Psicologia Positiva

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PSICOLOGIA POSITIVA

La psicología positiva estudia el funcionamiento óptimo de las personas, utiliza el


método científico para investigar las experiencias, rasgos e instituciones positivas.
Las terapias "constructivas", que incluyen la terapia centrada en soluciones, la
narrativa y la colaborativa, se centran en construir sobre las excepciones a los
problemas, indagan sobre las fortalezas y recursos de los clientes y parten de la
base de que las personas quieren tener buenas relaciones y vidas plenas. Este
artículo plantea por qué y cómo, a pesar de provenir de tradiciones intelectuales
diferentes, la psicología positiva y las terapias constructivas pueden integrarse y
enriquecerse mutuamente en la práctica terapéutica

La psicología positiva estudia científicamente el funcionamiento óptimo de


las personas y se propone descubrir y promover los factores que les
permiten a los individuos y a las comunidades vivir plenamente. Durante sus
primeros años, este movimiento se caracterizó por estar primordialmente enfocado
en la investigación, pero recientemente ha habido un enorme interés en las
aplicaciones de la psicología positiva en diferentes ámbitos, entre ellos el clínico.
Hasta ahora la literatura sobre la psicología positiva aplicada a la terapia ha
resaltado especialmente la congruencia que existe entre la psicología positiva y la
terapia humanista (Joseph y Linley, 2006), la terapia cognitivo conductual
(Seligman, Rashid y Parks, 2006; Frisch, 2006) y, muy recientemente, la terapia
de aceptación y compromiso (Kashdan y Ciarrochi, 2013).

Tanto Joseph y Linley (2006) como Seligman y colaboradores (2006) han


señalado que la psicología positiva se puede incorporar a casi cualquier
abordaje terapéutico. Este trabajo argumenta que la psicología positiva puede
combinarse de una forma particularmente productiva con un grupo de terapias
denominadas "terapias constructivas" que incluyen a la terapia narrativa, la
colaborativa y la centrada en soluciones. Ofrezco también algunos ejemplos para
ilustrar cómo estos dos dominios, la psicología positiva y las terapias
constructivas, pueden enriquecerse mutuamente.
Antes de hablar de cómo integrar la psicología positiva y las terapias
constructivas, puede ser útil hacer un breve repaso de en qué consiste cada una.

La Psicología Positiva

Se llama Psicología Positiva a un movimiento que ha tomado gran fuerza en la 1 a


década del siglo XXI: la investigación científica de la felicidad, el bienestar y lo que
funciona bien en la vida de las personas. Mihaly Csikszentmihalyi (en Pawelski,
2008) habla de la psicología positiva como una orientación metafísica hacia lo
bueno. Seligman (2011) la ha definido como el estudio de lo que escogemos
libremente, mientras que Peterson (2006) veía como objeto de la psicología
positiva "lo que hace que la vida valga la pena".

Este énfasis en lo mejor de los seres humanos contrasta con lo que


tradicionalmente ha sido el foco de la psicología, tanto en la investigación como en
la práctica: los déficits y las patologías. Desde el "boom" de la psicología clínica
después de la segunda guerra mundial, se le habían dedicado muchos más
recursos a entender los problemas y paliar el dolor que a estudiar y promover las
virtudes y la resiliencia (Seligman 2002). La psicología positiva no minimiza la
importancia de conocer y tratar las psicopatologías y de ayudar a los individuos,
familias y organizaciones a resolver problemas. Lo que propone es una psicología
equilibrada, en la que tengamos conocimientos y herramientas tanto para mejorar
lo doloroso, como para cultivar lo que más valoramos y es bueno en nuestras
vidas (Seligman, Parks, y Steen, 2004; Tarragona, 2009).

Tal vez lo que más caracteriza a la psicología positiva es el énfasis en la


investigación científica. Vázquez y Hervás (2009) titulan justamente así su libro
sobre los fundamentos de la psicología positiva: la ciencia del bienestar. Hay otras
fuentes de conocimiento sobre la felicidad y la plenitud de la vida: la filosofía, las
tradiciones religiosas y espirituales, la sabiduría popular y las experiencias
personales. También ha habido en la historia de la psicología ilustres teóricos que,
aun siendo una minoría en la profesión, se han interesado en el bienestar (por
ejemplo Adler, Maslow, Yahoda, Frankl, Rogers, entre otros), pero su trabajo no se
basaba en la evidencia empírica. Como comenta Pawelski (2008) la psicología
positiva combina dos elementos conocidos de una manera novedosa: la psicología
científica existe hace 150 años. Y el interés por la felicidad es milenario (por
ejemplo, Aristóteles escribió mucho sobre el tema). Pero hace poco tiempo que se
ha usado el método científico para estudiar la felicidad.1

Hoy en día la lista de notables investigadores que se dedican a estudiar la


felicidad, en muchas de las mejores universidades del mundo, es muy larga y le
brinda solidez y credibilidad a la psicología positiva. Entre los temas que
investigan están el bienestar subjetivo, el optimismo, la gratitud, la esperanza, la
resiliencia, las emociones positivas, las fortalezas de carácter y los talentos, la
pasión, el sentido de vida y los valores, el humor, el bienestar en el trabajo, las
parejas felices, la sabiduría y envejecer bien, entre otros temas.

Vázquez (2006) señala que es probable que en el futuro no muy lejano el estudio
del bienestar se vaya integrando al quehacer cotidiano de todos los psicólogos.

