencias. Otro
factor progresista fue la independencia política y religiosa, base de la ILE.
2. La novela realista.
El costumbrismo romántico, cuyo interés fue la descripción de lo local y regional (nacionalismos), supuso el
arranque de la novela realista, que también se acogió al método científico: por ejemplo, Flaubert se documentó
consultando tratados médicos para describir el envenenamiento de Madame Bovary; la observación directa y la sociología
permitieron la fiel descripción de ambientes, así como la psicología contribuyó a caracterizar personajes (motivaciones,
manías, deformidades…); y la experimentación narrativa consistió en probar el comportamiento de personajes en
determinados ambientes. Sin embargo, se habló de “novela de tesis” cuando los autores se posicionaban
ideológicamente, lo que conllevaba una objetividad parcial. Nuevamente, el protagonismo lo asumió la sociedad burguesa
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y predominaron los ambientes contemporáneos, incluso reales. Se abandonó el retoricismo a favor de un estilo sobrio,
atribuido a un narrador omnisciente, y en los diálogos se imitó el habla popular.
Benito Pérez Galdós (1843-1920) nació en Las Palmas y fue diputado liberal en la I República, por lo que media
España se opuso a que ingresara en la RAE; fue defendido hasta por obispos. Y es que despuntó por su tolerancia personal
y su prolífica obra, que él mismo clasificó: 24 obras teatrales, 15 libros de ensayo y 32 novelas: las primeras, “de tesis”,
como Doña Perfecta (1876), donde critica, quizá de forma maniquea, el fanatismo religioso y la intolerancia; de sus
“novelas contemporáneas” sobresale Fortunata y Jacinta (1886–87), quienes representan la pasión ardiente y el tranquilo
amor conyugal (ésta, que es estéril, adopta un hijo de aquélla, que muere); y sus “novelas espirituales” reflejan su giro vital
(disputas, apuros económicos y ceguera), como Misericordia (1897). Aparte quedan sus 46 Episodios Nacionales, cinco
series de diez novelas (excepto la última) que constituyen, tras rigurosa documentación, un relato histórico y novelado
desde 1807 hasta la Restauración; las más elogiadas son Trafalgar (sobre Napoleón), Zumalacárregui (primera guerra
carlista) o La de los tristes destinos (Isabel II). Tuvo altibajos en estimación: “ramplón” para el 98, pero maestro en la
imitación del habla real y el mejor junto a Cervantes.
Otro autor liberal fue Juan Valera, cuya novela Pepita Jiménez (1874) relata el amor de un seminarista por Pepita,
por quien abandona su vocación. Entre los conservadores están Pedro Antonio de Alarcón, con El sombrero de tres
picos (1874), basada en el cuento popular del viejo corregidor que intenta seducir a la bella mujer del molinero (inspiró el
célebre ballet de Falla), y José Mª de Pereda, con Peñas arriba (1895), en la que un madrileño acude a ver a su tío a un
pueblo montañés, de cuya vida rural se encariña, se casa y hereda la hacienda.
3. La novela naturalista.
El proletariado la protagonizó al asumir la política antiburguesa de la Revolución del 48 (II República francesa). Fue
influida por el determinismo científico: el hombre no es libre, sino determinado por el medio y la herencia biológica; más
que novelas de tesis parecían estudios científicos, porque, aplicaron el método científico de forma exhaustiva y trataron
de explicar las conductas humanas. Su base filosófica fue el materialismo, que anteponía lo físico a lo espiritual, idea que
desafiaba a la religión católica. De ahí que hubiese predilección por ambientes sórdidos, temas amorales y personajes
marginales (alcohólicos, psicópatas y tarados que no tenían la culpa de ser así). El mejor naturalista francés fue Émile
Zola, pero se cuestiona si hubo naturalismo español.
La condesa coruñesa y catedrática Emilia Pardo Bazán (1851-1921) escribió sobre el tema en su ensayo La
cuestión palpitante, donde trató de conciliar las ideas de Zola con el catolicismo: no aceptó el determinismo. Pero Zola
sentenció: “el Naturalismo de esa señora es puramente formal, artístico y literario”. La verdad es que la sordidez y la
influencia del medio están en Los pazos de Ulloa (1886) y en su continuación, La madre naturaleza (1887).
Leopoldo Alas Ureña, “Clarín” (1852-1901), fue diputado republicano, periodista y un severo catedrático. Como
crítico literario fue satírico y agresivo, por ejemplo, contra quienes practicaban el “amiguismo” y olvidaban a Galdós,
defendido en ensayos como Solos de Clarín y Palique. Escribió más de setenta cuentos, en los que las conductas
importan más que el argumento: ¡Adiós, Cordera!, sobre la falta de oportunidades para los jóvenes, o El dúo de la tos,
sobre la tuberculosis. Sólo escribió dos novelas: Su único hijo (1891), sobre el deseo de paternidad; y la que fue prohibida
en distintas épocas por anticlerical, La Regenta (1884-1885), con páginas naturalistas. La obra se ambienta en Vetusta
(Oviedo), donde Ana Ozores, casada con un anciano hombre, Víctor Quintanar, conoce a un confesor, Fermín de Pas,
que se enamora de ella. Pero Ana es seducida por el donjuán Álvaro Mesía y aquél hace que el marido se entere, quien
acaba muriendo en duelo; la Regenta se ve señalada y despreciada por la ciudad.
El diputado republicano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) fue encarcelado por antimonárquico. Además de su éxito
con las mujeres, este valenciano se hizo rico en Francia con Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), sobre la Gran
Guerra, y vivió como millonario cosmopolita al llevarse muchas de sus novelas a Hollywood. Las más naturalistas son La
barraca (1898) y Cañas y Barro (1902), sobre la crudeza de la huerta valenciana. Fue el “Zola español” más leído y
traducido en el extranjero, aunque le achacaron un Naturalismo superficial.