Seligman (2011), al analizar los hallazgos más importantes sobre los factores
que contribuyen al bienestar, concluye que éste tiene cinco elementos
principales, mismos que sintetiza con el acrónimo en inglés PERMA 2. En
español, lo podemos traducir como PRISMA (Tarragona, en prensa):

Positividad
Relaciones Interpersonales
Involucramiento
Sentido de vida
Metas Alcanzadas

A continuación, se explica brevemente en qué consiste cada uno de estos


componentes:

La Positividad
Como su nombre sugiere, la positividad se refiere a experimentar emociones
positivas, más frecuentemente que las emociones negativas. Implica también un
estilo cognitivo optimista (esperar que sucedan cosas buenas). Abarca también el
tener un marco cognitivo optimista. Las buenas relaciones interpersonales son
fundamentales para la felicidad. El involucramiento se refiere a estar implicados en
nuestras actividades, concentrarnos en nuestras tareas y poner en juego nuestras
habilidades. Tener un propósito y sentido en la vida son también claves del
bienestar, como también lo es ponernos metas y alcanzarlas. A continuación, se
presentan algunas pinceladas de la evidencia sobre las contribuciones de cada
uno de estos elementos del PRISMA a la felicidad.

Bárbara Fredrickson (2009) ha descrito 10 formas distinguibles de


emociones positivas que la gente identifica con más frecuencia: el gozo, la
gratitud, la serenidad, el interés, la esperanza, el orgullo, la diversión, la
inspiración, el asombro y el amor. Fredrickson (2009) ha encontrado que
cuando las personas experimentan emociones positivas mejoran varias funciones
cognitivas como la memoria inmediata y el vocabulario, y están más abiertas a la
información nueva. En base a esto ha desarrollado una teoría, llamada de "ampliar
y construir", que propone que las emociones positivas nos ayudan a estar más
abiertos a las experiencias, a tener curiosidad y ganas de explorar el mundo,
además de promover que nos conectemos con otras personas. Estas actividades
son fundamentales para crear y construir, y nos hacen plenamente humanos.
Tanto Fredrickson (2009) como Seligman (2011) hablan del "florecimiento
humano" para referirse a las personas que funcionan a niveles extraordinarios en
todos los ámbitos (lo personal, laboral, relacional) y que no solo se sienten bien,
sino que hacen el bien, tienen un impacto positivo en su entorno. La investigación
ha mostrado que las personas "florecientes" tienen tres emociones positivas por
cada emoción negativa que experimentan (Fredrickson, 2009). Es decir, que no es
suficiente tener muchas emociones positivas o casi no tener emociones negativas,
lo que se relaciona con el bienestar es la proporción entre éstas: 3 a 1. Es curioso
que otros dos investigadores, antes de conocer el trabajo de Fredrickson, hayan
llegado a conclusiones similares respecto a la existencia de una tasa de
positividad que caracteriza a las interacciones productivas y satisfactorias. Marcial
Losada (Losada y Heaphy, 2004), en sus estudios sobre los equipos de trabajo de
alto rendimiento en las empresas, encontró que los integrantes de éstos tenían
una proporción de 6 interacciones positivas por cada negativa. John Gottman, en
sus famosas investigaciones sobre las parejas felices, descubrió que las parejas
que se llevan bien y permancen juntas tienen 5 interacciones positivas (como
muestras de afecto, apoyo, buen humor) por cada interacción negativa (crítica,
defensividad, falta de atención...) (Gottman y Silver, 1999). Hay mucha evidencia
de que la positividad se relaciona con el bienestar físico. Diener y Chan (2011) en
su revisión de la literatura sobre la positividad y la salud encontraron que las
emociones positivas predicen el buen funcionamiento de los sistemas
cardiovascular e inmunoló-gico. Las emociones positivas también se correlacionan
con la longevidad (Harker y Keltner, 2001; Danner, Snowdon y Friesen, 2001).

Las Relaciones Interpersonales

El segundo elemento del PRISMA, la R, tiene que ver con las relaciones.
Cristopher Peterson, a quien va dedicado este número de la revista, hizo famosa
la frase "los demás importan", que para él resumía lo más importante de la
psicología positiva. En sus cursos y conferencias, Peterson subrayaba que la
variable que más frecuentemente se correlaciona con el bienestar es la
calidad de nuestras relaciones y que cuando se ha estudiado a las personas
más felices entre las felices se ha encontrado que todas tienen buenas
relaciones interpersonales (Peterson, 2006).

Csikszentmihalyi ha encontrado que la gente de todas las edades y en diferentes


culturas tiende a entristecerse cuando está sola y está más alegre cuando está
con otras personas. (Csikszentmihalyi, 1997). George Vaillant, quien durante 40
años encabezó el estudio longitudinal más largo sobre el desarrollo adulto
realizado en la Universidad de Harvard, está convencido de que el amor es la
clave del bienestar. Como ha expresado de modo muy gráfico: "La felicidad es
amor. Punto" (Vaillant, 2009).
El Involucramiento

El tercer factor del modelo PRISMA es el involucramiento, frecuentemente


asociado a las experiencias de "flow" o flujo de la conciencia, descubiertas por el
Mihaly Csikszentmihalyi (Csikszentmihalyi, 1997, 2005; Csikszentmihalyi y
Csikszentmihalyi, 2006; Fernández, 2012). Decimos que alguien está en "flow"
cuando se concentra tanto en una actividad que en ese momento no piensa
en nada más, su atención está totalmente enfocada e incluso se distorsiona
su percepción del tiempo (generalmente parece que pasa muy rápido).

Uno de los hallazgos más interesantes de Csikszentmihalyi (2005) es que para


estar en flow, además de la atención concentrada, es necesario que exista cierta
relación entre nuestra capacidad y el reto o dificultad que esa actividad presenta:
entramos en flow cuando nos enfrentamos a un reto relativamente alto y tenemos
habilidades también relativamente altas para hacer eso. Si el nivel de reto es bajo
en comparación a nuestra capacidad, es probable que nos sintamos aburridos,
mientras que, si la actividad es demasiado difícil para nosotros, sentiremos
frustración y ansiedad. Las investigaciones indican que las experiencias de flow
son importantes porque cuantas más tenemos, más felices somos. En el momento
del flow, nuestro estado emocional es neutro, pero después tendemos a estar de
buen humor y sentirnos satisfechos.

El Significado

La S de PRISMA representa al "significado". Los filósofos a través de los


siglos se han preguntado qué contribuye a que nuestra vida tenga sentido.
Más recientemente los psicólogos se han aventurado a estudiarlo. Robert
Emmons (2003) ha identificado 4 fuentes frecuentes de sentido de vida: el trabajo-
logro, la intimidad-relación interpersonal, la espiritualidad y la trascendencia-
generatividad.

Michael Steger de la Universidad de Colorado es uno de los investigadores más


importantes sobre el tema del sentido de vida desde la perspectiva psicológica. Él
define el sentido de vida como el grado en el que una persona comprende o
percibe significado a su vida y siente que tiene un propósito, misión o meta. Steger
(2009), tras hacer una revisión de las investigaciones sobre el tema, concluye que
las personas que piensan que su vida tiene sentido son más felices, experimentan
mayor bienestar y satisfacción, se sienten más en control de sus vidas y están
más involucrados en su trabajo. También tienen menos depresión y ansiedad y
son menos propensos a abusar del alcohol y otras sustancias. Las investigaciones
también indican que quienes van más allá de ellos mismos y se dedican a una
causa o ideal tienden a tener mayores niveles de significado en su vida.

Las Metas Alcanzadas

La M y la A de PRISMA representan las metas alcanzadas. Seligman (2007)


también se ha referido a este componente como la "vida victoriosa" y habla de la
satisfacción que sentimos cuando enfrentamos retos y alcanzamos logros.
Seligman habla de la importancia de lo que escogemos libremente y, al igual que
las emociones positivas, las experiencias de flow y las relaciones interpersonales,
alcanzar metas es algo satisfactorio en sí mismo. Cuando nos ponemos metas
podemos desarrollar habilidades y nos sentimos competentes. Estas dos cosas
son parte importante del bienestar, según la teoría de la auto-determinación de
Deci y Ryan (2000), quienes proponen que las personas tienen una necesidad de
comportarse de maneras efectivas y sanas.

Las Fortalezas de Carácter

Un área muy importante dentro de la psicología positiva es el estudio de las


fortalezas de carácter. Como ya hemos comentado, en la psicología hay una
larga tradición de estudiar los déficits y disfunciones. El DSM, manual diagnóstico
de los trastornos mentales, que en su cuarta edición (American Psychiatric
Association, 2000) contiene más de 200 tipos de trastornos. Christopher Peterson
y Martin Seligman se preguntaron por qué no existía un volumen similar que
compilara y clasificara las fortalezas humanas y se dieron a la tarea de crear un
"manual de las corduras" (Peterson y Seligman, 2004). Junto con un ilustre equipo
de colaboradores, buscaron en muchas fuentes históricas, religiosas, filosóficas,
literarias, culturales (e incluso en los libros de autoayuda y los manuales de los
"boy scouts") qué características humanas eran mencionadas más frecuentemente
como deseables y que cumplieran con los siguientes requisitos: ser valoradas en
casi todas las culturas; considerarse valiosas por ellas mismas, no como medios
para otros fines y, muy importante, ser maleables, poderse desarrollar o cultivar. A
estas cualidades se les llama fortalezas de carácter3 y tras su investigación, los
autores propusieron 24.

Las fortalezas de carácter son distintas de los talentos, éstos muchas veces son
automáticos (por ej. tener oído perfecto o ser muy ágil), mientras que las fortalezas
tienen que ver con nuestra voluntad (podemos decidir ser más generosos o más
prudentes). Los investigadores (Seligman, 2002; Peterson y Seligman, 2004;
Dahlsgaard, Peterson, y Seligman, 2005) proponen que las 24 fortalezas de
carácter se pueden agrupar en seis grandes virtudes:

Conocimiento y sabiduría. Que incluye las siguientes fortalezas: La curiosidad e


interés por el mundo, el amor por el aprendizaje, el buen juicio, pensamiento
crítico y mente abierta; el ingenio, la originalidad y la inteligencia práctica; la
inteligencia social, personal y emocional y la capacidad de poner las cosas en
perspectiva.

Valor que abarca: coraje y valentía; perseverancia, diligencia e integridad y


honestidad.

Amor y humanidad: bondad y generosidad, la capacidad de amar y dejarse


amar.

Justicia: sentido de ciudadanía y del deber, lealtad y capacidad para trabajar en


equipo; equidad, justicia y capacidad de liderazgo.

Templanza: autocontrol, prudencia, discreción, cautela, humildad y modestia.


Trascendencia: aprecio de la belleza y la excelencia; gratitud; esperanza,
optimismo y orientación hacia el futuro; espiritualidad, sentido de propósito, fe,
religiosidad, perdón y caridad; sentido del humor y capacidad de juego; chispa,
pasión y entusiasmo.

Peterson, Seligman y colaboradores han creado un instrumento autoaplicable para


conocer las fortalezas de carácter, llamado Cuestionario VIA (Valores en Acción) 4
que está disponible en línea de manera gratuita, en varios idiomas (incluido el
español). También se han diseñado ejercicios o "intervenciones" que se basan en
conocer y aplicar las fortalezas de carácter y se ha visto que tienen un impacto
positivo sobre el estado de ánimo y los niveles de satisfacción vital, aún entre
personas diagnosticadas con depresión (Seligman, Steen, Park y Peterson, 2005).
La voluntad juega un papel muy importante en el bienestar. Lyubomirsky (2008)
propone una "fórmula" con tres determinantes de la felicidad: F = PF + C + V. La
felicidad (F) está compuesta por un punto fijo (PF), que es nuestro nivel "normal"
de felicidad y que probablemente tiene una base biológica, más las circunstancias
de la vida (C), más nuestra voluntad o volición (V). Basada en las investigaciones
existentes, Lyubomirsky cree que el componente genético puede explicar hasta el
50% de la felicidad, que nuestras circunstancias solo impactan el 10% de la
felicidad y que el 40% depende de nuestra voluntad, de nuestras decisiones,
actitudes y acciones. Otros autores han encontrado que el factor genético explica
menos de la mitad de la felicidad (entre el 22% y el 40%) (Bartels et al. 2010), pero
parece haber un consenso respecto a que una buena parte de nuestro bienestar
está en nuestras manos.

A continuación, se presentan las terapias constructivas, para después discutir por


qué son compatibles con la psicología positiva y de qué manera se pueden
combinar en el trabajo psicoterapéutico.

Las Terapias Constructivas

A partir del último cuarto del siglo XX surgieron una serie de abordajes
terapéuticos que dan un lugar central al lenguaje y las historias o narrativas de los
clientes, y que conceptualizan la terapia como un proceso conversacional, no
como una forma de curación similar al tratamiento médico. Estos enfoques han
cuestionado muchas de las ideas en las que históricamente se ha basado la
práctica clínica, y han ofrecido maneras distintas de conceptualizar y ejercer la
terapia (Tarragona, 2006, en prensa b). Se les denomina terapias posmodernas,
narrativas, discursivas, conversacionales, socio-construccionistas y
postestructuralistas. La falta de un nombre que las unifique refleja que no se trata
de una sola escuela o modelo, sino de un grupo interconectado de teóricos y
terapeutas que comparten ciertas premisas filosóficas y epistemológicas. Al mismo
tiempo, los diferentes nombres subrayan un aspecto importante de cada uno de
estos enfoques: "Discursivas" y "conversacionales" sugieren que la terapia es vista
como una conversación y como un proceso lingüístico. "Narrativa" se refiere al
gran interés por la manera en la que las personas le dan significado a sus vidas a
través de historias o narraciones de su experiencia. Llamarlas terapias "socio-
construccionistas" enfatiza que el conocimiento, el significado y la identidad se
construyen a través de la interacción con otras personas. "Colaborativa" describe
la clase de relación que se establece entre terapeutas y clientes, y enfatiza que el
proceso de la terapia es una labor conjunta. Los terapeutas que no piensan que
las dificultades humanas sean manifestaciones de estructuras profundas o
subyacentes se identifican como "postestructuralistas" (Tarragona, 2008).

Stephen Friedman (1996) llama a los terapeutas que trabajan desde estas
perspectivas "terapeutas constructivos" y los describe de la siguiente manera: "Los
terapeutas constructivos: Creen en una realidad construida socialmente. Enfatizan
la naturaleza reflexiva de la relación terapéutica en la que el cliente y el terapeuta
co-construyen significados mediante el diálogo o la conversación. Se mantienen
empáticos y respetuosos ante el predicamento del cliente y creen en la capacidad
de la conversación terapéutica para liberar aquellas voces e historias que han sido
suprimidas, ignoradas o no tomadas en cuenta previamente. Se alejan de las
distinciones jerárquicas hacia una oferta de ideas más igualitaria en la que se
respetan las diferencias. Co-construyen los objetivos y negocian la dirección de la
terapia, colocando al cliente en el «asiento del conductor», como experto en sus
propios predicamentos y dilemas. Buscan y amplifican las habilidades, fortalezas y
recursos y evitan ser detectives de la patología o redificar distinciones
diagnósticas rígidas. Evitan utilizar un vocabulario de déficit y disfunción,
reemplazando la jerga de la patología (y la distancia) con el lenguaje cotidiano.
Están orientados hacia el futuro y son optimistas respecto al cambio" (Friedman,
1996, p. 450-451, traducción de la autora).

El término "terapias constructivas" es afortunado por varias razones: alude tanto al


constructivismo como al construccionismo social, dos de las epistemologías en las
que se basan estas terapias; "constructivo" es un término coloquial, más fácil de
entender que "posmoderno" o "postestructura-lista". Además, "construir" describe
lo que se hace en este tipo de prácticas: edificar, levantar a partir de lo que ya
está. Hay un riesgo en clasificar un grupo de terapias como constructivas, similar
al que nos enfrentamos al llamar a un subconjunto de la psicología "positiva":
alguien podría decir "¿quieren decir que las otras terapias son destructivas?". La
respuesta obviamente es que no, simplemente es un nombre que enfatiza el
carácter constructivo de estos abordajes.

La Analogía del Texto y la Metáfora Narrativa

En las disciplinas sociales como la antropología y la sociología, desde los años 70


ganó fuerza el llamado "giro narrativo" que proponía que los datos en estas
disciplinas no se "encuentran", sino que se obtienen a través del lenguaje y las
historias o narraciones de las personas. El giro narrativo "viajó" a través de
diferentes disciplinas (Hyvärinen y Korhonen, 2006) y ha tenido un importante
impacto en la psicología y la psicoterapia. La metáfora narrativa enfatiza la
importancia de las historias o narrativas en nuestras vidas (Anderson, 1997;
Bruner, 1990; Gergen, 1994; Polkinghorne, 1988; White y Epston, 1989). La
psicología narrativa propone que los seres humanos organizamos nuestras
experiencias como historia, cargadas de significado, constituidas por una serie de
eventos concatenados en el tiempo, con desarrollos y desenlaces (Morgan 2000).
Un punto importante es que, desde esta perspectiva, las narrativas no solamente
describen o reflejan nuestras vidas, sino que las constituyen. Es decir, no solo nos
sirven para contarles a otros lo que vivimos, sino que influyen sobre cómo lo
vivimos. De acuerdo a Jerome Brunner (1990), nosotros nos convertimos en las
narrativas que construimos para contar nuestras vidas. Para Harlene Anderson, la
narrativa "es un proceso reflexivo, discursivo, de dos vías. Construye nuestras
experiencias y a su vez es usada para entender nuestras experiencias. El lenguaje
es el vehículo de este proceso: lo usamos para construir, organizar y dar sentido a
nuestras historias" (1997, p. 213). Respecto a la identidad, Harlene Anderson
propone que el self "es una autobiografía permanente; o para ser más exactos es
una biografía multifacética del self/otro que constantemente escribimos y
editamos" (1997, p. 216). Kenneth Gergen (1994) propone que a lo largo de
nuestras vidas estamos revisando constantemente nuestras historias y
modificamos el significado de los eventos y las relaciones.

La metáfora narrativa y la analogía de texto son muy útiles para hablar de las
vidas humanas. Los creadores de la terapia narrativa, White y Epston (1989),
influidos por el trabajo del sociólogo Ervin Goffman y el antropólogo Clifford
Geertz, proponen que los mapas o analogías que usamos para darle sentido a
nuestro mundo determinan cómo entendemos los eventos y las acciones que
tomamos. Si los terapeutas trabajan con analogías provenientes de las ciencias
físicas, pueden pensar en las personas y sus relaciones como máquinas
complejas; sus problemas pueden entenderse en términos de descomposturas o
daños, y las soluciones como reparaciones o correcciones. Mientras que si
tomamos analogías de la biología, podemos ver a las personas y las
organizaciones sociales como "cuasi-organismos", entenderemos sus problemas
como síntomas y veremos la solución como una curación. White y Epston (1989)
prefieren usar una analogía de texto para guiar su trabajo como terapeutas. Desde
esta perspectiva, los problemas pueden ser interpretados como ciertos tipos de
historias y sus soluciones pueden encontrarse en la autoría de historias
alternativas diferentes.
Nuestras narrativas personales son fluidas y se desarrollan en el contexto de
nuestras relaciones interpersonales y los intercambios lingüísticos con otras
personas. Esta fluidez de nuestras historias e identidades es una de las premisas
centrales de las terapias narrativas, ya que señalan el terreno en el que podemos
incidir cómo terapeutas e implica que hay posibilidades de construir diferentes
historias sobre las experiencias de los clientes.

Aunque cada una tiene características y estilos diferentes, la Terapia Centrada en


Soluciones, la Terapia Colaborativa y la Terapia Narrativa comparten ciertas
características (Tarragona, en prensa, b; 2008), entre ellas:

Concepción relacional del conocimiento y la identidad. La terapia narrativa, la


centrada en soluciones y la terapia colaborativa coinciden en que nuestra
experiencia de la realidad o del significado que damos a nuestras experiencias es
construida a través de nuestras interacciones con otras personas. El mismo
evento puede ser experimentado de manera diferente en contextos culturales,
relacionales o lingüísticos diferentes.

Atención al contexto. Estas aproximaciones terapéuticas originalmente surgieron


de la terapia familiar. Esto hizo que le dieran gran importancia al contexto: el de la
cultura, de sus relaciones y de las conversaciones en las que participan. Hoy en
día la terapia centrada en soluciones, la colaborativa y la narrativa se utilizan tanto
con individuos como con parejas, familias, grupos y comunidades.

El lenguaje como concepto central de la terapia. Los proponentes de la terapia


colaborativa, centrada en soluciones y la terapia narrativa comparten un interés
intenso por el lenguaje. Conceptualizan la terapia como un proceso conversacional
y creen que las preguntas, el diálogo y la conversación generan significado.
Anderson (2006), señala que el lenguaje es el vehículo principal a través del cual
damos significado a nuestro mundo. Estos enfoques proponen que la manera en
la que pensamos y hablamos acerca de nuestros problemas puede contribuir para
que nos hundamos en ellos aún más o para que podamos contemplar nuevas
posibilidades.
La terapia como una colaboración. Los terapeutas que practican la terapia
colaborativa, la terapia narrativa, y la centrada en soluciones ven el proceso
terapéutico como una "sociedad" o tarea compartida entre clientes y terapeutas.
La terapia no es algo que se le hace a alguien, sino algo que se hace con alguien.
Clientes y terapeutas son socios al conversar, construir soluciones, o desarrollar
nuevas historias e identidades (Tarragona, en prensa a).

Inclusión de varias perspectivas o voces. La terapia narrativa, la terapia


colaborativa, y la centrada en soluciones consideran que la inclusión de una
multiplicidad de perspectivas o descripciones enriquece el proceso terapéutico.
Cada uno de estos enfoques ha desarrollado formas únicas de incorporar
diferentes puntos de vista o voces en la terapia, principalmente a través del uso de
preguntas (por ej. ¿Quién más ha notado este cambio en ti?, ¿cómo crees que ella
valorará tu logro?...) La polifonía también puede lograrse incorporando equipos de
más de un terapeuta en la sesión, por ejemplo usando equipos de reflexión
(Andersen, 1991; Fernández, London y Tarragona, 2002), equipos "como si"
(Anderson, s. f.) y "testigos externos" y "ceremonias de definición" (White, 2000).
Estos son formatos en los que los clientes tienen la oportunidad de escuchar las
reacciones de otras personas que han presenciado la sesión terapéutica, bien sea
detrás de un espejo o en el mismo espacio.

Valoración del conocimiento local. Inspirados por el concepto de conocimiento


local descrito por algunos antropólogos (Geertz, 2000), los terapeutas que trabajan
desde estas perspectivas están más interesados en entender las vidas de los
clientes desde el punto de vista de los clientes que desde algún supuesto teórico.
Los terapeutas quieren aprovechar todo lo que los clientes saben acerca de sus
vidas y de sus problemas, historias, posibles soluciones y metas. Esto lleva al
terapeuta a adoptar una posición de curiosidad y promueve una relación de
respeto y colaboración.

El cliente como estrella. El cliente está en el "centro del escenario" de la terapia:


se le considera el experto en su propia vida; el trabajo terapéutico empieza con la
definición que él tiene acerca de su situación y es él quien define el objetivo de la
terapia y cuándo éste ha sido alcanzado. El terapeuta trata de no tomar el papel
de experto, sino de ser informado por el cliente.

Interés en lo que funciona bien. Una característica que distingue a estas de las
terapias tradicionales es el énfasis en lo que está funcionando bien en las vidas de
las personas y en lo que los clientes consideran importante y valioso. Los
terapeutas narrativos exploran los propósitos, valores, sueños, esperanzas y
compromisos de los clientes así como las veces cuando éstos han tenido
influencia sobre el problema que los inquieta (White, 2004). Los terapeutas que
practican la terapia centrada en soluciones enfatizan la construcción de soluciones
(De Jong y Kim Berg, 2002) y los recursos de los clientes (O'Hanlon y Wiener-
Davis, 2003). En la terapia colaborativa, Harlene Anderson (2006) dice que su
conceptualización del lenguaje como fluido y potencialmente transformador le
permite tener una actitud esperanzada en la terapia: "apreciar que los seres
humanos son resilientes, que cada persona tiene contribuciones y potenciales, y
que la gente valora, persigue y trata de alcanzar vidas y relaciones más sanas y
exitosas" (p. 11).

Autores como Anderson (1997), Gergen, Hoffman (Gergen, 1994; Gergen,


Hoffman y Anderson, 1995), White y Epston (1989) han señalado que el lenguaje
de la psicoterapia históricamente ha sido un discurso de déficit y que la terapia
frecuentemente se ha visto como una tecnología para componer a personas
defectuosas. También han expresado su preocupación por los efectos negativos
que los diagnósticos psicopatológicos pueden tener para las personas.

El sentido de agencia personal. Otra idea que ocupa un lugar importante en la


terapia centrada en soluciones, la terapia narrativa y la terapia colaborativa es el
concepto de agencia personal (Anderson, 2003, 2006; De Jong y Kim Berg, 2002;
White, 2004; White y Epston, 1989), que se refiere a la capacidad de tomar
decisiones y tener un papel en la dirección de nuestras vidas. White y Epston
(White y Epston, 1989) con frecuencia usan la metáfora de "estar en el asiento del
conductor de la propia vida".

La integración de la Psicología Positiva y las Terapias Constructivas

Una vez expuestas las bases de la psicología positiva y las terapias constructivas,
se expondrá cómo estos dos ámbitos se pueden integrar y potenciar mutuamente.

Tanto la psicología positiva como las terapias constructivas son movimientos


críticos que han cuestionado énfasis excesivo en el déficit y la patología que
tradicionalmente ha caracterizado a la psicología. Su diferencia estriba en sus
epistemologías: las terapias constructivas se fundamentan en las ideas
constructivistas, construccionistas y post-estructuralistas, que proponen que no
podemos "aprehender" el mundo objetivamente, sino que el conocimiento es un
proceso de construcción que se da en un contexto social, cultural y relacional.
Metafóricamente hablando, estas epistemologías proponen que siempre tenemos
puestos ciertos "lentes" a través de los cuales vemos la realidad: nuestros sesgos,
valores, preferencias, género, etc. Esta visión implica que un terapeuta nunca
puede conocer "objetivamente" a su cliente, ni ser experto en la vida de otros. El
trabajo terapéutico es visto como un proceso relacional y lingüístico a través del
cual se pueden generar formas diferentes de entender las cosas, y que el
terapeuta y el cliente pueden generar juntos nuevos significados y posibilidades.
La psicología positiva, en cambio, cuestiona el objeto de estudio del que se ha
ocupado la psicología tradicional (los déficit y patologías), pero no su método. La
psicología positiva tiene una epistemología positivista 5, es decir, que sí cree que
se puede observar objetivamente la realidad y su herramienta fundamental es el
método científico.

A pesar de esta diferencia epistemológica, que indudablemente es muy


importante, creo que en la práctica, la psicología positiva y las terapias
constructivas se pueden incorporar, pues en ambas se indaga sobre lo que
funciona bien, comparten una misma actitud de aprecio por lo mejor de las
personas y de esperanza respecto a las posibilidades humanas. Veamos algunas
de sus convergencias en la práctica.

Las terapias constructivas no se enfocan en la patología como eje de trabajo y hay


muchos ejemplos de esto:

En la terapia centrada en soluciones (De Jong y Kim Berg, 2002) como el nombre
lo indica, la terapeuta sólo averigua sobre el problema lo suficiente para que el
cliente se sienta escuchado y entendido, pero la mayor parte del trabajo tiene que
ver con establecer metas específicas y explorar las soluciones al problema. Los
terapeutas a veces empiezan las sesiones preguntando: "¿Qué ha ido mejor
desde que nos vimos?" para conocer las pequeñas mejorías que los clientes
pueden estar experimentando. Se le presta mucha atención a las excepciones, a
aquellas ocasiones en las que el problema es menor, menos intenso o inexistente,
por escasas que sean. Cuando no ha habido mejoría se pregunta qué ha hecho la
persona para no empeorar; el énfasis siempre es en lo positivo.

Una de las técnicas más importantes de la terapia centrada en soluciones es la


pregunta del milagro, en la que se le pregunta al cliente:

«Suponte que mientras estás durmiendo esta noche y toda la casa está en
silencio, ocurre un milagro. El milagro es que el problema que te trajo aquí se
soluciona. Pero como estabas dormido no sabes que el milagro ha sucedido. Así
que, cuando te despiertes mañana en la mañana, ¿qué será diferente que te haría
darte cuenta de que hubo un milagro y que el problema que te trajo aquí se ha
solucionado?» (De Shazer en De Jong y Kim Berg, 2002, p. 85).6

Esta pregunta invita al cliente a imaginar cómo serán las cosas cuando estén
mejor, y en su respuesta está la clave para la solución.

La terapia narrativa tampoco se centra en los déficits o las disfunciones. Un


ejemplo claro es cómo se conceptualizan los problemas en este abordaje. Las
dificultades no son vistas como síntomas de un problema psicológico ni como
manifestaciones visibles de conflictos profundos e invisibles, sino simplemente
como problemas. El problema es el problema y la persona es la persona. Es
diferente decir y pensar que alguien es ansioso a pensar que esa persona vive con
la ansiedad o tiene que lidiar con la ansiedad. Al hablar del problema como algo
separado, lo ubicamos fuera de la identidad de la persona y procedemos a
explorar la relación del cliente con el problema. Esto se realiza a través de
conversaciones externalizantes en las que se le pide a la persona que le dé un
nombre al problema, lo caracterice, casi como si fuera un objeto o un personaje y
nos cuente cuáles son los efectos del problema en su vida. Más adelante se
explora cuáles son los efectos de la persona en la vida del problema, es decir,
cuándo logra que el problema la afecte menos o se haga más pequeño.

Otra manera en la que las terapias constructivas se alejan de las visiones


patologizantes es que consideran al cliente como experto en su propia vida 7. Esta
creencia en que cada persona es quien mejor sabe lo que está viviendo, tiene
como consecuencia una reducción de la jerarquía entre el cliente y el terapeuta.
Harlene Anderson habla de que la postura de un terapeuta colaborativo es la de
"no conocer" (Anderson, 2005), en la que el terapeuta está abierto a ser informado
por el cliente.

En todas las terapias constructivas los terapeutas tratan de evitar usar un lenguaje
complicado y prefieren usar un lenguaje cotidiano. Harlene Anderson (1997) ha
hecho especial énfasis en esto en la terapia colaborativa. Al alejarnos de la "jerga"
psicológica, nos distanciamos también de las visiones centradas en lo
disfuncional.

Otro punto de convergencia entre la psicología positiva y las terapias constructivas


está en su interés por el futuro más que en el pasado. Seligman (2011) ha
señalado que el problema de la psicología del siglo XX fue pensar que las
personas están "empujadas por el pasado", en vez de que son "atraídas por el
futuro", y la psicología positiva trata de corregir este error. En las terapias
constructivas generalmente hay más interés por el futuro que por el pasado. Como
ya se ha indicado más arriba, en la terapia centrada en soluciones se le da mucha
importancia a que el cliente establezca metas y en ayudarlo a alcanzarlas. En la
terapia narrativa se exploran los anhelos y sueños de los clientes, así como los
valores y compromisos que se relacionan con éstos.

En la terapia narrativa sí se explora el pasado, pero con un foco diferente del de


las psicoterapias tradicionales: mientras que en estas últimas generalmente se ve
hacia el pasado para encontrar la causa o la etiología de los problemas, en la
terapia narrativa se mira hacia el pasado para investigar los "acontecimientos
excepcionales", las ocasiones en las que el problema no se presentó o era más
débil, o cuando la persona fue como prefiere ser (por ej. ver White, 2007).

Otro punto en que coinciden las terapias constructivas y la psicología positiva tiene
que ver con los valores. Éstos constituyen una de las áreas de estudio de la
psicología positiva (Peterson, 2006). En la terapia narrativa se exploran los
valores del cliente y cómo se relacionan con sus "identidades preferidas", es
decir cómo prefiere conducirse en su vida y de qué manera esto se relaciona con
lo que valora. En su definición de la terapia narrativa, Alice Morgan (2000) señala
que ésta supone que las personas tienen muchas habilidades, creencias, valores y
compromisos que les pueden ayudar a cambiar su relación con los problemas.
Una herramienta que a veces se utiliza en la terapia narrativa es la de "tomar
una postura" (statement of position) (White, 2007), en la que se le pide a la
persona que evalúe los efectos del problema y por qué los considera negativos en
su vida (o positivos, pero si es un problema generalmente sus efectos son
negativos). Una vez que ha justificado por qué los ve así, generalmente se hace
explícito lo que valora.

Un concepto más que es importante tanto para las terapias constructivas y


la psicología positiva es el de agencia personal. Se trata de la sensación del
individuo de que puede tener un impacto sobre su entorno, de que es capaz y
competente. La agencia personal juega un papel central en la psicología positiva:
ya mencionamos que, según Lyubomirsky (2008), el 40% de nuestra felicidad no
depende de nuestros genes ni de nuestras circunstancias, sino de la volición, de lo
que decidimos hacer en nuestras vidas. La falta de agencia personal está en la
base de la desesperanza aprendida, propuesta por Seligman como uno de los
mecanismos que provocan la depresión, y, por el contrario, tener un sentido de
agencia personal promueve el optimismo y la resiliencia (Walsh, 2006).

Tanto la terapia colaborativa, como la centrada en soluciones y la narrativa ven al


cliente como un agente en su propia vida. Michael White (2007) dice lo siguiente
sobre la agencia personal: "esta noción pone a las personas como mediadores
activos y negociadores de los significados y predicamentos de la vida, tanto a nivel
individual como en colaboración con otros. También ubica a las personas como
quienes dan origen a los desarrollos preferidos de sus propias vidas" (White, 2007,
p. 103).

El sentido de agencia personal va de la mano con la intencionalidad. Michael


White, en sus últimos trabajos, estaba especialmente enfocado en los "estados
intencionales" que tienen que ver con nuestros propósitos, valores y compromisos,
y escribió: "Las personas viven sus vidas de acuerdo a las intenciones que tienen
al perseguir lo que valoran. Activamente le dan forma a su existencia en sus
esfuerzos por alcanzar las metas que anhelan" (2007, p.103).

En la terapia, hacer preguntas sobre los valores, sueños y compromisos es


una manera de explorar y a la vez fortalecer el sentido de agencia personal
de nuestros clientes.

Podemos pensar que los terapeutas constructivos hacen pequeñas


investigaciones o etnografías al explorar con sus clientes a nivel micro muchos de
los temas que los investigadores en psicología positiva estudian con grandes
muestras: ¿en qué medida están satisfechos con sus vidas? ¿cuáles son sus
metas, sueños y anhelos?, ¿qué disfrutan hacer y les aporta gozo y significado a
su vida?, ¿qué valores sustentan sus decisiones?, ¿cuáles son sus relaciones
más importantes y cómo contribuyen a su bienestar?, ¿cómo se han enfrentado a
la adversidad y han podido salir adelante?, ¿cuáles son sus fortalezas y talentos?,
¿cómo los pueden aprovechar para superar las dificultades y vivir plenamente?

La psicología positiva, como toda ciencia, es descriptiva, no prescriptiva (IPPA,


s.f.). Yo creo que nuestra labor como terapeutas no es convencer a la gente de
que sea feliz (aunque la mayoría de las veces no hace falta convencer a nadie, es
algo que la mayoría de la gente quiere), ni ofrecerles recetas para lograrlo. Veo la
psicología positiva como un gran acervo de conocimientos que se pueden poner al
servicio de los clientes cuando son relevantes para su situación y sus metas. El
modelo PRISMA del bienestar (Seligman, 2011) nos ofrece un mapa de las áreas
sobre las que podemos indagar y las terapias constructivas nos aportan métodos
de entrevista y estilos de conversación que generan nuevos significados (y,
perdonando mi sesgo, yo diría que muchas veces no sólo son útiles, sino
estéticos). Por ejemplo: cuando un cliente imprime los resultados de un test de
fortalezas como el VIA, podemos hacerle una entrevista de corte narrativo sobre
sus fortalezas de carácter para que más que "información" o una serie de datos,
sus fortalezas sean parte de una historia coherente, el cliente las reconozca, haga
propias e identifique cómo han estado presentes en su vida, el impacto que han
tenido, cómo las cultiva y quiénes le ayudan a ejercerlas. Hay ya disponible una
entrevista de este tipo (Tarragona, 2012, 2010) y David Epston, uno de los
creadores de la terapia narrativa, recientemente ha incursionado en cómo ayudar
a las personas a "narrar" sus fortalezas (Ingamells y Epston, 2012).

De manera similar podemos investigar en el consultorio sobre las experiencias de


flow de nuestros clientes, la historia del flow en sus vidas y su relación con estas
experiencias óptimas. Podemos indagar también sobre sus metas y logros y
realizar con ellos actividades que den cuenta y testimonio de los mismos. También
es posible explorar sus redes de apoyo y relaciones importantes con el ojo puesto
en lo que contribuyen y cómo sostienen a la persona en sus proyectos y en su
vida. Estar sensibilizados con las investigaciones sobre la resiliencia nos permite
escuchar las historias de dolor y dificultades y al mismo tiempo advertir las
respuestas resilientes de las personas. Por distintas vías, combinando los
hallazgos científicos de la psicología positiva con los procesos de conversación de
las terapias constructivas, podemos trabajar con nuestros clientes a que se
acerquen a ser las mejores versiones de sí mismos.

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